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Page 1: Enseñanza en valores morales y ciudadanos, condición para una formación integral

Enseñanza en valores morales y ciudadanos:

Condición para una educación integral

Por Víctor M. Figueroa Cansino

Introducción

El propósito central del presente ensayo es mostrar la necesidad de incluir

expresamente la enseñanza en valores morales y ciudadanos en los currículos

académicos que tienen como objetivo una educación integral de los educandos.

Colateralmente se propone el tratamiento didáctico transversal de la temática

moral y ciudadana como la mejor vía de aprendizaje.

En el primer apartado se analizan los fines de la educación ostentados por los

paradigmas que más han influido hasta la fecha en el ámbito educativo. Se parte

del supuesto de que la determinación de incluir o no la enseñanza moral y

ciudadana en un currículo académico y, sobre todo, de sus fines u orientaciones,

de sus contenidos y de su tratamiento didáctico, se fundamenta o se comprende a

partir del paradigma o enfoque global adoptado.

Intentamos dar respuesta en este primer apartado a las interrogantes siguientes:

¿Cuáles son los principales paradigmas en las ciencias de la educación? ¿Tales

paradigmas plantean clara y expresamente la naturaleza y fines de la educación?;

¿Existen fines educativos compartidos por los paradigmas más relevantes de este

campo?.

En el siguiente apartado, a la luz de los fines educativos examinados en la primera

parte del trabajo, se vierten argumentos sobre la necesidad de contemplar la

enseñanza de valores morales y ciudadanos en los planteamientos curriculares

que persiguen una formación integral del educando como condición sine qua non

para vincular o lograr la coherencia entre los fines del currículo y los

1

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requerimientos sociales. Se trata de contestar a los siguientes interrogantes: ¿Es

la búsqueda de la formación integral del educando una característica de los

planteamientos curriculares correspondientes a la escuela moderna típica de las

sociedades industriales? ¿Aún aceptando los planteamientos del paradigma

sociocrítico, la escuela moderna presenta avances innegables para la humanidad

que es necesario preservar y apoyar?

En el apartado final, previo a las conclusiones, se exponen algunas orientaciones

que a juicio de varios autores y en nuestra opinión deberían de ser retomadas por

quienes elaboren algún currículo escolar que expresamente incluya la enseñanza

de valores morales y ciudadanos. Son orientaciones tendientes a romper con las

propuestas tradicionales de enseñanza de la moral.

Se trata de responder básicamente la siguiente pregunta: ¿En el marco de un

currículo de avanzada que pretenda la educación integral de los educandos, a que

orientaciones debe atenerse una propuesta de enseñanza escolar sobre valores

morales y ciudadanos?

Tal como podrá observarse en las conclusiones y a través de este ensayo, apoyo

mis observaciones y opiniones en los planteamientos de tratadistas vinculados y

comprometidos con una educación, crítica, integral y centrada en la persona y con

la búsqueda de un desarrollo social con justicia y libertad.

1.- Fines sociales y paradigmas de la educación

¿Cuales son los fines sociales de la educación?; ¿Las escuelas modernas deben

otorgar una enseñanza integral o una especializada? Como en todo tema ubicado

en el área de las ciencias sociales, la respuesta a las interrogantes anteriores

dependerá del paradigma que se adopte como marco teórico de referencia.

Debido a ello es pertinente detenernos a hacer un breve repaso de las

características de los paradigmas vigentes más relevantes en las ciencias de la

2

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educación, adoptando el sentido que T. Kuhn le dio a dicho término en su obra

clásica, Las revoluciones científicas, esto es, como un esquema teórico o modo de

percepción y comprensión del mundo adoptado en común por los miembros de

determinada comunidad científica.

Respecto a los paradigmas representativos de las ciencias de la educación en la

actualidad, me parece apropiada la clasificación –un tanto simplificada- elaborada

por Koetting.1 Este autor propone esquemáticamente la presencia en la

investigación educativa de tres grandes paradigmas, a saber: el positivista, el

interpretativo y el socio-crítico, cuyos rasgos, tomados en parte del esquema del

autor citado, exponemos a continuación:

El positivismo. Éste paradigma educativo también denominado cuantitativo,

empírico-analítico, racionalista, etc., ha sido desde el siglo pasado el paradigma

dominante en nuestro medio educativo ha través de las aportaciones de diversos

filósofos y pensadores sociales.

Su concepción ontológica y epistemológica la podemos resumir en los siguientes

postulados:

El mundo existe real y objetivamente fuera de la conciencia del sujeto y lo

podemos explicar, predecir y controlar porque tiene cierto orden y

uniformidad y está gobernada por leyes que pueden ser descubiertas y

descritas por la ciencia.

La ciencia tiene un método único que es el científico, el cual es

fundamentalmente hipotético-deductivo y ostenta como criterio universal de

verdad la verificación o contrastación hipótesis-realidad.

La ciencia se hace al margen de toda valoración e ideología y su fin es el

establecimiento de leyes o uniformidades sobre la realidad que sean útiles

para el dominio del hombre sobre la naturaleza y el progreso humano.

En lo educativo se orienta al descubrimiento de leyes sobre este campo y a

la elaborar de teorías científicas que guíen la acción educativa.

3

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Los fines asignados a la educación los podemos sintetizar en los planteamientos

de E. Durkheim y de J. Dewey. Para el primero,

“La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquéllas

que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social.

Tiene por objeto –fin- el suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de

estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política

en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente

destinado.”2

Se pude observar como para Durkheim la educación debe ser integral en el

sentido de preparar no sólo en los conocimientos de las ciencias, sino también en

lo físico y moral. Debe ser general en algunos aspectos, como en la educación

laica y moral que propone para el ejercicio de la ciudadanía republicana; pero

también debe ser especializada e individualizada, esto es, debe preparar para el

desempeño de funciones sociales específicas.

Las características clave que le asigna Durkheim a la educación como factor de

socialización y de especialización marcan una diferencia abismal con las

concepciones educativas kantianas dominantes de su época. La educación como

acto individual de desarrollo armónico de las facultades humanas al margen de los

requerimientos sociales es una concepción idealista que no se observa en ninguna

sociedad pasada o presente, señala Durkheim. Muy al contrario, dice, toda

sociedad, de acuerdo a su particular grado de desarrollo y necesidades de diversa

índole, tiene su propia idea de hombre o naturaleza humana a formar. En la

sociedad industrial de su tiempo, Durkheim interpretaba que ésta le exigía al

sistema educativo la preparación laica en conocimientos, estados (morales,

físicos) o habilidades para el ejercicio de la ciudadanía republicana y de las

funciones sociales específicas de los individuos como miembros de determinado

grupo o clase social, colectividad, profesión, etc.

4

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Conciente o inconcientemente, Durkheim resalta el papel insustituible de la

educación escolar para el mantenimiento del nuevo orden social, de su progreso y

de la solidaridad social correspondiente. No me parece que Durkheim ignore la

función ideológica de la educación o su uso político por parte de los grupos o

clases dominantes, así como no ignora la importancia del análisis psicológico para

entender completamente el acto educativo. Lo que sucede es que la preocupación

personal y social de Durkheim es diseñar una visión sociológica y educativa que

contribuya al establecimiento de una sociedad republicana fuerte, con relaciones

sociales armónicas y en progreso o cambio contínuo. Su propuesta de educación

moral es central para tal proyecto.

En tiempos más recientes, J. Dewey, considerado uno de los filósofos

norteamericanos más sobresalientes del siglo XX, aunque inspirado en la filosofía

pragmatista mantiene la línea durkheiniana sobre los fines de la educación y su

estrecha relación con el desarrollo social y económico. Pero va más allá que

Durkheim al proponer estrategias pedagógicas y didácticas para lograr los

objetivos educativos y, a diferencia de su antecesor, asignar a la educación fines

relacionados con el desarrollo personal del educando.

Contrario a la concepción tradicional de una educación pasiva, memorista y

centrada en el programa, plantea que, “las personas consiguen realizarse

utilizando sus talentos peculiares a fin de contribuir al bienestar de su comunidad,

razón por la cual la función principal de la educación en toda sociedad

democrática es ayudar a los niños a desarrollar un “carácter” –conjunto de hábitos

y virtudes que les permita realizarse plenamente de esta forma. Consideraba que,

en su conjunto, las escuelas norteamericanas no cumplían adecuadamente esta

tarea.”3

La mayoría de las escuelas empleaban métodos muy “individualistas”. Dewey

afirmaba que para que la escuela pudiera fomentar el espíritu social de los niños y

desarrollar su espíritu democrático –aspectos centrales en su propuesta

educativa- tenía que organizarse en comunidad cooperativa.

5

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Dewey, al igual que Durkheim y la educación convencional de su época, señala

también como objetivos educativos la asimilación del conocimiento acumulado de

la humanidad (ciencias, historia, artes, etc.), de habilidades básicas (saber leer,

escribir y contar) y de capacidades como el pensar científicamente y expresarse

estéticamente. Sin embargo, sostiene uno de sus biógrafos, en lo “que se refiere a

los temas de estudio, los objetivos educativos de Dewey eran bastante

convencionales, sólo sus métodos resultaban innovadores y radicales”.4

Paradigma interpretativo. También conocido como cualitativo, fenomenológico,

naturalista, humanista y etnográfico, sus postulados básicos son los siguientes:

Rechazo tanto del carácter científico de la ciencia por su capacidad de

explicar, predecir y controlar la realidad como del monismo metodológico.

La realidad es dinámica, múltiple y holística y mas que descubrirse, se

construye.

Lo social no está sujeto a leyes generales o caracterizado por regularidades

subyacentes, por lo que los investigadores sociales deben centrarse en la

descripción y comprensión de lo que es único y particular del fenómenos

estudiado más que en lo generalizable. El conocimiento es ideográfico, no

nomotético.

Para el caso de las ciencias sociales y de la educación, su centro de

atención debe ser el estudio de los significados –comprensión- de las

acciones humanas –interacción- y de la vida social, tomando como criterio

de verdad no la verificación de las hipótesis sino, entre otros elementos, el

acuerdo intersubjetivo.

Este paradigma se centra, dentro de la realidad educativa, en comprender

la realidad educativa desde los significados de las personas implicadas y

estudia sus creencias, intenciones, motivaciones y otras características del

proceso educativo no observables directamente ni susceptibles de

experimentación.

6

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Jean Piaget, declarado anticonductista, es uno de los precursores más relevantes

del paradigma interpretativo, aún cuando se le conoce como fundador del

paradigma psicogenético en psicología educativa. Piaget al contrario de E.

Durkheim, otorga mayor relevancia en sus estudios a la educación como un

proceso individual. No obstante, J. Piaget no niega el carácter social de la

educación pues desde su óptica el influjo social es uno de los factores

primordiales del desarrollo individual. Para Piaget, “educar es adaptar al niño al

medio social adulto, es decir, transformar la constitución psicobiológica del

individuo en función del conjunto de aquellas realidades colectivas a las que la

consciencia común atribuye un cierto valor”5

Desafortunadamente, dice Piaget, la escuela en lo pedagógico es obra de mentes

conservadoras tanto en los regímenes de izquierda como de derecha, “que

intentan más acomodar al niño al molde de los conocimientos tradicionales que

formar inteligencias y espíritus inventivos y críticos; en vez de para (sic) facilitar el

desarrollo de la personalidad”. El verdadero fin de la educación, propone Piaget,

debe ser la formación de individuos con autonomía intelectual y moral, no entes

que sólo reproduzcan lo que los adultos proponen.

Los métodos activos o de la llamada Escuela Nueva son muy eficaces pero no

bien aplicados, añade J. Piaget. Su aplicación requiere tomar en cuenta los

conocimientos psicológicos sobre el desarrollo del niño e iniciar el estudio de las

ciencias con carácter interdisciplinario a fin de preparar personas innovadoras y

creativas en lugar de espíritus conformistas.

Paradigma socio-crítico. Esta perspectiva surge como respuesta a los

paradigmas anteriores, pretendiendo según sus exponentes superar el

reduccionismo del conductismo y conservadurismo del enfoque interpretativo. El

paradigma socio-crítico, generado sobre todo por seguidores del llamado

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neomarxismo, apuesta por la posibilidad de una ciencia social que no sea ni

puramente empírica ni solo interpretativa, sino ideológicamente comprometida.

Sus rasgos principales se sintetizan de los siguientes postulados:

La ideología no puede hacerse a un lado en el proceso de investigación de

la realidad social.

La autorreflexión crítica en los procesos del conocimiento tiene como

finalidad la transformación de la estructura de las relaciones sociales y dar

respuesta a determinados problemas generados por éstas.

La realidad se conoce y se comprende como praxis. Es una construcción

social históricamente determinada.

La teoría y la práctica deben vincularse (conocimiento, acción y valores).

El conocimiento debe orientarse hacia la emancipación y liberación del

hombre.

En el proceso e investigación educativos debe implicarse el docente a partir

de la autorreflexión.

Los fines primordiales de la educación para la sociología crítica, señala J.

Palacios, son contribuir a la reproducción de los medios de producción y de las

fuerzas productivas y “asegurar la reproducción diversificada de las fuerzas de

trabajo también diversas”6. La escuela en la sociedad capitalista no se limita a

enseñar las habilidades necesarias que requiere el sistema social para su

desarrollo normal. A dicha finalidad se le añade la inculcación, en forma

diferenciada de acuerdo al lugar social de los individuos, de la sumisión a la

ideología y poder de la clase dominante.

Ante esta realidad se propone que los grupos dominados impulsen acciones de

resistencia tendientes a poner al descubierto los fines ideológicos y a transformar

el acto educativo en un proceso liberador cuya finalidad principal sea el desarrollo

8

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humano integral de todos los individuos y una sociedad libre, igualitaria, justa,

solidaria y con un desarrollo económico-social autosustentable, no basado en la

explotación del hombre por el hombre.

2.- Fundamentos de una educación curricular moral y ciudadana

La necesidad de educar en valores morales y ciudadanos en la escuela a mi juicio

se fundamenta principalmente en el consenso que existe actualmente en las

diferentes sociedades y entre las comunidades científicas del campo educativo de

que sólo a través de la puesta en marcha de currículos integrales –que

necesariamente incluye la formación en valores morales y ciudadanos- se pueden

atender las finalidades sociales de la educación y los fines del desarrollo individual

pleno y socialmente orientado.

La aspiración y necesidad de una educación en valores morales y ciudadanos no

es nueva. En un artículo reciente Ángel Díaz Barriga nos señala que tal

preocupación ya estaba presente desde el siglo XVI en Comenio, uno de los

pioneros de la llamada Escuela Nueva, y que fue retomada abiertamente dos

siglos después por Herbart, en el marco del pensamiento moderno y de

perspectiva de formación integral y humanista. Herbart se preguntaba, dice Díaz

Barriga, “¿de qué le sirve a un estudiante aprender matemáticas, si al mismo

tiempo pierde la posibilidad del placer estético?”7

1 Paradigmas de la investigación educativa (fotocopia). Artículo publicado originalmente en el sitio Internet El rincón del vago. s/a. s/f. p. 1

2 DURKHEIM, Émile. Educación y sociología. Ediciones Coyoacán. 2da. edición. México, 1998. p. 49

3 WESTBROOK, Robert. “John Dewey”, publicado en el sitio Internet de la UNESCO. 2006. p. 5. Publicado originalmente en la revista

Perspectivas: revista trimestral de educación comparada. editada por UNESCO. vol. XXIII, nos 1-2. París, 1999.

4 WESTBROOK, Robert. “John Dewey”. Ibid. P. 7

5 PALACIOS, Jesús. La cuestión escolar (fotocopia). Editorial Laia. España, s/f. p. 726 PALACIOS, Jesús. Op. cit.. p. 4327 DIAZ B., Angel. “La educación en valores: Avatares del currículum formal, oculto y los temas transversales”. 2006. Publicado en Revista Electrónica de Investigación Educativa, 8 (1). Consultado el 3 de octubre de 2006 en: http://redie.uabc.mx.

9

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En el apartado anterior ya observamos como a principios y mediados del siglo

pasado, E. Durkheim primero y J. Dewey enseguida, claramente manifiestan la

necesidad de una formación moral para atender los fines sociales de integración

social y política y de progreso en las sociedades capitalistas industrializadas en las

que vivieron (Francia y EE.UU., respectivamente) y lograr además -en el caso de

J. Dewey- el carácter y el espíritu de libertad en los individuos. La educación moral

del sujeto, dice Durkheim, no debe centrarse en el aprendizaje de deberes

morales, como en la educación tradicional, sino en el aprendizaje de actitudes o

de hábitos morales, en “la aptitud general para la moralidad, las disposiciones

fundamentales que son raíz de la vida moral, la de constituir en él el agente moral,

presto a las iniciativas que son la base del progreso”.8

Max Scheler, filósofo y crítico al igual que Durkheim de la concepción moral

kantiana, también considera que la educación debe ser integral y fomentar los

valores que cubren tres dimensiones vitales del hombre: Dimensión de la

supervivencia natural o corporal, Dimensión cultural, Dimensión trascendental.9

Un segundo elemento no menos importante que el anterior que justifica la

enseñanza curricular en valores morales y ciudadanos es, en la actualidad, la

toma de conciencia por parte de las sociedades y dirigentes de los diversos

países, incluido el nuestro, de una crisis de valores en el seno de la sociedad.

Ángel Díaz Barriga nos dice al respecto que la transmisión tradicional de valores a

través de la escuela, considerado hasta hace poco el lugar natural más importante

junto con la educación familiar, está perdiendo la importancia lograda debido al

concurso de otros medios, sobre todo los electrónicos. La transmisión de la cultura

y los valores morales a través de la escuela, sostiene Díaz Barriga:

“experimenta una ruptura, similar a la que han padecido las economías locales por

los procesos de globalización. Esa ruptura es el resultado de la invasión de las

8 DURKHEIM, Émile. op. cit.. p. 22

9 Diccionario de las ciencias de la educación.. p. 4

10

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tecnologías de la comunicación y de las nuevas tecnologías de la información, los

programas de televisión, los nuevos centros de reunión en particular de los

jóvenes –los antros–, que pregonan un pragmatismo exacerbado, un estado de

“placer” o “satisfacción” inmediato y una visión de lo útil.” Estos espacios tienen

mucho mayor capacidad para promover diversos patrones de comportamiento

entre la juventud, que los que se derivan del ambiente tradicional escolar cerrado

por un aula con un pizarrón enfrente, así como del conjunto de la tradiciones que

conforman la cultura escolar.10

A. Díaz Barriga, con amplio reconocimiento profesional en el campo educativo en

nuestro país, menciona otro factor importante de crisis escolar valoral que ocurre

al interior de los centros escolares, y que es parte de lo que comúnmente se

conoce como influencias negativas del currículo oculto: la enseñanza de

contravalores por parte de algunos docentes y personal administrativo, a través

comportamientos poco éticos o totalmente inmorales que normalmente son del

conocimiento de la comunidad escolar y que en pocas ocasiones son sancionados

por las autoridades escolares.

Debido lo anterior, añade Díaz Barriga “podemos afirmar que el niño y el joven de

hoy se enfrentan al problema de los valores en modelos profundamente divididos.

Viven una ruptura entre lo que se dice en el texto escolar, en la recomendación de

padres y maestros y la vida social cotidiana.”11

En el ámbito local un elemento externo o de la vida económico-social cotidiana no

menos importante como factor de crisis valoral en los estudiantes, proviene de la

dinámica de nuestra economía y comercio, típica de una economía capitalista, y

del comportamiento ético y ciudadano de aquella porción de la población que, a

partir de su participación en la producción y comercio de las drogas y los

estupefacientes, con un mínimo de esfuerzo aunque con un relativamente alto

riesgo de daño físico y rechazo moral pueden lograr alta capacidad de consumo

10 DIAZ B., Angel. Op. cit. P. 111 Ibidem. P. 4

11

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de bienes materiales y –en algunos casos- de popularidad. Los narcotraficantes en

nuestro medio son portadores evidentes de contravalores sociales debido a su

actividad ilícita y, sobre todo, por su modo de vida y sus “valores” típicos, tales

como, el culto a la violencia y a las armas, la prepotencia, el desprecio por la vida

humana, el consumo desenfrenado vinculado al afán de “vivir intensamente”, la

afición al “dinero fácil” y, por tanto, el desprecio al trabajo común, su propensión al

uso de las drogas, etc.

Desafortunadamente para buena parte de nuestros estudiantes –la mayoría

proveniente de familias con bajos ingresos- se convierten en una especie de

“modelo” a seguir, sobre todo por atractivo del “dinero fácil” que les permitiría

satisfacer con creces todas las necesidades que el sistema social crea en

nuestros jóvenes a través de los medios electrónicos de comunicación masiva

(mass media). Nuestros jóvenes intuitivamente “saben” que la escuela no es

actualmente un medio efectivo de promoción social porque difícilmente un trabajo

“normal” difícilmente les dará los beneficios que se pueden obtener a través del

comercio con estupefacientes. Desafortunadamente para quienes promueven una

formación en valores humanos como el trabajo, la honestidad, la justicia, etc., el

mismo sistema social proporciona ejemplos muy llamativos que ostentando lo

contrario obtienen con creces uno de los valores supremos de nuestra sociedad, el

dinero.

Estos hechos parecen anular la labor callada de un buen número de docentes

que, a partir de su labor cotidiana en el aula, a través de su ejemplo personal y en

el marco del currículo oculto, habitual u ocasionalmente tratan de motivar a sus

alumnos para un mejor desempeño escolar, exponiéndoles la idea del valor real

de la educación con fines de su promoción social y económica a futuro y de su

superación personal. Estos intentos de motivación más de las veces se estrellan

contra el conocimiento espontáneo comentado en el párrafo anterior y la crisis de

valores a la que hace alusión Díaz Barriga líneas arriba. Finalmente, la reflexión

intuitiva que hacen nuestros estudiantes en su situación concreta los lleva a ver

12

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como algo “normal” la actividad y modo de vida de los narcotraficantes, a

minimizar los riesgos y sobrevalorar los beneficios. El beneficio principal, el dinero

–el “becerro de oro”-, al final de cuentas es, insistimos, quizás el valor supremo de

nuestra sociedad moderna.

Cabe exponer como reflexión final de este apartado la que hace J. M. Puig acerca

de la necesidad de la formación en valores a pesar de los importantes

desacuerdos sobre los fines de la educación que existen en los paradigmas

educativos mencionados en el primer apartado del presente ensayo.

Partiendo del reconocimiento de la existencia de distintas orientaciones sobre el

ser y deber ser de la escuela propia de la sociedad moderna, Puig Rovira sostiene

la idea de que los avances, en término de desarrollo humano, que representa la

escuela emanada de la modernidad, -sobre lo cual existe un consenso general-

son razón suficiente para mantener la esperanza de que vale la pena el esfuerzo

que le dedicamos para mejorarla. Entre estos avances menciona la necesidad de

generalizar la educación y hacerla obligatoria, laica y gratuita; la lucha contra todo

dogmatismo y por la emancipación del individuo; colocar al educando en el centro

del proceso educativo y, finalmente, correlacionar educación y progreso social.

Que la escuela, dice Puig R., se mantenga al menos como lugar de reunión, de

diálogo racional, de discusión en la pluralidad, de “herramienta de análisis crítico

de los contravalores.”. Los ideales de emancipación y de justicia no deber ser

despreciados, añade, aunque no se tenga clara una idea de escuela progresista.12

12 PUIG Rovira, Josep Ma. “Finalidades de la educación moral”, en La educación moral en la enseñanza obligatoria.

Editorial Horsori-U. de Barcelona. Barcelona. 1995. p. 23

13

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3.- Orientaciones para la enseñanza curricular moral y ciudadana

Antes de exponer algunas orientaciones sobre el tipo de enseñanza moral y

ciudadana deseable en nuestras escuelas, en las siguientes líneas se exponen los

significados de términos que son centrales en la exposición.

Moral y valores morales. Etimológicamente, según el Diccionario de las ciencias

de la educación el término moral proviene del latin moralis, relativo a las

costumbres, y es aquello que se ajusta al ideal o que es bueno y que es

susceptible de calificación ética. La educación moral es, de acuerdo a dicha obra,

central en la llamada pedagogía de los valores, ya que el objetivo de la

educación tiene como fin “incitar al hombre a la realización de valores para lograr

su perfeccionamiento a través de la realización de su proyecto personal de vida”.

Juan Delval, reconocido especialista sobre el desarrollo humano, señala que moral

proviene del latín mos-moris, que significa costumbre, manera, uso o práctica.

Define la moral como el “conjunto de las normas más generales que regulan la

conducta entre los individuos”13. Delval añade que se trata de un conjunto de

normas que a diferencia de otras, por ejemplo de las jurídicas, tienen la

especificidad de que son asumidas o interiorizadas libre y voluntariamente por

parte de los sujetos y pueden no ser obedecidas sin que ello cause una

penalizacion o castigo físico impuesto por un órgano externo. Nos parece más

completa la definición de Delval, al mencionar la forma en que es asumida la

norma moral y su carácter general.

A pesar de que la moral tiene un carácter de norma voluntariamente asumida por

los individuos, dice Delval que su obediencia se hace necesaria por parte estos

como requisito fundamental para la permanencia del colectivo social al que

pertenecen, al ser un medio para dirimir o evitar los conflictos que surgen debido a

la existencia de los intereses individuales diversos. Dichas reglas colectivamente

13 DELVAL, Juan. El desarrollo humano.Editorial Siglo XXI. México, sf, p. 438

14

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asumidas establecen hasta dónde pueden llegar y qué es lo que no deben hacer

los miembros de una colectividad para su preservación y la del propio individuo.

La moral se hace especialmente necesaria, añade Delval, “ante un sistema social

jerarquizado en el cual hay unos individuos que ocupan posiciones preeminentes

respecto a los otros, y tratan de mejorar sus posiciones.”14

Ciudadanía y valores ciudadanos. Por otra parte, el término ciudadano, según el

Diccionario léxico hispánico se refiere al habitante de los estados modernos que,

teniendo derechos políticos en atención a su ciudadanía, interviene en el ejercicio

del gobierno de su país a través del ejercicio de tales derechos.

Teóricamente, señala Antje Wiener, “la ciudadanía ha sido abordada desde

marcos muy diferentes, distinguiéndose dos grandes líneas de pensamiento: la

tradición liberal y los enfoques sociohistóricos.”15

Bajo el primer enfoque, dice A. Wiener, los teóricos liberales como Locke han

elaborado un concepto de ciudadanía que tiene como objetivo alcanzar la igualdad

de derechos de los ciudadanos frente al Estado. En esta concepción el significado

de ciudadanía implica el acceso a los derechos políticos, entre ellos al voto. El

dilema teórico que se asocia a esta línea de pensamiento es la separación entre lo

público y lo privado. El valor político de la ciudadanía está conceptualmente ligado

a la esfera pública, y por ende limitado espacialmente. Teóricos como el

norteamericano Lipset, añade Wiener, toman este concepto de ciudadanía, y bajo

su lógica interpretan que a través de la historia los trabajadores ya lograron sus

derechos políticos –y su situación de ciudadanos- por lo cual ya no tienen

argumentos para continuar por una lucha por la ciudadanía.

“En este marco, la ciudadanía define la inclusión en el o la exclusión del sistema

político. Formar parte del sistema resulta así un asunto referido a normas y

14 Id.

15 WIENER, Antje. “La ciudadanía como estrategia política”. Revista Feminista Internacional Lolapress-Montevideo. Nº 6, noviembre de 1996-

abril de 1997. p.2

15

Page 16: Enseñanza en valores morales y ciudadanos, condición para una formación integral

procedimientos. Según esta lógica, se pueden crear los medios de tal modo que

causen los fines perseguidos. La distinción entre el espacio que se considera

político y el que se considera privado, y por tanto no político, ha reforzado una

lógica binaria de los derechos ciudadanos. En este marco el significado de

ciudadanía se vuelve estático.”16

En el enfoque socio-histórico de la ciudadanía, añade enseguida Wiener, -con

aportaciones sobresalientes de T.H. Marshall- ésta se analiza considerando el

cambio de significado que los derechos ciudadanos tuvieron en las sociedades

capitalistas modernas a lo largo de su historia.

Ambos enfoques difieren, sostiene Weiner, en las hipótesis sobre cómo se define

y se estudia la ciudadanía. “Uno es consustancial a la hipótesis de una lógica

universal que subyace en la definición de derechos ciudadanos; el otro evoluciona

a partir de la hipótesis de que los diferentes contextos históricos contribuyen a una

comprensión de la construcción del acceso y la identidad como dimensiones

fundamentales de la ciudadanía.”17

El marco en el que se debate la identidad ciudadana presenta tres niveles,

sostiene Wiener: el nivel político (expresado por la práctica política); las

condiciones económicas (las relaciones económicas mundiales), y la sociedad

como Estado organizado (como dimensión constitucional).

El contenido o significa del término ciudadano, y los llamados derechos y deberes

del ciudadano, no son algo dado de una vez y para siempre, sino que su

significado cambia con el tiempo y dependiendo del lugar. No existe pues una

ciudadanía universal. Por otro lado, el ciudadano define su identidad no sólo por

sus prácticas políticas, sino también en referencia a lo económico y a la sociedad

considerada en tanto Estado organizado, esto es, en su dimensión constitucional.

16 Idem. p. 217 Weiner. Op. cit. p. 3.

16

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4.- Orientaciones para la educación curricular en moral y

ciudadanía

Me parece acertadas las orientaciones propuestas por Rosa Buxarrais para la

elaboración de un modelo de formación moral por su congruencia con las teorías

educativas de avanzada de la actualidad. En un modelo de formación en valores,

sostiene Buxarrais, debe ser prioritaria la construcción racional y autónoma de

valores y no el aprendizaje de determinados valores absolutos o relativos. La

razón y el diálogo son herramientas indispensables para tal construcción, pero

ésta supone primeramente la determinación de algunos principios de valor que

fungirán como guías suficientes para definir la conducta a seguir en situaciones

concretas de deliberación y conflicto de valores.18

La orientación anterior de un modelo limitado sobre todo al planteamiento de

fundamentos y principios, sin tocarse lo que normalmente se considera la parte

sustantiva de la ética (bienes, valores, virtudes, ideales, etc.), es compartida por

Carlos A. Cullen. Sin embargo, para éste en un programa sobre valores morales

no es posible evitar la enseñanza de temas o conceptos como la formación de la

personalidad moral, la coherencia y la autoestima19, visión que comparto

plenamente ya que lo moral también es objeto de un aprendizaje conceptual.

Puig Rovira es más detallado al exponer las orientaciones que, en su opinión,

deben seguirse para elaborar un programa de formación en valores morales. Al

igual que en las propuestas de Cullen y Buxarais, para Puig Rovira es fundamental

que los programas de formación en valores morales se centren no en la

información de conocimientos, sino en la formación de actitudes y hábitos que

tienen que ver mas con el desarrollo de capacidades afectivas y actitudes en el

educando, tales como la sensibilidad, la comprensión, el espíritu crítico, el

18 BUXARRAIS M., Rosa. “Aproximación a la educación Moral y reforma curricular”, en AGUARELES M., A. La educación moral. Editado por

U. de Barcelona y Editorial Grao. 3ra. Edición. España. 1999. p. 12

19 CULLEN, Carlos A. “Hacia una didáctica para la enseñanza de la Ética ciudadana”, en Autonomía moral,

participación democrática y cuidado del otro. Ediciones Novedades educativas, 2da edición. Argentina. 1999. p.120

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compromiso, la deliberación, la empatía, la construcción de principios, etc. Dichas

orientaciones, planteadas como fines por este autor, son las siguientes:20

Construir aquellas disposiciones que configuran la conciencia moral

autónoma en tanto capacidad autoregulatoria de la conducta.

Adquirir criterios de juicio que guíen la producción de razones y argumentos

morales justos y solidarios, para su uso habitual en las controversias sobre

valores. Serían válidas las normas acordadas dialógicamente por todos los

involucrados en el conflicto.

Desarrollar las capacidades de comprensión crítica de la realidad personal y

social, de modo que sea posible reconocer y valorar el significado de las

situaciones concretas.

Formar las disposiciones necesarias para la autorregulación que permitan

dirigir por sí mismo la propia conducta y construir nuevas formas de

comportamiento voluntaria y reflexivamente decididas.

Adquirir la sensibilidad necesaria para percibir los propios sentimientos y

emociones morales, para aceptarlos críticamente y para usarlos en tanto

que componentes de los procedimientos de la conciencia moral.

Fomentar las competencias dialógicas que predisponen al acuerdo, al

entendimiento y a la autodirección, así como a la tolerancia y a la

participación democrática.

Reconocer y asimilar aquellos valores morales que podemos entender como

universalmente deseables.

Conocer toda aquella información con relevancia moral o formativa por su

clara expresión de valores.

Construir una identidad moral compleja, abierta y crítica que delimite un

espacio de diferenciación y creatividad personal en el ámbito de los valores.

Esto supone nuestro accionar, el diálogo democrático y el compromiso.

Reconocer y valorar la pertenencia a las comunidades habituales de

convivencia.

20 PUIG Rovira, Josep Ma. Op. cit. pp. 27-32

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5.- Conclusiones

Difícilmente podemos no estar de acuerdo con las orientaciones expuesta en el

apartado anterior por Rovira, Cullen y Buxarrais sobre el quid de la educación

escolar moral y ciudadana, sobre todo de su carácter predominantemente

formativo, antimemorístico, antidogmático y a tono con los aportes del

constructivismo. Empero, no podemos dejar de señalar las enormes dificultades

que entraña en nuestro medio educativo la implementación de dichas

orientaciones, no tanto por la escasez de recursos económicos –la cual

obviamente existe-, sino por las dificultades de contar con el elemento humano

con el perfil idóneo y la voluntad para diseñar y llevar a cabo su puesta en marcha

en las aulas. La enseñanza en actitudes y aptitudes que tienen que ver con el lado

afectivo y valorativo de los educandos es seguramente la habilidad que, debido a

diversos factores, menos dominan y practican nuestros docentes.

Sin embargo, considerando las convergencias de los diversos paradigmas

psicoeducativos en lo referente a la necesidad de una formación integral, que por

definición incluye la educación en valores morales y ciudadanos, y en atención a la

realidad de la crisis en valores que observamos en nuestros educandos, vale la

pena apoyar todo esfuerzo por hacer realidad tales orientaciones para la

enseñanza escolar en valores morales y ciudadanos, en los términos planteados

en el presente ensayo.

Citas bibliográficas

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