esparza, jose javier - el caballero del jabali blanco (2012)

8/22/2019 Esparza, Jose Javier - El Caballero Del Jabali Blanco (2012)

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A las mujeres de la Reconquis

Y a la mía, por supues



PRÓLOGO

En los últimos años del siglo V

pequeños grupos de campesinos

Asturias, Cantabria y Vizccomenzaron a cruzar las montañasdirección al sur y ocuparon tierra

otro lado de la cordillera, cara a grandes valles del Duero y el EbLa mayor parte de la penínsIbérica estaba entonces bajo conmusulmán. Los colonos cristiasabían que su aventura po



terminar de muy mala maneesclavos en el gran mercado Córdoba o muertos sobre sus tiersaqueadas. Pero aquella gente estdispuesta a desafiar al mayor pode su tiempo. Los pioneros, fami

enteras, sin otro respaldo que propia voluntad y su propia roturaron campos, construye

molinos, levantaron iglesfundaron aldeas… El misfenómeno empezaba a produci

más lentamente, en el Pirineo. Aempezó la Reconquista. ¿Quiéeran aquellos osados? ¿Qué



movía? ¿Qué buscaban?Esta historia reconstru

aquellos primeros años de Reconquista, cuando los reicristianos de España se parecían ma primitivas aglomeraciones triba

que a entidades polítidesarrolladas, y algunos clacampesinos decidieron probar sue

en una tierra peligrosa, sí, pero consideraban suya. La mayor pade las circunstancias referidas

este relato son ciertas, es decir, qocurrieron realmente. Sabemos qufinales del siglo VIII hubo



importante tránsito desde los vacántabros y vizcaínos hacia el shacia los valles de Mena, LosTobalina, entre Burgos y ÁlaSabemos que en los primeros adel siglo siguiente ya había a

aldeas bien organizadas y pequecomunidades monásticas. Sabemque en una de ellas se escribió

primera vez el nombre de CastiSabemos los nombres de fundadores: el matrimonio form

por Lebato y Muniadona, colonos valle de Mena, con sus hijos VítulErvigio. Sabemos que lo hicie



solos, sin un ejército que protegierlos colonos. Sabemos también durante todo ese periodo sucedieron las expediciomusulmanas de castigo —las temi«aceifas»— en busca de esclavo

tierras para saquear. Sabemos qpese a todo, aquella gepermaneció allí. Sabemos que m

pronto los colonos se extendiehacia el este, por Valpuesta, y hael oeste por Espinosa de

Monteros y, al fin, la montaña Palencia, y que aquí nació el primmunicipio español: Brañosera. To



eso pasó de verdad. Es Historia.¿Cómo sería la vida de

gente? ¿Cuáles serían convicciones, sus afanes, sufrimientos, sus esperanzas? ¿Cópudieron afrontar una aventura en

que los riesgos eran muy superiorelos posibles beneficios? El cine ha familiarizado con la formida

aventura de los colonos en el oenorteamericano. Pues bien, eepopeya de nuestros colo

cristianos en las tierras del nortetodavía más impresionante, porquenemigo al que tenían que enfrenta



no era una barahúnda de triprimitivas, sino un poder evolucionado como el del emiratoCórdoba, y porque nunca hubo Séptimo de Caballería para protesu avance, sino que ellos,

colonos, eran al mismo tiemlabradores y soldados y monjes.precisaba una fe a toda prueba y

fuerza titánica para acometer uempresa semejante. Hubo en trance mucha sangre y mucha mue

Nuestros colonos vieron mucveces destruida su obra, pvolvieron a comenzar desde cero



al final, ganaron.Para contar esta historia hem

escogido a un personaje real: unZonio cuyo nombre aparece entre firmantes del fuero de Brañoserael año 824. Nada más se sabe de

sino esa rúbrica en aquel documenJunto a Zonio comparecerán aotros muchos personajes que tamb

existieron realmente: los primecolonos. Una vez más, de eapenas conocemos otra cosa que

nombre. Pero sus ignotas vidas van a servir de hilo conductor preconstruir todo lo que pasó en



norte de España en el medio sique va desde el año 780 hasta el 8Unos años en los que el reino Asturias se debatía violentameentre el pacto con el moro yresistencia a ultranza. Unos a

decisivos en los que la Iglesia Asturias se separó de la obediende Toledo en medio de un enor

escándalo doctrinal y político llegó a oídos del mismísiCarlomagno. Unos años en los

Córdoba enviaba a sus berebepara capturar muchachas rubiasvenderlas como esclavas. Unos a



en los que apareció la tumba apóstol Santiago en CompostUnos años de oro y hierro en los los pioneros de Asturias, CantabriVizcaya escribieron con sus manosus pies el primer capítulo de

Reconquista. Esta pudo ser historia.



PRIMERA PARTE

EL COLONO, ELMONJE

Y EL ESCUDERO



1

EL COLONO

Con esa azagaya que ahora descasobre el muro maté por primera veun hombre.

Apenas tendría yo diecisaños, novato escudero en la huedel gran Gadaxara. Los moestaban doblegando nuestra defenEn el fragor de la batalla quedé lede mi gente, aislado en



demencial nube de polvo y gritolamentos y furia. Vi entonces a sarraceno que se precipitaba somí enarbolando su cimitarra grandes alaridos. Aterrado, echécorrer peñas arriba. Cada vez sen

más cerca la llegada de la hora finYo nunca antes había peleadomuerte contra un hombre. Sentí en

espalda el latigazo frío del mrasgándome la camisa. Entontropecé. Traté de revolverme. S

recuerdo que una inmensa mole csobre mí y un golpe seco me prdel sentido.



Cuando desperté, no sabíaestaba muerto o vivo. Aún tardéidentificar aquel líquido calientviscoso que caía sobre mi frente. Adescubrí que el moro había idodesplomarse encima de mi azagay

que ahora yacía allí, sobre atravesado de parte a paexpulsando por la boca su sangre

difunto. De repente me faltó el aCon un chillido de miedo y de ira zafé del cadáver. Me puse en p

Miré alrededor. No había nasalvo muerte.Recogí la cimitarra del mo



Saqué de su cuerpo mi azagaTembloroso, mareado, asustado, escabullí del campo tan rápidamecomo mis maltrechas piernas mepermitieron. El cobijo de unas mame dio la oportunidad de recobra

resuello. Escuché gritos a lo lejosgatas me acerqué al lugar. poblado ardía. Las llamas de

techumbres de paja dibujaban anticipo del infierno. Allí vi horror el macabro ritual de

victoria musulmana: las cabezasmis hermanos de armas, separadaslos cuerpos, formaban



sanguinolento túmulo. Lalmuecines habían subido a pirámide de cabezas y desde lo agritaban a su Alá. Entre sollozos,pude sino dar gracias a Dios haberme librado de la matanza. P

entonces vi algo peor: apiñadosuna informe muchedumbre, comorebaño de ovejas, estaban

mujeres y los niños de la aldgolpeados y vejados y escupidos.suerte estaba echada: la suerte

esclavo. Una lanza invisible atravmi pecho cuando descubrí que aentre las ovejas sin pastor, a mer



de los lobos, estaba ella: Deva. trenzas doradas eran ahora umadeja sucia de hollín y mieAlguien pagaría por ella una bucantidad en Córdoba. Ciego de irde dolor, escapé.

Anduve errabundo hasta quesol se puso. Era ya noche cerrcuando un rumor atrajo mi atenci

Ese rumor hablaba mi lengua. Sela guía de mi oído. Vi entonces, tun peñasco, un tenue resplandor.

acerqué con cautela. Era uhoguera. Grité: «¡En el nombre Cristo!». Una multitud de sombras



agitó en torno al fuego. Vi sus carEra mi gente. Los guerreros vencide Asturias me recibieron con umezcla de alivio y angustia. La faty la muerte habían esculpatrocidades en aquellos rostros. U

vio mi cimitarra, la que capturémoro. La señaló con su deDespués palpó la sangre seca

cubría mis ropas y mi cuerpo:sangre del enemigo. «¡Brarapaz!», me dijo. Ese día dejé de

escudero. Ese día me convertí guerrero del rey. Desde ese guardo esta azagaya.



De todo eso hace ya mucho tiem

más del que quiero recordar. Ahlos años han pasado sobre mespaldas, mi brazo ha empezado

temblar, mi vista se ha rendipocos dientes quedan en mi bocavientre se ha hecho perezoso yorina blanda. Por eso he venido aqentre estos muros. Mis padconstruyeron esta iglesia con manos. Cuando se sintieron viejos

retiraron aquí a morir. Yo ahora sisus pasos.

Os hablaré de mis padres.



llamaban Lebato y MuniadoFueron los primeros cristianos volver a estas tierras cuando Dnos libró del yugo sarraceno. Eararon de nuevo los camposlimpiaron los molinos derruid

Levantaron una casa y pusienombre a los ríos y a las veredLebato y Muniadona tuvieron nu

hijos: García, destinado a heredartierras; Vítulo, que fue abAdosinda, que casó en Gali

Ervigio, que también abrazó hábitos; Tello, que desaparecautivo en tierra de moros; Mun



que casó en Mena; Esteban, murió niño; Bartolomé, muertonacer, y yo. Mis padres conquistaun mundo para nosotros. Desafiaal hambre y al moro, a las nieves las bestias. Sabe Dios cuán

sufrimientos flagelarían sus almpara llevarnos a la boca un pedde pan. Pero en sus últimos añ

cuando sus cuerpos se inclinabandoblados hacia el suelo, pudiever con orgullo cómo su linaje

prolongaba sobre una tierra libre.Ahora os hablaré de mí. llamo Zonio y nací en la primav



del año de Nuestro Señor de 7año 812 de la era hispánica, año de la hégira musulmana, reinandoAsturias el rey Silo. Me bautizaen la iglesia vieja de San Bartolode Aldeacueva, en el valle

Carranza. Vine con mis padresestas tierras cuando aquí no hasino enemigos y alimañas. Aré

campos, vestí los hábitos, empuñéespada, luché mucho, perseguí amor desdichado y repoblé tierras

el nombre de Dios Nuestro SeñConocí a Beato de Liébana y vivguerra con el hereje obi



Elipando. Estuve en la batalla Lutos y tomé Lisboa con mi Alfonso el Casto. Viajé a Córdobpenetré en el harén del emir. Vitumba del apóstol Santiago Compostela y viajé en embajada

país de Carlomagno. Hice presude tierras en Álava y estampé nombre en el fuero de Braños

Hoy me acerco a los seseinviernos y mi cuerpo ya no tifuerzas para retener mi alma. Por

os contaré mi historia antes de mo

De mi primera infancia ape



recuerdo otra cosa que una vimpresión de felicidad en un vverde y estrecho. Me enseñaron nací en un linaje de hombres libMi bisabuelo, de nombre Lebatohabía alzado en armas contra

moro, junto al duque Pedro Cantabria, y con él había estadoglorioso día en que los montañe

aplastaron a los sarracenos en fuga de Covadonga. Mi abuGarcía, fue guerrero en la hueste

primer rey Alfonso antes de ecraíces en este valle. Siguiendocostumbre goda, mi padre recibió



nombre del abuelo: Lebato, y él quien heredó la propiedad. Nosotrsus hijos, disfrutábamos ahora de libertad conquistada a punta espada.

Fue mi padre, Lebato,

primero en acariciar la idea de palos montes. En la aldea ya no hasitio para todos. Ni sitio, ni comi

Uno de sus hijos podría heredarterruño, pero ¿qué sería de demás? Por otro lado, la esca

empezaba a roer nuestras vidCada vez era más difícil sacar frde la tierra, incesantemente cultiv



con nuestros pobres arados madera. También la caza escaseaLos animales escapaban hacia bosques del sur. Pero el sur terreno vetado: los musulmapodían merodear por allí.

Un otoño, mi padre y hermanos mayores, García, VítulErvigio, ascendieron a las peña

excavaron terrazas para tratar hacer bancales. Fue la últiintentona: convertir aquellas pe

en tierra fértil y cultivable. Pero un trabajo ímprobo atravesar bosque, descubrir claros entre



enorme arboleda, escaliar el suelsacar de allí algo útil. Aquello no solución.

Nunca supe cómo se le ocurcruzar la montaña. Desde mucaños atrás, todos habíamos crec

en la convicción de que al otro lde la montaña aguardaba la mueLos musulmanes que cabalga

desde el sur, con sus extravestimentas y sus veloces cabalpasaban todas las primaveras

busca de botín y esclavos. Toconocíamos a alguien que haperdido a una hija o a un mar



víctimas de aquellas expedicionesrapiña. En nuestro valle, en nuesmundo, las montañas resguardaban del enemigo. Al olado, por el contrario, todo peligro. Pero mi padre dio el paso

Recuerdo bien el día: se levamuy temprano, arregló el cababesó a mi madre, llamó a

hombres —Rui, Cervello, Guma—partió hacia la montaña. Iarmados como a la guerra, y en cie

modo era una guerra lo afrontaban: la guerra en busca de uvida más libre y mejor. Pasaron



días. Mi madre se deshacía en rea la Virgen y a todos los santDurante una semana no tuvimnoticia de los exploradores. Lpeores presagios invadieron nuesánimo. Pero un día Lebato regresó

Mi padre volvió a casa mexcitado. Se diría que hadescubierto un tesoro. Y en cie

modo eso era lo que había ocurriAl otro lado de los montes, donderío Ordunte va a dar en el Cadag

había descubierto tierras llanas y,ellas, restos de aldeas, camabandonados, viejos molinos



ruinas, jugosos prados, bosques buena madera, montes que sin desconderían abundante caza… Ahabía tierra para mucha gente. Tielibre y sin dueño que solo estesperando a que una mano diestra

supiera arrancar fruto. Era lo quefamilia estaba necesitando.

Muniadona miró a su mar

con ojos espantados: tierra al stierra sin dueño, tierra peligrotierra expuesta al moro… Pero

hacía tiempo que los moros asomaban la nariz por aquepagos. Por otro lado, ¿acaso



teníamos armas? Las mismas armcon las que ahora cazábamos servirían para defendernos, cotantas otras veces. Y además, aquetierra era nuestra por derecho: qusus dueños hubieran muerto, pero

tierra cristiana y por cristianos deser ocupada. Mi madre, en delante del hogar, detuvo sus ojos

mi padre con una rara expresión, extraña mezcla de incredulidadmiedo y amor y también esperan

Parecía pensar algo así como «podrás tú solo». Pero Lebato hunsu vista en el fuego, como buscan



en las brasas un augurio.Entonces mi abuelo Gar

habló. El anciano conocía bien etierras de la que hablaba Lebato. Lhabía recorrido a uña de caballosu mocedad, en la hueste del g

guerrero Fruela Pérez, hermano nuestro rey el primer AlfonOcurrió que en aquel tiempo lej

los moros habían abandonmuchas de sus posiciones al olado de las montañas. Al parecer,

mahometanos se habían enemistentre sí. Apenas si dejaron algupequeñas guarniciones bereberes



las aldeas del gran valle. El Alfonso, yerno del glorioso Pelaydepositario de su herencia, vio uoportunidad de oro para limpiarfrontera. Así, columnas de jinecristianos empezaron a partir to

las primaveras desde los altos vadel reino para vaciar el paisajesur.

Mi abuelo nos había continfinidad de veces, al calor del fuinvernal, aquellas correrías

tierra de nadie. La hueste llegabuna aldea, aniquilaba a los morliberaba a los cristianos y los tr



consigo al norte sin dejar tras demás que ceniza y desolación. De emodo el viejo García recorrió toel valle del Duero hasta la gmeseta del sur. El rey Alfonso había propuesto tres cosas. U

liberar a aquellos cristianos deyugo. La segunda, ganar poblacpara su reino. Y la tercera, privar

moro de puntos de reposo enregión. Mi abuelo tenía a gala hacabalgado junto al rey y su herma

el gran Fruela, en esas aventurasde alguna de ellas sacó además bbotín. El hecho es que en aque



cabalgadas había atravesado varveces nuestros montes hacia el vde Mena, y allí había podcomprobar que este valle, al oriede la vieja Area Patriniani, era ricfresco y estaba bien regado, y lo m

importante: quedaba protegido una muralla natural al sur impedía el paso a cualquier pelig

Era, en fin, un buen sitio para prosuerte.

Aquellas palabras hicie

brillar diamantes en los ojos Lebato. Mi padre cogió un tizón dchimenea, lo enfrió en agua y a



seguido, como un autómata, dibuna especie de croquis sobre la tolosa del suelo. Unas montañas, uríos, unos bosques… Se detuvomiró a mi abuelo. El viejo guerrcogió a su vez el tizón y completó

paisaje: los montes que cerrabanvalle por el este y por el sur,estrecho camino del oeste hacia

monte Cabrio y las ruinas de APatriniani… Realmente aquel vera una fortaleza natural. L

hermanos asistíamos al espectáccomo si fuera una especie de ritmágico. Y oscuramente intuíam



que nuestro destino se jugaba en negros trazos de aquel conjuro.

En los meses siguientes,durante un par de años, Lebconsagró toda su energía a buscaminos hacia la tierra prometida

veces con su gente —el Cervello, el valiente Rui, el astGuma—, a veces con mis herma

Vítulo y Ervigio, incluso él soloalgunas ocasiones, recorrió palmpalmo los montes de Ordu

estudiando el terreno, trazando ruabriendo claros. Y después bajóvalle, su tierra de promisi



señalando campos y levantancabañas. Muy pronto decidió queviajaríamos rodeando los monsino que los cruzaríamaprovechando las veredas naturade las gargantas. Rodear los mon

por el este o por el oeste exigiríaviaje de varias jornadas, con muprovisión de vituallas y demasi

gente para protegernos salteadores, y no teníamos ni tanhombres ni tantos víveres. Cruzar

montes era una vía más difícil, pnos llevaría menos tiempo y, ademnos aseguraría contra los ladrones



los caminos. Estaba decidiviajaríamos todos. En la alquedaría el primogénito, Garheredero del solar, junto al abuedemasiado viejo para la aventuratodos los demás daríamos el salto



2

L A GRAN MIGRACIÓN

Llegó el gran día. Fue al final verano, apenas recogida la cosecEmpezaba a amanecer cuando gente tomó el camino del sur. El

aún era más débil que nuestantorchas. Mi padre iba delansólido y compacto sobre su vi

amelgo, una tea en la mano, la osujetando las riendas. Mis hermamayores, Vítulo y Ervig



caminaban a su lado, a pie, cada ccon su luminaria, mascullando rezcomo en una santa procesión. Ldemás nos acomodábamos copodíamos en uno de los carrpegados a mi madre como pollue

muertos de frío y, al mismo tiemardiendo de excitación. Detrás vela gente de casa: Cervello con

mulas cargadas de aperos, su espElvira tirando de un buey, y estatambién Rui y Guma, y García

Tuerto y Eterio, y con ellos esposas y sus hijos, todos con hatos de ropas y viandas, y



perros, y un carro que transportabgallinero, y una cuerda de ocas y vacas, y cuatro marranos que gruñcomo si supieran que iban a tierramoros. Yo miraba a nuestra gentveía en sus ojos miedo, porque nu

habían traspasado aquellas montañpero también esperanza, porqueotro lado aguardaba una vida m

libre y plena. En la aldea, con Gary el abuelo, quedaban además ancianos sirvientes: e

mantendrían vivo el fuego… porque pudiera pasar.Mi padre, ya os lo he dic



había recorrido varias veces camino. Había que subir por TejeBárcenas y Cezura para ganar altos de Pando. Hasta ahí, la rutaofrecía gran dificultad. El problevenía después. La tierra

encrespaba entre bosques y lomael camino se convertía en un rizovueltas y revueltas, siempre cue

arriba, a veces sin otra guía que precarias marcas que había dejmi propio padre en sus prime

exploraciones. Las hayas y los robcobraban tamaño de gigantes y ensus hojas el viento ulul



advertencias a los imprudentes. No soy capaz de recor

cuántas horas duró la primornada. Tengo bien viva la ima

del sol en lo alto y nuestra columen marcha; en la pesada marcha

los bueyes imponían. A esa hora hermanos ya caminábamos fuera carro, ayudando a controlar a

bestias. De vez en cuando alanimal se desmandaba y los motenían que ir en su busca. Mi pa

dio orden de no detenerse cuando pasara: no debíamos perder mtiempo del preciso. En una ocasi



remontando una loma, una mresbaló sobre un accidente decañada. El animal se asustó ypobre Rui, que lo llevaba bocado, a punto estuvo de cpendiente abajo. Al mediodía

detuvimos. En un pequeño calverolado de un manantial, hombresbestias recobramos el aliento.

Abajo, en el valle dejábamos atrás, apenas si divisaban ya las manchas de lo

había sido nuestro estrecho hogLos hermanos comíamos huecrudos y coles mientras jugábam



con los otros chiquillos de clientela. Pero los adultos estabanotro humor: en el fondo de su almles dolía cortar lazos. Nuolvidaré el gesto melancólico de madre, que allí, en Carranza, ah

tan lejana, dejaba risas de novidolores de parto, las tumbas de padres y la ilusión de la maternid

Pero también quedaban atrás angostura de una tierra cada vez mescasa y el hambre de unas cosec

siempre insuficientes. Lebato sentó junto a Muniadona. No le dnada. Solo cruzaron sus mira



antes de depositarlas por última sobre la vida que dejaban atEntonces mi padre se puso en pigritó: «¡En marcha!». Y la columde los pioneros volvió a su ritcansino y tenaz, como el paso de

bueyes.El ocaso nos sorprendió en

punto más alto del camino. Era

previsto. Lebato se había ocupadopreparar las cosas: él y hermanos mayores hab

desbrozado meses atrás un pedazobosque, lo suficiente para que ahfuera posible instalar allí



improvisado campamento. Inclhabían tomado la providencia construir un pequeño aprisco parabestias. Cervello y Rui hiciefuego. Las mujeres tendieron lieny sayales. Los carromatos

llevábamos nos servirían de parPronto cayó la noche, una noche tibia de septiembre. El su

guardaba el calor del reciente very el aire no había perdido su olovida vegetal. En el interior

bosque se desperezaba la vnocturna con su música inquietanPero nada de todo eso pare



importar a la familia, que formahora un círculo alrededor dehoguera cantando y riendo, conánimo jovial de quien ha tenido ubuena jornada. Después, el fuego cediendo y el cansancio afloró a

rostros. Y aún más tarde empezóoírse, a lo lejos, el aullido penetradel lobo. García y Eterio montaron

guardia. Yo me dormí con el corazatenazado por las sombras bosque.

Bajar a la garganta del río Ordufue una odisea que aún recuerdo



estremecimiento. Las precasendas que mi padre y sus hombhabían abierto en los meprecedentes servían para mulascaballos, pero acogían mal el ande nuestros pesados carros. Adem

en numerosos puntos la falda monte caía a pico, de manera cada paso era una proeza al lím

del abismo. Al menos así lo recueyo. En un determinado momento, padre ordenó vaciar los carr

todos nuestros enseres y vituaviajarían en las alforjas de las muLos carros, sin peso, se descolga



lentamente por las vertiginosendas bajo el tiro de los bueyeretenidos con cuerdas por ucuantos hombres que guiaron marcha. Uno de los carros cedióun recodo y se precipitó lad

abajo. Carro y bueyes rodapesadamente hasta estrellarse conunas rocas. Hubo que sacrificar a

animales: su carne nos alimentaríalos próximos meses.

Sería incapaz de precisar cuá

tiempo nos llevó aquella locura.recuerdo que antes de caer la taya estábamos todos abajo, inclui



los carros supervivientes, y Guma y Eterio dedicaron siguientes horas a recuperar restos del carro destruido y cadáveres de los bueyes despeñadEl resto de la comitiva, mient

tanto, se dedicó a reunir el ganque llevábamos con nosotros: npodía perderse. En el desce

pudimos apreciar el aspecto valle de Mena: una gran extensiónprados jugosos y árboles salvaj

regada por varios cursos de agucerrada por más montes allá abajosur. Era hermoso, aunque no es



muy seguro de que todos deseáramconvertirlo en nuestro nuevo hog¡Había tanto por hacer…! segunda noche volvimos a pasarlaraso, con la inquietud de hollarparaje desconocido para nosotr

pero al mismo tiempo con la certde que habíamos conseguido nuepropósito: el rumor de las aguas

Ordunte estaba allí para susurrarque el valle era nuestro.

La mañana nos sorprendió

un intensísimo aroma a hierba fresTardamos muy poco en completarcamino hasta nuestro destino:



llanos que se dejaban replácidamente por el río CadagAllí mi padre nos ordenó detenernReunió a las familias. Con solemnidad de Moisés en el mRojo, recitó una oración. A

seguido vino a decir algo comosiguiente: «Aquí tenemos la casa buscábamos. Todos tendrem

nuestra tierra, nuestros serán frutos y sus montes y su caza ymadera. Cada cual sabe dónde e

ahora su hogar. Los hombres y hemos hecho presuras en esúltimos meses. Las lindes es



marcadas. Es la hora de dar graciaDios y poner manos a la obra»dicho esto, cada uno de los hombde mi casa —Cervello, Guma, Rulos demás— partió hacia su nudestino. Lo mismo hicimos

hermanos y yo, siguiendo a mi padAsí empezó todo.

Las presuras, como llamábamos atoma de posesión de las tierconsistían en que uno llegaba a

paraje deshabitado y marcaba terreno que reclamaba para sí. hubo peleas, pues el trabajo de



meses anteriores había señaladoantemano dónde debía poner marca cada cual y, por otro lado, había sitio para todos. Mi padcomo jefe del grupo, se hareservado un ancho espacio desde

paraje que llamamos Ordejón hael que llamamos la Hoz, al pie de usuave cresta boscosa. El resto de

compañía se extendió desde hacia el este, hasta la orilla del río

Las tierras de presura se hab

indicado con pequeños túmulosmojones de piedras. No obstanesto solo era la primera parte



trabajo. Después había que escala tierra escogida, es dedesbrozar matas, arrancar árbosacar piedras y, en fin, todo necesario para dejarla apta paracultivo. Años más tarde, cuan

llegaron nuevos colonos, se tomala determinación de que a nadie sreconociera una presura hasta

hubiera escaliado el terreno: eramejor forma de frustrar a acaparadores. Pero tal problema

existía ahora, entre los flamanamos de un paisaje donde lo únque sobraba era precisamente tie



Empleamos el resto del día escaliar nuestras nuevas posesionLebato y todos nosotros, sus hijtrabajamos sin descanso durahoras. Mientras tanto, mi madMuniadona, ayudada por

hermanas, se dedicó a acondiciola precaria cabaña que mi pahabía levantado en sus anterio

exploraciones: una especie de chcircular con ancho tejado de pajamás antiguo estilo cantábrico.

iba a ser nuestro hogar provisiohasta que pudiéramos levantar ucasa digna de tal nombre.



Fueron meses de trabajo tregua. Todas y cada una de familias instaladas en el vregaron con chorros de sudor tierra que había de darles sustenAntes de llegar el otoño ya ha

quedado el suelo listo para el araEl estiércol de las bestias fuemejor abono. Pero aún había mu

por hacer. Ante todo, había qprevenir el invierno. El ganado yaves que habíamos traído de

Carranza nos aseguraban comsuficiente, pero también era precprotegerse contra el frío. Con



ramas procedentes del escalio, mujeres confeccionaron sóliurdimbres que mitigarían el efedel invierno en nuestras cabañas.mismo tiempo, la construcción denuevas casas comenzó de inmedi

En aquella tierra de promisión faltaban ni la piedra ni la maderacual aceleró los trabajos. M

hermanos Vítulo y Ervidemostraron ser excelenconstructores. Los demás hombres

la aldea, cuando terminaban propias labores, acudían a mi cpara ayudar a mi padre: era



obligación hacia el jefe de comunidad.

Lebato había pensado bien cosas. En particular, se haocupado de meter en la mollerasus gentes que ahora todos tendr

sus propias tierras, sí, pero quepatrono seguía siendo él. Allá atren Carranza, Lebato era

propietario de la tierra y los demCervello, Rui, Guma, Ete

García el Tuerto— eran su cliente

Lebato dejaba a los clientes trabala tierra y estos, a cambio, cedíanpatrono una cantidad prefijada de



cosechas; Lebato, por su parte,comprometía a proteger la vida degente. Era el viejo modelo ancesde organizar la comunidad. Ahoraeste nuevo mundo que era el valleMena, los clientes tenían tierras

propiedad, pero la relación clientela seguía vigente. Y todsabían que su superviven

dependía de que Lebato siguiera cabeza.

Lo primero que las familias

Mena experimentaron con alivio la ausencia del recaudador. Carranza sufríamos periódicame



la visita del enviado del rey, o tal se titulaba. Llegaba a casaexigía el pago de una parte decosecha: se llevaba grano, alguaves, a veces incluso una vaca.más valía no oponerse, por

alguno ya había pagado con sangrnegativa. De manera que los hombde nuestra casa pagaban con

trabajo a mi padre, y mi padre avez pagaba al recaudador con el frde la tierra. En Mena, por

contrario, nadie venía a exigir natodo era enteramente nuestro. Crazón mi padre podía sentirse se



del valle.Aquel primer invierno en

valle de Mena tuvo el grato saboruna aventura fraterna. CelebramoAdviento y la Navidad en uatmósfera de infinita esperanza.

pandero de Cervello y la gaita Eterio pusieron música en aquesoledades. Mi hermano Vítulo,

ya entonces había tomado hábitos, dirigió los oficios y predla natividad del Señor en un humi

chamizo que hizo las veces iglesia. La matanza de un par puercos nos había provisto de ca



suficiente para todos. Cuanllegaron las primeras nieves cesótrabajo del campo, pero otras tarllenaron el tiempo: exploracionescaza hacia los bosques cercanaprovisionamiento de leña y, m

importante, el servicio de anubque es como se llamaba a la laborvigilancia en la frontera de nues

pequeño mundo. Los hombmarchaban hacia la peña que cerrnuestro valle por el suroeste y de

allí oteaban el horizonte: si haalgún peligro, solo desde ese pupodía venir; pero no vino, al me



aquel primer invierno.Mi padre no se ha

equivocado: la tierra del valle Mena era rica y fecunda. primeras cosechas fueron generosCuando llegó el verano, todo nues

nuevo hogar resplandecía de frutoviejo molino ruinoso que mi pahabía descubierto en la orilla

Cadagua volvió a funcionar. Y qdecir de la caza, inagotable aquellos bosques vírgenes.

verano supe por primera vez en vida qué era la abundancia. Tambhabíamos terminado de construir



casas, de manera que aquello parecía realmente una aldea. Vítpudo sustituir su precaria iglesia un templo más digno, en el que topusimos sudor. Dedicó el temploSan Emeterio, aquel soldado rom

de Calahorra que murió mártir porabjurar de su fe cristiana. Allí, enrústico santuario de San Emeterio

Taranco, nos instruía a los más nisobre las Sagradas Escriturastambién nos enseñaba a ha

cuentas.Con los hombres atareadosmil labores de construcción,



mujeres se entregaron a dar aspecto más hermoso a nuepequeño paraíso en la tieRecuerdo con toda claridad el díaque mi madre, Muniadona, aparecon enormes cantidades de flo

silvestres. El resto de las mujeimitó a mi madre. En unas pohoras, nuestras rústicas balcona

se vieron embellecidas por aqusinfonía de color. Era la guinda pun duro trabajo de arreglo

fachadas, puertas, ventanas… mujeres habían convertido nuealdea en un lugar donde apete



vivir. Y Muniadona se movía de lado para otro con la seguridad deartista que confía en su obra.

Mi madre venía de tierras los vascones, justo al borde de montañas inhóspitas. Mi padre

conoció allí cierta vez que fuecomprar caballos. La moza le gude manera que volvió al

siguiente, y al otro. La familia Lebato encontró que los caballosaquella gente eran duros y esta

bien criados, y la familia Muniadona constató que Lebato un buen partido. El viejo García,



abuelo paterno, acudió a ver a padres de mi madre y cerraronacuerdo. Después Lebacompañado de un sacerdote y gente de su casa, fue a buscar anovia. Trajo a la vascona a Carran

Contrajeron matrimonio y instalaron en la casona familMuniadona demostró ser una ma

amorosa y un ama excelente, ese tde mujer que gobierna y adminicon cuidado infinito. Solo pu

decir de ella que inspiraba seguria todos cuantos la rodeabempezando por mi padre. Y



mismas virtudes desplegaba ahoen nuestra tierra nueva, previendproveyendo los mil detalles de mundo que nacía.

Los colonos de Mena constituyepronto una singular comunidad hombres libres. Lebato segllevando la voz cantante y na

discutía su autoridad, pero el rede nuestros amigos operaba ya entera autonomía, dueños de

propias tierras. Mi padre puso bcuidado en organizar bien recursos: quedó establecido que



montes y los pastos altos seríanuso comunal, lo cual era una garanpara todos. A Guma se le ocurmontar un torno de alfarero y huque arbitrar cuándo y cómo pocada cual requerir sus servicios.

cuanto al molino restaurado a la vdel Cadagua, todos podrían usapero según rigurosos turn

Asimismo, Lebato se ocupó restablecer el contacto con Carranel hogar que habíamos dejado at

donde permanecía mi hermGarcía. También envió noticia nuestra existencia a las Asturias



Santillana, donde mantenía vieamistades. De allí vino un día un tsingular: Ramiro, el herrero, tendría una imprevista influenciami vida.

Este Ramiro era un personaje

leyenda: un tipo fuerte y grandhosco, de enormes ojos azuclavados a martillo sobre un ros

colorado, y con unos brazos gruecomo mis piernas. Nos lo mandóamigo de mi padre desde las Astur

de Santillana porque nosotnecesitábamos un herrero y él eralos más afamados. Pero Lebato d



caer un día, como quien no dnada, que si el herrero haabandonado su casa para venir afrontera no era por azar ni tamppor afán de aventura. ¿Qué secrescondía Ramiro? ¿Era tal vez

brujo, como se contaba de tanherreros? El enigma inflamabaimaginación de los niños y levant

las suspicacias de los mayores.hombre vino solo, sin familia, y preocupó sobremanera a mi mad

que pronto empezó a enredar pencontrarle una mujer. Había enaldea algunas mozas casaderas, co



las hijas de García el Tuerto. PRamiro se mostraba siemesquivo, dedicado día y noche aforja.

Aquel hombre se instaló solas ruinas de piedra de una ch

abandonada, construyó allí un hoy se volcó en su trabajo con frenDurante horas sonaban los golpes

su martillo y los bufidos del fueCuando, cansado, asomaba corpachón por la estrecha pue

para tomar aire, los chiquilcorríamos a verle para que contara historias. Ramiro respir



profundamente, bebía de un enorcántaro y, tras una larga mirsilenciosa, comenzaba a hablar. Ncontó que también su padre y abuelo fueron herreros, y que familia, de linaje godo, había lleg

al norte escapando del yusarraceno. Nos relataba aventuformidables del tiempo de Pelay

aun antes. Nos explicaba que abuelo y su padre le habían enseñel secreto del acero, y que algún

él lo enseñaría a su vez a algunonosotros. Y cuando estaparticularmente locuaz, nos habl



de sus investigaciones sobre arado, y de cómo él había imaginun arado capaz de labrar la tiemás hondo que ninguno. «Pero aúnhe sido capaz de forjarlo —concl

. Por eso me oís trabajar dí

noche».El herrero, en efecto, nos ha

mucha falta, porque no s

precisábamos herraduras para bestias, sino también refuerzosrepuestos para los arados.

particular, era imprescindiencontrar arados que profundizabien en el suelo y al mismo tiem



removieran la mayor cantiposible de tierra, porque permitiría sembrar con mintensidad y reducir los periodosbarbecho. En Carranza, en la vialdea, con nuestros pequeños ara

muchos de ellos aún de maderhiriendo una tierra ya gastada, haque dejar descansar los campos ha

dos años antes de volver a planEso significaba que si venía un de mala cosecha, el hambre

estrangularía sin piedad. Los arade hierro hicieron más fácil la labpero su construcción exigía



destreza que no estaba al alcancecualquiera. Ramiro sabía hacerlomuy bien, pero el herrero quería men algún lugar había oído hablarunos arados normandos guiados ruedas y con una reja que se hinc

bien hondo en la tierra más duraademás fuera posible voltear la tiehacia los lados, de manera que c

año fuera como plantar en tienueva… Aquellos eran los afaque ocupaban el espíritu de nues

herrero.

Un día mi padre me llevó consig



la Peña, la torre natural que cerrnuestro mundo por el suroeste.

—Quiero enseñarte algo —dijo.

A lo largo del trayecto me indicando lomas y hondonad

prados y cerros y sotos, poniennombre a las cosas. Me hizo sucon él a lo alto de la roca. Lo que

me dejó boquiabierto: una inmellanura se abría a nuestros pies, hadonde la vista se perdía.

—El mundo no se acaba Mena —habló Lebato—. La nufrontera está aquí, bajo es



quebradas. Un día volverá aquícruz y a su sombra plantaremmares de cereal, océanos de ceby trigo. Ellos lo saben. Los morosaben. Harán todo lo que puepara impedir que esta tierra

nuestra. Vendrán, atacarán, saqueanuestros campos, talarán nuestfrutales, arrancarán nuestras cepa

se llevarán a nuestra gente. Pero etierra es nuestra. Perteneció nuestros padres y nos pertenece

nosotros. Por eso es tan importaque vivamos en Mena. Por eso hemde perseverar en ese suelo



hemos conquistado. Mares cereal… Mares de cereal…

Aún musitó más veces, couna letanía, aquel «mares de cerea

Mi padre me enseñó todo. enseñó a sobrevivir. A cazar cone

y nutrias y armiños, y códesollarlos. A curtir las pielesfabricar con ellas zapatos, gorr

zurrones… Me enseñó qué tierrabuena y cuál no, y por dónde haque cortar la madera. Me enseñ

distinguir unas semillas de otracuándo era el buen momento pplantar las simientes. Me enseñó



significado de cada sonido bosque y de cada color del cielo. enseñó los nombres de las bestiacómo saber si estaban sanasenfermas. Y a encontrar el camcuando la niebla o la noche te ha

perderlo. Todo eso me lo enseñópadre.

A pesar de nuestros temor

aquel primer año no hubo ninataque de los moros, ni tampocoaño siguiente. Pudimos disfru

tranquilamente de nuestra nuriqueza. Mena era ya nuestro munPasaron los meses. Pasaron los añ



Mi madre dio a luz un hijo muertobautizamos como Bartolomé, homenaje a la vieja aldea habíamos dejado atrás, y fue primer inquilino de nuescamposanto. Después le sig

Rosamunda, la mujer de Eterio, murió de unas fiebres. La rueda dvida giraba obediente a la m

divina. Mi hermano Ervigio marchtomar los hábitos, como antes había hecho Vítulo. Lebato le ha

encontrado una buena recomendacpara el monasterio de Samos, enlejana Lugo. Para mis padres, co



para toda la comunidad, tener hijos eclesiásticos era signo distinción, además de una vía parcielo. Y era el camino natural plos hijos menores del patrono, dque mi hermano mayor, García, ib

heredar la propiedad de Carranzaa mi otro hermano, Tello, correspondería lo mismo en Me

Cuando vi marchar a Ervigabrazado por los sollozos de madre, supe que algún día

seguiría el mismo camino.

Alguna vez nuestros hombres



servicio de anubda vieron pahuestes moras por la vieja calzadala arruinada Aria Patriniani, al oede nuestro valle, pero nupenetraron en Mena; quiignoraban que estábamos allí.

crecí. Dejé de ser un niño. Y un se me encomendó la misión mexcitante que podía imagin

marchar en misión de anubda haciPeña.

Fue entonces la primera vez

vi a un moro. A cuatro moros, pser precisos. Yo compartía la anubcon Illán, hijo de García el Tue



un mocetón que me doblaba la edatambién la estatura. Matábamos horas apedreando pajarillos cuanal mediodía, cuatro jineaparecieron en el horizonAguzamos la vista y pudim

observar sus atuendos. Eran morno cabía duda. Y galopaban cpresteza hacia la Peña donde

hallábamos. «¿Qué hacemospregunté. Pero Illán no contehabía salido corriendo y se ha

escondido en cualquier agujero los alrededores.Perdí un tiempo preci



buscando a mi compañero. Cuanme quise dar cuenta, los jinetesestaban a un tiro de piedra allí abaal pie de la Peña. Se quedaclavados, mirándome con oinquisitivos. Yo estaba atenazado

el miedo. Uno de tez renegridabarba rala reía con ojillos siniestrDijo a sus cofrades algo que

entendí. Entonces se adelantó oque, para mi sorpresa, lucía udensa barba rubia y me habló en

lengua: «¿De dónde eres, chi¿Dónde está tu pueblo?». Por pinstinto extendí el brazo en direcc



contraria al valle, lejos de nuecasa, hacia el lugar donde un estuvo Aria Patriniani. «¿Y hmucha gente allí?», preguntó nuevo el moro rubio. Negué concabeza; el miedo no me dej

escapar ni una sílaba. Los cuaagarenos se miraron mientras impetraba la protección de todos

santos. El rubio hizo caracolearcaballo, los cuatro dieron la vueltse marcharon por donde hab

venido. Solo cuando estuvieron blejos reapareció Illán, compañero, que se había ocult



cuan largo era en una mata aliagas. Su aspecto me hablevantado carcajadas de no etodavía paralizado por el susto. perder un minuto, corrimos haciapueblo para dar a mi padre noti

del encuentro.Referí a Lebato lo sucedido.

padre me avasalló a preguntas

apenas supe contestar: qué aspetenían los moros, la salud de caballos, si llevaban las alfor

llenas o vacías, si iban armadossus ropas estaban sucias o limpiaMil detalles que debían dar



indicios de a qué nos enfrentábamTorpemente hice memoria. Para sorpresa, Illán había reparado en mcosas que yo. Por ejemplo, en odres que colgaban de las grupaslos caballos. «Señal de que vie

de lejos», dijo mi padre con alivEntre unas cosas y otras, Lebcompuso su diagnóstico:

cuadrilla de exploradores en bude tierras para saquear. No había qtemer nada por el momento, pero

presencia indicaba que no tardaríaaparecer una fuerza más numeroSin duda pronto habría una aceifa



las tierras de la frontera. ¿Dónexactamente? Mi padre observaba, silencioso. «¿Eso todo?», preguntó. Contesté que «Has obrado bien», me dijo.

Pregunté a mi padre por

identidad de aquel moro rubio hablaba nuestra lengua. Si sarraceno, ¿por qué su aspecto

igual al nuestro? Fue así como padre me refirió la traicmultitudinaria de los grandes, que

rindieron a los invasores y convirtieron a su blasfema religiócambio de conservar sus tierras y



poder. Mucho tiempo atrás, cuanla última gran guerra civil —naLebato—, uno de los bandos, el rey usurpador Agila, llamó en socorro a los musulmanes del olado del mar. Los mo

desequilibraron la balanza. partido de Agila venció al del nopríncipe don Rodrigo. Pero lleg

el momento de despedir a la fuemercenaria, esta no se marchó, sque se adueñó del país.

monarquía hispana de los goddesgarrada por la guerra, se hunsobre sí misma. Los musulma



trajeron más hombres. Ciudad ciudad, todo el viejo reino entregándose. Si alguien se negalos moros lo arrasaban todo. Coya no quedaba ejército pdefenderse, nadie pudo oponer

menor resistencia. Los nuevos amdel país eran muy pocos, psupieron ganarse la voluntad de

grandes casas y de los principalinajes: vida, riqueza y podercambio de someterse al nuevo am

Así cayeron Sevilla, Mérida, ToleZaragoza, las joyas de la corvisigoda, y también el Levante y



rico valle del Ebro. Solo en nuesttierras, en el norte, al cobijo de montañas, pudo la cristianresistir. El duque Pedro de Cantabperdió la fortaleza de Amaya, psupo parapetarse detrás del Escu

de Cabuérniga. Allí estuvo el pade mi abuelo. Mientras tanto, Asturias se levantaba don Pela

Los moros, derrotados, abandonala región. Pero en el resto del antigreino muchos cristianos se pasaron

enemigo, y con ellos sus hijos y hijos de sus hijos. Por eso concluyó Lebato— yo había pod



ver a un moro rubio que hablnuestra lengua: algún día la sanque corría por las venas de hombre fue cristiana. Con la ayude Dios, algún día volvería a serlo

Mi padre nunca me ha

hablado de aquello. Sus palabras permitieron entender muchas cosEntendí, por ejemplo, la amargura

mi abuelo al contar sus aventurasque el viejo García, como antespadre, no había librado una gue

contra el enemigo invasor, sino qhabía combatido contra la traiciónsus propios hermanos. Nues



mundo no se había hundido por calamidad venida de fuera; nuesmundo se había hundido dedentro, horadado por nosotmismos. Ahora era preciso empea reconstruirlo todo desde

principio, con cimientos nuevos envieja tierra de nuestros antepasado

Después de aquel suceso, Lebquedó pensativo. Aparentementerestó importancia, pero no debía

tenerlas todas consigo porque, amañana siguiente, marchó con hombres hacia el suroeste, donde



valle se abría al peligro, y dedicavarios días a cavar fosos y constrempalizadas. Haciendo rograndes piedras levantaron udientes de dragón y con aguestacas erizaron el campo. Nada

pudiera detener a un ejército, psuficiente para retrasar su marcha.mismo tiempo, dio instrucciones p

levantar graneros escondidos bosarriba, en el monte: si algún aparecían los moros, to

deberíamos huir hacia allí, a ecabañuelas bien provistas víveres, y mantenernos ocultos ha



que el peligro hubiera pasado. Eaño no llegaron los moros. Ptodos vivíamos ya con la certidumde que, tarde o temprano, el enemintentaría asolar nuestras tierras. imaginación ardía soñando una ép

batalla como las que libró mi abueAl fin llegó el día en que

tocó también a mí partir hacia

destino: los hábitos. Mi padre había arreglado la entrada en monasterio de San Martín

Turieno, en Liébana: una casa mucha fama en todo el reino porsabiduría y santidad de sus mon



Lebato me llamó para explicarmeque esperaba de mí: ingresaría ennoviciado de San Martín, allí enseñarían latín y teología y, qusabe, quizás incluso llegara ordenarme como mi hermano Vítu

Mi padre decía todo esto con gesto de honda satisfacción, comodel hombre que no puede estar m

convencido de sus razones. Con padres quedaban mis otros hermanTello, Adosinda, Munia y el peque

Esteban. Esa noche lloré: no quemarchar. No podía entonces imagisiquiera hasta qué punto Liébana



a cambiar mi vida.



3

EL VIAJE A LIÉBANA

Partí hacia Liébana una fría mañanaotoño; Lebato pensaba que aquel el mejor momento para viajar, pen los rigores de la estac

disminuían los peligros del camien particular el riesgo de enconcuadrillas de salteadores. Mi padr

mi hermano Vítulo me acompañahasta los montes de Ordunte. Allídespidieron. Mi padre, con ge



severo; Vítulo, con un abrfraternal. Mi hermano me había dalgunas indicaciones prácticas sola vida en el cenobio: obedienformalidad, aplicación, devociónSobre todo, dejarme llevar por

maestros. Y por supuesto, nada tonterías con las mozas del lugar. padre, por su parte, me entregó

pequeño zurrón con varpergaminos de becerro: cartas plos hitos de la ruta. Lebato y Vít

volvieron grupas. Yo me dispusedesandar el camino andado cuansalimos de Carranza. Desde a



desde la vieja aldea, debía marcpor la vía que llevaba a la costapartir de Laredo, un poblacho pescadores, me esperaban al medos semanas de viaje hasta destino. Durante todo el trayecto

acompañaría el fiel Guma. Nos detuvimos en Carranza p

ver al abuelo y a mi hermano Gar

El abuelo había muerto la primavanterior; mi hermano ni siquierahabía molestado en hacérnoslo sab

Los ancianos sirvientes que quedaal cuidado de la casa tampestaban ya allí. En su lugar había



labriegos de gesto estulto atendían el servicio. García recibió con una frialdad glacParecía una persona distinta. Nuhabía sido un espejo de cordialidpero el fondo hostil que brill

ahora en sus ojos me pareexcesivo. ¿Quizá temía que vinierdisputarle la herencia? Confusame

me habló de una mujer de la costala zona de las salinas, a la que haconocido en un viaje de comerc

No estuvimos en la vieja casa mque una noche; el tiempo suficiepara constatar que mi hogar ya



estaba allí, sino en Mena. Gudurmió en la caballeriza y yo energón en el altillo. No pegué ojo.

excitación del viaje, la incertidumsobre mi destino y el resquemhacia mi hermano me impidie

conciliar el sueño. Salimos mtemprano, con el alba, y no detuvimos hasta que las bes

dieron señales de cansancio. Eocurrió donde el río Carranza vmorir en el Asón. Caía la tarde

Guma consideró prudente alejardel camino y buscar un cobijo ppasar la noche. Guma era ya



veterano. Dócilmente, obedecí.Todo cuanto mis ojos veían

nuevo para mí. Hasta ese momemi mundo se limitaba al valle Carranza y al valle de Mena, y mayor aventura había sido la anub

en la Peña, donde el encuentro los moros. Cuanto ahora poobservar era una incesante repetic

de lo mismo: valles iguales, geniguales, aldeas iguales, paisaiguales… Se diría que el unive

entero era un eco perpetuo de lo yo conocía. Pero todo empezócambiar a medida que nos fuim



acercando a la costa. Allí los valse abrían y los montes se achataby un olor salobre llenó de repemis pulmones. Había más gentelos caminos, alguna con carros extraordinaria factura, y sus rost

presentaban otro semblante que pareció más despejado. Los rebapacían en los prados. Los huer

exhaustos a estas alturas del adescansaban aguardando el invierEl paisaje ya no se limitaba a

perpetua repetición de pequealdeas, sino que ahora muchas caaisladas salpicaban los campos a



y allá, señal inequívoca de que tenían nada que temer, pues naabandona el grupo si no se sieseguro. Algunas de esas casas parecieron auténticos palacios comparación con lo que yo cono

sin duda los patronos de estas tiervivían con menos estrecheces nosotros. Vi que había muc

iglesias por todas partes, y en alpunto del camino descubrí inclpequeños monasterios

levantaban su voz a Dios sosolitarios parajes. La comatransmitía una intensa impresión



vida, cada vez más patente a medque descendíamos hacia la calzde la costa. Y al fin, apareció el m

Yo nunca había visto el mCuando por primera vez contemaquella infinita extensión de agua,

en la bajada hacia Laredo, quextasiado. Guma, que era temperamento vivaz, pero no m

hablador, se limitó a decir: mar». Le miré con alguna sor«Acerquémonos», le dije. «Vas

hartarte de verlo», me contePorque, en efecto, a partir de momento nuestra ruta iba a cor



durante varios días paralela al mNos encaminamos directamente hala inmensa llanura azul. Al dobuna loma apareció un burgo casuchas apiñadas sin orden a escdistancia de la orilla, bajo la som

de una pobre fortaleza con murosmadera. Era Laredo. «Adormiremos», me dijo Guma. Lar

era desde tiempos lejanísimos poblado de pescadores. Sus genvivían de lo que sacaban de la m

Me impresionó ver, varadas sobreplaya, decenas de pequeembarcaciones como las



debieron de tripular los discípude Nuestro Señor. Mi única nocsobre los pescadores bebía en pasajes evangélicos que me haleído mi hermano Vítulo. Quizá ello me decepcionó un poco

ambiente de aquel poblacho conolor a podrido. «Es pescado», aclaró Guma. Enseguida compr

que aquella iba a ser también nuecena.

Nos alojamos en un minúsc

cenobio a la salida del puebEnseñé al hermano portero uno los pliegos que me había dado



padre. El hermano nos hizo entranos condujo hasta nuestro dormitoUna celda para los dos; sencamastros en un agujero húmedoscuro. Limpio, eso sí. Después,nos dispensó el ritual de recepc

prescrito por la regla de San Benla comunidad, cuatro ancianos frade barbas blancas, oró con nosotr

nos besó en las mejillas y condujo a una salita donde monjes nos lavaron las manos y

pies. La comunidad recitó al uníso«Hemos recibido, Señor, misericordia en medio de tu templ



A la hora de cenar, los cuaancianos nos acompañaron en refectorio. Después de preceptivas oraciones, uno de hermanos fue sirviendo los platuna sopa de pescado y unas gac

con pescado. A mí se me ocurabrir el zurrón y compartir con monjes algunas piezas de mata

que traía conmigo. Me miraron un gesto de severidad que enseguse convirtió en agradecimien

Después de la cena, el que pareser el prior, que era también el mveterano, me dio alcance en el pa



se asió a mi brazo y, con parsimonabrió su boca apergaminada pdesgranar lentamente algupalabras:

—¿Así que te diriges Liébana? Santa casa. Hay allí, en

Martín, hombres de profunda fetambién de mucha sabiduría. Qusalgas convertido en un buen fra

Necesitamos hombres jóvenes. mies es mucha y pocos los obrerLiébana es un buen sitio p

aprender. Aquí ya casi no quedóvenes. Los hubo, pero promarcharon a la frontera y a tierras



Galicia, donde más precisa esatención a las almas. Solo los mancianos hemos permanecido en elugar. ¿Dices que vienes de frontera? No sabía que hubicristianos más allá de los montes

Ordunte. Es una buena notiporque hoy nuestra tierra es de nutierra de misión. No todos

entienden así, por desgracia. Satatienta a los poderosos. Hay mucen la corte que verían bien un pa

con los musulmanes. Ríos de sanhan corrido por esa causa. Por esotan importante que los hombres



Dios recuerden todos los días lugar nos ha asignado la ProvidenComo dice el salmo, el Señor reva las naciones su salvación, ynosotros nos la reveló en CovadonGracias por las longanizas: ha

tiempo que nadie nos traía manjaasí. Ahora vayamos al oratorio. Ehora de vísperas. Después, podr

retiraros.Las palabras del monje

dejaron el alma literalmente

suspenso. «Satanás tienta a poderosos», había dicho. «Hmuchos en la corte que verían bien



pacto con los musulmanes». Hcorrido «ríos de sangre». Y lueestaba lo de Covadonga: allí, tolo sabíamos, los cristianos de Pelderrotaron por primera vez a sarracenos. ¿Esa era la salvac

revelada por Dios a nuestra nacisiguiendo el salmo? ¿Y entonnuestra salvación debía consistir

pelear sin tregua contra la meluna? Cuando acabaron los oficiosvísperas, el prior nos hizo un gest

Guma y a mí, como despachándonTras una profunda genuflexiabandonamos el oratorio y



dirigimos a nuestra celda. «Dvida te espera», susurró Guma. Dusí, pero me había calado hondoamor en el que aquellos cuaancianos envolvían todos sus gesy todas sus palabras. Me do

recitando, casi inconscientementesalmo citado por el prior: «El Serevela a las naciones su salvación

Abandonamos el convento despde laudes. El sol naciente arranc

destellos de plata en las aguas mar, ahora más agitado que el anterior. Sobre la superficie azul



veía una multitud de pequebarquichuelas. Guma me explicó aquellos hombres salían a la mantes del alba y lanzaban sus redsiempre cerca de la costa, en espde los peces. Con frecuencia

daban por concluida su labor hamuy entrada la tarde. Después,pescado se consumía directamente

la aldea o se ponía en salazón pvenderlo en otros pueblos. Preguqué era un pescado en salaz

Entonces Guma, con aire triunextrajo de sus alforjas una bolsalana. Se la había dado uno de



monjes antes de nuestra partDentro había, sí, pescado en salazCon eso nos desayunamos sonuestras mulas, siempre caminanal lado del mar. No me desagradósabor. Tampoco el frío del ag

cuando, por fin, conseguí convena Guma para que me dejara bañaren la playa.

Seguimos viaje hacia el oecon el sol a las espaldas. Aqpaisaje tenía algo de agobia

Cuando uno se ha acostumbracomo yo lo estaba, a granespacios vacíos, de tierra virgen



horizontes abiertos, esta interminasucesión de aldeas y casas y pracultivados transmitía una sensacde colapso, como si allí ya cupiera nadie más. Apenas si hacampos incultos. Incluso las den

arboledas de los montes parecseguir un designio doméstico, hijola mano del hombre. «Los jóvenes

marchan a la frontera», me hadicho el viejo prior. Sin duda otros lugares del reino había m

comunidades como la nuestra Mena, aventureros en busca de ulibertad nueva. Observé con det



los campos que flanqueaban camino y a los labriegos que trabajaban. No pude evitar un ateexamen a sus aperos y en especiasus arados, muchos de ellos aúnmadera. Aunque el hierro abund

en las comarcas vecinas, era difproveerse de material bconfeccionado. Entendí que

problema llegara a obsesionarRamiro, nuestro herrero. Poco a ptodas estas ideas iban encajando

mi mente como las piezas de rompecabezas.La siguiente etapa de nue



viaje era Somorrostro, el cerro soel que se eleva la abadía de Cuerpos Santos, que se llama porque allí están los restos de Emeterio y San Celedonio, legionarios mártires de Calaho

Según la tradición local, las reliqude Celedonio y Emeterio habllegado hasta aquel lugar navegan

sobre una barca de piedra. A SEmeterio había consagrado hermano Vítulo nuestra pequ

iglesia de Mena, y San Emetedaba nombre también a aqmonasterio. La devoción



aquellos mártires parecía muy ven todo el reino, y eso me hpensar de nuevo en el salmo segúncual el Señor revela a las naciosu salvación. ¿Quizá nuesalvación colectiva estribaba

perecer mártires? Mi hermano había contado numerosas historiasmártires, aquellas santas y santos

la cristiandad que entregaron su vantes que abjurar de su fe. «Somtierra de misión», decía el anci

prior de Laredo. Aquelbrevísimas palabras del ancimonje me habían abierto una vent



a un mundo que desconocía. Y senque ese era el mundo en el que ahme iba a sumergir. No poquitarme todo eso del pensamiento

El monasterio de Somorrostrde San Emeterio me causó

impresión enteramente distinta humilde cenobio de Laredo. Enabadía de los Cuerpos Santos ha

una verdadera multitud: mucmonjes y también muchos visitangentes de paso e incluso, por lo

allí mismo me refirieron, huéspeque habitaban entre sus muprestando algún servicio tempora



la comunidad. Cerca de la abadíaalzaba un castillo que a mí pareció grande, aunque todo mundo decía que era pequeño. Bes cierto que hasta entonces yo nuhabía visto una construcción de e

tipo. Decían los lugareños quecastillo siempre había estado aDesde él, un conde nombrado po

rey gobernaba la vida de pescadores y labriegos que poblala aldea. No sé por qué los lugare

empezaban a llamar a aquel s«SantAnder» o «Santander». Entrecastillo y la abadía se desplega



de manera anárquica callejas tenderetes de artesanoscomerciantes. Abundaba el pescaen salazón, para gozo de compañero Guma. A mí me mareatanto ajetreo y tanto grito.

Pasamos por la abadía de Cuerpos Santos como dos sombanónimas perdidas entre

muchedumbre. Partimos al adespués de una noche salpicadaoraciones. Nuestra siguiente meta

el burgo de Santillana, aquel ludonde Lebato guardaba cieamistades y del que había ven



nuestro herrero Ramiro. Santilldaba nombre a toda la región de Asturias de Santillana. Se decía el poblado nació sobre el sitio Planes cuando unos monjes llevaallá las reliquias de Santa Juliana

Bitinia, mártir griega. Mi hermVítulo me había puesto al corriede la vida de Santa Juliana. Hija

paganos, se convirtió en secretodecidió entregarse a Dios, pero aquí que su padre la prometió a

ilustre senador. Como ella no quiso casar, el senador la denunante su padre, que dijo: «¡Por Ap



y Diana, más quiero verla muerta cristiana!». La encerrarontorturaron para que abjurara Cristo. Durante su encierro, un ánde luz se le aparecía para persuadde que abandonara su fe y acept

las cosas que el mundo le ofrePero aquel ángel de luz era Satcon el que Juliana luchó ha

vencer. Fue decapitada. Mi hermame decía: «Quédate con esto: mucveces el mal aparece envuelto en

luces del bien».Durante el camino a Santillvi cosas nuevas para mí: soldado



caballo, lanza en ristre, soberbiossus corceles enjaezados, y tambcomitivas de algún gran señor, innumerables lacayos flanqueanlujosos carros cubiertos. Guma,ver pasar a los soldados,

saludaba con un gesto abierto, code viejo camarada, pero su actiante la aristocrática comitiva fue m

distinta: se apartó del camino, ceel paso y compuso una profureverencia. Yo le imité.

—Has de saber esto, chico me dijo—, al soldado le agrencontrar a otros como él, pero



noble solo le gusta encontrar a quvale menos que él. Con eso podmoverte por el mundo.

Le tomé en serio, como podía ser de otro modo.

Después Guma empezó

contarme historias inconexas. Eraprimera vez que mi compañhablaba sin trabas desde que salim

de Mena. Me refirió que su abuque se llamaba también Guma, hasido uno de los guerreros godos

se refugiaron en el norte cuandomorisma implantó su poder España. Este abuelo Guma estuvo



Covadonga con don Pelayo y despsirvió a su hijo, el infortunado Favila. «Dicen que le mató un opero mi abuelo siempre sospeque hubo una mano humana aquella tragedia», me con

suspicaz. Muerto Favila despuésapenas un par de años de reinadosucedió el rey Alfonso, yerno

Pelayo, y con él firmó el abueloGuma sus últimas correr«Entonces, ya maduro, se estable

cerca de estas tierras de Santillase casó y tuvo un hijo: Guzmán, padre, que siguió igualmente



camino de las armas». Decía toesto con orgullo, como qudesgrana un linaje de reyes.

Las escenas que Guma relateran bien conocidas por todos:mismo podía haberlas vivido

abuelo que cualquier otro. Sospecno me resultaba muy verosímil qulinaje de un guerrero tan ilu

hubiera terminado acarreando miey criando ovejas en la clientelaLebato. Pero Guma también tenía

explicación para eso: —Mi padre, Guzmán, era buen hombre, pero algo cabeza lo



Se enamoró perdidamente de moza de Carranza, Ava, mi madreno paró hasta hacerla suya. abuelo no dio su aprobación, peropadre ardía de amor. La desposmarcharon a vivir a Cangas, cerca

la corte. Pero Dios quiso Guzmán muriera joven en refriega contra los musulmanes y

madre quedó sola con un pequeyo. Mi madre quiso instalarse Santillana, con mi abuelo, pero

viejo no la aceptó: no haperdonado que Guzmán se casara su consentimiento. Así mi ma



terminó volviendo a Carranacogida a la caridad de familiares. Yo crecí huérfano. cuanto tuve fuerza suficiente, lanzaron a la vida. Así acentrando en la casa de tu abu

García, y de tu padre, Lebato. vivido con ellos desde mucho ande que nacieran tus hermanos.

padre siempre me ha tratado comuno de la familia. Por eso yo esahora aquí, contigo, acompañánd

en este viaje. Lebato no poconfiar en nadie más para un trabde este tipo. Tu padre es un hom



cabal. Yo le estoy muy agradeciQuiero que lo sepas, por si novuelvo a ver.

«Por si no te vuelvo a ver». Caquellas últimas palabras sentí cosi una cuerda se cortara; una cue

que me retenía aún atado a mi famy que ahora debía imperativamesoltarse. ¿Cuántos secretos sobre

gente conocería aquel hombre? me pareció prudente preguntapero sí le transmití algo que

estaba lacerando el alma: el agcomportamiento de mi hermmayor, García, cuando nos detuvim



en Carranza. —Así es la vida —conte

Guma—. García es ahora el señoresa casa. Hará su voluntad: esprivilegio. Pero también tiene nueobligaciones de las que ha

responder: debe mantener la cpróspera, debe cuidar y cultivar campos, debe proteger y ampliar

patrimonio, debe casarse y tehijos para que un día esa casa pasotra generación, que ya no se

Lebatos, sino Garcías, porque asícomo ha de ser. Que no te extrañecomportamiento. Para él la vida



cambiado. Después de todo, ¿acno ha cambiado también pnosotros? Nosotros vivimos ahoraun lugar donde hay tierra para tody también para mí, que nunca anhabía pisado un suelo que pudi

llamar mío. Aún tengo tiempo casarme y tener un hijo. De eGuma saldrá un Gómez con un mun

entero por conquistar. Por contrario, él, García, qucondenado a sobrevivir en un mun

lleno de límites. No le envidio. Ndebes envidiarle.Empezó a llover antes de



llegáramos a Santillana. Guma paró de hablar, pero ya no recuequé más dijo.

Santillana era una aldea llena vida. El rey Alfonso había ordenarepoblar aquel paraje a partir monasterio fundado sobre reliquias de Santa Juliana. De

hacía aún pocos años, y ahora callejas de Santillana eran remolino de chiquillos corretean

madres gritando y hombres atareade un lado a otro. Buscamos nuealojamiento, que era el pro



monasterio de la santa. Entreguéhermano portero la correspondiecarta de mi padre y se nos proccama y comida. Una noche más enconvento distinto, pero siempre bla misma regla, la misma rutina

mismo orden. De nuevo víspesueño y, al alba, laudes. Y otra ven camino.

Las confidencias de la jornanterior habían soltado la lenguaGuma. En esta nueva etapa me

todo tipo de explicaciones sobreruta. Nuestro siguiente objetivo Evencia, que otros llamaban



Vicente por el mártir de León, y abandonaríamos el camino de costa para coger la larga y penruta lebaniega. A través de bosques y gargantas internaríamos en las montañas ha

llegar a Potes y, finalmente, a nuesdestino: San Martín de Turieno, envalle de Liébana. Ese iba a ser

hogar durante los próximos años. —Te costará acostumbra

porque siempre has vivido lib

pero te harás un hombre de proveme explicaba Guma miennuestras mulas tomaban la ruta



Liébana—. Aprenderás letras y lay teología, conocerás a personaimportantes y un día saldrás de convertido en pastor de almas. Ma tu hermano Vítulo: desde volvió a Mena, en realidad es

quien manda.Dirigí a Guma una mir

suspicaz, como barruntando

reproche, pero no había tal. —Y es bueno que así sea

continuó—, porque él es más sabi

más santo que nosotros. Y más jovtambién. Nosotros ya nos vamdoblando. Tu padre también s



eso.Guma era apenas unos po

años mayor que mi padre, no sabdecir cuántos. Sin embargo, la vle había castigado más que a Lebaen su boca quedaban pocos dien

ya no tenía cabello en la cabezabarba era enteramente cana y uprofundas arrugas surcaban su fre

y sus mejillas. ¿Podría aún tehijos, como me había dicho? Tendque darse prisa. Enjuto y prie

conservaba la fuerza del hombre ha vivido siempre de sus múscupero su espalda se estaba encogien



y las piernas empezaban a flaqueQuizá por eso decidió montar aqpequeño taller de alfarería en Meun recurso para seguir sienimprescindible. Era otro racaracterístico de Guma: su capaci

de iniciativa y de improvisacsiempre resultaba desbordante. duda por eso mi padre le ha

retenido tantos años junto a sí: erabuen compañero para asegurar supervivencia. Y sin duda tamb

por eso él había sido el elegido pacompañarme en este largo viaje.Enfilamos la ruta de



montañas. La obra repobladora primer rey Alfonso había hechoefecto: buen camino, muchas aldecampos bien trabajados… Haestos valles habían venido no slos montañeses que expulsaron

moro, sino también los cristiarescatados por Alfonso en llanuras del sur, en la tierra q

llaman de Campos. Con ellos había colonizado un territorio daba fruto por doquier. «El labra

aguarda paciente el fruto valiosola tierra, mientras recibe la llutemprana y tardía», decía otro de



salmos preferidos de mi hermVítulo. En realidad, toda nuestra vpodía resumirse en los salmos. gentes aquí instaladas aguardapacientes el fruto de la tierra. Y otmarchábamos de nuevo al sur, a

tierras que ellos en su día dejar«Los que esperan en el Seposeerán la tierra».

Al final de la jornada, el paiscambió súbitamente de aspecto. Nencontrábamos en un denso bos

sin otra huella humana que el camque pisábamos. Y aun este se haciendo más duro y primitivo, co



si nadie lo transitara ya. NotéGuma inquieto. Yo no lo estamenos. Mi guía miraba a un lado otro. Comprobé que intentorientarse. La tarde caía velozmeen aquel tajo labrado por las agua

el tiempo y la mano severa de DGuma me miró consternado y dijo: «Creo que nos hemos perdid

En algún momento habíamos tomuna senda equivocada. Caminábamhacia el interior, sí, pero lejos de

ruta principal. Guma empezóagitarse, como tratando de busbajo sus pies el buen sendero.



inútil. Y además, anochecía. Pprimera vez tomé yo la iniciativa:

—No nos queda otro remeque pasar aquí la noche. Haremfuego y nos quedaremos junto aMañana buscaremos el camino.

Guma me miró entristeciefectivamente, no había oremedio.

Hacer fuego no fue difíEncontrar un buen cobijo tampodada la densidad de aquella sel

Por todas partes alzaban sus bralos tejos y las hayas, los robles y castaños, y helechos del tamaño



un hombre se entrecruzaban matas de zarzas y espinos. Ualfombra de hojas muertas tapizuniformemente el suelo. Localizamun mínimo claro. Allí, a la sombraun enorme tejo, organizamos nue

morada. Guma era hombre recursos y con cuatro machetazounas cuantas ramas viejas constru

un apresurado cobertizo, cosa nos haría mucha falta si comenzabllover, como efectivamente ocur

Era suficiente para nosotros. mulas quedaron atadas a un árunto a nuestro refugio. Mi guía ab



la bolsa de las viandas. A mí me unas longanizas secas y él siguió al pescado en salazón. La noche cen un instante. Las nudesaparecieron y una luna de aspeturbador se adueñó del cielo. Gu

empezó a cantar, primero en susurro, después más fuerte. transparente: tenía miedo. Y

también.

Hay pocas cosas m

sobrecogedoras que pasar la noen el interior de un bosque cerraPor habituado que esté uno a



naturaleza y sus mil sonidos, siemsentirá un estremecimiento escuchar el temblor de las hojasroce de una culebra, los paapagados de un ratón o el calúgubre de la lechuza. El rumor de

arroyo lejano adquiere dimensiode fragor insoportable. Los árboadoptan formas sobrenaturales

entre ellos se agitan sombras queparecen de este mundo. Es la horala que las criaturas del bosque

adueñan de la tierra. Y entre ecriaturas surgen también duendetrasgos y espíritus, unos maligno



otros no, que reproducen en la nooscura la guerra eterna entre el bieel mal.

—Durmamos —dijo Gumientras acercaba otra tranca fuego.

Y bien le hubiera obedecipero dentro de mí se hadespertado una suerte de angusti

vibración, un estado de alerta había puesto todos mis músculotodos mis nervios en una tensión c

dolorosa. Y fue entonces cuandoescuché.Todo lo que sucedió esa no



permanece en mi memoria coentre la bruma de un sueño, peromentiré si digo que jamás me havisto ni después me vería enfrenta fuerzas semejantes. Lo que escufue un brusco ruido detrás

nosotros, cerca de nuestro cobertiFue como un áspero chocar de ramacompañado de un grave gruñi

Las mulas piafaron inquietaspatearon el suelo. Me levanté desalto. Guma también lo había oí

Enarboló un leño ardiendo y tendió un cuchillo. Ambos precipitamos fuera del cobert



arma en mano; si eran malhechocobraríamos caras nuestras vidas.tenue resplandor del fuescrutamos las sombras. Allí había nada. Nada humano, al menExploramos unos pocos met

alrededor de nuestro refugio. Solosilencio nos respondía. Hasta volvimos a escuchar con toda niti

el mismo sonido unos pies más adetrás de un tupido soto. Guma ycruzamos una mirada cómpl

empuñamos nuestros cuchillos y lanzamos al unísono sobre el sonuestras voces fundidas en



alarido. Lo que vimos nos dhelados.

Una forma de grandimensiones salió disparada soto. Era un animal. A la luz inciede la tea de Guma creí ver que

trataba de un jabalí. Y lo mformidable: era un jabalí de coblanco. El animal saltó de un lad

otro, se detuvo, gruñó, por finarrancó hacia nosotros. Las murelincharon aterrorizadas. Guma y

nos apartamos de un brinco, perocompañero cayó de bruces sobresoto. El jabalí, un macho adult



uzgar por su tamaño, echó a cohacia la espesura. Instintivamenteseguimos a la carrera. Aún pudimescuchar, ya que no ver, el ruidolas ramas quebradas por corpachón. La extraordinaria be

desapareció. Pero aquella no eraúnica sorpresa que esa noche reservaba.

La carrera en pos del jabalí había llevado a un descubrimieinsólito: algo más abajo, en lo

parecía otro claro del bosque, luun resplandor. Era una hoguera.del mismo lugar venía, quedo,



grave repiqueteo. Nos aproximamen silencio. Guma cubrió su tea el manto. Ocultos por la noche yselva, llegamos hasta la misma lidel calvero. Quedé petrificado: aalrededor del fuego, varias silue

se agitaban. Percibí con toda nitique una mujer envuelta en un madescribía círculos con los brazos.

torno a ella, sentados a sus pies,grupo de paisanos con las cabecubiertas, quizá una decena, musit

raras letanías. Uno de los sujeaporreaba rítmicamente un tambDe vez en cuando la mujer arroj



algo al fuego, una especie de poque arrancaba extraños colores a llamas. Entonces los sujeprorrumpían en una laexclamación. A la luz de la hogupudimos ver distintos objetos:

calavera de oveja, piedras caprichosas formas, toscas tallasmadera…

—Son brujos —me susuGuma.

La mujer braceaba con ges

lánguidos, como inconscientes,todo su cuerpo se movía como olas del mar. Un imprevisto incide



vino a poner fin a su ritual.El jabalí, al que ya c

habíamos olvidado por este nuencuentro, reapareció entre maleza. Su figura macizadescomunal se abalanzó sobre

extraña asamblea. Llevseguramente por el miedo, arremecontra el grupo. Unos corrían, ot

rodaban. El choque fue terrible. Lque no se apartaron a tiempo salieproyectados a un lado y otro

círculo ceremonial. El color blandel jabalí, iluminado por el fuegola hoguera, adquiría unos tin



rojizos que lo hacían aún mformidable. El animal se perdió enfollaje. Y los brujos quedaespantados y maltrechpreguntándose sin duda a qué extre implacable fuerza hab

convocado. Hasta que uno de enos vio.

—¡Vosotros! —gritó el bru

descompuesto—. ¡Habéis svosotros!

Todos los demás miraron

nuestra dirección. Y allí estábamsí, nosotros: Guma con su cuchillo en mano, y yo con



cuchillo también, ofreciendo a malparada asamblea un aspecto ntranquilizador. La mujer y algunossus compañeros recogieapresuradamente los objemágicos, ahora dispersos. El br

vociferante insistía, apuntando hanosotros un dedo que me parelargo como un palo:

—¡Vosotros habéis llamadoese jabalí blanco, ese animal de infiernos! ¿Quiénes sois? ¡No

tenemos miedo!Los demás empezaron a dacuenta de que nos superaban



número y sus miradas se tornaamenazantes, más aún bajo la luzla luna. Pude ver el rostro demujer y me sobrecogió su aspecambiante, porque tan pronto parebella como repulsiva.

estremecieron sobre todo sus ojque en la distancia me parecieronun intenso azul que giraba a viol

Se sucedieron unos largos compade alarmante silencio. EntonGuma dio unos pasos hacia adelan

apuntó la tea hacia el grupo, esgrimvisiblemente el cuchillo y, solemnidad impostada, exclamó:



—Ese jabalí es mío, sí. Él edueño de este bosque y nosotsomos sus guardianes. Él nos guiado hasta vosotros. ¡No querembrujos en estos pagos! ¡Id a otra pacon vuestros conjuros y letanías!

a otra parte, o el jabalí volverá! —al decir esto agitaba la tea, comoquisiera ahogar en fuego a

intrusos.Los brujos, o lo que fu

aquella pobre gente, queda

parados en seco por las palabrasGuma. Rezongando, cogieron bártulos y lentamente abandonaron



lugar por el lado opuesto del cldel bosque.

—Ya hemos encontrado salida de esta selva —musitó compañero. En efecto, aquel osendero conducía sin duda al cam

que habíamos extraviado horas a. ¡Fuera, fuera! —gritó toda

Guma, aunque ya habíamos perd

de vista a la extravagacongregación.

Luego me hizo una seña

volvimos a nuestro punto de partid —¿Eran en verdad brujos? pregunté, una vez instalados de nu



bajo nuestro cobertizo. —Cualquiera sabe —rep

Guma—. Hay en este reino mugente que cultiva viejos ritos. Scristianos y oyen misa, y rezan oraciones, pero no han olvidado

supersticiones. Porque, ademalgunas veces funcionan.

Miré a Guma con una mezcla

alarma y escándalo. —¿Funcionan? —me intereséMi compañero se encogió

hombros, se arrebujó en su mantcerró los ojos. Yo no podía dormexcitado aún por la misteri



aventura que acababa de viSoñaba despierto con el jabblanco y la sugestiva bruja del roscambiante. Hasta que el cansanme rindió.

Cuando desperté, el sol brill

en lo alto, Guma ya tenía aviadasmulas e incluso había preparadodesayuno a base de gachas.

devoré. Para mi consternacdescubrí que eran gachas de pescapero no cabía hacer ascos a

alimento reparador. Sin paabandonamos aquel lugar. Guenfiló, decidido, el mismo cam



que la noche anterior nos haconducido hacia el calvero de brujos. Lo encontramos sin esfuea la luz del día. Permanecían clalas huellas del jabalí entre las may los abrojos. Tardamos muy poco

llegar al mágico claro. Ahora puadvertir cosas que en la oscuridadme habían escapado: unas fue

rocas y, aflorando entre ellas, manantial. Me aclaré la cara y manos en el agua fresca. Gum

mientras tanto, revisaba los resque los brujos habían dejado sobrhoguera: huesos, cuerdas, lienzo



También algunos siggarabateados sobre el suelo. compañero componía un singugesto mientras husmeaba en toesas cosas; su boca desdentsonreía con aire malévolo. Creo

sabía más de lo que me hacontado. Pero no me atrevípreguntar.

El sendero que salía del bosconducía, efectivamente, al cam

que habíamos perdido en la jornprecedente. Era la calzada llamaban del Burejo. Recuperada



ruta, tardamos relativamente pocollegar a Potes, donde las aguas Quiviesa vierten en el Deva. Ealdea, como las anteriores, hasido repoblada pocos años atrás ysus callejas latía intensamente

vida. No fue difícil encontrar iglesia, que se destacaba entre casas del pueblo. El templo est

dedicado a San Vicente, el máleonés: un abad benedictino que asesinado por no aceptar la her

arriana, esa blasfemia según la cJesús es hijo de Dios, pero noDios. Vítulo me había puesto



corriente de estas cosas. También había informado sobre pormenores de nuestra estancia adebíamos acudir a la iglesia de Vicente, pedir cobijo y aguarhasta que alguien viniera de

Martín de Turieno a buscarmEntonces Guma volvería a Mena ymarcharía, solo esta vez, a

destino.La iglesia de San Vicente

una pequeña construcción

techumbre de madera sobre liende piedra. Me recopoderosamente a la iglesia que



familia había levantado en Mena,honor de San Emeterio. Un monjeaspecto mezquino, probablementehermano lego, recogió la carta mi padre había reservado para emomento, desapareció con ella

volvió al poco con un cántaro agua y dos trozos de pan. Ese fuerecibimiento. Después nos cond

hasta una especie de chiscón descansaba sobre la tapia del tempAllí nos dejó.

Guma abrió la puerta chamizo. Dentro, casi en penumbhabía otros tres mozos de mi edad



—Tienes compañía —me dijAquellos muchachos hab

llegado hasta allí para lo mismo yo: ingresar en San Martín Turieno. Estaban solos, sin escono como yo. Sin duda e

campesinos en situación mmenesterosa. Guma abrió su bolsaviandas y repartió algunos trozos

cecina a los futuros novicios. devoraron con desconfianParecían asustados. Pasaron

horas. Nadie hablaba. Cayó la tarGuma, cansado de la espera, deciir en busca de alguien que nos di



razón de nuestro estado. Según sde nuestro chiscón, se topó conmonje que entraba.

—A la paz de Dios, hermanodijo Guma.

—Y con tu espíritu —conte

el monje—. ¿Vienes tú con esmozos?

—Solo con uno de ellos

repuso mi amigo.Me fijé en el monje. Si

primero me había dado

impresión mezquina, este omanifestaba cierta majestad en movimientos pausados, en su mir



serena, en las largas barbas rojas caían sobre su pecho.

—Acompañadme —ordenó monje—. Cenaremos y rezaremos.

Allá que fuimos todencabezados por el fiel Guma.

monje, que en ningún momento dsu nombre, andaba de una mansingular, con pasos firmes q

desmentían la tópica humilmonástica. Debía de ser un gseñor metido a clérigo. Nues

nuevo guía nos hizo pasar al interdel templo por una portezutrasera. No dimos a la iglesia, sin



una estancia de paredes desnudasin más mobiliario que unos tosbancos. En el suelo de tieapisonada había una palangana. Pmi sorpresa, el gran señor nos hsentar y procedió a lavarnos

manos y los pies. Lo hacía con udesenvoltura sorprendente y exceso de energía, lejos de

mansedumbre que yo había conocen los otros conventos, pero fue gren cualquier caso. Cuando termi

nos hizo una seña para que siguiéramos. Obedecimos. El monos hizo pasar justo delante del al



Allí se arrodilló y persignó. Todoimitamos. Era la hora de víspeRezamos al unísono. Después guió hasta el comedor.

El refectorio de aquella cera otra estancia de pare

desnudas adosada al templo. Larbancadas cruzaban la sala. Cimonjes aguardaban en una de el

Nuestro anfitrión, que debía de sesuperior de aquella pequcongregación, nos sentó en o

bancada, frente a los hermanBendijo la mesa. Dio una airpalmada. Tras una cortina apare



el mezquino hermano lego que annos había recibido. Portaba una gcacerola humeante. Era una sopaberros. Después vinieron alguhuevos cocidos. Di gracias a DiGuma y yo llevábamos dos días

comer caliente. Entonces el superhabló:

—Mi nombre es Clodio.

pesar de mis pecados, Dios querido que sea el presbítero de eiglesia de San Vicente. Pasaréis a

la noche, con nosotros. Mañllegará un hermano de San MartínTurieno para llevaros al monaste



Mientras tanto, disfrutad de ehumilde cena de bienvenida y pea Nuestro Señor que repare vuestcuerpos y prepare vuestras almas.Su voz sonaba metálica, como plata, y se expresaba en lengua cu

decididamente, aquel hombre eramuy alta cuna.

Terminada la cena, todos

dirigimos al altar para recompletas. Confieso que nunca envida había rezado tanto. Y conclu

la oración, el mezquino hermano lnos guió hasta la misma sala lavatorio, convertida ahora



improvisado dormitorio comunal. —Dura vida te espera —vol

a susurrarme Guma antes de celos ojos y empezar a roncar a piesuelta.

Tuve un sueño agitado. En

espíritu se trenzaban el ancimonje de Laredo, el jabalí blancobruja del bosque y este presbít

Clodio de ahora, todo ello envueen bruma y agua de mar y pescadosalazón. En plena noche

levantaron para rezar otra vezfinalmente pude dormir algupocas horas antes de que el



rompiera sobre el ventanuco dormitorio. En ese momento volvientrar el lego para levantarnos uvez más a rezar laudes. «Señor, amis labios y mi boca proclamaráalabanza». Noche y aurora pasa

como en un suspiro. También suculento desayuno con el que sorprendió el padre Clodio: p

leche, queso, miel… Era su regalodespedida, porque pronto llegaríahora de partir para siempre.

Nos dejaron a los cuatro moal aire libre, en la puerta deiglesia. Amanecía y el pueblo



despertaba perezosamente. Algpaisano cruzaba ya las callejas un par de vacas. En la ventana de casa próxima creí vislumbrar movimiento de unos cabedorados. Atraído por el vaivén,

acerqué unos pasos. Una muchase asomó: ella era la dueña de cabellos. Quise aproximarme m

pero recordé las palabras de hermano Vítulo: «Sobre todo, nde tontear con las mozas del puebl

Volví con los demás.La espera fue breve. El sol no había empezado a calen



nuestros cuerpos cuando vimos lleal hermano del monasterio de Martín. Venía a lomos de una multirando de otras dos. Guma asiólas riendas a nuestras monturasalió al encuentro del monje

perder un instante. Oí lo que decía:

—Hermano, traigo un mens

para el padre abad de San MartínTurieno, te ruego que se lo entreguEs del padre de este muchacho.

padre se llama Lebato, de Mena.muchacho, Zonio. Dos de hermanos son clérigos ya. Lebato



ha ordenado que os entregue emula en prenda de agradecimienEn cuanto al muchacho, es despiey trabajador. Os lo encomiendonombre de su familia.

El hermano guardó la carta

mi padre en su zurrón, esbozó gesto de gratitud y unció mi mullas suyas. Después Guma se acerc

mí: —Aquí nos separamos, chi

Yo regreso a Mena. A partir de ah

te las tendrás que arreglar solo. alegra haber compartido camcontigo. Quizá no nos volvamo



ver. O quién sabe, quizá vuelvas aaldea hecho un señor eclesiásticomo tus hermanos, y yo esté aún para verlo. Queda con Dios.

Me abrazó. Yo ahogué copude un infantil sollozo.



4

BEATO Y ETERIO

El hermano subió a su mula. En otras dos cargó ciertos enseres quhabía entregado el lego mezquiNos hizo un gesto imperativo y to

el camino hacia San Martín. Lcuatro mozos le seguimos. Solo iba montado; en mi propia mula. L

otros, más pobres, iban a pie. Repen que alguno de ellos camindescalzo. Otro calzaba unos zapa



por así llamarlos, de deshechas tide cuero. Bajo los colgajos de cusus pies sangraban. Instintivamenme apeé del mulo y ofrecí muchacho mi cabalgadura. En momento el monje que nos guiaba

giró. Posó su mirada en los pheridos de mi compañero. No dnada.

El monasterio de San MartínTurieno estaba a poca distancia Potes, apenas una hora de le

camino por una senda empinapero cómoda. Terminé el trayectpie, llevando a mi mula de



riendas. El de los pies heridos hatomado mi lugar sobre el animal.chico estaba realmente asustado. pregunté su nombre. Con dos ojosazabache incandescente bajo uespesa melena negra, me conte

«Braulio. De Onís». Yo le di razde mí: «Zonio. De Mena».

No tardamos en divisar

monasterio. Era el más grande cuantos había visto hasta entoncmás incluso que el de Somorros

Entonces el hermano, siempre sosu mula, habló: —Me llamo Fernán. Estáis



San Martín de Turieno. Hace mutiempo, más de doscientos años,santo varón llamado Toribio, natude estas tierras, subió al monte deViorna, que es este que veis aqulado. Un ángel se le apareció y

ordenó lanzar su cayado cuan lepudiera. «Donde caiga el cayalevanta un monasterio», dijo el án

Así lo hizo Santo Toribio. El mose puso al trabajo y requirió la ayude los lugareños. Pero estos

hallaban demasiado atareados en ocupaciones y rehusaron echarle umano. Toribio marchó al bosqu



meditar. En ese momento vio cóun feroz toro y un enorme peleaban a muerte. Toribio avancon la ayuda de Dios amansó a fieras y unció ambas al yugo para arrastraran las piedras del temp

Los lebaniegos, al ver este prodigacudieron en tropel para trabaunto a Toribio. Nuestro funda

depositó aquí los divinos restos dvera cruz de Cristo, un trozo lignum crucis que había traído de

peregrinación a Palestina. Deentonces veneramos a la cruz juntlos huesos del propio Santo Torib



¡Un fragmento de la cruz Cristo! Me emocioné al pensar durante los próximos años de existencia iba a vivir juntosemejante tesoro. Súbitamente invadió una inefable alegría.

hermano Fernán siguió hablando: —En esta casa vivimos según

regla de San Benito, que es la nor

de oro de las comunidamonásticas. Rezamos y trabajamOra et labora. Trabajamos

rezamos. Todo por gloria a DEntregamos nuestras vidas a Dpara que Él nos libre de todo ma



nos lleve de la mano al paraNuestro abad se llama Ramiro;padre Ramiro. HumildObediencia. Silencio. Así vivimpor amor de Nuestro Señor. Vosotrvenís para ser como nosotros, p

aún os queda camino. Como diceapóstol, es preciso probar a espíritus para ver si son de Dios.

los primeros días de vuestra estanaquí no viviréis con nosotrTendréis que demostrar pacienci

perseverancia. Después de cuatrcinco días, y si perseveráis, sepermitirá entrar a la hospedería



luego, si vuestro ánimo aún mantiene, entraréis en el noviciaAllí se os asignará un anciano pguiaros. Al cabo de dos meses prueba, seréis confirmados conovicios. Y diez meses después

habéis demostrado ser capaces perseverar en la vocación, podrser recibidos en la comunidad.

El monje decía todas escosas de manera rutinaria, comoformulismo que sin duda se v

obligado a repetir cada poco tiema los aspirantes. Recordé a Gumsu reiterativo «Dura vida te esper



El hermano Fernán siguió con perorata:

—Unos sois hijos de nobleotros, hijos de labriegos. Alguhabréis dotado al monasterio con umula o un saco de grano, y otros

tenéis ni zapatos para vuestros pPero olvidad eso, porque vueslinaje ahora no cuenta nada a

Dios. Ante Él todos somos iguaCuando vuestros padres hicieronoblación, entregaron a sus hijos p

que nazcáis a una nueva vida. El persevere, tendrá recompensa. El no, que la busque en otro lugar.



Envueltos en tales exhortaciollegamos al portal de San MartínTurieno.

Hizo bien el hermano en lanzar to

aquellas advertencias en tono conminatorio, porque lo que aguardaba en San Martín exiciertamente, perseverancia. «preciso probar a los espíritus pver si son de Dios», citaba hermano Fernán al apóstol. Y

forma de probarnos consistió instalar nuestros cuerpos extramudel monasterio, en unas chamago



dependencias que más pareccuadras, de débil techumbre y pmugriento. Se me cayó el alma a pies al conocer mi temporal hogPedí a Braulio que me ayudaraponer un poco de orden en aq

antro. Lo hizo de buen graTambién otro de los mozos. No ascuarto, que se sentó en la solana

cabeza entre las manos, covencido por los acontecimientos.hermano Fernán se marchó.

En los días siguientes tuvimun plan de vida ciertamente seveNos levantábamos antes del a



para rezar laudes con los monjCon ellos cubríamos laudes, primtercia, sexta, nona, vísperascompletas, para dar cumplimientlo que dijo el profeta: «Siete veal día te alabé». A eso se añadía

oración nocturna, pues tambsentenció el profeta: «A medianome levantaba para darte gracias».

rezábamos junto a los monjes, sapartados de ellos, fuera oratorio. Y entre oficio y ofic

nuestro horario se llenaba trabajos incesantes, especialmeacres todos ellos: limpiar estiérc



acarrear alimentos y agua, barsuelos, reparar la irreparatechumbre de nuestra cuadra…

La comida también resultó más pobre de lo que habíamintuido en Potes. La regla de

Benito era muy estricta en eso: platos cocidos una vez al día. Nmás. Si había frutas y legumb

podía añadirse un tercer plato. Jua eso, una libra de pan por persoSi los rigores del trabajo dia

aconsejaban añadir una cena, edebía deducirse de la cantidad diaasignada. O sea que en realidad



hacíamos dos comidas, sino unados veces. Y quedaba expresamevetada la carne de cuadrúpedsalvo para los enfermos muy débiAl enterarme de esto, no pude spensar en el gesto de los monjes

Laredo cuando les ofrecí longaniza. La austeridad recrudecía aún más en los mozos

decir, nosotros, porque la reseñalaba muy claramente que «a niños de tierna edad no se les dé

misma cantidad que a los mayosino menos, guardando en todotemplanza». Porque «nada es



contrario a todo cristiano comoglotonería», según escribió el sade Nursia.

Llevábamos así tres días cuanuno de los mozos, de nomAnastasio, se quebró. Era el mis

que el primer día había rehusayudarnos en la cuadra. Ante uorden particularmente desagrada

vaciar las letrinas del conventose revolvió y desafió al hermFernán. Este miró fijamente

revoltoso. Nosotros también: tosabíamos que este singupurgatorio era solo un breve perio



de prueba y que su objetivo templar precisamente nuehumildad. Anastasio había falladomanera lamentable. El hermFernán asió por un brazo a nuecompañero. Le llevó consigo

interior del convento. Esa mistarde Anastasio abandonó Martín.

Cumplido el cuarto día purgatorio, otro hermano vino phacernos pasar a la hospedería. A

se nos dio ropa nueva, lo cual fue auténtica bendición, porque nueslobas y camisas estaban deshech



A todos nos entregaron lo mismdos túnicas, dos cogullas con capucha, medias y zapatos. Tambun escapulario para el trabajo. Enhospedería encontramos dormitorio seco y limpio. Sobre

ergones, una estera, una manta,cobertor y una almohada. Era prescrito en la regla de nuestro pa

San Benito. El hermano también procuró algunos objetos: un cinturun cuchillo, una pluma, una ag

para coser, un pañuelo, material pescribir… A eso tendrían qlimitarse nuestras posesiones «p



eliminar todo pretexto necesidad». El hermano nos advircon frecuencia se os revisarán camas, para evitar que nadie guaallí cosas inconvenientes. La reordenaba «cortar de raíz el vicio

la propiedad».Una vez instalados en el inter

del convento, recibimos la visita

abad: el padre Ramiro, un hommaduro de infinita bondad en ojos claros, nimbado por una ba

blanca que le confería un aspebíblico, como de gran patriarRamiro se interesó por nuest



nombres y nuestro origen, pregupor nuestras familias y nos repitiómismas admoniciones que ya había hecho el hermano Fercamino de San Martín, pero en labios aquellas advertenc

cobraban una dulzura extrema, hdel amor. Luego nos interrogó acede nuestras habilidades. De

cuatro mozos, solo yo sabía leeescribir. Me destinaron scriptorium. Así conocí a Beato

Liébana.

Beato era un monje de extraordina



reputación. Su fama había saltado límites de Liébana. Incluso hermano Vítulo me había habladoél. Años antes, el sabio Beato haescrito un Comentario

pocalipsis de San Juan que est

pasando de copia en copia por tolos conventos del reino. Para mí un auténtico honor que me destina

a su lado.A Beato le llamaban

Liébana, pero en realidad no

originario de este valle, sino venía de Toledo. Cuando la vicapital cayó en poder de



sarracenos, el maestro, que entonera un niño, huyó junto a su famiSe refugió en Osma. Allí profestomó los hábitos de la mano presbítero Eterio, que sería despobispo. Pero aquel lugar tampoco

seguro, de manera que BeatoEterio, con los suyos, marcharonnorte. Otras muchas comunida

habían abandonado el sur pinstalarse en el reino del norte, colos monjes de Samos, que e

mozárabes de Toledo, o el proobispo Odoario de Lugo, que, sese decía, venía del norte de Áfr



Lo mismo hicieron Beato y EteEscogieron precisamente econvento de Liébana porque levantaba cerca de Covadonga yCosgaya, los lugares donde cristiandad había derrotado a

ismaelitas. Y aquí se quedaron.Cuando me presentaron a

puse una rodilla en el suelo y ped

bendición, según se me haenseñado. Beato trazó una cruz somi cabeza y, elevándome los braz

me instó a ponerme en pie. —¿Así que sabes escribirleer? —preguntó—. ¿Quién te



enseñado? —Mi hermano Vítulo, que

sacerdote —respondí.Beato compuso una son

satisfecha y me indicó que siguiera. Mi maestro era un hom

menudo y vivo. No estaba lejos dvejez, pero sus movimieninquietos le daban un aire vigoro

Fruncía mucho los labios en mohín nervioso, como si estuvisiempre alerta. Me guió hasta

scriptorium, una larga sala abieque daba al claustro y cuya únsingularidad respecto a las ot



dependencias del monasterio eranpesados escritorios de madeHabía algunos monjes trabajanallí: copiaban o iluminamanuscritos. Les saludé con reverencia, pero apenas si

prestaron atención. En las paredesalineaban varias estanterdispuestas con algún desord

Gruesos volúmenes se apiñabansus huecos:

—Dice San Benito que

monjes han de leer al menos horas al día —me explicó BeatoLecturas sagradas, sobre todo, p



también profanas. Aquí encuentnuestros hermanos todo lo necesitan.

Me mostró algunos ejemplarunas Confesiones de San AgustínComentario del Libro de Daniel

San Jerónimo, unas Etimologías San Isidoro, también textos de Ambrosio y San Ireneo. Ha

asimismo volúmenes de AristóteSuetonio y Tertuliano. Me pregusi sabía algo de ellos. Tuve q

contestar, avergonzado, que jamhabía oído tales nombres. —No importa —repuso



Tienes tiempo para aprender.Mi trabajo, por el momento,

a consistir en copiar viepergaminos y trasladarlos volúmenes nuevos. En mucconventos —me explicó Beato

carecían de libros y, además, no epocos los monjes que apenas sableer. Eso solo podía corregi

copiando los textos. Aquí, en Martín, producíamos la mateprima. Pero también hacíamos a

más: Beato escribía explicacionesíntesis, sus «comentarios», que apar catequizaban a los hermanos.



esa tarea le ayudaba de mansingular el hermano Eterio.

Beato me condujo hasta EteNada menos que el obispo EterioOsma, el mismo que ordenó a Bey después había tenido que huir

norte por la presión sarraceEncontramos a Eterio inclinsobre uno de los escritorios, de p

la pluma en una mano y en la otragrueso cristal. Yo fui hacia él, bsu mano y pedí su bendición.

—¿Quién es? —preguntó Etemientras trazaba una cruz sobre cabeza.



—El nuevo aprendiz —conteBeato—. Sabe leer y escribir.

—¿Cómo te llamas? —interpeló el obispo.

—Zonio. De Mena. Rectifiqué sobre la marcha

Hermano Zonio.El obispo Eterio ofrecía

aspecto de un bloque de pie

tallado violentamente por el tiemEra ya viejo, pero grande y macizprofundas arrugas vertica

horadaban su rostro, su cuello, manos. En aquellos surcos latíamelancolía de un hom



desposeído, un obispo sin dióceun fugitivo bien a su pesar. La ciudde Osma, que era la sede de Etehabía permanecido a salvo deprimera acometida de musulmanes. No lejos de ella alzó

rey Fruela, hijo del primer Alfonso, el monasterio de Miguel del Pedroso, a orillas del

Tirón, que fue confiado a la abadNonnabella, hermana del proFruela. Pero cuando los sarrace

empezaron a castigar la fronteramismo San Miguel que Osma, taquello tuvo que ser abandona



Por eso Eterio estaba aquí, cotantos otros.

Eterio volvió a sus pergaminque leía dificultosamente con aydel cristal, mientras garabateletras con su pluma. Yo m

alrededor: los escritorios, los librlos hermanos trabajando… Uno ellos, en un rincón, pint

delicadamente colores en ecurtidas pieles de becerro llamaban vitelas.

—Eso es un códice —me dBeato—. Este concretamente vamos a enviar al monasterio



Samos. Es mi Comentario

pocalipsis de San Juan.¡El famoso comentario del

tanto me había hablado mi hermVítulo! Beato había dedicado libro a explicar el Apocalipsis a

monjes y sacerdotes del reino. Ppoco a poco, pasando de manomano, la obra había empezado

significar algo más. En aqcomentario los cristianos habencontrado una explicación de

ruina y una expresión de esperanza. Al igual que el munbajo el Apocalipsis, así sufría



España cristiana bajo la férula Mahoma. La tierra que evangelSantiago, el reino hispanogodo, eesclavizada. Su salvación vencuando se restaure la corona sotodas las tierras cristianas. Eso

lo que nuestra gente entendía al le l Comentario del Apocalipsis. Aencajaba el salmo que me confió

viejo monje de Laredo: el Serevela a las naciones su salvacióna nosotros nos la reveló

Covadonga.

El trabajo en el escritorio resu



sumamente grato. La vida ahora,la hospedería, era sensiblemente mamena que los duros días pasaextramuros. Los nuevos seguíamencargándonos de trabajos ásperpues toda nuestra rutina tenía

único fin comprobar nuehumildad, pero vivir junto a monjes y a su mismo ritmo daba

sentido superior a las cosas. cuanto terminábamos cada una deoraciones que salpicaban el día,

corría al escritorio para entregarmmi tarea. Me habían encomendadocopia del Epistolario de



Braulio. Jamás había oído hablarBraulio ni de las gentes a las quebuen obispo zaragozano se dirigEugenio de Toledo, el abad Emiliao el rey Chindasvinto. Cada unaaquellas páginas me abría un mund

Con frecuencia Beato me sacdel scriptorium y me llevaba consal claustro o al huerto. Allí

hablaba de la vida de Cristo y de santos apóstoles. Tambreflexionaba en voz alta sobre

existencia de los hombres y afanes, y me recitaba párraenteros de los textos sagrados. Ot



veces me hablaba de San Benito. contó, por ejemplo, que el santoNursia había sido nombrado abadun monasterio italiano, pero monjes, que no deseaban someteal exigente tipo de vida que el sa

predicaba, decidieron envenenaSan Benito bendijo a sus monjes yese momento el recipiente

contenía el veneno se rompió; eso se representa al santo con ucopa rota. No fue la única vez

intentaron envenenar a San Benporque en otra ocasión un sacerdque le envidiaba quiso matarle



un trozo de pan emponzoñado;santo lo percibió y ordenó a cuervo que se llevara el pan lejosallí, donde no pudiera causar manadie. También por eso surepresentarse a San Benito con

cuervo.A mí me escandaliza

aquellas cosas, y más en particu

que los enemigos del santo fueprecisamente sacerdotes y monjEntonces Beato me recitaba

memoria aquel pasaje de la reglaSan Benito sobre las clases de monjes:



Es sabido que hay cuatro clade monjes. La primera es lalos cenobitas, esto es, la aquellos que viven en monasterio y que militan buna regla y un abad. La segu

clase es la de los anacoretaermitaños, quienes, no en fervor novicio de la v

religiosa, sino después de ularga probación en monasterio, aprendieron

pelear contra el diabenseñados por la ayuda muchos. Bien adiestrados en



filas de sus hermanos paralucha solitaria del desierto,sienten ya seguros sin consuelo de otros, y capaces de luchar con solomano y su brazo, y con

auxilio de Dios, contra vicios de la carne y de

pensamientos. La tercera es

pésima clase de monjes: lalos sarabaítas. Estos no han s

probados como oro en el cri

por regla alguna en magisterio de la experiensino que, blandos como plom



guardan en sus obras fidelial mundo, y mienten a Dios su tonsura. Viven de dos en o de tres en tres, o tambsolos, sin pastor, reunidos nolos apriscos del Señor sino

los suyos propios. Su ley essatisfacción de sus gustllaman santo a lo que se

ocurre o eligen, y consideilícito lo que no les gusta. cuarta clase de monjes es la

los giróvagos, que se pasanvida viviendo en diferen provincias, hospedándose tre



cuatro días en distinmonasterios. Siemvagabundos, nunca permaneestables. Son esclavos de deseos y de los placeres degula, y peores en todo que

sarabaítas. De la misérrivida de todos estos es mecallar que hablar. Dejándol

pues, de lado, vamos organizar, con la ayuda Señor, el fortísimo linaje de

cenobitas. —Que no te escandalice añadía Beato—. Somos barro co



los demás hombres, y llevar ehábito no nos hace mejores. La úndiferencia es que nosotros sabemos pecadores. Pero conocimiento no debe hacernos msoberbios, sino al revés, m

humildes. Y poco importa la opinde la gente, porque nosotros estamos aquí para ganar el apla

de las multitudes, sino para ganavida eterna.

Pasaron las semanas, llegó

invierno, siguieron sumándose páginas de mi copia de San Brauliaumentó mi intimidad con el sa



monje Beato. Los paseos aumentaen frecuencia y también crecieronenseñanzas de mi maesvisiblemente feliz de hallarse antecatecúmeno dócil y receptivo. Yo tardé en contarle todo sobre mí:

solo mi vida en Mena, sino tamblas circunstancias del viaje a Martín, que tanto me hab

impresionado. Le referí, como podía ser menos, el estremeceepisodio del jabalí blanco en

bosque y el posterior encuentro los brujos. Beato prestó enoratención: su característ



fruncimiento de labios se acentuóuna manera casi cómica. Todo cuerpo se puso en tensión:

—Yo he visto una vez un jabblanco —me dijo—. Son animararos. Los griegos inventaron m

extraños sobre los jabalíes. muchas historias los consideenviados de sus dioses, lo mis

para lo bueno que para lo malo. hay que desdeñar las enseñanzaslos antiguos: eran antiguos, pero

eran estúpidos. Les faltaba la luzla Revelación, pero a su manprepararon el camino. En vues



caso, está claro que el jabalí jugópapel determinado: os quconducir hacia la asamblea de brujos. Esa era su misión endrama. En cuanto a los brujos, hassaber que aún mucha gente prac

ritos extraños en estos bosques. consta que algunos son inofensivPero también sé que no pocas ve

invocan al mismísimo demonio. abalí no era una criatura de Sat

sino más bien lo contrario. En cua

a los brujos… no temas: si tuviepoderes sobrenaturales, no habrsalido vivos de allí. O qui



hubierais perdido la razón. Conoa alguno que ha enloquecido frecuentar esos sórdidos concilUno empieza a acercarse al mpensando que podrá controlar influjo, pero el mal siempre es m

fuerte. Por eso hay que alejasiempre de la tentación. Haces ben contarme estas cosas. Más v

estar siempre preparado.Muchas veces Beato peror

sobre la vida espiritual de las gen

del común, lo mismo reyes labradores, y lo hacía ex profpara inculcarme las nocio



elementales de la virtud. Recuebien un día invernal, de frío secoel que paseábamos por un prdonde se alzaba un único árbol.

—Este paraje que ves —dijo— se llama «la arboleda

esposo fiel». —¿Y por qué se llama arbol

pregunté yo—, si no hay más

un solo árbol? —Hubo aquí una vez un hom

me explicó el maestro—

poseía una poblada arboleda. todos los árboles, solo uno le dfruto. Con el tiempo, el árbol



daba frutos fue retorciéndose sosí; el esfuerzo llenaba de estríascorteza, doblaba sus ramdecalvaba sus hojas. A su alredese erguían, orgullosos y bellos, otros árboles de firmes ramas y r

copa. El hombre gozaba acogiénda la sombra fresca y protectora estos últimos. Y todos cuan

pasaban por la arboleda gustabansentarse al pie de los altosfrondosos, sin prestar al otro m

atención que una sonrisa piado¿Quién podría resistirse a seducción de una fresca y gr



sombra, al dulce rumor de las hojHabría que ser un santo para vental tentación. Incluso nuestro paSan Benito tuvo que arrojarse cierta ocasión a unas zarzas pdominar los impulsos de su car

Pero, al mismo tiempo, habría ser un necio para desdeñar al oárbol, al único que daba fruto. Cie

invierno extremadamente duro, dueño de la arboleda se vio ennecesidad de talar los árboles p

procurarse leña. No lo dudó: aun dolor de su corazón, taló todos árboles de la arboleda. No dejó m



que uno: el viejo y retorcido fruPorque si alguno había que salvese precisamente era el árbol daba fruto. Por eso este parajellama «arboleda del esposo fiePorque así como se requiere

fortaleza de un santo para desoíratracción de las mujeres, así seríanecio quien renegara de la mujer

le ha dado frutos. —¿Y el monje? —pregunté y —El monje ya ha encontrado

árbol frutal: la fe que nos sostieneEntendí bien el mensaje, pno podía yo ni sospechar que b



pronto iba a prendarme de otfrutales.

Cierto día, cuando ya llevaba varsemanas en la hospederíabarruntaba mi próximo ingreso ennoviciado, Beato me pidió dejara mis tareas y acompañarapueblo al hermano iluminador.

hermano que iluminaba los códise estaba quedando sin tintesnecesitaba encargar materia

nuevos. Yo no era infeliz entre muros de San Martín, pero ilusionó la perspectiva de s



algunas horas de aquellas paredTomamos el camino que bajaba haPotes. El hermano iluminador souna mula. Yo a pie, llevando riendas. Y allí ocurrió.

Cuando entramos en el pueb

vi en una ventana, a nuestra derecuna cabellera rubia. Era exactamela misma imagen que ya ha

llamado mi atención meses atcuando abandoné Potes para ir a Martín. Esta vez pude detenerm

mirar: la cabellera pertenecía a umuchacha adorable. ¡Y ella me ma su vez!



El hermano iluminador, sobremula, iba explicándome los secrede las tintas. La tinta negra era la mcomún, la que más necesitábamDesde tiempos de los romanos —decía— se elaboraba esa ti

revolviendo polvo de humo en ubase de gomas. De la mezcla obtenía una dura pasta q

convenientemente disuelta en agpermitía escribir.

La muchacha de la cabell

rubia desapareció de la ventaDisimuladamente miré arriba y abtratando de descubrirla. Al poco



vi de nuevo, ahora fuera de la carecogiendo una cesta de ropa. una criatura enteramente luminoenvuelta en una gruesa túnica colores claros, con sus larcabellos de oro cayendo sobre

delicioso cuerpo en dos gruetrenzas.

—Pero la negra no es la ún

tinta que nos interesa —seguíahermano iluminador—. Necesitamtambién tinta roja, y esta es hoy m

difícil de conseguir. Para fabritinta roja hay que utilizar tierrojizas o, más preferiblemente,



carmín, que son las huevas decochinilla una vez secaspulverizadas. Pero la cochinilla sse da en regiones cálidas, lejosaquí. Por estos pagos usamos mbien el cinabrio, que abunda en

minas cercanas y, correctametratado, produce un colorante excelente calidad.

Yo no veía más color que ellos cabellos de mi amada, pues yaese mismo instante pude llamarla

Nos acercábamos a la casa demuchacha y, pulgada a pulgada, espíritu se llenaba por entero de to



su ser. Con todo detalle recorríperfecto óvalo de su rostro, sus ode azul celeste, las leves pecas adornaban su piel…

—¿Te extraña? —seguía hermano, bamboleándose sobre

mula—. Pues eso no es nada. Bizancio vienen tintas hechas con y con plata. Y no solo lo m

sublime, sino también lo mmezquino se emplea para el misfin. Yo he visto fabricar tintas c

vinagre, con vidrio y hasta con hecTodo vale si con ello se consignitidez en el color, estabilidad en



mancha y resistencia al tiempo.Creí que el corazón se

paraba cuando constaté que nuescamino iba directamente hacia muchacha. Ella se había detenidosus quehaceres y, girándose ha

nosotros, dibujaba un gesto amistcon la mano. Entonces desaparesúbitamente, corriendo, los p

descalzos sobre la hierba aún fríaaquellos estertores del invierno.

—Ya hemos llegado a nues

destino —anunció el hermanoAhora vendrá el dueño de la castomar nuestro pedido. Un b



hombre. Se llama Asur. Viaja cfrecuencia a Oviedo y a SomorrosNo creas que es un simple buhoneme ha contado que comercia casas de Pravia e incluso de GaliEs el hombre indicado para este t

de encargos tan especiales. ¡De¡Muchacha!

¡Deva! Ese era el nombre de

dama, la hija de Asur. Deva corhacia el hermano, besó su manopidió su bendición. A mí solo

dirigió una mirada de soslayo, enhuidiza y cortés. Asur apareinmediatamente detrás: un t



macizo y calvo, vestido con allujo; incluso llevaba esos pantaloque llaman bragas, bien sujetoslos tobillos bajo los zancajos. hermano y Asur intercambiaalgunas palabras. No sé cuá

porque yo no tenía ojos más que pDeva: la muchacha permanecía aatenta a la conversación de su pad

aparentemente ajena al hecho de yo existiera. Pero yo ardía.

En un momento determinado

hombre hizo un gesto a Deva. muchacha se marchó con graciosa reverencia. A mí me reg



una mirada de solemne desdén. Aofreció comida al hermano. Esterehusó con amabilidad: la regla San Benito prohíbe expresamecomer fuera a los que no viajan ledel cenobio. Y cerrado el negoc

nos dispusimos a partir.El hermano iluminador,

nuevo sobre su mula, empezó

explicarme cómo se fabrica ubuena pluma para escribir. mejores son las de ganso y cuer

Hay que procurarse un montoncde arena, lo suficiente para quepa en el hueco de la mano



calentarlo hasta llegar al rojo viEn ese momento, hay que hundircañón de la pluma en la arardiente y mantenerla así el tiemde un padrenuestro, tres avemaríaun gloria. Basta ese lapso para qu

punta del cañón quede dura comoroca. Después hay que mojar la puen agua hirviendo, a ser posible

un poco de alumbre. Eso permicortar luego la pluma a voluntad, dos breves tajos sesgados,

practicarle por último la incisfinal, la hendidura que hará corretinta.



Todo me daba vueltas. Sentíaestómago vacío y una especie ligereza sobrenatural en el pecInstintivamente, giré la cabeza y ela vista atrás. Vi a Deva en ventana, su cabellera ru

flameando al sol. Y nos miraba. miraba.

—Y no sé si te he contado

seguía el hermano iluminador— para fabricar tinta roja pueutilizarse también los caparazones

los crustáceos. De eso saben algolas aldeas de nuestras costas…



5

DOS ESPADAS

EN LA CORTE DEL REY M AUREGA

La aventura más fascinante que vcon Beato fue la entrada en la coReinaba entonces en Asturias nuesseñor Mauregato, un hombre acumulaba una pésima fama y al qsin embargo, Beato no tenía en p

estima. Yo no sabía nada de política del país, ni me interesabamás mínimo. Lo único que tenía en



cabeza eran las misteriosas palabdel monje de Laredo: «Satanás tie

a los poderosos. Hay muchos encorte que verían bien un pacto los musulmanes. Ríos de sangre corrido por esa causa». Y imaginaba a los magnates del reiricamente vestidos y enjoyadapuñalándose los unos a los ot

bajo las satisfechas sonrisas Satán. Pero cuando descubrí verdad, me pareció aún más terri

que mis imaginaciones.Fuimos a la corte porMauregato se encontraba m



enfermo y había pedido confesar mi maestro. Era un gran honor pBeato, pero también lo era pararey. Y desde luego lo fue para maunque yo solo figurara en aqperiplo como asistente de mi b

monje. La corte se hallaba entonen Pravia, al borde de la calzadaAstorga. Nos llevó varios días

camino llegar hasta allí. Pero evez no tuve que andar a pie nlomos de mula, sino que el rey ha

enviado un cómodo carrucubierto, tirado por cuatro briocorceles, para buscar a su confes



Fue un viaje inolvidable a travésCangas de Onís, la vieja capitaldon Pelayo, y Oviedo, la ciuedificada por el rey Fruela. En cetapa del camino disfrutábamos dhospitalidad que se concede a

gente principal: dormitorios limpcomidas apetitosas… Aunque Beaplicó la regla de San Benito a to

estos placeres, disminuyenostensiblemente su calidad, aun me supieron a gloria. Por otro lad

lo largo del trayecto tuve tiempo paprender todo lo que hasta entonignoraba acerca de las convulsio



políticas del reino. Beato era maestro de recursos inagotables.

—¿Sabes quién fue el Alfonso? —me preguntó.

Yo lo sabía perfectamenAlfonso era el yerno y sucesor

Pelayo, el mismo rey en cucorrerías participaron mi bisabuelel abuelo de Guma. El rey que ha

llevado los límites del reino deGalicia en el oeste hasta las tierde los vascones en el oriente. Y

partir del rey Alfonso, Beato explicó todo lo que había pasadoAsturias en los últimos años.



—Al rey Alfonso le sucedióhijo Fruela. Un hombre tremeneste Fruela. Un hombre sin suerte.tocó gobernar un país cruzado mil pasiones, un país que estnaciendo. Solo supo hacerlo con

hierro, y eso le granjeó infinenemistades. Este Fruela tenía hermano: Vimarano. Y algún espír

maligno quiso que los mucenemigos de Fruela vieran Vimarano a su redentor. Tanto cre

el odio de Fruela hacia Vimaraque terminó matándolo con propias manos, como Caín a Ab



crimen nefando que Dios ya hasentenciado con su justicia. Poaños después, y como si los ciehubieran querido castigar aqfratricidio, Fruela se vio envueltomil querellas. Los señores de

tierra se levantaron en Galicia. Lmusulmanes atacaron la frontAquel fue el ataque que nos oblig

Eterio y a mí a buscar refugio Liébana. Fruela gobernó como putodo aquello, sofocó la revu

gallega, derrotó a los sarracenpero… Demasiadas heridas habquedado abiertas. Los amigos



difunto Vimarano, el hermasesinado, se confabularon contrarey. Acudieron a su palacio Cangas y allí murió por el hiequien a hierro había matado. Al Fruela le mataron sus primos,

hijos del guerrero Fruela Pérhermano del rey Alfonso. Y sobrecadáver aún caliente del rey mue

proclamaron a un nuevo rey: AureY tú te preguntarás: ¿Y qué iba a entonces de los hijos de Frue

¿Correrían la misma suerte quepadre?»Años atrás —continuó Be



Fruela había contramatrimonio con una noble vascodoña Munia de Álava. En momento fue la prenda con la querey apaciguó un levantamiento aquellas tierras, pero puedo dar fe

que Fruela amaba verdaderamentesa mujer. La cubrió de joyasregalos. Para ella constru

hermosos palacios en OvieAhora, muerto Fruela, Muquedaba desamparada. Y con e

los dos hijos del matrimonAlfonso y Jimena. La reina dMunia no perdió el tiempo: envi



sus hijos al monasterio de Samoella misma se evaporó; al pareingresó en un convento. Así salvóvida de su progenie.

»El nuevo rey, Aurelio, resuser un tipo bastante gris. Fueron a

duros y malos en todo el reino. Lseñores de la tierra pensaron qmuerto el terrible Fruela, podr

campar a sus anchas. Al mistiempo, los sarracenos, envueltossus propios problemas, quisie

sacar tajada de la situación en forde nuevos tributos. Aurelio estdispuesto a dar a todos lo que c



cual pedía: tributos a los morriquezas a los señores de la tierrPero las gentes de este suelo no esacostumbradas a doblar la cermás que ante Dios, y se levantarcomo no podía ser de otro modo

fe que nadie amaba al rey AureHabía llegado al trono con las mamanchadas de sangre. L

remordimientos le movieron cambiar la corte, que se trasladSan Martín, no lejos de Oviedo. A

murió poco después, joven aún, penfermo de angustia. Y sin hijos.»Entonces los magnates



reino discutieron ásperamente sola sucesión al trono. Unos querque la corona volviera a cualquide los parientes de Aurelio, perose ponían de acuerdo entre sí. Otquerían que se proclamase

pequeño Alfonso, el hijo asesinado rey Fruela, pero aún muy niño. No era una disp

dinástica. Yo te contaré la verdadque entonces estaba en juego eramás ni menos que el orgullo de

cristiandad. Los amigos del difuAurelio, todos ellos granmagnates con abundantes posesion



temían las acometidas sarracenaestaban dispuestos a pactar altipo de acuerdo con el moro. Porcontrario, los partidarios pequeño Alfonso, el hijo de Mundeseaban mantener enhiesta

bandera de Pelayo y el primAlfonso, la bandera de la lucontra el islam. Era imposi

conciliar posiciones. Pero algupensó una solución de compromiuna hija del primer Alfon

Adosinda, estaba casada con un rmagnate del valle del Narllamado Silo. Este Silo gustaba a



señores de la tierra porque era ude ellos, y Adosinda gustaba a otros porque era la directa heredde Pelayo. Y así la corona fueparar a las sienes de Silo.

»Turbias maniobras

sucedieron entonces en el reino proseguía Beato—. Los amigos Silo llegaron a acuerdos con

sarracenos, y el propio rey respael negocio. Como no podía hacepersonalmente, por miedo

encolerizar al otro partido, delegótarea en su madre. Mientras tantoesposa del rey, Adosinda, educaba



pequeño Alfonso, su sobrino, pque un día ciñera la corona Asturias: le confió nada menos quadministración de palacio. Las facciones del reino movían peones: unos, con Silo; los otros,

Adosinda. Era una carrera contratiempo. Tarde o temprano situación estallaría. Y eso fue lo q

ocurrió cuando Silo dijo adiós avida.

»Muerto su marido, la re

viuda Adosinda trabajó con rapipara que el segundo Alfonso, que entonces ya pasaba de los vei



años de edad, subiera al trono.oven Alfonso fue coronado rey. P

el otro partido no se había estquieto: mientras Adosinda trenzsu jugada, los magnates partidarde entenderse con Córdoba hab

compuesto una tupida red complicidades e intereses. En red cayeron Adosinda y el jov

Alfonso. Los conjurados buscaronnuevo rey: un hijo bastardo primer Alfonso llamado Maurega

La estirpe de Pelayo procomprobó que estaba en posicmuy desventajosa. Al joven Alfon



no le quedó más salida que huirrefugió en las tierras de vascones, entre los parientes demadre doña Munia, donde aún habEn cuanto a Adosinda, ingresó enconvento. Todo parecía perdido p

los abanderados de la fe. Peropeor estaba aún por llegar: traición de la propia Iglesia.

»Porque ocurrió, en efecto, en aquellos años la Iglesia de Tolesucumbió ante las asechanzas de

mahometanos. En realidad se vvenir desde mucho tiempo atrás.conoces la historia de Covadon



habrás oído hablar de don Oppasobispo traidor: aquel que inteconvencer a don Pelayo para querindiese ante los moros. Don Opera un hombre muy poderohermano del rey Witiza y obispo

Sevilla. Cuando los musulmanesapoderaron del reino, este homquiso llegar a un entendimiento.

obispo y no podía dejar de cristiano, pero sí podía retorcer lay ponerla al servicio de

intereses. Verás: los musulmanes niegan la existencia de Jesús, sinodivinidad; para ellos nues



Salvador solo es un profeta más enlista de elegidos por MahomSemejante blasfemia encajbastante bien con las pretensionesla secta arriana, muy extendida enlos godos: para el maldito Ar

Jesús era hijo de Dios, pero no Dmismo. Así, en la mente enfermaOppas, y de otros como él, to

forma la idea de utilizar todo esosu propio provecho: los nueamos, los islamitas, nada tendr

que temer de quienes estadispuestos a sacrificar la divinide Jesús. Al contrario, en el



hallarían su principal apoyo pconservar el poder recconquistado. Otros abjuraron de suy se convirtieron al islam pmantener su posición. Oppas lograría sin necesidad de hace

musulmán; le bastaría con deformla fe verdadera.

»Oppas murió en la retirada

Covadonga, pero en Sevilla, Méry Toledo quedaron muchos qsiguieron su ejemplo. La crónica

la Iglesia española en estos añosde una tristeza sin límites. Muchermanos, por conservar la



verdadera, prefirieron emigrar norte, a nuestro reino. Otros muchla gran mayoría del buen puebquedaron en sus tierras cultivandocredo de Nuestro Señor en pequecomunidades, solos frente al po

sarraceno, salvajemente explotacon impuestos y otras crueldadeslo que es peor: se vieron privados

buenos pastores, porque el alto clesiguiendo el ejemplo del traiobispo Oppas, retorció la fe p

ponerla a su servicio.»En tu pequeñez e inexperienme amonestaba Beato— no pue



ni imaginar el alcance que tomóproblema. El mismísiCarlomagno, el gran rey de francos, hubo de intervenir paclarar las cosas. Carlomagno claramente lo que estaba pasan

una Iglesia desvirtuada en Esppodía terminar entregancompletamente el país al isl

Mientras nosotros, aquí, en Asturlevantábamos iglesias y comunidapor doquier para mantener la

verdadera, nuestros obispos del iban islamizando poco a pococredo de Jesús de Naza



Naturalmente, esas traicionemaniobras de los blasfemforzosamente tenían que seduciquienes aquí, entre nosotraspiraban a un entendimiento Córdoba. En Asturias nos habíam

levantado en defensa de la cruz, p¿y si hubiera una manera de hacompatible la cruz con la sumisió

los mahometanos? Muchos magnade nuestro reino vieron aquí oportunidad de oro para conserva

poder. Ellos, como don Oppestaban dispuestos a retorcer lapara ponerla a su servicio. Qui



esto te permita entender mejor cuate he referido antes acerca de los partidos que pugnan en el reiPorque has de saber una coquienes en Córdoba, Toledo Sevilla trabajan para falsear la fe

Jesús, están en plena sintonía quienes aquí, en Asturias, conspipara someterse al emir de Córdo

Y la mejor prueba de econfabulación infame vino a dárnoel propio obispo de Toledo,

oprobioso Elipando.»Acababa Mauregato de lleal trono, desplazando al legíti



Alfonso, cuando el obispo Elipanconvocó al sínodo en Sevilla. Y Elipando hizo una declaración qucondenará directamente al infierporque sostuvo que Jesús no Dios, sino un hombre adoptado co

hijo de Dios. Aquella declaracfue enviada a toda la cristianespañola. Llegó también,

supuesto, a nuestro monasterio San Martín. ¡Herejía! ¡BlasfemPero eso era lo que estaban desean

oír todos cuantos suspiraban transigir con los ismaelitas, nuevos amos. Semejante afirmac



era gravísima. Sus repercusiopodían ser catastróficas: pempezar, significaba tanto coarruinar el esfuerzo del linaje Pelayo y la libertad de nuestro reitan trabajosamente conseguida.

aquí es donde el padre Eterio Osma y yo decidimos pasar al acto

»Confieso que, cuando

enteré de la traición de Elipando, hirvió la sangre, y que Nuestro Seme perdone si en algún momento

cegó la ira. El hecho es que me dial scriptorium y escribí una carttodos los obispos y abades



España. Y en ella, con firme apoen las Escrituras, declaré heréticoobispo Elipando. Porque el obisposabiendas, había tergiversado término «adopción» que aparecelas Escrituras: es transparente

esa adopción se refiere al hechoque Dios adopta la naturalhumana a través de la Encarnación

nunca, y de ningún modo, que Dadopte a un hombre llamado JesSometí el escrito al padre Ete

Este dio su aprobación. Y aseguré de que un mensajero llevel documento hasta Toledo, para q



Elipando lo leyera.»El taimado Elipando no

contestó, sino que hizo algo mretorcido: redactó una nudeclaración ratificándose en herejías y se la entregó a uno de

partidarios en Asturias, un Fidelio. ¿Para qué? Para que estela entregara en mano al

Mauregato. Nunca olvidaré aqmomento. Fue el día en que la reviuda Adosinda profesó monja en

iglesia de Santianes de Pravia. Aestábamos el padre Eterio y yo pdar testimonio de los votos. En pl



ceremonia irrumpió Fidelio conmensaje del obispo. Mauregato sabe leer, de manera que me cediópapel para que yo mismo lo leyeravoz alta. Y así tuve que leer cóElipando me declaraba herético

mí, al pobre hermano Beato Liébana, por negar la humanidadJesucristo. ¡Aquello sí que

retorcer las cosas!»En aquel momento Maureg

podía haberme mandado a

mazmorra. Ese era el designio queleía en los ojos de muchos de los presentes, sin duda partidarios



Elipando y de la sumisión. Perorey, que es un hombre prudenprefirió no enredarse en un problede fe. Se dio por enterado, despaa Fidelio, se guardó el mensaje toledano y ordenó seguir con

ceremonia de Adosinda, que interesaba mucho más que nuesdisputas doctrinales. Concluido

ritual, Eterio y yo salimos a tprisa de Pravia. Y a lo largo camino de vuelta fuimos concibien

la idea de dar a Elipando urespuesta que estuviera a la alturala provocación.



»Fue así como, gracias talento de mi hermano y padre Etede Osma, escribí mi Comenta

apologético. Poco nos importabadebate con Elipando: ese homhabía decidido traicionar la

recibida y nada iba a cambiar voluntad. Pero nosotros debíampreservar, o al menos intentarlo, la

de nuestros hermanos. Por esoComentario apologético se oriesobre todo a edificar y reforzar la

verdadera. Elipando, testículo Anticristo, no puede triun«Fetidísimo Beato» me llamó



infame toledano. Lo mismo da. Msalivazos tuvo que soportar Jesús.importante era y es mantener tesoro recibido de manos de nuestpadres, el tesoro revelado Jesucristo en la cruz. Nuestra ma

alegría fue que el propio pAdriano, conmovido por el suceenvió una carta a los obis

españoles condenando a ElipanPor supuesto, nos ocupamos de Mauregato la conociera al instan

no era una victoria de estos pobres monjes en su pugna conhereje, sino que era un espaldar



del heredero de San Pedro avoluntad de resistencia del reinoAsturias. Y convenía que el reysupiera, por si le flaqueaba el ánim

»En cuanto a Mauregato, sé la gente dice cosas m

desagradables sobre él: que si es fque si es deforme, que si es sucimalvado, que si es medio moro

parte de su madre… Verás: la made Mauregato fue la dama Sisalque vino aquí musulmana, sí, p

cuya sangre era tan cristiana comotuya y la mía. Ocurrió que, en unasus expediciones de limpieza en



frontera, el primer rey Alfonso trajo una cuerda de rehenes. En se hallaba esta dama. Sisalda hasido capturada tiempo atrás, sienmuy niña, en los viejos CamGóticos. La islamizaron a la fuer

pero conservaba el recuerdo deidioma. Cuando Alfonso reparó ella, le habló. Sisalda contestó

nuestra lengua y contó su historiarey, que ya había enviudado, prendó de ella. La llevó a v

consigo y de ese amor naMauregato, que se crió en la cocomo los demás hijos del rey.



»Nunca fue un hombre bparecido ni dotado para las armtampoco para la elocuencia, percambio es hombre inteligenteprudente. Su reinado no ha sido fáHa tenido que sofocar revueltas

nobles en Galicia y alguna acemora. Sé que dicen de él que ordpagar un tributo de cien doncella

los moros. Me consta que no verdad. Pero muchas veces la lendel pueblo corre como un torre

imparable. Se cuentan cohorribles por ahí, pero yo daconsejarte que no prestes oído



las habladurías. Después de toMauregato no ha puesto obstáculonuestra pugna contra Elipando. Bes cierto, por otro lado, Mauregato no pocas veces ha ceda la presión de quienes buscan

pacto con Córdoba.»Y bien, así están las cosas.

lo sabes todo. O casi todo. Te

cuento porque necesitaré de tus oy tus oídos cuando estemos encorte. Ahora Mauregato reina

Pravia y, por lo que parece, le qupoco tiempo de vida. Pronto veremos, si Dios nos da fuerzas p



acabar este viaje.

La larga explicación de Beato permitió entender plenamente palabras del viejo monje de Lare«Satanás tienta a los poderosos. Hmuchos en la corte que verían bienpacto con los musulmanes. Ríos sangre han corrido por esa caus

Ríos de sangre, sí: la de Vimarala de Fruela, quién sabe si tambiénde Aurelio… Lo que me cost

entender era la razón que pomover a tantos magnates, y poderosos, a buscar un pacto



Córdoba. Pero en ese momento vino a la memoria la confesión depadre, Lebato, después de encuentro con los moros en la Pde Mena: muchos fueron cristianos que en su día

convirtieron a la fe de Mahoma pconservar su poder. Sin duda mismo estaba ocurriendo ahora en

propio corazón de Asturias, el sode don Pelayo.

La llegada a Pravia se conse

en mi memoria como acontecimiento apoteósico. palacio del rey Mauregato era



sólido edificio enterameconstruido en piedra y con trabajatechumbres de madera; adestartalado, sí, pero grande cotres monasterios de San Martín. Usevera empalizada protegía el acc

al lugar y por todas partes circulasoldados lanza en mano. Cuanllegamos ante el portón princip

uno de esos soldados se nos acepara inquirir nuestra identidBeato, por toda respuesta y

apearse del carruaje, sacó de zurrón un pergamino. El solddesapareció y al instante regresó



un caballero de airosa traza. caballero se inclinó reverente, bla mano de Beato y nos franqueópaso. Nuestro carro se detuvo enancho patio bien empedrado. ABeato me hizo descender. Ayudé a

maestro a tocar de nuevo el suelo.Un guardia nos acompañó ha

la entrada principal, un hermoso a

guarnecido por dos portalones gruesa madera con clavos. Allí, avez, velaban otros dos guardias

aún había más en el interior: eran ideles regis, los fieles del rey,séquito militar de Maureg



Seguramente el monarca temíamano asesina del puñal.

Franqueamos la pueEnfilamos un largo pasalfombrado con austeridAntorchas aplicadas en la pa

aliviaban la oscuridad de aqcorredor. A un lado y a otro, gruecortinajes permitían adivinar

acceso a misteriosas cámaras. habríamos recorrido diez pacuando uno de esos cortinajes

entreabrió a nuestro lado. Porhueco asomó, primero, una madespués un brazo, al fin medio tro



y la cabeza de un noble personaje. —Beato, debo hablarte

musitó a media voz el aparecido.Mi maestro se detuvo, miró

derredor, clavó luego sus vivísimojos en aquel hombre y asintió con

cabeza. Con un gesto me ordsujetar la pesada cortina. El homme apuntó con el mentón y lanzó

mirada inquisitiva al monje. —Todo lo que yo tenga

decirte puede oírlo este muchacho

le tranquilizó Beato.El noble personaje compusogesto de sorpresa: no eran



palabras de Beato las que desepreservar de oídos ajenos, sino suyas propias. Pero rápidameentendió lo que mi maestro proponía:

—Lo mismo da. Muchacho

me ordenó—, mantén bien abiertacortina, porque no tengo nada ocultar.

A mí me maravilló el aspede aquel hombre: su lujosa túnicaverde oscuro adornada con hilos

oro, la sólida espada que colgabasu cinto, la rica diadema ornadagemas que sujetaba sus cabe



rojos, la barba bien cortadParecía un rey, y sin embargo noera. El caballero estaba visiblemeagitado. Inclinó la cabeza haBeato y le habló en toconminatorio:

—¿Cuándo vas a parar estúpida guerra con el obispo Toledo? —le recriminó—. Es

molestando demasiado a mucha gemuy importante. Estás dañanmuchos intereses. Aún pe

terminarás provocando que sarracenos vuelvan a atacar. ¿No que desde hace años hem



conseguido mantener la calma enfrontera? Los sarracenos apeatacan ya, fuera de un par expediciones menores. Si llegamoun pacto con ellos, aun con el pde tributos, la paz estará asegurad

—¿La paz de quién? —preguBeato, ofensivo—. El grano quepagas a los moros ha nacido

sudor de otros. Los esclavos quevendes a los sarracenos no son hijos, sino los hijos de otros. Qui

haya paz para ti y los que son cotú, pero esa paz es dolor parapueblo. Esa paz no es de Dios.



—¿Y es de Dios morir a madel infiel? —reaccionó el caball

. Ahora al menos podemos vivPero tú y los tuyos estáis ponientodo eso en peligro. Es una locura

—Mientes y lo sabes —conte

Beato—. Hay una cosa que se lladignidad. Y otra que se llama honEs indigno entregar la libertad a

invasor extranjero y blasfemo. pueblo que así obra qudeshonrado y no merece más que

esclavitud. Además, tú no ignoque si los sarracenos no han ataces porque tienen otros problemas:



ciudades se les rebelan, coMérida y Toledo, y sus tropas esdemasiado ocupadas manteniendoorden en el interior. Cuando lo halogrado, volverán sus miras hanosotros, como siempre han hec

Volverán a atacar y a saquear. entonces vosotros, que ya habperdido la dignidad, perder

además vuestras riquezas y qusabe si vuestras vidas. Vosotros slos locos.

—Eso que dices puede que po puede que no —atacó el nobleEn cualquier caso, es insólito que



clérigo de tu fama no dé uoportunidad a la paz.

—Eso que tú llamas paz solouna sucia componenda —contraatBeato—. Conservar vuestriquezas a cambio de entregar

libertad de vuestro pueblo. —Mejor será eso que la mue

Y a una muerte segura nos lleva

obstinación.El noble estaba realme

irritado; incluso apoyó la mano so

el pomo de su espada. Pero Berespondió con el viejo salmo: —«El Señor revela a



naciones su salvación». —¡Bah! ¡Palabrería! —se en

el caballero—. Con tus salmos cambiarás las cosas. La únoportunidad para el reino es seguElipando y pactar con Córdoba.

—Pues te contestaré con osalmo —dijo Beato—: «Comocera se derrite delante del fuego,

perezcan los impíos delante Dios».

Y diciendo esto, mi maestro

cogió del brazo, me hizo cerrargruesa cortina y reanudamos nuecamino. Tuve que morderme



lengua para no preguntarle quién ese hombre que con tales manerahabía hablado. Beato se limitócomentar:

—Verás que, en efecto, devenir acompañado. En esta casa

importante tener siempre testigos. Nuestro camino, custodiado

todo momento por un guar

terminaba en una ancha cám«Atento —me dijo BeatoEntramos en la cámara del rey»

debo confesar que la regia sala decepcionó un tanto. Yo nunca haestado antes en tan nob



habitaciones, pero me imaginabacámara de un rey como una espede salón de tesoros cubierto de oradornado con las más exquisoyas. Por el contrario, la cámara

Mauregato se limitaba a una ampl

fría estancia con un par de alfombun tapiz en la pared, una mesa tosco labrado y dos grandes cof

de aspecto vulgar que flanqueauna portezuela. SegurameMauregato era de ese tipo

hombres que no gusta de mostrar trofeos. Con todo, lo más inquietaera esto otro: el rey no estaba allí.



Dos mujeres permanecían en en la cámara, una de cierta edad, ocasi una niña. Algo en ellas atrajoatención, aunque al principio no capaz de percibir la causa. Las saludaron a Beato con una br

reverencia que mi maestro contestsu vez con una respetuinclinación. Yo le imité.

—Mi querida dama Creusa habló Beato, untuoso—. Me aleencontraros con tan buen aspe

Pero veo que la pequeña Creusacrecido hasta ser casi tan bella cosu madre. Os saludo a las dos y



doy mi bendición. ¿Cómo encuentra hoy el rey nuestro señor

La dama mayor, Creusa madabrió los brazos mostrando palmas de las manos en un gesto me pareció teatral.

—¡Ay, queridísimo Beato! gimió—. Mucho me temo que el nuestro señor, mi augusto marido,

vive sus mejores días. Hace semanas que está en cama. Apenase levanta. Cuando lo hace, la v

se le nubla y las piernas le flaqueSe queja de fuertes dolores por topartes. Siete días atrás se sintió



mal que te hizo llamar. No mejorado desde entonces. Te espeLe aliviará saber que estás aquí.

Creusa madre, sollozanacompañó a Beato a la portezuflanqueada por los dos cofres.

ella desaparecieron. Yo quedé sen la cámara, frente a la pequCreusa hija. Entonces descubrí

qué las dos mujeres me habllamado la atención: eran sus ojLas dos, madre e hija, tenían

mismos ojos. Unos ojos de avioláceo. Y esos ojos eran mismos que los de la bruja



bosque, o al menos así me parecieron. No podía alejar mirada de aquellos dos lucevioletas, y cuanto más contemplaba, más me recordaban misteriosa hechicera de los extra

conjuros. La niña rompió la macon un comentario banal:

—¿Eres el criado de Beato?

te conocía. —No soy su criado —conte

con un punto de bobo orgullo—.

su aprendiz. Él es mi maestro. Y le acompaño y le sirvo en cuapueda necesitar.



—Mi padre también ticriados —dijo la pequeña Creusapero no aprendices.

Mis entrañas aún no se habrepuesto del estremecimieprovocado por los ojos de aque

chiquilla, pero su simpatía deshaciendo poco a poco cualqurecelo. Rompió a hablarme de to

un poco, y todo a la vez: el palasu vida, su madre, sus compañede juegos, sus perros… La pequ

Creusa tenía un enorme encanhablaba con una voz cantarinalimpia, como arroyo de montaña, y



ingenuidad de sus comentarios arrancaba sonrisas que en almomento temí irrespetuosas. Pasun rato, la madre regresó juntonosotros.

—Hemos de esperar. Beato e

confesando al rey. ¿Cómo te llammuchacho?

—Zonio, mi señora. De Mena

—¿Mena? —interrsorprendida—. ¿Dónde queda eNunca he oído hablar de tal paraje

—Es un valle al sur Cantabria y al oeste de Álava, señora. Allí vivía yo con mis pad



antes de ingresar en San MartínTurieno, en la Liébana.

—Liébana sí la conozco comentó la dama—. Bonito lugar.

Un denso silencio se adueñóla cámara. Creusa madre to

asiento. La hija, antes tan habladoenmudeció. Yo permanecí de phaciendo coro al silencio. Volvie

a mí, como alucinaciones, estampas de los ojos de la bruja yirracional convicción de que las

Creusas, madre e hija, tenían misma expresión y su mismo coPara apartar tan inconvenien



pensamientos concentré mi atencen los ricos vestidos de las damas: hermosas túnicas de vicolores, con profusión de cintaadornos, aderezadas con brillanfíbulas para abrochar los ropaj

Las dos eran muy bellas: los mismcabellos negros, el mismo rosafirmativo… ¡y sí, los mismos o

hechiceros de azul violáceo!Beato tardó mucho en salir d

cámara del rey. Cuando lo hizo

noté sobrecogido. Sin medpalabra, se inclinó ante las damque besaron su mano, y abandonó



lugar. Yo, detrás. Inmediatameganamos nuestro carruaje. maestro guardó un inusual silendurante todo el trayecto de vueSolo rezó. Rezó mucho. Una oracdetrás de otra. Yo recé con él.



6

EL AMOR

El rey Mauregato murió pocos ddespués de nuestra visita. mensajero de la corte vino a Martín a contarlo. En el mis

mensaje se decía que el nuevo era Bermudo, hijo del guerrFruela Pérez y, por tanto, primo

monarca difunto. A este Bermudollamaban el Diácono porpertenecía a ese estado cleric



órdenes menores, un escalón debajo del sacerdote, sin voto celibato. El mensajero transmtambién un recado de la viuCreusa: requería la presencia Beato y Eterio para acudir a

exequias fúnebres. Así mis maestros partieron de nuevo haPravia y yo quedé solo en

scriptorium, sin otra vigilancia qudel hermano iluminador.

Mi copia de San Braulio est

casi terminada. Me entretuve leyenel Comentario apologético de Beque tanto había conmocionado a



espíritus más preclaros de cristiandad. Pero confieso qconociendo como conocía el fondel asunto, su lectura me aburrió. interesaba mucho más saber sería ahora del reino con el diáco

Bermudo en el trono. ¿Por qué magnates no habían acudido al joAlfonso, el derrocado, que seg

oculto en tierras de Álava? ¿Achabía triunfado definitivamente partido de los que buscaban un pa

con Córdoba? Nadie en San Mapodía contestar a mis preguntas. SBeato. Pero Beato no estaba allí.



Pasaban los días, mi maestrovolvía y yo empezaba a sentirincómodo en mi cuerpo. Afuestallaba la primavera. Me sobralos hábitos y me irritaba la rígregla de San Benito. Por razones

solo puedo achacar a la acción algún mal espíritu, mi mente se vade cualquier buen propósito y en

lugar apareció una sola cosa: trenzas doradas de Deva, la hijaAsur. En otras condiciones hab

podido recordar la admonición dehermano Vítulo: «Nada de tontcon las mozas del pueblo». Pero



poseído estaba por la huella Deva, que la advertencia ni siquivino a mi recuerdo. Entonces caí.

Me obsesioné con la idea de salir monasterio y encontrarme con DeDe día y de noche mi pensamieimaginaba mil estratagemas pforzar aquel encuentro. Y no e

solo pensamientos: me ofrvoluntario para apacentar a ovejas del monasterio en el pr

cercano, para pescar en el río, pacarrear tales o cuales cosas dela aldea cada vez que era meneste



Todo con el único propósito de vemi dama soñada.

En cada uno de estos trabajaprovechaba las salidas para dar uvuelta por la aldea, acercarme acasa de Asur y fisgar en busca de

muchacha de las trenzas doradas.día y otro, con paciencia de cazay ofuscación de enamorado. Emp

a faltar a los oficios. Con frecuenpedía a mi compañero Braulio, aqal que ofrecí mi mula en la subid

San Martín, que cubriera ausencia. Después de todo, me deuna. Braulio, dócil, hizo honor a



deuda. O eso quería pensar yo.Un día conseguí mi propós

la vi. Fue en la orilla del río. sabía que Deva, con otras mozas pueblo, acudía allí a lavar la roVarias veces había acechado

torno a aquel lugar. Esa mañana mozas aparecieron en ruidoso tropEntre ellas, Deva: su cesta apoy

en la cadera, su risa ganando belleza al trino de los pájaros,rubia cabellera coronándolo todo.

Fingí un paseo casual. acerqué a las lavanderas. —Buenos días, muchachas.



Me respondió un coro de risofocadas.

—¿Laváis la ropa? Nuevas risas. —Estoy recogiendo cangre

para el convento —expliqué

señalando mi morral.Ahora las risas se mezcla

con un rumor que me pareció proc

Deva permanecía indiferenentregada a su lavado.

—Tú eres Deva, ¿no es a

¿No te acuerdas de mí? —inteatacar.Las risas subieron entonces



tono. Ella me miró, el cielo en ojos.

—¿Y tú quién eres, mozo? —tono de su pregunta era una acusacde impertinencia. No supe contestar. Ella completó, flagelan

: ¡Ah, sí! Ya me acuerdo de ti:criado del monje iluminador, atolondrado…

—No soy criado. Soy aprencontesté, herido.

Las mozas cambiaron sus ri

por un silencio que me parehostil. Turbado, me despedí copude.



Aquel encuentro debehaberme disuadido, pero, contrario, solo despertó en mí nuedeseos de acercarme a Deva. imagen venía una y otra vez a cabeza y entonces era como si

corazón se me quisiera escapar pecho. En los días sucesivos insen mi obsesión, pero ahora

propósito era encontrarla a solas.abordé en la cañada del río, envega de los huertos, en la vereda

molino, en el camino del hornoSiempre fingiendo encuentcasuales que a ella, evidentemen



no la engañaban. Hasta que un Deva accedió a hablarme.

—¿No tienes aún tonsura? —preguntó.

Era una forma de mardistancia: el día que me practica

la tonsura en los cabellos, ese díasería monje. Pero no, yo aún no más que un meritorio en

hospedería. Ni siquiera haalcanzado el grado de novicio. Y esforcé por hacérselo ver a

amada: yo era libre, y mi únvoluntad era perder mi libertad enamor de aquellos ojos del color



cielo. Omitiré detalles que servirían más que para lastimar memoria. Solo diré que despuésaquel encuentro vino otro, y despotro y aun otro más. Mi maeBeato seguía lejos, en Pravia

quizás en Oviedo, resolviendo noqué asuntos relativos a su pleito Elipando, y en el convento mi am

Braulio mantenía su palabra y cubmis cada vez más prolongaausencias. Yo ya solo vivía p

Deva.Deva me habló de sí mismMuy niña había quedado huérfana



madre. Ella atendía la casa demucho tiempo atrás. Una bonita capor cierto: grande y bien construicon buenas vigas. Su padre, comerciante Asur, podía pagarse servicio doméstico, pero

enormemente tacaño. Deva tenía hermanos varones, pero se hallasiempre lejos de casa, cubriendo

rutas que su padre había trazado alargo y ancho del reino. Asur erabuen hombre —me dijo—, pero

un carácter terrible. Su temprviudez le había amargado, y eDeva, era con frecuencia el objeto



sus reproches. Para mi amada hogar era una cárcel. Yo recaquellas confesiones como mandato de una misión: yo, ZonioMena, liberaría a Deva de encierro.

Mi amor por aquella mualcanzó el grado de lo incandescenTodo en ella me result

arrebatador: la gracia infinita de gestos, sus ojos de mircandorosa, su sonrisa espontánea

piel rosada de aurora, su maneracaminar como si flotara en el airecurva de su cuerpo, el amor de ma



que ponía en cualquier tarea áspera que fuera, incluso los mohidesdeñosos que alguna vez arrojsobre mí, como queriendo probasolidez de mis sentimientos. Eralenguaje del amor.

Una mañana salí del convecon la firme determinación de dapaso decisivo. Había concertado

Deva un encuentro en la era, lejosla aldea. Allí se lo dije: «Huyamuntos». Yo tenía tierras: el valle

Mena era una enorme extensión tierra libre a disposición de qusupiera hundir el arado. Po



mantener a una familia. Mis padrehermanos forzosamente habían acoger de buen grado a una muchatan llena de encantos y virtudes coella. Deva se estremeció. Objetópecado. Pero no había riesgo de

yo tenía dos hermanos sacerdotes consagrarían nuestra unión. Nesperaba una vida larga y feliz en

tierra más rica que cabía imaginLejos de Asur y sus amarguras. Lede Potes y sus habladurías. Solo

y yo.Esa mañana ocurrió. Acarisu cuerpo. Besé sus labios. Bebí



aroma. Me envolví en su cabeHuiríamos juntos.

Todo se vino abajo de repente y que yo supiera bien cómo. Crtenerlo bien planeado: salir convento con mi mula, recogeDeva en su casa aprovechancualquier ausencia de su padre

marchar juntos hacia nuefelicidad. Pero nada salió bien.

La principal causa de

desgracia fue Braulio, compañero, al que yo había confiel secreto de mis ausencias. U



tarde, después de los oficios sexta, a los huéspedes se permitió un rato de asueto. Yo aislé en mis ensoñaciones. EntonBraulio, dirigiéndose a los otmozos, pero señalándome con

dedo, gritó: —¡Ja, ja, ja! ¡Zonio se

enamorado de una furcia hija de

buhonero!Me revolví como un gato.

sangre me hervía.

—¡Retira eso que has dicho!grité a Braulio. Los otros noviciosacercaron al calor del jaleo.



—¡No lo retiro! —porBraulio—. ¡Ella es una furcia yeres un imbécil! ¡Y un pecador!

Me cegué. —¡Rata desagradecida! —ruMe abalancé sobre él como u

furia. Le derribé de un puñetazo.quiso replicar.

—¡Una furcia de Satanás!

gritó de nuevo mientras un hilosangre manchaba sus labios.

Entonces, loco de ira, me arr

sobre Braulio, le inmovilicé ensuelo y golpeé su cabeza, su cuesu pecho, todo lo que se me ponía



alcance. No sé cuánto duró aqueLos otros compañeros tiraron de mme separaron de mi enemigo. Pmayor desdicha, en aquel precinstante entraba Beato en monasterio, recién llegado de

viaje a la corte. Y el maestro había visto todo.

Esa noche la pasé aislado en ucelda del convento. Una cepenitencial. Sé que a Braulio

dieron unos azotes. Yo conocía blo que la regla de San Benito derespecto a casos como el nues



«Cada uno debe ser tratado segúnedad y capacidad. Por eso, los niy los adolescentes, o aquellos son incapaces de comprender gravedad de la pena de excomunión, siempre que come

una falta, deberán ser sancionacon rigurosos ayunos o corregicon ásperos azotes, para que sane

Tenía el cuerpo preparado precibir el castigo. Pero no fue esoque ocurrió.

Después de laudes, Beato llamó junto a sí. Me esperaba en pen el scriptorium, inusualme



rígido. Sin decir palabra, me huna seña ordenándome que siguiera. Me llevó a un rincón claustro. Con una expresión insondable tristeza en sus ovivísimos, me dijo:

—Conoces bien cuáles son castigos para enmendar a un niPero tú ya no eres un niño. No

hacen falta ayunos y azotes pentender tu falta. Has incurrido pecado. Has levantado

considerable escándalo. Y comprometido a la comunidad. pecado se puede absolver.



escándalo se puede olvidar. Perodaño que has hecho a la comunipeleando con otro hermano por cade una mujer, eso no se puenmendar de ninguna manera. Pobien y por el bien de la comunid

no hay otra solución que tu salidaesta casa. Me duele en el alporque tienes buenas cualidad

pero esta conducta tuya deja penque te falta vocación, y no hay cmás triste que una vida entregad

una vocación errónea. No voymandarte a tu casa. Voy a darte ooportunidad, pero en otro sitio.



sitio donde tú mismo puedas vereres capaz de dominar los ardorestu pecho y de tu vientre. Si ecapaz, tendrás abiertas las puertasSan Martín. A ti te tocará decidirpero dentro de un tiempo: dos añ

por lo menos. Entonces volveremohablar. Ahora te escucharé confesión. Después, deberás partir

No supe qué contestar. Confecomo Beato me había propuesto. conté todo. Por primera vez.

puedo decir que me arrepintierami pecado, porque el amor lo citodo, pero sí lamenté sincerame



haber hecho daño a aquel homsabio, Beato, que de forma generosa me había acogido y que había confiado tantos pensamienMe absolvió de mis culpas aDios. Pero no me sentí absuelto

mis culpas ante Beato de Liébana.

No volví a ver a mi maestro. Aque

misma tarde vino a buscarme hermano Fernán. Traía un zurrón algunas cosas; entre ellas, un mens

para mi nuevo destino, que yo ignoraba. Y lo ignoraba porqofuscado como estaba con el asu



de Deva, ni siquiera me hapreocupado de averiguarlo. Lo tenía en mi cabeza era otra coacudir al encuentro de mi ama¿No me habían expulsado convento? Pues bien, esa era

señal. Era doloroso, pero la dique me aguardaba lo compenstodo. Iría a ver a Deva, sí.

seguiría las órdenes de Beato. contrario, correría al encuentro deamada. La llevaría conmigo. N

dirigiríamos a Mena, a la frontdonde el mundo se abría para corazones dispuestos a empe



desde cero, sin más patrimonio las propias manos y la ayuda Dios.

Empezaba a oscurecer cuanllegué a la puerta de Deva. Susu«¡Deva! ¡Deva!». Nadie contesta

Volví a llamar, esta vez más fuer«¡Deva! ¡Deva, mi amor!». pareció escuchar sollozos dentro

la casa. Yo insistía: «¡Deva! ¡llegado el día! ¡Huyamos a MenaEn ese momento se abrió

ventana. El corazón me dio un bride alegría en el pecho. Pero alegría se convirtió en horror al



que quien allí asomaba no era Desino su padre.

—¡Largo de aquí, moscón! me dijo Asur—. ¡Deja en paz a hija!

Me quedé patidifuso. No su

qué hacer. De fondo continuoyendo sollozos. Era Deva, sin du¿Quizá la muchacha le había cont

todo a su padre? ¡Enorme error! Ptampoco podía reprochárselo, pyo había hecho lo mismo con Be

y, aún peor, todo el monasteconocía el episodio después de necia pelea con Braulio. Inte



mostrarme como un caballero. —Mi señor Asur, no tema. M

intenciones son serias. Las mserias que puede imaginar. propongo…

—¡Calla ya, sabandija! —

interrumpió el padre de mi amada¡Por tu culpa anda mi hija en bocatodo el pueblo! ¡Debería abrirte

tripas! —¡Yo amo a su hija, señor!

protesté—. ¡Deseo hacerla

esposa! ¡Tengo tierras que ofrece¡La trataré como a una reina! —¡Calla ya, hijo de Satanás!



gritó Asur, enfurecido—. ¡Si no bahora mismo y te reviento entrañas es por la amistad que tencon San Martín! ¡Desaparece nuestras vidas!

En ese instante una asquer

lluvia me cubrió por entero y, aseguido, un barreño me golpeó encabeza. Asur había vaciado sobre

un balde de heces y orines. Esa su respuesta. Con un golpe violecerró la ventana. Y allí quedé

empapado en excrementos, solo yamor, mientras la noche caía sobrehermosa aldea de Potes.



Aún permanecí en aquel lu

algunas horas, completamehundido, tirado en el suelo comoperro, atenazado por el estupor y

humillación. De vez en cuanpercibía los lejanos sollozos Deva y los ronquidos del padPoco a poco fui tomando conciende mi fracaso. En apenas un díahabía perdido todo: carremaestros, amigos y amor. Estallé

una crisis de llanto.Debí de quedarme dormido,

sé cuántas horas. El frío de



madrugada me despertó. Mojcomo estaba, comencé a tiritar. puse en pie torpemente, coborracho, y salí de la aldea. Camhasta el molino, junto a la calza¿Qué hacer? No podía volver

monasterio. Tampoco podía insien la puerta de Deva. Y, psupuesto, en modo alguno po

volver a casa, donde mi retocubriría a mi padre de vergüenSolo entonces reparé en el zurrón

me había entregado el hermFernán. Curioseé en su interior. una tosca cruz de madera con cue



de cuero; me la colgué del cueHabía también un trozo de cecina devoré al instante. Y hallé asimisun pliego de vitela con indicacionEn la noche apenas si podía leeLa luz de la luna me ayudó.

Castillo de Evencia. Pregu

por el campo de Gadaxa

Preséntate a él. Dale e

documento. No decía nada más. Aturdid

cansado, sin ser muy dueño de m

pasos, tomé de nuevo la calzadadirección a Evencia, la misma me había traído hasta Potes y



Martín. No sabía entonces lo muque tardaría en volver.



7

L A MESNADA DEL VALIENTE

G ADAXARA

o recuerdo nada de la ruta hacia nuevo destino. En mi alma solo hasitio para el dolor. Llegué a Evenal caer la tarde del día siguiente.un soto cercano a la aldea arrebujé como pude en mi mant

caí rendido. Al amanecer agoté últimas provisiones del zurrón y dirigí al pequeño castillo



coronaba el pueblo. Allí deentregar mi mensaje.

El castillo de Evencia elevaba sobre un promontorio frea la bahía. Ninguna nave podacercarse sin ser vista a distanciapartir del castillo se desplegaba muralla que rodeaba la ciudad. tipo en la puerta de la ciudadela

preguntó adónde iba. No era soldado; parecía una especie lacayo.

—Al castillo —contestéTraigo un mensaje. Voy al campo Gadaxara.



Como el tipo no sabía lellamó a otro y este me condujo haun barracón adosado a la muraAllí esperé un buen rato hasta apareció un tercer sujeto. Este sí un soldado. Leyó la vitela que

había dado el hermano Fernán. ordenó que le siguiera. Salimos dciudadela y nos dirigimos hacia

grupo de cabañas no lejos de allí. —¿Así que te han echado

convento y te mandan a ser solda

preguntó este tercer individuo.Aquella fue la primera notque tuve sobre cuál iba a ser mi v



a partir de ahora.Las cabañas en cuest

resultaron ser un campamento. Varchozas se alineaban de mancircular en torno a una especie gran palenque. Caballos y homb

vivían juntos allí. Era la moradauna hueste militar. La perspectiva aterró: conocía la vida

campesino y la del monje, pero nodel soldado. Podría haber huidoaquel momento, pero mi voluntad

había evaporado por compldespués del suceso de Deva y AsDócilmente, me dejé llevar.



El soldado me introdujo enbarracón destartalado, pero limpHabía otros jóvenes allí. La escme trajo a la memoria el primer en San Martín. Un mar de angume subió a la garganta. Pero a

todo iba a ser muy diferente.Por la charla con los ot

mozos supe para qué había ido a

iba a ser escudero. ¿De quién? ignoraba. ¿Cuál sería mi trabaTampoco lo sabía. Pregunté

alguien sabía quién era GadaxVarios se burlaron de mi ignorancGadaxara —me explicaron— era u



de los más famosos guerreros dehueste del rey. Ser escudero entropa era un gran honor. «Si tiesuerte y valor, puedes convertirtecaballero», me dijo uno de mcompañeros. No era un m

horizonte, después de todo. En aqmomento mi vida carecía dirección. Pensé que este que se

ofrecía ahora podía ser un bcamino.

Durante toda la mañana se

hizo acarrear paja de aquí para allimpiar cuadras, entre otmenesteres. El tal Gadaxara



estaba en ninguna parte. Luego,mediodía, nos convocaron en arena. Allí —nos dijeron— ibahablarnos más tarde el miles Juandecir, Juan el Soldado. Nos diealgo de comer: un plato frío

gachas. Y me dormí sobre un monde paja.

Llegó el gran momento. Apareciómiles Juan, que se hacía llamar para subrayar su cualidad

guerrero. El miles Juan gobernaquello como rige un rudo pastosus cabras: a palos, pero con cuid



de no estropear la mercancía. Toeran voces y gritos e imprecacionSe diría que allí la vida organizaba según el tono de la voeste era generalmente estruendosolos mozos nos llevaron en trope

palenque. Allí nos esperaba el mi

un tipo sarmentoso, nervudo, no malto, pero fraguado a golp

Galleaba erguido, los brazos arras, con un montón de armas en

suelo, a sus pies. Nos miró uno a u

con aspecto fiero. Al haceenseñaba los dientes, unos diengrandes y muy sucios. Se fijó en



«¡Tú! ¡Ven!», ordenó. Acudí a carrera. «¡Apestas, chico!», exclamEra verdad: apestaba a excrementos y orines que el bestiaAsur me había arrojado dos datrás y cuyo hedor permane

pegado a mis ropas. Luego me mde arriba abajo. Cogió un arma suelo y me la tendió con violencia

—¿Sabes qué es esto? —gritó.

—Una lanza —contesté.

El miles me dio un guantazola nuca con la mano abierta. Ldemás mozos rieron. Volvió



tenderme el arma, esta golpeándome el pecho:

—¡No! ¿Sabes qué es esto? —Una jabalina —respon

Nuevo guantazo. —¡No! ¡Azagaya! ¡Se lla

azagaya! ¡Oíd todos! ¡Esto se llaazagaya! ¡Repetid!

—¡Azagaya! —exclamam

todos a coro.Y luego, dirigiéndose de nue

a mí, preguntó:

—¿Sabes usar esto? —Sí —mentí. —¡Muéstramelo! —ordenó



miles Juan—. ¡Atácame!El miles blandió un escudo y

tercio sobre su cuerpo. Yo ataqué mucha convicción. El hierro de azagaya chocó blando contra escudo.

—¡Eso no es atacar! ¡Ataca!gritó de nuevo Juan.

Irritado, me lancé sobre

escudo. Al instante me vi volanpor los aires y caído en tierra. Nocómo, el miles tenía mi azagaya en

mano. —¡Apestosa sabandija! ¿Eun hombre o una damisela?



El miles reía. Los mozos reA mí se me subió toda la sangre acabeza. Me vinieron al ánimotraición de Braulio, los excremende Asur, los sollozos de Deva,tristeza de Beato, la rabia

fracaso. Embestí como un animami oponente. El miles esquivó acometida y arrojó al suelo escud

azagaya. Me quería vencer con manos desnudas. Embestí de nueUn golpe de Juan me envió a tie

Yo estaba ciego de furia y volvatacar. Esta vez pude colocar cabezazo en el vientre del miles.



acabó sentado en el suelo y tumbado, aturdido como si hubitopado contra una pared. Entoncemiles rompió a reír a mandíbbatiente. Se acercó a mí, me levatirándome de la camisa y me dio o

guantazo en la nuca. —¡Hueles mal, pero tie

redaños! —me dijo sin dejar de re

Me cargó su escudo a espalda. Entendí que era un honLuego me permitieron por

lavarme y cambiarme de roQuemé mis viejos andrajos: enbrasa se extinguió mi humillación.



Durante los días siguientes se

como escudero del miles JuResultó ser un buen tipo: exigentadusto, pero justo y llano. La v

del escudero era en realidad msimple: procurar que las armestuvieran siempre bien bruñidque al caballo no le faltara aguapienso, mantener los arreos decabalgadura limpios y a puntoCuando saliera de aquel campo,

unas pocas semanas, estapreparado para servir como escuda cualquier caballero del reino.



Los ejércitos de Asturias eran como los de Córdoba ni colas legiones romanas. En el reinohabía una fuerza militar permaneLo que había era una suma de huesdiversas, cada una dependiente de

propio señor. El magnate que poprocurarse una mesnada, lo haceso aumentaba su poder y protegía

posición personal y la de su linajeesas mesnadas acudían los guerrea cambio de manutención o tierra

a veces de ambas cosas. Junto a tahuestes, el rey mantenía su promesnada, generalmente escogida



entre lo mejor del reino. Los mpróximos al rey formaban su séqupersonal, los fideles regis, como que yo había visto en el palacioMauregato: guerreros que juradar su vida en defensa de su señ

Gadaxara, el patrón de este camera uno de esos fideles regis. Ymiles Juan brillaba como uno de

mejores capitanes. Por eso sehabía encomendado la selecciónlos escuderos.

En la hueste del miles Japrendí a distinguir unas armas otras. Primero, por supuesto,



azagaya, aquella que me valió tguantazos: una lanza de asta corthoja gruesa y larga, que era preferida de nuestro jefe porpodía usarse tanto de cerca comolejos, en el cuerpo a cuerpo y co

arma arrojadiza. La lapropiamente dicha era de asta larghoja más pequeña y muy puntiagu

y en la mesnada la usaban sobre tolos jinetes al cargar. La jabalina ligera y delgada, pensada para

arrojada sobre el enemigo, y algude nuestros guerreros llevaban hatres o cuatro de reserva. A



abalina también la llamaban darAprendí asimismo a distinguir tipos de hacha y a valorar particular la llamada «franciscque recibía ese nombre porqueintrodujeron los francos. En la hue

había también unos cuantos arquerY luego estaban las espadas, qeran el arma preferida de

caballeros, pero que escaseabporque fabricar una buena espresultaba costoso y exi

conocimientos que no estaban alcance de cualquiera. Nuestros guerreros usa



espadas largas y rectas, de hafilada en ambos lados y punta sóly aguda. Los moros también tensus espadas: las que llama«jinetas», rectas como las nuestpero más finas, y las que dec

«cimitarras», sables de hoja cuafilada en el lado que hacía hoz. mayoría de los enemigos usa

sobre todo jinetas, pero en últimos años habían empezadotraer cimitarras porque, al ataca

caballo, eran mucho más prácticla cimitarra no se clavaba, sino segaba, de manera que no se per



tiempo sacando el arma del cuedel enemigo. Todo eso me lo enseel miles Juan. Era asombrosa capacidad de la cimitarra para cocualquier objeto; uno de la huehabía perdido una oreja precisame

en un lance así. Frente a cimitarras, los nuestros preferíanespada recta, la del país, porque

sable moro les parecía frágil y pseguro en el cuerpo a cuerpo. problema radicaba en que una bu

espada, ya os lo he dicho, costosa y difícil de fabricar. ¿Pqué? Por el acero.



He de decir que aquí me apumi primera victoria en este numundo. La cuestión del acero me hsubir mucho en la estima de mi jOcurrió que un día tuve acompañar al miles Juan a la herre

de Evencia para verificar la entrde algunas armas. Juan me hizocomentario suspicaz sobre

herrero: los hombres se quejabanque las espadas se mellademasiado rápido. ¿Por qué? Yo

sabía. O creía saberlo. Y me atrevexplicárselo a mi jefe.En Mena yo había aprendido



labios del herrero Ramiro, algusecretos sobre la forja. En concreRamiro me había explicado cómoobtiene el acero, asunto este quela guerra era de importancia viuna espada de hierro valía muc

pero una de acero valía todavía m¿Sería yo capaz de forjar un armaacero? No. Para eso había

poseer informaciones muy precisobre proporciones y procedimiende forjado, y yo ignoraba tales co

ese secreto lo guardaba Ramiro ptransmitírselo a su aprendiz. Peroque yo sabía bastaba p



deslumbrar al miles Juan, que eramaestro en el arte de usar el acepero que carecía de la menor nocsobre cómo se fabricaba.

Yo había visto a Ramfabricar instrumentos de acero.

una tarea que tenía algo de mágEl herrero escogía una barra simde hierro y la introducía en u

pequeña cuña de acero previamereservada. Al fuego soldaba materiales y luego los mezcl

retorciendo la pieza sobre sígolpeándola con el martillo haobtener una única materia. El secr



decisivo estaba en la operación finhabía que calentar la pieza en fuego de carbón. Era en emomento cuando, por arte alquimia, la barra de hierro sconvertida en durísimo acero. De

acero podría separarse después umínima cantidad para repetir operación con otra barra de hierro

así sucesivamente. Los mejomaestros eran capaces de medir tiempos de forja y las cantidades

carbón con la exactitud precisa pque aquel acero fuera invencibRamiro era uno de esos maestr



pero resultaba evidente que herreros de Evencia estaban lejostal destreza.

El miles Juan prestó la máxiatención a cuanto le dije. Musitó aparecido a «diablo de muchach

Cuando entró en la herrería, lo hcon la seguridad de quien dominaoficio. No sé qué palab

intercambió con el herrero, porme ordenó permanecer fuera, pdebió de hacer una verdad

exhibición. Cuando salió parecíahombre más satisfecho del mundoa mí esa noche me obsequió con



trozo suplementario de cecina.

La vida en la mesnada empezógustarme. Con frecuencia el m

nos imponía ejercicios que él misdirigía y que parecían pensados paniquilarnos: largas marchas pormontaña, duelos con palos, peleagolpes… «¡Sois damiselas y ten

que ser escuderos!», gritaba. Esto entre sesión y sesión de limpiezaarmas. La jornada result

agotadora. Pero creo que agradecítener ni un minuto para pensar.

La disciplina en el campo



severa. Los revoltosos o mdispuestos terminainvariablemente con unos cuanazotes en la espalda. El propio m

Juan los dispensaba con un zurride cuero. A cambio de eso,

comida era abundante, o al meeso me pareció en comparación las rígidas reglas de San Mar

Aquí, en el campo de Gadaxtampoco se olvidaba la asistenespiritual: todos los días venía

clérigo de Evencia para cantar mE l miles iba a ella como todos demás. Sin duda, a su tosca maner



aquel curtido guerrero tambiénanimaba una profunda fe.

Un día apareció Gadaxara. un hombre joven, de plaimpresionante, ese tipo de individque parece nacido para mand

Peinaba su larga cabellera haatrás, sujeta con una tosca cintamostraba su mentón y su big

enteramente afeitados, lo cual no muy común entre las gentes deoficio. Vestía un peto de cuero c

aspecto de coraza y largas perneque se hundían en los zancajos dezapatos. Toscas muñequeras cubr



sus brazos. Cruzaba sobre el peun tahalí del que colgaba su espaun hermoso ejemplar con gemas enpomo. El único lujo que se permsu figura era precisamente ese:espada.

Nadie sabía exactamente dónde venía Gadaxara y él cultivdeliberadamente el misterio. U

decían que era franco, pormanejaba muy bien el hafrancisca, pero su latín sonaba ig

que el nuestro. Otros decían que de origen moro o, al menos, había estado en el sur mucho tiem



porque conocía bien a nuestenemigos y sus maneras de combaY aun otros sostenían que era noble de origen godo expulsadosu linaje, y que por eso haadoptado el nombre de Gadaxara

nombre que no quiere decir nadque no se parece a ningún otro. como fuere, Gadaxara formaba en

séquito personal del rey dealgunos años atrás: lo había hecon Silo, con Mauregato y ah

seguía haciéndolo con BermudoDiácono. Gozaba de un prestiindiscutible y bastaba verle en



palenque para entender por qpeleaba como un león y movíaespada con una elegancia y efectividad extremas.

E l miles Juan nos agrupótodos en la arena y nos presentó

caudillo de nuestra mesnaGadaxara miró al grupo con oinquisitivos. Tenía una mirada fra

y agresiva bajo un ceño de poblacejas.

—¿Cuántos son? —preguntó

Juan. —Ocho —contestó el miles. —¿Todos conocen su oficio?



—Todos. —¿Quieres quedarte

alguno? —ofreció Gadaxara.El miles Juan dudó un mome

y me señaló: —A este: sabe leer y escribi

necesito un mensajero. —Tuyo es —concedió

caudillo.

A partir de ese momento grupo se dividió. Cada uno de mozos marcharía con un se

distinto para servirle como escudeIría con él a la guerra y seríaasistente en la paz. Yo me queda



con Juan. Gadaxara se marchó. tardaría en volver a verle.

Me dieron un casco de cueruna especie de pelliza acolchaTambién una azagaya. Esas eran prendas de mi nuevo oficio. Mi v

apenas cambió en aquellos dseguía siendo el escudero del m

Juan y mis ocupaciones e

idénticas. Pero ya no hubo ese más aprendices de escudero, manera que la rutina empezó a

ostensiblemente más tranquila. estaba llegando el verano cuandoseñor me comunicó una sorprende



noticia: —Zonio, prepara los caballo

arregla provisiones. Mañana pormañana partimos a Campoo. buscar caballos para la mesnaIremos nueve. Contigo, diez. Tú,

la mula. Estaremos fuera una semcomo mínimo. Salimos al alba.

En aquel momento no podía

imaginar lo que iba a encontrar all

Campoo era el nombre que se dab

los altos llanos donde manan fuentes del Ebro, en los alrededode Reynosa. Jamás había oído hab



antes de este lugar. El Campooencontraba muy al sur, en una tiepeligrosa, abierta ya a la fronteLos hombres de la mesnada contaron que en aquella comahabía pastores desde la noche de

tiempos, y que en algunos parajesla región se elevaban granpiedras levantadas sin duda

gigantes. Para llegar a Campoo deEvencia había que tomar la vcalzada que seguía la ruta del

Besaya. No había menos de dos dde camino. Lo cubrimos a paso mrápido, a veces al trote, a veces a



para no cansar a los cabalsiempre con la energía que el m

Juan imprimía a todos sus actos.Por el camino el miles Juan

contando historias. Mprecisamente, su historia. Ha

nacido en una aldea cercanaOviedo. Entró como escudero a eaún más temprana que la mía. Vei

años llevaba ya combatiendo. Estuen la sublevación de los sierreinando Aurelio, y despu

reinando Silo, en la batalla Montecubeiro contra los magnagallegos. Peleó contra los moros



Abderramán que atacaron el preinando Mauregato, hacía siete aya. Fue entonces cuando entróservicio de Gadaxara, con el compartió sangre y victoria.

—Ese hombre me salvó la v

me contó—. Habíamos copadlos moros en su retirada. Estos yaeran los moros de años atrás: ah

venían huestes africasemisalvajes, bereberes de montañas, tipos hechos a la miser

al dolor, recién llegados a Espcon hambre de botín. Nuestra suefue que los mandaba el goberna



de Abderramán en Toledo, un áray ya sabes que los árabes y bereberes se odian. De manera quárabe mandaba una cosa y bereberes hacían otra, y así columna sarracena parecía un reb

desmandado. Entraron en desfiladero no lejos de Campoositio al que ahora vamos, y

tomaron la menor precauciNosotros éramos menos, mucmenos, pero teníamos el terreno

nuestro favor. Gadaxara, qmandaba una de nuestras mesnadadelantó a unos pocos homb



como cebo, a la salida desfiladero. Los hombres empezaa gritar como lunáticos y bereberes, viendo presa fácil, abalanzaron sobre ellos. Toda fuerza mora se metió en la trampa

una señal, arrojamos sobre sarracenos una lluvia de roctroncos, piedras, balas de p

ardiendo, qué sé yo… el infierDespués vino el ataque: todos a ubrincando entre las peñas, caím

sobre los supervivientes como ufuria. Pero aun así seguían sienmuchos. Yo me encontré pelean



con tres moros a la vez. A unocoloqué un tajo en el cuello quecortó la cabeza. A otro consedesarmarlo y salió corriendo. Perotercero, que me había ganado espalda, enarboló una jabalina p

ensartarme por detrás. Lo habhecho de no haber aparecido en momento Gadaxara a caballo,

ensartó al moro a su vez. Deentonces pasé al servicio caballero Gadaxara.

»Gadaxara es el mejor guerrque he conocido nunca. Pelea concabeza al mismo tiempo que con



manos. Nunca ha fallado un golpe.estos siete años he librado muccombates con él. Juntos hematacado a varios destacamenbereberes en esas torres que moros han colocado donde corre

Duero y aún más cerca de aqSiempre hemos salido con bAcercándonos sigilosos, golpean

sin contemplaciones. Hemdesmantelado posiciones enemien Valdoré y en lo que un día fue

tierra de Campos, y también encamino del río Tirón y del PisuerGadaxara siempre gana.



»Si alguna vez has de pelcontra los moros —seguía el m

Juan—, ten en cuenta esto: tu sestá junto a tu señor. Él te necesitpara que las armas estén listas ycaballo prevenido. Y si todo

tuerce y tu señor cae, entonprepárate a luchar tú, porque a moros les gustan mucho

ovencitos: los cazan a lazo y se llevan a Córdoba como esclavMuchos de ellos acaban sirvien

como soldados en los ejércitos emir, aunque rara vez los mandan aquí, sino que más bien los envía



frica, para pelear en sus fregainternos, que tienen muchos y másperos. En estos últimos años habido poca actividad, pamenaza. Esa batalla que te contado y poco más. De vez

cuando aparece alguna partida bereberes para saquear ganadomujeres, pero no llega a mayo

Por eso que te decía de las pelentre los propios moros, que gente muy querellosa. Dios Nue

Señor confundió al gran Abderramy le envió una buena montaña de con su propio pueblo, y así nos



sido posible levantar cabeza. ¿qué crees que tu familia ha podrepoblar el valle de Mena? Pero han contado que este eAbderramán ha muerto hace pocque le ha sucedido su hijo, que

llama Hisam. Y este, que es moven y se ha encontrado resue

los problemas del país, vendrá

ganas de guerra.»Una cosa has de te

presente: el moro es buen guerre

No se cansa fácilmente y cuancombate saca todo el corazón. Eatacan de una forma muy b



pensada, poniendo todo el pesosus rápidos caballos, que te rodeate dejan a merced de sus peones y arqueros. Además tienen mutropa, porque tienen mucho oro ppagarla. Nosotros no podem

combatir como ellos. Nosothemos de buscar la maniobra,sorpresa, y sembrar la confusión

sus filas. Porque así como buenos guerreros, los moros también desordenados y tienden

descomponer las filas, y pasan deexaltación al pánico en un momenEntonces están perdidos. Ese es p



nosotros el momento de cargar todo. Solo así podemos ganar.

»Hay mucha gente que cree ya no habrá más campamusulmanas, más «aceifas», coellos las llaman. Se equivoc

Vendrán más. El moro cree queguerra es un sacramento: «guesanta», la llaman. Y adem

necesitan esclavos para su mercaSi yo fuera ellos, también lo hagolpear una y otra vez, todos

veranos, todos los años, comprometer demasiadas tropas,usto para no dejar crecer



enemigo. Por eso volverán. Esseguro. Hisam, ese nuevo emir,hará. Me han contado que pelirrojo y de piel blanca. A sade qué vientre cristiano ha salido pequeño Satán. También me

contado que, de entrada, ha matadsus dos hermanos, SuleimánAbdalá, que le disputaban el tro

Para dejar claro quién manda. Pno es un salvaje. Es un tinteligente y dicen que íntegro

piadoso, dentro de su fe blasfeEso quiere decir que su puemorirá gustoso por él. El viejo e



Abderramán ha intentado doblarla columna pagando aquí y amandando obispos traidoseduciendo a los grandes señores propuestas de paz untadas en oroHacía eso porque no estaba

condiciones de mandar a un ejércPero con Hisam va a ser otra cosa

»No sé a qué espera el

Bermudo, nuestro señor, para tommedidas. El reino está bien protegpor nuestras montañas, pero tenem

dos puertas que hay que guardar. oeste hay que cerrar las vías Galicia. Al este hay que vigilar



entrada por el Ebro y las tierrasÁlava. La última aceifa, la de hsiete años, quiso entrar solo por upuerta y por eso fracasó: nos dconcentrar toda la fuerza en un spunto. Pero si yo fuera His

entraría por las dos puertas a la vél tiene hombres suficientes phacerlo y nosotros no tenemos hue

bastante para cerrar las dos víasmismo tiempo. Dicen que el Bermudo es un hombre bueno

generoso, amante de su pueblo, y gusta de rodearse de religiosos ysabios. Todo eso está muy bien, p



lo que ahora hace falta es un jefeguerra sagaz e implacable. Los vienen de la frontera cuentan querey ha ordenado construir castillosesas regiones. Quiera Dios que sea demasiado tarde.

Después de dos jornadas complede camino llegamos a la campa

Reynosa, en la comarca del CampQuiso el miles Juan que entráramocaballo y al trote ligero, co

correspondía a soldados de nuesrango. Yo hice lo que pude con mula. El artificio tuvo su efe



porque las gentes del lugar miraron pasmadas, con esa mixtde admiración y temor que, segúnseñor, debe inspirar siempre hombre de armas.

La campa se desplegaba a

orilla de la calzada y a ciedistancia del pueblo. Constaba deancho recinto llano donde

agolpaban los caballos y, en tornél, decenas de tiendas y toldos, umás ricos, otros más menesteros

donde se alojaban los ganaderolos mercaderes venidos de topartes para la ocasión. Pero en



campa no había solo mercaderenseguida vimos también numerogrupos de soldados, gentes de otmesnadas que habían acudido, conosotros, a proveerse de caballosaquel mercado. El conjunto qued

protegido por una pequeña lomasur y por los cabezos de la sierranorte. El río Híjar, con

numerosos afluentes, reggenerosamente el paraje antes de nacimiento al Ebro.

Muy erguido en su caballo, Jatravesó la campa buscando un bsitio donde instalarnos. Atravesam



las tiendas de los mercaderes y toldos de los ganaderos. Mi sesaludaba, altivo, a las gentes quele acercaban. Todo parecía uenorme fiesta: la muchedumhablaba de bestias y precios,

aquel rincón había unos paisaugando a los bolos y en aquel o

dos soldados flirteando con u

mozas. De fondo sonaban gaitapanderos, y su música se mezclcon el piafar de los caballos y

las voces de los tratantes pregonaban su mercancía. En cuaplantamos nuestra tienda, el m



Juan nos dio permiso para descany buscar un trago. Yo me apresurzambullirme entre aquel gentío.

Había lujosas tiendas cerraque delataban a sus propietariricos mercaderes de Santilla

Somorrostro o incluso Oviedo habían acudido aquí en la esperade cerrar un buen negocio. Ha

otras tiendas mucho más humildapenas un toldillo sobre un máque cobijaban a los peque

ganaderos: los que habían ido alvender dos o tres animales y sapor ellos lo suficiente para pasar



año. Abundaban además vendedores de aperos para monturas, porque pocos lugahabían tan aptos como aquel pcolocar sus sillas y cinchascorreajes. Era fácil reconocer

tiendas de los soldados porque enexterior descansaban escudosestandartes. Y entre unos y otros,

faltaban los parásitos de la buvida: los que habían llevado allí vinos y sus pitanzas, sus cueros y

abalorios, como solían hacer mercado en mercado, para saprovecho del tráfico humano.



A mí toda aquella actividad sumergió en una especie de gozembriaguez, como la que produlas dos primeras jarras de vino. sentía estimulado por el vocerío ymúsica. Iba de un lado a otro co

atolondrado. Entonces, de repentebrillo dorado de unos cabellos llami atención. Me dirigí hacia él.

brillo desapareció entre muchedumbre. Lo busqenloquecido. Ni siquiera me atre

a convertir en pensamiento lo mis entrañas me decían. El corame palpitaba como un caballo



galope. De corrillo en corriperseguí la sombra de aquemelena dorada. Cuando al finencontré de nuevo, no podía creeque estaban viendo mis ojos.

Deva estaba allí. Parecía

sueño, pero ¡Deva estaba allí! En instante mis oídos dejaron percibir el sonido de las gaitas y

griterío de los hombres, y mis ono vieron otra cosa que la delicifigura de aquella mucha

moviéndose entre la multitud. Usúbita presencia me hizo recobrar sentidos: Asur, el padre de De



estaba junto a ella. El mercahabía acudido a Campoo, cotantos otros, buscando benefiOsado, me acerqué. Era improbaque Asur me reconociera. En cuaa Deva, estaba seguro de que

presencia no le pasadesapercibida.

Llegué hasta ellos. Pasé a

lado, fijando la mirada en Deva. Ese giró, me miró, enrojeció, qumuda. Yo aparenté seguir mi cami

pero me mantuve cerca de la hija ypadre, esperando la oportunidadentablar palabra con mi amor. Se



una alegría infinita cuando comprque Deva se quedaba rezagaFingía mirar los abalorios expuesen un tenducho. Aproveché momento: corrí hacia ella, me situsu lado, la vista puesta en

mostrador del tenderete. —Te sigo amando —le dije. —¿Qué haces aquí? —pregu

ella con aire de alarma. —He venido a comp

caballos. Ahora soy solda

Bueno… escudero. —Tienes que irte. Que no vean juntos.



—¿Ya no me quieres? —No es eso. Mi padre

matará. Me dio una enorme paaquella noche. Si vuelve a verte, matará a los dos.

Me hirvió la sangre al escuc

que aquel animal había golpeadmi amada, pero yo tenía la solucpara esos males:

—¡Ven conmigo! ¡HuyamDejaré la mesnada como antes del convento. Si vienes conmigo,

dejaré todo. Solos tú y yo. En Me¡En nuestras propias tierras! —Mi padre nos perseguirá



objetó ella. —No lo hará. Si

apresuramos, no sabrá lo que pasado.

—¡No puedo! —gimió DevaNo puedo dejar mi casa.

A mí se me estaba yendocabeza por momentos. Acerqué umano a la suya, hasta rozar

dedos. Reaccioné: —¿Y si vuelvo convertido

caballero? ¿Entonces tu padre

aceptará?Un áspero vozarrón cenuestra charla: «¡Deva! ¡Deva!».



Asur que la llamaba. Deva sacorriendo y yo permanecí allí, entenducho de los abalorios, pensanque la felicidad se me escapaba uvez más. Pero aquella conversachabía abierto una perspectiva nue

volver a Potes como caballeorgulloso en mi corcel, y pedirmano de Deva al bestia de As

Ante un caballero no podría negaY sería mi venganza.

Lentamente, como flotan

abandoné el mercadillo de la camRegresé junto a los hombres de mesnada resuelto a convertirme



caballero.

Mi señor Juan estaba intranquCon frecuencia mascullaba palabpara sí y salía a otear el horizoRepitió esta operación varias vecSu inquietud se transmitió al restolos hombres. Hubo un momentoque uno de ellos le pregun

zumbón: —¿Esperas a alguien?El miles Juan meneó la cabez

—Dios quiera que equivoque, pero esta campa me mala espina. Demasiado abie



demasiado expuesta. Si nos atacarno habría manera de defendeAquí tienes a medio millar paisanos, todos ellos con oromercancías, y varios cientos caballos. Y para defenderlos, apen

un puñado de hombres. Un bodemasiado fácil. Si yo fusarraceno, no dudaría en atacar.

—Son figuraciones tuyas —del otro—. No hay riesgo de ataqHace tiempo que los musulmanes

llegan hasta aquí. Además, tenemhombres en anubda al otro ladovieran venir a alguien, avisarían



nos daría tiempo a preparar udefensa. Y qué demonio: aquí amenos hay cuatrocientos guerreroeso es mucha mesnada.

—Cuatrocientos, sí —aceJuan—, pero que ni se conocen

han combatido juntos nunca. Y concampo entorpecido por todos emercaderes, sus familias y

tiendas y sus caballos, habrá que cómo nos movemos. Te digo qsomos presa fácil. Y no me gu

sentirme así. —Los vigías de la anubda dala voz de alarma si hay peligro



insistía el otro, que visiblemente squería dormir.

—¿Quieres que te recuerdecuántos vigías enemigos he matyo con mis propias manos antesque pudieran decir una palabra?

atajó Juan—. Si los moros quieatacar, lo harán por mucho centinque haya en los alrededores. Y si

fuera ellos, no lo dudaría.Empezó a caer la noche. J

quedó pensativo, el rostro ilumin

por el fuego. El otro se durmió. debería haber hecho lo mismo, plas consideraciones de mi señor



habían metido el miedo en el cuerEmpecé a temer un ataque musulmLa vista se me iba a un lado y otroaquel enorme llano, y en la somde las lomas apenas tintada por últimas luces de la tarde creí v

aquí y allá, columnas de jinehostiles. «Figuraciones mías», penhaciendo eco de las palabras del o

soldado. Pero el miles Jpermanecía ahí sentado, en tensisu espada de rojo pomo en

manos, incapaz de dormpresintiendo el combate. A mí transmitió su desasosiego. Y en



momento comenzaron a tomar foren mi interior los más oscupresagios: estábamos indefensos,todos, caballos y hombres, y sotodo Deva. ¡Deva! Era precadvertir a mi amada del peligro.

decir palabra, me escurrí de manta y gateé hasta las tiendas de mercaderes.

No me costó localizar la tiede Deva a la luz de las antorchas. acurruqué junto a la lona. Pre

oído. Hasta mí llegaban, nítidoásperos, los ronquidos de Asur. —¡Deva! ¡Deva! —susurré.



Insistí hasta que oí movimiedentro de la tienda. Y después inconfundible, dulce, bendita voz:

—¿Quién me llama?Temí que la respue

despertara a su padre, pero A

seguía roncando. Hablé en la más baja que pude:

—Soy yo, Zonio. Tengo

hablarte.Enseguida apareció la adora

cabeza de la muchacha entre

abertura de la tienda. Tenía el papintado en el rostro. —¡Estás loco! ¡Mi padre nos



a matar! —No, escucha —objeté—,

importante: corremos peligro. Lmoros van a atacar. Es preciso qsalgáis de aquí cuanto antes, al alb

—¿Cómo lo sabes? —pregu

Deva con unos ojos desorbitados el estupor.

—Me lo ha dicho mi señor

contesté—. Él sabe de estas coDesde hace horas teme un atamusulmán. Yo he de quedarme a

con él para organizar la defenpero vosotros debéis huir vuestras pertenencias y vuest



caballos.Deva estaba paralizada.

poder evitarlo, cogí sus manos enlas mías e imploré:

—¡Sálvate, mi amor! ¡Sálv¡No podría vivir temiendo que a

malo te haya ocurrido!En ese momento Asur roncó m

fuerte, tosió, gruñó, pronun

algunas palabras medio dormidoDeva apretó mis manos, ensegulas soltó y desapareció de nu

dentro de la tienda.Yo quedé allí algún tiemaspirando el aroma que Deva ha



dejado sobre mis dedos. Despvolví a la hoguera de mi grupo.miles Juan seguía despierto, tensoespada en la mano, esa espada pomo rojo, y los ojos clavados enfuego, como queriendo conjurar

destino entre las llamas. Yo en llamas solo veía a Deva. Con imagen me dormí.



8

L A CATÁSTROFE

-¡Los moros! ¡Que vienen los moros!

El grito había sondesgarrador en el silencio del alNos atacaban. Un tropel de jine

sarracenos acababa de aparecer la izquierda, tras la loma que llamde Salces. Un hombre corría a

ellos. De pronto la silueta hombre se desplomó: habían acabcon él.



Así pues y para nuestro pemi señor tenía razón. Su olfato nohabía engañado: los sarracenos,olor del botín, habían liquidado a vigías y, apostados en proximidades, habían cruzado el

Híjar para atacar nuestra camEntre ellos y su objetivo solo interponíamos nosotros: los homb

de las distintas huestes allí reunida Nos pusimos en pie co

activados por un resorte. A to

prisa echamos mano de nuestarmas y aviamos las cabalgaduAbajo, en la campa, todo era cao



confusión. El enemigo se acercabendiablada velocidad en ligerísimos corceles. Cargdirectamente sobre nuestra línea. numeroso grupo de los nuestrosdispuso a hacerle frente: caballero

peones, todos a una, se lanzaron avez sobre la acometida musulmaPero el miles Juan permane

quieto.Todos le miram

desconcertados: ¿por qué nue

efe no atacaba? ¿A qué estesperando? —¡Quietos aquí, conmigo! ¡



no es el ataque principal! —aullórepente.

En una confusión fenomemedio centenar de hombpermanecimos junto a mi señor. Yese preciso instante, o

destacamento de jinetes enemiapareció al otro lado de la loma, la derecha, surgido de la nada, p

atacar directamente la campa donse apiñaban, indefensos, paisanocaballos. Esa era la añagaza mo

mientras unos neutralizaban a tropa defensora, los otros saquearel campo. Era una tenaza. Juan



había intuido.Los mercaderes esta

perdidos. Su única posibilidad salir del llano y ganar las montaantes de que los moros les diealcance. Pero para eso había

frenar al enemigo. El miles hizo fea mueca, mostró sus sucios diende lobo viejo, se persignó, mascu

una maldición y gritó: «¡A mue¡Por Cristo!». Y se lanzó al galoTodos los que allí estábamos n

volcamos sobre este nuevo frenJuan y otra docena de guerrecargaban a caballo. Los dem



corríamos detrás a pie, blandiennuestras armas y gritanenloquecidos. Yo rezaba a todos santos para que los paisapudieran ponerse a salvo. ¡Si Dhubiera huido como yo le implo

Pero ahora era tarde plamentaciones.

El choque fue brutal. Vi al m

Juan arrojando su lanza sobre moro, cargando luego espada mano, primero a caballo y despu

derribado, a pie, repartiendo taaquí y allá. Los sarracegolpeaban con sus espadas curv



de un solo filo, que segalimpiamente el cuerpo del rival. Lcristianos luchaban con sus espade filo doble y sus lanzas y azagaytratando de derribar a los jinemahometanos. Enseguida el caos

apoderó de todo el campo. El potapaba la vista y los gritos aturdlos sentidos. Yo choqué de bru

contra un moro que cayó al suresulté pateado por un caballo nosi amigo o enemigo, me revolví co

pude esquivando golpesembistiendo con mi azagaya a tocuanto se movía a mi alreded



Perdí de vista al miles Juan. Pcapturar el escudo de un moro cay con él me protegí. Lo único tenía en la cabeza era la neceside cerrar el camino a los moros: los mercaderes y los ganade

pudieran ganar las montañas. ¡QDeva pudiera ponerse a salvo!

En torno a mí solo veía caba

y moros, polvo y sangre. Conazagaya herí a un par de monturaslas corvas. Habíamos logr

interponernos entre los musulmanelos mercaderes, cerca de la lídonde el llano se encrespa en mon



pero los moros eran muchosnosotros muy pocos. ¡Aguantar poco más y que los mercadepudieran escapar por las peñas! era toda nuestra obsesión. Y la m¡que Deva escapara! A mi lado ot

cristianos luchaban con la energíala desesperación. Vi caer a uDespués a otro. Al fin yo mismo

encontré dentro de la turbamusarracena, aislado de mcompañeros. Me invadió el pánic

me retiré unos pasos. Agarré la cque colgaba de mi cuello, la misque me dejó Beato de Liébana co



último mensaje de perdón. encomendé a Dios y a todos santos. Volví a entrar en el torbellde la lucha tratando de encontrarmiles Juan. Lo que encontré enemigos.

Un moro se me vino encidando grandes voces, agitando espada curva como una hoz. Yo ec

a correr hacia las peñas. El mcorría menos, pero me había elegcomo presa y no me iba a soltar.

soltó un golpe con su sable. Sentílatigazo en la espalda y mi camrasgada por el frío metal. Solo



había rozado. Seguí corriendo hatropezar con unas rocas. El moroabalanzó sobre mí. Me di la vucomo pude. Luego, un fuerte goDespués, oscuridad.

Cuando desperté, creí estar

los infiernos. Frente a mis ojosmenos de un palmo de mi cestaba el rostro del mo

desfigurado en una espantosa mude dolor. Un hilo de sangre goteaún desde su boca, tiñendo de r

mi cuello y mi pecho. Traté zafarme del cadáver. Vi que sarraceno, en su última acomet



había ido a ensartarse en mi azagaLe entró por el pecho y le salió la espalda. El muerto peshorriblemente. Fuera de mí, con nervios deshechos, empujé hasta conseguí dar la vuelta al mo

Después, a tirones, saqué la azagde su cuerpo. Al lado del mueestaba su cimitarra. La recogí; ah

era mía. El olor de la muerte embriagaba y hasta me pareció quvisión se me emborronaba en ro

Aturdido, dando tumbos, me alejéallí.Tardé en recobrar enterame



los sentidos. Cuando al fin conseguí, reparé en mi posición:mi huida del moro me había alejdel campo de batalla para termicayendo en una torrentera. El mcayó detrás. Alrededor ya no ha

polvo ni ruido de lucha: todo haterminado. ¿Cuándo? Imposisaberlo. Miré el sol: atardecía. L

musulmanes habían atacado al aPor consiguiente, debí de hapermanecido inconsciente muc

horas. ¡Deva! Fue lo primero vino a mi cabeza cuando recuperédominio de mí. ¡Había que salva



Deva! A saltos, de mata en mata ypeña en peña, traté de volver acampa de los mercaderes.

Escuché gritos. Me acerqué precaución. El infierno estaba atodo ardía. El campamento de

mercaderes era ahora una gigantehoguera. El poblado cercano arigualmente. En la campa ya no ha

más que cadáveres. Era en poblado donde se percimovimiento humano. Sin abando

la protección de las lomas cohacia él. Se me heló la sangre cuanvi el ritual de la victoria musulma



Los moros habían decapitado cadáveres de los vencidos pconstruir con las cabezas sangriento túmulo. Desde lo altola pirámide de cabezas, almuecines gritaban la gloria de A

Salí corriendo, espantado, pero para dar en algo aún peor.

A la salida del pueblo

moros habían reunido su botín. Lcaballos, por supuesto. Pero tamblas mujeres y los niños, hacinados

un montón, azotados sin cesar. destino iba a ser la esclavitud. puedo describir el dolor y la ra



que se apoderaron de mí cuandescubrí, entre el rebaño de esclavos, la cabellera rubia de Desus trenzas doradas deshechas ahen un ovillo de suciedad y espanPor un instante me vino al alma

impulso de lanzarme a por ella.instinto de supervivencia fue mfuerte. Llorando de desesperación

interné de nuevo en las boscomontañas.

En plena noche descubrí a

escasos supervivientes de la jornaSe ocultaban tras un peñasco, moadentro. Apenas una veintena



hombres. Me di a conocer. acogieron. Os lo he contado ya.

Cuando amaneció bajamos todos campa, envueltos en precauciones. Allí ya no quednadie. Solo los cadávedecapitados de los nuestrmezclados con los enemigos muer

Las cabezas tampoco estaban. «las llevan a Córdoba en carros penseñarlas al pueblo —me dijo u

. Es la prueba de su victoriauna advertencia para los revoltosoBusqué el cadáver del miles Juan.



encontré espada en mano, y porpomo rojo del arma y sus vestidulo reconocí, pues no tenía cabeJunto a él yacían tres moros muerEl viejo había luchado bien hastafinal. Dimos sepultura a

cristianos. A Juan lo enterré mismo; no sé por qué, sepulté espada con él. A los moros

dejamos a merced de las alimañasAhora había que tomar

decisión: o seguir a los moro

atacarles, o volver a nuestras aldpara dar noticia de lo sucedido. quería partir en búsqueda de



moros: la suerte de Deva me roíaentrañas. Pero nadie me secundó: sarracenos eran muchos, y nosotrapenas una veintena de guerreheridos y agotados. Poco podríamhacer incluso en el improbable c

de que les diéramos alcance. impuso la opción de regresarnuestros puntos de partida: que to

el mundo supiera lo que hapasado. Con la sombra infamantela derrota escrita en los rostros

columna de los supervivientes tola ruta del Besaya rumbo al norte. Nunca se vio una procesión m



lúgubre que aquella: veinte almdestrozadas en veinte cuermaltrechos, caminando torpementevuelta a casa para confesar desastre. Recuerdo el trance couna especie de prolong

alucinación, como si nada de cuaestaba ocurriendo fuera verdad. Plo era, por desgracia. Mentiré

omito que maldije a Dios por hapermitido que Deva cayera escldel moro.

En mi espíritu no había ocosa que rabia y sed de venganEsa era la potencia maléfica



animaba a mi cuerpo maltrecSeguir adelante, seguir adelantSolo para tener la oportunidad vengar la derrota, la humillacióncaptura de mi dama. Yo haimaginado una vida plácida

dichosa junto a Deva, mi esposa,las campiñas de Mena; Dios bendeciría con abundantes hijo

cosechas copiosas, y esa hermmuchacha de trenzas doradas y envejeceríamos juntos sobre u

tierra libre, gozaríamos el uno otro hasta formar un alma única ynuestra unión nacería un linaje



cristianos orgullosos de su liberque prolongarían nuestro amor alargo de las generaciones. Peroque tenía ahora era la soledad yfracaso; mis sueños, deshechos; amor, roto, y mi amada, esa mu

que estaba destinada a mí, cautivamanos del sucio enemigo. Odio. Eera lo que sentía. Miraba mis ro

enrojecidas por la sangre del moren cada gota no veía sino el anunde mares de otras sangres. Miraba

cimitarra capturada al enemigo ysu hoja curva y afilada adivinaba cuellos y miembros que iba a cor



Tales eran mis pensamientos aquella funesta hora.

Poco a poco, hombre a hombla compañía se fue disolviendomedida que nos acercábamosnuestros destinos. Cada cual mar

al suyo para dar a conocer matanza. De los supervivientes, se nos murieron en el trayecto:

soportaron sus graves heridas. Otdeliraban de fiebre. A mí me dohorriblemente el corte de la espal

pero era solo un superficial rasguen comparación con los tajos algunos de mis compañeros lleva



en sus cuerpos. No sé cuánto tiemtardé en ver de nuevo el castilloEvencia, intolerablemente tranquen su promontorio marino. Lo únque recuerdo es que entré encastillo, pregunté por Gadaxara y

desmayé.

Me despertaron para decirme

Gadaxara me esperaba. Debí permanecer todo un día durmienNadie había tomado la providen

de lavarme ni curarme. Tampotenía ropa nueva. De manera que presenté ante el caballero con



ropas sucias de sangre, el ajcasco de cuero en la cabeza,cimitarra del moro al cinto y, enmano, mi azagaya. Me dolían tolos huesos, me sangraban los piescasi descalzos bajo el cuero roto

herida de la espalda me haformado una áspera costra adheridla tela de la camisa y, para colm

me costaba respirar. La imagen plde la derrota.

Más muerto que vivo,

aliento, informé a Gadaxara deque había ocurrido. Nuestro caudaguardaba de pie, en el centro



palenque, los brazos cruzados enademán de impaciencia. Cuandoreferí la muerte del miles Juan, dcaer pesadamente la cabeza sobrepecho.

—Era un gran guerrero. Q

Dios le acoja en sus ejércitos murmuró.

Le conté nuestra lucha en

frentes y el hundimiento de nuelínea. Después, sin poder reprimirsollozo, referí la triste suerte de

cautivos. También detallé la horriescena de los almuecines cantandsu dios sobre los túmulos de cabe



cortadas. Me hizo algunas pregunsobre el macabro ritual de decapitación masiva.

—Eso significa que bereberes —comentó.

Me dijo algo más: me dijo

ellos, el resto de la mesnaacababan de volver de Galidonde habían tenido que acudir p

hacer frente a un ataque simiCuando terminé, Gadaxpermaneció en silencio, pensati

Luego habló a su hueste: —Tenéis que saber que nuevo emir de Córdoba, Hisam,



atacado y ha vencido. Dos granoleadas mahometanas han golpesimultáneamente las fronteras reino. Una ha entrado por el oepor Astorga y Galicia. La otra, poeste, por Álava y el Ebro. La ace

de Campoo ha sido, sin duda, ode las avanzadillas de este segunejército. ¿Tú de dónde e

muchacho? —me preguntó. —Del valle de Mena

respondí con un estremecimien

«Unos por el este y otros poroeste»: era exactamente lo quemiles Juan había predicho. Y M



estaba en el este. —Esperemos que no ha

llegado hasta allí. No tardaremossaberlo. En todo caso, es precactuar. El golpe ha sido muy duEsto no puede quedar así. Espe

mis órdenes.Y dando grandes zanca

desapareció.

La mañana siguiente nos saludó una enorme agitación en

campamento. La voz del cuellamaba a la hueste. Gadaxara persona estaba otra vez en



palenque, ahora a caballo y armaenvuelto en una cota de maPartíamos. A la guerra.

Un frenesí de hombrescaballos se adueñó de Evenentera. Yo cogí mi maltrecho cas

mi azagaya y la cimitarra del morome sumé a la mesnada. Gadaxara miró, rígido:

—¿Tú no eras escudero?Enseñé la cimitarra capturad

moro.

—Ya no —le dije.El caudillo esbozó asemejante a una sonrisa. La mesn



se puso en marcha. No seríamos más de doscien

hombres: todo lo que había Evencia. Marchábamos hacia oeste, donde nuestro señor el Bermudo había decidido atacar a

moros. La fuerza sarracena estretirándose de Galicia después haberla pasado a sangre y fue

Volvía a Córdoba por la vicalzada que lleva de Lugo a Astoruna ruta aparentemente fácil y ráp

pero que a la altura de la comaque llaman el Bierzo tenía atravesar por un paisaje torturado



montañas y gargantas. Un luidóneo para que una fuerza menpero bien emboscada, pudigolpear con garantías de éxito. Lmoros volvían victoriosos; seguridad andarían despreocupad

la guardia baja. Y hacia allí ndirigíamos ahora, a los montes Bierzo, a orillas del río Burbia, p

vengar la afrenta sufrida por el reiYo solo pensaba en rescatar a DeMe ardía el alma.

Por el camino se nos fueuniendo otras mesnadas: en Cangen Oviedo, en Lena, en todas pa



surgían las huestes de Asturias ysumaban al ejército vengadFinalmente apareció el propio Bermudo al frente de sus caballermontaba un soberbio corcel blancsu yelmo coronado relucía como

sol. Los estandartes de la cbailaban al majestuoso trote de fieles del rey. La hueste ya debía

alcanzar las dos mil almas. Andandía y noche, en una marcha frenésin apenas descanso, cruzamos

montes y nos descolgamos por caminos del río Sil hasta alcanzasierra de Ancares. Allí el rey en



exploradores para localizar enemigo. Se comprobó que los motodavía no habían cruzado el BierNos dispusimos a esperar.

Una jornada de descanso. Y uornada también durante la c

agrias discusiones dividieron mando. Todos estaban de acuesobre dónde atacar: en las montañ

antes de que los moros ganaranllano, encajonando al enemigo engargantas del camino. Pero si ha

acuerdo sobre el dónde, en absollo había sobre el cómo. Gadaxquería formar varias partid



dispersarlas por la montaña y ataa la columna sarracena en distinpuntos a la vez, para retiraenseguida y repetir el ataque en otlugares. Decía que eso les debilitadecisivamente antes de llegar a

llanura. El rey y otros caballeros, el contrario, proponían atacar bloque sobre la vanguardia sarrac

cuando esta aún se hallara entre montañas, colapsando a la columenemiga; de este modo todo

ejército de Córdoba quedaríanuestra merced. Gadaxara se opon —Este ejército lo manda



visir Yusuf ben Bujt, un veterano qha combatido durante años. No stan imprudente de meter a sus troen un camino estrecho sin hatomado antes precauciones. atacamos en bloque a su vanguar

tal vez detengamos la marcha enemigo, pero nada nos garantiza su columna quede paralizada.

contrario, es probable que su empnos arrastre. Estamos hablando deejército de varios miles de homb

Si yo estuviera en su lugrespondería a un ataque sobre vanguardia maniobrando por



flancos, para envolver al enemitan aptos son los moros para movepor las montañas como nosotrossomos. Por eso os aconsejo, señno atacar de frente a la vanguarsino repartir las mesnadas

diferentes puntos del camino y atadesde lo alto, para hostigar amorisma y paralizarla. Ellos

podrán moverse y nosotros, porcontrario, tendremos entera liberde maniobra. Y entonces,

debilitada la columna, sí podrematacar su vanguardia con garantíaéxito.



Lo que Gadaxara decía temucho sentido, pero la mayoría los caballeros del rey, y el proBermudo llevado por ellos, parecresueltos a atacar de frente. mismo, ciego de rabia vengat

como estaba, prefería cargar frente y diezmar al enemigo.

—Si repartimos nuestra hue

por los montes, como propGadaxara, debilitaremos nuelínea y estaremos en fra

inferioridad —dijo uno de los jepresentes.Era el argumento que casi to



estaban deseando oír. El Bermudo, al escuchar aclamaciones con las que eparlamento fue recibido, se inclpor dar satisfacción a la mayoAtacaríamos de frente a

vanguardia mora según saliera demontañas. Gadaxara, leal, obedecpero esa noche oí que confiaba a

de sus capitanes la siguiereflexión:

—Es un enorme error. Es

seguro. Cuando ataquemos, el mabrirá su columna, pondrá resguardo su retaguardia, moverá



flancos y tratará de envolvernComo su número es muy superiorconseguirá. Entonces estaremperdidos. No podemos dejar que pase. Hay que salvar al rey. Cuancomience la batalla, quédate conm

cubriendo el flanco derecTrataremos de evitar el desastreque el Señor nos proteja.

La fuerza del rey Bermudo esperla morisma hasta que la vanguar

sarracena se dejó ver en la calzaallá donde las montañas se abrenllano. Con el propósito de encajo



al enemigo, la fuerza cristiana carEl visir Yusuf reaccionó con rapiddesplegó hacia los flancos a caballería, que ganó con prestezallanura, y en el centro de vanguardia colocó a los peon

dispuestos a frenar nueacometida. La hueste de Asturentró con valentía y violencia:

caballería primero, cosiendo lanzadas a los peones moros, y detnuestra gente de a pie, cortan

miembros y quebrando huesos. Lprimeros compases de la bataparecían prometedores: la fue



mora se fundía a nuestro paso coun bloque de manteca. Pero era falsa ilusión.

Después de la primera límora de peones vino otra, y luotra. Nuestra acometida, ya cansa

los hombres, quedó frenada. ¡Dende las montañas! Mientras tanto inetes de Yusuf habían rodeado

nuestra hueste y nos acosaban ahdesde todos los puntos. El centronuestra ofensiva había pasado

atacar a defenderse. El flaizquierdo, desprotegido, se hunhasta apelotonarse con el cen



Solo el flanco derecho resistía: elGadaxara.

Mi señor, en el trance ataque, había tomado la providende no entrar en las montañas, satajar el despliegue de la caballe

sarracena por su flanco. Estábamen un punto crucial: los jinetes motratando de ganar la planicie,

caballeros de Gadaxara trabandomarcha y nosotros, los peonaupados en las peñas cercan

hostigando a la morisma con flechabalinas, piedras y todo lo teníamos a mano. Nuest



caballeros acometían a los jineenemigos por delante y nosotroshacíamos por detrás. Hubo musangre y mucha muerte, pero maniobra funcionó: aquel ala despliegue moro quedó deshecha

así, mientras en el centro de batalla la cruz se hundía, la fuerzaGadaxara mantuvo su línea.

Frustrado el despliesarraceno en nuestro flanco, mi sedio orden de sumarnos al centro p

reforzar al núcleo de nuestras tropmuy apurado bajo la pressarracena. Cargamos como jaba



furiosos gritando venganLogramos enlazar con la vanguarAllá, en el centro, veíamos al protegido por sus caballerBermudo corría peligro. Yo sumergí en la multitud con la azag

en una mano y la cimitarra en la oMaté a muchos, como empujado una fuerza demencial: era el recue

de Deva el que movía mis brazPor un momento pareció podríamos dar la vuelta a la bata

pero…La batalla de río Burbia fue uauténtica catástrofe. Todos



temores de Gadaxara se vieconfirmados. Ni toda la furia mundo puede invertir el curso de batalla cuando te has colocado mala posición y el enemigo triplica en número. El visir Yu

había movido a sus tropas msabiamente. Nosotros, por contrario, habíamos escogido la p

de las opciones. La hueste mterminó por rodearnos. Solo el flade Gadaxara permanecía a salvo.

efe, viendo la batalla perdida, nodudó: —¡Al rey! ¡Al rey! —gritó.



Había que salvar al Bermudo, sacarle de aquella tramen la que en cualquier momepodía ser alcanzado por las armenemigas. A fuerza de puro brabrimos un pasillo para que Bermu

huyera. El caballo del rey cruvelozmente entre nuestras líneDespués, línea tras línea, todos

que pudimos salvar la vida fuimretirándonos hacia las montañas. Funa pesadilla. Tratábamos de

perder la cara al enemigo, no darlespalda, porque eso habría supuela total aniquilación en



desbandada letal. Había retroceder cuesta arriba y, al mistiempo, detener la pretensión mde alancearnos en la retirada. empuje sarraceno no cedió hasta los primeros fugitivos estuvieron

posición de arrojar rocas desde peñas. Más de una se llevóhombres de nuestro bando, pero

recurso frenó en seco la persecuciNo más de un centenar de guerrede Asturias pudimos salir vivos

allí.

Llegué hasta donde mi señor



encontraba, en lo alto de un ceGadaxara, aún montado en caballo, contemplaba melancólicoretirada, el lento goteo de hombheridos que trabajosameascendían las peñas para eludir

muerte. Me miró y preguntó: —¿Dónde está tu escudo? —No tengo, señor —respon

Era verdad: nunca había tenescudo.

Gadaxara me arrojó una rod

de madera cubierta de cuerotachonada de hierro. Mi primescudo. Lo tomé como



recompensa a mi esfuerzo en combate.

Mi jefe encorvaba su cuesobre la montura. Yo sujetaba riendas. No podía evitar usensación de insondable pena. De

que hube abrazado aquella nuvida no había parado de combapero sin obtener otra cosa que hie

amargura. Me pregunté si realmeyo estaba hecho para esto. respondí que, en cualquier ca

mientras no consiguiera vengarDeva no cabía otra existencia pmí.



El rostro de Gadaxara, bañen sudor y polvo, se crispaba en uexpresión de horror y a la vez orgullo humillado. No cabía imagiuna derrota más severa. En eso llhasta él otro jinete. Detuvo

caballo junto al de mi señor. M¡era el propio rey! Bermucontemplaba igualmente el le

retorno de los vencidos. Su geexpresaba una desolación y tristeza sin límites. Bermudo,

rostro delicado, la barba cotrataba a duras penas de manteneentero. Se había batido con va



pero observé que ahora sus piertemblaban de fatiga. Lsupervivientes de la hueste, al llea nuestra posición, miraban al con ojos iracundos y desafianDespués de haberse asomado a

muerte, culpaban a nuestro rey dedesdicha. Bermudo no fue capazsostenerles la mirada. En

murmullo se dirigió a Gadaxara: —Di lo que piensas —orden —Que uno no debe librar

batalla si no sabe cómo ganarla respondió mi jefe. —Pero todos estaban



acuerdo en atacar aquí —replicórey.

—Y lo han pagado con la viLa guerra nunca es cuestión mayorías, mi señor.

El rey suspiró:

—Te debo la vida, Gadaxara —Señor —contestó Gadaxa

la vista perdida en el horizonte—,

os he salvado a vos por ser vos, spor ser rey. Porque era mi debPero ahora el rey debe salvar

reino.Aún permanecieron aminetes unos minutos en silen



quietos sobre sus monturas. LuBermudo espoleó a su fatigcorcel y se marchó.



9

EN BUSCA DE UN REY

Bermudo, en efecto, salvó al reinola mejor manera que podía haceabdicando. Aún no había terminael verano, pocas semanas después

nuestro retorno, cuando reunió acorte y dio a conocer su propósitodejar la corona a quien reuni

mejores virtudes que él.Hubo una cierta resistencia parte de la facción que aspiraba a



pacto con Córdoba, pero esta nohallaba en la mejor de posiciones. El emir Hisam hagolpeado sin piedad al reino Asturias. Con eso había dejclaras sus intenciones. ¿En nom

de qué podía ahora invocarsenecesidad de un pacto? Solo cobardía podía inspirar ta

pensamientos. Y ahora, con milesguerreros muertos en toda extensión de la frontera,

centenares de aldeas saqueadas, miles de paisanos hechos esclavla cobardía era traición. Ot



podrían rendirse; Asturias, no. Bede Liébana tenía razón. Asturias había resistido una vez. Ahvolvería a hacerlo.

Bermudo no era la persindicada para gobernar aq

paisaje, pero fue él mismo qupropuso la vía: si un nuevo monadebía dirigir los destinos del rei

no podría salir de la camarilla nobles que hasta ese momento haimpuesto su ley, sino que era prec

volver a la legitimidad de la sande Pelayo. Un joven rey había sya coronado y enseguida depue



Alfonso, el hijo de Fruela y Munrefugiado ahora en tierras vasconA él debía volver la corona. Eraque estaba pidiendo una nutrfacción de la corte, era lo que estpidiendo el pueblo y era, también

que la Providencia dictaba. Habpues, que ir a buscar a AlfonBermudo en persona designó

mensajero que debía traer a Alfoa Oviedo. Ese mensajero seGadaxara. Y a mí me cupo el ho

de ir con él.

Partimos hacia el este una mañana



verano. No iba a ser un viaje recreo: era preciso cabalgar descanso hasta tierras de Álaencontrar al rey Alfonso, referirleocurrido y traerle de vueltaOviedo. Una misión trascendental

Ocho hombres componíamosformación. Recuerdo especialmenuno de ellos, Teudano, un jo

caballero con el que terminauniéndome una gran amisGadaxara me hizo el honor

regalarme una cota de malla. Eraprimera vez que vestía tal prencon sus duros aros de hie



cubriéndome el cuerpo. También entregó un caballo; por fin pude delas mulas. Con todo eso más casco de cuero remendado, cimitarra ganada en Campoo, rodela obtenida en el Burbia y,

supuesto, mi vieja azagaya, parecía un guerrero.

En realidad, Gadaxara no

había armado para darme placsino por prevención. Tocabalgábamos armados hasta

dientes. La prudencia de mi seestaba justificada: íbamos a dargiro decisivo a la política del rei



A la ida o a la vuelta podíamos sualguna celada. No cabía descaque cualquier magnate de la vfacción, la misma que en su día haexiliado a Alfonso, intentara ahimpedir el retorno del rey.

Cruzamos el reino como exhalación, de fortaleza en fortalesin descanso, reclamando cambio

caballos en cada etapa. Fuimos Oviedo a Cangas, de aquí haEvencia, después a Somorrostro

Laredo. Yo conocía bien ese camiPero había una diferencia sustanentre andarlo como peregrino, se



hice la primera vez, y cruzarlo coguerrero del rey. En Laredo siquiera pude acercarme a verviejo monje, el primer hombre me abrió las puertas y tambiénentendimiento: «El Señor revela

las naciones su salvación».Una vez en Laredo, el camino

hacía menos seguro. En principio

vía natural era bajar hasta CarranY aquí vi el cielo abierto, porqsemejante trayecto me daba ocas

de ver a mi familia. Desde partida, casi tres años atrás, no hatenido noticia de Lebato



Muniadona, de Vítulo y Ervigio.lo expuse a Gadaxara:

—Conozco un buen camino nos llevará hasta las tierras de Álsin internarnos en las montainhóspitas: por Carranza hasta

valle de Mena, donde podremavituallarnos con mi familia, y deallí hasta la tierra de Ayala

apenas una jornada.A Gadaxara le pareció bien.Confieso que experimenté

placer insano cuando llegamosCarranza. La vieja aldea tenía aspecto esplendoroso en este fi



del verano. Su rústica belleza pareció casi insultante al recortodo el horror que yo había vividolos últimos meses. Como es natuenfilé directamente hacia la casami hermano García, el primogén

dueño ahora del antiguo sofamiliar, que tan grosero trato había dispensado en mi anter

visita. Enseguida localicé la casala puerta había una mujer de buapariencia con un cántaro entre

manos. Esa era, sin duda, la espde mi hermano, traída de las salina —A la paz de Dios. ¿Dó



está el dueño? —pregunté. —¿Quién le busca? —conte

recelosa la mujer, mirando con geagrio nuestras armas y bagajes.

—Su hermano Zonio respondí.

A la mujer se le cayó el cántaque se rompió con estrépito, y cohacia el interior de la casa. Al r

apareció mi hermano. —¡Válgame San Celedonio!

exclamó—. ¿Tú eres Zonio? ¿P

no ibas para cura, como los otros? —Ya lo ves, hermano contesté—. La vida da muc



vueltas en poco tiempo. Traconmigo a unos caballeros del rey

Lo dije con una delectacmalévola, abusando mezquinamede mi nuevo poder. Mi hermano,silencio, se inclinó, abrió la pue

de su casa y llamó a dos criados se apresuraron a tomar nuestcaballos.

—Necesitamos que los cabalcoman un poco —continuéNosotros también hemos de com

Descuida: nos marcharemos prontMi hermano nos llevó antegran mesa, la misma en la que



anciano abuelo García, cuando niñnos contaba sus aventuras. anfitrión sacó comida: unas fuencon cecina y longanizas. Mi cuñacuyo nombre no averigüé, sirviómesa. Comimos de pie, sin m

palabras que algún cortés comentaa la calidad de la matanza. Promper el silencio, Gadax

preguntó: —¿Llegaron hasta aquí

moros?

—No. Aquí no —respondió hermano. Y añadió—: Más al sur,¡Más al sur! Sentí



estremecimiento. ¿Había llegadoaceifa musulmana a nuestro hogarMena?

—No lo sé —contestó Gar. No es fácil tener noticias de amintió—. Pero aquí, en la ald

dicen que vieron moros al sur.quien nadie ha visto por aquí apuñaló— es a los soldados del

cristiano. Antes de que vosotllegarais, quiero decir.

Se me atragantó la comida.

hermano pretendía echarnos en cla ausencia de las huestes en estierras. Con todo, lo peor era



sugerencia de que los moros habgolpeado en Mena. ¿Tendría qllorar a alguien más, como estllorando a Deva? No dejé a mcompañeros acabar su comida.

—Hemos de marchar —dije

Si queremos llegar a Mena antesque anochezca, es preciso paahora.

Gadaxara arrojó sobre la mde mi hermano García una bolsa algunas piezas de bronce, que ten

valor aunque en el reino todavíahabía vuelto a circular la moneDespués hizo una especie de br



reverencia y todos salimos de aYo, con el alma en vilo.

Llegamos al valle de Mena pormismo camino montañoso empleamos en nuestro primer vfamiliar, hasta ganar la garganta Ordunte. Yo recordaba aquel pericomo una hazaña extraordinaria, p

ahora, tantos años despucabalgando como soldado del rme pareció un simple paseo. Cuan

doblamos los montes pudimpercibir, lejos, abajo, las mancblancas de las casas de la ald



Todo parecía intacto: los prados, bosques, los hogares, el molinoiglesia… Un enorme júbilo invami corazón. Pero era una impresfalsa. A medida que descendíamhacia el valle iban haciénd

patentes los estragos causados pomorisma: allá un pedazo de bostalado con saña, aquí una c

deshecha por el fuego, más abunas huertas arrasadas… Di respingo cuando divisé la igle

habían arrancado la cruz y usección de la techumbre permanehundida. La morisma se ha



empleado a fondo.Poseído por una alarma infin

casi olvidando la presencia de mcompañeros, galopé hasta la aldMe laceraba el alma la idea de qmi familia hubiera muerto bajo

espadas sarracenas. Vi a un grupohombres. Corrí hacia ellos, mcompañeros detrás. El primero

me reconoció fue el viejo Guma, me abrazó como a un hijo.

—Te dejé con los hábitos y

vuelves con cota de malla. Ya contarás por qué este cambio. Hcrecido, chico —dijo con su b



desdentada—. Ven, vamos a ver amadre.

—¿Qué ha pasado aquí? pregunté, alarmado. El pueblo estdeshecho: no había casa que hubiera sufrido los efectos del fu

y la devastación. —Los moros. Fueron los mor

hace un par de meses. Lo arrasa

todo. Gracias a Dios pudimponernos a salvo. ¿Te acuerdas los refugios que hizo construir

padre? Nos salvaron la vida. todos. O a casi todos… —¿Quién cayó? –pregunté



un negro presentimiento. —Tu hermano Tello. Se

llevaron esclavo, al parecer. mataron a un hijo de Ruy. Vamos acasa. Tu madre se alegrará de vert

¡Tello, esclavo! ¡Capturado

los moros! La noticia me cayó coun mazazo. Acompañado por Gumtodos tomamos la vereda que llev

a mi hogar. Guma anunciaba: —¡Muniadona! ¡Muniado

¡Mira quién ha venido! ¡Muniadon

Mi madre saprecipitadamente. Me emocionó otra vez su figura. La escuché grita



—¿Tello? ¡Tello! ¡Hijo mío!Esa voz me turbó. Guma

apresuró a rectificar: —¡No es Tello, mujer!

Zonio, tu hijo!Mi madre frenó en se

Después, con el mismo impucorrió hacia mí.

—¡Zonio! —Me cubrió

besos y abrazos y lloros—. ¡Zon¡Estás a salvo! ¡Se han llevadoTello! ¡Los moros se han llevad

Tello!Yo solo podía abrazarla y llocon ella. Poco a poco fue



llegando los demás miembros de familia: mi hermano Ervigio, quehabía vuelto de Samos convertidopresbítero; mis hermanas AdosindMunia con el pequeño EstebTambién se acercaron los dem

vecinos: Ruy, Illán, Eterio, GarcíaTuerto, sus mujeres, los chiquilincluso el herrero Ramiro. Falt

Vítulo y su ausencia me alarmó. —Vítulo está más al oe

tomando tierras en Espinosa

refirió mi madre—. Ha construidomonasterio. Está bien, descuida: hpocas semanas recibimos notic



suyas. ¿Has sabido algo de Garcíahermano mayor?

—Vengo de verle en Carracontesté—. Está hecho un señor

su casa, con esposa y servidumbEl viejo solar está en buenas mano

—Creo que esa mujer le apartado de nosotros —se quejó madre—. Pero él tiene ya su vid

nosotros la nuestra. Y dime, ¿ehombres que te acompañan…? ¿qué dejaste el convento? ¡Y

armado que vas! ¿Acaso hay mopor aquí?Presenté a mis compañero



informé a mi madre de los últimsucesos de mi vida. No fui sincerolo de San Martín: no quería heren una situación tan delicada. Yese momento apareció Lebato, padre; en la mano, una jarra de vin

—No doy crédito —dijo—. envié a un hijo mío al lado de Diome vuelve al lado del diablo.

Los hombres de la hueste miraron, confusos. Mi madre huna seña y todos abandonaron

lugar. Ella también. Quedamos solos hombres de la hueste y mi padYo reaccioné con la cortesía q



Lebato merecía: —Padre, este caballero es

señor Gadaxara, fiel del rey. Ldemás son el caballero Teudanocaballero…

—¿Dónde estabais vosot

cuando aquí se llevaban a mi hime interrumpió mi padre.

—Combatiendo en el oe

padre. —El oeste… ¡Era aquí do

os necesitábamos! ¿De qué sirven

rey y todas sus huestes si, llegadomomento, no son capaces protegernos?



Iba a contestar, pero Gadaxme retuvo:

—Todos hemos perdido sequeridos en estos meses, mi bLebato. Es incontable el númerocompañeros de armas a los que

visto caer en Galicia o en el Burbia. Pero ni una sola de evidas quedará sin venganza.

—¡Venganza! —escupió padre, despectivo—. Esas palabras que no calman el dolor

un padre. La venganza no devolverá a mi hijo Tello. —No —repuso Gadaxara



Pero quizá sirva para que otpadres no tengan que llorar a othijos.

—En esa venganza moriotros jóvenes —masculló mi pa

. Incluso puede ser que muera e

otro hijo al que yo quise clérigo yque veo ahora como soldado.

No pude aguantar más

intervine: —Padre, nuestro abuelo Gar

tu padre, fue también un guerrero

lo fue su padre Lebato. Y lo fuepadre de Guma. Hay espíritus han nacido para la oración, otros



han nacido para sacar fruto detierra y otros que han nacido pdefender con las armas a los demA mí la vida me ha guiado hacia armas. Dios lo ha querido así.

Lebato guardó silen

Después disparó: —¿Por qué abandonaste

monasterio?

Tuve que contar la verdad. —Me enamoré de una mujer.

más dulce que ningún hombre pu

nunca soñar. Y ella me quería. Esoalgunos detalles más, llevaron a maestro Beato de Liébana



dictaminar que mi vocación no ercenobio, sino el campo de batalla.

—¿Y esa mujer…? —pregumi padre.

—Esa mujer fue llevada coesclava por los moros, por

mismos que se llevaron a Tello. sé dónde estará ahora.

Noté que Gadaxara y los dem

me miraban muy fijamesorprendidos por la revelación desecreto que hasta entonces no ha

contado a nadie. Iba a añadir amás, pero la mención de Deva hque un sollozo me trabara



garganta. Gadaxara, que vigilaba angustia, me sacó del apuro:

—Tu hijo, amigo Lebato, esbuen guerrero. Digno de su linVino a mí desde el convento. Mi mfiel lugarteniente, el miles Juan

educó como soldado. Juan mucombatiendo en Campoo, en batalla feroz donde Zonio demos

su valía. Luego tu hijo cruzó el repara informar a la hueste de lo había ocurrido. Por su arrojo

acogí a mi lado en la desdichbatalla del río Burbia. Una vez mcombatió con valor. Por eso le ten



ahora junto a mí. Esa espada morese escudo que lleva son las prende su honra. Escucha, han stiempos muy duros para todos, peso va a cambiar. Va a venir nuevo rey. Esa es nuestra misión

por eso viajamos hacia la tierraAyala. Ese rey es Alfonso, hijo Fruela y Munia. Él cambiará

cosas. Y a tu hijo, a tu casa, le cael honor de participar en esto.

Agradecí las palabras

Gadaxara, pero mi corazón estsangrando por Deva. Mi padtaciturno, apuró su jarra de vino y



retiró en silencio.Cenamos algunas hortalizas

puchero y un poco de matanza. había mucho más allí después deaceifa sarracena. Pude intercambalgunas palabras con Guma,

Ramiro, incluso con Ruy, al qconsolaba hablar de su hijo mueNoté que mi hermana Munia e Il

hacían buenas migas. La vida, puseguía en la aldea a pesar de todo.muerte se había abatido sobre

valle de Mena, pero los menevolverían a empezar. Era mi propadre quien lo había dicho. Tamb



él saldría de su abatimiento.Esa noche pude dormir en

antigua cama. Mi hermano Ervigioencargó de acomodar al resto de hombres en la iglesia. En el silende la madrugada escuché a mi ma

sollozar.

La tierra de Ayala se extendía al e

del valle de Mena. Por el sur lleghasta la vieja Veleia y por el nortel oriente lindaba con los inhósp

montes de los vascones. Pnosotros era una región enigmátuna especie de islote de civilizac



en medio de la nada. El camino haallí era agreste, pero tranquilo y otros accidentes que una interminasucesión de suaves colinas. Aquallá salpicaban el paisaje minúscualdeas. Un río que llamaban Izald

otro que llamaban Izoria regaban valles. Las montañas cercaofrecían un refugio seguro a

habitantes del llano.Habíamos partido antes

alba. No pude despedirme de m

padres. Solo mi hermano Erviestuvo presente en nuestra marchaencuentro con Lebato me d



taciturno. La tragedia que se hadesplomado sobre la pequcomunidad del valle iba a poneprueba la capacidad de resistende mi padre. Sin duda, en el fondosí mismo, Lebato se sentía culpab

suya había sido la idea de abandola seguridad de Carranza para venestas tierras, luego suya era

responsabilidad de la captura Tello. Pero, al mismo tiempo, desostenerse firme por encima de t

adversidad: de eso dependía que demás mantuvieran vivo ese numundo recién construido. A



tendría que librar él su propia gue¿Un nuevo rey cambi

efectivamente las cosas, coaseguraba Gadaxara? La tarea ingente: la corte llamaba a Alfocomo último recurso, cuando

habían fracasado todos los demNo solo había que levantar un nuejército: además era imprescindi

asegurar la potencia del reino, meen cintura a los magnates partidardel pacto con Córdoba, restaurar

tesoro de la corona, garantizarbienestar del pueblo, afirmar lacontra las insidias toledanas… Ha



falta un carácter bien templado pafrontar semejantes trabajos.

Cierto que este Alfonso, qdebía de andar ahora por los treiaños, había tenido que supepruebas muy poco comunes. Reco

todo cuanto me había contado Beacerca de este hombre. Cuanasesinaron a su padre, el rey Fru

Alfonso fue entregado a la custode un monasterio; su propia maddoña Munia, le llevó allí mient

ella, por su parte, profesaba mopara evitar que las dagas de regicidas la alcanzaran. Desp



Alfonso volvió a la corte, muy jovpara encargarse del gobierno palacio, y ahí tuvo que vivir rodede asechanzas sin fin. Le tocóturno de ceñir la corona, pero a pocos días todas las fuerzas del re

se conjuraron contra él y se obligado a escapar de nuevo. Deentonces, hacía ocho años

permanecía exiliado en estas tiervasconas, en el confín oriental reino, esperando sin esperanza.

se había casado. Las gentes decque se mantenía célibe para que nse inmiscuyera en su derecho a



corona, y también por amorNuestro Señor Jesucristo y a su sanombre.

No deja de ser irónico Alfonso, hijo de una dama entregpor su pueblo como prenda

sumisión, terminara hallando refuy cobijo precisamente entre gentes de ese pueblo. Singular mu

debió de ser esta doña Munia,madre. Su matrimonio con el reytuvo otra finalidad que materiali

la sumisión vascona. Pero Fruelaenamoró de ella perdidamente, hael punto de afincarla en Oviedo



construir para ella una ciudad regEl joven rey Alfonso era el frutoese amor.

Durante estos últimos oaños, el mundo de Alfonso habsido estas tierras semiselvátic

habitadas por gentes extrañas, mprimitivas que en ningún otro ludel reino. En el entorno de la anti

Veleia y hasta la tierra de Ayhabía numerosas aldeas, pero apea un día de camino, hacia el inter

de las montañas, el tiempo se deteen un pasado remoto e incierto. ásperas tribus locales vivían



como siempre lo habían hecho, sus ovejas y sus bosques, ajenacuanto les rodeaba, impermeabincluso a la cruz. Contaban que hael gran Carlomagno había svíctima de la barbarie de es

gentes.Cruzamos la tierra de Ayala

aldea en aldea, de caserío en case

preguntando por el paradero oven Alfonso, el hijo de doña Mu

de Álava. Gadaxara se impacienta

Finalmente, las indicaciones de labriegos nos llevaron hasta una gcasona con aspecto de rudimenta



castillo. Allí pasaba sus dAlfonso, entregado a la caza y aadministración de las tiercolindantes. Preguntamos por señor. Unos lacayos de aspecto finos cerraron el paso con adem

amenazante. Gadaxara les habló: —Somos amigos. Decid

señor Alfonso que ha llegado la h

de ceñir la corona. Tomad —dijo, sacando lentamente su espde la vaina—, dadle esto en prend

Uno de los lacayos penetró encasa, en busca de su señor.



Alfonso apareció por el portalónla casona. Llevaba en la manoespada de Gadaxara. Era un homalto y delgado, de cabellos rubioojos claros, ataviado a la usacampesina, sin otro rasgo externo

majestad que la gruesa sortija adornaba uno de sus dedos. Pero gestos eran firmes y autoritar

como los de quien está acostumbra mandar. Y su rostro, tallado cdelicadeza, transmitía el orgullo

su linaje. —¿De quién es esta espada?preguntó.



Todos nos apeamos de nuestcabalgaduras. A nuestro alrededorhabía congregado un nutrido grupocuriosos. Alfonso blandía la espde Gadaxara con despreocupaciUna sonrisa cortaba su barba rub

Gadaxara se le acercó. —¿Os acordáis de mí,

señor?

Alfonso se mesó la barba, cohaciendo memoria.

—¡Por todos los santos!

eres aquel guerrero de nombre extraño! El que me puso mi tío Spara guardarme de puña



traicioneros. ¿Qué te trae por aquí —Sí, soy Gadaxara, mi señ

Os traigo un mensaje de Oviedo.Mi jefe tendió a Alfonso u

vitela. Alfonso la leyó. Perdióvista en el horizonte. Luego

dirigió a Gadaxara señalando pergamino:

—¿Tú sabes lo que pone aqu

Por toda respuesta, Gadaxaraacercó al rey, hincó la rodilla tierra y besó su mano. Teudano h

lo mismo. Yo les imité. Despuéshicieron todos los demás. —Señor, vengo a anuncia



que la corona vuelve a estar sovuestra cabeza —proclamó mi j

. Asturias os necesita. Debempartir hacia Oviedo inmediatameAllí seréis coronado. Nosotrvuestros fieles, os escoltaremos.

En ese momento hizo acto presencia una dama que salía degran casa. Era una hermosa mu

muy joven, de cabellos rojizos y odel color de las castañas, esbeenvuelta en una suave túnica suj

con fíbulas doradas. Con ella vendos clérigos y algunas gentes armas, pero era la dama la que



llenaba todo. —¿Quiénes son estos hombr

preguntó la mujer.Alfonso se giró hacia e

Compuso un ademán tranquilizadLuego el rey nos dijo:

—Poneos en pie, amigos. Edama es mi prima doña Argdueña de este castillo. Ella pu

escuchar cuanto a mí me contéis. —Señora —obedeció Gadax

, hemos venido a comunicar a

señor don Alfonso que la corte Oviedo le reclama. El reino neceun rey. Y él es el rey.



—¿No será un trampa? preguntó Argilo con un mosuspicaz.

—Mi señora —responGadaxara—, la calamidad ha casobre el reino en los últimos me

Los moros han castigado la frontlo mismo en Galicia que en Bardulias y en Campoo; han arras

nuestros campos y han diezmadnuestros ejércitos. El golpe ha stan severo que ya nadie confía

quienes buscan un pacto Córdoba. Fue el propio rey Bermuquien me manifestó personalmente



deseo de dejar la corona a otro mejores virtudes que él. Es el misBermudo quien firma edocumento. Mis hombres y respondemos con nuestras vidasla verdad de este mensaje.

Argilo guardó silencio usegundos, siempre bajo la atemirada de Alfonso. Yo me que

prendado de aquella dama. Al finelegido preguntó:

—¿Cuándo partimos?

Gadaxara arrojó al suelo escudo e invitó a Alfonso a susobre él. Luego nos ordenó levan



el escudo por encima de nuesthombros. Los presenprorrumpieron en vítores. En aqacto, Alfonso fue reconocido sobre el pavés.

Partimos de inmediato

misma tarde. Alfonso, prudeninsistió en llevar consigo otros ohombres de su propia hue

Gadaxara aceptó. El rey tambpropuso que sus familiares salieasimismo hacia Oviedo, un

después, en carruajes preparadosefecto. Esos familiares eran sotodo doña Argilo y los dos cléri



que allí habíamos visto. Uno ellos, de edad avanzada y blanbarbas, se llamaba Juan y había sel maestro y guía del rey. Gadaxaceptó igualmente: nada de contravenía sus órdenes. Por o

lado, para mi jefe ya no había otórdenes que las que impaAlfonso. Y el rey dio una últi

orden que me sobrecogió: mandbuscar a dos monjes de San Made Turieno para que le asistie

espiritualmente en la coronaciEsos monjes eran Beato de LiébanEterio de Osma.



En verdad, Alfonso iba a haque cambiaran las cosas.



SEGUNDA PARTE

LA SALVACIÓNDE LAS NACIONES



10

EL RETORNO DE ALFONSO

Alfonso tenía prisa por entrar Oviedo. Quería coronarse allí, yen Cangas ni en Pravia. No extrañó, porque aquella había sido

ciudad de sus padres. Pero haOviedo mediaba un largo camino yrey sabía bien que cualquier c

podía pasar. Nuestra mesnada corta: los ocho hombres Gadaxara, los ocho vascones y



propio rey. No se podía dejar lado la eventualidad de que fuerhostiles nos atacaran. Por sugerende Gadaxara, Alfonso cabalgmezclado con la hueste, sin ninsigno externo de su condici

Diecisiete jinetes lanzados al galpor el reino ya llamasuficientemente la atención de po

como para que, además, Alfosirviera de reclamo suplementaSi por mi jefe hubiera si

habríamos cabalgado en grupos mpequeños y de absoluto incógnhasta las mismas puertas de Ovie



Pero Alfonso tenía otra cosa encabeza: quería entrar en la ciucomo rey al frente de una huerespetable; más aún, queanunciarse rey en todas las plaimportantes que encontráramos

nuestro paso y recoger a cuancaballeros quisieran seguirnos. Y fue lo que se hizo.

Mientras tanto, un jinete hapartido a toda velocidad haLiébana, al monasterio de San Ma

de Turieno, para reclamar presencia en Oviedo de venerables monjes Beato y Eterio



al mismo tiempo, de la tierra Ayala partía la comitiva de amigos vascones del rey: presbítero Juan y algunos noblesla región. Entre estos, un muchallamado Zaldún que asistiría a

coronación representando a su try, por supuesto, la dulce Argilo,prima del rey, de la que

sospechaba que algún amorío tendcon Alfonso. Todos: hueste, monjevascones, debíamos converger

Oviedo al principio de la segunsemana de septiembre. Y entonllegaría el gran día del segundo



Alfonso, el hijo de Fruela y Munel nieto del primer Alfonso, bisnieto de don Pelayo. La sangreCovadonga volvía al trono.

El viaje fue una frenécabalgada. Llegamos a Laredo. A

Alfonso penetró en el modecastillo, requirió la obediencia conde local y ordenó que ci

caballeros de la plaza se sumaranuestra columna. Lo mismo hizoSomorrostro, en Santillana y

Evencia. Cuando entrábamos en cuno de estos sitios, el rey mandenarbolar un estandarte blanco



una cruz bordada en rojo, coronsu cabeza con un lujoso yelmoesgrimía su espada apuntando cielo. Dos o tres hombres iban delante a guisa de heraldos gritan«¡El rey! ¡Aclamad al rey Alfon

¡Paso al rey!», y las gentes apiñaban para vernos pasarprorrumpían en grandes vítores.

todos los recibimientos fueron igde obsequiosos: el conde que rela plaza de Santillana, por ejemp

acogió al monarca con un semblaextremadamente pálido y hoscomo si viera su propia vida



peligro. Pero Alfonso se sobrepoa todo y, confortado por el calorsu pueblo, seguía impertérrito camino al frente de una hueste cvez más numerosa.

Apenas oí hablar al rey en

viaje, salvo para impartir escueórdenes. Pero Alfonso requería frecuencia, cuando los caballos

ponían al paso, la compañía Gadaxara, y el rey incitaba a mi ja contarle mil detalles sobre

situación interior del reino. Recueespecialmente una conversación enque Gadaxara habló con insó



franqueza. Y esto fue lo que dijofiel guerrero:

—Es preciso volver a empedesde el principio, mi señor. DeCovadonga. Algo se torció trasmuerte de vuestro abuelo, el prim

Alfonso. Los problemas que encontró vuestro padre Fruela no hecho sino multiplicarse. Vos sabé

mi señor, que muchos magnaquieren doblar la espalda aCórdoba. Tanto en Galicia como

oriente, e incluso en las proptierras de Cangas y de Pravia. Equizá salve la posición de e



nobles señores, pero significaráruina de Asturias. Sobre tosignificará una oprobiosa sumispara el pueblo, que en la cruzencontrado la imagen de su libertYo he visto a mis guerreros comb

contra el moro, contra un enemcinco y seis veces superior número, y pelear hasta el últi

hombre. Pero he visto también a señores de la mesnada poner piespolvorosa o mandar subrepticiame

mensajes a los generamahometanos, buscando un acueventajoso. He vivido esta vergüe



con Silo e igualmente con MauregNo juzgo a sus personas, peropuedo decir, con el derecho que da mi sangre, que mil veces estado en el límite mismo detraición. Bermudo, vues

predecesor, es un hombre de opasta: es un buen hombre. Pero, desgracia, no ha tenido ni ener

para imponerse a los magnates reino ni clarividencia como jmilitar. Ahora venís vos y yo

aseguro que somos miles guerreros del reino dispuestos a la vida por vuestra corona.



también habéis comprobado cómorecibe en todas partes el puebcomo a un libertador. Me he jugamuchas veces la vida como ptemer perderla por decir la verdY ahora, puesto que me pedís

parecer, os lo daré: no poddefraudar esas esperanzas. Vos fuisteis rey una vez y os arrebata

traicioneramente la corona. Ahque la recuperáis, no la vesimplemente como una corona, s

como lo que es: la copa donde sedepositado el destino de todo nuespueblo, desde la gloria de vues



bisabuelo Pelayo hasta el sudor último labrador en la frontera. Ospido yo, que daré la vida por vos.

No sé si Alfonso contestó algeste parlamento de Gadaxara; noescuché. Solo vi que el rey mantu

la vista fija en el horizonprestando suma atención, pero mover un músculo ni antes

después.

Cuando la hueste llegó a la tierra

Aguilar, a un paso de Cangas, éramos un centenar de hombres que acompañábamos al rey. Alfon



quiso ponerse en cabeza. Gadaxno se atrevió a impedírselo, perosituó a su lado, un paso por detrássuficientemente cerca como pintervenir en caso de necesidestábamos entrando en territo

enemigo, aunque las aclamaciodel pueblo, oportunamente informpor los heraldos del rey, mostrab

que la gente del país jamás levantala mano contra el bisnieto de Pelay

Apenas habíamos cabalg

media jornada cuando, no lejos Pravia, los heraldos que llevábampor delante regresaron a gal



tendido hasta el grueso de la huest —¡Hombres armados! ¡Hay

hueste de hombres armados encalzada! ¡A las armas! —gritaron heraldos.

Todos empuñamos nuest

lanzas, espadas y azagadispuestos a hacer frente a amenaza. Gadaxara mandó hacer a

a la columna y alineó a los hombSe dirigió a Alfonso:

—Señor, pasad al centro de

columna, os lo ruego.Pero Alfonso había pensaotra cosa.



—No, mi leal amigo. ¿Qclase de rey sería yo si tuviera mide las gentes de mi reino? Naprestad las armas y formad líneas, pero yo iré en cabeQuienquiera que haya salido

nuestro encuentro, debe ver con tnitidez quién es el rey. Y si hay qpelear, yo seré el primero en blan

la espada.El rey se colocó su luj

yelmo, ordenó enarbolar

estandarte y pasó al frente decolumna. No habríamos cubiemedia legua cuando dimos con



mesnada hostil. A buen paso, alterar las filas, nuestra columnadirigió de frente hacia ella. Linetes contrarios habían formado

cordón que cerraba la calzaNuestros heraldos se adelantaron

consabido grito de «¡El rey! ¡Depaso al rey!». Y en ese momesalió de entre aquella hueste un t

cuya presencia me heló la sangrelas venas.

Era, indudablemente, él:

misma túnica de color verde oscbordada en oro, la misma diadericamente enjaezada sobre



cabellos rojos, la misma barba cola misma espada al cinto… Eramagnate que, oculto tras una corthabía abordado a Beato de Liébcuando nuestra visita a MauregatoPravia. Era el mismo que ha

exigido a mi maestro cesar endisputa con el hereje Elipando. Een fin, un enemigo de Alfonso,

rey. El hombre de la túnica verdeacercó lentamente hacia nosotrosrey ordenó el alto.

—Os saludo, señor Alfonso dijo el hombre con una brreverencia—. Bienvenido a es



tierras que os esperan. —¿Y quién es el que

amablemente me saluda? —se lima contestar Alfonso, inmóvil couna estatua.

—Mi nombre es Nepociano

contestó el hombre de la túnica ve y mi sangre es dueña de es

tierras desde antes de que Dios fu

Dios.Alfonso se acercó lentament

Nepociano. Una intensa alarma

disparó en mi pecho. Yo conocíese hombre y sabía que odiabAlfonso y a todo lo que el nuevo



representaba. Gadaxara también inquietó. Noté cómo discretameempezó a balancear su lanQuedaron los dos hombres sofrente a frente. No sé cuánto tiemestuvieron así, pero a mí me pare

una eternidad. Hasta que Alfoelevó lentamente su brazo izquiey tendió hacia Nepociano el dorso

la mano, con su gruesa sortija bvisible sobre el dedo anuNepociano compuso un gesto

sorpresa, apenas unos segundLuego se inclinó y, sin descendersu caballo, besó la mano del rey. L



hombres de nuestra mesnrompieron a vitorear a Alfonso.rey exclamó bien alto, para que tolo oyeran:

—¡Gracias, señor Nepociapor vuestro recibimiento! ¡Ah

acompañadnos con vuestra huestOviedo! ¡Cabalgaréis con nosotro

Alfonso picó a su caballo

reemprendió la marcha. Nosotrdetrás. Los hombres de Nepociabrieron paso. El propio magnat

su mesnada se añadieron a comitiva que rodeaba al rey. seguía alarmado: Nepociano, el d



túnica verde, se había inclinado ael rey, sí, pero yo conocía sus míntimos pensamientos, pues se había revelado a Beato de Liében mi presencia. No me atrevícontárselo al rey, pero sí se

expuse a Gadaxara: —Mi señor… Perdón… D

hablaros.

—¿Qué quieres, chico? —Ese hombre, Nepociano… —¿Qué hay?

—Le conozco. —Sí, y yo soy primo emperador de Bizancio —conte



Gadaxara con una carcajada. —No os engaño, mi señ

Conocí a Nepociano en Pravia, encorte de Mauregato, un día acompañé a Beato de Liébana.

El rostro de mi señor cambió

expresión. —Habla. —Es uno de los magnates

quieren pactar con CórdoRecriminó fuertemente a Beato su querella con Elipando, el obi

hereje de Toledo. Nepociano node fiar.Gadaxara reflexionó u



instantes. «Entendido. Graciamurmuró. Y cabalgó hasta situanuevamente junto al rey.

Al fin la colina sobre la que asienta Oviedo apareció anuestros ojos. La Oviedo de entonno era la que llegaría a ser años mtarde, bajo el impulso del

Alfonso. En aquel momento, el díanuestra entrada, allí solo había tosco caserón elevado a modo

fortaleza, con empalizadas de mady pequeños muretes de piedra, y aalrededor un círculo de casas m



modestas donde habitaba gente todo tipo. Cerraban el conjunto par de pequeñas iglesias: la viejaSan Salvador y el monasterio de Vicente, fundado años atrás por venerables Máximo y Fromesta

Todos estos edificios se apiñabanlo alto de la breve colina. A sus piuna rústica barrera de fosos y dien

de dragón otorgaba cierta protecca la villa. Y frente a esta colina,monte Naranco observaba silenci

desde sus laderas boscosenseñando al cielo sus ruinas tiempo de los romanos con



obscena indiferencia de un cadáque exhibe su blanca osamenta.

Los venerables MáximoFromestano habían trabajado mucsacando provecho de la cerccalzada que conducía hacia el su

las montañas y a la ahora desieLeón, pero la ciudad distaba de la más brillante del reino. Me intr

que Alfonso quisiera coronaprecisamente aquí, y no en PravCangas o San Martín, que e

localidades con sello regio. Pdecían las gentes que Oviedo hasido elevada por Fruela, el padre



Alfonso, para complacer a su espdoña Munia, la madre del rey. Atranscurrió la primera infancia nuestro monarca. ¿Era ese detsentimental el que ahora nos llevhasta la pequeña y menester

Oviedo? Tal vez. Pero coronarseOviedo significaba también reanuel linaje interrumpido con

asesinato de Fruela. Y desde punto de vista más práctico, poallí la sede regia signific

incorporar al patrimonio del rey ubuena porción de tierras de cultivcontrolar una crucial vía



comunicación con los valles Narcea, el Caudal y el Nalón:corazón del reino.

Poco antes de entrar en ciudad, apenas divisada la coliNepociano y sus homb

abandonaron la comitiva. Lo hiciecon muchas reverencias y abundande gestos sumisos que Alfo

respondió con cortesía, pero calidez. Sin duda el rey ya sabía quién estaba tratando. El lugar de

hueste de Nepociano fue ocupado otros caballeros, segurametambién magnates de la corte. Yo



conocía a ninguno de ellos. Tambacudieron numerosos guerreros comparecían en pequeños gruplevantando al aire sus lanzasespadas, exclamando «Viva el rePara todos tuvo Alfonso un salu

Más temprano que tarde se veríasinceridad de todas estas fidelidad

En la entrada de Oviedo

recibió Fromestano, el abad de Vicente, acompañado de algunossus hermanos. Su tío Máximo ha

muerto muchos años atFromestano era ahora un ancianolargas barbas y aspecto desaliña



ojillos sonrientes y manos huesubajo la característica túnica de hijos de San Benito. Algo se remoen mi interior cuando vi a aquemonjes: no hacía muchos meses había vestido esos mismos hábi

pero ahora me parecía como aquello hubiera ocurrido en una vanterior.

A los lados del camino, coen todas partes, los labriegos y mercaderes se apiñaban para rec

al rey. Alfonso ofrecía una imagsoberbia: joven y fuerte en caballo, el hermoso yelmo en



augusta cabeza, la espada izada mano vigorosa… A su laflanqueando al rey, marchaGadaxara y el joven Teudano, qdespués de nuestra larga cabalgdesde tierras alavesas se hab

convertido ya en los primeros fide

regis de este nuevo rey. Tras elcabalgábamos los demás de

hueste, vascones y cántabmezclados ya con los asturescerraban la columna las distin

mesnadas recogidas a lo largo deruta. No exagero si digo seríamos medio millar los



entramos en Oviedo en aqumemorable jornada.

El abad Fromestano saludóAlfonso como quien recibe a un viamigo. Seguramente se habconocido en la niñez del rey. E

hizo algo sorprendente: se apeó decaballo y besó la mano del abadcual, por su parte, besó a su vez

mano de Alfonso. El gentío recibiógesto con grandes aclamaciones.diría que en ese momento queda

despejadas todas las nubes pesaban sobre el cielo del reino.Fromestano asió las riendas



caballo del rey y él mismo condujo hasta la puerta rudimentario palacio. Adescabalgamos todos, pero fue pacudir en apretada hilera a la iglede San Vicente, donde la comunid

del cenobio aguardaba para entoe l Te Deum laudamus . Aquel himviril al Señor de los Ejércitos incl

unas preces que en aquel momencon las tierras del reino recdevastadas por la morism

alcanzaban un sentido suprem«Salva a tu pueblo, Señor, y bendtu heredad. Sé su pastor y ensálz



eternamente».Cuando concluyó la ceremon

la mayor parte de la hueste disgregó por los alrededores. Cmesnada esperaría la llegada deseñor, fijada para la fecha de

coronación. Los ocho hombres Gadaxara y los ocho vascones fuimacomodados, por así decirlo, en

interior de la empalizada circundaba el palacio. GadaxarTeudano escoltaron a Alfonso ha

el caserón. Una nutrida cofradíapatricios, magnates, abadesobispos aguardaba para presentar



respetos al nuevo rey de Asturias.Fue aquella una noche jovial

canciones bajo la clara luna verano. Comimos y bebimos todoque no habíamos comido ni beben las agotadoras jornadas de mar

hasta Oviedo. Terminamdurmiendo al raso, sobre albardas de nuestros caballos.

tuve un doloroso recuerdo pDeva. Y una compungida oración.

Pasaron dos días y llegó el cortde los parientes vascones del reydulce Argilo, el monje Juan y



efes tribales con el pequeño ZaldArgilo, la prima del rey, era umujer que desplegaba ternura donde ponía los ojos; si alguiennacido para ser madre desde principio de los tiempos, esa

Argilo. A pesar de su juventud debía de tener más o menos mi e

, se movía con un seño

proverbial; pero lo que transmitíasu gesto y en su estilo no era ademán imperativo, sino una sue

de solicitud universal por todas gentes y por todas las cosas. hermosa Argilo: sus cabellos rojiz



bellamente trenzados sobre cabeza, componían algo semejantuna corona natural, y sus ojos color de las castañas derramadulzura. Dichoso sería el hombre descansara en su seno.

Yo estaba seguro de que Argera la prometida del rey, pero unolos compañeros vascones me s

del error: Alfonso había hecho vde castidad perpetua para consagsu vida al triunfo de la cruz. ¡Voto

castidad! Aquella confidencia turbó sobremanera. No porqdeshecho el malentendido, viera a



alcance a la dama —Argilo simplemente inalcanzable—, sporque me abrió un horizonte nusobre la figura de mi rey. Sin monje, sin haber contraído vomonásticos, aquel hombre jov

fuerte, arrogante y poderoso harenunciado a los placeres de la cay a la ternura del amor de una mu

Nada le obligaba a ello. Inclusoexponía a que su castidad fuera mvista, pues un rey debe asegurar

sucesión y la continuidad del linPero Alfonso tenía una idea mdistinta de su papel en la vida, de



misión que la Providencia le haasignado. Y esa misión exigía —así lo sentía él— aquella renunsuprema. Con razón Gadaxafirmaba tan seguro que ahora cosas iban a cambiar: este rey est

hecho de una pasta muy distinta a que antes de él habían ocupadotrono.

Alfonso, por lo demás, segrecibiendo sin cesar a los notabdel reino. Nada trascendió

aquellas reuniones. GadaxaraTeudano esperaban a los visitanen la puerta del caserón; los lleva



a presencia del rey y aguardabanla antecámara hasta que la reunterminaba; después acompañabanvisitante a la salida. Y así uno detde otro, en un agotador rosario personajes que parecía no tener fin

Sin duda Alfonso supo sacar mayores enseñanzas de cuanto estas jornadas le dijeron. El 12

septiembre, a dos días de ceremonia, ya no quedaba nadie presentar sus respetos al rey. Pero

Oviedo faltaba alguien, un personfundamental en lo que enseguida a ocurrir. Faltaba Beato de Liéba



Y al fin Beato entró en Oviedo.

Cuando vi llegar a Beato no puevitar que un nudo de emoción trabara la garganta. Creo que soloese momento fui consciente de cuáme había enseñado ese hombre enpoco tiempo que estuve junto a Me precipité corriendo hacia

carruaje y me incliné ante los monjes, Beato de Liébana y EterioOsma, que trabajosame

descendían de su interior. Pedíbendición de ambos. Y ambos ibadispensármela de manera rutina



cuando Beato reparó en mi rosCon su habitual fruncimiento labios, exclamó:

—¡Por todos los santos! ¡Zon¡Zonio de Mena! ¡Alabado seaSeñor! ¿De manera que al fin

obedeciste y marchaste campamento? ¡Creí que no tendcoraje y que volverías a tu casa

el rabo entre las piernas, perillán!Besé la mano de Be

primero, y la de Eterio despu

Beato seguía hablando, excitado: —¿No le recuerdas, hermEterio? ¡Es el aprendiz! ¡El



copió el epistolario de Braulio Zaragoza! ¡El que salió expulspor aquella pelea con ese omozo…!

—Ah, vaya… —obseEterio, circunspecto—. De man

que finalmente ha encontrado un sen este mundo… ¿Te has hesoldado, muchacho?

—Padre Eterio, maestro Becontesté torpemente—. No pu

expresar el dolor que sentí

haberos fallado… —No nos fallaste a nosotrosrespondió Beato—, sino a Dios, p



ya pediste perdón por eso. —Pero no os pedí perdón

vosotros —reconocí, sinceramecontrito—, y ahora lo hago. Acepmis disculpas por aqcomportamiento.

—Nuestro perdón lo tiedesde el mismo instante en confesaste y te pusiste a bien

Dios. Solo Él, en su infinsabiduría, conoce cuál es tu caminpor qué suceden las cosas. P

mírale, hermano Eterio —dijo acompañero—, tiene buen aspectpesar de todo.



—Padre Beato —susurré—,este tiempo me han ocurrido cohorribles que han puesto a pruebafe. ¿Tendrás la misericordia escucharme?

—¿Quieres confesar ahora?

exclamó Beato. —Si no te importuna…Beato manifestó cie

embarazo: —Verás, Zonio, ahora

espera el rey Alfonso. Hemos

hablar sobre ciertos aspecimportantes de la liturgia de coronación. Conozco a Alfonso h



tiempo. A él y a su tía Adosinda, aque yo mismo enseñé a leer. puedo hacerle esperar. Pero, si confesar se trata, el padre Etepuede absolverte con más autorique yo.

Beato se perdió, frunciendo labios, en el interior del tocaserón que servía de palacio.

quedé con Eterio, fuera, arrodillen un rincón, lejos de las miraajenas. Le conté todo. Mi amor

Deva, la pelea con Braulio, hostilidad de Asur, la tragedia Campoo… Él no podrá revelar m



secretos, pero yo sí revelaré Eterio, al conocer de mi bocarapto de Deva, lloró.



11

ÓLEO SANTO

SOBRE LA CABEZA DEL REY

El 14 de septiembre fue el gran díaabad Fromestano lo había prepartodo. Una enorme multitud congregó en la iglesia del cenobioSan Vicente. Alfonso había querque la ceremonia de su coronación

celebrara en recinto sagrado. Y ahabía dispuesto otras cosas pintarían el asombro en los rost



de todos los presentes.Pocas veces he estado m

satisfecho de mí mismo que aquella ocasión. Los de la hueste rey habíamos formado un grectángulo en la explanada palacio. Allí aguardábamos, a pieaparición de Alfonso. En primera estábamos nosotros, los guerre

que habíamos acompañado al reysu viaje. Yo había bruñido mi cde malla, limpiado mi escu

recosido mi casco, incluso di lustrla azagaya que esgrimía en mi mana la cimitarra que colgaba de



cinto. Alguien, no recuerdo quién, prestó una capa de color rojo. Roeran igualmente las capas de mcompañeros. Detrás de nosotros,centenar de guerreros de Asturaguardaba igualmente la llegada

Alfonso. Si Dios era el Señor de Ejércitos, esta era sin lugar a dusu mesnada.

La puerta del palacio se abPrimero aparecieron Teudano Gadaxara, ambos soberbiame

engalanados. Uno y otro lucían sosus capas rojas sendas pieles lobo, las garras del animal cayen



sobre el pecho. Cada cenarbolaba un alto estandarte blancon la roja cruz bordada sobretela. Gadaxara y Teudano abriecompletamente el portalón y situaron, rígidos, en los flanc

Entonces apareció el cortejo de clérigos. En primer lugar, el abFromestano tocado con una mi

Tras él, un presbítero portaba incensario. Los vapores sahumerio abrían paso a los mon

de San Vicente, encabezados Beato de Liébana y Eterio de OsmCon ellos, Juan, el presbítero



Ayala. Sus voces entonaban un himque había compuesto el proBeato. Era el O Dei verb

dedicado al apóstol Santiago:Oh, apóstol dignísimosantísimo, cabeza refulgente

dorada de España, defen poderoso y patrono nuesAsiste piadoso a la grey que

ha sido encomendada; sé du pastor para el rey, para el cly para el pueblo; aleja la pe

cura la enfermedad, las llagael pecado a fin de que, poayudados, nos libremos



infierno y lleguemos al gocela gloria en el reino de cielos.Cuando la comitiva de

clérigos hubo salido completamedel palacio, el aire se rasgó en u

grave vibración de trompascuernos. Era el anuncio de la llegdel rey. Alfonso asomó a la pue

majestuoso, hierático, solemne, pvestido con impresionante humilduna simple túnica blanca sobre

cuerpo; la cabeza desnuda, sin oadorno que sus propios cabelCon asombro comprobé que



descalzo. La hueste rugió en prolongada exclamación de victoLas campanas de San Vicente y Salvador rompieron a tañer. Lgritos de los guerreros, el bufidocuernos y trompas, las campa

enloquecidas y las voces de monjes, todo mezclado, me envolen una atmósfera de pura euforia.

La comitiva de los monenfiló hacia la iglesia de Vicente. Detrás de ellos caminaba

rey, flanqueado ahora por Gadaxy Teudano con sus estandartes. A udiscreta señal de nuestro jefe, los



la hueste pasamos a cubrirles espaldas, como los antiggardingos visigodos, mientras resto de los guerreros cerrabacortejo. Los monjes seguían elevanal cielo sus plegarias, que llegaba

lo alto envueltas en el ronco frade las trompas y en el repiqueincesante de las campanas. A

lados del camino, una ingemuchedumbre de paisanos mirmaravillada, arrojando flores

postrándose de rodillas al paso rey.El cortejo penetró en la igle



de San Vicente. Se diría que todoreino estaba allí dentro: centenade personas se agolpaban en austera nave, todos ellos de alcurnia a juzgar por sus rivestimentas. En contraste con el l

de los notables, el humilde atavío rey parecía sobrenatural. La multidejó un estrecho pasillo. Por

cruzaron los monjes, que ganaroncoro, y el rey, que se detuvo antealtar junto a Fromestano, Beato

Eterio. Nosotros, los de la huenos situamos en ambos lados transepto, allá donde la planta de



iglesia dibujaba la forma de la crallá donde los crueles clahebreos perforaron las manos Nuestro Señor.

Desde mi posición puobservar a la concurrencia. Por

traza, todos eran inequívocamenobles. Los magnates del reino y familias, que en las jorna

anteriores habían acudido a salual rey, estaban ahora allí, en Vicente, en el momento supremo

la coronación. Vi, por supuestoNepociano con su túnica de veoscuro bordada en oro, situado



lugar preferente. Vi a otros muccaballeros y también a las hermodamas del reino. Y vi… ¡a Creusahija de Mauregato, mirándolo tocon sus ojos de azul violáceo!

Allí estaban, sí, Creusa madr

Creusa hija, ambas con los mismojos, los ojos hechiceros de la brdel bosque. La madre me pare

sensiblemente desmejorada deaquel día, para mí ya tan lejano,que la conocí en la antecámara

moribundo rey Mauregato. La hpor el contrario, estresplandeciente. La muchacha ha



cambiado muy palpablemente en etiempo. En su cuerpo aparecía ahla mujer: los senos se adivinaban claridad bajo la rica túnica; graciosas curvas de las cadeceñidas por un ancho cintur

hablaban el lenguaje del amor. que no había cambiado eran sus oj¿Bruja o hada? La joven Cre

asistía a la ceremonia con semblafascinado, bebiéndolo todo avidez. Yo no podía apartar los o

de ella. Ella me miró. Y sonrió.Beato, Fromestano y Etesubieron al altar. Alfonso



arrodilló ante los tres clérigos. rostro del rey expresaba uprofunda concentración. sacerdote se aproximó y depositóel ara diversos objetos: uvestiduras de color púrpura,

cilindro metálico, joyas, una lacruz, unos ricos zapatos ornadosgemas… También unas cajitas de

y plata. Otros dos monjes acercadespués una hermosa silla ricametrabajada que colocaron al pie

altar. Aún otro clérigo esparsobre la cabeza de Alfonso hojaflores de hinojo. Un intenso silen



se adueñó de la iglesia entera.Beato sostuvo en sus manos

acetre del agua bendita y lo ofreciFromestano. Este sacó el hisopo recipiente y asperjó a los fielestodas direcciones. Después volvió

espalda a la asamblea y mualgunas oraciones frente a la crUna vez hubo concluido Fromesta

Beato tomó las cajas de oro y platlas abrió. El abad de San Vicecomprobó su contenido. Los

sacerdotes rodearon entonces al rque permanecía de rodilFromestano habló:



—Queden ungidas estas macon el óleo santo con el que fueungidos los reyes y los profecomo ungió Samuel a David consagrarlo rey, al fin de que tú sbendito y constituido rey en e

reino sobre este pueblo que te dioSeñor Dios para regirle y gobernalo que Él mismo se dignó concede

Y como Saúl y David fueron ungipor Samuel, como Salomón ungido por el sumo sacerdote

templo, como Teodosio el Joven ungido por el patriarca Proclo, colo fue Justino de Constantinop



Como el rey Wamba fue ungido Toledo, y como lo fueron todos sucesores. Así tú ahora, Alfonso, por la gracia de Dios, serás ungcon estos santos óleos, materia carisma que del Señor recibes.

Fromestano fue derramansuavemente los óleos en la cabornada de hinojos de Alfonso. Con

mano trazó una cruz sobre cabellos del ungido. El rey, mienttanto, desgranaba las palabras de

solemne juramento. Después Alfose puso en pie. Una gota de ósanto escapó de los cabellos



resbaló por la mejilla hasta la barEsa gota relucía con destedorados bajo la luz del sol entraba por los ventanales. estampa tenía algo de celestial. Llentonces el momento de cubrir

monarca con las vestiduras regEterio depositó sobre los hombdel rey una túnica púrpura y

abrochó con una fíbula enjoyaBeato le calzó los pies desnudos aquellos hermosos zapatos orna

de gemas. Fromestano le ofreciócilindro de áspero metal: —La tierra de sepultura



guarda este objeto te recordará el destino de todo hombre es morque solo Dios es omnipotente.

Alfonso acogió con inclinación aquel amargo regmemoria de la finitud huma

Después el abad de San Vicente la larga cruz de madera depositante el altar. Era la enseña del

cristiano. Se la entrsolemnemente al rey. Alfonrespondió:

— Hoc signo tuetur pius. Higno vincitur inimicus. Con e

señal se defiende el piadoso. C



esta señal se vence al enemigo.Luego los tres cléri

acompañaron a Alfonso al lujescaño situado bajo el altar. invitaron a sentarse. Alfonso, en umano la cruz y en la otra la tierra

sepultura, se acomodó en el troDos ayudantes aparecieron entoncon una hermosa corona: un yel

enriquecido con una diadema de en torno a la frente. FromestanoBeato depositaron lentamente

corona sobre la cabeza de AlfonLos monjes entonaron un cántubiloso. Las campanas de la igle



comenzaron a repicar. Alfonso rey.

El ritual de la coronación de Alfoniba a causar un enorme impactotodo el reino. Alfonso no se hacoronado, pues ya fue coronado uvez. No, Alfonso se había ungidoeso representaba un cam

fundamental. Desde los lejatiempos de la monarquía goda Toledo, ningún rey español ha

resucitado aquel rito que poníamonarca en relación directa convoluntad divina. El ritual de



unción significaba que Alfonso noveía a sí mismo como el rey deoscuro territorio en un pequrincón de la vieja Hispania, scomo el heredero directo de corona toledana. El alma de

España cristiana ya no estaba enToledo sometida al moro, sino esta Oviedo orgullosa y libre en

sus montañas. Sin duda era esoque Beato y Alfonso habían hablatan largamente durante su encuen

Y era una revolución.Cuando concluyó la ceremonTeudano y Gadaxara volvieron



situarse cada uno a un lado del rFromestano, Beato y Eterio tomael camino de salida seguidos porcortejo de los clérigos. Nosotros, de la hueste, recuperamos nueposición de partida. Al cántico

los monjes y al tañido de campanas se sumó el grito de mde voces que aclamaban al nu

monarca. No todos, empeaplaudían: Nepociano callaba serio semblante; la vieja Cre

mantenía asimismo una crispinmovilidad. Ellos dos, sin ducomo otros muchos, sabían que



nuevo horizonte dibujado Alfonso les dejaba al margen gran juego. La sagrada unción dotal rey de un poder nuevo y de ulegitimidad superior, muy por encide la de sus predecesores. El mun

de Nepociano y Creusa haterminado.

Recorrimos una vez más

camino que llevaba de San Vicentpalacio. El pueblo, que aguardabael exterior de la iglesia, estalló en

bramido de entusiasmo cuando salir a Alfonso revestido con manto púrpura y la corona, en



mano la larga cruz a modo de ceDelante, entre los vapores sahumerio, Fromestano, BeatoEterio impartían bendiciones a labriegos. El rey, por su pasaludaba con enérgicos movimien

de la mano; más que saludar, paredirigir a los hombres hacia la bataAquí y allá hubo gente que se tiró

suelo para besar los pies monarca. A nosotros nos tocó incómoda tarea de apartarlos p

que la comitiva pudiera segcamino.Una vez en palacio, el rey en



en sus aposentos con TeudaGadaxara, Fromestano, Eterio Beato, y los de la huepermanecimos fuera, guardando puertas. Por orden de Alfonso permitió entrar al gentío en

explanada. Se había anunciado qurey dirigiría unas palabras a pueblo. Y ahora todos estaban a

untos los nobles y los aldeanos, guerreros y los clérigos, en uinesperada fraternidad. Los magna

trataban de encontrar el mejor huasistidos por los guerreros de respectivas mesnadas. Yo mismo



ocupé de situar en buen lugar adulce Argilo y sus parienvascones. Lo mismo hice con ogentes principales que me requirieron. Aturdido por el tumullegó un momento en el que ya no

capaz de distinguir quién me pequé. Y en eso oí una voz que resultó estremecedoramente famili

—¡Soldado! ¡Soldado!Me giré y, azorado, descubrí

ojos de la pequeña Creusa. Con

estaban la Creusa vieja y¡Nepociano! —¡Soldado! ¡Búscanos un s



para ver al rey! ¡Aquí hay demasigente!

Obedecí. Aparté a umenestrales y situé a los nobles enlugar adecuado a su rango. Noté la joven Creusa me miraba

insistencia. —¿Yo a ti te conozco?

preguntó, desenvuelta.

Yo me sonrojé. —No creo, mi señora

respondí, bajando la mirada.

En ese momento muchedumbre rugió con estruendorey se asomaba a la ventana.



intenté correr a mi puesto junto apuerta, pero la muchedumbre esttan apiñada que me fue imposibDe manera que permanecí allí, aquellos magnates, sirviendo inesperada escolta a las dos Creu

y a Nepociano. En la balconaparecieron, detrás de Alfonso, tres clérigos. Y el rey habló:

—Os saluda vuestro Alfonso. En el día de hoy, 14 septiembre del año de Nuestro Se

de 791, año 829 de la era hispánme habéis ungido como rey. Essantos óleos que habéis derram



sobre mi cabeza son el símbolomi sagrada misión. Os anuncio desde hoy mi corte quedará instalaquí, en Oviedo. Y os anuncio amás. Ante Dios empeño mi palade que ofreceré mi brazo,

pensamiento, mi vida entera y alma en la defensa de la cruz y enrecuperación de España. El pueblo

que desde hoy volveré a servir povoluntad de Dios tiene una misique la cruz vuelva a reinar en e

reino. La corona que desde hoy cen Oviedo es la misma que Toledo ciñó Recaredo. Al igual q



el mundo sufrirá bajo el Apocalipasí sufre hoy la España cristiana bla férula de Mahoma. La tierra evangelizó Santiago está hesclavizada. Pero el Señor revellas naciones su salvación.

salvación de nuestro reino vencuando se restaure la cruz sotodas las tierras cristianas. A

consagraré mi vida. Con vuesrespaldo y con la ayuda de Dios.

«El Señor revela a las nacio

su salvación». Era el salmo del vimonje de Laredo. Ahora aquepalabras cobraban un sent



definitivo. Una vez más, mucaplaudieron. Pero Nepociano, vieja Creusa y otros como erecibieron el parlamento de Alfocon una hostilidad manifiesta. «Nva a llevar a la ruina», mu

Nepociano. La reacción iracunda magnate me habría movido a actde no ser porque, en aquel instan

Creusa joven exclamó: —¡Ya sé quién eres! ¡Tú eres

pequeño monje que acompañaba

Beato! ¡Te has hecho soldado!Yo me ruboricé. Iba a sonrpero en ese momento las miradas



la Creusa vieja y de Nepocianoclavaron en mi rostro como agujascoser cuero. Solo se me ocursacar pecho, echar mano de gallary proclamar:

—Ese soy, mi señora: Zonio

Mena. A vuestro servicio.La joven Creusa me obseq

con una sonrisa prometedora. Y

marché de allí.

Los festejos por la coronación

Alfonso se prolongaron durante tla jornada. El rey dio orden de poa disposición del gentío los presen



que unos y otros habían aportcomo regalo de bienvenida. Ucriados sacaron del palacio gcantidad de viandas. Los labriedel lugar aprovecharon circunstancia para vender a

magnates el fruto de la tierra. pocas horas surgió un espontámercado donde lo mismo se ven

sidra que se compraba tocino. muchedumbre se desplegó en tornla ciudad formando grupos má

menos homogéneos: allí se alzalas tiendas de tal o cual magnate, los guerreros jugaban a los dad



acullá los menestrales se entregaa sus danzas al son de la gaita… repente me vino a la memoriadesdichada feria de los caballosCampoo y una desolación sin líminundó mi alma. Me acerqué a

lugar donde cierto tipo suciohuesudo vendía vino. Apuré arras.

Mareado, deambulé de un la otro de la campa. No era mdueño de mí. Entré en un corro

campesinos donde dancé algutorpes pasos con los menestraDespués di con un grupo



guerreros, la mesnada de alnotable, y eché un par de manos a dados; acabamos a vocesempujones. Traté de comer algo psofocar el vino que alborotaba estómago. Medianamente repue

caminé hacia una fuente cercana pdespejarme el rostro. Hundí cabeza en la pileta. Permanecí

hasta que me faltó el aire.Cuando saqué la cabeza

podía creer lo que estaba viendo

mi lado, con su hechicera sonrisael rostro, estaba la joven Creu¡Esos ojos! Cada vez que



asomaba a ellos sentía vértigo. —¿Has bebido demasia

soldado? —me preguntó. —Tal vez —contesté—.

sido un día muy largo. —Te quedan bien esas ropas

coqueteó ella—. Mejor que hábitos. ¿Cómo ha sido transformación?

—Es una historia muy largaatajé, irritado.

—Me encantan las histor

largas —suspiró Creusa, seductor —Esta no te gustará —conteyo, descortés. Y luego la interrogu



bocajarro—: ¿Qué hacéis aquímadre y tú? ¿Por qué habéis veni¿Y por qué con Nepociano?

—Huy, huy. Vaya, vaya —Creusa—. Sabes muchas cosas pser un simple soldado. Pero sab

también que Creusa, mi madre, eviuda de Mauregato, que fue rey; yo soy su hija. Y que Nepociano

un buen amigo de la familia, ademde un hombre poderoso con el conviene llevarse bien. Pero

hablemos de esas cosas. Saburridas. Cuéntame alguna bataSi eres soldado, habrás pele



contra los moros, ¿no? —He peleado, sí —galleé

En Campoo gané una cimitarra. EnBurbia, un escudo. Pero no he ganninguna batalla. Las he perdtodas. Ni siquiera sé por qué es

vivo. —Estás vivo porque Dios

querido. Y a lo mejor lo ha quer

para que ahora estés aquí, conmienfurruñado, haciéndote el hom

se chanceó Creusa—.

preferirías otra vida?La muchacha se acercó. Llun dedo a mi rostro. Lo p



suavemente por mi mejilla. —¿Cómo te llamas? —pregu

. Una vez me lo dijiste, pero no acuerdo.

—Zonio —contemecánicamente—. Zonio de Mena

La cercanía de Creusa, el fulde sus ojos y la frescura de labios dispararon la temperatura

mi interior. Algo me abrasaba entrañas. Sentí una súbita sucieinterior, como si algo en mi cab

denunciara una traición. Era la hulacerante de Deva, que no abandonaba jamás y que en aq



instante volvía a hacerse presepara recordarme la vigencia de deuda. No tendría paz hasta saqué había sido de ella. Tenía qencontrar a Deva. Huí de Creussus hechizos dejándola plantada a

en la fuente. Me hundí en las lucesla tarde. Gané el rincón de empalizada donde acampaba

hueste. Me tiré en tierra. Borracsollocé hasta que el sueño venció.

Llegó el momento de las despedidPoco a poco las gentes fue



abandonando Oviedo. Argilo y vascones retornaron a la tierra Ayala. Nepociano y las Creuvolvieron a Pravia. También monjes de San Martín regresaríaLiébana. Pedí a Gadaxara que

permitiera escoltar a Beato y Etehasta las afueras. Me lo concedMe presenté ante mis maestros

San Martín de Turieno. Beato frunlos labios.

—Buen aspecto tienes, Zonio

caballo y armado. Espero que hayas olvidado lo que te enseñamen San Martín. Esa cota de mall



esas armas… —De nada sirven si no es p

dar gloria a Dios —completé sacando de mi pecho la tosca cruzmadera que Beato me hizo llegarmismo día en que fui expulsado

convento. —Exacto —añadió Beato

una sonrisa de satisfacción al ver

cruz—. No lo olvides nunca, ZonSi Dios ha puesto las armas enmano, es para que ayudes a const

el camino que la Providencia marcado. Y si algún día vuelves cnosotros al cenobio



abandonaste… —aquí Beato interrumpió.

—Maestro Beato, ¿pupreguntaros algo? —cambié yopaso.

—Pregunta.

—¿Por qué Santiago? Habcantado su himno en el cortejo yrey se ha referido expresamente a

en su discurso. ¿Por qué Santiago? —Porque es el apóstol

evangelizó España según

tradición. Porque el nombre Santiago encarna la unidad religide nuestro reino. Porque la menc



de Santiago, por sí misma, evoca sagrada misión. En Beda Venerable leí que Santiago, thaber evangelizado España, volviJudea, que allí fue martirizado y qdespués, sus discípulos españo

trajeron de nuevo su cuerpo a Esppara darle sepultura. Santiago sicon nosotros. Nadie sabe dón

pero seguramente no lejos de aquíaunque no sepamos dónde descasu cadáver, sí sabemos que

espíritu permanece en la tierra qucristianó. Y su sagrada memodebe impulsar a los hombres



recuperen España para la cruz. eso Santiago. Y a ti te aconsejo qte encomiendes a él con frecuencia

—¿Puedo preguntaros ocosa? —abusé—. Es acerca de toeso de reanudar el lazo con Toled

con los reyes de la monarquía go¿Sabe el rey que muchos magnateodiarán por ello?

—Lo sabe. Y está preparapara afrontar la traición.

—Maestro, una última cosa.

Beato empezaba a incomodarse, pa mí me ahogaba una crecieinquietud—. ¿Por qué no os qued



aquí Eterio y tú, con el rey Alfonpara aconsejarle en esta andadura?

Beato y Eterio sonrieron unísono.

—Alfonso tiene su misión Oviedo —contestó el de Liébana

nosotros la tenemos en Toledo. Hde saber que el mismísiCarlomagno e incluso su santidad

papa Adriano han tomado cartasla querella que nos enfrenta al herElipando. Y están de nuestra pa

Nuestra batalla se libra allí, no aqY es una batalla crucial: la Iglesiala España libre del moro no pu



seguir sometida a la sede de ToleOviedo reclamará su primacía. otro lado, nosotros ya somancianos y nos faltan las fuerzas.rey dedicaremos nuestras mfervientes oraciones. Nuestra mis

aquí ha terminado. En cuanto aZonio, ya sabes dónde encontrarno

Me arrodillé para recibir

bendición de los monjes. Subierosu carruaje. El conductor hrestallar el látigo sobre las cabe

de las mulas. Partieron. Acompañmis maestros media legua. Lo últique vi de Beato y Eterio fueron



manos regalándome la señal decruz.



12

ESPÍAS EN TIERRA DE MOROS

Lo primero que hizo el rey Casto estudiar cómo proteger al reino nuevas aceifas musulmanas. Peroobjetivo de Alfonso no era s

eludir el castigo sarraceno, sino qcon visión más larga, aspirabahacer las cosas de tal manera

Asturias pudiera devolver los goldel moro. ¿Cómo obrar semejamilagro? Esa era la cuestión,



durante los primeros días de reinado no dejaron de afconsejeros a la sede del rey Oviedo.

Nosotros, la hueste de la croja, habíamos quedado en pala

como guardia del rey. Eso me oportunidad de conocer los detade lo que el rey preparaba. Cie

día se me asignó la custodia decámara regia. Era una ocasimportante, porque el rey iba

despachar asuntos de extregravedad. Tal y como se me ordeme situé en la entrada de la cám



al otro lado de un pesado cortinque ponía la sala a salvo de miraimpertinentes. Alfonso había reuna sus colaboradores más íntimAllí estaban Gadaxara y TeudaEstaba también el abad Fromestan

otro sacerdote llamado AduCompletaban el grupo otras gentespalacio, como Basiliscus, Froil

Gundemaro, a las que yo veía primera vez.

—Las fuerzas del reino

escasas —dijo el rey—. En el Burhemos perdido demasiados hombNo solo no podemos atacar; es qu



siquiera podemos defendernos garantías. Nuestra frontera sigue mexpuesta. Ya sea por Galicia o por Álava, las huestes moras pueatacar en cualquier momento. Yharán sin duda cada vez que ten

oportunidad, año tras año, haahogarnos en nuestra impotencia. Esignifica dos cosas. Primero,

hemos de fortalecer nuestra frontEs preciso sembrar de castillosoriente del reino y emplazar defen

en los caminos del oeste. Y segundo lugar, que no podemcombatir solos. Se hace necesa



sacar al reino de Oviedo de aislamiento. Mientras sigamos soCórdoba podrá acercarse cualquiera de los señores de nuesttierras y ofrecerle un paventajoso; otros imitarán la manio

para buscar su seguridadvolveremos a la situación que hemos vivido antes. Con un par

cientos de jinetes berebecualquier magnate estará condiciones de desafiar

mismísimo rey. La unción que recibido debería atajar cualqutraición, pero vosotros sabéis co



yo que el efecto de este carisdurará poco en las almas torvaslos desleales. En su ánimo el sarraceno podrá más que los ólsantos. La única manera de evesto es que los traidores se

piensen dos veces antes de levanel puñal contra su rey. ¿Cóconseguirlo? Haciéndoles ver

aquí no está solo el rey de Ovieque esa espalda que quieren apuñano es únicamente la de un hom

llamado Alfonso, sino que es todacristiandad la que descansa en esede.



Uno de los presentes, llamado Basiliscus, interrumpió:

—Con vuestro permiso, señor, ¿cómo pensáis hacer tal coNo hay aliados posibles a la viPamplona es apenas una aldea. En

nosotros y Córdoba no hay más la tierra vacía de la gran mes¿Con quién podríamos aliarnos?

El rey expuso su plan, dibujó el asombro en los rostros:

—Con Carlomagno, el rey

los francos. Estoy seguro de queahí donde de verdad apunta ambicioso emir Hisam de Córdo



Para el moro, nosotros no somos mque un enojoso, pero pequobstáculo. Dejémosle que así lo crHisam es ambicioso y sueña congloria, y para el moro no hay glomayor que derrotar al campeón d

cristiandad, es decir, a CarlomagEso hace del rey de los frannuestro aliado natural.

—Pero Carlomagno interrumpió Fromestano— ya quintervenir una vez en España y sa

escaldado. Acordaos Roncesvalles. Dudo que einteresado en una alianza que s



puede reportarle sinsabores. Y revés, estará mucho más cómofortificando las montañas de Pirineos, como dicen que ehaciendo.

—Carlomagno no es ajeno a

que ocurre en España —corrigiórey—. Mirad con qué decisión intervenido en el conflicto de Be

con Elipando y Félix de Urgel. Y cCarlomagno se ha implicado tambel papa Adriano. Es, en efecto, to

la cristiandad la que está en peligEs preciso hacer ver al rey de francos que su corona se ju



también en nuestras tierras. Y alianza nos fortalecerá más ninguna otra cosa.

Un denso silencio se apoderóla sala. Gadaxara lo rompió:

—Estamos a vuestras órden

mi señor. ¿Por dónde empezamos? —De momento, es priorita

conocer los planes de Córdo

Hemos de ganar tiempo preforzarnos. Sé que Bermudo ordconstruir castillos en oriente y tor

de vigilancia en el oeste. Esas obdeben acelerarse. —Así se hará, mi señor



afirmó uno de los presentes. —Sé también —conti

Alfonso— que Mauregato teespías en Córdoba, gentes queveces le pasaban información yotras ocasiones acudían al emir

sabe Dios qué infames tratos. podemos confiar en esos lacaypero quizá sí podamos utilizar

conocimientos. Teudano —se diriel rey al guerrero—, encárgate Hay que localizar a esa gente

sacarles todo lo que saben. después… ¡Después habrá acudir a Córdoba para saber qué e



tramando ese demonio de Hisam! supuesto, todo debe hacerse enmayor de los secretos. Y pcierto…

El rey se interrumpió. Yo segescuchándolo todo a través de

cortina. La aventura de viajar haCórdoba me pareció de una osasin límites, pero al mismo tiempo

despertó cierta envidia. En Córddebía de estar presa mi amada DeEn Córdoba debía de halla

también, cautivo igualmente, hermano Tello. Por un instante socon la posibilidad de viajar



corazón del emirato y rescatar a mseres queridos. Pero súbitamenteruidos en la cámara del rey, comotrasiego de muebles. Presté atenciDe pronto la cortina se abrió. Erarey.

—¿Has estado escuchando? me interpeló.

—Sí, mi señor —conte

mientras me inclinaba ante él. —¿Lo has oído todo?Alfonso había clavado en mí

ojos claros con una intensiamenazante. Fui cabal. —Absolutamente todo,



señor.Alfonso se giró hacia Gadax

que contemplaba la escena. Mi jtranquilizó al monarca:

—Es de absoluta confianza. buen guerrero. Zonio. De Mena.

la frontera.El rey volvió a fijarse en

rostro.

—Yo recuerdo tu cara. estabas en la hueste que vino pora tierras de Álava y que después

acompañó hasta Oviedo. —Así es, mi rey. —Y bien, puesto que lo



oído todo, también habrás escuchque este plan debe quedar absoluto secreto. Respondes convida de ello.

Alfonso había acercado su ca la mía. Quería intimidarme.

consiguió. Pero yo no tenía nada ocultar.

—Mi vida está a vues

servicio, mi señor. —Bien. ¿Algo más? —aña

el rey.

Yo no lo pensé dos veces. —Que quiero ir a Córdoba,señor.



Teudano, según las órdenes del r

se encargó de localizar a los espde Mauregato. No fue difícil, porel personal de la corte recordaba

generosos pagos que habrecompensado tan dudosos servicEn la nómina había de todo: un de buhoneros ambulantes, un patriaficionado al doble juego, inclusoudío llamado Shaprut. Durante añ

y por encargo de Mauregato, es

gentes se habían dedicado a crumensajes entre Asturias y CórdoEn realidad, todos ellos actua



como agentes dobles: daban acorte asturiana informes soCórdoba, y en la corte del ehacían lo propio sobre Asturias, yuno y otro lugar cobraban sumimportantes. Lo que a Teudano

interesaba era, sobre todo, conolos contactos de estos hombres Córdoba y su forma de trabajar:

quién hablaban, quién les proveíainformación, en qué puntos del lacamino encontraban avituallamien

qué ruta seguían para cruzar seguridad de un lado a otro defrontera. El fiel guerrero del rey



consiguió sin demasiado esfuerzo.Terminaba ya el otoño cuan

Teudano me hizo llamar. —¿Tú querías viajar

Córdoba? —me preguntó.Yo no había olvidado

episodio. Contesté con un rotundo —Pues prepárate —me dijo

porque partimos de inmediato. Po

camino te contaré lo que vamohacer.

Y así fue como me dispus

afrontar aquella demencial aventurEmprendimos viaje mtemprano, antes de la salida del



con un objetivo concreto: los mondel Bierzo, no lejos del faescenario de la batalla del Burb«Allí hay ahora una torre dodejaremos nuestras armasadoptaremos otras ropas»,

informó Teudano. A medida qavanzábamos hacia el sur, Teudame fue poniendo al corriente:

—Me han escogido a mí pesta misión porque hablo árabe. aprendí de labios de un monje fug

de Mérida. No lo domino comonatural, pero sí lo suficiente ppasar por mozárabe en Córdoba.



me acompañas por una sola razfuera de la mesa del rey, eresúnica persona que conoce el asunHiciste bien en decir que quervenir; si hubieras dicho otra cosa,vez habrías acabado en u

mazmorra hasta el final de etrabajo. Por otro lado, Gadaxaraavala; le caes bien al jefe. Ahora

diré lo que haremos. Una hayamos dejado nuestras armasropas en lugar seguro,

disfrazaremos de buhoneros. Nprocuraremos un carromato distintas mercancías, sobre to



utensilios de cobre y cerámTomaremos la calzada de AstorgMérida, esa que los moros llamanBalat, para llegar a Córdoba. Encamino apenas hay puntos de repoHabrá que sobrevivir en la tierra

nadie. También es posible qencontremos partidas de jinebereberes patrullando el territori

buscando poblachos para saquear.importante, recuérdalo, es nosotros, a partir de ahora, no som

sus enemigos, sino leales servidodel emir. Vamos de un lado a ovendiendo nuestras mercancías: n



más. El verdadero trabajo empien Mérida. Desde allí, y haCórdoba, hemos de obtener cuainformación podamos sobre atmósfera en las ciudades emirato, si hay descontento o si

tranquilidad. También tendremos qenterarnos del estado de los ejércidel emir, si se están quietos o

están moviendo, y en direcciones. Hay gente allí que lo podrá contar. Habrá q

establecer nuevas redes de espcon gente de más confianza. Cuanhayamos hecho todas estas co



volveremos a casa por el miscamino.

Teudano era uno de los tipmás valientes que he conociRondaría la misma edad que el ren torno a treinta años, quizá men

y era un caballero de buena famiSe había criado en Pravia y coincidió con Alfonso cuando e

llamado por su tía Adosinda, encargó de administrar las cosaspalacio. Luchaba bien, Teudano.

espada no poseía secretos para élsu temperamento frío y calmosohacía especialmente indicado p



misiones delicadas. Como esta ahora emprendíamos.

En una pequeña iglesia de Lconfesamos, oímos misacomulgamos: podía ser nueúltima vez. Pronto entraríamos en

boca del lobo. Yo no podía aparde mi mente un trabsuplementario: averiguar el parad

de Deva y Tello.

No hubo nadie para despedir a

dos buhoneros que cierta mañanaotoño salieron al camino de AstorTeudano y yo nos habíamos repart



los papeles: él sería muladí, espaconverso al islam; yo sería su crimozárabe, cristiano andalusí. compañero marchaba sobre umula; yo, detrás, guiando un caarrastrado por un sucio y vi

amelgo. En el carro transportábamnuestra mercancía: calderos, olplatos de loza, objetos de cuero

Nuestras ropas iban a tono: Teudse envolvía en un manto de cielujo y tocaba su cabeza con

gorrillo de lana; yo, sin gorro, vecon andrajos. Nada podía delanuestra verdadera condición. P



dos poderosos cuchillos, ocubajo nuestras ropas, y dos ducayados de tejo garantizaban nueseguridad.

Apenas bajamos a la llanurahorizonte se convirtió en una la

línea sin relieves que iba a perdeen el cielo. Esta era la tierra donmi padre Lebato soñaba océanos

cereal. Me causó una impressemejante a la visión de la mesdesde la Peña de Mena o

descubrimiento del mar en Lareuna sensación de oscuro pavor popaisaje infinito y, al mismo tiem



de vigorosa plenitud por la ausende límites. Con la relevadiferencia de que ahora yo formparte minúscula del grandipaisaje, metido en este suelo sin llano hasta donde alcanzaban

ojos.Desde nuestros montes y ha

el Duero, la tierra solo decía u

palabra: vacío. La cercana Astoera un montón de ruinas varias vesaqueadas. A un día de camino,

paraje que llamaban Hinojo, cedel río Órbigo, era otro lldesolado sin más referencia



otras ruinas, las de Bedunia. En alrededores, sobre un breve altozalos moros habían construido torre de vigilancia. Normalmehabía pequeñas guarniciobereberes en estas torres. La

Bedunia estaba desierta o, al mensus guardias no nos prestaronmenor atención.

Aquí hubo una vez ciudaromanas que la España grestauró; con la invasión musulma

todo esto pasó a convertirse en tiede saqueo hasta que, finalmente,no hubo nada para saquear. Ahora



caminante solo escuchaba el trinolos pájaros y el azote del viesobre los páramos cubiertos hierbas salvajes. Aquí y allá, oscumanchas de pequeños bosques. Amás lejos, leves penachos de hu

que delataban la presencia de alchamizo de fortuna. Nada más.tampoco nada más hubo durante

siguiente jornada hasta VentosaBenavente, donde el Órbigo va a en el Esla: una peña que el ll

eleva, impotente, al cielo infinitoesta comarca.En Ventosa dimos con algun



seres humanos, o eso nos parecierun minúsculo grupo de pastonómadas que llevaba sus cabrasaquí para allá, rumiando los áspematojos que cubrían la tierra vaTratamos de acercarnos a

pastores, pero no recibimos más gruñidos de desconfianza; se dque aquellas gentes habían olvid

incluso la lengua de sus padTeudano, sin embargo, consigcomprarles una cabra. Algo cam

la atmósfera en Zamora, donde upocas familias vivían hacinadas jua los muros derruidos de la v



fortaleza. Sobre el ancho brazo río Duero había un pontón de madque los moros habían levantado aatrás. Cruzamos el pontón con cierto sabor de angustia en labios, como temiendo que

cualquier momento se viniera absin que hubiera nadie psocorrernos.

Las gentes de Zamora —veintena de paisanos que vivía enmiseria— vestían como los mor

pero hablaban nuestra lengua. Ignsi profesarían religión alguna. Nrecibieron con hostilidad manifie



pero Teudano les vendió la caque habíamos comprado a pastores —nos dieron a cambio cierta porción de telas y cueros—eso suavizó las cosas. Los zamorarefirieron que vivían de los frutos

saqueo musulmán: cuando los movolvían de sus aceifas en nuestierras, paraban aquí y los lugare

les vendían comestibles a cambioropas o utensilios diversos.

—¿Y de dónde sacáis

comestibles? —preguntó Teudano —Se los robamos a los pastocontestó el más viejo.



Esa noche Teudano y acordamos partir antes de previsto, en plena madrugatemíamos amanecer degollados nuestros amables anfitriones.

La excitación de la avent

terminó siendo reemplazada portedio de las agotadoras jornadasmarcha. El camino al sur v

marcado por la misma monotonruinas y vacío, vacío y ruinas. Enlugar que llamaban Sabaria no ha

más que las piedras demolidas algún viejo castro. Esa nochedormimos al raso, oyendo de fon



los aullidos del lobo. Tampoco más ameno el paisaje en Helmántdonde a duras penas sobrevivíapuente romano sobre el TormDiminutas comunidades campesicultivaban algunas tierras

entorno. Nos cruzamos con algude estos labriegos. Eran siervoslos mahometanos y en sus rostros

veía dibujado el miedo. A poleguas de allí había una torre mde vigilancia. El baluarte señal

un cambio importante en nueitinerario: entrábamos en zdirectamente controlada por



musulmanes. De hecho, fue donde por primera vez una patrumora nos detuvo.

Teudano, al ver a la patrumovió los brazos en señal de saluy gritó en árabe palabras que

entendí. Cuando se acercaron inetes —cinco bereberes— todo

cuerpo se puso en tensión, pero

compañero rompió a hareverencias con una sonrisa sumisservil que me habría repugnado de

saber que era puro teatro. En esdías de marcha le había crecidobarba y sus ropas a la usanza mora



habían deteriorado ostensiblemenTodo ello le daba un aspeinofensivo. Teudano ofreció al qparecía el jefe de los moros cartera de cuero. Indudablemente amigo conocía bien los usos

aquella gente. Los moros se llevala cartera y desaparecieron dirección a la torre. Nosot

seguimos nuestro camino.El encuentro aconsejó

Teudano enseñarme algunas palab

de árabe, para que pudiera, cuanmenos, hacerme entender en eslances. Así aprendí que «sí» se d



na y «no» se dice la. Para saluhay que decir al salaam alaikum

para contestar se dice wa alaikum

alaam. El adiós lo dimasalaama. Al padre lo llaman a

a la madre um. El pan es jubz y

leche haleb. Al señor de uno hay qllamarle sidi. Esclavo se dice ab

esclava amat . Y otras cosas

mayor interés.Atravesamos la comarca

llaman de Salvatierra, un an

terreno ondulado donde, por primvez en varios días, se hizo realmepresente la huella del hombre.



campos estaban bien trabajados ypequeñas aldeas ofrecían un aspecuidado y limpio. Todas estas tierhabían sido entregadas como botínvictoria a las tribus berebedespués de la invasión. L

bereberes no labraban los campesa tarea correspondía a cristianos, los mozárabes como a

los llamaban, muchos de ellos condición de esclavos, tributaban a sus dueños moros con

trabajo y con los frutos de la tieEl centro de toda esta comarca erciudad de Béjar, enclavada en



hermoso paraje de montes boscosNo penetramos en la ciudad, sino continuamos nuestra ruta hacia el sa través del puerto cercano, enpeñas y gargantas. Y fue para daruna larga llanura que directame

nos conduciría a Mérida. Nuestro camino era el de

vieja calzada romana, y romano

casi todo lo que había alrededNumerosos poblados asomaban aorilla de la ruta: pequeños encla

de cinco o seis casas donde viajero cambiaba caballos o abastecía de provisiones. Así era



Cáparra, en Galisteo o en CañaveMe sorprendió ver que aquí todomundo era cristiano, y en cnúcleo de población sobrevivía uiglesia o, como poco, una ermita. Ltemplos, eso sí, ofrecían un aspe

calamitoso. Luego supe que el pomusulmán no había derruido iglesias cristianas, pero prohi

reparar las ya existentes o edifiotras nuevas. Un mozo de postas contó que los cristianos de este lu

tenían que pagar hasta tres tiposimpuestos diferentes a sus señomusulmanes. Los musulmanes, po



contrario, no tributaban más queúnico tipo de impuesto pfinalidades religiosas. El mozo preguntó si veníamos del nortecómo se vivía en tierras cristianTuve que callar.

Aquí tuvimos un tropiezo mencionaré sin más detalle, porno lo merece. Ocurrió que al cae

tarde, cuando nos detuvimos ppasar la noche al abrigo de uruinas, en nuestro refugio recibim

la inesperada visita de siete tique blandían palos y porras. No emoros, pero me cuesta aceptar



fueran cristianos. Tomándonos simples buhoneros, nos rodearonempezaron a husmear en nuecarro, en nuestras alforjas, nuestras bestias. Viendo que reaccionábamos, se crecieron

rompieron en carcajadas. evidente que querían robarnosapalearnos. Uno se dirigió a mí

tono insultante. Yo me puse en pieun salto y con mi vara de tejogolpeé en la cabeza. Al instante

tipo cayó sin sentido, sangranprofusamente. Los otros hicieademán de acometernos, p



Teudano ya estaba alerta, el cuchen una mano y el cayado en la oSe frenaron. Aprovechando inmovilidad, largué otro golpe asegundo fulano, esta vez en rodillas. Saqué también mi puñ

Teudano dio un paso adelacortando el aire con su cuchillo. Ltipos recogieron a sus compañe

heridos y se marcharon de gritando maldiciones. Teudaconsideró prudente cambiar nues

plan y, en vez de dormir allí, segcamino hasta donde la oscuridad lo permitiera.



Día grande fue aquel en el que

fin el Señor nos permitió divisarTajo, el ancho río que marcabafrontera natural de los hombres

Mérida. Esta ciudad era un puclave de nuestra misión. En la code Oviedo se sabía que los patricde Mérida vivían en permanerebeldía hacia Córdoba. Méricomo Toledo, eran formalmeciudades federadas del emirato:

sumisión al poder musulmán era srelativa y se ajustaba a condiciones de un tratado de paz. L



árabes habían instalado allí gobernadores y sus tropas berebepero el gobierno de hecho pertenea los magnates locales, uconversos al islam, otros no. Mérida, el poderoso clan al-Chi

dominaba no solo la vieja ciuromana, sino también un anchísiterritorio circundante, grande co

medio reino de Asturias. Cfrecuencia los patricios emeritenrehusaban pagar impuestos

Córdoba. El moro se veía obligadenviar tropas para sofocar revuelta. Entonces los patric



pactaban algún tipo de arreglo y cosas volvían a su cauce… hastasiguiente rebelión.

Llegamos a Mérida por grandes llanos del Casar dejandooeste las alturas de Montánch

Aquí vi por primera vez uextraños caballos jorobados que árabes habían traído de oriente. L

llamaban dromedarios. En pequeña sierra de Montáncgobernaba la tribu berebere de

Ketama, pero su poder se deteníalas quebradas de la sierra BermA partir de ahí, quienes manda



eran los hombres de Mérida.Después de tantos días de vi

temiendo ser asaltados por ladroo atacados por las fieras interceptados por los soldados Córdoba, la entrada en Mérida tu

algo de liberación. Era tierra moros, pero no lo parecía ni poraspecto de sus gentes ni por el a

que se respiraba. Los individvestidos al estilo moro se mezclacon los de ropas cristianas y ha

más iglesias que minaretes. Dmismo modo, la lengua que se hablar en las calles no era ára



sino latín. Y en todas partes hareferencias a la mártir Santa Eulaaquella niña que fue quemada porplegarse ante los dioses romanoque, en la hora de su muerte, hsalir de su boca una blanca palom

En Mérida debíamos localizaun viejo amigo de la gente Mauregato. Se llamaba Lope y

mozárabe. Vivía en las afueras deciudad, en una alquería no lejos circo romano. Cuando vi aqu

extraordinaria construcción, el cirquedé boquiabierto: jamás hubiimaginado que manos huma



pudieran levantar algo tan grandtan perfecto. Me hundí en oscureflexiones sobre lo efímero de tgloria humana. Las gentes del luhabían utilizado piedras de aqrecinto para construir sus prop

casas. Así sucedía con la alqueríanuestro amigo Lope, cuyos cimienrespiraban origen romano. Al fin

fasto de la Roma triunfal no era sel humilde basamento de las cacampesinas.

Encontrar a Lope no fue difíTodo el mundo en la ciudad conocía. Era un hombre ancho



entrado en años, de piel muy tostaque cubría su cabeza con una espede sombrero de pajas. La alqueríaque, por cierto, llevaba el nombreSanta Eulalia— era enorme, auténtico palacio a mis ojos, con u

gran casa central rodeada de huery todo ello, a su vez, encerrado un alto muro. En el exterior del m

crecían más huertos, seguramepropiedad del mismo señor. duda, Lope era hombre de bu

posición. Teudano y yo llegamhasta la puerta de la alquería y hicimos anunciar. Un siervo qu



echarnos con cajas destempladTeudano le habló en latín y le entrun mensaje para su amo. Este, Loapareció al poco ante la puerta. Ma un lado y a otro. Gritó: «¡Abrieste moro que viene a vender

mercancía!». Y así entramos enalquería.

Lope no nos hizo entrar en

casa. Se limitó a acomodarnos enchamizo en el exterior. Sacó vinolivas y algo de pan. Lo devoram

Nos hizo algunas preguntas sobre cambios en la corona de OvieTeudano le respondió m



sumariamente. Sobre todo hhincapié en las aceifas terriblesese verano. Mi amigo expuso claridad lo que buscábamos: sacómo estaba la situación en emirato y hacernos con un b

contacto en Córdoba. Lope calargo rato, la mirada perdida enplato de las olivas. Y después ha

así: —Hisam, el nuevo emir, es

hombre de carácter férreo y tamb

muy ambicioso. Aquí, en Mérida,despertado muchas prevencionTodos tememos que quiera ha



visible su poder. Los patricios deciudad, lo mismo moros cristianos, esperan un aumento depresión. En nuestra ciudad hemconseguido vivir con cierta paz, pla amenaza no desaparece nunca.

los últimos meses ha habmovimientos de tropas hacia el noVarias unidades de bereberes se h

instalado en tierras de Béjar y llevado consigo ganadoprovisiones. También se ha cursa

orden a varios gobernadores aumentar la recolección de grano destino a los ejércitos. Eso pu



significar dos cosas: una, que Hisha pensado tomar medidas conMérida; la otra, que el objetivoesas tropas no es Mérida, sGalicia, vuestra tierra.

Lope sorbió un largo trago

vino y prosiguió:En Mérida hay muchos cla

dispuestos a hacer la guerra

Córdoba, sobre todo entre terratenientes de la Lusitania. Eclanes son muladíes, es de

apóstatas, cristianos convertidosislam, pero no soportan ni prepotencia de los árabes ni



salvajismo de los bereberes. Mucaquí sueñan con crear nuestro proemirato. Esto, en todo caso, pasará mañana. Aún no están cosas maduras para levantamiento. Poco más os pu

decir. En cuanto a Córdoba, allívida es más dura que aquí para cristianos. Os indicaré con qu

podéis hablar. Hay un veterinaque se llama Sisnando. Cucaballos en los ejércitos del em

Vive pobremente y por eso le deen paz. Es hombre de confianza. Plo que vosotros buscáis, es



persona adecuada. Os escribiré apara él. Ahora, podéis descanaquí. Mañana, antes del altendréis que partir.

Lope nos dejó en el chamDespués de tantos días al raso o

refugios de ocasión, aquella humichabola nos pareció sumameconfortable. Antes del alba, co

nuestro amigo nos había prescrabandonamos la alquería. DeMérida tomamos el camino

llamaban «mozárabe». Al cabo tres días de viaje estaríamos Córdoba.



13

EN EL HARÉN DEL EMIR

Al camino entre Córdoba y Méridallamaban «camino mozárabe» pormuchos cristianos abandonaban capital del emirato buscando me

vida en el oeste, donde la presmusulmana se relajaba. Nosotrosrecorríamos ahora en sent

inverso. La región, de tiercultivadas desde muy antiguo, una uniforme sucesión de campi



donde el emirato había instaladogranero. Un día de camino llano llevó hasta el sitio de Hornachunas pocas casas al borde de la ruentre suaves colinas bien trabajadOtra jornada, siempre en la ll

campiña, nos dejó en un despoblque llamaban de la Peña RubDesde allí se entraba en la serra

horadada por el río Guadiato, donel camino se hacía más ásperodifícil, pero la belleza de los mon

compensaba el esfuerzo. Esta conducía de norte a sur haCórdoba, la capital del po



musulmán.El viaje transcurrió sin nove

reseñable. En algún punto trayecto pudo Teudano cambalgunas de las mercancías llevábamos por otras que

resultaban más útiles,especialmente por comestibles, pLope, nuestro anfitrión de Mérida,

había sido especialmente generoEn estas campiñas de Córdoba, coantes en las emeritenses, eran so

todo mozárabes los que trabajalas tierras, y su fe se hacía visiblesolo en las ermitas que salpicaban



paisaje, sino también en el miedo el que miraban a Teudano al tomapor sarraceno. Eso nos beneficiasin embargo.

Recuerdo la entrada en Córdcomo un confuso torbellino

emociones contradictorias. Era uciudad grande, muy grande, mincluso que Mérida. El Guadalqu

le servía de guía y en torno aorilla norte se desplegaban edificios, circunscritos a su vez

dos arroyos que a este y oeste vena morir al gran río. Nuestro camentraba en Córdoba desde el norte



la derecha se alzaba la muralla deciudad; en su interior, en la medivivían los musulmanes y los judA la izquierda, fuera de los murosextendían innumerables huertas yfin, junto al río, el barrio de

mozárabes, el lugar al que habsido desplazados los cristiacordobeses. Varias puertas b

custodiadas daban acceso al interde la muralla. En todas ellas vimguardias de inequívoco ori

africano, porque eran negros: parque el emir no se fiaba de bereberes para estos menesteres.



No nos fue necesario franquninguna de esas puertas, pornuestro objetivo no estaba dentrolos muros, sino fuera de ellos:barrio mozárabe donde vivía veterinario Sisnando.

indicaciones de Lope eran mprecisas, de manera que no nos llmucho tiempo dar con el lugar:

pequeña vivienda de planta baja huerto bien cuidado. Sisnando estaba en casa, decidimos dar u

vuelta por los alrededores. A mpoca distancia estaba la puerta llaman de la Pescadería. A sim



vista se constataba que era lugartrasiego de mercaderes, y Teudaaudaz, quiso probar suerte. Nacercamos a la puerta, él en su my yo detrás, en nuestro viejo caDos guardias de piel negra y b

feroz nos cerraron el paso gritanno sé qué. Teudano respondió una incomprensible retahíla

imprecaciones —o eso parecieron— que incluyó exhibición de artículos de cuero. L

guardias nos dejaron pasar. estábamos dentro de Córdoba.La puerta de la Pescadería d



directamente al zoco. Eso explicel trasiego de mercaderes. actividad en aquellas callejas indescriptible: miles de persogritando y moviéndose en todirecciones, voceando mercancía

regateando en cualquier rincón. Dzoco partían, a derecha e izquierdos calles que conducían a la anti

catedral, ahora convertida mezquita. Y pegado a la mezqudetrás de un denso cordón

guardias y muros, estaba el paladel emir. Se me nublaba la vista sde pensar que habíamos llegado a



boca del lobo, al corazón de nuestenemigos. Quién sabe si el moroque mató mi azagaya había pasealguna vez por estas mismas calApenas unos meses atrás, Teudanyo estábamos en las orillas

Burbia, tratando de matar moros yque no nos mataran, y ahora veíamos a dos palmos del jefe

todos los moros de España. aterrador y, al mismo tiemapasionante.

Teudano, para padesapercibido, gritaba en árcosas que yo no entendía. Mien



tanto íbamos girando alrededor demezquita, primero por la fachada da al río, después por la que dpalacio y termina en el barrio judfinalmente por la que sale de nual zoco. Yo miraba a un lado y a o

tratando de descubrir presencamenazantes, conductas sospechopeligros ocultos. No hubo nada

eso. Nos habíamos mimetizado la ciudad, exactamente como otros miles de personas que por

pululaban. Con la misma parsimocon la que habíamos entrado, salimde la muralla por la puerta anter



Y nos dirigimos nuevamente a cde Sisnando resueltos a esperarllegada.

No tardó mucho en llegar hombre que penetró en la casa. un tipo flaco y encorvado, ataviad

la usanza mora, con una especiemorral a la espalda. «Debe de él», me susurró Teudano. N

aproximamos. Golpeé la aldaba dpuerta, que sonó con un smartilleo. El tipo flaco y encorv

abrió. —Sidi Sisnando, sidi Sisnandije.



—¡Fuera de aquí, pordioseexclamó Sisnando.

—Nos manda Lope, de Mérmusité, bajando la voz.

Cambió la expresión de rostro. Inmediatamente le tendí

mensaje que Lope nos había daSisnando cerró la puerta y se retras ella. Enseguida volvió a abrir

—¿Qué baratijas quervenderme, miserables? —bramientras nos hacía señas para que

siguiéramos. Lo hicimos. Sin depalabra, nos condujo hasta el interde su morada.



Sisnando vivía solo. Una vez tu

mujer e hijos, pero la mujer hamuerto y los hijos habían volaDesde mucho tiempo atrás se gan

la vida cuidando la salud de caballos del emir. En su juventuddedicó a la cría, pero un día —refirió— cayó en sus manos

ippiatrika de Hierokles y Apsyroya de la veterinaria bizantina

decidió enfocar sus esfuerzos a

disciplina. Los árabes tenían mucha estima a sus caballos —«Mque a sus mujeres», nos dijo—,



manera que no le fue difofrecerles sus servicios médicLos moros le llamaban Sisnandobaytar, que quiere decir precisame«el veterinario». Su importafunción le permitía v

modestamente, pero sin estrechecy entrar y salir en la medcordobesa con toda libertad.

Atardecía ya en aquel temprotoño y la voz dolorosa de almuecines flagelaba la ciu

vencida. Nuestro anfitrión sacó utortas de pan, aceite de oliva y uespecie de revoltijo con carne



cordero y hortalizas. También ubotella de vino: «Está prohibido plos sarracenos —explicó—, perlos cristianos nos dejan venderlAquel ágape nos sentó de maravill

La casa de Sisnando era de u

acusada modestia: apenas ualacena con viandas, otra instrumental médico y una mesa b

rodeada de cojines. Sobre la mhabía un extraño tablero con cuadde color blanco y negro, y piezas

bella factura que representacaballos, torres y soldados. La sen la que nos acomodábamos dab



una puerta cubierta con una corttras ella se adivinaba una pequalcoba con una cama. Al otro ladoestancia se abría a un huerto traseEn él había una chabola con aspedestartalado. «Dormiréis ahí»,

dijo Sisnando. Mi amigo Teudaabordó directamente el motivo nuestro viaje:

—Somos guerreros del Alfonso de Oviedo. Nos llamamTeudano y Zonio. Hace diez d

abandonamos nuestras tierras orden de nuestro rey. Sabrás queemir Hisam ha desencadenado u



gran ofensiva sobre el reino. Humucha muerte y mucho dolor. Nuemisión es recoger información soel emirato y sobre los propósitosHisam. También hemos restablecer la comunicación con

cristianos que padecen bajo el posarraceno. Tú has trabajado en otocasiones para nuestros reyes.

que ahora te pedimos es que ayudes como a ellos les ayudaste.

Sisnando seguía la explicac

de Teudano con un aire indolencomo incomodado por todo aqueHabló claro:



—Habéis sido muy valientesllegar hasta aquí, pero yo ya esmuy viejo para meterme en esnegocios. Ya hice lo mío. Ahora soaspiro a vivir en paz. ¿Cómo podayudaros?

—Por ejemplo, contándocómo ve las cosas el nuevo emirintervine yo, jugueteando con

piezas del tablero blanquinegroSabemos que Hisam prepacciones para reafirmar su pod

Eso con toda seguridad te afectará —Sí, Hisam prepara agrande —concedió Sisnando—.



nada bueno. Ha mandado trmuchos caballos de África, milesanimales. Y también máquinas guerra. No sé para qué. Pero, momento, la vida aquí se ehaciendo cada vez más irrespirabl

—¿Por qué? —preguTeudano.

—Por los malikíes —repuso

veterinario—, una especie de escude doctores de la ley islámica. Haahora los cristianos de Córd

hemos vivido con cierta libertadmenos los que no somos esclavpero los mahometanos más rigoris



quieren apretar la cuerda. Lo mees que lo veáis por vosotros mismMañana me acompañaréis a iglesia. Ahora, durmamos. Es tard

Sisnando nos permitió lavaren una acequia y nos procuró ro

nuevas. Fue un alivio después tantos días de marcha. Después condujo al chabolo del huerto.

fue difícil habilitar dos jergones algo de paja. Me dormí acuchillpor la humedad del Guadalquivi

obsesionado con una sola idea:algún lugar de esa ciudad se hallcautiva Deva.



Nuestro anfitrión nos despertó an

del alba y nos llevó a la iglesia: nmenos que a la vieja basílica de Vicente, dentro de lo que ahora er

recinto de la gran mezquita. Cnuestro amigo franqueamos problemas las puertas de la medLos guardias saludaban a Sisnancon afabilidad. Todos conocíanveterinario. Con él recorrimos mismo camino que la tarde anter

habíamos explorado Teudano y yopuerta de la Pescadería, el zocofin la mezquita y, tras ella, el pala



del emir. Penetramos en la iglepor una entrada lateral, distinta aque usaban los musulmanes.

—Esto que veis es la basílde San Vicente. O lo que quedaella. Hay en la ciudad otras igles

pero fuera de los muros —explSisnando—. Los emires no permque las restauremos. Algu

seguimos viniendo aquí, aunque cvez es más difícil. La iglesia llama así por San Vicente mártir, q

no es el vuestro de León, sinosanto de Zaragoza y Valencia. Antodo esto era el palacio episcopal



Córdoba. Ahora dicen qAbderramán, el primer emir, comparte de la basílica a los cristiapara edificar aquí su mezquita. Noverdad. Este bosque de columnas veis se hizo para el culto arri

cuando la herejía sacudió a nueiglesia. Fueron los arrianos quieregalaron su parte de la catedra

Abderramán como gesto de buvoluntad. No sé si habéis oído habdel obispo Elipando.

Sí, por supuesto que había ohablar de Elipando: ese obiherético de Toledo con quien se



tenía tiesas mi maestro Beato Liébana. Referí a Sisnando la gpolémica entre Beato y Elipando, había llegado a oídos del mismísiCarlomagno.

—No lo sabía —dijo Sisnan

. No nos enteramos de gran caquí. Pero me alegro de que alguhaya parado los pies a esos herej

Bien, el hecho es que aquí, Córdoba, hubo muchos coElipando. Fueron ellos quie

entregaron a Abderramán su templLa mezquita se extendía a trade once naves que apuntaban haci



río, señaladas con líneas paralede columnas cerradas con dobarcos. Las columnas —explSisnando— las habían arrancadoviejos monumentos romanos y godEn cuanto al doble arco, era

símbolo de poder. —El arco más bajo es el

hicieron los arrianos, p

Abderramán, para manifestar majestad, mandó elevar las columy construir otro arco por encim

dando más altura al templo. primer emir estaba muy interesadodejar claro que aquí mandaba



Ahora su hijo Hisam quiere detambién su huella y por eso eelevando el alminar que veis abajo.

—Hablas mucho de la ambicde Hisam —apuntó Teudano, que

ningún momento había olvidadoobjetivo de su misión—. ¿Tterrible es?

—A todos los hijos de granreyes les ocurre lo mismoscurecidos por la sombra gigante

sus padres, se esfuerzan en dejarpropia huella y no reparan en gasAbderramán fue un gran rey. His



quiere serlo. Solo puede consegusi viste su poder con ropas de orde hierro. Anoche os hablaba de malikíes. Parece que esta va a searma secreta de Hisam.

—Explícame eso —pi

Teudano. —Los musulmanes no tie

Iglesia ni papa ni obispos. Tienen

profeta que es Mahoma, un lisanto que es el Corán y una tradicque es la Sunna. Y el jefe político

el jefe religioso. A partir de acada cual construye su propia vPero el jefe político, para no



discutido por nadie, tiene multiplicar los gestos de piedad, ymismo tiempo, para no veamenazado por otro más piadoso él, tiene que manifestarse mriguroso que nadie. Hace unos a

llegó aquí, a Córdoba, una escuelaArabia que llaman «malikí» y ofrece una rígida traducción polí

y jurídica del Corán y la Sunna. Udoctrina cerrada, en fin. Justo lo un nuevo emir necesitaba si que

afianzarse como jefe políticoreligioso indiscutible. Y esto vacambiar mucho las cosas.



—Pero eso afecta a musulmanes —objeté yo—. ¿Por ha de afectaros a los cristianos?

—Porque los malikíes predila islamización completa del estay eso nos deja fuera a los dem

Mira, Zonio, entiendo que las cono se vean del mismo modo devuestras montañas, pero aquí,

Córdoba, no hemos vivido mal haahora. En vuestro camino habcruzado campiñas sin fin. ¿Cre

que a esa gente le importa muchoreligión del que manda? Primtrabajaron para los romanos,



terminaron haciéndose romanDespués trabajaron para los godhasta que les dejaron mezclarse los godos. Yo mismo soy hijo de ufamilia romana y otra goda. Ahtrabajan para los musulmanes y na

ha notado un cambio significativosus vidas. El que estaba abajo siabajo, y el que ha podido escalar

la nueva situación, lo ha hecho. asombroso es que haya todavía tagente que se mantiene cristiana, co

estos que veis ahora en esta iglePero es precisamente eso lo que vcambiar. Si el malikismo



convierte en doctrina de estadoHisam pretende hacerlo, ya no haaquí otro destino para los cristiaque la esclavitud y la servidumbre

—Eso necesariamente disparla rebeldía en las ciudades libres

señaló Teudano, que seguía a lo su: en Toledo, en Mérida,

Zaragoza…

—Sin ninguna duda —confirel veterinario—. Y en la misCórdoba.

Sisnando nos dio alguexplicaciones más, pero ya no pregran atención. La iglesia había



llenándose de una variopimuchedumbre. Los mozárabes Córdoba afluían al tempignorantes de su destino. sacerdote se acercó al alComenzaba la misa en San Vicente

Fue una hermosa ceremonia, la San Vicente. Más majestuosa que

de Asturias. También mmelancólica, porque la derrota respiraba en el aire. Cuan

concluyó la eucaristía, salimos debasílica y mezquita. Fuimos a paal zoco. Sisnando compró unas pa



con las que nos desayunamos. repente llamó nuestra atención enorme griterío. El veterinario apremió para acudir al lugar del procedían las voces.

—Vais a ver algo interesante

dijo.Me crujió el alma cuan

descubrí, aupados en un estrado

llamaban catasta, cubiertos cadenas, a unos esclavos expuespara su venta. Sería una docena

personas, hombres y mujerblancos y negros, semidesnudexhibidos como ganado. Un t



envuelto en una túnica parduzctocado con un pequeño bonvoceaba las excelencias de mercancía. De vez en cuangolpeaba con una vara las espalde un hombre, para avalar su fuer

o manoseaba los senos de una mupara exaltar sus virtudes como ade cría. Alrededor de la catasta, u

miríada de compradores voceabsu vez ofertas de compra. El tipola túnica regateaba los precios

discutía con el público. Cuanllegaban a un acuerdo, el esclbajaba del estrado y era entregad



su dueño, que se lo llevaba atado cuello. Se me partía el corazónimaginar a Deva y a mi hermTello vendidos de semejante mane

—¿Esto pasa todos los días?pregunté.

—Oh, no —contestó Sisnan. Solo un par de veces al mes. H

hay poco género. Cuando esto

anima de verdad es en veradespués de las aceifas, con enormcantidades de esclavos traídos

norte y también de África. —Yo tengo algún amigo quesido capturado por los moros



aventuré—. Gente de mi pueb¿Qué habrá sido de ellos?

—De los hombres, no lo séson jóvenes y fuertes, a muchos mandan a África para que conviertan en guerreros, porque

los moros están en gresca permaneentre sí. Me han contado que otterminan en oriente, en la o

esquina del mundo. El munmahometano es muy grande, tacomo el pie del diablo. No sé

habrá sido esa la suerte que corrido tus amigos. A otros compran aquí y los envían a



tierras de su dueño, ya sea Zaragoza o en el Levante o cualquier otro lugar. En cuanto a mujeres… —Un escalofrío recorrió la espalda. El veterinasiguió con su perorata—: A

mujeres es mucho más fácil seguila pista, sobre todo si son mozabonitas. A esas las suelen cuidar b

porque valen mucho dinero. Aún mlas rubias y pelirrojas. Las recluen un serrallo y allí las tienen ha

que el propietario las coloca a bprecio. Después, pasan al harén notable que las haya comprado.



no pongas esa cara: muchas de eeran miserables campesinas; la vde lujo que les espera termgustándoles más que su antecondición.

Toda la sangre se me subió a

sienes ante el cínico comentarioSisnando. Se me revolvía el cuesolo de imaginar a mi Deva en ma

de cualquiera de esos sucgerifaltes sarracenos. Tenía qbuscarla y liberarla de su encier

Mataría por ello si hiciera falta. Pno debía manifestar la meemoción; nadie podía conocer m



intenciones. Tragué saliva. —¿Dónde está ese serrallo?

pregunté.Sisnando rió, malintencionad

—¡Ja, ja, ja! ¿Tienes ganas aventuras? La juventud aprieta en

vientre, ¿eh? Escucha, chico, quieres ese tipo de placeres, tendque preguntar en otro sitio, porque

no soy el hombre indicado. Peropuedo decirte que encontralupanares mucho más accesibles

el serrallo de las esclavas valiosa —No es eso —traté de sacaSisnando de su error



Simplemente, tengo curiosidad saberlo. ¿Dónde puede guardarse umercancía tan preciada?

—Dicen las gentes de la ciuque el serrallo está junto al propalacio, lindando con el barrio jud

pues no en vano los judíos sueencargarse de este negocio. Pero muchacho, jamás he estado allí. Y

en algo aprecias tu vida, te aconsque no te acerques: mercancías caras suelen estar muy b

guardadas.Pasamos el resto de la mañen la casa de Sisnando. Emp



varias horas en entender el sentde aquel extraño tablero cuadrados blancos y negros, con hermosas piezas de madera, nuestro anfitrión tenía sobre la me«Se llama ajedrez», me había dic

Era un juego de guerra importdesde el más lejano oriente. veterinario había salido para var

horas: le requerían en el barrio dearquía, al este de la ciudad, p

examinar una nueva remesa

caballos. Teudano, por su paempleaba el tiempo en prepararcarro para el camino de regreso.



—Ya sabemos todo lo qnecesitábamos saber. Hay qpreparar la vuelta antes de que se eche encima el invierno. Partiremmañana.

Me quedaban unas pocas ho

para averiguar si Deva estaba Córdoba.

No conté a nadie lo que iba a hacsolo habría servido para entorpecemi compañero. Me envolví en

viejas ropas —ahora, al menlimpias— con las que habíamllegado a Córdoba. Me cubrí



cabeza con una suerte de turbante yo mismo me confeccioné: quparecer deliberadamente ridícuBusqué un palo que me sirvieramuleta. Salí de la casa de Sisnanfingiendo joroba y cojera. De

guisa me arrastré hasta la puertala Pescadería.

Aprovechando el inte

tránsito de mercaderes me cdentro de la medina. Por fortuhabía muchos más mendigos, algu

de aspecto incluso más patético el mío. Córdoba olía a achervido, cuero y humanidad. Yo



gritando indistintamente en árablatín: «¡Sadka, sadka! ¡Caridcaridad!». Mi cabello revuelto bel turbante, mi rostro mal afeitadel aspecto desastroso de mis rohacían más creíble mi papel. Algu

me arrojó unas monedas. Las guasimulando avidez y muagradecimiento.

Seguí mi camino hasta el mnorte de la mezquita. Desde llegué a la esquina del barrio ju

con el palacio. El serrallo deestar cerca del barrio judío, me hadicho el veterinario. Sí, ¿p



dónde? Todos aquellos edificpegados unos a otros, dispuescomo en un laberinto lleno recovecos, se me hacimpenetrables. Recorrí la fachnorte del palacio gritando « sadka

babeando. El mejor modo de padesapercibido era precisamellamar la atención. Un guardia ne

me pateó con grandes carcajadas. seguí mi camino, siemarrastrándome como el m

miserable de los pordioseros.La fachada norte del palaterminaba en otra tapia. Hermo



árboles asomaban sus hojas sobremuro. Era, sin duda, el jardín alcázar. La calle corría encajonentre la muralla de la ciudad ytapia del jardín, e iba a terminaruna de las puertas de la medina. M

sitio para escapar si las cosastorcían. No circulaba mucha gepor allí, de manera que tamp

cabía disimularse entre la multitEn el jardín se oía un rumor de ay trinos de pájaros. Me detuve.

Me senté en el suelo comoauténtico mendigo. Desde posición podía ver, estáticos so



las almenas de la muralla, a ucuantos guardias del emCustodiaban la salida hacia SeviEscudriñé aquel muro: si yo tuviun harén, seguramente lo guardaríaun lugar como este, protegido y b

cubierto, resguardado de las miraajenas y, por otro lado, agradacomo todo jardín. Comencé a can

balbuceando, como si estuviera loEn realidad lo estaba: loco de amode dolor por la suerte de Deva.

La tapia de los jardimostraba algún tramo de lieenrejado. Al otro lado, matas



madreselva y arbustos. Pero el deenramado dejaba pasar haces de lsigno de que en algún lugar posible vislumbrar el interior aquel vergel. Intenté acercarme. ese momento escuché con niti

voces femeninas al otro lado muro. Todos mis nervios se pusieen tensión. Me aproximé. Pude ve

que había dentro. Eran mujeres,Jóvenes. Casi todas ellas luccabellos rubios o rojizos. El cora

se me iba a salir del pecho.Un grupo de mujeres se modentro del jardín. Un brillo dor



me sacudió los sentidos. Ni siquime atrevía a dar forma a mpensamientos. Algunas de aquelmujeres se conducían desenvoltura, como dueñas de casa. Otras permanecían quie

acurrucadas las unas junto a otras, sentadas al borde de estanque. Estas últimas debían de

las esclavas dispuestas para la vea algún magnate. Dos forzuataviados con exóticos ropa

custodiaban el gineceo. Sin duestos eran los famosos eunucesclavos castrados para que pudie



vigilar a las mujeres sin que propietario de la mercancía corririesgos. Una vez más el brillo dorllamó mi atención. La ansiedad estrangulaba. Aquellas risas eranrisa. Aquellos llantos eran su llan

Aquellas voces eran su voz.En ese momento sentí una fu

patada en la espalda. Era un guard

Me gritaba en su incomprensierigonza mientras me pinchaba

las piernas con un chuzo. De bu

gana le hubiera roto el pecho, pmi vida dependía de que supiseguir hasta el final con mi papel.



retiré del muro gritando como lelo: «¡ Al-maraá, al-maraá! ¡Mumujer!». Más valía pasar por mendigo lascivo y medio loco por un enamorado y loco entero.

No, allí no estaba Deva.

Abandonamos Córdoba por el miscamino que nos había traído. E

vez no hubo más paradas que estrictamente necesarias: teníamprisa por llegar a Oviedo y con

nuestras averiguaciones. En alrededores de Mérida tuvimos dejar un par de vasijas de cobr



una patrulla berebere. A la alturaBéjar pusimos en fuga a una cuadrde salteadores. En Helmántica atacaron unos lobos, sin oresultado que el susto de nuestanimales. Sufrimos mucha hambr

mucho frío. El invierno empezóanunciarse con rigor. Durante vardías llovió sin cesar. El ca

avanzaba malamente por la embarrada y el viento nos azotcomo un flagelo de mil agujas.

Zamora decidimos prescindir nuestros disfraces. Abandonamoscarro a los hoscos nativos de



aldea, montamos sobre nuesmaltrechas cabalgaduras y apretamel paso hasta ganar las montañas Bierzo. El reino rebelde del nonos recibió con un día de nievventisca. En el lugar conven

hallamos nuestras ropas y armRecuperé mi cota de malla, cimitarra y mi azagaya. En una to

cercana nos dieron cabalGalopamos como locos haOviedo.

Teudano apenas había abiertoboca en el trayecto de vuelta. Seagradecí. Yo sentía mi corazón va



y mi mente devastada. Considerun fracaso personal no haencontrado a Deva. Pero, por oparte, ¿habría sido mejor encontraallí, en el harén de Córdoba? ¿Qhabría podido hacer yo? Solo llo

y con mayor desconsuelo que aho¿Tenía que darme por vencid¿Tenía que renunciar para siempr

la mujer que la Providencia hapuesto en mi vida? Quizá no caotro camino que la resignación. P

la resignación era un suplicio.Mi compañero y yo alcanzamOviedo ya entrado el mes



diciembre. Nos presentaminmediatamente a Gadaxara. El jde la mesnada nos saludó alborozo: «¡Ya os daba pmuertos!». Sin perder tiempo condujo ante el rey.

Alfonso, advertido de nuellegada, nos hizo pasar a pequeña sala junto a la cámara re

Con el rey estaban los mismpersonajes que la primera vez:abad Fromestano, el sacerd

Adulfo y los condes BasiliscFroila y Gundemaro. Nos inclinamante Alfonso y besamos su mano.



rey nos abrazó. Teudano relatóresultado de nuestra misihabíamos estudiado la solidez devigilancia mora en el camino hacisur; habíamos restablecido contacto con gentes amigas

Mérida y en Córdoba; teníamconstancia de que en Méridaprobablemente en Toledo

preparaba una revuelta contra emir, pero no sería inmedisabíamos que Hisam ha

emprendido una política reforzamiento de su poder; habíamdescubierto la orden del emir



procurarse miles de caballosmáquinas de guerra…

Alfonso quedó pensativo uinstantes. Después se dirigióGadaxara:

—Muchos caballos y máqui

de guerra… Una ofensiva, sin duPero ¿contra quién? Hisam necesita semejantes refuerzos p

venir contra nosotros: le basta conque tiene. ¿Contra sus ciudarebeldes, entonces? Pero decís

de momento no hay alteraciones aSi pide muchos caballos es porpiensa ir lejos. Y si prep



máquinas de guerra, es porque epensando en asedios largos conmurallas poderosas. No puede ninguna de sus ciudades africanporque en ese caso habría ordenhacer los preparativos al otro l

del estrecho. Por tanto, semejaesfuerzo solo puede tener un destiel país de los francos, las tierras

Carlomagno. —Es lo que vos hab

previsto, mi señor —corrob

Gadaxara. —Sí —confirmó el rey—, yinstinto no me ha engañado. Si



estuviera en la piel de Hisam haríamismo. Bien, eso significa que eaño no hemos de temer aceifasnuestro reino, gracias a Dios. Aunno cabe descartar que las tromoras, en su marcha hacia Fran

saqueen las tierras de Álava cruzan su camino: eso les permiavituallarse sobre el terreno

reducir coste de provisiones. Hque avisar a las gentes de Álava: estén preparados. Y en cuanto v

acercarse a los moros, que se retia los montes. No tenemos tropas pcombatir, pero al menos podrem



evitar muertes. Otra cosa, Gadaxahay que enviar un heraldo Carlomagno y advertirle de lo quele viene encima. No nos hará mucaso, pero para nosotros es ubuena oportunidad: que el fra

sepa que estamos de su lado. —rey Alfonso paseó nerviosamente la sala. Se asomó a la ventana.

campiña de Oviedo se inclinaba bla lluvia. Luego añadió—: Habhecho un buen trabajo. ¿Algo más?

—Con permiso, mi señor…aventuré. —Dime, Zonio.



—Os traemos un presente nuestro amigo de Córdoba, veterinario Sisnando.

Abrí mi zurróncuidadosamente extraje el tablerocuadrados blancos y negros.

deposité sobre la mesa. Despcoloqué las piezas.

—¿Qué es esto? —preguntó

rey. —Un juego de guerra. Viene

la India. Se llama ajedrez.

Gadaxara me recompensó por emisión con un caballo: mi prim



caballo en propiedad, un bonejemplar gallego de capa castañcrines largas y negras. Le puse nombre Sisnando, en homenajeveterinario mozárabe de Córdobalomos de Sisnando partí raudo ha

el oriente del reino.Cabalgué hasta la tierra

Ayala. Busqué al presbítero Juan y

advertí de la próxima olesarracena. El maestro del Alfonso tomó las providenc

oportunas. Tuve la dicha de nuevamente a la dulce Argilo,prima de Alfonso. La dama



obsequió con dos jornadas de asuen el austero caserón que un sirvió de refugio a un rey. Despcorrí al cercano valle de Mena. familia me recibió como al hpródigo.

Pasé aquella Navidad en Meconfortado por la dulzura de madre y compartiendo la melanco

de mi padre. Allí descansé el cuey el alma. Lebato y Muniadonatodos los demás supieron de m

aventuras en tierra de moros. brillar el orgullo en sus ojos cuanconocieron de mis labios



coronación del rey Alfonso y reivindicación de la herencia Toledo. Vi también el dolor yamargura cuando referí la escena serrallo de Córdoba. Mi padremantenía en la convicción de

algún día Tello regresaría al hogMi madre callaba.

Ayudé a mis hermanos en

trabajos del invierno. Preparé campos. Reparé la iglesia Ervigio. Supe que Vítulo ha

empezado a hacer presuras de tieren el oeste. Mi hermana Muanunció su compromiso con Illán



hijo de García el Tuerto. Guma hizo saber que había encontresposa: un ama de Ayala que haquedado viuda y todavía estabaedad de ser madre; así pues, el vise había salido con la suya.

herrero Ramiro, por su parte, obsequió con un hermoso cafabricado a base de tiras de acer

bronce; al fin pude prescindir deviejo casco de cuero mil verecosido.

La vida en Mena se sobrepoa todos los golpes de la existenEn algún lugar del mundo musulm



estaban mi hermano Tello y amada Deva, ambos tragados porferocidad de unos años de fueghierro. Pero en el valle de Menasol seguía saliendo, los bueseguían arando y la vida seg

latiendo. Y nuestra pequeña igledesafiando a todas las tempestadcobijaba bajo la sombra de su c

los esfuerzos de la grey de NuesSeñor.

Tal vez la próxima primav

volvieran los moros: quemarían casas, arrasarían los campos, talarlos frutales y arrancarían las cep



Pero las gentes de Mena y de Ayalde tantos otros lugares, con firmeza y la constancia de la tievolverían a reconstruir el munsobre las cenizas, tenaces comosol y como el buey y como la vida



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V ICTORIA EN LUTOS

Cuando regresé a Oviedo, todo allí movimiento. En la corte de Alfose trabajaba sin cesar. El rey haordenado comenzar una serie

obras en la ciudad y por todas parsurgían iglesias, palacios y muralAl mismo tiempo, Alfonso est

restaurando todo el viejo orden golo cual implicaba llenar la ciudadaltos funcionarios —condes



palacio, los llamaban— qnaturalmente, se trasladarían con familias a la nueva capital.

Un asunto que interesespecialmente a nuestro rey erareligioso. La polémica de Beato

Eterio con el obispo hereje Elipanse había convertido ya en cuestiónprimera importancia. Carlomag

nada menos, había convocado sínodo en Ratisbona para obligalos heréticos a rectificar. M

maestros no acudieron a Ratisbopero sí lo hizo otro personaje quelos siguientes años iba a adqu



gran protagonismo: Adulfo, aqsacerdote que formaba parte grupo de consejeros de Alfonsoque, según todas las voces, sepromovido a obispo de Oviedocuanto Roma concediera a nue

ciudad la sede episcopal. Esa eraugada maestra del rey: que Ovi

sustituyera a Toledo como cabeza

la Iglesia española. El día que ocurriera, Alfonso podría con tousticia reclamar la herencia de

reyes godos.En aquellos días tuve el hode ver a solas al rey en una ocasi



Gadaxara me cursó la orden y aca palacio. Pensé que se trataría algo referente a nuestra expediccordobesa, y en cierto modo lo pero en el aspecto que menos poimaginar.

—Tu nombre era Zon¿verdad? Tienes que explicarcómo funciona esto.

Alfonso se hallaba sentfrente a una mesa baja. En la mesatablero de ajedrez que Sisnando

había regalado para el monarRecordé lo que Sisnando me haenseñado: los nombres de las piez



su colocación inicial y sus pautasmovimiento. El rey me hizo juvarias partidas. La primera la gyo. Las siguientes, él.

—Muy interesante —musitómodo de despedida.

Me marché de allí con impresión de haber vivido un sueñ

La misión de la hueste del rey estos meses, finales de inviernoprincipios de primavera, consi

sobre todo en preparar defensas. CTeudano unas veces, con Gadaxotras, recorrí buena parte de



frontera, y especialmente las tierde Galicia, por donde más probaera que pudiera entrar el enemigoreino seguía sin recursos militapara frenar una invasión, pero sí posible preverla y atenuar

efectos. A lo largo de las calzadasoccidente se dispuso una serie bcomunicada de puestos de vigilan

completada con obstáculos en principales vías. Mientras tanto,la frontera oriental se avanzaba en

trabajo de construcción de castilaquella buena idea del rey Bermuque debió haberse acometido mu



tiempo atrás.Al principio de aquel ver

los sarracenos asolaron la llanadaÁlava, tal y como Teudano y habíamos avisado. Gracias a Dlas gentes de aquella tie

convenientemente advertidpudieron ponerse a salvo. Los mosaquearon aquella parte de

frontera, pero apenas capturaesclavos: todo el mundo había huantes de su llegada. Hubo caballe

que clamaron venganza y pidiesalir a combatir. Alfonso, severo, contradecía:



—Lanzar a quinientos guerrecontra esos ejércitos es tanto coperder a quinientos guerreros. Ypodemos permitirnos perder ni asolo hombre. Todavía no. No llegado el momento de pasar a

ofensiva. Primero hemos recomponer nuestras huestes. Cuanestemos preparados para golpear

haremos. Pero, por el momenhemos de estar preparados pencajar. Ya devolveremos el go

cuando Dios nos dé fuerzas. Estami orden y esto es lo que se hará.También supimos que el e



Hisam se había rodeado de nuegenerales. Los viejos alfiles depadre Abderramán, los generaAbu Utman y Yusuf, fueron jubiladcon honores. En su lugar apareciedos nuevos jefes guerreros:

hermanos Abd al-Malik y Abd Karim, hijos de Abd al-Wahnietos de al-Mugait, el conquista

de Córdoba.Alfonso seguía convencido

que el objetivo principal de His

era lustrar su pedestal con uvictoria sobre los francos y hechos le dieron la razón. El ver



siguiente llegó a la corte de Oviun monje gallego. Había estado el venerable Adulfo en el sínodoRatisbona y después permaneciótierras de Carlomagno algumeses. Allí había sido testigo

cómo el azote musulmán cayó solos francos.

Lo que contó aquel hom

sembró la alarma en nuestcorazones. El emir Hisam haproclamado la guerra santa, que el

llaman yihad . Así levantó el maejército jamás reclutado Córdoba. Miles de caballos



decenas de máquinas de guerra nosotros conocíamos el origen aquello— fueron puestos disposición del general Abd Malik. La hueste sarracena marhacia Zaragoza, donde reci

nuevas incorporaciones. Despuésdirigió al paso oriental de Pirineos y atacó Gerona arrasan

cuanto encontró a su paso.Su objetivo era, en efecto,

país de los francos, y especialme

la red de fortalezas que Carlomaghabía ordenado levantar al pie de Pirineos. El momento est



particularmente bien elegido: aquel instante la mayor parte de ejércitos de Carlomagno se hallen el norte, en Frisia, donde aplicaba a sofocar una sublevacde aquellas recias gentes. La tr

sarracena asedió Narbona sembranel país de muerte y desolación. Lmuros quedaron deshechos. No ll

a tomar la ciudad, ni seguramente su propósito. Acto seguido se lancontra la cercana Carcasona. Allí

refería el mensajero— le saliópaso el noble duque Guillermo Tolosa. Fue una feroz batalla en



que hubo mucha muerte. Los franterminaron retirándose, vencidpero las bajas moras habían stantas que Abd al-Malik renuncisu presa y se dirigió hacia Cerdaña. No quedó palmo

aquellas tierras por saquear. Bajórío Segre y arrasó Urgel. Cuanvolvió a tierras del emirato, llev

consigo un botín de proporciolegendarias: miles de esclavosinfinitas riquezas. Había sido,

duda, la mayor victoria conseguhasta entonces por el emir HisTeudano añadió un dato:



—Nuestra gente en Córdobaintervino— nos ha hecho saber el emir ha empezado a restaurarpuente romano de la capitaltambién ha ordenado construir nueva torre en la mezquita. Son

frutos de su victoria. Realmente dde haber sido fabuloso el botín.

El mensajero calló. Guardó

manos en el hábito y bajó los ojAlfonso seguía mirándole fijament

—¿Qué máquinas de gue

llevaban los moros? —preguntórey. —Arietes que perforan mur



torres de asalto, fundíbuloscatapultas… Docenas de ingenmaléficos como jamás se había ven semejante cantidad —detallóbuen fraile.

Alfonso movió perezosame

las piezas del ajedrez sobre tablero. Luego, calmoso, dijo:

—Todo esto es muy doloro

Pero, aun a costa de tasufrimiento, lo cierto es que beneficia. No hay mal que por b

no venga. Ahora Carlomagno vque la amenaza de Hisam no es cmenor. Y entenderá que sus únic



aliados posibles contra ella somprecisamente nosotros. Hemos aprovechar esa circunstanVolverás a Aquisgrán —ordenó rey al fraile— y le llevarás mensaje: el reino de Oviedo vuelv

ofrecer al rey Carlomagno su brpara luchar contra el blasfesarraceno. En cuanto a nosotros

concluyó el rey—, debemprepararnos: no tardarán mucho venir por aquí.

A medida que pasaban los mesesactividad en Oviedo crecía. Tamb



el número de los magnates quedejaban ver por allí. No deberíahaberme extrañado, pero el hechoque me sorprendió encontrarme Creusa. La descubrí una mañanala misa de San Vicente. A la sali

la abordé: —Buen día nos dé D

Creusa. No te imaginaba tan cerca

la corte.La muchacha rió. Estaba toda

más bella que la última vez que la

cuando la coronación de Alfonso. —¿Y tú? Tú eres el que debería estar aquí, Zonio de Me



sino combatiendo al moro —me ddesenvuelta—. ¿O no es esa tu viSiempre de un lado a otro, sin lazsin tranquilidad… la pesadilla cualquier mujer.

Me impresionó que record

mi nombre. Estaba, sí, bella couna princesa. La caperuza que cubsu cabeza dejaba escapar u

cabellos negros que nimbaban noche su rostro. Su boca, pequeñaabría en una sonrisa perenne

sugería un mundo de placeres. Lojos hechiceros, grandes, luminode luna, me perforaban el alm



Creusa tenía la cualidad de hacer me sintiera infinitamente pequeProcuré sobreponerme. Traté levantar una pared entre ella y yo:

—La última vez que te estabas con Nepociano,

intrigante. Y con tu madre. ¿Viahora en Oviedo?

—Ese intrigante, como tú

llamas —respondió Creusa desdén—, es ahora el marido de madre. Es decir, mi padre.

Recibí aquella noticia comome hubieran dado un puñetazo. —¿Nepociano se ha casado



tu madre? Pero tu madre es bastamayor que él…

—El patrimonio no entiendeedades, querido Zonio. Mi madre es bella. Y viuda de un rNepociano es un hombre rico…

quiere serlo todavía más. Y a mí viene bien tener un padre que proteja. Todos ganamos con

arreglo.Me quedé literalme

boquiabierto.

—Lo entiendo, pero ¿por venir aquí, a Oviedo? —pregunbalbuceando—. La última vez



escuché a Nepociano… perdón, apadre… me pareció que no guardlos mejores sentimientos hacia el r

—Nepociano es un homlleno de recursos. Además de ries también inteligente. Sabe lo qu

conviene. Alfonso es ahora el reyNepociano sabrá ser su meservidor. Tienes que saber q

Nepociano, mi padre, anda en tracon el rey y pronto le dará uprueba irrefutable de su fidelid

Pero hablemos de otras cosas. ¿Qhas hecho en todo este tiem¿Dónde has andado metido?



Conté a Creusa mi viaje Teudano a tierra de moros. muchacha quedó maravillada de audacia. Omití detalles. No le dnada del espionaje en el corazón emirato. También callé sobre

búsqueda de Deva. Ese día corazón se dividió. Y yo seíntimamente, que la serpiente de

traición rondaba mi pecho.

El verano siguiente, año de Nues

Señor 794, toda la fuerza del emirse precipitó sobre el reino Asturias. Nuestra gente en Córd



nos informó de que dos granejércitos iban a golpear nuesttierras. Los hermanos Ibn Mualineaban a sus huestes en direcciones: una hacia Álava, la ohacia Galicia. La tenaza era m

poderosa que en anterioocasiones. El emir, ebrio de podespués de su victoria en tierras

los francos, quería dar al rey Alfonun golpe que no pudiera olvidar.había logrado machacar a

ejércitos de Carlomagno, ¿qué podría hacer contra un país menesteroso como el nuestro?



Supimos que uno de ejércitos sarracenos, al mando Abd al-Karim ibn Mugait, salía haToledo. Sin duda ese sería destinado a arrasar una vez másfrontera alavesa. Supimos tamb

que el otro ejército, al mando de Aal-Malik, el vencedor de Tolopartía con dirección a Astor

Después dejamos de recibir noticpero ya no eran precisas: tosabíamos lo que iba a ocurrir. Lo q

no podíamos imaginar era el objetfinal de Abd al-Malik ibn Mugaitvencedor de Tolosa.



Mientras su hermano Abd Karim saqueaba las tierras oriente, el general Abd al-Mapenetró directamente hacia corazón del reino. No marchó soGalicia, como pensábamos, sino

entró por la calzada de la Mesapuntó a Oviedo. Fue un cicimparable. Arrasó todo a su pa

Alguna mesnada que salió a encuentro quedó aniquilada. Abd Malik llegó a la capital. Por fortu

los vigías en anubda habanunciado la llegada de los morTodos los habitantes de la ciud



habían huido al monte Naranco. Alos bosques les salvaron de matanza. Pero la ciudad, aquciudad que Alfonso quería conveen su capital, quedó inerme en madel enemigo. Casas arrasad

Iglesias incendiadas. Camsaqueados. Toda una larga jornduró el pillaje. La morisma durm

en los alrededores. Después marchó por donde había venido.

Y mientras todo esto pasa

¿dónde estaba el rey? Estaba nosotros, los guerreros, alguleguas al oeste de allí. Yo cabalga



unto a Gadaxara. El espectáculola destrucción me resultinsoportable, y menos soportaba nuestra forzada pasividad.

—¿Por qué el rey no ataca? —Espera el momento oport

respondió Gadaxara. —Perdón, mi señor —objeté

pero desde mucho antes de Ovi

hemos tenido oportunidad de atacalos moros y nos hemos estquietos. ¿Qué está pasando aquí?

—¿Qué quieres? ¿Que te asen —¡Prefiero morir peleanantes que seguir contemplando m



sobre mano esta humillación! exclamé.

Gadaxara me miró de arrabajo. Pensé que iba a reprocharmi insolencia, pero no: bajó la voacercó su caballo al mío.

—El rey guarda una sorprpara Abd al-Malik —me dijo—. Lmoros van a retirarse por la calz

de la Mesa. Por allí va a conducirsu guía. Un guía que les vatraicionar.

Mi gesto de sorpresa debióser tan cómico que Gadaxara rimandíbula batiente.



—¿El guía moro es uno de nuestros? —pregunté.

—No exactamente —repusoefe—. Es uno de los viejos esp

de Mauregato. Uno que ha servtantas veces a la cruz como a

media luna. Un tipo poco de fPero, para el caso, lo mismo da. magnate ha dado su palabra de

ahora ese sujeto trabajará pnosotros.

Una oscura intuición me cr

por la cabeza. —Ese magnate… ¿No sNepociano?



Ahora fue Gadaxara qucompuso una cómica mueca asombro.

—¿Cómo lo sabes? ¡Diablomuchacho! ¡Tú sabes demasiacosas!

Referí a Gadaxara mi encuencon Creusa y su confidencia solos negocios de Nepociano con

rey. A mi jefe no podía ocultárseEl caballero, reflexivo, se limitcomentar:

—Hay gente que siempre se arregla para estar arriba. En tocaso, pronto comprobaremos si



fidelidad de Nepociano es sincera como él dice. Cuando moros regresen de Oviedo porcamino de la Mesa lo sabremos.

Abd al-Malik había escogido biencamino de entrada y de salida:calzada de la Mesa discurre por alturas, de manera que es imposi

atacar al caminante desde lo aPero hay un punto en el camino,pasillo entre dos cerros cerca del

Pigüeña, donde esa ventdesaparece. Lo llamaban Lutos, los lodos que en gran canti



colman una hoya junto al río. Allvía se estrecha y el paisaje se puede amenazas entre abismoscenagales. Ese fue el sitio que haescogido nuestro rey.

El ejército de Alfonso

deslizó por los caminos que, al oecorren paralelos a la calzada deMesa. Los moros habían entrado

la peligrosa curva que en el parde Lutos atraviesa la ruta. Nuestexploradores, ocultos en lo alto d

cresta que domina el camino, iban dando noticia de la marcha enemigo. A una señal de Gadaxa



los jinetes dejamos nuestros cabalen una campa cercana y trepamhasta la altura. Los peones, porparte, se dividieron en dos grupdelante y detrás del nuestro. Haylugar donde la calzada hace

recodo y queda oculta por la credel oeste, donde nosotros hallábamos; al otro lado, u

prolongada pendiente. Sobre lecho, nada más que lodo. Ese eraparaje de Lutos. Y ese era el lu

donde iba a desencadenarse tormenta de piedra y hierro. Nos apostamos en los luga



indicados por nuestro jefe. El marchaba junto a nosotros. El pestaba perfectamente preparado. Fcuestión de segundos. El guía, efecto, metió a los modirectamente hacia la hoya. Uno

nuestros exploradores profirió largo chillido. Al escucharlo, el gde los moros, el espía de Nepocia

nuestro hombre, picó su caballosalió al galope. Los sarracequedaron paralizados. Fue solo

instante, pero no era necesario mAl punto, centenares de guerrerosAsturias comenzaron a arro



piedras y troncos pendiente abajoinfierno cayó desde los cielos solos hijos de Mahoma.

La vanguardia mora intentó sde la trampa, pero ya era tarde: ulluvia de rocas, rodando por

ladera, derribó a caballos y jineTambién la retaguardia del orgullgeneral Abd al-Malik que

bloqueada por nuestros proyectiLa caballería de Córdoba hademán de reorganizarse, pero

aquel suelo enfangado no podmaniobrar ni hombres ni caballos unos se entorpecían a los otro



enseguida un caos fenomenal apoderó de la morisma. Era momento previsto para que nuestarqueros vaciaran sus flechas soel enemigo. Y entonces el Alfonso dio la orden decisiva.

Cargamos con la furia devenganza. De todas las venganzYo no veía otra cosa que

cabellos rubios de Deva mientcorría pendiente abajo, seganbrazos y cuellos con mi cimita

Estaba ciego de ira. Toda la rabialos hijos de Asturias caía sobremuchedumbre mora, prim



quebrada por la lluvia de piedraflechas y ahora inerme en el lodaLas paredes de los montes hacían al rugido de los guerreros y al ghorrísono de los heridos. Aqfragor excitaba los sentidos hasta

límite de la consciencia. Un choqluego otro, después otro aún. En ude estos lances sentí un agu

pinchazo en mi rostro; contesté mirar con un revés de sable. enemigo cayó. Un chorro de san

me nubló la vista: el moro me hadado un tajo que rasgaba mi rodesde la sien derecha hasta



mentón.Me detuve, asustado. Palpé

frente, mi oreja, mi ojo, mi naComprobé que todo estaba en sitio. De súbito vi a un hombre se levantaba del suelo, los brazos

alto, como implorando piedApenas reparé, un instante fugaz,sus lujosas vestiduras blancas, en

vistosa coraza de cuero repujadola autoridad de su gesto. Cambiémano el arma, esgrimí la azagaya y

lancé sobre el desdichado. El arse clavó en su pecho y un borbode sangre asomó a la boca del mo



Solo cuando me acerqué al cadápara recuperar mi azagaya percaté de quién era la víctima.

Sí, yo maté al general Abd Malik, hijo de Abd al-Wahid, nide Al-Mugait, conquistador

Córdoba. Me quedé con sus botas.Cuando terminó el combate,

hombres se precipitaron sobre

botín. En el lecho de fango, entre cadáveres de los venciddescansaban los sacos de grano,

oyas, las armas, las vasijas de pllos copones robados en las igleslos lienzos de telas… Ahora



vencedores eran los legítimos duede todo aquello. Alfonso ordenó qlos objetos sagrados fueran devuea las iglesias; todo lo demquedaría en manos de los guerretriunfantes de Lutos.

El rey me halló junto a Abd Malik. El jefe moro, muerto a pies. Mi cara, sangrando. En aq

mismo momento, sobre el camAlfonso el Casto me nomcaballero.



15

J AQUE AL REY

Tardé semanas en recuperarme deherida del rostro. Me la cosieronmala manera en el propio campobatalla, con la pésima fortuna de

el tajo se infectó. Caí inconscieantes de llegar a Oviedo. Allí llevaron a una celda del monaste

de San Vicente, la casa del abFromestano. Fue idea de Teudaporque era fama que los hijos de



Benito habían guardado conocimientos médicos de antiguos. Durante días padecí fieby delirios. Me trataron misteriosas hierbas y esencia cobre. Poco a poco volví en

Cuando desperté, me contaron una hermosa damisela hapreguntado por mí tres veces.

dieron su nombre: la hijastra Nepociano. ¡Era Creusa!

De aquel lance de Lu

conservé, además de las botas difunto general Abd al-Malik, urotunda cicatriz en el lado dere



de la cara. No era la señal madecuada para llamar al amor, psí para granjearme el respeto de mcompañeros de armas. En cuantoamor… no podía olvidar a Depero cada vez iba siendo m

consciente de que no volvería a venunca más. La rabia de los primemeses de ausencia había dejado

paso a una fría cólera, y ahora, pa poco, ese sentimiento dejaba avez lugar a una húmeda melanco

una nostalgia de lo que no pudo Quizá la cercanía de la seductCreusa colaboró a ello.



Ya os he dicho que Alfonso nombró caballero en el campo honor, sobre el cadáver del geneAbd al-Malik. Esta era la madistinción que yo podía deseComo enfermé en el camino

vuelta, la ceremonia de ordenacse dilató. Hubo que esperar algusemanas. Finalmente, se fijó la fe

para el mes de octubre del añoNuestro Señor de 794. Yo acabade cumplir veinte años. Escogí co

escenario la propia iglesia de Vicente. El rey Alfonso me hizoinmenso honor de ser mi padrino;



la ordenación me acompañaron cotestigos mi jefe Gadaxara y camarada Teudano.

La ordenación como caballes algo que un guerrero no puolvidar jamás. Fue una ceremo

austera y escueta, pero la recuecon una emoción profunda, comoque inspira un sacramento. Pasé

noche en vela en San Vicente, freal sagrario, en oración y ayuno. había ataviado con las prescripti

vestiduras blancas que debmanifestar la pureza de compromiso. Al amanecer confes



participé en la eucaristía con monjes del cenobio. Descansé uhoras antes de vestir mi cota malla y el casco que fabricó herrero Ramiro. Teudano me truna espada: una hermosa pieza b

templada, muy bien equilibrada encruz, de gavilanes rectosempuñadura fina bajo un po

ornado con una gema. Ese fueregalo de mi jefe: iba a ser espada. El rey apareció hacia

mediodía. Con él venía el abFromestano. Conforme manda regla, salí a su encuentro con



espada desenvainada. —¿Estás preparado, Zonio

Mena? —dijo el rey. —Estoy preparado, mi señor

contesté yo.El rey entró con Gadaxara

Teudano en la iglesia. Los tressituaron en una capilla lateral. Yo tras ellos y me prosterné a

Alfonso. Pronuncié las frases ritual:

—Deseo ser armado caballe

Por mi honor juro defender con vida nuestra fe cristiana, las tierdel reino de Oviedo y la vida de



señor el rey don Alfonso. —Puesto que deseas ser arm

caballero —respondió el rey—, yacepto como tal y te nomcaballero en el nombre del apóSantiago y de Dios Nuestro Señor

El rey golpeó levemente cabeza con su espada. Me pusepie. Mi padrino y los dos testigos

besaron. Desde ese día fui caballeMás aún: pasé a formar parte de fieles del rey.

Alfonso me preguntó qué escude armas llevaría como signo de nombre. Yo lo había pensado bi



un jabalí blanco sobre fondo aceleste. El jabalí blanco evocaquel episodio de mi primuventud que tan honda huella dejó

mi espíritu. El celeste quería evolos ojos de Deva, mi dama p

siempre perdida.

Los meses siguientes fueron

preparación para lo inevitablemente vendría. Córdobapodía dejar sin venganza el episo

de Lutos. Todos sabíamos quepartir de la primavera siguiecuando el sol hubiera despejado



nieve de los caminos, tendríamos afrontar una nueva prueba. Y semuy dura.

Un día el rey nos llamó a fieles. Nos convocó a su cámCon él estaban el abad Fromestan

el conde Basiliscus. Alfoobservaba el tablero de ajedrAquel juego había dejado de ser

pasatiempo para convertirse en aparecido a una obsesión. Se acerclas piezas. Cogió en sus manos

figura del rey. —Hisam sabe jugar al ajeddijo Alfonso—. Esto es lo q



busca: el rey. Es decir, mi persoSu ejército volverá. En cuanto hpasado el invierno tendremos anuevamente a los hijos de CórdoSerán más y vendrán más fuerTraerán ánimos de venganza por

muerte de su mejor general. Esobligados a lavar la afrenta que hemos infligido al derrotar

ejército que venció a los francPero, por encima de todo, Hissabe que atrapándome a mí ha

ganado la partida. Eso nos obligcambiar la manera de actuar.Alfonso clavó sus ojos grises



todos y cada uno de nosotros. Dejópieza sobre el tablero y prosiguió:

—El emir ha declarado «guerra santa». Esta vez no vendpartidas de saqueadores: esta vendrá un ejército dispuesto

aplastarnos. Estoy seguro. perderá tiempo en arrasar vegarobar ganado; marchará directame

hacia nuestra capital. Buscará cabeza para mandarla a Córdclavada en una lanza. Dios sabe

no me asustan la muerte ni martirio, pero hemos de hacerposible para eludir la amena



Mirad lo que hemos conseguinuestro reino florece, los golpes enemigo no nos doblegCarlomagno y Roma nos reconocsomos ya la cabeza de la Espcristiana y por primera vez nuest

fronteras se proyectan hacia el sSomos libres. Si ahora flaqueamvolverá la esclavitud.

Toda la asamblea asintió. realidad, poco había que oponelas palabras de Alfonso: el rey te

razón y todos lo sabíamos. Gadaxfue el primero en preguntar: —¿Cuáles son vuest



órdenes? —Ante todo, preparar las co

para recibir al enemigo —responel rey—. Los moros ya saben que la vía de la Mesa pueden entrar enreino sin exponerse a emboscadas

montaña. Seguramente se agrupaen Astorga y querrán penetrar ahí. No les dejaremos ent

Formaremos un ejército con todoque tengamos. Hay que aprovechainvierno para alinear a los homb

Toda la gente de armas del retiene que estar avisada. Eso incluygallegos y vascones. Hay



empezar a dar noticia cuanto anTeudano hablará con los gallegGadaxara, con los vascones. Cuanempiece el verano, nuestros hombdeberán concentrarse ya en tornOviedo. Hay que prever

podamos estar un par de meinactivos, esperando. El abFromestano se encargará

disponerlo todo para avituallamiento. Por otra paTeudano, es importante que nuest

informadores estén alerta. Cuaantes conozcamos la dimensión ejército enemigo y su ruta, me



podremos preparar la defensa. será el tablero. Y que Dios nayude.

Así se hizo. Aquella Navidadcelebramos los hombres de la hueen el campo: recogiendo cabal

haciendo acopio de provisionvisitando aldeas, estudiando rutaCuando acabó el invierno habíam

alistado a cerca de diez mil hombentre caballeros y peones. Teudanyo ocupamos varias semanas

adiestrar a las gentes que pudimreunir en los entornos de Ovie¡Cómo nos habría ayudado en e



trance tener a mi añorado miles JuNo hubo aldea que no comprometial menos un mozo: en cuaterminara la cosecha, todos ehombres se incorporarían a la huedel rey. La ocasión lo requería.

A medida que el verano acercaba, los distintos jefes hueste fueron apareciendo allí

sus mesnadas, lo mismo los nobgallegos que los jefes vascones.rey, prudente, dispuso tres cuerp

para prevenir los posibles camide penetración del enemigo. Unoesos cuerpos, de en torno a dos



inetes, acudiría al este para cublas llanuras de Álava y la BarduEl segundo, de otros dos hombres, se situaría detrás Bierzo, en la calzada que conducíLugo. El tercero y principal, con

propio rey al frente, iba a emplazaen las Babias cubriendo dos de vías de entrada a Oviedo: el pue

de la Mesa y el puerto de la VentaTeudano marchó con el grupo oeste. A Gadaxara y a mí n

correspondió el núcleo central.El lugar que Alfonso haescogido para esperar a



musulmanes presentaba mucventajas: se trataba de una estrellanura entre las diminutas aldeasCabrillanes y San Emiliano, terreno de praderas que, a nuestespaldas, quedaba protegido

montañas. Frente a nosotros teníamlos montes de Omaña y LuVeríamos venir a los moros c

tiempo suficiente para preparardefensa. Si la cosa se torcía, la My la Ventana ofrecían dos buenas v

de escape. La lucha sería dura, pera posible aguantar. Ya solo restaaguardar la inevitable llegada



enemigo.

Apenas nos habíamos instalado enllanura de las Babias, terminandomes de agosto, cuando llegó mensajero. Traía noticias alarmanconstaba la salida de Córdoba de fuertes ejércitos musulmanes, pambos caminaban hacia el noroe

con dirección a Astorga; no haseñal alguna de ejércitos morosdirección al este. Eso significaba

Córdoba iba a concentrar toda potencia sobre nuestro frente. nosotros teníamos a parte de nue



hueste en oreinte, a varios días distancia! Alfonso cursó órdepara que el contingente desplazadlas tierras de Álava se incorporartoda prisa al lado occidental. tendría tiempo material de llega

las Babias, pero al menos podestacionarse algo más al norte, enconfluencia del Trubia con el Nal

cerca de Oviedo, y protegernos espaldas.

La sorprendente maniobra m

hablaba con elocuencia: el eHisam se había propueaniquilarnos. Alfonso, no obstan



desconfiaba. —Si yo estuviera en el lugar

Hisam, no concentraría toda fuerza en un solo punto: demasiado arriesgado en un territocomo este. Él sabe que nosot

somos pocos. Si yo fuera él, mbien trataría de dividir la fueenemiga y envolverla. Por eso nos

enviado dos ejércitos distintos. Uva a ir contra nosotros, fundamental. El otro segurame

saqueará Galicia. A estas hoHisam ya debe de saber dónestamos y cuántos somos. Él tamb



tiene espías. Por tanto, sin duconoce que nuestra cobertura Galicia es muy escasa. Y podemos prescindir de ella; decontrario, nos arriesgamos a que moros saqueen libremente el p

Recemos para que Teudano sfrenarlos.

El siguiente mensajero confir

la intuición de Alfonso: uno de ejércitos sarracenos, el de merango, había tomado el camino

Astorga hacia Lugo, lo cual obligaba a prescindir de nuesttropas en aquella región. El o



ejército moro permanecía en Astorecibiendo continincorporaciones. La última, división de caballería de Sidoniamando de un famoso caudllamado Farach Ibn Kinana. Y el j

de toda aquella hueste sarracena en efecto, Abd al-Karim ibn Mugel hermano del difunto Abd al-Ma

cuyas botas yo calzaba.Ya mediaba septiembre cuan

nuestros hombres en anubda

anunciaron la ofensiva: la caballemora abandonaba Astorga y dirigía hacia los montes de



Babias, es decir, hacia nosotrEran no menos de diez mil jineAlfonso dio orden de evacuar praderas: ni un solo paisano dequedar expuesto al enemigo; todeberían refugiarse en los mon

Eso nos permitiría combatir preocuparnos por la suerte de campesinos y, por otra pa

despejaría el campo de obstáculosEl 18 de septiembre, con el

ya en lo alto, vimos a la hueste m

salir de los montes de Omaña. muchedumbre sarracena se abalasobre nosotros como un cicl



Primero era una nube de polDespués una nube de gritos. Luuna masa compacta de caballosgalope. Al fin pudimos ver rostros de los jinetes moros, división de Sidonia, envuelta

túnicas negras y agitando lanzacimitarras. Era nuestro turno.

El rey Alfonso sabía bien q

hacer. Todas las trompas y todos cuernos de la hueste cristisonaron al tiempo para amedrenta

enemigo. Nuestra caballería mpesada, fuertes y corpulenanimales montados por homb



protegidos con corazas y armacon gruesas lanzas, cargó en frecerrado contra el centro del atamusulmán. Gadaxara cabalgaba cabeza. El choque levantó un truen el valle.

Gritos de hombres, relinchoscaballos, lamentos de heridestruendo de armas golpeando en

sí. Los moros, como siemptrataron de mover sus alas penvolver a la vanguardia cristia

pero Alfonso conocía ese truco yles dio opción: cohortes de peoprotegidas por caballeros salie



rápidamente desde nuestros flancodetuvieron la maniobra enemiga. formaba en el ala derecha, la daba a Cabrillanes. El movimietuvo éxito. Centenares de jinemoros acabaron en tie

defendiéndose como podían nuestra acometida. El combate qutrabado. El grupo del centro, siem

bajo el mando de Gadaxara, hadetenido la carga mora y ahnuestros jinetes intentaban forzarle

la retirada. En las alas nuestpeones llevaban mucha muerte a sarracenos. Yo intenté progresar c



algunos hombres hacia nueizquierda, para envolver a musulmanes. Hubo un momento que vi la victoria al alcance demano. Pero Abd al-Karim no hadicho su última palabra.

Cuando más cerca veíamostriunfo, una nueva nube aparecióentre los montes de Omaña. Eran

refuerzos de los moros. El generalCórdoba había estado aguardandque llegara el momento oportu

Cuando vio que su vanguarflaqueaba, ordenó que la retaguardcon él mismo al frente, acudiera



su socorro. ¡Y esta era tan numercomo la primera oleada combatientes! Estábamos perdidos

El rey Alfonso reaccionó rapidez y dispuso que los cuertocaran retirada. Era muy importa

replegarse con orden: no hay ntan letal como una fuga desbandada. Una parte de nue

contingente se replegó por el camde la Mesa hacia Oviedo. El grude las tropas, con el rey a la cabe

tomó la ruta que lleva al puertoVentana. Era una buena elección: camino es tan accidentado, tan ll



de rampas y curvas, que la velocide los caballos moros quedanulada por el terreno. Nuehueste había sido bien adiestraMesnada tras mesnada, excepción, todos los combatientes

la cruz fueron gananordenadamente el camino de Ventana. Yo también.

En otras circunstancias, uaños atrás, la retirada habría resuela jornada: los atacan

permanecerían saqueando el camplos vencidos habrían podido salal menos la vida. Pero esta vez to



era diferente. Esta vez los morosbuscaban saquear los campos. Evez los ejércitos de Córdoba querla cabeza del rey. Y así las tropasAbd al-Karim se lanzaron persecución por la vertiginosa se

de la Ventana, obligándonos a forla marcha para eludir su golpe leLa batalla estaba lejos de ha

terminado.

El rey había dado órdenes m

concretas para prevenir econtingencia. El grueso de la trdebía encontrarse a la salida



camino, en el paraje de Morcdispuesto para formar una lídefensiva que detuviera el avamoro y por lo menos pudiera salOviedo, la capital. En aquel pudebían encontrarse Gadaxara

Alfonso con el grueso de las troppero también con el otro grupo,que se había replegado por

calzada de la Mesa. Y si nada hafallado, igualmente tenía aparecer el contingente desplaz

en oriente y que a estas horas debía de hallarse cerca de OvieAún era posible cambiar el curso



las cosas.En la retirada, Gadaxara me

una orden: retrasar lo más posiblemarcha de los moros. Eso significcubrir la ruta de obstáculos, tantotan sólidos como pudiéram

encontrar, de modo que los nuesttuvieran más tiempo preorganizarse. Hicimos cua

pudimos: troncos, rocas, trampmatas ardiendo, incluso cadáveres de los caballos

encontrábamos… todo valía pconseguir nuestro propósito. persecución fue angustiosa; el tre



que nos separaba del moro era corto, que no pocas veces podíamver el rostro de nuestros enemimientras, a toda prisa, levantábamuna barrera: Perdí una docena hombres en el empeño, alcanza

por las flechas sarracenas. Cuanlogramos llegar al campo dondehabía reunido la tropa, ho

después, a orillas del Quirós, moros venían pisándonos los talonMisión cumplida. Pero nada sa

bien.El grupo que debía llegar dela calzada de la Mesa no aparec



Más tarde nos enteraríamos de qextraviado, acabó saliendo a Ovipor otro lugar. Tampoco apareciócontingente de refuerzo esperábamos, aquel inicialmedesplegado en Álava y las Bardul

De manera que el rey Alfonso encontró con una hueste mreducida, de apenas tres

hombres, frente a una fuerza msuperior. Era preciso improvisAlgo que Alfonso detestaba.

Creo que en aquel momedebió de venir a la mente del reyajedrez que nos regaló Sisnando.



hecho es que, mortalmente acosen el tablero, el rey decisacrificar a un caballo. Gadaxara. El rey miró a mi jefe ydijo:

—Solo tenemos

oportunidad: que nuestras huesretengan aquí a los moros. Nuefuerza es muy inferior. Hacen f

guerreros de primer ordGadaxara, tú eres el mejor guerrque conozco. Yo…

—Os juré fidelidad hasta entrega de mi vida, mi señor interrumpió mi jefe—. Si ha lleg



el momento supremo, sabré vencara mi piel.

—Tendrás que aguantar todoque puedas. Aquí, en este tramo Quirós, hay un paraje estrecho puede facilitaros la defensa.

—Señor —se impacieGadaxara—, me colocaré dondecís y taparé la entrada de

moros. Ahora, ¡escapad! —¿Cuántos hombres necesit

insistió el rey—. Tengo tres m

tu disposición. —Esos tres mil, señor, os hafalta más adelante si nosot



fallamos aquí. Además, para paraje tan estrecho no necetantos: no podría moverlos. Dadtrescientos. Con ellos cargaré conel enemigo y retrasaré su marchaquieren pasar, tendrán que hace

por encima de trescientos guerrede Asturias.

El rey abrazó a Gadaxara y

marchó. Yo también abracé a mi je —Quiero quedarme contigo

le dije.

—¡Ni hablar! —bramó élHarán falta más líneas de defen¡Marcha ya con el rey! ¡Y que D



os acompañe!El resto de la hueste cruzó

río. Yo, junto al rey. Alfonso resistía a dejar el lugar. Algo eninterior le impedía abandonarGadaxara a su suerte. Pref

permanecer al otro lado del río,las alturas de las Agüeras.

—Mantengámonos aquí —

dijo—. Quizá sea posible interveen algún momento, ayudar Gadaxara y frenar a los sarracenos

Al poco apareció muchedumbre mora. El rey esperque la línea de Gadaxara resistier



tiempo suficiente para trabar líneas enemigas. En ese momepodríamos cargar con expectatide éxito. Pero no hubo la meoportunidad: Abd al-Karim estatacando con todo lo que tenía.

pocos minutos la oleada enemigatragó a Gadaxara y sus caballeros.

Con angustia vimos cómo

hueste de Gadaxara quedinmediatamente rodeada por millade jinetes musulmanes. Enardeci

por la llamada a la guerra santa, moros no habían perdido ni minuto en saquear campos, co



otras veces hicieron. Esta vez botín no cabía en las alforjas, sque se hallaba en su paraíso, al olado de la vida, y para conquistadebían sacrificar cualquier ambicen pos de un único objetivo: dar c

a nuestro rey.El rostro de Alfonso exudó

sufrimiento sin límites cuando

desaparecer la figura de Gadaxarauna nube de polvo y sangre y mueAquel hombre, mi jefe, había s

colocado junto al rey cuando Alfoera todavía un mozuelo; despsirvió a otros señores, pero él



quien, después del fracaso Bermudo, acudió a buscar al rey aexilio de Álava. Desde entonceshabía servido con una fideliinquebrantable. Y ahora Gadaxadespués de casi medio siglo

existencia, perecía haciendo honosu juramento de fidelidad. Entraen el cielo con un lugar destac

unto al Señor de los EjérciAlfonso dio orden de escapar de a

A toda prisa descendimos dirección a Oviedo. Por Argacruzamos las aguas del río Cau



que van a dar en el Nalón. No lede allí, en un paraje boscoso llamaban el Soto, bien guarnecpor los tajos naturales que ensuelo trazan los ríos, Alfonso hamandado edificar un castillo. Era u

de los puntos fuertes que habíamavituallado a conciencia duranteinvierno. Ese sería nuestro siguie

punto de defensa. «Después caballo, la torre», pensé siguienlas jugadas del ajedrez.

Nuestras fuerzas imermando. Por fortuna tuvimnoticias de que el grupo que se ha



retirado por la calzada de la Mesaestaba cerca de Oviedo. Tambsupimos que el contingedesplazado al este por fin llegablas cercanías de la capital. La huemora seguía siendo más numeros

fuerte, pero, si conseguíamaguantar el tiempo necesario, qupudiéramos darle batalla con to

nuestras tropas reunidas. Para había que resistir en el castillo Soto. Esa era ahora nuestra misión

El propio Alfonso se instalóla fortaleza y organizó la defenDos líneas sucesivas de guerreros



Asturias, desplegadas delante castillo, frenarían al invasor. Dende los muros, un tercer grupermanecería dispuesto a entrar combate para reforzar la defensala presión enemiga se ha

insostenible, entonces las línadelantadas retrocederían buscanla protección del castillo. A mí se

encomendó permanecer en la segulínea, sobre el campo. Yo no poapartar de mi cabeza la noción

que aquel hombre al que enfrentábamos, Abd al-Karim, erageneral que había castigado



fiereza los muros de GeronaNarbona. Ahora no traía máquinasasedio, pero tampoco nuestros mueran como los de las ciudades de francos.

Me aterró ver que el gene

moro, una vez más, cargaba con tolo que tenía. Aunque sus pérdihabían sido sensibles, la hue

sarracena seguía empleando hastaúltimo hombre y su número resultmuy superior al nuestro. Sin duda

habían prometido algo muy grandconseguía capturar al rey. Eexpectativa debía de unirse en



espíritu al afán de venganza pormuerte de su hermano, el generaque yo maté y cuyas lujosas botamodo de trofeo, calzaba en mis pMás me valía morir en combatelos moros me atrapaban con e

botas, me desollarían vivo cocastigo.

Los jinetes de Abd al-Karim

lanzaron contra nuestra primlínea. El general moro se dejó verel centro de sus huestes: amp

vestiduras blancas, coraza de cunegro repujado, un estandarte veunto a sí. Yo ya no sentía miedo



cansancio ni nerviosismo ni ningotra cosa: una especie de lucitensa y fría se había adueñado deánimo. Impasible contemplé cónuestra primera línea empezabaresquebrajarse bajo la acomet

sarracena. Ordené acudir en socorro: espoleé a Sisnando azagaya en mano, encabecé la ca

de mis hombres. Derribé a un modespués a otro. Detuve con escudo la cimitarra de un terce

Cada uno de nuestros hombluchaba contra tres o cuamusulmanes. Pronto vi que



podríamos aguantar mucho más. Aasí, sacando fuerzas de flaqueza, armas de Asturias enviaron a lasCórdoba su mensaje de muerte.

En ese momento ocurrió asorprendente: la vanguardia mora

retiró unos pasos del campo. ¿qué? ¿Huían? ¿Qué ocurría? Haque reaccionar con rapidez.

dispuse a dar la orden de avanzarconseguíamos desarticular la retirmora, la batalla sería nuestra. P

usto en ese instante sonaronnuestra espalda las trompas castillo ordenando retirada. Qu



desconcertado: teníamos la victoal alcance de la mano —pensaba

y en ese trance el rey ordenretroceder. Pero no había alternatilos hombres, al escuchar las trompsalieron de estampida hacia

muros del castillo. Yo les imité.entonces lo entendí todo.

Según corríamos hacia

castillo, una nube de flecprocedente de los muros cruzó somi cabeza. Miré hacia atrás: u

nueva oleada sarracena abalanzaba sobre nosotros. retirada mora no había sido tal, s



solo un relevo en la vanguarJinetes de refresco enviados por Aal-Karim tomaban ahora el lugarsus camaradas. Nuestros arquetrataban de detenerlos con aqulluvia de dardos. Di gracias al cie

si hubiéramos permanecido en línea un minuto más, nos habrdestrozado.

La lluvia de flechas bastó pfrenar la carga mora. Nuesthombres se acogieron a la protecc

del castillo. Pero fue por ptiempo, porque el rey había dispueabandonar el lugar. Mientras gru



cada vez más reducidos de nuestarqueros seguían enviando saetas, ahora incendiadas pquemar el campo y detener al mola mesnada de Alfonso se replehacia la capital. Empezó a caer

tarde. Las llamas interpusieron ubarrera entre el enemigo y su preCuando Abd al-Karim forzara

puertas del baluarte, lo encontravacío. El rey Alfonso, huyendo aque, había sacrificado ahora

torre.

Caía ya la noche cuando llegamo



Oviedo. Inmediatamente se dio ora todos los habitantes de abandola ciudad. El monte Naranco ofreuna buena protección para elEchamos cuentas: habíamcomenzado el combate con seis

hombres; de ellos, alrededor demillar había caído en el primchoque en las Babias o en la retir

por la Ventana, y otros dos mil habían perdido por la calzada deMesa. Al río Quirós habíam

llegado unos tres mil. De ellos, amás de trescientos habían pereccon Gadaxara en su línea



resistencia. Y no serían menos quinientos los que después habentregado su vida en el castillo Soto. Nuestra hueste ahora no llega los dos mil hombres. Era ucatástrofe. Incluso en el caso de

los moros hubieran perdido la mide su fuerza, aún nos doblaríannúmero. En semejante inferioridad

podía pensarse siquiera en defenla capital.

Oviedo parecía una ciu

fantasma, vacía de humanidad. había más que guerreros sucsilenciosos y cansados, con



derrota pintada en el rostro. El hasalido vivo de aquella terriornada apenas compensaba

humillación del fracaso. Al mentuvimos el alivio de saber quegrupo perdido, el de la calzada de

Mesa, estaba ya en la ciudad. De dos mil hombres, algo más quinientos habían perecido en

batalla y un par de docenas hadesertado durante el repliegTambién supimos que la mesnada

este al fin estaba en inmediaciones. Eso ya daba masolidez a nuestras filas. Pero el



pensaba otra cosa.Alfonso ordenó reunir a

efes de hueste y a sus caballeros.gesto delataba un agotamieabsoluto. Le costaba caminar yespalda, habitualmente derecha co

una lanza, se encorvaba hoy bajopeso de los acontecimientos. Nconvocó en su cámara, vacía ah

de lacayos y escribanos. La luzlas velas trazaba en su rossombras funestas. Nos expuso

situación: —Hemos intentado detenerlos moros y no hemos podido.



objetivo sigue siendo apoderarsemi persona. Ahora están a poleguas de aquí. Mañana por mañana atacarán. Podemos hacer cosas: una, presentar batalla todas las fuerzas que aquí hem

reunido… —¡Demos la batalla! —gritó

efe de tribu vascón. El rey apena

prestó atención. —…La otra, vaciar la ciuda

que el moro no encuentre aquí al

alguna. Si damos la batalla, nada garantiza que podamos ganarla. Esiguen siendo más. Pero es q



incluso si la ganamos, nuespérdidas serán tan enormes que tendremos posibilidad material organizar un nuevo ejército paraaño que viene, cuando Córdvuelva a mandar aquí a sus hues

Y entonces la catástrofe será totalUn denso silencio se apoderó

la asamblea. Todos sabían que el

decía verdad: los que allí estábamreunidos éramos toda la fuerza Asturias, sin contar con los dos

guerreros que Teudano acaudillen algún lugar de Galicia. Y si aperecíamos, nadie podría defende



reino cuando el emir lanzara próxima ofensiva.

—Por tanto, la única opciónabandonar la ciudad —prosiguiórey—. Reunamos a la huestesalgamos hacia las montañas. Si e

de Dios, podremos golpnuevamente como lo hicimos Lutos. Si no, al menos estarem

preparados para ponérselo difícipróxima vez.

¡Abandonar la ciudad! Era h

ante el enemigo. Era confesarderrota. Era algo peor que la mueen combate. Pero Alfonso est



decidido. Para atenuar consternación que se apoderó nuestros pechos, el rey concluyó:

—Yo os juro solemnemente qpronto, muy pronto, nuestras armobtendrán cumplida venganza. Aho

marchemos: no les demos lo buscan.

Y así, todos abandonam

Oviedo.Salimos de la ciudad esa mis

noche, sin esperar a las luces

alba. El rey se aseguró de lleconsigo las reliquias santas y otobjetos de sagrado valor. La hue



caminaba en triste silencio a la luzlas antorchas. Buscamos el moNaranco, donde se habían refugilos habitantes de la ciudad; podríamos protegerles si los morcosa improbable, iban en su bus

No quedaba otra alternativa asistir, impotentes, al segunsaqueo de Oviedo.

Los moros entraron en Oviedo. rey no quiso verlo. La hueste de A

al-Karim, miles de jinetes, quizá smil, se extendió por toda la ciucomo una plaga. Quemaron ca



Arrasaron prados. Saqueapalacios e iglesias. Pronto el hude los incendios alcanzó el cielo. pronto, el silencio.

Abd al-Karim, yo mismo puverlo desde nuestro escondrijo en

monte, reunió a sus capitanes endescampado. Era él, sin duda: vestiduras blancas, la coraza

cuero negro, siempre el estandaverde a su lado. Algo dijo el genesarraceno a sus lugartenientes, no

qué. Probablemente les informaríaque allí no estaba lo que andabuscando: la cabeza del rey Alfon



Al instante, la tropa moraagrupó, recogió todo lo que harobado y salió a escape. Lsarracenos volvieron por donhabían venido. A toda prisa. Comohuyeran. Quizá temían caer de nu

en una trampa como la de Lutos. Trápida fue su salida que no nos tiempo a prepararles una embosca

Abd al-Karim volvía ricovictorioso, pero sin conseguir objetivo. Aquel nuevo jaque al

también había fallado.A nosotros nos cupo desconsolado trabajo de recoger



cadáveres. Me ofrecí para ir mismo al cauce del río Quiróbuscar el cuerpo de mi jGadaxara. Muchos hombres dehueste me acompañarEncontramos a nuestro caud

cosido a lanzazos, los ojos abierla boca cerrada en un ademán serelos cabellos salvajemente revuel

la mano crispada sobre empuñadura de su espada. Amismo le enterramos, junto a

trescientos valientes que protegienuestra retirada. Más tarde los motratarían de hacernos creer



habían tomado preso a Gadaxincluso pidieron por él un rescPero no era cierto. Gadaxara estaba preso. Yo mismo le cristiana sepultura a orillas del Quirós.

Nuestra única alegría aquellas aciagas semanas fue saque Teudano, mi amigo, que ha

estado cubriendo el paso del oedurante la ofensiva mora, hatriunfado en su empeño. El segun

ejército sarraceno, el que atacódirección a Lugo, pasó como ciclón por campos y aldeas, pero



algún momento de su camino encontró con Teudano. Los mordesprevenidos, cargados de botín,pudieron reaccionar. Todo ocurrióun paraje que llaman Piedrafita,pie de la sierra de Ancares. L

moros volvían de Samos. Acayeron en la trampa. Teudaapareció en Oviedo con más de

cautivos sarracenos. Y, por supuescon todo el botín que los mollevaban. Así pues, los musulman

después de todo, también tenían aque lamentar.



El rey Alfonso consagró todos esfuerzos en los meses siguientereconstruir su capital. Era la segunvez que la veía destruida. Mucque en su día habían saludado alborozo al nuevo rey, empezab

ahora a dudar de su propia apueAlfonso había vencido a los moen Lutos, sí, pero después de ha

visto arrasada su capital una vezhabía escapado del mejor genemusulmán, sí, del vencedor

Narbona, pero al precio de segunda destrucción de Ovie¿Cuánto tiempo más podríam



aguantar? En los alrededores decorte seguía moviéndose la vfacción, la de los partidarios pacto con Córdoba. El respaldo rey flaqueaba. Los magnates estatemerosos. Los caballeros, vencid

El pueblo, empobrecido. Para colmla iniciativa del rey de vigilarhonorabilidad de los clérigos

garantizar su celibato —usugerencia de Beato— le hadispensado no pocas antipatías en

las gentes de la Iglesia, que haahora habían sido su princisoporte. La vida de Alfonso po



correr peligro. Hubo que extremlas precauciones.

Me irritó ver en palacioNepociano. En los meses previola catástrofe se había evaporadoahora aparecía de nuevo allí, co

para gozar con la derrota de AlfonSé que habló con el rey. No sé qué. Pero una tarde de aquel oto

tuve un encuentro que levantó bosque de sombras en mi espírFue Creusa.

—¡Zonio! ¡Zonio!Salíamos de misa en Vicente y la muchacha corría a



encuentro con la alegría de quporta excelentes noticias.

—¡Creusa! Un placer volveverte. Estás cada vez más hermo

No mentía: realmente lo estaba. —Déjate ahora de galanter

replicó ella, fingiendo enojoTengo algo muy importante contarte.

—Te escucho —le dije indiferencia.

—Se trata de Nepociano.

padrastro. El rey le ha hecho code palacio.Creusa tenía la cualidad



dejarme siempre asombrado. —¡Conde! —exclamé—. ¿

qué? ¡Si ni siquiera estuvo nosotros en la batalla…!

—Nepociano no combatió repuso Creusa irritada—, pero pu

aportar otras muchas cosas al reiCosas tan importantes que el reyha hecho conde. Pensé —dibujó

mohín de contrariedad mienhablaba; era arrebatadora—… peque te alegraría saberlo. Por

alguna vez habías dudado de estamos en el mismo bando.Dejó caer aquellas palab



como quien carga sobre espalajenas el mayor de los reprochSalió corriendo y me dejó aplantado, bajo la lluvia lenta Oviedo, sintiéndome culpable ymismo tiempo advirtiendo que

ascua ardía en mi interior cada que Creusa se acercaba. ¿Me estenamorando?

Esa misma tarde decabandonar Oviedo. Volvería a Me



16

EL PAÍS DE LOS CASTILLOS

Teudano había ocupado el lugar Gadaxara en la hueste de los fiedel rey. Acudí a verle. Necesitabapermiso para marchar. Teudano no

entendía. —¿Ahora te quieres march

¿Qué te pasa? ¿No te tratamos b

aquí?Tuve que contarle toda verdad. O casi toda.



—Mi sitio está junto al rcomo caballero suyo que soy proclamé solemne—, pero ambiente de la corte me asfixia. sabido que Nepociano ha snombrado conde de palacio. ¿

sabes cómo conocí a Nepociano? —Sí, me lo has contado —d

Teudano con fastidio—: aque

conversación tras la cortina tiempos de Mauregato. Pero escucZonio, los tiempos cambian y

gentes también. Quizá Nepocianoofrecido al rey algo especialmeimportante. Ese hombre es



intrigante, es cierto, pero juega muchas cartas en la mano. Acuérdde Lutos: en realidad ganamporque el guía de los moros agente suyo. Quizás ahora Nepociha mostrado al rey más cartas co

esa. —Sea como fuere, Teudano,

cuesta aceptar que tengo que v

con una víbora en el lecho. —Y a propósito de lechos

atajó Teudano, burlón—, ¿no ten

algo que ver la bella hijastra Nepociano en todo esto? —Eso no es asunto tuyo



repliqué sonrojado—. Lo de mujer solo complica las cosas. Nmás.

Teudano me miró fijamente uinstantes. Luego me dijo:

—Está bien, te sales con la tu

Te dejaré salir de Oviedo. Pero sporque tengo una misión para ti. ¿Hoído hablar de los castillos

Bermudo ordenó levantar al surlas Bardulias y que tanto interesaal rey Alfonso?

Por supuesto que había ohablar de aquellos castillos. Adembuena parte de ellos bordeaban



valle de Mena, mi hogar. Conteafirmativamente. Teudano prosigu

—Ya hay muchos levantadHay que visitarlos, comprobar defensas y verificar que los señolocales los tienen bien abasteci

de hombres y de víveres. Penshacerlo yo, pero, puesto que ofreces a salir de la ciudad, pue

encargarte tú. —Te lo agradeceré etername

dije exultante.

—Ya tendrás ocasión. Ahhablemos de lo que has de hacEsta misión no puedes cumplirla



solo —continuó Teudano—. llevarás a una decena de hombresla hueste. Ojo, que sean de nuevos. Servirá para que aprendanpoco y para que se familiaricen las cosas de la guerra. Tendrás q

recorrer la frontera desde las tierde Álava hasta la vieja APatriniani. Ya, ya sé que es tu ca

Tanto mejor. Así podrás ver a familia. Procura volver aquí paraprimavera, en previsión de

próxima aceifa del emir de CórdoY asegúrate de que esos castilquedan bien defendidos. Te d



mensajes firmados por el rey plos señores de estos parajes. olvídate de Nepociano —dijo mi jy amigo en una última advertenciael rey sabe lo que hace.

Escogí a diez hombres de entre guerreros que se habían sumado ahueste del rey en los días de

Babias y el Quirós. Procuré fueran de la zona: vasconescántabros, porque conocerían me

el terreno y porque se sentirían mpredispuestos a hacer bien trabajo. Recuerdo perfectamente



nombres: Juanti, Zuría y Envenían del señorío de Mundaca, upara mí, selvática tierra de VizcaAzano y Fortún eran de OrduMunino, de Ayala; ArmanHudelisco y Pedro habían salido

Sopuerta, donde los montes hierro; Lope era de Carranza, coyo. Todos muy jóvenes, casi u

niños aún. Y valientes y despiertEllos fueron mi primera mesnada.

Con mis diez muchac

cabalgué hasta la tierra de AyaGalopar libremente por el reilejos del ambiente de Oviedo y



los ojos de Creusa, me despejócabeza y los pulmones y me infunun raro optimismo. En Ayala, psupuesto, acudí a ver a la duArgilo, la prima de Alfonso. lejos de allí, en Iruña, cerca de u

antigua ciudad romana, estaba primer castillo que debíaminspeccionar. El jefe local era

oven terrateniente llamado MuNúñez. Al parecer, conservaestrecha amistad con el rey Alfo

desde los tiempos de su exilio estas tierras.Para mi frustración, no encon



a Argilo. En el viejo caserón Ayala solo estaba el presbítero Jua quien el rey, según se rumoreaiba a hacer obispo. Juan me inforde los últimos sucesos: Argilo había prometido en matrimonio al

Munio Núñez. Confieso que noticia me irritó sobremanera. amás había pensado en hacer mí

Argilo, y sin embargo… de almodo, en el fondo de mí, latíaesperanza de que aquella dulcísi

mujer me estuviera reservada. pronto obispo Juan me entretucontándome sus planes



colonización en los valles cercadel sur: Losa, Valpuesta, ValdegovTobalina… Un gran proyecto, duda. A mayor escala que el de familia en Mena. Era minteresante, sí. Pero, después de

desagradable nueva sobre Argilo,no tenía cuerpo para colonizacionDe un humor de perros, abandoné

caserón para dirigirme al castilloIruña. Donde tendría encontrarme con el tal Munio, p

mi contrariedad.Fue el propio Munio Núquien salió a recibirnos al frente



unos pocos hombres. De entrsentí una hostilidad infantil haciaese era el hombre que me haarrebatado a Argilo. No obstantetal Munio resultó ser un caballerouna pieza, resolutivo y despejado

maneras cordiales y muy dueño deÉl mismo había dirigido las obdel castillo. Nos lo enseñó sin om

un detalle. Se trataba de una sólconstrucción con basamento piedra y muros de fuerte made

levantado sobre un promontorio terreno a orillas del río ZadoDesde allí se podía divisar



ventaja cualquier penetracenemiga. Munio, en un desplieguecelo, había fortificado también alrededores con estacas en erizcon esas grandes rocas puntiaguque llaman dientes de dragón. Tu

que aceptar que era un jefe excelenNo obstante, picado como estahice algún comentario sobre

matrimonio: —He sabido, señor Munio,

vas a casarte con la dama Argilo

Ayala. Tuve la dicha de conoceesa dama. Fue cuando vine a estierras a buscar a nuestro señor el



Alfonso —añadí para darimportancia.

—Doña Argilo —conteMunio— es la dama más alta quehombre puede imaginar. Me siemuy dichoso de hacerla mi esposa

Era evidente que don Mutambién se había enamorado. seguramente con mucha m

conciencia, razón y mérito que yo.

Había más castillos en la regi

Visitamos uno en Añana, junto a salinas. Otro en Lantarón, sobre peña que llamaban del Mazo. Y



tercero en Alcedo, ya cerca decurva del Ebro. El señor de estierras se llamaba Tello y, despude conocerle, di gracias al ciporque Argilo se hubiera prometcon Munio, y no con este o

Cruzando el Ebro por el camino sol poniente llegamos a Frprimero, y después a Oña. En am

lugares, un veterano caballllamado García había reedificadoviejas fortalezas de lejanos tiemp

Y lo había hecho a conciencia.Toda esta red de castilcubría muy adecuadamente las v



de penetración hacia lavaCantabria. Si los moros venían aquí, no lo tendrían fácil. Solo preocupó una cosa: los tres señolocales, Munio, Tello y Garparecían vivir completamente

margen cada cual de los demEstos castillos, por otra paquedaban muy al sur de

territorios cultivados en ccomarca: si había un ataque, perfectamente posible que

guarnición de la fortaleza perecisin que nadie más se enterara, concual los campesinos estar



perdidos. Se hacía necesario existieran puntos de enlace entralínea fortificada y las tierhabitadas. Por ejemplo, monasterque ordenaran el territorio. Ese, cierto, era el propósito

presbítero Juan en los valles de Ly Valpuesta.

Desde Oña atravesamos

gargantas hacia el norte buscandorío Trueba. Entramos en el pavordesfiladero de la Horadada, dond

Ebro fustiga la piedra con violencia de su juventud. En extremo del desfiladero, co



colgado de un monte, había un vicastillo. Al paraje lo llamabTedeja, y a la aldea cercaTrespaderne. Nadie había allí ahosalvo extrañas gentes de aire feque habitaban cuevas natura

debían de ser pastores menómadas como los que Teudano yhabíamos visto en Ventosa.

castillo de Tedeja no era hoy ocosa que un montón de ruinas, pmañana podría ser un balua

excepcional. Lo retuve en memoria. Finalmente cruzamos Ebro y dimos en el Trueba. Una g



llanura apareció ante nuestros ojYo conocía bien ese paraje: eran grandes llanos donde mi pasoñaba mares de cereal. Despuésun día de camino, el llano quedcerrado al norte por la vieja calz

de Amaya a Flavióbriga, sobre ruinas de Area Patriniani. Allí estaba levantando otro castillo. Y

sabía a quién iba a encontrar en APatriniani: a mi hermano Vítulo.

En efecto, la última vez

pasé por el valle de Mena contaron que mi hermano Vítestaba haciendo presuras en A



Patriniani, que ahora se llamBerrueza o Espinosa. Había llegallí con una pequeña comunimonástica, había levantado iglesia con sus propias manos, colo hizo en Mena, y aquellos bue

monjes se pusieron a trabajar. Vítulo le hicieron abad, lo cual una promoción considerable. Y a

llamada de mi hermano acudieronsolo monjes, sino también ogentes de Cantabria —labrado

artesanos, herreros, leñadoredispuestos a inventar un mundo. me sorprendió conocer que



autoridad sobre el castillo del luse le había conferido precisamentmi hermano.

Cuando llegamos a Espinreinaba allí el silencio más absoluSe diría que no había nadie en

lugar. Espinosa era un pequeenclave de prados encajonado a ey oeste por anchos cerros; al norte

dibujaba una lengua llana que ibperderse en los montes varias legarriba. Un buen lugar p

protegerse, en fin. Una pequiglesia se elevaba sobre el cerro este. Bajo ella, prados y huertos.



oeste se levantaba otra iglesia más pequeña. El castillo estabapoco más al sur, desplazado a mode vigía. A simple vista observaba que no estaba terminaNos impresionó el silencio reina

Recorrimos lentamente alrededores del castillo. Despcabalgamos hacia la aldea. El hu

de una chimenea delataba presencia de humanidad. Enfilamhacia la iglesia principal. Bajé

Sisnando y golpeé en la puerta. un instante temí que mi hermano y monjes hubieran sido víctimas



alguna aceifa mora. Pero no, Vítera demasiado inteligente como pdejarse atrapar. Golpeé de nuevopuerta y voceé:

—¡En el nombre de Cri¡Somos caballeros del rey Alfonso

Tras un breve lapso, la puede la iglesia se abrió lentamente. goznes chirriaron con un quej

espantoso. En la penumbra interior distinguí, sin ningún génde duda, la figura de mi hermano.

—¡Vítulo! —me eché en brazos. —¡Zonio! —exclamó él a su



. ¡Hermano! ¡Qué alegría! Cuanvimos a unos jinetes viniendo deel sur pensé que erais moros. Pdéjame que te mire. Estás cambiaY esa cicatriz en el rostro… ¡Vatajo! ¿Fue en Quirós?

—Fue en aquella batalla, pero…

—¿Y esa espada? —

interrumpió Vítulo—. ¡Te han hecaballero! Nuestros padres bailade alegría cuando lo sepan.

—¿Cómo están? —pregunté. —Cansados. Y tristes. Hunos pocos meses murió nue



hermano Esteban, el pequEsteban.

La noticia me golpeó. Esteera un niño fuerte y alegre.

—¿Cómo fue? —pregunté. —Unas fiebres —diagnost

mi hermano—. De repente enfermno hubo manera de atajarle el mUna semana estuvieron nuest

padres junto a su lecho, día y nocPerdió la conciencia. No la recupeY murió. Yo mismo le di los san

óleos. —Que Dios le haya acogidosu seno.



Mi hermano se dirigió a ucampana fijada a la fachada princide la iglesia y comenzó a tañerla energía. Al poco fueron apareciende entre las boscosas lomas alrededor, decenas de monjes

campesinos. Al menos el sistemaseguridad había funcionado. hermano me presentó a sus vecin

una comunidad de hombres y mujebravos y buenos, en todo igual adel valle de Mena.

Después Vítulo y yo hablamlargo tiempo sobre el castillo. orden para edificarlo se la cursó



obispo, que tenía sede en SantillaPara entonces mi hermano ya haempezado a colonizar la zona. iglesia en la que nos hallábamos su primera construcción: San MarDespués apareció otro sacerd

llamado Eugenio y a él se debíasegunda iglesia del lugar: Andrés. Eugenio le debía obedien

erárquica, pero cada cual actucon entera libertad: se habrepartido el control de las tierra

uno y otro desarrollaban colonizaciones simultáneas. cuanto al castillo, Vítulo supo



tenía que levantarlo, pero no dijeron ni cómo ni con quién.

—Tuve que gravar a colonos con un impuesto que inventé yo: «castellería», lo llamDe manera que cada colono tuvi

que prestar unas horas a la semanatrabajo en su construcción. No sido difícil —me explicó Vítulo

Todos ellos saben que ese castgarantizará su seguridad. Eso sí,tengo soldados para guardarlo.

trabajo de vigilancia lo hacen propios colonos. ¿Te acuerdas de anubdas que hacíamos nosotros en



Peña de Mena? Pues aquí hacemomismo, pero en el castillo.

Vítulo nos obsequió con buena cena y nos aloprecisamente, en el castillo. noche, al calor de un gran fu

donde se asaron dos corderconfraternizamos con toda comunidad: los monjes de Vítulo

presbítero Eugenio con los suyostambién los labradores y ganaderoartesanos que habían acudido

Espinosa para repoblar. A la gentela veía contenta con Vítulo. bondad natural de mi hermano sa



hacer sus vidas más gratas. A mañana siguiente partiríamos haMena.

Entramos en el valle de Mena popuerta que a occidente abre la PeCabalgábamos ligerdespreocupados, más pendientesadmirar el paisaje y, en particular

obra enorme de los colonos, cada día sometía nuevas tierrasyugo amable del arado. Un corro

chiquillos apareció a nuesalrededor. Apenas conocía ninguno. Vi también muchas ca



recién levantadas: nuevos colohabían acudido al valle para plansus hogares en el cauce del río. Mcrecía. Así pues, la gran obra de padre estaba echando fruto comobuena simiente en tierra bendec

por el Señor.Salió a mi paso Guma, el vi

Guma, dando voces. Traía algo

los hombros. Con una carcajadafelicidad descubrí que el bulto cuestión era un niño de unos po

meses: «¡Te lo dije, chico! ¡Tedije!», gritaba Guma mienbalanceaba al niño sobre su cabe



El niño se llamaba Guzmán, coGuma quería: Guzmán Gómez Mena. Finalmente mi esforzcompañero y guía hasta la Liébhabía conseguido afianzar su linen el otoño de su existen

Enseguida nos dirigimos a la iglede San Emeterio. Allí abracé a hermano Ervigio, que era ahora

efe espiritual de nuestra comunidNos fundimos en un abrazo, papenas hablé con él: tenía prisa

ver a mis padres. Dejé a mis dmuchachos bien acomodados en Emeterio y corrí al encuentro



Muniadona y Lebato.Entré en la casa paterna. Leb

y Muniadona se hallaban sentafrente a la chimenea; sobre el fueun puchero. Mi padre tallaba un trde madera, como tantas veces

había visto hacer a su padre, abuelo, en las largas y oscuras tarde invierno. Mi madre tejía el ete

lienzo que perpetuamente tenía enmanos. Al verme entrar, ambos pusieron en pie. Creí notar un br

gesto de alarma. Me quité el cade la cabeza. Descubrí mis cabelbajo la cota de malla. Dejé en



suelo el escudo. —¡Zonio! —gritaron los dos

unísono.Mi madre me besó, me abra

me acarició; se le escapó una mude espanto al ver la profunda cica

de mi rostro, y después la btambién, con el amor que solo madre puede depositar en el dolor

un hijo. Mi padre estaba detquieto, rígido, tratando de enderesus espaldas ya encorvadas. Cam

hacia mí, puso sus manos sobre hombros. Lebato tomó mi escudosus manos. Enseguida reparó en



espada. —¡Te han hecho caballero!

exclamó.Pocas veces me he sentido m

orgulloso que cuando pude contamis padres que sí, en efecto, que

habían hecho caballero, y que ahera Zonio de Mena, fiel de nuesseñor el rey don Alfonso de Ovied

—¿Te han contado lo Esteban? —susurró mi padre.

Respondí afirmativamente.

madre ahogó un sollozo. —Ven con nosotros —ordemi padre.



Lebato y Muniadona embutieron en gruesos mantos basta lana. Me llevaron cementerio, junto a la iglesia. Allílado de la tumba del niño Bartolommuerto al nacer, estaba la

pequeño Esteban. Dos simpcruces recordaban las vidas volaron de esta tierra.

Miré largamente a mis padambos en pie, silenciosos, el ánisobrecogido, las cabezas gachas

mirada perdida en algún punto mallá de las tumbas. Tristeza, sí. Cun no sé qué de tierra arrasada en



rostros. Pero de pie. Como una ry un árbol. La roca era mi padLebato. El cielo la había plantadoel suelo y ahí permaneinconmovible: sacudida por vientos, horadada por las lluv

abrasada por el calor y agrietada el hielo, pero firme en el pedazouniverso que el Señor le ha

asignado, y no se movería hasta el desgaste del tiempo la redujerpolvo. El árbol era mi mad

Muniadona. La tierra la había hesurgir y elevarse hacia lo afirmemente agarrada a sus raíces



con la misma firmeza de la rocamantenía arraigada: periódicamela tempestad sacudía su tronco yciclo de la vida le arrancaba hojas, pero ella, como el árbol, sacimbrearse para eludir la torment

sacaba fuerzas de su interior prenovar perpetuamente el fruTampoco el árbol se movería ha

que el tiempo secase su savia. Yárbol y la roca, juntos allí, encamposanto de Mena, pregonaba

los cuatro vientos la voluntad permanecer sobre un suelo consideraban suyo porque Dios se



había dado en heredad. —Habrás visto mucha muerte

estos años —musitó mi padre. —Sí, padre —respondí—.

perdido a muchos y buenos amigPero ninguna muerte me resulta

dolorosa como la de este pequeño —Es la vida —casi gim

Lebato—. Dios nos lo da y Dios

lo quita. Tendrá que ser así. Nos persignamos y retornamo

la casa familiar. Mi madre sirvió

mesa. Cenamos un puchero cuaroma me transportó diez años atcuando mis padres eran gigantes



sostenían el mundo. Reparé en ahora era yo quien tenía sostenerlo, y que mis padempezaban a necesitar que algules sostuviera. Mi padre se retemprano. Quedé solo con mi mad

Me senté en el suelo, a sus pcomo cuando niño. Recosté la caben su regazo, como cuando ni

Acarició mis cabellos, como cuanniño. Lloré, como cuando niño. lloré por tristeza ni por melancolía

por ninguna otra razón. Llsimplemente porque era mi madrporque Muniadona estaba allí. Co



cuando niño.

Al día siguiente acudí a verRamiro, el herrero, que manteníafragua siempre activa. La casa estllena de materiales de su fábricaherrero seguía buscando el arperfecto. Me enseñó algunas de cosas que había creado. Pero yo

con un encargo muy particular. —Mira esto —le dije. —Es una azagaya —confir

. Tu azagaya. —Exactamente. Es la azag

con la que aprendí a pelear, con



que maté a mi primer moro y desde entonces me acompaña. pensado algo sobre ella y neceunas manos expertas. Quiero sabeme puedes ayudar.

—Cuenta conmigo, Zonio.

—Se trata de lo siguiente: eazagaya es fuerte y sólida, peromella con frecuencia y, por o

lado… en fin, he pensado que qufuera posible perfeccionar el armSi convertimos este lado de la h

en un filo como el de un hacha…en esta otra parte añadimos espolón…



—En mi vida he visto semejacosa —exclamó Ramiro.

—Lo sé. Yo tampoco. Esideas se me ocurrieron después los combates. Cuando cargascaballo, la azagaya funciona co

lanza y no se puede usar más queuna dirección. Pero con esmodificaciones podría servir no s

como lanza, sino también coespada, porque cortaría, y comaza, porque golpearía clavánd

en el enemigo, y además podusarla en todas direcciones, manera que cualquier movimiento



brazo sería ofensivo… —Si le hacemos e

modificaciones que propones, arma perderá puntería cuando arrojes.

—Lo sé, pero la experiencia

dice que pocas veces me veo entesitura de lanzarla y, por contrario, con mucha más frecuen

he de combatir cuerpo a cuerpo, yese momento la azagaya termsiendo un estorbo.

—Entiendo lo que dices. Ramiro examinó atentamente el ar. Por otra parte, a este vi



artefacto no le vendría mcarbonizar un poco más la hojasegurar bien el empalme con el aDéjamela unos días. Veré qué puehacer.

Ramiro se quedó con

azagaya. Yo apuré el resto aquellos días fundiéndome cuapude con mi familia y consoland

Lebato y Muniadona. Tambconsolándome yo con ellos.

Dejé a mis hombres

marcharan a sus casas para pasaNavidad con su gente. No había temer ninguna aceifa a estas altu



del año. Yo me quedé en Mena cmis padres. Tres velas en la ventprincipal de nuestro horecordaron a Bartolomé, a Tello ypequeño Esteban. En mi coraardían otras tres por Deva, mi am

tan cruelmente arrancado, y pormiles Juan y Gadaxara, mis maestde armas. Pedí al cielo que

otorgara una muerte tan dignaelevada como la suya.

Aquel fue un año generoso

nieves.

Mis muchachos regresaron al cast



de Espinosa después de la Epifantal y como yo les había ordenaCuando empezó la primavpreparamos la marcha hacia Oviedonde debíamos incorporarnos cuanto la nieve despejara

caminos. Allí Teudano nos asignala misión para este nuevo año.

Ninguno ignorábamos que

aguardaban grandes peligros. Ctoda seguridad Córdoba repetiríaofensiva del año anterior. La ún

incógnita era saber cuándo y dónEran vitales las informaciones pudieran remitirnos los esp



cristianos en Córdoba, MéridaToledo. Por dos veces el rey haestado a punto de caer. Difícilmepodríamos resistir una nuacometida. Nuestras fuermenguaban e imponerse a la pres

sarracena parecía imposible. Quieste año fuera el último de nuestexistencias.

Oviedo se había recuperado asombrosa celeridad. Me contaque ahora había allí un arquitecto

tal Tioda, en quien el rey hadepositado su entera confianza. ETioda debía de ser un trabaja



incansable y un hombre de iniciatEl hecho es que no solo los edificdestruidos la anterior primavaparecían ahora recuperadoslimpios, sino que nueconstrucciones surgían por to

partes. La corona estaba sacanbuen provecho de los musulmaapresados por Teudano en su exit

acción de Piedrafita.A principios del mes de ab

comenzó la preparación: ha

recuento de los hombres disponibestablecer contacto con las huesde los señores del reino, verifica



estado de los caminos y de puestos de vigilancia, reuavituallamientos… El resultado bastante poco halagüeño: la fuedel reino había quedostensiblemente mermada por

batallas del año anterior y, lo aún era peor, varios señores mostraban remisos a alinear

mesnadas, sin duda temerosos de ello dejara sus tierras desprotegidIba a ser difícil defender Oviedo u

vez más.Tales eran nuestras cucuando, ya a principios de ma



llegó un jinete de Toledo. Lnoticias que traía eran asombrosascambiaron de un plumazo el paisaj

—El emir Hisam ha muerto.Parecía increíble. Hisam te

aproximadamente la edad de nue

rey: menos de cuarenta años. Erahombre joven y fuerte, y se hallen la cumbre de su poder. Pero

Parca no presta gran atención a esconsideraciones humanas. El Alfonso convocó a sus caballeros

los hombres de palacio. Aestábamos todos, en pie, en explanada ante el portalón de la c



del rey. Y nos habló así: —La Providencia ha salvado

reino de Oviedo. El emir de Córdoha muerto. Y su sucesor, Alhakestá viendo cómo dos tíos suyosdisputan el trono. En es

condiciones, podemos dar por segde que este año no atacarán nuecapital. —Un murmullo de alivi

alegría saludó estas palabras del rpero Alfonso aún no había termina

: Nuestros hombres en Mérid

Toledo han empezado a agitar apoblación de estas ciudades. Todomalestar acumulado en los años



Hisam está emergiendo ahoToledo ya está en franca rebelcontra el emir. Mérida se ha sumaa la revuelta y está apoyando a ude los tíos de Alhakán. En definitiel emirato está al borde de la gue

civil.Ahora los moderados gestos

alivio se convirtieron en un aull

de júbilo. Particularmente relevaera la noticia de que las ciudades emirato se levantaban. Yo m

fijamente a Nepociano, escuchaba estas palabras del rey la cabeza baja y una media sonrisa



los labios. ¿Habrían sido sus agenlos que habían movido la agitaci¿Era ese el precio de nombramiento como conde palacio?

—Demos gracias al Se

porque nos ha salvado —continuAlfonso—. No habríamos estadocondiciones de sostener un ter

ataque contra Oviedo. Esta tardeabad Fromestano dirigirá en Vicente los oficios en acción

gracias. Ahora, Teudano, reúne a caballeros y pasad conmigo acámara.



Me sorprendió que el pidiera públicamente una reuniósolas con nosotros, sus fieles. Lnotables de palacio no disimulasus gestos de contrariedad. Quizárey quería manifestar que estaba b

protegido, por si a alguien sehabía ocurrido intentar algo contrapersona. El hecho es que allí fuim

Teudano, otros diez hombres y expectantes ante lo que el rey pudiera decir. Alfonso se abrió p

hasta la sala. Nosotros, detCuando entró en la cámara, el reydirigió a la mesa donde reposaba



tablero de ajedrez. Con una sonramarga, tomó en sus manos la pidel rey negro: «Solo Dios todopoderoso», musitó. Dejó la pitumbada, víctima de un imprevisiaque mate. Después nos dirigió

larga mirada, uno a uno, coqueriendo leer en nuestros rostros

—Todos habéis combat

conmigo. Todos habéis vertsangre por mí. Este año podía hasido para todos nosotros el últi

antes de rendir cuentas ante Dios.Providencia ha querido otra coAlabado sea Dios. Ahora podem



desentendernos un poco de amenaza exterior y centrar nueatención en la amenaza interTodos conocéis que en el reino hquien aspira a un destino distipara Asturias; un destino que

llevaría a la esclavitud. Temo qalgún magnate traicione su juramey haga movimientos inoportunos.

eso este año nuestra estratecambiará de dirección.

Nos miramos unos a otros

cierta turbación. Esto que el planteaba era nuevo: —No reuniremos un g



ejército en la frontera. No es precLo que haremos será concennuestras mesnadas en punsensibles del reino, de manera qufuerza del rey se haga presente jua la de los señores loca

Formaremos tres grupos. Uno acantonará en Lugo y desde vigilará a los señores galleg

Teudano, encárgate tú. —compañero asintió con movimiento de cabeza—. O

permanecerá junto a mí, en Oviepara no perder de vista a magnates asturianos. Y ha de ha



un tercer grupo en oriente pcontrolar Cantabria, las Bardulialas tierras de los vascones. Zoniome interpeló el rey—, ¿tú no erasMena? —Asentí—. Tú lo harás.

Así fue como aquel año mar

de nuevo al oriente del reiConmigo llevaba a mis dmuchachos y a un par de cientos

peones de la mesnada del rey. Decque pondría mi bastión en el castde Espinosa, tan mal defendido.

la primera vez que asumía semejaresponsabilidad.



El castillo de Espinosa estaba bconstruido: gruesas piedras devieja Area Patriniani romana habservido para edificarlo y el terrayudaba a darle altura sobre uelevación natural. El talento de

hermano Vítulo había hecho demás. Era una construcción sencipero asombrosamente práctica: g

patio, corredores bien comunicasobre la muralla, tres pundefensivos en otras tantas esquina

en la cuarta, una alta y fuerte torrelos pies de la muralla, en el interVítulo había hecho const



cobertizos para guardar vitualladar refugio a las gentes del lugar.

Como jefe de la mesnada, correspondía la obligación de sustento a mis hombres. provisiones aportadas por Vítulo

bastaban. Me fue necesario recoalgunos víveres suplementarios. Mena fueron generosos conmi

También envié hombres a compganado a los pastores Trespaderne.

Otra de mis ocupaciones asentar una buena red de enlaces los otros castillos de la regi



especialmente con los del este, deFrías y Oña hasta Iruña pasando Lantarón. Eso me permitiría tenercontrol eficaz de la frontera y, paso, saber si don García, don Tey don Munio estaban cumpliendo

obligaciones. Para cerciorarme biyo mismo efectúe en alguna ocasese trabajo de enlace.

Todas estas precauciones fuede enorme utilidad cuando un enlde Iruña nos trajo una not

perturbadora: huestes moras habaparecido en los alrededores Calahorra, la vieja ciudad de



mártires Emeterio y Celedonio, mal este de nuestra posición. Aqaño —nos había dicho el rey— habría ataque sobre Ovie¿Estábamos entonces ante una acmenor en tierras de fácil saqu

Inmediatamente ordené cuadrillas de exploradores salieralos caminos: tenía que cerciorar

de quién estaba atacando y dónde. Lo mismo podía ser uaceifa de los Banu-Qasi, los seño

musulmanes del ancho valle Ebro, que un ataque de tropas Córdoba. Si eran los Banu-Q



seguramente la ofensiva no iría mallá; pero si eran los cordobescabía la posibilidad de qintentaran penetrar en tierras Álava, como otras veces, e inclllegar al corazón de los va

cántabros.Fue un jinete del castillo

Iruña quien nos dio la solución:

fuerte columna sarracena hasalido de Calahorra en direccnoroeste, había asolado las llanu

de Álava después de cruzar el Ebrahora se dirigía hacia la tierra Ayala burlando por el norte



vigilancia de los castillos de IruñAñana. Me estremecí al escuchar los moros iban contra Ayala: debía de estar doña Argilo. Entrellanada alavesa y Ayala no haotro obstáculo que la aldea

Orduña, apenas fortificada. A tovelocidad reuní a los hombres y phacia Ayala por el camino más cor

el valle de Mena, que conocía cola palma de mi mano. Cursé órdea los castillos cercanos para

movilizaran a sus huestes: todebíamos reunirnos en la aldea Amurrio, a orillas del Nervi



Confiaba en poder cortar allí el pa los moros.

Caminando a marchas forzadaprovechando hasta el último rdel sol, tardamos día y medio llegar a las cercanías de Amur

Por el camino se nos sumó pequeña hueste en Mena y enpropia tierra de Ayala, adonde p

fortuna aún no habían llegado sarracenos. No seríamos más trescientos hombres, pero

suficiente para detener la marcha enemigo hasta que aparecieran refuerzos que esperaba de



castillos cercanos. Cierto que, si refuerzos no venían, nuestra musería segura.

Pasamos una noche acampadno vino nadie. La jornada siguietampoco. Los moros no podían an

muy lejos. Envié jinetes a reconoel terreno. Localizaron al enemigoel paraje de Oyardo, donde corre

arroyo del mismo nombre, saqueanlas vegas cercanas y robando ganaLos exploradores habían visto

claridad al enemigo. Unos dos hombres. Me describieron a su jesus vestiduras blancas bajo u



coraza de cuero negro bellamerepujado. Y un estandarte verde alado. ¿Sería Abd al-Karim, el megeneral de Córdoba? Yo segcalzando las botas que arranquécadáver de su hermano, muerto

mi azagaya.Gracias a Dios, a la mañ

siguiente aparecieron las prime

ayudas: Munio Núñez con centenar de caballeros de IruñaTello con otro centenar de Lantaró

Añana. No era mucho, pero esonos daba una cierta garantía. recordaba muy bien las enseñan



del miles Juan sobre cómo comba los moros en condiciones inferioridad numérica: sorprendgolpear y desorganizar. Expliqudon Munio y don Tello mi plan:par de leguas al sureste de nue

posición, en el camino hacia Oyarla ruta atraviesa por una gargaentre dos alturas trazando

sinuosa curva. Si nos poníaminmediatamente en movimienllegaríamos allí antes que ellos.

desde aquel paraje, ganando alturas y cerrando la salida decurva, podríamos golpear al enem



con enorme ventaja. Se aceptó plan. Y para más bendición, a pocos instantes aparecía don Garcon dos centenares de guerrerosFrías y Oña. En aquel instante sentí invencible.

Sin complicaciones pudimdesplegar a nuestros peones en alturas convenidas. Yo me quedé c

don Munio y unos doscientos jineen la salida de la curva del camiDon Tello propuso, sobre la marc

disponer otro cuerpo para certambién la entrada y aniquilarejército moro. No lo vi cla



nosotros no llegábamos al millaellos nos doblaban en número. Jutan fuerte podía suponernos derrota, y entonces la ruta haAyala quedaría expedita para moro. ¿No sería mejor dejarles u

vía de salida y así tener macerteza de que huirían? Don Munidon García se mostraron de acuer

Tiempo habría para golpearles enretirada.

La hueste del moro entró en

curva de la garganta. Iban sarracenos desprevenidos, riendograndes voces, cargados ya de bo



y de esclavos. Sin duda esperabanpaseo. Cuando la mayor parte detropa enemiga estuvo dentro detrampa, sonaron los cuernos dandoseñal de ataque. Rocas, troncodardos cayeron sobre la morism

Entonces Munio y yo cargamos denuestra posición para cerrar camino. Y en ese mome

centenares de peones se descolgaladeras abajo causando en enemigo gran mortand

Completamente desconcertados, sarracenos empezaron a moverse sentido. Vi al jefe de la hue



enemiga: era, sí, Abd al-Karim.general de Córdoba tratinútilmente de organizar a hombres. Finalmente, se retiró a tprisa hacia su retaguardia. Los mohuían. Habíamos ganado.

La refriega duró apenas uminutos: lo suficiente para que musulmanes se vieran atrapados

una celada que juzgaron morPusieron pies en polvorosa con celeridad inaudita. Tal vez Abd

Karim recordó la triste suerte dehermano en la emboscada de LuEl hecho es que los moros deja



sobre el campo todo su botín. Enotras cosas, abandonaron la tiendasu propio general, que reclamé comía en cuanto descubrí de quétrataba. Aquella tienda iría a adorla sala de trofeos del rey Alfon

Además, pudimos apresar a centenar de sarracenos y, a la pdimos libertad a los cauti

cristianos que el moro traía. Nuestbajas fueron mínimas. Para alegría, ninguno de mis d

muchachos resultó herido gravedad.Para los sarracenos no term



la pesadilla, porque don Teobstinado, porfió en perseguirmientras se retiraban. No pudo hagran cosa porque Abd al-Kargeneral experto, recompuso sus fen cuanto se vio fuera de la garga

y procedió a una retirada ordenaQuizá se le pasó por la cabvolver para vengar la humillaci

pero no lo hizo. La batalla ya estdecidida. Y era nuestra.

Desde aquel día me unió u

fraternal amistad a don Munio,bravo prometido de la dulce dArgilo. Él se encargó de lleva



Oviedo —yo me resistía a aparepor allí— a los cautivos morTambién llevó los trofeos combate; entre ellos, la lujosa tiende campaña de Abd al-Karim. Mtarde me enteraría de que el

Alfonso resolvió enviar aqutienda a Carlomagno a modo presente. Fue un honor.

La victoria sobre los moros encamino de Amurrio me otorgó u

mayor autoridad sobre los hombdel país de los castillos. Desde baluarte de Espinosa pude organi



con mejor fortuna la defensa defrontera. El botín capturado a moros surtió aquel invierno despensas de Mena y Espinosa.

Algunas semanas después debatalla, cuando ya el otoño

anunciaba en las hojas de árboles, vino a verme Ramiro,herrero de Mena. Traía mi azaga

Parecía otra. Tal y como le indiquno de los filos había cobrado maprofundidad de corte, y el o

rebajado, lucía ahora un terriespolón. «Tú verás qué haces ahcon esto», me dijo Ramiro. Emp



el arma. Me pareció bellísimEnsayé algunos movimientos. El convexo cortaba el aire y el espogolpeaba con contundencia. La pupor lo demás, seguía funcionancomo lanza en combate

proximidad. Era exactamente lo necesitaba. Pagué a Ramiro consaco de alubias: parte del botín

Amurrio. Él quiso negarse, peroconvencí con un argumento que pudo refutar: «Con esto pod

comprar más acero para ingenios».En aquellos meses no p



Oviedo. Incluso las noticias queallí recibía me incomodaban. pasaba todo el tiempo posible mis diez muchachos, cabalgando la frontera y visitando castilEstreché lazos con don García y

don Munio. Algo menos con dTello. En todo caso, me gustaquella vida de señor de un cast

al lado de mi hermano Vítulo yunas pocas leguas de mis padPero después de la Navidad del

797, que pasé nuevamente Lebato y Muniadona, recibí mensaje de Teudano: todos los je



de hueste debíamos incorporarnoOviedo en cuanto la nidesapareciera de los caminos.

¡Volver en primavera! La ordsonaba a guerra. En mi cabapareció un solo pensamiento:

nuevo emir, Alhakán, había resuesus problemas y planeaba una nuofensiva contra el rey Alfonso. P

no fue eso lo que ocurrió.



17

B AJO LOS MUROS DE LISBOA

Dejé a mis diez muchachos en castillo de Espinosa, a las órdedel abad Vítulo, y marché a OvieDespués de un viaje sin novedad p

la capital. En aquellos meses Ovihabía crecido de manera asombroel arquitecto Tioda seg

desplegando su energía, apoyadotodo por el rey. Se había planificauna catedral, la del Salvador,



una iglesia consagrada a Santa May, en ella, el panteón regio. Al lase estaba levantando otra iglededicada a San Tirso. La eleccióneste mártir era toda una declaracde intenciones, porque ocurrió qu

San Tirso, en el momento de martirizado, se le endureció tantopiel que la sierra del verdugo

podía cortarla; del mismo modopiel de Oviedo resistiría la sieinclemente del moro. Además

todas estas iglesias, Tioda haproyectado un cementerio, una zresidencial para los obispos



abades y un hospital para caminantes. Un nuevo acueduabastecería de agua a la ciudadtravés de unas murallas igualmenuevas. El propio palacio de Alfohabía crecido con dos alas

hermosa factura. El rey, tenaz, estconsiguiendo su propósito.

En palacio me presenté

Teudano, que me abrazó como ahermano. Mi compañero y jefe pidió noticias de la situación en

frontera del este y me felicitó pogolpe a la hueste de Abd al-KarÉl, por su parte, me refirió



experiencia con los magnagallegos, entre los que guardcierto ascendiente desde la victode dos años antes, pero que segusiendo gente compleja y difícil mandar:

—Son demasiado ricos —dijo—. Sus tierras dan demasifruto. Tienen demasiadas cosas q

perder y eso les predispone al pacon el moro. Por eso el rey dispuesto que la mayoría de

cautivos moros sean enviaprecisamente a Galicia. Es una forde demostrarles que también e



tienen algo que ganar con la políde resistencia.

Pregunté a Teudano por marcha del asunto de Beato y Eteaquella polémica con Elipando Toledo. También en esto las co

circulaban por la mejor direccposible: Carlomagno y el phabían convocado sucesi

asambleas que invariablemedaban la razón a nuestros monjesLiébana. Las relaciones

Carlomagno eran cada vez mestrechas: el rey había enviado a condes Froila y Basiliscus p



apretar lazos. Ellos eran quiehabían llevado a Aquisgrán la tiende campaña que incauté a Abd Karim.

—¿Y qué hace Elipando? pregunté.

Teudano se sorprendió. —¡Cómo! ¿No te has entera

¡Elipando ha sido asesinado!

Así me refirió mi amigo terrible Jornada del Foso:

—Tú sabes, porque el rey

lo dijo, que Mérida y Toleaprovecharon la muerte del eHisam para alzarse contra Alhak



el sucesor. En Mérida se ha formaincluso un ejército, el de los Chiliqui, un linaje cristiano conveal islam, que ha puesto en un sebrete al nuevo emir. Te acordaráslo que Lope nos contó cuando tú y

estuvimos allí: era cuestión tiempo. Pues bien, en Toledo ocuralgo semejante: los notables de

ciudad, lo mismo mozárabes muladíes y hasta judíos, decidierebelarse contra el nuevo emir y

pagar los abusivos impuestos que árabes exigen. ¿Qué hizo el eAlhakán? Enviar a un sicario su



un tal Amorroz, muladí, psolucionar el problema. El Amorroz, llegado a Toledo, no tumejor idea que reunir a quiniennotables de la ciudad en su palaLes iba a ofrecer una cena

reconciliación, dijo. ¡Ja! A medque los notables fueron llegando, guardias de Amorroz se precipita

sobre ellos, los degollaronarrojaron sus cadáveres al foso palacio. Entre los invitados estaba

obispo Elipando.Aquella historia me tuprofundamente. Yo siempre ha



considerado a Elipando como enemigo personal, aunque realidad no conocía de él más las cosas que me contó Beato Liébana. Aun así, por muy enemque fuera, su suerte me pareció atr

Era una crudelísima ironía hubiera terminado muerto a manossus aliados de otro tiempo. Y

sórdido episodio era también claro indicio del tipo de hombre era el emir Alhakán.

Teudano me contó más cosobre estas sublevaciones en emirato. Toledo nadaba en sang



pero la rebeldía estaba lejos haber terminado. Mérida ardía todas partes, porque allí el conmilitar de Córdoba era menor. Yla propia Córdoba, la capital enemigo, surgían voces contra

emir. Era sorprendente que taagitación hubiera surgido de mansimultánea. Parecía como si to

aquello hubiera sido preparado omenos, estimulado por algu«¿Nepociano?», pregunté. Teuda

asintió discretamente. Realmentetrabajo valía la recompensa: conde palacio.



El mismo día de mi llegada tuve

visita imprevista. Estaba yo en cuadras, supervisando el cuidadoSisnando, cuando a mis espal

sonó una voz cantarina: —¡Me han dicho que tienescastillo! ¡Y que has ganado tú sollos moros en una batalla campal!

¡Creusa! Aquella muchasiempre conseguía desarmarme.

—¿Quién te ha contado eso?

pregunté, malhumorado. Estaba cvez más hermosa.

—Un caballero muy guapo



cortés. Don Munio, se llama. El va a casarse con Argilo, la prima rey.

Creusa decía todo esto con usonrisa malévola, como si lo supitodo, incluida mi inclinación ha

doña Argilo. Respodesdeñosamente:

—Hombre cabal, Munio. P

no, no tengo un castillo. El castillodel rey y su jefe es mi hermanoabad Vítulo. Y tampoco gané a

moros en batalla campal. tendimos una emboscada cerca Ayala y cayeron en la trampa. Eso



todo. Munio también estuvo allí. —Tú te quitas importan

pero no deberías hacerlo, poraquí todo el mundo habla de ti. Esen todas las bocas, Zonio de MeDicen que te estás convirtiendo en

mejor caballero del rey, y tú conabalí blanco.

A Creusa le brillaban los o

cuando decía esto y sus iris de avioláceo resplandecían como gemSu pecho se ofrecía generoso, bajo

túnica, al sol de la primavera, y cabellos negros orlaban su frecomo la diadema de una re



oscura. Toda ella era una tentación —No soy el mejor caballe

Solo uno más. El mejor es TeudanCreusa rió de buena gana y

acercó a Sisnando. Mi caballo moinquieto las orejas. Quizás

percibía las cosas con mintensidad que yo. La muchacha hentonces algo que me parali

desanudó de su cuello un suave pde lino y lo anudó en mi brazo.

—Toma. Quiero que te que

con esto. Y que lo lleves cuandorey os mande a vencer en vuepróxima batalla.



Y desapareció corriendo, code costumbre.

«Vuestra próxima batallhabía dicho Creusa. Pronto supe

qué se trataba. El rey mandó llamasus fieles. No nos citó en su cámni en ninguna otra dependencia palacio, sino que nos invitócabalgar hasta las laderas del moNaranco pretextando una excursde caza. Era una forma de ev

presencias indiscretas. Cuanllegamos a las viejas ruinas romannos ordenó desmontar.



—Os he hecho venir hasta aporque nadie más debe saber lo voy a contaros —nos dijo el reyTodos conocéis la situación porque atraviesa nuestro enemigo:Señor ha castigado la crueldad

Alhakán con incesanlevantamientos. Hoy los ejércitosCórdoba no amenazan nues

tierras sino que, divididos, pelentre sí por el control de ciudades y los caminos. Ha lleg

nuestro momento, tan largameesperado. Debemos actuar. —¿Golpearemos su frontera?



preguntó Teudano. —Haremos más que eso

respondió el rey—. Golpearemdonde ni en sus peores pesadipodría imaginar el moro. Si atacamla frontera en Toledo, por ejemplo

en Mérida, nos exponemos a que estén esperando. Son lugares bguarnecidos y ahora mismo hay

allí gran movimiento de tropas. mismo ocurre en Zaragoza, dondeBanu-Qasi perfectamente podr

ponernos las cosas difíciles. Nnecesitamos una victoria que seamismo tiempo fácil, contundente



asombrosa. Fácil, porque podemos permitirnos muchas bajContundente, porque debe hacer toel daño posible a Córdoba. asombrosa, porque esa será nuecarta de presentación a

Carlomagno. —Mi señor —tercié yo—, no

me ocurre ninguna ciudad cerc

que nos ofrezca todas esas cosas. —No la hay —admitió Alfo

. Pero es que no estoy pensando

una ciudad cercana, sino en uciudad lejana. Muy lejana. LisboaUn segundo de estup



Enseguida, aclamaciones de júb¡Lisboa! No había menos de veidías de camino hasta la vOlisipo, arabizada como Lisboa. capital de la Lusitania estaba donmuere el río Tajo. Ni siquiera el g

Alfonso I había sido capaz de lletan lejos. ¿Cómo podríamos hacenosotros? Un gallego al que llama

Fáfila intervino: —Con permiso: marchar

Lisboa significa caminar durante

menos de veinte jornadas. Y eademás, conduciendo a miles hombres. Nunca hemos hecho n



parecido. —Precisamente por eso no

esperarán allí —zanjó el reyHaremos lo siguiente. Hoy misempezaremos a reunir a la hueste. necesitamos llevar a todas

fuerzas del reino. Quinientos jiney mil peones nos bastarán. De aqudos semanas, todos deberán e

reunidos en las Babias, en el luque ya conocemos. Esta vez no haenemigos. Muy importante: fuera

nosotros, nadie debe saber cuálnuestro objetivo. Se lo diremos a hombres más adelante. Desde



Babias nos asomaremos a AstorAllí parte la calzada que conducBraga: es tierra amiga. Tanto Astorga como en Braga podremavituallarnos. En Braga hay calzada que conduce directame

hacia el sur, siguiendo el caminola costa. Si los musulmanes enteran de nuestro avance y quie

detenernos, tendrán que haceenviando a sus ejércitos a travésMérida. Ahora bien, sabemos que

este momento Mérida está en guecon Córdoba. Es decir, que no posibilidad material de que



enemigo llegue hasta nosotros. Atendremos que forzar la marcha.camino de Braga a Lisboa es larpero rápido y fácil. Solo entonnuestros hombres podrán conocerobjetivo de este viaje. Caerem

sobre Lisboa como una tormentahierro. Nadie nos espera aHaremos que el moro muerda

polvo. Saquearemos la ciudVengaremos la destrucción Oviedo. Volveremos a casa cargad

de riquezas. Y llevaremos a la mde Carlomagno una bandeja de prepujada en Lisboa. ¿Es



conmigo?Una aclamación abrumad

llenó los silencios del moNaranco. El plan del rey Alfonso brillante y estaba bien meditado.perspectiva de una victoria seg

inflamó nuestros corazones. Lisbsería nuestra.

Hice llamar a mis dmuchachos de Espinosa. Con evinieron doscientos peones entre

que yo llevé a la comarca y otrosnueva incorporación. Teudano trajsus amigos gallegos. Acudie



mesnadas de otros muchos lugadel reino. Los hombres de palacioaseguraron de que hubiavituallamiento en Astorga y BraTodo estuvo preparado al final deprimavera. Entonces el rey reuni

su hueste.Yo llevé a la aventura

pañuelo de Creusa. No lo anudé

mi brazo como la damisela quepero sí lo até a la azagaya; la nuazagaya que el herrero Ramiro ha

fabricado a partir de la antigua y ahora tendría ocasión de probarcombate. La vieja cimitarra



Campoo, que nunca me abandonay la espada de caballcompletaban mi arsenal. El caque también hizo Ramiro, bbruñido, relucía como un pequsol. Abracé el escudo: el jab

blanco sobre el azul celeste de ojos de Deva. Cubrí la cota de macon una túnica blanca. Después

capa roja de los fieles del rey. Y puse al frente de mis guerreros.

El camino a Lisboa fue ten

Los que estábamos en el secrprocurábamos hablar lo meposible, para no traicionar



discreción jurada al rey. «¿Adónvamos?», preguntaban de vez cuando los hombres. Y uncontestaban que a limpiar desembocadura del Duero, y otque a ayudar a los rebeldes

Mérida o a reconquistar ZamoAstorga estaba casi vacía: en ciudad, o más bien aldea, había u

pequeña guarnición berebere huyó a uña de caballo cuando nos aparecer. No podíamos per

tiempo persiguiendo a los fugitivde manera que optamos por segadelante. Para ir de Astorga a Br



hay dos caminos paralelos: unonorte, que arranca de un brazo decalzada a Lugo, y otro al sEscogimos el del norte poratraviesa tierras mejor controladAun así, fue la etapa más áspera

camino, con abundantes regiomontuosas y rampas y pendientes entorpecían la marcha.

Todo cambió cuando deBraga salimos al camino de la coHicimos una breve escala en

poblacho de pescadores llamPorto, cuyas calles olían a pescen salazón como aquel que me ma



en Laredo. Fue preciso proveersebarcazas para atravesar el DueEso nos llevó toda una jornaCuando cruzamos a la orilla surfin pudimos decir a los hombres cera nuestro verdadero destino:

conquista de Lisboa. Un aullidoeuforia recorrió la hueste. Despuécalzada conduce en suave trazo ha

Coimbra, donde se cruza el Mondego, y desde aquí el camapenas presenta obstáculos hasta

mismísima Lisboa, aparte de un laparaje de lomas que a nosotracostumbrados a las inclemen



cimas de Asturias, nos parecietachuelas.

Durante todo este trayecto, nos llevó unas tres semanas, el Alfonso apenas si habló, apenasbebió, apenas si comió. Todo su

parecía enteramente concentradola tarea que tenía por delante. disciplina de marcha impuesta a

hombres fue extremadameexigente. Yo nunca había vivido naparecido. Bajo un sol abrasador

verano, apenas atemperado poraire del mar, la hueste caminó a pvertiginoso durante más de d



horas al día, desde antes de salirsol hasta el límite del ocaComíamos sobre nuestros caballocuando estos daban signos de fatandando, sin detenernos. Sparábamos al anochecer para

misa, cenar y dormir unas pohoras. Se hizo preciso abandoalgunas monturas, reventadas por

esfuerzo. «¡No importa: en Lishay más!», gritaba el rey. Tambhubo que improvisar un grupo

retaguardia para acoger a hombres que se iban quebrando, pies deshechos. A estos no se



apartó, sino que se les dio por misconducir los carros transportaban nueavituallamiento. Cuanatravesábamos alguna zona poblasin descansar jamás, los lugare

corrían despavoridos o nos miraespantados, como quien ve pasar aejército sobrenatural. Así llegamo

las colinas que resguardan LisboaSe dio la orden de detener

marcha un caluroso día de julio

media mañana, todavía a trescuatro leguas de la ciudad. Alfoordenó acantonar a las tropas:



los hombres descansaran. Al mistiempo se dispuso envexploradores en todas direcciopara cerciorarnos de que nadie dala voz de alarma. Se prohiencender fuego y hacer ruido. En

silencio sepulcral, los hombrepusieron sus maltrechos cuerpFue la hora de aprestar las arma

arreglar las últimas cuentas Dios. El combate era inminente.

Teudano y yo cabalgamos ju

al propio rey hasta una cercana lodesde la que se dominaba el paisAllí estaban los muros de Lisb



Una extraña luz se apoderó de ojos del rey Alfonso cuando divel objetivo. Lisboa era una colentre otras dos colinas, a esteoeste. Al sur, la desembocadinmensa del Tajo; al norte, m

colinas: las que ahora nos servíanparapeto. La muralla encerrabaciudad hacia la ribera del gran

La puerta principal se elevaba sounos difíciles riscos; allí emergíasilueta del alcázar. Pero había ot

entradas, puertas menores, violaban el secreto de Lisboa:barrio mozárabe, extramuros, en



parte más baja de la ciudad, dpaso a una de ellas. Y aún había opuerta que por el lado contrario saal barrio de los pescadores, al bode las aguas. Allí Alfonso concisu plan:

—Es exactamente como mehabían descrito. Tres puertas: unadel alcázar y la mezquita, muy b

defendida, separada del resto deciudad por otra muralla interior; dla de los mozárabes, en la parte b

tres, la de los pescadores, juntorío. Dividiremos a la hueste en tgrupos, uno para cada pue



Actuaremos así: al amanecer, no mtarde, medio centenar de jinetetodos los peones se dirigirán conla puerta del alcázar. Los centinemoros llevarán sus defensas alldejarán menos protegidas las ot

dos entradas. Entonces un segungrupo de jinetes forzará la puertalos mozárabes y un tercer grupo

mismo tiempo, hará lo propio endel río. Hay que actuar rápido, dar tiempo a que los enemi

despierten. Cuando estemos denla guarnición mora, agrupada enpuerta principal, habrá qued



atrapada en su propio refugEntonces el grupo de la puerta alcázar se dividirá: los arquepermanecerán en la línea lanzanuna lluvia de fuego sobre guarnición y un grupo de peo

vigilará esa puerta para que nasalga, mientras que los dempenetrarán en la ciudad por las ot

dos vías abiertas. Tarde o temprala guarnición saldrá. Pero pentonces la ciudad ya será nuestra

Se nos despertó en plena nocLa hueste se puso en movimientfavor de las sombras. Aún no ha



amanecido cuando vimos dibujacontra el horizonte la silueta de murallas. El rey mandó formar a tla hueste en una larga lícompacta. Cuando los primerayos del sol tiñeron de pálido r

el cielo, esa línea se precipitó soLisboa. Esta vez no hubo trompascuernos ni vítores al rey y a Cri

ni siquiera los gritos del guerrque ataca; esta vez solo huboestruendo seco de quinien

caballos lanzados al galope y hombres corriendo en un silenestremecedor. Como un trueno q



arranca lejano y termina estallansobre la cabeza, así el fragor deguerra rompió sobre el amanecerLisboa.

El propio rey Alfonso dirigiócuerpo que se plantó ante la pue

principal. Saetas incendiarsurcaron la aurora. Por la derecTeudano marchó con un centenar

inetes hacia la puerta de pescadores. Yo hice lo mismo enpuerta de los mozárabes, por

izquierda. Apenas hubo resistenNadie en Lisboa esperaba un ataqEn unos pocos minutos ya estábam



dentro de los muros. La guarnicno pudo reaccionar. Al veasediada por la lluvia de fuegomayor parte de las tropas moras sadel alcázar y corrió hacia la ciudpero allí estábamos ya nosotros p

cerrarles el paso. Mis diez guerrey yo cargamos sobre los sarracecomo un cuchillo que corta mante

Di buen uso a la azagreconstruida por Ramiro; comprque las innovaciones aumentaban

eficacia. El pañuelo de Creuondeando en el asta, pronto enrojede sangre enemiga.



Otros moros intentaron escapor la puerta principal, pero estaban los peones dispuestos porey. Alfonso, al ver esa pueabierta, no lo dudó un instanteordenó carga general. Los solda

de Asturias se derramaron sobreciudadela como una lluvia de laentre los penachos de humo de

incendios, los lamentos de mutilados y los gritos de vencidos que imploraban pied

Aún no había terminado de salirsol cuando por el portón del alcáapareció el gobernador moro



Lisboa, en camisón, agitando brazos y gritando en su lengua aque sonaba a súplica.

Alfonso ordenó encerrar a tla guarnición en la mezquita made la ciudad. El rey de Oviedo

lomos de su caballo, penetró enalcázar. Con rabia clavó estandarte en la puerta de

mezquita. Nuestros hombmientras tanto, se entregaban a frenético saqueo, operación en la

contaron con la ayuda de mozárabes y los pescadores locaasí como de los muchos escla



cristianos del lugar: todos ellosvengaban ahora de sus opresoresrey Alfonso dio instrucciones pvaciar el mercado y, una vez vacprenderle fuego. Lo mismo disppara el palacio del gobernad

Requisamos cuantos carencontramos disponibles: viajaría nuestro botín. Contemplé

rostro de nuestro rey, crispaincluso transido, al ver cómo llamas se elevaban hacia el cie

Era la venganza por la dodestrucción de Oviedo, por hombres muertos en las Babias y



el Quirós y en el Soto, por paisanos capturados coesclavos… Para mí era tambiénvenganza por Deva, y por Tellopor Gadaxara y por el miles Juan.

Hacia el mediodía, todo ha

terminado ya. —Os juré que nuestras arm

obtendrían venganza por

destrucción de Oviedo —nos dAlfonso—. Ya está hecho con ayuda de Dios.

El rey ordenó que el botín fuacumulado en los carros y llevfuera de la ciudad. Así se hizo, p



ello no impidió que muchos nuestros hombres aparecieenvueltos en lujosas vestidurastocados con ricas joyas: era su pade la caza y nadie se lo recrimiDespués Alfonso mandó ejecutar

gobernador moro. Lo hicieron propios mozárabes lisboeFinalmente, de entre los solda

supervivientes de la guarnición escogió una cuerda de dosciencautivos; todos ellos fueron ata

con cadenas. Muchos mozárapidieron marchar al norte nosotros, para huir del yu



sarraceno. El rey aceptó.Volvimos grupas hacia nues

hogar con el mayor botín que jamun ejército cristiano haconseguido en tierra de moros.

El retorno a Oviedo fue un lapaseo triunfal. Una vez cruzadoDuero, ya en tierra cristiana, el

Alfonso se ocupó de instalar en pueblos costeros a los mozáraredimidos en Lisboa: su vida

sería ahora menos menesterosa, pserían hombres libres en un subendecido por la cruz. A medida q



la comitiva avanzaba hacia la capdel reino, las huestes fuemarchando hacia sus hogares. Ande llegar a Astorga dejaron columna los señores gallegos y mesnadas; con ellos llevaron su pa

correspondiente del botín.Miles de campesinos saliero

vitorearnos a lo largo del cam

mientras las campanas de las aldfestejaban el acontecimiento. entrada en Oviedo fue una fie

Todo el pueblo estaba allí, y contambién los clérigos y hasta notables de la corte: todo el mun



acudió a saludar al rey victorioAlfonso mantenía una pose amabpero rígida, como si no hubiobtenido un especial placer aquel triunfo.

El abad Fromestano se enca

de que aquella tarde corriera el vy tampoco faltara la carne parapueblo. Los jefes de hueste

dedicamos a hacer recuento botín. Realmente era extraordinaSeparamos la quinta parte,

correspondía al rey, y revisamminuciosamente el redistribuyéndolo conforme había s



acumulado en origen. A mí tocaban dos carros: uno para motro para repartir entre mis dmuchachos. Mi fracción del tesera estimable: muchas varas lienzos y sedas, objetos de oro

plata, vasijas de cobre, una buprovisión de grano y, ademespadas y arcos y flechas con los

armaría a los soldados del castde Espinosa. Yo mismo me encargde arreglar que todo eso

trasladara a Mena sin tardanza.La celebración fue memorabDespués de los oficios en acción



gracias, el rey Alfonso ofreció ucena para sus más allegados enardín de su nuevo palacio. A

estábamos los capitanes que juntél habíamos combatido, pero tambel personal de palacio y, de man

muy destacada, los condes ejercían el gobierno. No me extrver a Nepociano. Instintivamen

busqué a Creusa. No la vi. Pero ella la que me encontró a mí:

—Vienes hecho un héroe, Zo

me espetó con su sonrisa burl. Ven, alejémonos un poco.Creusa me tomó de la man



me condujo hasta un rincón apartaunto a una bonita fuente: uno de

detalles que el arquitecto Tiosembraba por todas partes. Miré amujer desde los cabellos hasta pies: resplandecía. Para la ocas

había engalanado sus cabellos guirnaldas de flores. Cubría cuerpo con una suave túnica r

ceñida al talle con un cinturón brillantes adornos. Era para volveloco. Desanudé un trapo sucio de

brazo. —Este pañuelo es tuyo, recuerdas?



—¡Dios mío! —exclamó Crecon un mohín de repugnancia—. ¡Qsucio está!

—Es sangre —sentenPretendía asustarla, pero ella jufuerte.

—Ah, ¿sí? ¿De quién? preguntó con indiferencia.

—De un moro que guardaba

puerta del barrio mozárabe Lisboa.

Creusa tomó el pañuelo en

manos. Hizo como si lo examindetenidamente, pero en realidad ermí a quien miraba. Sus ojos



quemaban. Luego cogió el lienzo ysumergió en la fuente. Una sucia nparduzca enturbió la pileta. Cgesto firme, lo escurrió y volvianudarlo en mi brazo. Me miró ojos de fiera.

—Quiero que vuelvas con má —¿Y si no vuelvo? —Que me traigan al menos

brazo. Para recuperar el pañuelo.Embriagado de victoria y

deseo, esa noche cubrí de beso

Creusa.



18

EL DOLOR Y LA GLORIA

La victoria de Lisboa nos había hericos a todos. Al rey Alfonso procuró recursos para acelerar construcción de su capital, aqu

Oviedo esplendorosa que soñabanmonarca y su arquitecto Tioda. Pel triunfo debía servir además p

otra cosa de enorme importanmostrar a Carlomagno que aqpequeño reino de Asturias que pe



su alianza no era una menestertribu de las montañas, sino potencia capaz de ejecutar auténtihazañas. De manera que, aperegresados a casa y disuelta hueste, Alfonso ordenó que u

embajada de la corte marcharapaís de los francos para dar notide nuestro éxito y poner su fruto a

pies del gran Carlos.Dos condes de palacio fue

los elegidos: Froila y Basiliscus,

ya habían estado anteriormente Tolosa con Ludovico Pío, el hijheredero de Carlomagno, titular



gobierno de las tierras francas sur. Nuestros dos embajadollevarían consigo ricos presentes botín lisboeta: joyas, objetos de y plata, sedas… y una cuerda cincuenta cautivos moros.

naturaleza de la misión y de lo transportaba exigían dotar a comitiva de una cierta protecci

Teudano me encomendó a mí tarea, pues conocía bien el camhacia el este. Recibí la orden co

un auténtico regalo. Mis dmuchachos me acompañarían. Cellos, medio centenar de peones.



Partimos hacia la tierra de francos sin perder más tiempo queimprescindible para prepararlo toNo sería un viaje rápido, porque sobrecargados carros forzosameiban a entorpecer el viaje. Eso

contar con la difícil marcha de cautivos moros, obligados a camicargados de cadenas. Duro destino

del preso. Recé para que a hermano Tello se le hubiera ahorrun trance semejante.

Desde Oviedo ganamos camino de la costa, que yo tanfondo conocía: Evencia, Santilla



Santander, Laredo, enseguida Casy después, cruzando la ría, la tiede Mundaca hasta Easo, por dondeentraba en el país de los francos.paisaje uniforme de ampcampiñas verdes y bien cultivad

en un terreno asombrosamente llarecorría la Aquitania, incluidas tierras de Gascuña, hasta Tolo

Allí, en la capital franca mediodía, más amable que la Aquisgrán, era la gran c

Tardamos dos largas semanas llegar.Carlomagno nos esperaba en



castillo que habitualmente usabahijo Ludovico Pío. Mucha piedrpoco ceremonial. Más parecía simple fortaleza militar. Entramosla plaza rodeados por el asombrolas gentes, que nunca debían de ha

visto semejante despliegue de carrcautivos y caballeros. FroilaBasiliscus penetraron en la cám

del rey de los francos. La gran puese cerró tras ellos. Los de la escoquedamos fuera, aguardando.

Enseguida se nos acercaalgunos caballeros de aspecto jovdebían de ser habituales de la ca



Se presentaron a nosotros protocolo alguno. Había allí caballero llamado Aureolo y a lado otro que se llamaba OrAlgunos se presentaron por nombre de sus linajes: los Aznar,

Galindo, los Íñigo, los Velasco, Arista, los Jimeno… Eran familias más poderosas de

montañas, las gentes a las Carlomagno pensaba confiar control de su frontera pirenaica

eso esperaban ellos. Intercambiamalgunas palabras de corteConfieso que me incomodó un ta



su aire de superioridad: a los Asturias nos miraban como viniéramos de algún lugar exóticsalvaje, cuando en realidad rústico país de la montaña bastante más precario que el nues

La frialdad del ambiente se relcuando uno de los clérigos que acompañaba me señaló y dijo:

—Este fue el que mató a Aal-Malik y después dejó sin tiendsu hermano Abd al-Karim. Y estu

en lo de Lisboa.La noticia fue recibida por circunstantes con un gesto



asombro y admiración. Uno de Galindo me dijo que él hacombatido a Abd al-Karim cuandomoro penetró hasta Narbona. Y ude los Aznar me refirió que aquella batalla fue tan grande

mortandad, que los paisanos tardados meses en limpiar completameel campo. El más sensato y paus

de todos ellos, que era Aureolo, hizo una serie de preguntas prácticcómo distinguir a unas unida

moras de otras, cuál era proporción habitual de jinetespeones en sus filas, qué tipo



saetas disparaban sus arqueros, qué lugar de sus columnas colocael avituallamiento… Cualquiera dque se disponía a tomar en sus mael control de la región. Desphablamos de caballos, de las virtu

y defectos de los caballos árabede su calidad en comparación nuestros propios caballos, m

pesados y grandes. Con estos asunnos entretuvimos hasta que de nuse abrió la puerta del rey. Y esta v

venía Carlomagno en persona.El rey de los francos impresionó, como a todo el mun



Carlomagno era un hombre altocorpulento, de cuello ancho y viengrueso. Había nevado ya en barbas y cabellos, y el rostro agrietaba por la edad, pero tenía umirada fiera y una sonrisa limpia

uno le daba la impresión de sertipo de jefe por el que valía la ppelear. Vestía una hermosa p

sencilla túnica bajo una capa azul.cinto, la espada de puño de plata.acercó a nosotros con a

desenvuelto, flanqueado por embajadores de Alfonso. Cfamiliaridad saludó brevemente a



caballeros del Pirineo. Luego repen mí. Me habló en latín:

—¿Tú eres...? —Zonio de Mena, caballero

rey Alfonso de Oviedo, mi señor.Dije esto agachando la cabez

bajando la mirada, como preceptivo. Pero Carlomagno tomi mentón en su mano y me elevó

rostro. Cruzó su mirada con la míla mantuvo fija unos instanCarlomagno tenía unos ojos grise

profundos que a mí me recordaroncielo de mi país cuando las nucubren las montañas. Examinó



cicatriz que recorría el lado derede mi cara.

—¿Sabes qué edad tienes? me preguntó.

—Veinticuatro años, mi seño —A tu edad yo ya era rey

comentó.Sonrió satisfecho. Me palmo

el rostro como el jinete que valor

un caballo de calidad. «Bcaballero», dijo Carlomagno. desapareció por el otro extremo d

estancia junto a nuestembajadores Froila y BasiliscEsto es todo lo que puedo contar



Carlomagno, que pronto seemperador de occidente.

En el camino de vueBasiliscus me dijo:

—¿Fuiste tú quien regaló ajedrez a nuestro rey don Alfonso?

—Sí —contesté, intrigado¿Por qué?

—Carlomagno nos ha enseñ

otro tablero que tiene en su cámcon piezas de asombroso arte. Dque se lo ha enviado como prese

el gran califa de Bagdad: Harún Rashid.



De vuelta a Oviedo, dejé a embajadores con una breve escode jinetes y peones y envié a mhombres al castillo de Espinosa. tomé otro camino: me dirigí monasterio de San Martín

Turieno, en Liébana. Necesitaba a Beato.

Encontré a mi mae

exactamente igual que tantos aatrás: era como si se hubicongelado en el tiempo. Me reci

con un abrazo paternal. Qulavarme los pies, según mandaregla, pero no lo permití. Fui



quien besó sus manos. Después condujo al jardín.

—¿Así que al fin has vuelto?bromeó.

Le conté mis aventuras Lisboa, en las batallas precedente

en la corte de Carlomagno. Tamble puse al corriente de algunas coque en el monasterio ignoraban.

comentamos, como no podía menos, la atroz suerte del obiElipando, degollado por el reneg

Amorroz en el foso de Toledo. —Desde que supe la notirezo por su alma día y noche



comentó Beato—, y mi hermEterio también. Sabe Dios que jamle deseé ningún mal. Y estoy segde que él a mí, tampoco. Al finapobre ha caído víctima de la gecon la que aspiraba a entenderse.

horroroso. Y al cabo, demuestra qnosotros teníamos razón: no cacomponendas con los blasfemos.

sede de Toledo ya no puede serprimada de España.

—Debe serlo Oviedo —afir

. Y esa púrpura te correspondti. —¡Oh, no! —rió Beato—.



ya estoy demasiado viejo para esoya he cumplido mi papel, que defender la santa fe. Otros deahora tomar el testigo. Me han dique el joven Adulfo goza de simpatías del rey. Será un bu

obispo de Oviedo.Describí a Beato cómo era

Oviedo que el rey estaba levantan

sus nuevas iglesias y palacios, yhablé también de mi trabajo enfrontera, de los castillos de

Bardulias y de la repoblación. Haque, cansado de cháchara, BeatoLiébana se detuvo, me miró fijame



y preguntó: —¿A qué has venido? —Tengo algo importante

contarte —confesé—. Necesito consejo. Y no conozco a nadie msabio que tú.

—Hay muchos más sabios yo, pero, en fin, trataré de ayudartestá en mi mano. ¿De qué se trata?

—Es una mujer. —Acabáramos. Me temo

sobre eso no soy particularme

experto. —Se trata de Creusa. —¿La vieja Creusa? ¿La vi



de Mauregato? —¡No, por Dios! —conte

con un aspaviento—. Su hija,oven Creusa.

—Hechura de su madre, sela recuerdo.

—Lo es. —Y muy bella —apuntó Bea —Muy bella y llena

encantos. —No pude evitar sonrojo.

—La vieja Creusa se casó

Nepociano, según me contaron… —En efecto. —De manera que ahora la jo



Creusa es heredera de uconsiderable fortuna. —Beato desto frunciendo mecánicamente labios, como siempre que creía halocalizado una presa.

—Sí.

—¿Te has enamorado de el preguntó a bocajarro.

—No lo sé.

—¿No sabes si la amas? —La deseo. —No es lo mismo —advirtió

maestro. —Ciertamente. Pero creo ella sí me ama a mí. Al me



prodiga las demostraciones cada que me ve; que no es algo mfrecuente, por otro lado.

—No me contarías todo estono hubiera otra cosa ocupandocorazón.

—Mi corazón sigue lleno Deva, aquella chica… —Bajé mirada.

—Sí, la hija de Asur —interrumpió Beato—. Recuerdo episodio, no te molestes —dijo

fastidio—. Pero Deva fue capturesclava por los moros, hace saños ya, y desde entonces nadie



sabido nada de ella. —¿Sabes, Beato? Fui a busca

a Córdoba. —¡Estás loco! —Lo estaba. Aproveché

misión ordenada por el rey p

acercarme al harén del emir y haaveriguaciones. Sin fruto, como de esperar.

—Mira, Zonio —suspiró maestro—. Habla muy bien de ti tu corazón siga prendido de aqu

chica. Eso demuestra que tu amor limpio y puro, y que no fue simple urgencia de la carne lo que



sacó de estos muros de San MarPero Deva, lamentablemente, volverá. Sería un auténtico milaque lo hiciera. Y tú eres un homoven y fuerte, ahora mis

caballero del rey y mañana, ¿qu

sabe?, señor de algún territoriopremio a tu esfuerzo en el combY un hombre así no puede sepultar

corazón en vida. —Cada vez que miro a o

mujer me siento culpable; culpa

de deslealtad a Deva. —El amor, en efecto, es enfermedad, querido Zonio. Y no



buen médico para esa dolencia. —¿Qué puedo hacer? —Creusa te persigue. Pero s

presencia te tortura, elúdela. aprendiste en estos muros qué escastidad. El propio rey Alfonso

practica como ofrenda a NuesSeñor. No debería resultarte extraño…

—Lo entiendo, pero al mistiempo siento dentro de mí un vací

—Ese vacío que sientes es

que ha dejado Deva y nada pollenarlo jamás. Nunca una musustituye a otra si de verdad la



amado. Pero ¿quién sabe?, tal Dios te bendiga con otra que colcon creces esa ausencia.

—¿Tú crees que una mucomo Creusa…?

—No conozco a la jo

Creusa, pero sí a su madre. Y a poque se parezca, será una mucaprichosa, ambiciosa, m

consciente de sus encantosdispuesta a usarlos para consegsus propósitos. Es muy posible

ella se haya enamorado de ti: eoven, no eres feo, ahora tienes fay, además, eres un guerrero cerca



al rey. A las mujeres les atraen guerreros; bien es cierto que lupretenden que se comporten colacayos de caballeriza. He vistohombres más fuertes que tú sucumante un cuerpo bonito y una mir

comprometedora. En todo caso,que quiero decirte con esto es queamor de Creusa, quizá sincero, pu

no ser puro. Y eso debería frenarte —Lo entiendo, Beato. —¿Qué harás?

—Seguiré tu consejo —acephumilde. —Espero que esta vez lo ha



cerró Beato como si fuera uadvertencia.

Me despedí de Beato Liébana pidiendo su bendiciAbandoné la idea de volver a brazos de Creusa. Al salir

Liébana por el camino de Potesuna vez más la casa que había sde Asur y Deva. Decididamente,

corazón había quedado cautivo aquella dulce muchacha. Y si ellavolvía, tampoco mi cora

recobraría nunca la libertad. Retoal castillo de Espinosa. Mi sestaba allí.



Supe que Oviedo crecía semana

semana. Supe que Carlomagno haenviado embajadores a la capital rey Alfonso: Jonás y Teodulfo,

llamaban. Supe que con evinieron artesanos y canterosorfebres de varias ciudades imperio, y que todos ellos dejabanarte en la capital de nuestro reiSupe también que en Asturempezó a circular de nuevo

moneda: los sueldos de plata de francos no tardaron en convertirseobjeto de codicia. Pero todo aque



me quedaba muy, muy lejos. Mi vera ahora el castillo de Espinosa,vecino hogar de Mena y frecuentes exploraciones hacia el al paraje de Tedeja, donde me hapropuesto levantar algún día

nuevo castillo.Mi hermano Vítulo, con

protección que ahora le brind

nuestra pequeña hueste, pudo deditodos sus esfuerzos a organizarrepoblación. Nuevas familias

habían instalado en Mena e incliban llegando hasta Espinosa, dotambién había tierra para todos.



frontera seguía tranquila: Alhakánhabía resuelto sus problemas enpropia casa y, por otro lado, ahteníamos a Carlomagno levantanfortalezas en las montañas de Pirineos, lo cual obligaba al mor

un esfuerzo suplementario. Fueaños tranquilos, aquellos.

En Mena, mi pequeño mun

mis padres envejecían lentamenRamiro insistía en encontrar el arperfecto. Guma criaba a su h

Guzmán con el amor que a él nule dispensaron. Mi hermana Muncasada con Illán, dio a luz



rechoncho varón al que bautizacomo Tello, en recuerdo de hermano desaparecido.

Como la llegada de nuecolonos era incesante, mi hermVítulo quiso asegurarse de que

propiedad de las tierras quedclaramente definida: que napudiera tomar lo que no era suyo.

que se le ocurrió fue donar las tiercultivadas por su comunidadnuestra iglesia original de Mena

de San Emeterio y San Celedoniomanera que la repoblacmantuviera una cabeza bien visibl



Con su habitual minuciosidVítulo nos convocó a unos cuantosla hueste y a mí. Ante nosotredactó públicamente la escrituPidió a mis hombres que firmacomo testigos. Solo sabían escr

Juanti, Azano, Munino, ArmandoHudelisco. A algunos de ellos había enseñado a leer el pro

Vítulo. Con mucha ceremonia diel texto al presbítero Lepino, asistente:

—En 15 de septiembre del de Nuestro Señor 800, yo, el abVítulo, el más indigno siervo



todos los siervos de Dios, con hermano el presbítero Ervigio, nuestros santos patronos EmeteriCeledonio, a los que con nuestpropias manos construimos basílica mi hermano Ervigio y

Vítulo, abad, en el lugar que llamTaranco en tierra de Mena, y tambla iglesia de San Martín, que bajo

urisdicción de Mena elevamasimismo con nuestras manos enciudad de Area Patriniani, y tamb

la iglesia de San Esteban, que nuestras manos fundamos en el luque llaman Burceña en tierra



Mena, en esta región de… —Vítse detuvo, reflexivo—: En eregión de… de… Zonio, hermano…

—Dime, Vítulo. —¿Cómo llamaremos a e

lugar? Ya no son las Barduli

porque estamos más al sur, ptodavía no son los campos góticporque estamos más al norte. ¿Có

podemos llamar a estas tierras? —¿Cómo las llama el pueb

hermano? —pregunté yo.

—El pueblo las llama CastiPor los castillos del rey nuesseñor.



—Pues llamémoslas Castillasugerí—, como las llama el pueblo

—¡Castilla! Extraño nombPero suena bien. Sea. En esta regque antes se llamaba Bardulias y desde ahora llamaremos Castilla…

Y desde entonces estas tierse llaman Castilla.



TERCERA PARTE

LA SANGRE Y LATIERRA



19

L A DESDICHA DEL HERMANO DE

EMIR

Grandes batallas se sucedieron aquel tiempo y el Señor nos bendcon frecuentes victorias y abunda

botín. Numerosos coloatravesaron los montes para ocutierras en nuestros valles y así cre

el ámbito del reino. Pero en aqueaños ocurrieron además otsucesos que iban a alte



extraordinariamente nuestras vidasLa primera consecuencia

nuestra visita a Carlomagno nohizo esperar: muy pronto el reylos francos ordenó reforzar frontera en los Pirineos, a la

llamó «Marca Hispánica», desdeCantábrico hasta el Mediterráneomoro descubrió que una nu

amenaza surgía en el horizonte. cobijo de las montañas emergcondados cristianos en Pamplona

río Aragón, Ribagorza, SobrarUrgel, Pallars, la Cerdaña… Uveces los encabezaban las vie



familias locales; en otras ocasiose pusieron bajo el mando caballeros de la corte de AquisgrSiempre, en cualquier caso, resultado era el mismo: musulmanes se encontraban

repente con un muro en el noAdemás, Carlomagno iba a llevar banderas hasta Barcelona y el pro

poder sarraceno se plegaría a influencia, pues no fueron pocos gobernadores musulmanes q

enfrentados con Córdoba, prefiriepactar con el rey de los francos.Para el emir Alhakán to



aquello se convirtió en endemoniado rompecabezas. Haese momento los musulmanes habsustentado su poder en la regsobre dos piezas: por un lado,colaboración de los Banu-Q

aquella poderosa familia convertal islam para mantener su control valle medio del Ebro; por otro,

gobernadores que Córdoba haenviado a Huesca, Zaragoza Barcelona, y cuyas tropas imponía

punta de espada la autoridad emir. Los Banu-Qasi ataban cortlos pamploneses a través



sucesivos enlaces matrimoniamientras que los gobernadores mocobraban tributos en el Pirineo pasegurarse la fidelidad de señores de la zona. Pero cuanCarlomagno ofreció a estos magna

la posibilidad de tributar a francos en vez de a los morninguno lo dudó y se puso al lado

Gran Carlos. En Pamplona, al mistiempo, estallaba una sorda puentre los Velasco y los Jimeno por

mismo motivo. Así Carlomaglogró que desapareciera cualquamenaza de una nueva invasión.



para nosotros, para el reino Oviedo, se abrían expectativas mayor alivio, pues ahora Córdtenía que vigilar dos frentes: carolingio y el nuestro.

Era cuestión de tiempo que

emir Alhakán reaccionara: de algmodo tenía que romper aquel mque Carlomagno había constru

sobre las montañas y que, para msolidez, se ensamblaba con nuesreino de Asturias en tierras vascon

Fue en el verano del año de NuesSeñor 801 cuando el emir Córdoba dio el paso: se prop



abrir una brecha en la murcristiana del norte. Y para haceescogió el punto donde Asturiasdaba la mano con el reino de francos: Navarra.

Fueron jinetes de Lantarón,

territorio de don Tello, quieaparecieron por Espinosa principiado el mes de agosto p

dar la noticia: un ejército sarracse acercaba desde CeniceroBriones a la aldea de Miranda

todo indicaba que iba a cruzarEbro por aquel lugar. Yo nunca había fiado de don Te



Sospechaba que en otro tiempo hapactado con los moros pconservar a salvo sus posesion¿Me estaría tendiendo una celaResultaba poco probable. Envinetes para sacarme de mi cast

era un procedimiento que llamdemasiado la atención. Por otro lalos informes de aquellos homb

parecían ciertos. Inmediatamecursé mensajeros a Oña y a Irupara poner al corriente a don Gar

y don Munio. También me ocupéavisar al señor de Mundaca. A todles di cita lo antes posible en



castillo de Añana. Asimismo mana cuatro hombres a las cercaníasMiranda, para que siguieran el cudel ataque musulmán; encomendJuanti, uno de mis jóvecaballeros, dirigir esa vital misión

¡Misteriosa expedición, la sarrace¿Quiénes eran? ¿Y qué se proponí

Si se dirigían a Miranda, solo poser con el objeto de tomar la calzque desde allí camina hacia

llanada de Álava, habitual presa saqueo musulmán. Pero apecuatro años atrás ya habíam



infligido a los moros una sevderrota en aquellas tierras, cuandode Amurrio. Y desde entonces la cristiana de castillos no había hesino intensificar su solidez. ¿Cóera posible que insistieran por

mismo lugar? Sobre la marcha coldos cosas: una, que el objetivo ese ejército debía de ir más allá

simple saqueo en los llanos alavela otra, que el jefe de la hueenemiga forzosamente tenía que

otro distinto de mi viejo conocAbd al-Karim, pues este no se habaventurado de nuevo por los mism



parajes.A la altura de Miranda

calzada seguía al norte por caminos. Uno daba un rodeo poroeste, por Puentelarrá, e iba acomarca controlada sucesivame

desde los castillos de SalceLantarón y Añana. El otro camimás corto pero más inseguro, atac

directamente el norte atravesandoparaje de Arganzón y cayendo enzona protegida por el castillo

Iruña. ¿Qué dirección tomaría moro? Cualquiera que fuera la rescogida por el enemigo, de



Añana nosotros tendríamos buena posición para obadecuadamente. Alineé a mi huelos jóvenes caballeros de la tierrunos doscientos peones. A través valle de Losa salimos a t

velocidad hacia Añana, adonllegamos después de jornada y mede camino. Cuando divisamos

castillo ya estaban allí todas tropas de don Tello, reunidas delas fortalezas cercanas. Tarda

poco en llegar contingentes de Frremitidos por el viejo señor García, y otros de la tierra de Aya



Orduña y Mundaca. Don Munio hizo saber que permanecería encastillo de Iruña por si el mtomaba ese camino. Me pareció ubuena decisión. Ahora solo faltconocer el rumbo del enemigo.

—Bienvenido, don Zonio —saludó don Tello desde el misportón de su pequeña fortaleza. Tr

la cabeza descubierta y sus cabelrojos formaban caóticos remolinA su espalda colgaba el hacha

doble hoja con la que tanto le gustcombatir. —Dios te guarde, don Tello



contesté—. Gracias por el av¿Sabes algo nuevo del enemigo?Yo seguía sin fiarme de ese hombr

—Nada nuevo. Parece quedemoran, a Dios gracias. —Tesudaba enormemente; tan gru

como estaba, la cota de malla dede ser un horno para él.

Pese a mi desconfianza, Te

nos instaló con solicitud. Hastamadrugada del día siguiente no tunoticias de mis explorado

Cuando al fin apareció Juanti con inetes, fue para presentar un balaalarmante: una fuerte hueste enem



de en torno a cinco mil jinetes y ottantos peones, con cuantiosa cargaavituallamiento y alguna máquinaguerra.

—¿Qué camino han cogido?pregunté, intentando no traslu

ansiedad. —El de Iruña —respon

Juanti sin aliento.

—¿Su jefe? —insistí. —No le conozco. No es Abd

Karim —dijo el muchacho.

Era un bravo tipo, Juanti: dede rondar los veinte años, si es llegaba, pero tenía un cuerpo



macizo y rudo, hecho a la intempey al sufrimiento, y una medespierta y muy bien dotada para cosas de la guerra. Mandé a dormmis exploradores y desperté a Tello y a los capitanes de la huest

—El moro camina hacia Irles confié—. Es un gran ejérc

unos diez mil hombres entre jinete

peones. Con mucha impedimeluego su marcha no será rápida. manda un general que no conocem

Y si no le conocemos, entoncestampoco nos conoce. Todo eso jua nuestro favor. También n



beneficia otra cosa: en la columvienen muchos carros y hasta máquina de asedio. Por tanto objetivo no es saquear los campsino que marcha contra algciudad.

—Yo creo saber adónde va dijo uno de los presentes, un guerrvascón de aspecto fiero y un ta

salvaje. —¿Quién eres tú? —pregunté —Zaldún de Orduña. ¿No

acuerdas de mí, Zonio de Mena?¡Zaldún! Zaldún era aqmuchacho que el día de



coronación de Alfonso había vena Oviedo en representación de padre, señor de una tribu vascoAhora, diez años después, era mozo de elevada estatura y modaenérgicos, de largas melenas

permanentemente pegado a espada de dimensiones asombrosa

—Has crecido mucho —le d

. Me alegra verte aquí. Pexplícame por qué crees saadónde se dirige el moro.

—Creo que va a tierras Pamplona —afirmó Zaldún—. Enúltimos meses los Jimeno y



Velasco se han hecho mucho guerra. Unos se apoyan Carlomagno y los otros en los BaQasi. El hecho es que, los otros los unos, Córdoba ha perdcompletamente el control del país

si ahora aparece por aquí un ejércde esas dimensiones, debe de porque busca algo importante. T

importante como recuperar autoridad sobre Pamplona.

—Es muy posible —acepté

¡Bravo, Zaldún! Si eso es podemos dar por hecho que el mosea quien fuere su general, no que



perder tiempo ni energías. Por esoescogido el camino de Iruña, quemás corto. Quizá piensa llegar allanura de Álava, saquear lo pueda por el camino y dirigidespués a Pamplona por la calzad

—¿Y por qué ha escogido camino y no ha entrado deZaragoza? —terció don Tello—.

habría resultado más fácil —Entra por Iruña para no pi

la tierra de los Banu-Qasi, por

esa gente controla el Ebro agabajo —expuso Zaldún. —Y si este ejército moro qui



atacar al margen de los Banu-Qasireflexioné yo—, entonces no cduda de que lo ha mandado el proemir de Córdoba, con un objetpolítico de primera magnitud y, tanto, con un general de relieve.

vez un familiar del propio emir. —¿Por qué te interesa ta

saber quién es el jefe de esa ban

de diablos? —me interpeló Tello con ostensible fastidio.

—Porque conociendo al j

tendremos media batalla ganada afirmé de manera un tapresuntuosa—. De todas maneras



sabemos mucho. Y creo que sé dónpodemos golpear.

—¡En las Conchas, sin duda!afirmó jubiloso don Tello.

—Sin duda —corroboré—. Hque salir cuanto antes y ganar

posición. Movilicemos a cuagente podamos. Zaldún, tú partinmediatamente al castillo de Iru

para dar noticia a don Munconcentraremos nuestra fuerza en altos de las Conchas. Si lo tiene

bien, don Tello, deja una míniguarnición en tus castillos, por lo pueda pasar. Y nosotros, ¡rumbo



las Conchas!

Don Tello se mostró como diligente organizador de hombAún no había amanecido cuandotropa partió hacia levante cruzanlos vallecillos boscosos que vandar al río Bayas. Entre su huestemía y los refuerzos de don García,

sumaríamos más de dos guerreros. Don Munio no aportamás de mil. Éramos muy pocos

comparación con la hueste sarracePero, a cambio, la tierra peleabanuestro bando. La tierra… y



sorpresa.Las Conchas del paraje

Arganzón son una puerta natural el río Zadorra ha excavado en paredes de la sierra de Tuyo. Pormedio, a la par que el río, pasa

calzada. Es poco trecho: menos media legua. Pero la estrechez sitio es tan extrema, y la posibili

de refugio tan escasa, que napuede escapar de allí. Nueestrategia en la batalla no sería o

cerrar la puerta de las Conchas enentrada y la salida, y destrozar delo alto a la expedición sarracena.



Tomamos pie en las ConchasArganzón antes del mediodía. Pdespués aparecieron don MuNúñez y Zaldún con una mesnadadesdeñable: trescientos jinetes y doscientos peones; más de lo que

había previsto. Abracé a don Mucomo a un hermano: aquel homsabía hacerse querer. ¡Si hasta

Creusa le había agradado! Y para sorpresa, a las pocas horas se hver también el veterano don Gar

que, alertado por sus hombres, había querido perderse la bataCon lo que traía el caballero de Fr



y Oña ya nos acercábamos a cinco mil hombres. La mitad queenemigo. Pero seguros de ganar.

El plan de batalla ya estdefinido. Todos aguardaríamos los altos del desfiladero, en

contrapendiente de la sieinvisibles para el moro. Cuandoenemigo estuviera a punto de salir

las Conchas, Munio descenderíatoda velocidad con sus jinetes pcerrar la puerta. Los peo

acentuarían el efecto de la calanzando troncos y rocas sobrecamino, para estrechar aún más



paso. En ese momento los hombde Tello, desde un lado, y los García desde el otro, asaetearíanenemigo atrapado en la calzadamientras tanto, los míos y cargaríamos contra la retaguar

mora para sembrar la confusiónsus filas e impedir la retirada. PedZaldún que me acompañara en

cometido. Esa noche la pasamosvigilia y oración, velando armcomo el día que nos hicie

caballeros.Supimos que los moros habhecho noche en el pequeño pobl



de Estavillo, a una legua de garganta. Por el humo supimtambién que habían incendiadolugar. Desde la cumbre de uno de cerros, excelente observatopudimos ver cómo el ejército m

despertaba y se ponía en camino.marcha era lenta y pesada, apepodría moverse dentro

desfiladero. Percibimos tambiénestandarte que orgullosameondeaba junto a su jefe. Era

estandarte blanco: con tprobabilidad, un aristócrata del cde los Omeyas, la dinastía



gobernaba el emirato de CórdoUna presa de caza mayor.

Los moros lanzaron alguexploradores dentro del desfiladepara verificar el paso. Fue difconseguir que ninguno de

nuestros se moviera. Pero aqueinetes de reconocimiento tamp

investigaron a fondo. Seguramente

sentían fuertes con tan poderhueste detrás. Desde lejos se oíangritos de la columna y

imprecaciones que los carretelanzaban contra sus mulas. Era espectáculo pintoresco. La tr



musulmana entró en las ConchApelotonada. Sin orden. Yo nunolvidaba aquellas palabras de a ñ o r a d o miles Juan: «Nosothemos de buscar la maniobra,sorpresa, y sembrar la confusión

sus filas. Porque así como buenos guerreros, los moros también desordenados y tienden

descomponer las filas, y pasan deexaltación al pánico en un momenEntonces están perdidos. Ese es p

nosotros el momento de cargar todo. Solo así podemos ganar». Eera lo que íbamos a hacer una



más. Como antes en Lutos y Amurrio.

Los exploradores no llegaroatravesar el desfiladero: las flecde la gente de Tello los atravesade parte a parte. La cabeza de

columna mora, sorprendida, detuvo. Entonces sonaron las tromy los cuernos, y la furia de

guerreros cristianos se desencadsobre la muchedumbre sarraceMunio cargó contra la vanguar

mora mientras los peones de hueste, colocados en los flancarrojaban grandes piedras y árbo



derribados. Tan estrecho se hizocamino que a los moros no quedaba otra vía de escape meterse en el río. El jefe sarraceel Omeya, ordenó una carga genehacia delante para levantar el tap

pero en ese momento sus troestaban siendo machacadas clemencia por los hombres de Te

y de García, cada cual en upendiente, que enviaban sobre enemigo una ingente cantidad

flechas, dardos y piedras. El pase leía en los ojos del enemigo yoía en sus voces aterradas. Era



pánico del que hablaba el miles JuEn aquel instante Zaldún y

con nuestra hueste, nos descolgamdesde el cerro donde nos hallábampara cargar contra la retaguarmora. Besé la cruz que colgaba de

cuello, la cruz de Beato, y espoleSisnando. Las decenas de carros transportaban la impedime

musulmana tapaban el camino salida y obstaculizaban la retiradasus propias tropas. Para aña

confusión, ordené lanzar flechas fuego sobre aquellos carruajes. Lcocheros se arrojaron al su



implorando piedad entre nueslanzas y espadas, y los animaespantados por el fuego, salieronestampida en todas direccionatropellando a los moros trataban de huir del desfiladero.

azagaya se cobró varias vidas enlos fugitivos. El pañuelo de Creuatado al asta, volvió a mancharse

sangre enemiga. Zaldún, por su pahabía saltado de su caballo y ahse volcaba sobre la muchedumbre

fuga repartiendo mandobles. Nuhabía visto a nadie golpear rápido, ni siquiera a Gadaxa



Verdaderamente ese muchacho eraguerrero extraordinario.

La matanza duró cerca de hora. En algún momento, el jsarraceno logró zafarse de la prque le hacían sus propios hombre

escapó a uña de caballo junto a upocos jinetes. Los vimos salirgalope tendido por la orilla del

dejando su estandarte tras de sabandonando a sus soldados aatroz suerte del vencido. Los

quedaban vivos no tardaron rendirse.Don Tello, una vez más, qu



perpetrar una matanza y se precipcon su hacha sobre la muchedumvencida. Se lo impedí. encarnizamiento de aquel hombre resultaba siempre excesivo. Mtarde me enteré de que sus pad

muchos años atrás, habían squemados vivos, sitiados en propia casa, durante una ace

musulmana. De cualquier mantodos teníamos cuentas personaque saldar. Y lo que ahora importa

era, sobre todo, hacer cautivrecoger el botín y averiguar de dónhabía salido ese ejército y qué



proponía.Don García y don Munio

ayudaron a calmar a Tello. lección más importante que ha aprender el guerrero no es la técnde combatir, sino el arte de comb

sin odio, porque el odio nublarazón, convoca al pecado y ahuyea la victoria. A mí me lo enseñó

miles Juan. Y era una gran verdadEl orgulloso ejército

Córdoba ofrecía ahora un aspe

deplorable. Los supervivientes, rodillas entre los cadáveres de camaradas, levantaban los bra



implorando misericordia. Nuesthombres los desarmaron y ensegulos reunieron a la orilla del ZadoVarios se identificaron coesclavos cristianos. No serían mde una docena. Casi todos habla

nuestra lengua. A esos los apartamellos nos dirían lo que queríamsaber.

—¿Tú cómo te llamas? pregunté a uno que me pareció mtranquilo que los demás.

—Sancho. Soy de ToleCautivo y enrolado a la fuerza. ¡Scristiano! ¡Lo juro por mi santa fe!



«¡Y yo! ¡Y yo!», gritaron tolos demás a coro. Sentí una enorcompasión por aquellos hombQuién sabe si mi propio hermTello no estaría en pareja situaciPero no podía ablandarme y prose

el interrogatorio: —Tú, Sancho toledano, ¿qu

os mandaba?

—Muawiya, un hermano Alhakán.

Nos miramos sorprendid

Habíamos derrotado nada menos a un hermano del emir. —Veo aquí a much



extranjeros. ¿De dónde viene eejército? —insistí.

—Son las nuevas tropas Alhakán, mi señor. El emir ya nofía de nadie, así que ha reclutadmillares de bereberes en el norte

África. —¿Y quién le protege

Córdoba? —pregunté, sorprendido

—Otros soldados nuev«Eslavos», los llaman. Son esclaque se ha hecho traer de oriente,

más allá de Bizancio. Los enrolado en su guardia porque hablan ni latín ni árabe, de man



que no pueden comunicarse nadie. Por eso les llaman «mudos».

—¿Dónde os dirigíais? —Yo no lo sé —conte

Sancho. Pero otro terció enseguida

—Yo sí, mi señor. Ndirigíamos a Pamplona.

—¡Lo sabía! —rugió Zaldún.

—¿Y para qué? —inquirió dMunio.

—Para ayudar a los señores

los Jimenos contra los señores de Velascos. No sé nada más. —Ya es bastante. ¿Y tú qu



eres, que sabes tantas cosas? pregunté yo, suspicaz.

—Jeremías —contestó hombre—. Me hicieron mensajerosoy cristiano también. De Málaga.

En aquel instante llegó uno

los hombres de Munio. Traía enmano el estandarte de MuawDetrás venían más peones

infinidad de objetos lujosos: armcorazas, banderas…

—¡Buena caza, vive Dios!

exclamó don García—. El rey pondrá contento al ver todo esto. —Enviaremos a Oviedo



estandarte —dije yo—. Y una cuede cautivos.

—No es justo —interrumdon Tello—. La victoria ha snuestra y yo reclamo un númerocautivos para mí. Mis salinas

Añana necesitan operarios.Todos miramos a Tello c

enojo. En cualquier caso, tenía raz

él había participado en la victoritenía derecho a su porción de bolo cual incluía a un cierto número

cautivos. No envidié la suerte esos desdichados.



Repartido el botín, disolvimoscompañía. La mayor parte de cautivos fue remitida a Oviedo una fuerte escolta. Don Munio encargó del trámite, pues en tierras había sido el combate.

otra parte, sospecho que desearreglar en la capital ciertos asunrelativos a su enlace con d

Argilo, no en vano prima del rCon Munio marcharon mis dmuchachos: había llegado la hora

que fueran solemnemente ordenacaballeros; el rey en persona haría.



Zaldún se apoderó de un enorlote de espadas y escudos; llevaría consigo a Orduña. Yo hice cargo de los cautivos cristianlos instalé en Espinosa. A Sancho Jeremías los incorporé a mi hue

En cuanto al botín, no fue cmenor. Aunque la mitad de los carenemigos había ardido, aún pudim

sacar enorme provisión de granotros víveres, así como incontacantidad de armas y un preci

cofre de joyas que el geneMuawiya llevaba consigo, sin dupara seducir voluntades en tierras



Pamplona. Aquellas exquisitas joterminaron en el tesoro de Oviedo

De aquella excelente crecogí para mi uso personal alguvaras de hermosa tela de seQuería regalárselas a mi mad

Acudí a Mena con el obsequEncontré a Muniadona muy cansacomo si súbitamente la edad hubi

caído sobre sus espaldas. Mi pano estaba mejor. Presentí que verpocos inviernos más.

La victoria de las ConchasArganzón afianzó la frontera trabajosamente construida en es



tierras «que antes llamábamBardulias y ahora llamamCastilla», como decía la escriturami hermano Vítulo. La red fortalezas que protegía la línea deIruña hasta Oña había demostr

ser sólida. Haría falta un ejércmuy fuerte para doblegarla. Oculos siguientes días en escribir u

larga carta al rey Alfonso explicanlos detalles de la batalla y movimientos políticos que habíam

descubierto. Tanto él coCarlomagno sabrían sacar oportunas consecuencias de lo que



movía en tierras navarras. Cuanrecibí la respuesta de Oviedo, contaron algo que me causó enorme impresión: el geneMuawiya, el hermano del emir,había quitado la vida en Córdoba

meses después de su derrota; había sido capaz de soportar vergüenza del fracaso.

En cuanto a mí, segobsesionado por adelantar la fronthacia el valle del sur, donde

Cerneja va a dar en el TrueAquella tierra era excelente paracereal; mares de cereal. Man



establecer un puesto avanzado ensitio de Fonte Arcayo y otro agabajo, al pie de la sierra de la TeLas ruinas del viejo castillo Tedeja, ya en la orilla del Ebro, llamaban con voz profunda

insistente: algún día conseguelevar allí otra vez un castillo digde ese nombre.

En esos afanes anduve todoaño, hasta que, un día, recibí apremiante mensaje de Teudano.

ordenaba acudir a Oviedo demora. Y decía algo más: «corona de Oviedo se tambalea. H



secuestrado al rey». Sentí como smundo entero se volviera cababajo. Partí de inmediato haciacapital.



20

EL SECUESTRO

DEL REY DON ALFONSO

Un fuerte aguacero de otoño caía soOviedo. Teudano se monerviosamente de un lado a otro dsala de armas. Caminaba a granzancadas, las manos a la espamoviendo enérgicamente la cabe

Para un hombre resolutivo comoacostumbrado a solucioproblemas a golpe de espada, e



enigma era literalmente insoportab —¡Te juro que yo le vi

noche y estaba aquí, en esta missala, vivo y en perfecto estado salud! El rey y yo estuvimconversando largo rato sobre frontera del oeste, la de Galicia yBierzo. En ese mismo lugar dondeestás ahora, se entretuvo él movien

las piezas de ese ajedrez… Bah,sabes que ha puesto ajedreces todas partes. ¡Maldito Sisnando!

hecho es que a la mañana siguieya no estaba en su cámara. Se le entrar, pero nadie le vio salir. Y



embargo… Hace dos semanas yaeso. El rey ha desaparecido.

—¿Por qué deduces que le secuestrado, Teudano? ¿No puhaber marchado de caza? —tratécalmar a mi compañero.

—Imposible. Sería la primvez que marcha solo. Y además, ¿madrugada? No tiene senti

Escucha, es muy simple: se le entrar; no se le vio salir, pero está. Luego solo hay

posibilidades: una, que se lo tragado la tierra; la otra, que alguse lo ha llevado.



—Imagino que habinterrogado al personal de palacio

—Naturalmente. —¿Algún sospechoso? —A esas horas solo estab

aquí los fieles. Nadie de qu

desconfiar: todos hemos jurado nuestras vidas por Alfonso. Y el qviole su juramento sabe a lo que

expone. No, no… No puede hasido uno de los nuestros. Qdiablos, ¡conozco a nuestra gente!

—Y dices que no había namás en palacio… —Solo dos viejos sirvien



Dos ancianos. Demasiado decréppara doblegar a un hombre fuertaún joven como Alfonso.

—¿Y los condes de palacio?pregunté súbitamente iluminado.

—Ninguno estaba aquí

noche —refutó TeudanoFromestano estaba en San VicenAdulfo, en San Salvador. Froila

Basiliscus, cada cual en su caNepociano, fuera de Oviedo…

—¿Nepociano…?

—Sí, yo también lo pensé atajó mi compañero—, pero noverosímil. En efecto, estaba fuera



la ciudad, resolviendo no sé cosas en Onís. De hecho, tuve mandar a un mensajero pbuscarle.

—¿Crees que podríamos iverle ahora? —sugerí.

—¿A Nepociano? Realmetienes una especial manía contra hombre…

—No conozco a ninguna opersona que pudiera estar interesen la desaparición del rey

pretexté. —¡Eres obstinado, Zonio Mena! —porfió Teudano—. ¿Cr



que podemos ir a verle y preguntaasí, de sopetón, si él ha secuestral rey?

—No, evidentemente. Pahora él, como conde de palacqueda en una posición muy delica

Y hay que exigirle que remueva ciy tierra si es preciso para enconal rey.

—Como quieras —concedióamigo.

Desde que recibí la nota

Teudano participándome la funenoticia, mil ideas tortuosas habcruzado por mi cabeza. Pensé en



complot de los magnates lubriccon oro de Córdoba. Pensé en umaniobra de Nepociano. Petambién en una fuga del propio rtal vez sintiéndose acosado. ¿Qhabría podido ocurrirle? Alfonso

era de esos hombres que de repese esfuman. Llevaba una vextremadamente ordenada, entreg

siempre a las obligaciones de corona; cuando se ausentaba algunos días, ya fuera para ir de c

o ya para buscar retiro espiritualaseguraba bien de llevar proteccióde que el personal de palacio supi



dónde estaba, por lo que pudiocurrir. Por eso su súbdesaparición era tan alarmante.

Encontramos a Nepociano engabinete que él mismo se hahabilitado en una de las alas nue

de palacio. Estaba despachando Tioda, el arquitecto, no sé qasuntos relativos a un cargamento

piedra. Me sorprendió su semblanparecía verdaderamente torturado.vernos aparecer, se puso

inmediato en pie. —¡Teudano! ¿Tenéis notici¿Habéis sabido algo del rey? Zo



de Mena —se dirigió a mí en toinsólitamente afectuoso—, gracias por haber venido. Esto desastroso. ¿No tenéis nada nuevo

—Dios te guarde, Nepocianosaludé con toda la cortesía que pu

. No, no tenemos noticias nuev¿Tú has averiguado algo?

—Nada —suspiró el con

parecía un hombre derrotado—. como si se lo hubiera tragadotierra. ¡Dos semanas ya! ¿Se

ocurre dónde buscar? Yo mandado a unos soldados a husmen el monte Naranco. Quizá h



marchado a cazar sin decir nadnadie. Cosas más raras se visto…

—Es una idea oportuNepociano —concedió TeudanoNosotros trataremos de seguir ot

pistas. —Por cierto… —interrum

Nepociano—. Creo que… Hab

que intentar que esto no trascendi¿Me entendéis? No hay por alarmar al pueblo. Y si esto

supiera… —Entiendo —zanjó TeudanoDescuida, que por nosotros no s



Mantendremos esto en secreto haresolver el misterio. Esa gente has mandado al Naranco… ¿es confianza?

—Yo respondo de ellos aseveró firmemente el conde.

—Más nos vale a todos comentó Teudano, ambiguoVamos a seguir buscando. Qued

con Dios.Y Teudano y yo nos marcham

de allí.

En los días siguientes efectuamdiversas pesquisas. En el castillo



Soto, en el de Gauzón, incluso Pravia y en Cangas. Ni rasAcompañados de FromestanoAdulfo investigamos en monasterios cercanos; tampoco nasabía nada. Como había di

Teudano, sí, parecía que al rey sehubiera tragado la tierra.

Llevaba ya tres semanas

Oviedo cuando algún duende maligsopló en mi corazón. Acudí a misala iglesia de San Vicente con

seguridad de que allí estaría CreuY efectivamente, estaba. Más beque nunca. Los grandes ojos a



violáceo entornados bajo sus larpestañas negras, los cabellos azabache aureolando la alta frebajo la caperuza, un manto de roscuro sobre el cuerpo esbeltofuerte… Como otras veces, la esp

a la puerta de la iglesia. Como otveces, ella me había visto anComo otras veces, fingió no habe

advertido. —¡Zonio de Mena! ¡Q

sorpresa! ¿Cuántos años hace que

te veo? ¿Dos? ¿Tres? ¿Dónde estado metido? —Tres años, mi quer



Creusa. Pero me sorprende vesola. Te imaginaba ya casada cualquier magnate de la corte frivolicé—. O al menprometida…

—Ni una cosa ni otra —rió

buena gana—. No me gustan caballeros de Oviedo. Los encuendemasiado…

—¿Aburridos? —En cierto mo

Insustanciales, más bien —señ

ella con un mohín despectivoSeguro que tu vida es minteresante.



—Te garantizo que mi vibatallas aparte, se reduce a vigilarpáramo llano y asentar colonos tierras vacías. Aquí os divertirmás: hay música, hay mercadhay…

—Hay demasiada gente —zaCreusa—. Ven, acompáñame. Vama mi casa. Mi madre no está. Ll

días fuera, arreglando no sé negocios. Tampoco está ahora padrastro, que se pasa los días y

noches en palacio. Cenaráspodremos hablar. Nadie molestará.



Caminamos unos minutos silencio. Creusa me guió hasta pequeño palacio; su palacio. padre le había construido hermosa casa en la salida deciudad al Naranco. Pequeña

planta, pero con grandes habitacioy amueblada con verdadero lujo.

—¡Aquí solo te faltan sedas

Córdoba! —comenté, admirado. —Esas espero que me

traigas tú algún día —respondió e

seductora—. Cada vez que ohablar de ti es por alguna sonvictoria. ¡Cuéntame eso de



Conchas de Arganzón! ¿Dónde eese sitio?

Por toda respuesta, abrí mi cy desplegué un paño.

—Esto es tuyo —le dmostrando su pañuelo, ese

llevaba siempre anudado a azagaya; seguía sucio de la sanenemiga vertida en las Conchas

Arganzón—. Me pediste volviera con más: hela aquí.

—¡Te has acordado…!

La mujer sonrió. Debió recibir aquello como una victopersonal. Pero ella también tenía



sorpresa guardada. —Y esto es tuyo.Del fondo del manto que cub

su cuerpo sacó un lienzo bordado.abrió. Me quedé impresionado al el dibujo…

—¡Has bordado mi escudo!En efecto, en el lienzo ha

bordado Creusa el jabalí bla

sobre campo azul, mi escudo armas. Un torbellino de sentimiencontradictorios atravesó mi pec

ese azul era de Deva, pero las maque lo habían bordado eran las Creusa.



—¿Te gusta? —preguntó econ una sonrisa infantil.

—Me siento muy honraInmerecidamente honrado. Es mhermoso. Lo haré bordar en mi metúnica.

Unos criados de aspecansino sirvieron la mesa: pqueso, miel, arenques, frutas, vi

un puchero humeante de hortalizaPara mis austeros hábitos militaun auténtico festín. Durante ho

hablé de mi trabajo en la fronteramis pares en los castillos —MunTello, García—, de mis muchac



Juanti, Fortún y los demás—, selvático Zaldún… De la batallalas Conchas de Arganzón y estandarte de Muawiya. Le hatambién de la corte de Carlomagnde los caballeros del Pirineo.

—Es apasionante todo eso decía ella, asomando a los dientepunta de la lengua.

Yo recordé lo que me dBeato: «A las mujeres les gustan guerreros, pero luego pretenden

se comporten como lacayos cuadra». Por desgracia, eso fueúnico que recordé esa noche de to



las advertencias que me hizo el vimonje de Liébana.

Llegado un determinmomento, y sin que yo lo percibilos sirvientes desaparecieron. Crese levantó de la mesa. Yo

acompañé. Se acercó a la chimenFrente a los leños ardiendo me beY yo me perdí.

Soñé algo extraño. Estaba en el lede Creusa. Pero estaba solo.

desperté, sobresaltado, y la vi aunto a mí. Pero miré su rostro y

era Creusa, sino Deva. Angustia



hasta el delirio, salté de la camMiré otra vez y no había nadie.

Por mi mente pasó, como fogonazo, la imagen de la bruja bosque arrojando polvos a hoguera y haciendo surgir llamara

de colores. De entre esas llamarasurgían figuras de ajedrez. Sentí me ahogaba y me asomé a la venta

necesitaba aire.Despejé el rostro en la no

fría y húmeda del otoño. Miré

torno a mí: estaba solo, sí. En la cde Creusa. En su alcoba. Creí edespierto, pero todo me daba vuel



¿El vino? Entonces escuché rufuera, en el campo. Me asonuevamente.

Alguien levantaba una linteen la puerta de la casa. Era una figpequeña y cubría su cabeza con

gran manto. Instintivamente, aparté de la ventana: observar sin visto. Oí que alguien abría la pue

Percibí voces: un hombre y mujer. Traté de identificarlas, pen vano. La mujer entregó algo a

figura, una especie de gran objcuadrado. Después la luz de linterna desapareció.



Regresé a la cama. Esthorriblemente mareado. Y me volvdormir.

Cuando desperté, Creusa estaba a

a mi lado, durmiendo profundamenrespirando tan apacible como uchiquilla. A mí me dolía la cabeHabía perdido toda la noción tiempo. La ventana a la que asomé en mi sueño estaba ahperfectamente cerrada. Con

violencia de un bofetón recordé debía presentarme ante Teudano pcontinuar nuestras investigacion



Me vestí en silencio y salí de altoda prisa. Recogí el paño Creusa había bordado con mi escuNo había nadie en la casa. Tampolos sirvientes. Al cruzar el umbralla puerta, noté que pisaba un pequ

objeto. Me acerqué a recogeQuedé perplejo al descubrir que una figura de ajedrez; una torre.

guardé en el bolso de mi túnica y a toda prisa de allí.

—Tienes mal aspecto —

espetó Teudano—. ¿Te has gastaen vino el botín de las Conchas? —No —protesté—. Me se



mal la cena. No estoy acostumbra excesos.

—Lo mismo da. Procura aviel ánimo, porque tenemos una pist

—¡Excelente! —exclamé¿De qué se trata?

—Adulfo lo sabe. Vamosverle.

Caminamos hacia la cerc

iglesia de San Salvador, que bajo impulsos de Tioda ya empezaba a catedral. Allí nos esperaba el obi

Adulfo, que aún no lo era, peroque todo el mundo trataba ya cotal. Tenía Adulfo el gesto serio y



mirada perdida. Nos hizo una señle seguimos hasta una estancia hacía las veces de sacristía. Asentado en un bajo escabel, habíamonje de aspecto bastamenesteroso. El pobre clérigo,

vernos, se puso en pie como movpor un resorte.

—Ea, Marcial, cuenta lo que

has dicho —le instó Adulfo.El monje perdía la mirada ha

el suelo; no con humildad, sino co

quien se siente culpable. Se morlos labios. Estaba aterrado. —Vamos, no temas —interv



Teudano—. Estás entre amigos. —Hermano Marcial —

apremió Adulfo—, estás obligadrevelar lo que acabas de decirmecomo superior tuyo, te lo ordenoel nombre de Dios Nuestro Señor.

—Creo… —titubeó MarcialCreo… Bueno, quizá me equivoqVengo del monasterio de Ablaña.

hecho es que en los últimos díasvisto movimientos inusuales enconvento. Caballeros entrando

saliendo. Algún soldado tambiIncluso alguna dama. No entran la puerta principal, ni por



hospedería, sino por otdependencias.

—¿Qué dependencias? pregunté yo; no en vano conocía bel ambiente monacal.

—Un lagar. Y ese lagar da a

sótano secreto que se construyó hmuchos años para escondernosvenían los moros.

Teudano y yo nos cruzamos umirada de inteligencia. compañero y jefe quiso saber más

—Has hecho muy bien contarlo, hermano Marcial. Y ahodanos algún detalle más sobre e



extraños movimientos. ¿Se produde día o de noche? ¿Y desde cuánd

—Se producen desde hace tsemanas.

¡Tres semanas! Ese era tiempo que el rey llevaba

paradero desconocido. Pero Marcdijo más:

—Todo suele ocurrir al caer

tarde. Se escucha llegar a un jinetveces dos. Entran en el lagar y esallí largo tiempo, varias horas.

advertí por primera vez una noque hice servicio de portería. llamó la atención porque hace a



que el lagar no funciona más como almacén. Pregunté al prpero no me respondió. Allí nahabla de eso.

—¿Qué traen o llevan einetes? —pregunté.

—Lo ignoro —se excusó monje Marcial—. Si algo llevantraen, debe de ser pequeño, por

no he visto sacos ni nada que separezca.

—¡Qué cosa más singular!

murmuró Teudano—. Por supueen ese sótano podría ocultarse a upersona, ¿no es así?



—Oh, sí —confirmó el fraileIncluso a varias personas.

—¿Cuánto tardaríamos en llea Ablaña? —pregunté yo, que conocía el lugar.

—A caballo, una media jorn

respondió Teudano—. Está cede una vieja calzada que conducesur, a la montaña por el río Cauda

después a León. Otra cosa, hermMarcial: ese monasterio Ablaña… ¿de quién son esas tierr

—No sé de quién serán ahoEn tiempos fueron de la viuda del Mauregato, la dama Creusa



Pravia.Sentí que los ojos se me sa

de las órbitas.

Teudano concibió su plan: los fiedel rey abandonaríamos Oviedocomienzo de la tarde. Fingiríamdirigirnos hacia el castillo de Soal oeste. Cuando hubiéramos dej

atrás Oviedo, y cerciorándonos que nadie nos siguiera, cambiaríamde dirección y marcharíamos ha

Ablaña, al sur. Una vez allí,siguiendo las indicaciones hermano Marcial, buscaríamos



lagar. Y en él, el sótano. Y en él,rey.

El propio Teudano se encade comunicar nuestra partidaNepociano: «Tenemos una sólpista que nos conduce hacia el oe

Parece apuntar a unos bandidSaldremos ahora, para sorprenderde noche en su guarida». Nepoci

nos deseó mucha suerte.El camino hasta Ablaña

corto y fácil, pero la noche nos c

encima. Cabalgando al paalumbrados por teas, surcamososcuridad rumbo a los montes



llaman de Mieres. Por fortuna, indicaciones del monje Marcial ede una precisión extrema.

Mis compañeintercambiaban incertidumbanimadamente; aquello no dejaba

ser una aventura. A mí, por contrario, se me estaba congelandoalma y no sabía si atribuirlo a

resaca de la velada junto a Creusa la revelación de que la vieja bry, por tanto, su hija podían tener a

que ver con la desaparición del reLlegamos al cerrillo dondealza el monasterio de Ablaña. N



dirigimos de frente al lagar: cobertizo adosado a la paposterior de los muros. A unas povaras de distancia dejamos caballos, semiocultos en sotobosque, y apagamos las teas. N

acercamos sigilosamente, a favorlas sombras. Ya teníamos la castiro de piedra cuando Teudano n

ordenó detenernos: había un déresplandor dentro del lagar. A gatmuy lentamente, fuimos ganan

espacio hasta tocar las paredes cobertizo. Teudano se dirigió apuerta. Yo me situé a un lado. O



fiel al que llamaban Gundesindocolocó en el lado opuesto. Los dempermanecieron en los alrededoresiba Teudano a golpear la puecuando escuchamos a nuesespaldas el sonido apagado de u

cascos: un jinete llegaba.A toda prisa nos ocultamos

el sotobosque que circundaba

lugar. Allí, con la respiración suspenso, vimos llegar al jinVenía cubierto por un grueso ma

que le ocultaba cuerpo y rosHabía en su forma de moverse aque me resultó extrañamente famil



pero… Todo estaba demasiaoscuro. El jinete amarró su cabaen un postigo de la puerta. Goltres veces la madera. Esta se abcon un chirrido escandaloso. El tentró. La puerta volvió a cerrarse.

Teudano no era hombre estrategias alambicadas. Resolentrar en el lagar por las brav

Gundesindo fue a por una tea. Entodos derribamos la puerta. Espen mano penetramos en el cobert

Alguien apagó una vela allí denpero la antorcha de Gundesindo suficiente para descubrir quién ha



allí. —¡Nepociano! —excla

Teudano—. ¡Rata traidora! Nuestro jefe derribó de un puñetal conde—. ¿Dónde está el rey? ¿Qhas hecho con él?

—No… no sé de qué hablas… —musitó Nepociano.

—¡Demasiado tarde p

uegos! —aulló Gundesinblandiendo su espada.

Teudano detuvo el brazo

nuestro compañero. Nepociestaba sentado en el suelo, sangranprofusamente por la nariz. Junto a



hecho un ovillo en el suelo, tiritde miedo un lacayo.

—El rey está en el sótano gruñó Nepociano, señalando conmentón una gruesa trampilla ensuelo.

Gundesindo se precipitó hala trampilla. Tiró de una argollahierro. La piedra se levantó. Un

de luz subió desde el sótano. —¡Mi rey! ¡Mi señor! ¡Som

nosotros! —gritó Gundesin

precipitándose escaleras abajo.Teudano apuntó a Nepociacon su espada.



—¡Vamos abajo! —ordenó.El sótano era un espa

húmedo y frío, pero mucho mgrande de lo que cabría imaginarallí, tumbado sobre un jergón paja, estaba el rey. Alfonso mostra

un semblante tranquilo. Sonabiertamente al vernos. Tenía anteun tablero de ajedrez.

—¡Sabía que vendríais! exclamó Alfonso poniéndose en pi

—¿Por qué lo has hecho?

interrogué a Nepociano—. estabas con nosotros. El rey te hadado su confianza. Además, ahora



habíamos conseguido vencer a sarracenos. No había necesialguna de… ¿Qué te proponías?

—Hacer la paz con Córdobarespondió fríamente el conde.

—¿Ahora? —me sorprendí

¿Ahora que estamos consiguiendetener a los moros? ¿Ahora hemos vencido a sus ejércitos

golpeado en Lisboa? —Precisamente —contestó

conde con una mueca de amargura

Precisamente ahora era el momede pactar; ahora que estamos posición de fuerza. Con Carloma



fortificando su marca, con nuefrontera bien sólida, con los ejércide Córdoba varias vederrotados… Ahora era el momede dirigirse al emir y ofrecer pacto. Un pacto que garantiza

nuestra paz. —¿Y todo lo que has he

hasta ahora…? —Teudano no d

crédito—. ¿Todo ha sido uimpostura?

—No fue impostura la manio

de Lutos —protestó Nepociano—lo fue tampoco la labor de magentes en Mérida y Toledo.



contrario, se trataba precisamentellegar a una posición en la Córdoba aceptara el pacto.

—Nepociano, tú estás loco terció el rey—. Tú has visto mormuchos de los nuestros. Tú has v

a los musulmanes arrasar nuesciudades y nuestros campos,llevarse cautiva a nuestra gente.

endurecer a cada paso los tributosromper treguas cada vez que veníacambio de poder. Y asesinar a

patricios de Toledo en el foso. que no lo ves…? ¿Es que no ves toda su ambición es doblegarno



extirpar la cruz de nuestras tierr¡Estás ciego!

Nepociano calló. Gundesindoató las manos. Teudano aún pregual conde traidor:

—¿Por qué no has matado

rey? —No quería matarle. Eso s

habría servido para que vosotro

los que son como vosotros entraren guerra con nosotros. Lo único quería era tenerle encerrado

obligarle a firmar una tregua Córdoba. Nada más. —Y, por supuesto, tú



llevarías a cambio una burecompensa en oro cordobés, ¿noasí? —inquirió el rey—. Ese misoro con el que el emir quicomprar la fidelidad de los traidoen Pamplona y en tantos otros luga

de la cristiandad. Me das lástimNepociano. Y asco.

Una vez más, Nepociano call

Yo me entretuve mirando tablero de ajedrez que hasolazado el encierro del r

Súbitamente sentí un latigazo en interior. En el tablero faltaba upieza; una torre. Miré en el bolso



mi túnica. Ahí guardaba aún la pique encontré en la puerta de CreuLa coloqué sobre el tablero. Erapieza que faltaba.

—Perdón, mi señor. ¿Eajedrez…? —pregunté al rey.

—Me lo trajeron la otra nocUna gentileza de Nepociano. Boncomposición, ¿verdad? Lástima

falte una torre…En ese momento me pareció

una fuerza sobrehumana

arrancaba las entrañas.

Aquella misma mañana acudí a ve



Creusa. Los más negros sentimienoprimían mi pecho. Llamé a puerta. Me abrieron los cansisirvientes de la última vez. Avisaa la señora. En un momento apareCreusa, bellísima, enjoyada, envu

en una túnica blanca que asemejaba a una diosa. Traía enmano un pañuelo.

—Me parece que te olvidado esto aquí —rió; era pañuelo de la sangre, ese que tan

veces anudé en mi azagaya. —Y tú has perdido esto contesté mostrando la pieza



ajedrez.Su tez se volvió pálida como

cera. Dio un paso atrás, cotrastabillando. Intentó rehacerse:

—¿Dónde has encontrado eApenas le salía un hilo de voz.

—En tu puerta. Era la pieza faltaba en el ajedrez con el que ciecaballero preso ha aliviado

encierro. —¿Un caballero? —pregu

Creusa, fingiendo indiferencia; p

la voz le temblaba. —Le liberamos anoche sentencié—. Anoche liberamos al



del agujero donde le había encerrtu padrastro, Nepociano. En utierras que son propiedad de madre. Y allí encontramos, ademáun miserable lacayo que es el misque vino a verte la otra noc

cuando me engatusaste con tus ade bruja y me hiciste dormir aquí.

—¡No, Zonio! —suplicó—.

te engañé!Se me quedó mirando fijame

los ojos de azul violáceo clavados

algún lugar de mi rostro. Su gesto de piedra, pero una lágrima cruzómejilla.



—Se acabó, Creusa. Me engañado.

—Zonio… No me juzgues esto… Yo te amo —balbuceó¡Sácame de aquí! ¡Llévame conti¡Huyamos juntos!

A mí se me partía el alma. Daños atrás yo había pedido a umujer que huyera conmigo. Ah

otra mujer me lo pedía a mí. Peroya no podía confiar más que en propio desconsuelo.

—Aunque llegara a amaamás podría olvidar todo esto. Emuy hermosa, Creusa, pero un ge



malvado anida en tu interior. AdióMe marché de allí. Para nu

más volver.

El rey don Alfonso fue generoso Nepociano. Así como el conde había querido hacer daño a su rdel mismo modo el rey quiso clemente. Gundesindo insistió

ejecutar a Nepociano de inmedipero Alfonso tenía otras razones:

—Cortarle la cabeza o saca

los ojos solo servirá para manifeque en el reino hay división. podemos permitirnos eso. Ni



nosotros, ni por nuestro prestiante Carlomagno, ni por nuestra faante Córdoba. El emir no debe saamás que su oro ha sido capaz

corromper a uno de nuestros nobEs mejor que el asunto quede don

ha estado: entre nosotros. Y no hable más. Ahora entraremos tountos en Oviedo, como

hubiéramos salido de caza. Qnadie ose pronunciar nunca másmi presencia el nombre del traid

Y punto final. Nepociano abandonó AsturiMe dijo Teudano que ha



terminado instalándose en allugar de la Aquitania, donde sin duharía buenos negocios. Con él llevlas dos Creusas, madre e hijatambién al lacayo que le haservido de mensajero durante e

días: el mismo cuya siniestra figvi en la puerta de Creusa aqunoche de amor y embriaguez.

cuanto al único testigo del sucesohermano Marcial, fue oportunamenombrado prior de un convento ce

de Braga.El asunto del secuestro del no salió de los muros del palac



Alfonso, en acción de gracias, llaa dos orfebres lombardos del tade Tioda, el arquitecto, y les encaelaborar una cruz de oro y piedpreciosas.

—Se llamará —nos dijo el

Cruz de los Ángeles, porque coángeles custodios habéis venidorescatarme de mi encierro.

La pieza tardó varios añosverse acabada, pero cuando al salió del taller, asombró al mun

por su belleza. El rey la donó acatedral de San Salvador.Yo no volvería a ver a Creu



nunca más. Debí haber obedecidBeato de Liébana.



21

LOS GRANDES VALLES

R egresé a Espinosa con el ániquebrado, pero con un cierto espíde liberación y a la vez penitencia. De liberación, por

nada me apetecía más que volvemis campos abiertos, libres, scielo y tierra, caballo y espada

arado, cosas todas ellas ajenas a servidumbres de la corte y a sinsabores del amor. Y



penitencia, porque en mi voluntaencierro en la frontera veía umanera de redimir tanto dolor y taextravío. La vida de la frontera, sus peligros y su aspereza, era purgatorio. Y caminé hacia él con

convicción de no merecer otra cosTodo allí crecía sin pausa, ta

las aldeas como los campos. En

último año habían llegado numerogrupos de refugiados mozárabhuían de la intolerancia de Alhaká

los alfaquíes de la escuela malikí.hermano Vítulo asentó en el valleEspinosa a no menos de cincue



familias. Supe que muchos hudesde Mérida hacia Galicia. AquíCastilla, recibíamos a los que vende Toledo y de Zaragoza.

En una ocasión tuve que personalmente escolta a uno de es

grupos de fugitivos. Lo divisaron exploradores que prestaban anuben la sierra de la Tesla. En alg

momento de su camino, mozárabes se habían extraviadoterminaron en la vieja calzada

por Sasamón busca la vía del nola de Espinosa. Era un luextremadamente arriesgado, expue



tanto a cuadrillas de bereberes comsobre todo, a bandas de salteadoAlerté a mis diez caballerosmarchamos al encuentro de desdichados.

Interceptamos a la caravana

el Páramo de Masa, muy al surnuestras posiciones. Nunca havisto un cuadro tan lamentable co

aquel: unos diez carromatos aspecto destartalado avanzapenosamente en el vacío. A

alrededor, un número indeterminade hombres, mujeres y nicaminaba como si llevara sobre



espaldas el peso de todos pecados de la humanidad. Cuannos vieron aparecer, los carformaron un círculo y los hombesgrimieron guadañas, horcas, hacy cuchillos en actitud amenazan

Me di a conocer: —Soy Zonio de Me

caballero del rey don Alfonso

Oviedo. ¿Quiénes sois?Un tipo de aire desconfiado

adelantó sin dejar de esgrimir

guadaña. Parecía ser el jefe grupo. Su apariencia era pdevastación: sucio, desgreñado,



rostro cubierto de polvo y sudor, ropas harapientas… Aquella geestaba sufriendo lo indecible. hombre respondió:

—Cristianos que buscan refuen tierra bendecida por la cruz.

—¿De dónde venís? —interpal sujeto devastado.

—De Toledo. Hemos tenido

huir después de la represión renegado Amorroz.

Yo conocía aquella histo

Amorroz era el gobernador envipor Alhakán, el mismo que hamandado asesinar a los notables



la ciudad en la Jornada del Fosomismo que había ordenado decapal obispo Elipando. Sin duda toledano decía la verdad. Aun asíedad me había hecho receloso.

—Estáis en un camino m

peligroso. ¿No habéis encontradnadie? —pregunté de nuevo.

—Sí. Salteadores. En Coca

robaron la comida. Pero lo pfue… Después nos atacaron algo mal norte, en Sasamón. Eso fue a

mismo. Mira.A una señal suya, se izó el tode uno de los carros y en su inter



apareció un hombre herido. Traíacabeza abierta y el cuerpo empapen sangre.

—Vinieron a por nosotros. Sinetes. Los rechazamos, pero e

mi hermano Celedonio, sufrió

golpe terrible. Me temo que vivpoco más.

—¿Cómo te llamas? —dije

hombre. —Pedro. Y estos son…El resto de los hombres

grupo, una docena, se arremolinaunto a él. Detrás, las mujeEnseguida, los niños. Todos tenían



misma traza de haber afrontsufrimientos sin fin. El tal Pedro fue diciendo sus nombres, uno a uHabía labriegos, artesanos, herrero, un criador de ganado…

—Bien —interrumpí

ceremonia—. No podéis estar amucho más tiempo. Venid conmigonorte. Os instalaré en tierra

cristianos.La doliente compañía

fugitivos multiplicó los gestos

agradecimiento. Por los puertos Tamanzos y la Mazorra condujimoaquella gente hasta nuestros val



Expliqué a Pedro cómo había hacer las cosas. De momento viviren el castillo de Espinosa. En cuase hubieran repuesto del vipodrían hacer presuras de tierrasel valle donde confluyen el Trueb

el Cerneja. Una vez realizadoescalio, todos deberían dar cuedel resultado al abad Vítulo,

hermano, que administraba aquregión en nombre del rey Alfonso.

Vi el júbilo pintado en sus ocuando les informé de que las tierserían suyas.



—¿Cómo se llama esta tierrapromisión? —preguntó Pedro.

—Se llama Castilla.

Sería el verano del año de Nues

Señor de 803 cuando los mensajede Munio Núñez, señor del castde Iruña, llegaron a Espinportando noticias alarmantes: ejército moro ascendía deCalahorra, una vez más. Su objetsolo podía ser Álava, también u

vez más. Sin duda el emir se hapropuesto tantear el terreno. Pdetalles sobre la fuerza enemiga.



me extrañó escuchar que su geneesgrimía un estandarte verde: eraviejo conocido Abd al-Karim Mugait.

Esta vez decidí no dar batalla, sino hacer una demostrac

de fuerza. Envié recado a todos caballeros de los castillos cercanCité a don Munio, don Tello y d

García en el paraje de Arganzón, qtan bien conocíamos. Allí les expmi plan:

—Podemos ganar la batalla darla. Abd al-Karim ya ha salescarmentado de estas tierras en u



ocasión. Y sabe lo que le pasóMuawiya. Siendo un vetergeneral como es, no se arriesgarcorrer la misma suerte. Sin ningduda esta expedición es umaniobra para reconocer el terren

saquear cuanto pueda. No aspirmás. Ni nosotros debemos dárselo

—No entiendo nada de lo

estás diciendo —se impacientó Tello.

—Enseguida lo entender

Vamos a salir al paso de Abd Karim. Pero no vamos a combatisino a intimidarle. Iremos más al



que ninguna otra vez. Ebro abmás allá de Miranda, el río ycalzada pasan entre dos alturas:risco de Buradón y el monte Gobera. Son dos cumbres largachatas desde las que se domina

completo el terreno. Lo que haremserá reunir a todos los hombres tengamos y disponerlos en

cumbres, a lo largo de esa pequsierra.

—¿Nos esconderemos allí?

preguntó don García. —No, nada de esconderse. Ndejaremos ver. Todos. Que el m



sepa cuántos somos. Que sepa sabemos por dónde se mueve. Qsepa que le estamos esperando. Qsepa que podemos caer sobredonde queramos y cuando queram

—Pero… ¡Pero eso es

suicidio! —protestó don MunioCuando vea nuestras líneas extendidas, con toda seguri

desplegará a sus alas paniquilarnos.

—No, Munio —refuté—. No

hará. Primero pensará que le estamtendiendo una trampa. Después vnuestro número. Enseguida repar



en nuestra posición, firmes en lo aEntonces vendrá a su cabeza catástrofe que vivió en AmurInsisto: esta vez Abd al-Karim novenido a combatir, sino a saquearcon las menores pérdidas posib

Cuando vea que le cerramos camino, dará media vuelta y marchará.

—No comprendo cómo pueestar tan seguro, Zonio —dudó García—. Yo no lo veo nada claro

—Hagamos una cosa —tran. Si advertimos que el ejércmoro se despliega, volverem



rápidamente grupas y nos retiraremhasta el cruce del Ebro con Zaldorra. Pero os aseguro ocurrirá lo que yo digo.

Tan seguros me vieron mpares que aceptaron la estrategia.

todas partes afluyeron jinetespeones hacia las crestas de Buray Gobera. Era una jornada de cam

desde el valle de Arganzón. Npusimos en marcha al amanecer día siguiente. Los moros aún

habían llegado, tal y como yo haprevisto; los oteadores nos dijeque estaban en los alrededores



Bilibio. En cuanto pisamos objetivo, las mesnadas cristianasdesplegaron en una larga línea. Apasamos aquella noche.

Cuando salió el sol, cada huese dispuso de la manera concerta

Todos izamos estandartes banderas, y ordené que las trompalos cuernos rasgaran la mañana

su sonido profundo de muertevictoria. Visto desde abajo, espectáculo debía de resu

imponente: miles de hombres con armas brillando al sol erizabanmontaña. Al poco tiempo apareció



columna mora: no llegaría a cinmil hombres. Eso me tranquilizómi plan se torcía, al mepodríamos dar la batalla. Pero no preciso.

Abd al-Karim, en efecto,

había venido a combatir, sinosaquear. Cuando la columna mhubo atravesado el paraje de

Felices y pudo vernos enfrente,detuvo. El desconcierto recorrió filas sarracenas. Varios enla

galopaban arriba y abajo, vanguardia a retaguartransmitiendo informaciones



impartiendo órdenes. Habría allímillar de jinetes y en torno a cuamil peones; varios pesados carrostransporte salpicaban la formaciAl fin la columna se abrió y por vi avanzar, majestuoso en

hermoso caballo de pelaje tordogeneral Abd al-Karim ibn MugCuatro jinetes le escoltaban; uno

ellos enarbolaba el estandarte vedel jefe. Abd al-Karim se adelacon sus guardias. Escudriñó

interés la longitud de nuestra línOrdené que nuestros hombgritaran y chocaran sus armas



escudos mientras los cuernos y trompas rompían nuevamente cielo. Abd al-Karim hizo caracola su caballo. Nos dio la espalda. Uvez más se giró para contemplarsierra erizada de lanzas cristian

Intercambió algunas palabras con capitanes. Entonces volvió grupase fundió de nuevo con la colum

Los moros se retiraron por donhabían venido.

La retirada del general Abd al-Katuvo efectos estimulantes en gentes de la región. En particu



convenció al ya obispo Juan, maestro del rey y protector de dArgilo, de que había llegado momento de poner en práctica planes de colonización. Juan conomuy bien estas tierras: las ve

explorando palmo a palmo demuchos años atrás. Y, cfrecuencia, su tema preferido

conversación era lo que iba a haen los valles del sur cuanestuvieran libres de la amen

musulmana: Valpuesta, Gobia, LoTobalina… en su boca estos nombcobraban dimensiones épicas



ascendían hasta la condición denuevo Israel. Y en cierto modoeran.

Juan me pidió que acompañara. Lo hice de muy bgrado. El obispo quiso empezar

asegurar un primer enclave muysur, en el valle de Valpuesta, borde del río Flumencillo.

castillos de Añana y Lantaprotegían el lugar frente a cualquataque moro. Aquí, en Valpue

había encontrado Juan las ruinasuna iglesia dedicada a NueMadre Santa María. Trajo algun



frailes y una docena de colonoorganizó la repoblación del lugar. esperó a que hubiera acabadorestauración de la iglesia para enen el valle contiguo, Valdegobentre el arroyo Valdelagua y el

Tumecillo, e inmediatamente señdónde construir una aldea y cóorganizar los cultivos. Una vez he

esto, volvió sobre sus pasos y enentramos, debería decir— en

valle de Losa; un lugar que a mí

resultaba especialmente queriporque este era el valle contiguo el sur al de Mena, y en esta an



comarca, regada por el Jersiempre había soñado mi paponer algún día los pies. Sobre ladera de los montes hallamos ruinas del pueblo de Fresno Reanta, y aquí estableció el obi

Juan otro enclave. Para bendecirfundación, mandó construir iglesia dedicada a los Santos Just

Pastor, los niños mártires Tielmes.

Juan no se había equivocado

uzgar estos valles como un luidóneo para la vida. En nuescamino hallamos numerosos moli



abandonados, gran cantidad fuentes, no pocas ruinas de viealdeas, calzadas que era posirecuperar… Los suelos eran mfértiles. El cereal crecería aquí mano generosa. No resultaba dif

empezar de nuevo. No paró Juan en estos val

sino que además envió colono

establecerse en la orilla del EbCruzamos el gran río algo más arrdel Orón. La primera vez

exploramos el paraje de Sobrón, buen sacerdote quedó ensimismante las iglesias derruidas que i



saliendo a nuestro paso. Para mírudo corazón— solo eran ruinpero para Juan constituían mensaje de la Providencia: Cosme y San Damián, San EstebSan Cipriano, San Juan, San Pedr

San Pablo, San Caprasio… Toellos habían tenido su iglesia en estierras y Juan se había propue

reconstruirlas. Para mi tortura, Jme contó la leyenda de Caprasio:

—Caprasio, querido Zonio, un eremita. Vivía en los monentregado a la oración. Mas he a



que un día se cruzó en su camino hermosa y joven pastora. Su corase encaprichó con ella. Caprapecó. Y Dios le condenó a vagar pla tierra hasta hallar un parsemejante a aquel en el que come

pecado, para levantar allí monasterio.

No era yo, pues, el único mo

que había pecado con una hermosoven pastora. Bien es cierto qu

mí aún me quedaba el monasterio

construir.

Pasamos la Navidad de 801



Valpuesta. Juan se había apresuraa dar noticia en Oviedo de numerosas presuras. La respuesta rey vino, ya pasada la Epifanía,forma de doble recompensa. primera fue que Alfonso nombr

formalmente a mi amigo Juan obide Valpuesta. Todo el mundo consideraba ya como tal, pero falt

la sanción regia, y no era cosa fápues Roma era muy reacia a crobispados de nuevo cuño. Pero

circunstancias de nuestro reino, la mayor parte del país ocupada los musulmanes, eran completame



singulares. Y así, del mismo moque se consintió al rey crear unueva sede en Oviedo, se le aceque levantara una diócesis aquellos valles del oriente defrontera. En cuanto a la segu

recompensa, fue recibida por colonos como una bendición cielo y en verdad no era para men

porque Alfonso reconocía en ley presuras de Juan y, aún motorgaba a los pobladores de es

tierras derechos extraordinarios.Tan importante era aquello, qJuan quiso hacer partícipes



acontecimiento a todos los colonles leería el documento expedido el rey. Citó a los cabeza de famen Valpuesta. Los reunió en entrada del monasterio de SaMaría. Varios centenares

labriegos esperaban, anhelansaber cómo iban a ser sus vidas. enorme silencio envolvía a

asamblea. El obispo Juceremoniosamente, esgrimió pergamino y leyó en voz alta:

—«Yo, Alfonso, por la grade Dios rey de los ovetenses, hprivilegio de testamento por amor



Dios, perdón de mis pecadossufragio de las almas de mis padcon el consejo y consentimientomis condes y príncipes, a la iglede Santa María de Valpuesta, y aJuan, venerable obispo y mae

mío, confirmándote el dominio decosas que tus antecesores haadquirido y de las que tus suceso

puedan adquirir para tu iglesia.doy a esta por términos propsuyos desde Orrundia hasta Fuen

Subanaria; desde esta hasta Moladesde allí hasta Rodil; de allí haPinilla; y por otra parte ha



Cancelada; de allí hasta FuenSombrana; de allí hasta la Hoz Busto; de allí hasta Peñarrubia; allí hasta San Cristóbal; de allí haSan Emeterio y Celedonio porcalzada que va a Valdegobia ha

Pinilla; de allí siguiendo la lohasta la cumbre de Pozos; dePozos hasta la mayor altura de

peña; y todo esto doy con montefuentes, lagunas, pastos, entradasalida. Si alguno se refugiare

territorio incluido en estos térmipor causa de homicidio u otra culninguno sea osado de sacarlo; s



que antes bien él permanetotalmente salvo, y los clérigos deiglesia no tengan responsabilialguna. Si dentro de los mismtérminos fuere matado algún homblos clérigos de dicha iglesia, y

legos que hagan población allí, sexentos de responsabilidad homicidio; por lo cual de nin

modo se les exijan prendas. Conctambién a los pobladores Valpuesta licencia de apacentar

ganados en todos mis montes y demparajes en que otros pasAsimismo dono en el lugar que di



Pontacre las iglesias de San CosmDamián, de San Esteban, de Cipriano, de San Juan, de los SanPedro y Pablo, y de San Capracon sus heredades y términos, dela peña hasta el río Orón, y con

molinos, prados, huertospertenencias. Igualmente mando vosotros los pobladores

Valpuesta tengáis plena libertad cortar maderos en mis montes pedificar templos y casas, p

quemar y cualesquiera distinobjetos que lo necesitéis; y conctambién que uséis de las dehe



pastos, fuentes y ríos, con entradsalida, sin pagar montazgo portazgo. En la misma forma doy citada villa de Valpuesta, y a monasterios, iglesias y divisas que se ha hecho mención, y a

demás que tú o tus sucesopudiereis adquirir, el fuero de quepaguen castillería, anubda

fonsadera, y sean exentos de entrada de sayón por fonsado, huhomicidio, fornicio, ni otra calo

pues ninguno ha de ser osado inquietar a los pobladores fonsado, anubda, labor de castillo



servicio alguno fiscal o real. alguno de los reyes sucesores míode los condes, o cualquiera opersona intentare quebrantar enparte más mínima este privilegincurra en la ira de Dios,

reputado como extraño de la religcatólica, reo en la presencia divisu nombre se borre del libro de

vida, y llore condenado en el infiecon Judas, el traidor de Jesús; casobre su persona el anatema;

excomulgado y separado sacratísimo cuerpo y de la sangreNuestro Señor Jesucristo y de



puertas de la santa iglesia de DAdemás pague por coto del daño causare mil libras de oro al rey yobispo, y restituya duplicado lo hubiere tomado. Y este escrpermanezca firme e incombustible

Los colonos rompieron exclamaciones de júbilo, alabanzaDios y vivas al rey, pero confi

que yo no recibí aquello de bgrado: si los colonos quedaexentos de castillería, ¿qu

levantaría los castillos o reparalos muros dañados? Si se liberaba del fonsado, que era



prestación de servicio con las arm¿quién formaría la mesnada cuanaparecieran los moros? Si no tenque hacer servicio de anubda, ¿quvigilaría la frontera? Pero el Alfonso estaba decidido a que

nuevas tierras de Cristo naciecomo tierras libres habitadas hombres libres. Habría que asegu

su defensa de otra manera. Y libres eran, también debería ser lisu contribución a su propia defens

Me detuve en Mena antes de volveEspinosa. Allí me informaron de q



mi padre había muerto. Dealgunos meses atrás —me conta

, Lebato y Muniadona se habretirado a vivir en la iglesia de Emeterio. Mi padre salió un díacaballo, a recorrer el campo. Vie

su silueta recortada contra horizonte. Súbitamente cayó caballo. Un ataque le había mata

Lo enterraron junto al pequEsteban y a Bartolomé. Mi maquedaba sola. Fue mi herm

Munia, la casada con Illán, quienacogió en su casa.Mi padre podía m



satisfecho: había levantado un mundesde la nada, con la fuerza de brazos y la ayuda de Dios. Todos años llegaban gentes nuevas al vde Mena. Continuamente aparecnuevas comunidades de religio

que plantaban un monasterioquedaban bajo la jurisdicción Vítulo. Conocí a algunos de el

Armentario, Íñigo, Sisenando, ApPedro… Junto a Taranco y Burccrecieron Hoz y Villasana. Ya

estábamos solos. Al lado, en LosValpuesta, y pronto en Tobalicrecían igualmente las tier



cristianas. La frontera había dejde ser un desierto de humanidad.

Cuando regresé a mi castilloEspinosa, con el corazón todaencogido por el luto, recibí usorpresa extraordinaria. Fue

hermano Vítulo quien me puso antecedentes:

—Ha llegado un hombre

sur. Un mozárabe. Dice que vieneCórdoba.

—¿Cómo se llama? —pregun

—¿Sisebuto? ¿Fernando? dudó Vítulo—. Perdóname, no recuerdo. Es un hombre ya entrado



años. Parece persona de bucrianza.

Mi hermano había instaladovisitante en la iglesia de San MarAllí acudí. Y no pude creer lo qvieron mis ojos.

—¡Sisnando!Era, sí, Sisnando, nuestro esp

el veterinario de Córdoba. M

debían de haberse puesto las coen la capital del emirato.

—¿Tendrás un sitio en es

tierras para un viejo veterinario?exclamó Sisnando abriendo brazos.



Sisnando me contó su aventucuando el emir comenzó a persegdisidentes en Córdoba, los alfaquseñalaron a los cristianos coculpables del malestar. La vidahizo muy difícil para los mozárab

Se le privó de su trabajo coveterinario de la caballería Alhakán. Entonces huyó a Tole

pero allí, después de la sangrieJornada del Foso, tampoco era fsobrevivir. Durante un par de a

trabajó para ganaderos berebereslos montes de Toledo, pero termhartándose de vivir bajo el yugo



aquellos bárbaros. Y así, un ddecidió marchar al norte en buscamejor fortuna.

—Era ahora o nunca. Me hya viejo y dentro de unos pocos ano habría podido soportar semeja

aventura. En cuanto a ti… —No puedes imaginar cuán

cosas han pasado en estos años

suspiré. —Sí puedo —contestó—.

Córdoba eres una celebridad.

hombre que mató a Abd al-Malikque robó la tienda de Abd al-Karel que hundió en la desesperació



Muawiya… Los soldados hablanesas cosas. ¿Sabes cómo te llaman

—No sabía que me conocier¿Cómo me llaman?

—Suena algo así coMachnun al-hinzir gabali al-abiad

—¿Y eso qué quiere decir? —Más o menos, el Loco

Jabalí Blanco.

Acompañé a Sisnando fuerala iglesia. Pensé instalarle en castillo. Indudablemente

servicios serían bien recibidDesaté a mi caballo. Me preguntó: —Bonito ejemplar. Y sa



¿Cómo se llama? No pude reprimir una carcaj

al contestar: —Sisnando. Se llama Sisnan



22

R ESURRECCIÓN

Mi vida giró sobre sí misma enverano del año 805. Fue cuando dieron noticia de una nueva acemusulmana. Pero sus consecuenc

iban a ir mucho más allá de simple batalla más.

Todo empezó cuando

inetes del castillo de Iruña, el don Munio, aparecieron en Espincon la noticia. Como siempre,



hueste de la frontera se concentróun lugar previamente acordado, este caso Iruña, pues desde allí veel mensaje. Ya sabíamos códetener a los moros si invadíannuevo nuestras tierras. Pero lo nu

era que, esta vez, no venían connosotros.

El ejército moro había escog

un camino seguro: al sur del Ebpor la vieja calzada romana queTarragona lleva a Astorga. L

sarracenos dejaron atrás CalahoPasaron a fuego y sangre las aldrepobladas por el obispo Juan en



gran río. Pero desde ahí no tratade entrar en Castilla, como otveces, sino que siguieron ruta haBriviesca, muy al sur de posiciones que defendíamos deOña y Tedeja. Ese camino llevab

Sasamón y se cruzaba con el cubajo del Pisuerga. ¿Hacia dóndedirigiría el moro? Era una absol

incógnita.Cuando constatamos que

hueste mora no iba a entrar

nuestras tierras, decidimos seguirruta. Envié a Zuría y Azano, dosmis caballeros, en busca



información. Con ellos partieotros tres jinetes. Necesitábamsaber quién mandaba esa tropa y se proponía. En las cercanías Sobrón, mis caballeros capturarotres moros. Era una historia grotes

aquellos soldados se habemborrachado, cosa estrictameprohibida por el islam y más en fi

y se les había castigado permanecer atados a unas estahasta que el ejército volviera.

una forma como cualquier otra condenarles a muerte, de manera la llegada de nuestros caballeros



su salvación.Interrogamos a fondo a

moros con ayuda de un intérprmozárabe, y no hizo falta muesfuerzo, porque los presaterrados, cantaron de plano. Aq

ejército —nos dijeron— lo mandAbu Utman, un viejo y rico geneSu nombre me resultaba famil

catorce años antes había flagellas tierras gallegas. El objetivo dhueste no era esta vez Castilla

Álava, sino el mismísimo coradel reino: Cantabria. Esperallegar hasta allí por la calz



romana hasta el cruce con el Pisuerga y, después, girar hacianorte por cualquiera de las viesendas que conducían a la montaUn largo viaje. Y bien planeaporque era difícil que nadie esper

una invasión sarracena por aqueparajes.

—Dicen los capitanes

algunos veteranos ya conocen camino —contó uno de los cauti

. Hace muchos años atacaron

ahí. Me estremecí. Sí, hace mucaños atacaron por ahí: una primav



de catorce años atrás, cuando musulmanes devastaron el Campose llevaron cautiva a Deva. ¡Cóolvidarlo…!

Aquellas informaciones permitieron trazar un plan. La hue

mora era fuerte: más de diez hombres. No podíamos pensar salirles al paso. Pero conociendo

punto de destino, era factiadelantarse a ellos y esperarlesalgún lugar propicio. Particularme

en las hoces que forma el Pisueantes de llegar a Campoo. Adaríamos la batalla.



Partimos sin perder un instan

Corrimos Ebro arriba, en la oropuesta al moro, por sendas fortuna. Atravesamos páramos

montes. Sin descanso. imprescindible llegar antes queenemigo. Nuestro camino era mdifícil que el suyo, pero no teníamimpedimenta que arrastrarconocíamos los secretos de nuestmontes y valles. Fueron cuatro lar

días, con buena parte de sus nochcaminando sin tregua haoccidente. Hasta que llegamos



punto adecuado. Nuestra meta era un paraje

suelo tortuoso donde el río ycalzada describían profundas curvEn una de esas curvas calzada y corren contiguos, sin ape

separación, bajo un risco al oesteal este, una breve depresión enchatas lomas. Solo ese podía ser

lugar.Sorprender, golpear, aniqui

No había otra fórmula. Enviam

exploradores hacia el sur; musulmanes —refirieron— estatodavía a tres jornadas de cami



Tuvimos tiempo de preparar bien cosas: fosos en la calzada, trampalos lados del camino, bueparapetos para asaetear al enemdesde lugar seguro… Urdimos uañagaza: en la depresión del terre

en la orilla derecha del río, con espaldas bien guardadas por uloma, una parte del continge

simularía presentar batalla. El macudiría allí. Entonces el resto nuestra hueste, bien oculto en

cerro de la orilla opuesta, repetla maniobra de las Conchas Arganzón: cierre del camino



vanguardia y retaguardia, mientracentro del ejército enemigo castigado sin piedad desde lo alto

Para nuestra sorpresa, columna mora no marchagrupada, sino en dos cuerpos.

primero, más numeroso, actucomo cobertura del segundo. ¿qué? No tardamos en descubrirlo

este último viajaba el ancigeneral Abu Utman con abundaséquito.

Esto nos obligaba a cambnuestros planes: no podíamexponernos a concentrar nue



fuerza sobre uno de los grupos enemigo y dejar libre al otro. Y teníamos hombres suficientes psostener un combate abierto con dos grupos a la vez. ¿Qué hacer?

Recordé la maniobra mora

Campoo, catorce años atrás: sobrecampo desprevenido, al amanecsurgieron dos columnas; la prim

arrastró hacia sí a los defensoressegunda hizo estragos en las genindefensas. ¿Por qué no intentar

mismo? Sorprenderíamos a moros en la madrugada, antes amanecer. Un grupo arrastraría



grueso de la fuerza enemiga haciadesfiladero, donde habíampreparado nuestra trampa; el ocaería como una maldición celessobre el campamento sarracegeneral incluido.

Eso fue lo que se hizo. El moprudente, había acampado a ciedistancia del desfiladero, en

paraje llano que llaman Nogales, una protectora loma tras de sí. Pantes del amanecer, una nube

flechas de fuego se desplomó soel campamento enemigo. Y suspiro después, centenares



inetes y peones arrasaban el caminfligiendo un tremendo castigo las tropas tan brutalmente sacadel lecho. Nuestras lanzas se abatsin piedad sobre los soldados trataban de escapar al fuego de

tiendas incendiadas. El azote dlargos minutos. A sus víctimas dede parecerles una eternidad. Al

algunos grupos aislados sarracenos lograron organizapero esa era la segunda parte

plan: en el momento prescrito, nuestros se retiraron hacia desfiladero… perseguidos por



grueso del ejército moro, mal arma toda prisa entre los vapores sueño. Allí, donde la calzada estrecha, esperaba al enemigo uverdadera pesadilla.

Mientras tanto, dos centena

de jinetes de la cruz salíamos decerro cercano y, rodeando campamento, cargábamos contra

palenque que protegía al general AUtman. No hubo resistencia alguno era posible. Los guardias del j

moro trataron de formar un círculotorno a su tienda; fue barrido piedad. Cuando penetramos en



recinto del general, un nutrido grude su guardia escapó a galtendido. Era lujoso, el despliegueAbu Utman: en una gran tieblanca adornada con flecos doradescansaba el propio general;

otras dos contiguas, algo mpequeñas, dormían respectivamelas mujeres del harén y

servidumbre. Pero ahora todo eso una cárcel de la que nadie poescapar.

Fui yo quien entró primero enaima de Abu Utman. A un eunuque me salió al encuentro



despaché con un golpe de azagayageneral permanecía tumbado sounos cojines. Lentamente, incorporó. Era un hombre manciano. Trató de aparentar rigidNo fui cortés. Apoyé la punta de

azagaya en su garganta y grité: «¡Epreso del rey de Oviedo!». Le dejcuidado de dos de mis caballeros.

Salí al campo, por ver cóevolucionaba la batalla. En campamento ya no había signos

lucha: centenares de cautivos gementre una masa informe de muertoheridos. Más allá, en el desfilade



sin duda los nuestros estarían danbuena cuenta de los restos ejército sarraceno. A un lado y odel camino, campo a través, pasade vez en cuando pequeños gruposinetes en desbandada. La victo

era nuestra.Volví a la tienda del gene

Abu Utman. Unos peones me traje

a los lacayos del caudillo moFuera escuché risotadas y voceschillidos de mujer. Un tropel

mujeres envueltas en vistosas túnientró en la tienda. Rápidamenteapiñaron en torno al general. M



atentamente a aquellas damas. Motra vez. No podía creerlo. Sentí mil cuchillos atravesaban mis ojos

¡Deva! Ni en mi peor pesadilla pohaber imaginado aquello. Destaba allí, entre las mujeres harén del viejo general Abu Utmuna más entre las concubinas

anciano. ¡Deva estaba allí! Haencontrado a mi tesoro largameañorado. Pero en sus ojos de a

cielo solo se leía el pavor. Y qule causaba ese pavor no era el viesu secuestrador, sino nosotros,



guerreros cristianos, cubiertos sangre y polvo. Durante varsegundos fui incapaz de reaccionNi oía ni veía nada. Ni siquipercibí los chillidos de terror de mujeres. Con la boca abierta balb

algunas palabras inconexas. Decomo las demás, gritaba, encogllevándose las manos crispadas a

boca. Deva me tenía miedo.Me sacó de mi letargo

entrada de varios hombres de

hueste que se abalanzaron sobre mujeres con violencia. —¡Estas son nuestras!



aullaron.Salté como un lince.

—¡Ni hablar! ¡Estas se queaquí! —Blandí mi azagaya a modoargumento.

—¿Por qué? —me espetó u

un tipo al que no conocía. —Porque algunas de ellas

cristianas. Y a esas las reclama

rey para devolverlas a la vida. —¡Ni cristianas ni diablos!

gritó el tipo—. Si eran cristian

dejaron de serlo. Y ahora son padel botín, tanto como las ropas ese vejestorio —escup



dirigiéndose a Abu Utman.La cuadrilla que había entr

con el fanfarrón asentía con risotaa sus amenazas. El tipo era mgrande que yo, pero yo era mveterano.

—Os abriré la cabeza, a ti tus amigos, si no desaparecinmediatamente de aquí —le intim

. He dicho que estas mujeres prenda para el rey don Alfonso. Yhay nada más que hablar.

Los fanfarrones se desplegalentamente en abanico; alguno amechar mano de la espada. Abu Utm



estaba allí, de pie, muy quieto, jua sus mujeres, pero yo solo pensen proteger a Deva de aquebárbaros. Con toda la celeridad mis brazos me permitierdescargué un golpe de azagaya so

la cabeza del primer fanfarrón. Tucuidado de hacerlo con el lado plde la hoja, donde el arma no mata

fanfarrón cayó al suInmediatamente me puse en guarterciado el escudo, para enfrentar

a los demás. —¿Algún otro quiere probarazagaya? —bramé.



Los fanfarrones, lanzanimprecaciones blasfemas, se echaatrás arrastrando a su compañero.ese momento entraron en la tiedon Munio y don Tello, espadamano el primero, blandiendo

hacha el segundo. —¿Qué ocurre aquí? —excla

Munio.

—Estos señores tiene prisa marcharse. —Hice una señal a fanfarrones, que salieron del lug

Me dirigí a mis pares—: Os preseal general Abu Utman Ubai Aministro del difunto Abderramán I



mismo que hace ahora catorce adevastó Galicia con sus huestes.

Debí haber advertido que Tepalidecía de ira, pero yo en aqmomento solo tenía ojos para DeMi amada seguía acurrucada en

rincón, con las otras mujeres, qutemiendo una muerte inminente. corazón se me estaba saliendo po

boca. No podía más. Para sorprde mis compañeros, me dirigí a el

—¡Deva, por Dios! ¿No

acuerdas de mí? ¡Soy Zonio! novicio de Potes! ¡El escudero Campoo!



Una extraña luz atravesó mirada. La expresión de horror había desaparecido. ¡Catorce aya! Yo me desesperaba:

—¡No puedo creer que hayas olvidado en este tiempo! ¿H

olvidado todo? ¿Mi amor, mcaricias, mis promesas…? Íbamohuir juntos de tu padre, Asur… Ha

que los moros te capturaron Campoo.

Deva seguía paralizada. Ah

la perplejidad se sumaba al terrMe duele infinitamente recordapero en aquel momento mi am



parecía haber perdido el juicCuando gritaba, lo hacía en áraMi consternación no tenía consuY en ese momento se escuchó utenue voz cascada:

—Así que tú eres el Loco

Jabalí Blanco… Te imaginaba mcorpulento. ¿Qué quieres? Pullenarte de oro si respetas mi vid

la de mis mujeres.Era Abu Utman el que ha

hablado. El anciano gene

permanecía allí, de pie, tratandomantenerse firme, pero pegado a mujeres. Miré al viejo con ira.



—¡Sí, yo soy! ¡Y nada gustará más que llevarte preso antrey de Asturias!

Fue cosa de un instante, relámpago, como un destello muerte: Tello esgrimió su hacha y

un solo tajo cortó limpiamentecabeza del general moro. La cabrodó hasta la otra esquina de

tienda y el cuerpo decapitado cpesadamente a los pies de mujeres, que rompieron a chi

enloquecidas de terror. Munio y nos quedamos pasmados. —¿Por qué…? —acertó



farfullar Munio.Tello se dejó caer pesadame

en el suelo, la cabeza hundida enpecho, el hacha ensangrentada solas rodillas.

—Este fue el hombre

ordenó quemar vivos a mis padresmusitó Tello—. Ahora ya está toen su sitio.

Munio se apresuró a ordeque sacaran de allí cuerpo y cabeTello porfió por quedarse con

testa del moro: quería enterradonde descansaban los restos de padres. Las mujeres llora



compulsivamente, arrebatadas una inconsolable histeria. Volvíacercarme a Deva. Traté de acaricsu rostro. Habían pasado catoaños, pero su piel seguía siendoblanca seda. Ella temblaba como

cordero ante el matarife. Rechazómano. Me ocupé de que guerrerosconfianza custodiaran a las muje

Salí de la tienda atenazado pordesconsuelo infinito. A Deva la dallí, con las demás.

Yo mismo me encargué de llevaOviedo el fruto de la victoria: e



vez quería estar presente en reparto de los despojos. inquietaba en particular el destinolas mujeres. Recé para que la visde nuestras tierras despertara Deva el recuerdo de lo que un

fue.Por el Escudo de Cabuérn

salimos a Evencia y, de ahí, al oe

hacia Oviedo. ¡Mi viejo camtantas veces transitado! La comitera espectacular: una cuerda

quinientos cautivos y diez grancarros cargados de botín. A mujeres de Abu Utman, cuatro



total, las acomodé en uno de carros. Dos centenares de jineescoltaban tan preciados bienes.

Varias veces intenté acercara Deva a lo largo del trayecto. Enprimera ocasión, directamente,

escupió. En la segunda volviórostro. En la tercera me incre«¡Asesino!», me dijo. Aquello

calentó la sangre: «¿No recuerquién mató a tu padre?», le conteEra asombroso: Deva había olvid

prácticamente toda su vida antercomo si un gigantesco traumahubiera privado de la memoria. H



un cuarto intento. Y esta vez, menos, prestó oído:

—Tú no lo recuerdas, perollamas Deva, eres de Potes y creccristiana. Por eso entiendes lengua. Yo era tu amigo. Peinabas

cabellos en hermosas y lartrenzas. Los moros te capturaron. padre se llamaba Asur. Yo me llam

Zonio —callé un instante; trasaliva—. Y yo te quería.

Deva reaccionaba ante es

palabras de una manera extracomo si no comprendiera. El pdel tiempo no había mermado



belleza: los ojos de cielo miraasombrados cuanto había a alrededor. Una vez más inteacercarme a su espíritu enfermo.

—¿Ves el azul de este escudle decía, señalando mi rodela

Es azul por tus ojos. Lo pinté así ti. Cuando te secuestraron, fubuscarte a Córdoba. He sufr

mucho tu ausencia. Pero ahora esaquí, entre los tuyos.

Me hería terriblemente ve

Deva en semejante estado. Tratde hablarle con toda la dulzura me inspiraba, pero mis resulta



eran muy pobres. Hasta que un cuando ya quedaban pocas jornapara llegar a Oviedo, me respondNo sé si la visión de su tierra nremovió algo en su interior. El heces que, por primera vez, me habló

nuestra lengua: —Creo que me dices

verdad… Pero no te recuerdo

sollozó—. Ni a ti, ni nada de lo me has dicho. ¿Qué va a ser ahoramí?

No supe qué contestar. porque no tuviera respuesta, sporque el llanto ahogaba



palabras.En cuanto llegué a Oviedo

precipité en busca de Teudano. estaba saliendo a recibirme.

—¡Otra victoria, Zonio! ¡A epaso acabarán haciéndote conde

palacio!Pero mi ánimo no estaba p

felicitaciones. Conduje a mi amig

un lugar apartado. —¡Teudano, he de hablarte!

he encontrado! ¡He encontrado

Deva!Teudano compuso un gesto alegría teñido de asombro.



—Pero… ¿qué te pasa? ¿qué estás tan agitado?

—¡Estaba en el harén general Abu Utman!

Puso sus manos sobre hombros.

—Lo lamento. Es horrible. Ppiensa que al menos está vi¿Cómo se encuentra?

—Mal —confesé—. Muy mParece ida, como con la cabperdida. Apenas recuerda quién es

—No es la primera vez oigo eso —dijo Teudano—. Dim¿qué quieres que hagamos con ella



—No podemos abandonarlasu suerte como si fuera una vulcautiva. Tampoco a las otmuchachas que sean cristianas, supuesto, pero… Ella…

—Descuida, te entiendo

aceptó mi amigo—. Hay protegerla a toda costa. Te diréque haremos. Encárgate

personalmente de las cautivCondúcelas a San Vicente, donFromestano. Dile que necesitam

custodiar a estas mujeres en convento de monjas. Cuéntale son de origen cristiano; eso



convencerá.Así lo hice. El abad Fromest

se mostró receptivo y envió avisun convento femenino no lejos Oviedo. Las cautivas, Deva incluiaguardaron en su carro. Al po

llegaron cuatro monjas. Fromestles explicó la situación:

—Hemos cosechado una g

victoria sobre los moros. El jefelos sarracenos viajaba con su harEntre esas mujeres las hay que

cristianas; raptadas por musulmanes cuando niñas,seguramente islamizadas, p



bautizadas y, por tanto, merecedode un trato especial. Os ruego quealojéis en vuestra casa y evalucuáles de ellas son… recuperabEstas almas robadas por el demovuelven ahora a la luz. No podem

perderlas.La monja de más edad asin

suavemente.

—Conozco personalmente a de ellas —intervine—. Es una amde infancia —mentí—. Se lla

Deva. Parece hondameconfundida. Ha perdido la memori —Descuida, caballe



Nosotras nos encargaremos de vuelva a ser quien fue —rubricómonja.

Escolté al carro con las cautihasta la puerta del convento, apea media legua de la ciudad. Un

una, las hice bajar. Todas segucon el miedo esculpido en el rosCuando descendió Deva, le tend

mano. Ella, esta vez, la tomó. había liberado del velo que ancubría sus cabellos y ahora la mel

rubia ondeaba sobre sus hombros.vi entrar en la santa casa. Luegopuerta se cerró.



Abandoné Oviedo profundame

turbado. Finalmente haconseguido mi propósito; haliberado a Deva. Pero, para

desgracia, aquella mujer ya podría ser para mí: la experienciala esclavitud la había trastornprofundamente. ¿Podría al meluchar por recuperarla? No importaba que hubiera sido la espde un decrépito general moro. S

quería tenerla a mi lado. Pero¿querría ella? Y por otro la¿acaso no estaba yo persiguiendo



insensato sueño? ¡Habían pascatorce años! Durante ese tiemella había sido la mujer de dignatario del emirato; había vivcon el enemigo, habría tenido hque ahora estarían siendo educa

para combatirnos… ¿Qué tenía ver realmente esta Deva con la tanto tiempo atrás me arrebataron?

Acudí a Liébana. Necesitver a Beato. En el viejo monastede San Martín de Turieno me dije

que Beato ya no estaba allí. petición propia había sido envicomo abad a una lejana casa en



paraje de ValdelomParadójicamente, no lejos de la del Pisuerga donde acababa de libmi anterior batalla. Valcabado, llamaba el sitio. No lo dudé. Prumbo hacia allí.

Necesitaba estar soNecesitaba pensar. Sobre tonecesitaba hablar con alguien c

sabiduría me iluminara el camino.victoria del Pisuerga había srecibida con grandes fiestas

Oviedo. El rey ni siquiera recriminó el no haberle llevadoAbu Utman con vida. Pero a mí to



aquello me importaba ya muy poEn mi espíritu solo existía desdicha de Deva, que era desdicha.

Como un guerrero errante crlas sierras y el Camp

Deliberadamente me detuve encampa donde perdí a Deva. Toahora se resolvía en el espacio

unas pocas leguas. Aquí la pealgo más al sur la recuperé, algo mal este buscaría una respue

Valcabado se levantaba cerca Ebro, aupado en un risco, abiertuna gran llanada. Seguramente



uno de los muchos monasterios ahora, como antaño en mi hogarMena, crecían bajo el designio derepoblación.

Encontré a Beato, sí. Aestaba: abad de Valcabado.

condujeron ante el hombre que hahecho explotar la más feroz polémespiritual de la Iglesia españo

Pero la edad había hecho ya estragLa última vez que le vi era yaanciano, pero guardaba una perfe

lucidez. Ahora, por el contraestaba postrado en una silla de la no podía levantarse, las manos



temblaban y la voz apenas era ocosa que un agónico silbido. acerqué a él.

—Maestro Beato, ¡soy ZonioAlzó sus manos trémulas ha

mi rostro. Reparé en que tamb

había perdido casi completamentevisión. Pasó sus dedos por mrasgos. Intentó hablar:

—¡Qué extraño es ver con ojos del alma y no con los cuerpo! ¿Querrás creer qu

querrás creer que te estoy viencomo cuando eras un mozalbete? —Maestro, necesito conta



algo. —Deva ardía en mi interior. —Cuenta… —Se trata de aque

muchacha… Deva. La he encontraLa habían casado con un genemusulmán. La he liberado. Ya no

esclava. Pero… —Sigue. Recuerdo la historia —Está desconocida. Su alma

ha roto. Apenas me recuerda. Y yo —Y tú no sabes si seg

luchando por ella —atajó Beato.

—Exactamente. —Dios te ha puesto pruemuy duras desde que saliste



Liébana, Zonio… —Como a San Caprasio

añadí. —Buena comparación. Pero

Zonio, escucha, han pasado catoaños ya. Esa mujer ha hecho su v

o la que le han permitido hacer, ysido muy distinta de la tuya. ¿La cristianado de nuevo?

—La he dejado en un convede monjas.

—Eso está muy bien. Tal

allí recupere la cordura… en cuaal alma. Ahora bien, en cuantocuerpo… Zonio, para ti esa mujer



sido parte del camino, ni mumenos puede ser la meta —sentenBeato—. Esa mujer habrá dejhijos en Córdoba. Hijos que, coacostumbran allá, serán criados phacernos la guerra. Pero hijos q

como madre, ella querrá recupeY tú eres un caballero del rey. progenie de tu amada se convie

ahora en un punto extremadamedébil.

—Yo la amo, Beato.

—Claro que la amas. Por estás aquí. Y esperas que yo te dque debes seguir sus pasos y hace



tuya. Pero yo no puedo decirte eTú amas a la Deva que perdisteCampoo y que has buscado toestos años, no a la que encontrado y que, como tú mismo dices, apenas si te conoce ya. Haz

la idea de que es otra mujer. Es omujer, como tú eres ya otro hombr

Beato se fatigaba. Le dieron

vaso de agua. No quise agotar a anciano maestro. Pedí su bendicióbesé sus manos. Aband

Valcabado con la impresión de qmi vida se había roto para siempreAquella tarde bajé hasta



escenario de la última batalla, donla ruina de Abu Utman. Hice noen el campo de la muerte. Aquedaban cadáveres tendidos juntorío, ahora pasto de los buitres. hedor todavía era insoportab

Gasté largo rato en contemplarmatanza. Tantas vidas… rotas verdad. A mí, al fin y al cabo, a

me quedaban cosas por hacer.Después, lentame

reemprendí el camino de vuelta

Espinosa. Crucé el Ebro hacianorte y por Valdebezana salí a mvalles. Allí me esperaba la vida q



realmente había vivido; la vida realmente tenía que vivir. penitencia de San Caprasio fue vapor el mundo y construir monasterio. La mía sería vagar pofrontera y construir un casti

Tedeja me esperaba.



23

L A CRUZ DE LOS ÁNGELES

Con los brazos de los mozárabes rescaté en la estepa, la ayuda de colonos de Espinosa y el concursodiez cautivos musulmanes, come

inmediatamente los trabajos ensitio de Tedeja. Levantar de nueaquel castillo sería mi redención.

Construí un campameimprovisado al pie mismo del lugun elevado risco frente al pu



donde el Trueba muere en el EbDesde allí se controlaba el pasocualquiera que quisiera entrar Tobalina o por el sur de la sierrala Tesla, y en particular se cerrabadesfiladero de la Horadada. Tu

que localizar el basamento devieja fortificación y trazar nitidez su perfil. Aquellos cimient

quién sabe si godos, romanos o más viejos, serían un buen sopopara la nueva construcción.

hermano Vítulo, que no en vano halevantado el castillo de Espinoconocía bien los procedimien



Siguiendo sus indicaciones desbrlas matas acumuladas sobre la piey limpié el suelo de lo que prosería un patio de armas.

Lo primero que había que haera señalar el emplazamiento de

torres. Marqué cuatro puntos en esquinas de un dibujo rectangular.muralla se construiría después y

espesor serviría para reforzar equilibrio de los torreones. Vítinsistió en que las torres tuvie

forma de medio círculo: permitiría obtener un mayor convisual del exterior. Las piedras



los viejos lienzos derruiresucitarían ahora para dar formlos cuatro torreones. En cuanto amuralla, Vítulo sugirió confergrosor mediante un viejo métoelevar dos muros paralelos de pie

separados por una distancia de par de codos y, después, rellenarhueco con cantos y material

argamasa. De esa guisa se levantaun primer tramo. Y sobre este edificaría otro, de menor grosor,

suelo bien apisonado de mortepara facilitar el tránsito de hombres sobre la muralla. Cuan



todo eso estuviera en pprocederíamos a acomodar interior con edificaciones permitieran vivir allí. Me parecieideas excelentes.

Como el risco sobre el que

elevaría el castillo no era regusino más alto en unos puntos y mbajo en otros, Vítulo acons

asimismo rebajar el terrcircundante, de manera que la propiedra natural aumentara

envergadura de la fortaleza. Y phacerlo todavía más inaccesibacordamos cavar un ancho f



alrededor. «La longitud de cinhombres», me dijo Vítulo. pareció poco y, dado que el terrse prestaba, calculé el largo de sihombres puestos uno detrás de otr

Dado que no podía ha

castillo sin iglesia cerca, Vítinsistió en que los operarrecuperaran un templo abandon

que aún se alzaba en proximidades: Santa María Mijangos, se llamaba, media legu

norte de Tedeja, a orillas del TrueEntre el castillo y la iglesia se abuna fértil vega dispuesta a aco



nuevos colonos. Familias mozárabes fueron allí instaladTambién el viejo don García ayudó, pues repoblar aquel lugarpermitía avituallar en mejocondiciones su precaria fortaleza

Oña. Así volvió a la vida la alperdida de Trespaderne.

Los trabajos de limpi

comenzaron en el otoño del añoNuestro Señor de 806 y no detuvieron en el invierno, a pesar

rigor impuesto por las nieves. primavera del año siguiente dedicamos a acarrear materiales p



la construcción. En el verano, y otra pausa que los trabajos decosecha, se sentaron los cimientoslas cuatro torres. Antes de qllegara el invierno ya estlevantada la primera de el

Tuvimos los cuatro torreones benhiestos en el día de Pascua de 8Quedaba el verano por delante p

comenzar la muralla. Los trabaavanzaron a buen ritmo. El trainferior de la primera pared estu

levantado antes del AdvienCalculé que el castillo, foso incluipodría quedar rematado en dos a



más.El intenso trabajo

edificación en Tedeja actuó comolenitivo sobre mi alma: me olvidécualquier otra cosa que no fueaquellas piedras. De hecho, trasl

mi residencia permanente desdecastillo de Espinosa a un pequcobertizo que me hice construir en

propio risco. A mis oídos llegablas noticias que ocasionalmente tralgún mensajero desde Oviedo. D

Argilo me invitó a su boda con Munio Núñez, celebrada con gpompa en la capital y apadrinada



el mismísimo rey, pero, obsesionacomo me hallaba con mi trabdecliné la invitación. También enteré de que Beato de Liébentregó su vida a Dios en una feindeterminada del año 807, entre

muros de su monasterio Valcabado. Y así mismo supe —Sisnando quien me lo contó— que

emir Alhakán había sofocado usublevación en Córdoba por expeditivo procedimiento

crucificar a centenares de rebeldEra horrible, pero mientras el eanduviera enredado en tales co



nuestra frontera estaría tranquila.La única interrupción que

permitía en mi febril activiconstructora eran las ocasionaexpediciones a los llanos Sasamón y que en alguna oportuni

nos llevaron hasta Coca. Ahabíamos encontrado una mozárabes; no cabía descartar

hubiera más familias de fugitivossituación semejante. Además, constaba que cuadrillas

salteadores recorrían de vez cuando aquellos parajes en buscapastores nómadas a los que roba



que en no pocas ocasiones habchocado con bandas de berebeque, huidos de cualquier discipliactuaban igualmente como simpbandidos. Por una cosa y por la olas patrullas en aquella reg

desolada eran un eficaz método pobtener información sobre movimientos en la frontera. L

bandoleros iban de un lado a obuscando campesinos indefensoshuían a toda velocidad cuando ve

aparecer gentes de armas. Emejor que nadie podían dar cuentala actividad en esa tierra sin due



Un ajustado interrogatorio soobrar prodigios. Lo cual, por oparte, aumentaba la fama del Ldel Jabalí Blanco.

De aquella deliciosa rutina sacó un mensaje de Oviedo. Era

propio rey quien lo remitía. Y convocaba a la capital, a mí comotros caballeros, para la primav

siguiente. La razón: una donacregia en la que yo debía actuar cotestigo. Mentiré si digo que

alegró la noticia. Nada me poirritar más que apartarme de TedePero era el rey quien lo manda



Diligente, acudí.

Oviedo se estaba convirtiendo en uciudad esplendorosa. Después diez años de trabajo incesante,talento de Tioda y las ideas Alfonso habían hecho de aquminúscula aldea una capital dignaun gran rey. Todo era pied

hermosa piedra. «Nada de ladrique es cosa de moros», solía deTioda. Y así la ciudad crecía co

una hermosa sinfonía de piedra.palacio estaba casi completameterminado. La catedral ya se erg



orgullosa. Y fue entonces cuandorey decidió celebrar el acto donación de la Cruz de los Ángele

La noche anterior a ceremonia, Alfonso tuvo el hermgesto de convocarnos a todos

fieles para mostrarnos la piecelosamente guardada en su cámFue agradable reencontrar a

viejos camaradas de tantas fatigcomo Teudano y Gundesindo. Ftambién el momento de recorda

los hermanos caídos, como Gadaxy el miles Juan y tantos otLlevábamos más de quince a



combatiendo juntos por la cruz ycorona. Mucha sangre había corripero el fruto de aquel esfuerzocondensaba ahora ahí, en esa cque el rey iba a donar a la catedde San Salvador en acción de grac

por haber sido liberado de secuestro.

Aquellos orfebres lombardo

los que Alfonso encargó el trabhabían hecho verdaderamente obra maestra. Era una cruz gri

patada, es decir, de brazos mestrechos en el centro que en extremos, que mediría algo más



dos palmos tanto de alto como ancho. En su centro, un disco exquisitas proporciones sosteníaconjunto. Nos dijo el rey que la bde la joya era madera de cersilvestre. Lo que nosotros veíam

era una capa de oro que recubríamadera por entero. En cada brazola cruz se guardaba un pequ

relicario. Pero lo más llamativo el despliegue de pedrería adornaba la obra: medio centenar

piedras de colores, algunas ágaalgunos granates, incluso camafde época romana rodeados



perlas… Un auténtico tesoro.De los brazos de la c

colgaban dos letras griegas: alfomega, el principio y el final, porDios es principio y fin de todo. Alargo de los brazos había igualme

una inscripción en letras de oAlfonso nos la leyó en voz alta:

—«Permanezca en honra

Dios este don, realizado con agraLo ofrece Alfonso, el humilde siede Cristo. Cualquiera que presumi

sacarme de donde se me ofrecióbuena voluntad muerto sea con rdel cielo. Con este signo se prot



el piadoso. Con este signo se veal enemigo».

Quiso el rey permanecer oración aquella noche, y nosotroacompañamos. Cabalgar juncombatir juntos, padecer jun

triunfar juntos, rezar juntos… fraternidad de los guerreros decruz creaba unos lazos más sóli

que la piedra de la montaña, un ammás profundo que cualquier otroera sublime contemplar a

cofradía de veteranos guerreros,rostros quemados por el fuego combate, espada al cinto y capa r



sobre los hombros, orando al Sede las Batallas.

Fue Adulfo, obispo de Oviequien ofició la ceremonia. Juntorey y sus fieles, muy poca gente mun par de condes de palacio, algu

damas de la corte, un coro de monque prestó su voz al santo rituEscueto y profundo, como lo era

todas las cosas, Alfonso leyó el tede la ofrenda y luego requirió firmas de sus fieles para dar fe de

donación. No hubo más. No precisaba más. Aquella Cruz de Ángeles lo decía todo: ahora Tole



estaba en Oviedo.

Esa misma tarde me disponíavolver a Espinosa cuando recibívisita de un emisario de la corte.rey quería verme. Sobre la marcambié de planes, advertí en iglesia de San Vicente de que pasauna noche más acogido a

hospitalidad y me trasladé a palacAlfonso me recibió en

cámara, esa austera sala que tan b

conocía. Estaba de pie, envueltouna cómoda túnica de oscuro azul.vi delgado, más que de costumbr



con la serena majestad de siempintada en su rostro. Frente a él tencomo era habitual, el tablero ajedrez cordobés.

—Todo esto que estamhaciendo —me dijo—, todo

esfuerzo de las gentes en la fronttodas esas batallas que juntos hemlibrado… ¿qué otro sentido tie

sino dar gloria a Dios? Para estamos sus criaturas en este munY nuestra forma de dar gloria a D

la tuya y la mía, Zonio, en el tiemque Él nos ha hecho vivir, en erecio tiempo, no puede ser otra



devolver a su santo dominio la tieperdida por la cruz. RecuperarEspaña perdida, Zonio de Mena:eso lo que justifica tanto nuestvictorias como nuestras derroNinguna otra cosa más. ¿El pod

¿La riqueza? Paparruchtentaciones de Satanás: yo nací hde rey y tuve que huir exiliado,

coronaron una vez y me vi obligadhuir de nuevo, y aún me habrderrocado una segunda vez

Teudano y Gundesindo y tú y demás no hubierais estado allí pimpedirlo. Estas glorias terrena



son baratijas. Solo Cristo importa —No puedo estar más

acuerdo, mi señor, pero ¿por qué contáis todas estas cosas?

—¿Conoces tu edad? —Sí. Treinta y cuatro años,

señor. —Buena edad: ni demasi

oven ni demasiado viejo. Po

sabrían decir su edad. Y ademsabes leer y escribir.

—Un hermano mío, clérigo,

enseñó las letras —contesté—.estuve un año en San Martín Turieno.



—Lo sé. Reúnes condiciones precisas. He penshacerte conde de esos territorios ahora llamáis Castilla. —Me qude una pieza. Iba a balbucear alpero el rey seguía hablando—:

conde don García, el más veteranfiel de los caballeros de la frontees muy viejo y está enfermo.

tardará en morir. Lo sé porquemismo me lo ha dicho. Hace fotro hombre que ejerza la autori

de las armas del rey en esas tierY hace falta que la ejerza con tolas consecuencias, porque aqu



comarca ya no es una simple líneacastillos que pueda ser defendida los señores locales, como lo cuando encomendé a García misión, sino que ahora necesitagobierno digno de ese nombre. Tú

has criado en Mena con los primecolonos, has dirigido bien castillos de la región, has combat

con inteligencia y fortuna, repoblado con tu hermano Vítulo yobispo Juan… Sabes todo lo que

que saber para desempeñar puesto. —Mi señor —argumenté—,



honra más allá de lo imaginable eofrecimiento, pero, con vuespermiso y vuestro perdón, no puaceptarlo.

El rey enmudeció. Me miró unos ojos desorbitados; quizás era

primera vez que alguien declinuna dignidad semejante.

—Tendrás tus razones, esp

repuso Alfonso, malhumoradándome la espalda y mirando poventana—. ¿Cuáles son?

—Nadie sabe como vos haqué punto mi fidelidad a la coronainquebrantable. Tenedlo en cuen



os lo ruego, cuando escuchéis lo os voy a referir. Yo, señor, he siamante de Creusa, la hija Nepociano —Alfonso se gbruscamente— y temo que si dispensáis cualquier dignidad,

sea aprovechado por quienes busvuestra ruina. Pero hay más…

—¿Más aún? —musitó Alfon

—Sí, porque, además de eun infortunado azar me hespecialmente débil ante

musulmanes. Sabed que yo amé a mujer que fue secuestrada por moros. Que esta mujer, hoy rescat



y a salvo entre cristianos, obligada a desposarse con un genede Córdoba y con toda seguridad ha dejado hijos. Que mi amor ella no ha menguado por esto, manera que nadie sería más fácil

chantajear que yo si, por acaso, emujer deseara volver a Córdobbuscar a sus hijos, o estos viniera

rescatarla… —Zonio de Mena, me de

realmente estupefacto —comentó

rey. —Lo siento, mi señor, ptengo demasiados puntos déb



como para que me encomendéis nmenos que la gobernación de frontera oriental.

Alfonso contempló pensativoajedrez; el mismo que recibió nuestras manos procedente

Córdoba. Me habló sin mirarme: —¿Y qué hacemos contigo? —Mi señor, yo segu

sirviendo a Dios y al rey con tomis energías, mientras el cielo mefuerzas para sostener mi azagaya.

castillo de Tedeja es el techo queProvidencia me ha otorgado. cuanto a la gobernación de



frontera… —¿Sí? —La persona adecuada s

puede ser don Munio Núñez, Iruña, que posee todas las cualidaque buscáis.

—¿Munio? ¿El marido de prima Argilo?

—Él. He combatido a su la

Le conozco bien. Es un excelecaballero. Y sabrá cumplir con deber.

—Qué contrariedad —rezoel rey—. Había pensado hacerMunio mayordomo de pala



Necesito que alguien organice cosas del gobierno y yo ya no llegtodo.

—Con vuestro permiso, señor, creo que a don Munio noagradaría semejante destino: él

también un hombre de frontera, caballo y lanza, de aire libre…

—En realidad, no pensaba ta

en sus gustos como en los de prima doña Argilo —objetó Alfon

Tuve un rapto de resentimie

infantil: —Bien, pues que se hubicasado con otro. Tenía dónde ele



El rey ladeó la cabeza expresión de no comprender. Cuanme di cuenta de la estupidez había salido de mi boca, interecomponer el tipo sobre la mar

: Don Munio se ha criado en

frontera, conoce a sus gentes, sorganizarlas y además es bguerrero. Él es la persona adecuad

El rey permaneció un brtiempo en silencio. Después se lima decir:

—Bien. Lo pensaré. Quizá sea mala idea. En cuanto a ti, Zonsabes que confío en tu fidelidad.



finalmente sigo tu consejo, te ordque secundes a don Munio en tocuanto emprenda. —Había empezya a dibujar mi reverencia despedida cuando el rey añadióUn momento. Hay algo más. Ahor

frontera está tranquila. Demasitranquila. Será bueno para todos la alteremos un poco. De

averiguar qué se mueve al otro laY si es posible, meter un poco miedo a esos blasfemos. Hoy tie

demasiados problemas patacarnos, pero mañana volverán carga; cuando ese día llegue,



llegará, será bueno que les hayammacerado un poco, para que tienten la ropa. Que sepan que no estamos quietos. ¿Entiendes lo ququiero decir?

Lo entendí.

De vuelta a mis predios me dirigMena. Quería ver a mi mad

Muniadona me esperaba junto fuego. Había trasladado todas cosas a una pequeña estancia en

iglesia de San Emeterio. Aaguardaba el final. Me conmovióaspecto envejecido, doblado por



años y las penalidades. A su ladescubrí un hatillo cuyo contenaumentó mi emoción: mis cartas.

Durante todos estos años campañas yo había tomado costumbre de enviar mensajes a

padres para darles razón de mi viSe los hacía llegar junto a objevaliosos, generalmente proceden

del botín, a través de los monjes solían acompañar a la hueste. Esteera el procedimiento más rápi

pero sí el más seguro, porque naen el reino osaría desvalijar a mensajero monástico. Cuando vo



al hogar, observé que mi madre haguardado todas mis cartas, escren tosca piel de becerro, en montoncito cerca de la gran mfamiliar. Estaban sin abrir. Nada mlógico, pues no sabía leer. Pero

mera posesión de aquellas viteera, en su corazón, la suprecertidumbre de que yo seguía vivo

Muniadona murió muy pdespués de ese último encuentro. Umañana de aquel invierno no

despertó. Eso fue todo. Mi hermMunia, que la asistía en estos últimaños, la encontró dormida como



niño. Inmediatamente nos avisóVítulo y a mí. Mi otro hermclérigo, Ervigio, que vivía en Mese encargó de preparar el cuerTambién cursamos aviso a hermano mayor, García, que ape

salía de Carranza. Esta vez sí visin embargo. Era la primera vez García cruzaba los montes

Ordunte hacia el sur.Hubo una atmósfera de ma

melancolía en la despedida a aqu

mujer que nos lo había dado toMuniadona, nuestra madre, marchaba de este mundo con



misma discreción y el mismo orcon que había pasado por él. Deel cielo estaría mirando con su dusonrisa a sus hijos reunidos, otra ven el camposanto: ante las tumbasLebato, Muniadona, Esteban

Bartolomé, mi hermano Garsorprendentemente emocionado, aferraba al brazo de Vítulo, mient

Ervigio celebraba las exequias y la cabeza baja, rezaba en silenunto a Munia. Solo faltaban Te

desaparecido quizá para siempreAdosinda, casada en Galicia, aque no fue posible avisar.



aquellas humildes tumbas junto aiglesia de San Emeterio de Tarantoscas cruces de madera sobresuelo, descansaba un sueño titanes: saltar a tierra enemiga yfuerza de amor y dolor, devolverl

la cruz. Eso era lo que habían hecantes que ningún otro, LebatoMuniadona. Ahora am

descansaban en la tierra que habconquistado con tanta entrega y tasudor.

Aquella noche cenamos juntodos los hermanos a la luz delumbre. Brindamos por los ausente



nos deseamos una santa y feliz vhasta que Dios decidiera que hallegado el final.

El rey me había dado instruccioclaras: recorrer la frontera porotro lado, el lado musulmán, y memiedo en tierras de moros. Npodía resultarme más grato. Aline

mis diez caballeros, sumé otcincuenta jinetes voluntarios a hueste, dejé a mi hermano Vítulo

mando de las obras en Tedeja y phacia la infinita estepa del sur.

El plan era muy sencillo:



había plan. Simplemerecorreríamos la frontera en buscaobjetivos que saquear. Durante aasí lo habían hecho los musulmanahora nos tocaba a nosotros. Másseis meses anduvimos castigando

frontera mora. Primero, cabalgadas hacia el sur hasta cruel Duero. Después, aún más lej

hasta las grandes sierras. Para emás cerca de nuestros objetilevantamos un campamento

fortuna en las sierras de Urbión. ver que no había oposición dignaese nombre, decidimos aventurar



por la calzada que llevaba de Tolea Zaragoza, habitual lugar de pasolas expediciones moras. Y ganadpor una osadía sin límites, llegama las tierras del alto Tajo, donde musulmanes jamás podr

esperarnos. Todo eso ocurrió enabril y octubre del año 809.

Como la vida en el emirato

estaba poniendo muy áspera para cristianos, una buena parte de nuelabor consistió en acudir al resc

de las caravanas de fugitivos cruzaban la gran meseta hacianorte. Eso nos obligó con mu



frecuencia a sostener combacontra las partidas de bereberes acosaban a los huidos. Lo que bereberes buscaban no era devola los mozárabes a sus puntos partida, sino algo mucho m

primario: robar sus pertenencias yalguno de los cautivos valía la pevenderlo como esclavo; para

demás desdichados no habría odestino que la muerte. En estonegocio de los bereberes de

frontera coincidía con el de salteadores, y a buen seguro unootros mercadeaban con su sinies



tráfico. Mis jinetes cortaron infame comercio con la punta de lanzas.

Alertado por nuestmovimientos, el valí moro Medinaceli envió un ejército

nuestra búsqueda. Los vimaparecer una mañana descansábamos en las gargantas

Jalón. Nos dejamos descubrir y celeridad fingimos una fuga haciamágico paraje de Somaén. Allí el

dibuja una pronunciada curva endos peñas. Nuestros perseguidoresmetieron en la trampa. Atenaza



entre las peñas y el río, una lluviarocas cayó sobre ellos. Trataronreorganizarse en la curva del Jalpero con eso solo consiguieofrecer un blanco compacto paracarga de nuestros caballos. Matam

a muchos y dejamos huir a los demPero lo cierto es que, al mar

de aquel episodio de Somaén, po

veces tuvimos que librar verdadebatallas. Lo más habitual era llegacualquier aldea, neutralizar a

pocos soldados moros que hubiera —en general, escaguarniciones de bereberes—, rapi



lo que se nos presentara a manhuir con el botín. En tierras Segovia nos apoderamos de umanada de bonitos caballos árabJuanti se encargó de llevarinmediatamente a Iruña, donde

ofrecí a doña Argilo y don Mucomo regalo por sus esponsales, pasí lavar el feo gesto de mi ausen

En el paraje de Castrojerequisamos diez carros de granootros siete en Osma. En Sigüe

incendiamos los campos cuanfaltaban pocos días para la cosechlo mismo hicimos en Medinac



donde además obtuvimos cuantioso cargamento de sal. El frde nuestras andanzas se enviabEspinosa, donde Vítulo lo repartíala forma más conveniente. Duratodo ese año los jinetes del Loco

Jabalí Blanco fueron una pesadpara los sarracenos.

Aquella vida agreste, no

negaré, terminó gustándome. volvimos a Espinosa hasta que lluvias y el frío hicieron imposi

seguir con nuestros ataques. Envalle nos recibieron como a héroY no era para menos, porque toda



comunidad se había beneficimucho con estas andanzas. La misencomendada por el rey Alfohabía quedado bien cumplida: ahlos moros ya sabían que la frontera peligrosa… ¡también para ell

Por primera vez sentirían en su pel miedo que nosotros habíamvivido durante tanto tiempo.

Hubo más cambios en aquellos añDurante mi ausencia, Munio Nú

fue efectivamente nombrado code Castilla por el rey Alfonso. mismo tiempo, mi gente terminó



castillo de Tedeja en el otoño año de Nuestro Señor de 810. Ame trasladé con mi hueste. El viseñor don García había muerto umeses antes —víctima de uretención de orina, me dijeron—, y

conde don Munio dispuso que encargara yo de la cobertura de fortalezas de Oña y Frías. Con es

dos baluartes adelantados y castillo de Tedeja detrás, las tierde Espinosa y Mena ser

inexpugnables. Pero el suceso más me afectó fue la muerte de hermano Vítulo.



Ocurrió en la primavera de 8Todo empezó cuando mis jinetrajeron a nuestras tierras a ucaravana de fugitivos mozárabesSegovia. Eso ya se había converten algo habitual. Pero aquella ge

venía en condiciones completameinusuales: febriles, dolientes, hastpunto de que dos de sus miemb

habían muerto por el camino. Concaravana venía un niño enfermo; menfermo. Uno de los muertos era

padre del chico. Vítulo los acogSe instaló a los mozárabes en campos cercanos a Mijangos. Y



cuanto al niño enfermo, Vítinsistió en apartarle de los demásse encargaría personalmente cuidarle.

Pude ver al niño: unas fpústulas rojas salpicaban todo

cuerpo. Ardía de fiebre a tohoras. Deliraba. Vítulo multiplicó cuidados. Prácticamente no

separaba de él. Hasta que el nfalleció. Mi hermano le enterró sus propias manos en Espinosa. P

entonces el que enfermó fue VítuPrimero con unas altísimas fiebDespués con una erupción por to



su cuerpo de pústulas como las niño moribundo.

Sisnando, el cordobés, que asabía de males y remedios, advirtió de que Vítulo debía aislado de todo contacto; no por

sino por los demás. Quedó encerren un cobertizo del castillo Tedeja. Solo yo pasaba a lleva

agua y comida. Fue muy rápido:una semana mi hermano murió. Sesus deseos, le enterramos en

iglesia de Santa María de Mijangaquella que con tanto amor él mishabía reconstruido. Siem



recordaré a Vítulo con su sonrperenne, su gesto inquisitivo, carácter flemático, su cabperpetuamente ocupada en imagidónde cabía un molino y dónde ufragua. Murió contemplando

imagen de Nuestra Señora. Enúltimo trance le di a besar la vcruz de madera que colgaba de

cuello, aquella que un ya muy lejdía me hizo llegar Beato de LiébaLa comunidad de colonos se qued

sin su principal impulsor. Y yo pea otro ser querido.A Vítulo le sustituyó al frente



la comunidad mi otro hermaErvigio, que no obstante se quedóMena: desde allí dirigiría las cosNadie más murió por aqmisterioso mal. Pero la pérdidami hermano, con su talento tranqu

y su capacidad de iniciativa, fuedaño irreparable para los colonos

La muerte impidió a Vít

conocer la noticia que en aqmismo año conmovió al munentero: un ermitaño ha

descubierto en un lugar llamLibredón la tumba del apóSantiago. El reino cristiano del no



daba un nuevo salto hacia una vmás plena y mejor.



24

PEREGRINOS DE S ANTIAGO

Yo me enteré de lo de Santiago pormensaje del obispo Adulfo. Oviehabía mandado emisarios a topartes para dar razón

acontecimiento: en un remoto bosgallego había aparecido la tumba apóstol. El obispo de I

Teodomiro, refirió inmediatamenthallazgo al rey Alfonso. Este, fiesí mismo, anunció enseguida



peregrinación personal al sagrlugar. El rey acudiría allí con fieles. Por eso me convocaron. Coa todos los demás.

Partí a toda prisa hacia OvieOtros fieles del rey acudieron de

el Campoo, Vizcaya, las BabiaEn la capital nos reunimos todcomo ocurrió el día de la donac

de la Cruz de los Ángeles. El obiAdulfo había preparado bien cosas: Alfonso iba a sancionar

su presencia el sensaciodescubrimiento y eso exigía comitiva tan solemne como fu



posible. De manera que, ademáslos fieles del rey, allí estabtambién los principales obispos reino, los condes de palacio y magnates más próximos al monaRecién llegados, Adulfo nos convo

en la iglesia de San Tirso porqquería darnos detalles sobre suceso.

—Algunos conocéis Finisterre, en el extremo occidende Galicia, en la diócesis de Iria

nos relató—. Hay allí un parboscoso que llaman Libredón dondesde antiguo, se levanta una g



necrópolis a la vera de un vicruce de caminos. Hasta hoy paraje ha estado abandonado, más humanidad que algunos eremque allí se entregaban a la vcontemplativa. Pero es el hecho

uno de esos eremitas, de nomPelayo, comenzó a percibir extrasucesos en torno a la necrópo

misteriosas luces que destellabanla noche y cánticos de ángeles llenaban el cielo. El anacoreta

acercó al lugar y quedó estremecpor lo que vio. Pensando habevuelto loco, mantuvo en silencio



hallazgo. Ahora bien, he aquí qalgunos campesinos de una parroqcercana, San Félix de Solobacudieron a Pelayo con la mishistoria: ellos también lo habvisto…

Aquí Adulfo hizo un alto ennarración. La asamblea le escuchmaravillada. Adulfo era un hom

enjuto y descarnado, una vara dende su hábito, tan modesto por ciecomo cuando no era aún obispo, s

solo un clérigo más en la igleovetense de San Vicente. Unos pocabellos negros le caían sobre



frente como flecos de un sayal. Phablaba con autoridad y muciencia.

—Cuando el eremita Pelcomprobó que otros habían visto mismos prodigios que él, acudió

inmediato a su obispo, Teodomen la ciudad de Iria —prosiguióTeodomiro es hombre poco dad

las supersticiones del vulgo, manera que decidió investipersonalmente los hechos. Se inst

en el bosque de Libredón. Aguauna noche. ¡Y allí vio las mismluces y escuchó los mismos cánti



angelicales! Profundameconmovido, al alba se internó enespesura. Allí encontró la vinecrópolis. En ella descubrió túmulo funerario de singular aspeY en el interior del túmulo, t

esqueletos, uno de ellos con cabeza bajo el brazo. Teodomirolo dudó: aquello solo podía ser

tumba del apóstol Santiadegollado en Judea, y sus discípuTeodoro y Anastasio. ¡El A

Marmárica…!Adulfo se detuvo otra vExaminó los rostros de los presen



Todos estaban tan impresionacomo yo. ¡Cuántas veces no habría confiado Beato de Liébanaconvicción de que Santiago estenterrado en España, y qué fhabría sido al conocer e

asombroso descubrimiento! obispo de Oviedo preguretóricamente:

—Y vosotros dudaréis: ¿qué esa tumba ha de ser la Santiago, y no la de cualesqui

otros mártires? Yo os lo diré. Deque el obispo León de Jerusaconfió tal extremo a visigodos



ostrogodos, sabemos que SantiagoMayor, apóstol de Jesús NuesSeñor, hijo del Zebedeo y hermade Juan el Evangelista, predicóEspaña y aquí se enterró despuéscuerpo. Por eso León instaba a

gentes de occidente a orar, porqaquí se hallaba oculto SantiaAsimismo, por el Breviario de

apóstoles sabemos que el AMarmárica donde fue enterrSantiago era un lugar del extre

occidente. Por el sabio AdhelmoSherborn nos consta que Santievangelizó España y que aquí está



altar. Y Beda el Venerable señaquellas tierras gallegas codepósito del santo cuerpo de nuesapóstol. En todas esas fuentes benuestro Beato de Liébana paseverar que Santiago evangel

España y que aquí se trajo cuerpo…

La mención de Beato

Liébana despertó en mi interior uenorme emoción. Aquel pequemonje de un remoto monaste

lebaniego había sembrado cosecde abundancia infinita. Aduproseguía con su plática:



—Y así fue, en efecto. Despdel Pentecostés, Santiago vinoEspaña para predicar el EvangeEn Tarragona, en la Bética, Galicia, en Zaragoza… Aquí seapareció Nuestra Señora la Vir

María sobre un pilar a orillas Ebro. Santiago volvió a JerusalSus primeros discípulos, los s

varones apostólicos, quedaron aentre nosotros: Torcuato, TesifonIndalecio, Segundo, Eufrasio, Cec

y Hesiquio. En Judea el infame Herodes Agripa mandó martirizaSantiago; la cabeza de nue



apóstol fue la ofrenda del martiPero sus discípulos Teodoro Anastasio, enterados de la muerte santo, viajaron a Jerusalén precuperar su cuerpo y en uprodigiosa singladura lo trajeron

vuelta aquí, a España, y en esta vnecrópolis de Libredón le dietierra. Cuando les llegó la ho

pidieron ser sepultados junto amaestro. Y esta es la sepultura qhoy emerge para bendición

nuestro reino. Nadie ignoraba las enormconsecuencias de semeja



descubrimiento. El primevangelizador de toda Espaparecía en nuestro reino. Oviedoera la cabeza de la cristianespañola después de la polémicaBeato con Elipando de Tole

Ahora la aparición de Santisignificaba que el reino de Oviera el legítimo heredero de la Esp

cristiana, tanto la España del impeconvertido bajo Constantino comode los reyes de estirpe visigoda

nosotros nos correspondía que tla vieja España volviera a la cruzgran proyecto del rey Alfonso reci



un decisivo espaldarsobrenatural.

Cuando Alfonso apareció enpuerta de palacio, el entusiasmo indescriptible. De inmediato se pen marcha la comitiva que escolta

al rey hasta el paraje de Libredón.más granado del reino acudíavenerar a Santiago.

El viaje a Libredón, o Compostcomo también lo llamaban, fue

realidad una larga procesiCentenares de personas, lo miscaballeros que clérigos y magna



dimos escolta al rey Alfonso hastalejano Finisterre en una prolongsucesión de cánticos y rezenvueltos en la luz de altos cirioel vaho de los pebeteros. Porcamino se nos suma

ocasionalmente grupos de labriegy el rey, que nunca rehuía compañía de su pueblo, se dej

rodear por ellos y les impartíabendición. Así fue el largo trayebuscando la calzada hasta Astorga

después, por la vía romana, hastaBierzo, y más tarde Lugo y al fin,cerca del mar, la ciudad de Iria.



No solo nosotros acudíamola llamada de Santiago: numerogrupos de monjes y también monjas transitaban la calzada, especial en tierras de Galicia, yemoción al descubrir la comitiva

rey era tan intensa que interrumpsus rítmicas plegarias para lanvítores a nuestro señor don Alfon

Allá donde nos detuviéramos, patricios locales venían a presensus respetos y a expresar su voto

que Santiago protegiera al rMuchos monasterios de la regdebían su existencia al impulso d



corona. Todos ellos se inclinabahora ante el paso de su patrEspecialmente cuando sabían querey iba en pos de un patrón aún mgrande: el apóstol.

Cerca de nuestra meta

esperaba el obispo Teodomiro. nos condujo hasta la tumba Santiago. El paraje de Libredón

una colina boscosa cubierta maleza. Solo pequeñas senpermitían entrar y salir del so

Hubo que desbrozar algún tramo pque pudiera pasar tanta gente coahora venía. En un cierto punto



bosque dejaba paso a un difícil cldonde la vegetación ahogaba extensión uniforme de piedcaóticamente dispersas. impresión de caos desaparecíaaproximarse uno al campo: por

no eran piedras, sino tumbas, y estaban dispersas, sino dispuessegún ese orden superior que

muerte prescribe. En medio camposanto se elevaba un túmalgo más alto que los demás. S

sacerdotes envueltos en blanvestiduras y portando largos cirencendidos hacían ahora vela ante



tumba. Ahí estaban las reliquias Santiago.

Había un numeroso grupo peregrinos alrededor del túmacobeo, clérigos en su mayo

Monjas y monjes. Alfonso ha

impulsado tanto el celibato del clcomo los monasterios femeninoseso se notaba ahora en la nutr

presencia de mujeres consagradaDios. Al serles anunciada la llegdel rey, todos los presentes

hicieron a un lado para dejar pasoentonces la vi.Un mar de hiel anegó



corazón cuando descubrí, en cortejo de monjas, el rostro de DeNo cabía duda: era ella. Sus granojos azules seguían siendo mismos bajo el pesado y tohábito. Su boca también era

misma, aunque ahora se contraíaun mohín de lejana amargura. mirada se cruzó con la mía.

reconoció. Ninguno huyó del oPero yo, quizá sacrílego en aqmomento, no veía en ella ni su háb

ni la toca que ocultaba su cabesino solo las trenzas doradas aquella muchacha de Liébana,



carne blanca y rosada ofrecida al en los prados, el abrazo de su sbajo mi pecho, y también la promde una huida que nunca se verifSentí el impulso de decirle al«Solo he vivido para ti», «No

amado a otra mujer que a ti», azul de mi escudo es el de ojos»… Pero ¿lo habría entendido

Recordé las palabras de Bea«Hazte a la idea de que es omujer. Es otra mujer, como tú eres

otro hombre». Un mar de lágrimme vino a los ojos. No hice nada impedirlo. Cada lágrima era u



pregunta formulada al destino pudo ser y no fue. Preguntas volvían a mí en respuestas vacíasla música triste de una existenfrustrada. Nunca pude amarla cohubiera deseado. Nunca pude hace

mía. Nunca pudo ser la madre de mhijos. Nunca pudo ser la compañde mis días. Nunca sería el espejo

mi vejez. Y yo para ella, ay, no otra cosa que aquel salvaje guerrque la liberó de una cárcel p

encerrarla en otra.La comunidad de las monjasapartó de nuestro camino. Humild



inclinaron la cabeza ante el rDeva también. Mi amor levantóinstante el rostro. Sus ojos volviea cruzarse con los míos. Vi qtambién ella lloraba. Quizá ya havuelto a ser ella misma. Quizá ya

había recordado todo. Y quizá, ese caso, ya habría comprendido la vida había terminado para e

como había terminado para mí.

Llegados a la tumba, y a una seña

Teodomiro, un clérigo se acercórey. Venía muy pobremente vesticon aspecto desgreñado, pero limp



Lo más notable en su traza erasonrisa: una sonrisa fatigadaresignada, como la de quien lo visto todo ya. Era Pelayo, anacoreta que descubrió el sepulcPelayo —o Paio, como le llama

allá— se acercó al rey y se inclpara besarle la mano. Alfonso, engesto muy propio de él, se inclin

su vez y tomó las manos ermitaño.

—Quiero que me bendigan es

manos que fueron las primeras tocar la tumba de Santiago —pidiórey.



El ermitaño Pelayo, conmovialzó brevemente su mano derechdibujó sobre la frente del Alfonso la señal de la cruz. Findescriptible el entusiasmo de presentes ante esta muestra

humildad de nuestro rey.El túmulo de Santiago y

discípulos estaba entreabierto.

lápida, desplazada, dejaba ver interior. Alfonso miró. Allí estabaesqueleto de Santiago, la cabeza b

el brazo, y los restos de sus amantísimos discípulos. El obiTeodomiro leyó al rey cier



inscripciones esculpidas en piedra: «Jacobo, mártir», le escudecir. Alfonso se arrodilló. Todosimitamos. En silencio, oró. Cuanhubo terminado, Alfonso se dirigisu séquito y nos dijo:

—El día que me coroné invoqué a Santiago apóstol. Ese se cantó el himno de Beato

Liébana. Puse mi reinado bajoprotección del apóstol de EspaDesde entonces ha derram

abundantes bendiciones sonosotros. Y hoy nos regala ebendición suprema que es el halla



de su santa tumba. Necesariametenemos que interpretarlo como señal del cielo. Nunca ha sido mcierto el salmo: «El Señor revellas naciones su salvación». apóstol nos ha querido decir con t

nitidez que bendice nuestesfuerzos y que debemos perseveNos lo ha dicho aquí, en e

Finisterre donde el sol muere enocéano. Ya hemos dado noticiaCarlomagno y al papa. En este su

elevaremos una iglesia que guardmemoria perpetua acontecimiento. Como nue



apóstoles expandiremos la bunueva a todo occidente, de manque todos los cristianos vengan aa dar gloria a Dios Nuestro Señor

Alfonso concertó Teodomiro la construcción de u

iglesia en aquel mismo sitio. propio Tioda, arquitecto del rey,encargaría de levantarla. El obis

por su parte, anunció al rey intención de trasladar su sepiscopal a este paraje. Gran

cambios se avecinaban para despoblado de Libredón en Iria.emperador Carlomagno no tarda



en avalar ante sus súbditos peregrinación. Fue lo último que hantes de morir. Así, sobre la tumdel apóstol se elevaría un temploalrededor del templo una ciudadalrededor de la ciudad herviría la

de los cristianos como en una nuRoma.

Cuando abandonamos aq

lugar, el grupo de Deva ya hadesaparecido. Quise interpretacomo un regalo del apóstol: así co

a Jesús niño le fue regalada mpara simbolizar las amarguras mundo, del mismo modo a mí se



ofrendaba la imagen de Deva precordarme que esta tierra es valle de lágrimas. Dura penitencia

Aquel año aún me esperaba último sobresalto. Fue llegado Adviento de 813, instalado ya Tedeja, pocas semanas después haber retornado de la tumba

apóstol. Un guardia me dio avisoque una mujer quería verme eniglesia de Santa María, en Mijang

Me dijo que era dama muy principa juzgar por el lujo del carruaje hasta allí la había traído. Tratánd



de una dama, no consideré adecuhacerla ir hasta el castillo. MontSisnando y galopé la corta distanque me separaba de la iglesia. dama, una anciana, me esperabapie, conversando con algu

monjes. La veía de espaldmoviendo las manos con parsimocubierta la cabeza con una an

caperuza. A su lado se aburinmóvil, un niño de unos diez añAl escuchar a mi caballo, la mujer

giró. Se me erizaron los cabecuando descubrí su rostro.Una larga melena gris envol



un rostro macilento y sin carnBajo la frente traslúcida brillados enormes ojos de azul violgrandes incluso entre los plieguesla vejez. En mi mente estallórecuerdo del bosque del camino

Liébana, la bruja que arrojextraños polvos al fuego y hasurgir nubes de colores. Pero

recuerdo fue inmediatamereemplazado por otro más concrettambién más punzante: la vieja da

Creusa, la madre de mi desdichamiga. ¡Era ella! —¿Tú eres Zonio de Mena?



preguntó con una frialdad glacial ydeje acusador en la voz.

—Yo soy, señora —contesté poder evitar un gesto de aprensión¿Y quién viene a buscarme a eparaje tan lejano?

—Me llamo Creusa de Praviseguro que me recuerdas a poco hagas memoria.

La recordaba. Claro que recordaba. La recordaba en cámara de Mauregato y en

coronación de Alfonso y en compañía de Nepociano. Haenvejecido mucho, pero el ge



altanero y la mirada venenseguían allí. Era como si alfantasma del pasado retornara psaldar cuentas pendientes.

—Os recuerdo, señora corroboré con toda la frialdad

pude—. ¿En qué os puedo ayudOs imaginaba fuera del reino…

—Vayamos por derecho, señ

don Zonio —dijo la vieja CreusaVengo a deciros que mi hija Creha muerto. Seguramente por vue

culpa. Y que este niño es vueshijo.Todo el orbe giró a



alrededor por un momento. ¡Creumuerta! ¡Y me dejaba un hijo! Trde aparentar serenidad:

—Siento mucho la muerte vuestra hija. Era joven aún…

—Demasiado joven —

interrumpió la anciana—. Muriótristeza en nuestro exilio Aquitania. Hace de eso unas po

semanas. Cuando mi espNepociano y yo nos vimos obligaa abandonar Oviedo por la inqu

de vuestro rey, Creusa vino nosotros y… —¿Inquina decís? —esta



interrumpí yo—. ¡Alfonso perdonóvida a un traidor! Y vuestra hcomo vos, sabía qué tipo de partestabais jugando.

La anciana dudó. Por un instapareció que un relámpago cruzaba

rostro. Enseguida relajó el semblay compuso una sonrisa forzada:

—Son puntos de vista. Bien

hecho es que cuando llegamosAquitania descubrimos que mi hestaba encinta. Quise que abortara

confesó con su lengua de serpie, pero ella insistió en seguir hael final. A los pocos meses pari



este chiquillo. Nunca quiso decirquién era el padre. Sí, no pongas cara, Zonio de Mena. Ella quprotegerte. El niño, que se llaHernán, ha crecido junto a nosoten Aquitania. Creusa le amaba

locura. No le han faltado instruccni cariño. Pero mi hija Creusa muerto…

—Siento mucho escuchar noticia —cumplimenté, cortés.

—Lo dudo —escupió la anci

. Y tampoco me importan sentimientos, como no me importalos de mi hija: ella estaba ciega y



estás loco. El Loco del JabBlanco, ¿no te llaman así? ¡Peroqué más da! Lo que me importaeste niño. Creusa, cuando enfermrompió su silencio y nos dijo quera su padre: tú. Y contra nues

voluntad, insistió en que tú hicieras cargo del pequeño. Por estoy aquí, bien a mi pesar.

Las palabras de la vieja Creme dejaron totalmedesconcertado. Miré al chiqui

Tenía los cabellos negros como pero también como su madre. ojos eran los mismos luceros de a



violeta de las dos Creusas, perocomposición de su rostro resultaba muy familiar. Súbitamedesconfié:

—Vieja Creusa, ¿cómo puesaber que no me engañas? ¿Có

estar seguro de que no tratas enredarme en alguno de tus líos?

Por toda respuesta, la anci

hurgó en los bolsos de su mantextrajo un trozo de tela. Lo reconde inmediato: era el pañuelo

Creusa me entregó antes de irLisboa y que tantas veces llanudado en mi azagaya. Seguía su



de sangre seca. Creusa lo haguardado junto a sí hasta el fin de días. Ahora su viperina madre esgrimía como prueba irrefutable.

—Mi hija me dijo que cuandtrajera al chico también te diera es

Cogí el pañuelo en mis manUn torbellino de confusentimientos me oprimía el pec

De repente me sentí culpabCulpable por haber juzgado maaquella hermosa mujer. Creusa

amaba, sí; a su peligrosa manpero me amaba. Cuando me hpermanecer en su alcoba



perseguía apartarme de la búsqudel rey, sino que su objetivo era qle entregara un hijo. Después, pagó por los pecados de Nepociy la vieja. Salió de mi vida como udesterrada. Pero llevaba dentro

semilla de mí mismo. Y bien, ahestaba allí el chico, este Hernán, hde nuestro efímero am

Instintivamente llevé mi mano mentón del niño; levanté su rostrle miré a los ojos.

—¿Tú eres Hernán? —le dije —Sí, señor —contestó muchacho. Tenía una voz clara co



el agua. —¿Y sabes quién soy yo? —Mi padre, señor —respon

él con toda naturalidad—. Mi mame habló mucho de ti.

—¿Y qué te contaba tu mad

pregunté sorprendido. —Que eres un gran guerrero

rey. Que has ganado muchas batal

Que te llaman el Caballero del JabBlanco. Que tienes una cicatriz encara. Y una espada. Y un castillo.

ese de ahí, ¿verdad?Hernán contemplaba los mude Tedeja con admiración de ni



Me vi reflejado en él. —Sí, es ese de ahí —confir

. ¿Te gusta? —Mucho, padre.Cuando me llamó padre,

escalofrío me recorrió el espina

La vieja rompió el encantamiento su graznido siniestro:

—Yo ya he hecho todo lo q

tenía que hacer aquí. Te entregoeste muchacho no por gusto, sporque fue la última voluntad de

hija. Ahora ya no se criará enprosperidad de Aquitania, sino enaspereza de este rincón olvidado



mundo. Pero quizá ese sea el medestino para el fruto de un error.

La vieja Creusa caminó haciacarruaje. Traté de ser hospitalario

—Puedes quedarte aquí enoche si lo deseas.

—No lo deseo —zanjó anciana—. Adiós, Zonio de MeAdiós, Hernán.

—Adiós, abuela —se despiel niño.

Vimos partir a la vieja Creu

Aguardamos hasta que la figura carruaje se perdió en el horizonrumbo al norte. Quizá, después



todo, esa mujer era, en efecto,bruja del bosque.

Acomodé al pequeño Hernánmejor que pude. Le mostré la alde Mena y el solar de mis padMe apresuré a escribir al obi

Adulfo para legitimar a aqmuchacho: no merecía cargar conestigma de la bastardía. Confié

cuidado a mi hermano Ervigio y acomunidad de San Emeterio. Eramás sensato que podía hacer.

Unas semanas antes había saldel campo de Santiago convencde que ya no quedaba vida para



Ahora descubría que otra vprolongaba la mía. Si encontraDeva fue un baño de mirra, aqniño era una vaharada de incienso



25

L A ÚLTIMA BATALLA

Acababa de empezar la primavera816 cuando recibí en Tedeja apremiante mensaje del conde Castilla, don Munio Núñez:

orden del rey, todos los jefes hueste debíamos acudir con nuestropas al castillo de Salcedo, al

de Lantarón, muy cerca de las agdel Ebro. Un formidable ejércsarraceno había partido de



Córdoba y se dirigía contra nuefrontera.

Todos los castillos de la regnos hallábamos en alerta devarios meses atrás. La causa: situación en Pamplona. Gobern

por entonces aquel señorío Velasco, amigo del país de francos y enemistado a muerte

los Arista, amigos de los musulmaBanu-Qasi de Tudela. AristasBanu-Qasi se propusieron derriba

Velasco, y para ello pidieron ayual emir de Córdoba. Por eso estallí aquel inmenso ejérc



sarraceno, el más numeroso vhasta entonces, procedente Córdoba y Toledo, reforzado tropas de Zaragoza, y que ahcaminaba por la calzada que, hacioeste, lleva a Astorga siguiendo

orilla sur del Ebro. No me extrsaber quién mandaba aquciclópea hueste: mi viejo conoc

Abd al-Karim ibn Mugait.Apenas había comenzado ma

En los campos aún no había crec

el fruto y todavía estaban lejos meses de la cosecha. No era el memomento para una de las habitua



aceifas moras en busca de saqupoco rendimiento. Pero es que einvasión mora no tenía por objetosaqueo, sino que venía movida aquel eminente fin político: derria Velasco, reponer en Pamplona

los Arista y, así, cortar el pueentre el reino de Asturias y el paíslos francos. Probablemente el e

pensaba que, conseguido esto, marca fronteriza de Carlomagnolos Pirineos se deshilacharía

nosotros, por nuestra paquedaríamos aislados del resto orbe cristiano. Y no le faltaba razó



Velasco demandó auxilio Ludovico Pío, el hijo y heredero difunto Carlomagno. Pero los franno pudieron o no quisieron enviatropas, de manera que el señor Pamplona, viéndose perdido, la

un mensaje de socorro a nuestro don Alfonso, y este, caballero cabprestó atento oído. El rey vio

claridad la envergadura de apuesta: si el emir se salía consuya y se cobraba Pamplona, muc

de los éxitos obtenidos en últimos años se vendrían abajo. prioritario mantener abiertas las v



de comunicación entre las naciode la cristiandad. Alfonso cursóorden a todas las gentes de armas reino. Había que frenar a sarracenos.

Reuní a mis diez caballer

Juanti, Zuría, Eneco, Azano, FortMunino, Armando, Hudelisco, PedLope… Estaban conmigo de

veinte años atrás. Cuando llegaromi lado parecían casi unos niñAhora todos ellos eran guerre

curtidos. Me habían acompañadoel asalto a Lisboa y en las Concde Arganzón, en las hoces



Pisuerga y en las cabalgadas tierras de moros. Mi castillo Tedeja era también suyo. Se habcasado en el valle, habían fundfamilias —menos EnecoHudelisco, célibes— y cada uno

ellos podría ya perfectameencabezar su propia hueste. En toestos años habíamos combatido co

con codo. La batalla que hoy anunciaba iba a ser la más graamás librada, más incluso que la

río Quirós. Era muy posible que uo más de nosotros no volviéramvivos.



Antes de partir acudí a veHernán. Mi hijo crecía sano y fuea Dios gracias, y con una medespejada. Cuando llegué, pequeño estaba copiando manuscrito en el dimin

scriptorium de San Emeterio. estampa me recordó a mí mismucho tiempo atrás, en San Martín

Turieno. Llevé al chico hasta claustro y le expliqué la situaccon toda claridad:

—Parto a la guerra, hijo. El ha llamado y todos debemos acuUn gran ejército moro amen



nuestras tierras. Es precdetenerlo. Será una batalla largdura. Venceremos con la ayuda Dios. Pero es posible que yo vuelva. Ya no soy joven y las fuerno me responden como antes.

Miré a Hernán fijamente. Tesus ojos clavados en mí. manifestaba temor ni preocupación

—Tú eres un gran guerrepadre. ¿Llevarás el pañuelo madre atado a tu azagaya?

—Lo llevaré —prometí—. Pescucha: si Dios no quiere vuelva, si prefiere llevarme junt



l… Te encomiendo dos cosas. primera, que recuperes este escuserá para ti. La segunda, quequedes con tu tío, el abad Ervigiotrabajes con él para que los camde Mena y Espinosa sigan ofrecien

abundante cosecha. ¿Lo harás? —Volverás, padre —asegu

Hernán, como si el destino estuvi

en su mano.Me despedí del chico, llam

la hueste y partimos hacia el lu

prescrito: el castillo de Salcedopunto más cercano al Ebro y, toda probabilidad, el área hacia



que se dirigía el ejército de CórdoCien veces habíamos hecho ya camino. Durante el trayecto se unió mi gente de Frías y Oña. Cmis diez caballeros pude movilizados centenares de jinetes y me

millar de peones: todos gentes campo, de los valles de MenaEspinosa, pero tan hechos a la la

como al arado. Lo mismo ocurríaese momento en Lantarón e Irudonde don Tello y don Mu

preparaban a sus gentes para guerra. Los campesinos de LoValdegobia y Tobalina, aunq



protegidos por su fuero, quisierongran número sumarse a la defenera su propio suelo el que estabauego.

Cuando llegamos a Salcedespués de media jornada de marchabía allí una enorme muchedumbNi siquiera cuando la defensa de

Babias había visto yo semejaconcentración de fuerza. Y es queestábamos solo los castellanos, s

que habían acudido tropas de todoreino. Vino el magnate García Lópyerno del rey Bermudo, con



fuerte hueste de asturianos. Acuigualmente el vascón Zaldún, tanta simpatía me inspiraba, con unutrida mesnada de sus paisanosMundaca y otros valles. Divisé estandartes del propio señor

Pamplona, Velasco, con su alféSancho. Y según llegábamos campo se nos anunció

incorporación decisiva: mismísimo rey Alfonso acudía acita al frente de un cuerpo

asturianos y gallegos y cántabrTeudano vendría a su lado.Reinaba en Salcedo u



atmósfera de gran excitación. Dejlos míos convenientemeacampados y me dirigí al castiAllí, en el patio de armas, esperdon Munio, el conde de Castilla. abrazó efusivamente.

—¡Zonio! ¿Cuánta gente traes —Todo lo que ha

disponible: doscientos jinetes

quinientos peones. —Bien está —aplaudió Mu

. Muchos pocos hacen un muc

Tello también ha traído a bastagente. Y… No sé si conoces a dGarcía López.



Munio me presentó al caballeVagamente reconocía su aspecto:había visto ocasionalmente Oviedo. Era un hombre de cieedad, más veterano que yo, sólidgrueso, embutido en una costosa c

de malla y armado con una espque parecía de cíclope. Después señaló a Velasco, el señor

Pamplona: ataviado al escarolingio, más franco que hispen su aspecto exterior, pero con u

fiereza en la mirada que solo se val sur de los Pirineos. A su laestaba Sancho, el mejor caballero



Pamplona, un tipo enorme llevaba una gigantesca maza colgde la espalda. Y enseguida viZaldún. Apenas había cambiado: mismas ropas toscas de lana ymisma melena derramándose so

sus hombros. Acudí a saludarle: —¿Te acuerdas de mí, Zaldú —¡El Caballero del Jab

Blanco! —exclamó—. ¡No te vdesde las Conchas de Arganzón!

—Hoy volveremos a vencer

aseguré yo para infundir ánimovascón y a mí mismo.De la fraternidad de los viejo



nuevos camaradas de armas nos sel largo sonido de una trompa. Errey que al fin llegaba. Corrimos aencuentro. Traía una fuerte huestesu lado reconocí a Teudano portanel estandarte blanco con la cruz r

Alfonso galopaba con prisa, el getenso. No se detuvo en protocoDesmontó y pasó directamente

patio del castillo. Todos los jefeshueste estábamos allí. Así hablórey:

—Nos enfrentamos a una hgravísima. El mayor ejército amás ha formado Córdoba se dir



contra nosotros. Dicen exploradores que asciende pororilla sur del Ebro. Seguramequerrá ganar los llanos de Mirandapor Arganzón, pasar a Álavadespués a Pamplona. Ya lo h

intentado una vez por ese camino.conocen y están preparados. podemos esperarles en Argan

como antaño. Tendremos qsorprenderles en otro lugar. Cuamás lejos de nuestra frontera, mejo

—¿Cuántos son, rey Alfon preguntó Velasco de Pamplona. —Son probablemente ve



mil. Por lo que he visto aquí, doblan en número. Y los manda Aal-Karim, su mejor general.

—¡Haremos lo que nuestro ordene! —rugió Zaldún.

—Lo que haremos —expl

Alfonso— es detenerles antes de crucen a este lado del Ebro. ordenado derribar los puentes

hay aguas abajo de Miranda. Eso obligará a seguir el curso del Epor la orilla sur y ahí encontrarán

obstáculo natural: el Orón, que huna laguna cuando va a morir engran río. Tenemos que taponar



vados del Orón. Retrasar su martanto como nos sea posible. Si doblegan, entonces repetiremos operación más arriba, cuanintenten cruzar el Ebro. Y si aun pasan por encima de nosotr

entonces tendremos que hacerfuertes en los montes y en castillos. Con la ayuda de Dios, p

entonces les habremos hecho tadaño que no se sentirán seguros una fuerza mermada.

—¿Cómo nos situaremos? preguntó García López, el gedecidido; quizá demasiado decidid



El rey dibujó una línea ensuelo con la punta de su espada.

—Inmediatamente partiremtodos hacia el Orón. Si salimahora, habremos llegado allí andel anochecer. Los vados

encuentran una media legua arrdel río. Hay tres puntos. En cada ude ellos emplazaremos a una hue

En el más cercano al Ebro colocarán los castellanos y vascones. En el central, las hues

de Asturias y Galicia con GarLópez y conmigo. En el más lejaal lado de las montañas,



contingente navarro. Recordad aimportante: nuestro objetivo detenerles, es decir, que no crucSi la fortuna nos sonríe podrempasar al ataque, pero solo si vemsu hueste lo bastante mermada

sobre todo, si se da la circunstande que nuestros tres cuerpos pueprogresar a la vez. ¿Está claro?

Un rotundo sí rubricó palabras del rey. En un santiamganamos cada cual la cabeza

nuestra respectiva hueste. Todoejército cristiano partió hacia ribera izquierda del Orón. Esa no



se celebró misa en la orilla del nuestra líquida muralla contra invasor sarraceno. Allí, envueltosel rumor de las aguas, nos pusimobien con Dios en espera de la gbatalla.

Aguardamos un día entero a la vdel Orón. Lo empleamos en prepa

improvisados armazones de defenPoco antes del atardecer se preseel ejército sarraceno al otro lado

río. Deshechos los vados Miranda, había tratado en vano cruzar el Ebro. En esta época del



el caudal aún era demasiado fueTal y como previó nuestro rey, Aal-Karim buscó otro paso más arriAsí había llegado hasta el Orónahí nos había encontrado a nosotrForzosamente daría la batalla. Co

el 25 de mayo de 816.El ejército de Abd al-Karim

inmenso. Se distinguía con clarida

sus diferentes unidades: voluntarios de la guerra sareclutados en cualquier ciudad

emirato, los contingentes eslaalineados por Alhakán, los jinebereberes con sus ágiles caballo



La muchedumbre sarracena ocuptodo el horizonte. Los estandaverdes del viejo general flameaal viento. Abd al-Karim debía estar seguro de su victoria.

Firmemente nos habíam

asentado en nuestras posicionApenas se durmió esa noche, ni encampo enemigo ni en el nues

esperando a que llegara la luz día, heraldo de la hora decisiRecuerdo aquella larga vela co

una sucesión de oraciones sinterrumpida por el ruido que haclas armas bajo la piedra de afi



Don Munio, Zaldún, Tello y compartíamos fuego. Yo recé mucZaldún durmió.

Cuando el sol rayó en horizonte, nos apresuramos a tomnuestro lugar en el tablero. El v

que protegíamos tendría una anchde diez hombres tumbados. Zalformó una primera línea de defe

con sus vascones y los peones Castilla. Tello y yo, cada uno a lado, protegíamos cada cual

flanco con nuestros jinetes. Detdon Munio y sus caballeros actuade reserva para intervenir si



primera línea cedía. Más arriba,los otros vados, la mesnada decruz repetía la misma disposición.

Perezosamente, como un gmonstruo adormilado, el ejércsarraceno empezó a moverse. Poc

poco sus líneas se fueorganizando. Veíamos con tonitidez a sus hombres toman

posiciones. De sus filas emergíarumor de voces que sin pausa crecomo el trueno que retumba. Desp

ese rumor se convirtió en clamorenseguida en demencial griteGruesas líneas de peones



acumulaban frente a los vados río. Cuando parecía que habterminado, llegaban líneas nuevastras ellos se colocabinvariablemente, sus hordas inetes para asestar el golpe final.

Llegó la hora. Entre oracioneimprecaciones, mezcladas a pariguales, los ejércitos de Córdoba

arrancaron contra nuestras líneAlfonso hizo sonar las trompZaldún aguardaba en pie, el prim

entre los suyos, la espada en umano y el escudo en la otra. Cuanlos moros llegaron a la orilla, Zal



lanzó un aullido terrible y abalanzó contra ellos. Tras corrieron centenares de los nuestarrojando jabalinas y dardos sobrenemigo. Ver pelear a Zaldún eraespectáculo digno de mejor cron

que yo. Toda la furia del munasomaba a sus brazos. Su espadamovía con la velocidad de

remolino y segaba sin piecualquier cosa que se le pusienfrente. Sus hombres, animados

el ejemplo, no le iban a la zagacoraje. Aquella primera acometduró media hora. Los moros



retiraron dejando mucha gente encampo. Pero apenas había bajZaldún el escudo cuando una nuola de musulmanes anegó la ordel río Orón.

Los moros siempre comba

así: los voluntarios de la guesanta, gentes sin experiencia combate que habían acudido allí p

ganar el paraíso, eran enviadoslas primeras oleadas para desgaal enemigo. Esta segunda oleada

era distinta. Como los nuestros habían terminado de recuperahice una señal a Munio y dec



cargar contra la nueva ofensiva. Bla cruz que colgaba de mi cuello yla orden. La gente de Zaldún apartó, todavía recogiendo cuerpos de los caídos. Mis jineaplastaron a los peones moros.

lanzada limpia pudimos progrehasta la orilla opuesta. Volvimgrupas a toda prisa: no había

traspasar la línea. Y fue justotiempo, porque una nube de flecenemigas cruzó el cielo p

clavarse en las posiciones acabábamos de abandonar. No hubo pausa. Abd al-Ka



inmediatamente lanzó contra nosotuna nueva acometida. Esta vez una muchedumbre de bereberes qbien protegida por las flechas morpudo llegar hasta la mitad del vaLe tocaba el turno a Tello.

inetes trabaron a los moros. peleaba a golpe de espada sobre monturas. Las cosas empezaron

tomar un cariz preocupante: moros habían acumulado en la oorilla una enorme cantidad de jine

de manera que, cuando los primecaían, enseguida había otros prelevarles. Don Munio, viendo



paisaje, optó por una estratagemordenó retirada mientras, al mistiempo, los arqueros de nuehueste lanzaban sus mensajes muerte a la caballería mora. Lbereberes tuvieron que evacuar

vado.Hubo un cuarto ata

musulmán. Vino precedido de u

feroz lluvia de flechas. Tras lluvia, una ingente multitud de peose lanzó sobre nosotros. Eran toda

más que en los dos anteriointentos. Zaldún decidió atarseterreno: formó a sus hombres



erizo, las lanzas enhiestas, y aguardó el choque con el enemiLa maniobra funcionó. Lo que jampodíamos haber previsto era Abd al-Karim, cruel, enviara ucarga de caballería justo detrás

sus peones. De manera que peones moros, empujados por propios jinetes, iban quedan

ensartados en las lanzas cristianade este bárbaro modo anulanuestra capacidad de defensa. Zal

se vio obligado a romper formación y pelear cuerpo a cuecon aquella interminable ri



humana.Rápidamente Tello y yo

dispusimos a asistirle, él por izquierda y yo por la derecFormamos sendas columnas cortaron el paso al moro

permitieron a los peones retirahasta nuestra orilla. Pero vanguardia de nuestra defensa ha

quedado copada entre un océanoenemigos. Allí vi caer a Zaldatravesado por tres jabalinas

mismo tiempo. Munio repitió maniobra anterior: retirada y llude flechas. Pero en aquel mome



ocurrió algo inesperado.Lo que ocurrió fue que en

vado superior, el de los navarros, nuestros pasaron a la ofensiVelasco, viendo a los moros dezona en retirada, decidió dar

persecución. ¡Era exactamente lo Alfonso nos había prohibido tanta insistencia! Abd al-Kar

hábil, supo ver en aquella ofensivaque realmente era: Velasco le haabierto involuntariamente la pue

del vado. Una cuantiosa hueste inetes moros galopó hacia el ludonde el frente se había roto. L



navarros quedaron encerrados bun aluvión de enemigos. Así cazadores se convirtieron en preAllí cayó Sancho, el campeón Pamplona, dando golpes con formidable maza. El general m

ordenó penetrar por aquel puinopinadamente abierto. Fue catarata sarracena lo que se derra

sobre el vado superior. Todo estaa punto de irse al traste.

Viendo lo que ocurría, p

permiso a Munio para acudirreforzar la brecha. Cogí a cincueinetes y galopé hasta el lugar.



situación era dramática: con agujero en nuestras líneas, lo mfácil era que los moros envolvieran y terminaran apresandnuestro propio rey. No solo yo havisto el peligro: mientras galop

hacia el vado abierto vi que GarLópez, el magnate asturiano, hacíamismo con otro grupo de jine

Juntos llegamos al lugar. Intentamentrar en combate. Enseguida vimos envueltos en una marea

enemigos. A García López clavaron una jabalina por la espalNo había manera de penetrar en



angosto campo de batalla. A vfuerza tuvimos que abrirnos ppara ganar una posición mecomprometida. Cuando consereunir a los hombres, noté que faltaba Juanti. También él ha

caído.Momento crucial: los mo

entraban por el vado como u

tromba y empujaban sin piedad a últimos defensores. Estos se habapiñado en un paso estrecho, en

peñascos, confiando en poder resiallí, pero en realidad se habmetido en una ratonera. Desde



lugar donde nos hallábamos podíamos hacer otra cosa que asia la matanza. Los nuestros estatan apretados que los muertos tenían espacio para caer, permanecían allí, emparedados en

sus camaradas vivos, recibienlanzadas y estocadas que ya herían. Nosotros no podíamos car

porque quedaríamos inmediatamerodeados, ni podíamos maniobporque no había dónde hace

Entonces Hudelisco me hizo señal: allí abajo, a menos de melegua, estaba acumulada



intendencia del enemigo. En avance hacia el desfiladero, moros habían dejado atrás los carcon sus víveres y vituallas. ¡Y apenas protección! No lo dudé.

Fuimos rápidos como el ra

Cabalgamos rodeando un cerro, ledel combate principal, hasta gauna posición despejada. Si algu

pensó que huíamos, no tardó en sde su error. A galope tendcruzamos el río y nos abalanzam

sobre los suministros de Abd Karim. El moro nos vio, pero ya tarde: estábamos demasiado ce



para que sus flechas pudieran precisas. En un abrir y cerrar de oaplastamos la débil línea de defenuna docena de bereberes que cbajo los cascos de nuestros cabalSin perder un instante prendim

fuego a todo lo que encontramArrasamos a conciencia campamento y salimos de allí

escape. En nuestra fuga nos saliópaso otro grupo de sarracenos arrojó sobre nosotros todo tipo

dardos y jabalinas. Una fue a darel pecho de Eneco, que expulsóvómito de sangre y se desplo



sobre su montura. Al poco, el cabatambién cayó, erizado de dardos. valiente compañero se dejaba la ven la acción.

Nuestra maniobra tuvo éxito. solo los víveres del ejército de A

al-Karim habían quedseveramente mermados, sino quegrueso de la morisma, al ver fuego

su retaguardia, afluyó allá y aliviópresión en el desfiladero. nuestros, notando que el emp

moro menguaba, pudieron moversganaron las peñas de la gargandesde donde lanzaron una torme



de piedras y dardos sobre enemigo. La tropa mora descompuso y retrocedió a la oorilla del vado. Libre la línea desfiladero, los peones cristiavolvieron a toda prisa a su posic

de partida, bien guarnecida de foy estacas. En ese momento llegamnosotros a la retaguardia.

Cuando cayó la tarde, la batestaba como al amanecer, pero una trágica diferencia: nuest

pérdidas eran cuantiosísimas. El dio orden de aprovechar la nopara fortificar los pasos. El enem



hizo lo mismo. Cuando el sol vola salir, una densa capa de fosempalizadas y trincheras guarnelos vados del río en amdirecciones. La batalla cambiabaaspecto.

Fueron días de pesadilla. A veatacaban ellos, pero su furia

estrellaba contra nuestras defenEntonces atacábamos nosotros, psus empalizadas no eran más frág

que las nuestras. Y así un día totro, en una pugna interminable y vencedor, durante trece lar



ornadas. En una de estas acometime dieron una lanzada en un muEn otra, un dardo me alcanzó enhombro. También Sisnando, caballo, sufrió el impacto de uflecha. Abd al-Karim, que cono

nuestra inferioridad numéresperaba a que se nos acabaran hombres. Nosotros, que habíam

dado fuego a su avituallamienesperábamos a que a ellos se acabaran los víveres. Y enton

comenzó a llover.Llovió sin tregua. Llovió conunca. Llovió como en el dilu



universal. El nivel del río creció. Laguas subterráneas aflorarNuestras obras de defensa empezaa tambalearse. Las empalizadas firmemente clavadas en la tiecaían ahora como frágiles juncos

el lodazal. Los fosos se cubrieronagua hasta el punto de transformaen ciénagas donde ya era imposi

permanecer. Estábamos perdidNuestro único consuelo era que defensas moras corrían exactame

la misma suerte.Amanecía ya el 7 de junio.rey llamó a sus capitanes y



convocó en su tienda. Velasco,señor de Pamplona, se hallaba jual rey; traía un brazo en cabestritocado por una flecha sarracena. tienda ofrecía un aspecto tan precacomo todo lo demás en aquella ho

El agua empapaba las lonas y filtraba al interior. Miré a mis parLas filas habían clareado de man

dramática. El conde Munio NúñTeudano, Gundesindo y yo seguíamvivos; maltrechos, pero vivos. Ot

muchos habían expirado en el camdel honor. Conocía ya las bajas Zaldún, Sancho el navarro y



García López. No conocía hasta momento la de don Tello: la constal ver que no acudía a la tienAlfonso tomó la palabra:

—Hemos luchado hasta límite de nuestras fuerzas. Hem

frenado a los moros. Pero tambhemos sufrido cuantiosas baAhora el Señor nos envía e

copiosísima lluvia que ha reducnuestras defensas a un montón ruinas. Es una señal evidente: hem

de retirarnos. Tengamos fe en Dpor quien hemos vertido nuesangre. Levantaremos el campo. N



reagruparemos en el castillo Salcedo. Y allí, en función de movimientos del enemidecidiremos cómo obrar.

La asamblea de capitarecibió las órdenes del rey con u

mezcla de alivio y rabia. Por uparte, era verdad que en semejancondiciones no podíamos seg

combatiendo. Por otra, tohubiéramos deseado agotar nuecapacidad de lucha hasta el últi

suspiro, ahora que los moros veían tan apurados como nosotrAlfonso permanecía en pie, m



rígido, el barbado mentón sobrepecho, la mirada extraviada. Habl

—Mi señor, acataremvuestras órdenes como siemhemos hecho, pero queda problema por resolver: hay

asegurar la retirada. —¿Crees que los moros

atacarán ahora, con semeja

temporal? —Si yo estuviera en su lugar

haría —afirmé—. No tendría n

que perder. —¿Qué propones? —Propongo cubrir la retir



con un falso ataque. Una maniobradistracción en el desfiladero, donel vado superior. Mis hombres yla ejecutaremos. Aún me queocho de mis diez caballeros. basta con veinte peones más. Trep

por cualquiera de las laderas y dejaré ver por el enemigo. Ssuficiente para entretener un rat

los sarracenos. Así nuestras tropodrán, al menos, salir de elodazal y ganar un camino en el

sea posible moverse.Un aprobador silencio recorla tienda del rey.



—Sea, Zonio de Mena —dAlfonso. Y enseguida añadió—: Lcolumnas han de ponerse en marde inmediato. Dejemos en el camcualquier cosa que nos puretrasar. Solo llevaremos nuest

armas y a nuestros herid¡Adelante!

Me despedí del rey y de m

compañeros. «No hagas ninglocura», me dijo Teudano. No, noharía. Lo tenía bien pensa

Conocía el paraje. No iba a arriesla vida de ninguno de mis caballerEneco y Juanti ya eran suficie



pérdida.Teudano me prestó veinticin

peones. Venían deshechos, zapatos rotos, rasgadas las túnicconsumidos los rostros... En verno podíamos aguantar una noche m

en aquel agujero. Enseguida pusimos en movimiento. Bajo diluvio, entre el barro, ascendim

trabajosamente por la ladera. contrapendiente nos protegía devista del enemigo. Pronto ganamo

cumbre del cerro. Despacio, paso seguro, me acerqué a la creQuería que los moros vieran



silueta con toda nitidez. Lentameguié a Sisnando, herido, hastapunto más alto y visible. Lo entonces contemplé me llenó corazón de júbilo.

Allá abajo, al otro lado del

a una distancia de un tiro de flecel ejército de Abd al-Kaempezaba a moverse. No iba

atacar, no. Sus filas no estabdispuestas para esa maniobra. Lo estaban haciendo era retirarse. Co

nosotros. Seguramente los capitade Abd al-Karim habían llegado amisma conclusión que la hueste



Asturias: con semejante aguaceren un campo tan enlodado, ninmovimiento era posible. Ademáslos moros ya no debían de quedarvíveres: de eso podíamos estar bseguros.

Me perfilé sobre el horizonLlamé a mis hombres, que hiciecomo yo. Entonces los mo

percibieron nuestra presencia. enorme griterío ascendió desdevalle: los sarracenos nos maldec

en su lengua con imprecaciones no entendí. La lluvia no remitía.agua seguía anegando el campo



batalla. Yo solo pensaba en alaraquel momento para que las huesde Asturias y Pamplona pudiesalir más airosamente de su agujde barro. Hice caracolear Sisnando. La furia de los mo

creció hasta el paroxismo. Y en momento vi en el valle, rodeado sus guardias con estandartes verd

al general Abd al-Karim. Montabaprecioso caballo blanco, como enera habitual. Se detuvo. Me m

Avanzó unos pasos. Yo también. Nunca había tenido tan cercaefe moro. Pensé que pod



derribarle con un certero tiro honda. Quizás él pensó lo mismAbd al-Karim tenía ante sí al tque asesinó a su hermano, al querobó la tienda, al que le cerró el pen Amurrio, al que ahora ha

quemado sus víveres. Para veterano general yo no debía de sino un bárbaro salvaje y blasfe

que merecía ser crucificado por muchos crímenes. Pero Abd Karim debía de saber también qu

era él para mí: el asesino de mamigos, el azote de mi fe, destructor de Oviedo, el enemigo



mi país y de mi gente… Recordécabeza del viejo Abu Utman, dueño de Deva, cortada limpiamepor el hacha de don Tello y rodana mis pies.

Instintivamente moví el escu

para proteger mi lado derecCuatro golpes secos se clavaronmi jabalí blanco. Un quinto go

tocó mi costado. Arquesarracenos ahogaban su furia y frustración en aquella rabieta fin

Mis hombres alzaron los escusobre sus cabezas. Eso bastaba pneutralizar el efecto de las sae



enemigas. Yo traté de no manifesdolor. Ostensiblemente rompí conazagaya las flechas clavadas enescudo. Quería que Abd al-Karim viera. Quería que se sintiderrotado. Por mí.

Permanecimos allí media hobajo el aguacero. Hasta que columna mora se puso en marcha,

vuelta hacia el sur. Para entonces nuestros ya debían de haber ganlas lomas que conducen al castillo

Salcedo. Pasado ese tiempo, di orde retirada. Ya casi habíamos bajadel cerro cuando me faltó el aire.



toqué el costado, donde haacertado la flecha, y vi que manabundante sangre. Era la tercherida de aquella batalla. Aún pede repente Sisnando, mi caballo,tambaleó, dio un traspiés

finalmente cayó de lado, danconmigo en tierra.

Me retiraron del campo m

muerto que vivo, con la lanzada hombro, la otra en un muslo y aquflecha en un costado. Pedí

recogieran mi escudo y mis armVagamente recuerdo cómo cuahombres me llevaron en parihue



bajo un diluvio atroz. Uno de elera un clérigo, uno de esos fraque en las batallas ayudan a lleheridos e imparten a los moribunla extrema unción. Su rostro resultaba conocido. Era un t

pequeño y delgado, con el cráenteramente pelado salvo un mechnegro y crespo sobre la frente, y u

ojos también negros como carbón. —¿Quién eres tú? —musité

un quejido.

—Braulio —contestó él. —¡Braulio! ¿El novicio Liébana? —pregunté asombrado.



—Sí. ¿Me has perdonado? suplicó con dulzura.

—Jamás te culpé.Entonces perdí el sentido.

No volví en mí hasta varios ddespués. Me desperté en el castde Iruña. Creí haber muerto y llegal paraíso cuando vislumbré, entreclaroscuro del sueño, a la delicidoña Argilo al pie de mi lecho. Cella estaba Munio Núñez.

—Ya vuelves en ti —comeel caballero—. A Dios gracias. Hde saber que los moros



marcharon. Abd al-Karim se marcNo ganamos la batalla, pero síguerra. Al menos, por ahora.

Me alegró oír aquello. —¿Tello? —pregunté. —Muerto.

—¿Mis hombres? —Los que dejaste en el O

pudieron volver. Solo faltan Enec

Juanti. —Lo sé. —Han sido pérdidas terrib

Zaldún, Sancho, García LópeIncluso Velasco, según me hcontado, ha vuelto a Pampl



gravemente enfermo y es difícil se recupere de sus heridas. Perorey salió con bien. Y el reino estsalvo. Esa era la misión y se cumplido. Por cierto, hay alguien quiere verte.

Munio fue hacia la puerta yabrió. Por ella entró, corriendo, hijo Hernán. Me besó en la frente.

—¡Te dije que volverías! exclamó—. ¡Y mira qué traigo!

Hernán traía en las manos

pañuelo de Creusa. Entre la sangel barro y el aguacero, parecualquier cosa menos un pañuelo.



—¿De dónde lo has sacado? —Me lo dio un fraile. Uno

estaba contigo cuando te recogierMe dijo que se llama Braulio. ¿Ques?

—Es una historia muy lar

Otro día te la contaré.



26

BRAÑAS Y OSOS

La dura batalla del río Orón se comucha sangre, pero dejó librecamino para que avanzara repoblación. A Gundesindo,

camarada de los fieles del rey, seencomendó el gobierno de una anzona de Cantabria entre los va

del Pas y Cayón. Gundesindo sobrino de un rico obispo llamQuintila, y en él se apoyó p



sembrar la comarca de monasterioiglesias. Junto a las iglesemergieron nuevas aldeas,alrededor de las aldeas acudiedecenas de familias campesinas ahora encontraban una vida nueva

más señero de estos monasterios el de San Vicente de FístoGundesindo colocó allí a

hermanas Gudvigia y Sabildi, monlas dos, y otorgó a la comuniderechos sobre numerosas tierras

el Pas, Liérganes, Miera y PénagMi amigo Gundesindo no era lo se dice un buen administrador, p



su tío Quintila demostró un acustalento para estas tareas. Su territollegó por el sur hasta nuestro valleEspinosa.

Otra comarca que enseguconoció la mano de los colonos

la del alto Pisuerga, no lejos escenario de la batalla donreapareció Deva en el harén de A

Utman. En aquel paraje se levauna aldea que llamaron Cervera la cantidad de ciervos que corr

por sus montes. Aquí hiciepresuras dos pioneros llamaArias y Adefonso, y los mon



Flavio y Trasicus levantaron uiglesia. Todos se pusieron bajoprotección del monasterio de Pedro de Nazaoba, en Liébana, por entonces regía el abad AgrileEn sus presuras llegaron muy al s

hasta los llanos que llaman de Ojea orillas del río Burejo.

También en el extremo orien

del reino, cada vez mejor afianzase multiplicó la repoblación. En mismas tierras de Valdegobia, q

había devuelto a la vida el obiJuan, apareció un nuevo protagoniAvito, abad, que levantó la iglesia



San Román de Tobillas y la viscon reliquias de San Clemente, Acisclo, San Cipriano y el proSan Román. Nada menos que sabades de la región firmaron enacta fundacional de aquella iglesia

Nosotros, desde nuestros vade Espinosa y Mena, seguíamabriendo tierras al cultivo. A

sombra del castillo de Tedeja y baluarte de Frías pudimos abrirancho corredor que llegó hasta ag

del Ebro y, por el este, al valle Tobalina. Fueron los años en queemir Alhakán recrudeció



persecución en Córdoba, de manque nuevas familias mozáraacudieron al norte cristiano en bude salvación para sus almas y psus cuerpos. A todas las instalamentre el río Jerea y el viejo sitio

Trespaderne.Cuando la comarca contó

más de dos mil almas, desde M

hasta el Ebro, mi hermano Ervime hizo ver la conveniencia regular todo aquello con una ca

del rey. La propuesta me incomoun tanto, porque los colonos nuhabían necesitado otra guía que la



la costumbre y la recta razón de leyes viejas. Mi llorado hermVítulo jamás habría propuesemejante cosa de seguir vivo. PErvigio tenía otro temperamentopor otro lado, era verdad que ha

falta señalar derechos y debemarcar lindes y reglamentar pastomontes. Me comprometí a viaja

Oviedo.Después de todo, y bien a

pesar, otras razones me obligaba

abandonar Tedeja. Mi hijo Herpasaba ya de los quince años y preciso asignarle un puesto en



vida. El rey en persona me haofrecido que el chico marcharaOviedo para criarse allí, entre gede buen rango, hijos de caballerode magnates, donde aprendería cosas que un caballero debe sab

Había llegado el momento. Aquemisma semana tomamos Hernán yel camino de Oviedo.

Desde que Hernán apareció en vida apenas le había prestado o

atención que la que se dispensa agrato huésped. Pero ahora muchacho iba a hacerse un hombr



yo sentía la necesidad de estrecmás los lazos. Hernán era hijo pecado, pero la culpa no era susino nuestra. Si algo iba sobrevivirme cuando yo murisería precisamente él. De manera

aproveché aquel forzoso viajeOviedo para hacer algo mrecorrería con Hernán las tierras

reino. Le mostraría todos los lugaque yo conocía. Conviviría convarios meses. Mi hijo debía sa

cuál era su linaje. Le daría, en una memoria familiar distinta ainfancia en Aquitania y a su moced



en Espinosa. Así Hernán podhablar con pleno conocimiento depadre, Zonio de Mena, el Caballdel Jabalí Blanco. Y puse a nuesviaje una meta: peregrinar Santiago.

Pasamos por Carranza y mostré la antigua casa de Muniady Lebato, ahora ocupada por Gar

Después le llevé a Laredoseguimos la ruta de la costa haEvencia. Allí le hablé del miles Ju

Le conduje asimismo a LiébaPensé que el retorno a Potes y a Martín, veinticinco años despu



sería como un bálsamo para mi vherida. Me equivoqué: la herseguía abierta. Aquí y allá contHernán los sucesos de mi vida. no herirle, silencié mis sentimienhacia Deva. Tomamos el cam

hacia Oviedo. Le enseñé la capique Tioda había convertido en unueva Toledo. Después, Pravia,

tierra de su madre. Por las calzaque un día vieron terribles bataatravesamos el Quirós y salimo

las Babias. Enseguida, Astorga yvía que por Lugo conduce a SantiaBesamos la piedra de la tumba



apóstol y oramos en el paraje Libredón. Con emoción comprque centenares de peregrisurcaban ahora los caminos haeste remoto rincón del Finisterre.

En este largo periplo descub

mi hijo. Hernán era un muchachoenorme inteligencia. Había heredsin duda las luces de su madr

también su temperamento alegreofensivo. Si alguna vez pudo corel riesgo de ablandarse por

crianza en Aquitania, los apasados en Espinosa habconjurado ese peligro. El chico



vigoroso y duro, y las enseñanzasErvigio le habían provisto ademásuna profunda fe. Fuera cual fuerecamino en la vida, con tseguridad brillaría como una estre

En el camino de vuelta

detuvimos en el castillo que Teudase había construido en tierras Lugo. Mi viejo camarada qu

atónito cuando le referí quién Hernán y, sobre todo, quién eramadre. Con Teudano recordé

episodios de Mérida y Córdobatambién el asalto a Lisboa. Nevocamos sobre el asunto



secuestro del rey. Pero no callamel turbio papel de Nepociano envida del reino, porque Hernán desaberlo. Cuando al fin regresamoOviedo, Hernán de Mena ya podecir que conocía todo sobre

padre y, aún más, sobre la vida reino.

Entregué al muchacho en ma

del obispo Adulfo. Él se encargde los jóvenes hijos de caballeros. Como prenda de am

dejé a mi hijo un pañuelo; el pañude Creusa. Me despedí de Hercon un abrazo. El día que volvier



verle ya sería un hombre.

Cuando me disponía a abandoOviedo recibí una inesperada visMunio Núñez, conde de CastiEstaba más grueso y se movía agilidad. Tampoco a él le sentbien la vida sedentaria. Me abrazme dijo:

—Por el obispo Adulfo sabido que estabas aquí. Vengoverte porque tengo algo

proponerte. —Estamos demasiado vie

para cabalgar juntos —bromeé



¿No será otra expedición en frontera?

—En cierto modo, sí —tanMunio—. Pero de otro tipo. DimZonio, ¿cuántos años llecolonizando tierras?

—Desde que tengo memoria. —El rey me ha orden

repoblar una región nueva.

—Mi señor don Munio respondí con cierto cansancio—, un valle entre Espinosa y el Ebro

me espera. Esa es mi región y esmuy a gusto en ella. Y siempre htrabajo por hacer.



—Lo imagino. Pero esto diferente. No se trata de entrar bosques impenetrables y abrir tieral cultivo. Eso ya lo han hecho otrLo que hay que hacer ahora organizar aquello, darle reglas

leyes.Las palabras de Munio

recordaron cuál había sido

objetivo inicial de mi viaje, ya colvidado: pedir un fuero pEspinosa y Mena. La perspectiva

inspiraba tanta pereza que ni siquime había atrevido a planteárselarey. No me veía sentado en



escritorio, atendiendo reclamaciode pastores y solventando litigioslabradores. Pero quizás esto ahora me proponía Munio pudiservirme de modelo para mi procasa.

—¿De qué lugar se trata? pregunté, aparentando indiferencia

—Se llama Brañosera. En

montaña. Entre el nacimiento Ebro y el del Pisuerga. Desde haños viven colonos en ese lug

abriendo campos donde antes shabía brañas y osos. Hay por cerca una vieja ciudad roma



Vadinia. He visto que es un busitio para establecer un punto fueun refugio oportuno para la gentelos llanos si las cosas se tuercArgilo y yo nos hemos instalado aTemporalmente, por supuesto.

—¿En qué consiste exactameel trabajo?

—Ya no es trabajo de guer

Es trabajo de gobierno. Recorrerterritorio. Establecer límites. Ver se puede dar a esa gente. Regular

obligaciones y sus derechos. escribirlo para que permanezca. sabes cuánto me gustaría —conclu



Munio— contar con tu ayuda peso.

Era exactamente lo que Ervime había pedido, así que no mepensé dos veces.

—Cuenta conmigo —confirm

—Partimos mañana al alba —despidió el conde de Castilla.

Me agradó infinitamente encontradoña Argilo, hoy convertida esposa y madre. Había conceb

cinco hijos de Munio. Todos estaahora allí, en aquel pueblo Brañosera, instalados en una espe



de casa-castillo desde la que conde supervisaba los trabajos repoblación. Argilo gobernaba mano de hierro en guante de seda servicios de la aldea, desde molino hasta la fragua. También

preocupó de elevar una igleQuiso dedicarla a San Miguel.

Era un paraje ciertame

sugestivo, aquel de Brañosera:paraíso de un cazador, con montes boscosos y sus prados

hierba fresca. Durante un año Muy yo nos dedicamos a recormontes y valles, arroyos y fuen



prados y huertos, poniendo nombrla tierra como mi familia hizo Mena. Después hablamos con cabezas de familia que allí se habinstalado: la gente de Valerio, la Félix, la casa de Cristuévalo y la

Cervello. Familias que venían Mazcuerras, en Cantabria, y habían dejado su hogar para abra

esta nueva vida. Cada cual porfipor defender su pedazo de suelo yla medida de lo posible, protege

frente a los demás. Entendí por Munio tenía tanto interés en queauxiliara: es que yo conocía bie



esa gente porque esa gente era coyo. Campesinos libres en tienueva, todos ellos se sentían reyessu terruño y su aspiración era dueños de sus propias vidas. No ocosa es la libertad.

No fue fácil, pero finalmentellegó a un acuerdo sobre cóorganizar todo aquello. Las fami

de colonos dispondrían en propiede las presuras que hubieran hecpero les quedaba vetado acapa

tierras. Si venían nuevas familias,antiguas quedaban obligadas permitirles hacer presuras y escal



en terrenos libres. Los pastos sercomunales, pero solo para familias de Brañosera. Si alpastor de las aldeas vecinas queque sus reses pastaran en el térmiestaba obligado a pagar un tributo

importe de ese tributo se repartirípartes iguales entre el concejo,decir, la gente del pueblo, y el con

Lo mismo regiría para la maderalos bosques y el agua de las fuenasí como el uso del molino. L

cabeza de familia, además, pusiemucho empeño en liberar a sus hde las servidumbres de la gue



Munio aceptó eximir a los colode los servicios de anubdacastellería, pero con una condiciun tributo de infurción, es decir, ucantidad fija que pagaría cpropietario de un solar con c

edificada. Con esto Munio aseguraba de tener fondos psufragar los gastos de su mesnada.

Como recompensa por mi labMunio me tenía reservada sorpresa: un bonito pago de prado

bosques cerca de un lugar llamaban Pamporquero por enorme número de jabalíes



poblaba aquellos sotos. Eso convertía en propietario de tierrasBrañosera. Como tal firmaría enfuero.

Y así hasta que un día, 3 octubre de 824, todo estuvo l

para la ceremonia. Munio y Argcon sus hijos, reunieron a los coloen la puerta de la iglesia de

Miguel. Un monje del templo accomo notario. Munio Núñez desplun pergamino y leyó:

—«En el nombre de Dios, YMunio Núñez y mi mujer Argbuscando el paraíso y hacer merc



hacemos una puebla en el lugarosos y caza y traemos para poblaValerio y Félix, a Zonio, Cristuévy Cervello con toda su parentelaos damos para población el lugar se llama Brañosera con sus monte

sus cauces de agua, fuentes, con huertos de los valles y todos frutos. Y os marcamos los términ

por los puntos que se llamanPedrosa, y el Villar y los Llanopor Zorita y por Pamporquero y

Cuevares y Peña Rubia, y por la por la que discurre el camino de de Asturias y Cabuérniga y por



hito de piedra que hay en Valberzoy por el Coto Mediano. Y yoconde Munio Núñez y mi muArgilo os daremos a vosotrValerio y Félix y Zonio y Cristuévy Cervello, esos términos a vosot

y a aquellos que llegaren a pobBrañosera.

»Y a todos los que de ot

villas vinieren con sus ganados o interés de pastar los prados de pagos que se mencionan en

términos de esta escritura, hombres de Brañosera les cobmontazgo y tengan derecho so



aquellas cosas que se encuentdentro de esos términos, la mipara el conde y la otra mitad paraconcejo de Brañosera. Y todos que vinieren a poblar la villa Brañosera no paguen anubda

castellería, sino que tributen, cuanto pudieren, por infurción conde de esta parte del reino.

»Y levantamos dentro espeso bosque de Brañosera iglesia de San Miguel Arcángel, y

Munio Núñez y mi mujer Argpara remedio de nuestras almdonamos tierras de labor a los la



de dicha iglesia y para la mismasi algún hombre después de muerte o la de mi mujer Argcontradijere al concejo de la villaBrañosera por los montes o límitecontenido que en esta escritura

señalan, pagara, antes de litigar, tlibras de oro al fisco del condeque esta escritura permane

firme».Era la primera vez que

nuestro reino aparecía aquello

«concejo», testimonio de la vlibre de Castilla. Los colonos habinventado una nueva unstitución.



Hubo fiesta esa tarde Brañosera. Se comió y se bebióabundancia. Gaitas y pandellenaron los bosques con su músque suena a tierra y a sangre. hijas y los hijos de Félix y Valeri

Cristuévalo y Cervello danzaron pcelebrar aquella promesa de futque amanecía bajo sus pies. Como

la tierra prometida de Mena, Espinosa, de Valpuesta, del Bierzde tantos y tantos lugares a lo la

de todo el reino, una nueva porcde la España perdida volvía avida de la cruz.



A la mañana siguiente decregresar a Tedeja. Dejé mposesiones de Pamporquera manos de los monjes de San MiguEllos regentarían estas tierras y frutos hasta que, un día, mi h

Hernán viniera a reclamar derecho. Solucionado este punto, despedí de Munio y Argilo y tomé

camino de los grandes valles.Había cumplido ya cincue

años. Mi vista se cansaba. Las vie

heridas me dolían. Mi brazo ya era el mismo. Sabía que este vsería el último. Pero llev



conmigo un fuero para ofrecerlo agentes de Espinosa. Había cumplel encargo de mi hermano Ervigio



27

L A ORACIÓN DE LOS HÉROES

Aquello de Brañosera fue mi otoñoinvierno de mi vida no tardó llegar

Me instalé en Tedeja con

gente. Mis viejos compañeros armas, aquellos que llegaron sienunos muchachos, fueron releva

por otros distintos. De los míos, de ellos muertos en el Orón, prono quedó ninguno: poco a poco



fueron marchando, cada cual a castillo distinto, en la cada vez mpoblada frontera de Castilla. Asísagrada misión se conservabatravés de las generaciones.

Ervigio estudió a fondo el fu

que yo había traído de Brañoserredactó uno semejante para nuestierras. Lo mandó a Oviedo para

el rey lo sancionara. Eso fue checha apenas un par de años mtarde. La nuestra era ya tierra

ley. Y nuestra gente, hombres libreSupe que hubo más batalpero yo ya no participé: no hab



sido capaz de sostenerme sobrecaballo. Supe que el emir Alhakmurió muy pronto, antes de lo Brañosera, y que el general Abd Karim, ya muy anciano, siguió pasos poco después. Supe que

nuevo emir Abderramán atGalicia y que fue severamederrotado por las huestes del

Alfonso. Supe que en aquella batparticipó mi hijo Hernán y que enlanza de caballero ató el pañuelo

Creusa.La vida en el valle de Msiguió su curso con la mis



tenacidad con la que cambian estaciones. Poco a poco fuemuriendo los viejos del pueblo, hombres y las mujeres que habprotagonizado la primcolonización, los veteranos

Carranza. Murió García el Tuertoenseguida, su mujer. Murió Eterimurieron Rui y Cervello. El herr

Ramiro desapareció un buen día que nadie supiera cómo ni por qLa gente de la aldea, alarma

organizó alguna patrulla búsqueda, pero sin resultado. Se hcargo de la forja su aprend



Fernando, hijo de Eterio, a quRamiro había confiado los secredel acero. También desapareGuma, pero este de manera mconvencional: un invierno se eny, viejo como era, no duró más

una semana. Su hijo García, auntodavía muy joven, tomó el mandola casa.

Una nueva generación sucedíla precedente en el suelo de MeLos prados y las eras gana

terreno al bosque. Nuevas cacrecían a la orilla del río. Nuegentes llegaban a Burceña y



Taranco y a Leciñana y a Ordejónde las familias originales, no povástagos partieron a coloniterritorios nuevos en Losa, Tobalina, en Espinosa y a lo largola línea del Ebro. Por encima de

batallas y de las sequías, de muerte y del dolor, la grey cristide Castilla fecundaba con sus ma

la tierra prometida. El Señor revelas naciones su salvación.

Una de las últimas alegrías

mi vida fue recibir a mi hijo HernAl contemplarle enfundado en su cde malla me vi a mí mismo, de ig



modo que en él me vi reflejatantos años atrás, al descubrirle enescritorio de San Emeterio. Entrea mi hijo un escudo con la divisa abalí blanco. Le rogué que

llevara en la batalla. Así el inva

sabría cuán inflexible era la volunde los hijos de Asturias.

Nunca supe nada más de De

Con frecuencia pienso en ella ycómo habría sido mi vida si aquedías, en Potes o después en Camp

hubiéramos huido juntos para senuestro amor. Pero esa no habsido mi vida, sino otra. No la pu



escribir.Cuando constaté que mi sa

zozobraba, abandoné Tedeja. Otvinieron a defenderlo con mebrazo que el mío. Yo me trasladé aiglesia de San Emeterio de Taran

como hicieron mis padres cuandofuerzas les fallaron. Desde a

esparza, jose javier - el caballero del jabali blanco (2012)

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