el mito de los orígenes- fuentes para una antropología de la memoria

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922907007 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Rossana Cassigoli El mito de los orígenes: fuentes para una antropología de la memoria Historia y Grafía, núm. 28, 2007, pp. 143-172, Departamento de Historia México ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Historia y Grafía, ISSN (Versión impresa): 1405-0927 [email protected], [email protected] Departamento de Historia México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Antropologia

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922907007

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

    Sistema de Informacin Cientfica

    Rossana Cassigoli

    El mito de los orgenes: fuentes para una antropologa de la memoria

    Historia y Grafa, nm. 28, 2007, pp. 143-172,

    Departamento de Historia

    Mxico

    Cmo citar? Fascculo completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Historia y Grafa,

    ISSN (Versin impresa): 1405-0927

    [email protected], [email protected]

    Departamento de Historia

    Mxico

    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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  • El mito de los orgenes: fuentes para una antropologa de la memoria / 143

    El mito de los orgenes: fuentes para una antropologa de la memoriaRossana CassigoliFac. de Ciencias Polticas y Sociales/unam

    ResumenEl inters que guio este trabajo reposa en la posibilidad de establecer prembulos para pensar una antropologa de la memoria sobre la base de totalizar la comprensin de toda herencia, atavismo y costumbre. La antropologa posee como atributo justamente la inclinacin a restaurar la memoria como forma de conocimiento, pero no slo mediante el res-cate de vestigios materiales o inasibles de las prcticas culturales. La an-tropologa que sustenta este escrito retorna a sus fundamentos filosficos y hermenuticos. El filsofo realiza un trabajo similar al del arquelogo: desciende hacia un hipottico subsuelo de la experiencia comn, herra-mienta epistemolgica y filosfica que propicia una comprensin basada en una interpretacin de los orgenes. Esta comprensin se realiza tanto como elucidacin de las protoexperiencias humanas como concepcin antropolgica de lo poltico. Por su propia limitacin pragmtica, la ciencia positiva nunca clasific a esta memoria que asume la forma de alteridad y sustancia residual de la experiencia vivida.

    Palabras clave: memoria-olvido, anamnesis, mtis, Michel de Cer-teau, atvico, arkh, espritu, prcticas culturales, oralidad, escritura.

    The MyTh of The origin: foundaTion of an anThropology of MeMoryThe interest behind the guidelines of this work lies in the possibility of es-tablishing approaches to think an anthropology of memory on the basis of

    Historia y Grafa, UIA, nm. 28, 2007

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    a global understanding of all inheritance, atavism and habit. One of the attributes of anthropology is precisely the tendency to restore memory as a way of knowledge, but not just only through the recovery of material or ungraspable vestiges of cultural practices. The anthropology sustaining this writing returns to its philosophical and hermeneutic fundamentals. The philosopher carries an a work similar to the one the archeologist does: he descends towards an hypothetic underground of common experience. This experience constitutes a philosophic and epistemological tool that favors an understanding based on an interpretation of origins. This understanding is produced as much in the sense of an elucidation of human experiences, as in the sense of an anthropological conception of the political phenomena. Due to its own pragmatic limitations, positive science failed to ever classify this memory that assumes the form of otherness and residual substance of the experience lived through.

    Key words: memory-oblivion anamnesis, mtis, Michel de Certeau, ata-vic, arkh, spirit, cultural practices, oral, written.

    Prefacio

    a premisa antropolgica de este escrito es que la asombrosa potencia de la evocacin como accin o politizacin de la

    memoria y el retorno meditativo a un sentido de originariedad o comprensin de los fenmenos humanos desde el recuerdo de los orgenes pueden en conjunto continuar floreciendo en las ciencias humanas contemporneas, en favor de la cura del des-consuelo colectivo y reparacin de las consecuencias que acarre, para la existencia divergente, el oscurecimiento rotundo de una tica social. El descender hacia los orgenes puede conducir a un recodo, que no aloja tal vez una verdad insondable, esencia impo-luta que seguramente aguardamos, pero que logra iniciarnos en el camino de la visin de quines somos y qu servicio podemos procurar. Michel de Certeau lo enunci con precisin impar: discernir con nuestros contemporneos lo que debe ser nuestro

    L

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    espritu hoy en da, para juzgar esos orgenes y decidir nuestros compromisos de hombres.

    Brota por todas partes la pregunta por la memoria y el olvi-do, su impronta en el devenir humano, qu hacemos con ellos y sin ellos, cmo gobiernan nuestras vidas ntimas y colectivas. Se abren extraordinarias mescolanzas: las disciplinas histricas, his-toriogrficas y patrimonialistas encuentran en el binomio memo-ria-olvido la pieza maestra para volver a significarse; recalcan su notacin tematicista. Tras su legtima locuacidad, sin embargo, un sufrimiento etreo nos interpela y tal vez la palabra memoria ya no alcance. Las fuentes de la tradicin histrica y etnolgica han recalcado la presencia de una memoria social, colectiva o his-trica, y definido su objeto como movimiento dual de recepcin y transmisin, proceso que forja un continuo: la mneme del grupo. El inters explcito por la memoria se despert en la obra de his-toriadores franceses principalmente. Al menos desde los setenta, cuando apareci Lart de la mmoire, de Yates, imper una retro-mana que Michel de Certeau defini como impacto de la belle-za de lo muerto, una especie de anarqua donde se amontonaran las biografas, la historia oral para concederles voz a los olvidados, y los valores del localismo. La vida urbana e industrial se haba apoderado finalmente del mundo rural francs depositario de los mpetus de la memoria. El mismo ocaso de los campesinos eu-ropeos y los paisajes que ellos civilizaban arras muy rpido los

    Michel de Certeau, El mito de los orgenes, Historia y Grafa, nm. 7, 996, p. . La importante contribucin de Mona Ozouf y de Marcel Gauchet a los traba-jos sobre la Revolucin francesa en Les Lieux de mmoire revela la continuidad intelectual que afirm en Francia una corriente histrica original, coherente y diversificada. Vase Marc Aug, Hacia una antropologa de los mundos contempo-rneos, Barcelona, Gedisa, 995, p. 47. Tambin aparecieron alrededor de 975 dos bestsellers: Le cheval dorgueil, de Emmanuel de Pierre-Jakez Hlias, y Montaillou, village occitan, de Emmnuel Le Roy Ladurie, apoyados en una produccin conocida como Histoire de la France rurale publicada en Le Seuil.

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    dispositivos de transmisin de la herencia en el amplio sentido del trmino: muros enteros de memorias sociales se derrumbaron.4

    Sin quedar a resguardo de cierto reduccionismo, el trabajo que presento aqu busca matizar las nociones que sobresalen sobre la memoria y el olvido como magnos tpicos de las ciencias hu-manas aclarados primordialmente por la filosofa y la historia,5 y rondar la eventualidad de una antropologa de la memoria, fundamentada en un conocimiento ideado como anamnesis o re-miniscencia de la experiencia prctica, simblica y sensorial de las colectividades y cuyo mtodo es el retorno a los principios, sedi-mentos hipotticos de la experiencia comn incluso milenarios, antepuestos al tiempo social. Una antropologa alegrica que per-siga las huellas prenatales del mundo de las ideas, una suerte de arqueologa de la relacin humana como experiencia congregada. La referencia griega obligada concibe todo conocimiento como anamnesis y ella transforma forzosamente su objeto: lo antiguo deviene nuevo, comportamiento alegrico de la memoria que re-firi admirablemente Paul de Man. La alegora captura el inters de la filosofa contempornea como figura que irradia un rasgo de poca: florece en un mundo abandonado por los dioses, mundo que no obstante preserva la memoria de ese abandono y no se ha rendido todava a su olvido. Paul de Man subray que la alegora representa una de las posibilidades primordiales del lenguaje: la que le permite decir lo otro y hablar de s mismo mientras se habla de otra cosa y brinda la ocasin de expresar invariablemente algo distinto de lo que brinda a la lectura, contenido el propio acto de leer.6 Como la metfora, es dcil y apta para encajarse en otros discursos y

    4 Jean-Pierre Rioux, La memoria colectiva, Jean Pierre Rioux y y Jean-Franois Sirinelli, Para una historia cultural, Mxico, Taurus, 999, p. 47.5 Existen desde luego obligatorios hallazgos biolgicos que, bien considerados, podran esbozar la ilusin de unidad del pensamiento y la eventualidad de supe-rar los abordajes disciplinarios.6 Jacques Derrida, Memorias para Paul de Man, Barcelona, Gedisa, 998, p. 5.

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    contornos de lo real. Recalca la persistencia y continuidad de lo pasado como anticipador de lo nuevo; encarna una constante hu-mana que retorna siempre a la actualidad 7 colmada de una viva pulsin inventora. Lo pretrito se remonta a lo protohistrico, que involucra el aspecto filogentico y el cuerpo animal, y, en cuanto a una actividad del espritu, lo atvico. De manera semejante a como lo hicieron en tiempos inmemo-riales las ideas alqumicas, religiosas y filosficas, en pleno ocaso del siglo xx los espritus de la memoria y el olvido animaron las escrituras erudita y pblica, la tematizacin acadmica, la crea-cin artstica, el discurso poltico y las prcticas holsticas. En el apartado siguiente me referir a la presencia de esa memoria en la crucial obra de Michel de Certeau, que, alojada siempre en los intersticios de las prcticas humanas, refleja un modelo cultural diferente. Tales fragmentos de memoria, disgregados en prcticas, ya no poseen un lenguaje que los simbolice o rena: Estn como dormidos. Su sueo, sin embargo, slo es aparente. Si se tocan, se desatan violencias imprevisibles.8 La infinitud de la alegora hace imposible toda sntesis totalizadora, narracin exhaustiva o absorcin total de una memoria o recuerdo. 9

    7 De lo actual no como presente, sino como ese no tiempo en que los tiempos se activan. En la actualidad, la temporalidad pierde toda tpica. La globalizacin es la llegada de lo actual. WilliamThayer, El golpe como consumacin de la vanguardia, Extremooccidente, ao , nm. , 00, p. 55. 8 Michel de Certeau, La toma de la palabra y otros escritos polticos, Mxico, Uni-versidad Iberoamericana, 995, p. .9 La alegora bblica constituye un ejemplo: los padres de la Iglesia haban es-tablecido desde antao que la exgesis de la Biblia deba llevarse a cabo en tres sentidos de interpretacin asumidos desde la retrica: el literal o histrico, el moral y el alegrico; este ltimo recurso fue indispensable para tratar de con-ciliar el Antiguo y el Nuevo Testamentos. El efecto de la alegora se apreciaba tanto en el autor que creaba como en el lector que interpretaba; era en s misma el fundamento de toda interpretacin textual bblica o clsica. Vase Derrida, Memorias para Paul de ..., op. cit., p. 5.

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    La naturaleza alegrica de la memoria se ilustra en la figura de la mtis,0 arte griego y milenario del hacer y forma de inteligencia slo perceptible en la prctica, cuya herencia filogentica remite a las protovivencias humanas. La mtis, que combina visin, astucia y agudeza, intervino como el arma absoluta que confiri a Zeus el predominio entre los dioses. Aprovecha el tiempo o kairos y por ello funda una prctica del tiempo o principio de economa que obtiene el mximo efecto con el mnimo de fuerza. As se defi-ne una esttica segn De Certeau: implica la entrada y mediacin de un conocimiento compuesto de momentos y elementos mez-clados. El acto de la mtis es una memoria que irrumpe, una dura-cin o subsistencia que se introduce transformando la relacin de fuerzas. Mtis, es justamente lo que se lleva a cabo en un tiempo acumulado favorable, contra una composicin de lugar desfavora-ble; su memoria persiste oculta hasta el instante de su revelacin en el momento oportuno: el resplandor de esta memoria bri-lla en la ocasin. Predomina en este arte de la irrupcin opor-tuna su poder transformador, revolucionario. Tal memoria existe como receptculo de una multitud de sucesos, se desliza entre ellos sin investirlos, cada uno de ellos constituye una fraccin de tiempo. Encarna un saber que no ostenta un enunciado general y abstracto, ni posee un lugar propio. Es legtimamente una me-moria, mmoire en el vetusto sentido del trmino, que designa una presencia nica en la pluralidad y no se limita al pasado; sus conocimientos son propios del momento de su adquisicin. De ah que esta memoria pueda presentir las mltiples vas del por-venir, al combinar las posibilidades anteriores o viables. En medio de la afliccin inicial del siglo xxi, cuando se vislum-bran en el futuro las puntas de iceberg atisbadas por Jaques Atta-

    0 Sobre la mtis, vase Jean-Pierre Vernant y Marcel Detienne, Les Ruses de lintelligence, cit. en Michel de Certeau, La invencin de lo cotidiano. Artes de hacer, Mxico, Universidad Iberoamericana, 996. De Certeau, La invencin de lo ..., op. cit., p. 9.

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    li, memoria y olvido ensamblan el binomio fundante de diversas construcciones intelectuales; participan de toda especulacin y crtica de la cultura. Actan como ngulo visual fustigador en la reflexin histrica. Pero sobre todo la memoria y el olvido enca-ran, como agridulces e insoslayables facultades del alma huma-na, el presente siempre eterno. La tradicin neoplatnica hered una concepcin de la memoria como esencia que reside primi-tivamente en la experiencia de la congregacin, que no significa nicamente el poder de evocar, sino que la palabra designa el al-ma entera en el sentido de una constante congregacin interior. Alma que se erige como principio (ark) en la totalidad del univer-so, aquello que rige su destino viviente y orgnico. La memoria se aloja en el alma en la forma de presencia, que es siempre presencia de otro, as que es siempre memoria de un vnculo sin importar su forma real o imaginaria. Memoria y olvido no slo prosperan en las fronteras cognitivas y retan la forma habitual de hacer historia, sino que hallan sustento en el misterio biolgico y filogentico de las paleovivencias humanas. Conciernen a la potestad del lenguaje y el intelecto, rigen la conciencia y el inconsciente pues otorgan sustento al sueo que conduce hacia el ensueo y la imaginacin.

    Donde abreva la tradicin filosfica

    La tradicin metafsica helnica descubri las primeras e indis-pensables referencias a la originariedad como suceso de recorda-cin de todo lo que congrega. Aristteles y antes Platn pensaron la memoria como dominio del alma, sumergindola en el ser in-

    El iceberg financiero de la desenfrenada especulacin monetaria, las imparables ganancias y las acciones desvergonzadamente sobrevaluadas. El iceberg nuclear, el iceberg ecolgico y el iceberg social, con tres billones de hombres y mujeres que se harn prescindibles. Vase Jacques Attali (998), cit. en Zygmunt Bauman, En busca de la poltica, Mxico, fce, 00, p. 79.

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    terior, reflexin que condujo a distinguir entre memoria como mneme y reminiscencia como anamnesis. Memoria como compo-nente del alma que no se manifiesta en su parte intelectual sino en su aspecto sensible. Aristteles distingui la memoria, como mera facultad de preservar el pasado, de la reminiscencia, que es cualidad de volver a llamarlo voluntariamente. Pues, a reserva de unos pocos y geniales individuos cuya alma ha atesorado la tra-za completa de recordaciones prenatales del mundo de las ideas, todo conocimiento es anamnesis, todo autntico aprendizaje es un esfuerzo por recordar lo que se olvid.4

    La comprensin de la memoria como enseanza cannica o tradicin se concibi en el sentido ms vasto: todo pueblo tiene un camino por donde se marcha, una va o tao.5 Subyace una idea de la sociedad como reproductora de s misma, pero no au-tofundadora; pensamiento que reposa en los fundamentos de una antropologa de la memoria. Esta va no se instituye como ley, nomos, sino como camino sealado en un metatiempo anterior a la sociedad. Si la cultura es enseanza y logra perseverar, es por-que no ha cesado de revivirse como tradicin: Es el recuerdo de la palabra de Dios, que es un recuerdo anterior a la memoria, la memoria de una palabra que habra tenido lugar antes incluso de tener lugar, de un acontecimiento pasado ms viejo que el pasado y ms antiguo que cualquier memoria ordenada en la consecu-cin emprica de los presentes, all donde la verdad del universo excede la identidad, sobre todo la identidad nacional.6

    Despuntan autores que fundamentan una filosofa y una on-tologa de retorno a los umbrales de la experiencia humana, a

    Adems de Platn y Aristteles, Agustn, Pascal y los dominicos Toms de Aquino y Alberto Magno en el siglo xiii.4 Yosef Yerushalmi, Reflexiones sobre el olvido, Yerushalmi, N. Loreaux, Mommsen, Vattimo y Milner, Usos del olvido, Buenos Aires, Nueva Visin, 989, p. 6.5 Ibid., p. .6 Derrida, Memorias para Paul de..., op. cit., p. 94.

    SergioResaltar

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    ciertas protovivencias en el sentido de arkh, nocin que sea-la el mtodo que se pregunta por los principios. Un trmino de la importancia de arkh, como physis y gnesis, conserva su valor temporal: el origen, el comienzo. Fue introducido por el griego Anaximandro en el vasto contexto de la revolucin intelectual de los milesios, cuando los fsicos investigaban el tpico del origen, es decir los caminos por los que habra llegado a constituirse el mun-do y que explicaran la formacin de un orden que se encontraba ya proyectado en el espacio. Los astrnomos babilonios preconi-zaron una proyeccin aritmtica del kosmos; los jonios ubicaron en el espacio el orden del universo, representando su organizacin segn esquemas geomtricos. De este modo un dibujo sobre una carta hizo ver el plano de la tierra entera, colocada a la vista de todos la figura del mundo habitado, con pases, mares y ros. La esfera de Anaximandro compuso un modelo mecnico del uni-verso que permiti ver el mundo; hizo de l, en pleno sentido, una theoria, un espectculo. Tal geometrizacin del universo fsi-co implic un cambio total en las perspectivas cosmolgicas. De acuerdo con Vernant, consagr una forma de pensamiento y un sistema de explicacin que no tienen precedente en el mito; su estructura geomtrica confiri al cosmos una organizacin de tipo contrario al que el mito sin taras le atribua.7

    Guardando las proporciones de contexto, lugar y poca, Hum-berto Giannini hizo un rescate de la palabra arkh, para dotarla de un contenido muy distinto: el origen del sentido, la recuperacin gnoseolgica de los principios que permanecen sumergidos en la experiencia de los individuos y que configuran un subsuelo hipot-tico hecho de races que esa experiencia sediment. Sobre este vasto terreno, descubri que en la vida cotidiana de las personas se en-cuentra el hito filosfico que permite iniciar una restauracin real de la experiencia comn, guiada por un inters emancipativo, y, se-

    7 Jean-Pierre Vernant, Los orgenes del pensamiento griego, Barcelona, Paids, 99, p. .

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    gn el lenguaje de Habermas, tarea poltica, social, urbanstica.8

    La indispensable alusin a la originariedad por razn de la re-membranza de todo lo que congrega se encuentra en el texto hei-deggeriano en la forma del ser original de la memoria que rige en la palabra originaria.9 La esencia de la memoria reside enton-ces primaria, originalmente, en la congregacin (versammlung), el pensar del corazn de Pascal: El ser original de la memoria rige la palabra originaria.0 Gedanc significa lo congregado, dice lo mismo que el alma (das Gemt), el espritu (der Muot), el co-razn (das Hertz). Este significado termin por encogerse a causa de la filosofa escolstica y el surgimiento y generalizacin de las definiciones tecnocientficas. Inicialmente (anfnglich), me-moria (Gedchtnis) no significaba en absoluto el poder de evocar (Erinnerungsvermgen). La palabra distingue el alma entera en el sentido de una constante interiorizacin profunda; congregacin del pensamiento devoto. La palabra originaria gedanc significa lo congregado (gesammelte), recordacin que todo lo aglomera (alles versammelnde gedenken). Paul de Man puso en cuestin el origi-narismo que situara a la memoria pensante en un afuera res-guardado de la tecnologa, la ciencia y la escritura. Si la memoria piensa slo en trminos de la alegora y la irona, ya no desnu-dara ningn origen secreto; contina escribiendo y promete la retrica de otro texto. Dilema importante que nos convoca y co-implica.

    8 Humberto Giannini, La reflexin cotidiana: hacia una arqueologa de la expe-riencia, Santiago de Chile, Universitaria, 987, p. .9 Derrida, Memorias para Paul de..., op. cit., pp. 4-.0 Idem. Ibid., p. 4. Idem.

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    Fuentes histricas

    Como se suele saber, el concepto de memoria brot unido al de larga duracin en el contexto de la revolucin historiogrfica francesa que dio principio al crculo de Annales o historia de las mentalidades. La perspectiva de la longue dure esper desvelar la cualidad pasajera de las creaciones ms firmes de la cultura hu-mana; pero al exponerlas como procesos relativiz su estabilidad. Comenzaron a desgarrarse las islas de la historia, se derribaron los antiguos lmites y las ciencias de la sociedad humana terminaron por fundirse. Los historiadores ms sensitivos buscaron apartarse del modelo macrosociolgico y el programa que se asign a la his-toria de las mentalidades, tal como la concibi Bloch, recomen-daba estudiar los comportamientos colectivos ms involuntarios e inconscientes. La tradicin histrica de la memoria trascurre por ese cauce. Se trataba de franquear el umbral con el que tropieza el estudio de las sociedades del pasado cuando se limita a considerar los factores materiales; la produccin, las tcnicas, la poblacin, los intercambios: Sentamos la necesidad urgente de ir ms all, del lado de esas fuerzas cuya sede no est en las cosas sino en la idea que uno se hace y que gobierna imperiosamente la organiza-cin y el destino de los grupos humanos.

    El concepto de inconsciente colectivo haba resultado in-determinado y falaz por la limitacin de pensar el inconsciente sin referencia a una conciencia, es decir a una persona concreta. Antes de la aceptacin del trmino mentalidades en la escuela antropolgica, Malinowski haba desechado ya la falsedad de un pensamiento colectivo, un sentimiento colectivo o un enorme ser moral que piensa o improvisa los sucesos comunes. Y tam-bin refutado la descripcin de concepciones como individuo, personalidad, uno mismo o mente, excepto en el contexto de ser

    Georges Duby, La historia contina, Madrid, Pensamiento, 99, p. 00.

    SergioResaltar

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    miembros de una colectividad.4 El historiador Duby lo expres de otra manera: lo que se quera saber suceda en la cabeza, que no es separable del cuerpo; en el animus y no en el anima5 Las mentalidades de las que se pretenda hacer un nuevo objeto no te-nan existencia sino encarnadas en el primero y ms vasto sentido del trmino. Todos los pioneros de la escuela de las mentalidades insistieron en la necesidad de preservar la unidad de la carne y el espritu cuando se quiere comprender el menor de los actos de un ser humano. En este punto, el pensamiento de Duby revel una intencin que se encuentra en la mayora de los pensadores de la memoria: la definicin de un fondo de significados generales comunes a la experiencia, para colocar despus a la historia cultu-ral en el centro del desarrollo de la investigacin histrica y en el corazn de las ciencias humanas.6 Un rpido vistazo hacia los campos de averiguacin preferidos de una historia de la memoria en su etapa clsica constata que regaron el conjunto del trabajo histrico una historia oral con influjo antropolgico y una sociologa de la memoria fundada por Maurice Halbwachs,7 sustentada en la conviccin de que el recuerdo es un eficaz instrumento de integracin nacional. En contacto con la memoria, el historiador aprendi a distinguir el rastro y la evocacin, la trasmisin y la construccin, la tradicin y el recuerdo; acept que sta [la memoria] no era el espejo defor-mante de una realidad tomada como ancla o referencia, sino que constitua en s un factor de la evolucin histrica de una socie-dad.8 A la zaga, la historia cultural de la memoria cambi drs-ticamente el rumbo. Despus de tantos aos de exploraciones de

    4 Vase Bronislaw Malinowski, Argonauts of the Western Pacific, Londres, E.P. Sutton, 96. 5 Duby, La historia contina, op. cit., p. 0.6 Vase Rioux y Sirinelli, Para una historia cultural, op. cit.7 Vase Maurice Halbwachs, Les cadres sociaux de la mmoire, La Haya, Mouton, 975. 8 Rioux y Sirinelli, Para una historia cultural, op. cit., p. 5.

    SergioResaltar

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    la memoria en sucesos atomizados, usurp terreno el imperio de lo medial que impone un tiempo social sin duracin favorecedor del olvido: La nueva comunicacin revirti las reglas que domi-naban la memoria comn: al culto de los orgenes lo sustituyen un presente incierto y una modernidad tecnicista, a la reunin cvica se oponen la afectividad individualista, la tribalizacin o el comunitarismo emocional.9

    Memoria de la herencia

    Las ciencias biolgicas, por su parte, desarrollaron la nocin me-moria de la herencia sobre la base de hallazgos que tuvieron lu-gar en el siglo xviii, en el sentido que la reproduccin requiere de una transmisin generacional de memoria llevada a cabo por descendencia. La gentica se ocup de investigar los procesos de transmisin celular y de all se acrecentaron las indagaciones sist-micas, las ciencias complejas y holsticas.0 En el siglo xx, el enig-ma de la memoria penetr el corazn del psicoanlisis, intrigado por las maniobras de la afectividad en el curso individual de la memoria, en el supuesto de que la memoria personal es fruto de estratagemas emocionales de la vida subjetiva de cada ser. Influido por el romanticismo, Freud se dej conducir por la concepcin privada del sueo asumido como mensaje personal importante proveniente de lo sobrenatural, aunque descifrable

    9 Ibid., p. 47.0 El estudio de la memoria penetr los campos de la parapsicologa, neurofi-siologa, biologa y psiquiatra. Vase Jacques LeGoff, El orden de la memoria, Barcelona, Paids, 99, p. . El romanticismo provino de la exasperacin, de la alineacin que exista en-tre la sociedad y las fuerzas creadoras del espritu. De esa exasperacin procede una importante literatura, la generacin romntica, que alimentaba en su fuero interno un fondo de incurable tristeza. Vase George Steiner, En el castillo de Barba Azul, Madrid, Gedisa, 99, pp. -4.

    SergioResaltar

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    en un significado latente interpretacin que se desvaneci en la poca pos-freudiana en que actualmente nos encontramos y en la que soamos. Los tagesreste son definidos por Freud como res-coldos del da; restos de la iconografa psquica que componen los sueos. La tarea del sueo incumbe de tal modo al bricoleur, un demiurgo o espritu artesanal que afana los restos de la viven-cia diurna para formar un conjunto nuevo, que diluye el resabio original con el fin de fundar uno incomparable. El razonamiento es abrumador: slo hay una tarea que puede ser adscrita a un sue-o, y sta es la proteccin del ensueo. La misin interpretativa persigue dilucidar la tarea del sueo que hasta ahora permanece en el misterio de resonancias arcanas. Explicarlo acarreaba a la postre una empresa nueva: ningn principio ha sido obtenido a partir de descubrimientos seguros, escribi Freud en La inter-pretacin de los sueos,4 cada autor examina los mismos proble-mas una y otra vez como si empezase desde el principio.5 Se trata de reclamar el sueo de la locura del inframundo y volverlo un principio de deleite. Pero existe una patente resis-tencia del sueo a ser domesticado por el mundo diurno;6 en esto ha puesto tesn la labor teraputica de los sueos. Soar es una manera de recordar y olvidar. Desde muy antiguo, Aristteles realiz un sealamiento sorprendente: El ms experto intrprete de los sueos es aquel que es capaz de observar las semejanzas

    Claude Lvi-Strauss, La ciencia de lo concreto, El pensamiento salvaje, Mxi-co, fce, 980. Sigmund Freud, La interpretacin de los sueos, tr. Luis Lpez Ballesteros, Ma-drid, Alianza, 999 (94), p. 50.4 El gran trabajo de Freud sobre los sueos apareci en 900 por deseo expreso de su autor, y presagi la era moderna de la psique. Vase James Hillman, El sueo y el inframundo, Kernyi, Neuman, Scholem y Hillman, Arquetipos y smbolos colectivos, Barcelona, Anthropos, 994, p. 8.5 Idem.6 El mundo diurno es la visin literal de cualquier mundo donde los objetos se-mejan lo que parecen, donde no hemos visto lo que hay detrs en su oscuridad, su mortal penumbra. Ibid., p. 4.

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    (Parva Naturalia. De div. Somnum). La fenomenologa del dormir y el despertar, la noche y el da, teje una tradicin que comienza al menos desde Herclito, contina con Platn y la caverna y, en posteriores pocas, retorna con bro en la obra de Jung.7 Este ltimo pens que el propio sueo contiene velado el arquetipo de volverse consciente. As que el sueo es reclamado al despertar y suplica interpretacin, as sea para resistirse a ella: los junguianos leen los sueos por su contenido simblico, no literal. Siguiendo a Freud y practicando una hermenutica del sueo, Jung busc, en los lapsus y la asociacin de palabras, los pliegues de lo olvi-dado. Su pensamiento brot del binomio filosfico y romntico de los mundos diurno y nocturno, sustratos de las conciencias lunar y solar del propio Jung. El sueo se enlaza con una memoria enmascarada e inconsciente urdida desde la infancia personal. El sueo olvidado es el que se resiste a ser recordado; parece elegir en la memoria, en lo ntimo de una memoria ya elegida. Nada de lo habido se pierde cabalmente. Los desarrollos mencionados condujeron a examinar la re-lacin entre la memoria y la imaginacin. Lo que vulgarmente llamamos imaginare los latinos lo llamaron memorare. Las mu-sas o virtudes de lo imaginativo son hijas de la memoria. Gas-tn Bachelard8 puntualiz que la imaginacin es la cualidad de transfigurar las representaciones brindadas por la percepcin: una liberacin de la iconografa instantnea. Las sombras desfigu-radas, el matiz trastornado de la imagen, son esenciales para la alquimia; el propio arte de la memoria9 se vale de complicados artilugios en la construccin del alma, que la desconciertan en el juego especular de la muerte y la vida. El enigma del sueo radica

    7 Vase C.G. Jung, Sobre los arquetipos del inconsciente colectivo, C.G Jung, W.F. Otto, H. Zimmer, P. Hadot y J. Lyotard, Hombre y sentido, Barcelona, Anthropos/crim/unam, 004.8 Vase Gastn Bachelard, La potica del espacio, Mxico, fce, 00 (. ed. en francs 957). 9 Vase Frances Yates, El arte de la memoria, Pars, Gallimard, 995.

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    en el carcter movedizo y tornadizo de lo imaginativo; cada sueo guarece significados ambivalentes; en cada circunstancia, estampa o retrato, asiste la alucinacin donde lo onrico y lo imaginativo se funden en un estatuto primordial. Son justamente la pesadilla impresionante y la alucinacin las que con ms trabajo se olvidan mientras estremecen por das la memoria del alma. Tal reflexin nos conduce a la ubicuidad de la tpica del trauma, cuya im-pronta implica crticamente al corazn memorstico de la histo-ria contempornea.

    Fuentes para una antropologa de la memoria

    La preocupacin por los orgenes y la necesaria evocacin de lo primigenio se exteriorizan de inmediato como esenciales en la obra de Michel de Certeau, culminante contribucin a una an-tropologa de la memoria. Alude a un modelo de interpretacin de la cultura y la psique donde el trasfondo arquetpico queda re-formulado en trminos de una historia originaria en cuyo seno se asienta la historia de individuos y las culturas. La memoria origi-nal yace aqu en la forma de reliquias de un cuerpo social perdido, desprendidas del conjunto del cual formaban parte y diseminadas en la mixtura de las prcticas culturales. Estas prcticas correspon-den a un arte sin edad que ha atravesado las continuas creaciones de la especie humana: hablar, circular, cocinar, arreglar la casa, leer, relatar, caminar o arar el campo constituyen actividades prc-ticas que afirman persistencias en las formas y la permanencia de una memoria sin lenguaje, desde el fondo de los ocanos hasta las calles de nuestras megalpolis.40 Los fragmentos de memoria aislados y trasplantados a otro cuerpo, que la prctica reproduce sin cesar, aunque sin constituirlos nunca como un todo, alcan-zan en su existencia desbandada una fuerza an ms grande. Su

    40 De Certeau, La invencin de lo..., op. cit., p. 47.

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    presencia se asemeja a los pequeos trozos de verdad que Freud sealaba precisamente a propsito de los desplazamientos de una tradicin; lo relevante es que, al referirse a un modelo cultural diferente, constituyen una tajante alteridad. Tales fragmentos insertos en prcticas, latentes y diseminados como dioses lares o espritus silenciosos del lugar, son datos ma-teriales que imprimen en la vida social marcas engaosamente insignificantes, pero que resultan determinantes. Tienen como algo exclusivo su pertenencia a una tradicin que contina siendo absoluta y decisiva, en forma de viejas pertenencias referentes a sistemas derrumbados:

    gestos, objetos, actitudes, aniversarios, perfumes guardan, en el texto de los das y labores, la funcin capital que tiene la puntua-cin en un texto escrito. [...] La politicidad de estos fragmentos radica en su capacidad de introducir seales heterogneas en la gramtica del sentido impuesto, de constituir siglas materiales de una palabra que designa lo que excede y transgrede la asimi-lacin. Poseen estos fragmentos un papel metonmico (dicen la parte por el todo borrado), histrico (representan el sitio de lo muerto), elptico (ya no se conoce la referencia) y potico (son inductores de invenciones). Lo notable es que la pertenencia se politiza y la tradicin se transforma en historia por hacer.4

    Los trastornos inherentes a los cambios de lugar fsico y sim-blico son constantes en nuestra historia presente. La sensacin de prdida y ruina permanece adherida a los viajeros y desterrados para desempear un papel intenso y mudo. De Certeau se refiere a segmentos de ritos, protocolos de cortesa, prcticas de vestir o culinarias; olores, sonidos, tonalidades. Lo apreciable es que esas verdaderas emanaciones que son la memoria arrollan en for-ma de restos de otra historia con un halo fantasmal, concerniente

    4 De Certeau, La toma de la..., op. cit., p. .

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    a otro tiempo, al tiempo en que se fragu la identidad. Y, ahora, la prdida de control del presente equivale a asumir la mutacin de aquella gramtica del ser.4 La memoria siempre conquista el lugar de lo otro y su irrup-cin es promisoria: muestra la posibilidad de otra posibilidad, acta como frontera crtica, utpica, contra la cual medir la exis-tencia, al lado de la cual mensurar nuestra presencia inexorable entre nuestros contemporneos. Esos fragmentos, cuya impronta nos aguijonea, no poseen ya una voz que los encarne o congre-gue; no forman ya una historia individual que nacera de la diso-lucin de una historia colectiva. Su sueo es figurado; si se palpan, se desanudan arrebatos inesperados.

    Por ellas se conserva intransigente, despedazada y muda, libre de todo mando, una alteridad tnica. Esta forma de pertenencia, gravada en las prcticas sociales a manera de prenda familiar sin valor, es menos impositiva que antes. Con estos vestigios apa-rentemente triviales hay menos juego, pues traen al campo de lo bien conocido y naturalizado las irrupciones. Representan lo que un grupo defiende de su relacin presente con un patrimonio disperso.4

    Recalco la deseabilidad de una politizacin de la pertenencia, ho-radada en las prcticas sociales, donde la tradicin ya aceptada se transforma en historia por forjar. La pertenencia se ideologi-za cuando se olvida su politizacin. Una sociedad dominante trata la diversidad con mtodos que vuelven accesibles todas las discre-pancias, que las libran del sentido afianzado que les imputa una comunidad; monismo hbrido que transforma, rescribe, homo-geniza y totaliza contenidos flexibles en una cuadrcula endureci-

    4 Steiner, En el castillo de..., op. cit., p. 7.4 De Certeau, La toma de la ..., op. cit., p. .

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    da.44 Todo grupo, escribi De Certeau, vive de compromisos que inventa y de contradicciones que maniobra: Es darlo por muerto identificarlo con un todo homogneo y estable; hoy en da la or-todoxia es multicultural.45 Las comunidades heterogneas, cuyo carcter se halla oculto en nuestra escena nacional, como secuelas de una asimilacin, se han ido transformando tambin en los pro-pios acomodos a realidades inditas que ha ido trazando un ciclo de adaptacin. El alejamiento de las estructuras fundantes y los referentes co-tidianos: regin, idioma y hbitos, ms la aceptacin ineludible de cdigos administrativos implicada por la aclimatacin a un nuevo espacio, se transcriben en un repertorio de tcticas y estilos de reutilizar el orden impuesto con una finalidad propia: revelan una creatividad ilimitada en sus capacidades. La existencia social de un grupo, mediada por el conflicto, se construye da a da y depende de una historicidad, que es la capacidad de un grupo para transmutarse al reemplear con otros propsitos los recursos disponibles. Entre los factores de pertenencia a los que la coyun-tura asigna un trabajo nuevo y primordial figuran las prcticas, observadas por Michel de Certeau como maneras de hacer tradi-cionales y propias, y urdidas con pedazos de memoria colectiva que componen las permanencias mediante las cuales un espritu colectivo imposible de reducir se imprime en los individuos. Es preciso entonces volver a estas prcticas escurridizas que ac-tan como receptculos de una especificidad. La economa inmi-grante o economa poltica del otro se introduce entre nosotros, ingresa en nuestro campo con el aspecto de un recurso tctico. Las maneras anteriormente desterradas se transplantan al interior de lo que hacemos con el espacio donde habitamos. Se requiere conceder la potestad a la potencia de estas prcticas, a su arte y mescolanzas, para practicarse y cultivarse en la maneras de habi-

    44 Ibid., p. 08.45 Idem.

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    tar, imaginar, aprender, crecer. Tal vez en eso consista su politiza-cin. Las formas de habitar un espacio propias de una comunidad se conservan donde han mudado las condiciones del hbitat y al sumarse aceptan el acomodo al indito panorama. Desde luego hay fronteras ms all de las cuales estas prcticas se demuelen y otorgan progresivamente espacio a los usos propios de una nueva pertenencia. La prdida compete seguramente a la necesidad de rebuscar una historia fuera del territorio, el lenguaje y el rgimen de reciprocidades que hasta entonces la sustentaban. Las prcticas se desdoblan a partir de esa prdida. La tradicin se transforma entonces en regiones imaginarias de la memoria; los postulados implcitos de lo vivido aparecen con una lucidez extraa que se acerca muchas veces a la perspicacia extranjera del etnlogo. Los lugares perdidos se transforman en espacios de ficcin ofrecidos al duelo y al recogimiento de un pasado.46

    De Certeau ofrece seales del arte sin edad de la prctica, que proviene de un meta-tiempo. Vislumbra esta maestra la pujan-te fidelidad de un trabajo del arte, potencial extraordinario que contiene la prctica humana de hacer realidad los deseos, con lo cual se obtiene un valor cultural y teraputico a la vez.47 Subyace la intuicin de que el placer de lo fecundo, presente en los mitos de autoctona, fue ulteriormente reprimido por la racionalizacin o abstraccin dineraria simbolizada en el origen por la sal.48 Pero justamente nos mueve la ilusin de retorno al gozo por lo fecun-do, el artilugio y sentido de lo creativo y auto-creativo. Se ensan-cha aqu el sentido de la portentosa frase de Heidegger surgida de su atencin a la voz potica de Holderlin: Poticamente habita el hombre; el habitar reposa sobre el poetizar.49 Entonces la me-

    46 Ibid., p. .47 Vase Andrs Ortiz-Oss, Hermenutica simblica, Kerenyi, et al., Arqueti-pos y smbolos colectivos, op. cit., 994, p. .48 Ibid., p. 45.49 Martin Heidegger, Poticamente habita el hombre, Humanitas, ao viii, nm. , 960, p. 4.

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    moria es justo ese cultivo prolfico del morar potico; es ella, si-lenciosa y determinante, la que se aloja en la metfora del habitar. Pero ni el habitar entendido como lo oprimido por la necesidad habitacional ni lo potico como ocuparse con lo esttico.50 En los comienzos de la experiencia, puede yacer un espritu original ya traicionado por todo su lenguaje inicial y comprome-tido por sus interpretaciones ulteriores, de manera que, al nunca estar ah donde se dice, resultara incomprensible y evanescente.5 Michel de Certeau concibi la espiritualidad como el regreso a aquel hlito nico, inaugural, traicionado por toda disquisicin posterior o escritura de la historia. Estas sorprendentes reflexiones han acaparado en todo caso una atencin marginal en la prctica antropolgica disciplinaria. En un sentido general ella se impreg-n de un total relativismo analtico tras abandonar cualquier de-seo de conocimiento como acto de fe. Tambin la secularizacin de los valores, junto con lo que se puede llamar su disolucin ontolgica al ser tomados como signos, ha contribuido para que el antroplogo de hoy se defienda de la teologa y tambin de la filosofa, al punto de rehuir sus obsesiones.5

    La antropologa toc a menudo las palabras y etimologas del espritu, pero no siempre emprendi la bsqueda de un co-nocimiento espiritual para s misma; el propio espritu lleva una existencia oculta tras formas que se han vuelto ininteligibles. El antecedente occidental ms prximo de una antropologa filos-fica parece proceder del romanticismo alemn de los siglos xvii y xviii, que comenz a entender el lenguaje como expresin ver-dica y enriquecida de una vivencia total del mundo, desbordada de intensa emocin, a la vez intelectual y afectiva. Inaugur un nuevo modo de experimentar el sentimiento y la imaginacin: el

    50 Ibid., p. 8.5 De Certeau, El mito de los...,, op. cit., p. 6.5 Vase la entrevista que Charbonnier le hizo a Lvi-Strauss en Arte, lenguaje y etnologa, Mxico, Siglo xxi, 98.

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    mito, la metfora, el sentimiento religioso, antes de ser pensados deben ser vividos.5 El mismo acercamiento semitico pretende haber demostrado que el lenguaje es a la vez intelectual y sen-sible, fsico y psquico. Geisteswissenschaften significa las ciencias del espritu, es decir la hermenutica.54 A diferencia del ingls mind, la palabra alemana Geist conserv, a travs del indoeuro-peo ghei (agitar vivamente) y del germnico gheis (estar irritado), el significado fundamental para el espritu de lo que mueve y lo que anima.55 En contraste con la menuda presencia de inquietudes espi-rituales, en toda la literatura antropolgica abundan alusiones a una herencia de carcter material actualizada en ritos, cultos y otras formas de la prctica cultural. Dicha actualizacin encuen-tra evidencias en lo que Jack Goody llam "domesticacin del pensamiento salvaje56 y que Lvi-Strauss y Lvy-Brhul estudia-ron antes y con profundidad en una poca an clsica de la antro-pologa.57 Leroi Gourhan, etnlogo contemporneo, estableci en forma erudita otro enfoque sustentado en un vnculo primor-dial entre la memoria y la prctica humanas. El descubrimiento de Leroi Gourhan fue que la memoria colectiva de las sociedades grafas se interes particularmente por los conocimientos prcti-cos. Gourhan introdujo una distincin antropolgica entre rde-nes distintos de memorias: una memoria especfica que define los comportamientos animales, una memoria tnica y una memoria

    5 Franz Mayer, Hermenutica del lenguaje y aplicacin simblica, en Kerenyi et al., op. cit., p. 50.54 Krzysztof Pomian, Historia cultural. Historia de los semiforos, Rioux y Sirinelli, op. cit., 999, p. 99.55 Geiste en alemn se traduce como espritu; Geistesgeschischte, como historia del espritu o la conciencia. Vase Duby, La historia contina, op. cit., p. 00. 56 Cuando inici sus indagaciones sobre lo que llam domesticacin del pensa-miento, Goody se inspir en los escritos antropolgicos de Lvy Brhul sobre las mentalidades primitivas.57 Vase Walter Ong, Oralidad y escritura, tecnologas de la palabra, Mxico, fce, 987.

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    artificial o electrnica, en su forma reciente, que procura, sin deber recurrir al instinto o a la reflexin, la reproduccin de es-tos actos mecnicos concatenados. Tres usos, funciones y sentidos de la memoria investigados en el marco de una periodizacin de cinco etapas histricas, que abarcan desde la transmisin oral, la transmisin escrita mediante tablas e ndices, las simples esquelas y la mecanografa, hasta la clasificacin electrnica por serie.58

    El desarrollo de la escritura que equivale a reducir el habla a formas grficas ha sido considerado por la historia y la antropo-loga como el siguiente suceso relevante despus del origen del lenguaje en el campo de los impulsos comunicativos de la especie. Su adquisicin y desarrollo han sido reconstruidos en sus trmi-nos generales, que culminan en la relativamente simple forma de escritura alfabtica de uso general en el presente. En la cuestin de la oralidad y de los efectos de la escritura sobre los modos de pensamiento, los antroplogos entraron de modo muy directo. En su libro La razn grfica y en otros,59 Goody dese mostrar que la escritura permiti cierta racionalizacin, pues ayud a las sociedades de cultura oral a descubrir sus contradicciones. En los ensayos reunidos con el ttulo Entre la oralidad y la escritura, Goody explic la transformacin que experimentaron los gneros orales por la influencia de la escritura. Se adhiri aqu a una definicin que subraya la relacin entre los signos grficos y la palabra, donde todo sistema escritural permanece vinculado con la lengua hablada. Pero no se trata de una simple trascripcin, sino de una relacin compleja que acta en ambos sentidos: siem-pre hay una diglosia, una separacin entre la lengua hablada y la

    58 Vase el libro de Le Goff, El orden de la ..., op. cit.59 Goody escribi La lgica de escritura para mostrar la influencia de la escritura en la religin, la economa y el derecho, especialmente en la Europa medieval. Redact tambin un conjunto de ensayos con el ttulo Entre la oralidad y la es-critura o The Interface Between the Written and the Oral, interesado en la transfor-macin sufrida por los gneros orales por la influencia de la escritura. Vase Jack Goody, El hombre, la escritura y la muerte, Barcelona, Pennsula, 995, p. 44.

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    lengua escrita; se han influido mutuamente de diversos modos, pero jams son idnticas.60 Su observacin esencial fue que una comunidad cara a cara no desarrolla una gran necesidad de la escritura; el producto de una rememorizacin exacta es menos til, menos apreciable de cuanto no sea el xito de una evocacin inexacta.6 Por eso rara vez se encuentran, en las sociedades salva-jes, procedimientos nemotcnicos de cuantificacin. La memoria colectiva parece funcionar aqu basada en una reconstruccin ge-nerativa y no en una memorizacin mecnica. Goody concluy que la escritura no se present a la civili-zacin humana nicamente como nueva habilidad tcnica, sino como una actitud intelectual distinta, una diferente actividad del espritu. No slo encarnaba una nueva organizacin del saber, sino que constitua un poder nuevo que permiti a la memo-ria colectiva desenvolverse febrilmente. Goody se pregunt a qu cosa permaneca ligada esta transformacin de la actividad intelec-tual revelada por la memoria artificial "escrita". Deseaba mostrar convincentemente cmo los cambios clasificados entonces como evoluciones de la magia a la ciencia, de un estado de conciencia prelgico a un estado cada vez ms racional o de un pensamien-to salvaje a un pensamiento domesticado, pueden explicarse de manera ms directa como cambios de la oralidad a diversos esta-dos de conocimiento y destreza de la escritura. Un largo trabajo de campo en frica le permiti observar, en una misma regin y generacin, a campesinos y profesores universitarios surgidos todos de una similar capa social. Describi algunas realizaciones estrechamente unidas al advenimiento de la escritura, en parti-cular a la invencin del sistema alfabtico y la expansin de la vasta capacidad de escribir. En el trabajo que cito, quiso mostrar que nuestra lgica parece ser una funcin de la escritura, ya que ella es un asentamiento del habla que nos capacita para separar

    60 Idem.6 Ibid., p. 08.

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    palabras, manipular su orden y desarrollar formas silogsticas de razonamiento. La formalizacin de proposiciones conduce al silo-gismo; las formas silogsticas se le presentaron a Goody con una mayor claridad en el texto escrito que en la eventualidad oral. La lgica simblica y el lgebra, dejando aparte el clculo, son inconcebibles sin la existencia previa de la escritura. Desde estas reflexiones expresadas de manera general, Goody descubri que las sociedades tradicionales no estuvieron marcadas tanto por la ausencia de pensamiento reflexivo, como por la ausencia de herra-mientas propias de la meditacin constructiva. Tales sociedades no experimentaron la necesidad de esta clase de meditacin, o se retrajeron respecto de su uso. Con la escritura, la memoria se instal en la urbe. Leroi Gour-han nos instruy sobre la evolucin de la memoria que, unida a la aparicin y difusin de la escritura, dependi particularmente del desarrollo urbano.6 No es pura coincidencia si la escritura no anota lo que se fabrica o vive cotidianamente, sino lo que consti-tuye el andamio de una sociedad urbanizada. La innovacin que acarre la escritura penetr el corazn del sistema y cerc selecti-vamente los eventos mercantiles y religiosos, las consagraciones, las genealogas, los calendarios; el conjunto que en el interior de la emergente ciudad no puede registrarse cabalmente en la me-moria, ni en los gestos, ni en los productos. Pero la escritura no se despleg slo en virtud de motivos financieros. Se sabe que el nacimiento de la escritura en China permaneci unido a la adivinacin y a las prcticas rituales, y, contrariamente, en Meso-potamia la contabilidad fue su primera funcin. Todas las grandes culturas planetarias, incluidas las de la Amrica prehispnica, civi-lizaron en primer lugar la memoria escrita para el calendario y las distancias, pues "el triple problema del tiempo, del espacio y del hombre constituye la materia de la memorizacin".6

    6 Leroi Gourhan, Le geste et la parole, vols., Pars, Michel, 965.6 Le Goff, El orden de la..., op. cit., p. 70.

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    La oralidad se diferencia de los protocolos de la escritura por el virtuosismo con que los usos de la lengua hablada se acoplan a una complejidad y diversidad de contextos nicos. Atestiguan un arte tctico de la adaptacin a cambios incesantes.64 Fenmeno humano y movedizo, la oralidad congrega al menos dos atribu-tos: ms que lo escrito, el estilo propio de un grupo se encuentra explcito en prcticas lingsticas y depende ms de las jerarqui-zaciones que rigen las relaciones de fuerzas entre los grupos. La diferencia entre lenguaje y escritura, entre or la palabra y ver las letras, ha desempeado un papel crucial en la comprensin hermenutica del lenguaje. El tema aparenta ser muy vasto; para recorrerlo es posible remontarse a la orientacin ms bien visual de los griegos y preferentemente auditiva de los hebreos, al in-ters que suscit el ojo en Platn, Aristteles y Plotino, o la me-tafsica occidental de la luz. El or es una percepcin emocional y afectiva, pero nunca es pura percepcin, pues lo es interpretada y ya construida desde la tradicin, desde la experiencia pasada y la memoria.65 La oralidad entraa la forma ms sensible de co-municacin verbal, atesora en ella una gran inventiva y violencia pasiva: el hablar se endurece en todas las luchas sociales. Asocia el arte del hacer con los combates del vivir, lo cual es la definicin misma de una prctica.66 Se van derivando algunas consecuencias interesantes, que in-troducen a un cauce donde la antropologa investiga febrilmente: un ejemplo es la cuestin del habla (parole), distinta de la lengua (langue). Antes de los hallazgos de Saussure, la lingstica realiz estudios complejos de fonologa; la manera como el lenguaje se

    64 De Certeau, La toma de la..., op. cit., p. 8.65 Tambin la obra del extinto Marshall McLuhan confiri gran relevancia a los contrastes entre odo y ojo, entre lo oral y lo textual. Vase McLuhan, The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man y Understanding Media: The Extensions of Man. Adems, Ong, Oralidad y escritura, tecnologas..., op. cit., pp. 6-7.66 De Certeau, La toma de la..., op. cit., p. 8.

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    halla incrustado en el sonido. La escritura termin por hacer al habla objetiva, al transformarla en objeto de inspeccin visual y auditiva; de algn modo expropi su natural subjetividad. El ha-bla encarna una prctica inseparable de nuestra conciencia; ha fascinado a los seres humanos y suscitado reflexin sobre s misma desde las fases ms remotas de la conciencia, mucho antes de la es-critura. En los proverbios procedentes de todas partes del mundo abundan observaciones acerca de este portento abrumadoramen-te humano que es el habla, en su forma oral congnita; sus po-deres, atractivos y peligros. El mismo arrobamiento con el habla oral continu sin menoscabo durante siglos aun despus de entrar en uso la escritura. Nadie duda que las culturas orales producen representaciones verbales pujantes y hermosas que constituyen un valor humano y de creacin. Pierden la posibilidad de existir una vez que la escritura ha tomado la posesin de la psique. Pero no cabe desestimar que, sin la escritura, la conciencia humana no hu-biese alcanzado su potencial ms pleno. Al igual que la oralidad, la escritura constituye una prctica del cuerpo donde el uso del msculo de la mano se enlaza naturalmente con el alma corprea, es decir con el corazn, el espritu y el intelecto. Los conceptos de memoria colectiva y experiencia colectiva se volvieron rpidamente problemticos para las ciencias socio-hu-manas; Les lieux de mmoire 67 hablaron ya de la disolucin de la memoria colectiva y la fruicin por las conmemoraciones fue vista como solapamiento de una pavorosa realidad: un pasado del que slo perduran signos muertos y un presente inseguro de su identi-dad. La publicacin de Les lieux, como se les llam, correspondi a la reanimacin imaginaria de una realidad a punto de desvane-cerse, como si se intentara volver a encontrar la irizacin de un mundo perdido.68 La memoria que se concibe all es la memoria

    67 Pierre Nora (coord.), Les lieux de mmoire, 7 vols., Pars, Gallimard, 984-99.68 Pues la memoria, que no era, como la historia, representacin del pasado, sino

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    extinguida, de la cual se habla mucho porque ya no existe; como la Dama de las Camelias, est embargada de un atractivo que nace de la extenuacin.69 Toda la obra, observ Marc Aug, est marca-da por ese tono de nunca ms que ocasion el desencantamien-to del mundo.70 La aceleracin de la historia hizo cada vez ms compleja la constitucin de memorias colectivas y tambin de la geografa material o mental que pueda corresponderles. Lo que maleablemente se defini como memoria colectiva, lo que queda del pasado en lo vivido o lo que se hace con el pasado, se opuso casi textualmente a la memoria histrica, como pue-den oponerse la memoria afectiva y la memoria intelectual. La discordancia entre memoria e historia se profundiz cuando co-menz a observarse que la historia se concibe como pensamiento y la memoria como rememoracin. La historia suele desplegarse como narracin a posteriori de la experiencia ya representada y ponderada; extrae los acontecimientos del flujo de la vida para remodelar su desorden fortuito en una serie significativa sus-ceptible de ser interpretada, asimilada y memorizada. El desdo-blamiento de la memoria, en cambio, cede a la naturaleza de lo encarnado, experiencia de intrusin indoblegable del espritu sobre el cuerpo no sujeta a glosa. La fuerza de tal memoria se compone de intencionalidad promisoria; irrumpe en el lugar de lo otro y trastoca la correlacin de fuerzas con su podero evo-cador. Desencadena repentinas violencias gracias a las cuales se conservan rotos y callados, pero emancipados de todo imperio, los valores de una alteridad. Entre la continuidad de las memorias nacionales compartidas y las memorias particulares y comunita-rias, el historiador de la memoria debe vivir y sobreponerse a cau-

    un fenmeno siempre actual, un vnculo vivido con el presente eterno, termi-n por convertirse en un fenmeno cabalmente privado. En Entre mmoire et histoire. La problmatique des lieux, en Les lieux de mmoire, p. XVII.69 Mona Ozouf, entrevista concedida a Magazine Littraire, cit. en Aug, Hacia una antropologa de..., op. cit., p. 44.70 Vincent Descombes, Philosophie par gros temps, Pars, Minuit, 989.

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    sa de una tensin fecunda pero obstinada y a menudo incmoda: el descuartizamiento, constitutivo del dominio cultural, entre lo instituido y lo vivido.7 Existe ms de una sensible diferencia entre hacer historia y hacer memoria. En las sociedades sin historia,7 el acontecimiento no se acumula en una sucesin de hechos que permiten pensar la cultura; las sociedades sin historia, se podra decir, poseen una filosofa de la memoria. El nacimiento de la historia tiene que ver con la institucin de un Estado que conduce a la aparicin de las dinastas y los relatos historiogrficos. Los aztecas y tambin los incas, con la figura del Inca Garcilazo,7 repitieron la historia iniciada por los griegos en forma escrita. La acumulacin eco-nmica y la acumulacin temporal van aparejadas; la historia es un conjunto de sucesos acopiados en una unidad de tiempo. La perspectiva de la longue dure, acuada por Braudel, intentaba diluir justamente la contingencia temporal en la comprensin de los fenmenos culturales. La historia es pensamiento del pasado y la memoria reme-moracin. La historia fragu sus armas y catalog sus leyes; le corresponde regresar en el tiempo, invocar la herencia y urdir la narracin postrera de la vivencia representada como experiencia. La forma de pertenencia gravada en las prcticas sociales, pese a todo verdaderas reliquias ilusoriamente inocuas o triviales que encarnan trozos de memoria, constituye un contratiempo para la historia y en su presencia hay menos juego. Su politicidad radica posiblemente en ese hecho: tales prcticas personifican lo que un grupo humano protege de una pertenencia esparcida en su vivencia presente, lo que defiende de un patrimonio eclipsado y disgregado. Memoria y olvido, memoria e historia, constituyen binomios que persisten como instrumentos analticos, favorecien-

    7 Rioux y Sirinelli, Para una historia cultural, op. cit., p. 4.7 Lvi-Strauss, Arte, lenguaje y etnologa, op. cit.7 Vase Jos Bengoa, Conquista y barbarie, Chile, Sur, 99, p. 6.

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    SergioResaltar

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    do al amor comunicativo de la doble paradoja del mythos como el sentido olvidado y el logos como verdad recordada en la forma de memoria. Pero esta memoria del sentido olvidado permanece activa en los discernimientos que cubren otros deseos. No ha tomado la forma de discurso; se alimenta de un tiempo demora-do en las demarcaciones vivientes de la conciencia individual o colectiva. Puede fructificar, sin embargo, como herramienta ar-tesanal e inventiva para sustentar el ncleo de la pertenencia; el vnculo cifrado en el otro. Tal pertenencia ha tomado en la obra de Michel de Certeau la forma de proyecto: proyecto guiado por una maestra intuitiva y realizadora de un mundo posible, en el cual, sin confesarse, la intencionalidad potica pone en prctica su potencia convertidora.