escrito por ti 3
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Revista de escritores para lectoresTRANSCRIPT
Revista #3
Quinto y sexto capítulo de Silenciada
Frenesí: Hermosa Locura, comienza el misterio
en el tercer capítulo
Libros recomendados y enlaces especiales
¡¡¡Envíanos tu historia!!!
Silenciada
Capítulo.5
Enfado
Katherine miraba fijamente los regalos que le habían hecho mientras ella
yacía en cama. El de Jack ya lo llevaba puesto, aquel collar de ojo de buey le
encantaba, Leyda le había regalado un libro, acompañado de una nota,
pidiéndole disculpas:
Para Katherine:
Siento mucho todo lo ocurrido, tendría que haberte dicho antesel por qué
íbamos a la casa abandonada. Lo siento con toda el alma, no sé cómo ocurrió,
a mí nunca me había sucedido, lo máximo que me había pasado era sentir un
escalofrío o una brisa recorriendo mi nuca.
Te prometo que nunca más te obligaré a subir allí.
Un beso, espero que te recuperes, todos están muy preocupados por ti.
P.D: Hoy he visto a Jack, me lo he encontrado cuando me traía el regalo, él
estaba sentado en una silla, mirándote, no te quitaba el ojo de encima, incluso le
ha costado abandonar la habitación cuando le he dicho que quería estar un rato
a solas contigo. Me parece que está pillado por ti.
Leyda
Katherine sonreía, apartó la mirada de la tarjeta, y la dirigió hacia los
regalos, el más típico era el de tía Ulalia y Laura, que le habían regalado juntas,
(realmente lo había escogido Ulalia). Se trataba de un ramo de flores, el cual ya
se había encargado su tía de plantar en el jardín trasero. Y su tío Javier, al estar
ocupado en la ciudad, se encargó de llamar cada día un par de veces para
preguntar sobre su estado.
Jack subió las escaleras que lo conducían al segundo piso, su teléfono
sonaba, y tenía esperanzas de que se tratara de Katherine.
- ¿Si? - preguntó.
- Hola, ¿Jack?
- Si, ¿quién es? -
- Soy Leyda, bueno no nos conocemos mucho, soy la del otro día, la que fue
a visitar a Katherine.
- ¡Ah!, si, dime, ¿qué quieres?
- Quería saber si ella está contigo, es que la he llamadoa casa pero no
está. Su tía me ha dicho que ha salido.
- Pues, no, no está aquí, pero sí sé algo de ella ya te llamaré
- Vale, muchas gracias
- Adiós – se despidió, acto seguido colgó el teléfono. Inmediatamente sonó
el timbre.
- ¡Qué abra alguien! - gritó una voz masculina - ¡que estoy en el cuarto de
baño!
- ¡Voy! - dijo Jack, bajando las escaleras. Abrió la puerta, y no pudo evitar
grabar una sonrisa en su rostro, Katherine yacía frente a él, mirándolo
sonriente.
- Hola – dijeron ambos al unísono, y se besaron.
- Antes de que me olvide, ha llamado una tal Leyda, he prometido que si
sabía algo de ti, la llamaría...
- Si, luego le pego un toque – asintió ella - ¿puedo pasar?
- Por supuesto – dijo él, deslizando su cuerpo hacia la izquierda,
señalando el interior de la casa con el brazo,invitándola a pasar. Ella miró de un
lado a otro, aun qué había estado anteriormente allí, no había entrado en la
casa.
- ¿Has venido andando? - le preguntó Jack.
- Si, me aburría en casa, no sabía qué hacer, tía Ulalia estaba haciendo unas
hamburguesas, y Laura no estaba, así qué e decido venir a verte – dijo, con voz
tierna.
- ¿Y qué quieres hacer?
- Pues... ¿qué te parece si me enseñas tu habitación?
- De acuerdo, ven – la agarró de la mano, y la dirigió por la casa, señalando
las diversas estancias que podían haber repartidas por la casa. Finalmente
llegaron a la habitación. Jack abrió la puerta.
- Madame – le dijo a Katherine, gentilmente. Ella se deslizó, enseguida
quedó anonadada, sorprendida por la cantidad de libros bien ordenados en
docenas en baldas, se trataba de una gran habitación más o menos el doble de
grande que la de ella. Inspeccionó, primero se sentó en lacómoda cama, luego
arrastró la yema del dedo índice por el lomo de unos cuantos libros, y llegó a
una guitarra eléctrica. Una impresionante guitarra, ella se volvió hacia él.
- ¿Tocas?
- Si, bueno, no llevo practicando mucho, dentro de un mes hará dos años,
más o menos – le contestó, pulsó el botón rojo del mando que sostenía en la
mano. Y la gigantesca persiana situada frente a él, comenzó a levantarse
lentamente, mostrando un bueno trozo de la playa, la casa de la familia
Sálander, se encontraba al final de la costa, casi, casi, al frente de la casa donde
vivía Katherine.
- Mira, desde aquí se puede ver tu habitación – le dijo, señalando con el
dedo a la lejanía. Ella agudizó la vista.
– Me parece que tendré que ir algún día de estos al oculista – dijo, con
sarcasmo.
- ¡Jack! - gritó una voz masculina.
- ¿Qué? - preguntó él, esperando una respuesta.
– ¡Baja! - le indicó la voz. Él le dijo a Katherine que esperase ahí, que
enseguida volvía, acto seguido salió de la habitación, y bajó por las escaleras.
Ella, sin saber qué hacer, y al ver el salva pantallas del ordenador, se sentó en la
silla, y comenzó a fisgonear. Clicó en la carpeta de “Im{genes”, y enseguida
encontró algo muy interesante, una carpeta con el nombre de la primera novia
de Jack. Volvió a clicar. Todas las imágenes llevaban por título -Elizabeth- y
Katherine no tardó en comprender que aquella chica era maravillosamente
hermosa. Era perfecta, mediría un metro sesenta y cinco, su cara era ovalada, y
nítida, como la de un maniquí, su cuerpo la acompañaba, tenía una figura ideal,
y para colmo sus ojos eran verdes y brillantes, y su cabello largo y negro.
- ¡Ajam! - Katherine saltó de la silla, por un segundo se le paró el
corazón, como si de un auto reflejo se tratara,cerró todas las ventanas que había
abierto en el ordenador, y se giró lentamente, esperando que no fuera Jack.
- Veo que eres un poco cotilla – le dijo Adam, intentando poner cara seria –
tranquila – se le acercó, cambiando el gesto – yo hubiera hecho lo mismo.
- ¡Adam! - dijo una voz femenina - ¡Adam! - volvió a repetir.
- ¡Estoy aquí! - dijo él, instantes después, Laura atravesó la puerta.
- ¿Qué haces? - le preguntó – huy, hola Katherine – dijo, sorprendida - ¿qué
haces tú aquí? - le preguntó.
- Pues había venido a visitar a Jack – contestó, rápidamente.
- ¿Y dónde está? - le preguntó.
– Ha bajado abajo – respondió.
– Oye, Katherine, ¿te apetecería venir con nosotros esta tarde a la piscina
municipal? - le preguntó Adam. Mirándola.
- Si – en ese momento entró Jack.
- ¡Jack! - dijo Katherine, se le aproximó – tu hermano me ha invitado a la
piscina, ¿te vienes?
- Si, por supuesto, me vendrá bien un chapuzón – dijo. Entonces, Katherine
se giró, y mirando a Adam y Laura, preguntó.
- ¿Puedo invitar a una persona más?
- Sí, claro – le contestó él.
- Vale, de acuerdo. ¿Podría hacer una llamada?
- Si, el teléfono está abajo, en el salón – le indicó Jack.
- Gracias – acto seguido bajó, y llamo a Leyda.
- ¿Leyda?
- Si, ¡ah!, hola Katherine
- Hola, oye... ¿te apetecería venir hoy con Laura, Adam, Jack y conmigo a la
piscina?
- Bueno... - se lo pensó – de acuerdo, ¿pero a qué hora quedamos?
– No, tú tranquila, prepara todo lo que tengas quellevar, que ya le diré a
Jack que te recoja
- ¿No le va a importar?
- No, ¡qué va! - negó – él es muy gentil, y caballeroso, haría cualquier cosa
por mí, estoy segura.
- Bueno, de acuerdo, pues os espero. Una última pregunta... ¿sobre a qué
hora?
- A la tarde. Tú estate tranquila.
Adam giró el volante a la derecha, y el coche le respondió, avanzaron por
una estrecha carretera, y aparcó en el primer sitio que vio. -Ahora vuelvo- dijo
Jack, saliendo del auto, y adentrándose en una pastelería.
- ¿Qué hace? - preguntó Katherine.
- A claro, que aún no has visto el pueblo..., aquí trabaja nuestro padre, y
hemos venido para que nos diera dinero – le contestó Adam, girando el cuello,
y mirándola casi de reojo.
– Algún día te doy una vuelta por aquí – le dijo.
Laura carraspeó – y a ti también cariño – se apresuró a decir con voz
calmada.
- Vayámonos – dijo Jack, al entrar por la puerta.
- ¿Cuánto te ha dado? - le preguntó Adam, sin apartar la mirada del frente.
- Lo suficiente – le contestó.
- ¿Para qué necesitáis ese dinero? - preguntó Katherine.
- Supongo que nos entrarán ganas de comer – insinuó Laura - ¿o es qué las
“raritas” no coméis? - le dijo, pero sin quererla ofender, su prima ya le había
puesto su primer mote, y parecía tener intención de utilizarlo por todas las
vacaciones.
La piscina municipal era mucho más grande de lo qué Katherine se la había
imaginado, se encontraba al aire libro, rodeada de un extenso jardín bien
cuidado. Con árboles para hacer sombra, y un bar a veinte metros de distancia,
tras decidir donde se iban a situar, tendieron lastoallas que se habían llevado
de casa. Jack se quitó la camiseta, y las zapatillas, dejando solo el bañador con
flores Hawaianas estampadas en él. Todos se quitaron las ropas que no les eran
necesarias, pero Katherine se vio un poco acomplejada, al ver las maravillosas
siluetas de Leyda y Laura. El primero en echarse al agua fue Adam, arrastrando
a Laura, furiosa, después les siguieron Leyda y Jack, una vez metidos todos en
la piscina, tirándose agua entre ellos, Adam llamó a Katherine
- ¡Ven preciosidad! - acto seguido, Laura le golpeó con el hombro en las
costillas, (sin discreción).
– Anímate – le dijo Jack. Y negó con la cabeza. Después cuchichearon entre
ellos, y Adam y Jack salieron en su busca. La agarraron de los brazos, y tiraron
de ella, riéndose, mientras ella les gritaba -¡no,no,no!- tras unos segundos de
forcejeo, y sin éxito alguno, Katherine acabó en el agua, empapada de arriba
abajo, fue entonces cuando se percató de que aún llevaba la camiseta puesta, se
la quitó y comenzó a tirarle agua a Jack.
El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, bañando la noche de
color naranja, todo el mundo ya había salido de la piscina, y ahora se
encontraban en los vestuarios cambiándose de ropa, Katherine y compañía
quedaron a la salida, para luego ir a cenar al bar.
Capítulo.6
Enfrentamiento
Querido diario:
¿Debería empezar así? No, bueno, no sé. Es la primera vez que escribo en
tus páginas, debo confesarte que no tengo ni idea de cómo hablarte, pero lo
intentaré. Ahora me encuentro tumbada en la cama, con la luz de la mesilla
encendida, y quiero decirte que acabas de llegar a mis manos. Cuando he
entrado en casa, tras “acabar” la cena en el bar, me heencontrado con qué mi tío
Javier había vuelto de la ciudad, y nos ha pillado a todos por sorpresa, -bueno a
casi todos- mi prima Laura, bueno espera, que te cuento como ha sucedido
todo:
Nosotros nos encontrábamos en el bar, divirtiéndonos, Laura tenía que
hacerle una llamada a una amiga suya, y como no llevaba su teléfono móvil
encima a cogido el de Adam -ella es así- ya te iré contando cosas sobre ella.
Total, que estábamos todos en la mesa, menos Laura que se había ido a la calle
para llamar, -puesto que en el bar había mucho ruido-, y Adam que tenía que
salir un momento a su auto. Y como pasaba mucho rato y no volvía ninguno de
los dos, yo salí a ver qué sucedía, es entonces, cuando me los encuentro
gritándose, discutiendo por una foto – o algo parecido-. Entonces, intento
calmarlos pero pasan completamente de mí, acudo a Jack, le cuento todo lo
queestá sucediendo, y cuando sale a la calle a detener todo, Laura me agarra del
brazo, enfadada, diciéndome que nos fuéramos. Y finalmente, hemos tenido
que coger el autobús, -por qué Laura se negó a ir en el mismo transporte que
Adam.
Y así fue todo, Adam pagó la factura de lo que habíamos pedido -pero no
consumido- y se fue a casa en su coche, solo. El autobús nos dejó a medio
camino, así qué, tuvimos que ir hasta casa andando. Jack y yo, él y yo nos
mirábamos estupefactos, contemplando a mi prima, cruzada de brazos, y
farfullando cosas ininteligibles.
Bueno, exceptuando eso todo ha salido bien, me alegro por que Javier haya
vuelto, -aun qué solo sea por unos días-.
Me parece que me voy a despedir, solo quiero decir una última cosa. Amo a
Jack. Estoy convencida de que tenemos un granfuturo por delante.
Katherine dejó el diario sobre la mesilla, y apagó la luz. Se concentró en el
techo, lo miró fijamente, se encontraba cansada, pero no pudo coger el sueño,
desde su cama podía oír el sollozo de su prima. Tras un rato escuchando, se
levantó, poniéndose automáticamente las zapatillas de andar por casa y anduvo
hasta la puerta de la habitación de Laura. La golpeó dos veces, esperando
respuesta, pero solo escuchaba el llanto ahogado de su prima. Giró el pomo, y
entró en la habitación, Laura se encontraba tirada en la cama, tapándose la cara
con la almohada, sin parar de llorar. Katherine se recostó a su lado.
- ¿Estás bien?- le preguntó. La respuesta era lógica, y la pregunta estúpida,
reconoció al oírse a sí misma.
- No- le contestó, con voz rota.
– Si quieres puedes contarme que es lo que hasucedido para que todo
acábese así – le propuso ella.
- No creo que me creyeras – dijo, segura – además, ¿quién querría oír las
alucinaciones que tengo?
- ¿Alucinaciones? - se extrañó Katherine.
- Si – asintió, recostándose en la cama, apoyando la espalda en la pared, y
quitándose la almohada de la cabeza. Tenía el rímel corrido. Y el cabello
revuelto y enzarzado.
- ¿Quieres qué te diga qué es lo queha sucedido antes en el bar? - le
preguntó, y ella asintió no tan segura como al principio.
– Bueno, como sabes, yo había cogido el teléfono móvil de Adam – hizo
una breve pausa, para ver el asentimiento de su prima – total, que por darle mal
a una tecla, he acabado en la carpeta de imágenes, y ya que estaba ahí, me e
puesto a fisgar – siguió diciendo, y tragó saliva – pues entonces, encontré una
foto, muy extraña – dijo con cara de incredulidad – la abrí – asintió - ¿y te
puedes creerlo que vi? - ambas se quedaron durante un breve espacio de tiempo
en silencio – la foto que había ampliado se trataba de Elizabeth – Katherine se
extrañó, y le preguntó.
- ¿Elizabeth?
- Si- asintió con la cabeza.
- ¿Pero qué Elizabeth?
- ¿¡Pues quién va a ser!? - exclamó - ¿cuantas Elizabeth conoces tú? - y ella
se puso a contar las que le sonaban. Hasta que vio la expresión de su prima que
la miraba como diciendo -¿esta es gilipollas?-
- ¿La antigua novia de Jack? - y Laura asintió. - ¿Y? - preguntó Katherine,
sin saber a donde quería llegar su prima.
- Pues, que la foto que yo he visto no era una foto normal, ¿tú sabes cómo
murió Elizabeth? - le preguntó.
- No – negó con la cabeza.
– Pues tendré que contarte lo que sucedió el doce de julio del año pasado –
Laura suspiró, y comenzó a decirletodo lo que creía que Katherine debería
saber antes de decirle que era lo que había visto en la foto que tenía Adam en su
teléfono móvil.
>>Era un doce de Julio de 2009, últimamente hacía muchísimo calor, y todos
permanecíamos en nuestras casas, puesto que nadie quería exponerse al sol a
semejante temperatura. Desde principios de aquel mes, hubo muchos incendios
alrededor, y el último de ese verano acabó con la primera novia de Jack.
Nuestras familias siempre se han llevado bien, y bueno, un día yo conocí a
Elizabeth, ella era como un Ángel, desprendía una luz especial y solo daba
amor a la gente -por muchas cosas malas que le sucedieran en la vida- me
parece que fue por ello por lo que le cogí cierta manía. Bueno, a lo que iba, el
día en el que todo sucedió nos encontrábamos en una de nuestras típicas
barbacoas, y Elizabeth había prometido que vendría, aun qué fuera tarde. Pero
no aparecía, Jack se extrañó, y todos lo acompañamos en subusca. Y fue
entonces, lo recuerdo perfectamente, la vieja casa Suan, se encontraba inundada
en llamas, el viejo de Germán se armó de valor y entró en la casa, tapándose la
cara con una camiseta que Jack le había prestado. Y cuando salió, con Elizabeth
en brazos, Jack, (que ya estaba llorando), se tiró al suelo, mientras mil lágrimas
se deslizaban por su rostro. Medio cuerpo de Elizabeth estaba quemado,
consumido por las llamas, Germán le tomó el pulso; ella ya estaba muerta.
Laura estaba seria, como nunca le había visto Katherine.
- Supongo que ahora te preguntarás qué es lo que tiene que ver la foto que
vi en el teléfono móvil de Adam con todo esto...
Katherine escuchó atenta.
– Pues que en la foto que yo he visto, Elizabeth estaba quemada, muerta.
Esa foto está echa el mismo día que ellamurió. Y no alcanzo a entender qué es lo
que hace Adam con ella en su móvil.
- ¿Estás segura de que se trataba de Elizabeth? - le preguntó Katherine,
rompiendo el silencio que había mantenido hasta ese momento.
- Si, completamente, segura – asintió- ¿tú le encuentras alguna razón?
– No – negó – la verdad. No entiendo qué hacía Adam con esa foto en su
teléfono. Laura y Katherine pasaron la noche juntas, durmiendo en la misma
cama, se habían quedado dormidas viendo la televisión.
Katherine se despertó, hambrienta, arrastró su cuerpo aún cansado, sin
despertar a su prima. Enseguida captó el olor a tostadas, esbozó un breve
sonrisa, se puso las zapatillas de andar por casa y bajó a la cocina.
– Hola, dormilona- le dijo Javier, adormilado, con los párpados
entrecerrados, y bostezando continuamente.
- Hola – se limitó a decir.
- ¿Y Laura? - preguntó Ulalia, untando mermelada en una tostada, mientras
dirigía su mirada de un lado a otro.
- Dormida...- contestó ella. Katherine se sentó. E inmediatamente el timbre
sonó.
- Ya voy yo – dijo Javier, mientras ya se dirigía a la puerta principal. Las
tostadas saltaron. Y Ulalia las puso en un plato.
- Katherine -la voz de su tío la reclamaba -es para ti – le avisó.
Jack yacía frente a ella, sonriente, se agachó y la besó.
- Bueno... yo me voy – Javier se alejó. Mirándolos de reojo.
- ¿Qué haces aquí?
- No puedo vivir sin ti – le confesó él.
- Si con eso pretendías que te quisiera más, lo has conseguido – asintió,
seguida de una voz nerviosa y alegre. Le abrazó y cogiéndole de la mano, le
invitó a pasar.
Entraron en la cocina.
- ¿Has desayunado ya? - le preguntó Ulalia a Jack.
- No – negó -acabo de despertarme.
- Qué bonito, ya me gustaría a mí estar así de enamorada – agregó, untando
más mermelada en la tostada.
- Toma...- Katherine le tendió una tostada, y él le pegó un mordisco, acto
seguido la besó, manchando los labios de él de mermelada.
Katherine estaba pensativa, mirando a Jack, (que le devolvía la mirada),
permanecieron así durante unos segundos hasta que ella se decidió a hablar.
Desde que su novio había puesto un pie en la casa, la idea de contarle todo lo
hablado con Laura no hacía más que pasársele por la cabeza.
– Jack... - comenzó, aún pensativa, intentandoexplicar todas aquellas
palabras que se le amontonaban enla cabeza- quería contarte una cosa...
- Dime- dijo él.
- Bueno... no es fácil de decir, Laura me contó ayer el por qué se peleó con tu
hermano.
- Hum- se limitó a decir, haciendo señales de que le ofrecía toda su atención.
- Lo que pasa es qué... trata sobre Elizabeth... - el corazón del muchacho
comenzó a latir como nunca lo había hecho, Katherine se dio cuenta de que ese
tema no le gustaba que se tocara.
- Bueno, pero si no quieres, no hablamos sobre ello.
- No, tranquila, cuéntame.
– Lo que pasa es que, ayer a la noche, Laura me contó lo que le pasó a
Elizabeth – ella notó como una punzada se clavaba en el pecho de Jack,
haciéndole sangrar sin compasión – si quieres dejamos este tema, si no te
sientes cómodo- se apresuró a decir al notar el dolor de la mirada del joven en
sus propias carnes.
- Sigue – dijo con entereza. Pero con un cierto dolor en el sonido de la voz.
- Pues..., Laura me contó que cuando ayer cogió el teléfono de Adam, sin
querer acabó en la carpeta de imágenes, y vio... algo.
- ¿El qué? - preguntó el joven con cierto temor.
- En su teléfono móvil había una foto de Elizabeth el día en el que murió –
el vaso de agua que había tenido hasta ese momento Jack en la mano se deslizó
entre sus manos, y aterrizó en el suelo, rompiéndose en mil pedazos. Su rostro
se había quedado pálido, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas que
pedían a gritos ser liberadas. El mismo angustioso dolor que se había abierto en
el corazón de Jack lo hacía en el de Katherine. Pudiendo hacerle comprender
que aquel tema no era bueno para una conversación civilizada.
– ¿Por qué me haces esto? - dijo él, apenas pudiendo contener las lágrimas,
y con voz quebradiza.
- ¿Por qué me mientes? - volvió a preguntar, manteniendo la mirada pegada
al suelo y al resto de piezas que con anterioridad habían compuesto el vaso de
cristal. Jack se levantó, furioso.
- Por favor, ¡no te enfades! - dijo Katherine en un hilo de voz - ¡no te estoy
mintiendo! - Agarró a Jack de la mano, y lo llevó hasta la habitación de su
prima. La despertaron.
- ¿Qué sucede? - preguntó Laura, sin pronunciar bien la palabra.
- Dile, por favor, ¡dile a Jack que no le miento! - exclamó ella, sentía el odio
que el joven muchacho comenzaba a sentir por ella.
- ¿E?
- Dile, a Jack lo que me contaste ayer sobre Elizabeth.
– ¿Elizabeth? - se preguntó Laura así misma, intentando recordar al ser que
un día había llamado de ese modo.
- ¿Qué sucede con Elizabeth?- le preguntó a Katherine.
- Dile, ¡por favor!, a Jack que lo que le he contado sobre lo que me dijiste
ayer de Elizabeth es verdad.
- ¿Ayer...? ayer yo no te dije nada sobre ella - Entonces, Jack dijo sus
primeras y penúltimas palabras en aquella habitación.
- Laura..., ¿ayer le dijiste tu algo sobre Elizabeth a Katherine?
- No – negó ella con la cabeza
- ¿¡Como qué no!? - gritó Katherine. Jack la miró con desprecio, y del mismo
modo, le dijo.
- No sé cómo has podido hacer esto, Katherine, nunca me lo hubiera
imaginado de ti, por favor, no vuelvas a llamarme – sus últimas palabras no
sonaron a súplica, si no, a un advertimiento. Le soltó la mano fríamente.
– ¡No, Jack, no, no te miento, por favor, vuelve,vuelve! - gritó una y otra
vez, a un pasillo que ya yacía vacío, y a una casa sumida en el más puro
silencio.
Katherine rompió en lágrimas.
- ¿Por qué haces esto? - exclamó, dirigiéndose a su prima.
- ¿Por qué hago el qué? - preguntó ella, extrañada.
- ¿Qué motivo tenías para mentir a Jack sobre Elizabeth?
- Yo no he mentido a nadie – afirmó Laura, desconcertada. Katherine, supo
que ella no mentía, al menos su mente no lo hacía, pero ¿cómo?, se preguntó.
Entonces, se sentó junto a ella, en la cama.
- Laura... - dijo.
- ¿Si?
- Mírame – le indicó ella. Su prima hizo caso, y fijó su mirada en la de ella,
sus ojos seguían sin saber lo que sucedía.
– ¿No recuerdas nada...?
- No – le interrumpió.
- Por favor, no contestes – le indicó.
- De acuerdo- dijo ella, absorta en la atrayente mirada de Katherine.
- Recuerda... - dijo, y comenzó a narrarle todo lo sucedido la noche anterior
– recuerda, ayer por la noche te peleaste con Adam, él se enfadó por qué habías
cogido su teléfono móvil y habías estado (sin querer) fisgoneando en él.
Entonces, os chillasteis, y nosotros volvimos a casa en autobús. Luego, a la
noche, yo vine aquí, porque te oí llorar, y acabaste contándome esto mismo que
te estoy narrando yo ahora en este momento. - Los ojos de Laura, brillaron por
un momento. Había despertado, recordada. Pero inmediatamente, sus ojos
dibujaron dolor. Mucho dolor, y opresión. Laura saltó de la cama, sin mirar a su
prima salió de la habitación, y finalmente, cogió el auto de Ulalia y se fue, sin
más. Katherine quedó absorta por la reacción de su prima, ¿qué le había
sucedido para que se le olvidara todo lo ocurrido la noche anterior?.
Katherine miraba por la ventana, sentada en el sofá, despatarrada, haciendo
caso omiso a la televisión. No quería pensar en Jack, era evidente que si lo hacía
(aunque solo fuera por un instante) comenzaría a llorar, y quería evitarlo. Su tía
Ulalia, estaba preocupada, no era la primera vez que Laura se iba de casa de ese
modo, pero estaba tardando de más, y ya no le quedaban uñas que morderse. Y
su tío Javier, pues la acompañaba en el sofá, dormido, roncando como un
tronco, -como si no hubiese dormido en su vida- pensó Katherine. La casa
permanecía en un impoluto silencio que llegaba a desquiciar, -todos- (los
despiertos) querían empezar a hablar para tranquilizarse, pero tanto Ulalia
como Katherine permanecían en silencio, si decir una palabra, dejando pasar el
tiempo, mientras el reloj de pie resonaba por todo el primer piso de la casa. La
lluvia comenzó a golpear los cristales, y Katherine puedo oír la vos de su tía,
que rezaba por su hija. Estaba nerviosa. Y ella, también, su cabeza no podía
evitar el preguntarse todo, <<¿por qué, por qué, por qué?>> era lo único que
resonaba en los tímpanos de Katherine.
El teléfono sonó. Amabas mujeres se levantaron a la vez, y al segundo
pitido Javier despertó.
- ¿Si? - contestó Ulalia. Le prosiguió un largo sonido, su cara fue cambiando
momentáneamente, desde estar nerviosa, a reflejar solamente dolor y terror.
- ¿Qué sucede? - preguntó Katherine, mirando a su tía. Javier cogió el
teléfono.
- ¿Si, quién es? - otra breve pausa - ¿cómo? - dijo en un hilo de voz – no
puede ser. - Ulalia comenzó a llorar.
- ¿Pero qué sucede? - volvió a preguntar Katherine, invadida
completamente por los nervios.
- Es Laura... - dijo Javier, examinando a su hermana – ha tenido un
accidente. - al pronunciar aquella última palabra, las lágrimas de Ulalia se
convirtieron en sollozos, pero de dolor. Katherine quedó boquiabierta.
Frenesí: Hermosa Locura
Capítulo.3
Andrew
1
Andrew era un chico de dieciséis años, alto, y flacucho. Y desde hacía tres
años, sabía que era gay. Muchas veces se acercó a su padre para confesarle lo
que sentía. Pero siempre que le prestaba su atención (que eran muy pocas
ocasiones) se salía por las ramas, sudoroso y temblando. ¿Cómo decirle a un
padre que su hijo es gay?
En cambio, ha Andrew se le hizo mucho más fácil confesarles a sus dos
mejores amigas su condición sexual. Ellas le aceptaron como era, sin prejuicios
ni tapujos. Y le dieron la bienvenida al mundo de la libertad en el qué, por
primera vez, se había adentrado. Y desde que puso un pie en dicho lugar, la
idea de que tenía que confesarle a su padre lo que realmente sentía, se le pasaba
constantemente por la cabeza. Pero lo peor para él, era que buscase cientos de
formas y escenarios, pero que finalmente todos se hundían como el Titanic.
Por lo qué, la frustración cada día era mayor. Por ejemplo; una vez en clase,
en medio de una clase de mates, se imaginó que se levantaba de su silla, y muy
seriamente explicaba a todos sus compañeros sus sentimientos. A veces, esa
escena acaba perfectamente con el aplauso de sus amigos, pero en otras, le
abucheaban y se burlaban de él.
- Yo, si fuera tú, se lo diría sin más, es tu padre, así que ¿se lo tomará bien,
no? – le respondió Dana.
- Eso lo dices por qué no conoces bien a mi padre – le aseguró él, negando
con la cabeza, cabizbajo.
- ¿Y tú qué arias? – le preguntó Dana ha Healy.
- La vida es sufrimiento, así qué, mi consejo, si es qué no quieres que nadie
te aparte cómo a las cucarachas, es qué te calles y cargues con el peso que te ha
tocado llevar – le aconsejó, mientras chupaba su chupa-chups rojo.
- Ya, pero… - dudó Andrew, apenado, y con una sobre carga en el pecho
que le dificultaba respirar.
- Pues yo no, no creo que la vida sea solo sufrimiento – dijo Juliet,
introduciéndose por primera vez en la conversación y dirigiéndose a su amiga –
yo creo que la vida a veces te da amor, y otras veces te toca otras cosas. Por lo
que, si fuera tú – esta vez miraba a Andrew, al que conocía a la perfección – le
diría lo que siento, y punto. Además, tienes novio, ¿cuánto tiempo crees que
tardará tu padre en darse cuenta que al chico que llevas a casa para “estudiar” –
dijo, haciendo un movimiento con los dedos – no es si no, tu novio con el qué te
besuqueas cuando él se entretiene viendo un partido de fútbol? – Andrew, en lo
más hondo de su ser ya lo sabía, pero el solo hecho de dec írselo a su padre le
provocaba escalofríos.
- Ya, sí tienes razón, pero… es qué le tengo miedo – se confesó – tengo
miedo a cómo pudiera reaccionar. Él es capaz de encerrarme en mi cuarto por
tiempo indefinido, y llamar al cura más cercano para que me salve del demonio
– afirmó de tal manera que sus palabras eran frías cómo el hielo, se predecía
que lo había pensado muchas veces.
- ¿Por qué no me contáis eso tan divertido de los que estáis hablando
chicos? – les llamó la atención la profesora de matemáticas, la señora Edna
Doyle. Todos se callaron de inmediato, y se giraron para mirar al frente. Pero ya
era tarde, la profesora estaba cansada de las faltas de atención de todos ellos, así
qué se les aproximó con seriedad y paso firme. Los miró a todos de uno en uno,
por turnos, y cuando se volvió a girar para seguir con sus explicaciones en la
pizarra, anunció – están todos castigados, los quiero aquí mañana, a las ocho de
la mañana, van a aprender a prestar atención en clase cómo que me llamo Edna.
Así qué tráiganse un cuaderno y un bolígrafo, escribirán – Prestaré atención en
clase cómo me corresponde, y haré caso a la señorita en todo lo que me ordene
– quinientas veces – les aclaró, y entonces, todos mascullaron improperios
ininteligibles a los oídos de la profesora.
- ¿Han dicho algo? – preguntó, subida en una nube de autoridad.
- No – negaron todos al mismo tiempo.
- Me alegro
2
- ¿Entonces, qué has decidido hacer? – le preguntó Dennis a Andrew,
mientras intentaban hacer los deberes.
- La verdad… no lo sé… es qué es muy difícil. Por un lado quiero
confesárselo, y por otro, prefiero callarme para que no me coja asco.
- Yo, sabes, que sea cual sea la elección que escojas, te apoyaré. Encima, el
estar aquí, en silencio, aparentando hacer los deberes mientras nos besamos…
me da un morbo… - Dennis se acercó a Andrew, y tiró de su silla para tenerlo a
solo unos centímetros, entonces, le miró con furor y le besó con pasión.
- Te quiero – le dijo.
- Y yo a ti – acto seguido, le empezó a besar en los labios, en el cuello…
- Dennis… por favor… que est{ mi padre en el salón…
- Da igual, eso aumenta el morbo de la situación – le confesó, quitándose
la camiseta. Agarró a Andrew, y lo tiró sobre la cama junto con él. Y empezaron
a desnudarse.
- ¿Apagamos la luz? – le preguntó Dennis.
- ¿No crees qué si mi padre ve que tenemos la luz apagada empezará a
sospechar?
- Sí, tienes razón – y le quitó las zapatillas.
Y en medio del ruido… a puro grito, la puerta de la habitación de Andrew
se abrió, los dos chicos, se sobresaltaron, y pegaron un salto fuera de la cama.
Pero ya era tarde, Robin encendió la luz, y los pilló desnudos, y juntos.
Entonces, su rostro pasó por diversos estados, primero, parecía estar normal,
luego arrugó el entrecejo, y con voz enfadada preguntó:
- ¿¡Qué coño está pasando aquí!? – Dennis intentó buscar una explicación,
pero no le dio tiempo, Robin estaba enloquecido, lleno de odio - ¿¡maricones en
mi casa!? – exclamó.
- ¡Corre Dennis, sal por la ventana! – gritó Andrew, mientras su padre iba
en busca de la escopeta.
- Te quiero – le dijo él, temeroso de la situación - ¿estarás bien? – le
preguntó, mientras abría la ventana.
- Si, tranquilo, me parece que ha llegado la hora, se lo explicaré todo. Tú
vete – asintió, y saltó al césped del jardín de atrás. Al caer, se tambaleó, pero
por suerte, la noche cubría la ciudad, lo que le dio tiempo a coger la ropa que le
había lanzado Andrew por la ventana y ponérsela mientras se iba corriendo a
casa.
Tras ver cómo su novio se iba corriendo calle abajo, Andrew cerró la puerta
con el pestillo y se dispuso a hacer su maleta, tenía que irse por el momento de
casa, conocía perfectamente a su padre, y sabía que en el estado que se
encontraba, era capaz de pegarle un tiro, o pegárselo así mismo. Cuando se
disponía a cerrar la última cremallera de la maleta en la que había metido
cuatro camisetas y un par de pantalones, su padre aporreaba la puerta, gritando
como un loco.
- ¡Sal de ahí maricón, y demuestra que eres un hombre! – Robin estaba
fuera de sí. Finalmente, Andrew cogió la maleta y con cuidado la tiró a los
arbustos, y luego saltó él, justo en el mismo instante en el que el pestillo de la
puerta de su cuarto cedía y caía al suelo, y la puerta golpeaba la pared. Cuando
volvió la mirada hacia atrás, Andrew pudo ver a su padre apoyado en el
alfeizar de la ventana, mirando cómo se marchaba corriendo. Y sin camiseta.
3
Andrew caminó hasta casa de su amiga Juliet, principalmente por qué era la
que más cercana le quedaba, pero también por qué era su mejor amiga. Cuando
ya estaba en el césped trasero de su casa, cogió su teléfono móvil y le escribió
un mensaje, puesto que la idea de llamar a la puerta y que Roland, el padre de
Juliet le abriera la puerta, le echaba para atrás.
Juliet recibió el mensaje apenas unos instantes después, ella estaba tumbada
en la cama mirando el techo, pensando en las musarañas. Cuando el teléfono
vibró, se levantó con torpeza y leyó el mensaje que le había llegado, que decía
así:
>>Etoi d tra en tu jrdin, abeme la purta d tu casa, ahra te lo cuntotod<<
Evidentemente, Juliet se preocupó y bajó las escaleras a toda prisa. Salió al
césped y miró a su alrededor.
- ¡Pss! – masculló Andrew, tras los arbustos.
- ¿Qué haces ahí? – se extrañó ella. Su amigo salió, y ella, al verle medio
desnudo empezó a reírse a carcajadas.
- ¿Pero… qué haces así? – le preguntó entre risas.
- ¿Puedo entrar en tu casa?
- Sí, claro, pasa… - le contestó ella, señalándole la puerta que daba a la
cocina.
Subieron hasta su cuarto, y Juliet cerró la puerta. Andrew abrió la maleta y
se puso una camiseta y un pantalón.
- ¿Me puedes decir ya qué es lo qué te ha pasado? – le dijo, más
seriamente.
- Mi padre nos ha pillado a mí y a Dennis desnudos en mi cuarto.
- ¿¡Qué!? – exclamó ella - ¿y cómo ha reaccionado?
- Pues… como esperaba, le he dicho a Dennis que se fuera por la ventana,
y yo me he cogido un poco de ropa y también me he ido. Por cierto… ¿podría
quedarme un par de días aquí hasta que se calme la situación? Es qué me da
miedo ir a casa…
- Por supuesto, tú estate tranquilo, ya le pondré una excusa a mi padre.
- Gracias.
- ¿Pero seguro qué no te ha hecho nada? – le preguntó Juliet, aún asustada.
- No, no ha tenido tiempo, en cuanto se ha ido a por la escopeta…
- ¿¡La escopeta!? – gritó ella, abriendo la boca.
- ¿Sucede algo Juli? – le preguntó su padre desde el salón.
- No, papá – le contestó, sentándose en la cama.
- Bueno… da igual ya me lo contar{s todo luego ¿quieres algo para cenar?
- No, graci… - el teléfono de Andrew sonó. Se trataba de Dennis, al ver
que era él, le enseñó quién era a Juliet por qué lo miraba de forma rara. Y ambos
sonrieron al mismo tiempo.
- Qué mono… - dijo él – fíjate, acabará de llegar a su casa y ya me está
llamando… - pulsó la pantalla y contestó.
- Normal… - dijo Juliet para sus adentros.
- No, tranquilo, estoy bien, ahora me encuentro en el cuarto de Juliet.
¿Quieres decirle qué estoy bien? – le preguntó a ella, mostrándole el teléfono
tras las insistencias de su novio. Ella lo agarró, y contestó.
- ¿Sí? Sí tranquilo, se encuentra bien, está aquí conmigo, no, no te
preocupes, dormirá aquí, sí, en mi cuarto, vale, adiós – colgó y le devolvió el
teléfono a Andrew – dice qué te quiere, y que mañana vendrá a verte.
- Ves… uf… es tan gentil…
- Me parece qué es lo mínimo que podría hacer en ésta situación, vamos…
digo yo.
- ¡C{llate! Qué poco rom{ntica eres…
- ¿Quieres ver alguna película? – le preguntó ella.
- ¿Ha salido ya el nuevo capítulo de TheVampireDiaries?
- Sí ¿no lo has visto?
- No, ¿por qué? – le preguntó, confuso.
- Por qué es el mejor de la temporada…
- ¿¡Qué!? Corre, ponlo, que quiero verlo ahora mismo, sabes que me
encanta Stefan…
- ¡Va! Damon es el mejor, no hay ni comparación.
- ¡No mientas! Stefan es más romántico y mejor persona.
- ¡Já! – exclamó ella mientras encendía el ordenador – Damon es el mejor, y
punto.
Finalmente, Andrew se quedó a dormir por esa noche en casa de Juliet, y al
día siguiente Dennis fue a visitarle.
Oscuridad
1
En un estrecho sendero, sumergido en la más pura oscuridad, se citaron dos
personas. A pocos metros el uno del otro, se miraron mutuamente, bajo sus
capuchas negras que los mantenía en el anonimato. La luna reinaba en el cielo,
y bañaba las calles de la ciudad de color plateado. La temperatura había
descendido gradualmente desde la tarde, y el frío se hacía notar. Mientras las
estrellas adornaban el firmamento. Uno de los dos hombres, se dispuso a
hablar:
- ¿Lo has encontrado? – le preguntó, impaciente.
- Si – asintió el otro individuo. Y sacó una foto de su pantalón. Se la tendió
al otro hombre, y éste la miró con detenimiento.
- Es él – afirmó – bien hecho, ya sabes lo que tienes que hacer – le dijo el
individuo y le devolvió la foto, y tapándose mejor el rostro con la capucha, se
marchó en silencio. Mientras el eco del sonido de sus zapatos golpeando el
suelo resonaba en el sendero.
El hombre encapuchado, recorrió gran parte de la ciudad, hasta llegar a las
afueras. El bosque le daba la bienvenida con el silbido que provocaba el viento
corriendo entre los árboles. Una casa situada a pocos metros era su objetivo,
mejor dicho un hombre que vivía en ella. Se trataba de un chico de veintiséis
años, moreno, y fibroso. Según se había documentado el hombre encapuchado,
en aquella casa vivían tres personas, el hombre al que buscaba, su novia de la
actualidad, y el hijo que habían tenido en común.
El hombre, se acercó a la casa por el jardín trasero, y abrió la puerta que
comunicaba con el salón. Cuando hubo entrado, entendió que todos dormían. Si
todo salía bien, él se llevaría al hombre sin problemas, y su novia y el hijo de
ésta no se darían cuenta.
Subió por las escaleras con sumo cuidado, y se sacó un trapo que más tarde
untaría en Diazepam, una sustancia que servía para invitar a la relajación – o
mejor dicho para dormir a una persona-.
En cuestión de segundos llegó a la habitación correcta, y se aproximó al
hombre que dormía plácidamente. Pero no salió la cosa cómo el encapuchado
esperaba. El hombre al que ya había puesto el trapo mojado sobre la nariz, se
despertó y lo empujo. Y éste cayó al suelo, después se levantó con la espalda
dolorida, y sacó un cuchillo que escondía en el pantalón. Para cuando los dos se
peleaban, la novia salió de la habitación, gritando. Pero el hombre encapuchado
no podía permitir eso, así qué había sellado la puerta con una magia ancestral.
Ergo, tanto el niño atemorizado y su madre alterada y nerviosa, comprobaron
uno a uno que la casa entera estaba bajo un hechizo.
Aunque todo fue más complicado de lo que esperaba, el hombre
encapuchado pudo golpearle al otro en la cara y dejarlo inconsciente, y después
dormirlo para su seguridad. Pero tenía un dilema, tenía que irse con el cuerpo,
entonces… ¿qué haría con los otros dos humanos que lo habían visto? No le
quedaba otra opción, sacó de nuevo su cuchillo y rebanó la garganta de la mujer
de una sola tajada. Y después, se encargó del niño que lo miraba aterrado,
acurrucado en el suelo de la cocina.
- Esto me gusta tan poco cómo a ti, pero si mi señor se entera de que he
dejado un testigo vivo… me mataría, y… ¿no crees qué es mejor que mueras tú
a que muera yo…? Qué pena, adiós – el hombre encapuchado alzó el cuchillo y
cortó el cuello del joven en dos. Al igual que con la madre. Finalmente quitó el
sello de la casa y se fue por donde había vuelto, pero esta vez, volando. Se
arrancó la camiseta y extendió sus alas, y en cuestión de segundos, sobrevolaba
la ciudad.
2
El Innombrable descendió a una velocidad vertiginosa hacia el suelo. La
brisa que provocó, movió las copas de los árboles más cercanos. Miró al cielo, y
sus alas desaparecieron en medio de un humo de color negro, que pintó por un
momento el jardín en el que se encontraba. Ahora parecía un simple humano
sin camiseta, y con la capucha de ésta aún sobre la cabeza. Así es, era un
humano que a escondidas de la sociedad, raptaba a gente y se la llevaba a un
hombre que lo había contratado. Arrastró el cuerpo del hombre hasta un garaje
situado en la parte trasera de un edificio.
En el interior, todo estaba sumergido en la más absoluta oscuridad. Lo
único que alumbraba un poco en medio de aquel lugar, era la luz de la luna que
se adentraba por los ventiladores situados en un lado del garaje a más de cuatro
metros de altura. El Innombrable colocó al hombre en una silla, y lo ató de pies
y manos. Y poco después, el eco de unos pasos se acercaron por la oscuridad.
- Veo que lo has atrapado – dijo el hombre encapuchado – muy bien hecho
X ¿no te importa qué te llame así, no?
- No, mi señor, puede llamarme cómo se le antoje.
- Muy bien. ¿Qué tal ha ido todo? – preguntó, rondando a la víctima, con
la mirada fija en su dormido cuerpo.
- Bueno… por lo general… ha ido bien… pero…
- ¿¡Pero!? – le interrumpió el encapuchado - ¿es qué ha habido algún
problema?
- No, bueno… señor, me adentré en la casa del {ngel sin despertar a nadie,
pero cuando intenté dormirle profundamente, se despertó, y nuestra pelea
despertó a su novia, y ésta se fue a por el hijo – X se paró, y tragó saliva, la cara
de su amo era todo un poema – pero tranquilícese, mi señor, cuando entré en la
casa puse un sello, y la mujer y el hijo no pudieron escapar, pero claro… cómo
era obvio que no podía dejarlos con vida sin que recordaran lo sucedido, me vi
obligado a matarlos.
- Tranquilo, mi joven pupilo. ¿Entonces nadie te vio?
- Aparte de…
- Sí, aparte de la mujer y el hijo – asintió el encapuchado.
- No, mi señor.
- ¿Y estás seguro de que los mataste a los dos?
- Sí, mi señor, estoy más que seguro, ellos dos no volverán a ver amanecer.
- Me alegro. Ahora, despierta a nuestro invitado, voy a proceder a hacer lo
estipulado.
- Cómo usted diga, mi amo – entonces, X golpeó al hombre en el rostro
con un puñetazo, y éste despertó, e inmediatamente escupió la sangre que le
había provocado el golpe.
- Hijo de puta – exclamó el hombre, intentando liberarse de las cuerdas.
- Oh, no, no, no – negó el encapuchado tanto con el dedo índice como con
la cabeza – ahora, vas a estar calladito, y por fin tendrás la ocasión de servir de
algo a este mundo.
- No sois más qué unos hijos de puta – inmediatamente el Innombrable
golpeó bruscamente al hombre. Y éste volvió a escupir más sangre.
- Tranquilo mi joven pupilo. No es más que un ángel sin modales.
- ¿Ángel? – repitió el hombre, confuso.
- Sí, ángel – afirmó el encapuchado – no intentes negarlo, sabemos
perfectamente lo que eres.
- ¿A sí, entonces sabrás lo qué puedo hacer? – el hombre sonrió por
primera vez, como si fuera a hacer algo, pero cuando se percató de que no
sucedía nada, la sonrisa desapareció de sus labios.
- Tranquilo, que mientras tengas estas cuerdas a tu alrededor, lo máximo
que podrás hacer es respirar – le informó el encapuchado. Se acercó a él, y
recorrió su cuerpo con la yema de su dedo índice. Sonriente. Y acto seguido, le
arrancó la camiseta. Miró a su pupilo, y éste se marchó sin decir nada.
- Ahora verás lo qué les hacemos a los que son cómo tú. Vas a servir para
ascenderme de nivel – segundos después el pupilo ya había vuelto, y llevaba
una daga en su mano. Y con una reverencia se la tendió a su maestro. El
encapuchado agarró la daga, bajo la mirada del joven hombre que los miraba
con repulsión.
- Tranquilo, apenas sentirás un cosquilleo – le afirmó el encapuchado al
hombre entre carcajadas. Y se dispuso a dibujar un círculo en el torso del
hombre con la daga. La sangre brotaba de la herida, y él gritaba de dolor. Tras
terminar de dibujar el círculo. El encapuchado situó una de sus manos en el
torso ensangrentado del hombre. Y acto seguido pronunció unas palabras
ininteligibles. Y la línea del círculo comenzó a emanar una luz lila muy brillante
que alumbró el garaje por totalidad. Mientras el encapuchado seguía
pronunciando aquel discurso de palabras raras, el ángel se elevó en el aire cómo
si flotara en él. Y a su vez, la luz lila se iba haciendo más potente. De repente,
cuando el encapuchado terminó su discurso, la luz lila dibujó un trayecto en el
aire, hasta llegar a él, y cómo si le estuvieran recargando las pilas, el hombre
sonrió y gritó. Tras unos segundos de dolor y terror, el ángel cayó sobre la silla
de madera y la rompió. Su cuerpo yacía sobre el frío suelo del garaje, sin vida. Y
ahora su poder lo poseía el hombre encapuchado. Finalmente, X se arrodilló a
los pies de su amo y le besó los zapatos, con todo tipo de elogios. Ya estaba,
acababan de matar a un ángel más, ya les quedaban menos. ¿Quién sería el
próximo?
Naomi Misora
1
Naomi Misora, había tenido una infancia terrible. Tuvo que aceptar los
malos tratos de su padre durante más de ocho años. Aguantó sola el
sufrimiento, por qué no tenía el hombro de una madre en el que poder llorar. Y
encima carecía de amistades. El tiempo transcurrió, y por fin, pudo irse de casa.
Sin dinero, y con muy poco equipaje. Pero tras mucho sufrimiento, encontró
una luz en el camino.
Raye Pember, no destacaba en nada, pero era un hombre honesto, sincero, y
pizpireto. Él no poseía mucho dinero, ni era el más g uapo que te pudieras
encontrar por la calle, pero con tan solo una cita, Naomi se enamoró de él. Sí,
fue un flechazo.
Y tras una segunda cita, en la misma semana. Ella se le declaró. Misora
había aprendido las lecciones que le había impartido la vida. Y no estaba
dispuesta a dejar pasar el mayor amor de su vida. Y arrodillada en el suelo de
un restaurante a las afueras de la ciudad, en un día en el que el frío calaba hasta
los huesos. Consiguió un sí.
En los siguientes dos años, tenía un hombre en el qué podía confiar, en el
que se podía apoyar. Y esos veinticuatro meses de su vida, llenos de felicidad,
llegaron a su curva final.
Todo transcurrió un veintitrés de Enero, tanto Naomi, cómo Raye, se
encontraban en una casa que se compraron, y que pagarían al banco durante el
resto de sus vidas. Acababan de volver de un supermercado, en el que
adquirieron un butacón que adornara el grandísimo salón que poseían.
Agotados, se acostaron dejando sus qué aceres a medias. Y se durmieron
plácidamente.
Pero el destino, pondría una última piedra en el camino de Misora, un
bache que no podría superar, el Jaque-mate que la dejaría fuera de la partida, o
mejor dicho, fuera de su vida.
Naomi se despertó hacia las tres de la madrugada, se le habían enfriado los
brazos drásticamente, los cuales solía tener fuera de las sábanas. Salió de la
cama, y al volver la vista, se percató de que su marido no estaba durmiendo
cómo esperaba. Entonces, elevó la mirada, y vio que la ventana estaba abierta.
Pero no recordaba haberla dejado de ese modo. Se extrañó. ¿La habría abierto
Raye? Podría ser, pero…
Naomi comenzó a llamar a su esposo, pero éste no respondía. Bajó las
escaleras, hasta alcanzar el primer piso, y en ese mismo instante. Una figura,
sumida en la oscuridad, de largas alas, agarraba a su marido, mientras bebía de
su sangre. ¿Un vampiro? No, un vampiro no tiene alas ¿qué podía ser?
Misora se quedó sin aliento, pero ni se inmutó, el miedo le había
comprimido todos los órganos del cuerpo. Y parecía más bien una estatua. Pero
en un descuido, cuando intentaba agarrar su pistola de la chaqueta que había
dejado colgando en el perchero. El crujido del suelo, alertó al monstruo que
poseía a su marido entre los brazos. Lo único de lo que Misora estaba segura,
era de que fuese lo que fuese el monstruo que agarraba a Raye, era de sexo
masculino, ya que podía ver perfectamente la luz de la farola de la calle
reflejada en su pecho.
El monstruo, dejó caer el cuerpo del fallecido Raye Pember sobre el suelo de
madera, manchándolo con su sangre. Entonces, la figura se relamió los labios, y
agitó sus alas, volando hasta Misora.
Y en el último instante, su mano, sudada, agarró la pistola, y con ella,
apuntó hacia su objetivo, y entonces, apretó el gatillo, una, dos, y hasta tres
veces. La primera bala dio de lleno en el cuello del monstruo, la segunda, falló e
impactó en la pared, cerca del marco de la puerta entre abierta. Pero el tercer
disparo si le dio, justo en el centro del pecho. A continuación, la figura
demoníaca emitió un grito agudo, dolorido, y sangrando a chorros, se giró y
salió volando fuera de la casa. Y se perdió en el cielo.
Los dos siguientes días, decenas de policías investigarían la muerte de Raye
Pember. Y todos ellos, tomarían de estúpidas las declaraciones de Naomi
Misora. Poco después se le empezó a considerar la principal sospechosa. Pero
enseguida tuvieron que retratarse, pues a su marido le habían mordido en el
cuello, y la huella de los dientes no se correspondía con los de ella.
2
El tiempo transcurrió, pero Naomi no podía olvidar. ¿Quién le iba a
devolver a su marido? El asesino debía morir. Y sin la ayuda de nadie, y en el
más absoluto silencio, comenzó su andadura hacía, lo que ella consideraba,
justicia.
Pero por mucho que lo intentara, no encontraba nada. Ninguna pista, nada.
Entonces lo supo, ella era la elegida, ella y sólo ella, acabaría con la maldad
habida en la tierra.
Lo que Naomi no sabía es que habría muchos más baches para ella en el
camino, y aunque ella considerara estar haciendo el bien, el cual nadie más se
atrevía a hacer, las cosas no le saldrían simplemente por las buenas.
Habían transcurrido dos meses y una semana desde que su marido fuera
asesinado a sangre fría. Era de noche, pero no quedaban estrellas en el cielo,
éste, yacía vacío en la más absoluta oscuridad. Naomi se dirigía de vuelta a
casa. Montada en el tren, cabizbaja, con los auriculares del mp4 a toda potencia.
El sonido llegaba a las personas más próximas a ella, y les adhería el pegajoso
ritmo de las canciones que escuchaba. A tan solo cuatro paradas de su bajada, y
con los congelados que había comprado en proceso de descongelación, seis de
las nueve personas que estaban en el vagón bajaron, cada una a sus cosas. Y
sólo quedaron tres, ella, un joven que rondaría los dieciocho años, y otro
hombre de treinta tantos. Y en el mismo momento en el que el tren se disponía a
arrancar, otros dos hombres (más bien chavales) se subieron.
La diversión comenzaría a los pocos minutos, tras dos paradas más. La
misma gente yacía en el vagón. Y en uno de esos segundos de absoluto silencio
comenzó todo. Uno de los dos chavales que se habían subido al tren, se levantó,
y se aproximó al otro joven, que escuchaba música.
- ¡Eh, mira Simón, tiene el último iPhone! – llamó la atención del joven
tocándole en el hombro, y él alzó la vista. Asustado.
- Es el nuevo iPhone ¿no? – le preguntó el otro, alto, de cabello rubio largo,
y vestido con un pantalón muy ancho, y una camiseta gigantesca que le llegaba
hasta las rodillas.
- ¡Eh, contesta! – le gritó el más bajito. Se abalanzó rápidamente sobre él, y
le agarró por el cuello de la chaqueta, lo levantó de un empujón, y cerró la
mano en un puño, mostrándosela, amenazador.
- ¡Te ha dicho que contestes!
- S… sí – dijo finalmente el joven, acongojado.
- ¿Sí qué? – masculló el bajito.
- Qué sí, sí es el nuevo iPhone.
- Muy bien, pues déjamelo – se lo arrebató de las manos, arrancándole los
auriculares de las orejas.
- ¡Qué chulo tío, sí que mola! – gritó el alto. Emocionado. Tanto Naomi
como el hombre de treinta tantos años contemplaban la escena sin inmutarse.
- Por favor, cuidado, es nuevo… y – Simón, el rubio, lo golpeó
fuertemente, provocando que el joven, cayera en el asiento, sangrando por el
labio.
- Por favor… por favor… es un regalo… - el muchacho suplicaba.
Aterrorizado. La sangre le caía por la barbilla, ensuciando su camiseta blanca.
El ambiente era tenso, y oscuro. El hombre de treinta tantos temía por su
integridad física, quería bajar de allí en la próxima parada, pero no llegaba, y se
le estaba haciendo interminable el viaje.
Mientras tanto, Misora contemplaba la escena, no movía ni un solo
músculo, después de lo que había vivido un par de meses atrás, nada la
asustaba, y menos un par de mocosos.
Y por fin, el tren alcanzaba su siguiente destino.
- Vete de aquí gilipollas – le dijo el rubio al joven, que se resbaló del
asiento y aterrizó en el suelo.
Las puertas por fin se abrieron, y el chaval salió disparado, mientras los
otros dos se reían a carcajadas, manejando el iPhone entre sus manos. El
siguiente en abandonar el vagón fue el hombre de treinta tantos, en el cual los
chavales ya se estaban fijando, interesados.
Misora seguía a lo suyo, escuchando la música de su mp4. Pero los chavales
ya se sentían atraídos por su presencia.
- Mira ésa – le dijo el bajito al rubio.
- Está buena – añadió el otro.
Se le acercaron.
- ¿Eh buenorra, quieres mamármela? – gritó el rubio, y comenzaron a
reírse.
Misora alzó la mirada y la posó en los ojos de ambos, fijamente, no les
temía, y no tenía que pronunciar ni una palabra para comunicárselo.
- ¡Eh tía, no te atrevas a mirarnos de ése modo! – gritó el bajito.
Le puso una mano en la cara. Y ella se la quitó con violencia. Cómo cuando
quieres matar a una mosca.
- Hija de puta – masculló el bajito. Y se sacó una navaja del bolsillo, se la
acercó a la garganta, pinchándola con el filo de ésta.
- Venga, puta, ¡chúpamela! – dijo, tocándose por encima del pantalón, su
amigo rió. Ni que fuera gracioso. Acto seguido, el bajito, se quitó el pantalón,
sin apartar el filo de la navaja de la garganta de Misora. Sacó su pene, y lo
agarró con fuerza, dio un paso.
- ¡Chupa puta! – gritó.
El alto, posó su gran mano en la cabeza de Naomi, y la empujó hacia
delante para que complaciera a su amigo.
- ¡Chupa!
- Niñatos… - susurró Misora. Sacó la pistola que guardaba, y apuntó al
muchacho con los pantalones bajados.
- ¡Puta! – gruñó el bajito.
Y entonces, Misora, disparó. La primera bala atravesó la frente del bajito, e
impactó en el cristal que había detrás de él. El otro muchacho, se quedó en
blanco, intentó escapar, se giró, pero Naomi no tenía compasión con gente
como esa, y volvió a apretar el gatillo.
Cuando llegó su parada, Misora abandonó el vagón, amarrando las bolsas
con los congelados en proceso de descongelación, y dejando los dos cuerpos de
los jóvenes, cuya sangre manchaba el suelo. Ella se alejó por su camino, cómo si
no hubiera ocurrido nada, limpió su pistola a escondidas, y la guardó debajo de
la almohada cuanto llegó a casa. Mientras, en su mente, no dejaba de repetirse
la misma escena, cuando el cuerpo del primer joven al que había disparado caía
al suelo, y el segundo intentaba escapar, y ella volvía a apretar el gatillo. Pero
no tenía ningún remordimiento, acababa de matar a dos escorias que
seguramente se hubieran convertido en asesinos posteriormente.
3
El asesinato se anunciaba en todos los noticiarios, lo anunciaban de ésta
forma: Asesino mata a dos pobres chavales.
<<Pobres>> repitió Misora en su cabeza, con tono burlón. Si hubieran sido
ellos quienes contemplaran por lo que ella había pasado… No tenían ni idea.
La policía estaba metida de lleno en el caso, pero no encontraban ninguna
pista. Nada podía llevarlos hasta Naomi Misora.
Ella pasaba las horas en su casa, con el helado de chocolate en una mano, y
en la otra una gran cuchara metálica. Vestía su pijama rosa con ositos
estampados. El mismo pijama que había llevado la noche de bodas, hasta que
llegó el momento cumbre del día.
El timbre sonó en el piso inferior del chalet, y mientras el eco languidecía en
las habitaciones, Misora descendió perezosa por la escalinata de mármol blanco.
Tras un segundo sonido, alcanzó la puerta y la abrió. Molesta.
- Hola – la saludó Joey.
- ¿Qué haces tú aquí? – le preguntó ella, mientras lo perseguía con la
mirada, y contemplaba cómo se adentraba en su casa, y se desplazaba por ella
con tanta naturalidad.
- ¿Qué pasa, qué no puedo visitarte de vez en cuando? – el policía cogió
una cerveza y la medio vació de un solo trago.
Naomi seguía parada con la puerta abierta, y con el pomo aún en la mano.
- ¿No te alegras de verme? – preguntó el policía. Joey, era un hombre
divorciado, pesado, pero amable y cariñoso. Había sido el primer novio de
Misora.
- ¿Acaso no trabajas? – opinó Naomi, subiendo de nuevo por la escalinata,
reluciente.
- ¿Trabajar? – se extrañó el policía – pero si es sábado.
Naomi se dio la vuelta.
- ¿Es sábado? – se preguntó a sí misma. Confusa y dubitativa.
- Se me pasa el tiempo volando – confesó.
- Pues no sabría decirte si le encuentro algo positivo a eso – añadió el
policía.
Joey tenía una estatura mediana, más o menos rondaba el metro setenta, y
apenas le sacaba una cabeza a Naomi – si ella no llevaba tacones-. El policía,
poseía una gran barriga cervecera que se había aposentado con los años en su
cuerpo, y que parecía no tener pensado abandonarlo. Tenía el pelo rapado al
uno, y casi siempre vestía de negro, y si no era del color ya nombrado, lo hacía
con colores oscuros. Pero nunca se ponía, claros, o brillantes. Él no.
Y cómo él solía decir, los colores son para los que saben llevarlos, y para las
mujeres en general.
Sí, Joey estaba ciertamente chapado a la antigua.
- Lo que hay que ver – opinó Joey, al oír la noticia del día.
Misora se giró bruscamente.
- ¿Realmente te lo crees? – le preguntó.
- ¿El qué, que esos pobres chicos han sido asesinados a sangre fría? –
añadió el policía.
- No, que realmente ellos no merecieran eso.
- ¡Por dios Naomi! ¡son sólo dos chicos de entre veinte y veintitrés años,
tenían toda la vida por delante! ¿¡Cómo van a merecer ser asesinados de esa
forma!? En serio, ni el peor de los asesinos tendría que pasar por esto.
- ¡Ah, entonces, según tú, el asesino de Raye, sólo tiene que vivir
encerrado en una cárcel, mientras le dan de comer, y vive como si fuera normal!
¡Y encima vete tú a saber cuántos años le caerían por ello!
- Misora, recapacita, eran tan solo jóvenes con toda la vida por delante ¡y
encima ellos no han matado a nadie!
Ambos se miraron en silencio. Repasando la conversación. Los dos eran
muy tozudos y cabezones, y ninguno le daría la razón al otro.
- Está bien, pues ya te puedes largar de mi casa – le indicó Misora. – no
quiero a gente como tú aquí.
- ¡Misora, pero qué coño te pasa! Tan solo he dicho que nadie se merece
una muerte así.
Naomi, indignada, y con lágrimas en los ojos que le nublaban la vista, de
acercó a su amigo, y antes de correr al cuarto de baño a llorar a pierna suelta le
dijo unas últimas palabras al policía.
- Raye, tampoco se merecía ésa muerte.
- ¡Misora! – llamó el policía.
- ¡No, vete, fuera de mi casa, déjame en paz!
Joey dejó la cerveza suavemente en la mesa de cristal. Bajó los pies de ésta,
y se encaminó hacia la escalinata de mármol.
Suspiró, mientras subía un escalón tras otro.
Desde allí escuchaba llorar a su amiga. Persiguió el sonido, hasta dar con su
paradero.
Joey, tocó la puerta del baño con los nudillos un par de veces.
- Naomi, por favor…
- ¡Qué te vayas he dicho, déjame tranquila!
- Por favor, Misora, lo siento. Lo siento de verdad, es verdad que Raye no
merecía dejar este mundo de una forma tan violenta. Pero por favor, ábreme la
puerta. Hagamos las paces.
Joey agarró el pomo de la puerta y con un giro de muñeca, consiguió que se
abriera.
Dio un par de pasos hasta Naomi, la cual yacía en el suelo, tirada de mala
manera, acurrucada en una esquina, llorando, con la frente apoyada en las
rodillas, y el rímel corrido.
Joey se sentó junto a ella, y la abrazó fuertemente.
- Te quiero. – le dijo al oído, apretándola contra su pecho - ¿lo sabes
verdad?
Hubo un pequeño silencio.
- ¿Sabes qué te quiero, no? – insistió el policía.
Misora simplemente se limitó a asentir con la cabeza.
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Manual de Psicomagia
Alejandro Jodorowsky
El Secreto
Rhonda Byrne
Harry Potter y la piedra filosofal
J.K. Rowling
Crepúsculo
Stephanie Meyer