el sanador mistico v. s. naipaul

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En esta su primera novela, V.S.Naipaul presta su voz a GaneshRamsumair, maestro espiritual ypolítico que, desde los máshumildes orígenes, llegará aobtener la Orden del ImperioBritánico. Pero no es la historia deeste curioso personaje elargumento principal de esta novela:el ascenso social, el descubrimentode la cultura y de la escritura, elmundo colonial, la falsedad de laspolíticas poscoloniales o la ternurade la vida cotidiana son los temasque Naipaul nos presenta a través

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de Ganesh, y que serán, ya desdeesta primera obra, recurrentes entoda su narrativa.

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V. S. Naipaul

El sanadormístico

ePUB v1.0Doña Jacinta 15.08.11

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Primera edición: noviembre, 2001

Título original: The Mystic Masseur(c) V. S. Naipaul, 1957(c) De la traducción, Flora Casas, 2001(c) De la presente edición, EditorialDebate, S. A., 2001 O'Donnell, 19, 28009MadridISBN: 84-8306-479-0

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A la memoria de mi padre y paraCordón Woolford

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Notas del autor y de latraductora

NOTA DEL AUTOR

Todos los personajes,organizaciones e incidentes de estanovela son ficticios. Hay que constatarloporque, aunque a sus políticos les hadado por llamarla «país», Trinidad esuna pequeña isla, no mayor queLancashire, y con una poblaciónligeramente inferior a la de Nottingham.La geografía de la isla se ha cambiadoen esta novela. Inevitablemente, se

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consignan fechas, pero no se retrata aningún cargo público. La huelga queaparece en el capítulo doce no tienebase real.

NOTA DE LA TRADUCTORA

El lector de la versión castellanaapreciará a lo largo de la novela ciertasincorrecciones gramaticales por mediode las cuales se ha tratado de reflejar, enla medida de lo posible, el habla de lospersonajes que en ella aparecen.

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1. El sanadorincipiente

Llegaría a ser famoso y honrado entodo el sur del Caribe, héroe del puebloy, después, el representante británico enLake Success. Pero cuando yo le conocí,todavía luchaba por establecerse comosanador, en una época en la que enTrinidad, dabas una patada y aparecíaun sanador.

Era justo al principio de la guerra,cuando yo estaba todavía en el colegio.Me obligaron a jugar al fútbol, y en elprimer partido me dieron un patadón en

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la espinilla y tuve que guardar camavarias semanas.

Mi madre no se fiaba de los médicosy no me llevó a ninguno. No la culpo,porque en aquellos días la gente preferíair a un sanador o a un sacamuelas.

—Si sabré yo qué médicos hay enTrinidad —decía mi madre—. Lomismo les da matar dos o tres personasantes de desayunar.

No es tan terrible como parece: enTrinidad, a la comida del mediodía se lellama desayuno.

Tenía la pierna ardiendo e hinchada,y cada día me dolía más.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté.

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—¿Que qué vamos a hacer? —dijomi madre—. ¿Que qué vamos a hacer?Pues tú, a dejar la pierna tranquila unosdías más. Nunca se sabe qué puedepasar.

Yo dije:—Yo sí sé qué va a pasar. Que voy

a perder la pierna, y ya sabes cómo lesgusta a estos médicos de Trinidadcortarles las piernas a los negros.

Mi madre empezó a preocuparse unpoco y aquella noche me preparó unemplasto de barro para la pierna.

Dos días más tarde dijo:—Se está poniendo un poco feo.

Chico, vamos a tener que ir donde

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Ganesh.—¿Y quién demonios es ese tal

Ganesh?Esta pregunta la harían muchas

personas más adelante.—¿Qué quién es ese tal Ganesh? —

replicó mi madre, burlona—. ¿Ese talGanesh? Hay que ver la educación queos dan a los niños hoy en día. Tienes lapierna rota y te duele, y encima hablasde ese hombre como si fueras su padre,cuando tiene edad más que suficientepara ser tu padre.

Yo dije:—¿Qué hace?—Pues curar a la gente.

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Lo dijo con cierta cautela, y me diola impresión de que no tenía muchasganas de hablar sobre Ganesh porque eldon curativo que él poseía era algosagrado.

El trayecto hasta la casa de Ganeshera muy largo, más de dos horas. Vivíaen un sitio llamado Fuente Grove, nolejos de Princes Town. Un nombrecurioso: Fuente Grove. No había elmenor indicio de fuentes, ni siquiera deagua. En varios kilómetros a la redonda,la tierra era llana, sin árboles, yabrasadora. Se atravesaban kilómetros ykilómetros de plantaciones de caña deazúcar; la caña desaparecía bruscamente

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y daba paso a Fuente Grove. Era unaaldehuela triste, una escasa docena dechozas con techo de paja que seextendían al borde de la estrechacarretera llena de baches. La tienda deBeharry era el único indicio de vidasocial, y nos paramos a la puerta. Era unedificio de madera, con el templemugriento y medio desprendido de lasparedes y el techo, de hierro ondulado,alabeado y lleno de herrumbre. Unpequeño cartel anunciaba que Beharrytenía permiso para vender bebidasalcohólicas, y vi a aquel hombreprivilegiado —eso pensé—, sentado enun taburete delante del mostrador. Con

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las gafas en la punta de la nariz, leía TheTrinidad Sentinel con el brazo estirado.

El taxista gritó:—¡Eh!El hombre bajó el periódico.—¡Eh! Yo soy Beharry. —Se

levantó ágilmente del taburete y se frotóla tripita con las palmas de las manos—.Buscan al pandit, ¿no?

El taxista contestó:—No, qué va. Venimos desde Puerto

España para ver el paisaje.A Beharry le sorprendió semejante

grosería. Dejó de frotarse la barriga yempezó a meterse la camiseta en lospantalones, de color caqui. Por detrás

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del mostrador apareció una mujergrandona, y al vernos se cubrió lacabeza con el velo.

—Estas personas quieren preguntaralgo —dijo Beharry, y se fue tras elmostrador. La mujer gritó:

—¿A quién andan buscando? Mimadre contestó:

—Estamos buscando al pandit.—Se bajen un poco por la carretera

—dijo la mujer—. No tiene pérdida. Lacasa tiene un mango en el patio.

Aquella mujer tenía razón. Eraimposible no ver la casa de Ganesh.Tenía el único árbol de la aldea yparecía un poco mejor que la mayoría de

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las chozas.El taxista tocó el claxon, y una mujer

salió desde detrás de la casa. Era joven,alta pero delgada, e intentó atendernosal tiempo que espantaba unos pollos conuna escoba de cocoye. Se quedómirándonos un rato y después gritó:

—¡Oye, tú! —Después volvió amiramos fijamente y se puso el velosobre la cabeza. Gritó otra vez—: ¡Eh,tú, hombre!, ¿es que no me oyes?¡Venga, hombre!

De la casa salió una voz aflautada:—¡Ya voy, hombre!El taxista apagó el motor y oímos un

arrastrar de trastos en la casa.

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Por último salió un joven a lapequeña galería. Llevaba ropa normal,pantalones y camiseta, y no parecíaespecialmente santo. No llevaba nidhoti, ni koortah ni turbante, como yome esperaba. Me tranquilicé un poco alver que tenía un libro grande entre lasmanos. Para mirarnos, tuvo queprotegerse los ojos del resplandor delsol con la mano libre, y en cuanto nosvio bajó a todo correr los escalones demadera, cruzó el patio y le dijo a mimadre:

—Me alegro de verla. ¿Cómo vanlas cosas últimamente?

Con una actitud correcta, algo raro

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en él, el taxista contemplaba el bailoteode las oleadas de calor que ascendían dela negra carretera, mientrasmordisqueaba una cerilla.

Ganesh me vio y dijo:—Vaya, vaya. Algo le pasa al chico.E hizo unos ruidillos, todo triste.Mi madre salió del taxi, se estiró el

vestido y dijo:—Ya sabe usted, baba, que estos

chicos hoy en día se desmandan. A vereste chico.

Los tres me miraron: Ganesh, mimadre y el taxista. Yo dije:

—¿Pero por qué me mira todo elmundo? ¿Es que tengo monos en la cara

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o algo?—Mire este chico —dijo mi madre

—. ¿Usted cree que vale para algúndeporte?

Ganesh y el taxista negaron con lacabeza.

—Pues a ver la cruz que tengo yo —continuó mi madre—. Me viene el chicoun día cojeando, y yo voy y le digo:«¿Qué te ha pasado que vas cojeando?»Y me contesta, todo valiente, como unhombre: «Que he estado jugando alfútbol», y yo le digo, digo: «Jugando ahacer el idiota, querrás decir.»

Ganesh le dijo al taxista:—Ayúdeme a meter al chico en la

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casa.Mientras me llevaban observé que

alguien había intentado escarbar la tierradura y polvorienta para plantar unjardincillo delante de la casa, pero ya noquedaba nada salvo los cascos debotellas rotos y unos cuantos tocones dehibisco rugosos.

Ganesh parecía lo único fresco de laaldea. Tenía los ojos de un negro muyoscuro, la piel amarillenta y estaba unpoquito fofo.

Pero lo que vi en la choza de Ganeshme dejó atónito. En cuanto entramos, mimadre me guiñó un ojo, y vi que inclusoal taxista le costaba trabajo no quedarse

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boquiabierto. Había centenares delibros, aquí, allá, por todas partes,desparramados sobre la mesa,amontonados en los rincones, por elsuelo. Nunca había visto tantos libros enuna casa.

—¿Cuántos libros hay aquí, pandit?—pregunté.

—La verdad, nunca los he contado—contestó Ganesh, y gritó—: ¡Leela!

La mujer de la escoba de cocoyeapareció con tal rapidez que supuse queestaba esperando a que la llamaran.

—Leela —dijo Ganesh—, el chicoquiere saber cuántos libros hay aquí.

—Vamos a ver —dijo Leela, y se

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ató la escoba a la cinturilla de la falda.Se puso a contar con los dedos de lamano izquierda—. Cuatrocientos deEveryman, doscientos de Penguin...seiscientos. Seiscientos, y con cien deReader's Library se nos pone ensetecientos. Creo que con los demáshabrá unos mil quinientos buenos libros.

El taxista silbó, y Ganesh sonrió.—¿Son todos suyos, pandit? —

pregunté.—Es mi único vicio —contestó

Ganesh—. Mi único vicio. No fumo. Nobebo. Pero los libros, eso que no mefalte. Y fíjate, voy todas las semanas aSan Fernando a comprar más. ¿Cuántos

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libros compré la semana pasada, Leela?—Pues mira, sólo tres —respondió

Leela—. Pero son libros gordos, gordosde verdad. Entre quince y diecisietecentímetros en total.

—Diecisiete centímetros —dijoGanesh.

—Sí, diecisiete centímetros —dijoLeela.

Supuse que Leela sería la mujer deGanesh, porque añadió, fingiendo estarenfadada:

—Es para lo único que sirve. Noparo de decirle que no me lea tanto.Pero no hay manera: se pasa la vidaleyendo.

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Ganesh soltó una breve carcajada eindicó a Leela y al taxista que salierande la habitación. Hizo que me sentara enel suelo y se puso a palparme la pierna.Mi madre se quedó en un rincón,observando. De vez en cuando me dabaun golpe en el pie; yo gritaba de dolor yél decía pensativo: «Hum».

Intenté olvidar los golpes de Ganeshy me concentré en las paredes. Estabancubiertas de citas religiosas, en hindi einglés, y de estampas religiosas hindúes.Mi mirada se posó en un precioso diosde cuatro brazos, de pie en un lotoabierto.

Cuando Ganesh acabó de

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reconocerme, se levantó y dijo:—Al chico no le pasa nada,

maharaní. Nada de nada. Es el problemacon muchas personas que vienen averme. En realidad no les pasa nada. Loúnico que podría decir del chico es quetiene un poco de mala sangre. Nada más.Yo no puedo hacer nada.

Y se puso a mascullar un pareado enhindi mientras yo seguía tumbado en elsuelo. Si yo hubiera sido más despierto,me habría fijado más, porque estoyconvencido de que aquel hombre yamostraba sus incipientes tendenciasmísticas.

Mi madre se acercó, me miró y

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preguntó a Ganesh en tono lastimero:—¿Seguro que el chico no tiene

nada? A mí me parece que tiene muymala la pierna. Ganesh dijo:

—A no preocuparse. Le voy a daruna cosa con lo que se pondrá mejor enun pispás. Lo hago yo mismo. Se lo détres veces al día.

—¿Antes o después de las comidas?— ¡De s p ué s , nunca! —advirtió

Ganesh. Mi madre se quedó satisfecha.—Y tambien puede mezclar un

poquito con la comida —añadió Ganesh—. Igual le vendría bien.

Tras ver tantos libros en la choza deGanesh, yo estaba dispuesto a creer en

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él y bastante decidido a tomar lamedicina. Y mi respeto por él aumentócuando le dio un folleto a mi madre,diciendo:

—Se lo lleve. Se lo doy gratisaunque me costó mucho escribirlo eimprimirlo. Yo dije:

—¿De verdad fue usted el queescribió este libro, pandit?

Sonrió y asintió.Mientras nos alejábamos de la casa,

dije:—¿Sabes, mamá? Ojalá pudiera yo

leer todos esos libros que tiene el panditGanesh.

Por eso me sentó mal y me

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sorprendió que, al cabo de dos semanas,mi madre dijera:

—¿Sabes qué? Que estoy por dejartey que te cures tú solo. Con sólo haberido a ver a Ganesh de buena fe, ahoraestarías mejor y andarías.

Al final fui a un médico en StVincent Street que le echó un vistazo ala pierna y dijo:

—Un absceso. Hay que rajar. Ycobró diez dólares.

No llegué a leer el folleto deGanesh, 101 preguntas y respuestassobre la religión hindú, y aunque teníaque tomar aquel repugnante brebaje tresveces al día (me negué a que me lo

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pusieran en las comidas), no le guardabarencor. Por el contrario; pensaba muchasveces, con interés y perplejidad, enaquel hombrecillo encerrado con milquinientos libros en la calurosa yaburrida aldea de Fuente Grove.

—Trinidad está llena de locos —dije.

—Tú di lo que te dé la gana —espetó mi madre—. Pero Ganesh no estan tonto como tú crees. Es la clase dehombre que en la India sería rishi.Llegará el día en que te sientasorgulloso de decirle a la gente queconociste a Ganesh. Así que a callar,que te voy a poner la venda.

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Menos de un año después, Trinidadse despertó con la noticia en tercerapágina de The Trinidad Sentinel, enforma de anuncio a una columna con unafotografía de Ganesh y lo siguiente: Serogaba a quienes estuvieran interesadosque contestaran a Fuente Grove pararecibir gratuitamente un folleto plegablee ilustrado con todos los detalles.

No creo que escribiera mucha gentepara recibir más información sobreGanesh. Estábamos acostumbrados a esaclase de anuncios, y el de Ganeshapenas llamó la atención. Ninguno denosotros previó sus asombrosasconsecuencias. Hasta más adelante,

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cuando Ganesh obtuvo una fama y unafortuna bien merecidas, la gente no lorecordó. Igual que yo.

1946 supuso el momento decisivo enla carrera de Ganesh, y como paradestacar el acontecimiento, aquel mismoaño publicó su autobiografía, «Los añosde culpa» (Editorial Ganesh, S.A.,Puerto España, 2,40 dólares). El libro,descrito como relato de misterioespiritual y como novela policíaco-metafísica, fue muy apreciado enAmérica central y el Caribe. Sinembargo, Ganesh confesó que laautobiografía había sido un error, demodo que el mismo año de su

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publicación la retiró y liquidó laEditorial Ganesh. En el resto del mundono conocen las primeras obras deGanesh, y Trinidad se lo toma a mal.Estoy convencido de que, en ciertomodo, la historia de Ganesh es lahistoria de nuestra época, y puede quehaya personas que acojan con agradoeste imperfecto relato sobre ese hombrellamado Ganesh Ramsumair, sanador,místico y, desde 1953, miembro de laOrden del Imperio Británico.

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2. Discípulo y maestro

Ganesh nunca estuvo realmentecontento durante los cuatro años quepasó en el Queen's Royal College. Fueallí cuando tenía casi quince años, y noestaba tan adelantado como el resto delos chicos de su edad. Siempre era elmayor de la clase, y algunoscompañeros suyos eran tres o inclusocuatro años menores que él. Pero almenos tuvo la suerte de poder estudiar.Fue por pura casualidad que su padrecontara con el dinero necesario paramandarle allí. El anciano llevaba años

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aferrándose a sus tristes dos hectáreasde tierra yerma cerca de Fourways conla esperanza de que las compañíaspetrolíferas excavaran un pozo en ellas,pero no pudo sobornar a los de lasperforadoras, y tuvo que conformarsecon un pozo limítrofe. Fue algodecepcionante e injusto, pero llegó atiempo, y los derechos alcanzaron paramantener a Ganesh en Puerto España.

El señor Ramsumair formó granalboroto con lo de enviar a su hijo al«colegio de la ciudad», y la semanaantes de que comenzara el curso llevó aGanesh por todo el distrito, presumiendode él ante sus amigos y conocidos. Le

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puso un traje caqui y un salacot delmismo color, y muchos dijeron que elchico parecía un pequeño sahib. Lasmujeres lloraron un poco y le pidieron aGanesh que recordase a su difunta madrey que fuera bueno con su padre. Loshombres le pidieron que estudiaramucho y que ayudara a otras personascon sus conocimientos.

Padre e hijo salieron de Fourwaysaquel domingo y cogieron el autobúspara Princes Town. El anciano llevabala ropa para ir de visita: dhoti, koortah,gorro blanco y un paraguas colgado delbrazo izquierdo. Cuando cogieron el trenen Princes Town se sentían importantes.

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—Cuidadito con el traje —dijo elanciano en voz muy alta, y los queestaban a su lado lo oyeron—.Acuérdate de que vas al colegio de laciudad.

Cuando llegaron a St Joseph, Ganeshempezó a sentir vergüenza. Su atuendo ysus ademanes ya no atraían miradas derespeto. La gente sonreía, y cuando seapearon en la terminal de PuertoEspaña, una mujer se rió.

—Ya te dije que no me vistieras así—mintió Ganesh, casi sollozando.

—Anda y que se rían —replicó elanciano en hindi, y se pasó la palma deuna mano por el poblado bigote gris—.

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Los borricos rebuznan por cualquiercosa.

«Borrico» era su insulto favorito,quizá porque el término en hindi es tanexpresivo: gaddaha.

Fueron a todo correr a la casa deDundonald Street donde iba ahospedarse Ganesh, y la señora Cooper,la casera, negra, alta y rolliza, se rió alverlos, pero dijo:

—El chico parece todo uncaballerete.

—Es buena mujer —le dijo elanciano a Ganesh en hindi—. No tepreocupes por la comida ni nada. Tecuidará bien.

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Ganesh prefería no acordarse de loque ocurrió al día siguiente, cuando lellevaron al colegio. Los chicos mayoresse rieron, y aunque no llevaba el salacotcaqui, se sentía incómodo con el traje. Yencima, la escenita en el despacho deldirector: su padre gesticulando con elgorro blanco y el paraguas; el director,inglés, paciente al principio, despuésfirme y al final desesperado; el ancianoencolerizado, murmurando «Gaddaha.Gaddaha».

Ganesh nunca dejó de sentirsetorpón. Estaba tan avergonzado de sunombre indio que durante una temporadafue contando que en realidad se llamaba

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Gareth. Aquello le hizo un flacoservicio. Seguía vistiendo mal, nojugaba a nada, y en cuanto abría la bocase notaba que era un indio del campo.Nunca dejó de ser campesino. Seguíacreyendo que leer con otra luz que nofuera la natural era malo para la vista, yen cuanto acababan las clases se ibacorriendo a casa, en Dundonald Street, yse ponía a leer en la escalera de atrás.Se dormía con las gallinas y sedespertaba antes del canto del gallo.«Ese Ramsumair es un auténticoempollón», decían riéndose los chicos,pero Ganesh nunca fue sino un estudiantemediocre.

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Le aguardaba otra humillación.Cuando fue a casa en las primerasvacaciones escolares, su padre dijo,después de volver a presumir de él:

—Ya es hora de que el chico sea unauténtico brahmán.

La ceremonia de iniciación secelebró aquella misma semana. Leafeitaron la cabeza, le dieron unpequeño fardo de color azafrán y ledijeron: «Hale, y ahora a Benarés, aestudiar.»

Cogió el bordón y se alejó deFourways a toda prisa.

Tal y como estaba previsto,Dookhie, el tendero, corrió tras él,

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llorando un poco y rogándole en inglés:—No, muchacho, no. Que no te

vayas a Benarés a estudiar. Ganeshsiguió andando.

—Pero, ¿qué le pasa a ese chico? —preguntaba la gente—. Se lo toma muyen serio.

Dookhie cogió a Ganesh por unhombro y le dijo:

—Ya está bien de tonterías, niño.Deja de hacer el idiota. ¿Qué te hascreído, que me voy a pasar todo el díacorriendo detrás de ti? ¿De verdad tecrees que vas a llegar a Benarés? Esoestá en la India, a ver si te enteras, yesto es Trinidad.

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Le llevaron a casa. Pero el incidentetuvo su trascendencia.

Todavía estaba prácticamente calvocuando volvió al colegio, y los chicos serieron tanto que el director le llamó y ledijo:

—Ramsumair, está usted creandoproblemas en el colegio. Póngase algoen la cabeza.

De modo que Ganesh fue a clase conel salacot caqui hasta que le creció elpelo.

Había otro chico indio, Indarsingh,que vivía en la casa de DundonaldStreet. También estaba en el Queen'sRoyal College, y aunque era seis meses

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menor que Ganesh, iba tres clases pordelante de él. Era un chico listo, y todoslos que le conocían decían que iba a serun hombre importante. A sus dieciséisaños, Indarsingh pronunciaba largosdiscursos en los debates de la SociedadLiteraria, recitaba sus propios versos enlos concursos de poesía y siempreganaba los concursos de discursosimprovisados. También practicaba todoslos deportes, no muy bien, pero teníacondiciones de deportista y por eso loschicos le consideraban un ideal.Indarsingh convenció a Ganesh para quejugara al fútbol. Cuando Ganesh dejó aldescubierto sus piernas, pálidas,

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amarillentas, un chico escupió con ascoy exclamó: «¡Oye, tú, tus piernas no venel sol!» Ganesh no volvió a jugar alfútbol, pero siguió siendo amigo deIndarsingh. A Indarsingh le resultabaútil. «Vente a dar un paseo por el JardínBotánico», le decía a Ganesh, y duranteel paseo no paraba de hablar, paraensayar su discurso del próximo debate.Al final decía: «¿A que está bien? Perorequetebién.» El tal Indarsingh era unchico bajo, rechoncho, y en sus andares,como en su forma de hablar, mostraba elgarbo de los bajitos.

Indarsingh era el único amigo deGanesh, pero su amistad no duraría. Al

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final del segundo año de Ganesh en elcolegio, a Indarsingh le dieron una becapara Inglaterra. A ojos de Ganesh,Indarsingh había conseguido algo quesuperaba toda ambición.

Con el tiempo, Ganesh obtuvo elcertificado de Cambridge, y sorprendióa todo el mundo con un aprobado. Elseñor Ramsumair le dio la enhorabuena,ofreció un premio anual al colegio, y ledijo a Ganesh que había encontrado auna buena chica para que se casara conella.

—El viejo te está metiendo prisa —dijo la señora Cooper.

Ganesh escribió una carta, diciendo

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que no tenía la menor intención decasarse, y cuando su padre contestó quesi no quería casarse podía considerarsehuérfano, Ganesh decidió considerarsehuérfano.

—Tienes que buscarte un trabajo —dijo la señora Cooper—. Oye, que no esque esté pensando en lo que me tienesque pagar. Es que tienes que encontrartrabajo. ¿Por qué no hablas con eldirector de tu colegio?

Lo hizo. El director se quedó algoperplejo y preguntó:

—¿Qué quiere hacer?—Dar clase —contestó Ganesh,

porque pensaba que tenía que halagar al

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director.—¿Dar clase? Qué raro. ¿En

primaria?—¿Qué quiere decir, señor?—No estará pensando en dar clase

en este colegio, ¿verdad?—No, señor. No me tome el pelo.Al final, con la ayuda del director,

Ganesh se matriculó en la EscuelaGubernamental de Preparación deProfesores de Puerto España, dondehabía muchos más indios y no se sentíatan incómodo. Le enseñaron cosas muyimportantes, y de vez en cuando hacíaprácticas con unos cuantos alumnos encolegios cercanos. Aprendió a escribir

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en la pizarra y consiguió superar ladentera del chirriar de la tiza. Despuésle pusieron a dar clase.

Le mandaron a un colegio de undistrito problemático del barrio este dePuerto España. El despacho del directortambién servía de clase, atestada dechicos jóvenes. El director estabasentado bajo un retrato del rey Jorge V,y entrevistó a Ganesh.

—No sabe qué suerte tiene —empezó a decir, y se levantó de golpe,añadiendo—: Un momento. Hay unchico al que voy a darle una buena. Unmomento.

Pasó con dificultad por entre los

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pupitres hasta donde estaba un chico, enla fila del fondo. Los alumnos guardaronsilencio inmediatamente y se oyó elruido de las demás clases. Después,Ganesh oyó al chico chillando detrás dela pizarra.

El director sudaba cuando volviócon Ganesh. Se enjugó la enorme caracon un pañuelo de color malva y dijo:

—Sí, como le iba diciendo, tieneusted suerte. La mayoría de las vecesdesperdician a un joven como usted enmitad del campo, en Cunaripo ocualquier sitio dejado de la mano deDios. —Se echó a reír y Ganesh pensóque también debía reírse; pero en cuanto

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lo hizo el director se puso serio y dijo—: Señor Ramsumair, no sé qué ideastiene usted sobre la educación de losjóvenes, pero quiero que sepa desde elprincipio, incluso antes de empezar, queel objetivo de este colegio es formar, noinformar. Todo está organizado. —Señaló un horario enmarcado, en tinta detres colores, colgado junto al retrato delrey Jorge V—. Lo hizo Miller, a quienusted va a sustituir. Está enfermo.

—Pues parece muy bueno, y sientoque Miller esté enfermo —dijo Ganesh.

El director se arrellanó en la silla ydio un golpe con una regla en el papelsecante de color verde que tenía ante él.

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—¿Cuál es el objetivo de estecolegio? —preguntó de repente.

—Formar... —empezó a decirGanesh.

—No... —continuó el director, comoanimándole.

—Informar.—Señor Ramsumair, es usted muy

despierto. Me cae muy bien. Nos vamosa llevar estupendamente, usted y yo.

A Ganesh le dieron la clase deMiller, la de apoyo. Era una especie dezona de descanso para los retrasadosmentales. Los chicos permanecían enella, desinformados, años y años, yalgunos ni siquiera querían abandonarla.

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Ganesh probó con todo lo que le habíanenseñado en la Escuela de Formación,pero los chicos no respondían bien.

—No les puedo enseñar nada —sequejó al director—. Les enseñas estasemana el teorema número uno y a lasemana siguiente se les ha olvidado.

—Mire, señor Ramsumair. Me caeusted bien, pero tengo que ser firme. Aver, rápido: ¿cuál es el objetivo de estecolegio?

—Formar, no informar.Ganesh dejó de intentar enseñar a

los chicos, y se conformó con consignarla mejora semanal en el cuaderno denotas. Según ese cuaderno, los alumnos

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de la clase de apoyo avanzaban desde elteorema número uno al número dos ensucesivas semanas, y después llegaban,sin dificultad, al teorema número tres.

Al tener mucho tiempo libre, Ganeshpodía observar a Leep, el de la clase deal lado. Leep había estado en la Escuelade Formación con él, y seguíaentusiasmado. Casi siempre estaba juntoa la pizarra, escribiendo, borrando,informando sin cesar, salvo cuando —yno era poco frecuente— daba de azotesa un chico y desaparecía tras el panel decelotex que separaba su clase de la deGanesh.

El viernes anterior al regreso de

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Miller (que se había fracturado lapelvis), el director llamó a Ganesh y ledijo:

—Leep está enfermo.—¿Qué le pasa?—Nada, ha dicho que está enfermo y

que no puede venir el lunes.Ganesh se inclinó hacia delante.—Bueno, no estoy seguro —dijo el

director—. No estoy nada seguro, peroyo lo veo así. Si dejas a los chicos enpaz, ellos te dejan en paz. Son buenoschicos, pero los padres... ¡Dios mío! Asíque cuando vuelva Miller, tendrá queencargarse de la clase de Leep.

Ganesh accedió; pero sólo estuvo en

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la clase de Leep una mañana.Cuando volvió al colegio, Miller se

enfadó terriblemente con Ganesh, ydurante el recreo del lunes por lamañana fue a quejarse al director.Llamaron a Ganesh.

—Dejo una clase buena, estupenda—dijo Miller—. Los chicos iban bien.Y, cuando vuelvo, después de unasemana —bueno, dos o tres meses—,¿con qué me encuentro? Pues resulta quelos chicos no han aprendido nada nuevoy que hasta se han olvidado de las cosasque tardé un montón de tiempo enenseñarles. Esto de dar clase es un arte,pero hay mucha gente que se cree que

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puede dejar de cortar caña de azúcar yponerse a dar clase en Puerto España.

Enfadado por primera vez en suvida, Ganesh dijo:

—¡Te vayas a la mierda, hombre!Y dejó el colegio para siempre.

Fue a dar un largo paseo por losmuelles. Eran las primeras horas de latarde y las gaviotas graznaban entre losmástiles de las balandras y las goletas.Vio los transatlánticos anclados a lolejos. Dejó que le asaltase la idea deviajar y la dejó escapar con igualfacilidad. Pasó el resto de la tarde en el

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cine, pero eso fue un auténtico martirio.Le molestaron especialmente loscréditos. Pensó: «Toda esa gente con sunombre en letra bien grande en lapantalla se gana las lentejas. Incluso losde la letra pequeña. No como yo.»

Necesitaba todo el consuelo quepodía ofrecerle la señora Coopercuando volvió a Dundonald Street.

—No soporto esas groserías —ledijo.

—Eres un poco como tu padre, a versi me entiendes. Pero no te preocupes,muchacho. Yo noto tu halo. Es como unacentral eléctrica, ¿sabes? Pero has hechomal dejando un trabajo tan bueno. No es

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que te mataras a trabajar precisamente.Durante la cena, la señora Cooper

dijo:—No puedes ir a pedirle nada al

director otra vez.—No —se apresuró a replicar

Ganesh.—He estado yo pensando. Resulta

que un primo mío trabaja en lo de loscarnés de conducir. Creo que podríaencontrarte un trabajo allí. ¿Sabesconducir?

—Ni un carro, señora Cooper.—Da igual. Él te puede sacar un

carné y no tendrías que conducir mucho.Tienes que examinar a otros

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conductores, y si haces lo que mi primo,te puedes sacar un montón de dinero concualquier bobo que quiera un carné yque tenga dinero. —Se quedó pensandoun rato y añadió—: Ah, y conozco a unhombre que trabaja en lo de telégrafos.Pero anda, que no sé dónde tengo lacabeza últimamente. Te ha llegado untelegrama, esta tarde.

La señora Cooper fue al aparador ysacó un sobre de debajo de un jarrónlleno de flores artificiales.

Ganesh leyó el telegrama y se lo dio.—¿Quién es el imbécil que ha

mandado esto? —dijo la señora Cooper—. Vamos, es que te puedes morir de un

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ataque al corazón.«Malas noticias ven a casa ahora

mismo.» ¿Quién es este tal Ramlogan, elque firma?

—Ni idea —contestó Ganesh.—¿Qué piensas que puede ser?—Pues, ya sabe...—Fíjate, qué curioso —interrumpió

la señora Cooper—: Anoche, sin ir máslejos, soñé que alguien se moría. Sí, muycurioso.

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3. Leela

Aunque eran casi las once y mediacuando el taxi llegó aquella noche aFourways, la aldea estaba llena de viday Ganesh sabía que la señora Coopertenía razón. Alguien había muerto. Notóla agitación y reconoció todas lasseñales. Había luces en la mayoría delas casas y las barracas, muchomovimiento en la carretera, y sus oídospercibieron el leve murmullo, como deun tumulto lejano. No tardó mucho encomprender que era su padre quienhabía muerto. Parecía que Fourways

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estuviera esperando el taxi, y en elmomento mismo que vieron a Ganesh enel asiento de atrás empezaron loslamentos.

La casa era un caos. Apenas habíaabierto la puerta del taxi cuando seprecipitaron hacia él docenas depersonas que no conocía tendiéndole losbrazos, dando voces, y le llevaron, casien volandas, hasta la casa, que tambiénestaba llena de dolientes a quienes noconocía o no recordaba.

Oyó al taxista, que decía una y otravez: «Ya me imaginaba yo lo quepasaba, hace rato. Venimos apretando elacelerador desde Puerto España,

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conduciendo como locos en laoscuridad. Y el chico está tandestrozado que no puede ni llorar.»

Un hombre gordo abrazó sollozandoa Ganesh y dijo:

—¿Recibiste mi telegrama? Elprimero que mando. Soy Ramlogan. Túno me conoces, pero yo conocía a tupadre. Ayer sin ir más lejos... —Ramlogan se derrumbó y se echó allorar otra vez—, ayer sin ir más lejos ledecía: «Baba» (yo siempre le llamabaasí) , «baba», le digo, «ven dentro acomer algo». Es que he cogido la tiendade Dookhie. Sí, Dookhie murió hacecasi siete meses y yo pues he cogido la

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tienda.Ramlogan tenía los ojos

empequeñecidos y rojos por el llanto.—«Baba», le digo, «ven dentro a

comer algo.» ¿Y sabes lo que me dijo?Una mujer abrazó a Ganesh y

preguntó:—¿Qué?—¿Que qué dijo? ¿Queréis saber lo

que me dijo? —Ramlogan abrazó a lamujer—. Pues dijo: «No, Ramlogan.¡Hoy no quiero comer!»

Apenas pudo terminar la frase.La mujer dejó a Ganesh y se llevó

las manos a la cabeza. Chilló, un par deveces, y después gimió:

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—«No, Ramlogan. ¡Hoy no quierocomer!»

Ramlogan se enjugó los ojos con undedo grueso, velludo.

—Y hoy —sollozó, tendiendo ambasmanos hacia el dormitorio—, hoy ya nopuede comer.

La mujer volvió a emitir unoschillidos.

—¡Hoy ya no puede comer!Tan angustiada estaba que se arrancó

el velo y Ganesh reconoció a una tíasuya. Le puso una mano en el hombro.

—¿Crees que podría ver a papá? —preguntó.

—Ve a papá, antes de que se vaya

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para siempre —dijo Ramlogan, mientraslas lágrimas le corrían por las gruesasmejillas, hasta la barbilla sin afeitar—.Ya hemos lavado el cuerpo y lo hemosvestido y todo.

—No entrar conmigo —dijo Ganesh—. Quiero estar solo.

Cuando cerró la puerta, los lamentossonaron lejanos. Habían colocado elataúd sobre una mesa en el centro de lahabitación, y no veía el cadáver desdedonde estaba. A la izquierda había unalamparita de aceite con la llama bajaque proyectaba sombras monstruosas enlas paredes y el techo de hierrogalvanizado. Al aproximarse a la mesa

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sus pisadas resonaron en los tablonesdel suelo y la lámpara parpadeó. Elbigote del anciano estaba aún hirsuto,desafiante, pero se le habíadesmoronado la cara, que parecía débily cansada. El aire estaba frescoalrededor de la mesa, y Ganesh vio queera por el revestimiento de hielo querodeaba el ataúd. Era la habitación delos muertos, extraña por el olor a bolasde alcanfor, y no había nada vivo salvoGanesh y la llama de la lamparilla,achaparrada y amarilla, y ambosguardaban silencio. Sólo, de vez encuando, el plof del hielo al derretirse ycaer en las cuatro cacerolas al pie de la

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mesa rompía el silencio.No sabía qué pensar ni qué sentir,

pero no quería llorar, y abandonó lahabitación. Estaban esperando a quesaliera, y le rodearon inmediatamente.Oyó decir a Ramlogan: «Venga, venga,dejar al chico en paz. Es su padre quienha muerto. Su único padre.» Y sereanudaron los gemidos.

Nadie le preguntó nada sobre lacremación. Todo parecía estar yasolucionado, y Ganesh se alegró de queasí fuera. Dejó que Ramlogan le sacarade la casa, llena de sollozos, chillidos ylamentos, lámparas de gas, de petróleo,lamparillas, luces brillantes por todas

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partes salvo en el pequeño dormitorio.—Aquí no se cocina esta noche —

dijo Ramlogan—. Te vienes a cenar a latienda.

Ganesh no durmió aquella noche, ytodo lo que hizo le pareció irreal. Másadelante, recordó la solicitud deRamlogan... y de su hija; recordó habervuelto a la casa donde no se podíaencender fuego, recordó los tristescánticos de las mujeres, que prolongaronla noche; después, a primeras horas dela mañana, los preparativos para lacremación. Tenía muchas cosas quehacer, y las hizo sin pensar ni preguntar,todo lo que le pidieron el pandit, su tía y

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Ramlogan. Recordaba haber andadoalrededor del cadáver de su padre,recordaba haber puesto las últimasmarcas de casta en la frente del ancianoy haber hecho muchas cosas más, hastaque le dio la impresión de que el ritualsustituía a la pena.

Cuando acabó todo —su padre yaincinerado, las cenizas esparcidas— yse marcharon todos, incluida su tía,Ramlogan dijo:

—Bueno, Ganesh. Ya eres unhombre.

Ganesh reflexionó sobre susituación. En primer lugar, pensó en eldinero. Le debía a la señora Cooper

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once dólares por dos semanas depensión, y descubrió que sólo teníadieciséis dólares y treinta y sietecentavos. Tenía que recoger unos veintedel colegio, pero había decidido nopedirlos y devolverlos si se losenviaban. En su momento, no se paró apensar quién había pagado la cremación;hasta más adelante, justo antes decasarse, no se enteró de que la habíapagado su tía. El dinero no era unproblema inminente, ahora que tenía losderechos del petróleo —casi sesentadólares al mes— que le hacíanprácticamente rico en un sitio comoaquél. Pero los derechos podían

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agotarse en cualquier momento, y aunquetenía veintiún años y estudios, carecíade medios para ganarse la vida.

Había algo que le dio esperanzas.Como escribiría más adelante en Losaños de culpa: «En una conversacióncon Shri Ramlogan me enteré de unhecho curioso. Mi padre había muertoaquel lunes por la mañana entre las diezy cinco y las diez y cuarto, en definitiva,más o menos cuando yo discutía conMiller y estaba decidiendo dejar eltrabajo de maestro. Me sorprendiómucho la coincidencia, y fue la primeravez que empecé a tener la sensación deque me esperaba algo grande. Porque sin

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duda fue una singular conjunción deacontecimientos lo que me empujó aabandonar el vacío de la vida urbana yregresar a la paz y la tranquilidad delcampo, tan estimulantes.»

A Ganesh le alegró marcharse dePuerto España. Había pasado cinco añosallí, pero nunca se había acostumbrado ala ciudad ni se había sentido parte deella. Era demasiado grande, demasiadoruidosa, demasiado ajena. Mejor viviren Fourways, donde le conocían y lerespetaban, con el doble atractivo deuna educación y un padre muertorecientemente. Le llamaban sahib, yalgunos padres alentaban a sus hijos a

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llamarle «profesor Ganesh», pero eso letraía malos recuerdos y les obligó adejar de hacerlo.

—No está bien que me llamen así —decía, y añadía crípticamente—: Creoque enseñaba lo que no debía a laspersonas que no debía.

Se dedicó a gandulear durante dosmeses. No sabía ni qué quería ni quépodía hacer, y empezó a dudar sobre elvalor de hacer nada. Comía en casa desus conocidos, y se limitaba aharaganear durante el resto del día. Secompró una bicicleta de segunda mano ydaba largos paseos por los accidentadossenderos cercanos a Fourways.

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La gente decía: «Está pensandomucho ese chico, Ganesh. Tiene muchaspreocupaciones, pero se pasa el díavenga a pensar.»

A Ganesh le habría gustado que suspensamientos fueran profundos, y lemolestaba que fueran simplezas,trivialidades pasajeras. Empezó asentirse un poco extraño y temió estarvolviéndose loco. Conocía a las gentesde Fourways, y ellos le conocían a él yles caía bien, pero a veces se sentíaaislado.

Pero no podía librarse de Ramlogan.Ramlogan tenía una hija de dieciséisaños a la que quería casar, y quería

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casarla con Ganesh. Era un secreto avoces en la aldea. Ganesh recibíaregalitos de Ramlogan constantemente—un aguacate especial, una lata desalmón canadiense o mantequillaaustraliana—, y siempre que pasaba pordelante de la tienda, Ramlogan lellamaba.

—¡Eh, sahib! ¿Qué es eso de pasarpor aquí sin decir ni mu? Se van apensar que estamos peleados.

Ganesh no tenía valor para rechazarlas invitaciones de Ramlogan, aunquesabía que cada vez que mirase la puertaque daba a la trastienda vería a la hijade Ramlogan husmeando tras las

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mugrientas cortinas de encaje. La vio lanoche de la muerte de su padre, pero nole prestó demasiada atención. Después,empezó a darse cuenta de que la chicatras las cortinas era alta; a veces,cuando se acercaba demasiado, le veíalos ojos, llenos de malicia, sencillez yrespeto, todo al mismo tiempo.

Ganesh no relacionaba a la chicacon su padre. Era delgada y de pielblanca; Ramlogan gordo y casi negro. Alparecer, Ramlogan sólo tenía unacamisa, una especie de trapo sucio derayas azules que llevaba sin cuello,abierta hasta el peludo pecho, justodonde empezaba a abultarse su redonda

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tripa. Formaba una unidad con la tienda.A Ganesh le daba la impresión de quepor la mañana alguien pasaba un trapograsiento por todo: la balanza,Ramlogan, todo.

—No está sucio —decía Ramlogan— . Parece que está sucio. Te sientes,sahib. Te sientes. No tienes que sacudirel polvo ni nada. Te sientes ahí, en elbanco contra la pared, y vamos a charlarun rato. Yo no soy hombre de estudios,pero me gusta escuchar a la gente que sílos tiene.

Sentándose de mala gana, Ganesh norespondía de inmediato.

—No hay nada como una buena

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charla —empezaba a decir Ramlogan,levantándose del taburete para quitar elpolvo del mostrador con sus gruesasmanos—. Me gusta escuchar a la genteeducada y con ideas.

Al tropezarse de nuevo con elsilencio, Ramlogan volvía aencaramarse al taburete y hablaba sobrela muerte.

—Sahib, tu padre era un buenhombre. —Su voz estaba cargada deaflicción—. Pero le hicimos un buenfuneral. El primer funeral al que asistoen Fourways, a ver si me entiendes,sahib. En mi época vi bien de funerales,pero digo, y bien alto que lo puedo

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decir, que como el de tu padre no hevisto otro igual. Fíjate, hasta Leela —yasabes, mi hija, la segunda—, hasta Leeladice que es el mejor funeral que havisto. Dice que contó hasta más dequinientas personas de toda Trinidad enel funeral, y que había muchos cochessiguiendo al cadáver. La gente le teníacariño a tu padre, sahib.

Después guardaban silencio,Ramlogan por respeto hacia el difunto,Ganesh porque no sabía qué debía decir,y así acababa la conversación.

—Me gustan estas charletas quete ne mos , sahib —decía Ramloganmientras acompañaba a Ganesh hasta la

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puerta—. Yo no tengo estudios, pero megusta escuchar a las personas que sítienen, con sus ideas. Bueno, sahib, ¿porqué no te vuelves a pasar por aquí algúndía? ¿Mañana, por ejemplo?

Más adelante, Ramlogansolucionaba el problema de laconversación fingiendo que no sabíaleer para que Ganesh le leyera losperiódicos, y prestaba atención, con loscodos sobre el mostrador, las manos enel grasiento pelo, los ojos desbordadosde lágrimas.

—Esto de leer es una cosaestupenda, estupenda, sahib —dijoRamlogan en una ocasión—. Fíjate. Tú

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coges este periódico que para mí es unahoja sucia llena de garabatos negros —soltó una risita, burlándose de sí mismo—, lo coges y ¡anda!, en menos quecanta un gallo te oigo leyéndolo yenterándote de lo que dice. Una cosaestupenda de verdad, sahib.

Otro día dijo:—Lees divinamente, sahib. Es que

podría escucharte con los ojos cerrados.¿Sabes lo que me dijo Leela anoche,cuando cerré la tienda? Me dice:«¿Quién es el hombre que hablaba estamañana en la tienda, papá? Es queparece como lo de la radio que oigo deSan Fernando.» Yo le digo, digo: «Niña,

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que lo que estabas oyendo no era laradio. Era Ganesh Ramsumair. El panditGanesh Ramsumair», eso le dije.

—Vamos, no me tomes el pelo.— Ah, sahib. ¿Por qué iba yo a

tomarte el pelo? ¿Viene Leela y se lopreguntas directamente a ella?

Ganesh oyó una risita tras lascortinas de encaje. Miró al suelo, llenode paquetes de cigarrillos vacíos ybolsas de papel:

—Quia, quia. Deja en paz a la chica.Una semana más tarde, Ramlogan le

dijo a Ganesh:—Leela tiene algo en el pie, sahib.

Digo yo que si no te importaría echarle

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un vistazo.—Pero hombre, si yo no soy médico.

No sé nada sobre pies. Ramlogan seechó a reír y le faltó poco para darlepalmaditas en la espalda a Ganesh.

—Pero hombre, ¿cómo puedes deciruna cosa así, sahib? ¿No eres tú el queha estado venga a aprender en el colegiode la ciudad? Y además, no te creas queme olvido yo de que tu padre era elmejor sanador que hemos tenido.

El anciano señor Ramsumair tuvo talfama durante años hasta que, por malasuerte, le dio masaje a una jovencita y lamató. El médico de Princes Towndiagnosticó apendicitis, y el señor

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Ramsumair tuvo que gastarse muchodinero para no meterse en líos. A partirde entonces no volvió a ejercer desanador.

—No fue culpa suya —dijoRamlogan, llevando a Ganesh detrás delmostrador, hacia la puerta encortinada—. De todos modos, era el mejorsanador que hemos tenido, y yo mesiento pero que muy orgulloso deconocer a su único hijo.

Leela estaba sentada en una hamacahecha con un saco de azúcar. Llevaba unvestido limpio de algodón, y su pelo,largo y negro, parecía lavado y peinado.

—¿Por qué no le echas un vistazo al

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pie de Leela, sahib? Ganesh miró el piede Leela, y pasó algo curioso. «Me diola impresión de que, apenas tocarlo, sepuso bien», escribió. Ramlogan no pudoocultar su admiración.

—Lo que yo te decía, sahib. De talpalo, tal astilla. Sólo las personasespeciales pueden hacer una cosa así.No sé por qué no te dedicas a sanador.

Ganesh recordó la extraña sensaciónde estar aislado de la gente de la aldea,y pensó que Ramlogan tenía algo derazón.

No sabía qué pensaba Leela, porqueen cuanto le hubo curado el pie soltó unarisita y echó a correr.

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A partir de entonces Ganesh empezóa ir más a gusto a casa de Ramlogan, yen cada visita observaba mejoras en latienda. La más espectacular fue laaparición de una vitrina. Le habíanconcedido lugar de preferencia en mediodel mostrador; estaba tan brillante y tanlimpia que no pegaba allí.

—En realidad, es idea de Leela —dijo Ramlogan—. Protege las pastas delas moscas y es más moderna.

Las moscas se congregaban dentrode la vitrina. Uno de los cristales acabópor romperse y lo arreglaron con papelde estraza. Entonces, la vitrina sí pegabaen la tienda.

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Ramlogan dijo:—Yo hago lo que puedo para que

Fourways sea un pueblo moderno, comoves, pero es difícil, ¿sabes, sahib?

Ganesh siguió dando paseos enbicicleta, con los pensamientos perdidosentre su persona, su futuro y la vidamisma; y fue durante una de aquellasexcursiones de mediodía cuandoconoció al hombre que ejercería unainfluencia decisiva en su vida.

El primer encuentro no fueagradable. Tuvo lugar en la polvorientacarretera que empieza en Princes Towny se retuerce como una serpiente negraentre el verdor de las plantaciones de

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caña de azúcar hasta Debe. No esperabaver a nadie en la carretera a aquellashoras muertas del día, cuando el sol caíacasi de plano y el viento dejaba desusurrar entre las cañas. Había cruzadoel paso a nivel y bajaba la cuesta arueda libre, justo antes de la pequeñaaldea de Parrot Trace, cuando unhombre se puso en medio de lacarretera, al final de la cuesta, y le hizoseñas para que se parase. Era alto yparecía raro, incluso para Parrot Place.Iba cubierto, en algunas partes delcuerpo, con una túnica amarilla dealgodón, como un monje budista, yllevaba un bordón y un hatillo.

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—¡Hermano! —gritó aquel hombreen hindi. Ganesh se detuvo porque nopodía hacer otra cosa, y como se asustó,respondió con grosería.

—Pero ¿tú quién eres, eh?—Soy indio —contestó aquel

hombre en inglés, con un acento queGanesh no había oído nunca. Su cara,delgada y alargada, era más pálida quela de los indios y tenía mala dentadura.

—Mentira —dijo Ganesh—. Vete.Me dejes en paz. El hombre distendió elrostro con una sonrisa.

—Soy indio. De Cachemira. Yademás, hindú.

—Pues entonces, ¿por qué llevas eso

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amarillo?El hombre jugueteó un poco con el

bordón y se miró la túnica.—¿Quieres decir que no está bien

llevar esto?—A lo mejor en Cachemira sí. Aquí

no.—Pero los dibujos... son así. Me

gustaría muchísimo hablar contigo —añadió, con repentino entusiasmo.

—Vale, vale —dijo Ganesh en tonoconciliador, y antes de que el hombrepudiera añadir nada más, ya estabasubido al sillín, pedaleando.

Cuando Ramlogan se enteró de lo deaquel encuentro, dijo:

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—Era el señor Stewart.—A mí me pareció loco de atar. Con

unos ojos raros, de gato, que measustaron, y tendrías que haber vistocómo le corría el sudor por la cara, todaroja. Como si no estuvieraacostumbrado al calor.

—Yo le conocí en Penal —dijoRamlogan—. Justo antes de mudarmeaquí. Hace ocho o nueve meses. Todo elmundo dice que está loco.

Ganesh se enteró de que el señorStewart había aparecido hacía poco enel sur de Trinidad vestido de mendigohindú. Aseguraba ser de Cachemira.Nadie sabía de dónde era ni cómo vivía,

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pero en general pensaban que era inglés,millonario, y que estaba un poco loco.

—¿Sabes, sahib? Es un poquitocomo tú. Piensa mucho. Pero, lo que yodigo, cuando tienes tanto dinero, bienque puedes permitirte el lujo de pensarmucho. Sahib, me da vergüenza de migente porque roban a ese hombre sóloporque tiene mucho dinero y lo regala.Llega a una aldea, regala el dinero, seva a otra, y lo mismo.

La siguiente vez que Ganesh le vio,en la aldea de Swampland, el señorStewart estaba en apuros: le hostigabanunos chiquillos que intentaban quitarlela túnica amarilla. El señor Stewart no

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se resistía ni protestaba. Sólo miraba asu alrededor, aturdido. Ganesh se bajóde la bicicleta rápidamente y cogió unpuñado de grava de un montón que habíadejado Obras Públicas en el arcén yevidentemente había dado por perdido.

—¡No les haga nada! —gritó elseñor Stewart, mientras Ganeshperseguía a los chicos—. Sólo sonniños. Deje esas piedras.

Los chicos huyeron en desbandada, yGanesh se acercó al señor Stewart.

—¿Está bien?—Un poco de polvo en la ropa —

admitió el señor Stewart—, pero por lodemás, perfectamente. —Se animó—.

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Sabía que volvería a verle. ¿Recuerdanuestro primer encuentro?

—Lo siento de verdad.—No, si lo entiendo. Pero tenemos

que hablar dentro de poco. Tengo lasensación de que puedo hablar conusted. No, no lo niegue. Noto lasvibraciones.

Ganesh sonrió ante el cumplido yacabó por aceptar una invitación a tomarel té. Lo hizo por pura cortesía y notenía intención de ir, pero cambió deidea tras una conversación conRamlogan.

—Está muy solo, sahib —dijoRamlogan—. Aquí no hay nadie a quien

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realmente le caiga bien, y puedescreerme, pienso que no está tan lococomo dice la gente. Yo que tú, iría. Vasa llevarte bien con él, viendo que losdos sois personas con estudios.

Así que Ganesh fue a la choza contecho de paja a las afueras de ParrotTrace donde vivía por entonces el señorStewart. Desde fuera parecía igual quecualquier otra barraca, con sus paredesde barro, pero dentro todo era orden ysencillez. Había una cama pequeña, unamesa pequeña y una silla pequeña.

—No se necesita nada más —dijo elseñor Stewart. Ganesh estaba a punto desentarse en la silla, sin que se lo

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pidieran, cuando el señor Stewart dijo:—¡No! En esa no. —Cogió la silla y

se la enseñó—. La he hecho yo, pero metemo que es un poco inestable. Ya sabe,materiales de aquí.

A Ganesh le despertó máscuriosidad la ropa del señor Stewart.

Iba vestido de forma convencional,con pantalones de color caqui y camisablanca, y no se veía ni rastro de latúnica amarilla.

El señor Stewart adivinó el porquéde la curiosidad de Ganesh.

—No importa lo que te pongas. Hellegado a la conclusión de que no tieneimportancia espiritualmente.

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El señor Stewart le enseñó a Ganeshunas estatuillas de arcilla de dioses ydiosas hindúes que él había hecho, yGanesh se quedó sorprendido, no por lacalidad de la factura, sino porque lashubiera hecho el señor Stewart.

El señor Stewart señaló unaacuarela en la pared.

—Llevo años trabajando en esecuadro. Una o dos veces al año se meocurre alguna idea y tengo que volver apintarlo desde el principio.

La acuarela, en azules, amarillos ymarrones, representaba una serie demanos marrones extendidas hacia unaluz amarilla en el extremo superior

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izquierdo.—Esto, me parece a mí, es bastante

interesante. —Ganesh siguió con lamirada el dedo del señor Stewart y viouna mano azul encogida, alejándose dela luz amarilla—. Algunos ven laIluminación —explicó el señor Stewart—. Pero a veces se queman y se apartan.

—¿Por qué todas las manosmarrones?

—Manos hindúes. Los únicos quehoy en día buscan lo indefinido. Pareceusted preocupado.

—Sí, estoy preocupado.—¿Por la vida?—Eso creo —respondió Ganesh—.

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Sí, creo que estoy preocupado por lavida.

—¿Dudas? —tanteó el señorStewart.

Ganesh se limitó a sonreír, porqueno sabía a qué se refería.

El señor Stewart se sentó en lacama, a su lado, y dijo:

—¿A qué se dedica usted? Ganeshse echó a reír.

—A nada en absoluto. Supongo quea pensar mucho.

—¿Meditación?—Sí, meditación.El señor Stewart se levantó de un

salto y se apretó las manos ante la

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acuarela.—¡Típico! —exclamó, y cerró los

ojos, como extasiado—. ¡Típico! —Después abrió los ojos y dijo—: Perobueno, el té...

Se había tomado muchas molestiaspara preparar la merienda. Habíaemparedados de tres clases, galletas ypastas. Y aunque a Ganesh empezaba acaerle bien el señor Stewart, se lerebelaron todos sus instintos de hindú ysintió asco al probar un emparedado fríode huevo y berros.

El señor Stewart lo comprendió.—No importa —dijo—. Además,

hace demasiado calor.

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—No, si me gusta. Lo que pasa esque tengo más sed que hambre. Hablarony hablaron. El señor Stewart estabaansioso por saber cuáles eran losproblemas de Ganesh.

—No crea que pierde el tiempomeditando —dijo—. Yo sé qué lepreocupa, y pienso que algún díaencontrará la respuesta. Un día, inclusopodrá ponerlo por escrito, en un libro.Si no me diera tanto miedocomprometerme, a lo mejor yo tambiénhabría escrito un libro. Pero tiene queencontrar su ritmo espiritual antes deempezar a hacer nada. Tiene que dejarde preocuparse por la vida.

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—De acuerdo —replicó Ganesh.El señor Stewart hablaba como si

llevara años ahorrando conversaciones.Le contó a Ganesh toda su vida, susexperiencias en la primera guerramundial, sus decepciones, el rechazo delcristianismo. Ganesh quedó fascinado.Aparte de empeñarse en ser hindú deCachemira, el señor Stewart estaba tancuerdo como cualquier profesor delQueen's Royal College, y a medida quefue avanzando la tarde, sus ojos azulesdejaron de darle miedo y le parecierontristes.

—Entonces, ¿por qué no se va a laIndia? —preguntó Ganesh.

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—La política. No quierocomprometerme con eso. No sabe cómome tranquilizo aquí. Quizá un día vayausted a Londres —espero que no—, yentonces comprobará el asco que da verdesde un taxi las caras crueles, deimbéciles, de las multitudes en lascalles. Allí no puedes evitarcomprometerte. Aquí no hace falta.

La noche tropical cayó de repente yel señor Stewart encendió una lámparade petróleo. La choza parecía muypequeña y muy triste, y Ganesh lamentótener que irse y dejar al señor Stewartcon su soledad.

—Debe poner sus pensamientos por

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escrito —dijo el señor Stewart—.Podrían ayudar a otras personas.Siempre había pensado que conocería aalguien como usted, ¿sabe?

Antes de que Ganesh se marchara, elseñor Stewart le regaló veinte númerosde la Revista de la ciencia delpensamiento.

—Me han servido de gran consuelo—dijo—. Y a usted quizá le resultenútiles.

Sorprendido, Ganesh dijo:—Pero no es una revista india, señor

Stewart. Aquí dice impresa enInglaterra.

—Sí, en Inglaterra —replicó el

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señor Stewart con tristeza—. Pero enuna de las zonas más bonitas. EnChichester, Sussex.

Así acabó la conversación, y Ganeshno volvió a saber nada del señorStewart. Unas tres semanas más tarde,cuando pasó por la choza, la encontróocupada por un joven jornalero y sumujer. Se enteró de lo que le habíapasado al señor Stewart muchos añosdespués. Al cabo de unos seis meses desu conversación, regresó a Inglaterra yse alistó en el ejército. Murió en Italia.

Ése era el hombre cuyo recuerdo tangenerosamente honraba Ganesh en ladedicatoria de su autobiografía:

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PARA LORD STEWART DECHICHESTER

Amigo y consejero durante muchosaños

Ganesh no sólo iba con frecuencia aver a Ramlogan, sino que además comíaallí todos los días, y cuando aparecía,Ramlogan no consentía que se quedaraen la tienda, sino que le invitabainmediatamente a pasar a la trastienda.Entonces, Leela se retiraba aldormitorio o a la cocina.

E incluso la trastienda empezó aexperimentar mejoras. En la mesaapareció un hule; los tabiques, sin pintar

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y llenos de moho, se alegraron conenormes calendarios chinos; una hamacahecha con un saco de harina sustituyó ala del saco de azúcar. Un día aparecióun jarrón sobre el hule de la mesa, y alcabo de menos de una semana, en eljarrón florecían rosas de papel. Tambiéna Ganesh se le trataba con más honores.Al principio, le daban de comer enplatos de esmalte. Después, en platos deloza. No conocían mayor honor.

Incluso la mesa le ofreció otrasorpresa. Un día, vio sobre ella unaserie de folletos, «El arte de vender».

Ramlogan dijo:—Seguro que echarás en falta todos

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los libros grandes y las cosas que teníasen Puerto España, ¿eh, sahib? Ganeshdijo que no. Ramlogan intentó hablar entono despreocupado.

—Yo tengo unos cuantos libros.Leela los ha puesto en la mesa.

—Parecen bonitos.—La educación es una cosa muy

bue na , sahib. Verás, a mí no semolestaron en llevarme al colegio.Cuando tenía cinco años me pusieron acortar hierba. Pero mira a Leela y lahermana. Las dos saben leer y escribir,sahib. Aunque a Soomintra no sé qué lepasa desde que se casó con ese idiota deSan Fernando.

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Ganesh pasó unas cuantas páginas deuno de los folletos.

—Sí, parecen unos libros buenos deverdad.

—En realidad, los compré paraLeela, sahib. Me dije, digo, si la chicasabe leer, habrá que darle algo de leer.¿No te parece, sahib?

—No es verdad, papá.Era una voz de chica, y al mirar,

vieron a Leela en la puerta de la cocina.Ramlogan se volvió rápidamente

hacia Ganesh.—Ella es así, sahib. No le gusta que

presuman de ella. Es vergonzosa. Y sihay algo que no soporta son las

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mentiras. La estaba poniendo a prueba,para demostrártelo.

Sin mirar a Ganesh, Leela le dijo aRamlogan:

—Le compraste esos libros aBissoon. Cuando se fue te enfadastetanto que dijiste que si le volvías a verle ibas a dar una buena. Ramlogan seechó a reír y se dio una palmada en elmuslo.

—Ese Bissoon es un vendedor listode verdad, sahib. Habla como uncatedrático, no tan bien como tú, perobien también. Pero por lo que mecompré los libros es porque nosconocimos cuando éramos pequeños y

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estábamos en la misma cuadrilla desegadores. Eramos unos chicosambiciosos, sahib.

Ganesh repitió:—Creo que son buenos libros.—Pues te los llevas a casa, hombre.

¿De qué vale un libro si no se lee? Telos llevas a casa y los lees, sahib.

Poco después Ganesh vio un grancartel nuevo de cartón en la tienda.

—La propia Leela lo ha hecho —dijo Ramlogan—. Y fíjate, que yo no selo pedí. Se sentó una mañana despuésdel té y lo escribió enterito, ella sola.

Decía lo siguiente:

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¡aviso!por, el, presente; se anuncia: que, se,

¡facilitan!asientos: para, las; ¡dependientas!

Ganesh dijo:—Leela sabe mucho de signos de

puntuación.—Sí, sahib. La chica se pasa el día

hablando de los signos de puntuaciónesos. Ella es así, sahib.

—¿Pero dónde están lasdependientas?

—Leela dice que hay que poner elanuncio por ley. Pero, la verdad, no megusta la idea de tener ninguna chica en la

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tienda. Ganesh se había llevado losfolletos sobre ventas y los había leído.Ya desde las portadas, en amarillochillón y negro, le parecieroninteresantes, y lo que leyó le dejóencantado. Quien lo había escrito teníaun fuerte sentido del color, la belleza yel orden. Hablaba entusiasmado sobrepinturas nuevas, expositoresdeslumbrantes y estanterías brillantes.

—Son libros de primera —le dijoGanesh a Ramlogan.

—Tienes que decírselo a Leela,sahib. Mira, la voy a llamar y se locuentas tú, a ver si quiere leer loslibros.

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Se trataba de una ocasiónimportante, y Leela actuó como si sediera plena cuenta de ello. Cuando entróno alzó la vista, y cuando habló supadre, se limitó a bajar un poco más lacabeza y a soltar unas coquetas risitas.

Ramlogan dijo:—Leela, mira lo que dice el sahib.

Le gustan los libros. Leela soltó másrisitas, pero recatadas. Ganesh preguntó:

—¿Tú has escrito el anuncio?—Sí, he sido yo la que ha escrito el

anuncio. Ramlogan se dio una palmadaen el muslo y dijo:

—¿Qué te decía yo, sahib? Estamuchacha sabe leer y escribir de

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verdad.Y se echó a reír.Entonces, Leela hizo algo tan

inesperado que a Ramlogan se le cortóla risa. ¡Se dirigió a Ganesh, haciéndoleuna pregunta!

—¿Tú también sabes escribir,sahib?

Le cogió desprevenido. Paradisimular la sorpresa, se puso a colocarlos folletos en la mesa.

—Sí —contestó Ganesh. Y añadió, atontas y a locas, casi sin saber lo quedecía—: Y algún día voy a escribirlibros como éstos. Igual que éstos.

Ramlogan se quedó con la boca

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abierta.—Estás de broma, sahib.Ganesh dio un manotazo a los

folletos y se oyó decir: «Sí, igual queestos. Igual que éstos.»

Los grandes ojos de Leela seagrandaron aún más y Ramlogan movióla cabeza, impresionado y fascinado.

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4. La pelea conRamlogan

«Supongo que desde el primer díaque puse el pie en la tienda de ShriRamlogan, di por sentado que iba acasarme con su hija», decía Ganesh en«Los años de culpa». «Nunca me loplanteé. Todo parecía predestinado.» Loque ocurrió fue lo siguiente.

Un día que Ganesh entró en latienda, Ramlogan llevaba camisa limpia.Además, parecía recién afeitado, con elpelo recién aceitado, y sus movimientoseran lentos y silenciosos, como si

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estuviera haciendo puja. Arrastró elbanquito desde el rincón y lo colocójunto a la mesa; después se sentó yobservó a Ganesh, que comía, sinpronunciar palabra. Primero miró lacara de Ganesh, después el plato y allíposó la mirada hasta que Ganesh huboacabado el último puñado de arroz.

—¿Qué, sahib? ¿Tienes la tripallena?

—Sí, tengo la tripa llena.Ganesh limpió el plato estirando el

dedo índice.—Sahib, debe de ser difícil para ti,

con tu padre muerto. Ganesh se chupó eldedo.

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—Pues la verdad, no le echo demenos.

—No, sahib, no me lo digas. Sé quetiene que ser difícil. Vamos a suponer, yes sólo un suponer, te lo digo pordecírtelo, sahib, un suponer, que tequieres casar. A ver quién tienes que tearregle las cosas.

—Ni siquiera sé si quiero casarme.Ganesh se levantó de la mesa y se

frotó el estómago hasta que eructó, enagradecimiento por la comida deRamlogan. Ramlogan arregló las rosasdel jarrón.

—Pero tú eres un hombre conestudios, y podrías cuidar de ti mismo.

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No como yo, sahib. Yo trabajo desdeque tenía cinco años, sin nadie paracuidar de mí. De todos modos, eso meha servido de algo. Adivina de qué meha servido, sahib.

—No se me ocurre. Dime de qué teha servido.

—Me ha dado carácter y sentido delos valores. De eso me ha servido.Carácter y sentido de los valores.

Ganesh cogió el jarro de latón quehabía en la mesa y se acercó a laventana de caña para lavarse las manosy hacer gárgaras.

Ramlogan se puso a alisar el hulecon las dos manos y a quitar las migas,

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apenas motas.—Comprendo que para un hombre

como tú, con estudios y que se pasanoche y día leyendo libros, ser tenderoes poca cosa —dijo como excusándose—. Pero a mí no me importa lo quepiense la gente. Tú, sahib, y me lo digascomo hombre educado que eres: ¿tú tepreocupas por lo que dice la gente?

Haciendo gárgaras, Ganesh pensóinmediatamente en Miller y la pelea enel colegio de Puerto España, perocuando escupió el agua al patio dijo:

—Quia. No me importa lo que dicela gente. —Ramlogan cruzóruidosamente la habitación y le cogió el

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jarro a Ganesh.—Ya me llevo yo esto, sahib. Tú a

sentarte en la hamaca. ¡Un momento!Voy a sacudirla un poco.

Una vez que hubo acomodado aGanesh, Ramlogan se puso a dar vueltasalrededor de la hamaca.

—La gente no me puede hacer daño—dijo, con las manos a la espalda—.Sí, vale. No caigo bien a la gente. Y handejado de venir a mi tienda. ¿Y a míqué? ¿Eso va a cambiar mi carácter?Pues me voy a San Fernando y pongo unpuestecito en el mercado. No, sahib, nome digas que no. Es lo que voy a hacer.Poner un puesto en el mercado. ¿Y qué

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pasa? A ver, dime, ¿qué va a pasar?Ganesh volvió a eructar,

suavemente.—¿Qué va a pasar? —Ramlogan

soltó una risita siniestra—. ¡Pues zas!Que dentro de cinco años voy y tengotoda una cadena de tiendas. Y a ver,¿quién se va a reír entonces, eh? Habráque verlos viniendo a pedir: «SeñorRamlogan» (así me van a llamarentonces, señor Ramlogan), «señorRamlogan, me dé usted esto, me dé ustedlo otro, señor Ramlogan». Vendrán apedirme que me presente a laselecciones y a saber cuántas tonteríasmás.

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Ganesh dijo:—A Dios gracias, ahora no tienes

que abrir un puesto en el mercado deSan Fernando.

—Eso es, sahib. Lo que tú dices.Todo es obra de Dios. Vamos a contarlo que tengo. Vale que soy un pobreinculto, pero tú sentadito ahí en lahamaca, y vamos a contar lo que tengo.

Ramlogan hablaba y paseaba con taninsólito vigor que rompió a sudar yempezó a brillarle la frente. Se detuvobruscamente frente a Ganesh. Se quitólas manos de detrás de la espalda y sepuso a contar con los dedos.

—Ochenta áreas cerca de

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Chaguanas. Y buena tierra que es.Cuatrocientas en Penal. A saber si nopodré conseguir que pongan allí un pozode petróleo. Una casa en Fuente Grove.No gran cosa, pero algo es algo. Dos otres casas en Siparia. Suma todo eso yresulta que aquí tienes un hombre quevale unos doce mil dólares, limpios. —Se pasó una mano por la frente y por lanuca—. Ya sé que cuesta trabajocreerlo, sahib. Pero es verdad. Tancierto como que hay Dios. Y creo,sahib, que es buena idea casarte conLeela.

—Vale —replicó Ganesh.

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No volvió a ver a Leela hasta lanoche de la boda, y tanto él comoRamlogan fingieron no haberla vistonunca, porque los dos eran buenoshindúes y sabían que no estaba bien queun hombre viera a su esposa antes decasarse.

Tuvo que seguir yendo a casa deRamlogan, para los preparativos de laboda, pero se quedaba en la tienda y nopasaba a la trastienda.

—Tú no eres como ese imbécil quetiene Soomintra por marido —le dijoRamlogan—. Tú eres un hombremoderno y debes celebrar una bodamoderna.

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De modo que no envió a nadie a querepartiera arroz teñido de azafrán entreamigos y familiares y anunciar la boda.

—Eso está pasado de moda —dijo.Quería tarjetas festoneadas y con unreborde dorado—. Y tenemos que ponerpalabras bonitas, sahib.

—Pero no se pueden poner palabrasbonitas en una invitación.

—Tú eres el que tiene estudios,sahib. A ti se te ocurrirá algo.

—¿R.S. VE?—¿Y eso qué quiere decir?—Nada, pero queda bien.—¡Venga, hombre, sahib, vamos a

ponerlo! Tú eres un hombre moderno, y

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además, queda pero que muy bonito.Ganesh fue a San Fernando para

encargar las invitaciones. La imprenta, aprimera vista, decepcionaba un tanto.Parecía oscura e inhóspita, al cargo deuna sola persona, un joven delgado conandrajosos pantalones cortos de colorcaqui que silbaba mientras manejaba laprensa manual. Pero cuando Ganesh vioque las tarjetas entraban en blanco ysalían con su prosa milagrosamentetransformada por la autoridad de la letraimpresa, le dio como respeto. Se quedóobservando al muchacho, que preparabaun programa de cine. Silbando sin cesar,el chico no prestó la menor atención a

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Ganesh.—¿Es en esta máquina donde se

imprimen los libros? —preguntóGanesh.

—¿Tú qué crees que hace?—¿Imprimís buenos libros

últimamente?El chico puso un poco de tinta en el

rodillo.—¿Desde cuándo escribe libros la

gente de Trinidad?—Yo estoy escribiendo un libro.El chico escupió en una papelera

llena de papeles manchados de tinta.—¡Pues mira, esta tienda debe ser

muy rara, porque no sabes cuántos

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vienen aquí a pedirme que imprima loslibros que están escribiendo con tintainvisible!

—¿Cómo te llamas?—Basdeo.—Muy bien, chico, Basdeo. Un día

de estos te diré que me imprimas unlibro.

—Claro, hombre. Claro. Tú vas y loescribes y yo lo imprimo.

Ganesh pensó que no le gustaban losmodales de Hollywood de Basdeo, y searrepintió inmediatamente de lo quehabía dicho. Pero con respecto al asuntode escribir libros, parecía no tenervoluntad propia: era la segunda vez que

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se comprometía. Todo parecíapredestinado.

—Sí, son bonitas las invitaciones —dijo Ramlogan, pero en un tono nadaalegre.

—¿Y por qué pones esa cara tanlarga, que parece un mango?

—Lo de los estudios es una cosatremenda, sahib. Cuando eres un pobreinculto como yo, todo el mundo sequiere aprovechar de ti —Ramlogan seechó a llorar—. Ahora mismo, sin irmás lejos, ahora mismo, ahí estás tú,sentado en ese banco, y yo aquí, en este

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taburete, detrás del mostrador de mitienda, viendo estas bonitas tarjetas, yno sabes lo que está intentando hacermela gente. Ahora mismo hay un hombre enSiparia intentando robarme las doscasas que tengo allí, y todo porque no séleer, y los de Penal se portan de unaforma rara.

—¿Y eso por qué?—Ah, sahib. Así eres tú. Sé que

quieres ayudarme, pero ya es demasiadotarde. Me han hecho firmar un montón depapeles muy bien escritos y todo eso, yresulta que... Resulta que lo he perdidotodo.

Ganesh no había visto llorar tanto a

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Ramlogan desde el funeral. Dijo:—Bueno, mira. Si lo que te

preocupa es la dote, tranquilo. Noquiero una dote grande.

—Es la vergüenza, sahib, eso es loque me tiene consumido. Ya sabes queen las bodas hindúes todo el mundo sabecuánto le da al chico el padre de lachica. Cuando, a la mañana siguiente dela boda, el chico se sienta y le dan unplato de kedgeree, y el padre de la chicatiene que soltar venga de dinero hastaque el chico se termina el kedgeree,todo el mundo verá lo que te doy ydirán: «Mira, Ramlogan casa a susegunda hija con un chico de estudios y

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sólo le da eso.» Eso es lo que me tieneconsumido, sahib. Sé que para ti, quetienes estudios y te pasas el día y lanoche leyendo, no tiene mayorimportancia, pero para mí, sahib, ¿quépasa con mi carácter y mi sentido de losvalores?

—Deja de llorar y escucha. Cuandolo del kedgeree, me lo como rápido, yasí no te da vergüenza. No demasiadorápido, porque entonces la gente va apensar que eres más pobre que un ratónde sacristía. Pero no te voy a sacarmucho.

Ramlogan sonrió entre lágrimas.—Es que tú eres así, sahib. No

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esperaba menos de ti. Así te viera Leelay supiera qué hombre le he elegido paramarido.

—Pues a mí también me gustaría vera Leela.

—Mira, sahib, sé que ahora haygente moderna que ni siquiera les gustaesperar por el dinero para terminar decomerse el kedgeree.

—Pero, hombre, es la costumbre.—Sí, sahib, la costumbre. Pero yo

pienso que es una lástima en esta épocamoderna. De casarme yo, pues nada dedote, y diría: «¡A dejarse de bobadas yde kedgeree!»

En cuanto les dieron las

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invitaciones, Ganesh tuvo que dejar deir a ver a Ramlogan, pero no estuvomucho tiempo solo en su casa, que fueinvadida por docenas de mujeres consus hijos. No tenía ni idea de quién erala mayoría de ellas; de vez en cuandoreconocía una cara y le costaba trabajocreer que aquella mujer rodeada deniños fuera la misma prima que no eramás que una niña cuando él se marchó aPuerto España.

Los niños trataban a Ganesh condesprecio.

Un chiquillo con los mocos colgandole dijo un día:

—Me han dicho que eres tú el que se

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casa.—Sí, soy yo.Y el niño dijo: «¡Vaya, vaya!», y

echó a correr riéndose y burlándose.La madre del chico dijo:—Hay que enfrentarse a esto hoy

día: que los niños se están haciendomodernos.

Un día, Ganesh descubrió entre lasmujeres a su tía, la que desempeñó unpapel fundamental en el funeral de supadre. Se enteró de que no sólo lo habíapreparado todo, sino que además lohabía pagado todo. Cuando Ganesh seofreció a devolverle el dinero, ella seenfadó y le dijo que no fuera tonto.

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—Esta vida es curiosa, ¿no? —dijo—. Un día se muere alguien y lloras.Dos días después alguien se casa yentonces te ríes. Ay, Ganesh, hijo, en unmomento como éste quieres tener a lafamilia al lado, pero, ¿qué familia tienestú? Tu padre, muerto; tu madre, tambiénmuerta.

Estaba tan emocionada que no podíallorar; y Ganesh se dio cuenta, en aquelpreciso momento, de lo importante queera su boda.

A Ganesh le parecía poco menos queun milagro que tantas personas pudieranvivir felizmente en una casa pequeña sinninguna clase de organización. A él le

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habían dejado el dormitorio, peropululaban por el resto de la casa y se lasarreglaban como podían. Al principio laconvirtieron en una especie de granmerendero; después, en una incómodazona de acampada. Pero parecíancontentos, y al final Ganesh descubrióque la anarquía sólo era superficial.Entre las docenas de mujeres quedeambulaban libremente por la casahabía una, alta y silenciosa, a quien sehabía acostumbrado a llamar Rey Jorge.Quizá fuera su verdadero nombre; élnunca la había visto. Rey Jorge mandabaen la casa.

—Rey Jorge tiene mano —dijo la tía

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de Ganesh un día.—¿Cómo que tiene mano?—Que tiene mano para repartir las

cosas. Tú le das a Rey Jorge un pastelitode nada para repartirlo entre doce niñosy te puedes apostar hasta el último dólarque Rey Jorge lo reparte como esdebido.

—O sea, que la conoces.—¡Que si la conozco! Soy yo quien

ha traído a Rey Jorge. Pero mira, creoque he tenido mucha suerte deconocerla. Ahora me la llevo a todaspartes.

—¿Es de la familia nuestra?—Más o menos. Phulbassia es una

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especie de prima de Rey Jorge y tú unaespecie de primo de Phulbassia.

Su tía soltó un regüeldo, no el eructode cortesía después de haber comido,sino un ruido prolongado, balbuceante.

—Son los gases —explicó sindisculparse—. Hace tiempo, desde quemurió tu padre, ahora que lo pienso, quetengo estos gases.

—¿Has ido al médico?—¿Al médico? Lo único que hacen

ésos es inventarse cosas. Uno me dijo,¿no lo sabías?, que tengo el hígadoperezoso. Es una cosa que me preguntodesde hace tiempo: ¿cómo puede unhígado ser perezoso, eh?

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Volvió a regoldar, dijo: «¿Lo ves?»,y se frotó los pechos con las manos.

Ganesh pensó en ponerle a aquellatía suya Doña Eructadora y después laGran Eructadora. Al cabo de unos días,ejercía un efecto devastador sobre elresto de las mujeres de la casa. Todasempezaron a eructar y a frotarse lospechos mientras se quejaban de losgases. Todas menos Rey Jorge.

Ganesh se alegró cuando llegó elmomento en el que debían ungirle conazafrán. Durante aquellos días estuvoencerrado en su habitación, donde habíayacido el cadáver de su padre y dondese reunían la Gran Eructadora, Rey

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Jorge y varias mujeres anónimas parafrotarle. Cuando salían de la habitaciónentonaban canciones de boda en hindi,sumamente pesimistas, y Ganesh sepreguntaba cómo lo estaría pasandoLeela con su propia reclusión y suungimiento.

Se quedaba todo el día en suhabitación, consolándose con la Revistade la ciencia del pensamiento. Habíaleído de cabo a rabo todos los númerosque le había dado el señor Stewart,algunos varias veces. Durante todo eldía oía a los niños retozar, chillar yrecibir azotes; las madres repartíanazotes, gritaban y andaban con ruidosas

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pisadas.El día antes de la boda, cuando las

mujeres fueron a frotarle por última vez,le preguntó a la Gran Eructadora:

—No se me había ocurrido hastaahora, pero, ¿qué come toda esa gente?¿Quién lo está pagando?

—Tú.Ganesh estuvo a punto de

incorporarse de golpe en la cama, peroel fuerte brazo de Rey Jorge se loimpidió.

—Ramlogan dijo que no debíamospreocuparte con eso —dijo la GranEructadora—. Dice que no tecalentemos la cabeza con más

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preocupaciones. Pero Rey Jorge seocupa de todo. Tiene cuenta conRamlogan. Ya lo arreglará contigodespués de la boda.

—¡Dios mío! ¡Todavía no me hecasado con la hija de ese hombre y yaempieza!

Fourways estaba casi tan agitada conla boda como antes con el funeral. Encasa de Ramlogan comían centenares depersonas, de Fourways y de otros sitios.Había bailarines, percusionistas ycantantes para aquellos a quienes no lesinteresaban los detalles de la ceremonia,

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que duraría toda la noche. El patiotrasero de la tienda de Ramlogan estabahermosamente iluminado con toda clasede luces, salvo eléctricas, y los adornos—sobre todo frutas colgadas de arcoshechos con hojas de cocotero—resultaban agradables. Todo aquello porGanesh, y Ganesh se daba cuenta y legustaba. Al principio, la idea de casarsele daba vergüenza; después, al hablarcon su tía, le asustó; al final,simplemente le ilusionaba.

En el transcurso de la ceremoniatuvo que fingir, como todos los demás,que nunca había visto a Leela. Ellaestuvo sentada a su lado, velada de pies

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a cabeza, hasta que les pusieron la mantapor encima y Ganesh descubrió el rostrode Leela. A la suave luz, bajo la mantarosa, ella parecía una desconocida. Yano era la chica tontorrona que seocultaba riéndose tras las cortinas deencaje. Ya parecía sumisa e impasible,como una buena esposa hindú.

Todo acabó poco después, y ya eranmarido y mujer. Se llevaron a Leela, yGanesh se quedó solo para enfrentarse ala ceremonia del kedgeree a la mañanasiguiente.

Aún con los distintivos de novio,ropas de satén y corona de borlas, sesentó en el patio, sobre unas mantas,

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ante el plato de kedgeree. Era blanco yno parecía apetitoso, y se dio cuenta deque le resultaría fácil resistir latentación de probarlo.

Ramlogan fue el primero en ofrecerdinero para animar a Ganesh a quecomiera. Estaba un poco ojeroso porhaberse quedado despierto toda lanoche, pero parecía complacido ycontento al dejar cinco billetes de veintedólares en el plato de latón que habíajunto al kedgeree. Retrocedió, se cruzóde brazos, miró el dinero, después aGanesh, al grupito que estaba al lado, ysonrió.

Se quedó así, sonriendo, casi dos

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minutos; pero Ganesh ni siquiera miró elkedgeree.

—¡Venga, a dar dinero al chico! —gritó a quienes le rodeaban—. Darledinero. Venga, que parecéis más pobresque un ratón de sacristía.

Fue pasando entre ellos, riendo ytomándoles el pelo. Algunos depositaronpequeñas cantidades en el plato delatón.

Ganesh continuó sereno y frío, comoun Buda con demasiada ropa.

Empezó a formarse una pequeñamultitud.

—A ver, el chico tiene sentidocomún. —La voz de Ramlogan se tiñó

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de angustia—. En esta época, con losestudios que tiene... —Depositó otroscien dólares—. Venga, chico, a comer, acomérselo todo. No quiero que temueras de hambre. Todavía no, por lomenos.

Se echó a reír, pero nadie le imitó.Ganesh no empezó a comer. Oyó a

un hombre que decía: «Bueno, esto teníaque pasar tarde o temprano.»

La gente dijo:—Vamos, Ramlogan. A darle dinero

al chico, hombre. ¿Para qué te crees queestá ahí sentado? ¿Para hacerse unafoto?

Ramlogan soltó una breve carcajada,

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forzada, y se puso de mal genio.—Si se cree que me va a sacar más

dinero está pero que muy equivocado.Pues que no coma. ¿A mí qué meimporta si se muere de hambre? ¿Oscreéis que me importa?

Se marchó de allí.La multitud aumentó; aumentaron las

risas.Ramlogan volvió y la multitud le

aclamó. Puso doscientos dólares en elplato de latón y, antes de levantarse, lesusurró a Ganesh: «Que te acuerdes,sahib. Lo has prometido. A comer,chico, hijo mío, a comer, sahib, a comer,pandit, sahib. Te lo ruego: come.»

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Un hombre gritó:—¡No! ¡No pienso comer! —

Ramlogan se levantó y se dio la vuelta.—¡Oye, tú, o te callas la boca o te la

callo yo a bofetadas! No te metas dondeno te llaman.

La multitud estalló en carcajadas.Ramlogan volvió a inclinarse para

susurrar: «¿Lo ves, sahib? Me estásdejando en vergüenza.» En aquellaocasión, el susurro prometía acabar enlágrimas. «¿Sahib, ves lo que le estáshaciendo a mi carácter y mi sentido delos valores?»

Ganesh no se inmutó.La multitud empezaba a tratarle

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como a un héroe.Al final, Ganesh le sacó a Ramlogan

lo siguiente: una vaca y una ternera, milquinientos dólares en efectivo y una casaen Fuente Grove. Ramlogan tambiénanuló la factura pendiente de la comidaque había enviado a casa de Ganesh.

La ceremonia acabó alrededor de lasnueve de la mañana, pero Ramloganllevaba sudando mucho más tiempo.

—Era una broma entre el chico y yo—decía una y otra vez—. ¡Anda si nosabría yo desde hace tiempo lo que leiba a dar! Estábamos de broma, nadamás.

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Ganesh volvió a su casa después dela boda. Tendrían que pasar tres díaspara que Leela se fuera a vivir con él, yentretanto, la Gran Eructadora intentórestablecer el orden en la casa. Lamayoría de los invitados desapareciótan repentinamente como habíaaparecido, si bien Ganesh veía de vez encuando a alguien que seguíaremoloneando por la casa y comiendo.

—Rey Jorge se fue ayer a Arima —dijo la Gran Eructadora—. Se ha muertoalguien. Yo voy mañana, pero hemandado allí a Rey Jorge paraarreglarlo todo. —Acto seguido, decidióinformar a Ganesh de las cosas de la

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vida—. Estas chicas modernas son elmismo diablo —dijo—. Y por lo queveo y oigo, esa Leela es una chicamoderna. Pero en fin, tendrás queconformarte con lo que te ha tocado. —Hizo una pausa para eructar—. Lo únicoque necesitas para llevarla derechacomo una vela son unos cuantos golpesde vez en cuando.

Ganesh dijo:—Verás, es que creo que Ramlogan

está enfadado de verdad conmigodespués de lo del kedgeree.

—No estuvo bien, pero Ramlogan selo tiene merecido. Cuando un hombre sepone a ocupar el puesto de una mujer, a

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arreglar matrimonios, se lo estábuscando.

—Pero ahora me tengo que ir deaquí. ¿Conoces Fuente Grove?Ramlogan tiene una casa allí, y me la da.

—¿Pero qué vas a hacer en unpoblacho dejado de la mano de Dioscomo ése? El único trabajo allí son lasplantaciones de azúcar.

—No es eso lo que yo quiero hacer.—Ganesh guardó silencio, y despuésañadió, dubitativo—: Estoy pensando endedicarme a lo de sanador.

Su tía se rió tanto que tuvo queeructar.

—Con estos gases, hijo, y encima...

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¿Es que me quieres matar o qué? ¡Sanara la gente! ¿Qué sabes tú de eso?

—Papá era un sanador bien bueno yyo sé todo lo que él sabía.

—Pero para esas cosas hay quetener mano. ¿Te imaginas lo que puedepasar si de repente todo el mundo sepone a decir: «Pues mira, que estoypensando en dedicarme a lo desanador»? En Trinidad hay tantos quecomo no se sanen los unos a los otros,ya me dirás tú.

—Creo que tengo mano. Como ReyJorge.

—La mano que ella tiene no es deésas. Es que ella nació así. Ganesh le

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contó lo del pie de Leela. Su tía torcióel gesto.

—No, si no me parece mal. Pero unhombre como tú debería hacer otra cosa.Cosas de libros, mira.

—También voy a hacer eso. —Yotra vez se le escapó—. Estoy pensandoen escribir libros.

—Buena cosa. Los libros dandinero, ¿sabes? Supongo que el queescribió el Almanaque del granjero deMacdonald se estará forrando. ¿Por quéno intentas algo como El libro deldestino de Napoleón? Para mí que se tedaría bien.

—¿Y la gente va a comprar eso?

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—Es justo lo que necesita Trinidad,hijo. Fíjate en todos los indios que hayen las ciudades. Y sin pandit ni nada.¿Cómo van a saber lo que tienen quehacer y dejar de hacer, cuándo y cómo?Se lo tienen que imaginar.

Ganesh se quedó pensativo.—Sí, es lo que voy a hacer yo. Un

poco de sanar y otro poco de escribir.—Conozco yo a un chico que te

vende cualquier cosa que escribes,vamos, como rosquillas, por todaTrinidad. Por ejemplo: vendes el libro ados chelines, cuarenta y ocho centavos.Al chico le das seis centavos por libro.O sea, imprimes cuarenta o cincuenta

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mil...—Pues unos dos mil dólares, pero...

¡Oye, que todavía no he escrito el libro!—Ya lo sé, hijo. En cuanto te pongas

a ello, ya verás cómo escribes unoslibros bien bonitos. —Y eructó.

En cuanto Leela se fue a vivir conGanesh y el último invitado huboabandonado la aldea, Ramlogan ledeclaró la guerra a Ganesh, y aquellamisma noche pasó por todo Fourwaysdando alaridos, proclamando: «¡Vercómo me ha robado! Yo, que tengo a mimujer muerta, sin hijas ni nada, un pobreviudo! ¡Ver cómo se le olvida lo que hehecho por él! Se le olvida lo que le he

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dado, que le ayudé a quemar a su padre,se le olvida que le he ayudado. Y ahora,ver cómo me roba. Ver cómo me poneen vergüenza. Mirarme, que Dios meayude, si no voy a por ese hijo de perraahora mismo.»

Ganesh le ordenó a Leela quecerrase puertas y ventanas a cal y cantoy apagara las luces. Cogió uno de losbastones de su padre y se plantó en elcentro del salón.

Leela se echó a llorar.—¡A mi propio padre le quieres dar

de bastonazos!Ganesh oyó a Ramlogan gritando en

la carretera:

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—¡Ganesh, mamón, conque quieresmi hacienda, ¿eh?! ¡Pues te la llevarás,pero con los pies por delante! Ganeshdijo:

—Leela, en el dormitorio hay uncuadernillo. Me lo traes. Y un lapiceroen el cajón de la mesa. Ve y me traeseso también.

Leela llevó el cuaderno y el lápiz, yGanesh escribió: Llevarme su haciendacon los pies por delante. Debajoescribió la fecha. No tenía ninguna razónespecial para hacer semejante cosa,pero estaba asustado y pensó que algotenía que hacer.

Leela chilló:

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—¡Le estás haciendo magia a mipadre! Ganesh dijo:

—Leela, ¿por qué estás asustada?No nos vamos a quedar aquí muchotiempo. Dentro de unos días nos vamos aFuente Grove. Tú no tengas miedo denada.

Leela siguió gritando y Ganesh sequitó el cinturón y le pegó. Ella gritó:

—¡Ay, Dios, ay, Dios mío! ¡Que memata hoy mismo!

Fue su primera paliza, unformalismo, sin ira por parte de Ganeshni rencor por parte de Leela, y aunqueno formaba parte de la ceremonia de laboda propiamente dicha, significaba

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mucho para los dos. Significaba quehabían crecido y eran independientes.Ganesh ya era un hombre; Leela, unaesposa tan privilegiada como cualquierotra mujer adulta. También ella podríacontar detalles sobre las palizas de sumarido, y cuando volviera a casa podríaparecer triste y taciturna, como debíaparecer toda mujer.

Fue un momento único.Leela lloró un ratito y dijo:—Me estoy empezando a preocupar

por papá, hombre.Otro comienzo: ella le había

llamado «hombre». Ya no cabía duda:eran adultos. Tres días antes, Ganesh era

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poco más que un muchacho, nervioso yapocado. De repente había perdido talescaracterísticas, y pensó: «Mi padre teníarazón. Tendría que haberme casadoantes.»

Leela dijo:—Mira, me estoy empezando a

preocupar de verdad por papá. Estanoche no te va a hacer nada. Gritará unmontón y se irá, pero no te va a olvidar.Una vez le vi dar zurriagazos a unhombre en Penal.

Oyeron a Ramlogan gritando en lacarretera:

—¡Ganesh, te lo advierto por últimavez! Leela dijo:

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—Mira, tienes que hacer algo paracalmar a papá, hombre. Si no, no sé yo...

Ramlogan había enronquecido detanto gritar:

—¡Ganesh, esta noche voy a afilarun machete para ti! Te voy a mandar alhospital, y yo iré a la cárcel, lo tengodecidido. Ten cuidado: te estoyavisando.

Y a continuación, como habíaprevisto Leela, se marchó.

A la mañana siguiente, después deque Ganesh hubo hecho puja y tomado laprimera comida que Leela le preparaba,dijo:

—Leela, ¿tienes alguna fotografía de

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tu padre? Estaba sentada a la mesa de lacocina, limpiando arroz para la comidadel mediodía.

—¿Para qué la quieres? —preguntópreocupada.

—Te olvidas de quién eres, chica.¿Es que eres policía, para hacermepreguntas a mí? ¿Es una foto vieja?Leela lloró sobre el arroz.

—Pues no tan vieja. Hace dos o tresaños papá fue a San Fernando y Chonghizo una foto a papá él solo y otra apapá, Soomintra y yo. Justo antes decasarse Soomintra. Eran unas fotos muybonitas, con pinturas y plantas delante.

—Sólo quiero una foto de tu padre.

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Lo que no quiero es que llores.La siguió hasta el dormitorio, y

mientras se ponía la ropa de ciudad —pantalones caqui, camisa azul, sombreromarrón, zapatos marrones— Leela sacósu maleta, regalo de los cupones de loscigarrillos Anchor, de debajo de lacama y buscó la fotografía.

—Dámela —dijo Ganesh, y se laquitó—. Con esto le arreglo yo lascuentas a tu padre.

Leela corrió tras él hasta la escalera.—¿Pero adonde vas?—Mira, Leela, para ser una chica

que no lleva casada ni tres días, eresmuy descarada.

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Ganesh tenía que pasar por delantede la tienda de Ramlogan. Puso buencuidado en balancear el bastón de supadre, y actuó como si la tienda noexistiera.

Y, sin duda, oyó a Ramlogangritando:

— ¡Ganesh! Conque haciéndote elhombrecito esta mañana, ¿eh? Moviendoel bastón y todo, como si fueras unmaestro. Pues mira, chico, cuando vayaa por ti, te va a faltar tiempo para salircorriendo.

Ganesh pasó sin decir palabra.Leela confesó más tarde que había

ido a la tienda aquella mañana para

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avisar a Ramlogan. Le encontróencaramado en el taburete, hundido.

—Papá, te tengo que contar unacosa.

—Yo no tengo nada que ver nicontigo ni con tu marido. Sólo quieroque le des un recado. Le dices de miparte que Ramlogan dice que sólo se vaa llevar mi hacienda con los pies pordelante.

—Anoche escribió eso en uncuaderno. Y esta mañana, va y me pideuna foto tuya, y la tiene.

Ramlogan se deslizó, prácticamentese cayó, del taburete.

—¡Ay, Dios mío, ay, Dios mío! No

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sabía que fuera esa clase de hombre.Parece tan tranquilo... —Se puso apasear con fuertes pisadas tras elmostrador—. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué le hehecho yo a tu marido para que mepersiga de esta manera? ¿Qué va a hacercon la foto?

Leela sollozaba.Ramlogan miró la vitrina del

mostrador.—Todo esto lo hice por él. Yo no

quería una vitrina en mi tienda, Leela.—No, papá, tú no querías una vitrina

en la tienda.—Fue por él por quien compré la

vitrina. ¡Ay, Dios mío! Leela, sólo hay

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una cosa que puede hacer con la foto.Magia y obeah, Leela.

En su agitación, Ramlogan se tirabadel pelo, se daba palmadas en el pechoy el vientre y golpeaba el mostrador.

—Y encima quiere más cosas.La voz de Ramlogan vibraba de

auténtica angustia.Leela chilló:—¿Qué le vas a hacer a mi marido,

papá? Sólo hace tres días que me casécon él.

—Soomintra, la pobrecitaSoomintra, ella me lo dijo cuandoíbamos a hacernos las fotos. «Papá, creoque no deberíamos hacernos fotos.» ¡Ay,

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Dios mío, ay, Dios mío! Leela, ¿por quéno haría caso a la pobrecita Soomintra?

Ramlogan pasó una mano mugrientapor el trozo de papel de estraza de lavitrina y se secó las lágrimas de unmanotazo.

—Y anoche me pegó, papá.—Ven aquí, hija. Ven, Leela. —Se

inclinó sobre el mostrador y apoyó lasmanos sobre los hombros de Leela—.Es tu destino, Leela. También es midestino. No podemos luchar contra él,Leela.

—¿Qué le vas a hacer, papá? —gimió Leela—. Es mi marido, tienes queentenderlo.

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Ramlogan retiró las manos y seenjugó los ojos. Golpeó el mostradorhasta que la vitrina tembló.

—A eso le llaman educación hoydía. Enseñan una nueva asignatura. Elrobo.

Leela soltó otro grito.—¡Ese hombre es mi marido, papá!Horas más tarde, cuando Ganesh

volvió a Fourways, se sorprendió al oírgritar a Ramlogan:

—¡Ah, sahib! ¿Qué pasa? ¿Aquí allado de mi tienda y no me dices nada?Se van a pensar que estamos enfadados.

Ganesh vio a Ramlogan con unasonrisa de oreja a oreja tras el

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mostrador.—¿Qué quieres que te diga si tienes

un machete afilado debajo delmostrador, eh?

—¿Un machete? ¿Un macheteafilado? Estás de broma, sahib. Venga,hombre, sahib, ven a sentarte un rato.Venga, vamos a echar una charla. Comoen los viejos tiempos, ¿eh, sahib?

—Las cosas han cambiado.—Venga, sahib. No me digas que

estás enfadado conmigo.—No estoy enfadado contigo.—Enfadarse es para la gente tonta e

inculta como yo. Y cuando la genteinculta se enfada se pone a pensar en

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hacer magia y todo eso. Las personascon estudios no hacen esas cosas.

—Te vas a llevar una sorpresa.Ramlogan intentó que Ganesh se

fijase en la vitrina.—Es bonita y moderna, ¿verdad,

sahib? Una cosita bien bonita ymoderna. —Una mosca adormiladazumbaba fuera, deseosa de reunirse consus compañeras de dentro. Ramlogandio un rápido manotazo sobre el cristal yla mató. La quitó de un lateral y selimpió las manos en los pantalones—.Estas moscas son una molestación,sahib. ¿Cómo puede uno librarse deestas molestaciones, sahib?

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—Yo no sé nada de moscas.Ramlogan sonrió y volvió a intentarlo.

—¿Cómo te va de casado, sahib?—Estas chicas modernas son el

mismísimo diablo. No saben dónde estásu sitio.

—Te lo tendría que haber contado,sahib. Sólo tres días casado y ya lo hasdescubierto. Es la educación de losvalores. ¿Quieres un poco de salmón,sahib? Es tan bueno como cualquiersalmón de San Fernando.

—No me gusta la gente de SanFernando.

—¿Cómo te van las cosas allí,sahib?

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—Mañana, Dios mediante, veremosqué pasa.

—¡Ay, Dios mío! Sahib, anoche noquise decir nada malo. Estaba unpoquito borracho, sahib. Nada más. Soyviejo y no me sienta bien el alcohol,sahib. No me importa cuánto quieresque te dé. Soy buen hindú, sahib. Si te lollevas todo me da igual, siempre que medejes con mi carácter.

—Eres un tipo muy curioso, ¿sabes?Ramlogan intentó matar otra mosca y

se le escapó.—¿Qué va a pasar mañana, sahib?Ganesh se levantó del banco y se

sacudió los fondillos del pantalón.

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—Ah, mañana. Es un gran secreto.Ramlogan frotó el borde del

mostrador con las manos.—¿Por qué lloras?— Ay, sahib. Yo soy un hombre

pobre. Debes compadecerte de mí.—Leela estará bien conmigo. No

tienes que llorar por ella.

Encontró a Leela en la cocina,acuclillada ante el fogón de chulha,removiendo el arroz hirviendo en unacacerola de esmalte.

—Leela, vengo decidido a quitarmeel cinturón y darte unos buenos azotes

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antes incluso de lavarme las manos ohacer nada.

Leela se arregló el velo en la cabezaantes de volverse hacia él.

—¿Y ahora qué pasa, hombre?—Mira chica, ¿cómo dejas que toda

la mala sangre de tu padre te corra porlas venas? ¿Por qué haces como si nosupieras nada cuando vas contando miscosas a todo el mundo?

Leela volvió a mirar la chulha y aremover el arroz.

—Oye, si empezamos a discutirahora se quedará blando el arroz y yasabes que no te gusta así.

—Vale, pero quiero que me

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contestes más tarde.Después de comer Leela confesó y

se llevó una sorpresa cuando Ganesh nole dio una paliza. De modo que seenvalentonó y preguntó:

—Oye, ¿qué has hecho con la foto depapá?

—Creo que ya le he arreglado lascuentas a tu padre. Mañana no habránadie en Trinidad que no le conozca.Mira, Leela, como te pongas a llorarotra vez, te vas a enterar. Empieza ahacer las maletas. Nos mudamos mañanamismo a Fuente Grove.

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Y a la mañana siguiente aparecíaesta noticia en la quinta página de TheTrinidad Sentinel:

INSTITUTO CULTURALFUNDADO POR UN BENEFACTOR

Shri Ramlogan, comerciante deFourways, cerca de Debe, ha donadouna considerable suma de dinero con elfin de fundar un instituto cultural enFuente Grove. El objetivo de dichoinstituto, que aún no tiene nombre,consistirá en la promoción de la culturay la ciencia del pensamiento hindúes enTrinidad.

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El presidente del instituto, según sesabe, será Ganesh Ramsumair,licenciado.

Y en lugar destacado, aparecía unafotografía de un Ramlogan bien vestidoy más delgado, con una maceta al lado,sobre fondo de ruinas griegas.

El mostrador de la tienda deRamlogan estaba cubierto de ejemplaresde The Trinidad Sentinel y de The Portof Spain Herald. Ramlogan no alzó lavista cuando Ganesh entró en la tienda.Miraba fijamente la fotografía eintentaba fruncir el ceño.

—No te molestes con The Herald —

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dijo Ganesh—. Yo no les he contado lahistoria.

Ramlogan continuaba sin alzar lavista. Frunció el ceño con másintensidad y dijo:

—¡Hum! —Volvió la página y leyóun breve artículo sobre el peligro de lasvacas tuberculosas—. ¿Te han pagadoalgo?

—Querían que yo pagara.—Hijos de perra.Ganesh hizo un ruido, a modo de

asentimiento.—Así que, sahib... —Y Ramlogan

alzó por fin la vista—. ¿Era para estopara lo que querías el dinero, de

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verdad?—De verdad, de verdad.—¿Y de verdad que vas a escribir

libros en Fuente Grove y todo eso?—De verdad que voy a escribir

libros.—Sí, sí. Yo estoy leyendo, sahib. Es

estupendo, y tú eres un gran hombre,sahib.

—¿Cuándo has empezado a leer?—Intento aprender todo el rato,

sahib. Sólo sé leer un poquito. Mira, haycien mil palabras que no me dicen nada.Mira, sahib, ¿me lo lees tú? Cuando túlees, te escucho con los ojos cerrados.

—Después te portas raro. ¿Por qué

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no miras la foto y ya está, eh?—Es una foto bonita, sahib.—Pues a seguir mirándola. Yo me

tengo que ir.

Ganesh y Leela se mudaron a FuenteGrove aquella tarde; pero justo antes deque se marcharan de Fourways llegó unacarta. Contenía la documentación de losderechos del petróleo, y también lainformación de que el petróleo se habíaagotado y que no iba a recibir másdinero.

La dote de Ramlogan resultóprovidencial. Fue otra extraordinaria

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coincidencia que convenció aún más aGanesh de que le esperaban grandescosas.

—Van a pasar cosas pero que muyimportantes en Fuente Grove —le dijoGanesh a Leela—. Pero que muyimportantes.

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5. Pruebas

Durante más de dos años Ganesh yLeela vivieron en Fuente Grove sin quepasara nada importante ni esperanzados.

Desde el principio, Fuente Groveparecía poco prometedora. La GranEructadora había dicho que era un sitiodejado de la mano de Dios. Era unaverdad a medias. Fuente Groveprácticamente no existía. Era tanpequeña, tan remota y tan despreciableque sólo aparecía en los mapas grandesdel Instituto Cartográfico; el Ministeriode Obras Públicas la trataba con

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desprecio, y ninguna aldea pensabasiquiera en pelearse con ella. FuenteGrove no podía gustarle a nadie.Durante la estación seca, la tierra secocía, se cuarteaba, se calcinaba, ydurante la estación de las lluvias era unauténtico barrizal. Siempre hacía calor.Con árboles, habría sido diferente, peroel único árbol que existía era el mangode Ganesh.

Los aldeanos iban a trabajar a lasplantaciones de caña en la oscuridad delamanecer para no sufrir el calor del día.Cuando regresaban, mediada la mañana,el rocío se había secado en la hierba, yse ponían a trabajar en sus huertos como

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si no supieran que lo único que podíacrecer en Fuente Grove era la caña deazúcar. Pocas emociones tenían. Lapoblación era escasa y no habíanacimientos, bodas ni muertessuficientes como para mantenerlosentretenidos. Un par de veces al año, loshombres hacían una excursión, todosalborotados, a un cine de San Fernando,aquel lugar lejano y de perversión.Aparte de eso, poca cosa ocurría. Unavez al año, en la fiesta de la cosecha,cuando ya se había recogido la caña deazúcar, Fuente Grove osaba hacer undespliegue de alborozo. Adornaban lamedia docena escasa de carros tirados

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por bueyes con serpentinas de crespónde color rosa, amarillo y verde; inclusoponían a los bueyes, con sus tristes ojosde siempre, cintas de colores vivos enlos cuernos, y hombres, mujeres y niñosgolpeaban los carros con las piquetas ytamborileaban sobre las cacerolas,cantando sobre la generosidad de Dios.Era como la alegría de un niño mediomuerto de hambre.

Los hombres se reunían todos lossábados por la tarde en la tienda deBeharry y se atiborraban de ron barato.Se ponían lo suficientemente contentoscon sus mujeres como para darles unapaliza aquella misma noche. El domingo

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se despertaban malos, echaban pestescontra el ron de Beharry, seguían malostodo el día, y el lunes se levantabanestupendamente, frescos como una rosa,preparados para el trabajo de la semana.

Eran esas borracheras del sábado loque mantenía la tienda de Beharry. Él nobebía porque era buen hindú y porque,como le dijo a Ganesh: «Mira, no haynada como tener la cabeza clara.» Yademás, a su mujer no le parecía bien.

Beharry era la única persona deFuente Grove de la que Ganesh se hizoamigo. Era un hombrecillo de aspectointelectual, con una ligera tripita y elpelo gris y escaso. En Fuente Grove,

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sólo él leía los periódicos. Le llegabatodos los días un ejemplar del díaanterior de The Trinidad Sentinel, conun ciclista de Princes Town, y se lo leíade cabo a rabo, sentado en un altotaburete delante del mostrador.Detestaba estar detrás del mostrador.«Es que me da la impresión de estar enun redil.»

Al día siguiente de llegar a FuenteGrove, Ganesh fue a ver a Beharry ydescubrió que estaba enterado de lo delInstituto.

—Es justo lo que le hace falta aFuente Grove —dijo Beharry—. Vas aescribir libros y cosas, ¿no?

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Ganesh asintió, y Beharry gritó:«¡Suruj!»

Un niño de unos cinco años entrócorriendo en la tienda.

—Suruj, trae los libros. Estándebajo de la almohada.

—¿Todos, papá?—Todos.El niño llevó los libros, y Beharry

se los fue dando uno a uno a Ganesh:«El libro del destino de Napoleón», unaedición escolar de «Eothen» sin tapas,tres números del «Almanaque» deBookers's Drug Stores, el «Gita» y el«Ramayana».

—A mí no me engaña nadie —dijo

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Beharry—. Seré cateto, pero no tonto.¡Suruj!

El niño volvió a aparecer a todocorrer.

—Cigarrillos y cerillas, Suruj.—Pero papá, si están en el

mostrador.—¿Es que te crees que no lo veo?

Me los traes. El niño obedeció, y saliócorriendo de la tienda.

—¿Qué te parecen los libros? —preguntó Beharry, señalándolos con uncigarrillo sin encender.

Cuando Beharry hablaba, parecía unratón. Se ponía nervioso y movía laboquita como si estuviera

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mordisqueando algo.—Bien.Entró en la tienda una mujer

grandona de cara cansada.—Poopa de Suruj, ¿es que no has

oído que te estoy llamando para comer?Beharry se mordisqueó los labios.—Le estaba enseñando al pandit los

libros que leo.—¡Leer! —Su rostro cansado se

avivó con el desdén—. ¡Leer! ¿Quieressaber qué lee?

Ganesh no sabía adonde mirar.—Como no esté yo al tanto, cierra la

tienda y se mete en la cama con loslibros. Todavía no le he visto terminar

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un libro, pero eso sí, no se conforma sino lee cuatro o cinco al mismo tiempo.Para algunos es peligroso aprender aleer.

Beharry volvió a meter el cigarrilloen el paquete.

—Este mundo será diferente y mejorel día que hagas un niño —dijo la mujer,saliendo a toda prisa de la tienda—. Lavida ya es bastante difícil contigo, porno hablar de tus tres hijos, que no valenpara nada.

Después de que se hubo marchado seprodujo un breve silencio.

— L a mooma de Suruj —explicóBeharry.

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—Así son ellas —replicó Ganesh.—Pero la verdad es que tiene razón.

Si todos empezaran a hacer lo mismoque tú y yo, sería un mundo de locos. —Beharry se mordisqueó los labios y leguiñó un ojo a Ganesh—. Te lo digo yo.Esto de la lectura es muy peligroso.

Suruj volvió a entrar a todo correren la tienda.

—Ella te está llamando, papá.Tenía el tono irritado de su madre.Cuando Ganesh salía de la tienda

oyó decir a Beharry:—¿Cómo que ella? ¿Así llamas a tu

madre? ¿Quién es ella? ¿La gata?Ganesh oyó un bofetón.

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Iba con frecuencia a la tienda deBeharry. Beharry le caía bien y legustaba la tienda. Beharry la alegrabacon anuncios de colores para artículosque él no ofrecía, y estaba tan seca ylimpia como la de Ramlogan grasienta ysucia.

—No entiendo qué le ves a eseBeharry —le dijo Leela—. Piensa quepuede llevar una tienda, pero a mí me darisa. Tengo que escribir a papá paracontarle qué tiendas tienen en FuenteGrove.

—Hay una cosa que tienes quedecirle a tu padre que haga. Montar unpuesto en el mercado de San Fernando.

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Leela se echó a llorar.—¡Hay que ver lo que te mete en la

cabeza ese Beharry! Ese hombre es mipadre.

Y otra vez se echó a llorar.Pero Ganesh siguió yendo a la tienda

de Beharry.Cuando Beharry se enteró de que

Ganesh iba a establecerse como sanadorse mordisqueó los labios nerviosamentey movió la cabeza.

—Mira, has elegido algo biendifícil. Hoy día das una patada y te saleun sanador o un dentista. Mismamenteuno de mis primos (bueno, en realidades primo de la mooma de Suruj, pero la

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familia de la mooma de Suruj es comomi propia familia), un chico bien majo,también va a empezar con esto.

—¿Qué? ¿Otro sanador?—Un momento, espera. Las

Navidades pasadas la mooma de Surujse llevó a los niños a donde la abuela yeste chico le dijo, como si tal cosa, quese iba a meter a lo de dentista. Figúratela sorpresa de la mooma de Suruj. Ydespués, vamos y nos enteramos de queha pedido dinero para comprar una deesas máquinas de dentista y que le sacalas muelas a la gente, así, sin más. Elmuchacho va matando gente a mansalva,y le siguen yendo. La gente de Trinidad

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es así.—Yo no quiero sacar muelas. Pero

al chico le va bien, ¿no?—Pues de momento sí. Ya ha

pagado la máquina. Pero acuérdate deque en Tunapuna hay mucha gente. Veoque llegará un día en que a lossacamuelas les va a costar trabajo sacardos centavos para comprar pan y unpoco de mantequilla colorada.

La mooma de Suruj entró del patioacalorada y llena de polvo con unaescoba de cocoye.

—Venía yo decidida a barrer latienda, y mira lo primero que oigo. ¿Porqué llamas sacamuelas al chico? No es

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que no lo esté intentando. —Miró aGanesh—. ¿Sabes que le pasa al poopade Suruj? Pues que le tiene envidia alchico. Él no puede ni cortar las uñas delos pies, y ese chiquillo saca las muelasa personas crecidas. Le tiene unaenvidia tremenda al chico.

Ganesh dijo:—Algo de razón llevas, maharaní.

Es como yo y lo de ser sanador. No mevoy a meter en eso así como así. Estudioy aprendo un montón, de mi padre. No esuna cosa de sacamuelas.

A la defensiva, Beharry semordisqueó los labios.

—No quería decir eso. Sólo le

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estaba explicando al pandit que si seestablece como sanador en FuenteGrove lo va a tener difícil.

Ganesh no tardó mucho en descubrirque Beharry tenía razón. En Trinidadhabía demasiados sanadores, y resultabainútil anunciarse. Leela se lo dijo a susamigos, la Gran Eructadora a los suyos,Beharry prometió escribir a cuantosconocía, pero pocos se molestaron en ircon sus achaques hasta un sitio tanalejado como Fuente Grove. Y losaldeanos estaban muy sanos.

—Oye —dijo Leela—. Creo que nose te da bien lo de ser sanador.

Y llegó un momento en que él mismo

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empezó a dudar de sus poderes. Podíacurar una nara, una simple dislocaciónde estómago, como cualquier sanador, ytambién la rigidez de articulaciones.Pero no se animaba a acometeroperaciones más arriesgadas.

Un día fue a verle una chica con unbrazo torcido. Ella parecía tan contenta,pero su madre estaba hundida, llorando.

—Lo hemos intentado con todos ycon todo, pandit. No ha pasado nada. Yla chica se va haciendo mayor, pero,¿quién va a querer casarse con ella?

Era una chica guapa, con unos ojosmuy vivos en un rostro impasible. Sólomiraba a su madre; ni una sola vez miró

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a Ganesh.—Veinte veces le han roto el brazo a

la chica, por falta de una —añadió lamadre—. Pero no se le arregla.

Ganesh sabía lo que habría hecho supadre. Le habría dicho a la chica que setumbara, le habría puesto un pie en elcodo, levantado el brazo haciendopalanca hasta que se rompiera y despuéslo habría vuelto a colocar. Pero trasexaminarla, Ganesh se limitó a decir:

—A la chica no le pasa nada,maharaní. Sólo tiene un poquito desangre mala, nada más. Y además, Diosla hizo así y no es cosa mía interferir enla obra de Dios.

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La madre de la chica dejó desollozar y se colocó el velo rosa sobrela cabeza.

—Es mi destino —dijo, sin tristeza.La chica no pronunció ni una palabra.Más tarde, Leela dijo:

—Oye, al menos podrías haberintentado arreglarle el brazo primero ydespués ponerte a hablar de la obra deDios. Pero no te importa lo que me estáshaciendo. Parece que lo único quequieres es echar de aquí a la gente.

Ganesh siguió ofendiendo a suspacientes al decirles que no les pasabanada; cada día hablaba más sobre laobra de Dios, y si le presionaban, daba

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un brebaje que había preparadosiguiendo una receta de su padre, unlíquido verde a base de diversas hierbasy hojas del árbol neem. Replicó:

—Los hechos son los hechos, Leela.No tengo mano para ser sanador.

Sufrió otra decepción en su vida. Alcabo de un año quedó claro que Leelano podía tener hijos. Perdió interés porella como esposa y dejó de pegarle.Leela se lo tomó bien, pero Ganesh noesperaba menos de una buena esposahindú. Leela siguió atendiendo la casa ycon el tiempo llegó a ser un ama de casa

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eficaz. Cuidaba el jardín de atrás y seocupaba de la vaca. Nunca se quejaba.Al poco era ella quien mandaba.Mangoneaba a Ganesh y él no se oponía.Le daba consejos y él le prestabaatención. Empezó a consultar con ellacasi todo. Con el tiempo, aunque jamáslo habrían reconocido, habían llegado aquererse. A veces, cuando pensaba enello, a Ganesh le resultaba extraño quela mujer alta y dura con la que vivíafuera la chica que le había preguntadocon descaro en una ocasión: «¿Tútambién sabes escribir, sahib?»

Y tener que apaciguar a Ramlogancontinuamente. El recorte de periódico

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con su fotografía estaba colgado, con sumarco, en la tienda, por encima delanuncio de Leela sobre los asientos paradependientas. El papel había empezadoa ponerse pardo en los bordes. Siempreque, por una u otra razón, Ganesh iba aFourways, Ramlogan no dejaba depreguntarle: «Dime, ¿cómo va lo delInstituto?»

«No dejo de pensar en ello»,contestaba Ganesh. O: «Pues ya lo tengotodo en la cabeza, pero no me metasprisas.»

Todo parecía ir mal y Ganesh temía

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haber interpretado mal los signos deldestino. Hasta más adelante no vio laintervención de la Providencia en lasdecepciones de aquellos meses. «Nuncasomos lo que queremos ser, sino lo quedebemos ser», escribió.

Había fracasado como sanador.Leela no podía tener hijos. Talesdecepciones podrían haber destrozado acualquier otro hombre; a Ganesh lesirvieron para dedicarse muy en serio alos libros. Desde luego, siempre habíatenido intención de leer y escribir, perocabe preguntarse si lo habría hecho contal entrega si hubiera triunfado comosanador o padre de familia numerosa.

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—Voy a escribir un libro —le dijo aLeela—. Un libro grande.

Existe una editorial norteamericanallamada Street y Smith, personasversátiles y enérgicas que habíanllevado sus publicaciones hasta el sur deTrinidad. A Ganesh siempre le habíanimpresionado profundamente Street ySmith, desde niño y, sin decirles unapalabra ni a Beharry ni a Leela, se sentóuna noche a la mesita del cuarto deestar, encendió la lámpara de petróleo yescribió una carta a Street y Smith. Lesdecía que estaba pensando en escribirlibros y que si les interesarían a algunode ellos.

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La respuesta llegó al cabo de unmes. Street y Smith decían que estabanmuy interesados.

—Se lo tienes que contar a papá —dijo Leela.

Ganesh enmarcó la carta de Street ySmith en paspartú y la colgó en la pared,por encima de la mesa en la que habíaescrito su carta.

—Esto es sólo el principio —le dijoa Leela.

Ramlogan fue un día desdeFourways y cuando vio la cartaenmarcada se le llenaron los ojos delágrimas.

—Sahib, esto es algo importante

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para los periódicos. Sí, hombre, sahib,les escribas los libros.

—Eso es justo lo que le diceBeharry, el tendero, por así llamarlo, deFuente Grove —dijo Leela.

—No importa —replicó Ramlogan—. Yo sigo creyendo que deberíaescribir los libros. Pero me apuestocualquier cosa a que te sientesorgulloso, ¿eh, sahib?, de que losamericanos te rueguen que les escribasun libro.

—Quia, no —se apresuró a contestarGanesh—. Te equivocas en eso. No mesiento nada orgulloso. ¿Sabes cómo mesiento? Pues si te digo la verdad,

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humilde. De lo más humilde.—Ahí se demuestra que eres un gran

hombre, sahib.La escritura del libro preocupaba a

Ganesh y la posponía continuamente.Cuando Leela preguntaba: «Pero,hombre, ¿por qué no estás escribiendo ellibro que te piden los americanos?»,Ganesh respondía: «Mira, Leela,precisamente es esa forma de hablar loque destruye la ciencia del pensamientode un hombre. ¿Es que no te das cuentade que estoy pensando, pensando todo eltiempo?»

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No llegó a escribir el libro paraStreet y Smith.

—Yo no prometí nada —decía—. Yno creo estar perdiendo el tiempo.

Street y Smith le habían hechopensar sobre el arte de escribir. Al igualque muchos trinitenses, Ganesh sabíaescribir correctamente en inglés, pero ledaba vergüenza hablar otra cosa que nofuera dialecto salvo en ocasionesespeciales. De modo que, con el alientode Street y Smith, mientrasperfeccionaba su prosa de influenciavictoriana, seguía hablando como lostrinitenses, muy a su pesar. Un día dijo:

—Leela, va siendo hora de que nos

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demos cuenta de que vivimos en un paísbritánico y creo que no nos deberíamosavergonzar de hablar bien el idioma.

Leela estaba acuclillada ante elfogón chulha, avivando un fuego deramitas secas de mango. Tenía los ojosenrojecidos y llorosos por el humo.

—Vale. Lo que quieras.—Chica, empezamos ya mismo.—Lo que tú digas, hombre.—Muy bien. Vamos a ver. Ah, sí.

Leela. ¿Encendiste el fuego? No, unmomento. ¿Hay que decir «encendiste» o«has encendido»?

—Mira, me dejes en paz, que me seestá metiendo el humo en los ojos.

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—No te fijas en nada, chica. Querrásdecir que se te está metiendo el humo enlos ojos.

Leela tosió con el humo.—Oye, mira. Tengo más cosas que

hacer que rascarme los pies, ¿sabes? Tevas a hablar con Beharry y ya está. —Beharry se entusiasmó.

—¡Es una idea magistral, perobueno! Es uno de los problemas deFuente Grove, que no puedes de hablarbien con nadie. A ver, ¿cuándoempezamos?

—Ya mismo.Beharry se mordisqueó los labios y

sonrió, todo nervioso.

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—Venga, hombre, me dejes un pocode tiempo para acostumbrarme.

Ganesh insistió.—Bueno, vale —dijo Beharry con

resignación—. Allá vamos.—Hoy hace calor.—Ah, ya entiendo. Hoy hace mucho

calor.—Mira, Beharry, no tiene ninguna

gracia. Hay que echar una mano a lagente. Venga, empezamos otra vez. Elcielo está muy azul y no veo ni una nube.Oye, ¿de qué te ríes?

—¿Sabes qué, Ganesh? Que estásmuy gracioso.

—Pues mira que te digo, que tú

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también estás muy gracioso.—No, si lo que quiero decir es que

es gracioso verte así y hablando así.El arroz estaba hirviendo en la

chulha cuando Ganesh volvió a casa.—¿Dónde ha estado usted, señor

Ramsumair? —preguntó Leela.—Hemos estado charlando, Beharry

y yo. Tendrías que ver lo gracioso quese ha puesto intentando hablar bien.Entonces fue Leela quien se rió.

—Creía que empezábamos con estahistoria de hablar bien.

—Mira, chica, tú me haces bien lacomida, ¿entendido?, y hablas bien sólocuando yo te lo mande.

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Ese fue el momento en el que Ganeshpensó que tenía que responder a todoslos anuncios para rellenar los cuponesque ofrecían folletos gratuitos. Encontrólos cupones en las revistasestadounidenses que había en la tiendade Beharry, y le hizo mucha ilusiónenviar unos doce cupones de una vez yesperar la llegada, que ocurrió un mesdespués, de doce voluminosos paquetes.A los de Correos no les hizo ningunagracia, y Ganesh tuvo que sobornarlospara que enviaran a un cartero enbicicleta con los paquetes hasta FuenteGrove por la noche, cuando hacíafresco.

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Beharry tuvo que darle una copa alcartero. El cartero dijo: —Se estánhaciendo muy famosos ustedes dos enPrinces Town. Por todos lados mepregunta la gente: «¿Quiénes son esosdos? Parecen americanos, oye.» —Miróel vaso vacío y lo balanceó sobre elmostrador—. Y adivinen qué hago yocuando me preguntan. —Era su forma depedir otra copa—. ¿Que qué hago? —Trasegó el segundo vaso de ron de untrago, torció el gesto, pidió agua, se ladieron, se limpió la boca con el dorsode la mano y dijo—: ¡Pues les digo sinmás quiénes son!

Beharry y Ganesh estaban fascinados

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con los folletos y los tocaban consensual respeto.

—Chico, esa América, ahí es dondehay que vivir —dijo Beharry—. No lesimporta nada regalar libros así. Ganeshse encogió de hombros, y asintió.

—Es que para ellos no es nada. Enmenos que canta un gallo, ¡pum!, tienesun libro impreso.

—Ganesh, tú que tienes educaciónuniversitaria, ¿cuántos libros crees queimprimen al año en América?

—Unos cuatrocientos o quinientos.—Estás loco, hombre. Son más de

un millón. Lo leí no sé dónde el otro día.—Entonces, ¿para qué me

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preguntas? Beharry se mordisqueó loslabios.

—No, por nada. Para estar seguro.Después mantuvieron una larga

discusión sobre si un hombre podíallegar a saber todo sobre el mundo.

Beharry fastidió un día a Ganeshcuando le enseñó un catálogo. Dijocomo sin darle importancia:

—Mira lo que me ha mandado esagente de Inglaterra. Ganesh frunció elceño. Beharry se lo vio venir.

—Oye, que yo no lo he pedido. Tevayas a creer que quiero competircontigo. Me lo han mandado, sin más.

El catálogo era demasiado bonito

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para que a Ganesh le durase el enfado.—Pero supongo que a mí no me lo

van a mandar así por las buenas.—Te lo lleves, hombre —dijo

Beharry.—Sí, te lo lleves antes de que lo

queme yo. —Era la voz de la mooma deSuruj, desde dentro—. No quiero másporquerías en mi casa.

Era un catálogo de EverymanLibrary.

Ganesh dijo:—Novecientos treinta libros a dos

chelines cada uno. Todo junto son...—Cuatrocientos sesenta dólares.—Es mucho dinero. Beharry dijo:

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—Son muchos libros.—Si alguien se lee todos los libros,

no hay quien le tosa en cuestión decultura. Ni el gobernador.

—Mira, de eso hablaba con lamooma de Suruj el otro día, sin ir máslejos. No creo yo que el gobernador ytodos ésos sean gente culta de verdad.

—¿Qué quieres decir?—Si fueran cultos, no se irían de

Inglaterra, donde imprimen libros día ynoche, para venirse a un sitio comoTrinidad. Ganesh dijo:

—Novecientos treinta libros. Y cadalibro de unos cinco centímetros y mediode grosor, supongo.

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—O sea, unos veintitrés metros.—Pues con estantes en dos paredes,

te cogen.—Yo es que prefiero los libros

grandes.Las paredes del cuarto de estar de la

casa de Ganesh fueron objeto de intensoexamen aquella noche.

—Leela, ¿hay una regla por ahí?Leela se la llevó.

—¿Qué, pensando en hacercambios?

—Estoy pensando en comprar unoslibros.

—¿Cuántos, oye?—Novecientos treinta.

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—¡Novecientos! Leela se echó allorar.

—Novecientos treinta.—¿Ves las ideas que te mete

Beharry en la cabeza? Tú lo que quiereses dejarme en la miseria. No tienesbastante con robarle a mi propio padre.¿Por qué no me llevas ya al asilo?

Así que Ganesh no compró laEveryman Library completa. Sólocompró trescientos libros, y Correos selos llevó en una furgoneta; un día aúltimas horas de la tarde. Era una de lascosas más importantes que habíanocurrido en Fuente Grove, e inclusoLeela se quedó impresionada, muy a su

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pesar. Sólo la mooma de Surujpermaneció imperturbable. Aún estabanmetiendo los libros en casa de Ganeshcuando le dijo a Beharry en voz bienalta, para que se enterase todo el mundo:

—Y no te vayas tú ahora a poner acopiar a nadie para hacer el imbécil,¿entendido? Leela, que se vaya al asilo,pero yo, ni hablar.

Pero la reputación de Ganesh, quehabía mermado por su torpeza comosanador, aumentó en la aldea, yempezaron a aparecer campesinos que,con el mugriento sombrero de fieltroentre las manos, le pedían que lesescribiera cartas dirigidas al gobernador

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o que les leyera cartas que,curiosamente, les había enviado elgobierno.

Para Ganesh fue sólo el comienzo.Tardó unos seis meses en leer lo quequería en los libros de Everyman;después, empezó a pensar en comprarmás. Iba cada cierto tiempo a SanFernando y compraba libros, grandes, defilosofía e historia.

—¿Sabes una cosa, Beharry? Que aveces voy y me paro a pensar. ¿Quépensaban esos de Everyman cuando meempaquetaban esos libros? ¿Crees quese imaginaban que hay un hombre comoyo en Trinidad?

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—Yo no sé de eso, pero me estásempezando a enfadar, Ganesh. Se teolvida casi todo lo que lees. A veces nopuedes ni terminar lo que acababas deempezar a recordar.

—Vale. ¿Y qué hago?—Mira, tengo aquí un cuaderno que

no lo puedo vender porque la tapa tienegrasa (ese muchacho, Suruj, haciendo elbobo con las velas), y te lo voy aregalar. Mientras lees un libro, tomasnotas de las cosas que te parecenimportantes.

A Ganesh nunca le habían gustadolos cuadernos, desde el colegio; pero laidea de los cuadernos de notas sí le

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interesaba. Así que hizo otro viaje a SanFernando y recorrió la sección depapelería de uno de los grandesalmacenes de la calle Mayor. Hastaentonces no se había dado cuenta de queel papel pudiera ser tan bonito, de quehubiera tantas clases de papel, de tantoscolores, con tantos olores deliciosos. Sequedó inmóvil, pasmado, en actitudreverente, hasta que oyó la voz de unamujer.

—Señor.Al volverse vio a una mujer gorda,

con vestigios de polvos blancos en sucara negra y un vestido de unespectacular floreado.

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—Señor. ¿A cuánto sale el... —sacóun papelito del bolso y lo leyó—, librode lectura «Introducción», de Nelson?

—Oiga, yo no vendo nada —dijoGanesh sorprendido. La mujer se puso areír como loca.

—¡Anda, ahí ve! ¡Y yo que pensabaque era usted un dependiente de ésos!

Y se fue a buscar a un dependiente,riéndose y doblándose para intentarcontener la risa.

Una vez a solas, Ganesh se puso aoler disimuladamente el papel y,cerrando los ojos, pasó las manos pormuchas clases de papel, para apreciarmejor su textura.

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—Vamos a ver. ¿Qué se ha creídoque es esto? —Era un chico, con camisablanca, corbata (señal inconfundible deautoridad) y pantalones cortos de sargaazul—. ¿Es que estamos en el mercadopara que manosee el ñame o lamandioca o qué?

Asustado, Ganesh compró una resmade papel azul claro.

Después, con un deseo irresistiblede escribir en aquel papel, pensó endarse otra vuelta por la imprenta deBasdeo. Fue a la estrecha calle, quehacía cuesta, y se llevó una sorpresa alver que en lugar del edificio que élconocía había otro, todo nuevo, de

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cemento y cristal. También había otroletrero: IMPRENTA ELÉCTRICAÉLITE, y un eslogan: Cuando seimprime la mejor impresión nosotros laimprimimos. Oyó el estruendo de lamaquinaria y apretó la cara contra unaventana para mirar. Había un hombresentado ante una máquina que parecíauna enorme máquina de escribir. EraBasdeo, con pantalones largos, bigote,ya adulto. No cabía duda de que la vidale iba bien.

—Tengo que escribir el libro —dijoGanesh en voz alta—. Tengo quehacerlo.

Pero se entretuvo en otras cosas.

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Empezó a apasionarse por los cuadernosde notas. Cuando Leela se quejó, dijo:

—Los hago y después los guardo.Nunca se sabe cuándo te van a hacerfalta.

Llegó a ser un auténtico experto enlos olores del papel. Le dijo a Beharry:«Fíjate, con sólo oler un libro, puedodecirte cuántos años tiene.» Sosteníaque el libro con mejor olor era eldiccionario de francés e inglés deHarrap, que había comprado, según lecontó a Beharry, sencillamente por suolor. Pero oler papel era sólo una partede su reciente pasión, y cuando sobornóa un policía de Princes Town para que

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robara una grapadora del Palacio deJusticia, su júbilo fue total.

Al principio, rellenar los cuadernosde notas suponía un serio problema. Porentonces, Ganesh leía cuatro, a vecescinco libros a la semana, y mientras leíaseñalaba una palabra, una frase, oincluso un párrafo entero, enpreparación para el domingo, que sehabía convertido en un día de ritual yabsoluto júbilo. Se levantaba temprano,se bañaba, hacía puja, comía; después,mientras aún hacía fresco, iba a la tiendade Beharry. Leían el periódico yhablaban, hasta que la mooma de Surujasomaba la cabeza, toda enfadada, por

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la puerta de la tienda y decía: «Poopade Suruj, siempre abriendo la boca. Sino es para comer, es para hablar. Puesse acabó la charla. Es hora de comer.»

Ganesh entendía la indirecta y semarchaba.

La parte menos agradable deldomingo era la vuelta a casa. El sol caíaimplacable y los bultos del tosco asfaltose notaban blandos y calientes al pisar.Ganesh jugueteaba con la idea de cubrirtoda Trinidad con un enorme toldo delona para protegerla del sol y recoger elagua de la lluvia. Estos pensamientos letenían entretenido hasta que llegaba acasa. Después comía, volvía a bañarse,

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se ponía la ropa hindú buena, dhoti,camiseta y koortah, y se dedicaba a suscuadernos de notas.

Sacaba el montón de un cajón de lacómoda que había en el dormitorio ycopiaba los párrafos que había señaladodurante la semana. Había ideado unsistema para tomar notas. Parecíasencillo al principio —papel blancopara las notas sobre el hinduismo, azulclaro para la religión en general, grispara la historia, y así sucesivamente—pero con el tiempo le resultó difícilmantener ese sistema y lo dejó.

Nunca utilizaba un cuaderno hasta elfinal. Empezaba cada uno con las

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mejores intenciones, escribiendo conletra fina, inclinada, pero al llegar a latercera o la quinta página perdía interéspor el cuaderno, la escritura se reducía agarabatos apresurados, cansados, yabandonaba el cuaderno.

Leela se quejaba del despilfarro.—Nos vas a dejar en la miseria.

Como Beharry a la mooma de Suruj.—¿Qué sabrás tú de estas cosas,

chica? Lo que copio no es un anuncio,¿te enteras? Vale, es copiar, pero piensomucho al mismo tiempo.

—Ya me estoy cansando de oírtehablar y venga a hablar. Dices queviniste aquí a escribir tus maravillosos

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libros, y que si a sanar a la gente. ¿Acuántos has sanado? ¿Cuántos librosescribes? ¿Cuánto dinero sacas?

Eran preguntas retóricas y lo únicoque pudo responder Ganesh fue:

—¿Lo ves? Cada día te pareces mása tu padre. Hablas como un abogado.

Más adelante, en el transcurso deuna semana de lectura, se topó con larespuesta perfecta. Tomó nota en elmismo momento, y la vez siguiente quese quejó Leela, dijo:

—Mira, calla y escucha esto.Rebuscó entre los libros y los

cuadernos hasta encontrar uno de colorverde guisante con el título de

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«Literatura».—Oye, me dejes sentar antes de

empezar a leer.—Y mientras escuchas no te

duermas. Es una de tus desagradablescostumbres, ¿sabes, Leela?

—Es que, mira, no lo puedo evitar.Es empezarme a leer y me entra elsueño. Sé de gente que les entra el sueñonada más ver una cama.

—Son personas de mente limpia.Pero chica, escucha esto: «Una personapuede remover media biblioteca parahacer un solo libro.» Y no me lo heinventado yo.

—¿Y cómo sé que no me estás

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engañando, lo mismo que con papá?—¿Y yo para qué iba a querer

engañarte?—Que te enteres: ya no soy la

jovencita boba con quien te casaste.Y cuando Ganesh le llevó el libro y

le enseñó la cita en letra impresa, Leelaguardó silencio, maravillada. Pues pormucho que se quejara y que levilipendiara, no dejaba de pasmarseante aquel marido suyo que leía páginasy páginas de letra impresa, capítulosenteros de letra impresa, bueno, hastalibros gordos; aquel marido que,despierto por la noche en la cama,hablaba, como si tal cosa, de escribir

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algún día un libro e ¡imprimirlo!

Pero Leela lo pasó mal cuando fue acasa de su padre, como le ocurría casisiempre en las vacaciones másimportantes. Ya hacía tiempo queRamlogan consideraba a Ganesh unperdido y encima un estafador. Yademás, enfrentarse a Soomintra.Soomintra se había casado con unferretero y era rica. Aún más: parecíarica. Tenía un hijo tras otro, y se estabaponiendo rolliza, con aspecto dematrona, de persona importante. A suhijo le había puesto el nombre de

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Jawaharlal, como el dirigente indio, y suhija se llamaba Sarojini, como lapoetisa india.

—El tercero, el que estoyesperando, si es niño, le voy a ponerMotilal; si es niña, Kamala.

No podía existir mayor admiraciónpor la familia Nehru.

Soomintra y sus hijos cada díaparecían más fuera de lugar enFourways. Ramlogan estaba aún másmugriento y la mugre de la tienda iba ala par. Al quedarse solo, parecía haberperdido todo interés por elmantenimiento de la casa. El hule de lamesa estaba gastado, arrugado y tenía un

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montón de cortes; la hamaca hecha conun saco de harina se había puesto parda,los calendarios chinos estaban llenos decagadas de moscas. Los hijos deSoomintra cada día llevaban ropa máscara y más aparatosa y hacían más ruido,pero cuando andaban por allí, Ramloganno tenía ojos para nadie más. No parabade acariciarlos y mimarlos, pero muypronto dejaron bien claro queconsideraban demasiado elementales sustentativas de mimarlos. Querían algomás que unos caramelos recubiertos deazúcar de uno de los tarros de la tienda.De modo que Ramlogan les diopiruletas. Soomintra estaba más rolliza y

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parecía más rica, y a Leela le costabangrandes esfuerzos no fijarse demasiadocuando su hermana doblaba el brazoderecho y las pulseras de oro tintineabano cuando, con la licencia que concede lariqueza, se lamentaba de que estabacansada y necesitaba vacaciones.

—Ya he tenido el tercero —dijoSoomintra en Navidad—. Queríaescribir para decírtelo, pero ya sabes lodifícil que es.

—Sí, sé lo difícil que es.—Es una niña, y le he puesto

Kamala, como te dije. Ay, chica, pero sise me olvidaba: ¿y tu marido? No hevisto ningún libro de los que escribe.

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Pero la verdad es que yo no leo grancosa.

—Todavía no ha terminado el libro.—Ah.—Es un libro muy, muy grande.Soomintra hizo tintinear las pulseras

de oro y carraspeó al mismo tiempo,pero no escupió; en ello reconoció Leelaotra afectación de los ricos.

—También el padre de Jawaharlalempezó a leer el otro día. Siempre estádiciendo que si tuviera tiempo escribiríaalgo, pero con tanto trajín en la tienda elpobre no tiene tiempo. Supongo queGanesh no estará tan ocupado, ¿eh?

—No te puedes hacer ni idea de la

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cantidad de gente que viene a verlecomo sanador. Si te enteras de alguienque quiere masaje o algo, dile lo deGanesh. No es tan difícil llegar a FuenteGrove, ya sabes.

—Niña, ya sabes que haría cualquiercosa por ayudaros. Pero no tienes niidea de la cantidad de gente que diceque es sanador. Ésos les quitan eltrabajo a quienes son buenos de verdad,como Ganesh. Pero esos chavales queles ha dado por ser sanadores, para míque son una pandilla de vagos que nosirven para nada.

En el dormitorio, Kamala se puso allorar, y el pequeño Jawaharlal, con un

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traje de marinero recién estrenado, entróy balbuceó:

—Mamá, Kamala se ha hecho pis.—¡Estos críos! —exclamó

Soomintra, saliendo de la habitación agrandes zancadas—. ¡Ay, chica, nosabes la suerte que tienes de no tenerninguno, Leela!

Ramlogan entró desde la tienda conSarojini sobre una cadera. Mientraschupaba una piruleta de limón, la niñainvestigaba con los dedos lo pegajosaque estaba.

—Lo he oído —dijo Ramlogan—.Soomintra no tiene mala intención. Sesiente un poco rica y quiere presumir.

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—Pero él va a escribir el libro,papá. Me lo ha dicho él mismo. No parade leer y escribir. Un día os lo enseñaráa todos, ya verás.

—Sí, ya sé que va a escribir ellibro. —Sarojini estaba pasándole lapiruleta a Leela por la cabeza, quellevaba descubierta, y Ramloganintentaba obligarla a que la dejara enpaz, sin conseguirlo—. Venga, no llores,que Soomintra vuelve ahora mismo.

—¡Ay, Leela! Le caes bien aSarojini. La primera persona que le caebien, así sin más ni más. ¡ Ay, ay, quémala eres, niña! ¿Por qué juegas con elpelo de tu tía?

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Ramlogan dejó a Sarojini porimposible.

—Es una monada, con un nombremuy mono —dijo Soomintra—. ¿Sabesque tenemos una familia famosa, Leela?El nombre de la nena es el de una mujerque escribe una poesía bien bonita, yencima tu marido, que está escribiendoun libro bien grande.

Ramlogan dijo:—No, si pensándolo bien, creo que

somos una buena familia. Eso sí,manteniendo el carácter y el sentido delos valores. Fijaros en mí. Vamos asuponer que la gente no me quiere y dejade venir a la tienda. ¿Eso me va a hacer

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daño? ¿Va a cambiar mi...?—Vale, papá, pero tú tranquilo —le

interrumpió Soomintra—. Vas adespertar a Kamala otra vez con esospisotones y hablando tan alto.

—Bueno, pero la verdad es laverdad. Un hombre se siente a gustorodeado por su familia y viéndolosfelices. Lo que yo digo es que en todafamilia tiene que haber un radical, y mesiento orgulloso de tener a Ganesh.

—Así que eso dice Soomintra, ¿eh?—Ganesh intentaba mantener la calma—. ¿Y qué te esperabas? En lo único

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que piensan, ella y su padre, es en eldinero. No le importan nada los libros yesas cosas. Es la gente como esa la quese reía del señor Stewart, ¿sabes? ¡Ydicen que son hindúes! Mira, si yoestuviera en la India, me vendríanpersonas de todas partes, con comida,con ropa. Pero en Trinidad... ¡ En fin!

—Pero oye, tenemos que pensar enel dinero. Llegará un momento en que nonos quede ni un centavo.

—Mira, Leela. Vamos a verlo deuna forma práctica. ¿Necesitas comida?Tienes un huertecito ahí atrás.¿Necesitas leche? Tienes una vaca.¿Necesitas un techo? Tienes una casa.

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¿Qué más quieres? ¡Aj! Me haces hablarcomo tu padre.

—Para ti todo es estupendo. Tú notienes que enfrentarte a ninguna hermanay ver cómo se ríen de ti.

—Leela, todo el que quiere escribirtiene que enfrentarse a eso: todo escritortiene que sufrir la pobreza y laenfermedad.

—Pero tú no estás escribiendo nada,¿no? Ganesh no replicó.

Siguió leyendo. Siguió tomandonotas y haciendo cuadernos de notas. Yempezó a adquirir cierta sensibilidadhacia la tipografía. Aunque tenía casitodos los Penguin que se habían

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publicado, no le gustaban como librosporque la mayoría estaba impresa en eltipo «times», y según le dijo a Beharry,le parecía vulgar, «como de periódico».Las obras del señor Aldous Huxley sólopodía leerlas en «fournier»; aún más:consideraba ese tipo propiedadexclusiva del señor Huxley.

—Pero es justo el tipo de letra quequiero para mi libro —le dijo a Beharryun domingo.

—¿Y tú te crees que tienen ese tipoen Trinidad? Si lo único que tienen esuna cosa espantosa, como una pasta.

—Pero ese chico del que te hehablado, bueno, ese hombre que

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conozco, Basdeo, tiene una imprentanueva. Es como una máquina de escribirgrande.

—Linotipia. —Beharry se pasó lamano por la cabeza y se mordisqueó loslabios—. Ahí se ve lo atrasada que estáTrinidad. Cuando ves esas revistasamericanas, ¿no piensas, ojalá sepudiera imprimir así en Trinidad?

Ganesh no pudo decir nada porquejusto en aquel momento la mooma deSuruj asomó la cabeza por la puerta yentendió la indirecta: tenía quemarcharse.

Encontró la comida dispuesta en lacocina, como de costumbre. Había un

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jarro de latón lleno de agua y un platitoc o n chutney de coco recién hecho.Cuando terminó, levantó el plato delatón para lamerlo y encontró una brevenota debajo, en una de sus mejores hojasde papel azul claro.

No, puedo; vivir: aquí, y, aguantar;los, insultos, de, mi: familia!

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6. El primer libro

No sintió nada, al principio.Después se levantó bruscamente y le

dio una patada al jarro de latón,derramando el agua por el suelo. Viocómo el jarro rodaba hasta quedarsequieto, de costado.

—¡Hale, que se vaya! —dijo en vozalta—. ¡Que se vaya! Pasó un rato sinparar de dar vueltas.

—Se va a enterar. No piensoescribir. Ni una palabra. Dio otra patadaal jarro y se sorprendió al ver que salíaun poco más de agua.

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—Ya se arrepentirá y le darávergüenza. Que se vaya. ¡Vamos, quedecir que se viene aquí a vivir conmigoy ni siquiera puede tener niños, una cosatan tonta como un niño! ¡Que la zurzan!¡Que se vaya!

Fue al cuarto de estar y se puso a darvueltas, por entre sus libros. Se paró ymiró la pared. Al momento empezó acalcular si realmente habría podidocolocar los veinticuatro metros de librosen estantes.

—Igualita que su padre. Ningúnrespeto por los libros. Sólo el dinero, eldinero.

Volvió a la cocina, recogió el jarro

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y fregó el suelo. Después se bañó,mientras entonaba cánticos religiososcon cierta vehemencia. De vez encuando dejaba de cantar y soltaba tacosy gritaba: «¡Se va enterar! ¡Ni unapalabra voy a escribir!»

Se vistió y fue a ver a Beharry.—El gobernador tiene razón,

¿sabes? —dijo Beharry cuando le contólo que había pasado— El problema connosotros, los indios, es que educamos alos chicos y dejamos a las chicasapañárselas ellas solas. Así que, mira:tú eres más culto que Leela y yo másculto que la mooma de Suruj. Ahí está elverdadero problema. —La mooma de

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Suruj irrumpió en la tienda y en cuantovio a Ganesh se echó a llorar,ocultándose el rostro con el velo. Intentóabrazarle desde el otro lado delmostrador; no lo consiguió y, todavíallorando, pasó por debajo hasta dondeestaba Ganesh.

—No me lo cuentes —dijo entresollozos, y le pasó un brazo por loshombros—. No tienes que contarmenada. Lo sé todo. Yo no pensaba que ibaen serio, que si no, no la habría dejado.Pero hay que enfrentarse a esas cosas.Tienes que ser valiente, Ganesh. Así esla vida.

Le pegó un empujón a Beharry para

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sentarse en el taburete, y se echó allorar, enjugándose los ojos con unapunta del velo, mientras Beharry yGanesh la observaban.

—Yo nunca dejaría al poopa deSuruj —dijo—. Jamás. Yo no tengoestudios.

Suruj apareció por la puerta.—¿Me llamabas, mamá?—No, hijo. No te llamaba, pero ven

aquí. —Suruj obedeció y su madre leapretó la cabeza contra sus rodillas—.¿Crees que podría dejar a Suruj y a supoopa? —Soltó un breve chillido—.¡Jamás!

Suruj dijo:

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—¿Me puedo ir, mamá?—Sí, hijo. Anda, te vayas.Cuando Suruj se marchó, la mujer se

calmó un poco.—Ese es el problema, es lo que pasa

hoy día, con eso de educar a las chicas.Leela se pasa demasiado tiempo leyendoy escribiendo y no atiende a su marido.Y mira que se lo tengo yo dicho.

Frotándose la tripa y mirandopensativo al suelo, Beharry dijo:

—Yo es que lo veo así. Estasjóvenes no son como nosotros,¿entiendes, Ganesh? Estas chicaspiensan que casarse es como jugar a lascuatro esquinas. Correr de un lado a

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otro. A ellas les divierte. Quieren quevayas detrás de ellas...

—Tú no tuviste que venir detrás demí , poopa de Suruj. —La mooma deSuruj estalló otra vez en llanto—. Yo note voy a dejar. Yo soy así. Nunca dejaréa mi marido. No tengo suficientesestudios.

Beharry rodeó la cintura de su mujercon un brazo y miró a Ganesh, un pocoavergonzado de tener que mostrar sucariño tan abiertamente.

—Eso no importa, ¿entiendes? Esono importa. Vale, no tienes estudios,pero tienes sentido común, y de sobra.La mooma de Suruj dijo:

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—A mí nadie se molestó en darmeestudios, ¿sabes? Me sacaron delcolegio cuando estaba en tercer grado.Siempre era la primera de la clase, perome sacaron del colegio para casarme.¿Conoces a Purshottam, el abogado deChaguanas?

Ganesh negó con la cabeza.—Pues Purshottam y yo estábamos

juntos en tercer grado. Yo era siempre laprimera de la clase, pero me sacaron delcolegio para casarme. Mira, yo notendré estudios, pero nunca te dejaría.

Ganesh dijo:—No llores, maharaní. Eres una

buena mujer.

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Ella lloró un poquito más y se paróde repente.

—No te preocupes, Ganesh. Es queestas chicas de hoy día quieren jugar alas cuatro esquinas. Se escapan todo elrato, pero después cogen y vuelven. Enfin, ¿qué piensas hacer, Ganesh? ¿Quiénte va a cocinar y limpiar la casa?

Ganesh soltó una risita, animoso.—Pues a mí es que estas cosas

nunca me han preocupado. Estoyconvencido, y si no que te lo diga elpoopa de Suruj, de que las cosassiempre pasan para mejor.

Con la mano derecha bajo lacamiseta, Beharry asintió y se

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mordisqueó los labios.—Todo tiene una razón.—Esa es mi filosofía —dijo Ganesh,

alzando los brazos, expansivo—. Nopreocuparme.

—Vale —dijo la mooma de Suruj—.Comes filosofía en tu casa y te vienes acomer comida aquí.

Beharry continuó con suspensamientos.

—Una mujer arrincona al hombre, osea, un hombre como Ganesh. Porqueahora que Leela no está contigo, puedesempezar a escribir el libro, ¿no,Ganesh?

—No voy a escribir nada. No... voy

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a... escribir... ningún libro. —Se puso adar vueltas por la tienda—. Ni quevuelva y me lo pida de rodillas.

La mooma de Suruj no daba crédito.—¿Que no vas a escribir el libro?—No.Y dio una patada a algo que había en

el suelo.Beharry dijo:—No lo dices en serio, Ganesh.—No estoy de broma. La mooma de

Suruj dijo:—Ni caso. Sólo quiere hacerse de

rogar un poquito.—Mira, Ganesh —dijo Beharry—.

Lo que a ti te hace falta es un horario. Y

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oye una cosa, que yo no te estoypidiendo nada. A mí no me vengas coneso de hacer el tonto y tirarlo todo porla borda. Ahora mismo te hago unhorario, y si no lo mantienes, vamos atener problemas, tú y yo. Te lo piensas.Tu libro, el libro tuyo.

—Con tu foto y tu nombre en letrasbien grandes —añadió la mooma deSuruj.

—Y en imprenta y todo con esamáquina de escribir tan grande que mehas contado.

Ganesh dejó de dar vueltas. Lamooma de Suruj dijo:

—Ya está. Va a escribir el libro.

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—Sabes lo de mis cuadernos, ¿no?—le dijo Ganesh a Beharry—. Bueno,pues estaba pensando si no sería buenaidea empezar con eso, o sea imprimiruna serie de cosas sobre la religión devarios autores y explicar lo que dicen.

—Una anteología —dijo Beharry,mordisqueándose los labios.

—Eso es. Una antología. ¿Qué teparece?

—A ver que piense.Beharry se pasó una mano por la

cabeza.—Va a enseñar mucho a la gente —

le alentó Ganesh.—Es lo que estaba pensando. Que

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va a enseñar mucho a la gente. ¿Pero túcrees que la gente quiere aprender?

—¿Cómo no van a querer aprender?—Mira, Ganesh. Tienes que tener

siempre en cuenta la clase de gente quehay en Trinidad. Nadie tiene tantaeducación como tú. Es tu trabajo, y elmío, elevar el nivel de la gente, pero noles podemos meter prisa. Empiezas porpoco y después les echas tu antología.Desde luego, es buena idea. Pero demomento, la dejes.

—Algo sencillo y fácil al principio,¿eh? —Beharry apoyó las manos en losmuslos.

—Sí. Aquí, lo único que le gusta a la

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gente son los niños, y les tienes queenseñar como a los niños.

—¿Como una cartilla?Beharry se dio una palmada en los

muslos y se mordisqueó los labios confuria.

—Eso es. Exactamente.—Me lo dejes a mí, Beharry. Les

voy a dar ese libro, y Trinidad lo pediráa gritos.

—Así nos gusta oírte hablar a lamooma de Suruj y a mí.

Y en efecto, escribió el libro.Trabajó con ahínco durante más de

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cinco semanas, siguiendo el horario quele había marcado Beharry. Se levantabaa las cinco, ordeñaba la vaca en lasemioscuridad y limpiaba el establo; sebañaba, hacía puja, cocinaba y comía;llevaba la vaca y la ternera a unpradillo. Hasta entonces nunca se habíaocupado de una vaca y se quedósorprendido al ver que un animal queparecía tan paciente, confiado ybondadoso necesitara tantas atenciones ytanta limpieza. Beharry y la mooma deSuruj le ayudaron con la vaca, y Beharryle ayudó en todas las etapas del libro.Ganesh dijo:

—Beharry, te voy a dedicar este

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libro.Y también lo hizo. Trabajó en la

dedicatoria incluso antes de haberterminado el libro.

—Ha sido la parte más difícil —dijo jocosamente, pero el resultadoagradó incluso a la mooma de Suruj:Para Beharry, que preguntó por qué.

—Parece poesía —dijo la mujer.—Parece un libro de verdad —dijo

Beharry.Por fin llegó el día en que Ganesh

llevó el manuscrito a San Fernando. Sequedó en la calle, ante la ImprentaEléctrica Élite, y miró la maquinaria delinterior. Le daba un poco de vergüenza

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entrar y al mismo tiempo deseabaprolongar la emoción que sentía porquemuy pronto, aquella máquina, magníficay complicada, y el hombre adulto que lamanejaba estarían dedicados a laspalabras que él había escrito.

Al entrar vio a un hombre que noconocía ante la máquina. Basdeo estabasentado a una mesa en una jaula dealambre llena de papelitos amarillos yrosa clavados en pinchos. Salió de lajaula.

—Recuerdo esa cara.—Tú imprimiste mis invitaciones de

boda, hace mucho tiempo.—Ah, muy bonito. Con tantas

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invitaciones de boda como imprimo y amí no me invita nadie. ¿Y qué me traeshoy? ¿Una revista? En Trinidad todo elmundo imprime revistas últimamente.

—Un libro.Ganesh se inquietó al ver la

despreocupación con que Basdeo,silbando entre dientes, hojeaba elmanuscrito con sus mugrientos dedos.

—Pues escribes en un papel muybonito, pero esto es un folleto. Y si meapuras un poco, un cuadernillo.

—No hace falta mucho para ver queno es un libro grande. Y tampoco hacefalta mucho para saber que todostenemos que empezar por algo pequeño.

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Como tú. Anda que la vieja máquina quetenías antes, y fíjate ahora, lo que tienes.

Basdeo no replicó. Se metió en lajaula y volvió a salir con un programade cine y un lápiz rojo desmochado. Sepuso serio, en plan de hombre denegocios e, inclinándose sobre una mesaennegrecida, empezó a escribir cifras enel envés del programa, parándose de vezen cuando para soplar el polvoinexistente de la hoja o sacudirlo con lamano derecha.

—A ver. ¿Tú sabes algo de esto?—¿De imprimir?Inclinado sobre la mesa, Basdeo

asintió, sopló otra vez para quitar el

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polvo y se rascó la cabeza con el lápiz.Ganesh sonrió.

—Lo tengo un poco estudiado.—¿Qué tipo quieres? Ganesh no

sabía qué decir.—Ocho, diez, once, doce, ¿o qué?Ganesh estaba pensando a toda

velocidad en el coste. Contestó confirmeza:

—El ocho me va bien.Basdeo movió la cabeza y se puso a

tararear.—¿Quieres interlineado doble?Era como un barbero de Puerto

España haciendo publicidad de unchampú. Ganesh dijo:

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—No. Sin eso.Basdeo no se lo podía creer.—¿Un libro de este tamaño, con esta

impresión? ¿Seguro que no quieresinterlineado?

—Sí, sí. Seguro. Pero oye, antes denada, vamos a ver en qué tipo vas aimprimir el libro.

Era «times». Ganesh soltó ungemido.

—Es lo mejor que tenemos.—Bueno, vale —dijo Ganesh, sin

ningún entusiasmo—. Ah, y otra cosa.Quiero mi foto en la tapa.

—Aquí no hacemos fotograbado,pero lo puedo arreglar. Serán doce

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dólares más.—¿Para una foto pequeñita?—Un dólar los seis centímetros y

medio cuadrados.—Oye, es muy caro.—Bueno, ¿y qué quieres? ¿Que los

demás paguen tu foto? Pues ya está.Todo junto es... un momento, ¿cuántosejemplares quieres?

—Mil para empezar. Pero nada dedesarmar el molde. Nunca se sabe quépuede pasar.

Basdeo no parecía especialmenteimpresionado.

—Mil ejemplares —murmuróabstraído, haciendo cálculos en el

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programa de cine—. Ciento veinticincodólares.

Y tiró el lápiz sobre la mesa.Así empezó el proceso, el proceso

de hacer un libro: emocionante, tedioso,decepcionante, excitante. Ganeshcorrigió las pruebas con Beharry, y losdos se quedaron pasmados ante lodiferentes que parecían las palabrasimpresas.

—¡Qué poderosas parecen! —exclamó Beharry.

La mooma de Suruj no salía de suasombro.

Por fin se terminó el libro y,jubiloso, Ganesh llevó a casa los mil

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ejemplares en un taxi. Antes demarcharse de San Fernando, le dijo aBasdeo:

—Que te acuerdes de guardar elmolde. Nunca se sabe con qué rapidezse venderá el libro, y no quiero que todaTrinidad lo pida a gritos y yo no tenerninguno.

—Claro —dijo Basdeo—. Claro.Que la gente los quiere, que tú losquieres, pues yo los imprimo. Claro quesí, hombre.

Aunque el júbilo de Ganesh eraenorme, sufrió una decepción que nollegó a superar. Su libro parecía tanpequeño... No tenía sino treinta páginas,

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treinta páginas pequeñas, y era tan finoque no se podía imprimir nada en ellomo.

—Es ese chico, Basdeo —le explicóGanesh a Beharry—. Mucho hablarsobre interlineados y tipografía, y alfinal resulta que no sólo me pone esetipo tan feo, que él llama «times», sinoque encima lo pone muy pequeño.

La mooma de Suruj dijo:—Es que el libro se ha quedado en

nada.—Ese es el problema de los indios

de Trinidad —dijo Beharry.—Ya sabes, no todos son como el

poopa de Suruj —intervino la mooma

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de Suruj—. El poopa de Suruj quiere lomejor para ti. Beharry continuó:

—Verás, Ganesh. A mí no mechocaría que alguien le hubiera dadodinero a ese chico, a ese Basdeo, parahacer lo que ha hecho con tu libro.Porque otro impresor, de no tenerteenvidia, te habría puesto sesenta páginasy con un papel bien grueso.

—Pero tú no te preocupes —dijo lamooma de Suruj—. Algo es algo. Muchomás de lo que hace la mayoría de lagente de por aquí. Beharry señaló laportada y se mordisqueó los labios.

—Pues tu foto queda bonita, Ganesh.—Parece un profesor de verdad —

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dijo la mooma de Suruj—. Tan serio, yasí, con la mano apoyada en la barbilla,como pensando profundamente.

Ganesh cogió otro ejemplar y señalóla página de la dedicatoria.

—Pues a mí me parece que elnombre del poopa de Suruj tambiénqueda muy bien en letra impresa —ledijo a la mooma de Suruj. Beharry semordisqueó los labios, avergonzado.

—Quia. Estás de broma.—Pues yo creo que todo es bonito

—dijo la mooma de Suruj.

Un domingo, a primeras horas de la

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tarde, Leela estaba junto a la ventana dela cocina en la trastienda de Ramlogan,en Fourways.

Fregaba los platos, y estaba a puntode tirar agua sucia por la ventana cuandovio una cara debajo. Conocía aquellacara, pero no la traviesa sonrisa.

—Leela —susurró aquella cara.—Ah... Eres tú. ¿Qué haces aquí?—He venido a buscarte, chica.—Pues ya te estás yendo de aquí

ahora mismo, ¿me oyes?, o te tiro estasopera de agua sucia a la cara, a ver sise te quita la sonrisita.

—Mira, Leela, que no vengo sólopor ti. Tengo algo que contarte, y eso es

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lo primero.—Pues lo digas rápido. Pero por mí,

si te lo has podido callar durante tantotiempo... A ver. Casi tres meses que meechaste de tu casa y ni siquiera me hasmandado un recado para saber si estoyviva o muerta ni nada de nada. Así que¿a qué vienes ahora, eh?

—Pero Leela, si fuiste tú quien medejó. No te he podido mandar un recadoporque estaba escribiendo.

—Eso te vas a contárselo a Beharry,¿me oyes? Mira, que voy a llamar apapá, y ya verás lo que es bueno.

La sonrisa de aquella cara se hizomás traviesa, y el susurro más

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conspirador.—Leela, he escrito un libro.Leela se debatió entre creérselo y no

creérselo.—Es mentira.Ganesh lo enseñó con un amplio

ademán.—Mira, el libro. Y mira mi nombre,

y mi foto, y mira todas estas palabrasque he escrito con mi mano. Estánimpresas, pero que te enteres que mesentaba a la mesa del salón y lasescribía en papel normal con un lápiznormal.

—¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!¡Has escrito el libro de verdad!

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—¡Cuidado! No lo toques con lamano llena de jabón.

—Voy corriendo a decírselo a papá.—Se dio la vuelta y entró. Ganesh laoyó decir—: Y se lo tenemos que contara Soomintra. No le va a hacer pero queninguna gracia.

A solas bajo la ventana, a la sombradel tamarindo, Ganesh se puso a tarareary se fijó brevemente en el patio traserode la casa de Ramlogan, aunque enrealidad no vio nada, ni el barril decobre, herrumbroso y vacío, ni lostoneles de agua llenos de larvas demosquito.

—¡Sahib! —Era la áspera voz de

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Ramlogan dentro de la casa—. ¡Sahib!Entra, hombre, sahib. ¿Por qué hacescomo si fueras un desconocido y tequedas ahí de pie? Entra, sahib, entra ysiéntate como antes en la hamaca. Ah,sahib, es un verdadero honor. Estoypero que muy orgulloso de ti.

Ganesh se sentó en la hamaca, queotra vez estaba hecha con un saco deazúcar. Los calendarios chinos habíandesaparecido de las paredes, queparecían tan mohosas y mugrientas comoantes.

Ramlogan pasó las manos, gruesas ypeludas, por la cubierta, y sonrió hastaque las mejillas casi le cubrieron los

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ojos.—Qué suave que es el libro —dijo

—. Mira, Leela, tócalo. Ya verás quésuave. Y las letras de la tapa, si pareceque forman parte del papel, sahib. Ah,sahib, hoy me siento realmenteorgulloso de ti. ¿Te acuerdas, Leela? LaNavidad pasada sin ir más lejos, osdecía a Soomintra y a ti que Ganesh erael radical de la familia. Soy de laopinión de que cada familia debe tenerun radical.

—Es sólo el principio —dijoGanesh.

—Oye, Leela, chica —le dijoRamlogan con fingida severidad—. ¿Tu

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marido viene desde Fuente Grove y tú nisiquiera le preguntas si tiene hambre osed?

—No tengo hambre ni sed —dijoGanesh. Leela parecía abatida.

—Se ha acabado el arroz y el dalque queda no es gran cosa.

—Abre una lata de salmón —leordenó Ramlogan—. Y te traes pan ymantequilla, salsa de pimienta y unosaguacates. —Y él mismo fue a prepararlas cosas, diciendo—: Tenemos unescritor en la familia, chica. Chica,tenemos un escritor en la familia.

Le sentaron a la mesa, que otra vezestaba desnuda, sin el hule, el jarrón y

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las rosas de papel, y le sirvieron lacomida en platos de esmalte. Leobservaron mientras comía; la mirada deRamlogan pasaba del plato al libro deGanesh.

—Toma más salmón, sahib. Todavíano soy un pobre para no poder dar decomer al radical de la familia.

—¿Quieres más agua? —preguntóLeela.

Masticando y tragando casi sincesar, a Ganesh le costaba trabajoresponder a los cumplidos de Ramlogan.Lo único que podía hacer era tragarrápidamente y asentir.

Por fin, Ramlogan abrió la cubierta

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verde del libro.—Ojalá pudiera leer como es

debido, sahib —dijo. Pero con laemoción, se traicionó, demostrando a lasclaras que no era analfabeto—. «Cientouna preguntas y respuestas sobre lareligión hindú», Ganesh Ramsumair,licenciado en Filosofía y Letras. Oye,qué bien suena, ¿verdad, Leela? Fíjate.

Y repitió el título, moviendo lacabeza y sonriendo hasta que se lesaltaron las lágrimas.

Leela dijo:—Oye, ¿cuántas veces te tengo dicho

que no vayas por ahí diciendo que ereslicenciado?

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Ganesh masticó a fondo y tragó condificultad. Levantó la mirada del plato ydijo, dirigiéndose a Ramlogan:

—De eso hablábamos Beharry y yoel otro día. Es algo que no me parecebien, este sistema moderno deenseñanza. Todo el mundo piensa que loque importa es el papelito que te dan.Con eso no eres licenciado. Lo queimporta es lo que aprendes, cuántoquieres aprender y por qué quieresaprender. Eso es lo que importa para serlicenciado. Así que no sé por qué nopuedo ser yo licenciado.

—Claro que eres licenciado, sahib.Me gustaría verme las caras con el

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primero que diga que no eres licenciado.—Ramlogan pasó unas cuantas páginasmás y leyó en voz alta—: Preguntanúmero cuarenta y seis. ¿Quién es elhindú moderno más importante? A ver,Leela, contesta a eso.

—Vamos a ver... Es... MahatmaGandhi, ¿no?

—Muy bien, chica. Estupendo. Justolo que dice el libro. Es un libro muybonito, sahib, con un montón de cosillasque aprender. Ganesh bebió agua deljarro de latón, que le cubríaprácticamente la cara, e hizo unasgárgaras.

—A ver ésta —continuó Ramlogan

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—. Escucha, Leela. Pregunta númerocuarenta y siete. ¿Quién es el segundohindú más importante?

—Lo sabía. Pero me se ha olvidado.Ramlogan no cabía en sí de gozo.

—Lo mismo que decía yo. En estelibro hay cosas estupendas. La respuestaes el pandit Jawaharlal Nehru.

—Lo que estaba yo a punto de decir.—Pues ahora va otra. Pregunta

número cuarenta y ocho. ¿Quién es eltercer hindú moderno más importante?

—Deja el libro en paz, papá. Ya loleeré yo solita.

—Eso es una chica sensata. Sahib,es la clase de libro que tendrían que dar

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a los niños en el colegio, y hacerlesaprender de memoria. Ganesh tragó unbocado.

—Y también a los mayores.Ramlogan pasó unas cuantas páginas

más. De repente se borró la sonrisa desu rostro.

—¿Quién es ese tal Beharry al quele regalas el libro? Ganesh comprendióque se avecinaban problemas.

—Si le conoces, hombre. Es unhombrecillo muy delgado, como unacerilla. Su mujer no para de darle lalata. Le conociste el día que viniste aFuente Grove.

—No es un hombre de estudios, ¿no?

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Es tendero, como yo, ¿no? Ganesh seechó a reír.

—Pero no tiene nada de tendero. EsBeharry quien empezó a hacermepreguntas y quien me dio la idea para ellibro.

Ramlogan dejó «Ciento unapreguntas y respuestas sobre la religiónhindú» sobre la mesa, se levantó y mirócon tristeza a Ganesh.

—O sea, sahib, o sea que le regalasel libro a ese hombre en lugar de a tusuegro, el hombre que te ayudó a quemara tu padre y todo lo demás. Es lo menosque podías hacer por mí, sahib.

¿Quién te ayudó al principio? ¿Quién

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te regaló la casa de Fuente Grove?¿Quién te dio el dinero para el Instituto?

—El siguiente libro será tuyo.También he pensado en la dedicatoria.

—No te preocupes por ladedicatoria ni la educatoria. Esperabaver mi nombre en tu primer libro, nadamás. Tenía derecho a esperar una cosaasí, ¿no, sahib? Ahora, cuando la gentevea el libro, va a decir: «¿Con la hija dequién se casó el autor?» ¿Es que se lo vaa decir el libro?

—El siguiente libro es para ti.Ganesh rebañó a toda prisa el plato

con los dedos.—A ver, contéstame, sahib. ¿Se lo

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va a decir el libro? Sahib, estásarrastrando mi nombre por el barro.

Ganesh fue hasta la ventana parahacer gárgaras.

—¿Quién te defiende siempre,sahib? Cuando todos se ríen de ti,¿quién te protege? Ah, sahib, quédesilusión. Te doy a mi hija, te doy midinero, y tú ni siquiera me quieres dar tulibro.

—Vamos, tranquilo, papá —dijoLeela. Ramlogan estaba llorando a mocotendido.

—¿Cómo voy a estar tranquilo? Aver, dime: ¿cómo voy a estar tranquilo?No es como si me hiciera algo un

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desconocido. No, mira, Ganesh, deverdad te lo digo: hoy me has hechomucho daño. Tal que si coges uncuchillo grande, lo afilas y me lo clavasen el corazón con las dos manos. Leela,me traigas el machete de la cocina.

—¡Papá! —chilló Leela.—Que me traigas el machete, Leela

—dijo Ramlogan sollozando.—¿Qué vas a hacer, Ramlogan? —

gritó Ganesh. Sollozando, Leela llevó elmachete. Ramlogan lo cogió y lo miró.

—Coge este machete, Ganesh.Vamos, cógelo. Cógelo y acaba de unavez. Dame veinticinco machetazos, ycada vez que me pegues un corte piensa

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que es tu propia alma lo que estáscortando.

Leela volvió a chillar.—¡Papá, no llores! ¡Papá, no digas

eso! ¡No seas así, papá!—No, Ganesh. Vamos, córtame en

pedazos.—¡Papá!—A ver, chica, ¿por qué no debo

llorar? ¿Cómo? Este hombre me roba yyo no digo nada. Te manda a casa y nisiquiera escribe dos letras para saber siestás viva o muerta, y yo no digo nada.¡Pero nada de nada! Es lo único queconsigo yo en este mundo. La gente va aver el libro y a decir: «¿Con la hija de

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quién se casó el autor?» Y el libro no selo va a decir.

Ganesh dejó el machete bajo lamesa.

—¡Ramlogan! Es sólo el principio,Ramlogan. El siguiente libro...

—Ni hablarme. Ni dirigirme lapalabra. No digas nada más. Me hasdesilusionado. Te llevas a tu mujer. Tela llevas a casa. Cógela, vete a casa y novuelvas nunca.

—Pues muy bien. Si eso es lo quequieres... Vamos, Leela, vámonos.Recoge tu ropa. Me voy de tu casa,Ramlogan. Acuérdate: eres tú quien meecha. Pero mira. Aquí, en la mesa. Te

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dejo este libro. Lo firmo. Y elsiguiente...

—Vete —dijo Ramlogan.Se sentó en la hamaca, apoyó la

cabeza entre las manos y sollozó ensilencio.

Ganesh esperó a Leela en lacarretera.

—¡Comerciante! —murmuró—.¡Maldito comerciante de casta baja!

Cuando Leela salió con su maletita,regalo de los cupones de cigarrillosAnchor, Ganesh dijo:

—¿Cómo es posible que tu padresea como una mujer, eh?

—No empieces otra vez, hombre.

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Beharry y la mooma de Suruj fueronaquella noche, y cuando Leela y lamooma de Suruj se vieron se echaron allorar.

—¡Ha escrito el libro! —gimió lamooma de Suruj.

—¡Ya lo sé, ya lo sé! —asintióLeela, con un gemido aún más agudo, yla mooma de Suruj la abrazó.

—Lo de que tú tengas tu cultura esigual. No debes dejarle. Yo nuncadejaría al poopa de Suruj, y eso quellegué hasta tercer grado.

—¡No! ¡No!Una vez acabado aquello, fueron a la

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tienda de Beharry a cenar. Después,mientras las mujeres fregaban los platos,Beharry y Ganesh discutieron sobre lamejor manera de distribuir el libro.

—Dame algunos —dijo Beharry—.Los pondré en la tienda.

—Pero Fuente Grove es un sitio muypequeño. Aquí nunca viene nadie.

—Si no hace ningún bien, tampocohará ningún mal.

—Tenemos que pintar unos cartelesy mandarlos a Río Claro, Princes Town,San Fernando y Puerto España.

—¿Programas?—No, hombre. Estamos hablando de

un libro, no de una obra de teatro.

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Beharry sonrió débilmente.—No, si sólo era una idea. En

realidad, de la mooma de Suruj. Pero síque tenemos que poner un anuncio enThe Sentinel. Con un cupón pararellenar, cortar y enviar.

—Como las revistas de América.Esa sí que es buena idea.

—Ah, y una cosa que le tienepreocupada a la mooma de Suruj. ¿Lehas dicho al impresor de guardar elmolde?

—Pues claro, hombre. Conozco elasunto, ¿sabes?

—Es que la mooma de Suruj estabapreocupada de verdad.

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Tanto se entusiasmaron que Ganeshempezó a pensar si no debería haberimprimido dos mil ejemplares. Beharrydijo que se imaginaba a toda Trinidadcorriendo como locos a Fuente Grovepara llevarse un ejemplar, y Ganesh dijoque no le parecía una idea descabellada.Tan animados estaban que fijaron elprecio del libro en cuarenta y ochocentavos, no en treinta y seis comohabían pensado al principio.

—Trescientos dólares de beneficio—dijo Beharry.

—No pronuncies esa palabra —replicó Ganesh, pensando en Ramlogan.

Beharry sacó un grueso libro de

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contabilidad de un estante bajo elmostrador.

—Te va a hacer falta esto. Lamooma de Suruj me obligó a comprarlohace unos años, pero yo sólo tengousada la primera página. Con estopuedes saber lo que compras y lo quevendes.

Al poco tiempo apareció en TheTrinidad Sentinel un anuncio de ochocentímetros sobre el libro, con un cupónpara rellenar, lleno de líneas de puntos,porque Ganesh se empeñó en ello. TheSentinel dedicó al librillo una recensión

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de ocho centímetros.Ganesh y Beharry avisaron y

sobornaron a los de Correos, y sequedaron a la espera de la oleada depeticiones.

Al cabo de una semana, sólo habíanenviado un cupón relleno. Pero elremitente adjuntaba una carta en la quesolicitaba un ejemplar gratis.

—Tira eso —dijo Beharry.—Así es Trinidad —dijo Ganesh.Las librerías e incluso las tiendas

normales se negaron a distribuir el libro.Algunas pidieron una comisión de hastael quince por ciento por cada ejemplar,y Ganesh no accedió a semejante cosa.

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—Es en lo único que piensan: eldinero, el dinero —le dijo a Beharrycon amargura.

Unos cuantos vendedores ambulantesde San Fernando aceptaron los libros yGanesh hizo muchos viajes hasta allípara ver cómo iban las ventas. No ibandemasiado bien, y se dio grandes paseospor San Fernando con el libro en elbolsillo de la camisa para que todo elmundo viera el título, y siempre que ibaa un café o en autobús lo sacaba y loleía, absorto, moviendo la cabeza yfrotándose la barbilla cuando se topabacon una pregunta y una respuesta que lecomplacían especialmente.

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No sirvió de nada.Leela estaba tan apenada como él.

«No te preocupes, hombre», decía. «Tenen cuenta que Trinidad está llena degente como Soomintra.»

Un día, la Gran Eructadora fue aFuente Grove con un chico alto ydelgado. El chico llevaba un traje detres piezas y sombrero y se quedó en elpatio a la sombra del mango mientras laGran Eructadora se explicaba.

—Me he enterado de lo del libro —dijo efusivamente—, y me he traído aBissoon. Tiene mano para vender.

—Sólo cosas impresas —dijoBissoon, subiendo la escalera hasta la

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galería.Ganesh vio que Bissoon no era un

chico, sino un hombre de edad, ytambién que, aunque llevaba un traje detres piezas, sombrero, cuello duro ycorbata, no llevaba zapatos.

—Es que no me dejan andar —dijo.Bissoon aclaró enseguida que,

aunque se había tomado muchasmolestias para ir a Fuente Grove, él nosuplicaba. Cuando entró en el cuarto deestar no se quitó el sombrero, y de vezen cuando se levantaba de la silla yescupía por la ventana abierta,dibujando un arco bien definido. Pusolas piernas encima de un brazo de la

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silla, y Ganesh le observó mientrasjugueteaba con los dedos de los pies,desprendiendo polvillo sobre el suelo.

La Gran Eructadora y Ganeshmiraron a Bissoon, muy respetuosos porsu mano para vender.

Bissoon se limpió los dientes con lalengua, ruidosamente.

—A ver, el libro. —Chasqueó losdedos—. El libro, hombre. Ganesh dijo:

—El libro, sí.Y le gritó a Leela que trajera el libro

del dormitorio, donde guardaban todoslos ejemplares por razones deseguridad.

—¿Qué haces tú aquí, Bissoon?

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Bissoon perdió el aplomo unosmomentos al volverse y ver a Leela.

—Ah, eres tú, Leela. La hija deRamlogan. ¿Cómo está tu padre, chica?

—Bien haces en preguntar. A papáno se le quitas de la cabeza, por lo detodos esos libros que le vendiste, que élno quería comprar.

Bissoon volvió a tranquilizarse.—Ah, sí, unos libros americanos.

Muy bonitos. Muy buenos. El arte devender. Los libros más rápidos devender que he tenido entre manos. Poreso se los vendí a tu padre. Y se llevó elúltimo lote. Tiene suerte, ese Ramlogan.

—Yo no sé nada de eso, pero desde

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luego que tú no vas a tener tanta suerte sivuelves a Fourways.

—Leela, Bissoon ha venido paravender mi libro —dijo Ganesh. La GranEructadora eructó y Bissoon dijo:

—Sí. Vamos a ver el libro. Cuandoestás en el negocio de los libros eltiempo no espera, ¿sabes?

Leela le dio el libro, se encogió dehombros y se marchó.

—Es imbécil, ese Ramlogan —dijoBissoon.

—Es más mujer que hombre —añadió la Gran Eructadora.

—Un materialista —dijo Ganesh.Bissoon volvió a limpiarse los

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dientes con la lengua.—¿Tenéis agua en esta casa? Hace

calor y tengo sed.—Sí, sí, claro que tenemos agua,

Bissoon —dijo Ganesh con vehemencia;se levantó y le gritó a Leela que llevaraagua. Bissoon gritó:

—¡Ah, oye, hija de Ramlogan! ¡Nome vayas a traer agua con mosquitos!

—Aquí no hay mosquitos —dijoGanesh—. Es el sitio más seco deTrinidad.

Leela llevó el agua y Bissoon dejóel libro para coger el jarro de latón.Ganesh y la Gran Eructadora lo mirabanfijamente. Bissoon bebió el agua a la

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manera ortodoxa hindú, sin tocar el jarrocon los labios, vertiendo el líquido en laboca, y a pesar de ser un hindúbenévolo, a Ganesh le molestó laacusación implícita de que sus jarrosestaban sucios. Bissoon bebiólentamente, y Ganesh le observómientras bebía. Después, Bissoon dejócon delicadeza el jarro en el suelo ysoltó un regüeldo.

Sacó un pañuelo de seda de unbolsillo de la chaqueta, se limpió lasmanos y la boca y se sacudió lachaqueta. Después volvió a coger ellibro.

—Pre-gun-ta nú-me-ro u-no. ¿Qué es

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el hin-du-is-mo? Respuesta: El hin-du-is-mo es la re-li-gión de los hin-dú-es.Pregunta número dos: ¿Por qué soy hin-dú? Respuesta: Por-que mis pa-dres ymis a-bue-los eran hin-dú-es. Pre-gun-tanú-me-ro tres...

—¡No lo leas así! —exclamóGanesh—. Separas las palabras y lasfrases y suena todo fatal.

Bissoon se frotó con decisión losdedos de los pies, se levantó, se sacudióla chaqueta y los pantalones y se dirigióa la puerta.

La Gran Eructadora se puso de pieprecipitadamente, eructando, y detuvo aBissoon.

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—Dios, otra vez estos gases.Bissoon, no te vayas. Queremos quevendas el libro para una buena causa.

Le cogió por el brazo y él se dejóllevar hasta la silla.

—Es un libro santo, hombre —seexcusó Ganesh.

—Una especie de catecismo.—Eso es.Ganesh sonrió, apaciguador.—Difíciles de vender, los

catecismos.—¡Quia!La Gran Eructadora mezcló un

eructo con una palabra.—Mirar, yo tengo experiencia en

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este negocio. —Los pies de Bissoonvolvían a colgar del brazo de la silla, ylos dedos a juguetear—. Llevo toda lavida, desde que dejé la cuadrilla desegadores, en el negocio del libro. Consólo ver un libro, sé lo fácil o difícil quees venderlo. Es que empecé de pequeño.Con programas de teatro. Tenía querepartirlos. Repartí más que nadie entoda Trinidad. Después me fui a SanFernando, a vender calendarios, yluego...

—Estos libros son otra cosa —dijoGanesh.

Bissoon recogió el libro del suelo ylo ojeó.

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—Tienes razón. He estado con lapoesía (no te puedes imaginar lacantidad de gente que escribe poesía enTrinidad) y también con ensayos ycosas, pero nunca con catecismos. Perola experiencia la tengo. Me das nuevecentavos de comisión. Ten en cuenta quesi hay cosas impresas en Trinidad,Bissoon las vende. Me das treintacatecismos de esos tuyos para empezar.Pero mira lo que te digo, que no sé si sevan a vender.

Cuando se hubo marchado Bissoon,la Gran Eructadora dijo:

—Tiene mano. Te venderá loslibros. E incluso Leela estaba animada.

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—Es una señal. La primera señalque me creo. Fue Bissoon quien levendió esos libros a mi padre, y conellos se te metió la idea de escribir en lacabeza. Y encima, es Bissoon quien telos va vender. Es una señal.

—Más que una señal —dijo Ganesh—. Cualquiera que pueda vender unlibro a tu padre podría vender unanevera en Alaska. Pero, en el fondo, éltambién creía que era buena señal.

Beharry y la mooma de Suruj nopodían ocultar su decepción ante la malaacogida del libro.

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—Tú no te preocupes por ellos —dijo la mooma de Suruj—. Es que enTrinidad no veas la envidia que tienen.Yo sigo pensando que es un buen libro.Suruj ya se sabe de memoria variaspreguntas y respuestas.

—La mooma de Suruj tiene mucharazón —dijo Beharry, pensativo—. Perolo que me parece a mí es que Trinidadno está preparada para esta clase delibro. No tienen suficiente cultura.

—¡Ajá! —Y Ganesh soltó una secarisotada—. Lo que quieren es un libroque parezca gordo. Si parece gordo,piensan que es bueno.

—A lo mejor quieren algo más que

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un folleto —aventuró Beharry.—Oye, mira —dijo Ganesh con

brusquedad—. Es un libro, y bien bueno,a ver si te enteras.

Envalentonado, Beharry semordisqueó los labios con fuerza.

—Me parece que no hasprofundizado lo suficiente.

—¿Crees que les debería meter otroen la cabeza?

—Una segunda parte —dijoBeharry. Ganesh guardó silencio duranteun rato.

—«Más preguntas y respuestassobre la religión hindú» —dijo, soñandoen voz alta.

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—Más preguntas y respuestas.Segunda parte de «Ciento una preguntasy respuestas».

—Oye, Beharry, suena muy bien.—Pues venga, a escribirlo. A

escribirlo.

Antes de que Ganesh empezarasiquiera a pensar seriamente en elsegundo libro, Bissoon volvió con malasnoticias. Las dio con respeto y simpatía.Se quitó el sombrero al entrar en lacasa, no puso los pies encima del brazode la silla y cuando quiso pedir aguadijo:

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—¡Tonnerre! Qué calor que hacehoy. ¿Puedes traerme un poquito deagua? —Después de haber bebidoañadió—: Yo no soy como otros quevan por ahí presumiendo. Quia. Yo nosoy así. Ya sé que te lo había dicho,pero para qué decirlo otra vez. No esculpa tuya no saber de esto. No tienesexperiencia en el negocio, y ya está.

—¿No has vendido nada?—Diez, y a los que se lo he vendido

van a hacer lo que el padre de tu mujercuando se enteren. Se los tuve quevender como una especie de amuleto. Ymenudo trabajo.

—Pues entonces, los noventa

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centavos de comisión.—Deja. Te lo guardas para el

siguiente. Todo lo que sean cosasimpresas, si se pueden vender, Bissoonlo vende.

—No lo entiendo, Bissoon.—Pues es fácil. Verás. Es la clase

de libro que no puedes ni regalar porquela gente se piensa que es como una señalde magia que les quieres hacer. Pero túno lo dejes.

—¡Pues maldita señal!Bissoon alzó la vista, perplejo.

A pesar de todo, Ganesh pensaba

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que aún se podía hacer algo con el libro.Envió ejemplares firmados a todos losjefes de gobierno que se le ocurrió, ycuando Beharry se enteró de que losenviaba gratis, se enfadó.

—Yo soy un hombre independiente—dijo—. No me va eso de amigarse conciertas personas. Si el rey quiere leer ellibro, pues que se lo compre.

Eso no impidió a Ganesh enviar unejemplar a Mahatma Gandhi, y sin dudase debió al estallido de la guerra que norecibiera respuesta.

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7. El sanador místico

Muchos años después, Ganeshescribía en «Los años de culpa»: «Todoocurre para bien. Si, por ejemplo, miprimer libro hubiera tenido éxito, esprobable que ahora fuera un simpleteólogo, que escribiera interminablescomentarios a las escrituras hindúes.Por el contrario, encontré mi verdaderocamino.»

En realidad, cuando acabó la guerra,su camino no estaba demasiado claro.

—Es tremendo —le dijo a Beharry—. Tengo la sensación de que estoy

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destinado para algo grande, pero no séqué.

—Por eso vas a hacer algo grande.Yo sigo creyendo en ti, y también lamooma de Suruj cree en ti.

Seguían con interés las noticiassobre la guerra y hablaban sobre ellastodos los domingos. Beharry se hizo conun mapa de guerra de Europa y le pusochinchetas. No paraba de hablar sobreestrategia y táctica, y de eso sacóGanesh la idea de publicar análisismensuales sobre la marcha de la guerra,«como una especie de libro de historiapara más adelante». La idea le animó,persistió una temporada y al final la

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dejó en el olvido.—A ver si viene Hitler y se pone a

bombardear Trinidad —dijo Ganesh undomingo.

Beharry se mordisqueó los labios,deseoso de discutir.

—Pero hombre, ¿por qué?—A ver si lo bombardea todo.

Entonces, ningún problema con lo de sersanador ni escritor ni nada de nada.

—No te das cuenta de que somos unpuntito en algunos mapas. Si quieres quete diga la verdad, para mí que Hitler nisiquiera sabe que hay un sitio que sellama Trinidad y que aquí vive gentecomo tú y como yo y como la mooma de

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Suruj.—¡Quia! —insistió Ganesh—. Aquí

hay petróleo y los alemanes andan comolocos por el petróleo. Como notengamos cuidado, Hitler se nos presentaaquí.

—Que no se entere la mooma deSuruj. Su primo se ha metido en lo delos voluntarios. El dentista ese que tedije. Como no se gana nada con lo dedentista, pues se ha apuntado. A lamooma de Suruj le ha dicho que es unbuen trabajo, y fácil.

—El primo de la mooma de Surujtiene buen ojo para esas cosas.

—Pero, ¿y si los alemanes se

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presentan aquí mañana?—Pues lo único que puedo decirte

es que el primo de la mooma de Surujiba a batir el récord mundial decarreras.

—No, hombre, no. Si llegan losalemanes, a ver, ¿qué pasa con lamoneda? ¿Y con mi tienda? ¿Y con eljuzgado? Eso es lo que me tienepreocupado a mí.

Y así, discutiendo sobre lasconsecuencias de la guerra, empezaron ahablar de la guerra en términosgenerales. Beharry no paraba de soltarcitas del «Gita», y Ganesh volvió a leer,con actitud más crítica, el diálogo entre

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Arjuna y Krisna en el campo de batalla.Las lecturas de Ganesh tomaron

otros derroteros. Se olvidó de la guerra;se hizo un gran indólogo y se comprótodos los libros de filosofía hindú queencontró en San Fernando. Se los leyó,los subrayó, y los domingos por la tardese dedicó a tomar notas. Al mismotiempo, le empezó a tomar el gusto a lapsicología aplicada y leyó muchoslibros sobre «El arte del éxito». Pero loque realmente le gustaba era la India. Yapor costumbre, lo primero que miraba enun libro era el índice, para ver si habíareferencias a la India o al hinduismo. Sieran elogiosas, compraba el libro. Al

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cabo de poco tiempo tenía una colecciónbastante curiosa.

—Oye, Ganesh, te estás comprandoun montón de libros —le dijo Beharry.

—Mira lo que estaba yo pensando.Suponte que no me conoces y que derepente vas por Fuente Grove con tuLincoln Zephyr. ¿Pensarías que tengotantísimos libros en mi casa?

—Hombre, pues no —contestóBeharry. El orgullo que sentía Leela porlos libros de Ganesh se equilibraba consu preocupación por el dinero.

—Oye, me parece muy bien todosesos libros que compras, pero a vercómo se pagan. A ver si empiezas a

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pensar en ganar algo.—Mira, chica. Bastantes

preocupaciones tengo para que encimame vengas a calentar la cabeza, ¿vale?

Después ocurrieron dos cosas, casial mismo tiempo, y la suerte de Ganeshcambió para siempre.

Siempre de acá para allá, la GranEructadora fue a verlos un día.

—Qué disgusto, Ganesh —dijo—.Pero qué disgusto tan grande. Hoy en díano te puedes fiar de nadie.

Ganesh respetaba el sentido de lodramático de su tía.

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—Bueno, ¿qué ha pasado?—Rey Jorge me ha jugado una mala

pasada. —Ganesh mostró interés. Lamujer hizo una pausa para eructar ypedir agua. Leela se la llevó, y bebió—.Pero que muy mala pasada.

—¿Qué ha hecho?La mujer volvió a eructar.—Ya verás. —Se frotó los pechos

—. ¡Dios mío, qué gases! Rey Jorge meha dejado. Se ha liado con un hombrecasado, cerca de Arouca. ¡Qué disgusto,Ganesh!

—¡Dios, Dios! —exclamó Ganesh,comprensivo—. Menudo disgusto. Perono te preocupes. Ya encontrarás a

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alguien.—No era nadie cuando yo la recogí.

Toda la ropa que tenía la llevabaencima. Le compré ropa. La llevé porahí, para presentarle gente. Le hice unasjoyas bien bonitas con mi oro.

—Es como lo que hice yo con estemarido que Dios me ha dado —dijoLeela.

La Gran Eructadora se olvidó de suspenas inmediatamente.

—Leela, a ver si te he entendidobien. ¿Es ésa forma de hablar de tumarido, chica?

Movió la cabeza lentamente y apoyóla mandíbula en la palma de la mano

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derecha como si le dolieran las muelas.—Lo de Rey Jorge me asombra —

dijo Ganesh, tratando de apaciguarlas.Leela se puso chillona.—¡Eh, un momento! ¿De modo que

tengo un marido que ha perdido todo elsentido de los valores, que estáarrastrando mi nombre por el barro yencima quieres que no me queje?

Ganesh se interpuso entre las dosmujeres, pero la Gran Eructadora leempujó.

—No, chico, me dejes. Quiero oíresto hasta el final. —Parecía más heridaque enfadada—. Pero, Leela, ¿quiéneres tú para preguntarle a tu marido qué

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hace o deja de hacer? ¡Aja! ¿Esto es loque llaman e-du-ca-ción?

—¿Qué tiene de malo la educación?Me han educado, sí, pero no veo por quétodo el mundo se cree que puedeinsultarme como les venga en gana.

Ganesh se rió sin alegría.—Leela es buena chica. No tiene

mala intención, de verdad. La GranEructadora se volvió contra élbruscamente.

—Tiene más razón que un santo lachica. En Trinidad, todo el mundo tienela idea de que te pasas el día tumbado ala bartola, rascándote los pies. Yrascarse no es como cavar, ¿sabes? No

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da de comer.—Oye, yo no me paso el día

rascándome los pies. Estoy leyendo yescribiendo.

—Eso dices tú. Yo he venido acontarte lo de Rey Jorge, porque teayudó mucho con lo de tu boda, pero deverdad te lo digo, chico, que me tienespreocupada. ¿Qué piensas hacer con elfuturo?

Leela dijo entre sollozos:—No dejo de decirle que podía ser

pandit. Sabe mucho más que la mayoríade los pandits de Trinidad. La GranEructadora eructó.

—Es precisamente lo que venía yo a

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decirle. Pero Ganesh tiene que sermucho más que un simple pandit. Si eshindú, ya debería haberse dado cuentade que tiene que utilizar susconocimientos para ayudar a otraspersonas.

—¿Y qué te crees que hago? —preguntó Ganesh malhumorado—. Puessentarme a escribir un libro bien gordo.No lo hago por mí, ¿sabes?

—No te pongas así, hombre —lerogó Leela—. Escúchala. La GranEructadora añadió, imperturbable:

—Te llevo yo tiempo observando,Ganesh, y desde luego que tienes elpoder.

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Ganesh se había acostumbrado a quela Gran Eructadora proclamase talescosas.

—¿Qué poder?—Curar a la gente. Curar la mente,

curar el alma... ¡Bah! Me estás liando, ysabes muy bien a qué me refiero. Ganeshreplicó con acritud:

—¿Quieres que me ponga a curar ala gente cuando ves que no puedo nicurar una uña del pie? Mimosa, Leeladijo:

—Lo menos que podrías hacer pormí es intentarlo.

—Mira, Ganesh, tiene razón. Es esepoder que no conoces hasta que

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empiezas a usarlo.—Bueno, pues vale. Resulta que

tengo este gran poder. ¿Cómo empiezo ausarlo? ¿Qué le digo a la gente? «Hoytienes el alma un poco baja. Venga, tetomes esta oración tres veces al díaantes de las comidas.»

La Gran Eructadora batió palmas.—Precisamente. Es justo lo que

quería decir.—¿Lo ves? ¿Qué te había dicho yo?

Que le hicieras un poquito de caso.La Gran Eructadora añadió:—Es lo que hacía tu tío, el pobre,

hasta que se murió. —A Leela se leentristeció la cara otra vez al oír hablar

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del difunto, pero la Gran Eructadora senegó a llorar, desdeñándola—. Ganesh,tienes el poder. Lo veo en tus manos, entus ojos, en la forma de tu cabeza. Eresigualito que tu tío, que Dios lo tenga ensu gloria. Si siguiera vivo, sería un granhombre.

A Ganesh le picó la curiosidad.—Pero, a ver, ¿qué hago para

empezar?—Te voy a mandar todos los libros

de tu tío. Tienen todas las plegarias y detodo, y muchas cosas más. Lo importanteno son las plegarias, sino lo demás. Ay,Ganesh, hijo, qué contenta estoy. —Aliviada, se echó a llorar—. Tengo

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estos libros como una carga, y llevabatiempo buscando a la persona adecuadapara dárselos. Eres tú.

Ganesh sonrió.—¿Y eso cómo lo sabes?—Si no, ¿por qué crees que Dios te

hace llevar la vida que llevas? Si no,¿por qué te crees que llevas todos estosaños sin hacer nada más que leer yescribir?

—Tienes razón —replicó Ganesh—.Siempre he pensado que tenía algoimportante que hacer.

A continuación, los tres lloraron unratito. Leela preparó la comida,comieron, y la Gran Eructadora volvió

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con sus penas. Mientras se preparabapara marcharse se puso a eructar y afrotarse los pechos, gimiendo:

—¡Pero qué disgusto, Ganesh! ReyJorge me ha jugado una mala pasada.¡Ay, Ganesh, qué disgusto!

Y se marchó, quejándose.Dos semanas más tarde apareció con

un paquete envuelto en algodón rojosalpicado de pasta de sándalo y se loentregó a Ganesh con el debidoceremonial. Cuando Ganesh deshizo elpaquete vio libros de diversos tamañosy diversos tipos. Todos eranmanuscritos: unos en sánscrito, otros enhindi; unos en papel, otros en tiras de

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hojas de palmera. Las tiras de palmeraparecían abanicos plegados.

Ganesh le advirtió a Leela:—Ni se te ocurra tocar estos libros,

chica. Si no, no sé qué te puede pasar.Leela lo entendió y abrió los ojos de

par en par.

Y más o menos al mismo tiempo,Ganesh descubrió a los hindúes deHollywood. Los hindúes de Hollywoodviven en Hollywood o en losalrededores. Son hombres santos, cultos,que dan frecuentes partes sobre elestado de su alma, cuyas complejidades

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y variaciones son infinitas y siempredignas de mención. Ganesh se sentía unpoco molesto.

—¿Tú crees que yo podría haceresto en Trinidad y no pasarme nada? —le preguntó a Beharry.

—Hombre, supongo que si realmentesabes hacerlo... Lo que tú les tienes esenvidia.

—Oye, si me pongo a ello, puedoescribir un libro así todos los días.

—Ganesh, ya eres un hombre hechoy derecho. Ha llegado el momento deolvidarte de los demás y pensar en timismo.

De modo que intentó olvidarse de

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los hindúes de Hollywood y se dispusoa «prepararse», como él decía. Prontose puso de manifiesto que el proceso lellevaría tiempo.

Leela empezó a quejarse otra vez.—Mira, quien te vea no diría que

hay guerra y que todo el mundo estásacando dinero. Han venido losamericanos a Trinidad, y regalan eltrabajo, con unos sueldos bien buenos.

—Estoy en contra de la guerra —replicó Ganesh.

Fue durante aquella época depreparación cuando mi madre me llevó a

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ver a Ganesh. Nunca supe cómo se habíaenterado de su existencia, pero mi madreera muy sociable y me imagino quehabría conocido a la Gran Eructadora enuna boda o un funeral. Y, como decía alprincipio, si hubiera sido más despierto,habría prestado más atención a lasfrases que Ganesh murmuraba en hindimientras me aporreaba la pierna.

Al pensar en aquella visita que lehice a Ganesh cuando era un muchacho,lo único que me choca ahora es miegoísmo. Nunca se me pasó por lacabeza que las personas que veía a mialrededor tuvieran su propia vida, muyimportante; que, por ejemplo, yo le

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resultara tan poco importante a Ganeshcomo me resultaba a mí curioso, ydesconcertante. Pero cuando Ganeshpublicó su autobiografía, «Los años deculpa», la leí casi con la esperanza deencontrar algunas referencias a mipersona. Por supuesto, no había ninguna.

Ganesh dedica su buena terceraparte del libro a la época, relativamentecorta, de su preparación, y quizá sea esolo más valioso del texto. Un críticoanónimo de Letras, de Nicaragua,escribió lo siguiente: «Este capítulo nocontiene mucho de lo que popularmentese considera autobiografía. Por elcontrario, nos encontramos con una

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especie de relato de misterio espiritual,con una técnica que no hubieradeshonrado al creador de SherlockHolmes. Se constatan todos los hechos,se despliegan con todo lujo de detalleslas claves espirituales, pero el lector semantiene en suspenso sobre el resultadohasta la última revelación, cuando saltaa la vista que no podría ser otro que elque es.»

Sin duda, Ganesh se inspiró en loshindúes de Hollywood, pero lo que diceno les debe nada a ellos. Cuando lo dijoGanesh era algo bastante nuevo, pero elsendero que siguió ya está demasiadotrillado a estas alturas, y no tiene mucho

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sentido revisarlo aquí.La Gran Eructadora volvió. Parecía

haberse recobrado de la deserción deRey Jorge, y nada más ver a Ganesh ledijo:

—Quiero hablar contigo a solas, aver cómo vas con los libros de tu tío. —Tras el examen dijo que se sentíasatisfecha—. Sólo hay una cosa quesiempre debes recordar. Es algo quedecía tu tío. Si quieres curar a la gente,tienes que creerlos, y ellos tienen quesaber que les crees. Pero lo primero, lagente tiene que saber quién eres.

—¿Cómo? ¿Con una furgoneta conaltavoces en San Fernando y Princes

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Town? —sugirió Ganesh.—Quia, hombre, vaya a ser que lo

confundan con las eleccionesmunicipales. ¿Por qué no imprimes unasoctavillas y que te las reparta Bissoon?Tiene mucha experiencia y no se lasdaría a cualquiera.

Leela dijo:—No pienso dejar que ese hombre

toque nada en esta casa. Es una ruina.—Curioso —dijo Ganesh—. La

última vez era una señal. Ahora es unaruina. No le hagas caso a Leela. Voy a ira ver a Basdeo, a que imprima unasoctavillas, y Bissoon las repartirá.

Basdeo estaba un poco más rollizo

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cuando Ganesh fue a verle por lo de loscatálogos —así los llamaba, por consejode Beharry—, y lo primero que le dijo aGanesh fue lo siguiente:

—¿Todavía quieres guardar elmolde de tu primer libro? Ganesh nocontestó.

—Tengo una sensación rara contigo—dijo Basdeo, rascándose debajo delcuello de la camisa—. Algo me dice queno lo debo desarmar, y ahí lo tengo. Sí.Contigo tengo una sensación rara. —Ganesh siguió sin decir palabra, yBasdeo se animó más—. Una noticia. Yasabes cuántas invitaciones de bodaimprimo y a mí nadie me invita a una

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boda. Y mira que yo hablo por loscodos. Así que he pensado que me voy ainvitar a una boda, o sea que me caso.

Ganesh le dio la enhorabuena y acontinuación le explicó fríamente lo quedeseaba para su catálogo ilustrado —lailustración era su fotografía—, y cuandoBasdeo leyó el original, donde sedescribían las aptitudes espirituales deGanesh, movió la cabeza y dijo:

—Pero vamos a ver, ¿me puedesdecir por qué está tan loca la gente en unsitio tan pequeño como Trinidad?

Y después de aquello, Bissoon senegó a hacerse cargo de los catálogos ysoltó un largo discurso al respecto.

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—No me puedo hacer cargo de esetipo de cosas impresas. Yo soyvendedor, no repartidor. Y mira lo quete digo. Yo empecé de muy pequeño eneste negocio, repartiendo programas deteatro. Después me fui a San Fernando, avender calendarios. No es que tenga yonada ni contra ti ni contra tu mujer, peroes que tengo que cuidar mi reputación.En esto del negocio del libro hay queandarse con cuidado.

Leela se disgustó más que Ganesh.—¿Ves lo que te digo? Ese hombre

es una ruina. Menuda charla nos hadado. Eso es lo que pasa con los indiosde Trinidad: que enseguida se les sube a

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la cabeza.La Gran Eructadora se lo tomó por

el lado bueno.—Bissoon no es lo que era. Ya no

tiene tan buena mano, desde que semarchó su mujer. Se escapó con Jhagru,el barbero de Siparia, hace unos cinco oseis meses. ¡Y Jhagru es un hombrecasado, con seis hijos! Bissoon se fue dela boca, diciendo que si iba a matar aJhagru y que tal, pero no ha hecho nada.Se ha dado a la bebida, nada más.Ganesh, además tú eres un hombremoderno, con estudios, y creo quedeberías hacer las cosas a la moderna:poner un anuncio en los periódicos, hijo.

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—¿Un cupón para rellenar? —preguntó Ganesh.

—Pues bueno, pero tienes que poneruna foto tuya. La misma del libro.

—Lo mismo que digo yo desde elprincipio —dijo Leela—. Lo mejor eslo de anunciarse en los periódicos. Asíque no hay necesidad de catálogos coneso.

Beharry y Ganesh se aplicaron conel original y al final les salió aquelanuncio, tan provocador:

¿QUIÉN ES ESE TALGANESH?

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que llegaría a ser famoso. Lo de«ese tal» fue idea de Beharry.

Y había algo más. A Ganesh no lehacía ninguna gracia que dijeran que eraun simple pandit. Pensaba que era algomás y que tenía derecho a una palabramás importante. Así que, acordándosede los hindúes de Hollywood, clavó unanuncio en el mango:

GANESH, místico.

—Queda bien —dijo Beharry,mirándolo de cerca y mordisqueándoselos labios mientras se frotaba el vientrebajo la camiseta—. Queda muy bien,

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pero ¿crees que la gente se va a creer lode que eres místico?

—Hombre, el anuncio en losperiódicos...

—Eso fue hace dos semanas. A lagente ya se le habrá olvidado. Si quieresque la gente se fíe de ti, tienes queempezar con una campaña. Sí, paraanunciarte.

—O sea, que no se lo van a creer.Pues vale, vamos a ver si se lo creen ono.

Instaló un cobertizo en el patio, locubrió con hojas de carat que tuvo quetraerse de Debe y colocó variosexpositores, en los que puso unos

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trescientos ejemplares de sus libros,incluyendo el de Preguntas yrespuestas. Leela retiraba los libros porla mañana y volvía a colocarlos por lanoche.

—¡O sea, que no se lo creen! —decía Ganesh.

Después esperó la llegada de losclientes, como él los llamaba.

La mooma de Suruj le dijo a Leela:—Qué lástima te tengo, Leela, hija.

Ganesh se ha vuelto loco esta vez.—Bueno, es que son los libros, y a

ver por qué no va la gente a verlos. Loshay que van por ahí en coches enormespara presumir.

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—Pues yo estoy muy contenta de queel poopa de Suruj no lea mucho, y de nohaber pasado del tercer grado. Beharrymovió la cabeza.

—Sí. Esto de la educación y lalectura es una cosa muy peligrosa. Es delo primero que le dije yo a Ganesh.

Ganesh esperó un mes. No aparecióni un solo cliente.

—Otros veinte dólares que hastirado con eso de los anuncios —selamentó Leela—. Y lo del cartel y loslibros. Por tu culpa, soy el hazmerreír deFuente Grove.

—Mira, chica, aquí estamos en elcampo, y si la gente no ve las cosas,

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pues qué le vamos a hacer. Desde mipunto de vista personal, pienso que hayque poner otro anuncio en losperiódicos. O sea, una campaña como esdebido. Leela dijo entre sollozos:

—Que no hombre, que no. ¿Por quéno dejas eso y coges un trabajo? Fíjate,el primo de la mooma de Suruj, o yo quésé, Sookram. El chico ha dejado lo dedentista y Sookram lo de sanador y se hapuesto a trabajar como Dios manda. Lamooma de Suruj me ha contado que sesaca más de treinta dólares a la semanacon los americanos. Venga, aunque sólosea por mí, ¿por qué no te decides acoger un trabajo como Dios manda?

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—Es que tú consideras este asuntodesde otro punto de vista. Vamos a ver.¿Tu ciencia del pensamiento te dice quela guerra va a durar siempre? ¿Qué lespasará a Sookram y los demás sanadorescuando los americanos se marchen deTrinidad?

Leela siguió sollozando.Ganesh esbozó una sonrisa forzada y

se puso mimoso:—Venga, Leela, vamos a poner otro

anuncio en los periódicos, con mifotografía y la tuya. Juntas. Marido ymujer. ¿Quién es el tal Ganesh? ¿Quiénes la tal Leela?

Leela dejó de llorar y se le iluminó

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la cara unos momentos, pero después seechó a llorar otra vez, muy en serio.

—¡Dios, Dios! Si los hombreshicieran caso a las mujeres, nuncapasaría nada en este mundo. Tiene razónBeharry. La mujer arrincona al hombre.Pues vale. Me dejas otra vez y vuelvescon tu padre. A ver si te crees que meimporta.

Se metió las manos en los bolsillos yse fue a ver a Beharry.

—¿No ha habido suerte? —preguntóBeharry, mordisqueándose los labios.

—Qué manía tienes de preguntaridioteces. Pero no te creas que estoypreocupado. Lo que tiene que ser, será.

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Beharry se metió una mano debajode la camiseta. Como bien sabíaGanesh, era la señal de que iba a daralgún consejo.

—Creo que vas a cometer un errorpero que muy grande si no escribes lasegunda parte del libro. En eso es en loque te equivocas.

—Mira, Beharry. Hace ya un montónde tiempo que me juzgas como unmagistrado de mierda, y me dices en quéme equivoco. Pues ¿sabes una cosa?Que leo un montón de libros depsicología sobre gente como tú, y que loque dicen esos libros sobre ti no esprecisamente agradable, te lo aseguro.

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—Si yo sólo me preocupo por ti —dijo Beharry, sacando la mano dedebajo de la camiseta.

L a mooma de Suruj entró en latienda.

—Ah, Ganesh. ¿Qué tal?—¿Cómo que qué tal? —espetó

Ganesh—. ¿Es que no se ve? Beharrydijo:

—Te tengo que proponer algo.—Pues vale, te escucho. Pero no me

hago responsable de lo que pasedespués de oírte.

—En realidad, es idea de la moomade Suruj.

—Ya.

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—Sí, Ganesh. El poopa de Suruj yyo hemos pensado mucho en tiúltimamente. Creemos que no debesllevar pantalones y camisa.

—A un místico no le quedan bien —dijo Beharry.

—Tienes que ponerte dhoti ykoortah, como es debido. Anoche, sin irmás lejos, lo hablé con Leela, que vino acomprar aceite. A ella también le parecebuena idea.

El enfado de Ganesh empezó aesfumarse.

—Sí, es una idea. ¿Crees que metraerá suerte?

—Eso dice la mooma de Suruj.

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A la mañana siguiente, Ganesh seenvolvió las piernas en un dhoti y llamóa Leela para que le ayudara a ponerse elturbante.

—Es bonito —dijo Leela.—Era de mi padre. Me siento raro

con él.—Algo me dice que te va a traer

suerte.—¿De verdad lo crees? —exclamó

Ganesh, y estuvo a punto de besarla.Ella se apartó.—Oye, cuidado con lo que haces.Después Ganesh, una figura vestida

de blanco, extraña y chocante, fue a latienda.

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—Pareces un auténtico maharajá —dijo la mooma de Suruj.

—Sí, te queda muy bien —dijoBeharry—. Me pregunto por qué no haymás indios que lleven esta ropa. Lamooma de Suruj le advirtió:

—No empieces, ¿me oyes? Ya tieneslas piernas lo bastante flacas y parecenridiculas incluso con pantalones.

—Queda bien, ¿eh? —dijo Ganeshsonriendo. Beharry contestó:

—Nadie diría que fuiste al colegiocristiano de Puerto España. Vamos, sipareces un brahmán de primera.

—Bueno, tengo un presentimiento.Que mi suerte va a cambiar desde hoy

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mismo.Dentro, un niño se puso a llorar.—Pues mi suerte no cambia —dijo

l a mooma de Suruj—. Cuando no es elpoopa de Suruj, son los niños. Mira mismanos, Ganesh. ¿Ves lo gastadas queestán? Ya no dejan ni huellas.

Suruj entró en la tienda.—La niña está llorando, mamá.L a mooma de Suruj se marchó y

Beharry y Ganesh se enzarzaron en unadiscusión sobre la ropa en el transcursodel tiempo. Beharry estaba defendiendouna atrevida opinión, que la ropa no eranecesaria en un sitio tan caluroso comoTrinidad, cuando se interrumpió

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bruscamente y dijo:—Escucha eso.Por encima del susurro del viento

entre las cañas de azúcar se oyó eltraqueteo de un automóvil por lacarretera llena de baches. Ganesh sepuso nervioso.

—Es alguien que viene a verme.Después se quedó muy tranquilo.Ante la tienda se detuvo un

Chevrolet verde claro de 1935. En elasiento de atrás había una mujer queintentaba hacerse oír por encima delruido del motor. Ganesh dijo:

—Ve tú a hablar con ella, Beharry.El motor se apagó antes de que

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Beharry bajara la escalera de la tienda.La mujer dijo:

—¿Quién es ese tal Ganesh?—Ese es el tal Ganesh —contestó

Beharry. Y Ganesh estaba de pie, dignoy sin sonreír, en el umbral de la tienda.

La mujer le miró de hito en hito.—Vengo a verle desde Puerto

España. Ganesh se dirigió lentamentehacia el coche.

—Buenos días —dijo, pero en suafán de ser correcto resultó un pocobrusco y desconcertó a la mujer.

—Buenos días. La mujer titubeó aldecirlo.

Hablando con lentitud, porque

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quería hacerlo debidamente, Ganeshañadió:

—No vivo aquí y no puedo hablarcon usted aquí. Vivo más abajo.

—Suba al coche —dijo el taxista.—Prefiero andar.Le producía tensión hablar

correctamente, y la mujer observó, conevidente satisfacción, que movía loslabios en silencio antes de cada frase,como si musitara una oración.

La satisfacción de la mujer se tornóen respeto cuando el coche se detuvo ala puerta de la casa de Ganesh y vio elcartel de GANESH, místico en el mangoy la exposición de libros en el cobertizo.

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—¿Lo que vende ahí son libros oqué? —preguntó el taxista.

La mujer le miró de reojo y señalóel cartel con la cabeza. Empezó a deciralgo pero, el taxista, al parecer sinmotivo alguno, tocó el claxon y ahogósus palabras.

Leela salió corriendo, pero Ganeshle indicó con una mirada que no semetiera en aquello. A la mujer le dijo:

—Entre en el estudio.La palabra ejerció el efecto

deseado.—Pero primero, quítese los zapatos

aquí, en la galería.El respeto se tornó en temor. Y

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cuando la mujer entró en el estudiorozando las cortinas de encaje y viotodos los libros adoptó una expresión deabatimiento.

—Mi único vicio —dijo Ganesh. Lamujer se limitó a mirar.

—No fumo. No bebo.La mujer se sentó torpemente sobre

una manta, en el suelo.—Es una cuestión de vida o muerte,

señor, o sea que diga lo que diga, nodebe reírse.

Ganesh la miró a la cara.—Yo jamás me río. Escucho.—Es por mi hijo. Le sigue una nube.

Ganesh no se rió.

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—¿Cómo es la nube?—Negra. Y cada día se acerca más.

Ahora incluso habla con él. El día que lanube lo coja, el chico se muere. Lo heintentado todo. Los médicos de verdadquieren meter al chico en el manicomiode St Ann's, pero ya sabe usted que encuanto meten a alguien en el manicomiose vuelve loco de remate. Así que, ¿quéhago? Le he llevado al sacerdote. Diceque el chico está poseído, que estápagando por sus pecados. Hace muchoque he visto su anuncio, pero no sabíaqué podía hacer usted.

Mientras hablaba, Ganeshgarabateaba en uno de sus cuadernos.

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Escribió: Chico negro bajo una nubenegra, y dibujó una gran nube negra.

—No debe preocuparse. Muchaspersonas ven nubes. ¿Desde cuándo vesu hijo la suya?

—Pues, a decir verdad, la fiestaempezó poco después de la muerte de suhermano.

Ganesh añadió esto a lo de la nubenegra en el cuaderno y dijo:

—¡Hum! —A continuación entonó unbreve cántico en hindi, cerró elcuaderno de golpe y tiró el lápiz—.Traiga al chico mañana. Y nada desacerdotes. Dígame una cosa: ¿usted vela nube?

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La mujer parecía angustiada.—No. Esa es la historia, que

ninguno de nosotros ve la nube. Sólo elchico.

—Bueno, no se preocupe. Lo malosería que usted realmente viera la nube.

La acompañó hasta el taxi. El taxistaestaba durmiendo con The TrinidadSentinel sobre la cara. Le despertaron, yGanesh vio cómo se alejaba el coche.

—Mira, yo lo veía venir —dijoLeela—. Te lo dije, que te iba a cambiarla suerte.

—Chica, todavía no sabemos qué vaa pasar. Deja que me lo piense.

Se quedó largo rato en el estudio,

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consultando los libros de su tío.Empezaban a formársele lentamente lasideas cuando entró Beharry, hecho unafuria.

—¿Cómo puedes ser tandesagradecido, Ganesh?

—¿Pero qué pasa?Estaba tan enfadado, que Beharry

parecía impotente. Se mordisqueó loslabios con tal fuerza que no pudo hablardurante unos minutos. Cuando loconsiguió, dijo tartamudeando:

—No me digas que no lo sabes. Aver, ¿por qué no has subido a la tienda acontarme lo que pasaba, eh? Llevasvenga y venga de semanas yendo allí,

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pero hoy se te ha antojado que deje latienda, con el pequeño Suruj paraencargarse de ella, y te tengo que venir aver yo.

—Venga, hombre, si pensaba ir mástarde.

—A ver, dime: ¿qué va a pasar sientra alguien en la tienda y le da unapaliza a Suruj y a la mooma de Suruj yse lo lleva todo?

—Que iba a ir, Beharry. Es queprimero estaba pensando un poco.

—Qué va. Estás hecho unpresumido, nada más. Ese es elproblema con los indios en todo elmundo.

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—Pero es que he empezado con estonuevo, y es muy importante.

—¿Estás seguro de que puedeshacerlo? Pero si seré tonto... ¡Encimavoy y me preocupo por tus cosas!¿Puedes hacerlo?

—Dios me ayudará un poco.—Vale, vale. Me puedes contar lo

que quieras, pero no me vengas a pedirnada, ¿te enteras?

Y se marchó.Ganesh se pasó todo el día y la

mayor parte de la noche leyendo ypensando, muy concentrado.

—No sé por qué dedicas tantotiempo a un niño negro —dijo Leela—.

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Cualquiera diría que estás haciendo losdeberes del colegio.

Cuando Ganesh vio al chico a lamañana siguiente pensó que nunca habíavisto a nadie tan atormentado. Untormento agudizado por un profundodesamparo. Aunque el chico estabadelgado y tenía los brazos huesudos yfrágiles, era evidente que antes estabafuerte y sano. Tenía los ojos comomuertos, sin brillo. No reflejaban unmiedo pasajero, sino un miedoconstante, tan intenso que ya no leproducía ninguna sensación.

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Lo primero que le dijo Ganesh alchico fue lo siguiente:

—Mira, hijo, no tienes quepreocuparte. Quiero que sepas quepuedo ayudarte. ¿Tú crees que puedoayudarte?

El chico no hizo nada, pero a Ganeshle dio la impresión de que retrocedía unpoco.

—¿Cómo voy a saber que no se estáriendo de mí, como en el fondo hacetodo el mundo?

—¿Yo me estoy riendo? Yo te creo,pero tú también tienes que creerme.

El chico miró los pies de Ganesh.—Algo me dice que eres buen

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hombre, y te creo. Ganesh le pidió a lamadre del chico que saliera de lahabitación, y cuando hubo salido,preguntó:

—¿Ahora ves la nube?El chico miró a Ganesh a la cara por

primera vez.—Sí. —Su voz estaba a medio

camino entre el susurro y el grito—.Está aquí mismo, y sus manos se meacercan, cada vez más grandes.

—¡Dios mío! —gritó Ganesh—. Yotambién la veo. ¡Dios mío!

—¿La ve? ¿La ve? —El chicoabrazó a Ganesh—. ¿Lo ve, cómo mepersigue? ¿Ve esas manos que tiene?

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¿No oye lo que dice?—Tú y yo es uno —dijo Ganesh,

todavía un poco agitado, pero sinpreocuparse por la corrección delidioma—. ¡Dios mío! ¿No oyes loslatidos de mi corazón? Sólo tú y yo lovemos porque tú y yo es uno. Pero miraqué te voy a decir. Tú tienes miedo de lanube, pero la nube tiene miedo de mí.Fíjate, yo llevo años y años dandopalizas a nubes como ésa. O sea, quemientras estés conmigo, no te hará daño.

Al chico se le llenaron los ojos delágrimas y abrazó con más fuerza aGanesh.

—Sé que es un buen hombre.

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—No puede hacerte nada mientrasyo esté a tu lado. Verás: tengo poderessobre estas cosas. Mira todos esoslibros que hay en la habitación, y losescritos de las paredes y todo. Meayudan a conseguir el poder que tengo yla nube les tiene miedo. Así que tú no teasustes. Y ahora, dime cómo pasó.

—Mañana es el día.—¿Qué día?—Viene a por mí mañana.—No digas bobadas. Vale, viene

mañana, ¿pero cómo te va a llevar siestás conmigo?

—Lo lleva diciendo un año.—¿Cómo? ¿Qué llevas un año

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viéndola?—Y cada vez es más grande.—Bueno, vamos a ver. Tenemos que

dejar de hablar de ella como si nosdiera miedo. Estas cosas saben cuándoles tienes miedo, ¿sabes?, y entonces seponen como fieras. ¿Qué tal vas en elcolegio?

—Lo he dejado.—¿Y tus hermanos y hermanas?—No tengo hermanas.—¿Y tus hermanos?El chico emitió un fuerte grito.—Mi hermano está muerto. El año

pasado. Yo no quería verle muerto. Yono quería que Adolphus se muriese.

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—Eh, un momento. ¿Quién dice quequerías que se muriese?

—Todo el mundo. Pero no esverdad.

—¿Murió el año pasado?—Mañana hará un año justo.—Cuenta cómo murió.—Le dio un golpe un camión. Le

aplastó contra una pared y le hizopedazos. Pero todo el rato intentóescaparse. Intentó salir y lo único quepudo hacer fue sacar un pie del zapato,el izquierdo. Él tampoco quería morirse.Y el hielo se derretía al sol y corría porla acera al lado de la sangre.

—¿Tú lo viste?

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—Yo no lo vi, yo tendría que haberido a por el hielo, no él. Mamá me pidióque fuera a comprar hielo para el zumode pomelo y yo se lo pedí a mi hermano,y fue y le pasó eso. El sacerdote y todoel mundo dice que fue culpa mía y quetengo que pagar por mis pecados.

—¿Pero quién es el imbécil que tedice eso? Bueno, es igual. Ahora nodebes hablar de ello. Pero acuérdate: túno eres el responsable. No fue culpatuya. Yo veo más claro que el agua quetú no querías que tu hermano muriese. Ya esa nube, mañana mismo le arreglamoslas cuentas, cuando se acerque tanto a tique yo la cogeré, y se va a enterar.

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—¿Sabe una cosa, señor Ganesh?Creo que la nube le está cogiendo miedoa usted.

—Mañana la vamos a hacer correr,ya lo verás. ¿Quieres dormir aquí estanoche?

El chico sonrió, un tanto perplejo.—Vale. Pues te vas a casa. Mañana

ajustamos las cuentas a la señora Nube.¿A qué hora dices que viene a por ti?

—No se lo he dicho. A las dos.—A las dos y cinco vas a ser el

chico más feliz del mundo. Puedescreerme.

La madre del chico y el taxistaestaban sentados en la galería, el taxista

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en el suelo, con los pies en losescalones.

—El chico se va a poner bien —dijoGanesh.

El taxista se levantó, se sacudió losfondillos del pantalón y escupió en elpatio: por poco no le dio a los libros deGanesh que estaban expuestos. La madredel chico también se levantó, y rodeócon un brazo los hombros de su hijo.Miró inexpresiva a Ganesh.

Cuando se marcharon, Leela dijo:—Oye, a ver si puedes ayudar a esa

señora. Me da mucha lástima. Ha estadoaquí todo el rato, sin decir ni mediapalabra, con una carita de tristeza...

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—Mira, chica, es el caso másimportante que te puedes encontrar en elmundo. Sé que ese chico se mueremañana a menos que yo haga algo. Esuna sensación muy rara, como siestuvieras viendo una obra de teatro yluego te das cuenta de que están matandode verdad a la gente en el escenario.

—¿Pues sabes lo que he estadopensando? Que no me cae nada bien eltaxista. O sea, viene aquí, ve todos loslibros, y no dice nada. Va y me pideagua y esto y lo otro y ni siquiera medice un triste «gracias». Y resulta queestá ganando un montón de dinerotrayendo aquí a esa pobre gente.

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—Vamos a ver, ¿por qué tienes queser como tu padre? ¿Por qué quieresdistraerme de lo que estoy haciendo?¿Es que prefieres que me ponga detaxista?

—No, si yo sólo estaba pensando.Una vez que se hubo lavado las

manos, después de comer, Ganesh dijo:—Leela, tráeme la ropa, o sea, la

occidental.—¿Adonde vas?—Tengo que ver a alguien en lo del

petróleo.—¿Y para qué?—¡Tonnerre! Anda que no preguntas

cosas. Beharry y tú sois igualitos.

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Leela no preguntó nada más yobedeció. Ganesh se cambió de ropa:pantalones y camisa en lugar de dhoti ykoortah. Y antes de salir dijo:

—Pues mira, a veces me alegro dehaber estudiado.

Volvió horas más tarde, radiante, yse puso de inmediato a recoger eldormitorio. Lo que decía Leela le dabaigual. Colocó la cama en el cuarto deestar, el estudio, y la mesa del estudioen el dormitorio. Puso la mesa bocaabajo y un biombo de tres hojasalrededor de las patas. Le dijo a Leelaque colgara una gruesa cortina en laventana, y revisó minuciosamente las

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paredes de madera para tapar todas lasrendijas por las que pudiera colarse laluz. Colocó de otra forma las estampas ylas citas, y le dio lugar de preferencia ala diosa Lakshmi, por encima de la mesapatas arriba, tapada con el biombo.Debajo de la diosa colocó unapalmatoria.

—Da mucho susto —dijo Leela.Ganesh recorrió la habitación en

penumbra, frotándose las manos ytarareando una canción de una películahindú.

—No importa si dormimos en elestudio.

Después decidieron qué iban a hacer

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al día siguiente.Quemaron alcanfor e incienso

durante toda la noche en el dormitorio, ymuy de mañana, Ganesh se levantó paraver cómo olía la habitación.

Leela todavía estaba dormida.Ganesh la sacudió por un hombro.

—Niña, huele bien y todo parecebien. Anda, levántate y ordeña la vaca.La ternera está mugiendo.

Se bañó mientras Leela ordeñaba lavaca y limpiaba el establo; hizo pujamientras Leela preparaba el té y roti, ycuando Leela empezó a arreglar la casa,se fue a dar un paseo. El sol no habíaempezado a picar; las hojas de las

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hierbas altas aún estaban escarchadas derocío y los dos o tres hibiscospolvorientos de la aldea tenían floresrosas, frescas, que se encogerían antesde mediodía.

—Hoy es el gran día —dijo Ganeshen voz alta, y volvió a rezar por el éxito.

Poco después de las doce llegaron elchico, su madre y su padre, en el mismotaxi del día anterior. Vestido de nuevocon sus prendas hindúes, Ganesh lesaludó en hindi, y Leela tradujo, comohabían acordado. Se quitaron loszapatos en la galería y Ganesh losacompañó hasta el dormitorio enpenumbra, con aroma a alcanfor e

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incienso e iluminado únicamente por lavela bajo la representación de Lakshmien el loto. Las demás estampas apenasse veían en la semioscuridad: uncorazón sangrante atravesado porcuchillos, supuesto retrato de Cristo, doso tres cruces y otros dibujos de dudososignificado.

Ganesh sentó a sus clientes ante lamesa tapada por el biombo y acontinuación se sentó tras el biombo, demodo que no le vieran. Con el largo ynegro pelo suelto, Leela se sentó delantede la mesa, frente al chico y sus padres.En la oscuridad de la habitaciónresultaba difícil ver algo más que las

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camisas blancas del chico y su padre.Ganesh empezó a salmodiar en

hindi.Leela le dijo al chico:—Pregunta si crees en él.El chico asintió, sin convicción.Leela le dijo a Ganesh en inglés:—Me parece que en realidad no

cree en ti.Y a continuación lo repitió en hindi.

Le dijo al chico:—Dice que tienes que creer. Ganesh

continuó salmodiando.—Dice que tienes que creer, aunque

sea dos minutos, porque si no crees en élcompletamente, él también morirá.

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El chico gritó en medio de laoscuridad. La vela se consumíalentamente.

—¡Creo en él! ¡Creo en él! —Ganesh siguió salmodiando.

—Creo en él. No quiero que semuera también.

—Dice que sólo será losuficientemente fuerte para matar la nubesi crees en él. Necesita toda la fuerzaque puedes darle. El chico dejó lacabeza colgando.

—No dudo de él. Leela dijo:—Ha cambiado la nube. Ya no te

sigue a ti. Le persigue a él. Si no crees,la nube le matará, y después te matará a

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ti, y a mí y a tu madre y a tu padre.La madre del chico gritó:—¡Ya estás creyendo, Héctor!

¡Ahora mismo! Leela insistió:—Tienes que creer, tienes que creer.Ganesh dejó de salmodiar de repente

y el silencio estremeció la habitación.Se levantó de detrás del biombo y, otravez salmodiando, se acercó al chico y lepasó las manos de una forma curiosa porla cara, la cabeza y el pecho.

Leela repitió:—Tienes que creer. Estás

empezando a creer. Le estás dando tufuerza. Está tomando tu fuerza. Estásempezando a creer, está tomando tu

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fuerza, y la nube está asustada. La nubesigue avanzando, pero está asustada.Viene, pero está asustada.

Ganesh volvió tras el biombo.Leela dijo:—La nube llega. Héctor dijo:—Sí que creo en él.—Se acerca. Ya casi está aquí.

Todavía no está en la habitación, perose acerca. No se le puede resistir.Ganesh salmodiaba con frenesí.

Leela dijo:—Está empezando la lucha entre

ellos. Ya ha empezado. ¡Ay, Dios mío!La nube va a por él, no a por ti. ¡Diosmío! ¡La nube se está muriendo! —gritó

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Leela, y al mismo tiempo se oyó unruido, como una explosión sofocada, yHéctor exclamó:

—¡Dios mío! Lo veo. Me estádejando. Lo noto: me está dejando.

La madre dijo:—Ay, Héctor, Héctor. No es una

nube. Es el diablo. El padre de Héctordijo:

—Y yo veo cuarenta diablillos conél.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Héctor—. ¿Veis cómo matan la nube? Mira,mamá, la están rompiendo. ¿Lo ves?

—Sí, hijo. Lo veo. Está cada vezmás fina. Está muerta.

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—¿Lo ves, papá?—Sí, Héctor. Lo veo.Y madre e hijo se echaron a llorar,

aliviados, mientras Ganesh continuabacon la salmodia y Leela se desplomabaen el suelo. Héctor gritaba:

—¡Mamá, se ha marchado! ¡Se hamarchado!

Ganesh dejó de salmodiar. Selevantó y los llevó a la habitación defuera. El aire estaba más fresco y la luzparecía deslumbrante. Era como entraren un mundo nuevo.

—Señor Ganesh —dijo el padre deHéctor—. No sé qué podemos hacerpara agradecérselo.

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—Lo que quieran. Si quierenrecompensarme, no diré que no, porquetengo que vivir de algo. Pero no quieroque se esfuercen. La madre de Héctordijo:

—Pero ha salvado una vida.—Es mi deber. Si quieren mandarme

algo, pues bien. Pero no vayan por ahíhablando a la gente de mí. Este trabajono te permite coger demasiadas cosas.Con un caso como éste, a veces mequedo agotado durante una semana.

—Lo entiendo —dijo la mujer—.Pero no se preocupe. Vamos a mandarlecien dólares en cuanto lleguemos a casa.Se los merece.

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Ganesh los despidióapresuradamente.

Cuando volvió a entrar en lapequeña habitación, la ventana estabaabierta y Leela descolgaba las cortinas.

—¡Chica, no sabes lo que haces! —gritó—. Estás perdiendo el olfato. Yavale, ¿me oyes? Esto es sólo elprincipio. Fíjate en lo que te digo:dentro de nada, esta casa se va a llenarde gente de toda Trinidad.

—Retiro todas las cosas malas quehe dicho y he pensado de ti. Hoy me hashecho sentir pero que muy bien. Por mí,Soomintra puede quedarse con sutendero y su dinero. Pero una cosa: no

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me vuelvas a pedir que me suelte el peloni meterme en este lío.

—No lo vamos a hacer más. Sóloquería asegurarme esta vez. Les sientabien, eso de oírme hablar en una lenguaque no entienden. Pero la verdad es queno hace falta.

—¿Sabes una cosa? Que yo vi lanube.

—La madre ve un diablo, el padrecuarenta diablillos, el chico una nube, ytú vas y dices que también has visto lanube. Mira, chica: diga lo que diga lamooma de Suruj sobre lo de laeducación, a veces tiene su utilidad.

—¡Pero bueno! ¡No me digas que ha

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sido un truco! Ganesh no dijo nada.

No apareció nada en los periódicossobre este acontecimiento, pero al cabode dos semanas toda Trinidad sabía dela existencia de Ganesh y sus poderes.La noticia se propagó gracias a larumorología local, el servicio deNegrograma, eficaz y poco menos queclarividente. A medida que Negrogramadivulgaba la noticia, se magnificaban loséxitos de Ganesh, y sus poderesalcanzaban la categoría de olímpicos.

Se presentó la Gran Eructadora, quehabía estado en Icacos, en un funeral, y

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se echó a llorar en el hombro de Ganesh.—Al fin has descubierto para qué

tienes mano —dijo.Leela escribió a Ramlogan y a

Soomintra.Beharry fue a casa de Ganesh a

presentar sus respetos y a solucionar lode la pelea. Reconoció que ya noprocedía que Ganesh fuera a la tienda acharlar.

— L a mooma de Suruj estabaconvencida desde el principio de quetenías poderes.

—También lo notaba yo. ¿Pero no escurioso que pensara desde hace tiempoque tengo mano para sanar?

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—Pero si tienes más razón que unsanto, hombre.

—¿Qué quieres decir?Beharry se mordisqueó los labios.—Que eres el sanador místico.

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8. Más dificultades conRamlogan

Al cabo de un mes, Ganesh no podíaatender a más clientes de los queatendía.

No se imaginaba que hubiera tantaspersonas en Trinidad con problemasespirituales. Pero lo que le sorprendíaaún más era el alcance de sus poderes.Nadie conjuraba mejor que él a losmalos espíritus, ni siquiera en Trinidad,donde había tantos que la gente habíaadquirido habilidad para enfrentarse aellos. Nadie sabía atar mejor una casa,

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ceñirla, es decir, con lazos espiritualesa prueba del espíritu más osado. Si setopaba con alguno especialmenterebelde, siempre tenía los libros que lehabía dado su tía. De modo que no erannada para él: ni bolas de fuego, nisoucuyants ni loups-garoux.

Así ganó la mayor parte del dinero.Pero lo que realmente le gustaba era unproblema que requiriese todos suspoderes intelectuales y espirituales.Como la Mujer Que No Podía Comer.Esa mujer notaba que la comida se letransformaba en agujas en la boca, quele sangraba. La curó. Y a Amante.Amante era todo un personaje en

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Trinidad. Le ponían su nombre acaballos de carreras y pichones, pero asus amigos y familiares les avergonzabaque un ciclista de carreras de éxito seenamorase de su bicicleta y le hiciese elamor abiertamente de una forma muycuriosa. También a él le curó.

Así que el prestigio de Ganeshaumentó de tal modo que quienes iban averle enfermos se marchaban sanos. Aveces, ni siquiera él sabía por qué.

Tenía el prestigio asegurado por susconocimientos. Sin ellos, fácilmente lehabrían considerado un taumaturgo másde los muchos que plagaban Trinidad.Casi todos eran farsantes. Conocían un

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par de encantamientos ineficaces perocarecían de inteligencia y simpatía paranada más. Su método para atajar a losespíritus seguía siendo primitivo.Supuestamente, dar una patada brusca enla espalda a una persona poseída cogíaal espíritu por sorpresa y lo expulsaba.Era por estos ignorantes por lo que laprofesión tenía mala fama. Ganesh laelevó y dejó sin trabajo a loscharlatanes. Cualquier hombre obeahestaba dispuesto a autoproclamarsemístico, pero la gente de Trinidad sabíaque Ganesh era el único místicoauténtico de la isla.

Nunca se tenía la sensación de que

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fuera un farsante, ni podían negarse sucultura y sus conocimientos, con todosaquellos libros que poseía. Y no eransólo los conocimientos de los libros.Podía hablar casi de cualquier tema. Porejemplo, tenía sus opiniones sobreHitler y sabía cómo acabar con la guerraen dos semanas. «Hay una manera»,decía. «Sólo una. Y en catorce días,incluso trece, ¡zas!: ¡adiós guerra!» Perola mantenía en secreto. Y también podíadiscutir sobre religión con sensatez. Noera intolerante. Le interesaban tanto elcristianismo y el islam como elhinduismo. En el santuario, en el antiguodormitorio, tenía dibujos de Jesús y

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María junto a Krisna y Visnú, y unamedia luna y una estrella querepresentaban el islam iconoclasta.«Todos tienen el mismo Dios», decía.Caía bien a cristianos y musulmanes, ydispuestos como siempre a aventurarsecon nuevos dioses en sus oraciones, alos hindúes no les parecía mal.

Pero más que sus poderes,conocimientos o tolerancia, la genteadmiraba su caridad. No cobraba unoshonorarios fijos y aceptaba lo que ledieran. Cuando alguien se lamentaba deser pobre y al mismo tiempo de que leperseguía un espíritu del mal, Ganesh seencargaba del espíritu y renunciaba a

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sus honorarios. La gente empezó a decir:«No es como los demás. Esos sólo van apor el dinero, pero Ganesh es un buenhombre.»

Sabía escuchar. La gente le abría sualma y él no les hacía sentirseincómodos. Tenía una forma de hablarflexible. Con las personas sencillashablaba en dialecto. Con quienesparecían pomposos, escépticos odecían: «Es la primera vez en mi vidaque acudo a alguien como usted»hablaba con la mayor correcciónposible, y su pausada pronunciacióndaba peso a sus palabras, y se ganaba suconfianza.

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De modo que a Fuente Grovellegaban clientes de todos los rinconesde Trinidad. Al poco tuvo que derruir elcobertizo de los libros y levantar unacarpa con techo de bambú paraalbergarlos. Llevaban sus tristezas aFuente Grove, pero hacían que el pueblopareciera animado. A pesar de laaflicción reflejada en sus rostros yactitudes, llevaban ropa de colores tanalegres como si fueran a una boda:velos, corpiños, faldas de un rosa,amarillo, azul o verde chillón.

El servicio de Negrograma sosteníaque incluso la mujer del gobernadorhabía ido a ver a Ganesh. Cuando le

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preguntaron sobre el particular, se pusoserio y cambió de tema.

Los sábados y domingos descansaba.Los sábados y domingos iba a SanFernando y compraba libros por valorde unos veinte dólares, más de quincecentímetros, y los domingos, por lacostumbre, cogía los libros nuevos ysubrayaba párrafos al azar, aunque ya notenía tiempo para leerlos tandetenidamente como hubiera querido.

También los domingos, Beharry ibaa su casa por la mañana, para charlar.Pero había experimentado un cambio.

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Parecía sentirse avergonzado anteGanesh y no tan dispuesto para laconversación como antes. Se sentaba enla galería y se limitaba a mordisquearselos labios y a asentir a cuanto Ganeshdecía.

Ahora que Ganesh había dejado deir a casa de Beharry empezó a hacerloLeela. Le había dado por llevar sari yparecía más delgada y frágil. Hablabacon la mooma de Suruj sobre el trabajode Ganesh y sobre el cansancio que ellasentía.

En cuanto Leela se marchaba, lamooma de Suruj estallaba.

—¿Pero la has oído, poopa de

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Suruj? ¿Has visto lo pronto queempiezan a presumir los indios? Eso, sí,no es él quien me molesta, sino ella. ¿Nohas oído todo eso que me ha contado,que si quiere tirar la casa y levantarotra? ¿Y esa bobada del sari? Toda lavida por ahí con corpiño y falda larga,¿y ahora le da por el sari?

—Oye, que fue idea tuya que Ganeshse pusiera dhoti y turbante. A ver porqué no va a llevar Leela sari.

—No tienes vergüenza ninguna,poopa de Suruj. Te tratan como a unperro y encima los defiendes. Y además,una cosa es el dhoti de él y otra cosa elsari de Leela. ¿Y las demás tonterías

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que me ha soltado ahí sentada esadelgaducha? Que si estaba muy cansaday que si necesitaba vacaciones. ¿Pero esque alguna vez ha tenido vacaciones? ¿Yyo? ¿Y Ganesh? ¿Y tú? ¡Vacaciones!Venga a trabajar como una burralimpiando el establo y haciendo milcosas que yo no haría ni loca, y nunca haabierto la boca para decir que si elcansancio y las vacaciones. Lo que pasaes que se ve con un poco de dinero en elbolsillo y por eso le da por las tonterías,¿entiendes?

—Oye, no está bien hablar así.Cualquiera que te oiga va a pensar quetienes envidia.

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—¿Quién, yo? ¿Yo envidia de ella?¡Lo que tengo que aguantar de vieja! —Beharry desvió la mirada—. A ver,poopa de Suruj. ¿Por qué voy a tenerenvidia de una flaca que ni siquierapuede tener un hijo? A mí no se meocurre dejar a mi marido ni abandonarmis obligaciones. No es de mí de quiente tienes que quejar. Son ellos losdesagradecidos. —Guardó silencio yañadió solemnemente—: Recuerdocómo recogimos a Ganesh y leayudamos y le dimos de comer. Hicimosmil cosas por él. —Volvió a guardarsilencio, antes de espetar—: ¿Y qué nosdevuelve?

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—Oye, no queríamos nada a cambio.Sólo cumplimos con nuestro deber.

—Mira lo que nos devuelve.Cansancio. Vacaciones.

—Sí, vale.—No me haces caso, poopa de

Suruj. Todos los domingos, de buenamañana, saltas de la cama y te vascorriendo a besarle los pies a esehombre como si fuera un dios.

—Mira, Ganesh es un gran hombre yyo debo ir a verle. Si me trata mal, escosa suya, no mía.

Y cuando Beharry iba a ver aGanesh, decía:

— L a mooma de Suruj no se

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encuentra bien esta mañana. Si no,habría venido. Pero manda recuerdos.

Lo que más satisfizo a Ganeshdurante aquellos primeros mesesmísticos fue el éxito de sus Preguntas yrespuestas.

Fue Basdeo, el impresor, quiendescubrió las posibilidades. Fue aFuente Grove un domingo por la mañanay se encontró a Ganesh y a Beharrysentados sobre unas mantas en lagalería. Con dhoti y camiseta, Ganeshleía The Sentinel (entonces le llevabanel periódico a casa todos los días).

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Beharry tenía la mirada fija y semordisqueaba los labios.

—Es lo que te dije —dijo Basdeotras los saludos. Estaba algo más que unpoco rechoncho y cuando se sentó cruzólas piernas con dificultad—. Todavíaguardo el molde de tu libro, pandit. ¿Teacuerdas? Te dije que tenía unasensación especial contigo. Es un librobueno de verdad, y en mi opinión,debería tener la oportunidad de leerlomás gente.

—Todavía me quedan más denovecientos ejemplares.

—Pues los vendes a dólar cada uno,pandit. La gente te los va a quitar de las

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manos, te lo digo yo. No hay de quéavergonzarse. Cuando los acabes, hagootra edición...

—Edición revisada —intervinoBeharry, pero en voz muy baja, yBasdeo no le hizo caso.

—Otra edición, pandit. Cubierta detela, sobrecubierta, papel más grueso,más ilustraciones.

—Edición de lujo —dijo Beharry.—Exacto. Una bonita edición de

lujo. ¿Qué te parece, sahib? Ganeshsonrió y dobló The Sentinel con sumocuidado.

—¿Cuánto va a sacar de esto laImprenta Eléctrica Élite?

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Basdeo no sonrió.—Esta es la idea, sahib. Imprimo el

libro a mi costa. En una edición de lujobien grande. Traemos los libros aquí.Hasta entonces, tú no pagas ni uncentavo. Vendes cada libro a dosdólares. Por cada uno te llevas un dólar.No tienes que mover ni un dedo. Y es unlibro bueno y santo, sahib.

—¿Y los demás vendedores? —preguntó Beharry. Basdeo se volvióhacia él con recelo.

—¿Qué vendedores? Sólo el pandity yo vamos a ocuparnos de los libros.Sólo Ganesh y yo, pandit, sahib.Beharry se mordisqueó los labios.

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—Es buena idea, y un buen libro.De modo que «101 preguntas y

respuestas sobre la religión hindú» fueel primer best seller de la historiaeditorial de Trinidad. La gente estabadispuesta a pagarlo. Los simples locompraban como amuleto; los pobresporque era lo mínimo que podían hacerpor el pandit Ganesh, pero a la mayoríales interesaba de verdad. Sólo se vendíaen Fuente Grove y ya no hacía falta labuena mano de Bissoon para las ventas.

Sin embargo, Bissoon fue a pedirunos cuantos ejemplares. Parecía másalto y más delgado, y a unos cientocincuenta metros de distancia no se le

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confundía con un niño. Había envejecidomucho. Su traje estaba raído y lleno depolvo, la camisa sucia, y no llevabacorbata.

—La gente ya no me compra nada,sahib. Algo ha pasado. Pienso que contu catecismo me volverá la buena manoy la suerte.

Ganesh le explicó que Basdeo era elresponsable de la distribución.

—Y no quiere vendedores. Yo nopuedo hacer nada, Bissoon. Lo siento.

—Es mi suerte, sahib.Ganesh levantó un extremo de la

manta en la que estaba sentado y sacóunos billetes de cinco dólares. Contó

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cuatro y se los ofreció a Bissoon.Para su sorpresa, Bissoon se puso de

pie, como en los viejos tiempos, sesacudió la chaqueta y se enderezó elsombrero.

—¿Te crees que he venido aquí apedir limosna, Ganesh? Yo era alguienpero que muy importante cuando tútodavía llevabas pañales, ¿y ahora mequieres dar limosna?

Y se marchó.Fue la última vez que Ganesh le vio.

Durante mucho tiempo nadie supo quéhabía sido de él, ni siquiera la GranEructadora, hasta que un domingo por lamañana Beharry dio la noticia de que la

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mooma de Suruj creía haberle vistofugazmente con uniforme azul en el patiodel Asilo de los Pobres de WesternMain Road, en Puerto España.

Un domingo, Beharry dijo:—Pandit, creo que debo decirte una

cosa, pero no sé por dónde empezar.Debo decírtelo porque no me gusta oír ala gente ensuciando tu nombre.

—Ah.—La gente dice cosas malas, pandit.Leela, alta, delgada, frágil con el

sari, salió a la galería.—Vaya, Beharry. Tienes buen

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aspecto. ¿Qué tal? ¿Y la mooma deSuruj? ¿Y Suruj y los niños? ¿Todosbien?

—¡Ah! —exclamó Beharry, comopara disculparse—. Bien están. Pero, ¿ytú, Leela? Últimamente pareces muyenferma.

—Qué sé yo, Beharry. Con un pie enla tumba, como se suele decir. No sé quéme pasa, pero estoy tan cansada... Haytantas cosas que hacer... Es que tengoque coger vacaciones.

Se desplomó en el otro extremo dela galería y empezó a abanicarse conThe Sunday Sentinel.

Beharry dijo:

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—Ay, maharaní —y se volvió haciaGanesh, que no le hacía el menor caso aLeela—. Pues sí, pandit. La gente sequeja.

Ganesh no dijo nada.—Hay quien dice incluso que eres

un ladrón. Ganesh sonrió.—No se quejan de ti, pandit. —

Beharry se mordisqueó los labios,angustiado—. Es de los taxistas. Yasabes lo difícil que es llegar hasta aquí,y los taxistas cobran hasta cincochelines.

Ganesh dejó de sonreír.—¿Y es verdad?—Es verdad, pandit, que Dios me

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ayude. Y lo malo es que la gente diceque tú eres el dueño de los taxis, pandit,y que si no cobras por la ayuda que dasa la gente es porque lo sacas de lostaxis.

Leela se levantó.—Mira, creo que voy a echarme un

ratito. Beharry, le des recuerdos míos ala mooma de Suruj. Ganesh no la miró.

—De acuerdo, maharaní —dijoBeharry—. Y tienes que cuidarte mucho.

—Pero mira, Beharry, aquí vienenmuchos taxis.

—Ahí te equivocas, pandit. Sólo soncinco. Siempre los mismos. Y todoscobran el mismo precio.

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—¿Y de quién son esos taxis?Beharry se mordisqueó los labios y

jugueteó con el extremo de la manta.—Ay, pandit, ahí está lo malo. No

me di cuenta yo. Fue la mooma de Suruj.Esta mujer y los otros, pandit, se dancuenta de cosas que nosotros no vemosni con lupa. Son más listos que el mismodiablo.

Beharry se echó a reír. Ganeshestaba serio. Beharry bajó la vista haciasu manta.

—¿De quién son los taxis?—Me da vergüenza decírtelo,

pandit, pero es tu suegro. Eso dice lamooma de Suruj. Ramlogan, el de

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Fourways. Lleva ya sus buenos tresmeses mandando esos taxis aquí.

—¡Ajá!Ganesh se levantó bruscamente de la

manta y entró en la casa. Beharry le oyógritar.

—¡Mira, chica, a mí me da igual queestés cansada! Para contar dinero nuncaestás cansada. Lo que quiero son hechos.Tu padre y tú sois buenos comerciantes:comprar, vender, hacer dinero, dinero.

Beharry le escuchaba, complacido.—No es idea de tu padre. Es

demasiado simplón. Es idea tuya, ¿eh? Atí y a tu padre os da igual el nombre queyo tengo aquí, con tal de sacar dinero.

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¿Pues sabes lo que te digo? Que es midinero. A ver, hace un año, ¿cuántoscoches venían a Fuente Grove en unmes? Uno, dos. ¿Y ahora? Cincuenta,hasta cien. ¿Y por quién? ¿Por tu padreo por mí?

Beharry oyó llorar a Leela. Despuésun bofetón. El llanto cesó. Oyó lospesados pasos de Ganesh al volver a lagalería.

—Eres un buen amigo, Beharry. Estolo arreglo yo ahora mismo.

Antes del mediodía, Ganesh habíacomido, se había vestido —no con ropa

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occidental, sino con su habitual atuendohindú— y se dirigía a Fourways en taxi.Era uno de los de Ramlogan. Elconductor, un hombrecillo gordo querebotaba alegremente en el asiento,manejaba el volante casi como si letuviera cariño. Cuando no le hablaba aGanesh entonaba un cántico en hindi,que al parecer sólo tenía tres palabras:Dios sea alabado. Explicó lo siguiente:

—Mire, pandit. Nos quedamos cincotaxistas en Princes Town o SanFernando, y vamos y le decimos a lagente que si le van a ver a usted sólopueden venir en nuestros coches, porqueasí lo dice usted. Bueno, eso es lo que

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dice el señor Ramlogan. Pero a mí meparece bien, porque nos bendice el taxi.—Volvió a entonar el Dios sea alabadounas cuantas veces—. ¿Qué le parecensus estampas, sahib?

—¿Qué estampas?El taxista volvió a entonar el

cántico.—Lo de la puerta, donde otros taxis

llevan la tarifa.Era una representación enmarcada

de la diosa Lakshmí, de pie, comosiempre, en un loto, editada por GitaPress, de Gorakhpur, India. No habíatarifa.

—Es una idea estupenda, sahib. El

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señor Ramlogan dice que es idea deusted, y todos nosotros, los de los cincotaxis, nos quitamos el sombrero anteusted, sahib. —Se puso serio— Tesientes bien, sahib, llevando un taxi conuna estampa sagrada, sobre todo si la habendecido usted. Y a la gente también legusta.

—¿Pero qué pasa con los demástaxistas?

—Ah, sahib. Ahí está lo malo: cómoquitarse de encima a esos hijos de perra.Hay que tener mucho cuidado con ellos.Mienten más que hablan. Ah, y Sookhoose encontró uno el otro día que estabapegando su estampa sagrada, por su

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cuenta.—¿Qué hizo ese Sookhoo?El taxista se echó a reír y volvió a

cantar.—Sookhoo es listo, sahib. Cogió el

coche, le quitó la manivela y le dijo mástranquilo que todas las cosas que si nodejaba de hacer el idiota usted le iba aechar un hechizo al coche.

Ganesh se aclaró la garganta.—Así es Sookhoo, sahib. Pero

atención al resultado. Ni dos días habíanpasado cuando aquel hombre tiene unaccidente. Un accidente pero que muymalo.

El taxista se puso a cantar otra vez.

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Ramlogan tuvo abierta la tienda todala semana. Estaba prohibido por leyvender comestibles los domingos, perono existía normativa contra la venta debollos, gaseosa o cigarrillos en talesdías.

Estaba sentado en el taburete, detrásdel mostrador, sin hacer nada,simplemente mirando la carretera,cuando paró un taxi del que salióGanesh. Ramlogan tendió los brazos y seechó a llorar.

—Ah, sahib, sahib. Has perdonadoa un pobre viejo. Yo no quería echarteaquel día, sahib. Desde entonces noparo de pensar y decir: «Ramlogan, ¿qué

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pasa con tu carácter? Ay, Ramlogan,¿qué pasa con tu sentido de losvalores?» Día y noche, sahib, no parode rezar para que me perdones.

Ganesh se echó el extremo de lachalina verde de borlas sobre unhombro.

—Tienes buen aspecto, Ramlogan.Te estás poniendo gordo. Ramlogan seenjugó las lágrimas.

—Sólo son gases, sahib. —Se sonóla nariz—. Sólo gases. —Estaba másgordo y canoso, más grasiento ymugriento—. Anda, sahib, te sientes. Túpor mí no te preocupes. Yo estoy bien.¿Te acuerdas, sahib, cuando venías

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siendo un chico a la tienda de Ramlogany te sentabas justo ahí y hablabas con elviejo? Qué bien hablabas, sahib. A míme dejaba pasmado, oír las ideas quetenías ahí detrás del mostrador. Peroahora —agitó las manos, señalando latienda y volvieron a llenársele los ojosde lágrimas—, todo el mundo me hadejado. Solo. Soomintra ni siquieraquiere acercarse a mí.

—No es de Soomintra de lo que hevenido a hablar.

—Ay, sahib. Ya sé que vienes paraconsolar a un viejo que han dejado solo.Soomintra dice que soy demasiadoanticuado. Y Leela, siempre está

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contigo. ¿Por qué no te sientas, sahib?No está sucio. Sólo lo parece.

Ganesh no se sentó.—Ramlogan, vengo a comprarte los

taxis. Ramlogan dejó de llorar y se bajódel taburete.

—¿Los taxis, sahib? ¿Pero qué teimportan a ti los taxis? —Se echó a reír—. Un hombre con estudios como tú...

—Ochocientos dólares cada uno.— A h, sahib, ya sé que lo que

quieres es ayudarme. Sobre todo ahoraque no se saca dinero con los taxis. Noes trabajo para un místico de fama comotú. Sahib, yo compré los taxis y eso sóloporque cuando te haces viejo y estás

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solo, tienes que tener algo que hacer.¿Te acuerdas de esta vitrina, sahib?

La vitrina parecía tan integrada en latienda que Ganesh no se había dadocuenta. Las molduras estaban llenas demugre, el cristal remendado y vuelto aremendar con papel de estraza y, en unaparte, con un trozo de la portada de Thelllustrated London News.

Las patitas de la vitrina estabanapoyadas sobre cuatro latas de salmónllenas de agua, para que no entraran lashormigas. Hacía falta más memoria queimaginación para creer que la vitrinahubiera estado nueva e impoluta algunavez.

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—Me alegro de haber puesto migranito de arena para modernizarFourways, pero nadie me lo agradece.Nadie, sahib.

Olvidándose momentáneamente desu misión, Ganesh miró el recorte deperiódico y el anuncio de Leela. Elrecorte tenía un color tan pardo queparecía chamuscado. El anuncio deLeela se había desteñido y era casiilegible.

—Así es la vida, sahib. —Ramlogansiguió la mirada de Ganesh—. Pasan losaños. Nacen personas. Se casan. Semueren. Es bastante para hacer decualquiera un auténtico filósofo, sahib.

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—La filosofía es mi trabajo. Hoy esdomingo... Ramlogan se encogió dehombros.

—A ti no te hacen falta los taxis,sahib.

—Te sorprendería saber cuántotiempo libre tengo últimamente. ¿Y sillegamos a un acuerdo ahora mismo, eh?Ramlogan se puso muy triste.

—¿Por qué quieres dejarme en lami ser i a , sahib? ¿Por qué quiereshacerme desgraciado a mi edad? ¿Porqué te metes con un pobre viejo incultoque no sabe ni dónde tiene la manoderecha?

Ganesh frunció el ceño.

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—Sahib, no te estaba devolviendo lafaena.

—¿Cómo que devolviendo? ¿Quéfaena me tenías que devolver?Cualquiera que pase por la calle en estatarde calurosa de domingo y te oiga diráque yo te he hecho una faena.

Ramlogan apoyó las manos en elmostrador.

—Sahib, sabes que me estásenfadando. Yo no soy como otros,¿sabes? Ya sé que eres místico, pero note metas conmigo, porque cuando meenfado, a saber qué soy capaz de hacer.

Ganesh se quedó esperando.—De no ser mi yerno, sabes que te

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echaría de aquí a patadas.—Ramlogan, ¿no estás un poco harto

de hacerte el listo, con lo viejo queeres?

Ramlogan dio un golpazo en elmostrador.

—Cuando me robaste en tu boda, notuvimos estas tonterías místicas. Mira, telargues de aquí si no quieres ponerme demal genio. Y además, es una carreteradel Gobierno y todo el mundo puedellevar un taxi a Fuente Grove. Ganesh,como intentes algo, te saco en losperiódicos, ¿entendido?

—¿Que me sacas en los periódicos?—Tú me sacaste a mí en los

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periódicos una vez, ¿no te acuerdas?Pero te aseguro que para ti no va a seragradable. ¡Dios mío, lo que te he tenidoque aguantar! Y sólo por estar casadocon esa hija mía. Si entraras en razón,podríamos sentarnos tranquilamente,abrir una lata de salmón y hablar. Peroeres demasiado avaricioso. Quieres sertú quien roba a la gente.

—Lo que quiero es hacerte un favor,Ramlogan. Te voy a dar dinero por lostaxis. Si compro otros, ¿crees que vas aencontrar a alguien para conducir lostuyos desde Princes Town y SanFernando a Fuente Grove? Tú me dirás.

Ramlogan se puso insultante. Ganesh

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se limitó a sonreír. Después, yademasiado tarde, Ramlogan apeló a labondad de Ganesh. Ganesh se limitó asonreír.

Ramlogan acabó por vender.Pero cuando Ganesh estaba a punto

de marcharse, estalló.—¡Muy bien, Ganesh, me dejas en la

miseria! Pero que te andes con cuidado.Ya verás si no te saco en los periódicosy le cuento a todo el mundo quién eres.

Ganesh se montó en su taxi.—¡Ganesh! —gritó Ramlogan—. ¡Es

la guerra!Ganesh podría haberse hecho cargo

de los taxis como parte del servicio al

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público y no cobrar nada, pero Leela seopuso y tuvo que ceder. Al fin y al cabo,era idea de Leela. Cobraba cuatrochelines por el trayecto desde PrincesTown y San Fernando hasta FuenteGrove, y si bien era un poco más de loque debería haber sido, se debía al malestado de las carreteras. De todosmodos, la tarifa era más barata que la deRamlogan, y los clientes lo agradecían.

Leela intentó restar importancia a lasamenazas de Ramlogan.

—Mira, se está haciendo viejo, y notiene gran cosa por lo que vivir. Nohagas caso de todo lo que dice. No va enserio.

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Pero Ramlogan cumplió su palabra.Un domingo en que la Gran

Eructadora había ido a Fuente Grove, sepresentó Beharry con una revista.

—Pandit, ¿has visto lo que dicen deti en los periódicos?

Le dio la revista a Ganesh. Era undesastre de publicación llamada TheHindú, atrozmente impresa en el papelmás barato. Los anuncios ocupaban lamayor parte del espacio, pero había unmontón de citas en hindi de lasescrituras en los sitios sobrantes, viejasnotas de prensa del Departamento deInformación sobre los Recursos de

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Guerra británicos, repetidosllamamientos de «Lea The Hindú» y unacolumna propia, de cotilleo, titulada Noslo ha contado un pajarito. Beharry lepidió a Ganesh que se fijara en esasección.

—Lo ha traído la mooma de Surujde Tunapuna. Dice que tendrías que verel lío que está armando.

Había un artículo que empezaba dela siguiente manera: «Un pajarito nos hacontado que el así llamado místico delsur de Trinidad se dedica a conducirtaxis. El Pajarito también nos ha sopladoal oído que el susodicho y así llamadomístico participó en un fraude a las

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gentes de Trinidad en un asuntorelacionado con cierto instituto cultural,por así llamarlo...»

Ganesh le dio la revista a la GranEructadora:

—El padre de Leela —dijo. La GranEructadora replicó:

—Por eso he venido, hijo. La genteno para de hablar de esto. Te llaman elHombre de Negocios de Dios. Pero túno te preocupes, Ganesh. Todo el mundosabe que Narayan, el director, te tieneenvidia. Él también se cree místico.

—Sí, pandit. La mooma de Surujdice que Narayan ha ido a Tunapuna y leva contando a la gente que con un

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poquito de práctica él podría ser tanbueno como tú en lo de la mística.

La Gran Eructadora dijo:—Es lo que pasa con los indios de

aquí. No soportan ver que a otro indio leva bien.

—No estoy preocupado —dijoGanesh.

Y era verdad. Pero la genterecordaba ciertas cosas de The Hindú,como que tacharan a Ganesh de Hombrede Negocios de Dios, y esa acusaciónfue repitiéndose entre personas que notenían ni idea. Ganesh no teníamentalidad mercantil. Es más, detestabalos negocios. Lo del servicio de taxis

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era cosa de Leela. Lo mismo que elrestaurante, algo que difícilmente podíaconsiderarse una idea comercial. Losclientes tenían que esperar tanto tiempocuando iban a ver a Ganesh que eracuestión de simple consideraciónofrecerles comida. De modo que Leelalevantó una gran carpa de bambú junto ala casa donde daba de comer a la gente,y como Fuente Grove estaba tan lejos decualquier otro pueblo, tenía que cobrarun poco más.

Y después empezó el lío con latienda de Beharry.

Para comprender el asunto de latienda de Beharry —algunas personas lo

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convirtieron en auténtico escándalo—,hay que recordar que los clientes deGanesh llevaban muchos añosacostumbrados a farsantes que leshacían quemar alcanfor y grasa demanteca, azúcar y arroz, y sacrificargallos y cabras. A Ganesh no le servíande gran cosa esos estúpidos rituales,pero descubrió que a sus clientes lesencantaban, sobre todo a las mujeres, demodo que empezó a ordenarles quequemaran ciertas cosas dos o tres vecesal día. Los clientes llevaban losingredientes y le rogaban que losofreciera en su nombre, y a vecesincluso le pagaban por ello.

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No le sorprendió demasiado que, undomingo por la mañana, Beharry ledijera:

—Pandit, la mooma de Suruj y yonos paramos a veces a pensar y nospreocupa lo que te trae la gente. Sonpobres, y no saben si lo que compran esbueno o malo, si está limpio o no. Y séque a muchos tenderos no les importavender algo en malas condiciones.

Leela dijo:—Sí que es verdad. La mooma de

Suruj me ha contado que llevapreocupada por eso mucho tiempo.Ganesh sonrió.

—Mucho se preocupa la mooma de

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Suruj últimamente, ¿no?—Sí, pandit. Sabía que me ibas a

entender. Esos pobres no tienen tu nivelde educación, y de ti depende quecompren las cosas como es debido, enuna tienda como es debido.

Leela dijo:—Yo pienso que a los pobres les

gustaría comprar las cosas aquí mismo,en Fuente Grove.

—Entonces, maharaní, ¿por qué nolas tienes en tu casa?

—No quedaría bien, Beharry. Lagente va a pensar que les tomamos elpelo. ¿Y en tu tienda? La mooma deSuruj dice que no sería mucho más

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trabajo. Es más, me parece a mí que lamooma de Suruj y tú sois las personasmás adecuadas para encargarse de eso.Y además, yo estoy tan cansadaúltimamente...

—Trabajas demasiado, maharaní.¿Por qué no descansas un poco?

Ganesh dijo:—Beharry, eres muy amable por

ayudarme así.De modo que los clientes empezaron

a comprar los ingredientes para lasofrendas sólo en la tienda de Beharry.«Las cosas no son baratas allí», lesdecía Ganesh. «Pero es el único sitio detoda Trinidad donde sabes lo que

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compras.»Casi todo lo que vendía Beharry

llegaba a casa de Ganesh. Una buenacantidad se utilizaba para los rituales.«E incluso eso es un desperdicio debuena comida», decía Ganesh. Leelaempleaba el resto en el restaurante.

«A los pobres quiero darles sólo lomejor», decía.

Fuente Grove prosperó. ElMinisterio de Obras Públicas reconociósu existencia y rehízo el firme de lacarretera. Instalaron en la aldea elprimer depósito de suministro de agua.

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Situado frente a la tienda de Beharry, alotro lado de la carretera, pasó a ser ellugar de encuentro de las mujeres, y losniños jugaban desnudos bajo el caño.

Beharry también prosperó.Mandaron interno a Suruj al NaparimaCollege de San Fernando. La mooma deSuruj se quedó embarazada del cuartohijo y le contó a Leela los planes quetenía para renovar la tienda.

Y Ganesh prosperó. Derribó su casa,siguió con el restaurante y levantó unamansión. En Fuente Grove nunca sehabía visto cosa igual. Tenía dosplantas; los muros eran de bloques decemento; según el servicio de

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Negrograma, tenía más de cien ventanas,y si llegaba a oídos del gobernadorhabría problemas, porque sólo elpalacio del Gobierno podía tener cienventanas. Llegó un arquitecto indio de laGuayana Británica y le construyó untemplo de estilo hindú a Ganesh. Paracompensar el gasto de tanta edificación,Ganesh se vio obligado a cobrar laentrada al templo. Se contrató a unrotulista profesional de San Fernandopara que rehiciese el cartel deGANESH, místico. En la parte superiorescribió, en hindi: Paz a todos vosotros,y debajo: Aquí se puede disfrutar deconsuelo y solaz espirituales a

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cualquier hora de cualquier día salvosábados y domingos. No obstante, selamenta no poder atender peticiones deayuda económica. En inglés.

Leela se hacía más refinada cadadía. Iba con frecuencia a San Fernando aver a Soomintra, y a comprar. Volvíacon saris caros y un montón de pesadasjoyas. Pero el cambio más importantefue su forma de hablar inglés. Adoptó unacento muy suyo, suavizando todos lossonidos vocálicos fuertes; la gramáticaque empleaba no le debía nada a nadie,entre otras cosas una conjugaciónsumamente personal de los verbos ser yestar. Le dijo a la mooma de Suruj:

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—Esta casa que yo que estamosconstruyendo, no la quiero como otrascasas indias. La quiero con buenosmuebles y todo bien bonito. Yo es queestamos pensando en comprar unfrigorífico y cosas de esas.

—Pues yo también que estamospensando, fíjate —dijo la mooma deSuruj—. Yo es que estamos pensando enhacer una tienda nueva del todo,moderna, una tienda de comestiblescomo es debido, como las de los librosd e l poopa de Suruj, con montones delatas y botes y unos estantes bienbuenos...

—... y eso que dicen de que los

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indios no son capaces de mantener sucasa en condiciones, pues mira, esverdad. Pero yo es que vamos a pintarlabien bonita...

—... el poopa de Suruj lleva tiempodiciendo lo mismo, y vamos a pintar latienda, de arriba abajo, y la vamos aponer bien bonita, con su mostrador demármol y todo. Pero no te creas, que nonos vamos a olvidar de dónde vivimos,que también vamos a dejar la casa bienbonita...

—... con sus buenas alfombras comolas que hemos visto Soomintra y yo enGopal, y sus cortinas...

—... y sus sillones Morris1 con

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cojines de muelles. Pero mira, que estállorando el crío. Para mí que quierecomer. Nada, me voy, Leela, cielo.

Con tantas cosas que contarse, Leelay la mooma de Suruj siguieron siendobuenas amigas.

Y Leela no hablaba por hablar. Unavez terminada la casa —y eso, en símismo era todo un logro para los indiosde Trinidad—, la pintó, y expresó sualma hindú en la elección de loscolores, vivos, chillones. Encargó a unpintor que dibujara una serie de rosasmuy rojas sobre la pared azul del cuartode estar. Le pidió al constructor detemplos de la Guayana Británica que le

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hiciera varias estatuas y tallas quedistribuyó por los sitios másinverosímiles. Le hizo construir unabalaustrada con múltiples adornosalrededor de la terraza, y encima lepidió que erigiera dos elefantes depiedra, en representación de Ganesh, eldios elefante hindú. Ganesh revisó todoslos adornos que había preparado Leela,dio su consentimiento, y diseñó loselefantes.

—Me importa tres pitos lo que digaNarayan sobre mí en The Hindú —dijo—. Te voy a comprar ese frigorífico,Leela.

Y lo compró. Lo colocó en el cuarto

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de estar, donde ocultaba parte de lasrosas de la pared, pero podía versedesde la calle.

Y no se olvidó de los detalles. Lecompró a un comerciante indio de SanFernando dos reproducciones de dibujosindios en color sepia. Una de ellasrepresentaba una escena amorosa; en laotra, Dios bajaba a la Tierra para hablarcon un sabio. A Leela no le gustó elprimer dibujo.

—Eso no se pone en mi cuarto deestar.

—Mira, chica, eres una malpensada.Debajo del dibujo erótico, Ganesh

escribió lo siguiente. ¿Vendrás a mí

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así? Y debajo del otro: ¿O así?Se colgaron los dibujos.Y una vez solucionado aquello

empezaron de verdad a poner cosas enlas paredes. Leela comenzó confotografías de su familia.

—No quiero la foto de Ramlogan enmi casa —dijo Ganesh.

—Pues yo no la pienso quitar.—Vale. Que se quede Ramlogan ahí

colgado, pero ya verás lo que voy aponer yo.

Era la fotografía de una actriz decine india de sonrisa afectada. Leelalloró un poco.

Ganesh dijo con dulzura:

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—No viene mal una cara alegre enla casa, para variar.

El detalle de la nueva casa que lestuvo fascinados durante mucho tiempoera el retrete, infinitamente mejor que elantiguo pozo negro. Y un sábado,Ganesh encontró en San Fernando uningenioso juguete que decidió poner enel retrete. Era un portarrollos para elpapel higiénico con música. Cada vezque se tiraba del papel sonaba YankeeDoodle Dandy.

Eso y los dos dibujos en sepiainspirarían dos de los escritos másfamosos de Ganesh.

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Los ataques de Narayan aumentarony se diversificaron. Un mes, Ganesh fueacusado de ser antihindú, otro de serracista; más adelante, resultó ser unpeligroso ateo, y así sucesivamente. Alcabo de poco tiempo, las revelacionesdel Pajarito amenazaban con inundarThe Hindú.

—Y todavía lo llaman pajarito.—Tienes razón, chica. El pajarito ha

crecido y ya es un cuervo negro y biengrande.

—Es peligroso, pandit —le advirtióBeharry a Ganesh. Cuando Beharry iba averle tenía que quedarse en la galería dearriba, cubierta de heléchos. Abajo

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había una habitación grande dondeesperaban los clientes—. Llegará un díaen que la gente empezará a creerle. Escomo una campaña publicitaria.

—En mi opinión —dijo Leela, consu tono de cansancio y aburrimiento—,ese hombre es una vergüenza para loshindúes de este lugar. —Apoyó lacabeza en el hombro derecho yentrecerró los ojos—. Me acuerdo delos buenos zurriagazos que le dio mipadre a un hombre en Penal. Eso es loque le hace falta a Narayan.

Ganesh se arrellanó en el sillón.—Pues yo lo veo de la siguiente

manera. Beharry se mordisqueó los

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labios, todo oídos.—¿Qué haría Mahatma Gandhi en

una situación como ésta?—No lo sé, pandit.—Escribir. Eso es lo que haría.

Escribir.De modo que Ganesh volvió a

empuñar la pluma. Pensaba que sucarrera de escritor estaba casi acabada,y sólo planeaba, muy vagamente, unaautobiografía espiritual siguiendo lalínea de los hindúes de Hollywood.Pero aquello sería algo muy grande, queacometería mucho más tarde, cuandoestuviera preparado para ello. Enaquellos momentos tenía que actuar de

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inmediato.Quería hacer las cosas debidamente.

Fue a Puerto España —a última hora notuvo valor y se puso ropa occidental—,al Registro Civil de la Casa Roja, yregistró la Editorial Ganesh, S.A. Elemblema de la empresa era un lotoabierto.

Después se puso a escribir de nuevoy descubrió, encantado, que el deseo deescribir no estaba muerto, sinosimplemente sumergido. Trabajó conahínco en el libro; se quedabaescribiendo hasta altas horas de lanoche, tras haber pasado todo el día conlos clientes, y muchas veces Leela tenía

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que llamarle para que se fuera a lacama.

Beharry se frotaba las manos. «EseNarayan se va a enterar de lo que esbueno.»

Cuando apareció el libro, al cabo dedos meses, Beharry se llevó unasorpresa. Parecía un libro de verdad.Tenía tapas duras, el tipo era grande y elpapel grueso, con un aspecto importantey respetable. Pero al ver sobre quétrataba, Beharry se quedó consternado.Se titulaba «La guía de Trinidad.»

—Basdeo ha hecho un buen trabajoesta vez —dijo Ganesh. Beharry asintió,pero con expresión de duda.

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—Voy a machacar a Narayan. Ellibro te va a venir muy bien a ti ytambién a Leela.

Obediente, Beharry leyó La guía deTrinidad. Le pareció bueno. La historia,geografía y población de la isla estabanmagistralmente descritas. Hablaba sobrelo pintoresco de las múltiples razas deTrinidad. En un capítulo titulado «ElOriente en Occidente», los lectores seenteraban de lo sorprendidos que sequedarían al ver una mezquita en PuertoEspaña, y aún más con un auténticotemplo hindú que parecía haber sidotransportado directamente desde la Indiaa una aldea llamada Fuente Grove. El

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templo hindú de Fuente Grove bienmerecía una visita, por motivosespirituales y artísticos.

El anónimo autor de la Guíamostraba verdadero entusiasmo por lamodernidad de la isla. Resaltaba que laisla tenía tres innovadores diarios, y quelos anunciantes extranjeros podíanconsiderarlos una buena inversión. Perodeploraba la falta de una publicacióninfluyente semanal o mensual, y advertíaa los anunciantes extranjeros contra lasrevistas mensuales, que surgían comosetas y que se proclamaban órganos deciertos sectores de la comunidad.

Ganesh envió ejemplares gratuitos

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de la «Guía» a todos los campamentosdel ejército estadounidense de Trinidad,para «dar la bienvenida a nuestrosvalientes hermanos de armas», segúnescribió. También envió ejemplares alas agencias de exportación y depublicidad de Estados Unidos y Canadáque tenían tratos con Trinidad.

Beharry intentó ocultar superplejidad lo mejor posible.

Leela dijo:—No entiendo yo por qué haces

todo esto.Ganesh no disipó sus dudas; le

ordenó que comprase manteles,montones de cuchillos, tenedores y

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cucharas y que se ocupase delrestaurante como era debido. A Beharryle dijo que sería conveniente que tuvieraen la tienda grandes cantidades de ron ycerveza.

Al cabo de poco tiempo empezarona acudir en tropel a Fuente Grove lossoldados estadounidenses, y los niñosde la aldea probaron el chicle porprimera vez. Los soldados iban entodoterrenos y camiones del ejército, yalgunos en taxi, con sus novias. Veíanelefantes de piedra y se quedabantranquilos, ya que no satisfechos, pero

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cuando Ganesh los acompañaba en lavisita de su templo —empleaba esapalabra: «visita»—, pensaban quemerecía la pena el dinero que habíanpagado.

Leela contó más de cinco milestadounidenses.

Beharry no había tenido tanto trabajoen toda su vida.

—Es lo que yo pensaba —dijoGanesh—. Trinidad es un sitio muypequeño, y los pobres americanos notienen gran cosa que hacer.

Muchos pedían consejo espiritual, ycuantos lo solicitaban lo recibían.

—A veces me da la impresión de

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que estos americanos son el pueblo másreligioso del mundo —dijo Ganesh—.Incluso más que los hindúes.

—Los hindúes de Hollywood —murmuró Beharry, peromordisqueándose de tal modo los labiosque Ganesh no entendió lo que decía.

Al cabo de tres meses The Hindúanunció que tenía que reducir el númerode páginas porque quería contribuir alos gastos de la guerra. Aparte deGanesh, no hubo muchas personas quenotaran el descenso de anuncios demedicinas de marca y otros productos

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internacionalmente conocidos. TheHindú perdió el encanto de los anunciosilustrados, y Narayan sólo sacaba dinerode sencillos comentarios sobre tiendaspequeñas de Trinidad. Pero el Pajaritosiguió piando.

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9. El pandit de laprensa

Ganesh se vio hecho todo un filósofoy árbitro. En los pueblos indios deTrinidad seguía habiendo panchayats,consejos de ancianos, y le invitaban confrecuencia para que diera su opinión encasos de pequeños robos o agresiones, opara que sentenciara en una pelea entremarido y mujer. También le pedían amenudo que pronunciara un discurso enreuniones religiosas.

Su llegada a tales reunionesresultaba impresionante. Bajaba de su

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taxi con gran dignidad, se echaba lachalina verde por encima del hombro yle estrechaba la mano al pandit queoficiaba. Después aparecían dos taxismás, con los libros. La gente seprecipitaba hacia los coches paraayudar, cogía los libros y los llevaba alestrado. Esas personas que ayudaban sesentían orgullosas y activas, y parecíancasi tan solemnes como Ganesh. Corríandel taxi al estrado y volvían a hacer elmismo recorrido, con el ceño fruncido,sin pronunciar palabra.

Sentado en el estrado bajo un doselrojo con borlas y rodeado de libros,Ganesh parecía la personificación

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misma de la autoridad y la devoción. Supúblico, con ropas de vivos colores, sedesparramaba desde el estradoformando círculos que se ibanampliando en la misma medida en quedisminuía su magnificencia, desdecomerciantes y tenderos bien vestidos,justo debajo del estrado, hastajornaleros andrajosos al fondo, pasandopor niños curiosamente engalanados,durmiendo sobre mantas, o niños debrazos y piernas como alambres,despatarrados y desnudos sobre sacosde azúcar.

La gente iba a oírle no sólo por sufama, sino por lo novedoso de lo que

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decía. Hablaba de la buena vida, de lafelicidad y de cómo conseguirla.Tomaba cosas del budismo y de otrasreligiones y no tenía empacho enreconocerlo. Siempre que quería darmayor fuerza a algo chasqueaba losdedos y un ayudante mostraba un libroabierto ante el público para que la genteviera que Ganesh no se lo estabainventando. Hablaba en hindi, pero loslibros que mostraba estaban en inglés,de modo que aquel despliegue deconocimientos inspiraba gran respeto.

Lo que más resaltaba era que eldeseo es una fuente de tristeza y, porconsiguiente, había que suprimirlo. De

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vez en cuando se iba por la tangente yplanteaba si el deseo de suprimir eldeseo no es un deseo en sí mismo, peronormalmente intentaba ser lo máspráctico posible. Hablabafervorosamente sobre el sermón delfuego de Buda. A veces, con todanaturalidad, pasaba al tema de la guerra,y de la guerra en general, y a una cita de«Una Historia de Inglaterra para losniños», de Dickens: «La guerra es algoterrible.»

En otras ocasiones decía que lafelicidad sólo es posible si libras lamente de deseos y te consideras parte dela Vida, un minúsculo vínculo en la

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enorme cadena de la Creación.«Tendeos sobre la hierba seca y sentidcómo crece la vida de las rocas y latierra, por debajo, atravesándoos,subiendo. Mirad las nubes y el cielocuando no hace calor y os sentís parte detodo ello. Notad cómo todo es unaextensión de vosotros mismos. Porconsiguiente, vosotros, que sois todoeso, no moriréis.»

La gente a veces le entendía, ycuando se levantaban se sentían un pocomás nobles.

Y precisamente por eso, en 1944 el

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Pajarito empezó a atacar a Ganesh. Alparecer, se había resignado a su «asíllamado misticismo». El Pajarito decía:«No soy más que un pajarito, peropienso que hoy en día es retrógrado paracualquier comunidad admirar a unvisionario religioso...»

La Gran Eructadora le dijo aGanesh:

—Pues hijo, Narayan ha empezado acopiarte. Está dando conferencias, envarios sitios, y enseñando sus libros ytodo. Algo sobre la religión y el pueblo.

—El opio —dijo Beharry.En Fuente Grove empezó a

analizarse cuidadosamente cada nueva

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revelación del Pajarito.—No te tiene envidia por lo de tus

poderes místicos, pandit. Ahora andadetrás de las elecciones, que serándentro de dos años. Las primerasvotaciones con sufragio universal. Sí,sufragio universal. En eso tiene puestoslos ojos.

Los siguientes números de TheHindú parecieron confirmar la opiniónde Beharry. El espacio libre de larevista ya no se llenaba con citas del«Gita» o de los «Upanishads». Lo únicoque llevaba eran cosas como: «¡Uniónde los trabajadores! Cada uno queenseñe a otro, Mens Sana in Corpore

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Sano, Per Ardua ad Astra», The Hindú«es portavoz del progreso, Quizá no estéde acuerdo con vosotros, pero lucharéhasta la muerte para defenderos». ElPajarito empezó a agitar en favor de «Undía de trabajo un día de pago, y Unhogar para los indigentes»; más adelantecomenzó a anunciar la creación delfondo para el «Hogar de los indigentes»de The Hindú.

Un día, Leela le dijo a la mooma deSuruj:

—Estaba yo pensando en dedicarmea lo de la asistencia social.

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—Fíjate, hija, lo mismito que meestá pidiendo el poopa de Suruj desdehace no sé cuánto tiempo. Pero es que,mira, no tengo tiempo.

A la Gran Eructadora le encantó laidea y se puso en plan práctico.

—Leela, nueve años que te conozcoy es lo mejor que se te ha ocurrido en lavida. Con toda la comida que llega aquíy que haya que tirarla... Pues vas y se ladas a los pobres.

—Ay, tía, no te vayas a creer que setira tanto, porque si no se usa hoy puesse usa mañana. ¿Pero cómo puedoempezar con esto de la asistenciasocial?

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—Ya te lo explico yo. Coges yreúnes unos cuantos niños, te los llevasal restaurante y les das de comer. Otambién puedes ir a buscar niños ydarles de comer fuera. Ahora que se nosacerca la Navidad, pues compras unosglobos y te vas por ahí a repartirlos.

—Sí, fíjate. Soomintra estácomprando un montón de globos bienbonitos.

Y a partir de entonces, con la ayudade la Gran Eructadora, Leela dedicótodos los domingos a la labor social.

Ganesh siguió trabajando, sin

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inmutarse por Narayan y el Pajarito. Eracomo si las pullas de Narayan lehubieran incitado a hacer precisamentelas cosas por las que le atacaba. En estofue clarividente, porque los libros queescribió en esa época contribuyeron acrear su fama, no sólo en el campo, sinoen Puerto España. Empleó los temas desus charlas en «El camino hacia lafelicidad». Después aparecieron«Reencarnación», «El alma como yo laveo», «La necesidad de la fe». Estoslibros se vendían bien, regularmente,pero ninguno tuvo un éxito espectacular.

Y a continuación, uno tras otro, sepublicaron los dos libros que hicieron

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su nombre muy conocido en Trinidad.El primer libro empezaba así: «El

jueves, 2 de mayo, a las nueve de lamañana, justo después de haberdesayunado, vi a Dios. Me miró ydijo...»

«Lo que me dijo Dios» debeconsiderarse sin duda un clásico de laliteratura de Trinidad. Su absolutasencillez, casi ingenuidad, resultapasmosa. El carácter del narrador quedamagníficamente desvelado, sobre todoen los capítulos de diálogo, donde suhumildad y su perplejidad espiritualsirven de contrapunto aldesenmarañamiento de múltiples y

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espinosas cuestiones metafísicas.También hay varios capítulos devalientes profecías. Predice el final dela guerra y el destino de ciertospersonajes de la isla.

El libro inició una moda. En muchaspartes de Trinidad, muchas personasempezaron a ver a Dios. La más célebrefue Hombre-hombre, de Miguel Street,en Puerto España. Hombre-hombre vio aDios, intentó crucificarse y tuvieron queencerrarle.

Y sólo dos meses después de lapublicación de «Lo que me dijo Dios»Ganesh cosechó un éxito clamoroso. Seinspiró en el portarrollos de papel

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higiénico musical.Como «Evacuación provechosa» se

publicó durante la guerra, se entendiómal el título; por suerte, ya que quizá sehubiera prohibido si las autoridadeshubieran sabido que más o menostrataba sobre el estreñimiento. «Unasunto vital», escribía Ganesh en elprólogo, «que ha influido adversamenteen las relaciones humanas desde elinicio de los tiempos.» La esencia dellibro consiste en que la evacuaciónpuede resultar no sólo placentera, sinotambién provechosa, un medio parafortalecer los músculos abdominales. Elsistema que recomendaba Ganesh es

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aproximadamente como el que loscontorsionistas y levantadores de pesasllaman excavación.

Esto, impreso en papel grueso, concubierta de un amarillo chillón decoradacon un loto, encumbró definitiva eincuestionablemente a Ganesh.

Es posible que, por sí solo, Ganeshno hubiera tomado más medidas contraNarayan. Lo del Pajarito sólo era ungorjeo de protesta entre aclamacionesentusiastas e inteligentes. Pero a algunaspersonas, como la Gran Eructadora yBeharry, no les gustaba.

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Sobre todo Beharry estaba desolado.Ganesh le había abierto panoramas másamplios de lecturas y conocimientos, y aGanesh le debía su prosperidad. Habíalevantado la tienda nueva, toda decemento, argamasa y cristal. Las tierrasse habían revalorizado en Fuente Grove,y también se benefició de eso. De vez encuando, las sociedades de debateliterario y bienestar social le invitaban ahablar sobre diversos aspectos de lacarrera de Ganesh: Ganesh el hombre,Ganesh el místico, la contribución deGanesh al pensamiento hindú. Su destinoestaba ligado al de Ganesh y lemolestaban más que a nadie los ataques

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de Narayan.Hizo cuanto pudo para incitar a la

acción a Ganesh.—Ese hombre te ha vuelto a atacar

este mes, pandit.—¡Gaddaha!—Pero esta vez parece malo de

verdad, pandit. Sobre todo ahora queRamlogan ha empezado a escribir contrati en The Hindú. Es peligroso.

Pero a Ganesh no le preocupaba queNarayan estuviera preparándose para laselecciones de 1946.

—No tengo la menor intención deser como esos estafadores que se metenen lo de las elecciones.

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—¿No te has enterado de la última,pandit? Pues que Narayan ha formado unpartido. La Asociación Hindú. Es unamaniobra electoral. No tieneposibilidades de ganar en PuertoEspaña. Tiene que venir al campo y ahíes donde tiene miedo de que le ganes.

—Beharry, tú y yo sabemos qué sonlas asociaciones indias de aquí. Narayany esa gente son como niñas jugando a lascasitas.

El criterio de Ganesh teníafundamento. En la primera asambleageneral de la Asociación Hindú,Narayan fue elegido presidente.También eligieron los siguientes cargos:

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cuatro presidentes suplentes, dosvicepresidentes, cuatro vicepresidentessuplentes, varios tesoreros, un secretariojefe, seis secretarios y docesubsecretarios.

—¿Lo ves? No se han dejado anadie. Mira, Beharry, muchacho, contodas esas reuniones religiosas dondehablo, es que conozco a los indios deTrinidad como la palma de mi mano.

Pero después Narayan empezó ahacer el tonto. Envió cables a la India, aMahatma Gandhi, al pandit Nehru y alCongreso Panindio, y otros paracelebrar toda clase de aniversarios:centenarios, bicentenarios,

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tricentenarios. Y cada vez que enviabaun cable aparecía la noticia en TheTrinidad Sentinel. Nada impedía aGanesh enviar cables, pero en la India,donde no sabían quién era quién enTrinidad, ¿qué posibilidades tenía uncable firmado por GANESH, PANDITMÍSTICO frente a otro firmado porNARAYAN, PRESIDENTE DE LAASOCIACIÓN HINDÚ DETRINIDAD?

La delegación fue obra de Beharry.Un domingo por la tarde se

presentaron en la residencia de Ganesh

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dos hombres y un chico. Uno de ellosera alto, negro y gordo. Se parecía unpoco a Ramlogan, sólo que iba vestidode blanco inmaculado; tenía una tripa tangrande que le colgaba por encima delcinturón de cuero negro, ocultándolo.Llevaba en el bolsillo de la camisa unacarta y una ristra de lápices y plumas. Elotro hombre era delgado, de piel blancay guapo. El chico llevaba pantalonescortos y las mangas de la camisaabotonadas en las muñecas. Ganeshhabía visto varias veces a los hombres ysabía que eran organizadores. Al chicono le conocía.

Los miembros de la delegación se

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acomodaron en los sillones de lagalería, y Ganesh le gritó a Leela que lessirviera Coca-Cola.

Los delegados miraron por laspuertas de cristal del cuarto de estar yexaminaron los dibujos y los dosgrandes calendarios de Coca-Cola delas paredes.

Después vieron a Leela, delgada yelegante con su sari, abriendo elfrigorífico. El hombre gordo le dio uncodazo al chico, que estaba sentado a sulado en el sofá, y todos los miembros dela delegación dejaron de mirar.

El gordo fue a lo práctico.—Sahib, no hemos venido aquí para

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andarnos con rodeos. Beharry y tu tía(una mujer muy, pero que muyagradable, sabib) me han pedido quevenga por la cantidad de experienciaque tengo en organizar reunionesreligiosas y cosas así...

Llegaron las Coca-Colas. Cuatrobotellas heladas en una bandeja confondo de cristal. Leela suspiró.

—Un momento. Voy a por los vasos.El hombre gordo miró las botellas.

El delgado de piel blanca se tocó la tirade esparadrapo que llevaba sobre el ojoizquierdo. El chico miró las borlas de lachalina de Ganesh. Ganesh les sonrió atodos, uno por uno, y todos le

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devolvieron la sonrisa, menos el chico.En otra bandeja con fondo de cristal

Leela llevó unos vasos que parecíancaros, muy bonitos, con arabescos endorado, rojo y verde y bordeados defranjas doradas.

Los miembros de la delegaciónsujetaron los vasos con ambas manos.

Hubo un silencio embarazoso hastaque Ganesh le preguntó al gordo:

—¿Qué haces últimamente, Swami?Swami tomó un sorbo de Coca-Cola,

un refinado sorbo liliputiense.—Nada. Vivir, sahib.—Nada más que vivir, ¿eh?Ganesh sonrió.

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Swami asintió y le devolvió lasonrisa.

—¿Y a ti qué te ha pasado, Partap?¿Te has cortado?

—Un pequeño accidente en PaquetesPostales —contestó Partap, tocando elesparadrapo.

Ganesh siempre se acordaba deaquel hombre como Partap el de losPaquetes Postales. Partap sacaba acolación lo de los Paquetes Postales encasi todas las conversaciones, y Ganeshsabía que para enfadarle sólo había quedejar caer que trabajaba en Correos.«Servicio de Paquetes Postales, si no teimporta», decía en tono glacial.

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Más silencio, y tres sorbitos deCoca-Cola.

Swami dejó el vaso sobre la mesacon decisión, pero sin intención de hacerruido, y Leela se quedó junto a una delas puertas del cuarto de estar. Swamivolvió a coger el vaso y sonrió.

—Sí, sahib —dijo muy animado—.No hemos venido aquí para andarnoscon rodeos. Tú eres el único hombre conautoridad entre todos los indios deTrinidad para enfrentarte a Narayan. Nonos parece bien cómo te ataca Narayan.Sahib, hemos venido hoy —Swami sepuso solemne— para pedirte que creestu propia asociación. Te nombramos

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presidente ahora mismo y —no tienesque ir muy lejos—, ya tienes trespresidentes suplentes, sentadostranquilamente frente a ti, tomandoCoca-Cola.

—¿Por qué os hace eso Narayan?—Qué sé yo —replicó Partap con

amargura—. Se ha metido de muy malamanera con mi familia, pandit, acusandoa mi propio padre de soborno ycorrupción en la Junta de la Carreteralocal. Y siempre me llama el deCorreos, por puro desprecio. Yo escribocartas pero él no las imprime.

—Y a mí me acusa de robar a lospobres. —Swami parecía dolido—.

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Sahib, ya pasan de dieciocho meses queme conoces. He organizado miles dereuniones religiosas para ti. ¿Va a robara los pobres un hombre de mi posición,sahib?

Swami era pasante de un abogado deCouva.

—¿Y qué le ha hecho Narayan alchico? Swami se echó a reír y tomó unbuen trago de Coca-Cola. El chico mirósu vaso.

—Todavía nada, sahib. Está aquípor la experiencia. La cara del chico seoscureció aún más, de vergüenza.

—Pero es un chaval bien listo,¿sabes? —El chico frunció el ceño,

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mirando su vaso—. Es el hijo de mihermana. Un genio, sahib. Sacó unsobresaliente a la primera en elCertificado de Cambridge.

Ganesh pensó en su aprobado,cuando tenía diecinueve años. Murmuró«Hum» y tomó el primer sorbo de Coca-Cola.

Partap añadió:—Es que no está bien, sahib. Cada

vez que abres The Sentinel te puedesapostar lo que quieras a que en la páginatres sale que Narayan ha enviado cablesde felicitación.

Ganesh tomó un largo trago de Coca-Cola.

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Swami dijo:—Tienes que hacer algo, sahib.

Fundar una asociación. O sacar unperiódico. En eso también tengo unmontón de experiencia. Mira, sahib,cuando era joven, en los años veinte, nopasaba un solo año sin que Swami nosacara un periódico nuevo. Tuve que ir aPuerto España (cosas de la abogacía,¿entiendes?) y fui al Registro Civil.Bueno, la cantidad de periódicos quesacaría yo... Pero he cambiado. Lo queyo digo es que sólo tienes que sacar unperiódico cuando tienes una razónbuena, buena de verdad.

Todos bebieron un poco de Coca-

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Cola.—Pero ya está bien de hablar de mí

mismo. Sahib, aquí este chiquito es unescritor nato. Bueno, es que si le oyeshablar en inglés, las palabras queutiliza... Bueno, así de largas. —Estiróel brazo derecho hasta que se le tensó lasisa de la camisa.

Ganesh miró al chico.—Hoy está un poco avergonzado —

dijo Swami.—Pero no te creas —dijo Partap—.

Se pasa todo el tiempo pensando.Tomaron mucha más Coca-Cola y

hablaron mucho más, pero Ganesh no sedejó convencer, aunque en los

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argumentos de aquellos hombres habíamuchas cosas que le atraían. Lo de sacarsu propio periódico, por ejemplo, se lehabía pasado por la cabeza en repetidasocasiones. Aún más: muchos domingosle gritaba a Leela que le llevara papel ylápices rojos y confeccionabaimitaciones de periódicos. Trazabacolumnas, e indicaba cuáles sededicarían a publicidad y cuáles a lainstrucción. Pero se trataba de un placeríntimo, como el de hacer cuadernos.

Pero poco después ocurrieron doscosas que le decidieron a actuar contra

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Narayan.Podría decirse que la primera

empezó en la redacción londinense deThe Messenger. Acabó la guerra, y losperiodistas se quedaron más o menos averlas venir. The Messenger envió uncorresponsal a América del Sur a cubriruna revolución que parecíaprometedora. Teniendo en cuenta que laúnica historia con interés humano queconsiguió allí fue la de una mujer de unclub nocturno que le dijo: «Estás en lacama. Oyes bim, bam, bum. Dices:"Revolución", y te vuelves a dormir», alcorresponsal le fue bien. Tras habercubierto aquella revolución regresó a su

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país pasando por Para, Georgetown yPuerto España, y en los tres sitiosdescubrió crisis. Al parecer, los nativosde Trinidad planeaban una revuelta y losfuncionarios británicos y sus esposasiban a los bailes con revólveres. Ellibelo era publicidad y gustó enTrinidad. A Ganesh le interesó más elanálisis de la situación política delcorresponsal, como apareció en TheTrinidad Sentinel. Se describía aNarayan como presidente de laextremista Asociación Hindú. Narayan,«que me recibió en la sede de supartido», era el dirigente de lacomunidad india. A Ganesh no le

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importó eso. No le importó ladespectiva referencia a los fanáticoshindúes del sur de Trinidad. Pero lefastidió que el corresponsal seextendiera en detalles románticos alhablar de Narayan y describirle como«veterano periodista de calva incipiente,fumador empedernido» y muchas cosasmás. Podía aguantar todos los insultosde Narayan. Allá Inglaterra si queríaconsiderar a Narayan dirigente de losindios de Trinidad, pero que enInglaterra se leyese y recordase que C.S. Narayan era un veterano periodista decalva incipiente y fumador empedernido,eso no lo podía soportar.

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—Sé que no tiene lógica, Beharry,pero no lo puedo evitar. Beharry locomprendía.

—Un hombre puede aguantar cosasgrandes. Son las cosas pequeñas lo quete desarma.

—Tiene que pasar algo, y entoncesiré a por Narayan. Beharry semordisqueó los labios.

—Así me gusta oírte hablar, pandit.A continuación, y muy

oportunamente, la Gran Eructadora llevógrandes noticias.

—¡Ay, Ganesh, la vergüenza! ¡Lavergüenza que está trayendo a los indiosese Narayan! —Estaba tan afectada que

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sólo pudo eructar y pedir agua. Ledieron Coca-Cola, que le hizo regoldarentre eructo y eructo, y no estuvocomunicativa durante un rato—. Estoyharta de la Coca-Cola —dijo al fin—.No soy lo bastante moderna. La próximavez, para mí sólo agua.

—¿Qué vergüenza?—Ay, hijo. El Fondo para el Hogar

de los Indigentes. ¿No sabes queNarayan ha empezado con eso?

—El Pajarito lleva meses hablandode ello.

—¡Hogar de los Indigentes! Esehombre está comprando fincas con lamisma rapidez con que se recauda el

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dinero. Y yo lo he descubierto por puracasualidad. No sé si sabes lo mal que loestá pasando Gowrie últimamente. Esuna especie de pariente de Narayan. Asíque, cuando me la encontré en la bodade Dollarie, se puso a llorar a mocotendido por el dinero, y yo le dije, digo:«Gowrie, ¿por qué no vas a ver aNarayan y le pides un algo? Tiene elfondo ese de los indigentes.» Y me diceque no, que no puede hacer eso, quetiene su orgullo y que el fondo todavíaestá abierto. Pero la convencí, y cuandola vi ayer en el funeral de Daulatram, lepregunté: «¿Qué? ¿Le has pedido algo aNarayan?» Y me dice sí, que le ha

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pedido a Narayan. Y le digo: «¿Y qué?»Y me contó que Narayan se echó a llorary se puso de mal genio, diciendo quetodo el mundo se piensa que porque haabierto un pequeño fondo es rico. Y quele dice, dice: «Si soy más pobre que tú,Gowrie. Mírame y dime: ¿cómo puedespensar que soy rico? La semana pasadasin ir más lejos tuve que pagar catorcemil dólares por una finca entera. ¿Y dedónde voy a sacar todo ese dinero?» Yvenga a llorar, y Gowrie dice que alfinal pensó que él le iba a pedir dinero.

Durante el largo discurso la GranEructadora no eructó ni una sola vez.

—¿Será la Coca-Cola? —le

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preguntó Ganesh.—No. Me pasa cuando me embalo.—¿Pero cómo es posible que no se

monte un jaleo con el fondo ese?—Ay, hijo, no me digas que no

conoces Trinidad. Cuando alguien dadinero, ¿tú crees que les importa adondeva a parar? Con abrir la boca y enseñarlos dientes para la foto de losperiódicos, se quedan tan contentos,¿entiendes? Y además, ¿crees quequieren que se descubra una cosa asípara que la gente se ría de ellos?

—Pues no está bien. Y no lo digopor ser místico y todo eso, pero creoque a quien lo ve desde fuera no le

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puede parecer bien.—Lo mismo que pienso yo —dijo la

Gran Eructadora.

Así que volvieron los miembros dela delegación, y en esta ocasión no sesentaron en la galería, sino a la mesa delcuarto de estar. Volvieron a mirar losdibujos de las paredes. Y una vez más,Leela celebró el ritual de sacar Coca-Cola del frigorífico y servirla en losvasos bonitos.

Swami iba vestido de blanco, comola primera vez, y llevaba la misma ristrade plumas y lápices en el bolsillo de la

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camisa, y la misma carta. Partap sehabía quitado el esparadrapo. El chicohabía desechado los pantalones cortos yoptado por un traje de chaqueta cruzadade color marrón dos tallas mayor que lasuya. Llevaba un número de la revistaTime y otro de The New Stateman andNation.

Partap dijo:—Narayan es tan listo que parece

tonto. Le tenemos cogido, pandit. Fíjateque se ha cambiado de nombre. Con losindios se llama Chandra ShekarNarayan.

—Y con los demás, Cyrus StephenNarayan —añadió Swami. Leela llevó

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hojas de papel grandes y muchos lápicesrojos. Ganesh dijo:

—He estado pensando lo que medijisteis, y vamos a sacar nuestro propioperiódico. Swami replicó:

—Es justo lo que va a hacer polvo aNarayan.

Ganesh trazó unas columnas en lahoja que tenía delante.

—Como con todo, hay que empezarpor cosas pequeñas. El chico puso elTime y The New Statesman sobre lamesa.

—Estas revistas son pequeñas. Muypequeñas. Swami soltó una carcajada.En la habitación de al lado sonaron

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como gargarismos.—¿Lo ves, sahib? El chico sabe

hablar bien. Y, desde luego, es unescritor nato. Sabe mucho más que unmontón de hombres hechos y derechosde aquí.

El chico repitió:—Sí, son unas revistas muy

pequeñas. Ganesh sonrió con simpatía.—Va a costar, mucho, ¿sabes?

Tenemos que empezar con algo pequeñoy sencillo. Fíjate en tu tío Swami.Empezó con cosas pequeñas en lasrevistas.

Swami asintió con solemnidad.—Y también Partap. Y yo. Todos

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empezamos con algo pequeño. Así quevamos a empezar con cuatro páginas.

—¿Sólo cuatro páginas? —repitió elchico, malhumorado—. Pero hombre, sieso ni es una revista ni nada.

—Ya será más grande, hombre. Peroque bien grande.

—Vale, vale. —El chico separó confuria la silla de la mesa—. Adelante,hacer eso que llamáis revista. Pero yono quiero saber nada.

Y se dedicó a su vaso de Coca-Cola.—Primera página —anunció Ganesh

—. Limpia. Nada de anuncios, salvo enel extremo inferior derecho.

—Yo siempre me he dicho que si

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alguna vez empezaba a sacar una revista,se la dedicaría a Mahatma Gandhi —dijo Partap con respeto—. Conozco a unchico que si le tratamos bien podíacoger un troquel con la foto de Gandhien la redacción de The Sentinel.Podíamos ponerla en primera página yya encontraría yo algunas palabras oalgo para acompañar.

Ganesh señaló el espacio para elhomenaje.

—Pues eso ya está —dijo Swami.—La primera página va a ser con

venga de ataques, ataques. Eso me lodejéis a mí. Estoy trabajando en unartículo para desenmascarar lo del

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Fondo para los Indigentes, y Leela estáescribiendo algo sobre el trabajo socialque está haciendo.

Swami estaba tan contento queintentó cruzar sus pantagruélicaspiernas. La silla crujió y Ganesh le mirófijamente. Leela atravesó la habitacióncomo una posesa.

—¡Es que hay gente que parece queno ha visto mobiliarios en su vida! Lapróxima vez, voy a poner unos bancos.Partap se irguió como una vela y Swamisonrió. Sentado contra la pared, al ladodel frigorífico, el chico dijo:

—Sí, la primera página ya está. Perome digo yo: ¿qué va a pensar la gente

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cuando vea una dedicatoria en un ladode la página a Mahatma Gandhi y en elotro lado ataques y venga de ataques?

Swami respondió cortante:—Tú a callarte, chico. Que por

mucho que estés crecido y llevespantalones largos, te cojo y te doy unabuena azotaina, aquí mismo, delante delpandit. Y la próxima vez te quedas encasa y no te dejo tocar ni una revista delas que yo saco. Si no tienes otra cosaque decir que sarcasmos, pues vas y tecallas.

—De acuerdo. Tú eres un hombrehecho y derecho y me haces callar. Peroa ver cómo pensáis llenar las otras tres

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páginas.Ganesh no hizo caso de la discusión

y siguió trazando columnas en laspáginas interiores.

—Página dos.Partap tomó un sorbo de Coca-Cola.—Página dos.—Sí —dijo Swami—. Página dos.

Partap chasqueó los dedos.—¡Anuncios!—¿La página dos llena de anuncios?

¿Veis lo que puede hacer la falta deexperiencia?

—Unos cuantos anuncios —intercedió Ganesh.

—Eso quería decir —se defendió

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Partap.—Cuatro columnas en la página dos.

¿Dos para anuncios? Partap asintió.Swami dijo:

—Así lo hacía yo.—¿Qué vais a poner en las dos

columnas? Eso, el chico.Swami se dio la vuelta con

brusquedad en la silla, que volvió acrujir peligrosamente. El chico tenía elTime delante de la cara.

—¿Y alguna cosita escrita por ti,pandit? —preguntó Partap.

—Oye, yo ya voy a escribir toda laprimera página. Y no quiero queaparezca mi nombre en la revista. No

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quiero rebajarme al nivel de Narayan.Swami dijo:—Cultura, sahib. La página dos,

cultura. Partap dijo:—Sí, cultura.Hubo un largo silencio, roto

únicamente porque el chico pasaba laspáginas de Time con un ruidoinnecesario.

Ganesh dio unos golpecitos sobre lamesa con el lápiz. Swami se llevó lasmanos a la barbilla y se apoyó en lamesa, empujándola hacia Ganesh. Partapse cruzó de brazos y frunció el ceño.

—¿Coca-Cola? —preguntó Ganesh.Swami y Partap asintieron

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distraídamente y Leela salió a hacer loshonores.

—Tengo unas tazas de esmalte, si loprefieren.

—No, así nos va bien —replicóPartap, sonriendo.

—Cine —dijo el chico, oculto trasel Time.

—¿Qué quieres decir? —preguntóSwami ansiosamente.

—Críticas de películas —dijoGanesh.

—Una idea de primera, lo de lascríticas de películas —dijo Partap.

Swami se entusiasmó.—Y en la misma página, anuncios de

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películas. De las empresas indias. Concada crítica, un anuncio. Ganesh dio unapalmada sobre la mesa.

—Exacto. El chico tarareaba.Los tres hombres tomaron un poco

de Coca-Cola con desenvoltura. Swamisoltó una carcajada y siguió riéndosehasta que su silla crujió. El chico dijo entono glacial:

—Página tres.—Dos columnas más de anuncios —

replicó Ganesh inmediatamente.—Y un anuncio bien bueno y grande

en toda la página cuatro —añadióSwami.

—Desde luego —dijo Ganesh—,

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pero ¿por qué te saltas tanto espacio?Partap dijo:—Sólo quedan dos columnas por

llenar.—Sí —replicó Swami con tristeza

—. Dos más. El chico se acercó a lamesa y dijo:

—El editorial.Le miraron con expresión

inquisitiva.—El artículo de fondo.—¡Ya está la revista! —exclamó

Swami. Partap preguntó:—¿Y quién va a escribir ese

artículo? Ganesh dijo:—La gente conoce mi estilo. Eso es

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cosa vuestra. Yo me encargo sólo de laprimera página.

—Un artículo serio, de religión, enla página tres —dijo el chico—, paracompensar la primera que, o no he oídobien o va a ser de ataques y venga deataques.

Swami dijo:—Tengo yo que practicar un poco.

En los viejos tiempos, bueno, me hacíaun artículo de ésos en media hora.

Partap preguntó, dubitativo:—¿Alguna cosita sobre los Paquetes

Postales? El chico dijo:—Un artículo serio y religioso. —Y

añadió, dirigiéndose a Swami—: ¿Y ese

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que me enseñaste el otro día?—¿Cuál? —preguntó Swami, como

si tal.—El de lo de volar.—Ah, esa cosilla. Sahib, el chico se

refiere a unas palabrillas que escribí elotro día. Partap dijo:

—Ya me acuerdo. Lo que rechazóThe New Stateman. Pero está bien.Demuestra que en la antigua India losabían todo sobre los aviones.

Ganesh dijo:—¡Hum! —Y añadió—: Muy bien.

Pues lo ponemos. Swami dijo:—Lo tengo que pulir un poquito.

Partap dijo:

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—Bueno, pues ya está todo.Intervino el chico:

—Os olvidáis de una cosa. Elnombre.

Los hombres volvieron a quedarsepensativos.

Swami hizo tintinear el hielo en suvaso.

—Más vale decirlo ahora mismo,sahib. Yo soy así: nada de andarme conrodeos. Si no encontramos un buennombre, la culpa es mía. Cuando eradirector de verdad los usé todos. TheMirror, The Herald, The Sentinel, TheTribune, The Mail, Todo, todo. Lostengo agotados. El no sé qué hindú y el

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no sé cuántos hindú.Ganesh dijo:—Algo sencillo.Partap jugueteó con su vaso y

masculló:—Algo realmente sencillo. —Y sin

darse cuenta soltó—: ¿The Hindú?—¡Serás idiota! —gritó Swami—.

¿No sabes que así se llama la revista deNarayan? Eres tan idiota que por esotrabajas en Correos, ¿no?

La silla chirrió contra el suelo yLeela salió corriendo, horrorizada. Vioa Partap de pie, pálido y tembloroso,con el vaso en la mano.

—¡ Anda, vuelve a decirlo! —

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exclamó Partap—. Lo repites y ya verássi no te estampo este vaso en la cabeza.¿Quién trabaja en Correos? ¿Un hombrecomo yo pegando sellos? Eso tú, quevas por ahí chupando... Bueno, no mevoy a ensuciar la boca hablando contigoaquí.

Ganesh rodeó los hombros de Partapcon un brazo mientras Leela le quitabarápidamente el vaso de la mano yretiraba los demás vasos de la mesa.

Swami dijo:—Venga, hombre, que era una

broma. ¿Quién podría decir que trabajasen Correos? Sólo con verte se nota queeres de los Paquetes Postales. Lo llevas

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grabado, ¿verdad, chico?El chico respondió:—A mí me da la impresión de ser de

los Paquetes Postales. Ganesh dijo:—¿Lo ves como todos dicen que

parece que eres de los PaquetesPostales? Venga, a sentarse y a portarsecomo uno de los Paquetes Postales.Siéntate y tranquilízate. Un poquito deCoca-Cola. ¡Anda! ¿Dónde están losvasos?

Leela dio un patadón en el suelo.—No pienso darles Coca-Cola a

estos analfabetos en mis vasos, con lobonitos que son. Swami dijo:

—Perdón, maharaní.

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Pero Leela ya había salido de lahabitación.

Partap dijo, al tiempo que sesentaba:

—Perdón, pero los errores sonfidedignos. Se me había olvidado elnombre de la revista de Narayan, nadamás.

—¿Qué os parece The Sanatanist?—preguntó Swami.

El chico contestó:—No.Ganesh le miró.—¿No?—Es fácil darle la vuelta —dijo el

chico—. Sería muy fácil cambiarlo por

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The Sanatanist the Satanist. Y además,mi padre no es sanatanista. Nosotrossomos arios.

Así que los hombres se pusieron apensar otra vez.

Swami le preguntó al chico:—¿Has pensado algo ya?—¿Qué crees que soy? ¿Pensador

profesional? Partap dijo:—No te pongas así. Si se te ocurre

algo, nos lo cuentas, Ganesh dijo:—Somos hombres hechos y

derechos. Vamos a olvidarnos del chico.El chico dijo:—Vale, no os preocupéis más. Es

fácil. El nombre que andáis buscando es

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The Dharma, la fe.Ganesh escribió el nombre en la

parte superior de la primera página ysombreó las letras.

El chico dijo:—Me sorprende que unos hombres

hechos y derechos estén aquí venga abeber Coca-Cola y hablando de suexperiencia y que no se preocupen delos anuncios.

Aún nervioso, Partap se puso locuaz.—Estaba yo hablando con el jefe de

los Paquetes Postales la semana pasada,sin ir más lejos, y me contó que enAmérica e Inglaterra —él estuvo allí depermiso antes de la guerra— tienen

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hombres hechos y derechos que se pasanel día escribiendo anuncios.

Swami dijo:—Yo es que ya no tengo los

contactos que tenía antes para lo de losanuncios.

Ganesh le preguntó al chico:—¿Tú crees que nos hacen falta?

Intervino Swami:—¿Por qué le preguntas al chico? Si

quieres mi consejo, pues mira, te lo digobien claro: que una revista, a no ser quelleve anuncios, no parece nada y la gentepiensa que nadie la lee.

Partap dijo:—Si no ponemos anuncios, hay que

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llenar más columnas. Dos y dos soncuatro, y con las cuatro columnas de laúltima página nos ponemos en ocho, yuna en la primera...

Ganesh dijo:—Pondremos anuncios, y yo

conozco a alguien que seguro que quiereanunciarse. Beharry. AlmacenesBeharry. En primera página.

—¿A quién más conocéis? —preguntó el chico. Partap arrugó lafrente.

—Lo mejor va a ser nombrar unadministrador. Swami sonrió a Partap.

—Qué buena idea. Y yo pienso queel más adecuado para el cargo es el

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pandit Ganesh. El voto fue unánime. Elchico le dio un codazo a Swami, ySwami dijo:

—Y pienso que tenemos quenombrar un subdirector. El más indicadoes aquí el chico.

Aquello quedó solucionado.Después decidieron que, en la primerapágina de The Dharma, Swami figurasecomo director general y Partap comodirector adjunto.

Durante los dos o tres mesessiguientes, hubo veces en que Ganesh searrepintió de haberse metido en el

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periodismo. Las distribuidoras depelículas tenían una actitud muy grosera.Decían que ya tenían suficientesanuncios, como si dudaran de que unacrítica de The Dharma, por favorableque fuese, pudiera estabilizar laindustria cinematográfica de la India.Eso argumentaba Ganesh: «La industriacinematográfica india no es tan saneadacomo parece», decía. «Que se acabenlas consecuencias de la guerra yentonces, ¡pum!, las cosas se pondránfeas.» Los ejecutivos le aconsejaban quese limitara a la religión y dejara en pazla industria cinematográfica.

«De acuerdo. Ni una crítica. Ni una

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palabra», amenazó Ganesh. «TheDharma hará caso omiso de laexistencia del cine indio.» Recapacitórápidamente al ver que las dos columnassobre cultura de la página dos sequedaban en blanco y se ablandó.«Siento haberme enfadado», escribió.«Pero mi actitud hacia ustedes no estaráinfluida por su actitud hacia mí.» Sinembargo, las distribuidoras de películassiguieron negándose a dar entradasgratis a The Dharma y Ganesh tuvo quedarle dinero al chico para que fuera aver dos películas y escribiera la crítica.

Ser el administrador le resultabaembarazoso. Suponía ir a ver a una

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persona que ya conocía y hablar sobre lasituación en la India antes de lanzarse apedirle un anuncio. Y además no eramuy sensato, porque Ganesh no queríaque se supiera que tenía una relacióndemasiado estrecha con The Dharma.

Acabó por abandonar la idea deponer anuncios. De los clientes que erantenderos sacó dos o tres centímetros depublicidad; pero después decidiópublicar anuncios no solicitados. Pensóen todas las tiendas y redactó anunciospara ellas. Un asunto complicado,porque casi todas las tiendas eran muyparecidas y no resultaba satisfactorioescribir algo como «Los mejores

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productos a precios sin rival», o«Artículos de primera calidad a precioscompetitivos». Al final se lo inventó,con descripciones de gangassuperlativas en tiendas ficticias depueblos desconocidos. Swami estabacontento.

—Una obra maestra, sahib. Partappreguntó:

—Este sitio del que hablas, LosRosales, ¿dónde está?

—¿Saldos Keskidee? Reciénabierto. La semana pasada, sin ir máslejos.

El chico entregó críticasdifamatorias sobre las películas.

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—Mira, esto no lo podemos publicar—dijo Ganesh.

—Para ti es muy fácil hablar. Tú loúnico que haces es ir por ahí buscandoanuncios. Yo me tuve que pasar seishoras viendo esas dos películas.

Hubo que volver a escribir lascríticas.

El chico dijo:—Pandit, es tu revista. Si me haces

mentir, es cosa tuya.—¿Qué pasa con lo de tu artículo

sobre el Fondo para los Indigentes,sahib?

—Aquí lo tengo. Narayan va a ser elhazmerreír de todos. Y con la crónica de

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Leela que voy a publicar al lado,Narayan se va enterar de lo que esbueno.

Les enseñó la crónica.—¿Qué son todas estas manchas? —

preguntó el chico.—Para corregir los signos de

acentuación.—Pues es una crónica bien bonita,

sahib. Swami lo dijo en tono melifluo.Decía lo siguiente:

CRÓNICA DE MIS ACTIVIDADESBENÉFICAS

Leela Ramsumair

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1. En noviembre del pasado añoatendí con toda humildad a 225indigentes, en forma de dinero yrefrigerios. Los gastos de tal invitaciónfueron cubiertos con aportaciones,donadas de buen grado, de particularesde Trinidad.

2. En diciembre atendí a 213 niñospobres. Los gastos fueron cubiertos pormi marido, Pandit Ganesh Ramsumair,licenciado, místico, y por mí.

3. El 1 de enero el doctor C. V. R.Swami, periodista hindú y organizadorreligioso, me abordó con una petición deayuda monetaria inmediata. Había

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organizado una reunión religiosa desiete días, dando de comer a una mediade hasta 200 brahmanes per diem,además de otras 325 personas,aproximadamente (según los cálculosdel doctor Swami). Se le terminó lacomida. Le presté ayuda económica. Porconsiguiente, el día 7 y el último día dela reunión religiosa, pudo dar de comera más de 500 brahmanes, además de 344indigentes.

4. En febrero fui a la finca de SweetPastures, donde me vi ante unos 425niños. Todos eran indigentes. Les dicomida, y juguetes a 135 de los máspobres.

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5. En marzo, en mi residencia deFuente Grove, atendí a más de 42 niñosde los más pobres. Considero que debodeclarar que, si bien di de comer atodos, sólo pude entregar ropas a 12 delos más pobres.

6. Al presentar esta incompletacrónica al público examen de lostrinitenses, deseo que sea públicamentesabido que es mucho lo que debo a losparticulares trinitenses que de tan buengrado donaron dinero para el consuelo yalivio de los niños más pobres sindistinción de raza, casta, color o credo.

The Dharma fue a imprenta.

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El chico se encargó de lacomposición con gran entusiasmo. Pusoun titular en letras grandes en la primerapágina y otro en la tercera. En la partesuperior de la tercera insertó, enbastardilla del veinticuatro:

Hoy en día, el avión es algoque se suele ver desde cualquiersitio y también se suele creer queel progreso en este terreno seremonta a los últimos cuarentaaños. Pero unas diligentesinvestigaciones estándemostrando que no es así, y eneste docto despacho, el doctor C.

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V. R. Swami muestra que hacedos mil años ya existía...

Y en enorme negrita:

LA AVIACIÓN EN LAANTIGUA INDIA

Se lo sabía todo sobre losencabezamientos y los ponía cada dospárrafos. El último párrafo de cadaartículo iba en bastardilla, y el últimorenglón en negrita.

Basdeo, el impresor, le dijo másadelante a Ganesh:

—Sahib, como me vuelvas a mandar

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a ese chico con algo para imprimir, leretuerzo el pescuezo.

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10. La derrota deNarayan

«Si necesitara otra prueba de lamano de la Providencia en mitrayectoria, sólo tendría que fijarme enlos sucesos que desencadenaron la caídade Shri Narayan», escribía Ganesh en«Los años de culpa».

En Trinidad no es de buenaeducación mirar mal a una personaporque se sepa que no utiliza bien losfondos públicos. En cuanto se ledescubre, el pobre es objeto de talridículo que hasta le dedican letrillas.

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Después de que apareciera TheDharma, Narayan ya no tuvo salida.

—Es tu oportunidad para rematarle,pandit —dijo Beharry—. Dos o tresmeses para recobrarse y ¡zas!: la gentedeja de reírse y vuelve a hacerle caso.

Pero nadie era capaz de trazar unplan.

Leela dijo:—Yo haría lo que mi padre: unos

buenos zurriagazos. Beharry sugirió másconferencias. El chico dijo:

—Pandit, secuestra a ese hijo deperra.

Swami y Partap pensaron un montón,pero no se les ocurrió nada.

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Era la época de las bodas hindúes, yla Gran Eructadora estaba muy ocupada.

La mooma de Suruj seguía pensandocuando, para desgracia de Narayan,intervino el Destino.

Dos días después de la publicacióndel Primer Volumen, Número Uno deThe Dharma, se anunciaba en TheTrinidad Sentinel que un industrialhindú de la India había ofrecido treintamil dólares para la mejora del nivelcultural de los hindúes de Trinidad. Eldinero lo tendría en depósito el gobiernode Trinidad hasta poder entregarlo a ungrupo hindú competente.

Narayan se apresuró a proclamar

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que la Asociación Hindú, cuyapresidencia tenía el honor de ocupar, erasuficientemente competente como parahacerse cargo de los treinta mil dólares.

Leela dijo:—Si se les deja, se podrían hacer

cargo de mucho más.—El propio Dios nos envía esta

oportunidad, pandit —incitó Beharry—.Pero tienes que actuar rápido. LaAsociación de Narayan celebra susegunda asamblea general dentro decuatro semanas. ¿No podrías hacer algoallí?

—No paro de pensar en ello —contestó Ganesh, y durante unos

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momentos Beharry reconoció al Ganeshde antes, el de los tiempos premísticos.

Cuatro días más tarde, elcorresponsal de The Sentinel en SanFernando informaba de que el panditGanesh Ramsumair, de Fuente Grove,estaba planeando la formación de unaasamblea representativa de los hindúesde Trinidad que se conocería como LigaHindú.

Aquel mismo día, Narayanaseguraba en una entrevista que laAsociación Hindú era el único gruporepresentativo de los hindúes de

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Trinidad. Tenía un buen historial enactividades benéficas, estaba fundadamucho antes de que ni siquiera sepensara en la creación de la Liga y todaslas personas honradas sabían que la Ligase iba a formar únicamente por laperspectiva de los treinta mil dólares.

Las cartas de ambos bandos llegaronvolando a The Sentinel.

Por último, se anunció que lareunión inaugural de la Liga Hindú secelebraría en la residencia del panditGanesh Ramsumair en Fuente Grove.Tendría carácter privado.

Aquel sábado por la tarde, en laplanta baja de la casa de Ganesh se

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reunieron unos cincuenta hombres, lamayoría antiguos clientes. Entre elloshabía abogados y procuradores,pasantes, taxistas, dependientes yobreros. Sin querer correr riesgos, Leelales sirvió Coca-Cola aguada en tazas deesmalte.

Ganesh se sentó sobre unos cojinesde color naranja en una tribuna bajo unatalla de Hanuman, el dios mono. Recitóuna larga plegaria en hindi, y despuésroció a los asistentes con agua de unjarro de latón sirviéndose de una hoja demango.

Sentado con las piernas cruzadas enun charpoy junto al chico, Partap dijo en

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hindi:—Agua del Ganges. El chico

replicó:—¡Vete a Francia!Ganesh les hizo prestar un terrible

juramento de secreto.Después se levantó y se echó la

chalina verde sobre el hombro.—Lo que quiero decir hoy es muy

sencillo. Queremos emplear bien eldinero que se nos dé, y al mismo tiempoimpedir a Narayan que siga creandoproblemas. Dice que es competente parahacerse cargo del dinero. Nosotros losabemos.

Hubo risas. Ganesh tomó un sorbo

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de Coca-Cola de un vaso de los bonitos.—Para conseguir el dinero, no sólo

tenemos que eliminar a Narayan.Tenemos que formar un grupo unido dehindúes. Se oyeron gritos de aprobación.

—La Asociación Hindú no es ungrupo muy grande. Aquí somos más queen la Asociación Hindú. Quieren captarmás miembros, y os he reunido hoy aquípara rogaros que forméis vuestraspropias secciones de la AsociaciónHindú.

Murmullos.El chico dijo:—Pero yo creía que hoy íbamos a

formar la Liga Hindú.

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Ganesh levantó una mano.—Hago esto únicamente por la

unidad de los hindúes de Trinidad.Varias personas gritaron en hindi:—¡Larga vida a Ganesh!—¿Pero y la Liga? —insistió el

chico.—No vamos a formar la Liga.

Dentro de menos de tres semanas laAsociación Hindú celebrará su segundaasamblea general. Se elegirán muchoscargos y espero veros a todos vosotrosentre ellos.

Los asistentes aplaudieron.Swami se puso de pie con dificultad.—Señor presidente Ganesh, ¿puedo

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preguntarle cómo piensa que va aocurrir tal cosa?

Los asistentes aplaudieron otra vez ySwami volvió a sentarse.

—Ése es el problema: ¿cómo ganarlas elecciones en la asamblea general dela Asociación? La solución: teniendomás delegados que nadie. ¿Cómo tenerdelegados? Formando más secciones.Espero que los cincuenta aquí presentesformen cincuenta secciones. Cadasección enviará tres delegados a laasamblea.

Swami volvió a ponerse de pie.—Señor presidente Ganesh, ¿puedo

preguntarle cómo nos va a proporcionar

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a todos y cada uno de los aquí presentestres delegados, sahib?

—Hay... hay cientos de personasdispuestas a hacerme un favor. El chicose levantó entre los aplausos dirigidos aSwami y Ganesh.

—Sí, parece buena idea. Pero,¿cómo sabemos que Narayan no va ahacer lo mismo?

Murmullos: «El chico es pequeñopero listo» y «¿De quién es hijo?».

Swami se levantó casi en cuanto sehubo sentado. Le dedicaron másaplausos. Sonrió, tocó la carta quellevaba en el bolsillo de la camisa yextendió una mano para que cesara la

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ovación.—Señor presidente Ganesh, sahib,

con su permiso, sahib, voy a contestar ala pregunta del chico. Al fin y al cabo,es mi sobrino, el hijo de mi hermana.

Ovación estruendosa. Gritos de:«¡Chist! ¡Chist! ¡Vamos a oír qué dice!»

—Me parece a mí, señor presidenteGanesh, que la pregunta del chico casise contesta a sí misma, sahib. En primerlugar, ¿quién va a tomarse a Narayan enserio? ¿Quién le va a hacer caso? Señorpresidente Ganesh, yo soy el directorgeneral de The Dharma. Esa revista haconvertido a Narayan en el hazmerreírde todos. En segundo lugar, sahib,

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Narayan no tiene cabeza para hacer unacosa así.

Risas.Swami volvió a levantar una mano.—En tercer y último lugar, sahib,

está el factor sorpresa. Ese es el factorque va a derrotar a Narayan.

Gritos de: «¡Larga vida a Swami!¡Larga vida al sobrino de Swami!».

Partap preguntó:—¿Y el transporte, pandit? Estaba

pensando que podría coger variasfurgonetas de los Paquetes Postales...

—Yo tengo cinco taxis —replicóGanesh—. Y muchos amigos que sontaxistas.

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Los taxistas allí presentes se rieron.Ganesh pronunció el discurso declausura.

—Recordad: sólo estamos luchandocontra Narayan. Recordad: luchamospor la unidad de los hindúes. —Y antesde que se dispersaran, gritó parainfundir ánimos—: ¡No olvidéis que osrespalda una revista!

Al día siguiente, domingo, TheSentinel informaba de la creación de laLiga Hindú. Según el presidente, elpandit Ganesh Ramsumair, la Liga yatenía veinte secciones.

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El martes —The Sentinel no sepublica los lunes—, Narayan anuncióque la Asociación Hindú tenía treintasecciones. El miércoles, la Liga anuncióque tenía cuarenta secciones. El jueves,la Asociación había doblado el númerode miembros y tenía sesenta. La Ligaguardó silencio el viernes. El sábado, laAsociación aseguraba contar conochenta secciones. Nadie dijo nada eldomingo.

El martes Narayan declaró en unaconferencia de prensa que saltaba a lavista que la Asociación Hindú era elgrupo hindú más competente y que iba apresionar para obtener la dotación de

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treinta mil dólares inmediatamentedespués de la elección de cargos en lasegunda asamblea general del domingo.

La Asociación Hindú se reuniría enCarapichaima, en el salón de laSociedad de Socorro Mutuo, un edificiogrande, como una escuela de misión concolumnas de más de tres metros dealtura y tejado piramidal de hierrogalvanizado. De cemento en la planta dearriba y enrejado alrededor de lascolumnas en la de abajo. Un gran letreronegro y plateado proclamaba conelocuencia las ventajas de la Sociedad,

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que incluían «el entierro gratuito de susmiembros».

La segunda asamblea general de laAsociación Hindú debía comenzar a launa del mediodía, pero cuando llegaronGanesh y sus seguidores en varios taxis,alrededor de la una y media, sólo vierona tres hombres vestidos de blanco, entreellos un negro alto de larga barba conaspecto de santo.

Ganesh había advertido de quepodía haber intercambio de golpes, encuanto el taxi llegara a Carapichaima.Swami, armado con un grueso bastónpoui, se sentó en el borde del asiento ygritó:

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—¿Dónde está Narayan? Narayan,¿dónde estás? ¡Hoy quiero verte la cara!

Después se tranquilizó.Los hombres de Ganesh invadieron

inmediatamente el lugar. Dandomuestras de una iniciativa quesorprendió a Ganesh, Swami se unió algrupo de avanzadilla.

—Narayan no está —dijo el chicocon alivio.

Swami golpeó el suelo cubierto depolvo con el bastón.

—Es una trampa, sahib. Y hoy es eldía que quería ver a Narayan. Despuésvolvió Partap, con la noticia de que losdelegados de la Asociación Hindú

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estaban comiendo en una habitación delpiso de arriba.

Ganesh, con Swami, Partap y elchico cruzaron el patio de tierra yasfalto, hasta la escalera de madera enun lateral del edificio. El chico dijo:

—Más os vale protegerme como esdebido, ¿entendido? Como me peguen,lo vais a pagar muy caro. A mitad de losescalones Swami gritó:

—¡Narayan!Estaba en el descansillo de arriba:

un hombre viejo, muy bajo, muydelgado, con un traje de dril blancolleno de manchas y desastrado. Tenía elrostro contraído, con expresión de gran

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dolor. Parecía dispéptico. Se dio lavuelta, se apoyó en el murete de lagalería superior, y se quedó mirandofijamente los mangos y las casitas demadera al otro lado de la carretera.

Ganesh y sus hombres subieronruidosamente la escalera, el chico másruidoso que nadie.

Swami dijo:—Coge mi poui y dale en la calva

mientras mira a otro lado, sahib. Es unaocasión única. Ganesh replicó:

—No sabes cuánta razón tienes. Elchico dijo:

—Aquí tienes tres testigos de queperdió el equilibrio y se cayó. Ganesh

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no respondió. El chico dijo:—Dame el bastón. Yo le arreglaré

las cuentas a Narayan.Swami sonrió.—Eres demasiado pequeño.Los seguidores de Ganesh repartían

The Dharma a diestro y siniestro, entrelos que pasaban por la carretera, entrelos delegados que estaban comiendo,entre los delegados que paseaban por elpatio. Al principio intentaron cobrarcuatro centavos por ejemplar, perodespués empezaron a regalar la revista.

Partap dijo pausadamente:—¿Quieres que vaya a insultar a

Narayan, pandit? Estoy lo bastante

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chiflado como para hacer una cosa así.—De repente enloqueció—. ¡Más valeque me sujetéis si no queréis que mandea ese hombrecillo al hospital! ¿Me oís?¡Sujetarme!

Le sujetaron.Narayan dejó de contemplar el otro

lado de la carretera y bajó lentamentehacia el descansillo. Swami dijo:

—¿Quieres que le tire escalerasabajo, sahib?

También a él le sujetaron.Narayan les lanzó una mirada.

Parecía enfermo.—Dejarle en paz —dijo Ganesh—.

Está acabado, el pobre.

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El chico dijo:—Parece un pollo mojado.Le oyeron bajar los escalones,

pasito a pasito.Los delegados que estaban comiendo

salieron a la galería en pequeñosgrupos, vaso en mano. Trataban demantener la calma y actuaban como siGanesh y sus hombres no estuvieran allí.Se lavaron las manos e hicierongárgaras, tirando el agua por encima dela pared, mientras hablaban en voz alta yse reían.

A Ganesh le llamó la atención unode los gargaristas, bajo y robusto, queestaba en un extremo de la galería.

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Creyó reconocer el vigor con el queaquel hombre hacía gargarismos yescupía al patio, y le resultaba conocidoaquel garbo. De vez en cuando elgargarista daba un saltito, y Ganeshtambién reconoció aquello.

Aquel hombre dejó de hacergárgaras y miró a su alrededor.

—¡Ganesh! ¡Ganesh Ramsumair!—¡Indarsingh!Estaba más rollizo y tenía bigote,

pero conservaba la gracia que le llevó aser un alumno destacado en el Queen'sRoyal College.

—Vaya, vaya, chaval.—Pero bueno, si hablas con acento

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de Oxford. ¿Qué pasa, hombre?—Tranquilo, chaval. Vaya la que

nos estás jugando. Pero tienes buenapinta. Pero que muy buena pinta.

Se tocó la corbata que llevaba, de laSociedad de St Catherine, y dio otrosaltito.

A Ganesh le habría dado vergüenzahablar correctamente con Indarshing.

—Vamos, que no me esperaba verteaquí. Anda, que un tipo como tú, venga aganar becas...

—Pues estoy hasta las narices delDerecho, chico. A ver si me meto en lode la política. Empezando por poco.Dando charlas.

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—Claro, hombre. Indarsingh, ellince de los debates en el colegio.

Swami y los demás mirabanboquiabiertos. Ganesh dijo:

—¿Es que os he pedido que montéisguardia, pandilla? ¿Dónde estáNarayan?

—Está sentado ahí abajo, tantranquilo, limpiándose la cara con unpañuelo sucio.

—Pues hale, a vigilarle. Que nohaga nada raro.

Los hombres y el chico semarcharon.

Indarsingh no se dio por aludido conla interrupción.

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—Ahora doy charlas a campesinos.Qué diferencia, chico. No es lo mismoque la Sociedad Literaria o la Unión deOxford.

—La Unión de Oxford.—Y venga de años. Un curso sí y

otro también. Aquí, Indarsingh. Tresveces candidato para el Comité de laBiblioteca. No se me arregló.Prejuicios, ya sabes. Un asco.

El rostro de Indarsingh seentristeció.

—Pero hombre, ¿por qué has dejadolo del Derecho así tan pronto?

—Las charlas a los campesinos —repitió Indarsingh—. Es todo un arte,

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chaval.—Venga, que no es tan difícil. —

Indarsingh no le hizo caso.—Los últimos meses, he dado

charlas a toda clase de gente. Para lo delas prácticas. Clubes de ciclismo, defútbol, de criquet. Pero nada de unacharleta de diez minutos, ¿sabes? Unavez, en las elecciones del club decriquet, hablé tanto tiempo que se apagóla lámpara de gas. —Miró muy serio aGanesh—. ¿Y sabes qué pasó?

—¿Volviste a encender la lámpara?—Qué va, chico. Seguí hablando. En

la oscuridad. El chico subió corriendolas escaleras.

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—La reunión va a empezar, sahib.Ganesh no se había dado cuenta de

que los gargaristas habían abandonadola galería.

—Mira, Ganesh, chaval. Me voy aenfrentar contigo. No me gustan lastrampas. Te voy a destrozar con la labia,chaval. —Dio un saltito y empezaron abajar la escalera—. Tengo que contarteuna cosa. Sobre lo de dar charlas. Untipo llamado Ganga apoyó a un imbécilen las elecciones municipales delcondado. Yo apoyé a otro. El mío ganópor los pelos. Ganga montó un follón delos grandes. Exigiendo un recuento. Yohablé en contra durante quince minutos.

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Ah, ya empieza la reunión. Hay unmontón de delegados, ¿qué?

—¿Qué pasó?—Ah, el recuento. Perdió el mío.La sala estaba abarrotada. No había

suficientes bancos, y muchos delegadosestaban apoyados contra el enrejado. Aaquella confusión contribuía laexistencia de numerosas columnas demadera que surgían de los sitios másinsospechados.

—No hay sitio, chaval. No contabayo con tantos, ¿qué? No, no me voy asentar contigo. Ya me colaré en algúnsitio, ahí delante. Y acuérdate: sintrampas.

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Los delegados se abanicaban conThe Dharma.

Tal vez, si The Dharma no lehubiera dejado tan en ridículo y ladonación de treinta mil dólares tan enevidencia, Narayan se habría defendido.Pero le cogió tan por sorpresa y,además, conocía tan bien su situación,que a Ganesh se le allanó el camino.

Pero Ganesh tuvo momentos depreocupación.

Como cuando Narayan, por poner unejemplo, presidiendo la mesa cubiertacon la bandera tricolor de la India,

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azafrán, blanca y verde, preguntó cómoera posible que el señor Partap, quecomo bien sabía, trabajaba en PuertoEspaña y vivía en San Fernando,representara a Cunaripo, que estaba akilómetros de distancia de amboslugares.

Ganesh se puso en pie de golpe ydijo que, efectivamente, el señor Partapera empleado, y muy estimado, en elServicio de Paquetes Postales de PuertoEspaña y miembro de una honorablefamilia de San Fernando, pero queademás, y sin duda por méritos propiosen alguna vida anterior, tenía tierras enCunaripo.

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Narayan parecía enfermo. Dijo, muyseco:

—Bueno, supongo que yo representoa Puerto España, aunque trabajo enSangre Grande, que está a sólo ochentakilómetros.

Todos se rieron. Todo el mundosabía que Narayan vivía y trabajaba enPuerto España.

Y a continuación Indarsingh empezóa liarla. En un discurso que duró casidiez minutos, cuestionó, en un inglésimpecable, si todas las secciones habíanpagado su cuota.

El tesorero jefe, sentado junto aNarayan, abrió un cuaderno azul con el

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retrato del rey Jorge VI en la tapa. Dijoque muchas secciones, sobre todo lasmás recientes, no habían pagado, peroque estaba seguro de que lo harían muypronto.

Indarsingh gritó:—¡Eso va contra los estatutos! Se

hizo el silencio.Seguramente esperaba alaridos de

protesta, y el silencio le cogió porsorpresa. Dijo: «¿Ah, cómo?», y sesentó. Narayan torció los finos labios.

—Es curioso. Vamos a consultar losestatutos. Swami vociferó desde atrás:

—¡Narayan, no vas a consultarestatutos de ninguna clase! Con

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expresión de tristeza, Narayan apartó elfolleto.

—¡Venga, que alguien como túquiera consultar los estatutos, cuando leestás quitando el dinero a la gente quetiene que matarse para comer!

Ganesh se levantó.—Señor presidente, ruego al doctor

Swami que se retracte de sus groseraspalabras.

Los allí reunidos se unieron a lapetición: «¡Que se retracte!»

—Vale, me retracto. Eh, unmomento. ¿Quién está diciendo «Cállatela boca»? ¿Es que quiere jarabe depalo? —Swami miró a su alrededor con

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expresión amenazante—. Vamos a ver.Quiero dejar bien clara nuestra postura.No hemos venido para pelearnos connadie. Lo único que queremos es ver alos hindúes unidos, y queremos que ladonación sea para todos, no sólo parauna persona.

Narayan parecía más enfermo quenunca.

Hubo risas, y no sólo de losseguidores de Ganesh.

Ganesh le dijo al chico en unsusurro:

—¿Pero cómo no me has recordadolo de las suscripciones? El chico dijo:

—Tú, un hombre hecho y derecho,

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hablándome así. Indarsingh volvió aintervenir.

—Señor presidente, esto es un grupodemocrático, y en ninguna otraasociación (y yo he viajado mucho) hesabido yo de miembros a quienes se lespermitiera votar sin haber pagado lasuscripción. Considero que, en términosgenerales...

Narayan preguntó:—¿Es una moción? Indarsingh

parecía molesto.—Sí, señor presidente.

Indudablemente, es una moción. Swamibramó:

—¡Señor presidente, ya está bien de

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mociones y conmociones, y oigamosalgo sensato, para variar! Mi mociónconsiste en que los estatutos sean...sean...

—Suspendidos —intervino el chico.—... suspendidos, o al menos que la

parte que dice que los miembros de laasociación tienen que pagar para votar.Suspendidos para esta reunión, y sólopara esta reunión.

Indarsingh estalló, levantó un brazo,citó a Gandhi, habló sobre la Unión deOxford, y dijo que se avergonzaba de lacorrupción que existía en la AsociaciónHindú.

Narayan parecía hundido.

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A una señal de Ganesh, cuatrohombres se precipitaron haciaIndarsingh y se lo llevaron en volandas.

—¡Antidemocrático! ¡Va contra losestatutos! —gritó Indarsingh.

Se calló de repente. Narayanpreguntó:

—¿Quién secunda la moción?Se alzaron todas las manos.Narayan vio la derrota. Sacó un

pañuelo y se lo llevó a la boca.Cambió el ambiente de la reunión.El negro de la barba se levantó y

pronunció un largo discurso. Dijo que lehabía atraído el hinduismo porque lecaían bien los indios, pero que le

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repugnaba la corrupción que acababa dever. Aún más: había decidido hacersemusulmán, y más les valía a los hindúesandarse con cuidado cuando lo fuera.

El tesorero jefe, guardián delcuaderno azul, un magnífico personajecon turbante de color naranja y koortahde seda, dijo que los indios eran malagente, y sobre todo los hindúes. Habíaperdido la fe en los suyos y ya noconsideraba un honor ser tesorero jefede la Asociación Hindú. Iba a dimitir enaquel mismo momento y no pensabapresentarse para ser reelegido. Seolvidaron las lealtades personales.

—¡Quédate, pandit nuestro! —

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gritaron los de la Asociación Hindú—.¡Quédate!

El tesorero jefe lloró y se quedó.Narayan parecía destrozado, más

triste que nunca cuando se levantó parahablar. Pronunció el siguiente discurso,que apareció entero en The Hindú:

—La discordia y la insatisfacciónimperan entre las masas hindúes deTrinidad. Amigos míos, en parte, yo hesido el causante de tal discordia einsatisfacción. Lo confieso. —Estaballorando—. Amigos míos: ¿podréisperdonar a un anciano?

—Sí, sí —respondieron los allíreunidos, también llorando—. Te

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perdonamos.—Amigos míos, no estamos unidos.

Y con vuestro permiso, voy a contarosla historia de un anciano, sus tres hijos yun haz de leña. —No la contó muy bien—. Unidos estamos de pie, y divididoscaemos. Amigos míos, más vale caerunidos que seguir en pie divididos.Amigos míos, el pandit JawaharlalNehru jamás peleó con Shrí ChakravartiRajagopalacharya ni con Shri VallabhaiPatel por la presidencia del CongresoNacional Panindio. Amigos míos: loúnico que deseo es recuperar miautoestima y vuestra estima. Y, amigosmíos, me retiro de la vida pública. No

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quiero ser reelegido presidente de laAsociación Hindú de Trinidad, de lacual soy miembro fundador y presidente.

Narayan recibió una estruendosa ylarga ovación. Varias personas lloraron.Algunas gritaron:

—¡Larga vida a Narayan! Narayantambién lloró.

—Gracias, gracias, amigos míos.Y después se sentó, para enjugarse

los ojos y sonarse la nariz.—Vaya diplomacia la de ese hijo de

perra, pandit —dijo el chico.Pero Ganesh también se enjugó una

lágrima.Ganesh era el único candidato a la

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presidencia y salió elegido sin el menorproblema.

Entre los nuevos presidentessuplentes figuraban Swami y Partap. Elchico se quedó en simple secretario. AIndarsingh le ofrecieron el puesto decuarto subsecretario, pero declinó laoferta.

La primera actuación de Ganesh encalidad de presidente consistió enenviar un cable al Congreso Panindio.Algo incómodo, porque no había ningúnaniversario que celebrar. Envió losiguiente:

MANTENEMOS VIVOS LOS

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IDEALES DE MAHATMA STOPASOCIACIÓN HINDÚ TRINIDADCON LA LUCHA POR LAINDEPENDENCIA STOP SALUDOS.

GANESH PRESIDENTEASOCIACIÓN HINDÚ TRINIDAD

Y TOBAGO

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11. Miembro delConsejo Legislativo

El Número Dos del Volumen Uno deThe Dharma no llegó a salir.

Swami y Partap no podían ocultar elalivio que sentían, pero el chico le dijoa Ganesh: «No pienso volver a metermeen esta estupidez para críos,¿entiendes?» Y a Swami: «Para lapróxima revista que quieras sacar, a míno me avises.»

Pero The Dharma había cumplido sumisión. Narayan no se desdijo y seretiró de la vida pública. Cuando la

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campaña para las primeras eleccionesgenerales de Trinidad estaba en plenoapogeo, él se refugió en su casa deMucurapo, en Puerto España, enfermo ei nú t i l . The Hindú abandonó loseslóganes como «Cada uno que enseñe auno» y «Per Ardua ad Astra» y volvió aconformarse con citas de las escriturashindúes. El Pajarito desapareció yocupó su lugar Chispas de la lumbre deun brahmán.

Ganesh no tenía tiempo para losasuntos de la Asociación Hindú. Laselecciones de la isla se celebraríandentro de dos meses y estaba muy liado.Indarsingh había decidido presentarse

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como candidato en el distrito de Ganesh,y fue eso más que el apoyo de laAsociación, de Beharry o Swami lo queempujó a Ganesh a las elecciones.

—Narayan tenía su parte de razón —dijo Beharry—. Sobre los visionariosreligiosos. Y también la mooma deSuruj. Dice que curar almas está muybien, pero que no llena el estómago.

Ganesh pidió consejo a Leela.Ella le dijo:—Pues claro que tienes que

presentarte. No irás a quedarte debrazos cruzados y dejar que ese chicoengañe a la gente, ¿no?

—Oye, que Indarsingh no es ningún

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chico.—Pues es difícil creerlo. La mooma

de Suruj está en lo cierto, ¿sabes?Demasiada educación es malo deverdad. Tú te quedaste y estudiaste aquí,y sin embargo eres un hombre másimportante que Indarsingh, con todos losOxford donde dice que ha estado.

La Gran Eructadora exclamó:—¡Ay, Ganesh! ¡Eran las palabras

que esperaba oír de tu boca! Es tu deberpresentarte y ayudar a los pobres. Asíque Ganesh se presentó a las elecciones.

—Pero no me va a hacer feliz ver ami marido metiéndose en discusionesruines con gente ruin. No quiero que

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arrastres tu nombre por el barro.No lo hizo. Llevó la campaña

electoral más limpia de la historia deTrinidad. No tenía programa. Y suscarteles eran de lo más sencillo:GANESH HARÁ LO QUE PUEDA, UNVOTO PARA GANESH ES UN VOTOPARA DIOS, e incluso cosas mássimples, como GANESH GANARÁ yGANESH ES UN HOMBRE DE BIENY DE DIOS.

No celebró reuniones electorales,pero Swami y Partap le organizaronmuchas reuniones religiosas. Trabajócon ahínco para ampliar susconferencias del Camino de la felicidad;

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tenía que llevar los libros quenecesitaba en tres o incluso cuatro taxis.En medio de una charla, dejaba caer enhindi: «Quizá interese a alguno de losaquí presentes saber que me presento alas elecciones del mes que viene. Nopuedo prometer nada. Consultaré paratodo a Dios y a mi conciencia, aun ariesgo de desagradaros. Pero eso no eslo importante. Recordad que estamoshablando de la transmigración de lasalmas. Pues bien, esta teoría también fuedefendida por un filósofo de la antiguaGrecia, pero he traído varios libros parademostrar que es más que probable queaquel griego tomara la idea de la

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India...»Beharry dijo un día:— La mooma de Suruj piensa que

ese cartel delante de la casa no quedabien, pandit. Dice que está tan mohosoque lo estropea todo.

Así que Ganesh quitó el cartel queamenazaba con no atender peticiones deayuda monetaria y puso otro nuevo ymás sencillo que decía lo siguiente:Aquí se puede encontrar solaz espiritualen cualquier momento.

Una noche, en una reunión religiosa,Ganesh vio al chico entre quienesayudaban a llevar los libros desde lostaxis hasta el estrado. Swami dijo:

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—He traído al chico para pedirteperdón por lo que te dijo, sahib. Diceque lo quiere compensar ayudando conlos carteles y eso. Se pasa el díallorando, sahib. Y a pesar de que parecepequeño, tiene una mano maestra parapintar carteles.

Los rótulos del chico erancomplejos. Nunca se conformaba con lasletras sin más; lo sombreaba todo y aveces costaba trabajo leer lo que habíaescrito. Pero ponía mucho empeño ycaía bien a todo el mundo. Beharry, quetambién trabajaba en los carteles, dijo:

—A veces quisiera que Dios mehubiera dado un hijo así. Suruj es buen

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chico, pero pandit, no tiene cabeza.Siempre está en la clase de losatrasados. Me descompone. Yo soy unhombre inteligente, y la mooma de Surujno es tonta.

Los elogios de Beharry sirvieron deestímulo al chico y dibujó el cartel másfamoso de las elecciones:

GANESH esCapazAmableEnérgicoSinceroSANTO

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Frente a todo aquello, estaba clarodesde el principio que Indarsingh notenía posibilidades, pero luchó convalentía. Obtuvo el apoyo del Partidopara el Progreso y la Unidad, el P. P. U.,una organización constituida a toda prisados meses antes de las elecciones. Losobjetivos del P. P. U., como suorganización, eran difusos, e Indarsinghtuvo que arreglárselas él solo. Susdiscursos eran largos, cuidadosamentepensados —más adelante su autor lospublicaría en forma de libro, bajo eltítulo de «Colonialismo: cuatroensayos»—, sobre temas como laeconomía del colonialismo, el

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colonialismo en perspectiva, laanatomía de la opresión, el enfoque dela libertad. Indarsingh iba de un lado aotro con una pizarra y una caja de tizasde colores, e ilustraba sus argumentoscon diagramas. A los niños les caíabien. Le rodeaban al principio y al finalde los discursos y le pedían «un trocitopequeño de tiza que estuviera pensandoen tirar». Los mayores le llamaban el«Diccionario Andante».

En una o dos ocasiones intentóatacar a Ganesh pero pronto comprendióque no debía hacerlo. Ganesh jamásmencionó a Indarsingh.

A Leela le gustaba cada vez menos

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Indarsingh, a medida que se aproximabael día de las elecciones.

—Tanta palabrería elegante y tantoacento elegante... No sé cómo la genteno le tira algo bien grande a la cabeza.

—No está bien hablar así, Leela —dijo Ganesh—. Es buen chico. Estáluchando bien limpio, y en el resto deTrinidad las cosas no son tan limpias, telo aseguro.

Leela se volvió hacia Beharry:—¿Oyes lo que dice? Es justo esa

bondad y esa mente tan grande lo que espeligroso en Trinidad. Parece que no hatenido bastante con gente como Narayan.

Beharry replicó:

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—Bueno, el pandit tiene mucharazón en lo que dice. Indarsingh es buenchico, pero no es más que un chico. Dicecosas demasiado grandes. Pero fíjate,que eso está bien para aquí. Yo puedoentenderlo y el pandit Ganesh puedeentenderlo, pero para la gente corrientees distinto.

Una noche, Ganesh volvió tarde aFuente Grove de una reunión religiosaen Bamboo Walk, una aldea limítrofecon su distrito. En el piso de arriba, enel cuarto de estar, estaban Leela,Beharry y el chico, trabajando como decostumbre en los carteles. Estabansentados a la mesa. Pero Ganesh vio a

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alguien más arrodillado junto alfrigorífico, rellenando los contornos deun cartel de GANESH ES UNHOMBRE DE BIEN Y DE DIOSextendido en el suelo. Era un hombregrandón y gordo, pero no era Swami.

—Hola, sahib —dijo el hombredespreocupadamente, y siguiórellenando las letras. Era Ramlogan.

—Hola, Ramlogan. Cuánto tiemposin verte. Ramlogan no alzó la vista.

—Tengo mucho trabajo, sahib. En latienda. Ganesh dijo:

—Leela, espero que tengas muchacomida para mí esta noche. Cualquiersobra me la comería. Tengo un hambre

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de lobo. Ah, Leela, ¿pero no le has dadonada a tu padre?

Leela se dirigió con presteza haciael frigorífico.

Ramlogan siguió rellenando letras.—¿Qué te parece?—Unas palabras muy bonitas, sahib.

Ramlogan siguió sin alzar la vista.—Se le ocurrieron a Leela.—Ella es así, sahib. Leela repartió

Coca-Colas.Ramlogan, que estaba inclinado con

las manos apoyadas en el suelo, seenderezó y se echó a reír.

—Llevo años vendiendo la Coca-Cola esta pero, fíjate, sahib, que ni la

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había catado. Qué cosas. Ya se sabe: encasa del herrero, cuchillo de palo.

Leela dijo:—Oye, tienes la comida esperándote

en la cocina. Ganesh atravesó el cuartode estar y pasó a la habitación grande,junto a la galería trasera.

Leela tenía lágrimas en los ojos.—Es la segunda vez en mi vida que

me haces sentir orgullosa de ti.Se apoyó sobre él. El no la rechazó.—La primera vez fue cuando el

chico de la nube. Ahora con papá.Se secó los ojos y sentó a Ganesh a

la mesa de la cocina.

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Durante la semana anterior al día delas elecciones Ganesh decidiósuspender toda actividad mística ycelebrar un Bhagwat, un encuentroreligioso de siete días. Dijo:

—Desde pequeño me tengoprometido celebrar mi propio Bhagwat,pero nunca encontraba tiempo. El chicodijo:

—Pero ahora es el momento demoverse, pandit, de hablar a la gente yeso.

—Ya lo sé —replicó Ganesh contristeza—. Pero algo me dice que si nocelebro un Bhagwat ahora, no lo harénunca. A Leela no le parecía bien.

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—Para ti es muy fácil. Sólo tienesque estar sentado recitando oraciones ycosas. Pero la gente no va a un Bhagwatsólo por las oraciones, eso te loaseguro. Van por la comida de balde.

Pero la Gran Eructadora, la moomade Suruj y Ramlogan aunaron fuerzas yayudaron a Leela en la ingente tarea decocinar durante todo el fin de semana. ElBhagwat tuvo lugar en la planta baja dela casa; se dio de comer a la gente fuera,en el restaurante de bambú, y había unacocina especial en la parte de atrás. Losleños ardían en enormes agujerosexcavados en el suelo, y en grandescacerolas negras de hierro cocían a

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fuego lento arroz, dal, patatas, calabaza,espinacas de muchas clases, karhee, ymuchos otros alimentos vegetarianoshindúes. La gente acudió desde varioskilómetros a la redonda, e inclusoSwami, que había organizado tantosBhagwats, dijo:

—Es lo mejor y lo más grande quehe organizado jamás.

Leela se quejaba más que nunca decansancio; la Gran Eructadora teníainusitados problemas con los gases, y lamooma de Suruj no paraba delamentarse por sus manos.

Pero Ramlogan le dijo a Ganesh:—Así es con las mujeres y eso,

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sahib. Se quejan, pero nada les gustamás que una gran fiesta como esta.Pasaba lo mismo con la madre de Leela.Siempre yendo a cantar a alguna boda, ycuando volvía ronca a la mañanasiguiente, venga a quejarse. Pero lasiguiente vez que había una boda, noencontrabas en casa a la madre de Leela.

En un gesto sublime, Ganesh invitó aIndarsingh la última noche del Bhagwat,la víspera del día de las elecciones.

Leela les dijo a la mooma de Suruj ya la Gran Eructadora:

—Es justo lo que me esperaba deese marido que tengo. A veces estehombre y los otros actúan como si

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hubieran perdido el juicio.L a mooma de Suruj removió la

caldera del dal con un cucharón de unmetro de largo.

—Ay, hija. ¿Pero qué haríamos sinellos? Indarsingh llegó con chaquetadeportiva de Oxford, y Swami, encalidad de organizador del Bhagwat, lepresentó al público.

—Tengo que hablarles en ingléspara presentarles a este hombre, porquecreo que no sabe hindi. Pero creo quetodos estarán de acuerdo conmigo enque habla inglés como un auténticoinglés. Es porque tiene educaciónextranjera y ha vuelto aquí únicamente

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para intentar ayudar a los pobres deTrinidad. Señoras y señores: el señorIndarsingh, licenciado en Filosofía yLetras por la Universidad de Oxford,Londres, Inglaterra.

Indarsingh dio un saltito, tocándosela corbata y, como un tonto, habló depolítica.

Indarsingh perdió su depósito y tuvouna tremenda discusión con el secretariodel P. P. U., que también había perdidoel suyo. Indarsingh dijo que el P. P. U.había prometido compensar a losmiembros que perdieran el depósito.Descubrió que no podía hablar connadie, pues tras los resultados de las

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elecciones, el Partido para el Progreso yla Unidad sencillamente desapareció.

Fue idea de Beharry que la gente deFuente Grove llamase a GaneshHonorable Ganesh Ramsumair, miembrodel Consejo Legislativo.

—¿A quién desea ver? —preguntabaa las visitas—. ¿Al Honorable GaneshRamsumair, miembro del ConsejoLegislativo?

Al llegar a este punto convendríadetenerse un poco y reflexionar sobrelas circunstancias del ascenso deGanesh, de maestro a sanador, desanador a místico, de místico a miembrodel Consejo Legislativo. En su

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autobiografía, «Los años de culpa», queempezó a escribir en esta época, Ganeshatribuye su éxito (pide que se le perdonepor utilizar tal palabra) a Dios. Laautobiografía muestra que creíafirmemente en la predestinación, y lascircunstancias que concurrieron para suascensión parecen ciertamenteprovidenciales. Si hubiera nacido diezaños antes, es muy improbable, teniendoen cuenta la actitud de los indios deTrinidad hacia la educación en aquellaépoca, que su padre le hubiera enviadoal Queen's Royal College. Podría habersido pandit, y un pandit mediocre. Sihubiera nacido diez años más tarde, su

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padre le habría enviado a EstadosUnidos, Canadá o Inglaterra paraestudiar una profesión —la actitud delos indios hacia la educación habíacambiado por completo—, y quizáGanesh habría sido un abogadofracasado o un médico peligroso. Si,cuando los estadounidenses bajaron aTrinidad en 1914, Ganesh hubieraseguido el consejo de Leela y hubierabuscado trabajo con ellos o se hubierahecho taxista, como tantos sanadores, sele habría cerrado para siempre elcamino místico y habría supuesto suruina. A pesar del esplendorosointervalo con los estadounidenses, a

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estos sanadores les resulta difícilganarse la vida hoy en día. En Trinidadya nadie quiere sacamuelas nisanadores, y los antiguos colegas deGanesh en este campo han tenido queseguir dedicándose al taxi, pero ahora atres centavos el kilómetro y medio, tales la competencia.

«Está claro que mi Hacedor queríaque fuese místico», escribió Ganesh.

Incluso sus enemigos le prestabanservicios. Sin los ataques de Narayan,Ganesh nunca se habría dedicado a lapolítica y habría seguido siendo místico.Con desafortunadas consecuencias.Ganesh se vio convertido en místico

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cuando Trinidad los reclamaba. Esaépoca ha pasado. Pero algunas personasno se han dado cuenta y en algunosrincones de Trinidad aún existenresiduos de místicos miserables. Parececierto que la Providencia guió a Ganesh.Al igual que le indicó cuándo debíadedicarse al misticismo, le indicócuándo abandonarlo.

Su primera experiencia comomiembro del Consejo Legislativo resultóhumillante. Los miembros del nuevoConsejo y sus esposas fueron invitados acenar en el palacio del Gobierno, yaunque un semanario difamatorio reciénfundado consideraba la invitación un

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truco imperialista, asistieron todos losmiembros. Pero no todas las esposas.

A Leela le daba vergüenza, perosalió del paso diciendo que nosoportaba la idea de comer en platos deotras personas.

—Es como ir a un restaurante. Nosabes cómo es la comida ni quién la hacocinado.

En el fondo, Ganesh se sintióaliviado.

—Yo tengo que ir. Pero no te creas,que no pienso usar eso del tenedor y elcuchillo y esas bobadas. Voy a comercon los dedos, como siempre, y me daigual lo que diga el gobernador o quien

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sea. Pero la mañana antes de la cenaconsultó con Swami.

—Sahib, lo primero que te tienesque quitar de la cabeza es que te va agustar la comida. Si eso de comer contenedor y cuchillo es cosa de práctica,hombre.

Y explicó la técnica en líneasgenerales.

Ganesh dijo:—Quia, quita. Cuchillo de pescado,

cuchara para la sopa, cuchara para lafruta, cucharilla... ¿Pero quién puedeacordarse de tanta cosa?

Swami se echó a reír.—Tú haz lo que hacía yo, sahib.

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Mira lo que hacen los demás. Y come unmontón de buen arroz y dal antes de ir.

La cena fue una fiesta para losfotógrafos. Ganesh se presentó condhoti, koortah y turbante; elrepresentante de uno de los distritos dePuerto España llevaba traje caqui ysalacot; un tercero apareció conpantalones de montar; aferrándose demomento a sus principios anteriores alas elecciones, un cuarto apareció conpantalones cortos y camisadesabrochada, y el miembro del ConsejoLegislativo más negro, con un traje azulde tres piezas, guantes amarillos de lanay monóculo. Todos los demás hombres

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parecían pingüinos, en algunos casoshasta sus negros rostros.

Un indio cristiano de edad no llevó asu esposa porque, según dijo, nuncahabía tenido esposa; en su lugar llevó asu hija, una criaturita radiante de unoscuatro años.

La esposa del gobernador se movíacon seguridad y decisión entre losconsejeros y sus esposas. Cuanto másdesconcertante era el hombre o la mujer,más le interesaba y más encantodesplegaba.

—Vaya, señora Primrose —dijoanimadamente a la esposa del consejeromás negro—. Qué distinta está usted

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hoy.Toda apretujada en un vestido con

estampado de flores, la señora Primrosese arregló el sombrero, tambiénfloreado.

—Ah, señora. No soy la misma yo.La otra, la que usted vio en la Unión deMadres de Granadina, esa está en casa.Haciendo un niño.

Muy oportunamente, sirvieron eljerez.

La señora Primrose soltó una risita yle preguntó al camarero:

—¿Es fuerte la bebida esta?El camarero asintió y miró por

encima del hombro.

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—Bueno, pues gracias. Yo es que nouso.

—¿Quizá alguna otra cosa? —seapresuró a preguntar la esposa delgobernador.

—Un poquito de café o té, si tiene.—Café. Me temo que el café no

estará listo hasta dentro de un rato.—Bueno, gracias. En realidad no

quiero nada. Era por ser sociable.La señora Primrose soltó otra risita.Al poco se sentaron a la mesa. La

esposa del gobernador se situó a laizquierda del señor Primrose. Ganesh seencontró entre el hombre de lospantalones de montar y el indio cristiano

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y su hija y vio con preocupación que laspersonas de las que esperaba aprenderla técnica de comer estaban demasiadolejos.

Los miembros del ConsejoLegislativo miraron a los camareros,que desviaron rápidamente la mirada.Después se miraron entre sí.

El hombre de los pantalones demontar murmuró:

—Por eso no pueden subir losnegros. ¿Han visto cómo se portan esoscamareros? Y eso que también son másnegros que demonios.

Nadie replicó al comentario.Llegó la sopa.

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—¿Carne? —preguntó Ganesh. Elcamarero asintió.

—Llévesela —dijo rápidamenteGanesh, con asco. El hombre de lospantalones de montar dijo:

—Ahí se ha equivocado. Tenía quejugar con la sopa.

—¿Jugar con ella?—Eso dice el libro.Nadie cerca de Ganesh parecía

dispuesto a probar la sopa.El hombre de los pantalones de

montar miró a su alrededor.—Es una habitación bonita.—Bonitos cuadros —dijo el hombre

de la camisa desabrochada, que estaba

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sentado enfrente.El hombre de los pantalones de

montar suspiró con hastío.—Es curioso, pero hoy no tengo

mucha hambre.El indio cristiano colocó a su hija

sobre la pierna izquierda y, sin hacercaso a los demás, metió la cuchara en lasopa. La probó con la lengua para ver siquemaba y dijo: «Aah». La niña abrió laboca para recibir la sopa. «Una para ti»,dijo el cristiano. Luego cogió otracucharada. «Y otra para mí.»

Los demás lo vieron. Empezaron acomer audazmente.

Al señor Primrose le sobrevino una

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catástrofe nada original. Se le cayó elmonóculo en la sopa.

La esposa del gobernador desvió lamirada rápidamente.

Pero el señor Primrose señaló elmonóculo.

—Je, je —rió—. ¿Pero han vistocómo se ha caído?

Los miembros del ConsejoLegislativo miraron con simpatía.

El señor Primrose se encaró conellos.

—¿Qué miran? ¿Es que nunca hanvisto un negro? El hombre de lospantalones de montar susurró al oído deGanesh:

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—Pero si no hemos dicho nada.—¡Eh! ¿Qué pasa? —espetó el señor

Primrose—. ¿Que los negros no llevanmonóculo?

Sacó el monóculo, lo secó y se loguardó en un bolsillo de la chaqueta.

El hombre de la camisadesabrochada intentó cambiar de tema.

—Me pregunto cuánto nos van apagar por los gastos de coche para veniraquí. Desde luego, yo no he pedidocenar con el gobernador.

Señaló con la cabeza al gobernadory la dejó quieta rápidamente.

El hombre de los pantalones demontar dijo:

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—Pero hombre, nos tienen quepagar.

Esa cena fue un martirio paraGanesh. Se sentía incómodo y extraño.Se fue poniendo cada vez de peor humory rechazó todos los platos. Se sintiócomo si volviera a ser un muchacho,como el primer día en Queen's RoyalCollege.

Estaba de muy mal genio al volveraquella noche, ya tarde, a Fuente Grove.«Querían dejarme en ridículo»,murmuró. «Dejarme en ridículo.»

—¡Leela! —gritó—. Ven, chica, y

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dame algo de comer. Leela salió,sonriendo burlonamente.

—Pero hombre, si yo creía queestabas cenando con el gobernador.

—Déjate de bromas, oye. Hecenado. Pero ahora quiero comer. Sevan a enterar —refunfuñó, mientrasmetía los dedos en el arroz, el dal y elcurry—. Se van a enterar.

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12. De miembro delConsejo Legislativo amiembro de la Ordendel Imperio Británico

Al poco, Ganesh decidió mudarse aPuerto España. Le resultaba muycansado viajar casi todos los días entrePuerto España y Fuente Grove. ElGobierno pagaba los gastos y merecía lapena, pero sabía que incluso si vivía enPuerto España podría seguir reclamandogastos de viaje, como los demásmiembros del Consejo que vivían en el

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campo.Swami y el chico fueron a

despedirse. A Ganesh había llegado acaerle bien el chico: veía muchas cosasde sí mismo en él.

—Pero no te preocupes, sahib —dijo Swami—. La Asociación le estáarreglando una cosilla. Una pequeñabeca para viajar y aprender.

Beharry, la mooma de Suruj y susegundo hijo, Dipraj, ayudaron a hacerel equipaje. Más tarde llegaronRamlogan y la Gran Eructadora.

L a mooma de Suruj y Leela seabrazaron y lloraron, y Leela le regalólos helechos de la galería de arriba.

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—Los tendré siempre, hija. La GranEructadora dijo:

—Chicas, estáis actuando como si sefuera a casar alguien. Beharry se metióla mano debajo de la camiseta y semordisqueó los labios.

—Ganesh tenía que marcharse. Hacumplido su deber aquí y Dios le llamaa otro sitio.

—Ojalá no hubiera pasado nada deesto —dijo Ganesh con súbita amargura—. ¡Ojalá no me hubiera hecho místico!

Beharry posó una mano en el hombrode Ganesh.

—Vamos, Ganesh, lo dices pordecir. Lo sé, cuesta trabajo dejar un sitio

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después de once años, pero mira cómoestá Fuente Grove. Carretera nueva. Yo,con tienda nueva. Fuente. El próximoaño nos ponen la electricidad. Y todogracias a ti.

Sacaron bolsas y cajas al patio.Ganesh fue hasta el mango.—Se nos olvidaba.Arrancó el cartel de GANESH,

místico.—No lo tires —dijo Beharry—.

Vamos a guardarlo en la tienda.Ganesh y Leela subieron al taxi.

Ramlogan dijo:—Sahib, siempre he dicho que tú

eres el radical de la familia.

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—Ah, Leela, hija, cuídate —sollozól a mooma de Suruj—. Pareces tancansada...

El taxi arrancó y empezaron lossaludos con la mano. La GranEructadora eructó.

—Dipraj, lleva este cartel a casa yvuelve a ayudar a tu madre con loshelechos.

Leela agitó la mano y miró haciaatrás. La galería estaba vacía; laspuertas y ventanas abiertas; en labalaustrada, los dos elefantes de piedra,con la mirada fija en direccionesopuestas.

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Resultaría difícil decir con exactitudcuándo dejó Ganesh de ser místico.Incluso antes de mudarse a PuertoEspaña empezó a absorberle más y másla política. Seguía ahuyentando algúnque otro espíritu; pero ya había dejadode ejercer cuando vendió la casa deFuente Grove a un joyero de Bombay ycompró otra en el elegante barrio de StClair de Puerto España. Para entoncesya había dejado de llevar dhoti yturbante.

Leela no le cogió el gusto a PuertoEspaña. Viajaba bastante con la GranEructadora. Iba a ver con frecuencia aSoomintra y también a Ramlogan.

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Pero Ganesh descubrió que PuertoEspaña era un sitio agradable para unmiembro del Consejo Legislativo.¡Había dos buenas bibliotecas, y unmontón de librerías! Se olvidó de laindología, la religión y la psicología yse compró gruesos libros de teoríapolítica. Mantenía largasconversaciones con Indarsingh.

Al principio, Indarsingh estabaresentido.

—Gente curiosa, esta de Trinidad,chaval. Ni el menor respeto por lasideas. Sólo por las personalidades.

Pero se fue ablandando con eltiempo, y Ganesh y él empezaron a

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trabajar en una nueva teoría política.—Se me ocurrió de golpe, chaval.

Leyendo el libro de Louis Fischer sobreGandhi. El socialhinduismo. Socialismocum hinduismo. Cosa fina, chaval. Yaestán las líneas generales, pero losdetalles son muy liosos.

Hasta aquí la autobiografía, y elhombre en su vida privada.

Pero Ganesh se había convertido enuna figura pública de gran importancia.Aparecía continuamente en losperiódicos. Se daba detallada noticia desus discursos dentro y fuera del Consejo

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Legislativo; no paraban de fotografiarleencabezando delegaciones de taxistas,barrenderos o pescaderos ofendidos a laCasa Roja, y siempre estaba dispuestopara una rueda de prensa o una carta aldirector. Todo lo que hacía o decía eranoticia.

Era el terror del ConsejoLegislativo.

Fue él quien inició la huelga de lasalida en Trinidad y la popularizó comoforma de protesta. La huelga no fue unasúbita inspiración. Los comienzosfueron duros. Al principio, se limitaba a

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tumbarse de espaldas en la mesa delConsejo, negándose a moverse. Teníaque levantarle la policía. Estasactuaciones llamaron la atención de lagente, y Ganesh se hizo muy popular enel sur del Caribe en nada de tiempo. Sufoto aparecía sin cesar en losperiódicos. Después descubrió la salida.Al principio, se limitaba a salir;después, salía y concedía entrevistas alos reporteros en las escaleras de laCasa Roja, y por último salía, concedíaentrevistas y se dirigía a la multitud deindigentes y desocupados desde elquiosco de música de Woodford Square.Muchas veces, el gobernador se pasaba

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la mano por la frente, todo preocupado,y decía: «Señor Ramsumair, ¿qué hemoshecho ahora para ofenderle? Por favor,no realice otra salida.»

E invariablemente, un titular deperiódico que anunciase la aprobaciónde un proyecto de ley iba acompañadode GANESH REALIZA UNA SALIDA.Más adelante lo acortaron, y el típicotitular quedó así:

APROBADO PROYECTO DE LEYDE REPOBLACIÓN

Ganesh sale

Compusieron un calipso sobre él que

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fue la segunda charanga en el Carnavalde 1947:

Hay un señor en la oposiciónCon estreñimiento de legislaciónHasta las leyes mueven el vientrePero éste se guarda todo en su

caletre.

Saltaba a la vista la referencia a«Evacuación provechosa», pero inclusoantes del calipso, Ganesh habíaempezado a avergonzarse de su carrerade místico. En frecuentes ocasiones sehabían leído en voz alta párrafos de «Loque me dijo Dios» en la Cámara del

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Consejo, y en noviembre de 1946, justoa los cuatro meses de haberlo publicado,retiró «Los años de culpa», así como susdemás libros, y liquidó la EditorialGanesh, S.A.

No cabe duda de que en aquellaépoca Ganesh era el hombre máspopular de Trinidad. Nunca asistió a uncóctel en el palacio de Gobierno.Tampoco a una cena. Siempre estabadispuesto a presentar una petición algobernador. Desenmascaraba unescándalo tras otro. Y también estabasiempre dispuesto a hacer un favor a lagente, ya fueran ricos o pobres. Sushonorarios por tales favores no eran

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altos. Siempre decía: «Déme lo quepueda.» Algunos, como Primrose y elcristiano, tenían tarifas fijas, muyelevadas, asistían a todos los cóctelesen el palacio de Gobierno y llevabanesmoquin. No se podía decir queninguno de ellos representara realmentea su distrito. Aún más: el cristiano eradueño de la mayor parte del suyo, yPrimrose se hizo tan rico que tuvieronque concederle título de sir.

En los informes del Departamento deColonias se describía a Ganesh comoagitador irresponsable y sin seguidores.

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No tenía ni idea de que iba caminode ser nombrado miembro de la Ordendel Imperio Británico.

Así fue como ocurrió.En septiembre de 1949, una huelga

salvaje devastó varias fincas azucarerasen el sur de Trinidad. Fue elacontecimiento más excitante desde losdisturbios de 1937 en los campospetrolíferos. Los huelguistas quemabanplantaciones de caña, los policíaspegaban a los huelguistas y escupían aquienes detenían. La prensa era un puroestallido de amenazas y respuestas a lasamenazas. Había gran simpatía hacia loshuelguistas, y muchas personas a las que

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no se les habría ocurrido ponerse enhuelga pasaban en bicicleta junto a lospiquetes y susurraban: «Ánimo,muchachos.»

Ganesh estaba en Tobago porentonces, investigando el escándalo delFondo de Ayuda a los Niños. Pronuncióun ambiguo discurso sobre el asunto,pero el servicio de Negrograma propagóinmediatamente que tenía intención demediar. Ganesh le dijo a un periodistade The Sentinel que iba a hacer cuantopudiera para lograr una soluciónamistosa. Los plantadores negaron haberaceptado la presencia de un mediador.Ganesh escribió a The Sentinel diciendo

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que iba a mediar, les gustara o no a losplantadores.

En los días siguientes, Ganesh llegóa la cima de su popularidad.

No sabía nada sobre la huelga, salvolo que había leído en los periódicos, yera la primera vez desde su elección quetenía que enfrentarse a una crisis en elsur de Trinidad. Hasta entonces se habíadedicado fundamentalmente adesenmascarar escándalos ministerialesen Puerto España. Enfocó la huelga deun modo tan irreflexivo que quizápodamos ver una vez más la mano de laProvidencia en su carrera, como élmismo diría más adelante.

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Para empezar, fue al sur con traje.Se llevó libros, pero no religiosos; sólolos escritos de Tom Paine y John StuartMill y un grueso tomo de teoría políticagriega.

En cuanto llegó a Lorimer's Park, aunos kilómetros de San Fernando, dondele esperaban los huelguistas, notó quealgo andaba mal. Eso dijo más adelante.Quizá fuera por la lluvia de la nocheanterior. Las pancartas estaban todavíahúmedas y las denuncias escritas enellas parecían poco enérgicas. La hierbahabía desaparecido bajo el barro batidopor los pies descalzos de loshuelguistas.

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El dirigente de los huelguistas, unhombre bajo y gordo con traje marrón derayas, llevó a Ganesh hasta el estrado,que no consistía más que en dos jaulasde coches Morris; unas cajas máspequeñas servían de escalones. Estabahúmedo y embarrado. Ganesh fuepresentado a los miembros del comitéde huelga, unos seis, y el hombre deltraje marrón se puso a trabajarinmediatamente. Gritó:

—¡Hermanos y hermanas! ¿Sabéispor qué la bandera roja es roja?

Los reporteros de la policíagarrapateaban concienzudamente en suscuadernos.

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—Que lo escriban —dijo eldirigente—. Que lo escriban en sussucios cuadernillos negros, que no lestenemos miedo. A ver, decirme: ¿lestenemos miedo?

De la multitud salió un hombre bajoy robusto y se dirigió al estrado.

—Calla esa bocaza —dijo. Eldirigente insistió.

—Decirme: ¿les tenemos miedo?No hubo respuesta.El hombre junto al estrado dijo:—Déjate de charlas y di algo

rápido.Estaba enrollándose las mangas de

la camisa, casi hasta las axilas. Tenía

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brazos poderosos. El dirigente gritó:—¡Vamos a rezar!El reventador se echó a reír.—¿Rezar para qué? —gritó—. ¿Para

que te pongas más gordo y revientes eltraje?

Ganesh empezó a sentirse incómodo.El dirigente separó las manos tras la

oración.—La bandera roja está teñida con

nuestra sangre, y ya es hora de levantarbien alto la cabeza en el mercado comohombres libres e independientes ydirigir grandes ejércitos en el cielo.

De la multitud salieron máshombres. Daba la impresión de que

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todos se habían acercado más al estrado.El reventador gritó:—Ya vale de palabrería. Te vuelves

a las fincas y les pides que cojan elsoborno que te han dado.

El dirigente siguió hablando, sin quenadie le escuchara. Los del comité dehuelga se agitaron en sus sillasplegables. El dirigente se dio unapalmada en la frente y dijo:

—¿Pero qué pasa? Se me olvidabaque todos vosotros estáis aquí paraescuchar al gran luchador por lalibertad, Ganesh Ramsumair.

Por fin se oyeron algunos aplausos.—Todos sabéis que Ganesh ha

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escrito grandes libros sobre Dios y eso.El reventador se quitó el sombrero y

lo agitó.—¡Dios mío! —gritó—. ¡Pero si da

asco! Ganesh le vio las encías.—Hermanos y hermanas, voy a rogar

al hombre de bien y de Dios que osdirija unas palabras.

Y Ganesh no acertó. Se le escapó lasituación de las manos, tontamente.Olvidó que iba a hablar ante unamultitud de huelguistas impacientescomo hombre de bien y de Dios. Por elcontrario, habló como si fueran elindolente público de Woodfbrd Square yél un combativo miembro del Consejo

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Legislativo y nada más.—Amigos míos —dijo (se le había

pegado de Narayan)—, amigos míos, séde vuestros grandes sufrimientos, perotengo que estudiar mejor el asunto, yhasta entonces he de pediros que tengáispaciencia.

No sabía que el dirigente de loshuelguistas llevaba casi cinco semanasdiciéndoles lo mismo.

Y el discurso no fue a mejor. Hablóde la situación política de Trinidad, dela situación económica, de estatutos yaranceles, de la lucha contra elcolonialismo, y describió elsocialhinduismo en detalle.

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Justo cuando iba a demostrar que lahuelga podía ser el primer paso para elestablecimiento del socialhinduismo enTrinidad, estalló la tormenta.

El reventador se quitó el sombrero ylo pisoteó en el barro.

—¡No! —gritó—. ¡No! ¡Nooo!Otros corearon el grito.El dirigente agitó las manos para

pedir silencio.—Amigos míos, yo...El reventador volvió a pisotear el

sombrero y a gritar:—¡ Nooo!El dirigente dio una patada en el

estrado y se volvió hacia el comité.

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—¿Por qué demonios son tandesagradecidos los negros?

El reventador dejó en paz elsombrero. Corrió hacia el estrado eintentó agarrar al dirigente por lostobillos. No lo logró, gritó: «¡Nooo!» yvolvió corriendo a pisotear el sombrero.Ganesh hizo otra tentativa.

—Amigos míos, yo he...—¿Con cuánto soborno te han

sobornado, Ganesh? ¡Nooo! ¡ Nooo!El dirigente dijo a los del comité:—Ni aunque viva mil años pienso

mover un dedo para hacer nada por losnegros. ¡Serán desagradecidos! Elreventador seguía pateando su sombrero.

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—¡No queremos oír nada! ¡Nada!¡Nooo! Estaba tan furioso que lloraba.La multitud se aproximó más al estrado.El reventador se dirigió a ellos.

—¿Qué es lo que queremos?¿Palabras? La multitud gritó a coro:

—¡No! ¡No! ¡Queremos trabajo!¡Trabajo! El reventador estaba justodebajo del estrado. El dirigente seasustó y gritó:

—¡Quita tus sucias manos negras delos blancos del estrado! Vete de aquíahora mismo...

—Amigos míos, no puedo...—¡Cállate la boca, Ganesh!—Como no os vayáis ahora mismo,

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llamo a la policía. ¡Largaros todos deaquí! ¿Entendido?

El reventador se tiró del pelo y segolpeó el pecho con los puños.

—¿Oís lo que dice ese culo gordo?¿Oís lo que quiere hacer?

Y alguien chilló:—Venga, vamos. A acabar de una

vez con esto.La multitud se arremolinó alrededor

del estrado.Ganesh escapó. La policía le

protegió. Pero los miembros del comitéde huelga recibieron una palizatremenda. El dirigente del traje marrón yuno de los del comité tuvieron que pasar

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varias semanas en el hospital.Ganesh se enteró de todo más

adelante. Naturalmente, habíansobornado al dirigente, y lo que iniciócomo huelga no era sino un cierrepatronal durante la temporada muerta.

Ganesh convocó una rueda de prensaal final de la semana. Dijo que laProvidencia le había abierto los ojos alos errores que había cometido. Advirtióque el movimiento obrero de Trinidadestaba dominado por los comunistas yque él había sido su instrumentoinvoluntariamente en varias ocasiones.«A partir de ahora», añadió, «dedicarémi vida a luchar contra el comunismo en

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Trinidad y en el resto del mundo libre.»Amplió sus ideas en un último libro,

«Caído del rojo»2 (Imprenta delGobierno, Trinidad, Gratuito previasolicitud). Fue Indarsingh quien observó«la mentalidad capitalista inherente altítulo», y escribió un artículo para unapublicación semanal culpando a Ganeshde los violentos sucesos en Lorimer'sPark, pues había apoyado cruelmente lasesperanzas de los trabajadores sin tenernada que ofrecerles.

Ganesh no volvió a realizarprotestas de salida. Asistía a loscócteles en el palacio del Gobierno ytomaba limonada. Se ponía esmoquin

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para las cenas oficiales.En el informe de 1949 sobre

Trinidad del Ministerio de Colonias seconsideraba a Ganesh un importantedirigente político.

En 1950, el Gobierno británico leenvió a Lake Success, y no se olvida sudefensa del dominio colonial británico.Comprendiendo que después de esoGanesh tenía pocas posibilidades de serelegido en las elecciones generales de1950, el Gobierno de Trinidad lepropuso para el Consejo Legislativo ylogró que fuera miembro del ConsejoEjecutivo.

Indersingh salió elegido en el

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antiguo distrito de Ganesh, con unprograma de socialhinduismomodificado.

En 1953, Trinidad supo que GaneshRamsumair había sido nombradomiembro de la Orden del ImperioBritánico.

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Epílogo

Un estadista en el tren delas 12.57

En el verano de 1954 yo estaba enuna universidad inglesa, esperando losresultados de un examen. Una mañaname llegó una carta del Ministerio deColonias. Había un grupo de estadistasde las colonias en Gran Bretaña paracelebrar una conferencia, ¿y estaríadispuesto a acompañar a uno de ellos,

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de mi mismo país? Eran las vacacionesy tenía mucho tiempo libre. Accedí.Convinimos en que actuaría de anfitrióndel Sr. Don G. R. Muir, miembro de laOrden del Imperio Británico.

Llegó el día de la visita y fui a laestación de ferrocarril a esperar el trende Londres de las 12.57. Cuandoempezaron a bajar los viajeros busquéentre ellos a alguien de rostro negruzco.Fue fácil localizarle: impecablementevestido, salió de un vagón de primeraclase. Di un grito de alegría.

—¡Pandit Ganesh! —exclamé,corriendo hacia él—. ¡Pandit GaneshRamsumair!

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—G. Ramsay Muir —replicó entono glacial.

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12. Notas

[1] Sillones Morris: reciben estenombre porque su tapicería es semejantea los diseños del prerrafaelista WilliamMorris (1834-1896), iniciador de ladecoración de interiores. (N. de la T.)

[2] En el original, Out of the Red,juego de palabras con la expresión Outof the blue, «como caído del cielo» o«repentinamente». (N. de la T.)

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Acerca del autor

Sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul,más conocido como V. S. Naipaul(Chaguanas, Isla Trinidad, 17 de agostode 1932) es un escritor británico, deorigen trinitense-hindú, premio Nobel deLiteratura 2001.

Hijo de inmigrantes del norte de la

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India, sus abuelos habían abandonadolas planicies del Ganges a fines delsiglo XIX y al llegar a Trinidad sehabían integrado en la pequeñacomunidad de brahmanes, la casta demás alta jerarquía en el hinduismo, de laisla.

Su padre, Seepersad Naipaul, quetenía ambiciones literarias, consiguiótrabajo como periodista Puerto España,la capital de Trinidad y Tobago, graciasa lo cual el futuro Nobel entró a estudiaren el Queen’s Royal College.

Vidia ganó una de las cuatro becasque ofrecía el gobierno colonial y a los18 años se trasladó a Inglaterra para

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estudiar en la Universidad de Oxford,donde se licenció en arte en 1953.

Su obra se caracteriza por el análisisdel mundo colonial. En particular, suelealudir a la existencia alienada dequienes se ven sometidos o involucradosen un ámbito que no les es propio.

La Academia Sueca lo premió por surecuperación de historias suprimidas,entre las cuales podemos citar losindígenas de Trinidad, la poblaciónhindú de la isla que olvida el idioma desus ancestros, los musulmanes deTrinidad que ignoran el origen de suapellido, la toponimia de Chaguanas,

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etc.En síntesis, olvido y pérdida cultural

por un lado y alienación por el otro sonlos temas tratados por Naipaul. Su obraabarca tanto novelas como ensayos ylibros de viajes.

OBRAS

Ficción

El Curandero Místico (1957)The Suffrage of Elvira (1958)Miguel Street (1959)Una Casa para Mr. Biswas (1961)

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Mr. Stone and the KnightsCompanion (1963)A Flag on the Island (1967)Los simuladores (1967)In a Free State (1971)Guerrillas (1975)Un recodo en el río (1979)Finding the Centre (1984)El Enigma de la Llegada (1987)Un Camino en el Mundo (1994)Media Vida(2001)Semillas Mágicas (2004)

No Ficción

The Middle Passage: Impressionsof Five Societies - British, Frenchand Dutch in the West Indies and

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South America (1962)An Area of Darkness (1964)La pérdida de El Dorado (1969)The Overcrowded Barracoon andOther Articles (1972)India (1977)A Congo Diary (1980)El regreso de Eva Perón y otrascrónicas (1980)Among the Believers: An IslamicJourney (1981)A Turn in the South (1989)Leer y Escribir (2000)

Fuente: Wikipedia, la enciclopedialibre