el perrito explorador
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EL PERRITO EXPLORADOR
Anabel Solís
Liliana Loor
Erase una vez un pequeño perrito llamado Manolito, que creció y vivió en
soledad pero que aún así supo defender con coraje las cosas buenas en su
corazón.
Manolito era uno de esos perros exploradores, cuidando del mundo. Llegaba a los sitios sin
perjuicios, también sin preocupaciones. A nuestro perrito le encantaba este mundo. Sin
embargo, él intuía que algo estaba perdiendo algo muy bueno que aún no había conocido.
Siendo uno de esos perros exploradores, decidió olisquear l mundo
entero durante un largo tiempo. En una noche de lluvia y tormenta, se
afanaba en agazaparse en unos matorrales para pasar la noche, pero
escuchó unos pasos y sintió un olor muy pero que muy rico.
Nuestro perrito se quedó inmóvil, su sexto sentido le decía que algo importante estaba por ocurrir, y así fue.
Tras el matorral, vio dos figuras que se acercaban a una vivienda que había en las proximidades; se trataba de
las figuras de un humano y un perro que juntos se apresuraban por llegar a aquella casa.
De repente, la lluvia se tornó muy intensa, y el humano se quitó el impermeable que llevaba puesto y se lo
colocó encima al perro tapándolo para que no se mojara. Cuando se cerró la puerta de la casa, una luz se
encendió a través de la ventana y Manolito vio cómo un humano secaba con una toalla al perro mientras le
decía cosas cariñosas también le dio comida calentita y una manta. Fuera seguía lloviendo a cántaros, y
nuestro Manolito, completamente empapado, se dio cuenta de que aquel olor tan rico que le llegara era el olor
de una familia, el olor de la amistad
El nuevo día trajo nuevos pensamientos a Manolito.
Estaba totalmente sorprendido al descubrir que era
precisamente un humano el que podía darle aquello que le
faltaba. “Así que debe de haber un tipo de humano distinto
a lo que yo he conocido… ya sé qué es lo que tengo que
hacer, ¡buscaré al que quiera secarme a mí con una toalla!
¡allá voy, rumbo a mi hogar!”
Pronto la indiferencia de los humanos que se encontraba por el camino fue depositándose en
sus patitas incansables y en su lomo dorado, pero nuestro explorador seguía sin descanso
buscando a su familia. Y así continuó por los caminos, nuestro explorador Manolito.
Pero un día, unos ojos apacibles se fijaron en
él. Vio que un carro abrió la puerta y se dijo
“aquí estoy, ¿eres tú el que me va a secar con
una toalla?”. Esa noche Manolito comió comida
de perro en un plato de perro y durmió en una
cama preparada para un perro. “Por fin las
cosas empiezan a ir bien”,
Manolito, confiado, se va con cualquiera que le sepa mirar, pues en todos cree y a todos quiere. De aquellas
orejas que barrieron la inmundicia de la soledad más cruel, surgieron otras nuevas, unas orejitas doradas
del cocer reluciente que nunca le dejaron ser. “Que nunca me dejaron ser por fuera, por dentro siempre
conservé mi espíritu” apunta Manolito. Sí, sí, Manolito, no hace falta que lo digas; en tus ojitos, en tu
bondad y calma, y en tu saber estar, se trasluce sin opacidades eso y mucho más.