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Número 156 Julio 2016 El maestro de nuestro fundador _RHE156_CO_RAE175.indb 1 04/07/2016 14:21:54

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Número 156Julio 2016

El maestro de nuestro fundador

Número 156Número 156Número 156Número 156

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E

2 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Discípulo y “alter ego” del Dr. Plinio

Cuarenta años de convivencia con su maestro, modelo y guía hacen de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, la voz más autorizada para hablar de la actuación, virtudes y pensamiento de Plinio Corrêa de Oliveira.

l 15 de agosto de 1939, solemnidad de la Asunción de la Virgen María al Cielo, na-cía en São Paulo, Brasil, João Scognamiglio Clá Dias.

Rezando por la noche entreveía una siluetaCuando llegó a la adolescencia se afligió al cons-

tatar cuánta gente se dejaba esclavizar por el egoís-mo y actuaba buscando tan sólo sus propios inte-reses. Pero una voz nacida de la fe le decía en su interior: “Tiene que haber en el mundo un hombre íntegramente bueno y desinteresado. Está en mi ca-mino y algún día me encontraré con él”. Por eso to-das las noches se arrodillaba a los pies de la cama y, con lágrimas en los ojos, rezaba varias avemarías pi-diendo conocer cuanto antes a ese varón, cuya silue-ta, por singular favor del Cielo, ya entreveía.

Desde el primer encuentro con el Dr. Plinio su mentalidad se funde con la de su maestro. Inmedia-tamente toma la resolución de abandonarlo todo pa-ra servir a Dios en la persona de este hombre.

“Nadie me ha dado tantas y tan grandes alegrías”

Al participar, en alto grado, del don de sabidu-ría del Dr. Plinio —tan característico de su espiri-

tualidad—, se convertiría en su discípulo por anto-nomasia.

El comportamiento siempre impecable del joven João, la osadía y la fidelidad que marcaban sus ac-ciones llevarían al Dr. Plinio a calificarlo de “bas-tón de mi vejez”, “auxiliar de oro”, “instrumento bendecido”.

“Manda la justicia que lo diga: nadie me ha dado tantas y tan grandes alegrías cuanto usted”, escribía Dr. Plinio en cierta ocasión.

Un fuerte, íntimo y singular vínculo sobrenatu-ral se estableció entre discípulo y maestro. Éste, más que un seguidor o un simple hijo espiritual, lo consi-deraba su alter ego — su “otro yo”.

La devoción a Dña. LuciliaTambién le marcaría profundamente su vi-

da la bondadosísima madre del Dr. Plinio, Luci-lia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, cuya biografía escribiría él mismo y sería publicada en el 2013 por la Libreria Editrice Vaticana en cuatro idiomas: portugués, inglés, español e ita-liano.

Para Mons. João, ella fue el “ángel de la guarda” que le ayudaría a comprender mejor la infinita mise-ricordia del Sagrado Corazón de Jesús.

MONS. JOÃO SCOGNAMIGLIO CLÁ DIAS, EP

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Parte V - Plenitud: “He combatido el buen combate” – Los frutos de un holocausto

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .44

Parte IV - Víctima expiatoria – La gracia de Genazzano

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .38

“Mi Inmaculado Corazón triunfará”

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .52. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Parte III - Se configura la misión – La voz de Cristo para el siglo XX

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .32

¡Plinio Corrêa de Oliveira está vivo!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .50. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Parte II - Juventud: la sabiduría puesta a prueba – Una adolescencia marcada por la lucha

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .24

Parte I - Inocencia, el inicio de la sabiduría – El florecimiento de la vida mística en un niño inocente

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10

El primer encuentro

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8

El maestro de nuestro fundador (Editorial) . . . . . . . . . . . 4

SumariO

Año XIV, nº 156, Julio 2016

Administración:

Director Responsable:P. Fernando Gioia, EP

Consejo de Redacción: Hno. Guy de Ridder, EP, Hna. Juliane Campos, EP, P. Luis Alberto Blanco, EP,

Hna. Mariana Morazzani, EP, Severiano Antonio de Oliveira

PBX: 594 8686 Fax: 594 8682Calle 75 # 11 - 87 – Bogotá D.C.

[email protected]

Montaje: Equipo de artes gráficas

de los Heraldos del Evangelio

Los artículos de esta revista podrán ser reproducidos, indicando su fuente y

enviando una copia a la redacción. El contenido de los artículos es responsabilidad

de los respectivos autores.

Caballeros de la Virgen

Asociación privada internacional de fieles de derecho pontificio

Revista mensual de los

Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 3

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Número 156

Julio 2016

El maestro

de nuestro fundador

Número 156Número 156Número 156Número 156

C

Editorial

El Dr. Plinio, el 11/12/1994, revestido del hábito característico del “cœtus fidelium” que, bajo la égida de Mons. João, dio origen a los Heraldos del Evangelio

Foto: Sergio Miyazaki

oncluido el Concilio de Nicea,1 parecía que la unidad de la

Iglesia había sido restaura-da y que se había desterrado la herejía arriana. Sin em-bargo, mientras que desde los púlpitos se proclamaba el misterio de la divinidad de Cristo, la falsa doctrina

continuaba difundiéndose a puerta cerrada. San Atana-sio, Patriarca de Alejandría, intentaba convertir a los de-sertores, pero éstos perma-necían inconmovibles. Por todo Occidente y gran parte de Oriente los arrianos ga-naban fuerza; parecía que el mundo cedía al error.

En el desierto, no obstan-te, San Antonio Abad había visto místicamente la divi-nidad del Señor. Era un vi-vo testimonio de esa verdad de fe. Entonces San Atana-sio ordenó que fueran a bus-carlo y la misma noche en que llegó a la ciudad de Ale-jandría numerosos cristia-

EL MAESTRO DE NUESTRO FUNDADOR

Acaban de ser publicados los dos pri-meros volúmenes, de un total de cinco, de la colección “El don de sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira”, autoría de Mons. João Scog-namiglio Clá Días, EP. La importancia de esta colección, por una parte, reside en el papel providencial desempeñado por ese destacado líder católico brasileño, un alma dotada de elevadísimos dones místicos y un fogoso apóstol, penetrado hasta lo más íntimo de su ser por la sa-biduría de Dios; por otra parte, su valor estriba en la autoridad del escritor, discí-pulo fervoroso, seguidor incondicional y observador atentísimo del Dr. Plinio.

El 7 de julio de 2016 se cumplen se-senta años del primer encuentro entre Pli-nio Corrêa de Oliveira y un joven de die-ciséis años, llamado João. Las maravillas acaecidas durante ese largo período pue-den resumirse en estas palabras: la rique-za de la gracia que habitaba en el corazón del maestro, el fulgor de la luz que portaba,

las llamas de amor y de celo por la gloria de Dios y la de la Iglesia que lo consumían, asumieron por entero la mentalidad, la per-sona y la vida de aquel muchacho.

En gratitud a esos sesenta años de unión mística y a los inestimables te-soros de sabiduría y de gracia recibi-dos, Mons. Scognamiglio dedica a su amado padre, modelo y guía, una valio-sa colección sobre su profética figura.

La revista “Heraldos del Evangelio” se asocia con regocijo a la difusión de ese oportuno estudio que representa una inigualable contribución a la com-prensión de la propia persona y de la mentalidad de Mons. João S. Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio, y de las características esenciales del carisma de esta asociación internacio-nal de derecho pontificio.

Para introducir a nuestro lector en la intención del autor, nada mejor que ci-tar, con pequeñas adaptaciones, las pa-labras iniciales de su obra:

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 5

nos y herejes se reunieron en la basílica para verlo. El nona-genario ermitaño, que con su mera presencia impo-nía respeto, se sentó cerca del altar. A continuación el Patriarca tomó la palabra y glorificó la naturaleza divi-na del Redentor. De pronto, se escuchó entre la multitud una voz de protesta. San Anto-nio Abad se asombró con aquella indecorosa interrupción y pidió que le tradujeran lo que había oído, pues no entendía el griego. “El Se-ñor era tan sólo un hombre, crea-do por Dios y sujeto a la muerte y a la transición”, le dijeron. San An-tonio Abad se levantó y exclamó: “¡Yo lo vi!”. Un estremecimiento recorrió las naves del templo. “¡Él lo ha visto! ¡Ha visto la divinidad del Se-ñor!”, decían los fieles de rodillas.

Más que la bella y lógica doctri-na expuesta en el concilio, la impo-nente voz de ese hombre, a quien la verdad de la naturaleza divina de Cristo se había convertido casi en una evidencia en virtud de una vi-sión sobrenatural, fue el golpe más grande que recibió la herejía. He aquí el ejemplo del valor de un tes-timonio vivo. Ahora bien, mutatis mutandis, hay que decir que el pre-sente trabajo ha nacido también del testimonio de su autor.

La figura de Plinio Corrêa de Oliveira

Plinio Corrêa de Oliveira nació en São Paulo, Brasil, el 13 de diciem-bre de 1908. Hijo del Dr. João Paulo Corrêa de Oliveira, abogado proce-dente de una ilustre familia de Per-nambuco, y de Dña. Lucilia Ribei-ro dos Santos Corrêa de Oliveira, oriunda de la tradicional aristocra-cia paulista, Plinio pasó su infancia y adolescencia en el sereno ambiente familiar, dentro de la apacible socie-dad de la São Paulo de otrora.

Durante su juventud se destacó como indiscutible líder católico, lo que le condujo a recorrer una ful-gurante carrera política y hacerse conocido en todo el país. Más tar-de fundó un movimiento para lu-char por los ideales de la Iglesia, re-uniendo en torno suyo a numerosos discípulos, por quienes se esforzó en transmitirles una sólida formación doctrinaria, así como el espíritu que lo animaba. Plinio Corrêa de Olivei-ra falleció el 3 de octubre de 1995, a causa de una terrible enfermedad.

Sin embargo, teniendo en cuenta que todo hombre tiene una determina-da misión que cumplir en función del desarrollo de la Historia, más que de-tenernos en el análisis de hechos con-cretos de la vida del Dr. Plinio, ésta merece ser considerada desde la pers-pectiva de ese designio de Dios, a fin de comprender su persona y su obra.

De hecho, la humanidad viene sien-do corroída por una amplia crisis, esta-blecida en Occidente a lo largo de los últimos cinco siglos, designada por el Dr. Plinio con el nombre de Revolu-ción.2 Ese proceso de disgregación to-tal, impulsado por la exacerbación de las pasiones del orgullo y de la sensua-

lidad, pretendió instaurar en to-do el mundo el igualitarismo

metafísico; para ello trató de eliminar cualquier vestigio del orden cristiano, sagrado y jerárquico, sublevándose contra el trono del Todopo-deroso e implantando en la

faz de la tierra el reino de Sa-tanás. No obstante, cuando la

Revolución parecía que estaba a punto de alcanzar el auge de su ex-

pansión y planeaba levantar el estan-darte de la victoria, Dios hizo que surgiera un varón, hijo de la Igle-sia y elegido de la Virgen, para que desempeñara un papel que hasta ese momento no se había manifes-tado en la Historia.

¿Y quién era ese hombre?Un varón que nació y se desarro-

lló a la luz de la inocencia de su ma-dre, Dña. Lucilia, y brilló por su vir-ginidad e integridad moral.

Un varón llamado a reflejar en sí virtudes armónicas aparentemente opuestas: por un lado, extraordina-ria grandeza y majestad imponente, las cuales causaban miedo a los or-gullosos; por otro, una bondad aco-gedora, penetrante y llena de bien-querencia, que atraía...

Un varón dotado de un caris-ma de discernimiento de los espíri-tus sin igual, una visión histórica con respecto a toda la opinión pública que penetra en los individuos, las naciones, los pueblos.

Un varón que, a la manera de un árbol que brota de la roca misma, creció entre persecuciones, incom-prensiones e ingratitudes.

Un varón de fe, que defendió, des-de las filas del laicado, el honor, la san-tidad y la infalibilidad de la Iglesia co-mo nadie lo había hecho en su época.

Un varón que, a solas, divisó la si-tuación en que se hallaba la humani-dad, discernió el mal que se extendía y se levantó contra toda su generación y las siguientes. Con la fuerza de su con-

Casi cuarenta años de convivencia en una atmósfera de unión de almas y

comunicación de espíritu, hacen del autor el más autorizado testigo

Mons. João saluda al Dr. Plinio en la década de 1980

Mario Shinoda

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6 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

1 Celebrado en el 325, en la pe-queña localidad de Nicea, en Bitinia, dentro de la actual Turquía, el concilio conde-nó la herejía de Arrio, el cual, en una supuesta defensa de la unidad absoluta de Dios, ne-gaba la divinidad del Verbo, afirmando que éste era una criatura del Padre. Su falsa doctrina despertó la simpatía de muchísimos, que se nega-ban a aceptar el misterio de la Santísima Trinidad, y se exten-dió rápidamente por el mun-do cristiano de aquella épo-ca. No obstante, la consecuen-cia más nociva de los errores

de Arrio se centraba en que al rechazar el admitir la divi-nidad del Hijo se desmoro-naba el misterio de la Reden-ción, pues si Jesucristo no era Dios su sangre derramada en la cruz no podría haber quita-do el pecado del mundo. Gra-cias a Osio, obispo de Córdo-ba, y a San Alejandro, Patriar-ca de Alejandría, fue convo-cado el concilio, al que asis-tieron trescientos obispos, los legados del Papa San Silves-tre y San Atanasio, por enton-ces arcediano de Alejandría y verdadero motor de la lucha contra el arrianismo. El triun-

fo de la ortodoxia en el conci-lio fue sellado, por una parte, con la elaboración de un Cre-do o Símbolo en el que se pro-clamaba al Hijo consustan-cial al Padre y, por otra, con el destierro inmediato de Arrio y sus seguidores.

2 Por Revolución el Dr. Plinio entendía el movimiento que desde hace cinco siglos vie-ne demoliendo a la cristian-dad y cuyos momentos de apogeo fueron las grandes cuatro crisis del Occiden-te cristiano: el protestantis-mo, la Revolución france-

sa, el comunismo y la rebe-lión anarquista de la Sorbo-na en 1968. Sus agentes im-pulsores son el orgullo y la sensualidad. De la exacer-bación de esas dos pasiones resulta la tendencia a abo-lir toda legítima desigual-dad y todo freno moral. A su vez, denominaba a la re-acción contraria a ese movi-miento de subversión como Contra-Revolución. Estas te-sis están expuestas en su en-sayo Revolución y Contra-Re-volución (cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revo-lução e Contra-Revolução.

vicción desafió el consenso de su tiem-po, contuvo la corriente y destrozó la Revolución, para que, sobre sus es-combros, se edificara el Reino de Ma-ría,3 prometido por la Santísima Virgen en Fátima. En esa intención ofreció su propia vida, si la Providencia así lo dis-pusiera, y fue llevado tras haber sopor-tado mil y un sufrimientos enfrentados con la gallardía de un caballero y la re-solución de un verdadero mártir.

El porqué de esta obra

Ya ha habido muchos que empren-dieron la tarea de publicar escritos de-dicados a la figura de Plinio Corrêa de Oliveira, y también existen numero-sas referencias a su persona y a su ac-tuación en varios autores. En unos en-contramos una concepción parcial de su abarcadora personalidad, en otros vemos que tratan de deformar su ima-gen presentándola desde un prisma distorsionado o irreal. Pero ante to-do ninguno ofrece una visión correc-ta que muestre a ese varón impar des-de el único punto de vista por el cual realmente merece ser considerado, es decir, el del designio de Dios sobre él.

Ahora bien, nadie parece ser el más indicado ni poseer una voz más acredi-tada para tal responsabilidad que el au-tor de esta obra. En octubre de 2010, para la obtención del grado de doctor en Teología por la Universidad Ponti-

ficia Bolivariana de Medellín, Colom-bia, ya había defendido sus tesis sobre el mismo tema, que fue calificada por el tribunal examinador con la máxima nota, summa cum laude.

La colección en cinco volúmenes es una versión ampliada de dicho traba-jo, mediante la cual se ha querido faci-litar al gran público la comprensión de ese hombre que atravesó el siglo XX de punta a punta y que marcó de forma indeleble los siglos venideros.

“¡Yo lo vi!”, bien puede excla-mar el autor. En resumen, los ca-si cuarenta años de convivencia con el Dr. Plinio, en una atmósfera de unión de almas y comunicación de espíritu, hacen de él un testigo, y el más autorizado, para pronunciarse sobre la vida, la actuación, las virtu-des y el pensamiento de su maestro.

Pero a propósito de un varón que llegó a afirmar de sí mismo que “ya no soy yo quien vivo, sino que es la Igle-sia Católica la que vive en mí”,4 nada mejor que recurrir a la sapiencial en-señanza de esa Iglesia, que amó has-ta la última fibra de su ser, para expli-carlo con mayor profundidad.

Un libro vivo

Cuando el autor inició sus estu-dios teológicos con los maestros de Salamanca, todos ellos hijos de San-to Domingo, tuvo desde el principio

un movimiento de alma de intensa ad-miración por el modo de exponer la teología, tan característico del carisma dominico. Las verdades más sublimes, los problemas más complicados, las cuestiones morales más difíciles, todo era presentado con una rutilante clari-dad, de forma viva y accesible.

Entre las variadas y atrayentes cuestiones, le llamó especialmente la atención un punto: la acción del Espí-ritu Santo en las almas y su papel en la santificación. El autor ya se había dedicado al tema de la gracia, esa mis-teriosa, pero cuán real, participación en la vida divina. Sin embargo, no co-nocía a fondo la posibilidad de que el hombre fuera asumido, iluminado y guiado por Dios hasta el punto de ac-tuar como Él mismo, bajo su inspira-ción directa, por medio de los siete dones del Espíritu Santo. De éstos los maestros dominicos, fieles a las en-señanzas de Santo Tomás, indicaban como el más elevado el de la sabidu-ría, al poseer una función arquitectó-nica con relación a los demás, siendo considerado, en consecuencia, el pi-náculo del organismo espiritual in-fundido en el alma con el Bautismo, formado por virtudes y dones.5

Aparte de esto, en el transcurso de esos estudios, comprendió con toda nitidez que lo que la mística enseñaba sobre el papel de los dones del Espí-

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 7

El objetivo de la obra, compuesta de cinco volúmenes, es el de ofrecer una descripción minuciosa de las mociones del Espíritu Santo en el alma del Dr. Plinio a través de los ojos de Mons. João Scognamiglio Clá

Días, EP, observador atento y sistemático de todas sus acciones

ritu Santo en la santificación del alma se aplicaba completamente a lo que había tenido ocasión de comprobar, día a día, en el Dr. Plinio. A partir de ese instante la teología dejaba de estar restringida al campo de lo teórico pa-ra hacerse viva y personificada en un varón virtuoso. Y su verdadero libro de teología pasó a ser el Dr. Plinio.

La sabiduría viva en el siglo XX

El propósito de la obra es el de ofrecer una descripción minuciosa de las mociones del Espíritu Santo en el alma del Dr. Plinio, principal-mente mediante el don de sabiduría, a través de los ojos del autor, obser-vador atento y sistemático de todas sus acciones durante los largos años que pasó a su lado.

El autor se acuerda con profun-da emoción del día 15 de marzo de 2005 cuando se encontraba en la Ba-sílica de San Pedro, en el altar de la Cátedra con seis candelabros encen-didos, profesando en latín su fe. Con una mano sobre la Sagrada Escritu-ra, se vio obligado a contener las lá-grimas, especialmente mientras pro-clamaba en voz alta: “En el ejercicio del ministerio que me ha sido con-fiado en nombre de la Iglesia, con-servaré íntegro el depósito de la fe y lo transmitiré y explicaré fielmen-te”.6 Ese momento jamás será olvi-dado y constituirá para él un punto de referencia por toda la eternidad.

Pues bien, mientras su pluma se desliza sobre el papel para redactar estas líneas, nuevamente la mano iz-

quierda del autor se halla sobre las Escrituras y le brota del fondo de su alma esa declaración, con el mismo espíritu, seriedad y conciencia que el anterior juramento. Desde esa perspectiva, dice el autor: Confieso que conviví, a lo largo de cuarenta años y muy de cerca, con Plinio Co-rrêa de Oliveira; todas las transcrip-ciones de sus palabras corresponden a la realidad de sus expresiones du-rante ese período, ya que poseo el archivo de sus conferencias, char-las y conversaciones, además de sus escritos. Le pido a la Santísima Tri-nidad, por intercesión de la Virgen María, Madre del Buen Consejo de Genazzano, que acepte la obra para beneficio de las almas y gloria de la Santa Iglesia.

5.ª ed. São Paulo: Retorna-rei, 2002), publicado por pri-mera vez en la revista men-sual de cultura Catolicismo en abril de 1959.

3 Para el Dr. Plinio, el Reino de María es la era históri-ca prevista por San Luis Ma-ría Grignion de Montfort en su obra Tratado de la verda-dera devoción a la Santísima Virgen, y más tarde por Ella misma en sus apariciones a los pastorcitos de Fátima: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”. La es-peranza de ese reino era pa-ra el Dr. Plinio una certeza y

constituyó uno de los princi-pales objetivos de su aposto-lado y de toda su existencia.

4 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 7/6/1978.

5 “Si comparamos ahora el don de sabiduría con los demás dones, veremos que desem-peña respecto a ellos una función arquitectónica, en constante sinergia con ellos y con todas las virtudes. El don de sabiduría contempla y dirige todo el movimien-to de nuestra vida espiritual en el reverberar del misterio

de Dios” (PHILIPON, OP, Marie-Michel. Les dons du Saint-Esprit. París: Desclée de Brouwer, 1964, p. 229); “El don encargado de llevar a su última perfección la vir-tud de la caridad es el de sa-biduría. Siendo la caridad la más perfecta y excelente de todas las virtudes, ya se com-prende que el don de sabidu-ría será, a su vez, el más per-fecto y excelente de todos los dones. [...] Los demás dones perciben, juzgan o actúan so-bre cosas distintas de Dios. El don de sabiduría, en cam-bio, recae primaria y princi-

palísimamente sobre el mis-mo Dios, del que nos da un conocimiento sabroso y ex-perimental, que llena al alma de indecible suavidad y dul-zura” (ROYO MARÍN, OP, Antonio. El gran desconoci-do. El Espíritu Santo y sus do-nes. 2.ª ed. Madrid: BAC, 2004, pp. 190-191).

6 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Professio fidei et Iusiu-randum fidelitatis in susci-piendo officio nomine Ec-clesiae exercendo. AAS 81 (1989), 104-106.

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El primer encuentro

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8 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Al ver su figura revestida de hábito y al contemplar su fisonomía, el autor se acordó de las visiones preparatorias que tuvo: ¡Era la realización de lo que la Virgen le había prometido!

l autor tuvo la dicha de cono-cer al Dr. Plinio el primer día de la novena de Nuestra Se-ñora del Carmen, en el año

de 1956. No obstante, ciertos antece-dentes habían preparado tal aconteci-miento.

Por aquellos años el autor, aún adolescente, vivía una auténtica tra-gedia interior al percibir la degrada-ción de la sociedad. Por diferentes circunstancias, desde niño se sentía abandonado en una tierra de bandi-dos, donde necesitaba estar en con-tinua alerta, porque le podría sobre-venir cualquier desgracia. Pensaba que el mundo estaba completamen-te carente de justicia, no había ley ni castigo suficientes para poner fin a tantos horrores como se cometían.

Además, deseaba enormemen-te encontrar a una persona buena y desinteresada. No era posible que el universo se sustentara sin alguien así. Estaba absolutamente seguro, por una acción de la gracia, de que tendría que existir un hombre que fuera perfecto, justo, grandioso, ca-paz de cambiar la faz de la tierra, en torno al cual hubiera un grupo de personas.

Una figura llena de majestad y fuerza

Esas impresiones venían refor-zadas por determinados fenóme-nos sobrenaturales. Cuando el autor

se acostaba por la noche no conse-guía conciliar el sueño a causa de esa perplejidad. Entonces retiraba el cobertor y se arrodillaba a los pies de la cama, pues no tenía costum-bre de hacerlo en el suelo. Se aga-rraba las manos y rezaba avemarías durante un largo período, contándo-las con los dedos, y pedía encontrar a ese hombre bueno, que era su “tie-rra prometida”. En varias ocasio-nes, mientras estaba haciendo esto, el autor veía la silueta de una perso-na corpulenta, revestida con un há-bito y una capa ocre claro, con mu-cha majestad y fuerza, pero en la que no distinguía sus rasgos fisonó-micos; ese varón se le representaba como el hombre al que esperaba. Su emoción era tanta que las lágrimas le corrían por sus mejillas. Durante dos años esta visión se repetía casi todas las noches...

Cambio de todos sus hábitos

Debido a un cambio de colegio y otras razones familiares, el autor perdió de vista a todos sus amigos. Al verse aislado, se resolvió a fun-dar una sociedad para sacar de la co-rrupción y del vicio a los jóvenes, y ponerlos en el camino recto.

Se inscribió en el Colegio Esta-tal Presidente Roosevelt y fue alum-no de un discípulo del Dr. Plinio que impartía Historia en ese cen-tro de enseñanza. Un día dicho pro-

fesor preguntó si había alguien que dudaba de la existencia del infier-no y seis alumnos levantaron la ma-no; les dijo que después de la clase lo buscaran para que oyeran la de-mostración. El autor, con ganas de conocerla, los acompañó. Les expu-so la prueba clásica de que el casti-go es proporcional a la ofensa y és-ta proporcional al ofendido. Si el ofendido es infinito, el castigo tam-bién tendría que ser infinito. El au-tor exultaba con la respuesta y ense-guida pensó llamar al profesor para que formara parte de su futura aso-ciación... Pero fue éste el que le invi-tó a su casa para conversar.

El día señalado, en lugar de tra-tar sobre la sociedad, el profesor dio una charla acerca del protestantismo y las monstruosidades de Lutero, ba-sada en el libro A Igreja, a Reforma e a Civilização, del P. Leonel Franca, SJ. El autor salió impresionado con la exposición y concluyó que la Igle-sia Católica era la solución para to-dos los problemas, deseando poner-la así en el centro de su vida. Recibió una gracia fulgurante con relación a la Esposa Mística de Cristo, y en

El Dr. Plinio con el hábito de la Orden Tercera del Carmen en la época en que Mons. João lo conoció

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 9

ella pensó durante toda la noche. Al día siguiente buscó a un sacerdote, se confesó, asistió a Misa y comul-gó, costumbre que mantuvo diaria-mente desde aquella fecha hasta hoy. Aprendió, a su vez, el Rosario y em-pezó a rezarlo ese mismo día. En fin, ¡cambió todos sus hábitos!

Dos meses después el profesor le invitó a que asistiera a la nove-na de Nuestra Señora del Carmen, en la cual participarían él y algu-nos amigos suyos. Es allí donde ten-dría lugar el primer encuentro con el Dr. Plinio.

“¡Este es el hombre!”

El 7 de julio de 1956 el autor acompañó al profesor a la basílica del Carmen y, como éste tenía una función en la ceremonia, se quedó solo, sentado en uno de los bancos de atrás. De repente, suenan la campanita de la sa-cristía y la campana de la igle-sia: eran las ocho de la tarde. El coro de los religiosos can-ta el himno Flos Carmeli, en una composición acompaña-da por instrumentos que llena el templo de armonías. Todos se levantan, y el autor, toma-do por la gracia, exclama con-sigo: “¡Estoy en el Cielo!”.

Entonces se acerca un cor-tejo compuesto por dos co-lumnas, que entra desde el fondo de la iglesia; eran doce personas revestidas del hábito del Carmen y de la capa. Ese puñado de hombres extasia-ron al autor, que pensó: “Aquí está el conjunto que buscaba”.

Pero su arrebato llegó al au-ge cuando vio, a continuación de la sexta pareja, a uno que venía solo, en el centro, cu-briendo el espacio de las dos fi-las. Enseguida le llamó la aten-ción un detalle a primera vista: mientras que los demás lleva-ban la capa cerrada y casi no se

les veía el escapulario, en aquel varón corpulento su capa iba abierta del to-do, mostrando el pecho fuerte de un hombre con autoridad. ¡Era el Dr. Plinio!

Al ver su figura revestida de há-bito y al contemplar su fisonomía, el autor se acordó de las visiones pre-paratorias que tuvo: ¡Era la reali-zación de lo que la Virgen le había prometido! Recibió, finalmente, una gracia mística extraordinaria, que en el lenguaje interno del grupo de los discípulos del Dr. Plinio sería llama-da de “flash”, y en su alma sólo hubo una exclamación: “¡Este es el hom-bre bueno que estaba buscando! ¡A él quería conocer, a él estoy llama-do a seguir y a darme en feudo!”. El autor puede poner la mano sobre los Evangelios y afirmar que toda la en-

trega que haría después con relación al Dr. Plinio ya se hallaba en germen en esa primera mirada.

Tras el acto, el autor salió de la iglesia a la par que los demás fie-les, a fin de esperar al profesor. El Dr. Plinio se arregló deprisa y bajó las escaleras exteriores del convento anexo a la basílica, mientras el au-tor lo seguía con la mirada, diciendo para sí mismo: “Ah, allí va”. Al con-trario de lo que esperaba, el Dr. Pli-nio se dirigió hacia donde él se ha-llaba y pensó que pasaría de largo sin decirle nada, pues estaba segu-ro de que no le conocía; cuando en-tonces, para su sorpresa, le saludó:

—¿Tú eres João?—Sí, soy yo mismo.—Yo soy Plinio Corrêa de Oliveira.La conversación discurrió so-

bre diferentes temas y, una vez concluida, el Dr. Plinio se despidió con un sonoro “¡Sal-ve María!”. Entre tanto se iba distanciando, el autor lo con-templaba encantado.

Después de ese inolvida-ble encuentro, el autor entró a formar parte del grupo del Dr. Plinio y se realizó, de he-cho, aquello a lo que aspira-ba. Fue, por tanto, un día fe-licísimo, a partir del cual se estableció una relación mís-tica, superior a la propia con-vivencia, por la cual el autor se entregó por completo, con-vencido de haber encontrado al hombre que estaba buscan-do. Fue el mayor “flash” de su vida, un “flash” permanente y vivo hasta el momento en que escribe estas líneas. Todas las gracias posteriores en el senti-do de comprenderlo en cuan-to profeta, varón de la diestra de María Santísima y hom-bre providencial sólo fueron el desarrollo de esa riquísima semilla inicial, puesta por la Providencia en su alma.

El Dr. Plinio bajó las escaleras exteriores del convento anexo a la basílica, mientras el autor

lo seguía con la mirada

Fachada de la basílica del Carmen, São Paulo

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El fl orecimiento de la vida mística

en un niño inocente

E

10 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Oyendo las narraciones de su madre, Plinio construyó para sí una noción del alma del Señor. Y enseguida fue llevado a descubrir en la Iglesia el desdoblamiento de todas las maravillas contenidas en el Sagrado Corazón de Jesús.

l reto de describir por completo y en todos sus riquísimos pormenores la figura lumi-nosa del Dr. Plinio no es una tarea senci-lla, como él mismo le confesó al autor.

“Me acuerdo de todos los movimientos de la gracia en mi alma”

Era la tarde de un sábado de diciembre de 1967. El Dr. Plinio se encontraba descansando en el sofá del despacho de su residencia, pues había sido sometido a una operación en un pie al verse afectado de una grave crisis de diabe-tes. Todos sus amigos y allegados ya se habían marchado, excepto dos que aún permanecían en la habitación contigua: el médico que lo asis-tía los fines de semana y el autor, que hacía las veces de secretario para atenderlo en cualquier necesidad que se presentara. Ambos conversa-ban largo y tendido a propósito de las cosas que le habían pasado al Dr. Plinio los últimos días.

De repente, suena la campanilla: el Dr. Pli-nio les estaba llamando. Cuando entraron, fi-jó sobre ellos su mirada llena de discernimiento de los espíritus y, al percibir por el impondera-

ble que la conversación estaba siendo muy ben-decida, les hizo una pregunta, incluso antes de pedirles lo que estaba necesitando:

—¿De qué estaban hablando ahí afuera?Como la oportunidad se presentaba muy

apropiada le dijeron:—Sobre un asunto bastante precioso, como

son los acontecimientos de la semana con usted, y estábamos deseando proponerle lo siguiente: ya que, según el pronóstico de los médicos, su convalecencia se va a prolongar unos dos o tres meses, ¿no querría usted aprovechar los perío-dos libres para dictar su historia? Estamos aquí a su disposición y podríamos turnarnos: una vez toma nota uno, después el otro...

Sonrió respondiendo:—¡Oh, no se hagan ilusiones! Eso sería in-

terminable, porque me acuerdo de los mínimos movimientos de la acción de la gracia en mi al-ma desde los primeros destellos del uso de ra-zón. Y, por tanto, si tuviera que escribirlo todo, daría para llenar más de cien volúmenes.

¿Qué le llevaba a recordar todos los movi-mientos de la gracia en su interior desde que to-

¿Qué le llevaba al Dr. Plinio a recordar todos los movimientos de la gracia en su interior?

PARTE I – INOCENCIA, EL INICIO DE LA SABIDURÍA

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 11

mó conciencia de sí? Era un varón de fidelidad privilegiada, que vivía constantemente vuelto hacia Dios y cultivaba las gracias recibidas con un empeño y un ahínco incomparables.

Por este motivo, el autor desea destacar en su obra los aspectos más profundos y admira-bles de la persona de Plinio Corrêa de Oliveira a la luz de la vida divina que inhabitaba su alma y la hacía refulgente y grandiosa.

El despuntar de una vida impregnada de mística

La experiencia mística floreció en Plinio po-co después de su nacimiento.

A partir del despuntar del uso de razón, inclu-so antes de los seis meses de edad, ya estaba en-cendido en él el espíritu de admiración, de embe-leso y de veneración, siempre receptivo a todas las bellezas puestas por Dios en el orden de la natu-raleza y de la gracia. Desde su más tierna infan-cia, brillaba en él la candidez de la inocencia y un sorprendente don de discernimiento de los espíri-tus, por el cual analizaba, lleno de penetración so-brenatural, la realidad que lo rodeaba.

En este sentido, su propio testimonio es de un interés muy alto, ya que muestra la intensidad y la fuerza con la que Dios actuaba en su corazón.

Inocencia rutilante

Los que ven la primera fotografía de Plinio, en los brazos de su madre, Dña. Lucilia, enseguida notan, además de la inocencia propia del bebé, la mirada analítica, lúcida y contemplativa de un ni-ño que ya tiene desconfianzas y percepciones.

“Hasta donde yo puedo acordarme, de peque-ño era muy analítico, es decir, asumir las cosas y pensar sobre ellas: ‘Son buenas, son malas según la moral, ¿pero son ontológicamente apetecibles o no?’. Una aptitud para el análisis muy viva. Por ejemplo, en la fotografía en los brazos de mi ma-dre, [...] me parece ver ya en aquel niño una pro-pensión así: no permitir que las cosas se presen-ten hacinadas y promiscuas, mal diferenciadas. Una enorme tendencia para distinguir, para des-pués saborear o rechazar, analizar o aprobar”.1

Más tarde, en el segundo retrato de Plinio, a los dos años de edad, lo encontramos sentado en una pequeña silla y, no obstante, está como si fuera un señor o un emperador en un troni-to, con grandeza, ¡gobernando ya! Ese dominio y ese modo de ser digno fluían del elevado pen-samiento que poseía.

“En una fotografía mía ya más mayorcito, sentado en una miniatura de silla de persona importante, percibo que ya el análisis dio unos pasos, y algunas cosas ya están juzgadas... Estoy aprendiendo a desconfiar vivamente, conforme el caso, aunque también sabiendo confiar. Me parece que hasta en esa edad existe buena rec-titud: es un niño que está pensando poco o na-da en sí mismo, más bien se preocupa por saber cómo son las cosas. Ese espíritu de análisis esta-blece, pues, el desprendimiento de sí mismo”.2

Visión paradisíaca del orden del universo

Conviene señalar la predestinación de ese hombre: desde niño la Providencia fue preparan-do y beneficiando su propia naturaleza humana; puso en él un equilibrio entre sentidos, vitalidad y primer impulso del alma con la finalidad de lle-varlo al cumplimiento perfecto de su misión, que era la de tener una visión completa, perfecta, aca-bada e íntegra del orden del universo, y amar ese orden como reflejo de la grandeza de Dios. En realidad, esos primeros principios puestos en el alma de todo niño le fueron dados a Plinio de for-

Desde su más tierna infan-cia, brillaba en él la can-didez de la inocencia y un sorprendente don de discer-nimiento de los espíritus

El Dr. Plinio en los brazos de su madre, Dña. Lucilia

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12 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Ese dominio y ese modo de ser digno fluían del elevado pensamiento que poseía

ma rica, sólida y excelente, llevándo-lo a tener con relación a todo una comprensión algo así como pa-radisíaca.

Consideremos aún uno de sus recuerdos, en el que se hace patente có-mo Plinio tenía una no-ción implícita, infun-dida por la gracia, de la existencia de un universo muy supe-rior al que vemos, el cual no es más que un reflejo de aquel.

D i r i g i e n d o su mirada hacia ciertos ambien-tes percibía que so-bre éstos dominaba una acción sobrenatu-ral, que venía del mundo de los ángeles: “Tenía una índole de espíritu por la cual las cosas sublimes me atraían mucho al alma. Mirándolas, analizándo-las y admirándolas, queriéndolas muy bien, iba insensiblemente conformando mi alma a aquel mundo ideal. Este modo de actuar interior se aplicaba a todo lo que me parecía ser de una bon-dad, una justicia, una fuerza y una excelencia ex-traordinarias. Todo lo que estaba en esta catego-ría de seres, ya fueran materiales, ya espirituales, como los ángeles, que yo pudiera imaginar, todo me parecía que constituía un mundo que sobre-volaba por encima del nuestro, un mundo hacia el cual debería volverme con toda mi fuerza, para modelarme por esas sublimidades”.3

¿Cómo era ese conocimiento del pequeño Pli-nio? ¿En qué consistía su contemplación? Tan al-ta visión tiene su causa en el “gran desconocido”, el Espíritu Santo, que actúa mediante sus dones: “El don de sabiduría —sustenta el P. Philipon en una de sus brillantes definiciones— es la mirada suprema de Dios comunicada por la gracia a una simple criatura. Su papel contemplativo y apostó-lico se extiende a toda la actividad del cristiano. A los ojos del alma, esclarecida por el don de sabi-duría, todo se hace luminoso”.4

Se diría que ésta es una sintética descripción de cómo el Dr. Plinio, desde su infancia, veía

el universo tanto en lo que respecta al mundo sobrenatural como al na-

tural.

Un alma de brillo áureo-plateado

Pero ¿qué sentía al analizar su propia alma siendo un niño? To-memos un relato que constituye una ver-

dadera confesión sobre su discerni-miento aplicado a sí mismo, y que es suficiente para mostrar cómo era un hombre provi-

dencial y místico, favorecido por do-

nes especialísimos: “En virtud de mi ino-

cencia tenía un estado de espíritu por el cual a veces consideraba mi propia al-ma y percibía en ella una

especie de brillo áureo-plateado que hacía que ca-si sintiera el aroma de mí mismo y de todo lo que tenía de resplandeciente, de brillante, de recto y de puro. A esto le seguía la idea de que esas cosas que admiraba y me deleitaba poseer, existían en otro lugar de un modo mucho más intenso, como en su potencia mater. Era como si existiera un ar-chi-alter ego mío atrayentísimo, aunque inmensa e infinitamente distante, pero entrañado dentro de mí y que jugueteaba con mi alma como un hom-bre podría juguetear con una piedra preciosa. Te-nía la impresión de que ese alter ego se complacía en intensificar ora tal actitud, ora tal otra en mi al-ma y contemplarla”.5

Como afirmará luego, ese alter ego, más que ser él mismo, e infinitamente superior, era Dios. Por así decirlo, Él trabajaba y enriquecía su alma a fin de volverla aún más parecida con-sigo y, de ese modo, poder entrar en diálogo y complacerse en la relación con alguien seme-jante a Él. Algo similar a la convivencia de Dios con Adán cuando paseaba al atardecer en el pa-raíso (cf. Gn 3, 8).6

Así pues, el punto de partida de la vida espi-ritual de Plinio, en su infancia, correspondía al auge alcanzado por otros al término de su cami-

Plinio a los 2 años de edad

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 13

El punto de partida de la vida espiritual de Plinio correspondía al auge alcanzado por otros al término de su camino. ¿Por qué?

no. ¿Por qué? Porque, aunque todavía no lo es-tuviera explícito por ser muy pequeño, el gran papel que desempeñaría y también la trayecto-ria de casi 87 años que tendría que aguantar, exi-gían de él, desde el comienzo, algo colosal.

Contemplando la inocencia de su madre

Como hemos visto, en el Dr. Plinio ya estaba presente, en su más tierna edad, un don que con-servó hasta el último instante de su existencia: el discernimiento de los espíritus. El autor recuer-da que una vez le preguntó cuándo había floreci-do en su alma ese discernimiento de los espíritus, y con toda naturalidad y modestia le respondió:

—No me acuerdo del momento en el que me diera cuenta que poseía ese don; cuando des-perté para el uso de razón, ya raciocinaba con el auxilio del discernimiento de los espíritus.

—¿Y usted en quién aplicó por primera vez ese discernimiento?

—La primera persona de la que guardo con-ciencia de haber analizado fue mi madre. Re-cuerdo que al mirarla veía su alma y pensaba: “¡Qué buena es! ¡Qué bondad, qué equilibrio, qué bienquerencia! ¡Cómo me quiere profun-damente, con entero desapego!”.

De esta afirmación concluimos que, por una gracia inmensa, al fijar sus ojos en ella, vio más su espíritu que su propia fisonomía. Y en otra

ocasión declararía: “Las primeras gracias que recuerdo haber recibido fueron de una gran sen-sibilidad con relación a mi madre. Ella me im-presionaba mucho más por lo que yo percibía de su alma que por sus palabras. Su presencia ejer-cía en mí un efecto profundo. Incluso estando le-jos de mi madre, sabía lo que quería o no quería, y me desagradaba contrariar su voluntad”.7

Dña. Lucilia fue el parámetro, los rieles, la “Tabla de la Ley” que lo sustentó en la vida es-piritual: desde muy chico entendió, sin cono-cer aún la palabra santidad, que debía caminar rumbo hacia ésta, teniendo por modelo a su ma-dre. Asegura el Dr. Plinio: “Me pasé toda la vi-da analizándola, sorbiéndola y, tanto como po-sible, haciéndome semejante a ella. Lo mucho que ella fue nutrimento para mi inocencia pri-migenia, no sé ni cómo decirlo, pero intento así expresar mi respeto sin nombre, mi veneración y mi agradecimiento”.8

Testimonio de esto fue el elogio que le brin-dó nada más exhaló su último suspiro: “Estudié su hermosa alma con una atención continua y por eso mismo me gustaba. Hasta tal punto que si ella no fuera mi madre, sino la madre de otro, me gustaría de la misma manera, y buscaría algún pretexto para irme a vivir con ella. Mi madre me enseñó a amar a Nuestro Señor Jesucristo, me en-señó a amar a la Santa Iglesia Católica”.9

El pequeño Plinio desde los 4 años de edad hasta su Primera Comunión, con 10 años

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14 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Plinio no tardó en hacer una correlación entre lo que había visto por el discer-nimiento de los espíritus en el alma de Dña. Lucilia y todo lo que místicamen-te sentía de divino en la Iglesia

Podemos concluir que Dios, en su infinita sa-biduría, preparó con antelación el florecimiento de la tan elevada vocación del Dr. Plinio, dán-dole a Dña. Lucilia por madre.

Pero el discernimiento del Dr. Plinio, siempre en busca de las más altas causas, estaba prepa-rado para descubrir la fuente de donde dimana-ba la virtud, la suavidad y la pureza de su madre.

Encuentro místico con Jesucristo y su Iglesia

En efecto, Plinio no tardó en hacer una co-rrelación entre lo que había visto por el discer-nimiento de los espíritus en el alma de Dña. Lu-cilia y todo lo que místicamente sentía de divino en la Iglesia, a medida que la fue conociendo. Inundado de entrañable, fuerte y plenísimo amor, en determinado momento concluyó: “¡Mi madre es fruto de la Iglesia!”.

Para que entendamos mejor esa percepción mística es indispensable evocar algunos de sus recuerdos más remotos sobre la atmósfera de sa-cralidad y elevación que él notaba en el santua-rio del Sagrado Corazón de Jesús, en São Paulo, el cual frecuentaba desde pequeño. Con su don de reversibilidad, uno de los desdoblamientos de

la sabiduría en su alma, aquel niño puro, sereno y reflexivo, iba descubriendo maravillado la rela-ción entre la Iglesia y su propia madre:

“A lo largo de varios domingos, iba haciendo la conexión entre la iglesia y el órgano, y después con mi madre que estaba a mi lado. Veía a mi madre rezando, tenía la proximidad física con ella y decía: ‘Ella y la Iglesia tienen tal o cual reversibilidad: el edificio material, las actitu-des del sacerdote en el altar, sus ornamen-tos... ¡Yo diría que todo eso está también en el alma de mi madre!’ ”.10

Sin embargo, las inspiraciones de la gra-cia llevarían esa percepción todavía más le-jos. Su experiencia sobrenatural, a la ma-nera de un contacto directo con la Santa

Iglesia Católica Apostólica Romana, le to-có de tal modo su sensibilidad que el pequeño

Plinio llegaba a considerarla como una perso-na. Una figura mística que creó para explicar-les a los demás lo que pasaba en el fondo de su corazón:

“Lo que voy a decir es naturalmente el Espí-ritu Santo, pero cuando se es pequeño no se di-ferencia bien: tenía la idea de que la Iglesia era una institución viva, con un espíritu propio, [...] andando y reaccionando como si fuera una per-sona a lo largo de la Historia, con todas las mi-sericordias de una madre, las paciencias de una madre, las dignidades de una madre, el savoir faire de una madre, los recursos de una madre; ¡es una Iglesia Madre! [...]. La madre más aco-gedora, más íntima, más bondadosa, más ‘per-donante’ que se pueda imaginar; pero también la reina más digna de alabanza que se pueda imaginar, y la guerrera virginal, a la Santa Jua-na de Arco, capaz de todas las victorias, sin per-der la delicadeza femenina, con efectiva fuerza, aventajando a todos los mariscales, inspiradora de todos los héroes”.11

Así, concibió una idea sublime y altísima de la Iglesia, como pináculo y modelo de toda la Creación: “En la iglesia del Sagrado Cora-zón de Jesús había algo arquetípico más o me-nos disperso en el aire, de lo cual estoy seguro de que era una gracia. Es decir, todo lo que yo veía allí era arquetipo y ‘arquetipizado’ ”.12 De hecho, Dios le concedió copiosas gracias a Pli-nio a fin de favorecer en él el sentido de las “ar-quetipias”, muy vinculado a su extraordinaria vocación, mediante el cual su espíritu propen-día, continuamente, a la operación psicológica

Fotografía de Dña. Lucilia sacada en 1912, en París

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 15

Acostumbrado a analizar a las almas y constituir una idea sobre las mentalidades, empezaba a imaginar cómo serían los actos practicados por la Persona que discernía con impresio-nante acuidad

de ver, más allá de la realidad sensible, las imá-genes más perfectas de todas las cosas.

Y no podía dejar de descubrir en la cima de la Iglesia al Arquetipo de todos los arquetipos. En efecto, la gracia de los sacramentos, el he-roísmo de los mártires y de los santos, la rec-titud de la doctrina, el fulgor de la liturgia, y todos los demás esplendores del Cuerpo Místico, están concentrados en su divina cabeza. De ella desbordan sus miembros, adornando a la Iglesia de luz, vida y gran-deza.

Discerniendo la mentalidad del Sagrado Corazón de Jesús

Dándose cuenta de la infinita superio-ridad del Corazón de Jesús, al analizar una sencilla imagen suya conservada en el dor-mitorio de Dña. Lucilia, Plinio pudo contem-plar la fuente de la cual brotaba la institución nacida del costado traspasado del divino Cru-cificado. Era, de hecho, una imagen muy boni-ta, piadosa y tocante, ante la cual Plinio recibió su primer impulso para la oración, por diligen-cia de Dña. Lucilia. Las madres, en general, ha-cen que sus hijos reconozcan a sus padres, y es normal que de los labios de un niño que está de-sarrollándose surjan las palabras papá o mamá antes que cualquier otra. Dña. Lucilia, en cam-bio, no actuó así: instruyó a sus dos hijos, Plinio y su hermana Rosée, a distinguir en primer lu-gar al Sagrado Corazón de Jesús. Al preguntar-les “¿Dónde está Jesús?”, inmediatamente mi-raban a la imagen y la señalaban con el dedo.

“En presencia de Nuestro Señor Jesucristo, ¿qué sentía mi alma, teniendo la información que de Él puede tener un niño? ¿Cuál era esa primera cognición, y cómo era ese primer acto de adoración?”.13 “Me acuerdo de mí mismo [...] diciendo: ‘Al final, ¿cómo es Él?’. [...] Y mara-villado, creyendo que aquella imagen atendía a mis aspiraciones y correspondía a todo lo que yo consideraba como bueno y justo, y más aún: ¡tra-zaba horizontes y aspectos nuevos, con una ele-vación extraordinaria! No sólo lo que se refería a la cosa en sí misma, sino tratándome a mí para-digmáticamente como yo quería ser tratado. Es decir, la mirada de aquella imagen que se posa-ba en mí era la mirada por excelencia, de la cual me gustaría que todas las miradas participasen. Y Aquel era, con toda la realidad, mi Dios, Je-sucristo, Hijo de María, que nació en Belén!”.14

Acostumbrado a analizar a las almas y cons-tituir una idea sobre las mentalidades, empeza-ba a imaginar cómo serían los actos practicados por la Persona que discernía con impresionan-te acuidad:

“De modo instintivo examinaba su fisono-mía, largamente, atentamente, meditadamen-te... cuanto podía caber en la cabeza de un niño. [...] E intentaba preguntarme si los episodios de su vida se ajustaban a aquello que yo imagina-ba de su mentalidad, y percibía que no sólo es-taban de acuerdo, sino que tomaban un realce extraordinario cuando eran practicados por ese Varón, con ese rostro y con esa actitud”.15

El autor es llevado a creer que muchos de los hechos de la vida de Jesús descritos por Dña. Lucilia a su hijo hasta tal punto entraban a fondo en su alma que, a partir de la narración de su madre, él llegó a construir para sí una no-ción de cómo debía ser el Señor. No era, sin em-bargo, una idea fruto de la pura ascesis, sino una visión con relación al Señor que es la más alta posible aquí en la tierra, porque provenía de la acción del Espíritu Santo a través de sin-gulares gracias místicas.

Plinio a los 10 años de edad

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16 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Al analizar una sencilla imagen de Jesús conservada en el dormitorio de Dña. Lucilia, Plinio pudo contemplar la fuente de la cual brotaba la Iglesia

Amor a la Iglesia con tintes de adoración

A la luz del don de rever-sibilidad Plinio iba descu-briendo en la Iglesia el des-doblamiento de todas las maravillas contenidas en el Sagrado Corazón de Jesús:

“Confusamente, perci-bía lo siguiente: una ima-gen es una cosa muy boni-ta, pero no tiene vida; yo quisiera conocerlo en es-tado vivo. [...] ¡Empecé en-tonces a darme cuenta de que vivo Él lo estaba en la Iglesia!”.16 Y se pregunta-ba: “ ‘Si Él tuviera que ha-cer a la Iglesia, ¿la habría hecho como ella es?’. Y llegaba a la conclusión de que sí, ella era por com-pleto lo que Él debía ha-cer. De donde, pues, una confirmación de la fe ori-ginaria”.17

A partir de entonces nació en él un amor siem-pre creciente, de manera que la Iglesia fue su pasión más arraigada; amor purí-simo, desapegado; pero amor de esclavitud que no le oprimía, sino que le traía libertad.

“La Iglesia Católica es para mí más que mi padre, más que mi madre, más que mi vida, más que todo lo que pueda tener; a la Iglesia Ca-tólica, la amo con un amor tal que tiene tintes de adoración. Porque es el Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo”.18

El autor vio al Dr. Plinio conmovido hasta las lágrimas sólo por dos razones: en ciertos mo-mentos, por el recuerdo de Dña. Lucilia, sobre todo después de su fallecimiento; y en otros, a propósito de la Santa Iglesia. De éstos los más sobresalientes fueron, sin duda, los siguientes: cuando, a finales de la década de 1950, se retiró a una pequeña habitación de su casa donde solía reunirse con sus seguidores, y lloró larga y copio-samente, previendo por el discernimiento de los espíritus las difíciles situaciones por las que la Iglesia iba a pasar; en la Semana Santa de 1966, hablando una vez más sobre los sufrimientos de

ella; y, finalmente, el 7 de junio de 1978, aniversario de su Bautismo, al oír una referencia a él como sien-do hijo y fruto de la Santa Iglesia, “vir catholicus, et totus apostolicus, et ‘totis-simus’ romanus” — varón católico, todo apostólico, plenamente romano. Este elogio arrebataba su cora-zón, porque era lo que más le podía causar honor, ale-gría y gloria.

El choque con el mal

La primera infancia de Plinio había sido un pe-ríodo de felicidad sin som-bras. Llamado a una es-pecial contemplación del orden del universo, des-de el despertar de la ra-zón se había vuelto hacia la consideración de todo lo que veía de bueno y de be-llo y, por la protección de Dña. Lucilia, desarrolló la virtud de la caridad en la práctica de constantes ac-tos de admiración a lo su-

blime, percibido de forma particular en la San-ta Iglesia y en el Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo, se imaginaba que tal visión era parti-cipada por todos aquellos con los que convivía, y que tal situación se prolongaría durante toda su existencia.

Así, habiendo alcanzado la edad de 10 años, aún no había sido sometido al fuego de la prue-ba. Le faltaba la noción completa de la existen-cia del mal.

Plinio estudiaba en casa desde muy pequeño, recibiendo clases de la fräulein Matilde, institu-triz alemana a quien Dña. Lucilia le había con-fiado la misión de formar, bajo su orientación, a sus hijos Rosée y Plinio. Esmero, firmeza y dis-ciplina eran las notas distintivas de su método germánico de educación.

Ahora bien, algunos de sus primos ya habían entrado en el Colegio San Luis, de los padres je-suitas,19 y le insistían para que también él se ins-cribiera. Plinio quería saber exactamente cómo

Imagen del Sagrado Corazón que pertenecía a Dña. Lucilia

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 17

Aspectos del santuario del Sagrado Corazón de Jesús, que el Dr. Plinio frecuentaba en su infancia

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18 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Mientras asistía al espectáculo de brutalidad y desorden protagonizado por la masa de alumnos en un estado de desasosiego, Plinio comprendió lo que jamás hubiera sospechado antes

era el ambiente del colegio y entonces conversa-ba a menudo con su primo Procopio,20 un poco mayor que él, y le hacía preguntas sobre el cen-tro.

No obstante, ese niño tenía mucha labia y as-tucia, y era capaz de iludir a las personas y con-vencerlas. Le describió la realidad escolar como un jardín de delicias, todo hecho para agradar el espíritu maravilloso de su primo más joven. Allí existían cerezos que daban frutos durante todo el año, deliciosos y abundantes, al alcance de la ma-no...

Engañado por tal mito, Plinio habló con sus padres y les pidió con insistencia que lo matri-cularan en el San Luis, a lo que Dña. Lucilia y el Dr. João Paulo accedieron. Pero el primer día de clase nada más salir de casa se llevó una sor-presa al comprobar que su primo no había pa-sado a recogerlo como se lo había prometido y tampoco lo estaba esperando en la puerta cuan-do llegó llevado por la fräulein.

¡Y cuál no fue su decepción al buscar los ce-rezos y no encontrarlos por ninguna parte! Al ver que Procopio se había burlado de él, Plinio tuvo el primer desengaño en su nueva vida, he-cho detonador de otros muchos: “Entonces él se olvidó de mí completamente, sin darle la mí-nima importancia a mi desilusión... Permane-cí aislado, [...] pensando en ese primo que yo lo hallaba tan bueno y correcto, a quien admiraba con verdadero entusiasmo y al cual quería co-mo a un hermano: ‘Algo no estaba bien... ¿Có-mo me miente de esa manera?’ ”.21

Con todo, el mayor susto de Plinio se lo lleva-ría en la hora del recreo. Habiendo salido de las clases en buen orden y disciplina, los alumnos for-maron en el patio y, de repente, al oír el silbato de uno de los profesores jesuitas, todos se dispersa-ron a la desbandada en medio de un caótico es-truendo. Era un tropel de niños que corrían como horda de bárbaros, daban patadas y se derribaban unos a otros, sudaban y rodaban por el polvo, en una tremenda agitación y griterío.

Presenciar esa escena fue para él un verda-dero trauma. “Aquellos gritos me parecieron lo sumo de lo que no debería ser. [...] Era una especie de orgía de gasto de vitalidad, de in-temperancia y de falta de orden. Un gran fre-nesí absorbía y dominaba completamente a los alumnos, y los juegos se desarrollaban en me-dio de una tensión nerviosa y de una superex-citación”.22 “Aquello me parecía una especie de

ciudad del demonio, donde todos eran gambe-rros, puercos, vulgares y sin fe”.23

Ante una Revolución universal

A solas en el patio, mientras asistía al espec-táculo de brutalidad y desorden protagonizado por la masa de alumnos en un estado de desaso-siego, Plinio comprendió lo que jamás hubie-ra sospechado antes: “El mundo entero es co-mo este colegio”. Sin utilizar todavía el término ni definir su significado, vio claramente la exis-tencia de la Revolución, y acababa de tener su primer choque con ella. “Estaba, por tanto, an-te un movimiento universal, organizado y cohe-sivo, con una mentalidad única, la cual se ex-presaba bajo varias formas y abarcaba todos los asuntos. Y ese movimiento avanzaba con tan-ta expansión, seguridad y fuerza, que se había vuelto irresistible [...]. Era el comienzo de la idea de la Revolución”.24

En cierto momento Plinio completó el cua-dro: todo lo que veía de bueno en el universo te-nía relación con el Sagrado Corazón de Jesús,

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 19

A partir de ese encuentro suyo con el mal, el arrobamiento de su alma por el bien, por la verdad y por lo bello se había hecho manifiesto y definido como auténtico amor a la Iglesia

y el desorden existente en el mundo se levanta-ba contra Él. En un lado estaba Él, como polo del bien; en el otro se encontraba la mentalidad revolucionaria, polo del mal, en rebelión contra el Sagrado Corazón de Jesús y su Santa Iglesia, cuyo aspecto más sobresaliente era la impureza.

Y afirmaba: “Toda aquella batalla que yo es-taba presenciando tenía como centro a la re-ligión. En resumen, casi todo lo que los niños malos hacían, estaba prohibido por la doctrina católica, y todo aquello de lo que se burlaban estaba mandado por ella”.25

Sí, a partir de ese encuentro suyo con el mal, el arrobamiento de su alma por el bien, por la verdad y por lo bello se había hecho manifiesto y definido como auténtico amor a la Iglesia. En contrapartida, empezaba a ver lo mucho que és-ta era odiada y perseguida, y comenzaba a con-templar en ella, con encanto, otra característica hacia la cual sentía una gran propensión: la com-batividad. “La Iglesia me parecía un huerto for-tificado, lleno de maravillas en su interior, pero del lado de afuera todo estaba preparado, ajusta-

do y dirigido pa-ra el combate”.26

De este modo surgía en su espí-ritu la idea de he-chos heroicos em-prendidos para el bien de la Santa Iglesia.

Era el punto de origen de lo que más tarde él de-nominaría “Con-tra-Revolución”,

cuya única procedencia estaba en la adoración a Nuestro Señor Jesucristo, como lo declaró al na-rrar esa etapa de su vida: “Toda la lucha de la Contra-Revolución es una defensa de lo que po-dríamos llamar la mentalidad del Sagrado Cora-zón de Jesús, contra la Revolución”.27

Su misión personal y el sueño de una orden de caballería

En esas circunstancias se le planteaba un problema, que lo formulaba para sí mismo con toda claridad: “Ante tal situación tengo dos al-ternativas: si sigo el camino de los demás y me hago semejante a ellos, haré carrera, tendré una vida tranquila, seré bien visto, elogiado y acep-tado, e incluso recibiré algo de gloria en medio de ellos; pero si soy como he sido hasta ahora y llevo una conducta a la manera de mi madre, seré un hombre abandonado, perseguido, odia-do y traicionado. El mundo entero se levantará contra mí para aplastarme, y seré el único que lo enfrentará. Sufriré el dolor del aislamiento, y la gloria únicamente vendrá más tarde”.

Esa era la perspectiva que se le presentaba a un niño de 11 años, todo hecho de afecto y dul-zura, digno hijo de Dña. Lucilia. Pues bien, des-pués de haber visto el mal hasta sus raíces más profundas, supo arrancar de esa afectividad la intrepidez de un héroe: “Ocurra conmigo lo que ocurra, iré contra este mundo. Este mundo y yo somos irreconciliablemente enemigos. Estaré a favor de la pureza, de la Iglesia, de la jerarquía y de la compostura. Estos valores se confunden conmigo y con mi vida”.28

Sin dudarlo, reconocía: “Adquirí la noción de haber nacido para invertir ese juego de fuer-zas”.29 Con esta visión clarísima a propósito de

su futuro y de la grandeza de su misión, nacía y se concre-taba la vocación de Plinio co-mo el varón providencial.

En esa época es cuando despuntó en su alma un deseo, verdadero soplo del Espíritu Santo, que nunca moriría y se-

En las fotos: Fachada del Colegio San Luis al final de la década de 1910; Plinio en la Congregación Mariana de su colegio, en 1921; recreo y un grupo de alumnos

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20 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Era el punto de origen de lo que más tarde él denominaría “Contra-Revolución”, cuya única procedencia estaba en la adoración a Nuestro Señor Jesucristo

ría el sueño de su vida, enriquecido y perfeccio-nado con el paso de los años y de las décadas: un día fundaría una orden de caballería para combatir por la causa del bien. Se sentía llama-do a llevar a su más alta y esplendorosa realiza-ción todos los valores que constituirían el ideal de la caballería del pasado, y tenía la idea de una obra que atravesara los siglos y los milenios, defendiendo a la Iglesia hasta el fin del mundo.

Previsión de un castigo universal

Cierto día, Plinio participaba en una clase de gimnasia en el Colegio San Luis. Según él mis-mo describe, había allí bonitos bambúes, alinea-dos y elegantes, plantados con regla y simetría, bajo los cuales el terreno estaba cubierto por arenas blanquísimas y muy puras. En aquella ocasión los rayos del sol brillaban con más ful-gor por detrás del bosque de bambúes y atrave-saban el follaje, arrojando algunos haces de luz que doraban partes del suelo.

Al contemplar esa magnífica ordenación de la naturaleza, se quedó encantado y tuvo una extraordinaria sensación de disciplina, eleva-ción y limpieza. Otro elemento aumentaría la belleza de la escena: “De vez en cuando, un sa-cerdote andaba por el colegio silencioso, de ro-sario en mano, otro pasaba junto a los bambúes, rezando su breviario, sosegado y tranquilo”.30

Todo aquello era digno y compuesto, contrario al desorden que reinaba cuando allí estaban los ni-ños en medio del correteo y del caos. Entonces vio el contraste entre el orden de la naturaleza y de la Iglesia, tan de acuerdo con su madre, y por otro la-do el mundo entero sumergido en el pecado.

En ese instante sintió la voz de la gracia en su interior y se dijo para sí mismo, lleno de convic-ción: “La humanidad está perdida y camina ha-cia una hecatombe. Día vendrá en que la orde-nación existente en la Creación ya no soportará los pecados de los hombres y se levantará para castigarlos. En determinado momento, la natu-raleza se aliará a mí y hará que nos venguemos de esos pecados”.

Esta fue la primera moción de la gracia con respecto a un futuro castigo universal y una in-tervención de la Providencia, que sacudiría la naturaleza, transformaría a la humanidad e im-plantaría el orden: “Entendí que ese desenlace no sería propiamente el fin de los tiempos, si-no que iniciaría una era en la que los hombres recibirían las últimas enseñanzas antes de que

la Historia terminase. Y reflexionaba: ‘Lo que ahora existe de bueno va a permanecer, pero esa época será mucho mejor que todo esto, por-que constituirá la réplica de Dios contra el mal. ¡Y la Iglesia será la reina!’ ”.31 Era un destello del Reino de María que brillaba en su alma.

Al narrar tales episodios el Dr. Plinio no du-daba en reconocer el aspecto sobrenatural de lo ocurrido aquel día: “Percibo con claridad que aquello fue ante todo fruto de la gracia, pues pa-ra que un niño de esa edad llegue a conclusiones tan profundas no bastaban los meros recursos de la naturaleza. Incluso soy propenso a aceptar que haya habido una acción de carácter místico”.32

Imagen del santuario del Sagrado Corazón de Jesús ante la cual Plinio rezaba de niño

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Tras retirarse de la presencia de Dña. Lucilia sin recibir el beso de costumbre, Plinio se vio en un mar de angustia, afligido hasta lo más hondo de su alma

Nace la devoción a la Santísima Virgen

Habiendo discernido el alma de Nuestro Se-ñor Jesucristo al contemplar la imagen del Sa-grado Corazón de Jesús, Plinio tuvo una ex-traordinaria atracción hacia su Persona.

¿Poseía devoción a la Santísima Virgen? Sin duda, y el incentivo materno en este sentido ja-más había faltado, pero existía al respecto algo que no comprendía muy bien, y surgía un inte-rrogante en su espíritu: “Sentía una especie de reticencias, no sobre la Virgen, sino acerca de la devoción que le era tributada, y una vez u otra me preguntaba si no sería un tanto exagerada, porque podría alejar a las almas de la adoración al arquetipo humano que era Nuestro Señor Je-sucristo”.33

Ahora bien, a Plinio le faltaba una experien-cia mística de amor y bondad para comprender-la por completo en su papel de Mediadora ante el Señor, y tener su alma conquistada por Ella. Tal beneficio le estaba reservado para la hora exacta, a los 11 años de edad, en el momento de una terrible aflicción.

Reprensión y amenaza de Dña. Lucilia

En cierta ocasión Plinio recibió un 6 en la nota de comportamiento en Geografía. Siendo su conducta en clase irreprensible, esa califica-ción suponía una equivocación y una injusticia, y sabía cuál iba a ser la reacción de Dña. Lucilia al encontrarse con esa nota en el boletín. No lo dudó un instante: sin reflexionar sobre las con-secuencias de su acto, decidió alterar la anota-ción para corregir el error escribiendo encima del 6 la nota que pensaba tenía derecho: un 10. Pero el resultado fue un lamentable borrón, y saltaba a la vista de quien era la autoría de la nueva calificación...

Se le ocurrió otra idea: salió al patio del co-legio con su boletín e intentó mojar la página en cuestión con la lluvia que caía abundantemen-te, a fin de borrar los signos de la modificación obrada, ¡el efecto fue peor aún! Era un boletín impresentable lo que entregó en las manos ma-ternas cuando llegó a casa.

A pesar de tan afectuosa y cariñosa, Dña. Lu-cilia primaba por el celo en el cumplimiento de

los deberes por parte de sus hijos y, en su rectitud, le preguntó acerca de lo su-cedido. Al escuchar las explicaciones de Plinio, incapaz de mentirle a su propia madre, exclamó:

—¡Así que tengo un hijo falsifica-dor!

Afirmaba que había sido la recri-minación más fuerte que recibió de Dña. Lucilia. Y ella añadió en tono amenazante: tu padre irá al colegio el lunes para verificar lo ocurrido. Esta escena se desarrolló un sábado por la tarde; si se comprobaba que había co-metido en clase alguna acción repren-

sible, lo mandarían como alumno interno al Colegio Caraça, en el estado de Minas Gerais, durante un año.

Tras retirarse de la presencia de Dña. Lucilia sin recibir el beso de cos-tumbre, Plinio se vio en un mar de an-gustia, afligido hasta lo más hondo de su alma: temía mucho que fuera enviado a un lugar tan inhóspito, pero sobre todo lo hería la hipótesis de vivir lejos de su madre. Esa posibilidad era un verdade-ro tormento: “Me sentía expulsado de aquel paraíso de sabiduría y cariño que era mi unión con ella”.34

El Colegio Caraça en la década de 1920. Arriba, vista general del edificio; abajo, los alumnos internos

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Por otra parte, se encontraba esos días en re-ñido combate, asaltado por tremendas tentacio-nes contra la castidad, virtud que amaba tanto y que no deseaba perderla a ningún precio. Na-rraba: “Me sentía [en materia de pureza] pavo-rosamente débil y frágil. Aunque no tenía pro-piamente momentos de desánimo, me parecía que me faltaba energía para la lucha”.35

“¡Sálvame, Reina!”

El domingo por la mañana Plinio salió de ca-sa muy temprano y se dirigió al santuario del Sagrado Corazón de Jesús para oír Misa. Al en-trar en la iglesia, como no había sitio libre en los bancos de la nave central, permaneció al fon-do en la parte derecha. Por coincidencia, des-de allí se veía a distancia una imagen blanca de María Auxiliadora. En su aflicción, Plinio em-pezó a rezar una de las oraciones que se sabía de memoria: la Salve —Salve Rainha, en portu-gués. Ahora bien, para él el sentido de la plega-ria, al no conocer el significado del saludo latino salve, era el de “¡Sálvame!”, “¡Sálvame, porque mi situación es terrible!”.

Al pronunciar las palabras “Madre de miseri-cordia”, se sintió mirado con inmensa materni-dad y tuvo en su interior una impresión de apo-

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 9/5/1987.

2 Ídem, ibídem.3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-

nio. Conversación. São Paulo, 13/5/1994.

4 PHILIPON, OP, Marie-Michel. Les sacrements dans la vie chrétien-ne. Bruges: Desclée de Brouwer, 1956, p. 99.

5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 20/6/1980.

6 Es muy ilustrativa la afirmación del P. Garrigou-Lagrange so-bre el origen de esas experien-cias sobrenaturales: “Ese cono-cimiento casi experimental de Dios presente en nosotros deri-va de la fe iluminada por los do-nes del entendimiento y sabidu-ría, que son conexos con la cari-dad” (GARRIGOU-LAGRAN-GE, OP, Réginald. Les trois âges de la vie intérieure: prélude de ce-

lle du ciel. París: Du Cerf, 1955, t. I, pp. 137-138).

7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Notas Autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2008, v. I, p. 65.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 20/4/1977.

9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Crepúsculo suave de uma no-bre vida. In: Dr. Plinio. São Pau-lo. Año II. N.º 13 (Abril, 1999); p. 20.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 11/10/1980.

11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Charla. São Paulo, 4/6/1982.

12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 5/10/1985.

13 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Charla. São Paulo, 12/4/1989.

14 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Charla. São Paulo, 18/3/1988.

15 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 9/6/1984.

16 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Charla. São Paulo, 18/3/1988.

17 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 9/6/1984.

18 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conferencia. São Paulo, 29/10/1961.

19 Abierto en São Paulo en el año 1918 y localizado en la avenida Paulista.

20 Procopio Ribeiro dos Santos, apo-dado Pinho, hijo del Dr. Gabriel, hermano de Dña. Lucilia.

21 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Notas Autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2010, v. II, p. 34.

22 Ídem, p. 30.23 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-

nio. Charla. São Paulo, [s. d.].

yo y amparo, reconociendo inmediatamente quién era Aquella a la cual se dirigía: la Madre de las madres, misericordiosa en extremo, la ta-bla de salvación. En una intuición rápida, pen-só: “Su bondad es muy superior a la de mi ma-dre. Es la Madre de mi madre, el supra-sumo de lo que ella es, es la archi-Madre!”.

En ese momento, la imagen de la Santísi-ma Virgen parecía que le sonreía, llena de ca-riño. Tocado en el fondo del alma por una gra-cia mística, experimentó en sí el amor de María y lo dispuesta que estaba a perdonarlo, a recon-ducirlo al buen camino, a darle fuerzas y a ha-cer por él lo inimaginable. También recibió la confirmación de que perseveraría en la fideli-dad y en la virtud, a pesar de su flaqueza, por-que Ella lo mantendría.

Plinio regresó con el corazón rebosante. El domingo transcurrió para él en plena paz y, al día siguiente, su padre constató la realidad de lo que había ocurrido con la nota de Geografía: se trataba de un error de transcripción, pues, de hecho, había merecido y obtenido un 10 en comportamiento. Todo volvió a la normalidad. Sin embargo, él mismo afirmaba que esa solu-ción había sido la más pequeña de las ventajas obtenidas en aquella circunstancia.

“Me sentía pavorosamen-te débil y frá-gil. Aunque no tenía propiamente momentos de desánimo, me parecía que me faltaba energía para la lucha”

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 23

El comienzo de una relación filial con María

Por encima de todo, Plinio había recibido una insigne gracia con respecto a la Santísima Virgen, y con ese episodio comenzaba su devo-ción a Ella, en una relación que iría creciendo cada vez más a lo largo de su vida: “Mi devoción a Ella, entrañable, filial y fervorosa, empezó en esa ocasión y se lo debo a mi madre, cuya seve-ridad me lanzó en los brazos de la Virgen. [...] A partir de ese día, Ella estableció conmigo una relación de bondad y yo jamás perdí la confian-za en Ella. Mantuve la calma toda mi vida, pues, fuera lo que fuera, al sentirme envuelto por esa misericordia, podía descansar”.36

El autor tiene la fuerte impresión de que, en el momento del intercambio de mira-das entre Plinio y María Auxiliadora, tam-bién hubo algún fenómeno místico análogo al trueque de corazones, todo ello relacio-nado con la voluntad, mediante el cual pare-ce haberse entregado a la Santísima Virgen. Y amándola de esta forma, su alma cambió, haciéndose semejante a Ella, mientras que la Madre de Dios se habría apropiado de la vo-luntad del niño que a Ella recurría, para rea-lizar sus grandes designios con respecto a él y a su misión futura.

“A partir de ese día, la Virgen estableció conmigo una relación de bondad y yo jamás perdí la confianza en Ella”

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Imagen de María Auxiliadora - Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, São Paulo

24 CORRÊA DE OLIVEIRA, Notas Autobiográficas, op. cit., v. II, p. 523.

25 Ídem, pp. 526-527.26 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Pau-

lo, 14/4/1989.27 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación.

São Paulo, 26/11/1985.28 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia.

São Paulo, 1954.29 CORRÊA DE OLIVEIRA, Notas Autobiográficas,

op. cit., v. II, p. 537.30 Ídem, p. 542.31 Ídem, pp. 544-545.32 Ídem, p. 545.33 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Notas Autobio-

gráficas. São Paulo: Retornarei, 2012, v. III, p. 159.34 Ídem, p. 182.35 Ídem, p. 208.36 Ídem, p. 207.

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Una adolescencia marcada por la lucha

24 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Al entrar en la adolescencia, Plinio enfrentaría sus primeras batallas espirituales para perseverar en la práctica de la virtud, ante las tentaciones propias a su edad y la brillante carrera que se le presentaba por delante.

n el segundo volumen de la obra se re-saltan los aspectos más sobresalientes de las luchas que marcaron la adolescencia y juventud del Dr. Plinio, período en el

cual su don de sabiduría se enriqueció con un ca-rácter aún más combativo, y su fe multiplicada por la fe se manifestó en su disposición de vencer cual-quier obstáculo para que el mal fuera derrotado.

Al preparar a sus más jóvenes discípulos pa-ra enfrentar la vida, el Dr. Plinio solía enseñar-les que cuando se nos presentan determinados problemas y no los superamos a la luz de las en-señanzas de la Santa Iglesia Católica, volverán en todas las etapas de nuestra existencia de una manera cada vez más trágica e insoluble. Entre ellos destacan los que surgen con la pubertad, particularmente en lo que respecta a la angélica virtud de la pureza. Será esclarecedor conocer cómo el joven Plinio resistió y venció las solici-taciones de la carne, arrostrando las adversida-des con toda determinación.

Una verdad presentada bajo una falsa luz

Cuando Plinio tenía tan sólo 9 o 10 años, por tanto, antes de su entrada en el Colegio San Luis, un primo suyo mayor que él y otros compañeros de su infancia le revelaron, de for-ma maliciosa, asuntos relativos a la vida conyu-gal que deben ser tratados con mucha delicade-

za y prudencia. Enseguida se dio cuenta de lo que había de repugnante en eso porque, como diría más tarde, “tal era la impiedad que les es-curría por la boca como saliva inmunda, que a mi juicio estarían mintiendo. [...] De hecho, sus palabras eran mentiras, aunque me estuvieran diciendo la verdad, por presentar esa verdad ba-jo una falsa luz”.1

Esto significó para él un choque tremendo puesto que, en su sencillez y candor, el concepto que tenía de la virtud parecía haberse desmoro-nado, al no pasar de ser una bonita fachada pa-ra ocultar las miserias de una humanidad inno-ble e hipócrita. Peor aún, esos niños sabían muy bien que ese tema permanecería en su memo-ria y, por consiguiente, volvería con la fortísima atracción que le es propia. Así pues, le era ofre-cido “dentro de una copa asquerosa, un placer puerco, pero agradable e incluso embriagador: ‘Plinio, ¡bébelo!’ ”.2

Sin embargo, la rectitud de juicio que era con-secuencia del don de sabiduría le permitió a Pli-nio adoptar la actitud más perfecta que exigía el momento: de forma perentoria y con indig-nación rechazó el estado de espíritu de los que más tarde calificaría con precisión de apóstoles de la impureza, porque percibía cómo la acepta-ción de esa invitación lo llevaría a romper con al-go que no era capaz de definir, pero cuyo efecto

La dificultad no consistiría únicamente en el resistir a la atracción interna del pecado, sino en las conse-cuencias que dicha decisión le acarrearía

PARTE II –JUVENTUD: LA SABIDURÍA PUESTA A PRUEBA

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 25

sería “apagar a pedradas una serie de luces”3 que sentía encendidas dentro de sí. Eran, según ex-presión suya, “las luces de la inocencia”.4

Firme resolución de resistir

Concluido ese dramático episodio, durante cierto período nadie volvió a plantearle el des-agradable asunto, que fue dejado de lado. Más adelante, Plinio buscaría aclaraciones donde mejor las podría recibir: de los labios de un mi-nistro de la Santa Iglesia. Un sacerdote jesuita le explicó de modo conveniente a su edad la doctri-na católica sobre la excelencia de la virginidad y de la honestidad de la unión matrimonial.

Dilucidada la cuestión doctrinaria, se trata-ba ahora, en la práctica, de no ceder en nada, principalmente porque en el contexto en que vi-vía las tentaciones llegaban con gran violencia y fácilmente harían zozobrar el barco de su al-ma, como contaba él: “La batalla fue penosa. No quiero dar de mí mismo la idea ilusoria de un joven angélico, que nunca tuvo la bajeza de sentir los estímulos de la carne. No me fue fácil preservar la virginidad. Yo, tan pacífico y tran-quilo, veía en mi camino una colosal lucha, que parecía que nunca acababa, para mantener el estado de gracia. Qué enorme y pavorosa difi-cultad. Pero tenía la firme resolución de resistir, costara lo que costara”.5

Esta determinación era ardua, pues, además del aguijón de la propia concupiscencia, pre-senciaba a cada instante cómo todos sus com-pañeros y familiares, al tomar conocimiento de la materia, sucumbían a las solicitaciones del pecado y cambiaban enseguida de mentalidad. Obstinados esos niños en el desprecio a la Ley de Dios, Plinio, por su fidelidad, iba quedándo-se cada vez más excluido de su ambiente.

El parapeto que resguardaba del abismo al Dr. Plinio

La dificultad no consistiría únicamente en el resistir a la atracción interna del pecado, sino en las consecuencias que dicha decisión le acarrea-ría al entrar en las peligrosas galas de la socie-dad paulista. Si no se condujera con prudencia para conservar su pureza, un manto de rechazo caería sobre él como diciéndole: “Vas a parecer un cretino, vas a ser un estúpido, todo el mundo se va a reír de ti”.6

Inmolarse estando sujeto al desprecio general es un verdadero holocausto. Plinio estaba dis-

puesto a soportarlo por amor a Dios. No obstan-te, como vislumbraba en su vocación el aspecto de hombre público, si eso llegara a ocurrir “nun-ca podría hacer nada por la Iglesia, porque un hombre desmoralizado y de quien todo el mun-do se ríe es un hombre que nunca podrá liderar nada, jamás podrá aparecer, quedará al margen de todo. [...] Es decir, una persecución se adheri-ría a mí hasta el final de mis días”,7 concluía.

Esta situación dramática duraría hasta su in-greso en el Movimiento Católico, y constituyó una fase de pruebas tremendas. En ese perío-do el papel de Dña. Lucilia fue decisivo para su perseverancia: “Ella era el parapeto que me resguardaba del abismo, era el muro que me se-paraba de las regiones oscuras y nefandas de mi propio ser, y era, por tanto, mi propia defensa”.8

“¡Qué bella es la inocencia!”

Al final de la adolescencia la victoria sobre la impureza era total, y la luz de la inocencia de Plinio resplandecía con mayor fulgor aún, como el oro purificado en el crisol de la prueba. En circunstancias sorprendentes, dicha luz brilló incluso a los ojos de alguien sumergido de modo indigno en el vicio opuesto.

Cuando Plinio concluyó el ciclo de enseñan-za secundaria, dedicó el año de 1925 a prepa-

“Ella era el parapeto que me resguardaba del abismo, era el muro que me separaba de las regiones oscuras y nefandas de mi propio ser”

Dña. Lucilia a mediados de la década de 1920

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26 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

rarse para los exámenes del Estado, previos al curso universitario, porque según la legislación vigente al haber frecuentado un colegio privado tenía que presentarse a ellos si quería que sus estudios fueran reconocidos oficialmente.

Para tal fin, eligió la ciudad de Ribeirão Pre-to. Por diversas circunstancias tuvo que hospe-darse en un hotel con otro joven paulista, cono-cido suyo, de costumbres licenciosas. Al llegar la noche, Plinio se recogió temprano, pero un temor le asaltaba: su compañero de habitación no aparecía, probablemente por estar en luga-res pésimos; y podría presentarse con una ma-la compañía... que es lo que de hecho ocurrió.

Ya era tarde cuando un vocerío que venía del pasillo despertó a Plinio. Enseguida percibió que alguien se acercaba... eran los pasos de dos personas y en la conversación distinguió una voz femenina. Su conocido y una mujer de mala vi-da iban a entrar, seguramente con indecentes intenciones con relación a él. ¿Cómo salir in-demne de esa situación? Si fuera necesario, ¡ha-bría pelea! Se encomendó a la Santísima Virgen y resolvió fingir un sueño profundo.

Una vez dentro de la habitación se aproxima-ron a la cabecera de la cama, porque la mujer había manifestado el deseo de verlo de cerca. Parecía que había llegado la hora de intervenir cuando, de repente, ella exclamó con pronun-ciado acento luso:

—¡Mira cómo duerme!... ¡Qué bella es la pu-reza! ¡Qué bella es la inocencia! ¡Cómo duerme la inocencia!

Y sin atreverse a ofender a aquel contra quien poco antes dirigía sus malos propósitos, prefirió abandonar el aposento sin dejar de re-

petir por el pasillo ese testimonio que, aun vi-niendo del fondo del lodo, era franco y certero.

El Congreso de la Juventud Católica

Tras haberse inscrito en la Facultad de Dere-cho de [la plaza] Largo San Francisco, desola-dora era la situación en la que Plinio se hallaba, a solas para enfrentar la lucha contra la impie-dad que dominaba el ambiente. “Mi aislamien-to era muy grande y era penoso, pues no tenía un amigo que pensara como yo”.9 Lejos esta-ba de sospechar que pronto se encontraría con aquello que estaba buscando, y su heroísmo se-ría premiado.

En septiembre de 1928, pasando por la pla-za del Patriarca,10 Plinio vio un enorme cartel que ocupaba todo el exterior de la iglesia de San Antonio, que anunciaba el Congreso de la Juventud Católica.

¿Qué sintió en ese momento? Se quedó ma-ravillado, ¡como si le cayera un pedazo del Cie-lo en las manos! “Tuve la impresión de que se me había aparecido un ángel”.11 ¿Juventud cató-lica? Nunca imaginó que existiera algo semejan-te. Creía sinceramente que era el último joven católico de São Paulo. Al día siguiente se dirigió a la secretaría del congreso y se apuntó, movido por una fuerte esperanza.

En el Congreso de la Juventud Católica, Pli-nio fue informado, con gran sorpresa de su par-te, de la pujanza de las Congregaciones Ma-rianas, punta de lanza del fervor católico entre los laicos de São Paulo. Y decidió, aún duran-te el congreso, alistarse en ellas. Así entraba Pli-nio en el Movimiento Católico. Se deshacía de repente aquel aflictivo aislamiento que había

transformado su existen-cia en un terrible desierto, rayaba para él una aurora de esperanzas y sus deseos y anhelos podrían, final-mente, realizarse.

Más tarde él mismo ex-plicaría lo que sintió en esa ocasión y el cántico de exultación que salía a bor-botones de su alma: “Es como el cruzado que em-prende el viaje sin cono-cer el camino. Erra por muchos lugares, y no logra averiguar cuál es el cauce

Desoladora era la situación en la que Plinio se hallaba, a solas para enfrentar la lucha contra la impiedad que dominaba el ambiente

El Dr. Plinio (en el destaque) entre los estudiantes de la Facultad de Derecho de Largo San Francisco, en 1930

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que ha de seguir. En determinado momen-to avista un camino y exclama: ‘¡Por ahí es por donde llego has-ta el mar, allí están los barcos que me lleva-rán a Tierra Santa!’. Eso me pasó a mí. Y pensé: ‘De ahora en adelante me dirigi-ré hacia mi Jerusalén. El combate será duro, pero ya he encontrado el camino: esto es mi lucha contra la Revo-lución. ¡Ahora sólo vi-vir y luchar!’ ”.12

Ruptura con el mundo: el Vía Crucis del desafío

Plinio sabía, sin embargo, que en su círculo so-cial no había nada más ridículo para un joven que el ser católico practicante. Al cabo de poco tiem-po sería, en efecto, desconsiderado por la opinión mundana, pero se encontraba plenamente decidi-do en su renuncia a todo lo que pudiera significar prestigio terrenal. No obstante, a pesar de tan ar-doroso propósito de fidelidad, se engañaría quien pensara que se trataba de una victoria fácil.

Reconociendo en sí la flaqueza inherente a todo hombre y temiendo no poseer el valor ne-cesario para enfrentar las consecuencias que le originaría su determinación, tomó una heroi-ca resolución: desenmascararse. ¿De qué mo-do? “Romper con todo de una vez y declararme congregado mariano, católico apostólico roma-no, a los ojos del mundo, dando un paso que no me permitiera volver atrás”.13

Lejos de evitar la explosión del escándalo, haría de todo para provocarla, y eligió cuidadosamente la ocasión y el escenario de esa gran ruptura.

Los domingos a las diez de la mañana co-menzaba en la iglesia de Santa Cecilia la así lla-mada “Misa elegante”, por ser la más frecuen-tada por las familias de los barrios Campos Elíseos, Higienópolis y alrededores, todas ellas conocidas entre sí. La alta sociedad de São Pau-lo llenaba el pequeño templo.

Aquel día ya había asistido a Misa, pero Plinio volvió a la iglesia y, poco antes de la entrada del

celebrante, se colocó en una de las naves laterales frente a la primera estación del Vía Crucis. En la mano llevaba un pequeño devocionario; entonces empezó a recorrer los pasos de la Pasión, acom-pañando la oración no sólo con ostensibles señales de la cruz, sino también con aquello que ni siquie-ra las mujeres más devotas se atreverían a hacer en público: arrodillarse delante de cada estación.

Era una escena increíble, pero ése era el efecto deseado por Plinio. Su virtud en esa oca-sión alcanzó, sin duda, la cima de la audacia:

“La dificultad en romper era tan grande, que me sentía transpirando de la cabeza a los pies, aunque por naturaleza no sea dado a eso. Sa-bía que en tal banco estaba ese, aquella, aquella otra y aquel otro... Sabía cuál sería el comenta-rio de cada uno”.14

Y ni siquiera con respecto a su familia ali-mentaba ilusiones, porque ya preveía el estupor que reinaría entre sus parientes al recibir noti-cias de lo ocurrido.

Consolaciones y pruebas

“Habiendo entrado ahora en el Movimien-to Católico y roto con el mundo, volaré en di-rección a la realización de mis ideales, como un águila vuela hacia lo alto de la montaña”,15 es lo que pensaba Plinio, conforme comentó más tar-de en narraciones sobre su juventud.

De hecho, en la primera etapa de una vocación especial el Espíritu Santo sustenta al alma con

“Ya he encontrado el camino: esto es mi lucha contra la Revolución. ¡Ahora sólo vivir y luchar!”

Concentración de congregados marianos e hijas de María en la plaza de la Seo, São Paulo, en la década de 1930

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gracias sensibles, haciéndole que ex-perimente alegrías y gozos inte-riores para indicarle el camino a seguir y alimentar la expec-tativa del premio que recibi-rá al final. Con esa alegría fue con la que Plinio inició su militancia en la Con-gregación Mariana.

Esa brisa de consola-ción, no obstante, sería seguida de la prueba más terrible de toda la exis-tencia de Plinio hasta ese momento: “Fue una prue-ba tremenda, no contra la fe ni contra la caridad, gracias a Dios, sino contra la esperanza y la virtud de la confianza”.16

Es imposible, en el exiguo espacio de esta edición, dar to-dos los detalles de ese drama espiritual, que demostró el altísimo grado de virtud alcanzado por Plinio en su juventud, así como la delicadeza de su conciencia, propia de un gran santo. En resumen, se puede decir que ciertos escrúpulos relacionados con su total ad-hesión a la infalibilidad pontificia y a la fe en la historicidad de los Evangelios degeneraron en un período de seis meses de tribulación, en que la hipótesis de estar fuera de la Iglesia le llena-ba de aprensión y de pavor, al preferir mil veces morir que ser expulsado de su regazo.

Finalmente, tras recibir una gracia mística insigne mientras contemplaba la elevación del cáliz durante una celebración del Santo Sacrifi-cio, se terminaba el período de la prueba contra la esperanza. Movido por mociones interiores, Plinio buscó un confesor, que le aclaró su ca-so de conciencia con sabiduría y sencillez. Co-menzaba una nueva fase, también de seis meses aproximadamente, durante la cual recibiría au-ténticas lluvias de gracias y pasaría los días más deliciosos de su vida.

La vida de Santa Teresita

En esa época le llegó a sus manos un libro cuyo título le llamó la atención: Historia de un alma, la autobiografía de Santa Teresa del Niño Jesús, canonizada hacía poco tiempo.17 Empezó inmediatamente su lectura, y enseguida tomó una resolución explícita: “¡Quiero ser santo!”.

En esa lectura, Plinio pasó a ver el bien incalculable que un

alma puede hacer a la Igle-sia al ofrecerse como vícti-

ma expiatoria. Ahora bien, él sentía el llamamiento de la Providencia para la realización de una gran obra, que sólo más tar-de supo explicar: “Yo te-nía la certeza interior de poseer la misión de res-taurar la civilización cris-

tiana, el buen orden católi-co de las cosas. Y sabía que

si actuaba bien cumpliría esa misión”.18 Pero ahora, al co-nocer la inmolación que ha-bía hecho Santa Teresita, vis-lumbraba el valor de una vida transcurrida en la aridez y en el sacrificio.

Se convenció de que esa vía de dolores y prue-bas era la oración que más agradaba a Dios, y que de Él podía obtener los mayores beneficios, pues-to que se asemejaba más al holocausto de Nuestro Señor Jesucristo en su Pasión. Y también se ofre-ció: “Si es voluntad tuya recibirme como víctima, tú me llevarás. Pero si, por el contrario, quieres que permanezca aquí, permaneceré, confiándo-me a tus cuidados. Depende de ti. Hágase en mí según tu palabra (cf. Lc 1, 38)”. Este ofrecimien-to, renovado diariamente, fue acogido poco a po-co, a lo largo de los 87 años de su vida. Bien puede ser considerado un verdadero martirio, cuyos fru-tos aún hoy brotan exuberantemente en el seno de la Santa Iglesia.

El “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”

Plinio adquirió la costumbre de rezarle a Santa Teresa del Niño Jesús. Así que, con el de-seo de alcanzar un nuevo nivel en las vías de la santidad, resolvió hacerle una novena. Le pedi-ría su intercesión para obtener dos gracias, de las cuales sentía mucha necesidad.

En primer lugar, que le indicara de forma clara cuál era el medio de avanzar con vigor en la devoción a la Virgen María. La segunda in-tención era bastante diferente. Plinio se encon-traba en una situación económica muy difícil. Por eso, habiendo escuchado que se iba a cele-

“Yo tenía la certeza interior de poseer la misión de restaurar la civilización cristiana, el buen orden católico de las cosas”

El Dr. Plinio de toga con ocasión de su graduación

en la Facultad de Derecho

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 29

brar una lotería en São Paulo, también le pedía a Santa Teresita la gracia de que le tocara. No quería propiamente hacerse rico, sino más bien poder dedicarse por entero al apostolado.

La novena estaba en sus últimos días cuando Plinio, ojeando algunos volúmenes en la libre-ría de los cordimarianos, le atrajo la atención uno escrito por el entonces Beato Luis María Grignion de Montfort: el Tratado de la verdade-ra devoción a la Santísima Virgen. Tras una bre-ve vacilación, decidió comprarlo. Contando el episodio afirmaría: “No percibía que Santa Te-resita estaba guiando mi brazo”.19

Al leer las páginas del Tratado se llenó de en-tusiasmo y, sin perder una letra, “de exclamación en exclamación”,20 iba concluyendo que la obra de San Luis Grignion era incomparable, portentosa y basada en la mejor teología; profundizaba am-pliamente en la doctrina sobre María Santísima, a fin de dar una elevadísima noción de su papel en el orden del universo. Recordaría el Dr. Plinio: “Durante su lectura, a veces paraba y decía: ‘¡Pa-rece que este hombre está hablando! Hace siglos que murió, pero creo que estoy sintiendo el im-pulso, la propulsión de su alma en lo que él está diciendo aquí!’ ”.21 Leyéndolo aprendía en la con-cordancia eufórica de su alma. Nunca pensó que un libro pudiera ejercer sobre alguien el efecto que aquel produjo sobre él. Y reflexionaba: “¡He encontrado el libro de mi vida!”.22

Entusiasmo por el Reino de María

A lo largo de los días siguien-tes, la lectura del Tratado se fue convirtiendo en un au-téntico estudio, serio y pro-fundo: “Mi alma salió de esa lectura guarnecida con un montón de ideas, de nociones, de doctri-nas, etc., que sería un nunca acabar, si las fuera a contar todas”.23

Sin embargo, su entu-siasmo fue todavía mayor al hacer otro descubrimiento en las páginas que se iban suce-diendo ante sus ojos, según él mismo narraría: “[Eran] lla-mas intensas sobre un asunto que jamás había oído tratarlo a nadie, pero me interesaba

en el más alto grado: el Reino de María. Ensegui-da me di cuenta de que ese reino era la meta hacia la cual volaba mi alma”.24 Entendió que San Luis Grignion se refería, por encima de todo, al go-bierno de la Virgen, Reina de los Corazones, so-bre las mentalidades de todos los hombres. Aun-que también notó que el autor del Tratado preveía una era histórica en la cual la faz de la tierra sería renovada y reformada por la Santa Iglesia, y en la que María Santísima sería reconocida universal-mente como Soberana.

La primacía de la vida interior

A principios de la década de 1930, más de dos años después de su ingreso en las Congregacio-nes Marianas, el Dr. Plinio había hecho gran-des progresos en la vida espiritual. No obstante, se preguntaba qué pasos le exigiría su vocación ahora. Meditando sobre ello decidió explorar la pequeña biblioteca de su abuela, en busca de alguna obra cuya lectura le pudiera ayudar. Al abrir la estantería se topó con un volumen escri-to en francés, por un autor cuyo nombre le pa-recía lleno de resonancias: Dom Jean-Baptiste Chautard, trappiste, abbé de Sept-Fons.25

El efecto fue inmediato: “Empecé a leerlo y percibí que se me abría un cielo”.26 Y recorrió las páginas de El alma de todo apostolado con emo-ción, comprendiendo que había encontrado una de las obras que constituirían en adelante la ba-

se de su espiritualidad.A partir de esa lectura es cuan-do el Dr. Plinio fija en su ruti-

na ciertos hábitos de devoción que observaría hasta el final

de sus días: “En el libro de Dom Chautard, las verda-des sobre el papel de la oración y de la vida inte-rior prevaleciendo sobre las obras venían expues-tas de un modo magní-fico. Era teología de la mejor y reforzó en mí la

tendencia y la preocupa-ción por la oración. Enton-ces fue cuando empecé a comulgar y a rezar el Rosa-rio diariamente”.27

Otro aspecto de enor-me importancia en las deter-minaciones tomadas por el

El efecto de aquella lectura fue inmediato: “Empecé a leerlo y percibí que se me abría un cielo”

Dom Jean-Baptiste Chautard, abad de Sept-Fons y autor del libro

“El alma de todo apostolado”

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30 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Dr. Plinio con la lectura de El alma de todo apos-tolado fue el descubrimiento de la humildad, ma-teria en la cual su lucha sería ardua. De hecho, para conquistar plenamente esa virtud debería eliminar un primer obstáculo, impuesto por una piedad melosa que reinaba en ciertos ambientes católicos según la cual el varón humilde era, por excelencia, el que se apagaba, se escondía y se ca-llaba, evitando cualquier actitud de ufanía o de combatividad contra quien quiera que fuera. Pero la propia obra del abad de Sept-Fons le ofrecía la fórmula ideal para la solución de tal problema. El Dr. Plinio la entendió de inmediato y muchas ve-ces repetiría a lo largo de su vida: “La humildad es fundamentalmente la virtud mediante la cual no tratamos de atribuirnos lo que le pertenece a Dios. Por lo tanto, si convertimos a alguien debe-mos entender que ha sido Dios, presente en noso-tros, el que lo ha hecho”.28

La práctica de esa virtud sería indispensable para la fidelidad del Dr. Plinio al adentrarse en el camino de gloria que se le abriría ante él.

Fundación de la Liga Electoral Católica

En aquellos primeros años de la década de 1930 el Dr. Plinio tuvo conocimiento de la exis-tencia de un organismo electoral católico vincu-lado a la política francesa, cuyo objetivo consistía en indicarle a los fieles cuáles eran los candidatos a los cargos públicos que se comprometían a lu-char por las reivindicaciones de la Iglesia. La fór-mula le encantó, pues iba al encuentro de la idea de aprovecharse de la sorprendente expansión del

Movimiento Católico en Brasil para alterar el lai-cismo reinante. El Dr. Plinio le escribió al Dr. Al-ceu Amoroso Lima,29 líder de la Juventud Católica en Río de Janeiro y hombre de confianza del arzo-bispo, el cardenal Sebastián Leme,30 proponiéndo-le su plan de fundación de un organismo electoral destinado a favorecer los intereses de la Iglesia en el terreno de la política y orientar el voto católico.

Acogida con entusiasmo, la sugerencia no tar-dó en hacerse realidad: en poco tiempo estaba preparada la constitución de la Liga Electoral Católica (LEC), con estatutos redactados por el propio Dr. Plinio, la cual actuaría por medio de juntas diocesanas en todo Brasil. El Dr. Pli-nio fue elegido por el arzobispo de São Paulo, Mons. Duarte Leopoldo e Silva,31 como secreta-rio estatal de la LEC, pues era “la única perso-na en la que confiaba para el éxito de la Liga”.32

Así fue como el Dr. Plinio entró en la carre-ra política. Escogido también por la autoridad eclesiástica, recibió la comunicación de que de-bería presentarse como candidato a diputa-do federal cuando se convocaron las elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, y obedeció inmediatamente.

El diputado más joven y el más votado de Brasil

Quedaba una incógnita. ¿Cuáles serían, en la práctica, el prestigio y la fuerza de la Iglesia en las urnas? Una convicción, no obstante, era firme en su espíritu: entre los candidatos indicados por la LEC, era el único militante en la fuerza del térmi-

Quedaba una incógnita. ¿Cuáles serían, en la práctica, el prestigio y la fuerza de la Iglesia en las urnas?

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 24/7/1982.

2 Ídem, ibídem.3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-

nio. Conversación. São Paulo, 27/8/1981.

4 Ídem, ibídem.5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio.

Notas Autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2012, v. III, p. 138.

6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 9/12/1973.

7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 22/11/1990.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 9/3/1972.

9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 22/7/1988.

10 En el centro de São Paulo.11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio.

Charla. São Paulo, 15/7/1987.12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio.

Conferencia. São Paulo, 13/5/1989.13 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-

nio. Conversación. São Paulo, 19/6/1992.

14 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 27/10/1975.

15 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 20/12/1987.

16 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 26/3/1988.

17 Santa Teresa del Niño Jesús fue ca-nonizada por el Papa Pío XI, el 17 de mayo de 1925.

18 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 16/7/1994.

19 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 15/4/1989.

20 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 5/2/1988.

21 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 24/1/1979.

22 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 9/9/1980.

23 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 15/4/1989.

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 31

no, decidido a luchar por las reivindicaciones ca-tólicas a costa de cualquier sacrificio. Por lo tanto, para él suponía una obligación imperiosa trabajar con todo empeño con vistas a su propias elección. Así que se lanzó a la campaña.

Finalmente llegó el día de la elección: el 3 de mayo de 1933.

En los días posteriores, de todas partes del es-tado “crepitaba” la información, anunciada por los periódicos y repetida por el público: “¡Plinio Corrêa, a la cabeza!”. ¿Cuál fue su actitud, co-mo gran interesado? “Mi votación iba creciendo, pero yo acababa de leer el libro El alma de todo apostolado de Dom Chautard y entendí que no lo-graría ningún buen resultado para la causa cató-lica como diputado, ni santificaría mi alma, si me apegara a ese cargo. Entonces tomé la decisión de no comprobar los resultados en el periódico”.33

Un día, cuando salía de camino a la iglesia, el Dr. Plinio se encontró con su hermana, que leía con especial atención el periódico O Estado de São Paulo. Ella sonrió y le hizo una profunda re-verencia, diciéndole en tono festivo:

—Señor diputado, ¡enhorabuena!Él pensó que se trataba de una broma, pero

ella exclamó:—¡Sólo tú para hacer eso! ¿No sabes que has

sido electo?—¡Ah muy bien! Pero no quiero perder la

Misa. Ya es la hora.Había sido obtenida la primera gran victo-

ria en ese combate que llevaba librando durante largos años a favor de su ideal.

De todas partes del estado “crepitaba” la información: “¡Plinio Corrêa, a la cabeza!”El Dr. Plinio en mayo de 1933, recién elegido diputado

24 Ídem, ibídem.25 Jean-Baptiste Chautard (1858-

1935), trapense, abad de Sept-Fons, autor de varias obras, en-tre ellas el célebre libro L’âme de tout apostolat – El alma de to-do apostolado, escrito durante un viaje a Brasil y que se convirtió en el libro de cabecera del Papa San Pío X.

26 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 11/3/1994.

27 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 22/8/1981.

28 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 15/4/1989.

29 Alceu Amoroso Lima (1893-1983), conocido por el pseudónimo de

Tristão de Ataíde, abogado, profe-sor y literato brasileño, uno de los más famosos pensadores y líderes católicos de su tiempo, actuando en el ámbito académico, político, económico, social y cultural.

30 Mons. Sebastián Leme da Silveira Cintra (1882-1942) fue nombra-do sucesivamente pro-vicario ge-neral de São Paulo (1909), obispo auxiliar de Río de Janeiro (1911), arzobispo de Olinda y Recife (1916-1918), arzobispo coadjutor de Río de Janeiro (1921) y, final-mente, arzobispo de Río de Janei-ro (1930), convirtiéndose ensegui-da en el segundo cardenal brasile-ño de la Historia. Tuvo un marca-do y decisivo papel en la vida de la Iglesia Católica en Brasil, por

su actuación en el campo intelec-tual y político.

31 Mons. Duarte Leopoldo e Silva (1867-1938), consagrado obispo en Roma, en 1904, fue dos años titular de la vasta diócesis de Cu-ritiba. En diciembre de 1906 fue nombrado obispo de São Pau-lo y en 1908 tomó posesión co-mo arzobispo, al ser esta sede ele-vada a arquidiócesis, por el Papa San Pío X. Durante su largo go-bierno realizó importantes refor-mas en la estructura de esa cir-cunscripción eclesiástica.

32 AMOROSO LIMA, Alceu. Carta a Dr. Plinio, 7/6/1932.

33 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 23/11/1990.

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La voz de Cristo para el siglo XX

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32 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

PARTE III – SE CONFIGURA LA MISIÓN

Al principio de su juventud, la vida del Dr. Plinio transcurría prometedora y fulgurante. Pero la Providencia le reservaba un camino de dolorosas decepciones, estruendosos fracasos e insospechables traiciones...

ómo dar una idea con respecto a la vida pública del Dr. Plinio que comenzaba de manera tan pro-metedora? Nada mejor que recu-

rrir a las enseñanzas del Evangelio.“Brille así vuestra luz ante los hombres”

(Mt 5, 16), había proclamado el divino Maestro. Sí, la gracia refulgía en el Dr. Plinio de modo místico y absolutamente inusitado, en un con-junto de luces variadas y constantes. Éstas se re-flejaban incluso en sus escritos, pero ante todo hacían sus gestos atrayentes, sus palabras arre-batadoras, su porte imponente y su presen-cia cautivante. Las multitudes lo siguieron en-tusiasmadas, sus discursos provocaban fogosos aplausos, su figura, en resumen, se proyectó co-mo la de un profeta grandioso, hecho para con-ducir a la sociedad hasta la misma perfección y destruir los errores revolucionarios. En conse-cuencia, el autor no duda en proclamar que el Dr. Plinio fue la voz de Cristo para el siglo XX.

Como diputado en la Asamblea Constituyen-te y, concluido su mandato, como líder del Mo-vimiento Católico en São Paulo, luchó por la Iglesia con todas las fuerzas de su alma, espar-ciendo su luz por Brasil. Y la mayor o menor re-ceptividad de las personas dependía del grado de rechazo que tuvieran a las solicitaciones del espíritu del mundo. Por eso muchos rehusaban

esa luz y se cerraban a ella, mientras que otros la aclamaban con ardor.

Al frente del “Legionario”

Con el objetivo de desarrollar un apostola-do eficaz, transformó un simple boletín parro-quial, el Legionario, en un influyente semana-rio de repercusión internacional, a partir del cual reveló al mundo el singular carisma profé-tico con el que fue dotado por la Providencia. Con valentía puso de manifiesto el peli-gro nazi-fascista que se levan-taba en Brasil, a fin de que los católicos no se dejaran engañar por falsas solucio-nes, y denunció, siendo ya como primer presidente de la Acción Católica de São Pau-lo, los incipientes errores que amenazaban cambiar el inma-culado rostro de la Santa Iglesia, hacia los cuales todavía nadie ha-bía abierto los ojos totalmente.

Recordemos que la esencia de la misión profética, al contrario de lo que habitualmente se cree, no só-lo consiste en hacer vaticinios, si-no ante todo en indicarles a los hom-bres los rumbos que la Providencia

Como diputado en la Asamblea Constituyente y como líder del Movimiento Católico en São Paulo, luchó por la Iglesia con todas las fuerzas de su alma

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 33

El Dr. Plinio sabía muy bien que sus adversarios intentarían desarticular todo su apostolado, pero llevado por su amor y fidelidad a la Iglesia, tal cosa le parecía imposible

El Dr. Plinio discursando en el Congreso Eucarístico Nacional, en septiembre de 1942

desea que sigan y en contemplar la visión que Dios tiene de los acontecimientos.1 Como vere-mos más adelante, ésa era la característica pro-minente del profetismo del Dr. Plinio, aunque también hizo predicciones... ¡y cómo!

Con palabras de un verdadero profeta que preveía los pasos siguientes de la Revolución, el Dr. Plinio desvelaba al gran público lo que su dis-cernimiento le hacía ver claramente, y no dudaba en lanzar pronósticos que en muchas ocasiones se cumplirían al pie de la letra, rasgando la etiqueta de irrealizables que cualquier analista les hubie-ra puesto a priori. Y, así, el peso de su opinión iba creciendo a los ojos de buenos y malos.

Presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica

Fruto de su prestigio en cuanto líder católico íntegro, el Dr. Plinio fue nombrado el 12 de ma-yo de 1940 presidente de la Junta Arquidiocesa-na de la Acción Católica de São Paulo.

Cumpliendo ese cargo, procuró poner to-das sus energías en la formación de una élite católica capaz de influir en la sociedad y cam-biar el rumbo de la historia de Brasil. Al igual que la Revolución tiene sus propios tipos hu-manos que le sirven de modelo, aunque trata de ocultar que lo hace de forma intencionada, el Dr. Plinio quería constituir algo análogo para la Contra-Revolución. Además, para lograr dicha finalidad era necesario mantenerse fiel a la or-todoxia en materia de fe y de costumbres, pues-ta en peligro por la inoculación en los medios eclesiales de “nuevas” ideas importadas de los movimientos progresistas de Europa impregna-dos, de manera disimulada, de las peores des-viaciones doctrinales.

Ahora bien, ¿por qué eso no fue posible? Al contrario de lo esperado, esos planes fueron poco a poco dejados a un lado. Con enorme dolor constataba que cuanto más se hacían notar los abundantes frutos de la Acción Católica bajo su mando, más se enfriaba la receptividad de una parte del clero y de los liderazgos laicales en relación con su persona. Simultáneamente, los que le precedieron en la dirección de la Ac-ción Católica, confirmados cada vez más en su adhesión a la heterodoxia,

eran apoyados de modo creciente.El Dr. Plinio sabía muy bien que sus adver-

sarios intentarían desarticular todo su aposto-

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34 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Movido por la clarividencia de su profetis-mo y por su fidelidad a la Santa Iglesia, el Dr. Plinio decidió des-enmascarar esa suspicaz y velada herejía

lado. Pero, llevado por su amor y fidelidad a la Igle-sia y ofuscado por su vene-ración al sacerdocio, tal co-sa le parecía imposible. No osaba afrontar la hipótesis de que tal iniciativa partie-ra de miembros del episcopa-do. “Ese fue un momento te-rrible para mí. Duda, eso nunca me causó, gracias a Dios, pero sí una laceración. Ésta empezó a apaciguarse cuando percibí que no era algo nacido de la Iglesia, sino una pe-netración del espíritu del mal en ella. Después de todo, la Iglesia amada por mí siempre había permanecido igual a sí misma en todas las épo-cas”.2 El autor está convencido de que se trata de uno de los instantes de mayor sublimidad de la vida del Dr. Plinio, a causa del sufrimiento que tuvo que soportar.

Un libro “kamikaze”

Movido por la clarividencia de su profetismo y por su fidelidad a toda prueba a la Santa Igle-sia, el Dr. Plinio decidió desenmascarar esa sus-picaz y velada herejía, aunque pusiera en riesgo su futuro personal.

De hecho, teólogos de renombre mundial ya habían señalado las desviaciones que asomaban en las nuevas corrientes, pero las refutaban en el terreno de la alta especulación teológica, general-mente inaccesible para el pueblo fiel. Hasta en-tonces nadie había tenido el discernimiento del mal en su totalidad y menos aún el coraje de des-velarlo. Así, en el espíritu del Dr. Plinio nació la idea de escribir una obra consagrada a la cabal exposición y denuncia de los errores enquistados en la Acción Católica que se propagaban por to-da la Iglesia: “Era necesario que se alzara un gri-to de alarma y que se obrara el esfuerzo conver-gente de cuantos discernían el mal, para revelarlo de una vez. Voz de alerta, toque de reunión: el li-bro En defensa de la Acción Católica”.3

Debido a la situación generada, el Dr. Pli-nio se daba cuenta de que la publicación del li-bro conllevaría un colosal estallido no sólo en la Iglesia de São Paulo, sino de todo Brasil. Por eso

precisaba recabar el mayor número de adhe-siones posibles a fin de aumentar el impac-

to de la explosión en el campo enemigo. Pa-ra ello envió el libro recién impreso a va-rios obispos amigos, de tendencia conservado-ra, que le respondieron con cartas de encomio. A esta correspondencia se sumó, por vías provi-denciales, el apoyo del Nuncio Apostólico en Brasil, Mons. Benedetto Aloisi Masella, que le concedió un prólogo.

Encima casi simultáneamente a la publicación de En defensa de la Acción Católica, el Santo Pa-dre Pío XII lanzó la encíclica Mystici Corporis, que denunciaba muchos de los errores señala-dos por el Dr. Plinio en su obra. A los ojos de la opinión pública sería una imprevista aprobación de las ideas de las que, injustamente, algunos se valdrían para aplicarle el calificativo de hereje.

El lanzamiento del libro fue polémico y las re-presalias de los opositores, inmediatas y brutales..., de una ferocidad propia de cobardes. A lo largo de los sucesivos años el Dr. Plinio sería apartado de todos los cargos públicos del Movimiento Católi-co, perdería la dirección del Legionario y los con-tratos de abogado de diversas instituciones ecle-

Arriba, el Dr. Plinio discursando en Pindamonhangaba, en 1943; al lado, portada del libro y facsímil de la carta de apoyo enviada por la Secretaría de Estado de Su Santidad

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 35

Esos años de aislamiento y persecución implacable, los traspuso acompañado por un grupo de ocho seguidores, antiguos redactores del “Legionario”

siásticas, con las consecuencias personales que eso le acarrearía, incluso en materia económica. Pero el mal desvelado había perdido su dinamismo y los propósitos de los mentores de las “nuevas” ideas nunca se realizarían plenamente en Brasil, ni en el mundo. El kamikaze, al colisionar en el sitio acerta-do, había abatido al barco adversario.

En las catacumbas, período de ostracismo

A partir de finales de la década de 1940 se inicia un período denominado por el Dr. Plinio de ostracismo. Su amor por la Esposa de Cris-to le había llevado a ser considerado un paria en las filas católicas.

Esos años de aislamiento y persecución im-placable, los traspuso acompañado por un gru-po de ocho seguidores, antiguos redactores del Legionario. Con ellos daría comienzo a la cons-titución de su obra, nada exenta, no obstante, de enormes dificultades y trágicos episodios. La soñada orden profética de caballería sólo se-ría fundada cuando hubiera derramado toda la sangre de su alma que la Providencia le pidiera, tras décadas de desilusiones, fracasos, ingratitu-des y traiciones por parte de los que, en lugar de tomar su luz y difundirla por el mundo, muchas veces la pisaron con sus pies.

A ese respecto, el autor recuerda que el Dr. Plinio dio, en 1974, una orientación de có-mo un futuro biógrafo debería presentar su vi-da. Explicaba que la tendencia del escritor sería la de detenerse en la descripción de determi-nados sufrimientos suyos, como por ejemplo, la crisis de diabetes que sufrió en 1967, y a ese propósito diría que fue obligado a someterse durante largos años a un régimen estricto, cau-sándole un suplicio tremendo, pues era un hom-bre de un paladar muy noble, equilibrado y fino.

Nada más expuesta la hipótesis, el Dr. Plinio, muy enfático, aclaró lo siguiente:

—Eso, sin embargo, no es mi vida, porque no es la descripción de la esencia de mi sufrimien-to. Un buen biógrafo mío debería narrar los tor-mentos soportados dentro de mi obra. Todo lo que deseé realizar con los miembros del Gru-po y no lo conseguí, pues ahí es donde están mis principales amarguras. Ya digo esto porque, en el futuro, cuando aparezca alguien deseoso de escribir mi biografía, debe enfocar ese aspecto.

El autor intenta en su obra darle al lector una idea pormenorizada del drama soportado por el Dr. Plinio en el interior de sus filas, pero sin re-

velar los nombres de los discípulos infieles. An-te el más terrible abandono y frialdad por parte de sus seguidores, su fe en su propia misión fue heroica e inédita en la historia de las fundacio-nes. Nadie como él esperó tanto contra toda es-peranza. Pero la luz de su profetismo habría de rasgar las tinieblas y despuntarían los primeros rayos de una aurora de institucionalización en su Grupo —nombre éste por el que sería cono-cida su obra internamente.

“Revolución y Contra-Revolución”

Con el fin de formar a sus discípulos y consti-tuir un esbozo doctrinario que diera solidez ideo-lógica a ese Grupo, a finales de 1950, el Dr. Pli-nio instituyó varias comisiones de estudios en su obra. Muchas de esas reuniones, grabadas y pos-teriormente transcritas, componen hoy un caudal de más de un millón de páginas de explicaciones marcadas por su don de sabiduría, su profetismo y su discernimiento de los espíritus.

En esa misma época escribió lo que sería el libro de cabecera del Grupo: Revolución y Con-tra-Revolución. Basado en documentos pontifi-cios, este ensayo explica el nexo entre todos los males del mundo contemporáneo, nacidos con el humanismo y refinados sucesivamente con el protestantismo, la Revolución francesa y el co-munismo. Para el Dr. Plinio una doctrina o la decoración de una habitación podrían ser bue-nas o ruines, según favorecieran o desviaran de la práctica de la virtud. La Revolución era el fe-nómeno que explicaba la esencia de los múlti-ples errores diseminados en la sociedad.

Pero se engañaría el que pensara que la des-cripción sobre la unidad de la Revolución es lo más importante de la exposición doctrinaria he-cha por el Dr. Plinio en Revolución y Contra-Revolución. Se trata más bien de una magnífi-ca explicación sobre las tres profundidades de la Revolución, en las tendencias, en las ideas y en los hechos.4

Las tendencias desordenadas conducen al sofisma

Las tendencias, cuando son malas, son incli-naciones vehementes que, como consecuencia del pecado original, incitan al alma a la rebeldía con-tra el yugo de la ley moral, a fin de satisfacer de forma licenciosa sus malos deseos. Si uno cede a esas tendencias desordenadas, acabará justificán-dolas con algún sofisma, pues la transgresión de

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Un tipo de revolución modifica los estados de espíritu y las ideas: en el lenguaje interno del Grupo, el Dr. Plinio la llamaba Revolución A

la ley moral siempre es hecha bajo las apariencias de bien, ya que nadie es capaz de practicar el mal por el mal. Se cumple así el principio enunciado por Paul Bourguet:5 por el hecho de ser un mono-lito de lógica, o bien el hombre actúa como pien-sa, o bien pensará como actuó.

Ese camino que el hombre recorre para co-meter un pecado es el mismo que la Revolución sigue para avanzar en los hechos.6 Para la mayo-ría de los autores y estudiosos del fenómeno re-volucionario, únicamente las ideologías mueven a la sociedad hacia las grandes transformacio-nes repentinas. Y cuando las alteraciones políti-cas o religiosas son efectuadas por medio de tur-bulentas rupturas, sangrientas o no, se está ante lo que se suele llamar una revolución. Con todo, como acabamos de ver, el proceso de las muta-ciones en el alma humana empieza en una región más profunda, antes de la eclosión de las ideas.

Un tipo de revolución modifica los estados de espíritu y las ideas: en el lenguaje interno del Gru-po, el Dr. Plinio la llamaba “Revolución A”, subdi-vidiéndola en Revolución A tendenciosa y Revolu-

ción A sofística. A ella le sigue, con o sin empleo

de la violen-

cia, un cambio en las instituciones y en las costum-bres, ajustándose al estado de espíritu recién crea-do: es la “Revolución B”, en los hechos. Siempre la Revolución B es una consecuencia de la Revo-lución A tendenciosa y de la Revolución A sofísti-ca, entre las cuales la más importante es la prime-ra. Este proceso del desorden en las tendencias a la formulación de sofismas para justificar los he-chos revolucionarios es una explicación inédita, expuesta por el Dr. Plinio con estupenda maestría.

Desde el punto de vista histórico, con agudí-sima mirada profética el Dr. Plinio anuncia el término del proceso revolucionario, ya con la amplitud de cinco siglos. Basado en la senten-cia de las Escrituras “Omnes dii gentium dæmo-nia”, los dioses de los paganos son demonios (cf. Sal 95, 5), alude aún al despuntar de su últi-mo estadio: “En esta perspectiva, en que la ma-gia es presentada como forma de conocimiento, ¿hasta qué punto le es dado al católico divisar las fulguraciones engañosas, el cántico a la vez siniestro y atrayente, emoliente y delirante, ateo y fetichistamente crédulo con que, desde el fon-do de los abismos donde eternamente yace, el príncipe de las tinieblas atrae a los hombres que negaron a Jesucristo y a su Iglesia?”.7

Ante todo, un problema espiritual

Revolución y Contra-Revolución ha sido considerado por determina-dos lectores un libro ante todo po-

lítico, quizá socioeconómico o psico-lógico. Hubo quien, incluso dentro del

Grupo, le creyera mero tratado diplomá-tico. Pero basta leer la obra con buen es-

píritu para percibir que el prisma central de todos sus análisis es religioso, subyugado a la Iglesia y a la vida sobrenatural.

“El fenómeno revolucionario, como está des-crito en RCR,8 es ante todo un problema espiri-tual; el resto, por muy importante que sea, es se-

1 “La revelación profética se extien-de no sólo a los sucesos futuros de los hombres, sino también a las cosas divinas, tanto por par-te de las cosas que se proponen a todos para que las crean, y que pertenecen a la fe, como de los misterios más altos para los más perfectos, que pertenecen a la sa-biduría” (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 171, pról.).

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 19/8/1981.

3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. 365 Dias em Revista. In: Le-gionário. São Paulo. Año XVII. N.º 595 (1/1/1944); p. 2.

4 Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revo-lução. 5.ª ed. São Paulo: Retor-narei, 2002, pp. 40-42.

5 Cf. BOURGET, Paul. Le démon de midi. París: Plon, 1914, v. II, p. 375.

6 Esta importante explicación revela bien la actuación del don de sa-biduría en el Dr. Plinio, confor-me comenta el padre Díaz-Cane-ja: “[Gracias al don de sabiduría, esas almas] tienen una fe más fir-me que la del mayor de los apo-logistas. Gozan de una sagacidad

Algunas ediciones de “Revolución y Contra-Revolución”, publicadas en varios idiomas

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 37

Poco después de la publicación de RCR, el Dr. Plinio fundaría, en 1960, la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad – TFP

El Dr. Plinio en la década de 1960

cundario y colateral. El lado más importante es la actitud que el fiel toma en relación con Nuestro Señor Jesucristo y, más especialmente, a su Sa-grado Corazón, que es la quintaesencia de todo lo que en Él hay de perfección y de amor”.9

Ahora bien, si el orgullo y la sensualidad son los resortes impulsores de la Revolución, como explica el Dr. Plinio en su obra, las dos condicio-nes esenciales para la Contra-Revolución son la humildad, opuesta a la soberbia y origen de to-das las demás virtudes, y la pureza. No es difí-cil deducir, conforme dijo en cierta ocasión el Dr. Plinio, que “la Contra-Revolución es la pu-reza y la humildad”,10 y para que ella sea posible, hay absoluta necesidad de dar pasos vigorosos en las vías de la perfección. ¡El resto es acceso-rio! Así pues, llevando a la opinión pública ha-

cia la santidad, se estará haciendo Contra-Revo-lución. El Dr. Plinio concluía que “RCR es, a su modo, un tratado del amor a Dios”11 y, “si toma-da en serio, un manual de vida espiritual”.12

Fluidez y densidad propias de la Sagrada Escritura

El lector atento puede percibir el elevado grado de inspiración de la obra, cuyo resultado ha sido una lindísima orfebrería: el modo de ex-presarse es noble, sublime y, al mismo tiempo, sintético; la formulación es propia a una obra tomista, adornada, no obstante, de la expresivi-dad característica del Dr. Plinio; el lenguaje se muestra tan preciso que no hay nada que acre-centar, quitar o cambiar en él, al igual que en un reloj no se puede sustraer una diminuta pieza sin perjudicar su funcionamiento.

Revolución y Contra-Revolución es compa-rable a la buena música: se puede escuchar to-dos los días sin aburrimiento, porque cada vez se descubre un aspecto nuevo. De hecho, respetan-do las infinitas distancias con la Revelación, se observa en RCR una mezcla de fluidez y densi-dad propias a la Sagrada Escritura y se tiene la sensación de que aquellas líneas son el pavimen-to de rutilantes piedras preciosas sobre el cual será construido el Reino de María, y que ha de atravesar los milenios hasta el fin del mundo. El autor, a veces, tiene la impresión de que sólo po-drían haber sido escritas si fueron dictadas por la Providencia, como los Ejercicios Espirituales de San Ignacio... es una obra, a su modo, divina.

Poco después de la publicación de RCR, el Dr. Plinio fundaría, en 1960, la Sociedad Bra-sileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad – TFP, que pasaría a actuar sobre la opinión pública brasileña y mundial, me-diante campañas de difusión contra los erro-res comunistas y la infiltración izquierdista en la Iglesia.

prodigiosa, de sentidos aún más finos que los del teólogo consu-mado para descubrir errores, he-rejías, intenciones falsas o disi-muladas. Por instinto descubren tendencias peligrosas, riesgos y el menor obstáculo que se opon-ga a la fe. Y ven donde otros no ven nada...” (DÍAZ-CANEJA PIÑÁN, Moisés. Don de sabidu-ría. In: La Vida Sobrenatural. Sa-lamanca. Año XLVIII. N.º 420

(Noviembre/Diciembre, 1968); p. 415).

7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Re-volução e Contra-Revolução, op. cit., pp. 187-188.

8 Sigla muy usada por el Dr. Plinio para referirse a su obra Revolu-ción y Contra-Revolución.

9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 24/4/1994.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 25/3/1990.

11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conferencia. São Paulo, 31/3/1966.

12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 6/3/1993.

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La gracia de Genazzano

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En la década de 1960 la ingratitud e infidelidad de sus discípulos llevarían al Dr. Plinio a la mayor prueba de su existencia, seguida de un insigne favor sobrenatural que lo sustentaría toda su vida.

n las décadas de 1950 y 1960 el Grupo del Dr. Plinio tuvo un gran incremento con la adhesión de nuevos miembros proceden-tes de familias de inmigrantes. El autor se

encuentra entre ellos. La inyección de sangre nue-va daría un impulso a la consideración apasionan-te de la misión del Dr. Plinio por parte de perso-nas libres de los filtros que la comparación social y cierta envidia de algunos de sus primeros seguido-res imponían hasta ese momento.

Poco a poco fue siendo puesto en el centro de las atenciones del Grupo, cada vez más ad-

mirado por su profetismo, su sabiduría y su bon-dad. Tales movimientos de alma, inspirados por la gracia, aún deberían exteriorizarse en gestos impregnados de amor a la jerarquía y a la sacra-lidad.

“¿Usted podría darnos la bendición?”

Un día mientras estaba leyendo las revelacio-nes de la Beata Ana Catarina Emmerick,1 el au-tor se encontró con un interesante relato. Ella narraba el modo en que la Santísima Virgen era tratada en la Iglesia naciente durante el período

PARTE IV – VÍCTIMA EXPIATORIA

Poco a poco, el Dr. Plinio fue siendo cada vez más admirado en el Grupo por su profetismo, sabiduría y bondad

Participantes del Primer Congreso Latinoamericano de “Catolicismo”, realizado en Serra Negra (Brasil)

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 39

transcurrido entre la venida del Espíritu Santo y su Asunción al Cielo. Considerada como ver-dadera Madre de Dios, la veneración hacia Ella se habría intensificado cada vez más, con la si-guiente peculiaridad: María les daba la bendi-ción a los Apóstoles. Entonces, a partir de esa lectura, hablando con otro miembro más joven del Grupo le comentaba:

—Sin ser sacerdote, la Virgen, no obstante, daba la bendición. Por lo tanto, es evidente que el Dr. Plinio también puede dar la bendición.

Y decidieron:—Vamos a pedírsela hoy por la noche. He-

mos de conseguir su bendición.Así lo hicieron. Concluida la reunión que so-

lía hacer para sus discípulos más jóvenes en la casa principal del movimiento, el Dr. Plinio se dirigió hacia la biblioteca, donde atendía a los que lo buscaban. Los dos entraron detrás de él y una vez expuesto el asunto concluyeron:

—Entonces queríamos pedirle, Dr. Plinio: ¿usted podría darnos la bendición?

No fue necesario argumentar mucho. Sin la menor resistencia, con toda naturalidad y segu-ridad dijo:

—Oh, ¿por qué no? Benedictio Matris et Me-diatrix omnipotentis descendat super vos et ma-

neat semper (La bendición de la Madre y Me-dianera omnipotente descienda sobre vosotros y permanezca para siempre).

Deseo de una vida de obediencia, pobreza y celibato

Era la primera vez que daba la bendición. Los dos se retiraron y subieron a la Sala del Rei-no de María, la más noble de la casa, con la sen-sación de sentirse transportados por los ángeles, tomados por un gozo interior que jamás habían experimentado.

¿Pero qué es lo que había de tan extraordi-nario en aquel simple acto de piedad de dos jó-venes con relación a quien consideraban su pa-dre y maestro en el plano espiritual? Aquella alegría mística consistía por encima de todo en una fuerte impresión con respecto al Dr. Plinio, que se presentaba ante sus ojos como el varón suscitado por María Santísima para una altísi-ma misión, y en el que parecía que se concentra-ban todos los valores del pasado de la cristian-dad, así como las semillas de una era futura. Sí, la Providencia quería favorecerlos con gracias insignes, haciendo que se encantaran, en reali-dad, con la presencia de Dios en un alma plena-mente católica.

El Dr. Plinio se presentaba ante los ojos de los miembros del Grupo como el varón suscitado por María Santísima para una altísima misión

El Dr. Plinio en Genazzano, el 23 de septiembre de 1988

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Ese fervor se extendería por el Grupo, crean-do un clima de auténtica admiración, veneración y ternura por la persona del Dr. Plinio. En sus corazones se encendía el deseo de entregarse al servicio de la Santísima Virgen, correspondien-do a la vocación con una vida de obediencia, po-breza y celibato. Parecía que había nacido, final-mente, el sol de la institucionalización. Aunque las nubes de la mediocridad cubrirían sus rayos...

Una crisis de diabetes sacude gravemente su salud

Las gracias recibidas a lo largo de la década de 1960 por diversos miembros del Grupo eran propias a cambiar definitivamente la fisonomía de la obra del Dr. Plinio, con vistas a constituir una institución religiosa de facto.

Infelizmente, no todos sus hijos espirituales correspondieron a la altura, dejándose llevar muchas veces por la banalidad y por el olvido. La figura grandiosa de su maestro se eclipsaba en los espíritus, corroídos por la mundanidad.

Al ver la decadencia de muchos de sus se-guidores, el Dr. Plinio multiplicó sus esfuerzos apostólicos a fin de revertir ese cuadro. En con-secuencia, su vida rutinaria se volvió extenuante y la enfermedad llamó a su puerta. Una terrible crisis de diabetes lo postró en el lecho de dolor durante algunos meses, privándole de la convi-vencia con el Grupo.

Adquirió plena conciencia de cuán grave ha-bía sido la sacudida que sufrió su salud e, inclu-so, veía la muerte de cerca, como contaría poco después: “Yo mismo me preguntaba si no sería, después de todo, el momento en el que la Vir-gen, cansada de mí, liberaría mi alma. Esta era mi gran aprensión y mi gran angustia. Pero Ella me ampararía hasta en ese extremo, y moriría con los ojos puestos en su misericordia”.2

Ante esa perspectiva se acordaba de una fra-se del Evangelio y tenía la impresión de ver-la realizada en sí mismo: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” (Mc 14, 27). Era el ma-yor dolor de toda su vida, expresado por él así: “Una prueba espiritual que me hacía sufrir mu-cho más que la enfermedad física”.3

Pero la Virgen no abandonaría a un hijo tan predilecto. Por el contrario, en medio del drama le haría sentir la caricia de su mano materna.

La gracia de Genazzano: sonrisa y promesa

El 16 de diciembre de 1967, cerca de las seis de la tarde, recibió la visita de algunos miembros del Grupo de Minas Gerais. El Dr. Plinio mani-festó mucha alegría al verlos, y, nada más iniciar la conversación, uno de ellos le explicó que, apro-vechando el paso de un amigo por Roma, le ha-bían pedido el favor de adquirir un cuadro, para traérselo de regalo. Se trataba de una estampa de Nuestra Señora del Buen Consejo, de Genazza-no, Mater Boni Consilii, copia del milagroso fres-co que allí se encontraba desde el siglo XV.

El Dr. Plinio estaba casi sentado en la cama, recostado en varias almohadas, cuando le entre-garon el cuadro. Se lo apoyaron sobre sus pier-nas y lo cogió con las dos manos.

Absorto, encantado, verdaderamente emo-cionado, durante veinte minutos el Dr. Plinio contempló la estampa sin desviar de ella la mi-

Al ver la decadencia de muchos de sus seguidores, el Dr. Plinio multiplicó sus esfuerzos apostólicos a fin de revertir ese cuadro

El Dr. Plinio en las escaleras de la catedral de São Paulo tras la Misa por las víctimas

del comunismo, en noviembre de 1968

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 41

rada, manteniendo un silencio tan sólo inte-rrumpido por exclamaciones:

—¡Qué imagen magnífica! ¡Impresionan-te, extraordinaria! ¡Pero qué maravilla! ¡Qué comunicativa es! Miren, parece que quiere hablar. Ha cambiado de colores. ¡Ahora tie-ne otra expresión! ¡Qué bondadosa y mater-nal es! Está sonriendo, dispuesta a ayudar. No tengo palabras, no sé qué decir.

El autor, que lo estaba acompañando esos días de convalecencia, en ese instante vio su fisonomía transformada, reflejando una con-solación extraordinaria, casi un éxtasis. Sin la menor duda, la experiencia interior, que el Dr. Plinio llamaría en adelante de gracia de Genazzano, fue un genuino y profundo fenó-meno místico.

“Al contemplar la imagen tuve la sensación única, inconfundible, de que su mirada se ani-maba, se fijaba en mí y me daba seguridad”,4 relataría diez años después. Y también expli-caría: “No fue una visión o revelación, sino que era como si Ella hablara conmigo”.5

Sin oír propiamente una voz, el Dr. Plinio sin-tió en el fondo de su alma la caricia de María Santísima, con clarísimo significado: “Hijo mío, no te perturbes. Confía, porque tu obra llegará a concluirse y tú cumplirás por entero tu misión”. Esa garantía era lo que más deseaba, pues resolvía el terrible problema que lo afligía: “Lo que la ima-gen me comunicó correspondía a la razón de mi angustia. Y esa palabra celestial cicatrizaba la he-rida en lo que ella tenía de más profundo”.6

Recuperado de su enfermedad, el Dr. Pli-nio retomaría las actividades apostólicas, dando nuevo aliento a sus hijos y consolidando en el Grupo un tipo de vida que debería ser la colum-na vertebral de su orden de caballería.

Regla y régimen de vida impregnados por el espíritu del Dr. Plinio

El Dr. Plinio había estado en Roma en 1962, con ocasión de la primera sesión del Concilio Vaticano II, junto con algunos miembros del Grupo que lo auxiliaban en sus trabajos. Ellos a veces hacían incursiones piadosas en Asís.

Cerca de esta ciudad existe un antiguo mo-nasterio, levantado en la ladera del monte Su-basio: el Eremo delle Carceri.7 Habiéndo-lo recibido en donación de los benedictinos, San Francisco de Asís se refugiaba allí con sus frailes para permanecer unos días en oración.

Ahora bien, los acompañantes del Dr. Plinio solían subir a ese lugar y pasar un período en reco-gimiento. Cuando regresaban a Roma, el Dr. Pli-nio los analizaba y, con su habitual discernimien-to, notaba en ellos un fenómeno curioso: sus fisonomías estaban transformadas. Habían salido con aires petulantes y volvían contemplativos.

Entonces el Dr. Plinio también fue a Asís, de-seando visitar el eremo y, de hecho, sintió allí una gracia toda especial. Por eso surgió en su al-ma el deseo de instituir, en el Grupo, lugares de retiro, a fin de ayudar a las personas a curarse de tantos males producidos por el pecado original, por las miserias actuales y por la Revolución.

Al regresar de Europa, decidió constituir una institución de vida comunitaria en una casa de campo situada en las cercanías del aeropuerto de Congonhas, de São Paulo. Ésta recibió el nombre de “éremo”, vocablo que entraría a formar parte del lenguaje del Grupo, y fue dedicada a la memo-ria del profeta Elías. A partir de ese momento el Dr. Plinio empezó a incentivar al máximo lo que llamaría gracia eremítica.

Al Éremo de Elías le seguirían otros, pero el principal de ellos estaría dedicado al gran

“Lo que la imagen me comunicó correspondía a la razón de mi angustia. Y esa palabra celestial cicatrizaba la herida en lo que ella tenía de más profundo”

Estampa de “Mater Boni Consilii” recibida por el Dr. Plinio de regalo en el hospital

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Pero la Providencia exigiría del Dr. Plinio un nuevo acto de entrega y heroísmo: el Grupo fue perdiendo empuje, a pesar del empeño y celo de su fundador

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sEl Dr. Plinio en la entrada principal de la

sede de la calle Pará, en São Paulo, en 1966

patriarca de Occidente, San Benito. El sitio elegi-do por el Dr. Plinio para el éremo de São Bento fue un antiguo monasterio si-tuado en la zona norte de São Paulo. El bendecido edificio, impregnado del aroma benedictino, sería el entorno ideal para una existencia marcada por el esplendor del ceremonial, por el tono sagrado de los gestos y de las actitu-des y por la más alta con-templación. Allí la voca-ción profética y combativa del Dr. Plinio se manifes-taría en todo su esplendor, abriendo el espíritu de los eremitas a los más eleva-dos y sublimes horizon-tes. El Éremo de São Ben-to representó el triunfo de la Contra-Revolución ten-dencial.

El autor tuvo la gra-cia de formar parte de es-ta institución a partir de 1970, consumiendo com-pletamente hasta lo más hondo de su alma ese soplo del Espíritu Santo, que inspiraba un régi-men de vida y una regla impregnados por el es-píritu del Dr. Plinio.

Se ofrece como víctima para salvar su obra

Pero la providencia exigiría del Dr. Plinio un nuevo acto de entrega y heroísmo, porque el Éremo de São Bento pasaría, junto con to-da la institución eremítica, por una terrible no-che oscura. El Grupo en general fue perdiendo empuje, a pesar del empeño y celo de su funda-dor en mantener encendida la llama del entu-siasmo. Así describiría él la realidad interna de su obra en 1974:

“En las diversas se-des de la TFP, incluso en los éremos, la chanza y las bromas, es verdad que no tenían nunca nada de in-moral, mantenían un am-biente de superficialidad, el cual propiciaba un rela-jamiento a la manera de lo que existe en ciertos días de calor: nos da la impre-sión de que el asfalto de la calle no sólo se ablanda, si-no que se evapora; los ríos corren, pero las aguas no burbujean; y todas las co-sas parecen llorar la inuti-lidad de sí mismas. Este mal, al ser participado por muchos, era grave”.8

A parte de eso, decía que también sentía que los demonios rondaban al ace-cho de hacer algo contra él, refiriéndose, incluso, a la posibilidad de un accidente. “Mañana puede ser que mi automóvil reciba un fuer-te golpe”,9 comentó, y plan-teó la hipótesis de que per-

maneciera cierto tiempo entre la vida y la muerte, sangrando en la carretera. ¿Tendría alguna pre-monición de lo que le ocurriría en breve?

El día 1 de febrero de 1975 era sábado. Se-gún su costumbre, después de cenar se reunió con algunos miembros del Grupo en el salón de su residencia. El Dr. Plinio discurrió sobre el es-tado en que se encontraba su obra y, a medi-da que hablaba, analizaba la coyuntura y se iba dando cuenta, con más agudeza y precisión, de cómo era trágica. En consecuencia, movido por el ejemplo de Santa Teresa del Niño Jesús, re-solvió renovar su ofrecimiento como víctima, decidido a pasar por el sufrimiento que más le agradase a la Virgen: “Le pedí que hiciera de mí

1 Cf. BEATA ANA CATALINA EM-MERICK. Visiones y revelaciones completas. Buenos Aires: Guadalu-pe, 1954, t. IV, p. 252.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 13/1/1968.

3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Una “Dichiarazione”. In: Ma-dre del Buon Consiglio. Genazza-no. Año LXXXVIII. N.os 7-8 (Ju-lio/Agosto, 1985); p. 28.

4 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 26/4/1977.

5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 2/8/1992.

6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 26/4/1974.

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Estado en el que quedó el coche del Dr. Plinio tras el accidente;toda la fuerza del impacto se concentró en él

Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 43

Treinta y seis horas después de su ofrecimiento como víctima expiatoria, la Providencia había asentido y acogido el holocausto del Dr. Plinio

lo que mejor entendiera, como alguien que tie-ne dinero en el banco: saca lo que necesita. Que Ella sacase lo que quisiera de este modesto ban-co llamado Plinio Corrêa de Oliveira”.10 Lo úni-co que no ofrecía formalmente era su vida por fidelidad a la gracia de Genazzano, que le había prometido ver cumplida su misión.

Se consuma el holocausto: el accidente de 1975

Dos días después, salía hacia una hacienda en la ciudad de Amparo. El conductor de su coche, que deseaba llegar enseguida a su destino, apli-có al automóvil una velocidad imprudente, sobre todo al ser un día lluvioso y la carretera estar lle-na de curvas. El Dr. Plinio le había advertido de que fuera más cuidadoso, pero en vano. Lo peor ocurrió: el coche del Dr. Plinio derrapó en la cal-zada mojada y chocó de frente con un autobús. Toda la fuerza del impacto se concentró en él.

Al tener la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, su rodilla izquierda golpeó en la guan-tera y su cadera no resistió el impacto: se hun-

dió y se le rompió por el fémur, que también sufrió daños. Al mismo tiempo, su cuerpo fue proyectado contra el salpicadero, causándole la fractura de dos costillas. Y, al haber levanta-do la mano izquierda para protegerse, todos los huesos de la misma fueron despedazados por el vidrio, con el cual chocó igualmente su co-do derecho, partiéndole el húmero. Con el gol-pe de su cabeza contra el parabrisas dos dientes frontales se le cayeron y el labio superior se le cortó de arriba abajo, ocasionándole gran pér-dida de sangre. El párpado izquierdo, a su vez, se le rasgó casi todo y permaneció colgando, ocurriéndole lo mismo con la ceja. Además de todo eso, el que ocupaba el banco trasero fue proyectado hacia el frente y cayó sobre él.

Treinta y seis horas después de su ofrecimien-to como víctima expiatoria, la Providencia había asentido y acogido el holocausto del Dr. Plinio, permitiendo que su integridad física fuera alcan-zada de forma trágica. Años después lo reconoce-ría diciendo: “Muchos factores llevan a creer que la Virgen aceptó el sacrificio ese mismo lunes”.11

7 La palabra italiana eremo procede del latín eremus, con el mismo sig-nificado: lugar yermo y retirado. Eremo delle Carceri (Eremitorio de las Cárceles, en español), era el nombre que recibía el conjunto de

grutas donde San Francisco y sus seguidores se retiraban a meditar.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 3/2/1993.

9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 24/12/1974.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 3/2/1993.

11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 3/2/1988.

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Los frutos de un holocausto

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n los primeros momentos después del ac-cidente, los que presenciaban las terri-bles escenas de la carretera de Ampa-ro, tomados de estupor y de compasión,

no tenían elementos para penetrar en su signifi-cado más profundo. Sin embargo, el espectáculo de aquel varón fuerte, robusto y lleno de vitalidad, prostrado en el asfalto, sangrando por numerosas heridas, siendo luego trasladado a un quirófano y, lo peor de todo, privado de su plena conciencia por un tiempo cuya duración nadie podía prever, representaba un hito en la historia de su obra.

La infidelidad de algunas generaciones de discípulos del Dr. Plinio, desde el núcleo inicial de sus compañeros de la Congregación Maria-na, había llevado al Grupo a un estado de desfa-llecimiento en el que todo parecía irremediable-mente encallado. Es como si las circunstancias le indicaran que dicha situación sólo se podría revertir por medio de un gran sacrificio, y él se dispuso a pagar ese precio.

A partir de este holocausto la vida del Grupo seguiría otro rumbo, transformada por un nue-vo flujo de gracias, y las instituciones internas

florecerían con vigor irresistible.

Analizando al Dr. Plinio de cerca y sin velos

Para el autor el accidente del 3 de febrero también había sido un tremendo impacto de sorpresa; pe-ro desde el primer instante fue asu-mido por un inexplicable senti-miento de paz, que percibía que era fruto de la gracia.

Posteriormente, habiendo te-nido la ocasión de acompañar al Dr. Plinio en su convalecencia de varios meses, pudo observar en él ciertos atributos que hasta entonces no se le había presentado la oportu-nidad de exteriorizar.

En el último período de su vida, el Dr. Plinio habría de enfrentar los mayores sufrimientos espirituales y físicos, comprando de esa manera las gracias para que su obra durara hasta el fin del mundo.

PARTE V – PLENITUD: “HE COMBATIDO EL BUEN COMBATE”

El Dr. Plinio en su apartamento, durante la largaconvalecencia del accidente

A partir de este holocausto la vida del Grupo seguiría otro rumbo, transformada por un nuevo flujo de gracias

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 45

Todo en la intimidad del Dr. Plinio, incluso durante la semiincons-ciencia, era ejemplo de virtud, dignidad y sacralidad

El autor conversando con el Dr. Plinio mientras cenaba en la intimidad de su residencia, en la década de 1990

Bajo los efectos de un trauma neuropsíquico como aquel, la gente manifiesta sin velos lo que lleva en el fondo de su subconsciente. Aho-ra, durante ese período el autor pu-do analizar de cerca a su maestro en una intimidad mayor y constató, con asombro, lo arraigada que esta-ba en su alma la vida sobrenatural.

Al hacer comentarios sobre los médicos, enfermeros o visitantes, todos sus análisis psicológicos eran precisos e inerrantes. Después de una conversación de cinco o diez minutos, describía con toda acuidad los diferentes aspectos del alma de aquel que acababa de salir. Es de-cir, había sufrido una fuerte sacu-dida en el uso normal de la razón, pero no en el discernimiento de los espíritus, el cual conti-nuaba intacto e incluso se mostraba ahora más rico, porque revelaba sin reservas lo que veía.

Así pues, el autor pudo percibir y palpar lo que antes jamás habría logrado imaginar: en el Dr. Plinio, la sabiduría y los carismas dados por la Providencia trasparecían más que su propia na-turaleza. Tal descubrimiento le dio una gran se-guridad en sus convicciones, y enseguida pensó: “¡Este hombre es completamente fuera de lo co-mún! El don de discernimiento de los espíritus en él es más estable, activo y robusto que la concien-cia. Aquí está Dios hablando a través de él”.

Y, por encima de todo, durante ese período de semiinconsciencia el autor nunca presenció en el Dr. Plinio la mínima actitud o gesto que se pudiera señalar como una falta moral, ni siquie-ra la más leve. Todo en su intimidad era ejemplo de virtud, dignidad y sacralidad.

Nueva e intensa convivencia entre discípulo y maestro

Por lo tanto, el hecho de conocer de modo más profundo cuál era la alianza de Dios con aquel hombre y comprobar de forma tan paten-te la divinización de su alma por la vida sobre-natural, fue para él motivo de gracias aún más intensas que las recibidas en la década de 1960.

Más tarde el mismo Dr. Plinio daría testimo-nio del cambio ocurrido en las relaciones de ese hijo con él cuando describió lo que le pasaba por la mente en aquellos momentos, en las brumas de la semiinconsciencia: “Dentro de aquella confu-

sión, de vez en cuando volvía en mí y encontraba a João sentado junto a mi cama, siempre en una si-lla cerca de la cabecera, mirándome. Veía que me analizaba con mucha atención y cariño, y yo pen-saba: ‘Hay algo nuevo en su cabeza’ ”.1

Por otra parte, sus insistentes súplicas a la Santísima Virgen, durante los cinco años de vi-da eremítica, en el sentido de tener una convi-vencia más asidua con su padre y fundador, fue-ron atendidas de manera inesperada y con una abundancia que el autor no podría excogitar. Pasada ya una década, el Dr. Plinio se refería a ese feliz resultado de los acontecimientos de fe-brero de 1975, con expresiones de afecto y bien-querencia: “Uno de los frutos más importantes del accidente fue el de haberme dado la convi-vencia con mi João. ¡Una alegría enorme!”.2

El “Jour le jour”: invitación a tomar al Dr. Plinio como modelo

Movido por las gracias que la cercanía con el Dr. Plinio le proporcionaba y orientado en to-do por él, el autor comenzó un apostolado in-terno en el Grupo para romper el hielo con re-lación a la persona del fundador,3 relegada aún por muchos al olvido. Para ello, empezó a re-unirse con los más jóvenes, llamados “enjolras” por el Dr. Plinio.

En esas ocasiones el autor relataba episodios de los días posteriores al accidente y también analizaba la semana del Dr. Plinio, contando lo que había presenciado y repitiendo sus conver-saciones y charlas. Nacía la institución de lo que de forma natural recibiría el nombre de reunión

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El Éremo de São Bento revivía, y en él los aspectos religioso y militar de la vocación se presentaban en perfecta consonancia

Eremitas de São Bento durante la ceremonia de acción de gracias a María Santísima por el natalicio del Dr. Plinio, celebrado el 13 de diciembre de 1991 en el Éremo de Praesto Sum

del Jour le jour —del día a día, en francés—, en la cual tenía amplia aceptación la descripción de pequeños hechos cotidianos, reflejo de una men-talidad radicada en lo divino, que todos apren-dían a descubrir y admirar. Así, el simple acto de quitarse el sombrero al pasar por delante de una iglesia o la rápida decisión al elegir un pedazo de la pizza presentada por el camarero de un res-taurante eran materias tratadas en esas reunio-nes, a manera de fatinhos 4 dignos de nota por la lección que contenían para los espíritus atentos.

A lo largo de los meses el entusiasmo se fue en-cendiendo y llegó el momento en que el domin-go entero, desde la mañana hasta la noche, era tomado por temas catequéticos y por las narracio-nes sobre el pasado y el presente del Dr. Plinio, en una atmósfera de gran alegría y vivacidad.

Dicho método llevaba a las personas a desear con ardor y radicalidad las últimas consecuen-cias de la entrega a la vocación. Por otro lado, acentuaba bastante la necesidad de tomar al Dr. Plinio como modelo. Así pues, para una buena parte del Grupo pasó a ser el centro de las aten-ciones y el asunto de las conversaciones. Y du-rante sus conferencias los oyentes empezaban a manifestar su adhesión y su encanto a través de exclamaciones y aplausos.

Renacen los éremos

Sin embargo, las gracias conquistadas por el ofrecimiento del Dr. Plinio, acogido el 3 de fe-brero, producirían frutos aún mayores.

A principios de 1977 los miembros del Gru-po de Porto Alegre, la mayoría de ellos jóvenes, por ciertas actitudes que demostraban falta de celo y compenetración, fueron invitados a ir a

São Paulo para conversar con el Dr. Plinio en la biblioteca del Éremo de São Bento, el cual se encontraba vacío en esa ocasión, pues sus resi-dentes se habían mudado a otra casa.

Pero primero, por orientación del Dr. Plinio, el autor les había amonestado enérgicamente; muy compungidos, los jóvenes le pidieron per-dón al Dr. Plinio, deseosos de reparar los fallos cometidos. Él completó la reprensión, aunque al mismo tiempo elogió la buena disposición en la que se hallaban en ese momento y les acon-sejó que se mantuvieran siempre en ese estado de espíritu. Entonces, impresionados, le suplica-ron quedarse para siempre en el Éremo de São Bento.

El Dr. Plinio, después de hablar con el au-tor y haberle dado indicaciones precisas de có-mo proceder, aceptó la petición.

El Éremo de São Bento revivía, y en él los as-pectos religioso y militar de la vocación se pre-sentaban en perfecta consonancia, en medio de evoluciones, conjunto de movimientos, desfiles, cortejos solemnes en honor de la Santísima Vir-gen, cánticos y proclamaciones. Un nuevo tipo humano se forjaba, todo hecho de sacralidad, templanza y combatividad.

“¡Deseé esta orden de caballería!”

En 1980, con ocasión de la fiesta litúrgica de San Benito, el Dr. Plinio fue al éremo, en el cual se había concluido una reforma en los edificios. Le pidieron que visitara todos los ambientes de la casa, lo que hizo de buen grado, recorriendo las dependencias, incluso la cocina y cada una de las celdas. Después de verificar con gran con-tento el perfecto orden de todo, entró en la ca-

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 47

Los años posteriores al accidente trajeron muchas consolaciones, al ver madurar su obra entre los más jóvenes

El Dr. Plinio haciendo reuniones para los jóvenes: en el auditorio San Miguel (a la izquierda) en la década de 1980 y en el de María Auxiliadora (a la derecha) en la década de 1990

pilla. En ese instante, el autor se acercó a él y le suplicó que hiciera una oración en voz alta ante el Santísimo Sacramento.

Siempre flexible y deseoso de beneficiar a sus hijos espirituales, aceptó. Dirigiéndose a Jesús Sacramentado, improvisó una plegaria: “Bien has visto el desbordamiento de mi alegría, de mi afinidad de alma con todo lo que aquí veía. Una especie de sorpresa, de asombro y de maravilla, como el que piensa: ‘Pero, Señor, ¿entonces es verdad que aquello que esperé se realiza? ¿Es verdad que aquello que pedí vino a parar a mis manos? ¿Es verdad que aquello que deseé has acabado, a ruegos de tu Madre, dándomelo de forma tan completa?’ ”.5

A continuación, con palabras que salían a bor-botones del fondo de un alma en la cual jamás ha-bía vacilado la esperanza, exclamó: “¡Deseé esta orden de caballería! La deseé como ella es, con la gravedad, con la seriedad, con la solemnidad, con la fuerza, con la capacidad de reflexión, con la de-cisión que aquí noto, y en las cuales saludo el pri-mer peldaño de una larga y alta escalera que de-be conducir a las más altas cotas de la victoria”.6

Bebiendo por completo el cáliz del dolor

Los años posteriores al accidente de 1975 trajeron muchas consolaciones al Dr. Plinio, al ver madurar su obra, principalmente entre los más jóvenes. Aun así las persecuciones externas y, a veces, incluso las internas no faltaron. En esas circunstancias conservaba la calma imper-turbable de quien confía plenamente en la in-tervención de Dios. El autor, observador atento a sus actitudes en los momentos de triunfo y de incertidumbre, puede dar testimonio de no ha-

berlo visto nunca eufórico o desanimado, ni si-quiera unos pocos segundos. Su equilibrio era angélico: se mantenía siempre bien dispuesto, transmitiendo a todos paz, fuerza y seguridad.

A medida que la edad avanzaba, su fe en la cer-teza de la victoria de la Contra-Revolución crecía, impulsándolo a dar más de sí, hasta el punto de mostrar una sed insaciable de sacrificarse. Desea-ba derramar toda la sangre que le era pedida, a fin de irrigar con ella el terreno del Reino de María.

“¿Moriré con 86 años? ¿Me marcharé a los 92, como mi madre? ¿Me iré con más? Sólo la Virgen lo sabe. Mi deseo es vivir tanto como Ella quiera, pero confieso la voluntad de ver atendida la bella súplica de un salmo: ‘no me lleves en la mitad de mis días’ (cf. Sal 101, 25). Es decir: ‘Un número de días fue contado para mí cuando fui creado. Oh Dios, considera no mis lagunas, si-no tu misericordia, dame la gracia de haber he-cho y vivido todo lo que debía, de cerrar los ojos habiendo bebido por completo el cáliz del dolor’. Moriría decepcionado si tuviera la idea de haber huido de una gota de dolor”.7

¡La Revolución murió!

¿En qué consistía ese dolor? Él mismo lo ex-plica, en términos de una grandeza bíblica:

“Dios me hizo una promesa y me dio una es-peranza, pero quiso poner en mi vida la cruel-dad de la contradicción. Tenía que tropezar en la contradicción y formar un nuevo acto de con-fianza. Mis pasos avanzan hasta que el momen-to de la muerte se presente. ¡No hay otra sali-da! ¿Entonces cómo es eso? Su voluntad ha sido la de hacerme pasar por esa prueba terrible, pe-ro terminarla con la misma tranquilidad: ‘Señor,

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48 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

Tan heroica fe, en medio a la más dura prueba, se manifestó en sus conferencias durante los últimos meses de vida terrena

Adoración de la Santa Cruz durante la celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo de 1994

has querido que atraviese el valle de las decepcio-nes más crueles. ¡Lo atravesé! Puedo decir como San Pablo al morir: Bonum certamen certavi, cur-sum consummavi, da mihi premium gloriæ tuæ — He combatido el buen combate, he recorrido to-do mi camino. Ahora, Señor, dame el premio de tu gloria’. [...] Según una bonita tradición, su cabe-za fue cortada con tanta violencia que saltó y gol-peó tres veces en el suelo, surgiendo de cada im-pacto una fuente. Yo diría entonces lo mismo: ‘Mi cabeza decapitada por la decepción, pero fiel a sí misma, golpearía en el suelo y ejecutaría el plan de Dios: tres fuentes, una nueva era histórica se abriría’. La promesa estaría realizada. Mi cabeza cortada, mis esperanzas desilusionadas habrían abierto el Reino de María”.8

Tan heroica fe, en medio a la más dura prueba, se manifestó en sus conferencias durante los últi-mos meses de vida terrena, en las cuales trasparece la convicción del triunfo final de Dios en la Histo-ria. El autor está convencido de que esa fe ha sido la que ha abierto irreversiblemente las puertas del Reino de María. Sí, el sacrificio y los dolores del Dr. Plinio no fueron en vano. Él mismo los veía, de algún modo, que pesaban en la balanza divina co-mo elemento decisivo para la derrota del mal:

“En mis tiempos de joven el mundo aún vi-vía el otoño y el invierno de la tradición. To-do lo que era tradicional, todo lo que era conforme a lo que nos habían legado los si-glos de fe anteriores, todo moría. En cam-bio, todo lo que aparecía era la contestación del pasado y la fabricación de un futuro di-rectamente opuesto al pasado que parecía descender hasta la sepultura. Hoy podemos afirmar: ha llegado la era del otoño y del in-vierno de la Revolución. Herida de un golpe que esperamos sea un golpe fatal y de muer-te, se va recogiendo hacia su cueva como una bruja gruñona, derrotada y acompleja-da. Durante ese tiempo aparece, radiante, la aurora de la Contra-Revolución”.9

Y concluía con un grito profético, más ac-tual que nunca: “ ‘Revolución maldita, igua-

litaria y gnóstica, tu hora ha llegado, recógete en los antros de los que jamás deberías haber salido. Sol de la ortodoxia, sol de la fe, sol de la castidad, sol de la gallardía caballeresca, levántate porque es tu hora’. Empuñando la espada de la Palabra de Dios, empuñando la espada de la buena argu-mentación, la espada de la afirmación categóri-ca y valiente de nuestras verdades, proclamemos: ‘¡La Revolución murió, murió, murió!’ ”.10

Perplejidad ante los designios divinos

En 1995 el Dr. Plinio fue acometido por una serie de preocupaciones. Aunque sentía que sus fuerzas disminuían, nunca alteró la densa rutina de sus actividades.

A finales de julio de ese año, sus discípulos le insistían que se fuera a descansar unos días a la hacienda de Nuestra Señora del Amparo. El autor se encontraba en España, tras recuperar-se de una grave y penosa enfermedad. Unas se-manas después el Dr. Plinio asintió, y se marchó el 21 de agosto, regresando a la capital paulista sólo la noche del 1 de septiembre, directamente hacia el Hospital Oswaldo Cruz. El diagnóstico era dramático: cáncer de hígado, con metástasis en los pulmones. No obstante, durante su últi-mo mes de vida la perplejidad ante los misterio-

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Pli-nio. Conversación. São Paulo, 19/11/1983.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 3/2/1985.

3 Es necesario no olvidar el deseo del Dr. Plinio, siempre alimentado y renovado, de transformar su obra

en una institución religiosa. Así, aquellos entre sus seguidores que anhelaran ser fieles a su llama-miento deberían considerarlo ya en ese tiempo como el fundador de una familia espiritual. Desde ese punto de vista, su persona de-bería ser objeto de la veneración y de la confianza que los seguidores

han de tributarle a los fundadores, como señala muy bien Fabio Ciar-di: “Los discípulos pueden mirar a su fundador como el modelo a imitar, el ‘espejo’ en el que mirar-se, el prototipo con el cual confor-marse. Justamente porque lo que se comunica es una experiencia y sus frutos, la persona y la vida del

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Las fotos de su cuerpo, ya revestido del hábito ideado por él para su orden de caballería, atestiguan la veracidad de estas palabras

Tras su muerte, el rostro del Dr. Plinio esbozó una discreta sonrisa

sos designios de Dios respecto a él, le era más doloroso que los atroces dolores físicos que pa-decía, llevándolo a exclamar: “Todo se resolve-ría si comprendiera un punto”.

Según la opinión del autor, el Dr. Plinio de-seaba discernir si su muerte era un castigo por alguna falta cometida que ignoraba, o si esta-ba en los designios de Nuestra Señora del Buen Consejo cuando le había prometido interior-mente que vería realizada su misión. Una cues-tión tan delicada, propia a una conciencia purí-sima, sólo sería resuelta al trasponer el umbral de la eternidad. En esta tierra debía beber ese amarguísimo cáliz, sin perder, no obstante, la confianza: “Si no hubiera Mater Boni Consilii, no habría nada”, diría en el hospital.

Si un ángel falleciera...

Conforme avanzaba la enfermedad, sentía una dificultad creciente en expresarse. En de-terminado momento exclamó: “El sufrimiento es indecible, indecible, indecible...”. Si la meta de todas sus actitudes durante su vida fue úni-camente la gloria de Dios, también en su muer-te tenía el mismo objetivo: “Necesito preparar-me para morir de la manera que más glorifique a Dios”, afirmó a menos de un mes de su falle-

cimiento. Y, pocos días después, dirigiéndose al autor, le hizo esta confidencia:

—He aprendido a confiar en el más terrible abandono. Me creí abandonado hasta por Jesús.

Procurando confortarlo, el autor le recor-dó que la sensación de abandono era la mayor prueba de quien se ofrece como víctima. Te-niendo el Dr. Plinio especial devoción a la ago-nía del Señor en el Huerto, le recordó ese episo-dio, con palabras formuladas por él mismo:

—Hay muchos Huertos de los Olivos en la vi-da de los hombres.

Al escuchar tal afirmación, el Dr. Plinio con-cluyó:

—¡Es el abandono por excelencia!Pero la Madre de Misericordia le obtuvo

también instantes de consolación, uno de los cuales ocurrió la noche del 17 al 18 de septiem-bre, cuando exclamó: “¡Celestial Jerusalén! ¡Oh Cielo, ciudad de Dios!”.

Contemplándolo inmerso en el drama y en el sufrimiento, el autor se sentía más fascinado por su persona. En cierta ocasión le preguntó:

—¿Por qué usted atrae tanto?El Dr. Plinio enseguida respondió, apuntan-

do hacia un crucifijo:—Pregúntele a quien atrajo infinitamente más...

Su fisonomía casi siempre expresaba un dolor lleno de paz, sobre todo en sus últimos días y, aún más, en las tres horas de su agonía.

En el ocaso del 3 de octubre de 1995, tenien-do a su derecha una reliquia del Santo Leño y una vela bendita, llevando en la otra mano un rosario y bajo la mirada de Mater Boni Consi-lii, Plinio Corrêa de Oliveira entregó su espíritu a Dios. Las fotos de su cuerpo, ya revestido del hábito ideado por él para su orden de caballería, atestiguan la veracidad de estas palabras: “Es propio del holocausto ser hecho con tanta bue-na voluntad que en la hora del consummatum est florece una sonrisa”.11 El autor tuvo la gra-cia de asistir a su último suspiro y puede afirmar que si un ángel falleciera no sería diferente...

fundador se convierten en el lo-cus teologicus a alcanzar” (CIAR-DI, Fabio. I fondatori: uomini dello Spirito. Roma: Città Nuova, 1982, p. 375).

4 La palabra fatinho es un diminutivo derivado del vocablo portugués fa-to (hechos, acontecimientos, episo-

dios), que en este contexto expresa afectivamente su significación.

5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 21/3/1980.

6 Ídem, ibídem.7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio.

Conversación. São Paulo, 5/2/1995.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 23/1/1994.

9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 23/9/1994.

10 Ídem, ibídem.11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio.

Charla. São Paulo, 17/5/1995.

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¡Plinio Corrêa de Oliveira está vivo!

50 Heraldos del Evangelio · Julio 2016

El Dr. Plinio era un profeta de tal grandeza que, incluso muerto, de alguna forma era inmortal. Un hombre de su talla moral no podía desaparecer en las brumas de la Historia.

urante los últimos días del Dr. Plinio, el autor se sin-tió sustentado por una es-pecial gracia de alegría,

que le ayudó a preparar al Grupo pa-ra el hecho dramático y doloroso del fallecimiento de su fundador. Habién-dolo amado tanto en vida, se diría que

una tristeza mortal se apoderaría de su estado de ánimo al verlo expirar. Pero la Providencia no lo quiso así.

Una idea lo consolaba: el Dr. Pli-nio era un profeta de tal grandeza que, incluso muerto, de alguna for-ma era inmortal. Un hombre de su ta-lla moral no podía desaparecer en las

brumas de la Historia como tantos otros. Sí, intervendría en el curso de los aconteci-mientos para favorecer la victoria del bien y acelerar la derrota del mal. De este mo-do, el efecto de la muerte del Dr. Plinio para el Grupo fue un brote de gracias, que a to-dos llenó de júbilo por la cer-teza de la inminente caída de la Revolución.

Por su parte, el au-tor empezó a percibir en sí mismo una acción cada vez más intensa del espíri-tu del Dr. Plinio. Lo sen-tía actuando en su interior, de una manera difícil de ex-presar con palabras. Tal ha-bía sido el estrecho víncu-lo que lo unía al Dr. Plinio que, al estar ahora en la eternidad, su presencia se

acentuaba, por medio de un verda-dero fenómeno místico, en lo más íntimo del corazón de ese hijo suyo.

Por otro lado, a los ojos del autor esa inspiración sobrenatural se ha-cía patente también en los demás se-guidores del Dr. Plinio que se man-tenían unidos en el entusiasmo y en la fidelidad a su maestro. Su figura estaba encendida en el recuerdo de todos y, desde el Cielo, era un emi-sor de santidad para sus discípulos.

Para el autor, antes del año de 1995, la muerte del Dr. Plinio era una cuestión que no se le planteaba. ¿Cómo iba a tener lugar el Reino de María sin él? Pues bien, en los días que precedieron a su fallecimiento y durante las Misas celebradas en su funeral, lo comprendió: se volvería inmortal en su obra. De hecho, su espíritu continúa en ella vivo y acti-vo, y, con el auxilio de la Medianera de todas las gracias, así permanece-rá en los siglos futuros.

La misión del Dr. Plinio se cum-plirá a través de sus hijos espiritua-les, como él siempre lo había espe-rado. La Revolución será humillada, condenada y derrotada, y la Iglesia reflorecerá con una belleza, una luz y un vigor totalmente nuevos.

Para el autor, la muerte del Dr. Plinio era una cuestión que no se le planteaba. ¿Cómo iba a tener lugar el Reino de

María sin él?

Mons. João reza junto al cuerpo del Dr. Plinio durante su velatorio, el 4 de octubre de 1995

El Dr. Plinio el 11 de diciembre de 1994

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Julio 2016 · Heraldos del Evangelio 51

Primeros heraldos sacerdotes – El 15 de junio de 2005 Mons. João y 14 diáconos más fueron ordenados presbíteros en la basílica del Carmen, donde tuvo lugar aquel primer encuentro. Hoy, casi 200 sacerdotes heraldos

toman al Dr. Plinio como maestro, modelo y guía.

Interior de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen y de las basílicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima y de Nuestra Señora del Rosario, todas en la Gran São Paulo

Centros de espiritualidad – Basílicas e iglesias de un estilo arquitectónico inspirado en el gótico son construidas, convirtiéndose en foco de fervor espiritual. El gran número de personas que las frecuentan en busca de los sacramentos y el creciente número de jóvenes de ambos sexos en las filas de los Heraldos muestran la pujanza de la obra y la perennidad del ideal.

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“Mi Inmaculado Corazón triunfará”

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EE s bueno que, al final de estas reflexiones, nuestro espíritu se detenga en la consi-deración de las perspectivas últimas del

mensaje de Fátima. Más allá de la tristeza y de los castigos supremamente probables, hacia los que caminamos, tenemos delante de nosotros los sagrados resplandores del Reino de María: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”. Es una perspectiva grandiosa de la universal victo-ria del Corazón regio y maternal de la Santísima Virgen. Es una promesa apaciguadora, atrayen-te y ante todo majestuosa y apasionante.

Para obviar el castigo en la tenue medida en que es evitable, conseguir la conversión de los hombres en la débil medida en que según la economía de la gracia es aún obtenible an-

tes del castigo, para apresurar cuanto posible la aurora bendita del Reino de María, y para ayudarnos a caminar en medio de las heca-tombes que tan gravemente nos amenazan, ¿qué podemos hacer? La Santísima Virgen nos lo indica: enfervorizarse en la devoción a Ella, la oración, la penitencia.

Para estimularnos a la oración, revistiéndose sucesivamente de los atributos propios a las ad-vocaciones de Reina del Santísimo Rosario, de Madre Dolorosa y de Nuestra Señora del Car-men, nos indicaba cómo le es grato ser conoci-da, amada y venerada mediante esa forma.

Plinio Corrêa de Oliveira.Fátima, en una visión de conjunto. In:

Catolicismo, mayo de 1967.

El Dr. Plinio venera la imagen de Nuestra Señora de Fátima, en la década de 1970

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