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ENTREVISTA A MASSIMO RECALCATI *Massimo Recalcati reside en Italia. Director Científico del “Istituto di Ricerca di Psicoanalisi” (IRPA) Fundador de “Jonas: Centro de investigación de nuevos síntomas” Docente CEPUSPP (Centre Einseignement Postgradue en Psychiatrie et Psychotherapie) de Lausana ¿Cómo definiría la anorexia y la bulimia en la contemporaneidad? Uno de los rasgos fundamentales de la contemporaneidad consiste en un debilitamiento generalizado del lazo con el Otro. El sujeto contemporáneo aparece, en este sentido, como desprendido del Otro, a la deriva. Como muchos han señalado, la potencia simbólica del gran Otro se ha debilitado irreversiblemente, y el nuestro es un tiempo, como decía Adorno en Minima Moralia, del goce monádico, es decir de una exasperación del individuo que excluye la dimensión trans- individual del sujeto. Siguiendo a Lacan, debemos de hecho distinguir entre individuo y sujeto. Ante todo porque el sujeto se encuentra estructuralmente dividido en cuanto a lo que implica, en lo más íntimo suyo, la presencia del Otro (del deseo y de la alteridad con la que está constituido) y por lo tanto no es del todo asimilable al individuo que, por el contrario, ya desde su etimología significa un ente “sin división”. El goce de la monada es, en este sentido, una alternativa a la experiencia subjetiva del deseo como apertura hacia el Otro. En nuestros tiempos, la hegemonía del discurso del capitalista sostiene una nueva ilusión respecto al de la religión y de la razón positivista. Sostiene la ilusión del objeto del deseo como encarnado en el objeto de goce, es decir la ilusión de que es posible, por medio del

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ENTREVISTA A MASSIMO RECALCATI

*Massimo Recalcati reside en Italia.   Director Científico del “Istituto di Ricerca di Psicoanalisi” (IRPA)  Fundador de “Jonas: Centro de investigación de nuevos síntomas”  Docente CEPUSPP (Centre Einseignement Postgradue en Psychiatrie et   Psychotherapie) de Lausana

¿Cómo definiría la anorexia y la bulimia en la contemporaneidad?

Uno de los rasgos fundamentales de la contemporaneidad consiste en un debilitamiento generalizado del lazo con el Otro. El sujeto contemporáneo aparece, en este sentido, como desprendido del Otro, a la deriva. Como muchos han señalado, la potencia simbólica del gran Otro se ha debilitado irreversiblemente, y el nuestro es un tiempo, como decía Adorno en Minima Moralia, del goce monádico, es decir de una exasperación del individuo que excluye la dimensión trans-individual del sujeto. Siguiendo a Lacan, debemos de hecho distinguir entre individuo y sujeto. Ante todo porque el sujeto se encuentra estructuralmente dividido en cuanto a lo que implica, en lo más íntimo suyo, la presencia del Otro (del deseo y de la alteridad con la que está constituido) y por lo tanto no es del todo asimilable al individuo que, por el contrario, ya desde su etimología significa un ente “sin división”. El goce de la monada es, en este sentido, una alternativa a la experiencia subjetiva del deseo como apertura hacia el Otro. En nuestros tiempos, la hegemonía del discurso del capitalista sostiene una nueva ilusión respecto al de la religión y de la razón positivista. Sostiene la ilusión del objeto del deseo como encarnado en el objeto de goce, es decir la ilusión de que es posible, por medio del consumo del objeto de goce, curar las heridas que inflige la realidad humana, y que la vuelve estructuralmente precaria y faltante.

La producción electrizada de la pirotecnia de los objetos-gadgets envuelve al sujeto híper-moderno en una atmósfera de manías colectivas. El lazo, la relación con el Otro y la dimensión del intercambio erótico-amoroso que esto implica cede lugar a la relación unilateral con la serie ilimitada de partners-inhumanos. La anorexia y la bulimia son dos declinaciones ejemplares de esta sustitución y de esta nueva (y post-humana) versión del lazo social. Para la anoréxica, el partner fundamental se vuelve su propia imagen idealizada. El mundo se reduce a la superficie lisa y aséptica del espejo. Su pasión es una pasión de consistencia: lograr ser idéntica a su imagen ideal. Su empresa es un dominio: gobernar el cuerpo, ejercitar un dominio de la voluntad sobre su apetito haciendo en realidad de esta voluntad el lugar superyoico de un goce pulsional. Eso que los Kestemberg han definido precisamente como el “vértigo de la dominación”, que perturba la posición pulsional del cuerpo regulado de la castración simbólica e impone la renuncia a un estilo de vida, a una forma invertida, post-humana, de dandismo. Y sin embargo sabemos que la

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prolongación de la abstinencia genera a su vez un fenómeno incontrolable del cuerpo, el de la producción de endorfinas que invisten al sujeto de una corriente de excitación.

Por el contrario, en el caso de la bulímica asistimos a la actividad pura de la pulsión, y no a su interdicción fanática, llevada a un primer plano: aquí no cuenta el objeto que se come sino solo la propia actividad de comer. Esta compulsión a comer todo constituye el punto de máxima convergencia de la bulimia con el nuevo imperativo social que regula el programa -los objetivos- de la Cultura: lo que cuenta no es qué objeto se consume sino la propia actividad de consumo, el “consumo del consumo”, como ha dicho Baudrillard. Es este el otro aspecto del súper-yo contemporáneo. Si el higienismo fundamentalista de la anorexia lleva a una exasperación pulsional de la voluntad kantiana, la devoración bulímica exalta la función sádica del goce como nueva forma del súper-yo social.

¿Qué es la clínica del vacío? ¿Cómo se articula la clínica del vacío con la clínica psicoanalítica?

La expresión “clínica del vacío” ha sido propuesta para definir en primer término una metamorfosis que ha investido al sujeto llamado post-moderno. Se trata de esa metamorfosis que tiende a reducir la dimensión subjetiva de la falta en ser y la del deseo, en la de un vacío, ya sin ningún lazo con el deseo. Por lo tanto debemos distinguir el propio vacío de la clínica del vacío, de la falta producida por el corte significante. La reducción de la falta a vacío comporta en primer término un efecto de falso dominio. La falta trasformada en vacío ofrece la ilusión de que el vacío se puede llenar, como ocurre en la bulimia o en otras formas de dependencia patológicas adictivas, o como ocurre con la anorexia, donde la ilusión es que ese vacío puede osificarse, volverse pleno y centro de gravedad –y de goce– del sujeto. En segundo lugar, con la expresión “clínica del vacío” hemos querido definir una clínica que ya no puede ser pensada a través de la centralidad del binomio represión-retorno de lo reprimido –al que hace referencia la noción freudiana de síntoma–, sino que exige colocar en su centro el binomio angustia-defensa. Este cambio supone una cierta decadencia de la experiencia subjetiva del deseo frente a la emergencia, en lo social, del goce que se presenta siempre más imbricado con la actividad de la pulsión de muerte. El binomio angustia-defensa se orienta a entender el debilitamiento, la decadencia contemporánea del síntoma; la anorexia-bulimia, así como las estrategias pulsionales, al suprimir el lazo con el Otro y su inevitable inestabilidad, conducen exclusivamente a enfatizar un goce alternativo al sexual. Pero conducen también a encuadrar esos fenómenos psicopatológicos allí donde ya no se halla en el centro la ruptura del lazo social o la desviación de la norma, sino una adhesión excesiva. La clínica del vacío es en este sentido también una clínica de la falsa adaptación, del disfraz, del yo (moi), de la normalidad o, como diría Bollas, de la personalidad “normótica” que, a diferencia de los cuadros clásicos de la psicosis, no rompen con la realidad cotidiana, sino que rompen el lazo con su deseo, alienándose en identificaciones sociales rígidas. Se trata de ese campo clínico que Lacan, en la Cuestión preliminar, llamó “psicosis sociales”, en las que no prevalece la ruptura con el “buen orden” sino su asimilación a-crítica. Es este el vértice teórico de lo que estudiamos en Italia, colaborando con el Ministerio de las Políticas Juveniles: el poder del ícono social del cuerpo flaco en la difusión epidémica de la anorexia entre las mujeres jóvenes. En síntesis: la “clínica del vacío” no es solo una clínica de la des-inserción (débranchement), para retomar un término propuesto por Miller, sino también una clínica de la adhesión excesiva a los semblantes sociales. Esto significa que en el uso que hacemos de esta categoría, no utilizamos la experiencia del vacío como indicio de una estructura determinada de la personalidad, como sí

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ocurre para Kernberg, quien considera el aspecto del “vacío crónico” o del “vacío difundido” como un rasgo específico de la personalidad border-line. La perspectiva de la “clínica del vacío” no supone la existencia de una personalidad border-line, sino que es ella misma la que se coloca como una clínica border-line. En este sentido adviene la centralidad del binomio angustia-defensa, puesto que ya no se coloca en su centro al sujeto del deseo, y se problematiza la discontinuidad del diagnóstico diferencial. De hecho, no es evidente si en los sujetos que se presentan a raíz de los llamados nuevos síntomas se halla en juego una clínica de la forclusión, por lo tanto reconducible a la clínica de la psicosis, o una clínica de la represión, reconducible a la clínica de la neurosis. Forclusión y represión solo raramente se manifiestan con fuerza de evidencia. Se trata entonces de considerar la dificultad del sujeto para ubicarse en el psicoanálisis en una relación de deseo con el Otro sin saber si esta dificultad es un indicio de una ausencia forclusiva del Nombre del Padre o de una dificultad del sujeto de vitalizar fálicamente su existencia. En este sentido la clínica del vacío es una clínica suspendida, border-line, radicalmente bajo transferencia, porque será solo la relación analítica la que va a orientar el diagnostico diferencial.

¿Qué relación hay entre el cuerpo y el objeto a? ¿Cuál es el destino del objeto a en la bulimia y la anorexia?

Desde un punto de vista fenomenológico, anorexia y bulimia representan el derecho y el revés de una misma figura. Nosotros escribimos “anorexia-bulimia”, con guión, para indicar la pertenencia recíproca. La anorexia es, desde este punto de vista, una bulimia virtual, mientras que la bulimia sería la descompensación del proyecto de dominación pulsional de la anorexia. Desde el punto de vista del objeto pequeño (a) encontramos sin embargo entre ambas oscilaciones el mismo punto de vacío que caracteriza la actividad de la pulsión oral. La anoréxica lo incorpora, lo siente en el estómago, lo anhela activamente rehusándose a comer, o, mejor, como afirma Lacan, comiendo la nada, mientras la bulímica lo puede hallar solo en el clímax del goce: devora todo para alcanzar el vacío del objeto-seno. Quiere poner bajo los dientes el vacío de la Cosa, ese vacío que es imposible comer, en torno al cual se da siempre la actividad de la pulsión oral.

Particularmente, la anoréxica parece estabilizar una tensión especial entre alienación y separación. Mi tesis es que en la anorexia tenemos una separación-contra-alienación. ¿Qué significa esto? La anorexia invoca y practica de manera aparentemente radical la separación. En principio la separación respecto a la demanda del Otro y de modo más general a toda forma posible de demanda. No demanda nada, rechaza todo. Por otra parte, esta separación parecería que se produce sin pérdida -la cual es estructuralmente efecto de la pérdida del significante; el objeto pequeño a parece quedar del lado del sujeto en vez de ser trasferido hacia el campo del Otro. Es este el carácter radicalmente determinado que caracteriza a la elección anoréxica. La exigencia de la separación adviene por negación de la pérdida y no por su aceptación subjetiva. Se podría decir, acaso con un tono más kleiniano, que en la anorexia la separación adviene sin que vaya acompañada por un trabajo efectivo de luto. Se trata de una separación por voluntad y no por deseo.

En la bulimia y en la anorexia, ¿la intrusión de lo real en la cura, deja el objeto a de lado? ¿Qué relación se puede establecer entre la angustia y la anorexia?

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Desde un punto de vista general se puede afirmar que la anorexia, tendencialmente, carece de angustia, porque opera con una estrategia de evasión de la angustia. La apatía anoréxica quiere subvertir el carácter estructural de la angustia. Si la angustia marca la emergencia del objeto pequeño a como índice del carácter pulsional del cuerpo, la anorexia es un intento de cimentar la imagen, de sustraerla a las perturbaciones de la angustia, de modificar por medio de ella una idea del sujeto como pura identidad. El ser se solidifica rechazando la alienación significante. Si para Lacan la angustia manifiesta el espesor real del cuerpo pulsional, la anorexia erige un dique imaginario que busca ocultar esta alteridad interna. Para la anorexia la única experiencia posible de la alteridad es la del alimento y las calorías. Solo en la descompensación de la bulimia, la pulsión emerge nuevamente infringiendo el dique del yo ideal y exhibiendo el carácter acéfalo del movimiento pulsional.

Desde este punto de vista, la anoréxica refuta freudianamente a Heidegger: no es la nada sino el cuerpo lo que angustia. Por eso su objetivo –el de la anoréxica– consiste en llevar a cabo, por oposición al pánico que puede surgir cuando se debilita la anorexia, un dominio yoico-voluntarístico del cuerpo. Se trata de alejar el objeto de la angustia. Por esta razón hallamos en nuestros pacientes fobias infantiles relacionadas a ciertos alimentos y podemos hablar del problema, más general, de las relaciones entre prácticas anoréxicas y sistema fóbico-obsesivo…El intento por dominar al cuerpo adviene como idealización de la imagen especular. Con Lacan sabemos que una de las funciones fundamentales de la imagen es la de revestir el cuerpo pulsional dotándolo de límites (para Lacan el esquizofrénico es quien no tiene acceso al imaginario). Cuando el cuerpo pierde su imagen podemos tener distintos fenómenos clínicos. Por ejemplo la melancolía, que es de gran importancia para la clínica de la anorexia. Sin imagen narcisista, el cuerpo emerge como puro objeto-descarte, come kakon, real bruto, cuerpo privado del sentimiento mismo de la vida, cuerpo ya muerto.

Cuando el control anoréxico cede, se puede infiltrar la angustia. Es una infiltración que señala la imposibilidad para la imagen narcisista de revestir integralmente el cuerpo pulsional, el desprendimiento entre el cuerpo narcisista y el cuerpo erógeno. En la experiencia con el espejo, lo que puede angustiar se encuentra siempre en relación a un exceso de carne, de grasa que mancha la bella imagen, una suerte de residuo que encarna el objeto pequeño (a) como algo que resulta imposible de reflejar, algo que no puede ser especular. Por eso el tiempo de la pubertad continúa siendo un tiempo imbricado en el desencadenamiento de la anorexia. En la pubertad, es lo real del cuerpo lo que aflora en primer plano. El rechazo anoréxico no es aquí, ante todo, rechazo del objeto oral sino rechazo del cuerpo. Rechazo a tomar aisladamente las dos vías del rechazo del propio cuerpo en cuanto cuerpo sexual y rechazo del cuerpo del Otro en cuanto sede de goce y de deseo.

¿Cómo llegan a análisis las o los anoréxicos?

La labor del psicoanálisis en la cura de la anorexia-bulimia tiene como objetivo fundamental restablecer el sujeto del inconsciente. Esto significa considerar que la anorexia es una operación de purificación del inconsciente. Sorprende en estos pacientes el carácter híper-voluntarista de sus posiciones. El objeto no cede, no es transferido al campo de Otro. La ausencia de este

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movimiento, que Lacan en el Seminario XI definió como “transferencia primaria”, hace difícil la articulación de una cura analítica. El amor de transferencia falta en su apoyo fundamental. Solo la transferencia (salvaje) inviste el objeto-comida o el objeto-imagen. La monada de goce se opone radicalmente a la experiencia de amor como anudamiento de goce y deseo. La monada de goce rechaza el lazo con el Otro. Por esta razón la clínica de la anorexia nos enseña, a nosotros los psicoanalistas lacanianos, sobre la irrenunciabilidad de la categoría ética y clínica del deseo. Los mayores movimientos en una cura no se producen merced a la interpretación –desde este punto de vista ya Hilde Bruch aconsejaba actuar con estos pacientes más en virtud de la ignorancia que del saber– sino por una revitalización del deseo. Pero esta revitalización vuelve inevitable el pasaje delicado a través de la turbulencia de la transferencia negativa. La experiencia de odio es una constante en la cura analítica con pacientes anoréxico-bulímicos. El analista encarna de hecho la alteridad de objeto al que la anoréxica querría poder gobernar autónomamente. Sobrevivir al odio, y a la angustia para la supervivencia del paciente que se encuentra en una experiencia radical de odio bajo transferencia, se vuelve así, como indicó Winnicott, una tarea esencial del analista. Encarnar la alteridad de un objeto que, más allá del odio, puede causar el deseo. Por otra parte sabemos bien que los movimientos de erotización transferencial que vitalizan el deseo del sujeto son aquellos más propicios a desencadenar la interrupción de la cura.

¿La bulimia y la anorexia entre el amor y el deseo?

En "La última cena" propuse la idea de la anorexia como una enfermedad del amor. Para tener el signo del amor, de la falta del Otro, el sujeto anoréxico elige el camino desesperado del rechazo radical al goce. Aquí podemos aislar el rasgo histérico de la anorexia. También la bulimia me parecía orientada a la misma enfermedad: la ausencia del signo de amor viene compensada –como recuerda Lacan en el Seminario IV– por la devoración del objeto. Con La clínica del vacío me pareció necesario enfatizar otra dimensión, la del odio, el rechazo de la vida no como llamado de amor sino como ansias de muerte. Hay una gran diferencia entre la anorexia en tanto llamado de amor y la anorexia en tanto apetito de muerte. La reflexión de Lacan acerca de la anorexia reaparece siempre en los momentos tópicos de su enseñanza. Por ejemplo, cuando es evocada como figura clínica clave para acceder a la categoría de goce, come ocurre en los Complejos familiares, pero también en relación a la categoría de deseo, como vemos en el curso del Seminario IV y en su escrito sobre la Dirección de la cura. Sintéticamente, se puede considerar que esta suerte de doble lectura que propone Lacan del fenómeno de la anorexia (por un lado, lugar de un goce mortífero, melancólico-toxicómano; por el otro, estrategia de defensa y de separación del deseo del sujeto respecto del carácter sofocante de la demanda del Otro) enfatiza el doble ánimo que caracteriza al sujeto anoréxico como tal: manifestación del Todestrieb, apetito de muerte, deseo larval, ansias de destrucción, disminución radical, y aniquilación melancólica del sentimiento de la vida, nirvanización del principio de placer, pero también estrategia de separación orientada a diferenciar el estatuto del deseo al de la necesidad, carácter irreductible del deseo a la demanda del Otro, deseo como deseo de nada, deseo de Otro, enfermedad del amor, demanda radical del signo de amor.

Si en el amor convergen deseo y goce, la anorexia y la bulimia oponen deseo y goce y excluyen la

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conversión del amor. El deseo anoréxico es de hecho un deseo de muerte y el goce bulímico puede presentarse no solo como una forma de compensación sino también como una devastación pulsional.

Lo siniestro de la posibilidad de acceso a lo real

La ponencia de Luis Erneta gira en torno a tres actos fallidos:1- relato de un taxista en que una pasajera da una dirección equivocada y al llegar se sorprende e indigna, porque no es el lugar en el que debería estar pero enseguida cae en la cuenta de que se trata del lugar donde vive su ex novio. Explica Erneta para la sujeto su propio mensaje llega como volviendo desde lo real, soportado en su literalidad por el taxista, que se le aparece así como Otro absoluto. El sentimiento de horror no es ajeno a la situación, e impregna la escena .La reacción acusatoria no se hace esperar- dónde me trajiste? Revelando el plano imaginario en el que se reconstituye al modo paranoico la fractura que un instante antes amenazaba la constitución misma del sujetoNo duda en calificar la intervención del taxista de psiconalítica :”pensá bien, a vos te pasa algo” que da lugar al reconocimiento del deseo del sujeto, la anécdota relatada no deja de tener efecto de chiste, el taxista por medio de su palabra restituye lo simbólico suspendido- qué dónde te traje? Donde deseabas, a la casa de tu ex novio. Deseo transitoriamente forcluido.2-se trata de un lapsus, también una equivocación en la dirección que una analista” casi” da a una mujer que deseaba analizarse con ella. Luego relata haberse quedado con una sensación de horror al pensar en lo que podía haber ocurrido.La otra dirección era la del consultorio de su marido médico. La derivación viene de la supervisora de esta psicóloga.El lapsus adquiere para el sujeto la connotación de algo así como un acto esbozado, que de haberse realizado hubiera conducido a una situación tragicómica a quién solicitaba la entrevista.La dominancia de la construcción imaginaria es signo, aunque sea por un instante del fracaso de toda mediación posible con ese real e implica barrimiento del orden simbólico,que promueve y mantiene la distancia entre estos dos registros.3- Se trata de una anécdota de Freud relatada en” Lo siniestro”: situación de viaje en tren, en un compartimiento y de repente ve que se introduce en él un hombre con gorro de dormir y bata.Cuando se dirige a él para advertirlo de su error, descubre con sorpresa que se trataba de su propia imagen reflejada en el espejo. A la sorpresa se agregó una sensación de disgusto.Puntúa algunos elementos del relato – un movimiento temporal por el cual el sentimiento de lo siniestro surge retrospectivamente, una vez reconstituido el juicio de realidad, transitoriamente suspendido, al que se une cierta reacción en realidad cómica (jubilosa).La finalidad del texto es trasmitir con estos relatos de estas experiencias ciertas modalidades de emergencia de lo real en el sujeto que no implican una estructura psicótica.La aparición de la angustia sería la señal de la emergencia de lo real.Se trataría entonces de definir y situar los parámetros que Freud puntualiza como condición de

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posibilidad de la producción de lo Unheimlich e inscribir dicha condición en el marco más abarcativo de una teoría del sujeto, restringida a su constitución.Erneta propone a modo conclusivo: “podría pensarse una posición constitutiva nunca del todo superada, en el sentido freudiano, que seria la matriz de lo que en el, orden del hecho psicótico nombramos como” forclusión”, y que nos ubicaría ante un mecanismo que es normal en todo sujeto…”Ana Larrosa y Marta Peña