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Feminismo en México Revisión histórico-crítica

del siglo que termina

Griselda Gutiérrez C. COORDINADORA

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PUEG UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

PROGRAMA UNIVERSITARIO DE ESTUDIOS DE GÉNERO

México, 2002

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GOORDINAclou DE HUMAYI1DADES

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PROGRAMA UNIVERSITAIII:) ESTUNOS DE GENERO

•llbliciteca Rosario

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Doctor Juan Ramón de la Fuente Rector

Doctora Olga Elizabeth Hansberg Coordinadora de Humanidades

Doctora Graciela Hierro Directora del PUEG

PROGRAMA UNIVERSITARIO DE ESTUDIOS DE GÉNERO

Comité Editorial Dora Cardaci • Gloria Careaga • Mary Goldsmith • Graciela Hierro

Claudia Lucotti • Mercedes Pedrero • Greta Rivara • Martha Judith Sánchez Margarita Velázquez • María Luisa Tarrés

Gloria Careaga Coordinadora del Comité Editorial

Berenise Hernández • Mauro Chávez Publicaciones

Cuidado de la edición: Mauro Chávez Tipografía y formación: Federico Mozo Diseño de portada: Teresa Guzmán Ilustración: Francisco Ortiz

Primera edición, abril de 2002

DR © 2002 Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación de Humanidades Programa Universitario de Estudios de Género Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F.

ISBN 968-36-9935-9

Impreso y hecho en México

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LA LUCHA POR EL PLACER

Crónica de un movimiento que continúa

GLORIA CAREAGA PÉREZ

En la identificación del proceso que siguió la defensa de la se-xualidad, la invisibilidad en los referentes del desarrollo femi-nista es el primer obstáculo que se enfrenta. Revisar el trabajo que sobre la sexualidad se ha realizado implica optar entre dos posibilidades: revisar la temática y las autoras en las revistas y boletines, quién y qué se publicó, o hurgar en la documentación, actos y pronunciamientos de los grupos. La poca disponibilidad de tiempo y de acceso a todos los materiales me llevó a hacer una mezcla y apoyarme en algunas entrevistas que me permitie-ran dar por lo menos un panorama de cuál ha sido el quehacer feminista en torno a la sexualidad, evitando repetir lo que se ha denominado el estrellismo en el movimiento.

Así, reconozco las limitaciones de los resultados alcanzados y las seguras interpretaciones de las situaciones dadas. No obs-tante, estos recorridos me dieron la oportunidad de recrear las vivencias de diferentes épocas y creo ofrecer elementos para la discusión y el análisis de nuestra participación a favor del ejer-cicio libre de la sexualidad.

El debate en torno a la sexualidad ha sido uno de los elemen-tos centrales del movimiento feminista. Los referentes más an-tiguos sobre este aspecto datan de la presentacion que preparó Hermila Galindo, "La mujer del porvenir", para él Congreso Fe-minista de Yucatán. El trabajo se refiere a la educación sexual que debería impartirse a las mujeres, a la desigualdad con que se juzga a las mujeres débiles que ceden al instinto y a los hom-bres seductores que abandonan a sus víctimas. En este discurso inaugural, Galindo hace referencias claras al aborto y a la pros-titución, por lo que causó escándalo entre las asistentes, fue re-pudiada por "la buena sociedad" de Mérida e incluso mal vista

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por las feministas, por hacer públicos aspectos silenciados (Fop-pa, 1979).

Más adelante, en los cincuenta, las mujeres se pronunciaban a favor de los anticonceptivos, con claras referencias a la libertad sexual. Los movimientos feministas que irrumpieron en los se-senta fueron caracterizados no sólo por el tipo de sujeción al que se oponían, por la relativa pluralidad en términos de clase de las mujeres que los integraban, sino también en relación con los mo-vimientos feministas que los habían precedido menos de un siglo atrás: como el de las sufragistas, que lucharon básicamente por la ampliación de los derechos civiles y políticos de las mujeres.

El reinicio de la lucha feminista de los setenta, considerando la experiencia de las sufragistas, se planteó abrir varios frentes de lucha que hicieron posible un trabajo continuo y sostenido hacia la igualdad de condiciones para las mujeres. La peculia-ridad de los movimientos feministas de esta nueva época estu-vo dada en que no se restringieron a una demanda particular, ni a varias, sino que sus objetivos trascendían el terreno meramen-te reivindicativo al cuestionar el carácter de la vida misma. Esta perspectiva abrió también las posibilidades para el surgimien-to de diferentes iniciativas y grupos, y la formación de organis-mos de vinculación y coordinación.

La lucha feminista de esta etapa estaba fuertemente matizada por los acontecimientos de finales de los sesenta, fue indudable la fuerza ejemplificadora y la motivación de otros movimien-tos, como el estudiantil, el movimiento hippie o el movimiento negro, así como los hechos que la precedieron, como la Revo-lución cubana y la guerra de Vietnam (González, 2001). Así, este nuevo movimiento contaba con la trayectoria de varias muje-res participantes en las actividades en instancias de la izquierda de nuestro país. Esto influyó en la generación de ciertas alian-zas, de debates interminables que derivaron en escisiones, así como en la definición de perspectivas y ejes de lucha.

Así, el movimiento feminista en México se enmarca claramen-te en el espacio intelectual universitario, contra la discrimina-ción, a favor del libre ejercicio de la sexualidad, con un fuerte cuestionamiento a la estructura social y los estilos de vida des-de una óptica de izquierda. Sin embargo, si bien su cuestiona-miento partía del análisis del patriarcado y luego del sistema

sexo-género, los ejes de lucha del movimiento feminista de los setenta estaban circunscritos de manera significativa al cuestio-namiento de la dinámica de subordinación en el espacio privado, así como a las reivindicaciones referentes al trabajo asalariado y doméstico. Esto llevó a revisar necesariamente el ejercicio de la sexualidad, sus expresiones y formas de relación.

La introducción de la sexualidad entre los aspectos a revisar al interior del movimiento fue producto también de la metodo-logía elegida para la toma de conciencia de género. Los grupos de reflexión, en general, contemplaban una discusión sobre el eje del trabajo al que se dedicaba cada grupo, pero incluía la re-visión de la propia experiencia, lo que necesariamente los lleva-ba a cruzar la sexualidad. Así, todos los grupos que utilizaron esta metodología de trabajo llegaron a cuestionar la sexualidad en su conjunto, aunque pareciera que a partir de las propias ca-racterísticas de las participantes, sus cuestionamientos se enfo-caran a diferentes aspectos.

En otro sentido, para 1972 se decidió organizar una convi-vencia en la escuela Cipactli para integrar mujeres de clase me-dia a Mujeres en Acción Solidaria (MAS), de donde surgen varios documentos, entre ellos "Nuestra sexualidad", preparado por el colectivo (Acevedo, 1977). Asimismo, a lo largo de las agendas del movimiento se anotan múltiples conferencias dictadas en diversas dependencias de la UNAM bajo esta temática.

Sin embargo, a pesar de la amplia discusión que se dio en tor no al tema, no todos los grupos levantaron la sexualidad como una de sus banderas. Es más, las revisiones históricas sobre el movimiento sólo la mencionan de pasada, no como uno de sus ejes de análisis sobre la condición de las mujeres, ni como ban-dera de lucha, sino como elemento de las discusiones de los gru-pos de reflexión. Aunque constantemente se menciona el papel que la sexualidad jugaba en las discusiones de los grupos de re-flexión "como el hilito que conducía a todas esas personas a los pequeños grupos" (Lamas, citada por González, 2001), no deja de asociarse y ubicar su defensa y reivindicación en general en los grupos de lesbianas.

Esta perspectiva no coincide con la experiencia referida por varias de las mujeres líderes de aquella época (Jiménez, 2000; Parada, 1999) ni con las constancias documentadas.

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Por ejemplo, La Revuelta, primera publicación feminista, de-dicó a la sexualidad, probablemente como único texto publica-do así hasta hoy, el quinto número de su periódico (abril, 1977), donde se abordó la insatisfacción silenciada, la sexualidad for-zada, la represión sexual, la masculinidad en la liberación de la sexualidad, la sexualidad femenina, el deseo de placer, el len-guaje del cuerpo a través de las culturas, la menstruación, la homosensualidad, la masturbación, el hostigamiento sexual, re-ferencias bibliográficas y lemas sexistas.

La Revuelta fue uno de los grupos que llevó más fuerte la dis-cusión sobre la sexualidad; tomaba muy en serio la idea de que el feminismo toca a todas las esferas de la vida, que había que cam-biarlo todo, incluso la propia vida privada, e intentaron llevar una vida comunitaria (Hiriart, 1986); era un grupo de intelectua-les y artistas que abundaban en la reflexión sobre el cuerpo (Ji-ménez, 2000).

En Fem, el editorial de su cuarto número (julio-septiembre de 1977) hace patente su posición al respecto. Aunque en este nú-mero de la revista aparecen varias fotos y dibujos de desnudos y escenas eróticas, los textos centrados en el tema se orientan principalmente al análisis de la problemática que las mujeres enfrentan en torno a su sexualidad. Aun así, en el editorial, des-pués de su planteamiento sobre la violencia y la opresión de la mujer como objeto sexual y ante la doble moral, reconocen el potencial que identifican en la sexualidad de las mujeres, y plantean:

• Fem considera necesaria una amplia educación sexual • Fem protesta contra los malentendidos o la mala fe con la

que suelen interpretarse las reivindicaciones feministas en el terreno sexual

• Fem censura la degradante manipulación que se hace de las mujeres como objetos sexuales

• Fem denuncia el enmascarado comercio de la prostitución • Fem se opone a la discriminación y represión de que son

víctimas las personas que viven de acuerdo a una conduc-ta sexual considerada "anormal"

• Fem respeta por lo tanto la conducta homosexual • Fem exige que las agresiones sexuales sufridas cotidiana-

mente por las mujeres sean denunciadas, combatidas y castigadas...

En 1977 se funda Lesbos, el primer grupo de lesbianas femi-nistas que se asumían como tal públicamente. Muchas de ellas habían participado en otros grupos feministas y esa experien-cia había significado en algunos casos el aislamiento, debido, probablemente, a la autorrepresión, dada su diferente orienta-ción respecto de la mayoría y una velada censura por parte de ésta. Lesbos cuestionó la heterosexualidad y la monogamia. Sus integrantes partían del hecho fundamental de que eran muje-res que no pretendían imitar ningún rol masculino, de que el lesbianismo no se reduce a la relación de carácter sexual, sino que lleva consigo toda una nueva actitud ante la vida y es la ne-gación a someterse al papel tradicional de la mujer (Fem, 1977). Planteaban que de ninguna manera pretendían transformar a la sociedad en homosexual, ni pensar que fuera la única forma de relación social. Veían a la homosexualidad y al lesbianismo como una opción dentro de las relaciones humanas (González, 2001). Lesbos era un grupo que se manejaba en el clóset, en la clandestinidad. Realmente era un grupo de reflexión en torno al patriarcado, la sexualidad y la vida de personajes históricos (Jiménez, 2000).

En 1978 nació el grupo de lesbianas feministas y socialistas Oikabeth. Este grupo reclamaba la autonomía política de la or-ganización de las lesbianas a partir de reivindicar el lesbianismo como una actitud ante la vida; crear una nueva imagen revo-lucionaria del lesbianismo; evitar la relación de poder que se establece en la pareja tradicional; crear una cultura lésbica, en colaboración con los demás grupos oprimidos y marginados; el fortalecimiento del poder político lesbiano y la solidaridad con las mayorías oprimidas y los grupos marginados, ya que como parte de la clase trabajadora luchaba en contra de un enemigo común: el capital, que se manifiesta como poder burgués, poder masculino y poder heterosexual (Oikabeth, 1978).

En las resoluciones de la conferencia nacional constitutiva, el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de las Mu-jeres se pronuncia claramente "por el derecho de las mujeres a controlar sus propios cuerpos y por el libre ejercicio de la sexua-

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lidad", entre otras demandas. Sin embargo, la solicitud de dos grupos mixtos de homosexuales para ingresar al Frente provocó la salida de algunas mujeres como las de la Unión Nacional de Mujeres —aquí como en otras ocasiones, existen diferentes ver-siones; no fue sólo la inclusión de grupos mixtos, sino contenidos homofóbicos no explicitados claramente— (Jiménez, Hinojosa, 2000). Aunque la decisión de incluir homosexuales pudo haber-le costado al Frente la no adhesión de algún otro grupo o sector, ésta no dejaba de ser importante en una sociedad mayoritaria-mente homófoba, de lo cual no se excluían muchos militantes de los propios partidos integrantes del Frente, ni muchas femi-nistas. Además, los grupos organizados sobre la base de la orien-tación sexual mostraban una solidaridad activa con la causa de las mujeres, actitud que mantuvieron consecuentemente (Gon-zález, 2001).

En la segunda conferencia nacional del Frente, en la discusión "Del Primer Periodo del Frente" se consideró una evaluación de lo que había significado la introducción del tema de la sexuali-dad. No se cuestionó el hecho de haberlo tratado, sino la forma en que se hizo: "en muchos puntos relacionados con la sexua-lidad, incluyendo las demandas de las mujeres lesbianas, no se llegó a un consenso real sino a un consenso formal; esto se de-bió a que después de un largo y arduo debate, a la hora de hacer las votaciones, las organizaciones que objetaban —la Unión de Mujeres Mexicanas y los Comités Femeniles de la Tendencia De-mocrática— no se manifestaron.

La participación de las mujeres de los partidos dio un giro al trabajo y las discusiones al interior del Frente y de la Coalición, llevando incluso a fuertes pugnas y escisiones. Sin embargo, sería dificil separar la influencia que por una lado tuvieron los partidos y por otro el movimiento feminista en la reflexión en torno a la sexualidad de los grupos de conciencia. La izquierda en ese momento apuntaba a cuestionamientos que giraban prin-cipalmente en torno a los modelos de familia, de clase, de consu-mo, "buscábamos la ruptura con nuestros orígenes y demostrar nuestra independencia y autonomía, lo que nos llevó también a una mayor libertad en la sexualidad y al establecimiento de otras formas de relación —comuna—. Sin embargo, fue esto mis-mo lo que generó los mayores nudos y rupturas (Ávila, 2000)".

Al parecer, había un buen grupo de mujeres que cayeron en la trampa de la liberación sexual, "que cogen con quien quieren y cuando quieren, sin darse cuenta de que están repitiendo los modelos y costumbres del opresor" (La Revuelta, núm. 5), donde se partía de una ficticia igualdad, sin cuestionar la inequidad de la relación. Creían estar disponiendo de los hombres, sin dar-se cuenta de que estaban disponibles para todos los hombres.

Un papel muy importante también lo desempeñó el Grupo Autónomo de Mujeres Universitarias (GAmu), muy vinculado al PRT, que cuestionaba los modelos de pareja, de relación. Las in-tegrantes de GAMU convocaron a un encuentro entre feministas y lesbianas en Cuernavaca. Allí se estableció un vínculo claro, desde la sexualidad, tal vez "demasiado" estrecho, pero para no-sotras fue muy benéfico. De allí surgió todo el cuestionamiento hacia la reproducción de los roles en las parejas de lesbianas (Jiménez, 2000). Hasta entonces "ninguna había manifestado su orientación sexual, todas asumíamos que las demás eran heterosexuales. El intercambio al principio generó confusión, pero ríos llevó a una mayor apertura. Inclusp algunas compañe-ras buscaron experimentar relaciones con lesbianas. Sin em-bargo, el grupo temía cargar con dos estigmas: el de la doble militancia y ahora a favor del respeto a la libre opción sexual. Al parecer, el intercambio entre las mujeres lesbianas y GAMU,

hizo posible que ambos movimientos se enriquecieran. Llevó a las feministas a cuestionarse sobre la orientación sexual y sobre su propia sexualidad, y llevó a algunas lesbianas a afirmarse como feministas (Espinosa, 2000).

Para finales de los setenta y principios de los ochenta, los mo-vimientos feminista y lésbico-gay confluyen en la reivindicación de sus derechos y la exigencia de reconocimiento y legitimidad a su existencia, y la satisfacción de sus necesidades. Esta con-fluencia se refleja en una amplia participación de feministas y militantes de partidos en las marchas anuales de orgullo.

No podemos olvidar a Mujeres del Chopo, que desde 1980 impulsó un programa de talleres de sexualidad que continúa vigente. "Pero había varios grupos que hacían trabajo alrede-dor de la sexualidad: La Revuelta era un grupo feminista de in-telectuales y artistas que abordaban mucho el tema del cuerpo. Las Madres Libertarias (1983) con sus discusiones en torno al

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orgasmo. Yelmal, universitarias de Acatlán, un grupo muy crí-tico, feminista. Las MULAS (1984) un grupo de lesbianas con gran trabajo sobre cuerpo, centraban su discusión en el erotismo y el placer" (Jiménez, 2000). Un espacio importante para la dis-cusión y la expresión cultural lo constituyó Cuarto Creciente (1985), donde se impartían talleres y se formaban grupos de discusión.

En esta etapa de los ochenta, la formalización masiva de los grupos en ONG empezó a dar un viraje al movimiento. Aunque algunas trabajaban aspectos de sexualidad, los orientaban ha-cia la salud. Incluso "aunque abrieran talleres para lesbianas (CIDHAL), las propias mujeres que los dirigían estaban en el clóset. Para algunas mujeres, las discusiones sobre la sexualidad en los grupos de reflexión no resultaron ser un tema familiar, cerca-no. Incluso las exigencias doctrinarias que imponían llevaron a que el conflicto del desclosetamiento de algunas compañeras exigiera la confesión del lesbianismo. El intercambio con las les-bianas llevó a nuevos conflictos sobre el espacio, la intimidad, el respeto, la tolerancia. Estábamos inmersas en un cúmulo de mentiras, silencios y [...] Se habían establecido nuevas formas de silencio" (Ávila, 2000). En general, había temor a tocar la se-xualidad, que sólo era contemplada desde la salud.

Sería necesario revisar qué pasó con la Coordinadora de Gru-pos Autónomos Feministas; no me parece coincidencia que en ella se hayan aglutinado, en 1982, GAMU, Lambda, CIDHAL, Oika-beth, Mujeres del Chopo, MNM, Lucha Feminista, Colectivo Femi-nista, La Revuelta, Ven Seremos de Morelia, Colectivo Feminista de Colima, Mujeres de Culiacán, Cihuatl de Monterrey. Esta ini-ciativa, a pesar de haber celebrado cuatro encuentros, no tuvo mayores éxitos. A partir del segundo encuentro se forma la Red Nacional de Mujeres (1982), que auspicia el tercero y cuarto. Algunos grupos llegaron a este último con evaluaciones que in-tentaban dar aportes a la discusión de los problemas que afec-taban al movimiento. Algunas lesbianas cuestionaban la falta de espacio otorgado al tema del lesbianismo y la ausencia de heterosexuales en sus actividades. El tema del lesbianismo, no abordado en su profundidad en el seno de los grupos feministas (algunos de los cuales tenían lesbianas entre sus integrantes) fue visualizado por muchas personas como una de las cuestio-

nes que afectó al movimiento (González, 2001). Sin embargo, no se podría concluir que la presencia de las lesbianas haya sido el aspecto que incidió negativamente su desarrollo. Fueron las diferencias de clase, generacionales, de estado civil, y la orien-tación sexual las que ocasionaron los tropiezos del feminismo (González, 2001).

Aun así, después del encuentro feminista de 1989, en la Asam-blea Feminista del Distrito Federal (10 de febrero de 1990) se aprobó el documento "Para qué una Coordinadora Feminista en el Distrito Federal", en el que se señalan también tres princi-pios que la guían: "la Coordinadora se constituye reconociendo tres principios feministas que con el paso de los años han mos-trado su fuerza en coincidencias que permiten unirnos: la mater-nidad libre y voluntaria, contra la violencia hacia las mujeres, y por la libre opción sexual", principios que muchas mujeres tradujeron en ejes de lucha.

Así, iniciamos la última década con el reconocimiento pleno de la orientación sexual como una bandera del movimiento fe-minista. Sin embargo, el proceso de especialización del traba-jo a que cada organización se dedicaba llevó a contar con una bandera de lucha sin mucho contenido. La sexualidad, como tal, quedó de nuevo a cargo de los grupos de lesbianas. No es extraño que, hasta hoy, ningún grupo heterosexual asuma la sexualidad como el objeto central de su trabajo. Aun así, la sexualidad va abriéndose paso. Los logros alcanzados a nivel internacional en el debate sobre la sexualidad de las mujeres y la separación de los derechos sexuales y reproductivos nos coloca ante una nue-va etapa. Terminamos el siglo con iniciativas múltiples para la definición de estrategias para su impulso.

En esta última década, el trabajo de El Clóset de Sor Juana y GIRE, como dos de los grupos más visibles que trabajan alre-dedor de la sexualidad, ha estimulado además la formación de iniciativas jóvenes como Nueva Generación y la Red de Jóvenes a favor de los Derechos Sexuales y Reproductivos. Así también recientemente se ha dado la creación de nuevas iniciativas co-mo Democracia y Sexualidad (Demysex), una red que aglutina a varios grupos, y la apertura de las asociaciones de profesiona-les que trabajan en torno a la sexualidad, que han ampliado su perspectiva y los espacios académicos del PUEG y El Colegio de

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México, en los que abiertamente se han instalado áreas de estu-dio y seminarios de investigación sobre la sexualidad, que ofre-cen una nueva perspectiva al trabajo.

No quiero soslayar la importancia que han tenido los medios radiofónicos y televisivos para mantener el tema en el debate, entre éstos especialmente Canal 11, Radio Educación y el IMER

—aunque no han sido los únicos, pero las iniciativas han sido re-sultado del trabajo individual de algunas compañeras, más que de las radiodifusoras mismas—; las aportaciones de las revistas Debate Feminista, LesVoz y las Amantes de la Luna, y de El Há-bito, también como un espacio nuestro.

Conclusiones

Al inicio de los setenta, la mayoría de los grupos se congregaron principalmente en torno a la reflexión y análisis de la condición femenina: la maternidad, la doble jornada, la sexualidad. La orientación sexual se constituyó en un elemento diferenciador, fundamentalmente porque, a pesar de ser la ideología feminis-ta misma la que ayudó a la aceptación y el reconocimiento de la homosexualidad, a partir del concepto de libre uso del cuerpo y libertad sexual, en la práctica concreta ha resultado difícil pro-fundizar y enriquecer el discurso teórico y llevarlo a la acción, lo que generó un inconsciente y generalizado rechazo mutuo entre heterosexuales y lesbianas.

Si bien la sexualidad permeó las discusiones de los grupos de reflexión, su papel en la definición de los ejes de lucha me-rece un análisis. Las historias de participación en la izquierda y los grupos de reflexión abrieron nuevas posibilidades para el ejercicio de la sexualidad, y algunas feministas advirtieron so-bre la reproducción que éstas podrían traer a las relaciones de inequidad; sin embargo, a pesar de que "lo personal es político", no se logró llevar la experiencia personal de la sexualidad a la definición clara de banderas políticas. Al parecer fue más fácil, aunque con mucho esfuerzo —como la doble y triple jornadas que enfrentaron—, romper y abrirse a la participación amplia de los espacios públicos que impulsar la transformación de lo pri-vado, de lo público. Incluso hasta hoy, la manifestación de nue-

vas propuestas en torno a la sexualidad ha recolocado la visión de protagonismos y amiguismos, señalada por las historiado-ras del movimiento, al personalizar y aprobar o desaprobar in-cluso estilos de vida.

Hemos avanzado claramente en la reorganización de éstos para alcanzar una mayor presencia, pero la sexualidad resulta ser el espacio íntimo donde las inequidades no pueden dejar de reflejarse. Aun así, las relaciones en torno a sexualidad, como parte del todo que se debe transformar, han sufrido también al-teraciones para las mujeres y para los hombres, pero aún no se ha logrado ver así, ni nos hemos dado a la tarea de analizar.

El nuevo siglo nos ofrece nuevas posibilidades. Se ha iniciado ya la articulación entre feministas y lesbianas para emprender nuevas reflexiones y apuntar a futuras acciones. Habría que re-visar y vigilar críticamente si son realmente nuevas y parten de un análisis amplio para la transformación o son reediciones del uso político y del sostenimiento de conceptos sin contenido.

La apertura que cada vez más espacios han dado a esta temá-tica nos exige un replanteamiento sobre nuestra posición para la participación en este proceso, como observadoras críticas o como constructoras activas. Ahí está el reto.

BIBLIOGRAFÍA

ACEVEDO, Marta, "Piezas de un rompecabezas", en Fem, vol. II, núm. 5, México, 1977.

ÁVILA, Alba, entrevistada por Gloria Careaga, 2000. Fem, "Grupos feministas en México", vol. II, núm. 5. México, 1977. FOPPA, Alaíde, "El Congreso Feminista de Yucatán", en Fem, vol. III,

núm. 11, México, 1979. GONZALEZ, Cristina, Autonomía y alianzas. El movimiento feminista en

la ciudad de México 1976-1986. México, Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, 2001.

HIRIART, Berta, entrevista realizada por Cristina González en 1986, en Autonomía y alianzas. El movimiento feminista en la ciudad de Mé-xico 1976-1986. México, Programa Universitario de Estudios de Género, 2001.

JIMÉNEZ, Patria, entrevistada por Gloria Careaga, 2000. La Revuelta, núm. 5, México, 1977.

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LAMAS, Marta, citada por Cristina González en Autonomía y alianzas.

El movimiento feminista en la ciudad de México 1976-1986. México,

Programa Universitario de Estudios de Género, 2001.

PARADA, Lorenia, entrevistada por Gloria Careaga, 1999.

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