el pacto de los alquimistas

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Los Alqumistas 1

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Modulos de aventuras del juego de La Alianza de Los Alquimistas

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Los Alqumistas

El Pacto de

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En el lejano horizonte se re-cortaba la siluetas de la ciudad de Arbhis. Estaba

amaneciendo. Por fi n había llega-do a su desti no, aunque sabía que este sólo era el primer paso para volver a emprender camino hacia sabía Dios dónde. Todavía se esta-ba preguntando cómo era posible que el Maestro de Alquimia le hu-biera escogido a él precisamente, cuando algunos de sus compañe-ros de estudios estaban más cua-lifi cados para semejante misión. Por más vueltas que le daba a la cuesti ón, no llegaba a entender

con certeza la verdadera razón. La cuesti ón era que, fuera como fuera, y fuera la razón que fuera, allí estaba, llegando a las puer-tas de la ciudad de Arbhis, y no le quedaba otro remedio más que buscar el contacto que le había indicado el Maestro de Alquimia.

Sus pensamientos evocaron el día en que le asignaron esta misión, sonriéndo-

se por su mala fortuna al resultar el elegido. ¡Y pensar que en esos precisos momentos podía estar en su pueblo tomándose un buen

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desayuno! Por otra parte pensaba que, de todas formas, un ti empo alejado del ti rano de su padras-tro, no le vendría mal. Lo sentí a por su madre, pero no temía que le fuera a pasar nada. En sus ti em-pos de juventud había sido una de las guardianas del templo, y había recibido un entrenamiento exhausti vo en cuanto a técnicas de defensa y ataque cuerpo a cuerpo o armada con diversas armas. Su padrastro no le duraría ni cinco mi-nutos en el caso de que se atrevie-ra a ponerle la mano encima. De hecho, parte de los conocimientos

que poseía su madre en cuanto a la lucha se los había transmiti -do con amorosas pero duras lec-ciones. En ocasiones, muy duras:

- Hijo, ten presente siempre que estos conocimientos que estás re-cibiendo son para que te puedas defender tú y defender a aque-llos que son más débiles, siem-pre y cuando sean merecedores de ello, y no para converti rte en un vulgar matón de taberna.Recordaba aquellas palabras como si las estuviera escu-chando en ese preciso momen-to, níti das y claras en su mente.

Los AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasLos AlquimistasPor M.Méndez.

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La educación de su madre se encargó de que eso no ocurriera, pero el carác-

ter y las malas intenciones de su padrastro, en muchas ocasio-nes, lo ponían a prueba. Volvió a evocar el día que le asignaron la misión y sus recuerdos lo lleva-ron hasta aquel día en la escuela:

- ¡Bien, muchachos! Uno de uste-des va a tener el honor de partir hacia una misión tan importan-te que, si la culmina con éxito, obtendrá el grado de aprendiz. En seguida, en el aula, los jóvenes comenzaron a murmurar entre ellos, ante el anuncio del Maes-tro de Alquimia, intentando adivi-nar sobre quien recaería tal honor. Pero todos sabían que de entre to-dos, el candidato estaba entre tres jóvenes que, en cierta manera, des-tacaban sobre los demás. Uno era el mimado hijo del duque, ya que su padre ejercía su influencia para el provecho de su hijo, lo merecie-ra este o no. El segundo eran un jo-ven que poseía una gran inteligen-cia y destreza, y al que el Maestro de Alquimia le tenía cierto cariño y predilección. El tercero era el hijo del Comisario de la villa, un joven vanidoso y grosero, pero que era muy hábil con el manejo de las ar-mas en la lucha. Algunos soñaban con que, por casualidad, fueran ellos los elegidos e incluso se atre-vían tímidamente a apostar por ellos mismos. Otros ya sabían de antemano que no serian elegidos ni de broma. Entre estos se conta-ba él mismo. Pero los que verdade-ramente se pavoneaban ante los

demás eran los tres favoritos, que discutían quien sería el elegido.

El Maestro, que los obser-vaba en silencio y dejaba que manifestasen sus opi-

niones, los llamó al orden para que se sentaran en sus respecti-vos pupitres y guardasen silencio.

- Como todos sabéis el grado de aprendiz os da el honor de estu-diar en cátedras superiores y, por lo tanto, acceder a conocimientos más elevados. Pero para cumplir esta misión y obtener el grado, se necesitan ciertas virtudes. Entre otras, la nobleza… - dijo, mientras fijaba su vista en el mimado hijo del Duque, haciendo que este se relamiera presumidamente ante sus compañeros.- … La inteligen-cia, sabiduría y destreza para aco-

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meter los contratiempos y dificul-tades que puedan surgir durante la misión… - continuó explicando, fijándose ahora en el joven por el cual tenía cierta predilección. - … También la valentía y el arrojo se-rán necesarios, aunque con ellos estará presente la prudencia… - y al decir esto fijó su atención en el hijo del Comisario.-… Es preciso la combinación de estas virtudes en perfecto equilibrio emocio-nal. Es necesario un control so-bre ellas y uno mismo. Esta es la clave para llevar a buen puerto aquello que nos propongamos.

No dijo nada más, tan solo observó a sus alumnos, que lo miraban expec-

tantes y en silencio, esperando a que continuara con su narración.

Todos estaban deseosos de saber a quien le iba a corresponder el honor de realizar la misión, y así tener el derecho de conseguir el grado de aprendiz , si se llevaba a buen puerto la misión que se le encomendada. Todos estaban pendientes, y deseosos de que se fijara en uno de ellos. Curio-samente, cuando parecía que se disponía a designar al afortunado de entre todos ellos , se fijo en él.

- De entre todos vosotros, quien mejor se adapta a lo que les he explicado es vuestro compañero Lucas.Silencio. Gestos de sorpresa. Cier-ta ira y un ambiente espeso.

- Para dar ejemplo de la filosofía de esta humilde escuela, solo nos queda felicitar al elegido, y ayu-darle en todo aquello que este en

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nuestra mano para que emprenda su misión.Las felicitaciones fueron de lo más variadas, pero las más significati-vas, las de los tres posibles candi-datos, a los que todos daban por sentado que el elegido sería algu-no de ellos. Ya en las mismas puertas de la ciudad recordó la pregunta que le hizo a su Maestro, sonriéndose para si:

- Maestro, ¿por qué me ha escogi-do precisamente a mí? Hay candi-datos que están mucho más capa-citados.

- Veras. Todos daban por sentado que de entre todos, escogería a uno de los tres posibles, y no son malos. En sus disciplinas y actitu-des, son los mejores. Pero carecen de algo muy importante para esta misión.

- ¿...? - Discreción y, como diría... Buscar-se la vida. En eso, tú, los superas.Razón no le faltaba. A pesar de su juventud, su ingenio y astucia para sobrevivir en situaciones difíciles, eran innatas. Para esas cuestiones, su madre, era toda una experta; para triquiñuelas de lo más barrio-bajeras, tenia a su querido padras-tro, que era el ejemplo vivo de lo que no quería ser. Así que, a pesar de todo, esas triquiñuelas le valían para que no se la pegaran a él.La puerta de entrada a la ciudad estaba muy concurrida, y había bastante trafico de carromatos de carga que salían y entraban de la ciudad. Se aparto un poco hacia el borde del camino, para que unos

grandes carros cargados con telas de los más diversos colores, no le arrollaran. Después de algunos mi-nutos, logró pasar la puerta y en-trar en la ciudad. Dirigió sus pasos hacia el centro de la ciudad, por calles bastante anchas y concurri-das. Siguiendo las instrucciones de Maestro de Alquimia, tenía que llegar a la plaza que estaba en el centro de la ciudad y buscar la po-sada “La Luna Azul”.

- Esta es la plaza. Ahora buscar la posada.- Se dijo para si mismo bor-deando la plaza y buscando con la vista la existencia de posadas en la zona. Junto a él paso un hombre de me-diana edad con el cabellos muy blanco y le preguntó:

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- Perdone, buen hombre, ¿podría indicarme donde esta la posada

“La Luna Azul”? Lo miro de arriba a abajo, y con un gesto un tanto despectivo le con-testó:

- ¿No eres demasiado joven para frecuentar esos lugares?

- La verdad es que nunca he estado en esa posada. Solo bus-co a un amigo y me

dijo donde encontrar-lo.

-Pues valla unos amigos más raros. En fin. Tú sa-

brás, chico. La posada esta al final de esa calle, pero to-

davía es pronto. A estas horas el posadero suele cerrar la posada un par de horas, para el descanso y la intimidad de sus huéspedes.

-Con Dios.

El hombre se despidió y si-guió su camino. Lucas ob-servó la calle que le había

indicado. Era una calle más es-trecha, que se adentraba hacia el interior. Entró en ella, y comenzó a caminar. Al fondo estaba la po-sada. De dos pisos, con balcones al exterior. La puerta de entrada, cerrada y con cartel que rezaba:

“Abrimos a las 8”, era alta y ancha,

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al igual que los cerrados ventana-les que estaban a ambos lados de la puerta. Se aparto un poco hacia el centro de la calle y observó la fa-chada de la posada con sus balco-nes. Se percato que justo encima del marco de la puerta, y debajo mismo del cartel en el cual rezaba el nombre de la posada, había un escudo labrado en madera, que representaba a un dragón pinta-do de blanco rodeando una esfera coloreada en tonos azules. Se fijó en el rostro del dragón y le pare-ció como si sonriera. Extraño gesto para un dragón. Lo habían repre-sentado con las alas plegadas. Se fijo en sus ojos, y para su sorpre-sa, resulto que le guiño un ojo.

- Seguro que ha sido un reflejo.- Pensó.Volvió a fijarse en los ojos del dra-gón. Nada. Los tenía fijos. Ni gui-ñaban, ni parpadeaban. Cerca de allí había otra pequeña taberna que estaba abierta. Dirigió sus pasos hacia ella, inquieto ante el extraño efecto del la figura del dragón. Entro en la taberna y se acomodo en una mesa que encontró libre cerca de uno de los ventanales de la taberna. Al poco vino el po-sadero para tomarle la comanda:

- Buenas, señor. ¿Qué va a ser? - Tráigame el plato del día y algo de beber.

- Bien.

Mientras esperaba, Lucas observo, como distraído, a las gentes que habían

en ese momento en la taberna. De todas ella, dos, en concreto le

llamaron la atención. Estaban sen-tadas en una mesa mas lejana, ha-cia el fondo, donde había más pe-numbra y las miradas indiscretas no eran bien venidas. Casualidad o no, aunque un poco lejanos como para percibir bien sus rostros, es-taban justo enfrente. Su instinto le decía que aquellas personas no eran como el resto, y sus ense-ñanzas le recordaban que, quien mora en las penumbras, camina con las sombras. En ese momento llegó el tabernero con su coman-da. En silencio puso ante si una ge-nerosa ración de ciervo estofado, junto con una jarra de vino y pan.

Comenzó a comer, sin dar más importancia a aquellos tipos o quienes fueran, y no

meterse en asuntos que no le inte-resaban. Al poco entró un tipo, y se dirigió directamente hacia la mesa de aquellos dos extraños. Como los tenia enfrente, solo podía verle las espaldas al que acababa de en-trar, y estas estaban cubiertas por una negra capa tan oscura como la noche. Unos instantes después se levantaron los que estaban sen-tados y siguiendo al que primera-mente entró, salieron los tres de la taberna. Lucas pudo observar, cuando pasaron junto a él, que las armas que se ocultaban deba-jo de aquellas capas, decía mucho de sus portadores. Bien podían ser mercenarios, como militares, o asesinos a sueldo... Fueran lo que fueran, lo que tenía claro Lucas, era que, aquella gente eran gen-tes de armas, y que posiblemen-te sabían utilizarlas con maestría.

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Mientras acababa de comer, re-paso mentalmente las ins-trucciones del Maestro de Alquimia...

“- ... Cuando entres en la posada, siéntate en una mesa y es-pera a que venga el posadero, recuerda, el posadero, si es el mozo o alguna sir-vienta, actúa como un cliente más y pregunta si ti enen vino de maíz. No es un vino muy corrien-te por el lugar, pero aún así, siempre ti enen algún barril que otro. Si te sirve el posadero, apro-vecha la ocasión y contactas, sino, ten paciencia y espera al mejor momento...”

De pronto un estruendo de jarras y jarrones de barro al romperse, sobresalto a

los presentes en la taberna. Cerca de la entrada, dos parroquianos, se habían enzarzado en una brutal pelea, y las caídas de uno o el otro contra el mobiliario de la posada, al golpearse brutal y mutuamente, causaban gran estruendo y destro-zo. El tabernero intervino al mo-mento, intentando someter a los contrincantes con los golpes de un grueso garrote de madera, pero con escasa efecti vidad. Los con-trincantes eran demasiado robus-tos para la consti tución del taber-

nero, y pronto se vio reducido, con lo que siguieron su pelea parti cular. Algo oscuro, aparecido de la nada, se interpuso entre ellos. Sonaron unos chasquidos de huesos rotos, dos cuerpos caer pesadamente so-bre unas mesas, causando los últi -mos destrozos, y después, silencio. El personaje que había puesto fi n a la trifulca era el que anterior-mente había entrado y marchado después, en compañía de los otros dos. No dijo nada, simplemente dejo una talega con monedas en-cima de la barra y sin más, marcho de lugar, como había venido. Como si solo hubiera sido una aparición. Tras aquello, y terminada la co-mida, Lucas, dejo pasar el ti empo que restaba, hasta que abrieran las puertas la posada de “La Luna

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Azul”, meditando de lo acontecido hasta el momento y lo que tenia que hacer.

Atardecía, y el am-biente en la ciu-dad parecía ani-

marse por momentos. Faltaba poco para que fueran las 8, y Lucas, que había pasado la tarde en la taberna, realizando ave-riguaciones muy discretas so-bre el lugar al que ahora tenia que ir.Hasta el momen-to había averi-guado que la po-sada en cuesti ón, era como un club, bastante privado y selecto, donde solo se permití a cierta clientela. La chusma habitual de posadas y tabernas,era ajena a aquellos ambientes. Por regla general no impe-dían la entrada a la posada, pero se comentaba que la clientela ha-bitual de esa posada no era pre-cisamente de gente de la alta so-ciedad, entre su clientela habitual también se contaban gentes que estaban fuera de la ley, y que sus cabezas tenían un alto precio de recompensa. Nadie supo decirle si el emblema tallado en madera del dragón pertenecía a alguna orden o era el escudo de alguna familia

noble. En cuanto a quien regía en realidad esa posada,

solo se sabía que tanto el posade-ro, como doncellas y demás perso-nal de la posada, eran gentes con-tratadas. Al dueño de todo aquello, en raras ocasiones se le veía por el lugar. Se decía que solía viajar mu-cho por mar y que era un hombre con una gran fortuna, que nadie sabía en realidad de donde proce-día tal fortuna. Algunos lo relacio-naban con corsarios y piratas.

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En vista de lo obtenido, Lu-cas entro en la posada “La Luna Azul”, una hora des-

pués de que abriera sus puer-tas. Se sentó en una mesa que estaba cerca del hogar de la po-sada. Al poco se le acerco el po-sadero. Lo miró fi jamente antes de preguntarle que iba a tomar:

- ¿Qué va a ser? - Preguntó seca-mente.

Por un momento la duda apareció. No sabía si quien le servía era el posadero

o algún mozo empleado del lo-cal. Lo observo a su vez. Pensó que no podía preguntarle es-túpidamente si era el po-sadero o un mozo, así que decidió actuar normalmen-te, como un cliente más.

- Vino de Maíz. El posadero gruño como si fuera un gesto de fasti dio y marchó sin decir nada.

-”Por lo menos el Maes-tro me podía haber di-cho quien es el posadero de este lugar. Bueno, si me sirve el mismo ti po, es que es se-guro que es el posa-dero...” - Meditaba Lucas durante la es-pera. Al poco apareció un ti po muy dis-ti nto al que le ha-bía servido. Este era de más edad, más a c o r d e al perfi l de un posadero.

- ¡Hola, joven! Veo que ti ene buen gusto para pedir vino.- Le saludó

como si lo conociera de toda la vida. Se sentó junto a él y bajando la voz conti nuo diciéndole:

- Vienes de parte del Maestro, ¿verdad? No digas nada, aquí las paredes ti enen oídos. Tú disimula y cuéntame, mientras que nos be-bemos este vino de viñas.

Apunto estuvo de ha-blar, cuando le pregunto por el Maestro, pero las

últi mas palabras que había di-cho en susurros sobre el vino, hizo que inmediatamente des-confi ara de aquel personaje.

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