el tuey es un poema - moisesmarcano.com tuey es un poe… · muchos de ellos son parte de tu...
TRANSCRIPT
MOISÉS FRANCISCO MARCANO SALAZAR
EL TUEY ES UN POEMA
DEDICATORIA
Para toda la gente vinculada a ese pueblo pintoresco, alegre y hermoso que labora y
descansa al pie del Purulú, oye el susurrar de las datileras y el canto de los pájaros del monte,
disfruta de la fragancia de sus flores y duerme con las notas cadenciosas de la brisa que baja de
la montaña. Ese pueblo que sueña con un futuro promisorio y honra el nombre que le obsequió
su cacique Tuey, digno representante de la raza guaiquerí.
"Cuando el pueblo trabaja, Dios lo respeta. Pero, cuando el pueblo canta, Dios lo ama"
Facundo
Cabral
1937 - 2011
INTRODUCCIÓN
Cuando escribí el libro "El Tuey, la umbría vespertina del Purulú" y presencié el
entusiasmo y la alegría de Güicho Foro, Toño Tellito y otras personas muy queridas, sentí que
todavía me faltaba algo que contarle a la gente de mi pueblo, especialmente a las nuevas
generaciones. Desde ese momento comencé a recordar mis vivencias y basándome en mi
memoria, tal vez motivado por la añoranza de estar en contacto con nuestras familias, lugares y
costumbres, me propuse preparar un trabajo para resaltar la esencia de un pueblo trabajador y
agradable siempre dispuesto a tender su mano a aquellas personas que nos visitan y están
dispuestas a compartir nuestras costumbres, aromas y sabores de pueblo sencillo y simpático.
Esa es la razón fundamental por la cual ahora les entrego "El Tuey es un poema". En el
recorrido que realizarán a través de esta narración encontrarán nombres de personas que se han
ido a otro lugar o a la eternidad. Muchos de ellos son parte de tu familia porque nuestro pueblo
es el resultado de la mezcla de pocos apellidos que al final resulta en que todos somos parientes.
Cuando nombro a las personas que recuerdo lo hago con el respeto y el cariño que
siempre sentí por ellos, aunque algunas veces trato de describirlo con alguna anécdota,
utilizando algún apodo o hipocorístico con el cual era identificado, sin que esto pueda
interpretarse como una burla, sino más bien como una expresión muy característica utilizada en
nuestro diario acontecer margariteño.
Muchas de las personas nombradas nacieron en los años 1800 y 1900, las cuales conocí
y traté personalmente pudiendo así tener conocimiento de su forma de ser, oficios que
desempeñaban y sobre todo esa forma de ser tan campechana, sincera y criolla de hablar,
compartir y demostrar su humildad y sapiencia a pesar de su sencillez y carencia de recursos.
Esa gente sencilla y trabajadora fue la que sentó las bases de estas nuevas generaciones con
su esfuerzo, valores y principios sólidos. Muchos eran labriegos, artesanos y jornaleros ayudados
por sus mujeres convertidas en auténticas amas de casa que con la elaboración de arepas,
empanadas, dulces, cargando agua y leña para cocinar contribuyeron con el sostén de sus
familias.
Cuando El Tuey no tenía calles asfaltadas, energía eléctrica ni telefonía, todo se hacía a
pie o con la ayuda de burros y algunos caballos, caminando por estrechas veredas entre
cardones y tunas, bajo la sombra de yaques, robles, guayacanes y otros árboles del bosque
xerófilo. El canto y revolotear de los pájaros entre el matorral que bordeaba los caminos deleitaba
al caminante y lo hacía olvidar sus penas. La abundancia de vegetación le daba un toque de paz
y ternura a las almas que veían pasar el tiempo y abrigaban la esperanza de poder ofrecerle a
sus hijos una vida mejor. Todos bebían de las aguas de los mismos pozos y creaban los
anticuerpos para combatir los parásitos. En eso todos éramos ricos. Conocimos los hornos de
cal, conucos productivos, hatos de chivos, corrales de vacas, burros y caballos, alfarería,
alambiques, molinos de viento, hornos de pan. Saboreamos los dulces más deliciosos hechos
con papelón, ricas empanadas y hallacas, chicharrones tostaditos, majaretes y melcochas. Todo
esto se ha convertido en la fuente inagotable que inspira mis versos, razón por la cual "La umbría
vespertina del Purulú" ahora se convierte en un poema.
Es un valle de armonía con costumbres y creencias que hacen de su diario trajinar un
lugar poético. Sus bodegas, muchachas de antier, fiestas, fauna y flora, hacen de su terruño un
campo hermoso. Ese pueblo trabajador, sencillo, humilde, fiestero y siempre de buen humor es
para mí una manera muy singular de vivir con esperanza y dedicación a pesar de todas las
dificultades que puedan presentarse. Eso es lo que me ha servido como fuente de inspiración
para escribir: "El Tuey es un poema".
Los invito a pasear por El Tuey a través del tiempo y mis recuerdos.
UN VALLE DE ARMONÍA
El Tuey, "La umbría vespertina del Purulú", es un pueblo manso asentado en un lugar
bucólico, parte del Valle de San Juan Bautista, ubicado entre la cuchilla y la falda del Purulú, las
serpentinas del río Agua de Vaca que va bordeando La Fuentecilla y los recovecos de la
quebrada de El Macho. Tiene nombre de cacique guaiquerí y la estirpe de esa raza mezclada
con gente de la Hesperia que antaño visitó sus lares; tiene el alma bochinchera de las chiquías
que revolotean en bandadas con angoletas y paraulatas, cantando de mata en mata y anidando
en los cuijíes, macos y guayacanes. Empinado sobre la tierra noble con la mirada puesta en la
esperanza del porvenir, como la lata del maguey que crece orondo con su maceta de flores
ofrecidas como un tributo al cielo que le regala su cúpula azulina. La agradable brisa que baja de
su cerro, se cuela entre la verdina de su Flora y apacigua los cuerpos cansados por el diario
trajinar. El Alba le muestra la montaña grande que tiene al frente, el mediodía calienta las
modorras y pone en acción los cuerpos laboriosos que salen a buscar el pan del día y el ocaso
le brinda la umbría que cubre la tarde que se convierte en noche llena de amor y armonía. Los
cardones se yerguen con sus brazos extendidos como candelabros que muestran sus luces
convertidas en yaguareyes, los árboles rozan sus ramas componiendo melodías que hacen
brotar el sueño para el descanso nocturnal. El aroma de sus flores se adhiere a los cuerpos de
sus mujeres bellas que invitan al amor que forma hogares donde las familias cultivan los valores
inculcados por sus ancestros. El parentesco cercano entre su gente, hace como por arte de
magia, que sea un pueblo donde la armonía, paz y solidaridad sean los pilares fundamentales
de su diario vivir.
El Tuey, pueblo de gente amigable, es una familia grande donde desde tiempos
inmemoriales se han venido entrecruzando los Aguilera, Bello, Boada, Botini, Castañeda,
Cedeño Díaz, Fernández, Gamboa, García, González, Hernández, Herrera, Lárez, López, Lista,
Marín, Marcano, Marval, Mata, Millán, Moreno, Rodríguez, Romero, Salazar, Tenorio, Valerio,
Vásquez, Velásquez y otros de reciente data. Aunque sus pobladores son mestizos, se nota una
tendencia blanco cobrizo, con escasos individuos de características afrodescendientes y no
muchos con rasgos indígenas marcados.
Abundan las mujeres bellas, descendientes de aquellas damas que otrora fueron la
inspiración de caballeros foráneos para nombrar a la vía principal del pueblo como calle Las
Flores, donde se realizaban ferias con música cañonera, bailes populares, carreras de yeguas y
caballos y premiaciones a los jinetes destacados, además de las uniones amorosas que
surgieron en aquel entonces, cuyos resultados son las familias principales y originarias que
actualmente conforman la población tueyera.
Los hombres, de estatura generalmente alta, corpulentos y apacibles se dedicaron a la
cría de animales domésticos que pastaron en las sabanas del matorral xerófilo; el cultivo de
plantas anuales y bienales en los conucos regados por las aguas de las lluvias esporádicas que
se dejaban caer de aquellas nubes pasajeras y burlonas que como locas pasaban adornando el
firmamento. Hombres, mujeres y muchachos han criado vacunos, caprinos, ovinos, solípedos,
equinos, porcinos y aves de corral. Almacenaron aguas de escorrentía en pozos y recogieron
aguas de lluvia con sus grandes tejados de casas y caneyes. Construyeron hornos para quemar
la piedra caliza que les ofrecían los cerros y convertirlas en la blanca cal que mezclada con
arenas y arcillas formaban la argamasa que iba uniendo piedras y adobes para levantar las
paredes y tapias de aquellas casonas y cuartos que albergarían las familias que hicieron a ese
pueblo grande y laborioso. De allí surgió una juventud estudiosa y trabajadora que se ha ido
mezclando con foráneos y formando nuevas familias arraigadas a su lar nativo, mientras que
muchos emigraron en oleadas que otrora incursionaron en las vegas formadas por los caños del
Delta del Orinoco cultivando principalmente maíz, brazo a brazo y codo a codo con la población
warao de aquellos campos. Muchos fueron destacados obreros, ejecutivos y dirigentes sindicales
en la incipiente industria petrolera en los campos de Anzoátegui, Monagas, Falcón, Barinas, Zulia
y Carabobo. Más recientemente están regados por todo el mundo como consecuencia de la
diáspora forzada por los errores de gobernantes corruptos que solo piensan en su propio
bienestar ocasionando calamidades que diezman a un pueblo que fue engañado con
ofrecimientos de bienestar insano. Pero el espíritu de este pueblo no decae, su alma inquieta
sigue cultivando los campos del saber, sus brazos siguen abiertos para el abrazo fraterno, las
estrellas de su cielo despejado le alumbran los senderos que lo invita a ir más allá de su terruño
y regresar cuando las oportunidades lo permiten. Es como si las resinas del monte pegaran su
mente y su corazón a la casa solariega y a toda la gente que es su familia.
LAS MUCHACHAS DE LA ESQUINA
Quiero hablarles de las muchachas que vivieron la misma época de mis padres. Las
muchachas taciturnas de la esquina, eran cuatro hermanas que soñaban con el amor, el amor
que como nubes pasajeras nunca se detuvo a contemplarlas. Tenían dos hermanos de
caracteres muy severos, aupados por la madre de control férreo y demasiado exigente.
Suspirando por Carlitos Gardel pasaban momentos imborrables de ansiedad y deseos
incumplidos. Entre gajos de cogollos, con el Rosario entre sus manos y al lado de la tenue luz de
los mechurrios tejían sus esperanzas y dibujaban en su mente el hombre de su sueño.
Pasaban las horas conversando como si el tiempo estuviera detenido, armaban su
comedia entre la palabra, la costura y los rezos. Goya era buena para interrumpir con sus
palabrotas y maldiciones, le gustaba la discusión alterada y callaba cabizbaja cuando Carmen, a
quien le gustaba la oratoria y recorrer las iglesias católicas, la corregía por su desfachatez.
El bracero en la cocina se apagaba y luego ardía por las ráfagas del viento, la pana en la candela
chirriaba al derramarse la leche de cabra, la sal se perdía entre las cenizas, mientras que las
hermanas cabeceaban por el cansancio y el sueño. Hablaban del cura, la cuaresma y la Semana
Santa al tiempo que limpiaban y estiraban las crinejas que como autómatas tejían. Eran cautas
al referir sus intimidades y sus pensamientos los guardaban en los cofres secretos de sus vidas.
Solamente Juana se atrevió a escuchar las palabras románticas de Juan y se unieron en
matrimonio para procrear una sola hija que murió siendo una niña. Formaron un hogar lleno de
amor, trabajo incansable y mucha prosperidad. Tenían una casa hermosa, grande, con sus
vetustas puertas y ventanas que tenía un aspecto aristocrático muy señorial. Mantenían un hato
caprino que proporcionaba buenos dividendos con la comercialización de leche, carne y pieles.
Al morir su única hija, empezó la debacle alimentada por una mezcla de tristeza, rabias y
remordimientos que fueron apagando el amor de la pareja, hasta que un día Juan se marchó
para no regresar jamás. Todo se perdió, el hato fue desapareciendo paulatinamente, Juana se
convirtió en una mujer abandonada y sin esperanza, el descuido de su casa, el tiempo y el
comején se encargaron de carcomer las paredes, desintegrar los techos, secar los hermosos
jardines y derrumbar todo. Durante mucho tiempo se observaban los hierros de las ventanas
colgando de sus maderos, las puertas agrietadas y una sensación de tristeza y melancolía. Ella
se fue a vivir con sus hermanas buscando una compañía afectuosa que disipara su dolor, todo
estaba perdido, se convirtió en una ermitaña entregada al rezo y al movimiento de sus manos
tejiendo las crinejas de su soledad interior.
Apolonia pudo rescatar algunos chivos y cabras del rebaño de Juana, los juntó con patos
y gallinas y estableció su cría en un terreno de propiedad matriarcal, donde construyó una
humilde casita de bahareque para pasar los días cuidando sus animales y regresando cada
noche a reunirse en la sala de su casa materna para tejer, conversar y rezar con sus hermanas,
pendientes todas del cuidado de su anciana madre postrada en su catre.
Ismael tuvo tres hijos, fue un importante empresario de la región dedicado al comercio,
cría de animales, siembra de conucos y adquisición de varias propiedades que lo convirtieron en
un señor muy respetable hasta que se entregó a la bebida. Se convirtió en un hombre huraño e
irascible, solitario y maldiciente. Paso a paso fue empeñando y vendiendo todo, hasta que un día
el mar de Bufadero lo convidó y envuelto en una ola se lo entregó al Dios de las aguas llevándose
consigo solamente los trapos que tenía puestos. José también fue un hombre de negocios y creó
una familia respetable que tomó su camino más allá de su pueblo natal. De carácter fuerte y muy
trabajador se consiguió con una mujer comerciante a la cual hizo su esposa. Sin embargo,
también le tocó un poco de desdicha cuando una de sus propiedades se incendió, hecho que
originó el nombre de "La casa quemada", una bodega grande donde trabajaba y vivía con su
familia.
COSTUMBRES Y CREENCIAS
Benditas iguanas, azorados conejitos e incautas tórtolas, sus carnes y posturas fueron
presas de valía para satisfacer las necesidades de alimentación de muchos pobladores de
antaño, especialmente aquellos que estaban cerca de los cerros. Era una costumbre cazar
iguanas para extraerles los huevos que luego sancochaban, con abundante sal hasta dejarlos
secar y tostarlos en los calderos. Extraídos los huevos, a las iguanas las suturaban colocando
luego un poco de ceniza para ayudar a la cicatrización de la herida; con este procedimiento
aseguraban la producción de huevos para la temporada siguiente, la cual generalmente coincidía
con la fecha de Semana Santa. También se comían las iguanas preparadas en guisos, hervidos
y asopados de sus cecinas. Se acostumbraba colocar lazos en los portillos de las empalizadas
para cazar los conejos que se habían convertido en plagas de los conucos y en la cuaresma los
cazaban con disparos de escopetas y corridos con toletes. En diciembre, algunas familias
acostumbraban a degollar un pavo o preparar un lechón para la cena de Navidad, además de la
preparación de la tradicional hallaca, con su debido acompañamiento de vino Pasita, Ponche
Crema y ron con ponsigué previamente macerado y guardado bajo tierra o un lugar oscuro. Los
aguinalderos cantaban sus versos improvisados y aprovechaban para solicitar el traguito de ron
que mantenía la parranda hasta el amanecer.
Muchas de esas costumbres han desaparecido y en su lugar la gente camina como
sonámbulos hablando solos, en voz alta o escuchando programas prefabricados por otras
mentes, porque sus orejas van tapizadas por audífonos que los abstraen de la realidad que los
circunda. Poco a poco se va perdiendo el contacto social persona a persona, sin embargo se
mantiene una nueva comunicación a través de las redes, las cuales muchas veces se convierten
en una herramienta importante a la hora de transmitir un mensaje urgente para estar en contacto
permanente o servir de ayuda a quien lo necesite.
Muchas creencias en muertos, aparecidos y almas en pena han desaparecido, tal vez por
la presencia de la luz eléctrica la cual disipó las sombras y figuras fantasmales que formaban las
tenues luces de los mecheros al mecerse sus mechas por culpa de la brisa de la noche. Se secó
la “cuica mocha” y su desaparición se llevó en las sombras y siluetas de su mutilado ramaje el
cuento de sus noches y quimeras. Ya no se ven las chiniguas y lloronas con sus largas enaguas
y lamentos, deambulando por los estrechos caminos que también desaparecieron.
Pero la mayoría de los tueyeros son creyentes de la religión católica y emprenden largas
caminatas por veredas, quebradas y caminos, acortando rutas a través de vegas y conucos, para
asistir a las misas en las Iglesias de La Plaza, Carapacho y El Valle del Espíritu Santo.
Actualmente cuentan con su iglesia donde veneran a su Patrono San Antonio, allí celebran sus
oficios religiosos; sin embargo, al carecer de un cementerio, tienen que caminar hasta la Plaza
de San Juan para darle cristiana sepultura a sus deudos. Antiguamente subían la montaña
sanjuanera y llegaban al Valle del Espíritu Santo para estar con su Virgencita, generalmente
durante sus festividades de septiembre. Más recientemente muchas personas profesan la
religión evangélica y es común escuchar los cantos y mensajes de los pastores a través de
altoparlantes.
Cuando se creía que algunas afecciones eran producto del mal de ojos, se solicitaba el
santiguado de Pedro Aquilino Millán, Apolonia Díaz o Libino Salazar, quienes facultados por la
enseñanza que les dejó un antepasado faculto, tomaban en su mano una hoja de piñón o
albahaca, al tiempo que rezaban con voz imperceptible, una oración secreta al vaivén de la hoja
rozando el cuerpo del enfermo. Algunos aseguraban que el mal de ojos era provocado por
personas envidiosas de la belleza o bienestar de otros. Otros decían que las personas de ojos
azules o verdosos, eran tan peligrosos, que la fuerza de su mirada inquisidora, mermaba las
defensas de la víctima.
EL DIARIO QUEHACER
Ayer vimos pasar a Pedro Cueto con el azadón al hombro dispuesto a limpiar el conuco
de Foro. Jesús Vásquez viene desde Vergel con su machete cola de gallo debajo del brazo, para
cortar unos palos de cautaro y arreglar el cabo de su azadón, recoger unos anones y sembrar
unos hoyos de chaco. Foro salió tempranito en la madrugada con su burra, para traer desde
Vallehondo la hierba y el malojo y alimentar sus vacas, porque en su conuco solo queda el
rastrojo reseco. Llegó Eulogio con su hacha afilada y brillo nacarado para talar los yaques y
cuicas que necesita Guaquín como combustible del horno de cal. Cherico va por el cauce seco
de la Mona, con su caminar silencioso y protegido por las ramas de arbustos enmarañados, el
machete a la par del brazo extendido llevando a cuestas su timidez, dispuesto a cumplir con su
labor de obrero a destajo por cuatro lochas de paga. Saturnino “Maningo” se fue con Juan Pablo
Gómez para El Guamache a operar una máquina de bloques, regresó a su Tuey para hacer lo
mismo en casa de José Joaquín Marcano, luego en la bloquera de José “Chefinillo” y aprender
el oficio de albañil.
Los dueños de conucos buscan a sus jornaleros para limpiar el rastrojo y sembrar las
semillas que permanecen latentes esperando la humedad del suelo remojado por las lluvias de
secano. Chino Boada y sus hijos albañiles preparan las herramientas para levantar las paredes
de una casa que está construyendo en La Guardia. Por ahí pasó Miguel Nicolás manejando el
“Corroncho” de Olegario Valerio, quien va de copiloto a llevar cal para Juan Griego. Goya la de
Domitila teje su crineja, acaricia una calilla millanera entre sus labios y por sus mejillas ruedan
lágrimas de tristeza al recordar a su hijo “Chu Goya” quien se fue a buscar trabajo en Maracaibo.
Cucho Lula se fue con su tío Jesús Lista para Caracas a trabajar en una imprenta y ahora no
podrá reparar la vitrola de Marcelina cuando se descomponga. ¡Pobre Marcelina, su vitrola ya no
puede tocar sus discos del Guararé, El Caimán y Caminito!
A través de las ventanas del tiempo, la escuela ve pasar a Don Anselmo Díaz, Beatriz
Marcano, Cesárea Díaz, Elina Boada, Aura Boada, Sunilde Díaz, Carmen de López, Aracelis
Espinoza, Ana de Herrera y otros maestros con sus pizarras cargadas de letras doradas, tizas
que trazan líneas de esperanza y libros plenos de conocimientos que abren los surcos de la
mente para sembrarlos con semillas de sabiduría. Jesús Amable Bello, Juan Ramón Aguilera y
Elba Marcano fueron los alfabetizadores que con la ayuda del famoso libro "Abajo Cadenas",
emprendieron la tarea de enseñar a leer y escribir a aquella población adulta que en El Tuey
estaba deseosa de aprender, por lo menos a escribir su nombre. Este programa fue ejecutado
por el gobierno del trienio adeco (1946 - 1948) y luego lo replicaron durante la década de los
años sesenta. Era un poema escuchar a los alumnos adultos recitar a viva voz: "Yo no como
mango verde porque me pela la boca, yo lo como madurito, porque así es que me provoca".
El olor a caucho estimula las pituitarias del transeúnte que se acerca a los caneyes donde
Pedro "Guatacare", Melquíades, Cherepe, Tortolo, Adán Cedeño, Luis Tomasa, Ramón Gamboa,
y Ángel "Chón" cortan los neumáticos que servirán como suelas donde se insertarán los cortes
y taloneras tejidas con pabilo negro y darle forma a las alpargatas, calzado humilde que cubrirá
los pies andariegos que recorren los caminos y lugares que nos señala la vida. Pilar hace lo
mismo y también cuida sus chivos con la ayuda de Nicha Tenorio y su hijo Gaspar.
Las mujeres jóvenes de antaño caminaban entusiasmadas hacia la Escuela de Labores
para aprender corte, costura y bordados en telas que luego se convertirían en lindas prendas de
vestir y tapices para el adorno de paredes y enseres.
Está amaneciendo y Beatriz Marcano espera en la puerta de su casa la llegada de
Carmen Valerio, para pasar buscando a Carmen Díaz y Marìa Magdalena Marín. Angélica Dìaz
las espera en la esquina de Mamatoña, todas con el rosario en la mano y dispuestas a llegar en
buena hora a la misa matutina de la iglesia de San Juan Bautista. Conversarán acerca del retiro
y la Primera Comunión de los niños que están preparando en el catecismo. Teotiste no las
acompaña porque tiene un viaje para Cumaná donde venderá sus prendas, sombreros y
alpargatas, cuando regrese irá con ellas y encargará los panes de San Antonio en la panadería
de Goyo Boadas, para la fiesta del 13 de junio.
Ese día amaneció fresco, un poco nublado. Eran las ocho de la mañana del veintitrés de
enero de mil novecientos cincuenta y ocho cuando pasó Ramón "Hatero", con su caminar
apurado y un machete cola e' gallo en la mano, rumbo a la Prefectura de La Plaza, para condenar
la dictadura que acababa de caer. A las cuatro de la tarde venía de regreso uniformado de policía
con rolo y revólver en la cintura, autorizado para imponer el orden. Al día siguiente y a la misma
hora regresó sin uniforme e implementos y su cara acongojada. Ramón ya no era policía. ¿Quién
juramento a Ramón? Yo no lo sé y por qué lo destituyeron, tampoco.
Y Ramón fue policía, una noche solamente, destituido vilmente, la tarde del otro día.
¿Dónde dejaría el machete?, no se sabe todavía, tal vez preso quedaría, por altanero y zoquete.
Pueblo de gente hábil en orfebrería, con fuerzas para empuñar el azadón y labrar la tierra;
manos diestras para la confección de vestidos, alpargatas, sombreros y bolsos; tejer crinejas y
cabuyeras. Buenos en mecánica automotriz, electricidad, ebanistería y herrería. Mujeres de
paladar privilegiado para encontrar el punto delicioso de las conservas de chaco, turrones de
coco, majarete, pastelería y lograr el punto de sazón en sus hallacas, guisados y sancochos
exquisitos. Ron El Tuey de añoranzas se destilaba en el alambique de Chico Tomás Jiménez,
Tiburcio Sanabria y Cipriano Cedeño Zorrilla. Manos diestras quemaron leños combustibles en
los hornos de Olegario Valerio, José Joaquín Marcano y Chino Boadas de donde salía el polvo
blanco de la piedra calcinada que unió piedras, adobes, ladrillos y tejas y aliada con la sábila
como adherente se convirtió en la pintura que blanqueaba nuestras casas. El Tuey siempre ha
sido un pueblo laborioso y trabajador siempre presto a cumplir con su responsabilidad y
profesionalización.
BODEGAS DE LA ESCASEZ
Cuatro potes y otras tantas botellas de formas diversas, llenas del amor que sacia el
hambre del estómago escapando en miradas que se pierden con la ilusión. El armario dispuesto
para la mercancía que ha de venir de Juan Griego ofreciendo el papelón golfeño, el casabe de
Barbacoa y el maíz con concha que viene navegando desde los Caños guardado en los
camarotes de las balandras. Viene Tellito con su cargamento en el Mío Solo, el camión de Toño
o la camioneta de Juan Millán. Carmen trajina desde el patio a la cocina preparando el sancocho
del almuerzo, atendiendo la bodega y pendiente de las travesuras de sus muchachas y
muchachos. Dame un cuartillo de papelón, un cuartillo de café y un centavo de kerosén y me lo
anotas por ahí hasta que venda la crineja que voy tejiendo, dice la vecina que es familia. Es
domingo y hay que levantarse en la madrugada para matar el cochino. Amanece y el caldero
está hirviendo con la manteca y el chicharrón; la carne ya se vendió, la cabeza está sancochada
y alguien compró el hígado y el bofe. Llegó la tarde, Carmen prepara la sangre y los aliños para
hacer las morcillas, el tocino y las tripas para los chorizos, ya la manteca está fría y hay que llenar
las botellas.
La aurora está despertando y José Félix Díaz Marcano viene desde la Casa Quemada
con la llave colgada al cinto y la comida para el perro guardián, flaco como una clavija, que está
suelto en la bodega. Todavía no ha llegado el muchacho que le ayuda. Anoche se fue tarde
esperando que llegara Librada para hacerle su maldad, los clientes lo saben pero no dicen nada,
solamente comentan entre corrillos. Ayer trajo la mercancía en el mismo camión donde venía
Tellito, se echaron sus tragos en el camino y hablaron de los precios y la escasez. Sobre el
mostrador están las gaseosas Espartana que llegaron en sacos desde Porlamar.
Tellito compró una nevera de kerosén marca Servel y ahora puede enfriar los refrescos y las
cervezas, hacer hielo y pocicles de leche, coco y tamarindo.
Chico "Guareque" cerró la venta de ron, maíz, nepe y papelón y Evelio Mata dejó de surtir su
tarantín.
Más tarde llegó Pedro "Petrica" con su bodega "Los guayacanes" y mercancía más
actualizada, aceites y grasas para motor, repuestos para carros y motos, con el aroma de los
cafés empacados, la dulzura del azúcar blanca y la fragancia de las flores que brotan de sus
guayacanes. Zoraida tiene las bombonas de gas para cocinas, chucherías modernas, y prendas
de abalorios chinos. En el camino hacia Agua de Vaca está Graciela, hija de Adán y la morocha
de Filomena con su bodega más surtida, la cual atiende clientes de tres caseríos. Sobre los
escombros de la bodega de Tellito, sus nietos montaron lo que ahora llaman abasto o minimarket.
Ya no hay que ir a Juan Griego a buscar la mercancía, ahora hay proveedores a domicilio. Ya no
se compra con el centavo, la locha y el medio real.
Ahora se compran vientos que inflan los estómagos, discursos que envenenan la mente,
dádivas gubernamentales y esperanzas en petros espumosos y volátiles llenos de mentira.
Ahora hay clientes que no van a las bodegas. La mercancía que obnubila, desconcierta y daña
la mente, la compran en el camino por donde transitan los carros fastuosos de mercaderes
ricachones y mafiosos empeñados en destruir la juventud incauta que consume la droga que
mata y llena de dinero los bolsillos de estos propagadores de vicios, destrucción y muerte.
Se fue el papelón pero llegó la estevia, se fueron las conservas de chaco y coco y llegaron
las chucherías transgénicas cargadas de edulcorantes dañinos; se acabó el maíz pilado, pero
tenemos la harina precocida; desaparecieron las latas que se abrían con sus llaves incorporadas,
pero llegaron las abre fácil con argollas. También vino un gobierno que arrasó con los anaqueles,
subió los precios, mantiene la escasez y cubre su maldad e incompetencia con cajitas de artículos
engañosos que empobrece a la gente y la convierte en seres dependientes del dolor, la angustia
y la zozobra. Se fueron los bodegueros, se acabaron las bodegas, se llevaron el fiao y la
esperanza de vivir contentos en el terruño que nos vio nacer.
FIESTAS ALEGRES DE PUEBLO
Hay fiestas particulares que se dan al son de guarachas y rancheras, bajo el embrujo de
unas bebidas espirituosas que motivan las pasiones y desencadenan misterios ocultos. La fiesta
ha comenzado. "Buche puerco" es el anfitrión, Ramón "Mocha" llegó con su camisa sin botones
exhibiendo su esqueleto, Jesús "Tortolo" caminando apuradito, "Chelano" salió del callejón y "El
conejo de Goya" bajó de su bicicleta. Todos están desde la mañana tempranera, añingotados
debajo del frondoso roble donde mea Carmen, inhalando el olor a urea de sus orinas y
saboreando el sabor a caña que le brinda el roncito embriagante contenido en las botellas de
santificado cristal. Se acabó el ron, hay que formar una vaca entre todos para que Tortolo vaya
a comprar otra botella. Mientras tanto, los demás comentamos los acontecimientos de anoche.
"Si los que no beben se mueren y los que beben también, mejor seguimos bebiendo", dice Ramón
en su gangoso hablar y todos ríen a carcajadas. Carmen opera su tocadiscos y coloca los long
play que giran acariciados por una aguja de cristal de donde surgen canciones de Tony Aguilar
y Vicente Fernández que entonan el espíritu cañero de los borrachitos.
Comienza a pegar duro el sol del mediodía, Conejo toma entre sus manos el manubrio
de su bicicleta y dando traspiés la trepa; pedalea y emprende su retirada zigzagueando por el
camino como toreando los automóviles que encuentra en su trayecto.
Pero, la gran fiesta del pueblo siempre ha sido la Navidad con sus matices de alegría de
acuerdo a como esté el ánimo de su gente en cada época. Cuando llegaban los López Rodríguez
su fiesta era corrida hasta enero y ellos la evaluaban en botellas consumidas. Ángel y Perucho
venían desde Los Teques, Cucho de Cumaná, Rodolfo de Caracas y en el pueblo los esperaban
Jaime y Roseliano. Comenzaban con cerveza en la casa de sus padres, al caer la tarde se
abastecían de whisky y salían a saludar su gente, visitaban a Olegario y se venían por calle Las
Flores palo y palo, risas y comentarios, entraban casa de Pedro Aquilino, Higinio, Andrés
Gonzalez, José Joaquín, Carmen Díaz, Tellito, Nelson, Chepelo Díaz y seguían rumbo al Macho;
algunas veces cantaban sus aguinaldos sin métrica ni rima, como uno de Pedro Antonio que
decía: "Esta es la parranda que no tiene fin, quiero saludar a mi padrino Chepelo".
Aquella juventud que comenzaba a vivir en democracia, aún con algunas dificultades,
escuchaba con alegría la música colombiana que llegaba a través de la radio, los discos de
acetato y la televisión. Aníbal Velásquez, el gran acordeonista colombiano y luego los Corraleros
de Majagual inspiraron a Asisclo Villarroel, quien junto a José Ramón "Quinto" Salazar, "Alicate",
"Tibirguillo" y otros muchachos fundó el conjunto "Los Sabanales", cuyos éxitos fueron: La
paloma guarumera, Los Sabanales, El tigre, La pollera colorá, El vampiro y otros tantos, que
contribuyeron para que "Cotica" y Lila cayeran rendidas en los brazos amorosos de Asisclo y
"Güicho Melesia", respectivamente. Ese conjunto fue el propulsor de la alegría desbordada en la
gente que celebró con mucho entusiasmo los inolvidables carnavales, donde Sara Boadas y sus
"Cascabeles", Nelly y su "Sombrero" y Miyaya y su "Casita" fueron coronadas como reinas.
Nuestros padres bailaron con la música cañonera que salía por aquellas cornetas
acampanadas de las vitrolas de Marcelina y Tella Díaz; luego danzaron al ritmo del violín de
Anselmito Díaz, el cuatro de Claudio "Cayo" Aguilera y algunas veces la mandolina de Luis
Ramón Serrano, con sus merengues venezolanos, valses y boleros de trios famosos. ¿Quién no
bailó después con los picos de Primo Mata y Cupertino Vásquez al son de "Cabeza de hacha",
"El polvorete", "Tres puntá" y "La araña te va a picar"?. Yo vi muchas veces a Berta, Juana la de
Urbana, Verónica y Juliana bailando en el bar "Las Flores" de Giño Velázquez. Bastante que
bailaron Rubén Melesia, Juan Millán, Negro Díaz, Pedro Petrica y sus parejas Teotiste, Aura,
Lola, Francia, Marcelina, Pencha, Melesia, Solange y Güichita, en plena calle con la música del
tocadiscos de María Socorro. El Tuey siempre ha sido un pueblo alegre y fiestero. ¡Y qué no se
diga de las fiestas de San Antonio!
Hubo una vez un sueño que se hizo realidad, donde tal vez se produjo un milagro de Dios.
Transcurría el año 1962 y un grupo de jóvenes veinteañeros (Chabé, Amable, Moisés, Francia,
Freddy, Rosa, Solange, Primo, Lola, Luisita, Gladys, Chica, Rubén, María), tuvimos la idea de
celebrar la Navidad de ese año dándole un regalo a los niños con edades comprendidas entre
dos y doce años. Primo Mata se encargó de elaborar la nómina y un equipo de trabajo comenzó
la recolección de fondos mediante rifas, bingos, colectas en el pueblo y colaboración de tueyeros
residenciados en otras ciudades. Para lograr regalos accesibles y suficientes, un grupo de cuatro
personas debían viajar a Cumaná. Dos días antes del viaje, Gladys "Yaya" Aguilera venía de su
trabajo como enfermera en Punta de Piedras y en el carro por puesto, al bajarse en la
Encrucijada, se encontró unos tickets de pasajes del ferry. Pensó dejarlos allí, pero al recordar
el viaje a Cumaná para comprar los regalos, los tomó y con ellos ahorramos el valor de los
pasajes. Una vez en Cumaná, caminando y buscando regalos accesibles en las tiendas,
llegamos a la de Hermanos Totesaut, donde había lo que buscábamos (ropita infantil y juguetes),
pero el dinero no alcanzaba. El dueño preguntó para qué eran esas compras y le dijimos que
queríamos hacerle un regalo en Navidad a los niños pobres de nuestro pueblo. El Sr. le ordenó
a una empleada que buscara en el almacén algunos juguetes y ropa y los regaló para nuestros
niños. Freddy "Negro de Chepelo", Francia, Chabé y yo, sentimos una emoción indescriptible por
aquella acción, dimos las gracias al Sr. Totesaut y a Dios y unas lágrimas rodaron por nuestras
mejillas.
En la noche de Navidad realizamos un acto cultural donde Solange Bello cantó "La
chipichipera", Cecilia Boadas "Faltan cinco para las doce" y un coro interpretó los aguinaldos
compuestos por María Socorro, acompañados por Cayo Aguilera y su cuatro. Luego entregamos
en nombre del Niño Jesús, un regalo a cada niño quien esa noche tal vez inolvidable sintió la
alegría de vestir una ropita nueva o jugar al día siguiente con su juguetico soñado.
PERICOS Y COMEJENES
Desde lejos parecían unos globos grandes fabricados con cera e incrustados en alguna
horqueta de un guatapanare o mata de mango avanzadas de edad. Pero tenían vida, dentro de
ellas una colonia grande de termitas o comejenes vivían tranquilamente trabajando con afán para
mantener sus crías que se desarrollaban con prontitud. Cuando en el monte escasea la madera
seca para roer, emprenden su largo caminar en caravana y trepan a las vigas y varas del tejado
de las casas y escondidas en su corazón lo roen hasta dejar solo la cáscara de los palos que se
caen sucumbiendo así los techos de las casas abandonadas.
Los pericos eran sus depredadores y los mantenían a raya. En la época de reproducción,
pasaban los pericos en bandadas y donde había un nido de comejenes allí hacían un hueco y
depositaban sus huevos mientras que devoraban grandes cantidades de insectos y además
tenían asegurada la comida de sus pichones. Así se mantenía un equilibrio ecológico entre estas
especies, pero los lugareños, en su afán de cazadores, exterminaron a los ñángaros, pericos y
cotorras, el comején se encontró libre para reproducirse en abundancia, invadió los árboles,
acabó con los frutales, se perdieron los conucos y los conuqueros se vieron indefensos ante el
ataque de la plaga, luego el comején avanzó hacia la madera de las casas viejas y contribuyó
con su derrumbe.
LAS HAMACAS Y CHINCHORROS
Los más pudientes se acostaban en hamacas confeccionadas en La Vecindad, Santa
Ana del Norte y Tacarigua, con graciosos flecos colgando de sus orillas orlando su
majestuosidad, todas tejidas con pabilo de blanco pulcro. Siempre se guardaban una o dos como
reliquias, en baúles de madera, para ser utilizadas en la ocasión de que llegara una visita a
pernoctar en casa. Los chinchorros eran tejidos tambièn con pabilo, hilos de nylon y con fibra de
palma moriche elaborados por los indígenas de Delta Amacuro y Monagas. Algunas camas de
hierro con colchonetas y colchones fueron sustituyendo paulatinamente a los catres, una
armazón de cuatro maderos en cruz, separadas ambas por dos largueros que sostenían una lona
gruesa que servía de aposento. Debajo de éstos camastrones nunca faltaban las bacinillas para
recoger las orinas de la noche y no tener que salir a orinar en los patios en plena oscuridad. Las
salas y los corredores de las casas estaban provistas de alcayatas incrustadas en las paredes o
pilares, de donde pendían las cabuyas que se amarraban en las cabuyeras de las hamacas y
chinchorros. Algunas hamacas eran confeccionadas por Trina Bello y Libino Salazar, quienes
utilizaban lonas de colores vistosos y guarales o hilos de nylon para tejerles las cabuyeras. Como
las hamacas se tornaban muy pesadas al lavarlas, a muchas mujeres se les dificultaba realizar
dicha labor, razón por la cual solicitaban los servicios de Jesús Andrés "Chu Guareque"
Velásquez quien era experto en realizar tan pesada tarea.
En las horas de descanso y de sueño nocturno era común ver en nuestras casas aquellas
hileras de chinchorros y hamacas a lo largo de los corredores, mientras que la mayoría de las
mujeres se ubicaban en las habitaciones donde tenían mayor privacidad. No había necesidad de
contar ovejitas para conciliar el sueño, porque en las mecidas de los chinchorros, el roce de las
alcayatas creaba melodías que atraían la magia de Morfeo y al son del riqui riqui los párpados
se tornaban pesados y el cuerpo quedaba atrapado por el sueño.
Noches de penumbra intensa dibujaban siluetas fantasmales con el claror de la luna y los
destellos de los luceros cercanos que brillaban en la bóveda celeste. En noches de cielos limpios
y la luna ausente, las Pléyades o Cabrillas se dejaban observar a simple vista distrayendo las
miradas somnolientas. Las lumbres de velas y mechurrios de kerosén se colaban sigilosas en
la oscuridad para alumbrar los pequeños espacios de algún rincón en la humilde casa. La
lámpara de carburos y de huracán llegaron con una luz un poco más amplia y la de gasolina
alumbraba grandes espacios con su intensa y brillante luz, pero su mantenimiento no estaba al
alcance de los hogares más pobres. Todo cambió con la energía eléctrica y las bombillas
colgando de sus cables como frutos amarillos cargados de luz, tubos que encierran gases
productores de luz y ahora los diodos emisores de luz.
ERA UN CAMPO HERMOSO
Yo caminé por sus veredas oyendo los pájaros trinar, saltaban las paraulatas de rama en
rama sobre el frondoso cují, parloteaban como locas cuidando sus pichoncitos; en lo más alto de
un roble los turpiales mostraban el pabellón nacional y las chiquías camuflaban su plumaje con
el suave azul del firmamento. Me detuve a contemplar la gracia y la paciencia inocentona de las
iguanas trepadas en el cardonal. Una bandada de tórtolas levantó su vuelo alborotado y me sacó
de mi abstracción.
Emilio caminaba con su vara de guatacare en la mano llevando sus chivos hacia el corral.
Facho colocaba pedazos de yaureros, tallos de malojo y un poco de agua en la batea, para que
sus vaquitas rumiaran y saciaran la sed. Corrían las lagartijas a esconderse en sus cuevas
huyendo del agresivo guaripete que las asustaba moviendo su cabeza como un payaso pintado
con cenizas. Una culebra bejuca, larga como un pedazo de guaral se enrollaba entre las ramas
de unas celedonias embelleciendo el ambiente con sus flores lilas acampanadas. Enredados en
la empalizada, los sarmientos del cundiamor abren los labios pintados de sus bayas rojas
deseando el beso de algún pajarillo dispuesto a tragarse su amor y llevarlo más allá donde
puedan tener hijos nuevos.
Melquíades lleva las vacas de Olegario para que beban en el pozo. Estefanía está
tejiendo crinejas y conversa con Lucina quien acaba de llegar de Caracas con su hija Eufrosina
y le trajeron un corte de tela muy bonito que le mandó su hija Justa para que Elba le haga un
vestido. Vicenta está preparando el almuerzo, pronto llegarán Yao y Chico "Guayabera" a
saborear la iguana guisada acompañada con arepa pelada.
Repunta la aurora y Juan Victorio va caminando con sus burros cargados de cal para
cumplir con un encargo que le hicieron en Juan Griego. Una parvada de angoletas surca el aire
y se posan en los tamarindos y ponsigués del conuco de Luis Felipe, mientras que él ordeña las
vacas y Eladia recoge unos anones pintones para ponerlos a madurar. Desde el conuco llama a
Tuta para que vaya a recoger las cabras porque los chivitos se las están mamando y no habrá
leche para llenar los cuarticos y vender. Allá abajo, en la casa de calzada alta está Mariquita
cosiendo sombreros en su máquina Singer y Rosendo sale con la misma calma de siempre
llevando un taparo debajo del brazo para llenarlo de agua en el pozo.
Florecen los puys y las cuicas, los caminos lucen sus alfombras tapizadas con pétalos
amarillos, las orugas de aquellas mariposas que depositaron sus huevos en las flores del yacal
cubren el suelo y van caminando en pandillas como midiendo palmo a palmo la tierra donde
puparán para hacerse adultas. Las sigue una parvada de pájaros glotones para paliar el hambre
y llevarle comida a sus pichoncitos. Los abrojos extienden sus mantas verdes adornadas con
broches amarillos, escondiendo sus bolitas espinosas que hieren los pies que pisan sus
dominios.
Es tiempo de primavera, la estación no está bien demarcada en nuestro campo pero los
árboles lo saben. El guayacán del conuco de Foro luce sus flores que recuerdan la túnica de
Jesús de Nazaret, el flamboyan de Pura y el de Rosenda están rojos como la candela, la chica
de Leona muestra sus flores blancas y las cuicas de Higinio se ven hermosas con su carga de
amarillo oro. Los cautaros dejan ver sus abundantes macetas blancas y en la empalizada, las
lanzas aserradas de los chigüi chigüi protegen sus espigas llenas de piñitas agridulces. Los
macos machos tienen su reguero de flores cubriendo su pie, ya su polen se fue en alas del viento
a fecundar los pistilos de otras matas que comienzan a cargar sus mamones semejantes a
enormes perlas de color verde copey.
Más allá, donde no ha llegado el machete que roza el monte, el azadón que abre los
surcos y el agricultor con sus semillas, donde aún queda el rastrojo de la cosecha pasada, surge
el bosque de tunas, guasábanas y cardones, las retamas y los güícheres, los guaritotos, las
tuatuas y el sabilar. La brisa que baja del cerro llega impregnada con los aromas de tomillo,
orégano y carcanapire.
Hoy recuerdo con tristeza mi bello campo, mi monte hermoso y mis conucos. Los conejitos
pardos y las guacharacas del monte, los monos y los venados del cerro, las iguanas del cardonal
y hasta las macaureles y bejucas se perdieron. Ya no canta el turpial en el frondoso roble, la
pejpej ya no construye su nido que cuelga de las ramas del maco, como una bolsa tejida con
filigranas de la hierba seca. Los palitos tramados sobre el yaque que anidan los pichones de las
paraulatas se cayeron cuando el árbol sucumbió ante la sierra que tala los bosques y da paso a
la urbanización.
El campo perdió su encanto, se fue el viejo labriego y se llevó la dulce miel que la guanota
y la arica guardaban en las taparas. Ahora las nubes pasan muy lejos y no dejan caer la lluvia.
Cuando se quedan atascadas sobre lo que ayer fue campo florido, se desprenden
torrencialmente y causan inundaciones que atemorizan y destruyen el pobre suelo desnudo.
LA MONA SE BAÑA EN EL RÍO
Cuando cae la lluvia intensa sobre el cerro y tarda muchas horas en disiparse, las matas
se refrescan con el agua porque les gusta bañarse, sacuden sus ramas extendidas y resecas
sobre la tierra enjuta, el suelo bebe hasta llenar su poros sedientos y luego deja que el agua se
deslice por su piel.
La Mona sedienta abre sus entrañas, quiere bañarse en el río, resuenan sus tripas
pedregosas, bebe y bebe agua de lluvia, recoge en sus ánforas la que baja del cerro remojado,
luego extiende sus brazos y camina hacia el valle llevando el agua sobrante para darle de beber
a otras tierras. Como una loca desesperada baja en torrentes, reclama su cauce, se abre paso
entre el arenal y la hojarasca, arrastrando con furia lo que obstaculice su camino. Ella está
apurada, tiene que llegar temprano para llenar el pozo de Cheguaco, Foro, Ismael, Ña Tadea y
el pozo del Alambique. No hay tiempo que perder cuando llueve bastante, cumplida su misión
debe continuar su camino, el río de Agua de Vaca la está esperando y juntos correrán hacia
Carapacho para encontrarse con el San Juan, evitar que se inunde el valle y alimentar con su
esfuerzo un ecosistema que vive en Las Marites y lucha desesperado para mantenerse.
En su loco desespero, la Mona tumbó a Morocha, entró en la bodega de Chico Rano y
arrastró con lo poco que tenía. Ana Justina está desesperada, lloró temerosa y angustiada, le
tiene pavor a los truenos, se asusta con el tronar de las piedras lanzadas por la furiosa Mona.
Las muchachas de la esquina la ven pasar muy agresiva, sacan el rosario del baúl, se arrodillan
en su altar y rezan un Padrenuestro a San Isidro para pedir que quite la lluvia y ponga el sol. Chu
Guareque está asustado, recoge sus patos y gallinas para encerrarlos en la casa, más de una
vez ha entrado la Mona desenfrenada en su patio y se ha llevado lo que encuentra a su paso.
Aquel día había llovido mucho en la Isla, el dique de Valle Hondo casi se desbordaba, el
Sol de Margarita envió un equipo de prensa. Una periodista viendo el desastre causado por la
inundación de El Tuey encontró a Guareque con los pantalones enrollados, remojado de pie a
cabeza y sin sombrero, con las manos juntas y en alto pidiéndole al cielo que amainara la lluvia.
Ella, considerando que ese personaje podría darle una buena información, le preguntó:
_ Sr. ¿Qué opina de la inundación?
Ni corto ni perezoso, respondió
_ ¡Mijita, la Mona!
_ ¿Quién es la Mona?
_ ¡Esa misma que va porai!
_ ¿Quién?
_ ¡Ah pués, la Mona mijita, esa diabla se mete en todas partes cuando está furiosa y no
la ataja ni Pedro Guatacare!
_ ¿De dónde es esa mona que usted nombra?
_ ¡Esa es la Mona del Purulú!
LA CUEVA DE SAN PATRICIO
¿La cueva de San Patricio es un enigma del cerro Purulú? En este lugar existe una
caverna que nuestros antepasados la identificaron con ese nombre del Santo Patrón de Irlanda.
Una vez le pregunté a Pablo Salazar "El de Antonia Rosalía", que si la cueva era grande o
pequeña, dada su experiencia como sempiterno caminador del cerro, en sus andanzas de
cazador y trabajador del mismo. Con cierto desdén me respondió que no era más que un montón
de lajas en la boca de un pequeño hueco. En alguna oportunidad, familiares de Doña Antonia
Florencia hicieron una expedición a dicha cueva, entusiasmados por los comentarios que en el
pueblo se hacían referentes a ésta; al parecer los resultados no fueron muy satisfactorios porque
no pudieron penetrar en ella como era su expectativa. Sin embargo, se tiene conocimiento que
en Irlanda existe el purgatorio de San Patricio. Cuenta la historia que el santo, decepcionado por
la incredulidad de los irlandeses acerca de la palabra de Dios que él predicaba, le pidió al mismo
Jesucristo que lo ayudara y éste le indicó que en el fondo de una cueva encontraría la entrada al
Purgatorio y allí conocería los tormentos del Infierno y la alegría del Cielo. Una vez purificado en
dicha cueva se convirtió en el patrono de Irlanda y la misma se conoce como "Cueva de San
Patricio".
Habría que preguntarse: ¿Quién descubrió esa cueva en el cerro Purulú? ¿Quién y por
qué razón la llamó cueva de San Patricio, siendo éste un santo de tan lejanas tierras? ¿Esta
cueva del Purulú era utilizada como refugio de los visitantes del cerro, para invocar los favores
del santo o para ritos esotéricos?
José Joaquín Marcano, quien extraía piedra caliza del cerro y lo conocía muy bien, abrió
una calle en terrenos de su propiedad que va desde su casa hasta El Rincón, en dirección del
Purulú y dejó expuesto su deseo de nombrar a esa calle San Patricio, en honor al santo y a la
existencia de la cueva.
EN HONOR A SAN PATRICIO
En el Purulú existió
La Cueva de San Patricio
Pero el ingrato suplicio
Su bóveda destruyó.
El tiempo colaboró
Con su olvido y destrucción
Por eso en esta ocasión
No recuerda mucha gente
Que allí estuvo presente
Un lugar de adoración.
En honor a San Patricio
Esta cueva se nombró
A más de uno ayudó
Para no perder el juicio.
Si alguien era novicio
Y en el cerro se perdía
A Patricio le pedía
Reencontrar el camino
Y volver a su destino
Aún con la luz del día.
La cueva era la guarida
De la iguana y el venado
Cuando corría asustado
O para sanar su herida.
En más de una corrida
Un conejo se escondió
Cuando Pablo lo azuzó
Debajo de una tuna
Por milagro y por fortuna
El conejo se escapó.
A San Patricio rogaban
Los labriegos del lugar
Cuando querían lograr
Lo que tanto deseaban.
En la cueva le rezaban
Y hasta velas le prendían
Cuando a Purulú subían
Para conejos cazar
Y poder alimentar
La familia que tenían.
SE FUERON Y REGRESARON
"Mañana me iré volando, como pájaro perdido, pero pronto volveré, a recuperar mi nido".
Así decía Juan Camejo, personaje principal del libro "Abajo Cadenas", escrito por el eminente
maestro chileno, Daniel Navea Acevedo, utilizado como texto para la alfabetización de los
venezolanos en el año 1947. Así mismo podemos decir de aquellos tueyeros que un día se fueron
y luego regresaron a su terruño.
Ovidio Valerio se fue a Caracas donde se formó como maestro, ejerció en varias ciudades
y regresó al conuco de su padre Olegario, donde construyó su casa y junto a su esposa Italia se
llenaron de pueblo hasta que Dios decidió llevárselo.
Yao y su hermano Chico "Guayabera" se fueron para San Antonio del Golfo, trabajaron
duro y regresaron a su pueblo para continuar con sus trabajos de cortar cauchos, ya no para
suelas de alpargatas, sino para hacer arandelas, soportes y zapatas de goma.
Chabé la de José Joaquín se fue para Judibana en Paraguaná, donde ejerció la docencia
dirigiendo escuelas rurales, tuvo dos hijos y junto a su esposo Víctor Marval, se establecieron al
lado de la casona donde nació, en su Tuey siempre amado.
Amable y Rosa vivieron en Puerto La Cruz, se establecieron en Maturín, pero un día
regresaron con su hija Rosángela y se quedaron en su pueblo. Amable se fue a la eternidad y
Rosa y Rosángela permanecen respirando el aire puro que baja de la cumbre del Purulú.
Hace mucho tiempo se fueron Armando y "Lipe Panza" para El Tejero, Armando se quedó
por allá, pero Lipe regresó lleno de recetas para curar enfermedades, aprendidas de los piaches
de tribus deltanas y monaguenses. Cura hemorroides con aceite de sapo, elimina las verrugas
untadas con granos de sal, envueltas en un trapito y lanzadas por el enfermo hacia atrás, sin
voltear para ver dónde habían caído.
Hace muchísimos años se fue Pura Marcano a vivir en Carirubana, Puerto La Cruz y
Caigüire, por allá murió su esposo y ella regresó a su lar nativo con sus cuatro hijos. Allí los educó
y los convirtió en excelentes profesionales, con la ayuda de sus dos familias.
Miriam la de Carmen y Tellito fue a trabajar a Cumaná, se encontró con Lorenzo "Lencho"
Fajardo, músico y compositor cumanacoense, quien la enamoró con su cuatro y su "Chivo que
come orégano y con mecate maniao", se casaron, tuvieron dos hijos y regresaron a El Tuey para
convertir a la bodega de Tellito en un abasto más grande. Lorenzo se fue con su guitarra a
cantarle a Dios y ella permanece en su terruño.
María "Chiquita" de Lárez, hija de Chino y Chica Boadas, se fue a Puerto La Cruz con su
Capitán José Lárez, navegaron por la bahía de Guaraguao y regresaron con sus hijos a su Tuey
de ensueño. Su hermana Faustina se fue con sus hijos Macaya y Luis "Medio Kilo", pero también
regresaron a su solar paterno.
Chabé la de Petrica estuvo mucho tiempo en Puerto La Cruz. Una vez dijeron que había
muerto por allá, el pueblo le rezó, pero no estaba muerta, estaba de parranda; hasta que un día
se apareció con su compañero Lorenzo y se quedaron en El Tuey.
Trina Bello se fue para El Maco, por allá se encontró con Pedrito Valerio de quien parió
cinco muchachitas y un muchachito, los crió a fuerza de pedal haciendo hamacas, tejiendo
crinejas, lavando y planchando ropa, criando pollos, mientras que Pedrito la ayudaba. Salieron
muy buenos sus muchachitos y todos regresaron a la casa de Ezequiel Bello, su abuelo, junto a
su bondadosa madre Julia Bello quien tenía en custodia a sus otros tres hijos.
En los inicios de la industria petrolera, por allá por el año 1927, Chepelo Díaz y su esposa
María Socorro se establecieron en Campo Rojo de Lagunillas, estado Zulia, él trabajó en la
industria, allí nacieron sus cinco hijos y en el año 1946 regresaron a su Tuey, compraron la casa
de Ño Chano y allí establecieron su hogar para quedarse por siempre. Chepelo vendía prendas
y viajaba a Puerto La Cruz en las lanchas de Héctor Millán, criaba gallos de pelea, fue un gran
gallero y sirvió como juez en muchos palenques de la isla.
Siendo un muchacho, Antonio Miguel Boada Herrera llegó una tarde a la esquina de Doña
Antonia Florencia para reunirse con la concurrencia de su generación y comentó: "Foro acaba
de ordeñar la vaca y le sacó una fanega de leche". A partir de ahí quedó con ese remoquete.
"Fanega de leche" se fue a Caracas, donde vivió muchos años, pero regresó a su tierra en sus
años de tercera edad, para sembrar su conuco como lo habían hecho sus antepasados, pero era
otra época y los rateros le robaban sus cosechas.
EL MOLINO DE VIENTO
Orgulloso me levantaba por encima de los techos rojos de las viejas casonas y con la
pasión de un eterno enamorado me extasiaba contemplando la belleza de mi amado Purulú.
Sobre mi cabeza hacía girar, con la ayuda del viento, una hermosa margarita como obsequio de
mi amor. Trabajé con mucho afán para extraer del vientre de la madre tierra el agua que corría
por riachuelos subterráneos para calmar la sed de mi pueblo. Paso a paso iba llenando mi cúbico
estómago donde almacenaba el agua que luego cargaba mi gente hasta sus casas.Sentía una
gran congoja cuando el agua salobre corría por mis intestinos y causaba desagrado en sus
consumidores.
Al lado del camino, altivo y respetuoso veía las almas pasar, con sus crinejas debajo del
brazo y tejiendo como Minerva los gajos del cogollo, tremolando el fuego en la punta de un tabaco
y sosteniendo en equilibrio la cazuela en la cabeza. Escuché con tristeza los lamentos de la
humilde vecina, sentí gozo cuando escuchaba sus risas, fui testigo de sus cuentos y secretos
contados al pie de mi armadura. Yo fui un molino de luces contemplando las estrellas, la luna y
el sol, ellas giraban en las aspas de mi margarita reflejando los colores del arco iris remojado por
el agua de mis venas. Mi Margarita tenía muchos pétalos como si fueran alas, alas que giraban,
alas que ni las aves tienen, ellas las llevan en su espalda, mientras que yo las exhibía en mi
cabeza convertida en flor.
Yo vine desde muy lejos y llegué a este pueblo hermoso para servir a toda una población
sedienta y mitigar su sed. Cuantas travesuras hicieron los niños cuando treparon alegres por mis
andamios de hierro, nombres que quedaron grabados en mi mente: ¡El Maneto y el Chuito de
Chon, el Amable de Guaquín, Medio Kilo el de Faustina, el Chu Goya, Juan Machín y el motolito
Ramón Gamboa! Yo les ofrecí mis peldaños para que subieran y vieran desde mi altura los
caminos que a lo lejos la vida les brindaba. Yo sentí su felicidad.
Vinieron muchos días y se fueron hasta que llegó el último día y unos hombres que llegaron
armados con herramientas, me desarmaron. Mi cuerpo quedó hecho jirones y los pétalos de mi
margarita se marchitaron. Ya no tenía fuerzas para bombear el agua, mis brazos estaban
cansados. Lloré por el Purulú, lloré por mi gente y lloré por mis niños traviesos.
LEJOS DE TI
Tuey de mis primeros pasos bajo el frondoso maco de mi jardín
Pueblo de mi gente amada tejedora de crinejas y alpargatas
Recuerdo con amor el trino de tus paraulatas
La cumbre del Purulú y tus aromas de jazmín.
Cuna del primer amor que cautivó mi alma
Fragancias de azahar y trillolí
Donde aletea incansable el colibrí
Y el viento suave despide la tarde en calma.
Déjame pensar en la alborada que me vio nacer
La tierra donde mi ombligo y mi placenta yacen
Allí donde el maguey florece y los abrojos nacen
Mirando la corona purpurina del caracuey y tu atardecer.
Todavía recuerdo el canto y el colorido de tus turpiales
Tus patios sembrados con granados y datileras
Donde saltaban como locas las angoletas bullangueras
Cuando se escondían de los fuertes vendavales.
Lejos de ti me encuentro llorando la amargura
De no sentir tu brisa y el abrazo de mi gente
Pero mi amor por tí sigue latente
Te llevo prendido en mi corazón y te sueño con ternura.
Moisés Francisco Marcano Salazar
Santiago de Chile
30 de Octubre de 2019