festival

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Festival Inhalo. Levanto mi cabeza frente al espejo. Mis brazos sostienen me cuerpo sobre el lavamanos del baño. Exhalo. El corazón y la carne tiemblan en mi pecho salvaje. El agua corre por mi cara como si fuera una extensión siniestra de algún aguacero lejano, desconocido. Sólo un cuarto oscuro rodea mi forma humana, sólo un cuarto oscuro la retiene. Más coca no va a solucionar, basta de huir de esto, hoy voy a dejar de resistir. Miro al revolver negro que está a mi lado. Un solo disparo y ya, todo cambiaría. Mi mano lo acaricia como si fuese la mascota de mi infancia, un cariño tremendo nos une. La droga mas poderosa está frente a mí, la inyección del placer total, la inyección de la muerte. Y la emoción que hace temblar mi corazón es el traficante mas efectivo, quien mejor vende su producto. ¿Podría la muerte ser la heroína máxima? Hay una luz que se filtra. Es la luz intermitente de los rayos. Hay un sonido también, el sonido de los truenos. Ellos, latiendo como tambores, me alientan a realizar mi deseo. ¿Podría ser la promesa de un nuevo corazón? El fulgor que se desliza a través de los barrotes de la ventana hace relucir al acero negro como una perla en el fondo marino. Me llama, me desea. Como la puta mas sucia de un burdel, un burdel crucial. Poner ese objeto en mi boca puede ser perfectamente el signo máximo de paradoja; la dependencia humana en lo inerte de seres artificiales. Un concepto llano y limpio. Aséptico. ¿Podría ser un beso mecánico al acero negro lo que me lleve al entumecimiento permanente? Miro hacia atrás, me he vuelto un nihilista, Nietzsche me odiaría. Parte de mí podría justificarlo estableciendo que para concebir algo en su totalidad se debe estar separado de ello. Esa parte opta por no hacerlo. Estoy cansado de esta división, estoy cansado de esta dinámica, y estoy cansado de estar cansado. De pronto, un sonido y un destello… el silencio… Entra una sombra a este cuarto de sombras, me llama por mi nombre y dice me viene a buscar. Lo sigo. Caminamos en silencio por un pasillo angosto hacia una luz intensa. Entro de lleno a la plataforma, al espacio iluminado, hay colores, y hay gente. Todos gritan de alegría, están felices por verme. Experimento una felicidad incomunicable, todo rastro de pena se disuelve para siempre. Este es mi paraíso.

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Pablito Ruiz y Enrique Maluenda en una aventura épica

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Page 1: Festival

Festival

Inhalo. Levanto mi cabeza frente al espejo. Mis brazos sostienen me cuerpo sobre el lavamanos del baño. Exhalo. El corazón y la carne tiemblan en mi pecho salvaje. El agua corre por mi cara como si fuera una extensión siniestra de algún aguacero lejano, desconocido. Sólo un cuarto oscuro rodea mi forma humana, sólo un cuarto oscuro la retiene.

Más coca no va a solucionar, basta de huir de esto, hoy voy a dejar de resistir.

Miro al revolver negro que está a mi lado. Un solo disparo y ya, todo cambiaría. Mi mano lo acaricia como si fuese la mascota de mi infancia, un cariño tremendo nos une. La droga mas poderosa está frente a mí, la inyección del placer total, la inyección de la muerte. Y la emoción que hace temblar mi corazón es el traficante mas efectivo, quien mejor vende su producto. ¿Podría la muerte ser la heroína máxima?

Hay una luz que se filtra. Es la luz intermitente de los rayos. Hay un sonido también, el sonido de los truenos. Ellos, latiendo como tambores, me alientan a realizar mi deseo. ¿Podría ser la promesa de un nuevo corazón?

El fulgor que se desliza a través de los barrotes de la ventana hace relucir alacero negro como una perla en el fondo marino. Me llama, me desea. Como la puta mas sucia de un burdel, un burdel crucial. Poner ese objeto en mi boca puede ser perfectamente el signo máximo de paradoja; la dependenciahumana en lo inerte de seres artificiales. Un concepto llano y limpio. Aséptico. ¿Podría ser un beso mecánico al acero negro lo que me lleve al entumecimiento permanente?

Miro hacia atrás, me he vuelto un nihilista, Nietzsche me odiaría. Parte de mípodría justificarlo estableciendo que para concebir algo en su totalidad se debe estar separado de ello. Esa parte opta por no hacerlo. Estoy cansado de esta división, estoy cansado de esta dinámica, y estoy cansado de estar cansado.

De pronto, un sonido y un destello… el silencio…

Entra una sombra a este cuarto de sombras, me llama por mi nombre y diceme viene a buscar. Lo sigo. Caminamos en silencio por un pasillo angosto hacia una luz intensa.

Entro de lleno a la plataforma, al espacio iluminado, hay colores, y hay gente. Todos gritan de alegría, están felices por verme. Experimento una felicidad incomunicable, todo rastro de pena se disuelve para siempre. Este es mi paraíso.

Page 2: Festival

Es 1986, estoy en Santiago de Chile, es el Festival de la Una y Enrique Maluenda me sonríe satisfecho desde una esquina del escenario.

Soy un niño prodigio. Soy una estrella.

Yo soy Pablito Ruiz.