gaudium et spes

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Documento del Concilio Vaticano II, 1965

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Constitucin Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy GAUDIUM ET SPES CONCILIO VATICANO II 7 diciembre 1965

PREMBULO Solidaridad de la Iglesia con toda la familia de los pueblos 1. El gozo y la esperanza, las penas y las angustias de los hombres de hoy, principalmente de los pobres y de todos los que sufren, son gozo y esperanza, penas y angustias tambin de los discpulos de Cristo, y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en sus corazones. Pues su comunidad est formada de hombres que, reunidos en Cristo, estn dirigidos por el Espritu Santo en su peregrinacin hacia el Reino del Padre y recibieron el mensaje de la salvacin para proponrselo a todos. Por eso se sabe en realidad ntimamente solidaria con el gnero humano y con su historia. A quin se dirige el Concilio 2. Por lo tanto, el Concilio Vaticano II, una vez investigado ms profundamente el misterio de la Iglesia, dirige su palabra sin vacilar no ya slo a los hijos de la Iglesia y a los que invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres, deseando exponer cmo concibe la presencia y la actividad de la Iglesia en el mundo de hoy. As, pues, pone sus ojos en el mundo de los hombres o la familia humana toda entera con el conjunto de cosas entre las que vive: el mundo, teatro de la historia del gnero humano, marcado por su laboriosidad, por sus derrotas y por sus victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, puesto, es verdad, bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, que quebrant el poder del Maligno, para que, segn el propsito de Dios, sea transformado y alcance la consumacin. Servicio que se le ofrece al hombre 3. Hoy da, el gnero humano, conmovido por la admiracin de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se plantea, con frecuencia, problemas angustiosos sobre la actual evolucin del mundo, sobre el lugar y el papel del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos y, finalmente, sobre el fin ltimo de las cosas y de los hombres. Por eso el Concilio, testigo y portavoz de la fe de todo el pueblo de Dios congregado por Cristo, no podra demostrar ms elocuentemente la solidaridad, el respeto y el amor de este pueblo a toda la familia humana en la que est inserto, que entablando con ella una conversacin acerca de1

aquellos problemas, aportando la luz tomada del Evangelio y poniendo a disposicin del gnero humano las fuerzas saludables que la misma Iglesia, conducida por el Espritu Santo, recibe de su Fundador. Es la persona del hombre lo que hay que salvar, y la sociedad humana la que hay que renovar. El hombre -y el hombre individual y completo, con cuerpo y alma, con corazn y conciencia, con inteligencia y voluntadser el eje de toda nuestra exposicin. Por eso el Santo Concilio, proclamando la altsima vocacin del hombre y afirmando la presencia en l de un germen divino, ofrece al gnero humano la sincera colaboracin de la Iglesia para establecer aquella fraternidad de todos que responda a esa vocacin. Ninguna ambicin terrena mueve a la Iglesia, sino que pretende una sola cosa: bajo la gua del Espritu Santo, continuar la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad1; para salvar, y no para condenar; para servir, y no para ser servido2. EXPOSICIN PRELIMINAR SITUACIN DEL HOMBRE EN EL MUNDO ACTUAL Esperanza y temor 4. Para lograr este intento, la Iglesia tiene, desde siempre, el deber de captar los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio; de tal modo que, con una forma adaptada a cada generacin, pueda dar respuesta a las constantes preguntas de los hombres acerca del sentido de la vida presente y de la futura y a la mutua relacin entre una y otra. Por lo tanto, es conveniente conocer y entender el mundo en que vivimos, as como sus esperanzas, sus aspiraciones y su manera de ser, a veces dramtica. Algunos de los principales rasgos del mundo actual se pueden esbozar del modo siguiente. El gnero humano est viviendo hoy un perodo nuevo de su historia, en el que cambios profundos y rpidos se extienden progresivamente al universo entero. Provocados por la inteligencia y la actividad creadora del hombre, sobre el mismo hombre repercuten, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su manera de pensar y de comportarse para con las cosas y para con los hombres. Hasta el punto de que podemos hablar de una verdadera transformacin social y cultural, que influye incluso en la vida religiosa. Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformacin lleva consigo no pequeas dificultades. As, aunque el hombre ampla los lmites de su poder, sin embargo, no siempre es capaz de mantenerlo sometido a su servicio. Se esfuerza en penetrar ms profundamente en lo ms ntimo de su espritu, pero con frecuencia parece ms incierto sobre s mismo. Va descubriendo paulatinamente con mayor claridad las leyes de la vida social, pero acaba dudando de la orientacin que se le debe dar. Jams el gnero humano tuvo a su disposicin tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder econmico; y, sin embargo, todava una enorme parte de los habitantes de la Tierra sufren hambre y necesidad, y son muchedumbre los analfabetos. Jams tuvieron los hombres como hoy un sentido tan agudo de la libertad, y mientras tanto estn1 2

Cf. Ioh 18,37. Cf. Ioh 3,17; Mt 20,28; Mc 10,45.

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surgiendo nuevos estilos de servidumbre social y psquica. Mientras el mundo siente tan a lo vivo su unidad y la dependencia mutua de los individuos en una ineludible solidaridad, se ve desmembrado gravsimamente por fuerzas antagnicas; pues perduran todava atroces discordias polticas, sociales, econmicas, raciales e ideolgicas, e incluso existe el peligro de una guerra que podra destruirlo todo desde los cimientos. Mientras aumenta el intercambio de ideas, las mismas palabras con que se expresan conceptos de enorme importancia adquieren sentidos bien diversos en las distintas ideologas. Por ltimo, se busca con ahnco un orden temporal ms perfecto, y no progresa proporcionalmente el desarrollo espiritual. Trastornados por tan complejas circunstancias, muchos de nuestros contemporneos estn incapacitados para discernir acertadamente los valores eternos y, al mismo tiempo, para concertarlos con los nuevos descubrimientos. De ah que, zarandeados entre la esperanza y la angustia, les atormenta la inquietud, preguntndose sobre la evolucin actual del mundo. Y esta evolucin del mundo desafa al hombre e incluso le fuerza a tener que dar una respuesta. Los cambios profundos 5. La perturbacin actual de los espritus y la transformacin de las condiciones de vida estn vinculadas con una revolucin de ms envergadura, por la que se tiende a que en la formacin de los espritus tengan una mayor preponderancia las ciencias matemticas y las naturales o las que tratan del hombre mismo, y en el orden prctico, las tcnicas que de ellas derivan. Esta mentalidad cientfica moldea de un modo distinto al de antes el ambiente cultural y la manera de pensar. La tcnica progresa de tal modo que tiende a transformar la faz de la tierra y ya intenta conquistar el espacio ultraterrestre. Incluso sobre el tiempo extiende su imperio el intelecto humano: sobre el pasado por el conocimiento de la historia, sobre el futuro por la prospectiva y la planificacin. El progreso de las ciencias biolgicas, psicolgicas y sociales no slo contribuye a que el hombre se conozca mejor, sino que tambin le ayuda a influir directamente en la vida de las sociedades empleando mtodos tcnicos. Al mismo tiempo, el gnero humano se empea ms y ms en planificar y encauzar su propio incremento demogrfico. El mismo acontecer histrico alcanza una aceleracin tal, que los individuos apenas si pueden seguirlo. La colectividad humana corre una misma suerte y ya no se diversifica en varias historias separadas. As, el gnero humano va pasando de una concepcin ms bien esttica del orden de las cosas a una concepcin ms dinmica y evolutiva; de ah brota una nueva y enorme complejidad de problemas, que exige nuevos anlisis y nuevas sntesis. Cambios en el orden social 6. Por eso mismo las comunidades locales tradicionales, como las familias patriarcales, los clanes, las tribus, las aldeas, las diferentes agrupaciones y las relaciones sociales, sufren cada vez cambios ms profundos. El tipo de sociedad industrial se va difundiendo poco a poco, llevando a algunas naciones a la opulencia econmica y transformando hondamente las concepciones y las condiciones ancestrales de la vida social. De igual manera, la vida de las ciudades y el3

atractivo que ejerce se incrementan o por el aumento de sus habitantes, o por el movimiento que extiende hasta las zonas rurales el estilo de vida de la ciudad. Nuevos y ms eficaces instrumentos de comunicacin social contribuyen a dar a conocer los acontecimientos y a difundir con gran rapidez y con gran alcance las ideas y los sentimientos, provocando mil repercusiones en cadena. Y no se puede menospreciar el hecho de la gran cantidad de hombres que, por causas diversas, deben cambiar su manera de vivir al verse obligados a emigrar. As las relaciones del hombre con sus semejantes se multiplican sin cesar, y esa "socializacin" lleva a su vez a nuevas relaciones, y, sin embargo, no siempre se da la correspondiente madurez de la persona ni se dan unas relaciones verdaderamente personales (personalizacin). Esta evolucin se ve con mayor claridad en las naciones que disfrutan ya de las ventajas de un progreso econmico y tcnico, pero tambin toma cuerpo en los pueblos en vas de desarrollo que desean obtener para sus regiones las ventajas de la industrializacin y de la urbanizacin. Estos pueblos, en especial los de tradiciones ms antiguas, sienten tambin el impulso hacia un ejercicio ms maduro y ms personal de la libertad. Cambios psicolgicos, morales y religiosos 7. El cambio de las mentalidades y de las estructuras pone en cuestin con frecuencia los valores tradicionales, sobre todo, por parte de los jvenes, que muchas veces se impacientan e incluso se rebelan con inquietud y, conscientes de su propia importancia en la vida social, quieren tomar parte en ella cuanto antes. De ah que no sea raro que los padres y los educadores encuentren cada vez mayores dificultades para llevar a cabo sus obligaciones. Cierto que las instituciones, las leyes y la manera de pensar y de sentir que nuestros antepasados nos han transmitido no parecen adaptarse siempre bien al actual estado de cosas; de ah la grave confusin en el comportamiento y en las mismas normas de conducta. Por ltimo, las nuevas circunstancias afectan a la misma vida religiosa. Por una parte, un espritu crtico ms agudizado la purifica de una concepcin mgica del mundo y de las supersticiones que an perviven y exige cada vez ms una adhesin personal y activa a la fe, lo cual hace que no pocos alcancen un sentido ms vivo de Dios. Pero, por otra parte, muchedumbres cada vez ms numerosas abandonan prcticamente la religin. Al revs que en tiempos pasados, ya no es nada inslito o particular negar a Dios o a la religin, o desentenderse de ello: pues hoy no es raro presentar esa postura como una exigencia del progreso cientfico o del nuevo humanismo. Todo esto en muchos lugares no solamente se expresa en las opiniones de los filsofos, sino que tambin inspira las letras, las artes, la interpretacin de las ciencias humanas e histricas y las mismas leyes civiles, de manera que muchos estn confusos. Los desequilibrios del mundo actual 8. Un cambio tan rpido, que frecuentemente avanza sin orden, y tambin la misma conciencia ms agudizada de las discrepancias que se dan en el mundo, originan y aumentan contradicciones y desequilibrios.4

En la persona misma surge con frecuencia un desequilibrio entre la inteligencia prctica moderna y la forma de pensamiento terico, que no logra dominar ni ordenar vlidamente en una sntesis el conjunto de sus conocimientos. Surge igualmente el desequilibrio entre el afn de eficiencia prctica y las exigencias de la conciencia moral, y tambin muchas veces entre las condiciones de la vida colectiva y la necesidad de un pensamiento personal e incluso de meditacin. Surge, por ltimo, el desequilibrio entre la especializacin de la actividad humana y la visin universal de las cosas. Y en la familia surgen tensiones o de las agobiantes condiciones demogrficas, econmicas y sociales, o de los conflictos entre las generaciones que se van sucediendo, o de las nuevas relaciones sociales entre hombres y mujeres. Tambin surgen grandes discrepancias entre las razas e incluso entre las diversas clases de la sociedad; entre las naciones ricas y las menos capaces y las pobres; finalmente, entre las instituciones internacionales, nacidas de los deseos de paz de los pueblos, y la ambicin de difundir las propias ideologas o la codicia colectiva que hay en las naciones y en otras agrupaciones. De ah la mutua desconfianza y la enemistad, los conflictos y quebrantos, de los que el hombre mismo es causa y vctima a la vez. Las aspiraciones ms universales del gnero humano 9. Mientras tanto, va creciendo la conviccin de que el gnero humano no slo puede y debe reafirmar cada da ms su dominio sobre las cosas creadas, sino que, adems, le corresponde determinar un orden poltico, social y econmico que sirva cada vez mejor al hombre y ayude al individuo y a la colectividad a afirmar y cultivar su propia dignidad. Por eso muchos exigen con energa los bienes de los que se consideran con viva conciencia privados por injusticia o por una distribucin no equitativa. Las naciones en vas de desarrollo, as como las recientemente independizadas, aspiran a participar en los beneficios de la civilizacin moderna no slo en el terreno poltico, sino tambin en el econmico, y a desempear con libertad su papel en el mundo; mientras que, sin embargo, cada da aumenta su distancia y con frecuencia su dependencia incluso econmica de las otras naciones ms ricas que progresan ms rpidamente. Los pueblos hambrientos piden cuentas a los ricos. Las mujeres reclaman para s, donde todava no lo han conseguido, la igualdad de derecho y de hecho con los hombres. Los trabajadores y los campesinos quieren no slo ganarse el sustento, sino desarrollar sus dotes personales por medio del trabajo e incluso participar en el ordenamiento de la vida econmica, social, poltica y cultural. Ahora, por primera vez en la historia humana, todos los pueblos estn ya convencidos de que los beneficios de la cultura pueden y deben realmente extenderse a todos. Pero bajo todas estas exigencias late una ms profunda y universal ambicin: las personas y las colectividades tienen sed de una vida plena y libre, digna del hombre, sometiendo a su servicio todo lo que el mundo de hoy puede ofrecerles tan abundantemente. Adems, las naciones se esfuerzan cada vez con ms empeo en lograr una comunidad universal. En esta situacin, el mundo actual aparece al mismo tiempo poderoso y dbil, capaz de llevar a cabo lo mejor o lo peor, segn se encamine hacia la libertad o la servidumbre, hacia el progreso o el retroceso, hacia la fraternidad o el odio. Aparte de5

esto, el hombre se da cuenta de que a l le corresponde orientar rectamente las fuerzas que l mismo ha desatado, y que pueden destruirle o servirle. Por eso se pregunta a s mismo. Los ms profundos interrogantes del gnero humano 10. Realmente, los desequilibrios en los que se debate el mundo actual estn en conexin con ese otro desequilibrio ms fundamental que tiene su raz en el corazn del hombre. Pues en el interior del hombre mismo varios elementos pugnan entre s, ya que, mientras por una parte, como criatura, se sabe limitado de muchas maneras, por otra, sin embargo, se siente ilimitado en sus aspiraciones y llamado a una vida superior. Atrado por mltiples solicitaciones, continuamente tiene que escoger algunas de ellas y renunciar a otras. Es ms, dbil y pecador, con frecuencia hace lo que no quiere y lo que quiere no lo hace3. Por eso sufre en s mismo una escisin de la que nacen tambin tantas y tan grandes discordias en la sociedad. Cierto que muchos cuya vida se ha contagiado de materialismo prctico estn lejos de advertir esta situacin dramtica, o bien, agobiados por la miseria, estn incapacitados para prestarle atencin. Muchos creen encontrar sosiego en la posibilidad de interpretar las cosas de un modo diferente. Y otros esperan la verdadera y total liberacin del gnero humano slo del esfuerzo del hombre y estn persuadidos de que un futuro imperio del hombre sobre toda la tierra les va a colmar todos los deseos del corazn. Y no faltan quienes, sin esperanza de encontrarle un sentido a la vida, alaban la osada de los que, creyendo que la existencia humana carece de cualquier significacin propia, se afanan por darle todo significado slo a base del propio ingenio. No obstante, ante la actual evolucin del mundo, son cada da ms numerosos quienes plantean cuestiones extremadamente fundamentales o las orientan con nuevo apremio: Qu es el hombre? Cul es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que siguen existiendo a pesar de tanto como se ha progresado? Para qu esas victorias conseguidas a tan gran precio? Qu puede el hombre aportar a la sociedad, qu puede esperar de ella? Qu habr despus de esta vida terrestre? Pero la Iglesia cree que Cristo, que muri y resucit por todos4, ofrece al hombre luz y fuerzas, por medio del Espritu Santo, para que pueda responder a su vocacin; y que no se les ha dado a los hombres otro nombre bajo el cielo por el que puedan salvarse 5. Igualmente, cree que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentran en su Seor y Maestro. Adems, la Iglesia afirma que en el fondo de todos los cambios hay muchas cosas que no cambian, que tienen su ltimo fundamento en Cristo, que es el mismo ayer y hoy y por todos los siglos6. As, pues, bajo la luz de Cristo, Imagen de Dios invisible, Primognito de toda criatura7, el Concilio intenta hablar a todos para ilustrar el misterio del hombre y para contribuir a encontrar solucin a los principales problemas de nuestro tiempo.

3 4 5 6 7

Cf. Rom 7,14 y ss. Cf. 2 Cor 5,15. Cf. Act 4,12. Cf. Heb 13,8. Cf. Col 1,15.

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PARTE I LA IGLESIA Y LA VOCACION DEL HOMBRE Responder a los impulsos del Espritu 11. El Pueblo de Dios, movido por la fe que le lleva a creer que el Espritu del Seor que llena el universo lo gua en los acontecimientos, en las exigencias y en los deseos que comparte con los dems hombres de nuestro tiempo, se esfuerza por discernir cules son en ellos las verdaderas seales de la presencia o del designio de Dios. Pues la fe alumbra con luz nueva todas las cosas y pone de manifiesto el propsito de Dios con respecto a la vocacin integral del hombre, y, por lo tanto, orienta al espritu hacia soluciones plenamente humanas. El Concilio se propone, en primer lugar, examinar bajo esa luz los valores que hoy ms se estiman y conectarlos con su fuente divina. Esos valores, en cuanto que proceden del ingenio humano ayudado por Dios, son muy buenos; pero no es raro que se desven de su correcta orientacin por la corrupcin del corazn del hombre, de manera que necesitan purificarse. Qu piensa la Iglesia del hombre? Qu cosas son aconsejables para edificar la sociedad actual? Cul es el significado ltimo de la actividad humana en el universo? Se espera la respuesta a estas preguntas. A travs de ellas se ver con mayor evidencia que el pueblo de Dios y el gnero humano, en el que est inmerso, se prestan un servicio recproco, de modo que la misin de la Iglesia aparecer como misin religiosa y por eso mismo profundamente humana. Captulo I LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA El hombre, imagen de Dios 12. Segn el parecer casi unnime de creyentes y no creyentes, todo lo que hay en la tierra se ordena al hombre como centro y cima. Y qu es el hombre? Muchas opiniones ha propuesto y propone sobre s mismo, diversas y hasta contrarias, en las cuales con frecuencia se exalta como regla absoluta o se rebaja hasta la desesperacin, y por eso duda y se angustia. La Iglesia, advirtiendo estas contradicciones, aleccionada por revelacin de Dios, puede darles una respuesta por la que se precise la verdadera condicin del hombre, se expliquen sus debilidades y al mismo tiempo puedan conocerse correctamente su dignidad y su vocacin. Las Sagradas escrituras ensean que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", capaz de conocer y amar a su Creador puesto por El como seor de todas las criaturas de la tierra8, para mandar en ellas y usarlas dando gloria a Dios 9. Qu es el hombre para que pienses en l? O qu es el hijo del hombre para que te ocupes de l? Lo has hecho apenas inferior a los ngeles, lo has coronado de gloria y honor y le diste el seoro sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies (Ps 8,5-7).8 9

Cf. Gen 1,26; Sap 2,23. Cf. Eccli 17,3-10.

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Pero Dios no cre al hombre solo: pues desde el primer momento los cre hombre y mujer (Gen 1,27), de cuya unin hizo la primera expresin de una comunidad de personas. El hombre es, por su propia naturaleza, un ser social, y sin las relaciones con los dems ni puede vivir, ni puede desarrollar sus cualidades. Y Dios, como tambin leemos en los Libros Sagrados, mir todo lo que haba hecho y todo era muy bueno (Gen 1,31). El pecado 13. Sin embargo, el hombre constituido por Dios en estado de inocencia, ya en el comienzo de la historia abus de su libertad, inducido por el Maligno, alzndose contra Dios y pretendiendo alcanzar su fin fuera de Dios. A pesar de haber conocido a Dios, no le dieron gloria como a Dios, sino que se enturbi su loco corazn y se sometieron a las criaturas antes que al Creador10. Lo que nos ensea la Revelacin divina coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al observar su corazn, echa de ver que tambin est inclinado hacia el mal y sumergido en una multitud de maldades que no pueden venir de su Creador, que es bueno. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, quiebra tambin el recto orden hacia su fin ltimo y, al mismo tiempo, toda su orientacin hacia s mismo o hacia los otros hombres y hacia todas las cosas creadas. Luego, el hombre est en s mismo dividido. Por eso toda la vida de los hombres, individual o colectivamente, se presenta como una lucha dramtica entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. El hombre incluso se encuentra incapaz de combatir por s mismo con eficacia los ataques del mal. Pero el Seor mismo vino para liberar al hombre y darle fuerzas, renovndole en su interior y expulsando fuera al prncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), que le sujetaba a la servidumbre del pecado11. El pecado empequeece al hombre mismo, apartndole de la plenitud que debera alcanzar. A la luz de esta Revelacin encuentran su razn ltima la sublime vocacin y al mismo tiempo la profunda miseria de que los hombres tienen experiencia. La constitucin del hombre 14. Siendo uno en cuerpo y alma, el hombre rene en s, por su misma condicin corporal, los elementos del mundo material de manera que, a travs de l mismo, alcanzan su cumbre y elevan la voz en una libre alabanza del Creador12. Luego no es lcito al hombre menospreciar la vida corporal, sino que, al contrario, tiene que considerar su cuerpo como algo bueno y digno de respeto, puesto que est creado por Dios y ha de resucitar en el ltimo da. No obstante, herido por el pecado, siente las rebeldas del cuerpo. La dignidad humana, por consiguiente, reclama que le d gloria a Dios en su cuerpo13, sin dejarle someterse a las malas inclinaciones de su corazn. El hombre no se equivoca cuando se ve superior a las cosas corporales y no se considera a s mismo solamente como una pequea parte de la naturaleza o como un elemento annimo de la ciudad humana. Gracias a su interioridad, sobrepuja al mundo10 11 12 13

Cf. Rom 1,21-25. Cf. Ioh 8,34. Cf. Dan 3,57-90. Cf. 1 Cor 6,13-20.

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de las cosas, y es capaz de llegar a esas profundidades cuando se vuelve hacia su corazn, donde le espera Dios, que sondea los corazones14, y donde l mismo, bajo la mirada de Dios, decide su propia suerte. Y as, al descubrir en s mismo un alma espiritual e inmortal, no se engaa con un falaz producto de su imaginacin, explicable slo por las condiciones fsicas y sociales, sino que, por el contrario, alcanza la profunda verdad de lo real. Dignidad de la inteligencia, verdad y sabidura 15. Tiene razn el hombre, que participa de la luz de la inteligencia divina, al verse superior por esa inteligencia suya al mundo universal. A fuerza de ejercitar infatigable su ingenio, siglo tras siglo, ha avanzado ciertamente en las ciencias experimentales, en la tcnica y en las artes liberales. En nuestros tiempos, principalmente en la investigacin y el sometimiento del mundo material, ha obtenido notables xitos. Siempre, sin embargo, ha buscado y encontrado una verdad ms profunda. Pues la inteligencia no puede limitarse a estudiar solamente los fenmenos, sino que es capaz de alcanzar la realidad inteligible con certeza verdadera, aunque, como consecuencia del pecado, est, en parte, oscurecida y debilitada. La naturaleza inteligente de la persona humana se perfecciona y se debe perfeccionar por la sabidura, que empuja con suavidad la mente del hombre hacia la bsqueda y el amor de la verdad y del bien, y, penetrado por ella, el hombre es guiado a travs de las cosas visibles hacia las cosas invisibles. Nuestro tiempo, ms que los tiempos pasados, necesita de esa sabidura para humanizar ms todas las cosas nuevas que el hombre va descubriendo. Est en peligro el destino futuro del mundo, a no ser que surjan hombres ms sabios. Adems, es de notar que muchas naciones -pobres en medios econmicos, pero ricas en sabidurapueden prestar a las otras un servicio enorme. Por un don del Espritu Santo, el hombre llega con la fe a contemplar y a saborear el misterio del designio divino15. Dignidad de la conciencia moral 16. En lo hondo de la conciencia, el hombre descubre una ley que l no se da a s mismo, a la que debe obedecer, y cuya voz le llama siempre a amar el bien y hacerlo y a evitar el mal, dejando percibir, cuando hace falta, en los odos del corazn: haz esto, evita aquello. Pues el hombre tiene una ley que Dios le ha escrito en su corazn, su propia dignidad consiste en obedecerla, y segn ella ser juzgado16. La conciencia es el centro ms secreto y el santuario del hombre, en donde est a solas con Dios, cuya voz se hace or en lo ms ntimo17. La conciencia da a conocer de manera maravillosa la ley que tiene su cumplimiento en el amor de Dios y del prjimo18. Por su fidelidad a la14 15 16 17

Cf. 1 Reg 16,7; Ier 17,10. Cf. Eccli 17,7-8. Cf. Rom 2,14-16.

Cf. Po XII, Radiomensaje acerca de la formacin de la conciencia cristiana en los jvenes, 23 mar. 1952: AAS 44 (1952) 271.18

Cf. Mat 22,37-40; Gal 5,14.

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conciencia, los cristianos se unen a los dems hombres en la bsqueda de la verdad y para dar solucin en la verdad a tantos problemas morales como se plantean tanto en la vida de los individuos como en las relaciones sociales. Por consiguiente, cuanto ms predomine la conciencia recta, tanto ms se alejarn las personas y las comunidades del ciego arbitrio y buscarn adaptarse a las normas objetivas de la moralidad. Sin embargo, a veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por ello pierda su dignidad. Esto no se puede decir, en cambio, cuando el hombre se preocupa bien poco de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se va casi cegando por la costumbre de pecar. Grandeza de la libertad 17. Pero el hombre no puede orientarse hacia el bien si no es libremente; libertad que nuestros contemporneos encomian y buscan ardientemente, y con toda razn. Sin embargo, con frecuencia la fomentan de mala manera, como licencia para hacer cualquier cosa con tal que sea agradable, incluso el mal. Pero la verdadera libertad es una seal privilegiada de la semejanza del hombre con Dios. Pues quiso Dios dejar al hombre a merced de su propia decisin19, de modo que busque espontneamente a su Creador y que llegue libremente a la plena y feliz perfeccin unindose a El. Por lo tanto, la dignidad del hombre le exige actuar de acuerdo con una eleccin consciente y libre, es decir, personalmente movido e inducido desde dentro, y no bajo un ciego impulso interno o bajo la sola coaccin externa. El hombre consigue esta dignidad cuando, liberndose de toda esclavitud de las pasiones, tiende a su fin con una libre eleccin del bien y se procura los medios adecuados con eficacia y con diligente empeo. Pero la libertad del hombre, herida por el pecado, no puede conseguir esta orientacin hacia Dios con plena eficacia si no es con la ayuda de su gracia. Y cada uno tendr que dar cuenta de su propia vida ante el tribunal de Dios, segn haya hecho el bien o el mal20. El misterio de la muerte 18. Ante la muerte, el enigma de la condicin humana alcanza su punto lgido. El hombre se atormenta no slo por el dolor y por la progresiva disolucin del cuerpo, sino tambin, e incluso ms, por el temor de apagarse para siempre. Y, por un instinto de su corazn, piensa bien cuando detesta y le repugna una ruina total y una prdida definitiva de su persona. La semilla de eternidad que en s mismo lleva, y que es irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte. Todos los logros de la tcnica, por muy tiles que sean, nada sirven para calmar la angustia del hombre: pues la prolongacin de la longevidad biolgica no puede satisfacer el deseo de una vida futura que est enraizado en su corazn y no se puede arrancar. Aunque ante la muerte cualquier imaginacin desfallece, la Iglesia, no obstante, aleccionada por la Revelacin divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, ms all de los lmites de la miseria terrestre. Adems, la fe cristiana ensea que la muerte, de la que el hombre se habra librado si no hubiese pecado21,19 20 21

Cf. Eccli 15,14. Cf. 2 Cor 5,10. Cf. Sap 1,13; 2,23-24; Rom 5,21; 6,23; Iac 1,15.

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ser vencida cuando el hombre sea restablecido en la salvacin, que por su culpa perdi, por el Salvador todopoderoso y misericordioso. Dios llam al hombre y le llama a que se una a El con su naturaleza entera en una perpetua comunin de la vida divina incorruptible. Esta victoria la consigui Cristo, al librar al hombre de la muerte por su muerte, resucitando a la vida22. La fe, presentada con slidos argumentos a cualquier hombre que reflexiones, le ofrece una respuesta a su angustia sobre el destino futuro, y le brinda al mismo tiempo la posibilidad de una comunin en Cristo con los hermanos queridos que han sido ya arrebatados por la muerte, infundindonos la esperanza de que han alcanzado la verdadera vida al lado de Dios. Formas y races del atesmo 19. La ms alta razn de la dignidad humana est en la vocacin del hombre a la comunin con Dios. Ya desde su nacimiento el hombre est invitado a un dilogo con Dios, pues no existe sino porque, creado por el amor de Dios, tambin gracias al amor sigue existiendo; y no vive plenamente segn la verdad si no reconoce libremente ese amor y se entrega a su Creador. Sin embargo, muchos de nuestros contemporneos no perciben en absoluto esta ntima y vital unin con Dios o la rechazan explcitamente, de manera que el atesmo se ha de contar entre las gravsimas realidades de nuestro tiempo y se ha de someter a una consideracin muy seria. Con la palabra atesmo se designan fenmenos muy diversos. Mientras que por unos se niega a Dios expresamente, otros opinan que el hombre no puede absolutamente afirmar nada acerca de El, y otros someten a examen la cuestin de Dios con un mtodo tal, que la hace parecer como carente de sentido. Hay muchos que, traspasando indebidamente los lmites de las ciencias positivas, o sostienen que todo se explica por la sola razn cientfica, o, por el contrario, ya no admiten ninguna verdad absoluta. Algunos exaltan de tal manera al hombre, que la fe en Dios queda desvirtuada, parecen ms inclinados a afirmar al hombre que a negar a Dios. Otros se representan a Dios de tal manera, que esa imagen que repudian no es de ningn modo el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean problemas acerca de Dios, ya que parecen no sentir inquietud religiosa y ni siquiera ven por qu se han de preocupar por la religin. Aparte de esto, el atesmo surge con frecuencia o de una violenta protesta contra el mal que existe en el mundo, o del carcter absoluto que se concede indebidamente a determinados bienes humanos de manera que llegan a colocarse en el lugar de Dios. La misma civilizacin actual -no por s misma, sino porque est demasiado ligada a las realidades de la tierra-, puede, a menudo, hacer ms difcil el acercarse a Dios. Desde luego que quienes voluntariamente apartan a Dios de su corazn y procuran soslayar los problemas religiosos no estn libres de culpa, puesto que no siguen el dictamen de su conciencia; pero incluso los mismos creyentes tienen a veces tambin alguna responsabilidad en esto. Pues el atesmo, considerado en su conjunto, no es un fenmeno originario, sino ms bien derivado de diversas causas, entre las que se cuenta el juicio crtico contra las religiones y, en algunos lugares, en particular contra la religin cristiana. Por consiguiente, en esa gnesis del atesmo los creyentes pueden tener una participacin no pequea, puesto que, al descuidar la educacin de la fe, o al exponer errneamente la doctrina, o incluso por las deficiencias de su vida religiosa, moral y social, hay que decir que han ocultado el verdadero rostro de Dios y de la religin, en vez de mostrarlo.22

Cf. 1 Cor 15,56-57.

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El atesmo sistemtico 20. El atesmo moderno tambin ofrece con frecuencia una forma sistemtica, que, excepcin hecha de otras causas, incita el deseo de autonoma del hombre hasta el punto de poner en cuestin toda dependencia de Dios. Quienes profesan tal atesmo sostienen que la libertad consiste en que el hombre es fin de s mismo, artfice nico y demiurgo de su propia historia, lo cual no se compagina con el reconocimiento de un Seor, autor y fin de todas las cosas, o por lo menos hace totalmente superflua tal afirmacin. Esta doctrina puede verse reforzada por el sentimiento de podero que el progreso tcnico actual le da al hombre. Entre las formas del atesmo actual no se puede olvidar la que hace referencia a la liberacin del hombre a partir, principalmente, de su emancipacin econmica y social. Y se pretende que a esta liberacin se opone la religin por su misma naturaleza, puesto que, al despertar en el hombre la esperanza en una vida futura e ilusoria, le aparta de la edificacin de la ciudad terrestre. De ah que los partidarios de esta doctrina, cuando llegan al poder pblico, combaten violentamente la religin, difundiendo el atesmo y empleando, principalmente en la educacin de los jvenes, incluso aquellos medios de presin de que dispone el poder pblico. Actitud de la Iglesia ante el atesmo 21. La Iglesia, fiel a Dios y a los hombres, no puede dejar de desaprobar dolorosamente, como ya antes de ahora las ha desaprobado23, esas doctrinas y esas tcticas perniciosas que van contra la razn y contra la experiencia comn humana y degradan al hombre de su innata excelencia. Con todo, intenta descubrir las causas profundas de la negacin de Dios en la mente de los ateos y, dndose cuenta de la importancia de las cuestiones que plantea el atesmo e impulsada por la caridad hacia todos los hombres, considera que se han de someter a un serio y ms profundo examen. La Iglesia sostiene que el reconocer a Dios no se opone de ningn modo a la dignidad del hombre, puesto que esa dignidad se funda y se perfecciona precisamente en Dios: el hombre es constituido inteligente y libre en la sociedad por Dios Creador; pero, sobre todo, est llamado como hijo a la comunin con Dios y a participar de su misma felicidad. Adems, ensea que por la esperanza en el ms all no slo no se disminuye la importancia de los quehaceres terrestres, sino que ms bien se refuerza su cumplimiento con nuevos motivos. Por el contrario, al faltar el fundamento divino y la esperanza de la vida eterna, la dignidad del hombre se daa seriamente, como se ve con frecuencia hoy, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, siguen sin solucin, de modo que con frecuencia los hombres caen en la desesperacin. Mientras tanto, todo hombre sigue siendo para s mismo un problema irresuelto, confusamente vislumbrado. Nadie puede rehuir totalmente la mentada pregunta en determinados acontecimientos de la vida. A esta cuestin slo Dios, que llama al hombre a ms altos pensamientos y a una bsqueda ms humilde, puede responder plenamente y con toda certeza.Cf. Po XI, Enc.. Divini Redemptoris: AAS 29 (1937) 65-106; Po XII, Enc. Ad Apostolorum Principis: AAS 50 (1958) 601-614; Juan XXIII, Enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 451-453; Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam: AAS 56 (1964) 651-653.23

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El remedio para el atesmo se ha de esperar bien de la doctrina convenientemente expuesta, bien de la integridad de la vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia le corresponde hacer presente y como visible a Dios Padre y a su Hijo encarnado, renovndose y purificndose sin cesar bajo la direccin del Espritu Santo24. Eso se consigue, principalmente, por el testimonio de una fe viva y madura, es decir, educada de manera que pueda descubrir con lucidez las dificultades y superarlas. De esta fe numerosos mrtires dieron y dan un testimonio insigne. Y esta fe debe demostrar su fecundidad penetrando la vida entera, hasta la profana, de los creyentes, y movindolos a ser justos y a amar, en especial a los necesitados. Por ltimo, para manifestar la presencia de Dios ayuda mucho la caridad fraterna de los fieles, que con un mismo espritu colaboran en la fe del Evangelio25 y se presentan como un smbolo de unidad. La Iglesia, aunque rechaza totalmente el atesmo, sin embargo, est sinceramente convencida de que debe ayudar a todos los hombres, creyentes y no creyentes, para que edifiquen como es debido este mundo en el que viven juntos; y ciertamente esto no se puede hacer sin un sincero y prudente dilogo. En consecuencia, lamenta la discriminacin entre creyentes y no creyentes que hacen con injusticia algunos gobernantes, ignorando los derechos fundamentales de la persona humana. Para los creyentes reclama una libertad activa para que se les permita construir el templo de Dios tambin en este mundo. Y a los ateos los invita a que con un corazn abierto consideren el Evangelio de Cristo. La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje concuerda con los ms ntimos deseos del corazn humano cuando defiende la dignidad de la vocacin humana, devolviendo la esperanza a quienes ya desesperan de una suerte mejor. Su mensaje, lejos de empequeecer al hombre, infunde luz, vida y libertad en su provecho; y ningn otro puede llenar el corazn del hombre: Nos hiciste para Ti, Seor, y nuestro corazn no descansa hasta que descanse en Ti26. Cristo, el Hombre nuevo 22. En realidad, el misterio del hombre no se ilumina verdaderamente, sino en el misterio del Verbo encarnado. El primer hombre, Adn, era figura del hombre que haba de venir27, es decir, de Cristo Seor. Cristo, el nuevo Adn, en la revelacin misma del misterio del Padre y de su amor, muestra plenamente lo que es el hombre al hombre mismo y le hace ver su vocacin sublime. Nada hay, pues, de extrao en que las verdades citadas encuentren en El su fuente y en El alcancen su cumbre. El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15)28, es tambin el hombre perfecto, que restituy a los hijos de Adn la semejanza divina, deformada desde el primer pecado. Porque en El la naturaleza humana ha sido asumida y no absorbida29, por eso tambin en24 25 26

Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, n.8. Cf. Phil 1,27. San Agustn, Confesiones, 1,1.

27 Cf. Rom 5, 14; TERTULIANO, De carnis resurrectione, 6: Las formas que adoptaba el barro daban a entender el Cristo hombre futuro. PL. 2, 802 (848); CESEL, 47, p. 33, I. 12-I3. 28 29

Cf. 2 Cor 4,4.

Cf. CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO II, cap. 7: Ni el Dios Verbo transmudado en naturaleza carnal, ni la carne trasladada a naturaleza del Verbo: D 219 (428). Cf. tambin CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO III: Pues as como su santsima e inmaculada carne animada no se perdi

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nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime. El mismo Hijo de Dios se uni en cierto modo con cada hombre por su encarnacin. Con manos humanas trabaj, con una mente humana pens, con voluntad humana obr30, con corazn de hombre am. Nacido de Mara Virgen, se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado31. Cordero inocente mereci para nosotros la vida derramando libremente su sangre y en l Dios nos reconcili consigo y entre nosotros mismos 32y nos arranc de la esclavitud del diablo y del pecado, y as cada uno de nosotros puede decir con el Apstol: el Hijo de Dios me am y se entreg por m (Col 2,20). Al padecer por nosotros, no slo nos dio ejemplo para que sigamos sus huellas33, sino que ha abierto un camino que, si lo seguimos, la vida y la muerte se santifican y adquieren un nuevo sentido. El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo que es el Primognito entre muchos hermanos34, recibe las primicias del Espritu (Rom 8, 23), por las que se hace capaz de cumplir la ley nueva del amor35. Por este Espritu, que es prenda de la herencia (Eph l,14), el hombre entero se reconstruye interiormente hasta la redencin del cuerpo (Rom 8, 23): Si el Espritu de Aqul que resucit a Jess de entre los muertos habita en vosotros, quien resucit a Jesucristo de entre los muertos tambin vivificar vuestros cuerpos mortales por su Espritu que habita en nosotros (Rom 8,11)36. Ciertamente que urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal por medio de muchas tribulaciones, e incluso de padecer la muerte; pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, se encamina hacia la resurreccin, fortalecido en la esperanza37. Y esto se puede aplicar no slo a los cristianos, sino a todos los hombres de buena voluntad, en cuyos corazones la gracia acta de manera invisible38. Puesto que Cristo muri por todos39 y puesto que la vocacin ltima del hombre es verdaderamente nica, es decir, divina, hay que mantener que el Espritu Santo a todos ofrece la posibilidad de que, una vez conocido Dios, se asocien a este misterio pascual. Tal es y tan grande el misterio del hombre que est iluminado para los creyentes por la Revelacin cristiana. As, pues, por Cristo y en Cristo se desvela el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos abruma. Cristo resucit, destruyendo laal ser deificada, sino que permaneci en su propio estado y manera: D 29I (556). Cf. CONCILIO DE CALCEDONIA: Se ha de reconocer en las dos naturalezas, sin confusin, sin cambio, sin divisin, sin separacin: D 148 (302).30 Cf. CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO II: "As tambin su voluntad humana no se perdi al ser deificada": D 291 (556). 31 32 33 34 35 36 37 38 39

Cf. Heb 4,15. Cf. 2 Cor 5,18-19; Col 1,20-22. Cf. 1 Per 2,21; Mt 16,24; Lc 14,27. Cf. Rom 8,29; Col 1,18. Cf. Rom 8,1-11. Cf. 2 Cor 4,14. Cf. Phil 3,10; Rom 8,17. Lumen gentium, n. 16. Cf. Cf. Rom 8,23.

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muerte con su muerte, y nos dio la vida40para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espritu: Abba, Padre!41.

Captulo II LA COMUNIDAD DE LOS HOMBRES Propsito del Concilio 23. Entre los principales aspectos del mundo actual, hay que contar la multiplicacin de las relaciones mutuas entre los hombres, a cuyo desarrollo contribuye mucho el progreso de la tcnica moderna. Sin embargo, el dilogo fraterno de los hombres no se ha de buscar en estos progresos, sino en un nivel ms profundo en la comunidad de las personas, que exige un mutuo respeto hacia la plena dignidad espiritual de las mismas. La Revelacin cristiana aporta una gran ayuda para fomentar esta comunin entre las personas y, al mismo tiempo, nos lleva a una ms honda comprensin de las leyes de la vida social, que el Creador ha grabado en la naturaleza espiritual y moral del hombre. Pero como los ms recientes documentos del Magisterio eclesistico han expuesto con profusin la doctrina cristiana acerca de la sociedad humana42, el Concilio solamente trae a la memoria algunas de las principales verdades y expone sus fundamentos bajo la luz de la Revelacin. Despus insiste en algunas consecuencias que son de mayor importancia en nuestro tiempo. Carcter comunitario de la vocacin humana en los planes de Dios 24. Dios, que tiene una solicitud paternal para con todos, ha querido que los hombres formen una sola familia y que se traten mutuamente con espritu fraterno. Pues todos, creados a imagen de Dios, que hizo que a partir de un solo hombre todo el gnero humano habitase la faz entera de la tierra (Hch 17,26), estn llamados a un solo e idntico fin, es decir, a Dios mismo. Por eso el amor a Dios y al prjimo es el primero y el mayor mandamiento. Y por la Sagrada Escritura sabemos que el amor de Dios no puede separarse del amor al prjimo: ...si hay algn otro mandamiento en esto se resume: amars a tu prjimo como a ti mismo... Pues la plenitud de la ley es el amor (Rom 13,9-10; Cf. 1 Jn 4,20). Y esto resulta de la mayor importancia, pues los hombres dependen cada da ms unos de otros y el mundo cada da se unifica ms. Ms an, el Seor Jess, cuando ruega al Padre que todos sean una sola cosa, como nosotros somos una sola cosa (Jn 17,21-22), mostrando unas perspectivas inalcanzables por la razn humana, establece una cierta semejanza entre la unin de las divinas personas y la unin de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza pone de manifiesto que el hombre, la nica criatura de la tierra que Dios haya querido40 41 42

Cf. Liturgia Paschalis Byzantina. Cf. Rom 8,15; Gal 4,6; Io 1,12; y 1 Io 31.

Cf. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 401-464; Pacem in terris: AAS 55 (1963) 257-304; Ecclesiam suam, 609-659.

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por s misma, no puede encontrarse plenamente a s mismo, sino por la entrega sincera de s43. Interdependencia de la persona y de la sociedad 25. Dado el carcter social del hombre, se ve que el desenvolvimiento de la persona humana y el desarrollo de la sociedad misma estn en mutua dependencia. El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, ya que por su propia naturaleza necesita absolutamente de la vida social 44. Y como la vida social no es para el hombre algo superfluo, se deduce que, slo a travs de la relacin con los dems, los servicios mutuos, el dilogo con los hermanos, el hombre desarrolla todas sus posibilidades y puede responder a su vocacin. De los vnculos sociales que son necesarios para el desarrollo del hombre, algunos, como la familia y la comunidad poltica, responden de modo ms inmediato a su naturaleza ntima; otros tienen su origen ms bien en su voluntad libre. En este tiempo nuestro, por causas diversas, se multiplican cada da ms las relaciones mutuas y la mutua dependencia. Por eso nacen diversas asociaciones e instituciones de derecho pblico y de derecho privado. Y este hecho, que se llama socializacin, aunque realmente no carezca de peligros, trae consigo muchas ventajas para reforzar y desarrollar las cualidades de la persona y para proteger sus derechos45. Pero si las personas humanas reciben mucho de esta vida social para cumplir con su vocacin, incluso religiosa, no se puede negar, sin embargo, que tambin los hombres con frecuencia son apartados de hacer el bien y empujados hacia el mal, por las circunstancias sociales en que viven y en las que estn inmersos desde la infancia. Es cierto que las perturbaciones, que con tanta frecuencia se dan en el orden social, proceden en parte de la tensin misma de las estructuras econmicas, polticas y sociales. Pero ms profundamente brotan de la soberbia y del egosmo de los hombres, que pervierten tambin el orden social. Donde el orden de las cosas est afectado por las consecuencias del pecado, el hombre, que ha nacido ya inclinado hacia el mal, encuentra nuevos alicientes para pecar, que no pueden ser superados sin duros esfuerzos, con la ayuda de la gracia. Promover el bien comn 26. De la interdependencia, cada da ms estrecha y que poco a poco se va extendiendo por el mundo entero, se sigue que el bien comn -la suma de las condiciones de la vida social, que permitan, tanto a las colectividades como a los individuos, conseguir ms plena y fcilmente la propia perfeccin- hoy se hace cada vez ms universal y, por lo tanto, implica unos derechos y unas obligaciones que afectan a todo el gnero humano. Todo grupo debe tener en cuenta las necesidades y las legtimas aspiraciones de los dems grupos, e incluso el bien comn de toda la humanidad46.

43 44 45

Cf. Lc 17,33. Cf. SANTO TOMAS, I Ethic. Lect. 1. Cf. Mater et Magistra: AAS 53 (1961) 418; Po XI, Enc.. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 222 Cf. Mater et Magistra: AAS 53 (1961) 417.

ss.46

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Y al mismo tiempo aumenta la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana, que est por encima de todas las cosas, y cuyos derechos y deberes son universales e inviolables. Luego conviene que se ponga al alcance del hombre todo lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana, como son el alimento, el vestido, la habitacin, el derecho a elegir libremente estado y a fundar una familia, a la educacin, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una informacin conveniente, a obrar de acuerdo con la norma de su recta conciencia, a la proteccin de la vida privada y a la justa libertad incluso en lo religioso. As, pues, el orden social y su desarrollo deben, en todo momento, dar como resultado el bien de las personas, puesto que el orden de las cosas ha de supeditarse al orden de las personas, y no al revs, como lo indic el Seor mismo cuando dijo que el sbado se haba hecho para el hombre y no el hombre para el sbado 47. Ese orden se ha de desarrollar cada da ms, se ha de fundamentar en la verdad, se ha de edificar en la justicia, se ha de vivificar por el amor; y debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez ms humano48. Para conseguir estas cosas se ha de introducir una renovacin de la mentalidad y amplias transformaciones en la sociedad. El Espritu de Dios, que con admirable providencia dirige el transcurrir de los tiempos y renueva la faz de la tierra, est presente en esta evolucin. El fermento del Evangelio ha despertado y despierta en el corazn del hombre una exigencia irrefrenable de dignidad. El respeto por la persona humana 27. Descendiendo a las consecuencias prcticas y ms urgentes, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada cual considere al prjimo como otro yo, sin exceptuar a nadie, teniendo en cuenta, en primer lugar, su vida y los medios necesarios para sacarla adelante con dignidad49, no vaya a ser que imiten a aquel rico que no se preocup nada del pobre Lzaro50. De manera especial en estos tiempos, urge la obligacin de hacernos prjimos de todo hombre, sin excepcin, y de servirle con eficacia cuando nos sale al paso, ya se trate de un anciano olvidado de todos, o de un trabajador extranjero tratado injustamente, o un exiliado, o un nio nacido de unin ilegtima -que padece sin culpa por el pecado que l no cometi-; o bien sea un hambriento que clama a nuestra conciencia, recordndonos las palabras del Seor: Cada vez que lo hicisteis a uno de esos hermanos mos pequeos, a M me lo hicisteis (Mt 25,40). Adems, todo lo que se opone a la vida, como cualquier clase de homicidio, genocidio, aborto, eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que violenta la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, los tormentos infligidos al cuerpo o a la mente, los mismos intentos de coaccionar el espritu; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitucin, la trata de blancas y de jvenes; y tambin las condiciones ignominiosas de trabajo, en las que se trata a los47 48 49 50

Cf. Mt 2,27. Cf. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 266. Cf. Iac 2, 15-16. Cf. Lc 16,19-31.

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obreros como meros instrumentos de ganancia y no como personas libres y responsables: todo esto y otras cosas semejantes son infamias, y, al mismo tiempo que inficionan la civilizacin humana, denigran ms a quienes las practican que a quienes padecen la injuria y son un grave insulto a la honra del Creador. El respeto y el amor hacia los adversarios 28. Tambin se debe extender el respeto y el amor a quienes piensan o actan de manera diferente a la nuestra en los asuntos sociales, polticos e incluso religiosos. Cuanto ms ntimamente comprendamos con delicadeza y caridad sus maneras de sentir, con mayor facilidad podremos entablar dilogo con ellos. Desde luego que esta caridad y bondad no deben hacernos indiferentes ante la verdad y el bien. Es ms, esa misma caridad urge a los discpulos de Cristo para que anuncien la verdad salvadora a todos los hombres. Pero hay que distinguir entre el error, que se ha de rechazar siempre, y el que yerra, que sigue conservando la dignidad de persona, incluso cuando est contagiado de nociones religiosas falsas o menos exactas51. Slo Dios juzga y escudria los corazones; por eso nos prohibe juzgar la culpabilidad interna de nadie52. La doctrina de Cristo pide que incluso perdonemos las injurias y que extendamos a los enemigos el precepto del amor, que es el mandamiento de la Nueva Ley: Osteis lo que se dijo: amars a tu prjimo y tendrs odio a tu enemigo. Sin embargo, Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, y rogad por los que os persiguen y os calumnian (Mt 5,43-44)53. La igualdad esencial entre todos los hombres y la justicia social 29. Como todos los hombres, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen, y como, redimidos por Cristo, gozan de una misma vocacin y de un mismo destino divino, se debe reconocer ms y ms la fundamental igualdad entre todos. Cierto que no todos los hombres se equiparan por su variada capacidad fsica y por la diversidad de las fuerzas intelectuales y morales. No obstante, toda forma de discriminacin, ya sea social o cultural, en los derechos fundamentales de la persona, por el sexo, raza, color, condicin social, lengua o religin, ha de ser superada y rechazada como contraria a los designios de Dios. Es verdaderamente doloroso que estos derechos fundamentales de la persona todava no sean respetados ntegramente en todas partes. Como cuando se niega a la mujer la facultad de elegir libremente esposo y de abrazar un estado de vida, o la de llegar a igual grado de educacin y de cultura que se le reconoce al hombre. Adems, aunque hay justas diferencias entre los hombres, la igual dignidad de las personas exige que se llegue a una ms humana y justa condicin de vida. Pues demasiado grandes desigualdades econmicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una misma familia humana llevan al escndalo y se oponen a la justicia51 52 53

Cf. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 299 y 300. Cf. Lc 6,37-38; Mt 7,1-2; Rom 2,1-11; 14,10-12. Cf. Mt 5,45-47.

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social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana, as como a la paz social e internacional. Las instituciones humanas, privadas o pblicas, deben esforzarse por servir a la dignidad y al fin del hombre, al mismo tiempo que luchan con todas sus fuerzas contra cualquier clase de servidumbre social o poltica, salvaguardando los derechos fundamentales de los hombres bajo cualquier rgimen poltico. Es ms, es necesario que estas instituciones se adapten poco a poco a las realidades espirituales, que son las ms altas, aunque se necesite mucho tiempo para alcanzar el fin propuesto. Superacin de la tica individualista 30. La profunda y rpida transformacin de las cosas exige con gran urgencia que no haya nadie que, por no prestar atencin a su evolucin, o paralizado por la inercia, se conforme con una tica meramente individualista. El deber de la justicia y de la caridad se cumplir tanto ms cuanto cada uno, contribuyendo al bien comn segn sus propias posibilidades y las necesidades de los dems, promueva y ayude a las instituciones privadas o pblicas, que sirven para mejorar las condiciones de vida de los hombres. Hay, sin embargo, quienes profesan opiniones amplias y generosas, pero en la realidad viven siempre como si no se preocupasen en absoluto por las necesidades de la sociedad. Es ms, muchos, en diferentes lugares, menosprecian las leyes y los preceptos sociales. No pocos, con diversos fraudes y engaos, no tienen reparo en burlar los impuestos justos y otros deberes para con la sociedad. Otros subestiman determinadas normas de la vida social -por ejemplo, las establecidas para salvaguardar la salud o para reglamentar la conduccin de vehculos-, sin darse cuenta de que con tal descuido ponen en peligro su propia vida y la de los dems. Entre los principales deberes del hombre de hoy, ha de ser sagrado para todos el tener en cuenta y cumplir las exigencias sociales. Cuanto ms el mundo se unifica, tanto ms ampliamente los deberes de los hombres trascienden de los grupos particulares y se extienden paulatinamente al mundo entero. Esto no puede realizarse si los individuos y sus agrupaciones no cultivan en s mismos las virtudes morales y sociales y las difunden en la sociedad, de manera que realmente se conviertan en nuevos hombres y en artfices de una nueva humanidad, con la necesaria ayuda de la gracia divina. Responsabilidad y participacin 31. Para que todos los hombres puedan cumplir ms fielmente con su deber de conciencia con respecto a s mismos y con respecto a los diferentes grupos de que forman parte, se les debe iniciar con empeo en una ms amplia cultura, valindose de los grandes medios de que hoy dispone el gnero humano. En primer lugar, hay que orientar la educacin de los jvenes, cualquiera que sea su origen social, de tal modo que d lugar a que haya hombres y mujeres no solamente cultos, sino que tambin tengan una gran personalidad, tal y como nuestro tiempo los necesita con urgencia. Pero el hombre apenas si puede llegar a tener este sentido de responsabilidad, si las condiciones de vida no le permiten hacerse consciente de su dignidad y si no responde a su vocacin entregndose al servicio de Dios y de los dems. La libertad humana se debilita con frecuencia cuando el hombre cae en extrema necesidad, igual que se envilece cuando, rodeado de grandes facilidades de vida, se encierra en s mismo, en una especie de dorada soledad. Por el contrario, se robustece cuando el hombre acepta19

las inevitables necesidades de la vida social, carga con las mltiples exigencias de la convivencia humana y se compromete en el servicio de la comunidad. Por lo tanto, hay que estimular en todos la voluntad de participar en las empresas comunes. Es de alabar el modo de proceder de las naciones, en donde la mayor parte de los ciudadanos participan con verdadera libertad en los quehaceres pblicos. Sin embargo, hay que tener en cuenta las condiciones reales de cada pas y la necesaria fuerza de la autoridad pblica. Para que todos los ciudadanos se sientan inclinados a participar en la vida de los diferentes grupos que componen el cuerpo social, es necesario que encuentren en estos grupos bienes que los atraigan y que los dispongan a servir a los dems. Podemos, legtimamente, pensar que el porvenir est en manos de quienes saben dar a las generaciones futuras razones para vivir y para esperar. El Verbo encarnado y la solidaridad humana 32 As como Dios cre a los hombres no para vivir aislados, sino para formar una unin social, as tambin ha querido... santificar y salvar a los hombres no uno a uno, como si no tuviesen conexin mutua, sino que ha hecho de ellos un pueblo que lo conozca a El en la verdad y le sirva santamente54. Por eso desde el comienzo de la historia de la salvacin El escogi a los hombres no como individuos solamente, sino como miembros de determinada comunidad. A estos elegidos, Dios, hacindoles ver sus designios, los llam pueblo suyo (Ex 3,7-12), y adems concluy con ellos una alianza en el Sina55. Esta caracterstica comunitaria se perfecciona y se completa por la obra de Jesucristo. Pues el mismo Verbo encarnado quiso tomar parte en la comunidad humana. Estuvo presente en las bodas de Can, se invit a la casa de Zaqueo, comi con publicanos y pecadores. Revel el amor del Padre y la sublime vocacin de los hombres fijando la atencin en las realidades sociales corrientes y empleando expresiones y ejemplos de la vida ms cotidiana. Santific las relaciones humanas, principalmente las familiares, fuente de la vida social, y se someti voluntariamente a las leyes de su nacin. Quiso llevar la vida que era propia de un artesano de su tiempo y de su pas. En su predicacin orden claramente a los hijos de Dios que se portasen mutuamente como hermanos. En su oracin rog para que todos sus discpulos fuesen una sola cosa. Ms an, El mismo se ofreci por todos como Redentor de todos hasta la muerte. Nadie muestra mayor amor que quien da su vida por sus amigos (Jn 15,13). Orden a los Apstoles que predicasen el mensaje evanglico a todas las gentes para que el gnero humano llegase a ser la familia de Dios, en la que la plenitud de la ley fuese el amor. Primognito, de muchos hermanos, despus de su muerte y de su resurreccin, instituy, por el don de su Espritu, entre todos los que le reciben en la fe y en la caridad, una nueva fraterna comunin, es decir, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en el que todos, miembros unos de otros, se ayudasen mutuamente de acuerdo con los dones diversos a cada cual concedidos. Esta solidaridad siempre podr aumentar, hasta el da en el que llegar a consumarse, en el que los hombres salvados por la gracia, como familia amada por Dios y por Cristo su hermano darn una gloria perfecta a Dios.54 55

Cf. Lumen Gentium, n. 9. Cf. Ex 24,1-8.

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Captulo III LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO Estado de la cuestin 33. Con su trabajo y su ingenio, el hombre ha procurado siempre desenvolver mejor su vida; y hoy, gracias especialmente a la ciencia y a la tcnica, ha extendido su poder a casi toda la naturaleza y lo va ampliando cada vez ms, y, sobre todo con la ayuda de los crecientes medios de intercambio de toda clase entre las naciones, la familia humana se va sintiendo y convirtiendo, poco a poco, como en una sola comunidad por toda la tierra. Esto hace que muchos de los bienes que antes el hombre tena que esperar principalmente de fuerzas superiores, hoy puede ya proporcionrselos por su propia industria. Ante esta inmensa empresa, que afecta ya a todo el gnero humano, brota entre los hombres una multitud de interrogantes. Cul es el sentido y el valor de estas actividades? Cmo se han de utilizar todas estas cosas? Hacia qu meta se encaminan los esfuerzos de los individuos y de las sociedades? La Iglesia, que tiene en custodia el depsito de la palabra de Dios, de donde fluyen los principios en el orden religioso y moral, aunque no siempre tenga una respuesta preparada para cada una de las preguntas, desea poner en conexin la luz de la fe con la experiencia de todos para que se ilumine el camino que la humanidad ha emprendido ltimamente. Valor de la actividad humana 34. Est claro para los creyentes que la actividad humana individual y colectiva, ese ingente quehacer por el que los hombres a travs de los siglos intentan hacer mejores las condiciones de su vida, considerado en s mismo, concuerda con los designios de Dios. Pues el hombre, creado a imagen de Dios, recibi la misin de gobernar el mundo en justicia y santidad56dominando la tierra y todo lo que hay en ella, y de referir a Dios su propio ser y todas las cosas reconocindole como Creador, para que cuando todas las cosas estn bajo el dominio del hombre, el nombre de Dios sea admirable en la tierra entera57. Y esto vale tambin totalmente para las labores ordinarias. Pues los hombres y las mujeres que, al mismo tiempo que adquieren los medios de vida para s mismos y para la familia, llevan a cabo sus actividades de modo que sirven adecuadamente a la sociedad, pueden con razn pensar que con su trabajo estn prolongando la obra del Creador, colaboran al bienestar de los hermanos y contribuyen con su aportacin personal a que se realicen en la historia los designios divinos58. As, pues, no piensan los cristianos que las obras que los hombres llevan a cabo con su ingenio y con su esfuerzo son contrarias al poder de Dios, como si la criatura racional rivalizase con el Creador, sino que, por el contrario, estn persuadidos de que las56 57 58

Cf. Gen 1,26-27; 9,2-3; Sap 9,2-3. Cf. Ps 8,7 y 10. Cf. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 297.

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conquistas del gnero humano son una muestra de la grandeza de Dios y fruto de su inefable designio. Cuanto ms aumenta el poder de los hombres, ms lejos llega su responsabilidad, tanto individual como colectiva. De ah se deduce que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construccin del mundo ni los impulsa a desentenderse del bien de sus semejantes, sino que los vincula con ms fuerza al deber de hacer estas cosas59. El orden de la actividad humana 35. La actividad humana, que procede del hombre, tambin al hombre se ordena. Pues cuando el hombre acta no slo transforma las cosas y la sociedad, sino que tambin se perfecciona a s mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, sale de s y se supera. Tal desarrollo bien entendido es de mayor precio que las riquezas externas que puedan obtenerse. Ms vale el hombre por lo que es que por lo que tiene60. Igualmente, todo lo que los hombres hacen para conseguir una mayor justicia, una fraternidad ms abierta y una organizacin ms humana en las relaciones sociales, vale ms que los progresos tcnicos. Estos progresos pueden, en cierto modo, suministrar una base para la promocin del hombre, pero por s solos no la hacen realidad. Por lo tanto, sta es la pauta de la actividad humana: que, conforme al designio y a la voluntad divina, se armonice con el autntico bien del gnero humano, y que permita al hombre como individuo o como miembro de la sociedad, el cultivo y el cumplimiento de su ntegra vocacin. La justa autonoma de las realidades terrestres 36. Muchos de nuestros contemporneos parecen temer que, a causa de una conexin ms estrecha de la actividad humana con la religin, se obstaculice la autonoma de los hombres, o de las sociedades, o de las ciencias. Si por autonoma de las realidades terrestres entendemos que las cosas creadas y las sociedades gozan de leyes y valores propios, que el hombre va gradualmente conociendo, aplicando y organizando, es absolutamente legtimo exigir esa autonoma, y no es slo una reclamacin de los hombres de hoy, sino algo que responde a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creacin, todas las cosas han sido estructuradas con una consistencia propia, con verdad, con bondad y con leyes propias, y segn un orden, que el hombre debe respetar, teniendo en cuenta los mtodos propios de cada ciencia y de cada tcnica. Por consiguiente, si la investigacin metdica en todos los terrenos de la ciencia se lleva a cabo de manera verdaderamente cientfica y de acuerdo con las leyes morales, nunca podr, en realidad, pugnar contra la fe, puesto que las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en el mismo Dios61. Es ms, quien intenta penetrar en los secretos de las cosas con espritu humilde y con constancia aunque no se d cuenta, va como llevado por la mano de Dios que mantiene las cosas en su ser y hace que sean lo que son. De aqu que haya que lamentar ciertas actitudes, que a veces se han dado entre los mismos cristianos, por no haber entendidoCf. Mensaje a todos los hombres, dirigido por los Padres del Concilio Vaticano ll en octubre de 1962: AAS 54 (1962) 822-823.60 61 59

Cf. PABLO VI, Aloc. al Cuerpo Diplomtico, 7 enero 1965: AAS 57 (1965).

Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. dogm. De fide catholica, Dei Filius, cap. III: D 1785-1786 (3004-3005).

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suficientemente la legtima autonoma de la ciencia, y que, en medio de disputas y controversias, llevaron a muchos a creer que la fe y la ciencia se oponen entre s62. Sin embargo, si por "autonoma de las realidades terrestres" se entiende que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre las puede utilizar de modo que no las refiera al Creador, no habr nadie de los que creen en Dios que no se d cuenta hasta qu punto estas opiniones son falsas. La criatura sin el Creador se esfuma. Por lo dems, todos los creyentes, de cualquier religin, han odo siempre la voz y la manifestacin de El en el lenguaje de las criaturas. Es ms, por el olvido de Dios, la criatura misma se oscurece. La actividad humana, viciada por el pecado 37. La Sagrada Escritura, con la que coincide la experiencia de siglos, ensea a la familia humana que el progreso humano, que es un gran bien del hombre, lleva, sin embargo, consigo una gran tentacin: trastocado el orden de los valores y mezclado el mal con el bien, cada individuo y cada grupo slo ve su propio inters y no el de los dems. Lo cual hace que el mundo no sea ya un lugar de verdadera fraternidad, y el poder creciente de la humanidad amenaza destruir al mismo gnero humano. La historia de la humanidad entera est marcada por una dura lucha contra el poder de las tinieblas, que empez en el origen del mundo y, como dice el Seor63, durar hasta el ltimo da. Inmerso en esta batalla, el hombre debe pelear sin descanso para mantenerse adherido al bien, y slo con grandes trabajos y con la ayuda de la gracia de Dios llegar a conseguir su unidad interior. Por eso la Iglesia de Cristo, confiando en los designios del Creador, al mismo tiempo que reconoce que el progreso humano puede servir para la verdadera felicidad del hombre, no puede por menos de hacer or lo que dice el Apstol: No os identifiquis con este mundo (Rom 12,2), es decir, con ese espritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana, que est orientada al servicio de Dios y de los hombres. Si alguien pregunta cmo ser posible superar esa situacin miserable, los cristianos contestarn que todas las actividades del hombre, que por soberbia y por amor propio desordenado se ven cada da en peligro, pueden ser purificadas y llevadas a la perfeccin por la cruz y la resurreccin de Cristo. Redimido por Cristo y hecho una criatura nueva en el Espritu Santo, el hombre puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y como procedentes de la mano de Dios las mira y las respeta. Dando gracias por ellas al Bienhechor y usndolas y disfrutando de ellas con espritu de pobreza y libertad, llega a la verdadera posesin del mundo, como quien no tiene nada y lo posee todo64. Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios (1 Cor 3,22-23). La actividad humana, llevada a la perfeccin en el misterio pascual

Cf. Po PASCHINI, Vita e opere di Galileo Galilei 2 vol. (Ciudad del Vaticano, Pont. Accademia delle Scienze 1964).63 64

62

Cf. Mt 24,13; 13,24-30 y 36-43. Cf. 2 Cor 6,10.

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38. El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, se hizo El mismo carne y habit en la tierra de los hombres65. Siendo perfecto hombre, entr en la historia del mundo, asumindola en S y en S resumindola66. El es quien nos revela que Dios es amor (1 Ioh 4, 8), y al mismo tiempo nos ensea que la ley fundamental de la perfeccin humana, y por lo tanto de la transformacin del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. A aquellos que creen en el amor de Dios, les da la certeza de que ha quedado abierto el camino del amor a todos los hombres y que no es un vano intento el esfuerzo en pro de la instauracin de la fraternidad universal. Al mismo tiempo, les advierte que este amor no hay que buscarlo solamente en las cosas grandes, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida. Al soportar la muerte por todos nosotros pecadores67, nos ensea con su ejemplo que tambin hay que llevar la cruz que la carne y el mundo colocan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia. Hecho Seor por su resurreccin, Cristo, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra68, acta ya en el corazn de los hombres por la fuerza de su Espritu, no slo despertando el deseo de la vida futura, sino tambin, y por ese mismo deseo, estimulando, purificando y robusteciendo las aspiraciones generosas por las que la familia humana se esfuerza en mejorar sus condiciones, y en someter toda la tierra a este fin. Pero son diversos los dones del Espritu: mientras que a unos los llama para que den testimonio explcito del deseo de la patria celestial y para que lo conserven vivo en la familia humana, a otros los llama para que se dediquen al servicio de los hombres en la tierra, preparando con esta funcin suya la materia del reino celestial. Pero a todos los libera interiormente para que, renunciando al amor propio y aprovechando todas las fuerzas terrenas para la vida humana, se proyecten hacia el porvenir, cuando la humanidad se transforme en una oblacin grata a Dios69. El Seor ha dejado a los suyos la prenda de esta esperanza y el alimento para el camino en ese sacramento de la fe, en el que los elementos de la naturaleza, trabajados por el hombre, se convierten en Cuerpo y Sangre gloriosos, en la cena de comunin fraterna y en la anticipacin del festn celestial. Una tierra nueva y un cielo nuevo 39. No sabemos el momento en que han de acabar la tierra y la humanidad 70, ni conocemos el modo en que se ha de transformar el cosmos. Pasa la figura de este mundo deformada por el pecado71, pero se nos ha enseado que Dios tiene preparada una nueva morada y una nueva tierra en donde habita la justicia 72, y cuya felicidad colmar y superar todos los deseos de paz que alientan en los corazones de los hombres73. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarn en Cristo, y lo que65 66 67 68 69 70 71 72 73

Cf. Ioh 1, 3 y 14. Cf. Eph 1,10. Cf. Ioh 3,14-16; Rom 5,8-10. Cf. Act 2,36; Mt 18,28. Cf. Rom 15,16. Cf. Act 1,7. Cf. 1 Cor 7,31; SAN IGNACIO, Adv. Haer., V,36,1; PG 7,1222. Cf. 2 Cor 5,2; 2 Pet 3,13. Cf. 1 Cor 2,9; Apc 21,4-5.

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estuvo sembrado en la fragilidad y en la corrupcin se revestir de incorruptibilidad74; y, permaneciendo la caridad y sus obras75, todo lo que Dios cre para el hombre ser libre de la esclavitud de la vanidad76. Se nos ha advertido que de nada le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si l mismo se pierde77. No obstante, la esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino ms bien estimular el empeo por cultivar esta tierra en donde crece ese Cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo. Por lo tanto, aunque haya que distinguir con cuidado el progreso terreno del desarrollo del Reino de Cristo, sin embargo, el progreso terreno, en cuanto que puede ayudar a organizar mejor la sociedad humana, es de gran importancia para el Reino de Dios78. Los bienes de dignidad humana, de comunin fraterna y de libertad -es decir, todos los bienes de la naturaleza y los frutos de nuestro esfuerzo- los volveremos a encontrar, despus que los hayamos propagado, en el Espritu del Seor, y, segn su deseo, por la tierra, y ya esta vez limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el Reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz79. El Reino ya est presente misteriosamente en esta tierra; y cuando el Seor venga alcanzar su perfeccin.

Captulo IV MISIN DE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL Relacin recproca entre la Iglesia y el mundo 40. Todo lo que hemos dicho acerca de la dignidad de la persona humana, de la comunidad de los hombres, del profundo sentido de la actividad humana, constituye el fundamento de las relaciones entre la Iglesia y el mundo y la base de su mutuo dilogo80. Por lo tanto, en este captulo, sentados ya por el Concilio los presupuestos del misterio de la Iglesia, hemos de considerar ahora esa misma Iglesia en cuanto que existe en este mundo y con l convive y acta. Surgida del amor del Padre eterno81, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, unificada en el Espritu Santo82, la Iglesia tiene un fin salvador y escatolgico, que no puede alcanzarse plenamente sino en el siglo futuro. Pero ya est presente aqu en la tierra, y compuesta de hombres, es decir, de miembros de la ciudad terrestre que han sido llamados para que ya desde ahora en la historia del gnero humano vayan74 75 76 77 78 79 80 81 82

Cf. 1 Cor 15,42 y 53. Cf. 1 Cor 13,8; 3,14. Cf. Rom 8,19-21. Cf. Lc 9,25. Cf. Quadragesimo anno, 207. Misal Romano, prefacio de la fiesta de Cristo Rey. Cf. PABLO VI, Ecclesiam suam, 637-659. Cf. Tit 3,4: "filantropa". Cf. Eph 1,3; 5-6; 13-14; 23.

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formando la familia de Dios, que ha de ir aumentando cada vez ms hasta la venida del Seor. Unida por los bienes celestiales que la enriquecen, esta familia ha sido constituida y organizada como sociedad en este mundo83, y estructurada con los convenientes medios de unin visible y social84. As la Iglesia, que es al mismo tiempo agrupacin visible y comunidad espiritual85, camina al comps de toda la humanidad y corre la misma suerte terrena que el mundo, y es como el fermento y como el alma de la sociedad humana86 que se ha de renovar en Cristo y se ha de transformar en familia de Dios. Esta compenetracin entre la ciudad terrestre y la celestial no se puede captar sino por la fe; es ms, sigue siendo un misterio de la historia humana, que es perturbada por el pecado hasta la completa revelacin de la claridad de los hijos de Dios. Y as la Iglesia, al perseguir su propio fin salvador, no slo comunica al hombre la vida divina, sino que tambin proyecta, en cierto modo, el reflejo de su luz sobre el mundo entero, principalmente porque sana y eleva la dignidad de la persona humana, porque robustece la trabazn de la sociedad y porque impregna la actividad cotidiana de los hombres con un sentido y un significado ms profundos. As, pues, la Iglesia cree poder contribuir mucho a travs de cada uno de sus miembros y como comunidad a hacer ms humana la familia entera de los hombres y su historia. A la Iglesia catlica adems le es grato apreciar en mucho lo que para conseguir el mismo fin han hecho y hacen las otras Iglesias cristianas o las comunidades eclesisticas. Tambin est firmemente convencida de que para la preparacin del Evangelio puede recibir mucha ayuda y muy variada por parte del mundo -de los individuos y de la sociedad humana-, segn sus dotes y su actividad. Para estimular adecuadamente esta mutua relacin y ayuda en las cosas que en algn modo son comunes a la Iglesia y al mundo, se exponen a continuacin algunos principios generales. Ayuda que la Iglesia se afana por ofrecer a cada hombre 41. El hombre de hoy est en camino de desarrollar de modo ms pleno su personalidad y de descubrir y reforzar cada da ms sus derechos. Comoquiera que a la Iglesia se le ha encargado manifestar el misterio de Dios, que es el ltimo fin del hombre, ella misma es quien tambin despierta en el hombre el sentido de su propia existencia, es decir, de la verdad profunda sobre s mismo. Bien sabe la Iglesia que slo Dios, a quien ella sirve, tiene respuesta para las profundsimas aspiraciones del corazn del hombre, que nunca queda satisfecho plenamente con alimentos terrenos. Sabe, adems, que el hombre, incitado continuamente por el Espritu de Dios, no podr jams ser del todo indiferente ante el problema religioso, como se comprueba no slo por la experiencia de los siglos pasados, sino por abundantes testimonios de nuestro tiempo. Siempre dese el hombre, al menos confusamente, saber cul es el significado de su vida, de su actividad y de su muerte. La misma presencia de la Iglesia trae a su memoria este problema. Pero slo Dios, que cre al hombre a su imagen y que le redimi del pecado, ofrece una perfecta contestacin a estas preguntas, y esto a travs de la83 84 85 86

Lumen Gentium, n. 8. Cf. ib., n.8. Ib., n. 8. Cf. ib., con la nota 120.

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Revelacin en Cristo su Hijo que se hizo hombre. Quienquiera que sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace a s mismo ms hombre. Por esta fe, la Iglesia puede preservar la dignidad de la naturaleza humana de todas las fluctuaciones de opinin que, por ejemplo, o rebajan exageradamente el cuerpo humano o lo ensalzan sin discrecin. Ninguna ley humana puede ofrecer a la dignidad de la persona y a la libertad del hombre mejor garanta que el Evangelio de Cristo confiado a la Iglesia. Este Evangelio anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza toda servidumbre que, en ltima instancia, proviene del pecado87, respeta la dignidad de la conciencia y su libre decisin, anima incansablemente a multiplicar todos los talentos humanos en servicio de Dios y para el bien de los hombres; por ltimo, recomienda a todos a la caridad de todos88. Todo lo cual concuerda con la ley fundamental de la economa cristiana. Pues, aunque el mismo Dios, que es Salvador, sea Creador y Seor tanto de la historia humana como de la historia de la salvacin, sin embargo, en el orden por Dios establecido, no slo no se suprime la justa autonoma de la criatura y, sobre todo, del hombre, sino que se le restituye su dignidad y se reafirma en ella. As, pues, la Iglesia, por la fuerza del Evangelio que le ha sido confiado, proclama los derechos de los hombres y aprueba y estima en mucho el dinamismo de estos tiempos, por el que se promueven en todas partes estos derechos. No obstante, este movimiento hay que empaparlo en el espritu del Evangelio y hay que protegerlo de cualquier clase de falsa autonoma. Estamos en la tentacin de creer que nuestros derechos personales se conservan tanto ms plenamente cuanto ms nos desligamos de cualquier norma de la ley divina. Y por este camino, la dignidad de la persona humana no slo no se salva, sino que perece. Ayuda que la Iglesia procura aportar a la sociedad 42. La unin de la familia humana se refuerza y se completa con la unidad de la familia de los hijos de Dios fundada en Cristo89. La misin propia que Cristo confi a su Iglesia no es de orden poltico, econmico o social. El fin que le asign es de orden religioso90. Precisamente de esta misma misin religiosa fluyen una funcin, una luz y unas energas que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad de los hombres segn la Ley divina. Y tambin, cuando sea necesario, de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar, puede -e incluso debesuscitar obras destinadas al servicio de todos, principalmente de los indigentes, como son las obras de misericordia u otras anlogas. La Iglesia reconoce, adems, todo lo que hay de bueno en el dinamismo social de hoy da; en especial, la evolucin hacia la unidad, el proceso de una sana socializacin y87 88 89

Cf. Rom 8,14-17. Cf. Mt 22,39. Lumen Gentium, n.9.

90 Cf. Po XII, Aloc. a los historiadores y artistas, 9 mar. 1956: AAS 48(1956) 212: Su Divino Fundador, Jesucristo, no le ha dado ningn mandato ni le ha fijado ningn fin de orden cultural. La finalidad que Cristo le asigna es estrictamente religiosa (...). La Iglesia debe conducir los hombres a Dios, para que se entreguen a El sin reservas (...). La Iglesia no puede perder de vista jams esta finalidad estrictamente religiosa, sobrenatural. El sentido de todas sus actividades, hasta el ltimo canon de su Cdigo, no puede ser ms que el de contribuir directa o indirectamente a esa finalidad.

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de la asociacin civil y econmica. La promocin de la unidad concuerda con la ntima misin de la Iglesia, puesto que ella es "en Cristo como el sacramento, o signo e instrumento, de la unin ntima con Dios y de la unidad de todo el gnero humano"91. As ella muestra al mundo que la verdadera unin social externa dimana de la unin de las mentes y de los corazones, es decir, de esa fe y de esa caridad, por las que su unidad est fundada de manera indisoluble en el Espritu Santo. La energa que la Iglesia puede infundir en la actual sociedad humana consiste en esa fe y caridad, efectivamente vividas, y no en un dominio externo que se haya de ejercer con medios meramente humanos. Como, adems, en razn de su misin y de su naturaleza, no est ligada a ninguna forma particular de cultura humana o a ningn sistema poltico, econmico o social, la Iglesia puede ser, por esa misma universalidad suya, un vnculo estrechsimo entre las diversas comunidades humanas y entre las naciones, siempre que stas tengan confianza en ella y respeten realmente su verdadera libertad para llevar a cabo su misin. Por eso la Iglesia invita a sus hijos; y tambin a todos los hombres, a que con este espritu familiar de hijos de Dios, superen todas las discordias entre naciones y razas y que demuestren su cohesin interna con justas asociaciones humanas. El Concilio mira con gran respeto todo lo que hay de verdadero, de bueno y de justo en las diverssimas instituciones que el gnero humano ha fundado y sigue fundando. Adems, declara que la Iglesia quiere ayudar y promover todas esas instituciones, en todo lo que de ella depende y se puede compaginar con su misin. Nada desea ms ardientemente que poder desenvolverse libremente en beneficio de todos bajo cualquier rgimen que respete los derechos fundamentales de la persona y de la familia y las necesidades del bien comn. A travs de los cristianos, la Iglesia quiere colaborar con la actividad humana 43. El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de las dos ciudades, a que se propongan cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espritu del evangelio. Se equivocan quienes, pensando que no tenemos aqu ciudad permanente, pues buscamos la futura92, creen que, en consecuencia, pueden descuidar sus tareas temporales, sin darse cuenta de que esa misma fe les obliga ms a cumplirlas, de acuerdo con la vocacin con que cada uno ha sido llamado93. Pero no se equivocan menos quienes, por el contrario, opinan que pueden sumergirse en los negocios temporales como si stos fueran totalmente ajenos a la vida religiosa, creyendo que sta se limita nicamente a los actos de culto y a cumplir determinados deberes morales. El divorcio entre la fe que se profesa y la vida cotidiana de muchos se ha de contar entre los ms graves errores de nuestro tiempo. Ya los Profetas en el Antiguo Testamento denunciaron enrgicamente este escndalo94, y, ms an, en el Nuevo Testamento el mismo Jesucristo conminaba graves castigos contra l95. As, pues, no deben oponerse falsamente entre s, por una parte, las actividades profesionales y sociales y, por otra, la vida religiosa. El cristiano que descuida sus deberes temporales descuida sus deberes91 92 93 94 95

Lumen gentium, n.1. Cf. Heb 13,14. Cf. 2 Thes 3,6-13; Eph 4,28. Cf. Is 58,1-12. Cf. Mt 23,3-33; Mc 7,10-13.

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para con el prjimo, e incluso para con Dios, y pone en peligro su salvacin eterna. Que los cristianos sientan la alegra de, siguiendo el ejemplo de Cristo, que ejerci un trabajo de artesano, poder ejercer todas sus actividades terrestres, aunando los esfuerzos humanos, familiares, profesionales, cientficos o tcnicos en una sntesis vital con los bienes religiosos, bajo cuya suprema ordenacin todas las cosas se coordinan para la gloria de Dios. A los laicos les corresponde propiamente, aunque no con exclusividad, los quehaceres y las actividades seculares. Y cuando acten individual o colectivamente como ciudadanos del mundo, no slo observarn las leyes especficas de cada disciplina, sino que debern poner inters en conseguir una verdadera competencia en esos terrenos. Debern cooperar gustosamente con los hombres que persiguen los mismos fines. Conscientes de las exigencias de la fe y dotados de su fuerza, emprendan sin vacilar, cuando convenga, nuevas iniciativas, y llvenlas a la prctica. Sobre su conciencia, previamente formada, pesa el que la ley divina se grabe en la vida de la ciudad terrena. De los sacerdotes los laicos deben esperar luz y fuerza espiritual. Pero no crean que sus pastores han de estar siempre tan preparados que puedan tener a mano una solucin concreta en todas las cuestiones que vayan surgiendo, incluso graves; ni crean sea su misin; son ms bien ellos mismos quienes deben asumirla como tarea propia, iluminados por la sabidura cristiana y atentos fielmente a la enseanza del Magisterio96. Con frecuencia, la misma visin cristiana de las cosas los inclinar hacia una determinada solucin, segn las circunstancias. Y habr otros fieles que, guiados por no menor sinceridad, como ocurre con frecuencia y legtimamente, juzgarn de modo diferente acerca de un mismo asunto. Y si las soluciones propuestas por una y otra parte, aunque no sea sta la intencin de sus partidarios, muchos las vinculan fcilmente con el mensaje evanglico, conviene recordar que a nadie le es lcito, en tales casos, reclamar para s en exclusiva a favor de su opinin la autoridad de la Iglesia. Deben tener siempre la preocupacin de ilustrarse recprocamente con un dilogo sincero, guardando la caridad mutua y preocupndose del bien comn antes que nada. Los laicos, que tienen un papel activo que jugar en toda la vida de la Iglesia, no slo estn obligados a empapar el mundo de espritu cristiano, sino que estn llamados a ser testigos de Cristo, que en todas las circunstancias es el centro de la sociedad humana. Los obispos, a quienes ha sido confiado el encargo de regir la Iglesia de Dios, junto con sus sacerdotes, deben predicar el mensaje de Cristo de tal manera que todas las actividades terrestres de los fieles queden baadas por la luz del Evangelio. Adems, todos los pastores debe