el rocanrol de los idiotas

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  • EL ROCANROL DE LOS IDIOTAS

    Y en otros cuartos he colgado mi sombrero.

    Alef.Diez para las siete de la tarde llama Ortiz para invitarme al concierto de

    Joaqun Sabina. Me duele un poco la cabeza, pero de todas maneras acepto.

    Beth.Ortiz es fantico de Sabina, tiene todos sus discos y dice que ley un par de

    biografas. A m tambin me gusta, aunque no tanto como a Ortiz; prefiero a Serraty Chico Buarque. Ortiz dice que Serrat es un mamn con vibrato de oveja, y quetodas las canciones de Chico Buarque son iguales.

    Es un buen tipo Ortiz, pero no hay que tomarlo muy en serio.

    Gimmel.Pareciera que Ortiz llevara varios das encerrado; no ha cerrado la boca desde

    que nos encontramos. Est ansioso. Dice que estamos atrasados y pide que acelere,que tomemos esta calle y doblemos en aquella esquina. Me fij que las entradas sonnumeradas, pero no le digo nada a Ortiz; me entretiene verlo as. Pasamos a dejarel auto a mi departamento, pues el teatro est relativamente cerca y no me gustadejar el auto en cualquier parte. Ortiz parece un nio a punto de entrar aFantasilandia. Yo no soy como l, me tomo las cosas con calma; en realidad hayotros contrastes entre los dos, y antes de seguir me gustara mencionar algunos alazar:

    1.-Yo soy judo, l no. 2.-l jura de rodillas que Neruda es el mejor poeta hispanoamericano de

    todos los gneros y de todos los tiempos. Yo opino que se es el tpico comentariode quien no ha ledo a Enrique Lihn, o no le ha prestado suficiente atencin aNicanor Parra.

    3.-Su director favorito es Tim Burton. Yo, que no s mucho de cine, prefiero aWoody Allen y Clint Eastwood.

    4.-Ortiz vio a Gonzalo Contreras en un supermercado y le pidi unautgrafo. Es bueno Contreras, pero yo no le pedira un autgrafo ni a Kafka.

    5.-Ortiz se mata de la risa viendo a Belloni en la televisin. Belloni nunca meha hecho rer; todo lo contrario, lo encuentro grotesco y burdo.

  • 6.-Ortiz es hincha de la Universidad de Chile, y cuando puede se pone lacamiseta azul y va al estadio. A m en gusta la Unin Espaola, pero me da lomismo si ganan o pierden.

    7.-Ortiz es miembro de uno de esos clubes de paintball y avioncitos aradiocontrol. Me ha invitado varias veces, pero yo siempre invento alguna excusa.

    8.-Hace tres aos Ortiz pas la noche en una carpa armada en plena calle,esperando el eterno reestreno de Star Wars. Le dieron un diploma que lo legitimacomo miembro del selecto grupo que estuvo ah antes que el resto. El diploma estenmarcado y colgado en su oficina, a centmetros del certificado de ingeniera enno s qu. Cuando pregunt por la diferencia entre ver Star Wars un da u otro merespondi que esas cosas slo las pueden entender quienes han sentido losinexplicables espasmos de La Fuerza.

    Dalet.Como la fila para entrar al teatro da vuelta la calle, le explico a Ortiz que

    cuando uno compra entradas numeradas tiene un asiento reservado y puede llegara la hora que se le antoje.

    Entramos a un boliche y comemos algo. Me cuenta lo tpico, que sumatrimonio tiene muchos altibajos, que el trabajo es una mierda y que el mundo davueltas.

    Hei.Diez para las nueve de la noche entramos al teatro. Est repleto. Algo se teje

    en el aire, una rica expectacin, sonrisas de ansiedad e incertidumbre. Mesorprende lo cerca que quedamos del escenario. Ortiz le mira el trasero a laacomodadora; yo tambin, pero soy ms disimulado que l. Los que estamos abajomiramos hacia la galera con recelo, pues ah est la verdadera fiesta. Se oyen risasy bromas. Una ola humana va de all para ac y luego de ac para all.

    Suena Lady lady lady, de Joe Esposito. Es cursi y a todo el mundo le gusta,lo s, pero me evoca sensaciones de la niez y cada vez que la escucho siento quealgo en m se estremece. Ortiz habla y habla como si alguien le fuera a pagar porcada palabra que dice.

    A las nueve quince todos se unen en un aplauso que exige el inicio del show.Repentinamente se apagan las luces. Gritos, cosquilleo y nervios. Los msicosentran al escenario, toman sus puestos y empiezan a tocar. Hay un marinero en labatera, dos cafiches con guitarras, una puta y una hada madrina en el coro, y unmarqus toca el bajo.

    El pblico se pone de pie. Sabina aparece por un costado y el teatro se viene abajo. Lleva jeans ajustados

    y desteidos, un bastn de bano, una camiseta blanquinegra, un hermoso chaqucon encajes, y su tpico sombrero bombn.

    Ortiz est en xtasis, yo estoy contento. Las piernas de Sabina son muy flacas,da la impresin de que en cualquier momento se quebrarn.

  • Cuesta un poco acostumbrarse a la voz rasposa de Sabina. De todas formas esmuy afinado y encantador. Sus letras son solemnes. Me pregunto cmo no le duelela garganta. Ortiz explica que es por el cigarro. Mi padre fum durante sesentaaos y jams habl as, pero en fin.

    Vav.Las dos horas de recital se pasan volando. Sabina debe volver al escenario

    dos veces ms de lo previsto. Estuvo sensacional. Me duelen las manos de tantoaplaudir. Maana le pedir los discos a Ortiz, o los bajar de Internet. Sabina sedeja adular; explica al pblico que ya no hay ms, pero nadie quiere entender.Toma una guitarra y canta:

    Y desafiando el oleajesin timn ni timonel,por mis venas va, ligero de equipaje,sobre un cascarn de nuez,mi corazn de viaje,luciendo los tatuajesde un pasado bucanero,de un velero al abordaje,de un liguero de mujer.

    Y cmo huircuando no quedanislas para naufragaral pasdonde los sabios se retirandel agravio de buscarlabios que sacan de quicio,mentiras que ganan juiciostan sumarios que envilecenel cristal de los acuariosde los peces de ciudad,

    que perdieron las agallasen un banco de morralla,en una playa sin mar.

    Ortiz est que llora, lo entiendo porque yo tambin me emocion en elconcierto de despedida de Charles Aznavour. Terminado este ltimo regalo,Sabina camina hacia el borde del escenario, hace una elegante reverencia de torero,toma su sombrero bombn y lo lanza al pblico. Todos siguen la trayectoria con lamirada y con la boca abierta. El sombrero gira describiendo una trayectoria que lo

  • hace caer secamente en mis manos, como si huebiese sido un freesbee, o como si yolo hubiese lanzado al escenario y los dems hubiesen visto la escena invertida.

    La gente me mira con desazn y morbosidad; algunos quieren amontonarsesobre m, pero mi mirada asesina los hace retroceder. Ortiz no lo puede creer, re,se toma la cabeza y niega mirando al cielo falso del teatro. Sabina aprovech esapequea distraccin para esfumarse. Se prenden las luces del recinto y todosdespiertan; bienvenidos al mundo real, s, afuera est la calle, el trfico, el trabajo,laesposa enojada, los problemas, las deudas, el fracaso.

    Salimos en silencio. Ms de alguien me palmotea la espalda mencionandoalgo sobre mi buena suerte. Guardo celosamente el sombrero debajo de mi abrigo.Ortiz sonre, no s por qu. Palpo la tela del sombrero, la seda interior an mojadacon el sudor de Sabina; la etiqueta y las alas. Afuera hace fro y la calle est mojada,seal de que llovi mientras nosotros estbamos adentro. Ortiz propone pasar almismo boliche de hace un rato.

    El concierto me dej sin ganas de nada. Ortiz pide una cerveza, yo un caf.Nos miramos, hay entre l y yo una barrera invisible que Ortiz intenta saltar concomentarios sobre el concierto. Finge estar feliz, pero yo s que no es felicidad loque siente; su sonrisa tiene algo, un qu s yo, unos ojos demasiado abiertos.

    Y? dice moviendo las cejas. Y qu? respondo. Puedo verlo? Ver qu? Re mostrando los dientes juntos.El sombrero.Saco el sombrero de debajo de mi abrigo. Lo observo, es bellsimo y no debe

    costar menos de cincuenta mil pesos. Se lo entrego y me irrita ver sus manos suciasacariciando la tela, su nariz olfateando el interior, contaminndolo. Est fascinado,debe imaginarlo colgado en un sitio de honor de su living o en su oficina, usndolopara ocasiones espaciales, lucindose. Estira el brazo para apreciarlo mejor,ponindolo de diferentes ngulos.

    El mozo trae nuestro pedido. No existen para m el caf, el recipiente conazcar, la mesa ni los tipos de la barra de atrs. Ortiz decide, luego de quincelargos minutos, dar el primer sorbo a su cerveza. Deja el sombrero en la mesa,cerca de l. Habr que mantenerse alerta, pienso, conservar la mesura sin perderde vista el sombrero. Quiere ganar tiempo, lo s, lo conozco. Pide otra cerveza,luego otra y despus otra. Me ofrece un cigarrillo y habla de los problemas, suscosas, quizs creyendo que en verdad son especiales, o muy diferentes a las de otragente. Su pattico intento de ser simptico me enternece, pero cuando de la nadamenciona lo mucho que le cost comprar las entradas, tomo decididamente elsombrero y lo dejo junto a mi muslo.

    Es tarde digo.

  • Llamo al mozo y pido la cuenta. Paga l, pese a que yo tambin tengo plata.Vamos al bao. Aprovecho la intimidad de los urinarios para avisarle que maanaa primera hora le girar lo de la entrada. No deseo compromisos ni obligaciones,slo deshacerme de l y llegar a mi casa a poner el sombrero sobre la repisa de loslibros.

    No No te preocupes dice, fue una invitacin; cmo se te ocurreSomos amigos, o no?

    Vav.Caminamos. Est helado, ms que cuando salimos del teatro. Llevo el

    sombrero en la mano; cualquiera que lo viera pensara que es slo un sombrero sinimportancia, sobre todo cuando juego a columpiarlo con el vaivn de mi brazo,pero no; mis dedos lo oprimen con una fuerza que apenas me permiteconcentrarme en los comentarios de Ortiz, que, valindose de nuevas palabras,insiste con la entrada. No me da tanta rabia eso, sino lo poco disimulado que es.Explico que estoy cansado, que maana tengo que trabajar y me duele la cabeza,frases que espero dejen en claro que no tengo intencin de hacerlo pasar a midepartamento. Me habla de Sabina, sabiendo que no soy tan entendido como l, deesta y aquella cancin; las tararea.

    Yo dice apuntndose escucho a Sabina desde los quince aos, sabas? Me lo has dicho varias veces respondo. Doblamos la esquina de Santa Isabel y nos detenemos frente la iglesia de los

    Sacramentinos, esa gran, tenebrosa y extraa masa de cemento baada de caca depalomas.

    Te cont que una vez tuve pesadillas con esta iglesia?digo para desviarun rato su atencin del sombrero So que me quedaba encerrado adentro y nopoda escapar de algo que vena siguindome. No s qu era, nunca lo vi, pero losenta, entiendes?

    S responde, entiendo, aunque creo que lo que dices es seal de que noeres una buena persona, porque para m, compadre, no hay lugar ms limpio ypuro que una iglesia...

    Ortiz me declara oficialmente la guerra. La calle est vaca, todo est cerrado, no hay nadie. Pasamos frente a un

    edificio en construccin. Hay dos enormes gras. Alzo la cabeza y distingo lacabina de una de ellas. Pienso en la vista que se debe tener desde ah, en lo quedebe sentir el operador a eso de las seis de la tarde. Debe moverse todo con elviento, supongo. Las luces de los dems edificios estn apagadas y ni siquieraomos el ajetreo de la Alameda. Hace un rato sent fro en las orejas y no hall nadams prctico que ponerme el sombrero. Me queda perfecto. Pareces un hongo, diceOrtiz, lleno de envidia.

    Zayin.Sabes por qu los judos son tan narigones?

  • No respondo palpndome la ma. Porque el aire es gratis...Ortiz re y luego agrega: o ya lo compraron tambin?, jua jua jua...Sabes de qu muri Hitler? insiste.Se suicid, eso dicen; yo creo que se fue en uno de esos submarinos que

    zarparon y nunca arribaron. En realidad me da lo mismo.No aclara, fue un infarto cuando vio la cuenta del gas, jua jua jua...Su risa falsa me recuerda a Enrique Maluenda, adems, esos chistes los he

    odo mil veces. Sabes cmo subir a cien judos en un Fiat 600? Ni idea.En el cenicero, jua jua jua Y sabes por qu los judos tienen los pies

    planos? Yo no tengo los pies planos explico, aunque el rencor ya no le permite

    pensar con claridad. Por los cuarenta aos en el desierto, jua jua jua Sabes por qu los judos

    no comen carne de cerdo?, porque no son canbales, jua jua juaMe reacomodo el sombrero. Llegamos por fin al portn del edificio en donde

    vivo. Saco las llaves de mi chaqueta y doy gracias por la invitacin. Ortiz sedesespera.

    Quieres decirme algo? pregunto. Aprieta los puos. Sus ojos estn fijos en mi cabeza y, pese a todo conserva la

    sonrisa. S dice, necesito que me devuelvas el libro de Neruda. Tiene razn, ahora que recuerdo me prest una antologa hace un par de

    meses. No lo he terminado explico, dame una semana y te lo entrego. Para qu quieres leerlo, si no te gusta? Lo mismo debi preguntar cuando me lo prest.Me gusta, slo considero que hay mejores; eso es todo.Sabina es fantico de Neruda, siempre lo cita. No por gustarle a Sabina me tiene que gustar a m tambin, o s? Pero cmo, acabas de decir que te gusta. Respiro y ordeno las ideas. Escchame, Osvaldo: me gusta Neruda, pero tampoco me mata.Me desafa a nombrar diez poetas hispanoamericanos mejores que Neruda. Es tarde, Osvaldo, hablemos maana.No los dices porque no hay ni siquiera uno, verdad? Lihn, Huidobro, Daro, Alberti, Pedroni, Hernndez, Parra, Arteche,

    Vallejo, Ambroggio, Garca Lorca, Pellicer, Zorrilla, Gil, Hernndez, Obligado,Vilario... Ya llevo ms de diez, me puedo ir a acostar ahora?

    Me mira con odio. Dime ahora cul es tu disco favorito de Sabina.

  • Todos me gustan por igual.No conoces a Sabina dice. No como t, pero s, lo conozco.Lo que pasa es que eres un malagradecido. Escucha digo, ya no con tanta paciencia, te dije hace un rato que lo

    primero que voy a hacer maana es girarte la plata de la entrada. No la voy a aceptar. Bueno, entonces all tMe da un pequeo empujn y se va. Lo veo alejarse, lleva los hombros

    encogidos y su andar est lleno de resentimiento. Corro hasta l, lo tomo del brazoy le muestro el sombrero.

    Crees que es por el sombrero?pregunta. Me divierte ofrecrselo sabiendo que el orgullo no le permitir recibirlo

    aunque por dentro se est muriendo de ganas de estirar la mano. Osvaldo, quieres el sombrero o no lo quieres? No lo quiero.Entonces buenas noches. Me devuelvo, pero antes de cruzar la calle, me detiene. S grita respirando por la boca, lo quiero ms que nada en esta vida.Pobre infeliz. Ya s que lo quieres, pero ya dejaste pasar tu oportunidad; es mo, te cabe

    eso?, es mo!Me hace una zancadilla. El sombrero cae de mis manos y queda debajo de

    una banca de acero. Ortiz lo recoge, lo limpia contra su pantaln y se encaminahacia la Alameda.

    Una persona como yo esperara un minuto, olvidara el asunto y se ira adormir, pero hay algo que me molesta y no es el sombrero; bueno s, un poco, peroms que eso es imaginar su cara de felicidad y satisfaccin por haber hecho lo quel debe entender por justo. Aprieto los dientes, levanto la cara y lo veo, s, ah va,caminando con desicin. Me pongo de pie, sacudo mi ropa y corro sin pensar. Soyun len, una bestia irracional, un monstruo anhelante. Recojo del piso, como sifuera imprescindible para la realizacin de la prxima escena, una botella de Coca-Cola; la empuo y apuro el paso. Ortiz avanza, ya no tan agitadamente. Llevapuesto el sombrero; le queda chico y l s que parece hongo. A diez metros de sucuerpo aligero el paso para que no me oiga. Me acerco en puntillas, le arrebato elsombrero y dejo caer la botella en su cabeza con todo el peso de mi brazo.

    Anda a contarle chistes de judos a tu hermana! grito sin saber por qu. Ortiz se toca la cabeza y cae cerca de un basurero municipal. Grita de dolor,

    pero an as, se reincorpora. El len, la bestia irracional y el monstruo anhelante sefueron junto con el botellazo. Ah estoy, enfrentndome a las consecuencias de unacto que apenas entiendo. No queda ms que arrancar, pues Ortiz est furioso. Mepongo sombrero y huyo dando gritos nerviosos, rodeado de edificios dormidos,ventanas cerradas, oficinas oscuras que maana renacern. Me estrello contra el

  • portn de mi departamento y saco las llaves. Siento los pasos de Ortiz. Noencuentro la llave y mis manos tiemblan. Toco todos los timbres. Al, vecina, soyyo, s, el joven del 95; brame la puerta, por favor, me qued sin llaves; aprese,estoy que me hago pip...

    Suena la chapa elctrica y entro. Cierro el portn y me siento en las baldosas,para recuperar el aliento. Ortiz llega y trata de abrir el portn a la fuerza. La sangrebaja por su cabeza. Estira intilmente los brazos con la intencin de araarme.Respiro aliviado y lo observo; soy como un nio mirando a una bestia enjaulada.

    Subo por el ascensor. Mi cara est hirviendo y mi ropa est empapada desudor. Llego al noveno y entro a mi departamento. Todo est oscuro. De abajo seoyen los gritos de Ortiz.

    Het.Salgo a la terraza. Ortiz ve que todava tengo puesto el sombrero. Maricn! vocifera, no puedes esconderte ah para siempre; mira lo

    que me hiciste. Osvaldo, escchame: la vecina acaba de llamar a los carabineros; yo que t

    me voy. Ven a sacarme t, imbcil! Pongo cara de circunstancia, encojo los hombros y entro a prepararme algo

    de comer. Dejo el sombrero sobre la repisa de los libros y me asomodisimuladamente. Ortiz no cede.

    Tet.Van a ser las tres de la madrugada. Prendo la televisin, pero la apago

    inmediatamente. Quizs no sea tan mala idea llamar a los carabineros. Voy albao, para poder mirar desde la pequea ventana de vidrio empavonado que hayah. Ortiz da vueltas impacientes y luego se deja caer en la banca de acero. Prendeun cigarro, se palpa la herida y mira hacia el noveno piso, como si la suma de esostres actos diera un resultado que no lo convence. La sangre de su cabeza ya estseca y ennegrecida. A lo lejos se oye una sirena, puede que sea una ambulancia,aunque parece que Ortiz prefiere no arriesgarse y se pone de pie. Mira hacia arribapor ltima vez, se toma los genitales a modo de insulto, y se va.

  • Pablo Vsquez Donaire

    EL ROCANROL DE LOS IDIOTASAlef.Beth.Gimmel.

    Dalet.Hei.Vav.Vav.Zayin.Het.

    Pablo Vsquez Donaire