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Balance de un ideal a más de sesenta años de su enunciado. Son el balance la gestiónde tres generaciones de falangistas. Son la crónica –digámosloya– de un fracaso. El por qué se ha producido ese fracaso y el por qué es insuperable. Éste es un libro difícil, ni convencerá a los enemigos de laFalange (para los que este libro habrá sido escrito por alguien irreductiblemente apegado al ideal joseantoniano a pesar de su carga crítica), ni por los últimos mohicanos de Falange (para los que el autor de este libro será, ni más ni menos, un traidor).Pero, más allá de los maximalismos, de las declaraciones exaltadas a favor y en contra, este libro es una obra sincera, escritacon el corazón (y el cerebro) por alguien que un día fuefalangista, pero ya no se considera tal, pero aun sintiéndonos exteriores al ámbito falangista, bien es cierto, que no nos sentimospredispuestos a la condena. Todo lo contrario: queremosentender cómo se ha producido la ruina del ideal falangista.

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León Klein

FALANGEUNA REFLEXIÓN CRITICA

SOBRE EL PASADO Y EL FUTURO DELNACIONALSINDICALISMO

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A todos aquellos que hanvivido en Falangelos mejores años de su vida

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Título: FALANGE, UNA REFLEXION CRITICA

© León Klein. 2002

© Pyre, SL

Portada: Alejandro César

1ª Edición: Noviembre 2002

Dep. Legal: B-XXXXX-2002

Impreso en España

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del«Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total oparcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos lareprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ellamediante alquiler o préstamos públicos.

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INTRODUCCION

Hubo un tiempo en el que fui falangista. Era muy joven ycreía sinceramente en que el nacionalsindicalismo era el idealmás noble y puro por el que nadie hubiera luchado jamás. Eraa principios de los años 70 y bajo las lonas del Frente de Ju-ventudes recuerdo aquellos años como los mejores momentosde mi vida. Y es posible que lo fueran. De todo aquello, hoy,queda solamente el recuerdo. Políticamente no comparto bue-na parte de los ideales de aquel tiempo, pero los respeto. En elfondo, lo que nos unía era el sueño de una España más justa¿cómo podríamos renunciar alguna vez a ello?

Hoy sigo mirando con simpatía a Falange y a sus ideales –en la medida en que la organización que los encarnaba ha des-aparecido– solo que no los comparto. Como me decía un ami-go hace poco: «Falange tiene historia, pero no tiene nada más;otros no tenemos historia, pero tenemos futuro». Este conoci-do había resumido en unas pocas palabras el drama actual delos últimos falangistas.

El día antes de esa conversación, Miguel Angel Vázquez,conocido de hace muchos años y director de «Barbarroja»vunaEditorial especializada en historia de Falange me había lanza-do el reto para que escribiera el presente libro. «No se trata deuna obra de la que se vayan a vender miles de ejemplares. Essimplemente un tributo a los mejores años de nuestra vida».Y así es, en efecto. Por que todavía hay falangistas que militancon la misma ilusión que habíamos tenido nosotros hace 30años. Solo que entonces nosotros no tuvimos a nadie que nosdijera: «Camaradas, no perdáis el tiempo, el ideal falangista

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está muerto; hablar sobre él es como hablar sobre las gue-rras napoleónicas, el sitio de Numancia o las campañas deAlejandro de Macedonia». El drama consiste en defender unmodelo histórico perteneciente al tiempo pasado, como si fue-ra aplicable al tiempo que vendrá.

Nosotros consideramos un tributo hacia nuestra militanciapasada, de la que no hemos renunciado, pero sí superado, elescribir las páginas que siguen. Son el balance de un ideal amás de sesenta años de su enunciado. Son el balance la gestiónde tres generaciones de falangistas. Son la crónica –digámosloya– de un fracaso. El por qué se ha producido ese fracaso y elpor qué es insuperable es algo que vamos a tratar en las pági-nas que siguen. Sobre el por qué las cosas no pudieron ir mejorpara la Falange es algo que trataremos con cierto detenimiento.

Este es un libro difícil, ni convencerá a los enemigos de laFalange (para los que este libro habrá sido escrito por alguienirreductiblemente apegado al ideal joseantoniano a pesar de sucarga crítica), ni por los últimos mohicanos de Falange (paralos que el autor de este libro será, ni más ni menos, un traidor).Pero, más allá de los maximalismos, de las declaraciones exal-tadas a favor y en contra, este libro es una obra sincera, escritacon el corazón (y el cerebro) por alguien que un día fuefalangista, pero ya no se considera tal, pero aun sintiéndonosexteriores al ámbito falangista, bien es cierto, que no nos sen-timos predispuestos a la condena. Todo lo contrario: queremosentender cómo se ha producido la ruina del ideal falangista.

Para realizar este trabajo vamos a despojarnos de cualquiertipo de apriorismos. Ningún mito, ningún dogma será respeta-do como tal. Lo que pretendemos es provocar en los últimosfalangistas un choque con la realidad. A partir de ese choqueque cada cual obre según su leal saber y entender. Si al acabarla lectura de estas páginas el lector ha sido penetrado por laidea de que «Falange ha muerto», entonces deberá actuar en

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consecuencia enterrando el ideal y la organización. A partir deese momento se verá libre para repensar sus opiniones políti-cas, libertad de la que no dispone ahora, cuando está sometidoal esquema de una ideología concreta.

Poco antes de empezar a escribir estas líneas, en un forofalangista de Internet alguien ironizaba sobre una frase relativaa la globalización. En efecto, ni la globalización ni nada que nohubiera sido mencionado expresamente en las Obras Comple-tas de José Antonio, tenía gran interés y relevancia. Pero, adedir verdad, muy poco de lo dicho o escrito por José Antonio,tiene hoy actualidad. Se trata de frases que aluden a un mo-mento pasado en la historia de España, situado entre 1933 y1936. La historia en los últimos 70 años se ha acelerado, lasideologías, en consecuencia, se han visto superadas y rebasa-das por la realidad. Falange no ha podido soportar esa acelera-ción de la historia y de ahí ha surgido su profunda inadecua-ción.

Esto ha provocado una selección a la inversa en las filasfalangistas. Han permanecido los que se sentían vinculados alideal de manera emotiva y sentimental, aquellos a los que eldebate de ideas les importaba, literalmente, un carajo, los des-ocupados que a partir de las 6 de la tarde no tenían nada quehacer salvo ver a otros falangistas igualmente desocupados…pero nunca han proseguido en activo quienes querían hacerpolítica real. Estos han ido desapareciendo, poco a poco, de lasfilas falangistas en las que cada vez se ha notado más la ausen-cia de los intelectuales, los pragmáticos, los políticos capacesde transformar un ideal en actividad contingente. Y, en contra-partida, han abundado los dogmáticos, los talmudistas, los in-genuos, los inmaduros, etc. Y, a la postre, eso es lo que haquedado en las filas falangistas en el momento de escribir es-tas líneas. Estos son los «últimos mohicanos» del falangismoen toda su ingenuidad, inconsciencia o buena fe.

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Pues bien, a ellos y a los que se han retirado en los últimosaños después de advertir la inadecuación entre el ideal y larealidad, van dirigidas estas páginas.

Este no es un libro «contra la falange». Es un libro que pre-tende ser objetivo: nosotros no tenemos la culpa de que la rea-lidad haya dejado atrás a falange. Nosotros nos limitamos a sernotarios de la situación. Nada más.

Madrid, 4 de octubre de 2002

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ILAS SIETE MUERTES DE

FALANGE ESPAÑOLA

Falange Española no ha muerto en el filo del milenio a se-senta y tantos años de su fundación. Falange Española ha muertoen siete ocasiones y su situación actual de inanición política noes sino la muestra más fehaciente de esos siete óbitos.

Cada una de estas muertes no es sino la constatación de unasituación de crisis no resuelta, o más bien resuelta en contra delos intereses de Falange como partido político. Cada una deestas muertes señala un momento de crisis insuperable quesituó a Falange al borde de su extinción pero que, por sí mis-ma, no fue suficiente como para sellar la desaparición del par-tido. En cada una de estas etapas el partido fue perdiendo ra-zón de ser y existir y así se dio la paradoja de que siguieronexistiendo falangistas aun cuando el ser falangista se fue con-virtiendo en cada vez en algo más imposible. Y así, de muerteen muerte, el partido se convirtió a la postre en eso absoluta-mente estéril que es hoy.

Estas son las siete trágicas muertes del partido que fue fun-dado con el nombre de Falange Española y que, en la hora desu extinción final, como la hidra de Lerna, tenía media docenade denominaciones diferentes para llamar al mismo ideal, em-pobrecido y vacío de contenido.

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PRIMERA MUERTE:ELECCIONES DE FEBRERO DE 1936

Falange Española murió joven, extremadamente joven, cuan-do aún no había alcanzado la mayoría de edad, en febrero de1936. En esas elecciones la mayoría fue a parar al Frente Popu-lar situando al país en la antesala de la guerra civil que, finalmen-te, debía estallar cinco meses después.

Falange Española murió cuando José Antonio no resultó ele-gido diputado y el partido obtuvo unos resultados no precisamen-te relevantes ni esperanzadores. A partir de ese momento, Fa-lange percibió que el camino del poder a través de las eleccionesiba a ser excesivamente largo y problemático y, en cualquier caso,distaría mucho de ser una marcha triunfal.

Vale la pena preguntarse qué fue lo que inhibió el votofalangista en 1936. Porque razones, las hubo y fueran de tal ca-libre que resultaba absolutamente increíble el pensar cómo enesas circunstancias Falange concurrió a las elecciones y por quéno accedió a un pacto previo con la derecha tal que le garantiza-ra al menos unos cuantos escaños con los que preservar de larepresión republicana a sus principales líderes. Por que el pactofue posible y sólo las exigencias maximalistas de algunos líderesde Falange lo hicieron imposible.

Ese pacto, en efecto, hubiera sellado algo que la historia seencargó de certificar: el posicionamiento de Falange a la dere-cha del espectro político, en comandita con la CEDA, algo quehorrorizaba a algunos falangistas. Cinco meses después, esosmismos falangistas se alzaban contra la república, junto al ejér-cito y junto a la derecha sociológica y política. Pues bien, en eltránsito que medió entre febrero de 1936 y julio del mismoaño, resultaron encarcelados y represaliados la mayoría de lí-deres falangistas y el partido, si bien se vio fortalecido por eltránsito de cientos de jóvenes de las Juventudes de Acción

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Popular a sus filas, se vio mermado de líderes que vieron el 18de julio desde la cárcel y muchos de ellos fueron fusilados enmeses siguientes en las «sacas» con que los republicanos ob-sequiaron a sus enemigos políticos.

A partir de 1936, la derecha española se fue fascistizando enun fenómeno que Ramiro Ledesma describió perfectamente ydel que dio cuenta en su «¿Fascismo en España?». La dere-cha, especialmente la derecha juvenil, adoptó las formas, los usosy las consignas del fascismo español, es decir, de Falange Espa-ñola. Ellos también gritaban «Arriba España», ellos también te-nían un saludo particular, ellos también tenían su líder (el «jefe,jefe, jefe», versión celtibérica del führer germano y del duce ita-liano) e incluso, oh maravilla de maravillas, esos fascistizados delas J.A.P. tenían sus ideales sociales y clamaban por la «revolu-ción nacional». Y lo hacían teniendo detrás todo el peso político ytoda la fuerza que tenía la derecha española de la preguerra conel concurso de una Iglesia que compartía sin reservas sus objeti-vos, ideales y estrategias.

En estas condiciones, Falange Española, pequeño grupúsculode unos pocos cientos o miles de afiliados en toda España, difícil-mente podía destacar junto a coloso de la CEDA y de las JAP.Para colmo, el partido falangista se había comprometido en unainsensata espiral de violencia contra la extrema-izquierda.

En efecto, llama la atención que en aquellos mismos añosotro partido fascista, el Partido Nacionalista Español desarro-llara su actividad teniendo los incidentes normales que el des-madre republicano de la época hacía obvios. El Partido deAlbiñana y sus «legionarios», debilitados ciertamente por laconcurrencia falangista y de las JAP, todavía seguía existiendoen Navarra, Madrid y disponía de algunas decenas de militantesesparcidos por toda España que desde el período pre-republica-no realizaban trabajo político. Los albiñanistas se habían enzar-zado en peleas y disputas a tiros con otras fuerzas políticas de

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izquierdas, si, pero nunca con el volumen y la intensidad de vio-lencia con que Falange Española se implicó desde el momentomismo de su fundación.

Y en cuanto a las JONS que sobrevivieron a la integración yposterior ruptura con Falange, en el número 6 de la revista «LaPatria Libre», se lee la siguiente nota:

«Victoria falangista.– (…) salieron a la calle cuarenta ydos camaradas jonsistas que se distribuyeron por Madrid paravocear y vender LA PATRIA LIBRE. Teníamos noticia de quelas terribles escuadras falangistas estaban preparadas paraimpedir la venta de nuestro periódico. Los jonsistas, repeti-mos, se distribuyeron por Madrid y quedó UNO SOLO encada puesto de venta. Transcurrió una hora sin el menor in-cidente, a pesar de que los grupos falangistas pasaban y re-pasaban junto a nuestros camaradas. Bien es cierto que éstoshabían sido previamente seleccionados entre los más robus-tos del Partido. En vista de que no pasaba nada, a pesar delos informes, el Comité encargado de la venta quiso poner aprueba los propósitos falangistas. E hizo lo siguiente: Colocóen la Cibeles, esquina al Banco de España, dos voceadoresprofesionales, dos chiquillos de diez y de doce años, de losque se dedican a la venta de los periódicos diarios. Y ocurriónada menos que esto: A los cinco minutos, los mismos gruposfalangistas que habían estado pasando por delante de nues-tros camaradas adultos sin permitirse el más mínimo gestode disgusto, se lanzaron sobre los dos niños -repetimos queuno tiene diez años y otro doce- ¡¡¡y les arrebataron treceejemplares!!! He ahí sencillamente narrada la gran victoriafalangista. Digna de Alejandro, de César, de Aníbal, deNapoleón».

Es posible que haya en el relato algo de imaginación, perolo que nos interesa resaltar es el hecho de que las JONS podíanen esos momentos distribuir su propaganda en Madrid sin que se

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produjera ningún altercado y en cambio en ese mismo tiempo,distribuir el semanario «FE» era prácticamente una acción deguerra. Y el radicalismo antiizquierdista de las publicaciones deLedesma no era menor que el de las falangistas.

La «dialéctica de los puños y de las pistolas» fue unafrase arriesgada que llevó al partido a una espiral de represaliasy contrarrepresalias que fueron creciendo de intensidad a medi-da que el partido fue desarrollándose. Y esto sentenció al par-tido. Falange Española no sería un partido más que iba a entablaruna lucha electoral contra otros partidos, a los cuales tenía laambición de derrotar; en absoluto: Falange Española fue un par-tido cuya imagen de marca, desde casi el momento mismo de sufundación estuvo implicada en acciones continuas de violencia.No importa quien fue el primero en disparar, ni desde luego esta-mos tentados de atribuir a Falange Española una responsabilidaden estos episodios de terrorismo urbano menor que la que co-rresponde a otros partidos republicanos, al Partido Comunista ya las Juventudes Socialistas y, muy en especial, a sectores de laFAI que desde siempre habían hecho de la Star 9 mm un objetode culto. El clima era violento. La II República Española fueviolenta como pocos regímenes lo han sido en la historia de Eu-ropa. Pero Falange no midió bien sus fuerzas, ni supo evitar ocomprometerse lo menos posible con todo este clima de violen-cia, sino, antes bien, lo espoleó, se zambulló en él y lo estimulópor activa y por pasiva.

¿Para qué votar a un partido que no tenía la más mínimaposibilidad de ganar unas elecciones por que sus miembros,muy buenos chicos ellos, estaban implicados en una batalla amuerte contra la izquierda? ¿para qué votar a una formaciónque no era un partido convencional sino una milicia paramilitarapta sólo para responder a la izquierda con las armas en lamano? ¿para qué votar a una formación política que no habíademostrado capacidad política sino potencia activista? Por que

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lo que había mostrado la historia de Falange Española desde sufundación a las elecciones de 1934 era que una cosa eran losdeseos iniciales de José Antonio y de sus primeros camaradas(el edificar un partido en el que la parte cultural y formativa estu-viera muy presente; recuérdese los primeros números del sema-nario FE en los que se hablaba de las ruinas de Roma, de cues-tiones intelectuales y en donde muchos intelectuales, surrealistasincluso algunos de ellos, habían ido a militar) y otra la imagen queel partido estaba dando de sí mismo y que lo configuraban a ojosde la opinión pública española como una fuerza paramilitar dechoque contra la izquierda, el cual, precisamente, fue creciendoa medida en que el choque se presentó como ineludible.

El gran drama de Falange Española consistió en haber nacidoen una época turbulenta y en no haberse sabido inhibir de esasmismas turbulencias. Todo lo contrario: el partido se implicó tan-to que el electorado le castigó ignorando sus listas. A decir ver-dad, si hoy examinamos lo que fue Falange en aquellos años seadvierte que resultaba imposible tener sindicatos, tener una acti-vidad política normal, tener afiliados que fueran al local a tomarunas copas y tener núcleos organizados de simpatizantes. Porque Falange Española, toda Falange Española, era la PrimeraLínea. No había, en la práctica más «líneas» que la primera.Todo el partido estaba implicado en el activismo cotidiano y quienno quería participar de ese activismo no tenía sitio en el partido.

En esas condiciones no puede reprocharse algo que tratare-mos en otro lugar de este pequeño ensayo, a saber, la escasateorización política de Falange Española en el períodofundacional. Era sencillamente imposible que ningún falangistase dedicara a la elaboración ideológica, por que las balassilvaban en torno a sus cabezas habitualmente. En una situaciónasí, no es el tiempo de las palabras, ni de las reflexiones, es, encambio, el tiempo de la acción.

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También hay que tener presente las responsabilidades. Quelos mitos no impidan ver el bosque de responsabilidades quese abren sobre los líderes históricos de Falange Española. Y enespecial sobre la figura de José Antonio. En los partidos en losque el poder es personal y su ejercicio prerrogativa del líder, aél es a quien hay que pedir responsabilidades. Digámoslo ya:esta primera muerte fue debida a la poca pericia de José Anto-nio a la hora de conducir al movimiento político. Impericia porque no logró zafarlo de la espiral de violencia que se generó ensus lindes, impericia por que no logró darle un cuerpo doctri-nal suficientemente compacto; impericia por que no fue capazde adivinar el escenario que se avecinaba para Falange y queiba a entrañar la muerte de muchos de sus militantes y cuadrosy la suya propia; impericia, finalmente, por que no supo dar alpartido una imagen de madurez que generara confianza en lasociedad española y animara a sus mejores hijos a ingresar ensus filas. Impericia por que, la imagen de marca del partido en1936 era la de un grupo juvenil y activista, nada más. Y efecti-vamente, esa imagen se correspondía con la realidad.

El carácter juvenil de Falange es posiblemente uno de losmayores atractivos que el partido tuvo siempre para quienesnos comprometimos con él en algún momento de nuestra vida.Era un partido de jóvenes, con ideales jóvenes y en donde elcanto a la juventud era una constante. Pero también esa ima-gen tuvo las consecuencias que podían preverse. Los partidosjóvenes ganan la confianza y la adhesión de los jóvenes, y losjóvenes son siempre los más generosos y los más radicales. Lajuventud si bien no es una garantía de inmadurez política, si loes de maximalismo, de falta de apreciación de la realidad obje-tiva, de poca experiencia para prever escenarios (y dramas) fu-turos, etc.

Ciertamente, una de las características más universales delfascismo fue ese «canto a la juventud» que está muy presente

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especialmente en los sectores más intelectuales. El futurismo deMarinetti y del Partido Futurista que luego dio vida al PartidoFascista era, a la postre, un canto a la juventud. El fascismofrancés y en especial el fascismo intelectual de Brasillach y Drieula Rochelle, era constantemente una exaltación de los valores yvirtudes de los jóvenes. Y otro tanto ocurría en Alemania en don-de la «nueva Alemania», a remolque de su juventud, iba a susti-tuir a la «vieja Alemania» de papá y mamá. Y, desde luego, elmismo modelo se repetía en el fascismo belga que incluso hizode su líder Leon Degrelle un personaje de cómic que aun gozadel favor de la juventud, «Tintín», y en el fascismo inglés el másescénico y populista de todos los fascismos con Mosley o en elfascismo rumano en el que a la idea de exaltación de la juventudse unió la idea sacrificial. Era una constante y como tal estuvorepresentada en el Fascismo Español. Pero…

… Pero a diferencia de otros fascismos, el español no logróarrancar políticamente. Desde el principio se vió comprimidoentre una derecha suficientemente sólida y asentada que nosupo encandilar (cuando el partido negó la entrada de CalvoSotelo, la izquierda siguió viéndolo como un partido de dere-chas, mientras que la derecha se sintió como rechazada por suextremismo juvenil) y una izquierda que no supo ganar, ni siquie-ra neutralizar (en dos años y medio de actuación, resultó eviden-te que los primeros esfuerzos de las JONS por atraer sectoresdel sindicalismo se había consumado con el fracaso. A este res-pecto resulta grotesco recordar que, si bien Angel Pestaña mani-festó cierto interés por Falange Española fue, en tanto que Pes-taña creía que Falange era, efectivamente, el «brazo armado delcapital» y que, por tanto, ahí encontraría el apoyo y la financia-ción para su exangüe Partido Sindicalista…). Cogido en esta pinzaderecha-izquierda, el partido se vio comprimido en su crecimien-to y no logró encontrar un espacio político propia sobre el queasentar su crecimiento, ni contar con el favor de grupos sociales

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concretos en donde pudiera crecer sin discusión y sin grandesconflictos.

El resultado de todas estas circunstancias objetivas fue queFalange Española, al no haber obtenido votos suficientes comopara estar presente en las Cortes Republicanas de 1934, evi-denció su infecundidad política. Desde entonces ya nunca másvolvería a ser considerada como un «partido político», seríauna milicia, sería una primera línea, sería un movimiento, peronunca más, nunca, sería un partido adaptado para ganar elec-ciones. Y es por ello que esta primera muerte enlaza, comoveremos con la última, cerrando ambas un ciclo vital y sellan-do la extinción definitiva del partido falangista.

SEGUNDA MUERTE18 DE JULIO DE 1936

El 18 de julio de 1936, Falange Española era un partidoextremadamente débil. Ciertamente entre las elecciones de fe-brero y el 18 de julio, el partido se había visto reforzado concontingentes procedentes de las JAP. Pero, el partido había sidoilegalizado y a duras penas podía mantenerse en la clandestini-dad. A decir verdad, Falange Española se vio envuelta en la cons-piración militar por un doble motivo: por que era la única salidaestratégica que le quedaba tras la ilegalización y por que,vocacionalmente, el partido era golpista desde el momento mis-mo de su fundación.

Pero dar un golpe de Estado es una cuestión meramentetécnica. Basta con tener la decisión y, a partir de ahí, con esta-blecer una estrategia golpista. Pero, a fin de cuentas ¿qué dia-blos es un golpe de Estado? Pues apenas es otra cosa que uncambio de gobierno en el que la fuerza militar entra en juego enun momento concreto y puntual. Un golpe de Estado es un hechopolítico en el que la fuerza militar deja sentir su peso en un mo-

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mento concreto. Fenómeno político-militar, un golpe no puededarse sin el respaldo de una parte de la población. No existe elgolpe militar-militar; para que un golpe militar pueda prolongar suexistencia –el franquismo sobrevivió 40 años– precisa el apoyode una clase política civil. Al día siguiente del golpe el precisoseguir resolviendo los asuntos de la «res publica» y esto no pue-de hacerse por la vía de la orden ni del recurso al sargento mayoro a la cadena de mandos. Es un hecho político y, por tanto, preci-sa de políticos.

Todo esto lo decimos para recordar que el 18 de julio de 1936,los grupos falangistas dispersos por toda la geografía nacional,iban creciendo en la clandestinidad, limitadamente, pero crecíany Falange se perfilaba como la fuerza más combativa contra elcomunismo, el socialismo y el anarquismo. Ciertamente, si seleía la letra pequeña de sus documentos daba la sensación deque aquellos jóvenes tenían veleidades sociales, pero esto pasa-ba a segundo plano por que en el fragor de los combates calleje-ros con los «chiribís» y los «faieros», lo social importaba muypoco. Por lo demás, en Falange existía un amplio elenco de nom-bres ilustres de la nobleza española, tradicionalmente alineadacon la derecha –salvo algún que otro raro aristócrata galdosianoy librepensador– con los que existían puentes tendidos. Y, porqué no recordarlo, el propio José Antonio Primo de Rivera erahijo del «Dictador», así con mayúsculas. El tiempo de la dictadu-ra de Primo de Rivera estaba demasiado próximo como para quela derecha pudiera olvidar que el hijo del dictador lideraba, desdela cárcel, a aquel partido, pequeño pero tan bien dispuesto a com-batir al marxismo y al anarquismo con sus propias armas. Laderecha instó al ejército a «golpear» y éste aceptó el reto. Y paragolpear, las fuerzas armadas acudieron a aquellos sectores máscombativos que podían ayudarle en el momento decisivo y pun-tual del golpe militar: la falange y el carlismo. Lo que ocurriódespués era perfectamente previsible.

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¿Era justo dar un golpe de Estado contra la República? Hoy,lo políticamente correcto es negarlo. Ya se sabe, los golpes deEstado gozan de poco predicamento. Así que vamos a plantearla cuestión en otros términos: la República era inviable; loscuatro años de distintos gobiernos republicanos no habían con-seguido modernizar mínimamente a España. Existía una gue-rra civil larvada en los corazones que precedió a la guerra civilque estalló en los campos de batalla. No creo que haya algomás trágico que una guerra civil. No creo que en 1936 hubieramuchos españoles que la desearan y, desde luego, no creo queninguno estuviera en la dirección de ninguno de los dos ban-dos. Unos pensaban en un golpe militar rápido que abriera elpaso a una modernización global del país no menos rápida talcomo había ocurrido en Alemania e Italia. Otros veían a laRepública como el vehículo de esa modernización.

El engaño de esta polémica consiste en suponer que los repu-blicanos de la época eran moderados, dialogantes y sensatos comolos socialistas de hoy tienden a presentarlos. La II Repúblicatuvo golpistas desde el momento mismo de sus orígenes y estosgolpistas fueron, precisamente, socialistas. Para colmo, losanarquistas, siempre mantuvieron grupos armados que vivían delatraco puro y simple. Y la patronal tenía sus pistoleros a sueldo.Como también los tenían los comunistas e incluso partidos abso-lutamente moderados, como Izquierda Republicana o losEscamots de Estat Catalá, no se privaban de mantener grupo depotencia ofensiva que eran mucho más que meros servicios deorden. Si a esto unimos el subdesarrollo y la corrupción que apa-reció con la misma República, solamente los muy inconscientespueden sostener que aquello podía llegar a algo bueno. Si la Re-pública era inviable, estaba claro que iba a morir rematada por laderecha o por la izquierda. La derecha golpeó, como ya lo habíahecho la izquierda y los separatistas catalanes en octubre de 1934.Y si no hubiera sido la derecha, la izquierda habría vuelto a gol-pear en el 36 o en el 39.

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Para Falange Española el estallido de la guerra supuso undrama por que en su programa existía un sincero deseo de supe-rar la dicotomía entre las dos Españas. Imaginamos la rupturainterior que debieron sentir en aquella época algunos dirigentesfalangistas que deseaban ardientemente una España mejor nosometida a las discordias partidistas.

¿Existía otra salida estratégica? Creemos que no. Que Falan-ge Española hizo en aquel momento lo único que podía hacer. Yen este episodio reside la segunda muerte de Falange porque elpartido era todavía muy débil como para poder pesar decisiva-mente en los escenarios que se generarían a partir de entonces.Diferente hubiera sido si el 18 de julio de 1936, Falange hubierasido ilegalizada pero entre sus militantes figurasen diputados, se-nadores, alcaldes y si sus filas hubieran respondido con manifes-taciones masivas al decreto de prohibición. Pero no hubo tal.Falange era débil y no podía aspirar más a ser mera comparsa enel golpe militar. Para colmo la mayoría de sus líderes estabanentre rejas y el partido, con Hedilla al frente, apenas podía hacerotra cosa que estructurar redes clandestinas y prepararse parauna lucha en la ilegalidad que el 18 de julio aceleró y cambió deorientación.

El compromiso de Falange con el alzamiento militar de juliode 1936, aun constituyendo la segunda muerte de Falange, con-tradictoriamente, supuso su despegue definitivo. En pocas sema-nas, aquella pequeña formación política cuyas siglas no apare-cían más que en la crónica de sucesos, pasó a constituir un am-plio movimiento de milicias como no se había visto nunca en lahistoria de la España contemporánea.

En efecto, el éxito de la sublevación en algunas zonas, la co-bardía de la derecha que quedó virtualmente desmantelada in-cluso en aquellas zonas en las que la sublevación triunfó y elímpetu de los pocos falangistas que estaban en libertad y con-tribuyeron al éxito del golpe en algunas zonas, generó un clima

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de adhesión y entusiasmo. Muchos jóvenes –y no tan jóvenes–se hicieron el siguiente razonamiento: ahora que el golpe deEstado se ha producido, los focos de resistencia republicanaserán vencidos tarde o temprano y, finalmente, nuestro paíspodrá homologarse con otros países europeos en donde hantriunfado regímenes antimarxistas. Así pues, la opción másaconsejable para las gentes que así pensaban era ingresar enlas milicias falangistas, esto es, en las milicias del «fascismoespañol».

Otros sentían que había que hacer algo por la patria y que,aparte del ejército, los únicos que habían dado el paso al frenteeran los falangistas (a excepción de Navarra en donde el car-lismo tuvo un peso decisivo en la conspiración) así pues, a ellosiba a corresponder el honor y gloria del triunfo. Sea como fuerey por las razones que llevaban a cada cual a las filas de Falan-ge, lo cierto es que a las pocas semanas del alzamiento, losnúcleos falangistas originarios habían sido desbordados por lasnuevas adhesiones que se produjeron en masa. Generalmente,los recién llegados eran conservadores de derechas, más omenos aguerridos, que tenían de Falange Española una ideabastante básica. Y tampoco había cuadros suficientes comopara formarlos políticamente. Afortunadamente muchos de elloseran jóvenes estudiantes que aprendían bien y pronto. Les bas-tó leer unos cuantos discursos de José Antonio para entenderque aquello era una forma española de fascismo y que valía lapena luchar e incluso morir por él. Y, ciertamente, muchos deestos nuevos afiliados dieron su vida en los campos de batallaen los tres años que siguieron. Pero no nos adelantemos.

Al problema generado por la debilidad estructural de FalangeEspañola en las elecciones de febrero, se unía ahora el problemade afrontar un crecimiento brutal sin tener cuadros capacitados.El resultado de este proceso liquidó muchas de las ilusiones quehabían dado vida a Falange en el discurso del Teatro de la Come-

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dia. ¿Cómo iban a pensar aquellos jóvenes bienintencionados ypatriotas que se iban a ser envueltos en una guerra civil en la queposiblemente debían enfrentarse con su hermano o con su amigode la infancia? Qué triste es un conflicto civil, qué dramas perso-nales debieron vivir aquellos jóvenes militantes… Lo más dra-mático era que el ideal falangista no había terminado de ser defi-nido.

En otra parte de esta pequeña obra abordaremos la cuestiónideológica, pero es preciso recordar ahora que Falange apenastuvo de 1934 a 1936, es decir, algo más de dos años en nacer apartir casi de cero, crecer, desarrollar un nivel mínimo de acti-vidad política y un máximo de actividad de choque y apenaspudo dedicarse a la elaboración ideológica. Esto es tan claroque apenas merecen comentarse las numantinas defensas deaquellos falangistas que opinan que el ideal nacionalsindicalistaestaba completado, clasificado y cerrado el 18 de julio de 1936.Como máximo lo único que pudo establecerse fue un pequeñoideario y un programa político de 27 puntos, pero en cuanto alo que se refiere a una ideología esto ya es otra cosa. No hubotiempo, fuera de Ramiro Ledesma, no existió ningún ideólogodigno de tal nombre y, por lo demás, Ramiro estaba fuera de ladisciplina del partido hasta el punto de que resulta un enigmahistórico el por qué el movimiento creado por Franco se llamóFalange Española Tradicionalista y de las Juntas de OfensivaNacional Sindicalista, nombre no precisamente corto, que ade-más incluía a sectores muy diversos de los que, sin duda, lasJONS eran una pieza prácticamente virtual y con una derivaideológica muy especial en julio de 1936.

No había ideólogos, no hubo tiempo para redactar una ideolo-gía… así pues no es de extrañar que Falange fuera como untimón que «hacia donde se le da, gira». Efectivamente, uncatólico estaba predispuesto a ver en Falange a un partido de-fensor de los valores tradicionales de la España Católica y, por

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lo demás, José Antonio era terciario franciscano, así que… Paraun fascista de estricta observancia, Falange era, sin más y sinmatiz de ningún tipo, un partido fascista o nazi, incluso. Paraalguien preocupado por «lo social», falange podía ser perfec-tamente el partido de defensa de los trabajadores. Así se en-tiende como hubo una falange de izquierda, como hubo unafalange de derechas, como hubo una falange-falange y una fa-lange fascista, una falange franquista y una falangeantifranquista, una falange que daba más importancia a lo sin-dical que a lo nacional, al lado de otra que primaba el términonacional sobre el sindical…

Cualquier versión del nacionalsindicalismo (y su contraria) eranválidas y podían justificarse en función de alguna frase perdidaen las obras completas de José Antonio, o en su defecto en las deRamiro Ledesma o en las de Onésimo Redondo. Pero el hechoesencial que vale la pena retener aquí es que cuando se produjola llegada masiva de recién llegados al partido, ni existían cua-dros políticos en número suficiente para asegurar el encuadra-miento y la disciplina ideológica, ni, por lo demás, existía unaideología que difundir más allá de un programa mínimo y unospuntos doctrinales básicos.

De la misma forma que antes del 18 de julio, lo importantepara Falange era asegurar la supervivencia de sus militantes, apartir de esa fecha, los mayores esfuerzos se concentraron enlas necesidades del momento: ganar la guerra y preparar lapaz. Esta fue la segunda muerte de Falange Española, porque, apesar de que Falange impulsó decisivamente la acción de uno delos dos bandos, aquella guerra civil no era su guerra civil, pues noen vano se habían definido como “ni de derechas, ni de izquier-das”, y el impulso falangista surgió de un sincero deseo de supe-ración de las divisiones históricas que habían arruinado el sigloXIX y el primer tercio del siglo XX español.

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La participación de Falange Española en la contienda tuvootra consecuencia histórica que ha pesado como una losa desdeentonces sobre la actividad del partido: su vinculación a la dere-cha y a la extrema-derecha. El drama ha sido todavía mayor enla medida en que la totalidad del partido, seguía voceando la con-signa de «ni derechas ni izquierdas»… ignorando o fingiendoignorar que tras el 18 de julio de 1936 todo estaba mucho másque claro: «ni derechas, ni izquierdas, pero más bien con laderecha». A partir de ese momento empezó a existir una contra-dicción creciente entre lo que el partido decía y la imagen que lasociedad tenía del mismo. Esta brecha se ha ido ampliando conel paso del tiempo. Aun hoy muchos falangistas están convenci-dos de que su partido encarna la opción más revolucionaria quepodría buscarse en el panorama político español… y la sociedadignora en su conjunto que Falange Española siga existiendo comopartido. Incluso personas con cierto grado de conocimiento ycultura política, como Amando de Miguel, hace unos años, en elcurso de una tertulia a la que asistimos en Radio Intercontinentalde Madrid, aludió a Falange Española como a un partido que seextinguió en la transición y del que, por lo demás, no tenía ningu-na duda que se ubicaba a la derecha de la derecha.

TERCERA MUERTEEL DECRETO DE UNIFICACION

Cuando Falange estaba desangrándose en los campos de ba-talla y movilizando la retaguardia de la zona «nacional», muy po-cos de entre sus cuadros y militantes dudaban que el mayor es-fuerzo debía estar orientado a ganar la guerra. Franco lo veíatambién de la misma forma, pero en su mentalidad militar re-cordaba un viejo axioma de la profesión que recordaba que unmal mando era mejor que varios mandos distintos. Por lo demás,la zona republicana era el reflejo especular de aquello que nohabía que hacer. Y Franco, con una lógica precisa y extremada-

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mente lúcida, se aprestó a crear un soporte político que asegura-se la existencia de una clase dirigente para su gobierno, durase loque durase.

Con esta lógica se hilvanó el Decreto de Unificación entre laFalange y el Carlismo. A partir de entonces, se consagró el man-do único de Franco que duraría por los siguientes 38 años. Falan-ge Española dejó de ser un partido autónomo para ser otra cosa,como mínimo bastante extraña. Por que la «unificación» fue másteórica que real. Siguieron existiendo carlistas que no utilizabancamisa azul y siguieron existiendo falangistas que siempre lleva-ban la boina roja en el bolsillo o simplemente la denostaban visi-blemente.

Con todo es innegable que Falange salió beneficiada de laUnificación. Algunos de sus cuadros de la preguerra alcanza-ron carteras ministeriales y pasaron, de ser activistas callejeros,a funcionarios del nuevo Estado. Ciertamente, la Falange no fuela más beneficiada por el nuevo reparto del poder y es inclusoaceptable que su aportación a la contienda no se tradujera en unmayor peso en el nuevo Estado. Pero así estaban las cosas y lasresistencias falangistas a la unificación, aun existiendo, no fue-ron excesivas. Y, por lo demás, no existió alternativa falangista aldecreto de unificación, esa es la triste realidad.

La unificación se produce con la mayoría de dirigentes, inclu-so los más significativos, presos, fusilados o muertos y sin que elcuadro ideológico estuviera completado. La gran paradoja es queun partido de dimensiones mínimas pudo llegar a compartir elpoder gracias a la iniciativa golpista. El decreto de unificación,en la práctica, supuso que la Falange dejó de carecer de mandoy pasó a tener un nuevo e inesperado Jefe Nacional, FranciscoFranco, alguien que, ante todo, era una persona pragmática.

Fruto de ese pragmatismo fue la «fascistización» del régimenen la primera etapa de su larga andadura. En efecto, quien vea

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en el franquismo un fenómeno político que fue homogéneo a lolargo de sus 40 años, se equivoca.

El franquismo atravesó cuatro etapas bien diferenciadas ensu evolución histórica. La primera de todas ellas fue el giro fas-cista que se produjo a lo largo de la guerra civil. Era evidente quelos Estados fascistas estaban aportando armas, municiones yvoluntarios a la causa nacional, así que contra más se parecierael nuevo régimen a quienes tan generosamente le ofrecían ayuday patronazgo, más podría obtenerse de ellos. Además, a medidaque la guerra seguía su curso, la situación internacional iba de-gradándose y pronto resultó claro que las potencias del Eje y losEstados democráticos terminarían batiéndose. Esos Estados ma-nifestaban un apoyo no disimulado a la causa republicana, Fran-cia especialmente y, por tanto, si había conflicto, la nueva Espa-ña franquista estaría frente a ellos. El régimen adoptó en pocassemanas todos los rasgos propios de la coreografía fascista máselemental: águilas imperiales, retórica expansionista, uniformes,consignas para la población, banderas alemanas, italianas y es-pañolas hermanadas. La España franquista se fascistizó y la fuer-za política que en esos momentos era más similar a otros parti-dos fascistas europeos era, sin duda, Falange Española. Las ne-cesidades de la fascistización hicieron que el régimen adoptara,con una mezcla de convicción y criterios de conveniencia, losideales de Falange y los elevara a paradigmas del nuevo Estado.Mera cáscara sin gran contenido

Falange dejó de ser un partido autónomo y pasó a ser unaparte de algo mucho mayor, en la que, por cuestiones de merooportunismo político e imagen de cara a los países amigos, supresencia fue sobredimensionada. Pero, Falange había muer-to, una vez más. Habían muerto líderes falangistas, militantesde primera hora y el fundador. Con ellos había muerto tam-bién, por tercera vez, Falange Española.

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CUARTA MUERTELA DERROJA DEL EJE

Por si todo este cúmulo de desgracias históricas fueran poco,las potencias del Eje, a cuya imagen y semejanza había sidoconstituido el nuevo Estado franquista, perdió la guerra. LaDivisión Azul que fue enviada para evidenciar el decantamientode la España franquista hacia las potencias del Eje cuando lavictoria sonreía a sus armas, fue repatriada tras haber pagadoun elevado tributo de sangre generosa en la lucha contra el co-munismo. El plan de expansión de España en Marruecos fuearchivado y olvidado, al igual que los planes de ocupación deGibraltar y el régimen comprobó horrorizado que la imagenfascista que había adquirido podía convertirse en un serio pro-blema, especialmente después de la derrota de Stalingrado, eldesembarco americano en Marruecos y la ocupación de Sicilia.Cuando se produjo el desembarco de Normandía ya quedabaclaro que el Eje estaba destinado a perder inevitablemente laguerra y que había que despojarse a prisa y corriendo de buenaparte de los ideales y de la coreografía que caracterizaron a laprimera fase de evolución del franquismo, travestido ennacionalsindicalismo.

Las medidas que adoptó Franco fueron dos: la transforma-ción de España en Reino, no ya en «Estado Totalitario al ser-vicio del bien común», sino en reino bajo la situación de unaregencia y de otro lado la sustitución de la ideologíanacionalsindicalista, dominante hasta entonces, por el nacio-nal-catolicismo. Los propagandistas católicos y, algo más tarde,los primeros núcleos del Opus Dei, tomaron el relevo de los fun-cionarios falangistas al frente de los ministerios más preciados yla enseñanza del catolicismo más acrisolado sustituyó a los vein-tisiete puntos de Falange que, por el camino, por cierto, ya habíanperdido el último.

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El resultado de todo esto fue una segunda fase en la evolu-ción del franquismo que abarca un período de límites relativa-mente bien definidos: de la sustitución de Serrano Suñer a lavisita de Eisenhower a Madrid, recibido en olor de multitudes einspirador de Berlanga y de su «Bienvenido Mister Marshall»,comedia negra que evidenciaba la precariedad de un país quehasta ese momento encontraba dificultades para salir del subde-sarrollo.

Pero Falange en esta reconversión murió una vez más. Fuesu cuarta muerte. Era preciso que el régimen evitara el cercoexterior y, justo es reconocer, que la retórica imperial, que lospostulados anticapitalistas de Falange que algunos líderes in-tegrados en el franquismo todavía seguían sosteniendo, quelas alusiones a la revolución nacional, a la formación de un«Estado Nacional Sindicalista» y la coreografía exterior, que-daran relegados a un segundo plano. La habilidad de Francoconsistió en operar esta transformación sin inmutarse. De he-cho, él era un católico de derechas y, en cuanto advirtió losriesgos de persistir con unas formas y principios que iban aestar marginados en la Europa democrática que empezaba alevantarse de las ruinas, se apresuró a dar al régimen una pati-na de nacional-catolicismo como ideología de sustitución delnacionalsindicalismo.

Pero hubo otro factor sin el cual es imposible entender comopudo resultar creíble la operación. A partir de 1946 y especial-mente a 1947, se evidenciaron los resultados del triste y abo-minable Pacto de Yalta en el que Roosevelt, Churchill y Stalin,sellaron el destino de media Europa. En efecto, con Alemaniadividida, todos los territorios que quedaban entre la frontera delas dos Alemanias y la rusa quedaban bajo el control de la UniónSoviética. Para colmo, los partidos comunistas de Europa Oc-cidental, especialmente el francés y el italiano, gracias a suparticipación en el movimiento de resistencia antifascista (es-

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pecialmente tras el desencadenamiento del conflicto germano-soviético, no antes), gozaban de una posición preponderante ensus países que amenazaba incluso, no sólo con aproximarse alpoder, sino con llegar al poder.

Frente a esto, la recién constituida Alianza Atlántica presen-taba debilidades. Por un lado existían menos de dos mil kilóme-tros entre el Telón de Acero y Hendaya. Desde el punto de vistaestratégico, la OTAN carecía de profundidad. Y por otra parte,los países de la OTAN, tenían atadas las manos por su propiaestructura democrática y parecían inermes ante el ascenso delos partidos comunistas. Menos mal que ahí estaba la Españafranquista para resolver en parte este problema. Por que si bienEspaña no entró hasta muy tardíamente en la OTAN, si es ciertoque, a partir de 1939 y con mucha mayor nitidez cuando terminóla Segunda Guerra Mundial, si era algo era, sobre todo, un paísanticomunista en el que, por lo demás, el partido comunista esta-ba prohibido y no existía una oposición de izquierdas digna de talnombre. Era evidente que España no podría sobrevivir por mu-cho tiempo en su «espléndido aislamiento» y que las necesidadesdel desarrollo laminarían progresivamente las ínfulas autárquicasde algunos. Así que España era un aliado natural de la OTAN apesar de permanecer fuera de la misma por sus estructuras po-líticas, digámoslo así, predemocráticas. El régimen logró sobrevi-vir al aislamiento internacional que no se tradujo en movimientosque atentaran contra la integridad nacional (a parte de la acciónde los maquis comunistas en el Valle de Arán, loca aventura sinpies ni cabeza preparada por estrategas que, probablemente loúnico que deseaban era el desmantelamiento y la aniquilación delos núcleos antifranquistas más agresivos).

Fue así como Falange murió por cuarta vez. Eladoctrinamiento nacionalsindicalista en las escuelas cedió pasoal adoctrinamiento nacional-católico, pero este, cada vez másse mostraba inadecuado para servir de soporte ideológico a la

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construcción de un Estado moderno. A decir verdad, el nacional-catolicismo supuso un lastre para España. Probablemente fueracierto que, en la nueva coyuntura histórica, si el régimen queríasobrevivir debía necesariamente atemperar su imagen fascista,pero en lugar de realizar una evolución hacia delante y encontrarfórmulas modernas y basamentos ideológicos más acordes conlos tiempos que se avecinaban, realizó una síntesis entre la doc-trina social de la Iglesia y los valores del catolicismo ultramonta-no, que ya empezaban a ser cuestionados en la práctica por lapropia sociedad y, solo unos años después, por el mismo Vatica-no. Ahora bien, si el período nacionalsindicalista se tradujo en lacreación de estructuras de encuadramiento de la sociedad (Fa-langes Juveniles, SEU, Guardia de Franco, Sección Femenina,etc.), el débil impacto del nacional-catolicismo en la sociedad nofue suficiente como para que se constituyeran núcleos de encua-dramiento social. El régimen empezó a perder fuerza social.

De hecho, y a decir verdad, la población apenas experimentóel cambio de signo ideológico del régimen. Interiormente se si-guió cantando el Cara al Sol en el intermedio de las proyeccionesde cine y a la entrada de los colegios, las organizaciones de en-cuadramiento del régimen siguieron con sus uniformesparamilitares y su coreografía, más o menos, inspirada en el pe-ríodo fascista y no existió una ruptura notable. Esa ruptura, sinembargo, se produjo a nivel de cúpulas y de orientación generaldel régimen. El peso de los «propagandistas católicos» creció enla misma intensidad que disminuyó la presencia falangista en lasaltas esferas. Ciertamente, esta presencia siguió existiendo has-ta último hora, por que, con mayor o menos intensidad, los únicosque lograron movilizar masas durante el franquismo fueron –aparte de los franquistas de estricta observancia– los falangistasen los que una parte de la población vería a gentes con ciertosentido social y, por lo demás, el yugo y las flechas seguía pre-sente en los pueblos de España en obras sociales, casas baratasy ayudas a los necesitados. Pero el Estado que un día pretendió

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ser nacionalsindicalista, ya evidenciaba otra vocación: la de Rei-no. Y aquí las cosas estaban claras.

Por que si los líderes falangistas supervivientes de la primerahora y aquellas nuevas adhesiones que habían venido con lamovilización del 18 de julio o los que acudieron al estallar la paz,a poco que hubieran leído algunos párrafos de las Obras Com-pletas de José Antonio, pudieron advertir que si alto tenían claroera el distanciamiento enorme de Falange Española de cualquierforma de monarquía. Se proponía un Estado Nacionalsindicalistaque no sería, en absoluto monárquico. Tanto José Antonio, comoRamiro Ledesma, habían expresado críticas muy profundas yradicales a la monarquía borbónica de la que el primero dijo enun alarde de generosidad que había «gloriosamente fenecido» (la«gloria» de la huida de España de Alfonso XIII que abrió el pasoa la República y a la guerra civil, no quedaba, de todas formas,aclarada) y el segundo, pasando balance en el capítulo inicial desu «Primera Digresión sobre el destino de las juventudes de Es-paña» concluyó su análisis sobre los últimos 150 años de historiaespañola resaltando la incapacidad de los borbones para gober-nar, concluyendo que «tras esta pirámide de fracasos, la con-signa es Revolución Nacional». No había nada, absolutamen-te nada, ningún elemento doctrinal en el magro patrimonio ideo-lógico de Falange que permitiera pensar en una convivencia po-sible con monarquía alguna, en especial con la borbónica (al menoscon los carlistas existía una hermandad de sangre vertida en laguerra civil, no desde luego con los alfonsinos ausentes, salvomuy escasas excepciones, de los campos de batalla).

España fue, a partir de entonces, Reino; Falange falleciópor cuarta vez. Fue víctima de incompatibilidad de formas deEstado. También hubo otro drama: la población siguió teniendo aFalange como el motor del régimen, de un régimen que ya no erasuyo -de hecho, nunca lo había sido- y que tenía una forma quechocaba explícitamente con lo propuesto por los fundadores.

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QUINTA MUERTELOS ACUERDOS CON EE.UU.

La brecha se fue ensanchando. Si en la anterior ruptura, sehizo en función del adaptacionismo del régimen a la realidadinternacional, la siguiente muerte tendría mucho más que vercon el adaptacionismo económico. España era, no lo olvide-mos, una sociedad que pugnaba desesperadamente por salirdel subdesarrollo, pero que a principios de los años cincuentatodavía languidecía en la pobreza. Hasta bien entrados los años50 existieron «restricciones» de energía; y hasta un poco anteshabía racionamiento de alimentos. La situación no era particular-mente boyante. La realidad es que Franco, con una habilidadpropia del gran estadista que fue, sobrevivió a las peores crisis ysupo llevar al país desde el subdesarrollo económico y eldesmantelamiento generalizado de 1939, a una sociedad con buenasalud económica e incluida en el pelotón de cabeza de los paísesdesarrollados. Justo es reconocer que Franco, en este tránsito dela más absoluta miseria a la abundancia, se vio ayudado por unaserie de factores y el primero de todos ellos fueron la firma delos acuerdos de cooperación y ayuda con los Estados Unidos en1954.

En esa época el régimen era nacional-católico en su proyec-ción exterior, nacionalsindicalista en su proyección interior y,la población, parecía cada vez menos interesada por los mati-ces ideológicos, los Cara al Sol, los rosario en familia del Pa-dre Peyton, el Congreso Eucarìstico Internacional y las adora-ciones nocturnas; la población quería sobrevivir y más que eso,algunos insensatos, pretendían incluso vivir feliz y prósperamen-te. Y Franco lo sabía. Lo exiguo de la oposición antifranquistadelata que por esas fechas el pueblo español anteponía la resolu-ción de los problemas cotidianos a la reconquista de las liberta-des democráticas y a la revolución nacional Raimundo FernándezCuesta compartía también ese criterio. Cuando se le preguntó en

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1972 por qué no se había hecho la «revolución nacional», se limi-tó a sonreír y decir «Hombre, es que hubiera sido el repartode la miseria». Y tenía razón. Pero allí estaba el flamante Pre-sidente Eisenhower, «Ike», para situarse en una línea de ayudamucho más profunda que el peronismo argentino, y garantizarlas bases del futuro desarrollo económico español.

Cuando Franco abrazó a «Ike» en Barajas, la etapa nacional-católica del régimen se cerró y se abrió otra nueva: la del desa-rrollo económico. Y una vez más, Falange murió en ese abrazo.En primer lugar por el «patriotismo» inherente a la doctrinafalangista que difícilmente podía compatibilizar una dependenciadel régimen con una potencia que era, en primer lugarextraeuropea, en segundo lugar demoliberal y en tercer lugar, elcoto de caza del capitalismo más avanzado y agresivo. Por que,si había otra cosa que la mayoría de falangistas tenía claro, eraque falange, aun no teniendo una doctrina económica particular-mente clara y bien teorizada, era, más o menos, anticapitalista.De hecho, sus ínfulas de justicia social tenían como contraparti-da una limitación a los excesos del capitalismo. La presencia de«Ike», aun sin decirlo, implicó: «Si queréis desarrollo ponerosen el furgón de cola».

Y así la bandera de las barras y estrellas empezó a ondear enEspaña. No fue del todo mal. Si bien se renunció a parcelas desoberanía, el adscribirnos al «bloque occidental» hizo que losembajadores regresaran a sus embajadas, que se normalizaranlas relaciones diplomáticos y que las fronteras se abrieran al tu-rismo y a los capitales. La economía se reactivó y los exceden-tes de capital se reinvirtieron en nuevas industrias. En 1961 unachica de aspecto inglés y bobalicón fue la «turista un millón». Enlos quince años siguientes se llegaría a la «turista veinte millo-nes».

El turismo trajo algo más que dinero. Trajo otras formas, otrascostumbres, otros ritmos. El fenómeno no vino solo, la televisión

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avanzó también paralelamente. Y con las series nuevas importa-das del extranjero, también se vieron otras formas, otras costum-bres y otros ritmos. Nuestros padres y nosotros mismos, no losabíamos, pero estábamos asistiendo al despuntar de un fenóme-no que corriendo el tiempo ha sido llamado «mundialización». Yeste fenómeno iba a acarrear profundos cambios en la sociedadespañola. En este momento de nuestra exposición queremos abor-dar un punto extremadamente crucial y decisivo en la historia deFalange. Un punto todavía no resuelto razonadamente por lasdistintas fracciones que hoy sobreviven del falangismo. Se tratade la valoración global que hacen del franquismo. Hay que reco-nocer que, sobre este tema, no ha existido ninguna obra definiti-va, ningún análisis que tuviera en cuenta la multiplicidad de fac-tores en juego y que, finalmente emitiera una valoración críticade lo que ganó y lo que perdió Falange en su colaboración –porque, a la postre se trató de eso, de una colaboración del sectormayoritario– con el franquismo. Es evidente que excede de loslímites de estas páginas un estudio de tales características, perosi sería bueno recordar algunos puntos que quizás otros se sien-tan tentados a desarrollar.

A diferencia de los defensores de lo «políticamente correc-to», nosotros sostenemos que el franquismo fue necesario enla historia de España. A lo largo del siglo XIX se había eviden-ciado –y Ramiro Ledesma lo explica con una claridad que lehonra– entre España y Europa. El desastroso siglo XIX espa-ñol fue una acumulación de tragedias y desgracias sin sentido niinterrupción cuyos efectos se vieron en 1898 en el plano nacionaly en el plano económico en un desfase entre los países de Euro-pa Occidental y España. Este abismo de 150 años de retrasoexistente en 1936, se superó durante el período franquista. Asípues, si hoy nos encontramos en el pelotón de cabeza del desa-rrollo mundial no se debe ni a los buenos oficios de las dos repú-blicas –a cual más catastrófica– ni a la acción de los borbones –

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no menos catastrófica, por lo demás– sino a las iniciativas asu-midas durante el período franquista que se pueden resumir enuna sola: concentrar todos los esfuerzos nacionales en una solatarea, lograr el desarrollo económico. ¿Y las libertades políticas?Franco respondía: la primera libertad es la seguridad de llevarseun bocado de pan al día. ¿Y el libremercado? A la porra, setrataba de planificar el desarrollo, no de dar vía libre al mercado.

Así, con estas dos orientaciones: concentración de poderesen lo político y planificación económica, España, entre 1954 y1975 logró despegar económicamente. La historia todavía noha juzgado convenientemente este período de nuestro pasadoque, por sí mismo, legitima al franquismo, al menos desde elpunto de vista del bienestar material de los ciudadanos, lo cualno es poco. ¿Hubiera podido conseguirse tal desarrollo en unrégimen de libertades? Lo dudamos. No es lo mismo reem-prender la reconstrucción de un país que, como Alemania oFrancia, ya estaban insertados en el siglo XX cuando se pro-dujeron las catástrofes de las dos guerras mundiales, que re-construir un país sin tejido industrial, sin cuadros directivos,sin personal especializado, como era la España agraria y sub-desarrollada de 1936.

Para que en tan poco tiempo pueda darse un salto de tantaenvergadura hay una serie de condiciones que se deben asumir:la primera de todas ellas es la concentración de poderes. Es im-posible planificar la economía a largo plazo estando pendientesde elecciones cada cuatro años. Es imposible planificar una ta-rea de desarrollo de tal magnitud, sabiendo que el electoradopuede dar la espalda, por cualquier capricho, a la opción que haasumido la tareas. Así pues, la concentración de poder y el rele-gar a segundo plano las libertades formales es casi una condiciónnecesaria para un desarrollo acelerado. Lo ocurrido en Españano es una excepción. Rusia pasó de ser el paraíso de los mujiks aser una potencia mundial de primer orden gracias a la espantosa

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concentración de poder que supuso el período bolchevique. EnEspaña, las cosas anduvieron de la misma manera…

Y Falange volvió a morir. Por que en ese momento lo queFranco requería eran, sobre todo, economistas, planificadores,cuadros técnicos y científicos. Y falange no los tenía; apenastenía otra cosa que movilizadores de masas a lo Girón. Basta-ba con un resoplido del «león de Fuengirola» para que los tra-bajadores y las clases medias a las que les empezaba a lucir elrégimen, se lanzaran a la calle, no en apoyo de la revoluciónnacionalsindicalista, sino en apoyo del régimen y tras las bande-ras de Falange. Siempre son buenos los baños de multitudes,pero también es mejor que esas multitudes tengan un motivo parasalir a la calle y la satisfacción de sus necesidades es, desdeluego, el más atractivo. La gran contradicción era que esas ma-sas seguían saliendo a la calle tras las banderas de Falange, peroel régimen era cada vez menos falangista, si es que en ese mo-mento lo era algo, aparte de desarrollista.

En este período se gestó otro fenómeno cuyo desarrollo nosupieron predecir ni los falangistas del régimen ni los escasosnúcleos que se situaban extramuros del mismo. El capitalismoincipiente se siguió desarrollando en España. Convivía mál quebien con las estructuras de poder centralizado y autoritario. Yahemos visto por qué, era una condición para el desarrollo. Pero,con el paso del tiempo, hacía principios de los años 70, se eviden-ció que todo lo que podía desarrollarse en aquel marco político,ya se había desarrollado. Faltaba un impulso definitivo para laeconomía española: el tránsito de una economía cada vez menosautárquica, a una economía integrada en la Europa Comunitaria.Y aquí ya existían problemas, por que la forma política española,confirmada en el referéndum sobre la Ley Orgánica del Estadode 1967, implicaba que nuestro país seguía sin alcanzar losstandares democráticos preceptivos para entrar en el club euro-peo.

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Lo que había ocurrido es que la aristocracia económica tradi-cional –los grandes latifundistas y las dinastías industriales cata-lanas y vascas– que hasta entonces habían convivido perfecta-mente con el franquismo, a partir de ahora precisaban de otromarco político para desarrollar sus negocios. Todo el país preci-saba de un salto cualitativo que el franquismo, por muchos moti-vos, ya no podía aportar. Así se produjo la contradicción entre uncrecimiento económico que alcanzó tal nivel de desarrollo que, apartir de cierto momento, tuvo que afrontar una reforma políticainevitable. De hecho, a una estructura económica capitalista, co-rresponde una estructura social en la que la burguesía es la clasehegemónica y la democracia formal su forma política más adap-tada. Las necesidades de la estructura económica, en definitiva,arrastraron la necesidad de una reforma política.

A mediados de los años 60, el régimen empezó a dar mues-tras de debilidad. Apareció una contradicción en su interiorentre los miembros del Opus Dei y los que remotamente te-nían una inspiración falangista (o, más bien, «movimentista»).Los primeros habían constituido los cuadros que sustituyerona falangistas y propagandistas cuando las necesidades del de-sarrollo precisaron el recurso de tecnócratas y cuadros directi-vos, mucho más que el de movilizadores y moralizadores delas masas. Pero eran tecnócratas fríos y además castos. Algocon poco atractivo para la población. Si bien siguió existiendouna mayoría social que apoyó al franquismo, también es ciertoque esa mayoría era «silenciosa» y que empezaban a oírse losecos de las protestas de minorías menos silenciosas.

Y además Franco estaba envejecido. Era evidente que el ré-gimen, a pesar de las promesas de la Ley Orgánica y de la jurade Juan Carlos como «Príncipe de España y heredero de la Co-rona», no habían disipado las dudas sobre el porvenir; se dudabade su capacidad de liderazgo. Para casi todos resultaba altamen-te improbable una supervivencia del franquismo sin Franco. Y

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mucho menos con Juan Carlos, si bien para ello, el Caudillo colo-có junto a él el brazo tutelar del Almirante Carrero Blanco.

Todos estos desarrollos estaban implícitos en el abrazo queintercambiaron Eisenhower y Franco en 1954. En ese abrazomurió de nuevo Falange Española víctima del desarrollo eco-nómico que España necesitaba pero al que sus cuadros no po-dían ni sabían estimular. Para eso estaba el Opus-Dei y conellos contó Franco que, en el fondo, había dicho en esa época aun conocido: «Hágame caso, no se meta en política», actitudmuy gallega que implicaba que la política de Franco, volunta-riamente no era cosa más que una forma de pragmatismo porencima de ideologías concretas. Como máximo, las formasautoritarias (derivadas de su pertenencia al estamento militar)y católicas (derivadas de su propia concepción religiosa), im-pidieron que ese pragmatismo fuera absoluto.

SEXTA MUERTE20 DE NOVIEMBRE DE 1975

Los últimos años del franquismo registraron un alto nivelde actividad de los grupos falangistas disidentes del movimientoque, contrariamente a lo pretendido por algunos, pudieron desa-rrollar su actividad sin grandes obstáculos y sin que debieranafrontar una represión comparable a la izquierda comunista. Ytambién, intramuros del régimen, se produjeron distintos movi-mientos de rectificación de posiciones que cobrarían forma enlos años siguientes.

En efecto, contrariamente a lo que se tiende a pensar, la tran-sición democrática empezó en vida de Franco. O al menos unaforma de transición. En efecto, Carrero Blanco era perfecta-mente consciente de que, tarde o temprano, los caminos de Es-paña convergerían con los de Europa. Era un simple problemade geografía: España era un extremo de Europa; era imposible

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negar esta realidad geopolítica. Y Europa se empezaba a articu-lar en torno al entonces llamado Mercado Común. España ten-dría el paso vedado mientras no adquiriera formas política demo-cráticas. Para Carrero la evolución del régimen era inevitable acorto plazo. El problema era que el régimen había advertido afinales de los años 60 que carecía de base organizada. La trans-formación del «movimiento organización» en «movimiento co-munión de todos los españoles en los ideales del 18 de ju-lio», no había estimulado la creación de una base social organi-zada. Y lo que era peor, las organizaciones del «movimiento» seestaban vaciando de militantes justo después de vaciarse de con-tenidos. Los Servicios de Información de Carrero advirtieron alAlmirante de la situación y éste decidió actuar en consecuencia.

Transición hacia una democracia formal, si, pero limitada, talera la posición de Carrero Blanco quien lo había comentado consus ayudantes y colaboradores más próximos: «Hasta los so-cialistas todo, desde los comunistas nada». La idea era ani-mar a los socialistas a que se integraran en un sistema demo-crático limitado que excluyera a sus principales concurrentes,los comunistas. El plan de Carrero no era absurdo; solamenteasí podía mantenerse la institución monárquica como conti-nuadora del franquismo y evitarse la ruptura democrática quepreconizaban comunistas y socialistas. Para Carrero se tratabade romper el frente de la oposición democrática. Por otra par-te, el Almirante intentó en los últimos meses de su gobiernoestimular el comercio español en los países del Este europeocon la idea de disminuir la dependencia española del MercadoComún.

Era una estrategia lícita para asegurar la supervivencia delrégimen, pero fracasó en la medida en que el delfín Carreroresultó asesinado por ETA en diciembre de 1973. A partir de ahílos casi dos años que Franco le sobreviviría demostraron la inca-pacidad del régimen por evolucionar interiormente. Y al mismo

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tiempo demostraron otra cosa: la incapacidad de Falange paraprever escenarios futuros.

La muerte Franco cogió a Falange Española debatiendo so-bre su unidad, cuando, en realidad lo más oportuno habría sidodebatir sobre las ideas, orientaciones y programa que deberíande impulsar al partido en los años siguientes. Pero no había par-tido. Había «asociaciones falangistas» y activistas azules, peropartido nada que se le pareciera. A partir del 20 de noviembre de1975 una cosa estaba clara: el régimen estaba obligado a evolu-cionar si quería salvar algo. Suárez lo entendió. Fraga lo enten-dió. El propio Fernández de la Mora lo entendió. Blas Piñar, Girón,Raimundo, Diego, incluso los militantes que dieron vida a la Fa-lange Auténtica no lo entendieron. El que esto escribe, tampocolo quiso entender en su momento. Una etapa nueva se aproxima-ba para España, pero los distintos grupos falangistas no iban aestar en condiciones de subirse al tren de la democracia. El díaen que murió Franco, era evidente que un capítulo de la historiade España se cerraba. El régimen estaba obligado a abrirse o delo contrario a perecer arrastrado por la marea democratizadora.Y Falange estuvo ausente de este proceso. Por eso, por sextavez en su historia, murió.

A partir de 1968, se habían formado distintas asociaciones ycírculos falangistas que disponían de una notable base humana,cuantitativamente numerosa y con perspectivas de un crecimientofuturo. Había militantes capaces de dar vida a un partido falangistaadaptado al tiempo nuevo. Pero lo peor no es que no hubieraunidad –que no la había– es que no se pensaba en términos departido y, por tanto, no se actuaba con la lógica de un partido queestá dispuesto a competir con otros en la conquista del poder.

Los núcleos juveniles que dieron vida a la Falange Auténticaoptaron por la vía del activismo y asumieron una línea política enla que toda la actividad podía sintetizarse en un izquierdismoobrerista que incluso empezaba a estar en desuso en la extrema-

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izquierda. Consignas como «Falange con el obrero» caían en sacoroto por que habían pocos obreros en Falange y, por lo demás, ala clase obrera le daba absolutamente igual si la Auténtica estabacon ellos; a la vista de como iba la inflación en aquellos años, eraevidente que afrontaban problemas mucho más realistas.

Los intentos, completamente obsesivos e inútiles por demos-trar que Falange era un movimiento de oposición que buscaba la«ruptura democrática», las recogidas sistemáticas de yugos yflechas en todos los pueblos de España, no consiguieron levantarla pesada losa que tenía Falange desde el altofranquismo. Esmás, los «auténticos» no se dieron cuenta nunca de que el pro-blema no era si Falange había colaborado o no con el régimen –algo que era muy difícil de desmentir– sino como mirar hacia elfuturo, con qué programa, con qué estrategias, con qué tácticas,con que objetivos… y sobre esto, las clamorosas acciones deFalange Auténtica no aportaron absolutamente nada, aparte deun verbalismo hiperrrevolucionario que no podía ocultar la ver-güenza y el complejo de inferioridad de este sector hacia la iz-quierda marxista. Por supuesto, no hubo nada que hacer; aquelloestaba condenado al fracaso antes de empezar a actuar.

Pero es que otros sectores falangistas tampoco tuvieron me-jor fortuna. Los Círculos Doctrinales José Antonio que habíanlogrado constituir algo mas de un centenar de núcleos a media-dos de los años 70, estaban preocupados por lograr la unidadde acción con otros sectores. Las conversaciones eran intermi-nables. Los avances escasos. Cada paso adelante era bloquea-do por la inestabilidad misma de estos grupos y por el hechode que ni siquiera interiormente cada sector tenía una opiniónuniforme sobre nada.

A poco de morir Franco, en diciembre de 1975 se convocó elintento unitario más ambicioso de este sector, el llamado Congre-so Nacional Falangista. No se produjeron avances significativos.Los «auténticos» recién constituidos aprovecharon para repartir

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su propaganda. Mientras, en el interior, las cosas no avanzaban:las ponencias habían sido redactadas por anticipado; no era uncongreso en el sentido riguroso del término, sino una intento detraslado de ponencias elaboradas por la «superioridad», ponen-cias, por lo demás, de muy escasa calidad y que, de nuevo vol-vían a eludir el problema fundamental: no preveían un escenariodemocrático. Les preocupaba solamente la unidad y el salvar elprograma de 27 puntos. Por lo demás, el nivel político era muybajo. Se llegó a votar punto por punto el programa fundacionaldel 34. Al llegar a la consideración del hombre como «portadorde valores eternos» la votación arrojó un escaso margen de cin-co puntos, margen suficiente para que la concepción del ser hu-mano resultara como en el texto fundacional. Era la «primerafase» de un proceso que debía de haber llevado a la unidad, peroque constató, para los que asistimos, el pobre nivel político y laignorancia del mundo real al que habían caído los dirigentes delmovimiento en aquella época. En realidad, la «auténtica» era máspráctica y, por tanto, más agradable a muchos. Convencidos deque las conversaciones por la unidad eran absurdas por que lasbrechas entre las distintas fracciones eran excesivas –lo cualera una apreciación rigurosamente cierta– se dedicaron a reali-zar unilateralmente agitación política. Crecieron como crece todamasa que se agita, pero su despiste político y lo infumable de susplanteamientos hicieron imposible que tantas energías desplega-das pudieran ser capitalizadas.

Sorprende hasta la exasperación como ninguno de los gruposfalangistas fuera capaz de elaborar documentos que preveyeranla evolución del régimen y explicaran cual podía ser el papel delos falangistas ante la nueva situación. Sorprende que en eseperíodo previo a la muerte de Franco, los grandes problemas quese planteaban los distintos núcleos falangistas eran: seguir man-teniendo el programa de 27 puntos, rescatar el yugo y las flechasdel «secuestro» de que habían sido objeto por el régimen de Franco,de disputarse con otros grupos azules el nombre y las siglas.

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He de confesar que, personalmente no entendía nada de todoesto, fue un querido amigo y camarada de Barcelona quien melo explicó de regreso del Congreso Nacional Falangista: «Fa-lange –me dijo– es eso: 27 puntos, un himno, el brazo en alto,la camisa azul, el yugo y las flechas… quita eso y acabarás conFalange». Y entonces entendí la obstinación de las distintasfracciones falangistas por disputarse ese patrimonio. Solo queesta disputa, enmarcada dentro de la inalcanzable perspectivaunitaria, no tenía ya sentido político en unos momentos en losque era preciso conquistar a las masas, y conquistarlaselectoralmente, por que, a fin de cuentas, de lo que se tratabaentonces era de tener las parcelas de poder al alcance de cual-quier partido democrático.

Esto parecía que les interesaba a muy pocos. Los «auténti-cos» se situaban más allá de cualquier legalidad, lo que que-rían era un indefinida e indefinible «revolución sindicalista»,mal definida y peor planteada por el camino del activismo in-sensato. Los falangistas franquistas se fueron enrocando en con-cepciones golpistas. El resto de grupúsculos languidecían entreintentos unitarios sin porvenir y pequeñas actuaciones activistassin norte ni guía. En definitiva, una situación que era extremada-mente parecida a la que se había producido en los últimos añosdel franquismo. Falange no advertía que empezaba a ser historia,que el tiempo jugaba inexorablemente en su contra y que a medi-da que pasaban los años y se eludía hacer una adaptación de losideales fundacionales a la realidad de la transición, quizás, porque se intuía que negar al «Libro», es decir a las Obras Comple-tas de José Antonio parcelas de actualidad, hubiera supuesto unsacrilegio. Y la falta de valor para «revisar» la doctrina entrañóel alejamiento de la realidad.

Falange murió –y una vez más, la mayoría de falangistas nose enteraron– el 20 de noviembre de 1975. Para mayor fatali-dad, el óbito de Franco se produjo exactamente 38 años des-

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pués del fusilamiento de José Antonio. Incluso en cuestión defechas fúnebres el franquismo cultivó el equívoco con Falan-ge. El interés de algunos falangistas en desvincularse del régi-men era una empresa tan absolutamente irreal que no valía lapena intentarla. Los «auténticos» lo hicieron y su actividad fre-nética agotó a toda una generación de militantes.

SEPTIMA MUERTELA UNION NACIONAL DE 1979

Llegamos a la última muerte con la que se cierra el círculo yse concreta la desaparición de un movimiento político que haagrupado en el siglo XX a buena parte de las energías juveni-les de España. Por otra fatalidad del destino, la última de lasmuertes engarza con la primera, aquella que tuvo lugar en laselecciones de febrero de 1934. En ambas ocasiones ningúndiputado falangista se sentó en las Cortes. En ambos casos, elfracaso sirvió para variar de rumbo las orientaciones políticasdel partido. Entre 1975 y 1979, Falange estuvo dividida en tresopciones mayoritarias y un sin fin de opciones menores. Por unlado, los falangistas que habían colaborado con el MovimientoNacional de Franco, agrupados en torno a Raimundo FernándezCuesta; por otro los falangistas disidentes moderados del Movi-miento agrupados en los Círculos José Antonio que habían orga-nizado un Partido Nacional Sindicalista, y, finalmente los miem-bros de la Falange Auténtica.

Pero había otra fuerza, Fuerza Nueva, que había crecido ex-traordinariamente entre 1977 y 1979, gracias a la particular ora-toria de su líder y fundador, Blas Piñar López. Piñar era un fran-quista, ante todo; su ideología era católica más que falangista. Sumodelo de franquismo era el derivado del período nacional-cató-lico que había absolutizado y convertido en el rasgo distintivo delfranquismo, cuando, como hemos visto, apenas fue la línea domi-

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nante en un período de su historia. Conservador en lo político yen lo religioso, Blas Piñar impregnó con estos principios a sumovimiento que fue percibido por una parte de la población, comola opción de los descontentos con la democratización. Y, en efec-to, mientras la transición fue generando problemas interiores deadaptación y asentamiento, Fuerza Nueva progresó. Pero cuan-do la democracia estuvo suficientemente asentada, Fuerza Nue-va llegó a su techo y se desintegró vertiginosamente.

Los coqueteos de los falangistas colaboradores con elfranquismo con Fuerza Nueva fueron constantes desde el prin-cipio de la transición. En las primeras elecciones democráticasse presentó una Alianza Nacional del 18 de Julio formada porcarlistas, fuerzanuevistas y falangistas. No tuvo mucho éxito.Sin embargo, es rigurosamente cierto que tras la campaña elec-toral de junio de 1977, Fuerza Nueva empezó a recoger elfervor de una parte sustancial de la población, especialmenteen Madrid, Valencia, Cantabria, Asturias y Sevilla. En otras pa-labras, Fuerza Nueva creció mucho más de lo que lo hicieron elPartido Nacional Sindicalista de Diego Márquez y Falange Es-pañola de Fernández Cuesta. Así, cuando se convocaron las elec-ciones de 1977, Fernández Cuesta y Blas Pilar se aproximaronen la Alianza Nacional. Sin resultados. A los dos años siguientes,a estas dos fuerzas políticas se adhirió el Partido Nacional Sindi-calista excepcionalmente debilitado por la presión de los «autén-ticos» por un lado y de los «colaboradores» por otro. La nuevacandidatura de Unión Nacional llevó a Blas Piñar al congreso delos diputados… fue, sin duda, un éxito para Blas, pero no desdeluego para las Falanges. Por lo demás y tratándose de una coa-lición, lo normal hubiera sido que con posterioridad a las eleccio-nes se intentara proseguir con el trabajo unitario. No hubo tal. NiFernández Cuesta, ni Diego Márquez, números dos y tres de lacandidatura hubo un lugar en el Congreso, ni interés posteriorpor profundizar en la iniciativa unitaria.

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Esa fue la última muerte de Falange Española. La camisaazul era utilizada también por los fuerzanuevistas, que lucíanel yugo y las flechas en los bolsillos de sus camisas. El nombrede José Antonio salía frecuentemente de los labios de Blas Piñarcomo en los cuarenta años anteriores había sido pronunciadofrecuentemente por personalidades no falangistas. Las centu-rias paramilitares de Fuerza Nueva rememoraban las miliciasfalangistas… La bandera de Falange ondeaba junto a la cruzcarlista y la bandera azul y roja (azul de falange, roja del requeté)de Fuerza Nueva. Y además, Blas Piñar fue el político más mal-dito de toda la transición, por lo tanto, el nombre de Falange rara-mente era considerado como el de una entidad independiente,sino que se le consideraba como una especie de aliado y prolon-gación del piñarismo. En estas condiciones el mensaje falangistauna vez más se desfiguró. Las opciones del FE(i), por no decirde la «auténtica», señalando que el franquismo y la falange eranentidades completamente diferentes, resultaba increíble para lapoblación que veía como los mismos símbolos falangistas eranutilizados por la extrema-derecha fuerzanuevista.

Pero hubo algo peor. Los cuadros falangistas parecían seguirsin tener interés por adecuar su doctrina a la nueva realidad es-pañola. Hubo estudiantes falangistas, universitarios falangistas,cuadros técnicos falangistas, pero que resultaron absolutamenteincapaces de reelaborar y adaptar el programa de 1936 a la rea-lidad de 1979. Y Falange murió a causa de esa incapacidad.

Por puro respeto hemos fechado en las elecciones de 1979 laúltima de las muertes de Falange, la séptima. En realidad nohabría que perder de vista la fecha del 23 de febrero de 1981,como fecha alternativa a esta última y definitiva muerte de Fa-lange. A partir de 1977, cuando la evolución democrática eraimparable, la mayoría de miembros de Fuerza Nueva y de Fa-lange Española, sector «raimundista», habían renunciado a ven-cer en unas elecciones democráticas. Se les antojaba un proceso

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excesivamente largo y dificultoso para el que no se sentían adap-tados. Surgió así la hipótesis golpista como una alternativa. Pero,a decir verdad, pocos fueron los que entendieron lo que significa-ba el golpe militar. Para la mayoría se trataba simplemente de«apoyar al Ejército». A diferencia de la situación de la preguerra,esta nueva Falange de la transición jamás tomó contacto conmedios militares, jamás conspiró con ellos y jamás tuvo noticiasde las intentonas golpistas antes de que se produjeran. Eranvocacionalmente golpistas, pero estaban alejados de cualquierpráctica golpista. El 23 de febrero les cogió de sorpresa a casitodos y, desde luego, al grueso del movimiento falangista. El 23de febrero, uno de esos momentos olvidables de la historia deEspaña, se cerró con una Falange que, en buena medida, com-partía las posiciones golpistas pero que no había sabido ni podidohacer nada para colaborar con ellas. Falange, por última vez murió.

El ciclo iniciado en febrero de 1936 se había cerrado. Comoentonces Falange no superó la prueba electoral. Como enton-ces Falange –el sector mayoritario de Falange en la época–asumió la vía golpista. A diferencia de entonces, acaso por can-sancio, acaso por que el movimiento era de pequeñas dimen-siones, acaso por impreparación o por lo que fuera, Falange noparticipó activamente en la iniciativa golpista de febrero de1981, como tampoco, por lo demás, Fuerza Nueva.

Aquella fecha murieron muchas cosas. Falange se vio acom-paña en su óbito por Fuerza Nueva quien, a los pocos meses seautodisolvería reconociendo su fracaso. A Falange no le quedóni siquiera eso. Incluso la «Auténtica», el sector de Pedro Con-de, se había autodisuelto en 1980 a la vista de los malos resulta-dos del partido y de la deriva problemática adoptada. Cuandoeso ocurría, Falange hacía muchas décadas que había dejado deser un partido unitario, existían muchas fracciones, todas ellasigualmente desorientadas, desprovistas de medios, de estrategia,y sobre todo, de ideas nuevas.

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La falta de ideas nuevas y de salidas estratégicas hizo que, apartir de 1981, las fracciones falangistas enarbolaran la consignade la «unidad» como única alternativa. Poco importaba que amedida que pasaba el tiempo, la realización de esa consigna que-dara cada vez más lejos y que en esas intentonas frustradas,menudearan los conflictos y se crearan barreras insalvables, pocoimportaba que las iniciativas unitarias fracasaran una tras otra,poco parecía importarles que la única discusión fuera sobre lostérminos en los que debía realizarse la unidad, ¡pero nunca sobrelos principios y los esfuerzos de adaptación, sobre la estrategia yla táctica que eran las cuestiones verdaderamente importantes!Poco importaban, en definitiva, los contenidos de esa unidad, loque importaba era la unidad en sí. Unidad inalcanzable que ja-más terminó de formalizarse. Unidad remota. Unidad perdida,totalmente y para siempre. Unidad que, incluso, aun cuando sehubiera consolidado, habría aportado muy poco.

A partir de 1980, no la historia de España, sino la historia de lahumanidad se acelera. Cada vez con mayor velocidad el rostrode la civilización va cambiando. Aparece la microinformática,cae el mundo comunista, guerra del golfo, fin de la historia, crisisde Yugoslavia, masacres en Africa, nuevas tecnologías de la in-formación, era de las redes, atentados del 11 de septiembre...eran los signos inequívocos de una mutación que afectaba a todala humanidad y ante la cual, Falange y los falangistas permane-cieron mudos y sin emitir documento alguno de altura capaz deintegrar cada uno de estos hitos de la humanidad.

Al filo del milenio, era evidente que Falange había resistidomal la mutación de la humanidad. Ahora si que estaba muerta,definitivamente muerta, inhábil para pesar políticamente y parasalir del exiguo gueto en el que se encuentra cada vez másaislada. Solo quedaba constatar esa muerte y actuar en conse-cuencia. A los cadáveres se les entierra antes de que se deterio-ren más.

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ALGUNAS CONCLUSIONESPROVISIONALES

Estas siete muertes son, cada una por sí misma, y todas ellasen conjunto, episodios dramáticos en la historia del movimien-to falangista y en algunos casos en la historia misma de Espa-ña.

Ahora, cuando se llega al centenario del nacimiento de JoséAntonio, es fácilmente perceptible que lo único que tiene elmovimiento falangista en sus alforjas, es historia. No tiene fu-turo, sólo historia. A diferencia de otros movimientos surgidosen el tiempo nuevo que carecen de historia pero pueden tenerel futuro que sus miembros sean capaces de conquistar. Falangees historia, Falange forma parte de la historia. En esa historia,Falange tiene un punto importante en su haber: el haber consti-tuido la levadura de buena parte de la juventud española durantevarias generaciones. Por que, Falange nació de los jóvenesextasiados con la experiencia del fascismo. Falange facilitó a losjóvenes una causa para vivir y una buena excusa para morir porla Patria. Falange, finalmente, también murió entre los jóvenes eincluso hasta última hora, sus últimos militantes, esos que no per-ciben que se han adherido a un movimiento que ya es historia,siguen siendo jóvenes en edad. Pero entre tanto canto a la juven-tud, tantas lonas y claros de luna en campamentos juveniles, faltómadurez de ideas, incluso entre los más maduros de sus militan-tes que seguían pensando en Falange, no tanto como una opciónpolítica de futuro, sino como una opción emotiva y sentimentalque les remitía a los mejores años de su vida, esos en los quetenían energías y optimismo para afrontar las duras pruebas dela vida que se les avecinaban.

Falange no pudo evitar que la historia de España discurriera amayor velocidad que su propia historia. Casi puede decirse quetodo en Falange se hizo tardío y a destiempo: el movimiento fue

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fundado en un momento en el que ya existían las JONS quedefendían exactamente lo mismo, su tardía fundación hizo quesolamente estuviera presente durante algo más de dos años an-tes de que estallara la guerra civil; ese tiempo de retraso es loque selló la debilidad del movimiento en esas jornadas, lo quehizo que sus filas fueran rebasadas en los primeros meses decontienda por recién llegados que intuían el ideal, pero no lo co-nocían en profundidad, o por simples ambiciosos. Falange llegótarde a su cita con la historia: Franco la utilizó mientras le convi-no y la sustituyó cuando la conveniencia fue otra. Cuando eranprecisos técnicos y economistas, Falange no dispuso de ellos. ElOpus Dei, en cambio, si. Cuando la situación requería estrategashábiles y lúcidos, durante los años de Carrero Blanco y en latransición política, las distintas Falanges se enrocaron en posicio-nes difícilmente digeribles unas (los «auténticos») y políticamen-te nostálgicas (los «raimundistas»). Para colmo, el fracaso elec-toral de 1979 y el fin del golpismo les dejaron huérfanos de estra-tegia. El resultado fue una muerte lenta, por etapas, una extin-ción triste y aplazada en la que cada etapa era más oscura ydeprimente que la anterior, las esperanzas eran cada vez meno-res y las dificultades a remontar cada vez más infranqueables, almismo tiempo que la esterilidad política fue creciendo y la in-adaptación al tiempo presente de cada instante cada vez máspalpable.

Si la situación de Falange no es la de un cadáver velado cadavez por menos partidarios y más enfrentados entre sí, nos gusta-ría saber qué es... Lo hemos preguntado en algunos foros deInternet y la respuesta nos ha confirmado precisamente en lanecesidad de escribir estas líneas. Siempre se nos ha contestadocon retórica, mera retórica y nada más que retórica: «Falangeestá en las calles y en los campos de España» nos decía uno;otro aludía «a los actos y manifestaciones que se celebran entodos los puntos de España»; los había que utilizaban una retó-

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rica ampulosa fuera de lugar ayer y hoy: «Falange es una idearomántica que vive en los corazones de millones de españo-les de buena voluntad». En otras palabras, se nos hacía saberque nuestra tesis era acertada: que Falange había muerto. Y no-sotros nos limitábamos a recordarles a sus últimos mohicanosque era mejor enterrarla con dignidad.

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IILA INADECUACION

IDEOLOGICA

En los documentos originarios de Falange histórica se percibeen ocasiones un peligroso equívoco entre programa y doctrina.El programa es un elemento táctico que resume las propuestasque un partido puede efectuar en un momento dado de su histo-ria. Cuando se alteran las circunstancias, cambia necesariamen-te el programa. En cuanto a la ideología, a diferencia del progra-ma, es fija e inmutable. En principio… por que las ideologíasterminan siempre siendo esquemas rígidos que pierden prontoactualidad. Resulta evidente que al leer las páginas de las ObrasCompletas estamos ante un libro que nos ayuda a comprender lahistoria de la Segunda República; así mismo al leer las«Disgresiones sobre el Futuro de las Juventudes» de Ramiro,estamos repasando la historia de Europa… hasta ese momento yotro tanto ocurre con el «Discurso a las Juventudes de España».Hace falta, pues, establecer exactamente que es lo que hay depresente y de futuro en todo este material histórico.

La primera impresión es que hay poca actualidad en los tex-tos históricos. Ciertamente José Antonio y Ramiro atacaron alcapitalismo y hoy esta temática tiene una actualidad inequívoca,pero el capitalismo que conocieron ambos tiene muy poco quever con el capitalismo moderno. Nada se dice sobre los procesosque conforman la realidad del capitalismo moderno: laautomatización de los procesos de trabajo, la revolución de las

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comunicaciones generada en la postguerra y la revolución de lamicroinformática experimentada a principios de los años 80, elproceso de globalización con la creación de un mercado únicoglobal, los procesos de deslocación industrial de Norte hacia elSur y los procesos de inmigración masiva del Sur hacia el Norte,las necesidades de nuevas dimensiones nacionales que respon-dan a este proceso, la desaparición del comunismo, lo efímero dela nueva izquierda, la creación de la Unión Europea, la elevaciónde los Estados Unidos y de sus contenidos culturales al rango deúnico «imperio», etc., todo ello implica nuevo elementos ante loscuales no existen respuesta en las Obras Completas, ni en lostextos históricos, capaces de aportar planteamientos adecuadossobre ninguno de estos temas. Ni, por lo demás, existen ideólogosen las filas de las distintas fracciones falangistas capaces de re-visar de manera indiscutible estos temas y proponer respuestasconcretas.

A decir verdad, este problema se viene arrastrando desde lostiempos de la postguerra cuando el partido advierte que los líde-res históricos han sido asesinados durante la guerra. En ese mo-mento, los militantes falangistas tienen demasiado reciente elimpacto de la contienda y el hecho de que algunos de ellos esténocupando puestos directivos en el nuevo Estado, hace que seobvie el completar las lagunas ideológicas. Cuando se está en elpoder se piensa en gestionarlo, no en justificarlo o interpretarlo.Por lo demás, en un primer momento, el fascismo parecía quelograría imponerse a los Estados democráticos y las perspecti-vas eran buenas, así que las únicas cosas que se rectificaronafectaban a la «cuestión nacional» (ingenuas rectificaciones te-rritoriales en Marruecos, Sahara y Guinea) y poco más. Pero, enun segundo momento, cuando las cosas se torcieron para lasfuerzas del Eje, algunos empezaron a advertir la naturaleza delconflicto que estaba ante la vista: o bien Falange se democratiza-ba (algo difícil por que la impronta y la estética fascista estabandemasiado presentes y constituían el alma de Falange, tanto de

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la disidente del Movimiento, como de la franquista. Llama la aten-ción que, muy frecuentemente, los disidentes les Movimiento, losfalangistas antifranquistas, eran, contra lo que se tiene tendenciaa pensar, eran más proclives al fascismo y al nazismo, que lossectores oficialistas.

A partir de ese momento empezó el fraccionamiento en ca-dena: la mayoría del movimiento falangista adoptaron posicio-nes seguidistas hacia el franquismo; una minoría muy exiguapasó a engrosar la disidencia falangista, más o menos clandes-tina, otros, desengañados, por la imposibilidad de realizar al «re-volución nacional» a la vista de la derrota del Eje, sedesmovilizaron. Los hubo –como Ridruejo– que se dejaron ga-nar por las tesis de recuperación de las libertades democráticasy abandonaron el falangismo.

En una segunda fase del conflicto ideológico, se produjo unadecantación hacia los dos elementos que componían la síntesis«nacional-sindicalista». Aparecieron los falangistas «más na-cionalistas que sindicalistas» y los que se consideraban más«sindicalistas que nacionalistas». Los primeros se identifica-ban casi completamente con los falangistas del MovimientoNacional, los segundos fueron a engrosar los movimientos«hedillistas» y «falangistas de izquierda» que sobrevivieronhasta finales de la década de los 70. Existió un último sectorque intentó mantener la síntesis situándose en una posiciónequilibrada entre los dos términos en nombre de la «ortodo-xia». Nos referimos al F.E.S., si bien es cierto que todos lossectores se consideraban herederos de la Falange fundacional.

A medida que se hizo evidente que España debía confluir,antes o después, con Europa, algunos falangistas intentaronformas de adaptación a las formas políticas que entonces im-peraban en Europa. Fue así como Cantarero del Castillo, ha-ciendo una lectura unilateral y selectiva de los textosjoseantonianos (excluyó por supuesto cualquier otro) conclu-

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yó en posiciones socialdemócratas que sostuvo desde su Aso-ciación de Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, que-dando muy lejos del tronco central falangista. Su libro «Falan-ge y socialismo» fue contestado con particular energía por elFES.

Pero otros se alejaron aun mucho más. A principios de losaños sesenta núcleos universitarios de las JuventudesFalangistas pasaron directamente al Partido Comunista de Es-paña e incluso, como en Barcelona, algunos se integraron en laextrema-izquierda (J. Colomar pasó al Front Obrer Catalá y fueuno de los fundadores de la Liga Comunista Revolucionaria,“Anibal Ramos” siguió la misma trayecto, pero pasó luego a laOrganización Trotskysta y luego al Partido Obrero Revoluciona-rio y fueron dos ejemplos entre un par de centenares). Otros,como Miguel Hedilla Larrey, al reemprender la actividad políticaconstituyó un Frente Nacional de Alianza Libre, de difícil defini-ción, pero, en cualquier caso oficialmente no-falangista. En ellibro «Hacia una historia del FES» se explica ese proceso: «Poraquella época el FSR, producto de una escisión del FES, yahabía hecho su aparición intentando evitar las formasfalangistas para hacer más vendible su mercancía. Segúnla historiadora inglesa Ellwood actuaba como Presidentedel FSR Manuel Hedillla quien aprovechando un viaje deNarciso Perales, auténtico líder del grupo, a Iberoamérica,había convertido el FSR en Frente Nacional de Alianza Li-bre».

Hay que dedicar un pequeño párrafo a Miguel Hedilla. Trasse condenado a muerte pasó una temporada en prisión y luegoen el destierro. En 1965, Narciso Perales contactó con él, peroHedilla no estaba dispuesto a participar en nada que tuvieracomo rótulo la palabra «falange» o «nacionalsindicalista». Dehecho, esta posición vería ya de la postguerra. Un falangistabarcelonés que lo visitó con una delegación en su destierro para

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pedirle consejo y orientación me dijo textualmente: «Nos mandóa paseo». Hedilla murió en 1969 y Fuerza Nueva fue una de laspocas revistas que publicaron su esquela. El mito, absurdo, puerily, entre ingenuo y malintencionado, consistió en la creación deuna «falange hedillista», cuando Hedilla murióincuestionablemente como «no-falangista» e incluso muy con-testado en medios «ortodoxos» del FES que le dedicaron un artí-culo titulado «Gerontocracia (la coalición de los abuelos conel afán de mandar»).

El programa del FNAL era difícilmente definible, recordabaalgo al de Falange, pero no aparecían las referencias clásicas.Tampoco da la sensación de que nunca tuviera una gran exten-sión ni profundidad y todo induce a pensar que se trató apenas deuna extensión del FSR extendido a unas pocas provincias. Y, porlo demás, no está claro que todos los militantes del FNAL fueranno-falangistas. Sin embargo, todas estas indefiniciones, dificulta-des para entender realmente lo que pasó en aquellos momentos,versiones diferentes y contrapuestas, no pueden hacer olvidarque hacia finales de los años 60 algunos sectores falangistasempezaron a ser víctimas de un complejo de inferioridad hacia laextrema-izquierda que les hizo, poco a poco, virar hacia posicio-nes situadas mucho más allá de la izquierda situada en la oposi-ción democrática.

Es fácil entender por qué esos falangistas «acomplejados»nacieron de núcleos estudiantiles. La universidad española enaquella época era un coto cerrado de grupos, partidos y partidillosmarxistas. Era practicamente imposible actuar políticamente enla universidad con otros planteamientos. Así de sencillo. Algunosfalangistas, disidentes del FES (los «lupulinos») en Madrid y miem-bros de las Juventudes Falangistas en Barcelona se fueron co-rriendo, primero poco a poco y luego a velocidad de vértigo, es-tos núcleos fueron virando hacia posiciones más izquierdistas,con incorporación de elementos marxistas, anarquistas, sindica-

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listas, admiración a las experiencia armadas de la izquierda ibe-roamericana, etc. El caso extremo lo componen las Juntas deOposición Falangista en Madrid y la Acción Revolucionaria Sin-dicalista de Barcelona, que se manifestó junto a la CNT en va-rias ocasiones y a la que, fatalmente, terminaron integrándosealgunos de sus miembros, tras una larga y tortuosa evolución enla que existieron etapas intermedias: Confederación de GruposAutogestionarios, junto al Partido Sindicalista, mezcla depestañistas en Barcelona y de antiguos miembros del FSR enMadrid, todo para terminar diluidos en la CNT en el tiempo en elque esta organización era potente. Tras el «Caso Scala» (en elque resultó involuntariamente mezclado alguno de estos perso-najes), de todo esto no quedó ni el recuerdo ya en 1978.

De esta experiencia no hay más que retener que las deficien-cias ideológicas y la hegemonía de la izquierda entre la juventudde la época, generaron un complejo de inferioridad resuelto demanera muy ingenua en tres fases: en la primera se seguían man-teniendo los mismos símbolos y estética, pero acompañados deuna retórica ultraizquierdista en la que se intentaba «superar alpartido comunista por la izquierda»; en una segunda fase –ya la vista de que el planteamiento era increíble para la extrema-izquierda marxista y anarquista a la vista del acompañamientoritual y simbólico– se renunciaba a la estética falangista paraconcentrarse solamente en los aspectos «sindicalistas» y «socia-les» del anterior programa; en una tercera etapa, se renegabatextualmente del origen y se pasó a integrar las filas de los parti-dos o sindicatos marxistas o del a CNT. Un verdadero dramasurgido al calor de un complejo de inferioridad ideológico.

El grupo FE-JONS(A) siguió una evolución similar, pero conalgún matiz. Nunca renunció a la estética falangista creyendo,con una ingenuidad absolutamente incomprensible, que forzandolos planteamientos izquierdistas lograrían un reconocimiento, noya democrático, sino de las fuerzas situadas más a la izquierda.

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Algo imposible, por supuesto. Para colmo –recuerda el libro«Hacia una Historia del FES»: «Su ideario, para no ser menosque los demás, se resumía en 27 puntos, ajustados lo másposible a los de la Falange primitiva, limando por supuestoaquel lenguaje que se hacía impresentable. Así el punto 3,aparecía con un “Tenemos vocación universal...” en vez del“Tenemos vocación de Imperio...”. Se ponía el mayor énfa-sis en el aspecto sindical y en una utópica transformacióneconómica de imposible realización, común denominador delos grupos falangistas, tales como nacionalización de labanca, de los servicios públicos, de los seguros y de “todaempresa que por necesidad nacional sea conveniente” (punto14). En lo referente a la Iglesia, tras “reconocer” la dimen-sión religiosa del hombre (lo cual por otra parte no era de-cir nada) y saberse inspirados en la ética cristiana, exigíala absoluta separación entre Iglesia y Estado “sometiendo ala primera a ley civil en materia secular”».

No vale la pena extenderse mucho en todo esto que, en elfondo, es agua pasada. Sirve, eso sí, para demostrar hasta quépunto, a pesar de no quererlo reconocer, la realidad hacía quelas limitaciones doctrinales y la creciente inadecuación entredoctrina y realidad, generaran cada vez más conflictos. A par-tir del 23-F, cuando las distintas fracciones falangistas entranen una etapa de lento decaimiento, estas diferencias doctrinalespasan a segundo plano, se elude cualquier tipo de problemáticaideológica –a pesar incluso de la convocatoria de un CongresoIdeológico por parte de Diego Márquez que llegaba demasiadotarde cuando ya no existía iniciativa en ningún terreno y los cua-dros más experimentados ya habían abandonado el partido– y elúnico problema consiste en cómo poder sobrevivir realizando unmínimo de actividad que asegure que las plazas de militantes queabandonan, mal que bien, sean cubiertas por recién llegados.

Pero este complejo de inferioridad no aparecía por primera

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vez en 1968. Se evidenció por primera vez tras la derrota del Ejey la desaparición política del fascismo. Desde nuestro punto devista, Falange fue la versión española del Fascismo Italiano, comoexistieron otras versiones, cada cual con sus particularidades,con su voluntad de diferenciarse del modelo italiano y con susinnegables concomitancias. Si no se reconoce esta filiación y seevita reconocer que la separación entre fascismo italiano elfalangismo español, es una grieta tan pequeña como la que pue-de separar a la socialdemocracia alemana del socialismo españolo del laborismo inglés, entonces se está polemizando inútilmente.José Luis Jerez hace más de 20 años resumió sus conclusionesen su libro «Falange, partido fascista» y a él remitimos a quienquiera profundizar en la cuestión. El propio Jerez, en una obraposterior en la que recopilaba los escritos de Manuel Hedilla,demostraba fehacientemente, la mentalidad de aquella Falangeen aquella época… Se trataba, pura y simplemente, de la versiónespañola del «fascismo español». Era un signo de los tiempos.

El problema vino cuando se produjo la situación contradicto-ria en la que España no entró en guerra junto al Eje y la derrotade las potencias «fascistas», generó una Europa democrática dela que nuestro país resultó excluido. Si España hubiera participa-do en la guerra mundial, la derrota hubiera generado la prohibi-ción del «partido fascista español» y su reconversión en un par-tido democrático, como ocurrió en Italia con el MSI. Pero lapersistencia del régimen franquista y su aislamiento internacio-nal, hizo que Falange permaneciera al margen de la debacle delfascismo europeo y lograra mantener unas décadas su inerciainterior. Como máximo, aprovechando algunas frases dispersasen las Obras Completas, se creó la ficción –increíble a todosmenos a quienes estaban predispuestos a aceptarlo– que la Fa-lange no era un partido fascista. Esta tendencia fue creciendo alo largo de los años 60 y 70, hasta convertirse en un clamor debuena parte de los sectores azules. Se negaba lo que para toda

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España y para los historiadores y comentaristas políticos, para laopinión pública y para los observadores extranjeros, era obvio, asaber: que la Falange si tenía un «origen» y una inspiración en losmovimientos fascistas de los años 30. El error de los distintosnúcleos falangistas consistió en pensar ingenuamente que sólocon unas pocas frases dispersas en los textos clásicos podíanlevantarse la pesada losa que pesaba sobre Falange. Era com-pletamente imposible. Por lo demás, había quienes compartían lavisión de la falange como partido fascista y estaban dispuestos acontrarrestar los esfuerzos de quienes negaban la mayor.

El error consistió en no reconocer que el fascismo había per-dido la guerra, que Falange pertenecía al tronco de ideologías delos años 30 que habían nacido inspiradas en el fascismo italiano yque era precisa una reconversión urgente. Eso era evidente apartir de 1945. Cuando veinte años después, eso fue evidente,las actitudes fueron tres: negarlo defendiendo una ortodoxia queafirmaba justamente lo contrario (FES), dar una orientaciónobrerista-izquierdista (neo-hedillistas y falangistas de izquierda),dar una orientación franquista al partido (Fernández Cuesta, Girón,etc.). Pero, aparte, del intento de Cantarero y de su «FalangeSocialdemócrata», de muy escasa penetración en la clase políti-ca, a nadie se le ocurrió, incluso en una fecha tardía en modificarlas pautas del partido y convertirlo en una fuerza política demo-crática y homologable a los partidos que empezaban a despuntary que, antes o después, deberían competir en unas eleccioneslibres. Quizás es que no era posible. Quizás es que nadie reparóen la necesidad. O que nadie tuvo la capacidad para hacerlo.

Existía otra posibilidad: la de llevar al franquismo hacia posi-ciones progresivamente más falangistas. Pero esta perspectivaencontraba dos obstáculos: indefinición e inadecuación ideológi-ca de un lado y de otro falta de cuadros para afrontar el períododesarrollista, tal como hemos mencionado antes. Solamente enel terreno sindical Falange podía aportar algo. La legislación so-

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cial del franquismo era un producto de los falangistas enclastradosen el régimen. Pero, a partir de los Planes de Desarrollo, cuandoel país vivió un período de crecimiento económico, los trabajado-res, fueron distanciándose progresivamente del régimen –solopuede pensarse en cambios profundos con el estómago lleno– ylos núcleos falangistas fueron, poco a poco, desbordados por Co-misiones Obreras, entre cuyos miembros fundadores se encon-traban algunos antiguos falangistas.

La vía de la evolución del régimen hacia posiciones falangistasera imposible. La vía de la constitución de un partido democráti-co homologado a otros partidos y con capacidad para obtenerbuenos resultados en unas elecciones democráticas, tampoco pudoconcretarse. No había dirigentes prestigiosos que, además, fue-ran ideólogos o estrategas capaces de darse cuenta del estadode la cuestión: el tiempo de Falange había pasado, sólo quedabael renovarse o morir. Y el conjunto no se renovó de manera razo-nable, lógica y que pudiera ser apreciada por la población.

Por que los puntos en los que se producía una inadecuacióncreciente de la doctrina falangista eran varios. Vamos a analizaralgunos.

IDEA DE ESPAÑA«España es una unidad de destino en lo universal». Bien,

esto es aceptable pero no resuelve completamente la «cuestiónnacional» especialmente en este momento histórico en dondela «dimensión nacional» es fundamental para la supervivenciadel Estado. Y, por lo demás, esto tampoco resuelve la cuestiónhistórica de «cuándo empezó España a existir?». Para la es-cuela tradicionalista fue a partir de la conversión de Recaredo ydurante la Reconquista y, por tanto, España está íntimamenteligada a la catolicidad. Y esto lleva a otro planteamiento sobreel catolicismo en Falange. Y, a partir de aquí, las discusiones

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ideológicas que derivan evidencias, no sólo los desfases entre ladoctrina fundacional y la realidad actual.

Por que estamos en el período de los grandes bloques conti-nentales. Para afrontar el reto del «imperio americano» y de laglobalización un solo Estado Nacional no basta. Carece de la«dimensión» adecuada. Esto no ocurría en 1933, ahora sí. Algu-nos falangistas lo percibieron incluso en los primeros tiempos delfranquismo cuando la añoranza del Imperio reavivó la idea de«hispanidad» o de «comunidad hispánica de naciones». Era unavía, desde luego, pero que ignoraba tres hechos fundamentales:la geografía que hacía que España estuviera alejada delIberoamérica y que éste subcontinente, a partir de la DoctrinaMonroe fuera coto privado de los EE.UU.; la propia actitud delos Estados iberoamericanos poco interesados en establecer vín-culos preferenciales de tipo político con España que supusieranun menoscabo a la posición norteamericana: y, finalmente, lospropios nacionalismos iberoamericanos que generaban innume-rables focos de conflicto entre los países fronterizos (Argentinay Chile, Bolivia y Paraguay, Bolivia y Perú, Colombia y Panamá,Honduras y Guatemala) y por la situación interior de debilidadcreciente de esos países (inestabilidad en los años 50, guerrillasen los 60, golpes de Estado en los 70, corrupción en los 80, de-pendencia económica en los 90 y bancarrota en el siglo XXI).

Estaba claro pues que era preciso rectificar algunos aspectosde la doctrina falangista. Especialmente a partir de la muerte deFranco. Pero a principios de 1976, cuando tuvo lugar el Congre-so Nacional Falangista, en la «Ponencia Internacional», DavidJato siguió sosteniendo la negativa a orientar la política exteriordel partido hacia Europa y a seguir insistiendo en los vínculospreferenciales con Iberoamérica. Bruscamente, en 2002, una delas fracciones falangistas, «La Falange», descubrió que Europaexistía. Siguió sin rectificar la «política europea» contraria a laU.E., pero, eso sí, empezó a tener contactos con otros grupos

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europeos, frecuentemente contradictorios y enfrentados entre sí(Le Pen, el NPD, el grupúsculo italiano católico Fuoza Nuova)llegando a afirmar que había constituido un «frente Europeo pro-longación del Frente Español». Tarde.

La cuestión no era solo «contactar» con otros grupos de ma-nera superficial, sino de rectificar ideas respecto a la «cuestiónnacional». España en 1975 estaba destinada a converger conEuropa. Lo único que podía defenderse ya a partir de entoncesera: 1) un acuerdo ventajoso para España en su integración aEuropa y 2) una concepción particular de Europa que no teníapor qué coincidir con la oficial del entonces Mercado Común.Frente a la «Europa de los Mercaderes» y una «Federación deEstados Nacionales». En lugar de esto, la postura imperante enlas distintas fracciones falangistas era, pura y simplemente, ne-gar Europa, la integración en la U.E. y seguir afirmando la pers-pectiva iberoamericana.

Muy pocos en Iberoamérica tienen idea de lo que es la «His-panidad». A unos cuantos millones de venezolanos, ecuatorianos,peruanos y colombianos, España solamente es la posibilidad dehuir de la inestabilidad y la miseria. En algunos círculos falangistasa principios del 2000 se sostenía la absurda teoría –y entre losque lo sostenían figuraban algunas «cabezas pensantes» del sec-tor– que era necesario estimular y admitir la inmigración ibero-americana en Europa para estimular la «españolización» de Eu-ropa. En efecto, la llegada masiva de inmigrantes andinos a Eu-ropa debería suponer un estímulo a la lengua y a la cultura espa-ñola en el nuevo continente. Con análisis así no hacen falta estu-dios críticos. Ni siquiera enemigos...

LA CUESTION RELIGIOSALuego estaba la cuestión del catolicismo. José Antonio y

Onésimo eran católicos. Ramiro, simplemente ateo. La mayoría

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de los militantes históricos, seguramente, eran católicos en untiempo en el que el catolicismo era hegemónico en la sociedadespañola. Hoy no ocurre lo mismo. Desde los años 60 y, espe-cialmente, a partir de las reformas conciliares, el catolicismo fueperdiendo influencia hasta ser hoy una comunidad religiosa enrecesión y crisis, especialmente en vocaciones sacerdotales. Apartir de los años 50, los distintos sectores falangistas han hechodel Opus Dei una especie de «bestia negra»… ese mismo Opusque se ha convertido en uno de los pilares de la Iglesia actual.

Cada vez resultaba más evidente que, a partir de los años 60,había que situar al partido fuera de la influencia de la Iglesia…precisamente por que no se sabía –o más bien las intuiciones quese tenían eran absolutamente negativas– hacia donde iba a evo-lucionar la institución.

Pero, contrariamente a esa lógica, los núcleos falangistas si-guieron una evolución completamente diferente: los falangistascolaboradores con el franquismo, colaboraron luego con BlasPiñar, católico ante todo y católico tradicionalista en un momentoen que la influencia de esta corriente en la Iglesia española eranmínima; otros, como el FES siempre ligaron el catolicismo a sucomunidad política; a partir de los años 80, la fracción FE(i) abundóen esa perspectiva; ya en el 2000, algunos elementos de la frac-ción La Falange, dieron muestras de estar más en la línea deFuerza Nueva de 1977 que en la de la Falange histórica, soste-niendo, contradictoriamente, posturas tradicionalistas en lo reli-gioso que no les impidió colaborar con un grupo valenciano infu-mable para cualquier sector católico ¿Qué puede pensarse detodo esto?

Las actitidudes de las distintas fracciones falangistas son, comomínimo, contradictorias en el terreno religioso y varían desde elindiferentismo, hasta el integrismo, pasando por los que han op-tado por la inercia de seguir sosteniendo sin mucho interés los

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textos fundacionales en los que se alude al catolicismo. Pero noexisten entre los documentos falangistas actuales, ninguno quehaya analizado en profundidad la situación en relación al catoli-cismo moderno y definiendo una ética y una moral. A esto se uneuna interpretación errónea de la historia de España.

Identificando España con Catolicidad lo único que se logra esinterpretar UN período en la historia de España, pero no la TO-TALIDAD de la historia de España. Hubo un antes y un des-pués de la España católica, de la misma forma que hubo un ori-gen y habrá un futuro. Los hispanos existían desde que la Penín-sula fue romanizada. La existencia de pueblos íberos y celtas es,incluso, una base para justificar la aproximación de la Españamoderna a Europa en donde también existían troncos étnicossimilares. Falange siempre ha eludido el planteamiento desde elpunto de vista étnico.

El problema era que las posturas fundacionales eran bastanteconfusas al respecto. Ya hemos recordado que Ramiro era ateoy José Antonio católico. El problema fue que los herederos deFalange debieron definirse a la vista de las posiciones de los fun-dadores. En el FES, en el que reconocemos el intento más esfor-zado por perseguir la «pureza joseantoniana», el planteamientosobre la cuestión religiosa en los años 60 era original. Citamos unfragmento de «Hacia una historia del FES»: «Precisamente esacosmovisión le llevó a entender la política como algo com-pleto, total. Es decir, se preparaba a la formación de unamilicia que asumiera voluntariamente valores religiosos, se-mejante a una orden militar, y que sería el “ejército” encar-gado de hacer realidad los postulados falangistas. Esa venade sentimiento religioso, donde se entendía que el sacrificioera camino de perfección contaba con la aceptación sin re-servas de los dogmas católicos, no ya por tradición históri-ca inherente a los nacionalismos, sino por acto de acepta-ción voluntaria de lo que se entendía verdadero. De los tex-

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tos de Primo de Primo de Rivera se desprende más una lla-mada al ejercicio personal del compromiso que a la simpleparticipación política».

Y más adelante se amplían estos datos: «Sin ambigüedadalguna se llegaban a declarar “católicos, apostólicos y ro-manos sin ninguna reserva mental”. Desarraigar la espiri-tualidad falangista de los dogmas católicos podía conducir auna pseudorreligión” que, si en principio pasara por buena,no tardaría en producir hedor y pestilencia”. Se rechazabanposibles posturas de confusión mantenidas por sectoresfalangistas en la época republicana, en guerra y después deella. Se trataba, evidentemente, de una decisión individual yvoluntaria la aceptación o no de la doctrina católica para losfalangistas. Había habido ejemplos de personajes agnósti-cos como Ledesma Ramos o Manuel Mateo, e incluso hayrecogido algún caso aislado de repudio religioso lo que nodeja de ser anecdótico.

De las tendencias menos religiosas de la Falange, y porlo que interesa a este estudio, estaba la de Ledesma Ramos,quien con su agnosticismo, llegó a contagiar a sectoresfalangistas muy posteriores, que veían la mordiente revolu-cionaria en el fundador de las JONS e intentaban identificarsu “radicalismo revolucionario” con posturas poco religio-sas. Conocidos como “ramiristas” estos sectores delfalangismo contaron con la oposición radical del FES, quiena su vez recibía de ellos los improperios de “parecer más elOpus que de la Falange”, la calificación de “meapilas” o eltachar a alguna de sus publicaciones de “hoja parroquial”.El FES reivindicaba la conversión religiosa de última horade Ledesma y tildaba de inconsistencia y no falangista la pos-tura de estos “feroces guevolucionarios”, quienes fundamen-talmente hacían gala de una de las constantes asignadas alfascismo: la del radicalismo verbal, y no resultaban

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novedosos pues a lo largo de la historia de la Falange yahabían surgido núcleos que se adscribían a Ledesma Ramoscomo el “auténtico revolucionario” de la ideologíafalangista. Los textos y la biografía de Ledesma se hacíancon ópticas distintas según los intérpretes. Y aunque su fi-gura fuera en ocasiones reivindicada por el FES, quedababastante apartado de su devocionario».

El asunto de las relaciones entre la Iglesia y el Estado lo to-maba el FES partiendo de su esquema ideológico, plena y exclu-sivamente joseantoniano, esto es, aceptando el magisterio de laIglesia y teniendo por válido el planteamiento que se realizó du-rante la época republicana y que significaba la no interferenciaen asuntos políticos concretos por parte de la Iglesia y de susformaciones y, en contrapartida, la no intervención del Estado enasuntos propios de la vida de la Iglesia.

La norma programática 25 de Falange Española planteó pro-blemas de conciencia para algunos militantes falangistas queaprovecharon la ocasión (caso del Marqués de la Eliseda) paraabandonar la asociación política escudándose en el mencionadoprincipio. El estudio pormenorizado de lo que significaba tal nor-ma ha sido estudiado por Cecilio de Miguel en su libro «El pen-samiento religioso de José Antonio» concluyendo ser admisi-ble para la Iglesia el sentido de separación allí expresado. Pero nisiquiera en este punto ha existido unanimidad.

La postura de la Falange hacia la Iglesia había sido desumisión en el terreno ideológico-moral y de separación defunciones en el político. Ya durante la guerra civil españolay en los primeros años de la conflagración mundial se asistióa una lucha entre los sectores más totalitarios del partido y lajerarquía de la Iglesia católica, que acabó con el sometimientode la Falange a las imposiciones eclesiales. Desde los prime-ros tiempos, las organizaciones del régimen consideradas másfalangistas contaron con el claro influjo de la Iglesia católica

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en sus presupuestos ideológicos y también con la participa-ción de religiosos en sus quehaceres. En las formaciones ju-veniles y en los sindicatos existían asesores religiosos; la moralcatólica era asumida y estudiada en las parcelas más azulesdel régimen.

Todo ello no fue obstáculo para la antipatía hacia la Fa-lange de prelados como Segura o Pla y Deniel y el apoyo deotros como Eijo y Garay. En las filas de la organización másfalangista del Régimen, el Frente de Juventudes, se vivía unclima religioso aunque en modo alguno clerical, y las incli-naciones políticas más vaticanistas no eran precisamente juz-gadas con benevolencia. Asimismo hubo motivo de discordiaen la competencia que en el terreno juvenil planteaban orga-nizaciones religiosas y que representaban el único contra-punto al monopolio de organización de jóvenes que suponíael Frente de Juventudes».

Para el FES resultaba de una claridad meridiana, comoya ha quedado expresado, que los fundamentos del pensa-miento falangista pertenecían a la filosofía católica y que larevolución que habría que hacer en España sólo era posiblecon la aceptación de sus presupuestos espirituales. El pensa-miento de José Antonio y el magisterio de la Iglesia eran,según decía el FES, las fuentes que utilizaba para fijar supostura. Se pedía, en consecuencia, la independencia deambos estamentos vía complementariedad. La Iglesia no de-bía intervenir en asuntos políticos concretos de forma parti-dista, sus organizaciones laicas como la A.C., si adoptabanesa forma de participación quedaban expuestas a la “res-puesta contundente” tal y como anunciaba el FES en suspublicaciones. El Estado tampoco debía inmiscuirse en cues-tiones internas de la propia Iglesia como ocurría con el his-tórico Derecho de Presentación, que el régimen se obceca-ba en mantener».

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Es interesante constatar que el FES de los años 60 y princi-pios de los 70, reconocía la “relajación del clero” (cuando enrealidad habría que haber aludido a los primeros síntomas decrisis de la Iglesia). En el citado libro se escribe:

“En consecuencia, para luchar contra la relajación delclero, se veía positiva la supresión de privilegios como exen-ciones fiscales o jurisdicción particular. Los bienes disponi-bles por parte de la Iglesia seguirían perteneciendo a ellacondicionados al cumplimiento de una función social, en casocontrario habría que acudir a la incautación. El Estado de-bería controlar esos bienes para impedir su libre enajena-ción y, adelantándose en el tiempo, se pedía que la jerarquíaeclesiástica decidiera, con el control estatal, si deseaba queel clero viviera de la caridad pública o impusiera el Estadoa los ciudadanos católicos el pago de un impuesto. Se aco-plaba el FES en lo referido a la doctrina a los cauces mástradicionales de la Iglesia católica, mientras que en el as-pecto relativo al poder social que la Iglesia podía tener apun-taba soluciones mucho más progresistas».

Y, sobre el Opus Dei «Hacia una historia del FES» explica:

«De entre las formaciones integrantes de la Iglesia cató-lica por el papel que desde finales de los 50 representaronen la sociedad española y por las controversias habidas conla Falange hay que prestar atención preferente al Opus Dei.El enfrentamiento de falangistas con el Opus Dei era un vie-jo asunto que se ponía más de manifiesto ahora, cuandohombres vinculados a la Obra ocupaban puestos en el go-bierno. No resulta extraño que hable Hermet de multiplici-dad de grupos de “falangistas de izquierdas” cuando el as-censo de los opusdeístas. Pero tal planteamiento al FES leresultaba inválido y efectivamente lo era. La crítica contrael Opus Dei no se hacía por competencia de ocupar puestosen la Administración (a los que nunca optó el FES, ni por

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defender el sillón de francofalangistas a los que se criticósuficientemente su gestión ministerial) sino por entender, conevidente error de apreciación, que esa organización religio-sa había fracasado. Así, no resulta acertada la considera-ción de Ernest Milá acerca de que “El FES fue el enemigojurado del Opus Dei al que vio siempre como la vanguardiaconfesional del capitalismo y como la bestia negra de laFalange...” porque si hay mucho de cierto en cuanto a loprimero, para el FES quedaba claro que la lucha por el con-trol de los resortes del poder se hacía entre miembros delOpus y francofalangistas a los que el grupo falangista criti-caba y despreciaba como elementos falsificadores de la ver-dadera Falange (se nos permite aprovechar para seguir soste-niendo la postura que sosteníamos cuando escribimos aquellaslíneas, diremos que el autor de «Hacia una historia del FES» semuestra excesivamente puntillista y no terminamos de entenderqué intenta decirnos, cuando dábamos por supuesto que los miem-bros del FES hacían una distinción entre ellos y losfrancofalangistas, pero no por ello ignoraban que el Opus Dei seestaba haciendo con el control del Estado franquista. Podemosañadir ahora que la crítica que puede hacerse a los miembros delFES de la época es no haber tenido claro que el régimen no eraalgo homogéneo sino que existían facciones, algunas de las cua-les pertenecían al mismo tronco que el propio FES y otro no. Sepodía hablar –y de hecho se habló con los primeros– pero eraimposible encontrar territorios comunes con el Opus.

La crítica que se realizaba entraba más en las consideracio-nes éticas que políticas, eso al menos se desprende de los razo-namientos hechos en las publicaciones del grupo falangistasobre el tema. Resulta curioso, por otra parte, que en las filasdel grupo falangista se estableciera como libro de cabecera «Eticay estilo falangistas» un texto al que casi todos ven en su formay por su función con claros influjos del «Camino» de MonseñorEscrivá de Balaguer.

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«Concluyendo podríamos decir que el molde elegido erapuramente joseantoniano, que al analizar cualquier situaciónse requería del pensamiento de Primo de Rivera y sobre todoque se buscaba el «estilo» del falangista, desvirtuado duran-te el paso de los años por las traiciones y por el sentimientoacomodaticio que había acompañado el transcurrir falangista.Aquello semejaba más el intento de una orden religiosa queun partido político.

Curiosamente relanzaban y vivían el catolicismo inherentea su doctrina, lo que podía resultar chocante con otras acti-tudes presentes en la historia de la Falange. El idealismo delgrupo, en el que predominaban los jóvenes, les hacía vivirla política como una obligación de servicio hacia la cons-trucción de una sociedad nueva, entendiendo ésta con losparámetros propios de la juventud. Sin embargo tales pensa-mientos tenían fuertes barreras que vencer porque la juven-tud de los sesenta y setenta no se encontraba motivada preci-samente por las ideas que proclamaba el FES».

El FES fue, de entre todos los grupos falangistas, el únicoque logró realizar una síntesis entre militancia política y credoreligioso. Para el resto de grupos falangistas, de dentro y fueradel movimiento, la religión apenas era otra cosa que una opciónpersonal que tenía poco que ver con la política. Ciertamente,todos aceptaban una influencia del catolicismo en Falange, pero,en general, sin llegar a las posiciones de Fuerza Nueva para quientodo giraba en torno al hecho religioso.

En algunos casos, las referencias al catolicismo eran purainercia; así por ejemplo, Pedro Conde, líder de la «Autèntica»,entrevistado por «Interviú», cuándo le preguntaron en qué se di-ferenciaba su ideología del marxismo, solo acertó a decir: «En loespiritual», que era como no decir nada o como el reclamo deuna sesión de espiritismo según se mirara. Otros eran ateos. Yprogresivamente fue ganando espacio cierto indiferentismo reli-

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gioso. En la actualidad, en los distintos grupos falangistas se en-cuentran todas las tonalidades religiosas posibles: desde musul-manes hasta algún que otro budista disperso, desde católicosintegristas del «nada sin Dios», hasta ateos matacuras, pasandopor indiferentistas, católicos no practicantes, católicos practican-tes, católicos medianamente practicantes, etc, etc, etc. En estetema, como en botica, en las fracciones falangistas actuales hayde todo. Y ese «todo», en cierto sentido, no es más que un reflejode las distintas corrientes fundacionales.

DOCTRINA ECONOMICAHenos aquí ante uno de los aspectos, posiblemente más inte-

resantes, pero también más controvertidos, de la doctrinanacionalsindicalista, por que si bien inicialmente quedaba claroque se contestaba en los años 30 a las concepciones socialistas ycapitalistas, tampoco estaba muy claro cuáles eran las respues-tas en positivo.

Una aproximación a lo que suele ser un programa político fueincluido en el manifiesto titulado «El movimiento JONS quiere»,entre cuyos puntos se encuentran las bases de lo que luego seráconsiderada la doctrina económica nacionalsindicalista. Véase:

«(...) 9. -La sindicación obligatoria de todos los produc-tores, como base de las corporaciones hispanas de Trabajo,de eficacia económica y de unanimidad social española queel Estado nacional -sindicalista afirmará como su primertriunfo.

10. -El sometimiento de la riqueza a las convenienciasnacionales, es decir, a la pujanza de España y a la prosperi-dad del pueblo.

11. -Que las corporaciones económicas y los Sindicatossean declarados organismos bajo la especial protección delEstado.

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12. -Que el Estado garantice a todos los trabajadoresespañoles su derecho al pan, a la justicia y a la vida digna.

13. -El incremento de la explotación comunal y familiarde la tierra. Lucha contra la propaganda antinacional y anár-quica en los campos españoles.

16. -Penas severísimas para aquellos que especulen conla miseria y la ignorancia del pueblo.

Sesenta años después un grupo de epígonos del jonsismoreinterpretaron este manifiesto, sin avisar de que se trataba deuna reelaboración y que habían cambiado el orden de los con-ceptos y los conceptos mismos. Lo que había quedado fue losiguiente:

- Nacionalización de los transportes, como servicio pú-blico notorio.

- Control de las especulaciones financieras de la banca.- Garantía democrática de la economía popular.- Regulación del interés o renta que produce el dinero em-

pleado en las explotaciones de utilidad nacional.- Democratización del crédito, en beneficio de los sindica-

tos.- Agrupaciones comunales y de las industrias modestas.- Abolición del paro forzoso, haciendo del trabajo un de-

recho de todos los españoles, como garantía contra el ham-bre y la miseria.

- Igualdad ante el Estado de todos los elementos que inter-vienen en la producción (capital, trabajo y técnica).

- Justicia rigurosa en los organismos encargados de disci-plinar la economía nacional.

- Abolición de los privilegios abusivos e instauración deuna jerarquía del Estado que alcance y se nutra de todas lasclases españolas.

- Rotunda Unidad de la Patria.

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- Imposición a las personas y a los grupos sociales eldeber de subordinarse a los fines de la Patria.

- Máximo respeto para la tradición religiosa de nuestraraza.

- Expansión de España y política nacional de prestigioen el extranjero.

- Suplantación del régimen parlamentario por un régimenespañol de autoridad, que tenga su base en el auxilio moral ymaterial del pueblo.

- Propagar la cultura hispánica entre las masas.- Sometimiento de la riqueza a las conveniencias naciona-

les y a la prosperidad del pueblo.- Extirpación radical de las influencias extranjeras.

Era evidente que se daba la máxima importancia a los con-ceptos económicos y sociales, frente a los nacionales. Pero tam-bién era evidente que se ignoraban las tendencias y enseñanzasderivadas de la aplicación de algunos de estos principios. Hablaren los años 80 de «extirpación radical de influencias extran-jeras», parecía, cuanto menos ingenuo en un mundo que cabal-gaba aceleradamente hacia la globalización irreversible. Podría-mos ir punto por punto demostrando la inviabilidad de la mayoríade propuestas, pero lo que nos interesa aquí es resaltar la ten-dencia de algunos falangistas que creían que la colaboración deFalange con el franquismo les sería globalmente perdonada acondición de que colocaran en primer lugar los contenidos eco-nómico-sociales de su programa. Craso error por que en esosmomentos la izquierda navegaba aceleradamente hacia posturasneoliberales en lo económico. Y, por lo demás, en el citado mani-fiesto seguían apareciendo referencias que ya entonces estabanfuera de lugar (cuestión religiosa, referencias a la «expansión»de España, «régimen español de autoridad», etc.).

Falange, lo que a lo largo de toda su trayectoria, no ha podidoevitar la búsqueda subjetiva de una vía propia, al margen de que

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esa vía estuviera o no contestada por toda la sociedad. No estáclaro que es lo que podría traer de beneficio, por ejemplo, la«nacionalización de la banca y del servicio de crédito»,muletilla que aparecía en todos los programas de todas las frac-ciones falangistas. Ni siquiera está claro si eso sería posible. Noestá claro que las nacionalizaciones y las estatizaciones aportenun beneficio a la economía nacional. Pero, sobre todo, lo que noestá claro en ninguno de los documentos ideológicos o doctrinaleses exactamente cómo se iba a realizar el tránsito de un Estadoliberal capitalista a un Estado Nacionalsindicalista. Y cuando al-guien ha intentado explicarlo, el salto al vacío aparecía de talmagnitud que lo más razonable era lo aconsejado por la sabiduríapopular: «Más vale malo conocido que bueno por conocer».

Pero, lo peor, es que durante los sesenta y tantos años de vidade Falange el capitalismo ha cambiado extraordinariamente derostro. Lejos de humanizarse, se ha mundializado, ha llevado pros-peridad a unas zonas, pero ha desertizado otras, ha elevado elnivel de vida de la población, pero también agudizado las des-igualdades sociales. Las gigantescas acumulaciones de capitalesy su estructura multinacional hacen imposible que en un pequeñopaís pueda abordarse una serie de aventuras revolucionarias conmínimas garantías de éxito.

En su afán de encontrar los caminos de una «economía sindi-cal», los falangista se han dedicado a dar fórmulas inaplicablesque, cada vez más, desconsideraban la situación de la economíareal y la evolución acelerada del sistema capitalista. Podemosdudar sobre si las soluciones económicas propuestas por elnacionalsindicalismo hubieran sido aplicables y hubiera tenido éxitoen su época, hace setenta años, pero lo que no podemos dudar esque en la actualidad tales medidas están completamente fuerade lugar y no responden a las necesidades económicas reales.Para colmo, buena parte de las medidas propuestas (sindicaciónobligatoria, por ejemplo, chocan con los stándares generalmente

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admitidos en nuestros días y ofrecen la sensación de ser algo«demodé», rancio y fuera de lugar. No basta con desear un me-jor régimen de justicia social, hace falta que ese modelo sea apli-cable, adaptado a la realidad de cada momento, posibilista y, so-bre todo, que no suponga una aventura de problemático desenla-ce. Pues bien, ninguno de los sectores falangistas ha logradojamás –ni siquiera la Falange fundacional– disipar la sensaciónde irrealismo y aventurerismo de sus propuestas políticas.

Cuando en los 27 puntos de Falange, del 9º al l6º están agru-pados bajo el epígrafe «Economía, trabajo, lucha de clases», sulectura nos confirma en la inadecuación al momento presente delas concepciones económicas nacionalsindicalistas.

Concebir a España como un gigantesco «sindicato de pro-ductores y organizar corporativamente a la sociedad española»(punto 9) carece de sentido en un momento en que el peso de laactividad económica se ha desplazado de la producción de bie-nes y el sector agrario, al sector servicios. El trabajo industrial yel sindicalismo que le era implícito quedan muy lejos. Por lo de-más, Falange es presa de la ideología de la época basada en laabsolutización del trabajo y en creer que la única actividad dignaque puede realizar un ser humano es el trabajo, solo el trabajo ynada más que el trabajo.

Así mismo en el punto de 10 se evidencia, igualmente, la in-fluencia de una época en la que el movimiento obrero estabacontrolado por el marxismo. En 1990, la caída del Muro deBerlín, selló la muerte del comunismo. Por lo demás cuandoen ese mismo punto, José Antonio escribía: «Repudiamos elsistema capitalista, que se desentiende de las necesidades po-pulares, deshumaniza la propiedad privada y aglomera a lostrabajadores en masas informes propicias a la miseria y a ladesesperación», no preveía que dos décadas después ese ca-pitalismo iba a dar acceso al proletariado español a los bienesde consumo y a la propiedad de la vivienda. El drama no era

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que el capitalismo depauperara a la clase obrera, sino que habíahecho del obrero algo mucho peor: lo ha transformado en unproductor alienado y, a la vez, en un consumidor integrado. Algoque José Antonio no previó.

Así mismo, en el punto 11 se evidencia el mito corporativo dela «armonización posible entre trabajo y capital»: «Nuestro régi-men hará radicalmente imposible la lucha de clases, porcuanto todos los que cooperan a la producción constituyenen él una totalidad orgánica». Ciertamente, este planteamien-to podía ser justo en una sociedad en la que el patrono y elobrero se conocían perfectamente y existía una proximidad entreambos, pero no, desde luego, en una sociedad en la que losgrandes consorcios industriales hacen que el obrero, el cuadrotécnico, incluso el director de una empresa conozcan a los pro-pietarios del accionariado. Los fundadores no supieron anticipar-se al gigantismo de la economía y a la aparición de una economíafinanciera y especulativa casi completamente desvinculada delos procesos de producción.

Los puntos 12 y 13, son propuestas para alcanzar un régimende justicia social, pero el 15 alude a algo hoy insostenible –apesar de que lo sostienen todos los partidos y movimientos políti-cos–. En efecto: «Todos los españoles tienen derecho al tra-bajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente aquienes se hallen en paro forzoso. Mientras se llega a lanueva estructura total, mantendremos e intensificaremos to-das las ventajas proporcionadas al obrero por las vigentesleyes sociales». Un orden de ideas que se amplía en el punto 16:«Todos los españoles no impedidos tienen el deber del tra-bajo. El Estado nacionalsindicalista no tributará la menorconsideración a los que no cumplen función alguna y aspi-ran a vivir como convidados a costa del esfuerzo de los de-más». Todo esto apenas tiene sentido hoy cuando es innegable laaparición de un fenómeno nuevo «la muerte del trabajo».

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Puede ser un drama constatarlo, gustar o no gustar, pero esuna realidad incuestionable. El trabajo está muriendo. Ciertamente,cada día se crean nuevos puestos de trabajo, pero si observamoslas cifras absolutas, en 20 años se ha duplicado la capacidadproductiva, pero la ocupación sólo ha ascendido un 5%. ¿Quéquiere decir esto? Que cada vez menos personas hacen mástrabajo. ¿Por qué? Por la automatización de los procesos. Cons-tatar este hecho es el elemento sociológico de mayor interés ennuestro tiempo. Sin olvidar el tránsito odioso de la economía pro-ductiva a la especulativa.

Llama la atención que, justo en el momento en que el trabajoestá agonizando, éste se haya convertido en un mito universal:tanto la derecha, como el centro, como la izquierda veneran eltrabajo, considerándolo como una obligación social. Todos lospartidos lanzan medidas para «estimular el trabajo», «cortar elfraude en el desempleo», «reciclar trabajadores», etc. Ningunoexplica –acaso por que en su estupidez no lo advierten– que elresultado de la era tecnotrónica es la eliminación progresiva deltrabajo físico.

En los campos hace 10 años eran precisos 12 trabajadorespara realizar la vendimia de 1 hectárea. Hoy, ese mismo traba-jo se realiza mediante una máquina provista de sensores quedetectan los racimos y otra persona que, a pie, examina si haquedado algún racimo no detectado. En la construcción hace20 años ladrillo a ladrillo se construía una cosa; hoy se tiende alas estructuras prefabricadas. Incluso en los autobuses hastano hace mucho había un conductor y un cobrador y dentro depoco solamente habrá un programa que llevará a los pasajerosal destino de la línea guiado por balizas. El trabajo agoniza, sinembargo, el culto al trabajo pertenece a la mitología moderna. Esuniversal, pero es un mito.

Diariamente legiones de desempleados viven un drama quetodavía parecen no haber entendido: están dispuestos a vender

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una fuerza trabajo… que nadie está interesado en comprar. Esaspersonas van a engrosar las filas del desempleo y la asistenciasocial o aceptan realizar trabajos mal remunerados, que no pre-cisan cualificación profesional y para los cuales deben competircon otros miles de trabajadores. El resultado es un descenso delprecio de la fuerza del trabajo y la proliferación de trabajos-ba-sura que se remuneran con salarios-basura que apenas permitenuna mínima subsistencia.

En los últimos 20 años hemos asistido a una mutación imper-ceptible pero continua. Paralelamente a la muerte del trabajo,está en trance de morir también la economía de producción quese convierte progresivamente en economía de especulación.

En las Bolsas, la locura inversionista no tiene nada que vercon la economía productiva. Antes, los inversores invertían en talo cual empresa por que creían en las posibilidades productivasde esa empresa que se reflejarían a la hora de repartir dividen-dos. Ahora todo esto ha cambiado: se invierte en bolsa sólo du-rante unas horas, luego el dinero, al registrar una leve subida, seretira y la diferencia entre el valor en el momento de la inversióny el registrado dos horas después, ya constituye un beneficionotable. Luego el dinero migra a otras empresas, en otras fronte-ras, en otras bolsas… No existe ninguna relación entre la econo-mía productiva y la especulación financiera. Estas prácticas es-peculativas no hacen sino acelerar la muerte del trabajo.

En primer lugar hay que considerar a la muerte del trabajocomo algo irreversible: los procesos de automatización iránavanzando y empequeñecerán progresivamente el mercado deltrabajo. Este proceso no es bueno, ni malo: es bueno si se reco-noce en su verdadero rostro y se actúa en consecuencia. Esmalo, en la medida en que los partidos políticos mienten y seniegan a decir a la población la realidad de la muerte del trabajo.Imaginemos una sociedad en la que el trabajo no sea el gran

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valor universal. Hay otras actividades humanas, que no rindenbeneficios económicos, pero que son indispensables para el equi-librio psicológico de la vida humana: el ocio, el estudio, la investi-gación, el ejercicio de la paternidad, todas estas actividades pue-den disponer de un tiempo liberado en una sociedad en la que eltrabajo haya muerto.

Por que resulta evidente que en estas circunstancias hay quereducir las jornadas laborales (trabajar menos para trabajar me-jor) y aumentar las ayudas sociales del Estado. ¿Es posible unprograma basado en estos dos puntos? Es cada vez más posible.Basta con reconocer los hechos, estimular los canales educati-vos de la población y realizar una mejor distribución de los ingre-sos del Estado que debe aumentar sus ingresos castigandoimpositivamente a la economía especulativa.

Reconocer que le trabajo está muriendo es reconocer tam-bién que hay que desterrar de los programas de los partidospolíticos de nuevo estilo, cualquier referencia al culto al traba-jo, es preciso ser realistas: el trabajo es una actividad comootra cualquiera. Ciertamente, desde el nazismo, cualquier partidopolítico ha promovido un «culto al trabajo». Y esto ha generadouna distorsión de la realidad: por que el trabajo no es la únicatarea que puede realizar el ser humano. Afortunadamente la vidahumana es extremadamente rica en matices. A parte del trabajoexisten muchas formas de actividad: la creación artística, el ocio,la investigación, el aprendizaje, el estudio, cuya naturaleza es muydistinta de la del trabajo y que, habitualmente, es generada porintereses no económicos.

La muerte del trabajo es una de esas formas que adquiere lanorma aconsejada por Julius Evola de «cabalgar el tigre»: porque si bien la muerte del trabajo es una tragedia, lo es, sobretodo, para la sociedad burguesa surgida de la Ilustración y dela práctica político-económica del siglo XIX, pero para aquellosque queremos un mundo nuevo y original en el que la posibilidad

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de no morirse de hambre no se dé necesariamente a cambio dela de morirse de aburrimiento.

En 1965 Herbert Marcuse estableció que la diferencia entrenuestra época y las anteriores, consistía en que ahora era posiblela realización práctica de los ideales utópicos dado el crecimientode las fuerzas productivas. Marcuse se adelantó casi 40 años asu tiempo: para que la utopía fuera posible era preciso una mayorautomatización de los procesos productivos… y una decididavoluntad de contener el crecimiento de la economía especulati-va. Eso no ocurría en 1965, pero si ocurre hoy.

La utopía es posible, pero a condición de adoptar unas medi-das drásticas: en primer lugar es necesario, cortar radicalmenteel flujo de inmigrantes a la UE, luego invertir la tendencia y pro-ceder a la repatriación progresiva de los inmigrantes. La consig-na en este terreno es: «Españoles primero». Así se pone coto alcrecimiento de población que pretende vender fuerza de trabajoy, en consecuencia, su valor del aumenta.

La segunda medida, es la reducción drástica de los horariosde trabajo. Hoy es posible descender esos salarios a menos delas 35 horas semanales. Por lo demás, las reducciones de hora-rios deben ir acompañadas por medidas sociales: subvenciónal trabajo en el hogar, protección a la familia, etc. Así mismolas coberturas por desempleo, lejos de disminuir como ha ocu-rrido hasta ahora, deben aumentar. Y todo esto que implica unfuerte aumento del gasto público, se obtiene mediante unamayor distribución de la renta y una mejor administración de loscaudales públicos.

Finalmente, la utopía es posible a condición de poner coto a laeconomía especulativa. La tasa Tobin parece una medida opor-tuna, pero no la única, ni siquiera la más aplicable. Es precisogravar impositivamente las grandes acumulación de capital. Esimposible abolir el capital, pero si es posible orientar al capital

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hacia la inversión en producción, en lugar de hacia la especula-ción. Las rentas procedentes de la especulación deben restringirseal máximo. Hoy, la utopía es posible, pero la utopía ya no está enla nueva izquierda sino que pasa por quien tenga el valor de de-nunciar el principal hecho de nuestro tiempo: la muerte del traba-jo.

SINDICALISMOHay que recordar que la doctrina de la Falange es el

«nacionalsindicalismo». Menudo drama el de una organizaciónen la que el «sindicalismo» es el eje doctrinal… pero que es inexis-tente en el mundo sindical. Sobre este tema hemos oído verdade-ras barbaridades. Todavía no hemos podido olvidar como en elCongreso Nacional Falangista en la ponencia de organización sesostenía la absurda y peripatética idea de que ¡el partido debía deser la «correa de transmisión del sindicato» y no a la inversa talcomo era habitual!. Esta forma de hacer «obrerismo» no supusoen modo alguno un avance de las fracciones falangistas de laépoca en el mundo del trabajo, pero si sumió a la organización enun caos en cuanto a «modelo de partido». Por que, incluso en1976, ya no existía nada que pudiera llamarse «sindicatofalangista», fuera, claro está de los «Sindicatos Verticales» ini-ciales y de la «Organización Sindical» posterior, estructuras am-bas del régimen franquista.

Ni las Centrales Obreras Nacional Sindicalistas (de las queexistieron varias versiones a partir de 1975), si la Unión Na-cional de Trabajadores (ligado a la tendencia «histórica» deFernández Cuesta entre 1977 y 1980) lograron tener relevan-cia alguna, como tampoco la Acción Nacional Sindicalista deTrabajadores (dirigida por Antonio Asiego Verdugo, primerohedillista, luego fuerzanuevista, más tarde expulsado y en gue-rrilla y finalmente en el entorno de Ruiz Mateos –quien tardaráen olvidarlo– y, finalmente creador de un Partido Nacionalista

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Español en pleno 2002 del que en los tres años siguientes no havuelto a tenerse noticia), lograrán que sus «sindicatos» superenla etapa subgrupuscular. En la transición no existieron sindicatosfalangistas dignos de tal nombre. Antes, en los años 60, hubieronconatos y momentos en los que, efectivamente, existió cierta pre-sencia azul en los movimientos de oposición al sindicalismo fran-quista. En estas iniciativas Ceferino Maestu siempre tuvo un es-pecial relieve.

Entre los primeros núcleos de Comisiones Obreras, se suelecontar, que existieron algunos falangistas. Maestu creó la Uniónde Trabajadores Sindicalistas en 1963 como resultado de la re-flexión que realizó en el opúsculo «La Falange y los SindicatosObreros». Las ideas básicas eran dos: repasar las vinculacionesde la Falange histórica con el sindicalismo (haciendo especialénfasis en las iniciativas jonsistas) y utilizar estos argumentospara reivindicar un lugar en el movimiento obrero. Maestu, porsupuesto, no establecía ningún vínculo entre la Falange y el régi-men de Franco. Criticaba la realidad obrera de la época con másde medio millón de parados y dos millones de emigrantes. Peroeludía lo esencial: que ya en aquel momento no existían grandesnúcleos obreros falangistas, e incluso que, más bien, en los círcu-los de la Guardia de Franco, lo que existían eran núcleos obrerosfavorables y colaboradores con el régimen. La que ya en la épo-ca los falangistas olvidaban era que no bastaba con querer de-fender los intereses de los trabajadores, había que tener presen-cia militante entre las clases trabajadoras. El drama consistía enque esa presencia era mínima y, por una extraña contradicción,contra más pequeños han sido los núcleos falangistas siemprehan tenido más tendencia a acentuar sus tendencias «obreristas»y «sindicalistas».

Maestu fundó la revista «Sindicalismo» que con sucesivas«épocas» siguió existiendo hasta bien entrada la transición. Elprimer número apareció en el año 64 y, cuentas las crónicas

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que se agotó con facilidad. De esa primera época solo pudieronpublicarse cinco números. Ese mismo año Marcelino Camachoy Julián Ariza, ya militantes comunistas, frecuentaban el CírculoManuel Mateo, en donde se encontraban con Narciso Perales,Maestu y otros disidentes falangistas. Se había producido la huelgade los mineros de La Camocha y los núcleos comunistas estabanimpulsando una incipiente red que en pocos meses se transfor-maría en Comisiones Obreras. La esperanza de los falangistasera poder dar a este nuevo movimiento un cariz nacional-sindi-calista. Pero los desacuerdos eran muchos. Camacho y Arizaque se presentaban como «socialdemócratas», ya estaban mili-tando en el Partido Comunista. Fue en esa época cuando Maestuse alejó del ambiente falangista. Siguió existiendo una intenciónde crear un movimiento falangita de oposición sindical en la ini-ciativa de Perales de constituir un Frente Nacional de los Traba-jadores. Llama la atención que, mientras la estrategia comunistaconsistía en ganar peldaños en la Organización Sindical, el FNTdescartó cualquier contacto con el sindicalismo del régimen. Talera la diferencia entre el pragmatismo y el fundamentalismo. Ytal fue, sin duda, el motivo por el que los resultados fueron dife-rentes: mientras FNT desapareció pronto, CC.OO. goza hoy debuena salud.

En 1964, FNT hacía del desmantelamiento del capitalismo lapiedra angular de su estrategia sindical. Era la época del 600 yde las hipotecas y pocos estaban dispuestos a oír mensajes tanradicales. Y, por lo demás, lo que FNT pretendía tampoco estabatan alejado de la Organización Sindical. Buscaban un «sindicatoúnico, representativo y obligatorio». Esto se completaba conla muletilla sobre la «nacionalización de la banca» y esa otrade «la tierra para el que la trabaja». Había mucho de utopíay quizás mucho más de demagogia no percibido por sus difusores.En 1966, la FNT pasó a llamarse Frente Sindicalista Revolucio-nario y a ostentar como símbolo la espiral dextrógira. Eran los

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tiempos en los que el FES y el FSR mantenían estrechos víncu-los. Pero, por las razones que fueran –y hay versiones para to-dos los gustos– en 1967, se había producido una crisis que llevóal alejamiento de Perales y a una progresiva autonomía de FSRen relación al FES y a la progresiva erradicación de la presenciafalangista en el mundo obrero. Por que el FSR en 1967-68, ofi-cialmente, ya había abandonado cualquier referencia falangista.Los intentos de reconstruir sindicatos falangistas en la transiciónse saldaron con fracasos. Siempre el verbalismo revolucionarioanticapitalista fue parejo a la infecundidad de las iniciativas: la«Auténtica» tuvo sus sindicato, las JONS reconstituidas en 1975tuvieron el suyo, FE-JONS de Raimundo tuvo el suyo, inclusoFuerza Nueva lo tuvo… pero, en suma, todo esto fue poco,apenas nada.

Esto no hubiera sido muy grave de no ser por que dos facto-res. En primer lugar por que la vertiente más «social» de lasdistintas fracciones falangistas intentaba siempre aludir al «sin-dicalismo» sin darse cuenta de que esas ideas caían en sacoroto y no estaban destinadas a ser recogidas por ningún sectorsocial en concreto; y en segundo lugar por que el mensaje deun partido que se decía «nacionalsindicalista» y carecía de im-plantación en el mundo sindical era, prácticamente, un chiste.Aún hoy, los núcleos falangistas más obtusos, recomiendan asus afiliados que se afilien a estructuras sindicales inexistentesmás allá del papel con le problema añadido de que, al hacerlo,carecen por completo de «protección» sindical.

En fin, este terreno –extremadamente pedestre, por lo de-más– no debería aparecer en este capítulo de no ser por lacomponente «sindicalista» del falangismo que está incorpora-da a su médula ideológica. Ya hemos recordado que Ramirodio un giro «sindicalista» a su movimiento en la medida en quepensaba que era posible «nacionalizar a la clase obrera» y estase encontraba, mayoritariamente encuadrada dentro del sindica-

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lismo anarquista. La forma ideológica del falangismo se llamónacionalsindicalismo solamente por que el anarcosindicalismo erauna fuerza que se juzgaba que podía ser «nacionalizada». Nue-vamente el error acompañó el análisis. Lo que era cierto en 1933,dejo de serlo en la postguerra.

El sindicalismo anarquista desapareció en los años 50, no es-taba adaptado a las exigencias de la lucha clandestina, ni pudosuperar en su revival de 1976, las infiltraciones policiales, la con-

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municipio y sindicato», era situar a la población ante una confu-sión, porque eso mismo era lo que había hecho Franco. Si, claro,estaba la cuestión del capitalismo y todo lo demás, pero, insisti-mos ¿a quién le interesaba? En el fondo toda la teoría sobre larevolución nacionalsindicalista era un buñuelo de viento, una dis-cusión situada entre el nunca jamás y la nada por que no existíaninguna posibilidad de que Falange liderase tal proceso si es quealguna vez se producía. Las distintas fracciones falangistas noentendían que era peligroso confundir los deseos por realidades.En sus arrebatos «sociales», todas las fracciones falangistas es-taban de acuerdo en la necesidad de una perspectiva social y endefinir un nuevo modelo de Estado. Y sobre este segundo punto,el que proponían se parecía demasiado al que proponía Franco.Si a esto añadimos que la TV terminaba por la noche con el Caraal Sol y el retrato de José Antonio, se verá que difícilmente talintento de diferenciación entre franquismo y falange podía sercreíble. Pero, en el fondo, ¿qué se pretendía?. Ramiro Ledesmaen el Manifiesto de la Conquista del Estado, un texto prefalangista,explica el concepto de Estado:

“SUPREMACÍA DEL ESTADO.—El nuevo Estado seráconstructivo, creador. Suplantará a los individuos y a los gru-pos, y la soberanía última residirá en él, y sólo en él. El únicointérprete de cuanto hay de esencias universales en un puebloes el Estado, y dentro de éste logran aquéllas plenitud. Co-rresponde al Estado, asimismo, la realización de todos losvalores de índole política, cultural y económica que dentro deeste pueblo haya. Defendemos, por tanto, un panestatismo,un Estado que consiga todas las eficacias. La forma del nue-vo Estado ha de nacer de él y ser un producto suyo. Cuandode un modo serio y central intentamos una honda subversiónde los contenidos políticos y sociales de nuestro pueblo, lascuestiones que aludan a meras formas no tienen rango sufi-ciente para interesarnos. Al hablar de supremacía del Estado

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se quiere decir que el Estado es el máximo valor político, yque el mayor crimen contra la civilidad será el de ponersefrente al nuevo Estado. Pues la civilidad -la convivencia civil-es algo que el Estado, y sólo él, hace posible. ¡¡Nada, pues,sobre el Estado!!»

En este terreno se permanece pues en plena ortodoxia fas-cista, sin más matices. En los años siguientes no se produci-rían cambios excesivos en la doctrina del Estado. Así por ejem-plo el 1 de junio de 1934 (cuando el partido aún no había cum-plido un año de vida, José Antonio Primo de Rivera y PedroSainz Rodríguez, un hombre de la derecha acordaron los siguien-tes puntos en relación a la forma de Estado: «(…) 3º. El Estadoespañol no estará subordinado a ninguna exigencia de cla-se. Las aspiraciones de clase serán amparadascondicionándolas al interés total de la nación. (…) 5º.- Lacondición política del individuo se justifica solamente cuan-do cumple una función dentro de la vida nacional. Por tanto,se proscribe el sufragio inorgánico y la necesidad de los par-tidos políticos como instrumentos de intervención en la vidapública. 6º. La representación popular se establecerá sobrela base de los municipios y de las corporaciones. (…) 8º. Antela realidad histórica de que el régimen religioso y el sentidode la catolicidad son elementos sustantivos de la formaciónde la nacionalidad española, el Estado incorpora a sus filasel amparo a la religión católica, mediante pactos previamen-te concordados con la iglesia. 9º. Será fin primordial del Es-tado recobrar para España el sentido universal de su culturay de su historia. 10º. La violencia es lícita al servicio de larazón y de la justicia».

Como puede verse se permanecía en las mismas coordena-das. Lo interesante de este documento es, el acuerdo en sí (conun conspicuo representante de la derecha) que parecía desde-cir el «ni derechas ni izquierdas» y el contenido en la medida

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en que se definía un modelo de Estado típicamente fascista, conla coletilla católica por añadidura.

En un texto más tardío, las posiciones seguían sin cambiar. Sehacía, como en este artículo extraído de la edición de «Arriba»correspondiente al 04.04.35, énfasis en los sindicatos y en la cues-tión social, pero en un lenguaje que indicaba poca comprensiónsobre la realidad de los sindicatos obreros de la época: «Lossindicatos son cofradías profesionales, hermandades de tra-bajadores, pero a la vez órganos verticales en la integridaddel Estado. Y al cumplir el humilde quehacer cotidiano yparticular se tiene la seguridad de que se es órgano vivo eimprescindible en el cuerpo de la Patria. Se descarga así elEstado de mil menesteres que ahora innecesariamente des-empeñan. Sólo se reserva los de su misión ante el mundo,ante la Historia. Ya el Estado, síntesis de tantas actividadesfecundas, cuida de su destino universal. Y como el jefe es elque tiene encomendada la tarea más alta, es él el que mássirve. Coordinador de los múltiples destinos particulares, rec-tor del rumbo de la gran nave de la Patria, es el primer servi-dor; es como quien encarna la más alta magistratura de latierra, “siervo de los siervos de Dios».

En el documento «Puntos Iniciales», publicado a poco de lafundación del Partido, y que, en el fondo constituían su justifi-cación y su razón de ser, se percibe esa misma componenteclásica del fascismo. Véase sino:

«V. SUPRESIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.- Paraque el Estado no pueda nunca ser de un partido hay queacabar con los partidos políticos. Los partidos políticos seproducen como resultado de una organización política fal-sa: el régimen parlamentario. En el Parlamento, unos cuan-tos señores dicen representar a quienes los eligen. Pero lamayor parte de los electores no tienen nada común con loselegidos: ni son de las mismas familias, ni de los mismos

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municipios, ni del mismo gremio. Unos pedacitos de papeldepositados cada dos o tres años en unas urnas son la úni-ca razón entre el pueblo y los que dicen representarle.

¿Para qué necesitan los pueblos de esos intermediariospolíticos? ¿Por qué cada hombre, para intervenir en la vidade su nación, ha de afiliarse a un partido político o votar lascandidaturas de un partido político? Todos nacemos en UNAFAMILIA. Todos vivimos en un MUNICIPIO. Todos trabaja-mos en un OFICIO o PROFESION. Pero nadie nace ni vive,naturalmente, en un partido político. El partido político esuna cosa ARTIFICIAL que nos une a gentes de otros munici-pios y de otros oficios con los que no tenemos nada de común,y nos separa de nuestros convecinos y de nuestros compañe-ros de trabajo, que es con quienes de veras convivimos.

Un Estado verdadero, como el que quiere Falange Espa-ñola, no estará asentado sobre la falsedad de los partidospolíticos ni sobre el Parlamento que ellos engendran. Estaráasentado sobre las auténticas realidades vitales: La familia.El Municipio. El gremio o sindicato. Así, el nuevo Estado ha-brá de reconocer la integridad de la familia, como unidadsocial; la autonomía del Municipio, como unidad territorial,y el sindicato, el gremio, la corporación, como bases auténti-cas de la organización total del Estado».

Es innegable que estamos hablando de conceptos que re-sultan familiares a las distintas variedades de fascismo. Perono es eso lo que nos interesa recalcar, sino la inadecuaciónpresente de este planteamiento.

En un mundo en el que la familia, el municipio y el sindica-to ha sido sustituida por la inestabilidad y el divorcio, las bajastasas de natalidad, las megalópolis y el sindicalismo de ges-tión, en donde han aparecido nuevas formas de convivencia (elconcepto de «redes» que acompaña al nacimiento de la socie-

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dad surgida de las aplicaciones de la microinformática), el mismoproceso de globalización, todo esto junto, ha hecho inviable laorganización de un Estado en función de «familia, municipio ysindicato». Y es que el ritmo de vida en 1933 era muy diferenteal que tendría lugar 70 años después. El «Estado Nacional Sindi-calista» que luego el franquismo remedó en forma de Democra-cia Orgánica», difícilmente podría aplicarse hoy cuando al demo-cracia liberal y el régimen de partidos se ha convertido enquintaesencia de las libertades públicas. La cuestión es que unaforma de Estado en la que los partidos estén presentes (aun cuandono estén omnipresentes), en que el Estado se haya sacudido latutela de los grupos de presión y en donde el sistema de pesos ycontrapesos impida que existan gigantescas acumulaciones depoder, un Estado en el que cada cuatro años convoque eleccio-nes libres en las que todos los ciudadanos puedan expresarse…parece que otorga un razonable nivel de representatividad. Cier-tamente, en el marco presente la representatividad puede sermejorada e incluso introduciendo formas corporativas de partici-pación (especialmente de grandes colectivos: universidad y en-señanza, industria y sindicatos, autonomías y municipios, etc.),pero resulta difícil pensar en el sentido que puede tener una «re-presentación familiar» (máxime cuando tenemos muy próximo elfracaso del franquismo en este terreno) y cómo podríaestructurarse en la práctica, dejando aparte que la crisis de lainstitución familiar está presente en la sociedad y no parece re-mitir.

Falange está presa del modelo de Estado descrito por JoséAntonio. En este terreno, han existido algunos intentos de afinaralgo más. La tendencia sindicalista de Falange dio un giro, defi-niendo el modelo como «Estado Sindicalista» en el que la colum-na vertebral representativa serían los sindicatos: era España con-cebida como «gigantesco sindicato de productores» (con airesexpresionistas de «Metrópolis»). Pero los textos clásicos pesa-

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ban como una losa sobre los sindicalistas. En la normaprogramática de Falange se definía al Estado como «instrumen-to totalitario al servicio de la integridad patria. Todos losespañoles participarán en él a través de su función familiar,municipal y sindical. Nadie participará a través de los par-tidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema de lospartidos políticos con todas sus consecuencias: sufragio in-orgánico, representación por bandos en lucha y Parlamentodel tipo conocido».

Lo importante es recalcar que todo este planteamiento teníalógica en 1933, cuando la variante alemana del fascismo habíaconvulsionado Europa llegando el poder, cuando el fascismo ita-liano se había anexionado Etiopía y cuando, en mayor o menormedida, en toda Europa las formaciones fascistas realizabanavances importantes. Hoy, todo esto carece de sentido. El siste-ma de partidos, con todas sus imperfecciones ofrece un razona-ble modelo de representatividad que puede ser corregido sin ne-cesidad de aventuras «totalitarias» o «sindicalistas» en las quenadie apuesta. Pero las distintas fracciones falangistas disiden-tes del franquismo no comprendieron que, en este terreno delEstado, lo que José Antonio había teorizado, Franco –más o me-nos– lo estaba aplicando. Y en estas circunstancias la salida lógi-ca era aprovechar la estructura franquista para «corregir» el tiroy corregir su vinculación a la forma liberal de economía y pro-ducción. En lugar de eso, resultaba mucho más «juvenil» actuara la contra y considerar a los falangistas que actuaban dentro delrégimen como «traidores». A estos, por su parte, les resultabamucho más fácil aprobar la gestión franquista antes que criticaralgunos rasgos visiblemente antifalangistas de su política. Nadie,ni dentro ni fuera del régimen, tomó la situación de hecho creadapor Franco como algo a corregir y llevar a posicionesnacionalsindicalistas. Cuando se produjo la transición, losfalangistas no entendieron que durante el franquismo ellos no

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eran el único poder, pero estaban cerca del poder, lo suficiente-mente cerca como para que una política planificada para corre-gir los aspectos problemáticos del franquismo pudiera ser abor-dada. En la transición no advirtieron que ya no eran el poder yque debían competir con otros partidos. Habían bajado un pelda-ño. La situación era mucho más difícil que mientras existieronfuncionarios falangistas en el régimen de Franco. La prueba esque Falange pudo mantenerse 40 años activa bajo el franquismo,pero apenas logró mantener actividad real a partir de la transi-ción.

El no estar en condiciones de diseñar un modelo de Estadodiferenciado del franquismo y del totalitarismo fascista de losaños 30, selló la incapacidad de las distintas tendenciasfalangistas para ofrecer propuestas en positivo. Quienes inten-taron teorizar un nuevo modelo de Estado se perdieron en uto-pías ingenuas y descabelladas (especialmente la izquierdafalangista que hizo de la candidez y el irrealismo una constante).

LAS GRANDES LAGUNAS IDEOLÓGICASDesde hace tiempo sostenemos que la ideología

nacionalsindicalista es una ideología incompleta que une al dete-rioro causado por el tiempo, algunos huecos que los fundadoresno tuvieron tiempo de rellenar y que sus herederos tampoco es-tuvieron en condiciones de completar. El resultado ha sido unaideología cuyos partidarios han tenido que recurrir sistemáti-camente a otras fuentes para lograr ampliar su radio de acción.Depende de las afinidades particulares de los herederos que es-tos complementos se tomaran en una dirección u otra. Así porejemplo, los falangistas impregnados de un cierto catolicismo pro-gresista y de un humanismo acusado tendieron durante los años60 y principios de los 70 a impregnarse con las lecturas deEmmanuel Mounier y adoptar posturas personalistas. Esos mis-

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mos falangistas, progresivamente más virados a la izquierda, in-corporaron a sus concepciones económicas determinados con-ceptos que Mounier sostenía; especialmente el de «autogestión»que, por lo demás, había alcanzado cierta fama y notoriedad apartir de la contestación estudiantil y la aparición de la nuevaizquierda. De hecho, entre 1968 y 1977, la «izquierda falangista»devoró literalmente los textos que aludían a la autogestión y loslibros de editorial ZYX, ubicados entre el progresismo católicode izquierda y el anarquismo. El confusionismo ideológico no hizosino aumentar.

Otros grupos experimentaron las carencias de la ideologíafalangista de distintas maneras. Cuando se advertía un huecoideológico se realizaba un razonamiento extremadamente sim-ple: José Antonio era católico; Falange es un partido de inspira-ción católica; luego hay que buscar respuestas en la doctrina dela Iglesia. También los hubo que identificaban casi por completoFalange con el Franquismo y terminaban incorporando a la ideo-logía falangista los vaivenes ideológicos que se iban generandoen la Secretaría General del Movimiento. Y finalmente, una in-mensa mayoría de militantes falangistas no experimentaban lascarencias ideológicas limitándose a leer y recomendar las «ObrasCompletas» de José Antonio a modo de «libro sagrado» en cuyointerior se encontraban todas las respuestas y que anualmenteera reeditado por la Sección Femenina. Así mismo existían dis-tintas compilaciones de textos que ordenaban los contenidos del«libro» en función de distintos objetivos a demostrar. En esteterreno, Agustín del Río Cisneros publicó no menos de mediadocena de libros de estas características publicados regularmen-te por la Editora Nacional. Pero todo esto era poco para evitar eldesfase creciente entre una historia que iba acelerándose pro-gresivamente y dejaba atrás la actualidad y vigencia del «libro» ylas posiciones falangistas en él reflejadas. Cuando estalló la con-testación estudiantil y se forjó la ideología contestataria esta bre-

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cha se evidenció. No se trataba ya de que Falange no estuvieraen condiciones de elaborar una línea estratégica que contempla-ra a la vez «rigor» (lo que preocupaba mucho a algunos gruposgarantes y buscadores impenitentes de la ortodoxia), sino tam-bién la «eficacia» (algo que nunca ha parecido importar excesi-vamente en ninguna de las corrientes falangista que siempre lahan subordinado al «rigor doctrinal»). Si había que elegir entrerigor y eficacia, la mayoría de falangistas disidentes del franquismose decantaban por el rigor en detrimento de la eficacia, mientrasque los falangistas adictos a Franco, defendían sus posiciones enfunción del pragmatismo a pesar de que su rigor ideológico fueracuestionable.

Pero entre 1967-69 todo cambió. Aparecieron, en la universi-dad especialmente y en la sociedad, problemas nuevos ante loscuales los falangistas no tenían respuestas. Eran los años de laliberación sexual, la contestación estudiantil, la minifalda y el pop.Frente a los sofisticados planteamientos de la contestación, Fa-lange apenas pudo oponer un voluntarismo bienintencionado y ladoctrina católica. Eso, o bien, sumarse a las novedades y «supe-rar al marxismo por la izquierda», ansia que caracterizó a laizquierda falangista desde su nacimiento a su extinción.

A todo esto, Fernández de la Mora decretó la muerte de lasideologías en esos mismos años. El nacionalsindicalismo queno había terminado de explicar si era una ideología (o doctri-na) y en ocasiones aludía a sí mismo como «una forma de ser»pero que no terminaba por renunciar a adoptar la forma deideología, experimentó en su propia piel la inadecuación cre-ciente de su marco doctrinal a la realidad social... como el mar-xismo, como el anarquismo, como cualquier forma de conser-vadurismo. Por lo demás en Falange se daba un problema aña-dido: nunca se terminaba de distinguir entre ideología y pro-grama. La cacareada «nacionalización de la banca» es apenasuna solución programática al problema de la justicia social, sin

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embargo, para los falangistas disidentes era algo fundamental atenor del énfasis que colocaban en la traición de loscolaboracionistas con el Movimiento franquista que no la habíanrealizado. En el fondo de la cuestión, lo que estaba presente erael olvido de lo que una ideología es y debe aportar.

Una ideología es la suma de distintos factores: una cosmogonía,una interpretación de la historia, una interpretación del ser huma-no, una interpretación de las relaciones sociales y de la sociedad,una interpretación de la realidad, una teoría del Estado. Todoesto, es posible que estuviera disperso, en parte y de maneramuy sucinta, en el «Libro», pero resulta extremadamente forza-do –tal como se hizo en el libro «Falange y Filosofía»– inferir apartir de frases aisladas de José Antonio, toda una filiación doc-trinal. Por ejemplo, ciertamente, José Antonio explicaba que «elnacimiento del socialismo fue justo»… pero de esta frase nopuede deducirse necesariamente que detrás existiera una «con-cepción de la historia» digna de tal nombre.

Ledesma es, desde luego, el gran teórico delnacionalsindicalismo, pero su radicalismo ideológico, su intransi-gencia, su adhesión a lo que en Italia fue el fascismo de izquier-das que caracterizó el inicio y el fin del ciclo mussoliniano o laizquierda nacionalsocialista alemana o las formas más completasde la versión francesa encarnadas por Doriot y el Partido Popu-lar Francés, unido al agnosticismo que jamás ocultó, hacían deLedesma un autor problemático. De hecho, incluso en los círcu-los falangistas disidentes, el FES en concreto, se albergaban cier-tas reservas en relación a Ledesma. En Ledesma, por lo demás,las componentes fascistas son demasiado evidentes como paraque pudieran negarse. Pero si hubo un ideólogo en elnacionalsindicalismo digno de tal nombre ese era Ledesma y siexisten libros teóricos sobre el fascismo español, ese es el «Dis-curso a las Juventudes de España» y las «Disgresiones sobre elDestino de las juventudes».

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Quizás en el terreno en el que todo estaba más claro es en elde la concepción del mundo como lucha, conquista, destino. Laidea de la persona como portadora de valores eternos (a pesarde que se eludía recordar que esos valores o se actualizaban obien permaneciendo en estado de latencia apenas eran suponíannada). Una concepción ascética de la vida que podía inspirar auna clase política dirigente organizada en forma de orden. Y estotiene vigor, actualidad y lo tendrá siempre.

Lo importante es recordar la distinción platónica entre el mundode las ideas y el mundo de lo contingente. Falange no estuvo encondiciones de distinguir entre uno y otro. La libertad, por ejem-plo, es la capacidad de dominio del ser humano sobre todo lo quees capaz de someterlo. Desde el miedo hasta el heroísmo, todopuede ser controlado o controlar al ser humano. Un náufrago enuna isla desierta, a pesar de no estar sometido a ninguna ley niestructura coercitiva, puede no ser considerado libre si es some-tido a sus pulsiones interiores, sus vicios, su mente, etc. Este esel concepto ideal de libertad; en el momento en que se hacepreciso descender del terreno de lo ideal al de lo real y contin-gente el concepto de libertad se proyecta como la luz en un pris-ma, dividiéndose en matices. Así pues, en el mundo de lo contin-gente no existe «la libertad», sino «las libertades». Algunas, comola libertad de pensamiento son positivas y otras como el matar alvecino, son negativas. Toda sociedad para poder cumplir sus fun-ciones requiere una limitación a las libertades. En Falange jamásse realizó un análisis que distinguiera entre doctrina y aplicaciónpráctica. Todo se encontraba excesivamente esquematizado,próximo, inextricablemente confuso. Era difícil distinguir entreteoría y práctica, entre ideología y programa, entre mundo de lasideas y mundo de lo contingente. .

Las lagunas ideológicas han forzado a lo largo de la historiade Falange una búsqueda obsesiva de la «ortodoxia» en detri-mento de la eficacia en unos grupos, mientras que otros han cen-

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trado sus obsesiones en la «justicia social» y el «sindicalismo»,en su intento de diferenciarse de la derecha franquista y los hahabido que han hecho del franquismo una forma de pragmatismofalangista… ninguna de estas corrientes ha demostrado la másmínima eficacia política. Eficacia, rigor y pragmatismo debencaminar juntos, o de lo contrario, aislados, son solo obsesiones.

Por que la doctrina es uno de los elementos a tener en cuentaen la lucha política que conduce por los caminos del éxito, perono el único. Existen unas necesidades mínimas que deben estarpresentes en la lucha política si lo que se pretende es alcanzarunos mínimos de eficacia.

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IIILAS NECESIDADES

MINIMAS PARA UNALUCHA POLITICA

La técnica política es universal. Vale para todos. Socialdemó-cratas o liberales, conservadores o progresistas, si pretendenadquirir peso e influencia política, estarán obligados a seguir al-gunas reglas del juego. Vayamos a analizarlas para ver hasta quépunto han estado ausentes de la Falange fundacional y de sussucesivos avatares e incluso en nuestros días, los últimosfalangistas han perdido incluso la noción de su existencia.

La técnica política se basa en cuatro principios básicos:

– La existencia de una organización política

– La adquisición de fuerza social

– El método de masas y

– La división del “tiempo político” en fases.

Vamos a explicar cada uno de estos elementos:

ORGANIZACION POLITICALa organización política es el instrumento que utiliza determi-

nada comunidad política para llevar sus ideales a la práctica. Notodo agregado de activistas o afiliados a una asociación constitu-ye una organización política. Es preciso que estén presentes una

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serie de factores sin los cuales un agregado humano no puedeser considerado como tal. Estos factores son:

A. IdeologíaEs el conjunto de principios doctrinales y programáticos que

definen una opción política, le imprimen un carácter propio y lodiferencian de los demás.

La ideología es útil solamente cuando responde a los proble-mas planteados por la sociedad en la que es enunciada y cuandoes comprendida y compartida por la comunidad militante que senuclea en torno a ella.

En el período fundacional de Falange existía la tendencia aestructurar «ideologías cerradas» que daban respuesta esque-mática y orgánica a todos los problemas sociales. Marxismo, anar-quismo, fascismo, respondían a estos criterios: tenían una con-cepción del mundo, una concepción de la historia, una concep-ción del ser humano, una concepción de la realidad, una con-cepción del Estado, una concepción de las relaciones socialesy la economía e incluso una concepción de las relaciones sexua-les. Esto se completaba, así mismo, con una teoría de la conquis-ta del Estado.

Ramiro Ledesma, impenitente lector de la filosofíacentroeuropea fue el primero en advertir que si elnacionalsindicalismo quería competir en el terreno político conlas ideologías en boga en aquel momento precisaba dotarse deun corpus doctrinal capaz de ofrecer respuestas a los militan-tes. De hecho, Ramiro Ledesma fue el gran ideólogo delnacionalsindicalismo cuya obra fue olvidada pronto por losfalangistas. Pero Ledesma jamás estuvo en condiciones de com-pletar todos los aspectos de la doctrina nacionalsindicalista. Suincreíble capacidad para unir teoría y práctica, algo que hizo alo largo de toda su vida, le resto tiempo y energías para comple-

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tar el cuadro ideológico del nacionalsindicalismo. Y aunque lohubiera hecho, probablemente sus trabajos apenas hubieran pe-sado en Falange Española, dado que su vinculación al partidoduró muy pocos meses y pronto abandonó de la organización.Por lo demás, Ramiro encarnó ese fascismo temprano, extre-mista, radical, nietzscheano y socialmente muy virado hacia laizquierda que estuvo presente también en los primeros tiemposdel fascismo italiano y en el nazismo alemán en figuras de la tallade Goebels o los Strasser. Esa tendencia del fascismo mundial –que tuvo su postrero revival con la República Social Italiana–pronto fue abandonado allí en donde el fascismo prendió y reali-zó las componendas inevitables con el viejo orden. En España, laderiva que se advertía en los últimos escritos de Ramiro pocassemanas antes de estallar la guerra civil, generan dudas sobrehacia dónde habrían evolucionado sus posiciones.

Y esa es la cuestión por que en José Antonio las dudas noeran menores. Resulta difícil establecer cuáles eran sus con-cepciones del mundo a partir de dos o tres frases dispersas enlas Obras Completas. Suele hablarse –y probablemente conrazón– de una evolución del pensamiento joseantoniano. El pro-blema radica en preguntarse dónde habría terminado esa evo-lución con el discurrir del tiempo e incluso a breve plazo. Porque de la misma forma que es aceptable pensar en cierta evo-lución de sus posiciones desde el discurso del Teatro de laComedia, es aventurado pensar que el José Antonio de los úl-timos discursos en la campaña electoral de 1936 y en sus es-critos de prisión o ante el tribunal popular de Alicante, supo-nían una evolución final de su pensamiento político.

Al estallar la guerra, Falange Española no había completa-do su acervo ideológico. Está claro que se trataba de una for-ma de fascismo adaptado a la nación sobre la que tenía quedesarrollar su actividad y que todos los elementos propios de ladoctrina fascista estaban implícitos en Falange Española. En cierto

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sentido no era «fascismo» por que el fascismo era la forma ita-liana de esta corriente, pero desde luego no era antifascismo porque recogía los elementos universales de esa corriente:anticomunismo, primacía del Estado, patriotismo social,antiliberalismo, forma orgánica o corporativa de estructuraciónde la sociedad, etc. Ciertamente no estaba presente –salvo enOnésimo– la componente antisemita (como tampoco lo estabapresente en el fascismo italiano), ni racista, pero también es cier-to que otras formas de fascismo (el peronismo argentino, porejemplo), tampoco las consideraban. Cada forma de fascismotuvo sus particularidades nacionales que lo hacían relativamentediferente a otros fascismos, pero también relativamente similar alos mismos.

En los dos documentos ideológicos indiscutibles –la NormaProgramática de Falange y los 27 Puntos– la influencia de lascorrientes fascistas es notable e incuestionable. Pero es riguro-samente cierto que determinadas frases de José Antonio disper-sas en las cien últimas páginas de sus Obras Completas, preludiancierta mutación. También es cierto que es imposible saber hastaqué punto se trataban de «variaciones ideológicas» o bien deestrategias electoralistas.

Sea como fuere, esta discusión nos llevaría a caminos insos-pechados y demasiado aventurados; la cuestión que nos interesaresaltar aquí es que, cuando se desencadenó la guerra civil, Fa-lange no había completado su ideología, ni la había cerrado. Exis-tían huecos y muchos; dudas por todas partes; se ignoraba cómosustituir el capitalismo por una forma económica no-capitalista,sindicalista, pero incluso en este terreno habría que haber preci-sado mucho más las líneas generales del «Estado Sindical», es-pecialmente cuando la articulación de la sociedad en función dela familia, el municipio y el sindicato, más que «sindical» lo queauguraba era un «Estado Orgánico» que, por lo demás elfranquismo intentó poner en práctica sin excesivo éxito. De ahí

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que las polémicas entre partidarios de una y otra opción no pue-dan basarse en la «ortodoxia» en la medida en que ésta era inexis-tente.

Pero dejemos sentado, en cualquier caso –ya hemos habladode la doctrina nacionalsindicalista– que no hay lucha política po-sible sin doctrina política. Y ésta tenía serias deficiencias y hue-cos de teorización en el momento de estallar la guerra. Esto escomprensible por que el movimiento falangista era joven, apenashabía cumplido tres años de existencia. Lo que ya no resultó tancomprensible es que, una vez llegada la paz, la teorización nosiguiera y los textos que fueron redactados desde 1939 hasta1975 –no digamos con posterioridad– adolecen casi todos de unaingenuidad exasperante y se trata de reiteraciones que en ningúncaso van más allá del límite establecido por las «Obras Comple-tas».

B. La clase política dirigenteEs el núcleo dirigente del proceso político, un colectivo de

cuadros políticos perfectamente identificados con la doctrina,que viven para y por ella, para su difusión y su transformaciónen principios rectores de la sociedad. Falange tuvo desde elprincipio una clase política dirigente. No eran grandes teóri-cos, pero si buenos militantes y jefes de militantes. En pocosaños crecieron. Ciertamente la situación internacional se pres-taba al desarrollo de movimientos de este tipo, pero también escierto que las dificultades que tuvieron que sobremontar, enespecial la agresividad de la extrema-izquierda, marxista yanarquista, supuso un handicap para ellos y un yunque en elque el acero de su carácter indómito salió reforzado.

Pero esta clase política dirigente, si bien bastaba para hacerprogresar al partido falangista antes de la guerra, no estaba encondiciones de asumir, digerir e incorporar el extraordinario cre-

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cimiento que experimentó la organización en los primeros mesesde la guerra. A esto hubo que añadir el viejo adagio de la mitolo-gía clásica: «Morirán los mejores» y de la mitología nórdica:«Los amados de los dioses mueren jóvenes». A los pocos me-ses de estallado el conflicto, Falange ya había pagado un elevadotributo de sangre. A esto hubo que añadir los fusilamientos, laschecas y todas las monstruosidades de las que solo el stalinismofue capaz en la historia universal de la infamia. Tras la paz, vinola campaña de Rusia y en la División Azul buena parte de losfogosos activistas del SEU, decenas de alféreces provisionalesque habían ingresado en las milicias nacionales y allí recibieronadoctrinamiento político, fueron a morir a las estepas rusas. Enesas condiciones, la clase política falangista de la preguerra re-sultó diezmada primero y ahogada después por aquellos que sinhaber vivido la falange de la preguerra, se incorporaron a losideales falangistas a partir del movimiento franquista. Más quefalangistas eran falanjo-franquistas.

A lo largo de los 38 años de franquismo, los distintos núcleosfalangistas no estuvieron en condiciones ni supieron articular unanueva clase política. Si bien es cierto que se formaron muchaspromociones en el Frente de Juventudes y que la vida bajo laslonas «imprimió carácter» no es menos cierto que se trataba deeducación en el esfuerzo y en el sacrificio, en el patriotismo y enla vida sana, mucho más que en unos ideales políticos concretos.En cuanto al FES, por sus características mismas se trató siem-pre de un grupo estudiantil y juvenil que jamás tuvo excesivasperspectivas ni una importancia real extramuros de la universi-dad. Intramuros de los recintos estudiantiles pronto quedó reba-sada por la marejada izquierdista que a partir de 1965 ya tenía elcontrol total del movimiento estudiantil y despreciaba a cualquierforma de falangismo.

Nunca después de la guerra hubo una clase política dirigentede carácter falangista. Y entre los falangistas que colaboraron

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con el régimen su destino político jamás fue independiente de ladinámica franquista incluso hasta bien entrada la transición. Aprincipios de 1977, cuando Adolfo Suárez estaba labrando lo queluego sería la UCD, reunió a los lugartenientes provinciales de laGuardia de Franco de toda España y les propuso que se adhirie-ran al nuevo partido, lo cual hicieron sin pestañear; solamente ellugarteniente de Lérida se negó. Ni siquiera en el momento final,cuando el Movimiento-Comunión fue disuelto se produjeron co-natos de resistencia. Los falangistas del régimen aceptaron ir almatadero mansamente y sin ninguna muestra de rebelión por suparte.

Era el resultado de cuarenta años de esperar las instruccio-nes del mando y de carecer de iniciativa política. Pero, ni supe-rada la transición, ni zambullidos en la normalidad democráti-ca, las diferentes fracciones falangistas pusieron mucho inte-rés en formar cuadros políticos. Si bien es cierto que el Con-greso Ideológico realizado a mediados de los años 80, insistióen la necesidad de adecuar y actualizar la ideología y de unir atodos los falangistas en un tronco ideológico común, sus resul-tados fueron más que modestos y las conclusiones no eran losuficientemente sólidas como para que a partir de ellas fueraposible forjar una clase política dirigente con un grado de pre-paración adecuado, capaz de conquistar a las masas.

Más adelante, la entrada en la fase grupuscular situó a losdistintos movimientos ante una encrucijada real: o bien afron-tar una travesía del desierto con muy pocos militantes y abor-dar en la insignificancia política la creación de esa clase diri-gente, o bien intentar crecer realizando un activismo continuo.Se eligió la segunda opción, quizás por que se ignoraba la ne-cesidad de la primera o por que a la vista de lo escueto e inade-cuado del marco ideológico, resultaba imposible crear cuadroscapaces de interpretar la realidad del siglo XXI a la luz de unaideología que no había sufrido ni la más mínima reactualización

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C. Objetivos políticos.El tercer elemento necesario para que un partido político sea

considerado como tal son los objetivos políticos. Una ideología,defendida por una clase política dirigente, precisa marcarse unosobjetivos políticos para saber hacía dónde orientar su actividad.Todo esto parece demasiado elemental como para qué tengamosque recordarlo y, sin embargo, es muy frecuente que determina-dos movimientos políticos eludan el plantearse cuáles son susobjetivos en cada momento.

En evidente que el objetivo político final de cualquier partidopolítico (o presunto tal) es la conquista del poder. Para alcanzaréste objetivo es preciso cubrir unas etapas intermedias lo queimplica, necesariamente, la parcelación del recorrido hasta elobjetivo final en distinto tramos u objetivos intermedios. Puesbien, la dificultad para la mayoría de agregados políticos –y Fa-lange entre ellos incluso desde el período fundacional– radica enestablecer esta gradación de objetivos.

Ni en los documentos fundaciones de las JONS, ni de Falan-ge Española, queda claro cuales son los objetivos políticos a al-canzar en ese momento. Da la sensación de que José Antonioperseguía la fundación de una forma de «fascismo español» des-de, como mínimo, un año antes del discurso del Teatro de la Co-media. Era un objetivo, desde luego; pero todo induce a pensarque eran causas subjetivas las que impedían que ese movimientofuera creado: no terminaba de haber acuerdos entre las partes,Ramiro Ledesma realizaba una actividad unilateral por su cuentay quizás tenía en ese momento más claro que las JONS se en-contraban en una etapa de «construcción del partido» y que, portanto, se trataba de crear cuadros, elaborar los documentos ideo-lógicos y realizar ensayos de activismo político. Pero, da la sen-sación de que, al menos en el período pre-fundacional, para JoséAntonio el objetivo consistía en lanzar un partido, olvidando que

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la salida a la superficie de una formación política de esas carac-terísticas precisaba de una fermentación previa de tipo doctrinaly humano. Y no tanto para poner de acuerdo a distintas fraccio-nes y personalidades, sino para forjar una clase política dirigentecapaz de saber hacia qué dirección deberían operar al día si-guiente del discurso de la Comedia. No, las cosas no estabanclaras, a nivel de objetivos, ni siquiera en el período fundacional.

Posteriormente existen serias dudas sobre si la intención deJosé Antonio era la vía insurreccional, las elecciones o simple-mente mantener el activismo callejero y los niveles de respues-ta a la violencia de la extrema-izquierda. Estas distintas estrate-gias se confunden y superponen en muy poco período de tiempoy permiten dudar sobre, si a nivel de objetivos, José Antonio sedio cuenta de la necesidad de crearse objetivos políticos interme-dios a conquistar.

Quizás fue durante el período bélico cuando los falangistastuvieron más claro que nunca que el único objetivo que podíaperseguirse no era otro que la victoria. Y a ella aprestaron lacasi totalidad de sus esfuerzos con la contrapartida negativa deque el partido perdió su autonomía. Pero las consecuencias deesa ausencia de objetivos políticos intermedios se pagó luego:nadie sabía exactamente como alcanzar el objetivo político fi-nal, la «revolución nacional», nadie tenía muy claro en quéconsistían las etapas intermedias… pero no para todos. Segu-ramente existían falangistas que consideraban que no existíanobjetivos políticos intermedios, tan solo un objetivo final al cualse podía saltar sin etapas. Era absurdo, ingenuo e irreal, máxi-me a tenor de las dimensiones de Falange en la preguerra y alcrecimiento brusco que se produjo con posterioridad y que,como hemos visto, desfiguró el perfil originario del partido.

Tampoco da la sensación de que en los movimientos disiden-tes de los años 50-70, existiera la lucidez necesaria para enun-ciar un listado de objetivos políticos que conquistar inexorable-

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mente. Como máximo, lo que encontramos son aproximacionessubjetivas: primera se constituye una disidencia obrera, luego estadisidencia constituye el FES, luego el FES intenta ampliar su ra-dio de acción creando círculos culturales integrando a aquellosque no quieren o pueden dedicarse al activismo… bien, sí, todoesto son «objetivos», pero no son «objetivos políticos», son obje-tivos estructurales que no van acompañados de una intencionalidadpolítica.

En el fondo, la política no es otra cosa que la vía para conse-guir niveles de poder y lo que los falangistas se estaban plantean-do era apenas cómo conseguir niveles organizativos para am-pliar su radio de acción. Pero, en ningún momento, nadie –quenosotros sepamos y si hubo alguien su mensaje fue completa-mente eludido por las distintas fracciones que se encontrabanintramuros o extramuros del régimen– explicó de qué manera sepodía pasar de una situación de hecho, el franquismo, a una si-tuación en la que los falangistas pudieran actuar dentro y fueradel régimen para forjar una alternativa política nacionalsindicalistaque, por lo demás, jamás existió.

Existieron, eso sí, documentos políticos, muchos panfletos,algunos manifiestos, un cierto número de revistas y revistillasmuy críticas con el régimen (o bien que lo apoyaban sin exce-sivas reservas que de todo hubo)… pero incapaces de enun-ciar un plan de trabajo. Lo esencial en un plan es el marcado delos objetivos a alcanzar. Los documentos emitidos en aquellosaños por las fracciones falangistas eran respuestas emotivas asituaciones políticas concretas: cuando se vota la Ley Orgáni-ca del Estado, los falangistas recuerdan su antimonarquismo…pero no establecen de qué manera proponían transitar del régi-men de facto que era el franquismo a una «República Sindical»para unos o a una «República Nacional Sindicalista» otros, o a un«Estado Sindical» como proponían unos terceros. Personalmen-te asistí a interminables reuniones en las que se el cerebro de

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turno nos explicaba interminablemente como serían las estructu-ras económicas del «Estado Sindical», hasta el más mínimo deta-lle… nadie nos explicó nunca de qué manera construir ese Esta-do, qué objetivos políticos se nos proponía para mañana ni parauna etapa siguiente. Jamás. Recuerdo que en una ocasión nosencontramos a Stanley Payne, hispanista y primer historiadorextranjero de Falange, a las puertas de la Facultad de Económi-cas de Barcelona. Lo invitamos a una reunión en el HogarExtremadura en donde un economista falangista debía de darnosuna lección magistral sobre las características del nuevo Estado.La dio; al terminar se preguntó a Payne qué opinaba y lo explicócon breves palabras: «Me parece que ustedes tienen poco quehacer» se limitó a decir. En tanto que norteamericano, Payneera un pragmático.

Por que no se trataba solo de crear una imagen ideal del ob-jetivo político final, sino de saber de qué puñetera manera se ibaa poder llegar a él. Y aquí ni los falangistas históricos, ni losfalangistas disidentes del movimiento, ni los falangistas franquis-tas, ni los falangistas de izquierda, ni los falangistas raimundistas,ni los falangistas dieguistas, ni los falangistas posteriores se plan-tearon jamás un régimen gradual de objetivos. Y así ha ido.

D. EstrategiaLa estrategia es el plan general de trabajo que lleva a una

organización política, guiada por una clase política dirigente ala conquista de los objetivos políticos. Ya hemos visto que noestaba claro si la Falange histórica había optado por la víainsurreccional, la resistencia clandestina o la vía electoral. So-lamente en los primeros meses de 1936 se evidenciaron lastres vías: presentación a las elecciones en listas de un FrenteNacional (con partidos de la derecha), luego intentos de consti-tuir un «Frente Nacional Revolucionario» de cara a las eleccio-

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nes de febrero de 1934; posterior prohibición del partido y resis-tencia clandestina incluso con cierto éxito y capacidad para atraera las JAP; y finalmente, participación en la conspiración cívico-militar.

Estos tres niveles estratégicos demuestran que Falange Es-pañola no estuvo en condiciones de prever los escenarios que secrearían. Por que si de lo que se trataba era de ganar las eleccio-nes, un par de años antes se habría debido admitir la entrada deCalvo Sotelo en el partido y si esto no se hizo ¿por qué antes delas elecciones de 1934 existieron contactos entre Falange y laCEDA de cara a una cooperación electoral de la que todos losanalistas explican que fracasó por las exigencias maximalistasde Falange? Y, por lo demás ¿es que no era evidente que entraren una espiral de violencia con los partidos de extrema-izquierdaiba a hacer planear el fantasma de la disolución gubernamental?Y si de lo que se trataba era de conspirar, como quedó claro en elConsejo Nacional de Falange celebrado en Guadarrama ¿porqué perder el tiempo con monsergas electorales en lugar de pre-parar un aparato clandestino? Todas estas preguntas son de difí-cil respuesta. Es más, no la tienen, pero dejan entrever que Fa-lange no fue dueña de su propia estrategia sino que esta le vinoexpuesta por unas condiciones exteriores que no supo prever nimucho menos controlar. En otras palabras: faltaba capacidad deanálisis político y sobraba entusiasmo juvenil. En buena medidael material con que están hechos los sueños es precisamenteentusiasmo juvenil.

En la etapa siguiente, cuando la guerra civil se había desen-cadenado, Falange asumió una gigantesca tarea de moviliza-ción nacional: en los frentes y en la retaguardia. En los frentesarticulando milicias que destacaron por su combatividad y efec-tividad en los combates. En la retaguardia organizando la ayudahumanitaria, la asistencia social y el encuadramiento de las ma-sas. Desgraciadamente el crecimiento exorbitante de Falangeen las primeras semanas del conflicto hizo –como ya hemos di-

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cho– que sus filas se desdibujaran por la afluencia masiva deactivistas de la extrema-derecha que practicaban, ante todo ysobre todo, un anti-izquierdismo visceral y un nacionalismo pri-mario. Es a estos elementos, sin ningún tipo de identificación conel ideal falangista los que –como en toda guerra civil– aprove-charon para realizar sus ajustes de cuentas personales en la re-taguardia. Hubo excesos cuya responsabilidad cayó a espaldasde la Falange. Y si bien en el bando vencedor, el partidoreconvertido en «Movimiento Nacional» gozó de la admiración yel apoyo de las masas «nacionales», en la zona republicana elnombre de Falange quedó para siempre confundido con luctuo-sos sucesos de los que la muerte de García Lorca no fue sino lapunta del iceberg. Si a esto unimos los episodios de violenciaanteriores a la guerra y las tareas auxiliares de los cuerpos deseguridad del Estado que realizaron las organizaciones del Movi-miento Nacional hasta prácticamente los últimos tiempos delfranquismo, se entenderá por qué una parte sustancial de la po-blación –la otra media España– siguió y sigue considerando aquien lleve una camisa azul con el yugo y las flechas como aalguien «peligroso».

La mayor parte de Falange tuvo momentáneamente claro cualera el objetivo perseguible en 1936: acabar la guerra. Pero lamayoría olvidó que en el nuevo Estado iban a tener que convivircon otras fuerzas políticas con las que sólo tenían en común unevidente anticomunismo, un rechazo a la república y poco más.Por que los carlistas no veían con buenos ojos a las potencias delEje; las fuerzas de la derecha recelaban de los ímpetus socialesde Falange y, finalmente, los militares no podían permitir la másmínima autonomía a grupos paramilitares que no controlaran di-rectamente. A decir verdad, Franco apenas encontró resisten-cias cuando impuso el decreto de unificación. La resistencia deHedilla y de algunos miembros del Consejo Nacional del partidofue débil y momentánea. Franco supo que debía hacer valer su

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autoridad en ese momento o, de lo contrario, jamás lograría im-ponerse completamente a Falange. Y lo hizo. Hedilla lo pagó ensus carnes con un condena a muerte, finalmente conmutada poruna dura estancia en prisión. En una web titulada «MovimientoFalangista» se encuentra un resumen escueto de aquella circuns-tancia: «En un ambiente de progresiva pérdida de identidadse celebra el 21 de noviembre de 1936 el III Consejo Nacio-nal en Salamanca, sin que se llegue a acuerdos importantespara la pervivencia de Falange una vez asesinado el JefeNacional. El IV Consejo Nacional, celebrado el 17 y 18 deabril de 1937 en Salamanca será conocido como el de losSucesos de Salamanca. En este Consejo se designa II JefeNacional a Manuel Hedilla y pocas horas después se fini-quitará, por parte del Dictador, la historia de Falange». Sepodrán negar los adjetivos, pero el proceso queda perfectamentedefinido.

El drama fue que siguieron existiendo falangistas intramurosdel régimen y extramuros y no siempre fue posible establecernítidamente las fronteras. De ahí que los distintos grupos que hoyactúan con el nombre de Falange Española no hayan podido ja-más demostrar su «extrañeidad» al régimen franquista y que lapercepción de la población los vincule directamente al franquismo,para bien (para su exaltación) o para mal. Y ni todos los esfuer-zos de FE-JONS(A) durante la transición, ni los esfuerzos de losfalangistas disidentes del Movimiento Nacional en la postguerrabastaron para establecer una visión más acorde con la realidad,entre otras cosas, por que en su maximalismo los «falangistas deizquierda» negaban algo que era evidente: que existían falangistasen las estructuras franquistas, de trayectoria honesta y que eraimposible negar su credo político…

Resulta evidente que los falangistas debían haberse plantea-do una estrategia de reagrupamiento y de acción política en elinterior del franquismo de cara a pesar lo máximo posible en el

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Estado que se estaba constituyendo en ese momento. Hubo in-tentos, tanto dentro como fuera de las estructuras franquistas,pero tales intentos se fueron extinguiendo con el tiempo y, por lodemás, siempre se subordinaron a la jefatura de Franco o biencontra Franco.

Da la impresión de que entre los años 40 y 50, los falangistas,en general, empezaban a acumular problemas: tras la derrotadel fascismo, su estética empezaba a estar fuera de lugar. Eranecesario, rectificar algunos principios y aprovechar la paz y ladesaparición de los fascismos europeos, para completar el ba-gaje teórico. Pero en ese momento existía otra sombra: la delfranquismo. Intentar teorizar algún aspecto de la doctrinanacionalsindicalista que no hubiera sido expuesta por José An-tonio y que no coincidiera con los principios rectores delfranquismo, parecía una tarea excesivamente arriesgada. Porlo demás, no nos engañemos, ni los falangistas del Movimien-to, ni los disidentes, abordaron estas cuestiones. No dudamosque existieron algunos documentos teóricos que tendían a ello–especialmente en el núcleo fundacional del FES e incluso enel FSR– pero lo cierto es que apenas tuvieron influencia, nosólo en la sociedad, sino en el grueso del falangismo que esta-ba, mayoritariamente incluido –no lo olvidemos– en las estruc-turas franquistas. En esos documentos no quedaba clara la es-trategia que debían seguir los falangistas para reconstituir unmovimiento con capacidad para influenciar sobre las masas.

El por qué todo esto no quedaba claro resulta evidente: noexistía un objetivo político previamente enunciado y, por tanto,no podía haber una reflexión estratégica. Por lo demás, dadoque la Falange histórica no había enunciado una estrategia cla-ra, sus distintos herederos tampoco consideraron la necesidad deactuar sistemáticamente redefiniendo la doctrina, marcando ob-jetivos concretos surgidos del análisis político y, a partir de ahí,estableciendo estrategias de aproximación a tales objetivos.

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Existieron muchos análisis políticos, si, pero el denominadorde todos ellos era la subjetividad y el apriorismo. Dependía desdedonde se partiera para hacer el análisis que las conclusiones fue-ran unas u otras. Y los análisis estratégicos lo que requieren paraser eficaces es objetividad o de lo contrario tienden a confundirlos deseos con realidades. Esto fue lo que les pasó tanto a losfalangistas disidentes como a los falangistas del Movimiento fran-quista. Las posiciones de la época están explicadas en el texto«Hacia una historia del FES», donde se puede leer al respecto:«Al principio se consideraba la existencia de una verdaderaFalange –ellos (el FES)- y de otras formaciones más o me-nos espurias y alejadas de la ortodoxia. Se trataba de unapostura excluyente, basada en el análisis riguroso e intran-sigente. Con el tiempo aquella visión se fue suavizando y sejuzgaría la variedad de manera positiva, intuyendo elposibilismo político. Estimaría entonces el FES que cada unode los grupos había tenido “especializaciones” distintas yque en la unidad, una vez conseguida, se verían las venta-jas que ello aportaría. Había una dosis de optimismo que sepodría resumir en el refrán de “no hay mal que por bien novenga”. La división, las traiciones y la separación de añoshabrían producidos “expertos” en distintas materias. Unavez conseguida la unidad, cada antigua sociedad aportaríasu saber en la “división” correspondiente de ese “ejército”que habría de ser la Falange. Naturalmente el papel del “Es-tado Mayor”, se pensaba el FES, habría de ser para ellos».

Si consideramos que, desde el punto de vista intelectual, elnúcleo falangista que realizó una mayor reflexión en profundidadfue el FES, especialmente desde 1963 hasta 1969, se entenderálas limitaciones que tuvo la elaboración de una estrategia falangista.

Cuando en 1969, el régimen franquista lanzó la idea del«asociacionismo político», varios núcleos falangistas respondie-ron a la llamada y en ese momento salió a la superficie que la

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división existente no era solo entre falangistas franquistas yfalangistas disidentes, sino que ninguno de estos sectores erainteriormente uniforme. En aquel momento ya estaba claro queen la universidad actuaban grupos falangistas muy diversos ycon diversos matices de antifranquismo, pero todos ellos conun nivel muy inferior al del FES de la primera época. Y encuanto a los falangistas más o menos franquistas… existíandistintas corrientes alguna de las cuales como la encabezadapor Cantarero del Castillo, advirtiendo con justeza la inadecua-ción creciente del pensamiento joseantoniano, había llegado aconsideraciones sorprendentes (la de la Falange como socialde-mocracia). Por su parte, los Círculos Doctrinales José Antoniojamás fueron una estructura uniforme y, si bien es cierto, que seles impulsó desde la Secretaría General del Movimiento, no esmenos cierto de que, en la mayoría de los casos, eran formacio-nes autónomas muy diferentes unos de otros.

Hacia finales de los años 60, los Círculos José Antonio, orga-nizados en «Juntas Promotoras de Falange Española» se plan-tearon un objetivo de envergadura: reconstruir Falange Espa-ñola como realidad autónoma. De ese período recordamos al-gunos textos y análisis de la revista «No Importa» que tenían lavirtud de acertar en cuanto a la evolución del Régimen fran-quista, pero que tenían enormes huecos a la hora de teorizaruna línea política y una adaptación doctrinal a la realidad cam-biante. En ese período, como 17 años después, cuando DiegoMárquez una vez nombrado Jefe Nacional de Falange, convo-có el Congreso Ideológico, ya en un ambiente de crisis insupe-rable, se evidenció que la teorización estratégica de Falange te-nía un límite: más allá de la construcción (o reconstrucción) delpartido, no había nada, solo brumas y buenas intenciones. Estoocurrió en 1968 cuando se formaron las Juntas Promotoras y enel momento en que Diego Márquez sustituyó a RaimundoFernández Cuesta al frente del partido. En estas ocasiones elobjetivo planteado fue el «arranque» del partido (en el primer

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caso) y el logro de la «unidad» en el segundo (por que en 1984,todos los sectores falangistas, prácticamente sin excepción, obien habían convergido en FE-JONS o bien se habían disuel-to). Pero más allá de la intención de constituir una estructuraorgánica en el caso de Juntas Españolas o de la meta unitaria,leit motiv del programa de Diego Márquez… no existía abso-lutamente ninguna reflexión estratégica.

Nunca se explicó qué hacer después de alcanzar la unidad,nunca se señalaron temas de agitación y propaganda suscepti-bles de ser recogidos por un sector social, nunca se marcaronobjetivos estratégicos, jamás se redactó un programa políticorealista, ni se explicó cuales eran las vías a través de las cualesel partido quería hacer realidad los objetivos de Falange Espa-ñola, ni siquiera se redefinieron esos objetivos con realismo,más bien se recurrió a los viejos documentos incluso en losnuevos congresos ideológicos.

Pero ya era tarde para hacer cualquier cosa. A partir de laselecciones de 1979 o del 23-F, era imposible recuperar el tiempoperdido. En 1969 si hubiera sido posible reorganizar un parti-do falangista si éste hubiera advertido que en pocos años lademocracia formal era nuestro destino y que para participar enlas elecciones de manera eficaz no era preciso demostrar unantifranquismo furibundo tal como algunos entendieron sinodemostrar a la sociedad que se podía confiar en el partidofalangista, que ese partido había sabido evolucionar, adaptarsea las circunstancias y renovar su programa, que contaba conmentes preclaras, con cuadros políticos en los que podía confiar-se. En lugar de esto, la sociedad española sabía que existían lasJuntas Promotoras por que, cada año en Alicante o en cualquierotro sitio, el 20 de noviembre, convocaban algún acto político delque la prensa daba escueta mención. Falange empezaba enton-ces a ser historia, por que no era capaz de hacer algo más querememorar su propia historia.

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E. TácticasLas tácticas son las iniciativas tendentes a cumplir el plan

estratégico. Para un viajero, lo primero es disponer de un obje-tivo. Ese objetivo le marca una dirección a seguir (el caminomás corto). Para recorrer esa dirección podrá elegir entre dis-tintos medios de transporte, avión, tren, a nado, a pie, etc. Puesbien la dirección es la estrategia y los medios de transporte lastácticas.

Es posible llevar este símil a un partido político. Veamos uncaso extremo. Un movimiento realiza una teorización a partirde la cual subyace un objetivo a alcanzar, desmontar el poderdel capital. Ya tenemos un objetivo marcado. Ahora hace faltaver como y de qué manera concreta se alcanzará. Esa mismateorización continúa diciendo que las estructuras de ese capi-talismo a destruir son excesivamente duras e impiden la pene-tración por cualquier otra vía que no sea la lucha armada. Yatenemos entonces una estrategia definida: la guerrilla, cercarlas ciudades a través del campo y lograr la paralización de laproducción industrial y el tráfico de mercancías, lo que aca-rreará el colapso del sistema capitalista… A la hora de planifi-car las operaciones, este movimiento explica que realizará aten-tados selectivos contra las plantas de producción industrial ycontra las vías de comunicación. A esto le llamará «propagan-da armada». Pues bien, esta «propaganda armada» constituyeuna forma de táctica entre otras muchas que se pueden seguir.Se trata de un caso extremo, pero también hay otras estrategiasmucho más apacibles: la estrategia electoral, la estrategia cultu-ral, la estrategia clandestina, etc. Lo importante es destacar quepara poder emplear eficazmente un arsenal de tácticas es preci-so antes definir objetivos y estrategias.

En Falange esto no se hizo y todo se convirtió, tanto en elperíodo histórico, como en el franquista, como durante la transi-

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ción democrática, en un mero tacticismo. O, si se quiere, en unactivismo frenético pero imposible de capitalizar por ninguna es-trategia predefinida. Un buen día, a poco de incorporarse a Fa-lange, Ramiro y sus jonsistas, atraen a cientos de trabajadores alas CONS. Es una táctica solamente comprensible dentro delesquema jonsista de «nacionalización de la clase obrera», es de-cir, una estrategia que pretendía ganar a las masas sindicalistaspara la revolución nacional, tal y como se había hecho en Alema-nia. Sin pretender entrar en la exactitud del análisis jonsista de laépoca, lo cierto es que ahí encontramos una reflexión estratégicaque dio unos frutos… frutos que al cabo de unas semanas –como el mismo Ledesma reconoce en «¿Fascismo en España?»–ya se habían deshecho como un azucarillo en una balsa. La mo-vilización de los parados era, en cualquier caso, una táctica. Enesos mismos días se empieza a responder a las agresiones arma-das y a los asesinatos de militantes. Es lícito considerar a lasrepresalias como otra táctica siendo conscientes de que sitúan alpartido al borde de la ilegalización, como así ocurrió. Difícilmen-te podían compaginarse las dos tácticas (movilización de para-dos y devolver golpe por golpe). Como tampoco podían compa-ginarse el participar en una competición electoral (que requieretácticas muy concretas que afectan, particularmente a la «ima-gen» y que con incompatibles con represalias armadas) con laestrategia golpista (que implicaba el énfasis en la construcciónde un aparato clandestino difícilmente compatible con un aparatoelectoral).

Lo esencial es comprender que un núcleo de militantes puededesarrollar un activismo frenético y sostenido durante años, peroque, por sí mismo, ese activismo no es garantía de avance. Laimagen a retener es la de un punto (el núcleo político concreto)que genera un vector en una dirección (una táctica) y acto segui-do otro en una dirección diferente (otra táctica) y otro y otro mássiempre en direcciones diferentes (más tácticas). El resultado de

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todos estos vectores es que se anulan mutuamente, ¿por qué?Simplemente por no existir un objetivo y una estrategia capaz demarcar la dirección global hacia la que deben orientarse todoslos vectores. Si la vía estratégica elegida es la electoral, es evi-dente que cualquier cosa que perturbe la imagen del partido –como, por ejemplo, represalias armadas- está fuera de lugar. Y siestas se producen el «vector» electoral se verá disminuido o in-cluso anulado por el «vector» armado que «empuja» en otra di-rección. Esto no lo supo ver la Falange histórica quizás por quese vio obligada a actuar en un marco político de pasionesviscerales encontradas y no supo zafarse del clima general deviolencia generado por una República inviable. Pero es menosdisculpable que en la postguerra y en la transición los falangistasno percibieran la necesidad de detener por un momento su acti-vidad para ponerla al servicio de un plan estratégico. Por quecuando las tácticas no son organizadas en el contexto de un planestratégico lo que se produce es mero activismo y, a la postre,crecimiento ficticio y limitado y desgaste de la militancia. Y esofue precisamente lo que ocurrió: promociones enteras han sidoquemadas al servicio de un activismo inorgánico y descontroladoque, aun hoy, parece no haber cesado entre los últimos núcleosfalangistas.

El bienio 1977-79 fue paradigmático en cuanto a la actividaddesarrollada por todos los grupos falangistas. Los «auténticos»denunciando al franquismo (que ya había sido superado), pintan-do «Falange con el obrero» por todos los rincones de España (sinpensar en lo que «al obrero» le interesaba el tema), desatorni-llando placas con el yugo y las flechas (haciendo un favor a Suárez,partidario de olvidar el pasado). En 1979, estaban agotados. Pocodespués se autodisolvían. El crecimiento que experimentaron nose había producido por efectividad de su trabajo político, sinomás bien como resultado de la «politización» de la juventud espa-ñola en aquel momento.

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En ese mismo tiempo, los núcleos falangistas situados entrelas llamadas «fuerzas nacionales» (básicamente FE-JONS), de-sarrollaron el mismo activismo. La Primera Línea movilizó a es-tudiantes y organizó manifestaciones callejeras contra ETA, con-tra el separatismo, por la unidad nacional, etc., etc. Se colocaronmiles de carteles, caravanas de coches recorrieron media Espa-ña. No había día en el que no hubiera alguna actividad que reali-zar. El resultado fue que muchos estudiantes falangistas perdie-ron el curso, fueron suspendidos o renunciaron a presentarse alos exámenes. El partido no avanzó. El crecimiento fue ficticio.Se cometieron los mismos errores que durante el período históri-co: por una parte Raimundo pactó la Unión Nacional con BlasPiñar, esto es, un acuerdo electoral, y por otro, los jóvenesfalangistas se vieron implicados en peleas, conflictos y tiroteoscon alguna muerte en las calles. Era evidente la incompatibilidadentre una y otra tácticas que se neutralizaban como dos vectoresde la misma intensidad y sentido opuesto.

Y es que solamente vale la pena realizar acción política mili-tante cuando está claro que exista un plan estratégico. De locontrario, antes o después, el agotamiento impone una treguaen la militancia y siempre unas tácticas contrarrestan la efica-cia de otras. Un movimiento político debe preguntarse siem-pre: tal acción concreta ¿favorece nuestro avance hacia la con-quista de los objetivos políticos? Y en esto debe ser inflexible:si la favorece, vale la pena hacerla, de lo contrario debe abste-nerse o se desgastará y desgastará a su militancia.

La suma: El Movimiento PolíticoLo hemos dicho al principio, la suma de todos estos factores

(ideología, clase política dirigente, objetivos políticos, estrategia ytáctica) da como resultado el «Movimiento Político». Cuando es-tos factores faltan o están incompletos lo que existe es otra cosa,pero nunca un movimiento político de carácter alternativo que

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pueda pretender realizar un cambio en profundidad en la socie-dad. ¿Cómo llamar a un núcleo que intenta ser considerado como«movimiento político» pero que carece de todos o de alguno deestos elementos, es algo complicado?

Falange no es ni una cosa ni otra. Frecuentemente hemosoído «Falange somos los falangistas», hermosa tautología sindesembocadura real, como otras muchas del mismo estilo quesolemos oír en el mismo ambiente y que no han hecho otracosa que reducir la lógica, la razón y la técnica política a len-guaje panfletario y amasijo de tópicos sin sentido. Una organi-zación debe ser necesariamente algo más que un bagaje emo-tivo y sentimental, debe ser frialdad, planificación, análisis, sín-tesis, respuestas sencillas a problemas complejos, método, efi-cacia, decisión, conducción. Si nada de esto existe o está pre-sente sólo en muy débil medida, la organización política noexiste. Al núcleo de activistas puede llamársele de cualquierotra manera, menos «organización política».

FUERZA SOCIALY ahora entramos en el segundo principio de la eficacia po-

lítica: la fuerza social. Una organización política solo es eficazen cuanto alcanza fuerza social. La distancia que separa a unaorganización política desde el momento en que «arranca», delobjetivo político final, la conquista del poder, pasa necesaria-mente por el pueblo. Frecuentemente se ha concebido a la luchapolítica como una forma de guerra en la que la población es elterreno a conquistar. Y es rigurosamente cierto. El poder pasapor el pueblo, por la conquista de sus corazones, voluntad y ad-hesión. Incluso en la hipótesis golpista es preciso contar con elapoyo de un amplio sector de la población o de lo contrario lasituación de ese gobierno de hecho es insostenible.

Cualquier otro criterio que no tenga presente la conquista dela población puede ser entendido como cualquier cosa menos

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como una lucha política. Se trata de que una organización sepaentender e interpretar las «sanas reacciones populares» y adi-cionarlas mostrándoles que la resolución de sus problemas pasapor las soluciones expuestas en el propio programa político. Cuan-do una organización política alcanza el favor de un sector de lasmasas, se dice entonces que dispone de «fuerza social». Ahorabien, la «fuerza social» puede expresarse en forma de productomatemático, como resultado de multiplicar la agitación, por lapropaganda y por la organización. Sabemos lo que es la organi-zación, veamos qué es la agitación y la propaganda.

AgitaciónCualquier actividad desarrollada en la calle consistente en di-

fundir pocas ideas y consignas destinadas a una amplia franja dela población puede ser considerada «agitación». La agitación pue-de desarrollarse a través de innumerables elementos: el panfleto,el cartel, el mitin, la manifestación. Todas estas son tareas deagitación que tienen como fin el hacer fermentar en las masaslas ideas que guían al movimiento político.

A nadie se le escapa que la mayor penetración de un movi-miento político en las masas depende muy en especial de lacapacidad de identificación de las masas con las consignas quedifunde. No existe agitación posible si las consignas e ideas-fuerzaque se pretende difundir no encuentran eco entre las masas. Agitardifundiendo consignas sobre una teórica «República Sindical» talcomo hicieron y hacen algunos grupos falangistas en la postgue-rra e incluso en la actualidad, o repetir cientos de veces «Falangecon el obrero», tal como hizo la «Auténtica» durante casi tresaños, son puro sinsentido. En efecto, a muy pocos obreros lesinteresaba si alguna de las falanges estaban o no con ellos yapenas ningún ciudadano entendió jamás que diablos podía signi-ficar eso de «República Sindical». Para que las consignas deagitación surtan efecto, deben ser extremadamente simples, sen-

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cillas en su comprensión y lineales en su explicación. De hecho,la consigna ideal es aquello que no precisa explicación y que yaestá en el corazón de las masas.

¿Ha tenido agitadores dignos de tal nombre el movimientofalangista? Creemos que sí, especialmente en el período históri-co. José Antonio fue el primero de todos ellos y el Discurso delTeatro de la Comedia, probablemente una de sus piezas másafinadas. Las ideas que se desprenden de ese discurso son ex-tremadamente simples, pueden entenderse sin apenas prestarleatención, al acabar de leer el discurso por primera vez, permane-cen retenidas en la mentalidad del lector un a serie de ideas-fuerza: patria, ni derechas, ni izquierdas, superar la partitocracia,crisis nacional, necesidad de una lucha en el terreno social, llevarestos ideales mediante una línea difícil y arriesgada, pero nece-sario en pro de la patria y de las clases sociales másdesfavorecidas, etc. José Antonio fue un buen agitador, a dife-rencia de Ramiro Ledesma quien no podía evitar ser, ante todoun intelectual. Cada consigna de Ramiro Ledesma precisaba unmanual de instrucciones para poderla entender: esas consignas afavor de la «Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la Rusiade Stalin» fueron siempre difíciles de entender. Habitualmente elintelectual encuentra dificultades en trasladar sus concepcionesteóricas al lenguaje directo y escueto necesario en las tareas deagitación. Pero en la postguerra todo cambio. El genio agitativode José Antonio estaba ausente y sus herederos tenían dificulta-des por encontrar nuevas consignas.

Hacia principios de los años 60, el FES empieza a actuar enMadrid y esta dificultad resulta palpable. Tanto el FES enton-ces como la FE-JONS(A) trece años después estaban interesa-dos en demostrar que el franquismo no tenía nada que ver conFalange. Algo completamente imposible y además que interesa-ba a muy pocos españoles, justo en el período desarrollista, cuan-do, viviera de Dios o del diablo, de lo que se trataba para la

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mayoría de la población es de tener acceso a los escaparates delconsumo. Esto jamás lo entendieron los falangistas disidentesque difícilmente podían entender que organizaciones universita-rias franquistas como AUN tuvieran un crecimiento mayor queellos que, en definitiva, disponían de mejores teóricos… cuandola respuesta era muy simple: AUN iba dirigida a un determinadosector de la población estudiantil, a aquellos que se oponían a lapresencia de la agitación comunista en las aulas. El FES, por suparte, iba dirigido a estudiantes mucho más sofisticados: paraentender su mensaje debían existir unos condicionamientos pre-vios, tales como experimentar la necesidad de un cambio social yque ese cambio no fuera en la órbita marxista, tener una opiniónpositiva de Falange, entender que existía una diferencia entreFalange y Franco, etc. Y esto no estaba al alcance de todos.Mucho más lineal, escueta y directa fue la consigna «Opus no»que utilizaron la mayor parte de grupos falangistas y que, al me-nos, tenía la virtud de la claridad aun por la vía de la negación. Elproblema fue que, en ese mismo momento otros grupos de iz-quierda se declaraban fervientemente antiopusdeistas, sino queademás insertaban el discurso contra los siervos de Escrivá deBalaguer en un discurso mucho mas amplio.

Por que una consigna no basta para alumbrar la andadura deun movimiento político. No existen movimientos que hayan ex-perimentado un crecimiento sostenido utilizando solamente unaidea-fuerza. Es preciso un «paquete» de consignas perfectamenteconcatenadas, tales que unas llevan a las otras y todas en con-junto muestren una perspectiva global de lo que pretende esemovimiento. Contra más coherente es ese mensaje global, con-tra mejor hilvanadas están unas consignas con otras, contra ma-yor es la amplitud y consistencia del conjunto, más lejos lleva unatarea de agitación. Los movimiento mono-consigna tienden aautolimitarse y, finalmente, a desaparecer en la medida en queesa consigna, al demostrar su eficacia, siempre es incorporada alpatrimonio de un movimiento político más amplio.

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Una de las fracciones falangistas contemporáneas, «La Fa-lange» descubrió a principios del año 2002 que el tema de lainmigración podía ser un buen eje de agitación. Se lanzaron aexplotarlo sin una tarea de reflexión previa, y sin medir exac-tamente las consecuencias de sus consignas que no eran otrasque las de España 2000, un grupo local valenciano fronterizoentre el falangismo y sectores políticos que tenemos dificultaden definir. El resultado de tales campañas fue mínimo: en pri-mer lugar por que el tema no estaba insertado en la tradiciónfalangista, en segundo lugar por que muchos falangistas teníanreservas a utilizarlo, en tercer lugar por que se estaba haciendode manera desordenada y peligrosa, en cuarto lugar por queunir un tema que efectivamente enlazaba con una parte delcuerpo electoral, con una estética y un nombre que era recha-zado por buena parte de ese mismo cuerpo electoral, suponía,a la postre condenarlo a la infecundidad.

Ahora bien, antes aludíamos a que José Antonio fue un granagitador. ¿Qué ocurrió para que esa agitación no se tradujeraen una ganancia espectacular de peso político en la Falangefundacional? Ocurrió algo muy simple: la agitación, por símisma, no basta para hacer avanzar a un movimiento político;son precisos otros dos elementos, la propaganda y la organiza-ción. Y en la ausencia o reducción al mínimo de la presencia deestos dos elementos se explica lo limitado de la acción de la Fa-lange de los orígenes. En todo producto, si uno de los factores escero, el resultado del producto es también cero. Y no olvidemosque lo que hemos denominado «fuerza social» surge del produc-to de la agitación por la propaganda por la organización.

PropagandaEl término se presta a equívocos. Alguién cree que realiza

tareas de propaganda por que ha colgado unos carteles en unanoche o por que ha repartido unos cientos de octavilla. No, eso

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es, técnicamente, agitación. La propaganda política es otra cosa.Antes hemos definido la agitación como la difusión de pocas ideasen un espectro amplio de gente. Pues bien, la propaganda esjustamente lo contrario: la difusión de muchas ideas, lógicamen-te, en un marco muy reducido de personas. El fin de la agitaciónes ganar adhesiones, el fin de la propaganda es crear cuadrospolíticos, transformar a los militantes recién llegados en dirigen-tes de la causa por la que se lucha. Esta diferencia es básicapara entender los dos aspectos de lo que en la jerga comunista sellamó «agit-prop». En efecto, el aparato de agitación y propagan-da , bien engrasado, ganaba adheridos mediante el primer térmi-no (agitación), y formaba a estos adheridos en las técnicas y losideales del movimiento político mediante el segundo término (lapropaganda). ¿Cómo se logra realizar tareas de propaganda?Han variado a medida que han ido variando las técnicas de co-municación. El cursillo de formación de cuadros, el seminario, elcampamento de formación, la revista teórica, los documentos deformación, la escuela de cuadros, etc, forman parte de los recur-sos clásicos para la formación de cuadros políticos. A ellos ha-bría que añadir hoy Internet, por supuesto.

Aquí, con la propaganda de lo que se trata es de que el mili-tante sea capaz de convertirse en cuadro político, es decir, enelemento capaz de influir en las masas. El militante es la levadu-ra de las masas, por su parte, el cuadro es la levaduraquintaesenciada. Un movimiento político es más eficaz contramayor es su capacidad de agitación, si, pero esa capacidad deagitación no crecerá nunca de nivel si no es capaz de transfor-mar el potencial de adhesiones en nuevos dirigentes políticos.

Da la sensación de que la Falange histórica y los movimientosque siguieron, incluso las organizaciones situadas en el interiordel franquismo, desdeñaron la formación de cuadros políticos.Faltaban manuales de formación; ciertamente existieron reunio-nes, encuentros, seminarios, retiros, campamentos y todo lo que

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se quiera… pero ¿cómo iba a ser posible formar cuadros si falta-ban algunos elementos doctrinales? Y ¿cómo iba a formarse per-fectamente militantes en el terreno ideológico, político y técnicosi las ideas no estaban claras en ninguna de las tres áreas? Difí-cilmente podían existir cuadros dignos de tal nombre por que noexistía un criterio para formarlos. Es comprensible que con lavorágine de la República, con el esfuerzo bélico, con la necesi-dad por escapar de la miseria en la postguerra y con los proble-mas de adecuación en el franquismo y en la transición, los movi-mientos falangistas estuvieran muy comprometidos con el aquí yel ahora y no estuvieran en condiciones de preparar cuadros. Lafilosofía, en general, era que la propia lucha política ya forjaríabuenos militantes y que la mejor escuela era la calle y elactivismo… una idea que puede sonar bien, pero que no deja deser un tópico cuya inexactitud se ha demostrado.

Hemos dicho que el cuadro político debe estar perfectamenteentrenado en tres niveles:

1. El ideológico le debe dar fuerza interior, razones para elcombate que vayan más allá del día a día, debe facilitarle el unirel destino de su vida personal al de su idea y para ello es precisoun alto grado de convencimiento doctrinal y, sobre todo, la capa-cidad de convencer a otros, como un fuego que se traslada deantorcha en antorcha. Este elemento no estuvo presente en nin-guna de las falanges. Lo que se transmitió fue entusiasmo juve-nil, pero no una doctrina fría, metódica y sistemática. Cuandoese entusiasmo juvenil aminoró el militante empezó a tener du-das y abandonó la lucha política. O bien, la misma vida se encar-gó de integrarlo en la sociedad y hacer de él un exrevolucionarioreconvertido en honesto burgués medio. La convicción ideológi-ca no era suficiente, o bien el nivel de comprensión de la ideolo-gía era bajo, o bien se trataba de alguien emotivo y sentimentalque desdeñaba la preparación ideológica y, por tanto, carecía decapacidad de convencer a otros, etc. Las posibilidades eran mu-

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chas, pero lo que vale aquí la pena retener es que para que unaideología pueda ser transmitida precisa tener tres condiciones:globalidad (debe interpretar todos los campos de actividad hu-mana), claridad (debe estar expuesta de manera nítida) y oportu-nidad (debe responder a problemas reales de la época). Si estoselementos faltan la ideología no está en condiciones de respon-der a la necesidad del movimiento político. De hecho, en la prác-tica, una ideología suele ser un esquema cerrado de interpreta-ción de una realidad histórica concreta que pronto pierde actua-lidad. Cuando se evidencia esta pérdida de actualidad –algo queocurrió ya en el marxismo de los años 50- sus partidarios termi-nan haciendo casar a martillazos la realidad con la ideología.Cuando esto ocurre es que la ideología ya se ha convertido enalgo esclerotizado y sin vida. En este momento esa es la percep-ción que tenemos de la doctrina falangista tal como veremos enotro capítulo de esta obra.

2. El político: el cuadro político debe estar en condicionesde interpretar cualquier acontecimiento política a la luz de ladoctrina difundida por su partido y debe estar, así mismo, encondiciones de explicar ante cualquier suceso la posición quesostiene su partido. En este terreno lo que se precisa es un “pro-grama político” que aborde las más variadas cuestiones de lavida nacional, económica y social. La política es lo que más inte-resa al ciudadano medio. Difícilmente el cuadro político estable-cerá una discusión ideológica en esos centros primordiales deagitación política que en España son los bares y las tabernas.Pero en estos mismos lugares si será oído cuando «hable de po-lítica», por que la política es lo cotidiano. Si tiene dudas y vacila-ciones, si tiene espacios en blanco o no sabe sintetizar sus ideas,si desdeña la lectura del programa y elude leer la prensa o seguirla actualidad política desde cualquier otro medio de comunica-ción, entonces ese militante no tendrá un buen nivel de forma-ción política y, por tanto, será, en buena medida infértil para sumovimiento. En este terreno José Antonio tenía un alto grado de

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conocimiento y dominio sobre la actualidad política de su tiempo.Sin embargo en él no estaba presente una cualidad necesaria: lade saber prever los acontecimientos y los escenarios políticos.Ese mismo fallo ha estado presente en sus sucesores y esto haexplicado algunos bruscos giros copernicanos: hoy unos eludíancualquier compromiso frentista, mañana lo protagonizaba, unosno querían oír hablar de resistencia a la inmigración, esos mis-mos poco después elevaban el tema a los altares, y así sucesiva-mente. Mientras que la formación ideológica atañe casi exclusi-vamente al convencimiento interior del militante para llevar ade-lante su lucha política (es la ideología la que le debe dar fuerzapara resistir todos los problemas y las dificultades), la formaciónpolítica tiene que ver con el análisis del día a día, con la oportuni-dad para encontrar la consigna adecuada.

3. El nivel técnico, finalmente, es el último al que debe dedi-carse el cuadro político en su tarea de formación. Lo peor quepuede haber en la lucha política es abordarla con entusiasmojuvenil. Ese entusiasmo, evidentemente, debe existir, pero si elmilitante –y más que él, la organización a la que pertenece– noes capaz de transformar ese entusiasmo en conciencia política,no hay nada que hacer. Cuando aparece la conciencia política, elcuadro entiende que la lucha cotidiana no puede hacerse de ma-nera ingenua o por inercia: es preciso afrontarla con una técnica.La técnica política es universal, aquí entran desde recursos deoratoria, de psicológica, entender lo que es el método de masas,saber cómo organizar un mitin o una manifestación, todo elloforma parte del arsenal técnico que un cuadro debe conocer sipretende ser útil a su movimiento. En este terreno en Falange hahabido de todo, pero repartido de manera desigual. No pareceque hayan abundado quienes conocían la psicología de las ma-sas, pero sí en cambio militantes que han servido para solventaralgunos aspectos técnicas de la lucha política. Es imposible igno-rar, por ejemplo, que la capacidad de Falange para organizar laacción directa contra sus enemigos políticos ha estado siempre

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presente. También hay que reconocer a la Falange histórica ciertaprontitud en respuestas puntuales (la manifestación contra lossucesos de Asturias, por ejemplo, o la misma movilización en lasjornadas insurreccionales de julio de 1936). Pero, poco a poco,especialmente a partir del cierre de la transición, todo parecióponerse cuesta arriba y el partido dio la sensación de esclerotizarsea nivel técnico. Las campañas electorales fueron decreciendoen intensidad y resultados, el número de militantes fue dismi-nuyendo, los más veteranos y mejor preparados se retiraron yel partido entró en una selección a la inversa que no redundóen unos mayores niveles de captación. Esto hasta los estallidosen cadena de 1995, 1999, 2000 y 2002. No solamente las ma-sas no acudieron al partido, sino que el mismo partido empezóa verse corto de militantes. El por qué las masas permanecíanalejadas tenía también su causa objetiva.

EL «METODO DE MASAS»Ya que el poder pasa por la conquista de una parte de la

población, hay que preguntarse cómo se logra incorporar a lasmasas. Los técnicos son contundentes a este respecto: la afluen-cia de las masas a una organización depende de la aplicación delllamado «método de masas». Este método consiste en aplicartres principios básicos: Unir la teoría a la práctica, uUnir lo parti-cular con lo global, unir la vanguardia a las masas.

Por lo primero se entiende que exista una relación directaentre la teoría que se defiende y la práctica política cotidiana.Resulta, por ejemplo, imposible defender una ideología nacional«sindicalista» sin que, especialmente se ponga especial énfasisen el «sindicalismo». No hacerlo así supone desvincular la teoríade la práctica.

El segundo principio se basa en proponer a la población solu-ciones simples a problemas completos, señalar problemas bási-

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cos que el ciudadano siente como propios para luego, en unasegunda fase, explicar que estos problemas solo tendrán solu-ción aplicando las fórmulas propuestas por la ideología que sedefiende. Habitualmente la propaganda falangista ha seguido elcamino opuesto: ir de lo global a lo particular; pero lo global esdemasiado abstracto para la mentalidad de las masas, extrema-damente simple en sus planteamientos y en su nivel de compren-sión tal como se sabe desde que se inició el estudio de la sicologíade masas.

En cuanto al tercer principio tiene mucho que ver con losdos anteriores. Cuando una organización política se considerauna élite de privilegiados que desprecian a las masas en tantoque éstas no comprenden los objetivos finales del movimientopolítico, estamos delante de un movimiento que ha rota su vin-culación con la población. La selección de temas de agitacióny propaganda no puede sino salir del examen de la realidad delas masas, de sus aspiraciones, exigencias y necesidades. No setrata de practicar el oportunismo o «ir hacia el pueblo» como lavaca va al toro, sino de realizar una tarea de guía y encauza-miento de los intereses populares. Si los ejes de agitación notienen nada que ver con las aspiraciones de las masas, ese movi-miento ha cortado su relación con ella. El camino del poder –quepasa, repetimos, por las masas– le estará siempre vedado.

Falange desdeñó siempre la técnica política. Solamente muyescasos agitadores y propagandistas fueron capaces, con suejemplo, de hacer avanzar al partido en el período histórico yen la postguerra. Pero nunca existió una escuela de mandos cen-tralizada por que nunca estuvieron suficientemente definidos losaspectos ideológicos, estratégicos, tácticos y los objetivos quedebían haberse divulgado entre los cuadros. Por tanto, no existióla posibilidad de que pudiera aplicarse técnica política alguna.Incluso, aun hoy, los distintos grupos falangistas siguen teniendoun vacío en este terreno y en foros de Internet es frecuente que

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se alardee de esto mismo. Pero ello equivale a arrinconar a Fa-lange Española entre los movimientos testimoniales de los cualeslas páginas de historia registran decenas de casos similares. Noes que el pasar a la historia sea algo negativo, es que lo peor quepuede ocurrir es que se siga teniendo aspiraciones a realizar ac-tividad política, cuando la realidad de los hechos indica que ya seha ingresado en la historia de España. Creemos que éste es elcaso de Falange Española en el momento actual. Falange tienehistoria, pero carece de futuro fuera de los libros de historia.

ALGUNAS CONCLUSIONESHemos intentando establecer cuáles son las reglas fijas para

lograr unos mínimos de efectividad política; hemos intentandoexponer algo que no es idea nuestra sino que ha sido aplicadopor todos los movimientos que han pretendido un cambio radi-cal en la sociedad. Lo que hemos definido aquí es algo tan simpleque lo entienden las máquinas y sus lenguajes de programacióncon las notaciones <IF>, <THEN> y <ELSE>, es decir, si se danestas circunstancias ocurre el efecto esperado y si se dan otras,ocurre otro efecto, igualmente esperado.

Falange no ha podido arraigar en las masas por que no haseguido el método de masas. Falange no ha podido tener fuer-za social por que algunos elementos de la multiplicación agita-ción por propaganda por organización eran próximos a cero.Falange no ha podido tener organización revolucionaria y sóloha tenido intención revolucionaria por que tenía serios déficitsen la suma cuyo resultado nos da la organización (ideología masclase política dirigente mas objetivos mas estrategia mas tácti-cas). En el fondo todo esto no es complicado: se trata de aplicara la vida política la lógica y la razón que gobiernan lo cotidiano.Hemos visto que, una constante en la historia de Falange es quesu realidad organizativa (la suma) siempre ha sido débil. Esto hacomprometido el resultado de la fuerza social, por que uno de los

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elementos del producto era próximo a cero. En esas condicionesla situación actual de Falange Española no se debe a la impericiade sus actuales dirigentes, sino que está implícita en algunos de-sarrollos de la Falange de los orígenes. Constatar esto no suponefaltar al respeto a los caídos, ni a los fundadores, sino simple-mente rendir un tributo a su entusiasmo juvenil y reprochar aellos y a la situación española de la época, que no se dieran me-jores condiciones para el desarrollo de formas más maduras deactividad política. Pero, sobre todo, lo que percibimos en Falangecomo principal problema es su ignorancia de que las funcioneshumanas radican en tres órganos: el cerebro, el corazón y lostestículos. En el cerebro anidan las facultades del pensamiento yla razón lógica, la capacidad intelectiva y discursiva. En el cora-zón el elemento emotivo y sentimental. En los testículos el valory el coraje para afrontar una lucha política. En la Falange funda-ciones los dos últimos elementos eran preponderantes, a excep-ción de la personalidad de Ramiro en donde la componente cere-bral fue desarrollada sistemáticamente. Emotividad y valor soncualidades esenciales para una lucha política. Pero faltan otras.Por que si el cerebro no guía al valor, se llega frecuentemente ala temeridad. Y de ahí al fracaso o a la extinción. Si el cerebro yel corazón no están suficientemente equilibrados en la ecuaciónpersonal de los militantes pueden ocurrir desfases. Si prima loprimero sobre lo segundo no hay forma de hacerse entender porlas masas que, en realidad tienen un alto grado de emotividad talcomo explica la sicología de masas. Si, por el contrario, el cora-zón priva sobre el cerebro, el resultado son militantes “todo cora-zón”, pero incapaces de racionalizar sus actos y con cierta ten-dencia a recurrir al órgano por el que se sienten más atraídos enmuchos casos: por la agresividad que reside en el bajo vientre…El militante se siente atraído a una causa, siempre, por la emoti-vidad, por el corazón. Percibe, primero de manera confusa, queesa formación política le atrae, le interesa por algo que todavíano es capaz de definir con exactitud, pero ahí está una corriente

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de simpatía que lo captura y lo convierte en militante. Es decir, elmilitante se siente atraído por la agitación. En una segunda eta-pa, la sabiduría de una organización política, consiste en despla-zar el eje de esa atracción al cerebro mediante las tareas depropaganda y la formación intelectual. Así el militante transfor-mará su visceralidad originaria en conciencia política. Y a partirde ese momento podrá (y necesariamente deberá) recurrir a subajo vientre para afrontar momentos difíciles con valor y espíritude sacrificio, con agresividad… pero también con lucidez.

Tal es el esquema presente en los movimientos políticos decarácter alternativo. Un esquema que Falange debería habertenido en cuenta. Al no hacerlo, Falange, ya desde los oríge-nes, selló buena parte de su destino.

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IVEL PROCESO DE

GROPUSCULIZACION

Cuando se produjo el conato de golpe del 23 de febrero, sonóel canto del cisne para todos los que habían apostado, por pasivao por activa, comprometidos o no, por el golpe de Estado. Aque-llo fue la debacle de las llamadas «fuerzas nacionales». La de los«hedillistas» se había producido dos años antes. Huérfanos deestrategia, aquel sector político que se había obnubilado con lasconcentraciones oceánicas de la Plaza de Oriente, no cayó en lacuenta de que no tenía una estrategia alternativa al golpismo yque, cuando los problemas de adaptación y asentamiento del ré-gimen democrático desaparecieran, desaparecería también larazón de ser de estos grupos. Y así ocurrió. Como por ensalmo,los flujos de militantes se detuvieron.

En aquellos momento, el FE(I) desempeñaba una actividadmuy reducida, la «Auténtica» había desaparecido y estaba re-ducida a un grupo minúsculo que apenas daba señales de vidaen Barcelona. En los años siguientes se produjo una pérdidaprogresiva de actividad falangista que la llegada a la jefaturanacional de Diego Márquez no pudo atajar. De hecho, pocoimportaba quien estuviera en la cúpula, por que los elementosgeneradores de la crisis no se referían a una persona o a ungrupo concreto, sino que estaban insertados en el alma delmovimiento. La agudización de la crisis tras la llega de DiegoMárquez, al igual que la agudización de la crisis siguiente tras

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la llegada de Gustavo Morales y la agudización de la crisis tras lallegada a la jefatura nacional de Javier López… demuestran loque decimos: el problema no es de personas, es de estructuras,de tradición, de adaptación a la sociedad, en definitiva.

A partir del 23-F salió a la superficie la realidad del procesode gropuscularización que ya se había evidenciado años antes.Este proceso se caracterizó por:

1) Dogmatismo.- rigidez ideológica creciente, falta de ima-ginación para afrontar problemas nuevos. Recurso a las solu-ciones ya experimentadas.

2) Lenguaje iniciático.- las consignas del partido tienden aser solo comprensibles por sus militantes; se crea un lenguajeinaccesible para el resto de la población.

3) Fraccionamiento progresivo.- una vez iniciada la espiralde la gropuscularización nunca termina, el movimiento tiendea empequeñecerse en su tronco central y en sus escisiones. Elproceso fraccional nunca termina deteniéndose del todo.

4) Aventurerismo.- Aparecen ideas peregrinas que se pro-ponen con la mayor naturalidad y son aprobadas: una candida-tura exclusivamente de mujeres, una manifestación en Bilbaoen el peor momento, etc.

5) Maximalismo.- A pesar de la endeblez estructural del mo-vimiento, las fases de gropuscularización están caracterizadaspor una retórica maximalista en la que las reivindicaciones, losobjetivos y la fraseología carecen de sentido de la medida.

6) Activismo.- aparecen tendencias activistas para compen-sar la endeblez numérica. Se piensa solo que mediante unahiperactivismo es posible dar la sensación de crecimiento. Laactividad política se convierte en mero activismo y tacticismo.

7) Reducción a lo virtual.- Desde la proliferación de Internet,muchas organizaciones falangistas han pasado casi completa-mente a una vida larvaria en el virtual sin ninguna conexióncon la realidad.

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8) Marginalización.- el movimiento tiene la sensación de quetodos están contra él y su trabajo de agitación en la calle seconvierte en desafío a la sociedad antes que en intento de cap-tar a parte de la sociedad.

9) Mesianismo.- la práctica política se transforma en unaactividad salvífica que, a despecho de la realidad, aportará lavictoria final que revestirá tintes escatológicos.

10) Fuga de la realidad.- frases del género de «falange esuna forma de ser» se convierten en elementos dominantes deldiscurso interior, lo que implica una renuncia a hablar en tér-minos de programa («nunca se cumplen»), o de método («Espa-ña y yo somos así»).

Estas características ya estaban implícitas en la actividadfalangista anterior a la muerte de Franco. A pesar de la tallaintelectual y el prestigio de los falangistas que acudieron a lasreuniones del Club Don Hilarión, las conversaciones no pudie-ron avanzar mínimamente, ni tampoco su consecuencia, la Fe-deración de Grupos Falangistas. En «Hacia una historia delSEU» puede leerse: «Prosiguieron los contactos y se llegóincluso a conseguir la vieja aspiración del FES, formar unaFederación de Grupos Falangistas. Era la época de las aso-ciaciones de Arias y la Federación se aprestaba a formar unacon el nombre de Frente Español, cuyas iniciales coincidíancon las de Falange Española, titulación que “al ser patri-monio de todos los españoles” no se otorgaba a ningún in-tento asociativo. La Federación llegó a su fin en julio del75. La figura del general Franco y todo lo que ella repre-sentaba era un obstáculo insalvable para los falangistas.Fernández Cuesta mantenía la necesidad de elogio al ge-neral, mientras el FES anunciaba su crítica. La “devotio ibé-rica” de los falangistas históricos no era asumida en abso-luto por los jóvenes falangistas y lo que resultaba más gra-ve, remover aquello, que no era sino analizar la historia,destapaba la caja de los truenos. Según algunos de los pre-

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sentes, por allí planeó el fantasma de Salamanca, abril de1937 y pudo terminar la reunión como el rosario de la auro-ra».

Es de destacar que todos los asistentes eran personas madu-ras o estaban en el borde de la madurez unos o de la terceraedad otros. Se trataba, así mismo, de personas cultas. Pero eldenominador común de la mayoría parecía ser la inflexibili-dad. Esta es otra característica de los procesos terminales queaparecen en determinadas formaciones políticas. Al igual quedeterminados materiales, incluso al igual que el mismo orga-nismo humano, ha medida que la oxidación lo va envejecien-do, tienden a perder la elasticidad originarias y a adquirir unarigidez creciente que finalmente termina siendo mero rigor mortis.Esta tendencia ya estaba planeando sobre las reunionesfalangistas de mediados de los años 70. Ninguno de los pre-sentes advertía que la democracia era imparable y que todaslas fuerzas políticas, de derecha, centro o izquierda, se estabanya organizando para actuar como partidos legales en un marcodemocrático formal. Cuando se cerraban las puertas del ClubDon Hilarión y se deliberaba, daba la sensación de que los allíreunidos ignoraban qué estaba ocurriendo en el mundo real. Yla cosa es todavía más incomprensible por que se trataba degentes hechas y derechas, cultas e identificadas con el idealque defendían. Desde nuestro punto de vista, esas reunionesfueron la última oportunidad para adecuar Falange al futuro. Yla oportunidad se malogró completamente.

Este proceso de gropuscularización ha proseguido imparablehasta nuestros días. En el año 2000 la fracción dirigida porJesús López convocó un nuevo congreso. Dos candidaturas sedisputaban la dirección; la oficialista encabezada por JesúsLópez, obtuvo 57 votos, la de Miguel Angel Vázquez, 31 vo-tos. Tras el resultado, la tendencia «Vértice» a la que pertene-cía Vázquez, abandonó el partido. Pero la victoria de López

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iba a ser amarga. La enseñanza de la salida de «Vértice», no setradujo en una democratización del partido, sino en una aboliciónde las corrientes internas. Poco después, el 2 de septiembre de1999, el grupo La Falange boicoteó el intento unitario de presen-tar una candidatura a las elecciones autonómicas catalanas ase-gurando que ellos iban a presentar candidatos en la cuatro pro-vincias. FE(I), también presente en la reunión, hizo otro tanto y,finalmente, los representantes de FE-JONS, sector DiegoMárquez, apoyaron la iniciativa unitaria que no pudo concretarsefinalmente. Para colmo, a la hora de la verdad, la candidatura delFE(I) no fue admitida por defectos evidentes de forma que nadiese preocupó de subsanar y el grupo de López solo presentó can-didatura en una provincia obteniendo un pobre resultado a la al-tura de la ausencia de campaña. En esta ocasión, DemocraciaNacional se implicó en iniciativas unitarias con falangistas. Perolos problemas no habían hecho nada más que empezar.

El 20 de abril de 2001, en un asamblea en Cantabria, los asis-tentes exteriorizan la preocupación de la militancia por la trayec-toria de la fracción (en ese momento la más numerosa). En efecto,la sentencia publicada poco antes por la que se negaba a estegrupo el nombre de «Falange Española de las JONS», no habíasido recurrida y se dejaba, por tanto, vía libre a la otra fracciónencabezada por Diego Márquez para que utilizara legalmente yen exclusividad la sigla. En el Congreso de ese año, la fracciónse desdice de su inhibición unitaria de hacia un año y medio y seaprestaba a considerarse como la «casa común falangista», inte-grando a grupúsculos heteróclitos y mal definidos como «Legiónde la Juventud», procedente de la extrema-derecha clásica. Enestas mismas circunstancias se aprueba la creación de un «FrenteEspañol» que suscitará muy pocos entusiasmos entre falangistasy apenas la incorporación momentánea del grupo local valencia-no España 2000. Este remedo de estrategia resulta aprobado enel I Congreso Nacional de esta fracción en noviembre de 2001.La asistencia de militantes fue reducida, lo cual no fue obstáculo

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para el lanzamiento del Frente Español… Durante el verano deese año, empiezan a producirse fugas en esta fracción. De unlado se reactiva una sigla olvidada y perdida de la que nadie seacordaba desde principios de los años 80, Falange Española Au-téntica. A partir de aquí, resulta difícil seguir la evolución de es-tas escisiones. Con las reservas oportunas damos la versión delos hechos incluida en la web titulada «Movimiento Falangista»:«Aun antes del Congreso de la ruptura se produce una re-unión en el Hotel Bahía de Santander. El 23 de febrero de2002 se celebra en el Restaurante Edén de Barcelona unhistórico encuentro, entre dos de los mandos territorialesque acababan de abandonar Falange y el Presidente de FEA,firmándose un documento de reconocimiento con fecha de16. Se convoca, a continuación un Seminario, que pretendeser constituyente, a celebrar los días 20 y 21 de abril de2002 en Viznar (Granada), al que acuden la Mesa NacionalFalangista, los Círculos Narciso Perales, el MSR y otros mi-litantes. Del seminario saldrán dos nuevos gruposfalangistas: la Mesa Nacional Falangista (en la que entranlos escindidos de Canarias, Cantabria, Barcelona, Córdo-ba, Cádiz y Asturias) y Falange Auténtica (con las territo-riales escindidas de Levante y Extremadura, más Madrid,resto de Andalucía y otros militantes escindidos. Poco des-pués se incorpora también Tenerife)».

Pero las cosas no terminan ahí. Aparece una publicaciónfalangista en Internet, «Falange Hoy» que inmediatamente seenzarza en una polémica con la fracción dirigida por López. Alparecer menudearon las amenazas y coacciones. Un militantellegó a ver pintada el rellano de su casa con consignas amena-zadoras procedentes, al parecer, de militantes adscritos a lafracción-López… hubo denuncias, negativas de responsabili-dad, cruce de acusaciones, baja… en definitiva, una situacióndifícilmente comprensible para quien no la ha vivido muy decerca y que, por lo demás tiene sólo importancia para ellos.

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En cuanto a los otros grupos viven una situación generadapor su propia inercia anterior. FE(I) parece reducida a unamínima expresión, de tanto en tanto sale a la luz pública, perono da la sensación de haber realizado avances notables. Otrotanto ocurre con Diego Márquez del que se sabe que siguesiendo el titular de las siglas históricas y es fácil seguir susconferencias y charlas por las referencias dadas en Internet.España 2000, dirigida por José Luís Roberto (antes fundadorde las JONS, luego de las CONS, luego de FENS, finalmenteasesor jurídico de ANELA, una asociación que lucha por lalegalización de las prostitutas extranjeras) realizó un llamadoa la fracción de López para formar un frente común; tal es elorigen del Frente Español al cual invitaron a unirse a Blas Piñar.Resulta difícil ver sentado a Blas junto al polémico defensor dela prostitución. Pero, a decir verdad, cosas más sorprendentesse han visto. Al llegar al momento actual, cuando se cumplensesenta y tantos años desde la constitución de la Falange histó-rica, todo esto parece un culebrón que muy poco o nada tieneque ver con la política.

Frecuentemente en estos ambientes se olvida que la políticaes lucha, creación, destino, en lugar de rivalidad, regate en cortoy disputa familiar. Para los que observamos las últimas evolucio-nes de los acontecimientos en el sector falangista, especialmentea partir del 23-F, está claro que lo que percibimos es un inmensocaos y desorden, una ineficacia absoluta para enderezar la situa-ción y unas energías quemadas en el altar de la ineficacia. Inclu-so los que permanecemos fuera del ambiente falangista, pero nomuy alejados del mismo, nos resulta altamente incomprensibleentender qué es lo que ha ocurrido en los tres últimos años, máxi-me cuando son comprensibles las disputas cuando lo que está enjuego es grande y suculento. Pero, la lucha a navajazos es por losdespojos de una sigla y de un cadáver de difícil recuperación.

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CONCLUSIONESBASES PARA UNA FALANGE

QUE YA NO LO SERA

Llegamos a la última parte de nuestro pequeño trabajo. A lavista de todo lo anterior es lícito preguntarnos ¿qué puede propo-nerse a los «últimos mohicanos» que militan hoy en las distintasfracciones falangistas?

Justo cuando nos preparábamos para escribir estas líneas ennuestro oficina de Madrid, a las 8’00 de la mañana del 9 de octu-bre de 2002, un chaval nos entregó un ejemplar del diario gratuito«Metro» en cuya página 2 podía leerse la siguiente noticia: «Pa-liza de unos falangistas a miembros de IU: Un grupo defalangistas apaleó el sábado por la noche en un área de ser-vicio de Aranda de Duero (Burgos) a varios miembros de Co-misiones Obreras e Izquierda Unida de la Rioja que regresa-ban de la manifestación de Madrid contra el decretazo». Lasdistintas fracciones falangistas pueden negar el pasado negroque algunos les atribuyen y están en su derecho de explicarexactamente que pasó en esa gasolinera de Aranda. Lo que nopueden evitar unas fracciones es que sobre sus espaldasrecaigan los destrozos que realizan otros. Y lo que no puedeevitar el conjunto es resultar perjudicados por un «pasado ne-gro» del que no han sabido o podido zafarse.

Un partido debe cuidar su imagen pública. Desde 1934, elnombre de Falange está repetidamente relacionado con represa-lias y episodios de violencia. El 20 de octubre de 2002, la frac-

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ción La Falange, y el grupo valenciano España 2000 habían con-vocado una manifestación en Bilbao. justo el día antes unos125.000 manifestantes habían desfilado en San Sebastián conbanderas españolas contra el nacionalismo vasco. Fue un éxito yse produjo sin incidentes. Al día siguiente, 200 o 250 falangistas ymiembros de España 2000 se manifestaron en Bilbao. Los inci-dentes proliferaron. Lo que el día anterior fue un éxito de masas,el día siguiente apenas fue una escaramuza. A decir verdad, lascosas podían haber acabado peor. La manifestación falangistano pasará a la historia, salvo para sus asistentes. Es significativolo que contaron al volver: «la mayor movilización nacional en 25años» y otras lindezas por el estilo demostraban ampliamente elsentido de estos grupos para alterar, modificar y reinterpretar larealidad. Una manifestación incidentada y extremadamente mi-noritaria fue presentada como un «éxito histórico».

Quince días antes, entre 30 y 60 miembros de España 2000entraban en acción en el barrio Valenciano de Velluters. Habi-tualmente un grupo político realiza una acción para lograr inser-tar su lucha en la de un grupo social más amplio; los pequeñoscomerciantes, por ejemplo. España 2000, concretamente, pre-tende «limpiar de toxicómanos y camellos el barrio». Han existi-do precedentes en Valencia y a cada convocatoria de España2000 se producían incidentes con los grupos de extrema-izquier-da; así que los pequeños comerciantes –los más afectados porlas actividades ilícitas en la zona–, en lugar de apoyar a la mani-festación, optaron por cerrar sus comercios ante los eventualesincidentes que pudieran provocarse. No, definitivamente, una or-ganización política no puede permitir que su nombre se vea impli-cado constantemente en operaciones que invariablemente pue-dan tener el riesgo de un entendimiento continuo con la violencia.

Y no importa que otras fracciones falangistas, prudentemen-te, se mantengan alejadas de estos episodios. Lo que importa esque hay un fantasma que recorre la política española y que des-

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punta de tanto en tanto, y ese fantasma tiene un nombre genéri-co: «falange española» que colocamos con minúsculas, para dis-tinguirla del partido histórico. Para la opinión pública cualquieraque utilice el yugo y las flechas, la bandera rojinegra, la camisaazul y el Cara al Sol, es lo mismo y no importa si se trata deactivistas de extrema-izquierda obrerista falangista (que los hubo)como si se trata de guerrilleros de Cristo Rey en camisa azul(que también los hubo). La opinión pública y sus gestores tiendena simplificar: para ellos sólo hay una Falange, la que aparece enlos medios de prensa y ésta sale casi exclusivamente a la super-ficie cuando hay episodios de violencia. Falange es noticia cuan-do protagoniza incidentes de este tipo.

Este pequeño episodio casual aparecido en el diario «Metro»es para nosotros suficientemente significativo de una situaciónde hecho, con ribetes dramáticos para unos y merecidos paraotros: con las siglas Falange Española, con todo el acompaña-miento ritual y la parafernalia que viaja con ella, es imposiblerealizar ningún tipo de trabajo político que pretenda tener un mí-nimo de viabilidad y eficacia. Tal es nuestra conclusión.

Pero hay algo más. No se trata sólo de que, tal como hemosvisto en las páginas precedentes, hayan existido errores de con-cepción en la actividad política del partido, incluso desde los orí-genes, no se trata tampoco de que existan limitaciones teóricas ydoctrinales y una inadecuación formal… se trata, fundamental-mente, de que el núcleo originario está tan absolutamente frag-mentado y reducido a una dimensión grupuscular, que resultaimposible realizar, con nada que tenga alguna similitud con elpartido histórico, un trabajo político que pueda obtener unos be-neficios mínimos.

El tiempo de Falange ha terminado. El partido histórico ysus distintos avatares fraccionales, hoy carecen de posibilidadespara pesar mínimamente en la política española. Algunos de susmilitantes permanecen por cabezonería, irresponsabilidad o ro-

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manticismo. Ninguno de los que hoy se mantienen activos en lasdistintas fracciones del partido se plantean problemas de efecti-vidad política. Ninguno se plantea los objetivos que serían nor-males para cualquier partido político: obtener cuotas de poder,influir en la sociedad, generar reformas en las estructuras delEstado… tan solo existe una voluntad de supervivencia y unainercia que lleva de un pasado reciente, absolutamente infecun-do, a un futuro en el que la único objetivo ante la vista es la merasupervivencia. Y si esto es así –y resulta difícil que pueda negar-se– ¿para qué seguir realizando actividad política callejera?

¿Sobrevivir? ¿para qué? ¿para aparecer en la edición del«Metro» de dentro de 5 años protagonizando un episodio similaren Bobadilla o Sabiñánigo? ¿para mantener una vida virtual enforos de Internet cada vez más fragmentados y con militantesmás desmoralizados, más escépticos o nuevas captaciones másinmaduras e ingenuas? No, camaradas, cuando las cosas llegana un determinado límite hay que reconocer que no pueden ir peor.Y las cosas, en el momento de escribir estas líneas, no pueden irpeor para las distintas fracciones falangistas y para la mismadoctrina falangista, primera víctima de las disputas, los conflictosinteriores, las amenazas, las rivalidades, el fraccionamiento, quealcanzan hoy los niveles más alarmantes, sin duda, los peoresque se han registrado jamás... justo en los tiempos en los que lasdistintas fracciones del partido están reducidas a la más mínimaexpresión.

Esta situación contribuye a degradar constantemente la he-rencia histórica de Falange Española. Por que, digámoslo ya,aun a riesgo de enfrentarnos a todas las fracciones: hoy no existeningún grupo que pueda, legítimamente, ser considerado here-dero director de la Falange de José Antonio, Onésimo y Ruizde Alda. Ninguno.

Los más ingenuos entre los falangistas, reconocen que elpartido ha sufrido una erosión histórica, pero que, «Falange

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son los falangistas» y si estos dan «ejemplo», el partido remonta-rá su crisis. Sobre cómo dar ejemplo, las respuestas ya son muydiferentes: para unos se trata de que los falangistas den ejemplode defender la unidad nacional acudiendo al País Vasco a mani-festarse, para otros se trata de insertarse en las luchas sindica-les, los habrá que considerarán que solidarizándose con elPOLISARIO se mostrará cierta tendencia a la «apertura»… To-dos, sin excepción se equivocan. Falange Española no recons-truirá su unidad y su prestigio en base a ninguna de estas inicia-tivas, ni de ninguna otra que pudiera realizarse. Falange Españo-la es una «marca hundida» y esto es irreversible, pero aunque nolo fuera…

… En cualquier curso de marketing y publicidad se dan ejem-plos de marcas de mucho prestigio que, en un momento dado,han encontrado un problema. Habitualmente se dan los ejemplosde marcas alimenticias en las que ha aparecido alguna bacteria oalguna irregularidad sanitaria. Inmediatamente esas marcas sehan hundido. Cuando se ha optado por «levantarlas» ha resulta-do imposible ni aun contando con cuantiosas dimensiones en ope-raciones imagen. La conclusión es que cuando una marca «cae»,cuesta menos crear otra marca, antes que levantarla.

Y lo que vale en términos de marketing y publicidad, vale entérminos políticos. Sin excepción. Lo han comprendido los parti-dos comunistas del Este europeo para los cuales la marca «co-munismo» es una marca que se ha visto perjudicada por unagestión negativa en los asuntos públicos durante 40 años. De ahíque, ninguno de los partidos resultantes del desmantelamiento delos Partidos Comunistas en Europa del Este haya proseguido conla misma «denominación de origen» y haya recurrido a otras. Y,a tenor del destrozo que dejaron detrás, tampoco les ha ido tanmal.

Ahora bien, estamos hablando de Falange Española y de losfalangistas. La pregunta es: si aceptamos lo anterior ¿ahora qué

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futuro se abre ante los falangistas? Lo primero es reconocer lamuerte de Falange Española, partido que ha entrado desde haceaños en la historia de España, partido que es, a la postre, historia,esto es, pasado. Y lo que se hace con los cadáveres, es enterrar-los antes de que la degradación que sufra el cuerpo ya sin vidasea mayor. Hoy, las distintas fracciones falangistas afrontan unasituación de degradación creciente. El ambiente que se percibe através de los foros de Internet es extremadamente enrarecido,denso, pesado y tortuoso. Los exabruptos son frecuentes, lassalidas de tono el pan de cada día, los malentendidos y losenfrentamientos con otros grupos y el desencuentro, lo único quese tiene en el panorama del día a día. Y ayer menos que mañana.El problema de la degradación de los grupúsculos falangistas escreciente. Quien quiera comprobarlo que abra Internet. Allí, enlas bases de datos de distintos servidores, están incluidos los pro-blemas que han vivido los falangistas los cuatro últimos años.Insistimos: la crisis es menor hoy que lo será mañana.

Claro está que quien quiere engañarse puede hacerlo libre-mente: el que en un mitin en Burgos se publique que han ido250 falangistas llega a todos los rincones de España, y el mili-tante de Canarias se lleva la impresión de que el falangismoavanza. La información no va acompañada de fotos, por locual la cifra, evidentemente, está crecida. Se ocultan los aspec-tos negativos de la convocatoria, como que por ejemplo, losautobuses llegados de otros sitios hacen que los burgalesespresentes sean pocos y los jóvenes menos aún. Quien quiereengañarse puede hacerlo libremente, excusas no le faltan. Peroapelamos a la sensatez y a la racionalidad: las tesis expuestasen esta pequeña obra recopilada aprisa y corriendo en apenassiete días de octubre indican que Falange Española ha muerto.Y acto seguido se impone una consecuencia lógica: hay queenterrarla con dignidad, antes de que el proceso de degrada-ción alcance tales niveles de vileza que el nombre del partido

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histórico pase a ser sinónimo de vergüenza, bochorno e irrisión.Aún queda tiempo.

¿Cómo enterrar a Falange Española con dignidad?

Reconocemos que muchos de nosotros estamos vinculadosemocional y vivencialmente a Falange Española. Militamos ennuestra juventud y conservamos de aquel tiempo recuerdos ex-celentes y horripilantes. Como humanos que somos, tendemosa relegar al olvido lo que de negativo hubo en aquellos años yrecordamos aquello que nos puede alegrar la vida que tenemospor delante. Además, aquellos eran los ideales de nuestra ju-ventud. Podemos variar nuestras opiniones y nuestra forma dever la vida, podemos rectificar nuestra opinión política, pero nopodemos renunciar al hecho de que un día nos consideramosfalangistas y lo asumimos como una experiencia más que no po-demos –ni queremos– desterrar de nuestro pasado.

Y no creemos ser los únicos que experimentemos esta sensa-ción. Por tanto, no se trata de enterrar al partido y seguir con locotidiano como si nada hubiera pasado. Se trata de enterrar alpartido político en sus distintas fracciones y la idea de que puedeseguirse realizando actividad política con esa sigla, esa estética yesa «marca». Y, una vez hecho esto, sentar las bases de unaFundación de carácter cultural destinada a la convivencia entresus miembros (como hubo una Asociación de Antiguos miem-bros del Frente de Juventudes o como hay una Hermandad deAlféreces Provisionales). Una fundación cuya misión no seríaotra que rescatar la memoria histórica, reconstruir un ambienteen el que los que se sienten falangistas desde el punto de vistaemotivo estén a gusto y donde se reivindique la historia del parti-do. El hecho de que la unidad no haya sido posible en la acciónpolítica, no implica que una unidad no pueda realizarse cuandolas pasiones políticas y las luchas fraccionales hayan quedadoatrás. Por lo demás, una Fundación puede estructurarse de for-ma democrática y con «departamentos» interiores en los que los

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distintos afiliados puedan organizarse por afinidad, o por pasado,o por origen: los que estuvieron en Juventudes Falangistas, losexmiembros del FES, los ex del FSR, los que estuvieron en losCírculos José Antonio, entre los hedillistas, los interesados por lahistoria del partido, los divisionarios, etc., etc., etc.

Una Fundación de este tipo tendría la ventaja de inhibir elnombre de Falange Española del lozadal político en el que seencuentra hoy. De otra parte, se impulsarían estudios históri-cos, tareas de investigación, de recopilación de documentosque hoy se encuentran dispersos en decenas de archivos priva-dos. Pero, sobre todo, se asumiría el hecho de que Falange eshistoria y que la historia puede investigarse, dignificarse, res-tablecer la verdad histórica, reconstruirse… pero nunca revivirse.

Esto solucionaría una parte del problema, pero no la totalidaddel mismo. Es posible que algunos militantes estuvieran interesa-dos en continuar la lucha política. A ellos les decimos: camara-das, precisáis una inevitable reconversión, precisáis romper laspautas de comportamiento político que habéis tenido hasta aho-ra, rectificar la forma de hacer y entender la política. Por depronto, es preciso arrojar lejos la mentalidad de marginación.

Un militante político que pretenda atraer a las masas, ni si-quiera en la situación más desfavorable, puede adquirir la menta-lidad de marginado. Incluso en zonas en las que el trabajo políticoes difícil en las actuales circunstancias –en el País Vasco, porejemplo– es posible seguir trabajando utilizando otras tácticas:no desde luego la manifestación o la acción directa, pero si laspequeñas reuniones de captación, el establecimiento de redesclandestinas en las que la propagación de la idea se haga boca-oído y en donde la seguridad de los militantes y la extensión de laidea queden asegurados.

Pero es rigurosamente necesario abordar un proceso de «ho-mologación democrática». Ya hemos visto que, mientras persis-

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tan las actuales circunstancias, el desencadenamiento de un pro-ceso revolucionario, es imposible y, por tanto, lo que cualquierpartido tiene ante la vista es una larga lucha política por la con-quista de las instituciones democráticas y un logro de mayoresáreas de poder. Mientras se persista en consignas revoluciona-rias que caen en el vacío, el programa, sea el que sea, quedaráignorado por las masas.

Es preciso que los militantes reconvertidos asuman la inter-pretación gradualista de la lucha política según la cual la con-quista de los objetivos políticos, desde el inicio de la luchapolítica, es decir, cuando se está próximo al “nivel 0” y la con-quista del objetivo político final, es decir, la conquista del Es-tado –“nivel 10”– no puede hacerse mediante un salto en el va-cío (tesis revolucionaria) sino mediante una progresión constante(tesis gradualista). La imagen a tener en cuenta es la de unaescalera, en la que cada peldaño supone una progresión hacia ellugar que se pretende alcanzar. Subirlo es un avance, descenderun retroceso. Trasladado a la política, esto implica necesaria-mente, tener la habilidad de identificar la naturaleza de cada pel-daño, es decir de cada etapa de lucha política.

La vía gradualista es, por lo demás, una forma de reformis-mo. A fuerza de dar consignas por la “revolución nacional” opor la “revolución sindical”, muchos han perdido de vista queen los tiempos que corren no soplan vientos revolucionarios,sino todo lo contrario. El conformismo de buena parte de lasmasas, está en contradicción con la necesidad que tienen dereformar algunas estructuras del Estado y del sistema econó-mico, para poder progresar. Esta es la brecha que puede en-contrar la palanca reformista para arraigar entre las masas. Laexperiencia enseña que el maximalismo revolucionario no pue-de penetrar en un marco social que no experimenta la necesidadde un salvo revolucionario.

Hemos hablado de “homologación”, no de pérdida de identi-

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dad. Entendemos por “homologación” la voluntad de actuar polí-ticamente como un partido democrático más. Pero no con el mis-mo programa de un partido al uso. En este sentido, un partido deesas características debe tener un programa reformista muy biendefinido. Desde Carl Schmidth se sabe que lo esencial en políticaes la distinción entre el “amigo” y el “enemigo”: el amigo –con elque es posible la alianza, el trabajo en común, el recorrer juntosuna trayectoria- se le conoce por una razonable identidad con losobjetivos y los ideales que defendemos.

Un partido reformista y democrático no puede sino estructu-rar un programa alternativo realista y posibilista, si pretende arrai-gar en la sociedad. Alejado de la demagogia, está obligado aelegir unos cuantos puntos que constituyan problemas reales yante los cuales, el partido tenga algo que decir: la inmigraciónilegal, la amenaza a la seguridad nacional para España que cons-tituye Marruecos, la españolidad de Ceuta, Melilla y Canarias, lalucha contra la inseguridad ciudadana, la oposición a los contra-tos basura y la búsqueda de la estabilidad laboral, defensa y pro-tección a las familias españolas, evitar la pérdida del Estado delbienestar, la defensa de la Unidad Nacional y la revisión del Es-tado de la Autonomías, la revisión del acuerdo de integración enla Unión Europea, la lucha contra el narcotráfico, la limitación alas grandes concentraciones de capital y a los beneficios exage-rados procedentes de la especulación, etc., etc., etc. Todo estoconstituyen puntos de un programa reformista que, defendidospor un partido político pueden conectar con las aspiraciones deun sector de la población.

Algunos militantes de los actuales grupúsculos falangistas nosdirán: “Bueno, más o menos, eso es lo que defendemos hoy”. Si,es posible, pero no hay que olvidar que el mantenimiento de lasreferencias a la “falange”, las siglas, los colores, todo lo que cons-tituye la “marca”, es al mismo tiempo un lastre. Solo soltandolastre se emprende el vuelo.

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Falange: una reflexión crítica

Cuando algunos falangistas nos replican que un partido queha tenido una historia de más de sesenta años ha dejado un posoen la sociedad española y que es preciso aprovechar ese poso,se equivocan. Si colocamos a un lado el activo de ese patrimoniohistórico (que en las últimas elecciones no ascendió a más de30.000 votos en las distintas fracciones falangistas que se pre-sentaron) y a otro el pasivo de lo que supone el lastre, se veráque el desfase es extraordinario a favor de ésta última. Los vo-tos que se pueden recoger por el pasado histórico de Falange,cierran el paso a nuevos votos que nunca jamás votarían a algoque consideran –razonablemente, por lo demás– como patrimo-nio del pasado.

La encrucijada que tienen que entender los militantesfalangistas consiste en que tienen que elegir entre el pasado yel futuro. Falange tiene historia. Solo historia. Nada másque historia. La acción política es, en cambio, futuro.

Es probable que todas estas conclusiones desilusiones a losúltimos falangistas conscientes. Pero no hay mucho margen demaniobra: «autonomía histórica» frente a «modelo histórico», tales la encrucijada. «Gradualismo» frente a «revolucionarismo».Presente frente a pasado. Realismo frente a romanticismo.Pragmatismo frente a idealismo ingenuo. Método político frentea expontaneismo e inercia. Análisis político cotidiano frente areferencias esclerotizadas en libros sagrados e incuestionables.Eficacia frente a activismo frenético y deslabazado… tales sonalgunas de las encrucijadas que tienen los últimos falangistas antela vista.

La vida es una constante elección. Cada día estamos obliga-dos a elegir entre distintas posibilidades. Y debemos de quedar-nos con una sola opción frente a las muchas disponibles. Estoelimina de nuestro futuro potencialidades que podrían habersedesarrollado si hubiéramos elegido siempre la opción justa. Losúltimos falangistas tienen ante la vista unas encrucijadas difíciles

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de resolver, pero, finalmente, la cuestión es que haciendo lo quehan seguido haciendo hasta ahora, el resultado será el que yahan experimentado en otras ocasiones; por el contrario, el recti-ficar sus posiciones y buscar opciones nuevas, no es una garan-tía necesariamente de éxito… sino simplemente saber que losfracasos anteriores ya vividos no volverán a repetirse.

* * *

Después de 200 folios de escritura apresurada sentimos lanecesidad de resumir nuestra andadura en una sola conclu-sión.

Por todo ello, por lo visto y deducido, nuestro mensaje alambiente falangista es nítido y diáfano. Se puede resumir endos frases: Falange ha muerto. Enterradla con dignidad. Em-prended rumbos nuevos coherentes con vuestro origen. Abriros,en definitiva, a la realidad del siglo XXI. Todo para que los idea-les de ayer se actualicen y puedan convertirse en práctica políti-ca. Todo para que cuando lleguemos a los últimos años de la vidano consideremos nuestro tránsito por la política como un ceroabsoluto, la crónica de un fracaso o una mera actividad de juven-tud. Una vez creímos en unos ideales que debían transformarnuestra Patria en grande y justa. Es imposible claudicar de idea-les como estos. De lo que se trata, en definitiva, es de elegir víasmás adecuadas y eficaces para hacerlos realidad.

Esta es nuestra crítica. Esta es nuestra propuesta.

Barcelona, 12 de octubre de 2002

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INTRODUCCION 7

I. LAS SIETE MUERTES DE FALANGE ESPAÑOLA 11

II. LA INADECUACION IDEOLOGICA 54

III. LAS NECESIDADES MINIMAS DE LA LUCHA POLITICA 104

IV. EL PROCESO DE GROPUSCULARIZACION 140

CONCLUSION:

SUMARIO

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