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EL ÓRDEN ORIGINAL DE LA BIBLIA ?

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Intolerable cosa es a Satanás, padre de mentira y autor de tinieblas (Cris-tiano lector) que la verdad de Dios y su luz se manifieste en el mundo, porque por este solo camino es desecho su engaño, se desvanecen sus tinie-blas y se descubre toda la vanidad sobre la cual está fundado su reino, de donde, presto, está cierta su ruina, y los míseros hombres que tiene ligados en muerte con prisiones de ignorancia, enseñados con la divina luz, se le salen de su prisión a vida eterna y a libertad de hijos de Dios. De aquí viene que, aunque por la condición de su maldito ingenio aborrezca y persiga todo medio encaminado a la salud de los hombres, con singulares diligencias y fuerza ha siempre resistido, y no cesa, ni cesará de resistir (hasta que Dios lo refrene del todo) a los libros de la Santa Escritura, porque sabe muy bien por la luenga experiencia de sus pérdidas, cuán poderoso instrumento es éste para deshacer sus tinieblas en el mundo y echarlo de su vieja profesión. Largo discurso sería menester hacer para recitar ahora las persecuciones que le ha levantado -a los Libros Sagrados- en otros tiempos, y los cargos infames que le ha hecho, por los cuales no pocas veces ha alcanzado a desarraigarlos del mundo, y hubiéralo alcan-zado sin duda, si la luz que en ellos está encerrada no tuviera su origen y fuente más alta que este sol, y que no consistiera tan solo en escrituras, como todas las otras humanas disciplinas, de donde viene que pereciendo los libros en que están guardadas, o por la condición de los tiempos, o por otros mundanos casos, ellas también perecen, y si alguna restauración tie-

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nen después, se hallan como algunas reliquias, ayudadas por el humano ingenio que las resucita. Mas por cuanto la fuente de esta divina luz es el mismo Dios, y Su intento es de propagarla en este abismo de tinieblas, de aquí es que, aunque muchas veces por cierto consejo Suyo permita a Satanás la potestad sobre los sagrados libros, y aunque él los queme todos, y aun también mate a todos los que ya participaron de aquella celestial sabiduría, quedándonos la fuente sana y salva (como no puede tocar en ella), la misma luz al fin vuelve a ser restaurada con gran victoria, y él queda frustrado y avergonzado de sus diligencias. Por ser pues este su per-tinaz ingenio contra la divina Palabra, estamos ciertos que no lo dejará de seguir siendo en esta obra presente, y por cuanto ella es más necesaria a la Iglesia del Señor, tanto más él se desvelará en despertar contra ella toda suerte de enemigos, extraños y domésticos, de lejos y de cerca. Los de lejos, días ha que se han despertado para impedir toda versión vulgar -textual- de la Sagrada Escritura, a título de que “... los sagrados misterios no han de ser comunicados al vulgo, siendo ocasión de errores en la doctrina.” De cerca, no le faltarán otros supuestos que, con títulos algo más sutiles y aparentes se levanten contra ella, aunque por ventura a uno y a otro no falte buena intención, y celo, como muchas veces acontece, que buenas in-tenciones por falta de mejor enseñamiento, pensando servir a Dios, sirven al demonio y a sus intentos.

Casiodoro de Reina

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Entender, pues, el Evangelio constituye el centro de la existencia huma-na, porque el Dios Único se encarnó, se hizo maldición en la cruz y de-rramó Su sangre divina, no para socorro de los ángeles, sino para Adam y su descendencia. De allí que la comprensión de esa buena noticia que tiene poder para quitarnos de encima la muerte sea importantísima (2Ti.1.10). Cuando por la gracia de Dios entendemos el Evangelio, nos apropiarnos de sus beneficios (Hch. 8.30). Luego, si las comprendemos apropiadamente, las Sagradas Escrituras pueden hacernos sabios en la salvación alcanzada (2.Ti.3.15). Satanás lo sabe bien, y obviamente no desea que estas cosas sucedan. De manera que, por una parte, tratará de cegar la mente del incrédulo (2Co. 4.4) y por la otra intentará confundir la historia de la Redención para que el creyente mengüe su galardón.

Ahora bien, desde el Génesis de Moisés hasta el Apocalipsis de Juan, el Espíritu Santo mostró oportunamente Su Palabra a sus autores huma-nos, a fin de que el propósito de Dios alcance su objetivo y reconcilie todas las cosas en Cristo. La Escritura Sagrada fue revelada a los santos profetas, apóstoles y evangelistas, y sólo a ellos (y no otros) se les enco-mendó el texto y la conformación del Canon. Sin embargo, por increíble que parezca, la estructura de la Biblia llegó a ser distorsionada de su orden manuscrito original y, como veremos más adelante, subdividi-da, añadida y nuevamente compaginada en una forma burda, innece-

2Ti.1.10pero ahora manifestada mediante el aparecimien-to de nuestro Salvador, Jesucristo, el cual abolió la muerte, y sacó a luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio,

Hch. 8.30Corriendo Felipe, lo oyó leyendo al profeta Isaías, y dijo: Pero, ¿entiendes lo que lees?

2.Ti.3.15ya que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, las cuales pueden hacerte sabio en la salvación que por la fe hay en Cristo Jesús.

2Co. 4.4en los cuales el dios de este universo cegó las mentes de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, Quien es imagen de Dios.

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sariamente enrevesada y difícil de entender, siguiendo tradiciones ba-sadas en prejuicios tendenciosos y en el reclamo absurdo de conjeturas y suposiciones que obedecen a intereses religiosos inconfesables y por ende… diabólicos.

Que lo dicho es verdad, lo prueba el siguiente razonamiento: Suponga el lector que se propone leer una novela cuyo autor ha introducido progre-siva y cronológicamente, de principio a fin, hechos y personajes en los 49 capítulos que decidió dividir su libro. ¿No será más difícil entender su trama si, súbitamente, otro decide subdividirlo en 66 y añadirle 10? Y qué sería si, al mismo tiempo, altera su secuencia, de manera que, por haber dividido en dos el capítulo 6, se ve obligado a colocar el 7 como 8; pero como al 8 decidió partirlo en cuatro, tiene que ponerlo como 9, 10, 11 y 12. El 9 a su vez, que lo dividió en tres, lo desfasa totalmente para que venga a ser el 31, 29 y 32. Al que originalmente era 10 lo subdivide (esta vez en cuatro) y lo pone como 23, 28, 30 y 33, y al 11 lo parte en cinco y lo pone como 24, 25, 34, 36 y 35. El 12 pasa a ser el 26 y el 13 el 27; sin embargo, el 14 ahora es el 17. Divide en dos al 15 y lo coloca como 13 y 14; parte también el 16 y lo pone como 15 y 16 (de manera que medio acierta). Otra vez subdivide, esta vez al 17, y lo pone como 29, 30 y 31; al 18 como 19, y a éste como 20; aunque al verdadero 20 lo pone como 18, y a los dos últimos (el 21 y 22) ¡los reubica en la mitad del

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texto! No satisfecho con el enredo provocado en el primer tomo, conti-núa con el segundo, y el capítulo 23 (que según el más prosaico entender debería seguir al 22) ¡resulta siendo el 43! El 24 es ahora el 40; al 25 lo pone como 41 y al 26 como 42, pero al 27 como 44. El 28 es el 59, el 29 el 60, al 30 pone como 61, al 31 como 62, al 32 como 63, al 33 como 64, al 34 como 65, mas al 35 lo pone como 52, y al 36 como 53. El 37 pasa a ser el 46, el 38 el 47, el 39 el 48, pero ¡cuidado! al 40 lo pone como 45, al 41 como 49, al 42 lo vuelve 51, y al 43… 50! Sigue adelante, y coloca in-versamente al 44 como 58 y al 45 como 57. Al 46 lo pone como 54, al 47 como 56, al 48 como 55, y finalmente, el 49 resulta siendo el 66! ¡Tal es la relación entre nuestra hipotética novela y la conformación de la Biblia según la presentan las Ediciones modernas... y eso sin tomar en cuenta los 10 libros añadidos! Es posible entender ahora la pregunta (que a nadie se le ocurriría hacer respecto a cualquier libro, pero que siempre surge respecto a la Biblia): ¿Por dónde empiezo a leerla? Si la línea argu-mentativa de cualquier obra literaria se torna difícil de entender cuando su división y secuencia son alteradas, ¡cuánto más no lo será la Sagrada Escritura, si no sigue el orden establecido por su Autor Exacto!

La forma original de la Biblia, en cambio, es maravillosamente sencilla. Su estructura interna muestra un patrón simétrico artísticamente dise-ñado: 49 autores en 49 generaciones escribieron los 49 libros de la Obra

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más excelsa divinamente creada y completada. Cual firma indeleble de su Autor, el número 49 muestra su preciosa relación completando la cosecha de sus frutos en 7 semanas de días (7 x 7), las 7 fiestas solemnes en 7 meses (7 x 7) y el ciclo sabático en 7 semanas de años (7 x 7). Sus 22 Libros Hebreos y sus 22 Griegos convergen apoyándose en los 5 Libros de la Piedra Angular y Su Espíritu.

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Lamentablemente, hasta el día de hoy no existe una Biblia fielmente conformada. Ninguna Versión sigue el orden manuscrito original, ¡y esto es un hecho! Por fines exclusivamente comerciales, los editores bí-blicos siguen favoreciendo el orden tradicional prefijado en la Vulgata Latina, que desde el siglo V impuso arbitrariamente su autor Jerónimo (382 a 429 d.C.). Basada en propuestas sin fundamento bíblico (así lo demuestran los hallazgos arqueológicos), la Vulgata no representa, en manera alguna, la disposición original del Texto Sagrado. Jerónimo -y Agustín- arreglaron su novela a fin de exaltar al Papado sobre los obis-pos orientales, los cuales se oponían a las aspiraciones de Roma como centro de la cristiandad.

Ya para mediados del siglo XIX, los eruditos cayeron en cuenta de los verdaderos motivos de Jerónimo por realzar las epístolas gentiles sobre las judías; sin embargo nadie hizo nada. Solo unos pocos se atrevie-ron a denunciar estas alteraciones de secuencia adoptadas por meras razones político-religiosas. En su Introducción al Nuevo Testamento en Griego Original, Westcott y Hort advirtieron solemnemente que no solo el texto depurado, sino también la conformación original manus-crita de la Biblia debían ser preservados en las impresiones modernas.

La exhortación se refiere especialmente a la reubicación de las 7 Epís-

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tolas judías antes de las 14 paulinas, y de la epístola a los Hebreos a su décima posición en estos escritos. Naturalmente, el Papado no puede convenir, toda vez que colocaría al lector en un enfoque preeminente hacia Jerusalén y no hacia Roma. Con su pertinaz y malhadada astucia, la Iglesia Católica ha logrado imponer sus falacias, que la jerarquía ecle-siástica protestante apoya servilmente a causa de las sórdidas alianzas del ecumenismo. Con su Vulgata Latina, Jerónimo ocasionó un daño in-menso a las enseñanzas prístinas del cristianismo. Sus razones de colo-car las epístolas paulinas antes de las generales, consistían en promover al apóstol de los gentiles como preeminente sobre los apóstoles judíos. Pero la verdadera razón de este reordenamiento occidental era exaltar a Roma sobre Jerusalem, logro indudable, energizado por el ya no tan misterioso halo del antisemitismo.

La aceptación tácita del Protestantismo muestra cuán cerca han estado siempre católicos y protestantes en su odio irracional hacia el Pueblo Escogido. También las entidades bíblicas, representadas por sus edito-res, y asociadas a teólogos y eruditos, prelados y sacerdotes, reverendos y pastores, maestros y doctores, y los llamados líderes de las distintas confesiones y denominaciones de la iglesia profesante, todos, parecen tener ojos ciegos y oídos sordos ante esta impactante verdad, habiendo abandonado, con pasmosa laxitud, todo intento por devolver la forma

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original de la preciosa Palabra. Quien consciente de esta realidad nada hace, no debería suponerse lejos de la particular imprecación de Jere-mías (48.10ª). Para quien lo hace bien y tañe con júbilo (Sal.33.3), le sorprenderá agradablemente, le resultará especialmente beneficioso en-tender la claridad con que las múltiples enseñanzas de la Biblia emergen como una única doctrina. A causa del inteligente recurso mnemotécni-co de su estructura interna, las distintas perspectivas de unos mismos hechos se retienen con facilidad, ubicando al lector dentro de narrativas cronológicas comprensibles. Al permitir que la Biblia sea su propio in-térprete en lo que adecuadamente rige asuntos doctrinales (incluida su canonización), uno comprueba, aliviado, que todo el enjambre de con-jeturas puede ser cambiado por la información autoritativa intrínseca de la Escritura, para que todo creyente la entienda y la invoque confia-damente. Así este esfuerzo redundará para gloria de Dios en beneficio de Su Iglesia.

Jer. 48.10ª¡Maldito el que haga la obra de YHVHindolentemente!

Sal.33.3Cantadle cántico nuevo,¡Hacedlo bien, tañendo con júbilo!