el hijo del papá del ahuizote no. 1: oseopoética i
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Autores: La Estrella Púrpura, Froy-Balam, Hernän BC, Lore García, Roberto Carlos Elvira Ávila, Rosuka Pop, Ser Aramís, t'sujul. Más información en: http://alfinliebre.blogspot.com/2011/03/el-hijo-del-papa-del-ahuizote-no-1.htmlTRANSCRIPT
Oseopoética I
Grabado de José Guadalupe Posada.
El hijo del papá del Ahuizote Estridentópolis, La Vieja. Viernes, 18 de marzo de 2011.
1
I
abían pasado varios días ya y hasta las
moscas habían perdido el interés por ellos;
en el recuerdo se habían quedado los gusanos, la
putrefacción de las partes blandas y las larvas que
habían eclosionado, dejándolos yertos sobre la
tierra; ni lo marchito habitaba en ellos por
considerarlos inútiles y sólo de vez en cuando el
viento gélido se les posaba para acariciarlos más
que la muerte, ahora tan lejana. Otros con más
suerte adornaban paredes y retablos en lugares
antiguos con historias que contar; pero no ellos.
La suerte negada de sus glorias no logradas los
abandonó a la intemperie de la tierra seca, en la
cañada olvidada, en el paso de nadie que camina
invisible en un páramo muerto; el tiempo con su
paso áspero los cubrió de tierra y esperaron en
ella la anulación. Un buen día el vendaval lavó
sus culpas y brotaron nuevas flores de los huesos.
Froy-Balam
II
esde la lejana montaña vi bajar con afanosa
prisa un duende que corría con vehemente
postura. Me situaba bajo el verde valle y sin
impedimento alguno lo vi bajar con su carne
desprendida. Vi bajar al duende que llevaba entre
sus manos un curioso artículo. No tenía vida pero
tampoco supe si alguna vez lo tuvo, la idea
principal es que alguna vez fue mío. Alguna vez
se lo entregue pero había olvidado la carta de
recibido. Eran los restos mortales de lo que
alguna vez ame. Eran yertos y pálidos huesos que
de hecho alguna vez tuvieron vida entre mis
propias manos, era mi vida misma la que yacía
entre las arrugadas y pestilentes manos del
duende. Era yo misma.
La estrella púrpura
III
eminiscencias tónicas tonales africanas,
resuenan en tus costillas al evocarlas mis
dedos con ligeros golpes superficiales, las paseo
cual piano a la mera usanza de Mozart. No soy
prodigio pero en el conocimiento de tu
corpografía me proclamo virtuoso, al punto de
reconocer que clavando mis colmillos
cándidamente en tu clavícula puedo provocar,
producir severos, incontables, múltiples espasmos
esporádicos que recorran toda tu esqueletura,
haciéndola cimbrarse en sus cimientos al punto
crítico de sentir que tu columna vertebral se
volvería tan sólo polvo con toda esta osteología
verbal que resonando percibes en tu oído.
Ser Aramís
IV
como dice la canción "en los puritos
huesos"… había una vez… erase que se
era… un montón de carne (lo cual está penado en
estas fechas a menos q sea blanca) que no
encontraba su felicidad, se sentía desplazada,
ignoraba, aborrecida y putrefacta porque nadie la
degustaba… y… caminando por el bosque un
huesito se encontró se miraron los ojitos y la
química brotó… se olieron el uno al otro y se
dieron tanto amor, que ahora no se separan y
adornan con sabor la vida y muerte de todos lo
que devoramos sin pudor…
Lore García
V
spalda baja, bodega de ósculos obscuros
De dos en dos, de beso en beso, mis manos
y mi boca se perfilaban en aquel
noctámbulo camino tapizado de hebras
intermitentes, llenas de ayes, gemidos, pujidos y
espasmos entre cortados.
Al descender a rapel [y tropel] por la
endemoniada carretera de carne femenina hice un
alto con freno de mano [y de paso de motor].
El coxis diamantado y edulcorado me
esperaba como esperas el último camión a las
diez de la noche en una ciudad mayormente
católica…
Libando el armónico elixir del sudor a
media noche, el coxis se postraba y se inclinaba
de vez en vez, de vez en vez…
Mis esqueléticas manos presionaban
aquella porción ósea del cuerpo ardiente a esas
horas de nuestras vidas.
Coxis: recipiente de jugos y placeres
bacanales.
Roberto Carlos Elvira Ávila
H
D
R
Y
E
El hijo del papá del Ahuizote Estridentópolis, La Vieja. Viernes, 18 de marzo de 2011.
2
VI
uizá sea inexplicable, es un síntoma de la
muerte cercana, son los bastones de la vida
obligada por existir. Bastones calcificados,
certeza de pómulos, roce duro con la mejilla, con
los labios. Es verte y perderme en el cómo has
nacido, ¡la prueba está! Me imagino el índice
merodeando las esquinas, orillas duras y
vivificantes. Podría pasar las horas en el arte de la
cariciería. Existe una especie de satisfacción
saberte parecido en tu lecho de muerte, estamos
tan cercanos, más tú con tu columna perdida y
hallada por mis manos. Me eres tan compatible al
cuerpo, tan exquisito a la mirada, te puedo tocar
al enfocarte, sí, excitas perversamente.
Rosuka Pop
VII
rente al espejo se miraba cada detalle de su
cuerpo, de piel transparente por la falta de
luz. Miraba con obscenidad los sitios más
pudorosos donde la carne dejaba pasar la luz
hacia el interior. Los huesos eran su parte más
sensible y erógena. El sexo, el pudor, la
depravación eran nada frente a sus huesos.
Huesos de todos tamaños, huesos de colores.
La pelvis era rojo carmín. Erótica y
encendida hasta el tuétano. El tórax verde donde
le nacían besos verdes de una extraña
fluorescencia. Las clavículas color púrpura y el
omóplato turquesa destilaban la pasión de antaño
y el cráneo fucsia destilaba un pensamiento
macabro. Fémur, tibia, peroné, rótula, tarso y
metatarso; carpo y metacarpo… y el resto de los
otros cientos de huesos se torneaban en un
continuum de fractales multicolores. Su huesos
eran lo más vivo de su piel de cuija.
Hernän Bc
* * *
Interlocuciones
VIII
uesos, ¡ay, huesitos mios! ¡ah, como bien
friegan! ¿por qué chingaos no se vuelven
piloncillo, pa' sentir cálido corazón? ¿por qué no
ser corazón de miel, caramelo-ch’ulel de ambar?
No hagan muina, pues ¡qué séntidos son! ya
llegará su día: altar, ofrenda y flor.
t’sujul
IX
odos esos reflujos comienzan en mí.
Mostradme la inserción de la tierra, la
bisagra de mi espíritu, el atroz nacimiento
de mis uñas. Un bloque, un inmenso bloque
artificial me separa de mi mentira. Y ese bloque
tiene el color que cada uno quiere.
El mundo deja allí su baba como el mar sobre las
rocas y como yo con los reflujos del amor.
Perros, habéis terminado de hacer rodar vuestros
guijarros sobre mi alma. Yo. Yo. Dad vuelta la
página de los escombros. También yo espero el
pedregullo celeste y la playa sin márgenes. Es
necesario que ese fuego comience en mí. Ese
fuego y esas lenguas y las cavernas de mi
gestación. Que los bloques de hielo retornen a
encallar bajo mis dientes. Tengo el cráneo espeso,
pero el alma lisa, un corazón de materia
encallada. Carezco de meteoros, carezco de
fuelles ardientes. Busco en mi garganta nombres,
y algo como la pestaña vibrátil de las cosas. El
olor de la nada, un tufo de absurdo, el estiércol de
la muerte total. El humor ligero y rarefacto.
También yo no espero sino al viento. Que se
llame amor o miseria casi no logrará hacerme
encallar sino en una playa de osamentas.
Antonin Artaud
«L’Art et la mort» [fragmento]
(Traducción de Aldo Pellegrini)
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NADA… TODO
uando Concepción de todos los Santos
murió, se dio cuenta de su malograda
existencia. Despertó sola, completa y tristemente
sola, con su mejor vestido, las perlas de su
infancia marchitas sobre su cuello, su larga
cabellera de cascada vuelta una grieta de erosión
sobre su espalda y tragada por la tierra.
Q
F
H
T
C
El hijo del papá del Ahuizote Estridentópolis, La Vieja. Viernes, 18 de marzo de 2011.
3
Confundida, salió a dar un paseo por las
residencias de la nueva colonia. Mientras
caminaba se le caía la quijada, se le dislocaron las
costillas, se le enredaron los tendones y el mismo
sexo comenzó a pudrirse; qué cosa más horrible
incluso para un muerto.
Buscó por todas partes, debajo de las
piedras, en la capilla, en las ramas de los árboles,
en las monedas de los atardeceres, en el aliento de
la luna… pero no hubo Dios, diablo, cielo o
purgatorio a dónde dirigirse.
Le dio pavor. Por primera vez era libre.
Podía andar, hacer o dejar de hacer y nadie, ni
siquiera su madre la condenaría. Pero tan inútil
era aquella mujer, que en su circunstancia, sin un
mandato divino, no sabía ni a donde mover los
dedos.
Vagó por días, buscó sus venas, cepilló su
poco cabello, raspó la lluvia, pero Dios no
llegaba.
Se sentó bajo un árbol a esperar y así,
esperando, con el ocio a cuestas y el lagrimal
reseco, pensó que quizá ni el mismo Dios se
había enterado de su muerte, o que se trataba de
una absurda prueba de fe.
Las noches le siguieron cayendo en los
omóplatos y ella permaneció sentada bajo el árbol
alegando que quizá era un castigo de la virgen o
algún santo y era su obligación esperar y seguir
esperando. Pero los meses transcurrieron sin señal
de Dios y demonios menos.
La única libertad que había ostentado en
vida fue la de someterse por voluntad a las reglas
impetrantes de una moral divina calcinante hasta
lo que mucho llaman alma.
Tanto había presumido de casta, que a los
treinta ya le había tocado cargar una joroba más
pesada que el mundo del Atlas y ahora, sin
joroba, cargaba un nombre más pesado y más
deforme; —Mi nombre es orgullosamente
¡Concepción de Todos los Santos!… —rió— ¡A
la puta madre!, Dios no existe, si estuvo, hace un
tiempo que bien crucificado estuvo, ahora ni un
sexo cálido me queda para entregarme a la
naturaleza.
Pero te quedan los ojos y las manos y la
columna y la sonrisa de de luna menguante que
tanto te envidiaban las muchachas del pueblo y
toda la eternidad por delante.
¡Mateo! —gritó de alegría Concepción—,
eres tú, el mismo Mateo que besó mi mejilla un
día de Abril después de misa, Mateo. ¿Es que
estás vuelto un árbol?, ¿por qué… Mateo?
A la espera le suceden las raíces y después
de haberse plantado, un amor sin fruto no sabe
dónde ir, aquí he esperado siempre, por ti,
cumpliendo mi promesa cabalmente, sabiendo
que llegarías algún día, tan bonita como te
recuerdo.
Mateo —dijo la mujer— ahora sólo soy un
desperdicio de vitalidad, ¿cómo puedes decir eso?
Toca el recuerdo de los senos, el lugar que
quedó de tus pezones, terrones dulces que jamás
endulzaron labios ni manos, acaricia el espacio
donde tus muslos se convertían en la frontera del
gemido no pronunciado en tierras vírgenes de
jardín de rosas escarchadas, donde nunca germinó
la primavera, hazlo mujer y sabrás cuan sabia es
la naturaleza.
Y los años pasaron y a Concepción le
brotaba la sonrisa y los pechos la endulzaban
como adolescente y los muslos le sembraban
jacarandas, las manos a veces, salían al paso de
las manos de Mateo y él la miraba sorprendido y
alegre, mientras sus ramas caían y las raíces se le
desprendían del suelo.
Una noche bailaron.
Cuando ambos se acoplaron al contorno de
sus nuevos cuerpos, con los grillos del campo en
coro, Mateo miró fijamente a Concepción y la
besó profundo.
— Ven…
Dos almas doloridas por causas distintas,
heridas de vida y muerte, de amor y de amargura.
El corazón que no tenían les brilló la esencia
formando una luz blanca, más pura que la
neblina.
— Hazlo —suplicó ella a su compañero—,
sepulta tu espera entre mis caderas y
volemos juntos, hazlo mientras baila el
otoño con las hojas en los caminos que
crujen y se ponen castaños como tus ojos,
hazlo para que mi nombre deje de ser mi
El hijo del papá del Ahuizote Estridentópolis, La Vieja. Viernes, 18 de marzo de 2011.
4
nombre y se convierta en el de tus labios,
besémonos Mateo, sin Dioses ni
demonios, solos a la espera de esa nada
tan maravillosa que encierra el todo, y si
acaso Dios existe, que no perdone lo que
no tiene que ser perdonado, que ninguna
maldad puede encerrar la naturaleza, que
sabia y pura, nos entrega el uno al otro…
Y cuando él por fin sepultó su espera entre
su nombre, lo entendieron…
Si vivir es ir muriendo poco a poco, ahora,
eran por primera vez libres de todo, libres en esa
magnífica nada, dispuestos para toda la eternidad
a eso… a morir su muerte.
Mario Rovel
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Alfred Rethel, Der tod als würger.
Se terminó de digitalizar el viernes, 18 de marzo de 2011
en Estridentópolis, La vieja.
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