en el hoyo de las agujas

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1 En el hoyo de las agujas José Luis Miranda (Suena la Danza del Fuego de El amor Brujo, de Manuel de Falla. Junto al lateral izquierdo, luces de lamparillas encendidas. Resto de escenario, a oscuras. Cuando la iluminación aumenta gradualmente se va comprobando que el decorado muestra la habitación de un hotel: a la derecha, puerta de entrada; a la izquierda, ventanal con cortinas; una cama con las sábanas revueltas, un espejo, una mesilla de noche con reloj y teléfono. Como elementos inusuales en una habitación de hotel destacan los siguientes: una mesa con fotografías de imágenes religiosas alumbradas por lamparillas encendidas, un esportón de matador de toros con capotes doblados y juego de estoques. Un traje de luces, blanco y oro, cuelga de una percha como un maniquí, como un estandarte, como un pelele de oro. MARÍA DE UTRERA, de pie en el centro del escenario, envuelta en una larga bata de seda color crema, elegante, descalza, se ahueca con las manos una discreta melena y luego se dirige hacia la mesa en donde lucen las lamparillas): Me gusta encender luces. No sé si creo, pero me gusta encender velas. Me gusta rezar, no sé si creo. Desde pequeña tengo taras. (Se coloca frente al espejo y se desafía.)

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En el hoyo de las agujas

José Luis Miranda

(Suena la Danza del Fuego de El amor Brujo, de Manuelde Falla. Junto al lateral izquierdo, luces de lamparillas

encendidas. Resto de escenario, a oscuras.

Cuando la iluminación aumenta gradualmente se vacomprobando que el decorado muestra la habitación de

un hotel: a la derecha, puerta de entrada; a la izquierda,ventanal con cortinas; una cama con las sábanas

revueltas, un espejo, una mesilla de noche con reloj yteléfono. Como elementos inusuales en una habitación dehotel destacan los siguientes: una mesa con fotografías de

imágenes religiosas alumbradas por lamparillasencendidas, un esportón de matador de toros con capotes

doblados y juego de estoques.

Un traje de luces, blanco y oro, cuelga de una perchacomo un maniquí, como un estandarte, como un pelele de

oro.

MARÍA DE UTRERA, de pie en el centro del escenario,envuelta en una larga bata de seda color crema, elegante,descalza, se ahueca con las manos una discreta melena y

luego se dirige hacia la mesa en donde lucen laslamparillas):

Me gusta encender luces.

No sé si creo, pero me gusta encender velas.

Me gusta rezar, no sé si creo.

Desde pequeña tengo taras.

(Se coloca frente al espejo y se desafía.)

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Tú y tus taras. Tú y tu melenita corta.

Tú y tú, tú sola; tú y tu espejo; tú y tus ansias. Tú, sola. Tú,figura del toreo; tú, la hija de Juana Ramos y el limpiabotas; tú,por fin, figura del toreo; tú, tú sola; tú, anunciada para matarseis toros en Madrid, para matar la corrida de la Beneficenciaentera, tú sola; tú insaciable.

(Suena el teléfono. Lo coge.)

¿Sí? Dime.

Sí, sí, ya sé la hora que es. Faltan dos horas para salir a la Plaza.

Aunque haya atasco, no vamos a salir antes de dos horas.

No te he llamado porque hoy no quiero que subas.

No, Paco, no quiero que subas. Ni Rosario tampoco. No quieroque subáis ninguno de los dos. Hoy me voy a vestir sola.

Porque sí, porque lo prefiero.

Si te necesitara te llamaría.

No, nada más. Bueno, sí: ¿Cómo está José?

No desvíes la conversación.

Me has oído perfectamente.

Parece que no me conoces. Sabes muy bien que me digas lo queme digas, en ese sentido, va a ser lo mismo. Además sabes quepuedo pedir los periódicos y empapelar con el parte médico lahabitación.

¿Sí? Pues yo soy capaz de ir hoy a la Plaza aunque acabara deparir un entierro. Así que no me entretengas más y dime cómoestá José.

¿Tan mal?

Pero hay esperanzas... ¿no?

Que no me pasen ninguna llamada. ¿Lo has oído bien? Ninguna.

(Cuelga.)

Esperanzas siempre hay.

(Frente a las imágenes religiosas.)

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Me gustaría gritar y no grito. No lo haré. Me gustaría pensarpero no puedo. Tengo niebla dentro de la cabeza. Me gustaríarezar y se me olvidan las oraciones. No sé cómo he podidollegar hasta aquí. No sé cómo he tenido fuerzas. Tampoco sémuy bien qué es lo que he hecho, ni lo que estoy haciendo. Creoque he ido convirtiendo, poco a poco, los deseos en un odio frío.

Al principio no sabía que los triunfadores eran tan débiles comoyo, tan débiles como todos los que no se atreven. Al principiono sabía que hay una locura que si no se para ante ningunapuerta es el poder.

Nunca he podido estarme quieta, ni con el cuerpo ni con lacabeza. Nunca he pensado mucho lo que hacía, ha sido comodejarme llevar por un impulso... ¿Un impulso...? ¿Qué impulso?

Me gustaría parar, pero sé que no podré hacerlo. No p odréhacerlo yo sola. No se puede parar la vida. No se puede pedirtiempo muerto. Tampoco se pueden parar los sueños. ¿Quién hapodido pararlos? Desde hace varias noches t engo el mismosueño. Exactamente el mismo, todas las noches el mismo.

Voy a la Plaza y voy andando, voy descalza, pisando guijarros,voy desnuda. Cuando llego a la Plaza, la Plaza ha desaparecido.Sólo queda el ruedo. El ruedo es enorme, no tiene barreras, notiene límites, sólo tiene arena. Es el desierto. Y cuando alguienme pregunta qué quieres , sólo puedo contestar: Sé que heperdido algo aquí, en el desierto, en la arena. No sé que es,pero José lo sabe.

(Se aparta de las velas. Parece buscar algo. No sabe lo quebusca.)

José del Puerto... un niño... el niño de la Encarna... el torero...el niño de Encarna, la frutera. José, José del Puerto... la figuradel toreo... la otra figura del t oreo... mi único rival... mireferencia... No querías, José, tú no querías torear esta corridade hoy, no querías medirte así conmigo, con una mujer, manoa mano. Porque es absurdo, decías. Las mujeres toreras son otracosa; no pueden ser lo mismo que un hombre. Y te reías paradisimular el desconcierto, para ganar tiempo, para olvidar queeste año las ferias se han hecho a mi medida, a mi antojo, queeste año los carteles los ha hecho María de Utrera, los he hechoyo.

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Los empresarios te lo han dicho: tú eres muy buen torero, esoya se sabe, pero ella como es mujer, tiene lo del morbo, y esopara la gente cuenta. Tienes que comprender que el morbo esbueno para el público. En la corrida de hoy íbamos a cobrar lomismo, pero en la feria del Corpus de Granada he ido con másdinero que tú, he ido cobrando yo más y encima te han dado unacornada, José; una cornada mala. Dijiste que nunca ibas a torearganado menos que yo; ¡estúpido! ¡Tenías que haberlocumplido! ¡No tenías que haber toreado esa corrida! ¡No teníasque haberte dejado coger nunca! ¡Nunca! El toro era imposible,te lo dijimos todos. Pero, no, claro, tú no te podías ir de vacío,tú tenías que cortar una orejita, ¿cómo no ibas tú a cortar unaorejita si la había cortado María de Utrera? ¿Cómo ibas tú a sermenos? El toro te había avisado ya dos veces, pero tú querías laorejita. Y a la tercera vez, te empitonó, te campaneó y, cuandoya estabas en el suelo, el toro seguía tirándote cornadas. ¡Josédel Puerto! Allí en la arena, roto, perdiendo sangre como sifuera un desagüe y, luego, en la enfermería con los ojosnublados, mirándome sin odio, con ternura, explicándome lasdesgracias, diciéndome: No te preocupes, vete, vete a Madrid.Esa corrida es tuya. Ya no vamos mano a mano, pero te voy adar suerte. No te preocupes. Y se te hundieron los ojos. Y allísigues, queriendo despertar. Teniendo que despertar.

Si se muere José nada tiene sentido. Nada.

(Furiosa.)

No debiste ir a torear cobrando menos dinero menos que yo.Eso no lo debiste hacer nunca. Eso te debilitó, José, porque ésaes una de las cosas, de las muchas cosas , que tú no hasaprendido todavía. No sabes lo que hay que hacer cuando terebajan sin motivo, cuando te ofenden con una sonrisa, cuandote ponen un precio y te enseñan que ésa es la medida. No sabeslo que hay que hacer. No sabes que NO hay que hacer nada,nada, aparte de escupir en la arena y sembrar odio frío. Te voya dar suerte, te voy a dar suerte, me decías mirándome perdidoentre las grietas del hospital, mirándome turbio desde el fondode un lago. No quiero suert e. Te quiero a ti, aquí a mi lado,vivo, desafiándome. Aquí.

(Marca con las manos una verónica.)

Mira, María, mira: éste es el arte, éste es el misterio de lasverdades.

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(Finge un diálogo con JOSÉ.)

-¿Sí?

-Sí. Y tú nunca harás esto. No sabes, no puedes hacerlo.

-¿Qué no? ¿Tú estás seguro?

-Completamente seguro.

-¿Por qué estás tan seguro?

-Porque tú ya eres ese misterio en ti misma. Y, por lo tanto, nopuedes soñar, tienes que conformarte con serlo.

(Marca una revolera.)

-¿Lo ves?

¡Presumido! ¡Estúpido!

(Acaricia el traje de luces.)

Si se muere José, nada tiene sentido.

(Frente al espejo.)

Estás sola, pero no quieres saberlo; necesitas

decirlo, decirlo

pero necesitas no saberlo.

Estás sola, sola.

María de Utrera estás sola;

mírate bien y olvídalo todo.

Eres el centro del mundo,

olvídalo todo y vívelo todo: una vez más, todo.

(Se si e nta y empieza a peinarse. Lo hace lentamente,ceremoniosamente, ajustándose el pelo con brillantina ydejándose suelta una coleta con la que forma una trenza.)

Todo, una vez más todo. Olvídalo todo,

vívelo todo: eres el centro del mundo, de un sueño grande, elcentro de ti misma.

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Decirlo, necesitas decirlo,

necesitas oírlo, oír

que ya no tienes miedo,

que ya no eres la niña de los bolsillos raídos,

que no tienes ningún miedo

porque nadie se va a burlar de ti,

porque ahora es distinto,

ahora no te levantan las faldas ni tienes trece años ni tienes uncubo de basura en cada mano ni eres tú quien recoge losdesperdicios y las mesas del restaurante LOS CAIRELES, nisiquiera vives ya en la casa de Móstoles, en la casa que te dabatanto miedo porque t e recordaba que ésas eran las casasnormales, las casas de los que ya no tienen más casa que latelevisión y el olor de la cocina.

Tienes taras, espinas que llevas dentro como maldiciones.Desde pequeña te pasa, desde pequeña sufres por tonterías. Yeso es un daño, pero también es un aguijón que te ha empujado,que te ha empujado mucho. Si no hubiera sido por eso nohubieras podido quedarte quieta delante de los toros. Si nohubieras tenido tanto miedo a la vida no hubieras podidoacercarte tanto a los toros, acercarte a ellos como si fueranpuertas abiertas.

Estás loca y tienes que seguir estándolo. Por lo menos hoy.Mañana ya se verá.

¿Cómo has podido matar toros, Juana, cómo has podido hacerlotú, tú que hasta los doce años no habías podido matar ni vermatar ningún animal, tú que huías si había que matar un galloo un pavo en Navidad? ¿Cómo has podido matar todos los torosque has matado?

Dilo, necesitas decirlo:

Los has matado porque te gusta hacerlo,

porque matar es una herencia,

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y descubriste que huías de las matanzas de animales por miedoa encontrarte a gusto contigo misma, porque descubriste que loscazadores no matan por necesidad sino por gusto.

Era difícil de aceptar, pero así era. Era tenerlo todo, participardel sacrificio, era poder dar la vida y poder también dar lamuerte. Ser como los dioses, ser más que los cazadores, másque los hombres. Ellos no pueden dar la vida. Sólo puedenprogramarla. No pueden participar de la consumación.

Brillantina, María de Utrera,

brillantina para tu pelo.

Ser más que los cazadores.

Ser como los dioses.

Hay que olvidar las palabras.

Para vivir hay que olvidar las palabras.

Tú y tu espejo - tú y tus cejas - tú y tu piel

Tú y tu boca - tú y tus ansias - tú y tú -

Tú, insaciable - tú, insaciable.

Me gusta mirarme.

Estoy viva, estoy aquí.

Viva entre los objetos.

Viva entre todas las marcas, entre todos los brillos.

Y estoy aquí porque los toros han muerto.

Han muerto y los he matado yo.

Por eso estoy aquí.

Los toros que me han podido matar

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pero que no lo han hecho.

Los toros inocentes,

Los toros de ojos brillantes,

los toros de ojos negros y nobles, de ojos terribles.

Los toros que he matado, que matan los hombres,

esos son los toros que me han dado la libertad que ahora tengo.

Me han dado la libertad, me han dado el poderío,

y me han dado el paraíso de las cosas pequeñas.

Los toros que he matado

me han dado los hombres más vanidosos, los hoteles más caros.

Me han dado las mejores marcas de cosméticos que hay en elmundo.

Los toros que he matado me han dado

el temblor que tengo a todas horas.

María, échate más brillo en el pelo.

Los toros que he matado

me han dado la fuerza,

me han dado la fuerza. Y la fuerza es todo.

He podido sacar los recuerdos a pasear, y he podido escupircomo escupen ellos , y s ilbar como silban ellos, y vengarmecomo no pueden vengarse ellos;

Porque a ellos les falta la cara oscura, el paladar.

A ellos les falta la maldición por dentro.

Los toros que he matado me han dado la fuerza y los temblores,me han dado el lujo de los ricos y el lujo de las putas. Lo que sedice todos los lujos.

Mira, María, qué cara se te está poniendo:

con el pelo pegado a la cabeza,

con el pelo como si fuera alambre mojado

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se te está poniendo cara de hombre, míralo: cara de miedo.

Pestañas. Necesito pestañas.

(Se pone de pie para buscar unas pestañas postizas, queencontrará y se pondrá con sensualidad, recreándose en lasuerte.)

Parece que no son nada: cuatro pelillos;

y para que no se caiga la mirada son lo principal. Para que no sete descuelguen los ojos no hay otra cosa mejor en el mundo.Cuatro pelillos. Claro, que estas pestañas son muy buenas; mecostó trabajo encontrarlas. Como éstas hay pocas. Son elásticas,son sedosas, destacan y son traicioneras. Detrás de ellas mirascomo si miraras desde el balcón del Ayuntamiento; una miradaasí, a las mujeres también nos impresiona. Las otras mujeres:ése es el verdadero campo de batalla. Ahí están la tierra y lasangre.

Luego, si dices que son postizas nadie se lo cree, ¿quién se vaa creer que llevas pestañas postizas para torear? Por hacer uncumplido, si dices que tienes calor, te dicen que te abaniquescon ellas, y si dices que tienes frío te dicen que guardes losabanicos, que corras las cortinas, que cierres las pestañas.

Tú misma. Ésa es la cosa. Si t ienes frío o si tienes calor: túmisma.

(Se levanta, con el pelo ya fijado con brillantina y laspestañas postizas puestas, para enfrentarse al espejo.)

Tú, Juana Ramírez Ramos... tú, María de Utrera... tú misma...la niña espigadita... la hija del limpiabotas del bar EL CAIRO...La hija del banderillero limpiabotas... tú, loquita de la vida. Tú,necesit ada de gloria... tú, miserable... tú, tan débil, niña tandébil... niña solitaria... niña de los cuentos. Niña de los libros...tú, hija de Juana Ramos... niña del limpia... tú, tú tan débil y yacon siete cornadas, cuatro de ellas graves... con siete partesfacultativos, y la enfermería, y la anestesia, y las costuras condrenaje, que ahora son cicatrices, cicatrices que ahí están... tú,la niña espigadita, la de la escuela taurina.. . tú, la hija dellimpiabotas que hizo el ridículo en La Maestranza... ¿De aquél?De aquél.

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(Se distancia, cambia de tono de voz y finge un diálogo.)

Pues ésa, ésa es hija suya.

¿Y torea...? Por los pueblos... Si su padre hizo el ridículo quehizo, ya ves tú ella... Pues dicen que va a tomar la alternativa...No sé que alternativa va a tomar ésa... Pues la tomó, oye... Yencima, ahora dicen que viene a Sevilla... y que viene con lasfiguras... enteramente como si fuera un hombre... ahora se dancosas muy raras... ya verás como al final nos enteramos de quees un hombre... oye, y que ha triunfado... que ha triunfado y quesigue triunfando... ya no son los pueblos... oreja en Sevilla,oreja en Córdoba, ¡orejas en Pamplona! ¡En Pamplona, tú! Lode ésta no es corriente... No es que no sea corriente, es que eshistórico... Y además que es verdad que es una mujer... cuentany no acaban... tiene a los otro toreros trastornaos... Y ademásque es muy suya... Y que no para, oye... que no para... Ahoraquiere torear la corrida de la Beneficencia. Y eso no es lo peor...Lo más grande es que la quiere torear mano a mano con José delPuerto... Y, encima, ellos aceptan... Está debilitando a lostoreros hombres... Dicen que por eso se va quedando sinrivales... Los tiene a disposición... El mundo está cambiando.

La mosquita muerta... Antes de salir a la Plaza... En lahabitación de ella... En la habitación de ella, o en la de él... Perodicen que en la de ella, en la de ella misma... Antes de salircamino de la Plaza... Son cosas que parece mentira que puedanpasar... La hija de aquél que hizo tanto el ridículo... Y tambiénhija de Juana Ramos, la que después de parirla a ella, abandonóal limpiabotas y se acostó con media Sevilla... Es t aba muybuena... Estaba mejor que ésta, era más recia... ¡pero ésta mirapor dónde va...! Mano a mano con José del Puerto, la figura másgrande del toreo... El único torero que hoy torea con la verdadpor delante, el único que todavía sabe torear como mandan loscánones. Pues, mano a mano con él... Y en Madrid... Lamosquita muerta... La niña de Ramírez, la hija de JuanaRamos...

(Se separa del espejo y se enfrenta al traje de luces, quecuelga de la percha como si flotara en el aire.)

Mano a mano, ya no... Que José se está muriendo... ¿MuriendoJosé del Puerto...? Muy grave... Y dicen que ha dicho que ellatorea la corrida sola... seis toros para ella sola... para ella sola...

Sola.

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(Golpea el traje con furia, con desesperación.)

¡Peleles! ¡Sois unos peleles!

No sabéis más que presumir; ¿Y presumir de qué...? ¿De qué?

No sabéis más que contar historias.

No os dais cuenta.

Pero eso es lo único que hacéis: contar historias.

Y encima os las creéis.

No sabéis nada, nada. No sabéis.

Os lo creéis todo: peleles, sois unos peleles.

Os pasáis la vida contando historias

y esperándonos.

Sois niños que queréis demostrar

que no sois niños.

Os creéis lo que os dice mamá,

os creéis lo que os dice la novia,

os creéis lo que os digo yo.

¿Qué queréis demostrar, qué?

¿Qué podéis conquistar una mujer? ¿Qué podéis conquistar untoro? ¿Qué podéis conquistar la muerte? ¿Podéis? No, nopodéis. Por eso no t enéis más recurso que la violencia. Laviolencia... y las palabras, como disimulo, como escondite. Nosabéis vivir en la oscuridad, crecer en un pantano. Sois unospeleles. No sabéis sentir cómo se forma el barro. Ni siquiera túsabes nada, José. Tú incluso sabes menos que otros. Y eso quea tu lado el mundo parece que se tensa y se ilumina. Pero tú esasluces no las ves. Y sigues como si tuvieras que demostrártelotodo.

(Acaricia el traje de luces, que sigue colgado en el aire.)

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Necesitas que te diga que toreas mejor que nadie, que toreasmejor que yo... y aunque realmente es así... aunque toreas comoyo sé que no voy a torear nunca... aunque toreas mejor quenadie... necesitas demostrártelo... ¡demostrártelo ante mí!

¡No sabéis nada! ¡Nada!

(Golpea el traje de luces.)

Necesitáis demostraros que sois lo que sois.

¿Por qué? ¿Por qué sois tan débiles?

(Angustiada se recoge en sí misma, no se sabe si las frasesque dice a continuación se las dice a JOSÉ del Puerto o a símisma.)

¿Por qué no te basta con ser quien eres?

¿Por qué no tienes bastante con dejarte querer y acariciar?

¿Qué es lo que, en realidad, buscas? ¿Qué es lo que quieres?

(De nuevo se dirige al traje de luces y lo toca con la punta delos dedos, como temiendo herirlo.)

Te he dado todo lo que me pedías.

Te hubiera dado más si te hubieras atrevido - si te atrevieras -a pedírmelo; te lo hubiera dado - te lo daría - todo. Te daría mivida, pero te la quiero dar mirándote de frente, sabiéndolo tú,sabiéndolo yo... de frente... de poder a poder.

(Se aparta del traje de luces.)

Es mentira. No sabes lo que te quiero. Y no lo sabes porque nopuedes saberlo... porque nunca me he at revido a decírtelo,porque nunca me he atrevido a decirte lo que quería decir.Desde pequeña, miento. Como si fuera por necesidad, como sifuera inevitable. Como si la verdad no importara.

(De nuevo mira el traje de luces.)

Si se muere José nada tiene sentido.

(Descuelga el traje de luces y lo envuelve entre sus brazos,acunándolo.)

No te duermas, mi niño, no te duermas.

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Despiértate y desafíame. No te abandones.

No te vayas... No te duermas.

No te duermas, ahora... sueña, sigue soñando.

Sueña conmigo, sueña en mis brazos,

Soñamos los mismos sueños.

No te duermas... despiértate.

Despiértate y desafíame.

(Coge entre sus brazos el traje de luces con la pasión conque abrazaría a un amante.)

Desafíame. Ven. Ven, violador, tramposo, deseado;

ven como viniste tantas veces; miles de veces; y, a pesar detodo, pocas,

pocas veces.

Ven, paladeando la muerte,

masticándola y comiéndotela.

Ven a explicarme todo esto;

o mejor: a no explicarme nada,

a no explicar nada, a llegar y mirarme de frente.

A mirarme lleno de miedo, sonriendo.

A darme consuelo. A darme compañía.

(Mira el traje de luces, arrugado entre los brazos, y despuésde una larga pausa, lo coloca encima de la cama.)

Soñamos los mismos sueños. Lo malo es que tú te los crees.

Descansa, descansa solamente, no duermas, no sueñes,descansa.

Descansa de todas las batallas inútiles, de todos tus éxitos,descansa. Y cuando descanses, ven. Ven a darme las buenasnoches, muy despacio, sonriendo; ven a pedirme que te traigael desay uno a la cama y que te compre el periódico, que teenvuelva en el día, que te arrope.

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(El traje de luces está sobre la cama, brillante y exangüe,como un héroe extenuado. Ella lo trata como si fuera unenfermo.)

Descansa. No recuerdes tus pesadillas; no cuentes los cuentosque contáis los hombres, no me cuentes la historia universal.

Tranquilízate, todo eso es solamente un sueño. La historia es mimano, mi mano aquí y tu mano temblorosa. La historia de losdemás es humo, un humo que tú y yo apenas vemos, un humoque nos envuelve cuando sentimos que la vida es infinita.

(Suena el teléfono. Ella parece despertar. Después de unapausa, coge el teléfono.)

¿Sí? ¿Qué quieres, Paco?

Claro que me estoy vistiendo.

No, no me hace falta que subas. Ya te lo he dicho antes.

Ni Rosario, ni tú.

Porque es un día especial y quiero vestirme sola.

Tiempo hay, no te preocupes.

Y te lo vuelvo a decir: no quiero ninguna llamada. Te hagoresponsable de que no me localice nadie.

La prensa mucho menos. Está claro, ¿no?

Y de lo otro... ¿se sabe algo?

(Parece repetir lo que ha escuchado. Con aire ausente.)

No hay nada nuevo. Todo está tranquilo.

(Respondiendo de nuevo.)

Sí, quiero seguir sola, vestirme sola.

Ya sé, ya sé que siempre me habéis ayudado Rosario y tú, perohoy quiero que sea distinto.

No te preocupes. Todo está tranquilo.

(Cuelga. Habla en un susurro angustiado.)

Todo está tranquilo... absolutamente tranquilo.

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Y el triunfo me está esperando. Lo sé.

Lo sé, pero no quiero ir a la Plaza. Me tiemblan las piernas. Mehorroriza pensar en la Plaza; la enfermería de la Plaza; la capillade la Plaza; las mulillas arrastrando la sangre, la masa desangre; y yo allí, con mi vaso en la mano, con mi vaso de plataenjuagándome la boca, la boca seca; con mi vaso en la mano yel publico allí, tan cobarde, tan insaciable, tan necesario.

(Acorralada.)

¿Por qué tengo que seguir?

Si no quiero ir, si me tiemblan las piernas, si se rebela el cuerpocontra mí,

¿por qué tengo que ir?

Es absurdo, completamente absurdo ir a la Plaza de Toros amatar seis, seis toros, seis. Yo sola, sola porque José del Puertoestá herido y yo no he querido suspender ni he querido que seasustituido por cualquier otro. ¿Cómo he podido no parar atiempo? ¿Cómo he podido estar donde estoy?

Es absurdo. ¿Por qué tengo que seguir? ¿Por qué ¿Por qué?

(S ilencio.)

¿Por qué empezó todo?

No lo sé

Por nada.

(Abandona el traje de luces y se dirige al relicario.)

Padre, tú tuviste alguna culpa.

(Coge una fotografía, que se supone de su padre, y que seencontraba entre las imágenes religiosas iluminadas porlamparillas.)

Padre, aunque yo te tenga en el relicario lo tuyo fue espantoso,fue una locura ridícula. En realidad, a lo largo de toda tu vida yahabías hecho mucho el ridículo. Lo habías hecho siempre, perolo de la Lotería Primitiva fue demasiado.

(Aprieta la fotografía contra su pecho.)

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Padre, no se puede hacer lo que tú hiciste. No se puede, siendolimpiabotas, ganar un premio de trescientos catorce millones depesetas en la Primitiva y dejar que te lo roben las ansias. Que telo roben a cambio de torear un toro en la Maestranza. A ti, quehabías sido banderillero fracasado; a ti, que nunca habías tenidodinero para sentarte en una barrera de sombra; a ti, que yaentonces tenías más de cincuenta años; a ti, que nunca te respetónadie; a ti, limpiabotas del bar EL CAIRO; a ti; limpia deseñoritos - hincao en la cochambre, como tú decías -; a ti, tetocan trescientos catorce millones en la Primitiva y te los gastas

en que los ricos te alquilen su lujo; te los gastas en sentirte unode los suyos por un rato; te los gastas en vestirte de torero y enirte para La Maestranza, después de haberle comprado un toroa Pepito Pogio y de haber estado en su ganadería tres mesesentrenándote mientras él se llevaba la Primitiva; y después debanderillear en la espalda a don Fermín, por unos celos , ytenerle que pagar la indemnización, después de eso, te vas a LaMaestranza, muy compuesto. Pepito Pogio y sus amigos todavíase están riendo de la broma tan graciosa.

Padre, es que hay cosas que no se pueden hacer nunca.

Por mucha ilusión, por mucho fracaso, por mucho martinete quetuvieras dentro del cuerpo, era preciso también tener un poquitode rienda. Y si no, tenías que haberte dejado matar por el toro.Eso es lo que tenías que haber hecho; todo menos lo que hiciste:volver después de aquello, volver después de que te robaran laPrimitiva; volver después de pasarte media hora agujereando altoro por los costados, matándolo a espadazos locos ; volverdespués de que Pepito Pogio te ofreciera un puesto en su finca;lo que tú quisieras: guarda, jardinero o tractorista, si aprendías.Lo que tú quisieras.

(Vuelve a dejar la fotografía entre las imágenes religiosasiluminadas por una lamparilla.)

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Padre, aunque y o te tenga en el relicario, lo tuyo fue unacatástrofe. Nunca, nunca podré olvidar lo que sentí entonces:sentí vergüenza de haber nacido, y espanto. Espanto de tenerque seguir sobre la tierra, tener que ir a comprar comida y vino,como si tal cosa. Como si no hubiera pasado nada, después deverte llegar de la Plaza de Toros de la Maestranza rechinandode pena y de ridículo, concentrado en la miseria, callado, turbio,arrastrando para siempre una deuda ya irremediable;irremediable; era una indefensión sin límite, sin límite nidescanso. Yo tenía trece años, y estaba rodeada de todos losregalos que me habías comprado después de ganar la Primitiva;estaba rodeada de todos los caprichos que te había pedido:juguetes, muñecas, zapatos, vestidos, bisutería y libros, muchoslibros. Desde pequeña... los cuentos, los libros , las historiascontadas por los hombres, los sueños escritos. Yo tenía treceaños y tú cincuenta y tantos. Te sentaste en la silla con el trajede luces roto, me miraste con la cara llena de sangre - solo eranrasguños - y me dijiste: Tengo sed. Fui corriendo por el vaso ycuando lo estaba llenando ya sabía lo que tenía que hacer: teníaque intent arlo, tenía que hacer lo que tú habías dejadopendiente, tenía que vengarme... aunque no sabía de qué.

(Junto al traje de luces, con renovada vitalidad.)

Vístete María de Utrera. Vístete con el vestido de torear.

Vístete, niña; niña solitaria, niña de los cuentos.

Vístete ya, Juana Ramírez, hija de Juana Ramos,

y cámbiate el nombre, ponte un buen apodo, niña dellimpiabotas, ponte un apodo en condiciones, ponte María deUt rera, que aunque tú no naciste allí, de allí era tu padre,Ramírez el de la Primitiva.

(Con un gesto que quiere decir: No quiero saber nada.)

Hay que vivir como si nada fuera real.

Hay que soñar que todo es mentira.

Hay que seguir intentándolo todo.

(Frente al espejo.)

Vístete, María de Utrera, que ya es la hora.

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Y vístete bien, vístete de blanco y oro, que es el traje que te dabuena suerte,

y que además es bonito. Vístete bien y dale brillo al cuerpo.

No te equivoques. Los cuerpos fuertes no sueñan. Los cuerposfuertes saben mirar a la tierra desde la tierra.

(Se quita la bata y se queda con un diminuto tanga de colorblanco, frente al espejo. Tira al suelo la bata y se acariciasuavemente.)

Brillo, brillo para el cuerpo.

Brillo para todos estos misterios, para toda esta locura,

para esta sinrazón, para este poderío.

Para este invento.

Juana, mírate desde la tierra.

Desde la tierra, pero no olvides que las verdades del cuerpo sonmucho más misteriosas que las de las palabras.

(Acariciándose el vientre.)

A veces eres sólo un juego, y ent onces me haces feliz, perootras veces me sobrepasas y me arrastras, y me llevas a no sédónde, y me enseñas que no hay límites, que no hay límites,aunque todo acabe.

Juana, tienes que ir a la Plaza. Tienes que ir sin memoria.

Brillo, brillo para el cuerpo. Brillo y cicatrices.

(Se acaricia supuestas cicatrices.)

Cicatrices p equeñas, como arañazos del deseo, como marcaslegítimas. Y cicatrices feas, cicatrices de heridas grandes; deheridas cuidadas , desinfectadas, cosidas por en medio de laanestesia; cicatrices de cornadas grandes que ya te pertenecen.

Juana, estás desnuda y no te protege nada.

Nada; como no sea tu voluntad, tu voluntad, tu voluntad y elazar.

¡Vístete María de Utrera!

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Para que el cuerpo ayude hacen falta las intenciones. El cuerpo,por sí solo, es un invento; pero es un peligro. El cuerpo estáloco.

Hay que ayudarle.

(Se pone unos leotardos blancos, que estaban sobre la camay que quizá no se han distinguido de las sábanas hastaahora.)

Víst et e M aría de Utrera, vístete de blanco y oro; vístete demisterio y seda pegajosa; vístete de ansias y oro. Después detantos siglos de disimulo, vístete de lo que quieras.

Ponte estos leotardos y pégatelos al cuerpo; pégatelos bien, quese ajusten a todos los miedos, a todas las locuras desparramadaspor la piel. Han sido miles de años de disimulo y la agresividadse ha ido oscureciendo y escondiendo bajo la piel. Son raícesmuy antiguas, muy hondas, raíces de oro sucio y seda. Méteteen esta funda como si esto fuera un refugio atómico.

(Suena el teléfono. En principio, no lo coge.)

No me llames más, Paco. Déjame en paz.

No me des más la lata. Me visto yo, me visto sola.

(S igue sonando el teléfono.)

Te he dicho que me dejes en paz. Que me dejes de una vez.

(Pausa. Reflexiona.)

¿Y se fuera algo de José? ¿Y si fuera alguna novedad?

(Coge el teléfono.)

Dime.

Que no, que no subas.

Sí, ya me imagino que hay gente que quiere verme.

Sí, ya me supongo que quieren autógrafos. Todo eso ya lo sé.Pero tu obligación es ésa: impedir que nadie llegue hasta aquí.

Y en cuanto a ti, ¿qué quieres, Paco? ¿No te he dicho que meestoy vistiendo sola? ¿Como te lo tengo que decir?

¿La taleguilla? La taleguilla también me la pongo yo sola.

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¿Qué si puedo? ¿Tú qué crees?

(Cuelga.)

¿Qué se creerá éste? ¿Qué necesito que él me ponga las bragas?

(Se pone de pie enfundada en los leotardos blancos y sedirige al esportón, de donde coge las medias rosas queestaban junto a los capotes doblados.)

Paco, lo tuyo ha sido una debilidad mía. No ha sido otra cosa.

Una debilidad tonta. No sé ni cómo te he aguant ado tantotiempo. No sé por qué te he dejado que me vistas. Aunque enteoría me viste Rosario, la verdad es que luego me has estadovistiendo t ú más que ella. Rosario es muy envidiosa. Eso esaparte.

(Se sienta en la cama y se empieza a poner las medias.)

Es ap arte pero lo noto. Cuando me peina, tan calladita, oigomuy bien lo que está pensando; cuando me alisa el pelo sobrela cabeza siento lo que está sint iendo. No es agradable paraninguna de las dos, pero nos alimenta. A veces, cuando me ponelas medias, empieza a tragar saliva y se va quedando pálida. Nocreo que sea solamente envidia y odio, creo que también esdeseo. A veces lo noto muy bien, noto que le gustaría, al mismotiempo, estrangularme, ser yo y envolverse a mi cuerpo comouna enredadera loca. Y besarme con esos labios tan finos.

(Deja de ponerse las medias.)

Me tiemblan las manos. Me tiemblan de miedo. Cada díatengo más miedo. Torear siempre me ha dado miedo, pero hoyt engo más que nunca. Hace días que me tiemblan, pero hoymás. Y cada día más. El que mejor lo sabe eres tú, Paco.

(Reflexiona mirando al teléfono.)

No te he preguntado por José.

¿Y qué te voy a preguntar?

(S igue poniéndose las medias.)

El que mejor sabe el miedo que me dan los toros eres tú, Paco.

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Lo sabes mejor que nadie, porque como tú dices has estadosiempre detrás del mostrador de la taberna. No sé por qué teaguanto, pero el caso es que es verdad; detrás del mostrador dela taberna. Ahí has estado.

(Se levanta para ponerse un sujetador, antes de ponérselo seacaricia los pechos mientras dice.)

Me duelen, me aprietan, me golpean. Los siento como doscampanas. Parece que me quieren avisar de que la taberna estátemblando. Pero se tienen que aguantar.

(Se pone el sujetador.)

Queráis o no queráis os tenéis que callar. Tenéis que esperar.Tenéis que dormiros metidos en la funda. Tenéis que olvidarosde los repiques.

(Empieza a colocarse la taleguilla.)

Paco, tú eres tonto.

Has estado detrás del mostrador, no te lo niego, pero eres mediosimple. No me extrañaría nada que te creyeras de verdad que nome puedo poner yo sola la taleguilla.

(Tumbada encima de la cama se va enfundando la taleguillamientras sigue hablando.)

No me extrañaría nada que te lo creyeras, porque los hombressois así: mucha imaginación para las tonterías, mucha fantasía,pero luego mucha ignorancia para todo lo que sea verdad. Y esoque tú, Paco, detrás del mostrador has movido muchosdesperdicios, y eso enseña. Además has sabido aguantarlo todocomo si no fuera contigo. Eso también enseña. Has sabido estardetrás del mostrador, detrás de las apariencias, detrás del bailede disfraces. Has sabido cuidar el género, esperando que lataberna se quedara vacía, que la taberna se quedara sola paraluego ir picoteando en todas las existencias. No te has dejadoengañar por las palabras. Has sabido escucharme la respiracióny el ruido de las tripas. Has sabido acercarte y tocarme cuandohe querido, como he querido, donde he querido. Me has dadomuy buenas explicaciones.

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Con eso has podido ir tirando. Has sido mi amante y mi cubo debasura. Has sido mi tont o de ojos oscuros, mi niño de ojosgrandes y tontos. Constante, has sido muy constante. Todas mistraiciones te han parecido pocas. Has sido una sombra de ojososcuros y también has sabido ser la tarta del cumpleaños y latoalla de las resacas. Has tenido paciencia. Y así, a lo tonto a lotonto, te has podido meter en algunos de mis mejores momentosde feria; y luego - eso sí - has sido el único que se ha arrodilladoa lamerme las desgracias. Eso tiene mérito. Has sido mimascota, mi refugio, mi sobón de manos frías, mi tonto tonto.

(Se levanta de la cama con la taleguilla puesta.)

Lo tuyo ha estado bien, Paco; pero al final tú eres tan inútilcomo el otro. Como el torero. Como el héroe de los ojos claros.Los dos sois casi lo mismo: una fantasía que sólo sirve para loque sirve. Pero nada más. Semilla, semilla y violencia.

(Pausa.)

Tengo miedo.

No quiero torear, no quiero.

No quiero torear hoy.

No quiero torear nunca. Tengo miedo. Tengo náuseas.

(Se acerca a la ventana, descorre l as cortinas y mira alexterior.)

¿Y si lloviera? ¿Y si esta tarde lloviera?

¿Y si con la lluvia se suspendiera la corrida?

¿Y si hubiera un Dios que me escuchara?

No debo, no debo torear. Ya no hay mano a mano, ya no tienesentido.

Tengo frío. Tengo frío aunque sé que hace calor, un calorinsoportable.

Desde anoche tengo frío. Quité el aire acondicionado pero oigozumbar aire frío por todas partes. Hasta por en medio de lo quepienso.

No puedo torear, no quiero. Era un mano a mano con José.

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Era como un juego. Él me decía, mira. Y yo le contestaba, puesya ves.

Así una tarde y otra tarde, sabiéndolo todo sin tener nada quesaber.

Estoy segura de que hace mucho calor. No lo puedo sentir perolo veo. El calor se ve. Y siempre me ha gustado mirarlo. En estaép oca es cuando se le ve y se le escucha mejor, entre SanAntonio y San Juan. Cuando todavía es un calor de principio detemporada. Éste es el calor con el que se nos han quedado lasbocas tan secas, mirándonos, creyéndonos que nos odiábamostanto. Odiándonos de tanto necesitarnos, de sentirnos tan juntos,de creer que no cabíamos en la misma plaza. Este es el calorcon el que se nos han secado las bocas con los vasos en lamano, sin beber, esperando que bebiera el otro.

No puede ser. No puede destrozarte un toro delante de mí. Y yoestar viéndolo sin poder hacer nada, nada, nada. Y estar allí,viéndolo.

José, no puedes abandonarme ahora; antes de esta corrida,cuando más te necesito.

(Después de unos segundos de silencio y desconcierto, cogela camisa y se dispone a ponérsela.)

Madre, cuánto te gustaría es tar ahora aquí conmigo,estirándome la camisa, p oniéndome adornos; sin entender loque está pasando, mirándome fijamente a los ojos, perdida entrelas miradas, pidiéndome que esté guapa, que no renuncie aningún homenaje, que no renuncie a la gloria, al poderío, que norenuncie a ninguna locura, a ninguna.

Madre, hablo sola porque tú no estás aquí. Ya sé que nop uedes, que estás enferma, que cada día tus pesadillas sonpeores, que no has podido con la enfermedad del alcohol y quelos días que voy a verte a la clínica te pones nerviosa y meechas y me dices que no me haga ilusiones, que no soy hija dellimpiabotas, que mi padre no existe y si existe tú no lo conoces.Yo creo que tú nunca quisiste tener una hija. Ni una hija ni unhijo. Creo que nunca quisiste tener nada más que emociones.Eso es lo que más te ha perjudicado.

(Con la camisa ya puesta; mientras se la abrocha.)

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Mira qué pechera, bordada y un poquito almidonada; lo justo.José la lleva sin almidonar; dice que no le importa, que eso esantiguo. Ya ves, antiguo; como s i no fuera ésa la gracia quetiene.

(Se desentiende de la camisa, y se acerca a la cama, endonde busca algo que por fin aparece. Entre las sábanashabía un muñeco de peluche. Lo coge. Y juega con élmientras habla.)

Antiguo, ya ves tú, como si todas las emociones no fueranantiguas. A pesar de todo, madre, yo siempre te he comprendidomuy bien. Desde muy pequeña. Los disparates se comprendenmuy bien. ¿Te acuerdas cuando jugábamos a pasear por el zoo?A p asear por el zoo sin salir del dormitorio. Tú eras la ranagrande y yo la mosca princesa, tú eras la araña de los bosquesnevados y yo la gata con uñas de zafiro. Me mirabas con horrorporque la araña había caído en mis garras y no había nievebastante para cubrir tus heridas y tu dolor. Lo decías tumbadaencima de la cama, haciéndote un ovillo porque y a habíasperdido todas tus patas y todas tus redes y sólo te quedaba elcuerpo gordo de la araña.

Los disparates son lo único que une de verdad.

Luego ibas a la cocina y seguías inventando torturas. Decías quelos garbanzos eran soldados huérfanos que habían llegado porel Guadalquivir buscando un estómago para dormireternamente.

-¿Quieres que duerman contigo o conmigo?

-Con las dos.

Y así era, dormían con las dos. Comer garbanzos era dar asiloa un ejército de huérfanos. Nunca he podido comerme ungarbanzo sin recordar aquello. No había descanso. ¿Recuerdasla historia de las patatas? Estabas segura de que a ellas lesgustaba que las p eláramos, les gustaba quedarse sin cáscara,quedarse desnudas para poder bailar sin estorbos en el aceite,mientras se freían.

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Otras veces me mirabas borracha y me decías: Hoy me hancomido los pies. Lo primero que se comen los demonios son lospies. Luego, querrán más. Cuando estaba él - Ramírez, mi padre- tú querías que jugásemos a los toros. Donde él nos viera. Túeras un toro enfermo y yo el torero que te llevaba agua y flores,y cuando tenía que matarte me pedías que te explicara que noimportaba nada porque el sacrificio era necesario. Y así podríasluego, pasado el tiempo, convertirte en un rayo y matar a todoslos toreros. Los disparates son lo más antiguo que existe. Y lomás verdadero.

(Tira sobre la cama el muñeco de pe l uche y vuelve aocuparse de la camisa. Se abrocha los botone s que lequedaban por abrochar.)

A ti, madre, las pecheras bordadas te gustan. La verdad es quea pesar de todas las imprudencias que has hecho me acuerdo deti. Me acuerdo de ti y te hecho de menos, pero cada vez que teveo o cada vez que te recuerdo me haces sufrir. Has sido muypoco astuta, has sido demasiado evidente, demasiado descarada.Te has arrastrado por la vida sin disimulo. Con muy pocaprudencia. No has tenido más que la malicia natural; no hasaprendido nada, te ha faltado el refinamiento. Las perversionesson muy complicadas y necesitan mucha voluntad; tú ademásno tuviste ayuda. En cambio, quererte sí que te hemos querido.¿O no? El limpiabotas te quiso más que a nadie. ¿O no? Muchomás que a mí. Y eso, que tanto él como yo, digas tú lo quedigas, siempre hemos estado convencidos de que sí, de que yosoy hija suya. Ya ves, el limpiabotas, que parecía tan inútil,después de todo acertó la Primitiva. Él, que había fracasadocomo banderillero, triunfó en la lotería. En cuestión de dinero,podía haberte dado todo lo que hubieras sido capaz de soñar,pero cuando ganó el premio ya le habías abandonado del todo.A él y a mí. No has sabido cuidarte. Aparte de los sentimientos,hay que tener cabeza.

(Coge la faja pero no llega a ponérsela, juega con ella entrelas manos.)

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Y tampoco estuvo bien que nos dejaras a Ramírez y a mí solosen Móstoles. Él había tenido que limpiar muchos zapatos ytraficar con todas las sobras para poder dar la entrada del pisoque decías que tanto te gustaba. Y lo que fue peor: tuvimos quedejar Sevilla, que para él era una obsesión muy grande. Esnatural. Había nacido y se había criado en Utrera. Tú eres delmismo Sevilla, igual que yo, aunque yo soy ya de la SeguridadSocial, de la Virgen de los Reyes, pero, en fin, de Sevilla. Poreso él tenía que ser más sevillano, porque era de Utrera. El casoes que hubo que dejar todo lo que era el sur. Allí estaba ya lacosa muy complicada. Los señoritos del bar EL CAIRO terifaban entre ellos. Una broma. Y dicen que hubo uno que lepagó a Ramírez con las papeletas. Muy poca cabeza. Y luego yaaquí, en Madrid, en Móstoles, hubo que hacer un esfuerzo paraque las buenas amistades lo colocaran de limp ia en el barCHICOTE. Para eso hubo que mover todas las influencias. Laverdad es que el hombre sufrió. Aparte de los sentimientos hayque tener cabeza. Al toro se le torea con la cabeza. El cuerpo eslo principal pero se le torea con la cabeza. Nosotras, por tenerlo principal, hemos descuidado mucho la cabeza. Ha sido unerror. Y ahí se han agarrado ellos. Pero eso también se les estáacabando. Nos han castigado mucho. Durante toda la vida,durante siglos. Ha sido p or miedo. No es que yo los quieradisculpar, pero ha sido por miedo. En una lucha, lo de menos esganar, lo espantoso es perder. El que pierde no existe, no existepero se arrastra.

(Arruga con violencia la faja entre sus dedos.)

El miedo. Y contra el miedo, la cabeza. El odio frío.

Ésa es la fuerza.

Mi padre y tú habéis sido tan débiles que todo vuestro odio hasido siempre inútil. En la lucha entre vosotros perdíais siemprelos dos. Siempre os arrastrabais los dos. Muy poca cabeza.

No me pasará a mí, dije. No me pasará nunca, nunca. Nunca.

(Tira al suelo la faja, convertida en un amasijo sudoroso. Eldesperdicio queda lejos de su vista, por el suelo.)

Calor. Hace calor, un calor insoportable.

(Se coloca junto a la ventana y mira hacia el exterior.)

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Pero no habrá torment a. Habrá silencio. Calma chicha. Ymorbo, un morbo pantanoso. La mujer t orero. La señoritatorero. A ver si es verdad que ésa puede con seis toros. Con seistoros ella sola. Eso habrá que verlo. Un morbo pantanoso.Aunque no toree José del Puerto estoy segura de que no habrándevuelto ni una sola entrada. Ya se estarán vendiendo losrefrescos. Y los claveles. Ellos comprarán claveles paraponérselos, con una sonrisa, en la solapa y luego si la cosa vienebien, con ojos encendidos, me los tirarán al ruedo... Si consigomatar los t oros , si les gusta cómo los mato, si agradecen elesfuerzo.

José, tú y yo hemos hablado mucho de arte, pero el arte no esmás que eso: una violencia que deslumbra.

Tú estás equivocado, José, a ti te gusta mucho creer que tienespoderes mágicos. Si tienes poderes misteriosos, ¿por qué nollueve?

¿Por qué no llueve a cántaros? ¿Por qué no llueve a mares y sesuspende la corrida? A ti te gusta soñar con la cabeza puesta enmi vientre. Con la cabeza aquí.

(Se acaricia el vientre.)

Te gusta soñar que haces prodigios, te gusta soñar que si fuerapreciso, si el toro fuera certero a por mí, decidido a rematarme,tú, sin capote siquiera, con un gesto de la mano, te llevarías alanimal detrás de ti. El día que haga falta me llevaré al torolamiéndome en la mano, como si fuera un perro enseñao. Loharé para que no te coja, pero sobre todo para demostrarte loque es un torero. Eso me has dicho muchas veces. Y yo allí,embobada. Eres un chulo, José del Puerto; un chulo y unembustero. Y lo peor es cuando te pones folclórico, cuando memiras con los ojos claros y me dices, desparramao, que parezcola Bahía de Cádiz. ¡Tú no sabes lo que es una mujer ni lo que esla Bahía de Cádiz!

(Se ciñe el chaleco bordado con genio y tufo de barranco.)

Las mujeres somos barro. No te digo tierra, te digo barro.

¿Dónde está el corbatín?

(Lo busca.)

Hace calor, pero no hace calor.

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No sé si hace calor, no sé dónde está el corbatín.

Juana, no puedes perder la cabeza.

No puedes derrumbarte ahora. ¡Eso sí que no! Aguanta, tienesque aguantar.

Aquí tienes el corbatín. Póntelo. Mírate a la cara y póntelo.

No te pueden temblar las manos, las manos frías.

No puedes tener esos dedos, esos dedos torpes.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué tengo que torear? Las manos, notengo manos.

(Se muerde los dedos.)

Sí tienes manos.

No puedes pararte ahora, no puedes.

(Se coloca frente al espejo.)

No me importa el triunfo, no quiero el triunfo, sólo quierovolver de la Plaza, sólo quiero no pisar nunca más el ruedo. Nohay ninguna razón para seguir, ¿verdad que no? No hay ningunarazón. Claro que la razón no es nada. No sé... No sé por qué hellegado hasta aquí. Pero estoy aquí, estoy aquí y soy yo. Nopuedo pararme. No puedo arrepentirme.

(Desdoblándose, con inesperada serenidad.)

Juana, estás diciendo tonterías.

Hazte bien el nudo.

(Se hace el nudo del corbatín pareciendo que despierta deuna pesadilla.)

Padre, si estuvieras ahora a mi lado me harías el nudo delcorbatín. Eso sí sabías hacerlo. Si estuvieras aquí, pensarías quetu vida había tenido sentido; pensarías que yo iba, en una solatarde, a justificar tus tinieblas. Padre, aquel vómito de sangre,aquella muerte que tuviste fue porque no supiste esperar, seguiresperando. No se puede parar, no se p uede volver a limpiarzapatos al bar CHICOTE después de un sueño como el que túsoñaste.

Nunca me llevaste a una plaza de toros.

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Seguramente hubieras querido llevarme a la Plaza, seguramentehubieras querido que y o fuera niño para eso, para llevarme;porque claro, las niñas no van a los toros , p ensarías tú,mirándome, desilusionado. La primera vez que fui a la Plaza yaodiaba a los toros, ya te había pasado todo lo que te pasó en LaMaestranza, y antes de haber visto ninguna corrida ya habíadecidido triunfar ahí, matando toros, ya había decidido ser lagran figura del toreo. Sólo tenía que aprender.

(Se sitúa frente al esportón con capote s y el juego deestoques.)

La primera vez que entré en la Plaza fue en la de San Sebastiánde los Reyes. Todo me pareció horrible, me p areció elespectáculo más repugnante que había visto nunca. Ya entoncesme acompañaba Paco. Él sacó las entradas. Paco estudiaba enla Escuela Taurina y dice que le hicieron rebaja. No creo quefuera verdad. A lo mejor se las habían regalado. Paco meexplicaba todo aquello, todas aquellas fantasías que había detrásde tanta sangre. De pronto, cuando la gente más aplaudía, sepuso de pie y dijo radiante: Ésta es la Fiesta Nacional, ésta esEspaña. Yo estaba comiendo pipas, tenía trece años, tenía ganasde irme, pero no podía porque ya estaba decidido: yo iba a serla primera mujer torero que retara al mejor de los hombrestoreros, al mejor de todos. Y le retaría en la Plaza de Madrid yallí le vencería. Hacía mucho calor, el mismo que debe hacerhoy, pero ese día sí lo notaba, y quería un abanico. Paco meabanicaba con una revista taurina, me llegaba el olor de lospuros; lo único que me gustaba era la música, la banda demúsica me gus t aba; pero lo que pasaba en el ruedo era unapesadilla: muerto el toro y arrastrado entre una nube de polvoera como si nada, porque todo volvía a empezar, salía otro toroy luego otro. Comprendí que los toros eran inmortales, pero quehabía que matarlos. Aprovechando un descuido, Paco me metiómano. Era la primera vez. Me pareció que los hombres no sabenlo que hacen, les dan calambres y ya les da lo mismo, ya nooyen ni su propio miedo.

Yo estaba mirando las banderas, no sabía que hubiera banderasen las plazas de toros. Él se paró en la ingle. No se atrevió aseguir.

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Si hubiera seguido, yo no sabía si tenía que decirle algo; estabapensando qué tendría que decirle, pero él se paró; pudo más elmiedo que el ansia. En el ruedo estaban poniendo banderillas ydijo: Ése par al quiebro ha sido muy bueno. Para losaficionaos, se entiende. Retiró la mano y no me miró de frenteen un rato. Les daban orejas a los toreros y yo pensaba que meiba a dar mucho asco cogerlas cuando me las dieran a mí,cuando las cortara yo. La verdad es que las orejas a vecespueden dar asco. Yo he cortado muchas y me gustan, peroentonces tenía trece años. Gracias a ti, Paco, conseguí entrar enla Escuela Taurina. Siet e cornadas llevo ya. En cambio tú lodejaste. Dices que nos has tenido suerte.

(Se pone lentamente la chaquetilla.)

Blanco y oro.

Los alamares son bonitos. Este traje es bonito. Además me dasuerte. Me la ha dado siempre.

El primero que me compré también era blanco.

(Se pasa las manos por el traje haciendo un reconocimientopormenorizado de sus singularidades. Se da cuenta de queno lleva puesta la faja.)

La faja. ¿Qué he hecho con la faja?

Te falta la faja, María, te falta la faja.

No puedes perder la cabeza,

No puedes perder la faja, no puedes perder el control, María deUtrera.

(Se acaricia el vientre, el útero.)

No puedes quedarte desnuda ahora.

El vientre, no puedes acariciarte ahora el vientre.

No puedes saber lo que sabes, no puedes, Juana.

No puedes saberlo ahora; tienes que seguir huyendo;

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No puedes pararte ahora; no puedes ponerte las manos en elvientre, las manos frías, las manos de niña sola y buscarte elútero. No puedes saber lo que sabes. No puedes saber que sí,que es verdad, que el análisis demostró que estás embarazada.No puedes saberlo ahora.

(Pausa. Después habla con resignada frialdad.)

No puedes recordarlo ahora. Es lo único que te habías prohibidohoy. No puedes hacerte preguntas ahora. No puedes saber quéeres. No puedes sentir quién eres.

No puedes utilizarlo para justificar tu miedo. Descansa.

Todo va bien.

No va a pasar nada malo. Todo irá como debe ir.

Ponte la faja, María de Utrera.

(Busca l a faja por el suelo, y cuando la encuentra searrodilla, la coge y se la pone.)

Coge la faja, la faja que tiraste al suelo, arrodíllate y cógela.Cíñetela bien a la cintura y recuerda que llevas cinco corridasseguidas sin cortar más orejas que la que cortaste en Granada -una sola-, que llevas cinco corridas sin ponerte en el sitio, sinsaber colocar los sentimientos, cinco corridas defendiéndote elútero. Recuerda que no has dormido nada en toda la noche. Yque al final has hecho una promesa: esta corrida sí, luego ya severá, pero esta corrida, sí. Porque no dejarás que nadie,absolutamente nadie, decida por ti. Serás tú misma; tú sola.

(Se acaricia con ternura el vientre.)

No puedo dejar que me robéis la locura, p orque ¿sabes tú?,ovillito, la locura es un sueño que no se deja robar, es un sueñomuy antiguo, un sueño que nunca despierta para los demás. Unabismo que tengo que soñar yo sola. Tú eres un ovillito, unatiniebla; tú eres una raíz, pero necesitas barro.

Estás descalza, María; te faltan las zapatillas; las zapatillas y lamontera. Otra cosa ya no te falta.

(Se sienta en la cama para ponerse las zapatillas.)

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Recuerdo muy bien cuándo fue. No es que no hubiera en esosdías otras oportunidades; pero estoy segura de que fue la vezque estuvimos toreando juntos en la dehesa nueva que te hascomprado, José: el día que estuvimos toreando desnudos las tres

becerras y el novillo desechao. Fue allí mismo, en la plaza,sobre la arena, después de que me dejaras que entrara yo amatar el novillo. Había salido bueno ¿te acuerdas? Lo habíamostoreado los dos. Lo habíamos toreado bien. Dijiste que vermeentrar a matar desnuda ya no era deseo, ya era vértigo. Cité arecibir, lo aguanté bien, me rozó la cadera derecha con el pitóny salió muerto del embroque. ¿Te ha gustado, José? Ha estadobien. ¿Bien? En el hoyo de las agujas. Fue allí, sobre la arena.Sudabas más que nunca. Y me preguntabas: ¿Tú por qué nosudas? Quería gritar, dar un chillido inmenso, pero no grité. Tecogí la cabeza con mis dos manos y la arrastré dentro, entre lospechos. Cerré los ojos y sentí que el mundo era una bola deincienso que se estaba quemando.

(Pausa.)

Fue esa vez. Seguro.

(Se levanta, con las zapatillas puestas, y mira el reloj quehay sobre la mesilla de noche.)

¿Por qué no me llama nadie? ¿Por qué no me llama Paco? ¿Porqué no me llama Rosario? No me llaman porque les dije que nome llamaran. Pero, a pesar de todo, tenían que haber llamado.¿Y si me hubiera dado un mareo? ¿Y si hubiera decidido notorear la corrida?

Además ya es la hora.

(Coge el teléfono, marca un número.)

¿Paco? ¿Tú sabes la hora que es?

¿Tú sabes que todavía me tienes que atar los machos? ¿Tú sabesque tienes que coger el esportón? ¿Tú sabes que llevo un ratoesperando?

Lo sabes. Pues entonces, ¿por qué no has subido?

¿Por qué hay problemas con la corrida? ¿Qué problemas?

¿Qué?

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¿Qué la corrida se ha suspendido?

¿Qué se ha suspendido sin contar conmigo? ¿Pero qué dices?

¿Qué estás seguro de que y o es t aré de acuerdo con lasuspensión?

¡Tú estás cada día más ignorante, Paco! ¿Tú crees que se puedetomar una decisión así sin contar conmigo?

Y además, ¿por qué? ¿Por la lluvia?

¿No está lloviendo?

¿Entonces?

¿Por respeto ¿Por qué respeto?

¿José?

No, no es verdad; no puede ser verdad.

(Grita como una fiera herida.)

¡Dime que no es verdad!

(Dejando caer las palabras por un despeñadero.)

No es verdad, José no ha muerto. No puede morir, no puede,dímelo tú, dímelo, dime que no es verdad; dímelo, Paco,dímelo. José no ha muerto. José no ha muerto. Dímelo.

(Escucha al teléfono como si todavía esperara unarectificación.)

¿La verdad? ¿Qué hay que aceptar la verdad?

¡Muérete Paco, muérete tú y que sea ésa la verdad!

Y mientras te mueres, no pises esta habitación. Déjame sola.¡Sola! ¿Lo has oído bien? ¡Sola!

(Cuelga el teléfono.)

No, no existen las verdades. Desde pequeña esa ha sido mifuerza: vivir como s i nada fuera verdad, soñar que todo esment ira. Hay que soñar ese sueño, José, hay que soñarlo.Porque en ese sueño tú estás vivo, eternamente vivo; tú estás ami lado, tú estás escuchándome. En ese sueño nadie puedesepararnos. Nadie, absolutamente nadie.

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(Pausa. Lentamente va entrando en una desolacióncontenida pero irremediable.)

¿Qué has hecho, José...? José, niño de la Encarna, niño delPuerto... ¿Qué has hecho, José?

¿Por qué te has abandonado? ¿Qué has hecho con tus poderesmágicos? ¿Qué has hecho conmigo? Has faltado a la cita, hastenido miedo, no has podido aceptar el mano a mano. Nunca tepodré perdonar, nunca, José del Puerto. Nunca. Te has ido sindejarme más consuelo que los sueños, pero al irte tú ya noexisten los sueños.

(Frente al espejo.)

Estás sola, María de Utrera.

Necesitas decirlo y necesitas saberlo.

Estás sola.

Mírate bien y olvídalo todo.

Tú y tus labios. Tú y tus ojos. Tú sola.

Alrededor no habrá ya más humos que el humo.

La vida ya no será infinita.

José del Puerto será un retrato.

El mejor de los toreros será un retrato.

La persona que más he querido será un retrato.

Todo está tranquilo, absolutamente tranquilo.

(Se dirige a la mesa en donde siguen las velas encendidas.)

Todo está como hace siglos.

Todo está en silencio.

En silencio, como el fondo de un lago,

una oscuridad muy antigua.

Encenderé una vela, José. Habrá una lucecita nueva.

(La enciende, parece que reza. Pausa.)

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Vuela, José, vuela, desenreda claridades.

José del Puerto, el mejor de los toreros.

(Se aparta del relicario y se mueve como perdida por lahabitación.)

Es verdad, pero no puede ser verdad.

¡Qué silencio! ¡Qué silencio durante tantos siglos!

¡Qué oscuridad! ¡Qué lago tan frío! ¡Qué soledad, Juana, quétemblores, qué recuerdos tan vivos, qué aullidos por dentro!¡Qué soledad! Soledad, y el recuerdo de su mano enseñándomeel anillo: Mira lo que te he comprao ¿Para qué quiero yo unanillo?

Para recuerdo.

¡Qué castigo! ¡Qué condena saber que sí, que será el recuerdode que no estás tú y de que eso nunca podré olvidarlo! ¡Quésoledad, Juana, qué castigos! Mientras viva no habrá descanso,no habrá día que no te recuerde y te busque; te busque en lashabitaciones, en los pasillos, en los aeropuertos, en el coche, enla cama, en la entrada de los hoteles, en el campo, en el ruedo,por en medio del desierto.

¡Qué dolor y qué oscuridad!

Ya nunca más.

Ya nunca se abrirá la puerta para que entres tú.

Ya nunca más la Bahía de Cádiz.

¡Qué silencio! ¡Qué soledad!

(Pausa.)

Una lucecita, el humo de las velas.

¿Será una pesadilla? ¿Será todo una pesadilla?

¿Volverán a llamar y dirán que todo ha sido un error?

¿Será posible despertar?

Dímelo tú; sálvame, José del Puerto.

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¿Dónde estoy? ¿Dónde? ¿Estoy viva? ¿Es todo verdad? ¿Dóndeestoy? ¿Dónde?

(Corre hacia la puerta de la habitación y la abre.Relámpagos de flash. Voces muy excitadas dicen.)

-Es ella.

-¡Mírala, mírala!

-¡María de Utrera, mírala!

-María ¿es verdad lo que dicen?

-¿Es verdad lo que ha dicho la radio?

-María ¿qué vas ha hacer?

-¡Un autógrafo, María, un autógrafo!; por favor, María.

(Cierra bruscamente la puerta; sobre la que durante unossegundos se oyen los golpes de los admiradores.)

Ahí están. Los demás. Los otros. El mundo entero.

Ahí está la fuerza.

José ha muerto, pero ellos no recuerdan. Ellos piden.

Ellos me piden. Me piden autógrafos, me piden que alimente lalocura, que no los abandone yo también, que no los deje solos,que sigamos soñando el mismo sueño.

He toreado por ellos.

José ha toreado por ellos.

Ellos son la explicación del mundo.

Ellos son la medida de nuestras fuerzas.

Ahí están, insaciables.

También están los fotógrafos.

(Frente al espejo.)

Tú y tus cejas; tú y tu piel; tú y tu boca; tú y tu espejo.

(Coge una barra de carmín y muy lentamente se pinta loslabios.)

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El carmín me gusta, me quita mucho frío de los labios.

¿Quién eres, Juana? ¿Quién eres tú? ¿Qué esperas?

(Deja de mirarse al espejo.)

No puedes hacer preguntas.

No puedes pararte tampoco ahora, tienes que seguir.

(Pausa.)

Tengo que seguir.

¿A dónde?

La soledad es una inferioridad numérica.

La soledad es sentir que vas a morirte sin obstáculos.

No quiero quedarme sola.

(Pausa.)

No quiero quedarme sola.

No soporto las verdades.

Desde pequeña tengo esa tara.

(Se acaricia el vientre.)

¿Estás aquí? ¿Me quieres?

(Después de una pausa, con gran decisión coge el teléfono ymarca un número.)

¿Paco? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no subes?

No, Rosario, no; tú solo.

Sí, tú solo.

Lo de antes lo dije antes. Ahora, sí; ahora estoy esperando quesubas a quitarme el traje.

(Cuelga el teléfono. Después de una pausa, susurrando laspalabras.)

Paco, estoy embarazada.

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Vamos a tener un hijo, Paco. Era lo que tú querías: un hijo mío,un hijo de María de Utrera.

Voy a suspender la temporada, tienes que hablar con lasempresas.

(Pausa.)

No sé cómo te aguantas los celos, Paco.

(Breve silencio, se acaricia el vientre, no se sabe si inicia unaoración o un nuevo desafío.)

Será niña y se llamará Juana.

TELÓN