el marxismo y la emancipación de la mujer

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¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS! EL MARXISMO Y LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER (Selección de textos) EDICIONES BOLCHEVIQUE EL ALTO—BOLIVIA

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En lo referente a la cuestión de laemancipación de la mujer la literaturamarxista es vasta. La presente selección de textos es incompleta y debe considerarse apenas como un estudio introductorio para el análisis desde la concepción científica y universal del proletariado del problema de la opresión de la mujer trabajadora en la sociedad capitalista.

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¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!

EL MARXISMO Y LA

EMANCIPACIÓN DE LA MUJER

(Selección de textos)

EDICIONES BOLCHEVIQUE

EL ALTO—BOLIVIA

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Primera edición 2015

ACERCA DE LA PRESENTE EDICIÓN

En lo referente a la cuestión de la emancipación de la mujer la literatura marxista es vasta. La presente selección de textos es incompleta y debe considerarse apenas como un estudio introductorio para el análisis desde la concepción científica y universal del proletariado del problema de la opresión de la mujer trabajadora en la sociedad capitalista.

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CONTENIDO

INTRODUCCIÓN ____________________________________ 4

EL DÍA DE LA MUJER _______________________________ 5

EL COMUNISMO Y LA FAMILIA ______________________ 8

La mujer no depende ya del hombre _______________________ 8

Desde la familia genésica a nuestros días __________________ 9

El capitalismo ha destruido la vieja vida familiar ____________ 10

Treinta millones de mujeres soportan una doble carga ______ 11

Los trabajadores aprenden a existir sin vida familiar ________ 12

El trabajo casero no es ya una necesidad __________________ 13

El trabajo industrial de la mujer en el hogar ________________ 14

La mujer casada y la fábrica _____________________________ 14

Los quehaceres individuales están llamados a desaparecer _ 15

La aurora del trabajo casero colectivo _____________________ 16

La crianza de los hijos en el régimen capitalista ____________ 17

El niño y el Estado comunista ____________________________ 18

La subsistencia de la madre asegurada ___________________ 20

El matrimonio dejará de ser una cadena ___________________ 20

La familia como unión de afectos y camaradería ____________ 21

Se acabará para siempre la prostitución ___________________ 22

La igualdad social del hombre y la mujer___________________ 23

LOS COMUNISTAS Y LA FAMILIA ___________________ 24

EL CAPITALISMO Y LA FAMILIA _____________________ 25

Las casas de los desempleados __________________________ 27

LA CLASE OBRERA Y LA FAMILIA ___________________ 28

Madres arrancadas de sus hijos __________________________ 30

La disgregación de la familia _____________________________ 31

SOBRE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER ___________ 31

LA CONTRIBUCIÓN DE LA MUJER PROLETARIA ES

INDISPENSABLE PARA LA VICTORIA DEL SOCIALISMO

__________________________________________________ 59

DIRECTRICES PARA EL MOVIMIENTO COMUNISTA

FEMENINO ________________________________________ 68

ROSA LUXEMBURGO ______________________________ 87

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INTRODUCCIÓN

"Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reúnan en un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente,

varios colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres tendencias fundamentales, tres colores sustantivos:

feminismo burgués, feminismo pequeño burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula sus

reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza en feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer

proletaria consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la sociedad futura. La lucha de clases -Hecho

histórico y no aserción teórica- se refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias, centristas o

revolucionarias. No pueden por consiguiente, combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama humano, la clase diferencia

más a los individuos que en el sexo.”

J. C. Mariátegui

“La democracia burguesa es la democracia de las frases pomposas, del palabrerío solemne, de las promesas rimbombantes, de frases grandilocuentes sobre la libertad y la igualdad, sin embargo en la

práctica, todo eso esconde la falta de libertad y la desigualdad de la mujer, la falta de libertad y la desigualdad de los explotados. (…)

¡Abajo esa vil mentira! No puede haber, ni hay, ni habrá “igualdad” entre los oprimidos y los opresores, entre explotados y explotadores.

No puede haber, ni hay, ni habrá “libertad” verdadera mientras los privilegios que la ley concede a los varones impidan la libertad de la

mujer, mientras el obrero no se emancipe del yugo del capital, mientras el campesino trabajador no se libere del yugo del capital,

mientras el campesino trabajador no se libere de yugo del capitalista, del latifundista y del comerciante”.

Lenin

"Las mujeres llevan sobre sus espaldas la mitad del cielo y deben conquistarla. Si ésta permanece serena, las tempestades

revolucionarias que deben barrer el viejo mundo, se reducirán a nubarrones pasajeros."

Mao Tsetung

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EL DÍA DE LA MUJER

Alexandra Kollontai (Escrito en 1913)

¿Qué es el día de la mujer? ¿Es realmente necesario? ¿No es una concesión a las mujeres de clase burguesa, a las feministas y sufraguistas? ¿No es dañino para la unidad del movimiento obrero? Esas cuestiones todavía se oyen en Rusia, aunque ya no en el extranjero. La vida misma le ha dado una respuesta clara y elocuente a estas preguntas.

El día de la mujer es un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero. El ejército organizado de mujeres trabajadoras crece cada día. Hace veinte años las organizaciones obreras sólo tenías grupos dispersos de mujeres en las bases de los partidos obreros… Ahora los sindicatos ingleses tienen más de 292.000 mujeres sindicadas; en Alemania son alrededor de 200.000 sindicadas y 150.000 en el partido obrero, en Austria hay 47.000 en los sindicatos y 20.000 en el partido. En todas partes, en Italia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega y Suiza, las mujeres de la clase obrera se están organizando a sí mismas. El ejército de mujeres socialistas tiene casi un millón de miembros. ¡Una fuerza poderosa! Una fuerza con la que los poderes del mundo deben contar cuando se pone sobre la mesa el tema del coste de la vida, el seguro de maternidad, el trabajo infantil o la legislación para proteger a las trabajadoras.

Hubo un tiempo en el que los hombres trabajadores pensaron que deberían cargar ellos solos sobre sus hombros el peso de la lucha contra el capital, pensaron que ellos solos debían enfrentarse al «viejo mundo» sin el apoyo de sus compañeras. Sin embargo, como las mujeres de clase trabajadora entraron en las filas de aquellos que vendían su trabajo a cambio de un salario, forzadas a entrar en el mercado laboral por necesidad, porque su marido o padre estaba en el paro, los trabajadores empezaron a darse cuenta de que dejar atrás a las mujeres entre las filas de «no-conscientes» era dañar su causa y evitar que avanzara. ¿Qué nivel de conciencia posee una mujer que se sienta en el fogón, que no tiene derechos en la sociedad, en el estado o en la familia? ¡Ella no tiene ideas propias! Todo se hace según ordena su padre o marido…

El retraso y falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficiosos para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera. ¿Pero cómo entrará la mujer en esa lucha, como se la despertará?

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La socialdemocracia extranjera no encontró la solución correcta inmediatamente. Las organizaciones obreras estaban abiertas a las mujeres, pero sólo unas pocas entraban. ¿Por qué? Porque la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, de que ella ha sido golpeada, intimidada, acosada a lo largo de los siglos, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Los trabajadores no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, sino también como madre, mujer. Sin embargo, cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres.

Los socialistas en cada país comienzan a demandar una protección especial para el trabajo de las mujeres, seguros para las madres y sus hijos, derechos políticos para las mujeres y la defensa de sus intereses.

Cuanto más claramente el partido obrero percibía esta dicotomía mujer/trabajadora, más ansiosamente las mujeres se unían al partido, más apreciaban el rol del partido como su verdadero defensor y más decididamente sentían que la clase trabajadora también luchaba por sus necesidades. Las mujeres trabajadoras, organizadas y conscientes, han hecho muchísimo para elucidar este objetivo. Ahora el peso del trabajo para atraer a las trabajadoras al movimiento socialista reside en las mismas trabajadoras. Los partidos en cada país tienen sus comités de mujeres, con sus secretariados y burós para la mujer. Estos comités de mujeres trabajan en la todavía gran población de mujeres no conscientes, levantando la conciencia de las trabajadoras a su alrededor. También examinan las demandas y cuestiones que afectan más directamente a la mujer: protección y provisión para las madres embarazadas o con hijos, legislación del trabajo femenino, campaña contra la prostitución y el trabajo infantil, la demanda de derechos políticos para las mujeres, la campaña contra la subida del coste de la vida…

Así, como miembros del partido, las mujeres trabajadoras luchan por la causa común de la clase, mientras al mismo tiempo delinean y ponen en cuestión aquellas necesidades y sus demandas que les afectan más directamente como mujeres, amas de casa y madres. El partido apoya esas demandas y lucha por ellas… Estas necesidades de las mujeres trabajadoras son parte de la causa de los trabajadores como clase.

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En el día de la mujer las mujeres organizadas se manifiestan contra su falta de derechos. Pero algunos dicen ¿por qué está separación de las luchas de las mujeres? ¿Por qué hay un día de la Mujer, panfletos especiales para trabajadoras, conferencias y mítines? ¿No es, en fin, una concesión a las feministas y sufraguistas burguesas? Sólo aquellos que no comprendan la diferencia radical entre el movimiento de mujeres socialistas y las sufraguistas burguesas pueden pensar de esa manera.

¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.

Las feministas burguesas demandan la igualdad de derechos siempre y en cualquier lugar. Las mujeres trabajadoras responden: demandamos derechos para todos los ciudadanos, hombres y mujeres, pero nosotras no sólo somos mujeres y trabajadoras, también somos madres. Y como madres, como mujeres que tendremos hijos en el futuro, demandamos un cuidado especial del gobierno, protección especial del estado y de la sociedad.

Las feministas burguesas están luchando para conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo.

Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufraguistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora… Así pues, los trabajadores no deberían temer que haya un día separado y señalado como el Día de la Mujer, ni que haya conferencias especiales y panfletos o prensa especial para las mujeres.

Cada distinción especial hacia las mujeres en el trabajo de una organización obrera es una forma de elevar la conciencia de las trabajadoras y acercarlas a las filas de aquellos que están luchando por un futuro mejor. El Día de la Mujer y el lento, meticuloso trabajo llevado para elevar la auto-conciencia de

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la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.

Dejad que un sentimiento alegre de servir a la causa común de la clase trabajadora y de luchar simultáneamente por la emancipación femenina inspire a las trabajadoras a unirse a la celebración del Día de la Mujer.

* * *

EL COMUNISMO Y LA FAMILIA

Alexandra Kollontai (Escrito en 1921)

La mujer no depende ya del hombre

¿Se mantendrá la familia en un Estado comunista? ¿Persistirá en la misma forma actual? Son estas cuestiones que atormentan, en los momentos presentes, a la mujer de la clase trabajadora y preocupa igualmente a sus compañeros, los hombres.

No debe extrañarnos que en estos últimos tiempos este problema perturbe las mentes de las mujeres trabajadoras. La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar.

Y una de las cosas que mayor perplejidad produce en la mujer en estos momentos es la manera como se ha facilitado el divorcio en Rusia.

De hecho, en virtud del decreto del Comisario del Pueblo del 18 de diciembre de 1917, el divorcio ha dejado de ser un lijo accesible sólo a los ricos; desde ahora en adelante, la mujer trabajadora no tendrá que esperar y meses, e incluso hasta años, para que sea fallada su petición de separación matrimonial que le dé derecho a independizarse de un marido borracho o brutal, acostumbrado a golpearla. Desde ahora en adelante el divorcio se podrá obtener amigablemente dentro del periodo de una o dos semanas todo lo más.

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Pero es precisamente esta facilidad para obtener el divorcio, manantial de tantas esperanzas para las mujeres que son desgraciadas en su matrimonio, lo que asusta a otras mujeres, particularmente a aquellas que consideran todavía al marido como el "proveedor" de la familia, como el único sostén de la vida, a esas mujeres que no comprenden todavía que deben acostumbrarse a buscar y a encontrar ese sostén en otro sitio, no en la persona del hombre, sino en la persona de la sociedad, en el Estado.

Desde la familia genésica a nuestros días

No hay ninguna razón para pretender engañarnos a nosotros mismos: la familia normal de los tiempos pasados en la cual el hombre lo era todo y la mujer nada -puesto que no tenía voluntad propia, ni dinero propio, ni tiempo del que disponer libremente-, este tipo de familia sufre modificaciones día por día, y actualmente es casi una cosa del pasado, lo cual no debe asustarnos.

Bien sea por error o ignorancia, estamos dispuestos a creer que todo lo que nos rodea debe permanecer inmutable, mientras todo lo demás cambia. Siempre ha sido así y siempre lo será. Esta afirmación es un error profundo.

Para darnos cuenta de su falsedad, no tenemos más que leer cómo vivían las gentes del pasado, e inmediatamente vemos cómo todo está sujeto a cambio y cómo no hay costumbres, ni organizaciones políticas, ni moral que permanezcan fijas e inviolables.

Así, pues, la familia ha cambiado frecuentemente de forma en las diversas épocas de la vida de la humanidad.

Hubo épocas en que la familia fue completamente distinta a como estamos acostumbrados a admitirla. Hubo un tiempo en que la única forma de familia que se consideraba normal era la llamada familia genésica, es decir, aquella en que el cabeza de familia era la anciana madre, en torno a la cual se agrupaban, en la vida y en el trabajo común, los hijos, nietos y biznietos.

La familia patriarcal fue en otros tiempos considerada también como la única forma posible de familia, presidida por un padre-amo, cuya voluntad era ley para todos los demás miembros de la familia. Aún en nuestros tiempos se pueden encontrar en las aldeas rusas familias campesinas de este tipo. En realidad podemos afirmar que en esas localidades la moral y las leyes que rigen la vida familiar son completamente distintas de las que reglamentan la vida de la familia del obrero de la ciudad. En el campo existen todavía gran número de costumbres que ya no es posible encontrar en la familia de la ciudad proletaria.

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El tipo de familia, sus costumbres, etc., varían según las razas. Hay pueblos, como por ejemplo los turcos, árabes y persas, entre los cuales la ley autoriza al marido el tener varias mujeres. Han existido y todavía se encuentran tribus que toleran la costumbre contraria, es decir, que la mujer tenga varios maridos.

La moralidad al uso del hombre de nuestro tiempo le autoriza para exigir de las jóvenes la virginidad hasta su matrimonio legítimo. Pero, sin embargo, hay tribus en las que ocurre todo lo contrario: la mujer tiene por orgullo haber tenido muchos amantes, y se engalana brazos y piernas con brazaletes que indican el número...

Diversas costumbres, que a nosotros nos sorprenden, hábitos que podemos incluso calificar de inmorales, los practican otros pueblos, con la sanción divina, mientras que, por su parte, califican de "pecaminosas" muchas de nuestras costumbres y leyes.

Por tanto, no hay ninguna razón para que nos aterroricemos ante el hecho de que la familia sufra un cambio, porque gradualmente se descarten vestigios del pasado vividos hasta ahora, ni porque se implanten nuevas relaciones entre el hombre y la mujer. No tenemos más que preguntarnos: ¿qué es lo que ha muerto en nuestro viejo sistema familiar y qué relaciones hay entre el hombre trabajador y la mujer trabajadora, entre el campesino y la campesina?

¿Cuáles de sus respectivos derechos y deberes armonizan mejor con las condiciones de vida de la nueva Rusia? Todo lo que sea compatible con el nuevo estado de cosas se mantendrá; lo demás, toda esa anticuada morralla que hemos heredado de la maldita época de servidumbre y dominación, que era la característica de los terratenientes y capitalistas, todo eso tendrá que ser barrido juntamente con la misma clase explotadora, con esos enemigos del proletariado y de los pobres.

El capitalismo ha destruido la vieja vida familiar

La familia, en su forma actual, no es más que una de tantas herencias del pasado. Sólidamente unida, compacta en sí misma en sus comienzos, e indisoluble -tal era el carácter del matrimonio santificado por el cura-, la familia era igualmente necesaria para cada uno de sus miembros. Porque ¿quién se hubiera ocupado de criar, vestir y educar a los hijos de no ser la familia? ¿Quién se hubiera ocupado de guiarlos en la vida? Triste suerte la de los huérfanos en aquellos tiempos; era el peor destino que pudiera tocarle a uno en suerte.

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En el tipo de familia a que estamos acostumbrados, es el marido el que gana el sustento, el que mantiene a la mujer y a los hijos. La mujer, por su parte, se ocupa de los quehaceres domésticos y de criar a los hijos como le parece.

Pero, desde hace un siglo, esta forma corriente de familia ha experimentado una destrucción progresiva en todos los países del mundo, en los que domina el capitalismo, en aquellos países en que el número de fábricas crece rápidamente, juntamente con otras empresas capitalistas que emplean trabajadores.

Las costumbres y la moral familiar se forman simultáneamente como consecuencia de las condiciones generales de la vida que rodea a la familia. Lo que más ha contribuido a que se modificasen las costumbres familiares de una manera radical ha sido, indiscutiblemente, la enorme expansión que ha adquirido por todas partes el trabajo asalariado de la mujer. Anteriormente, era el hombre el único sostén posible de la familia. Pero desde los últimos cincuenta o sesenta años, hemos experimentado en Rusia (con anterioridad en otros países) que el régimen capitalista obliga a las mujeres a buscar trabajo remunerador fuera de la familia, fuera de su casa.

Treinta millones de mujeres soportan una doble carga

Como el salario del hombre, sostén de la familia, resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de la misma, la mujer se vio obligada a su vez a buscar trabajo remunerado; la madre tuvo que llamar también a la puerta de la fábrica. Año por año, día tras día, fue creciendo el número de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora que abandonaban sus casas para ir a nutrir las filas de las fábricas, para trabajar como obreras, dependientas, oficinistas, lavanderas o criadas.

Según cálculos de antes de la Gran Guerra, en los países de Europa y América ascendían a sesenta millones las mujeres que se ganaban la vida con su trabajo. Durante la guerra ese número aumentó considerablemente.

La inmensa mayoría de estas mujeres estaban casadas; fácil es imaginarnos la vida familiar que podrían disfrutar. ¡Qué vida familiar puede existir donde la esposa y madre se va de casa durante ocho horas diarias, diez mejor dicho (contando el viaje de ida y vuelta)! La casa queda necesariamente descuidad; los hijos crecen sin ningún cuidado maternal, abandonados a sí mismos en medio de los peligros de la calle, en la cual pasan la mayor parte del tiempo.

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La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos.

El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.

Por tanto, nos encontramos con que la mujer se agota como consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos.

Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por periodo de máxima expansión.

Los trabajadores aprenden a existir sin vida familiar

Cuanto más se extiende el trabajo asalariado de la mujer, más progresa la descomposición de la familia. ¡Qué vida familiar puede haber donde el hombre y la mujer trabajan en la fábrica, en secciones diferentes, si la mujer no dispone siquiera del tiempo necesario para guisar una comida medianamente buena para sus hijos! ¡Qué vida familiar puede ser la de una familia en la que el padre y la madre pasan fuera de casa la mayor parte de las veinticuatro horas del día, entregados a un duro trabajo, que les impide dedicar unos cuantos minutos a sus hijos!

En épocas anteriores, era completamente diferente. La madre, el ama de casa, permanecía en el hogar, se ocupaba de las tareas domésticas y de sus hijos, a los cuales no dejaba de observar, siempre vigilante.

Hoy día, desde las primeras horas de la mañana hasta que suena la sirena de la fábrica, la mujer trabajadora corre apresurada para llegar a su trabajo; por la noche, de nuevo, al sonar la sirena, vuelve precipitadamente a casa para preparar la sopa y hacer los quehaceres domésticos indispensables. A la mañana siguiente, después de breves horas de sueño, comienza otra vez para la mujer su pesada carga. No puede, pues, sorprendernos, por tanto, el hecho de que, debido a estas condiciones de vida, se deshagan los lazos familiares y la familia se disuelva cada día más. Poco a poco va desapareciendo todo aquello que convertía a la familia en un todo sólido,

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todo aquello que constituía sus seguros cimientos, la familia es cada vez menos necesaria a sus propios miembros y al Estado. Las viejas formas familiares se convierten en un obstáculo.

¿En qué consistía la fuerza de la familia en los tiempos pasados? En primer lugar, en el hecho de que era el marido, el padre, el que mantenía a la familia; en segundo lugar, el hogar era algo igualmente necesario a todos los miembros de la familia, y en tercer y último lugar, porque los hijos eran educados por los padres.

¿Qué es lo que queda actualmente de todo esto? El marido, como hemos visto, ha dejado de ser el sostén único de la familia. La mujer, que va a trabajar, se ha convertido, a este respecto, en igual a su marido. Ha aprendido no sólo a ganarse la vida, sino también, con gran frecuencia, a ganar la de sus hijos y su marido. Queda todavía, sin embargo, la función de la familia de criar y mantener a los hijos mientras son pequeños. Veamos ahora, en realidad, lo que subsiste de esta obligación.

El trabajo casero no es ya una necesidad

Hubo un tiempo en que la mujer de la clase pobre, tanto en la ciudad como en el campo, pasaba su vida entera en el seno de la familia. La mujer no sabía nada de lo que ocurría más allá del umbral de su casa y es casi seguro que tampoco deseaba saberlo. En compensación, tenía dentro de su casa las más variadas ocupaciones, todas útiles y necesarias, no sólo para la vida de la familia en sí, sino también para la de todo el Estado.

La mujer hacía, es cierto, todo lo que hoy hace cualquier mujer obrera o campesina. Guisaba, lavaba, limpiaba la casa y repasaba la ropa de la familia. Pero no hacía esto sólo. Tenía sobre sí, además, una serie de obligaciones que no tienen ya las mujeres de nuestro tiempo: hilaba la lana y el lino; tejía las telas y los adornos, las medias y los calcetines; hacía encajes y se dedicaba, en la medida de las posibilidades familiares, a las tareas de la conservación de carnes y demás alimentos; destilaba las bebidas de la familia, e incluso moldeaba las velas para la casa.

¡Cuán diversas eran las tareas de la mujer en los tiempos pasados! Así pasaron la vida nuestras madres y abuelas. Aún en nuestros días, allá en remotas aldeas, en pleno campo, en contacto con las líneas del tren o lejos de los grandes ríos, se pueden encontrar pequeños núcleos donde se conserva todavía, sin modificación alguna, este modo de vida de los buenos tiempos del pasado, en la que el ama de casa realizaba una serie de trabajos

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de los que no tiene noción la mujer trabajadora de las grandes ciudades o de las regiones de gran población industrial, desde hace mucho tiempo.

El trabajo industrial de la mujer en el hogar

En los tiempos de nuestras abuelas eran absolutamente necesarios y útiles todos los trabajos domésticos de la mujer, de los que dependía el bienestar de la familia. Cuanto más se dedicaba la mujer de su casa a estas tareas, tanto mejor era la vida en el hogar, más orden y abundancia se reflejaban en la casa. Hasta el propio Estado podía beneficiarse un tanto de las actividades de la mujer como ama de casa. Porque, en realidad, la mujer de otros tiempos no se limitaba a preparar purés para ella o su familia, sino que sus manos producían muchos otros productos de riqueza, tales como telas, hilo, mantequilla, etc., cosas que podían llevarse al mercado y ser consideradas como mercancías, como cosas de valor.

Es cierto que en los tiempos de nuestras abuelas y bisabuelas el trabajo no era evaluado en dinero. Pero no había ningún hombre, fuera campesino u obrero, que no buscase como compañera una mujer con "manos de oro", frase todavía proverbial entre el pueblo.

Porque sólo los recursos del hombre, sin el trabajo doméstico de la mujer, no hubieran bastado para mantener el hogar.

En lo que se refiere a los bienes del Estado, a los intereses de la nación, coincidían con los del marido; cuanto más trabajadora resultaba la mujer en el seno de su familia, tantos más productos de todas clases producía: telas, cueros, lana, cuyo sobrante podía ser vendido en el mercado de las cercanías; consecuentemente, la "mujer de su casa" contribuía a aumentar en su conjunto la prosperidad económica del país.

La mujer casada y la fábrica

El capitalismo ha modificado totalmente esta antigua manera de vida. Todo lo que antes se producía en el seno de la familia, se fabrica ahora en grandes cantidades en los talleres y en las fábricas. La máquina sustituyó a los ágiles dedos del ama de casa. ¿Qué mujer de su casa trabajaría hoy día en moldear velas, hilar o tejer tela? Todos estos productos pueden adquirirse en la tienda más próxima. Antes, todas las muchachas tenían que aprender a tejer sus medias; ¿es posible encontrar en nuestros tiempos una joven obrera que se haga las medias? En primer lugar, carece del tiempo necesario para ello. El tiempo es dinero y no hay nadie que quiera perderlo

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de una manera improductiva, es decir, sin obtener ningún provecho. Actualmente, toda mujer de su casa, que es a la vez una obrera, prefiere comprar las medias hechas que perder tiempo haciéndolas.

Pocas mujeres trabajadoras, y sólo en casos aislados, podemos encontrar hoy día que preparen las conservas para la familia, cuando la realidad es que en la tienda de comestibles de al lado de su casa puede comprarlas perfectamente preparadas. Aun en el caso de que el producto vendido en la tienda sea de una calidad inferior, o que no sea tan bueno como el que pueda hacer una ama de casa ahorrativa en su hogar, la mujer trabajadora no tiene ni tiempo ni energías para dedicarse a todas las laboriosas operaciones que requiere un trabajo de esta clase.

La realidad, pues, es que la familia contemporánea se independiza cada vez más de todos aquellos trabajos domésticos sin cuya preocupación no hubieran podido concebir la vida familiar nuestras abuelas.

Lo que se producía anteriormente en el seno de la familia se produce actualmente con el trabajo común de hombres y mujeres trabajadoras en las fábricas y talleres.

Los quehaceres individuales están llamados a desaparecer

La familia actualmente consume sin producir. Las tareas esenciales del ama de casa han quedado reducidas a cuatro: limpieza (suelos, muebles, calefacción , etc.); cocina (preparación de comida y cena); lavado y cuidado de la ropa blanca, y vestidos de la familia (remendado y repaso de la ropa).

Estos son trabajos agotadores. Consumen todas las energías y todo el tiempo de la mujer trabajadora, que, además, tiene que trabajar en una fábrica.

Ciertamente que los quehaceres de nuestras abuelas comprendían muchas más operaciones, pero, sin embargo, estaban dotados de una cualidad de la que carecen los trabajos domésticos de la mujer obrera de nuestros días; éstos han perdido su cualidad de trabajos útiles al Estado desde el punto de vista de la economía nacional, porque son trabajos con los que no se crean nuevos valores. Con ellos no se contribuye a la prosperidad del país.

Es en vano que la mujer trabajadora se pase el día desde la mañana hasta la noche limpiando su casa, lavando y planchando la ropa, consumiendo sus energías para conservar sus gastadas ropas en orden, matándose para preparar con sus modestos recursos la mejor comida posible, porque cuando

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termine el día no quedará, a pesar de sus esfuerzos, un resultado material de todo su trabajo diario; con sus manos infatigables no habrá creado en todo el día nada que pueda ser considerado como una mercancía en el mercado comercial. Mil años que viviera todo seguiría igual para la mujer trabajadora. Todas las mañanas habría que quitar polvo de la cómoda; el marido vendría con ganas de cenar por la noche y sus chiquitines volverían siempre a casa con los zapatos llenos de barro... El trabajo del ama de casa reporta cada día menos utilidad, es cada vez más improductivo.

La aurora del trabajo casero colectivo

Los trabajos caseros en forma individual han comenzado a desaparecer y de día en día van siendo sustituidos por el trabajo casero colectivo, y llegará un día, más pronto o más tarde, en que la mujer trabajadora no tendrá que ocuparse de su propio hogar.

En la Sociedad Comunista del mañana, estos trabajos serán realizados por una categoría especial de mujeres trabajadoras dedicadas únicamente a estas ocupaciones.

Las mujeres de los ricos, hace ya mucho tiempo que viven libres de estas desagradables y fatigosas tareas. ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga?

En la Rusia Soviética, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo.

Estos establecimientos han ido en aumento en todos los países, incluso dentro del régimen capitalista. En realidad, se puede decir que desde hace medio siglo aumentan de día en día en todas las ciudades de Europa; crecen como las setas después de la lluvia otoñal. Pero mientras en un sistema capitalista sólo gentes con bolsas bien repletas pueden permitirse el gusto de comer en los restaurantes, en una ciudad comunista estarán al alcance de todo el mundo.

Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No

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tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.

La organización de talleres especiales para repasar y remendar la ropa ofrecerán a la mujer trabajadora la oportunidad de dedicarse por las noches a lecturas instructivas, a distracciones saludables, en vez de pasarlas como hasta ahora en tareas agotadoras.

Por tanto, vemos que las cuatro últimas tareas domésticas que todavía pesan sobre la mujer de nuestros tiempos desaparecerán con el triunfo del régimen comunista.

No tendrá de qué quejarse la mujer obrera, porque la Sociedad Comunista habrá terminado con el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más alegre, más rica, más libre y más completa.

La crianza de los hijos en el régimen capitalista

¿Qué quedará de la familia cuando hayan desaparecido todos estos quehaceres del trabajo casero individual? Todavía tendremos que luchar con el problema de los hijos. Pero en lo que se refiere a esta cuestión, el Estado de los Trabajadores acudirá en auxilio de la familia, sustituyéndola; gradualmente, la Sociedad se hará cargo de todas aquellas obligaciones que antes recaían sobre los padres.

Bajo el régimen capitalista la instrucción del niño ha cesado de ser una obligación de los padres. El niño aprende en la escuela. En cuanto el niño entra en la edad escolar, los padres respiran más libremente. Cuando llega este momento, el desarrollo intelectual del hijo deja de ser un asunto de su incumbencia.

Sin embargo, con ello no terminaban todas las obligaciones de la familia con respecto al niño. Todavía subsistía la obligación de alimentar al niño, de calzarle, vestirle, convertirlo en obrero diestro y honesto para que, con el tiempo, pudiera bastarse a sí propio y ayudar a sus padres cuando éstos llegaran a viejos.

Pero lo más corriente era, sin embargo, que la familia obrera no pudiera casi nunca cumplir enteramente estas obligaciones con respecto a sus hijos. El reducido salario de que depende la familia obrera no le permite ni tan siquiera dar a sus hijos lo suficiente para comer, mientras que el excesivo trabajo que pesa sobre los padres les impide dedicar a la educación de la

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joven generación toda la atención a que obliga este deber. Se daba por sentado que la familia se ocupaba de la crianza de los hijos. ¿Pero lo hacía en realidad? Más justo sería decir que es en la calle donde se crían los hijos de los proletarios. Los niños de la clase trabajadora desconocen las satisfacciones de la vida familiar, placeres de los cuales participamos todavía nosotros con nuestros padres.

Pero, además, hay que tener en cuenta que lo reducido de los jornales, la inseguridad en el trabajo y hasta el hambre convierten frecuentemente al niño de diez años de la clase trabajadora en un obrero independiente a su vez. Desde este momento, tan pronto como el hijo (lo mismo si es chico o chica) comienza a ganar un jornal, se considera a sí mismo dueño de su persona, hasta tal punto que las palabras y los consejos de sus padres dejan de causarle la menor impresión, es decir, que se debilita la autoridad de los padres y termina la obediencia.

A medida que van desapareciendo uno a uno los trabajos domésticos de la familia, todas las obligaciones de sostén y crianza de los hijos son desempeñadas por la sociedad en lugar de por los padres. Bajo el sistema capitalista, los hijos eran con demasiada frecuencia, en la familia proletaria, una carga pesada e insostenible.

El niño y el Estado comunista

En este aspecto también acudirá la Sociedad Comunista en auxilio de los padres. En la Rusia Soviética se han emprendido, merced a los Comisariados de Educación Pública y Bienestar Social, grandes adelantos. Se puede decir que en este aspecto se han hecho ya muchas cosas para facilitar la tarea de la familia de criar y mantener a los hijos.

Existen ya casas para los niños lactantes, guardería infantiles, jardines de la infancia, colonias y hogares para niños, enfermerías y sanatorios para los enfermos o delicados, restaurantes, comedores gratuitos para los discípulos en escuelas, libros de estudio gratuitos, ropas de abrigo y calzado para los niños de los establecimientos de enseñanza. ¿Todo esto no demuestra suficientemente que el niño sale ya del marco estrecho de la familia, pasando la carga de su crianza y educación de los padres a la colectividad?

Los cuidados de los padres con respecto a los hijos pueden clasificarse en tres grupos: 1º, cuidados que los niños requieren imprescindiblemente en los primeros tiempos de su vida; 2º, los cuidados que supone la crianza del niño, y 3º, los cuidados que necesita la educación del niño.

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Lo que se refiere a la instrucción de los niños, en escuelas primarias, institutos y universidades, se ha convertido ya en una obligación del Estado, incluso en la sociedad capitalista.

Por otra parte, las ocupaciones de la clase trabajadora, las condiciones de vida, obligaban, incluso en la sociedad capitalista, a la creación de lugares de juego, guarderías, asilos, etc. Cuanto más conciencia tenga la clase trabajadora de sus derechos, cuanto mejor estén organizados en cualquier Estado específico, tanto más interés tendrá la sociedad en el problema de aliviar a la familia del cuidado de los hijos.

Pero la sociedad burguesa tiene medio de ir demasiado lejos en lo que respecta a considerar los intereses de la clase trabajadora, y mucho más si contribuye de este modo a la desintegración de la familia.

Los capitalistas se dan perfecta cuenta de que el viejo tipo de familia, en la que la esposa es una esclava y el hombre es responsable del sostén y bienestar de la familia, de que una familia de esta clase es la mejor arma para ahogar los esfuerzos del proletariado hacia su libertad, para debilitar el espíritu revolucionario del hombre y de la mujer proletarios. La preocupación por lo que le pueda pasar a su familia, priva al obrero de toda su firmeza, le obliga a transigir con el capital. ¿Qué no harán los padres proletarios cuando sus hijos tienen hambre?

Contrariamente a lo que sucede en la sociedad capitalista, que no ha sido capaz de transformar la educación de la juventud en una verdadera función social, en una obra del Estado, la Sociedad Comunista considerará como base real de sus leyes y costumbres, como la primera piedra del nuevo edificio, la educación social de la generación naciente.

No será la familia del pasado, mezquina y estrecha, con riñas entre los padres, con sus intereses exclusivistas para sus hijos, la que moldeará el hombre de la sociedad del mañana.

El hombre nuevo, de nuestra nueva sociedad, será moldeado por las organizaciones socialistas, jardines infantiles, residencias, guarderías de niños, etc., y muchas otras instituciones de este tipo, en las que el niño pasará la mayor parte del día y en las que educadores inteligentes le convertirán en un comunista consciente de la magnitud de esta inviolable divisa: solidaridad, camaradería, ayuda mutua y devoción a la vida colectiva.

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La subsistencia de la madre asegurada

Veamos ahora, una vez que no se precisa atender a la crianza y educación de los hijos, qué es lo que quedará de las obligaciones de la familia con respecto a sus hijos, particularmente después que haya sido aliviada de la mayor parte de los cuidados materiales que llevan consigo el nacimiento de un hijo, o sea, a excepción de los cuidados que requiere el niño recién nacido cuando todavía necesita de la atención de su madre, mientras aprende a andar, agarrándose a las faldas de su madre. En esto también el Estado Comunista acude presuroso en auxilio de la madre trabajadora. Ya no existirá la madre agobiada con un chiquillo en brazos. El Estado de los Trabajadores se encargará de la obligación de asegurar la subsistencia a todas las madres, estén o no legítimamente casadas, en tanto que amamanten a su hijo; instalará por doquier casas de maternidad, organizará en todas las ciudades y en todos los pueblos guarderías e instituciones semejantes para que la mujer pueda ser útil trabajando para el Estado mientras, al mismo tiempo, cumple sus funciones de madre.

El matrimonio dejará de ser una cadena

Las madres obreras no tienen por qué alarmarse. La Sociedad Comunista no pretende separar a los hijos de los padres, ni arrancar al recién nacido del pecho de su madre. No abriga la menor intención de recurrir a la violencia para destruir la familia como tal. Nada de eso. Estas no son las aspiraciones de la Sociedad Comunista.

¿Qué es lo que presenciamos hoy? Pues que se rompen los lazos de la gastada familia. Esta, gradualmente, se va libertando de todos los trabajos domésticos que anteriormente eran otros tantos pilares que sostenían la familia como un todo social. ¿Los cuidados de la limpieza, etc., de la casa? También parece que han demostrado su inutilidad. ¿Los hijos? Los padres proletarios no pueden ya atender a su cuidado; no se pueden asegurar ni su subsistencia ni su educación.

Estas es la situación real cuyas consecuencias sufren por igual los padres y los hijos.

Por tanto, la Sociedad Comunista se acercará al hombre y a la mujer proletarios para decirles: "Sois jóvenes y os amáis". Todo el mundo tiene derecho a la felicidad. Por eso debéis vivir vuestra vida. No tengáis miedo al matrimonio, aun cuando el matrimonio no fuera más que una cadena para el hombre y la mujer de la clase trabajadora en la sociedad capitalista. Y, sobre

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todo, no temáis, siendo jóvenes y saludables, dar a vuestro país nuevos obreros, nuevos ciudadanos niños. La sociedad de los trabajadores necesita de nuevas fuerzas de trabajo; saluda la llegada de cada recién venido al mundo. Tampoco temáis por el futuro de vuestro hijo; vuestro hijo no conocerá el hambre, ni el frío. No será desgraciado, ni quedará abandonado a su suerte como sucedía en la sociedad capitalista. Tan pronto como el nuevo ser llegue al mundo, el Estado de la clase Trabajadora, la Sociedad Comunista, asegurará el hijo y a la madre una ración para su subsistencia y cuidados solícitos. La Patria comunista alimentará, criará y educará al niño. Pero esta patria no intentará, en modo alguno, arrancar al hijo de los padres que quieran participar en la educación de sus pequeñuelos. La Sociedad Comunista tomará a su cargo todas las obligaciones de la educación del niño, pero nunca despojará de las alegrías paternales, de las satisfacciones maternales a aquellos que sean capaces de apreciar y comprender estas alegrías. ¿Se puede, pues, llamar a esto destrucción de la familia por la violencia o separación a la fuerza de la madre y el hijo?

La familia como unión de afectos y camaradería

Hay algo que no se puede negar, y es el hecho de que ha llegado su hora al viejo tipo de familia. No tiene de ello la culpa el comunismo: es el resultado del cambio experimentado por la condiciones de vida. La familia ha dejado de ser una necesidad para el Estado como ocurría en el pasado.

Todo lo contrario, resulta algo peor que inútil, puesto que sin necesidad impide que las mujeres de la clase trabajadora puedan realizar un trabajo mucho más productivo y mucho más importante. Tampoco es ya necesaria la familia a los miembros de ella, puesto que la tarea de criar a los hijos, que antes le pertenecía por completo, pasa cada vez más a manos de la colectividad.

Sobre las ruinas de la vieja vida familiar, veremos pronto resurgir una nueva forma de familia que supondrá relaciones completamente diferentes entre el hombre y la mujer, basadas en una unión de afectos y camaradería, en una unión de dos personas iguales en la Sociedad Comunista, las dos libres, las dos independientes, las dos obreras. ¡No más "sevidumbre" doméstica para la mujer! ¡No más desigualdad en el seno mismo de la familia! ¡No más temor por parte de la mujer de quedarse sin sostén y ayuda si el marido la abandona!

La mujer, en la Sociedad Comunista, no dependerá de su marido, sino que sus robustos brazos serán los que la proporcionen el sustento. Se acabará

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con la incertidumbre sobre la suerte que puedan correr los hijos. El Estado comunista asumirá todas estas responsabilidades. El matrimonio quedará purificado de todos sus elementos materiales, de todos los cálculos de dinero que constituyen la repugnante mancha de la vida familiar de nuestro tiempo. El matrimonio se transformará desde ahora en adelante en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesen fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea.

Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.

Una vez se hayan transformado las condiciones de trabajo, una vez haya aumentado la seguridad material de la mujer trabajadora; una vez haya desaparecido el matrimonio tal y como lo consagraba la Iglesia -esto es, el llamado matrimonio indisoluble, que no era en el fondo más que un mero fraude-, una vez este matrimonio sea sustituido por la unión libre y honesta de hombres y mujeres que se aman y son camaradas, habrá comenzado a desaparecer otro vergonzoso azote, otra calamidad horrorosa que mancilla a la humanidad y cuyo peso recae por entero sobre el hambre de la mujer trabajadora: la prostitución.

Se acabará para siempre la prostitución

Esta vergüenza se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer.

Por tanto, la mujer de la clase trabajadora debe dejar de preocuparse porque esté llamada a desaparecer la familia tal y conforme está constituida en la actualidad. Sería mucho mejor que saludaran con alegría la aurora de una nueva sociedad, que liberará a la mujer de la servidumbre doméstica, que aliviará la carga de la maternidad para la mujer, una sociedad en la que, finalmente, veremos desaparecer la más terrible de las maldiciones que pesan sobre la mujer: la prostitución.

La mujer, a la que invitamos a que luche por la gran causa de la liberación de los trabajadores, tiene que saber que en el nuevo Estado no habrá motivo alguno para separaciones mezquinas, como ocurre ahora.

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"Estos son mis hijos. Ellos son los únicos a quienes debo toda mi atención maternal, todo mi afecto; ésos son hijos tuyos; son los hijos del vecino. No tengo nada que ver con ellos. Tengo bastante con los míos propios".

Desde ahora, la madre obrera que tenga plena conciencia de su función social, se elevará a tal extremo que llegará a no establecer diferencias entre "los tuyos y los míos"; tendrá que recordar siempre que desde ahora no habrá más que "nuestros" hijos, los del Estado Comunista, posesión común de todos los trabajadores.

La igualdad social del hombre y la mujer

El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los nuños de la gran familia proletaria.

En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.

En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas. Estas serán las relaciones entre hombres y mujeres en la Sociedad Comunista de mañana. Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros, goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista.

¡Abrid paso a la existencia de una infancia robusta y sana; abrid paso a una juventud vigorosa que ame la vida con todas sus alegrías, una juventud libre en sus sentimientos y en sus afectos!

Esta es la consigna de la Sociedad Comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a que tiene derecho.

La bandera roja de la revolución social que ondeará después de Rusia en otros países del mundo proclama que no está lejos el momento en el que

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podamos gozar del cielo en la tierra, a lo que la humanidad aspira desde hace siglos.

* * *

LOS COMUNISTAS Y LA FAMILIA

Karl Marx – Friedrich Engels (Extracto del Manifiesto del Partido Comunista, 1848)

¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de los comunistas.

¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública.

La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital.

¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen.

Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación social.

Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etc.? Los comunistas no han inventado esta ingerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante.

Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.

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¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres! -- nos grita a coro toda la burguesía.

Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte.

No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción.

Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido.

Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse mutuamente.

El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada.

* * *

EL CAPITALISMO Y LA FAMILIA

Karl Marx (Extracto de El Capital, libro I, cap. XIII)

En tanto la legislación fabril regula el trabajo en fábricas, manufacturas, etc., ese hecho sólo aparece, ante todo, como intromisión en los derechos de explotación ejercidos por el capital. Por el contrario, toda regulación de la llamada industria domiciliaria, se presenta de inmediato como usurpación de la patria potestad esto es, interpretándola modernamente, de la autoridad paterna , un paso ante el cual el remilgado, tierno parlamento inglés fingió titubear durante largo tiempo. No obstante, la fuerza de los hechos forzó por

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último a reconocer que la gran industria había disuelto, junto al fundamento económico de la familia tradicional y al trabajo familiar correspondiente a ésta, incluso los antiguos vínculos familiares. Era necesario proclamar el derecho de los hijos.

"Desgraciadamente", se afirma en el informe final de la "Children's Employment Commission" fechado en 1866, "de la totalidad de las declaraciones testimoniales surge que contra quienes es más necesario proteger a los niños de uno u otro sexo es contra los padres."

El sistema de la explotación desenfrenada del trabajo infantil en general y de la industria domiciliaria en particular se mantiene porque "los padres ejercen un poder arbitrario y funesto, sin trabas ni control, sobre sus jóvenes y tiernos vástagos... Los padres no deben detentar el poder absoluto de convertir a sus hijos en simples máquinas, con la mira de extraer de ellos tanto o cuanto salario semanal... Los niños y adolescentes tienen el derecho de que la legislación los proteja contra ese abuso de la autoridad paterna que destruye prematuramente su fuerza física y los degrada en la escala de los seres morales e intelectuales".

No es, sin embargo, el abuso de la autoridad paterna lo que creó la explotación directa o indirecta de fuerzas de trabajo inmaduras por el capital, sino que, a la inversa, es el modo capitalista de explotación el que convirtió a la autoridad paterna en un abuso, al abolir la base económica correspondiente a la misma. Ahora bien, por terrible y repugnante que parezca la disolución del viejo régimen familiar dentro del sistema capitalista, no deja de ser cierto que la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos. Es tan absurdo, por supuesto, tener por absoluta la forma cristiano-germánica de la familia como lo sería considerar como tal la forma que imperaba entre los antiguos romanos, o la de los antiguos griegos, o la oriental, todas las cuales, por lo demás, configuran una secuencia histórica de desarrollo. Es evidente, asimismo, que la composición del personal obrero, la combinación de individuos de uno u otro sexo y de las más diferentes edades, aunque en su forma espontáneamente brutal, capitalista en la que el obrero existe para el proceso de producción, y no el proceso de producción para el obrero constituye una fuente pestífera de descomposición y esclavitud, bajo las condiciones adecuadas ha de trastrocarse, a la inversa, en fuente de desarrollo humano.

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(…)

Las casas de los desempleados1

Dejando el workhouse, di una vuelta por las calles, en su mayor parte orilladas por casas de un piso, tan numerosas en Poplar. Mi guía era miembro de la comisión para los desocupados. [...] La primera casa en la que entramos era la de un obrero siderúrgico, desocupado desde hace 27 semanas. Encontré al hombre y a toda su familia en un cuarto interior, sentados. La pieza todavía no carecía totalmente de muebles y el hogar se hallaba encendido. Esto era necesario para preservar de la congelación los pies descalzos de los más pequeños, porque el día era gélido. En una bandeja, frente al fuego, había un montón de estopa que la mujer y los chicos deshilachaban a cambio del pan que les proporcionaba el workhouse. El hombre trabajaba en uno de los patios que acabamos de describir por un bono de pan y 3 peniques diarios. Hacía unos instantes que había regresado a la casa para almorzar muy hambriento, según nos dijo con una sonrisa amarga y su comida consistía en unas pocas rebanadas de pan untadas con grasa, y una taza de té sin leche... La puerta siguiente en la que golpeamos fue abierta por una mujer de edad mediana, quien sin pronunciar una palabra, nos hizo pasar a un cuartito interior donde se sentaba toda su familia, en silencio, con los ojos clavados en un fuego mortecino, a punto de extinguirse. Era tal la desolación, la desesperanza que envolvía a esa gente y a su cuartito que no deseo otra cosa que no contemplar jamás una escena semejante. <<No han ganado nada, señor>>, dijo la mujer señalando a los niños, <<nada en 26 semanas, y todo nuestro dinero se ha ido, todo el dinero que el padre y yo ahorramos en tiempos mejores, con la ilusión de tener una reserva cuando los negocios anduvieran mal. Mire!>>, gritó casi fuera de sí, mostrándonos una libreta de ahorros con todas las anotaciones regulares de dinero colocado y retirado, de tal manera que pudimos comprobar cómo su pequeño caudal había comenzado con el primer depósito de 5 chelines, cómo había aumentado poco a poco hasta llegar a las 20 libras y cómo se había desinflado de nuevo, pasando de libras a chelines, hasta que la última anotación hacía que la libreta tuviera el mismo valor que un pedazo de papel en blanco. Esta familia recibía diariamente una mísera comida del workhouse... Nuestra visita siguiente fue a la mujer de un irlandés. El marido había trabajado en los astilleros. La encontramos enferma por falta de alimentación, echada en un colchón, con sus vestidos puestos, apenas

1 Marx narra episodios de una investigación realizada por un reportero del Morning Star que visitó, en enero de 1867, los centros obreros a fin conocer los efectos de la crisis (El Capital, libro I, cap. XXIII)

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cubierta con un pedazo de alfombra, pues toda la ropa de cama había ido a parar a la casa de empeños. Sus macilentos hijos la cuidaban, aunque parecían necesitar ellos los cuidados maternos. Diecinueve semanas de inactividad forzada la habían reducido a ese estado, y mientras nos contaba la historia del amargo pasado, se lamentaba como si hubiera perdido toda esperanza en un futuro mejor... Cuando salíamos de la casa un hombre joven que corría hacia nosotros nos alcanzó, solicitándonos que fuéramos a su casa y viéramos si se podía hacer algo por él. Una mujer joven, dos hermosos chicos, un montón de boletas de empeño y una pieza totalmente vacía era todo lo que tenía para mostrar".

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LA CLASE OBRERA Y LA FAMILIA

Friedrich Engels (Extractos del libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845)

El trabajo más malsano es el de los runners, que son en su mayoría niños de siete años, incluso de cinco o cuatro años. El comisionado Grainger halló hasta un niño de dos años utilizado en ese trabajo. Seguir con la vista un solo y mismo hilo, que se saca después con la ayuda de una aguja de una trama artificialmente entremezclada, es un trabajo muy fatigoso para los ojos, en particular cuando hay que hacerlo, como es costumbre, durante 14 a 16 horas diarias. En el mejor de los casos, la consecuencia es una miopía aguda; en el peor, sobreviene una ceguera incurable debida a la catarata negra. Pero además, el hecho de estar constantemente sentado en una posición abarquillada, resulta para los niños en un estado de debilidad, la estrechez de la caja torácica y, como consecuencia de una mala digestión, las escrófulas. En casi todas las muchachas se descubren problemas en el funcionamiento del útero, así como una desviación de la columna vertebral, de moda "que puede reconocerse a todas las runners por su modo de andar". El bordado de los encajes implica las mismas consecuencias penosas para la vista y para el organismo en general. Todos los testimonios médicos están de acuerdo en subrayar que la salud de todos los niños empleados en la confección de encajes sufren por ello considerablemente, que esos niños son pálidos, desmedrados, enclenques, demasiado pequeños para su edad y también mucho menos capaces que otros niños de resistir las enfermedades. Sus padecimientos más comunes son: debilidad general, vahídos frecuentes, dolores de cabeza, en los costados, en la

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espalda, en las caderas, palpitaciones del corazón, náuseas, vómitos, y falta de apetito, desviación de la columna vertebral, escrófulas y tisis. Sobre todo la salud del organismo femenino es continua y profundamente minada: se quejan generalmente de anemia, de partos difíciles y de abortos (Grainger, Informe, de punta a cabo). Además, el propio empleado subalterno de la Children's Employment Commission informa que a menudo los niños se hallan mal vestidos o en harapos y que se les da una alimentación muy insuficiente, casi siempre nada más que pan y té, y con frecuencia no comen carne durante meses. En lo que concierne a su moralidad, él relata los hechos siguientes:

"Todos los habitantes de Nottingham, la policía, el clero, los industriales, los obreros y los propios padres de los niños afirman unánimemente que el sistema actual de trabajo es un factor muy importante de inmoralidad. Los threaders, en su mayoría muchachos jóvenes, y las winders, en su mayoría muchachas son llamados a la misma hora a la fábrica, con frecuencia en medio de la noche, y como sus padres no pueden saber cuánto tiempo son necesarios en la fábrica, tienen la mejor ocasión de establecer relaciones poco convenientes y de vagabundear juntos después del trabajo. Lo que ha contribuido no poco a la inmoralidad que, según la opinión de todos, hace estragos en Nottingham en proporciones asombrosas. Por otra parte, la calma y la tranquilidad familiar en que viven esos niños y jóvenes son totalmente sacrificadas debido a ese estado de cosas enteramente antinatural."

Otra rama de la fabricación de encajes, trabajar el bolillo, se lleva a cabo en los condados, por otra parte agrícolas de Northampton, Oxford, Bedford y Buckingham, casi siempre por niños y personas jóvenes, que se quejan todos de la mala alimentación y raramente pueden comer carne. El trabajo en sí es muy malsano. Los niños trabajan en pequeños talleres mal ventilados y confinados, continuamente sentados y encorvados sobre su cojín de encaje. Para mantener su cuerpo en esa posición, las muchachas usan un corsé con ballenas de madera que, dada la gran juventud de la mayoría de ellas, y por ende sus huesos todavía tiernos, unido a la posición encorvada, deforma enteramente el esternón y las costillas, provocando un estrechamiento general de la caja torácica. La mayoría muere de tisis, luego de haber sufrido cierto tiempo, a causa de ese trabajo sentadas, y de la atmósfera viciada, de los efectos más dolorosos (severest) de la mala digestión. Ellas no han recibido casi ninguna información, sobre todo de ningún modo moral, son coquetas, y por esas dos razones su moralidad es muy deplorable: la prostitución hace estragos entre ellas casi en forma epidémica. (Children's Employment Commission, Burns Report.)

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(…)

Madres arrancadas de sus hijos

El Manchester Guardian, relata en todos o casi todos sus números uno o varios casos de quemadura. Es natural que la mortalidad general de todos los niños pequeños aumente igualmente debido a que las madres trabajan, y los hechos lo confirman de manera concluyente. Con frecuencia las mujeres regresan a la fábrica tres o cuatro días después de dar a luz, dejando desde luego la criatura en la casa; durante las horas de descanso ellas corren deprisa a sus casas para amamantar al niño y comer ellas mismas un poco. ¡Es fácil de imaginar en qué condiciones tiene lugar ese amamantamiento! Lord Ashley cita las declaraciones de algunas obreras:

"M.H., de 20 años de edad, tiene dos niñas, el más pequeño es un niño de pecho que es cuidado en la casa por el otro de más edad; ella parte para la fábrica poco después de las 5 de la mañana y regresa a su casa a las 8 de la noche; durante el día, la leche le fluye de los senos hasta el punto de empapar su ropa. H.W. tiene tres niños, deja su casa el lunes a las 5 de la mañana y no regresa hasta el sábado a las 7 de la noche. Ella entonces tiene tantas cosas que hacer para sus hijos que no se acuesta hasta las 3 de la madrugada. Con frecuencia es calada hasta los huesos por la lluvia y por trabajar en ese estado: 'Mis senos me han hecho sufrir horriblemente; me he encontrado inundada de leche'".

El empleo de narcóticos para tranquilizar a los niños es más que favorecido por ese infame sistema y ahora se halla verdaderamente muy extendido en los distritos industriales. El Dr. Johns, inspector en jefe del distrito de Manchester, opina que esa costumbre es una de las causas esenciales de las frecuentes convulsiones mortales. El trabajo de la mujer en la fábrica desorganiza inevitablemente a la familia y esa desorganización tiene, en el estado actual de la sociedad, que descansa en la familia, las consecuencias más desmoralizadoras, tanto para los esposos como para los niños. Una madre que no tiene el tiempo de ocuparse de su criatura, de prodigarle durante sus primeros años los cuidados y la ternura más normales, una madre que apenas puede ver a su hijo no puede ser una madre para él, ella deviene fatalmente indiferente, lo trata sin amor, sin solicitud, como a un niño extraño. Y los niños que crecen en esas condiciones más tarde se pierden enteramente para la familia, son incapaces de sentirse en su casa en el hogar que ellos mismos fundan, porque solamente han conocido una existencia aislada; ellos contribuyen necesariamente a la destrucción, por otra parte general, de la familia entre los obreros.

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(…)

La disgregación de la familia

El trabajo de los niños implica una desorganización análoga de la familia. Cuando llegan a ganar más de lo que les cuesta a sus padres el mantenerlos, ellos comienzan a entregar a los padres cierta suma por hospedaje y gastan el resto para ellos. Y esto ocurre a menudo desde que tienen 14 ó 15 años (Power: Rept. on Leed, passim; Tufnell: Rept. on Manchester, p. 17, etc. en el informe de fábricas). En una palabra, los hijos se emancipan y consideran la casa paterna como una casa de huéspedes: no es raro que la abandonen por otra, si no les place.

En muchos casos, la familia no es enteramente disgregada por el trabajo de la mujer pero allí todo anda al revés. La mujer es quien mantiene a la familia, el hombre se queda en la casa, cuida los niños, hace la limpieza y cocina. Este caso es muy frecuente; en Manchester solamente, se podrían nombrar algunos centenares de hombres, condenados a los quehaceres domésticos. Se puede imaginar fácilmente qué legítima indignación esa castración de hecho suscita entre los obreros, y que trastorno de toda la vida de familia resulta de ello, en tanto que las demás condiciones sociales siguen siendo las mismas.

(…) Si la familia de la sociedad actual se disgrega, esa disgregación muestra precisamente que, en realidad, no era el amor familiar lo que constituía el vínculo de la familia, sino el interés privado conservado en esa falsa comunidad de bienes.

* * *

SOBRE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER

Clara Zetkin (Fragmento del texto Recuerdos Sobre Lenin)

El camarada Lenin habló conmigo repetidas veces acerca de la cuestión femenina. Evidentemente, atribuía al movimiento femenino una gran importancia, como parte esencial del movimiento de masas, del que, en determinadas condiciones, puede ser una parte decisiva. De suyo se comprende que concebía la plena igualdad social de la mujer como un principio completamente indiscutible para un comunista.

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Nuestra primera entrevista prolongada sobre este tema tuvo lugar en el otoño de 1920, en el espacioso despacho de Lenin en el Kremlin. Lenin estaba sentado junto a su mesa, cubierta de papeles y de libros, testimonio de ocupaciones y de trabajo, pero no de un “genial desorden”.

— Indudablemente, debemos crear un potente movimiento femenino internacional sobre unas bases teóricas claras y precisas -así inició él, luego de saludarnos, nuestra entrevista-. Sin teoría marxista no puede existir una buena labor práctica, esto es claro. Los comunistas necesitamos también en este problema la máxima pureza de principios. Debemos delimitar decididamente los campos entre nosotros y todos los demás partidos. Verdad es que, lamentablemente, nuestro II Congreso internacional2 no ha conseguido examinar el problema femenino. Ha planteado la cuestión, pero no ha podido adoptar, una posición determinada. El asunto ha quedado empantanado en la comisión. Ésta debe elaborar una resolución, unas tesis y una línea firme. Pero hasta ahora ha avanzado poco en sus labores. Usted debe ayudar a la comisión en este sentido.

Yo había oído ya decir a otros lo que ahora me comunicaba Lenin y expresé mi asombro a este propósito. Estaba llena de entusiasmo por todo lo que las mujeres rusas habían hecho durante la revolución y por todo lo que ahora hacen para su defensa y su ulterior desarrollo. Por lo que se refiere a la situación y a la actividad de las mujeres en el Partido Bolchevique, a mí me parecía que en este aspecto el Partido era modelo. El Partido Bolchevique es el único que proporciona al movimiento femenino comunista internacional valiosas fuerzas, instruidas y probadas, siendo al mismo tiempo un gran ejemplo histórico.

— Esto es cierto, esto está muy bien —observó Lenin con una ligera sonrisa—. En Petrogrado, aquí en Moscú, en las ciudades y en los centros industriales situados en lugares apartados, las proletarias se han comportado durante la revolución magníficamente. Sin ellas no habríamos vencido. O difícilmente habríamos vencido. Esta es mi opinión. ¡Qué valentía han demostrado, qué valientes son hoy! Figúrese los sufrimientos y las privaciones que padecen. Y sin embargo, se mantienen, se mantienen firmes, porque quieren defender los Soviets, porque quieren la libertad y el comunismo. Sí, nuestras obreras son admirables, son unas combatientes de clase. Se han hecho merecedoras de admiración y cariño. En general es preciso reconocer que incluso las damas «demócratas constitucionalistas»

2 II Congreso de la Internacional Comunista, 19 de julio al 7 de agosto de 1920.

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en Petrogrado, durante la lucha contra nosotros, dieron pruebas de más valor que los junkers3.

Eso es verdad: en nuestro Partido hay comunistas seguras, inteligentes e infatigablemente activas. Podrían ocupar puestos de responsabilidad en los Soviets, en los comités ejecutivos, en los comisariados del pueblo, en las instituciones. Muchas de ellas trabajan día y noche, bien en el Partido, bien entre la masa proletaria y campesina, bien en el Ejército Rojo. Esto es para nosotros muy valioso. Y esto es importante para las mujeres del mundo entero, pues testimonia la capacidad de la mujer, el alto valor que reviste su trabajo para la sociedad. La primera dictadura proletaria abre verdaderamente el camino hacia la plena igualdad social de la mujer. Desarraiga los prejuicios más que pudieran hacerlo montañas de libros sobre la igualdad de derechos de la mujer. No obstante, a pesar de todo esto, aún no tenemos un movimiento femenino comunista internacional, y debemos conseguirlo a toda costa. Debemos emprender inmediatamente su creación. Sin este movimiento, el trabajo de nuestra Internacional y de sus partidos no es completo ni podrá serlo jamás. Y nuestro trabajo revolucionario debe ser completo. Dígame cómo están las cosas en cuanto a la labor Comunista en el extranjero.

Le referí todo lo que yo podía conocer dado el escaso e irregular contacto que entonces existía entre los partidos adheridos a la Internacional Comunista. Lenin escuchaba con atención, ligeramente inclinado hacia adelante, sin dar señales de tedio, de impaciencia o de cansancio, siguiendo con el más profundo interés hasta los detalles de segundo orden. Yo no he conocido a nadie que supiera escuchar mejor que él y ordenar con mayor rapidez todo lo que oía, estableciendo la conexión general. Esto se veía por las breves preguntas, siempre muy precisas, que de cuando en cuando me hacía mientras yo le hablaba y por el modo cómo más tarde retornaba a uno u otro detalle de la conversación. Lenin tomó algunas notas.

Como es lógico, yo le hablé de manera particularmente detallada sobre el estado de cosas en Alemania. Le hice saber que Rosa Luxemburgo daba gran importancia a la tarea de incorporar a las más amplias masas femeninas a la lucha revolucionaria. Cuando fue fundado el Partido Comunista, Rosa insistió en que debía publicarse un periódico consagrado al movimiento femenino. Cuando Leo Jogichés examinó conmigo el plan de trabajo del Partido, durante la última entrevista que tuvimos —día y medio antes de que lo matasen—, y me encomendó diferentes tareas, entre ellas figuraba un plan de trabajo de organización entre las obreras. En su primera Conferencia

3 Junkers: Estudiantes de las escuelas militares de la Rusia zarista.

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clandestina, el Partido se ocupó de este problema. Todas las agitadoras y dirigentes instruidas y expertas que se habían destacado en la anteguerra y durante la guerra, casi sin excepción, continuaban dentro de los partidos socialdemócratas de ambas tendencias y mantenían bajo su influencia a las masas de obreras, que atravesaban un estado de efervescencia. Sin embargo, también entre las mujeres se había constituido ya un pequeño núcleo de camaradas enérgicas y abnegadas, que tomaban parte en todo el trabajo y en la lucha de nuestro Partido. El propio Partido había organizado ya una actividad metódica entre las obreras. Naturalmente, todo esto no era más que el comienzo, pero un buen comienzo.

— No está mal, no está mal —dijo Lenin—. La energía, la abnegación y el entusiasmo de las comunistas, su valentía y su inteligencia en el período de la actividad clandestina o semiclandestina abren una buena perspectiva de desarrollo del trabajo. En el crecimiento del Partido y de su fuerza, la capacidad de atraer a las masas y la organización de acciones son factores valiosos. Pero ¿cómo están las cosas en lo que se refiere a la clara comprensión de las bases de este problema y a la necesidad de instruir a los camaradas a este respecto? Pues esto reviste importancia decisiva para el trabajo de masas. Y no puedo recordar ahora quién ha dicho que «para acometer grandes empresas, hace falta entusiasmo». Nosotros y los trabajadores de todo el mundo tenemos aún por delante empresas efectivamente grandes. Pues bien, ¿qué es lo que infunde entusiasmo a vuestras camaradas, a las mujeres proletarias en Alemania? ¿Cómo están las cosas en lo relativo a su conciencia proletaria de clase? ¿Están concentrados sus intereses y su actividad en las reivindicaciones políticas del momento? ¿En qué están concentrados sus pensamientos?

Yo he oído decir a este propósito a los camaradas rusos y alemanes cosas extrañas. Debo hablarle de esto. Me han dicho que una comunista de talento edita en Hamburgo un periódico para las prostitutas y pretende organizarlas para la lucha revolucionaria. Rosa, como comunista, ha dado pruebas de sensibilidad humana cuando en un artículo ha salido en defensa de una prostituta encarcelada por haber infringido las normas policíacas relacionadas con su lamentable oficio. Estas víctimas dobles de la sociedad burguesa son dignas de compasión. En primer término, son víctimas del maldito sistema de propiedad imperante en dicha sociedad, y, además, son víctimas de una maldita hipocresía moral. Esto es claro. Sólo una persona grosera y miope puede olvidarlo. Pero una cosa es comprender esto y otra muy distinta —¿cómo decirlo?— organizar a las prostitutas como un destacamento combativo revolucionario especial y publicar para ellas un órgano profesional de prensa. ¿Acaso no hay ya en Alemania obreras industriales a las que es preciso organizar, para las que debe existir un

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periódico y a las que es necesario atraer a vuestra lucha? Aquí de lo que se trata es de una desviación morbosa. Esto me hace recordar mucho la moda literaria que presentaba a cada prostituta como una virgen seráfica. Ciertamente, la raíz de ese punto de vista también era sana: simpatía social, indignación contra la hipocresía moral de la honorable burguesía. Pero el principio sano se había dejado llevar por la descomposición burguesa y había degenerado. También en nuestro país la prostitución nos planteará aún muchas tareas arduas. Hacer que la prostituta retorne al trabajo productivo, encontrar para ella un puesto en la economía social: a esto se reduce todo. Pero, dado el estado actual de nuestra economía y el conjunto de las contradicciones existentes, es difícil y complicado llevar esto a cabo. Ahí tiene usted un aspecto del problema femenino que, después de la conquista del Poder estatal por el proletariado, se plantea ante nosotros en toda su amplitud y exige solución. En la Rusia Soviética, esto será para nosotros motivo de muchas preocupaciones. Pero volvamos al caso particular de Alemania. El Partido de ningún modo debe ver con tranquilidad estos actos anormales de sus miembros. Esto crea confusión y dispersa las fuerzas. Y usted misma, ¿Qué ha hecho para impedirlo?

Antes de que yo pudiera contestar, Lenin prosiguió:

— Clara, aún no he acabado de enumerar la lista de vuestras fallas. Me han dicho que en las veladas de lectura y discusión con las obreras se examinan preferentemente los problemas sexuales y del matrimonio. Como si esto fuera el objeto de la atención principal en la educación política y en el trabajo educativo. No pude dar crédito a esto cuando llegó a mis oídos. El primer Estado de la dictadura proletaria lucha contra los contrarrevolucionarios de todo el mundo. La situación en la propia Alemania exige la mayor cohesión de todas las fuerzas revolucionarias proletarias para hacer frente a la contrarrevolución que presiona cada vez más. ¡Y mientras tanto, las comunistas activas examinan los problemas sexuales y la cuestión de las formas del matrimonio en el presente, en el pasado y en el porvenir! Consideran como su deber más importante instruir a las obreras en este aspecto. Según dicen, el folleto más difundido es el de una comunista de Viena sobre la cuestión sexual. ¡Qué vacío es este librejo! Lo que en él hay de justo, los obreros lo han leído hace ya mucho en Bebel. Pero no bajo la forma de un tedioso y torpe esquema, como en el folleto, sino bajo la forma de una agitación atrayente, impregnada de espíritu combativo contra la sociedad burguesa. Las alusiones que en el folleto se hacen a las hipótesis de Freud le dan una pretendida apariencia «científica», pero todo esto son mamarrachadas de un chapucero. La teoría de Freud es también ahora una especie de capricho que está en boga. Yo desconfío de las teorías sexuales expuestas en artículos, informes, folletos, etc., en una palabra, de esa

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literatura específica que tanto florece en el estercolero de la sociedad burguesa. Yo no confío en quien está constante y decididamente absorbido por los problemas sexuales, como un faquir indio por la contemplación de su ombligo. Creo que esta abundancia de teorías sexuales, que en su mayor parte son hipótesis, a menudo arbitrarias, obedece a necesidades personales. Obedece ni más ni menos al deseo de justificar ante la moral burguesa su propia vida sexual anormal o excesiva y de solicitar tolerancia para sí mismo. Este enmascarado respeto a la moral burguesa me es tan repelente como el afanoso escarbar en los problemas sexuales. Por muy rebelde y revolucionaria que aparente ser esta ocupación, en definitiva es eminentemente burguesa. Es una ocupación preferida por los intelectuales y por sectores próximos a ellos. En el Partido, entre el proletariado con conciencia de clase y combativo, no hay lugar para eso.

Al llegar aquí hice la observación de que las cuestiones sexuales y del matrimonio, bajo la dominación de la propiedad privada y del régimen burgués, dan origen de modo apremiante a multitud de tareas, conflictos y sufrimientos para las mujeres de todas las clases y capas sociales. La guerra y sus consecuencias han agudizado de manera extraordinaria para la mujer los conflictos y sufrimientos que ya existían precisamente en el terreno de las relaciones entre los sexos. Los problemas antes velados para la mujer han quedado al descubierto. A esto hay que añadir la atmósfera de la revolución que ha comenzado. El mundo de los viejos sentimientos y de las viejas ideas se resquebraja por todas sus junturas. Las viejas relaciones sociales se debilitan y se rompen. Surgen los brotes de nuevas premisas ideológicas, todavía no cristalizadas, para las relaciones humanas. El interés por estas cuestiones se explica por la necesidad de esclarecer la situación, por la necesidad de una nueva orientación. En esto se pone de manifiesto también la reacción contra las deformaciones y el engaño de la sociedad burguesa. Las modificaciones de las formas del matrimonio y de la familia a lo largo de la historia, en dependencia de la economía, ofrecen un medio cómodo para extirpar de las mentes de las obreras el prejuicio sobre la eternidad de la sociedad burguesa. La actitud crítica en cuanto a la historia de la sociedad burguesa debe transformarse en una decidida desarticulación del régimen burgués, en un desenmascaramiento de su esencia y de las consecuencias derivadas de él, incluida la estigmatización de la falsa moral sexual. Todos los caminos conducen a Roma. Todo análisis marxista relativo a una parte importante de la superestructura ideológica de la sociedad y a un relevante fenómeno social debe desembocar en el análisis del régimen burgués y de su base: la propiedad privada; y todo análisis de este género debe llevar a la conclusión de que “hay que destruir Cartago”.

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Lenin, sonriendo, asintió con la cabeza. — ¡Vaya, vaya! ¡Defiende usted como un abogado a sus camaradas y a su partido! Naturalmente, todo lo que usted dice es justo. Mas para la falta cometida en Alemania, esto, en el mejor de los casos, puede servir de disculpa, y no de justificación. La falta no ha dejado ni deja de ser falta. ¿Puede usted darme una garantía seria de que, en las veladas de lectura y de discusión, los problemas sexuales y del matrimonio son examinados desde el punto de vista de un materialismo histórico consecuente, basado en la vida? Esto presupone un conocimiento profundo y multilateral y un dominio marxista muy preciso de un material enorme. ¿Dónde tienen ustedes hoy camaradas con preparación para esto? Si los tuviesen, no podría ocurrir que un folleto como el mencionado fuese utilizado en calidad de material de estudio en las veladas de lectura y de discusión. En lugar de criticar este folleto, es recomendado y difundido. ¿Cuál es, en definitiva, la consecuencia de este examen insatisfactorio y no marxista de la cuestión? Que los problemas sexuales y del matrimonio no se conciban como parte del problema social, que es el principal. Por el contrario, el gran problema social comienza a parecer una parte, un apéndice del problema sexual. Lo más importante queda relegado a un segundo plano como algo accesorio. Esto no sólo va en perjuicio de la claridad en esta cuestión, sino que, hablando en términos generales, nubla las mentes, nubla la conciencia de clase de las obreras.

Otra observación que no estará de más. Ya el sabio Salomón decía que cada cosa a su debido tiempo. Dígame, por favor, si es ahora el momento de hacer que las obreras se dediquen meses enteros a dilucidar cómo se ama y se es amado, cómo se corteja y se es cortejado. Y, naturalmente, en el pasado, en el presente, en el porvenir y entre los diferentes pueblos. Y a esto lo denominan luego con todo orgullo materialismo histórico. Actualmente, todos los pensamientos de las obreras deben estar concentrados en la revolución proletaria. Ella creará también la base para una renovación efectiva de las condiciones del matrimonio y de las relaciones entre los sexos. Pero ahora, ciertamente, destacan en el primer plano otros problemas distintos a las formas del matrimonio entre los negros australianos y a los matrimonios dentro de una misma familia en el mundo antiguo. La historia sigue planteando en el orden del día al proletario alemán las cuestiones relativas a los Soviets, a la paz de Versalles4 y su influencia en la vida de las masas femeninas, al paro forzoso, al salario que desciende, a los impuestos y otras muchas cosas. En pocas palabras, me atengo a mi opinión de que este procedimiento de educación política y social de las obreras es

4 Tratado de paz de Versalles: Acuerdo de “paz” imperialista, suscrito al finalizar la primera guerra mundial de 1914-1918. Su objetivo fue organizar el nuevo reparto del mundo capitalista en beneficio de las potencias vencedoras.

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desacertado, completamente desacertado. ¿Cómo ha podido usted callar? Usted debía haber opuesto a todo ello su autoridad.

Le expliqué a mi fogoso amigo que no había perdido ocasión de criticar, de hacer objeciones a las camaradas que ocupaban puestos de dirección y de intervenir en distintos lugares. Pero él sabía muy bien que nadie es profeta en su tierra y entre los suyos. Con mi crítica me gané la sospecha de que “en mí eran todavía fuertes los resabios de la posición socialdemócrata y del filisteísmo pasado de moda”. Sin embargo, al fin y al cabo, la crítica no había sido estéril. Las cuestiones sexuales y del matrimonio no son ya los puntos centrales en los círculos y en las veladas de discusión.

Lenin siguió desarrollando el hilo de sus ideas.

— Ya lo sé, ya lo sé —dijo—, de mí también se tiene, en relación con esto, la sospecha bastante arraigada de que soy un filisteo. Yo reacciono ante esto con tranquilidad. Los tiernos polluelos que apenas han salido del cascarón de las concepciones burguesas, son siempre terriblemente ingeniosos. Tenemos que avenirnos a ello, sin enmendarnos. El movimiento juvenil también adolece del planteamiento moderno de las cuestiones sexuales y de una excesiva preocupación por ellas.

Lenin cargó el acento con ironía en la palabra “moderno”, haciendo al mismo tiempo como si se desentendiera de esto.

— Según me han informado, las cuestiones sexuales son también objeto preferido de estudio en vuestras organizaciones juveniles. Se dice que no es tan fácil contar con el número suficiente de conferenciantes que traten el problema. Esta anormalidad es particularmente perniciosa para el movimiento juvenil, y particularmente peligrosa. Puede muy fácilmente contribuir a una excesiva excitación y desarreglo de la vida sexual de algunos y disipar la salud y las energías de la juventud. Ustedes desean luchar también contra este fenómeno. Pues entre el movimiento femenino y el juvenil hay no pocos puntos de contacto. Nuestras camaradas comunistas deben desplegar por doquier una labor metódica y conjunta con la juventud. Esto las elevará y las trasladará del mundo de la maternidad individual al mundo de la maternidad social. Es necesario contribuir a todo despertar de la vida social y de la actividad de la mujer, para que pueda superar la estrechez de su sicología casera y familiar pequeñoburguesa, individualista. Pero esto dicho sea de paso.

También en nuestro país una parte considerable de la juventud se dedica con todo celo a una «revisión de las concepciones y de la moral burguesas»

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en los problemas sexuales. Y debo añadir, una parte considerable de nuestra mejor juventud, de la que realmente promete mucho. La cuestión está planteada como usted acaba de indicar. En la atmósfera de las consecuencias de la guerra y de la revolución que ha comenzado, los viejos valores ideológicos se derrumban, perdiendo su fuerza de contención. Los nuevos valores cristalizan lentamente, a través de la lucha. Los puntos de vista sobre las relaciones humanas y sobre las relaciones entre el hombre y la mujer se radicalizan, lo mismo que los sentimientos y las ideas. Se establecen nuevos límites entre el derecho del individuo y el derecho de la colectividad y, por tanto, entre las obligaciones del individuo. Este es un proceso lento y frecuentemente muy doloroso de génesis y caducidad. Todo esto afecta también a la esfera de las relaciones sexuales, del matrimonio y de la familia. La desintegración, la podredumbre y la sordidez del matrimonio burgués, con las dificultades que ofrece para ser anulado, con la libertad para el marido y con la esclavitud para la mujer, así como la abominable falsedad de la moral y de las relaciones sexuales impregnan a las mejores personas de un sentimiento de profunda aversión.

El yugo de las leyes del Estado burgués relativas al matrimonio y a la familia agravan el mal y agudizan los conflictos. Es el yugo de la “sacrosanta propiedad privada”. Esta consagra la venalidad, la bajeza, la suciedad moral. El engaño convencional de la «respetable» sociedad burguesa corona el resto. Las gentes se rebelan contra las abominaciones y las perversidades imperantes. Y en esta época, cuando se desmoronan Estados poderosos, cuando caen rotas las viejas relaciones de dominio, cuando comienza a perecer todo un mundo social, en esta época las emociones del hombre experimentan rápidos cambios. El deseo vehemente de diversidad en los placeres adquiere fácilmente una fuerza irrefrenable. Las formas del matrimonio y de las relaciones entre los sexos en el sentido burgués no satisfacen ya. En el terreno del matrimonio y de las relaciones sexuales se aproxima una revolución en consonancia con la revolución proletaria. Se comprende que el cúmulo de cuestiones extraordinariamente complejo que esto plantea en el orden del día, preocupe hondamente tanto a la mujer como a la juventud. La una y la otra sufren con particular rigor las consecuencias de la actual irregularidad en la esfera de las relaciones sexuales. La juventud se subleva contra esto con el ímpetu propio de su edad. Esto se comprende. Nada más falso que predicar a la juventud un ascetismo monacal y la santidad de la sucia moral burguesa. Sin embargo, no está bien que en estos años las cuestiones sexuales, planteadas con intensa fuerza por causas naturales, pasen a ser las cuestiones centrales en la vida síquica de la juventud. Las consecuencias son sencillamente fatales.

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Desde luego, la nueva actitud de la joven generación hacia las cuestiones de la vida sexual es una actitud “de principios” y se basa en una supuesta teoría. Muchos califican su posición de “revolucionaria” y “comunista”. Piensan sinceramente que esto es así. Yo, un viejo, no soy de esa opinión. Aunque no tengo nada de asceta sombrío, la llamada “nueva vida sexual” de la juventud —y frecuentemente de los adultos— me parece con bastante frecuencia una vida puramente burguesa, me parece una variedad de las respetables casas burguesas de tolerancia. Todo esto no tiene nada de común con el amor libre, como lo entendemos los comunistas. Usted, naturalmente, conoce la famosa teoría de que, en la sociedad comunista, satisfacer el deseo sexual y las inquietudes amorosas es una cosa tan sencilla y tan de poca importancia como beberse un vaso de agua. A causa de esta teoría del “vaso de agua” nuestra juventud ha perdido los estribos, sencillamente ha perdido los estribos. Esta teoría se ha convertido en un sino fatal para muchos jóvenes. Los partidarios de ella afirman que es una teoría marxista. Gracias sean dadas a este “marxismo”, para el que todos los fenómenos y cambios en la superestructura ideológica de la sociedad se deducen exclusivamente, de manera inmediata y directa, y sin excepción, de la base económica. La cuestión no es tan sencilla, ni mucho menos. Un tal Federico Engels estableció hace ya mucho esta verdad, referente al materialismo histórico.

Estimo que la famosa teoría del “vaso de agua” no tiene nada de marxista y, además, es antisocial. En la vida sexual se manifiesta no sólo lo que al hombre ha dado la naturaleza, sino también lo que —elevado o ruin-— le ha reportado la cultura. En el Origen de la familia, Engels señalaba cuán significativo es que la simple atracción sexual se haya desarrollado hasta convertirse en el amor sexual individual y se haya ido elevando más y más. Las relaciones entre los sexos no son la simple expresión del juego entre la economía social y la necesidad física. No sería marxismo, sino racionalismo, tratar de reducir directamente a la base económica de la sociedad el cambio de estas relaciones por sí mismas, desligadas de su conexión general con toda la ideología. Naturalmente, la sed exige verse satisfecha. Mas ¿acaso una persona normal, en condiciones normales, se pondría en plena calle a beber de un charco enfangado? ¿O de un vaso cuyos bordes hayan pasado por decenas de labios? Pero lo más importante de todo es el aspecto social. Beber agua es cosa realmente individual. Pero en el amor participan dos, y surge una tercera, una nueva vida. Aquí aparece ya el interés social, surge el deber ante la colectividad.

Como comunista, no siento la menor simpatía por la teoría del “vaso de agua”, aunque ostente la etiqueta del “amor libre”. Por añadidura, ni es nueva ni es comunista. Usted, probablemente, recordará que esta teoría se

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preconizaba en la literatura, aproximadamente a mediados del siglo pasado, como la “emancipación del corazón”. En la práctica burguesa, esta teoría se convirtió en la emancipación del cuerpo. Las prédicas en aquellos tiempos eran más inteligentes que ahora; en cuanto a la práctica, no puedo juzgar.

No es que yo quiera con mi crítica propugnar el ascetismo. Ni pensar en tal cosa. El comunismo debe traer consigo no el ascetismo, sino la alegría de vivir y el optimismo, suscitado también por la plenitud de la vida amorosa. Sin embargo, a mi juicio, el exceso de vida sexual que hoy se observa a menudo, lejos de reportar alegría vital y optimismo, los disminuye. En tiempos de revolución, esto es malo, muy malo.

La juventud necesita particularmente alegría vital y optimismo. Deporte saludable —gimnasia, natación, excursiones, ejercicios físicos de toda clase—, diversidad de inquietudes espirituales, estudio, análisis, investigación, ¡y todo ello, a poder ser, combinado! Todo esto da a la juventud más que las eternas conferencias y discusiones sobre los problemas sexuales y el llamado “goce de la vida”. ¡Una mente sana en un cuerpo sano! Ni un monje, ni un Don Juan, pero tampoco un filisteo alemán como término medio. Usted conocerá tal vez al joven camarada XYZ. ¡Magnífico e inteligente muchacho! Temo que, a pesar de todo, no saldrá de él nada de provecho. De una historia amorosa cae en otra. Esto no sirve ni, para la lucha política ni para la revolución. Tampoco garantizo la firmeza y el temple en la lucha de aquellas mujeres cuyas veleidades amorosas se entrelazan con la política, y de aquellos hombres a quienes se les van los ojos tras cada falda y que se dejan enredar por cada mujercita joven. No, no, esto no concuerda con la revolución.

Lenin se puso de pie, golpeó con el puño en la mesa y dio unos cuantos pasos por la habitación.

— La revolución exige de las masas y de los individuos concentración interna y tensión de las fuerzas. No consiente estados orgiásticos como los que son habituales para los héroes y las heroínas decadentes de D’Annunzio. La incontinencia en la vida sexual es burguesa: es un signo de degeneración. El proletariado es una clase ascendente. No necesita de la embriaguez que le enerve o le excite. No necesita ni la embriaguez de la incontinencia sexual ni la embriaguez alcohólica. No piensa ni quiere olvidar la vileza, la putrefacción y la barbarie del capitalismo. Extrae los más fuertes estímulos para la lucha de la situación de su clase, del ideal comunista. Necesita claridad, claridad y una vez más claridad. Por eso, repito, no debe haber la menor debilidad, el menor despilfarro y agotamiento de fuerzas. El dominio de sí mismo y la autodisciplina no significan esclavitud; se necesitan igualmente en el amor.

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Pero perdóneme, Clara. Me he alejado mucho del punto de partida de nuestra conversación. ¿Por qué no me ha llamado usted al orden? La alarma me ha obligado a hablar de más. El futuro de nuestra juventud me inquieta profundamente. Es una parte de la revolución. Y si los fenómenos perniciosos de la sociedad burguesa comienzan a extenderse al mundo de la revolución, como las raíces ampliamente ramificadas de algunas malas hierbas, es mejor oponerse a esto a tiempo. Además, las cuestiones tratadas forman también parte del problema femenino.

Lenin hablaba con gran animación y fuerza persuasiva. Yo sentía que cada una de sus palabras brotaba del fondo de su alma: la expresión de su rostro así lo confirmaba. A veces, un enérgico movimiento de la mano subrayaba las ideas. Yo me asombraba de cómo Lenin dedicaba tanta atención para analizar, además de las cuestiones políticas de mayor trascendencia, los fenómenos aislados. Y no sólo los fenómenos de la Rusia Soviética, sino también los de los Estados capitalistas. Como magnífico marxista, consideraba lo aislado, en cualquier forma que se manifestase, en su conexión con lo grande, con el conjunto, apreciando lo que significaba para este conjunto. Su voluntad, la finalidad de su vida tendían por entero, inquebrantablemente, como una fuerza inexorable de la naturaleza, a acelerar la revolución, como obra de las masas. Apreciaba todo de acuerdo con la influencia que ello pudiera ejercer sobre las fuerzas conscientes y combativas de la revolución, tanto nacionales como internacionales, ya que siempre tenía ante sí la revolución proletaria mundial única e indivisible, tomando en consideración todas las particularidades de los distintos países, producto de la historia, y las diversas etapas de su desarrollo.

— ¡Cuánto lamento, camarada Lenin —exclamé—, que sus palabras no sean oídas por cientos, por miles de personas! Usted sabe que a mí no hay que convencerme. Pero ¡qué importante sería que escucharan su opinión los amigos y los enemigos!

Lenin se sonrió bonachonamente.

— Tal vez algún día pronuncie un discurso o escriba algo sobre estas cuestiones. Más tarde, ahora no. Ahora todo el tiempo y todas las energías deben concentrarse en otra cosa. Hay preocupaciones más importantes y más graves.

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La lucha por mantener y fortalecer el Poder soviético está lejos de haberse terminado. Debemos esforzarnos por asimilar lo mejor posible el desenlace de la guerra con Polonia5. En el Sur está aún Wrángel.

Es cierto que yo tengo la firme seguridad de que le ajustaremos las cuentas. Esto obligará a reflexionar a los imperialistas ingleses y franceses y a sus pequeños vasallos. Pero tenemos por delante todavía la parte más difícil de nuestra tarea: el restablecimiento de la economía.

En el proceso del mismo adquirirán también importancia las cuestiones sexuales, las cuestiones del matrimonio y de la familia. Pero mientras tanto ustedes deben luchar, cuando y donde sea preciso. No deben permitir que estas cuestiones se traten de un modo no marxista y abonen el terreno para desviaciones y deformaciones desorganizadoras. Por fin ha llegado el momento de hablar del trabajo de usted.

Lenin miró al reloj.

— La mitad del tiempo de que dispongo —dijo— ha pasado ya. Me he extendido demasiado. Usted debe escribir unas tesis directrices sobre el trabajo comunista entre las mujeres. Conozco su enfoque de principios y su experiencia práctica. Por eso nuestra conversación en torno a esta labor será breve. Veamos. ¿Cómo concibe usted estas tesis?

En pocas palabras le di a conocer lo que yo pensaba.

Lenin asintió con la cabeza repetidas veces, sin interrumpirme.

Cuando terminé, le miré en espera de su opinión.

— Está bien —dijo—. Además, sería bueno que presentase usted un informe sobre esto en una asamblea de mujeres militantes responsables del Partido y que se discutiese la cuestión. Es lamentable, muy lamentable que la camarada Inés no se encuentre aquí.

Está enferma y ha marchado al Cáucaso. Después de la discusión, escriba usted las tesis. La comisión las examinará y el Comité Ejecutivo decidirá en definitiva.

Yo expresaré mi opinión solamente sobre algunos puntos principales, en los que coincido por completo con usted. Me parecen también importantes para

5 Se refiere a la agresión dirigida por la burguesía y los terratenientes de Polonia contra la República Soviética que duró desde abril hasta octubre de 1920.

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nuestro trabajo cotidiano de agitación y propaganda, ya que deseamos preparar acciones eficaces y combates victoriosos.

Las tesis deben subrayar con rigor que la verdadera emancipación de la mujer sólo es posible a través del comunismo.

Es preciso esclarecer profundamente el nexo indisoluble entre la situación de la mujer como persona y miembro de la sociedad y la propiedad privada sobre los medios de producción. Así delimitaremos con toda precisión los campos entre nosotros y el movimiento burgués por la “emancipación de la mujer”. Esto sentará también las bases para examinar el problema femenino como parte del problema social, obrero, y por tanto permitirá vincularlo firmemente con la lucha proletaria de clase y con la revolución. El movimiento comunista femenino debe ser un movimiento de masas, debe ser una parte del movimiento general de masas, no sólo del movimiento de los proletarios, sino de todos los explotados y oprimidos, de todas las víctimas del capitalismo. En esto consiste la importancia del movimiento femenino para la lucha de clase del proletariado y para su misión histórica creadora: la organización de la sociedad comunista. Podemos enorgullecernos con razón de que la flor y nata de las mujeres revolucionarias militan en nuestro Partido, en la Internacional Comunista. Pero esto no tiene todavía una importancia decisiva. Debemos atraer a millones de trabajadoras en la ciudad y en el campo a la participación en nuestra lucha, y en particular a la obra de la reestructuración comunista de la sociedad. Sin las mujeres no puede existir un verdadero movimiento de masas.

De nuestra concepción ideológica se desprenden asimismo medidas de organización. ¡Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas! La comunista es tan militante del Partido como lo es el comunista, con las mismas obligaciones y derechos.

En esto no puede haber ninguna divergencia. Sin embargo, no debemos cerrar los ojos ante los hechos.

El Partido debe contar con organismos —grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones o como se decida denominarlas— cuya tarea especial consista en despertar a las amplias masas femeninas, vincularlas con el Partido y mantenerlas bajo la influencia de éste.

Para ello, naturalmente, es necesario que desarrollemos plenamente, una labor sistemática entre estas masas femeninas. Debemos educar a las mujeres que hayamos conseguido sacar de la pasividad, debemos reclutarlas y armarlas para la lucha proletaria de clase bajo la dirección del

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Partido Comunista. No solo me refiero a las proletarias que trabajan en la fábrica o se afanan en el hogar, sino también a las campesinas, a las mujeres de distintas capas de la pequeña burguesía.

Ellas también son víctimas del capitalismo y desde la guerra lo son más que nunca. Sicología apolítica, no social, atrasada, de estas masas femeninas; estrechez del campo de su actividad, todo su modo de vida: tales son los hechos. No prestar atención a esto sería inconcebible, completamente inconcebible. Necesitamos nuestros propios organismos para trabajar entre ellas, necesitamos métodos especiales de agitación y formas especiales de organización. No se trata de una defensa burguesa de los “derechos de la mujer”, sino de los intereses prácticos de la revolución.

Le dije a Lenin que sus razonamientos constituían para mí un apoyo valioso. Muchos camaradas, muy buenos camaradas, se oponían del modo más resuelto a que el Partido crease organismos especiales para una labor metódica entre las amplias masas femeninas.

Llamaban a esto retorno a las tradiciones socialdemócratas, a la célebre “emancipación de la mujer”.

Trataban de demostrar que los partidos comunistas, al reconocer por principio y plenamente la igualdad de derechos de la mujer, deben desarrollar su labor entre las masas trabajadoras sin diferencias de ninguna especie. La manera de trabajar entre las mujeres debe ser la misma que entre los hombres. Todo intento de tener en cuenta en la agitación o en la organización las circunstancias indicadas por Lenin es considerado por los defensores de la opinión opuesta como oportunismo, como traición y renuncia a los principios.

— Esto ni es nuevo ni sirve en modo alguno como prueba —replicó Lenin—. No se deje usted desorientar.

¿Por qué en ninguna parte, ni siquiera en la Rusia Soviética, no militan en el Partido tantas mujeres como hombres? ¿Por qué el número de obreras organizadas en los sindicatos es tan reducido? Estos hechos obligan a reflexionar. La negación de la necesidad de organismos especiales para nuestro trabajo entre las extensas masas femeninas es una de las

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manifestaciones de una posición muy de principios y muy radical de nuestros “queridos amigos” del Partido Obrero Comunista6.

Según ellos, debe existir una sola forma de organización: la Unión obrera. Ya lo sé. Muchas cabezas de mentalidad revolucionaria, pero embrolladas, se remiten a los principios cuando no ven la realidad, es decir, cuando la inteligencia se niega a apreciar los hechos concretos en los que se debe parar la atención.

¿Cómo hacen frente estos mantenedores de la “pureza de principios” a las necesidades que nos impone el desarrollo histórico en nuestra política revolucionaria?

Todos estos razonamientos se vienen abajo ante una necesidad inexorable: sin millones de mujeres no podemos realizar la dictadura proletaria, sin ellas no podemos llevar a cabo la edificación comunista.

Debemos encontrar el camino que nos conduzca hasta ellas, debemos estudiar mucho, probar muchos métodos para encontrarlo.

Por eso es totalmente justo que presentemos reivindicaciones en favor de la mujer. Esto no es un programa mínimo, no es un programa de reformas en el espíritu socialdemócrata, en el espíritu de la II Internacional7. Esto no es el reconocimiento de que creamos en la eternidad o al menos en una existencia prolongada de la burguesía y de su Estado. Tampoco es un intento de apaciguar a las masas femeninas con reformas y desviarlas de la lucha revolucionaria. Esto nada tiene de común con las supercherías reformistas.

Nuestras reivindicaciones se desprenden prácticamente de la tremenda miseria y de las vergonzosas humillaciones que sufre la mujer, débil y desamparada bajo el régimen burgués. Con esto testimoniamos que conocemos estas necesidades, que comprendemos igualmente la opresión de la mujer, que comprendemos la situación privilegiada del hombre y odiamos —sí, odiamos— y queremos eliminar todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la mujer del obrero, a la campesina, a la mujer del

6 Partido Obrero Comunista de Alemania: Grupo pequeñoburgués anarcosindicalista formado en 1919 a base de elementos revisionistas y reformistas separados del Partido Comunista de Alemania. 7 II Internacional: Organización internacional de los partidos socialistas fundada en 1889. Al estallar la primera guerra imperialista mundial los líderes de la II Internacional traicionaron la causa del socialismo y se colocaron al lado de sus gobiernos imperialistas asumiendo una postura chovinista y promoviendo la carnicería entre los obreros de los países beligerantes.

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hombre sencillo e incluso, en muchos aspectos, a la mujer de la clase acomodada.

Los derechos y las medidas sociales que exigimos de la sociedad burguesa para la mujer, son una prueba de que comprendemos la situación y los intereses de la mujer y de que bajo la dictadura proletaria las tendremos en cuenta. Naturalmente, no con adormecedoras medidas de tutela; no, naturalmente que no, sino como revolucionarios que llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad por la transformación de la economía y de la superestructura ideológica.

Aseguré a Lenin que compartía su punto de vista, pero que, indudablemente, este punto de vista encontraría resistencia.

Mentes inseguras y medrosas lo rechazarían como “oportunismo peligroso”. Tampoco se debe negar que nuestras actuales reivindicaciones para la mujer pueden ser comprendidas e interpretadas equivocadamente.

— ¡Qué le vamos a hacer! —exclamó Lenin, algo irritado—

Este peligro se extiende a todo cuanto decimos y hacemos. Si por temor a él vamos a abstenernos de actos convenientes y necesarios, podemos convertimos sencillamente en místicos contemplativos indios. ¡Nada de moverse, nada de moverse, no sea que caigamos desde la altura de nuestros principios! En nuestro caso no se trata sólo de lo que exijamos, sino de cómo hagamos esto. Yo creo que lo he subrayado con suficiente claridad. Como es lógico, en nuestra propaganda no debemos repasar en actitud orante las cuentas del rosario de nuestras reivindicaciones para la mujer. No, en dependencia de las condiciones existentes debemos luchar ora por unas reivindicaciones, ora por otras, luchar, naturalmente, siempre en relación con los intereses generales del proletariado.

— Como es lógico, cada combate nos pone en contradicción con la honorable camarilla burguesa y sus no menos honorables lacayos reformistas. Ello obliga a estos últimos bien a luchar a nuestro lado, bajo nuestra dirección —cosa que ellos no quieren—, bien a quitarse la máscara. Por tanto, la lucha hace que nos destaquemos con relieve, pone de manifiesto nuestro perfil comunista. La lucha nos granjea la confianza de las amplias masas femeninas, que se sienten explotadas, esclavizadas, agobiadas por el dominio del hombre, por el poder de los patronos y por toda la sociedad burguesa en su conjunto. Las trabajadoras, traicionadas y abandonadas por todos, comienzan a comprender que deben luchar junto con nosotros. ¿Debemos aún persuadirnos unos a otros de que la lucha por

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los derechos de la mujer tiene que estar vinculada con el objetivo fundamental: con la conquista del Poder y la instauración de la dictadura del proletariado? Esto es para nosotros en los momentos actuales y seguirá siendo el alfa y omega. Esto es claro, completamente claro. Pero las amplias masas femeninas trabajadoras y populares no sentirán el anhelo irresistible de compartir con nosotros la lucha por el Poder del Estado si siempre trompeteamos exigiendo esta sola reivindicación, aunque, sea con las trompetas de Jericó. ¡No, no! También en la conciencia de las masas femeninas debemos vincular políticamente nuestro llamamiento con los sufrimientos, las necesidades y los deseos de las trabajadoras. Estas deben saber que la dictadura proletaria significa para ellas la plena igualdad de derechos con el hombre tanto ante la ley como en la práctica, en la familia, en el Estado y en la sociedad, así como también el derrocamiento del poder de la burguesía.

La Rusia Soviética está demostrando esto —exclamé—, y nos servirá de gran ejemplo!

Lenin prosiguió.

— La Rusia Soviética plantea nuestras reivindicaciones para la mujer bajo un aspecto nuevo. En la dictadura del proletariado esas reivindicaciones ya no son objeto de lucha entre el proletariado y la burguesía, sino que son ladrillos para la edificación de la sociedad comunista. Esto muestra a las mujeres de más allá de nuestras fronteras la importancia decisiva de la conquista del Poder por el proletariado. La diferencia entre su situación aquí y allí debe ser establecida con precisión, para que ustedes puedan contar con las masas femeninas en la lucha de clase revolucionaria del proletariado.

Saber movilizarlas con una clara comprensión de los principios y sobre una firme base organizativa, es cuestión de la que dependen la vida y la victoria del Partido Comunista. Pero no debemos engañarnos. En nuestras secciones nacionales no existe todavía una comprensión cabal de este problema. Nuestras secciones nacionales mantienen una actitud pasiva y expectante ante la tarea de crear bajo la dirección comunista un movimiento de masas de las trabajadoras.

No comprenden que desplegar ese movimiento de masas y dirigirlo constituye una parte muy importante de toda la actividad del Partido, incluso la mitad del trabajo general del Partido. El reconocimiento, a veces, de la necesidad y del valor de un potente movimiento femenino comunista, que tenga ante sí un objetivo claro, es un reconocimiento platónico de palabra, y no una preocupación y un deber constantes del Partido.

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Nuestras secciones nacionales conciben la labor de agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su radicalización como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente a las mujeres comunistas. Se reprocha a las comunistas que esta obra no avanza con la debida rapidez y energía. ¡Esto es injusto, totalmente injusto! Verdadero separatismo e igualdad de derechos de la mujer à la rebours, como dicen los franceses, es decir, igualdad de derechos de la mujer al revés. ¿En qué se basa esta posición errónea de nuestras secciones nacionales? (No hablo de la Rusia Soviética). En definitiva, esto no es otra cosa que una subestimación de la mujer y de su trabajo.

Eso es. Lamentablemente, de muchos de nuestros camaradas aún se puede decir: “Escarbad en un comunista y encontraréis a un filisteo”. Naturalmente, es preciso escarbar en el punto sensible: en su sicología con relación a la mujer. ¿Existe prueba más evidente que el hecho de que los hombres vean con calma cómo la mujer se desgasta en el trabajo doméstico, un trabajo menudo, monótono, agotador y que le absorbe el tiempo y las energías; cómo se estrechan sus horizontes; se nubla su inteligencia, se debilita el latir de su corazón y decae la voluntad? Naturalmente, no aludo a las damas burguesas, que encomiendan todos los quehaceres domésticos, incluido el cuidado de los niños, a personas asalariadas. Todo lo que digo se refiere a la inmensa mayoría de las mujeres, comprendidas las mujeres de los obreros, aunque se pasen todo el día en la fábrica y ganen su salario.

Son muy pocos los maridos, hasta entre los proletarios, que piensen en lo mucho que podrían aliviar el peso y las preocupaciones de la mujer, e incluso suprimirlos por completo, si quisieran ayudar “a la mujer en su trabajo”. No lo hacen, por considerarlo reñido con “el derecho y la dignidad del marido”. Este exige descanso y confort. La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles nimios. El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. Su esclava se venga de él objetivamente por esta situación, también en forma velada: el atraso de la mujer, su incomprensión de los ideales revolucionarios del marido debilitan el entusiasmo de éste y su decisión de luchar. Estos son los pequeños gusanos que corroen y minan las energías de modo imperceptible y lento, pero seguro.

Conozco la vida de los obreros, y no sólo a través de los libros. Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres.

Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el

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Partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas —hombres y mujeres— que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor de Partido entre las trabajadoras.

A mi pregunta sobre las condiciones existentes en la Rusia Soviética, Lenin contestó:

— El Gobierno de la dictadura del proletariado, en alianza, naturalmente, con el Partido Comunista y los sindicatos, hace todos los esfuerzos necesarios para superar las concepciones atrasadas de los hombres y las mujeres y acabar así con la base de la vieja sicología no comunista. Huelga decir que se ha efectuado la plena igualdad de derechos del hombre y la mujer en la legislación. En todas las esferas se observa un deseo sincero de llevar a la práctica esta igualdad.

Estamos incorporando a las mujeres al trabajo en la economía soviética, en los organismos administrativos, en la legislación y en la labor de gobierno. Les estamos abriendo las puertas de todos los cursillos y centros docentes para elevar su preparación profesional y social.

Estamos creando diversos establecimientos públicos: cocinas y comedores, lavaderos y talleres de reparación, casas-cuna, jardines de la infancia, orfanatos y todo género de establecimientos educativos. En una palabra, estamos aplicando de verdad la reivindicación de nuestro programa de transmitir las funciones económicas y educativas de la vida doméstica individual a la sociedad. De este modo, la mujer es liberada de la vieja esclavitud doméstica y de toda dependencia del marido. Se le brinda la plena posibilidad de actuar en la sociedad de acuerdo con sus capacidades e inclinaciones. En cuanto a los niños, se les ofrecen condiciones más favorables para su desarrollo que las que pudieran tener en casa. En nuestro país existe la legislación más avanzada del mundo en lo que atañe a la protección del trabajo femenino. Delegados de los obreros organizados la llevan a la práctica. Estamos organizando casas de maternidad, casas para la madre y el niño, consultorios para las madres, organizamos cursillos para aprender a cuidar a los niños de pecho y de corta edad, exposiciones sobre la protección de la maternidad y de la infancia, etc. Hacemos los mayores esfuerzos para satisfacer las necesidades de las mujeres cuya situación material no está asegurada y de las trabajadoras en paro forzoso.

Sabemos muy bien que todo esto es todavía poco en comparación con las necesidades de las masas femeninas trabajadoras, que esto es aún completamente insuficiente para su efectiva emancipación. Pero esto

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representa un paso gigantesco hacia adelante con respecto a lo que existía en la Rusia zarista, capitalista.

Esto es incluso mucho en comparación con lo que se hace allí donde el capitalismo ejerce aún su dominio absoluto. Este es un buen comienzo. El rumbo es acertado, y lo seguiremos de manera consecuente, con toda nuestra energía. Ustedes, en el extranjero, pueden estar seguros de ello. Cada día de existencia del Estado soviético nos hace ver con más claridad que no avanzaremos sin el concurso de millones de mujeres. Figúrese lo que esto significa en un país donde el 80% de la población por lo menos, son campesinos.

La pequeña hacienda campesina significa la economía doméstica individual y el sometimiento de la mujer a ella. En este sentido, la situación será para ustedes mucho mejor, las cosas les serán más fáciles que a nosotros, naturalmente, a condición de que vuestras masas proletarias tomen conciencia de su madurez histórica objetiva para la conquista del Poder, para la revolución. No desesperemos. Nuestras fuerzas crecen junto con las dificultades. La necesidad práctica hará que encontremos nuevos caminos en lo que se refiere a la emancipación de las masas femeninas. Unida al Estado soviético la solidaridad fraternal llevará a cabo grandes empresas. Naturalmente, la solidaridad fraternal en el sentido comunista, y no en el sentido burgués en que la predican los reformistas, cuyo entusiasmo revolucionario se ha evaporado como un vinagre barato. A la par de la solidaridad fraternal debe manifestarse la iniciativa personal, que se transforma en actividad colectiva y se funde con ella. Bajo la dictadura del proletariado, la emancipación de la mujer mediante la realización del comunismo tendrá lugar también en el campo. En este sentido, cifro todas mis esperanzas en la electrificación de nuestra industria y de nuestra agricultura. ¡Esta es una obra grandiosa!

Las dificultades que ofrece son grandes, gigantescas.

Para remontarlas es necesario desplegar y educar las poderosas fuerzas de las masas. Millones de mujeres deben participar en esto.

Durante los diez minutos últimos llamaron dos veces a la puerta, pero Lenin continuó hablando. Al llegar aquí, abrió la puerta y dijo en voz alta: ¡Ahora voy!

Volviéndose hacia mí, añadió sonriente.

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— ¿Sabe, Clara?, me aprovecharé de que he conversado con una mujer, y para justificar mi tardanza alegaré, naturalmente, la consabida locuacidad femenina.

Aunque, en realidad, quien ha hablado mucho esta vez ha sido un hombre, y no una mujer. Por cierto, debo decir que usted sabe escuchar con toda seriedad.

Tal vez sea eso lo que me ha hecho extenderme tanto.

Después de hacer esta ingeniosa observación, Lenin me ayudo a ponerme el abrigo:

— Debía usted abrigarse mejor —me dijo preocupado—. Moscú no es Stuttgart. Hay que mirar por usted. No se enfríe. Hasta la vista. Me estrechó fuertemente la mano.

* * * * *

Mi siguiente conversación con Lenin sobre el movimiento femenino tuvo lugar unas dos semanas después.

Lenin vino a verme. Como casi siempre, su visita fue inesperada, improvisada, hecha en un intervalo de la gigantesca labor del jefe de la revolución victoriosa.

Lenin tenía el aspecto de un hombre muy cansado y preocupado. Wrangel aún no había sido definitivamente derrotado, y el problema del abastecimiento de las grandes ciudades se alzaba ante el Gobierno soviético como una esfinge inexorable.

Lenin preguntó cómo estaban las cosas en relación con las tesis. Le dije que se había reunido una comisión numerosa, en la que habían estado presentes y habían opinado todas las comunistas destacadas que se encontraban en Moscú. Las tesis estaban preparadas y ahora tenían que ser examinadas en el seno de una comisión más reducida. Lenin indicó que se debía aspirar a que el III Congreso mundial estudiase la cuestión con la debida profundidad8. Este solo hecho bastaría para acabar con los prejuicios de muchos camaradas. En primer término debían encargarse de ello las comunistas, y además muy en serio.

8 III Congreso de la Internacional Comunista: Celebrado del 22 de junio al 12 de julio de 1921. Clara Zetkin presentó un informe sobre el movimiento femenino revolucionario y logró la adopción de importantes resoluciones.

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— No trinar como buenas comadres, sino hablar a plena voz, como combatientes, hablar con claridad —exclamó Lenin con animado tono—. El Congreso no es un salón en el que las damas deban brillar por sus encantos, como se dice en las novelas. El Congreso es una palestra de lucha, en la que combatimos a fin de llegar a conocer la verdad, indispensable para la acción revolucionaria. Demuestren ustedes que son capaces de luchar. Naturalmente, en primer término contra los enemigos, pero también en el seno del Partido cuando haga falta. El problema afecta a las grandes masas femeninas.

Nuestro Partido ruso apoyará siempre todas las proposiciones y medidas que ayuden a conquistar a estas masas. Si las mujeres no están con nosotros, los contrarrevolucionarios pueden lograr que vayan contra nosotros. Esto lo debemos tener siempre en cuenta.

— Las masas femeninas deben ser nuestras, aunque estén atadas con cadenas al cielo —dije, recogiendo la idea de Lenin—. Aquí, en el centro de la revolución con su vida impetuosa, con su pulso acelerado e intenso, he concebido el plan de un gran acto internacional de las masas femeninas trabajadoras. El móvil impulsor de mi idea han sido sobre todo vuestras conferencias y congresos de mujeres sin partido.

Deberíamos hacer intentos para convertir estos comicios nacionales en internacionales. El hecho indudable es que la guerra mundial y las consecuencias derivadas de ella han conmovido profundamente a las amplias masas femeninas de las distintas clases y capas sociales. Atraviesan un estado de efervescencia, se han puesto en movimiento.

Las amargas preocupaciones para asegurar su subsistencia y dar sentido a su vida les plantean cuestiones cuya existencia apenas sospechaba la mayoría de ellas y de las que sólo una minoría había tomado plena conciencia.

La sociedad burguesa no está en condiciones de darles respuesta satisfactoria. Sólo la puede dar el comunismo. Debemos hacer que las amplias masas femeninas de los países capitalistas lo comprendan, y para ello debemos convocar un Congreso internacional de mujeres sin partido.

Lenin no contestó en seguida. Se quedó pensativo, con la mirada dirigida, por decirlo así, hacia adentro, apretando fuertemente los labios y adelantando un poco el inferior.

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— Sí —dijo después—, debemos hacerlo. Es un buen plan. Pero un plan bueno, incluso magnífico, no tiene ningún valor si no es realizado bien. ¿Ha pensado usted ya en cómo ponerlo en práctica? ¿Cómo concibe usted esto?

Expuse detalladamente a Lenin mis consideraciones a este propósito. Primero debía constituirse, en estrecho y permanente contacto con nuestras secciones nacionales, un Comité integrado por mujeres comunistas de distintos países para preparar, celebrar y utilizar el Congreso. Era preciso estudiar desde el punto de vista de la conveniencia la cuestión de si este Comité debía actuar inmediatamente con carácter oficial y público.

En todo caso, la primera tarea de los miembros de Comité consistía en entrar en contacto en los distintos países con las dirigentes de las obreras organizadas en los sindicatos, con las dirigentes del movimiento político femenino proletario, con organizaciones femeninas burguesas de todo género y de todas las tendencias y, por último, con eminentes mujeres médicas, maestras, escritoras, etc., y formar una comisión nacional preparatoria sin partido. De entre los miembros de estos comités nacionales debía constituirse un Comité internacional, encargado de preparar la convocatoria del Congreso internacional y de fijar el orden del día, el lugar y la fecha de la inauguración del Congreso.

A mi juicio, el Congreso debía examinar en primer término el derecho de la mujer a trabajar en las diversas profesiones.

Sería preciso tratar las cuestiones del paro forzoso, del salario igual a trabajo igual, de la promulgación de leyes estableciendo la jornada de ocho horas y la protección del trabajo de las obreras, de la organización de los sindicatos, de la protección social de la madre y del niño, de las medidas sociales para aliviar la situación de las amas de casa y de las madres, etc.

Además, en el orden del día debía figurar: la situación de la mujer en el derecho familiar y matrimonial y en el derecho público, político. Después de argumentar estas propuestas, añadí que, a mi juicio, los comités nacionales de los diversos países debían preparar a fondo el Congreso mediante una campaña metódica desarrollada a través de las asambleas y de la prensa.

Esta campaña era de una importancia extraordinaria.

Debía despertar a las amplias masas femeninas, impulsarlas a un estudio serio de las cuestiones sometidas a examen, hacer que concentrasen su atención en el Congreso y, por lo mismo, en el comunismo y en los partidos de la Internacional Comunista. La campaña debía, desplegarse entre las

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trabajadoras de todas las capas sociales. Debía asegurar que asistiesen al Congreso y colaborasen con él representantes de todas las organizaciones previstas, así como delegadas de asambleas femeninas públicas. El Congreso debía ser un “organismo representativo popular” en un sentido completamente distinto al de los parlamentos burgueses.

Era de todo punto evidente que las comunistas debían ser no sólo la fuerza motriz, sino la fuerza dirigente en la labor preparatoria, a la que se debía prestar el apoyo más enérgico por parte de nuestras secciones.

Todo esto, naturalmente, se refería asimismo a la actividad del Comité internacional, a las labores del propio Congreso y a su más amplia utilización. Para todas las cuestiones del orden del día del Congreso debían ser propuestas tesis comunistas y las correspondientes resoluciones, cuidadosamente elaboradas desde el punto de vista de los principios e inteligentemente razonadas, con un enfoque científico de los hechos sociales. Estas tesis debían ser sometidas a examen previo y recibir la aprobación del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Las decisiones y consignas comunistas debían figurar en el centro de las labores del Congreso y de la atención pública. Una vez celebrado el Congreso, era necesario difundirlas por medio de la agitación y la propaganda entre las más amplias masas femeninas, a fin de que estas consignas determinasen en lo sucesivo las acciones internacionales de masas de las mujeres. Como es lógico, una condición previa imprescindible era que las comunistas interviniesen en todos los comités y en el propio Congreso como un núcleo fuerte y homogéneo y que actuasen unidas, coordinando sus esfuerzos, con claridad de principios y de una manera firmemente metódica. No debía haber intervenciones discordes.

Durante mi exposición, Lenin asintió varias veces con la cabeza e hizo breves observaciones aprobatorias.

— Me parece, Clara —dijo—, que usted ha pensado muy bien todo este asunto en el aspecto político y, en líneas generales, también en el sentido de la organización.

Estoy de completo acuerdo con usted en que, en la presente situación, este Congreso podría realizar una importante labor. Encierra la posibilidad de que conquistemos a las más amplias masas femeninas, en particular a las masas de mujeres dedicadas a trabajos profesionales de toda especie: obreras industriales, trabajadoras del servicio doméstico, maestras y otras empleadas. ¡Esto estaría bien, muy bien! Piense en la situación. En un momento de grandes conflictos económicos o de huelgas políticas, ¡qué

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fuerza reportaría al proletariado revolucionario la indignación consciente de las masas femeninas!

A condición, naturalmente, de que sepamos atraerlas y retenerlas a nuestro lado. Las ventajas serían grandes, incluso colosales. Pero ¿qué piensa usted sobre otras cuestiones?

Probablemente, las autoridades públicas estarán muy en contra de la convocatoria del Congreso e intentarán impedir su celebración. Sin embargo, difícilmente se atreverán a tomar medidas brutales contra él. En todo caso, esto a usted no le asusta. Pero ¿no teme usted que las comunistas, tanto en los comités como en el propio Congreso, se vean ahogadas por la superioridad numérica de las representantes de la burguesía y del reformismo y por su habilidad, indudablemente superior? Además, y ante todo, ¿está usted verdaderamente segura de la preparación marxista de nuestras camaradas comunistas y de que se puede reunir de entre ellas un grupo de choque que resista con honor el combate?

Respondí a Lenin que no era de esperar que las autoridades amenazasen al Congreso con su puño de hierro. Las burlas y los groseros ataques contra el Congreso servirían únicamente de agitación a su favor. Al número y a la habilidad de los elementos no comunistas podríamos oponer las comunistas la superioridad científica del materialismo histórico en el enfoque y la exposición de los problemas sociales y el carácter consecuente de nuestras reivindicaciones para la solución de los mismos. Por último —y esto no era lo menos importante—, podríamos oponer la victoria de la revolución proletaria en Rusia y su labor en orden a la emancipación de la mujer. El débil e insuficiente bagaje marxista de algunas camaradas podría ser equilibrado con la preparación metódica y el trabajo mancomunado. En este sentido, de quienes más espero yo es de las comunistas rusas. Deberían formar el núcleo de hierro de nuestra falange. Con ellas yo me atrevería a lanzarme tranquilamente a algo más que a los combates del Congreso. Además, incluso si saliésemos derrotadas en la votación, el hecho mismo de nuestra lucha destacaría el comunismo al primer plano y tendría una gran importancia desde el punto de vista de la propaganda, creando al mismo tiempo para nosotras nuevos puntos de apoyo para la ulterior labor. Lenin se echó a reír a carcajadas.

— Sigue teniendo usted el mismo entusiasmo por las revolucionarias rusas. Sí, sí, él viejo amor no se olvida. Yo creo que usted tiene razón. Incluso la derrota después de una lucha tesonera sería una ventaja, sería la preparación de futuras conquistas entre las masas trabajadoras femeninas. En general, se trata de una empresa en la que vale la pena arriesgar.

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Nosotros no podemos en modo alguno salir perdiendo totalmente. Pero, como es natural, yo confío en la victoria, deseo la victoria de todo corazón.

Nos proporcionaría una considerable vigorización de nuestra fuerza, la ampliación y el afianzamiento de nuestro frente de lucha, traería a nuestras filas animación, dinamismo y actividad. Esto siempre es útil. Además, el Congreso suscitaría en el campo de la burguesía y de sus amigos reformistas una mayor inquietud, inseguridad, contradicciones y conflictos.

Cabe imaginar quiénes se reunirían junto con las “hienas de la revolución” si este asunto siguiese adelante bajo su dirección: estarían allí presentes honestas y domesticadas socialdemócratas bajo la suprema dirección de Scheidemann, Dittmann y Legien; piadosas cristianas, unas bendecidas por el Papa y otras adictas a la doctrina de Lutero; auténticas hijas de consejeros secretos; consejeras de Estado de nuevo cuño; pacifistas inglesas de buen tono, como ladies, amén de entusiastas sufragistas francesas. ¡Qué cuadro de caos y de disgregación del mundo burgués sería el que ofreciese el Congreso! ¡Qué cuadro de su falta absoluta de perspectivas! El Congreso acentuaría la disgregación, contribuyendo así a debilitar las fuerzas de la contrarrevolución. Todo debilitamiento de las fuerzas del enemigo equivale a un acrecentamiento de nuestra potencia. Yo voto a favor del Congreso. Manos a la obra. Le deseo éxito en la lucha.

Hablamos luego de la situación de Alemania, y en particular del “Congreso de unificación” de los viejos “espartaquistas”9 con el ala izquierda de los independientes10 que iba a celebrarse en breve. Después de esto Lenin salió apresurado, saludando cordialmente a varios camaradas que trabajaban en la habitación de paso.

Emprendí con alegría y esperanza la labor preparatoria.

9 Espartaquistas: se denomina así a los miembros de la Liga Espartaco, organización revolucionaria de los comunistas alemanes liderados por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknetch, Franz Mehring, y Leo Jogiches que surge tras su ruptura con la socialdemocracia alemana. Realizaron propaganda revolucionaria entre las masas contra la guerra de rapiña imperialista, denunciando la política anexionista del imperialismo alemán y la traición de los líderes socialdemócratas como Friedrich Ebert y otros. A pesar de los diversos errores en que pudieron incurrir en cuestiones teóricas y tácticas, hoy son recordados y reconocidos como auténticos revolucionarios comunistas que dedicaron su vida integra a la causa de la clase obrera y cayeron heroicamente en su puesto de combate. 10 Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania: Partido centrista, fundado en abril de 1917 a base de elementos oposicionistas del Partido Socialdemócrata Alemán.

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Pero la idea del Congreso tropezó con la posición de las comunistas alemanas y búlgaras, que a la sazón dirigían el movimiento femenino comunista más fuerte después del de la Rusia Soviética. Se opusieron categóricamente a la convocatoria del Congreso.

Cuando se lo comuniqué a Lenin, me respondió:

— ¡Es una lástima, una gran lástima! Estas camaradas han desaprovechado una magnífica oportunidad de abrir a las más amplias masas femeninas nuevas y mejores perspectivas y de atraerlas así a la lucha revolucionaria del proletariado.

¡Quién sabe si volverá a presentarse tan pronto una ocasión tan propicia! Hay que forjar el hierro en caliente. Pero la tarea sigue en pie. Usted debe continuar buscando el camino para llegar a las masas femeninas, condenadas por el capitalismo a una tremenda miseria. Usted debe buscarlo a toda costa. No se puede dar de lado a esta necesidad.

Sin una actividad organizada de las masas bajo la dirección de los comunistas no puede haber, victoria sobre el capitalismo.

Por eso debe, al fin, ponerse también en movimiento el Aqueronte de las masas femeninas.

* * * * *

Se ha cumplido el primer año en que el proletariado revolucionario ha actuado sin Lenin. Este año ha demostrado la firmeza de su causa, ha demostrado el genio extraordinario del guía. Las salvas artilleras recuerdan el momento luctuoso en que Lenin, un año atrás, cerró para siempre sus ojos, que escrutaban el lejano porvenir y penetraban tan hondo. Contemplo las columnas interminables de hombres y mujeres en duelo del pueblo trabajador. Acuden al lugar en que descansa Lenin. El luto de estos hombres y de estas mujeres es el mío y el de millones. El dolor recrudecido despierta los recuerdos con fuerza inexorable. Ese dolor hace revivir la realidad ante la que desaparece el abrumador presente. Suena en mis oídos cada una de las palabras que pronunciara Lenin en el curso de la conversación. Veo cada cambio de la expresión de su rostro. Y debo escribir, debo hacerlo... Ante la tumba de Lenin se inclinan las banderas, teñidas en sangre de los combatientes de la revolución. Son depositadas coronas de laurel. Ninguna está de más. Y a ellas uno estas modestas hojas.

* * *

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LA CONTRIBUCIÓN DE LA MUJER PROLETARIA ES INDISPENSABLE PARA LA VICTORIA DEL SOCIALISMO

Clara Zetkin (Discurso pronunciado en el Congreso de Gotha del Partido socialdemócrata

alemán el 16 de octubre de 1896)

Los estudios de Bachofen,11 Morgan12 y otros parecen demostrar que la opresión social de la mujer coincide con la aparición de la propiedad privada. La contradicción, en el seno de la familia, entre el hombre en cuanto a poseedor y la mujer en cuanto a no-poseedora constituye la base de la dependencia económica y de la situación social de defraudación de los derechos del sexo femenino. Según Engels, en esta última situación radica una de las primeras y más antiguas formas de dominio clasista. Engels afirma que: «En la familia el marido es el burgués y la mujer representa el proletariado.»13 Todavía no se podía hablar en aquel momento de cuestión femenina en el moderno sentido de la palabra. Solamente el modo de producción capitalista ha provocado los trastornos sociales que han dado vida a la cuestión femenina moderna; ha hecho pedazos la antigua economía familiar que en el período precapitalista garantizaba a las grandes masas del mundo femenino un medio de sustento y un sentido a su vida. Parecería insensato aplicar a la actividad desarrollada por las mujeres en la antigua economía doméstica aquellos conceptos negativos de miseria y de angustia que caracterizan la actividad de las mujeres de nuestros días. Mientras subsistió la antigua forma familiar, la mujer encontró en la misma su sentido en la actividad productiva que desarrollaba, y por ello no era consciente de que estaba privada de todos los derechos sociales, a pesar de que el desarrollo de su individualidad estaba fuertemente limitado.

El período del Renacimiento es el Sturm und Drang que señala el despertar del moderno individualismo y le permite desarrollarse en las más diversas direcciones. Nos encontramos con individuos de talla gigantesca, tanto en el

11 Johann Jakob Bachofen (1815-1887): jurista e historiador suizo, autor de El derecho materno (hipótesis sobre el matriarcado en la Antigua Grecia). Comentado por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. 12 Lewis Henry Morgan (1818-1881): etnólogo americano autor, entre otros, de Ancient Society, or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery through Barbarism, to Civilisation («La sociedad antigua, o investigaciones sobre las líneas del progreso humano desde el estado salvaje a través de la barbarie hasta la civilización»), Londres, 1877; principal punto de referencia de Engels en El origen de la familia... 13 Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En relación con las investigaciones de Lewis H. Morgan.

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bien como en el mal, que pisotean las instituciones de la religión y de la moral y desprecian tanto el cielo como la tierra, el infierno como el paraíso; encontramos mujeres en el centro de los acontecimientos sociales, artísticos y políticos. Sigue sin percibirse ningún rastro del «problema» femenino. Y ello es tanto más característico cuanto se trata de un período en el cual la antigua economía familiar, bajo el fuerte impulso de la división del trabajo, empieza a desaparecer. Millares de mujeres dejan de vivir su vida en el seno de la familia. Pero la cuestión femenina, por llamarla de este modo, se resuelve entonces entrando en los conventos y en las órdenes religiosas.

Las máquinas, el modo moderno de producción, empezaron gradualmente a cavar la fosa a la producción autónoma de la familia, planteando a millones de mujeres el problema de encontrar un nuevo modo de sustento, un sentido a su vida, una actividad que al mismo tiempo fuese también agradable. Millones de mujeres se vieron obligadas a buscarlo fuera, en la sociedad. Entonces empezaron a tomar consciencia de que la falta de derechos hacía muy difícil la salvaguarda de sus intereses, y a partir de este momento surge la genuina cuestión femenina moderna. Citamos algunas cifras que demuestran hasta qué punto el modo moderno de producción agudizó la cuestión femenina: en 1882, en Alemania, sobre un total de 23 millones de mujeres y jóvenes, existían 5 millones y medio de trabajadoras asalariadas, es decir, casi una cuarta parte de la población femenina encontraba ya su sustento fuera de la familia. Según el censo de 1895, las mujeres ocupadas en la agricultura, en sentido amplio, eran un 8 % más de las censadas en 1882; en la agricultura, en sentido estricto, habían aumentado en un 6 %, mientras que para el mismo período los hombres habían disminuido respectivamente un 3 y un 11 %. En los sectores de la industria y la minería, las mujeres habían aumentado un 35 %, mientras que los hombres sólo lo habían hecho en un 28 %; en el comercio, el número de mujeres había aumentado en más del 94 %; el de los hombres sólo en un 38 %. Estas áridas cifras son mucho más perentorias en afirmar la urgencia con que debe resolverse la cuestión femenina, que no las declaraciones más ardientes. Sin embargo, la cuestión femenina sólo existe en el seno de aquellas clases de la sociedad que a su vez son producto del modo de producción capitalista. Por ello, no existe una cuestión femenina en la clase campesina, aunque su economía natural esté ya muy reducida y llena de grietas. En cambio, podemos encontrar una cuestión femenina en el seno de aquellas clases de la sociedad que son las criaturas más directas del modo de producción moderno. Por tanto, la cuestión femenina se plantea para las mujeres del proletariado, de la pequeña y media burguesía, de los estratos intelectuales y de la gran burguesía; además, presenta distintas características según la situación de clase de estos grupos. ¿Cómo se presenta la cuestión femenina

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para las mujeres de la alta burguesía? Estas mujeres, gracias a su patrimonio, pueden desarrollar libremente su propia individualidad, seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo, como mujeres, siguen dependiendo del varón. El residuo de la tutela sexual de los tiempos antiguos ha desembocado en el derecho de familia, para el que sigue siendo válida la frase: «y él será tu señor».

¿Qué aspecto presenta la familia de la alta burguesía en la cual la mujer está legalmente sometida a su marido? Desde el mismo momento de su creación, este tipo de familia ha carecido de presupuestos morales. La unión se decide en base al dinero, no a la persona; es decir: lo que el capitalismo une no puede ser separado por una moral sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial dos prostituciones hacen una virtud14. A ello corresponde también el estilo de la vida familiar. Allí donde la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer, madre y vasalla, los traslada al personal de servicio al que paga un salario. Si las mujeres de estos estratos desean dar un cierto significado a su vida, deben ante todo reivindicar el poder disponer libremente y autónomamente de su patrimonio. Por ello esta reivindicación se sitúa en el centro de avanzada del movimiento de mujeres burguesas. Estas mujeres luchan por conquistar este derecho contra el mundo masculino de su clase, y su lucha es exactamente la misma que la burguesía inició en su momento contra los estratos privilegiados: una lucha por la abolición de todas las discriminaciones sociales basadas en el patrimonio.

¿Cuáles son las características de la cuestión femenina en los estratos de la pequeña y media burguesía y en el seno de las intelectuales burguesas? En este caso la familia no está separada de la propiedad, sino básicamente de los fenómenos concomitantes a la producción capitalista; en la medida en que ésta avanza en su marcha triunfal, la pequeña y media burguesía van acercándose progresivamente a su destrucción. En el caso de las intelectuales burguesas se produce además otra circunstancia que contribuye a que sus condiciones de vida empeoren: el capital necesita fuerza de trabajo inteligente y científicamente preparada y en este sentido, ha favorecido una sobreproducción de proletarios del trabajo mental, determinando con ello un cambio negativo de la posición social de los que pertenecen a las profesiones liberales, profesiones que, en el pasado, eran decorosas y muy rentables. Sin embargo, el número de matrimonios decrece en la misma medida ya que, si por un lado las premisas materiales han empeorado, por el otro se han incrementado las necesidades vitales del

14 Charles Fourier, Théorie de l'unité universelle, «Teoría de la unidad universal», París, 1841-45, vol. III p. 120, citado por Engels en El origen de la familia... p. 99.

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individuo y por tanto el individuo perteneciente a estos estratos reflexiona muchísimo antes de decidirse a contraer matrimonio. El límite de edad para la creación de una familia es cada vez más alto, y el hombre se siente cada vez menos inclinado hacia el matrimonio, debido también en parte a que la sociedad permite al solterón una vida cómoda sin exigirle una mujer legítima: la explotación capitalista de la fuerza de trabajo proletaria con salarios de hambre da también suficiente para que la demanda de prostitutas por parte del mundo masculino esté ampliamente cubierta por una conspicua oferta. Y por ello, el número de mujeres solteras entre los estratos de la media burguesía es cada vez más elevado. Las mujeres y las adolescentes de esta clase se ven rechazadas por la sociedad en la que no pueden vivir una existencia que sólo les procure el pan, sino también satisfacción moral. En estos estratos la mujer no está equiparada al hombre en lo que se refiere a la propiedad de bienes privados; ni siquiera está equiparada en calidad de proletaria como acontece en los estratos proletarios; la mujer de las clases medias debe conquistar ante lodo la igualdad económica con el hombre, y sólo lo puede conseguir mediante dos reivindicaciones: la de igualdad de derechos en la formación profesional y la de igualdad de derechos para los dos sexos en la práctica profesional. Desde un punto de vista económico, esto significa la consecución de la libertad de profesión y la concurrencia entre hombre y mujer. La consecución de estas reivindicaciones desencadena un contraste de intereses entre los hombres y las mujeres de la media burguesía y de la intelligentsia. La concurrencia de las mujeres en las profesiones liberales es la causa de la resistencia de los hombres frente a las reivindicaciones de las feministas burguesas. Se trata del simple temor a la concurrencia; sea cual sea el motivo que se hace valer contra el trabajo intelectual de las mujeres: un cerebro menos eficiente, la profesión natural de madre, etc., sólo se trata de pretextos. Esta lucha concurrencial impulsa a la mujer que pertenece a estos estratos a la consecución de los derechos políticos, con el fin de romper todas las barreras que obstaculizan su actividad económica. Hasta ahora he esbozado solamente el primer momento, que es básicamente económico. Sin embargo, haríamos un escaso favor al movimiento femenino burgués si sólo limitáramos los motivos del mismo al factor económico, ya que también incluye un aspecto mucho más profundo, un aspecto moral y espiritual. La mujer burguesa no sólo pide ganarse su propia existencia, sino también una vida espiritual, el desarrollo de su propia personalidad. Precisamente es en estos estratos donde se encuentran aquellas trágicas figuras, tan interesantes desde el punto de vista psicológico, de mujeres cansadas de vivir como muñecas en una casa de muñecas y que desean participar en el desarrollo de la cultura moderna; las aspiraciones de las feministas burguesas están plenamente justificadas,

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tanto en el aspecto económico como desde el punto de vista moral y espiritual.

En lo que respecta a la mujer proletaria, la cuestión femenina surge a partir de la necesidad de explotación del capital que lo obliga a la continua búsqueda de fuerza de trabajo más barata... de modo que también la mujer proletariada se ve inserta en el mecanismo de la vida económica de nuestros días, se ve arrastrada a la oficina o atada a la máquina. Ha entrado en la vida económica para aportar un poco de ayuda a su marido, pero el modo de producción capitalista la ha transformado en una concurrente desleal: quería acrecentar el bienestar de la familia y ha empeorado la situación; la mujer proletaria quería ganar dinero para que sus hijos tuviesen un mejor destino y casi siempre se ve arrancada de sus brazos. Se ha convertido en una fuerza de trabajo absolutamente igual al hombre: la máquina ha hecho superflua la fuerza de los músculos y en todas partes el trabajo de las mujeres ha podido producir los mismos resultados productivos que el trabajo masculino. Tratándose además, y ante todo, de una fuerza de trabajo voluntaria, que sólo en rarísimos casos se atreve a oponer resistencia a la explotación capitalista, los capitalistas han multiplicado las posibilidades con el fin de poder emplear el trabajo industrial de las mujeres a la máxima escala. En consecuencia, la mujer del proletariado ha podido conquistar su independencia económica. Pero de ello no ha sacado ninguna ventaja. Si en la época de la familia patriarcal el hombre tenía derecho a usar moderadamente la fusta para castigar a la mujer -recuérdese el derecho bávaro del siglo XVII (Kurbayrisches Recht)- el capitalismo ahora la castiga con el látigo. Antes el dominio del hombre sobre la mujer se veía mitigado por las relaciones personales, mientras que entre obrera y empresario sólo existe una relación mercantilizada. La proletaria ha conquistado su independencia económica pero como persona, como mujer, y como esposa no tiene la menor posibilidad de desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y de madre sólo le quedan las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo. Por ello la lucha de emancipación de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesía contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los capitalistas. Ella, la mujer proletaria, no necesita luchar contra los hombres de su clase para derrocar las barreras que ha levantado la libre concurrencia. Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de producción moderno la han desplazado completamente en esta lucha. Por el contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer proletaria, con las que deben armonizarse y garantizarse sus derechos de esposa y madre. El objetivo final de su lucha no es la libre concurrencia con el hombre, sino la

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conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista. Todo esto no significa que no deba apoyar también las reivindicaciones del movimiento femenino burgués. Pero la consecución de estas reivindicaciones sólo representa para ella el instrumento como medio para un fin, para entrar en lucha con las mismas armas al lado del proletario.

La sociedad burguesa no se opone radicalmente a las reivindicaciones del movimiento femenino burgués: esto ha sido demostrado por las reformas en favor de las mujeres introducidas en el sector del derecho público y privado en distintos Estados. En Alemania estas reformas se producen con gran lentitud y ello se debe, por una parte, a la lucha por la concurrencia económica en las profesiones liberales, lucha que los hombres temen, y por otra, al lento y reducido desarrollo de la democracia burguesa en Alemania que, por temor al proletariado, no asume las tareas que la historia le ha asignado. La burguesía teme que la realización de estas reformas sólo represente ventajas para la socialdemocracia. Una democracia burguesa sólo puede hacer reformas en la medida en que no se deje hipnotizar por el miedo. Esto, por ejemplo, no sucede en Inglaterra, que es el único país en el que existe una burguesía eficiente, enérgica, mientras que la burguesía alemana, que tiembla ante el proletariado, renuncia a su obra reformista en los campos político y social. Además, en Alemania la actitud pequeñoburguesa todavía está muy extendida: la tacañería y los prejuicios del filisteo. Evidentemente, el temor de la democracia burguesa es corto de vista. Aunque las mujeres consiguieran la igualdad política, nada cambia en las relaciones de fuerza. La mujer proletaria se pone de parte del proletariado y la burguesa de parte de la burguesía. No nos hemos de dejar engañar por las tendencias socialistas en el seno del movimiento femenino burgués: se manifestarán mientras las mujeres burguesas se sientan oprimidas, pero no más allá. Cuanto menos comprende su misión la democracia burguesa, menos corresponde a la socialdemocracia apoyar la causa de la igualdad política de las mujeres. No queremos parecer más guapos de lo que somos y no es por la belleza de un principio que apoyar más su reivindicación, sino en el interés de clase del proletariado. Cuanto mayor sea la influencia nefasta del trabajo femenino sobre la vida de los hombres, más coactiva es la necesidad de acercar las mujeres a la lucha económica. Cuanto más profunda sea la incidencia de la lucha política en la existencia del individuo, más urgente y necesario es que la mujer participe en la lucha política. Las leyes contra los socialistas han dejado muy claro por primera vez, a millares de mujeres, lo que significa derecho de clase, Estado de clase y dominio de clase; por primera vez han enseñado a millones de mujeres a tomar consciencia del poder que con tanta brutalidad interviene en la vida familiar.

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Las leyes contra los socialistas han realizado un trabajo que centenares de agitadoras no hubieran sido capaces de realizar, y nosotros estamos sinceramente agradecidos al artífice de las leyes contra los socialistas, así como a todos los órganos del Estado que han colaborado en su puesta en vigor, desde el ministro hasta el policía, por su involuntaria actividad propagandística. ¡Y después dirán que nosotros, los socialistas, no somos agradecidos! Otro suceso debe ser también considerado imparcialmente. Me estoy refiriendo a la publicación del libro de August Bebel La mujer y el socialismo. No hablo ahora de esta obra en base a los elementos positivos o a las lagunas que presenta, sino en base al período en el que ha aparecido. Ha sido algo más que un libro, ha sido un acontecimiento, un evento. Por primera vez se ponía en claro las relaciones que unen la cuestión femenina al desarrollo histórico; por primera vez, en este libro, se afirmaba que solamente podemos conquistar el futuro si las mujeres combaten a nuestro lado. Y hago estas observaciones como camarada de partido y no como mujer.

Ahora bien, ¿cuáles son las conclusiones prácticas para llevar nuestra agitación entre las mujeres? No es tarea de un Congreso hacer propuestas prácticas aisladas; su tarea consiste en delinear una orientación general para el movimiento femenino proletario. El principio-guía debe ser el siguiente: ninguna agitación específicamente feminista, sino agitación socialista entre las mujeres. No debemos poner en primer plano los intereses más mezquinos del mundo de la mujer: nuestra tarea es la conquista de la mujer proletaria para la lucha de clase. Nuestra agitación entre las mujeres no incluye tareas especiales. Las reformas que se deben conseguir para las mujeres en el seno del sistema social existente ya están incluidas en el programa mínimo de nuestro partido.

La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una importancia prioritaria para todo el movimiento proletario. La tarea principal consiste en la formación de la consciencia de clase en la mujer y su compromiso activo en la lucha de clases. La organización sindical de las obreras se presenta como extremadamente ardua. Desde 1892 hasta 1895, el número de las obreras inscritas en las organizaciones centrales ha alcanzado la cifra de 7.000. Si a ellas añadimos las obreras inscritas en las organizaciones locales, y comparamos la cifra con la de las obreras en activo, solamente en la gran industria, cifra que llega a 700.000, tendremos una idea del inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este trabajo es mucho más difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas en la industria a domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida entre las jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y

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que cesará con el matrimonio. Para muchas mujeres el resultado final es por el contrario un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Por ello es indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las obreras. Mientras en Inglaterra todos coinciden en considerar que la eliminación del trabajo domiciliario, la fijación de la jornada de trabajo legal y la obtención de salarios más elevados representan elementos de expresa importancia para la organización sindical de las obreras, en Alemania, a los obstáculos ya mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el derecho de reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la legislación del Reich reconoce a las obreras queda anulada por las disposiciones regionales vigentes en algunos Estados federales. Por añadidura, no quiero ni siquiera referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho de asociación, si se puede hablar de la existencia de tal derecho; por lo que se refiere a los dos mayores Estados federales, Baviera y Prusia, ya se ha dicho que las leyes sobre el derecho de asociación son aplicadas de tal modo que casi es imposible para las obreras formar parte de organizaciones sindicales. En particular en Prusia, no hace mucho tiempo, el gobierno de distrito del «liberal» Herr von Bennigsen, eterno candidato a ministro, ha hecho lo imposible en la redacción de los derechos de asociación y de reunión. En Baviera las mujeres están excluidas de todas las asambleas públicas... ...Esta situación hace imposible que las mujeres proletarias puedan organizarse al lado de los hombres. Hasta ahora han llevado una lucha contra el poder policiaco y contra las leyes de los juristas y, por lo menos formalmente, han llevado la peor parte. En realidad son las vencedoras, ya que cuantas medidas se han puesto en práctica con el fin de aniquilar la organización de la mujer proletaria sólo han conseguido provocar un incremento de la consciencia de clase. Si nosotros aspiramos a la creación de una organización femenina potente en el terreno económico y político, debemos ante todo conquistarnos la libertad de movimientos en la lucha contra el trabajo domiciliario, por una reducción del tiempo de trabajo y, en primer lugar, contra lo que las clases dominantes suelen denominar derecho de asociación. En este Congreso del partido no pueden ser definidas las formas en las que debe desarrollarse la agitación femenina; ante todo debemos hacer nuestros los métodos con los cuales haremos progresar la agitación. En la resolución que os ha sido propuesta se propone la elección de algunos delegados femeninos que tendrán la tarea de promover y dirigir, de modo unitario y programático, la organización económica y sindical entre las mujeres. La propuesta no es nueva: la idea ya había sido asumida en el Congreso de Frankfurt, lo cual ha permitido que en determinados lugares se llevara a la práctica con notable éxito; en el futuro podrá comprobarse si, aplicada a gran escala, puede favorecer un masivo aumento de la presencia femenina en el seno del movimiento proletario.

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La agitación no puede solamente hacerse con discursos. Muchas indiferentes no vienen a nuestras asambleas, innumerables esposas y madres no pueden asistir a nuestras asambleas -y la tarea de la agitación socialista entre las mujeres no puede ser la de alejar a la mujer proletaria de sus deberes de madre y de esposa; por el contrario, la agitación debe procurar que puedan asumir su misión mucho mejor de lo que lo han hecho hasta ahora, y ello en interés de la emancipación del proletariado. La mejora de las relaciones en el seno de la familia, de la actividad doméstica de la mujer, reafirma su determinación para la lucha. Si le facilitamos la tarea de educadora de sus hijos, podrá hacerles conscientes y hacer que continúen luchando con el mismo entusiasmo y la misma abnegación con que lo hacen sus padres por la emancipación del proletariado. Cuando el proletario dice: «Mi mujer», entiende: «La compañera de mis ideales, de mis luchas, la educadora de mis hijos para las batallas del futuro». Y, de esta manera, muchas madres, muchas esposas que educan en la consciencia de clase a sus maridos y a sus hijos, contribuyen en la misma medida que las compañeras que vemos presentes en nuestras asambleas. Por ello, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Nosotros debemos llevar el socialismo a las mujeres a través de los periódicos en el ámbito de una agitación programada. Propongo que, para tal fin, se distribuyan octavillas, pero no octavillas tradicionales que resuman en un cuarto de página todo el programa socialista, toda la ciencia de nuestro siglo, sino octavillas breves, que desarrollen desde un ángulo concreto una cuestión práctica, con un planteamiento de clase... ...Repito, se trata de sugerencias que someto a vuestro examen. La agitación entre las mujeres es una empresa cansada, que requiere muchos sacrificios, pero que tendrá su recompensa y que por tanto debe ser asumida. Puesto que si el proletariado sólo puede conquistar su plena emancipación gracias a una lucha que no haga discriminaciones de nacionalidad o de profesión, sólo podrá alcanzar su objetivo si no tolera ninguna discriminación de sexo. La inclusión de las grandes masas de mujeres proletarias en la lucha de liberación del proletariado es una de las premisas necesarias para la victoria de las ideas socialistas, para la construcción de la sociedad socialista.

Sólo la sociedad socialista podrá resolver el conflicto provocado en nuestros días por la actividad profesional de la mujer. Si la familia en tanto que unidad económica desaparece, y en su lugar se forma la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, profesionales y reivindicativos y, con el tiempo, podrá asumir plenamente su misión de esposa y de madre.

* * *

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DIRECTRICES PARA EL MOVIMIENTO COMUNISTA FEMENINO

(1920)

I

El II Congreso de la III Internacional hace suya la resolución del I Congreso acerca de la necesidad de dar consciencia de clase a las grandes masas de mujeres proletarias, de educarlas en los ideales comunistas, de convertirlas en compañeras de lucha y en seguras y decididas colaboradoras hacia el comunismo. La vigorosa participación de las proletarias en las luchas revolucionarias por la superación del capitalismo y la realización del comunismo es del todo indispensable. Y es necesario para que todas las mujeres sean capaces de desarrollar plenamente su personalidad, con la solidaridad de todo el cuerpo social, mediante la educación, ya sea en la actividad profesional o en la de madre, de forma que les sean asegurados todos sus derechos sociales. Y es necesario, para que el proletariado sea cada vez más compacto y fuerte en la lucha revolucionaria contra el sistema burgués y en la construcción revolucionaria del nuevo sistema, que sean creadas las condiciones sociales para la consecución de este objetivo.

II

La historia del pasado y del presente nos enseña que la propiedad privada es la última y más profunda causa de la situación de privilegio del hombre frente a la mujer. La aparición y consolidación de la propiedad privada son las causantes de que la mujer y el niño, al igual que los esclavos, pudiesen convertirse en propiedad del hombre. Por esta causa ha aparecido la dominación del hombre por el hombre, la contradicción de clase entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados; debido a ello pudo producirse la relación de dependencia de la mujer en cuanto esposa y madre del hombre, su subordinación al hombre, su inferioridad en la familia y en la vida pública. Esta relación todavía sigue existiendo en nuestros días entre los llamados pueblos avanzados; se manifiesta en las costumbres, en las leyes con la privación de derechos, o como mínimo en la inferioridad del sexo femenino ante la ley, en su posición subordinada en el seno de la familia, en el Estado y en la sociedad, en su condición de tutelada y en su menor desarrollo espiritual, en la insuficiente valoración de sus prestaciones maternas y de su significado para la sociedad. En los pueblos de cultura europea, este estado de cosas ha sido consolidado y promovido por el hecho de que, con el desarrollo del artesanado corporativo, la mujer queda desplazada de los sectores de producción de bienes industriales en la sociedad y relegada a

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desempeñar su actividad en la economía familiar, sólo para su propia familia, Para que la mujer llegue a obtener la plena equiparación social con el hombre -de hecho y no sólo en los textos de leyes y sobre el papel- para que pueda conquistar como el hombre la libertad de movimiento y de acción para todo el género humano, existen dos condiciones indispensables: la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y su sustitución por la propiedad social, y la inserción de la actividad de la mujer en la producción de bienes sociales dentro de un sistema en el que no existan ni la explotación ni la opresión. Solamente la realización de estas dos condiciones hace que sea imposible que la mujer, como esposa y como madre, quede subordinada económicamente al hombre en la familia, o que por la contradicción de clase existente entre explotadores y explotados caiga, en tanto que proletaria y obrera de la industria, bajo el dominio y la explotación económica del capitalista. De hecho, estos supuestos, excesivos y unilaterales, tanto en la economía doméstica y en la maternidad como en la actividad profesional, paralizan cualidades y energías preciosas de la mujer y hacen imposible que se armonice, los dos ámbitos de sus deberes. Sólo la actuación de estas dos premisas garantiza a la mujer el desarrollo multiforme de su capacidades y de sus energías, y le permite actuar con iguales derechos e iguales deberes como trabajadora y creadora en una comunidad de trabajadores y creadores, equiparados a su vez en derechos y deberes, y vivir plenamente su actividad de obrera y de madre de forma armoniosa.

III

Las reivindicaciones del movimiento femenino burgués han demostrado ser impotentes para garantizar los plenos derechos de todas las mujeres. Naturalmente, el afianzamiento de estas reivindicaciones reviste un significado que no debe ser subvalorado, ya que, por una parte, la sociedad burguesa y su Estado abandonan oficialmente el viejo prejuicio de la inferioridad del sexo femenino y, por otra, con la equiparación de la mujer reconocen su igualdad social. Sin embargo, en la praxis, la realización de las reivindicaciones femeninas conduce esencialmente a una modificación del sistema capitalista en favor de las mujeres y las adolescentes de las clases poseedoras, mientras la abrumadora mayoría de proletarias, de las mujeres del pueblo trabajador, se ven tan expuestas como antes, en su calidad de oprimidas y explotadas, a que se manipule su personalidad y a que se menosprecien sus derechos y de sus intereses. Mientras el capitalismo exista, el derecho de la mujer a disponer libremente de su patrimonio y de su persona representa solamente el último estadio de emancipación de la propiedad y de las posibilidades de explotación de las proletarias por parte de los capitalistas. El derecho de la mujer a la misma formación y profesión

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que el hombre puede alcanzar, abre a las mujeres de los poseedores los llamados sectores profesionales superiores, poniendo con ello en acción el principio de la concurrencia capitalista, con la que se agudiza el contraste económico y social entre los sexos. Finalmente, la más importante y grandiosa de las reivindicaciones feministas -la que proclama la plena equiparación política de los dos sexos, y en particular el reconocimiento del derecho de voto tanto para elegir como para ser elegida- es decididamente insuficiente para asegurar derechos y libertad a las mujeres pobres o de pocos posibles.

Con la perduración del capitalismo, el derecho de voto representa solamente la consecución de una democracia política puramente formal, burguesa, y no de una democracia real, económica, social, proletaria. El derecho de voto general, igual, secreto, directo, activo y pasivo para todos los adultos significa solamente que la democracia burguesa ha llegado a su último grado de desarrollo y que este voto se convierte por tanto en el fundamento y la cobertura de la forma política más completa de dominio de clase por parte de los poseedores y explotadores. Este dominio de clase se intensifica en el actual período de imperialismo, de desarrollo social revolucionario -a pesar del derecho de voto democrático- hasta convertirse en la dictadura de clase más violenta y brutal contra los proletarios y los explotados. Este derecho de voto no elimina la propiedad privada de los medios de producción, y por tanto no elimina tampoco la contradicción de clase entre burguesía y proletariado; y no suprime la causa de subordinación económica y explotación de la gran mayoría de mujeres y hombres ante una minoría de mujeres y hombres poseedores. El derecho de voto solamente esconde esta dependencia y esta explotación con el engañoso velo de la equiparación política. Tampoco la plena equiparación política puede ser el objetivo final del movimiento y de la lucha de las mujeres proletarias. Para ellas la consecución del derecho de voto y de elegibilidad sólo es uno más entre los distintos instrumentos que les posibilitan poderse reunir, prepararse para el trabajo y la lucha con vistas a la construcción de un orden social emancipado del dominio de la propiedad privada sobre los hombres que sea, después de la abolición de la contradicción de clase entre explotadores y explotados, una ordenación social de trabajadores libres, con iguales derechos y deberes.

IV

El comunismo es el único sistema social que reúne estas exigencias y, con ello, garantiza plena libertad y justicia a todo el sexo femenino. El fundamento del comunismo es la propiedad social de los grandes medios que dominan la economía social, de la producción y distribución de bienes,

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del intercambio. El comunismo, aboliendo la propiedad privada de estos medios, elimina la causa de la opresión y explotación del hombre por el hombre, el contraste social entre ricos y pobres, explotadores y explotados, dominadores y oprimidos, y por tanto también el contraste económico y social entre hombre y mujer. La mujer, en cuanto miembro de la sociedad, de la administración y de la explotación de los medios de producción y distribución de la sociedad, disfruta al lado del hombre de los productos materiales y culturales, de su empleo y utilización y queda solamente sometida en su desarrollo y en su actividad al vínculo de solidaridad colectiva, pero no, porque es mujer, a la persona de un solo hombre o a la pequeña unidad moral que es la familia; y mucho menos sometida a un capitalista ansioso de beneficios y a una clase dominante de explotadores. La ley más importante de la economía comunista es la satisfacción de la necesidad de bienes materiales y culturales de cada miembro de la sociedad, según las máximas posibilidades que permitan el nivel de producción y la cultura. Este objetivo solamente puede ser alcanzado imponiendo la obligación de trabajar a todos los adultos sanos y normales, sin discriminaciones de sexo. Solamente puede ser alcanzado en una organización social que reconozca la igualdad de todo trabajo útil y socialmente necesario, que valore también la actividad materna como prestación social, una organización que predisponga las condiciones de desarrollo de sus miembros desde su nacimiento, dentro del ámbito de un trabajo social libre, y promueva el máximo desarrollo consciente de las facultades productivas.

V

El comunismo, el gran emancipador del sexo femenino, no puede ser solamente el resultado de la lucha común de las mujeres de todas las clases por la reforma del sistema burgués en la dirección indicada por las reivindicaciones feministas, no puede ser solamente el resultado de una lucha contra la posición social privilegiada del sexo masculino. El comunismo sólo y únicamente puede ser realizado mediante la lucha común de las mujeres y hombres del proletariado explotado contra los privilegios, el poder de los hombres y mujeres de las clases poseedoras y explotadoras. El objetivo de esta lucha de clases es la superación de la sociedad burguesa, del capitalismo. En esta lucha el proletariado puede estar seguro de conseguir la victoria si logra despedazar el poder de la burguesía explotadora mediante acciones revolucionarias de masas, si logra despedazar el dominio de clase de la burguesía sobre la economía y el Estado mediante la conquista del poder político y la instauración de su dictadura de clase en el sistema de consejos (soviets). El estadio inicial inevitable de la sociedad

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comunista formada por trabajadores con iguales derechos e iguales deberes no es la democracia burguesa, sino su superación mediante el dominio de clase proletario, mediante el Estado proletario. En la lucha por la conquista del poder del Estado, las clases dominantes y explotadoras ponen en movimiento, contra la vanguardia del proletariado, los instrumentos más brutales de su dictadura de clase. Las acciones de masas de los explotados y de los oprimidos desembocan en la guerra civil. La victoria del proletariado gracias a las acciones de masas revolucionarias y a la guerra civil, no puede concebirse sin la participación consciente, entregada y resuelta de las mujeres pertenecientes al pueblo trabajador. Estas, de hecho, representan la mayoría, o a la enorme mayoría, de la población trabajadora de casi todos los países desarrollados, y su papel en la economía social y en la familia es a menudo decisivo para el éxito de las luchas de clase entre explotadores y explotados, así como para el comportamiento de los mismos proletarios en esta lucha. La conquista del poder político por parte del proletariado debe ser también obra de las proletarias comunistas. Este mismo principio sigue siendo válido después de la consolidación de la dictadura de la clase proletaria, para la construcción del sistema de consejos, para la construcción del comunismo. Esta profunda y gigantesca transformación de la sociedad, de su base económica, de todas sus instituciones, de toda la vida moral y cultural, no puede ser posible sin la activa e iluminada participación de las masas de mujeres comunistas. La colaboración de estas masas representa no sólo una importante contribución a la realización del comunismo, sino también una rica aportación de multiformes servicios. Este trabajo es una premisa para el necesario incremento de la riqueza social de la sociedad y para el aumento, mejora y profundización de su cultura. Del mismo modo como la lucha de clase revolucionaria del proletariado en cada país es una lucha internacional y alcanza su cima en la revolución mundial, también la lucha revolucionaria de las mujeres contra el capitalismo y contra su estadio superior de desarrollo, el imperialismo, la lucha por la dictadura del proletariado y la consolidación de la dictadura de clase y del sistema de consejos, deben ser entendidas a nivel internacional.

VI

El espantoso crimen que representa la guerra mundial imperialista de los grandes estados capitalistas y las condiciones que ha creado, han agudizado al máximo las contradicciones sociales y las penalidades de la mayoría de las mujeres. Estas son las inevitables consecuencias del capitalismo, y sólo pueden desaparecer con su destrucción. Esta situación no es solamente la de los países beligerantes, sino también la de los Estados neutrales, que en su conjunto se han visto más o menos afectados por el sangriento carrusel

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de la guerra mundial y sus efectos. La inmensa tensión y el continuo aumento de los precios imposibles de los alimentos de primera necesidad y los alquileres, de los medios de subsistencia de muchos millones de mujeres, hace que sus preocupaciones, sus privaciones, sus penas y dolores en su vida de obreras, amas de casa y madres lleguen a ser insoportables. La escasez de casas se ha convertido en una terrible plaga. El estado de salud de las mujeres en concreto continúa empeorando cada vez más, tanto por la subalimentación crónica que padecen, como por la fatiga del trabajo en la fábrica y en la economía doméstica. El número de madres que dan a luz niños sanos y vigorosos está disminuyendo cada vez más. La mortalidad infantil sube de forma inquietante; males y enfermedades, consecuencias de la insuficiente nutrición y de las míseras condiciones de vida en general, son el destino de centenares de miles, incluso millones de niños proletarios, y la desesperación de sus madres.

Un peculiar fenómeno está agudizando las penalidades de las mujeres en todos los países en los que el capitalismo mantiene su dominio. Durante la guerra, el trabajo profesional de las mujeres había registrado un aumento extraordinario. En los países beligerantes estaba entonces vigente el slogan: las mujeres en los primeros puestos de la economía, de la administración y de todas las actividades culturales. El prejuicio contra el «sexo débil, poco dotado y atrasado» quedaba sofocado por el sonido de las trompetas triunfales y del rugido del poder y de la explotación del imperialismo, estadio máximo del capitalismo internacional. La necesidad de ganar dinero, la mentira de la defensa de la patria junto con la ansiedad de la ganancia capitalista, empujaron a masas de mujeres a emplearse en la industria y en la agricultura, en el comercio y en los negocios. En todos los sectores de la administración local y estatal, en los llamados servicios públicos y en las profesiones liberales, el trabajo de las mujeres aumentaba día a día. Ahora, cuando la industria capitalista se ha visto disgregada por la guerra mundial, cuando el capitalismo todavía dominante se muestra impotente para reconstruir la economía según las necesidades materiales y culturales de las grandes masas trabajadoras, cuando la caída de la economía y su sabotaje consciente por parte de los capitalistas ha provocado una crisis de estancamiento de la producción y una desocupación como nunca se había visto; ahora, decimos, las mujeres son las primeras víctimas, y las más numerosas, de esta crisis. Los capitalistas y la administración estatal y local capitalista tienen mucho menos miedo a la mujer en paro que al hombre en paro, ya que la primera es como mínimo políticamente ignorante y está desorganizada. También tienen en cuenta el hecho de que la mujer en paro puede llevar al mercado y vender, como última mercancía, su propia feminidad. En todos los países en los que el proletariado no ha conquistado

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el poder mediante su lucha revolucionaria, resuena hoy con nueva fuerza el slogan: ¡fuera las mujeres de los puestos de trabajo, que vuelvan al sitio que les corresponde, que es la casa! Un slogan que resuena incluso dentro de los sindicatos, que obstaculiza y hace más ardua la lucha por la paridad del salario y la paridad de prestaciones para ambos sexos, al tiempo que a su lado renace la ideología pequeño-burguesa-reaccionaria de la «única profesión auténticamente natural» y la inferioridad de la mujer. Como fenómeno paralelo a la creciente desocupación y a la miseria de innumerables mujeres, se registra una intensificación de la prostitución en sus formas más variadas, desde el matrimonio por conveniencia hasta la cruda venta del cuerpo femenino bajo la forma de «trabajo a destajo» sexual.

La tendencia a echar cada vez más a la mujer del campo de trabajo social está en estridente contradicción con la creciente necesidad de amplias masas femeninas de una actividad autónoma, lucrativa y satisfactoria. La guerra mundial ha matado a millones de hombres y ha convertido a otros tantos en inválidos parciales o totales, necesitados de cuidados y de asistencia; la disgregación de la economía capitalista no consiente que millones de hombres puedan cubrir las necesidades de la familia con lo que les produce su propio trabajo. La tendencia mencionada está en abierta contradicción con los intereses de la abrumadora mayoría de los miembros de la sociedad. Sólo utilizando en los más distintos sectores de actividad todas las energías y capacidades de las mujeres, la sociedad conseguirá compensar la inmensa destrucción de bienes materiales y culturales provocada por la guerra, y aumentar en la justa medida su riqueza y su cultura. Esta fuerte tendencia a echar a la mujer de la producción de los bienes sociales y de la cultura encuentra su última razón en el ansia de beneficio del capital, que quiere perpetuar su poder de explotación. Demuestra la irreconciabilidad de la economía capitalista, del orden burgués, con los intereses más profundos de la abrumadora mayoría de las mujeres y de los miembros de la sociedad en general. Para hacer frente a todas las necesidades más urgentes de las mujeres -que son el inevitable resultado de la naturaleza explotadora y opresiva del capitalismo- existe una sola vía. La guerra ha agudizado al máximo estas necesidades, convirtiendo a inmensas masas femeninas en sus desventuradas víctimas. Pero no son fenómenos transitorios que desaparecerán con la paz, sino que no debe olvidarse que la supervivencia del capitalismo amenaza constantemente a la humanidad con nuevas guerras de conquista imperialistas, cuyas señales son ya hoy evidentes. Los millones de proletarias, mujeres del pueblo trabajador, sienten del modo más oprimente el malestar social, puesto que en ellas coincide su situación de clase en cuanto explotadas y la situación de inferioridad intrínseca de su sexo, lo que las convierte en las víctimas más duramente

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golpeadas por el orden capitalista. Sin embargo, sus afanes y sus penalidades sólo son fenómenos concretos del destino general de la clase proletaria explotada y oprimida, y ello sucede en todos los países que siguen estando sometidos al régimen capitalista. Esta situación no podrá ser cambiada nunca por una reforma de la ordenación burguesa, por una presunta «lucha contra el estado de miseria posbélico». Los afanes y las penalidades solamente podrán desaparecer con la desaparición de este sistema, con la lucha revolucionaria de los hombres y mujeres explotados y desheredados de todos los países, con la acción revolucionaria del proletariado mundial. Sólo y únicamente la revolución mundial podrá resolver, como un tribunal mundial de la historia, las consecuencias de la guerra en cada país en concreto, desde la miseria hasta la decadencia moral y espiritual, hasta los sangrientos sufrimientos de las masas, y determinar la definitiva caída del capitalismo.

VII

Ante las situaciones sociales que hemos esbozado, el II Congreso de la Internacional comunista celebrado en Moscú decide lanzar un llamamiento a todas las mujeres del pueblo trabajador que piden libertad y humanidad, a fin de que se unan a las filas de los partidos comunistas de sus respectivos países y, con ello, a las filas de la Internacional comunista, la cual unifica las acciones de estos partidos, su fuerza y su firmeza. La Internacional comunista, en su lucha por la consecución de objetivos claros, seguros y concretos, la superación del capitalismo y la construcción del comunismo, ha demostrado ser la representante más consciente y segura del derecho de las mujeres. En interés del sexo femenino, continúa a un nivel histórico superior la obra que la II Internacional había iniciado, pero que no había sabido desarrollar coherentemente al dejarse influir cada vez más por el reformismo oportunista en el movimiento obrero, lo que le impidió pasar de una comunidad de ideas a una comunidad de hechos; aquella obra que ella misma traicionó ignominiosamente en agosto de 1914. En realidad, la II Internacional llegó incluso a sacrificar el derecho y los intereses de las mujeres cuando renunció a movilizar los proletarios de todos los países en la lucha revolucionaria internacional contra el imperialismo capitalista, contra el sistema capitalista, bendiciendo en cambio la conciliación entre explotadores y explotados en los ejércitos nacionales que el imperialismo lanzó uno contra otro -en una guerra fratricida y suicida para la clase obrera- para satisfacer su sed de ganancia y el ansia de poder mundial del capitalismo.

En el momento de su fundación, la II Internacional enumeró entre sus objetivos el de la lucha por la plena equiparación y emancipación social del

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sexo femenino. Su acción fue, sin lugar a dudas, importante y progresiva al difundir estas reivindicaciones en amplios estratos de la población, con la convicción de que su victoria presupondría la destrucción del capitalismo y la llegada del socialismo, convicción apoyada por el inconciliable antagonismo de clase entre las mujeres de la minoría explotadora y las mujeres de la mayoría explotada, y la solidaridad internacional y nacional entre los esclavos asalariados sin discriminación de sexo. La II Internacional obligó a las organizaciones sindicales y a los partidos socialistas a admitir a las mujeres en sus filas como miembros equiparados y corresponsables en las luchas económicas y políticas del proletariado. Consiguió también que se incrementara la capacidad de lucha y de defensa de las proletarias en su lucha de clase gracias a las reducciones legales del poder de explotación capitalista mediante instituciones sociales para la asistencia a las amas de casa y a las madres, y el reconocimiento de la equiparación política. Reivindicó la neta separación del movimiento femenino socialista del burgués. Sin embargo, el que estas aspiraciones encontraran aplicación y se convirtieran en objetivos de lucha, fue una cuestión que la II Internacional dejó en manos de las organizaciones sindicales y de los partidos socialdemócratas de los distintos países. En general, las realizaciones en el campo de los intereses femeninos y de los derechos de las mujeres se fueron consiguiendo según la influencia que la socialdemocracia organizada en los distintos países logró ejercer sobre las organizaciones de proletarios. El abismo entre teoría y práctica, entre decisiones y hechos, aparece en concreto en el planteamiento de las reivindicaciones de los derechos de las mujeres. La II Internacional toleró que las organizaciones inglesas afiliadas lucharan durante años por la introducción de un derecho de voto femenino restringido lo cual, de haber sido conseguido, sólo hubiera aumentado el poder político de los poseedores y reforzado su resistencia contra el sufragio universal para todos los adultos. Permitió también que el partido socialdemócrata belga y, más tarde, el austríaco, se negasen a incluir, en sus grandes luchas por el derecho de voto, la reivindicación del sufragio universal femenino. De hecho, el Congreso de la II Internacional celebrado en Stuttgart comprometió a los partidos socialdemócratas de todos los países a iniciar la lucha por el sufragio universal femenino como parte esencial e irrenunciable de la lucha general del proletariado por el derecho de voto y por el poder, en neta contraposición con las aspiraciones feministas y demócrata-burguesas, rechazando cualquier política oportunista-reformista. Pero también esta resolución quedó sólo sobre el papel en la mayoría de los países, y no consiguió impedir, por otra parte, que el Partido de los socialistas unificados de Francia se contentase con platónicas propuestas parlamentarias para la introducción del voto de la mujer, ni que el Partido

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socialdemócrata de Bélgica se viera incluso sobrepasado en sus propuestas para el sufragio femenino universal por las reivindicaciones de los clericales.

La actitud de la II Internacional fue miserable, vergonzosa y deshonrosa cuando, en el seno del movimiento obrero de todo el mundo, las mujeres socialistas de los Estados beligerantes y neutrales fueron las primeras en iniciar un intento tangible para imponer la solidaridad de los explotados contra los comandos nacionales de socialpatriotas traidores, para obligar, mediante acciones de masa revolucionarias a nivel internacional a que los gobiernos imperialistas declararan la paz, y empezaron a preparar el terreno histórico para el desarrollo de la lucha revolucionaria internacional de los obreros hasta la conquista del poder político y el derrocamiento del imperialismo y el capitalismo. Lejos de apoyar estos intentos, la II Internacional dio su tácito consentimiento a que los partidos afiliados de los distintos países -y el primero de todos el «partido modelo» de ayer en cuanto a organización, y en cuanto a tacticismo, decadencia y fracaso hoy: la socialdemocracia alemana- los cubrieran de insultos, los denunciaran e impidieran por todos los medios su triunfo. La II Internacional sigue actuando todavía hoy de forma que refuerza el poder de explotación del capitalismo y obstaculiza la conquista de cualquier libertad para el sexo femenino, engañando a las masas proletarias con los artificios de la democracia, del parlamentarismo, del social-patriotismo y del social-pacifismo. Por lo demás, la II Internacional no ha creado nunca un órgano que promoviese a nivel internacional la realización de los principios y reivindicaciones a favor de la mujer. Los inicios de una organización internacional de las mujeres proletarias y socialistas por una acción unitaria y decidida han nacido al margen de su organización, de forma autónoma. Las representantes de estas organizaciones femeninas han sido admitidas en los congresos de la II Internacional, pero sin el derecho formal de participación; la Internacional femenina socialista no tuvo voz en el seno del Buró de la II Internacional. Las comunistas y las socialistas revolucionarias consecuentes deben, por tanto, romper sus relaciones con la I Internacional y adherirse a la Internacional comunista, que no se convertirá en la lucha por los derechos y la libertad de las mujeres en una fábrica de resoluciones, sino en una comunidad de acción. La forma más completa y más adecuada de adhesión es la entrada en los partidos nacionales que forman parte de la Internacional comunista. Los miembros femeninos de partidos y organizaciones que todavía no hayan decidido adherirse a la III Internacional, tienen naturalmente el deber de utilizar todas las energías de que dispongan a fin de que estas organizaciones y partidos reconozcan las directrices de principio, tácticas y organizativas de la Internacional comunista, se adecuen a las mismas en todos los aspectos, y actúen en consecuencia. Las comunistas y socialistas

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revolucionarias coherentes, proletarias, deben volver la espalda a aquellas organizaciones y aquellos partidos que persistan en un planteamiento de principio hostil a la Internacional comunista, que amenazan con contaminar y paralizar la lucha de clase proletaria mediante consignas oportunistas y reformistas. ¡Por la actividad revolucionaria de la III Internacional! -esta debe ser la consigna general y unívoca de todas las mujeres del pueblo trabajador que quieran liberarse de la esclavitud de clase y de sexo.

VIII

El II Congreso de la Internacional comunista compromete a todos los partidos afiliados a actuar según las directrices indicadas con el fin de conseguir las más amplias masas femeninas, organizarlas y prepararlas para una fuerte lucha y para su máxima entrega al comunismo; para demostrarles con palabras y hechos que sólo la lucha revolucionaria de clase del proletariado y la consecución de sus objetivos pueden garantizar la plena justicia, la plena libertad y la plena humanización de todo el sexo femenino. De acuerdo con estas directrices, los partidos comunistas deben actuar del siguiente modo:

A. En los países en los cuales el proletariado ha conquistado el poder estatal y ha edificado su dominio en el sistema de los soviets, como en Rusia:

1. Movilizaciones generales de mujeres en todas las luchas y actuaciones de toda clase que combatan la actividad de los contrarrevolucionarios internos y extranjeros en el frente y en la patria, por la reafirmación y consolidación del sistema de los soviets: por ejemplo, el servicio de las milicias femeninas, de las Enfermeras Rojas, trabajo de formación educativa en el Ejército Rojo, etc. La colaboración interna y consciente de las mujeres es indispensable, por otra parte, para la total superación no sólo de todos los residuos económicos y sociales del capitalismo, sino también de su egoísta moral.

2. Profunda formación de las proletarias, de las pequeñas campesinas, de todas las mujeres trabajadoras en general, con el fin de que sepan que una superación más rápida del difícil período de transición que desde los últimos aleteos del capitalismo debe conducir hasta la forma superior del capitalismo también depende de ellas, de su creciente comprensión de los problemas, de su voluntad y de su abnegación; un período difícil de transición, durante el cual males, penalidades y sacrificios, se abatirán inevitablemente en particular sobre las mujeres y sus hijos.

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3. Profunda formación de las proletarias, de las pequeñas campesinas, de todas las mujeres trabajadoras en general, con el fin de que comprendan que el nuevo orden social liberador que es el comunismo total -que está madurando bajo las luchas contra las fuerzas del viejo mundo burgués y en la controversia con nuevos problemas- ha de ser en gran medida también obra de ellas mismas, fruto de la claridad de objetivos, de la inquebrantable voluntad, de la acción de cada una de ellas, dispuestas en todo momento al sacrificio.

4. Amplia participación de las trabajadoras en las labores de reconstrucción económica a través de los órganos de los soviets, de los sindicatos y las cooperativas, así como de sus diversas secciones.

5. Amplia participación de las mujeres en los soviets, en sus diversos organismos de control, administración y construcción, así como en cualquier otro campo, sin excluir el de la ciencia.

6. Organización de las condiciones de trabajo de las mujeres trabajadoras que tenga en cuenta la específica naturaleza del organismo femenino y los esfuerzos físicos y psíquicos de la función de madre, haciendo posible una vinculación armónica de la misma con la actividad profesional, vinculación que permita el pleno desarrollo de las energías y valores de la feminidad.

7. Inserción de la tradicional economía familiar -que es la forma más atrasada, más deformada y más reducida del viejo artesanado que la sucederá- en la economía general de la sociedad para transformar al ama de casa, desde esclava de la pequeña economía aislada en libre trabajadora de la gran economía social. 8. Creación de instituciones sociales-modelo que desarrollen las tareas económicas de la mujer en la familia del pasado, y que la ayuden e integren en sus tareas de madre.

9. Institución de órganos asistenciales sociales ejemplares para la protección de la maternidad, de los niños y los adolescentes.

10. Promoción de instituciones análogas para la asistencia a los enfermos, incurables, ancianos e inválidos: previsiones económicas y educativas que permitan la recuperación de las prostitutas -herencia del sistema burgués- y del subproletariado para la comunidad productiva.

11. Edificación de un sistema educativo y de formación profesional que, basado en una instrucción profesional y en la educación de grupo (Koedukation), garantice a cada individuo el desarrollo de su propia

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personalidad y de su espíritu de solidaridad, asegurando con ello también al sexo femenino las condiciones para el desarrollo de una personalidad multiforme.

12. Amplia colaboración de las mujeres en la determinación y la actuación de estas providencias (en el curso de su creación, organización y administración de los ordenamientos), para aligerar las tareas del ama de casa y de la madre, y que ayuden en la asistencia social, en particular a la asistencia de las mujeres, niños y adolescentes.

B. En todos los países en los cuales el proletariado sigue luchando por la conquista del poder político:

1. Encuadramiento de las mujeres como miembros con iguales derechos e iguales deberes en el partido comunista y en las organizaciones de lucha de clase económica del proletariado; su colaboración equiparada en todos los órganos e instancias del partido, de los sindicatos y de las asociaciones.

2. Educación de las grandes masas femeninas del proletariado y de los campesinos pobres en el comunismo, a fin de que conozcan la naturaleza, objetivos, métodos e instrumentos de las acciones y luchas revolucionarias del proletariado. Participación de las grandes masas femeninas en todas estas luchas y acciones, como enseñanza concreta y práctica de máxima eficacia; adopción de todos los instrumentos, medidas y disposiciones aptos para reforzar y clarificar la consciencia de clase de las proletarias e incrementar su energía y voluntad revolucionarias.

3. Plena igualdad de derechos de los dos sexos ante la ley y en la praxis, en todos los sectores de la vida pública y privada.

4. Utilización revolucionaria y clasista del derecho de voto activo y pasivo de la mujer en los parlamentos municipales y federales, así como en todas las corporaciones públicas, poniendo necesariamente un fuerte acento en el limitado valor del derecho de voto, del parlamentarismo, de la democracia burguesa en relación con el proletariado y en la necesidad histórica de superar el parlamentarismo y la democracia burguesa mediante el sistema soviético y la dictadura de clase obrera.

5. Consciente y activa participación de las obreras, de las funcionarias, de las empleadas y de todas las trabajadoras de la ciudad y el campo como electoras para la elección de los consejos obreros revolucionarios, económicos y políticos; la más ferviente participación de las obreras,

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funcionarias y trabajadoras en calidad de elegidas en estos consejos obreros y en sus órganos; inserción de las amas de casa pertenecientes al proletariado y a los estratos más pobres de la población como electoras de los consejos obreros revolucionarios y su colaboración, en cuanto elegidas en los mismos consejos; difusión y actuación de las concepciones consejistas entre las campesinas pobres y los estratos de la población agraria de parecidas condiciones sociales.

6. Derecho de la mujer a una formación profesional paritaria, libre, gratuita y general y su inserción, en calidad de trabajadora con iguales derechos e iguales deberes, en el trabajo económico y social a todos los niveles; reconocimiento y recualificación de la función de madre como prestación social.

7. Paridad de salario a paridad de trabajo para hombres y mujeres.

8. Radical y enérgica delimitación del poder de explotación capitalista mediante una eficaz protección legal de las obreras, de las funcionarias y de las empleadas -el llamado personal de servicio inclusive- a todos los niveles de la economía y respeto a las disposiciones oportunas para las adolescentes, las gestantes, las parturientas y las madres en el período de amamantamiento.

9. Amplias posibilidades de inspección del trabajo mediante un cuerpo suficientemente amplio de funcionarios independientes, compuesto por médicos, técnicos, obreros con plenos poderes, en el cual las mujeres deben estar representadas en proporción a la entidad del trabajo femenino.

10. Medidas y reglamentos sociales que aligeren las tareas de la mujer trabajadora en sus funciones de ama de casa y madre, medidas que permitan trasladar los trabajos domésticos tradicionales de la familia a la economía social, haciendo posible con ello una total educación de los hijos mediante la educación social que les imparta una educación basada fundamentalmente en la solidaridad.

11. Creación de las ordenanzas correspondientes, no sólo en las ciudades y en los centros industriales, sino también en las regiones del campo, en favor de las trabajadoras de la tierra, de las campesinas, etc.

12. Explicación a las mujeres del carácter atrasado de la antigua economía familiar y del desperdicio de tiempo, energía y medios que implica; explicación del uso que el capitalismo hacía de la economía doméstica como

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instrumento para mantener bajos los salarios del hombre, aduciendo como motivo que el trabajo del ama de casa no se paga; y además instrumento para mantener a la mujer en una situación de retraso cultural y político, cerrándole el acceso a la vida social.

13. Reforma radical del sistema de alojamientos, que no tenga en cuenta el derecho de propiedad burguesa a residencias superfluas y de lujo, y en cuya realización debe hacerse participar a las mujeres.

14. Amplia y orgánica regulación de la sanidad pública que comprenda, entre otras cosas, la creación en las ciudades y en el campo de centros médicos que cuenten también con el auxilio de doctoras, y tengan a su disposición enfermeras y nodrizas.

15. Adopción de las disposiciones económicas y sociales adecuadas para combatir la prostitución; medidas higiénicas contra la difusión de las enfermedades venéreas; eliminación del prejuicio social en relación a las prostitutas; superación de la doble moral sexual, distinta para los dos sexos.

16. Colaboración de las mujeres en la elección de las disposiciones y ordenanzas que afectan de modo decisivo el derecho de la mujer a la instrucción, a la actividad profesional, a la protección contra la explotación capitalista, etc.

C. En los países caracterizados por un desarrollo precapitalista

1. Superación de los prejuicios, hábitos y costumbres, de los preceptos religiosos y jurídicos que degradan a la mujer como esclava de su casa, del trabajo y del placer del hombre, superación que presupone una toma de consciencia no sólo de las mujeres, sino también de los hombres.

2. Plena igualdad jurídica de la mujer con respecto al hombre en la educación, la vida privada y la vida pública.

3. Asistencia radical a las mujeres pobres y explotadas contra la opresión y la explotación por parte de las clases poseedoras dominantes, como sucede especialmente en la industria a domicilio, y cuyos estragos más evidentes pueden ser atenuados con la creación de cooperativas.

4. Medidas y reglamentaciones que permitan el paso de las formas precapitalistas de la economía y de la vida social al comunismo, especialmente con ejemplos de realizaciones nacidas de una instrucción

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concreta y basada en los hechos, los cuales demuestran a las mujeres que la economía doméstica individual las hace esclavas, mientras que el trabajo social las hace libres. En el trabajo de movilización y organización de las mujeres de los países con desarrollo precapitalista, debe hacerse valer de modo especial las experiencias acumuladas por las camaradas y los camaradas rusos en el curso de su actividad entre las mujeres de los pueblos orientales.

IX

Con el fin de que los partidos afiliados a la Internacional comunista puedan seguir con el máximo éxito estas directrices, el II Congreso de la Internacional comunista ha decidido adoptar las siguientes medidas organizativas:

A. Organizaciones nacionales:

1. Las mujeres miembros del partido comunista de un determinado país no deben reunirse en asociaciones particulares, sino que deben estar inscritas como miembros con igualdad de derechos y deberes en las organizaciones locales del partido, y deben ser llamadas a la colaboración en todos los órganos y en todas las instancias del partido. El partido comunista, sin embargo, adopta regulaciones particulares y crea órganos especiales que se encarguen de la agitación, organización y educación de las mujeres. Todo ello considerando la especificidad cultural y moral de la mujer, su retraso histórico y la particular posición que a menudo asume debido a su actividad doméstica.

2. En todas las organizaciones regionales del partido existe un comité de agitación femenina, al cual pueden pertenecer también los camaradas. Su tarea es: a) La agitación programada y constante entre las mujeres, todavía alejadas del partido, mediante asambleas públicas, debates y asambleas de fábrica, asambleas de amas de casa, conferencias de delegadas sin partido y apolíticas, agitaciones en las casas, prensa y difusión de octavillas adecuadas, periódicos, opúsculos y publicaciones de todo tipo. b) Hacer inscribir a las mujeres encargadas de la agitación, como miembros, en el partido, sindicatos, asociaciones y demás organizaciones de lucha del proletariado. c) Conseguir que también los miembros femeninos del partido, de los sindicatos, de las asociaciones (cooperativas), de los consejos obreros y de todos los órganos de lucha del proletariado revolucionario no asuman una simple función de lastre, sino que, animadas por los ideales comunistas, participen enérgica y conscientemente en la vida y actividades de las

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organizaciones y de los mismos órganos. d) Actuar de modo que los miembros femeninos del partido reciban la instrucción teórica y práctica necesaria, sea mediante las instituciones formativas del partido en general, sea mediante sesiones especiales de lectura y de discusión para mujeres, etc. e) Procurar el modo de que a las mujeres particularmente dotadas desde un punto de vista organizativo y agitativo se les brinde la oportunidad de una formación más a fondo, y las más amplias posibilidades de acción. f) Destinar una redactora a una página dedicada a la mujer que deberá incluirse en todos los folios del partido, y escoger a las colaboradoras de entre las filas de proletarias. El comité de agitación femenina está formado por cinco a siete miembros, propuestos por las camaradas organizadoras y confederadas de la dirección regional del partido. Este comité trabaja en estrecha relación con la dirección del partido y necesita su aprobación para las orientaciones y resoluciones adoptadas. Dicho comité tiene una representante estable en la dirección del partido, la cual participa en todas las sesiones y en los trabajos, con voto consultivo sobre todas las cuestiones generales del partido, y con voto deliberativo en todas las cuestiones del movimiento femenino.

3. En todas las direcciones de distrito del partido existe un comité de agitación femenina de distrito, que tiene la tarea de promover y ayudar a los comités de agitación femeninos regionales de todo el distrito en la asunción de su tareas. Para este fin debe: a) Mantenerse en contacto estable y regular con todos los comités femeninos regionales del distrito, así como con el comité de agitación femenino nacional, y respectivamente con el secretario femenino nacional. b) Reunir todo el material importante acumulado por los miembros de los comités de agitación femeninos regionales y ponerlo a disposición de los miembros de los comités que los soliciten. c) Obtener el material publicado para la agitación y la formación política de todo el distrito. d) Promover manifestaciones de todo tipo para todo el distrito, cuidar de su preparación y desarrollo, y poner a su disposición las fuerzas necesarias para la agitación y organización. e) Adoptar y poner en práctica todas las resoluciones aptas para movilizar a las mujeres trabajadoras del distrito en importantes trabajos y acciones del partido, y convertirlas de espectadoras pasivas en colaboradoras activas. f) Organizar conferencias femeninas de distrito en las que deben participar una o dos representantes de los comités de agitación femeninos regionales y las delegadas elegidas entre los miembros femeninos del partido de cada localidad, en la proporción de una delegada por cada 50 miembros femeninos. Las conferencias femeninas de distrito deben ser convocadas por el comité por lo menos cada seis meses.

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El comité femenino del distrito debe además convocar y dirigir una conferencia de delegadas apartidistas en el distrito. El comité femenino del distrito está compuesto por cinco a siete miembros propuestos por las camaradas organizadas del distrito en su conferencia y aceptados por la dirección del distrito del partido. Dicho comité trabaja en estrecha relación con la dirección del distrito y está vinculado a la aprobación de ésta para todas las resoluciones y orientaciones que pretenda adoptar. Estará representado en la dirección por una o más camaradas. Su representación participa en todas las sesiones de la dirección del partido con voto consultivo cuando se trate de cuestiones generales del partido, y con voto deliberativo cuando se trate de cuestiones del movimiento femenino. 4. En la dirección nacional de partido están presentes un comité de agitación femenina nacional y respectivamente un secretario femenino nacional. Sus tareas son: a) El mantenimiento de relaciones regulares y continuas con el comité de agitación femenina de distrito y con los comités regionales, así como la estrecha vinculación de estos últimos con la dirección nacional del partido. b) Reunir el material procedente de las actividades de los distintos comités femeninos de distrito, y el recíproco intercambio de experiencias y consejos. c) Procurar el material de prensa para la agitación y la formación política de los comités femeninos de distrito de todo el país. d) El desarrollo del trabajo industrial, formación, situación jurídica de las mujeres, de las normas de protección para las trabajadoras, acontecimientos y controversias que afectan a los intereses económicos, políticos y sociales de las mujeres y que merezcan una atención particular; promover las discusiones sobre las cuestiones que se están discutiendo en los comités de distrito y regionales de agitación. e) La publicación de un periódico que sirva a la formación teórica de las camaradas, las eduque para una mejor comprensión del comunismo y del partido y de sus tareas revolucionarias. El comité nacional femenino nombra a la redactora de este periódico y se encarga de procurarle las contribuciones y colaboraciones de las filas de las obreras. f) La organización de manifestaciones de todo tipo por todo el país y la preparación de las fuerzas organizativas necesarias para tal fin. g) La adopción de todas las medidas necesarias para la movilización de las masas de trabajadoras de todo el país para su participación en las grandes tareas y en las grandes luchas del partido. h) La convocatoria de conferencias femeninas nacionales.

B. Organización internacional

En el ejecutivo de la Internacional se crea un secretariado femenino internacional, compuesto de tres a cinco camaradas propuestas por la Conferencia internacional de las comunistas y confirmadas por el Congreso

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de la Internacional comunista o, en su representación, por el ejecutivo. El secretariado femenino trabaja de común acuerdo con el ejecutivo de la Internacional, al cual está vinculado para la aprobación de las resoluciones y de las disposiciones que adopta. Una representante del secretariado participa en todas las sesiones y en los trabajos del ejecutivo, con voto consultivo sobre cuestiones generales, y con voto deliberativo sobre las cuestiones concretas del movimiento femenino. Sus tareas son: a) Vinculación activa con los comités femeninos nacionales de los distintos partidos comunistas y mantenimiento de relaciones entre los distintos comités. b) Recogida del material de agitación y documentación relativo a la actividad de los distintos comités nacionales para eventuales consultas.

* * *

Clara Zetkin

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ROSA LUXEMBURGO

Clara Zetkin (Escrito tras la muerte de Rosa Luxemburgo en 1919)

En Rosa Luxemburgo vivía una indomable voluntad. Dueña siempre de sí, sabía atizar en el interior de su espíritu la llama dispuesta a brotar cuando hiciese falta, y no perdía jamás su aspecto sereno e imparcial. Acostumbrada a dominarse a sí misma, podía disciplinar y dirigir el espíritu de los demás. Su sensibilidad exquisita la movía a buscar asideros para no dejarse arrastrar por las impresiones externas; pero bajo aquella apariencia de temperamento reservado, se escondía un alma delicada, profunda, apasionada, que no sólo abrazaba como suyo a todo lo humano, sino que se extendía también a todo ser viviente, pues para ella el universo formaba un todo armónico y orgánico. ¡Cuántas veces aquella a quien llamaban "Rosa la sanguinaria", toda fatigada y abrumada de trabajo, se detenía y volvía atrás para salvar la vida de un insecto extraviado entre la hierba! Su corazón estaba abierto a todos los dolores humanos. No carecía nunca de tiempo ni de paciencia para escuchar a cuantos acudían a ella buscando ayuda y consejo. Para sí, no necesitaba nunca nada y se privaba con gusto de lo más necesario para dárselo a otros.

Severa consigo misma, era toda indulgencia para con sus amigos, cuyas preocupaciones y penas la entristecían más que sus propios pesares, Su fidelidad y su abnegación estaban por encima de toda prueba. Y aquella a quién se tenía por una fanática y una sectaria, rebozaba cordialidad, ingenio y buen humor cuando se encontraba rodeada de sus amigos. Su conversación era el encanto de todos. La disciplina que se había impuesto y su natural pundonor le habían enseñado a sufrir apretando los dientes. En su presencia parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal. Aquel cuerpo pequeño, frágil y delicado albergaba una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se sentía a punto de sucumbir al agotamiento de sus energías, imponíase para

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descansar un trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían alientos. De sus labios rara vez salía un "no puedo"; en cambio, el "debo" a todas horas. Su delicada salud y las adversidades no hacían mella en su espíritu. Rodeada de peligros y de contrariedades, jamás perdió la seguridad en sí misma. Su alma libre vencía los obstáculos que la cercaban.

Mehring tiene harta razón cuando dice que Luxemburgo era la más genial discípula de Carlos Marx. Tan claro como profundo, su pensamiento brillaba siempre por su independencia; ella no necesitaba someterse a las fórmulas rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y de los fenómenos. Su espíritu lógico y penetrante se enriquecía a con la instrucción de las contradicciones que ofrece la vida. Sus ambiciones personales no se colmaban con conocer a Marx, con dominar e interpretar su doctrina; necesitaba seguir investigando por cuenta propia y crear sobre el espíritu del maestro. Su estilo brillante le permitía dar realce a sus ideas. Sus tesis no eran jamás demostraciones secas y áridas, circunscritas en los cuadros de la teoría y de la erudición. Chispeantes de ingenio y de ironía, en todas ellas vibraba su contenida emoción y todas revelaban una inmensa cultura y una fecunda vida interior. Luxemburgo, gran teórica del socialismo científico, no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en la letra de molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos indispensables y circunscritos en su especialidad; su gran afán de saber no conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad, la llevaban a descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes continuamente renovadas de goce y de riqueza interior.

En el espíritu de Rosa Luxemburgo el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas, era para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea, con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no hay palabras con qué expresar, Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida, a la idea, no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional.

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