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El Tratado de la educación de las hijas, de Fénelon, y la difusión del modelo de mujer doméstica en la España del siglo XVIII Gloria A. FRANCO RUBIO Profesora Titular de Historia Moderna Universidad Complutense La educación de los hijos se considera, no sin razón, como uno de los negocios más importantes del bien público 1 . La crianza de los hijos es la base de la felicidad de los pueblos 2 . RESUMEN En este artículo se estudia cómo en la sociedad española de la segunda parte del siglo XVIII se volvió a incidir en el ideal de la mujer doméstica. Las traducciones españolas del Tratado de educación de las hijas, de Fénelon, contri- buyeron a reforzar el debate ilustrado sobre el fenómeno educativo femenino. Mediante el análisis de la biografía del arzobispo de Cambray y de la estructura y contenido de su obra se profundiza en el conocimiento de una literatura instructiva que recogió y compendió códigos de comportamientos ideales de mujer. La continuidad del modelo de mujer enunciado por el prelado francés con los preceptos morales y religiosos de las obras de Vives y Fray Luis de León explica cómo las mujeres nobles de finales del siglo XVIII volvieron a ser educadas en relación con sus funciones de madres y de perfectas esposas ceñi- das a la esfera privada de sus hogares. Los intereses sociopolíticos de las elites emergentes españolas encontraron en la obra de Fenelon el argumento idóneo 1 FÉNELON, Tratado de educación de las hijas, traducción de Remigio Asensio, Madrid, Vda. de Eliseo Sánchez, 1769 (edición facsímil, Sevilla, Extramuros, 2007. En adelante, todas las citas se refieren a esta edición). 2 Discurso a los padres de familia sobre la sucesión de los hijos, en MAYORDOMO PÉREZ, Alejandro, y LÁZARO LORENTE, Luis M., Escritos pedagógicos de la Ilustración, vol. II, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1989, p. 325. 1

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El Tratado de la educación de las hijas, de Fénelon, y la difusión del modelo de mujer doméstica

en la España del siglo xviii

Gloria A. FRANCO RUBIO

Profesora Titular de Historia ModernaUniversidad Complutense

La educación de los hijos se considera, no sin razón,como uno de los negocios más importantes del bien público 1.

La crianza de los hijos es la base de la felicidad de los pueblos 2.

RESUMEN

En este artículo se estudia cómo en la sociedad española de la segunda parte del siglo xviii se volvió a incidir en el ideal de la mujer doméstica. Las traducciones españolas del Tratado de educación de las hijas, de Fénelon, contri-buyeron a reforzar el debate ilustrado sobre el fenómeno educativo femenino. Mediante el análisis de la biografía del arzobispo de Cambray y de la estructura y contenido de su obra se profundiza en el conocimiento de una literatura instructiva que recogió y compendió códigos de comportamientos ideales de mujer. La continuidad del modelo de mujer enunciado por el prelado francés con los preceptos morales y religiosos de las obras de Vives y Fray Luis de León explica cómo las mujeres nobles de finales del siglo xviii volvieron a ser educadas en relación con sus funciones de madres y de perfectas esposas ceñi-das a la esfera privada de sus hogares. Los intereses sociopolíticos de las elites emergentes españolas encontraron en la obra de Fenelon el argumento idóneo

1 Fénelon, Tratado de educación de las hijas, traducción de Remigio Asensio, Madrid, Vda. de Eliseo Sánchez, 1769 (edición facsímil, Sevilla, Extramuros, 2007. En adelante, todas las citas se refieren a esta edición).

2 Discurso a los padres de familia sobre la sucesión de los hijos, en MayordoMo Pérez, Alejandro, y lázaro lorente, Luis M., Escritos pedagógicos de la Ilustración, vol. II, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1989, p. 325.

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para incidir con fuerza en el ideal burgués de la mujer virtuosa basado en la asimetría y jerarquización de los sexos.

ABSTRACT

This article refers to the way in which the Spanish society during the second half of the eighteenth century insisted in the ideal of the domestic woman. The Spanish translations of Tratado de la educación de las hijas, by Fenelon, contributed to reinforce the intellectual debate about the female education phenomenon. Through the archbishop of Cambray biography-his works and the structure of his thought- this article leads us to the knowled-ge of an instructive literature that recollected and compiled ideal women’s behavior. Through moral and religious principia, taken from Vives and Fray Luis de Leon works, the French archbishop claims for the continuity of that old pattern, applied to women. Thus, the article explains how eighteenth century women were educated as perfect mothers and wives, constrained to the private world of their own homes. The social-political interests of the Spanish emerging elites found in Fenelon’s works the ideal argument to stress bourgeois ideals of virtuous women, based on the asymmetry and hierarchy of the genders.

introducción

En la sociedad española del siglo XVIII, y especialmente en su segunda mitad, la educación, punto clave del pensamiento ilustrado, se convirtió en un tema estrella, eje de multitud de reflexiones, de polémicas y de proyectos pedagógicos que, por iniciativa particular de los moralistas e intelectuales, o pública, a pro-puesta de gobernantes y políticos, iban a conocer mayor o menor fortuna. En este ambiente predispuesto al debate sobre el fenómeno educativo y el hecho sociológico de la educación destaca el interés social hacia un particular género literario, dedicado a recoger y compendiar los códigos de comportamiento que la sociedad consideraba y estimaba como propios de gente fina, elegante, culti-vada, distinguida y civilizada, que tendrán una importante difusión en el univer-so de la lectura y de la edición de libros. Asimismo, posibilitó el florecimiento de una literatura educativa e instructiva que originó una intensa producción de pequeños tratados, libritos, cartillas y manuales dirigidos a enseñar cómo comportarse idóneamente según el rango y la calidad social, es decir, respetan-do las jerarquías existentes en el orden estamental, mediante la adquisición de

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ciertas maneras y modales necesarios para el «saber estar» en sociedad en todo momento y ocasión 3.

En este maremgnum de manuales de civilidad, de cortesía y de educación que aparecen en el panorama editorial de la época encontramos numerosas traducciones de obras extranjeras —la mayoría francesas— que habían teni-do un cierto éxito de ventas en sus países de origen y a las que los traducto-res españoles, casi siempre eclesiásticos, intentaron adaptar a la idiosincrasia española, estando muy interesados en dar pautas de conducta, sobre todo de carácter moral y especialmente referidas a las mujeres 4. Uno de esos manuales educativos es el Tratado de educación de las hijas, escrito por Fénelon, el que fuera arzobispo de Cambray y preceptor real.

Dos fueron las razones que me llevaron a elegir este tratado; en primer lugar, porque fue uno de los textos sobre educación femenina que más se habían divulgado en el país vecino a finales del siglo XVII, y esa fama que le precedía, unida a la reputación de su autor como egregio arzobispo, hizo que la autoridad de su discurso encontrara una acogida similar en España a la que había teni-do en Francia, pero con un siglo de diferencia. Originariamente el librito fue publicado en 1686, siendo acogido con entusiasmo, a pesar de que sus críticos opinan que más que un tratado en sí, lo que hace es presentar una sucesión de pensamientos centrados en el tema de la educación de los hijos, pero que carece de sistematización. Obra de juventud de Fénelon, parece ser que su objetivo no era tanto la publicación sino dar satisfacción a la petición formulada por los duques de Beauvilliers (que tenían ocho hijas que educar), en el sentido de poder disponer de un manual o una guía para conducirse en una tarea tan compleja como era la formación de sus hijos. De hecho, en una novena edición realizada en Amsterdam se incluye una Advertencia donde se aclaraba al lector que, aunque no era una obra directa sobre la educación de las hijas, contenía máximas generales que podían aplicarse en la instrucción de las niñas, y se le comparaba con la obra pedagógica de Locke La educación de los niños.

En el momento de su aparición numerosos autores encomiaron el libro de Fénelon, atribuyéndole el mérito de reflexionar sobre la educación de las

3 chartier, Roger, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 1994. elías, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989.

4 lóPez-cordón, M.ª Victoria, «De la cortesía a la civilidad: la enseñanza de la urbanidad en la España del siglo XVIII», en RODRíGUEz CANCHO, Miguel (ed.), Historia y perspectivas de Investigación, Badajoz, Editora Regional de Extremadura, 2002. siMón PalMer, M.ª Carmen, y Guerena, Jean-Louis, «Manuels de civilité espagnols XVIIIe-XXe siècles», en MONTANDON, Alain (dir.), Bibliographie des traités de savoir-vivre en Europe, Clermont-Ferrand, Université, 1995.

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mujeres en un momento en que dicha educación estaba en entredicho, al ser criticada e incluso ridiculizada por los círculos intelectuales y políticos que tenían gran predicamento en la sociedad. Así era, en efecto; si leemos, por ejemplo, la correspondencia cruzada entre Balzac y Chapelain a finales de los años treinta en el contexto del «preciosismo», observaremos que ambos individuos, como tantos otros de la época, no sólo rechazaban abiertamente el protagonismo alcanzado por algunas mujeres en círculos de sociabilidad ajenos a la Corte, sino que pretendían despreciarlas socialmente con verda-dera acritud y grandes dosis de misoginia, como podemos comprobar en las palabras del primero de ellos, cuando, en 1638, se sincera con el destinatario y escribe su parecer sobre esta cuestión: «hace tiempo que me he pronunciado sobre la pedantería del otro sexo y que he dicho que soportaba de mejor gra-do una mujer con barba que una que se las da de sabia». La respuesta de su interlocutor, ofrecida un año después, tampoco deja lugar a dudas, revelando que compartían la misma opinión acerca de las mujeres, ya que le contesta en los términos siguientes: «en una mujer, me parece que no hay nada tan repug-nante como erigirse en escritor» 5. Precisamente en esos años se había puesto de moda la denominada «literatura de l’honnêteté», a partir de la publica-ción del libro L’honneste homme ou l’art de plaisir à la tour, de Nicolás Faret, que muy pronto tendría su versión específica para las mujeres en L’honneste femme de Jacques du Bosc o en la Honneste fille y la Honneste veuve de Gre-naille 6, todos ellos dirigidos a intentar formar una mujer honesta, apegada a los códigos de conducta moral y religiosa, y esencialmente virtuosa, por enci-ma de otras prendas personales, un modelo que el preciosismo, con su forma de vida mundana y galante, parecía desafiar. No es casualidad que el propio Molière se situara en la misma línea argumentativa de los autores citados, pretendiendo igualmente descalificar a las mujeres aficionadas a la literatura y depositarias de ciertos conocimientos con los que se atrevían a presentarse en sociedad; en dos de sus obras, Las preciosas ridículas, escrita en 1659, y Las mujeres sabias, en 1672, se le puede observar denostando al preciosismo y sus protagonistas; en el intervalo de ambas publicaciones todavía tuvo tiempo de escribir La escuela de los maridos (1661), una sátira contra los criterios de independencia y libertad en que se basaba la educación de algunas jóvenes.

Fénelon tampoco presenta una visión moderna de la educación femenina; todo lo contrario: como veremos a lo largo de este trabajo, su pensamiento

5 Citado por Ana M.ª Holzbacher en su edición de la Fayette, Madame de, La Princesa de Cleves, Madrid, Cátedra, 1987.

6 craveri, Benedeta, La cultura de la conversación, Madrid, Siruela, 2003, p. 44.

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pedagógico representa una línea de continuidad con toda una serie de autores que habían difundido el modelo de mujer doméstica, cuyos saberes deberían consistir en desempeñar adecuadamente las tareas que conciernen a una bue-na esposa, madre y administradora de su hogar, de manera que saber leer, escribir y contar estaría más en relación con esas funciones que se le atribuyen en el seno de la familia que con la adquisición de conocimientos intelectuales. Frente a esta visión tradicional, habría que citar al filósofo cartesiano Poulain de la Barre, que en 1673 había publicado una obra titulada L’Egalité des deux sexes. Discours physique et moral ou l’on voit l’importance de se defaire des prejugés, donde hacía una explícita afirmación del talento de las mujeres, idea complementada con la publicación, un año después, de otra obra titulada Traité de l’Education des Dames, pour la conduite de l’esprit dans les sciences et dans les moeurs, en la que aboga por la educación femenina. Su defensa de la educación femenina basándose en el reconocimiento de la capacidad intelectual de las mujeres, no por el camino de la excelencia, sino por el cami-no de la igualdad —como muy bien distingue Celia Amorós 7—, le sitúan entre los escritores reivindicados por el feminismo. De hecho, los dos autores representan los dos polos de la querella de los sexos, en cuanto plantean dos visiones distintas de la posición de las mujeres en la sociedad francesa finise-cular: el primero mediante una visión conservadora y tradicional, el segundo desde un punto de vista absolutamente innovador, al mostrarse partidario de la igualdad. Pero fue del primero de quien se traduciría su obra al castellano, teniendo una buena acogida en la sociedad española de finales del Antiguo Régimen, mientras el otro permanecería ignorado durante mucho tiempo 8.

La segunda razón por la que elegí este tratado es porque el modelo feme-nino que propugna es el de la mujer doméstica, justamente el que se estaba volviendo a difundir en la España de la segunda mitad del siglo XVIII por los escritores 9, eclesiásticos, moralistas y demás autores que podríamos consi-

7 En su edición de Poulain de la Barre, François, De la Educación de las Damas, Madrid, Cátedra, 1993.

8 Recordemos que el primer autor en España que reivindicó el talento de las mujeres fue Feijoo en 1726, en el Discurso XVI, titulado Defensa de las mujeres, del Teatro crítico universal. Después haría lo mismo, a mediados de siglo, Josefa aMar y BorBón en su Discurso sobre el talento de las mujeres, publicado en el Memorial Literario y, ya a finales de siglo, Pedro Mon-tenGón en Eudoxia, hija de Belisario.

9 Franco ruBio, Gloria A., «La contribución literaria de Moratín y otros hombres de letras al modelo de mujer doméstica», Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, VI, 2007, pp. 221-254.

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derar los más avanzados del momento 10. Una vez más, el prototipo de mujer confinada en el hogar, excluida del espacio público, que había sido recurren-te y constante a lo largo de la Historia, es rescatado de nuevo para, una vez impregnado de los nuevos valores, en consonancia con la ética requerida por las nuevas elites emergentes, ser ofrecido al conjunto social. Una mujer cuya conducta y comportamiento pudiera servir de freno de contención a una sociedad que, a ojos de muchos contemporáneos, sobre todo eclesiás-ticos y políticos, estaba siendo amenazada por los avances de unas costum-bres y por una subversión de los valores tradicionales en la manera de ver la vida que estaba poniendo en peligro la propia supervivencia de la familia. La adopción de nuevos hábitos, la relajación de las costumbres y la introducción de novedades foráneas trajeron consigo importantes transformaciones en las relaciones entre los sexos, provocando el descrédito del matrimonio; la per-cepción del fracaso matrimonial y el aumento del celibato, justamente cuando el gobierno estaba propugnando una política natalista, eran dos realidades lo suficientemente preocupantes como para volver a retomar el modelo feme-nino que tuviera mayor utilidad social. En este contexto, la mujer doméstica será no sólo el icono femenino ideal, sino también el reclamo para superar la crisis en que se hallaba sumida la institución matrimonial, y serviría para convencer a los hombres de la necesidad de formar una familia.

En este contexto, el Tratado de la educación de las hijas fue traducido al castellano y publicado por primera vez, a comienzos de los sesenta, en las páginas del periódico titulado Caxón de Sastre, por entregas, como era habitual en este tipo de publicaciones. En 1769 el presbítero de la parro-quia madrileña de San Sebastián, Remigio Asensio, realizó una traducción que publicó en la imprenta de la viuda de Eliseo Sánchez, y en 1804 se puso

10 Joseph Isidoro de Morales, por ejemplo, en sus Comentarios de Don Joseph [...] al Excmo. Señor D. Joseph de Mazarredo sobre la enseñanza de su hija, Madrid, Imprenta de San-cha, 1796, donde critica la educación intelectual de las mujeres y sólo apuesta por la doméstica, escribiendo: «porque no sé qué tiene para las mujeres el estudio del latín, que les hace frívolas e importunas, sino también desdeñosas y chocantes»; estos comentarios nos recuerdan a las «cultas latiniparlas» de Quevedo. Y en un manual escolar de principios del siglo XIX escrito por Pedro Alonso Rodríguez, titulado Catón español político-cristiano [...] para la enseñanza y buen educación de los niños y niñas [...], Madrid, 1804, se hace una declaración de intenciones muy similar a la anterior, suscribiendo dos razones para reivindicar la educación femenina: «las mu-jeres, no menos que los hombres, tienen necesidad de educación [...] porque deben darla a sus hijos en los primeros años, como porque en la viudez hacen el oficio de padres [...] y también porque han de vivir entre los hombres y formar con ellos la sociedad doméstica».

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a la venta su segunda edición 11. En 1770 otro eclesiástico, Martín del Valle, publicó una nueva, introduciendo ciertos cambios en el título, quizás para hacerlo más atractivo a los lectores, denominándose ahora Escuela de Mujeres y educación de niñas 12. La conveniencia y oportunidad de su publicación por parte de estos personajes habría que valorarla como una manera de recurrir a autores con la suficiente autoridad (intelectual y moral) que pudieran prestar el respaldo necesario a sus asertos y argumentaciones en la cuestión de la educación femenina. Además, contaban con el hecho de que el objetivo de Fénelon cuando había escrito el Tratado era ofrecer una serie de reglas para que la mujer pudiera convertirse en esposa, madre y ama de casa, y cumplir airosamente ese papel, como se ha dicho anteriormente, lo que coincidía sus-tancialmente con sus intereses.

1. el autor: François de saliGnac de la Mothe-Fénelon (1651-1715)

El personaje que andando el tiempo haría famoso su sobrenombre de Fénelon había nacido en el castillo de la Mothe-Fénelon, perteneciente a su parentela paterna, en 1651, en el seno de una familia aristocrática de segundo rango, ya que su padre ostentaba el título de conde. Recibió una esmerada educación en el domicilio familiar por interés paterno, obteniendo un elevado nivel en letras clásicas y religión, lo que le permitió estudiar posteriormente Humanidades y Filosofía en la Universidad de Cahors. Su natural inteligencia y su buena predisposición al estudio llamaría la atención de su tío, el marqués

11 Este clérigo, además, escribió otra obra titulada Elementos de Lógica y de Ethica, prece-didos de un Compendio de Historia de la Filosofía, Madrid, Joaquín Ibarra, 1770.

12 Hice una búsqueda en la Biblioteca Nacional de Madrid para comprobar cuántos ejem-plares contenían sus fondos, la fecha de impresión, los lugares donde habían sido editados, si había traducciones, etc. Encontré tres en francés: De L’education des filles, Edition Lutetia, Paris, Nelson Editeurs, s. f. (¿1680?), introducción de Emile Faguet, de l’Academie Française; Education des filles, Paris, Chez Pierre Emery, 1696; De L’Education des filles, Paris, Librerie Hachette, 1920, con una Introducción de Albert Cherel, agregado de Letras, Doctor en letras y profesor de la Universidad de Burdeos. En castellano, además de las dos citadas del siglo XVIII, había algunas ediciones posteriores: en 1905 fue publicado en Barcelona, por la editorial Luis Gili, traducido por Luisa Repollés de Yus, y reeditado en dos ocasiones, una de ellas en 1911. Incluye también las Advertencias de una señora ilustre... En 1919 fue publicado en Madrid, Editorial Clásica Española, con traducción de M.ª Luisa Navarro de Luzuriaga; fue objeto de posteriores ediciones. En 1934 hay una nueva edición. La autora opina sobre la obra que «para las ideas reinantes en su tiempo acerca de la educación de la mujer y para la situación intelec-tual en que se hallaba supone un adelanto manifiesto. Para nuestro tiempo tiene, más que nada, un valor histórico». En 1941 la colección Selecta femenina, de Ediciones HYMSA, de Barcelo-na, hace una nueva traducción incorporando un estudio introductorio de Lorenzo Conde.

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de Fénelon, quien lo animó a trasladarse a París para seguir estudios superio-res; poco después ingresaría en el Seminario de San Sulpicio, donde obtuvo la ordenación sacerdotal en 1675, cuando contaba veinticuatro años de edad.

Su primer destino, cumplido brillantemente, sería definitivo en su trayec-toria personal y eclesiástica, ya que fue nombrado director de la Congregación de neófitas católicas de París, una fundación de Luis XIV para reeducar en la religión católica a unas doscientas muchachas o mujeres casadas que se halla-ban en las filas hugonotas 13 y a las que se pretendía convertir al catolicismo; en esta institución permaneció diez años (1675-1685). Nos encontramos en la Francia que se encamina hacia una sola fe, en el clima de conversiones forzosas y de abjuraciones que precedió a la revocación del edicto de Nantes (1598) con la promulgación del de Fontainebleau (1685), caracterizado por la violencia, la intolerancia y el fanatismo fiel reflejo de una realidad social; si las mujeres se mostraban reacias a abjurar de su credo y era imposible con-vencerlas para que abrazaran el catolicismo, se las apresaba en la Bastille o en otras prisiones parecidas. Fénelon no debió permanecer ajeno a ese intenso proselitismo religioso ni al rigor educativo y la disciplina interna aplicados en la institución, ya que fue él quien redactó las Constitutions pour la maison des Nouvelles Catholiques de Paris el año de su nombramiento; sin embargo, personalmente era partidario de convencer, más que de imponer los princi-pios religiosos, opinando que las conversiones debían ser auténticas. Tras la revocación del edicto de Nantes, y precedido por su reputación de catequista gracias a la experiencia vivida en la citada Maison, fue enviado a recatolizar el Poitou y Saintonge, donde obtendría los mismos resultados, de manera que su fama como pedagogo pronto se extendería por la Corte y por toda Francia.

Con esa trayectoria, cuando en 1685 madame de Maintenon funde en París el Colegio de Saint-Cyr para niñas nobles sin fortuna, Fénelon se convirtió en asesor educativo de la nueva institución escolar, pasando a formar parte del círculo de Merly, al que pertenecían grandes damas de la aristocracia parisina, además de la citada. Un año después fue invitado por el duque de Beauvilliers a escribir una obra que le pudiera servir de guía para la educación de sus ocho hijas, y el resultado es la que ahora estudiamos. En 1689 se le encargó la edu-cación del duque de Borgoña, hermano mayor de Felipe V, convirtiéndose en preceptor real; para él compuso las Fábulas, el Directorio de la conciencia de

13 Bezian de Busquets, Enriqueta, Los Hugonotes en la Francia del siglo XVII. Tensiones sociales y culturales, Tucumán, Publicaciones de la Universidad, 2002.

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un rey, los Diálogos de los muertos y, sobre todo, las Aventuras de Telémaco. A partir de entonces será considerado uno de los grandes pedagogos de la Francia moderna.

En 1693 prosigue su fulgurante carrera, ingresando en la Academia Fran-cesa, y la culmina con el nombramiento de arzobispo de Cambray dos años después; en esa época estrecha sus contactos con eclesiásticos de la talla de Bossuet y Fleury e influyentes personajes de la Corte. Fue entonces cuando conoció a madame Guyón, cuya presunta heterodoxia religiosa le iba a aca-rrear serios disgustos y una polémica con Bossuet de la que se resentiría su amistad 14; como los problemas nunca vienen solos, a esta situación cabría añadir los ocasionados por la publicación en 1699 de una versión del Teléma-co, por iniciativa de un criado infiel, que sería considerado un libelo político contra la política de Luis XIV. Esos acontecimientos le apartaron de los círcu-los del poder, ocasionándole numerosos problemas que ensombrecieron la última etapa de su vida; de hecho, sus últimos años transcurrieron en Cam-bray, donde estuvo volcado en las tareas propias requeridas por su alto cargo hasta su muerte, en 1715.

2. el TraTaDo De eDucación De las hijas

Al analizar el tratado, inevitablemente surgen una serie de cuestiones a las que voy a tratar de ir respondiendo a lo largo de estas páginas; respuestas referidas a preguntas como, por ejemplo, si se ajusta a la estructura de los tra-tados de educación más corrientes, o en qué tipología podríamos catalogarlo, si entre la literatura instructiva o en la educativa; si damos por sentado que es un tratado de pedagogía, qué concepto de educación defiende; qué elementos de urbanidad, de educación física, moral o intelectual tiene en cuenta para proponer una buena educación; a quién va destinado, si a los padres, a los educadores o a los hijos; si es sexista, etc.

Para empezar, hay que decir que nos encontramos ante un manual perte-neciente a la literatura instructiva, ya que su objetivo es proponer una serie de pautas con las que conseguir la formación integral de las niñas para que, reflexionando sobre los defectos, los errores y los vicios que les son propios por la naturaleza de su sexo, puedan hacerles frente con una fortaleza moral

14 En los Artículos de Issy fue acusada formalmente de seguir proposiciones cercanas al misticismo y al quietismo, una acusación que, de alguna manera, salpicaría a Fenelón acarreán-dole serios problemas.

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fruto de un ininterrumpido aprendizaje en la virtud y en los principios religio-sos. Los destinatarios del texto son no los hijos, sino los padres, a los que se hace un conjunto de reflexiones sobre la educación correcta de sus hijas, sien-do una especie de guía en la que deberían inspirarse para formar a esas jóve-nes que están destinadas al matrimonio 15. Establecido el destino de las muje-res en el matrimonio, todos los saberes que deben adquirir y las cualidades que deben desarrollar estarán encaminados a forjar su carácter y a modelar su espíritu, ayudándoles a cumplir satisfactoriamente su función primordial en la vida, como esposas y como madres; de ahí que apenas conceda importancia a la obtención de conocimientos intelectuales; los que aconseja transmitir tie-nen una finalidad eminentemente práctica. Fénelon, respaldando la ideología patriarcal, apuesta por una mujer virtuosa y piadosa («prudente, aplicada y devota», dice él), responsable del hogar y de su administración, dedicada a la familia, al servicio de su marido y de sus hijos. Su objetivo principal es, ante todo, utilitarista, lo que le hará cobrar un valor inusitado a los ojos de los ilus-trados, quienes «a través del valor liberal de lo útil operan la adscripción de la mujer a la esfera privada», en palabras de Cristina Molina Petit 16.

Para Fénelon las mujeres no deben ser ignorantes, pero tampoco sabias; la sola idea de que pudiera haber mujeres sabihondas, dispuestas a tomar la palabra, parecía sacarle de quicio; de hecho, las mujeres que saben, que poseen conocimientos, son tratadas por el obispo con gran desprecio, de ahí que no dude en atribuirles el calificativo de ridículas; así, escribe constatan-do la existencia de ciertas mujeres «a quienes la ciencia ha hecho ridículas» —de nuevo emplea el mismo calificativo que Molière—; y afirma que «en la crianza de las hijas es menester gran tiento para no formar unas sabias ridículas» 17. Con criterios sexistas afirma que «la ciencia de las mujeres, del mismo modo que la de los hombres, es relativa a sus obligaciones: diferentes fines, distintos nacimientos, diversos empleos piden por necesidad distinta instrucción» 18. Y los empleos de las mujeres son «la crianza de sus hijos hasta cierta edad, de la de sus hijas hasta que llegan a tomar estado, de la conducta de sus domésticos [...] y del arreglo del gasto de su casa» 19. Eso significaba tener discernimiento para conocer la psicología de sus hijos y descubrir sus

15 En Telémaco su prometida Antíope es dulce, sencilla y discreta.16 Molina Petit, Cristina, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos,

1994, p. 127.17 Fénelon, Tratado de educación de las hijas, p. 5.18 Ibidem, p. 158.19 Ibidem.

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talentos e inclinaciones, prudencia para mantener su autoridad ante ellos sin perder la confianza, juicio para escoger las personas a tratar, saber los princi-pios de la religión para inculcárselos a sus hijos y estar versada en economía doméstica 20 «a fin de ponerse en estado de gobernar bien una familia que es una pequeña república» 21. Respecto a las afirmaciones que realiza en torno a la responsabilidad directa de las madres en la crianza de sus hijos apela a la autoridad de San Pablo, y en materia de economía doméstica a la de los griegos y los romanos 22.

2.1. Estructura y contenido de la obra

La obra está dividida en los siguientes capítulos:

I. De la importancia de la educación de las hijas.II. Inconvenientes de la crianza ordinaria.

III. De los primeros fundamentos de la educación.IV. Sobre el modo de precaver en los niños la imitación de cosas ridícu-

las y viciosas.V. No se debe oprimir a los niños.

VI. Del uso que debe hacer de las historias para con los niños.VII. Del modo con que se deben introducir en el espíritu de los niños

los principios de la religión. VIII. Instrucción sobre el decálogo de los sacramentos y la oración.

IX. Observaciones sobre los más frecuentes defectos de las mujeres. X. De la vanidad, de las gracias del cuerpo y de los vestidos.

XI. Instrucción sobre las obligaciones de las mujeres. XII. Continuación de las obligaciones de las mujeres.

XIII. De las ayas.

De los trece, únicamente cinco se corresponden verdaderamente con la educación femenina; en sucesivas ediciones se incluyó como capítulo adicio-nal una adenda titulada «Advertencias» o «Consejos dados a una señora dis-tinguida/una dama de calidad sobre la educación de su hija», que parecen un compendio aún más resumido para la duquesa de Beauvilliers, haciendo así más explícita su dedicatoria. En ella Fénelon hace unos planteamientos

20 Ibidem, p. 159.21 Ibidem, p. 162.22 Ibidem, p. 161.

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generales de su concepto de educación infantil, es decir, de la referida a niños y niñas, y para ello utiliza el término enfants, en sentido universalista; pero cuando formula otros comentarios específicos sobre la educación femenina recurre al de filles.

2.2. La educación infantil de niños y niñas

El autor se muestra partidario de la educación de los niños y niñas desde la más tierna infancia, en la idea de que es necesario desarrollar las potencia-lidades del niño lo más tempranamente posible, ya que la infancia representa la etapa de formación para la vida adulta. Ahora bien, también se muestra a favor del principio de la diferencia en esa educación en función de tres varia-bles: la edad, el sexo y la categoría social. En el primer supuesto consideraba que niños y niñas hasta los dos años deberían recibir la misma educación en el hogar familiar; al cumplir esa edad los niños serían apartados de la madre y colocados al cuidado de preceptores bajo la atenta vigilancia paterna; mien-tras que las niñas debían permanecer, hasta que les llegara el momento de «tomar estado», junto a su madre, la cual mantendría una tutela constante sobre su aprendizaje en todos los terrenos. En cuanto a las diferencias sociales derivadas del orden estamental existente, Fénelon, firme partidario de ellas, distingue entre una educación «de calidad» para los hijos e hijas de las fami-lias aristocráticas —que luego haría extensible a los miembros de las elites—, máxime en el caso de las niñas, quienes, como futuras madres, habrían de convertirse en las educadoras de sus hijos, frente a una «educación ordinaria» que recibirían los restantes estamentos sociales. A partir de esos postulados, en la educación de calidad defiende la idea de la distinción y del privilegio como algo inherente a los grupos superiores. Alerta, además, sobre las conse-cuencias nefastas de la mala educación recibida por los hijos ante la falta de vigilancia y dirección por parte de los padres

Su sistema pedagógico está imbuido de la herencia renacentista que en el terreno de la teoría desarrollaron autores como Erasmo, Vives, Comenius y otros grandes pedagogos, y se basa, o incluye, los siguientes principios:

— Amar a los niños para poder enseñarles. El educador debe adoptar una actitud favorable hacia los niños para hacerse querer por ellos; sólo así le respetarían y podrían seguir sus enseñanzas.

— Aplicar una educación personalizada, dadas las enormes diferencias de personalidad, de carácter y de situaciones en que se halla cada niño; la solución estribaría, según el autor, en emplear reglas generales de acuerdo con las necesidades particulares de cada uno de ellos.

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— Desarrollar la inteligencia de los niños estimulando su curiosidad en todos los sentidos.

— Como Vives, aboga por el carácter lúdico de la educación, por eso aconseja practicar una educación gozosa fundada en el axioma «aprender jugando», haciendo del estudio un fenómeno agradable y recreativo.

— Junto a la idea anterior, recomienda también una educación dulce y razonada, amable y sin prohibiciones, tolerante y correctiva, nada de aquello de que «la letra con sangre entra», todo lo contrario; lo que no significa estar exenta de disciplina, para inculcarles una «conducta firme y regular» basada en la constancia y la regularidad, una educación atractiva.

— Creía en lo que podríamos llamar «ejemplaridad», es decir, la fuerza del ejemplo como principio educativo moralizante, afirmando que «es capital tener siempre buenos modelos»; de ahí que se mostrara a favor del empleo de los cuentos y las historias para el aprendizaje de los niños, de los que podrían extraer importantes conclusiones.

— Inculcar los principios de la religión desde la más tierna infancia; pero, dadas las características peculiares de los niños, prefiere enseñar una religión mesurada, un cristianismo sencillo, ajeno a la milagrería y carente de supers-ticiones.

— Interesarse por la salud física de los niños, condición sine qua non para su salud mental y la progresión en el aprendizaje. En este sentido, presta espe-cial atención a la alimentación; por eso aconseja regularizar los horarios de las comidas, no dejar comer entre horas, tomar alimentos variados, etc.

— Evitar las compañías que puedan ejercer malas influencias, especial-mente en la etapa de formación, lo que hace extensivo tanto a las amistades «demasiado tiernas», como a las que se mueven por «celos nimios».

— Garantizar la convivencia en el trato desarrollado por los niños hacia los demás; para lograrlo, aconseja un profundo respeto para con los adultos y, frente a otros niños, les marca pautas de conducta que eviten el conflicto entre ellos, como la templanza y la moderación en el lenguaje.

— Por último, recela de las actitudes y comportamientos hipócritas, reprobando el fingimiento y la simulación, que pueden ser contraproducentes a la hora de modelar la personalidad 23.

23 Esta misma idea es expresada por Leandro Fernández de Moratín en La timorata (1791) al denunciar la hipocresía, la falsa obediencia y la piedad fingida de la protagonista, producto de una mala educación.

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2.3. La educación específicamente femenina

En las primeras líneas del primer capítulo el autor hace toda una declara-ción de intenciones al constatar públicamente el abandono en que se hallaba la educación femenina debido a la suposición tradicionalmente admitida por la sociedad de que las mujeres no necesitan instrucción («este sexo no nece-sita de mucha instrucción»). Fénelon parece compartir esa misma opinión cuando hace una enumeración de los conocimientos excluidos para ellas. Apelando a la debilidad de la naturaleza femenina y a su incapacidad para el conocimiento, escribe: «las mujeres tienen por lo común un espíritu más débil y más curioso que los hombres, y por esto no se les debe aplicar con empeño a aquellos estudios que pueden producir en ellas la tenacidad; y supuesto que no han de seguir la carrera de las armas, ni se han de dedicar al ministerio de las cosas sagradas, ni ejercitarse en la mayor parte de las artes mecánicas, se les puede privar de cierta extensión de conocimientos que pertenecen a la Polí-tica, al arte de la Guerra, a la Jurisprudencia, Filosofía, Theología y Artes» 24. Aunque no es consciente de la construcción cultural realizada socialmente sobre la identidad femenina cuando se basa en la naturaleza, en la biología, para respaldar las diferencias entre los sexos, él mismo la asume al suscribir el principio de que hay que formar a las mujeres en «aquellas obligaciones que la naturaleza y la sociedad les han impuesto» 25 y según las condiciones de su carácter, que les da «la ventaja de haber nacido cuidadosas, afables e inclina-das al manejo de las cosas domésticas» 26.

Por encima de las diferencias existentes entre las funciones que han de desempeñar hombres y mujeres en la sociedad, para él ambas son igualmente importantes, ya que las mujeres «¿no son las que arruinan o sostienen los patrimonios, las que arreglan la economía de las cosas domésticas, y por con-secuencia deciden de todo lo que pertenece más inmediatamente a la conser-vación del género humano?» 27, de donde infiere que «las ocupaciones de las mujeres no son menos importantes al bien público que las de los hombres: ellas deben gobernar sus casas, criar a sus hijos hasta cierta edad, y hacer feli-ces a sus maridos» 28. Esta afirmación de Fénelon significa una legitimación

24 Fénelon, op. cit., p. 3. 25 La cursiva es mía. 26 Fénelon, op. cit., p. 5.27 Ibidem, p. 4.28 Ibidem, p. 5.

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social de la asimetría en que se basaban las relaciones entre los sexos respecto a las funciones sociales adjudicadas a hombres y mujeres según las identidades genéricas, masculina y femenina. Para el autor es ese componente moral de la educación femenina lo verdaderamente importante para el cuerpo social, porque gracias a ella, es decir, con mujeres virtuosas, es como podrían evitarse las guerras, los desórdenes y los trastornos en las leyes y en las costumbres. Esa es la clave de la educación femenina según la entiende Fénelon: modelar mujeres virtuosas que puedan ser en el futuro esposas ejemplares, buenas administradoras de su casa y excelentes madres, educadoras de los hijos que conformarán los súbditos del mañana. O, lo que es lo mismo, mujeres con vocación de servicio para quienes se dibujan unas expectativas orientadas no tanto a la satisfacción de los deseos del yo, sino en función de los intereses de los demás, coincidan o no con los suyos propios.

Considera la educación femenina una tarea primordial de la madre, y es precisamente por esa función que asigna a la madre-educadora por lo que se muestra partidario de enseñarle ciertos saberes y ciertos conocimientos que le fueran de utilidad en su cometido. Desconfía de los pensionados y resalta la educación dada en la familia; confía más en los consejos de una «buena madre», quien, en todo caso, se ayudará de otras mujeres responsables y vir-tuosas, las ayas, a quienes dedica el último capítulo de su obra. De ahí que su crítica a las madres ignorantes que sólo educan a sus hijas en la ignorancia y la superstición sea resaltada en varias ocasiones para alertar de una actuación que, por generalizada, podía tener graves consecuencias. En esta apreciación negativa sobre la actuación materna en relación con sus hijos coincidirán muchos autores españoles de finales del siglo XVIII 29, como podemos ver, por ejemplo, en las obras de Leandro Fernández de Moratín (La mojigata, El sí de las niñas), Tomás de Iriarte (El señorito mimado, La señorita malcriada) y Pedro de Montengón (Eudoxia, Hija de Belisario). El hecho de que las madres hayan de encargarse de la crianza de sus hijos no significa que tengan un amor desmedido hacia sus hijas y que esa ternura y mimo les lleve a distorsionar la educación que debe darles. La sobrecarga de responsabilidad por parte de las madres puede hacer necesario en ocasiones acudir a la ayuda de otras perso-nas para que le ayuden en la tarea educadora, de ahí la importancia concedida a las ayas, señoras de una fuerte personalidad y sólidas convicciones morales que deberán ayudar a las madres en la tarea educadora de sus hijas.

29 Franco ruBio, Gloria A., op. cit.

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Para que sean buenas administradoras de su hogar recomienda enseñarles la ciencia de la economía, pero como aprendizaje directo adquirido mediante la experiencia: «uno de los medios más eficaces es [...] acostumbrarlas desde su infancia a que gobiernen alguna cosa, a que intervengan en las compras de las cosas necesarias y a que conozcan las circunstancias que debe tener cada cosa para que sea de buen uso» 30.

Como muchos otros de sus contemporáneos, rechaza a las mujeres con conocimientos, a las que denomina indistintamente, muy al estilo de Molière, sabias y ridículas, o latinizantes, como ya hemos comentado anteriormente —recordemos que también Quevedo las llamaba cultas latiniparlas—, pues «se dice regularmente que no es menester que sean sabias, que la curiosidad las hace presumidas, que basta que se dispongan para gobernar algún día su casa y para obedecer a sus maridos con sumisión» 31. Asimismo, critica en las mujeres que pasen el tiempo leyendo novelas 32, pues el hecho de que dejen correr la fantasía y la imaginación de las niñas las hace sospechosas y peligro-sas. Deben acudir a otras lecturas en las que esté presente la ejemplaridad a que antes hacíamos referencia, a libros de historia, donde se narre la vida de grandes personajes que puedan ser imitados por su heroísmo y virtud.

Consciente de la necesidad de adentrarse a fondo en la psicología femeni-na, hace una enumeración de los defectos más corrientes en que incurren las mujeres, a fin de poder marcar las soluciones para remediarlos. Esos defectos se corresponden con los grandes tópicos al uso acerca de la personalidad femenina, presuntamente mediatizada por su distinta naturaleza, más influi-da por los instintos que por las ideas, más circunscrita a su cuerpo que a su espíritu. Así, adjudica a las mujeres determinados vicios como connaturales a ellas, y habla de la pereza, de «la laxitud del alma», de la volubilidad de carácter, del gusto por las novedades, de su inclinación a las pasiones, de sus conocimientos limitados que les impide adoptar criterios a la hora de «usar cualquier medio para lograr sus fines», de ser carentes de reflexión, de ser proclives al arte de la simulación. En el capítulo décimo, titulado «De la vani-dad, de las gracias del cuerpo y de los vestidos», continúa desgranando los vicios y errores que comúnmente la sociedad atribuye a las mujeres, como la

30 Fénelon, op. cit., p. 163.31 Ibidem, pp. 2-3.32 Aunque por un lado parece que Fénelon ve con buenos ojos la curiosidad, porque es a

partir de ella como las personas aprenden, más adelante parece contradecirse, ya que escribe: «[la curiosidad] es una enfermedad peligrosa del espíritu [...]; no leáis nada por curiosidad ni para formar ninguna decisión en vuestra cabeza sobre ninguna de vuestras lecturas».

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esclavitud a que se someten por el seguimiento de las modas, su afición al lujo y la prodigalidad en el gasto, causando muchas veces la ruina de la familia; el uso del cuerpo como instrumento de pecado; el gusto por el artificio, ya que «las mujeres han nacido artificiosas». Frente a la preocupación por el aspecto externo, por el atavío y la vestimenta que observa en tantas mujeres, Féne-lon resalta la calidad humana, recomendándoles la virtud con las siguientes palabras: «cuánto más apreciable es la distinción que se logra por el camino de una buena conducta que la que se consigue por un buen peinado, por un vestido o por cualquier otro adorno del cuerpo» 33. Para él, «el verdadero fin de la educación es persuadir e inspirar el amor sincero a la virtud» 34.

Para combatir esos errores, el autor hace una apelación a la naturaleza para enumerar las funciones sociales de las mujeres: «las mujeres tienen la ventaja de haber nacido cuidadosas, afables e inclinadas al manejo de las cosas domés-ticas» 35. A partir de esas consideraciones, las soluciones propuestas son tan complejas y variadas como los vicios y errores; por eso habla de proporcionar a la mujer unos «conocimientos que le permitan desempeñar las obligaciones que le ha impuesto la naturaleza» 36; a saber, una educación moral que le per-mita ser una buena esposa, buena madre y buena ama de casa. Recomienda que las mujeres sean educadas para servir a los demás (esposo e hijos) y no a sí misma; en este sentido, enumera una serie de deberes que deberían seguir: «deben gobernar sus casas, criar sus hijos hasta cierta edad y hacer felices a sus maridos» 37, y para ello es preciso que sepan comportarse con sencillez, moderación y humildad. De ellas y de su buena educación depende, además, que la sociedad pueda evitar arruinarse con guerras, desórdenes y trastornos en las leyes y las costumbres, ya que «una mujer prudente, aplicada y devota es el alma, aun de las mayores casas: pone en orden la economía, arregla los espíritus, y fortifica la salud de su familia» 38.

Fénelon reivindica una educación sexuada; considera que «la ciencia de las mujeres debe limitarse a instruirse en lo relativo a sus funciones», a saber, esposa y madre. Al proponer el modelo de mujer doméstica en el que los conocimientos intelectuales no tienen cabida, el obispo legitima la asimetría de los sexos en cuanto a la atribución de tareas socialmente admitidas y a la

33 Fénelon, op. cit., p. 148.34 Ibidem.35 Ibidem, p. 5.36 Ibidem, p. 4.37 Ibidem, p. 5.38 Ibidem, p. 4.

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asignación de los espacios, el hombre al público y las mujeres al privado. Pero, al mismo tiempo, es consciente de que deben aprender unos conocimientos básicos sobre esas funciones para poder desempeñar bien sus tareas, hasta el punto de desarrollar en los capítulos undécimo y duodécimo una «Instruc-ción sobre las obligaciones de las mujeres» en la que recomienda enseñarles los siguientes conocimientos:

1. La lectura y la escritura; según el autor «es indispensable que la hija aprenda a leer y escribir correctamente» 39.

2. La economía doméstica, llamada por el autor «la ciencia de la aritmé-tica», afirmando que «todos saben que el buen uso de esta ciencia es tan nece-sario para el gobierno de las casas» 40, puesto que «¿no son las que arruinan o sostienen los patrimonios, las que arreglan la economía de las cosas domésti-cas, y por consecuencia deciden de todo lo que pertenece más inmediatamen-te a la conservación del género humano?» 41, de manera que ellas son las que, en definitiva, hacen y deshacen las casas. Esto llevaba aparejado «aprender la ciencia de gobernar y hacerse obedecer por sus criados», para asumir la tarea de inspeccionar y controlar la conducta de los domésticos, a los que tratará con respeto, afecto, amabilidad, humanidad, comprensión y persuasión, pero nunca con «baja familiaridad» 42. Indispensable, también, para administrar correctamente su hacienda; en este sentido Fénelon considera muy conve-niente que se les enseñara algunas reglas básicas del Derecho para que sepan «la diferencia entre un testamento y una donación» 43, entender las cláusu-las de un contrato 44, la división de una herencia y «las principales reglas del Derecho y costumbres de su país» 45, ya que «las hijas de un nacimiento muy distinguido, porque pueden llegar a poseer bienes muy considerables, tienen necesidad de instruirse en las obligaciones de los señores en sus pueblos» 46; no se olvide explicarles la diferencia que hay entre un señor propietario y un mero poseedor; entre el soberano y el vasallo; entre arriendo y administración; qué cosa sea alcabala, diezmo, treudo, censo 47 y el resto de cosas que afecta a

39 Ibidem, p. 175.40 Ibidem, p. 177.41 Ibidem, p. 4.42 Ibidem, p. 171.43 Ibidem, p. 177.44 Ibidem.45 Ibidem.46 Ibidem, p. 180.47 Ibidem, p. 181.

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la administración de bienes, pensando en el papel que desempeñarían un día las hijas del duque destinatario del libro y en otras mujeres de gran fortuna.

3. La gramática de la lengua francesa, para conocer bien el idioma nacio-nal, incluso el latín, por encima de otras lenguas modernas, lo que facilitaría su comprensión de los libros religiosos, así como música, canto, pintura y labores.

4. La lectura de libros profanos que no sean comedias ni novelas, sino de historia; en este apartado el traductor introduce en la obra los cambios que considera pertinentes para adecuarla al contexto español, y recomienda leer «la Historia de España [—no la de Francia—] y la de las Provincias vecinas, y algunos sucesos de los países distantes escritos con juicio». También debe-rán leer historias griegas y romanas que «les elevarán el espíritu y producirán en su alma pensamientos grandes» 48, así como libros de elocuencia y poesía, siempre que se eviten las que «excitan el amor, ablandan el corazón y encien-den las pasiones» 49.

5. La laboriosidad, tan necesaria en las mujeres para evitar su ociosidad, no tenía por qué estar reñida con la estética, de ahí que plantee la produc-ción de labores en términos de buen gusto, por lo que aconseja enseñarles las reglas del diseño y del dibujo para elaborar «con un mediano gasto y mucha diversión, obras de una noble y hermosa variedad, y de un gusto superior a los caprichos de la moda» 50.

En cuanto a los métodos pedagógicos, recomienda ejercitarse en la expe-riencia, es decir, aprender de manera empírica; de ahí su consejo a las madres en el sentido de que deberían implicar a las niñas en el gobierno de la casa y en las tareas domésticas desde pequeñas. La ocupación en las mujeres debe ser constante; hay que mantenerlas permanentemente ocupadas por una exigen-cia moral: su debilidad de carácter y su inferior naturaleza les hace proclives a la tentación, por lo que hay que evitar a toda costa el ocio 51 que les inclina al pecado. Muy respetuoso con el orden social estamental, no pretende en modo alguno subvertir las jerarquías sociales; por eso recomienda que en su educación se tuviera siempre presente su origen social, su status, la calidad de su familia y la de aquella donde habría de vivir. Desprecia la confusión social y

48 Ibidem, p. 18249 Ibidem, p. 184.50 Ibidem, p. 188.51 Aquí podría entrar también el ideal ilustrado de negotium frente al otium, tan del gusto

de los ilustrados.

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condena las falsas expectativas de ascenso social que pudieran surgir en algu-nas de ellas, con el siguiente consejo: «tened cuidado [para que] no llegue a concebir esperanzas que superen su estado y condición» 52. Por último, estima que las mujeres deben asumir su cuota de responsabilidad en el matrimonio y en la familia, haciéndose cargo del cuidado y crianza de sus hijos hasta una cierta edad, y de sus hijas hasta que tomen estado.

Al final de la obra, vuelve a resumir los dos estados que tradicionalmente han sido considerados como ideales para las mujeres: «si ha de ser casada dénsele reglas para la economía doméstica, criar bien los hijos y conducirse con la familia» y «si determina ser religiosa sin ser persuadida de los padres, tírense todas las líneas de su crianza hacia el estado a que aspirar» 53, siguien-do prematuramente la regla que algún día habría de profesar.

3. la Mujer doMéstica

Las mujeres, no menos que los hombres, tienen necesidad de educación moral, civil y científica, así porque deben darla a sus hijos en los primeros años, como porque en la viudez hacen el oficio de padres; y también porque han de vivir entre los hombres y formar con ellos la sociedad doméstica y civil. Los maridos necesitan que sus mujeres tengan, a proporción de sus clases, una perfecta educación civil y moral, y alguna instrucción científica para vivir con ellos en compañía racional 54.

Así de claro se expresaba el autor de uno de los catones más difundidos y de mayor utilización en el sistema escolar de la España finisecular, al explicar y justificar las razones de la educación femenina. Aunque algunos historiadores sean de la opinión de incluir el Tratado en una larga genealogía de obras que hacen de la educación femenina el núcleo central de sus escritos, en mi opi-nión sería más ajustado incluirlo entre los manuales de literatura instructiva y doctrinal, ya que no estamos ante una obra pedagógica stricto sensu, sino ante un compendio de reglas de conducta moral. Fénelon no habla de educación femenina en el sentido que hoy aplicaríamos al término, sino de formación

52 Fénelon, op. cit., p. 183.53 Ibidem, p. 190.54 alonso rodríGuez, Pedro, Catón español político-christiano. Obra original para la ense-

ñanza y buena educación de los niños, niñas y jóvenes, acomodada al carácter, costumbres, leyes y religión de la nación española, con advertencias político-morales a los padres y maestros, 2.ª ed., Madrid, Imprenta de Aznar, 1804, p. 2.

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moral, y para respaldar esta afirmación me baso en las propias palabras del autor cuando, dirigiéndose a una mujer joven, escribió lo siguiente:

Yo quisiera que Dios agostase vuestro talento como la viruela borra la belleza de los jóvenes. Convertíos en pastora ignorante, grosera, imbécil; pero recta abnegada de vos misma, dócil, ingenua e inferior a todo el mundo 55.

El modelo de mujer doméstica que propugna Fénelon representa una continuidad, por un lado, con el modelo propugnado ya en el Renacimiento, situándose a medio camino entre la obra de Luis Vives Institutio Feminae Christiana (1525) y la de Fray Luis de León La perfecta casada (1583), donde el ideal de mujer cristiana (cuyo aprendizaje doméstico incluye saber cocinar, hilar y tejer, no tanto para hacerlo personalmente sino para poder supervisar la tarea del servicio, que es quien lo realiza de verdad) prevalece sobre cual-quier otro tipo de argumentos; Fray Luis concibe a la mujer malvada por naturaleza, inferior psíquica e intelectualmente y carente de talento. Por otro lado, con el modelo de mujer burguesa que estaría representada por la Sofía de Rousseau, que corresponde a los intereses de la familia burguesa, donde las mujeres deben ser excluidas del espacio público y confinadas en la esfera privada. En ese medio es donde pueden desempeñar las funciones que les han sido socialmente asignadas: buena esposa, buena madre y buena ama de casa. Reconociéndose en dichas funciones puede convertirse en la garante y vale-dora de un ámbito, reducido a lo doméstico, regido por la virtud, donde el conjunto de la familia podría permanecer a resguardo del peligro proveniente de los vicios existentes en el mundo exterior.

El avance más significativo que se dará en la Ilustración respecto al ideal femenino de épocas anteriores es que si hasta entonces se enfatizaba más en su posición de esposa, a finales del Antiguo Régimen se hará mayor hin-capié en su función de madre. El fenómeno vivido en la sociedad europea del siglo XVIII sobre la percepción de la infancia y el «descubrimiento» de la maternidad —como afirma E. Badinter 56— incide en ese cambio y, a partir de ahora, el arquetipo de mujer doméstica se identifica con el papel de educado-ra de sus hijos que le ha atribuido el patriarcado como medio de dignificación personal, valorando socialmente unas tareas que sólo tienen su razón de ser

55 Citado por coMPayre, Gabriel, Fénelon y la educación atractiva, Madrid, Ediciones de la Lectura, 1929.

56 Badinter, Elizabeth, ¿Existe el instinto maternal?: Historia del amor maternal, siglos XVII al XX, Barcelona, Paidós, 1991.

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en la esfera privada, justamente donde ella, excluida de la pública, ha sido de nuevo reubicada. El retorno de las mujeres al hogar, de donde según algunos autores nunca deberían haber salido, es visto como la panacea para la forja de los modelos de la masculinidad y de la femenidad, para la construcción ideal de las identidades de género basadas en la asimetría y jerarquía de los sexos.

En definitiva, frente a los dos tipos de mujer que parecían pugnar por ocupar una posición social en los dos períodos a que hemos hecho referencia —la preciosa en la sociedad francesa de finales del siglo XVII o la ilustrada al estilo de la salonière en la España del siglo XVIII— aparece de nuevo la mujer doméstica, modelo tan recurrente como constante a lo largo de la historia, que es el que acabaría imponiéndose. De esta manera Fray Luis de León, Fénelon y Rousseau coinciden sustancialmente en unos planteamientos ideo-lógicos que sitúan el verdadero objetivo de la educación femenina en formar mujeres virtuosas, pero no instruidas intelectualmente.