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narrativa El grito Karen A. Treviño

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  • n a r r a t i v a

    El grito

    Karen A. Treviño

  • El grito

  • El grito

    Karen A. Treviño

    Centro de CreaCión LiterariateCnoLógiCo de Monterrey

  • © Centro de CreaCión Literaria teCnoLógiCo de Monterrey FeLipe Montes, direCtor

    © Karen a. treviño, 2013

    eriKa deL ÁngeL e.ediCión y diseño

    todos Los dereChos reservados ConForMe a La Ley

  • El cuadro

    Era tarde y no llegaban por nosotras al colegio, la llu-via caía levemente sobre nuestras mochilas. Era uno de esos días en los que realmente quieres que te recojan temprano; el colegio se había quedado medio vacío y una de mis hermanas seguía platicando con la maestra en el salón. No tengo idea del motivo. Mis pensamientos se iban volando hacia lugares lejanos y cosas sin sentido. Tengo once años, quién necesita cosas con sentido. Mi hermana menor, Dana, jugaba con sus muñecas que, en contra de la voluntad de mi mamá, había llevado a la escuela.

    —Ya vámonos, ¿a qué hora llegará papá? —me re-clamaba con un tono de desesperación.

    —Ya mero, no te preocupes, ya casi llega —le dije con una sonrisa.

    A pesar de que parezco pequeña, siempre he tenido ese sentido protector de una mamá, por eso me partía el corazón ver su carita de preocupación, mientras sus chonguitas perfectamente peinadas comenzaban a mo-jarse y su mirada brillante buscaba esperanzadamente ver llegar el carro de papá. Su muñeca ahora simple-mente estaba aferrada a su manita, esperando que su hermana, apenas dos años mayor que ella, llegase.Y en eso apareció, como siempre, tranquila y ahora cargan-do su pequeña mochila Barbie, me sentí orgullosa, pues siempre la arrastraba.

    —De seguro es por la lluvia —pensé en voz alta y Dana volteó a verme extrañada.

    —¿Ya llegó papá? —me preguntó Montse.

  • —Ya está por llegar, no te preocupes... ¿qué es eso?No había visto el curioso cuadro que cargaba en su

    mano derecha.—¿Esto?, ¡ah!, es un cuadro raro que me regaló la

    maestra, por eso me tardé tanto.Me lo dijo con una cara de molestia, se veía harta y

    volteaba a ver el cuadro con mirada de desaprobación. —Y lo peor del caso es que no tengo idea de por qué

    me lo dio, si esa vieja me odia.El cuadro se veía pesado, le pedí que me lo prestará

    y, sin dudar un minuto, me lo dio. Su peso me parecía excesivo para tener una medida de apenas más gran-de que una hoja oficio, ahora entiendo por qué estaba tan molesta, en especial si esa maestra siempre le había traído mala leche y ahora parecía que le había dado ese cuadro en son de paz.

    Entonces volteé a verlo, era un cuadro extraño, me parecía conocido, era una imagen parecida a la de El grito, no conocía mucho de arte pero esa imagen en par-ticular me había llamado la atención aquella tarde que mamá nos llevó al museo, yo creo que por el sufrimiento que se veía y me transmitía, era sensible a esa imagen. El cuadro que le regalaron a mi hermana no tenía firma, y no, no era El grito.

    En el cuadro había tres personas; dos de ellas ha-blaban con cabeza cabizbaja, sus ropas eran entre tonos negros y verde oliva, los trazos no eran muy definidos; la tercera persona estaba mirando hacia el frente sus ojos eran dos huecos negros, su pelo era largo y negro, como si fuesen pequeñas hebras de estambre, no tenía mucho. Su blusa era de color marrón oscuro, sus pan-talones eran azul marino. Lo que más me intrigaban eran sus ojos, algo me decían y no sé qué era, apenas se veían. El fondo era algo perturbador, pinceladas perdi-das en naranja, rojo, café, negro; algo sentía al tener-lo en la mano, algo que no me gustaba pero, mientras

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    más y más lo observaba, más me iba adentrando en el cuadro.

    —¡Muévete, ya llegó papá! —me gritó Dana.Mi pensamiento se desconcentró, corrí hacia mi pa-

    dre y aventé el extraño cuadro a la cajuela junto con las mochilas y nos dirigimos hacia la casa. El camino fue normal, bromas con papá, escuchar la radio. Todo normal. Al llegar a la casa el aroma a flautas recién co-cinadas nos recibía en la puerta.

    —Mis niñas, ¿cómo les fue? —preguntaba mamá mientras nos abrazaba fuertemente.

    —Bien mamá, me regalaron esto, está rarito pero igual podemos colgarlo en el cuarto para que nadie lo vea—, mi mamá miró con extrañeza el cuadro y, sin duda, su mirada no fue de gusto

    —¿Quién te lo regalo?—La maestra, me dijo que por ser una buena niña

    me regalaba un cuadro que le dieron cuando era peque-ña y, cómo se está mudando, decidió regalármelo.

    —Está raro, ¿lo quieres poner en tu cuarto?—Me da igual, honestamente no me gusta. Lo pon-

    dré en el cuarto, ya después vemos si lo tiramos.Mi hermana, con una sonrisa pícara, ya le había

    dado destino al cuadro, la idea me agradaba, pues ese cuadro tenía algo extraño, algo que no podía describir, su pesadez era inexplicable, quise decírselo a mamá y en cuanto me escuchó ella lo cargó y también sintió su peso.

    —Debe ser el exceso de pintura hija, no le encuentro otra explicación. Anda, vayan a hacer su tarea, llévate esto.

    Y de nuevo me vi obligada a cargar ese horrible cua-dro que me hacía sentir un poco rara, una especie de es-calofrío me recorría el cuerpo mientras lo sostenía en mi mano. Opté por ponerlo en la orilla de la cama y seguir con mis deberes.

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    Era un martes por la tarde y tenía mucha tarea, pero quería pasar un tiempo con mis hermanas, estaba fresco afuera y optamos por jugar a las muñecas; eran las cuatro de la tarde cuando empezamos a jugar, el tí-pico juego donde éramos las mamás y debíamos cuidar y llevar a nuestras hijas a la escuela.

    Acomodamos todo el cuarto de manera que parecie-ra una casa gigante, la salita por aquí, el comedor por allá, el baño junto a las tres recámaras que con mucho cuidado habíamos diseñado para cada una de “nuestras hijas”; en fin, todo lucía como una auténtica recámara de niñas, un paraíso para las muñecas. Las horas pasaban y no parábamos de jugar. De pronto escuchamos el grito de mamá:

    —¡Ya está la cena! ¡Bajen a cenar!—Mamá, un ratito más, please —dijimos todas al

    unísono.—Bajen porque la comida se enfríaTodas nos miramos entre sí con cara de “ya que” y,

    tan rápido como pudimos saltamos todas las cosas que habíamos puesto en el piso y nos dispusimos a bajar. Primero Montse saltó todo, luego ella ayudó a Dana y yo, que sin querer había desacomodado la cocina que había-mos puesto en el piso, les dije que se adelantaran, que ahorita acomodaba todo eso y bajaba, ellas aceptaron pues tenían hambre y sabían que debía arreglar todo pues de otra forma nos íbamos a tardar en poner las co-sas en su lugar al terminar de comer y querer seguir ju-gando, eran las ocho, había tiempo. Fue entonces, mien-tras buscaba las cosas que se habían esparcido, que tiré el cuadro sin querer, de reojo vi cómo las pinceladas sin patrón se desacomodaban de su lugar, como si tuviesen movimiento propio, la sangre se fue a mis pies y decidí bajar corriendo a decirle a mi mamá.

    —¡Mamá, el cuadro se movió! —dije de manera en-trecortada, el aliento se me había ido.

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    —¿Cuál cuadro?, ¿de qué hablas?—El cuadro mamá, ese que le dieron a Montse, ¡el

    pesado!—Haz de haber visto mal, mi cielo, los cuadros no

    se mueven, ven vamos a comer—, contestó con una paz interior.

    —¡No, te lo juro, se movió! Ven para que lo veas y lo tiremos.

    Estiré a mi mamá fuertemente de su blusa para que me acompañara a ver el cuadro y tras pedírselo repe-tidamente y viendo mi cara de miedo, con unos labios pálidos que se resistían a agarrar color, decidió acom-pañarme.

    —A ver, cielo, ¿cuál cuadro?—Ese, mamá, míralo.El cuadro se encontraba tal y como se lo regalaron,

    no tenía movimiento, las pinceladas sin forma se veían igual que la primera vez que lo vi y las tres personas en él seguían en su posición original. Mi mamá tomó el cuadro, volteó a verme con dulzura y me dijo:

    —No pasa nada, lo dejaré afuera del cuarto sólo para que no te asustes ¿va? Antes de dormir rezas y todo lo habrás olvidado.

    Mi mamá me dio un besito en la frente, me tomó del hombro y nos dirigimos al comedor; comimos unos lonches de jamón y queso y, no sé si fue la plática ame-na con mi padre que llegaba justo a cenar, o las papitas que le habíamos puesto a los mismos, pero me olvidé por completo de ese asunto del cuadro. Instantáneamente después de cenar sentí el pequeño jaloncito que Dana le daba a mi mano, volteé a verla y me indicó con la mirada que subiéramos para seguir jugando. Montse, al ver eso, le da una fuerte mordida al último bocado de sándwich que le quedaba, dio un salto de su silla y gritó:

    —¡La última en llegar es un pañal!

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    Frase de la cual aún no encuentro el verdadero sig-nificado, según Montse es como decir que es una bebé, pero de forma ofensiva; cómo si no fueses niña grande, a mí no me causa problema pues tengo 11 años, pero para Dana es lo peor del mundo, tiene seis y por ser la más pequeña de la casa, es la bebé, cosa que no le agrada mucho. Corrimos al cuarto y mientras ellas entraron de inmediato yo busque dónde había puesto mi mamá el cuadro; ¿moría de miedo?, sí, pero había una curiosidad inmensa que me llenaba el cuerpo, algo que no me deja-ría dormir hasta que yo volviera a comprobar que lo que vi no fue más que una reacción por el hambre que tenía, que “traía la azúcar baja”, como dice mi abuela cuando se siente mal por no comer. Y ahí estaba, en el cuarto de huéspedes, ese que ninguna de nosotras quiso habitar por sentir que nos sentíamos más felices juntas; eso, y que a todas nos daba un poco de miedo dormir solas. La pintura se alcanzaba a ver por la pequeña apertura que había dejado mi mamá, el rayo de luz le caía y nada, nada de nada, la pintura inmóvil. Opté por prender la luz, entrar corriendo, voltear el cuadro, correr hacia la puerta, apagar el foco y cerrarle; me apoyé contra la pared y en voz bajita recé un Padre Nuestro; por si las dudas.

    En un abrir y cerrar de ojos nos dieron las diez de la noche, Dana comenzaba a bostezar y los gritos de mi padre no se hicieron esperar:

    —Ya duérmanse, mañana tienen que ir a clases. —Ya vamos, nada más acomodamos todo y listo

    —dijimos todas al unísono pero con el mensaje algo confuso porque lo dijimos a destiempo.

    —Ok, descansen pequeñas.Un poco somnolientas comenzamos a recoger una a

    una todas las partes de la casita que habíamos creado en el piso del cuarto y sobre las tres pequeñas camitas a desnivel en las que descansábamos. Dana fue la pri-

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    mera en caer, luego Montse y entonces el trabajo de recoger las últimas piezas recayó sobre mí. Tras haber finalizado, me recosté sobre mi cama esperando que su-bieran mis padres; de pronto escuche sus pasos por las escaleras, me levanté de la cama y apague la luz, bas-taron cinco segundos para que cayera en un profundo sueño.

    A la mañana siguiente, me desperté con la voz de mamá llamando a la puerta; poco a poco mis hermani-tas y yo nos levantamos para meternos a bañar y arre-glarnos para ir al colegio. Ese día, levantarme me costó más de lo usual, pero como pude agarré fuerzas para incorporarme, lo logré y cuando iba a poner los pies en el piso:

    —¡Aaaaaaaaahhhh! —¿Qué pasa?—¡Mamá!, ¿por qué volvieron a meter ese cuadro al

    cuarto?Mi mamá corrió conmigo, agarró el cuadro y lo sacó

    del cuarto, me miraba con cara de desaprobación, pero después volteó a ver a mis hermanas y esa cara se en-fatizó.

    —No deben jugarse bromas entre ustedes, ya ven que su hermana se asusta con este cuadro y ustedes le siguen. Ya muévanse o llegaremos tarde.

    Yo volteé a ver a mis hermanas para ver quién de ellas había sido, pero ambas tenían cara de interroga-ción, lo cual me alivió y me preocupó al mismo tiempo; sentí alivio pues sé que ninguna lo hizo, ellas, por más que quieran, son incapaces de mentir, sus pequeños rostros y sus risas las han delatado siempre; entonces, eso me hizo pensar que si no fueron ellas, ¿quién volvió a meter el cuadro al cuarto? La pregunta quedó en el aire. Llegamos a la escuela y nos dividimos, cada una de nosotras a su salón correspondiente y no nos veríamos hasta el receso.

  • 12

    Entre clase y clase mi cuestionamiento sobre el mis-terioso cuadro se desvanecía, al llegar el recreo bajé al patio como siempre con Alex e Idalia; mientras comía-mos observaba a los demás corriendo como locos, jugan-do al voto y cosas de esas. Busqué a mis hermanitas con la mirada, Dana se encontraba cerca del portón jugando con su muñeca con sus amigas, mientras Montse estaba corriendo y jugando a las atrapadas; desvié un poco mi mirada y me encontré a su profesora, no me gustaba su mirada, se veía entre perdida y malévola y, lo que menos me gustó fue que seguía con ella a mi hermana; se lo comenté a Alex y me dijo que él sentía lo mismo, así que a pesar de que Idalia me intentó convencer de que no le dijera nada, agarré de valor, caminé para donde estaba la maestra y me paré justo enfrente de ella.

    —Hola, ¿buscas a Montse?, anda jugando con sus amigas.

    —Sí, lo sé.Mi mirada estaba fija en ella, con el cejo fruncido, en

    ese momento no pensaba, sólo actuaba, quería meterme en los zapatos de Montse, ella hubiera sabido qué hacer, pero ahorita la que estaba en peligro era ella y yo debía defenderla.

    —¿Les gustó el cuadro que le regalé?Mi mirada permanecía fija y mi cabeza se movió de

    lado a lado como signo de negación a lo que me pregun-taba.

    —Es un cuadro especial —dijo y se fue.En el camino alcancé a escuchar que se le escaparon

    unas risas que no me gustaron para nada. Alex me tomó de la mano y me invitó a jugar. Maldita preadolescencia, si no me gustara tanto Alex hubiera seguido a la maes-tra para ver qué tanto trama, pero total, decidí jugar.

    Al terminar las clases, papá llegó por nosotras y lle-gamos a casa para comer juntos; fue una buena comida. Al finalizar regresé al cuarto y en el camino me tropecé

  • 13

    con algo, agacho la mirada y era el cuadro, otra vez mo-viéndose, pero ahora la persona mirando hacia el frente parecía hablarme.

    —¡Mamá, ven, pero corre!—¿Qué pasa? ¿Estás bien?—¡Rápido, mira el cuadro!En eso volteó a ver el cuadro y nada, estaba intacto,

    las pinceladas sin forma, la boca de cada uno de los per-sonajes inmovibles, en fin, mi mamá, molesta, me miró fijamente.

    —No me está gustando para nada ese jueguito del cuadro. Ya déjalo donde lo encontraste y ve al cuarto a terminar tus tareas.

    —Pero, mamá, yo me tropecé con el cuadro, no sé de dónde salió.

    Mi mamá, que no parecía creerme y con tal de ter-minar la discusión agarró el cuadro y lo llevó de nuevo al cuarto de huéspedes. Al regresar y pasar a mi lado, me miró con un gesto de desaprobación y volvió a la sala. Esa tarde yo me dispuse a hacer todas mis tareas; al anochecer fuimos un ratito al parque, mi mamá, mi papá, mis hermanitas y yo; fue un paseo muy agradable. Al regresar a casa nos bañamos y decidimos ir a dormir, mamá y papá nos dieron la bendición y mis hermanitas y yo rezamos en el cuarto. Eran las nueve y media de la noche, buena hora para dormir.

    —Buenas noches, papás.—Que descansen princesas —dijo papá y apagó el

    foco.

  • 14

    La pesadilla

    Esa noche una pesadilla no me dejó dormir, ¿de qué se trataba? La respuesta era fácil: el cuadro. En mi sueño yo estaba en una atmósfera roja-café-negra, un viento caliente soplaba fuertemente y quemaba, era denso; yo caminaba y no encontraba nada, el camino era largo y no llegaba a ningún lado, pero seguía caminando, a lo mejor porque simplemente quería encontrar la salida. No sabía dónde estaba, ese lugar me parecía conocido pero no lograba ubicarlo en el recuerdo. De pronto, en-contré a tres personas, las veía de lejos y me parecían conocidas, poco a poco comencé a tomar conciencia de que era un sueño, pero no quise salir, la intriga me controlaba el cuerpo; conforme caminaba me acercaba a las personas y ellas tres se acercan a mí… ¡eran las mismas del cuadro! Al ver esto me dio miedo e intenté correr en dirección contraria, corrí, corrí, corrí y em-pecé a sudar de forma exagerada, miré mis pies y no avanzaba, ¿por qué? Me gritaban algo pero no escucha-ba, no podía dejar de gritar, sigo corriendo, miro hacia los lados y sigo en el mismo lugar, miro hacia arriba y no hay nada, es sólo una continuación de lo que veía a los lados. Y entonces sentí una mano fría tocando mi brazo, la retiré, volteé a ver y era una mujer… la mis-ma de la blusa marrón que está en la pintura. Veo que mueve la boca, pero no alcanzó a descifrar qué es lo que dice, mi concentración dura menos de un minuto, no puedo ver su boca, sus ojos profundos que antes eran dos hoyos negros me llaman la atención, unos ojos ne-gros pero rojos a la vez, como si estuvieran quemados,

  • 15

    irritados o algo. Sufre, se ve que ella sufre, y mucho. En cuanto veo su mano acercase a mi hombro, grito.

    —¡Aaaaaaaaaaaah!Me despierto de golpe, me encuentro agitada y me

    cuesta respirar. Mi mamá prende el foco del cuarto y quedo enceguecida por un rato.

    —¿Qué pasa?... sólo fue un mal sueño, todo está bien. Me decía mi mamá mientras me abrazaba y besa-ba mi frente.

    Yo me sujeté fuertemente a mi madre y le pedía por favor que no se fuera, y al sentir que aún temblaba de miedo, accedió. Después de un rato caí profundamente dormida.

    Al día siguiente mientras almorzamos, decidí con-tarles lo que había soñado, mis hermanas escuchaban con atención y un poco asustadas, mi papá me veía con cara de preocupación y mi madre me miraba fijamente.

    —No pasa nada, si quieres vamos a tirar ese cua-dro, ¿va? Al cabo ni está tan bonito como para colgarlo en algún lado visible, y ya te está ocasionando muchos problemas —dijo mi mamá mientras terminábamos la comida.

    Dana, terminando de comer se armó de valor y fue por el cuadro al cuarto de huéspedes. Pude ver en su cara que no tenía miedo y, con su dulce voz de niña pe-queña, me dijo:

    —Mira hermanita, no se mueve, no hay nada aden-tro, sólo es pintura— y me pasó el cuadro.

    Yo no quería agarrarlo y, por momentos, no pensaba hacerlo, pero me causaba pánico pensar que Dana lo te-nía en su mano, así que de un golpe lo agarré y se lo di a mamá. Ella lo tomó, fue a la cocina, agarró una bolsa de plástico que te dan en el supermercado, metió el cuadro, la cerró con fuerza y lo sacó de la casa.

    —Problema resuelto, ahora sí, todas a hacer sus tareas.

  • 16

    Montse me agarró del hombro y me dijo “ánimo”. Era increíble cómo ellas no le tenían miedo al cuadro, yo creo que fue por el simple hecho de que nadie más en la casa había visto a ese cuadro moverse. Todos me decían que no era real y que mi sueño había sido sólo un sueño y nada más, pero yo lo sentía diferente, estaba segura de que algo estaba mal.

    “¿Por qué a mí?, ¿por qué yo?” me preguntaba cons-tantemente en mi cabeza, pero después de que el cuadro salió de la casa todo comenzó a mejorar. Una sensación de seguridad me invadía, esa tarde jugué con mis her-manas a las muñecas, otra vez el cuarto se convirtió en una casa de ensueño, así se pasaron las horas hasta que se llegó la hora de cenar. Ya en el comedor nadie tocó el tema, “seguramente mamá le pidió a todos que no habla-ran de eso”, pensé.

    A diferencia de la noche anterior, dormí en paz, nada interrumpió mi sueño, no soñé nada, o no recuer-do, ya ven eso que dicen de que todos soñamos pero no nos acordamos de ello, en mi caso no recuerdo nada de ese día. Dormí bien, no hay más.

    Al día siguiente mi mamá me tuvo que levantar, tal parecía que había dormido tan bien que no había escu-chado el despertador, mi mamá nos acercó las chanclas para meternos a bañar y tomamos una ducha. En el de-sayuno nos preparó pan tostado con mantequilla y un gran vaso de chocolate. Un inicio de día perfecto. En el camino a la escuela, Dana quiso retomar el tema del cuadro.

    —¿Verdad que ya no tienes miedo, her…?—Shh, ¿qué dijo mamá? —le dijo Montse en voz baja. Mi papá sólo sonrió y optó por poner el radio, esas

    canciones ochenteras que, a pesar de que todas nacimos de los noventa para acá, nos gustaban tanto.

    En la escuela todo transcurrió normal, en el recreo no vi a la maestra que le regaló ese horrible cuadro a mi

  • 17

    hermana, ahora no me quedaba duda de por qué se lo había regalado a Montse, ahora todo tenía sentido, esa maestra la odiaba. Para ser sincera, nunca me creí el he-cho de que se lo regalaba en “son de paz”, que porque era buena alumna y había sido injusta. Ella lo que quería es que mi hermana se asustará, lo que no contaba es que no le salió como esperaba. Mi hermana nunca lo había visto moverse, cosa que agradezco, era algo perturbante el ver que una pintura se mueve, en especial esa pintu-ra, esa fea y horrible pintura.

    Le conté todo lo que había visto a Alex y a Idalia, ellos dijeron haberme creído; pero después del recreo él se me acercó y me dijo que debía tranquilizarme un poco, que quizá las cosas no eran como las había visto, eso me puso algo molesta, pero me hizo reflexionar un poco sobre lo sucedido, ¿será verdad todo lo que había visto?, o sólo había sido que yo me “autosugestioné” (¡sí, por fin me aprendí esa palabra!). Muchas cosas pasaron por mi mente, cosas que me daban coraje, pero a la vez me daba tranquilidad el pensar que a lo mejor nada era real.

    —Sabes qué, juguemos a que esto nunca pasó— le dije a Alex.

    —Me parece perfecto, el último que llegue a la tien-dita es un burro.

    Y salió corriendo y, obviamente, yo detrás de él.El regreso a casa fue bueno, papá llegó temprano

    por nosotras y nos dijo que pasaríamos a comprar pizza en el camino, que mamá ya tenía el espagueti prepara-do; la pizza es de mis alimentos preferidos, porque como todos lo saben amo el queso. Ya en la tienda nos dejaron escoger los ingredientes, pasamos por las sodas y nos dirigimos a casa donde ya nos esperaban. Era un día perfecto.

    —Listo, si ya terminaron dejen sus platos en el fre-gadero y vayan a hacer su tarea—, dijo mamá.

  • 18

    Mis hermanas se quedaron en la sala jugando entre ellas a balancear las mochilas, como yo tenía mucha ta-rea, decidí subir a mi cuarto a terminarla.

    —¡Aaaaaaahhhhhh, mamá!— grité de pronto.Mi mamá corrió rápido a ver qué había pasado y vio

    el cuadro enfrente de mí, inmóvil, yaciendo sobre el últi-mo escalón de las escaleras. Por mí cabeza pasaron mu-chas cosas, pero la principal era cómo había regresado esa pintura a la casa, yo vi claramente cuando pasaron los “señores de la basura” y se llevaron todas las bol-sas, además parecía intacto, incluso con más brillo, era extraño, yo había echado otra basura a esa bolsa para ensuciarlo y que nadie más lo quisiera nunca. Tenía mu-cho miedo y la cara de mi mamá expresaba exactamente lo mismo.

    Después de mi grito, parecía que ella se había que-dado inmóvil, en uno de los escalones de la escalera, ape-nas a tres de mí; volteé a verla y volvió en sí, corrió hacia el cuadro que estaba en el lobby, lo agarró y dijo que lo volveríamos a tirar. Esta vez lo hecho en una bolsa ne-gra, de esas grandes, lo cerró con fuerza y le pidió a papá que la sacara de la casa. Eso hizo.

    Mi miedo fue mayor y, ahora, cuando volteaba a ver a mis hermanas, ellas también lucían con miedo, inclu-so papá que intentaba poner todo en orden se veía dis-traído. ¿Qué habrá sido? No sabíamos, al parecer nadie tenía esta vez alguna explicación lógica. Montse sugirió ponernos a rezar y eso hicimos. Papá, que vio un poco mal a todas, decidió pedir la tarde y acompañarnos en la oración, de alguna forma extraña eso siempre nos rela-jaba, somos una familia católica y siempre hemos creído que ese tipo de cosas no deben de pasar si uno reza.

    Con el afán de olvidar lo sucedido salimos al par-que a jugar y al parecer todo volvió a la normalidad. Al regresar, mi papá se cercioró que el cuadro siguiera en la bolsa, y sí, efectivamente ahí seguía; esto lo hizo cui-

  • 19

    dando que nadie lo viera, pero a mí no se me podía pasar nada, en ese momento en especial sentía la necesidad de saber dónde estaban mis padres a cada instante, pues no sabía qué podía pasar, había sido un día sospechoso, un día que no me había gustado para nada.

  • 20

    El diálogo

    En un abrir y cerrar de ojos se dieron las nueve de la noche y, como ya habíamos cenado, nos fuimos a dormir. Esa noche volví a tener la misma pesadilla, yo en esa atmósfera, ese lugar árido rojo-café-negro, como si estu-viese dentro de ese cuadro que ya habíamos sacado de la casa, el aire quemaba, batallaba para respirar, igual que la vez pasada no veía la salida, pero quería correr, el simple hecho de quedarme ahí parada me daba pánico, volteaba para todos lados para ver si veía a alguien y nada, cada vez me costaba más correr. De pronto, a lo lejos, vi esas tres figuras y al enfocar mejor me di cuenta que eran esas tres personas, las dos de mirada cabizbaja tenían atados sus pies entre sí, por eso no podían cami-nar; la mujer de blusa marrón y de escaso pelo tenía las cadenas de los pies rotas, por eso caminaba hacia mí, yo corría y corría hacia el lado opuesto, no avanzaba nada y al mismo tiempo el aliento se me agotaba, de dónde podría sacaba fuerzas para continuar mi paso hacia nin-gún lugar.

    Y ahí estaba, otra vez la mano fría, congelada, esa mujer otra vez estaba tocando mi brazo; la quité sin pen-sarlo dos veces y entonces se aferró a mi blusa, desde que vi que venía tras de mí no había visto su rostro. En-tonces cuando sentí que mi blusa se rompía, volteé sin querer, la atmósfera densa no impidió que yo viera su rostro, pude observar nuevamente sus ojos profundos, negros, estaban irritados como si hubiese llorado por mucho tiempo, eso no se podía apreciar en la pintura, sus ojos me decían algo, me causaban tristeza, agudice

  • 21

    el oído y escuche lo que susurraba su boca, “ayúdame, ayúdanos”, y volteé a ver a los otros dos. Aproveché su distracción para quitar sus manos de mi ropa y caí al suelo árido. Como por arte de magia desperté de golpe, todo había sido un sueño y me agradaba que así hubiera sido.

    —¿Qué? —di un grito.Al parecer esta vez nadie escuchó, yo tallaba y talla-

    ba mis ojos, ya estaba despierta y no podía dejar de ver la imagen de los tres rostros flotando en el cuarto, no podía creer lo que estaba pasando, creí estar en un sue-ño por lo que me volví a recostar —es la única lógica que se me ocurrió, si te duermes en un sueño despiertas en el mundo real—, y nada, volvía a aparecer en el mismo cuarto, nuestro cuarto y las tres caras como hologramas gigantes en el mismo. Me tapé con mi cobija, cerré los ojos y volví a donde estaba, ese lugar misterioso que pa-recía como si me hubiese introducido en la pintura. Ya no sabía qué hacer, ¿sigo en el sueño? ¿O despierto y sigo viendo sus perturbadoras caras flotando en la habita-ción? Algo me impulsó a regresar al sueño. Una vez ahí, caminé, ya no corría, sentí la presencia de la mujer de blusa marrón, detrás de mí, flotaba y me decía:

    —Ayúdanos, nadie ha querido sacarnos. Por alguna razón ya no sentía miedo, por primera

    vez no quité su mano cuando intentaba tocar mi hom-bro, al hacerlo me transportó a otra época. Fue como si viera por los ojos de alguien más. La imagen era de ellos tres, jóvenes y felices, sus ropas eran bonitas y brillan-tes, conservaban los colores de lo que usan en la pintura, pero no el estilo. De pronto todo se volvió gris y ellos aparecen muertos; algo extraño se sentía en el ambien-te, vi a alguien abandonar la puerta, al fondo se veía el cuadro colgado de la pared de esa sala; mi visión se acercó al cuadro hasta que ya estuve frente a él, era el mismo cuadro que le habían regalado a mi hermana. En

  • 22

    eso momento la mujer me retiró su mano y volví en mí. No me dijo mucho lo que me permitió ver, pero me intri-gó, se sentía que eran personas buenas, antes de que ese suceso extraño pasara. Volteé para verla y abrí los ojos, desperté de nuevo del sueño.

  • 23

    El depósito

    Una fuerza extraña se apoderó de mí esa noche, tenía demasiada curiosidad por mirar ese cuadro una vez más. Quería sentir el peso de ese cuadro, ver sus colores y compararlos con los de mi sueño, sabía que había algo encerrado y sentía que debía hacer algo, pero qué, ¿qué me correspondía hacer a mí? En ese momento, lo más correcto era dejar que se llevarán ese cuadro lejos de mí y de mi familia. Si bien aún no nos pasaba nada malo a nosotros, no era normal lo que pasaba dentro del mismo, algo raro había y en cualquier momento podría ocasio-nar algún daño. No me quería arriesgar.

    Me senté en mi cama y miré alrededor, ya no había ningún rostro, nada extraño, se sentía paz en la habita-ción; mis hermanas dormían y, si escuchaba con aten-ción alcanzaba a escuchar los profundos ronquidos de papá. Escucharlos descansar tranquilos me hacía que-rer volver a dormir, pero no podía, ese sueño, aparición, mensaje lo que sea que fuese me había dejado con in-somnio.

    —Y si ese cuadro vuelve a regresar, ¿entonces qué haremos? —dije sin querer en voz alta.

    Dana, que suele hablar mientras duerme comenzó a decir cosas sin sentido, me asusté. Decidí que no podía dormir, así que bajé por un poco de leche. “Eso es lo que suelen hacer todas las personas en las películas, seguro sirve de algo”, pensé.

    Cuidadosamente me puse mis pantuflas, agarré el rosario que cuelga de la esquina de mi cama, la lámpa-ra que siempre guardo en el cajón y bajé de cuclillas.

  • 24

    Conforme iba recorriendo la casa iba prendiendo cada uno de los focos. Si bien me había tranquilizado un poco mi sueño, de una manera bastante extraña, aún temía a lo que había causado que tres personas estuvieran representadas así en ese cuadro, algo no estaba bien y no quería descubrirlo en la oscuridad. Fui al refrigera-dor y tome mi vaso frío de leche y cuando quise lavar el vaso, vi inevitablemente la bolsa negra por la ventana, me preguntaba si ahí seguía el cuadro, si no se había movido otra vez. Algo dentro de mí me hizo investigar y es que realmente quería ver ese cuadro una vez más, y ver su parecido con lo que vi en el sueño.

    Fui abriendo cada uno de los seguros de la puerta hasta que pude salir al patio. Prendí todos los focos y me coloqué en el cuello el pequeño rosario cristalino que me había regalado mi abuelita. Abrí la bolsa y saqué el cuadro, lo acomodé contra la luz y lo deje en el suelo, algo dentro de mí me decía que no lo agarrará. De pron-to, todo comienza de nuevo, las figuras se mueven, los colores se mezclan y la persona de enfrente empieza a mover su boca. Me quedo inmóvil.

    —Quítate de ahí, aléjate de eso, ¡Virgen, santísima!, —gritó mi mamá desesperadamente.

    Al oír el grito de mamá, papá corrió hacia donde es-tábamos y, un poco confundido, no hizo más que abrazar a mamá que me tenía fuertemente abrazada y recar-gaba su espalda contra la puerta que había cerrado de un golpe. Todo pasaba tan rápido; mi mamá comenzó a explicarle lo que había visto segundos antes y se arre-pentía de no haberme creído. Se veía un poco desespe-rada, nunca nos había pasado algo así; escuchábamos historias de cosas poseídas o embrujadas pero a nadie de la familia nos había tocado ver algo parecido, “Dios nos protege”, siempre hemos pensado. Lo primero que se nos ocurrió fue rezar y echarle agua bendita, cosa que no pudimos hacer pues el miedo recorría a cada una de

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    nosotras; papá se ofreció a salir por el cuadro, pero mamá no quiso. Fue una noche muy extraña, por fortu-na mis hermanas, que duermen como pequeños troncos, no se dieron cuenta de lo que pasaba.

    A la mañana siguiente papá se levantó muy tem-prano y salió a revisar el cuadro; estaba todo inmóvil. Procedió entonces a meterlo a la misma bolsa negra a la cual lo había metido mamá y le esparció agua bendita en señal de la cruz.

    —Sabes qué, voy a quemarlo. Hay un depósito de chatarra aquí cerca y estoy seguro que por un billete me dejarán quemar esto—, dijo mi papá.

    Mi mamá no sabía qué decir, estaba confundida, por un lado quería contarle a mi abuelita y por otro no que-ría que el mensaje se esparciera, que horror iba a causar entre todos. ¿Para qué asustar a más gente?; se quedó meditando en lo que le proponía mi papá y con un movi-miento de cabeza aceptó la propuesta.

    —¡Yo te acompaño! —exclamé.—De ninguna manera, esto lo haré yo solo.Al decir esas palabras, la mirada de papá se volvió

    fuerte, esa mirada que me dice que no cambiará de opi-nión pase lo que pase. Traté de persuadirlo, se lo pedí preocupada, riéndome, de muchas formas pero no, era definitivo que no cedería. Tenía que encontrar la ma-nera de ir a quemar dicho cuadro con papá, de alguna forma sentía que era mi responsabilidad, yo había vis-to los movimientos, yo había soñado con las personas, no me quedaría a gusto si no veía cuál era el final de la historia. Corrí a cuarto de mamá, tomé la Biblia y todos los rosarios benditos que encontré en el mismo; espere detrás de las escaleras cualquier distracción de papá y ocurrió, se le había olvidado dejar las llaves de mamá y regresó a la casa, para lo cual ya había abierto el carro y encendido el motor; gracias a eso me fue fácil meterme en la camioneta.

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    Para que no me viera me fui en la parte trasera, un punto ciego que escogíamos Dana y yo para escondernos de Montse, ahora me serviría para llegar a la destruc-ción de ese cuadro. Mi plan tenía que funcionar, tenía que ser invisible, al menos de aquí a que llegáramos a ese depósito del que hablaba papá. Y así fue, llegamos a dicho lugar y escuché cómo mi papá le decía que te-nía que quemar algo, él le inventó un supuesto fracaso sentimental, que había cortado con su novia y como li-beración quería quemar un cuadro. No sé de dónde sacó esa idea, pero fue un buen plan, se lo creyeron y por-que “ellos entendían lo que eso dolía”, lo dejaron entrar gratis y le mostraron el mejor lugar para hacerlo. Era un círculo en medio de un montón de chatarra, autos descompuestos, electrodomésticos, todo apilado de una manera muy desordenada pero a la vez extrañamente organizada.

    Mi papá abrió la cajuela y bajó de un golpe el cuadro, por lo que alcance a ver, éste se había vuelto más pesado de lo que ya era, él batalló para bajarlo, cosa que noté pues soltó un par de maldiciones, algo que sólo pasaba cuando estaba realmente enojado o si se asustaba mu-cho por algo. ¿Qué sería en ese momento?, yo creo que un poco de ambas razones.

    El miedo sobre lo que podría pasar me comenzó a invadir, tenía ganas de correr y quemarlo yo también, tal vez era la manera en la que me quedaría más tran-quila, de que jamás volvería a regresar a ese cuadro, ese lugar que visitaba en mis pesadillas y que seguía viendo también cuando despertaba de ellas. Decidí que me ba-jaría de la camioneta sólo hasta que papá estuviera lo suficientemente lejos como para verme.

    Lo seguí a pequeños pasos, hasta que vi que se de-tuvo, había escogido el lugar para quemar la pintura. Sacó un pequeño botecito de aceite de su bolsa, de esos que se usan para comer, rocío todo el cuadro, hasta

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    terminárselo; saco por último un cerillo, lo encendió y lo aventó al cuadro. Una llamarada enorme surgió de él, y ésta contenía las tres tonalidades de ese cuadro; la llamarada fue tan grande que empujó a mi papá contra una columna de chatarra que se encontraba detrás de él, cayó al suelo. Mi instinto de hija no se hizo esperar, corrí hacia mi papá, revisé que siguiera consciente y le colgué mi rosario preferido a su cuello.

    —Todo va estar bien, papá, no te preocu…Mis palabras se vieron interrumpidas por otra

    llamarada, esta vez más grande que la primera, que-ríamos correr de ese lugar pero había algo que nos lo impedía, no sabíamos qué, era como si el lugar ahora estuviera aislado, no podíamos salir; sin embargo, no veíamos que nada hubiese cambiado drásticamente. La segunda llamarada duró de diez a veinte segundos elevándose cada vez más. Los ojos de mi papá eran los mismos de la pequeña Montse cuando se asustaba, nunca lo había visto así. De pronto, la flama se apagó, pudimos levantarnos del piso y, justo en ese instante creció una tercera llamarada y, de ella, comenzó a salir una figura roja y enorme.

    El viento se volvió más fuerte, la tierra se levanta-ba de manera aterradora y diversos objetos comenzaron a volar; la figura era una especie de demonio, no tenía piernas definidas, era más como un horrido espíritu. Cuernos, rojo, su rostro no lo pude ver, el simple hecho de que sus ojos se cruzaran con los míos, me causaba pá-nico y no estaba dispuesta a pasar por eso. Intentamos correr fuera, y nada, como si un domo transparente nos hubiese cubierto; a lo lejos veía a los dueños del local mirando fijamente hacia nosotros, pero no veían nada raro, saltábamos y gritábamos y ellos cómo si no estu-viéramos. Entonces, puse en el suelo la Biblia que traía en mi pequeña mochila, tomé las manos a mi papá, puse entre nuestros brazos los rosarios que había llevado y

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    comencé a rezar desde lo más profundo del corazón, mi padre hizo lo mismo; él intentaba abrazarme pero yo le decía que sólo me tomará de las manos; sentía su voz quebrantada, aunque nunca dejó de intentar hacerse fuerte para no preocupar a su pequeña.

    Un río de lágrimas salía de mis ojos y no podía de-tenerlo, el espíritu iba agarrando fuerza conforme la llamarada que salía del cuadro crecía y crecía. De pron-to, tomó lo que sería su forma final y se dirigió al lugar donde nos encontrábamos mi padre y yo. El miedo nos recorría la espina dorsal, nuestras manos parecían ya ser una sola de lo fuerte que nos sosteníamos el uno al otro y a pesar de todo, no podíamos creer lo que estaba pasando.

    —Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre… —gritábamos mi padre y yo al unísono.

    El espíritu endemoniado se nos acercaba y sentía cómo quería meterse en nosotros, mis manos ardían y me causaban una irritación increíble cada que veía de reojo como ponía una de sus “manos” sobre la mía, mi padre me apretaba. Los gritos cada vez se hacían más fuertes, todo lo que sabíamos era rezar. Sentía cómo me quemaba y veía cómo la ropa de mi padre comenzaba a quemarse por las pequeñas chispas que saltan de aque-lla cosa endemoniada. De la fuerza mi papá rompió un rosario y una tras otra fueron cayendo las cuentas al piso, rodando, alejándose de donde estábamos y logran-do traspasar ese “domo transparente”, esa capa que aho-rita nos mantenía alejados del mundo real.

    Algo le impedía hacernos daño, pero no dejaba de intentar entrar en nosotros, nosotros no nos dejábamos. Entonces un fuerte viento sopló y las hojas de la biblia se comenzaron a mover de manera exagerada, mi padre ya no veía lo que pasaba, hacía rato que había preferido cerrar los ojos y enfocarse a rezar, el panorama era ho-rrible. El viento dejó de hacer efecto en las hojas pero no

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    en nosotros, la pequeña Biblia, que había colocado en el suelo justo en medio de mi padre y yo, me mostraba un Salmo, el 91, por lo densa que comenzaba a ponerse la atmósfera batallaba para leer, entonces comencé a ba-jar lentamente para poder leerlo, mi padre me siguió, y en cuanto entendía lo que decía empecé a gritarlo en voz alta. En cuanto grité las primeras oraciones mi papá abrió los ojos y yo le mostré lo que estaba leyendo, todo esto sin soltarnos de las manos. El demonio que había salido del cuadro parecía reconocer las oraciones, pues dejó lo que estaba haciendo para quedarse un momento inmóvil, pero eso no duró mucho, 30 segundos después volvió para querernos poseer ahora con más fuerza… hasta que llegué a un verso.

    —”Él te librará de lazo del cazador y del azote de la desgracia, él te cubrirá con sus plumas y hallarás bajos sus alas un refugio…

    Repetí varias veces esa frase y mi padre conmigo, cada vez sentía que me salía más fuerte, aunque no sabía cómo, mis gritos a ese momento habían llegado a niveles que jamás había imaginado. Seguimos repitien-do esta frase hasta que nos dimos cuenta que ya era lo único que decíamos, ya no estábamos leyendo más palabras.

    De pronto algo apareció de la nada, era blanco, muy blanco, sus cabellos eran oscuros y, no pasaban más allá de sus hombros; intenté abrir más los ojos para ver si podía enfocar mejor, la tierra se había metido en ellos y haber intentado ver al malévolo espíritu me había dejado herida. No podía enfocar, sólo vi que lle-gaba otra silueta, ambas traían colgando una especie de manto, era algo extraño; yo no dejaba de rezar. Me empezaba a sentir muy débil, físicamente ya no podía, y mentalmente comenzaba a desfallecer, mi papá lo sentía así que me apretaba más fuerte las manos para que no cayera.

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    De pronto, ya no pude; mi papá me abrazó y al sentir que me soltó las manos desperté, ¡no debía soltarme las manos! ¡Por ahí es donde entran los espíritus malignos! Pensé. Nada más sentí cómo la mano, garra o lo que fuese del demonio me causaba profundas heridas en la mano.

    —¡Aaaaaaahhh!Mis oídos se ensordecieron por unos minutos a causa

    de mi propio y desgarrador grito. Mi padre luchaba para que no dañara más mi cuerpo y, entonces, lo atacó tam-bién a él. No pasó mucho para que esas figuras blancas lanzaran su manto sobre la bestia, esta quedó atrapada y ya no pudo salir. En mi mente me preguntaba cómo era posible, ese manto se veía débil, fácil de rasgar. Las figuras blancas, que después identifiqué como ángeles, tomaron las dos orillas del manto que cubría al demonio y le dieron vuelta. Uno de ellos comenzó a llevárselo, no pude ver hacia dónde, no vi cuando desapareció, empe-zaba a caer en la cuenta: estaba media ciega y los ojos de papá estaban peor.

    Como pude, identifiqué que un ángel se había que-dado, tenía un bastón, era brillante, no era de los que se usan para caminar, él no parecía tener problemas con eso, vi que esa luz se elevaba y luego cayó sobre el suelo, justo dos segundos después sentí que ese ángel se nos acercaba, lo sentía sobre mí, vi algo moverse frente a mis ojos, era él. Paso sus manos sobre ellos y supongo que también sobre los de mi papá, yo sólo quería ver qué estaba pasando, pero él me cubría.

    —¡Gracias! —exclamó el ángel.Y se movió, indicándome con el dedo el cuadro;

    ahora los colores se le salían, tal como las primeras llamaradas de fuego, luego los tonos se comenzaron a mezclar, igual que como cuando yo los veía moverse, hasta que poco a poco comenzaron a aclararse y sus deprimentes tonos marrones y negros, comenzaron a

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    ser verdes, amarillos y dieron paso a un celeste y aqua. De inmediato el cuadro comenzó a desmoronarse, cada pieza que se quebraba retumbaba en mis oídos, me ace-leraba el corazón y me encajaba pequeñas pero profun-das punzadas en las heridas que tenía, una a una de las partes de madera se deshizo.

    De las cenizas del cuadro salieron tres espíritus, los tres que yo había visto en mis sueños; pero se veían dife-rentes, una sonrisa salió de la boca de la mujer de blusa marrón, que ahora en realidad era una hermosa blu-sa roja hecha de gasa, ¡era igual a la que había visto aquella vez que me tocó el hombro! Las personas que se veían de lejos con cabezas cabizbajas, eran un hombre y una mujer que al verse fuera se dieron un beso y se sonrieron. Todo esto pasaba mientras flotaban.

    —Debo guiarlos —nos dijo el ángel mientras nos daba un beso en la frente a cada uno de nosotros.

    En ese momento las heridas que nos habían causa-do comenzaban a cerrarse como por obra de magia. Mi papá comenzó a reírse, y yo con él; estábamos exhaustos mental y físicamente. Pude ver claramente de nuevo; comenzamos a llorar, pero esta vez de la emoción de ver que estábamos bien, que teníamos fuerzas para parar-nos y, lo más importante, ¡seguíamos vivos! Mi padre se levantó primero y de un solo intento me cargó, hacía tiempo que no había hecho eso; me llevó a la camioneta y me dejó en el asiento delantero.

    Papá, que no puede dejar nada incompleto, se acercó a donde solía estar el cuadro, había un pozo, un enorme agujero de unos cuatros metros hacia abajo, siendo un hoyo cuya medida de ancho era un poco más pequeña que el tamaño del cuadro. Mi papá pasó por donde es-taba la biblia y ésta se encontraba intacta, ni siquiera tenía las hojas quemadas, a diferencia de nuestras ropas que tenían pequeños hoyos quemados y olían a carbón, al menos así me parecía. Era tiempo de ir a casa.

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    El regreso

    Papá subió al carro, encendió el motor y al dirigirnos a casa, con nuestra familia, no sabíamos qué íbamos a decir, si toda la verdad o mejor quedarnos con el hecho de que simplemente lo quemamos y las cosas salieron tan mal que nos salpicaron chispas y así dañamos nues-tras ropas. Tal vez mis hermanas nos creerían, pero mi mamá no. De pronto, topamos con algo.

    —¡No, la cosa invisible que no nos dejaba huir sigue aquí! —grité.

    El miedo me invadía de nuevo y la mano de papá comenzó a temblar sobre el volante; las lágrimas comen-zaron a brotar de mis ojos. No podía creerlo, podíamos quedar encerrados ahí para siempre, acaso de eso se tra-taba, salvar a alguien y quedarte tú. Muchas cosas pa-saban por mi cabeza, ninguna feliz. Pero papá, de algún lado saco fuerzas, se bajó del carro y, temeroso, intentó tocar ese domo invisible que nos impedía seguir.

    —¡No hay nada! —sus ojos se iluminaron mientras decía esto.

    Revisó debajo del auto, y era una defensa de otro carro, que no habíamos visto por querer salir rápido; era una bastante grande, de un tráiler yo creo, papá no po-día solo. Yo comencé a llorar de nuevo, lo único que que-ría era salir de ahí, me bajé de la camioneta y jalaba a mi papá en señal de que me quería ir caminando.

    —¿Necesitan ayuda?—, preguntó uno de los encar-gados del lugar.

    De la emoción le di un abrazo y en menos de diez minutos ya había removido la enorme defensa. Nos

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    subimos al carro, agradecimos la ayuda y nos fuimos. Cuando volteé para ver qué había quedado atrás, todos se encontraban alrededor del enorme hueco que había dejado la quema del cuadro, levantaron los hombros y se pusieron a rellenarlo con tierra. Era un depósito de cha-tarra muy grande y llegar a la salida era otra aventura.

    Al llegar a la casa, mamá soltó un grito al vernos mientras revisaba que cada uno estuviera bien y nos preguntaba qué había pasado.

    —Lo que pasó es lo de menos, lo bueno es que ya estamos bien y el cuadro se ha ido para siempre—, dijo papá mientras se ponía de cuclillas frente a mis herma-nas y las abrazaba como nunca.

    Yo pude escuchar que en bajito le decía a mamá que en la noche le contaría todo lo que había pasado, mi mamá lo besó y le dio un fuerte abrazo.

    —¡Vamos a jugar a las muñecas! —dijo Dana.—¡Pero báñate, hueles muy feo! —exclamó Montse

    con cara de fuchi. Las dos me tomaron de la mano y me jalaban para

    subir por las escaleras, yo volteé, les sonreí a mis padres y ellos a mí. Nada me hacía más feliz que estar en casa, poder ver de nuevo a mis hermanitas y a mamá.

    Después de ese día el tema jamás fue tocado, la única que sabe es mi mamá, quien al día siguiente, tras saber la historia, no dejaba de abrazarme y darme be-sos todo el día, decía que jamás quería perderme, que lo que hice estuvo muy mal, pero no sabe qué pudo haber pasado si no hubiese ido. Todo lo que nos pasó a mi papá y a mí claro que tuvo estragos, tengo pesadillas donde vuelvo a ese lugar, el cuadro no está destruido y el demonio sigue libre, despierto asustada, tomo mi rosario y la Biblia, que ahora yace bajo mi cama, rezo ese Salmo y todo vuelve a la normalidad. Todo vuelve a la normalidad.

  • La edición de El grito, de Karen A. Treviño, se realizó en noviembre de 2013 por AZUL

    Casa Editorial del Tecnológico de Monterrey en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.

    Se usó tipografía Century Schoolbook.

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    Un cuadro, una historia, una maldición y una niña que será la única

    que podrá liberarse a sí misma, a su familia y a aquellos que imploran

    su ayuda para liberarse de la demoníaca presencia que los habita