genealogía del intercambio (vincent bounnore) (1)

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GENEALOGÍA DEL INTERCAMBIO. VINCENT BOUNNORE Traducción de Silvia Guiard aparecida en la revista Salamandra # 10, Madrid, mayo 1999. ---------------------------------------------------------------------- ----------------------- Con inusual unanimidad, los teóricos de la economía, que desde Aristóteles hasta nuestros días disienten a propósito de todo, coinciden en describir el origen del intercambio como un fenómeno ligado a la existencia de excedentes que permanecen sin utilizar después de la satisfacción de las necesidades. Pero nada nos dicen los diversos redactores de la teoría sobre la naturaleza o la extensión de dichas necesidades, salvo referencias a la noción de mínimo vital; noción, sin embargo, notoriamente desprovista de rigor. En efecto, su sola mención basta para saciar los apetitos más robustos y revolver el estómago de los golosos. El excedente es, por tanto, de volumen incierto; su cantidad no es mensurable; sólo puede ser imprecisamente evaluada, dentro de una franja abstracta que abarca carencias hipotéticas de calibre desconocido y que, si uno las observa en un mismo tiempo y lugar, varían según las costumbres y particularidades psicológicas de cada individuo. Y más aún, el examen estadístico, que diluye esas diferencias individuales, revela, para las sociedades tecnificadas, necesidades tres o cinco veces superiores a aquéllas cuya satisfacción asegura la preservación de las sociedades llamadas en vías de desarrollo.[1] Sea cual sea la indeterminación de ese mínimo necesario al individuo dentro de su grupo o a cada conjunto social entre sus vecinos, es del modelo autárquico, de su funcionamiento adiabático alternativamente marcado por la penuria o la abundancia, de donde la economía política hace derivar el origen del intercambio. Sería alentador que demostrase tal derroche de imaginación si, por una desafortunada comparación, no sugiriese que, bajo el efecto de flagrantes diferencias de presión, se abren ciertas puertas que permiten, sin alterar en forma duradera el carácter autárquico de los sistemas que se enfrentan, el deslizamiento de residuos y excedentes entre esos grupos cerrados a los que considera como entidades primordiales. Para que el intercambio, entre individuos o entre grupos, se produzca, es necesario entonces que intervenga una alteración de la ley autárquica, que la unidad social primordial, cuya estabilidad estaba garantizada por el territorio que ocupaba y el trabajo que en él realizaba, y cuyo equilibro amenazaba con eternizarse por una exacta adecuación de la producción a las necesidades, sea afectada por un mal extranjero. ¿Quién habría sido en ese caso el primero en infringir las leyes mirando por encima de las murallas? ¿Por qué artificio del razonamiento puede el intercambio deducirse de sistemas organizados para satisfacer con exactitud sus necesidades, y caracterizados por la nulidad constante y rigurosa de los excedentes?

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GENEALOGA DEL INTERCAMBIO. VINCENT BOUNNORE

Traduccin de Silvia Guiard aparecida en la revista Salamandra # 10, Madrid, mayo 1999.

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Con inusual unanimidad, los tericos de la economa, que desde Aristteles hasta nuestros das disienten a propsito de todo, coinciden en describir el origen del intercambio como un fenmeno ligado a la existencia de excedentes que permanecen sin utilizar despus de la satisfaccin de las necesidades. Pero nada nos dicen los diversos redactores de la teora sobre la naturaleza o la extensin de dichas necesidades, salvo referencias a la nocin de mnimo vital; nocin, sin embargo, notoriamente desprovista de rigor. En efecto, su sola mencin basta para saciar los apetitos ms robustos y revolver el estmago de los golosos. El excedente es, por tanto, de volumen incierto; su cantidad no es mensurable; slo puede ser imprecisamente evaluada, dentro de una franja abstracta que abarca carencias hipotticas de calibre desconocido y que, si uno las observa en un mismo tiempo y lugar, varan segn las costumbres y particularidades psicolgicas de cada individuo. Y ms an, el examen estadstico, que diluye esas diferencias individuales, revela, para las sociedades tecnificadas, necesidades tres o cinco veces superiores a aqullas cuya satisfaccin asegura la preservacin de las sociedades llamadas en vas de desarrollo.[1]

Sea cual sea la indeterminacin de ese mnimo necesario al individuo dentro de su grupo o a cada conjunto social entre sus vecinos, es del modelo autrquico, de su funcionamiento adiabtico alternativamente marcado por la penuria o la abundancia, de donde la economa poltica hace derivar el origen del intercambio. Sera alentador que demostrase tal derroche de imaginacin si, por una desafortunada comparacin, no sugiriese que, bajo el efecto de flagrantes diferencias de presin, se abren ciertas puertas que permiten, sin alterar en forma duradera el carcter autrquico de los sistemas que se enfrentan, el deslizamiento de residuos y excedentes entre esos grupos cerrados a los que considera como entidades primordiales. Para que el intercambio, entre individuos o entre grupos, se produzca, es necesario entonces que intervenga una alteracin de la ley autrquica, que la unidad social primordial, cuya estabilidad estaba garantizada por el territorio que ocupaba y el trabajo que en l realizaba, y cuyo equilibro amenazaba con eternizarse por una exacta adecuacin de la produccin a las necesidades, sea afectada por un mal extranjero. Quin habra sido en ese caso el primero en infringir las leyes mirando por encima de las murallas? Por qu artificio del razonamiento puede el intercambio deducirse de sistemas organizados para satisfacer con exactitud sus necesidades, y caracterizados por la nulidad constante y rigurosa de los excedentes?

Este esquema, comnmente explotado por el conjunto de los tericos, no deja de sorprender a aqul que, menos cientficamente, ve antes que nada en los hechos econmicos actos de comunicacin entre individuos o entre grupos sociales. Considerarlos como subproductos de la actividad individual o del trabajo de una unidad social es, en suma, el modo adecuado de abordarlos? No se pierde necesariamente de vista el sentido antropolgico de la circulacin de las materias y los bienes, cuando sta aparece como la fastidiosa consecuencia del contacto entre entidades sociolgicas hasta entonces tabicadas, en las que toda materia de intercambio habra nacido, sin embargo, por error? De dnde podra caerle a nadie una sobreproduccin, a la que se le atribuye ahora valor determinante, en ese sistema econmico, que la historia probablemente nunca conoci, pero al que se viene describiendo como un fracaso hermticamente cerrado sobre un montoncito de tierra? De dnde les habra venido la fiebre del comercio a esos primeros hombres predispuestos a la perpetuacin sin tregua y sin error de su cantidad numrica por la exactitud de las regulaciones autrquicas entre necesidades y materias? En otras palabras, se puede extraer de la concepcin de unidades cerradas y supuestamente primitivas, la clave del intercambio (y en las dimensiones que hoy se le asignan mundialmente)? Esta bsqueda de paternidad, no revela ms bien que los mismos tericos son portadores de la ideologa del propietario? No manifiestan sus aspiraciones a la suficiencia econmica y afectiva, y, en suma, su rechazo a hablar gratis y a ofrecer un excedente sin reciprocidad garantizada ante escribano? El otro no existe en esta sorprendente mitologa.

La virtud explicativa del excedente en el nacimiento de los primeros intercambios condujo pues a imaginar esas sociedades rigurosamente cerradas en su ciclo de consumo y produccin, y a acordarles una anterioridad genealgica. Pero si es posible dudar de que el origen del intercambio se encuentre en la yuxtaposicin de unidades econmicamente cerradas, si se debe negar que el sentido del intercambio haya podido surgir de entidades sociales organizadas para evitarlo, se debe tambin considerar como una fabulacin novelesca la sucesin evolucionista, que ubica a la economa autrquica dentro de la competencia de los paleontlogos, la hace acceder a la condicin histrica gracias a la produccin de excedentes y atribuye los perodos ms recientes al desarrollo de los intercambios y luego al progresivo xito de la nocin de valor de cambio. No estara entonces esta ltima signada por una peligrosa ambigedad?

Vale la pena hacer notar que el aprendizaje de la vida individual coincide, en una especie zoolgica caracterizada por la lentitud de su maduracin, con un estado de dependencia econmica particularmente prolongado. El individuo es el primer ejemplo de entidad social para quien la autarqua econmica slo puede ser algo adquirido: tras esos primeros intercambios, de sentido nico, tiene lugar, a partir de la conquista de la independencia econmica, un doble flujo de intercambios bastante breves, de resultante centrfuga, hasta que, en la decrepitud, se invierte la tendencia, restablecindose la situacin de perezosa receptividad de la infancia. La estricta autarqua se revela entonces claramente como una abstraccin carente de realidad en la vida individual. En la coalicin de sus respectivas competencias, pediatras y gerontlogos se ocupan de dos tercios de la existencia humana. El intervalo es activo. La autarqua econmica no representa sino un lmite terico del espectro de los comportamientos, a menos que traduzca ms bien un afn de atrincheramiento cuyas races se hunden en la afectividad. Por lo tanto, en lo que se refiere a la ontognesis, es superfluo debatir si la leche materna constituye en s, para dar lugar al intercambio, un excedente de produccin; basta constatar que el don recibido es la experiencia econmica original y que la dependencia material crea una situacin de intercambio que debe ser considerada como una dimensin primera y autnoma del homo economicis, constituida con anterioridad a la experiencia de su fuerza de trabajo, de sus facultades productivas y al penoso almacenamiento de sus stocks de excedentes.

Cmo no preguntarse entonces si la racionalidad de las doctrinas que privilegian las cantidades energticas a expensas de la comunicacin, reduciendo a esta ltima al patrn de un mercantilismo conquistador, no est escamotendole a la nocin de intercambio aquello que lo vuelve necesario como prctica primera? Estas doctrinas slo podran alcanzar as un modelo numrico del intercambio, cuya verdadera realidad slo llegaran a describir en algunos de sus resultados particulares. Los etnlogos, tentados siempre por el sensacionalismo reduccionista, y que, cuando se desplazan en busca del Otro, no tienen afn ms urgente que el de exhibir al mismo, recin salido de la bodega de los barcos, durante las reuniones familiares del domingo; los viajeros mismos, cuando han descripto la Kula de los archipilagos vecinos a Nueva Guinea o el potlach de la Columbia Britnica [2], no han podido dejar de ver en ellos una modalidad de intercambio anterior a toda necesidad econmica derivada de carencias o excedentes. La observacin de estas particularidades en pueblos desprovistos de nuestro material tcnico y designados como "primitivos" no autoriza, indudablemente, por s misma, ninguna genealoga evolucionista; pero resulta que la historia antigua del Medio Oriente y del Mediterrneo contribuye tambin a confirmar las tmidas apreciaciones de Mauss segn las cuales los materiales no destruidos por el uso, y que fueron los primeros en estar dotados de poder de compra, eran "casi todos mgicos y preciosos". Ms significativamente, Mauss especificaba que estos materiales, "adems de su naturaleza econmica, de su valor, tienen ms bien (?) una naturaleza mgica y son sobre todo talismanes... Adems, (estos materiales) aunque tengan una circulacin generalizada dentro de una sociedad e incluso entre distintas sociedades, permanecen siempre ligados a personas o a clanes (las primeras monedas romanas eran acuadas por las gentes), a la individualidad de sus antiguos propietarios y a contratos realizados entre seres morales". Pero el ltimo de los observadores que describi la Kula [3], es mucho ms preciso cuando declara que el trueque de adornos corporales, collares hechos de menudos discos de caracol, que avanzan de isla en isla en el sentido inverso, este trueque, "sin utilidad en s mismo, sirve para establecer relaciones pacficas entre poblaciones virtualmente hostiles... De manera bastante providencial, se nos dice, el amor al intercambio por s mismo instaura un sistema de proteccin del comercio, en una zona desgarrada por el temor a la magia negra, la desconfianza y la hostilidad". Y an ms: "el amor al intercambio es una de las caractersticas principales de la cultura melanesia... Algunas aldeas de las islas del Almirantazgo, que no tienen alfarera, intercambian sus productos por una cantidad de cacharros que exceden por lejos la que ellos pueden utilizar". Otros, "arrastrados por el amor desmesurado al intercambio, cambian incluso el agua de sus hbitats respectivos y la transportan a su casa para cocinar sus alimentos".

Nada autoriza hoy a negar a semejantes hechos un alcance general. Los materiales intercambiados son, en primer lugar, smbolos de una interrelacin que ellos establecen. Es por esto que, frecuentemente, se difiere la reciprocidad del don que, al equilibrar la balanza y liberar a los socios de todo compromiso, pone fin, al menos provisoriamente, al intercambio entre ellos. El contrato de intercambio se va desarrollando entonces a lo largo del tiempo, como una conversacin cuyos interlocutores, en lugar de autentificar un documento nico, van firmando slo sus propias frases, certificando el valor de su propia moneda, y abriendo, por turno, a su socio, un crdito que sella la alianza entre ellos mediante la doble circulacin ininterrumpida de objetos a menudo intiles, pero portadores, incluso si responden a ciertas necesidades, de un valor sagrado ligado a la comunicacin que instauran. Sin embargo, esta cadena de intercambios corre el riesgo de romperse si la restitucin anula exactamente la deuda. En un circuito como el de la Kula, en el que se asocian naciones muy diferentes, nada impide la perpetuacin de los intercambios, nada amenaza en su funcionamiento la perennidad de las alianzas. La heterogeneidad cualitativa de los objetos de intercambio garantiza que ste se renueve. Pero las cosas son diferentes cuando los objetos intercambiados son producidos dentro de una misma civilizacin, con tcnicas de elaboracin idnticas para todos los socios. La restitucin suprime la alianza que el don haba establecido entre los individuos. En cuanto los materiales de intercambio se vuelven homogneos, ya sean idnticos en la restitucin o equivalentes en su cuantificacin en unidades de cuenta, el que paga despoja al intercambio de su funcin primera, poniendo fin brutalmente a la serie de discursos que hasta ese momento hacan de la expresin de un cierto nmero de individuos una polifona o, al menos, una prctica colectiva; comprometera los modos colectivos de la existencia si su "no debo nada ms a nadie" fuese definitivo y si no interviniesen de urgencia mecanismos reguladores. Hay dos ejemplos de estos mecanismos, tendentes ambos a prolongar los lazos de obligacin y la correlacin contractual ms all de la simple restitucin, que saltan a la vista. En efecto, no creo que la institucin del potlach (considerado en sentido estricto, dentro de las fronteras de la Columbia britnica, o a travs del conjunto de las economas "primitivas"), al establecer la obligacin de restituir ms y mejor de lo que se ha recibido, persiga otro fin que el de mantener abierto el discurso pblico, gracias a la amplitud de las sucesivas oscilaciones hacia uno y otro lado del punto de equilibrio del balance entre los socios; por otra parte, en Sumeria, cuando an no circulaba moneda alguna, el que peda un prstamo deba, al cabo de un ao, la bolsa de semillas que le haba sido dada y un tercio ms [4]. De este modo el donante estaba presente en la siembra y en la cosecha, abarcndolas con una solicitud inquieta y duradera. As, lo que nosotros slo conocemos bajo la forma degenerada de la usura, tenda a mantener la connivencia de las personas morales a lo largo de una temporalidad inscrita en la trama del contrato. La obligacin consuetudinaria de devolver ms de lo recibido proviene, ms que de la imitacin del crecimiento de los rebaos, bastante estpidamente invocada por la arqueologa clsica, de la necesidad de volver inalterables las alianzas y de certificarlas por medio de intercambios sin trmino.

Una arqueologa del intercambio demostrara, pues, con bastante facilidad que las relaciones econmicas fueron primero un discurso; el objetivo esencial de este discurso de poltica exterior, de esta interlocucin, era su propia perpetuacin; y sus medios eran objetos a menudo intiles y a veces tiles, correspondiendo slo estos ltimos a necesidades o excedentes de los que, sin embargo, nadie hubiera podido percatarse sin preguntas y respuestas previas, sin presentes bien o mal recibidos como lo demuestran los entregados en reciprocidad. Del mismo modo, las primeras monedas metlicas tuvieron valor de firma para la autentificacin de los contratos mucho antes de servir para medir su volumen; pero una desviacin considerable ha llegado a sustituir en las especies monetarias el valor de discurso por un valor de contabilidad, del mismo modo que el intercambio, que tenda esencialmente a la creacin de un tejido de interrelaciones y garantizaba su solidez, se fue despojando de su sentido sociolgico a travs de la circulacin de bienes de utilidad. As, la evolucin de la moneda y del valor de cambio, en la medida en que es posible reconstruirla, nos muestra el pasaje de una relacin sagrada entre grupos humanos, relacin cuyo tardo smbolo es el signo monetario, a una divinizacin idlatra del objeto simblico acompaada de la cada en desuso de las relaciones de discurso que este objeto haba establecido y mantenido. Esta evolucin da cuentas indudablemente de la qumica de lo sagrado en sus smbolos, o, para expresarlo mejor, de la sobrevaloracin por la cual los signos son separados de sus correlatos simblicos y privados de su eficacia sagrada.

Tal es el punto en que se encuentra el discurso econmico contemporneo: es una palabra que no remite sino a s misma, palabra que todo el mundo pronuncia y que no se dirige a nadie, palabra cuyo sentido se ha perdido y que arrastra interminablemente su estrpito por sobre las cabezas de aqullos que la profieren. La ruptura consumada entre el smbolo y la red de relaciones sociales que l designaba por abreviacin, la concomitante glorificacin del smbolo, privado de sus funciones activas, y la dilatacin singular de su rol en el funcionamiento social concurren para crear conglomerados humanos que deberan ser llamados no-civilizaciones, puesto que su actividad est totalmente consagrada a un culto que excluye las relaciones constitutivas de una sociedad o les concede apenas una carrera marginal. El objeto, la mercanca si se quiere, esa primera palabra a la que espontneamente recurrimos cuando estamos en el extranjero y nos encontramos una vez ms en la situacin de la infancia, el objeto est en crisis porque no transmite ms que las cifras que lo caracterizan, las parcelas de energa que constituyen su valor de uso, las propiedades abstractas que determinan su valor de cambio. Este ltimo demuestra, en el vocabulario de la economa poltica, que en el sentido pleno que los surrealistas dan a la palabra ningn intercambio tiene lugar: no hay sino cifras que se agitan para cambiar de columna en los llamados Libros Mayores.

Sera fastidioso y probablemente intil describir en su anatoma y filmar en su funcionamiento conjunto los mecanismos materiales, sociolgicos, religiosos y psicoanalticos que han llevado, en el curso de algunos siglos, a la economa humana a su situacin actual de insuperable charlatanera. S, los orgenes del capitalismo pueden quizs rastrearse en Lutero. S, Espartaco y Mnzer conocieron las angustias de la necesidad. Y sin duda el pensamiento alegrico, girando en el vaco en la incansable reformulacin de sus tautologas, suplant al pensamiento simblico durante el siglo XVI. Hoy, las esencias vehiculizadas por el objeto se han evaporado hasta tal punto que es el tonelaje de los camiones o de los petroleros el que sirve de patrn en el penoso desplazamiento de las sustancias muertas, cuyo valor de cambio a pruebas de que ha cesado todo verdadero intercambio. Una larga serie de descarros histricos ha convertido al objeto en una palabra sin realidad, y es quizs como reflejo de esto que las palabras del discurso pblico, que slo se dirigen a ese interlocutor abstracto que la poltica define como elector, la filosofa como trabajador y la catequesis como negro, aumentan a medida que su contenido se vuelve indiscernible.

La vacuidad del discurso pblico, su amplificacin gracias a las mquinas de incomunicacin, su incesante desarrollo en un espacio ajeno, absolutamente independiente de los hombres o de sus conversaciones, se corresponden con la autonoma del discurso econmico actual, el cual, a su vez, va aumentando de volumen a medida que deja de satisfacer interrelaciones y exige necesidades artificiales. El paralelismo de estas dos historias no es fortuito, pero no alienta pronsticos optimistas. La enfermedad de la palabra es apenas la manifestacin de una perversin ms completa, igualmente evidente a los ojos del economista, y que no permite atribuir demasiada eficacia a las intervenciones locales de los especialistas ante un problema cuyo alcance numrico se duplica cada treinta aos gracias a la salud de la poblacin. La actividad humana se desarrolla en provecho de una mquina que se ha desconectado de la sustancia humana. Al menos subsisten an ciertas ciudadelas prohibidas donde se practica el intercambio sin reparar en los valores de cambio, y donde la interlocucin prosigue, despus de todo como en el amor, negndose a correr tras la enunciacin objetiva de hechos indiferentes pero sacralizados con el nombre de verdad, y poniendo de manifiesto, en cambio, lo real en el ejercicio de la expresin colectiva y en la instalacin de los hilos conductores que sta implica. Lamentablemente, no es menos cierto que, apostadas a la orilla del trayecto histrico, estas ciudadelas, que fueron y siguen siendo los talleres de la expresin y las forjas del eterno Vulcano, han abandonado durante demasiado tiempo su tiempo de palabra a las bandadas de loros y a las tropillas de cerdos.

Vincent Bounoure

Traduccin del francs: Silvia Guiard

Notas:

(1). Es esto lo que afirma, por ejemplo, Jacques Attali, sobre la base de clculos aparentemente modestos, en La Parole et l'outil, Pars, P.U.F., 1975. Este trabajo de especialista rechaza, por su naturaleza, las apreciaciones profanas, y an cuando rechace el economismo, no deja de ser el rechazo de un economista. Si paso por alto el apresuramiento de la ejecucin, el libro de Attali me parece destacarse por numerosas apreciaciones nuevas, por frmulas cuyo bro habr deslumbrado sobre todo al autor (puesto que el proyecto de "sociedad implosiva" evoca un vaco cerebral ya demasiado difundido) y por un desconocimiento de la naturaleza de la comunicacin humana. Echar de menos una poca de no se sabe qu relacin directa de hombre a hombre, deplorar que esta relacin se establezca hoy a travs del objeto, implica negarles a las cosas, y por lo tanto a las palabras su sentido y sus propiedades mensajeras, para dejar apenas a los hombres, an si stos vivieran en sociedad, el gozo inexpresable de sus afectos.Por el contrario, es la transformacin progresiva del objeto-mensaje en objeto-pantalla e incluso en objeto-tapn lo que deba ser cuestionado.

(2). Sobre la Kula, ver de Malinowsky, Les Argonautes du pacifique occidental, Pars, Gallimard, 1963 y de Marcel Mauss el clebre Essai sur le don, L'Anne sociologique, 1923.24, incluido luego en Sociologie et anthropologie, Pars, P.U.F., 1950. Este texto se refiere igualmente al potlach, sobre el cual volvi Georges Bataille para importantes interpretaciones en La Part maudite, Pars, Ed. De Minuit, 1949.

(3) R. F. Fortune, Sorceres of Dobu, Londres, 1923, traducido al francs con el ttulo Sorciers de Dobu, Pars, Masro, 1972.

(4) Leonard Woollwy, Les sumriens, Pars, Payot, 1930.

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Revista SALAMANDRA, # 10. Torrecilla del Leal, 21, 1 izda. 28012 Madrid

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