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lnterescolar de euentos (J:¿ os ._,. , Andrés Bello

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lnterescolar de

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lnterescolar de Cuentos 2013 Universidad Andrés Bello

Organización Dirección de lnterescolares Dirección General de Admisión y Difusión Dirección:República 252, Santiago Teléfono: 26618000 E-mail: [email protected] www.unab.cl

Copyright © 2013: Registro Propiedad Intelectual: ISBN:978-956-7247-73-8.

Patrocinio: Sociedad de Escritores de Chile

Jurados: Camilo Marks, Pablo Azócar, Carmen Berenguer, Mario Valdovinos, Rolando Rojo, Marcelo Mellado, Marcela Sandoval, Alejandra Basualto, Stephanie Massman, Salvador Lanas y Kristof Cerda.

Producción: Bárbara Durán, Directora de lnterescolares

Edición: Ximena Troncoso/ [email protected] Corrección de textos: Patricio Ríos, Marcela Sandoval y Ximena Troncoso

Diagramación interior y diseño de portada: Dirección de Marketing Universidad Andrés Bello

Printed in Chile-Impreso en Chile

Ninguna parte de este libro, total o parcial, puede ser reproducida sin permiso de la Universidad Andrés Bello o autores, excepto citas en revistas, diarios o libros, siempre que se mencione la procedencia de la misma

Impreso por: Wandersleben Representaciones Gráficas Primera edición 1.000 ejemplares Santiago de Chile, Santiago de Chile, noviembre de 2013

e Universidad Andrés Bello

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S

Sociedad de Escritores de Chile

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Prólogo Rector Este 2013 nuestro lnterescolar de Cuentos en español celebra 1 O años de existencia, de compromiso con la comunidad escolar y con el desarrollo de la lectura y escritura infanta juvenil, otra de las razones por las cuales nuestra Casa de Estudios se llena de orgullo en su aniversario número veinticinco.

Quisiera aprovechar esta oportunidad para contar una historia. Hace unos meses atrás y luego de dar vueltas por diversas casillas de correo electrónico, llegó a mis manos el mail de Andrés Montero, a quien me permito individualizar en estas líneas. En su carta intentaba contar su historia y explicar el por qué su paso por el certamen cambió por completo su vida y había logrado reencontrarse. Andrés era un estudiante como muchos, a quien le gustaba la escritura, pero por vergüenza y lo difícil que resultaba ser escritor en nuestro país, la había abandonado, hasta que a su colegio llegó el afiche del lnterescolar de Cuentos en español, donde decidió participar. En esa primera experiencia y gracias a la calidad de su pluma obtuvo el segundo lugar.

Al año siguiente y ya mucho más motivado, se embarcó nuevamente en esta aventura con otro cuento, que esta vez obtuvo el primer lugar. Fue así que comenzó a participar en otros concursos obteniendo importantes reconocimientos, hasta que este año la editorial LOM decidió publicar una selección de trece cuentos de su autoría, que lleva por título "La inútil perfección y otros cuentos sepiosos" entre los que están aquellos con los que obtuvo premios en la UNAB y uno de los cuales da el nombre a este libro "La inútil perfección" ganador el año 2007.

El correo de Andrés no tenía otro objetivo sino agradecer a nuestra institución y por qué no, motivarnos, tal como él lo señala" ... me imagino que saber que el concurso puede tener tan lindas consecuencias es un impulso para seguir trabajando por el arte y la cultura" y no se equivoca.

La visión de la Facultad de Humanidades y Educación, liderada por su Decano Vicente Cordero, donde se gestó esta loable iniciativa, sumada al apoyo de importantes instituciones han hecho posible que en estos años, más de 20 mil escolares hayan plasmado sus sueños, motivaciones, anhelos y por qué no desesperanza, en unas hojas de papel. El cuerpo académico de esta Facultad, entre los que destacan Norma Drouilly, Stephanie Massman, Salvador Lanas, Kristof Cerda, María Soledad Carriel, Silvina Zapata, entre muchos otros, han sido los jurados a quienes les ha correspondido la difícil misión de evaluar los cuentos recibidos. A su trabajo, se suman el de connotados escritores nacionales, miembros de la Sociedad de Escritores

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de Chile, quienes en forma desinteresada han sido nuestros colaboradores tanto en la selección de los trabajos como en su evaluación, permitiéndonos contar con jurados y expositores de excelencia en cada certamen.

No puedo sino agradecer el trabajo de cada uno de ellos, así como el de la Dirección de lnterescolares de la Universidad, quienes año a año llevan a cabo esta iniciativa en la comunidad escolar, logrando motivar e incentivar a miles de escolares de todo Chile. Sin su trabajo ni el apoyo y compromiso de los profesores de Comunicación, de talleres de escritura y cuentos de diversos colegios de nuestro país, esta iniciativa no hubiese alcanzado la relevancia y trascendencia que t iene en la actualidad.

Al celebrar estos 25 años no podemos sino reafirmar nuestro compromiso con la juventud, con la escritura, con el fomento de la lectura y con todas las positivas consecuencias que traen consigo este concurso. En este ejemplar encontrarán los cuentos que en las diferentes sedes obtuvieron menciones honrosas y premios especiales, además de los tres cuentos ganadores en Viña del Mar, Santiago y Concepción.

Espero que puedan disfrutar esta lectura.

lnterescolarde Cuentos UNIVERSIDAD ANDRES BELLO

Dr. Pedro Uribe Rector

Universidad Andrés Bello

Santiago, 2013

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Sede Santiago

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Al final del día, todos somos el señor Benítez José Manuel Comber Vial Colegio Tabancura de Vitacura

--No, no, señora, usted me confunde con alguien más. Yo no soy al que busca, pero está cerca. Benítez trabaja en la Comisión de Gestión Corporativa, sector Finanzas, subsector Optimización. Ahora estamos en Políticas Empresariales de Manejo de Activos. Pero no se preocupe, salga por la puerta y a mano derecha encontrará un mapa. Encontrará a Benítez fácilmente. Buenos días.

--Buenos días para usted también--me dijo la vieja-pero yo no estoy equivocada. Es a usted, señor Benítez, a quien busco. A mí alguien, alguna vez me dijo que la gente estúpida era como los caballos

de la hípica. Están diseñados para correr sin obstáculos, siempre derecho, avanzando como sea. Un pésimo ejemplo para una pésima enseñanza, pero bueno, eso es lo que hice: dejar que hablara.

--Una sola pregunta debería ser suficiente, pero sólo si la responde bien. Tenga cuidado con lo que dice-- Y entonces comencé a reírme (un poco

forzado, pero quién no se ríe forzado a las ocho de la mañana) ya sabía lo que era todo esto. Era una de esas encuestas que hacía la empresa, un estudio de mercado o algo por el estilo. No quedaba otra que responderla serenamente. Entonces pregunté con toda tranquilidad:--¿quiere sentarse?

La encuestadora hace caso omiso de mi caballerosidad y, mirándome directamente a los ojos, me pide que le cuente algo sobre mi infancia. Me sorprendió la pregunta y todavía más cómo me miraba esta arrugada mujer a través de sus anteojos a lo John Len non. Hagan el ejercicio ustedes. Traten de pensar en algo de su infancia, algo que nazca espontáneamente. Lo primero que les venga a la cabeza. Eso mismo es lo que yo no logré. No sé por qué, y no sé si lo hubiera logrado a otra hora del día. Lo único que mi cerebro aletargado logró hilar fue un:--estudié en el Instituto Politécnico de la ciudad. Fui el segundo de mi curso.

La vieja se irritó bastante. No la puedo culpar, no era uno de mis momentos brillantes. Me explicó como a un preescolar que ella necesitaba algo que

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me identificara como niño, algo que me definiera --Tiene otra oportunidad,

señor Benítez.

-Eeem ... bueno, yo siempre quise estudiar economía, de niño me gustaba mirar los gráficos llenos de colores que salían en el diario. Mi papá a veces me explicaba que ...

Y antes que terminara mi monólogo, esa estructura que antes se caía a pedazos, se me presentaba erguida, potente, a centímetros de mi cara.

--¡Deténgase, señor Benítez! Se lo pido por favor. No me va a engañar con

esas invenciones literarias que usa para justificarse. Llevo mucho tiempo haciendo esto, y sé cuando la gente miente.

--Señora, no entiendo lo que quiere, y no voy a tolerar que me trate de mentiroso. Ahora, por favor, salga de mi oficina.-- Quizás los directores de la empresa estaban probando la paciencia de sus empleados, pero no me interesaba averiguarlo.

--Señor Benítez, le voy a pedir que se calme.

--Está bien, me alteré un poco. Perdone.

--¡Señor Benítez!

--¿Y ahora qué?

--¡Guardias, llévense a Benítez! Se niega a hablar de su infancia. Y peor que eso, intentó engañarme con cosas absolutamente falsas.

Yo me quedé paralizado, apoyado en mi escritorio. Necesitaba pensar un poco. ¿Qué estaba pasando? Parecía que una señora que nadie conocía me estaba amenazando con llevarme a la cárcel por no responderle sus preguntitas de niños. Yo he leído mucho en mi vida, pero en ningún libro me dijeron cómo reaccionar frente a algo como esto. Me dispuse a esperar que pasara algo, mirando por la ventana de mi oficina. De reojo miraba a la vieja.

Le daba vueltas a un lápiz que yo tenía en mi escritorio, totalmente absorta. La escena estaba detenida. Toda la teatralidad de los insultos seniles se había desfasado unos momentos. Esperamos en silencio que se recuperara la verosimilitud de esta farsa.

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Con gran estrépito, entraron los guardias. Uniformados, fornidos, quizá maquillados. Ahí la vieja retomó sus insultos y discursos mientras dos brazos poderosos me arrastraban hacia la puerta. Supuse que ya no había nada que

hacer, más que lamentarse. Y lo híce, como un niño sin amor propio. Lloré inconsolablemente. Lloré porque no iba a alcanzar a preparar mi reunión de la tarde, lloré porque no había desayunado, lloré porque rea lmente me dolían los insultos de la vieja.

Y antes de cruzar el umbral de mi oficina me d i cuenta de que acababa de responder la pregunta de la vieja loca.

José Manuel Comber Vial Colegio Tabancura de Vitacura 4omedio

Me motiva pensar que el mundo está loco. Creer que las reglas de este presente no están en el pasado ni en la erudición, sino en uno mismo. Ahora más que nunca es el momento de explorar en qué realidad estamos sumidos.

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2°Lugar

Viajes de Metro Felipe Espinoza Neira Colegio San Damián de La Florida

. . . Y así es como perdí otra oportunidad.

El Metro es el lugar perfecto para divagar o escrutar a la gente con disimulo. Es cuando uno deja todo de lado y se extravía en las arterias del pensamiento, abandonándose en su vasta profundidad. Sólo reacciona cuando las puertas están cerradas y la estación se despide con sorna. Ups ...

Frecuento andar en Metro. Música en el trayecto. Me gusta, me relaja. Me agrada también observar a los individuos del vagón: un sin fin de historias que nunca conoceré y que confluyen unas con otras. Puedo ver a la señora entrada en años que lo único que quiere es un poco de atención, un asiento. Y escuchar los chillidos de los pequeños cuyo único interés es asesinarse mutuamente en un juego infinito. O palpar las texturas que rozan mis dedos

ambulantes. Puedo oler al demonio que levanta su brazo al firmamento. Y saborear el altavoz femenino que me hace recordar donde estoy ...

Y un día como hoy, de regreso relajado y reflexivo, decido tardar más de lo normal para llegar a mi hogar. Disfrutar a Ra y la velocidad que llevo sin moverme. Leer las historias que Cortázar contaba, sobre un hombrecito que perseguía al tiempo. El vagón va literalmente vacío, así es que me instalo en un asiento, saco a Julio y me hundo en sus palabras. Pero por el rabillo del ojo, luego de un instante, noto cómo una figura avanza lentamente. Me llama la atención y desvío la mirada hacia esa efigie. Es una mujer, al parecer igual de joven que yo. Veo en ella una sonrisa desbordante. Su blusa roja hace arder su pelo negro. La acompaña un niño pequeño, al parecer su hermano, qué tierno. En mi interior hay algo que me obliga a seguir mirándola. Es hermosa, me quema.

Ella, como presintiendo que hay alguien pendiente de su figura, desliza su mirada hacia mí. Un escalofrío enorme y punzante me ataca el diafragma. Rápidamente me refugio en la ventana: un edificio muy lindo. Después de un rato, vuelvo a escrutarla con disimulo, mas en constantes ocasiones percibo que ella hace lo mismo. De inmediato mi mente congrega innumerables frases, anacrónicas preguntas: ¿le habré llamado la atención?,¿cuántos años me disparará?,¿habrá notado mis lentes sensuales?, ¿querrá hablarme?

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Lo que es yo, tengo unas ganas enormes de hablarle, saber cómo se llama y sonreírle, fijarme en la tonalidad de sus ojos y en la curvatura de sus labios, imaginarme dentro de poco tocándolos con los míos. Escuchar su voz.

Invitarla a un tango y a la primera copa de vino, la primera de tantas que nos acompañarán hasta la primera contracción, presentarle a Julio.

Comprender el resentimiento paterno hacia mi persona. Ayudar a lavar los platos hondos; a secar los bajos. Estar atento al teléfono que me acercará su voz. Recomendarle historias y confesarle que me creo cronopio. Averiguar si sus amigas me adulan o me critican. Sentir la textura de su sillón favorito. Cantar juntos sus influencias. Tomar nuestra taza mañanera en el balcón de un séptimo piso y sentir la neblina que nos arrullará incesante. Y abrazarnos. Y hacernos promesas... Adoptar una mata de pelo inquieta. Compartir cuerpo y alma. Presenciar su primera contracción como si fuera propia. Dejar ir a esa criatura que se alimentó de nuestra eternidad y de nuestro dinero. Discutir inútilmente los errores pasados que cometeremos y que provocarán mi resentimiento paterno hacia otro. Sentarnos frente al señor de bata blanca que me hará descubrir que ella me dejará en febrero, que ya no habrá vuelta. Dar el último suspiro juntos para saludar de frente a la temible muerte ... Pero no hay absolutamente nada, lamentablemente esto sólo se queda aquí, como una pesadilla que termina de golpe.

Llegó la hora de descender. Decirle adiós sin decírselo. Dejar que vaya donde quiera que vaya y no verla nunca más, ofrecerle mi anatomía de lejos, pero que la figure cerca. Sin embargo, quiero mirarla por última vez para saber si ella realmente también lo hace. Un temor y muchos nervios juegan con mis estados unidos. El Metro se detiene y abre sus puertas alegremente ¡Desciende hijo mío y disfruta de lo que queda de viaje, felicita a tu madre! Pienso en dar vuelta la cara. No puedo. Es el sentimiento de quedar en vergüenza, expuesto, desnudo .. . ¿Y si en verdad, en vez de mirarme como yo pensaba, lo hacía con pudor?,¿ creía ver en mí un monstruo hambriento de sangre juvenil?

Decepcionado estoy y decepcionado me voy. Escucho cómo el Metro empieza a despedirse y es ahí, en ese momento, cuando giro para mirarla,

para regocijarme en su ardor ... pero ya no la puedo ver, ya no hay nada que pueda hacer.

El trayecto a mi hogar es de diez minutos, aunque mi cerebro ha vivido cien

días y mi corazón sufre los efectos de una droga alucinógena.

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Cuestiono mis actos y mis propias reflexiones. Me cansa pensar siempre en lo mismo, no obstante soy incapaz de romper el esquema, la rutina. Finalmente su figura queda depositada en la sala de espera del olvido, el destino frecuente para mis vivencias. Llego a casa y saludo a mamá.

--¡Hola hijo! ¿Cómo te fue hoy?

Felipe Espinoza Neira. Colegio San Damián de La Florida. 4omedio

Cada vivencia puede ser contada, por más insignificante que parezca: desde un despertar apagado, hasta una palabra que quiere decir algo más que un hola, o algo menos. Lo importante es tener las herramientas para poder dar cuenta de la intensidad personal de esas vivencias. Lo que me lleva a escribir es una necesidad, como aquel sujeto que se siente vivo al pintar, o aquel que se siente lleno al enseñar. Es donde dejo plasmado mis sentimientos y mis reflexiones. Una necesidad tan fuerte que me lleva a dejar al sueño en segundo plano. Hundirme en mi inconsciente hasta no poder más. Dejar plasmado en una hoja una historia, para siempre. Finalmente el escribir, más que una motivación, es una necesidad.

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3°Lugar

El Charrango Millaray González Gatica Liceo Sagrados Corazones de San Javier

--Ese tiene que haber salido a tomar, por eso que no vuelve, el muy desgraciado, anda a verlo al Retén y llévale la olla chica con pancutras--. Eso fue lo que me dijo mi mamita (doña Marina como le dicen las vecinas), porque siempre le pasaba lo mismo. Mi taita iba a tomar vino con sus amigos, formaban peleas, se pegaban unos cuantos combos, se ponían dos o tres tajos con la cortapluma y las viejas copuchentas, al ver la sangre brotar por entre las camisas grasientas de los borrachos, comenzaban a gritar y mandaban a un cabro chico que le avisara a los carabineros lo que estaba pasando.

Entonces mi taita, después de haber sido bien apalia'o, por los pacos se quedaba en el retén to'a la noche y lo soltaban cuando se le pasaba la cuara'era, al otro día. Mi mamita le mandaba a dejar una olla con comida "pa' que no se muera de hambre ese sesos con agua'; decía ella. Como yo era el más chico tenía que ir, mis otros hermanos estaban trabajando y yo me quedaba con la vieja de vez en cuando. Fui al retén, llegué con hartaza vergüenza donde los señores carabineros y le pregunté al primero que vi por mi paire, me dijo:--el Charrango no está na' aquí cau'ro--. Le pregunté si lo había visto en alguna parte y dijo:-- no lo he visto en ni'una pelea de curaos en esto días.

Me fui, llegué a la casa, le dije a mi mamita que no estaba detenido. Ella se preocupó y como el Garrincha ya había llega'o del trabajo, me mandó a buscarlo con él. Fuimos a toititas partes, le preguntamos a los vecinos, en el almacén de Doña María la vieja pellizco esa, pasamos donde Don Lucho, a ver si había ido a comprar vino por ahí. Nos dieron una caña de bigotia'o y el Garrincha quedó con gusto a poco y pidió otra; le dije que no tomara tanto porque andábamos buscando al taita, pero se me curó igual y por las puras nomás, al viejo nadie lo había visto por allá. Me llevé a la rastra al otro pa' la casa, allá la vieja casi nos pega a los dos, por borrachos y por desobedecerle, me dio un palmetazo y--partiste a buscare a tu paire mierda--me gritó, a todo hocico.

Caminé harto, le pregunté a toda la gente que veía pasar y na' que tenía noticias de mi taita. Anduve to'a la tarde puro brutiando a la siga de un rastro

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de él y como era verano no oscurecía tan temprano. Me dio hambre y me fui pa' la casa de nuevo. Allá, la vieja casi me agarra a palos cuando le dije que no supe nada. Puse la olla a calentar al fuego, con las pancutras que

le había llevado al viejo en la mañana. Me las comí, estaban re güenazas, claro que con hambre todo es bueno, eso sí. Cuando terminé mi mamita me dijo:--anda a ver a tu paire pa'lla donde estaba trabajando ayer-- Allá partí de nuevo, quedé to'o moja'o, estaba el callejón lleno de agua, toitito anega'o como si hubieran dejado el agua corriendo toda la noche. Crucé unos cuantos alambres pa' acortar camino y llegué al potrero donde mi taita tenía que regare. No lo vi, lo busqué con la mirada, pero el sol del atardecer me encandilaba, caminé por la orilla de las moras, estaban todos los porotos anega'os. Iba llegando al desagüe y vi el agua como media roja, pensé que era un vacuno al que mataron y habían dejado la sangre correr por ahí.

Dios hubiera querido que fuera eso, pero el colu'o metió sus narices. Le reconocí la camisa a rayas que tenía, esa misma que le había regala'o la tía Aurelia. Quede hela'o, no lo creía, fui corriendo, lo di vuelta y era él. Mi taitita todo machuca'o, con la cara destroza; la piedra con la que le habían pega'o en la cabeza estaba tira' un poco más allá del cuerpo.

Yo lloré, me pasé las manos por la cara, quedé todo manchado con la sangre

de mi paire. Estaba muerto, todo moli'o el pobre, el animal que le hizo eso debe estar quemándose en el infierno a estos años. Grité, pero nadie me escuchó, estaba pa'l bajo y pa'lla, antes no había casas, ni nada. Me fui corriendo entonces pa' la casa, llegué como endemonia'o, no supe qué hacer, cómo le iba a decir a mi mamita eso.

Le conté al Garrincha, que ya se la había quita'o la cura'era, se puso a gritar y nos fuimos corriendo pa'l bajo. Yo creo que ahí mi maire se dio cuenta de lo que había pasa'o. Lo trajimos pa' la casa como pudimos, mi mamita se cayó, desfalleció al verlo, llegaron los vecinos con tanto alboroto, llegaron los pacos, nadie sabía quién había hecho esa tremenda malda:

Lo velamos en la casa y lo fuimos a enterrar, en la carreta de Don Heráclito al cementerio de Linares. Mi mamita, de negro, arriba de la carreta, con la cara demacra' de tanto llorar y nosotros con el Garrincha a pie noma, con mis otros hermanos. Yo quería saber quien había sido el miserable que mató a mi taita, afilé la corta pluma y todo; el Garrincha decía que le daría con el hacha y también le sacó filo. Mi mamita lloraba y lloraba y me di cuenta que quería harto al viejo, aunque lo tratara de desgraciado y siempre se quejara de él. Ella pedía que no hiciéramos tonteras porque se quedaría sola y nosotros encerraos en la cárcel, como criminales.

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Busqué por harto tiempo al culpable y un día supe que fue el Nene, un amigo de parranda de mi taita. Yo no hacía más que agarrarme la cabeza y pensar en lo que podía hacer.Yo lo conocía de cauro chico, siempre andaba

de parranda con mi taita, eran como uña y mugre. ¡Pensé, pensé, las manos me tiritaban! No sé cómo llegué a la misma parte donde encontré a mi taita

muerto.

Yo era su hijo y tenía que vengarlo, pero tampoco podía dejar sola a mi mamita que ya estaba muy re viejaza, mis hermanos ya tenían su vida hecha y la dejarían ahí sola noma: Pero con la cabeza media turbada, era como si anduviera endemonia'o, tantié si tenía el cuchillo en el cinturón y me fui. Lo busqué, ahí estaba el desgraciado, donde Don Lucho, en la misma mesa que sentaba con mi taita, tomando estaba, como que supo a lo que iba y se paro pa' irse. Ahí lo pesqué de un ala, saqué la cuchilla y se la puse en el cuello,

me miró como con misericordia, no dijo ni'una palabra, entonces una mujer gritó y la cuchilla cayó al piso grasiento.

Millaray González Gatica Liceo Sagrados Corazones de San Javier 4'medio

Me gusta escribir porque la literatura traspasa el tiempo. Un escrito es la materialización de los pensamientos y no se quedan flotando en el aire, perdidos en lo que pudieron ser y no fueron. Hay miradas que no se olvidan y anécdotas que quedan mudas. Yo voy recorriendo el campo en busca de historias, de leyendas, refranes, tragedias y algarabías, para que no se desvanezcan en las horas y los siglos. Escribo para sacar del anonimato a la gente que construyó este Chile y que sigue trabajando con sus manos para elevarlo al infinito cielo. Porque no sólo en las ciudades hay vida, sucesos sorprendentes o personas fuera de serie. Desde los caminos empedrados salieron los primeros caminantes rumbo a la urbe en busca de un trozo de pan y un techo para dejar que su cuerpo reposara de noche. Los huasos y los rotos son ancestros de citadinos que reniegan de su origen, esto ha hecho eco en mi mente, escribo porque soy parte de esa gente.

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Premio Especial José Miguel Varas

El Vaso Vacío Daniel Anich Sfeir Instituto O'Higgins de Rancagua

En una álgida mañana de invierno, Fedor Kafka descubrió que los hombres que le dieron la vida ya no eran más que un pedazo de materia inerte. Ellos yacían acostados sobre un flexible esclavo de plumas que, a su vez, era cargado por otro, pero hecho de madera. Encima del velador, muy próximo a donde se encontraba el padre, había un pequeño frasco que tenía una cinta adhesiva pegada y tenía, escrito con un plumón de color azul, un mensaje que estaba en letras capitales y decía lo siguiente:"CAPSULAS DE CIANURO': Para haber vivido ocho primaveras, estaba claro que el joven Fedor no lo entendió, era como si hubiese entrado en una brumosa niebla tropical. El pequeño huérfano se quedó plantado justo en el límite entre el pasillo y la habitación de sus padres. Permaneciendo ahí, Fedor efectuó un bombardeo de emplazamientos, en los cuales les exigía a sus padres levantarse, puesto que el joven contemplaba, en el velador, cuatro verdes números que daban a conocer que el mundo había dado a luz a un nuevo día. Sin embargo, el

pequeño no recibió ninguna respuesta.

Dudó que dos blancos pilares, vestidos por una elaborada tela gris, avanzaran sigilosamente por la cámara, acercándose a la cama y pasando por el cabezal de esta, hasta llegar al otro extremo donde se encontraba el padre. Se disponía a tocarlo, pero una vez que sus dos diáfanas esferas apuntaron hacia el frasco, decidió, más bien, tocar el frasco. Aquellas dos

carnosas mariposas le daban la vuelta al envase hasta que vio que en el costado inferior de la etiqueta de éste, en letras capitales, decía lo siguiente: "LABORATORIO LAVOISIER':

Esto último quedó rondando en la cabeza del pequeño, quien trataba de comprender quién (o qué) era Lavoisier; y entender esto era como si una paloma atravesara exitosamente el vidrio de una ventana cerrada. Quien descubrió a los dos cuerpos, estando conscientemente, fue un cartero que fue a dejar una carta para la sra. Kafka. Una vez que se realizó el funeral, el pequeño Fedor quedó bajo el amparo de unos· tíos suyos del lado materno. Ya no hallaba a dónde ir, la cebra deambulaba por aquel luctuoso y sombrío patio. Esta miraba a sus demás compañeras, estaba condenada a estar detrás de una opaca muralla, la cual dividía el libre albedrío del presidio. Esta no

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encontró mejor cosa que echarse, en cuatro patas, y ver cómo sus semejantes "galopaban" persiguiéndose para provocarse algún daño. Esta corrida hizo que una nube de tierra y polvo se levantara, cosa que impidió que la cebra, de la cual estamos hablando, pudiera presenciar algo del combate.

Así como la caída del imperio Romano marcó la historia del hombre, el óbito de los padres de Fedor Kafka significó un hecho nefasto para él: el fin del reinado de la alegría en la cara del joven. Aquel profundo ímpetu que él poseía, le permitió durante su infacia, constuir amistades, en las cuales se destaca las que sostuvo con Jean Paul Camus, Maree! Unamuno y Soren Nietzsche. Como ya no tenía aquella sonrisa conquistadora, Fedor estaba condenado a plagar a su entorno de rencor y pesimismo, de ahora en adelante.

Una mañana, aquel hombre que había soportado diecisiete inviernos, después del deceso de los hombres que lo trajeron al mundo, fue desayunado por la ruin ira, que lo emplazó a patear unas cuantas sillas del comedor, puesto que el día anterior había perdido un juicio, en donde un primo suyo lo denunció por tratar de quedarse con una herencia que no le correspondía.

Una vez que terminó este incidente, salió de su casa y vio que el cielo había bajado una cortina de nubes para quedar en intimidad con el sol. Fedor, con el ceño fruncido, no había de haber andado unos cuantos metros cuando se topó con su amigo Jean Paul Ca mus. Una vez que este lo avistó, se le acercó para tocarle, imprudentemente, el pleito judicial que tuvo que encarar su amigo de infacia el día anterior. Fedor, "colocando cara de Gaugamela'; estampó con insultos a Jean Paul, dejándolo estupefacto debido a tal arrogancia emitida. Este último, no se quedó de brazos cruzados y alzó más la voz contra él, detonando más arrogancia aún. Estuvieron a punto de reñir, en medio de la calle, cuando un cuidador de coches y otros dos peatones los contuvieron. Tanto, Fedor como Jean Paul, continuaron sus caminos respectivos, con la intención de no verse nunca más.

Un recio grito se escuchó desde el otro extremo del patio, lo que provocó que la pugna cesara y, por ende, que todas las cebras (incluyendo aquella a la cual nos estábamos refiriendo) quedasen boquiabiertas y se formaran dos filas opuestas que cruzaban el campo paralelamente, dejando un holgado espacio en el centro de éste, por el cual atravesó un hombre fornido, con cara amenazante y pisada napoleónica, adviertiendo que quien se atreviese armar otro campo de batalla sería azotado sin piedad alguna.

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Las nubes comenzaron a llover, sin cesar, lo que hizo que prácticamente inundara la ciudad. Fedor, que trataba de olvidar el incidente con Camus, gesticulaba unos movimientos bruscos y agresivos cuando caminaba. En eso, nuestro desdichado protagonista resbaló en un charco, lo que hizo que el público que se encontraba a su alrededor rompiera en carcajadas. La ira se repitió el plato, devorándose a Kafka, contundentemente. Esto desencadenó en el hecho de que Fedor quería descargar su rabia; es por eso que se lanzó contra uno que se reía del percance de él y lo comenzó a agredir, brutalmente. Resultaría que el agredido sería, nada más ni nada menos que, Marcel Unamuno, fiel amigo de la escuela. Mientras la gente trataba de acabar con la situación, Fedor provocó que desde el interior de Marcel despertara un potente sentimiento iracundo de vengar la situación: trató de empujar a Kafka para, así, lanzarse como pantera contra él. Pero fue inútil, puesto que Fedor lo tenía, completamente inmovilizado. En eso, el desdichado protagonista vio que una patrulla policial se aproximaba para arreglar el asunto, debido a eso, Kafka dejó a Unamúno tirado en el piso y salió corriendo.

Un plato de carne de puerco rancio y guarnecido por unas espinacas mal aliñadas se le presentó a la cebra para su almuerzo. El mismo hombre fornido de la otra vez le advirtió que si no se devoraba el plato, sería castigada en no comer por un día completo. Esta lo hizo, así, aunque lo escupió, dejando una marca de vomito, a lo largo del patio.

En la vuelta a casa, Fedor vio a un caído en el suelo, el cual resultaría ser su mejor amigo en el colegio: Soren Nietzsche. Éste se había tropezado con un trozo de pavimento levantado que no vio mientras caminaba. Soren lo reconoció y le pidió ayuda, pero el alma de Fedor no tocó el corazón del protagonista, por lo que lo ignoró y, como alguien dijo "pastelero a sus pasteles'; le dijo que era su problema solucionar ese percance. El desdeñoso Kafka siguió de largo y Soren, dando patadas y golpes contra el suelo, se convirtió en víctima del cólera.

El fornido hombre se dirigió hacia la cebra que se encontraba cabizbaja y decaída. Curiosamente, aquel señor ignoraba la identidad del caballo albinegro, ya que sólo recibía las órdenes de altos mandos de vigilarla. El hombre, se planta frente a la cebra y le pide que se ponga de pie, que se identifique, diga el crimen que cometió y qué la motivó a hacerlo; esta se paró en dos patas, dando dos pasos en el mismo lugar, y respondió lo siguiente: --Kafka, Fedor 178; mi oficial. Le prendí fuego al Laboratorio Lavoisier, porque quise vengar el suicidio de mis padres, puesto que las cápsulas de cianuro

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con que se mataron fueron hechas ahí, además, de tratar de apoderarme de una herencia que no me correspondía y otros ruines hechos-

En ese instante, Fedor escuchó los pasos de tres seres andando por el pasillo. El desdichado protagonista quedó impactado con lo que vio: Se colocaron otras tres cebras (una del lado de la otra) en frente de otro oficial, exigiéndoles los mismos datos a éstas.--Camus, Jean Paul 222. Abusé de un hijo mío, físicamente--dijo uno. --Unamuno, Maree! 223. Le dí una estocada en el corazón a mi señora por haberme sido infiel'; dijo otro. --Nietzsche, Soren 224. Dejé morir de hambre a mi hermano pequeño, puesto que todos los comestibles me los devoré yo solo"--dijo el último.

Fedor dejó escapar unas cuantas lágrimas, puesto que se veía como el culpable del mal de todos sus viejos amigos. Se dio cuenta que desencadenó una peste, que satisfizo la vanidad y los deseos de venganza de sus viejos amigos. Ya era demasiado tarde para frenar aquel maligno cáncer que él mismo había comenzado y expandido. Desde aquel entonces, Fedor Kafka tuvo una fuerte convicción: veía un vaso vacío ... Era un pesimista.

Daniel Anich Sfeir Instituto O'Higgins de Rancagua Jo medio

Cuando me preguntan el por qué quiero escribir, me preguntan el por qué quiero pintar mi voz. El hombre ha dejado demostrado que éste manifiesta la intención de dejar un legado y una huella imborrable en la historia, sin importar el tipo de disciplina. Lo mismo me ha ocurrido a mí: Mi espiritu humanista ha logrado tocar dos partes de mi cuerpo que me permitirán escribir el cuento que relataré: el corazón y el cerebro, los que serán esenciales para poner en marcha mi motivación por escribir. Pero lo más importante para mí, es que cuando el hombre escribe, este aprende a manifestar un mensaje que, perfectamente, puede ser universal.

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Premio Especial Antonio Skármeta

La fuga Rosario Quinteros Maffett Instituto O'Higgins de Rancagua

No sabe qué responderle. Se desespera y maldice en voz baja. Nadie lo escucha. Siente la frustración canalizada en las entrañas de sus dedos. Arroja el lápiz contra la pared del cuarto. Sucedía siempre igual, el hilo estaba destinado a cortarse. Era inexorable.

- iBraulio, ven a tomar once! -exclamó una voz femenina desde el otro

lado del pasillo.

Nadie responde.

-¡Se te va a enfriar el café! -tronó la mujer nuevamente.

El café, el café. Qué importaba la cafeína si de su lápiz no era capaz de brotar una frase, por breve que fuese.

-¡Voy! -replicó por fin, tanteando sus bolsillos en busca de un nuevo lápiz. Los compraba baratos en el almacén de la esquina a sabiendas de que su calidad no era de la mejor, por lo que no sería de extrañar que el lápiz que arrojara momentos antes se encontrara ya trizado y con la tinta manando a borbotones sobre la alfombra.

Abandonó el cómodo asiento que le proporcionaba una de las esquinas de su cama de una plaza y media para recorrer el estrecho pasillo que comunicaba el cuarto con la cocina. En ella, la mujer, cuya voz lo había estado llamando,

balanceaba sutilmente su pincel sobre una tela rectangular que reposaba en la base de un atril.

Braulio notó que había apartado uno de los pisos de la pequeña mesita para dedicarse a su arte. Emilia ahogó su pincel en un vaso cuya agua antes cristalina, se tiñó inmediatamente de amarillo. Acercó su piso a la mesa y no pareció importarle el hecho de no haberse desprovisto de su delantal abarrotado de manchas de pintura.

-¿Qué intentabas? -le preguntó ella de improviso.

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-Un canto o un himno. Quise ser original esta vez.

-Original- ironizó Emilia torciendo el labio-No puedes darte el lujo de probar cosas nuevas. No por ahora.

-Por eso tú estás pintando un florero- le replicó, indicando la tela sobre el atril-Una cosa así no tiene ningún futuro.

-Lo mío es diferente-se defendió Emilia, poniéndose de pie y encendiendo la pantalla de un pequeño televisor.

-No, es lo mismo. Ya no quiero escribir más sonetos-manifestó Braulio cruzando ambos brazos sobre la mesa como una oculta señal de rebeldía, de la cual Emilia no se dio por enterada.

Llevaban años así: encerrados cada uno en un espacio íntimo del que solo escapaban al momento de criticar al otro. Podían hacerse pedazos al bombardearse con palabras hirientes, atrincherados en sus metros cuadrados: Emilia pintando cuadros predestinados a no conocer jamás el rincón de una galería de arte, y Braulio escribiendo versos que acabarían perdidos en el tacho de la basura. Se conocieron hace ya casi una década. Salieron juntos durante un tiempo antes de decidir irse a vivir bajo el mismo techo, sin anillo de compromiso ni vestido de novia de por medio. Nada de aquello perduró en el momento en que la desesperación se encargó de consumirlos. Braulio comenzó a considerar los cuadros de Emilia simplistas y falsamente intelectuales. Ella se defendía atacando los poemas de Braulio, que a su juicio eran cada vez más cebollentos y banales. Falsos. Y era precisamente como si todo aquello no fuese más que una mentira descubierta tardíamente. Ahora, mientras el ruido proveniente del televisor de escasas pulgadas camuflaba el silencio que se había impuesto entre ambos, Emilia y Braulio engullían sus panes sin prisa.

- ¡Años quemándonos la cabeza con los concursos! -gritó Brau lio con evidente rabia-Y nunca ganamos, siempre son otros. En el colegio me ganaba todos los cartones en los actos porque nadie más escribía. El profe Garcés, del lnsitituto, me decía que algún día tenía que participar en el Regional de poesía porque era seguro que lo ganaba.

-Te lo dijo para no matarte la ilusión-lanzó Emilia sin piedad- ¿Qué más te iba a decir? Él, un supuesto artista que terminó haciendo clases en un instituto no acreditado. ¿Qué? No te iba a decir que los poetas como tú no

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ganan concursos, no publican y nunca van a ver su apellido escrito con letra antigua en la tapa de un libro empastado. En ese caso nadie habría seguido yendo a clases.

Ella era así, en ocasiones. Brutal y despiadada en sus comentarios. Braulio siempre guardaba silencio y dejaba que la ametralladora verbal de Emilia lo atravesara sin oponer resistencia. Buscaba algo en qué distraerse mientras la tensión perdurara en el ambiente. Esta vez fue la televisión, encendida frente a ellos en la cocina. La señal debía lidiar con las interferencias y a ratos sólo era posible contemplar retazos de imágenes en la pequeña pantalla. Hacía pocos minutos, seguramente, había comenzado la transmisión del programa. Se dejaba entrever el bajo presupuesto que lo financiaba a través del pequeño cuarto con un estante de fondo repleto de libros gruesos, común y vulgar, pero con aires de querer semejarse a una biblioteca. Un entrevistador, un joven poeta.

- ... Pero tienes apenas treinta años y críticas extraordinarias respaldándote.

-Ahora puedo decir que soy poeta y vivo de esto, cuando antes escribía con la ilusión de publicar.

-¿Y qué ocurre con los que la ingratitud no los abandona?

-Deben perseverar y verán los frutos. Solo un grupo selecto es capaz de escribir un verso.

Braulio presionó el botón del televisor sin decir palabra. Las imágenes cesaron y los ojos marrones de Emilia lo miraron ausentes, como si lo atravesaran perdiéndose atrás, mucho más atrás.

- ¡Qué cerdos se ponen los poetas con una cámara al frente! -puso en evidencia Braulio-Y el de ahora, ése sí que era un cerdo.

-Eso lo dices desde el más puro resentimiento-le dijo Emilia, sosteniéndole la mirada-De tener la oportunidad de ir a una entrevista en la tele dirías lo mismo. Especialmente si consideramos que en diez años ni siquiera te has ganado el cartón al poeta de la cuadra ...

Braulio no la dejó terminar. Sujetándola por los hombros abruptamente y con la torpeza de un hombre vulnerable y raras veces violento, obligó a la mujer a no despegar los labios. Emilia deseaba acariciarlo, palparlo o al

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menos ser capaz de mirarlo sin sentir odio. Pero no pudo, tan solo fue capaz de contemplar el par de tazas de café y deducir que ya debían haberse enfriado.

-¡Cállate! -descargó Braulio soltando a Emilia y cubriéndose el rostro con las manos-Yo nunca he sabido hacer nada más que esto: escribir. Perdón por haber confiado en que tenía talento, en que había algo ... Me sentí un elegido del sol, como diría Huidobro, pero me equivoqué.

-Mi viejo era profesor en un liceo-recordó Emilia con un esbozo de sonrisa que no venía a lugar-Sabía de lo que hablaba. Me decía que en la familia éramos de la raza maldita. Que no hiciera de la pintura mi oficio porque de seguro la terminaría odiando. Por culpa de gente como ese poeta de la tele-sentenció amarga-uno cree que le va a pasar igual que a ellos: que solo serán un par de años trabajando en cualquier cosa hasta que te ganes no sé qué premio y puedas dedicarte de lleno a lo tuyo. Pero esas cosas, Braulio, le pasan a muy pocos y a nosotros ya no nos pasó.

Al instante, su figura desapareció tras el umbral de la puerta y Braulio quedó solo. De su bolsillo extrajo una bola de papel cuyo contenido era un poema concebido la semana anterior. Lo estiró sobre la mesa y lo releyó, intentando toparse con algún resabio de genialidad o con un error, algún adjetivo mal usado. Pero nada sucedió, sólo eran él y la hoja separados por un abismo insondable. Braulio no veía qué podía tener de malo su poema, pero al mismo tiempo comprendía que no estaba para ser condecorado. Y lo botó a la basura, apagó la luz de la cocina y se fue sin mirar atrás.

Rosario Quinteros Maffett Instituto O'Higgins de Rancagua Jo medio

Me motiva a escribir la posibilidad de plasmar una creación literaria como forma de expresión, en donde pueden converger experiencias personales e ideas muchas veces mínimas que contienen historias y personajes. A través de la lectura me surgió la inquietud por la escritura, y a medida que se van conociendo autores y textos las influencias cambian, aunque también existe un acto azaroso al momento de escribir que hace propio el texto. Creo que para escribir es fundamental la búsqueda de buenos referentes, junto con el ejercicio constante de la escritura misma. Este cuento surge como una crítica a la generalización del éxito en la que muchas veces caen los artistas, de cara a muchos otros, anónimos, que ven frustradas sus expectativas.

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Premio Especial Nicanor Parra

Desperté en un sueño de muerte Felipe Valladares /barra Liceo Sagrados Corazones de San Javier

Desperté con el respiro húmedo pero cál ido y envolvente de celaje. La mañana estaba muy fría y necesitaba que mi cuerpo quedara estático y mi mente volara por mundos inimaginables. Revisé mi bolsillo y encontré algo de heroína, pero necesitaba más si quería un viaje. Caminé tres cuadras y llegué a la plaza de la ciudad con motivos de conseguir el dinero. Mi ropa daba lástima, así que no era necesario pedir a la gente que me lanzaba las monedas sin interés. Veo mi reloj y me retiro para comprar mi viaje, vuelvo a caminar sin la noción de lo que hago, me sentía extasiado por mi motivo. Camino veloz con mi fiel compañero, llego a mi punto de compra y con rapidez saco mi dinero del bolsillo y lo intercambio con el vendedor.

En ese intercambio tan veloz me di cuenta que sus manos tiritaban, lo miro

a los ojos, estaban rojos al vivo y se movían de lado a lado como un baile interminable de un tango. En ese momento, me di cuenta de su estado. Estaba viajando como yo quería, pero .. .. me pongo a pensar en cómo llegué a esta situación y los recuerdos me llegan a la mente como vagos al calor de una fogata mal hecha. Recuerdo a mi madre, tan llena de alegría con sus cabellos al viento, eran negros como la noche, sus ojos eran radiantes de alegría; con solo mirarlos todos los problemas se hacían pequeños, las manos suaves como la de los bebés, y su figura esbelta. Mi madre .... ¿Dónde estará ahora?, ¿me extrañará?, porque yo sí la extraño. Viajo solo para olvidarla, para olvidar su cara, su voz y sus caricias.

Volví al mundo y me voy a una casa abandonada para que nadie vea mi cara triste y mi brazo inyectándome la droga. Qué bien se siente la sensación y termina rápidamente

¿Qué pasa? No me siento bien, algo anda mal, creo que me muero. No es sólo que la droga ya no hace efecto. Me siento angustiado y pienso en mí, tengo doce años y vivo en la calle, tengo el cabello sucio, pero antes de esto lo tenía reluciente, mi ropa toda rota y sucia, mi brazo es el más afectado, está morado y con agujeros, es mi marca, creo. Dormiré con mi fiel amigo.

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Despierto como todas las mañanas, me dirijo a la plaza de la ciudad y veo un grupo de tres chicos, pasé por su lado y me empujaron. Mi perro sale al ataque, pero tres contra uno siempre es una desventaja. Corro rápidamente

a socorrerlo y lo veo lastimado, sangrando, mi llanto emana de mi ojos rápidamente cayendo en el cuerpo ya sin vida de mi celaje, el que me cuidaba y daba su calidez en las noches frías. Mi único amigo ha muerto por mi descuido.

Sentí un fuerte golpe en la cabeza y despierto en el hospital con vendas en mi cabeza y un líquido transparente baja por una manguera conectada a mi brazo. Una persona se hace presente. Parece de autoridad, con su terno negro y sus zapatos lustrados. Se me acercó y me entrevistó, dijo que venía del hogar de menores. Dijo que al reponerme me trasladarían a ese lugar para encontrar familiares y buscarme un hogar y pensé rápidamente en mi madre. Al pasar los días me sentía mejor, ya casi recuperado; al tercer día me dan de alta y me retira el mismo señor que me hizo la entrevista.

Llego al hogar de menores y me preguntan por el nombre de mi madre para localizarla. Respondo con entusiasmo y alegría Tania del Solar González Rojas. Pasan unos minutos de gran suspenso sin respuesta, solo miradas tímidas a través de la pantalla del computador. De repente, una mujer de

gran presencia me toma por la espalda y me lleva a caminar al patio. Yo, impaciente, le pregunto qué ocurre, por qué no me dan respuesta de mi madre. Ella, sin mayor preámbulo, y debido a mi insistencia, me dice que mi madre ha muerto hace 1 año en un accidente laboral.

Mi reacción es correr, llorar y gritar. Corro por las anchas calles de Val paraíso, pensando en el tiempo que estuve sin ella, que ya no iba a tener sus abrazos ni su ternura. Cruzo la calle para ir al puerto, cuando un camión me impacta, dejándome tendido en la cálida acera, acabando con mi vida y mi terrible soledad.

¿Qué pasa? ¿Dónde me encuentro? Qué bien me siento. Creo que he vuelto a vivir.

Felipe Andrés Ignacio Valladares /barra Liceo Sagrados Corazones de San Javier 4omedio

Me gusta escribir, porque es posible crear mundos sin límites, dejando al descubierto historias inimaginables para algunos lectores. La concentración se eleva y crea la historia en la mente para luego plasmarla en las hojas; no importan las equivocaciones, siempre se encuentran las palabras correctas para completar la frase.

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Premio Especial Pablo Neruda

Pedazo de vidrio Osvaldo Castro Rodríguez Instituto Nacional José Miguel Carrera de Santiago

El sonido del vaso roto retumbó en su cabeza. Le pareció que el tiempo se detenía, le pareció ver cómo el vaso estallaba, lentamente, en mil pedazos, tal como su corazón estaba roto desde hace tiempo. Sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas sin poder evitarlo, sin poder controlar aquellos sentimientos que brotaban a borbotones desde su interior.

Recogió cuidadosamente los vidrios, intentando no cortarse. De pronto, tomó uno de los pedazos y lo observó detenidamente. Por un momento, se dejó llevar por la hermosura de su imperfección. Su forma no tenía sentido, su existencia no tenía un mayor valor. "Ta l como yo'; pensó.

Su mano se movió por sí sola, como atraída magnéticamente. No estaba consciente de su actuar. No estaba pensando. De pronto, sintió cómo el líquido rojo bajaba por su mano. No se sobresaltó. Goteaba hacia el suelo.

Miró lentamente hacia abajo. El charco estaba cada vez más grande. Tomó una silla y se sentó. No podía más que esperar.

Despertó sudando, pero con una calma que hasta a él mismo le causó extrañeza. "Soñar con el suicidio no es normal. . . creo'; susurró. Miró la hora en su celular, eran las 4.30 horas de la madrugada. No tenía sueño. Prendió la lámpara que se encontraba en su velador y se quedó mirando el cielo de su habitación. Era una noche calurosa de un verano que parecía no acabar. A él ya nada le importaba, por más que pensaba ya no encontraba un sentido a su vida. De hecho, mientras más pensaba, menos sentido le hallaba.

No sabía cuándo había comenzado todo. En realidad, tampoco lo consideraba relevante. De qué servía saber el cuándo, el dónde, el origen de todo. Él buscaba simplemente el final. El momento aquel en que la pesadilla acabara, el despertar o, en su defecto, el sueño eterno. El instante en que por fin abriera los ojos o los cerrara para siempre.

Miró su muñeca, que hacía unos segundos había sido manchada por su propia sangre. Por un momento, encontró aquella imagen hermosa, el rojo adornaba la escena de una manera sutil, pues en el sueño - o pesadilla -

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la sangre había brotado de sus venas sigilosamente, casi con timidez. A su parecer, era como la dosis justa de disonancias dentro de una composición musical. Visualizó las gotas caer lentamente y, por un instante, sucumbió

ante la idea de recrear aquel acto.

Sacudió la cabeza y sonrió. Al parecer, su locura estaba más consumada de lo que él mismo había creído. Se levantó y caminó hacia la cocina, la sed comenzaba a nacer dentro de su organismo. Abrió el estante y sacó un vaso. Lo observó por unos segundos. Sus ojos se desorbitaron y su rostro palideció. El vaso cayó precipitadamente sobre el duro piso cubierto de cerámica. Se vio tomando un trozo de vidrio quebrado. Una sonrisa se dibujó espontáneamente de sus labios. Cerró los ojos y suspiró.

Al abrirlos yacía sentado en una silla. Su brazo caía a un costado derramando sangre sobre un enorme charco que decoraba el blanco suelo de aquella cocina. Eran las seis en punto de la madrugada. Vio una luz que se expandía de prisa, hasta nublar por completo sus ojos. Luego, todo se oscureció.

Sintió un calor insoportable, más grande que todos los que había soportado durante el último tiempo. Abrió los ojos en medio de una habitación

repleta de humo. No era su habitación. Se levantó de la camilla con su camisa blanca de hospital. Ya no resistía la asfixia que el incendio le estaba provocando. Rompió la ventana y miró. Tomo un pedazo de vidrio y observó su hermosa imperfección. Entonces una luz se reflejó y entró directamente a sus pensamientos, pero al instante se extinguió, alcanzando, antes de esfumarse, a dejar un indicio dentro de aquella mente confundida. El joven creyó comprender el origen de todo. Ese vidrio sí tenía un valor, sí tenía un sentido, existía para que él lo rompiera. Y él. .. él había nacido .. . para morir. Sonrió y cerró los ojos, justo antes que su cuerpo se desplomara inerte sobre el piso blanco de aquella habitación.

Osvaldo Castro Rodríguez Instituto Nacional José Miguel Carrera de Santiago 4omedio

Motivos para escribir hay muchos: un sentimiento, un anhelo, un miedo, un sueño o una pesadilla. Pero la más grande motivación es el poder leer el escrito una vez terminado, y sumergirse en sus aguas, unas aguas muchas veces desconocidas; poder desentrañar sus misterios, conquistarlos, asimilarlos, porque aunque vengan de nosotros mismos, se escabullen fácilmente si no son encapsulados en un papel.

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Premio Especial Gabriela Mistral

El reencuentro Camilo Carvajal Reyes Liceo Amanda La barca de Vitacura

La primavera era una pesadilla: la alergia no la dejaba en paz. Ni hablar del verano y sus tardes infernales de 40 grados. Algo mejoraba en el invierno, cuyas gotas danzantes y sus vidrios empañados le provocaban cierta paz. Su otoño en cambio, era especial. Le relajaba la manera con que esas primeras brisas acariciaban con suavidad su rostro cansado y arrugado. Mantenía un incansable diálogo en el que conversaba a susurros con las oscilaciones de las ramas de árbol. Intercambiaba su llanto con la lenta caída de las hojas caducas de los árboles, los cuales, todos los días se preocupaba en barrer, imaginando que eran ellos, los árboles, los que secaban las lágrimas de sus mejillas, suavizando la inmensa soledad, que a sus 63 años, la invadía casi

por completo.

Doña Beatriz era de mediana altura, de cabello negro y ojos castaño oscuro. Su mirada era penetrante, pero honesta y se complementaba con su

melancólica expresión cada vez más acentuada por sus viejas enemigas, las arrugas, que la invadían cada vez más a medida que el tiempo transcurría, aunque a Beatriz poco le importaba, en una especie de aceptación a estar

encadenada a su soledad.

Su silente hogar se alzaba en un pasaje tranquilo, en donde abundaban rumores y falsas historias acerca de doña Beatriz. Su casa, con sus innumerables habitaciones y desgastadas paredes, eran objeto de imaginación de niños y jóvenes quienes no dudaban en afirmar alocadas tesis que trataban de explicar su austeridad. La sala de estar era lugar de objetos olvidados que soñaban con alguna vez volver a ser observados, entre los que había filas de libros, diccionarios y enciclopedias de los tiempos en que ejercía de profesora y una aburrida colección de monedas antiguas; todo esto cubierto por una ya no tan fina capa de polvo. A un lado de su pieza se encontraba una silla de madera, sin barnizar, en la que Beatriz, con los ojos cerrados, se sentaba a escuchar el mismo compilado de boleros que giraba una y otra vez en su antiguo y desgastado tocadiscos. Su habitación era su refugio y su ventana un portal entre ella y el mundo exterior. Corría las cortinas y observaba todos los días a los niños pequeños jugar en la plaza. Así pasaban los días, los meses, los años. Todas las cosas,

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la gente, su barrio, todo el mundo cambiaba con el trajín del tiempo, todos menos ella. Su frustración consistía en que por más que en su mente buscara, no encontraba aquel momento en sus recuerdos que explicara el por qué de

ese vacío en su alma. Las lágrimas de sus ojos no podían llenar aquel puesto, a su lado, en el desayuno, ni tampoco podían ocupar ese lugar a su lado en su cama, en esas noches frías.

El otoño era así, ella lo sabía, pero, ¿hasta cuándo seria así? En esa helada mañana corría por su mente ese frági l hilo de pensamientos. Ella bien sabía que el otoño era así, porque su vida así lo permitía y lo aceptaba, tristemente, como si su historia fuera una novela que se negaba a terminar.

Aquel amanecer Beatriz comenzó a observarse. Se miró en el espejo, respiró profundo. Caminó lentamente por su hogar, recorriendo sin prisa las habitaciones que por años ignoró. Cada lugar era un recuerdo nuevo; suspiró al imaginar a su abuela tocar el antiguo piano de cola o cuando vio las prendas de lana cuidadosamente tejidas por su madre. Y así, sigilosa, como si de alguien se escondiera, fue hojeando con lentitud los capítulos de su vida, aquellos pasajes que esa frágil memoria había dejado atrás.

Hurgó en cajones, bolsillos de chaqueta, hasta que llegó al final del pasillo

central. Esa última puerta parecía trancada, de modo que al tercer intento ésta se abrió de golpe dando a conocer el pesado aire que se respiraba producto de la humedad. La habitación estaba vacía a excepción de un solitario armario. El pulso de Beatriz se agitó desde el umbral de la puerta. Se quedó parada, dudó acerca si dejar hasta ahí su recorrido; sin embargo, presa de sí misma siguió hasta llegar a la puerta del armario. Esta se abrió, con un crujido. Estaba vacío. Exhaló, entre calmada y desilusionada. Se disponía a irse, pero algo la detuvo. Al mirar otra vez pudo visualizar una caja mediana. La tomó sin dificultad y en ella descubrió unas letras.

--José Luis-musitó, con voz melancólica.

Sus manos temblorosas llevaron la caja a la mesa de la sala de estar, mientras en su mente no paraba de pronunciar aquel nombre. Esperó por varios minutos hasta que la abrió y tomó el primer objeto que encontró: una desgastada foto en blanco y negro pero en la cual se observó claramente a un hombre alto, de cara y cuerpo esbeltos, vestido con camisa y vestón, acompañado de una corbata rayada de quien sabe qué color y un pantalón de tela. Más arriba su rostro irradiaba serenidad y en sus labios cerrados se dibujaba una muy fina sonrisa. Su nariz era algo respingada y su pelo negro

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peinado hacia un lado. Por último, sus ojos hacían que Beatriz se sumergiera en esa m irada profunda y sintiera, como si leyera, las páginas arrancadas de su vida, muchos años después de haber sido escrit as.

Las lágrimas corrían por sus mejillas cada vez que recordaba aquellas historias con su antiguo amor y revisaba esos objetos que alguna vez pertenecieron a José Luis. Llegó hasta el fondo de la caja donde había un sobre abierto y en él una pequeña carta.

"Amor mío, créeme que en estos momentos no hay peor dolor que el que me provoca no tenerte cerca. Mientras más me alejo de ti más insoportable se me hace este viaje. El solo hecho de imaginar que descansas en mis brazos, que te beso en las mejillas y contemplo la suave fragancia que te acompaña, me llena de gozo el alma, pero luego me doy cuenta que en realidad no estás conmigo y me desmorono. Mi princesa, yo sólo te quiero recordar que no hay un solo segundo que no esté pensando en tí y te pido por favor que juntes fuerzas y que estés atenta a la puerta para que cuando vuelva, cuando llegue ese momento, podamos amarnos todo lo que no nos hemos amado estos largos días. Te ama, José Luis:'

Beatriz se quedó inmóvil mirando el vacío. Ya no le quedaban lágrimas para seguir llorando. Fue entonces que, con una fuerza extraordinaria, se puso de pie y caminó con decisión hacia su armario, tomó el mejor vestido y sus mejores zapatos. Se lavó, se maquilló, se perfumó y se vistió. Entonces se miró en el espejo y en él vio una Beatriz joven, sin arrugas. Se sintió viva y hermosa como no se había sentido en años. Con la yema de los dedos, se acarició los pómulos para después sentir todo su cuerpo disfrutando de su

juventud con los ojos cerrados.

De pronto tomó un buen vino, una vela y un frasco con pastillas. Se sentó en el sillón frente a la .puerta con el tocadiscos a esperar con las piernas cruzadas. Pasó más de hora y media. Ya no quedaban ni vino ni pastillas cuando Beatriz empezó a sentir lástima de sí misma. Con los ojos vidriosos se disponía a levantarse, cuando de pronto la puerta se abrió y vio ante ella al hombre de la foto, parado con un ramo de flores, mirándola a los ojos. Se acercaron, se tomaron de las manos y frente a frente se miraron a los ojos.

--Te extrañé tanto mi amor-- dijo José Luis, con sutileza.

Sus labios se fueron poco a poco acercando, poco a poco como si estuvieran imantados, hasta que se juntaron en un beso tan largo como todo el tiempo en que no se tuvieron uno al otro.

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En esa noche, aquella noche helada que el otoño les regalaba, en aquella noche sin final, se reencontraron, se juntaron y se amaron para siempre. Se

entregaron juntos a la pasión, como si fueran uno solo.

Ahora descansaba en paz Beatriz, con las pupilas cerradas para siempre junto a su amor. La copa de vino desparramada en el piso y el vinilo dando vueltas en el tocadiscos. Los árboles de aquel otoño lloraron más que ningún otro, desconsolados porque Beatriz ya no los miraría por su ventana, ya no los consolaría barriendo sus hojas, pues Beatriz, ya no lloraría nunca más.

Camilo Carvajal Reyes Liceo Amando La barca de Vitacura 2omedio

Yo siempre he creído que en la mente de cada una de las personas existe un mundo oculto, un universo completo al cual solo cada uno puede acceder. Muchos de nosotros no quieren o no saben cómo llegar a ese mundo interior y otros pocos viven inmersos en este. Desde mi mundo interior me llegó siempre una voz, que quería salir, estaba atrapada y con el lápiz era la única manera de liberarla. Por eso cuando me preguntan: --¿Qué te motiva a escribir?-- yo respondería que es la única forma de expresar mi universo interior y atender a ese llamado, a esa voz interna. Quizás, si todos nos esforzáramos en mostrar nuestro universo interior nos sorprenderíamos con historias de todo tipo.

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Premio Especial Gonzalo Rojas

Amor, estúpido amor ... Maximiliano Morales Leca ros Colegio Pumahue de Peñalo/én

Yo era un joven, de unos 12 años. Era un pequeño soñador, un pequeño

escritor que no sabía nada del mundo.

Todo empezó desde que escuché, por primera vez el rap. Ya había escuchado antes este tipo de música y me parecía aburrida, pero este rap era diferente, era un rap pensado, muy poético y hablaba de filosofía o de los pensamientos del escritor. Con influencias del rap empecé a escribir poesía. Cuando yo me sentía mal él llegaba y me abrazaba. En el colegio yo me sentía mal, tan solo tenía dos amigos (sin contar mi cuaderno) y con ellos hablaba mucho de

estupideces y sandeces, pero nadie sabía ni hoy sabe que yo puedo llegar a ser muy profundo. El colegio para mí era un caso perdido, no había nadie fuera de lo común, todos ellos eran tan normales y aburridos. Los profesores no solían ser simpáticos y yo tampoco quería ser amigo de ellos (no suelo hablar con gente que no conozco), no me sacaba buenas notas y no quería

sacármelas después de todo.

Lo mejor era llegar a mi casa para abrazar a mi madre, ella era muy esforzada y viajaba mucho, no podía verla mucho porque llegaba tarde de sus viajes. Mi padre era y es muy bueno conmigo, siempre que tenía una duda, él la resolvía rápidamente con gran alegría ya que a él le encantaba que yo le preguntara. Él también viajaba mucho y también lo veía poco(a veces me preguntaba si los niños que no eran de familias acomodadas veían tanto a sus padres).Mi hermano era un músico por naturaleza, él me mostró todo tipo de música y yo me incliné por el rap, él me enseñó que el mundo era muy interesante si investigaba lo que me gustaba a fondo.

Yo crecí viendo a mis padres y abuelos leen, yo hice lo que hacían ellos y empecé a leer escritores como Mario Benedetti, Julio Cortázar y Charles Bukowski con sus historias sobre Henry Chinaski.

Pasó el tiempo y sin darme cuenta llegué a los 13 años. En el primer día de

clases, sentado en la primera silla de la sala de clases, sin saber que en cosa de segundos cambiarían, por lo menos, los 2 siguientes años de mi vida.

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Ella era una niña muy bonita, con unos ojos preciosos que ningún poeta podría describir, con un pelo que ningún peluquero podría cortar, y una personalidad que ningún psicólogo podría descifrar. Cada día que pasaba

encontraba algo bonito que pensar de ella. Sus ojos sonreían con su boca y pareciera que me había dado algún tipo de droga. No podía dejar de pensar en ella y era raro que pudiera hacer alguna cosa que no me recordara a ella. Me latía el corazón muy fuerte cuando se me acercaba y me hablaba. Tenía que procurar que mis palabras fueran más valiosas que el silencio.

Pasaba que me miraba a los ojos y mi corazón por los cielos y mi mente en la luna. Con esto pasándome, me decidí a investigar algo que me diera alguna pista, con lo que llegué al lenguaje corporal y lo estudio muy de cerca el tema, pero había un solo problema, yo soy muy tímido como para hablar

con ella de esto, por esto lo deje pasar.

Ya con 14 años, me harté de mí mismo al no poder hablar con ella de esto que me pasaba. Empecé a investigar el amor. Me enteré que era todo muy vacío, todo era químico y biológico y nada tenía que ver algo con la mente, sólo eran químicos en el hipotálamo. Al mismo tiempo que supe esto, me di cuenta que yo era muy diferente a ella y que nunca yo podría gustarle y no podría hacer nada para cambiarlo. Fue una tristeza extrema que nada, ni el

mejor rap, ni mi cuaderno podría parchar la grieta que se había abierto. Traté de olvidar esa parte de mi vida, pero me fue imposible.

Cansado de esto y con la mente muy confundida, salí a caminar para limpiarme un poco la mente. Mientras caminaba mi cerebro me repetía"me ajusto a la vida, pero ella no es justa ,a quien quiero no me quiere y quien me quiere no me gusta': En eso levanté la cabeza y vi una campaña presidencial que decía el nombre de ella. Ignorando esto, seguí caminado para darme cuenta que estaba parado en una calle que tenía su apellido como nombre. Empecé a caminar más rápido, justo donde estaba caminando estaba una pareja de amigos( un hombre y una mujer de 20 años). El hombre le dice a su amiga( que de casualidad se llamaba como ella)que si quiere ser su novia.

Lleno de locura y odio empecé a correr con mi cerebro repitiéndome "me ajusto a la vida, pero ella no es justa ,a quien quiero no me quiere y quien me quiere no me gusta" sin parar. Con eso me acordaba que ella no era para mí y me odiaba por ser tan tímido y estúpido. Pensé que alguien estaba jugando conmigo un juego enfermizo y triste. Sin pensarlo, me lancé a la cal le contra un auto para suicidarme y terminar con toda esta tristeza. Caí al pavimento, feliz porque moriría pronto, feliz porque no tendría que vivir un día más y otro más pensando en ella, pero lamentablemente sobreviví.

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Maximiliano Morales Leca ros Colegio Pumahue de Peñalolén lo medio

Me motiva escribir porque desde pequeño que lo hago, (perdón de ante mano por faltas de ortografía, me esforcé lo más que pude) Escribo porque me divierto hacién­dolo, es un gran placer haber llenado un segundo cuaderno entero de poemas; escribo porque me tranquiliza y aprendo algo nuevo de mí mismo, escribir no me deja dormir porque una rima me perturba todo el tiempo al estar acostado, empecé a escribir porque me enfermé . ... .. perdón, me enamoré (perdón me desvié de la pregunta). Me motiva a escribir raperos que escucho que son verdaderos genios, hacen unas rimas preciosas y muy bien pensadas. Escribir es como estar uno solo en el mundo por unos minutos, encerrado con música y un lápiz mirando un cuaderno en blanco y por último me motiva a escribir esto: No temas poeta, no fue en vano tu sacrificada existencia, todavía permanecen legibles las seculares tintas de tu gigantesco esfuerzo, tu esencia fecundó las conciencias del ser, y de las ruinas de tu vestigio se erigen hombres cada vez más profundos y perfec­tos, ciclo tras ciclo, nada fue en vano, Yo tampoco temo ya al porvenir, cuando la luz exhale su último hálito, y un puño de roca y lava impacte contra la esfera reduciendo toda vida a fino polvo de piedra y gas, Añicos de átomo imperceptibles partículas migrarán durante m ilen ios a través del infinito desierto de silencio y sombra como despavoridos pájaros huyendo de frio eterno Rafael Lechowski-La eterna esencia

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Premio Especial/sabe/ Allende

El informante Mario Ramírez Ponce Instituto San Martín de Curicó

La muerte. Es un tema que realmente ha intrigado a la personas durante todos los tiempos. Bueno, a la mayoría de las personas, menos a mí. O sea, no es que no me haya interesado, pero me encontraba bastante seguro de mis creencias al respecto. La inquietud nace de la idea de que se acaba todo, que "no hay nada" después de esta vida terrenal. Puras mentiras.

Siempre supe que había vida después de la muerte . .. algo lógico. Podría explicarles por qué resulta tan evidente, pero sería algo aburrido, creo. La cosa es que, naturalmente, nadie me creía. Y como todo hombre que tiene fe ciega en sus convicciones, se los traté de demostrar: mi suicidio fue uno de los eventos más raros acontecidos en mi comunidad el mes pasado, puesto que hasta el día de hoy no encuentran ni motivos ni razones ni explicaciones al respecto.

Pero bueno, no todo salió como esperaba. Obviamente tenía razón, la idea de que la vida termina con el fin del cuerpo físico, era una blasfemia. Pero no consideré un par de detalles. Primero: por alguna razón física que aún no logro descubrir, somos invisibles para los que aún "viven en la primera etapa': Y segundo: solamente nos podemos manifestar hablando, podemos ser escuchados. A simple vista, debe parecer algo limitante, pero es cosa de aprender a "vivir" así, y aprovechar dichas diferencias.

Desde pequeño, siempre me han fascinado las personas. Siendo una más, creo que son seres extraños, auténticas cajas de sorpresas. Y también, aunque suene un poco perverso, en mi infancia me di cuenta que con un poco de astucia, uno se puede divertir mucho con ellas. Pese a no responder a ningún "comportamiento tipo'; algunas de sus acciones son bastante predecibles, y cuando uno aprende a estimular ciertas reacciones, se entretiene bastante. Es por eso que ahora, con esta nueva forma, decidí dármelas de informante, obteniendo muy buenos resultados.

Ahora soy de la escoria de la sociedad, soy de esa parte que todos saben que existe, pero nadie avala su existencia, de esa parte que es considerada amoral, pero que es utilizada por todos. En fin, no pretendo entrar en el dilema ético de si es o no correcta la labor de un informante, solamente afirmo

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que su reputación no es muy buena, pero su desempeño (puedo decir con conocimiento de causa) es bastante lúdico. Y creo que se entendería mejor si les contará una anécdota . . .

Como todos los días, Juan trabajaba arduamente en su oficina. No disfrutaba lo que hacía, por lo que por poco que avanzara, realizaba siempre un esfuerzo (al menos anímico) enorme todos los días. Él estaba convencido que sería mejor ejerciendo como jefe, sentía que había nacido para eso. Además, su jefe también se llamaba Juan: lo creía una clara señal. También como todos los días, se distraía mirando a Claudia, que trabajaba en la oficina de enfrente. A su parecer, la sensualidad de su compañera seduciría a cualquier hombre, era todo un bombón.

A eso de las doce, salió de su oficina para ir al casino, a recargar energías para la jornada de la tarde. Como siempre, era el último en salir.

"El escritorio de Claudia"

Juan miró para ambos lados, pero el pasillo estaba desierto.

"El escritorio de Claudia ... tranquilo, es seguro"

Volvió a mirar. Estaba convencido de haber escuchado a alguien, pero no

había nadie ~n los alrededores.

"Tranquilo, confía . .. El escritorio de Claudia, ve ahora que no hay nadie" Juan estaba algo asustado y algo intrigado. Tenía claro que no estaba loco, también tenía claro que no había nadie, pero también sabía que la voz tenía razón, y que no había ni un alma en la oficina de Claudia. Y como Juan es un hombre, y el hombre es curioso por naturaleza, decidió echar un vistazo. Todo parecía normal en el escritorio, excepto un papel arrugado que parecía haber quedado corto en su trayectoria al basurero. Al desarrugarlo, Juan abrió los ojos como platos. ':Juan, te amo'; "Juan, mi vida" o "Juan, amor" eran frases que se repetían de manera desordenada en el papel. Con la voz totalmente olvidada, Juan volvió a dejar el papel en su posición original, y se dirigió con paso casi saltarín hacia el comedor. El viento comenzaba a soplar a su favor.

Al entrar, vio que Claudia estaba sentada sola en una mesa.

"Ahora es tu momento campeón ... ¡Ataca!"