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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Françoise ÉTIENVRE. Formas y fines de la parodia en «El... - Formas y fines de la parodia en El censor(l781-l787) Fran\:oise Étienvre UNIVERSIDAD DE LA SORBONNE NOUVELLE AL TERMINARSE EL AÑO de 1786, muy exactamente el 28 de diciembre 1 , se publica un número de El Censor (más precisamente el Discurso CXXXVII) que tiene el interés peculiar de encerrar una reflexión acerca de la experiencia de periodista, de la naturaleza y del alcance de este trabajo, y también de la meta perseguida. Observamos, en particular, que el redactor se muestra convencido de la superioridad de un periódico como el suyo sobre un libro abultado, que atemoriza a muchos, para «extender las luces». Si se quiere que perdure la curiosidad del lector, «es menester que todo tenga novedad, o por lo que se dice, o por el modo con que se dice» (t. VII, p. 88). Otro imperativo es la variedad de los asuntos tratados, que hace estos papeles «propios para todos genios y todas inclinaciones» (p. 92). Así se consigue que un sujeto «que echaría a un lado qualquiera obra, cuyo título anunciase un asunto serio, se instruye de él sin querer en un papel que creyó fuese una sátira, o un Discurso burlesco como el antecedente»(ibid.). La sátira, lo burlesco: aquí tenemos dos componentes de la parodia, modo de escritura por el cual hemos decidido interesarnos, dado que representa indiscutiblemente uno de los recursos predilectos de los redactores de El Censor para alcanzar su meta: ser a la vez atractivo e instructivo. La parodia: el contenido de esta noción, muy antigua, ha evolucionado mucho a lo largo de los siglos, reduciéndose para extenderse luego extremadamente, hasta el punto de que Genette experimentó la necesidad de acotar su campo de aplicación en Palimpsestes 2 Ahí recuerda oportunamente que, en los siglos XVII y XVIII, si se practicaba con frecuencia la parodia, en cambio casi no se usaba en las poéticas el vocablo que se había refugiado en las retóricas. Así es como lo encontramos en el famoso tratado de Dumarsais, en el capítulo que trata «du sens adapté» 3 , donde se nos 1 Dato sacado del estudio de José Miguel Caso González que concluye la edición facsimilar de El Censor, Universidad de Oviedo: Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII, 1989, p. 787. Se recordará que los números del periódico venían sin fecha. 2 Gérard Genette, Palimpsestes. La littérature au second degré, Paris: Ed. du Seuil, 1982. 3 Dumarsais, Des trapes ou des différents sens [1729], ed. de F. Douay-Soublin, Paris: Flammarion, 1988, p. 216-217. Genette (op. cit., p. 23-24) reproduce íntegramente el texto de Dumarsais. 179 -t .. Centro Virtual Cervantes

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Formas y fines de la parodia en El censor(l781-l787)

Fran\:oise Étienvre UNIVERSIDAD DE LA SORBONNE NOUVELLE

AL TERMINARSE EL AÑO de 1786, muy exactamente el 28 de diciembre1, se publica un

número de El Censor (más precisamente el Discurso CXXXVII) que tiene el interés peculiar de encerrar una reflexión acerca de la experiencia de periodista, de la naturaleza y del alcance de este trabajo, y también de la meta perseguida. Observamos, en particular, que el redactor se muestra convencido de la superioridad de un periódico como el suyo sobre un libro abultado, que atemoriza a muchos, para «extender las luces». Si se quiere que perdure la curiosidad del lector, «es menester que todo tenga novedad, o por lo que se dice, o por el modo con que se dice» (t. VII, p. 88). Otro imperativo es la variedad de los asuntos tratados, que hace estos papeles «propios para todos genios y todas inclinaciones» (p. 92). Así se consigue que un sujeto «que echaría a un lado qualquiera obra, cuyo título anunciase un asunto serio, se instruye de él sin querer en un papel que creyó fuese una sátira, o un Discurso burlesco como el antecedente»(ibid.). La sátira, lo burlesco: aquí tenemos dos componentes de la parodia, modo de escritura por el cual hemos decidido interesarnos, dado que representa indiscutiblemente uno de los recursos predilectos de los redactores de El Censor para alcanzar su meta: ser a la vez atractivo e instructivo.

La parodia: el contenido de esta noción, muy antigua, ha evolucionado mucho a lo largo de los siglos, reduciéndose para extenderse luego extremadamente, hasta el punto de que Genette experimentó la necesidad de acotar su campo de aplicación en Palimpsestes2

• Ahí recuerda oportunamente que, en los siglos XVII y XVIII, si se practicaba con frecuencia la parodia, en cambio casi no se usaba en las poéticas el vocablo que se había refugiado en las retóricas. Así es como lo encontramos en el famoso tratado de Dumarsais, en el capítulo que trata «du sens adapté»3

, donde se nos

1 Dato sacado del estudio de José Miguel Caso González que concluye la edición facsimilar de El Censor, Universidad de Oviedo: Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII, 1989, p. 787. Se recordará que los números del periódico venían sin fecha.

2 Gérard Genette, Palimpsestes. La littérature au second degré, Paris: Ed. du Seuil, 1982. 3 Dumarsais, Des trapes ou des différents sens [1729], ed. de F. Douay-Soublin, Paris:

Flammarion, 1988, p. 216-217. Genette (op. cit., p. 23-24) reproduce íntegramente el texto de Dumarsais.

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ofrece la definición siguiente:

Parodie signifie a la lettre un chant composé a l'imitation d'un autre ; et, par extension, on donne le nom de parodie a un ouvrage en vers dans lequel on détoume, dans un sens railleur, des vers qu'un autre a faits dans une vue différente.

Muy restrictiva aparecerá a un lector moderno dicha definición, calificada de extensiva por Dumarsais. Encierra, sin embargo, características fundamentales de la parodia: la noción de imitación, la de burla y la de intención diferente respecto al texto original (el hypotexte, dice Genette) que siguen vigentes en la acepción actual, difusa si no confusa, de la palabra aplicada usualmente a cualquier forma de imitación burlesca o irónica, que sea o no literaria4

• Animado por el deseo de introducir algún rigor en lo que considera como un abuso terminológico y conceptual, Genette propone establecer una distinción entre una práctica intertextual que funciona por transformación (en ella incluye la parodia), y la que procede por imitación, como el pastiche5. Pero pronto admite que una imitación satírica también es una parodia y recuerda, como una evidencia, que las prácticas mixtas siempre son posibles. La reflexión de Genette nos incita, por lo menos, a no usar la palabra parodia sin aclarar su contenido. Es lo que procuraremos hacer, al presentar unos pocos ejemplos, entre los muchos que proporcio-na El Censor, de un modo de expresión proteiforme cuya finalidad también importa descubrir.

Empezaremos por el discurso XIV que contiene una carta fingida, dirigida por un tal Frippon, un francés recién llegado a España, al «Señor el Censor», para que le ayude a difundir su proyecto de crear una academia algo particular:

Yo enseño cómo el es menester hacer, según las ocasiones, toda suerte de cumplimientos, a se abrazar, a se besar, a se quitar el sombrero, sacar el reloj de buena gracia, etc. Yo no dudo, Señor, que Vm. no conocerá toda la utilidad que yo soy capaz de traer a toda vuestra nación, la qual no ha tenido hasta ahora la felicidad de tener una Escuela abierta, para enseñar una rama de cultura tan interesante, cultura por la qual se puede medir el escalón de ilustración a la qual una nación puede ella arrivar (t. 1, p. 212).

Sirvan estas líneas de botón de muestra de un ejercicio lúdico más que satírico, muy de moda en aquella época (pensemos en Cadalso o Ramón de la Cruz, entre otros) y de seguro éxito. Consistía en redactar textos que imitaban con clara intención caricaturesca no otros textos, sino lo que se podía oír entonces en boca de unos sujetos, no tan escasos

4 De los debates provocados por la noción de parodia se hallarán interesantes ecos en las Actas del IX simposio de la Sociedad española le Literatura general y comparada (nov. de 1992), t. II, La Parodia, Univ. de Zaragoza, 1994. Se consultará también el denso estudio de José María Pozuelos Yvancos,«Parodiar, rev(b)elar», Exemplaria, Univ. de Huelva, vol. 4, 2000, pp. 1-18.

5 De origen italiano, la palabra pastiche se difundió a lo largo del s. XVIII aplicándose, en el campo de las letras, a la imitación (no forzosamente burlesca) del estilo de otra obra.

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en la Villa de Madrid. Añadiremos que se requería un buen dominio del francés para llegar a una jerga tan perfectamente galicista.

También podían convertirse los españoles en blanco de las parodias. Ofrece un buen ejemplo de ello el discurso XVIII en el cual se publica otra carta fingida, esta vez de «Un español rancio», Cándido Zorrilla, que se lanza a una defensa del equívoco atacado, según dice, por los «eruditos a la violeta». En realidad, el abuso del equívoco en España había sido denunciado por varios eruditos, entre los cuales Mayans y Capmany que distaban mucho de ser unos «Violetas». Enterado de los partidos en presencia, el lector puede apreciar la imitación irónica de un modo de pensar, de razonar (el de los «rancios»), caracterizado por la imprecisión, la confusión, algo mucho más perjudicial que la mera y supuestamente castiza práctica de jugar con las palabras. Estas fingidas cartas ilustran una forma de parodia que procede por imitación, pero que supone no poca invención, dado que no se imita un texto concreto, sino un tipo de discurso oído o leído con frecuencia. Cualquiera que fuera su tono (burlesco, irónico, satírico), se presentaban dichas parodias como necesarios momentos de diversión e iban evidentemente destinadas a un amplio público.

Bien se sabe que contaba El Censor entre sus redactores un buen número de hombres de leyes6, lo que explicaría una notable propensión a parodiar los textos jurídicos ; pero importa recordar que había ido convirtiéndose esta forma paródica en una tradición literaria, ilustrada, entre otros muchos, por Mateo Alemán, Cervantes o Quevedo. El Discurso XXI (t. 1) comunica a los lectores una ordenanza relativa a los abusos originados por la moda de los perritos falderos, ordenanza tomada a raíz de una queja presentada por un gentilhombre, víctima de esa loca afición. El texto respeta escrupulosamente la estructura usual de una ordenanza: encabezamiento solemne, exposición de los agravios, decisiones del Tribunal censorio introducidas con muchos «que» y «otrosí», y una resolución final que podría tomarse por una simple transcripción de fórmulas auténticas, si no fuera por la pena ajustada a quien la decreta: se amenaza a los contraventores con «la censura más fuerte y la sátira más picante». Existe un fuerte contraste entre esta armazón rígida y el contenido de la exposición, sobre todo cuando se evoca el cuerpo del delito, es decir los importunos lamidos, encajes rotos, medias ensuciadas, y otras fechorías de los perritos. De tal contraste nace el tono burlesco del conjunto, principalmente destinado a ridiculizar una moda de la época.

No siempre va unida la envoltura jurídica a temas tan intranscendentes. Varios discursos que se presentan bajo la forma de cédulas o de pedimentos paródicos mezclan las burlas y las veras. Desde este punto de vista destaca un conjunto constituido por los Discursos CXLI a CXLV (t. VII). En ellos se reproduce el pedimento, aparentemente burlesco, de un representante de la familia Pensador que reivindica nada menos que la exclusividad de la sabiduría en ciencias y artes. A la demanda, que ocupa un discurso

6 Acerca de los redactores del periódico se encontrarán datos en Elsa García Pandavenes, El Censor (17881-1787), Antología, Barcelona: Ed. Labor, Textos Hispánicos modernos, nº 19, 1972, pp. 21-23; Paul-J. Guinard, La presse espagnole de 1737a1791. Formation et signification d'un genre, Paris, Institut d'Etudes hispaniques, 1973, pp. 293-297, y J. M. Caso González, op. cit., pp.787-793.

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entero, siguen los documentos aducidos por el querellante con el fin de provocar un debate científico con las partes adversas. Cada documento es sometido al examen de un perito nombrado por el Tribunal Censorio, peritos cuyos apellidos y cualidades parecen corroborar la tonalidad dominante. Mencionaremos a «don Teodoro Sesudo, Lógico y Dialéctico por S.M. Divina en todos sus dominios naturales», a «don Amadeo de Veras, Doctor en el sagrado Catecismo, Cura de su propia alma» y a «don Eufrasio B uenavista, Profesor de Filosofía, y Académico más antiguo de la de la Razón». Se necesitaría mucho más tiempo y espacio para comentar debidamente las 140 páginas de que constan los documentos. Contentémonos con advertir que se tocan en ellos cuestiones muy controvertidas, relacionadas con la física (el fenómeno de la atracción, de la gravita-ción), o la filosofía (el infinito, el vacío, la naturaleza del alma, del espíritu, la libertad del hombre y hasta la existencia de Dios). Además, la manera de tratarlas encierra no poca ambigüedad. En efecto, el debate reclamado por el Sr. Pensador, si bien desemboca en conclusiones ortodoxas, permite la exposición de teorías que no lo son tanto.

Vuelve a encontrarse esta doble faceta de la parodia (apariencia burlesca, objeto serio) en el Discurso CLII (t. VIII), donde una perfecta imitación externa de una cédula se acompaña de una vigorosa denuncia-una más-de los matrimonios de conveniencia. Al principio de la cédula, el Fiscal del Tribunal expone una resolución conforme al cambio deseado por muchos españoles:

Ordeno y mando que en lo venidero no sea lícito a ningún padre, tío o tutor usar de su autoridad directa ni indirectamente para retraer contra su voluntad a su hijo, sobrino, o pupilo de qualquier sexo, edad y condición que sea, de los amores de otro a quien le hubiese él mismo autorizado para mirar como su futuro esposo o esposa, no habiendo para ello otra razón que la de proporcionarse otra boda más ventajosa (p. 403).

Poco después emite una serie de derogaciones, totalmente contradictorias con lo que acaba de estipular, ya que todas corresponden a la posibilidad de adquirir más riquezas o de acceder a un título de más brillo. Llega a declarar el Fiscal que toma la resolución final «sin embargo de qualesquiera máximas, reflexiones, sentencias y decisiones mías, y de los escritores mis predecesores, las quales por la presente revoco, anulo y quiero sean de ningún valor y efecto» (p. 408). Un cambio tan radical no es sino la expresión satírica de la fuerza del interés ante la cual todo cede: justicia, razón, honor, palabra dada.

Del gran número de parodias jurídicas en El Censor, que algunos consideraron como una facilidad, puede inferirse que no le desagradaría al público esta forma de escritura. También es cierto que no engendra ninguna sensación de monotonía por la variedad del contenido, que se trate de la temática o de las metas perseguidas.

Dado el interés muy natural de un periódico por los temas de actualidad, era impensable que El Censor no interviniera en el debate provocado por las tan famosas como impertinentes preguntas de Masson. Lejos de aprobar al mal inspirado francés, tampoco admiten los redactores las apologías incondicionales de España, tan opuestas

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al espíritu sanamente crítico y reformista que iba desarrollándose. El tema de las apologías aparece en varios discursos (LXXXI, CX, CXIII, entre otros), y da lugar a la conocida parodia de la Oración apologética por España y su mérito literario de Forner, publicada en noviembre de 17867

• El Discurso CLXV (el antepenúltimo del periódico) reproduce un texto supuestamente mandado desde Orán al Censor por alguien que ignora si el autor «es africano o europeo, bien que por su modo de pensar y de explicarse parece ser lo primero» (t. VIII, p. 630). Estos preliminares se vuelven inequívocos cuando se lee el título del papel publicado: Oración apologética por el África y su mérito literario.

El texto que sigue es, en realidad, la reproducción literal del de Forner, con cortes más o menos extensos y no todos inocentes (pero no los podemos analizar aquí), reduciéndose la parodia a la sustitución sistemática de las palabras España y españoles por las de África y africanos8• Los comentarios irónicos y hasta sarcásticos de los redactores se hallan en las notas que expresan a veces posiciones muy arriesgadas, sin duda no ajenas a la pronta desaparición del periódico. Pero lo que nos importa destacar es que nos encontramos, en este caso, con la forma mínima de la parodia normalmente practicada a partir de un texto breve (un verso, un refrán, hoy día, un eslogan publicitario). Este cambio único hace todavía más fuerte el desprecio de los redactores por Forner, recordándonos oportunamente que casi siempre se cifra el insulto en una palabra.

Terminaremos con el texto de apertura del Censor: la «Dedicatoria al lector». En la tradición clásica, se solía escribir un prólogo al lector, reservando la dedicatoria a algún Prócer, mecenas de la obra. El periodista acepta la herencia literaria, pero manejándola a su antojo a través de la parodia que se desarrolla a lo largo de la dedicatoria. El juego empieza con la sustitución del ineludible Mecenas por «el Sr. Lector», el cual bien merecería el apodo puesto que, como lo recuerda de manera burlona el redactor, «desde aquella hora, desde aquel punto en que desembolsa por [la obra] su dinero, se hace Vm. [ ... ] absoluto dueño y señor de ella» (t. 1, p. 4). Finge, luego, el mayor respeto por «un héroe calificado de tal [ ... ] por lo más sabio de la república de las letras. [ ... ] todos, todos llaman a Vm. uno ore christiano, pío, religioso, benigno, benévolo, casto, prudente, afable» (p. 6), calificativos que se encuentran, efectivamente, en prólogos firmados por las más prestigiosas plumas del Siglo de Oro. Fiel hasta el final a la estructura de las dedicatorias tradicionales, termina el texto por una celebración, enfática y burlesca, de la ilustre estirpe del Sr. Lector, remontándose de Noé a Eva y Adán.

Se abre, pues, El Censor con una parodia modélica que consiste en la imitación relativamente extensa (diez páginas) de un tipo de texto, bien conocido del redactor, y tantas veces repetido que se había convertido en estereotipo. A ese ejercicio literario,

7 La polémica entre Forner y los redactores de El Censor ha sido analizada detenidamente por Fran~ois Lopez, Juan Pablo Forner et la crise de la conscience espagnole au XV/lle siecle, Bordeaux: Institut d'Etudes ibériques et ibéro-américaines, 1976, p. 388 y sg. En el mismo capítulo IV se encuentra una detallada presentación del caso Masson.

8 Solo una vez se le olvida al redactor efectuar la sustitución (n. 1, p.652-653).

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recordémoslo, tampoco se mostraba muy adicto Cervantes. Lógicamente toma, por lo tanto, dicha parodia la apariencia de una reacción frente a una tradición sentida como pesada obligación. Pero, no solo interesan estas páginas por la habilidad paródica que manifiestan, sino también por lo que dejan percibir de la relación entre lector y autor.

El redactor tiene una clara conciencia de que necesita al lector como público y como apoyo financiero ; pero, esa ineludible dependencia va en contra de su dignidad de autor. De esa conflictiva relación, anteriormente expresada por un Quevedo, tenemos ecos en otros discursos, particularmente en el ya citado discurso CXXXVII donde declara el periodista lo siguiente: «lo que de ningún modo consentiré es que se me ponga de hinojos delante del piadoso, o sea benévolo Lector, rogándole muy humildemente que perdone, o disimule mis defectos» (t. VII, p. 100). Bien podría ser, en este caso, la parodia inicial una forma de compensación.

Con esas pocas muestras puede comprobarse que, después de tantos siglos de existencia, sigue siendo la parodia muy viva y eficaz para divertir, saldar cuentas personales o incitar a reflexionar. No es sino uno de los numerosos recursos estilísticos, antiguos o modernos, renovados o no, usados en la prensa dieciochesca, recursos que, a mi parecer, merecerían que se les dedicara más atención.

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