el oficio del arquitecto - fernando redÓn

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fernando redón lecciones/documentos de arquitectura 3 el oficio del arquitecto

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LIBRO COMPLETO DE ARQUITECTURA, CUENTA CON 52 PAGINAS

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Page 1: EL OFICIO DEL ARQUITECTO - FERNANDO REDÓN

fernando redón

lecciones/documentos de arquitectura

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el oficio del arquitecto

Page 2: EL OFICIO DEL ARQUITECTO - FERNANDO REDÓN

dirección colecciónJUAN MIGUEL OTXOTORENA

coordinaciónJOSÉ MANUEL POZO

maquetaciónEVA REZACÉSAR MARTÍN

ediciónT6 EDICIONES

impresión??????????????????????????????????????

depósito legal???????????????????????????????????

ISBN 84-89713-30-8© ESCUELA TECNICA SUPERIOR DE ARQUITECTURA. UNIVERSIDAD DE NAVARRA. AGOSTO, 1999

T6 ediciones S.L.Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Navarra31080 Pamplona. España. Tel 948/425600. Fax 948/425629

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño de cubierta, puede reproducirse, almacenarse otransmitirse de forma alguna, o por algún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia sin la previaautorización escrita por parte de la propiedad.

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Presentación

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Las páginas que siguen recogen el texto correspondiente a la serie deconferencias impartidas por el arquitecto y profesor Fernando RedónHuici, en el mes de noviembre de 1997, en el marco del ciclo ‘Leccionesde Arquitectura’, que busca traer al ámbito de la Escuela la voz de quie-nes, en nuestro entorno más o menos cercano, consideramos maestrosy figuras relevantes de la historia reciente de la profesión.

De acuerdo con el planteamiento general del ciclo, las reflexiones quecontienen se refieren a la experiencia vivida por el ponente a lo largo desu larga e intensa trayectoria profesional; y fueron desarrolladas a lolargo de tres sesiones celebradas en días sucesivos ante un auditorioacadémico, constituido por profesores y alumnos. Esto es sin duda loque explica su intencionalidad y su tono: están concebidas y formula-das con una perspectiva didáctica.

La presente publicación, en fin, resume el contenido de los comentarioscon que el conocido arquitecto navarro vino a hilvanar una especie derevisión general de su experiencia profesional a la vuelta de los años,atenta a extraer consecuencias para la formación de los estudiantes yla composición de lo que vendría a ser un mensaje dirigido a las diver-sas instancias comprometidas con el presente y el futuro de la discipli-na edilicia.

Respondiendo a nuestra petición, realizada con vistas a tener una cons-tancia de su paso por la Escuela, a favorecer el mejor cumplimiento desus objetivos originarios, y a poder después publicarlo, FernandoRedón trajo escrito el guión de su discurso, que es el que se recogeaquí con el acompañamiento de algunas imágenes ilustrativas.

Su publicación tiene para esta Escuela un significado particular, en lamedida en que sus propias aulas acogieron con enorme satisfaccióndurante largos años el ejercicio brillante y recordado de su magisterioen el terreno del diseño, como Profesor Ordinario de la asignatura deProyectos. Muchas generaciones de arquitectos egresados de esteCentro, y por tanto un buen número de los titulados ejercientes hoy endía en Navarra, han recibido en su formación la importante y eficazimpronta de las enseñanzas de Fernando Redón; enseñanzas que,debido a su peculiar naturaleza, esta publicación habrá de contribuir arefrescar, sintetizar, complementar y culminar.

Contiene una densa colección de consejos de experiencia, emitidosdesde la perspectiva que determina en el talante de Fernando Redónsu característica conjunción de la ilusión, la sensatez, el humor y elafecto, para afrontar con mejores expectativas de éxito las dificultadesdel proceloso mundo de la práctica edificatoria; y componen tambiénuna suerte de legado deontológico, marcado por la llamada a la asun-ción de la tarea de la arquitectura como una misión al mismo tiempo

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creativa y ética, comprometida con la enorme responsabilidad de par-ticipar en la configuración del entorno para el despliegue de la vidanuestra y de las generaciones venideras.

Para quienes tuvimos la oportunidad de escucharle en directo, esimposible disociar su lectura de la memoria de la palabra serena,culta, cercana, jocosa y amable de Fernando Redón, así como de laimagen de su figura, que veíamos lucir ante nosotros con su elegan-cia característica en el esplendor de su madurez. Ellas evocan, paraquienes pudimos oírle en vivo y para quien se adentre en la lectura desus frases, la autoridad y el afecto de quien constituye no sólo unaestrella que brilla con luz propia en el firmamento privado de las élitesprofesionales sino también, sin duda, un modelo de empeño y hones-tidad intelectual, de pasión por su tierra y por su trabajo y, en últimoextremo, de humanismo, magnanimidad y saber hacer.

Pamplona, julio de 1999

Juan Miguel Otxotorena

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A estas charlas y a las dos que van a seguir mañana y pasado, noquiero llamarlas conferencias ni tienen pretensión de tales. Van dirigi-das, fundamentalmente, a los alumnos de esta Escuela deArquitectura; así que esos queridos y experimentados compañerosque veo por ahí y a los que agradezco mucho su presencia, en elmomento en que se den cuenta de que todo lo que voy diciendo se losaben ya de memoria, que va a ser enseguida, pueden salirse, condiscreción eso sí, pero con la seguridad de que no se van a perderninguna novedad interesante. En cualquier caso, muchas gracias porvuestra presencia.

Vuestro Director, en su presentación, ha recordado a nuestro desa-parecido y querido compañero Julio Cano Lasso, gran arquitecto conel cual coincidí aquí en varias ocasiones y, posteriormente, en la Expode Sevilla donde él proyectó el pabellón de España, realización ejem-plar como todas las suyas, por ejemplo sin ir más lejos, el edificio delP.P.O, aquí en Burlada, que supongo conocéis y admiráis.

Sin salirme todavía del preámbulo, tengo que hacer algunas consid-eraciones previas; por ejemplo, que vengo aquí sin ninguna diapositi-va ni para hoy, ni para mañana, ni para pasado mañana, y no es queno las tenga, que buenas o malas, las tengo a montones. Pero, comodigo, he decidido no traer ninguna. Tomé quizás esta decisión cuan-do me comunicaron cual iba a ser el título genérico de este ciclo, “Eloficio del arquitecto”, que por cierto me pareció espléndido porque eloficio es algo importantísimo en nuestra profesión, que se adquieresobre todo con experiencia, y vosotros poca podéis tener sin habersalido aún al campo de batalla.

Como os decía, entonces decidí que el tema no necesita para nadailustraciones y decidí también titular a la primera parte “Los primerospasos”, a la segunda “Arquitectura buena y mala”, y sólo a la tercera“El oficio del arquitecto”. He dudado algo en el orden de su exposi-ción, pero pienso que así está bien y conviene más dejar para el finallo que creo que tiene más enjundia y empezar por algo más banalpero que, a mi entender, también tiene su importancia.

Supongo que os daréis cuenta de que estoy utilizando, quizásdemasiado, la primera persona del singular. Pido disculpas por ello,pero no lo sé hacer de otra manera. Voy a hablar de mi experiencia,de mi propia experiencia, que indudablemente es la que mejor conoz-co y no sé hacerlo sin recurrir al “yo” o al “mi”.

En cualquier caso, aunque me oigáis afirmar con rotundidad algún cri-

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Los primeros pasos

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terio o consejo que parece tener pretensiones de axioma, pensadsiempre que, aunque no lo diga, lleva implícita la aclaración final de“esta es mi opinión”. Es el equivalente al “my opinion” o al “mon avis”de sajones y franceses que quizás nosotros deberíamos también uti-lizar con la frecuencia que ellos lo hacen.

Pues bien, hoy, como os decía, vamos a hablar de algo que tenéis yamuy cerca y va unido a vuestros primeros pasos. La relación con elcliente. Eso que llamamos “marketing”, que tiene mucha, muchísimaimportancia, ¡que se lo digan a algunos!, y que por lo general, ennuestra profesión, no nos enseña nadie. Yo, como os podéis figurar,tampoco lo voy a hacer. Pero si voy a hablaros de temas muy rela-cionados con eso: de nuestro poder de convicción, de nuestrolenguaje y, relacionado con él, de nuestra a veces excesiva petulan-cia o amor propio. Y a propósito de todo esto, hablaré de lo que con-sidero secundario y de lo que creo que importa de verdad, que es,como supondréis, el resultado final, la obra terminada.

Mañana pasaremos a hablar de arquitectura buena y mala, pero tam-bién de arquitectura correcta y de arquitectura adecuada, de lacuriosidad del arquitecto, de las primeras soluciones, de los equiposy las colaboraciones. Por último, pasado mañana, si todavía vuestroscuerpos y el mío lo aguantan, hablaremos de materiales, de su elec-ción, de procedimientos constructivos, de la dirección de obra e,incluso, aunque sea una tontería porque no se acierta jamás, meatreveré a hablar un poco del futuro.

Indefectiblemente, cuando se quiere hablar del tema de hoy, esto es,de los primeros pasos, lo que a uno le viene a la cabeza es el recuer-do de sus propios primeros pasos y de sus primeras obras. En micaso tengo que decir que, en la preparación de esta charla meacometió una siniestra duda, ¿y si parte de los que me escuchan nollegan a tener nunca una primera obra?

Vamos a tocar madera. Os aseguro que deseo fervientemente quetengáis la primera y otras muchas más. Pero hay que estar prepara-dos para todo, para luchar y para no desmoralizarse. Al respecto, osquiero recordar, antes que nada y para que no cunda el desánimo,que la formación del arquitecto es, o por lo menos debería ser, emi-nentemente humanística y, por tanto, tiene otras muchas posibili-dades, muchos caminos, que habrá que recorrer con mayor o menoresfuerzo, pero que ahí están esperándonos.

Aunque no siempre se nos reconoce esa capacidad digamos pluridis-ciplinar. Hace unas semanas, sin ir más lejos, en uno de esos colo-quios radiofónicos en los que intervienen contertulios de diferentespelajes se debatía acerca de la belleza o fealdad, adecuación o

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inadecuación de los objetos que nos rodean. Llevaba la voz cantanteun personaje que iba de enterado y enfatizaba continuamente lanecesidad de rodearnos de objetos, muebles, etc. “de diseño”. Nohace falta decir que esto es una tontería. Todo lo que produce el hom-bre está diseñado. Será diseño bueno o malo, pero desde una loco-motora a un dedal, pasando por una mecedora o unas gafas, todoello, con mayor o menor fortuna, ha sido ideado y diseñado poralguien.

Pero a lo que iba; interrumpiendo las discusiones, llamó un conte-rtulio, cuya profesión no dijo, pero que se adivinaba de lejos, paraexplicarnos a todos en tono de lección magistral, que lo que ocurríaera simplemente que la mayor parte de muebles u objetos de usodiario no estaban diseñados por “profesionales”. Yo ya me imaginabaa que tipo de “profesionales” se refería, pero me lo acabó de confir-mar cuando remató diciendo: ...porque el mal es que ahoracualquiera se cree capacitado para diseñar... ¡Hasta los arquitectosdiseñan sillas...! Me quedé de piedra. Me produjo tal estupor que nisiquiera intenté llamar por teléfono para contestarle debidamente...Aquel “profesional”, ni siquiera sabía que un altísimo porcentaje de losmuebles mas conocidos mundialmente llevan la firma de un arquitec-to...

Bueno, con todo esto quiero decir que nosotros tenemos unasgrandes posibilidades en todos los campos del diseño. Aunquemucha, muchísima gente lo ignore, nosotros lo tenemos que saber ydebemos demostrarlo. Está bien que haya arquitectos funcionarios,que tengan así asegurado el sueldo todos los primeros de mes y nospermitan además tener interlocutores válidos a los que no estamos enla Administración pero tenemos que lidiar con ella, pero, aunque esoesté bien, hay que reconocer que hay campos profesionales másemocionantes.

Pues bien, partamos de la hipótesis, seguramente falsa, de que todosváis a tener, solos o en equipos de una u otra índole, un primer encar-go. Lo más corriente es que proceda de parientes o amigos queaprovechan la ocasión para hacer alguna chapucilla que desde hacetiempo tenían en mente.

Como es de suponer, mi caso fue parecido. Estaba yo todavía vestidode alférez cumpliendo los seis meses finales -¡por fin!- de servicio ala Patria y ya tenía mis dos primeros encargos. Una pequeña viviendaunifamiliar en la que una prima hermana mía pensaba constituir unafamilia maravillosa y las oficinas generales de la fábrica de un amigoíntimo que, con el menor presupuesto posible, intentaba que tuvieranun cierto aire de multinacional poderosa.

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Recuerdo la poca devoción con que cumplía mis deberes militarestemiendo quedar mal con mis impacientes clientes que, como luegome ha sucedido con todos los demás a lo largo de cuarenta años deprofesión, tenían el convencimiento absoluto de que su encargo era,con gran diferencia, lo más importante que yo tenía que hacer en mivida.

Lo malo es que, en aquel caso y entonces, era absolutamente cierto.

No me acuerdo muy bien del desarrollo del proceso proyectual (yoentonces no sabía aún que se podía decir así, de haberlo sabido mehubiera dado más seguridad en mi mismo), pero si recuerdo que, apesar del alto grado de confianza que tenía con mi prima y con miamiguete, cuando les explicaba lo mejor que podía los planos, metemblaba la voz y sudaba mucho.

Debo confesar también que, al dibujar las plantas y alzados de losprimeros croquis, se me pasaron de golpe todas las sobriedades ypurezas de la Escuela y entré de golpe en un mundo que, comosabéis bien los eruditos de la profesión, por aquel entonces se lleva-ba mucho. La incorporación de la botánica a la arquitectura llevadaal máximo extremo. Plantas tropicales desbordando de los interiores,flores y plantas colgantes rebosando de innumerables jardineras... Unarquitecto con disposición para el dibujo proyectaba un edificio deviviendas en Ciudad Real y parecía que estaba en el Caribe. Llegabasa adquirir una habilidad tal en el dibujo de vegetaciones exuberantes,que dibujabas filodendros y helechos con los ojos vendados.

Hay que decir que en mi caso tenía ya un gran entrenamiento porque,durante la carrera, con otros tres compañeros de curso, nosganábamos la pasta haciendo perspectivas por encargo de algunosarquitectos de moda de Madrid para los que, generalmente, toda lavegetación era poca.

Así que con mis dos primeros encargos no iba a ser menos. Yo creoque en las primeras entrevistas las cosas no fueron mal. Las plantasde los primeros croquis funcionaban bien y además supongo queresultarían tan sugerentes como un jardín tropical. La cosa empezó ahacerse más difícil (y de eso si que me acuerdo bien) con los alzados.Quizás ahora lo que voy a contar produzca risa pero en la España delos cincuenta resultaba casi heroico.

Se trataba simplemente de las cubiertas. En aquellos momentos, losque nos considerábamos progres íntegros preferíamos que nosdeportasen antes que hacer cubiertas inclinadas a dos o más aguas.Proyectar una pendiente al 30% con teja cerámica era ya prostituirsepara siempre. Y yo no estaba dispuesto a hacerlo ni por mi prima nipor nadie. Yo haría cubiertas planas aunque me encargasen un refu-gio en Candanchú.

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Club de golf de Ulzama (1964)

Klinker Club en Olazagutia (1962)

Vivienda en Vitoria (1957)

“En aquellos tiempos (1957), proyectar una cubierta inclinada con teja cerámica era ya prostituirse para siempre”.Pocos años después Javier Guibert y yo nos hundíamos en el fango sin el menor escrúpulo.

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El problema era vender el burro. Con mi prima la confianza era muygrande. Éramos como hermanos, pero su marido, a quién acababa deconocer, era -y sigue siendo- un vasco socarrón de 1,90 m. de alturay 120 Kg. de peso, industrial curtido y avezado, que me daba laimpresión de que no tragaba un pelo.

El día en que ya aceptadas las plantas, puse los alzados sobre lamesa, supongo que el sudor y el temblor de voz llegarían al máximo,pero yo estaba dispuesto a morir con tal de no inclinar la cubierta.Conservo todavía esos planos y creo que no estaban del todo mal,pero... ¿qué les parecería a ellos?

Cuando llevaba un buen rato soltando mi rollo me di cuenta con hor-ror - por algún comentario suyo- de que al ser una vivienda de unaplanta sin la referencia de una cubierta inclinada no sabían bien comoestaban viendo el alzado, si boca arriba o boca abajo. Y aunque nohabía escatimado ornato vegetal no estaba del todo claro cuandosalía del suelo y cuando colgaba del tejado.

Entonces, afortunadamente pronto, me dí cuenta de algo muy ele-mental que he procurado no olvidar en el resto de mi vida profesion-al: que una gran mayoría de nuestros interlocutores en temasarquitectónicos no son profesionales del tema y, como consecuencia,es frecuentísimo que no entiendan bien los planos que para tí resultanclarísimos porque los has hecho tú. O das por sabidas cosas que con-sideras obvias pero para ellos no lo son tanto.

Para colmo ahora están de moda unos grafismos casi esotéricos sinjerarquizar por gruesos de líneas ni rellenar secciones e incluso super-poniendo representaciones gráficas que debían de ir en planos sepa-rados. Como sabéis muy bien hay veces que ni el profesor deproyectos entiende lo que queréis representar. ¿Vamos a pretenderque lo entienda mejor un médico, un abogado o un ama de casa?

Sobre este tema os podría contar mil anécdotas porque no es raroque, por ejemplo, después de haber dado sobre el plano una serie deexplicaciones que a ti te parecen reiteradas e incluso pesadas, te pre-gunten con la mayor naturalidad “¿Y por dónde se entra?”, o ponien-do el dedo sobre la, para ti, clarísima representación gráfica de laescalera... “¿Y esto qué es?”

Todo esto ha venido más o menos a cuento de los apuros para hacertragar a mis primos la cubierta plana.

No recuerdo bien como se desarrolló la sesión de convencimiento,pero el caso es que coló. Se realizó sin tejaditos, y quedaron encan-tados (lo siguen estando hoy en día) y ha sido publicada e incluso cat-alogada unas cuantas veces.

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Pero claro, yo entonces eso no lo sabía. En el año 57 ni siquiera losprogres (había que ver a lo que se consideraba “progre” entonces),estábamos del todo convencidos de lo que hacíamos.

De todos modos yo creo que lo importante es ir sacando enseñanzade todas estas pequeñas escaramuzas. No se quién dijo que “algu-nos llaman experiencia a sus propios errores”, aunque yo prefiero lode “se aprende con lo que sale mal”, que se completa diciendo “y elque no aprende es que es tonto”.

Pero, ¡claro que aprendes!. Incluso trucos más o menos innoblescomo el de adjudicar (falsamente), tus propios criterios a los demás...“Como alguno de vosotros dijo muy bien el otro día, esto así estaríahorrible (o estupendo)”, etc. Sorprendentemente, esta adjudicación escasi siempre aceptada sin pestañear aunque, claro, puede salir unlisto que te conteste: “¿cuándo dije yo esa tontería?”. Por esorecomiendo no personalizar demasiado.

Otro muy clásico es cuando en las primeras conversaciones les vesvenir ; por ejemplo si hacen afirmaciones como, “¡Oh! Yo adoro lascasitas inglesas”, y tú piensas inmediatamente: ¡Adiós!, ya tengo lacasa de la abuela de Caperucita encima... En estos casos hay que sermuy rápido y, antes de que expliquen más concretamente sus prefer-encias, decir tú alguna frase del estilo de “¡...porque, claro, hay quehacer cosas razonables y consecuentes con la época en que vivimos.No vamos a caer ahora en la horterada de hacer ventanas con carpin-terías a cuadritos blancos!”. Generalmente funciona.

Son trucos tan viejos y tan manidos que casi da vergüenza men-cionarlos, pero que tienen mucha importancia cuando tratas devender una idea de la que estás convencido o incluso cuando tratasde colar algo más o menos subrepticiamente.

Claro que en todos ellos me estoy refiriendo casi exclusivamente alcliente único o familiar que es donde se producen más claramenteeste tipo de situaciones, pero no es muy diferente, aunque sí máscomplejo, cuando se trata de la administración, corporaciones,sociedades, etc. En estos casos -que os deseo sinceramente quetengáis muchos- la estrategia es naturalmente más complicada. Yano se trata de comer el coco o de averiguar los deseos de una o dospersonas, sino de transmitir tus ideas y convencer a muchos más.

Al respecto, me atrevo a aconsejar que cuando los interlocutorespasen de ocho o diez (e incluso menos), se recurra a la proyecciónque, en mi opinión, es muy aconsejable que sea doble, con dosproyectores y dos pantallas, para que no se pierda nunca la idea deconjunto ni la ubicación real de cada cosa, y se pueda fragmentar e

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ilustrar con más detalle todo lo que se considere necesario. Hay quetener cuidado también de acercar bastante los espectadores a laspantallas porque si no entre la dificultad normal de comprensióninmediata de un proyecto y la abundancia de cortos de vista, podéistener la seguridad de que más de la mitad no se enterarán de nada.

Esto último, aunque os parezca exagerado, os aseguro que es cierto.Porque además, no nos engañemos, en nuestra tierra no abundan losDemóstenes.

En general ni nos expresamos bien ni nos lo enseñan en ningún sitio,¿o ahora aprendéis en la Escuela de Arquitectura expresión oral?Pues no vendría nada de mal...

El lenguaje ha de ser claro y riguroso pero sin caer en el abuso de tér-minos técnicos para deslumbrar al personal. Salvo que quieras que note entiendan, que también puede ocurrir...

Hay que huir como del demonio de las muletillas. Suele ser penosoescuchar la repetición incesante de expresiones como “o sea”, “dealguna manera”, “yo diría”, etc. Generalmente este vicio se cura cuan-do después de una exposición o una conferencia como esta, un almacaritativa se acerca y te dice: ”Has dicho cincuenta y dos veces evi-dentemente”.

Tenemos un lenguaje muy pobre, las cosas como son, aunque, porsupuesto, hay profesionales -y delante de mí tengo alguno- que hacenexposiciones modélicas. Ojalá cunda su ejemplo.

Y bueno será advertir, para acabar con este tema, que el tono colo-quial excesivo utilizado por muchos para disimular sus carencias estodavía peor. Me refiero a ese tono de charla entre amiguetes, conproliferación de tacos que, aparte de vulgarizar cualquier discurso, seconvierten en la peor de todas las muletillas, porque os habréis fija-do que la mayoría son expresiones multiuso. Por ejemplo y sin ir máslejos, la “leche”, sirve para expresar velocidad, suerte, tortazo, humor,bondad, maldad, etc,... además de sus acepciones reales. Total quecon “leche”, y cuatro tacos más, que todos conocemos, ya dominasel idioma... ¡Maravilloso!

Excuso deciros la impresión penosa que puede producir una exposi-ción que además de ser mala (que seguro que lo es), esté en esalínea. Por desgracia parece una tendencia creciente. Por eso hablo deello aunque sienta vergüenza ajena al hacerlo.

Pero pasemos a otro tema. Para mí sigue siendo el mejor planteamien-to general (lo practico siempre que puedo), el del viejo predicador

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irlandés, que cuando le preguntaron cual era el truco para que sussermones fueran tan claros e inteligibles contestó: “¡Muy sencillo!,primero digo lo que voy a contar, luego lo cuento y después explico loque he contado”. Yo creo que es perfectamente válido para la exposi-ción de un proyecto. Probad a aplicarlo. Vale la pena.

Pero todos sabemos que para convencer no basta con eso. Además,por supuesto, hace falta que tú estés convencido de lo que defiendes,¡simple marketing!, sin que eso signifique que vas a ser sordo a todaslas observaciones o variaciones que te sugieran los demás. En elfondo, se trata de saber hasta que punto debes defender tu proyectoa ultranza.

Yo, a este respecto, pienso que se establece el diálogo para conocer,interpretar y dar tu propia versión de las necesidades de los clientesy si es preciso convencerles de que, precisamente, la solución que túpropones es la buena y la adecuada.

Naturalmente el que esta última afirmación sea realmente cierta, ayu-da un disparate para que todos tus argumentos sean convincentes.

En cuanto a la inflexibilidad en defender tus primeras propuestas (yoconozco arquitectos que se dejarían matar antes que modificar lasituación de una puerta), me parece a mí que es una postura con-traproducente y que no redunda en beneficio del resultado final.

Nosotros, como decía antes, estamos para escuchar e interpretar susnecesidades y sus deseos. Escuchar una y otra vez, dar nuestraopinión, no tener ninguna pereza en hacer la variante que te propo-nen. Seguramente tú ves muy claro que esa solución es peor, peroellos no lo han visto y tienen derecho a que tú, el profesional que hancontratado, se lo explique. Y tú debes de hacerlo, que para eso estás.El que piense que el arquitecto siempre tiene razón, es que es ciegoo, por lo menos, un petulante.

A mí, personalmente, me pasa que cuando tengo que revisar en el archi-vo alguna obra mía antigua me quedo asombrado de la cantidad de cro-quis y propuestas que hice previas y diferentes al resultado final. Y tengoque confesar que casi nunca encuentro algo que me parezca mejor quela solución última, por floja que esta sea. Se ve muy claramente como,cuando la cosa ha ido medianamente bien, ese acoplarse a la realidaddel encargo, ese intercambio de opiniones y de necesidades va cam-biando y puliendo la idea inicial, como un canto rodado, que hace olvi-dar y mejorar la tosquedad de la piedra de la que se partió. Si lo sabesllevar bien es algo muy positivo que enriquece el resultado final.

Resultado final que por otra parte, responderá a lo que decía el

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inolvidable Alejandro de la Sota, cuando afirmaba que “la arquitec-tura, si es buena, aguanta todo”. El querido y desaparecido profesorde esta Escuela, Curro Inza, solía decir también que había arquitectosque cuando les preguntabas como había quedado alguna obra suyacontestaban frases del estilo de “no quiero ni verla, han puesto en laentrada unas farolas horrorosas que se la han cargado”, y a él ledaban ganas de contestarles “pues vaya birria de obra debe de serque se la cargan con dos farolillos”.

Y en general, la obra buena, esa que decía Alejandro que “aguantatodo”, sólo se consigue con unas relaciones arquitecto-cliente lle-vadas con buena voluntad por ambas partes.

He dicho, fijaros bien, por ambas partes. Con esto quiero decir quenos involucra también a nosotros y que es más que conveniente -¿porqué no decirlo?- caerle bien al cliente. Así como suena. Así de sen-cillo y elemental.

Da casi vergüenza dar un consejo como éste y parece superfluo hac-erlo. Bueno, pues no. Yo creo que es absolutamente necesario. Osquedaríais asombrados si pudierais daros cuenta de la cantidad dealumnos que, desde el primer día, te hablan y exponen las cosas deuna forma que es prácticamente imposible que te caigan bien. Y estoyseguro de que, profesores de proyectos aquí presentes -que son losque tienen un contacto más directo con los alumnos- lo confirmarían.

Pero, por raro que parezca es así. Supongo que no tienen ningúninterés en caerle gordo a la persona que les tiene que aprobar o sus-pender. Simplemente ni se dan cuenta de ello, lo cual, no mejora susituación sino que incluso la empeora.

No se trata de hacer la pelota o dar coba a nadie, se trata únicamentede ser correcto y amable. Entre la sumisión del “Si Sahib” y la estu-pidez del que entra en una librería y le dice al dependiente: “Oye tú,cara bobo, ¿tienes el libro ese de cómo ganar amigos?”, hay unamplísimo campo donde poder moverse con educación e inclusosimpatía.

Aparte de una cosa que no hay que olvidar: Que el cliente tiene todoel derecho del mundo a dar su opinión, entre otras razones, porquegeneralmente es el dueño de los cuartos y puede decirte en cualquiermomento, “¡Adiós muy buenas!, ¡ahí se queda usted con sus intransi-gencias!”.

Pero, de todos maneras, es del mismo modo frecuente (yo diría queincluso demasiado frecuente) la postura contraria: la del tragalotodo,

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el cliente siempre tiene razón. También puro marketing, por supuesto.Pero prefiero no hablar de esta postura tan comercial. Para mí es, condiferencia, la peor de todas las actitudes. Pero, en fin, es cuestión degustos.

Los resultados de esta forma de actuar se suelen ver a menudo en lasurbanizaciones de viviendas unifamiliares y proyectos diferentes conese criterio de “el cliente manda”. Generalmente, como las parcelasno son demasiado grandes, los edificios están cerca unos de otros yla heterogeneidad resulta más evidente. Un palacete de la Moncloa, acontinuación de un caserío vasco que está colindante a un revival dela Bauhaus.

Y no exagero; incluso cerca de aquí hay algún ejemplo de ello.

Por eso, aunque no venga demasiado a cuento, diré que a mi enten-der cuando las viviendas unifamiliares van a estar próximas, es muchomejor, que sean proyectos uniformes o, al menos, estén proyectadascon el mismo criterio.

Volviendo al tema aclaremos que, como es lógico, existen posturasintermedias, que por gracia o por desgracia son las más corrientes yque consisten en tragar en parte, pero salvando la cara. Es decir, tran-sigir en cosas que no te importan demasiado (es un decir) pero dejan-do las que consideras verdaderamente importantes como el volumen,los espacios interiores, las fachadas, etc..., tragando con los azulejos,los aparatos sanitarios..., y hasta con la barandilla de la escalera si espreciso, pero jurando no volver a entrar dentro en tu vida.

Es la actitud de “ojos que no ven, corazón que no siente”; desde luegono es buena, pero sí mejor que la dejación total. E incluso, mejor quela intransigencia total que suele acabar de una de estas tres maneras:obra maestra, bodrio impresentable o contrato rescindido.

Excuso decir una vez más, que los de resultados buenos de verdadse obtienen con el diálogo y cediendo un poco por un lado y otro, deuna forma razonable.

Pero no quiero acabar con este tema sin hacer mención de una tram-pa que me parece que más o menos practicamos todos. Yo desdeluego. Consiste simplemente, en no mencionar, ni explicar, determi-nados detalles (o soluciones) de las que parece que no se han per-catado, pero que sospechas que en cuanto los descubran van a serrechazadas.

La cosa puede ser importante o banal, pero de lo que se trata es de

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“... cuando las viviendas unifamiliares van a estar muy próximas entre sí, es preferible que se agrupen por zonas conproyectos del mismo autor o que, al menos, respondan a los mismos criterios...”

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que no se enteren hasta que esté realizada cuando, evidentemente,para echarlo atrás, hace falta más valor.

Reconozco que es un truco sucio que no debería ni mencionar ycomo resultado final no está ni mucho menos garantizado ( las reac-ciones de la propiedad pueden ser muy diferentes), pero os aseguroque por este procedimiento he conseguido resultados a los que nohabría podido llegar si lo explico todo desde el primer momento conclaridad. También es verdad que en ocasiones me ha ocasionadoalgún problema. Pero si no arriesgas algo...

Y que quede claro que yo no aconsejo hacerlo. Solamente lo cuentoa título de anécdota, porque lo ortodoxo y lo fetén es que cante la gal-lina desde el principio. Explicar bien lo que quieres hacer, con-vencerte y convencerles.

Pero de todos modos, repito, lo que verdaderamente importa es elresultado final. Si queda bien para ti, y mal para la propiedad, regular.Si está mal para ti, y bien para la propiedad, peor. Mal para ti y malpara la propiedad, horrible. Pero si queda bien para ambos, fantásti-co.

Todo esto en el fondo es anecdótico, y repito una vez más que, lo queimporta es lo que queda. Porque ya no se hacen arquitecturasefímeras y lo que hacemos queda. Para orgullo o para vergüenzanuestra, nos volvemos a encontrar nuestras obras día tras día en elmismo sitio y con los mismos defectos o virtudes de siempre. No loolvidéis nunca; si en algún momento estáis sufriendo durante la mar-cha de una obra de esas que van cada vez peor, no penséis que elcalvario se termina con el edifico. El sufrimiento continúa mientrassigáis vivos y el edificio se mantenga en pie... Iba a decir ahora; “¡Ysi se cae no digamos!”. Pero me parece una broma de mal gusto.

Me parece que viene a cuento algo que por los años cincuenta mecontó el gran Juan Antonio Coderch un día que me pescó merodean-do subrepticiamente por una obra suya de la calle Compositor Bachde Barcelona. Yo entonces estaba recién ingresado en la Escuela deArquitectura, y estaba fascinado por las viviendas que había hechoen la Barceloneta con fachadas quebradas y todos los huecos cerra-dos por aquellas lamas orientables que él había inventado.

Cuando me lo encontré, de golpe, viendo la obra en solitario, en vezde echarme, que era lo que yo me temía, se interesó mucho por laEscuela, por la forma de pensar de los alumnos, etc,... Llevaba famamás bien de hosco, pero estuvo amabilísimo. Yo entonces, despuésde haber superado el durísimo ingreso de aquella época, estabaeufórico y lleno de entusiasmo por la profesión. Me felicitó por ello y,

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con gran asombro por mi parte, me dijo: “¡Ojalá hubiera sido yo así atu edad!”. Me quedé boquiabierto... Me explicó entonces que él hizola carrera no por vocación, sino más bien empujado, obligado, poruna tradición familiar. Así que cuando ya empezó a tener encargos decierta importancia -que los tuvo precisamente por esas relacionesfamiliares- y terminó el primer edificio de viviendas, comenzó incon-scientemente -según contaba- a modificar sus recorridos porBarcelona, con tal de no pasar por la calle donde estaba la casa ytener que verla. La cosa parece ser que se complicó cuando hizo susegundo edificio y aún más cuando llegó al tercero que, para no ver-los, le obligaban continuamente a recorridos demenciales. Entoncesdecía, que reflexionó y se dijo: “O cambio de ciudad o cambio dearquitectura...” ¡Y ya creo que cambió...!

Puede ser un poco exagerado, pero yo lo comprendo muy bienporque además, debo confesar que esa táctica de avestruz la hepracticado e incluso en determinados casos, que naturalmente no voya detallar, la sigo practicando... No os la deseo a nadie, es incómodoy, sobre todo, humillante.

En cierto modo todo esto no es más que una preparación, un preám-bulo, de los temas de más enjundia que vamos a tocar mañana ypasado.

Ahora, para terminar, no me resulta fácil sacar conclusiones concisaso hacer una sinopsis escueta de lo que llevo dicho, entre otrasrazones porque todo es bastante relativo. Por ejemplo, es bueno teneramor propio. Pero no demasiado. O también es de desear el clientecon fe en el arquitecto o arquitectos pero también sin pasarse. Elcliente entusiasta que te considere un genio y esté convencido de quele vas a hacer una casa que va a dar la vuelta al mundo, puede lle-varte, si no lo eres (que casi seguro que no), a la realización de unengendro... ¡Hay tantos por ahí!

En la misma línea de peligro está el exceso de información. La infor-mación no digerida ni asimilada. El querer meter en un proyecto todaslas cosas que has visto últimamente y te han gustado. Esto cuandoademás la obra es de pequeña envergadura puede llevarte directa-mente al ridículo. Recordemos una vez más a Alejandro de la Sota ysu sentencia favorita. “La arquitectura, como todo arte, es renun-ciación”.

La buena arquitectura que debemos de buscar, esa que tiene que“aguantar todo” y seguir siendo buena, no es, desde luego, fácil delograr y ojalá os pudiera dar reglas para conseguirla.Ya comprenderéis que si las tuviese, las hubiera puesto en práctica enmi propia producción. Sólo aspiro a poderos decir algunas de las

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cosas, por tontas que parezcan, que a mí me hubiera gustado queme contasen cuando estaba en vuestra situación y nadie lo hizo, nientonces, ni en los cuarenta años siguientes. Lo volveré a intentarmañana y pasado.

Muchas gracias por vuestra paciente asistencia y hasta mañana.

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“... comentar cuanto más hermosas son las ciudades antiguas vividas intensamente (aunque se deterioren)que las cuidadosamente restauradas pero sin uso, ni vida real...” (F.R.H. óleo sobre lienzo 1,30x0,97)

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Buenas tardes y muchas gracias por tener la moral de volver a llenareste recinto. A todos, pero especialmente a los que ya estuvieron ayery hoy reinciden, gracias.

Dijimos que hoy íbamos a hablar de arquitectura “buena” o “mala”.Pero además adelantaré -siguiendo la técnica del predicador inglés,que también hablaremos de arquitectura correcta, arquitectura ade-cuada, de la “creación arquitectónica”, de la inspiración, del sedi-mento cultural, de la curiosidad del arquitecto e incluso de equipos ycolaboraciones. Seguramente me he dejado algún otro tema, pero yairá saliendo a lo largo de la charla.

Bien, nos habíamos quedado en algo parecido a como se averigua siuna arquitectura es buena o mala. Bueno, seguramente es más fácil,en contra de lo que pueda parecer, detectar lo malo que lo bueno.Acordaos de la anécdota de José Antonio Coderch que ayer os con-taba. Yo creo que si os ocurre eso con alguna de vuestras obras (queevitáis verla para no avergonzaros), no hay la menor duda de que esmala. Y no es que os quiera desmoralizar, pero seguro que con algu-na os puede pasar. Y, que no sea más que con “alguna”.

Citábamos ayer también las frases de Alejandro de la Sota: “La arqui-tectura, como todo arte, es renunciación”; y aquello de: “La buenaarquitectura aguanta todo”, que a mí me gustan mucho pero, claro,volvemos al punto que yo quería retomar: ¿Cómo distingo yo la arqui-tectura buena? Que ahora amplio preguntando y... ¿Cómo distingo labuena música , o la buena literatura, o la buena pintura?

Nada más lejos de mi intención, y sobre todo de mis conocimientosque intentar dar una lección de estética, ciencia en la que, por otraparte, no creo demasiado. Por lo tanto no voy a intentar daros ningu-na definición o reglas más o menos prácticas. Ya hubo un tal Vitrubioy otros, que dijeron cosas interesantes al respecto.

Sin embargo, en mi osadía, si me voy a atrever a dar algunos conse-jos que me parece que pueden ser de alguna utilidad para que, porvuestro bien y el de la humanidad, la arquitectura mala prolifere lomenos posible.

Pues bien, pues puestos a analizar la arquitectura, creo que se puede,como de todo, hacer muchas clasificaciones. Ya habéis oído a Silvettihacer una en días pasados, que considero interesante, pero que no sési nos da muchas luces para la búsqueda de la “buena arquitectura”.

Lo que pasa es que, en realidad, las clasificaciones son algo muy sui

Arquitectura buena y arquitectura mala

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generis y complejo que ni siquiera en Botánica acaban de ser del todoconvincentes. Y digo en Botánica porque parece una de las cosasmás rigurosamente estudiadas y clasificadas de este mundo, y sinembargo se complica y atomiza cuando llega por ejemplo a los“Quercus” que van desde el roble de hoja grande y caduca a la enci-na de hoja perenne y espinosa y hay entonces que empezar a inven-tar variedades intermedias como el Quejigo de hojas marcescentes, yotras muchas hibridaciones de sutilísimas diferencias.

Quiero decir con esto que hacer en arquitectura, complejísimas clasi-ficaciones de especies y subespecies, generalmente inventadas aposteriori, no es algo que me interese demasiado. Por supuesto merefiero a mi desinterés por las clasificaciones, no por las arquitecturas.

Por eso decía antes que la dicotomía que hacía Silvetti entre arqui-tectura de firma y arquitectura de servicio, no está mal, pero no puedoevitar hacerle algunas apostillas.

En primer lugar diré que parece sensato advertir que no todo elmundo, ni mucho menos, está capacitado para proyectar y realizarcon dignidad esta “Arquitectura de firma”. Siento ser un poco desmi-tificador si digo que en ningún momento me gustaría daros ánimospara que os lancéis todos por el camino de la genialidad, porque creoque hay que ser mucho más prudente que todo eso. Lo digo porque,equivocado o no, estoy convencido de ello. Se ven por ahí talesbodrios de arquitecturas que pretendían ser “de firma”…

Como consecuencia también pienso que la arquitectura, excepcio-nalmente buena y original, es tan sólo privilegio de unos pocos.

Aunque no soy nada partidario de las comparaciones, porque creoque casi siempre son inexactas, me váis a permitir que en estemomento recurra a una muy simple. Del mismo modo que entre milesde músicos, sólo surge uno capaz de componer “La flauta mágica” yeso es así y es extrapolable a otras muchas facetas del arte y no pasanada, hay miles de excelentes músicos más normales que disfrutaninterpretando, o componiendo, pero que no tienen esas dotes extraor-dinarias de los privilegiados. Hacen composiciones, con menos pre-tensiones, aceptables e incluso buenas, pero saben que si intentanalcanzar la grandeza de Mozart, Beethoven o Stravinski, se estrellarán.

Pues en arquitectura no. En arquitectura todos nos sentimos capacesde componer “El Mesias” o “La consagración de la Primavera”.Prueba de ello es que nadie rechaza un encargo, por importante ycomprometido que sea, diciendo: “No. Muchas gracias. Les agradez-co infinito la confianza que demuestran tener en mí, pero es demasia-da la envergadura de ese proyecto para mi capacidad y preparación.Les aconsejo que busquen otros profesionales más capacitados queyo para hacerlo”.

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¿Alguien conoce un caso así?, ¿a qué no...? La verdad es que por ineptos quenos consideremos, o que seamos, yo creo que todos sin excepciones, esta-mos siempre dispuestos a aceptar el encargo más importante del mundo.

¿Cuál es el resultado? Pues que el mundo, efectivamente, está llenode novenas sinfonías arquitectónicas compuestas por chunchunerosde pueblo.

Ya sé que, afortunadamente, esto no ocurre continuamente. Pero amayor o menor escala ocurre.

Es algo así como si todos los flautistas del mundo tuvieran que escri-bir su propia versión de “La flauta mágica” y, lo que es mucho peor,nosotros estuvieramos obligados a escucharlas. De hecho en nues-tras obras, millones y millones de personas se ven forzadas cada díaa dormir, comer, trabajar, divertirse...; en resumidas cuentas vivir entreellas e incluso dentro de ellas, les gusten o no les gusten.

La verdad es que los Palladio escasean en la arquitectura, tanto comolos Bach en la composición musical, pero sin embargo, y aquí está elquid de la cuestión y a donde quería llegar, la cosa podría no ser tangrave gracias a la existencia de algo tan importante como la arqui-tectura simplemente correcta.

La duda, realmente, está en si debes limitarte a conseguir eso, sinmás pretensiones, o debes de apuntar más alto. En resumidas cuen-tas, si cuando te sientas al tablero lo haces con la intención de reali-zar algo fuera de serie y único, o simplemente quedarte en un escalónmuy digno, pero más bajo.

Nada más y nada menos que llegar a conseguir “simplemente” lacorrección.

Quizás al llegar a este punto hay que preguntarse también, pero ¿escondición imprescindible para hacer una genialidad tener la intenciónde hacerla? Yo sinceramente creo que no. Incluso dudo si el mismísi-mo Haydn -por seguir con el símil musical- cuando compuso su“Creación”, sin duda genial, tuvo esa intención, o si lo que pretendió,sencillamente, fué hacerlo lo mejor posible.

Lo que ocurre, lo sabe todo el mundo. Que dos diferentes personashaciendo “lo mejor posible” la misma cosa, llegan siempre a resulta-dos diferentes.

¿Por qué? Pues por varias razones. Unas imposibles de adquirir, comoson las condiciones naturales, y otras fruto de la formación y el trabajo.

Llegados a este punto no estaría de más hablar un poco de algunosconceptos más propios de críticos de arte que de profesionales,

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como por ejemplo el “estro”. ¿Sabe alguno qué es el estro? ¿Nisiquiera los aficionados a las palabras cruzadas? Bueno, pues“estro”, según el diccionario de la Academia es: ”La inspiraciónardiente del artista al componer sus obras”.

Claro, que, cuando se piensa en esta definición y en nuestra profesiónda un poco de risa. Analicémosla: Primero, inspiración. Como dijo,creo que fue Picasso, “la inspiración existe, pero cuando llega te tieneque coger trabajando”. Evidente y certísimo. Como te coja jugando alparchís no sirve absolutamente para nada, y cuanto más trabajas,más posibilidades tienes de que te llegue.

Segundo, ardiente. Ahí es donde de verdad da más la risa. Miro haciaatrás y me parece que en más de cuarenta años de profesión, quizáshe tenido, algunos ratillos más o menos inspirados, pero ardientes, loque se dice ardientes, no recuerdo ni uno.

Y para arreglarlo termina la acepción diciendo “...del artista al com-poner sus obras”. Yo en estos apuntes que me sirven de guión tengopuesto después de la definición: “¿Qué artista?”.

Vivaldi, al que la inspiración debía de llegarle a raudales, tiene unadensa y deliciosa composición titulada: “El estro armónico”. Yo creoque, en general, no es nuestro caso. O al menos no el mío.

Lo que, como resumen, yo pienso al respecto, es que el estro, comola genialidad, son cualidades privativas de muy pocos. En nuestraprofesión basta con darse una vuelta por determinados barrios denuestras ciudades para comprobarlo. Por no hablar de las grandesconurbaciones turísticas (Costa del Sol, Costa Levantina, etc,...) ver-daderos muestrarios de arquitectura desgraciada.

Es una visión un poco negra de nuestra profesión pero creo que es larealidad, y aquí entre colegas... ¿para qué vamos a engañarnos?

Bromas aparte, lo que opino, sintetizando, es que no hay más que uncamino serio para afrontar esta realidad: La búsqueda constante de lacorrección, a través de un máximo conocimiento del oficio. Lo cualtrae consigo, como es lógico, otras condiciones complementarias, delas que más tarde hablaremos.

A partir de aquí, si de verdad eres uno de los privilegiados que puedecrear arquitecturas de verdad notables, no te preocupes que te iránsaliendo naturalmente.

Ya sé que todo esto resulta un poco pedestre y vulgar. Por decirlo dealguna manera; se trata de la antítesis del estro. Bueno, pues aunqueasí sea, conforme vayas aumentando el conocimiento del oficio (porlo general a través de tus propios errores), tendrás más posibilidades

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y te será más fácil encontrar esa corrección que parece tan elementaly es tan difícil de conseguir. Con este oficio, manejado con soltura, escuando tienes más posibilidades de obtener buenos resultados. Casime atrevo a decir que la única forma de conseguirlo es aplicando eseoficio con corrección.

Volvemos otra vez al concepto clave: Corrección. ¿Cómo conseguir-la? Para empezar, planteando bien los problemas. Si no lo haces -porejemplo eludiéndolos o engañándote a ti mismo- y no los planteasbien, con rigor e incluso con sinceridad, sólo obtendrás resultados fal-sos o soluciones no adecuadas. Es tan cierto y tan sencillo comopuede serlo aplicado a un problema matemático elemental.

Con todo esto quiero decir, profundizando un poco más, que porejemplo, sin un programa de necesidades bien hecho; riguroso, por-menorizado y cierto (hay que diferenciar las necesidades de los gus-tos personales), no es posible ni siquiera iniciar los primeros bocetos,como no se puede tampoco hacerlo sin haber conocido, estudiado eincluso vivido en cierto modo, el emplazamiento.

Después, a partir de aquí, ya se puede empezar a resolver problemasy a buscar soluciones adecuadas, que si además son también bri-llantes mejor que mejor. Pero sin buscar la brillantez como objetivo;¿puede haber algo más ridículo que una obra de grandes pretensio-nes realizada por un mediocre?

No hay que asustarse por el adjetivo “mediocre”. Según el diccionariosignifica simplemente: “de calidad media”. ¿Somos algo más queeso? Incluso hay tantos que se consideran fuera de serie, que entra-rían en esa calificación.

A propósito de todo esto, me parece oportuno hacer aquí una refe-rencia a las arquitecturas mal llamadas “de poca importancia” o,como decía Silvetti, “de servicio”.

Pues, efectivamente, puede haber obras que se puedan considerar“de servicio”, pero “de poca importancia”, en mi opinión, ninguna.Todas, por insignificantes que sean, son siempre importantes paraalguien y, aunque no lo sean, siempre deben de serlo para nosotros.

Basta con repasar un poco las obras maestras de la historia de lahumanidad, o simplemente las que más nos admiran y atraen, paradescubrir entre ellas arquitecturas hechas para servir.

Sin recurrir a las Pirámides (que en el fondo no son sino simples tum-bas un poco sobradas), me acuerdo ahora de un edifico para miespecialmente querido, como son las Procuradurías Viejas de la Plazade San Marcos de Venecia cuyo objeto no era otro, como su nombreindica, que el de dotar de viviendas a los procuradores de finales del

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“... me gustaría imaginar lo que pensaría Mies van der Rohe -gran admirador de Venecia-, la primera vezque se enfrentó al edificio de las Procadurías Viejas...” (F.R.H. óleo sobre tabla 1,25x0,78)

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siglo XIV. No es arquitectura de firma como lo son todos sus vecinos.El Duomo, la Torre del Reloj, la Biblioteca de Scamozzi, el Palacio delos Dux, o el Campanile.

¡Vaya vecinos! Seguramente el conjunto arquitectónico más bello delmundo. Bueno, pues allí mismo, ocupando un comprometido lateralde la piazza, se alza este larguísimo y espléndido edificio con sumaravilloso módulo de ventana (un arco de medio punto apoyado enfinas columnitas de mármol), repetido nada menos que cien veces encada una de sus dos plantas con otros cien óculos en el ático, rema-tado por otros tantos pináculos. En la planta baja se abren las popu-lares galerías con sus cincuenta arcos de medio punto y doble luz.

Yo, siempre que lo veo, o lo dibujo, o lo fotografío, o lo pinto (que detodas esas formas lo disfruto cuando puedo), me gusta imaginar loque pensaría el viejo Mies van der Rohe, gran admirador de Venecia,la primera vez que se enfrentó a él...; quizás algo como... “¡Toma ar-quitectura estandarizada!”.

Ya sé que es un ejemplo que nos coge muy de lejos y que las posibi-lidades de que a alguno de nosotros nos encarguen un edificio deviviendas de la envergadura de las Procuradurías en una plaza tanmaravillosa como la de San Marcos son bastante remotas... ¡pero estan hermoso ejemplo!

Aprovecho la ocasión para decir que me dáis envidia los que noconozcáis Venecia y aún os quede por vivir ese momento único dedescubrir la Plaza de San Marcos en un atardecer de primavera, conlas luces de los comercios y los porches ya encendidas, el Campanileiluminado por el último resplandor de poniente, y un cielo todavía lumi-noso, turquesa y magenta, hacia el que se escapan las notas de losviolines de todos los cafés...

Todavía quiero decir dos cosas más a propósito de San Marcos. Laprimera “comentar” cuanto más hermosas son las ciudades antiguas(aunque se deterioren), que las cuidadosamente restauradas pero sinuso, ni vida real, tristes como un decorado al acabar la función.

En segundo lugar, que no debe pasarnos inadvertida la gran lecciónde libertad arquitectónica que nos da San Marcos, donde ningún edi-ficio tiene nada que ver, estilísticamente hablando, con los demás ysin embargo... ¿se puede mejorar el conjunto?

La razón es bien sencilla: lo que importa es que las arquitecturas seanbuenas. No sus estilos ni épocas.

Precisamente lo contrario de lo que ocurre en esas urbanizacionesheterogéneas de “chaletitos” de las que hablábamos ayer.

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Esto, que ahora parece bastante elemental, lo aprendí escuchando-cuando tenía veinte años y el más de ochenta- al gran arquitectovienés Richard Neutra, emigrado a Estados Unidos, atraído comotantos otros, por el resplandor de Frank Lloyd Wright.

En aquella España de los cincuenta, que ignoraba al resto del mundo,las cosas que nos mostraba y decía aquel octogenario nos dejabanasombrados. El parecía el joven y nosotros los viejos y hasta esos tansensatos comentarios sobre San Marcos nos parecían atrevidos.

Estaba impresionado por la belleza de Andalucía y de sus ciudades,y cuando alguien le preguntó: “Y, ¿qué haría usted si le encargasenproyectar una casa en la plaza de Úbeda que tanto nos ha elogia-do?”. Contestó: “Lo primero irme allí durante un tiempo para conocer-la de verdad. Lo que pudiera hacer después, por supuesto, lo ignoro.Pero sí puedo asegurarles que haría algo que fuera testimonio denuestro tiempo. Jamás una imitación de lo existente. De la mismaforma que a nadie sensato se le ocurriría meter una perla falsa en uncollar de perlas verdaderas, simplemente porque una falsa haríadudar de la autenticidad del resto”.

¡Tan lógico y tantas veces olvidado...!

Bien, pero ya sé que hablar de Venecia, de la casa del desierto, eincluso de Úbeda (y renuncio a hacer un chiste a propósito de loscerros...), parece salirse un poco de nuestro ámbito. Vale. Pero por siacaso, no olvidéis nunca las maravillas que se pueden hacer con la“arquitectura de servicio” y, sobre todo, no olvideis que la búsquedade la corrección no implica ni vulgaridad, ni ramplonería, ni adocena-miento. A la corrección se llega a través del equilibrio y la adecuación,que pienso que siempre será más noble e incluso más bello -comodijimos antes- que la obra con pretensiones hecha por un mediocre.Por este camino se puede llegar muy rápido a la segunda acepciónde “mediocre”, que antes creo que no cité, que es algo así como: “depoco mérito, tirando a malo”.

A eso, supongo que ya no nos apuntamos ninguno. Pues entonceshay que tener conciencia de nuestras propias limitaciones. Nuestraprofesión, como la música o la literatura, no admite camelos (y prefie-ro no citar las artes plásticas, que esas si que admiten casi todo),pero para componer una sinfonía hay que saber música, para hacerliteratura hay que saber escribir y tener algo que contar y para pro-yectar un edificio hay que saber construir. Es decir conocer el oficio.Por eso siempre yo suelo insistir tanto sobre ello.

Además, casualmente, es el título que llevan estas tres charlas.

Saber construcción, y conocer el oficio, no es algo que se aprenda degolpe ni de una vez para siempre, sino que requiere un aprendizaje

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constante y continuado, que es el único camino, como ya he dichoantes, por el que pienso que podemos llegar, poco a poco y traba-jando duro, a realizar cosas que valgan la pena.

Porque de lo que sí estoy completamente convencido es de que en elproceso de cualquier creación artística (y en la arquitectónica todavíamenos), los saltos estilísticos espectaculares son imposibles y casisiempre acaban en fracasos. Lo cual es válido, no solo para el artistamediocre, sino también para el superdotado.

Por los años sesenta se montó en el Gran Palais de París una exposi-ción antológica de Picasso con trescientas obras seleccionadas porél mismo y ordenadas por riguroso orden cronológico. Abarcabantoda su obra pictórica. Desde los diez años hasta su última creaciónen aquel momento y la diferencia de fechas entre dos cuadros conti-guos era siempre inferior a un año. Pues bien, cuando se contempla-ban dos de estas obras juntas, parecía siempre que entre ellas no sehabía producido la menor evolución, pero en cuanto iba uno un pocomás allá y la diferencia de fechas pasaba de tres o cuatro años, elcambio era impresionante.

Nunca había un salto estilístico brusco pero si una forma de evolucio-nar admirable y constante. Al final casi parecía imposible que aquelseñor que de niño había pintado una “Primera Comunión de miHermana” que parecía un Sorolla, fuera el mismo que luego pintaba“Les Mademoiselles d’Avignon” o “El Guernica”.

Pero era así. Picasso no dio ningún salto espectacular ni un paso máslargo que otro. Lo único que hizo fue trabajar sin parar desde que tuvouso de razón hasta su muerte. No cabe duda que hasta el final, a élcada vez que le llegó la inspiración (que fueron muchas), le cogiósiempre con los pinceles en la mano.

Su secreto radicaba también, en gran parte, en que jamás cayó en larutina ni pensó en ningún momento que ya había encontrado la fór-mula mágica; que es, precisamente cuando uno comienza a copiarsea sí mismo. Como, por otra parte, es tan frecuente que nos ocurra alos arquitectos.

Hay que intentar no hacer rutinariamente (y por comodidad, claro), lomismo de siempre, aplicando sistemáticamente soluciones que más omenos han funcionado en otras ocasiones. ”Saca los detalles de ven-tanas del proyecto X que seguramente valdrán para éste”. Mal asun-to. Siempre debe estar con nosotros el espíritu de invención, lo cual,¡ojo!, no quiere decir que tengamos que estar inventando siempre;pero si buscando la solución más adecuada que, en proyectos dife-rentes, no es normal que sea siempre la misma.

Un poco al hilo de todo esto creo que no vendrá mal hacer algún

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comentario sobre lo que pudiéramos llamar cultura clásica o simple-mente cultura.

Para hacerme comprender mejor diré que de todos los personajesnotables, es decir fuera de serie, que a lo largo de mi vida he tenidola suerte de conocer personalmente, fueran de la profesión que fue-ran, no recuerdo ninguno, pero ni siquiera uno (o “una” claro), que notuviera un conocimiento y admiración profundos por sus antecesoresen el arte.

He visto a Stokhausen (quizás el más avanzado y desmitificadorcompositor de este siglo), entrar casi en trance escuchando el DonGiovanni de Mozart; a Alvar Aalto extasiarse con Herrera oChurriguera (e ignorar a los arquitectos punteros de aquel momento),y el mayor panegírico de la escultura griega se lo he oído a JorgeOteiza en un alarde de erudición clásica.

Quiero decir que no creo en absoluto en el músico super evoluciona-do, que dice que no le interesa Beethoven, ni en el pintor vanguardis-ta que no admira a Vermeer, ni conozco ningún arquitecto quemerezca ese título, que no se emocione subiendo a la Acrópolis.

El ejemplo más cercano y fácilmente comprobable lo tenemos ennuestro compatriota, colega y amigo Rafael Moneo, cuyos conoci-mientos y retentiva fuera de lo común se complementan con unasdotes de observación y un interés por todo -no sólo por la arquitectu-ra- realmente extraordinarios. Si le hablas de la Piazza Navona escapaz de dibujarla entera, pero recuerda igual el Carmen deRodriguez Acosta de Granada y, si me apuras, hasta los edificios dela calle Paulino Caballero (por decir una cualquiera) de Pamplona.Recuerda todo, pero fundamentalmente porque tiene interés por todo.Que yo creo que es casi la primera obligación de un arquitecto: lacuriosidad.

Esto implica algo que, por lo que uno viene observando en esta vida,no debe de ser tan fácil, saber ver. No basta con mirar. Y además, nitan siquiera mirar es algo que se practique demasiado.

A mi siempre me ha llamado la atención la cantidad de gente que sehace fotografías-souvenir en cualquier lugar o monumento notable delmundo, en sentido contrario de lo que debería ser, es decir; el fotó-grafo con el trasero pegado al monumento y su pareja o el grupitofamiliar, mirando hacia él, con un paisaje de fondo horrible, o, por lomenos, sin el menor interés.

Al principio, cuando yo todavía era joven e ingenuo, solía intentar con-vencerles de que las Pirámides, o el Partenón, o el Cañón delColorado, según los casos, lucirían más en la foto si se pusieran alrevés, pero generalmente no me hacían caso e incluso me miraban

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como a un chiflado. Así que pronto dejé de hacerlo y me he dedica-do, a mi vez, a fotografiarlos, procurando que se aprecien bien lassituaciones recíprocas. Voy consiguiendo una fascinante colección deimágenes que, por cierto, si me hubiese gustado proyectar ahora.

Aquí en Navarra hay un sitio muy característico donde no falla casinunca; la Foz de Arbayún. Como probablemente sabréis, tiene unespectacular mirador sobre la garganta del río y está anunciado por elconsabido cartel con la silueta de una máquina fotográfica. Ante estereclamo, no falla casi ningún turista dominguero. Muchos más de losque podría uno pensar. Se paran, se bajan del coche con la cámaraen ristre y echan una fugaz mirada a los impresionantes acantilados,entre cuyas paredes y por debajo del espectador, se recortan lassiluetas de los buitres volando, majestuosos, sobre el plateado lechodel río que corre por el fondo del desfiladero. Bueno: pues todo estoles importa un pito. Lo que hay que hacer es sacarse la foto. Así quese pone el fotógrafo de espaldas al mirador, forma el grupito de mane-ra que se vea al fondo una desagradable ladera pedregosa que estáal otro lado de la carretera y... ¡Clas! ya está la foto. Con la satisfaccióndel deber cumplido, suben al coche y... ¡a seguir haciendo turismo!

A un amigo, gran fotógrafo por cierto, que no es nada partidario de loscartelitos con la máquina de fotos porque dice que es un dirigismopaisajístico intolerable, le argumentaba yo que viendo estas actuacio-nes lo que me parece es que son totalmente insuficientes. Deberíancompletarse con una mano que, con el dedo índice desplegado, indi-case cual era la dirección correcta para orientar el objetivo.

Lo que pasa es que la sensibilidad, el saber ver, es algo que se debecultivar, y que si se abona y riega debidamente, se desarrolla y crececomo un árbol. Nosotros debemos cultivarlos al máximo.

Esto tiene muchas facetas y son muchos los campos que abarca. Enel de la imagen, y no obstante la anécdota que acabo de contar, acon-sejo practicar de forma continuada la fotografía. Yo he llegado a serun auténtico poseso, ahora ya no lo soy tanto,pero creo que es ungran sistema para aprender a ver. Aún cuando tus amigos lleguen atomarte el pelo diciéndote que no sabes juzgar si algo, plásticamentehablando, está bien o mal si no lo ves a través de un objetivo. Porquecreo que eso no es cierto. Yo creo que la fotografía te enseña, prime-ro a elegir bien los temas y los encuadres (y por tanto la composi-ción), segundo, estimula la retentiva visual (nunca te olvidas de algoque has fotografiado), y porque además, cada tema lo ves y vuelvesa ver un montón de veces. Ya sé que existe el peligro de darles el lata-zo a tus amigos con interminables proyecciones de diapositivas. Peroese es un problema de ellos.

Nosotros tenemos que ser casi unos observadores profesionales. Yconste que al decir esto no quiero, ni mucho menos, fomentar el pla-gio. Lo que realmente quiero transmitiros es que no debemos perder

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nunca la capacidad de incrementar y mantener vivo nuestro bagajecultural, nuestra información previa. Información realmente previa y noesa otra apresuradamente adquirida en los casos de necesidad.

No sé si seguiréis con ese vicio, pero cuando yo daba clase de pro-yectos de último curso en esta misma Escuela, lo normal -cuandoponías un tema- era que, inmediatamente después, hubiera carrerashacia la biblioteca para buscar inspiración en las soluciones que otroshabían obtenido antes, con el sudor de sus frentes.

Gravísimo error. Sólo se encuentra ayuda en las soluciones ya exis-tentes después de haberlo intentado tú, hasta romperte los cuernos,sin más ayuda que el programa de necesidades bien pormenorizadoy concreto.

Cuando hayas obtenido algo, o nada, después de haber luchadohoras e incluso días contra el papel en blanco, es cuando puedesconsultar y ver todo lo que quieras. Entonces le sacarás chispas a esainformación y podrás juzgar si lo que ves es bueno o malo. Y si túhabías elegido o no el camino adecuado.

Ver por primera vez una planta de hospitalización, un quirófano, o lacocina de un restaurante dice muy poco si antes no has intentadoresolver, tú mismo y por tus propios medios, los problemas específi-cos de cada caso.

Ojalá se haya perdido esa malísima costumbre de: ”¡A ver si llego pri-mero a la biblioteca!”.

Relacionado con esto, tengo también una nota que dice “los primeroscroquis”. Y después “Coderch”. Pues sí. A propósito de los primeroscroquis, tan apasionantes y tan fundamentales, parece oportunorecordar otra antigua anécdota de José Antonio Coderch. Contaba élque cuando estudiaba los últimos cursos de la carrera se puso a tra-bajar en el estudio de Secundino Zuazo -otro gran arquitecto de antesde la guerra-, que de entrada le dio los datos de una vivienda unifa-miliar: programa, emplazamiento, etcétera, y le dijo que se pusiese atrabajar en ello. Lleno de ardor combativo y de ganas de quedar bien,se sentó al tablero y se puso inmediatamente a dibujar. Al cabo de unrato, y cuando ya estaba emocionado por todo lo que había avanza-do, vuelve Zuazo y le dice al ver el tablero cuajado de plantas alzadosy perspectivas: “¿Pero qué haces insensato? ¿Cómo puedes dibujarnada sin haberte estudiado antes el programa, haber ido a ver el terre-no e incluso conocer la familia?”.

Así debe ser. Hay que meterse los datos en la cabeza, esquematizarlos,cuantificarlos visualmente (organigrama dimensionado), permeabilizarsecon el problema, dar vueltas por el emplazamiento, estudiar las orienta-ciones... Sólo entonces puedes sentarte y empezar a hacer croquis.

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“... siempre me ha llamado la atención la cantidad de gente se hace fotografías-souvenir en sentido contrario a lo quedebería ser...” (Acrópolis, abril de 1993. Fotografías del autor, personajes anónimos de nacionalidad desconocida)

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Luego, por supuesto, hay que darle muchas vueltas al coco, y dibujartodo lo que haga falta. Generalmente, cuando estás metido de llenoen la génesis de un proyecto aprovechas para hacer croquis cual-quier momento. En el tren, en el avión, viendo la televisión. Casi hastadurmiendo.

Pero por favor, en esta fase, no caigáis en un defecto que, por lo menosentre mis alumnos también era muy corriente: perder la escala. Lo cual,como es obvio, es muy fácil al dibujar en cualquier sitio sin escalíme-tro ni referencia alguna y -sobre todo al principio-, sin tener el ojo toda-vía lo suficientemente acostumbrado a dimensionar con cierto rigor.

Esto es tan fácil que ocurra que incluso se ven edificios (sobre todoen viviendas unifamiliares), que no hace falta ser muy experto paradarse cuenta de que, cuando su autor lo proyectaba, lo estaba ima-ginando como algo mucho mayor. No penséis que exagero, fijarosbien y ya veréis como descubrís por ahí “Villas Saboya” o incluso“Partenoncillos” que parece que han encogido con la lluvia.

Actualmente puede evitarse esto sin problemas croquizando en pan-talla, pero con rigor. Un gran recurso anterior, era, en mi opinión, elpapel milimetrado, que muchos, yo creo que equivocadamente, loconsideran, despectivamente, como “cosa de ingenieros”.

Porque es oportuno decir a este propósito que, además, generalmen-te se le coge un cariño desmesurado a la primera idea medianamen-te decente que hemos conseguido plasmar en el papel. Si no, que lodigan los profesores de proyectos que están por ahí sentados, que losufrirán cada vez que corrigen los croquis de un tema cualquiera.

Me doy cuenta ahora, de que continuamente estoy utilizando la pri-mera persona del singular “Yo”, “mío” etc, y no considero la posibili-dad de que estos pronombres deban de referirse a dos o más. Esdecir, a los componentes de un equipo. Quiero hablar un poco deequipos y colaboraciones para terminar esta, ya demasiado larga,charla de hoy.

Pues bien; tanto el trabajo en colaboración, como en equipo, a mi meparece que está muy bien. E incluso me atrevo a asegurar que, actual-mente, con la complejidad tecnológica de cualquier obra de medianaimportancia, es imprescindible.

Lo que pasa es que puede tener sus problemas. Problemas que,como casi todo lo que estoy contando estos días, son muy elementa-les o de sentido común. Pero falla tantas veces éste...

Por ejemplo: Hay una tendencia natural al salir de la Escuela a juntar-se tres, cuatro, cinco o incluso más amiguetes y montar un estudio. Alprincipio todos encantados: los componentes del equipo, sus novios,o novias, e incluso los padres y las madres. ¡Qué bien, todos los ami-gos juntos!

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Las pegas suelen empezar a manifestarse muy pronto y me pareceque os vendrá bien que haga un pequeño inventario de ellas.

Primero: Lo normal es que todos los asociados sean especialistas enlo mismo. No se suelen unir conocimientos complementarios, que eslo que de verdad hace falta.

Segundo: generalmente X arquitectos juntos no atraen encargos equi-valentes a la suma de lo que los X arquitectos pudieran conseguir porseparado. Influyen diversas circunstancias, pero la mayor parte de lasveces, es así. Consecuencia, cada uno por separado se hace la refle-xión: “Yo en solitario ganaría mucho más que con todos estos” (excu-so decir que esta reflexión se la hacen, sobre todo, los que consiguenmás encargos).

Tercero: la colaboración creativa, real, lo que pudiera ser proyectar deverdad al alimón es dificilísimo. Yo he conocido poquísimos casos y,de verdad, no comprendo bien como se puede hacer. Llegué a cono-cer un matrimonio de pintores rusos que me aseguraban que ellos sesentaban siempre juntos, delante de un lienzo, y pintaban a la vez.Arquitectos que lo hagan normalmente -así a la vez-, yo no recuerdoa ninguno.

Hay equipos fantásticos, estudios pluridisciplinares que trabajan muybien. Yo creo que la colaboración entre nosotros (sobre todo entrediferentes técnicos) es más fácil que la de dos pintores, pero siemprea condición de que los campos estén claramente delimitados y se fun-cione con un organigrama preestablecido que, en mi opinión, debeser piramidal. Es decir, debe de haber una jerarquización muy con-creta y una cabeza que dirija y cuya opinión prevalezca siempre.

Para terminar con este tema, os diré que cuando forméis un equipo,observeis lo más objetivamente posible si los proyectos salen enmenos tiempo y sobre todo mejor, que si los desarrollaseis por sepa-rado. Si no hay mejora de calidad y de eficacia, habéis hecho conuna torta un pan.

Pero nos extenderemos más sobre ello mañana, e intentaré tambiénaclarar todo lo que pueda sobre nuestro oficio, sobre la elección demateriales y procedimientos constructivos, sobre los estilos y lasmodas, e incluso sobre el futuro. Aunque futurizar equivale siempre aequivocarse. Yo sólo conozco a un señor, Julio Verne, que llegó aacertar algo tan asombroso como que el primer proyectil tripulado ala Luna saldría de la Península de Florida. Los demás, miles y miles,nunca aciertan nada. Así que los relatos de anticipación son el mejorprocedimiento para saber como no será el futuro. A pesar de todo,hablaremos de él.

Gracias por vuestra atención y hasta mañana.

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“...en las visitas de obra a Ubarmin, cuando veía el nutrido grupo de preguntones-ponepegasque me esperaba, me sentía como un torero al iniciar el paseillo...”

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La última andadura. Veo caras que ya me resultan familiares y tengoque decir que se agradece mucho que haya reincidentes. Eso signifi-ca que no se aburrieron tanto en los días anteriores.

Bien, había dicho ayer y lo repito, que ibamos hoy a entrar, en primerlugar, con el oficio del arquitecto. Como consecuencia, hablaremosdespués de los materiales y de los procedimientos constructivos y,para finalizar, de la dirección de obra e incluso un poco, muy poco,del futuro.

El título general de estas charlas, como recordaréis, es precisamente"El oficio del arquitecto" que, como hemos dicho en otras ocasiones,lo consideramos algo fundamental y complejo, pero que se adquiere.Es decir, no se tiene por predisposición natural. Nadie nace con el ofi-cio aprendido, así que no os desmoralicéis ahora pensando quetenéis muy poco.

Recuerdo que, recién salido de la Escuela, al comienzo de mi primeraobra, la repetidas veces mencionada casa de mi prima, me acometióuna duda absolutamente tonta que por su misma simplicidad medaba vergüenza consultar a nadie.

Se trataba, más o menos, de que no sabía muy bien como se apoya-ban las viguetas del forjado sobre un muro de carga, porque, claro,yo había proyectado un zuncho de hormigón de remate, pero lasviguetas lo interrumpían cada medio metro y además el hormigón ver-tido se metería por los alveolos de los bloques aligerados, que habríaque taparlos con algo... ¿pero con qué?... ¿cómo?... ¿qué iba a pasarsi me lo preguntaban en obra...?

Os aseguro que hasta que me fijé como lo hacían en otra casa (ibapor todas partes buscando obras en las que estuvieran hormigo-nando forjados), aquel problemón me trajo por la calle de la amargu-ra. Pero a mí nadie me había explicado en la Escuela como se hacíaaquello.

Y no os penséis que os lo voy a decir ahora. Ya os apañaréis.

Bueno, este tipo de cosas, como es natural, se aprenden muy pronto,lo que pasa es que no todas son así de sencillas. El oficio efectiva-mente es algo complejo, pero es que lo es hasta en su misma defini-ción. El diccionario de la academia da nada menos que trecedefiniciones diferentes y sólo me convence la primera, que tan sólo

El oficio del arquitecto

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dice: "Ocupación habitual". Y realmente ahí esta el quid. Para nosotrostiene que convertirse (cuanto antes) en una ocupación habitual. Haycientos de frases hechas relacionadas con él. "Tiene mucho oficio" o"Conoce el oficio como nadie" etc. Pero casi todos se pueden aplicarlo mismo a un cirujano que a un banderillero, y de hecho así se uti-lizan.

En nuestro caso creo que debemos de dominar el oficio en el másamplio de los sentidos y, como es lógico, relacionado directamentecon todo lo que interviene en la construcción. Es decir, con los mate-riales, los procedimientos constructivos, las nuevas técnicas, losnuevos ingenios, y además, por supuesto, con todos los oficios;carpintería, metalistería, fontanería, electricidad, iluminación, cale-fac-ción, refrigeración, aislamientos, etc.

Empezaremos por los materiales que, como casi todo, se han multi-plicado y evolucionado de una forma increíble en los últimos cienaños. La historia del proceso de evolución y creciente progreso, creoque la conocemos todos más o menos (o por lo menos deberíamos),pero no vendrá mal repasar algunos de los hechos más notables oque más nos conciernen.

El siglo XIX y su revolución industrial, trajeron consigo adelantos yaportaciones cuya influencia fue muy grande, en la industria de laconstrucción y, como es lógico, aunque con cierto retraso, también enla arquitectura.

La incorporación del acero a la ingeniería y a la arquitectura industri-al, con nuevas técnicas de laminado, roblonado, soldadura etc, fuerealmente un adelanto que dio lugar, no sólo a deslumbrantes obrasde ingeniería sino, además, al nacimiento de nuevas arquitecturas,que surgían de la incorporación de ese nuevo material que trabajabaa tracción tan bien como a compresión y permitía proyectar estruc-turas de luces, alturas y esbelteces hasta entonces impensables.

Como por ejemplo la Torre Eiffel que, según pronosticaron con granacierto los profetas agoreros de su tiempo, estropearía la silueta deParís para siempre. Y ahora resulta que es su símbolo. Total que Eiffelpasó de ser vilipendiado a ser el ingeniero más solicitado del mundo,pues todos los países que disputaban sus creaciones. Hasta talpunto que si fuera realmente autor de todo lo que se le atribuye, creoque no habría podido dormir una hora en toda su vida.

No hace falta recordar las repercusiones de la incorporación del aceroy su influencia en la arquitectura. Desde el palacio de cristal de Paxtonhasta el museo de Berlín de Mies Van de Rohe el acero estructural ha

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sido utilizado, y sigue siéndolo, en infinidad de edificaciones actualeshasta el punto de que es imposible imaginarse una arquitectura delsiglo XX sin la aportación del acero.

No digamos nada del hormigón armado. Desde que un astuto jar-dinero francés descubrió, al hacer unos jarrones, que la adherenciahierro-mortero de cemento era enorme, el desarrollo de este nuevomaterial ha sido casi infinito. Pienso que es el material de construcciónmás popular que existe, porque es el más fácil de realizar, el másduradero, el más resistente e incluso, a la larga, el más económico.

Por eso cuando algún cliente te define sus preferencias con frases delgénero: "yo quiero una casita muy sencilla y muy popular, que nocueste mucho y que tenga poco mantenimiento..." (que suele ser bas-tante corriente como demanda) lo que hay que contestarle es: "Puesla haremos toda de hormigón armado".

Tan popular (y bueno) es este material, que sirve lo mismo paraAlaska como para el Cairo. Para colmo, parece como si su técnica decálculo estuviera al alcance de cualquiera. En nuestra tierra, en ladirección de obra, es normal escuchar proposiciones como: "¿Leponemos aquí una parrillica del doce?" o bien "¿Qué...?, ¿le echamosaquí unos negativos pa más seguridad?". Por supuesto no se trata denegativos fotográficos.

El caso es que seguramente estará el mundo lleno de construccionesde hormigón realizadas con criterios no mucho más rigurosos. Y laverdad es que se caen relativamente pocas.

He citado estos dos casos -acero y hormigón armado- porque son, sinduda, los que más han revolucionado la arquitectura de este siglo.Daros cuenta hasta donde puede llegar la importancia de los materi-ales.

Importancia que, todo hay que decirlo, no siempre se les concede. Porejemplo, a principios de siglo, en la Escuela de Arquitectura de Madrid,se comenzó a explicar el hormigón armado bastantes años despuésde que lo hiciera la Escuela de Caminos, porque, por lo visto, consid-eraban que era un material que concernía solamente a los ingenieros.Y lo digo con conocimiento de causa, porque mi padre era Ingenierode Caminos y su hermano Catedrático de la Escuela de Arquitectura.

Esta dicotomía ingeniería-arquitectura, bastante frecuente entremuchos profesionales, a mí me parece absurda. Tenemos todos elmismo trabajo: construir. Tontos seríamos si no nos intercomunicamosy nos aprovechamos unos y otros de nuestras recíprocas experiencias

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y conocimientos.

En general a todos vosotros, pero en especial a los escépticos en estamateria, os aconsejo que leáis "Razón y ser de los tipos estructurales"y "La evolución de las formas estructurales en relación con sus mate-riales a lo largo de la historia de la Construcción", obras ambas delque fue tal vez, en su momento, el mejor creador de estructuras delmundo; el ingeniero español Eduardo Torroja. Ya veréis todo lo quepodemos aprender de un buen ingeniero.

Hoy en día, la incorporación de las técnicas más avanzadas a la con-strucción (incluida, por supuesto, la informática) es mayor que nunca.Sin tener que recurrir a ejemplos de arquitectura "high tech", (cuyonombre ya nos dice todo), que están en la mente de todos, y limitán-donos a casos más normales, como pueden ser una escuela, unaguardería o, simplemente, una vivienda de tipo medio, la cantidad denovedades e incluso de inventos que pueden incorporarse es casiabrumadora.

La palabra ingeniero no olvidéis que viene de "ingenio" y están, pre-cisamente para eso, para ingeniarse cosas. Para eso contratan lasgrandes empresas a los mejores. Eso quiere decir que hay miles deellos trabajando día tras día con los medios más avanzados para inno-var, perfeccionar e incluso inventar lo que sea, con tal de mejorar elproducto y aumentar las ventas.

Resultado: Cada día nos llega más propaganda de novedades, denuevos productos, nuevos sistemas, nuevos modelos... Saber dis-cernir lo que es aprovechable de lo inútil, lo bueno de lo malo, es enalgunos casos (incluso cuando se trata de puro diseño) muy difícil, ylas ganas que lógicamente tienes de sacarle partido al último grito dela técnica se te quitan cuando piensas lo que arriesgas, tú y tusclientes, si no tienes garantía absoluta de éxito. Los experimentos enel laboratorio.

Como digo, pasa igual con el diseño. Cuando empecé a trabajar, porejemplo, para elegir lavabos tenías que hacerlo entre tres o cuatromodelos, y para griferías entre la cara y la económica y lo mismo conlas manillas de las puertas y con los azulejos y con los pavimentos yhasta con los ladrillos. La elección era mínima, y nos sabíamos dememoria cuales eran, por diseño y por calidad, los pocos que podíanutilizarse.

Por aquellos tiempos si conseguías salir al extranjero (que no erafácil) te caías de espaldas no sólo, por ejemplo, en las tiendas demuebles, sino en cualquier ferretería de Bayona. Y no digamos si con-seguías llegar a Escandinavia. Recuerdo mi visita en 1964 a los

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almacenes "Illum Boligus" de Copenhage y a "Marimeko" de Helsinkicomo dos de los momentos de disfrute estético más emocionantes demi vida.

Pero no se trata de contar batallas. Lo que quiero decir es que, hoy endía, todo aquello y mucho más lo tenemos aquí, al alcance de la manoy utilizable en cualquier momento. Si coges los catálogos de griferíaso de sanitarios, tienes cientos de posibilidades, y para que vamos ahablar de luminarias pero, ¿cuánto cuestan esos catálogos fas-tuosos?, o de cerámicas de todos los tipos, calidades y colores.Carpinterías puedes elegir múltiples modelos con perfiles de madera,de aluminio, de P.V.C. de acero... para muros cortina, abatibles, deguillotina, correderas, y hasta el non plus ultra de todo futuro com-prador de vivienda, ¡ventanas oscilo-batientes con rotura de puentetérmico! ¿Cómo habremos podido vivir tantos siglos sin ventanasoscilo-batientes?, ¿y sin romper los puentes térmicos?

Por no hablar de vidrios: dobles, triples, cuádruples, formando o sinformar cámara, en todos los espesores, colores y calidades templa-dos, sandwich, irrompibles, antibalas, especulares en todas sus gra-duaciones..., o de revestimientos exteriores, en seguida nos va aparecer normal el titanio, o de los materiales o soluciones infinitas pararesolver las cubiertas.

Federico Correa me dijo una vez, cuando volvía de hacer un recorridopor Europa para elegir pavimentos para la Olimpiada del 92, que lehabían enseñado tantos y tan buenos que le daban ganas de ponerbaldosín catalán para todo y a correr.

Naturalmente todo esto, además de producirnos lo que los francesesllaman "L’embarras du choix", el embarazo de la elección, y deañadirnos un trabajo adicional de selección, difícil y comprometido,además, digo, nos facilita y da muchas más facilidades para grancantidad de cosas, ¡faltaría más! Por ejemplo, hasta hace muy pocopintar en un vidrio un rótulo cualquiera o un color uniforme, exigía untrabajo largo y delicado. Había que esmerilar previamente, etc, etc.Ahora compras en cualquier droguería un determinado tipo de pintu-ra (curiosamente las suelen llamar "todo terreno"), del color quequieras y pintas sobre el vidrio como si fuera en un lienzo.

Lo curioso es que la oferta ha aumentado, pero no sólo la de produc-tos industriales o artificiales, sino también de los materiales naturales,que parece que han de ser, más o menos, siempre los mismos. Puesno. Por ejemplo, se ha multiplicado la oferta de materiales de cantera.Antes había tres o cuatro mármoles locales, Mañaría, Deva, Almandozy poco más,otros tantos de algo más lejos: Almería, Alicante etc., unpar de granitos gallegos y unas cuantas piedras areniscas o calizas.

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Ahora te viene un representante con el muestrario y te quedas con laboca abierta. Puedes disponer de toda clase de revestimientos, puli-mentados o no, de todos los colores, durezas o texturas y cuando pre-guntas de donde provienen, te responden con la mayor naturalidadque de Ceylán, del Brasil, o de Africa del Sur. Y además, si te des-cuidas, compiten en precio con la piedra de Calatorao.

No hace mucho, cuando estaba eligiendo un revestimiento de facha-da en un gran taller de cantería cercano, vi unos enormes y maravil-losos bloques de granito color granate, que estaban despiezando conarreglo a una memoria de cantería muy detallada. Al preguntarles dedonde provenía aquel extraordinario material me contestaron, tambiéncon la mayor naturalidad, que del Canadá. Pero cuando les volví apreguntar para que fastuoso edificio se iban a utilizar en nuestro país,me dijeron sin darle importancia, que eran para un rascacielos deNueva York.

La verdad es que los egipcios y romanos ya hicieron unas cuantasmachadas de este tipo, así que casi asusta pensar lo que hubieranpodido hacer con los medios de ahora, y con sus miles de esclavos,claro.

Puesto a hablar de novedades constructivas no quiero dejar de haceralguna referencia al reciente e increíble mundo de los adhesivos yresinas "epoxis". A vosotros seguramente os parecerá normal que sepueda pegar hormigón con hormigón (o con lo que sea), y que esoaguante a tracción lo que le echen, o que se puedan hacer vigas desetenta metros de luz con maderitas, curvadas o no, pegadas lasunas a las otras, pero a mí todavía me parece ciencia ficción. Y sinembargo ahí está al alcance de cualquiera que esté dispuesto apagarlo.

Estos maravillosos procedimientos para convertir la madera en algoimputrescible, indeformable, ignífugo y de dimensiones gigantescas,tienen su origen en la última guerra mundial. Y, dicho sea de paso, noestá mal que se saque algo bueno de semejante burrada.

Efectivamente parece ser que las minas alemanas que se adheríanpor imantación a los cascos metálicos de los barcos de carga aliados,hacían estragos en sus convoyes de abastecimiento, por lo que losingleses se pusieron a buscar desesperadamente procedimientospara poder realizar grandes (enormes), barcos de madera a los quela imantación no les afectase. No debieron llegar a construir ninguno,porque la guerra afortunadamente terminó, pero el sistema debíaestar ya a punto y dió lugar, entre otras cosas, a que ahora podamosnosotros realizar grandes, y no demasiado caras, estructuras demadera laminada y encolada.

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Todo esto me lo explicó el gerente de una gran fábrica francesa deestas estructuras y supongo que será cierto. Como me lo contaron oslo cuento.

También me parece oportuno hacer algún comentario sobre otro temade índole semejante: los sellados y su estanqueidad . A este respecto,yo no sé si es que me he quedado muy anticuado, pero me pareceque, actualmente, se tiene una excesiva fe en la eficacia de siliconas,epoxis, neoprenos y similares. Me refiero, por ejemplo, a algo tan del-icado como los lucernarios. Nosotros, los de mi generación profesion-al, estamos acostumbrados a asegurar la estanquidad de los vidriosen sus entregas a la carpintería cuidando muchísimo los perfilesproyectando secciones de forma que las posibles filtraciones, o sim-plemente el agua de condensación, tenga salida antes de haber podi-do entrar del todo. Pues ésta y no otra es la regla de oro de lasbarreras de humedad.

Pero ahora, de todo eso, nada. Es normal ver un vidrio casi horizontalsimplemente apoyado sobre un bastidor de tubo en la confianzaabsoluta de que el producto sellador es tan bueno que no puede fal-lar. La pregunta es, ¿y el operario que lo realiza es también tanbuenísimo que tampoco tiene un fallo?

En este tipo de decisiones en las que optas (quizás incluso con gestode suficiencia) por una solución novedosa en contra de la opinión deun experimentado encargado, es conveniente pensárselo muy bienantes de hacerlo. Porque, como el resultado sea malo se te queda unacara de tonto cuando te lo cuentan, que no es para ser descrita.

Esto es válido no sólo para los sellados, sino para otras muchas cosas relacionadas con los procedimientos constructivos que, como digo,es frecuente hoy en día que se simplifiquen en exceso confiando enla eficacia, casi milagrosa, de los nuevos productos y materiales.

Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer? Para empezar, ser razona-blemente prudente. Entre elegir siempre la última novedad técnica ono querer arriesgar nunca y utilizar sólo lo conocido y tradicional hay,como es lógico, un razonable término medio.

Los errores típicos proceden de esos dos extremos. Ir de progre porencima de todo y "para moderno yo" es sin duda emocionante perotambién, indudablemente, mucho más arriesgado. Es más, yo creoque nuestros desastres en este tipo de actuaciones, que suelen abun-dar bastante, son un desprestigio, no sólo para el padre de la criatu-ra sino, en general, para nuestra profesión, de la que se ha extendidola tendencia a considerarla un mal necesario o cosas por el estilo. La

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verdad es que si no llegamos a inspirar confianza y a dar solucionescorrectas e incluso brillantes, valemos para muy poco.

Si antes decíamos que por encima de todo hay que ser prudentes esosignifica que, por ejemplo, antes de experimentar algo debemos depedir todas las garantías del mundo y alguna más. Y además hacertoda clase de preguntas en la línea de "¿Y esto dónde está colocadoque lleve ya tiempo?". Y si resulta que no está colocado más que enHong Kong, pues, o te pagan el viaje o te estiras y vas a verlo por tucuenta. Porque sin verlo no te fíes de nada ni de nadie... Es muy fácildecir "está puesto desde hace diez años en Singapur y está como elprimer día..."

A parte de que un material o un sistema no tienen por qué dar elmismo resultado en Singapur que en Pamplona. Pero es que nisiquiera Pamplona es lo mismo que San Sebastián. Y conste que lodigo por propia y amarga experiencia...

¡Ah!, y las garantías, escritas, nada de promesas y aseveraciones deboquilla.

Lo que pasa es que, en rigor, llega un momento en el proceso deproyecto (y digo de proyecto, no de la obra), en que es preciso definirlos materiales.

Esa vieja costumbre de alumnos de la Escuela que, cuando ya está elanteproyecto casi terminado si preguntas por el material, o materialesde fachada te contestan: "todavía no lo he decidido"; es algo quetenéis que desterrar desde ahora mismo y para siempre.

¿Os imagináis el museo de Mérida o el Guggenheim con los reves-timientos sin decidir hasta el último momento?

Los ladrillos, pequeños módulos tridimensionales rigurosamente modu-lados, todos iguales y todos diferentes, tiene exigencias y leyes propiasque condicionan y que si se siguen correctamente, imprimen carácter.Nada tiene que ver con las exigencias de los prefabricados dehormigón, piezas grandes y seriadas, ni con el hormigón vertido "insitu", plasticidad y libertad de formas, ni con un aplacado de piedra,una cierta libertad de dimensiones, pero piezas siempre planas, etc,etcétera.

Ya que lo he citado antes, fijémonos en el Guggenheim; grandesvolúmenes de superficies alabeadas trazadas a sentimiento, difícilesde solucionar si no es recubriéndolas de una piel escamosa que, casiforzosamente, ha de ser metálica y de muy poco espesor para poderadaptarse a unas exigencias tridimensionales que cambian constan-temente.

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No digamos nada del condicionante que supone un muro cortina. ¿Osimagináis el Seagram de Mies construido en ladrillo?Con todo esto quiero insistir en lo que ya he dicho antes, que en elproceso de proyecto los materiales han de estar en la mente del arqui-tecto desde el primer momento porque no son, ni mucho menos, algosecundario.

La realidad es que, a pesar de la oferta tan variada que hoy en día senos ofrece, existen casi siempre condicionantes previos tales comoemplazamiento, limitaciones económicas, paisaje y arquitectura cir-cundante, etc que deben de ayudarnos mucho a tomar decisiones.

Hace doscientos o trescientos años esa elección era, sin duda,mucho más fácil. Piedra, ladrillo, madera o adobe según lo quehubiera por los alrededores (con alguna excepción para faraones,monarcas y otros poderosos), y una vez elegido el material no habíamás que aplicar rigurosamente las leyes de construcción de cada unode ellos. Lo que seguimos llamando procedimientos constructivos sontodavía tan imprescindibles y válidos como antes, salvo que ahora haymuchos más.

Aprovecho la ocasión para hacer una aseveración de algo de lo queestoy cada vez más convencido: en un proyecto los procedimientosconstructivos están íntimamente ligados a los materiales e influyentanto como ellos en el resultado final.

Podrían hacerse consideraciones referidas a los casos citados anteri-ormente, como por ejemplo, que el procedimiento constructivoromano utilizado en Mérida (arcos de hormigón en masa con encofra-do perdido de ladrillo) está absolutamente unido al resultado formal,pero yo creo que es evidente para cualquiera la gran importancia queen toda buena arquitectura tienen los sistemas constructivos emplea-dos.

Por eso me parece todavía más absurdo que dejar la elección demateriales para el final, dejar también para el último momento delproyecto los detalles constructivos, porque, no sólo son impre-scindibles en la génesis de las formas arquitectónicas, sino que -yesto es a mi entender lo más importante- los procedimientos con-structivos sirven de gran ayuda en el proceso proyectual. Las formasen la arquitectura, lo repito una vez más, deben de surgir de los pro-cedimientos y materiales utilizados para construirlas y de las necesi-dades que haya que satisfacer. Esta es, y ninguna otra, la verdaderarazón de ser de todos los estilos arquitectónicos. ¿O no?Me parece que acabo de pronunciar, por primera vez en estas charlas,la palabra "estilo" a la que, en honor a la verdad, no soy demasiado afi-

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cionado cuando se refiere a la arquitectura o a las artes plásticas.

El estilo tal o el estilo cual me parecen siempre calificaciones dadas aposteriori de forma poco rigurosa, porque no se pueden dar de otramanera, en un afán imposible de clasificar las creaciones humanascomo si fueran minerales. ¿Pensáis que un mazonero del siglo XVsabía si estaba haciendo gótico flamígero o plateresco?

Bien, pero todo esto es otro tema. Tampoco quiero pasarme. Y, en elfondo, no me parece mal que, para entendernos, hablemos de estilosarquitectónicos.

Aceptado esto, me parece oportuno a este propósito, advertiros dealgo que, según mi punto de vista, puede ser para nosotros los arqui-tectos una de las tentaciones más peligrosas; la de la moda.

Nosotros tenemos la gracia o la desgracia de proyectar y construir, apoder ser para que nuestras obras perduren en el tiempo. Pero, ¡quédifícil es eso!

El diccionario, a la definición de "moda" que he citado añadedespués... "con especialidad en trajes, telas y adornos”. Yo añadiría:"y arquitecturas".

Sé muy bien que la moda, actualmente, es algo muy importante quemueve millones y millones, sobre todo en ropa, música, artes plásti-cas, etc. Pero claro, si te equivocas en una chaqueta y se te pasa demoda en un año, pues vaya... tampoco es tan grave. No te la pones yen paz. Pero claro, si es una casa, o un ministerio, o un hospital lo quese pasa de moda en un año, te has lucido. Ya puedes empezar, comoCoderch, a dar vueltas para evitar esa calle, es tan ridículo lo quetodavía es reciente, pero ya ha pasado de moda...!

¿El remedio? Pues ya os podéis figurar. Tener mucho cuidado. Nohacer nunca cosas de las que no estéis convencidos (pero muy con-vencidos) simplemente porque ahora "se lleva". Acordaros de lospasos tan prudentes que siempre dio Picasso. Y aprender, practican-do a diario, el arte de observar con ojos escrutadores e incluso críti-cos. La realidad es, como os dije el otro día, que ni siquiera todo elmundo "mira", así es que imaginaros los pocos que de verdad "ven".

Hace poco me contaba una profesora de ESO, cuyos alumnos debende andar alrededor de los doce, que después de haberles dadodurante una semana lo que ella pensaba que era una preparaciónsuficiente para despertar su interés, los llevó a Olite a ver el Castillo ylas iglesias de San Pedro y Santa María. Cuando el autobús que lostransportaba llegó a su destino, ya hubo algún(a) alumno(a) que pre-

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guntó si era necesario bajar del autobús. Pero esto no fue nada com-parado con otro compañero suyo que cuando ella dijo llena de entu-siasmo "Mirad, allí arriba las torres almenadas con saeteras dedefensa" levantó la mano y preguntó: "Señorita... ¿es obligatoriomirar?".

¿Qué puedes esperar de un personaje que considera penoso mirarlas torres de un castillo? O, yendo un poco más lejos, ¿qué va a serde mayor semejante niño prodigio? La respuesta, por desgracia,puede ser: "Cualquier cosa. Incluso puede llegar a ser un gran pro-motor de viviendas".

Esto, por terrible que parezca, no es imposible y cuando te sientasenfrente de un futuro cliente al que acabas de conocer, debes pensarsiempre que puede ser un erudito, pero que puede ser también unode esos a los que simplemente fijarse en algo ya les resulta trabajoso.

Volviendo al tema, y como colofón de estas disquisiciones sobre losmateriales, los procedimientos constructivos y nuestra propia forma-ción, me gustaría insistir una vez más que la arquitectura puede serbuena, regular o mala, pero que, en la gran mayoría de los casos, esperdurable. Y como consecuencia es importantísimo que los materi-ales que utilicemos o no envejezcan o envejezcan bien.

Creo que por eso se ha vuelto a utilizar tanto el ladrillo visto. Porquerealmente, como algunas personas afortunadas, envejece con dig-nidad. Como lo hacen también determinadas piedras naturales eincluso el hormigón si está proyectado y ejecutado con corrección.

Otros materiales como el vidrio o el acero inoxidable, permanecenprácticamente inalterables al paso del tiempo, lo cual no está nadamal, pero hay que tener cuidado con lo que pasa si se mezclan conotros de envejecimiento rápido.

Ahora se incorporan, casi cada día, materiales nuevos y quien sabesi, por ejemplo, el titanio, al cabo de unos años no se habrá conver-tido en un material casi popular, como puede serlo hoy la chapa dealuminio o el laminado plástico. El acero inoxidable ha bajado muchode precio últimamente y, considerando lo que ha pasado en los últi-mos cincuenta años, cualquiera sabe lo que puede pasar todavía enlos cincuenta que están por venir.

Espero que la mayoría de vosotros llegue a conocerlo, y tal vez osacordéis más de una vez de alguno de estos comentarios. Mientrastanto, cada nuevo material, cada nuevo ingenio que se produzca esun reto y un aliciente, una posibilidad constructiva más que debe demanteneros muy atentos y en estado continuo de observación. Mirar

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no es obligatorio, pero si muy conveniente. Sobre todo para nosotros,los de este oficio o profesión.

También, como ya he dicho antes, hay circunstancias, como elemplazamiento de una obra, que pueden condicionar mucho losmateriales e incluso el carácter de nuestra solución. Lo digo sabiendoque muchos colegas no piensan así. En el momento actual, dicen, losmateriales y los procedimientos constructivos son universales ycualquier dependencia local es, cuando menos, folklórica e innece-saria.

Sé que tienen razón en parte (acordaos de lo que os dije el otro día apropósito del hormigón), pero, personalmente, despiertan en mímucho más interés las obras de los arquitectos con soluciones par-ticularizadas que pueden sorprenderte en cada nuevo emplazamien-to, que las de esos otros con fórmula comodín que les sirve igual parael Ecuador que para Tafalla.

Eso no quiere decir que, en el primer caso, se trate de arquitectos sinpersonalidad. Cuando el arquitecto es de verdad un buen arquitecto,aunque las respuestas a distintos emplazamientos sean tambiéndiferentes, manifestarán siempre su personalidad e incluso llegarán aser identificable su autor.

Por lo menos esa es mi forma de pensar al respecto.

Como habeís visto -y ya lo había anunciado- los materiales y los pro-cedimientos constructivos van estrechamente ligados entre sí yespero que esto no sea para nadie una sorpresa. Sin embargo, vien-do algunos proyectos poco estudiados o definidos sólo a medias, quecon demasiada frecuencia se pueden ver por ahí, no parece quetodos los profesionales seamos de la misma opinión.

Supongo que la razón fundamental para caer en ese vicio será la prisa(a todos nos ha pasado alguna vez) aunque suelen pesar más laspocas ganas de trabajar e incluso la ignorancia.

Sea cual sea la causa, me parece una solemne tontería, porque el tra-bajo que uno puede ahorrarse durante el desarrollo del proyecto lo vaa tener que duplicar, y pasar muy malos ratos, durante la dirección deobra.

Hora es ya de hablar -aunque sea como colofón de estas charlas- deesa, a veces tan dura, a veces tan grata, dirección de obra.Porque, efectivamente, como todo en la vida, puede ser buena, regu-lar, mala e incluso muy mala. Si por inexperiencia, las direcciones delas primeras obras pueden ser causa de momentos de apuro en los

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que preferiríais mucho más ser, por ejemplo, inspector del timbre,imaginaros si, como decía antes, el proyecto no está debidamenteestudiado y tienes que resolver en obra, nervioso y sin demasiadaidea de nada, lo que hubieras podido hacer, con tiempo y serenidad,sólo ante tu tablero.

La invariable respuesta que yo os aconsejo dar en estos casos es: "Lovoy a ver despacio en el estudio y se lo traigo mañana". Jamás, comono conozcáis de antemano cual es la solución correcta, se os ocurraimprovisar en obra.

Aunque también, todo hay que decirlo, he conocido casos de granlucimiento dando soluciones en obra y sobre la marcha. El catedráti-co nuestro de construcción en la Escuela de Madrid, extraordinariodibujante en la pizarra, hacía improvisaciones, yo pienso que no tanimprovisadas como él nos quería hacer creer, en la primera superficielibre que encontraba, con un lápiz grueso y tal brillantez que dejaba atodo el mundo atónito y con ganas de llevarse el trozo de pared acasa y ponerle un marco.

Ese tipo de actuaciones da, sin duda, un gran prestigio entre el per-sonal que suele acompañar al arquitecto, como en un entierro, en lasvisitas a obras de una cierta importancia. Pero hay que dibujar muybien y estar muy bien preparado. En caso contrario el ridículo puedeser importante.

No exagero al referirme a la pequeña multitud de aparejadores, encar-gados de obra, encargado de oficios, oficiales, técnicos de instala-ciones, etc..., que pueden seguirte a medio metro haciéndotepreguntas y planteándote problemas de sus respectivos tajos casisimultáneamente. Recuerdo las llegadas de visita de obra a Ubarmín,que, cuando me bajaba del coche y veía el nutrido grupo de pregun-tones pone pegas que me esperaban, me sentía tan indefenso comoun torero al iniciar el paseíllo.

Pero no os asusteis. A eso no se llega de golpe. ¡Qué más quisiérais!Para cuando algún o algunos insensatos os encarguen algún proyec-to de cierta envergadura, estaréis ya, siguiendo con el símil taurino,muy placeados y tendréis recursos más que suficientes para saliradelante con dignidad y, sobre todo, con buenas soluciones que es loque de verdad importa.

Entre tanto y para que os vayáis defendiendo, unos últimos consejos.

En las visitas "oficiales" a obra es muy posible que algunos (no todos,afortunadamente) os hagan consultas para desviar la atención de loque no está bien y no os fijéis en ello. Hay que estar ojo avizor y no

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“Jamás se os ocurra improvisar en obra, si no tenéis la seguridad de cuál es la solución correcta.”

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caer en la trampa.

Con el objeto de poder ver la obra de verdad aconsejo fervientementeaparte de las visitas oficiales, hacer visitas en solitario, por ejemplo ala hora de la comida o en día de fiesta. Se ve todo muchísimo mejor,nadie te distrae y tienes calma para buscar soluciones.

No olvidéis que cada modificación que se produzca porque, segúnellos, lo que tú has proyectado es irrealizable, supone una subida deprecio; y a ver como se lo explicas luego a la propiedad. Así que, porla cuenta que te trae, proyecta cosas realizables.

Por último, repito una vez más, que las cosas se resuelven bien concalma, en el estudio y sin la premura de la obra ya en marcha.¿Pensáis que la solución de esquina del Tecnológico deMassachussets, o los detalles constructivos del Pabellón deBarcelona se resolvieron en obra?

Las técnicas progresan cada vez más, pero como consecuencia, tam-bién se complican. Para proyectar cualquier obra de mediana impor-tancia es cada vez más imprescindible el equipo pluridisciplinar.Cuanto mejores sean los técnicos con los que colaboréis, muchomejor. Rafael Moneo me decía hace poco que en Estados Unidos seadmite ya que el total de los gastos de gestión en una obra asciendanal 40% del costo total. Como contrapartida el proyecto debe deespecificar hasta el último herraje y la desviación del presupuestodebe ser cero. ¿Llegaremos aquí alguna vez a esto? Quizás no, pero,en cualquier caso, cada vez se va exigiendo en los proyectos másrigor y exactitud. Prepararos para eso y recordad que etimo-lógica-mente "Arquitecto" significa "Jefe de los Técnicos". Hay que responderdebidamente a titulación tan rimbombante.

Ya sabéis que Wright decía que los médicos tapan sus errores contierra y los arquitectos con hiedra... La verdad es que a mí la hiedrame gusta mucho, pero os deseo de todo corazón que nunca tengáisque utilizarla como recurso.

Ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero soy tan ilusocomo para tener la esperanza de que os acordéis de alguna de estasexperiencias y os evite caer en alguno de mis errores.

Buena suerte y por tercera vez en estos días, mil gracias por vuestraasistencia y atención. Buenas noches.

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colección lecciones/ documentos de arquitecturanúmeros publicados

1. Sobre la génesis del proyecto. A propósito del nuevo edificio de bibliotecas de la

Universidad de Navarra. Javier Carvajal Ferrer. Febrero 1997.

2. Mi visión de la arquitectura. Julio Cano Lasso. Junio 1997.

3. El oficio del arquitecto. Fernando Redón. Noviembre 1997.

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