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FACUNDO Domingo Faustino Sarmiento o Civilización y Barbarie

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Page 1: Facundo Por Feinmann

FACUNDO

Domingo Faustino Sarmiento

o Civilización y Barbarie

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Índice

Estudio Prel iminar "Facundo. Un texto de la f i losof ía de Occidente" 11

por José Pablo Feinmann

Advertencia del Autor 29

Introducción 31

Carta Prólogo de la edición de 1851 47

Capítulo I

Aspecto Físico de la República Argentina 55

Capítulo II

Original idad y Caracteres Argentinos. 79

Capítulo III

Asociación-La Pulpería 101

Capítulo IV

Revolución de 1810 113

Capítulo V

Vida de Juan Facundo Quiroga 133

Capítulo VI

La R ioja 153

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Capítulo VII

Sociabi l idad (1825). Córdoba. Buenos A ires. 175

Capítulo VIII

Ensayos 197

Capítulo IX

Guerra Socia l – La Tablada 219

Capítulo X

Guerra Socia l - Oncativo 237

Capítulo XI

Guerra Socia l – Chacón 251

Capítulo XII

Guerra Socia l – Ciudadela 277

Capítulo XIII

¡Barranca – Yaco! 295

Capítulo XIV

Gobierno Unitario 323

Capítulo XV

Presente y Porvenir 359

Apéndice 397

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Estudio preliminar

Por José Pablo Feinmann

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FACUNDO UN TEXTO DE LA FILOSOFÍA DE OCCIDENTE

D u r a n te l o s n o v e n t a e s t u v i e ro n d e m o d a e n l a s academias de los países del primer mundo las l lamadas t e o r í a s p o s c o l o n i a l e s . S u s r e p r e s e n t a n t e s f u e r o n esencialmente tres: Gayatri Spivak (India), Edward Said (Palestina) y Homi Bhabha (Pakistán). Si recordamos un l ibro muy difundido de Edward Said encontraremos en él un minucioso análisis de elementos colonial istas en textos de los países metropolitanos. Said procede del siguiente modo: ana l iza tex tos de Jane Austen o de Conrad o de Melv i l le o incluso la ópera Aída y encuentra en el los la presencia de la mirada del imperio. Es el mismo imperio e l q ue con s t r uye la m i rad a co lon ia l . E l co lon i zador (como el sujeto kantiano con el objeto de conocimiento) constituye la imagen del colonizado y su mundo. Los textos del imperio están escritos por los escritores del imperio. Las colon ias no t ienen escr itores. Están condenadas a verse por medio de la mirada del Otro, del amo imperial. Este amo imperia l crea su propia just i f icación histórica en tanto construye esa historia. La produce y a veces la explicita. Observemos la interpretación que hace Said de una novela como Moby Dick , cuyos rasgos imperia l istas pocos se habían detenido a estudiar: “Melvil le construye en e l capi tá n Acha b u na a legor ía de la conq u i s ta del mundo que Estados Un idos desea; está obsesionado, se

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comporta de un modo compulsivo y se muestra imparable, absorto completamente en su propia just i f icación retór ica y su sent ido del s imbol ismo cósmico”1. Siempre hemos visto en Achab a un personaje metaf ísico en busca de lo absoluto, del sentido de la existencia o, sin más, de Dios. Esto en furecía a Melv i l le, pero así ocurr ió. Sa id ve en Achab la furia imperial ista de Estados Unidos. En suma, el autor colonial (Said) se vale de los textos de los autores del imperio para anal izar el colonia l ismo porque es en el los donde encuentra su explicitación. O su justi f icación. Fueron los autores i mper ia les, no los de las colon ias, quienes produjeron los textos que va l idar ían la acción siempre civ i l izator ia del imperio. Pues el colon ia l ismo de la moder n idad se con s ideró por tador de va lores inexistentes en las colonias, de aquí su acción benéf ica. El concepto de civi l ización encierra la tarea cultural, moral o religiosa con que el colonial ismo embellece y justi f ica sus acciones. Si Roma conquistaba nuevos territorios lo hacía en nombre de la grandeza de Roma. No tenía una teoría del progreso histórico. El colonia l ismo sí. Desde q ue e l eva ngel io y la cr uz se u nen a la espada en la conquista de América hasta el progreso que Europa dice l levar a todo terr i tor io q ue conq u is ta, el colon ia l ismo de la moder n idad a su me u n papel de hu ma n izac ión, de rescate de las sombras de la barbar ie de todos los territorios periféricos que conquista.

E l c a s o de Fac u ndo e s hond a me nte or ig i n a l . L o s escritores poscolonia les debieron l lamarse a sí mismos n e o c olon i a le s , pue s s u s pa í s e s no de ja ron de s er espacios dominados por las potencias metropol itanas. P e r o s e a s u m i e r o n c o m o p a í s e s l i b e r a d o s d e l a dom i nac ión colon ia l y no e la bora ron e l concepto de

1 Edward W. Said, Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona, 1996, p. 445

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lo ne o c olon ia l . L a é l i te q ue e s c r i b ió los tex tos q ue habrían de justi f icar la acción progresista del imperio se escribieron –precisamente– en el imperio. No había una élite i lustrada en la colonia. Con el pacto neocolonial, por el contrar io, surge una él ite i lustrada. En nuestro país: Moreno, Castel l i, los r ivadavianos y luego los bri l lantes jóvenes romá nt icos, Echever r ía , A l berd i , Jua n Ma r ía Gut iérrez y el poderoso sa njua n i no Sarmiento. Ya, en Inglaterra, un ta lentoso pol ít ico como R ichard Cobden, desde la escuela manchesteriana, desde el l iberal ismo, rec la ma ba la ema nc ipac ión pol í t ica de la s colon ia s: “¡Qué nombren a sus gobernadores, sus inspectores, sus adua neros , sus obi spos y sus d iáconos , y q ue pag uen hasta las rentas de sus cementer ios! ” Que sea n l ibres. Que tengan bandera, h imno, gobierno independiente. Sólo queremos comerciar con el los. Si lo hacemos, serán nuestros. E l i ntel igente esquema del imper io es ser el ta l ler del mundo y relegar a las ex colonias a la producción de materias primeras. Todo producto sin valor agregado va le menos q ue ot ro con va lor ag regado. E l producto industr ia l de la metrópol i siempre se impondrá (en los términos de intercambio) con el de la neocolonia, mero producto de la generosidad del suelo y no del esfuerzo humano. Sarmiento, en Facundo, desarrol la esta teor ía con más bri l lantez que nadie. “Inglaterra nos pondrá el remo en la mano”. Ning ún tex to colon ia l is ta escr ito en un país centra l podría superar a Facundo. He aquí – en suma- la d i ferencia en las neocolonias y sobre todo en nuestro país: los textos que justi f ican nuestra integración complementa r ia a l a s i ndu s t r ia s de l i mper io f ueron escritos por escritores nat ivos, por hombres de la él ite goberna nte. L legará a deci r José Herná ndez q ue va le tanto un vel lón de oveja como una máquina de producir ma nu fac t u ras. Ta l ler del mu ndo, I nglater ra . Gra nero

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del mundo, Argentina. Este esquema dará origen a una clase ociosa, dispendiosa, que se acostumbrará a gozar de la abundancia fáci l. Esta será la A rgent ina próspera de “nues t ros a buelos” q ue la ol iga rq u ía gober na nte evoca como e l pa ra í so perd ido. E s ta ba des t i nado a perderse. Luego de la cr i s i s de l ’29 los tér m i nos de i nterca m bio se i nc l i na n d rás t ica mente a favor de los produc tos ma nu fac t u rados y no de los pr i ma r ios . E l g ra nero de l mu ndo, l a t ier ra de “ lo s g a n ado s y l a s mieses” se derrumba sin piedad.

Facu ndo propon ía la entrada del Prog reso (el g ra n va lor del s ig lo) en e l pa í s poseído por la cer teza de esa utopía: el P rog reso del imper io ser ía el Prog reso del mundo neocolonia l. Había una sola senda: la senda de la complementac ión con la econom ía y la c u l t u ra eu ropeas. Sig u iendo es ta senda, por a hora det rás de el los, a lg u na vez los a lca nza r ía mos. E l P rog reso era para todos. Era el tren de la Historia. A lgunos ocupaban por ahora la retaguardia. Otros la vanguardia. Pero ese tren era para todos. Porque había una sola vía y por el la marchaban los países imperiales y los neocoloniales. En a lg ú n momento sus marchas se ig ua lar ían y el mu ndo ser ía el del t rato entre pa íses de un mismo n ivel en la esca la del Prog reso. Sarmiento no sospechaba (nad ie lo h i zo) q ue no ha bía u n so lo ca r r i l . Q ue los pa í ses imperia les marchaban por uno. Y los neocolonia les por otro. Que nunca se unirían. Estamos en el siglo XXI y la du lce h istor ia del progreso de toda la humanidad está destruida. Las desigualdades son más crueles que nunca. En resumen: la introducción de la lógica técnico imperial en los países nuevos no los l levó a la prosperidad sino a l atraso. Esa razón técnico-imperia l sólo for ta leció –en nuestro pa ís – a la c iudad de Buenos A i res y sel ló u na su ba l ter n idad (tomo es te tér m i no de Gayat r i Spiva k)

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q ue aú n cont i núa . L a m i ser ia en la A rgent i na es u na realidad cruel y hasta monstruosa. Las luchas civi les que Buenos Aires emprendió en nombre de la civi l ización y el progreso sólo dieron como resultado el arrasamiento de los gauchos, de los negros y de los indios. La repartición de la propiedad de la t ierra en pocas manos y también un manejo de la polít ica privativo de esas mismas clases respa ldadas por un ejército que le sabrá ser f iel hasta los extremos de la Argentina concentracionaria de 1976-1983. Los gobiernos populistas de Irigoyen y Perón serían abatidos por golpes cív ico mi l itares que restaurarían a los dueños de la “abundancia fáci l” (que se consideran, muy naturalmente, los dueños del país porque poseen la t ierra) y todo seguirá su camino “racional”.

Y es justamente el tema de la “razón” el que queremos trazar en este "Estudio Prel iminar " . Se ha hablado tanto del Facundo que poco queda por decir. Los historiadores l ibera les –no bien leen l í neas como las q ue acabó de escribir- lo cali f ican a uno de “revisionista trasnochado”. Como si el los (con esa concepción oligárquica y l iberal) no e s t uv iera n , má s q ue t ra s no ch ados , c ayéndos e a pedazos, carentes de toda credibi l idad, aniqui lados por las jóvenes interpretaciones de historiadores nuevos y de lectores nuevos que cali f ican como “of icial” o “digna del Bill iken” la historia que el los ofrecen.

Va m o s a p a r t i r – p a r a n u e s t r o n u e v o , c r e e m o s , a ná l i s i s de Facundo – de la Escuela de Fra n k f ur t y de las ref lexiones sobre la técnica del segundo Heidegger. Ta m bién –no considero a es te tex to como par te de la Escuela de Frank fur t– de las Tesis sobre f i losof ía de la h is tor ia de Wa lter Benja mí n. Sarmiento ( ju nto a todos los i lustrados de su tiempo) veía en la introducción de la técnica de la modernidad en el país la única posibi l idad de su desarrol lo h is tór ico. Era simple: había u n ú n ico

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decurso histór ico y era el que seguían los países de la central idad occidental. Unirse a el los, seguirlos, adquirir sus técnicas de progreso, sus bases culturales y –sobre todo– eliminar a quienes en el país se les oponían era la tarea por hacer. Sarmiento –contrariamente a Heidegger y Adorno – t iene un desdén profundo por la natura leza. En esto coincide con Marx, que era, como él, aunque por otros motivos, un enemigo de lo que podríamos l lamar materia no trabajada. La pampa es el símil del mar en la t ierra. Esta t ierra, como el mar, no está aún trabajada, espera la mano del hombre de la cultura, la que le hará rend i r su s f r u tos . E se hom bre no es e l gaucho, q ue per tenece a la t ierra, a las campa ñas. Si no el hombre de la civ i l ización. El hombre de la ciudad. La antinomia entre ciudad y campaña (que es la misma que civi l ización y barbarie) es la que existe entre el trabajo técnico, el progreso y la extensión inúti l, no trabajada, por la que el gaucho ejercita su dest ino de errancia. “Esta l lanura sin límites (…) permite rodar enormes y pesadas carretas, sin encontrar obstáculo alguno, por caminos en que la mano del hombre apenas si ha necesitado cortar algunos árboles y matorrales”2.

E s t a i n m e n s i d a d d e l a s l l a n u r a s l e e n t r e g a r á a Sarmiento una posible simetría que lo seduce: los campos argentinos t ienen “cier ta t intura asiát ica, que no deja de ser bien pronunciada”3. Sólo hay q ue seña lar aq uí q ue Sarmiento había dialogado durante tres días –en Argelia– con el marisca l Bougeaud, que había conquistado para Francia ese país de Africa. Descubrió en las tácticas del mar isca l f ra ncés los modos con q ue ha br ía de luchar contra las montoneras gauchas. Bougeaud no se distinguía

2 Sarmiento, Facundo, Ediciones Estrada, Buenos Aires, 1962, p. 34. Véase en esta

edición, página 59.

3 Sarmiento, D., Facundo, Op. cit. p. 35. Véase en esta edición, página 59

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por ejercer la piedad sino por lo contrario. Le enseñó a Sarmiento que a la barbarie se la combate con la barbarie. “Debe uno hacerse más bárbaro que los bárbaros”. Así, por este rodeo cruel, entra la civ i l ización moderna en los ter r i tor ios del a t ra so. Bougeaud ta m bién ex pl ica q ue A rgel ia entregará a Fra ncia sus mater ias pr imas, a lgo q ue jus t i f ica la du ra empresa acomet ida. De las crueldades de Bougeaud en Argelia ( logró derrotar nada menos q ue a A bd-el-Kader, poderoso caud i l lo ára be) poco vamos a decir. El imperia l ismo nunca fue piadoso para enclavar la cultura en los territorios ajenos a el la4. Tampoco lo será Sarmiento en nuestro país. Su papel no era ése. Sarmiento fue el más poderoso ejecutor en el Plata de los decursos h istór icos dia léct ico-progresivos de la c iv i l i zac ión de la téc n ica . Pa ra é l , la s l la nu ra s asiát icas y las d imensiones inasibles de la pampa eran lo mismo. La mano del hombre debía poner su huel la en esa naturaleza intocada. Más aún: la civi l ización consistía en hend i r, en q uebra nta r e l orden nat u ra l e i mponer a h í su propia lega l idad. Su propio orden . E l hom bre debía conquistar la naturaleza para sumarla a la cultura. Heidegger, por el contrario, encontrará en la subjetividad ca r tes ia na e l momento prec i so, exq u i s i to, en q ue e l hombre de la subjet iv idad, que es el de la modernidad capita l ista, se a f i rma en el centro del conocimiento, se asume como el ente privi legiado que va a someter a todos los otros por medio de la instrumental idad técnica. Esta conquista –que l levará al hombre a la perdición, que es, ya lo veremos en seguida, la del olvido del ser– hace del

4 Usamos la palabra imperialismo, devaluada en nuestro país pese al éxito, en la década pasada, de un libro como Imperio, de Negri y Hardt, con la misma serenidad y precisión con que la usa Edward Said en su libro Cultura e imperialismo. Entre nosotros, algunos académicos abominan del concepto porque les recuerda al libro Imperialismo y cultura de Juan José Hernández Arregui, que fuera lectura insoslayable de la borrascosa generación del ´70, de la que muchos aún no han logrado entender mucho y, a veces, ni siquiera poco.

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hombre el amo de lo ente. Este amo de lo ente l legará a su culminación dentro de la historia de la metaf ísica en la voluntad de poder nietzscheana. Este ente antropológico, que se pone a sí mismo en la central idad del saber y del hacer apropiat ivo, olv ida por completo el l lamado del ser. O, como también suele decirlo Heidegger, aunque de un modo que ya lo acerca al misticismo de sus últ imos escr itos, el ser se ret i ra. Hay dos mov imientos q ue se corresponden: el hombre, ded icado a la conq u is ta de lo ente, olv ida a l ser y el ser, a su vez, se ret i ra. Este ente a ntropológ ico q ue se consag ra a la conq uis ta de la t ier ra por med io de la técn ica aca ba rá – seg ú n las ú lt imas v isiones de Heidegger– por destru i rla. (Como se notará estamos a un paso de ta l situación. Nunca el poder des t r uc t ivo del ente a nt ropológ ico ha s ido ta n enorme y nunca los fundamenta l ismos rel ig iosos – este exceso de Dios que def ine a nuestro t iempo– entregaron ta l just i f icación t rascendente para todos los proyectos de destrucción). De esta forma, en el reportaje póstumo que concede a Der Spiegel, dirá: “Esto en que el hombre v ive ya no es la t ierra”. También Adorno y Horkheimer, en Dia léc t ica del i lu m i n i smo , l i bro q ue com ien za n a t ra baja r en su ex i l io en Ca l i for n ia a pa r t i r de 1940, introducirán un cambio de eje en el marxismo. El centro del análisis ya no es la lucha de clases sino la relación del hombre con la naturaleza. El l ibro parte de una crít ica al I luminismo. Esta f i losof ía, a l haber dei f icado lo racional en el hom bre, ha consag rado ta m bién a u n a mo de lo ente. No usan el lenguaje de Heidegger. El hombre del I luminismo da origen a la razón instrumental. Esta razón par te de u na relación de domi n io sobre la natura leza q ue luego se de s pla za rá a u na re lac ión de dom i n io sobre los hom bres. Ta m bién Foucau l t ha bla rá de la s ciencias humanas como un instrumento, no para conocer

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a l hombre, sino para dominarlo. O más precisamente: pa ra dom i n a r lo c ono c ié ndolo prev i a me nte . A dor no y Hork hei mer recu rren a la metá fora de Od iseo pa ra mostrar cómo el hombre de la razón instrumental sujeta s u s i n s t i n to s c on ta l de no p erder e sa rac ion a l id ad q ue lo cons t i t uye. A sí , Od iseo se hace ata r a l mást i l : quiere escuchar a las sirenas pero no entregarse a el las. Hacerlo sería extraviarse. Y el extravío de la razón es la locura. Que, según Foucault, asecha siempre a la razón, pues le recuerda q ue el la , la locu ra, ex is te, y q ue es parte de la razón. A lgo que la razón quiere ignorar, niega compulsivamente y por eso crea los manicomios, para conf inar ahí a los locos y evitar que su visión le recuerde su s pel ig ros, es dec i r : q ue puede ser la a nt í tes i s de sí misma, el ex trav ío tota l . Lo mismo hace la sociedad con los del incuentes. Esa razón instrumental de Adorno y Hork heimer (q ue es la razón capita l is ta, la razón de la modern idad burg uesa, como lo es para Heidegger) domi na, somete a la natura leza y a los hombres y esa d ia léc t ica (u na d ia léc t ica q ue ava n za por med io del s omet i m ie n to i n s t r u meta l de l a n a t u ra leza y de lo s hombres) culminará en la instrumentalidad de la muerte: en Auschwitz. Freud, por su par te, en El malestar en la cultura, dirá que la cultura es posible porque el hombre a hoga, ma n iata , sujeta su s pu l s iones pr i m i t iva s . Ese hom bre ma n ia tado e s ta n to lo q ue s o foca en s í q ue só lo pue de genera r au to de s t r ucc ión y de s t r ucc ión . Ta m bié n Wa l ter B e n ja m í n , e n u n tex to her mét ic o y fascinante, tramado entre el marxismo y el mesianismo jud ío, descr i be u n cuad ro de Pau l K lee, q ue a ma ba. Descubría en él a l ángel de la h istor ia. El ángel estaba pasmado. L os ojos muy a bier tos, las a las ex tend idas. ¿Hacia dónde mira el ángel? “Ha vuelto su rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manif iesta una cadena de

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datos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies”5.

Esta visión trágica de la cultura (esbozada en 1930 en Freud y en 1940 en Benjamín) se encuentra muy lejos del papel que Sarmiento le concedía.

Sarmiento era un escritor poscolonia l que postu laba la profundización de la –por decirlo así– poscolonial idad para que su patria ingresara en la modernidad europea y extirpara de sí la barbarie de los campos, de la l lanura, de lo asiát ico, de lo bárbaro. Lo dice a lo largo de todo Facundo : hay que europei f icar el país. Hacerlo impl icó aniqui lar sus sent idos h istór icos latera les. ¿Latera les a qué? A l decurso necesario de la civ i l ización burguesa. A rgent ina fue r ica en producir esos sent idos latera les. Sin el los, Sarmiento no habría escrito su obra maestra. Juan Facundo Quiroga expresaba un sentido lateral a l de la modernidad burguesa, a l de la racionalidad occidental. Era un “bárbaro” (un extranjero) ante el la. Pero habitaba en otra terr itor ia l idad. L levaba en sí la posibi l idad de u na r iq ueza de sent ido. E l sent ido latera l del proceso i mper ia l de la bu rg ues ía debió ser a n iq u i lado pa ra q ue esa raciona l idad se expresara. Sarmiento cuenta esa h is tor ia en Facu ndo. Pero, a la vez, como el g ra n escr itor lat i noamer ica no q ue era, pi nta como pocos o como nadie ese sentido lateral que los grandes f i lósofos extrañan en la h istor ia de la modernidad. ¿Obedecía a a lgún determinismo irrefutable su derrota? Para Marx, s í . Pocos coi nc id ieron con Sa r m iento como Ma rx. De aquí que el mediocre y dogmático “marxismo argentino” sea, sin más, sarmientino y, en el peor de sus abismos, abier tamente mitr ista. Marx odiaba a la campaña tanto

5 Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia, tesis 9. La frase “cadena de datos” se refiere tanto a la dialéctica hegeliana como a la racionalidad del Iluminismo, es decir, a todo intento de ver en la historia la realización de un fin racional

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c o m o e l s a n j u a n i n o . E n l a s p á g i n a s d e l Ma n i f i e s to des t i nada s a ca nta r la s haza ña s monu menta les de la burguesía, escribe: “La burguesía ha sometido el campo a l domin io de la c iudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enor memente la poblac ión de las c iudades en comparación con la del campo, sustrayendo una gran par te de la población a l id iot i smo de la v ida r ura l . Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civ i l izados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente”6.

¿No e s de s lu m bra n te? No d igo e l tex to de M a r x . Hablo de Sarmiento. Él, desde este lejano país del sur, prov inciano, autod idacta, escr ibió, en 1845, antes que Ma rx (el Man i f ies to es de 1848), i n nu mera bles tex tos q ue a nt ic ipa ron a ése del Ma n i f ies to . ¿Dónde es tá la d i ferencia? Marx era un d ia léct ico hegel iano. Pensaba que esa burguesía conquistadora haría nacer a su propio sepulturero: los modernos proletar ios. Sarmiento no lo era: pensa ba q ue esa bu rg uesía conq u is tadora ha r ía progresar a l país, lo enclavaría en el tren de la historia, que era el del progreso, y lo l levaría a un horizonte pleno de prosper idad, de plen itud. Los dos se eq u ivocaron. El proletariado no sepultó a la burguesía, pareciera, ya decid idamente, haber ocurr ido lo contrar io. Y el t ren de la h is tor ia con el q ue soñaba Sarmiento no ex is t ía. O en todo caso: no era el mismo para todos. No había u no, ha bía dos. Uno, pa ra los pa íses conq u is tadores, para la modernidad de la burguesía, para el capital ismo d e l a t é c n i c a d e s b o c a d a . Y o t r o p a r a l o s p a í s e s neocoloniales. Que serían, en el futuro, l lamados también subdesarrol lados o en vías de desarrol lo o emergentes.

6 Marx-Engels, Manifiesto comunista, Primera parte: "Burgueses y Proletarios", El destacado es nuestro.

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¿De qué tienen que emerger los países emergentes? Del atraso al que los condenó la racionalidad burguesa. Esto, Sarmiento, ni lo imaginó. Acaso, hacia el f inal de su vida, cuando vio que la clase tr iunfadora, la que capita l izaba las batal las impiadosas que él, Mitre, Sandes, Irrazábal, Pau nero y luego el “héroe del desier to”, Roca, habían ganado sin otorgar misericordia a lguna a los vencidos, era una ol igarquía dispendiosa, improductiva, enemiga de la industr ia y seducida por el goce inmediat is ta de la abu nda ncia fáci l , esa ol igarq u ía a la q ue él def i n ió por el olor de sus ganados, “olor a bosta de vaca”, habrá meditado acerca del tr iste dest ino de los protagonistas de su s g ra ndes l i bros: Jua n Facu ndo Qu i roga, A ngel Vicente Peña loza y hasta el Fra i le A ldao. Sin embargo, en eso se equivocó menos que en sus visiones proféticas sobre el rumbo progresivo de la civ i l ización que tanto lo deslumbró. Si es así será hora entonces de va lorar a Sarmiento (no sólo como genial escritor, como polít ico de temple duro y mordaz, como nuestro efect ivo Marisca l Bougeaud o como gran creador de escuelas) sino como el que mejor escribió sobre el sentido lateral que la razón de la modernidad burguesa aniqui ló. Ese sentido lateral fue el que expresaron Juan Facundo Quiroga y los demás caud i l los federa les . Sa r m iento od ió a Qu i roga. Pero también, y mejor q ue la mayor ía de q u ienes rodearon a l caudi l lo, lo comprendió, contó su historia, lo admiró, v io en él a l personaje más autént ico de la revoluc ión amer ica na. Si hubiera luchado en su contra, lo habr ía hecho degol la r, q ué duda ca be. Por propia con fesión era un asesino. En Mi defensa escribe: “Ya he mostrado al público mi faz l iteraria; vea ahora mi f isonomía polít ica; verá a l m i l i ta r, ¡a l a ses i no! ” 7. Pero su s t iempos no se

7 Sarmiento, Civilización y barbarie, selección de sus textos fundamentales a

cargo de Alberto Palcos, El Ateneo, Buenos Aires, 1952, p. 552

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cruzaron. Hizo de él un personaje inmenso. Si Facundo Q u i roga ex presa ba e l sen t ido la tera l de la h i s tor ia , ot ra cara del deven i r h is tór ico, ¡cuá nto ha perd ido la civi l ización con su exterminio! Es por Sarmiento, su feroz enem igo, q ue lo sa bemos. Ta l vez por es t i lo debiera cu lminar este "Estudio prel iminar " con la frase anterior. Pero hay a lgo q ue no q u iero pr iva r me de con fe sa r. Como él con Facundo tengo una relación de amor-odio, o de fascinación y rechazo con Sarmiento. Sin embargo, pensemos brevemente en el fá r rago f i losóf ico en q ue hemos compromet ido su l ibro. ¿No encontramos en él los temas fundamentales de la f i losof ía de la modernidad occidenta l? ¿A lg u ien podr ía deci r q ue lo hemos v is to d isminu ido ante Adorno, Heidegger, Marx o Foucau lt? De ningún modo. Me permit iré, entonces, decir mi más f irme convicción sobre este l ibro que me honra prologar: Facundo no sólo es una formidable pieza l iteraria, también es uno de los l ibros centrales del pensamiento f i losóf ico de occidente.