el mal en la “era del vacío”
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El Mal en la “era del vacío”
Porque lejos del Mal los seres se marchitan
-George Bataille
1. Mal, literatura y frontera
La fatalidad, la tragedia, la guerra, la muerte, la
traición, el asesinato, la perversidad, el horror y el odio
son algunos tópicos de los que se ha valido el arte para
crear metáforas y provocar reflexiones que han intentado
acercarse a una interpretación sobre la que resulta ser, en
ocasiones, la despiadada condición humana1. Desde las
sanguinarias descripciones de la guerra de Troya en la Iliada
de Homero, hasta el diabólico erotismo en la belleza de
Lolita de Nabokov, la literatura ha trazado un mapa del Mal.
Un mapa que continúa extendiéndose, con renovados bríos, en
nuestros días.
George Bataille reconoce en su libro de ensayos, La
literatura y el mal, a escritores que han indagado el tema
que nos reúne desde distintos ángulos y visiones. A partir de
Emily Brontë y su novela Cumbres borrascosas, la cual
Bataille catalogó como ―La más bella, la más profundamente
violenta de las historias de amor‖ (26); el autor de Historia
del ojo —otro ejemplo de indagación literaria del Mal— hace
una antología de obras y autores cuyos personajes, poéticas y
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argumentos, apuntan hacia los más escabrosos rincones de la
naturaleza humana. Aquellos escondrijos alejados de la
virtud, la ética y la moral. Jules Michelet, el Marqués de
Sade, Charles Baudelaire, William Blake y Franz Kafka
componen este álbum literario sobre el Mal. Aquí una
reflexión, a propósito de Baudelaire, en la que Bataille cita
a Sartre y reconoce en el tema literario del Mal, además de
su elemento binario, el Bien, una rebelión, una especie de
conjura a la que algunos escritores han entregado su energía
creativa:
Sartre ha definido en términos precisos la posición
moral de Baudelaire. Hacer el Mal por el Mal es
exactamente hacer expresamente lo contrario de aquello
que se continúa considerando el Bien (…). Pero la
creación deliberada del Mal, es decir, la falta (de
mal), es aceptación y reconocimiento del Bien; le rinde
homenaje y, al bautizarse a sí misma como mala, confiesa
que es relativa y derivada, que sin el Bien, no
existiría (el mal). (56)
Personajes como Raskolnikov de la novela Crimen y
castigo de Fiodor Dostoievski, o Juan Pablo Castel de la
novela El túnel de Ernesto Sábato, conducen al lector hacia
una intimidad escabrosa: la que se desarrolla en la psique
turbulenta de sociópatas y asesinos. Un viaje que resulta tan
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sugestivo como inquietante. Meursault, personaje principal de
la novela de Albert Camus, El extranjero, es otro
representante literario alejado de la gracia y la razón;
conceptos medulares de los distintos discursos mediante los
que se afirma el proyecto civilizatorio occidental. Camus
aproxima el Mal del siglo XX en la configuración de
Meursault. La indolencia y amoralismo de este personaje ante
las aflicciones sociales no es más que la consecuencia
implacable de la segunda guerra mundial, ese acto supremo del
Mal. Dicha apatía que muestra Meursault ante los
convencionalismos de Occidente revela también la hipocresía,
el doble discurso y la maquinaria perversa con la que actúa
el Estado sobre los miembros de una comunidad.
La que todavía es considerada un subgénero de la novela,
la Novela Negra, se avoca a desentrañar el Mal Puro. Es
decir, desarrolla una narrativa que a través de una trama
detectivesca o policiaca intenta resolver, por medio del
raciocinio y el intelecto, los actos de personajes cuya aguda
perversidad no busca el bien material, sino el gozo
intelectual y/o erótico al momento de realizar un crimen.
Personajes que buscan transgredir la condición vital del Otro
al momento de realizar ―el crimen perfecto‖. Sobre este
respecto Jean Baudrillard comenta en su libro El crimen
perfecto: ―La liquidación del Otro va acompañada de una
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síntesis artificial de la alteridad, cirugía estética radical
(…) Pues el crimen sólo es perfecto cuando hasta las huellas
de la destrucción del Otro han desaparecido‖. (241)
En 2666 no hay solución, por las vías del raciocinio, de
los crímenes representados, como sí sucede en la Novela
Negra. Los asesinos de mujeres en la obra que es motivo de
estudio no desaparecen las huellas de sus actos; por el
contrario, cientos de cuerpos inertes y violentados van
apareciendo en zonas desérticas y marginales como una prueba
del poder criminal que priva en esta parte de la frontera
mexicana. Es por esto que la categorización del Mal Puro
descrita por Bataille resulta la más adecuada para abordar
los crímenes que aparecen en la obra, ya que para sus
perpetradores los asesinatos son, esencialmente, una
experiencia sádica y no una acción que sirve de palanca para
alcanzar bienes materiales. En el Mal Puro descrito por
Bataille los individuos buscan obtener placer, tanto físico
como intelectual, al momento de realizar actos que reflejan
una carencia total de bondad hacia los otros; de allí que
resulte un retroceso social, tanto desde el punto de vista
ético como moral. Para Bataille el Mal Puro toma su forma
cuando ―el asesino, dejando a un lado la ventaja material,
goza con haber matado‖ (30). Sin embargo también podemos
reconocer otras tipificaciones del Mal en la obra de Bolaño;
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uno de ellos el Mal Histórico, donde el escritor retoma
aspectos negativos de la historia, sobre todo guerras,
matanzas y dictaduras, para representarlas narrativamente.
Debido a que los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez2
son parte de la historia negra del México contemporáneo,
partiré de la Teoría posmetafísica del juicio reflexionante
propuesta por la académica María Pía Lara (teoría inspirada
en las aportaciones que Emmanuel Kant y Hannah Arendt
hicieron sobre el tema del Mal), para llegar a posibles
conclusiones sobre la concepción literaria de las distintas
narrativas del Mal, con lo cual se podrá demostrar que en el
estudio de dichas narrativas está implícito un ejercicio, una
reflexión moral develada por el texto mismo, ya que la
comprensión de un texto literario obliga al lector a
confrontar verdades sin importar cuán incómodas éstas sean:
A este tipo de ejercicio lo denomino «juicios
reflexionantes, los cuales constituyen el resultado de
los esfuerzos colectivos realizados para alcanzar la
comprensión histórica del mal» (…) el juicio
reflexionante se centra en la noción de que el lenguaje
posee capacidades develatorias que facilitan la
operación de una apertura reflexiva respecto a los
espacios de aprendizaje moral. (Pía Lara 29)
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En la búsqueda de un enfoque adecuado sobre las
prácticas del Mal que se extienden en la frontera norte de
México, me apegaré a la definición de frontera que reconoce
este concepto como el espacio limítrofe que marca la línea de
separación territorial entre dos o más entidades geográficas,
ya sean estados, municipios o países; reconociendo que la
frontera que separa México de Estados Unidos es una de las
más particulares del mundo, ya que no sólo se trata de un
límite geográfico, sino de un límite cultural, económico y
político3. En este sentido entenderemos las relaciones
culturales entre los habitantes de las ciudades fronterizas,
tanto del lado mexicano como estadounidense, no como una
hibridación de culturas, sino como lo que el escritor
tijuanense Heriberto Yépez ha llamado una fisión de culturas:
La cultura fronteriza no es sintética sino analítica: no
es una cultura que integre otras en un tercer estado
fusivo sino un juego de culturas cuya relación con otras
se caracteriza por evidenciar las partes de la
vinculación, subrayar su derivación, ―origen‖,
pertenencia, apropiación, plagio o recontextualización.
Lo que la cultura fronteriza dice son sus polaridades;
no sus sincretismos o terceros resolutivos. (19)
Para crear una imagen real de la actual condición
fronteriza es necesario abordar las principales problemáticas
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sociales, económicas y culturales (donde el narcotráfico es
una de las más substanciales, tomando en cuenta que cubre los
tres aspectos antes señalados) que padece la frontera norte
de México, ya que son las problemáticas que se representan en
la mayoría de obras literarias de autores fronterizos, y
también son la raíz argumental de la novela 2666; donde se
exhibe a la frontera entre México y los Estados Unidos como
una zona violenta cuya inercia se proyecta, principalmente,
sobre el género femenino. Un espacio propicio para la
caracterización del Mal Puro descrito por Bataille.
2. Escritores malditos
El tema del Mal ha tocado no sólo la obra de algunos
escritores, también su existencia. Allí la estirpe de los
denominados escritores malditos, etiqueta acuñada en el siglo
XIX por el poeta francés, Paul Verlaine (1844), para señalar
aquellos escritores seducidos por el Mal, tanto en su estilo
de vida licencioso como por sus búsquedas estéticas; las
cuales parecieran asomarse a la condenación, la oscuridad y
la ignominia del Ser. Tristan Corbiere (1845), Stéphane
Mallarmé (1842), el mismo Verlaine y el entonces adolescente
Arthur Rimbaud (1854), fueron los primeros en ser catalogados
como escritores malditos. Pero mucho antes que ellos podemos
encontrar al ya citado por Bataille, Marqués de Sade (1740).
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A Tomás De Quincey (1785), quien escribió El asesinato como
una de las bellas artes. Al poeta y Lord, George Gordon Byron
(1788). Más atrás al vagabundo, criminal y poeta, François
Villon (1432?). Irís García señala las correspondencias entre
las obras y propuestas estéticas de los escritores malditos
con su forma de vida:
Los escritores malditos reconocieron que el orden
imperante es el ilusorio, y eligieron el caos, en él
puede encontrarse la verdad. Escritores dionisiacos,
diría Nietzsche, impulsados por la pasión y el instinto,
recelosos de los límites, por ello, el primer límite en
romperse es aquel que separa la vida de la obra.
Descubrieron que el mal tiene dos vertientes
particularmente fascinantes y se dejaron seducir por
ellas: la sexualidad y la violencia, la ira y la
lujuria, aderezadas, en algunos casos, por un permanente
estado de embriaguez. (20-21)
Actualmente se considera, más por su estilo de vida que
por su obra, al francés Pierre Michon (1945) como un escritor
maldito; como se consideró en su momento al escritor y ladrón
Jean Genet (1910); así como al narrador y poeta
estadounidense, Charles Bukowsky (1920). Algunos escritores
mexicanos han sido catalogados como malditos debido a sus
búsquedas narrativas en temáticas relacionadas con la
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prostitución, el crimen y las drogas. Podemos mencionar a
Guillermo Fadanelli y Julián Herbert como dos de ellos. El
cubano Pedro Juan Gutiérrez, a quien se le apoda el Bukowsky
de la Habana, es otro de los casos latinoamericanos de
escritores malditos. El oficio de los escritores, que después
de algunas obras publicadas son denominados malditos, está
relacionado intrínsecamente con su forma de vida, de la cual
hacen una especie de experiencia marginal que llevan a la
literatura.
3. Religión
La mayoría de las religiones asumen la creación de la
humanidad y la dotación de un Ser a los individuos que la
conforman, como parte de una instauración realizada por una
energía esencialmente benevolente. Para dicha ―bondad
natural‖ no es comprensible el Mal como parte del Ser. Las
religiones judeocristianas centran su fe, en gran medida, en
los conceptos binarios de Bien y Mal, de cielo e infierno,
creando así una imagen, también binaria, que funciona como
medición moral y racional. Uno de los primeros en estudiar
―el problema del Mal‖ fue el filósofo y teólogo, San Agustín.
En su tratado, Las confesiones, además de intentar explicar
―racionalmente‖ la existencia de Dios, toma conciencia del
Mal como una enorme potencia. La materia se transforma en un
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representante intensamente violento del principio del Mal.
San Agustín llegaría a este razonamiento a través del
filósofo neoplatónico Plotinio, quien escribió en su libro
Eneadas: ―La materia es para el alma causa de debilidad y
causa de maldad. Ya mala en procedencia, ésta es el primer
Mal y, de hecho, cuando el alma se aúna a la materia y se
hace mala, la causa de su maldad es siempre la materia, con
su simple presencia‖ (14).
En el núcleo de la doctrina agustiniana el Mal es una
privación del Bien. San Agustín no niega la existencia del
Mal. El teólogo llega a la conclusión que el Mal no es una
sustancia, pero no por esto es un ente inexistente. Reconoce
en el Mal toda su extensión y dominio, pero considera que el
Mal en sí mismo no puede subsistir y que, por ello, necesita
del bien. El Mal existe, pero sin sustancia. De modo que el
Mal es un no-Ser4. Agustín argumenta que Dios no crea el Mal
porque el Mal no es creable. Si el Mal es no-Ser o privación
del Ser, no puede considerarse como objeto de un acto
creativo de Dios, el cual, cuando crea, otorga
invariablemente un Ser. Entonces el Ser es siempre un bien.
Así Dios es autor del Bien y no del Mal, como lo explica el
mismo Agustín en la obra ya citada: ―Él (Dios) es la causa
misma del ser. Es causa solamente del bien, y por esto, es el
bien supremo. No es autor del mal quien es autor de todas las
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cosas que son, porque en tanto son buenas en cuanto que son‖
(83).
Así pues se entiende que para San Agustín Dios no es
creador del Mal, sin embargo éste lo permite para llegar a un
Bien mayor. Para las religiones cristianas, cuyas bases se
fundamentan en el pensamiento agustiniano, si el Mal no viene
de un principio ni de Dios, entonces viene de la misma
criatura. De su imperfección y de su pulsión de muerte. De
allí la frase que se utiliza cuando una persona comete actos
que se adhieren a la semántica moral del Mal, es decir: Fuera
de la gracia de Dios.
Héctor Diez Castro reconoce dos tipos de males: el físico
y el moral. El primero se refiere a todos aquellos aspectos
que atentan contra la integridad física y sensible del
hombre, como lo son las enfermedades, los sufrimientos y la
muerte. Los segundos son aquellos que van en detrimento de la
virtud; es decir, aquellos males espirituales opuestos al
bien, la verdad y la justicia, conceptos que están dentro de
la gracia de Dios.
Algo que se ha debatido sobre la postura agustiniana
acerca del origen del Mal es que en ella se sobreentiende que
su representación simbólica, el Diablo, antítesis de Dios, es
el verdadero creador de la materia que contiene al Ser.
Argumento que las religiones judeocristianas niegan. Sobre la
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relación que ha mantenido la iglesia con el tema del Mal,
Alain Badiu señala: ―Las iglesias ya hicieron la experiencia
de que es más cómodo construir un consenso sobre lo que es el
Mal que sobre lo que es el Bien: siempre les fue más fácil
indicar lo que no se debía hacer, incluso contentarse con
esas abstinencias, que desenmarañar lo que es necesario
hacer‖ (7).
El poeta y dibujante, William Blake (1757), dedicó su
obra poética y narrativa a trazar una especie de antítesis en
torno a las creencias religiosas encaminadas a definir el
Mal. Para Blake el Bien funciona como un agente pasivo
subordinado a la razón, mientras que el Mal es un activo que
nace de la energía corpórea, la que mana del instante que
dura la existencia. Aquí un párrafo extraído de su libro Las
bodas del cielo y el infierno, mismo que es citado por
Bataille para ilustrar lo anterior.
Nada avanza si no es mediante los Contrarios. La
Atracción y la Repulsión, la Razón y la Energía, el Amor
y el Odio, son necesarios para la existencia humana. De
esos contrarios nace lo que las Religiones llaman el
Bien y el Mal. El bien es lo pasivo subordinado a la
razón. El Mal es lo activo que nace de la Energía. El
Bien es el Cielo. El Mal es el Infierno… Dios
atormentará al hombre durante toda la Eternidad porque
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está sometido a su Energía... La Energía es la única, y
es del Cuerpo, y la Razón es el límite o circunferencia
que envuelve a la Energía. La Energía es Delicia eterna.
(6)
Mientras que el Mal para la religión hegemónica en
Occidente ha sido considerado como la impureza del cuerpo
humano y la carencia de Razón (de bien), para algunos
creadores, como los citados arriba, el concepto de Mal tiene
que ver con la energía vital del hombre. Con su cuerpo y las
pulsiones del mismo; con la rebeldía del individuo ante lo
establecido.
4. Consideraciones éticas sobre el Mal en el mundo
capitalista
El concepto de Mal, ilustrado no como la antítesis, sino
como la dualidad del Bien, ha servido a la humanidad a través
del tiempo para establecer pautas morales que regulan el
comportamiento de las personas. Emmanuel Kant (1724)
reconoció un cierto tipo de Mal en el comportamiento
aspiracional de los seres humanos, mismo que definió como Mal
Radical. Según Kant el mal radical no busca anteponerse a
leyes morales, sino que se desentiende del Otro para
subordinar los alcances de la ley en miras de lograr
objetivos personales. Una especie de justificación que hace
20
el individuo al momento de trazar y realizar sus objetivos,
sean estos catalogados como buenos o malos. Podemos entender
esta tipificación del Mal como una perversión de la voluntad
humana. Por su parte la pensadora alemana, Hannah Arendt
(1906), reconoce que en el bélico contexto histórico del
siglo XX —la evidencia del odio entre seres humanos arrojada
por dos guerras mundiales— hizo de la acción del Mal una
especie de trámite para imponer las posturas totalitaristas
de la época; lo anterior con la intención de llevar a buen
puerto intereses políticos, militares e ideológicos, mismos
que se consumaron con total desapego a la visión que se
tenía, en ese entonces, de conceptos como humanidad, ética y
moral. A esto fue lo que la filósofa llamaría la ―banalidad
del mal‖. Un mal lejano de lo perverso y lo diabólico, y más
cercano a la superficialidad y a la carencia de reflexión
ética causada por algún deber o filiación política e
ideológica.
En una realidad postmoderna, descrita por Jean Baurillard
y Alain Badiu como una simulación maquillada por los
gobiernos capitalistas más influyentes; esto a través de
productos de enajenación global —el entretenimiento y la
tecnología dos de ellos— el Mal se asimila como las prácticas
criminales (que en la mayoría de los casos buscan un Bien
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material) y los actos que atentan contra el estilo de vida
capitalista, el cual se nutre de la imitación y el consumo.
Tanto Baudrillard en su obra La transparencia del Mal,
como Badiu en su Ensayo sobre la conciencia del Mal, señalan
que desde la segunda guerra mundial el individuo se ha
abstraído en la simulación de su realidad social y política;
en una aparente democracia donde las aspiraciones del Ser son
dictadas por medio de un sistema económico profundamente
consumista. Las formas de producción que daban sentido a la
realidad social en otras épocas hoy son dictadas por una
industria económica que impone las necesidades y aspiraciones
del individuo: ―Con la modernidad, entramos en la era de la
producción del otro. Ya no se trata de matarlo, de devorarlo,
de seducirlo, de rivalizar con él, de amarlo o de odiarlo; se
trata fundamentalmente de producirlo‖ (Baudrillard 156). En
los tiempos de la modernidad la reflexión en torno a los
individuos se dirimía en el cómo éste podía intervenir en las
formas de producción que mejor se acomodaban a su realidad
social y política, otorgándole así una importancia mayor al
trabajo y a las relaciones sociales. En los tiempos actuales
los miembros de la comunidad se ven reproducidos por una
maquinaria de capital que ya ha resuelto el papel que deben
jugar las masas. Carlos Oliva Mendoza reconoce este cambio en
las formas productivas que daban sentido a las sociedades del
22
―progreso‖, y apunta hacia las estructuras globales que
adopta la producción en nuestros días:
Una nota que nos muestra la trascendental vulgaridad de
la vida moderna, se encuentra en la propia empatía que
se ha generado entre la producción y la circulación.
Mientras que en el siglo XIX aún se percibía un
despliegue, sin duda ya irrefrenable, pero en el que
todavía se alcanzaban a distinguir las cosas producidas
(…) en el siglo XX la simbiosis entre ambos hechos ha
sido ya apoteósica. Antes del despliegue del capital, la
producción mantenía un principio de referencia central y
primario frente al ejercicio de circulación. Lo
importante era que el ser humano o el sujeto, en su
traducción formal, transformara las formas de
producción, pues en estas se generaba el sentido de la
realidad. Sin embargo, la velocidad que imprime la
Modernidad capitalista a la propia realidad hace que se
fracture esta diferencia entre producción y circulación
y que sólo se genera una metaestructura de
representaciones donde surge, insisto, el público, el
espectador y el propio principio especular de la
realidad. (122)
Es así que la gran aspiración de la ética en las
sociedades postmodernas, aparte de «la coexistencia tranquila
23
de las "comunidades" culturales, religiosas, nacionales,
etc., y el rechazo de la "exclusión"» (Badiu, 9), es la
pretensión de conservar la simulación de la realidad ya
descrita en términos pacíficos. Si la ética es la capacidad a
priori para distinguir el Mal o lo negativo, el derecho
contra ese Mal es otorgado por un marco jurídico y un ―Estado
de derecho‖ instituido por los gobiernos. Sin embargo, uno de
los síntomas de la simulación que hace el individuo de su
realidad social es el consumo, cada vez más marcado, de la
violencia. La violencia como un producto más de nuestra
época. Un producto que es usado en tiempo real; véase
noticieros, reality shows, periódicos, páginas electrónicas y
programas destinados a un público consumidor de violencia. A
un público sumido en la cultura de la violencia, en la cual
la resolución de los conflictos sociales se da por las vías
de la violencia misma, donde su representación simbólica está
cada vez más explotada en los medios masivos de información y
entretenimiento.
La ambigüedad de valores y consideraciones morales acerca
de lo humano ha reconfigurado el discurso del Bien, entendido
éste como los aspectos que hacen del hombre un Ser positivo,
único y con la capacidad de relacionarse. Los agentes de lo
que se considera el Mal se han apropiado de los aspectos que
eran característicos del Bien; lo que supone un problema
24
ético que se asemeja a lo que Kant llamó el Mal Radical. Los
términos y acciones acuñadas para la determinación de un
bien, en este caso social, se tergiversan para lograr un bien
personal u ideológico. Es así que los males sociales se
transforman en elementos culturales, en prácticas a seguir.
Un ejemplo emblemático de este fenómeno es la llamada
―narcocultura‖ que se vive, principalmente, en los estados
del norte de México, donde la aspiración de no pocos
adolescentes es la de convertirse en narcotraficantes o
sicarios. Hanna Arendt insistió en que ―el lado más oscuro
del Mal yace en la incapacidad para saber qué clase de
acciones no pueden tener perdón‖ (Pía Lara 76). Que
adolecentes ambicionen matar y traficar con droga como una
forma de ganarse la vida se debe, entre otras cosas, a la
falta de oportunidades laborales y que la figura del narco, o
el jefe de algún grupo delictivo (esto principalmente en las
regiones del norte de México), se ha configurado como la
representación de un líder, de un patrón, de un Robin Hood a
la mexicana que hace un Bien para su comunidad.5
Otro ejemplo que ilustra lo anterior fue la apropiación
del discurso del Bien, para hacer el Mal, utilizado en la
segunda guerra mundial por Hitler, quien llevó al pueblo
Alemán a impulsar, aceptar, apoyar y sostener actos de
exterminio en masa cometidos contra el pueblo judío.
25
Utilizando un poderoso discurso político bien orientado y una
filosofía purista de la raza aria, Hitler llevó a todo un
país a cometer actos de odio e intolerancia. Un Mal radical
que se convirtió entonces en un bien necesario para miles de
personas. Nelson Arteaga se ha referido en su ensayo
―Violencia y globalización‖, a las particularidades de la
política nazi para señalar que el mal que afecta a las
sociedades está subordinado a la política que éstas elijan
para regirse y sustentarse.
Una de las singularidades de la política nazi ha sido
declarar con precisión la "comunidad" historial a la que
trataba de dotar de una subjetividad conquistadora. Es
esta declaración la que permitió su victoria subjetiva y
puso la exterminación a la orden del día. Más fundado
sería decir, entonces, que en la circunstancia, el lazo
entre política y Mal se introduce justamente por el
sesgo de tomar en consideración tanto al conjunto
[temática de las comunidades], como al ser-con [temática
del consenso, de las normas compartidas]. Pero lo que
importa es que la singularidad del Mal es tributaria, en
último análisis, de la singularidad de una política.
(28)
Las políticas de intolerancia racial e ideológica, así
como las de conquista de nuevos territorios, suelen ocupar
26
los momentos más representativos de lo que Lyotard llamó ―el
gran relato‖, la historia; donde el genocidio y la
persecución han sido instrumentos clave para validar una
filosofía del poder, justificando así actos de horror
cometidos en contra de la humanidad.
5. ¿Una sociedad nihilista? La condición postmoderna o la era
del vacío
La vieja idea moderna de Progreso contemplaba a un
individuo con una visión positiva del entramado social y de
la historia. Un Ser que según los alcances de sus virtudes,
ideales y valores, como el trabajo, la religión y la familia,
era parte armónica de una sociedad organizada por clases y
leyes. La sociedad entendida como un motor colectivo
encaminado a lograr el bienestar común y la utopía de un
futuro prometedor para la raza humana. Este intento por
articular este ―nuevo hombre‖ resultaba contradictorio, ya
que en él se combinan la promesa de la liberación y la
exigencia de la dominación.
La evolución del capitalismo convertiría la promesa de
bonanza colectiva, en todas sus acepciones, en un sistema
económico que privilegia a grandes corporativos e industrias,
así como a la clase alta, lo cual derivó en contrastes
sociales y diferencias económicas abismales entre países,
27
siendo los del llamado Tercer Mundo los más afectados.
Asimismo propició el consumismo y la alienación del
individuo, quien se perdió entre las masas, entre los
ejércitos sin rostro dedicados a la monotonía y la frivolidad
que supone el consumo por el consumo y el trabajo, mecánico y
repetitivo, de las sociedades postindustriales. Guy
Hocquenhem y René Schérer ya advertían sobre las nuevas
formas que toma la barbarie en las sociedades contemporáneas:
Los principios y las creencias sobre lo que, hasta un
periodo muy reciente, las sociedades se han edificado y
han vivido, se revelan como habiendo sido, quizá, más
que mitos, mentiras míticas. Lo que se llama la puesta
en cuestión de los valores del Progreso y de las Luces
(Aufklärung) no es ya un asunto de opinión, sino que es
una contestación. Es verdad que el desarrollo de las
ciencias y las técnicas no puede pretender ya más hacer
progresar la humanidad […], que la barbarie no ha cedido
el paso ante una civilización que parece, al contrario,
segregar, a medida que avanza, formas de barbarie
desconocidas y desiguales. Nos encontramos, pues, en la
«era del vacío». (24)
Es en este contexto de frivolidad y vacío existencial
donde se comenzaron a dar fenómenos, como la migración de
multitudes a las grandes urbes de países desarrollados, y la
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globalización, no sólo económica sino también cultural, del
estilo de vida capitalista. Las nuevas generaciones
mostrarían una descarada visión sobre ―el hombre‖ y el futuro
del mismo, así como un total desapego por teorías filosóficas
y de Estado, tanto de los clásicos como de pensadores
modernos; allí el caso del olvido, cada vez más marcado, del
marxismo y el psicoanálisis, como lo señala Baudrillard: ―No
necesitamos el psicoanálisis para saber que el hombre es un
animal ambiguo e irreductible, del que es insensato querer
extirpar el mal para convertirlo en un ser racional. Sobre
esta absurdidad, sin embargo, reposan todas nuestras
ideologías progresistas‖ (199).
El individuo queda resumido en un mero espectador que
justifica su lugar en el mundo por una pasión banal, la del
capital. Carlos Oliva Mendoza reconoce en esa pasión banal y
materialista un ingrediente más para el actual repunte de la
violencia que viven las sociedades globalizadas:
Si partimos entonces del hecho de que la subsunción de
la propia realidad se da como un acto de afirmación o
pasión violenta por lo real, que está encadenado al
despliegue tecnológico de las formas de producción
moderna, en las que tiene un papel central el juego de
la imaginación y el baremo que el entendimiento coloca
para rectificar la propia realidad como una forma
29
racional —dispuesta a la pasión—, entonces podemos
comprender con mayor profundidad por qué el despliegue
de la experiencia moderna parece inquebrantable pese a
cualquier horror. (119-120)
Dinero, diversión, sexo y tecnología, algunos de los
tópicos que marcan las principales aspiraciones de la vida
moderna. Una coexistencia entre individuos que muestra, cada
vez con mayor energía, una tendencia hacia lo virtual en las
relaciones sociales y afectivas, como lo señala Baudrillard:
―De allí nacen todas las pasiones contemporáneas, pasiones
sin objeto, pasiones negativas, nacidas todas ellas de la
indiferencia, construidas todas ellas sobre otro virtual, en
la ausencia de objeto real, y condenadas por tanto
cristalizar preferentemente sobre cualquier cosa‖ (193).
Una sociedad descreída, donde todas las cosmovisiones,
desde la idea de Dios hasta la concepción humanística del
hombre, han fracasado. Donde el relativismo es moneda de
cambio y la violencia y el crimen son síntomas de dicha
relatividad ética-moral y política. Nelson Arteaga Botello en
su ensayo ―Violencia y globalización‖, señala el papel que ha
jugado el capitalismo para el repunte de la apatía entre
seres humanos:
El problema del desarrollo perverso de la vida moderna
tiene que ver, de manera central, con el modo de
30
producción del capital. En especial, el problema tiene
una arista fundamental en el despliegue tecnológico de
la producción capitalista y en su capacidad de subsumir,
a través del destino del consumo al que están condenadas
las cosas, la realidad material a un espectro de
representaciones donde no acontece un solo hecho
sustancial. (123)
El tedio y la banalidad en las nuevas generaciones han
propiciado un marco donde la transgresión y la violencia son
consideradas como elementos liberadores. Los actos de odio y
crimen en el mundo capitalista tienen que ver, como lo indica
Arteaga Botello, con el hastío generacional y la falta de
oportunidades en campos laborales y políticos.
6. Violencia, odio
En una sociedad nihilista dedicada a buscar las
distintas caras del placer (Lyotard. La condición
postmoderna), una de esas caras, quizá la más oscura, será la
que analizaremos en el tercer aparatado de la presente tesis:
el rostro de la violencia sádica. El tema de la violencia en
las sociedades contemporáneas ha sido un problema, tanto
desde el punto sociológico como moral, ya que sus
representaciones, en muchos de los casos, siguen un patrón
que dicta la misma forma que ha tomado la civilización
31
moderna; como lo sugiere Jorge Galindo: ―La sociología ha
tenido dificultades para observar a la violencia porque, en
su sentido más amplio, ésta representa el agotamiento de la
red simbólica que posibilita dicho orden social‖ (201). El
odio, por su parte, es un hecho en el que nos vemos
involucrados como individuos, raza y sociedad, todos los
días. Basta echar una mirada a los periódicos y noticieros
para enterarse del último acto de odio en algún lugar del
mundo. Un odio entre familias antagónicas, entre razas
antagónicas, entre países antagónicos, entre posturas
políticas y económicas antagónicas, entre ideales
antagónicos. Alfred A. Häsler en el libro El odio en el mundo
actual señala:
Todos los días nos vemos, de una forma o de otra,
confrontados con el odio, privado o público. Oímos,
leemos y vemos que los negros matan en Biafra a sus
hermanos con las armas que les entregan los blancos; que
en China los <revisionistas> son perseguidos, humillados
y ejecutados; que en Indonesia miles y miles de
comunistas son cazados y sacrificados en verdaderas
orgías de sangre; que los estudiantes de París, Roma,
Berlín, México, Chicago, Zürich, etc., entablan con la
policía verdaderas batallas campales… Vivimos en
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compañía del miedo. Vivimos en compañía de la violencia,
vivimos en compañía del odio. (178)
El odio colectivo, objeto de cálculo político y la
manipulación, es un hecho con el que directa o indirectamente
nos vemos confrontados como individuos en un entorno
cotidiano. No obstante hay un tipo de odio que en ocasiones
puede ser justificado, ―un odio que nace de la ira provocada
por la injusticia, la crueldad y el abuso de poder. Detrás de
ese odio se encuentra el amor dolorido del prójimo‖ (Häsler
13). Sin embargo el odio representado por Bolaño en ―La parte
de los crímenes‖, es uno alejado de cualquier sentimiento de
justicia y amor por el próximo. Un odio intencional y
puramente negativo que sólo puede producir el Mal total.