el perdÓn su necesidad y origen
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EL PERDÓN SU NECESIDAD Y ORIGENUn proverbio español dice: “El perdón es el perfume que despide una
flor después de ser pisada”. De un modo tan simple, breve y elocuente esta
frase presenta una hermosa definición de lo que es el perdón. Si es ponderable
entre los hombres la facultad de perdonar, cuanto más si pensamos en tal
capacidad de Dios. En la epístola a los Colosenses leemos que en Cristo
“tenemos redención por su sangre el perdón de pecados” (Col.1:14). En esta corta
expresión encontramos dos términos profundos que describen la obra de Dios a
favor del hombre. Los mismos son: redención y perdón. Ambos conceptos son
profusamente desarrollados a lo largo de las Escrituras. En esta oportunidad me
referiré únicamente al perdón.
Para que haya necesidad de perdón forzosamente debe existir una
transgresión previa, una ofensa, perjuicio o agravio contra aquel que luego, si así
lo desea, concede el perdón. Precisamente según las Escrituras el hombre ha
deshonrado a Dios. El apóstol Pablo, en la epístola a los Efesios nos dice que a
través de la sangre de Cristo tenemos el perdón de todos nuestros pecados (Ef.
1:7). El término que la versión 1960 traduce apropiadamente “pecados” es un
vocablo griego que literalmente quiere decir “yerro” o “paso en falso”. Lo cierto
es que la palabra se encuentra en plural de modo que podemos decir que
hemos ofendido a Dios muchas veces. No obstante, si tan sólo hubiéramos
cometido una falta también mereceríamos la condenación de Dios. Este fue el
caso de Adán y Eva cuando pecaron por primera vez en el huerto. Un solo
pecado fue suficiente para que perdieran la inocencia y fueran expulsados del
jardín. Además debemos recordar que el pecado es punible tanto por
incumplimiento como por omisión de la ley ya que Santiago afirma: “el que sabe
hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
Les propongo entonces en este artículo analizar la necesidad y el
alcance del perdón de Dios.
UN DIOS PERDONADOR: La Biblia nos enseña que Dios es amor y esto se evidencia
al perdonar al pecador. Esta acción no sólo se plasma en las páginas del Nuevo
Testamento sino a lo largo de todas las Escrituras. Esto quiere decir que la
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capacidad para perdonar es un atributo propio de su ser. No obstante, hay quienes
han visto una notoria diferenciación entre el Dios aparentemente airado del Antiguo
Testamento y el amoroso Señor manifiesto en el Nuevo. Tal contraste es una falacia
ya que, por ejemplo, Nehemías declaró: “Pero tú eres Dios perdonador, clemente y
piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia” (Nehemías 9:17).
La parábola del hijo pródigo explica claramente la acción del Dios a favor del
hombre. El padre, ofendido por el comportamiento de su hijo, espera
pacientemente su regreso. Por su parte el hijo, cuando finalmente, tras su
fracaso, decide retornar al hogar, vuelve compungido, consciente de que no
merece ser perdonado. Aquel muchacho se contentaba tan sólo con que su padre
lo acepte como un empleado del más bajo rango. Pero no fue así. El padre lo
recibió como lo que realmente era; su hijo y dijo: aquel que “muerto, y ha revivido;
se había perdido, y es hallado” (Lc. 15:32). Ahora bien, entre la salida y el
regreso, hubo una actitud de parte del hijo muy importante. Realmente él se
arrepintió de su proceder. Él dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti” Lucas 15:18
Esta declaración señala una condición indispensable para el perdón y es el
auténtico arrepentimiento. Según lo expresan sus palabras, aquel muchacho,
no solamente estaba dolido por la penosa circunstancia que estaba atravesando
sino que en medio del valle de muerte se arrepintió francamente del mal
cometido. Además le concede la profunda dimensión del pecado. Supo
reconocer que su falta no era solamente contra su padre sino lo que es más
grave, había deshonrado a Dios.
El arrepentimiento es, entonces, la condición para recibir el perdón de
Dios. Cuando Salomón consagró el templo al Señor dijo: “si pecaren contra ti
(porque no hay hombre que no peque), y estuvieres airado contra ellos, y los
entregares delante del enemigo, para que los cautive y lleve a tierra enemiga,
sea lejos o cerca, 47y ellos volvieren en sí en la tierra donde fueren cautivos;
si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de los que los cautivaron, y d i j e r en :
P ec a mo s , h emo s h ech o l o ma l o , hemo s c o m e t i d o i m p i eda d ; 48y si se
convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma, en la tierra de sus
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enemigos que los hubieren llevado cautivos, y oraren a ti con el rostro hacia
su tierra que tú diste a sus padres, y hacia la ciudad que tú elegiste y la casa
que yo he edificado a tu nombre, 49tú oirás en los cielos, en el lugar de tu
morada, su oración y su súplica, y les harás justicia” (1 R. 8:46-49).
Observamos que el pasaje describe el siguiente curso de acción:
1. El pecado.2. El arrepentimiento.3. La conversión.4. El perdón.
El pecado siempre produce como resultado lamento y dolor pero no
necesariamente un genuino arrepentimiento. En la Segunda epístola a los
Corintios leemos: “P o r q u e la t r i s t e z a qu e e s s e g ú n D i o s p r o duc e a rr epen t i m i en to
p a ra s a l v a c i ón , de que no hay que arrepentirse; pe ro l a t ri s t e z a d e l m u nd o
p r o duc e mu e r t e ” (2 Co. 7:10). Notamos una marcada diferencia entre el dolor que
sintió el hijo prodigo y lo que Judas vivió. Uno retornó a su hogar reconociendo
su pecado en tanto que Judas sintió pena pero su orgullo le impidió arrepentirse.
Se lamentó de las consecuencias de su acto pero no del mal en sí. Es posible que
Judas esperara otro resultado. Seguramente creyó que el Señor, al verse
presionado por la multitud, reaccionaría y se proclamaría Rey de Israel.
Emplearía su poder para comenzar una revolución política, expulsaría a los
romanos y ocuparía el trono de David. Sus discípulos, y él mismo claro,
ocuparían un lugar importante en el nuevo reino pero esto no ocurrió. Todo lo
contrario, el Señor fue condenado, y por tanto Judas no obtendría ningún
beneficio de su muerte. Ni libertad política ni gloria personal resultarían de su
traición. Desde su óptica había fracasado pero no había pecado del cual
arrepentirse.
¿Qué ocurre cuando un hijo de Dios peca?
La Biblia nos enseña que hemos sido adoptados por Dios ya que Pablo en la
epístola a los Romanos nos dice: “no habéis recibido el espíritu de esclavitud
para estar otra vez en temor, s i n o q u e h abé is r ec i b i d o e l e s p í r i tu d e ado p c i ón , p o r
e l cua l c l am a m o s : ¡ Abb a , P ad r e ! ”. Cuando el hijo prodigo regresó se dio cuenta
que para su padre nunca había dejado de ser su hijo amado. Lo mismo ocurre 3
en el caso del creyente.
Aun cuando pequemos seguimos siendo hijos de Dios porque él nos adoptó. El
apóstol Juan lo declaró rotundamente cuando dijo: “Mirad cuál amor nos ha
dado el Padre, p a ra q u e s e a m o s l l amad o s h i j o s d e D i o s ” (1 Jn. 3:1) y en su
evangelio dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, l e s d io po t e s t a d d e s e r h e c h o s h i j o s d e D i o s ; 13los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino
de Dios” (Jn. 1:12). Todos estos pasajes dan a entender que la adopción no
está condicionada. El texto n o dice: “a los que creen en su nombre, l e s d io
po t e s t a d d e s e r h e c h o s h i j o s d e D i o s si no pecan más”. A “los que creen
en su nombre, l e s d io po t e s t a d d e s e r h e ch o s h i j o s d e D i o s ” punto.
Cuando somos conscientes de alguna falta en Cristo hallamos nuestro más fiel
abogado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, a bo gad o t en e mo s pa ra co n e l P a d r e , a Je s u c r i s to e l j u s t o ” (1
Jn. 2:1).
Concluyo este punto diciendo entonces que nuestro Dios está siempre
dispuesto a perdonar al pecador pero él no avasalla la personalidad del hombre
sino que espera primeramente que éste se arrepienta. Una vez que nos hemos
arrepentido nos adopta como sus hijos y esta condición no la perdemos nunca
más. Cuando pecamos el Señor mismo intercede en nuestro favor.
Perdónanos como nosotros perdonamos:
Hemos considerado el hecho de que Dios es capaz de perdonar al pecador sin
importar la gravedad de su falta. Tanto es así que si Judas se hubiese
arrepentido Dios le habría perdonado. De hecho el Señor disculpó a quiénes le
crucificaron cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lc. 23:34). Bien, Dios quiere que quienes le siguen perdonen como él perdona.
El apóstol Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co.
11:1). Al leer esta frase nos da la sensación del que el apóstol Pablo era un
petulante. Pero él simplemente estaba diciendo que era posible vivir como
Cristo.
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Hay numerosos ejemplos en las Escrituras acerca de personas que
perdonaron tal como el Señor lo haría. Un caso muy notorio es el de José y
sus hermanos. Luego de las terribles experiencias que vivió como resultado de
los celos, según el propósito de Dios, alcanzó un lugar de preponderancia en
Egipto. Durante aquellos años José podría haber albergado resentimiento y
anhelos de venganza. La oportunidad se le presentó cuando “casualmente” sus
hermanos vinieron a él. Finalmente, luego de algunas maniobras, José revela su
identidad. Sus hermanos quedaron aterrados. Entonces los sorprendió
indicándoles que todo había acontecido según el perfecto plan de Dios. Él
señaló: “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre
la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, n o m e
e n v i a s t e is a c á v o s o tr o s , s i n o D i o s , que me ha puesto por padre de Faraón y por
señor de toda su casa y por gobernador en toda la tierra de Egipto” (Gn. 45:7).
Tras explicar a sus discípulos acerca de la oración, el Señor añadió una
enseñanza respecto al perdón y dijo: Porque si perdonáis a los hombres sus
ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Mateo 6:14-15. Esta frase viene a explicar el perdón pedido en la oración.
Aparentemente para recibir el perdón de Dios se impone como condición el
perdonar a otros. Otros pasajes, en cambio, enseñan que la única condición para
recibir el perdón de Dios es la fe. Por tanto, la mejor manera de interpretar este
texto es considerando aquella máxima que el Señor pronuncia en este mismo
sermón: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos
o higos de los abrojos? Así también, todo árbol sano da buenos frutos, pero el
árbol podrido da malos frutos.” (Mt.7:16-17). De tal forma que el carácter
perdonador debe ser una propiedad del verdadero seguidor de Cristo. Aquel que
ha sido perdonado por Dios debe perdonar a su prójimo.
No obstante, bien sabemos, que esto no siempre se cumple. En la epístola a
los Hebreos encontramos una advertencia: “Mirad bien, no sea que alguno deje
de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os
estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. Este versículo ofrece una clara
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descripción acerca de los resultados directos de la falta de perdón. Deducimos
del mismo los siguientes principios: 1. Simón Kistemaker señala que, en primer
lugar, el autor de la epístola pone el acento en responsabilidad corporativa de
todos los creyentes. Todos debemos mirar, es decir, que somos responsable el
uno del otro. Esto guarda directa oposición a la actitud de Caín cuando dijo:
“¿Soy yo guarda de mi hermano?”.
2. Si no nos supervisamos mutuamente entonces es muy probable que surjan
problemas. Puede que algún hermano se aparte de la gracia de Dios. Esto
indica que se aparte del camino recto señalado por las Escrituras.
3. La mala conducta consecuente, según este versículo, es el surgimiento de las
raíces de amargura. Esta es una ilustración tomada de la actividad agrícola,
donde se siembra la cebolla. Una de las tareas constantes que hacen es repasar
el plantío para quitar los yuyos dado que estos restan nutrientes del suelo que la
cebolla tanto necesita. Entonces tales raíces traen dificultades a las plantas
útiles. La enseñanza es muy concreta, aquel que no es capaz de perdonar y
tolerar a su hermano, muy pronto alterará la paz con sus dichos y palabras,
contaminando a muchos.
El apóstol Pablo enseña diciendo que “el amor no guarda rencor”. Esto
significa que aquel que ha nacido de nuevo tiene un carácter perdonador.
Perdonar y “guardar rencor” no son expresiones compatibles, sino antagónicos.
La expresión “yo te perdono pero...” no es bíblica ni correcta. Insisto, perdonar
significa no guardar rencor. Esto nos lleva entonces al terreno del apóstol Juan
quien afirmó: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
mentiroso. P ue s e l q u e n o am a a s u he r m a n o a q u i e n h a v i s t o , ¿ c ó m o p u e d e
a m a r a D i o s a q u i e n n o h a v i s t o ? Y nosotros tenemos este mandamiento de él:
El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:20-21).
El auténtico cristiano es aquel que puede perdonar. Quien ha recibido el perdón
de Dios, amará a su prójimo tolerando aun una actitud hostil. Así su ejemplo
será más elocuente que sus palabras.
Las alternativas:
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Hemos considerado un hecho lamentable y es que muchas veces no todos los
hermanos están dispuestos a perdonar. Que esto suceda entre los incrédulos
no nos debería extrañar porque entre las obras de la carne que Pablo
menciona a las “enemistades, pleitos, iras, contiendas y disensiones” (Gá.
5:20). Por tanto, cuando un creyente no está dispuesto a perdonar, bien
podemos decir que por lo menos no está viviendo según el fruto del Espíritu.
Existen dos conductas alternativas:
a) Guardar rencor: ya me he referido al rencor y a las consecuentes raíces de
amargura. Quisiera recordar en este punto que en el Nuevo Testamento
encontramos una orden rotunda la cual dice: “Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” o como traduce
otra versión: “Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y
toda forma de malicia” (Ef. 4:31, RV 60 y La Biblia de las Américas).
b) La venganza: ante una injusticia, una reacción comprensible, es el deseo de
venganza. Cuanto mayor es el daño, mayor es también el reclamo. Al ocurrir un
homicidio, por ejemplo, los familiares de la víctima exigen que el homicida sea
castigado. La ley legitimaba que aquel que fue perjudicado por propia mano
ejecute su venganza. Tanto es así que en la ley se reguló estrictamente el
alcance de la venganza dado que se nos dice: “ojo por ojo, diente por diente”.
Reconocidos juristas han señalado que esta ley representa un significativo
avance en lo que concierne a este tema dado que limita la venganza a una
proporción semejante al daño recibido. La tendencia del vengador era infringir
un daño mayor al producido originalmente. Un ejemplo de los excesos del
vengador lo encontramos en el cántico de Lamec el cual dijo: “Si Caín ha de ser
vengado siete veces, Lamec lo será setenta y siete veces” (Gn. 4:24).
Sin embargo, en las Escrituras ya se había anunciado un principio muy distinto.
Cuando Dios pone al descubierto el homicidio de Abel le dijo a Caín: “¿Qué has
hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gn.
4:10). Es interesante notar que en el texto original dice “las sangres” porque la
prematura muerte de Caín impidió que este tuviera descendencia. Dios es el
demandante, él es quien exige justicia. En el Antiguo Testamento se nos dice:
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“Mía es la venganza, yo pagaré” (Dt. 32:35). Por tanto, el apóstol Pablo agrega:
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de
Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro.
12:19).
Asimismo Jesucristo nos indicó una actitud muy diferente ante los enemigos ya
que él dijo: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la
mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mt. 5:38 y siguientes). Los discípulos
del Señor no podían reaccionar de igual modo que aquellos que no lo son. No
debemos odiar al malvado sino amarlo. Nuestro corazón debe albergar amor y no
odio vengativo. Un gesto caritativo nos debe destacar e inclusive, si se presenta
la ocasión, debemos aun socorrer a quien, con su conducta, nos ha perjudicado.
No se necesitan demasiados argumentos para señalar que estas opciones
son terriblemente negativas para el individuo que las observa. Aquel que se deja
dominar por el rencor termina sus días amargado y solo. Quienes han apelado a
la venganza muy pronto notan que esta tiene un sabor amargo. De ahí que
estas opciones no hacen más que destacar las ventajas perdurables del perdón.
Conclusión:
Escribiendo a los filipenses el apóstol Pablo nos brinda una pauta personal
que es necesario tomar en cuenta: “una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante” (Filipenses 3:13). El apóstol
estaba claramente orientado hacia los objetivos que se había propuesto, a
saber: evangelizar el mundo conocido. Eso implicaba que una vez fundada una
congregación, otro hermano se debía hacer cargo de apacentarla. Escribiendo a
los corintios, él dijo: “yo planté, Apolos regó.” (1 Co. 3:6). Pero este principio
también lo aplicó a los numerosos conflictos que tuvo que enfrentar con diversos
hermanos entre los cuales se encontraban algunos de sus más estrechos
colaboradores. Lejos de albergar rencor y malos recuerdos, el apóstol miraba
hacia adelante, con la tranquilidad de haber hecho todo lo que estaba de su parte
por resolver los problemas. Perdonar y olvidar lo que queda atrás nos permite
avanzar sin impedimentos ni nada que nos detenga. Esta actitud permite romper
las cadenas que nos atan vívidos conflictos del pasado y nos libertan para
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progresar en pos de lo supremo.
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