espiritu y grandeza del libertador

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ESPIRITU Y GRANDEZA DEL LIBERTADOR LUIS ROBERTO BARROSO (Aæo 1964) PROLOGO La vida del libertador, don JosØ de San Martn, constituye, por su riqueza intrnseca, una fuente de inspiracin inagotable. Leerla es sentirse atrado por su sencillez que se destaca viØndolo en el combate, o cuando dicta sus partes de guerra, o cuando privan sus decisiones. Estas pÆginas slo persiguen ponderar esas virtudes y admirar su espritu extraordinario. La prosa poØtica que se ha usado ha tenido la intencin de cantar la grandeza moral del mÆs grande hØroe militar de los argentinos. El recuerdo de sus hazaæas permanece inalterable como ayer y como siempre, pero el ejemplo de su categora espiritual abre el corazn, lo sugestiona y lo penetra. El amor haca el prcer ha encendido el verbo que, aunque impreciso, ha querido decir lo que concibe y lo siente. Su œnica finalidad es el homenaje rendido con emocin y con sentido patritico. Que este opœsculo logre traducir, a quien lo lea, un noble y elevado sentimiento de permanente admiracin y sirva, al mismo tiempo, para que invite a pensar sobre los actos que descubre a una conducta inestable y vuelva los ojos, por propio deseo, haca aquel que fue recto y probo, y halle en sus enseæanzas y lecciones una nueva y mejor orientacin para su vida. L. R. B. MERCEDES de San Luis, 17 de agosto de 1964.

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Sobre el Libertador de América

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  • ESPIRITU Y

    GRANDEZA DEL

    LIBERTADOR

    LUIS ROBERTO BARROSO

    (Ao 1964)

    PROLOGO

    La vida del libertador, don Jos de San Martn, constituye, por su riqueza intrnseca, una fuente de inspiracin inagotable. Leerla es sentirse atrado por su sencillez que se destaca vindolo en el combate, o cuando dicta sus partes de guerra, o cuando privan sus decisiones.

    Estas pginas slo persiguen ponderar esas virtudes y admirar su espritu extraordinario. La prosa potica que se ha usado ha tenido la intencin de cantar la grandeza moral del ms grande hroe militar de los argentinos.

    El recuerdo de sus hazaas permanece inalterable como ayer y como siempre, pero el ejemplo de su categora espiritual abre el corazn, lo sugestiona y lo penetra.

    El amor haca el prcer ha encendido el verbo que, aunque impreciso, ha querido decir lo que concibe y lo siente. Su nica finalidad es el homenaje rendido con emocin y con sentido patritico.

    Que este opsculo logre traducir, a quien lo lea, un noble y elevado sentimiento de permanente admiracin y sirva, al mismo tiempo, para que invite a pensar sobre los actos que descubre a una conducta inestable y vuelva los ojos, por propio deseo, haca aquel que fue recto y probo, y halle en sus enseanzas y lecciones una nueva y mejor orientacin para su vida.

    L. R. B. MERCEDES de San Luis, 17 de agosto de 1964.

  • PRIMERA ORACION

    Padre nuestro inmortal y venerado. Alabado sea tu nombre, bendita tu gloria, permanente, tu recuerdo. Hganse lmpara de hogar tus enseanzas, primera estrella tu abnegacin.

    Ensanos cada da el sacrificio por la patria; abrsenos la presencia de tu fuego; entrganos el secreto de su llama y alcnzanos la gracia de tu alma para que sea heroica nuestra vida, para que sea glorioso nuestro suelo.

    Aydanos a contemplar sonrientes la montaa o cuando en jornadas afanosas subamos su ladera, y no nos dejes caer en la ambicin porque la nube corone la cabeza y el sol acaricie nuestra frente. Que tu sabidura inspire al pensamiento, tu humildad ilumine a nuestros actos, tu rectitud, nuestra conducta.

    Condcenos con las manos unidas para el trabajo que ha de buscar la tierra su esplendor en la savia fecunda de su seno, como la caridad en la grandeza de tu vida y la justicia en los reflejos de tu espada.

    Alintanos para que seamos fuertes en el mantenimiento de las virtudes ciudadanas, decididos en la lucha y hermanos en la abnegacin y el sacrificio.

    Bendcenos, Padre de la Patria, y has que tu espritu descienda que ha de esperarle el Ande con su cumbre y el cndor con sus alas para que guarde siempre, limpio y puro, el blanco y celeste azul de la bandera. As sea.

    SU GRANDEZA

    Oda la historia del Libertador ensea que fue una disciplina moral que cultiv los valores positivos de la vida. Practic la caridad, am el bien y tuvo vocacin por la justicia, el sacrificio y el perdn. Embelleci su espritu en las pruebas dolorosas de la experiencia y se hizo filsofo. Se vigoriz en el sinsabor de la amargura y se hizo grande. Ense la belleza moral en su conducta y la bondad en sus acciones hasta resplandecer en lo humano y proyectar lo perecedero en lo eterno.

    Su actitud ante los hechos y la vida fue siempre igual. Despus de Guayaquil se alej vencedor de la ambicin y la codicia. No slo se vio al hroe sino al hombre que se engrandeca por el reflejo de sus propias virtudes y al genio que se inmortalizaba por la llaneza y humildad de sus acciones. El guerrero, el coloso vencedor de los Andes, se inclin como se inclina la espiga de trigo vencida por el peso de su fruto. Guayaquil fue una jornada ms en su ascensin y en su vida. All ponder, con su actitud, la jerarqua de su espritu y ratific con su ofrecimiento el blasn de su seoro castrense.

    A esta primera heroica resignacin, dura prueba para un soldado que vivi para su patria, para su libertad y su destino, le sigui aquella otra, triste y dolorosa, que se cerr con la muerte de su amante y abnegada compaera. La soledad no pudo disminuir la fuerza del patricio ni abatir la entereza del hombre

  • porque San Martn, nacido en un hogar cristiano y en un medio natural donde la cruz de Cristo irradi sus luces y su gracia, tuvo desde nio un sentimiento piadoso que fortaleci en las plegarias y en las meditaciones.

    Por dos veces vibraron con igual intensidad las fibras todas de su alma. Pero quien conoce la vida y su destino, se desprende de lo transitorio para aceptar el camino lo inmortal y duradero. El soldado guard su espada, llor en silencio a su esposa y amiga y se fue con su hija a buscar la perfeccin de su espritu mientras aguardaba cuajara en fruto lo que constituy su esperanza y la flor en su vejez. Pero estaba escrito. Una nueva jornada era menester para alcanzar la belleza del alma y ofrecerse siempre luminoso.

    Lejos vea el Libertador la desembocadura del Plata y en ella, a su patria con sus rumores, con sus himnos y sus sueos. Ansioso por aspirar otra vez el perfume de su suelo, retorn por el camino de su primera venida. Pero un ambiente convulsionado por la ambicin y la desconfianza detuvo el entusiasmo de sus anhelos y, nuevamente, resignado, retom el sendero de su patria definitiva. Con sta se cumpla el tercero y ltimo momento de su perfeccin espiritual lograda a travs de renunciamientos, de prdidas queridas y de ingratitudes. Y as este filsofo, romntico y austero, se impuso a la posteridad con la sencilla grandeza de su vida y la inspirada elevacin de sus afanes. Su espritu sobrevivir eternamente, porque renace con cada nuevo amanecer y en cada destello del cielo hermoso de la patria, encendiendo en las almas generosas la invocacin por la justicia, por el bien y por la paz, horizontes de su valor y de sus sueos.

    SU ELEVACION ESPIRITUAL

    El ejemplo de la vida del Libertador evidencia una ingnita elevacin que se agiganta en el recuerdo de sus actos. Su invariable vocacin, su silencio ante las calumnias, sus hazaas y su renunciamiento, han dado a San Martn el pstumo valor de un smbolo y de una leccin rectsima que permanece resplandeciente y viva.

    Jams se detuvo en analizar lo bajo y ruin, porque vivi por encima de muchas de las miserias que despiertan las pasiones que pervierten y aniquilan. En el orden moral prefiri los valores positivos y busc siempre para su intelecto lo que depura y ennoblece.

    San Martn haba nacido para cumplir una misin histrica y la coron con una obra gigantesca que fue de proyeccin americana. Aquel sentimiento unnime que abrigaban los pueblos de este continente estuvo en l y por l luch y sufri hasta el herosmo. No fueron nunca tentacin de su vida los despojos materiales que dejaron su espada y sus soldados, porque su misin era seguir desoyendo los ofrecimientos placenteros que debilitan la voluntad y pierden la fortuna de los hombres elegidos.

    Sus acciones singulares tuvieron el comienzo de las grandes consagraciones, porque iban con el sello de un espritu estimulado por grandes ideales. Atrado por la voz de su destino permaneci ntegro a sus deberes y a sus compromisos; eran parte l su camino y un llamado. Por eso no se apart

  • de la lnea dura de sus procederes, porque saba que slo as alcanzara la meta de ese mandato que tena que cumplir para ser lo que deba ser y no otra cosa.

    Sus esfuerzos culminaron con la realizacin de una empresa excepcional, llevada a cabo en una poca de medios escasos y precarios. Venci todos los inconvenientes, subsan todos los errores y emprendi una tarea iluminado por la luz de su propia conciencia. El hroe militar se levant, desde los momentos iniciales, firme y seguro, pese a las arenas que en torno se movieron. Super los obstculos, desarm a sus enemigos y se mostr siempre recto y claro porque haba en su interior un comienzo de perfeccin alimentado por esa tendencia innata en busca de su estatura moral y elevacin.

    Conserv intacto los lineamientos de su conducta y mantuvo sin alteraciones el deseo de independencia de su pas. Detrs de la ansiada libertad continu con los mpetus de aquellas horas en que actu y que los fueron de decisiones y de coraje. Ni un instante decay cuando hubo que sacrificarse por la suerte de la patria. Ella estaba ante todo y por ella sirvi con simpata y trabaj con devocin.

    Ningn inters lo arrastr jams ni ninguna codicia cegaron sus ojos. Cuando las circunstancias reclamaron su presencia estuvo lo que estim necesario y suficiente. Obr con mensura, con criterio y muchas veces predijo los acontecimientos y sus consecuencias. Pareca ver donde otros nada descubran; pareca sentir lo que para otros resultaba inadvertido. Y, sin embargo, fue llano y sencillo. Su reserva obedeca a que viva concentrado, vuelto haca su hondura interior; haca su propio seno hacia su espritu que era su gua y su luz.

    Seguir sus actos y analizar uno a uno, es notar que hay una superacin creciente, madura y decisiva; una elevacin lograda a costa de no pocos sinsabores y una reafirmacin de su conciencia moral que cuidaba con el desvelo y el amor que puso en sus realizaciones magnficas.

    SU DESINTERES

    Estudiar la vida del Libertador es admirar en todas sus facetas la ms alta expresin de la persona. De la simple actitud al significativo proceder no hay sino una escala de valores y de tonalidades de la finezas de su espritu. Cuando ms se ahonda en los pliegues ocultos de su alma, ms se aprecan la sobriedad y la belleza de su vida interior.

    Un anhelo legtimo movi a su nimo a regresar al suelo de su nacimiento y sentir, en su presencia, el rumor inconfundible de sus aguas y la placidez de su cielo, porque el aire de la selva le haba trado, cuando nio, el llamado de las pampas y el mensaje de los cerros que esperaban su llegada para alzarse en mirador y en el asta donde pudiera prender a su bandera.

    Vino al mundo con un mandato y un designio, dispuesto para el sacrificio, para el peligro y el dolor, como si hubiera nacido para el trabajo y la abnegacin sin recompensas. Esa estrella hizo del prcer un carcter, un valor y una conducta.

  • Juzgarlo es penetrar irremediablemente en la intimidad de su existencia para arrancar los secretos de su vida. All est la explicacin de su amor, de su arte, de su espritu. Este encierra el significado de su austeridad y la virtud de su eminencia.

    Ningn aspecto de la vida del Libertador puede considerarse sin un examen detenido del sentido espiritual y humano que resplandece en el mbito glorioso de su actividad y de su obra, porque fue esclavo de una pasin desconocida que am hasta el sacrificio. Y cuando ms se penetra y se interrogan los laberintos de su vida, ms fuerte es el deseo de convivir con su gloria y su recuerdo.

    Hay una atraccin que seala el rasgo ms saliente de su personalidad y es el desinters en los honores y en las ms bellas potencias del espritu, como la ambicin socava el basamento de los ideales. Por ello, cuando crey en peligro el evangelio de su vida, se alej inflexible para magnificarlo con su renunciamiento, y as apareci ms grande este romntico en la epopeya, en el combate y en la gloria.

    Am la libertad para los pueblos y por ella se lanz a la contienda con entusiasmo para esperar, finalizada, no el honor ni la alabanza, sino la luz de la redencin despus de cado el polvo de la lucha, cumpliendo as con la norma aprendida en la escuela de la vida, su maestra, y en el servicio perpetuo de la naturaleza que entrega y que prodiga sin recompensas y sin esperas.

    Tampoco busc la distincin, ni exigi retribuciones materiales. Fue siempre dador por el bien y la propiedad ajenos y fiel a sus nobles sentimientos se desprendi de cuanto tuvo y mereciera por su accin y su conducta. Toda su historia es una leccin y una enseanza. Es el fruto del rbol a cuya sombra se ampararon los hombres y los pueblos. Es el agua serena del arroyo, el sol que alumbra y que calienta; es la lumbre del hogar que llama y que recoge. Su vida es un canto y un poema; su obra, una poesa y una entrega.

    San Martn ser, por ello, el genio tutelar de la tierra de su amor y sacrificio, el smbolo del desinters y el devoto paladn de la independencia americana.

    SU HUMILDAD Y SABIDURIA

    El hroe de los Andes, el caballero de las cumbres, la inspiracin de los ejrcitos de Amrica, vivi en medio de una modestia que contrast con la grandeza y prestigio de sus glorias.

    No los halagos, del triunfo, ni los resplandores de la victoria turbaron jams la claridad de su conciencia. De su seno brotaron directivas que ya sorprendieron por la perfeccin de sus concepciones o ya conmovieron por su intrpida bravura. Ora bati al enemigo a quien cegaban las pasiones para abrazarlo en la congoja de la derrota, ora se venca a s mismo perdonando las injurias de sus enemigos y superando las amarguras con gestos de caridad y palabras de magnnima grandeza.

    Santific su vida en el ejercicio del recto cumplimiento de sus obligaciones y deberes. Obraba por conviccin, por desinters y por amor, se

  • haba formado en su moral austera y en la escuela de la vida se haba templado para el sacrificio y educado para la abnegacin. De esa fragua vena su voluntad, forjada tanto para los sacudimientos de las borrascas como para las pruebas de las decisiones definitivas. No fue instrumento de nadie porque fue sabio, ni quiso deslumbrar porque fue humilde.

    Llev dentro de s esa luz maravillosa con que se regulan las pasiones, se exaltan los sentimientos y se iluminan los valores del espritu. Obr impulsado por esa fuerza creadora que da energa y lucidez al pensamiento y respondi siempre a los dictados de esa voz interior que lo llamaba.

    En todos los caminos de su existencia, cuando fue brillante en halagos y promesas, la tentacin puso a prueba su conducta y con esa serenidad que confiere la sabidura sigui sin arrogancia hasta su consagracin definitiva. Era el hroe que haba aprendido en los libros de la vida a ser hombre y a ser sabio. Como hombre reconoci y respet el derecho de los hombres sin otra exigencia que la prctica de una moral y la verdad de una conducta virtuosa y como sabio, ense a levantarse por encima de las adversidades, a ser grande en la soledad y en el retiro y heroico en el sinsabor de la pobreza. Fue un maestro y un apstol. Sin ambiciones ni odios, sin mezquindades ni rencores, dict singulares lecciones de civismo que rebasaron la estreches intelectual de su tiempo que no lleg a comprender las proyecciones del genio ni la grandeza del hombre. Predic con ese raro ejemplo que ofreci en toda accin de su vida y que ha servido para enaltecer su gloria y honrar su existencia.

    San Martn conoci de cerca las turbulencias de su poca y las alternativas que desorientaban al pensamiento de los hombres. Se anticip a los acontecimientos, porque supo medir sus consecuencias en las pasiones que agitaban a las almas y en las desesperanzas que turbaban los espritus.

    Su interior, fortalecido por la prctica de las virtudes, gozo de un equilibrio armnico que se prolongaba an en las horas de desasosiego e inquietudes. Tuvo la serenidad de los elegidos y la resignacin de los mrtires. Por eso fue que San Martn no alcanz a ser interpretado en una poca convulsionada por las peores ambiciones humanas. La pasin cegaba al hombre, quien se entregaba a los placeres para vivir angustiado la realidad de un presente reducido. San Martn fue ms lejos. Supo el significado de la vida y conoci el secreto de la sabidura. Esta fue el arma que empu cuando debi juzgar actitudes hostiles o vencer espritus rebeldes. Hubo en l entrega, entrega humilde, religiosa, sin otra recompensa que esa paz interior que cuidaba como los mejores atributos de sus glorias. He ah la estampa del mstico, sin otra apostura que su humildad, ni otra riqueza que su sabidura.

    SU BELLEZA MORAL

    Recordar la figura tutelar de la independencia americana es traer a la memoria la estirpe de su abolengo ciudadano. Un gesto, una palabra, un ademn suyo, bastaron para reconocer las intenciones de sus propsitos y descubrir el fin de sus anhelos.

  • El General San Martn es un ejemplo que vive y que gravita, porque fue un artfice que a los ojos del mundo se hizo grande; a la luz de los acontecimientos mostr su capacidad y en todos los actos de su vida militar, se gan el aprecio de sus hombres, porque lo vieron amante de la justicia, del derecho y la verdad.

    Evocarlo es despertar en la conciencia esa imagen suya que se hace imborrable, porque se acenta con el tiempo; es sentir en la intimidad una inquietud de elevarse para ofrecer una conducta parecida; es aproximarse a lo que vive de su pensamiento y entregarse al influjo de sus vibraciones guiadoras. Es que ah algo que atrae, que envuelve, que emociona. Es su estatura moral fortalecida a lo largo de toda su existencia. Es su belleza interior, esa lmpara que alumbr la particular sencillez de sus costumbres y la misma que ilumin ora los esplendores de sus glorias y a las amarguras de su partida o bien los quebrantos de su fortuna.

    Hubo en l la vocacin del sacrificio y la abnegacin de los humildes. Sirvi con entusiasmo a la causa americana y con la misma devocin a la palabra y al espritu, porque fue soldado y fue maestro. Su objetivo fue el bien y para alcanzarlo se entreg a una empresa de titanes hasta que las alas de su ascensin se vieron abatidas por el peso de su propia gloria. Pero nada ms firme ni duradero que la belleza del alma cuando se la prestigia con los grandes valores de la vida. Y San Martn la puso al descubierto en todos sus afanes y en todas sus acciones. Ella confiri al caballero de las virtudes ciudadanas y castrenses una categora espiritual que sirvi para presentar al prcer, invariable, idntico, entre los albores de sus triunfos que siempre encienden el nimo y tientan a quebrar el ritmo de la conducta cotidiana, y de los muchos contratiempos de su pobreza, que fue tambin su compaera.

    Ese galardn interior hizo que perdonara a los hombres y se sobre pusiese a las calumnias; por l la posteridad valor su esfuerzo, su desinters y sacrificio, y por l, San Martn es el hroe que mejor resume la esencia del genio americano.

    La belleza moral del Libertador fue una virtud que permaneci sin artificios ni remedos y que se acentu ms ntida y personal en los momentos de sus victorias para ganar la cima en la hora de su muerte.

    El ejemplo que viene del General San Martn tiene sus races en los severos testimonios de sus obras, de sus realizaciones y de sus pensamientos y tanto es as que en cualquier aspecto que se lo mire o se lo juzgue, aqul alcanza la misma ponderacin y el mismo brillo.

    EL GUERRERO

    Hay algo excepcional en la vida de este grande hombre, algo tan hermoso como la imperecedera leccin de sus hazaas y la estrategia brillante de su escuela: la amplitud de su conciencia y la moral de su conducta.

    Si naci en un santuario natural donde el paraje quieto y apacible serena el alma cuando asimismo la nutre y embellece, San Martn debi despertar en el espritu para gloria y grandeza de su vida.

  • La clave de si mismo est patentizada en esta frase al decir: Debo seguir el destino que me llama. Elocuente y mstica expresin de su designio. All est, en lo hondo e irrevelable secreto de su sino, el objeto verdadero de toda su existencia.

    Su ecumnica figura se perfila como un santo, contemplada a travs de sus gestos y herosmos, viendo cmo fue exactamente los que debi ser y cmo gobern a sus pasiones para dirigir las inspiraciones de su alma. Las rudas pruebas donde forjara su austeridad heroica, el valor ejemplar de sus sacrificios, de sus renunciamientos y el silencio de una accin cumplida sin espera de elogios ni aclamaciones, sealaron su ascensin a la ms alta sabidura y fue por ello que con la capacidad de un elegido mir a los hombres sedientos de ambicin y podero, como quien mira a los nios que afanosos construyen sus castillos con la arena que en seguida destruye la marea.

    San Martn am a los hombres y por ellos soport no pocos sacrificios. Estaba hecho para toda clase de lucha y para emprender toda clase de trabajo. Una intuicin guiadora dirigi a su suerte por entre la vorgine que envolva a su tiempo y as fue como gan la cuesta, subi la cumbre y descendi, en su obra, con esa mansa altivez que destacaba en su quehacer por el bien de los dems.

    Solamente un guerrero con visin de profeca pudo vencer tantos obstculos, destruir muchas cizaas y rectificar los errores con que se interpret su desinters y su destino. Apareci como un profeta inesperado para servir a una causa soberana; presagi el peligro, indic el camino y llevo su triunfo tan alto que su empresa pareci ms bien una leyenda. Y en esa hora admirable de su vida extraordinaria, conquist victorias, mereci laureles y recogi improperios; esa fue su gloria, dormirse nio y despertar anciano. Pero son necesarias las tinieblas para que el sol imponga su inmensidad de luz, pues, slo cuando se han comprendido los padecimientos se reconoce el temple y el acendrado poder de la virtud.

    San Martn, en medio del regocijo que sus hazaas producan y que hoy con el mismo calor de aquellos tiempos vigorizan el alma del pueblo americano, continuaba su jornada redentora y mientras unos se detenan a escuchar la voz de sus pasiones, l se senta atrado por la voz del destino que lo llamaba. Es el santo varn que viene protegido para dar cumplimiento a sus designios y que, a travs de la brecha gigantesca abierta a sus guerreros como su nfora ampulosa, conduce su mensaje y completa su epopeya.

    Un silencio imponente ofreci la cima y una majestad sombra el paisaje andino entre el retorno doloroso del profeta. Unos dijeron lo que era; la posteridad dir lo que fue. Y aquella propia derrota a su destino tuvo el valor de una triunfal consagracin. Sufri y en silencio am su pena. Dichosos los que sufren sin protestas porque sufrir es un crisol donde el ser destila su impureza!

    As sali purificado y despus que descubri el poder del sacrificio se encamin haca el destierro con la serenidad del santo que acata y respeta su destino.

    SU TRIUNFO

  • Analizar cada acto y cada proceder del Libertador, es penetrar en su hondura interior y conocer de cerca su vida ejemplar. Ha habido en su arquitectura humana una conjuncin de valores morales, de extraa perseverancia y de fortaleza. Sus ojos tradujeron siempre el fuego de su alma y su voz, la potencia de su espritu generoso.

    Dueo de valores tan grande supo proyectarlos a travs de sus pensamientos y de sus obras, hasta rebasar las estrecheces de la miseria humana, porque muy alto estuvo el instrumento de sus decires y muy pura fue la poesa de sus ideales. Su canto fue para los msticos y su msica para los iniciados.

    Jams el lodo de las intrigas alcanz su frente ni el veneno de las calumnias probaron sus labios, porque si alguna vez el enojo se insino en su semblante, supo apagarlo con el aire seorial de su rectitud y el esplendor de su conducta.

    Una vida austera consagrada al servicio de una causa no poda alejarse del camino para gustar de las pasiones inferiores y gozar de sus placeres pasajeros. Nunca el silbo de la tentacin desvi la luz de sus pensamientos, ni detuvo el ritmo de sus pulsaciones creadoras. Cumpli el mandato del soldado hasta alcanzar la gloria de los hroes. Dentro de s llevaba una fuerza guiadora que era su inspiracin y su norte. Sus intenciones se vieron empujadas hacia la realizacin de acciones nobles y en defensa del bienestar comn. Una misma luz alumbr sus proyectos y conserv la nitidez de sus ideales. Un mismo amor y anhelo guardaron su corazn de apstol y soldado.

    La grandeza que hubo en su alma sirvi para poblar de claridades los oscuros designios de su tiempo que recibi con reservas su presencia y que termin por aprobar los preparativos de su empresa gigante. Por sobre el silencio y la mezquindad flot esa rfaga de aliento y de confianza que fluy de su persona y de su ser. Nada detuvo la culminacin de sus esfuerzos ni nadie alter la firmeza de su voluntad y de su genio.

    Permaneci entero a sus compromisos y no poda apartarlos. Deba cumplir con las exigencias de sus aspiraciones y los imperativos de su alma. De ah que se levanto siempre por encima de los pequeos intereses, fiel a su destino y leal a su consigna, y en donde actu dej siempre la ms bella leccin de su grandeza, de su integridad y seora. All est su triunfo como all los principios de su filosofa. Se derrot as mismo con la alabada entereza de los mrtires, y retorn por el sendero de sus conquistas materiales, gloriosa y sereno viendo cmo los rayos del sol de aquellos cielos se quebraran ante los reflejos argentinos de su espada.

    Se lo vio ms grande solo, porque mostr un corazn templado para tales circunstancias. La misma estrella que lo gui durante el paso de los Andes, lo acompaaba ahora que solamente volva con su nombre intacto y un prestigio bien ganado para siempre.

    LA LECCION

  • Cuando a travs de los aos se siguen valorando las enseanzas de este grande hombre, es una prueba evidente de la alcurnia de su espritu. Sus rayos son llamaradas que orientan el paso de los hombres que tienen en sus manos la suerte y el destino de la patria, convencidos de que su ejemplo jams debe olvidarse.

    Desde los llanos de San Lorenzo hasta la hija predilecta de los Andes, San Martn, benemrito de la epopeya americana, a la par que prepar los aceros educ los caracteres.

    En la cima de la agreste cordillera aprendi del cndor a elevarse dominador y justiciero; a luchar, a recoger la presa como el guerrero el laurel de la victoria y entregarla sin ademanes y sin ostentaciones. Es el evangelio del amor y la doctrina del sacrificio.

    En los valles que se esconden detrs de las montaas, aclamado por los hombres y bendecidos por los pueblos, cultiv una moral austera y estoica, la conducta del soldado honesta y limpia, el pensamiento del conductor, claro y preciso, en gestos de entrega, de desinters y de bravura. Es la cartilla del misionero y el breviario del predicador.

    Lleg a las playas seculares donde el inca mostrara en otros tiempos su pompa, su soberbia, y con la claridad de los videntes baj a la Lima orgullosa de su tradicin y de su historia, sin que la sangre salpicara el bicolor emblema de la libertad y la justicia.

    Busc la comprensin y ofreci sus sentimientos solidarios, pero otros intereses y ambiciones apagaron esa luz hecha bondad y abnegacin cuando el sol del medioda alumbraba ya un disco de propios resplandores. Se dej arrebatar aquel laurel y los cielos le acercaron el nimbo de la inmortalidad y de la gloria. Es el destino del genio y el anuncio del predestinado.

    Tom el camino antes recorrido entre redobles de tambores para alcanzar el sosiego que exiga la grandeza de su espritu. Volvi con el vaco que deja la injusticia y con la enorme amargura que provoca quien no sabe de los nobles dictados de la conciencia y de los acentos generosos del corazn que siente y que ama.

    Comprendi los extravos de la razn contempornea. Resta sin rencores sus heridas, colg su estrella y olvidando sus merecimientos coron su vida. Baj la cuesta ajeno a las intrigas; desoy los insultos y buscando el retiro, perdon a quienes no supieron comprenderlo.

    SU HIJA

    Maestro por vocacin, dict a su hija la ms bellas lecciones para enriquecer su vida y asegurar sus virtudes. La llev de la mano para mostrarle cmo se recorren los caminos de la ingratitud y la pobreza y con el corazn abierto para hacerla humilde y generosa.

    La Providencia no quiso apagar la vida del prcer sin que sta encendiera en ese tierno fruto de sus sentimientos sus luces, su voluntad, su sello. En ella se vio el Libertador cuando el ocaso de su existencia comenzaba a perderse lentamente.

  • Normas de caridad fueron sus preceptos, de respeto y amor, de recato y tolerancia. Le abri los ojos a la contemplacin de lo creado y la asom a los encantos de la naturaleza. De sta aprendi la armona y la sencillez que aplic a su accin y a sus costumbres.

    Para completar su formacin y embellecer su espritu, le fue descubriendo en revelaciones luminosas, el sentido verdadero de la vida cuando se la vive en la virtud de la modestia y en la bondad sin desaliento. Le inculc el amor al bien y a la verdad, nutriendo su corazn de nobles enseanzas.

    De la buena orientacin y del severo control de su conducta, el anciano soldado vio crecer a su lado ese retoo que disip muchas veces sus nostalgias, prolongando sus deseos de vivir y alimentando sus lejanas ilusiones.

    En el exilio San Martn vivi para su hija, so por ella, se preocup por su suerte y prepar la felicidad de su destino. Y ella ilumin la vejez de su padre con el aliento y la esperanza. La mujer siempre tiene fuerza para cubrir las desazones y aliviar los desconsuelos, y San Martn olvidaba en su presencia sus privaciones, sus angustias y dolores. Fue su bendicin y su consuelo. Ella embelleci los ltimos aos de su padre y fue el orgullo de ese preceptor que la form mujer y la entreg con el carcter de su progenitor.

    En su hija el Libertador tuvo la carne de su carne y el alma de su compaera, de aquella Mara de los Remedios que le dio ese vstago para sostn de su vida y solaz de su vejez melanclica y doliente. En ella hubo la conjuncin de una dulzura y de un carcter.

    Cuando San Martn, desde las playas que recogieron sus pasos y su nombre, quera descubrir la silueta de su patria y aspirar el perfume de sus suelo, volva la vista al tesoro de sus das aciagos y en l encontraba un pedazo de su tierra con la imagen y el recuerdo del gigante andino tan ligado a sus luchas, a su amor y a sus desvelos. Ella era algo de la patria. Haba nacido al pie de la montaa y la montaa fue testigo de ese alumbramiento y de una de las glorias ms grandes. Por eso, Mercedes Tomasa resuma a la patria en sus visiones y en sus sueos.

    Fue la alegra en sus incertidumbres y la compaera en sus horas amargas. Creci bajo la sombra ilustre de su autor y con l gust los sinsabores de las preocupaciones con la serenidad de los caracteres templados en el crisol de la vida recta y en la belleza del ejemplo de una moral virtuosa.

    Con ella San Martn haba completado su obra. El preceptor cansado contemplaba ahora a su imagen y sta, refulgente y fina, le entregaba el secreto de su luz y la magia de su encanto. Mercedes Tomasa fue la rplica espiritual de su maestro.

    ESPOSA Y AMIGA

    Hay miradas que llegan hasta el alma y ojos que miran para siempre. Hubo tanta dulzura en la mirada de Mara de los Remedios Escalada, que

  • cuando sus ojos se encontraron con la inquietante interrogacin de otros ojos, miraron con esa expresin inconfundible y definitiva como quien mira para siempre. Sus ojos miraron para siempre y otros ojos que tuvieron poder en su mirada recogieron la gracia y la hermosura de esos ojos.

    Enamorada, porque recientemente descubra esa bendicin de la vida, se recogi, como el cliz que se abre al llamado de la gota de roco, para entregarse plena el corazn de ilusiones y el alma de esperanzas. Estas fueron las lmparas que, prendidas al seno de la vida, nutrieron su espritu y fortalecieron su nimo en los instantes de quebrantos y de espera.

    Am y fue amada. Pero no le basta al corazn con ser amado, quiere tambin ser comprendido. San Martn am a su esposa a la que hizo compaera de su vida en los momentos inciertos y amiga para siempre en las horas siempre tristes de las despedidas. Ella quera ser comprendida; comprendida en las esperas cuando su dueo se alejaba. El hroe como el cndor que abandona sus polluelos sin querer comprender sus aleteos y se lanza a la llanura para regresar con la presa palpitante, se despeda de Mara de los Remedios que, llena el alma de aleteos y los ojos de resignaciones, lo vea partir para cumplir con sus deberes de argentino y de soldado. Ella, con las manos puestas sobre el corazn, retena el llanto, pero no esas lgrimas que inundaban sus ojos que haban mirado para siempre.

    La mujer est hecha para la espera. Tiene de Dios el secreto de la vida y de la vida, el secreto de la fortaleza. Ello explica que an joven y dbil, Mara de los Remedios, llevase en s misma el fuego con que alimentara ese extenso poema de esperas y de angustias.

    Compaera de San Martn en los momentos contados de su existencia gloriosa, haba aprendido a su lado a fortalecer con la palabra y a despertar con el entusiasmo aquellos sentimientos que ennoblecen cuando sirven para encender la luz en los corazones y la fe en las esperanzas. Siempre quiso seguir el camino del hroe en sus hazaas; siempre quiso acompaarlo, pero el destino, implacable, le tena reservada esa soledad que haca dulce porque era tierna en la espera y amante en la santidad de su recuerdo. El amor, que tan tempranamente se haba refugiado en su intimidad, forj la armona de dos vidas para la vida de una misma causa. Mara de los Remedios haba tejido la bandera de los Andes, cuyo pao, abierto a las borrascas, haba recibido el beso de las auroras y la bienvenida de las cumbres silenciosas.

    Ella recorri con San Martn los mismos caminos cuando fueron caminos de despedidas. Estaba preparada para ello. Saba que San Martn le tena un gran cario junto aquel otro, grande y sublime, que le exiga la libertad de los pueblos de Amrica.

    Nunca se interpuso entre los propsitos del Libertador y los ideales de ese afecto que, si fue austero, tuvo el acento inconfundible del espritu y el fervor de las cosas religiosas. As lo sinti San Martn y as valor la belleza de ese espritu. Ella fue en su vida una estrella prendida a la luz de su destino. Su recuerdo fue para el prcer el sol de su medioda; su nombre, el consuelo en su soledad.

    Cuando lleg el momento de la ms larga despedida, Mara de los Remedios comprendi que era la ltima. Ambos, San Martn y su esposa siguieron dos caminos diferentes; l, subir la cuesta y recoger de los Andes los tributos de su grandeza y de su gloria; ella, recorrer el llano hasta terminar en la soledad de una agona sin la presencia del querido ausente. Muri sin l; muri

  • esperando, pues, tan pronto llegaba San Martn cuando ya se preparaba para la partida. Ella suspiraba y en cada suspiro una espera, y sin reproches y sin protestas se aprestaba a despedir al hroe que llenaba todo su corazn y que, as como el sol llena de claridades la tierra, colmaba tambin toda su vida.

    Qu hubo en ella para tanta espera? El silencio que sell su vida cerr tambin sus labios. Y cuando el grande entre los grandes entr en la inmortalidad, llev consigo el secreto de la entereza moral de su amable y virtuosa compaera.

    ORACION FINAL

    Que el pueblo argentino te venere y que alabe tu nombre. Que tu grandeza gue nuestros pasos hacia el trabajo sin desaliento y que tu ejemplo nos hermane en las mismas esperanzas y en los mismos entusiasmos. Que las mismas angustias nos renan bajo tu sombra protectora recibiendo de ti ese empuje que diste a tus soldados en las horas aciagas. Que t seas la presencia que anime, el recuerdo que decide y la luz que serene y reconforte.

    Que jams nos abandone la leccin de tu vida para que ella nos inspire en la labor, nos alegre en la lucha, nos consuele en la derrota y nos mantenga bajo el amparo de la bandera que nos honra y nos distingue.

    Que aprendamos de ti a ser humildes, desinteresados y altruistas en el sacrificio para que seamos dignos herederos de tus glorias y continuadores, a travs del pensamiento, de tu accin americana.

    Que tus enseanzas nos unan y asimismo nos estrechen para que sea fecunda la tarea y el fruto generoso.

    Que seas maestros del soldado y su consigna la serena observancia de su deber, que en ti conozca la abnegacin por la patria y como t, comprenda su mandato, defienda su honor y contribuya con su amor a que se cumpla su destino.

    Que la siembra de tus actos fructifiquen para siempre bajo la atenta cigilacia de los que te aman y de los que te honran; que tu justicia reine para el bien y la verdad; que la perseverancia que obr el milagro de un ejrcito, infunda en nuestras almas la constancia que aviva la esperanza en el trabajo que cambia, que transforma y que construye y que rinde el pan de cada da.

    Que seas el clarn que nos convoque y la antorcha que nos alumbre en un abrazo sin odios ni rencores. As sea.

    ***FIN***