el fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

1215

Upload: others

Post on 24-Jul-2022

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas
Page 2: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Annotation

La última víctima superviviente de unexperimento que implantó las cabezas de lossujetos con electrodos capaces de descifrarmensajes codificados es el narrador sinnombre de este libro de Murakami.

La mitad de los capítulos están situadosen un Tokyo de un futuro cercano, con bandas,guerras informáticas y donde el narradorconoce a una bella bibliotecaria de apetitodesmedido.

La otra mitad transcurre mientras elprotagonista trata de volver a ser sí mismo, enlucha contra la extraña personalidad queamenaza con arrebatarle su cuerpo.

Page 3: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Haruki Murakami

El fin del mundo y un despiadadopaís de las maravillas

¿Cómo es que el sol continúa brillando?¿Cómo es que los pájaros todavía

cantan?¿Acaso no lo saben?¿No saben que ha llegado el fin del

mundo?

Page 4: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

1. Ascensor. Silencio. Obesidad

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

El ascensor se elevaba con extremalentitud. Vaya, debía de estar subiendo,imaginé. No lo sabía a ciencia cierta. Porqueascendía tan despacio que yo había perdido elsentido de la dirección. Es posible que bajara yes posible, asimismo, que no se moviera enabsoluto. Yo me había limitado a decidirarbitrariamente, haciéndome una composiciónde lugar, que el ascensor subía. Pero era unasimple hipótesis. Sin fundamento. Tal vezhubiese ascendido hasta el duodécimo piso ybajado hasta el tercero, o quizá estuviera deregreso tras dar una vuelta alrededor de la

Page 5: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tierra. No lo sabía.Aquel ascensor nada tenía que ver con la

máquina barata y funcional, similar a un cubode pozo evolucionado, que había en miapartamento. Ambos aparatos eran tan distintosque costaba imaginar que se denominaran deigual modo y que tuvieran idéntica estructura yfunción. Porque los separaba una distancia tangrande que excedía mi comprensión.

En primer lugar, estaba su tamaño. Elascensor donde me hallaba era tan amplio quehabría podido utilizarse como una oficinapequeña. Lo suficiente como para que sobraraespacio tras poner una mesa, una taquilla y unarmario, e instalar, además, una pequeña cocinaen su interior. Quizá incluso hubieran cabidotres camellos y una palmera de tamañomediano. En segundo lugar, estaba la pulcritud.Se veía tan limpio como un ataúd nuevo. Tantolas paredes como el techo eran de un relucienteacero inoxidable, sin mácula, sin un resto de

Page 6: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vaho que los empañara, y una tupida alfombrade color verde musgo cubría el suelo. En tercerlugar, era terriblemente silencioso. Cuandoentré, las puertas se cerraron deslizándose sinhacer el menor ruido —literalmente, el menorruido— y reinó un silencio absoluto. Tan densoque ni siquiera podía discernir si el ascensorestaba detenido o en marcha. Un río profundoque fluía en silencio.

Todavía más: estaba desprovisto de lamayoría de accesorios con los que suele contarun ascensor. Para empezar, faltaba el panel conbotones e interruptores de diversa índole. Nohabía ningún botón que indicara el número dela planta, ni el de abrir y cerrar las puertas, ni eldispositivo de parada de emergencia. Vamos,que no había nada de nada. Eso me hacía sentirtremendamente inseguro. Y no sólo se tratabade los botones. Tampoco estaban los panelesluminosos que indican la planta, ni habíainformación alguna sobre la capacidad del

Page 7: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ascensor, ni las consabidas advertencias.Tampoco aparecía por ninguna parte la placacon el nombre del fabricante. Y a saber dóndese hallaba la salida de emergencia. Aquello eraun verdadero ataúd. Por más vueltas que ledaba, no entendía cómo había conseguido elpermiso del Cuerpo de Bomberos. Porquetambién habrá algún reglamento para losascensores, supongo.

Mientras mantenía la mirada clavada enaquellas cuatro insondables paredes de aceroinoxidable, me acordé del gran mago Houdini,del que, de niño, había visto una película.Inmovilizado por vueltas y vueltas de cuerdas ycadenas, embutido en un enorme baúl rodeado,a su vez, de pesadas cadenas y cerrojos,Houdini era arrojado desde lo alto de lascataratas del Niágara o enterrado en los hielosdel Mar del Norte. Tras aspirar una profundabocanada de aire, intenté comparar con calmami situación con la de Houdini. El hecho de

Page 8: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que mi cuerpo estuviera libre de ataduras erauna ventaja, pero mi desconocimiento de lostrucos de magia no dejaba de jugar en micontra.

Pensándolo bien, no sólo ignoraba lostrucos, sino que ni siquiera sabía si el ascensorestaba en marcha o detenido. Me aventuré acarraspear. Pero el resultado fue algo peculiar.Mi carraspeo no sonó a carraspeo. Únicamentese oyó un sonido sordo, extraño, como sihubiera lanzado un puñado de blanda arcillacontra una lisa pared de cemento. No podíacreer, bajo ningún concepto, que ese sonido lohubiera emitido yo. Por si acaso, carraspeé denuevo, pero el resultado fue el mismo.Descorazonado, decidí dejar de carraspear.

Permanecí largo tiempo de pie, inmóvil,en la misma posición. Aguardé y aguardé, perolas puertas continuaron cerradas. El ascensor yyo permanecimos mudos, como si fuésemosuna naturaleza muerta titulada El hombre y el

Page 9: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ascensor. La inquietud fue apoderándose demí.

Tal vez la máquina estuviese averiada oquizá el operario que la manejaba —en caso deque alguien desempeñara tal función— hubieseolvidado que yo estaba dentro de aquella caja.Me sucede a veces, que la gente se olvide deque existo. Pero, en ambos casos, el resultadono variaba: yo estaba encerrado en aquella cajahermética de acero inoxidable. Agucé el oído,pero no me llegó ningún ruido. Probé a pegar laoreja a las paredes de acero inoxidable, peroseguí sin oír nada, como era previsible.Únicamente dejé la impronta blanca de mioreja sobre la superficie. Por lo visto, aquelascensor era una caja metálica de un modeloespecial fabricado para absorber todos lossonidos. Probé a silbar la melodía de DannyBoy, pero sólo salió de mis labios una especiede suspiro de perro aquejado de pulmonía.

Descorazonado, me recosté en la pared

Page 10: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del ascensor y decidí matar el tiempo contandola calderilla que llevaba en los bolsillos. Claroque, por más que hable de matar el tiempo, paraun hombre de mi profesión contar calderilla esun entrenamiento tan valioso como puede serlopara un boxeador profesional tener siempre unapelota de goma entre las manos. En sentidoestricto, no se trata de matar el tiempo. Porquesólo mediante la reiteración de un acto esposible corregir la tendencia a la distribucióndesigual.

En todo caso, procuro llevar siempremucha calderilla en los bolsillos del pantalón.En el de la derecha meto las monedas de cien yde quinientos yenes; en el de la izquierda, lasde cincuenta y las de diez. Las de uno y cincoyenes las llevo en el bolsillo de la cintura,aunque tengo como norma no usarlas jamás enmis cálculos. Introduzco ambas manos en losbolsillos y, con la derecha, calculo la sumatotal de las monedas de cien y de quinientos

Page 11: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

yenes mientras, con la izquierda, cuento las decincuenta y las de diez.

Tal vez sea difícil de imaginar para quiennunca la haya realizado, pero esta operaciónaritmética, al principio, es harto complicada.Los hemisferios derecho e izquierdo delcerebro efectúan un cálculo completamentedistinto y, al final, las dos partes deben unirsecomo si fuera una sandía partida por la mitad.Si no estás acostumbrado, cuesta.

No sé con certeza si realmente utilizo loshemisferios derecho e izquierdo del cerebropor separado o no. Un especialista en fisiologíacerebral tal vez emplee otra terminología. Perono soy experto en fisiología cerebral y locierto es que, mientras cuento, tengo laimpresión de que estoy utilizando las dospartes por separado. También la fatiga queexperimento al finalizar mis cálculos esintrínsecamente distinta al cansancio quesiento al concluir un cálculo normal. Así que,

Page 12: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de modo arbitrario, he decidido que me valgodel hemisferio derecho para calcular la sumadel bolsillo derecho y del hemisferio izquierdopara la suma del bolsillo izquierdo.

Me pregunto si no seré una de esaspersonas que conciben a su conveniencia losdiversos fenómenos del mundo, las cosas y laexistencia. No es porque posea un carácteracomodaticio —aunque reconozco que ciertatendencia al respecto sí la tengo, claro está—,sino porque múltiples ejemplos en este mundome han demostrado que una aproximaciónecléctica a las cosas nos acerca más a lacomprensión de su esencia que unainterpretación ortodoxa de las mismas.

Decidamos, por ejemplo, que la Tierra noes un cuerpo esférico sino una enorme mesa decafé. ¿Nos causa eso algún inconveniente en elplano de la vida cotidiana? Evidentemente, éstees un caso extremo y no se trata de ircambiándolo todo a nuestro capricho. Sin

Page 13: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

embargo, la concepción arbitraria según la cualla Tierra es una enorme mesa de caféeliminaría de un plumazo la infinidad depequeños problemas —sin ir más lejos, lafuerza de gravedad, las líneas de demarcaciónhoraria o el ecuador, entre otras futilidades—derivados de la condición esférica del globoterráqueo. Porque, a una persona normal ycorriente, ¿cuántas veces va a preocuparle a lolargo de su vida la línea del ecuador?

Por ese motivo intento, en lo posible,tomarme las cosas como me convienen. Lo queyo pienso es que el mundo está constituido deforma que contiene varias —o, para decirlo sinambages, infinitas— posibilidades. Y laelección entre éstas reside, hasta cierto punto,en cada uno de los individuos que lo componen.Lo que llamamos «mundo» es una enormemesa de café producto de un compendio deposibilidades.

Volviendo al tema que nos ocupa, no es

Page 14: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fácil efectuar de manera paralela un cálculodiferenciado entre la mano derecha y la manoizquierda. A mí, sin ir más lejos, me llevómucho tiempo aprender. Sin embargo, una vezdominas la técnica o, dicho de otro modo, encuanto coges el tranquillo, no pierdes lahabilidad de la noche a la mañana. Es comonadar o ir en bicicleta. Eso no significa que nosea necesario practicar, por supuesto. Sólomediante un entrenamiento regular lograsaumentar la capacidad y refinar la técnica.Precisamente por eso llevo siempre muchodinero suelto en los bolsillos y, en cuantotengo un momento libre, efectúo el cálculo.

En aquel instante llevaba en los bolsillostres monedas de quinientos yenes, dieciochode cien, siete de cincuenta y dieciséis de diez.Lo cual ascendía a un total de 3.810 yenes. Esecálculo no requería esfuerzo alguno. Unaoperación aritmética de ese nivel es mássencilla que contar los dedos de la mano.

Page 15: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Satisfecho, me recosté en la pared de acero ycontemplé la puerta que tenía ante mis ojos.Seguía cerrada.

¿Por qué tardaba tanto en abrirse? Nolograba entenderlo. Pensándolo condetenimiento, concluí que podía descartar laposibilidad de que estuviese averiado o de queel operario se hubiese distraído y olvidado demí. Porque ambas carecían de verosimilitud.No es que no puedan producirse averías odistracciones, claro está. Muy al contrario,esos percances ocurren con frecuencia, estoyconvencido. Lo que quiero decir es que, en esarealidad singular —me refiero, por supuesto, aese estúpido y liso ascensor—, la falta de todasingularidad posiblemente deba ser eliminadade modo arbitrario como una paradójicasingularidad. Alguien tan negligente como paradescuidar el mantenimiento del ascensor, uolvidarse de efectuar las maniobras pertinentesuna vez que un visitante montara en el mismo,

Page 16: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

¿podría construir una máquina tan sofisticada yexcéntrica como aquélla?

La respuesta, evidentemente, era «no».Eso era imposible.Por lo que había podido constatar, ellos

eran sumamente neuróticos, precavidos,meticulosos. Prestaban gran atención al menorde los detalles, como si midieran cada paso conuna regla. No bien había penetrado en elvestíbulo, me habían detenido dos guardias deseguridad, me habían preguntado a quién iba aver, habían buscado mi nombre en la lista devisitantes, habían examinado mi carné deconducir, habían verificado mi identidad en elordenador central y, tras pasarme el detector demetales, me habían metido de un empujón en elascensor. No me habían sometido a un controltan estricto ni siquiera cuando efectué unavisita formativa a la Casa de la Moneda. Eraimpensable que hubiesen bajado, así de pronto,la guardia.

Page 17: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Así pues, la única posibilidad que quedabaera que me hubieran puesto adrede en aquellasituación. Tal vez no quisieran que adivinara losmovimientos del ascensor. Por eso hacían quese desplazara tan lentamente que era imposiblesaber si subía o bajaba. Quizá hubiera unacámara de televisión. En el cuarto de controlde la entrada se alineaban, una tras otra, laspantallas de los monitores; no sería de extrañarque en una de ellas se viera el interior delascensor.

Para pasar el rato, se me ocurrió localizarla cámara, pero después lo pensé mejor y medije que nada ganaría si la encontraba. Sóloconseguiría ponerlos sobre aviso y, si esosucedía, tal vez ralentizaran aún más la marchadel ascensor. Y entonces llegaría tarde a la cita.

Finalmente, opté por relajarme y no hacernada en especial. De hecho, yo sólo habíaacudido allí para desempeñar un trabajo legal.No tenía nada que perder, ¿para qué ponerse

Page 18: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nervioso?Recostado en la pared, hundí las manos en

los bolsillos y empecé a contar de nuevo lacalderilla. Había 3.750 yenes.

¿3.750 yenes?Algo no cuadraba.Sin duda había cometido algún error.Noté cómo las palmas de las manos se me

humedecían de sudor. En los tres últimos años,nunca había fallado al contar la calderilla de losbolsillos. Jamás. Se viera como se viera, erauna mala señal. Tenía que recuperar el terrenoperdido antes de que el mal presagio sematerializara en algún desastre.

Cerré los ojos y, como quien limpia loscristales de las gafas, dejé en blanco loshemisferios derecho e izquierdo del cerebro.Después me saqué las manos de los bolsillosdel pantalón, extendí las palmas, dejé que sesecara el sudor. Llevé a cabo todos estos ritospreparatorios, similares a los de Henry Fonda

Page 19: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

antes de batirse en duelo en la película Elhombre de las pistolas de oro. No es quetuvieran una gran importancia en sí mismos,pero es que a mí me gusta mucho esa película.

Tras comprobar que tenía las palmas de lasmanos completamente secas, volví aintroducirlas en los bolsillos e inicié laoperación por tercera vez. Sólo con que estatercera suma coincidiera con una de las dosanteriores, el tema quedaría zanjado. Un errorlo comete cualquiera. Me hallaba en unasituación excepcional y estaba nervioso;también debía reconocer que había pecado deun exceso de confianza en mí mismo. Por esohabía cometido un error de principiante. Entodo caso —porque la salvación me llegaríapor esa vía—, tenía que verificar la cifracorrecta. Sin embargo, antes de que se meconcediera la salvación, se abrieron las puertasdel ascensor. Sin previo aviso y sin el menorruido, ambas hojas se deslizaron suavemente

Page 20: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hacia los lados.Como la suma de la calderilla acaparaba

toda mi atención, al principio no me di plenacuenta de que las puertas se abrían. O tal vezsería más exacto decir que, aunque vi que seabrían, de momento no alcancé a comprendersu significado concreto. El hecho de que laspuertas se hubieran abierto significaba que sehabían acoplado de nuevo las dos porciones deltiempo a las que las puertas se habían sustraído,rompiendo la continuidad. Y, al mismo tiempo,quería decir que el ascensor había llegado a sudestino.

Dejé de mover los dedos en los bolsillospara mirar al exterior. Más allá de la puertahabía un pasillo y, en el pasillo, de pie, habíauna mujer. Una joven gorda con un trajechaqueta de color rosa y unos zapatos de tacónde color rosa. El traje era de buena hechura, detela lisa y brillante. El rostro de la joven era tanliso como la tela. Tras lanzarme una mirada,

Page 21: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

supuestamente para verificar mi identidad,esbozó un gesto con la cabeza que parecíaindicar: «Venga conmigo». Abandoné missumas, me saqué las manos de los bolsillos ysalí del ascensor. En cuanto puse los pies fuera,las puertas, como si hubieran estadoaguardando ese momento, se cerraron a misespaldas.

En el pasillo, dirigí una mirada circular ami alrededor, pero no hallé ni una sola pistaque arrojara luz sobre la situación en la que meencontraba. Sólo saqué en claro que aquello erael pasillo del interior de un edificio, pero esolo habría adivinado incluso un estudiante deprimaria.

En todo caso, era el interior de un edificiocon una falta de personalidad sorprendente. Losmateriales empleados, al igual que sucedía conel ascensor, eran de alta calidad, pero sinpeculiaridad alguna. El suelo era de un mármolreluciente, pulido con esmero; las paredes, de

Page 22: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un color blanco amarillento parecido al de losbollos que tomaba todas las mañanas paradesayunar. A ambos lados del corredor sesucedían recias y pesadas puertas de madera,cada una con un número en una placa de metal,pero la numeración no poseía ninguna lógica.Al lado del «936» estaba el «1213»; a éste losucedía el «26». Jamás había visto unaalineación tan disparatada. Allí había algo queno iba bien.

La joven apenas abrió la boca. Se dirigió amí y me indicó: «Por aquí, por favor», pero selimitó a mover los labios, sin emitir sonidoalguno. Antes de dedicarme a ese trabajo, yohabía asistido durante dos meses a un cursillode lectura de labios, por eso entendí lo que mehabía dicho. Al principio creí que algo malo lesocurría a mis oídos. El ascensor no producíaruido, los carraspeos y silbidos no resonabancon normalidad: empezaba a dudar de micapacidad auditiva.

Page 23: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Probé a carraspear. El sonido delcarraspeo era aún un poco sordo, pero muchomás normal que cuando había carraspeado en elascensor. Suspiré de alivio y recobré ciertaconfianza en mis oídos. «¡Uf! No es que oigamal. Mis oídos están bien. El problema está ensu boca.»

Caminé detrás de la joven. «¡Tac, tac, tac!»Los afilados tacones de sus zapatos resonabanpor el pasillo desierto con un martilleo decantera a primera hora de la tarde. Suspantorrillas, enfundadas en medias, sereflejaban con nitidez en el mármol.

La muchacha estaba muy rolliza. Era joveny hermosa, pero estaba entrada en carnes. Eracurioso que una muchacha guapa estuviera tangorda. Mientras la seguía, no aparté los ojos desu cuello, de sus brazos, de sus piernas. Sucuerpo era tan rechoncho como un montón desilenciosa nieve caída a lo largo de la noche.

Siempre me siento algo turbado en

Page 24: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

presencia de una mujer joven, hermosa y gorda.Ni siquiera yo sé la razón. Tal vez sea porqueaflora espontáneamente a mi mente la imagende sus hábitos alimenticios. Al mirar a unamujer gorda, a mi cabeza acuden de maneraautomática escenas donde mordisquea loscrujientes berros de guarnición que le quedanen el plato o rebaña con pan, con gesto glotón,hasta la última gota de crema de leche. Nopuedo evitarlo. Y cuando eso ocurre, la escenade la comida va ocupando toda mi mente, igualque un ácido corroe el metal, hasta impedirleefectuar cualquier otra función.

Si la mujer sólo está gorda, aún. Unamujer que sólo sea obesa es como una nube enel cielo. Se limita a permanecer allí, flotando, yme deja indiferente. Pero cuando la mujer esjoven, hermosa y gorda, la cosa cambia. Mesiento impelido a adoptar cierta actitud haciaella. Vamos, que es posible que acabeacostándome con la chica. Y yo diría que ahí

Page 25: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reside la causa de mi turbación. Porque no esfácil acostarse con una mujer cuando tu cabezano funciona con normalidad. Eso no quieredecir que aborrezca a las gordas. Una cosa esturbarse y otra muy distinta aborrecer. Hasta elmomento, me he acostado con algunas mujeresgordas, jóvenes y hermosas, y la experiencia,en términos generales, no ha sido mala. Bienconducida, la turbación puede dar unoshermosos frutos que de ordinario jamás seobtendrían. También puede salir mal, claroestá. El acto sexual es algo muy delicado, unacosa muy distinta a acercarse un domingo aunos grandes almacenes a comprar un termo.Incluso entre mujeres jóvenes, hermosas ygordas por igual, existen diferencias en cuantoal tipo de obesidad, y a mí hay un tipo de grasasque me lleva por el buen camino y otro que mesume en una ligera confusión.

En este sentido, acostarme con una mujerobesa es, para mí, un desafío. Porque las

Page 26: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

maneras de engordar de las personas, al igualque las de morir, son innumerables.

Reflexioné sobre eso mientras recorría elpasillo detrás de aquella joven hermosa ygorda. Llevaba un pañuelo blanco alrededor delcuello de su elegante traje chaqueta de colorrosa. En los lóbulos regordetes de las orejaslucía unos pendientes rectangulares de oro quedespedían destellos, como señales luminosas, acada paso que daba. En conjunto, para lo gordaque estaba, sus andares eran muy ágiles. Tal vezllevara una recia ropa interior que le marcaralas líneas y la favoreciera, pero, aunque asífuera, el contoneo de sus caderas me atraía. Megustó. Aquella gordura era de mi agrado.

No pretendo justificarme con ello, pero amí no hay muchas mujeres que me atraigan.Más bien al contrario: pocas veces me sientoatraído. Por eso, en las raras ocasiones en queme sucede, me entran ganas de poner a pruebaesta atracción. Quiero comprobar a mi manera

Page 27: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

si se trata o no de verdadera atracción y, encaso de que lo sea, cómo funciona.

Así que me coloqué a su lado y medisculpé por haber llegado ocho o nueveminutos tarde a la cita.

—No sabía que me retendrían tanto ratoen la entrada —dije—. Tampoco imaginaba queel ascensor fuese tan lento. Y eso que hellegado con los diez minutos de antelaciónobligados.

La joven hizo un conciso gesto deasentimiento, como diciendo: «Ya lo sé». Sunuca despedía fragancia a agua de colonia. Olíacomo si me encontrara en medio de un melonaruna mañana de verano. Ese olor me produjo unacuriosa sensación. Incoherente y nostálgica a lavez, como si dos recuerdos de naturalezadistinta se hubieran unido en algún lugardesconocido. A veces me embarga esasensación. Y, en la mayoría de las ocasiones, esun olor el que desencadena ese proceso. Pero

Page 28: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ni yo mismo puedo explicar por qué.—Qué pasillo tan largo, ¿verdad? —le dije

con el propósito de entablar conversación.Ella me miró sin detenerse. Le eché unos

veinte o veintiún años. Tenía las facciones biendibujadas, la frente ancha y la piel bonita.

Mirándome de frente, dijo: «Proust».De hecho, no había pronunciado

exactamente la palabra «Proust», sólo me habíadado la impresión de que la había dibujado conel movimiento de sus labios. Seguía sin oírseningún sonido. Ni siquiera el silbido del aire alser expulsado. Era como si me hablara desde elotro lado de un grueso cristal.

¿Proust?—¿Marcel Proust? —le pregunté.Ella me miró extrañada. Y repitió:

«Proust». Desalentado, volví a situarme a susespaldas y, mientras la seguía, me enfrasqué enla búsqueda de una palabra que coincidiera conel movimiento de sus labios. «Pus»... «bus»...

Page 29: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Fui musitando palabras, sin sentido en esecontexto, pero ninguna se ajustaba porcompleto a la forma de sus labios. Habríajurado que había dicho «Proust». Sin embargo,no comprendía qué relación había entre aquellargo pasillo y Marcel Proust.

Tal vez hubiese citado a Marcel Proustcomo metáfora de la longitud del pasillo. Sinembargo, aun en este caso, la formulaciónhabía sido demasiado brusca y efectuada de unmodo poco correcto. Si se hubiera referido aaquel largo corredor como una metáfora delconjunto de la obra de Proust, habría tenido sulógica. Pero a la inversa me parecía muyextraño.

¿Un pasillo largo como Marcel Proust?Sea como sea, la seguí por aquel largo

pasillo. Parecía que no iba a acabarse nunca.Doblamos varias esquinas, subimos y bajamoscortos tramos de escalera de cinco o seispeldaños. Tal vez habíamos recorrido ya cinco

Page 30: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

o seis veces la longitud de un pasillo de unedificio normal. O tal vez nos limitáramos a iry venir por un lugar semejante a un grabado deEscher. En todo caso, pasáramos por dondepasásemos, el entorno no variaba lo másmínimo. Suelo de mármol, paredes amarillopálido, puertas de madera con numeracióndisparatada y pomos de acero inoxidable. No seveía ninguna ventana. Los altos tacones de lajoven repiqueteaban por el corredor con unmartilleo regular y constante, mientras miszapatillas de deporte producían un ruidopegajoso, como de goma fundida, a susespaldas. El ruido gomoso de mis zapatillasresonaba más de lo habitual, y acabé porpreguntarme seriamente si las suelas habíanempezado a fundirse. Lo cierto era quecaminaba por primera vez en mi vida sobremármol con zapatillas de deporte, y por tantono podía juzgar si aquel sonido era normal oanormal. Imaginé que debía de ser medio

Page 31: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

normal y medio anormal. Y es que me daba laimpresión de que allí todo se regía por unaproporción similar.

Cuando ella se detuvo de repente, yoestaba tan absorto en el sonido de las suelas delas zapatillas que, sin darme cuenta, la embestícon el pecho. Su espalda era suave y mullidacomo un nubarrón de contornos bien definidosy su nuca exhalaba aquel olor a agua de coloniacon fragancias de melón. Con el ímpetu delchoque, la lancé hacia delante y tuve queecharla hacia atrás agarrándolaprecipitadamente por los hombros.

—Lo siento —me disculpé—. Es queestaba distraído, pensando.

La joven gorda me miró con el rostroligeramente enrojecido. No puedo asegurarlo,pero diría que no estaba enojada.

«¿Ketaseru?», dijo esbozando una sonrisa.Y se encogió de hombros. «Sera», añadió. Perono lo pronunciaba, claro está. Ya sé que me

Page 32: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

repito, pero ella se limitó a formar esta palabracon los labios.

—¿Ketaseru? —dije en voz alta, como sihablara conmigo mismo—, ¿Sera?

«¿Sera?», repitió ella, convencida.A mí aquello me sonaba a turco, aunque no

dejaba de ser un problema el hecho de que yojamás hubiera oído una palabra en aquel idioma.Así que quizá no fuera turco. Cada vez mesentía más aturdido y, al final, renuncié aconversar con ella. Aún estaba muy verde en latécnica de lectura de labios. Leer los labios esuna operación muy delicada, no es algo quepuedas dominar a la perfección con un cursillomunicipal de dos meses.

La joven se sacó una pequeña llaveelectrónica ovalada del bolsillo de la chaquetay la encajó en la cerradura de la puerta quelucía la placa «728». Con un clic, la cerradurase desbloqueó. Un mecanismo notable.

Ella abrió la puerta. De pie en el umbral,

Page 33: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sosteniendo la puerta abierta con una mano, sevolvió hacia mí y dijo:

«Somu to, sera».Y yo asentí y entré, claro está.

Page 34: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

2. Las bestias doradas

EL FIN DEL MUNDO

Al irrumpir el otoño, las bestias serevestían de un largo pelaje de color dorado.Dorado en el más puro sentido de la palabra. Enaquel color no se mezclaba ningún otro. Sudorado nacía como el color del oro en estemundo y existía en este mundo como tal. Yentre todos los cielos y todas las tierras, lasbestias se teñían del más puro color del oro.

Cuando llegué a la ciudad —sucedió enprimavera—, las bestias lucían pelambres dedistintos colores. O negro, o castaño, o blanco,o caoba. También las había que combinabanvarios colores en sus pieles moteadas. Yrevestidas de pelajes de diversas tonalidades,

Page 35: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las bestias vagaban en silencio y soledad, comoarrastradas por el viento, por la superficie de latierra cubierta de vegetación joven. Eran tansosegadas que casi podía calificárselas demeditabundas. Incluso su aliento era discretocomo la neblina matinal. Pacían la hierba verdesin el menor ruido y, al saciarse, doblaban laspatas, se tumbaban en el suelo y descabezabanun corto sueño.

La primavera pasó, acabó el verano y, en elmomento en que la luz adquiría ya una tenuetransparencia y el primer viento de otoñocomenzaba a rizar el agua estancada de los ríos,las bestias sufrieron una metamorfosis. Pelosdorados empezaron a aparecer en su pelaje, alprincipio de forma dispersa, como fruto delazar, igual que una planta brota a veces fuera detemporada, pero pronto se convirtieron eninnumerables tentáculos que fueronenzarzándose en el corto pelo hasta acabarrecubriéndolo por entero de un brillante color

Page 36: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dorado. La metamorfosis de las bestias duró,de principio a fin, una semana escasa; empezóde manera casi simultánea y acabó casi almismo tiempo. A lo largo de una semana,todas, sin excepción, mudaron en bestias decolor de oro. Y al ascender el sol y teñir elmundo de una nueva luz dorada, el otoñodescendió sobre la superficie de las cosas.

Sólo el largo cuerno que les crecía enmedio de la frente era de un delicado colorblanco. Su frágil finura hacía pensar, más queen un cuerno, en una esquirla de hueso quehubiese rasgado la piel por accidente y sehubiese enquistado. Con la excepción delblanco cuerno y del azul de los ojos, las bestiasse metamorfosearon por entero en el color deloro. Y, como si desearan probar su nuevo traje,sacudían la cabeza arriba y abajo infinitas vecesy punzaban el cielo alto de otoño con la puntade los cuernos. Remojaban las patas en el aguaya fresca de los ríos y tendían la cabeza hacia

Page 37: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los frutos rojos de los árboles otoñales y losdevoraban con avidez.

Cuando el crepúsculo empezaba a teñir lascalles de azul, subí a una de las atalayas situadasen la zona oeste de la muralla a contemplar elritual del guardián agrupando a las bestias alson del cuerno. Un toque largo y tres cortos.Era la señal convenida. Cuando oía sonar elcuerno, yo siempre cerraba los ojos y dejabaque su dulce sonido se infiltrara calladamenteen mi cuerpo. El eco del cuerno era distinto acualquier otro sonido. Atravesaba en silenciolas calles del crepúsculo como un peztransparente con una ligera pincelada de azul eiba impregnando las piedras redondas delpavimento y las paredes de piedra de las casas ylas tapias de las calles que bordeaban el río. Sureverbero se escurría a través de las fallas deltiempo que se hallaban en la atmósfera ypenetraba calladamente en todos los rincones

Page 38: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de la ciudad.Cuando el cuerno resonaba por las calles,

las bestias alzaban la cabeza, enfrentadas desúbito a recuerdos ancestrales. Las bestias, enun número que excedía el millar, alzaban lacabeza al unísono hacia donde sonaba el cuernoadoptando, todas, idéntica postura. Algunasdejaban de mordisquear fatigosamente las hojasde la aulaga; otras, tumbadas sobre elpavimento de piedra, dejaban de golpear elsuelo con sus cascos; otras despertaban de susiesta bajo los últimos rayos de sol de la tarde,y todas alargaban sus cuellos hacia el cielo.

En ese instante, todo se detenía. Si algo semovía era sólo el pelaje dorado de las bestias,dulcemente mecido por el viento delanochecer. No sé qué pensarían en aquellosmomentos ni dónde clavarían la mirada. Sequedaban inmóviles, los cuellos doblados en unmismo ángulo e idéntica dirección, los ojosfijos en el espacio. Luego, aguzaban el oído

Page 39: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hacia los reverberos del cuerno. Poco después,cuando las pálidas tinieblas del anochecer yahabían absorbido los últimos ecos, las bestiasse erguían, como si se acordaran súbitamentede algo, e iniciaban la marcha en una direccióndeterminada. El efímero hechizo se había roto,el ruido de innumerables cascos cubría laciudad. Aquel ruido evocaba siempre en mí laimagen de incontables burbujitas efervescentesbrotando de las profundidades de la tierra. Lasburbujas envolvían las calles, trepaban por lastapias de las casas y acababan cubriendo porentero incluso la torre del reloj.

Sin embargo, eso no era más que unailusión del crepúsculo. Al abrir los ojos, lasburbujas se esfumaban en el acto. No era másque el golpeteo de los cascos: en la ciudad,nada había cambiado. La columna de bestias sedeslizaba como un río por las tortuosas callesempedradas. Nadie iba a la cabeza, nadie laconducía. Con la mirada baja y las espaldas

Page 40: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sacudidas por un leve temblor, las bestias selimitaban a seguir el curso del río del silencio.A pesar de ello, todas parecían unidas por unestrecho lazo, invisible pero innegable, deíntimos recuerdos.

La columna que bajaba del norte cruzabael Puente Viejo, confluía con la fila de suscompañeras que venían del este a lo largo de laribera sur del río, y juntas atravesaban el áreaindustrial que bordeaba el canal, se dirigíanhacia el oeste por el camino que atravesaba lafábrica de fundición de hierro y aparecían másallá del pie de la Colina del Oeste. En lapendiente de la Colina del Oeste les aguardabanlas bestias viejas y las de corta edad que nopodían alejarse mucho de la puerta. En estepunto, la columna torcía hacia el norte, cruzabael Puente del Oeste y caminaba hasta alcanzarel portal.

Cuando las bestias que iban en cabezallegaban ante la Puerta del Oeste, el guardián la

Page 41: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

abría. Era, a todas luces, una puerta pesada ymaciza, reforzada a lo largo y a lo ancho congruesas planchas de hierro. Tenía de cuatro acinco metros de altura y estaba coronada poragudos y afilados clavos, como una montaña deagujas, insertados en la parte superior para quenadie pudiera saltarla. El guardián, tirando haciasí, abría sin dificultad la pesada puerta y hacíasalir a las bestias. La puerta tenía dos hojas,pero el guardián sólo abría una. El batienteizquierdo permanecía siempre cerrado a cal ycanto. Cuando todas las bestias habíanatravesado el portal, el guardián volvía a cerrarla puerta y echaba el cerrojo.

La Puerta del Oeste, al menos que yosupiera, era la única vía de acceso a la ciudad.Esta estaba rodeada por una larga y anchamuralla de siete u ocho metros de alto que sólopodían franquear los pájaros.

Al llegar la mañana, el guardián abría denuevo la puerta, tocaba el cuerno y hacía entrar

Page 42: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a las bestias. Y cuando todas habían penetradoen el interior de la ciudad, volvía a cerrar lapuerta y echaba el cerrojo.

—La verdad es que no hace falta echar elcerrojo —me explicó el guardián—. Porquesólo yo puedo abrir esa puerta tan pesada. Nisiquiera podrían moverla varias personas juntas.Lo hago porque así está establecido.

Tras pronunciar estas palabras, el guardiánse caló la gorra de lana justo hasta encima delas cejas y enmudeció. Era un gigante: yo jamáshabía visto a nadie de un tamaño igual. Era muycorpulento, y la camisa y la chaquetaamenazaban con estallar bajo la presión de susmúsculos. Pero, de vez en cuando, cerraba losojos sin más y se sumía en un profundosilencio. Yo era incapaz de juzgar si era presade la melancolía o si, por una razón u otra, sehabía producido un colapso en sus actividadesvitales. En todo caso, cuando el manto delsilencio caía sobre él, lo único que podía hacer

Page 43: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

era aguardar a que volviera en sí. Y cuando alfin recobraba la conciencia, abría los ojoslentamente, me observaba largo rato conmirada vaga y se frotaba repetidas veces losdedos sobre las rodillas como tratando decomprender la razón de mi presencia allí.

—¿Por qué, al anochecer, agrupas lasbestias y las haces salir de la ciudad y luego,por la mañana, vuelves a meterlas? —lepregunté en cierta ocasión, cuando volvió en sí.

El guardián me clavó una miradadesprovista de emoción.

—Porque así está establecido —dijo—.Porque es así. De la misma manera que el solsale por el este y se pone por el oeste.

El guardián destinaba la mayor parte deltiempo que le dejaba libre su tarea de abrir ycerrar la puerta al cuidado de sus objetoscortantes. En su cabaña se alineaban hachas,destrales y cuchillos de diferentes tamaños y,en cuanto disponía de un instante, los afilaba

Page 44: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuidadosamente en una piedra. Los filosaguzados de los cuchillos despedíaninquietantes y gélidos destellos blancos y, másque reflejar la luz del exterior, a mí me daba laimpresión de que ocultaban en su interior algoque irradiaba luz propia.

Mientras los contemplaba, el guardián meobservaba con cautela torciendo las comisurasde los labios en un amago de sonrisa satisfecha.

—¡Cuidado! Sólo con tocarlos podríascortarte. —El guardián me señaló la hilera decuchillos con un dedo sarmentoso como unaraíz—. Son muy distintos de los que puedes verpor ahí. Yo he forjado todas las hojas, una auna. Antes era herrero, los he hecho todos yo.Están bien afilados, el equilibrio es perfecto. Yno es fácil elegir un mango que se ajuste a laperfección al peso muerto de la hoja. Cogeuno, ¡vamos! El que quieras. Pero ¡cuidado!, note vayas a cortar.

Entre todos los objetos cortantes que se

Page 45: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alineaban sobre la mesa, yo elegí el hacha demenor tamaño y la blandí varias veces en el airecon cautela. Sólo con conferir un poco defuerza a la torsión de la muñeca —o sólo conpensar siquiera en conferírsela—, la hojareaccionaba con viveza, como un perro de cazabien adiestrado, y rasgaba el aire con un silbidoseco. El guardián tenía razones suficientes paraenorgullecerse de ellas.

—Los mangos también los he tallado yo,con la madera de fresnos de diez años. Para losmangos, todo el mundo tiene sus preferencias,pero a mí me gusta el fresno de diez años.Antes, es demasiado joven y no sirve; y si elárbol ha crecido demasiado, tampoco vale. Alos diez años la madera está en su punto.Fuerte, con el grado de humedad exacto,flexible. En los bosques del este crecenmuchos fresnos.

—¿Y para qué utilizas todos esoscuchillos?

Page 46: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Para varias cosas —dijo el guardián—.Al llegar el invierno son muy útiles. Cuandoeso suceda, podrás comprobarlo por ti mismo.Porque el invierno aquí es muy largo, ¿sabes?

Al otro lado de la puerta está el recinto delas bestias. Durante la noche duermen. Por allídiscurre un riachuelo y pueden beber agua. Másallá, en lo que alcanza la vista, se extienden losmanzanos. Los árboles se suceden hasta elinfinito como un mar de vegetación.

En la parte oeste de la muralla se alzabantres atalayas a las que se accedía por escalas.Las torres tenían ventanas enrejadas, provistasde sencillos sobradillos para protegerlas de lalluvia, desde donde podía observarse, alláabajo, a las bestias.

—Sólo tú vienes a verlas, ¿sabes? —dijoel guardián—. Bueno, es lógico. Es porqueacabas de llegar. Cuando lleves cierto tiempoaquí, te acostumbrarás y harás como todo elmundo. Dejarán de interesarte, ya lo verás.

Page 47: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Porque sólo durante la primera semana deprimavera las cosas son distintas, ¿sabes?

El guardián me contó que, sólo durante laprimera semana de primavera, la gente subía alas atalayas a contemplar cómo luchaban lasbestias. Sólo durante ese periodo —únicamente una semana antes de que lashembras empezaran a parir, justo cuandomudaban el pelo—, los machos olvidaban suplacidez habitual para desplegar una brutalidadsin límites y herirse unos a otros. Y de la grancantidad de sangre vertida sobre la tierra nacíaun nuevo orden y una nueva vida.

Pero en otoño las bestias, acurrucadasunas junto a otras en silencio, dejaban relucirsu largo pelaje dorado al sol del ocaso.

Sin ejecutar un solo movimiento, comoesculturas pétreas sobre la tierra, la cabezaenhiesta, aguardaban inmóviles a que losúltimos rayos de sol se hundieran en el mar demanzanos. Poco después, cuando el sol se

Page 48: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ponía y las tinieblas azuladas del anochecerenvolvían sus cuerpos, las bestias dejaban caerla cabeza, bajaban el blanco cuerno hacia elsuelo y cerraban los ojos.

Y así concluía el día en la ciudad.

Page 49: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

3. Impermeable. Tinieblos.Lavado

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Me había introducido en una habitacióngrande y vacía. Paredes blancas, techo blanco,moqueta de color café: todos los tonos eranelegantes y de buen gusto. Y es que, por másque uno simplifique diciendo: «blanco», nadatiene que ver un blanco sofisticado con otrovulgar. Los cristales de las ventanas eranopacos y no permitían ver el exterior, pero laluz difusa que penetraba en la estancia era, sinduda, la del sol. Vamos, que aquello no era unsubterráneo, lo que significaba que el ascensorhabía estado subiendo. La constatación de este

Page 50: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hecho me tranquilizó. Había acertado en missuposiciones. La joven me indicó que meacomodara, así que me senté en el sofá de pielque se encontraba en el centro de la habitacióny crucé las piernas. En cuanto me senté, ellasalió por una puerta distinta de aquella por laque habíamos entrado.

En la estancia apenas había mueblespropiamente dichos. Sobre la mesa del tresillose alineaban un encendedor, un cenicero y unacigarrera de cerámica. Al destapar la cigarrera,vi que no contenía cigarrillos. Ningún cuadro,calendario o fotografía colgaba de las paredes.Una ausencia total de detalles superfluos.

Junto a la ventana había un gran escritorio.Me levanté del sofá, me acerqué a la ventana y,al pasar, miré lo que había sobre el escritorio.La mesa consistía en un macizo tablero demadera con grandes cajones a ambos lados.Encima había una lámpara, tres bolígrafos Bic,un calendario de mesa y, junto a éste, algunos

Page 51: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

clips esparcidos. Eché una ojeada a la fecha delcalendario y comprobé que era correcta. Era lafecha del día.

En un rincón se alineaban tres taquillasmetálicas de esas que se encuentran encualquier parte. No casaban en absoluto con elambiente de la estancia. Eran demasiadofuncionales, demasiado sencillas. Yo hubieracolocado un taquillón de madera más elegante,más en consonancia con el conjunto, pero, endefinitiva, no se trataba de mi habitación. Yosólo había acudido allí a realizar un trabajo y noera de mi incumbencia si había una taquillametálica de color gris o un juke-box de colorrosa pálido.

En la pared de la izquierda había unarmario ropero empotrado. Las puertas eran deacordeón, de tablillas largas y estrechas. Éseera todo el mobiliario. No había ni reloj niteléfono ni afilador de lápices ni jarra de agua.Tampoco librerías, ni estantes en la pared para

Page 52: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la correspondencia. Imposible adivinar a quéestaría destinado aquel cuarto, no tenía ni ideasobre cuál sería su función. Volví al sofá,crucé de nuevo las piernas y bostecé.

A los diez minutos, regresó la joven. Sindedicarme siquiera una mirada, abrió una de lashojas de la taquilla, cogió algo negro y liso quehabía en su interior y lo depositó sobre la mesadel tresillo. Se trataba de un impermeableplastificado y de unas botas de goma, todocuidadosamente doblado. Encima del fardohabía incluso unas gruesas gafas como las quellevaban los pilotos de la Primera GuerraMundial. No entendía en absoluto qué estabasucediendo.

La mujer se acercó a mí y me dijo algo,pero movía los labios demasiado rápido y no laentendí.

—¿Podrías hablar más despacio? Es queleer los labios no se me da muy bien, ¿sabes?—dije.

Page 53: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Esta vez habló despacio, abriendo muchola boca.

«Póngaselo encima de la ropa», dijo.Por gusto, no me lo hubiese puesto, pero

como no quería complicarme la vidaprotestando, opté por seguir sus instruccionessin rechistar. Me quité las zapatillas de deportey las sustituí por las botas de goma, y me puseel impermeable encima de mi camisa informal.

Aunque el impermeable pesaba lo suyo ylas botas eran uno o dos números mayores queel mío, seguí sin objetar nada. La joven se pusofrente a mí, me abotonó el impermeable hastalos tobillos y me cubrió la cabeza con lacapucha. Cuando me la puso, la punta de minariz rozó su frente lisa.

—Hueles muy bien —dije yo. Le alabé elagua de colonia.

«Gracias», dijo ella, y fue abrochándome,uno a uno, los corchetes de la capucha hastadebajo de la nariz. Después me colocó las gafas

Page 54: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

por encima de la capucha. Gracias a ello, cobréel aspecto de una momia en un día lluvioso.

Entonces abrió un batiente del armario y,tras introducirme en él llevándome de la mano,encendió una luz y cerró la puerta a nuestrasespaldas. Estábamos dentro de un roperoempotrado. Claro que, por más que lodenomine «ropero», allí no había ropa alguna,sólo colgaban algunas perchas y bolas dealcanfor. Imaginé que no se trataba de unsimple ropero, sino que allí debía de naceralgún pasaje secreto o algo por el estilo. De locontrario, ¿qué sentido tenía que me hubierahecho poner el impermeable y me hubiesehecho entrar en él?

La joven manipuló un asa metálica quehabía en un rincón del ropero y, de pronto,como era de esperar, un panel del tamaño delportaequipajes de un coche pequeño se abrióhacia dentro. Vi un agujero oscuro como bocade lobo y percibí claramente en mi piel una

Page 55: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

corriente de aire húmedo y frío procedente deallí. Un aire que producía una sensación muypoco agradable, por cierto. También se oía ungorgoteo incesante, como de fluir de agua.

«Por ahí dentro pasa un río», dijo.Gracias al rumor del agua, me dio la

sensación de que su insonora manera de hablarcobraba cierto realismo. Parecía que ellahablara de verdad y que la corriente ahogara suspalabras. Tal vez fuese simple sugestión, perolo cierto es que sus palabras se me hicieronmás comprensibles. Si quieren, llámenloextraño, porque, en efecto, lo era.

«Remonta la corriente y, al final,encontrarás una gran cascada. Pasa por debajo.Al fondo está el laboratorio de mi abuelo.Cuando llegues, él te dirá lo que tienes quehacer.»

—Cuando llegue allí, ¿tu abuelo me estaráesperando?

«Sí», dijo la joven y me entregó una gran

Page 56: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

linterna a prueba de agua que colgaba de unacorrea. No me apetecía en absolutosumergirme en aquella negrura, pero me dijeque no era momento de hacer objeciones y,resignado, introduje una pierna en las negrastinieblas que se abrían ante mí. Después,encorvándome, pasé la cabeza y los hombros y,finalmente, arrastré la otra pierna dentro. Noera fácil moverse envuelto en aquel rígidoimpermeable, pero, de un modo u otro, logrédesplazar mi cuerpo desde el armario al otrolado de la pared. Y, desde allí, dirigí una miradaa la joven gorda, de pie dentro del armarioropero. Vista a través de las gafas desde elfondo del negro agujero, me pareció muybonita.

«Ten cuidado. No te alejes del río. Y notomes ningún desvío», dijo ella, inclinada,mirándome fijamente.

—¡Todo recto hasta la cascada! —dije yoa voz en grito.

Page 57: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

«Todo recto hasta la cascada», repitió ella.Para probar, dibujé con los labios la

palabra «sera» sin emitir ningún sonido. Ellasonrió y me dijo, asimismo, «sera». Y cerró lapuerta de golpe.

Cuando la puerta se cerró, me encontréinmerso en la oscuridad más absoluta. Era,literalmente, una oscuridad absoluta en la queni siquiera brillaba una luz diminuta, tanpequeña como la punta de una aguja. No veíanada. Ni la palma de mi mano cuando me laaproximé a la cara. Durante unos instantes mequedé clavado, lleno de desconcierto, sobremis pies, como si me hubiesen atizado ungolpe. Presa de una fría impotencia, me sentícomo un pescado envuelto en celofán que vecómo lo arrojan dentro del frigorífico y cierranla puerta a sus espaldas. Me habían abandonado,sin preparación mental alguna, en la oscuridadmás absoluta: no era de extrañar que, de

Page 58: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

repente, experimentara una enorme lasitud. Sila joven pensaba cerrar la puerta, al menospodría haberme avisado.

Pulsé a tientas el interruptor de la linternay un chorro de familiar luz amarillenta seproyectó, en línea recta, a través de lastinieblas. Primero iluminé el suelo, bajo mispies, y luego dirigí el haz de luz a mi alrededor.Me hallaba en una plataforma de cemento deunos tres metros cuadrados, y, a dos pasos demí, caía a pico un abrupto precipicio sin fondo.Ni barrera ni valla. «Esto también podríahabérmelo dicho antes», pensé con ciertaindignación.

En un extremo de la plataforma había unaescalera de aluminio para bajar. Me colgué lalinterna en bandolera y fui descendiendo, unotras otro, los resbaladizos peldaños apoyandolos pies con mucha precaución. A medida quedescendía, el rugido de la corriente ganaba enclaridad e intensidad. ¡Un precipicio oculto en

Page 59: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una oficina de un edificio bajo el que discurría,en el abismo, un río! Jamás había oído nadaparecido. ¡Y en pleno centro de Toldo! Cuantomás lo pensaba, más me dolía la cabeza.Primero, aquel inquietante ascensor. Acontinuación, la joven gorda que hablaba sinpalabras. Y luego, aquello. Quizá debía rechazarel trabajo y volver a casa. Era demasiadopeligroso, delirante de principio a fin. Contodo, me resigné y seguí bajando hacia elabismo. Por una parte, estaba mi orgulloprofesional y, por otra, la rolliza joven del trajechaqueta de color rosa. Por una razón u otra,ella me había gustado y no me apetecíarechazar el trabajo e irme.

Tras descender veinte peldaños, me toméun descanso; bajé dieciocho peldaños más yllegué al fondo. Una vez al pie de la escalera,dirigí medrosamente el haz de luz en torno amí. Me hallaba sobre una dura y lisa plataformarocosa y, un poco más allá, corría un río de

Page 60: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

unos dos metros de ancho. A la luz de lalinterna vi cómo la superficie de las aguas seagitaba como una bandera al viento. El curso dela corriente parecía muy rápido, pero no pudeaventurar nada sobre la profundidad del río o elcolor de sus aguas. Lo único que descubrí fueque corría de izquierda a derecha.

Alumbrando justo delante de los pies,avancé por la superficie rocosa, siempre juntoal río y remontando su curso. De vez en cuandonotaba la presencia de algo cerca de mi cuerpoy dirigía velozmente el haz de luz en esadirección, pero no logré descubrir nada. Sólo lacorriente de agua y las escarpadas paredes deroca irguiéndose a ambos lados. Posiblemente,las negras tinieblas que me rodeaban habíanacabado crispándome los nervios.

Tras cinco o seis minutos de marcha, elgorgoteo del agua me indicó que el techodescendía bruscamente. Iluminé sobre micabeza, pero las tinieblas eran tan densas que

Page 61: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

me impidieron distinguir el techo. En lasparedes de ambos lados, vislumbré los desvíossobre los que me había advertido la joven. Dehecho, en lugar de «desvíos» sería másadecuado denominarlas «hendiduras en la roca»y, del fondo de éstas, fluía un hilillo de aguaque formaba un pequeño riachuelo quedesembocaba en el río. A fin de inspeccionarun poco, me aproximé a una de las hendiduras yla alumbré con la linterna, pero no vi nada. Sólodescubrí que, a diferencia de su angosta bocade entrada, el interior parecía inesperadamenteamplio. Pero no me seducía lo más mínimopenetrar en ellas.

Con la linterna asida con fuerza en lamano derecha, remonté la corriente del río; mesentía a punto de transformarme en un pez. Laplataforma rocosa era húmeda y resbaladiza,por lo que tenía que avanzar paso a paso conextrema precaución. Sumido en aquella negraoscuridad, si resbalaba y me caía a la corriente,

Page 62: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

o si se me rompía la linterna, me hallaría en unbrete. Tanta atención prestaba al suelo bajo mispies que, al principio, no me di cuenta de queante mí oscilaba una débil luz. Al alzar los ojosvi, unos siete u ocho metros más adelante, unapequeña luz que se aproximaba. En un actoreflejo, apagué la linterna, introduje una manopor la abertura del impermeable y saqué unanavaja del bolsillo trasero del pantalón.Desplegué la hoja a tientas. El rugido de lacorriente me envolvía por completo.

Cuando apagué la linterna, la débil luzamarillenta se detuvo de golpe. Despuésdescribió dos grandes círculos en el aire. Laseñal parecía indicar: «¡Tranquilo! ¡No tepreocupes!». No obstante, no bajé la guardia yme mantuve en la misma posición, esperando lareacción del otro. Acto seguido, la luz empezóa oscilar de nuevo. Parecía un enorme insectoluminoso dotado de un sofisticado cerebro quese dirigiese hacia mí flotando oscilante en el

Page 63: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

espacio. Con la navaja asida con fuerza en lamano derecha y la linterna apagada en laizquierda, clavé los ojos en aquella luz.

La luz se aproximó hasta unos tres metrosde distancia, se detuvo, se alzó y volvió adetenerse. Era tan débil que al principio nologré descubrir qué estaba alumbrando, pero, alaguzar la vista, vislumbré lo que parecía unrostro humano. Al igual que yo, aquel rostrollevaba unas gruesas gafas y se ocultaba porcompleto bajo una capucha negra. Lo quellevaba en la mano era un pequeño farol portátilde esos que venden en las tiendas de artículosdeportivos. Mientras se iluminaba el rostro conel farol, el hombre se desgañitaba tratando dedecirme algo, pero el rugido del agua ahogabasus palabras, y como además la oscuridad meimpedía verle la boca, me era imposible leer elmovimiento de sus labios.

—... así que... por eso... lo siento... y... —decía el hombre, pero yo no tenía ni la más

Page 64: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

remota idea de a qué se estaba refiriendo. Detodos modos, no parecía existir ningún peligro,así que encendí la linterna, me iluminé la carade lado y me señalé la oreja con el dedoindicándole que no oía nada.

Convencido, el hombre asintió variasveces y, acto seguido, bajó el farol, se embutiólas manos en los bolsillos y empezó aremoverse con gesto inquieto: de súbito, elrugido del agua a mi alrededor fuedisminuyendo rápidamente de intensidad, comosi descendiera de pronto la marea. Creí queestaba a punto de desmayarme. Que missentidos flaqueaban y que, por ello, el sonidose iba apagando dentro de mi cabeza. Entonces—aunque no entendía por qué tenía yo queperder la conciencia— tensé todos losmúsculos del cuerpo preparándome para lacaída.

Sin embargo, el tiempo transcurría y yo nome desplomaba; además, era plenamente dueño

Page 65: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de mis sentidos. Lo único que ocurría era queel sonido había disminuido. Nada más.

—He venido a buscarle —dijo el hombre,y esta vez distinguí su voz con claridad.

Sacudí la cabeza, me puse la linterna bajoel brazo, plegué la hoja de la navaja y me metíésta en el bolsillo. Tenía el presentimiento deque me esperaba un día absurdo.

—¿Qué le ha pasado al sonido? —lepregunté al hombre.

—¡Ah! ¿El sonido? Había mucho ruido,¿verdad? Lo he bajado. Lo siento mucho. Ya nole molestará más —dijo el hombre asintiendorepetidas veces. El rugido de la corriente habíabajado de volumen hasta convertirse en elmurmullo de un riachuelo—, ¿Qué? ¿Vamos?

El hombre me dio la espalda y seencaminó río arriba con paso seguro. Yo loseguí, iluminando el suelo bajo mis pies.

—¿Ha bajado usted el sonido? Entonces,¿era artificial? —grité dirigiéndome a lo que

Page 66: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

parecía ser su espalda.—No. El sonido era natural.—¿Y cómo puede bajar un sonido natural?—Para ser exactos, no lo he bajado —

respondió—. En realidad, lo he quitado.Dudé unos instantes, pero opté por dejar

de inquirir. No estaba en situación deacribillarlo a preguntas. Yo sólo había ido adesempeñar un trabajo, y no era asunto mío sila persona que requería mis servicios apagabael sonido, lo quitaba o lo mezclaba como sifuera un vodka con lima. Lo seguí en silenciosin añadir una palabra más.

De todos modos, gracias a la desaparicióndel ruido, el silencio reinaba ahora en losalrededores. Incluso distinguía el roce de lassuelas de goma sobre el pavimento. Por encimade mi cabeza, oí dos o tres veces un sonidoextraño, como si alguien frotara dos guijarros,pero luego cesó.

—Había indicios de que los tinieblos

Page 67: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

rondaban por aquí, ¿sabe? Y estaba preocupado.Por eso he venido a buscarle. No suelen llegarhasta esta zona, pero cabe esa posibilidad. Sonun verdadero problema, ¿sabe usted? —dijo elhombre.

—¿Los tinieblos? —pregunté.—¡Vaya susto se llevaría usted si se topara

de pronto con alguno por aquí! —dijo, y soltóuna gran risotada.

—Pues sí, la verdad —dije yo, tratando decontemporizar con mi interlocutor. Nitinieblos ni nada. No me apetecía lo másmínimo toparme con cosas raras en laoscuridad.

—Por eso he venido a buscarle —repitióel hombre—. Los tinieblos son un verdaderoproblema.

—Se lo agradezco —dije.Tras avanzar un poco, empecé a oír un

ruido similar al de un chorro de agua saliendodel grifo. Era la cascada. Sólo la enfoqué un

Page 68: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

instante con la linterna y no pude verla aldetalle, pero parecía bastante grande. Si nohubiera eliminado el sonido, posiblemente elrugido sería considerable. Al llegar ante elsalto de agua, las salpicaduras me empaparoncompletamente las gafas.

—¿Tenemos que pasar por debajo? —pregunté.

—Sí —repuso el hombre. Y, sin agregarnada más, se dirigió con paso rápido hacia lacascada y desapareció por completo en suinterior. No me quedó más remedio queseguirlo a toda prisa.

Por fortuna, el pasaje por dondeatravesamos la cascada era el punto donde elchorro era menos caudaloso, pero, pese a todo,el agua poseía la fuerza suficiente paraaplastarnos contra el suelo. Aunque el hombrefuera con impermeable, tener que sufrir elazote de aquel chorro de agua cada vez queentraba o salía del laboratorio me parecía, por

Page 69: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

más que lo mirara con buenos ojos, unaimbecilidad. Posiblemente abrigaba elpropósito de salvaguardar algún secreto; aunasí, sin duda había maneras un poco másrefinadas de conseguirlo. Una vez bajo lacascada, me caí y me golpeé con fuerza larótula contra una roca. Al desaparecer elsonido, se había alterado por completo elequilibrio entre éste y la realidad que loproducía, lo que me provocaba un grandesconcierto. Una cascada debe estar dotadadel volumen de sonido que le corresponde.

Detrás del salto de agua se abría unacaverna que permitía apenas el paso de unapersona y, recto, al fondo había una puerta dehierro. El hombre extrajo del bolsillo delimpermeable algo parecido a una pequeñacalculadora y, al aplicarla a la ranura de lapuerta y manipularla, la puerta se abrió haciadentro sin ruido.

—Ya hemos llegado. Adelante —dijo

Page 70: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cediéndome el paso. Acto seguido, entró él ycerró la puerta—. Ha sido muy duro, ¿verdad?

—La verdad es que sí, no se lo negaré —respondí con discreción.

Todavía con el farol colgado del cuello, lacapucha en la cabeza y las gafas puestas, elhombre se rió. Tenía una risa extraña. Era algoasí como: «¡Jo! ¡Jo! ¡Jo!».

Habíamos penetrado en un cuarto grande yfrío como el vestuario de una piscina y, en unestante, se alineaban cuidadosamente dobladosmedia docena de impermeables, negros comoel mío, con sus botas de goma y gafascorrespondientes. Me quité las gafas, medesprendí del impermeable y lo colgué en unapercha, y dejé las botas de goma en laestantería. Por último, colgué la linterna de ungancho metálico de la pared.

—Siento haberle causado tantas molestias—dijo—. Pero no puedo descuidar las medidasde seguridad. Debo extremar las precauciones a

Page 71: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

causa de esos tipos que merodean por ahí.—¿Los tinieblos? —aventuré con

intención de sonsacarle.—Exacto. Entre otros, los tinieblos —

dijo el hombre asintiendo para sí.Me condujo hasta el fondo del vestuario y

entramos en una sala. Bajo el impermeable,apareció un anciano bajito y de portedistinguido. Sin ser grueso, era de complexiónfuerte y robusta. Tenía la tez sonrosada y, alponerse unas gafas sin montura que sacó delbolsillo del impermeable, cobró el aire de unimportante político de la época de preguerra.

Me invitó a sentarme en el sofá y él, a suvez, tomó asiento tras el escritorio. La estanciaera igual a aquella en la que me habíanintroducido hacía un rato. El color de lamoqueta, las luces, el color de las paredes, elsofá: todo era idéntico. Sobre la mesa deltresillo descansaba un juego de fumador. Sobreel escritorio había una agenda de mesa idéntica

Page 72: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a la otra y un montón de clips esparcidos demanera similar. Tanto que me dio la sensaciónde que, tras dar una vuelta, había regresado a lamisma habitación. Tal vez fuera así o tal vez no.Por lo que a mí respecta, no recordaba conexactitud cómo estaban esparcidos los clipssobre el escritorio.

El anciano me observó unos instantes.Después tomó un clip, lo enderezó y se retiróla cutícula de una uña. La cutícula de la uña deldedo índice de la mano izquierda. Tras rasparsela cutícula unos instantes, lanzó el clipdesdoblado al cenicero. Me dije que, si mereencarnaba en algo, no quería hacerlo en clip.No me satisfacía demasiado servir para retirarlas cutículas de las uñas de un ancianoextravagante y ser arrojado luego al cenicero.

—Según mis informaciones, los tinieblosse han unido a los semióticos —dijo el anciano—. Claro que una alianza entre ellos no puedeser muy sólida: los tinieblos son

Page 73: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

extremadamente precavidos y los semióticos,por el contrario, demasiado lanzados. Pero esuna mala señal. Y que los tinieblos ronden porlas inmediaciones cuando jamás deberían llegarhasta aquí es muy mal asunto. Si las cosassiguen así, tarde o temprano la zona se llenaráde tinieblos. Y yo me veré en un gran aprieto.

—Sí, desde luego —dije yo. No tenía lamenor idea de qué diabloseran los tinieblos,pero si los semióticos se habían aliado conalguna otra fuerza, era posible que las cosastomaran mal cariz incluso para mí. Me refiero aque nuestra rivalidad con los semióticosdescansaba sobre un equilibrio muy frágil y quela entrada en liza de otra fuerza, por pequeñaque ésta fuera, podía provocar un vuelco en lasituación. Para empezar, el simple hecho deque yo nunca hubiera oído hablar de lostinieblos y de que aquellos tipejos sí, yaindicaba que el equilibrio se había roto. Claroque tal vez yo no supiera nada porque era un

Page 74: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trabajador autónomo de categoría inferior yque, en cambio, quizá los capitostes de laorganización conocieran su existencia desdehacía mucho tiempo.

—Bueno, sea como sea, me gustaría quese pusiera a trabajar enseguida. ¿Qué le parece?

—Perfecto —dije.—Le pedí a mi agente que me enviara al

mejor calculador. Por lo visto, goza usted deuna reputación excelente. Todo el mundo cantasus excelencias. Dicen que es usted muycompetente, audaz, responsable en el trabajo.Exceptuando ciertas dificultades para el trabajoen equipo, nada que reprochar.

—Me abruma usted —dije. Soy unapersona modesta.

El anciano volvió a carcajearse.—En realidad, su capacidad para trabajar

en equipo me interesa muy poco. Lo queimporta es la audacia. La iniciativa esimprescindible para convertirse en un

Page 75: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

calculador de primera categoría. En fin, susueldo va a ser tan alto como corresponde a susservicios.

No había nada que decir, así quepermanecí en silencio. El viejo volvió a reírsey después me condujo a la estancia contigua: sucuarto de trabajo.

—Soy biólogo —dijo el anciano—.Bueno, más que la biología en sí, mi trabajoabarca un campo muy amplio, difícil de resumiren una palabra. Va desde la fisiología cerebralhasta la acústica, la filología y la teología. Notengo empacho en decirle que estoy llevando acabo una investigación muy original, de granvalor. Últimamente he centrado mis estudiosen el paladar de los mamíferos.

—¿En el paladar?—Sí, en la boca. En la constitución de la

boca. Cómo se mueve, cómo se emite la voz:eso es lo que investigo ahora. Mire allá.

Tras pronunciar esas palabras, accionó un

Page 76: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

interruptor de la pared y encendió la luz delcuarto. Una estantería ocupaba por entero lapared del fondo, y en sus estantes se alineaban,muy juntos, los cráneos de todo tipo demamíferos. Desde la jirafa, el caballo y elpanda hasta la rata, había reunidas allí todas lascabezas de mamífero imaginables. Hablando encifras, habría de trescientas a cuatrocientas.También había calaveras humanas, claro está.Cabezas de raza blanca, negra, asiática, deindios americanos, cada una de ellas con suscráneos masculino y femeninocorrespondientes.

—Los cráneos de ballena y de elefante lostengo en un depósito del subterráneo. Comocomprenderá, ocupan demasiado espacio —dijo el anciano.

—Sí, por supuesto —dije. Ciertamente,con la cabeza de una ballena ya se hubierallenado la habitación.

Como si se hubiesen puesto de acuerdo,

Page 77: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todos los animales tenían la boca abierta de paren par y con las cuencas de los ojos vacíasmiraban hacia la pared opuesta. Por más que lascalaveras estuvieran destinadas a un usocientífico, no era muy agradable verse rodeadode tantos huesos. En otra estantería sealineaban —aunque su número no era tanelevado como el de los cráneos— todo tipo delenguas, orejas, labios, laringes y paladaresconservados en formol.

—¿Qué le parece? Una colecciónestupenda, ¿verdad? —dijo el anciano, contento—. En este mundo hay quien colecciona selloso discos. También hay quien almacena botellasde vino en la bodega, y ricos que disfrutandecorando sus jardines con tanques. Pues yocolecciono cráneos. En este mundo hay detodo. Ahí radica su interés. ¿No le parece?

—Tiene usted razón —dije.—Desde una edad relativamente temprana

ya sentía un gran interés por los cráneos de los

Page 78: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mamíferos y los he ido coleccionando poco apoco. Empecé hace casi cuarenta años.Comprender los huesos requiere más tiempodel que se imagina. En este sentido, es muchomás sencillo comprender al ser humano cuandoestá dotado de un cuerpo con carne. Estoyplenamente convencido de ello. Claro queusted es joven y supongo que le interesará másla carne, ¿me equivoco? —Prorrumpió denuevo en carcajadas—. He tardado treinta añosen comprender el sonido que emiten loshuesos. ¡Y treinta años no son moco de pavo!

—¿Sonido? —pregunté—. ¿El sonido queemiten los huesos?

—En efecto —dijo el anciano—. Cadahueso tiene un sonido propio. Es, como sidijéramos, la señal secreta de los huesos. Y nodigo que los huesos hablen en un sentidometafórico, sino literal. La investigación querealizo en estos momentos tiene como objetoanalizar esa señal. Porque si llegáramos a

Page 79: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

descodificar esas señales, podríamoscontrolarlas artificialmente.

—Hum... —gruñí. Los detalles se meescapaban, pero si era como decía el anciano,no cabía duda de que se trataba de unainvestigación de gran valor.

—Parece una investigación muy valiosa—dije.

—Lo es, en efecto —dijo el anciano yasintió con un movimiento de cabeza—.Precisamente por eso van detrás de misestudios. Porque esa gente tiene el oído muyfino. Y quieren hacer un mal uso de misinvestigaciones. Porque si, por ejemplo,pudieran obtenerse los recuerdos a través delos huesos, ya no haría ninguna falta torturar anadie. Bastaría con matar a la persona,arrancarle la carne y limpiar los huesos.

—¡Qué espanto!—Para bien o para mal, mis

investigaciones todavía no han llegado hasta

Page 80: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ese punto. En el estadio en que se encuentranactualmente, para obtener recuerdos precisoses mejor extraer el cerebro.

—¡Estamos apañados! —exclamé. Extraerlos huesos o extraer el cerebro: no veía unagran diferencia entre una cosa y otra.

—Por eso necesito sus cálculos. Para quelos semióticos no puedan piratear los datos demis experimentos —dijo el anciano muy serio—. La ciencia, se utilice para fines malvados obuenos, ha puesto a la civilizacióncontemporánea en una situación crítica. Yocreo que la ciencia debe existir por y para símisma.

—En cuestión de creencias, yo ni entro nisalgo —repuse—, Pero sí querría aclararlealgo. Es un asunto práctico. Esta vez no hansido ni la oficina central del Sistema ni ningúnagente oficial los que han requerido misservicios, sino usted quien ha contactadodirectamente conmigo. Eso es algo

Page 81: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

excepcional. Hablando con franqueza, existe laposibilidad de que esté contraviniendo lasnormas. Y, en caso de infracción, puedensancionarme, e incluso podría llegar a perder lalicencia. ¿Me comprende?

—Le comprendo muy bien —dijo elanciano—. Su preocupación es muy lógica.Pero yo he cursado una solicitud formal alSistema. Sólo que, a fin de preservar el secreto,me he puesto en contacto directamente conusted sin seguir la vía administrativa normal.Usted no será sancionado ni nada por el estilo.

—¿Puede garantizármelo?El anciano abrió un cajón del escritorio,

sacó una carpeta y me la entregó. La hojeé.Contenía la solicitud oficial al Sistema. Nocabía la menor duda: el formulario y la firmaeran correctos.

—Está bien, supongo —dije y le devolvíla carpeta a mi interlocutor—, Mi categoría esescala doble, ¿le parece bien? La escala doble

Page 82: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

implica...—El doble de la tarifa ordinaria. No hay

problema. Esta vez, con la inclusión de laprima, ascenderá a escala triple.

—Es usted muy generoso.—Se trata de unos cálculos muy valiosos

y, además, ha tenido que pasar por debajo de lacascada —dijo el anciano y volvió a reírse.

—Por lo pronto, muéstreme los valoresnuméricos. La fórmula la decidiré después deverlos. ¿Quién se encargará de los cálculosinformáticos?

—De la informática me ocuparé yo. Ustedpuede encargarse del trabajo previo y delposterior. ¿Le parece bien?

—Perfecto. Así se agiliza el proceso.El anciano se levantó de la silla, palpó el

muro que había a sus espaldas y lo que parecíaser una simple pared se abrió de repente de paren par. Todo muy bien pensado. El anciano sacóotra carpeta y cerró la puerta. Al cerrarla, el

Page 83: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

muro volvió a convertirse en una pared blancasin peculiaridad alguna. Cogí la carpeta y leí lasdetalladas cifras que atiborraban siete páginas.Los valores numéricos no presentaban en símismos ningún problema. Eran simples cifras.

—Para algo de este nivel, bastará unsimple lavado —dije—. Con una analogía defrecuencia como ésta, no hay que temer lainstalación de ningún puente provisional. Ya séque teóricamente existe esa posibilidad, perono podría demostrarse la validez del puenteprovisional en cuestión y, al no ser posibleacreditarla, tampoco se podrían controlar todoslos errores que conllevaría. Eso equivaldría acruzar el desierto sin brújula. Moisés lo logró,pero...

—Moisés logró incluso atravesar el mar.—De eso hace ya mucho tiempo. Por lo

que a mí respecta, no conozco ningúnprecedente de que los semióticos hayanlogrado introducirse a este nivel.

Page 84: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Me está diciendo que basta con unaconversión simple?

—Es que una conversión doblecomportaría un riesgo demasiado elevado. Yasé que reduciría a cero la posibilidad deintroducción de un puente provisional, pero, enesa etapa, es un malabarismo. El proceso deconversión aún no se ha fijado. Lainvestigación todavía no ha concluido.

—No estoy hablando de una conversióndoble —dijo el anciano y empezó de nuevo aretirarse la cutícula con un clip. Ahora, la deldedo corazón de la mano izquierda.

—¿A qué se refiere, entonces?—A un shuffling. Estoy hablando de un

shuffling. Quiero que haga un shuffling y unlavado de cerebro. Por eso lo he llamado. Paraun simple lavado de cerebro, no habría sidonecesario hacerlo venir.

—No lo entiendo —dije, descruzando laspiernas y volviéndolas a cruzar—. ¿Cómo es

Page 85: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que conoce usted el shuffling? Es informaciónestrictamente confidencial. Nadie ajeno alprograma debería conocerlo.

—Pues yo lo conozco. Tengo un canal deinformación directo con las altas esferas delSistema, ¿comprende?

—En ese caso, indague a través de esecanal. Porque resulta que ahora el sistemashuffling está cancelado. No sé por qué.Posiblemente haya surgido algún problema. Enfin, no importa. Lo cierto es que ahora estáprohibido utilizar el shuffling. Y si sedescubriera que yo lo he hecho, el asunto noacabaría en una simple sanción.

El anciano volvió a tenderme la carpeta.—Mire con atención la última hoja. Tiene

que haber adjunta una autorización de uso delsistema shuffling.

Tal como me pedía, abrí la última hoja yeché un vistazo al documento. No cabía duda deque contenía una autorización para usar el

Page 86: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sistema shuffling. La releí repetidas veces,pero era oficial. Contenía cinco firmas. ¿Enqué estarían pensando los capitostes de laorganización? No lograba entenderlo. Excavasun hoyo y, acto seguido, te dicen que lorellenes; y lo haces, aplanas la tierra, yentonces te dicen que vuelvas a excavarlo. Ylos que sufren las molestias son los mandadoscomo yo.

—Hágame fotocopias en color de todoslos documentos de solicitud. Si no los tengo,podría verme en un aprieto.

—¡Oh, claro! —exclamó el anciano—.Claro que sí. Usted no debe preocuparse pornada. Todos los trámites se han realizado en lamás absoluta legalidad. Y respecto al sueldo,ahora le pagaré la mitad, y el resto se loentregaré cuando termine el trabajo. ¿Le parecebien?

—Perfecto. El lavado de cerebro lo haréahora mismo. Después volveré a casa con los

Page 87: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

valores numéricos lavados y allí realizaré elshuffling. Para ello son necesarios diversospreparativos. Y cuando estén listos los datosque obtenga del shuffling, se los traeré.

—Lo necesito sin falta para dentro de tresdías al mediodía.

—Es suficiente —aseguré.—Le suplico que no se retrase —urgió el

anciano—. Si se retrasara, sucedería algoterrible.

—¿Se hundiría el mundo, tal vez? —pregunté.

—Pues, en cierto sentido, sí —dijo elanciano con aire de misterio.

—No se preocupe. Siempre he respetadolos plazos —dije—. Si es posible, desearía untermo con café caliente y agua con hielo.También querría una cena ligera. Porque creoque me espera una larga sesión de trabajo.

Tal como suponía, fue una larga sesión de

Page 88: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trabajo. La ordenación de los valoresnuméricos fue, en sí, una tarea relativamentesencilla, pero, dado el alto número devariables, el cálculo requirió más tiempo delesperado. Introduje los valores numéricosresultantes en el hemisferio derecho delcerebro y, tras codificarlos y convertirlos envalores totalmente diferentes, los pasé alhemisferio izquierdo, extraje de éste unosvalores numéricos completamente distintos ylos imprimí en papel. En eso consiste el lavadode cerebro, expresado de una manera muysimple. Las cifras convertidas varían según elcalculador. Estos valores numéricos difierende la tabla de números aleatorios en el sentidode que son susceptibles de ser representadosen un diagrama. Y la clave radica en la particióndel hemisferio derecho e izquierdo del cerebro(ésta es una terminología arbitraria, porsupuesto. En realidad, no existe una divisiónneta entre las partes derecha e izquierda). Si lo

Page 89: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dibujásemos, vendría a ser algo así: (faltaimagen)

En resumen, si los bordes mellados no seacoplan a la perfección, es imposible devolverlos valores numéricos a su forma original. Sinembargo, los semióticos intentandescodificarlos tendiendo puentesprovisionales desde su ordenador a las cifraspirateadas. Es decir, que analizan los valoresnuméricos y reproducen la melladura en unholograma. Unas veces lo logran, y otras vecesno. Si nosotros perfeccionamos el niveltécnico, ellos contraatacan perfeccionándolo asu vez. Nosotros protegemos los datos; elloslos roban. La clásica historia de policías yladrones.

Los semióticos transfieren al mercadonegro gran parte de la información queconsiguen de manera ilícita y obtienen con ellopingües beneficios. Y lo que es peor: se

Page 90: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reservan para ellos la información más valiosay la utilizan en beneficio propio de un modomuy eficaz.

Nuestra organización es conocidageneralmente como el Sistema, y laorganización de los semióticos, la Factoría. Ensus inicios, el Sistema era un conglomerado deempresas privadas, pero a medida que crecía suimportancia, se fue invistiendo de un caráctersemigubernamental. Funciona de maneraparecida a la Bell Company estadounidense.Los calculadores estamos en la base de laorganización y somos trabajadores autónomos,igual que los asesores fiscales y los abogados,pero necesitamos una licencia oficial expedidapor el Estado y sólo podemos aceptar trabajodel Sistema o de los agentes oficialesacreditados por éste. Esa medida cautelar tienecomo objeto impedir que la Factoría haga unuso ilícito de la técnica, y a quienes lacontravienen se les impone una sanción y les

Page 91: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

retiran la licencia. Sin embargo, no tengo muyclaro si es o no una medida acertada. Porquelos calculadores que pierden la acreditaciónoficial suelen ser absorbidos por la Factoría, sepasan al terreno de la ilegalidad y acabanconvirtiéndose en semióticos.

No sé cómo está estructurada la Factoría.Al principio surgió como una empresa de altoriesgo de pequeña envergadura, pero creció deforma acelerada. Hay quien habla de una «mafiade datos», y lo cierto es que su manera deramificarse en organizaciones clandestinas dediversa índole tal vez sea propia de la mafia. Sinembargo, la Factoría únicamente trata coninformación, y en este aspecto difiere de lamafia. La información es limpia, rentable.Ellos vigilan los ordenadores a los que hanechado el ojo y piratean la información.

Proseguí el lavado de cerebro mientrasme bebía un termo entero de café. Trabajar una

Page 92: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hora y descansar media: ésta es mi norma. Sino lo hago así, la juntura entre el hemisferioderecho y el izquierdo pierde precisión y losvalores numéricos se emborronan.

Durante la media hora de descanso estuvecharlando con el anciano. No importa sobrequé, pero mover los labios y hablar es la mejormanera de recobrarse de la fatiga mental.

—¿De qué son esos datos? —le pregunté.—Son las cifras de las mediciones de mi

experimento —dijo el anciano—. Los frutos demi trabajo de este último año. La combinaciónde la conversión en cifras de las imágenestridimensionales de la capacidad de los cráneosy paladares de cada uno de los animales juntocon el producto de la descomposición en treselementos de sus voces. Ya le he dicho antesque he tardado treinta años en comprender elsonido propio de cada hueso, pero cuandoconcluya los cálculos, seremos capaces deextraer el sonido, no de forma empírica, sino

Page 93: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

teórica.—¿Y podremos controlarlo de forma

artificial?—En efecto —dijo el anciano.—Y cuando lo controlemos

artificialmente, ¿qué ocurrirá?El anciano permaneció en silencio;

mientras, se pasaba la lengua por el labiosuperior.

—Muchas cosas —dijo poco después—.La verdad es que sucederán muchas cosas. Nopuedo decírselo, pero ocurrirán cosas que niusted puede imaginar.

—¿La eliminación del sonido es una deellas? —pregunté.

El anciano rió, divertido.—Sí. Exacto. Ajustándose a las señales

propias del cráneo del ser humano, se podráeliminar o reducir el sonido. Dado que la formadel cráneo de cada persona es distinta, elsonido no podrá eliminarse del todo, pero sí

Page 94: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reducirse considerablemente. Para resumir, setrata de acoplar la vibración del sonido a la delantisonido y hacer que suenen de maneraconjunta. La eliminación del sonido es uno delos logros más inofensivos de miinvestigación.

Si aquello era inofensivo, figúrense elresto. Al imaginar a todo el mundo apagando obajando el sonido a su antojo, experimentécierto fastidio.

—La eliminación del sonido puedeefectuarse en su producción o en su recepción—dijo el anciano—. Es decir, que puedeeliminarse el sonido no oyéndolo, como antesha ocurrido con el ruido del agua, o noemitiéndolo. En el caso de la emisión de voz, alser algo personal, la efectividad es del cien porcien.

—¿Tiene usted la intención de hacerlopúblico?

—¡En absoluto! —El anciano agitó las

Page 95: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

manos—. No tengo la menor intención deenseñar a los demás una cosa tan interesante.Lo hago para entretenerme.

Volvió a prorrumpir en carcajadas. Yotambién me reí.

—Mi investigación se limita a un campomuy especializado, y la fonética no interesa acasi nadie —prosiguió—. Además, meextrañaría que los asnos del mundo académicoentendieran algo de mi teoría. Ningúncientífico me hace caso, ¿sabe usted?

—Sí, pero los semióticos no son idiotas.Son unos genios analizando. Seguro queentenderían muy bien su investigación.

—Por eso extremo las precauciones.Mantuve en secreto los datos y losprocedimientos, y publiqué sólo la teoría enforma de hipótesis. De ese modo, no haypeligro de que lo descifren. Puede que elmundo científico me ignore, pero dentro decien años se probará mi teoría. Con eso me

Page 96: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

basta.—Hum...—Precisamente por eso, todo depende de

su lavado y de su shuffling.—Ya veo —dije.

Después, volví a concentrarme una hora

más en los cálculos. Y me tomé otro descanso.—Me gustaría hacerle una pregunta —

dije.—¿Sobre qué? —dijo el anciano.—Sobre la joven de la entrada, una chica

rellenita con un traje chaqueta de color rosa...—dije.

—Es mi nieta —dijo el anciano—. Unachica muy inteligente. Pese a lo joven que es,ya me ayuda en los experimentos.

—Verá, quería preguntarle si es muda denacimiento o si la han sometido a alguna pruebade eliminación del sonido, porque...

—¡Oh, no! —exclamó el anciano dándose

Page 97: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una fuerte palmada en la rodilla—. ¡Se me habíaolvidado por completo! Hice con ella unexperimento de eliminación del sonido y meolvidé de devolverla a su estado natural. ¡Quédesastre, qué desastre! Tendré que ir enseguiday restablecer su sistema de sonido.

—Sí, es una buena idea —dije yo.

Page 98: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

4. La biblioteca

EL FIN DEL MUNDO

El centro de la ciudad lo constituía unaplaza semicircular que se extendía por el ladonorte del Puente Viejo. La otra mitad delcírculo, es decir, su parte inferior, estaba en ellado sur, separada por el río. Aunque a ambossemicírculos se los denominaba la Plaza Nortey la Plaza Sur, y eran concebidos como unaunidad, de hecho eran tan distintos que casipodía decirse que causaban una impresióndiametralmente opuesta. En la Plaza Nortereinaba una atmósfera extraña, densa yasfixiante, como si en ella confluyera elsilencio de las calles circundantes. En la PlazaSur, por el contrario, había poco que sentir;

Page 99: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sobre ella flotaba una vaga sensación depérdida. En comparación con la zona que seextendía al norte del puente, al sur los edificiosescaseaban y las piedras redondas delpavimento y los parterres estaban pococuidados.

En el centro de la Plaza Norte se erguíaalta, apuntando al cielo, la gran torre del reloj.En lugar de torre del reloj, en realidad tal vezhubiera sido más exacto decir que tenía laforma de una torre del reloj. Porque, un día, susagujas se inmovilizaron y el reloj perdió porcompleto su función.

Aquella torre cuadrada de piedra, con suscuatro aristas apuntando a los cuatro puntoscardinales, se iba estrechando conforme ganabaen altura. En su cima había cuatro esferas, unaen cada cara, con las ocho agujas señalando,para toda la eternidad, las diez y treinta y cincominutos. Por los ventanucos que sevislumbraban un poco más abajo cabía suponer

Page 100: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que la torre estaba hueca y que se podíaascender a la cima por una escalera o algosimilar, pero no se veía entrada alguna. La torreera altísima, tanto que, para distinguir la horaque señalaban las agujas, era necesario cruzarel río y pasar al lado sur.

La plaza estaba rodeada de varias hilerasde edificios de piedra y ladrillo dispuestos enforma de abanico. Sin adornos ni indicaciones,sin nadie que entrara o saliera por sus puertascerradas a cal y canto, nada distinguía unedificio de otro. Tal vez fuesen oficinas decorreos que hubieran perdido sus cartas, ocompañías mineras que hubiesen perdido a susmineros, o crematorios que hubiesen perdido asus difuntos. Sin embargo, extrañamente,aquellos edificios mudos, desiertos, nosuscitaban una sensación de abandono. Cada vezque atravesaba esas calles, me daba laimpresión de que, en su interior, personasdesconocidas contenían el aliento mientras

Page 101: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

realizaban labores que yo ni sospechaba.La biblioteca se encontraba en una de esas

calles desiertas. Para tratarse de una biblioteca,era un edificio de piedra normal y corriente,sin nada que lo diferenciase del resto. Ningúndistintivo o rasgo externo indicaba que lofuese. Con sus viejos y descoloridos muros depiedra de lúgubres tonalidades, sus ventanascon barrotes y estrechos sobradillos y supuerta maciza, habría podido confundirse conun granero. Si el guardián no me hubieraanotado detalladamente el camino en un papel,tal vez jamás la hubiese hallado ni reconocido.

—En cuanto te hayas instalado, irás a labiblioteca —me había dicho el guardián el díade mi llegada a la ciudad—. Hay allí una chica,ella sola se encarga de vigilarla. Y esa chica meha dicho que la ciudad desea que leas los viejossueños.

El guardián, que, con un cuchillo pequeño,tallaba una cuña redonda de un pedazo de

Page 102: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

madera, se detuvo, recogió las virutasdesparramadas sobre la mesa y las echó a labasura.

—¿«Viejos sueños»? —solté sin pensar—, ¿Y eso qué es?

—Los viejos sueños son... viejos sueños.En la biblioteca los hay a montones. Tú cogetantos como quieras y léelos con calma.

El guardián estudió detenidamente eltrozo de madera cuya punta acababa de pulir y,convencido al fin, lo depositó en un estante quehabía a sus espaldas. En éste se alineaban unaveintena de objetos de madera tallados yafilados de la misma forma.

—Tú eres libre de preguntar y yo soy librede responderte —dijo el guardián cruzando lasmanos detrás de la nuca—. También hay cosasa las que no puedo contestar. Sea como sea, apartir de ahora irás todos los días a labiblioteca y leerás viejos sueños. Este será tutrabajo. Te presentarás allí a las seis de la tarde

Page 103: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y leerás sueños hasta las diez o las once de lanoche. La cena te la preparará la chica. El restodel tiempo podrás emplearlo como quieras. Sinlimitaciones de ningún tipo. ¿Comprendido?

—Comprendido —dije—. Por cierto,¿hasta cuándo tendré que realizar ese trabajo?

—¡Vete a saber! Tampoco lo sé yo. Hastaque llegue el momento —dijo el guardián. Yextrajo otro trozo de madera de un montón deleña y empezó a tallarlo de nuevo con elcuchillo.

—Esta es una ciudad pequeña y pobre. Nopuede permitirse mantener a ociosos. Todo elmundo debe desempeñar la tarea que lecorresponde. Tú leerás viejos sueños en labiblioteca. Supongo que no vendrías aquí con laidea de pasarte los días ocioso, ¿verdad?

—Para mí trabajar no representa ningúnsacrificio. Es más agradable hacer algo queestar mano sobre mano —dije.

—Muy bien —asintió el guardián sin

Page 104: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

despegar los ojos de la punta del cuchillo—.Entonces, será mejor que empieces a trabajarcuanto antes. A partir de ahora, te llamarás «ellector de sueños». Ya no tendrás otro nombre.Tú serás «el lector de sueños», igual que yosoy «el guardián». ¿Comprendido?

—Comprendido —contesté.—Y de la misma forma que sólo hay un

guardián en la ciudad, sólo habrá un lector desueños. Porque, para serlo, hay que cumplirciertos requisitos. Y yo ahora voy a facilitartelas cosas para que los cumplas.

Tras decir eso, el guardián sacó de laalhacena un platito plano de color blanco, lodepositó sobre la mesa y vertió aceite en él.Después, prendió una cerilla e hizo arder elaceite. Acto seguido, entre los objetoscortantes que se alineaban en el estante, tomóun peculiar cuchillo, de punta achatada,parecido a un cuchillo para la mantequilla, ycalentó largamente la punta. Después apagó el

Page 105: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fuego de un soplo y lo dejó enfriar.—Es para marcarte —dijo el guardián—.

Pero no va a dolerte en absoluto. No debestener miedo. Además, terminaré en un abrir ycerrar de ojos.

Me alzó con un dedo el párpado del ojoderecho, lo abrió y me pinchó el globo ocularcon la punta del cuchillo. Sin embargo, talcomo me había anunciado, no me dolió;tampoco sentí, extrañamente, ningún temor. Elcuchillo mordió mi globo ocular de formadulce y callada, como si su punta fuera degelatina. Acto seguido, repitió la mismaoperación con el ojo izquierdo.

—Cuando dejes de ser lector de sueños,la herida cicatrizará por sí misma —dijo elguardián retirando el plato y el cuchillo—.Porque, en definitiva, esta herida es la marcadel lector de sueños. Pero hay algo que debestener en cuenta: con esos ojos no puedes mirarla luz del sol. Si lo haces, recibirás el merecido

Page 106: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

castigo. Así pues, a partir de ahora sólo podrássalir de noche o cuando esté nublado. Los díassoleados procura mantener la habitación aoscuras y enciérrate en ella.

El guardián me entregó unas gafas decristales oscuros y me indicó que las llevarasiempre puestas, excepto mientras dormía. Yasí fue como perdí la luz del sol.

Unos días después, al atardecer, empujé lapuerta de la biblioteca. La pesada puerta demadera se abrió con un chirrido: detrás seextendía, en línea recta, un largo pasillo. El aireestaba enrarecido y polvoriento, como sillevara largos años estancado. Las tablas delentarimado se habían desgastado por el roce delas suelas de los zapatos y las paredes de yesohabían adquirido la misma tonalidad amarillentaque la luz de la lámpara.

A ambos lados del pasillo había variaspuertas, pero una blanca capa de polvo cubría

Page 107: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las cadenas que colgaban de sus pomos. Laúnica puerta sin cadena era la del fondo delpasillo, una puerta de delicada hechura, con uncristal esmerilado detrás del cual sevislumbraba la luz de una lámpara. Llamé variasveces con los nudillos, pero nadie me abrió.Apoyé la mano en el pomo y lo giré consuavidad: la puerta se abrió hacia dentro sin unsonido. En la habitación no había un alma. Unaestancia simple y desierta, mayor que la sala deespera de una estación de tren, sin ventanaalguna, sin objetos decorativos. Sólo una mesatosca y tres sillas, una vieja estufa de hierro decarbón. Y un reloj de pared, y el mostrador.Sobre la estufa, una cafetera negra con elesmalte desconchado de la que se alzaba unanube blanca de vapor. Al otro lado delmostrador había una puerta con cristalesmerilado, idéntica a la de la entrada, y detrásde ésta se vislumbraba, como era de esperar, laluz de una lámpara. Dudé si llamar a la puerta o

Page 108: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no, pero al final decidí no hacerlo y esperar aque apareciera alguien.

Sobre el mostrador había esparcidos unosclips plateados. Los cogí y, tras juguetear conellos unos instantes, me senté en la silla quehabía frente a la mesa.

La chica apareció por la puerta de detrásdel mostrador unos diez o quince minutos mástarde. En la mano llevaba una especie decarpeta. Me miró con fijeza, ligeramentesorprendida, y sus mejillas se arrebolaron unosinstantes.

—Perdone —dijo ella—. No sabía quehubiera entrado alguien. Tendría que haberllamado a la puerta. He estado todo el rato en lahabitación del fondo, ordenando las cosas. Esque está todo patas arriba, ¿sabe?

Permanecí largo tiempo inmóvil, sin decirnada, contemplando su rostro. Me daba lasensación de que, de un momento a otro, su

Page 109: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cara iba a recordarme algo. Poseía algo queremovía con suavidad un blando poso sepultadoen el fondo de mi conciencia. Pero era incapazde calibrar qué significaba, y las palabras sehundían en lejanas tinieblas.

—Como sabrá, ya no viene nadie por aquí.Lo único que queda son viejos sueños. Nadamás.

Sin apartar la mirada de su rostro, esbocéun pequeño gesto de asentimiento. Intentéobtener alguna información a partir de sus ojos,de sus labios, de su frente ancha, de su cabellonegro recogido atrás, pero, cuanto más meconcentraba en los detalles, más sedesdibujaba, más lejana se me antojaba laimagen de conjunto. Descorazonado, cerré losojos.

—Perdone, pero ¿no se habrá confundidousted de edificio? Todos se parecen —dijo elladepositando la carpeta sobre el mostrador,junto a los clips—. El único que puede entrar

Page 110: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aquí y leer los viejos sueños es el lector desueños. No se permite la entrada a nadie más.

—Yo he venido a leer los sueños —afirmé—. La ciudad me ha dicho que lo haga.

—¿Le importaría quitarse las gafas?Me quité las gafas oscuras y la miré de

frente. Ella fijó la vista en mis dos pupilas, quehabían adquirido la pálida tonalidad de la marcadel lector de sueños. Me dio la impresión deque su mirada me atravesaba la carne hastapenetrar en la médula de mis huesos.

—Muy bien. Vuelva a ponerse las gafas —dijo—, ¿Le apetece un café?

—Sí, gracias.Ella trajo dos tazas de la habitación del

fondo, las llenó de café de la cafetera y tomóasiento al otro lado de la mesa.

—Aún no he terminado de prepararlotodo. Empezaremos a leer sueños mañana —me dijo ella—. ¿Te parece bien leerlos aquí?La sala de lectura está cerrada, pero, si lo

Page 111: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

prefieres, la abriré.Repuse que me parecía bien allí, y

pregunté:—¿Me ayudarás tú?—Sí. Mi trabajo consiste en guardar los

viejos sueños y en ayudar a leerlos.—¿Es posible que nos hayamos visto

antes en alguna parte?Ella alzó los ojos y me miró fijamente.

Rebuscó en su memoria, tratando de encontraralgún vínculo conmigo, pero al final desistió ysacudió la cabeza.

—Como sabes, en esta ciudad losrecuerdos son muy poco precisos,terriblemente inciertos. Hay cosas quepodemos recordar y cosas que no. Al parecer,tú perteneces al segmento de las cosasimposibles de recordar. Lo siento.

—No importa —repliqué—. No tiene lamenor importancia.

—Es posible que nos hayamos visto antes.

Page 112: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Yo he vivido siempre en la ciudad y no es muygrande.

—Sí, pero yo he llegado hace sólo unosdías.

—¿Unos días? —se sorprendió—.Entonces, seguro que me confundes con otrapersona. Yo he vivido aquí toda mi vida, jamáshe salido de la ciudad. Debe de tratarse dealguien parecido a mí.

—Es posible —dije. Y tomé un sorbo decafé—. Pero a veces lo pienso, ¿sabes? Mepregunto si, hace tiempo, no habremos vividotodos en un lugar completamente distinto, si nohabremos llevado todos, una vidacompletamente diferente. Y si, por una razón uotra, estas vivencias no se han borrado denuestra memoria y vivimos ignorándolas. ¿Nolo has pensado nunca?

—Nunca —dijo ella—, Pero es posibleque se te ocurran estas cosas porque eres ellector de sueños. El lector de sueños piensa y

Page 113: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

siente de una manera muy distinta a los demás.—No sé —dije yo.—Entonces, ¿tú sabes qué hacías y dónde?—No, no me acuerdo —dije. Me dirigí al

mostrador, cogí uno de los clips que estabandesparramados por encima y lo contemplédurante unos instantes—. Pero siento que hayalgo. Tengo la certeza. Y también me da laimpresión de que a ti te he conocido antes enalgún otro lugar.

El techo de la biblioteca era alto, laestancia estaba tan silenciosa como el fondodel mar. Con el clip en la mano, sin pensar ennada, barrí la sala con ojos distraídos. Sentadaante la mesa, ella seguía tomándose el cafésola, con calma.

—Tampoco sé por qué he venido aquí —dije.

Al posar la vista en el techo, vi cómo laspartículas de luz amarillenta de la lámpara quedescendían desde lo alto se hinchaban y

Page 114: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

encogían. Posiblemente se debiera a mispupilas heridas. El guardián me habíatransformado los ojos para que pudiera vercosas excepcionales. En la pared, un relojgrande y viejo desmenuzaba el tiempolentamente, sin hacer el menor ruido.

—Tal vez haya venido a la ciudad poralgún motivo, pero no consigo recordar cuál —añadí.

—Esta ciudad es muy tranquila. Si hasvenido en busca de paz, seguro que te gustará.

—Sí, seguro que sí —repuse—. ¿Y quétengo que hacer hoy aquí?

Ella hizo un ademán negativo con lacabeza, se levantó con movimientos pausados yrecogió las dos tazas vacías.

—Hoy no puedes hacer nada aquí.Empezaremos a trabajar mañana. Mientras,vuelve a casa y descansa.

Alcé de nuevo los ojos hacia el techo yluego volví a clavarlos en su rostro. Sin duda

Page 115: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aquel rostro estaba estrechamente ligado a algodel fondo de mi corazón. Y ese algo meproducía una emoción suave y dulce. Cerré losojos y rebusqué dentro de mi mente confusa.Al cerrar los ojos, sentí cómo el silencio,semejante a un fino polvo, iba cubriendo micuerpo.

—Vendré mañana a las seis —dije.—Adiós —dijo ella.

Al salir de la biblioteca, me acodé en la

barandilla del Puente Viejo y, mientrasescuchaba el murmullo del agua, contemplé laciudad, que las bestias ya habían abandonado.Las primeras y pálidas sombras de la nocheteñían de azul la torre del reloj, los muros depiedra que circundaban la ciudad, las hileras deedificios que bordeaban el río y la Sierra delNorte. Mis oídos percibían sólo el murmullodel agua. Incluso los pájaros se habían ido ya aalguna parte.

Page 116: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ella me había dicho: «Si has venido enbusca de paz...».

Pero yo no podía jurar eso.Cuando las negras tinieblas cayeron sobre

la ciudad y empezaron a encenderse las farolasque se sucedían en el camino que bordeaba elrío, me dirigí hacia la Colina del Oeste por lascalles desiertas.

Page 117: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

5. Cálculos. Evolución. Deseosexual

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

El anciano regresó a la superficie pararestituir la voz original a su nieta insonorizada,y yo proseguí a solas mis cálculos mientrastomaba café.

No sé cuánto tiempo estuvo ausente. Yohabía programado mi reloj de pulsera digital demodo que la alarma sonara, alternativamente, ala hora y a la media hora, a la hora y a la mediahora... para así entregarme al cálculo y aldescanso, al cálculo y al descanso, guiándomepor la señal. Apagué la esfera del reloj para nover la hora. Si estoy pendiente del tiempo, me

Page 118: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuesta más concentrarme en mis cálculos. Y esque la hora real no guarda relación con misoperaciones matemáticas. Cuando inicio miscálculos, empieza la jornada de trabajo; cuandolos concluyo, termina. Para mí, el únicotiempo válido es el ciclo hora-media hora,hora-media hora.

Mientras el anciano permaneció fuera,descansé dos o tres veces. En las pausas metendí en el sofá y dejé vagar libremente mispensamientos, fui al lavabo, hice flexiones. Elsofá era muy cómodo. Ni demasiado duro nidemasiado blando, y el cojín se adaptaba a laperfección a la forma de mi cabeza. En todoslos sitios a los que voy a trabajar, cuando llegala hora del descanso acostumbro a echarme unrato en el sofá, y lo cierto es que haypoquísimos que valgan realmente la pena. Lossofás son en su mayoría verdaderas chapuzas;parecen comprados para salir del paso, y amenudo, incluso en el caso de los más lujosos,

Page 119: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

esos cuya calidad se aprecia a simple vista, alacostarte en ellos te llevas una gran decepción.No comprendo cómo la gente es tan descuidadaa la hora de elegir un sofá.

Siempre he creído —aunque tal vez sea unprejuicio, vete a saber— que, en la elección delsofá, uno demuestra su categoría. El mundo delsofá tiene unas reglas propias que no puedestransgredir. Pero eso sólo puede entenderloquien haya crecido sentado en un buen sofá.Sucede como con quien ha crecido leyendobuenos libros o escuchando buena música. Unbuen sofá crea buenos sofás, un mal sofá creamalos sofás. Es así como funciona.

Conozco a varios individuos que, pese aconducir automóviles de lujo, tienen en su casasofás de segunda o tercera categoría. Esostipos no me merecen excesiva confianza. Unautomóvil de lujo tendrá su valor, nadie loniega, pero no es más que un coche caro.Cualquiera que tenga dinero puede comprarlo.

Page 120: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Sin embargo, para adquirir un buen sofá, hacefalta juicio, experiencia y filosofía. Cuestadinero, pero no basta con gastar dinero. Esimposible hacerse con un sofá excelente si nose tiene una imagen clara y definida de lo quees un sofá.

El sofá en el que estaba tendido yo enaquellos momentos era, a todas luces, un sofáde primera categoría. Eso despertó missimpatías hacia el anciano. Acostado en el sofá,con los ojos cerrados, estuve dándole vueltas asu extravagante conversación y a su extrañomodo de reírse. Al recordar lo de laeliminación del ruido, me dije que no cabíaduda de que, como científico, pertenecía a lacategoría superior. Un científico mediocrejamás podría eliminar o introducir el sonido asu antojo. Es más, a un científico mediocre nisiquiera se le pasaría por la cabeza que cupieratal posibilidad. También era innegable que elhombre era terco. Entre los científicos

Page 121: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

abundaban los excéntricos o los misántropos,pero no conocía a ninguno que llegara alextremo de construirse un laboratoriosubterráneo detrás de una cascada para huir delas miradas de la gente.

Imaginé las astronómicas cifras quepodrían derivarse de la comercialización de latécnica de eliminación e introducción delsonido. Para empezar, los equipos PAdesaparecerían de las salas y locales deconciertos. Ya no harían falta aparatosasmáquinas para amplificar el sonido. Y tambiénsería posible lo contrario: eliminarlo. Si sedotara a los aviones de mecanismos para anularel sonido, las personas que viven cerca de losaeropuertos lo agradecerían. Al mismo tiempo,era innegable que la industria armamentística yel mundo de la delincuencia también harían usode esa técnica. Bombarderos silenciosos,armas con silenciador, bombas con el volumenamplificado para hacer estallar el cerebro

Page 122: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

humano y otros artefactos por el estilo iríanapareciendo, uno tras otro, y con ellos lamatanza institucionalizada de seres humanos agran escala alcanzaría un grado de sofisticaciónsin precedentes. Me parecía estar viéndolo conmis propios ojos. Quizá el anciano fueraconsciente de ello y, precisamente por esemotivo, no se atreviera a publicar losresultados de su estudio y se los guardara paraél. La simpatía que sentía hacia el ancianoaumentó.

Regresó cuando yo había completado yacinco o seis veces el ciclo de trabajo. De subrazo colgaba una gran cesta.

—He traído café recién hecho, yemparedados —dijo el anciano—. De pepino,de jamón y de queso. ¿Le gustan?

—Gracias. Son mis preferidos —dije.—¿Va a comérselos enseguida?—Cuando acabe este ciclo, gracias.Cuando sonó la alarma del reloj, había

Page 123: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

completado ya el lavado de cinco de las sietehojas de listas de valores numéricos. Faltabapoco. Lo dejé en este punto, me levanté y,después de desperezarme largamente, empecé acomer.

Había montañas de emparedados, muchosmás de los que te sirven los restaurantes ybares en un plato. Devoré dos tercios delmontón en silencio. No creo que haya ningunarazón en particular, pero un lavado de cerebroprolongado me despierta un hambre canina. Fuiembutiéndome en la boca, por ese orden,emparedados de jamón, de pepino y de queso,acompañándolos de café caliente.

Mientras yo devoraba tres, el ancianomordisqueaba uno. Por lo visto, le gustaba elpepino y, tras levantar la rebanada de pan y salarel pepino con gran cuidado, lo masticaba confruición entre pequeños crujidos. No sé porqué, pero parecía un grillo bien educado.

—Coma, coma. Coma tanto como quiera

Page 124: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—me animó el anciano—, A mi edad, cada vezse come menos. Se come poco y se trabajapoco. Pero los jóvenes tienen que comermucho. Es bueno comer mucho y engordar. Lagente odia engordar. A mi modo de ver, esporque engorda mal. Y cuando engorda mal,pierde la salud y la belleza. Pero si uno engordabien, eso no sucede. Al contrario: vive la vidaen su plenitud, el deseo sexual aumenta, tienela mente más lúcida. Yo, cuando era joven,también estaba muy gordo. Ahora soy unasombra de lo que era, ¿sabe? —El hombre serió a carcajadas, frunciendo los labios—,¿Qué? ¿Qué le parecen? Están buenos, ¿verdad?

—Pues sí. Riquísimos —los alabé. Erandeliciosos. Soy tan exigente con losemparedados como con los sofás, peroaquéllos superaban con creces el límite de loaceptable. El pan era tierno, esponjoso, cortadocon un cuchillo limpio y bien afilado. Porcierto, eso es algo que suele pasar inadvertido,

Page 125: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero para preparar un buen emparedado esindispensable contar con un buen cuchillo. Porexcelentes que sean los ingredientes, si elcuchillo es malo, es imposible prepararemparedados que merezcan tal nombre. Enaquel caso, la mostaza era de calidad superior;la lechuga, crujiente; la mayonesa, hecha amano, o lo parecía. Hacía tiempo que no comíaunos emparedados tan bien hechos.

—Los ha preparado mi nieta. Como señalde agradecimiento hacia usted —dijo elanciano—. Es su especialidad, ¿sabe?

—Son fantásticos. Ni un profesional losprepararía mejor.

—¡Qué bien! Cuando se lo diga, se pondrámuy contenta. Es que, ¿sabe?, como casi nuncatenemos visitas, tiene poquísimasoportunidades de conocer la opinión deterceros sobre sus emparedados. Los preparaella, pero siempre nos los comemos nosotrosdos.

Page 126: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Viven ustedes dos solos? —lepregunté.

—Sí, desde hace tiempo. Yo me relacionomuy poco con el mundo exterior y he acabadocontagiando mi actitud a mi nieta. Eso, laverdad, me preocupa. La niña tendría que salirmás. Es inteligente y tiene muy buena salud:debería relacionarse más con el mundoexterior. Es joven. Y el deseo sexual tiene quesatisfacerse de una manera adecuada. ¿Qué?¿Qué le parece? ¿Verdad que es atractiva minieta?

—¡Oh, sí! Por supuesto.—El deseo es una energía positiva. Esto

está muy claro. Pero, si no se satisface, seacumula y la mente pierde lucidez, y el cuerpo,su equilibrio. Esto les pasa tanto a los hombrescomo a las mujeres. En el caso de las mujeres,se producen desarreglos menstruales que, a suvez, provocan inestabilidad emocional.

—¡Ah! —exclamé.

Page 127: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—La niña debería tener relaciones loantes posible con un hombre adecuado. Estoyconvencido de ello, como tutor y comobiólogo —dijo el anciano sazonando el pepino.

—¿Ah, sí?... Por cierto, ¿ya le ha devueltoel sonido? —le pregunté. En pleno trabajo, nome apetecía demasiado hablar del deseo sexualde los demás.

—¡Vaya! Me había olvidado de decírselo—dijo el anciano—. Sí, por supuesto. Leagradezco mucho que me lo comentara. Si nolo hubiera hecho, la pobre niña habría pasadounos días más insonorizada. Es que me voy aencerrar aquí y no subiré hasta dentro dealgunos días. Y vivir sin sonido comportaalgunos inconvenientes, ¿sabe usted?

—Pues sí, me lo imagino —asentí.—La niña, tal como acabo de decirle,

apenas se relaciona con la gente, así que elproblema no sería tan grave, pero si la llamaalguien por teléfono... En ese caso, sería un

Page 128: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inconveniente. Mire, yo mismo la llamé desdeaquí varias veces y me extrañó mucho que nocontestara. ¡Qué desastre!

—Y si no puede hablar, tendrá problemasal ir de compras, supongo.

—No, no. Para comprar no hay ningúnproblema —dijo el anciano—. En lossupermercados, aunque no digas una palabra,puedes comprar lo que quieras. Son muyprácticos. A mi nieta le encantan lossupermercados, siempre compra allí. Enrealidad, se pasa la vida yendo de la oficina alsupermercado y del supermercado a la oficina.

—¿Y no regresa nunca a casa?—A mi nieta le encanta la oficina. Hay

cocina, ducha... Nada le impide llevar una vidanormal. A casa vuelve, a lo sumo, una vez a lasemana.

Asentí, porque me pareció que debíahacerlo, y tomé un sorbo de café.

—Por cierto, creo que usted ha logrado

Page 129: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

entenderla —dijo el viejo—. ¿Cómo lo hahecho? ¿Por telepatía?

—Mediante la lectura de labios. Aprendíhace tiempo, en un cursillo municipal. Enaquella época disponía de mucho tiempo libre,y pensé que quizá algún día me sería útil.

—¡Vaya! ¡Conque lectura de labios! —dijo el anciano y asintió repetidas veces,convencido—. Una técnica muy efectiva. Yotambién la domino un poquito. ¿Y si intentamoshablar un rato sin pronunciar en voz alta laspalabras?

—No, no. Dejémoslo. Es mejor quehablemos normal —me apresuré a replicar. Esedía ya había tenido más que suficiente de aquelasunto.

—Por otro lado, es una técnica muyprimitiva y presenta varios inconvenientes. Siestá oscuro no entiendes nada, y te obliga amirar constantemente los labios de tuinterlocutor. Pero como medida provisional es

Page 130: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

eficaz. Al aprenderla, demostró ser muyprevisor, ¿sabe usted?

—¿Como medida provisional?—Exacto —dijo el anciano, y asintió con

un movimiento de cabeza—, A usted sí puedodecírselo: en el futuro, el mundo seráinsonoro.

—¿Insonoro? —repetí sin pensar.—Sí. Completamente insonoro. Para la

evolución del hombre, la emisión de sonidosno sólo es innecesaria sino que, encima, esdañina. Por lo tanto, voy a hacerla desaparecer.

—¡Vaya! —exclamé—. ¿Y qué pasará conel canto de los pájaros, con el murmullo delagua de los ríos o con la música? ¿Todo esodesaparecerá también?

—Por supuesto.—Pues me parece muy triste, la verdad.—La evolución es así. La evolución

siempre es despiadada, y triste. No existe unaevolución alegre —dijo el viejo, y tras

Page 131: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pronunciar estas palabras se levantó, se dirigióa la mesa, sacó un pequeño cortaúñas delcajón, volvió al sofá y empezó a cortarse lasdiez uñas de las manos, por orden, empezandopor la uña del dedo pulgar de la mano derecha yacabando por la del meñique de la izquierda—.La investigación aún no ha concluido y nopuedo darle más detalles, pero en líneasgenerales viene a ser eso. Pero no quiero quese lo revele a nadie. Sería catastrófico quellegara a oídos de los semióticos.

—No se preocupe. A los calculadoresnadie nos gana en discreción.

—Me tranquiliza oírlo —dijo el anciano.Con el borde de una tarjeta postal recogió lostrocitos de uña, esparcidos por encima de lamesa, y los echó a la basura. Después cogióotro emparedado de pepino, lo espolvoreó consal y lo mordisqueó con deleite.

—Quizá no me corresponda a mí decirlo,pero está buenísimo —dijo.

Page 132: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Cocina muy bien su nieta? —lepregunté.

—No, no. Sólo sus emparedados sonexcepcionales. Los otros platos que prepara noestán mal, pero no se pueden comparar con losemparedados.

—Vamos, que tiene una especie de talentogenuino para eso —dije yo.

—Pues sí —dijo el viejo—. Parece queusted entiende muy bien a mi nieta. A usted sípodría confiársela sin ningún temor.

—¿A mí? —me sorprendí—. ¿Sóloporque he alabado sus emparedados?

—¿No le han gustado?—Sí, mucho —dije. Y dejé volar mis

pensamientos hacia la joven gordita, eso sí,controlándolos en todo momento para que nointerfirieran en mis cálculos. Después tomécafé.

—Creo que usted tiene algo. O que le faltaalgo. En realidad, tanto da una cosa como otra.

Page 133: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—A veces yo también pienso lo mismo —le respondí con franqueza.

—A ese estado los científicos lollamamos estar en pleno proceso evolutivo.Como usted mismo comprenderá antes odespués, la evolución es dura. Y lo más duro detodo, ¿qué cree que es?

—No lo sé. Dígamelo usted —repuse.—Pues que uno no tiene elección. No

puede elegir a su gusto. Se parece a unainundación, a un alud o a un terremoto. Nadiesabe cuándo se producirá, y en el momento enque ocurre no caben objeciones.

—Hum... Y esa evolución de la que habla,¿tiene algo que ver con la insonorización a laque se refería? Quiero decir, con el hecho deque el hombre pierda la capacidad de hablar.

—No del todo. Poder hablar o no, en símismo, carece de importancia. No es más queuna etapa.

Le dije que no lo entendía. Soy una

Page 134: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

persona bastante honesta. Cuando entiendo lascosas, lo digo, y, cuando no las entiendo,también. No me gustan las medias tintas. Lamayor parte de los problemas, creo yo, surgenpor expresarse con poca claridad. Y estoyconvencido de que la mayoría de la gente hablade manera ambigua porque, en su fuero interno,busca problemas. Eso creo yo.

—En fin, dejémoslo aquí —dijo elanciano y volvió a reírse con aquellascarcajadas tan ásperas al oído—. Hablar decosas tan complicadas acabará interfiriendo ensus cálculos. Ya proseguiremos otro día.

No tuve nada que objetar. En ese instantesonó la alarma del reloj y reemprendí el lavadode cerebro. El anciano sacó de un cajón de lamesa una especie de tenazas de aceroinoxidable de las que se usan para las brasas, lascogió con la mano derecha y empezó a ir yvenir por la estantería donde se alineaban loscráneos; con las tenazas daba golpecitos a

Page 135: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

algún que otro cráneo y aguzaba el oído a suresonancia. Parecía un gran maestro del violínque paseara entre su colección de Stradivariusy que los fuese cogiendo y pellizcara suscuerdas con los dedos para ver cómo sonaban.Incluso en el simple acto de escucharlos,mostraba hacia los cráneos un amor fuera de locomún. Pensé que, aunque se llamaran todoscráneos por igual, cada uno producía unaresonancia muy distinta. Uno sonaba como unvaso de whisky; otro, como una enormemaceta. Todos habían estado en su díarecubiertos de carne y de piel, todos habíancontenido cerebros —si bien de diferentescapacidades—, todos habían estado dominadospor la idea de la comida o por el deseo sexual.Pero ahora todo eso había desaparecido y sóloquedaba una amplia gama de sonidos.Resonancias parecidas a las de un vaso, a las deuna maceta, una fiambrera o una tubería deplomo.

Page 136: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Traté de imaginar mi propia cabeza,desollada, con la carne arrancada y el cerebroextraído, alineada en aquella estanteríamientras el anciano iba dándole golpecitos conlas tenazas de acero inoxidable. La idea meprodujo una sensación extraña. ¿Qué diablosdescifraría el anciano de la resonancia de micráneo? ¿Podría leer mis recuerdos? ¿O tal vezdescubriría otras cosas aparte de la memoria?Me invadió un gran desasosiego.

No temía a la muerte en sí. Como dijoWilliam Shakespeare: «Si mueres este año, notendrás que morir el año que viene».

Al pensarlo, parecía muy simple. Sinembargo, la idea de que, después de muerto,colocaran mi cabeza en una estantería y ledieran golpecitos con unas tenazas no meentusiasmaba. Me deprimía pensar que, una vezmuerto, alguien pudiera extraer algo de miinterior. La vida no es nada fácil, pero unopuede ir trampeando, a su buen juicio. Igual que

Page 137: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Henry Fonda en El hombre de las pistolas deoro. Pero, al menos después de muerto, megustaría que me dejasen descansar en paz. Creíentender el deseo de los faraones del antiguoEgipto de que los encerraran dentro de unapirámide al morir.

Unas horas más tarde, concluí finalmenteel lavado de cerebro. Como no había calculadoel tiempo, ignoraba cuántas horas habíanecesitado, pero, a juzgar por el cansancio demi cuerpo, deduje que debían de haber sidounas ocho o nueve horas. Un trabajillo, vamos.Me levanté del sofá, me desperecé largamente,desentumecí algunos músculos. En el manualdel calculador hay unas ilustraciones quemuestran la forma de desentumecer un total deveintiséis músculos. Si al terminar loscómputos se desentumecen bien los músculos,la fatiga mental desaparece y, si éstadesaparece, se prolonga la vida profesional del

Page 138: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

calculador. La profesión de los calculadores noha cumplido siquiera diez años, por eso nadiesabe cuánto puede durar nuestra vidaprofesional. Hay quien dice que diez años, hayquien defiende que veinte. También hay quiendice que puede prolongarse hasta la muerte. Yquien opina que, antes o después, un calculadoracaba quedando incapacitado. Ninguna de estasteorías pasa de ser una simple conjetura. Asíque lo único que puedo hacer es desentumecercorrectamente mis veintiséis músculos. Ydejar las teorías a las personas adecuadas.

Cuando acabé de desentumecer losmúsculos, me senté en el sofá, cerré los ojos yuní lentamente el hemisferio derecho y elizquierdo. Con ello, mi tarea finalizó porcompleto. Tal como indica el manual.

El anciano puso encima del escritorio uncráneo de lo que parecía ser un perro de grantamaño, midió algunos detalles con uncalibrador y apuntó las medidas con lápiz en

Page 139: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una fotografía del cráneo.—¿Ya ha terminado? —preguntó.—Sí —dije yo.—Muchas gracias por todo —dijo.—Ahora me voy a casa. Mañana o pasado

mañana haré el shuffling y se lo traeré sin faltaantes de tres días al mediodía. ¿Le parece bien?

—Muy bien, muy bien —asintió elanciano—. Pero le ruego la mayor puntualidad.Si no llegara antes de mediodía, me vería enserios apuros.

—Lo tendré en cuenta —dije.—Y extreme las precauciones para que no

le roben las listas. Si eso llegara a suceder, yotendría problemas, y usted también.

—Pierda cuidado. Nosotros, loscalculadores, hemos recibido una buenaformación al respecto. No nos dejamos robarfácilmente los datos recién procesados. No sepreocupe.

De un bolsillo especial, oculto en la parte

Page 140: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

interior del pantalón, saqué una cartera demetal blando para llevar documentosimportantes, introduje las listas de valores y lacerré.

—Esta cerradura sólo puedo abrirla yo. Siotra persona lo intenta, los documentos que hayen su interior se destruyen.

—Veo que está muy bien preparado —dijo el anciano.

Devolví la cartera al bolsillo interior delpantalón.

—Por cierto, ¿le apetece otroemparedado? Aún quedan algunos y yo,mientras trabajo, apenas como. Sería una penatirarlos.

Aún tenía hambre, así que acepté suofrecimiento y me zampé todos losemparedados que quedaban. El anciano se habíadedicado en exclusiva a los de pepino y sólohabía de jamón y de queso, pero, como a mí nome apasiona el pepino, no me importó. El

Page 141: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

anciano me llenó la taza de café recién hecho.

Me cubrí de nuevo con el impermeable,me puse las gruesas gafas y, linterna en mano,volví al subterráneo. Esta vez, el anciano no meacompañó.

—He ahuyentado a los tinieblos con ondassonoras, así que no tiene nada que temer. Ésos,de momento, no aparecerán por aquí —dijo elanciano—. Ahora deben de ser ellos los quetienen miedo de asomar la nariz. A ésos bastacon amenazarlos un poco, sólo vienen porquese lo piden los semióticos.

Por más optimistas que fueran las palabrasdel anciano, oír que había unas criaturasllamadas tinieblos pululando por el subsuelome quitó las pocas ganas que me quedaban devagar por allí a oscuras. Lo que más meaterraba era desconocer qué diablos eran lostinieblos, qué hábitos y qué forma tenían, nosaber, en definitiva, cómo defenderme de ellos.

Page 142: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Con la linterna en la mano izquierda yagarrando la navaja con la derecha, emprendí elcamino de vuelta a lo largo del río subterráneo.

Dada la situación, al avistar la figura de lajoven gordita del traje de color rosa al pie de lalarga escalera de aluminio que habíadescendido a la ida, me sentí a salvo. Me hacíaseñales, oscilando la luz de la linterna. Cuandollegué hasta ella, me dijo algo, pero el rugidodel agua, que volvía a oírse, ahogaba suspalabras, y además estaba demasiado oscuropara poder leer en sus labios, así que no entendínada de lo que me decía.

Por lo pronto, decidí subir la escalera ysalir a la luz. Yo iba delante y ella me seguía.La escalera era altísima. A la ida, como estabamuy oscuro y no veía nada, había descendidosin miedo, pero ahora, mientras subía unpeldaño tras otro, al imaginar la altura, mirostro y mis axilas se cubrieron de un sudorhelado. En un edificio, aquella altura habría

Page 143: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

correspondido a tres o cuatro pisos y, además,los peldaños estaban tan resbaladizos por lahumedad que me veía obligado a ascender congrandes precauciones para no sufrir unaccidente.

A medio camino quise tomarme unrespiro; sin embargo, al pensar en la joven queme seguía, comprendí que no era el momentoadecuado y, al final, subí hasta arriba de untirón. Me deprimía pensar que tres días despuéstendría que volver al laboratorio por ese mismocamino, pero lo cierto era que no había másremedio: la ruta estaba incluida en el plus.

Tras cruzar el armario empotrado y salir ala habitación, la joven me quitó las gafas y medespojó del impermeable. Yo me quité lasbotas y dejé la linterna.

—¿Ha ido bien el trabajo? —me preguntó.Su voz, que oía por primera vez, era dulce yclara.

Mirándola fijamente, asentí:

Page 144: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Si no hubiera ido bien, no habría vuelto.Mi trabajo es así —añadí.

—Gracias por haberle dicho a mi abuelolo del sonido. Me has hecho un gran favor. Yallevaba una semana así.

—¿Y por qué no me lo comunicaste porescrito? Todo habría sido más rápido, mehubiese ahorrado un mal rato.

Sin responder, la joven rodeó el escritorioy se colocó bien los enormes pendientes quellevaba en las orejas.

—Son las normas —dijo.—¿No comunicar nada por escrito?—Esa es una de las normas.—Hum...—Está prohibido todo lo que pueda ir

contra la evolución.—Ya veo —dije, admirado. Realmente, se

tomaba las cosas en serio.—¿Cuántos años tienes? —me preguntó.—Treinta y cinco —dije—. ¿Y tú?

Page 145: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Diecisiete —contestó—. Eres elprimer calculador que conozco. Tampoco hevisto nunca a ningún semiótico.

—¿Es verdad que sólo tienes diecisieteaños? —le pregunté, sorprendido.

—Sí. ¿Por qué iba a mentirte? Tengodiecisiete años. Pero no lo parece, ¿verdad?

—No —le respondí con sinceridad—. Laverdad es que aparentas veinte o más.

—Es que no me gusta aparentar diecisiete—dijo ella.

—¿Y no vas a la escuela?—No quiero hablar de eso. Al menos,

ahora. La próxima vez que nos veamos te loexplicaré todo.

—Hum... —musité. Debía de tener susrazones.

—Y dime, ¿qué vida lleva un calculador?—Verás, los calculadores, o los

semióticos, cuando no trabajamos somospersonas normales y corrientes, como todo el

Page 146: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mundo.—La gente será corriente, pero no

normal.—Bueno, ésa es una opinión —dije—. Lo

que quiero decir es que somos de lo másvulgar. Que cuando nos sentamos al lado dealguien en el tren no llamamos la atención, quecomemos como todo el mundo, que bebemoscerveza... Por cierto, gracias por losemparedados. Eran deliciosos.

—¿De verdad? —preguntó ella, y sonrió.—Es difícil encontrar emparedados tan

buenos. ¡Y he comido muchos en mi vida!—¿Y el café?—El café también estaba bueno.—¿Te apetece tomar otro antes de irte?

Así podremos hablar un rato.—No, gracias. Más café, no —dije—.

Abajo he tomado demasiado, ya no me cabe niuna gota más. Además, quiero volver a casacuanto antes y dormir.

Page 147: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Qué lástima!—Sí, es una lástima.—Bueno, te acompaño hasta el ascensor.

Porque solo no creo que consigas llegar. Elcorredor es muy largo y complicado.

—Sí, no creo que pudiera —dije.Ella cogió una especie de sombrerera

redonda que había sobre la mesa y me laentregó. La tomé y la sopesé. Para lo grandeque era, apenas pesaba. Si realmente conteníaun sombrero, éste debía de ser de dimensionesconsiderables. La caja estaba rodeada de unagruesa cinta adhesiva para que no se abriera.

—¿Y esto qué es?—Un regalo de mi abuelo. Ábrelo cuando

llegues a casa.Sacudí ligeramente la caja, de arriba abajo,

con las dos manos. No se oyó ningún ruido, nose produjo ningún efecto.

—Cuidado, que se rompe —dijo la joven.—¿Es un jarrón o algo por el estilo?

Page 148: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No lo sé. Cuando llegues a casa y lomires, lo sabrás.

Después abrió un bolso de mano de colorrosa y me entregó un cheque metido dentro deun sobre. En él figuraba una cantidadligeramente superior a la que esperaba. Lo metíen la cartera.

—¿Un recibo?—No hace falta —dijo ella.Salimos de la habitación y nos dirigimos

al ascensor, doblando esquinas, subiendo ybajando por el mismo corredor que a la ida. Susaltos tacones resonaban por el pasillo con unagradable martilleo, como antes. Su gordurahabía dejado de inquietarme casi por completo.Andando a su lado, apenas me acordaba de queestaba gorda. Posiblemente, con el tiempo,llegara a familiarizarme con su gordura.

—¿Estás casado? —quiso saber la joven.—No —dije—. Lo estuve hace tiempo,

pero ahora no.

Page 149: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Te divorciaste al hacerte calculador?La gente dice que los calculadores no puedentener un hogar.

—Eso no es verdad. Hay muchoscalculadores que tienen familia y a los que,además, les va muy bien. Si bien es cierto quela mayoría piensa que se trabaja mejor sin unafamilia. Nuestro trabajo comporta un desgastenervioso enorme, es peligroso, y a veces unamujer e hijos suponen un impedimento.

—Y en tu caso, ¿cómo fue?—Yo me hice calculador después del

divorcio. Así que no tiene nada que ver con mitrabajo.

Se quedó pensativa y dijo:—Perdona que te haga preguntas raras. Es

la primera vez que veo un calculador y teníaganas de saber muchas cosas.

—No importa —dije yo.—He oído decir que a los calculadores, al

acabar un trabajo, os aumenta mucho el deseo

Page 150: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sexual. ¿Es verdad?—Pues no lo sé. Tal vez sí. Es que nuestro

trabajo conlleva una tensión nerviosa muypeculiar.

—Y, en esas ocasiones, ¿con quién teacuestas? ¿Tienes novia?

—No —contesté.—Entonces, ¿con quién te acuestas?

Porque no eres ni homosexual ni una de esaspersonas que no sienten interés por el sexo,¿verdad? ¿No quieres contestar?

—¿Y por qué no voy a querer contestar?—repuse. No soy en absoluto un hombre quevaya divulgando su vida por todas partes, pero,como no tengo nada que ocultar, si mepreguntan, respondo—. Pues me acuesto condiferentes mujeres, según la ocasión —dije.

—¿Te acostarías conmigo?—No. Creo que no.—¿Por qué?—Por principios. Casi nunca me acuesto

Page 151: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

con chicas que conozco. Suele traercomplicaciones. Tampoco me acuesto conmujeres con las que tengo una relación laboral.Tratándose de un trabajo en el que guardassecretos ajenos, es necesario marcar un límiteentre ambas cosas.

—¿No será porque estoy gorda y meencuentras fea?

—No estás tan gorda y, además, no eresnada fea —dije.

Volvió a quedarse pensativa.—¿Con quién te acuestas entonces? ¿Se lo

propones a chicas que encuentras por ahí?—Alguna vez ha ocurrido.—¿O te acuestas con prostitutas?—También ha ocurrido eso.—Si yo me acostara contigo a cambio de

dinero, ¿aceptarías?—No. No lo creo —respondí—. La

diferencia de edad es demasiado grande. Y yo,con chicas demasiado jóvenes, no consigo

Page 152: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

encontrarme cómodo.—En mi caso, es diferente.—Tal vez. Pero no quiero buscarme más

problemas de los necesarios. En lo posible,deseo vivir tranquilo.

—Mi abuelo dice que, la primera vez, esmejor que me acueste con un hombre de másde treinta y cinco años. Y dice que, cuando eldeseo sexual se acumula y llega a cierto gradode intensidad, se pierde la lucidez.

—Sí, a mí también me lo ha dicho —dijeyo.

—¿Crees que es cierto?—No soy biólogo, no lo sé —dije—.

Pero creo que esto depende de cada persona yque no se pueden hacer afirmaciones tancategóricas.

—¿Tú eres de los que tienen unaintensidad muy alta?

—Supongo que lo normal —respondí trasreflexionar unos instantes.

Page 153: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Yo aún sé muy poco sobre mi deseosexual —dijo la joven gor— da—. Por esoquería comprobar algunas cosas.

Mientras dudaba sobre qué responderle,llegamos ante el ascensor. El ascensor se abrióy esperó pacientemente a que yo subiera, comoun perro bien adiestrado.

—¡Hasta la próxima! —se despidió.Las puertas del ascensor se cerraron sin

hacer el menor ruido. Yo me apoyé en lasparedes de acero inoxidable y suspiré.

Page 154: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

6. La sombra

EL FIN DEL MUNDO

Cuando ella depositó el viejo sueño sobrela mesa, tardé en darme cuenta de que aquelloera un viejo sueño. Tras permanecer largo ratocon los ojos clavados en él, alcé la cabeza y mevolví hacia la muchacha, que estaba de pie, a milado. Ella miraba el viejo sueño que descansabasobre la mesa, bajo sus ojos. Pensé que elnombre de «viejo sueño» no cuadraba conaquel objeto. Las palabras «viejo sueño»sugerían un texto antiguo o, en todo caso, algode contornos más vagos e imprecisos.

—Eso es un viejo sueño —dijo. Y en eltono de su voz se apreciaba una resonanciaindefinida y sin rumbo que decía que, más que

Page 155: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

explicármelo a mí, se lo confirmaba a sí misma—. Para ser exactos, el viejo sueño está en suinterior.

Asentí, todavía sin comprender.—Cógelo —dijo ella.Tomé el objeto con cuidado y lo recorrí

con los ojos, buscando algún vestigio de viejosueño. Pero, por más atentamente que loobservé, no descubrí el menor indicio. Aquelloera un simple cráneo de animal. De un animalno muy grande. El hueso frontal del cráneoestaba reseco, como si hubiera permanecidolargo tiempo expuesto al sol y su color originalhubiera palidecido. La mandíbula, proyectadacon fuerza hacia delante, permanecíaligeramente abierta, como si hubiera quedadocongelada en el preciso instante en que sedisponía a decir algo, y las dos pequeñascuencas oculares, despojadas de su contenido,conducían a su vacío interior.

El cráneo poseía una ligereza antinatural

Page 156: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y, debido a ello, había perdido casi toda sucualidad material. No quedaba reminiscenciaalguna de la vida que había vibrado en él. Lehabían arrebatado toda la carne, todos losrecuerdos, todo el calor. En medio de la frentetenía una pequeña cavidad, rugosa al tacto.Cuando la palpé con el dedo y la observé, se meocurrió que podía tratarse de la huella de uncuerno desaparecido.

—¿Es el cráneo de uno de los unicorniosde la ciudad? —le pregunté a la chica.

Ella asintió.—Los viejos sueños se han infiltrado en

su interior y están ahí —respondió en voz baja.—¿Y debo leerlos ahí?—Ése es el trabajo del lector de sueños

—dijo ella.—¿Y qué tengo que hacer con lo que lea?—Nada. Sólo tienes que leer.—No lo comprendo —dije—. Entiendo

que tenga que leer los sueños de los cráneos.

Page 157: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero no entiendo que baste con eso. No sé, meda la sensación de que eso no es un trabajo. Untrabajo debe tener algún objetivo. Como, porejemplo, apuntar lo que leo en alguna parte,ponerlo en orden alfabético y clasificarlo.

Ella sacudió la cabeza.—No sé explicarte bien dónde está el

sentido. Tal vez lo descubras por ti mismoconforme vayas leyendo. En todo caso, elsentido de tu trabajo no tiene mucho que vercon tu trabajo en sí.

Puse el cráneo sobre la mesa y, esta vez,probé a observarlo desde lejos. Lo envolvía unprofundo silencio que hacía pensar en la nada.Sin embargo, tal vez el silencio no procedierade fuera sino que brotase de su interior, comoel humo. Fuera como fuese, era de unanaturaleza extraña. Me pregunté si aquelsilencio no ligaría con fuertes lazos aquelloshuesos con el centro de la Tierra. El cráneo,mudo e inmóvil, clavaba unos ojos sin sustancia

Page 158: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en un punto de la nada.Cuanto más lo observaba, más me parecía

que el cráneo quería decirme algo. A sualrededor flotaba un aire de tristeza, pero eraincapaz de explicarme a mí mismo quéexpresaba esa tristeza. Había perdido laspalabras precisas.

—Lo leeré —dije, y volví a coger elcráneo de encima de la mesa y lo sopesé—.Sea como sea, no tengo elección.

Ella esbozó una sonrisa, tomó el cráneode mis manos, limpió cuidadosamente el polvoque se acumulaba en su superficie con dostrapos distintos y depositó aquellos huesos,que habían acrecentado su blancura, sobre lamesa.

—Bueno, voy a enseñarte cómo se leenlos viejos sueños —dijo—. Pero sólo teexplicaré el proceso, por supuesto. Yo no soycapaz de leerlos. El único que puede hacerloeres tú. Mira con atención. Primero, pones el

Page 159: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cráneo mirando de frente hacia ti y, luego,apoyas suavemente los dedos de ambas manosaquí, en las sienes. —Posó los dedos sobre loshuesos parietales del cráneo y me dirigió unamirada, como para cerciorarse de que laentendía—. Después fijas la vista en el huesofrontal. No lo hagas con mucha intensidad,míralo dulcemente, con suavidad. Pero nopuedes desviar la mirada. Por más que tedeslumbre, no la apartes.

—¿Deslumbrar?—Sí, en efecto. Cuando lo mires

fijamente, el cráneo despedirá luz y calor, asíque tú sólo has de descifrar con calma esta luzcon las yemas de los dedos. Así podrás leer losviejos sueños.

Repetí para mis adentros el procedimientoque me había enseñado. No podía imaginar,claro está, cómo era la luz de la que hablaba niqué tacto debía de tener, pero, por lo pronto,había asimilado el procedimiento. Mientras

Page 160: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

contemplaba los finos dedos de la muchachaposados sobre los huesos, me asaltó la vividaimpresión de que ya había visto antes aquelcráneo en algún otro lugar. Tanto los huesos —tan blancos que parecían haber sufridorepetidos lavados— como la cavidad de lafrente provocaban una peculiar sacudida en micorazón, tal como me había sucedido con elrostro de la muchacha cuando la vi por primeravez. Sin embargo, no pude discernir si era unauténtico retazo de memoria o sólo una ilusióncausada por una deformación momentánea delespacio y del tiempo.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella.Sacudí la cabeza.—Nada. Estaba pensando. Me parece que

he entendido bien qué debo hacer. Ahora faltaponerlo en práctica.

—Cenemos primero —dijo ella—. Esque, en cuanto nos pongamos a trabajar, ya notendremos tiempo.

Page 161: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

De una cocina pequeña que había al fondo,trajo una olla y la puso a calentar sobre laestufa. La comida consistía en potaje deverduras con cebollas y patatas. No tardó encalentarse y, en cuanto comenzó a hervir,produciendo un sonido muy agradable, lamuchacha vertió el contenido de la olla en losplatos y los llevó a la mesa junto con pan denueces.

Sentados frente a frente, cenamos sindecir palabra. La comida era pequeña cavidad,rugosa al tacto. Cuando la palpé con el dedo yla observé, se me ocurrió que podía tratarse dela huella de un cuerno desaparecido.

—¿Es el cráneo de uno de los unicorniosde la ciudad? —le pregunté a la chica.

Ella asintió.—Los viejos sueños se han infiltrado en

su interior y están ahí —respondió en voz baja.—¿Y debo leerlos ahí?—Ése es el trabajo del lector de sueños

Page 162: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—dijo ella.—¿Y qué tengo que hacer con lo que lea?—Nada. Sólo tienes que leer.—No lo comprendo —dije—. Entiendo

que tenga que leer los sueños de los cráneos.Pero no entiendo que baste con eso. No sé, meda la sensación de que eso no es un trabajo. Untrabajo debe tener algún objetivo. Como, porejemplo, apuntar lo que leo en alguna parte,ponerlo en orden alfabético y clasificarlo.

Ella sacudió la cabeza.—No sé explicarte bien dónde está el

sentido. Tal vez lo descubras por ti mismoconforme vayas leyendo. En todo caso, elsentido de tu trabajo no tiene mucho que vercon tu trabajo en sí.

Puse el cráneo sobre la mesa y, esta vez,probé a observarlo desde lejos. Lo envolvía unprofundo silencio que hacía pensar en la nada.Sin embargo, tal vez el silencio no procedierade fuera sino que brotase de su interior, como

Page 163: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el humo. Fuera como fuese, era de unanaturaleza extraña. Me pregunté si aquelsilencio no ligaría con fuertes lazos aquelloshuesos con el centro de la Tierra. El cráneo,mudo e inmóvil, clavaba unos ojos sin sustanciaen un punto de la nada.

Cuanto más lo observaba, más me parecíaque el cráneo quería decirme algo. A sualrededor flotaba un aire de tristeza, pero eraincapaz de explicarme a mí mismo quéexpresaba esa tristeza. Había perdido laspalabras precisas.

—Lo leeré —dije, y volví a coger elcráneo de encima de la mesa y lo sopesé—.Sea como sea, no tengo elección.

Ella esbozó una sonrisa, tomó el cráneode mis manos, limpió cuidadosamente el polvoque se acumulaba en su superficie con dostrapos distintos y depositó aquellos huesos,que habían acrecentado su blancura, sobre lamesa.

Page 164: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Bueno, voy a enseñarte cómo se leenlos viejos sueños —dijo—. Pero sólo teexplicaré el proceso, por supuesto. Yo no soycapaz de leerlos. El único que puede hacerloeres tú. Mira con atención. Primero, pones elcráneo mirando de frente hacia ti y, luego,apoyas suavemente los dedos de ambas manosaquí, en las sienes. —Posó los dedos sobre loshuesos parietales del cráneo y me dirigió unamirada, como para cerciorarse de que laentendía—. Después fijas la vista en el huesofrontal. No lo hagas con mucha intensidad,míralo dulcemente, con suavidad. Pero nopuedes desviar la mirada. Por más que tedeslumbre, no la apartes.

—¿Deslumbrar?—Sí, en efecto. Cuando lo mires

fijamente, el cráneo despedirá luz y calor, asíque tú sólo has de descifrar con calma esta luzcon las yemas de los dedos. Así podrás leer losviejos sueños.

Page 165: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Repetí para mis adentros el procedimientoque me había enseñado. No podía imaginar,claro está, cómo era la luz de la que hablaba niqué tacto debía de tener, pero, por lo pronto,había asimilado el procedimiento. Mientrascontemplaba los finos dedos de la muchachaposados sobre los huesos, me asaltó la vividaimpresión de que ya había visto antes aquelcráneo en algún otro lugar. Tanto los huesos —tan blancos que parecían haber sufridorepetidos lavados— como la cavidad de lafrente provocaban una peculiar sacudida en micorazón, tal como me había sucedido con elrostro de la muchacha cuando la vi por primeravez. Sin embargo, no pude discernir si era unauténtico retazo de memoria o sólo una ilusióncausada por una deformación momentánea delespacio y del tiempo.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella.Sacudí la cabeza.—Nada. Estaba pensando. Me parece que

Page 166: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

he entendido bien qué debo hacer. Ahora faltaponerlo en práctica.

—Cenemos primero —dijo ella—. Esque, en cuanto nos pongamos a trabajar, ya notendremos tiempo.

De una cocina pequeña que había al fondo,trajo una olla y la puso a calentar sobre laestufa. La comida consistía en potaje deverduras con cebollas y patatas. No tardó encalentarse y, en cuanto comenzó a hervir,produciendo un sonido muy agradable, lamuchacha vertió el contenido de la olla en losplatos y los llevó a la mesa junto con pan denueces.

Sentados frente a frente, cenamos sindecir palabra. La comida era frugal y era laprimera vez que probaba los condimentos quela aliñaban, pero no sabía mal y, además, alterminar, sentí que me había entonado. Luego,la muchacha sirvió té caliente. Un té verde, conun regusto amargo, hecho de plantas

Page 167: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

medicinales.

La lectura de los sueños no era una tareatan sencilla como las explicaciones de la chicadaban a entender. El rayo de luz era muy fino y,por más que concentrara toda mi atención enlas yemas de los dedos, no lograba orientarmea través de aquel confuso laberinto. Con todo,mis dedos podían percibir con nitidez lapresencia de los viejos sueños. Estosconsistían en una especie de rumor, un torrentede imágenes deshilvanadas. Pero mis dedostodavía no eran capaces de traducirlos yconvertirlos en mensajes claros. Sóloalcanzaban a constatar su existencia.

Cuando finalmente terminé de leer dossueños, ya habían dado las diez de la noche. Ledevolví a la chica los cráneos, cuyos sueñosacababa de descifrar, me quité las gafas y memasajeé despacio los ojos embotados.

—Estás cansado, ¿verdad? —me preguntó

Page 168: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ella.—Un poco —respondí—. Mis ojos

todavía no están acostumbrados. Al clavar lavista, absorben la luz de los viejos sueños y, alfinal, acaba doliéndome la cabeza. Es undolorcillo sin importancia, pero la vista se menubla y ya no puedo fijarla.

—Al principio, a todos les pasa lo mismo—dijo ella—. Hasta que los ojos no sehabitúan, cuesta. Pero tranquilo: pronto teacostumbrarás. Durante un tiempo, será mejorque nos lo tomemos con calma.

—Sí, creo que será lo mejor.Ella inició los preparativos para volver a

casa. Levantó la tapa de la estufa, recogió conuna pequeña pala las brasas de carbón al rojovivo y las enterró en un cubo de arena.

—No dejes que el cansancio se adueñe detu corazón[1]-dijo ella—. Mi madre siempre melo decía. Me decía que, aunque el cansanciollegue a dominar nuestro cuerpo, debemos

Page 169: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

seguir siendo dueños de nuestro corazón.—Sí, es un buen consejo —dije.—Lo cierto es que no sé qué es el

corazón. No sé qué significa exactamente, nitampoco sé cómo se usa. Sólo he aprendido lapalabra.

—El corazón no se usa —dije—. Elcorazón está ahí y basta. Es como el viento. Essuficiente con que puedas sentir su latido.

Ella tapó la estufa, llevó la cafeteraesmaltada y las tazas al fondo, las lavó y, unavez que hubo terminado, se envolvió en unabrigo de una tosca tela azul. Un azul sombrío,como un jirón arrancado del cielo que, a lolargo del tiempo, hubiese ido perdiendo susrecuerdos primigenios. Sin embargo, ellapermaneció de pie, al lado de la estufa apagada,sumida en sus reflexiones.

—¿Vienes de otro país? —me preguntócomo si se acordara de repente. —Sí.

—¿Y cómo era tu tierra?

Page 170: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No me acuerdo de nada —dije yo—. Losiento, pero no tengo ni un solo recuerdo.Cuando me quitaron la sombra, todos losrecuerdos de mi viejo mundo se fueron juntos.En todo caso, era una tierra muy lejana.

—Pero tú sabes qué es el corazón,¿verdad?, tienes uno.

—Creo que sí.—Mi madre también tenía corazón —dijo

ella—. Pero ella desapareció cuando yo teníasiete años. Y seguro que fue por culpa de quetenía un corazón, como tú.

—¿Desapareció?—Sí, desapareció. Pero cambiemos de

tema. Aquí es de mal agüero hablar de laspersonas desaparecidas. Háblame de la ciudaddonde vivías. De algo te acordarás, ¿no?

—Sólo recuerdo dos cosas —dije—. Una,que la ciudad donde vivía no estaba rodeada porninguna muralla y, otra, que todoscaminábamos arrastrando una sombra.

Page 171: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Sí. Todos arrastrábamos una sombra. Pero

al llegar a esta ciudad, tuve que confiar misombra al guardián de la puerta.

—Con ella no puedes entrar —me dijo elguardián—, O dejas tu sombra, o te despides deentrar en la ciudad. Tú eliges.

Y yo abandoné mi sombra.El guardián me hizo permanecer de pie en

un descampado que se encontraba junto a lapuerta. El sol de las tres de la tarde proyectabacon nitidez mi sombra sobre el suelo.

—Quédate quieto —dijo el guardián. Y sesacó un cuchillo del bolsillo, introdujo laafilada hoja entre la sombra y el suelo, empezóa blandir el cuchillo, como si tanteara algo, deizquierda a derecha, y con mano expertaarrancó de un tirón la sombra del suelo.

La sombra tembló un poco, como si sedebatiera, pero finalmente se dejó despegar delsuelo y, exangüe, se acurrucó en un banco.

Page 172: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Desgajada de su cuerpo, ofrecía un aspectomucho más mísero y exhausto del que yoesperaba.

El guardián plegó la hoja de la navaja.Ambos permanecimos unos instantescontemplando aquella sombra huérfana de supropio cuerpo.

—¿Qué te parece? Cuando se despega,tiene un aspecto muy extraño, ¿verdad? —dijo—. Total, no sirve para nada. Sólo pesa, nadamás.

—Lo siento, pero tendremos quesepararnos por un tiempo —le dije a la sombramientras me acercaba a ella—. No teníaintención de dejarte, pero no me queda másremedio. Así que, por algún tiempo, tenpaciencia y quédate aquí sola esperando, ¿deacuerdo?

—¿Por algún tiempo, dices? ¿Hastacuándo? —preguntó la sombra.

Le respondí que no lo sabía.

Page 173: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Estás seguro de que no tearrepentirás? —me dijo la sombra en voz baja—. Desconozco las circunstancias, pero eso deque una persona se separe de su sombra meparece muy extraño. ¿A ti no te lo parece? Esun error y, además, juraría que este lugar ya espor si solo una equivocación. Una persona nopuede vivir sin su sombra y una sombra nopuede vivir sin su persona. Sin embargo, aquí,nosotros viviremos divididos en dosexistencias. Aquí hay algo que no es normal.¿No te parece?

—Tienes razón. Es antinatural —reconocí—, Pero aquí todo es antinatural. Y en un lugarantinatural, no queda otro remedio que hacerlas cosas adecuándote a esa falta de naturalidad.

La sombra sacudió la cabeza.—Eso sólo son palabras. Pero yo veo más

allá de esas palabras. El aire de aquí no mesienta bien. Es diferente del de cualquier otrolugar. El aire de aquí no nos conviene ni a ti ni a

Page 174: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mí. No deberían haberte obligado aabandonarme. Hasta ahora nos había ido muybien a los dos juntos, ¿o no? ¿Por qué meabandonas?

De todos modos, ya era demasiado tarde.La sombra había sido ya arrancada de micuerpo.

—Dentro de poco, en cuanto me instale,vendré a buscarte —le pro— metí—. Esprobable que nuestra separación sea sólotemporal. No puede durar eternamente.

La sombra lanzó un pequeño suspiro y,exangüe, levantó hacia mí una mirada perdida.El sol de las tres de la tarde caía sobrenosotros. Yo sin sombra, la sombra sin cuerpo.

—Eso no es más que una esperanza —dijola sombra—. Las cosas no funcionarán.¿Sabes?, tengo un mal presentimiento. A laprimera ocasión que se presente, huyamos losdos. Volvamos juntos al mundo de dondevenimos.

Page 175: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No podemos regresar a nuestro mundo.Yo no sé cómo volver, y tú tampoco, ¿meequivoco?

—Ahora, no. Pero encontraré la manerade escapar, aun a costa de mi vida. Quiero quenos veamos de vez en cuando y hablemos.¿Vendrás a visitarme?

Asentí, posé una mano sobre su hombro yluego me dirigí hacia donde se encontraba elguardián. Éste, mientras yo hablaba con misombra, había estado recogiendo las piedrascaídas en la explanada frente a su cabaña y lashabía ido amontonando en un lugar donde nomolestaran. Cuando me acerqué, el guardián selimpió en los faldones de la camisa el polvoblanco que tenía adherido a las manos y posó sumanaza en mi espalda. No logré adivinar si eraun gesto de familiaridad o, por el contrario, unaexhibición de la fuerza de su mano.

—Cuidaré muy bien de tu sombra —dijoel guardián—. Le daré de comer tres veces al

Page 176: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

día, la sacaré a pasear una vez al día. Puedesestar tranquilo. No tienes por qué preocuparte.

—¿Podré verla de vez en cuando?—Veamos... —dijo el guardián—. No

podrás verla en cualquier momento, cuando sete ocurra. Pero tampoco existe ninguna razónque impida que puedas verla alguna que otravez. Cuando la ocasión sea propicia y lascircunstancias lo permitan, si a mí me parecebien, podrás verla.

—Y cuando quiera que me la devuelvas,¿qué tendré que hacer?

—Por lo visto, aún no has entendido biencómo funcionan aquí las cosas —dijo elguardián, todavía con la mano posada en miespalda—. En esta ciudad nadie puede tenersombra. Por otra parte, una vez que entras en laciudad ya no puedes salir de ella. Así que tupregunta no tiene ningún sentido.

Y, de este modo, perdí mi sombra.Al salir de la biblioteca, me ofrecí a

Page 177: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

acompañarla a casa.—No es necesario que me acompañes —

dijo ella—. No me da miedo volver sola y tucasa está en la dirección opuesta.

—Me gustaría acompañarte —dije—.Estoy muy nervioso y, aunque vuelvadirectamente a casa, no creo que pueda dormir.

El uno al lado de la otra, cruzamos elPuente Viejo en dirección al sur. El vientotodavía frío de principios de primavera mecíalas ramas de los sauces que crecían en lasisletas del río, y la luz de la luna, extrañamentedirecta, arrancaba destellos de las piedrasredondas del suelo, a nuestros pies. El airecargado de humedad erraba, brumoso y pesado,sobre el paisaje. Ella se soltó el pelo, quellevaba atado con una cinta, lo recogió con lamano, se lo echó hacia un lado y lo introdujodentro del abrigo.

—Tienes un pelo muy bonito —le dije.—Gracias —repuso ella.

Page 178: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Te lo había dicho alguien antes?—No, nunca. Tú eres el primero.—¿Y qué efecto te ha producido?—Pues no sé —dijo y, con las manos

embutidas en los bolsillos del abrigo, me miróa la cara—. Ya he comprendido que has alabadomi pelo. Pero, en realidad, no es más que eso.Mi pelo ha despertado algo en tu interior y esde eso de lo que estás hablando, ¿verdad?

—No. Yo estoy hablando de tu pelo.Ella esbozó una pequeña sonrisa y pareció

buscar algo en el aire.—Lo siento. Es que no logro

acostumbrarme a tu manera de hablar.—No importa. Ya te acostumbrarás.

Su casa estaba en el barrio obrero. El

barrio obrero era una zona venida a menossituada en el sudoeste del área industrial. Dehecho, la mayor parte del área industrial era unlugar triste que desprendía una intensa

Page 179: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sensación de abandono. Incluso los grandescanales, antes llenos a rebosar de agua y por losque habían transitado gabarras y lanchas, teníanahora las compuertas de las esclusas cerradas yel agua se había secado, mostrando, aquí y allá,el lecho. Un cieno blanco, endurecido, emergíacomo el cadáver arrugado de un enorme animalprehistórico. En la orilla había ampliasescalinatas para la descarga de las mercancías,ahora en desuso, y altos hierbajos hundían confuerza las raíces entre las grietas de las piedras.Cascos de botellas y piezas oxidadas demaquinaria asomaban entre el cieno y, a sulado, se pudrían las cubiertas planas de lasbarcas de madera.

A lo largo del canal se sucedían lasfábricas desiertas. Las puertas cerradas, lasventanas sin cristales, la hiedra trepando por lasparedes, las barandillas oxidadas de lasescaleras de emergencia cayéndose a pedazos,los hierbajos invadiéndolo todo.

Page 180: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tras atravesar las hileras de fábricas, sellegaba al barrio obrero. Lo constituían unosedificios de cinco plantas. Antaño habían sidoelegantes apartamentos para gente adinerada,me dijo ella, pero, al cambiar los tiempos, loshabían subdividido y los habían destinado aviviendas de obreros pobres. Sin embargo, esosobreros habían dejado de serlo. Porque lamayor parte de las fábricas donde trabajabanhabían cerrado sus puertas. Y ahora que suscualificaciones técnicas ya no tenían utilidadalguna, se limitaban a construir los pequeñosobjetos que la ciudad necesitaba. Su padre erauno de ellos.

Al otro lado del pequeño puente de piedra,sin barandilla, que atravesaba el último canal,estaba el barrio donde ella vivía. De un edificioa otro, cruzaban unas galerías que recordaban alas escalas que se tendían hacia las murallasdurante las guerras medievales.

Ya casi era medianoche y las luces de la

Page 181: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mayoría de las ventanas estaban apagadas. Ellame tiró de la mano y, como si quisiera huir dela mirada de un enorme pájaro que acechara alos hombres desde lo alto, cruzó a paso rápidoaquellos corredores parecidos a laberintos.Luego, se detuvo frente a un edificio y me dijoadiós.

—Buenas noches —le dije yo.Y subí solo la Colina del Oeste, de

regreso a casa.

Page 182: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

7. Cráneo. Lauren Bacall.Biblioteca

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Regresé a mi apartamento en taxi. Cuandosalí a la calle, ya había anochecido porcompleto y la ciudad estaba llena de gente quevolvía de trabajar. Como además lloviznaba,tardé bastante en encontrar un taxi libre.

Ya de ordinario, me cuesta muchoencontrar taxi. Por razones de seguridadsiempre dejo pasar de largo dos taxis libres,como mínimo, antes de subir a uno. He oídoque los semióticos cuentan con varios taxisfalsos y que se sirven de ellos para recoger alos calculadores cuando éstos han acabado un

Page 183: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trabajo y llevárselos quién sabe adónde. Quizásea sólo un rumor. Ni a mí ni a nadie queconozca le ha sucedido nada parecido. Pero esmejor andarse con cien ojos.

Por eso siempre procuro ir en metro, o enautobús, pero en aquellos instantes estabaexhausto, muerto de sueño, llovía y, sólopensar en coger un tren o un autobús, atestadosde gente a la hora punta de la tarde, me dabanescalofríos: total, que decidí parar un taxi,tardara lo que tardase. Una vez dentro del taxi,estuve varias veces a punto de dormirme y tuveque luchar denodadamente para no sucumbir ala somnolencia. Cuando llegara a casa y metendiese en la cama, podría dormir cuantoquisiera. No era el momento. Era un lugardemasiado peligroso.

De modo que concentré toda mi atenciónen un partido de béisbol que retransmitían porla radio. No entiendo demasiado de béisbolprofesional, pero me decanté, sin más, por el

Page 184: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

equipo atacante y fui en contra del que defendíael campo. Mi equipo perdía por tres a uno. Elsegunda base, con dos out, bateó, pero elcorredor se aturdió, tropezó y cayó entre lasegunda y la tercera bases, con lo cual los outacabaron siendo tres y el equipo 110 pudoanotar ningún punto. El comentarista dijo queaquello era horroroso, y pensé que tenía toda larazón. Es cierto que cualquiera puedeatolondrarse y caer, pero, en pleno partido debéisbol, es mejor no hacerlo entre la segunda yla tercera bases. Además, tal vez debido alabatimiento que le produjo este percance, ellanzador envió un tiro directo descafeinado albateador del equipo contrario, que acabóanotando un home run en el ala izquierda delcampo, con lo que el marcador subió a cuatro auno.

Cuando el taxi se detuvo frente a mi casa,el marcador seguía cuatro a uno. Pagué elimporte de la carrera y me apeé con la

Page 185: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sombrerera y mi cabeza embotada. La lluviahabía cesado casi por completo.

En el buzón no había ninguna carta. En elcontestador automático tampoco había ningúnmensaje. Por lo visto, nadie me necesitaba.Perfecto. Yo tampoco necesitaba a nadie.Saqué hielo del refrigerador y, en un vasogrande, me preparé un generoso whisky conhielo, al que añadí un poco de soda. Luego medesnudé, me metí en la cama y, recostado en lacabecera, fui tomándome el whisky a sorbitos.Tenía la sensación de que iba a desmayarme deun momento a otro, pero no era razónsuficiente para renunciar a mi exquisito ritualde final del día. Estos breves instantes que vandesde que me acuesto hasta que me duermo notienen parangón. Me meto en la cama con algode beber y escucho música, o leo. A mi modode ver, estos momentos equivalen a unahermosa puesta de sol o a respirar aire puro.

Iba por la mitad de mi whisky cuando sonó

Page 186: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el teléfono. El aparato está sobre una mesaredonda, a unos dos metros de los pies de lacama. Esa noche no me apetecía lo másmínimo levantarme y acercarme al teléfono, asíque me quedé mirándolo y oyendo cómosonaba con ojos distraídos. Sonó trece ocatorce veces, pero lo ignoré. En una películaantigua de dibujos animados el aparato hubiesevibrado a cada timbrazo, pero, por supuesto, enla realidad no ocurrió nada de eso. El aparatosonó y sonó, acurrucado sobre la mesa,inmóvil. Lo estuve mirando mientras metomaba el whisky.

Al lado del teléfono, yo había dejado lacartera, la navaja y la sombrerera que me habíanregalado. De pronto, se me ocurrió que tal vezfuese mejor abrirla enseguida y ver quécontenía. Quizá fuera algo que había que meteren el frigorífico, o tal vez un ser vivo. O quizáalgo de gran valor. Pero estaba demasiadocansado. En primer lugar, de tratarse de algo

Page 187: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

así, tendrían que haberme dicho algo alrespecto. Esperé a que el teléfono dejara desonar, apuré el whisky de un trago, apagué la luzde la mesilla y cerré los ojos. Al cerrarlos,como si hubiera estado aguardando la ocasión,el sueño se precipitó sobre mí desde el cielocomo una gigantesca red negra. Mientras mesumergía en sus profundidades, me dije: «Vetea saber lo que iba a ocurrir a continuación».

Cuando me desperté, la estancia estaba aoscuras. El reloj señalaba las seis y cuarto,pero no logré distinguir si era por la mañana opor la noche. Me puse los pantalones, fui a lapuerta del apartamento, la abrí y miré hacia lapuerta del piso de al lado. Allí estaba la ediciónmatinal del periódico: así averigüé que era porla mañana. En estos casos, es muy prácticoestar suscrito a un periódico. Tal vez yotambién debía suscribirme a uno.

Total, que había dormido alrededor de diez

Page 188: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

horas. Como el cuerpo me pedía más descansoy, además, no tenía nada que hacer en todo eldía, me planteé echar otra cabezadita, pero alfinal cambié de opinión y decidí levantarme. Elplacer de despertarse junto a un sol nuevo,todavía por estrenar, no tiene precio. Me metíbajo la ducha, me lavé bien, me afeité. Despuésde hacer los veinte minutos de gimnasiaacostumbrados, desayuné lo que encontré. Elfrigorífico estaba casi vacío, tenía que haceracopio de provisiones. Me senté a la mesa de lacocina y, mientras tomaba un zumo de naranja,anoté a lápiz la lista de la compra. No me bastócon una hoja, necesité dos. De todas formas,como el supermercado todavía no estabaabierto, decidí que haría la compra cuandosaliera a almorzar.

Arrojé dentro de la lavadora toda la ropasucia que había en la cesta del cuarto de baño y,cuando estaba frotando mis zapatillas de tenisen el fregadero, me acordé de pronto del

Page 189: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

misterioso regalo del anciano. Dejé de lavar lazapatilla derecha, me sequé las manos con untrapo de cocina, volví al dormitorio y cogí lasombrerera. La caja seguía pareciéndome muyligera en relación con su tamaño. Su ligerezaproducía una sensación desagradable. Eraliviana en exceso. Me daba que pensar. Tal vezfuese una especie de intuición profesional;algo, no obstante, sin fundamento.

Recorrí la habitación con la mirada.Estaba extrañamente silenciosa. Parecía quehubieran eliminado el sonido, pero, cuandocarraspeé para cerciorarme, se oyó uncarraspeo normal. Abrí la hoja de mi navaja yprobé a dar golpecitos en la mesa con laempuñadura: también esta vez se oyó el «toc-toc» habitual. Al parecer, cuando experimentasel fenómeno de la eliminación del sonido,durante un tiempo tiendes a sentir hacia elsilencio una suspicacia mayor que laacostumbrada. Abrí la ventana de la galería. El

Page 190: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ruido de los coches y los trinos de los pájarospenetraron en la habitación de un modotranquilizador. ¡Qué evolución ni qué ochocuartos! El mundo debe estar lleno de sonidosdiferentes.

Después corté con la navaja multiusos,con sumo cuidado para no dañar su contenido,la cinta adhesiva. La parte superior de la cajaestaba repleta de bolas de papel de periódicoarrugado. Desplegué dos o tres hojas y las leí:eran noticias normales y corrientes de unMainichi Shimbun de tres semanas atrás, demodo que fui a la cocina a buscar una bolsa debasura y, tras estrujar los papeles, los arrojé ensu interior. En la caja habían embutido el papelde los periódicos de dos semanas enteras.Todos del Mainichi Shimbun. Una vez retiradotodo el papel, debajo apareció un blandorelleno de polietileno, o quizá de estirenoespumoso, en trozos del tamaño del dedo de unniño. Fui sacándolo con ambas manos y

Page 191: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

arrojándolo a la bolsa de basura. No tenía lamenor idea de qué había dentro de lasombrerera, pero lo cierto era que aquel regalodaba mucho trabajo. Cuando hube apartadoaproximadamente la mitad de polietileno, o deestireno espumoso, topé con algo envuelto enpapel de periódico. Ya estaba un poco harto delasunto, así que volví a la cocina, saqué una latade Coca-Cola de la nevera, me la llevé a lahabitación y me la bebí despacio, sentado sobrela cama. Luego, sin más, se me ocurriócortarme las uñas con la navaja. Un pájaro conel pecho de color negro se acercó a la galería yempezó a picotear con voracidad las migas depan que había esparcidas sobre la mesa, comode costumbre. Una mañana tranquila.

No tardé en recuperar los ánimos. Medirigí a la mesa y extraje de la caja, con sumocuidado, el objeto envuelto en papel deperiódico. Estaba rodeado de varias vueltas decinta adhesiva de un modo que recordaba una

Page 192: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

obra de arte contemporáneo. Por la forma,parecía una sandía, pero larga y estrecha, muyliviana. Dejé la caja y la navaja en el suelo y,sobre la amplia superficie de la mesa, fuidesprendiendo con cuidado el papel y la cintaadhesiva. Apareció el cráneo de un animal.

«¡Diantres!», pensé. ¿Qué le había hechosuponer al viejo que me haría ilusión tener uncráneo? Porque, lo mirases como lo miraras,nadie en su sano juicio iba por ahí regalandocalaveras.

La forma de la cabeza se parecía a la de uncaballo, pero el tamaño era mucho menor. Entodo caso, deduje basándome en misconocimientos de biología, aquel cráneo debíade haber pertenecido a un mamífero no muyvoluminoso, herbívoro, con pezuñas o cascos,y cabeza alargada y delgada. Pensé en algunosanimales con esas características. El ciervo, lacabra, la oveja, la gacela, el reno, el asno...Posiblemente hubiera algunos más, pero no

Page 193: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

logré recordar los nombres de otros animalescon esos rasgos.

De momento, decidí poner el cráneosobre el televisor. No era una visión demasiadoatractiva, cierto, pero no se me ocurría otrositio mejor. Seguro que Ernest Hemingway lohabría puesto sobre la chimenea, junto con lascabezas de ciervo, pero en mi casa, como eslógico, no hay chimenea. Por no haber, no hayni aparador. Ni siquiera un triste mueblezapatero. De modo que el único lugar dondepodía poner el cráneo de aquel animal defiliación incierta era sobre el televisor.

Al arrojar a la basura el relleno quequedaba en la caja, descubrí en el fondo —envuelto, obviamente, en papel de periódico—un objeto largo y delgado. Al abrirlo, descubríque eran las tenazas de acero inoxidable que elanciano utilizaba para golpear los cráneos. Lassostuve en la palma de la mano y me quedéobservándolas unos instantes. A diferencia del

Page 194: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cráneo, las tenazas eran muy pesadas y tanimponentes como la batuta de marfil queutilizaba Furtwangler para dirigir la Filarmónicade Berlín.

Sólo para ver qué pasaba, me planté,tenazas en mano, delante del televisor y di ungolpecito en la frente del cráneo del animal. Seoyó un «aggh» parecido a la respiración nasalde un perro de gran tamaño. Yo esperaba unsonido más duro, la verdad, un «toe» o un«tac», y no negaré que me pareció un pocoraro, pero eso no me daba ningún derecho aquejarme. Porque si haces de eso un problemay empiezas a buscarle los tres pies al gato, noacabas nunca. Total, por más que refunfuñes, elsonido no cambiará y, aunque lo hiciera,¿cambiarían con ello las cosas?

Cuando me harté de contemplar el cráneoy de darle golpecitos, me aparté del televisor,me senté en la cama, me puse el teléfono sobrelas rodillas y marqué el número de mi agente

Page 195: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del Sistema para confirmar mi agenda. Elagente contestó al teléfono y me dijo que teníaun trabajo para dentro de cuatro días y mepreguntó si había algún inconveniente. Le dijeque no. A fin de evitar posibles problemas en elfuturo, se me pasó por la cabeza consultarleacerca de la legalidad del uso del shuffling,pero cambié de idea pensando que, si lo hacía,la cosa se alargaría demasiado. Losdocumentos eran oficiales y me habíanremunerado debidamente. Además, el ancianome había dicho que no había contactadoconmigo a través del agente para preservar elsecreto. ¿Para qué complicar innecesariamentelas cosas?

A eso tenemos que añadirle que yo nosentía una gran simpatía por el agente que mehabían asignado. Era un hombre de unos treintaaños, alto y delgado, el típico sujeto que creesaberlo todo. Con un individuo así, erapreferible evitar, en lo posible, embrollar las

Page 196: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cosas.Tras concretar algunos aspectos prácticos

de mi próximo trabajo, colgué, me senté en elsofá de la sala de estar, abrí una lata de cervezay empecé a ver la cinta de vídeo de CayoLargo, con Humphrey Bogart. Me encantaLauren Bacall en esta película. También estábien en El sueño eterno, por supuesto, pero enCayo Largo tiene algo especial que no leencuentro en otras películas. He visto CayoLargo montones de veces para descubrir a quédiablos se debe, pero todavía no he hallado larespuesta. Quizá sea porque, en ella, Bacallsimboliza la necesidad de simplificar laexistencia humana. Pero no podría jurarlo.

Aunque trataba de mantener la mirada fijaen la pantalla, los ojos se me ibanautomáticamente hacia el cráneo, que estabasobre el televisor. De modo que, incapaz deconcentrarme en la película tal comoacostumbraba, en el instante en que llega el

Page 197: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

huracán detuve la cinta, dejé de ver la películay, mientras me terminaba la cerveza, me quedémirando distraídamente la calavera de encimadel televisor. Entonces me asaltó la sensaciónde que ya la había visto antes en alguna otraparte. Pero no lograba recordar nada más.Saqué una camiseta de un cajón, cubrí el cráneocon ella y seguí viendo Cayo Largo. De estemodo conseguí por fin concentrar toda miatención en Lauren Bacall.

A las once salí de mi apartamento, comprétoda la comida que se me antojó en elsupermercado de cerca de la estación y, luego,me pasé por la bodega para comprar vino tinto,agua mineral con gas y zumo de naranja. Recogíuna chaqueta y dos sábanas en la tintorería,compré un bolígrafo, sobres y papel de carta enla papelería y, en la droguería, adquirí unapiedra de afilar del grano más fino queencontré. Me pasé por la librería y compré dosrevistas; entré en la ferretería y adquirí

Page 198: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bombillas y cintas de casete; en la tienda defotografía, compré un carrete de fotos para unaPolaroid. De paso, me acerqué a la tienda dediscos y me hice con varios discos. Gracias aello, los asientos traseros de mi pequeñocoche se llenaron de bolsas de la compra. Esposible que sea un comprador nato. En cada unade mis esporádicas salidas a la ciudad, acaboreuniendo una montaña de pequeños objetos,igual que una ardilla en noviembre.

El coche lo utilizo exclusivamente paralas compras. Ha sido así desde el primer día: loadquirí porque había comprado demasiadascosas y no podía acarrearlas hasta casa. Con losbrazos llenos de bolsas, entré en un local dondevendían coches de segunda mano que descubrípor casualidad y me encontré con que habíatodo tipo de vehículos. A mí los coches no megustan y tampoco entiendo gran cosa, así quesolté: «Uno cualquiera que no sea muy grande».

Mi interlocutor, un hombre de mediana

Page 199: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

edad, sacó un catálogo para que yo pudieraelegir el modelo, pero yo no tenía ningunasganas de mirarlo, así que le expliqué quedeseaba un coche para utilizarlo cuando fuerade compras. No pensaba correr con él por laautopista, ni llevar de paseo a ninguna chica, niir de viaje con la familia. No necesitaba unmotor de gran potencia, ni aire acondicionado,ni radio, ni ventana en el techo, ni neumáticosde alto rendimiento. Le dije que quería uncoche pequeño, de buena calidad, fiable, quemaniobrara bien, que no despidiera muchohumo por el tubo de escape, que no fuera muyruidoso y que se averiara poco. En cuanto alcolor, si lo tenían en azul marino, perfecto.

El vendedor me recomendó un pequeñocoche amarillo de fabricación nacional. Elcolor no era de mi agrado, pero, al probarlo, vique el coche era fiable y que maniobraba bien.Me gustó su diseño sencillo y que no tuvieraningún accesorio superfluo; además, como se

Page 200: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trataba de un modelo viejo, era barato.—Un coche es básicamente eso —me

dijo el vendedor—. Hablando con franqueza, lagente está loca.

Le dije que tenía toda la razón.Así fue como adquirí un coche para las

compras. Jamás lo utilizo para otra cosa.Al terminar las compras, metí el coche en

el aparcamiento de un restaurante que había porallí cerca, pedí una cerveza, ensalada de gambasy aros de cebolla fritos y me los fui comiendosolo, en silencio. Las gambas estabandemasiado frías; el rebozado de la cebolla, unpoco hinchado. Sin embargo, cuando barrí elinterior del local con la mirada, no vi a ningúncliente que llamara a la camarera y protestara oque estrellara su plato contra el suelo, de modoque decidí comérmelo todo sin chistar. Por laventana del restaurante se veía la autopista. Porella circulaban coches de diferentes colores yestilos. Mientras los contemplaba, pensé de

Page 201: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nuevo en el excéntrico anciano y en su nietarellenita. Por más simpatía que les tuviera,ellos vivían en un mundo insólito que superabacon creces mi comprensión. El absurdoascensor, el enorme agujero al fondo delarmario, los tinieblos, la eliminación delsonido: todo era de lo más singular. ¡Y,encima, me ofrecían un cráneo de animal comoregalo de despedida!

Para matar el tiempo mientras me traían elcafé de sobremesa, rememoré, uno a uno,diferentes detalles de la joven rolliza: suspendientes rectangulares, su traje chaqueta decolor rosa, sus tacones, sus pantorrillas, sunuca gordezuela, sus facciones... Esa clase decosas. Recordaba con relativa claridad cada unade las partes, pero la imagen global, la suma detodas ellas, resultaba extrañamente imprecisa.Quizá se debiera a que, en los últimos tiempos,no me había acostado con ninguna mujerrolliza. Y por eso era incapaz de evocar su

Page 202: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

figura. Hacía ya casi dos años que no meacostaba con ninguna gorda.

Sin embargo, tal como había dicho elanciano, por más que se las llame igual, existenen el mundo diferentes tipos de gordura. Unavez —creo que fue el año en que ocurrió elincidente del Ejército Rojo Japonés—, meacosté con una chica con unas caderas y unosmuslos tan enormes que casi se los podríacalificar de excepcionales. Ella trabajaba en unbanco y, a fuerza de encontrarnos cara a cara,empezamos a intimar, fuimos a tomar una copay, de pasada, nos acostamos. Fue entoncescuando descubrí que la parte inferior de sucuerpo era extraordinariamente voluminosa.Como ella siempre había permanecido sentadatras el mostrador, jamás hasta esa noche habíaalcanzado a ver la mitad inferior de su cuerpo.

—Eso es porque, cuando estudiaba,practicaba el ping-pong —me explicó ella, peroaquella relación causa-efecto no me convenció.

Page 203: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Porque jamás había oído que el ping-pongprodujese tal cosa.

Pero su gordura era muy atractiva. Alaplicar la oreja sobre su cadera, tenía lasensación de estar tendido en el campo unatarde de primavera. Sus muslos eran mullidoscomo una colcha bien aireada y, a partir deellos, descendiendo en una suave curva, sellegaba a su sexo. Cuando alabé su gordura —sime gusta algo, enseguida me vienen palabras dealabanza a los labios—, ella se limitó a decir:«¿Ah, sí?», como si no me creyera.

Claro que también me he acostado conmujeres de obesidad uniforme. Con mujeressólidas y macizas. La primera fue una profesorade órgano electrónico, y la última, una estilistaautónoma.

Vamos, que la gordura también poseediferentes matices. Y es que, con cuantas másmujeres te acuestas, más tiendes a la doctrinacientífica. El goce del acto sexual en sí va

Page 204: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

decreciendo. El deseo, por supuesto, nada tieneque ver con la doctrina. Sin embargo, cuando eldeseo sexual sigue los debidos canales, surgeuna catarata llamada acto sexual y, al final, seacaba llegando al fondo de la cascada querebosa de cierto tipo de doctrina. Y,exactamente igual que con los perros dePavlov, el deseo sexual genera un circuitoconsciente que te lleva directamente al fondode la cascada. Pero esto, en definitiva, quizá sedeba únicamente a que estoy cumpliendo años.

Dejé de pensar en el cuerpo desnudo de lajoven gorda, pagué la cuenta y salí delrestaurante. Después me dirigí a la bibliotecadel barrio y, detrás del mostrador de consultas,encontré a una joven delgada de pelo largo.

—¿Tienen algo sobre los cráneos de losmamíferos? —pregunté.

Ella estaba absorta en la lectura de unlibro de bolsillo, pero alzó la cabeza y memiró.

Page 205: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Cómo? —dijo.—Algo... sobre los cráneos... de los

mamíferos —repetí, separando bien cadacláusula.

—Cráneos de mamíferos —dijo ellacomo si cantara una canción. Pronunciado deaquella forma, sonaba como el título de unpoema. Como cuando el poeta, antes de recitarun poema, anuncia el título a su audiencia. Medije que, le consultaran lo que le consultasen,ella debía de repetirlo de la misma forma.

«Lahistoria-delteatro-deguiñol.»«Introducción-alTaichi.»Pensé que sería divertido que existiera

realmente un poema con este título.Ella reflexionó unos instantes,

mordisqueándose el labio inferior, y dijo:—Espere un momento. Voy a

comprobarlo.Se dio la vuelta y tecleó simplemente:

«mamíferos». Aparecieron unos veinte títulos

Page 206: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en la pantalla del ordenador. La muchachaborró dos terceras partes con el lápiz óptico.Tras guardar el resto en la memoria, tecleóconcisamente: «cráneos». Salieron siete uocho títulos más; ella borró sólo dos y pusolos demás debajo de los que había guardadoantes. También la biblioteca había cambiado. Laépoca en que metían las fichas de préstamo enuna funda de plástico situada en lacontraportada del libro era ya un sueño. Cuandoera pequeño, me encantaba mirar las fichas depréstamo con las fechas estampadas una junto aotra.

Mientras ella se valía del teclado conmano experta, yo contemplé su espalda delgaday su pelo largo. Me costaba decidir si podíaresultarme simpática o no. Era hermosa,amable, parecía inteligente y recitaba lostítulos de los libros como si fueran títulos depoemas. No había ninguna razón que meimpidiese sentir simpatía hacia ella.

Page 207: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

La muchacha pulsó el interruptor de laimpresora, imprimió la lista que había en lapantalla del ordenador y me la entregó.

—Puede elegir entre estos nueve libros—me dijo.

Eran los siguientes:

1. Mamíferos: introducción a su estudio2. Enciclopedia ilustrada de los

mamíferos3. El esqueleto de los mamíferos4. Historia de los mamíferos5. Yo, un mamífero6. Anatomía de los mamíferos7. El cerebro de los mamíferos8. El esqueleto animal9. Los huesos hablan

Con mi carné podía pedir prestados tres

libros. Elegí los números 2, 3 y 8.Yo, un mamífero y Los huesos hablan

Page 208: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

también parecían interesantes, pero noguardaban una relación directa con el problemaque me ocupaba en esos instantes.

—Lo siento mucho, pero Enciclopediailustrada de los mamíferos es un libro deconsulta y no está en préstamo —dijorascándose la sien con el bolígrafo.

—Escucha —le dije—, es un asunto muyimportante. Te lo devolveré sin falta mañanapor la mañana. No te causaré ninguna molestia,ya lo verás. ¿Podrías prestármelo sólo porhoy?

—Es que los libros con ilustraciones ygráficos los consulta mucha gente, ¿sabes? Y simis jefes se enteran de que te lo he dejado enpréstamo, me echarían una bronca.

—Sólo por hoy. Nadie se dará cuenta.Permaneció unos instantes dudando qué

hacer. Mientras, se pasaba la punta de la lenguapor detrás de los dientes de abajo. Tenía unalengua rosada, muy bonita.

Page 209: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—De acuerdo. Pero sólo por esta vez. Ytráelo mañana antes de las nueve y media de lamañana.

—Gracias —dije yo.—De nada —dijo ella.—Por cierto, querría hacer algo para

agradecerte el favor. ¿Qué te gustaría?—Aquí enfrente hay un Thirty One Ice

Cream. ¿Podrías ir a comprarme un helado? Uncucurucho doble, con pistacho debajo y cafécon ron encima. ¿Te acordarás?

—Un cucurucho doble, con pistachodebajo y café con ron encima —verifiqué yo.

Salí de la biblioteca y me dirigí al ThirtyOne Ice Cream; ella fue hacia el fondo abuscarme los libros. Cuando regresé con elhelado, todavía no había vuelto, de modo queme quedé ante el mostrador, con el helado en lamano izquierda, esperando pacientemente a quevolviera. Unos ancianos que leían el periódicosentados en los bancos lanzaban miradas de

Page 210: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

extrañeza, alternativamente, hacia mi rostro yhacia el helado que sostenía en la mano. Porfortuna, el helado estaba muy duro y tardaba enfundirse. Sólo que, plantado allí con un heladoque no me comía en la mano, me sentíaincómodo, como si fuera una estatua de bronceabandonada.

Sobre el mostrador, descansaba de bruces,como un conejito dormido, el libro de bolsilloque ella leía cuando entré. Era el segundovolumen de El viajero del tiempo, la biografíade H.G. Wells. Al parecer, el libro no era de labiblioteca, sino suyo. Al lado había, uno junto aotro, tres lápices bien afilados. Y siete u ochoclips esparcidos. ¿Cómo es que había clips portodas partes? No conseguía entenderlo.

O, por una u otra razón, los clips habíaninvadido el mundo de repente, o era una simplecasualidad y yo le concedía excesivaimportancia. Con todo, era extraño, muy difícilde explicar. Fuera a donde fuese, había clips

Page 211: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

esparcidos de forma que yo pudiera verlos,como si formaran parte de un planpreconcebido. Me daba que pensar.Últimamente, había demasiadas cosas que medaban que pensar. El cráneo de animal, losclips. Tenía la sensación de que existía algunaconexión entre ellos, pero no se me ocurríaqué clase de conexión podría haber entre uncráneo de animal y unos clips.

Poco después, la chica de pelo largovolvió con los tres tomos entre los brazos. Meentregó los libros, tomó, a cambio, el helado,se agachó detrás del mostrador para que nopudieran verla desde delante y empezó acomérselo. Vista desde arriba, su nuca, que semostraba sin defensa, era muy hermosa.

—Muchas gracias —dijo ella.—De nada. Por cierto, ¿para qué usas

estos clips?—¿Los clips? —repitió ella como si

cantara—. Pues los utilizo para unir hojas de

Page 212: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

papel. Ya sabes para qué sirven, ¿no? Los haypor todas partes, todo el mundo los utiliza.

Tenía toda la razón. Le di las gracias, cogílos libros y salí de la biblioteca. Clips, loshabía por todas partes. Por mil yenes, podríaadquirir los clips que gastaría a lo largo de todami vida. Me pasé por la papelería y compré milyenes de clips. Y volví a casa.

Ya en casa, metí la comida en la nevera.Envolví bien la carne y el pescado en celofán, ycongelé lo que tenía que congelar. Tambiéncongelé el pan y el café en grano. El tofu lointroduje en un bol con agua. La cerveza la metíen el refrigerador, y puse delante las verdurasmenos frescas. Colgué en el armario lachaqueta de la tintorería, dejé el detergente enel estante de la cocina. Luego esparcí los clipsjunto al cráneo, encima del televisor.

Una extraña combinación.Curiosa como la de una almohada de

Page 213: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

plumas y un helado o como un tintero y unalechuga. Salí a la galería y los contemplé delejos, pero la impresión fue la misma. Aquellosobjetos no tenían un solo punto en común. Sinembargo, no cabía duda de que, en algún lugarque yo no conocía —o que no recordaba—,debía de existir un puente secreto.

Me senté en la cama y me quedé largotiempo con la vista clavada en el televisor. Perono conseguí acordarme de nada. Simplemente,el tiempo fue transcurriendo deprisa. Unaambulancia y un coche con un altavoz haciendopropaganda de derechas pasaron por el barrio.Me entraron ganas de tomarme un whisky, perome aguanté. Debía mantenerme sobrio, teníaque pensar. Poco después, volvió el coche dederechas. Quizá se hubiese perdido por mibarrio. En esa zona había muchas curvas y erafácil perderse.

Descorazonado, me levanté, me senté antela mesa de la cocina y hojeé los libros que

Page 214: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

había traído de la biblioteca. Decidí buscarprimero los mamíferos herbívoros de tamañomedio y, luego, ir mirando sus esqueletos, unoa uno. El número de herbívoros de tamañomedio era muy superior al que suponía. Sólo enla familia de los cérvidos ya había unos treinta.

Tomé el cráneo de encima del televisor,lo deposité sobre la mesa de la cocina y lo fuicomparando con todas las ilustraciones dellibro, una tras otra. Empleé una hora y veinteminutos en mirar noventa y tres cráneosdistintos, pero ninguno se correspondía con elque tenía en la mesa. Me encontraba de nuevoen un callejón sin salida. Cerré los tres libros ylos amontoné en una esquina de la mesa. Nopodía hacer nada.

Desalentado, me tumbé encima de la camay empecé a ver la cinta de vídeo de El hombretranquilo, de John Ford. Entonces sonó eltimbre de la puerta. Al atisbar por la mirilla, via un hombre de mediana edad con el uniforme

Page 215: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de la Compañía de Gas de Tokio. Sin quitar lacadena de seguridad, abrí la puerta y le preguntéqué quería.

—La revisión periódica de fugas de gas —dijo el hombre.

—Espera un momento —repuse.Volví al dormitorio, me metí en el

bolsillo la navaja que había dejado sobre lamesa y abrí la puerta. Hacía sólo un mes quehabían venido a hacer la revisión periódica de lainstalación del gas. Tampoco la actitud delhombre era natural.

A pesar de ello, fingí indiferencia ycontinué viendo El hombre tranquilo. Elhombre inspeccionó primero el gas del cuartode baño con un instrumento parecido a unaparato para medir la tensión arterial y despuésse dirigió a la cocina. El cráneo seguía sobre lamesa. Con el sonido del televisor alto, medirigí de puntillas a la cocina y, tal comoesperaba, me encontré al hombre introduciendo

Page 216: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el cráneo en una bolsa negra de basura. Abrí lahoja de la navaja, entré precipitadamente en lacocina, me planté a sus espaldas, lo sujeté pordetrás metiendo los brazos por debajo de susaxilas y, cruzándolos sobre su nuca, le puse lapunta de la navaja en la nuca, justo bajo minariz. El hombre arrojó la bolsa de plástico atoda prisa sobre la mesa.

—No tenía intención de hacerlo —sejustificó con voz temblorosa—. Simplemente,al verlo, de repente me han entrado ganas dequedármelo y lo he metido en una bolsa. Hasido un impulso. ¡Perdóneme!

—No voy a perdonarte —dije yo. Jamáshabía oído que un empleado de la compañía delgas sintiera el impulso irrefrenable de quedarseunos huesos de animal que veía sobre la mesade una cocina—, ¡O me dices la verdad o terebano el cuello!

A mis oídos estas palabras sonaroncompletamente falsas, pero el hombre no

Page 217: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pareció considerarlas así.—¡Perdón! Se lo diré todo. ¡Perdóneme!

—dijo—. La verdad es que me han ofrecidodinero por robarlo. Se me han acercado doshombres por la calle, me han preguntado siquería hacer un trabajillo y me han dadocincuenta mil yenes. Me han dicho que, cuandose lo llevara, me pagarían cincuenta mil más.Yo no quería hacerlo, pero uno de los hombresera enorme y tenía toda la pinta de que, si menegaba, me las haría pasar moradas. No me haquedado más remedio, créame. Me hanobligado. ¡Por favor, no me mate! Tengo doshijas que van al instituto.

—¿Las dos? —pregunté, escamado.—Sí, una está en primero, y la otra en

tercero —dijo el hombre.—Hum... ¿Y a qué instituto van?—La mayor al instituto municipal de

Shimura, y la pequeña, al Futaba de Yotsuya —dijo el hombre.

Page 218: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

La combinación era extraña, pero elhombre parecía sincero. Decidí creerle.

Por si acaso, manteniendo todavía lanavaja en su nuca, le saqué la cartera delbolsillo trasero del pantalón y miré sucontenido. Llevaba sesenta y siete mil yenes,cincuenta mil en billetes nuevos. Aparte deldinero, llevaba el carné de empleado de laCompañía del Gas de Tokio y fotografías encolor de su familia. Las dos hijas aparecíanluciendo sus mejores galas de Año Nuevo.Ninguna de las dos era especialmente guapa.Como ambas tenían la misma figura, no pudediscernir cuál era la de Shimura y cuál la deFutaba. También tenía un abono de losferrocarriles nacionales, de Sugamo hastaShinanomachi. El hombre parecía inofensivo,de modo que bajé el cuchillo y me aparté de sulado.

—Puedes irte —dije, y le devolví lacartera.

Page 219: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Muchas gracias —dijo—. Pero ¿qué mepasará ahora? He aceptado el dinero, pero nopodré llevarles el objeto.

Le dije que tampoco yo sabía qué iba asucederle. Los semióticos —porque seguroque eran ellos— actuaban de maneraimpredecible. Lo hacían adrede, para que nadiepudiera descifrar sus pautas de conducta. Tantopodían arrancarle los dos ojos con la punta deun cuchillo como entregarle cincuenta milyenes más y darle las gracias. Imposibleadivinarlo.

—¿Y dices que uno era muy grande? —quise saber.

—Sí, enorme. Y el otro era muy pequeño.De un metro cincuenta, más o menos. Elpequeño iba muy bien vestido. Los dosparecían unos tipos de cuidado.

Le enseñé cómo podía salir por detrás através del aparcamiento, que da a un callejónestrecho. Una vez allí, le sería fácil orientarse.

Page 220: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Con un poco de suerte, lograría volver a casasin encontrarse con aquellos dos tipos.

—¡Muchas gracias! —dijo el hombrecomo si acabara de salvarle la vida—. No ledirá nada a la empresa, ¿verdad?

Le dije que no. Lo hice salir, cerré lapuerta con llave y eché la cadena. Después mesenté en la silla de la cocina, dejé la navaja conla hoja plegada sobre la mesa y saqué lacalavera de la bolsa de plástico. Como mínimo,había averiguado algo. Que los semióticos ibandetrás de aquel cráneo. Lo que quería decirque, para ellos, la calavera tenía un gran valor.

En aquellos instantes, ellos y yo nosencontrábamos en una posición equivalente. Yotenía el cráneo, pero no sabía por qué eraimportante. Ellos conocían su valor —o lointuían—, pero no tenían el cráneo. Estábamosempatados. Respecto al siguiente paso quepodía dar, tenía dos opciones. Una era ponermeen contacto con el Sistema, explicarles la

Page 221: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

situación y pedirles que me ofrecieranprotección frente a los semióticos o que sellevaran el cráneo a alguna parte. La otra eracontactar con la joven gorda y pedirle que meexplicara qué valor tenía ese cráneo. Sinembargo, la idea de involucrar al Sistema enaquel tinglado no me entusiasmaba.Probablemente me someterían a fastidiosasinvestigaciones y preguntas. A mí no me van lasgrandes organizaciones. Carecen deflexibilidad, suponen una gran pérdida detiempo y esfuerzo. Hay demasiados cretinosdentro.

Contactar con la gordita tampoco erafactible. No sabía el número de teléfono de suoficina. Cabía la posibilidad de ir directamenteal edificio, pero en aquel momento erapeligroso salir de casa y, además, eraimpensable que pudiera entrar, sin cita previa,en un edificio dotado de medidas de seguridadtan estrictas.

Page 222: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

En conclusión, al final opté por no hacernada.

Cogí las tenazas de acero inoxidable y ledi otro golpecito en lo alto de la testa. Volvió aoírse el mismo «aggh» de antes. Era un sonidomuy lúgubre, como si el animal, del quedesconocía el nombre, estuviese vivo ygimiera. Tomé el cráneo en la mano y loestudié con calma, preguntándome por quéproduciría un sonido tan singular. Volví agolpearlo ligeramente con las tenazas. Se oyóel mismo «aggh».

Pero, al prestar atención, me pareció queel sonido salía de un solo punto del cráneo.

Lo golpeé repetidas veces hasta que logréhallar el lugar exacto. El «aggh» salía por unorificio de unos dos centímetros de diámetroque tenía en la frente. Pasé con suavidad lasyemas de los dedos por el interior del orificio.El tacto era más rugoso que el queacostumbran a tener los huesos. Era como si le

Page 223: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hubiesen arrancado violentamente algo. Algo...que podía ser un cuerno.

¿Un cuerno?Si se trataba de un cuerno, entonces lo que

yo tenía en la palma de la mano era el cráneode un unicornio.

Hojeé otra vez la Enciclopedia ilustradade los mamíferos buscando alguno que tuvieraun cuerno en la frente. Pero, por más quebusqué, no encontré ninguno. Sólo elrinoceronte cumplía, mal que bien, esterequisito, pero, a juzgar por el tamaño y laforma del cráneo, era imposible que fuera deeste animal.

Sin saber qué camino tomar, saqué hielode la nevera y me tomé un Old Crow con hielo.Empezaba a anochecer y bien podía permitirmeun whisky. También me comí una lata deespárragos. Me encantan los espárragosblancos. Cuando me terminé la lata, me preparéun emparedado de ostras ahumadas con pan de

Page 224: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

molde y me lo comí. Después me tomé unsegundo whisky.

Arbitrariamente, decidí que el antiguodueño de aquel cráneo debía de haber sido ununicornio. Porque, de no ser así, me encontrabaen un punto muerto.

Estaba en poder de un cráneo deunicornio.

«¡Vaya por Dios!», me dije. «¿Por qué nodejan de pasarme cosas raras? ¿Qué he hechoyo? Soy un calculador independiente, un tipopráctico y realista. No soy ni ambicioso niinteresado. No tengo familia, amigos ni novia.Ahorro cuanto puedo para aprender violoncheloo griego cuando me jubile y pasar una vejeztranquila. ¿Por qué diablos me encuentrometido en historias estrambóticas deunicornios o de eliminación del ruido?»

Cuando me terminé el segundo whisky

Page 225: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

con hielo, fui al dormitorio, busqué en el listíntelefónico, llamé a la biblioteca y dije:

—La encargada de consultas, por favor.Diez segundos después se ponía la chica

del pelo largo.— Enciclopedia ilustrada de los

mamíferos —dije.—Gracias por el helado —repuso ella.—De nada —dije yo—. Por cierto,

¿podría pedirte otro favor?—¿Un-favor? —preguntó—. Depende...—Querría que me buscaras algo sobre

unicornios.—¿Sobre-unicornios? —repitió.—¿No puede ser?Siguió un largo silencio. Supuse que debía

de estar mordisqueándose el labio inferior.—¿Y qué tendría que buscarte

exactamente?—Todo —le dije.—Mira, son ya las cuatro y cincuenta y

Page 226: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cinco minutos, y antes de la hora de cierre haymucho trabajo. Ahora no puedo. ¿Por qué novienes mañana cuando abramos? Podrás buscartodo lo que quieras sobre unicornios ytricornios.

—Es que me corre mucha prisa. Es muyimportante.

—Hum... Importante, ¿hasta qué punto?—Tiene que ver con la evolución —dije.—¿La-evolución? —repitió.Un poco sorprendida sí parecía. Debía de

preguntarse si estaba ante un auténtico loco oante una persona cuerda con visos de estar loca.Rogué por que se decidiera por la segundaopción. En este caso, quizá sintiera ciertointerés humano hacia mí. Por unos instantes seextendió un silencio parecido a un péndulomudo.

—Supongo que te refieres a la evoluciónque tuvo lugar a lo largo de millones de años,¿no? Pues, no sé, pero diría que no es tan

Page 227: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

urgente. Creo que un día podrá esperar, ¿no teparece?

—Hay evoluciones que tardan millones deaños y otras que no tardan más de tres horas.Mira, no es algo que pueda explicarte porteléfono. Es muy complicado. Pero necesitoque me creas. Es un asunto de importanciacapital. Tiene que ver con una nueva evolucióndel hombre.

—¿Como 2001: Una odisea en elespacio?

—Exacto —dije. Esa película la habíavisto varias veces en vídeo.

—Oye, ¿sabes lo que pienso de ti?—Pues supongo que todavía no tienes

claro si soy un loco inofensivo o un locopeligroso. Esta es la impresión que me da.

—Sí, más o menos —dijo ella.—Ya sé que no soy el más indicado para

decirlo, pero no soy mala persona —dije—, Ytampoco estoy loco. Algo terco y obstinado sí

Page 228: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

soy. Y un poco creído, también. Pero no estoyloco. Hasta ahora, por más inquina que mehayan tenido, jamás me han llamado loco.

—Hum... La verdad es que tu discursosuena coherente. No pareces mala persona, esverdad, y además me has comprado un helado.Está bien. Podemos quedar a las seis y mediaen una cafetería que está cerca de la biblioteca.Entonces te pasaré los libros. ¿De acuerdo?

—Verás, no es tan fácil. Resulta un pocodifícil de explicar, pero hoy no puedo salir decasa. Lo siento muchísimo.

—Es decir —dijo y empezó a golpearselos incisivos con la punta de las uñas, o almenos, por el ruido, eso parecía—, que meestás pidiendo que te lleve los libros a casa.¿Es eso? La verdad, no acabo de entenderlo.

—Hablando con franqueza, sí —dije—.Pero te lo pido como un favor, por supuesto.

—¿Apelando a mis buenos sentimientos?—Exacto —dije—. Tengo mis razones.

Page 229: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Se produjo un largo silencio. Sin embargo,gracias a la melodía de Annie Laurie queanunciaba el cierre de la biblioteca, supe queno se debía a la eliminación del sonido. Lajoven había enmudecido. Nada más.

—En los cinco años que trabajo en labiblioteca, jamás me he topado con un caraduracomo tú —dijo ella—. Nunca me habíanpedido que les llevara los libros a casa. Y,además, ¡el primer día! ¿No eres un pocosinvergüenza?

—La verdad es que sí. Pero ahora notengo alternativa. Estoy en un callejón sinsalida. No me queda más remedio que apelar atus buenos sentimientos.

—¡Lo que me faltaba! —exclamó—. Enfin... ¿Me indicas cómo llegar a tu casa?

Se lo indiqué con mucho gusto.

Page 230: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

8. El coronel

EL FIN DEL MUNDO

—No creo que exista la menor posibilidadde que puedas recuperar tu sombra —me dijoel coronel, tomándose el café a sorbitos.

Como la mayoría de personasacostumbradas durante largos años a darórdenes a los demás, el coronel hablaba con laespalda bien recta y el mentón proyectadohacia delante. Sin embargo, en su actitud nohabía altanería o prepotencia alguna. De sularga vida castrense había conservado unapostura erguida, una vida regular y una ingentecantidad de recuerdos. Para mí, era el vecinoideal. Amable, tranquilo y buen jugador deajedrez.

Page 231: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—El guardián tiene razón —dijo elanciano coronel—. Tanto en el aspecto teóricocomo en el práctico, las probabilidades de quepuedas recuperar tu sombra son nulas. Mientrasestés en esta ciudad, no puedes tenerla, y tú yano podrás salir jamás de aquí. Esta ciudad es loque en el ejército se llama una ratonera. Sepuede entrar, pero no salir. Al menos, mientrasesté rodeada por la muralla.

—Yo no sabía que iba a perder mi sombrapara siempre —dije—. Pensé que era algoprovisional. Nadie me lo explicó.

—En esta ciudad nadie te explicará nuncanada —dijo el coronel—. La ciudad sigue supropio ritmo. No le importa quién sabe qué oquién no sabe qué. Pero sí: es una verdaderalástima.

—¿Y qué será de la sombra a partir deahora?

—No le pasará nada. Se va a quedar allí yya está. Hasta que muera. ¿Has vuelto a verla

Page 232: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

después?—No. Lo he intentado varias veces, pero

el guardián no me lo ha permitido. Dice que espor razones de seguridad.

—¡Ah! Entonces, no hay nada que hacer —dijo el anciano sacudiendo la cabeza—. Lacustodia de la sombra corresponde al guardián,en él recae toda la responsabilidad. Nada puedohacer yo. Ese hombre tiene muy mal genio y esmuy rudo, casi nunca hace caso de lo que ledicen. La única solución es tener paciencia yesperar a que le cambie el humor.

—Eso haré —dije—. Pero no entiendoqué diablos le preocupa tanto.

Cuando acabó de tomarse el café, elcoronel dejó la tacita sobre el plato, se sacó unpañuelo del bolsillo y se limpió las comisurasde los labios. Al igual que el resto de su ropa,el pañuelo era viejo, y estaba muy usado, perolimpio y bien cuidado.

—Le preocupa que tú y tu sombra volváis

Page 233: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a uniros. Porque, entonces, tendría que volver aempezar desde el principio.

Tras pronunciar estas palabras, volvió aconcentrarse en el tablero de ajedrez. Estejuego tenía unas piezas y unos movimientos unpoco distintos al ajedrez que yo conocía, por loque, generalmente, ganaba el anciano.

—El mono se come al prior, ¿de acuerdo?—Adelante —dije. Y moví la torre para

cortar la retirada del mono.Tras asentir varias veces, el anciano volvió

a quedarse con los ojos clavados en el tablero.Los lances del juego auguraban una victoriacasi segura del anciano coronel, pero éste, envez de atacar sin darme tregua, movía las piezascon tiento, tras considerar reflexivamente cadauno de los pasos que daba. Para él, el juegoconsistía más en poner a prueba su propiacapacidad que en vencer al adversario.

—Separarte de tu sombra y dejarla morires muy duro —dijo el anciano y, con un hábil

Page 234: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

movimiento en diagonal del caballero, bloqueóel espacio entre el rey y la torre. De estemodo, mi rey quedó totalmente desprotegido.Tres jugadas más y me daría jaque mate—.Todos hemos tenido que pasar por ahí. Yotambién. Si te despojan de tu sombra antes deque la hayas conocido, cuando todavía eres unniño que apenas se entera de nada, aún essoportable. Pero cuando ocurre a edades másavanzadas, duele más. A mí se me murió a lossesenta y cinco años. Y, a esta edad, ¡tienestantos recuerdos!

—¿Cuánto tiempo puede vivir una sombradespués de que la hayan separado de su cuerpo?

—Depende de la sombra —dijo—. Haysombras llenas de ánimo y otras que no lotienen. Pero en esta ciudad no sobrevivenmucho tiempo. Esta tierra no les sienta bien.Aquí el invierno es largo y crudo. Ningunasombra alcanza a ver dos primaveras.

Permanecí unos instantes con la mirada

Page 235: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fija en el tablero, pero finalmente me di porvencido.

—En cinco jugadas se puede ganarcualquier partida —aseguró el coronel—.Merece la pena intentarlo, ¿no crees? En cincojugadas cabe la posibilidad de que el adversariocometa un error. Hasta el final, nunca se puedecantar victoria.

—Voy a intentarlo —dije.Mientras yo pensaba, el anciano se acercó

a la ventana, entreabrió con los dedos lasgruesas cortinas y a través de la rendijacontempló el paisaje.

—Ahora estás atravesando el momentomás duro. Pasa como cuando se te cae undiente de leche, hasta que te sale el nuevo.¿Entiendes lo que quiero decir?

—¿Cuando te arrancan la sombra y todavíano ha muerto?

—Exacto —asintió el anciano—. Yo aúnlo recuerdo. Eres incapaz de mantener bien el

Page 236: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

equilibrio entre las cosas del pasado y lasque pertenecen al futuro. Por eso vacilas.Pero en cuanto te salga el diente nuevo, teolvidarás del otro.

—¿Cuando pierda mi corazón, quieredecir?

El anciano no respondió a eso.—Perdone que le haga tantas preguntas —

me disculpé—. Apenas sé nada de esta ciudad ymuchas cosas me desconciertan. Cómofunciona la ciudad, por qué la rodea una murallatan alta, por qué cada día salen y entran lasbestias, qué son los viejos sueños: no sé nada.Y usted es la única persona a quien puedopreguntárselo.

—No creas que yo conozco las razones detodo —dijo el anciano con calma—. Además,hay cosas que no pueden explicarse conpalabras y otras que no tengo por quéexplicarte. Pero no temas. La ciudad, en ciertosentido, es justa. A partir de ahora te irá

Page 237: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mostrando, una a una, las cosas que necesites,las cosas que debas saber. Y tú tendrás que irentendiéndolas por ti mismo, una tras otra,conforme te vayan llegando. ¿Comprendes?Esta ciudad es perfecta. Y perfección significatenerlo todo. Pero si tú no eres capaz deasimilar de manera provechosa las cosas que tesucedan, te encontrarás con que no hay nada.Un vacío perfecto. Recuerda bien lo que voy adecirte: lo que puedan enseñarte los demásacaba en sí mismo, lo que aprendes por tupropia cuenta forma parte de ti. Y te será degran ayuda. Abre los ojos, aguza el oído, haztrabajar la cabeza, descifra el significado de lascosas que te muestra la ciudad. Ya que tienescorazón, sírvete de él mientras puedas. Es loúnico que puedo enseñarte.

Si el barrio obrero donde vivía ella era unazona que había visto desaparecer el fulgor deantaño en las tinieblas, el barrio de residenciasoficiales que se extendía en la parte sudoeste

Page 238: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de la ciudad era una zona que iba perdiendo elcolor, sin pausa, envuelta en una luz seca. Lagracia que le había aportado la primavera sehabía diluido durante el verano, y el viento quesoplaba en otoño había acabado de erosionarla.Sobre la suave y extensa ladera de la llamadaColina del Oeste se sucedían blancasresidencias oficiales de dos plantas. En suorigen, aquellos edificios habían sidoconcebidos para albergar cada uno a tresfamilias, y el único espacio comunitario quetenían era el amplio vestíbulo situado en suparte central. Los remates de madera de cedrode la fachada, los marcos de las ventanas, losporches estrechos, los antepechos de lasventanas: todo estaba pintado de blanco. Hastadonde alcanzaba la vista, todo era blanco. Laladera de la Colina del Oeste mostraba todoslos matices del blanco. Un blanco reciénpintado, tan brillante que parecía artificial; unblanco que amarilleaba tras permanecer largo

Page 239: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tiempo expuesto al sol; un blanco al que lalluvia y el viento parecía que le hubieranarrebatado la esencia y hubiese quedadoreducido a nada, a pura inexistencia: todos esosmatices del blanco se sucedían hasta el infinitoa lo largo de los caminos de grava que cruzabanla colina. Las casas no tenían cercas. A los piesde los estrechos porches sólo había largosparterres de un metro de anchura. Los parterresestaban muy bien cuidados y, en primavera, enellos florecían el azafrán, los pensamientos ylas caléndulas, y, en otoño, los cosmos. Porcontraste con las flores, los edificios parecíanaún más ruinosos.

Antiguamente, debía de haber sido unbarrio elegante. Al pasear por la colina,encontraba, aquí y allá, vestigios de unrefinamiento pasado. Sin duda en aquellascalles habían jugado los niños, habían sonadoacordes de piano, habían flotado los olores decenas recién cocinadas. Yo, como si atravesara

Page 240: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

varias puertas transparentes, podía sentir en mipiel todos estos recuerdos.

Tal como indicaba su nombre, ResidenciaOficial, el barrio había estado habitado antañopor funcionarios del gobierno. Ni de alto ni debajo rango, personas que ocupaban puestos decategoría intermedia. Y, en aquel lugar, todoshabían intentado llevar adelante sus modestasvidas.

Pero ahora ya no quedaba ni rastro deellos. ¿Adonde habían ido? Lo ignoraba.

Después habían llegado los militaresretirados. Habían perdido sus sombras y vivíandía tras día, como mudas de insectos adheridasa los muros soleados, en la Colina del Oestebarrida por los fuertes vientos. Poco lesquedaba por proteger o defender. En cadaedificio vivían de seis a nueve viejos soldados.

El guardián me había asignado un cuartoen una de las viviendas de la Residencia Oficial.En el mismo edificio vivían un coronel, dos

Page 241: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

comandantes, dos tenientes y un sargento. Elsargento se encargaba de la comida y de lospequeños quehaceres de la casa, y el coronelemitía juicios. Igual que en el ejército. Losancianos eran, todos ellos, seres solitarios que—eternamente ocupados en los preparativos dela guerra, en combates, en retiradas, enrevoluciones y contrarrevoluciones— habíanperdido la oportunidad de formar una familia.

Por la mañana se levantaban temprano,desayunaban deprisa, por la fuerza de lacostumbre, y luego emprendían su trabajo sinque nadie se lo hubiese ordenado. Unosraspaban con la espátula la pintura vieja de lasparedes, otros arrancaban los hierbajos deljardín delantero, otros reparaban los muebles yotros arrastrando un carrito, bajaban al pie de lacolina a buscar las raciones de comida. Cuandoacababan su sesión de trabajo matutino, losancianos se reunían en un rincón soleado yhablaban de sus recuerdos.

Page 242: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me habían asignado una habitación del

primer piso orientada al este. Una pequeñaelevación me obstruía la vista y el paisaje quese divisaba desde mi ventana no era bonito,pero, en un extremo, se veía el río y la torre delreloj. El cuarto parecía llevar largo tiempodeshabitado, el yeso de las paredes teníamanchas oscuras por todas partes y una blancacapa de polvo se acumulaba en el quicio de laventana. Había una cama vieja, una mesapequeña y dos sillas. En la ventana colgabangruesas cortinas que olían a moho. La maderadel suelo estaba en mal estado y chirriaba acada paso que daba.

Por las mañanas, mi vecino, el coronel,venía a mi cuarto y desayunábamos juntos; porlas tardes, corríamos las cortinas ymanteníamos la habitación a oscuras.

—Eso de correr las cortinas y encerrarseen una habitación a oscuras, en días soleados

Page 243: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como hoy, debe de ser muy duro para un joven,¿verdad? —dijo el coronel.

—Pues sí.—Para mí es de agradecer haber

encontrado a alguien para jugar al ajedrez. A lostipos de aquí el juego no les interesademasiado. Siempre soy el único que quierejugar.

—¿Por qué abandonó usted su sombra?El anciano estaba contemplando sus dedos

bañados por la luz del sol que penetraba por larendija de la cortina, pero se apartó enseguidade la ventana y tomó asiento de nuevo frente amí.

—Supongo que fue porque llevaba muchotiempo defendiendo esta ciudad. Y debí detener la sensación de que, si dejaba la ciudad yme iba a otra parte, mi vida perdería su sentido.Claro que ahora esto carece ya de importancia.

—¿Se ha arrepentido alguna vez de haberlaabandonado?

Page 244: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No, nunca —dijo el anciano negandovarias veces con la cabeza—. Nunca me hearrepentido. No es algo de lo que tenga quearrepentirme.

Le maté el mono con la torre y, de estaforma, abrí espacio para que pudiera moversemi rey.

—Buena jugada —dijo el anciano—. Conla torre puedes proteger los cuernos y, además,liberas el rey. Pero, ¿te das cuenta?, al mismotiempo mi caballero gana en movilidad.

Mientras el anciano pensaba con calma lajugada, calenté agua y preparé otro café.

Me dije que en el futuro pasaría muchastardes como aquélla. En esa ciudad rodeada porla alta muralla, tenía muy pocas opciones.

Page 245: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

9. Apetito. Conmoción.Leningrado

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Mientras la esperaba, preparé una cenasencilla. Machaqué umeboshi[2] en el morteroe hice una salsa para aliñar la ensalada; preparéuna fritura de sardinas, aburaage[3] y ñame, yun cocido de carne de ternera con apio. No mesalió nada mal. Como me sobraba tiempo,mientras me tomaba una cerveza preparéjengibre cocido aliñado con salsa de soja yjudías con salsa de sésamo. Luego me tumbé enla cama y puse un viejo disco de Conciertospara piano y orquesta de Mozart,interpretados por Robert Casadesus. Creo que

Page 246: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la música de Mozart suena mejor en lasgrabaciones antiguas. Aunque tal vez sea sóloun prejuicio.

Eran más de las siete y, al otro lado de laventana, ya era noche cerrada, pero ella seguíasin aparecer. Al final, acabé escuchandoenteros los conciertos para piano número 23 y24. Tal vez hubiera cambiado de opinión yhubiese decidido no venir. De ser así, lo ciertoera que no podría reprochárselo. Lo mirarascomo lo mirases, lo más normal era que no sepresentase.

Sin embargo, mientras buscaba otro disco,resignado ya a la idea de que no viniera, sonó eltimbre. Al atisbar por la mirilla, vi a la jovenencargada de las consultas de la biblioteca en elpasillo con unos libros en los brazos. Todavíacon la cadena puesta, abrí la puerta y lepregunté si había alguien más en el pasillo.

—No, nadie —contestó.Quité la cadena y la invité a pasar. En

Page 247: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuanto hubo entrado, cerré enseguida la puertay eché la cadena.

—¡Qué bien huele! —dijo ella olfateandoel aire—, ¿Puedo echar un vistazo a la cocina?

—Adelante. Pero ¿estás segura de que nohabía nadie sospechoso en el portal? ¿Hacíanobras en la calle? ¿Has visto a alguien dentro deun coche en el aparcamiento?

—No había nadie —dijo ella, y dejó degolpe los libros sobre la mesa de la cocina yempezó a destapar las cazuelas que estabansobre los fogones—. ¿Lo has cocinado todotú?

—Sí. Si tienes hambre, te invito. Pero noes nada del otro mundo.

—¡Qué dices! Me encantan estos platos.Serví la comida en la mesa y me quedé

contemplando, lleno de admiración, cómodevoraba un plato tras otro. Valía la penacocinar para alguien que tuviera tan buenapetito. Me preparé un Old Crow con hielo en

Page 248: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un vaso grande, pasé atsuage[4] por la sartén, afuego vivo, le eché jengibre por encima yempecé a comérmelo junto con el whisky. Ellacomía a dos carrillos. La invité a beber algo,pero rehusó.

—¿Me dejas probar ese atsuage? —pidió.

Empujé hacia ella la mitad que me quedabay yo me tomé el whisky a palo seco.

—Si te apetece, tengo arroz y umebosbi.También puedo prepararte un misoshiru[5].

—¡Ah! ¡Sería genial! —dijo ella.En un instante, hice caldo con bonito

seco, le preparé un misoshiru con wakame[6] ycebolleta tierna, y se lo serví junto con arroz yumebosbi. Se lo zampó en un abrir y cerrar deojos. Cuando hubo dado buena cuenta de todo,y sobre la mesa sólo quedaban los huesos delas umebosbi, lanzó un suspiro de satisfacción.

—¡Estaba buenísimo! —exclamó.Era la primera vez que veía a una chica tan

Page 249: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

atractiva y esbelta como ella devorando con talvoracidad. Pero, en fin, según como lo mires,un apetito tan exacerbado también puedeconsiderarse digno de admiración. Inclusodespués de que hubiese acabado de comer,continué observándola con una mirada vaga,mezcla de admiración y estupor.

—Dime, ¿siempre comes tanto? —medecidí a preguntar.

—Sí. Más o menos —dijo ella sin darle lamenor importancia.

—Pero no engordas.—Tengo dilatación gástrica —dijo ella—.

Por eso como tanto y no engordo.—Hum... Pues debes de gastar un dineral

en comida, ¿no?Lo cierto era que incluso se me había

zampado lo que tenía para almorzar al díasiguiente.

—Una barbaridad —dijo—. Cuando comofuera, tengo que ir a dos sitios. Primero me

Page 250: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tomo algo ligero: rämen[7] o unas gyöza.[8] Esuna especie de calentamiento, ¿sabes? Y, luego,como de verdad. Imagínate. La mayor parte delsueldo se me va en comida.

Volví a ofrecerle una copa. Me dijo que leapetecía una cerveza. Saqué una delrefrigerador y, por si acaso, saqué dos buenospuñados de salchichas pequeñas de Frankfurt ylas pasé por la sartén. No daba crédito a lo queveía, pero mientras yo picoteaba sólo dos, ellaya había devorado el resto. Su apetito era tanimpetuoso como una ametralladora pesadaabatiendo un granero. Ante mis ojos se habíanesfumado las provisiones que había compradopara toda la semana. Con aquellas salchichastenía previsto preparar un deliciosoSauerkraut.

Le serví una ensalada de patatasprecocinada a la que le había añadido wakame yatún, y ella la devoró en un santiamén junto conuna segunda cerveza.

Page 251: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Sabes? Me siento muy feliz —dijo.yo, sin haber comido apenas, iba por el

tercer whisky con hielo. Mirando, fascinado,cómo comía ella, se me había ido el apetito.

—Si te apetece postre, tengo pastel dechocolate —le ofrecí.

Y se lo comió, por supuesto. Sólo conmirarla a ella, empecé a sentir cómo la comidame subía a la garganta y pugnaba por salir. A míme gusta cocinar, pero como más bien poco.

Quizá no logré tener una erección poreso. Porque estaba obsesionado con elestómago. Desde los Juegos Olímpicos deTokio,[9] era la primera vez que tenía problemasde erección. Hasta aquel día había tenidosiempre una confianza casi ilimitada en estacapacidad física y, por lo tanto, sufrí unaconmoción considerable.

—No te preocupes. Tranquilo. No tieneninguna importancia —me dijo ella. La chica

Page 252: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del pelo largo y la dilatación gástrica, laresponsable de las consultas de la biblioteca.

Después del postre, habíamos escuchadodos o tres discos tomando whisky y cerveza yluego nos habíamos escurrido entre lassábanas. Me había acostado con muchas chicashasta entonces, pero era la primera vez que lohacía con una bibliotecaria. También era laprimera vez que me resultaba tan fácil tenerrelaciones sexuales con una chica. Quizá fueraporque la había invitado a cenar. Pero, enresumidas cuentas, como ya he dicho, mi peneno consiguió una erección. Me daba lasensación de que tenía la barriga hinchadacomo la de un delfín y no logré insuflar fuerzasa mi bajo vientre.

Ella pegó su cuerpo desnudo a mi costadoy me pasó el dedo anular unas cuantas veces,unos diez centímetros arriba y abajo, por elcentro de mi pecho.

—Eso le puede suceder a cualquiera. No

Page 253: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

le des más importancia de la que tiene.Sin embargo, cuanto más intentaba

consolarme ella, más se abatía sobre mí, contoda su crudeza, la evidencia de que no habíasido capaz de tener una erección. Me acordé deque había leído alguna vez que el pene era másestético fláccido que en erección, pero esotampoco era un gran consuelo.

—¿Cuándo fue la última vez que teacostaste con una chica? —me preguntó.

Destapé la caja de los recuerdos yrebusqué, con cierto nerviosismo, en suinterior.

—Hace unas dos semanas, creo —dije.—¿Y entonces funcionó?—Por supuesto —aseguré. Al parecer,

empezaba a ser normal que me interrogaran adiario sobre mis costumbres sexuales. Claroque tal vez lo hiciera todo el mundo en losúltimos tiempos.

—¿Y con quién?

Page 254: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Con una prostituta. La llamé porteléfono.

—Y al acostarte con una mujer así, ¿notuviste tal vez..., no sé, algún sentimiento deculpabilidad?

—No era una mujer —la corregí—. Erauna chica, una chica de veinte o veintiún años.Y no, no me sentí especialmente culpable. Fuealgo muy natural, sin complicaciones. Además,tampoco era la primera vez que me acostabacon una prostituta.

—Y después, ¿te has masturbado algunavez?

—No —dije. Después había estado tanocupado que, hasta hoy, no había tenido tiempode ir a buscar siquiera mi chaqueta favorita a latintorería. No había tenido ni un momento paramasturbarme.

Cuando se lo dije, ella asintió, convencida.—Claro. Es por eso, seguro —dijo.—¿Porque no me he masturbado?

Page 255: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Por supuesto que no, tonto! —exclamó—. Es por culpa del trabajo. Dices que hasestado muy ocupado, ¿no?

—Por ejemplo, anteayer no pude dormiren veintiséis horas.

—¿Y en qué trabajas?—En informática —respondí. Cuando me

preguntaban por mi trabajo, yo respondíainvariablemente que era informático. En líneasgenerales, eso no dejaba de ser cierto, y comola gente no solía dominar la materia, no iba másallá y dejaba de preguntar.

—Seguro que al haber estado sometido auna intensa actividad cerebral durante muchotiempo, has acumulado un estrés impresionantey eso te ha afectado de forma temporal. Sucedecon frecuencia, ¿sabes?

—Hum... —Tal vez tuviese razón. Apartede estar cansado, la larga serie de sucesosinverosímiles que me habían ocurrido en losdos últimos días me habían provocado cierto

Page 256: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nerviosismo. Si a ello le sumamos la visión deaquel apetito, que no era desacertado calificarde violento y brutal, no era de extrañar quesufriera una impotencia transitoria. Eraplausible.

Pero tenía la sensación de que la raíz delproblema era un poco más profunda. Debía dehaber algo más. En el pasado, había habidoocasiones en que había estado tan cansado y tannervioso como entonces, y sin embargo habíahecho gala de una potencia sexual satisfactoria.Tal vez se debiera a alguna particularidad de lachica.

Particularidad.Dilatación gástrica, pelo largo,

bibliotecaria...—Ven, pon la oreja sobre mi estómago —

dijo ella. Y retiró la manta hasta sus pies.Su cuerpo era hermoso y suave. Esbelto,

sin un gramo de grasa superflua. Los pechostenían el tamaño justo. Tal como me decía,

Page 257: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

apliqué la oreja al espacio, liso como un papelde dibujo, que se extendía entre los senos y elombligo. Parecía un milagro que, trasatiborrarse de aquella forma, su barriga noestuviese hinchada en absoluto. Era como si,engullido por su gran apetito, todo hubieradesaparecido bajo el abrigo de Harpo Marx. Lapiel era fina, suave, cálida.

—¿Oyes algo? —me preguntó.Conteniendo el aliento, agucé el oído.

Aparte del lento latido del corazón, no se oíanada. Me dio la sensación de que estabatumbado en un silencioso bosque y que oía, a lolejos, el ruido del hacha del leñador.

—No oigo nada —le dije.—¿No se oye el estómago? ¿No se oye

cómo hace la digestión?—No entiendo mucho del tema, pero diría

que no hace ruido. Los jugos gástricos vandisolviendo la comida y nada más. Aunque seproduzcan algunos movimientos peristálticos,

Page 258: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no creo que se oiga nada.—Pues yo siento cómo mi estómago

trabaja con todas sus fuerzas. Va, escucha otravez.

Permanecí en la misma postura, prestandoatención, mientras contemplaba, con miradadistraída, su vientre y el pubis cubierto de velloque se alzaba, abombado, al final. Pero no oíruido alguno de actividad gástrica. Sólo sepercibía, más allá, el latido del corazón. Mevino a la mente una escena de Duelo en elAtlántico. Bajo el punto donde yo aplicaba eloído, su estómago gigantesco llevaba a cabo ladigestión en silencio, igual que el submarino enel que navegaba Curd Jürgens.

Al final, me aparté, me recosté en lacabecera y le pasé un brazo alrededor de loshombros. Me llegó el olor de su pelo.

—¿Tienes agua tónica? —me preguntó.—En la nevera —le dije.—Me gustaría tomarme un vodka con

Page 259: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tónica, ¿puedo?—Claro.—¿Tú también tomarás algo?—Lo mismo que tú.Ella se levantó desnuda de la cama y,

mientras estaba en la cocina preparando los dosvodka con tónica, coloqué sobre el plato eldisco de Johnny Mathis que contiene Teach MeTonight, volví a la cama y empecé a canturrearen voz baja. Yo, mi pene fláccido y JohnnyMathis.

—El cielo es una gran tabla negra... —cantaba yo cuando volvió ella con los dos vasosutilizando los libros sobre unicornios a modode bandeja. Nos tomamos el vodka con tónica asorbitos mientras escuchábamos el disco deJohnny Mathis.

—¿Cuántos años tienes? —me preguntó.—Treinta y cinco —contesté. La

información clara y concisa es una de las cosasmás recomendables de este mundo—. Me

Page 260: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

divorcié hace tiempo y ahora estoy solo. Notengo hijos. Tampoco novia.

—Yo tengo veintinueve. Dentro de cincomeses cumpliré los treinta.

La miré de nuevo a la cara. No losaparentaba. A lo sumo, veintidós o veintitrés.Tenía el trasero empinado, ni una arruga. Medije que estaba perdiendo rápidamente lafacultad de adivinar la edad de las mujeres.

—Parezco más joven, pero tengoveintinueve —insistió—. Por cierto, ¿tú noserás jugador de béisbol o algo por el estilo?

De la sorpresa, estuve a punto de tirarmepor encima del pecho el vodka con tónica.

—¡¿Qué?! Hace más de quince años queno juego al béisbol. ¿Cómo se te ha ocurridoeso?

—Es que tengo la sensación de haber vistotu cara por la tele. Y lo único que veo son lospartidos de béisbol y las noticias. Entonces,quizá te haya visto en las noticias.

Page 261: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Tampoco he salido en las noticias.—¿Y en un anuncio?—Tampoco.—Pues debe de ser alguien que se parece

mucho a ti... Es que, ¿sabes?, no tienes pinta deinformático —dijo ella—. Y, claro, con todasesas historias de la evolución, de losunicornios, y con una navaja en el bolsillo...

Ella señaló mis pantalones tirados por elsuelo. En efecto: la navaja asomaba por elbolsillo trasero del pantalón.

—Estoy procesando datos relacionadoscon la biología, en concreto con labiotecnología, y entran en juego interesesempresariales. Toda precaución es poca. Yasabes cómo está últimamente el asunto de lapiratería de datos...

—Hum... —musitó con expresión deincredulidad.

—También tú trabajas con ordenadores y,sin embargo, no tienes pinta de informática —

Page 262: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dije.Ella se golpeó los incisivos con la punta

de las uñas.—En mi caso, se trata sólo de tareas

administrativas. Introduzco los títulos de loslibros clasificados por materias, los busco paralas consultas, compruebo la disponibilidad delos libros, esas cosas. También puedo hacercálculos, claro. Cuando salí de la universidad,fui durante dos años a una escuela deinformática para aprender a manejar unordenador.

—¿Qué ordenador utilizas en labiblioteca?

Me lo dijo. Era un último modelo de gamaintermedia de ordenadores para oficina, mejorde lo que parecía a primera vista. Usadodebidamente, podía realizar cálculos bastantecomplejos. Yo lo había utilizado una sola vez.

Mientras permanecía con los ojoscerrados pensando en aquel ordenador, ella fue

Page 263: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a preparar otros dos vodkas con tónica y lostrajo a la cama. Recostados en la cabecera,bebimos a sorbos nuestras respectivas bebidas.Cuando se acabó el disco, la aguja del sistemaautomático volvió a posarse sobre el comienzodel disco de Johnny Mathis. Y yo volví acanturrear: «El cielo es una gran tabla negra...».

—Oye, ¿crees que hacemos buena pareja,tú y yo? —me preguntó. El culo de su vaso devodka con tónica rozaba de vez en cuando micostado, provocándome escalofríos.

—¿Buena pareja? —repetí.—Sí. Tú tienes treinta y cinco años, yo

veintinueve. ¿No te parece que estamos en laedad justa?

—¿La edad justa? —repetí. Al parecer, seme habían contagiado sus maneras, al estiloloro.

—A estas edades, podemos entendernos alas mil maravillas, los dos estamos solteros,nos llevamos bien. Además, yo no interferiría

Page 264: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en tu vida, puedo apañármelas muy bien sola.¿Te resulto desagradable?

—Claro que no —dije—. Tú tienesdilatación gástrica y yo impotencia. Sí, tal vezhagamos buena pareja.

Riendo, alargó la mano y tomó consuavidad mi pene fláccido. Era la mano quehabía sostenido el vaso de vodka con tónica:estaba tan fría que casi di un brinco.

—Lo tuyo se arregla enseguida —mesusurró al oído—. Ya te curaré yo. Pero esopuede esperar. Mi vida gira más alrededor de lacomida que del sexo, así que a mí ya me va bienasí. El sexo, para mí, es como un buen postre.Si lo hay, tanto mejor, pero si no lo hay,tampoco pasa nada. Mientras lo demás valga lapena, claro.

—¿Un buen postre? —repetí de nuevo.—Un buen postre —repitió ella a su vez

—. Pero esto ya te lo explicaré en otraocasión. Antes tenemos que hablar de los

Page 265: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

unicornios. A fin de cuentas, para eso me haspedido que viniera, ¿no?

Asentí, tomé los vasos vacíos y los dejéen el suelo. Ella soltó mi pene y cogió los dostomos que descansaban en la mesilla de lacama. Uno era Arqueología animal, deBurtland Cooper, y el otro El libro de losseres imaginarios, de Jorge Luis Borges.

—Los he hojeado antes de venir. Enresumen, éste —dijo cogiendo El libro de losseres imaginarios— los considera seresfantásticos, como el dragón o la sirena, y esteotro —dijo cogiendo Arqueología animal-parte de la premisa de que no puede descartarseque hayan existido alguna vez y aborda el temadesde un punto de vista científico. Pordesgracia, ni en uno ni en otro hay muchasdescripciones de unicornios. Sorprende quehaya muchas menos que de dragones o degnomos, por ejemplo. Quizá sea porque losunicornios llevaban una existencia mucho más

Page 266: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

solitaria. Vaya, al menos eso me parece a mí.Lo siento, pero esto es todo lo que tenemos enla biblioteca.

—Es suficiente. Con una sinopsis mebasta. Gracias.

Ella me tendió los dos volúmenes.—¿Te importaría leerme los puntos más

importantes? —le dije—. Escuchándote, meserá más fácil captar las ideas generales.

Asintió, cogió en primer lugar El libro delos seres imaginarios y lo abrió por la primerapágina.

—«Ignoramos el sentido del dragón comoignoramos el sentido del universo» —leyó ella—. Esto está en el prólogo.

—¡Ah, ya! —dije.Después abrió el libro por una página

situada hacia el final del volumen, donde habíaintroducido un punto de lectura.

—Ante todo he de comentarte que hay dostipos de unicornio. El primero pertenece a

Page 267: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Europa occidental y surgió en un rincón deGrecia. El otro es el unicornio chino. Entreambos hay grandes diferencias, tanto formalescomo en lo que respecta a la concepción que lagente tenía de ellos. El unicornio griego ylatino, por ejemplo, es, como transcribeBorges, "semejante por el cuerpo al caballo,por la cabeza al ciervo, por las patas al elefante,por la cola al jabalí. Su mugido es grave; unlargo y negro cuerno se eleva en medio de sufrente. Se niega a ser apresado vivo".

»En cambio, el unicornio chino presentaotras características:

«"Tiene cuerpo de ciervo", cuenta Borges,"cola de buey y cascos de caballo. El cuernoque le crece en la frente está hecho de carne; elpelaje del lomo es de cinco coloresentreverados; el del vientre es pardo oamarillo". Son bastante diferentes, ¿verdad?

—Pues sí —dije.—Y no sólo en la forma. Los unicornios

Page 268: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

orientales y los occidentales presentan tambiéngrandes diferencias en cuanto a su carácter y asu significado. Los occidentales loconsideraban un animal agresivo y feroz.Piensa que tenía un cuerno de casi un metro delargo. Según Leonardo da Vinci, únicamentehay un modo de capturar a un unicornio y esaprovechándose de su sensualidad. Al ponerleuna doncella delante, el deseo sexual lodomina, olvida su fiereza y apoya la cabeza enel regazo de la muchacha: entonces se lo puedecapturar. Supongo que comprendes elsignificado del cuerno, ¿no?

—Yo diría que sí.—Por el contrario, el unicornio chino es

un animal sagrado y de buen agüero. Junto conel dragón, el fénix y la tortuga, forma parte delos cuatro animales emblemáticos de lamitología china y es el primero de los animalescuadrúpedos de la Tierra. Es extremadamenteplácido. Cuando camina, va con precaución

Page 269: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

para no pisar a ningún animal pequeño y sealimenta no de pasto verde, vivo, sino de hierbaseca. Alcanza los mil años de vida y laaparición de un unicornio augura el nacimientode un rey virtuoso. La madre de Confucio, porejemplo, vio un unicornio cuando estabaencinta.

«"Setenta años después", explica Borges,"unos cazadores mataron un K'i-lin que aúnguardaba en el cuerno un trozo de cinta que lamadre de Confucio le ató. Confucio lo fue aver y lloró porque sintió lo que presagiaba lamuerte de ese inocente y misterioso animal yporque en la cinta estaba el pasado."»¿Qué teparece? Interesante, ¿no? En el siglo XIII aúnse encuentran unicornios en la historia deChina. La avanzada de caballería que envióGengis Khan cuando proyectaba invadir la Indiase encontró en medio del desierto con unextraño animal que tenía un cuerno en mediode la frente, el pelaje de color verde, se parecía

Page 270: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a un ciervo y hablaba el idioma de los sereshumanos. Les dijo: "Ya es hora de que vuelva asu tierra vuestro señor".

»Un ministro chino de Gengis Khan quefue consultado al respecto le explicó que aquelanimal era una variedad de K'i-lin. Le dijo que alo largo de cuatro inviernos los ejércitoshabían combatido en las tierras occidentales. Yel Cielo, que aborrecía el derramamiento desangre, les enviaba ese aviso. Y el emperadorrenunció a sus planes bélicos.

»Es curioso lo distintos que son losunicornios orientales y los occidentales. EnOriente, el unicornio simboliza la paz y latranquilidad; en Occidente, la agresividad y lalujuria. Pero ambos son animales mitológicosy, justamente por este motivo, se les puedeconferir diversos sentidos.

—¿Y en la realidad no existen animalescon un solo cuerno?

—En los cetáceos hay una ballena, el

Page 271: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

narval, pero, hablando con propiedad, no tienecuerno, sino un colmillo de la mandíbulasuperior que le crece hacia fuera. Este cuernomide unos dos metros y medio de largo, esrecto y retorcido como un taladro. Pero esteanimal pertenece a una especie acuática muysingular que los hombres del Medievo teníanpoquísimas ocasiones de ver. Y, por lo querespecta a los mamíferos, entre las especiesque aparecieron en el Mioceno y que fueronextinguiéndose después, sí se encuentranalgunos animales parecidos al unicornio. Porejemplo...

Tras pronunciar estas palabras, cogióArqueología animal y abrió el libro en unpunto a dos terceras partes del inicio.

—Aquí tienes dos rumiantes que se creeque vivieron en el Mioceno, hace unos veintemillones de años, en el norte del continenteamericano. El de la derecha es unSynthetoceras, y el de la izquierda, un

Page 272: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cranioceras. Ambos eran tricornes, pero esevidente que uno de los tres cuernos eraindependiente.

Tomé el libro y miré las ilustraciones. ElSynthetoceras parecía la síntesis de un caballopequeño y un ciervo; en la frente tenía doscuernos parecidos a los de una vaca y, en elmorro, un largo cuerno bífido en forma de Y.El Cranioceras tenía la cara más redonda y, enla frente, lucía una cornamenta parecida a la delciervo. Tenía, además, en lo alto de la cabeza,un cuerno curvado hacia atrás. Ambos animalesofrecían un aspecto de lo más grotesco.

—Pero casi todos los animales con unnúmero impar de cuernos se han extinguido —dijo ella tomando el libro de mis manos—. Sinos limitamos a los mamíferos, pocos cuentancon un solo cuerno o con un número impar deellos, y, dentro del proceso evolutivo, sonespecímenes anómalos o, dicho de otro modo,huérfanos de la evolución. Y si no nos

Page 273: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

circunscribimos a los mamíferos y pensamos,por ejemplo, en los dinosaurios, sí habíaespecímenes de gran tamaño con tres cuernos,pero eran excepciones. Esto se debe a que elcuerno es un arma con un alto grado defocalización. Lo entenderás si lo comparas conun tenedor. Al tener tres puntas, aumenta laresistencia de la superficie y es más difícilclavarlo. Además, en caso de acometer unobjeto duro, desde el punto de vista de ladinámica, las probabilidades de clavarse conéxito en el cuerpo del contrincante sonmayores con un solo cuerno que con tres.

»Además, cuando se enfrenta a múltiplesenemigos, a un animal tricorne le cuesta másextraer los cuernos, tras hincarlos en el cuerpode uno de los adversarios, para atacar alsiguiente contrincante.

—Como la resistencia es mayor, cuestamás —dije.

—Exacto —dijo ella y me clavó tres

Page 274: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dedos en el pecho—. Este es el defecto deltricornio. Primera proposición: dos cuernos, ouno solo, son más funcionales que más de dos.Pasemos ahora a ver los defectos del cuernoúnico. No, quizá sea mejor que te expliqueantes la necesidad de los dos cuernos. Laprimera ventaja de los dos cuernos es querespeta la simetría. El movimiento de todos losanimales está determinado por elmantenimiento del equilibrio bilateral, esdecir, por la división de las fuerzas y de lascapacidades por la mitad. La nariz tiene dosorificios, la boca mantiene una simetríaderecha-izquierda y, en realidad, funcionadividida en dos. Ombligo, tenemos sólo uno,pero es un órgano atrofiado.

—¿Y el pene? —pregunté.—El pene y la vagina, juntos, forman una

unidad. Como el panecillo y la salchicha.—¡Ah, claro! —dije. Era evidente.—Lo más importante son los ojos, que

Page 275: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

funcionan como una especie de torre decontrol, tanto para el ataque como para ladefensa, y por eso lo más lógico es que loscuernos mantengan un estrecho contacto conlos ojos. Un buen ejemplo es el rinoceronte.En su origen, tiene un solo cuerno, pero locierto es que es un animal terriblemente cortode vista. Y, mira por dónde, la miopía delrinoceronte tiene su origen en que tiene unsolo cuerno. Vamos, que es un tullido. Lasrazones por las cuales el rinoceronte hasobrevivido a pesar de este defecto tienen quever con el hecho de que es un herbívoro y queestá cubierto por una dura coraza. Elrinoceronte apenas tiene necesidad dedefenderse. En este sentido, tal como se puedecomprobar con sólo verlo, se parece aldinosaurio. Pero el unicornio, a juzgar por lasilustraciones, no responde a talescaracterísticas. No está cubierto de una corazay es muy..., ¿cómo lo diría?...

Page 276: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Vulnerable —dije.—Exacto. En cuanto a vulnerabilidad, está

en la misma categoría del ciervo. Si encimafuera miope, estaría condenado a la extinción.Por más que hubiese desarrollado el sentidodel oído o del olfato, cuando lo acorralaran notendría ninguna posibilidad de defenderse.Atacar a un unicornio sería como disparar a unpato en tierra con una escopeta de altaprecisión. Otra desventaja del cuerno único esque, si éste sufre algún daño, el animal estáirremisiblemente perdido. En fin, que es lomismo que atravesar el desierto del Sáhara sinuna rueda de recambio. ¿Entiendes lo quequiero decir? —Sí.

—Un defecto más del cuerno único esque, con él, no se puede ejercer mucha fuerza.Piensa en los dientes molares e incisivos: seejerce más fuerza con las muelas que con losincisivos, ¿verdad? Volviendo al equilibrio delque hablábamos antes: cuanto más pesado es el

Page 277: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

instrumento con el que se aplica una fuerza,mayor es la estabilidad global del cuerpo. Enfin, esto demuestra que el unicornio es unamercancía defectuosa, ¿no crees?

—Lo he entendido a la perfección —dije—. Te explicas muy bien.

Ella sonrió y deslizó un dedo por mipecho.

—Pero hay algo más. En teoría hay unaúnica razón por la cual el unicornio podríahaber logrado escapar a la extinción. Es algofundamental. ¿Adivinas qué es?

Crucé las manos por encima del pecho yestuve uno o dos minutos reflexionando. Habíauna única respuesta posible.

—Que no fuera la presa de ningúndepredador natural —dije yo.

—¡Has acertado! —dijo y me dio un besoen los labios—. Imagina un posible hábitat sindepredadores —siguió.

—Tendría que ser un lugar aislado, donde

Page 278: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no pudieran penetrar otros animales —dije—.Una especie de «mundo perdido», como elconcebido por Conan Doyle. Una región que seencontrara a gran altitud o, si no, en unadepresión muy profunda. O rodeada por unaescarpada pared de roca, como una calderavolcánica, por ejemplo.

—Sobresaliente —dijo ella, dándome ungolpecito con el dedo índice sobre el corazón—. Y precisamente en un hábitat como ésedescubrieron el cráneo de un unicornio.

Tragué saliva. Sin darme cuenta, me estabaaproximando al meollo de la cuestión.

—Lo encontraron en 1917, en el frenteruso. En septiembre de 1917.

—Un mes antes de la Revolución deOctubre, durante la Primera Guerra Mundial.Bajo el gabinete Kerenski —dije yo—. Justoantes de que se produjera la insurrecciónbolchevique.

—Lo encontró un soldado ruso mientras

Page 279: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

excavaba una trinchera en el frente de Ucrania.El soldado pensó que era un cráneo de vaca ode ciervo y lo arrojó fuera. El asunto habríaterminado allí y el cráneo habría surgido de lasprofundas simas de la historia para volver acaer de inmediato en ellas, si el teniente quecomandaba aquella tropa no hubiese sido unestudiante de posgrado de la Facultad deBiología de la Universidad de Petrogrado, puesasí se llamaba entonces San Petersburgo. Elteniente recogió el cráneo, se lo llevó alcampamento y lo examinó detenidamente. Ydescubrió que pertenecía a una especiedesconocida. Se puso en contactoinmediatamente con el catedrático de biologíade la Universidad de Petrogrado y esperó lallegada del equipo encargado de lainvestigación, pero éste jamás llegó. Enaquellos tiempos reinaba en Rusia el caos másabsoluto, se declaraban huelgas por todaspartes, y ni siquiera las provisiones, las

Page 280: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

municiones y los medicamentos llegaban conregularidad a las tropas: no era una situaciónpropicia para que una expedición científicaalcanzara el frente. Y aunque lo hubieselogrado, no creo que hubieran dispuesto deltiempo necesario para realizar un trabajo decampo. Porque lo cierto era que el ejércitoruso iba de derrota en derrota y que la línea delfrente no dejaba de retroceder. Tal vez aquellazona hubiese caído ya en manos del ejércitoalemán.

—¿Y qué le pasó al teniente?—En noviembre de ese año lo colgaron de

un poste de telégrafo. La mayoría de losoficiales hijos de familias burguesas corrieronidéntica suerte y fueron colgados de los postesde telégrafo que se sucedían a lo largo delcamino que iba de Ucrania a Moscú. El jovenno tenía relación alguna con la política, eraestudiante de biología.

Me representé la imagen de los oficiales

Page 281: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

colgados, uno por uno, en los postestelegráficos que se alineaban a lo largo de lallanura rusa.

—Pero justo antes de que el ejércitobolchevique tomara el poder, el teniente confióel cráneo a un hombre de su confianza, a unsoldado herido que iba a ser enviado a laretaguardia, y le prometió que, si se loentregaba a un catedrático de la Universidad dePetrogrado, recibiría una generosarecompensa. Pero el soldado no pudo llevar elcráneo a la universidad hasta febrero delsiguiente año, cuando fue dado de alta delhospital, y por entonces la universidad habíasido temporalmente clausurada: los estudiantesestaban consagrados a la revolución, y lamayoría de los profesores habían sidoobligados a exiliarse o habían muerto. Comono tenía alternativa, el soldado pospuso laentrega y dejó la caja con el cráneo bajo lacustodia de un cuñado que era guarnicionero

Page 282: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

para caballerías en Petrogrado y se volvió a supueblo natal, a unos trescientos kilómetros dela ciudad. Sin embargo, por motivos queignoro, el soldado no pudo regresar jamás aPetrogrado y la caja permaneció abandonadalargo tiempo en el almacén del taller deguarnicionería de su cuñado.

»E1 cráneo no volvió a ver la luz del díahasta el año 1935. San Petersburgo, y luegoPetrogrado, se llamaba entonces Leningrado,Lenin había muerto, Trotski estaba en el exilioy Stalin ostentaba el poder. En Leningrado yacasi nadie montaba a caballo, así que el dueñode la guarnicionería decidió liquidar la mitad delas existencias y, con la otra mitad, abrir unapequeña tienda de artículos de hockey.

—¿De hockey? —salté—. ¿En la Rusiasoviética de los años treinta estaba de moda elhockey?

—No tengo ni idea. Yo sólo te digo lo quepone aquí. Pero el Leningrado de después de la

Page 283: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

revolución soviética debía de ser una ciudadrelativamente moderna, ¿no? Es posible que lagente jugara al hockey, digo yo.

—¡Uf! ¡Vete a saber! —repliqué.—En fin, sea como sea, mientras este

hombre ordenaba el almacén, encontró la cajaque su cuñado le había dejado en 1918 y laabrió. Encima de todo, encontró la cartadirigida al catedrático fulano de tal de laUniversidad de Petrogrado, donde ponía: «Portal y cual razón, he confiado este cráneo a talpersona. Le ruego que lo recompensedebidamente». No hace falta decir que elguarnicionero llevó la caja a la universidad(esto es, a la que entonces era Universidad deLeningrado) y solicitó una entrevista con elcatedrático en cuestión. Sin embargo, éste erajudío y, simultáneamente a la caída de Trotski,había sido deportado a Siberia. O sea, que elguarnicionero se quedó sin nadie que le pagarala recompensa y con perspectivas de conservar

Page 284: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hasta el fin de sus días un cráneo que no sabíade qué era y que no le iba a reportar beneficioalguno. De modo que el hombre buscó a otrocatedrático de biología, le explicó la situación,cedió el cráneo a la universidad por unacantidad irrisoria y se volvió a casa.

—Al menos, después de dieciocho años elcráneo consiguió llegar a la universidad.

—Entonces —siguió ella—, estecatedrático estudió el cráneo centímetro acentímetro y llegó a la misma conclusión queel joven teniente dieciocho años atrás. Esdecir, que el cráneo no pertenecía a ningunaespecie que existiera en el presente y tampocoa ninguna que se supusiera que hubiese existidoen el pasado. El cráneo recordaba al del ciervo,y la forma de la mandíbula lo situaba, poranalogía, entre los herbívoros ungulados, pero,por lo visto, había tenido las mejillasmásprominentes que éstos. Con todo, la mayordiferencia que presentaba con respecto al

Page 285: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ciervo era que tenía un cuerno en mitad de lafrente. Es decir, que era un unicornio.

—¿Quieres decir que tenía un cuerno deverdad?

—Sí. Tenía un cuerno. Aunque no entero,por supuesto. El cuerno estaba roto a unos trescentímetros de la base. A partir del fragmentoque quedaba, dedujeron que debía de haberalcanzado los veinte centímetros y que debía dehaber sido recto como el de un antílope. Eldiámetro de la base era de..., a ver, sí, de unosdos centímetros.

—¡Dos centímetros! —repetí. El orificiodel cráneo que me había regalado el ancianojustamente tenía dos centímetros de diámetro.

—El profesor Béroff, pues así se llamabael catedrático, se dirigió a Ucraniaacompañado de varios ayudantes y alumnos deposgrado y, durante un mes, hicieron trabajo decampo en el mismo lugar donde tiempo atráshabía abierto la trinchera la tropa del joven

Page 286: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

teniente. Por desgracia, no lograron encontrarotro cráneo igual, pero salieron a la luzdiversos hechos muy interesantes sobre elterritorio. Aquella zona, conocida como lameseta de Vultafil, forma un montículorelativamente elevado en medio de la regiónoccidental de Ucrania, rica en llanuras, y es unpunto geográfico de gran importanciaestratégico— militar. Por esta razón, durante laPrimera Guerra Mundial, los ejércitos alemány austrohúngaro se enzarzaron en repetidas ysangrientas luchas cuerpo a cuerpo con elejército ruso para hacerse con el dominio decada metro de aquella colina, y durante laSegunda Guerra Mundial recibió tantas cargasde artillería y tantos bombardeos por parte deambos contendientes que sufrió cambiosorográficos, pero esto ocurrió después. Lo queatrajo entonces la atención del profesor Bérofffue el hecho de que los huesos de los animalesque desenterraron en la meseta de Vultafil

Page 287: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

diferían de manera notable con la distribuciónde especies del resto de la región. A partir deahí, el profesor formuló la hipótesis de que,antiguamente, no tenía la forma de meseta queofrecía en la actualidad, sino que debía de haberconstituido una especie de caldera volcánica. Yque, en el interior de esta caldera volcánica,debió de existir un sistema biológicoespecífico. Vamos, lo que tú llamas un «mundoperdido».

—¿Una caldera volcánica?—Sí, una meseta circular rodeada de una

alta pared rocosa. Ésta se habría idoerosionando a lo largo de millones de añoshasta convertirse en una colina normal ycorriente. Y, en su interior, el unicornio, uneslabón perdido de la evolución, habría llevadouna vida aislada libre de depredadores. En lameseta abundaba el agua, la tierra era fértil: lahipótesis era viable. De modo que el profesorelaboró una lista de un total de sesenta y tres

Page 288: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ejemplos pertenecientes al campo de lazoología, la botánica y la geología, adjuntó elcráneo del unicornio y elevó su tesis a laAcademia Soviética de las Ciencias bajo eltítulo Estudio del sistema biológico de lameseta de Vultafil. Corría el año 1936.

—La acogida no debió de ser muy buena,¿no?

—No, no lo fue. Nadie lo apoyó. Además,por desgracia, en aquella época la Universidadde Moscú y la de Leningrado se disputaban elcontrol de la Academia de las Ciencias. LaUniversidad de Leningrado, que llevaba porentonces las de perder, recibió con frialdad unatesis «antidialéctica» como aquélla. Con todo,nadie podía negar la existencia del cráneo deunicornio. A diferencia de la hipótesis, era unarealidad indiscutible. De modo que algunoscientíficos estudiaron el cráneo durante un añoy, al final, no tuvieron más remedio que admitirque el cráneo no era una falsificación y que

Page 289: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pertenecía sin duda alguna a un animal con unsolo cuerno. Finalmente, el comité de laAcademia de las Ciencias dictaminó que era unsimple cráneo de ciervo con una deformaciónsin consecuencias evolutivas y que no merecíala pena dedicarle más tiempo. Y lo devolvieronal profesor Béroff, a la Universidad deLeningrado. Y aquí terminó la historia.

»E1 profesor Béroff esperó a quecambiaran los tiempos y llegara un momentopropicio para que reconocieran suinvestigación, pero, en 1941, con el inicio de laguerra contra Alemania, sus esperanzas sedesvanecieron y murió en 1943 en medio de ladesesperación más absoluta. El cráneo tambiéndesapareció durante el cerco de Leningrado. Launiversidad fue derruida hasta los cimientospor el fuego alemán y por el ruso, y no se sabeadonde fue a parar el cráneo. Así se perdió laúnica prueba que confirmaba la existencia deun unicornio.

Page 290: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Entonces, ¿ya no queda nada?—Aparte de las fotos, no.—¿Fotos? —dije yo.—Sí, fotografías del cráneo. El profesor

Béroff sacó cerca de cien fotografías delcráneo. Algunas se salvaron de la destrucciónde la guerra y ahora se conservan en el archivode la Universidad de Leningrado. Mira, aquítienes una.

Tomé el libro de sus manos y dirigí losojos hacia la fotografía que me señalaba. Erauna fotografía muy mala, pero se reconocía laforma del cráneo. Lo habían colocado sobreuna mesa cubierta con una tela blanca y, a sulado, habían puesto un reloj de pulsera paramostrar el tamaño real. En mitad de la frente,un círculo blanco mostraba la ubicación delcuerno. No cabía duda: el cráneo era igual alque me había regalado el anciano. La únicadiferencia era que uno conservaba la base delcuerno; por lo demás, eran idénticos. Dirigí los

Page 291: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ojos hacia el cráneo que descansaba sobre eltelevisor. Visto de lejos, totalmente cubiertopor la camiseta, parecía un gato durmiendo.Dudé entre contarle a la chica que yo tenía elcráneo o callar. Decidí no comentarle nada.Cuanta menos gente sepa un secreto, mejor.

—¿Y es seguro que el cráneo fuedestruido durante la guerra? —pregunté.

—¡Vete a saber! —dijo ellatoqueteándose el flequillo con el dedomeñique—. Según este libro, los combates delcerco de Leningrado fueron tan violentos ybrutales que arrasaron la ciudad, manzana trasmanzana, como si las aplastara una apisonadora.Además, el barrio donde se encontraba launiversidad resultó de los más dañados, así quees prácticamente seguro que el cráneo fuedestruido. Cabe la posibilidad de que elprofesor Béroff lo escondiera antes en algunaparte, o que el ejército alemán se lo llevaracomo botín de guerra... Pero lo cierto es que

Page 292: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nadie ha vuelto a verlo desde entonces.Volví a mirar la fotografía, cerré el libro

de golpe y lo dejé sobre la cama. Me preguntési el cráneo que yo tenía era el de laUniversidad de Leningrado o si se trataba delcráneo de otro unicornio que hubierandesenterrado en otro lugar. Lo más sencillo erapreguntárselo directamente al anciano. ¿Dóndeencontró el cráneo? ¿Y por qué me lo dio a mí?Como tenía que verle para entregarle los datosresultantes del shuffling, se lo preguntaríaentonces. De momento, no tenía sentidopreocuparse.

Mientras, con los ojos clavados en eltecho, estaba absorto en estos pensamientos,ella apoyó la cabeza sobre mi pecho y pegó sucuerpo al mío. La rodeé con mis brazos. Trasaveriguar algo más sobre los unicornios, mesentía un poco más aliviado, pero el estado demi pene seguía sin mejorar. No obstante, ella,sin importarle si mi pene lograba o no una

Page 293: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

erección, con la punta del dedo empezó adibujar en mi barriga unas figurasindescifrables.

Page 294: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

10. La muralla

EL FIN DEL MUNDO

Una tarde nublada, cuando bajé a la cabañadel guardián, me encontré a mi sombraayudándolo a reparar una carreta. Ambos lahabían arrastrado hasta el centro de laexplanada, habían sacado las tablas viejas delfondo y de los lados y ahora estabanreemplazándolas por otras nuevas. El guardiáncepillaba las tablas nuevas con mano experta yla sombra las claveteaba con el martillo. Suaspecto apenas había cambiado desde que noshabíamos separado. Parecía gozar de buenasalud, pero sus movimientos eran un poco másdesmadejados y, en el contorno de sus ojos, sedibujaban unas arrugas de malhumor.

Page 295: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando me acerqué, ambos se detuvierony alzaron la cabeza.

—¿Me buscabas? —preguntó el guardián.—Sí. Quiero hablar contigo —le dije.—Ve adentro y espera a que acabe esto —

me dijo el guardián, mirando la tabla quecepillaba en aquellos momentos.

La sombra se limitó a dirigirme unaojeada y, acto seguido, volvió a enfrascarse ensu trabajo. Parecía enfadada conmigo.

Entré en la cabaña del guardián, me sentéante la mesa y lo esperé. La mesa estaba tandesordenada como de costumbre. El guardiánsólo la limpiaba cuando tenía que afilar loscuchillos. Sobre ella se amontonaban, sin ordenni concierto, platos sucios, tazas, una pipa, cafémolido, virutas. Sólo los cuchillos estabancolocados con una pulcritud casi prodigiosa enla estantería.

El guardián tardaba lo suyo. Pasé un brazopor el respaldo de la silla y me dispuse a matar

Page 296: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el tiempo con la mirada perdida en el techo. Enaquella ciudad había tiempo hasta la náusea.Todo el mundo aprendía con naturalidadpasmosa su particular forma de perder eltiempo.

Fuera, proseguían los ruidos del cepillo ydel martillo.

Poco después se abrió la puerta, peroquien entró en la cabaña no fue el guardián sinomi sombra.

—No puedo entretenerme mucho —dijopasando junto a mí—. Sólo he venido a buscarclavos.

Abrió la puerta del fondo y cogió una cajade clavos de la alacena que estaba a manoderecha.

—Escúchame con atención —dijo lasombra mientras comprobaba la longitud de losclavos que había en la caja—. Ante todo, tienesque dibujar un mapa de la ciudad. No lo hagaspreguntando a los demás, sino según lo que tú

Page 297: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

puedas comprobar con tus propios ojos y tuspropios pies. Dibuja todo lo que veas, sindejarte nada. Ni el detalle más insignificante.

—Eso lleva tiempo.—Basta con que me lo des antes de que

acabe el otoño —dijo la sombra hablando conrapidez—, Y también quiero explicacionesescritas. Necesito, en particular, queinvestigues bien la forma de la muralla, elbosque que hay al este, por dónde entra y saleel río. Sólo eso. ¿Comprendido?

En cuanto me hubo dicho esto, sinmirarme siquiera, la sombra abrió la puerta ysalió. Me repetí lentamente lo que acababa dedecirme. La forma de la muralla, el bosque deleste, por dónde entraba y salía el río. Bienpensado, hacer un mapa no era mala idea. Deesta forma podría averiguar cómo era la ciudady aprovecharía el tiempo que me sobraba. Antetodo, lo que más feliz me hacía era ver que misombra todavía confiaba en mí.

Page 298: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El guardián vino poco después. Al entraren la cabaña, se secó el sudor con una toalla yse limpió las manos. Luego, se dejó caerpesadamente sobre una silla, al otro lado de lamesa.

—Bueno, ¿qué quieres?—He venido a ver a mi sombra —dije.Tras asentir repetidas veces, el guardián

llenó de tabaco la pipa, prendió una cerilla y laencendió.

—Todavía no es posible —dijo elguardián—. Lo lamento, pero aún es demasiadopronto. En esta estación, la sombra todavía esdemasiado fuerte. Tienes que esperar hasta quelos días sean más cortos. Lo siento. —Con losdedos, partió la cerilla por la mitad y la arrojóen un plato de encima de la mesa—. También lohago por ti, no creas. Si te encariñas ahora conella, luego será peor. Lo he visto montones deveces. Es un buen consejo, créeme. Ten unpoco de paciencia.

Page 299: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Asentí en silencio. Dijera lo que dijese,no iba a escucharme y, además, yo habíalogrado ya hablar con ella. Lo único que podíahacer era esperar con paciencia a que me dierapermiso.

El guardián se levantó de la silla, seacercó al fregadero y se sirvió varias vecesagua en una taza de cerámica.

—¿Va bien el trabajo?—Me voy acostumbrando poco a poco —

dije.—Estupendo —aprobó—. Trabajar bien es

lo más importante. Las personas que notrabajan bien sólo piensan en tonterías.

Se oía cómo mi sombra seguía clavandoclavos en el exterior.

—¿Te apetece dar un paseo? —propuso elguardián—. Quiero enseñarte algo interesante.

Salí detrás del guardián. En la explanada,mi sombra, subida en la carreta, claveteaba laúltima tabla lateral. A excepción del eje y de

Page 300: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las ruedas, la carreta había quedadocompletamente nueva.

El guardián cruzó la explanada y mecondujo hasta la atalaya. Era una tarde nublada ysofocante. Sobre la muralla, el cielo estabacubierto de negros nubarrones que venían deloeste y parecía que fuera a empezar a llover deun momento a otro. La camisa del guardián,totalmente empapada en sudor, se adhería a sucorpachón y despedía un olor desagradable.

—Esta es la muralla —dijo dándolepalmadas como si fueran las ancas de uncaballo—. Mide siete metros de altura y rodeatoda la ciudad. Los pájaros son los únicos quepueden franquearla. No hay más puerta queésta. Hace tiempo, teníamos la Puerta del Este,pero ahora está tapiada. La muralla, como ves,es de ladrillos, pero no son ladrillos normales.Nadie ni nada puede dañarlos o derribarlos, nilos cañonazos, ni los terremotos, ni lastormentas. —Recogió un trozo de madera que

Page 301: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estaba a sus pies y empezó a afilarlo con elcuchillo. El cuchillo cortaba de una maneraasombrosa y, en un santiamén, el trozo demadera se convirtió en una afilada cuña—.Fíjate bien —dijo el guardián—. Entre unladrillo y otro no hay argamasa de ningún tipo.Porque no hace falta. Los ladrillos están tansólidamente unidos que, en los intersticios, noconseguirías meter ni un pelo.

Trató de introducir la afilada punta de lacuña entre un ladrillo y otro, pero la madera nopudo penetrar ni un milímetro en la juntura.Acto seguido, tiró la cuña y rascó la superficiedel ladrillo con la punta de la hoja de su navaja.Produjo un desagradable chirrido, pero nologró siquiera arañar la superficie de la piedra.El guardián, tras comprobar el estado de lahoja, plegó la navaja y se la guardó en elbolsillo.

—Nada puede erosionarla ni destruirla.Tampoco se puede escalar. Porque la muralla

Page 302: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

es perfecta. Recuérdalo bien: nadie puede salirde aquí. Así que no pienses en tonterías. —Luego, posó su manaza en mi espalda—.Comprendo tu amargura, pero todo el mundotiene que pasar por esto. Y tú también tienesque soportarlo. Después, sin embargo, tellegará la salvación. Y entonces sedesvanecerán tus inquietudes y tu dolor. Tododesaparecerá. Créeme: las sensacionesefímeras nada valen. Hazme caso y olvida a tusombra. Esto es el fin del mundo. El mundoacaba aquí, no se puede ir más allá. Tú ya nopuedes ir a ninguna parte.

Tras pronunciar estas palabras, el guardiánme dio unas palmadas en la espalda.

En el camino de vuelta, me detuve enmedio del Puente Viejo y, acodado en labarandilla, mientras contemplaba el río,reflexioné sobre lo que me había dicho elguardián.

Page 303: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El fin del mundo.Pero ¿por qué había tenido que dejar mi

viejo mundo y venir aquí? No lograbaacordarme ni de las circunstancias, ni delsentido, ni del propósito de todo aquello. Algo,alguna fuerza me había enviado a este mundo.Una fuerza poderosa y arbitraria. Por su culpayo había perdido la sombra y los recuerdos, yahora iba a perder el corazón.

A mis pies, el río discurría con unagradable murmullo. Había unas isletas dondecrecían los sauces. La corriente mecíasuavemente las ramas de los sauces quecolgaban y rozaban la superficie del río. El aguaera límpida y transparente, y en los remansosalrededor de las rocas se veían las siluetas delos peces. Cuando contemplaba el río, siempreme invadía una sosegada paz.

Desde el puente, por unas escaleras seaccedía a una de las isletas, donde habíancolocado un banco a la sombra de los sauces.

Page 304: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Siempre había algunas bestias dormitandoalrededor. Yo solía bajar a la isleta,desmenuzaba el pan que llevaba en los bolsillosy se lo daba a las bestias. Estas, tras titubearunos instantes, tendían el cuello y tomaban lasmigas de pan de la palma de mi mano. Perosólo eran las bestias viejas y las de corta edadlas que comían de mi mano.

Conforme avanzaba el otoño, los ojos delas bestias, que recordaban las profundas aguasde un lago, iban tiñéndose paulatinamente delcolor de la tristeza. También las hojas de losárboles cambiaban de color y la hierbaempezaba a secarse: todo les anunciaba que seaproximaba la larga y dura estación del hambre.Y, tal como me había predicho el anciano, laestación prometía ser larga y dura también paramí.

Page 305: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

11. Ropa. Sandía. Caos

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Las agujas del reloj señalaban las nueve ymedia cuando ella saltó de la cama, recogió laropa esparcida por el suelo y empezó a vestirsecon calma, tomándose su tiempo. Apoyado enun codo hincado en la cama, yo la miraba con elrabillo del ojo. Su figura, mientras deslizabauna prenda tras otra sobre su cuerpo,suavemente, sin movimientos innecesarios,irradiaba la quietud y la calma de un esbeltopájaro de invierno. Se subió la cremallera de lafalda, se abrochó, uno tras otro, de arriba abajo,los botones de la blusa y, al final, se sentó en lacama y se puso las medias. Luego, me dio un

Page 306: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

beso en la mejilla. Tal vez haya muchas chicasque sepan quitarse la ropa de un modoseductor, pero pocas son capaces de ponérselacon gracia. Una vez vestida, se echó el pelohacia atrás, despejándoselo con el dorso de lasmanos, y al verlo sentí que una corriente deaire fresco penetraba en la habitación.

—Gracias por la cena —me dijo.—De nada.—¿Siempre preparas tanta comida?—Cuando no estoy ocupado, sí —dije—.

Pero cuando tengo trabajo, no puedo cocinar.Me acabo las sobras, o voy a comer fuera.

Se sentó en una silla de la cocina, sacó uncigarrillo del bolso y lo encendió.

—Yo cocino poco. No me entusiasmacocinar, la verdad. Además, volver a casa a lassiete, preparar un montón de comida y luegozampármela toda, sin dejar una miga, medeprime. Sólo pensarlo me da algo. Parece quesólo viva para comer, ¿no?

Page 307: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me dije que quizá tuviera razón.Mientras me vestía, ella sacó una agenda

de su bolso, apuntó algo con bolígrafo yarrancó la página.

—El teléfono de mi casa —dijo—. Si teentran ganas de verme o te sobra comida,llámame. Vendré enseguida.

Cuando se hubo marchado, llevándose lostres volúmenes sobre mamíferos paradevolverlos a la biblioteca, me dio la sensaciónde que un silencio extraño se adueñaba delapartamento. Me planté ante el televisor,levanté la camiseta y observé una vez más elcráneo del unicornio. No tenía ninguna pruebadeterminante, pero empecé a preguntarme si nosería aquél el enigmático cráneo que eldesdichado teniente de infantería habíadescubierto en el frente de Ucrania. Cuantomás lo miraba, más convencido estaba de queun halo de misterio flotaba a su alrededor. Por

Page 308: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

supuesto, tal vez esa impresión se debía a lahistoria que acababa de escuchar. Sin más, volvía darle otro golpe— cito con las tenazas deacero inoxidable.

Después recogí los platos y los vasos, loslavé en el fregadero y pasé una bayeta porencima de la mesa de la cocina. Ya era hora deiniciar el shuffling. Para que no meinterrumpieran, puse el contestadorautomático, desconecté el timbre de la puerta yapagué todas las luces de la casa excepto lalámpara de la mesa de la cocina. Durante comomínimo un par de horas, necesitaba estar solo,con toda la atención centrada en el shuffling.

Mi contraseña del shuffling es «el fin delmundo». Es el título de un culebrónestrictamente personal en el que me baso parapasar los valores numéricos lavados al cálculoinformático. Aunque lo llame «culebrón», nadatiene que ver con los que dan por la tele. Esmucho más caótico y no tiene un argumento

Page 309: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

claro. Lo llamo «culebrón» como podríallamarlo de otro modo. En todo caso, jamás mehan explicado qué contiene. Sólo sé que sellama «el fin del mundo».

Este culebrón lo crearon los científicosdel Sistema. Realicé un año de prácticasespecíficas para ser calculador y, tras aprobarlos exámenes finales, me congelaron durantedos semanas, a lo largo de las cuales analizaronal detalle mis ondas cerebrales, extrajeron elnúcleo de mi conciencia, fijaron en éste unculebrón-contraseña de acceso al shuffling y,una vez implantado, volvieron a introducir elnúcleo dentro de mi cerebro. Y me dijeron: «Eltítulo es "el fin del mundo" y será tu contraseñade acceso al shuffling». Por eso mi concienciaestá estructurada en dos partes. Es decir, enprimer término, existe una conciencia global ycaótica, y en su interior, igual que el hueso deuna umeboshi, se encuentra el núcleo de laconciencia que sintetiza este caos.

Page 310: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero ellos no me explicaron qué conteníael núcleo de la conciencia.

—No tienes por qué saberlo —me dijeron—. Porque, en este mundo, no hay nada másexacto que la inconsciencia. Al llegar a ciertaedad (lo hemos calculado con sumo cuidado yla hemos establecido en los veintiocho años),la conciencia global del ser humano ya noexperimenta cambios. Lo que se denominageneralmente «transformaciones de laconciencia», si lo analizamos desde el punto devista del funcionamiento global del cerebro,vemos que no son más que insignificantesoscilaciones superficiales. Sin embargo, «el findel mundo», tu nuevo núcleo de la conciencia,funcionará hasta el fin de tus días con unaexactitud inalterable. ¿Lo has comprendidohasta aquí?

—Sí —contesté.—Todos los métodos de lógica y de

análisis son inútiles, como tratar de partir una

Page 311: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sandía con la punta de un alfiler. Arañarán lacáscara, pero jamás alcanzarán la pulpa.Precisamente por eso, nosotros hemos tenidoque separar claramente la cáscara y la pulpa.Aunque lo cierto es que, en este mundo, hayquien se contenta con mordisquear la cáscara.

»En resumen —prosiguieron—, nosotrostenemos que proteger eternamente tu culebrón-contraseña de las oscilaciones superficiales detu conciencia. Supón que te explicamos que "elfin del mundo" consiste en esto y aquello.Vamos, que te pelamos la sandía. En este caso,sin duda, tú lo toquetearías todo e intentaríasmejorarlo: que si esto quedaría mejor así, oque si yo le añadiría lo de más allá... Entonces,la universalidad del culebrón-contraseña seesfumaría en un abrir y cerrar de ojos y elshuffling dejaría de ser viable.

—Por lo tanto, hemos provisto a tu sandíade una corteza muy gruesa —dijo otra persona—, Y tú puedes acceder al núcleo. Porque, al

Page 312: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fin y al cabo, ése eres tú. Pero no puedesconocerlo. Todo se desarrolla en el mar delcaos. Porque si tú te sumerges en el mar delcaos con las manos vacías, saldrás de él con lasmanos vacías. ¿Lo entiendes?

—Creo que sí —contesté.—Y todavía hay otra cuestión —dijeron

ellos—, ¿Debe el ser humano conocer conexactitud su propia conciencia?

—No lo sé —admití.—Nosotros tampoco —dijeron ellos—.

Esta cuestión queda más allá de los límites dela ciencia. A un problema similar seenfrentaron los científicos que desarrollaron labomba atómica en Los Álamos.

—Quizá sea incluso un problema máscrucial que el de Los Álamos —dijo uno—.Empíricamente hablando, es imposibleconcluir de otra forma. Por ese motivopodemos afirmar que éste es, en cierto sentido,un experimento sumamente arriesgado.

Page 313: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Experimento? —pregunté.—Experimento —repitieron ellos—. No

podemos decirte más. Lo sentimos.

Luego me enseñaron el método delshuffling. Debo ejecutarlo solo, de noche, niahíto ni con el estómago vacío. He de escuchartres veces la grabación preestablecida que mepermite acceder al culebrón llamado «el fin delmundo». Sin embargo, de modo simultáneo, miconciencia se hunde en el caos. Y, sumido enese caos, yo efectúo el shuffling de los valoresnuméricos. Cuando concluyo el shuffling, laconexión con «el fin del mundo» se interrumpey mi conciencia emerge del caos. El shufflingse completa y yo no recuerdo nada. El contra-shuffling es, literalmente, ir en direccióncontraria. Para efectuar el contra-shufflingescucho una grabación de contra —shuffling.

Llevo este programa implantado en miinterior. En otras palabras, no soy más que un

Page 314: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

túnel de la inconsciencia. Todo pasa a través demí. De ahí que, cada vez que efectúo unshuffling, me sienta terriblemente vulnerable einseguro. El lavado de cerebro es distinto.Aunque sea un proceso largo y pesado,mientras lo realizo puedo sentirme orgullosode mí mismo. Porque allí concentro toda micapacidad.

Por el contrario, en el shuffling nadapintan mi orgullo ni mi capacidad. Soy unsimple objeto de uso. Alguien procesa algo, sinque yo me dé cuenta, utilizando una concienciaque me pertenece pero que desconozco. Por loque atañe a la ejecución del shuffling, nisiquiera me considero digno de llamarmecalculador.

Por supuesto, no tengo derecho a elegir eltipo de proceso que prefiero. Estoy autorizadoa realizar ambos tipos, el lavado de cerebro y elshuffling, y a los calculadores no se nospermite obrar como se nos antoje. Quien no

Page 315: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

esté de acuerdo, debe dejar el trabajo, no haymás opciones. Y yo no tengo la menorintención de dejar de ser calculador. Mientrasno te crees problemas con el Sistema, ningúnotro trabajo te permite desarrollar con mayorlibertad tus capacidades individuales y, además,el sueldo es bueno. Trabajando unos quinceaños, puedes ahorrar lo suficiente como pararetirarte y vivir tranquilo el resto de tus días.Por eso pasé una infinidad de pruebas y soportéun entrenamiento espartano.

La embriaguez no es ningún impedimentoa la hora de efectuar un shuffling. Al contrario,como el alcohol contribuye a relajar la tensiónnerviosa, incluso se recomienda beber conmoderación, pero yo, por principio, antes delshuffling, procuro eliminar el alcohol de micuerpo. Y en aquella ocasión, debido a la«cancelación» del método shuffling, yo llevabados meses sin practicarlo; debía actuar con

Page 316: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

prudencia. Me duché con agua fría, hice unosquince minutos de intenso ejercicio y me tomédos tazas de café. Con eso ya debía de habereliminado la mayor parte de alcohol.

Después abrí la caja fuerte, saqué las listasde valores numéricos convertidos y un pequeñomagnetófono, y los coloqué en la mesa de lacocina. Cogí cinco lápices muy afilados y unalibreta y tomé asiento frente a la mesa.

Primero, preparé la cinta. Tras ajustarmelos auriculares a las orejas, puse elmagnetófono en marcha, hice correr elmarcador digital hasta el 16, a continuación lohice retroceder al 9 y, después, avanzar hasta el26. Esperé unos diez segundos; entonces, seapagó el número del contador y sonó una señal.Si se realizan otras operaciones, la grabaciónse borra automáticamente.

Ya preparada la cinta, coloqué a miderecha un cuaderno nuevo y, a mi izquierda,los valores numéricos convertidos. Con eso

Page 317: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

finalizaban los preparativos. La luz rojaindicaba que estaban conectados losdispositivos de alarma de la puerta y de lasventanas por las que se podía acceder a la casa.No había error posible. Al alargar la mano yapretar el botón de play, empezó a oírse laseñal y, poco después, un tibio caos fueaproximándose, sin el menor ruido, y yo fuiengullido por completo.

(Yo)

Page 318: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

12. El mapa del fin del mundo

EL FIN DEL MUNDO

Al día siguiente de ver a mi sombra,emprendí sin dilación la tarea de dibujar unmapa de la ciudad.

Al caer el sol, ascendí la Colina del Oestey observé el panorama. Pero la colina no teníaaltura suficiente para dominar toda la ciudad, ycomo además mi vista se había debilitadomucho, fui incapaz de distinguir con claridad lasilueta de la muralla. Lo único que alcancé aver, con mayor o menor nitidez, fue la forma dela ciudad.

La ciudad no era ni demasiado grande nidemasiado pequeña. Es decir, que no era tanextensa como para sobrepasar mi imaginación

Page 319: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

o capacidad de retención, ni tan pequeña comopara que pudiera captar con facilidad todos losdetalles. Eso descubrí, en suma, en la cima dela Colina del Oeste. La alta muralla rodeaba laciudad, el río la atravesaba de este a oeste, y elcielo del atardecer teñía de gris oscuro lasaguas del río. Pronto, el cuerno resonó y elruido de los cascos de las bestias, comoburbujas, cubrió las calles.

Al final, se me ocurrió que la únicamanera de descubrir qué forma tenía la murallaera bordearla. No sería una empresa fácil. Yosólo podía caminar por el exterior al atardecero en días muy nublados, e incluso entonces nopodía alejarme mucho de la Colina del Oeste.Alguna vez en que me hallaba fuera, el cielo sehabía despejado de repente o había empezado allover a cántaros. Así que todas las mañanas lepreguntaba al coronel qué aspecto tenía elcielo. Sus predicciones sobre el tiempo solíanser acertadas.

Page 320: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Es que es en lo único en que pienso,¿sabes? —me decía el anciano, orgulloso, pesea todo, de su talento—. Si te pasas el díamirando las nubes, al final aprendes.

Sin embargo, ni siquiera él podía preverlos súbitos cambios meteorológicos, así queera arriesgado que me alejara demasiado.

Además, cerca de la muralla seacumulaban arbustos, árboles y pedregales, loque me impedía bordearla con facilidad e,incluso, distinguirla. Todas las casas seapiñaban a lo largo del río a su paso y, encuanto me alejaba de ellas unos metros, mecostaba encontrar un camino transitable. Cadavez que descubría un sendero de hierba pocofrecuentado, resultaba que acabababruscamente o que moría engullido porarbustos espinosos, y yo me veía obligado a darun rodeo o a volverme por donde había venido.

Decidí empezar mi investigación por elextremo oeste de la ciudad, es decir, por las

Page 321: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inmediaciones de la Puerta del Oeste, dondeestaba la cabaña del guardián, para recorrerluego la ciudad en el sentido de las agujas delreloj. Al principio, me resultó más sencillo delo que imaginaba. Al norte de la puerta, junto ala muralla, se extendía hasta el infinito, sinobstáculos a la vista, una pradera de espesahierba, alta hasta la cintura, atravesada porbonitos senderos. Unos pájaros parecidos aalondras, que habían anidado en el campo,alzaban el vuelo de entre la hierba, revoloteabanpor el cielo en busca de alimento y despuésregresaban. También se dejaban ver, aunque enbajo número, algunas bestias. Sus cuellos ylomos asomaban entre la hierba, como siflotaran en el agua, y se iban desplazandolentamente por el campo en busca de brotesverdes comestibles.

Avancé un trecho a lo largo de la murallay, tras torcer a la derecha en dirección al sur,descubrí unos antiguos barracones del ejército

Page 322: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en ruinas. Tres edificios de dos plantas,sencillos, sin ornamento alguno, alineados eluno junto al otro. A cierta distancia se apiñabanunos edificios de menor tamaño que parecíanlas viviendas de los oficiales. Las casas estabanrodeadas por muros bajos de piedra y, entre unay otra, habían plantado árboles a intervalosregulares; ahora, unos altos hierbajos loinvadían todo y no se veía un alma. Tal vez fueraallí donde habían vivido antes los militares demi edificio. Y, por algún motivo, quizá loshabían trasladado a la residencia de la Colinadel Oeste y, en consecuencia, las casas habíanido convirtiéndose en ruinas. Por lo visto,aquel amplio terreno había sido utilizado enaquella época como campo de entrenamiento yentre la hierba se veían, aquí y allá, restos deantiguas trincheras y una base de piedra paraplantar el asta de la bandera.

Avanzando hacia el este, moría la praderay comenzaba el bosque. Cada vez surgían más

Page 323: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

arbustos de entre la hierba, y pronto acabaronformando un matorral. Crecían con losdelgados troncos entrelazados y, a una alturaque iba de mi hombro a mi cabeza, extendíansus ramas en toda su amplitud. A sus piescrecía una hierba rala y, aquí y allá, asomabanflores oscuras del tamaño de la yema de undedo. A medida que el matorral ganaba enespesura, el terreno se volvía más abrupto yentre los arbustos empezaban a alzarse altosárboles de especies diferentes. El silencio eraabsoluto y sólo lo rompían los gorjeos dealgún pájaro que saltaba de rama en rama.

A medida que el sendero de hierba ibaadentrándose en el bosque, más se espesabaéste y más tupido era el manto que las ramasentretejían sobre mi cabeza. Mi campo visualse redujo poco a poco, hasta que perdí de vistala muralla. No me quedó más remedio quetomar una estrecha senda que torcía hacia el sury regresar. Al entrar en la zona urbanizada,

Page 324: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

crucé el Puente Viejo y volví a casa.

Se acercaba el otoño, pero yo seguía sinpoder trazar algo más que un perfilextraordinariamente vago de la ciudad. Agrandes rasgos, la zona urbanizada se extendíahacia el este y hacia el oeste, a lo largo del río.Lindaba, al norte, con el bosque del norte y, alsur, con una colina que, en su ladera este, seconvertía en un áspero y duro pedregal quellegaba hasta la muralla. Al este de la ciudad, unbosque mucho más salvaje y lóbrego que elbosque del norte se extendía a ambos lados delrío. Apenas lo cruzaban caminos. Sólo uno, unsendero que bordeaba el río y conducía a laPuerta del Este, permitía atisbar a trechos elcontorno de la muralla. La Puerta del Este, talcomo me había dicho el guardián, estabatapiada con cemento, o algo similar, y nadiepodía franquearla.

El río se precipitaba con brío desde la

Page 325: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Sierra del Este y después pasaba por debajo dela muralla, junto a la Puerta del Este; luego, yadentro del recinto amurallado, volvía a asomaral exterior y discurría hacia el oeste, en línearecta, por el centro de la ciudad formando, a laaltura del Puente Viejo, unas hermosas isletas.Tres puentes colgaban sobre el río: el Puentedel Este, el Puente Viejo y el Puente del Oeste.El Puente Viejo era el más antiguo, el másgrande y, también, el más hermoso. El río,poco después del Puente del Oeste, torcíabruscamente hacia el sur y, trazando una suavecurva, alcanzaba la muralla. Antes de llegar aésta, el cauce acometía el flanco de la Colinadel Oeste y después excavaba un angosto valle.

Sin embargo, el río no cruzaba la muralla.Antes de alcanzar el muro, formaba un lagocuyas aguas eran absorbidas hacia el interior deunas cavernas de roca caliza. Según me habíaexplicado el coronel, bajo el páramo de rocacaliza que se extendía hasta el horizonte, al

Page 326: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

otro lado de la muralla, innumerables venas deagua formaban una tupida red subterránea.

Mientras tanto, claro está, yo seguíaleyendo a diario viejos sueños. A las seis,empujaba la puerta de la biblioteca, cenaba conla bibliotecaria y, después, leía viejos sueños.

Ya era capaz de leer cinco o seis pornoche. Mis dedos reseguían con habilidad elintrincado laberinto de rayos de luz y yopercibía con mayor nitidez su imagen y susresonancias. Seguía sin comprender quésentido tenía leerlos y ni siquiera entendíasobre qué fundamentos se asentaban los viejossueños, pero, por la reacción de la joven,comprendía que mi labor era satisfactoria. Losojos ya no me dolían al exponerlos a la luz queemitían los cráneos, y ahora me cansabamenos. Conforme yo acababa de leer lossueños, la joven iba alineando los cráneossobre el mostrador. Pero al día siguiente,

Page 327: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuando yo llegaba a la biblioteca, los cráneoshabían desaparecido sin dejar rastro.

—Haces grandes progresos —dijo ella—.El trabajo avanza más rápido de lo que suponía.

—¿Y cuántos cráneos hay?—Muchísimos. Mil, quizá dos mil.

¿Quieres verlos?Me hizo pasar al almacén, situado detrás

del mostrador. Era una gran estancia, semejanteal aula de una escuela, donde se alineaban unsinfín de estanterías, y sobre los anaqueles,sucediéndose hasta el infinito, descansaban loscráneos blancos de las bestias. Era una visiónmás propia de un cementerio que de unabiblioteca. El aire gélido que exhalaban losmuertos flotaba, mudo, por el interior de laestancia.

—¡Cielos! —dije yo—. ¿Y cuántos añostardaré en leer todo esto?

—No tienes por qué leerlos todos tú —dijo ella—. Basta con que leas los que puedas.

Page 328: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Los que queden, los leerá el siguiente lector.Los viejos sueños seguirán durmiendo hastaentonces.

—¿Y tú ayudarás también al siguientelector?

—No, yo sólo te ayudo a ti. Así estádecidido. Un bibliotecario sólo puede ayudar aun lector de sueños. De modo que, cuando túdejes de leer, yo también dejaré esta biblioteca.

Asentí. Aunque ignoraba por qué debía serasí, lo que me contaba me pareció lo másnatural del mundo. Permanecimos unosinstantes apoyados en la pared contemplandolos blancos cráneos alineados en los anaqueles.

—¿Has ido alguna vez al lago que hay alsur? —le pregunté.

—Sí. Hace mucho tiempo. Mi madre mellevó cuando era pequeña. La gente normal noacostumbra a ir allí. Pero mi madre era un pocoespecial. ¿Qué pasa con el lago?

—Pues que me gustaría ir.

Page 329: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ella negó con la cabeza.—Es un lugar mucho más peligroso de lo

que crees. No debes acercarte al lago. Notienes ninguna necesidad de ir y, además, allíno hay nada que merezca la pena ver. ¿Por quéquieres ir allí?

—Quiero conocer bien esta tierra. Depunta a punta. Pero si tú no me acompañas, irésolo.

Me miró fijamente por unos instantes,pero pronto lanzó un pequeño suspiro deresignación.

—De acuerdo. No pareces una personafácil de convencer y no puedo permitir quevayas solo. Pero recuerda: a mí me da muchomiedo el lago y ésa será la última vez que vaya.Allí hay algo que no es natural.

—No te preocupes —la tranquilicé—. Sivamos los dos juntos y somos prudentes, nonos pasará nada, ya lo verás.

Ella sacudió la cabeza.

Page 330: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Tú no has ido nunca, por eso no sabes elmiedo que da. El agua de allí no es un aguanormal. Es un agua que parece que llame a lagente.

—Nos andaremos con cuidado y no nosacercaremos mucho —le prometí, y le cogí lamano—. Sólo lo miraremos desde lejos. Peroquiero verlo con mis propios ojos.

Una tarde oscura de noviembre, despuésde comer, nos dirigimos hacia el lago, situadoal sur. Un poco antes del lago, el río creaba unaprofunda depresión, como si hubiese excavadola ladera oeste de la Colina del Oeste, yespesos arbustos invadían el camino a lo largode la ribera, impidiendo el paso; de modo que,para llegar al lago, tuvimos que rodear por eleste la Colina del Sur. Como había llovidodurante toda la mañana, la gruesa capa dehojarasca que cubría el camino chapoteaba bajonuestros pies. A mitad del trayecto nos

Page 331: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cruzamos con dos bestias. Pasaron junto anosotros con aire inexpresivo, balanceandolentamente, de derecha a izquierda, sus cuellosdorados.

—La comida se acaba —dijo ella—. Seacerca el invierno y buscan con desesperaciónlos últimos frutos de los árboles. Por eso hanvenido, porque lo cierto es que las bestias nosuelen llegar hasta aquí.

En cuanto nos alejamos de la ladera de lacolina, dejamos de encontrar bestias. Elcamino propiamente dicho moría allí. A medidaque avanzábamos, atravesando campos secosdonde no se veía un alma y grupos de casasdeshabitadas y semiderruidas, nos llegaba cadavez con mayor claridad el rumor del agua dellago.

El rumor no se parecía a ningún sonidoque hubiera oído jamás. Era diferente delrugido de las cascadas, del ulular del viento, delretumbar de la tierra. Parecía un áspero suspiro

Page 332: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

exhalado por una garganta gigantesca. Decrecíay aumentaba de volumen, se interrumpía aintervalos, se alteraba como si se atragantase.

—Parece que esté gritándole a alguien —dije yo.

Ella se limitó a volverse hacia mí sin decirpalabra. Iba delante, con las manos enfundadasen guantes, abriéndose paso a través de losarbustos.

—El camino está mucho peor que antes—dijo—. La otra vez que lo recorrí no fue tanduro. Quizá sería mejor volver, ¿no crees?

—Ya que hemos llegado hasta aquí,sigamos mientras podamos.

Tras avanzar unos diez minutos a través delos arbustos guiándonos por el rumor del agua,súbitamente se abrió ante nuestros ojos unamplio panorama. Allí acababa el extensoterreno lleno de matas espinosas y nacía unaamplia llanura que bordeaba el río. A manoderecha vimos el angosto valle que había

Page 333: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

excavado la corriente. Tras atravesar el valle, lacorriente se ensanchaba y, deslizándose entrelos arbustos, llegaba a la llanura dondeestábamos nosotros. Tras doblar el últimorecodo, cerca ya de la llanura, la corrienteempezaba a estancarse, se remansaba, y,cobrando un siniestro tono azul oscuro,avanzaba lentamente para acabar, un poco másallá, hinchándose como una serpiente queacabara de tragarse un pequeño animal, yformar un lago gigantesco. Nos dirigimos haciael lago, bordeando el río.

—¡No te acerques demasiado! —meprevino, agarrándome suavemente del brazo—.No te fíes de la superficie. Ya sé que no hay niuna onda y que las aguas parecen en calma, perodebajo hay un remolino terrible. Una vez que teengulle, jamás vuelves a salir a la superficie.

—¿Es muy profundo el lago?—No te lo puedes ni imaginar. Y el

remolino es como un taladro que va horadando

Page 334: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

continuamente la roca del fondo, por eso cadavez es más profundo. Dicen que, antiguamente,arrojaban ahí a los herejes y a los malhechores.

—¿Y qué les pasaba?—Pues que jamás regresaban a la

superficie. Has oído hablar de las cavernas,¿verdad? Debajo del lago se abren muchísimasgrutas y, si eres absorbido hacia el interior,estás condenado a vagar eternamente a travésde las tinieblas.

El enorme jadeo, que brotaba del lagocomo si fuera vapor, dominaba lasinmediaciones. Parecía que de lasprofundidades surgieran los gemidos de agoníade infinitos muertos.

Buscó un trozo de madera del tamaño dela palma de una mano y lo arrojó hacia elcentro del lago. La madera impactó en el agua,flotó unos cinco segundos y, de repente, con unpequeño temblor, desapareció bajo el aguacomo si alguien tirara de ella y ya no volvió a

Page 335: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

emerger.—Ya te he dicho que hay un remolino muy

potente que lo succiona todo hacia el fondo.Has visto lo que le ha ocurrido a la madera,¿no?

Nos sentamos en la hierba, a unos diezmetros del lago, y empezamos a mordisquear elpan que llevábamos en los bolsillos. Desde esaperspectiva, el paisaje de los alrededoresdesbordaba paz y calma. Las flores otoñalescoloreaban el campo, las hojas de los árbolesse teñían de un rojo nítido y allí, en el centro,estaba el lago, liso como un espejo, sin unasola onda que turbara su superficie. Al otrolado del lago se alzaba un terreno de roca calizay, más allá, se erguía, imponente, la muralla deladrillos negros. Aparte del jadeo del lago, enlos alrededores reinaba un silencio total, y nilas hojas de los árboles se movían.

—¿Y para qué quieres el mapa? —preguntó ella—. Aunque lo tengas, jamás

Page 336: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

podrás salir de la ciudad. —Se sacudió lasmigas de pan de encima de las rodillas y dirigióla mirada hacia el lago—. ¿Quieres salir de estaciudad?

Sacudí la cabeza en silencio. Ni siquierayo sabía si, con este gesto, quería decir que no,o que todavía no lo había decidido. No sabíasiquiera eso.

—No lo sé —contesté—. Sólo quieroconocer mejor esta ciudad. Qué forma tiene,cómo está constituida, dónde vive la gente, quévida lleva: eso quiero saber. Qué es lo quedecide por mí, qué es lo que me hace mover.Porque no sé lo que voy a encontrarme en elfuturo.

Ella movió despacio la cabeza, de derechaa izquierda, y me miró fijamente a los ojos.

—Pero si no hay futuro —dijo—. ¿Acasotodavía no lo sabes? Esto es el fin del mundo.Nosotros tendremos que quedarnoseternamente aquí.

Page 337: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me tumbé boca arriba y alcé la vista alcielo. El cielo que yo podía ver era siempre uncielo oscuro y nublado. El suelo, empapado porla lluvia de la mañana, estaba húmedo y frío,pero, a pesar de ello, me envolvía un agradableolor a tierra.

Unos pájaros de invierno alzaron el vuelodesde los arbustos con un batir de alas y, traspasar por encima de la muralla, desaparecieronen el cielo rumbo al sur. Sólo los pájarospodían sobrevolar la muralla. Las nubes bajasque cubrían el cielo anunciaban que seaproximaba el crudo invierno.

Page 338: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

13. Frankfurt. Puerta.Organización independiente

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Como siempre, fui recobrando laconciencia de manera progresiva, a partir de losextremos de mi campo visual. Primero, en elángulo derecho, emergió la puerta del cuartode baño; luego, en el izquierdo, la lámpara de lamesa de la cocina; poco después, la visión fueextendiéndose hacia el centro y, del mismomodo que el hielo va cubriendo la superficie deun estanque, acabó confluyendo en un puntocentral. Y, justo allí, había un reloj despertador.Las agujas señalaban las once y veintiséisminutos. Este despertador me lo dieron,

Page 339: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

recuerdo, en una boda. Para apagar el zumbidode la alarma tienes que apretarsimultáneamente un botón rojo que hay en ellado izquierdo y otro negro que hay en elderecho. Si no, el despertador continúasonando. Este original mecanismo tiene comoobjetivo impedir que sigas una norma deconducta muy extendida que consiste en parar,en un gesto reflejo, el despertador y seguirdurmiendo. Y lo cierto era que para apagarlotenía que levantarme, ponerme el despertadorsobre las rodillas y apretar a la vez los dosbotones con las manos izquierda y derecha, conlo cual mi mente ya se había adentrado uno odos pasos en el reino de la vigilia. Acabo dedecir que me lo regalaron en una boda. Pero nologro recordar en la boda de quién. Hubo unaépoca en que yo tenía un montón de amigos yconocidos que rondaban los veinticinco años yen la que los casamientos se sucedían uno trasotro. Total, que no recuerdo en qué boda me lo

Page 340: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

regalaron. Porque lo cierto es que yo no mehubiera comprado jamás un despertador tanengorroso como aquél, que requería que seapretaran dos botones a la vez para detener elzumbido. Y es que suelo despertarme de muybuen humor.

Cuando mi visión confluyó en el puntodonde estaba el reloj despertador, yo, en unacto reflejo, lo cogí, me lo puse sobre lasrodillas y apreté con ambas manos los botonesrojo y negro. Después me di cuenta de que nohabía estado sonando. Como no había estadodurmiendo, no había tenido necesidad alguna deponer el despertador; me había limitado acolocarlo, sin más, sobre la mesa de la cocina.Había estado haciendo un shuffling. No teníapor qué parar el despertador.

Dejé el reloj sobre la mesa y miré a mialrededor. Todo continuaba igual que antes. Laluz roja indicaba que la alarma seguíaconectada; en un rincón de la mesa había una

Page 341: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

taza de café vacía. En el posavasos que hacía lasveces de cenicero, la colilla del cigarrillo queella se había fumado se mantenía tiesa. Era unMarlboro Light. Sin manchas de carmín.Pensándolo bien, ella no llevaba maquillaje.

Después examiné el cuaderno y loslápices que tenía delante. De los cinco lápicesF bien afilados, dos estaban rotos, doscompletamente gastados y sólo uno seguíaintacto. En el dedo anular de la mano derechanotaba el ligero entumecimiento propio decuando se ha escrito mucho tiempo seguido. Elshuffling había concluido. Unas pulcras yapretadas cifras se sucedían en el cuaderno a lolargo de dieciséis páginas.

Tal como indicaba el manual, trasconfrontar las cantidades de las listas de losvalores numéricos resultantes del shufflingcon las de los valores numéricos convertidosdel lavado, cogí las segundas y las quemé en elfregadero. Metí el cuaderno en una caja de

Page 342: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

seguridad y lo guardé con el magnetófono en lacaja fuerte. Luego me senté en el sofá delcuarto de estar y lancé un suspiro. La mitad deltrabajo ya estaba hecha. Todavía me quedaba undía libre.

Me serví dos dedos de whisky en un vaso,cerré los ojos y me lo bebí en dos tragos. Elalcohol tibio pasó por mi garganta, cruzó miesófago y se aposentó en mi estómago.Transportado por mis venas, el calor seextendió pronto a todos los rincones de micuerpo. Primero se caldearon mi pecho y mismejillas; después, mis manos y, por último,mis pies. Fui al cuarto de baño, me cepillé losdientes, bebí dos vasos de agua, oriné y, acontinuación, me dirigí a la cocina, afilé loslápices y los coloqué ordenadamente en labandeja de los lápices. Luego puse eldespertador en la mesilla y desconecté elcontestador automático del teléfono. El relojseñalaba las once y cincuenta y siete minutos.

Page 343: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El día siguiente lo tenía libre, todo entero paramí. Me desnudé deprisa, me puse el pijama, meescurrí entre las sábanas y, tras subirme lamanta hasta el mentón, apagué la luz de lamesilla. Estaba decidido a dormir doce horasseguidas. Nadie podría impedirme dormir docehoras seguidas. Aunque los pájaros cantaran,aunque la gente cogiera el tren para ir altrabajo, aunque algún volcán entrara enerupción, aunque una división acorazada israelíarrasara algún pueblo de Oriente Medio, yoseguiría durmiendo.

Luego, fantaseé sobre la vida que llevaríadespués de la jubilación. Por entonces, habríaahorrado ya una cantidad considerable y, juntocon el dinero de la jubilación, podría vivir sinagobios, y aprender griego y violonchelo.Cargaría el estuche del violonchelo en losasientos traseros del coche, me iría a lamontaña y allí, solo, con tranquilidad, haría misejercicios musicales...

Page 344: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Y si me iban bien las cosas, tal vez inclusopudiera adquirir una casita en la montaña. Unpequeño chalé, con una cocina bien equipada. Ypasaría los días leyendo, escuchando música,viendo películas antiguas en vídeo, cocinando...Cocinando. En este punto, me acordé de lachica del pelo largo, la encargada de lasconsultas de la biblioteca. Pensé que no meimportaría que estuviese conmigo... allí, en elchalé de la montaña. Yo cocinaría y ellacomería.

Pensando en la comida, terminédurmiéndome. El sueño cayó de repente sobremí, como si el cielo se derrumbara sobre micabeza. El violonchelo, el chalé, la comida...Todo se esfumó, convertido en pequeñosfragmentos. Sólo quedé yo, durmiendo a piernasuelta.

Alguien me había abierto un boquete en lacabeza con un taladro y ahora me estaba

Page 345: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

introduciendo una dura cinta de papel dentrodel agujero. La cinta era muy larga y muy dura eiba penetrando y penetrando sin fin. Yointentaba apartarla con un movimiento de lamano, pero no lo conseguía y la cinta ibadeslizándose rápidamente hacia el interior demi cráneo.

Me incorporé y me pasé ambas manos porla cabeza, pero no encontré ninguna cinta.Tampoco palpé agujero alguno. Era un timbre.Un timbre que sonaba sin parar. Agarré el relojdespertador, me lo puse sobre las rodillas yapreté con ambas manos los botones rojo ynegro. Pero el timbre seguía sonando. Era elteléfono. Las agujas del reloj señalaban lascuatro y dieciocho minutos. Fuera todavíaestaba oscuro. O sea, que eran las cuatro ydieciocho minutos de la madrugada.

Salté de la cama, me dirigí a la cocina yagarré el teléfono. Siempre que me llaman aaltas horas de la noche, me digo que, en lo

Page 346: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sucesivo, antes de acostarme me llevaré elteléfono al dormitorio, pero luego me olvido.Y después acabo golpeándome la espinilla conla pata de la mesa de la cocina o con la estufade gas.

—¿Diga? —pregunté.Ningún sonido. Parecía que el teléfono

estuviese enterrado en la arena.—¡¿Diga?! —grité, enfadado.Al otro lado de la línea reinaba un silencio

absoluto. Ni siquiera se oía el ruido de unarespiración. El silencio era tan denso que medaba la sensación de que iba a llegar a través delhilo telefónico y a arrastrarme hacia suinterior. Enfadado, colgué, saqué leche de lanevera, bebí a grandes tragos y regresé a lacama.

El teléfono volvió a sonar a las cuatro ycuarenta y seis minutos de la madrugada. Melevanté, seguí el mismo itinerario, alcancé elteléfono y descolgué.

Page 347: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Diga?—¿Sí? ¿Me oyes? —dijo una voz

femenina. No logré adivinar quién era—.Perdona por lo de antes. Es que el sonido sufrealteraciones. Desaparece de vez en cuando,¿sabes? —dijo.

—¿Que el sonido desaparece?—Sí, exacto —dijo ella—. Desde hace

rato, hay un gran desbarajuste sonoro. Seguroque le ha pasado algo a mi abuelo. ¿Me oyes?

—Sí, te oigo —dije. Era la nieta delestrafalario anciano que me había regalado elcráneo del unicornio. La gordita del trajechaqueta de color rosa—. Mi abuelo todavía noha vuelto a casa. Y el sonido se ha alterado derepente. Estoy segura de que le ha sucedidoalgo malo. He llamado al laboratorio, pero nocontesta... Estoy convencida de que lo hanatacado los tinieblos y le han hecho algo malo.

—¿Estás segura? ¿No es normal en él esode enfrascarse en sus experimentos y no volver

Page 348: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a casa? Acuérdate de que ni siquiera se habíadado cuenta de que te había dejado insonorizadatoda la semana. No sé, pero me da la impresiónde que es una persona que se sumerge en algo yse olvida de todo lo demás.

—No, no es eso. Yo lo sé. Entre miabuelo y yo hay una conexión muy fuerte,¿sabes?, y notamos si le ha ocurrido algo alotro. A mi abuelo le ha sucedido algo, te lodigo yo. Algo horrible. Además, han destruidola barrera del sonido, estoy segura. Por eso elsonido está tan alterado en el subterráneo.

—¿Qué es eso de la barrera del sonido?—Es un dispositivo que emite un sonido

especial para ahuyentar a los tinieblos. La handestrozado y el sonido de la zona se hadesequilibrado por completo. Los tinieblos hanatacado a mi abuelo.

—¿Y para qué?—Todos van detrás de las investigaciones

de mi abuelo. Los tinieblos, los semióticos,

Page 349: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

toda esa gente. Intentan apoderarse de susinvestigaciones. Le propusieron un trato, peromi abuelo lo rechazó y ellos se enfadaronmuchísimo. ¡Por favor! ¡Ven enseguida! Estáocurriendo algo horrible. ¡Ayúdame! ¡Porfavor!

Me imaginé a los tinieblos vagando por eltenebroso subterráneo. Sólo con pensar enbajar allá en esos momentos se me ponían lospelos de punta.

—Mira, lo siento en el alma, créeme.Pero yo soy calculador. En mi contrato noestán estipulados otros servicios y, además, nocreo que te sirviera de mucho. Me encantaríaayudarte, por supuesto, pero luchar contra lostinieblos y rescatar a tu abuelo sobrepasa conmucho mis posibilidades. Yo acudiría a lapolicía, o a los especialistas del Sistema, no sé,a gente entrenada para eso.

—Llamar a la policía está descartado. Silo hiciera, todo saldría a la luz. Y las

Page 350: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

consecuencias serían fatales. Si lasinvestigaciones de mi abuelo se hicieranpúblicas, el mundo se acabaría.

—¿Que se acabaría el mundo, dices?—¡Por favor! —insistió la muchacha—.

¡Ven a ayudarme! ¡Y deprisa! Si no lo haces, lasconsecuencias serán irreparables. Y, despuésde mi abuelo, vas tú. Porque al siguiente aquien buscarán será a ti.

—¿A mí? ¿Y por qué tienen que ir a pormí? Si yo no sé nada sobre la investigación detu abuelo...

—Pero tú eres la llave. Sin ti, no lograránabrir la puerta.

—No entiendo de qué me estás hablando—dije.

—Ahora, por teléfono, no hay tiempo paraentrar en detalles. Pero tiene una importanciacapital, mayor de la que te imaginas, créeme.Es de suma importancia para ti. No hay tiempoque perder. O será el fin. No te miento.

Page 351: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Lo que me faltaba! —dije y miré elreloj—. En todo caso, es mejor que salgas deahí. Si es verdad lo que dices, corres peligro.

—¿Y adonde tengo que ir?Le indiqué un supermercado de Aoyama

que no cerraba en toda la noche.—Espérame en la cafetería. Llegaré antes

de las cinco y media.—Tengo mucho miedo. Es que no...

El sonido se perdió de nuevo. Vociferé

ante el auricular, pero no obtuve respuesta. Elsilencio ascendía desde el auricular como elhumo sale por la boca de la escopeta. Tal vezvolvía a haber problemas de insonorización.Colgué el auricular, me quité el pijama, y mepuse una sudadera y unos pantalones dealgodón. Luego fui al cuarto de baño, me afeitéa toda prisa con la maquinilla eléctrica, me lavéla cara y, frente al espejo, me peiné. Debido ala falta de sueño, tenía la cara hinchada como

Page 352: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un pastel de queso. Sólo deseaba dormir apierna suelta. Dormir largo y tendido,recuperar las fuerzas y llevar una vida normal ycorriente. ¿Por qué la gente no me dejaba enpaz? Que si unicornios por aquí, que sitinieblos por allá..., ¿qué tenía que ver todo esoconmigo?

Encima de la sudadera me puse un anorakde nailon y, en el bolsillo, me metí la cartera,algo de calderilla y la navaja. Tras dudar unossegundos, envolví el cráneo del unicornio en unpar de toallas, lo metí, junto con las tenazas, enuna bolsa de deporte y, al lado, arrojé elcuaderno de los valores numéricos resultantesdel shuffling. Mi apartamento no era seguro.Un profesional tardaría tanto tiempo en forzarla cerradura del piso y la de la caja fuerte comoen lavar un pañuelo.

Al final, me puse las zapatillas de tenis amedio lavar, cogí la bolsa de deporte y salí decasa. En el descansillo no se veía un alma. Evité

Page 353: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el ascensor, bajé por las escaleras. Aún nohabía amanecido y el edificio estaba sumido enel silencio más absoluto. En el aparcamientodel subterráneo tampoco se veía un alma.

Era extraño. Estaba todo demasiadotranquilo. Si iban detrás del cráneo, lo normalera que hubieran dejado al menos a un tipovigilando. Y allí no había nadie. Era como si sehubiesen olvidado de mí.

Abrí la puerta del coche, dejé la bolsa enel asiento del copiloto y di la vuelta a la llavedel motor. Eran casi las cinco de la madrugada.Salí del aparcamiento mirando atentamente entodas direcciones y me dirigí a Aoyama. Lacarretera estaba desierta. Apenas circulabancoches, sólo algún taxi que volaba de regreso acasa y algún camión de transporte nocturno. Devez en cuando echaba una ojeada al retrovisor,pero ningún coche me seguía.

Los acontecimientos se estabandesarrollando de una manera extraña. Conocía

Page 354: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

muy bien la manera de actuar de lossemióticos. Cuando hacían algo, se dejaban lapiel en ello. Sobornar a un chapucero empleadodel gas o relajar la vigilancia de la persona quebuscaban no era su estilo. Siempre escogían elmétodo más eficaz y no pestañeaban a la horade llevarlo hasta las últimas consecuencias.Una vez, dos años atrás, secuestraron a cincocalculadores y les levantaron la tapa de lossesos con un cuchillo eléctrico. Les extrajeronel cerebro y trataron de descifrar los datos quecontenían mientras aún estaban vivos.Fracasaron en el intento y, al final, encontraronlos cinco cadáveres, sin el cerebro y sin laparte superior del cráneo, flotando en la bahíade Tokio. Esa gente no se andaba con chiquitas.Allí pasaba algo raro.

Entré en el aparcamiento delsupermercado a las cinco y veintiochominutos: casi a la hora de la cita. Por el este, elcielo ya había empezado a cobrar una tonalidad

Page 355: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lechosa. Con la bolsa en los brazos, entré en elsupermercado. El amplio recinto estaba casidesierto y, en la caja, un chico con un uniformede rayas, sentado en una silla, leía una de lasrevistas que estaban a la venta. Una mujer deedad y profesión indefinidas rondaba por lospasillos apilando latas de conserva y comidaprecocinada en su carrito. Doblé la esquina dela sección de bebidas alcohólicas y enfilé haciala cafetería.

La joven no estaba sentada en ninguno delos doce taburetes alineados a lo largo de labarra. Me senté en un extremo y pedí leche fríay un emparedado. La leche estaba tan fría queno sabía a nada y el pan del emparedado —unode esos sándwiches envueltos en papel decelofán— estaba gomoso y húmedo. Lo comídespacio, con calma, mordisco a mordisco, yme bebí la leche a pequeños sorbos. Durante unrato me entretuve mirando un cartel turísticode Frankfurt que había en la pared. Era otoño y

Page 356: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las hojas de los árboles de la orilla del ríohabían enrojecido, los cisnes surcaban lasuperficie del agua y un anciano, con un abrigonegro y tocado con una gorra de paño, les dabade comer. Había un majestuoso puente depiedra y, al fondo, se veía la torre de lacatedral. Al mirar con atención, descubrí, enambos extremos del puente, unas casitas depiedra, como garitas, con unos ventanucos. Nosé para qué servirían. El cielo era azul, lasnubes blancas. Había mucha gente sentada enlos bancos de la orilla del río. Todos llevabanabrigos y la mayoría de mujeres se cubrían lacabeza con pañuelo. Era una hermosafotografía, pero, sólo con mirarla, me entrabafrío. El paisaje otoñal de Frankfurt ya losugería, cierto, pero a mí, cada vez que veía unatorre alta con aguja, me entraban escalofríos.

Así que dirigí los ojos hacia la paredopuesta, donde había un cartel de un anuncio detabaco. Un joven de piel tersa, con un cigarrillo

Page 357: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

con filtro encendido entre los dedos, miraba desoslayo con aire abstraído. ¿Por qué losmodelos de los anuncios de tabaco tienensiempre ese aire de «no estoy mirando nada, noestoy pensando en nada»?

El cartel de tabaco no daba tanto de sícomo el de Frankfurt, así que pronto me di lavuelta y barrí el recinto vacío del supermercadocon la mirada.

Enfrente de la barra había unas latas defruta en conserva apiladas formandomontículos parecidos a hormigueros. Habíatres pilas: una de latas de melocotón, otra depomelo y una tercera de naranja. Delante, habíauna mesa de degustación, pero a aquellas horas,justo después de amanecer, nadie ofrecía fruta.Porque a nadie se le ocurre probar fruta enconserva a las cinco y cuarenta y cinco minutosde la mañana. Junto a la mesa había pegado unanuncio en el que se leía: FERIA DE LAFRUTA DE ESTADOS UNIDOS. En el cartel,

Page 358: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

se veía una tumbona blanca delante de unapiscina y, sentada en la tumbona, una chicacomiendo macedonia de frutas. Era unahermosa joven rubia, de ojos azules y piernaslargas, muy bronceada. En los anuncios de frutasiempre sacan chicas rubias. La clase de chicasguapas que, por más tiempo que las mires, encuanto apartas los ojos de ellas, ya no teacuerdas de qué cara tenían. En el mundo existeeste tipo de belleza. Que es como los pomelos:indistinta.

La sección de bebidas alcohólicas contabacon una caja registradora propia, pero no habíanadie que atendiera. La gente decente no va acomprar alcohol antes de desayunar. De modoque no había nadie en aquella zona: ni clientesni vendedores, sólo las botellas, alineadas ensilencio como pequeñas coníferas producto deuna repoblación forestal reciente. Por fortuna,las paredes estaban llenas de cartelespublicitarios. Los conté: uno de brandy, otro de

Page 359: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bourbon, otro de vodka, tres de whiskyescocés, tres de whisky japonés, dos de sake ycuatro de cerveza. ¿Por qué habría tantosanuncios de bebidas alcohólicas? Ni idea. Talvez fuera porque son las bebidas que tienen uncarácter más festivo.

En todo caso, me iban de perilla paramatar el tiempo y estudié los carteles condetenimiento. Tras observar los quince, concluíque los de whisky con hielo eran los máslogrados desde el punto de vista estético.Vamos, que el whisky con hielo es fotogénico.Se arrojan tres o cuatro cubitos dentro de unvaso ancho, se vierte el whisky ambarino. Elagua blanquecina del hielo derretido losobrenada con gracia durante unos instantesantes de diluirse en el ámbar. Una bonitaimagen. Al fijarme, me di cuenta de que, en lamayoría de anuncios de whisky, salía whiskycon hielo. De hecho, el whisky con agua espoco atractivo, y al whisky solo, realmente, le

Page 360: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

falta algo. Otro descubrimiento fue que enninguno de los carteles se veía nada para picar.Las personas que bebían alcohol en losanuncios se lo tomaban a palo seco. Tal vez losanunciantes creyeran que, junto con algo decomida para picar, el alcohol perdía su pureza.O quizá temieran que, si aparecía algo parapicar, la atención de la gente que viera elanuncio se desplazaría hacia la comida. Me dijeque era comprensible. Porque todo tiene unmotivo, no hay duda.

Mientras miraba los carteles, dieron lasseis de la mañana. Pero la joven gorda noaparecía. ¿Por qué tardaba tanto? Era unmisterio. Me había urgido a que nos viéramoscuanto antes. Pero de nada servía darle vueltas.Poco más podía hacer yo. Había acudido tanpronto como me había sido posible. El restoera cosa suya. Porque, a mí, aquel asunto ni meiba ni me venía.

Pedí café caliente y me lo tomé despacio,

Page 361: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sin azúcar ni leche.A partir de las seis, el número de clientes

fue aumentando poco a poco. Amas de casa queiban a comprar el pan y la leche del desayuno,estudiantes que volvían de pasar la noche dejuerga y pedían algo ligero en la cafetería. Unamuchacha compró papel higiénico, unoficinista adquirió tres periódicos diferentes.Y dos hombres de mediana edad, con palos degolf, entraron a comprar un botellín de whisky.En realidad, aunque los llame «hombres demediana edad», debían de tener unos treinta ycinco años, como yo. Pensándolo bien, a mítambién se me podría considerar un «hombrede mediana edad», sólo que, como no cargocon palos de golf y no visto ese tipo de ropa,parezco más joven.

Estaba contento por haberla citado en unsupermercado. En otro lugar me habría sidomás difícil matar el tiempo. Y es que meencantan los supermercados.

Page 362: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Esperé hasta las seis y media y, luego,resignado, salí, subí al coche y fui hasta laestación de tren de Shinjuku. Metí el coche enun aparcamiento, cogí la bolsa, me dirigí a laconsigna de equipajes y pedí que me laguardaran. Al advertirle al encargado que labolsa contenía un objeto frágil y que lamanejara con cuidado, colgó del asa una tarjetaroja que llevaba dibujada una copa de cóctel yun letrero donde ponía: FRÁGIL. Vi cómocolocaba mi bolsa de deporte Nike de colorazul en un anaquel y recogí el comprobante. Acontinuación fui al quiosco, compré un sobre ysellos por valor de doscientos sesenta yenes,metí el comprobante en el sobre, lo cerré,pegué los sellos y envié la carta por correourgente a un apartado de correos secreto quehabía abierto bajo el nombre de una empresaficticia. De esta manera, no era probable quedieran con él. A veces utilizaba este mediocomo precaución.

Page 363: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Después saqué el coche del aparcamientoy volví a casa. Sentía alivio al pensar que ya notenía nada que pudieran robarme. Metí el cocheen el garaje, subí las escaleras, entré en el pisoy, después de ducharme, me metí en la cama ydormí como si nada hubiese sucedido.

A las once, tuve visita. Por la manera enque se habían desarrollado losacontecimientos, ya suponía que apareceríanhacia esa hora, de manera que no me sorprendídemasiado. Pero es que aquellos individuos, envez de tocar el timbre, tiraron la puerta abajo.Además, no sólo derribaron la puerta, lareventaron golpeándola con una barra de hierrode las que se usan para demoler edificios y lohicieron con tal violencia que incluso el suelotembló como la gelatina. Fue horrible. Con lafuerza que tenían, podían haber idodirectamente al portero y haberle obligado aque les entregara la llave maestra de los

Page 364: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

apartamentos. Habría sido de agradecer queabrieran tranquilamente con la llave. Así mehabría ahorrado la reparación de la puerta.Además, tras semejante alarde de brutalidad,era muy posible que a mí me echaran del piso.

Mientras esa gente golpeaba la puerta paratirarla abajo, me puse los pantalones, me paséla sudadera por la cabeza, me oculté la navajadetrás del cinturón, fui al lavabo y oriné.Luego, por si acaso, abrí la caja fuerte, pulsé elbotón de emergencia del magnetófono y borréla grabación, abrí la nevera, saqué una cerveza yuna ensalada de patatas, y me las tomé paraalmorzar. En la galería había una escalera deincendios, de modo que, de haberlo deseado,habría podido escapar, pero estaba muy cansadoy me daba una pereza tremenda andar huyendode un lugar para otro. Además, si huía, noresolvería ninguno de los problemas a los queme enfrentaba en aquellos momentos. Porquela verdad era que estaba metido —o que me

Page 365: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

habían involucrado— en una serie deproblemas sumamente complejos que eraincapaz de resolver yo solo. Y tenía que hablarseriamente de ellos con alguien.

Había ido al laboratorio subterráneo de uncientífico que había solicitado mis servicios yhabía procesado unos datos. De pasada, éste mehabía regalado el cráneo de un unicornio y yome lo había llevado a casa. A continuación, unempleado del gas, sobornado presuntamentepor los semióticos, se había plantado en micasa y había intentado robarme el cráneo. Demadrugada, la nieta del hombre que me habíacontratado me llamaba por teléfono, me decíaque su abuelo había sido atacado por lostinieblos y me pedía ayuda. Nos habíamoscitado en un lugar, pero ella no había aparecido.Por lo visto, yo tenía en mi poder dos objetosde gran valor. Uno era el cráneo, y el otro, losdatos resultantes del shuffling. Y ambos loshabía dejado en la consigna de la estación de

Page 366: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Shinjuku.Un buen embrollo. Necesitaba que alguien

me diera alguna pista. Si no, ya me veíahuyendo eternamente con el cráneo bajo elbrazo sin entender ni jota.

Apuré la cerveza, me terminé la ensaladade patatas y, en el instante en que, satisfecho,lanzaba un suspiro, se oyó un estruendo similara una explosión, la puerta blindada se partió porla mitad y apareció el hombre más grande quehabía visto en toda mi vida. Llevaba una camisahawaiana de estampado llamativo, unospantalones militares de color caqui llenos demanchas de aceite y unas zapatillas de tenis tangrandes como unas aletas de bucear. Iba rapado,tenía una nariz rechoncha y el cuello tan gruesocomo el tórax de una persona normal. Suspárpados eran gruesos y plomizos, y el blancode sus ojos somnolientos resaltaba de unamanera desagradable. Parecían ojos artificiales,pero, mirándolos con atención, comprobé que

Page 367: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sus pupilas efectuaban un movimiento rápidode vez en cuando, así que debían de serauténticos. Mediría un metro noventa y cinco.Tenía los hombros muy anchos y la enormecamisa hawaiana, que envolvía su corpachóncomo una sábana partida por la mitad, le tirabatanto a la altura del pecho que los botonesparecían a punto de salir disparados.

El gigantón echó una ojeada a la puertaque acababa de reventar con la mismaexpresión con la que yo miraría el tapón de unabotella de vino recién descorchada y luego sevolvió hacia mí. No parecía abrigar hacia mipersona sentimientos especialmentecomplejos. Me miró como si yo formara partedel mobiliario. Y la verdad es que me hubieragustado serlo.

Se hizo a un lado y, tras él, apareció unhombrecillo de un metro y medio de altura,delgado, de facciones regulares. Llevaba unpolo Lacoste de color azul celeste, pantalones

Page 368: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

chinos de color beige y zapatos marrón claro.Sin duda se vestía en una tienda de ropa infantilde marca. En su muñeca brillaba un Rolex deoro, pero, como no era un Rolex para niños, lequedaba enorme. Recordaba uno de esosaparatos transmisores que llevan los de StarTrek. Debía de estar en la segunda mitad de latreintena o a principios de la cuarentena. Conveinte centímetros más, habría podido trabajarcomo doble de un actor de televisión.

El gigantón entró en la cocina sin quitarselos zapatos, rodeó la mesa hasta situarse frentea mí y agarró una silla. Entonces el canijo entróa paso lento y se acomodó en ella. El gigantónse sentó sobre el fregadero, cruzó sobre elpecho unos brazos del grosor de los muslos deuna persona normal y clavó en mi espalda, unpoco más arriba de los ríñones, unos ojosmortecinos. Debería haber huido por laescalera de incendios, no cabía la menor duda.Había cometido un grave error de apreciación.

Page 369: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El canijo no se dignó mirarme; tampocome saludó. Sacó un paquete de Benson &Hedges y un encendedor Dupont de oro. A lavista estaba que los gobiernos de los paísesextranjeros exageraban respecto aldesequilibrio de la balanza comercial. Elhombrecillo jugueteó con el encendedor,haciéndolo rodar entre dos dedos con granhabilidad. Aquello parecía circo a domicilio,aunque, claro está, yo no recordaba habersolicitado sus servicios.

Busqué por encima del refrigerador,localicé un cenicero con la marca Budweiserque me habían dado en la bodega, le limpié elpolvo con los dedos y lo dejé frente al canijo.Este encendió un cigarrillo con un chasquidobreve y claro, y exhaló el humo entrecerrandolos ojos. Su pequeñez llamaba la atención.Cara, manos, piernas: todo en él era diminuto yproporcionado. Era como una copia reducidade una persona normal. En consecuencia, el

Page 370: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Benson & Hedges parecía largo como un lápizde colores nuevo.

Sin abrir la boca, el canijo mantenía losojos clavados en el ascua del cigarrillo. En unapelícula de Jean-Luc Godard, en este puntohabría aparecido un subtítulo que indicara: «Élcontempla cómo se va consumiendo elcigarrillo», pero, por suerte o por desgracia, laspelículas de Godard están completamentepasadas de moda. Cuando una gran parte de lapunta del cigarrillo se hubo convertido enceniza, el hombrecillo la sacudió sobre lamesa. El cenicero, ni siquiera lo miró.

—En fin, esa puerta... —dijo el canijo conuna voz aguda y penetrante— teníamos queromperla. Así que la hemos roto. De haberloquerido, habríamos podido abrirlatranquilamente con una llave, pero no era elcaso. No te lo tomes a mal.

—Aquí no hay nada. Por más quebusquéis, no encontraréis nada —insistí.

Page 371: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Buscar? —dijo el canijo como si sesorprendiera—, ¿Buscar? —Con el cigarrilloen la comisura de los labios, se rascó la palmade la mano—. ¿Buscar, dices? ¿Buscar qué?

—Pues no lo sé. Pero algo habréis venidoa buscar. Por eso habéis reventado la puerta,¿no?

—No sé de qué hablas —insistió—. Meparece que estás confundido. Nosotros noqueremos nada. Hemos venido a hablar contigo.Sólo a hablar. No buscamos nada, no queremosnada. Bueno, una Coca-Cola, si la tienes, sí mela bebería.

Abrí el refrigerador, saqué dos de las latasde Coca-Cola que había comprado para mezclarcon el whisky y las puse encima de la mesajunto con dos vasos. Luego me saqué una latade cerveza Ebisu para mí.

—Supongo que él también querrá una —dije señalando al gigantón, que estaba a misespaldas.

Page 372: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

En cuanto el canijo lo llamó, doblando undedo, el otro se acercó silenciosamente ycogió la lata de Coca-Cola de encima de lamesa. Para lo corpulento que era, se movía conuna agilidad sorprendente.

—Cuando te la acabes, haz «aquello» —ledijo el canijo. Luego se dirigió hacia mí—:Una pequeña demostración —añadióconcisamente.

Me volví y observé cómo el gigantón sebebía la Coca-Cola de un trago. Al terminar,tras darle la vuelta a la lata para comprobar queno quedaba ni una gota, se la puso entre laspalmas de las manos y, sin alterar un ápice suexpresión, la aplastó por completo. Con unruido similar al que produce el papel deperiódico barrido por el viento, la lata roja deCoca-Cola quedó convertida en una fina láminade metal.

—Bueno, esto puede hacerlo cualquiera—dijo el canijo. Tal vez pudiera hacerlo

Page 373: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cualquiera, pero yo no.Entonces el gigantón cogió la lámina de

metal con los dedos y, esbozando una levísimamueca, la rasgó limpiamente de arriba abajo. Encierta ocasión yo había visto cómo partían unaguía de teléfonos, pero era la primera vez querasgaban, ante mis ojos, una lata de Coca-Colaaplastada. Mientras no lo probara, no podríaasegurarlo, pero debía de ser muy difícil.

—También puede doblar una moneda decien yenes. Y eso no lo hace cualquiera —dijoel hombrecillo.

Asentí con un movimiento de cabeza.—También puede arrancar un par de orejas

de cuajo.Asentí con otro movimiento de cabeza.—Hasta hace tres años, era luchador

profesional de lucha libre —dijo el canijo—.Era bastante bueno. Si no se hubiera lesionadola rodilla, posiblemente hubiera llegado a sercampeón. Es joven, fuerte y más ágil de lo que

Page 374: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

parece. Pero con una rodilla lesionada no sepuede competir. En la lucha libre tienes que serrápido.

Como el hombrecillo, en este punto, meclavó la mirada, volví a asentir con la cabeza.

—Desde entonces yo cuido de él. Es miprimo, ¿sabes?

—¡Vaya! Veo que en vuestra familia nohay nadie de tamaño mediano —dije.

—Repite eso —dijo el canijo clavándomela mirada.

—Nada, nada —dije.El canijo permaneció unos instantes

dudando qué hacer, pero, al final, lo dejócorrer, tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó deun pisotón. Decidí no protestar.

—Tendrías que relajarte un poco.Sincérate conmigo y verás qué tranquilo tesientes después. Si uno no está relajado, nopuede hablar con el corazón en la mano,¿verdad? —dijo el canijo—. Todavía estás

Page 375: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

demasiado tenso.—¿Puedo sacar otra cerveza de la nevera?—¡Faltaría más! Es tu casa, tu nevera y tu

cerveza, ¿no es cierto?—Y mi puerta —añadí.—Olvídate de la puerta. Si no, volverás a

ponerte tenso. Total, esa puerta barata era unaporquería. Con el sueldo que ganas, podríasmudarte a un sitio con una puerta de verdad.

Dejé correr el tema de la puerta, saquéotra cerveza del frigorífico y bebí unos sorbos.El canijo se sirvió la Coca-Cola en el vaso y,tras esperar a que el gas dejara dechisporrotear, se tomó la mitad.

—Sentimos mucho haberte puestonervioso. Mira, voy a explicarte de qué va todoesto: hemos venido a ayudarte.

—¿Tirándome la puerta abajo?Al oírlo, la cara del hombrecillo enrojeció

violentamente y sus fosas nasales se dilataron.—Ya te he dicho que te olvidaras de la

Page 376: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

puerta, ¿de acuerdo? —dijo muy despacio.Luego se volvió hacia el gigantón y le

repitió la frase. Éste hizo un gesto deasentimiento, dándole la razón. El canijoparecía un tipo muy irascible. Y a mí no megusta tener tratos con gente irascible.

—Hemos venido en plan amistoso —siguió el canijo—. Tú estás confuso y nosotroshemos venido a explicarte unas cuantas cosas.En fin, quizá hablar de confusión sea un pocoexagerado. Digamos, si lo prefieres, que estásun poco desorientado, ¿de acuerdo?

—Estoy confuso y desorientado. Notengo ninguna información, ninguna pista. Nisiquiera tengo puerta.

El canijo agarró el encendedor de oro y loarrojó contra la puerta de la nevera. El impactoprodujo un siniestro sonido sordo, y en lapuerta de la nevera apareció una abolladura bienvisible. El gigantón recogió el encendedor delsuelo y lo puso sobre la mesa. Todo volvió al

Page 377: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estado inicial, sólo quedó la marca en la puertadel frigorífico. Para calmarse, el canijo sebebió el resto de la Coca-Cola. Y es que a mí,cuando me topo con una persona irascible, meentran ganas de poner a prueba su irascibilidad.

—Ya me dirás qué importancia tiene unaestúpida puerta como ésta. ¡O dos puertas!Piensa en la gravedad de la situación. Porque lasituación es muy grave. Tanto que ni siquieraimportaría que te hubiésemos destrozado todoel piso. Así que no vuelvas a mencionar lapuerta.

«¡Mi puerta!», pensé en mi fuero interno.No se trataba de que la puerta fuese barata o no.Una puerta es un símbolo.

—De acuerdo, dejemos correr lo de lapuerta. Pero después de lo que ha pasado esposible que me echen del apartamento. Esteedificio es muy tranquilo y aquí vive gentedecente, ¿sabes? —dije.

—Si alguien pretende echarte, llámame.

Page 378: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ya me encargaré yo de que entre en razón. Túno te preocupes, nadie te molestará.

Me dio la impresión de que esocomplicaba aún más las cosas, así que opté porno provocarlo más; asentí en silencio y bebímás cerveza.

—Quizá me esté metiendo donde no mellaman, pero voy a darte un consejo. Pasadoslos treinta y cinco, es mejor dejar la cerveza —dijo el canijo—. La cerveza es para losestudiantes o para los obreros. Echas barriga, yes una bebida sin clase. Cuando llegas a ciertaedad, sientan mejor el vino o el brandy. Orinardemasiado daña el metabolismo. Es mejordejarla, créeme. Bebe un alcohol más caro. Sibebes cada día un vino de esos que vale veintemil yenes la botella, tienes la sensación de quete lava el cuerpo.

Asentí y seguí bebiendo cerveza. ¡Menudoentrometido! Para poder beber tanta cervezacomo yo quería sin echar barriga, iba a nadar a

Page 379: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la piscina, salía a correr.—Pero, ¡en fin!, no soy quién para dar

consejos —dijo el canijo—. Todo el mundotiene sus debilidades. Las mías son el tabaco ylos dulces. Los dulces me vuelven loco.Aunque son malísimos para los dientes yprovocan diabetes.

Asentí con un movimiento de cabeza.El hombre cogió otro pitillo y lo prendió

con el encendedor.—Crecí al lado de una fábrica de

chocolate, ¿sabes? Quizá eso me marcó. Nocreas que era una de esas fábricas importantes,como la Morinaga o la Meiji, no. Era unafábrica de pueblo, poco conocida. Una de esasmarcas que se venden en las tiendas dechucherías o en las ofertas del supermercado.En fin, una de esas fábricas de chocolatebarato. Total que, todos los días, siempre, enmi casa olía a chocolate. Todo olía a chocolate:las cortinas, la almohada, el gato. Todo. Por

Page 380: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

eso ahora me gusta tanto el chocolate. Porquecuando lo huelo, me acuerdo de mi infancia.

El hombre echó una ojeada a la esfera desu Rolex. Estuve tentado de volver a sacar acolación la puerta, pero me dije que la historiase alargaría demasiado y cambié de idea.

—Bueno —dijo el canijo—, tenemospoco tiempo, es mejor que dejemos de charlar.¿Estás un poco más tranquilo?

—Un poco.—Vayamos entonces al grano —prosiguió

—. Tal como te he dicho antes, hemos venidocon el propósito de aclarar tus dudas. Así quepregunta lo que quieras. Si puedo, teresponderé. —Con la mano me hizo un gestoque indicaba: «¡Vamos! ¡Adelante!»—.Pregunta lo que quieras.

—Primero me gustaría saber quiénes soisy hasta qué punto estáis informados.

—¡Buena pregunta! —dijo y miró a sucompañero como en busca de su aprobación.

Page 381: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando el gigantón asintió con un gesto, sevolvió hacia mí—. La verdad, eres listo. No teandas con rodeos. —Sacudió la ceniza en elcenicero—. Enfócalo de la siguiente manera:nosotros hemos venido a ayudarte. Laorganización a la que pertenecemos es unasunto, por el momento, irrelevante. Y,respecto a lo que sabemos, pues lo sabemoscasi todo. Lo del profesor, lo del cráneo, lo delos datos del shuffling, casi todo. Tambiénsabemos cosas que tú desconoces. ¡Siguientepregunta!

—¿Ayer por la tarde pagasteis a unempleado del gas para que me robara elcráneo?

—Eso ya te lo he dicho antes. Nosotrosno queremos el cráneo. Nosotros no queremosnada.

—Entonces, ¿quién fue? ¿Quién sobornóal empleado? Porque no me diréis que era unfantasma, ¿verdad?

Page 382: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Nosotros no sabemos nada de eso —dijo el pequeñajo—. Y hay otra cosa quetampoco sabemos. Tiene que ver con losexperimentos del profesor. Conocemos aldetalle todo lo que está haciendo en estosmomentos. Lo que no tenemos claro es haciadónde se encaminan sus investigaciones. Yqueremos saberlo.

—Tampoco yo lo sé —dije—. Yo no sénada y, a pesar de eso, todo el mundo me creaproblemas sin parar.

—Ya sabemos que tú no estás enterado denada. A ti sólo te están utilizando.

—¿O sea que no habéis venido a buscarnada?

—Sólo a saludarte —dijo y dio unosgolpecitos en el canto de la mesa con elencendedor—. Hemos pensado que era mejorque nos conocieras. Así, en el futuro, nos serámás fácil intercambiar información y puntos devista.

Page 383: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Puedo jugar a imaginar un poco?—Adelante, adelante. La imaginación es

libre como los pájaros, inabarcable como elmar. Nadie puede detenerla.

—Pues yo creo que vosotros no soishombres ni del Sistema ni de la Factoría.Actuáis de manera distinta. Seguro quepertenecéis a una pequeña organizaciónindependiente. Y estáis intentando ampliarvuestra esfera de influencia. Posiblemente, acosta de la Factoría.

—¡Anda! ¡Fíjate tú! —dijo el canijomirando a su primo—. Ya te he dicho antes queera listo, ¿eh?

El gigantón asintió.—Tan listo que parece mentira que viva en

una porquería de casa como ésta. Tan listo queparece mentira que lo haya dejado su mujer —dijo el canijo.

Hacía tiempo que no me alababan tanto.Me sonrojé.

Page 384: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Has acertado en casi todo —dijo elcanijo—.Vamos detrás de la investigación queestá desarrollando el profesor para colocarnosen una buena posición en esta guerra de datos.Estamos preparados y contamos con capital.Ahora te queremos a ti y las investigaciones delprofesor. Con vosotros podremos derrocardesde los fundamentos el sistema bipolarSistema-Factoría. Este es el aspecto positivode la guerra de la información. Que es muyequitativo. Quien posee un sistema nuevo ybueno se lleva el gato al agua. Y la victoria estáasegurada. Además, la situación es en laactualidad claramente antinatural. Unmonopolio clarísimo, ¿no te parece? La partelegal de la información la monopoliza elSistema, y la parte ilegal, la Factoría. No haycompetencia posible. Y esto, lo mires como lomires, contraviene las leyes del liberalismoeconómico. ¿Qué? ¿No te parece antinatural?

—A mí eso ni me va ni me viene —dije—.

Page 385: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Yo estoy en la base, trabajando como unahormiguita. Y nada más. No opino nada. Asíque si habéis venido aquí con la intención deque me una a vosotros...

—Me parece que no lo entiendes —dijoel canijo haciendo chasquear la lengua—. Noqueremos que te unas a nosotros. Sólo he dichoque te queremos a ti. ¡Siguiente pregunta!

—Quiero saber qué son los tinieblos —dije yo.

—¿Los tinieblos? Pues son unas criaturasque viven en el subsuelo. Están en los túnelesdel metro, en el alcantarillado, en lugares porel estilo. Se alimentan de los desechos de laciudad y beben el agua de las cloacas. Apenasse mezclan con los seres humanos. Por eso sesabe tan poco de ellos. En principio, no sonpeligrosos, aunque de vez en cuando atrapan aalguien que se ha extraviado, solo, bajo tierra, yse lo comen. En ocasiones desaparece algúntrabajador cuando hay obras en el metro.

Page 386: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Y el gobierno no sabe nada?—Claro que sí. El Estado no es tan tonto.

Esos lo saben muy bien. Bueno, sólo los dearriba del todo.

—Entonces, ¿por qué no previenen a lagente? ¿O por qué no los echan?

—En primer lugar —dijo el hombre—, sise informara al país, cundiría el pánico. Esfácil de imaginar, ¿no? A nadie le gustaría tenerunos bichos que no se sabe qué son pululandobajo los pies. En segundo lugar, no existemanera de acabar con ellos. Ni siquiera lasFuerzas de Defensa podrían ocupar la totalidaddel subsuelo de Tokio y liquidar a los tinieblos.La oscuridad es su hábitat. Acabaríaconvirtiéndose en una auténtica guerra.

»Y hay otra cosa. Los tinieblos tienen unagran guarida bajo el palacio imperial, ¿sabes? Ysi les sucediera algo, podrían abrir un agujeroen plena noche, trepar hasta la superficie yarrastrar hacia el subsuelo a quien encontraran

Page 387: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

arriba. Si hicieran eso, Japón se sumiría en elcaos más absoluto, ¿entiendes? Por eso elgobierno hace la vista gorda y no se mete conellos. Además, piensa en la posibilidad opuesta.Aliándose con ellos, tendrían una fuerzacolosal. En caso de un golpe de Estado, o deuna guerra, quien tuviera a los tinieblos de sulado obtendría la victoria. Porque, incluso encaso de una guerra nuclear, ellos sobrevivirían.Sin embargo, nadie hasta hoy ha unido susfuerzas con los tinieblos. Son unas criaturasterriblemente desconfiadas que jamás serelacionan con los humanos.

—Pues he oído decir que se han aliadocon los semióticos —dije.

—Sí, corre ese rumor. Pero, aunsuponiendo que fuese cierto, seguro que no esmás que un pacto temporal que han establecido,por una razón u otra, una pequeña facción delos tinieblos con los semióticos. Una coaliciónpermanente entre ellos es impensable.

Page 388: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sin embargo, los tinieblos hansecuestrado al profesor.

—También he oído eso. Pero no lo sé aciencia cierta. También cabe la posibilidad deque todo sea una farsa. De que el profesor hayafingido que lo han capturado para esfumarse.¡Vete a saber! La situación es tan compleja quepuede haber sucedido cualquier cosa.

—¿Y qué investigaba el profesor?—El profesor llevaba a cabo una

investigación especial —dijo y contempló suencendedor desde diversos ángulos—. Unainvestigación independiente, desde unaposición enfrentada tanto a la organización delos calculadores como a la de los semióticos.Los semióticos intentan adelantarse a loscalculadores y los calculadores intentaneliminar a los semióticos. El profesor se haabierto paso a través de este intersticio y lo queestudia trastocará por completo elfuncionamiento del mundo. Para eso te

Page 389: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

necesita a ti. Y no me refiero a tu capacidadcomo calculador, sino a ti como persona.

—¿A mí? —dije sorprendido—. ¿Y porqué me necesita a mí? No tengo ningún talentoespecial, soy una persona normal y corriente.Francamente, no me imagino en qué puedocontribuir a la transformación del mundo.

—También nos lo preguntamos nosotros—dijo el canijo jugueteando con el encendedor—. Tenemos una idea, pero no estamosseguros. Sea como sea, él ha desarrollado susinvestigaciones centrándose en ti. Y,finalmente, ha concluido los preparativos y yaestá listo para acometer el estadio final. Y túsin enterarte de nada, ¿verdad?

—Y vosotros planeabais apoderaros de míy de su investigación en cuanto concluyera eseúltimo estadio del que hablas, supongo.

—Pues sí. Pero las cosas se han puestofeas. La Factoría se ha olido algo y haempezado a moverse. Así que nosotros también

Page 390: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nos hemos tenido que mover. ¡Un verdaderoproblema!

—¿Y el Sistema sabe algo?—No, creo que todavía no se ha dado

cuenta de nada. Pero como conocen alprofesor, seguro que andan con los ojos muyabiertos.

—¿Y el profesor quién es?—Trabajó unos años en el Sistema. No me

refiero a tareas prácticas como las que hacestú, claro está. Él estaba en los laboratorioscentrales. Su especialidad...

—¿En el Sistema? —dije. La historia secomplicaba más y más. Por lo visto, todogiraba alrededor de mí, pero yo era el únicoque estaba en ayunas.

—Exacto. En resumen, que antes elprofesor era colega tuyo —dijo el canijo—.Nunca os visteis, supongo, pero estabais en lamisma organización. ¡Uf! Es que, a pesar de serun único Sistema, la organización de los

Page 391: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

calculadores abarca un ámbito de actividadestan amplio y tan complejo, y se desarrollanademás con tanto secretismo, que sólo unpuñado de individuos de la cúspide sabenrealmente qué pasa, dónde pasa y de quémanera. Es decir, que la mano izquierda no sabelo que hace la derecha, y el ojo izquierdo y elderecho miran cosas distintas. En pocaspalabras, que la información es excesiva pararecaer sobre unos mismos hombros. Lossemióticos tratan de robar esa información, ylos calculadores intentan protegerla. Pero lasdos organizaciones han crecido tanto que, enestos momentos, nadie puede procesar ese aludde información.

»En fin, que el profesor dejó laorganización de los calculadores y emprendiósu propia investigación. Sus estudios, que soninterdisciplinarios, abarcan la fisiologíacerebral, la fisiología, la craneología y lapsicología. El profesor es una eminencia en

Page 392: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todos los terrenos relacionados con losmecanismos que determinan la conciencia. Sepuede decir, sin exagerar, que es un verdaderosabio, al estilo de los humanistas delRenacimiento, algo muy infrecuente en estaépoca.

Me sentí un pobre diablo al pensar quehabía estado explicándole qué era el lavado decerebro y el shuffling a un personaje de talenvergadura.

—Tampoco exageraría si dijera que elsistema procesador de datos de loscalculadores es, en su mayor parte, obra delprofesor. Es decir, que vosotros sois unasabejitas a las que les han enchufado el sistemade funcionamiento técnico que él inventó. ¿Temolesta esta expresión?

—No, no. Adelante. No hagas cumplidos—contesté.

—En fin, que el profesor se fue. Cuandodejó el Sistema, los semióticos intentaron

Page 393: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reclutarlo, por supuesto. Ya sabes que lamayoría de calculadores que dejan laorganización se convierten en semióticos. Peroel profesor rechazó su oferta. Les dijo querealizaba una investigación independiente. Y, deeste modo, se convirtió en enemigo tanto delos calculadores como de los semióticos. Parala organización de los calculadores, era un tipoque sabía demasiado, y para la de lossemióticos, era un competidor. Ya sabes lo queocurre con los semióticos: o estás con ellos oestás contra ellos. El profesor, muy conscientede eso, montó su laboratorio muy cerca de laguarida de los tinieblos. Has estado en sulaboratorio, ¿verdad?

Asentí.—Tuvo una gran idea. Con los tinieblos

pululando por las inmediaciones, no hay quiense acerque al laboratorio. Porque frente a lostinieblos, ni la organización de los calculadoresni la de los semióticos llevan las de ganar, te lo

Page 394: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

digo yo. Para poder entrar y salir, el profesoremite unas ondas sonoras que los tinieblosdetestan. Y, entonces, el paso queda libre,como Moisés cuando cruzó el mar Rojo. Unsistema defensivo perfecto. Aparte de la chica,creo que eres el único que ha entrado en sulaboratorio. Imagínate lo valioso que eres paraél. Sea como sea, parece que lasinvestigaciones del profesor han entrado en sufase final y que, para completarlas, sólo lefaltas tú. Por eso te ha llamado.

—Hum... —Era la primera vez en mi vidaque yo significaba tanto para alguien. La idea demi propia importancia me resultaba muyextraña. No conseguía acostumbrarme a ella—.Es decir —deduje—, que los datos que heprocesado han sido un simple señuelo paraatraerme y, por sí mismos, no tienen valoralguno, ¿no? Vamos, si es que el propósito delprofesor era que yo fuese allí...

—No, ¡en absoluto! —saltó. Y echó otra

Page 395: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ojeada al reloj de pulsera—. Los datosconstituyen un programa creado con granminuciosidad. Una especie de bomba derelojería. Ya sabes: cuando se agota el tiempofijado por el temporizador, explota. Claro quetodo esto son simples suposiciones. Hasta queno se lo preguntemos a él directamente, nosabremos la verdad de todo esto. ¡En fin! Eltiempo se acaba y es mejor que dejemos lacharla aquí. Porque tenemos cosas que hacer.

—¿Y qué le ha ocurrido a la nieta delprofesor?

—¿Le ha pasado algo? —se extrañó—.Nosotros no sabemos nada. Es que no podemoscontrolarlo todo, ¿sabes? ¿Te interesa la chica?

—No —dije. Probablemente, no.El canijo se levantó de la silla sin apartar

los ojos de mi rostro, cogió el tabaco y elencendedor de encima de la mesa y se losguardó en el bolsillo.

—Creo que te han quedado las cosas muy

Page 396: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

claras y que has captado a la perfección en quéposición te encuentras tú y en qué posiciónestamos nosotros. Voy a añadir una cosa más.Nosotros tenemos un plan. Mira, nosotros, enestos momentos, conocemos mejor lasituación que los semióticos y, por lo tanto, enesta carrera vamos en cabeza. Sin embargo,nuestra organización es mucho más débil que laFábrica. Si ellos se lanzan a hacer un sprint, esmuy probable que nos adelanten y que acabenpulverizándonos. Así que, antes de que estoocurra, tenemos que distraer a los semióticos,tenemos que entretenerlos. ¿Entiendes?

—Sí —dije. Lo entendía muy bien.—Pero eso no podemos hacerlo solos.

Tenemos que pedir ayuda a alguien. Tú, ennuestro lugar, ¿a quién se la pedirías?

—Al Sistema —dije.—¡Anda! ¡Fíjate tú! —volvió a decirle el

canijo al gigantón—. Ya te lo he dicho antes,¿no?, que era listo. —Me miró de frente—.

Page 397: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero para eso necesitamos un señuelo. Sinseñuelo, no cae nadie. Y el señuelo lo serás tú.

—Digamos que no me entusiasma la idea—repuse.

—No se trata de que te entusiasme o no.No tenemos alternativa. Y ahora te haré yo unapregunta: de este piso, ¿qué es lo que tiene másvalor para ti?

—Nada —contesté—. No hay nada quevalga gran cosa. Todo son baratijas.

—Eso salta a la vista. Pero algún objetohabrá, aunque sólo sea uno, que no querrías querompiéramos, supongo. Por más barato que seatodo, vives aquí, así que...

—¿Romper? —me sorprendí—. ¿Quéquieres decir con «romper»?

—Pues romper es... simplemente eso:romper. Como la puerta —dijo el canijoseñalando la puerta retorcida, arrancada de susgoznes—. Romper por romper. Vamos adestrozártelo todo.

Page 398: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Y eso por qué?—Es muy difícil explicarlo en dos

palabras. Además, te lo explique o no, elresultado será el mismo: te lo vamos a romperigual. Así que dime lo que no querrías querompiésemos. Es un buen consejo, créeme.

—El aparato de vídeo —dije, resignado—.Y el televisor. Los dos son caros y, encima,acabo de comprarlos. Y, luego, el whisky queguardo dentro del armario.

—¿Y qué más?—La cazadora de cuero y un traje nuevo

de tres piezas. La cazadora tiene el cuello depiel, como las de los aviadores del ejércitoamericano.

—¿Y qué más?Reflexioné unos instantes. No, no había

nada más. No soy de los que atesoran en sucasa objetos de valor.

—Sólo eso —dije.El canijo asintió. El gigantón asintió.

Page 399: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Primero, el gigantón fue abriendo todoslos armarios, uno tras otro. Y del interior deuno sacó de un tirón un bullworker[10]que youtilizaba a veces para trabajar la musculatura, selo cruzó por la espalda e hizo un estiramientodorsal completo. Jamás había visto a nadie queestirara completamente el bullworker por laespalda. Era la primera vez que presenciabaalgo semejante. Era digno de verse.

Después agarró el bullworker con las dosmanos, como si fuese un bate de béisbol, y sedirigió al dormitorio. Me asomé para ver quéhacía. Se plantó ante el televisor, blandió elbullworker por encima de la cabeza y,apuntando al tubo de rayos catódicos, lo golpeócon todas sus fuerzas. Acompañado delestrépito del cristal al romperse en añicos y decien destellos de luz, el televisor de veintisietepulgadas que me había comprado sólo tresmeses atrás reventó como una sandía.

—¡Espera! —le dije haciendo ademán de

Page 400: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

levantarme, pero el canijo me detuvo dando unapalmada sobre la mesa.

Acto seguido, el gigantón levantó elaparato de vídeo y golpeó repetidas veces, contodas sus fuerzas, el panel contra un trozo detelevisor. Los botones salieron despedidos, elcable provocó un cortocircuito y un hilo dehumo blanco flotó por el aire como un almaque ha alcanzado la salvación. Tras comprobarque el aparato de vídeo estaba destrozado,arrojó la chatarra contra el suelo y se sacó unanavaja del bolsillo. La hoja afilada apareció conun nítido y seco chasquido. Luego abrió elarmario ropero y me rajó de arriba abajo lacazadora de piloto y el traje de tres piezas deBrooks Brothers; las cuatro prendas me habíancostado, en total, casi doscientos mil yenes.

—¡No hay derecho! —le grité al canijo—.¿No me habías dicho que no me romperíais losobjetos de valor?

—Yo no te he dicho eso —repuso el

Page 401: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

canijo, impasible—. Yo sólo te he preguntadosi tenías algo que tuviese valor para ti. No te hedicho que no lo destrozaríamos. De hecho, esoes siempre lo primero que rompemos. Lógico,¿no te parece?

—¡Estamos apañados! —exclamé, y saquéuna lata de cerveza de la nevera y me la bebí. Y,junto al canijo, me quedé contemplando cómoel gigantón destrozaba por completo elpequeño y coqueto apartamento de dosdormitorios, sala y cocina.

Page 402: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

14. El bosque

EL FIN DEL MUNDO

Pronto acabó el otoño. Una mañana, aldespertarme, alcé los ojos al cielo y vi que elotoño ya se había ido. Las nubes otoñales decontornos nítidos habían sido sustituidas porplomizos nubarrones que asomaban por encimade la Sierra del Norte como mensajerosportadores de malas noticias. Para la ciudad, elotoño era un visitante hermoso y placentero,pero su estancia era demasiado breve, supartida demasiado repentina.

Cuando el otoño se hubo ido, se produjoun vacío provisional. Un vacío silencioso yextraño que no era ni otoño ni invierno. Elcolor dorado que cubría los cuerpos de las

Page 403: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bestias fue perdiendo poco a poco su fulgor yadoptó blancos tonos decolorados, anunciandoa los habitantes de la ciudad que la llegada delinvierno era inminente. Todos los seres vivos,todos los fenómenos de la naturaleza,escondían la cabeza entre los hombros ytensaban sus cuerpos en previsión de laestación helada. El presagio del invierno cubríala ciudad como un velo invisible. El rumor delviento y el susurro de los árboles, el silenciode la noche e incluso los pasos de las personasse hicieron pesados e indiferentes, como sianunciaran lo que iba a venir, y ni siquiera podíaconsolarme ya el agradable murmullo del aguade las isletas. Todas las cosas se ibanencerrando en sus caparazones, a cal y canto, afin de preservar su existencia; todo empezaba ateñirse de los colores del fin. El invierno erauna estación singular, diferente de cualquierotra. El canto de los pájaros se volvió másagudo e intenso y sólo un esporádico batir de

Page 404: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alas quebraba aquel vacío helado.—Este invierno va a ser muy frío —dijo el

anciano coronel—. Se puede saber por la formade las nubes. Mira allá. —Me llamó junto a laventana y me señaló unas nubes densas yoscuras suspendidas sobre la Sierra del Norte—. Al llegar esta época, sobre la Sierra delNorte aparecen las primeras nubes de invierno.Parecen exploradores del ejército, ¿sabes? Y,por su forma, podemos prever si el frío delinvierno será muy intenso. Las nubes chatas ylisas anuncian un invierno templado. Cuantomás gruesas son las nubes, más crudo será elinvierno. Y las peores son las que tienen laforma de un pájaro con las alas extendidas.Cuando llegan esas nubes, significa que seacerca un invierno gélido. Mira. Son aquéllas.Allí.

Entrecerrando los ojos, dirigí la vistahacia donde me decía. Aunque de forma muyvaga, distinguí las nubes. Se extendían de

Page 405: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

derecha a izquierda, alcanzando casi los dosextremos de la sierra, y, en el centro,mostraban una especie de protuberancia grandee hinchada, semejante a una montaña. Enefecto, tal como decía el anciano, tenían laforma de un pájaro con las alas extendidas. Unenorme y funesto pájaro de color gris quellegara del otro lado de la cordillera.

—Será un invierno gélido, de los que sólohay uno cada cincuenta o sesenta años —dijo elcoronel—. Por cierto, ¿ya tienes abrigo?

—No —contesté. Sólo tenía una chaquetade algodón, no muy gruesa, que me habíanentregado al llegar a la ciudad.

El anciano abrió el armario, sacó uncapote militar de color azul marino y me lodio. Lo cogí. Pesaba como una piedra y elburdo tejido de lana me producía un ligeropicor en la piel.

—Es un poco pesado, pero es mejor esoque nada. Me hice con él hace poco, para

Page 406: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dártelo a ti. Espero que sea de tu talla.Deslicé los brazos por las mangas. Me iba

un poco ancho de hombros y pesaba tanto que,mientras no me habituase a él, corría el peligrode perder el equilibrio y caer, pero eraconfortable. Además, tal como decía elanciano, mejor aquel abrigo que nada. Le di lasgracias.

—Todavía estás dibujando el mapa,¿verdad?

—Sí —le dije—. Aún me falta algúntrozo, pero, si puedo, me gustaría acabarlo. Yaque he llegado hasta aquí...

—A mí no me parece mal que dibujes unmapa. Es cosa tuya y no molestas a nadie. Perocuando llegue el invierno, olvídate de ir lejos.Es un buen consejo, créeme. No te alejes de lascasas. Durante un invierno tan duro como elque se prepara, todas las precauciones sonpocas. Esta tierra no es muy grande, pero eninvierno hay un montón de parajes peligrosos

Page 407: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que tú desconoces. Para acabar el mapa, esperaa que llegue la primavera.

—De acuerdo —le dije—, Pero ¿cuándoempieza el invierno?

—Con la nieve. Con el primer copo denieve que cae, empieza el invierno. Y cuando lanieve acumulada en las isletas empieza afundirse, el invierno llega a su fin.

Así, tomamos el café de la mañanacontemplando las nubes sobre la Sierra delNorte.

—¡Ah! Hay otra cosa que debes saber —me advirtió—. Cuando empiece el invierno, note acerques al muro. Tampoco vayas al bosque.Porque en invierno cobran una gran fuerza.

—¿Y qué hay en el bosque?—Nada —dijo el anciano tras reflexionar

unos instantes—. No hay nada. Al menos, nadaque necesitemos tú o yo. Para nosotros elbosque carece de valor.

—¿Y no vive nadie allí?

Page 408: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El anciano abrió la portezuela de hierro dela estufa, limpió el polvo del interior eintrodujo algunos troncos delgados y trozos decarbón mineral.

—Ya va siendo hora de que la usemos. Laencenderemos esta noche. Esta leña y estecarbón son del bosque; y las setas, el té y otrascosas por el estilo, también. En este aspecto, sílo necesitamos. Pero sólo para eso. Para nadamás.

—Entonces, en el bosque debe de vivirgente. Personas que extraen el carbón, recogenla leña y buscan las setas...

—Sí, claro. Allí viven algunas personas.Nos suministran el carbón, la leña y las setas, ynosotros les damos cereales y ropa. Elintercambio lo llevan a cabo, una vez a lasemana, determinadas personas en cierto lugar.Pero ése es el único trato que tenemos con losdel bosque. Ellos no se acercan por aquí ynosotros no vamos al bosque. Porque somos

Page 409: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

completamente distintos.—¿En qué sentido?—Pues en todos —prosiguió el anciano

—, en todos los aspectos que puedas imaginar.Y escúchame bien: no quiero que te interesespor ellos. Son peligrosos. Podrían ejercer unamala influencia sobre ti. Porque tú, de algúnmodo, todavía no te has centrado. Y mientrasno lo hagas, es mejor que no te expongas apeligros innecesarios. El bosque no es más queun bosque. Y, en el mapa, basta con que pongas:«bosque», y ya está. ¿Me has entendido? —Sí.

—Y, por lo que respecta a la muralla, tencuidado. Entraña un gran peligro. Al llegar elinvierno, el muro estrecha todavía más sucerco alrededor de la ciudad. Quiere asegurarsede que permanecemos todos encerrados en suinterior. A la muralla no se le pasa por alto nadade lo que sucede entre sus muros. Así que evitacualquier clase de contacto con la muralla, note acerques a ella. Te lo repito: tú todavía no te

Page 410: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

has centrado. Tienes dudas, contradicciones, aveces te arrepientes de lo que has hecho o tesientes débil. Para ti, el invierno es la estaciónmás peligrosa del año.

Pero yo tenía que descubrir algo mássobre el bosque antes de que irrumpiera elinvierno. Le había prometido a mi sombra quele entregaría el mapa antes de que acabara elotoño, y ella me había ordenado también quereuniera información sobre el bosque. Además,eso era lo único que me quedaba para concluirel mapa.

Las nubes que se cernían sobre la Sierradel Norte desplegaban sus alas con lentacertidumbre y, a medida que se iban adueñandodel cielo de la ciudad, la luz del sol perdía conrapidez su brillo dorado. Una difusa capa denubes cubría el cielo como si fuese fina ceniza,y la luz debilitada del sol se disipaba en el aire.Era la estación idónea para mis ojos heridos.

Page 411: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Los días radiantes habían terminado, ya nocabía la posibilidad de que una repentina ráfagade viento ahuyentara las nubes y luciera el sol.

Me interné en el bosque por el caminoque bordeaba el río y, a fin de no extraviarme,decidí seguir el sendero desde el que sedivisaba a cada tanto la muralla y observardesde allí la espesura. Así podría ir apuntandoen el mapa la forma de la muralla quecircundaba el bosque.

Sin embargo, la investigación no meresultó nada fácil. A medio camino tropecé conuna profunda zanja de bordes escarpados,producto de un desprendimiento del terreno,donde crecían tupidos frambuesos de una alturasuperior a la mía. Una ciénaga me impedía elpaso y, por todas partes, colgaban pegajosastelarañas que se me adherían a la cara, al cuelloy a las manos. De vez en cuando oía el rumordifuso de algo que se movía entre la espesura.Las gigantescas ramas de los árboles se

Page 412: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

extendían sobre mi cabeza tiñendo el bosque deunos tonos sombríos que recordaban el fondodel mar. Al pie de los árboles, asomaban setasde diversos tamaños y colores que parecíanfruto de una siniestra enfermedad cutánea.

Sin embargo, en una ocasión en que meseparé del muro y me adentré unos pasos en elbosque, descubrí un mundo lleno de paz ysilencio. La espesa vegetación silvestreexhalaba un fresco aliento que lo llenaba todo ytranquilizaba mi espíritu. Ante mis ojos no seextendía el peligroso paraje sobre el que mehabía prevenido el anciano coronel. Lo quehabía allí era el eterno ciclo vital de losárboles, de la hierba y de los pequeños seresvivos, y en cada piedra, en cada pedazo detierra, se descubría el principio inmutable de lavida.

Cuanto más lejos estaba de la muralla,cuanto más me adentraba en el bosque, másintensa era esta impresión. Las sombras

Page 413: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

funestas palidecían deprisa, la forma de losárboles y el verde de las hojas se dulcificaban,los trinos de los pájaros eran más alegres ydistendidos. Ni en los pequeños claros dehierba que se abrían a trechos, ni en elmurmullo de la corriente que discurría entrelos árboles, se apreciaba la tensión y la negruraque se percibía en el bosque próximo a lamuralla. ¿Por qué serían tan diferentes ambospaisajes? No lo sabía. Quizá se debiera a que elpoder del muro alteraba la atmósfera delbosque, o quizá a la configuración del terreno.

Sin embargo, por más agradable que meresultase andar por el interior del bosque, enningún momento me separé completamente dela muralla. El bosque era extenso y, si meextraviaba, no lograría volver a orientarme. Nohabía senderos, no había señales. Por lo tanto,avanzaba con mil precauciones para no perderde vista la muralla. Aún no sabía si el bosqueera mi aliado o mi enemigo y, además, aquella

Page 414: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sensación tan placentera podía ser una ilusióncreada para arrastrarme hacia susprofundidades. En todo caso, tal como mehabía dicho el coronel, para la ciudad, yo era unser débil e inestable. Toda precaución era poca.

Seguro que se debía a que no me habíaadentrado lo suficiente en el bosque, pero nodescubrí el menor vestigio de sus habitantes.Ni de ellos ni de nada que hubiesen dejadoatrás. Tenía tanto miedo a encontrarme conellos como deseos de que eso sucediese. Sinembargo, a pesar de que recorrí aquellosparajes durante varios días, no hallé el menorindicio de su existencia. Supuse que viviríanmás hacia el interior. O que, tal vez, meevitaban.

Al tercer o cuarto día de búsqueda, en elpunto en que la muralla trazaba una ampliacurva en dirección al sur, descubrí, pegado almuro, un pequeño claro de hierba. Encajado en

Page 415: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el recoveco de la muralla, el claro se extendíaen forma de abanico, formando un pequeñovacío donde no penetraba la exuberantevegetación de los alrededores. Me sorprendióno percibir allí la violenta tensión que serespiraba cerca de la muralla y que, por elcontrario, reinasen la calma y el sosiego de lasprofundidades del bosque. Una blanda alfombrade hierba, corta y húmeda, recubría el suelo y,allá en lo alto, se extendía un cielo recortadoen formas extrañas. En un rincón del claroquedaban restos de unos cimientos, lo queindicaba que, en el pasado, se había alzado allíuna edificación. Cuando fui siguiendo laspiedras, me di cuenta de que debía de habersido una casa con unos planos bien dibujados.Como mínimo, no se trataba de una cabañaconstruida de modo provisional. La casaconstaba de tres habitaciones independientes,cocina, baño y vestíbulo. Mientras reseguía losrestos de los cimientos, intentaba imaginar qué

Page 416: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aspecto había tenido la casa en el pasado. Sinembargo, no se me ocurría quién, ni con quéobjeto, habría construido una casa en el bosquey por qué razón la habría abandonado después.

Detrás de la cocina quedaban vestigios deun pozo de piedra, pero estaba lleno de tierra yunos espesos hierbajos crecían en susuperficie. Posiblemente habían cegado elpozo antes de abandonar la casa. Vete a saberpor qué.

Me senté junto al pozo y, recostado en elbrocal, alcé los ojos al cielo. El viento delnorte mecía suavemente las ramas de losárboles que enmarcaban aquel fragmento decielo de forma semicircular y hacía susurrar elfollaje. Unos nubarrones cargados de humedadcruzaron lentamente el espacio. Con el cuellode la chaqueta levantado, seguí con los ojos elpausado discurrir de las nubes.

Detrás de las ruinas se erguía la muralla.Era la primera vez que, dentro del bosque, la

Page 417: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tenía tan próxima. Desde una distancia tan cortapodía, literalmente, percibir su respiración.Sentado en el claro del Bosque del Este con laespalda recostada en el brocal del viejo pozo,escuché el rumor del viento y supe que laspalabras que había pronunciado el guardián eranciertas. Si existía algo perfecto en este mundo,sólo podía ser la muralla. Quizá hubieseexistido desde el principio. Igual que las nubesdiscurrían por el cielo y que el agua de la lluviaformaba ríos en la superficie de la tierra.

La muralla era demasiado grande parapoder plasmarla en una sola hoja de papel, sualiento era demasiado vigoroso, sus curvasdemasiado elegantes. Cada vez que intentabadibujarla en mi álbum, me invadía una infinitasensación de impotencia. Según el ángulo deobservación, la muralla cambiaba de aspecto deuna forma asombrosa, y eso hacía difícilreproducirla con exactitud.

Cerré los ojos, decidido a descabezar un

Page 418: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sueño. El agudo silbido del viento no cesaba uninstante, pero los árboles y la muralla meresguardaban del frío. Antes de dormirmepensé en mi sombra. Había llegado la hora deentregarle el mapa. Los detalles todavíacarecían de precisión, evidentemente, y elinterior del bosque estaba en su mayor parte enblanco, pero el invierno era inminente y, encuanto llegara, yo tendría que suspender mispesquisas. Ya había dibujado la siluetaaproximada de la ciudad, y la forma y ubicaciónde todo lo que contenía; además, había añadidounas notas con la información más exacta quehabía podido conseguir. A partir de esto, a lasombra seguro que se le ocurriría algo.

No estaba seguro de que el guardián medejase verla, pero él me había prometido que,cuando los días empezaran a acortarse y lasombra se debilitara, me lo permitiría. Ahoraque el invierno estaba tan cerca, se cumplíantodas las condiciones.

Page 419: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Después, todavía con los ojos cerrados,pensé en la chica de la biblioteca. Sin embargo,cuanto más pensaba en ella, más profundo erael sentimiento de pérdida que me dominaba.Ignoraba de dónde surgía este sentimiento, nicómo nacía, pero se trataba sin duda de un purosentimiento de pérdida. «Estoy perdiendo algoque está relacionado con ella», me dije. Ytambién este pensamiento se iba perdiendo másy más.

La veía todos los días, pero eso nocolmaba el vacío que se abría en mi interior.Cuando leía viejos sueños en la sala de labiblioteca, ella estaba a mi lado. Cenábamosjuntos, tomábamos algo caliente y luego laacompañaba a casa. Por el caminocharlábamos. Ella me contaba cosas de supadre, de sus dos hermanas pequeñas, de susquehaceres diarios.

Pero cuando, al llegar a su casa, nosseparábamos, me daba la impresión de que el

Page 420: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sentimiento de pérdida era aún mayor que antesde verla. No sabía cómo dominar aquellaincoherente sensación de vacío. Mi pozo erademasiado profundo, demasiado oscuro, y noexistía suficiente cantidad de tierra paracegarlo.

Supuse que aquel sentimiento de pérdidaestaba ligado a mis recuerdos desaparecidos.Mi memoria buscaba algo en la joven, pero niyo sabía qué buscaba, y esta contradicción medejaba un vacío insalvable. Sin embargo, enaquellos momentos, yo no podía asumiraquello. Yo mismo era demasiado débil,demasiado inseguro.

Ahuyenté esos quebraderos de cabeza yme sumí en las profundidades del sueño.

Cuando desperté de mi sueño, latemperatura había descendido de un modosorprendente. Tiritando, apreté con fuerza lachaqueta contra mi cuerpo. Anochecía. Me

Page 421: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

levanté y, cuando me sacudía las briznas dehierba de la chaqueta, el primer copo de nieveme rozó la mejilla. Al levantar la vista al cielo,vi que las nubes eran mucho más bajas queantes, más negras, más siniestras. Grandes yamorfos copos de nieve descendían del cielo y,cabalgando en el viento, caían danzando alsuelo. Había llegado el invierno.

Antes de irme miré de nuevo la muralla.Bajo aquel cielo espeso y oscuro dondebailaban los copos de nieve, la muralla erguía,con mayor majestad aún, su silueta perfecta.Cuando alcé los ojos hacia ella, tuve lasensación de que me contemplaba desde lasalturas. Estaba plantada ante mí como unacriatura primigenia que acabara de despertar.«¿Por qué estás aquí?», parecía preguntarme.«¿Qué buscas?»Pero yo no podía responderle.El corto sueño a la intemperie me había robadotodo el calor del cuerpo y mi mente se iballenando a toda prisa de una confusa mezcla de

Page 422: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

formas extrañas. Mi cuerpo y mi mente se meantojaron ajenos, como si no fueran míos.Todo era pesado, y confuso.

Crucé el bosque, intentando no mirar lamuralla, y corrí hacia la Puerta del Este. Elcamino era largo, las tinieblas se volvían cadavez más densas. Mi cuerpo había perdido suprecario equilibrio. A medio camino, infinitasveces me detuve, descansé e hice acopio defuerzas para seguir adelante, e intentécoordinar mis nervios embotados y dispersos.Sentía que algo, amparado en la oscuridad,gravitaba pesadamente sobre mí. Me parecióoír el sonido de un cuerno en el interior delbosque, pero el eco cruzó por mi concienciasin apenas dejar rastro.

Cuando por fin logré atravesar el bosque yllegar a la orilla del río, densas tinieblascubrían ya el paisaje. Sin estrellas ni luna, laventisca y el helado rumor del agua lodominaban todo y, a mis espaldas, se alzaba el

Page 423: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

oscuro bosque barrido por el viento.No recuerdo cuánto tardé en llegar a la

biblioteca. Lo único que recuerdo es haberandado eternamente por el camino quebordeaba el río. Las ramas de los sauces sebalanceaban en la oscuridad, el viento ululabasobre mi cabeza. Y por más que avanzase, elcamino no tenía fin.

Ella me hizo sentar delante de la estufa yposó su mano en mi frente. Tenía la manohelada y la cabeza me dolió como si mehubiesen clavado un carámbano. En un gestoreflejo, traté de apartarla, pero no pude alzar lamano y el simple intento me provocó unanáusea.

—Tienes mucha fiebre —constató ella—,¿Qué has estado haciendo? ¿Y dónde?

Intenté contestar, pero no encontraba laspalabras, como si las hubiera perdido. Nisiquiera comprendía del todo las palabras que

Page 424: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ella pronunciaba.Trajo mantas de no sé dónde, me envolvió

en ellas y me hizo acostar delante de la estufa.Mientras me ayudaba a acostarme, su pelo rozómi mejilla. Pensé que no quería perderla, peroera incapaz de discernir si ese pensamientosurgía de mi conciencia o si emergía de algúnviejo recuerdo. Había perdido demasiadascosas, me encontraba demasiado cansado.Sumido en la impotencia, sentía cómo miconciencia se iba alejando poco a poco. Measaltó una extraña sensación de disgregación,como si mi conciencia fuera elevándosemientras mi cuerpo intentaba detenerla contodas sus fuerzas. Y yo no sabía con cuál de losdos debía quedarme.

Entretanto, ella apretaba mi mano.—Duerme —oí que decía. Y me pareció

que sus palabras llegaban, después de muchotiempo, desde lo más profundo de las tinieblas.

Page 425: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

15. Whisky. Tortura. Turguéniev

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

El gigantón rompió todas las botellas dewhisky —todas, sin dejar ni una— dentro delfregadero. Yo conocía al dueño de la bodegadel barrio y, cada vez que había rebajas dewhisky de importación, me mandaba unasbotellas a casa, con lo cual tenía atesorada unabuena cantidad.

Primero, el tipo hizo añicos dos botellasde Wild Turkey, a continuación pasó al CuttySark, siguió con tres botellas de I.W. Harper ycon dos de Jack Daniels, dio sepultura a unFour Roses, estrelló un Haig y, por último, secargó de golpe media docena de botellas de

Page 426: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Chivas Regal. Armaba un estrépito espantoso,pero el olor era todavía peor. Acababa deliquidar de una tacada la cantidad de whisky queyo me bebía en medio año y, evidentemente, elolor estaba en consonancia. Toda la habitaciónapestaba a whisky.

—¡Sólo con estar aquí acabas trompa! —se asombró el canijo.

Con la mejilla apoyada en la palma de lamano, yo miraba con resignación cómo lasbotellas hechas añicos se iban amontonandodentro del fregadero. Pero ya se sabe: todo loque sube baja y todo lo que tiene forma lapierde. Mezclado con el estrépito del vidrio, seoía el desagradable silbido del gigantón. Enrealidad, más que silbar parecía que pasara elhilo dental por una fila de dientes separadospor intersticios irregulares. A mí no me sonabaaquella musiquilla... En fin, que no existía. Elhilo dental pasaba arriba y abajo, por en medio,volvía a pasar por abajo. Nada más. Sólo con

Page 427: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

escucharlo los nervios sufrían un desgasteconsiderable. Tras voltear la cabeza variasveces, bebí un trago de cerveza. Mi estómagoestaba tan duro como la cartera de piel de unempleado de banco cuando sale a trabajar fuerade su oficina.

El hombre prosiguió su destruccióngratuita. Bueno, para ellos debía de tener algúnsentido, pero yo no conseguía encontrárselo.El gigantón dio la vuelta a la cama, rajó elcolchón con la navaja, arrojó la ropa fuera delarmario, vació el contenido de los cajones enel suelo, arrancó el panel del aireacondicionado, dio la vuelta a la papelera,destrozó todo lo que encontró dentro delarmario empotrado. Trabajaba con gran rapidezy eficacia.

Tras arrasar el dormitorio y la sala, laemprendió con la cocina. El canijo y yo nostrasladamos a la sala, devolvimos el sofá, queestaba patas arriba y con la parte posterior

Page 428: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hecha trizas, a su posición original, nossentamos y contemplamos cómo el gigantóndestrozaba la cocina. Dentro de la desgracia,era una suerte que la parte delantera del sofáestuviese casi intacta. Era un sofá de muybuena calidad, comodísimo, que habíacomprado por cuatro chavos a un fotógrafoconocido mío. Era un fotógrafo publicitariomuy bueno, pero tuvo problemas psicológicosy se retiró a lo más recóndito de las montañasde la prefectura de Nagano. Y me vendió baratoel sofá que tenía en el estudio. Sentí mucho lode sus problemas nerviosos, pero me considerémuy afortunado de poder hacerme con el sofá.De momento, parecía que al menos no tendríaque comprarme uno nuevo.

Yo estaba sentado en el extremo derechocon la lata de cerveza entre las manos, y elcanijo, en el izquierdo, con las piernas cruzadasy apoyado en el brazo del sofá. A pesar delestrépito, nadie se había asomado a ver qué

Page 429: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ocurría. La mayoría de los vecinos de aquellaplanta eran personas solteras que, a no ser quesurgiera algún imprevisto, entre semanaestaban fuera durante todo el día. ¿Sabríanaquel par que podían hacer todo el ruido que lesviniese en gana? Probablemente. Seguro queestaban al tanto de todo. Parecían un par debrutos, pero calculaban con cuidado cada unode sus pasos.

El canijo echaba de vez en cuando unaojeada a su Rolex y controlaba la marcha deltrabajo; el gigantón iba destrozando todos losobjetos que encontraba, uno tras otro, sin unsolo movimiento superfluo. Con una búsquedatan exhaustiva no habría podido esconder ni unlápiz. Pero ellos —tal como había declarado elcanijo— no buscaban nada. Sólo rompían.

¿Por qué?Quizá quisieran hacer creer a una tercera

persona que habían estado buscando algo.Pero ¿quién era esta tercera persona?

Page 430: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Dejé de pensar, me tomé el último sorbode cerveza y dejé la lata vacía sobre la mesa. Elgigantón abrió la alacena, arrojó todos losvasos al suelo y siguió luego con los platos. Lacafetera con filtro, la tetera, el salero, elazucarero y el bote de la harina quedarondestrozados. El arroz, esparcido por el suelo.Los alimentos del congelador corrieronidéntica suerte. Una docena de langostinoscongelados, un filete de ternera, helados,mantequilla de primera calidad, unas huevas depescado saladas de unos treinta centímetros delargo y un bote de salsa de tomate fueronestampándose, sucesivamente, en el suelo delinóleo con el estruendo que produciría unmeteorito al estrellarse contra el asfalto de lacarretera.

El gigantón levantó entonces la nevera conlas dos manos, tiró de ella hacia delante y laarrojó contra el suelo; cayó con la puerta paraabajo. Al parecer, se rompió un cable cerca del

Page 431: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

compresor, porque una lluvia de chispas sedesparramó por el aire. Me entró dolor decabeza al pensar qué explicación podría darle alelectricista que viniera a arreglar la avería.

El destrozo concluyó tan súbitamentecomo había empezado. Sin ningún «pero», sinningún «si», sin ningún «excepto», ladestrucción cesó de pronto y un silenciosepulcral invadió la casa. Plantado en el quiciode la puerta de la cocina, sin silbar siquiera, elgigantón me contemplaba con mirada perdida.Yo no tenía la menor idea de cuánto habríatardado en efectuar aquel prodigioso desguace.¿Quince, treinta minutos? Por ahí, por ahí. Másde quince, menos de treinta. Pero, a juzgar porel aire satisfecho con que el canijo miraba laesfera de su Rolex, sin duda se aproximaba alpromedio de tiempo establecido para destrozarun piso de dos dormitorios con baño y cocina.Y es que el mundo está lleno de promedios decosas muy variadas: desde el cronometraje de

Page 432: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una carrera de maratón hasta la longitud depapel higiénico que se gasta cada vez que unova al baño.

—Te va a llevar tiempo ordenarlo todo,¿eh? —dijo el canijo.

—Efectivamente —dije—. Y, encima, meva a costar un dineral.

—El dinero es lo de menos. Esto es laguerra. Si vas contando lo que vale, no puedesganar.

—Pero ésta no es mi guerra.—No importa de quién sea. Tampoco

quién la paga. La guerra es así. Y uno tiene queconformarse.

El canijo se sacó un pañuelo inmaculadodel bolsillo, se lo puso ante la boca y tosió doso tres veces. Tras examinar el pañuelo, volvió aguardárselo en el bolsillo. Ya sé que es unprejuicio, pero no me fío mucho de loshombres que llevan pañuelo. Yo estoy lleno deprejuicios como ése. Por eso no le caigo bien a

Page 433: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la gente. Y, como no le caigo bien a la gente,cada vez tengo más prejuicios.

—Poco después de que nos vayamos,aparecerán los del Sistema. Tú les hablarás denosotros. Les dirás que te hemos destrozado elpiso porque buscábamos algo. Y que te hemospreguntado dónde estaba el cráneo. Pero que túno sabes nada sobre ningún cráneo. ¿Me hasentendido? Que, como no sabes nada, no haspodido decirnos nada y que, como no tienesnada, tampoco has podido darnos nada. Aunquete hayamos torturado. Así que nosotros nohemos tenido más remedio que irnos con lasmanos vacías.

—¿¡Torturado!? —exclamé.—No sospecharán de ti. No saben que

fuiste al laboratorio del profesor. Demomento, nosotros somos los únicos que losabemos. Así que no corres ningún peligro.Eres un calculador excelente, seguro que tecreerán. Pensarán que somos de la Factoría. Y

Page 434: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

se pondrán en marcha. Todo está calculado aldetalle.

—¿Torturado, decías? —dije—. ¿De quétortura estás hablando?

—Eso ya te lo explicaré luego. Paciencia—dijo el canijo.

—Y si desembucho y se lo cuento todo alos del Sistema, ¿qué? —pregunté.

—Pues que te eliminarán —dijo el canijo—. No te miento. Tampoco es una amenaza. Esla pura verdad. Has ido a ver al profesor aespaldas del Sistema y has hecho un shuffling apesar de que está terminantemente prohibido.Sólo con eso ya tendrías problemas, pero esque, encima, el profesor te está utilizando ensus experimentos. Y eso no lo pueden permitir.Te encuentras en una situación mucho máspeligrosa de lo que te imaginas, ¿sabes?Hablando con franqueza, en estos momentosestás apoyado con una sola pierna sobre labarandilla de un puente. Te aconsejo que

Page 435: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pienses bien de qué lado quieres caer. Porque,una vez te hayas roto la crisma, será demasiadotarde.

Desde un extremo y otro del sofá, nosmedimos con la mirada.

—Me gustaría que me explicaras algo —dije—. ¿Qué voy a ganar yo colaborando convosotros y mintiéndole al Sistema? Soy uncalculador del Sistema y a vosotros apenas osconozco. ¿Por qué tendría que engañar yo a migente y aliarme con unos extraños?

—Es muy sencillo —dijo el canijo—.Nosotros conocemos más o menos la situaciónen la que te encuentras y dejamos que sigasvivo. Tu organización no sabe casi nada de lasituación en la que estás. Y si se enteraran,probablemente se desharían de ti. Nosotrossomos una apuesta más segura. Sencillo, ¿nocrees?

—Pero el Sistema, antes o después, seenterará de todo. No acabo de comprender a

Page 436: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

qué situación te refieres, pero el Sistema esenorme y no son estúpidos.

—Quizá tengas razón —dijo él—. Peroaún tardarán cierto tiempo. Y con un poco desuerte, mientras tanto, nosotros podremosresolver nuestros problemas: nosotros y tú.Elegir es eso. Y uno tiene que elegir el bandoque le ofrece mayores posibilidades, aunque ladiferencia sea sólo de un miserable uno porciento. Es como en el ajedrez. Te dan un jaquemate, pero tú escapas. Y, mientras te estásescabullendo, es posible que tu adversario metala pata. Por más poderoso que sea uncontrincante, no puede descartarse laposibilidad de que cometa algún error. Bueno...

Tras pronunciar estas palabras, elhombrecillo echó una ojeada al reloj, se volvióhacia el gigantón y chasqueó los dedos. Al oírel chasquido, el gigantón alzó la barbilla, igualque un robot al que acabaran de activar, y seacercó rápidamente al sofá. Se plantó ante mí

Page 437: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como un biombo. ¿Biombo, he dicho? Más queun biombo, parecía una pantalla gigante comolas de los autocines. Me bloqueó la vista porcompleto. Su corpachón interceptó la luz deltecho y me quedé envuelto en pálidas sombras.Me vino a la mente el día en que, estando enprimaria, presencié un eclipse de sol desde elpatio de la escuela. Todos miramos el sol através de un cristal encerado que usamos comofiltro. Desde entonces, había transcurrido uncuarto de siglo. Y aquel cuarto de siglo mehabía conducido a aquella extraña situación.

—Bueno... —repitió el hombre—. Ahoravas a pasar un rato un poco desagradable. Enfin, un poco... no. Un rato muy desagradable.Ten paciencia y piensa que es por tu bien. Nocreas que a nosotros nos gusta hacerte esto.No. Lo hacemos porque no nos queda másremedio. ¡Quítate los pantalones!

Resignado, me quité los pantalones.Tampoco habría conseguido nada negándome.

Page 438: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Arrodíllate en el suelo.Obedecí. Me levanté del sofá y me hinqué

de rodillas en la alfombra. Era un poco raroestar arrodillado allí con sólo una sudadera yunos bóxer puestos, pero, antes de que pudieraavergonzarme de mi aspecto, el gigantón secolocó a mis espaldas, pasó sus brazos pordebajo de mis axilas y me inmovilizó ambasmuñecas a la altura de la cadera. Susmovimientos eran ágiles y precisos. La presiónno era muy grande, pero, en cuanto intentérevolverme un poco, la nuca y los hombros medolieron tanto como si me estuvierandesmembrando. Después me inmovilizó lostobillos entre sus piernas. De modo que acabétan quieto como un pato en el estante de unabarraca de tiro al blanco.

El canijo fue a la cocina, cogió la navajadel gigantón, que estaba sobre la mesa, yvolvió. Desplegó la hoja, de unos sietecentímetros de largo, se sacó el encendedor

Page 439: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del bolsillo y pasó por el fuego la punta de lahoja. La navaja no parecía muy peligrosa, perotampoco era una baratija de ferretería. La hojamedía lo suficiente para rajar a un hombre. Adiferencia del oso, el cuerpo del hombre esblando como un melocotón, y una navaja desiete centímetros de hoja puede cumplirperfectamente su cometido.

Tras esterilizar la hoja en la llama, elcanijo esperó pacientemente a que se enfriara.Luego, puso la mano izquierda sobre elelástico de la cintura de mis bóxers blancos ylos bajó de un tirón hasta un punto en que mipene quedó medio descubierto.

—Te va a doler un poco. Tú aguanta —dijo.

Sentí que una bola de aire del tamaño deuna pelota de tenis subía desde mi estómagohasta la mitad de mi garganta. Noté cómo elsudor cubría la punta de mi nariz. Tenía miedo.Probablemente, temía que me lastimaran el

Page 440: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pene. Y que mi pene lastimado no pudiera tenerya nunca más una erección.

Pero el hombre no me hirió en el pene.Efectuó un corte horizontal de unos seiscentímetros en el vientre, unos cincocentímetros más abajo del ombligo. La hojaafilada de la navaja, aún caliente, mordiósuavemente la carne de mi bajo vientre y sedeslizó hacia la derecha como si trazara unalínea con una regla. Intenté retirar el vientrehacia atrás, pero, inmovilizado por el gigantón,no pude. Además, el canijo, con la manoizquierda, me agarraba firmemente el pene. Unsudor frío emanaba de cada uno de mis poros.Un instante después me asaltó un dolor intenso.En cuanto el canijo, tras limpiar la sangre conun pañuelo de papel, plegó la hoja de la navaja,el gigantón me soltó. La sangre teñía de rojomis calzoncillos blancos. El gigantón me trajouna toalla del baño y yo la presioné contra laherida.

Page 441: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Eso se arregla con siete puntos —dijoel canijo—. Bueno, te quedará una pequeñacicatriz, pero ahí no se ve mucho. Lo siento, elmundo es así. Tómatelo con calma.

Aparté la toalla de la herida y mecontemplé el corte. La herida no era muyprofunda, pero, mezclada con la sangre, lacarne tenía un color rosa pálido.

—Cuando nos vayamos, vendrán los delSistema. Tú enséñales la herida. Diles que,como no nos decías dónde estaba el cráneo, tehemos amenazado con cortarte un poco másabajo. Pero tú no sabías nada y, por lo tanto, nohas podido decirnos nada. Y, entonces,nosotros nos hemos largado. Esto es la torturade la que hablábamos. Claro que, si fuésemosen serio, sería muchísimo peor. Pero por hoyes suficiente. En la próxima, si surge laocasión, te enseñaremos con calma cosasmucho mejores.

Con la toalla apretada aún contra mi

Page 442: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vientre, asentí. Soy incapaz de explicar por qué,pero me dio la impresión de que era mejorhacer lo que me decía.

—Por cierto, fuisteis vosotros quienesme enviasteis a aquel pobre empleado del gas,¿verdad? —le pregunté—. Dabais por sentadoque el hombre no lo conseguiría y lo único quebuscabais era ponerme en guardia y queescondiera el cráneo y los datos en algunaparte. ¿Me equivoco?

—¡Qué listo es! —volvió a admirarse elcanijo mirando al gigantón al rostro—. No sele escapa una. Un tipo tan inteligente puedesobrevivir. Con un poco de suerte, claro.

Luego, los dos se marcharon. No tuvieronnecesidad de abrir la puerta, ni de cerrarladespués. Mi puerta blindada, retorcida y fuerade sus goznes, estaba abierta al mundo entero.

Me quité los calzoncillos manchados desangre, los arrojé al cubo de la basura y me

Page 443: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

limpié alrededor de los labios de la herida conuna gasa suave empapada en agua. Cuando memovía hacia delante y hacia atrás, sentía undolor punzante. La manga de mi sudaderatambién estaba manchada de sangre, así quetambién tiré a la basura la sudadera. Luego, deentre toda la ropa esparcida por el suelo,escogí una camiseta de un color en el que noresaltaran las manchas de sangre y un pequeñoslip, y me los puse. Me costó lo suyo.

Fui a la cocina, bebí dos vasos de agua y,absorto en mis pensamientos, esperé a queaparecieran los del Sistema.

Unos treinta minutos más tarde llegarontres tipos de la oficina central. Entre ellosestaba el joven presumido que era mi enlacecon la organización y que siempre venía a micasa a recoger los datos. Como de costumbre,llevaba traje oscuro y camisa blanca y unacorbata que le confería aspecto de supervisorde créditos bancarios. Los otros dos calzaban

Page 444: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

zapatillas de tenis y vestían como empleados dealguna compañía de transportes. A pesar deello, se veía que no trabajaban ni en un banco nien una compañía de transportes; simplemente,se habían vestido de un modo que no llamara laatención. Pero sus ojos escudriñaban a sualrededor sin cesar y sus músculos estabantensos y preparados para cualquiercontingencia.

Ellos tampoco llamaron a la puerta, claroestá, y entraron en mi apartamento sindescalzarse. Mientras los empleados de laempresa de transportes inspeccionaban el pisode punta a punta, mi enlace me tomódeclaración. Se sacó una libretita negra delbolsillo interior de la americana y fueapuntando en ella, con un portaminas, lospuntos esenciales. Le conté que habían venidodos tipos que andaban tras un cráneo y lemostré mi herida. Él la contempló unosinstantes, pero no expresó su opinión.

Page 445: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Y a qué cráneo se referían? —quisosaber.

—No lo sé —dije—. Eso es lo que iba apreguntarte yo.

—¿Seguro que a usted no le suena denada? —preguntó mi enlace con una voz sininflexiones—. Todo esto es muy importante,así que intente acordarse, por favor. Despuésserá demasiado tarde para rectificar. Lossemióticos no actúan porque sí. Si han venido asu apartamento en busca de un cráneo, esporque tenían fundadas razones para creer queel cráneo se encontraba aquí. Nada surge de lanada. Y si además se molestan en venir abuscarlo, es que ese cráneo tiene un gran valor.Es impensable que usted no tenga ningunarelación con él.

—Bueno, pues si tanto sabes y taninteligente eres, explícame tú qué valor tieneese cráneo —le dije.

Mi enlace permaneció unos instantes

Page 446: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dando golpecitos con el portaminas en el cantode la libreta.

—Eso es precisamente lo que vamos ainvestigar —dijo—. A investigar de un modoexhaustivo. Y llegaremos al fondo de lacuestión. Y si resulta que usted oculta algo,tendrá serios problemas. ¿Es consciente deello?

Le dije que sí. ¡Vete a saber lo queocurriría en adelante! Nadie puede prever elfuturo.

—Sospechábamos que los semióticosmaquinaban algo. Habían empezado a moverse.Sin embargo, aún no sabemos qué buscan. Yquizá esté relacionado de algún modo conusted. Tampoco sé qué valor tiene el cráneo.Pero cuantos más indicios vayamos reuniendo,más nos iremos acercando al meollo delasunto. Esto es lo único que puedo asegurarle.

—¿Y qué debo hacer yo?—Prestar atención. Tomarse un descanso

Page 447: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

manteniendo los ojos muy abiertos. Demomento, le cancelaremos todos loscompromisos de trabajo. Si sucede algo,llámenos enseguida. ¿Funciona el teléfono?

Levanté el auricular y lo comprobé.Funcionaba. Me dije que aquel par debían dehaber dejado indemne el teléfono a propósito.Aunque ignoraba por qué.

—Funciona —le dije.—¿Lo ha comprendido bien? Si ocurre

algo, por insignificante que sea, llámenos. Nopretenda solucionarlo por su cuenta. No intenteocultarnos nada. Esta gente es peligrosa. Lapróxima vez no se contentarán con hacerle unarañazo en el vientre.

—¿¡Un arañazo!? —solté sin pensar.Los hombres con pinta de empleados de

empresa de transportes, inspeccionado ya elpiso, volvieron a la cocina.

—Lo han registrado todo a conciencia —concluyó el de mayor edad—. No se les ha

Page 448: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

escapado nada y han actuado con método. Untrabajo de profesionales. Esto es cosa de lossemióticos.

Cuando mi enlace hizo un gesto deasentimiento, salieron de la habitación. Mienlace y yo nos quedamos solos.

—Si buscaban un cráneo, ¿cómo es quehan rajado incluso la ropa? —pregunté—. Entrela ropa era imposible esconder ningún cráneo,fuera del tamaño o de la clase que fuese.

—Estos tipos son profesionales. Y losprofesionales contemplan todas lasposibilidades. Usted podría haber metido elcráneo en una consigna automática y haberescondido la llave. Y una llave puede ocultarseen cualquier parte.

—¡Ah, claro! —dije. Claro.—Por cierto, ¿los semióticos no le han

hecho alguna propuesta?—¿Propuesta?—Sí. En concreto, la propuesta de unirse a

Page 449: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la Factoría. Ofreciéndole dinero o algún cargo.O mediante amenazas.

—No me han dicho nada de eso —dije—.Sólo me han preguntado por el cráneo y me hanrajado la tripa.

—Escúcheme con atención. Si le hacenalguna propuesta de este tipo, debe rehusar. Sinos traicionara, aunque tuviéramos que seguirlehasta el fin del mundo, lo encontraríamos yacabaríamos con usted. No le miento. Es unapromesa. El Estado está con nosotros. Nadanos es imposible.

—Lo tendré en cuenta.

Cuando se hubieron ido, intentérecapitular los hechos. Pero ni el mejor de losresúmenes podía conducirme a ninguna parte.El quid de la cuestión estaba en qué diablosinvestigaba y hacía el profesor. Conjeturar sinsaber eso representaba una pérdida de tiempo.Y yo desconocía qué ideas bullían en la mente

Page 450: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del anciano profesor.Sólo una cosa estaba clara: yo me había

visto obligado a traicionar a los del Sistema. Ysi éstos se enteraban —y seguro que seenterarían antes o después—, me vería en ungran aprieto, tal como me había vaticinado mipresuntuoso enlace. Aunque yo hubiera tenidoque mentir bajo amenazas; porque, aunque losdel Sistema llegaran a saber las circunstanciasde mi traición, jamás me lo perdonarían.

Mientras estaba absorto en miscavilaciones, la herida empezó a dolerme denuevo, así que decidí buscar en la guíatelefónica la empresa de taxis más cercana,pedir uno e ir al hospital a que me curasen laherida. Me apreté una toalla sobre el vientre,me puse unos pantalones holgados y me calcé.Al agacharme para ponerme los zapatos, sentíun dolor tan agudo como si me estuvieranpartiendo por la mitad. ¡Y pensar que una heridaen el abdomen de apenas dos o tres milímetros

Page 451: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de profundidad es capaz de convertir la vida deun hombre en un infierno! Por no poder, nisiquiera podía ponerme bien los zapatos. Nihablar de subir y bajar escaleras.

Bajé en ascensor, me senté en el maceterodel vestíbulo y esperé a que viniera el taxi. Elreloj marcaba la una y media de la tarde. Sólohabían pasado dos horas y media desde queaquel par de brutos me habían destrozado lapuerta. Habían sido dos horas y media muylargas. Me daba la sensación de que, comomínimo, habían transcurrido diez.

Ante mis ojos fueron desfilando amas decasa que volvían de hacer la compra. Por lasbolsas del supermercado asomaban cebolletasy nabos. Me dieron un poco de envidia. A ellasnadie les destrozaba la nevera ni les rajaba latripa de un navajazo. Sólo tenían quepreocuparse por las notas de sus hijos y decómo cocinar las cebolletas y los nabos paraque la vida fuera siguiendo tranquilamente su

Page 452: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

curso. No tenían necesidad de salir huyendocon un cráneo de unicornio en brazos ni decalentarse los cascos procesando códigossecretos incomprensibles. Ellas llevaban unavida normal y corriente.

Pensé en los langostinos, en el filete deternera, en la mantequilla y en la salsa detomate, que debían de estar descongelándosesobre el suelo de la cocina. Tendría quecomérmelos antes del día siguiente. Pero notenía ni pizca de apetito.

El cartero llegó montado en unamotocicleta Super Cub de color rojo y fuedistribuyendo hábilmente el correo dentro delos buzones alineados a un lado del vestíbulo.Mirándolo, me di cuenta de que había buzonesque estaban llenos a rebosar de correo y otrosque no recibían ni una triste carta. El mío, ni lotocó. Ni siquiera le dirigió una mirada.

Al lado de los buzones había un ficus conla maceta llena de palos de polo y de colillas.

Page 453: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El ficus parecía tan exhausto como yo. Todo elmundo le arrojaba tantas colillas como se leantojaba, le rompía las hojas. No recordabadesde cuándo estaba allí. A juzgar por lasuciedad que acumulaba, debía de llevar muchotiempo en el vestíbulo. Y yo, aunque pasaba adiario por delante, había ignorado la existenciade aquel ficus hasta el día en que me habíanrajado la barriga y había tenido que esperar untaxi en el vestíbulo.

El médico, tras examinarme la herida, mepreguntó cómo me la había hecho.

—En una pelea. Un asunto de faldas,¿sabe? —dije. Es lo único que se me ocurrió.Aunque, a los ojos de cualquiera, era obvio quela herida había sido producida por una navaja.

—En estos casos, tenemos la obligaciónde denunciar el hecho a la policía —dijo elmédico.

—No quisiera mezclar a la policía en este

Page 454: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

asunto. La verdad es que parte de la culpa fuemía. La herida no es muy profunda y preferiríaque todo quedara en privado. Se lo ruego.

El médico refunfuñó un poco, pero alfinal se dejó convencer, me hizo acostar en lacamilla, me desinfectó la zona, me puso variasinyecciones, tomó aguja e hilo y me cosióhábilmente la herida. Cuando el médico huboterminado de darme los puntos, una enfermerame aplicó una compresa sobre la herida y merodeó la cintura con una especie de cinturón degoma para fijarla bien. Todo el rato me estuvomirando con desconfianza.

—No haga movimientos bruscos —dijo elmédico—. No beba, no tenga relacionessexuales ni se ría demasiado. Intente descansar,lea un poco. Y vuelva mañana.

Le di las gracias, pagué en la ventanilla,me hice con un medicamento para evitar que laherida supurara y regresé a casa. Al llegar, metendí en la cama, tal como me había ordenado

Page 455: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el doctor, y empecé a leer Rudin, deTurguéniev. De hecho, habría preferido Aguasprimaverales, pero encontrar el libro entre lasruinas en las que se había convertido miapartamento era una misión casi imposible y,pensándolo bien, Aguas primaverales no eramejor que Rudin.

Tumbado en la cama, antes del anochecer,con un vendaje alrededor del vientre y leyendouna vieja novela de Turguéniev, sentí que todome daba igual. Yo no había provocado ningunade las cosas que me habían ocurrido a lo largode los últimos tres días. Ni una sola. Todo mehabía venido impuesto desde fuera, yo sólo mehabía visto involucrado en ello.

Fui a la cocina y rebusqué con sumaatención entre los cascos acumulados en elfregadero. Casi todas las botellas de alcohol sehabían roto y los cristales se habían esparcidopor todas partes, pero una botella de ChivasRegal, solamente una, conservaba intacta su

Page 456: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

parte inferior y, en el fondo de la botella,quedaba un resto de whisky. Lo vertí en un vasoy lo examiné a contraluz, pero no vi ningúnfragmento de cristal. Volví a la cama con elvaso y seguí leyendo mientras me tomaba elwhisky tibio, solo.

Había leído Rudin por última vez cuandoestudiaba en la universidad, y de eso hacía yaquince años. ¡Quince años! Al releerlo en esascircunstancias, con el vendaje rodeando micintura, me di cuenta de que Rudin, elprotagonista, me inspiraba mayor simpatía queantes. Las personas no pueden corregir susdefectos. Las tendencias del ser humano seconsolidan antes de los veinticinco años,aproximadamente, y después, por másesfuerzos que uno haga, no puede cambiar, enlo esencial, su naturaleza. El problema radicaen cómo reacciona el mundo exterior ante lastendencias de uno. Supongo que el whiskydebía de ayudar, pero me identifiqué con Rudin.

Page 457: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Los personajes de las novelas de Dostoievskiraramente despiertan mi simpatía, pero los deTurguéniev la conquistan de inmediato. Inclusohe llegado a identificarme con el protagonistade la serie Distrito 87. Quizá se deba a que soyuna persona con muchos defectos. Y los quetenemos muchos defectos tendemos aidentificarnos con los que tienen tantosdefectos como nosotros. A menudo cuestaidentificar como tales los defectos de lospersonajes de Dostoievski, de modo que soyincapaz de sentir una total simpatía hacia éstos.En el caso de los personajes de Tolstoi, losdefectos son tan desmesurados ytrascendentales que se tornan estáticos.

Al acabar de leer Rudin, arrojé el libro debolsillo sobre el estante y volví a rebuscarentre los residuos del fregadero. Descubrí undedo de líquido en una botella de Jack DanielsBlack Label, lo vertí en un vaso, regresé a lacama y, esta vez, me enfrasqué en la lectura de

Page 458: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Rojo y negro, de Stendhal. A mí me gustanmucho las novelas pasadas de moda. ¿Cuántosjóvenes deben de leer hoy en día Rojo ynegro? De todos modos, en aquel momento, alleer la novela, me compadecí de Julien Sorel.Lo que me movió a compasión fue que susdefectos ya estuviesen consolidados antes delos quince años. Porque el hecho de que unapersona tenga ya determinados antes de losquince años todos los factores quecondicionarán su vida, por más objetivamenteque uno lo considere, inspira lástima. Es comosi se hubiese encerrado a sí mismo en unacárcel de hierro. Como si, confinado en estemundo cercado por una muralla, se dirigiese,paso tras paso, hacia el abismo.

Algo me había conmovido.La muralla.Ese mundo estaba rodeado por una

muralla.Cerré el libro y, mientras dejaba deslizar

Page 459: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el último trago de Jack Daniels por migarganta, reflexioné unos instantes sobre esemundo rodeado de murallas. Podía imaginarcon relativa facilidad la muralla y la puerta. Lamuralla era muy alta y la puerta muy grande.Reinaba un silencio sepulcral. Y yo estaba allí.Pero mi conciencia era muy vaga y nodistinguía con claridad el paisaje de mialrededor. Podía ver nítidamente la ciudad ensu conjunto, sólo las imágenes que merodeaban eran tremendamente vagas y confusas.Y, desde el otro lado de aquel velo opaco,alguien me llamaba.

Parecía la escena de una película, y mepregunté si en alguna de las películas históricasque había visto saldrían imágenes similares. Sinembargo, ni en El Cid, ni en Ben-Hur, ni enLos diez mandamientos, ni en La túnicasagrada, ni en Espartaco había visto imágenescomo aquéllas. Lo que significaba que debíande ser un caprichoso fruto de mi imaginación.

Page 460: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

«Seguro que la muralla simboliza laslimitaciones de mi vida», pensé. «Y que elsilencio es una secuela de la eliminación delsonido. El hecho de que los alrededores esténvelados se debe a que mi imaginación seenfrenta en estos momentos a una crisis vitaldecisiva. Y quizá la voz sea la de la joven derosa que me está llamando.»Tras aquel análisissimplista de mi desvarío momentáneo, volví aabrir el libro. Pero me fue imposibleconcentrarme en la lectura. «Mi vida no esnada», pensé. «Cero. Nada. ¿Qué he construidoyo hasta ahora? Nada. ¿He hecho feliz aalguien? A nadie. ¿Tengo algo? Nada. No tengoni familia, ni amigos, ni puerta. Ni siquieratengo erecciones. Hasta puede que acabeperdiendo mi trabajo.»Incluso el objetivoulterior de mi vida, el idílico mundo delviolonchelo y del griego, corría ahora un gravepeligro. Si perdía el trabajo a raíz de aquello, laholgura económica que habría de permitirme

Page 461: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

realizar mis sueños se iría al traste. Además, sime viera obligado a ir hasta el fin del mundohuyendo del Sistema, no tendría tiempo paraaprender los verbos irregulares griegos.

Cerré los ojos, lancé un suspiro tanprofundo como un pozo inca y volví aenfrascarme en la lectura de Rojo y negro. Loperdido, perdido estaba. Por más que merompiera la cabeza, no habría vuelta atrás.

Comprobé con sorpresa que ya habíaanochecido y que me envolvían unas tinieblasturguénievo-stendhalianas. Tendido en la cama,la herida no me dolía tanto. De vez en cuando,un dolor vago y sordo como el redoble de untambor se extendía desde la herida hasta loscostados, pero, una vez pasado el ramalazo, casipodía olvidarme de ella. El reloj señalaba lassiete y veinte minutos, pero yo seguía sin tenerapetito. No había probado bocado desde aquelemparedado insustancial que, junto a la leche,me había echado al estómago a las cinco y

Page 462: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

media de la mañana, y la ensalada de patatas quehabía comido después en la cocina, pero sólocon pensar en la comida se me revolvía elestómago. Estaba cansado, falto de sueño, mehabían herido en el vientre y en mi piso reinabaun caos tan grande como si lo hubiese voladoun cuerpo de zapadores enanos. No era extrañoque no tuviera apetito.

Unos años atrás, había leído una novela deciencia ficción ambientada en un futuropróximo en la que el mundo, lleno a rebosar deobjetos de desecho, se encaminaba hacia sudestrucción: el cuadro que ofrecía mi casa eraidéntico. Por el suelo había esparcidosresiduos de todas clases. Desde mi traje de trespiezas rasgado hasta el aparato de vídeo y eltelevisor rotos, y también las botellas hechasañicos, y el brazo de la lámpara quebrado, y losdiscos pisoteados, y la salsa de tomatedescongelada, y los cables de los altavocesarrancados... La mayor parte de las camisas y

Page 463: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de la ropa interior que cubrían por entero elsuelo del dormitorio estaban pisoteadas ymanchadas de tinta y de granos de uvaaplastados, con lo cual habían quedadoinservibles. El plato con un racimo de uva quehabía dejado tres días atrás, a medio comer,sobre la mesilla de noche había acabado por elsuelo y pisoteado. Las obras completas deJoseph Conrad y Thomas Hardy estabanempapadas de agua sucia del jarrón. Y losgladiolos, derramados sobre la pechera de mijersey de cachemir color beige pálido comouna ofrenda floral a un fallecido en combate.En las mangas del jersey se extendía unamancha de tinta Pelikan color azul real deltamaño de una pelota de golf.

Todo se había convertido en basura.En una montaña de basura inútil que no

iría a ninguna parte. Los microorganismosmueren y se convierten en petróleo; losgrandes árboles caen y se convierten en carbón.

Page 464: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero todo aquello era auténtica basura,inservible, sin destino alguno. ¿Adónde podríair a parar un aparato de vídeo roto?

Fui a la cocina, una vez más, y rebusquéentre los cascotes del fregadero. Pero, pordesgracia, ya no quedaba ni una gota más dewhisky. El whisky ya no acabaría dentro de miestómago, sino que, deslizándose por lascañerías, había descendido, cual Orfeo, a lanada del subsuelo, al reino de los tinieblos.

Mientras rebuscaba en el fregadero, mecorté el dedo corazón de la mano derecha conun fragmento de botella. Permanecí unosinstantes contemplando cómo la sangre manabade la herida de la yema del dedo y goteabasobre una etiqueta de whisky. Cuando te hancausado una herida grande, las pequeñas teparecen una nadería. Nadie había muertodesangrado como consecuencia de una heridaen un dedo.

Dejé que la sangre manara libremente

Page 465: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hasta que tiñó de rojo toda la etiqueta de labotella de Four Roses, pero después, viendoque no paraba, opté por limpiarme la sangrecon un pañuelo de papel y ponerme una tirita.

Por el suelo de la cocina, como cartuchosvacíos después de un tiroteo, corrían siete uocho latas de cerveza. Al recogerlas, las notétibias, pero prefería eso que nada. Con una lataen cada mano, volví a la cama y continuéleyendo Rojo y negro entre pequeños sorbosde cerveza. Pretendía que el alcohol eliminarala tensión de aquellos últimos tres días y podersumirme así en un sueño profundo. Aunque aldía siguiente me aguardaran un sinfín depenalidades —cosa que, sin duda, ocurriría—,de momento quería dormir a pierna sueltadurante el tiempo que tardaba la Tierra en girarsobre sí misma igual que lo hacía MichaelJackson. Porque los problemas renovados teníaque recibirlos con renovada desesperación.

Antes de las nueve, el sueño me venció. El

Page 466: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

descanso llegó incluso a mi humilde pisoarrasado como la cara oculta de la luna. Arrojéal suelo Rojo y negro, del que llevaba leídastres cuartas partes, apagué mi lamparilla, que sehabía librado de la masacre, me puse decostado, me hice un ovillo y me dormí. Yo eraun pequeño embrión en mi cuarto destrozado.Hasta que llegara el momento, nadie podríaestorbar mi sueño. Yo era un príncipe de ladesesperación envuelto en el manto de lossinsabores. Y permanecería sumido en unprofundo sueño hasta que un sapo del tamañode un Volkswagen Golf se acercara a darme unbeso.

Pese a mis expectativas, mi sueño no seprolongó más de dos horas. A las once de lanoche apareció la joven gorda del traje de colorrosa y me sacudió el hombro. Por lo visto, misueño se cotizaba muy barato en aquellasubasta. Todo el mundo desfilaba por mi casa y

Page 467: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

daba un puntapié a mi sueño, como si quisieracomprobar el estado de los neumáticos de uncoche de segunda mano. No tenían ningúnderecho a hacerlo. Tal vez fúera viejo, pero noera ningún automóvil de ocasión.

—¡Déjame en paz! —exclamé.—Escúchame, por favor. Levántate. ¡Por

favor! —dijo la muchacha.—¡Déjame en paz! —repetí.—No es hora de dormir —dijo la

muchacha y me golpeó con el puño en elcostado. Un dolor tan violento como siacabaran de abrir la puerta del infierno recorriótodo mi cuerpo—. ¡Por favor! —insistió ella—. El mundo está llegando a su fin.

Page 468: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

16. La llegada del invierno

EL FIN DEL MUNDO

Al abrir los ojos, me encontré en la cama.El olor me resultaba familiar. Aquélla era micama. Y aquél, mi cuarto. Pero me dio lasensación de que todas las cosas eran un pocodistintas. Como si aquella escena sereprodujera a partir de mis recuerdos. Inclusolas manchas del techo y del yeso de lasparedes: todo.

Al otro lado de la ventana llovía. Unalluvia invernal, nítida como el hielo, bañaba latierra. Oí cómo la lluvia golpeaba el tejado.Pero era incapaz de calcular la distancia. Tanpronto me daba la sensación de que el tejadoestaba junto a mi oído como me parecía que se

Page 469: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

encontraba a más de un kilómetro.En la habitación, al lado de la ventana,

distinguí la silueta del coronel. El ancianohabía colocado una silla junto al alféizar y,sentado con la espalda tan erguida como decostumbre, inmóvil, contemplaba la lluvia. ¿Porqué miraría la lluvia con tanto interés? No loentendía. La lluvia era sólo lluvia. Golpeaba eltejado, empapaba la tierra y desembocaba enlos ríos. Solamente eso.

Intenté alzar el brazo y tocarme la caracon la palma de la mano, pero no lo conseguí.Todo era terriblemente pesado. Intenté llamaral anciano, pero de mi boca no brotó sonidoalguno. No lograba empujar hacia arriba la masade aire que llenaba mis pulmones. Mi cuerpo,paralizado por completo, había dejado defuncionar. Únicamente era capaz de mantenerlos ojos abiertos y de mirar la ventana, la lluviay al anciano. No conseguía recordar por qué micuerpo había quedado reducido a aquel estado.

Page 470: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Al tratar de pensar, la cabeza me dolió tantocomo si estuviera a punto de romperse.

—Es invierno —dijo el anciano. Y golpeóel cristal de la ventana con la punta del dedo—.Ha llegado el invierno. Ahora comprenderáspor qué lo tememos tanto.

Hice un pequeño gesto de asentimiento.Sí... La muralla de invierno me había

destrozado. Y yo... había atravesado el bosque yhabía llegado a la biblioteca. De pronto,recordé el tacto del cabello de la joven en mimejilla.

—Te trajo a casa la chica de la biblioteca.La ayudó el guardián. Tenías una fiebrealtísima. Sudabas a mares. Tanto como parallenar un cubo. Eso fue anteayer.

—Anteayer...—Sí. Has dormido dos días seguidos. Creí

que no despertarías jamás. Fuiste al bosque,¿verdad?

—Lo siento —dije.

Page 471: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El anciano cogió la olla que se estabacalentando sobre la estufa y vertió el contenidoen un plato. Luego me ayudó a incorporarme yme recostó en el cabezal de la cama. La maderarechinó con un crujido de huesos.

—Primero tómate esto —dijo el anciano—. Lo de pensar y disculparte déjalo para másadelante. ¿Tienes hambre?

Le dije que no. Ni siquiera me apetecíarespirar.

—Pero esto tienes que tomártelo. Contres cucharadas es suficiente. Tómate tres y nohará falta que te lo acabes. ¡Ánimo! Trescucharadas y ya está. ¿Podrás?

Asentí.La sopa de hierbas medicinales era tan

amarga que daba náuseas, pero conseguí tragartres cucharadas. Al terminar, sentí que lasfuerzas abandonaban mi cuerpo.

—Es suficiente con esa cantidad —dijo elanciano y dejó la cuchara dentro del plato—. Es

Page 472: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un poco amarga, pero esa sopa eliminará losmalos humores de tu cuerpo. Ahora duerme unpoco y, al despertar, te encontrarás muchomejor. Duérmete tranquilo. Cuando tedespiertes, me encontrarás aquí.

Cuando abrí los ojos, al otro lado de laventana ya reinaba la oscuridad. El fuerte vientoarrojaba las gotas de lluvia contra los cristales.El anciano estaba a la cabecera de la cama.

—¿Qué tal? Te encuentras mejor, ¿verdad?—Sí, mucho mejor. ¿Qué hora es?—Las ocho de la noche.Intenté levantarme, pero apenas podía

tenerme en pie.—¿Adónde vas? —me preguntó el

anciano.—A la biblioteca. Tengo que leer viejos

sueños —dije.—¡No digas tonterías! Tal como estás, no

podrías andar ni cinco metros.

Page 473: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Es que no puedo faltar al trabajo.El anciano sacudió la cabeza.—Los viejos sueños pueden esperar.

Tanto el guardián como la chica saben que nopuedes moverte. Además, la biblioteca estácerrada. —El anciano suspiró, se acercó a laestufa, se sirvió una taza de té y volvió. Elviento golpeaba la ventana a ráfagas regulares—, Al parecer, te gusta la chica de labiblioteca, ¿eh? —dijo el anciano—. No teníaintención de escuchar, pero no he podidoevitarlo. He estado todo el rato junto a ti y, conla fiebre, delirabas. No tienes por quéavergonzarte. Es normal que los jóvenes seenamoren. ¿No crees?

Asentí en silencio.—Es una buena chica. Y estaba muy

preocupada por ti. —Tomó un sorbo de té—.Pero, tal como están las cosas, no esconveniente que te enamores de ella. No megusta tener que decirte eso, pero debo

Page 474: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

explicarte algunas cosas al respecto.—¿Y por qué no es conveniente?—Porque ella jamás podrá corresponder a

tus sentimientos. Nadie tiene la culpa. Ni latienes tú, ni la tiene ella. Me atrevería a decirque la culpa es del mundo, por estar hecho deesta manera. Pero el mundo no se puedecambiar. Sería lo mismo que tratar de invertirel curso de un río.

Me incorporé sobre la cama y me froté lasmejillas con ambas manos. Me pareció notar lacara un poco más flaca.

—Se refiere al corazón, ¿verdad?El anciano asintió.—¿Me está diciendo que, como yo tengo

corazón y ella no, por más que la ame jamáspodré recibir nada a cambio?

—Exacto. Lo único que conseguirás seráir destruyéndote. Porque ella, como muy biendices, no tiene corazón. Tampoco yo lo tengo.Nadie lo tiene.

Page 475: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pero usted es muy amable conmigo. Sepreocupa por mí, me está cuidando robándolehoras al sueño. ¿No le parece que ésa es una delas formas en que se manifiesta el corazón?

—No, es distinto. La amabilidad es unafunción independiente. Para ser exactos, es unafunción superficial. Sólo una costumbre. Elcorazón es otra cosa, es algo más profundo, ymás fuerte. Y también más contradictorio.

Cerré los ojos y reuní en uno solo todosmis pensamientos, que se dispersaban en variasdirecciones.

—Lo que yo pienso —dije— es que lagente pierde el corazón cuando se les muere lasombra. Sucede así, ¿verdad?

—En efecto.—Y como la sombra de la chica ya ha

muerto, ella nunca podrá recuperar su corazón,¿no es así?

El anciano asintió.—He ido al ayuntamiento y he buscado el

Page 476: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

acta de defunción de su sombra. De modo queno hay error posible. Su sombra murió cuandoella tenía diecisiete años. Y fue enterrada, talcomo establecen las leyes, en el manzanar.También hay constancia del entierro. Si quieresmás detalles, es mejor que le preguntesdirectamente a ella. Seguro que te convenceránmucho más si los oyes de sus labios que de losmíos. Pero si me dejas añadir algo más, te diréque, cuando le arrancaron la sombra, ellatodavía no tenía uso de razón. De modo que nisiquiera recuerda que un día tuvo corazón. Eneste sentido, es diferente de las personas comoyo, que perdimos la sombra, por voluntadpropia, de viejos. Yo al menos puedo imaginarlos movimientos de tu corazón; ella, ni siquieraeso.

—Pero ella se acuerda muy bien de sumadre. Dice que su madre conservó el corazón.Incluso después de que muriera su sombra. Nosé por qué ocurrió, pero ¿no ayudaría eso? A lo

Page 477: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mejor ella ha heredado una parte del corazón desu madre. ¿No lo cree posible?

El anciano se bebió lentamente el resto deté frío tras agitar varias veces la taza pararemoverlo.

—Óyeme bien —dijo el coronel—. A lamuralla no se le pasa por alto el más mínimotrozo de corazón. Si por casualidad quedara unapequeña fracción, la muralla la absorbería porcompleto. Y si no pudiera absorberlo, esapersona sería expulsada de la ciudad. Alparecer, eso fue lo que le ocurrió a su madre.

—¿O sea, que no tengo ningunaesperanza?

—No quiero decepcionarte. Pero estaciudad es fuerte y tú débil. A raíz de lo que teha sucedido, supongo que tú mismo te habrásdado cuenta. —El anciano permaneció unosinstantes con la mirada clavada en el interior desu taza vacía—, Pero puedes conseguirla.

—¿Conseguirla?

Page 478: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí. Puedes acostarte con ella, e inclusopodéis vivir juntos. En esta ciudad puedesconseguir lo que quieras.

—Sin que el corazón tenga nada que vercon ello, ¿110?

—El corazón no existe —dijo el anciano—. Pero, dentro de poco, también el tuyodesaparecerá. Y, en cuanto eso suceda, ya noexperimentarás sentimientos de pérdida o dedesengaño. También se borrará ese amor sinrumbo. Sólo quedará la vida de todos los días.Una vida tranquila y silenciosa. A ti te gustaella y tú le gustas a ella. Si eso es lo quedeseas, tuyo es. Nadie te lo puede arrebatar.

—Es extraño —dije—. Yo aún tengocorazón y, sin embargo, a veces lo pierdo devista. No. Mejor dicho, posiblemente estásiempre perdido y sólo en ocasiones lorecobro. A pesar de eso, tengo la certeza deque volverá, en un momento u otro, y estacerteza es la que, en definitiva, vertebra y

Page 479: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sostiene mi existencia. Por eso me cuesta tantoimaginar qué significa perder el corazón.

El anciano asintió repetidas veces ensilencio.

—Reflexiona sobre ello con calma. Tútodavía tienes tiempo para reflexionar.

—Eso haré —dije yo.

Después, el sol no mostró su faz durantemuchos días. Cuando me bajó la fiebre, salí dela cama, abrí la ventana y respiré el aire delexterior. Incluso entonces, tras levantarme,durante dos días me sentí sin fuerzas, incapazde sujetarme siquiera a la barandilla de lasescaleras o de agarrar el pomo de la puerta.Mientras tanto, el coronel me hacía beber todaslas noches aquel brebaje amargo y mepreparaba gachas de arroz. Luego, se sentaba ala cabecera de la cama y me contaba historiasde antiguas batallas. No volvió a hablarme ni deella ni de la muralla, y yo tampoco me atreví a

Page 480: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hacerle ninguna pregunta. Porque pensé que sihubiera tenido necesidad de explicarme algo,ya lo habría hecho.

Al tercer día me había recuperado hasta elpunto de pedirle prestado el bastón al anciano ysalir a pasear, despacio, por los alrededores dela Residencia Oficial. Al caminar, me di cuentade que mi cuerpo se había vuelto terriblementeingrávido. Probablemente la alta fiebre mehabía hecho perder peso, pero me daba lasensación de que éste no era el único factor. Elinvierno confería un peso extraño a todas lascosas que me rodeaban. Y yo era el único quese había quedado a las puertas de ese mundopesado.

Desde la pendiente de la colina donde sehallaba la Residencia Oficial, se divisaba todala mitad oeste de la ciudad. Se veía el río, seveía la torre del reloj, se veía la muralla y, a lolejos, se vislumbraba lo que parecía ser laPuerta del Oeste. Mis débiles ojos ocultos tras

Page 481: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las gafas oscuras no lograban distinguir losdetalles con mayor precisión; sin embargo, medi cuenta de que el aire invernal dotaba a loscontornos de la ciudad una nitidez desconocida.Era como si el gélido viento que soplaba desdela Sierra del Norte barriera por completo aquelpolvo de vagos matices oscuros adherido a cadauno de los rincones de la ciudad.

Mientras contemplaba el paisaje meacordé del mapa que tenía que entregarle a misombra. Por culpa de mi enfermedad, ya llevabacasi una semana de retraso respecto al día enque había prometido dárselo. Mi sombra debíade estar preocupada por mí, o tal vez hubieserenunciado ya a sus planes creyendo que lahabía abandonado. Al pensarlo, me entristecí.

Le pedí al coronel unas viejas botas detrabajo y despegué la suela; introduje el mapa,tras doblarlo muchas veces hasta hacerlodiminuto, y volví a pegar la suela. Tenía lacerteza de que a mi sombra se le ocurriría

Page 482: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

desmontar el zapato para buscar el mapa. Luegole di los zapatos al coronel y le pedí que fueraen busca de mi sombra y le entregara loszapatos.

—Es que sólo tiene unas zapatillas ligerasde deporte y, cuando se acumule la nieve, selastimará los pies —expliqué—. Y del guardiánno me fío. Usted seguro que consigue verla.

—Por una nimiedad como ésa, no creoque haya ningún problema —dijo el anciano, ycogió los zapatos.

Al atardecer, volvió diciendo que habíavisto a mi sombra y que le había entregado loszapatos en mano.

—Estaba preocupada por ti —dijo elanciano coronel.

—¿Qué aspecto tenía?—Parece que se resiente un poco del frío.

Pero todavía está bien. No tienes por quépreocuparte.

Page 483: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Un atardecer, diez días después del accesode fiebre, al fin pude bajar la colina e ir a labiblioteca.

Tal vez fuesen imaginaciones mías, pero,al empujar la puerta de entrada, la atmósfera delinterior me pareció más estancada que antes.

No percibí el menor signo de vida, comosi el edificio llevase largo tiempo abandonado.El fuego de la estufa estaba apagado; lacafetera, fría. Al levantar la tapa, vi en suinterior un café turbio. El techo me pareciómás alto que de costumbre. La luz estabaapagada; sólo mis pisadas resonaban entre lastinieblas de un modo extrañamentepolvoriento. No había ni rastro de labibliotecaria y una fina capa de polvo cubría elmostrador.

Como no sabía qué hacer, tomé asiento enel banco de madera y esperé a que viniera. Lapuerta no estaba cerrada con llave, de modo quetendría que aparecer en algún momento. La

Page 484: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

esperé con paciencia, tiritando de frío. Pero,por más que esperé, no apareció. Sólo lastinieblas se hicieron más profundas. Me daba laimpresión de que todas las cosas de estemundo habían desaparecido, dejándonos a mí ya la biblioteca atrás. Yo era el único quequedaba en medio del fin del mundo. Por másque alargara la mano, no había nada que tocar.

El peso del invierno se percibía en laestancia. Todos los objetos parecían estarfirmemente sujetos, al suelo o a la mesa, conclavos. Y yo, solo, sentado en las tinieblas,tenía la sensación de que diferentes partes demi cuerpo iban perdiendo el peso que lescorrespondía y se iban alargando y reduciendoa su antojo. Igual que si estuviera de pie ante unespejo deformante y me moviera despacio.

Me levanté del banco para accionar elinterruptor de la luz. Cogí carbón del cubo, loarrojé en la estufa, prendí una cerilla y, trasencender el fuego, volví a sentarme. Al prender

Page 485: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la luz, las tinieblas se tornaron aún másprofundas; al encender la estufa, el frío sevolvió aún más intenso.

Quizá estuviese demasiado absorto en mispensamientos. O quizá aquel entumecimientoque quedaba en lo más profundo de mi ser mehubiera sumido en un breve sueño. Pero, desúbito, me di cuenta de que ella estaba de pieante mí, mirándome en silencio. Los gruesosgranos de luz amarillenta de la lámpara bañabansu espalda, desdibujando su silueta. Permanecíunos instantes con los ojos clavados en ella.Llevaba el mismo abrigo azul de siempre, y elpelo recogido en una cola, echado hacia un ladoy oculto bajo la solapa del abrigo. Su cuerpoolía a viento frío de invierno.

—Pensaba que ya no vendrías —dije—. Tehe estado esperando mucho tiempo.

Ella arrojó el café frío en el fregadero y,tras lavar la cafetera con agua, la llenó de agua

Page 486: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

limpia y la dejó encima de la estufa. Luego,liberó la mata de pelo de debajo de la solapa, sequitó el abrigo y lo colgó de una percha.

—¿Y por qué pensabas que ya no vendría?—me dijo.

—No lo sé. Simplemente, me daba esaimpresión.

—Mientras me necesites, vendré. Y tú menecesitas, ¿verdad?

Asentí. La necesitaba, sin duda. Por másque mi sentimiento de pérdida se intensificaraal verla, la necesitaba.

—Quiero que me hables de tu sombra —le pedí—. Tal vez fue a ella a quien encontré enel viejo mundo.

—Puede ser. Eso pensaba yo al principio,cuando decías que quizá me habías conocidoantes. —Se sentó ante la estufa y contempló lasllamas unos instantes—. Cuando yo teníacuatro años, me separaron de mi sombra y aella la echaron al otro lado de la muralla. Y mi

Page 487: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sombra vivió en el mundo exterior y yo viví eneste mundo. No sé qué hizo allí fuera. Y ellatampoco supo nada de mí. Cuando cumplí losdiecisiete años, mi sombra volvió a la ciudad ymurió. Cuando una sombra está a punto demorir, siempre vuelve, ¿sabes? Y el guardián laenterró en el manzanar.

—Y entonces tú te convertiste en unaverdadera habitante de la ciudad, ¿verdad?

—Sí. El corazón que me quedaba fueenterrado junto a mi sombra. Tú dijiste que elcorazón es como el viento, pero somosnosotros los que nos parecemos al viento, ¿note parece? Porque nosotros nos limitamos apasar de largo, sin pensar, sin sentir nada. Sinenvejecer y sin morir.

—Y cuando tu sombra volvió, ¿la viste?Ella sacudió la cabeza.—No, no la vi. Me dio la sensación de que

no había razón alguna para verla. Seguro que eracompletamente distinta a mí.

Page 488: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pero es posible que ella fueses tú.—Quizá sí —dijo—. En todo caso, ahora

ya no tiene ninguna importancia. El círculo seha cerrado.

Sobre la estufa, la cafetera empezó aborbotear, pero ese sonido se me antojó tanlejano como el rugido del viento que soplaba amuchos kilómetros de distancia.

—A pesar de todo, ¿me necesitas todavía?—Te necesito —respondí.

Page 489: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

17. Fin del mundo. CharlieParker. Bomba de relojería

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

—¡Por favor! —dijo la joven gorda—. ¡Sino hacemos algo, llegará el fin del mundo!

«Por mí, que llegue de una vez», pensé. Laherida del vientre me dolía como si mesometieran a un tormento infernal. Era como siunos niños gemelos llenos de vitalidadpropinasen patadas, con toda la fuerza quepodían desplegar sus cuatro piernecitas, en elestrecho y limitado marco de mi imaginación.

—¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? —preguntó la chica.

Inspiré profundamente, cogí una camiseta

Page 490: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que tenía a mano y, con los bajos, me enjuguéel sudor de la frente.

—Alguien me ha hecho un corte de unosseis centímetros en el vientre con una navaja —dije exhalando el aire.

—¿Con una navaja?—Como si fuera una hucha —dije.—¿Y quién te ha hecho esa barbaridad? ¿Y

por qué?—No tengo ni la más remota idea —dije

—. Llevo mucho rato dándole vueltas. Y no loentiendo. Mira, me gustaría hacerte unapregunta: ¿puedes decirme por qué todo elmundo me pisotea como si fuese el felpudo dela puerta?

Ella negó con la cabeza.—Se me ha ocurrido que aquel par podían

ser conocidos tuyos, o colegas. Ya sabes, merefiero a los tipos de la navaja.

La joven gorda me miró unos instantesfijamente con aire de no saber de qué le estaba

Page 491: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hablando.—¿Y por qué piensas eso?—No lo sé. Quizá porque quiero cargarle

las culpas a alguien. Las cosas que no tienen nipies ni cabeza, si se las endilgas a otro, tesientes mejor.

—Pero con eso no solucionas nada.—No arreglas nada, cierto —dije—. Pero

nada de eso es culpa mía. No lo he puesto yo enmarcha. Ha sido tu abuelo quien ha engrasado lamáquina y le ha dado al interruptor. A mí mehan involucrado en el asunto sin consultarme.¿Por qué tengo que ser yo quien lo solucione?—Me asaltó de nuevo un violento dolor, asíque enmudecí y esperé, como un guardabarrera,a que pasara de largo—. Y hoy, lo mismo.Primero me llamas de madrugada. Me dicesque tu abuelo ha desaparecido, me pides ayuda.Salgo y te espero, pero tú no apareces. Vuelvoa casa y, en cuanto me duermo, se presentan unpar de tipos estrafalarios que me destrozan el

Page 492: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

piso y me rajan la barriga con una navaja. Acontinuación aparecen los del Sistema y meacribillan a preguntas. Y, por último, aparecestú. No me negarás que parece que os hayáispuesto todos de acuerdo, ¿no? Parecéis unequipo de baloncesto. Y tú, ¿hasta qué puntoestás al tanto de la situación?

—Si te soy sincera, no creo que sepa másque tú. Ayudaba a mi abuelo en la investigación,pero me limitaba a hacer lo que él meordenaba. Haz esto, haz lo otro. Ven aquí, veallá. Llama por teléfono, escribe una carta. Yasabes, esas cosas. Me encuentro en la mismasituación que tú: no tengo la menor idea de quédiablos se proponía.

—Pero tú lo ayudabas en su investigación,¿no?

—Según como se mire. En realidad, yosólo procesaba algunos datos y realizaba tareasde ese estilo. La verdad es que apenas tengoconocimientos especializados sobre el tema, y

Page 493: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lo que oía o veía, no acababa de entenderlo.Puse orden en mis ideas mientras me

golpeaba los incisivos con la punta de las uñas.Tenía que enfrentarme al problema. Eranecesario que desentrañara, al menos un poco,aquel galimatías antes de que las circunstanciasacabaran engulléndome por entero.

—Has dicho que, si no hacíamos algo,llegaría el fin del mundo. ¿Y eso por qué? ¿Porqué se va a acabar? ¿Y cómo?

—No lo sé. Lo decía mi abuelo: «Si meocurre algo, llegará el fin del mundo». Y nobromeaba. Si él decía que llegaría el fin delmundo, es que llegará el fin del mundo. Puedescreerlo. El mundo se acabará.

—No lo entiendo. Eso de que «llegará elfin del mundo», ¿qué significa en realidad?¿Estás segura de que tu abuelo habló del «findel mundo» y no de la «desaparición delmundo» o de la «destrucción del mundo», porejemplo?

Page 494: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, dijo: «Llegará el fin del mundo».Di vueltas a la idea del fin del mundo

mientras seguía golpeándome los incisivos.—Eso del fin del mundo está relacionado

conmigo, ¿verdad?—Supongo que sí. Mi abuelo siempre

decía que tú eras la clave de todo. Que, desdehacía años, sus investigaciones girabanalrededor de ti.

—Intenta recordar algo más —dije—.¿Qué diablos es eso de la bomba de relojería?

—¿Una bomba de relojería?—El tipo que me rajó la barriga me habló

de ella. Dijo que los datos que había procesadopara tu abuelo eran como una bomba derelojería que explotaría a su debido tiempo. ¿Aqué diablos se refería?

—Bueno, no son más que suposicionesmías —contestó la joven gorda—, pero creoque mi abuelo nunca dejó de investigar sobre laconciencia del ser humano. Siempre, desde que

Page 495: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

creó el sistema shuffling. A mí me da laimpresión de que, en el sistema shuffling, estála base de todo. Porque, ¿sabes?, en la época enque estaba desarrollándolo, mi abuelo me locontaba todo. Me hablaba de susinvestigaciones, de lo que hacía en esosmomentos, de lo que haría a continuación:todo. Como te he dicho antes, yo apenas poseoconocimientos especializados, pero lasexplicaciones de mi abuelo eran muyinteresantes y fáciles de entender. A mí megustaba muchísimo hablar con él de estascosas.

—¿Y, al concluir el sistema shuffling, sevolvió de pronto reservado?

—Sí. Mi abuelo empezó a encerrarse día ynoche en el laboratorio subterráneo y dejó dehablarme de sus investigaciones. Y cuando yole preguntaba algo, me respondía lo primeroque se le pasaba por la cabeza.

—Debiste de sentirte muy sola, ¿verdad?

Page 496: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí. Terriblemente sola —dijo ellaclavándome de nuevo la mirada—, Oye, ¿puedometerme en tu cama? Es que hace un fríoespantoso.

—Está bien. Siempre que no me toques laherida, ni me sacudas —dije yo. ¿Por qué,últimamente, todas las chicas del mundoquerrían meterse en mi cama?

Rodeó la cama hasta colocarse al otrolado y se deslizó bajo las mantas sin quitarse eltraje rosa. Le cedí una de las dos almohadasque yo usaba, una sobre otra; ella la tomó y,tras darle algunos golpecitos con la palma de lamano para ahuecarla, se la puso bajo la cabeza.Su nuca exhalaba el mismo olor a melón que elprimer día en que la vi.

Con gran esfuerzo, cambié de postura yme volví hacia ella. Ambos nos quedamosfrente a frente.

—¿Sabes?, es la primera vez que estoy tancerca de un hombre —dijo la joven gorda.

Page 497: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Ah, sí?—Y apenas vengo a la ciudad. Por eso no

he encontrado el lugar de la cita. Y cuando iba apreguntarte el camino, desapareció el sonido.

—Si se lo hubieras dicho al taxista, élhabría sabido llegar hasta allí.

—Es que llevaba muy poco dinero encima.He salido de casa con tanta precipitación que nisiquiera se me ha ocurrido que podía necesitardinero. Total, que no me ha quedado másremedio que venir andando.

—¿No tienes a nadie más, aparte de tuabuelo? —le pregunté.

—Cuando tenía seis años, perdí a mispadres y a mis hermanos en un accidente detráfico. Un camión los embistió por detrás, lagasolina se inflamó y murieron todoscarbonizados.

—¿Y tú fuiste la única superviviente?—En aquel momento yo estaba ingresada

en el hospital. Sufrieron el accidente cuando

Page 498: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

venían a visitarme.—Comprendo.—Desde entonces, siempre he estado con

mi abuelo. No he ido a la escuela, y no salgocasi nunca de casa. Tampoco tengo amigos.

—¿No has ido a la escuela?—No —contestó como si eso careciera

de importancia—. Mi abuelo dijo que no hacíaninguna falta que fuera. El me enseñó todas lasmaterias, desde inglés y ruso hasta anatomía. Yluego mi tía me enseñó cocina y costura.

—¿Tu tía?—Bueno, la señora que vivía en casa y se

encargaba de la limpieza y de los quehaceresdomésticos. Era muy buena mujer. Se murió decáncer hace tres años. Desde entonces hemosvivido solos mi abuelo y yo.

—¿O sea que, a partir de los seis años, nohas ido a la escuela?

—No, pero eso no importa, ¿no crees? Séhacer un montón de cosas. Hablo cuatro

Page 499: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

idiomas además del japonés, sé tocar el piano yel saxo alto, sé montar un equipo detelecomunicaciones, he aprendido náutica yfunambulismo, he leído montones de libros. Ypreparo unos emparedados buenísimos, ¿o no?

—Sí —reconocí.—La educación escolar dura dieciséis

años y, según mi abuelo, lo único que consiguees desgastar el cerebro. Él tampoco fue apenasa la escuela.

—Me dejas estupefacto. Pero, al no teneramigos de tu edad —añadí—, te sentirás unpoco sola, supongo.

—No sé. Como estoy tan ocupada, nuncahe tenido tiempo de planteármelo. Además, nocreo que tuviera mucho de que conversar con lagente de mi edad.

—Ya... —dije. No, quizá no.—Pero tú, ¿sabes?, tú me interesas

mucho.—¿Yo? ¿Y por qué?

Page 500: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Es que pareces tan cansado. Pero a ti elcansancio parece darte una especie de energía.Y eso, ¿sabes?, no acabo de entenderlo. No tepareces a ninguna de las personas que conozco.Mi abuelo jamás está cansado, y yo tampoco.Oye, ¿estás cansado de verdad?

—Sí, estoy muy cansado —dije. Tantoque, aun repitiéndolo veinte veces, me quedabacorto.

—¿Y cómo es eso? Me refiero a qué sesiente cuando uno está cansado —quiso saberla muchacha.

—Pues gran parte de las emociones vanhaciéndose más y más confusas. Sienteslástima de ti mismo y te enfadas con losdemás, sientes lástima de los demás y teenfadas contigo mismo..., en fin, esas cosas.

—No acabo de entenderlo.—Al final, acabas por no comprender nada

de nada. Igual que una peonza pintada dediversos colores. Cuanto más deprisa gira, más

Page 501: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

difícil es distinguir cada uno de los colores,hasta que la confusión es total.

—Parece interesante —dijo la muchachagorda—. Veo que dominas muy bien el tema.

—En efecto —dije. Ese agotamiento queva carcomiendo la vida, o que brota del mismocorazón de la vida, podría explicarlo yo de cienmaneras distintas. Esta debía de ser otra de lascosas que no enseñaban en la escuela.

—¿Sabes tocar el saxo alto? —mepreguntó.

—No.—¿Tienes algún disco de Charlie Parker?—Creo que sí, pero ahora no es el

momento de buscarlo. Además, el equipo demúsica está roto y tampoco podríamosescucharlo.

—¿Tocas algún instrumento musical?—No, ninguno —dije.—¿Puedo tocarte? —preguntó.—No —contesté—. Según dónde me

Page 502: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tocaras, podrías hacerme mucho daño.—¿Y podré tocarte cuando se te cure la

herida?—Eso será si todavía no ha llegado el fin

del mundo, ¿no crees? Por cierto, sigamoshablando de cosas importantes. Creo queestábamos en que tu abuelo, al concluir elsistema shuffling, cambió.

—Exacto. A partir de entonces setransformó por completo. Se volvió taciturno,quisquilloso, empezó a hablar consigo mismo...

—¿Te acuerdas de lo que él, es decir, tuabuelo, decía sobre el sistema shuffling?

La muchacha reflexionó unos instantesmientras se toqueteaba los pendientes de oroque llevaba puestos.

—Decía que el sistema shuffling era unapuerta por la que se accedía a un nuevo mundo.En principio, fue creado como unprocedimiento adicional para la reorganizaciónde los datos que se introducían en el ordenador,

Page 503: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero mi abuelo decía que, según el uso que sehiciera de él, podría ser capaz de reorganizar laestructura del mundo. Algo parecido a como lafísica nuclear dio lugar a la bomba atómica.

—Resumiendo, que el sistema shufflinges una puerta que abre a un nuevo mundo y queyo soy la llave de esa puerta, ¿no?

—En síntesis, vendría a ser algo así.Me golpeé los incisivos con la punta de

las uñas. Me apetecía tomarme un gran vaso dewhisky con hielo, pero tanto el hielo como elwhisky habían desaparecido de mi casa.

—¿Crees que el objetivo de tu abuelo eraque el mundo acabara? —le pregunté.

—No, seguro que no. Mi abuelo seráquisquilloso, algo egoísta y misántropo, pero,en el fondo, es muy buena persona. Como tú ycomo yo.

—Muchas gracias —dije. Era la primeravez en mi vida que me lo decían.

—Además, a mi abuelo le aterraba que sus

Page 504: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

investigaciones cayeran en manos de alguienque hiciese mal uso de ellas. Eso significa queél no pensaba hacer nada malo, ¿no crees? Miabuelo dejó el Sistema porque temía que elSistema acabara utilizando para fines malvadoslos frutos de su investigación. Por eso lo dejóy prosiguió su trabajo en solitario.

—¡Pero si los del Sistema son los buenos!Se enfrentan a los semióticos, que piratean lainformación de los ordenadores y la pasan almercado negro. El Sistema protege loslegítimos derechos de propiedad de lainformación.

La joven gorda me clavó la mirada y seencogió de hombros.

—A mi abuelo no parece importarledemasiado quiénes son los buenos y quiéneslos malos. Dice que la bondad o la maldad sonatributos que se hallan entre las cualidadesfundamentales del ser humano y que no tienennada que ver con los derechos de propiedad.

Page 505: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, tal vez tenga razón.—Además, mi abuelo no confía en ningún

tipo de poder. Perteneció durante un tiempo alSistema, es cierto, pero trabajó allí para poderacceder a una gran cantidad de datos, a materialexperimental, a máquinas de simulación degran envergadura. Por eso, tras concluir elcomplejo sistema shuffling, le fue mucho máscómodo y efectivo proseguir susinvestigaciones en solitario. Decía que, una vezcreado el sistema shuffling, ya no necesitabatodo el equipo y que sólo le quedaba concluirla parte teórica.

—Hum... Cuando tu abuelo dejó elSistema, ¿es posible que copiara mis datospersonales y se los llevara?

—No lo sé —dijo ella—, Pero supongoque, de haberlo querido, habría podido hacerlosin problemas. Mi abuelo era jefe dellaboratorio del Sistema y tenía libre acceso alos datos.

Page 506: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Sin duda había sucedido así. El profesor sehabía llevado mis datos, los había utilizado ensu investigación particular y había desarrollado,llevándola mucho más lejos, la teoría delshuffling tomándome a mí como muestraprincipal. Las piezas iban encajando. Tal comohabía dicho el canijo, el profesor debía dehaber llegado al punto culminante de suinvestigación, de modo que me había hechoacudir y me había entregado los datosadecuados con la pretensión de que, alhacérmelos procesar por el sistema shuffling,mi conciencia reaccionara a un códigodeterminado que se ocultaba en éste.

Si eso era cierto, mi conciencia —o mifalta de conciencia— ya debía de haberempezado a reaccionar. «Una bomba derelojería», había dicho el canijo. Efectué unrápido cálculo mental del tiempo transcurridodesde el momento en que había terminado elshuffling. Tras acabar el procesamiento de los

Page 507: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

datos, había abierto los ojos poco antes de lasdoce de la noche anterior, lo que significabaque habían transcurrido unas veinticuatro horas.Era mucho tiempo. No sé para cuántas horasdespués habría programado el mecanismo derelojería para que explotara la bomba, pero, entodo caso, estaba seguro de que las agujas delreloj ya habían marcado veinticuatro horas.

—Tengo una pregunta más —dije—. Hasdicho: «llegará el fin del mundo», ¿verdad?

—Sí. Lo dijo mi abuelo.—¿Y lo dijo antes o después de empezar

su investigación con mis datos?—Después —dijo ella—. Creo que fue

después. Porque mi abuelo empezó a decir«llegará el fin del mundo» hace muy poco.¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que guardaalguna relación?

—Tampoco yo lo tengo muy claro, perohay algo que me da que pensar. ¿Sabes que micontraseña de acceso al shuffling se llama «el

Page 508: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fin del mundo»? No puede ser una simplecoincidencia.

—¿Y cuál es el contenido de ese «fin delmundo» tuyo?

—No lo sé. A pesar de tratarse de miconciencia, está en un lugar al que no puedoacceder. Lo único que conozco son estaspalabras, «el fin del mundo».

—¿Y no puedes ir y recuperarlo?—Imposible —dije yo—. Ni una división

del ejército conseguiría sustraerlo de la cajafuerte del subterráneo del Sistema. Hayinstalado un dispositivo de seguridad especial yla vigilancia es exhaustiva.

—Mi abuelo consiguió sacarlo valiéndosede su posición, ¿verdad?

—Es probable. Pero todo eso son simplesespeculaciones. La única manera de saberlocon certeza es preguntándoselo directamente atu abuelo.

—Entonces, ¿lo rescatarás de manos de

Page 509: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los tinieblos?Presionándome la herida del vientre, me

incorporé sobre la cama. Sentía unas fuertespunzadas en la cabeza.

—Supongo que no me queda otro remedio—dije—. No sé qué demonios significa lo quetu abuelo llama «el fin del mundo», pero nopodemos quedarnos de brazos cruzados. Si nonos ponemos en marcha y lo detenemospronto, creo que alguien pagará lasconsecuencias. —Y ese alguien posiblementesería yo.

—Sea como sea, primero tienes que salvara mi abuelo.

—¿Porque los tres somos buenaspersonas?

—Tú lo has dicho —dijo la joven gorda.

Page 510: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

18. La lectura de sueños

EL FIN DEL MUNDO

Sin haber llegado a conocer todavía losrecovecos de mi corazón, reemprendí la tareade leer los viejos sueños. Por una parte, elinvierno avanzaba y yo no podía posponerindefinidamente el inicio de mi labor. Además,mientras me concentraba en la lectura,conseguía olvidar de manera momentánea misentimiento de pérdida.

Por otra parte, sin embargo, cuantos mássueños leía, más aguda era la sensación deimpotencia que me embargaba. Ésta se debía aque yo, por más sueños que leyera, seguíasiendo incapaz de comprender el mensaje quese escondía en ellos. Podía leerlos... pero no

Page 511: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

captar su sentido. Era como leer en voz alta, díatras día, frases ininteligibles. Como contemplartodos los días el fluir de las aguas de un río. Nome llevaba a ninguna parte. Mi técnica de leersueños había mejorado, pero eso no meprocuraba consuelo alguno. Únicamente habíaconseguido leer cierto número de viejossueños con mayor habilidad. No obstante, elvacío que conllevaba esa tarea se agrandabacada vez más. Para progresar, el ser humano escapaz de realizar grandes esfuerzos. Pero losmíos no me llevaban a ninguna parte.

—No tengo la menor idea de lo quesignifican los viejos sueños —le dije a labibliotecaria—. Hace tiempo me dijiste que mitrabajo consistiría en leer los viejos sueños delos cráneos. Pero sólo pasan a través de micuerpo. No entiendo ni uno solo y, cuanto másleo, más desgastado me siento.

—Tal vez se deba a que los lees como siestuvieses poseído. Me pregunto por qué.

Page 512: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No lo sé —contesté sacudiendo lacabeza. Me concentraba en el trabajo para quemenguara mi sentimiento de pérdida. Peroincluso yo era consciente de que aquél no erael único factor. Tenía razón ella: me enfrascabaen la lectura de sueños como si estuvieseposeído.

—Me pregunto si, en parte, el problemano estará en ti —dijo ella.

—¿En mí?—Creo que deberías abrir más tu corazón.

No sé mucho acerca del corazón, pero perciboque el tuyo es algo que está herméticamentecerrado. Además, de la misma forma que losviejos sueños necesitan que los leas, tambiéntú tienes necesidad de leerlos.

—¿Y qué te hace suponer eso?—Pues que la lectura de los viejos sueños

es así. Igual que, al llegar la estación, lospájaros vuelan hacia el norte o hacia el sur, ellector de sueños continúa leyendo viejos

Page 513: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sueños.Alargó la mano por encima de la mesa y la

posó sobre la mía. Y me sonrió. Su sonrisa mepareció un dulce rayo de luz de primaveraasomando entre las nubes.

—Abre más tu corazón. No eres ningúnprisionero. Eres un pájaro que surca el cielo enbusca de sueños.

En todo caso, no tenía más remedio que irtomando en la mano un viejo sueño tras otro yexaminarlos con gran atención. Cogía uno delos viejos sueños de aquellas estanterías que sealineaban en lo que alcanzaba la vista, lo llevabaen los brazos con sumo cuidado y lo depositabasobre la mesa. Después ella me ayudaba aquitarle el polvo con un paño humedecido enagua y, luego, a enjugarlo minuciosamente conun paño seco. Cuando se frotaba bien, lasuperficie del viejo sueño se volvía inmaculadacomo la nieve recién caída. Por efecto de laluz, las órbitas oculares que se abrían,

Page 514: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inmensas, en su parte frontal parecían un par deprofundos pozos sin fondo.

Posaba suavemente ambas manos en laparte superior del cráneo y esperaba a que,como reacción a mi temperatura corporal, delcráneo empezara a emanar un débil calor.Cuando éste alcanzaba determinada intensidad—muy sutil, de una tibieza similar a la de unrayo de sol en invierno—, el cráneo, blanco ypulido, empezaba a relatar los viejos sueñosgrabados en su interior. Yo cerraba los ojos,respiraba hondo, abría mi corazón e ibaresiguiendo con la yema de los dedos lahistoria que me contaba. Sin embargo, la vozera demasiado débil y las imágenes queproyectaba eran veladas y blancas como lasestrellas lejanas que se vislumbran en elfirmamento al amanecer. A partir de ahí sólopodía descifrar diversos fragmentosimprecisos que intentaba unir; sin embargo,nunca llegaba a captar una imagen global.

Page 515: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Entre esos fragmentos, había paisajes quejamás había visto, músicas que jamás habíaescuchado, susurros para mí ininteligibles. Seperfilaban de pronto y se sumían de inmediatoen lo más profundo de las tinieblas. Ningúnfragmento guardaba relación con el siguiente.Me parecía que estuviese haciendo girar a todaprisa el dial de una radio. Intentaba, de unamanera o de otra, concentrar todos missentidos en las yemas de los dedos, pero, pormás que me esforzaba, el resultado eraidéntico. Sentía que los viejos sueños queríancontarme algo, y no lograba descifrar qué.

Tal vez se debiera a algún error en lamanera de leerlos. O tal vez las palabras sehubiesen ido desgastando a lo largo de losaños. O, quizá, entre la historia que pensabanellos y la que imaginaba yo, mediara unadistancia espacial y temporal decisiva.

En todo caso, lo único que podía hacer yo

Page 516: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

era clavar los ojos, sin palabras, en aquellosfragmentos heterogéneos que iban perfilándosey desapareciendo. También había imágenesconocidas, claro está. Hierba verde mecida porel viento, nubes blancas corriendo por el cielo,la luz del sol temblando sobre la superficie delrío. Imágenes, paisajes normales y corrientes.Pero estos paisajes ordinarios colmaban micorazón de una extraña e inexplicable tristeza.¿En qué parte de éstos se ocultaban loselementos que me entristecían tanto? Ni yomismo lo sabía. Y, como un barco que cruzarapor el otro lado de la ventana, aparecían y sedesvanecían sin dejar rastro.

Las imágenes se mantenían unos instantesy, después, al igual que se va retirando la marea,los viejos sueños empezaban a perder su calory volvían a ser cráneos blancos y fríos. Losviejos sueños se sumían de nuevo en su largoletargo. Y el agua se escurría entre los dedosde ambas manos y caía al suelo. Mi labor como

Page 517: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

«lector de sueños» consistía en repetir eso, unay otra vez.

Cuando los viejos sueños habían quedadocompletamente fríos, se los pasaba a ella, queiba alineando los cráneos sobre el mostrador.Mientras, yo permanecía con ambas manosposadas sobre la mesa, para descansar un pocoy aplacar mis nervios. Podía leer unos cinco oseis viejos sueños al día. Superado estenúmero, perdía la concentración y las yemas demis dedos no captaban más que un débilmurmullo. Cuando las agujas del relojmarcaban las once, me sentía tan exhausto que,durante un tiempo, apenas podía ponerme enpie.

Al final, ella siempre preparaba cafécaliente. A veces traía de su casa unas galletaso un pastel de frutas que había preparadodurante el día y nos lo tomábamos comotentempié. Sentados frente a frente, sin apenasabrir la boca, nos bebíamos el café y comíamos

Page 518: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las galletas o el pastel. Yo estaba tan cansadoque, durante un rato, no lograba articular bienlas palabras y ella, que lo sabía, tambiénenmudecía.

—Quizá no puedas abrir tu corazón por miculpa, ¿no crees? —me dijo un día—. Yo nopuedo responder a tu corazón, y tal vez por esotú lo cierras tanto.

Nos habíamos sentado, como solíamos, enlas escaleras que conducían a la isleta delcentro del Puente Viejo y mirábamos el río. Laluna helada y blanca, convertida en un pequeñofragmento, se reflejaba temblorosa en las aguasdel río. Un bote de madera fina que alguienhabía dejado amarrado al poste de la isleta uníasu ligero chapoteo al murmullo del río. Comoestábamos sentados el uno al lado de la otra enlos estrechos escalones, yo percibía junto a mihombro el calor de su cuerpo.

«¡Qué extraño!», pensé. «La gente asociael corazón con algo cálido. Pero no hay

Page 519: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

relación alguna entre el corazón y el calor delcuerpo.»

—No, no es cierto —repliqué—. Que noabra mi corazón es un problema únicamentemío. Tú no tienes la culpa. No comprendo bienmi corazón, y por eso estoy confuso.

—Entonces, ¿tú tampoco entiendes lo quees el corazón?

—No siempre lo entiendo —dije—. Enocasiones sólo logro entenderlo muchodespués, cuando ya es demasiado tarde. Lamayoría de las veces, las personas tenemos quetomar decisiones sin entender nuestro corazón,y esto nos hace titubear.

—A mí me parece que el corazón es algomuy imperfecto —dijo ella sonriendo.

Me saqué las manos de los bolsillos y lascontemplé a la luz de la luna. Teñidas deaquella tonalidad lechosa, se me antojaron unpar de esculturas sin objeto, confinadas enaquel pequeño mundo.

Page 520: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, también a mí me lo parece. Es muyimperfecto —dije—. Pero deja huella. Ypodemos seguir su rastro, del mismo modo quese siguen las pisadas sobre la nieve.

—¿Y adonde conducen?—A uno mismo —respondí—. El corazón

es así. Sin corazón no llegas a ninguna parte. —Alcé los ojos hacia la luna. La luna de inviernoflotaba en el cielo de la ciudad cercada por laalta muralla y emitía una luz tan clara que casiparecía incongruente—. Tú no tienes la culpade nada —añadí.

Page 521: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

19. Hamburguesas. Skyline. Plazolímite

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

En primer lugar, decidimos echarnos algoal estómago. En lo que a mí respectaba, apenastenía apetito, pero no sabíamos cuándopodríamos volver a probar bocado, por lo quelo más acertado era comer algo. Unahamburguesa y una cerveza sí me veía conánimos de tragar. Ella, por su parte, decía quesólo había comido una tableta de chocolate entodo el día y que estaba muerta de hambre. Porlo visto, el chocolate era lo único que habíapodido comprar con la calderilla que llevaba enel bolsillo.

Page 522: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Con muchas precauciones para que no sereavivara el dolor de la herida, me enfundé unosvaqueros, me puse una camisa deportiva sobrela camiseta y me pasé un jersey fino por lacabeza. Y, por si acaso, de la cómoda saqué unanorak de nailon. Su traje chaqueta de colorrosa, lo miraras como lo mirases, no parecía elatuendo más apropiado para una expediciónsubterránea, pero por desgracia en mi roperono había ni camisas ni pantalones de su talla.Yo era unos diez centímetros más alto que ellay pesaba unos diez kilos menos. Lo más lógicohubiera sido ir a comprarle algo de ropa, pero aesas horas no había ninguna tienda abierta. Loúnico que tenía de su tamaño era una chaquetade combate del ejército estadounidense quehabía llevado mucho tiempo atrás, y se laofrecí. El problema eran los zapatos de tacón,pero ella dijo que, en la oficina, tenía zapatillasde deporte y botas altas de goma.

—Unas zapatillas de color rosa y unas

Page 523: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

botas de goma también de color rosa —dijoella.

—¿Te gusta el rosa?—Le gusta a mi abuelo. Dice que la ropa

de color rosa me favorece mucho.—Te sienta muy bien el i je yo. No

mentía. Le sentaba estupendamente. Cuando lasmujeres gordas se visten de rosa suelen ofreceruna imagen algo imprecisa, como si fueranenormes pasteles de fresa, pero en ella, por larazón que fuese, aquel color parecía nítido ydiscreto.

—A tu abuelo le gustan las chicas gordas,¿verdad? —pregunté para asegurarme.

—Sí, claro —dijo la joven de rosa—. Poreso siempre voy con cuidado para engordar.Con la comida y demás. En cuanto medescuido, adelgazo rápidamente, así que intentoatiborrarme de mantequilla y de crema.

—Hum...Abrí el armario empotrado, saqué una

Page 524: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mochila y, tras asegurarme de que no estabarajada, metí en su interior chaquetas para dos,una linterna, una brújula, guantes, una toalla, uncuchillo de grandes dimensiones, unencendedor, una cuerda, combustible sólido.Después fui a la cocina y, de entre losalimentos esparcidos por el suelo, cogí dospanecillos y latas de conserva de carne,melocotón, salchichas y pomelo, y lo metítodo en la mochila. También llené a rebosar lacantimplora de agua. A continuación, meembutí en los bolsillos del pantalón todo eldinero que tenía en casa.

—Parece que vayamos de excursión —dijo la joven.

—Sí, igualito.Antes de salir, eché una mirada circular a

la estancia. Ofrecía una imagen similar a la deun punto de recogida de trastos viejos. En lavida siempre sucede lo mismo. Para construiralgo se requiere mucho tiempo, pero basta un

Page 525: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

instante para destruirlo todo. Dentro deaquellas tres pequeñas habitaciones habíallevado una vida algo cansada, cierto, perotambién satisfactoria. Y todo se habíaesfumado, como la neblina matinal, en eltiempo que se tarda en abrir dos latas decerveza. Mi trabajo, mi whisky, mi paz, misoledad, mi colección de obras de SomersetMaugham y de películas de John Ford: todo sehabía convertido en un montón de basura sinsentido.

«... del esplendor en la hierba y de lagloria de las flores...», recité para mis adentros.Alargué la mano, bajé la palanca delconmutador y corté la electricidad de toda lacasa.

La herida del vientre me dolía demasiadopara analizar los hechos en profundidad y,además, estaba exhausto, así que opté por nopensar en absoluto. Mejor no pensar en nada

Page 526: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que pensar a medias. Así que montémajestuosamente en el ascensor, bajé alaparcamiento, abrí la puerta del coche y arrojéla mochila sobre el asiento trasero. Por mí, sihabía algún espía, que nos descubriera, y si leapetecía seguirnos, pues que lo hiciese. Enesos momentos ya había dejado de importarme.En primer lugar, ¿de quién tenía queprotegerme? ¿De los semióticos? ¿DelSistema? ¿O de aquel par de la navaja?Torearlos a los tres, en la situación en la queme encontraba, era impensable. Con la heridahorizontal de seis centímetros en el vientre,muerto de sueño y acompañado de la jovengorda, bastante tenía con enfrentarme a lostinieblos en la oscuridad del subsuelo. Losdemás, que hicieran lo que les viniese en gana.

Como no me apetecía conducir, lepregunté a la joven si sabía. Me respondió queno.

—Lo siento. Si fuera un caballo, no habría

Page 527: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

problema —dijo.—Vale. Quizá tengamos que montar a

caballo la próxima vez.Tras comprobar que el depósito de

gasolina estaba casi lleno, salimos delaparcamiento. Atravesé la tortuosa zonaresidencial y tomé por una calle ancha. A pesarde ser medianoche, las calles estaban llenas decoches. La mitad eran taxis, y el resto,camiones o coches particulares. No entendíacómo tanta gente sentía la necesidad de darvueltas por la ciudad en plena noche. ¿Por qué,al terminar el trabajo a las seis de la tarde, novolvían todos a casa, se metían en la cama antesde las diez, apagaban la luz y se dormían?

Pero, a fin de cuentas, aquél era suproblema. Yo podía pensar como me viniese engana y el mundo seguiría expandiéndose segúnsus propios principios. Pensara lo que pensase,los árabes seguirían extrayendo petróleo y, coneste petróleo, la gente produciría electricidad y

Page 528: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

gasolina y seguiría corriendo en la madrugadapor las calles en pos de sus deseos. Y lo quetenía que hacer yo era dejarme de historias yresolver mis propios problemas.

Mientras esperaba ante el semáforo, conambas manos posadas sobre el volante, di ungran bostezo.

Delante de mi coche se había detenido uncamión de gran tamaño cargado de balas depapel hasta el techo de la caja. Y, a mi derecha,había una pareja joven montada en un Skylineblanco modelo Sport. Imposible decir si iban adivertirse o si regresaban a casa, pero las carasde ambos traslucían aburrimiento. La mujer,con la muñeca izquierda adornada con dosbrazaletes de plata asomando por la ventanilla,me dirigió una ojeada. No parecía sentir por míun interés especial. Sólohabía mirado mi rostroporque no tenía otra cosa mejor que mirar. Unletrero de Denny's, una señal de tráfico o mirostro: igual le daba una cosa que otra. También

Page 529: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

eché una ojeada a su cara. Era guapa, pero surostro era de esos que encuentras en cualquierparte. En un culebrón de la tele, por ejemplo,haría de amiga de la protagonista y, mientrasestuvieran tomando un té en la cafetería, lepreguntaría: «¿Qué te pasa? Últimamente nopareces muy animada». Saldría una sola vez enla pantalla y, tan pronto como desapareciera, nirecordarías qué cara tenía.

Cuando el semáforo cambió a verde,mientras el camión de delante tardaba enarrancar, el Skyline blanco desapareció de micampo visual con un llamativo estruendo deltubo de escape y de música de Duran Duran.

—Presta atención a los coches de detrás—le pedí a la joven—. Y si ves alguno que nossiga todo el rato, avísame.

Asintió y se volvió hacia atrás.—¿Crees que nos persigue alguien?—No lo sé —contesté—. Pero no está de

más vigilar. ¿Te basta una hamburguesa para

Page 530: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

comer? Es lo más rápido.—Cualquier cosa me va bien.Detuve el coche en la primera

hamburguesería drive through que encontré.Se acercó una chica con un vestido rojo ycorto, puso una bandeja en ambas ventanillas ytomó nota del pedido.

—Una hamburguesa doble con queso,patatas fritas y un cacao caliente —dijo lajoven gorda.

—Una hamburguesa normal y una cerveza—pedí yo.

—Lo siento, señor, pero no tenemoscerveza —dijo la camarera.

—Entonces, una Coca-Cola —dije. ¿Aquién se le ocurría pedir cerveza en un drivethrough?

Mientras esperábamos a que nos trajeranla comida, vigilamos si entraba algún cochedetrás de nosotros, pero no apareció ninguno.Claro que, si nos seguían, lo más probable era

Page 531: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que no entrasen en el mismo aparcamiento.Nos aguardarían en algún lugar desde dondepudieran vernos bien. Bajé la guardia y empecéa zamparme de forma maquinal la hamburguesajunto con unas patatas fritas que me habíantraído además de la Coca-Cola y unas hojas delechuga del tamaño de un ticket de autopista.La joven gorda mordisqueaba con deleite,tomándose su tiempo, la hamburguesa conqueso, cogía las patatas con las puntas de losdedos y sorbía el cacao.

—¿Quieres más patatas fritas? —mepreguntó.

—No, gracias.Cuando se acabó todo lo que tenía en el

plato, se tomó hasta el último sorbo de cacaoy, luego, se lamió el ketchup y la mostaza quetenía adheridos a los dedos y se limpió losdedos y la boca con una servilleta. Era evidenteque la comida le había parecido deliciosa.

—Volviendo a lo de tu abuelo —dije—,

Page 532: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

creo que es mejor que pasemos primero por ellaboratorio subterráneo.

—Tienes razón. Tal vez allá encontremosalgún indicio.

—¿Cómo pasaremos cerca de la guaridade los tinieblos? Dijiste que el dispositivo paraahuyentarlos estaba estropeado, ¿verdad?

—No te preocupes por eso. Tambiéntenemos un pequeño dispositivo suplementariopara emergencias. No es muy potente, pero silo llevamos encima, impedirá que se nosacerquen los tinieblos.

—¡Ah! Entonces, no hay problema —dijecon alivio.

—Bueno, no es tan simple. Esemecanismo portátil funciona con batería y sólodisponemos de unos treinta minutos. Después,se apaga y tienes que cargar la batería.

—Hum... ¿Y cuánto tarda en cargarse?—Quince minutos. Podríamos caminar

durante treinta minutos y luego tendríamos que

Page 533: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

descansar quince. No tiene mucha capacidad.Es así porque en este tiempo puedes ir de sobrade la oficina al laboratorio, ¿sabes?

Resignado, me callé. Mejor aquello quenada, y dado que era lo único que teníamos,había que aguantarse. Tras salir delaparcamiento, me detuve en un supermercadoabierto que vi a medio camino y compré doslatas de cerveza y una botella de whisky debolsillo. Un poco más adelante, paré el coche,me bebí las dos cervezas y una cuarta parte dela botella de whisky. Me sentí un poco mejor.Cerré la botella de whisky y se la pasé a lachica para que la guardara en la mochila.

—¿Por qué bebes tanto? —me preguntó.—Quizá porque tengo miedo —dije.—Yo también tengo miedo y no bebo.—Tu miedo y el mío son distintos.—No sé qué decirte —replicó.—Con los años, aumenta el número de

cosas irreparables.

Page 534: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—También aumenta el cansancio, ¿verdad?—Sí —contesté—. El cansancio también.Se volvió hacia mí, alargó la mano y me

tocó el lóbulo de la oreja.—Tranquilo. No te preocupes. Yo estaré a

tu lado.—Gracias —dije yo.

Me detuve en el aparcamiento del edificio

donde su abuelo tenía la oficina, bajé del cochey me cargué la mochila a la espalda. Aintervalos regulares me atenazaba una punzadade dolor sordo. Ese dolor me hacía pensar enuna carretilla cargada de hojas secas que fuesepasando, despacio, por encima de mi vientre.«Sólo es dolor», intenté convencerme. «Undolor superficial que no tiene nada que ver conmi esencia como ser humano. Es igual que lalluvia. Algo transitorio.» Hice acopio de toda ladignidad que me quedaba, ahuyenté de micabeza todos los pensamientos sobre el dolor y

Page 535: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

corrí en pos de la chica.En la entrada del edificio, un joven guarda,

alto y robusto, pidió a la chica que se acreditaracomo vecina del inmueble. Ella sacó una tarjetade plástico del bolsillo y se la entregó. Él lapasó por una ranura del ordenador y, trascomprobar el nombre y el número queaparecieron en la pantalla, apretó un botón ynos abrió la puerta.

—Es un edificio muy especial —meexplicó la joven mientras cruzábamos elamplio vestíbulo—. Todas las personas quevienen aquí lo hacen con la intención demantener algo en secreto, por eso han instaladoun sistema de seguridad muy exclusivo. Aquí sellevan a cabo investigaciones importantes,reuniones secretas, cosas así. Primero, en laentrada, comprueban tu identidad, como acabande hacer, y luego te controlan a través de lapantalla hasta que llegas a tu destino. Así que,aunque te sigan, no pueden entrar en el edificio.

Page 536: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Saben que tu abuelo ha abierto aquídentro un pozo que conduce al subterráneo?

—No lo creo. Cuando construyeron eledificio, mi abuelo ordenó diseñar los planospara que se pudiera acceder al subterráneodesde la oficina, pero pocas personas lo saben.Sólo el propietario del edificio y quien diseñólos planos, supongo. A los encargados de lasobras les dijeron que era el canal del desagüe.La solicitud del permiso de obras tambiénestaba falsificada.

—Costaría un dineral, ¿no?—Sí. Pero mi abuelo tiene muchísimo

dinero. Y yo también, ¿sabes? Soy muy rica.Multipliqué el dinero de la herencia de mispadres y el del seguro de vida con operacionesen la Bolsa.

Se sacó una llave del bolsillo y abrió lapuerta del ascensor. Subimos en aquel ascensorgrande y extraño que yo tan bien conocía.

—¿Con operaciones en la Bolsa?

Page 537: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, mi abuelo me enseñó a especular enla Bolsa: cómo seleccionar la información,cómo interpretar los datos del mercadobursátil, cómo evadir impuestos, cómotransferir sumas de dinero a bancosextranjeros, cosas por el estilo. La Bolsa esmuy interesante. ¿Has invertido alguna vez?

—No, por desgracia —dije. Ni siquierahabía abierto nunca un depósito de reserva.

—Antes de dedicarse a la investigación,mi abuelo fue agente de Bolsa. Pero comohabía ganado muchísimo dinero, dejó deespecular y se hizo científico. Es genial,¿verdad?

—Sí, genial —convine yo.—Mi abuelo es un hacha en todo lo que

hace.El ascensor, igual que la primera vez que

había montado en él, avanzaba tan despacio queera difícil saber si subía o bajaba. Tardaba untiempo infinito y a mí me ponía nervioso

Page 538: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pensar que, a través de las cámaras, no mequitaban el ojo de encima.

—Mi abuelo decía que la educaciónescolar tiene un rendimiento demasiado bajopara que alguien pueda convertirse en unalumbrera. ¿Qué opinas tú?

—No sé. Quizá tenga razón —dije yo—.Yo asistí dieciséis años a la escuela y, laverdad, no creo que me haya servido de grancosa. No hablo idiomas, ni toco ningúninstrumento musical, ni conozco el mercadobursátil, ni sé montar a caballo.

—Entonces, ¿por qué no dejaste laescuela? Si hubieras querido, habrías podidoabandonarla en cualquier momento.

—Pues... —dije y reflexioné un pocosobre ello. Ciertamente, de haberlo deseado,habría podido dejar de ir—. Simplemente, nose me ocurrió. Mi casa, a diferencia de la tuya,era un hogar normal y corriente, y ni siquierase me pasó por la cabeza que pudiese llegar a

Page 539: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sobresalir en algo.—Pues es una equivocación —dijo la

joven—. Todas las personas poseen algúntalento que les permite destacar al menos enuna cosa. El problema reside en que muchagente no sabe cómo desarrollar suscapacidades innatas y las acaba perdiendo. Poreso la mayoría es incapaz de descollar en algo.

—Como yo —dije.—No, en absoluto. Tú caso es distinto.

Creo que tú posees algo muy especial. Tienesuna coraza emocional muy dura y, gracias aella, conservas muchas cosas intactas en tuinterior.

—¿Una coraza emocional?—Exacto —dijo ella—. Por eso todavía

estás a tiempo. Cuando esto acabe, ¿por qué novivimos juntos los dos? No me refiero acasarnos ni a nada por el estilo, sólo a vivirjuntos. Podríamos ir a Grecia, o a Rumania, o aFinlandia, a algún sitio tranquilo, y pasar los

Page 540: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

días montando a caballo, cantando... Tengodinero de sobra, y tú podrías convertirte en unnúmero uno.

—Hum... —musité. No estaba nada mal. Araíz de aquel incidente, mi vida comocalculador se hallaba en una situación muydelicada, y la idea de llevar una existenciatranquila en el extranjero no carecía deatractivo. Con todo, no estaba seguro de poderconvertirme en un número uno. Y,normalmente, los que destacan en algo hantenido siempre la firme convicción de quealgún día descollarían en eso. No veía claro quealguien que dudara de ser capaz de convertirseen un número uno acabara siéndolo poravatares del destino.

Estaba absorto en estas reflexionescuando se abrieron las puertas del ascensor.Ella salió, y yo fui tras ella. Igual que el primerdía en que la vi, avanzó a paso rápido por elpasillo haciendo resonar sus altos tacones

Page 541: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sobre el pavimento, y yo la seguí. Ante misojos se contoneaba su trasero bien formado, ysus pendientes de oro despedían destellos.

—Suponiendo que fuera así —proseguí,dirigiéndome a su espalda—, tú me ofreceríasun montón de cosas, pero yo no podría dartenada a cambio. Y eso me parece muyantinatural e injusto.

Ella aminoró el paso, se puso a mi lado ycaminamos juntos.

—¿De verdad piensas eso?—Sí —dije—. Me parece antinatural y,

además, injusto.—Seguro que tú también tienes algo que

ofrecerme a mí.—¿Por ejemplo? —quise saber.—Por ejemplo, tu coraza emocional. Me

muero de ganas de conocerla. Saber cómo estáhecha, cómo funciona. En fin, esas cosas. Hastaahora, jamás había visto nada parecido. Meinteresa muchísimo.

Page 542: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Exageras —dije—. Todo el mundo seesconde, en mayor o menor medida, tras unacoraza. Personas como yo encontrarás adocenas.

Lo que pasa es que tienes poco contactocon el mundo y por lo tanto te cuestacomprender el corazón vulgar de una personavulgar. Eso es todo.

—Tú no sabes nada de nada, ¿verdad? —insistió la joven gorda—, ¿Y qué me dices de lacapacidad de ejecutar un shuffling? ¿La tieneso no?

—Sí, claro. Pero, en el fondo, no es másque un sistema que me han implantado comoinstrumento de trabajo. He adquirido estacapacidad a través de una operación quirúrgicay de un entrenamiento. La mayoría de laspersonas, si hicieran lo mismo, serían capacesde ejecutar el shuffling. No es muy distinto asaber utilizar el ábaco o tocar el piano.

—¡No es cierto! —replicó—. Eso es lo

Page 543: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que al principio creyeron todos. Quecualquiera..., bueno, en realidad sólo quienessuperaban una serie de pruebas..., quecualquiera debidamente preparado sería capaz,igual que tú, de ejecutar un shuffling. Miabuelo también lo creía. En consecuencia, untotal de veintiséis personas fuisteis operadas,realizasteis las mismas prácticas y adquiristeisla capacidad de ejecutar un shuffling. Hastaaquí, todo funcionó a la perfección. Losproblemas empezaron después.

—Nunca había oído hablar de ello —dije—. Tenía entendido que todo había salidosegún lo previsto.

—Pura propaganda. La verdad fue muydistinta. De las veintiséis personas a las que osimplantaron el sistema shuffling, veinticincomurieron entre un año y un año y mediodespués de finalizar las prácticas. Tú eres elúnico superviviente. Sólo tú has sobrevividomás de tres años y continúas ejecutando el

Page 544: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

shuffling sin ningún problema. ¿Todavía creesque eres una persona vulgar? En estosmomentos te has convertido en el personajecentral.

Con las manos hundidas en los bolsillos,seguí avanzando en silencio por el pasillo. Lasituación desbordaba mis facultades y se ibaexpandiendo, más y más. Y no tenía la menoridea de hasta dónde podía llegar.

—¿Y por qué murieron los demás? —inquirí.

—No lo sé. La causa de su muerte no estáclara. Al parecer, surgió algún problema en elfuncionamiento del cerebro y murieron deresultas de ello. Pero se ignora cómo seprodujo.

—¿Y no hay ninguna hipótesis?—Sí. Mi abuelo decía que las personas

normales no pueden soportar la irradiación delnúcleo de la conciencia, de modo que lascélulas cerebrales crean una especie de

Page 545: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

anticuerpos, pero la reacción es demasiadoviolenta y los conduce a la muerte. De hecho,era bastante más complicado, pero, enresumen, podemos decir que ocurrió eso.

—¿Y cómo es que sobreviví yo?—Posiblemente porque tú ya contabas

con esos anticuerpos de forma natural. Es algoparecido a la coraza emocional de la que tehablaba antes. Por una razón u otra, tu cerebroposeía ya esos anticuerpos. Por eso hassobrevivido. Mi abuelo intentó crear una corazaartificial para proteger el cerebro, pero resultódemasiado débil.

—Y esta protección de la que hablas,¿vendría a ser algo parecido a la corteza de unmelón?

—Expresado de una manera sencilla, sí.—Entonces —dije—, mis anticuerpos, o

mi protección, mis defensas, o el melón, comoquieras llamarlo, ¿es un rasgo congénito o algoque he adquirido después?

Page 546: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Posiblemente sea, en parte, congénitoy, en parte, adquirido. Pero, a partir de ahí, miabuelo dejó de explicarme cosas. Decía quesaber demasiado me acarrearía muchospeligros. Sólo puedo decirte que, según unoscálculos basados en la hipótesis de mi abuelo,sólo hay una persona, entre un millón o millóny medio de individuos, provista como tú deesos anticuerpos naturales. Además, hoy en día,la única manera de saberlo es implantando elsistema shuffling.

—Entonces, si la hipótesis de tu abuelo escorrecta, tuvieron una chiripa tremenda de queestuviera yo entre aquellas veintiséis personas,¿no crees?

—Por eso tienes tanto valor comomuestra y, además, es muy probable que seas lallave que abra la puerta.

—Y tu abuelo, ¿qué diablos pretendíahacer conmigo? ¿Y qué significan los datos queme hizo procesar por el shuffling, y el cráneo

Page 547: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del unicornio?—Si yo lo supiera, podría ayudarte ahora

mismo —dijo la joven.—A mí y al mundo —dije yo.

La oficina estaba patas arriba. El desorden

no era tan espantoso como el de mi casa, perocasi. Había todo tipo de documentosdesparramados por la moqueta, la mesa estabavolcada, la caja de caudales forzada, habíanextraído los cajones del armario y los habíantirado por el suelo, el sofá cama estaba hechotrizas y las mudas de ropa del profesor y de lajoven, que habían estado guardadas dentro de lataquilla, amontonadas de cualquier manera en elsofá. Toda la ropa de la joven era de color rosa.Una magnífica gradación de tonos rosa que ibadel rosa pálido al rosa subido.

—¡Qué horror! —dijo ella sacudiendo lacabeza—. Deben de haber subido desde elsubterráneo.

Page 548: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Crees que han sido los tinieblos?—En absoluto. Ellos no subirían hasta

aquí, y aun suponiendo que lo hicieran, quedaríasu olor.

—¿Su olor?—Sí, un olor muy desagradable, como a

pescado, o a lodo. Esto no es obra de lostinieblos. Yo diría que han sido los mismos quedestrozaron tu piso. Han actuado de un modoparecido.

—Quizá —dije. Barrí la habitación con lamirada. Delante de la mesa volcada, se habíadesparramado el contenido de una caja de clipsque brillaban a la luz del fluorescente. Comono era la primera vez que me intrigaban esosclips, mientras fingía inspeccionar el suelocogí un puñado y me lo metí en el bolsillo delpantalón—. ¿Guardabais aquí algo valioso?

—No. Sólo cosas sin importancia: librosde cuentas, facturas, documentos de lainvestigación poco valiosos... No pasa nada si

Page 549: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lo han robado.—Y el dispositivo para ahuyentar a los

tinieblos, ¿está dañado?De una montaña de pequeños objetos

esparcidos ante la taquilla, entre los que habíalinternas, un radiocasete, un despertador, unoscúters y un bote de pastillas para la tos, ellacogió un aparatito parecido a un audímetro y loencendió y apagó varias veces.

—¡Perfecto! Aún funciona. Seguro quehan pensado que era un aparato sin importancia.Además, como es una máquina muy simple, nose rompe con facilidad —dijo.

Luego, la joven gordita se dirigió a unrincón del cuarto, se agachó, alzó la tapa de unatoma de corriente y, tras apretar un botón, selevantó y presionó suavemente en la pared conla palma de la mano. Se abrió una sección de lapared del tamaño de un listín telefónico y, ensu interior, apareció una especie de caja decaudales.

Page 550: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Qué te parece? Es difícil de encontrar,¿eh? —se jactó. Marcó una combinación decuatro números y la puerta de la caja se abrió—. ¿Te importaría sacar todo lo que hay dentroy ponerlo sobre la mesa?

Devolví la mesa a su posición original, loque reavivó el dolor de la herida, y alineéencima el contenido de la caja de caudales.Había un fajo de cartillas de ahorro de unoscinco centímetros de grosor atadas con unabanda elástica, acciones de Bolsa ycertificados, dos o tres millones de yenes enefectivo, algo muy pesado metido en una bolsade tela, una agenda de piel negra, un sobremarrón. Ella abrió el sobre y dejó sobre lamesa lo que había en su interior: un viejo relojOmega y un anillo de oro. El reloj estaba todoél ennegrecido, y su cristal, muy resquebrajado.

—Es un recuerdo de mi padre —dijo—.El anillo es de mi madre. Todo lo demás sequemó.

Page 551: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Asentí, y ella devolvió el reloj y el anilloal sobre, y se metió un puñado de billetes en elbolsillo del traje.

—Había olvidado por completo que aquíhabía dinero —dijo ella. Después abrió la bolsade tela, sacó un objeto envuelto en una camisavieja, lo desenvolvió y me lo mostró. Era unapequeña pistola automática. Aunque estabagastada por el uso, era evidente que no era unarma de juguete, sino una pistola de verdad conbalas de verdad. No podía jurarlo, porque noentiendo mucho de armas, pero habría dichoque se trataba de una Browning o una Beretta.La había visto en el cine. También había uncargador y una caja de balas de repuesto.

—¿Eres buen tirador? —me preguntó.—¡Qué dices! —dije sorprendido—. En

mi vida he sostenido una en mis manos.—Yo soy muy buena. Llevo un montón de

años practicando. Cuando voy a nuestro chaléde Hokkaidó, hago prácticas de tiro en la

Page 552: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

montaña y puedo darle a un objeto del tamañode una postal a diez metros de distancia. Esgenial, ¿verdad?

—Sí, genial —dije—. Pero ¿dónde hasconseguido una cosa así?

—Tú eres tonto de remate, ¿no? —seasombró—. Con dinero puedes conseguircualquier cosa. ¿No lo sabías? Pero, en fin,como tú no sabes disparar, será mejor que lapistola la lleve yo. ¿Te parece bien?

—Adelante. Pero ten cuidado. No vaya aser que, en la oscuridad, te confundas y me desa mí. Otra herida más y dudo que puedatenerme en pie.

—No, no, tranquilo. No te preocupes. Soyuna persona muy precavida —dijo y se metió laautomática en el bolsillo derecho del trajechaqueta. Era curioso, pero esos bolsillos, pormás objetos que embutiera en ellos, noparecían hinchados, ni siquiera se habíandeformado. Quizá estuvieran dotados de algún

Page 553: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mecanismo especial. O, simplemente, quizá sedebiera a que el traje era de buena hechura.

A continuación abrió la agenda de pielnegra por la mitad y permaneció largo tiempomirándola a la luz de la lámpara con expresiónseria. Yo también eché una ojeada a la página,pero estaba llena de cifras que parecíancódigos y de letras ininteligibles: nada que yopudiera interpretar.

—Es la agenda de mi abuelo —explicó—.Está escrita en un lenguaje cifrado que sólo ély yo conocemos. Aquí apunta sus planes o loque le ha ocurrido durante el día. Mi abuelo medecía que, si le sucedía algo, acudiera a suagenda. Espera, espera un momento. El día 29de septiembre tú terminaste de hacer el lavadode cerebro de los datos, ¿verdad?

—Sí —dije yo.—Pues aquí pone. Posiblemente sea el

primer paso. Y acabaste el shuffling la nochedel 30 o la mañana del 1 de octubre, ¿me

Page 554: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

equivoco?—No, no te equivocas.—Aquí hay un. Segundo paso. Y después,

¿a ver?... Sí, al mediodía del día 2 de octubre,aparece un y pone: «programa desactivado».

—El día 2, al mediodía, tenía que vermecon el profesor. Quizá pretendía desactivareste programa especial, tan complejo, que meinstalaron en el cerebro. Para que no llegara elfin del mundo. Pero las circunstancias hancambiado. Es posible que hayan asesinado alprofesor, o que se lo hayan llevado a algunaparte. Ahora nuestra prioridad es encontrarlo.

—Espera un momento. Miraré un pocomás adelante. Este código es complicadísimo.

Mientras ella ojeaba las páginas de laagenda, yo ordené el interior de la mochila ysustituí las pilas de mi linterna por otrasnuevas. Los impermeables y las botas de gomade la taquilla habían sido violentamentearrojados al suelo, pero por fortuna no habían

Page 555: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sufrido daños. Porque, si pasábamos bajo lacascada sin impermeable, saldríamosempapados de la cabeza a los pies, heladoshasta el tuétano de los huesos. Y si cogía frío,volvería a dolerme la herida. Luego metí en lamochila las zapatillas de deporte de color rosade la joven, que estaban tiradas por el suelo.Los dígitos tic mi reloj de pulsera señalabanque ya casi era medianoche. Habíantranscurrido exactamente doce horas del plazodel que disponíamos para desactivar elprograma.

—Después hay unas operacionesmatemáticas bastante complicadas. Potenciaeléctrica, velocidad de disolución, resistencias,márgenes de error y cosas por el estilo. Y esono lo entiendo.

—Sáltate los trozos que no entiendas.Tenemos muy poco tiempo —la apremié—.Basta con que descifres lo que puedasentender.

Page 556: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No hace falta descifrar nada.—¿Por qué?Me entregó la agenda y me señaló algo.

Allí no había ningún código, sólo una enormecruz junto con una fecha y una hora. Encomparación con las letras de alrededor, tanpequeñas y pulcras que casi tenían que leersecon lupa, la cruz era excesivamente grande y ladesproporción aumentaba más aún la impresiónfunesta que producía.

—¿Crees que significa «plazo límite»? —dijo ella.

—Es posible. Quizá éste sea el punto ®.Si en el ® se desactivaba el programa, lo deesta cruz no tenía por qué producirse. Pero si,por una razón u otra, no se pudiera desactivar,el programa seguiría adelante, rápidamente,hasta llegar a esta cruz.

—Es decir, que tenemos que encontrar ami abuelo antes del día 2 a mediodía.

Page 557: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, si mis suposiciones son correctas.—¿Y lo son?—Creo que sí —dije en voz baja.—¿Y cuánto tiempo nos queda? Para que

llegue el fin del mundo, para que se produzca elbig bang, quiero decir.

—Treinta y seis horas —contesté. Nonecesitaba mirar el reloj. Era el tiempo quetardaba la Tierra en dar una vuelta y mediasobre su eje. En este lapso, repartirían dosveces la edición matutina del periódico y unavez la vespertina. El despertador sonaría dosveces, los hombres se afeitarían dos veces. Laspersonas con suerte tal vez hicieran el amordos o tres veces. Treinta y seis horas no dabanpara más. Era la diecisietemilésima trigésimatercera parte de la existencia de un ser humanocon una esperanza de vida de setenta años. Ycuando hubieran transcurrido estas treinta yseis horas, algo, quizá el fin del mundo,llegaría.

Page 558: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Qué hacemos? —me preguntó lajoven.

Cogí unos analgésicos de un botiquínarrojado delante de la taquilla, los ingerí con unpoco de agua de la cantimplora y me carguéésta a la espalda.

—Lo único que podemos hacer es bajar alsubterráneo —contesté.

Page 559: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

20. La muerte de las bestias

EL FIN DEL MUNDO

Las bestias habían perdido ya a variascompañeras. La mañana que siguió a la primeraauténtica nevada del invierno, que duró toda lanoche, los cuerpos de algunas bestias viejas,cuyo pelaje dorado había adquirido parte de lablancura invernal, yacían enterrados bajo unacapa de nieve de unos cinco centímetros degrosor. El sol de la mañana asomaba entre losjirones de nubes y hacía brillar vivamente elpaisaje helado. El aliento que exhalaban lasbestias, en un número superior a mil, danzaba,blanco, en la luz matinal.

Me desperté antes del alba y descubrí queun manto de nieve inmaculado cubría la ciudad.

Page 560: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Era una escena bellísima. En aquel paisajeuniformemente blanco se erguía la negra torredel reloj y, a sus pies, se deslizaba el río comouna cinta oscura. El sol todavía no habíaascendido por aquel cielo cubierto por entero,sin dejar un solo resquicio, de gruesosnubarrones. Me puse el abrigo y los guantes, ybajé a la ciudad por un camino desierto. Por lovisto, la nieve había empezado a caer justodespués de que me durmiera y había cesadopoco antes de que abriera los ojos. Sobre lanieve no había una sola pisada. Tomé un pocode nieve en la palma de la mano: tenía un tactoligero y suave como el del azúcar. En la orilladel río, sobre la superficie del agua había unafina capa de hielo sobre la que se acumulaba unpoco de nieve.

Mi aliento blanco era lo único que semovía en toda la ciudad. No soplaba el viento,no se veía ni oía pájaro alguno. Únicamente elcrujido de las suelas de mis zapatos, que

Page 561: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

resonaba en las paredes de las casas de unmodo exagerado, casi artificial, mientrashollaba la nieve.

Al acercarme a la Puerta del Oeste,distinguí, frente a la explanada, la silueta delguardián. Estaba bajo la carreta que habíareparado tiempo atrás con mi sombra y, enaquellos instantes, estaba engrasando los ejesde las ruedas. Dentro de la carreta se alineabanunas tinajas, donde almacenaban aceite decolza, firmemente atadas a las tablas lateralespara que no se volcaran. Me pregunté conextrañeza para qué querría el guardiántantísimo aceite.

El guardián asomó por debajo de la carretay me saludó alzando la mano. Parecía de muybuen humor.

—¡Qué madrugador! ¿Qué te trae por aquítan temprano?

—He venido a ver el paisaje nevado.Desde lo alto de la colina me ha parecido muy

Page 562: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bonito.El guardián se rió a carcajadas y posó,

como de costumbre, su manaza en mi espalda.No llevaba guantes.

—¡Mira que eres raro! Venir hasta aquípara ver algo que, a partir de ahora, te hartarásde ver. Realmente, eres un bicho raro. —Exhalando una enorme nube de aliento blanco,como si fuera una máquina de vapor, clavó lavista en la puerta—, Pero, bueno, has venido enel momento adecuado. Sube a la atalaya y verásuna cosa interesante. Las primicias de esteinvierno. Dentro de poco tocaré el cuerno. Túmira bien hacia fuera.

—¿Las primicias?—Cuando lo veas, sabrás de qué hablo.Sin comprender a qué se refería, subí a la

atalaya junto al guardián y contemplé el paisajeexterior. Sobre el manzanar se acumulaba unagran cantidad de nieve. Las sierras del Norte ydel Este estaban teñidas casi por entero de

Page 563: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

blanco y sólo quedaban al descubierto lasaristas de las rocas, como cicatrices.

Al pie de la atalaya dormían, como decostumbre, las bestias. Acurrucadas en elsuelo, inmóviles, con las patas dobladas y elcuerno, de un blanco tan puro como el de lanieve, apuntando hacia delante, las bestiasestaban sumidas en un plácido sueño. Noparecían notar siquiera la nieve que sedepositaba sobre sus lomos. Debían de dormirmuy profundamente.

Poco a poco se fueron abriendo claros enel cielo y la luz del sol empezó a iluminar lasuperficie de las cosas, pero yo seguí de pie enla atalaya, contemplando el paisaje que merodeaba. Los rayos del sol no eran más que unaespecie de focos que alumbraban parcialmente,aquí y allá, y, además, quería ver con mispropios ojos aquella «cosa interesante» de laque me había hablado el guardián.

Al poco, éste abrió la puerta e hizo sonar

Page 564: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el cuerno de la forma acostumbrada: un toquelargo y tres cortos. Al primer toque, las bestiasabrieron los ojos, irguieron la cabeza ydirigieron la mirada hacia el son del cuerno. Elabundante aliento blanco que exhalabanindicaba que sus cuerpos estaban listos paraemprender un nuevo día. Cuando dormían, lasbestias apenas respiraban.

Cuando el último eco del cuerno sedisolvió en el aire, las bestias se levantaron.Primero estiraron las patas delanteras,despacio, como si las probaran; luegoincorporaron la mitad anterior del cuerpo yestiraron las patas traseras. Después hincaronrepetidas veces sus cuernos en el aire y, alfinal, como si la hubiesen descubierto depronto, se sacudieron la nieve acumulada sobresus lomos. E iniciaron la marcha hacia lapuerta.

Una vez que las bestias hubieron cruzadola puerta, por fin comprendí qué quería

Page 565: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

enseñarme el guardián. Algunas bestias que yohabía creído dormidas seguían en la mismaposición, congeladas, sin vida. Más quemuertas, parecían meditar sobre un asunto devital importancia. Sin embargo, no hallarían larespuesta. De sus bocas y de sus ollares no sealzaba ninguna nube de aliento blanco. Suscuerpos habían perdido la vida, sus menteshabían sido absorbidas por las tinieblas másprofundas.

Cuando las otras se dirigieron hacia lapuerta, sus cadáveres quedaron atrás comopequeños bultos nacidos en la superficie de latierra. Sus cuerpos estaban envueltos en unamortaja de nieve blanca. Sólo el cuerno,extrañamente lleno de vida, hendía el aire. Lamayoría de bestias supervivientes, al pasarjunto a ellas, doblaban profundamente suscuellos, pateaban el suelo con sus cascos.Lloraban a las muertas.

Hasta que el sol lució alto en el cielo,

Page 566: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hasta que la sombra del muro alcanzó mis piesy los rayos del sol empezaron a derretircalmosamente la nieve del suelo, yo permanecícontemplando los cuerpos solitarios de lasbestias muertas. Me daba la sensación de quelos rayos del sol de la mañana acabaríanfundiendo incluso su muerte, y que aquellasbestias, que ahora parecían sin vida, al final selevantarían y emprenderían su marcha de todaslas mañanas.

Pero no se movieron. Sólo su pelaje deoro, empapado en la nieve derretida,centelleaba bajo el sol matutino. Prontoempezaron a dolerme los ojos.

Bajé de la atalaya, crucé el río, subí laColina del Oeste y, una vez en casa, me dicuenta de que el sol matutino me habíalastimado los ojos mucho más gravemente delo que pensaba. Al cerrar los ojos, un incesantetorrente de lágrimas caía ruidosamente sobremis rodillas. Me lavé los ojos con agua fría,

Page 567: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero no surtió efecto. Corrí las pesadascortinas de la ventana y pasé muchas horas conlos ojos cerrados, viendo líneas y dibujos deextrañas formas que emergían y se hundían enuna oscuridad en la que había perdido el sentidode la distancia.

A las diez de la noche, el anciano llamó ala puerta de mi habitación trayendo una bandejacon café en la mano; me encontró tumbadoboca abajo en la cama y me frotó los párpadoscon una toalla fría. Sentía un dolor punzantedetrás de los oídos, pero ya no lagrimeabatanto como antes.

—Pero ¿qué diablos has hecho? —mepreguntó—. El sol de la mañana es mucho másfuerte de lo que crees. Sobre todo cuando hanevado. ¿No sabes que los ojos de un lector desueños no soportan la luz intensa? ¿Por qué hassalido?

—He ido a mirar a las bestias —dije—.Han muerto muchas. Ocho o nueve. No, más

Page 568: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aún.—Y a partir de ahora morirán muchas

más. Cada vez que nieve.—¿Y cómo es que mueren con tanta

facilidad? —le pregunté al anciano, aúntumbado boca arriba, quitándome la toalla deencima de los ojos.

—Son débiles. No resisten el frío,tampoco el hambre. Nunca han podidosoportarlos.

—¿Y se van a morir todas?El anciano sacudió la cabeza.—Hace decenas de miles de años que

sobreviven, y seguirán sobreviviendo. Duranteel invierno mueren muchas, pero al llegar laprimavera nacen las crías. La nueva vida expulsaa la vieja. Lo que ocurre es que el número debestias que pueden alimentarse de los árboles yde la hierba de esta ciudad es limitado, ¿sabes?

—¿Y por qué no se trasladan a otro lugar?Si entraran en el bosque, tendrían tantos

Page 569: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

árboles como quisieran, y si se dirigieran haciael sur, no encontrarían tanta nieve. No veo porqué tienen que quedarse aquí.

—Tampoco yo —dijo el anciano—. Perolas bestias no pueden alejarse de aquí.Pertenecen a esta ciudad, están atrapadas enella. Exactamente igual que tú y que yo. Porinstinto, saben que no pueden escapar. Quizásólo puedan comer las hojas de los árboles ylos brotes de la hierba que crecen en estaciudad. O tal vez no sean capaces de cruzar elerial de carbón que se extiende al sur. No lo sé,pero, en cualquier caso, las bestias no puedenalejarse de aquí.

—¿Qué hacen con los cadáveres?—Los quema el guardián —dijo el

anciano caldeándose las grandes y secas manoscon la taza de café—, A partir de ahora, ésta vaa ser su actividad principal. Primero les corta lacabeza y les saca el cerebro y los ojos, ydespués limpia bien las cabezas hirviéndolas en

Page 570: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una olla grande. Los cuerpos los amontona, losrocía con aceite de colza, les prende fuego ylos quema.

—¿Y después de introducir viejos sueñosen el interior de los cráneos, los alinean en lasestanterías de la biblioteca? —le pregunté,todavía con los ojos cerrados—, Pero ¿porqué? ¿Por qué los cráneos?

El anciano no contestó. Sólo se oyó elcrujido de las tablas de madera bajo sus pies. Elcrujido se fue alejando lentamente de la cama yse detuvo junto a la ventana. Después, elsilencio se prolongó unos instantes más.

—Eso lo sabrás el día en que comprendasqué es un viejo sueño —dijo el anciano—. Porqué los viejos sueños están dentro de loscráneos. Yo no puedo decírtelo. Tú eres ellector de sueños. Tienes que encontrar larespuesta por ti mismo.

Tras enjugarme las lágrimas con la toalla,abrí los ojos. Junto a la ventana vislumbré,

Page 571: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

borrosa, la silueta del anciano.—El invierno perfila todas las cosas —

prosiguió—. Es así, lo queramos o no. La nieveseguirá cayendo, las bestias continuaránmuriendo. Nadie puede detenerlo. Al mediodíaverás una columna de humo gris alzándose dela hoguera donde incineran a las bestias.Durante el invierno, se repetirá un día tras otro.La blanca nieve y el humo gris.

Page 572: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

21. Brazaletes. Ben Johnson.Diablo

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

En el armario reinaba la misma oscuridadque la primera vez que entré en él, pero ahoraque conocía la existencia de los tinieblos, lassombras me parecieron aún más compactas ygélidas que antes. Imposible encontrar unaoscuridad más densa que aquélla. Antes de quelas ciudades eliminaran por completo laoscuridad de la faz de la Tierra mediantefarolas, luces de neón y escaparates, en elmundo debían de reinar tinieblas tan profundascomo aquéllas, tanto que cortaban larespiración.

Page 573: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ella bajó la escalera primero. Con eldispositivo para ahuyentar a los tinieblos en elfondo del bolsillo, una gran linterna colgada enbandolera y haciendo chirriar la suela de gomade sus botas, la joven descendió con prestezahacia lo más profundo de las sombras. Pocodespués, mezclada con el rugido de lacorriente, oí su voz que me llamaba desde elfondo:

—¡Vale! Ya puedes bajar.Vi una luz amarillenta que temblaba a lo

lejos. El abismo era mucho más profundo de loque recordaba. Me embutí la linterna en elbolsillo y empecé a bajar la escalera. Lospeldaños seguían tan mojados como antes y, sino se prestaba atención, era muy fácil perderpie y caerse. Mientras bajaba me acordé de lapareja del Skyline y de la música de DuranDuran. Ellos no lo sabían. No sabían que yoestaba descendiendo hacia el fondo de lastinieblas con una herida en el abdomen y con

Page 574: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una linterna y un cuchillo grande en el bolsillo.Ellos sólo pensaban en la cifra que marcaba elvelocímetro, en sus expectativas de sexo, enlos recuerdos y en las insípidas canciones popque subían y bajaban en el ranking musical.Claro que yo no podía criticarlos. Lo único quepasaba era que ellos no lo sabían. Sólo eso.

Yo mismo, de ignorar la situación, meahorraría todo aquello. Me imaginé al volantedel Skyline, con aquella chica a mi lado,recorriendo la ciudad envueltos en la música deDuran Duran. La chica, cuando hacía el amor,¿se quitaría aquel par de delgados brazaletes deplata de la muñeca? «¡Ojalá no!», me dije. Si,una vez desnuda, los conservaba, debía deparecer que los dos brazaletes de plataformaban parte de su cuerpo.

Pero, muy probablemente, se desprenderíade ellos. Porque las chicas, cuando se duchan,acostumbran a quitárselo todo. Vamos, quetenía que hacer el amor con ella antes de que se

Page 575: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

duchara. ¿Y si le pidiese que no se quitara losbrazaletes? No sabía cuál de las dos opcionesescoger; en todo caso, debía intentar hacer elamor con ella con los brazaletes puestos. Eraesencial.

Me imaginé haciendo el amor con ella conlos brazaletes puestos. Como no lograbarecordar su rostro, opté por bajar la intensidadde la luz de la habitación. Estábamos a oscurasy no distinguía sus facciones. Una vez que lehubiese quitado la fina y elegante ropa interiorde color lila, blanco o azul celeste, losbrazaletes se convertirían en su único atuendo.Y lanzarían blancos destellos bajo la luz tenue,y dejarían oír su agradable tintineo sobre lassábanas, y...

Absorto en estas fantasías, sentí cómo mipene se endurecía bajo el impermeable. «¡Estoes el colmo!», me dije. ¿Por qué tenía unaerección precisamente en ese momento, en unlugar como aquél? ¿Por qué no lo había

Page 576: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

conseguido en la cama, con la bibliotecaria —la chica de la dilatación gástrica—, y sícolgado de una escalera absurda? ¿Sólo por unpar de brazaletes de plata? Y, para colmo,cuando el mundo estaba a punto de llegar a sufin.

Cuando mis pies se posaron sobre laplataforma rocosa, ella dirigió el haz de luz dela linterna hacia las sombras.

—¡Anda! Pues es verdad que los tinieblosmerodean por aquí —dijo—. Se oye el ruido.

—¿El ruido? —repetí.—Una especie de golpecitos. Como si

unas branquias dieran contra el suelo. Es muydébil, pero se oye. Y, además, está el olor.

Agucé el oído, husmeé en el aire, pero nocapté nada.

—Si no estás habituado, se te pasa poralto —dijo—. Pero cuando te habitúas, inclusollegas a distinguir sus voces. Bueno, más quevoces, son ondas sonoras. Como las de los

Page 577: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

murciélagos, ¿sabes? Aunque, a diferencia delas de los murciélagos, una parte de esas ondasson audibles para el ser humano y, por lo tanto,no es imposible comunicarse con ellos.

—Pero, si dices que no hablan, ¿cómo hanlogrado los semióticos ponerse en contactocon ellos?

—Si se quiere, se pueden construirmáquinas. Unos aparatos que conviertan susondas sonoras en palabras y las voces de losseres humanos en ondas sonoras. Tal vez lossemióticos hayan construido una máquina así.Mi abuelo, de haberlo querido, hubiese podidoconstruir una sin problemas. Pero ni siquiera lointentó.

—¿Por qué?—Porque no quería hablar con ellos. Los

tinieblos son criaturas perversas y dicenmaldades. Sólo comen carne descompuesta ybasura putrefacta, y beben agua corrompida.Antiguamente, vivían debajo de los

Page 578: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cementerios y se alimentaban de la carnepútrida de los cadáveres. Antes de que seempezara a incinerar a los muertos, claro.

—Entonces, ¿no se comen a los vivos?—Cuando atrapan a una persona viva, la

tienen metida muchos días en agua y se la vancomiendo conforme se va descomponiendo.

—¡Lo que me faltaba por oír! —dijelanzando un suspiro—. Me están entrandoganas de volverme a casa.

No obstante, proseguimos nuestro caminorío arriba. Ella me precedía. Al dirigir el haz deluz a su espalda, veía cómo sus pendientes deoro, del tamaño de un sello, relucíanvivamente.

—Esos pendientes, ¿no son un pocopesados para llevarlos siempre puestos? —ledije, dirigiéndome a su espalda.

—Estoy acostumbrada —respondió—, ¿Yel pene? ¿Has sentido tú alguna vez que te peseel pene?

Page 579: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—La verdad es que no. Nunca.—Pues es lo mismo.Seguimos andando, sin añadir nada más.

Ella parecía conocer muy bien el terreno yavanzaba a buen ritmo mientras barría losalrededores con la luz de la linterna. Yo laseguía a duras penas, dando un paso tras otrocon precaución.

—Oye, cuando te duchas o te bañas, ¿tequitas los pendientes? —le pregunté para noquedarme atrás. Porque, cuando hablaba, ellaaminoraba un poco la marcha.

—No —respondió—. Aunque estédesnuda, me los dejo puestos. ¿No crees queasí es más sexy?

—Pues... —respondí, atolondrado, ahoraque lo dices, quizá sí.

—Y el amor, ¿tú siempre lo haces pordelante? ¿Frente a frente?

—Normalmente, sí.—Pero también lo harás a veces por

Page 580: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

detrás, ¿no?—A veces.—Además de ésas, hay un montón de

posiciones diferentes, ¿verdad? Desde abajo,sentados, en una silla...

—Es que hay diferentes tipos de personas,y también circunstancias diferentes.

—Yo de sexo no sé mucho, ¿sabes? —confesó—. No he visto nunca cómo se hace, ytampoco lo he hecho nunca. A mí nadie me haenseñado nada sobre eso.

—Esas cosas no se enseñan, uno lasdescubre por sí mismo —dije—. Cuandotengas novio y te acuestes con él, irásaprendiendo muchas cosas de forma natural.

—Esa idea no me entusiasma, la verdad —dijo—. A mí me gustan las cosas, ¿cómo lodiría?..., más intensas. Que me lo hagan de unamanera más intensa, aceptarlo de una maneramás intensa. No ese «irás aprendiendo muchascosas» o ese «de forma natural» de los que

Page 581: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hablas.—Mira, has vivido demasiado tiempo con

una persona mucho mayor que tú. Un hombregenial, con una personalidad muy fuerte. Perono todo el mundo es así. La mayoría de la genteson seres normales y corrientes que andan atientas en la oscuridad. Como yo.

—Tú eres diferente. Contigo estaría muybien. Ya te lo dije el otro día, ¿no?

En todo caso, decidí alejar de mi mentetodas las imágenes sexuales. Mi pene seguíaerecto y, entre aquellas negras sombras delsubterráneo, la verdad es que estaba un pocofuera de lugar. Sobre todo porque era difícilcaminar de aquella manera.

—O sea, que ese aparato emite unas ondassonoras que los tinieblos detestan —dije paracambiar de tema.

—Sí. Mientras sigamos emitiéndolas, nose nos acercarán en un radio de quince metros.O sea, que tú no te alejes más de quince metros

Page 582: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de mí. A no ser que quieras que te cojan, telleven a su guarida, te cuelguen en un pozo y tevayan comiendo a medida que te vayaspudriendo. Juraría que tú empezarías adescomponerte por la herida de la barriga.Ellos tienen unos dientes y unas uñas muyafilados, ¿sabes? Igual que una hilera detaladros gruesos.

Al oírla, me pegué corriendo a su espalda.—¿Todavía te duele la herida? —me

preguntó.—Gracias a los calmantes, el dolor es

soportable. Al hacer movimientos bruscos,noto pinchazos, pero me duele menos que antes—respondí.

—Si logramos encontrar a mi abuelo, élhará que te desaparezca el dolor.

—¿Tu abuelo? ¿Y cómo?—Es muy fácil. A mí me lo ha hecho

varias veces, cuando me dolía mucho la cabeza.Envía unas señales a la mente para que ésta se

Page 583: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

olvide de sentir el dolor; en realidad, el dolores un mensaje que envía el cuerpo. Pero esmejor no abusar de ese remedio. Aunque, encasos extremos, funciona.

—Pues se lo agradecería mucho.—Eso si logramos encontrarlo, claro —

dijo la chica.Ella remontaba el curso de la corriente a

paso seguro, balanceando la potente linterna dederecha a izquierda. Las paredes de amboslados estaban llenas de una especie dehendiduras en la roca, y unos ramales, ocavernas siniestras, abrían sus bocas, unas juntoa las otras. El agua rezumaba a través de lasgrietas rocosas formando pequeñas corrientesque desembocaban en el río. En los bordes delcauce principal crecía una tupida alfombra demusgo, viscosa y resbaladiza como el lodo. Elmusgo era de un color verde tan vivo queparecía artificial. Era incomprensible que unmusgo de subsuelo, que no podía hacer la

Page 584: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fotosíntesis, tuviera aquel color. Debía detratarse de un fenómeno propio de lasprofundidades.

—Dime, ¿crees que los tinieblos sabenque andamos por aquí?

—Por supuesto —contestó, impertérrita—. Este es su mundo. A ellos no se les escapanada de lo que sucede en el subsuelo. Seguroque ahora mismo están a nuestro alrededor,acechándonos. Oigo desde hace rato unaespecie de siseo.

Dirigí el haz de luz de mi linterna hacia lasparedes, pero lo único que vi fueron las rocasásperas y deformes, y el musgo.

—Están escondidos en el fondo de lasgrutas o de los ramales, entre las sombras, alládonde no llega la luz —afirmó—. Además, sinduda tenemos a algunos a nuestras espaldas.

—¿Cuánto tiempo lleva el emisorencendido? —pregunté.

Tras consultar su reloj de pulsera, la joven

Page 585: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dijo:—Diez minutos. Diez minutos y veinte

segundos. Dentro de cinco minutos llegaremosa la cascada. Tranquilo.

Exactamente cinco minutos después,llegamos a la cascada. El dispositivo deeliminación del sonido debía de funcionartodavía, porque el rugido de la cascada apenasse oía.

Nos calamos la capucha en la cabeza, nosapretamos fuertemente el cordón bajo labarbilla, nos pusimos las aparatosas gafas yatravesamos la cascada insonora.

—¡Qué raro! —se sorprendió la chica—.El dispositivo de eliminación del sonidofunciona, lo que significa que el laboratorio noha sido destruido. Y si lo hubiesen atacado lostinieblos, lo habrían arrasado. Odian ellaboratorio con todas sus fuerzas.

El hecho de que la puerta del laboratorioestuviera cerrada con el código confirmó sus

Page 586: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

suposiciones. Si los tinieblos hubiesen entrado,seguro que no habrían cerrado al salir. Losasaltantes habían sido otros.

Invirtió bastante tiempo en marcar losnúmeros de la combinación de la cerradura.Finalmente, insertó la tarjeta electrónica yabrió la puerta. El laboratorio estaba a oscuras,hacía mucho frío, y un fuerte olor a caféflotaba por la estancia. Cerró rápidamente lapuerta y, tras comprobar que la puerta no podíaabrirse desde fuera, le dio a un interruptor yencendió la luz de la habitación.

El laboratorio había sufrido unadevastación tan completa como la del despachode arriba o como mi propia casa. Habíandispersado los papeles por el suelo, volcadolos muebles, roto la vajilla. Además, habíanarrancado la moqueta del suelo y habíanvolcado la cantidad equivalente a un cubo decafé por encima. ¿Por qué habría preparado elprofesor tanto café? Era muy extraño. Por más

Page 587: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que le gustara, era imposible que una personasola pudiera beber tal cantidad.

Con todo, entre la destrucción dellaboratorio y las otras dos, había una diferenciafundamental. En el laboratorio, los asaltanteshabían establecido una distinción muy claraentre lo que querían destruir y lo que no. Loque querían romper, lo habían roto aconciencia, pero lo demás ni lo habían tocado.El ordenador, el aparato transmisor, eldispositivo de eliminación del sonido y lainstalación generadora de electricidad estabanintactos, y bastaba apretar un botón para quefuncionaran sin problemas. Al gran aparatoemisor de ondas sonoras para repeler a lostinieblos le habían arrancado, a fin deinutilizarlo, algunas piezas; aun así, en cuantose instalaran otras de recambio, podríafuncionar de nuevo.

La habitación del fondo ofrecía un aspectosimilar. A primera vista, se encontraba en un

Page 588: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estado de caos irreparable, pero éste parecíacalculado con gran detenimiento. Los cráneosalineados en las estanterías se habían librado dela destrucción, al igual que el instrumentalnecesario para la investigación. Únicamentehabían destrozado aparatos no excesivamentecaros, fáciles de reemplazar, y algún materialpara los experimentos.

La joven se dirigió hacia la caja decaudales de la pared y la abrió parainspeccionar su interior. No estaba cerrada conningún código. Con ambas manos, sacópuñados de ceniza blanca, restos de papelesquemados, y la esparció por encima de la mesa.

—Por lo visto, el dispositivo deemergencia de incineración automática hafuncionado bien —dijo—. Esa gentuza no hapodido llevarse nada.

—¿Quiénes crees que han sido?—Han sido humanos —contestó—. Los

semióticos, o tal vez otros, han llegado hasta

Page 589: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aquí con la complicidad de los tinieblos y hanabierto la puerta. En el laboratorio sólo hanpenetrado los humanos y lo han puesto patasarriba. Y para poder utilizar después ellaboratorio (juraría que porque planean obligara mi abuelo a proseguir aquí susinvestigaciones), no han estropeado losaparatos importantes. Al marcharse, hancerrado para evitar que los tinieblos entraran ylo arrasaran todo.

—Pero no han conseguido apoderarse denada de valor.

—No.—En cambio, se han llevado a tu abuelo

—dije echando una mirada circular a lahabitación—, que es lo más valioso que habíaaquí, ¿no te parece? Por culpa de eso, yoseguiré sin saber qué me instaló el profesor enel cerebro. No sé qué hacer.

—No te precipites —me calmó la joven—, A mi abuelo no lo han cogido. Tranquilo.

Page 590: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Hay un pasadizo secreto, seguro que ha huidopor ahí. Con un aparato para ahuyentar a lostinieblos, como nosotros.

—¿Y cómo lo sabes?—No tengo pruebas, pero lo sé. Mi abuelo

es una persona extraordinariamente precavida,no se dejaría atrapar tan fácilmente. Mientrasestaban forzando la puerta, seguro que huyó porel pasadizo.

—Entonces, en estos momentos, elprofesor está arriba, sano y salvo.

—No —dijo la joven—. No es tan fácil.El pasadizo es una especie de laberinto quepasa por el centro de la guarida de los tinieblosy, desde aquí, por más rápido que vayas, setarda unas cinco horas en recorrerlo. Teniendoen cuenta que el aparato para repeler a lostinieblos dura media hora, lo más seguro es quemi abuelo esté todavía en el pasadizo.

—O que haya caído en manos de lostinieblos.

Page 591: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No lo creo. Mi abuelo, en previsión desituaciones como ésta, construyó un refugio deseguridad subterráneo al que los tinieblos nopueden acercarse. Probablemente esté allí,escondido, esperándonos.

—Pues sí, muy precavido —reconocí—.¿Y tú sabes dónde está ese sitio?

—Creo que sí. Mi abuelo me explicó elcamino con pelos y señales. Además, en laagenda hay dibujado un plano esquemático, conlos puntos peligrosos por donde tenemos queandarnos con mucho cuidado.

—¿Y qué peligros son ésos?—Es mejor que no te los diga —dijo la

joven—. Me da la impresión de que te pondríasdemasiado nervioso.

Con un suspiro, renuncié a seguirpreguntando sobre los peligros que se cerniríansobre mí en un futuro inmediato. Ya estaba lobastante nervioso.

—¿Y cuánto se tarda en llegar a ese

Page 592: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

refugio adonde no pueden acercarse lostinieblos?

—Se tarda de veinticinco a treinta minutosen alcanzar la entrada. Desde allí hasta dondeestá mi abuelo, se tarda de hora a hora y media.En cuanto alcancemos la entrada, ya notendremos que preocuparnos más de lostinieblos. El problema está en llegar allí. Si noavanzamos lo suficientemente rápido, se nosagotará la batería.

—¿Y si se nos agotara la batería a mediocamino?

—Entonces tendríamos queencomendarnos a la suerte —dijo la joven—,Habría que huir a toda prisa, y agitar la luz delas linternas a nuestro alrededor para que no senos acerquen los tinieblos. Odian que les dé laluz. Pero sólo con que nos descuidásemos unsegundo y encontraran el mínimo resquicio enla luz, meterían la mano por ahí y nosagarrarían.

Page 593: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Estamos apañados! —dije con vozdesfallecida—. ¿Ya se ha cargado la batería?

Miró el contador y echó una ojeada a sureloj de pulsera.

—Faltan cinco minutos.—Será mejor que nos apresuremos —dije

—. Si mis suposiciones son correctas, lostinieblos ya deben de haber avisado a lossemióticos de que estamos aquí y ellos debende haber dado marcha atrás inmediatamente.

Se quitó el impermeable y las botas degoma, y se puso las zapatillas de deporte y lachaqueta del ejército americano.

—Será mejor que tú también te cambies.A partir de ahora, si no vamos ligeros, nollegaremos —dijo.

Me quité el impermeable, como ella, yencima del jersey me puse el anorak de nailony me abroché la cremallera hasta debajo de labarbilla. Me cargué la mochila a la espalda yme cambié las botas de goma por unas

Page 594: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

zapatillas de deporte. El reloj marcaba casi lasdoce y media.

La joven se dirigió a la habitación delfondo, arrojó las perchas del armario al suelo,agarró con las dos manos la barra de acero dedonde colgaban las perchas y empezó a hacerlarodar. Al poco, se oyó el ruido de un engranajeen funcionamiento. Ella siguió haciendo rodarla barra, siempre en el mismo sentido, yentonces en la pared del armario, abajo, a laderecha, se abrió un agujero de unos setentacentímetros de alto. Al asomarme, vi unassombras tan densas que daba la impresión deque podían cogerse con las manos. Percibí unviento helado, con olor a moho, que soplabahacia el interior de la habitación.

—No está mal, ¿eh? —dijo la jovenvolviéndose hacia mí sin soltar la barra.

—Nada mal —me admiré—. A nadie se leocurriría buscar un pasadizo dentro de unarmario. Tu abuelo es un poco obseso, ¿no?

Page 595: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No, en absoluto. Un obseso es alguienque se obstina en mirar en una sola dirección, oque tiene una única tendencia, ¿no? Mi abuelo,por el contrario, sobresale en todos losámbitos. Desde la astronomía hasta la genéticay también en la carpintería, claro —dijo—.Nadie lo iguala. Hay mucha gente que sale en latelevisión o en las revistas presumiendo, peroésos son unos fantasmas. Un verdadero geniose nutre de todo lo que existe en el mundo.

—De acuerdo, pero aunque uno sea ungenio, los que te rodean no lo son, e intentaránutilizar su talento. Ya ves lo que estáocurriendo ahora. Seas una lumbrera o unimbécil, no puedes permanecer aislado en unmundo virgen, al margen de los demás. Aunquete encierres bajo el suelo, aunque te rodees dealtas murallas. Siempre habrá alguien que teencuentre y destruya tu mundo. Y tu abuelo noes una excepción. Por su culpa, a mí me hanrajado la barriga de un navajazo y el mundo se

Page 596: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

va a acabar dentro de poco más de treinta ycinco horas.

—Si encontramos a mi abuelo, todo sesolucionará —dijo.

Se acercó a mí, se puso de puntillas y medio un pequeño beso bajo el lóbulo de la oreja.Su beso me caldeó un poco el cuerpo, inclusome pareció que la herida me dolía un pocomenos. Quizá debajo de la oreja haya un puntoespecífico que produzca este efecto. O quizáse debía a que hacía mucho tiempo que no mebesaba una chica de diecisiete años. Porque yahabían transcurrido dieciocho años desde laúltima vez que me había besado una chica deesa edad.

—Si crees que todo va a salir bien,entonces se te quita el miedo, ¿sabes? —dijo.

—Con la edad, uno cree cada vez enmenos cosas —dije—. Igual que se vangastando los dientes. No es que uno se vayavolviendo un cínico o un escéptico, no,

Page 597: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

simplemente uno se va gastando. Y ya está.—¿Tienes miedo?—Sí —dije. Me incliné y me asomé otra

vez al agujero—. Nunca he podido soportar lossitios angostos y oscuros.

—No podemos retroceder. No tenemosotra opción que seguir adelante.

—Claro. Ésa es la teoría —dije. Empezabaa sentir que mi cuerpo ya no me pertenecía. Enel instituto, cuando jugaba al baloncesto, aveces me asaltaba esta sensación. Cuando lapelota iba demasiado deprisa y mi cuerpointentaba alcanzarla, mi conciencia se ibaquedando atrás.

La joven tenía los ojos clavados en elcontador. Poco después, dijo:

—Vamos.La batería ya estaba cargada.Igual que antes, la joven se puso en cabeza

y yo la seguí. Tras penetrar en el agujero, sevolvió y cerró la puerta haciendo girar una

Page 598: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

rueda que había junto a la boca de entrada.Conforme la puerta se iba cerrando, elrectángulo de luz que penetraba en el interiordel agujero se fue haciendo paulatinamentemás delgado hasta que, al fin, se convirtió en unhilo vertical y desapareció. Reinó unaoscuridad todavía más compacta que antes, ysentí cómo las sombras más densas que habíavisto jamás caían sobre mí. Ni siquiera la luz dela linterna conseguía rasgarlas y se limitaba aproyectar un débil puntito de luz.

—No lo entiendo. ¿Cómo es que a tuabuelo se le ocurrió elegir un pasadizo quecruza el centro de la guarida de los tinieblos?

—Porque es el lugar más seguro —dijo lajoven iluminándome con su linterna—. Ahí hayun territorio sagrado donde no pueden penetrar.

—¿Por razones religiosas?—Sí, creo que sí. Yo no lo he visto nunca,

pero mi abuelo me lo contó. Me dijo que eraespeluznante hablar de fe en estos casos, pero

Page 599: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que se trataba de una especie de religión, sinduda alguna. Su dios es un pez. Un enorme pezsin ojos. —Tras pronunciar estas palabras,dirigió el haz de luz hacia delante—, Y ahora,sigamos. Tenemos poco tiempo.

El techo de la gruta era tan bajo que habíaque inclinarse mucho para avanzar. Aunque lasuperficie rocosa era lisa y resbaladiza, de vezen cuando me golpeaba la cabeza con algunaroca que sobresalía. Pero no tenía tiempo dequejarme. Caminaba como un auténtico poseso,manteniendo el haz de luz clavado en la espaldade la joven para no perderla de vista. Para logruesa que estaba, sus movimientos eran muyágiles, su paso rápido, y poseía una notablecapacidad de aguante. Yo también era bastantefuerte, pero andar encorvado me producíapunzadas en el abdomen. Me dolía como si meclavaran una cuña de hielo en el vientre. Lacamisa, empapada en sudor, se me adhería,helada, al cuerpo. Sin embargo, era preferible

Page 600: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el dolor de la herida a la idea de quedarme soloen la negra oscuridad.

Conforme avanzaba, se iba intensificandomás y más la sensación de que el cuerpo ya nome pertenecía. Me dije que probablemente sedebía a que no podía verme a mí mismo.Aunque me llevara la palma de la mano ante losojos, no podía distinguirla.

Ser incapaz de ver tu propio cuerpo esalgo muy extraño. Cuando eso se prolongalargo tiempo, te acabas preguntando si tucuerpo no será más que una simple hipótesis.Cierto que, al golpearme la cabeza, me hacíadaño, y que la herida del vientre no me dabatregua. Y que sentía el suelo bajo las plantas delos pies. Pero no eran más que un simple dolory una simple percepción. Podía decirse que noera más que un concepto que se asentaba sobrela hipótesis de que mi cuerpo me pertenecía.Por lo tanto, no se podía descartar la idea deque mi cuerpo hubiese desaparecido y que sólo

Page 601: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

quedase el concepto, que funcionaba de maneraautónoma. Exactamente igual que una persona ala que le han amputado una pierna en unaoperación quirúrgica continúa sintiendo elpicor en la punta de los dedos de los pies de lapierna amputada.

Intenté varias veces enfocar mi cuerpocon la luz de la linterna para comprobar suexistencia, pero, como temía perder de vista ala chica, al final lo dejé correr. «Mi cuerpotodavía existe», me dije, tratando deconvencerme a mí mismo. «Si mi cuerpohubiese desaparecido, dejando sólo a mi almaatrás, seguro que me sentiría mejor. Porque siel alma tuviese que arrastrar eternamenteheridas en la barriga, úlceras gástricas yhemorroides, ¿dónde diablos se hallaría lasalvación? Y si el alma no se separase delcuerpo, ¿dónde diablos se encontraría su razónde existir?»

Absorto en estas cavilaciones, iba

Page 602: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

siguiendo la chaqueta militar color verde oliva,la falda rosa, ajustada como un guante, queasomaba por debajo, y las zapatillas de deporteNike de color rosa. Los pendientes de oro sebalanceaban brillando en la oscuridad. Parecíaque un par de luciérnagas revoloteara alrededorde su cuello.

Ella proseguía la marcha en silencio sinvolverse hacia mí. Parecía que hubiese olvidadomi existencia por completo. Seguía haciadelante, inspeccionando los ramales y lasgrutas con rápidos destellos de la luz de lalinterna. Al llegar a una bifurcación, se detuvo,sacó del bolsillo del pecho el mapa y loiluminó para comprobar el camino queteníamos que seguir. Mientras, yo logré darlealcance.

—¿Qué? ¿Vamos bien? —le pregunté.—Sí. Tranquilo. Vamos bien. De momento

—me respondió con voz segura.—¿Cómo lo sabes?

Page 603: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pues porque vamos bien —dijo ydirigió la luz a sus pies—. Mira ahí, en el suelo.

Me agaché y clavé la vista en el círculo detierra iluminado. En un hueco de la roca habíaunos pequeños objetos de color plateado quebrillaban. Al recoger uno, descubrí que setrataba de clips metálicos.

—¡Lo ves! Mi abuelo ha pasado por aquí.Y, como calculaba que lo seguiríamos, nos hadejado esta señal.

—Ya veo —dije.—Ya han pasado quince minutos.

Tenemos que apresurarnos.Más adelante se abrían más bifurcaciones,

pero en cada una de ellas encontramos clipsesparcidos por el suelo indicándonos elcamino, de modo que pudimos seguir adelantesin vacilar y ahorrarnos, así, un tiempoprecioso.

Aquí y allá, profundos agujeros abrían susbocas a nuestros pies. Su ubicación estaba

Page 604: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

señalada en el mapa con rotulador rojo. Alaproximarnos a ellos, reducíamos un poco lavelocidad y avanzábamos iluminando el suelocon grandes precauciones. Los agujerosmedían entre cincuenta y setenta centímetrosde diámetro, de modo que los sorteamos sindificultad, bien saltando por encima, bienrodeándolos. Por curiosidad, tiré una piedra deltamaño de un puño dentro de uno de losagujeros, pero, por más que esperé, no oí nada.Me dio la impresión de que la piedra habíaatravesado la Tierra hasta llegar a Brasil o aArgentina. Sólo con imaginar la posibilidad dedar un paso en falso y caer dentro de uno deaquellos agujeros, sentía cómo se me cerrabala boca del estómago.

Serpenteando a derecha e izquierda, ydividiéndose en múltiples ramales, el caminodescendía indefinidamente. No es que fuera unapendiente pronunciada, sólo que descendía sincesar. Me daba la sensación de que, paso a

Page 605: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

paso, iban arrancando de mi espalda el mundoclaro de la superficie.

A medio camino, nos abrazamos. Fue unasola vez. Ella se detuvo de repente, se volvióhacia mí, apagó la linterna y me rodeó con susbrazos. Buscó mis labios con las yemas de losdedos, posó sus labios sobre los míos. Yo pasélos brazos alrededor de su cuerpo, la apretésuavemente contra mi pecho. Era extraño estarabrazado a alguien en medio de aquellas negrassombras. «Creo que Stendhal escribió algosobre abrazar a alguien en la oscuridad», pensé.Había olvidado el título del libro. Intentérecordarlo, pero no lo conseguí. ¿Realmentehabría abrazado Stendhal a alguna chica en laoscuridad? Me dije que, si salía con vida deaquello y el mundo no había llegado a su fin,buscaría ese libro.

El olor a agua de colonia de melón sehabía evaporado de su nuca. Lo había sustituidoun olor a nuca de chica de diecisiete años. Y,

Page 606: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

debajo de su olor, permanecía el mío. Lachaqueta del ejército americano estabaimpregnada del olor de mi propia vida. Del olorde la comida que había preparado, del café quehabía derramado, del sudor que había emanadode mi cuerpo. Todos esos olores seguían allí,indelebles. Mientras abrazaba, en las sombrasdel subterráneo, a una muchacha de diecisieteaños, sentí que todas estas vivencias que ya novolverían eran como una ilusión. Recordabahaberlas vivido en el pasado. Pero no podíaevocar ninguna imagen que me condujera aellas.

Permanecimos largo rato abrazados. Eltiempo transcurría deprisa, pero no nosimportaba. Abrazándonos, compartíamosnuestro miedo. Y, en esos instantes, eso era lomás importante.

Poco después, ella apretó con fuerza sussenos contra mi pecho, abrió la boca y, junto asu aliento cálido, introdujo su suave lengua en

Page 607: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mi boca. La punta de su lengua se deslizóalrededor de la mía, sus dedos se enredaron enmi pelo. Sin embargo, a los diez minutos, ellase apartó bruscamente de mi lado. Sentí unaprofunda desesperación, como si fuera unastronauta al que hubieran abandonado,completamente solo, en la inmensidad delespacio.

Al encender la linterna la vi, de pie, antemí. Ella también encendió su linterna.

—¡Vamos! —dijo.Se dio la vuelta y empezó a andar al

mismo paso que antes. En mis labios aúnpermanecía el tacto de sus labios. En mi pechotodavía sentía los latidos de su corazón.

—Mi... no ha estado mal, ¿verdad? —preguntó sin volverse.

—Nada mal —contesté.—Pero faltaba algo, ¿no?—Pues sí —dije—. Algo.—¿Y qué era?

Page 608: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No lo sé —dije.

Tras descender unos cinco minutos por uncamino de suelo plano, percibimos que lo quenos rodeaba se tornaba más amplio y hueco. Elaire olía diferente y nuestros pasos resonabande distinto modo. Di una palmada y el eco medevolvió un sonido hinchado y deforme.

Mientras ella sacaba el mapa y trataba deubicarse, yo barrí los alrededores con la luz dela linterna. El techo tenía forma de cúpula y laplanta del terreno, como adaptándose a ésta,era redonda. Un círculo plano, construido, eraevidente, de modo artificial. Las paredes eranlisas, sin agujeros ni salientes. En el centro delsuelo se abría un agujero poco profundo de unmetro de diámetro lleno de una sustanciaviscosa de naturaleza incierta. En el aire flotabaun olor que, pese a no ser muy intenso, dejabaun desagradable regusto ácido en la boca.

—Éste debe de ser el santuario —dijo la

Page 609: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

joven—. De momento, estamos salvados. Lostinieblos no irán más allá.

—Que se detengan aquí está muy bien.Pero ¿crees que lograremos escapar?

—Eso podemos dejarlo en manos de miabuelo. Seguro que él tiene la solución.Además, ten en cuenta que, cuando tengamoslos dos emisores de ondas sonoras, podremosmantener a los tinieblos alejados todo el rato,¿no? Porque mientras usemos uno, podremosdejar que se cargue el otro. Así no tendremosnada que temer. Y no hará falta que estemoscontinuamente pendientes del tiempo.

—Ya veo —dije.—¿Qué? ¿Te has animado un poco?—Un poco —dije.A ambos lados del santuario había un

relieve trabajado con primor. En él figurabandos enormes peces que se mordían la cola eluno al otro formando un círculo. Tenían unaspecto muy extraño. Sus cabezas eran

Page 610: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

prominentes como el morro de un bombarderoy, en vez de ojos, tenían dos largas y gruesasantenas que se proyectaban hacia delanteretorciéndose como sarmientos. Sus bocas,desproporcionadamente grandes, se abrían casihasta alcanzar las branquias y, justo debajo,nacían unos órganos cortos y rechonchos,parecidos a patas de animal amputadas cerca dela ingle. Al principio, creí que esos órganoseran ventosas, pero, al mirar con atención,descubrí tres afiladas uñas en la punta de cadauno de ellos. Era la primera vez que veía un pezprovisto de uñas. Las aletas dorsales tenían unaforma grotesca y las escamas sobresalían desus cuerpos como púas.

—¿Serán animales mitológicos? ¿Creesque existen de verdad? —pregunté.

—¡Vete a saber! —dijo la joven, que seagachó y volvió a recoger algunos clipsesparcidos por el suelo—. Sea como sea,vamos por el buen camino. ¡Vamos, date prisa!

Page 611: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tras iluminar, una vez más, el relieve conla luz de la linterna, la seguí. Me habíaconmocionado que los tinieblos fueran capacesde esculpir un relieve tan primoroso en mediode la oscuridad. Por más que comprendiera queeran capaces de ver en aquella negrura, alcomprobarlo con mis propios ojos no pudedejar de sorprenderme. Tal vez, en aquelpreciso instante, mantuvieran los ojos clavadosen nosotros desde el fondo de la oscuridad.

Al entrar en el recinto sagrado, el caminofue convirtiéndose en una cuesta suavemientras el techo fue ganando rápidamente enaltura hasta que, poco después, fue imposibleiluminarlo con la linterna.

—Ahora encontraremos la montaña —dijo la joven—. ¿Vas mucho de excursión?

—Antes iba una vez por semana. Peronunca he subido ninguna montaña en laoscuridad.

—Por lo visto, ésta no es muy alta —dijo

Page 612: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

metiéndose el mapa en el bolsillo del pecho—.No llega a ser una montaña propiamente dicha.Más bien se trata de una colina. Pero mi abuelome dijo que ellos la consideran una montaña.La única montaña del subsuelo. La montañasagrada.

—Entonces, nosotros vamos a profanarla,¿no crees?

—No, al contrario. La montaña es ya, ensu origen, un lugar impuro. Toda la impurezadel mundo se concentra en ella. Podríamosdecir que este lugar es una caja de Pandoracerrado por la corteza terrestre. Y nosotros nosdisponemos a atravesarlo justo por el centro.

—Suena como si fuese el infierno.—Sí, se parece al infierno, sin duda. Y el

aire de aquí, tras atravesar las aguas residuales,varias grutas y pozos de perforaciones, aflora ala superficie de la tierra. Los tinieblos nopueden subir a la luz, pero ese aire sí. Y seinfiltra en los pulmones de la gente.

Page 613: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Y crees que podremos sobrevivir sinos metemos ahí?

—Debemos confiar en ello. Ya te lo hedicho antes, ¿no? Que si crees que todo va asalir bien, tu miedo desaparece. Puedes pensaren un recuerdo divertido, en las personas a lasque has amado, en lo que te ha hecho llorar, entu niñez, en tus planes para el futuro, en lamúsica que te gusta: cualquier cosa vale. Sipiensas en ello, no tendrás miedo.

—¿Crees que Ben Johnson servirá? —pregunté yo.

—¿Ben Johnson?—Es un actor que monta muy bien a

caballo. Sale en las viejas películas de JohnFord. Es un jinete extraordinario.

Ella soltó una risita en las sombras.—¡Eres un encanto!—Soy demasiado mayor para ti. Y,

además, no sé tocar ningún instrumentomusical.

Page 614: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Si salimos de ésta, te enseñaré a montara caballo.

—Gracias —dije—. Por cierto, ¿en quévas a pensar tú?

—En el beso que te he dado —dijo—. Tehe besado por eso. ¿No lo sabías?

—No.—¿Sabes en qué piensa mi abuelo en estos

casos?—No.—Mi abuelo no piensa en nada. Puede

vaciar por completo la mente. Los genios sonasí. Si dejan el cerebro en blanco, ningún aireperverso puede penetrar en él.

—Comprendo.Tal como había anunciado la joven, el

camino fue haciéndose cada vez más empinado,hasta que se volvió abrupto y tuvimos queescalar sirviéndonos de ambas manos.Entretanto, yo no dejaba de pensar en BenJohnson. En la figura de Ben Johnson a caballo.

Page 615: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Evoqué todas las escenas que pude de FuerteApache, La legión invencible, Caravana depaz, Río Grande. El sol calcinaba el desierto yen el cielo flotaban unas nubes de un blanco tanpuro que parecían trazadas con pincel. Manadasde búfalos avanzaban por los valles, las mujeresse asomaban a la puerta de sus casas secándoselas manos en los delantales blancos. Los ríoscorrían, el viento hacía temblar la luz, la gentecantaba canciones. Y Ben Johnson cruzabacomo una flecha la escena a lomos de sucaballo. La cámara se deslizaba sobre los raíleshasta el infinito para reflejar su gallardía encada encuadre.

Pensé en Ben Johnson y en su caballomientras tanteaba la superficie de las rocas enbusca de puntos de apoyo para mis pies. No sési fue debido a eso, pero el dolor de la heridaen mi vientre disminuyó de manera asombrosay finalmente pude alejar de mi mente la idea deque me habían herido. Me dije que, después de

Page 616: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todo, tal vez no era tan exagerado lo que lajoven había explicado sobre el dolor, la teoríade que es posible mitigar el dolor físico sienvías a la mente una señal determinada.

La escalada en sí no presentaba grandesdificultades. El suelo era seguro, no habíabruscos ascensos, siempre encontrabasagujeros del tamaño de un puño. Habría sidouna escalada apta para principiantes o una rutasencilla y sin peligros que podría seguir ensolitario un estudiante de primaria un domingopor la mañana. Sin embargo, trepar a oscurasera un asunto completamente distinto. Enprimer lugar, como es obvio, no veías nada. Nosabías qué tenías delante, ni cuánto te faltabapor subir, ni en qué posición te hallabas, ni quéhabía debajo de tus pies, ni si seguías la rutacorrecta o no. Ibas a ciegas. Ignoraba que lapérdida de visión comportase semejantepánico. Puede hacer que se tambaleen losjuicios de valor y, en consecuencia, el amor

Page 617: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

propio o la valentía que están ligados a ellos.Cuando una persona quiere alcanzar algo,piensa de manera espontánea en tres cosas:¿qué he conseguido hasta el momento? ¿En quéposición me encuentro ahora? ¿Qué debo hacerde aquí en adelante? Si uno no puede contestara estas tres cosas, sólo le queda el miedo, lafalta de confianza en sí mismo y el cansancio.Y precisamente en esa situación me encontrabayo. El problema no residía en las habilidadesfísicas. El auténtico problema era hasta quépunto mantendría yo el control sobre mímismo.

Proseguimos el ascenso de la montañatenebrosa. Como no podíamos trepar por lasrocas con las linternas en la mano, yo me lahabía metido en el bolsillo del pantalón y ellase había puesto la correa como si fuera uncordón para recoger las mangas del quimono yla linterna colgaba a sus espaldas. Así pues, noveíamos nada. La luz que temblaba sobre su

Page 618: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cintura iluminaba el negro espacio en vano. Yyo escalaba el precipicio en silencio con losojos puestos en esta luz vacilante.

De vez en cuando, ella me dirigía lapalabra para cerciorarse de que no me habíaquedado atrás. Me decía cosas como: «¿Estásbien?» o «¡Ya falta poco!».

—¿Y si cantáramos una canción? —propuso al cabo de un rato.

—¿Qué canción? —pregunté.—Cualquiera. Basta con que tenga

melodía y letra. ¡Venga! Canta algo.—Yo no canto delante de la gente.—Anda, canta, por favor.¡Qué remedio me quedaba! Le canté Mi

chimenea.

Las noches en que nieva,¡tarí-tarí-taró!,arde un hermoso fuego,¡tarí-tarí-taró!,

Page 619: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en la feliz chimenea,¡tarí-tarí-taró!

No me acordaba de cómo seguía, así que

me inventé el resto. Todos se encontrabanjunto a la chimenea cuando llamaron a lapuerta. El padre salió y vio, plantado en elumbral, a un reno herido que le dijo: «Tengohambre. Dame algo de comer». El padre abrióentonces una lata de melocotón en almíbar y sela ofreció: ésta era la historia. Al final, todoscantaban una canción sentados al amor de lalumbre.

—Pues no está nada mal —me alabó ella—. Me gustaría aplaudir, pero no puedo, losiento. Es una canción fantástica.

—Gracias —dije.—Cántame otra —me pidió.Y le canté Navidades blancas.

Blanca Navidad de ensueño,

Page 620: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

blanco paisaje invernal,los dulces sentimientosy los viejos sueñosmi regalo te traen.Blanca Navidad de ensueño,cierro los ojos y aún hoyel son de cascabelesy el fulgor de la nievereviven en mi corazón.

—¡Muy bien! —exclamó—. Te has

inventado la letra, ¿verdad?—He dicho lo primero que se me ha

ocurrido.—¿Por qué sólo cantas canciones sobre el

invierno y la nieve?—Pues no lo sé. Será porque aquí está

oscuro y hace frío. Por eso sólo se me ocurrenesas canciones —dije mientras subía—. Ahorate toca a ti.

—¿Te parece bien La canción de la

Page 621: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bicicleta? -Adelante —dije.

Una mañana de abrilmonté en mi bicicletay por un nuevo caminoal bosque me dirigí.Mi nueva bicicleta,toda de color rosa,el volante y el sillínde color rosa,hasta la pastilla de los frenosde color rosa.

—Esta canción parece hecha para ti —le

dije.—Claro. Es que es mía. ¿Te gusta?—¿Puedo oír cómo sigue?—Por supuesto.

Para una mañana de abrilme encanta el rosa,pues ningún otro color

Page 622: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

es como el rosa.Mi nueva bicicletay también los zapatosson de color rosa,al sombrero y el jersey,de color rosa.Los pantalones y las bragas,de color rosa.

—Tus sentimientos respecto al rosa ya

han quedado suficientemente claros. Ahorasigue —dije.

—Es que este trozo es esencial —replicó—. Oye, ¿sabes si hay gafas de sol de colorrosa?

—Me da la impresión de que Elton Johnllevaba unas.

—Hum... Bueno, dejémoslo correr. Voy aseguir.

En medio del camino

Page 623: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

encontré a un hombre;toda su ropa erade color azul.No se había afeitadoy su barba erade color azul.Como la larga noche,de un profundo azul.Como la larga, larga noche,siempre azul.

—¿Esto va por mí? —le pregunté.—No, qué va. No hablo de ti. Tú no sales

en esta canción.

«Niña, no vayas al bosque»,me dijo aquel hombre.Las reglas del bosqueson para las bestiasaun siendo una mañana de abril.Las aguas del río

Page 624: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no fluyen al revésaun siendo una mañana de abril.

Pero yoen bicicleta al bosque fui,en una bicicleta de color rosa,sí, una soleada mañana de abril.No le temo a nadasi no bajo de mi bicicletade color rosa.En ella no tengo miedo de nada,porque no es roja, ni azul, ni marrón.Es de color rosa.

Después de que cantara La canción de la

bicicleta, coronamos al fin la montaña y nosencontramos en una vasta planicie. Trastomarnos un respiro, inspeccionamos losalrededores con la luz de las linternas. Laplanicie parecía extensa. Era plana y lisa comola de una mesa que se extendiera hasta el

Page 625: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

infinito. Ella permaneció agachada unosinstantes en el nacimiento de la planicie y hallómedia docena de clips.

—¿Hasta dónde diablos habrá ido tuabuelo?

—Ya falta poco. Está cerca. Mi abuelo meha hablado muchas veces de esta meseta ypuedo imaginar dónde se encuentra.

—Entonces, ¿tu abuelo venía a menudopor aquí?

—Por supuesto. Para dibujar el mapa delsubsuelo tuvo que recorrerlo de cabo a rabo.Conoce este sitio como la palma de su mano.Hasta dónde llegan los ramales, los pasadizossecretos: lo sabe todo.

—¿Y daba vueltas por aquí solo?—Por supuesto —contestó—. A mi

abuelo le gusta hacer las cosas solo. No es quesea un misántropo o que no confíe en losdemás, sólo es que los demás no puedenseguirlo.

Page 626: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Creo que entiendo lo que quieres decir.Por cierto, ¿qué diablos es esta meseta?

—En esta montaña, antiguamente, vivíanlos antepasados de los tinieblos. Vivían todosjuntos en unos agujeros que habían excavado enla roca. En esta planicie celebraban lasceremonias religiosas. Ellos creen que sudivinidad mora en ella. Y aquí se colocaba eloficiante, o el hechicero, e invocaba al dios delas sombras y le ofrecía sacrificios.

—¿Y su dios es aquel pez siniestro conuñas?

—Sí. Ellos creen que ese pez gobierna laoscuridad. El ecosistema del subsuelo, lasideas, el sistema de valores, la vida y la muerte.Creen que rige todas estas cosas. La leyendadice que fue este pez el que condujo hasta aquía sus primeros ancestros.

Ella enfocó con la linterna a sus pies y memostró una especie de foso, excavado en elsuelo, de alrededor de unos diez centímetros

Page 627: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de profundidad y de un metro de anchura. Eraun canal que se extendía en línea recta desde elnacimiento de la planicie hacia las tinieblas.

—Siguiendo el canal llegaremos alantiguo altar. Creo que mi abuelo estáescondido allí. Porque el altar es el lugar mássagrado de todo el santuario y nadie puedeacercarse a él. Allí no tiene nada que temer.

Avanzamos en línea recta por el canal.Pronto, el camino empezó a descender y lasparedes de ambos lados comenzaron a elevarserápidamente. A mí me daba la impresión de quelas paredes se aproximarían cada vez más y queacabarían aplastándonos. En los alrededoresreinaba un silencio sepulcral, no había signo devida alguno. Sólo se oía cómo las suelas degoma de nuestras zapatillas resonaban a unritmo singular en las grietas de la roca.Mientras andaba, inconscientemente, alcémuchas veces la vista al cielo. Cuando un serhumano se ve envuelto en la oscuridad, busca

Page 628: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de modo instintivo la luz de la luna y lasestrellas.

Pero sobre mi cabeza no había luna niestrellas. Sólo diversas capas de tinieblasgravitando sobre mí. Sin un soplo de viento, elaire estaba estancado. Todo pesaba más queantes. Me parecía que incluso la densidad de mipropio ser había aumentado. Era como si mialiento, el eco de mis pisadas y el acto de subiry bajar la mano experimentaran, como si fueranlodo, una pesada atracción hacia la superficiede la tierra. Más que encontrarme sumido enlas profundidades del subsuelo, parecía quehubiese llegado a un astro desconocido. Lafuerza de la gravedad, la densidad del aire, lapercepción del tiempo eran completamentedistintas a las que yo había interiorizado.

Levanté la mano izquierda, encendí la luzde la esfera digital del reloj y miré la hora.Eran las dos y veintiún minutos. Habíadescendido al subsuelo a medianoche, lo que

Page 629: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

quería decir que sólo llevaba poco más de doshoras en la oscuridad, pero yo me sentía comosi hubiera pasado una cuarta parte de mi vidaenvuelto en las tinieblas. Incluso la débil luzdel reloj digital me provocaba, al mirarla largorato, escozor en los ojos. Mis ojos debían dehaberse ido acostumbrando progresivamente ala oscuridad. También me molestaba la luz de lalinterna. Al permanecer largo tiempo envueltoen las tinieblas, la oscuridad se convierte en tuestado normal y la luz se vuelve un elementoextraño.

Seguimos bajando, sin decir palabra, porel pasadizo profundo y estrecho. Como elúnico camino que había discurría en línea recta,y además no había peligro de que me golpearala cabeza con ninguna roca, apagué la linterna yseguí adelante guiado por el eco de las suelasde goma. Cuánto más avanzaba, más mecostaba discernir si tenía los ojos abiertos ocerrados. Porque, los tuviera abiertos o

Page 630: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cerrados, la oscuridad era exactamente lamisma. Para probar, fui abriendo y cerrando losojos mientras andaba: al final, fui incapaz dejuzgar cuándo los tenía abiertos y cuándocerrados. Entre una acción humana y la opuesta,existe una diferencia basada en su eficaciaintrínseca y, si ésta se pierde, la pared quesepara la acción A de la acción B acabadesapareciendo.

En aquellos momentos, sólo percibía eleco de las pisadas de la joven resonando en misoídos. Tal vez se debiera a la configuración delterreno, al aire o a la oscuridad, pero el eco eradeforme. Intenté ver— balizar aquellossonidos, pero ninguna palabra lograbareproducirlos bien. Parecían reverberacionesde lenguas que yo desconocía, de África, o deOriente Próximo, o de Oriente Medio. En elidioma japonés no existían sonidos que secorrespondiesen con ellos. Pero tal vez sí enfrancés, alemán o inglés. Primero, lo intenté en

Page 631: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inglés:Even-through-be-shopped-degreed-

well.Esto tenía la impresión de oír, pero, en

cuanto pronuncié estas palabras, comprendí quela reverberación de las suelas de los zapatos eracompletamente distinta. Sería más exactodecir:

Efguén-gthouv-bge-shpévg-égvele-wgevl.

Sonaba a finés, pero yo, por desgracia, nosabía nada sobre este idioma. A juzgar por laimpresión que me producían las palabras,podría significar algo como: «Un campesinoencontró a un viejo demonio en el camino»,pero no era más que una impresión. Sinfundamento alguno.

Proseguí la marcha intentando encontraralguna palabra o frase que reprodujerafonéticamente la reverberación de las pisadas.Me representé en mi mente el par de zapatillas

Page 632: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Nike de color rosa pisando, una tras otra, laplana superficie rocosa. El talón derecho seposaba en el suelo, el centro de gravedad sedesplazaba hacia la punta y, antes de que eltalón derecho se separara del suelo, elizquierdo se posaba en él. Esto se repetía hastael infinito. El tiempo transcurría cada vez másdespacio. Me daba la sensación de que el relojse había estropeado y las agujas no avanzaban.Dentro de mi cabeza embotada, las zapatillas dedeporte de color rosa iban hacia delante y haciaatrás, lentamente.

El eco de las pisadas resonaba de lasiguiente forma:

Efgvén-gthouv-bge-shpévg-égvele-wgevl.

Efgvén-gthouv-bge-shpévg-égvele-wgevl.

Efgvén-gthouv-bge-shpévg-égvele-wgevl.

Efgvén-gthouv-bge...

Page 633: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Había una vez, en un pueblo de Finlandia,un viejo demonio que se había sentado en unapiedra del camino. El demonio tendría unosdiez o veinte mil años y, a simple vista, seapreciaba que estaba exhausto. Sus ropas yzapatos estaban cubiertos de polvo. Su barbaera rala y deslucida.

—¿Adónde vas tan deprisa? —le preguntóel diablo a un campesino.

—Voy a arreglar una azada rota —respondió el campesino.

—No tienes por qué apresurarte tanto —dijo el diablo—. El sol todavía está muy alto,no hay necesidad de que te deslomestrabajando. Siéntate un rato aquí y escucha loque voy a contarte.

El campesino miró la cara del diablo condesconfianza. Sabía muy bien que era mejor notener tratos con el demonio. Pero aquél parecíatan mísero y tan cansado. Entonces, elcampesino...

Page 634: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

... Algo me había dado en la mejilla. Algoliso y suave. Liso y suave, no muy grande, algofamiliar. ¿Qué era? Mientras ordenaba misideas, volvió a golpearme. Alcé la manoderecha e intenté apartar este algo, pero no loconseguí. Me dio en la mejilla de nuevo. Antemi rostro temblaba un resplandor molesto. Abrílos ojos. Hasta entonces no me había percatadode que los tenía cerrados. Llevaba un rato conlos ojos cerrados. Y lo que se encontraba antemi rostro era la gran linterna de la joven y loque me golpeaba la mejilla era su mano.

—¡Para! —le grité—. La luz me da en losojos y me duelen.

—¡Pero qué tonterías dices! ¿Sabes lo quepasa cuando te duermes aquí? ¡Levántate!

—¿Que me levante?Encendí la linterna y miré a mi alrededor.

No era consciente de ello, pero estaba sentadoen el suelo, recostado en la pared. Debía dehaberme dormido sin darme cuenta. Tanto el

Page 635: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

suelo como la pared estaban húmedos, comoempapados en agua.

Me incorporé lentamente.—No lo entiendo. Debo de haberme

dormido sin querer. No recuerdo habermesentado en el suelo, ni que tuviera la intenciónde dormirme.

—Es que ellos te han inducido a ello —dijo la joven—. Quieren que nos durmamos,como has hecho tú.

— ¿Ellos?—Los que moran en la montaña. No sé si

llamarlos dioses o espíritus malignos: esosseres, vaya. Intentan detenernos.

Sacudí la cabeza y traté de salir de misopor.

—Estaba todo muy confuso y, al final, yano sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados.Además, tus zapatillas resonaban de una maneratan extraña que...

—¿Mis zapatillas?

Page 636: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Le expliqué cómo, al escuchar lareverberación de sus pisadas, había aparecido elviejo diablo.

—Es una trampa —dijo—. Una especie dehipnosis. Si no me hubiera dado cuenta, tehabrías quedado aquí durmiendo. Hasta quehabría sido demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde?—Sí. Demasiado tarde —repitió, pero no

especificó a qué se refería—. ¿Verdad quemetiste una cuerda en la mochila?

—Sí, pero sólo mide unos cinco metros.—Sácala.Me descolgué la mochila de la espalda,

saqué la cuerda de nailon, embutida entre laslatas de conserva, la botella de whisky y lacantimplora, y se la entregué. Ella anudó unextremo a mi cinturón y enrolló el otroextremo a su cintura. Luego, nos acercó aambos tirando de la cuerda hacia sí.

—Perfecto —dijo—. Así no nos

Page 637: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

separaremos.—Mientras no nos durmamos los dos... —

dije—. Porque tú tampoco has dormido muchohoy, ¿verdad?

—No se les puede dar pie a nada, ¿sabes?Si empiezas a compadecerte de ti mismopensando que has dormido poco, las fuerzas delmal te atacan por ahí. ¿Comprendes?

—Sí.—Entonces, vamos. No hay tiempo que

perder.Avanzamos con los cuerpos unidos por la

cuerda de nailon. Me esforzaba en no prestaratención al eco de sus pisadas. Caminabadirigiendo el haz de luz de la linterna a laespalda de la joven y con la vista clavada en lachaqueta verde oliva del ejército americano.Aquella chaqueta me la compré en el año 1971.Por entonces, aún proseguía la guerra deVietnam y el presidente de Estados Unidos eraRichard Nixon, aquel hombre de rostro

Page 638: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

siniestro. En aquella época, todo el mundollevaba el pelo largo, los zapatos sucios,escuchaba rock psicodélico, llevaba unachaqueta de combate del ejército americanocon el signo de la paz pegado a la espalda y secreía Peter Fonda. Vamos, una historia tanantigua que parecía que los dinosaurios fueran aaparecer en ella de un momento a otro.

Intenté recordar algo que hubiera sucedidoen aquellos días, pero no logré acordarme denada. Así que no me quedó más remedio querememorar las escenas en que Peter Fonda vaen moto.[11] Luego, le superpuse la melodía deBorn to Be Wild, de Steppenwolf. Pero prontoI Heard It Through the Grapevine, de MarvinGaye, sustituyó a Born to Be Wild. Tal vezfuese porque la introducción de las dos esparecida.

—¿En qué piensas? —me preguntó desdedelante la joven gorda.

—En nada especial.

Page 639: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Y si cantamos?—Ya he tenido bastante, gracias.—Entonces, piensa en algo.—Hablemos.—¿De qué?—¿Qué te parece de la lluvia?—Muy bien.—¿Qué día de lluvia recuerdas?—La tarde en que murieron mis padres y

mis hermanos llovía, ¿sabes?—Hablemos de algo más alegre —

propuse.—No, a mí me gustaría hablar de esa tarde

—dijo—. Además, eres la única persona conquien puedo hacerlo. Pero si no quieres, lodejaré correr, por supuesto.

—Si quieres hablar, adelante —dije.—Llovía de ese modo que no sabes si

realmente llueve o no. Esa mañana, desde muytemprano, unas nubes inmóviles, grises ydifusas, cubrían el cielo. Y yo, tendida en la

Page 640: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cama del hospital, permanecía con la miradaclavada en ese cielo. Estábamos a principios denoviembre y, al otro lado de la ventana, crecíaun alcanforero. Un alcanforero muy grande. Elárbol ya había perdido la mitad de sus hojas ypor entre sus ramas se vislumbraba el cielo.¿Te gusta mirar los árboles?

—No sé —dije—. No es que me disguste,pero nunca he mirado ninguno con atención.

A decir verdad, ni siquiera era capaz dedistinguir entre un alcanforero y un laurel.

—A mí me encanta contemplar losárboles. Me gustaba antes y me sigue gustandoahora. Cuando tengo tiempo, me siento debajode un árbol y me paso un montón de horas, sinpensar en nada, acariciándole el tronco,mirando las ramas. El árbol que había en eljardín del hospital era un alcanforero enorme,magnífico. Y yo me pasaba los díascontemplando las ramas del alcanforero y elcielo desde la cama. Al final, me conocía todas

Page 641: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

las ramas de memoria. Como un amante de losferrocarriles se aprende el nombre de todas laslíneas y de las estaciones.

»Además, muchos pájaros se acercaban alárbol. Pájaros de diferentes clases: gorriones,alcaudones, estorninos... Y otros de hermososcolores cuyo nombre desconocía. A vecestambién acudían palomas. Los pájaros seposaban en las ramas, descansaban un rato,alzaban el vuelo y se iban vete a saber adónde.Los pájaros son muy sensibles a la lluvia,¿sabes?

—No, no lo sabía.—Cuando llueve o está a punto de llover,

los pájaros no se acercan nunca a los árboles.Pero, en cuanto escampa, vuelven, piando contodas sus fuerzas, como si celebraran que hacesado de llover. No sé por qué. Quizá seaporque, después de la lluvia, salen muchosbichos a la superficie de la tierra. O tal vez seaporque detestan la lluvia. Sea como sea,

Page 642: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mirándolos, podía saber qué tiempo hacía.Cuando no había pájaros a la vista, seguro quellovía y, cuando regresaban, seguro que habíadejado de llover.

—¿Estuviste ingresada mucho tiempo?—Sí, alrededor de un mes. De pequeña,

tenía un problema en una válvula del corazón ytuvieron que operarme. La operación era muycomplicada y mi familia ya casi había perdidolas esperanzas de que me salvase. Muy extraño,¿no te parece? Al final, yo sobreviví y ahoragozo de buena salud, mientras que todos ellosestán muertos.

Enmudeció y siguió andando. Yo caminépensando en su corazón, en el alcanforero y enlos pájaros.

—El día en que ellos murieron, lospájaros armaban mucha bulla. Aquella lluviacasi imperceptible estuvo cayendo y dejando decaer durante todo el día, y los pájaros,adecuándose al tiempo, se posaban y echaban a

Page 643: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

volar una y otra vez. Era un día muy frío,preludio del invierno, y la calefacción de mihabitación estaba encendida, de modo que loscristales de la ventana empañaban enseguida yyo tenía que enjugarlos con una toalla. Melevantaba de la cama, los desempañaba y volvíaa meterme en la cama. En realidad, no mepermitían levantarme, pero yo queríacontemplar los árboles, los pájaros, el cielo yla lluvia. Llevaba ya tanto tiempo en el hospitalque para mí todas estas cosas eran como la vidamisma, ¿sabes? ¿Has estado ingresado algunavez?

—No —dije. Tengo tan buena salud comoun oso en primavera.

—Había unos pájaros que tenían las alasrojas y la cabeza negra. Comparados con ellos,los estorninos eran tan serios que parecíanempleados de banco. Pero todos, en cuantodejaba de llover, se posaban en las ramas de losárboles, piando.

Page 644: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

»Y entonces me dije: "¡Qué extraño eseste mundo!". Pensé que en la tierra crecíancientos de millones, miles de millones dealcanforeros (no era necesario que se tratasede alcanforeros, claro está), y sobre cada unode estos árboles, todos los días, lucía el sol ocaía la lluvia y cientos, miles de millones depájaros distintos se posaban en sus ramas oalzaban el vuelo. Al imaginarme esta escena,me invadió una tristeza inmensa.

—¿Por qué?—Quizá fuese porque el mundo estaba

lleno de innumerables árboles, deinnumerables pájaros y de innumerables días delluvia. Y, a pesar de ello, yo sólo tenía un únicoalcanforero y un único día de lluvia. Y siempresería así. Era posible que los años pasaran yque yo muriera teniendo sólo un alcanforero yun día de lluvia. Al pensarlo, me sentíterriblemente sola y lloré. Mientras lloraba,deseaba con todas mis fuerzas que alguien me

Page 645: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

abrazara. Pero allí no había nadie. Y yo,completamente sola, lloré largo tiempo tendidasobre la cama.

»Mientras tanto, fue anocheciendo y lospájaros desaparecieron. Yo ya no podía saber sillovía o no llovía. Aquel atardecer murió todami familia. Aunque a mí me lo dijeron muchodespués.

—Debió de ser muy doloroso, ¿verdad?—No lo recuerdo bien. Tengo la

sensación de que fui incapaz de sentir nada. Loúnico que recuerdo es que, en aquella tardelluviosa de otoño, nadie me abrazó. Y eso, paramí, fue como el fin del mundo. ¿Sabes lo quese siente cuando todo es oscuro, amargo, triste,y necesitas desesperadamente que alguien teabrace, pero no tienes a nadie que lo haga?

—Creo que sí —dije.—¿Has perdido alguna vez a alguien a

quien querías?—Varias veces.

Page 646: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Entonces, ¿ahora estás completamentesolo?

—No —le dije pasando los dedos por lacuerda de nailon—. En este mundo nadie estácompletamente solo. Todos estamos unidos deuna forma u otra. Llueve, los pájaros cantan. Terajan la tripa, una chica te besa en la oscuridad.

—Pero si no tienes amor, es como si elmundo no existiera —afirmó la chica gorda—.Sin amor, la vida es como el viento que pasapor el otro lado de la ventana. No puedes tocarla mano de otro, no puedes percibir su olor.Por más mujeres que compres con dinero, pormás desconocidas con las que te acuestes, notienes nada verdadero. A ti tampoco te apretaránadie con fuerza entre sus brazos.

—No creas que me acuesto todos los díascon prostitutas o con desconocidas —protesté.

—Es lo mismo —dijo.Pensé que tal vez tuviera razón. A mí nadie

me apretaba con fuerza entre sus brazos.

Page 647: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tampoco yo abrazaba a nadie. Y así habían idopasando los años. Y así seguiría envejeciendoen la soledad más absoluta, como un cohombrode mar pegado a una roca del fondo marino.

Absorto en estas cavilaciones, no me dicuenta de que ella se había detenido de repentey choqué contra su blanda espalda.

—Perdona —dije.—¡Shhhh! —dijo agarrándome del brazo

—. He oído algo. ¡Escucha!Plantados sobre nuestros pies, inmóviles,

prestamos atención a un eco que procedía delfondo de las tinieblas. Surgía de un punto quehabíamos dejado muy atrás. Era débil, casiimperceptible. Un tenue retumbar de la tierra,el roce de dos imponentes masas de metalfriccionando entre sí. Pero, fuera lo que fuese,el sonido proseguía sin tregua, aumentandopoco a poco de volumen. Tenía un tacto frío ytenebroso, como un enorme insecto que fueratrepando lentamente por nuestras espaldas. Una

Page 648: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reverberación muy sorda, apenas audible para eloído humano.

Incluso el aire que nos rodeaba empezó atemblar por efecto de las ondas sonoras. Unviento espeso y pesado se desplazaba alrededorde nosotros, de delante hacia atrás, como ellodo arrastrado por la corriente del río. El aire,hinchado de agua, era húmedo y frío. Elpresentimiento de que iba a ocurrir algo seadueñó de todo.

—¿Será un terremoto? —aventuré.—No —dijo la joven gorda—. Rs algo

mucho más terrible que eso.

Page 649: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

22. La humareda gris

EL FIN DEL MUNDO

Tal como había anunciado el anciano, lacolumna de humo se alzó a diario. La humaredagris se elevaba entre los manzanos y sedesvanecía en el cielo plomizo. Al fijar la vista,uno era presa de la ilusión de que las nubesnacían en el manzanar. El humo empezaba aalzarse a las tres en punto de la tarde y seextinguía a una hora que variaba en función delnúmero de bestias muertas. Tras las noches defrío intenso o de ventisca, aquella gruesacolumna de humo, que recordaba un volcán,podía alzarse durante largas horas.

A mí me costaba entender que no tomasenmedidas para salvar a las bestias.

Page 650: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Por qué no les construyen un establoen alguna parte? —le pregunté al ancianodurante una partida de ajedrez—, ¿Por qué nolas protegen de la nieve, del viento y del frío?Bastaría con algo sencillo, un tejado y unacerca, y se salvarían muchas bestias.

—No serviría de nada —repuso el ancianosin apartar la mirada del tablero—. Aunque lesconstruyeras un establo, las bestias noentrarían. Duermen en el suelo desde hacemuchos años. Y seguirán durmiendo a laintemperie aunque eso conlleve su muerte.Envueltas por la nieve, el viento y el frío.

El coronel me cerró el paso colocando elprior delante del rey. A ambos lados, en la líneade fuego, había dos cuernos. Luego se quedóesperando mi ofensiva.

—Por lo que usted dice, es como si lasbestias buscaran el dolor y la muerte.

—Es que, en cierto sentido, es así. Paraellas eso es lo natural: el frío y el sufrimiento.

Page 651: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Incluso es posible que eso represente susalvación.

El anciano enmudeció y yo aproveché paradeslizar mi mono al lado de su torre. Era unainvitación a que la moviera. El coronel estuvo apunto de hacerlo, pero cambió de opinión y, alfinal, hizo retroceder una casilla al caballero yredujo su espacio defensivo hasta hacerloparecer una almohadilla llena de alfileres.

—Cada día eres más ladino, ¿eh? —medijo el coronel riendo.

—Sí, pero aún no puedo igualarle —repuse, riendo a mi vez—, ¿A qué salvación serefiere?

—A la salvación que pueden alcanzar através de la muerte. Las bestias mueren, cierto,pero, al llegar la primavera, renacen. En formade crías.

—Y esas crías crecerán y luego volverán asufrir y a morir de idéntica forma. ¿Por quétienen que padecer tanto?

Page 652: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Porque éste es su destino —dijo elanciano—. Te toca a ti. Si no te comes miprior, la partida es mía.

Tras nevar de forma intermitente durantetres días, el clima experimentó unatransformación radical. Después de muchotiempo, la luz del sol inundó las blancas callesheladas y la ciudad se llenó del crujido de lanieve al fundirse y del brillo cegador de losrayos del sol. Por doquier resonaba el ruidoque las masas de nieve acumuladas en las ramasde los árboles hacían al caer al suelo. A fin dehuir de la luz, yo corría las cortinas de laventana y me encerraba en mi cuarto. Pero, pormás que intentara ocultarme tras aquellasgruesas cortinas que cubrían la ventana porcompleto, no conseguía escapar a los rayos delsol. La ciudad helada hacía reverberar la luz entodos sus ángulos, como si fuera una enormepiedra preciosa tallada con gran precisión, y

Page 653: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

enviaba a mi cuarto rayos extrañamentedirectos que laceraban mis ojos.

Aquellas tardes, yo permanecía tumbadoen la cama, boca abajo, con la cabeza sepultadaen la almohada, escuchando el canto de lospájaros. Diferentes clases de pájaros quetrinaban de diversas formas se acercaban a miventana y, después, pasaban a otra. Sabían muybien que los ancianos que vivían en laResidencia Oficial les esparcían migas de panen el alféizar. También se oían las voces de losancianos que charlaban sentados en un rincónsoleado. Sólo yo estaba excluido de labendición de la cálida luz del sol.

Al anochecer, dejaba la cama, me lavabacon agua fría los ojos hinchados, me ponía lasgafas oscuras, descendía la ladera de la colina,donde se acumulaba la nieve, y llegaba a labiblioteca. Sin embargo, los días en que losojos me dolían, heridos por la cegadora luz del

Page 654: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sol, no podía leer tantos sueños como decostumbre. Tras descifrar uno o dos, la luz queemitían los viejos sueños me producía en losglobos oculares el mismo dolor que si meclavaran alfileres. Notaba cierta pesadez en unazona imprecisa situada detrás de los ojos,como si estuviera llena de arena, al tiempo quelas yemas de mis dedos perdían su finasensibilidad.

En esas ocasiones, ella me traía una toallaempapada en agua fría y me la aplicaba sobrelos ojos, o me los masajeaba, o me calentabauna sopa ligera, o leche, y me la ofrecía. Tantola sopa como la leche tenían una curiosatextura áspera, que resultaba rasposa a lalengua, y un gusto un poco fuerte, pero, día trasdía, me fui habituando a ellos y, al final, acabéapreciando aquel sabor tan peculiar.

Cuando se lo dije, ella sonrió contenta.—Eso significa que te vas acostumbrando

a la ciudad. La comida de aquí es un poco

Page 655: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

distinta a la de otros lugares. Nosotroscocinamos con muy pocos ingredientes. Ni loque parece carne es carne, ni lo que parecenhuevos son huevos, ni lo que parece café escafé. Todo está hecho de modo que lo parezca.Esta sopa sienta muy bien. ¿Verdad que te hacaldeado el cuerpo y que te duele un pocomenos la cabeza?

—Pues sí.En efecto, me había entonado y la pesadez

de detrás de los ojos era mucho más llevaderaque antes. Le di las gracias por la sopa, cerrélos ojos y relajé mi cuerpo y mi mente.

—Ahora necesitas algo, ¿verdad? —mepreguntó.

—¿Yo? ¿Algo que no seas tú?—No sé, pero de repente he tenido esta

sensación. Quizá haya algo que te ayude a abrir,siquiera un poco, tu corazón endurecido por elinvierno.

—Lo que necesito es la luz del sol —dije.

Page 656: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me quité las gafas oscuras y, tras enjugar loscristales con un trapo, volví a ponérmelas—,Pero es imposible. Mis ojos no puedensoportarla.

—No, seguro que se trata de algo máspequeño, algo insignificante que relaje un pocotu corazón. Seguro que hay un modo dedesanudarlo, como cuando yo te masajeo losojos con los dedos. ¿No logras acordarte? ¿Norecuerdas lo que hacías en el mundo dondevivías cuando se te endureció el corazón?

Tomándome mi tiempo, fui repasando,uno tras otro, los escasos y fragmentariosrecuerdos que me quedaban, pero no logrédescubrir nada de lo que me pedía.

—Imposible. No me acuerdo de nada. Heperdido la mayor parte de la memoria quedebería retener.

—Bastaría con algo muy pequeño. Di loprimero que se te ocurra. Y reflexionaremoslos dos juntos sobre ello. Me gustaría poder

Page 657: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ayudarte.Asentí y, una vez más, intenté remover los

recuerdos de mi viejo mundo, enterrados,todos juntos, en mi conciencia. Pero la losa depiedra pesaba demasiado y, por más que lointenté, apenas conseguí desplazarla. La cabezaempezó a dolerme de nuevo. Posiblemente, enel instante de separarme de mi sombra, habíaperdido irremisiblemente mi propio yo. Yahora lo único que me quedaba era un corazóninseguro e incoherente. Que iba cerrándosemás y más debido al frío del invierno.

Ella posó las palmas de las manos en missienes.

—Déjalo correr. Ya pensaremos otro día.Es posible que se te ocurra algo mientras tanto.

—Antes de irme, voy a leer otro sueño.—Estás muy cansado. ¿No deberías

dejarlo para mañana? No intentes forzarte. Losviejos sueños te esperarán el tiempo que hagafalta.

Page 658: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No, la verdad es que me resulta máscómodo leer otro viejo sueño que no hacernada. Mientras leo, al menos no pienso.

Me miró unos instantes con fijeza, peroenseguida asintió, se apartó de la mesa ydesapareció en la biblioteca. Con la mejillaapoyada en la palma de la mano, cerré los ojosy dejé que mi cuerpo se diluyera en laoscuridad. ¿Cuánto tiempo duraría el invierno?El anciano había dicho que sería largo y duro.Además, apenas acababa de empezar. ¿Lograríami sombra sobrevivir a aquel largo invierno? ¿Yyo? ¿Podría superarlo yo, con la confusión einseguridad que dominaban mi corazón?

Ella dejó un cráneo sobre la mesa y, trassacarle el polvo con un trapo húmedo, lo secócon otro. Yo, aún con la mejilla en la palma dela mano, observaba cómo se movían sus dedos.

—¿Puedo hacer algo por ti? —me dijoalzando de repente la cabeza.

—Tú ya haces mucho por mí —contesté.

Page 659: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Dejó de limpiar el cráneo, se sentó en unasilla y me miró a los ojos.

—Me refiero a otra cosa. A algo másespecial. A acostarme contigo, por ejemplo.

Sacudí la cabeza.—No, no quiero acostarme contigo. Pero

estoy contento de que me lo hayas dicho.—¿Y por qué no quieres acostarte

conmigo? Tú siempre dices que me necesitas,¿no?

—Y te necesito. Pero ahora no puedoacostarme contigo. Eso no tiene nada que vercon que te necesite o no.

Ella caviló unos instantes, pero al pocovolvió a frotar el cráneo lentamente. Mientrastanto, alcé la cabeza y contemplé la lámparaamarillenta que pendía del techo. Por más quese endureciera mi corazón, por más presiónque ejerciese el invierno sobre mí, no podíaacostarme con ella, allí, en aquel momento. Silo hiciera, la confusión de mi corazón

Page 660: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aumentaría y el sentimiento de pérdida seintensificaría aún más. Tenía la impresión deque la ciudad deseaba que me acostase con ella,porque, de esa forma, a ellos les sería másfácil adueñarse de mi corazón.

Ella puso frente a mí el cráneo queacababa de limpiar, pero yo no lo toqué, sinoque me quedé mirando sus dedos sobre lamesa. Intenté que esos dedos me dijeran algo,pero fue inútil. No eran más que diez dedosdelicados.

—Me gustaría que me contaras cosas detu madre —dije.

—¿Qué cosas?—Lo que sea.—Verás —dijo mientras toqueteaba el

cráneo que había dejado encima de la mesa—,me da la impresión de que yo sentía por mimadre algo especial, diferente a lo que sentíapor los demás. Ya sé que de eso hace muchotiempo y que apenas lo recuerdo, pero esa

Page 661: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

impresión tengo. La de que no sentía lo mismopor mi padre y mis hermanas. Pero no sé porqué.

—El corazón tiene esas cosas. Que nuncasiente igual. Es como la corriente de un río.Según la configuración del terreno, fluye deuna manera o de otra.

Sonrió.—Pero eso es muy injusto.—Ya. Pero es así —dije—. ¿Y todavía la

quieres?—No lo sé.Ella cambió la posición del cráneo y lo

contempló desde diferentes ángulos.—Mi pregunta es demasiado vaga,

¿verdad?—Sí, creo que sí.—Hablemos entonces de otra cosa —dije

—. ¿Te acuerdas de qué cosas le gustaban a tumadre?

—Sí, lo recuerdo muy bien. Le gustaba el

Page 662: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sol, pasear, divertirse en el agua en verano. Ytambién le gustaba estar con las bestias.Cuando hacía buen tiempo, salíamos a menudode paseo. La gente de la ciudad no pasea,¿sabes? A ti también te gusta, ¿verdad?

—Sí —dije—. Y también me gusta el sol.Y jugar en el agua. ¿Te acuerdas de algo más?

—Pues de que mi madre, en casa, hablabamucho consigo misma. No sé si le gustaba ono, pero solía hacerlo.

—¿Y de qué hablaba?—No me acuerdo. Pero no era como un

monólogo. No sé explicarlo bien, pero creoque, para mi madre, aquello tenía un sentidoespecial.

—¿Especial?—Sí. Modulaba la voz de un modo muy

extraño y alargaba las palabras, o las acortaba.A veces su voz sonaba alta y, a veces, baja,como el viento.

Mientras miraba el cráneo bajo su mano,

Page 663: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

repasé de nuevo mis vagos recuerdos. Esta vez,algo me conmocionó.

—Eran canciones —dije.—¿Tú también sabes hablar de esa

manera?—No es hablar. Las canciones se cantan.—Canta entonces —pidió.Respiré hondo y me dispuse a cantar algo,

pero no se me ocurrió ninguna melodía. Todaslas canciones habían desaparecido de micuerpo. Con los ojos cerrados, suspiré.

—Imposible. No se me ocurre ninguna —dije.

—¿Y qué podrías hacer para acordarte?—Con un disco y un tocadiscos lo

conseguiría. Pero no, aquí eso no es posible.Aunque también serviría un instrumentomusical. Con un instrumento, podría tocarmúsica y así seguro que lograría recordar almenos una canción.

—¿Y qué forma tiene un instrumento

Page 664: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

musical?—Hay cientos de instrumentos diferentes,

no te lo puedo explicar en cuatro palabras. Cadainstrumento se toca de una manera distinta yemite un sonido distinto. Hay algunos que, paramoverlos, se necesitan cuatro personas, y otrosque caben en la palma de la mano. Todos tienenun tamaño y una forma diferentes.

Tras pronunciar estas palabras, me dicuenta de que el ovillo de los recuerdos sedesembrollaba poco a poco en mi interior. Talvez las cosas avanzaran en la buena dirección.

—Quizá haya una cosa de ésas en elarchivo que hay al fondo del edificio. Aunquese llame así, está lleno de trastos viejos y yoapenas he mirado lo que hay dentro. ¿Qué teparece, buscamos allí?

—Vamos a echar una ojeada. De todasformas, hoy no creo que pueda leer mássueños.

Cruzamos el amplio almacén donde se

Page 665: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alineaban los cráneos, salimos a otro pasillo yabrimos una puerta con cristal esmerilado,igual a la que daba acceso a la biblioteca. Elpomo de latón estaba cubierto por una fina capade polvo, pero la puerta no estaba cerrada conllave. Cuando ella dio la vuelta al interruptor,una luz amarilla y polvorienta alumbró aquelcuarto largo y estrecho, y proyectó sobre lasparedes blancas las sombras de los diversosobjetos amontonados en el suelo.

Eran, en su mayoría, maletas o maletines.También había una máquina de escribirguardada en su funda o alguna raqueta de tenis,pero eran una excepción y la mayor parte delcuarto lo ocupaban maletas de diversostamaños. Habría unas cien. Y todas estabancubiertas por capas y más capas de polvo.Ignoraba en qué circunstancias habrían llegadoallí esas maletas; en cualquier caso, abrirlas unapor una habría requerido mucho tiempo.

Me acuclillé y aparté la funda de la

Page 666: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

máquina de escribir. Una nube de polvo blancodanzó por el aire como la nieve pulverizada deun alud. Era un viejo modelo, grande como unacaja registradora, con las teclas redondas.Parecía muy usada y el esmalte negro teníadesconchones.

—¿Sabes qué es esto?—No —reconoció ella, de pie a mi lado

con los brazos cruzados—. Nunca lo habíavisto. ¿Es un instrumento musical?

—No, es una máquina de escribir. Sirvepara imprimir letras. Es muy vieja.

La enfundé de nuevo y, a continuación,abrí una canasta de mimbre que había al lado.Contenía una vajilla para ir de excursión:cuchillos, tenedores, platos, tazas y unasservilletas blancas que amarilleaban, todoescrupulosamente ordenado. También estopertenecía a una época pretérita. Desde laaparición de los platos de aluminio y los vasosde papel, nadie acarreaba aquellos trastos

Page 667: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

consigo en una excursión.Había una maleta grande de piel de cerdo

llena de ropa: trajes, camisas, corbatas,calcetines, ropa interior... La mayoría de lasprendas estaban tan apolilladas que daba penaverlas. Entre la ropa había un neceser y unapetaca plana de whisky. También había uncepillo de dientes y una brocha de afeitar,ambos con las cerdas tiesas y endurecidas.Destapé la petaca y vi que no olía a nada. Nohabía nada más. Ni libros, ni libretas, niagendas.

Abrí unos cuantos maletines y maletas deviaje. Contenían prácticamente lo mismo. Ropay unos efectos personales mínimos, como sihubiesen salido de viaje a toda prisa y loshubieran embutido en la maleta sin pensarmucho. En todas ellas se echaban de menosobjetos que la gente suele llevar consigo, y lesfaltaba naturalidad, espontaneidad. Nadieemprende un viaje llevándose sólo la ropa y el

Page 668: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

neceser. En resumen, que en la maleta no habíani un solo objeto que hablara de la personalidado de la vida de su propietario.

Incluso la ropa era anodina. No era ni muyelegante ni mísera. Sí indicaba un estilomarcado por la época, la estación, el sexo y laedad del propietario, pero ninguna prendadejaba una impresión especial. Incluso el olorera casi idéntico. La mayoría estabanapolilladas. Y ninguna tenía etiqueta. Parecíaque alguien hubiera querido arrebatar elnombre y la personalidad a cada una de lasmaletas. Y lo único que quedaba era un posoanónimo, producto inevitable de cualquierépoca.

Tras abrir cinco o seis maletas, desistí.Estaban demasiado polvorientas y no parecíaque ninguna de ellas fuera a contener uninstrumento musical. Tenía la sensación de que,si había alguno en la ciudad, no se encontrabaallí, sino en un lugar muy distinto.

Page 669: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Salgamos de aquí —dije—. Con estepolvo, me duelen mucho los ojos.

—¿Te ha decepcionado no encontrarningún instrumento musical?

—Un poco. Pero ya buscaremos en otrositio —dije.

Cuando, tras separarme de ella, estabasubiendo la Colina del Oeste, a mis espaldas elviento invernal soplaba con violencia, como sideseara adelantarme, y el agudo silbido queproducía al pasar entre los árboles parecíarasgar el aire. Al darme la vuelta, vi una medialuna que flotaba solitaria por encima de la torredel reloj y, a su alrededor, unos gruesosnubarrones que se deslizaban por el cielo. Bajola luz de la luna, la superficie del río era negracomo si hubiesen arrojado alquitrán.

De repente me acordé de una bufanda, queparecía muy cálida, que había descubierto enuna maleta del archivo. Estaba comida por las

Page 670: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

polillas, pero, enrollada alrededor del cuello,me protegería del frío. Pensé que si lepreguntaba al guardián, me enteraría de muchascosas. Sabría a quién pertenecían las maletas ysi podía usar lo que contenían. Azotado por elviento, sin bufanda, las orejas me dolían comosi me las cortaran con un cuchillo. Decidí ir aver al guardián a la mañana siguiente. Tambiénnecesitaba saber cómo estaba mi sombra.

Di de nuevo la espalda a la ciudad y subí lacuesta helada camino de la Residencia Oficial.

Page 671: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

23. Agujeros. Sanguijuelas. Torre

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

—No es ningún terremoto —dijo—. Esalgo mucho peor.

—¿Qué, por ejemplo?Ella respiró hondo, como si se dispusiera

a decir algo, pero cambió inmediatamente deidea y sacudió la cabeza.

—No, ahora no tenemos tiempo. Avanzatan deprisa como puedas. Sólo así lograremosescapar. Quizá te duela la herida, pero peorsería morir, ¿no?

—Sí, supongo que sí —dije.Todavía enlazados con la cuerda, echamos

a correr con todas nuestras fuerzas por el

Page 672: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

interior del canal. La linterna grande que ellasostenía en la mano se balanceaba arriba yabajo al compás de la carrera, proyectando enlas altas paredes que se erguían a ambos ladosunos dibujos en zigzag similares a las líneas deun gráfico. El contenido de la mochilatraqueteaba sobre mis espaldas: las latas deconserva, la cantimplora, la botella de whisky ytodo lo demás. Habría querido quedarme sólocon lo necesario y arrojar el resto a un lado delcamino, pero no podía detenerme. Ni siquieradisponía de tiempo para pensar en el dolor de laherida mientras corría como alma que lleva eldiablo. Enlazado como estaba a la joven, nopodía aminorar a mi antojo la velocidad. Susjadeos y el entrechocar de objetos de lamochila resonaban a un ritmo regular entre lastinieblas largas y estrechas, pero pronto se lessuperpuso un sordo retumbar de la tierra deintensidad creciente.

Conforme avanzábamos, el rumor ganaba

Page 673: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en potencia y claridad. Se debía a que nosprecipitábamos en línea recta hacia el lugar dedonde surgía el sonido y a que éste ibasubiendo poco a poco de volumen. Ese rugido,que al principio parecía proceder del centro dela Tierra, pronto se convirtió en una especie deestertor emitido por una gigantesca garganta;parecía que el aliento expulsado por lospulmones se ahogara en esa garganta sin llegara convertirse en voz. Y, acto seguido, como sipersiguieran al jadeo, las rocas empezaron aproducir un prolongado chirrido y el suelotemblaba a intervalos. Ignoraba de qué setrataba, pero algo siniestro avanzaba bajonuestros pies y se disponía a engullirnos de unmomento a otro.

La idea de que nos abalanzábamosdirectamente hacia el origen de aquel roncojadeo me daba escalofríos, pero puesto que lajoven había optado por tomar aquella dirección,a mí no me quedaba otra alternativa. Sólo podía

Page 674: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

avanzar tan deprisa como me era posible.Por fortuna, el camino era liso como una

pista de bolera, sin esquinas ni obstáculos deninguna clase, así que podíamos correr ycorrer, libres de otras preocupaciones.

El jadeo empezó a oírse a intervalos cadavez más cortos. Parecía precipitarse hacia unpunto fatídico mientras sacudía violentamentelas tinieblas del subsuelo. De vez en cuando sele sumaba el sonido del roce de rocasgigantescas, impelidas unas contra otras por unpoder colosal. Era como si todas las fuerzasconstreñidas en las sombras se revolvieran,luchando desesperadamente para librarse de suyugo.

El sonido se dejó oír unos instantes yluego cesó de repente. Tras una pausa, unextraño silbido lo invadió todo, como si milesde ancianos inspiraran a la vez el aire a travésde los resquicios de sus dientes. No se oíaningún otro ruido. Ni el retumbar de la tierra,

Page 675: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ni el jadeo, ni el roce de las rocas, ni elcrujido: todos habían cesado. Sólo el ásperosilbido seguía resonando entre las negrastinieblas. «Fiu, fiu, fiu.» Sonaba como el cautoaliento regocijado de una bestia que estuvieseagazapada esperando a que se aproximara supresa, o como si innumerables gusanos de lasprofundidades de la tierra, azuzados por algúnpresentimiento, dilataran y contrajeran comoacordeones sus cuerpos siniestros. En todocaso, era un sonido espeluznante, lleno deviolencia y maldad, que yo jamás había oídoantes.

Lo más horripilante de aquel sonido eraque, más que rechazarnos, parecía que nosinvitara. Ellos sabían que nos estábamosaproximando y nos esperaban con el corazónvibrante de júbilo malévolo. Al pensar en eso,me asaltó un terror tan grande que me paralizóla columna vertebral. Sin duda, aquello no eraun terremoto. Tal como ella había dicho, era

Page 676: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

algo mucho peor. Pero yo no tenía la menoridea de lo que podía ser. Hacía tiempo queaquello había excedido los límites de miimaginación, que había alcanzado los confinesde mi conciencia.

Era incapaz de figurarme cómo eraaquello. Sólo podía agotar mis fuerzas físicasen esa carrera e ir sorteando, una tras otra,aquellas grietas sin fondo que se abrían entremi imaginación y las circunstancias. Era muchomejor esto que no hacer nada.

Me daba la sensación de que llevábamosmucho tiempo corriendo, pero no podíaasegurarlo. Tan pronto tenía la impresión deque eran tres o cuatro minutos como que erantreinta o cuarenta. El pánico y la confusión quela situación conllevaba habían paralizado mipercepción del tiempo. Por más que corriese,no experimentaba cansancio alguno, el dolor dela herida lo había desterrado a un rincón de laconciencia. Sentía una extraña rigidez en los

Page 677: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

codos, pero ésta era mi única percepciónfísica. Ni siquiera era consciente de que estabacorriendo. Las piernas proseguían su avancemecánicamente, golpeando el suelo. Corría ycorría hacia delante como si una densa masa deaire me empujara desde atrás.

En aquel instante yo no lo sabía, pero creoque la rigidez de los codos tenía su origen enmis oídos. Al concentrar todos mis nervios enaquel espeluznante silbido, tensabaautomáticamente los músculos de las orejas yla rigidez de los hombros se extendía a losbrazos. Me di cuenta de ello cuando choquéviolentamente contra el hombro de la joven, laderribé y rodé sobre ella hasta caer al suelo, asus pies. Sus gritos de advertencia no llegaron amis oídos. Creí oír algo, pero el circuito queunía los sonidos perceptibles por el oído con lafacultad de dotarlos de un significado concretoestaba bloqueado, de modo que no entendí queaquello era una advertencia.

Page 678: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Lo primero que se me ocurrió en elinstante en que mi cabeza chocó contra el durosuelo fue que había regulado mi percepciónauditiva de manera inconsciente. Y me preguntési aquello sería lo mismo que la eliminacióndel sonido. En una situación límite, laconciencia humana despliega múltiplescapacidades. O quizá era que yo estabaevolucionando, poco a poco.

A continuación —aunque sería más exactohablar de escenas cinematográficasencadenadas— sentí un dolor abrumador enambos lados de la cabeza. Ante mis ojos lastinieblas se rasgaron en mil pedazos, el tiempose detuvo, se apoderó de mí la impresión deque mi cuerpo estaba atrapado en unadistorsión espacio-temporal. El dolor era tanviolento que pensé que mi cráneo se habíapartido, agrietado, quizá hundido. O que tal vezhabía estallado y mi cerebro había salidovolando por los aires. Yo debía de estar

Page 679: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

muerto, sólo mi conciencia se retorcía dedolor al revivir un recuerdo fragmentado enpequeños pedazos, como colas de lagartija.

Sin embargo, pasado aquel instante,comprendí que seguía con vida. Vivía yrespiraba: por eso podía percibir aquel dolortan espantoso. Noté cómo las lágrimasafloraban a mis ojos y me humedecían elrostro. Resbalaban por mis mejillas, caían haciala dura plataforma rocosa, fluían hasta lascomisuras de mis labios. Jamás habíaexperimentado un dolor de cabeza taninhumano.

Pensé que iba a desmayarme, pero algome mantuvo unido al dolor y al mundo de lastinieblas. Era un impreciso fragmento derecuerdo que me decía que, en aquellosmomentos, estaba realizando algo. Sí... Yohacía algo. Corría, había tropezado y me habíacaído. Huía. No podía quedarme dormido allí.Era un jirón de recuerdo tan impreciso que

Page 680: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

daba lástima, pero me aferraba a él con todasmis fuerzas, con ambas manos.

Realmente, estaba aferrado a él. Peropoco después, conforme recuperaba laconciencia, caí en la cuenta de que no meaferraba a un simple fragmento de memoria.Me aferraba a una cuerda de nailon. Por uninstante me vi convertido en una pesada prendade ropa que ondeaba al viento. El viento, lagravedad y aun otras fuerzas pretendíanderribarme, pero yo, pese a todo, me esforzabaen cumplir mi cometido como ropa tendida.¿Cómo se me ocurría pensar algo así? Nisiquiera yo lo entendía. Quizá hubieraadquirido la costumbre de buscar analogías ydar formas concretas a las circunstancias enque me hallaba.

Acto seguido, percibí algo muy real: lamitad superior e inferior de mi cuerpo seencontraban en situaciones muy distintas. Paraser más exactos, la mitad inferior de mi cuerpo

Page 681: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

carecía casi por completo de sensibilidad. Sinembargo, percibía vívidamente las sensacionesde la mitad superior. La cabeza me dolía, mimejilla y mis labios estaban aplastados contrael frío y duro suelo, mis manos se aferraban ala cuerda, mi estómago parecía haber ascendidohasta la garganta, mi pecho estaba prendido enun saliente. Hasta ahí lo percibía todo, pero notenía la menor idea de qué había sucedido conla parte inferior de mi cuerpo.

Me dije que tal vez hubiese desaparecido.Que, debido al violento golpe, mi cuerpo talvez se hubiese desgajado en dos por la zona dela herida y que la mitad inferior hubiese salidoproyectada hacia alguna otra parte. Mis piernas—eso pensé—, las puntas de mis pies, mivientre, mi pene, mis testículos, mi... No,pensándolo bien, aquello no era lógico. Aunquehubiese perdido toda mi mitad inferior, eldolor no tendría por qué acabar allí.

Me propuse analizar la situación con

Page 682: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mayor frialdad. Mi parte inferior existía, sóloque, por las circunstancias en que me hallaba,no podía sentirla. Cerré los ojos con fuerza,dejé pasar los ramalazos de dolor que afluían,uno tras otro, como oleadas, y me concentrépor entero en la mitad inferior de mi cuerpo. Elesfuerzo por concentrarme en aquella parte, tanfalta de sensibilidad que había llegado acuestionar su existencia, era equivalente al quehabía realizado horas antes para lograr unaerección en mi pene mientras éste se resistía aello. Era como empujar el vacío.

Entonces me acordé de la chica del pelolargo y la dilatación gástrica que trabajaba en labiblioteca. Me pregunté por qué no habríaconseguido una erección cuando me habíaacostado con ella. A partir de aquel momento,las cosas habían empezado a torcerse. Pero nopodía quedarme pensando indefinidamente enello. Usar el pene con eficacia no era el únicoobjetivo de la vida humana. Al menos a esa

Page 683: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

conclusión había llegado muchos años atrás alleer La cartuja de Parma, de Stendhal.Ahuyenté de mi cabeza cualquier idearelacionada con la erección.

La mitad inferior de mi cuerpo parecíahallarse en una situación ambigua. Era como siestuviese suspendida en el aire y... Sí, eso era.La mitad inferior de mi cuerpo pendía delborde del suelo rocoso mientras que la mitadsuperior trataba de impedir, a duras penas, queme cayera al abismo. Por eso me agarraba contodas mis fuerzas a la cuerda.

Al abrir los ojos, me deslumbró una luzcegadora. Era la joven gorda, que dirigía haciamí el haz de luz de su linterna.

Agarrándome con todas mis fuerzas a lacuerda, intenté aupar la parte inferior de micuerpo hasta el suelo rocoso.

—¡Rápido! —me gritó—. Si no nosdamos prisa, no saldremos vivos de ésta.

Yo intentaba subir los pies a la superficie

Page 684: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

rocosa, pero no era fácil. Para empezar, notenía ningún punto de apoyo. No me quedó másremedio que soltar la cuerda a la que meaferraba con ambas manos, clavar los codos enel suelo e intentar izar todo el cuerpo, como unpeso muerto. Mi cuerpo pesaba un quintal, elsuelo resbalaba como si estuviese cubierto desangre. No sabía por qué estaba tan resbaladizo,pero no tenía tiempo de preocuparme por ello.La herida del vientre, al rozar contra la roca,me dolía como si me hubiesen vuelto a rajarcon la navaja. Me sentía como si alguien mepisoteara salvajemente. Alguien que quisieradestrozarme, reducir a polvo mi cuerpo, miconciencia y todo mi ser.

No obstante, estaba consiguiendo subir micuerpo, centímetro a centímetro. El cinturónalcanzó el borde del suelo, y en ese instantecomprendí que la cuerda de nailon que llevabaanudada a la cintura estaba tirando de mí. Peroeso, en vez de ayudarme, intensificaba aún más

Page 685: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el dolor de la herida y me desconcentraba.—¡No tires de la cuerda! —grité en

dirección a la luz—. ¡Ya subiré solo, deja detirar!

—¿Podrás?—Sí. Ya me las apaño solo.Con la hebilla del cinturón prendida a la

superficie rocosa, sacando fuerzas de flaqueza,subí una pierna y, finalmente, logré salir deaquel negro e inesperado pozo. Después decerciorarme de que había logrado salir indemnedel agujero, ella se acercó y me palpó elcuerpo con ambas manos para asegurarse deque estaba entero.

—Siento mucho no haber podido subirtetirando de la cuerda —dijo—. Tenía queagarrarme a esa roca de ahí con todas misfuerzas para evitar que cayéramos los dos en elagujero.

—No importa. Pero ¿por qué no me hasavisado de que había un agujero?

Page 686: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No me ha dado tiempo. Por eso te hegritado: «¡Detente!».

—No te he oído.—Sea como sea, tenemos que salir de

aquí pitando —dijo la joven—. En esta zona haymuchos agujeros y tendremos que avanzar conmucho cuidado. Después, nos faltará poco parallegar. Pero si no nos apresuramos, noschuparán la sangre, nos dormiremos ymoriremos.

—¿Que nos chuparán la sangre?Dirigió la linterna hacia el interior del

agujero donde había estado a punto deprecipitarme. La boca del pozo, un círculo tanperfecto que parecía trazado con compás, teníaalrededor de un metro de diámetro. Cuandobarrió los alrededores con la luz de la linterna,vi que, en el suelo, se sucedían, en lo quealcanzaba la vista, una serie de agujeros delmismo tamaño. Recordaba un enorme panal.

Las paredes que flanqueaban el camino

Page 687: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

habían desaparecido y ante nuestros ojos seextendía una explanada rocosa llena deinnumerables pozos. Se adivinaba un caminoentre los agujeros. Era un pasaje peligroso, deun metro en el punto de mayor anchura, de unostreinta centímetros en el más angosto,practicable si caminábamos con precaución.

El problema era que algo parecía temblary retorcerse en el suelo. Era una visiónfascinante. Daba la sensación de que el suelorocoso, que se suponía firme y duro, oscilaba yserpenteaba como las arenas movedizas. Alprincipio creí que el fuerte golpe que me habíadado en la cabeza me había afectado al nervioóptico. De modo que me iluminé la mano conla linterna. Mi mano no oscilaba ni serpenteaba.Era mi mano de siempre. Es decir, que minervio óptico no había sufrido daño alguno. Erael suelo lo que se movía.

—Son sanguijuelas —explicó—. Unalegión de sanguijuelas que han reptado fuera

Page 688: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del agujero. Como nos entretengamos, noschuparán toda la sangre y acabaremos comomudas de insecto vacías.

—¡Pues sí que estamos bien! —exclamé—. ¿Esto es aquello tan terrible de quehablabas?

—¡Qué va! Las sanguijuelas no son másque un preámbulo. Lo verdaderamente terribleviene después. ¡Date prisa!

Todavía enlazados con la cuerda, pisamosel suelo infestado de sanguijuelas. Noté quepor mis piernas, hasta alcanzar la espalda,reptaba una viscosidad idéntica a la de lasincontables sanguijuelas aplastadas bajo missuelas de goma.

—¡Ten cuidado! Si caes en un agujero,estás muerto. Están llenos a rebosar de esosbichos —dijo.

Ella me agarró con fuerza del codo, yo meaferré a los bajos de su chaqueta. Era arduo elavance por aquel sendero rocoso, de escasos

Page 689: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

treinta centímetros de anchura, viscoso yresbaladizo. La fangosa textura de lassanguijuelas aplastadas se adhería a nuestrassuelas formando una gruesa capa similar a lagelatina e impidiendo que pisáramos confirmeza. Ahora percibía con toda claridad cómolas sanguijuelas que, al caer, se me habíanpegado a la ropa me chupaban la sangre de lasorejas y de la nuca, pero no podía librarme deellas. Asía la linterna con la mano izquierda yme aferraba a los bajos de la chaqueta de ellacon la mano derecha, y no podía soltar ningunade las dos cosas. Como caminaba enfocando elsuelo con la linterna, me veía obligado, pormás que me repugnara, a mantener la vistaclavada en aquella legión de sanguijuelas. Habíatantas que daba vértigo. Y un número infinitode sanguijuelas seguía surgiendo de los negrosagujeros.

—Deben de ser los agujeros donde losantiguos tinieblos arrojaban a las víctimas de

Page 690: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los sacrificios —aventuré.—Exacto. ¡Qué listo eres! —dijo.—Hasta ahí llego —dije.—Creían que las sanguijuelas eran las

mensajeras del pez del que antes te hablaba. Enresumen, que eran sus subordinadas. Por esoles ofrecían sacrificios también a ellas.Víctimas frescas, carnosas y llenas de sangre.Por lo general, sacrificaban a seres humanosque capturaban en la superficie.

—¿Y ahora ya han desaparecido estasprácticas?

—Por lo visto, sí. Mi abuelo me dijo queahora son ellos los que se comen la carne delas personas y que, al pez y a las sanguijuelas,sólo les ofrecen en sacrificio la cabezadecapitada. Sea como sea, desde que este lugarse ha convertido en santuario, nadie ha vuelto apisarlo.

Sorteamos un incontable número depozos, aplastamos decenas de miles de

Page 691: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

viscosas sanguijuelas bajo las suelas denuestras zapatillas. Tanto ella como yoperdimos pie en varias ocasiones, pero, en cadauna de ellas, nos sostuvimos el uno a la otraevitando la caída.

Aquel desagradable silbido procedía delinterior de los pozos oscuros. Extendía hacianosotros sus tentáculos desde lasprofundidades, como un bosque en la noche,cercándonos por completo. Si se prestabaatención, se distinguía su «fiu-fiu», como unalegión de hombres decapitados que trataran deimplorar algo y sólo lograran emitir un silbidoa través de sus gargantas seccionadas.

—El agua se acerca —dijo—. Lassanguijuelas no son más que el preámbulo.Cuando ellas desaparezcan, llegará el agua.Manará a chorros desde el interior de lospozos, toda esta zona se convertirá en unaciénaga. Las sanguijuelas lo saben, por esosalen huyendo de los pozos. Tenemos que

Page 692: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alcanzar el altar antes de que llegue el agua.—¿Y tú lo sabías? —dije—. ¿Por qué no

me has avisado?—Para serte franca, no estaba segura. El

agua no brota todos los días, ¿sabes?, sólo doso tres veces al mes. ¿Quién iba a imaginar queafloraría precisamente hoy?

—¡Estamos apañados! ¡Una desgracia trasotra! —Había formulado en palabras lo quevenía pensando desde la mañana.

Proseguimos la marcha, bordeando lospozos con grandes precauciones. Pero por másque avanzáramos, los agujeros nunca seacababan. Tal vez se sucedían indefinidamentehasta los confines de la Tierra. Bajo laszapatillas teníamos adheridas tantassanguijuelas muertas que casi no notábamos elsuelo bajo nuestros pies. Al dar un paso trasotro con una concentración extrema, la cabezaacababa embotándose y cada vez costaba másmantener el equilibrio. Las capacidades físicas

Page 693: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

crecen en las situaciones límite, pero lacapacidad de concentración es mucho máslimitada de lo que uno cree. Sea cual sea lasituación crítica en la que uno se halle, si éstase prolonga sin alteraciones, la atención decaeinevitablemente. Conforme transcurre eltiempo, cuesta cada vez más reconocer lasituación crítica, disminuye la capacidad deconcebir la propia muerte, y el vacío se vaadueñando de la conciencia.

—¡Ánimo! —me alentó—. Un poco más yllegaremos a un lugar seguro.

Como me daba pereza hablar, asentí conun movimiento de cabeza. Pero comprendí deinmediato que mi gesto no tenía ningún sentidoen la oscuridad.

—¿Me oyes? —se inquietó—. ¿Va todobien?

—Sí, tranquila. Es que tengo náuseas —repuse.

Hacía mucho rato que tenía ganas de

Page 694: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vomitar. La legión de sanguijuelas que bullíanen el suelo, el hedor que despedían y el líquidoviscoso de sus cuerpos se conjugaban paracerrarme el estómago con una anilla de hierro.Y los jugos gástricos, que apestaban a vómito,me subían desde el esófago hasta el inicio delpaladar. Era como si mi capacidad deconcentración estuviera llegando al límite. Mesentí como si tocara un piano que tuviera sólotres octavas y no hubiera sido afinado en cincoaños. ¿Cuántas horas llevaba ya vagando en laoscuridad? ¿Qué hora debía de ser en el mundoexterior? ¿Estaba saliendo el sol? ¿Habríanempezado ya a repartir la edición matutina delos periódicos?

Ni siquiera podía echar una ojeada al relojde pulsera. Ponía toda mi atención en iradelantando una pierna tras otra mientrasalumbraba el suelo con la linterna. Quería vercómo el cielo del amanecer iba tomandoprogresivamente una tonalidad lechosa.

Page 695: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Beberme un vaso de leche caliente, oler elbosque en la mañana, hojear la edición matutinadel periódico. Ya estaba harto de la oscuridad,de las sanguijuelas, de los agujeros, de lostinieblos. Todas las vísceras, los músculos, lascélulas de mi cuerpo necesitaban la luz. Pordébil que ésta fuese. Me conformaba con unmiserable rayo de luz, pero que fuese de luzauténtica, no de la luz de una linterna.

Mientras pensaba en la luz, mi estómagose contrajo y mi boca se llenó de un alientohediondo. Un olor a pizza de salami, peropodrida.

—En cuanto salgamos de aquí, podrásvomitar tanto como quieras. ¡Aguanta un poco!—me dijo la chica. Y me agarró el codo confuerza.

—No voy a vomitar —murmuré entredientes.

—¡Créeme! Saldremos de ésta. Quizáhayamos tenido mala suerte, pero eso acabará

Page 696: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un momento u otro. No puede durareternamente.

—Te creo —repuse.No obstante, me daba la sensación de que

los agujeros se sucedían sin fin. Incluso meparecía que pasábamos una y otra vez por elmismo sitio. Pensé de nuevo en la ediciónmatinal, recién impresa, del periódico. Unperiódico tan reciente que la tinta fresca seadhería a las yemas de los dedos. Muy grueso,con encartes publicitarios. Porque ya se sabeque en la edición matinal sale de todo. Todo lorelacionado con la vida de la superficie. Todo.Desde la hora en que se levanta el primerministro, el estado del mercado de valores o elsuicidio de toda una familia, hasta recetas decocina, la longitud que debían tener las faldas,las reseñas de las novedades discográficas ylos anuncios de agencias inmobiliarias.

El problema era que yo no estaba suscritoa ninguno. Hacía ya tres años que había

Page 697: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

abandonado el hábito de leer el periódico. Nopodría explicar por qué, pero había dejado dehacerlo. Quizá se debiese a que mi vida habíatomado unos derroteros muy distintos a los delcontenido de los artículos periodísticos o delos programas de la televisión. Mi únicarelación con el mundo consistía en procesar enmi cabeza las cifras que me ofrecían,cambiándolas de forma, y el resto del tiempolo pasaba solo, leyendo novelas anticuadas,viendo vídeos de viejas películas de Hollywoody bebiendo cerveza o whisky. No necesitabahojear periódicos y revistas.

Sin embargo, en aquel instante, inmersoen unas tinieblas absurdas, desprovistas de todaluz, rodeado de un número incontable de pozosy sanguijuelas, ansiaba leer la edición matutinadel periódico. Sentarme en algún lugar soleadoy leérmelo de cabo a rabo, igual que un gatolame un plato de leche, sin dejar una sola letra.Y absorber los diversos fragmentos de la vida

Page 698: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que las personas vivían bajo el sol y empapar enellos cada una de mis células.

—¡Ya se ve el altar! —dijo la chica.Traté de alzar los ojos, pero resbalé y no

pude levantar del todo la cabeza. De hecho, nome importaba cómo era, ni de qué color; loúnico que me interesaba era alcanzarlo lo antesposible. Hice un último esfuerzo deconcentración y seguí adelante con sumocuidado.

—Diez metros más y llegamos.No bien pronunció estas palabras, cesó el

silbido que emergía del fondo de los pozos.Acabó de una forma tan brusca y antinatural queparecía que alguien, en el centro de la Tierra,hubiese levantado una enorme hacha de aceradofilo y hubiese cortado el sonido de un tajo.Aquel áspero silbido, que surgía de lasprofundidades tras ejercer una gran presiónsobre la tierra, cesó sin previo aviso, sin eco.Más que enmudecer el silbido, dio la sensación

Page 699: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de que el propio espacio que lo comprendíadesaparecía por completo. Y fue tan repentinoque perdí el equilibrio y a punto estuve de caer.

Un silencio tan insondable que lastimabalos oídos se extendió por los alrededores. Lapaz que surgía de pronto de las densas tinieblasera más siniestra aún que el desagradable ymacabro silbido. Ante un sonido, sea cual sea,puedes tomar una postura determinada. Pero elsilencio es cero, es la nada. Nos cercaba y, paracolmo, no existía. Noté que algo me oprimía enel fondo de mis oídos, como si hubiese variadola presión atmosférica. Los músculos de lasorejas, incapaces de adaptarse al bruscocambio, aguzaron su capacidad auditiva paracaptar alguna señal en el silencio.

Pero el silencio era absoluto. Una vezcesó, el silbido no volvió. Tanto ella como yopermanecimos inmóviles, aguzando el oídohacia el vacío. Para aliviar la opresión quesentía en mis oídos, tragué saliva, pero fue en

Page 700: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vano: sólo conseguí que un sonidoartificialmente amplificado, similar a cuando laaguja del tocadiscos roza con el borde delplato, resonara en mis oídos.

—¿Se habrán retirado las aguas? —pregunté.

—Dentro de poco empezarán a brotar —repuso—. El silbido lo producía el aireexpulsado de los recovecos de los conductosdel agua por la presión que ésta ejercía. Y ahoraque ha salido todo el aire, nada obstaculiza elpaso del agua.

La joven me tomó de la mano y, juntos,sorteamos los últimos agujeros. Quizá fuerauna simple impresión, pero habría jurado quehabía menos sanguijuelas pululando sobre elsuelo rocoso. Tras sortear cinco o seisagujeros más, salimos de nuevo a una explanadavacía. Allí ya no había ni agujeros nisanguijuelas. Los bichos debían de haber huidoen dirección contraria. Había conseguido

Page 701: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

superar lo peor. Porque, aun suponiendo quemuriera ahogado en las aguas, sería mil vecespreferible a morir al caer dentro de un pozo desanguijuelas.

Sin ser plenamente consciente de lo quehacía, alargué la mano con la intención dearrancarme las sanguijuelas que tenía pegadas ala nuca, pero la joven me frenó, agarrándome elbrazo.

—Eso déjalo para después. Si no subimosenseguida a la torre, nos ahogaremos —dijo yprosiguió a paso rápido, sin soltarme el brazo—. Por cinco o seis sanguijuelas no te vas amorir. Además, si te las quitas a lo bruto, tearrancarás la piel. ¿No lo sabías?

—No, no lo sabía —dije. Soy tan lerdo yestúpido como uno de esos plomos quecuelgan del culo de las boyas luminosas de loscanales.

Unos veinte o treinta pasos más adelante,ella me frenó y, con la gran linterna que llevaba

Page 702: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en la mano, iluminó una enorme «torre», comoella la había llamado, que se alzaba antenuestros ojos. La «torre» era un cilindro que seerguía hacia lo alto, apuntando hacia lastinieblas. Al igual que un faro, parecía irestrechándose conforme ganaba en altura, peroera imposible aventurar cuánto medía. Erademasiado alta para poder iluminarla entera ycaptar una imagen global, y, además, nodisponíamos de tiempo para ello. La joven selimitó a bañar por un instante la superficie conel haz de luz de su linterna; luego, sin decirpalabra, echó a correr hacia ella y empezó asubir la escalera. Yo la seguí, claro está, sinpérdida de tiempo.

Vista desde lejos y bajo una luzinsuficiente, la «torre» hacía pensar en unmagnífico y precioso monumento en cuyarealización se hubiesen empleado admirablestécnicas arquitectónicas y una ingente cantidadde tiempo, pero en cuanto me acerqué y la

Page 703: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

toqué, me di cuenta de que era una simple molerocosa, tosca y deforme. Un mero productoazaroso de la erosión.

Alrededor de la mole, los tinieblos habíanesculpido una escalera —suponiendo que sepudiera llamar «escalera» a algo tanrudimentario— en forma de espiral. Dehechura irregular, con escalones tan exiguosque apenas permitían apoyar el pie, a trechoscarecía de peldaños. Cuando faltaba un escalón,apoyábamos el pie en el saliente de la paredmás cercano, pero como teníamos queaferramos con ambas manos a las rocas para nocaernos, nos era imposible alumbrar lospeldaños a medida que avanzábamos, con locual, con frecuencia, al ir a pisar un supuestoescalón, nos encontrábamos con el pie en elvacío. La escalera podría serles útil a lostinieblos, que veían en la oscuridad, pero paranosotros no era más que un peligroso incordio.Así pues, nos veíamos obligados a ascender

Page 704: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

con suma atención, peldaño a peldaño,aferrados a la pared rocosa como dos lagartos.

Había subido treinta y seis escalones —tengo la costumbre de ir contando los peldañosde las escaleras—, cuando de las tinieblas,abajo, a nuestros pies, surgió un extraño ruido.Como si arrojaran una gran tajada de rosbifcontra una pared lisa. Un sonido plano yhúmedo, lleno de vigor. Siguió un silencio. Uninstante mudo y siniestro. Agarrado al salientecon ambas manos, pegado a la pared de roca,esperé a que llegara algo.

Entonces se oyó el fragor inconfundibledel agua. El sonido del agua brotando, a untiempo, de los innumerables pozos quehabíamos sorteado. Además, no era unacantidad de agua insignificante. Recordé unasecuencia de un noticiario, que vi cuando eraalumno de primaria, sobre la inauguración deuna presa. El gobernador, con un casco en lacabeza, pulsaba el botón de una máquina, se

Page 705: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

abrían las compuertas y una gruesa columna deagua salía disparada hacia lo lejos, hacia elvacío, acompañada de una nube de aguapulverizada y de un estruendo pavoroso. Era laépoca en que las noticias y los dibujosanimados todavía se proyectaban en el cine.Mientras contemplaba las imágenes, pensé quésucedería si, por una razón u otra, meencontrara bajo aquella presa que vomitaba unacantidad tan sobrecogedora de agua, y micorazón infantil se llenó de horror. No podíasospechar que un cuarto de siglo después meencontraría en una situación parecida. Losniños tienden a pensar que, al final, una especiede poder sagrado los librará de los posiblespeligros que les acechan en el mundo. Almenos, eso creía yo cuando era pequeño.

—¿Hasta dónde subirá el agua? —lepregunté a la joven, que estaba dos o trespeldaños por encima de mí.

— Hasta bastante arriba —me

Page 706: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

respondió sucintamente—. Si queremossalvarnos, tenemos que subir más. Arriba detodo no llega, estoy segura. Es lo único que sé.

—¿Y cuántos peldaños faltan?— Muchos —dijo.¡Vaya respuestas! No tenía más remedio

que apelar a mi imaginación.Seguimos ascendiendo por la escalera en

espiral tan rápido como pudimos. A juzgar porel rumor del agua, la «torre» a la que estábamosaferrados se alzaba en el centro de unaexplanada desierta, rodeada por los pozos desanguijuelas. En resumen, que nosencaramábamos a una especie de palo que seerguía justo en medio de los chorros de agua. Ysi la joven no andaba errada, aquel espaciovacío similar a una plaza se inundaría igual queuna ciénaga y, en medio del agua, sóloemergería, como si fuera una isla, el extremode la «torre».

Su linterna, que llevaba colgada del

Page 707: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hombro por la correa, oscilaba de formairregular sobre sus caderas y el haz de luzdibujaba figuras fantasmagóricas en lastinieblas. Continué el ascenso tomando esta luzcomo meta. Ya había dejado de llevar la cuentadel número de escalones, pero debía de habersubido unos ciento cincuenta, quizá doscientos.Al principio, el chorro de agua había subido y,desde lo alto, se había precipitado contra elsuelo de roca produciendo un fragorespeluznante; poco después, se habíatransformado en el rugido de un torrentecayendo a una catarata y, en aquellosmomentos, se había convertido en un gorgoteo,como si lo hubiesen sofocado con una tapa. Elnivel del agua subía sin duda alguna. Como nose veía nada bajo nuestros pies, era imposiblesaber hasta dónde llegaba, pero me dije que nosería extraño que, de un momento a otro, elagua helada me bañara los tobillos.

Creía encontrarme en medio de una

Page 708: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pesadilla. Algo me perseguía, pero yo eraincapaz de avanzar deprisa y ese algo me pisabalos talones y se disponía a agarrarme lostobillos con sus manos resbaladizas. Comosueño, era espantoso, pero tratándose de larealidad, era mucho peor. Decidí ignorar losescalones, me agarré con ambas manos a lasrocas y subí, izando mi cuerpo suspendido en elvacío.

¿No habría sido mejor tratar demantenernos a flote en la superficie del agua ydejar que ésta nos izara hasta la cumbre? Estaidea se me ocurrió de repente. Sería mássencillo; ante todo, no habría peligro de quenos cayéramos. Le estuve dando vueltas unrato, sopesándola, y lo cierto era que, para seridea mía, no estaba nada mal. Decidítransmitírsela a la joven.

—Imposible —repuso ella de inmediato—. Bajo la superficie del agua se arremolinanunas corrientes muy fuertes. Si nos atrapara un

Page 709: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

remolino, de nada nos serviría nadar. Jamásvolveríamos a salir a la superficie y, aunque lolográramos, en medio de la oscuridad nosabríamos adonde dirigirnos.

Total que, por mucho que me exasperara,no tenía más remedio que seguir subiendoaquellos irritantes escalones, uno tras otro. Elrumor del agua decrecía por momentos, comoun motor que aminorara gradualmente lavelocidad, hasta que se convirtió en un gemidosordo. El nivel del agua ascendía sin pausa.«¡Sólo con que hubiese un poco de luz deverdad...!», me dije. Por débil que fuese, con unpoco de luz natural subiríamos sin problemas,sabríamos hasta dónde llegaba el agua. Y no meinvadiría aquel pánico, propio de una pesadilla,de no saber cuándo acabaría agarrándome lostobillos. Odiaba la oscuridad con todas misfuerzas. No me perseguía el agua. Me perseguíala oscuridad que se extendía entre el agua y mistobillos. Esa oscuridad me llenaba de un terror

Page 710: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

frío y sin fondo.Aquella secuencia del noticiario volvió a

mi pensamiento. La arqueada presa de lapantalla arrojaba eternamente agua dentro delcono situado abajo, ante nuestros ojos. Lacámara, insistente, captaba la imagen desdediferentes ángulos. Desde arriba, de frente,desde un lado, la lente jugueteaba con el chorrode agua como si lo lamiera. La sombra delpotente chorro se reflejaba en el muro decemento de la presa. La sombra del aguadanzaba, como si fuera el agua misma, en susparedes blancas y lisas. Con la mirada clavadaen la pantalla del cine, la sombra del agua seconvirtió en mi propia sombra. La que bailabaahora en las curvadas paredes de la presa era mipropia sombra. Sentado en la butaca del cine,no podía despegar los ojos de ella. Enseguidacomprendí que era mi propia sombra, pero yosólo era un espectador más de la sala, y nosabía qué hacer. Yo era un impotente muchacho

Page 711: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de nueve o diez años. Quizá habría tenido quecorrer hacia la pantalla y recuperar mi sombra,o irrumpir en la cabina de proyección yapoderarme de la película. Sin embargo, eraincapaz de decidir si era lícito obrar de aquellaforma. Así que no hice nada y me limité apermanecer inmóvil, con la vista clavada en misombra.

Mi sombra continuó danzando sin fin bajomis ojos. Serpenteaba en silencio, dibujandoformas irregulares, como un temblorosopaisaje lejano inmerso en la calina. Mi sombrano podía hablar y, por lo visto, tampoco podíatransmitirme nada por señas. Pero la sombraquería, con toda seguridad, decirme algo. Ellasabía que yo estaba allí sentado, mirándola.Pero ella se sentía tan impotente como yo.Porque mi sombra no era más que una sombra.

Ningún otro espectador se dio cuenta deque la sombra del chorro del agua que sereflejaba en las paredes de la presa era, en

Page 712: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

realidad, mi sombra. A mi lado estaba sentadomi hermano mayor, pero tampoco él lo vio. Sise hubiese dado cuenta, me hubiese susurradoalgo al oído. Mi hermano siempre hablaba ymetía ruido en el cine, cuchicheando sobreesto y aquello.

Tampoco yo le conté a nadie que aquéllaera mi sombra. Me daba la impresión de que nome iban a creer. Además, parecía que la sombradeseaba transmitirme un mensaje únicamente amí. Quería contarme algo de otro lugar y deotro tiempo sirviéndose de la pantalla del cine.

Sobre la pared de cemento abombada, misombra estaba sola, abandonada por todos. Yono sabía cómo había logrado llegar hasta lapared de la presa y tampoco qué pensaba hacera continuación. Pronto oscurecería y seríaengullida por las tinieblas. O quizá, arrastradapor la rápida corriente, llegaría hasta el mar y,una vez allí, volvería a ser mi sombra, a actuarcomo tal. Al pensarlo, me invadió una tristeza

Page 713: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inmensa.Poco después, la noticia sobre la presa

llegó a su fin y, en la pantalla, informaron sobrela ceremonia de coronación del rey de algúnpaís. Una hermosa carroza tirada por caballoscon las cabezas empenachadas cruzaba unaplaza empedrada. Busqué mi sombra en elsuelo, pero allí únicamente se reflejaban loscaballos, la carroza y los edificios.

Mis recuerdos se desvanecían en estepunto. Pero yo no podía asegurar que aquellome hubiese sucedido realmente en el pasado.Porque, hasta entonces, estos recuerdoslejanos no habían aflorado a mi memoria ni unasola vez. Quizá sólo fuesen una escena que yome había forjado en mi mente al oír el rumordel agua en aquellas tinieblas anómalas. Tiempoatrás, había leído un capítulo de un libro depsicología que hablaba de estos efectospsíquicos. Por lo visto, en situacionesextremas, el ser humano construye a veces en

Page 714: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

su mente ilusiones a fin de defenderse de unarealidad adversa. Eso, al menos, sostenía aquelpsicólogo. No obstante, las imágenes queacababa de visualizar eran demasiado precisas,demasiado vividas, y estaban ligadas a miexistencia con unos lazos demasiado fuertescomo para ser una ilusión creada por mi mente.Podía recordar con claridad los olores y lossonidos que me rodeaban en aquellosmomentos. Podía percibir en mi corazón eldesconcierto, la confusión y el terrorindefinido que me habían invadido a los nueve odiez años. Aquello me había sucedidorealmente, estaba convencido. Alguna fuerza lohabría enterrado en el fondo de mi concienciay, en aquellos instantes, enfrentado a unasituación extrema, la losa se había aflojado ylos recuerdos emergían a la superficie.

¿Alguna fuerza?La operación cerebral que había sufrido

para poder realizar el shuffling era la causa de

Page 715: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todo. No me cabía la menor duda. Ellos habíantapiado mis recuerdos en las paredes de miconciencia. Hilos me habían arrebatado lamemoria durante largo tiempo.

Al pensarlo me llené de ira. Nadie teníaderecho a arrebatarme mis recuerdos. Era mipropia historia. Robarle la memoria a alguienera como robarle la vida. Conforme crecía mienfado, me fui olvidando del miedo. «He desobrevivir, sea como sea», decidí. «Sobreviviré.Huiré de este enloquecido mundo de lastinieblas y recuperaré todos los recuerdos queme han robado. Llegue o no el fin del mundo,renaceré como un ser completo.»

—¡Una cuerda! —gritó de repente lajoven.

—¿Una cuerda?—¡Mira! ¡Ven enseguida! ¡Hay una cuerda

colgando!Subí a toda prisa tres o cuatro escalones,

llegué a su lado y palpé la pared. En efecto,

Page 716: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

había una cuerda. Una cuerda fuerte dealpinismo, no muy gruesa, cuyo extremo pendíaa la altura de mi pecho. Con mil precauciones,la así con una mano y fui tirando de ella cadavez con más fuerza. A juzgar por la resistenciaque ofrecía, debía de estar firmemente sujeta aalgo.

—¡Seguro que es cosa de mi abuelo! —gritó la joven—. La ha dejado caer paranosotros.

—Por si acaso, demos otra vuelta —dije.Bordeamos de nuevo la «torre», tanteando

con impaciencia los peldaños bajo nuestrospies. La cuerda seguía colgando en el mismolugar. A intervalos de unos treinta centímetros,tenía nudos para apoyar los pies. Si continuabanhasta lo alto de la «torre», nos ahorraríanmucho tiempo.

—Es mi abuelo, seguro. Siempre cuidahasta los menores detalles.

—¡Ya veo! —dije—. ¿Sabes trepar por una

Page 717: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuerda?—¡Por supuesto! —repuso—. Desde

pequeña, soy buenísima en eso. ¿No te lo habíadicho?

—Entonces, sube tú primero. Cuandollegues arriba, haz parpadear hacia mí la luz dela linterna. Entonces empezaré a subir yo.

—Pero entretanto llegará el agua. ¿Nosería mejor que subiéramos los dos a la vez?

—En alpinismo, la norma es una personapor cuerda. Primero, hay que tener en cuenta laresistencia de la cuerda y, después, es máscomplicado subir dos que uno solo, y se tardamás. Por otro lado, aunque llegue el agua,estando agarrado a la cuerda podré seguirsubiendo.

—Eres más valiente de lo que parece,¿sabes? —dijo.

Permanecí inmóvil en la oscuridadpensando que tal vez volvería a besarme, peroella empezó a ascender ágilmente por la cuerda

Page 718: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sin preocuparse por mí. Agarrado a la roca conambas manos, me quedé contemplando cómosubía aquella luz, oscilando sin ton ni son. Laescena hacía pensar en un alma ebria queascendiera tambaleante al cielo. Mientras lacontemplaba, me entraron unas ganasirresistibles de tomarme un whisky. Pero labotella se encontraba dentro de la mochila quellevaba colgada a la espalda y, en una posicióntan inestable, retorcerme, bajar la mochila ysacar la botella era, desde cualquier punto devista, imposible. Así que lo dejé correr y, encambio, decidí reproducir en mi mente elinstante en que me estaba tomando un whisky.Un bar tranquilo y limpio, un bol lleno decacahuetes, Vendôme, de The Modern JazzQuartet, sonando a bajo volumen, un whiskydoble con hielo. Depositaría el vaso sobre labarra y permanecería unos instantes mirándolo,sin tocarlo. El whisky hay que contemplarloprimero. Y cuando te cansas de mirarlo, te lo

Page 719: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bebes. Es como una chica bonita.Eso me recordó que ya no tenía ni trajes

ni chaquetas buenos. Aquel par de chalados mehabían rajado toda la ropa. Desolado, mepregunté: «¿Y qué me pondré para ir al bar?».Vamos, que antes tendría que renovar mivestuario. Me decidí por un traje de tweed decolor azul marino. Un azul elegante. Lachaqueta sería de tres botones, hombros pocomarcados, de corte recto. Un traje del viejoestilo. Como el que llevaba George Peppard aprincipios de los sesenta. La camisa sería azul.De un tono que combinara con el traje, de esasde aspecto ligeramente descolorido. La telasería de un grueso algodón Oxford, y el cuello,lo más normal y discreto posible. La corbata laprefería a rayas de dos colores. Rojo y verde.El rojo, oscuro, y el verde, uno de esos verdesque no sabes si es verde o azul, como el marbajo la tormenta. Me lo compraría todo enalguna tienda elegante de ropa masculina, me lo

Page 720: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pondría, entraría en un bar y pediría un whiskydoble con hielo. Y en el mundo subterráneo yapodían armar todo el jaleo que quisieran lassanguijuelas, los tinieblos y los peces conuñas, que yo, en el mundo de la superficie, mepondría un traje de tweed azul marino y metomaría un whisky llegado de Escocia.

De súbito, me di cuenta de que el rumordel agua se había extinguido. Tal vez losagujeros hubieran dejado de vomitar agua. O talvez fuese sólo que el agua había alcanzado unaaltura considerable y había dejado de oírse.Pero eso a mí no me importaba. Si el aguaquería subir, que subiera. Yo había decididosobrevivir. Y recuperar la memoria. Nadie,jamás, volvería a manipularme. Quise gritarloal mundo entero. Que nadie volvería amanipularme.

Sin embargo, me dije que de poco serviríagritar eso aferrado a una roca en las negrasprofundidades del subsuelo, así que lo dejé

Page 721: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

correr y doblé el cuello para mirar hacia loalto. Ella se hallaba mucho más arriba de lo queesperaba. No sabía a cuántos metros dedistancia estaba en aquellos momentos, peroequivaldrían a unas tres o cuatro plantas deunos grandes almacenes. Estaría en la secciónde ropa femenina o en la de telas paraquimonos. Me pregunté con fastidio cuántomediría la mole rocosa en su totalidad. Ella yyo juntos ya debíamos de haber ascendido untrecho considerable y, puesto que aún faltabauna buena parte, aquella mole rocosa debía deser altísima. En cierta ocasión había tenido elcapricho de subir los veintiséis pisos de unrascacielos, pero me daba la impresión de quela escalada de la «torre» superaba con crecesmi anterior gesta.

De todos modos, me dije que era unasuerte que las negras sombras me impidieranver bajo mis pies. Por más acostumbrado queestés a la montaña, subir a un lugar tan

Page 722: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

escarpado y peligroso sin equipo y calzado conzapatillas de tenis era una experienciaterrorífica. Era como limpiar los cristales de lafachada de unos grandes almacenes sin red niandamio. Mientras subías y subías, envuelto enla oscuridad, no había problema, pero una vezque te detenías, empezaba a preocuparte laaltura.

Volví a doblar el cuello y miré haciaarriba. Ella seguía subiendo, y la luz continuababalanceándose, pero se encontraba a muchamayor altura que antes. Efectivamente, debía deser muy buena trepando por la cuerda, tal comohabía dicho. En todo caso, la altura eraconsiderable. Casi irrazonable. ¿Por qué se lehabría ocurrido al anciano refugiarse en unlugar tan estrambótico? Si nos hubieraesperado en un lugar más normal, noshabríamos ahorrado muchas fatigas.

Estaba absorto en estos pensamientoscuando me pareció oír una voz en lo alto. Al

Page 723: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alzar la vista, distinguí una lucecita amarilla queparpadeaba como las luces de navegación de unavión. Debía de haber llegado a la cima. Agarréla cuerda con una mano, saqué la linterna delbolsillo con la otra e hice, hacia arriba, lamisma señal. Luego, de paso, enfoqué haciaabajo, dispuesto a comprobar hasta dóndellegaba ya la superficie del agua, pero la luz demi linterna era demasiado débil y nada pudever. Las tinieblas eran demasiado profundas y, ano ser que descendiera un poco, no distinguiríanada. Mi reloj de pulsera indicaba las cuatro ydoce minutos de la madrugada. Aún no habíaamanecido. Todavía no habían repartido laedición matinal del periódico. Los trenes aúnno circulaban. En la superficie, la gente debíade dormir profundamente, sin enterarse denada.

Tiré de la cuerda hacia mí con ambasmanos y, tras respirar hondo, empecé a subirlentamente.

Page 724: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas
Page 725: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

24. La plaza de las sombras

EL FIN DEL MUNDO

Por la mañana, al abrir los ojos, vi queaquel prodigioso tiempo soleado que se habíaprolongado a lo largo de tres días había llegadoa su fin. El cielo estaba cubierto de una capauniforme de oscuros nubarrones, y los rayos desol, que a duras penas lograban atravesarlos yalcanzar la tierra, habían perdido ya su tibieza ysu brillo. Envueltos en aquella luz heladafundida en gris, los árboles tendían al aire susramas peladas, desprovistas de hojas,recortándose en el cielo como si fuerangrietas, y el río dejaba oír su gélido murmullopor los alrededores.

El cariz del cielo presagiaba nieve de un

Page 726: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

momento a otro, pero no nevaba.—Hoy no nevará —me explicó el anciano

—. Estas nubes no son de nieve.Abrí la ventana y, una vez más, miré el

cielo, pero fui incapaz de discernir cuálespodían dejar caer nieve y cuáles no.

El guardián estaba sentado ante una granestufa de hierro, descalzo, calentándose lospies. La estufa era del mismo modelo que la dela biblioteca. En la parte superior tenía unasuperficie plana, donde cabían una tetera y unaolla, y, en la inferior, un cajón para recoger laceniza. La parte frontal tenía forma deescritorio, con una gran asa metálica. Elguardián estaba sentado en una silla, con lospies apoyados en el asa de la estufa. Debido alvapor que exhalaba la tetera y al olor del tabacode pipa barato —imagino que se trataba de unsucedáneo—, la atmósfera era húmeda ypegajosa. Seguro que el tufo a pies también

Page 727: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tenía algo que ver. Detrás de la silla dondeestaba sentado había una gran mesa de maderay, encima de ésta, se alineaban destrales yhachas junto a una piedra de afilar. Tanto losdestrales como las hachas tenían el mango tangastado que apenas se reconocía su color.

—Es una bufanda —dije, abordandoenseguida la cuestión—. Sin bufanda, se mehiela el cuello.

—Claro, claro —dijo el guardián con airecomprensivo—. Es normal.

—En el archivo del fondo de la bibliotecahay ropa que nadie utiliza. He pensado quequizá podía usar algunas prendas.

—¡Ah! ¿Esa ropa? Utiliza la que quieras.Tratándose de ti, no hay problema. Coge unabufanda, un abrigo, lo que necesites.

—¿No pertenecen a nadie?—No te preocupes por los dueños de la

ropa. Aunque los hubiera, hace ya tiempo quese han olvidado de ella... ¡Ah! Por lo visto,

Page 728: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estás buscando un instrumento musical, ¿no?Asentí. Aquel hombre lo sabía todo.—Por principio, en esta ciudad no existen

instrumentos musicales —dijo—, Pero eso nosignifica que no haya ninguno. Eres muyresponsable en tu trabajo, no hay ningúninconveniente en que te hagas con uno. Ve a lacentral eléctrica y pregúntale al encargado.Quizá él pueda ayudarte.

—¿La central eléctrica? —me sorprendí.—Pues claro —dijo y señaló la bombilla

que pendía encima de su cabeza—. ¿De dóndediablos creías que venía la electricidad? ¿Delos manzanos?

Riendo, me dibujó un mapa en el que meindicó cómo ir a la central eléctrica.

—Remonta el río, todo recto hacia eleste, por la orilla sur. A los treinta minutosencontrarás, a tu derecha, un viejo granero, sintejado ni puerta. Una vez allí, tuerce a laderecha y sigue recto. Al rato encontrarás una

Page 729: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

colina y, pasada la colina, un bosque. Al pocode entrar en el bosque, a unos quinientosmetros, verás la central eléctrica. ¿Lo hasentendido?

—Creo que sí. Pero pensaba que era muypeligroso ir al bosque en invierno. Todo elmundo lo dice. Además, ya he tenido una malaexperiencia.

—¡Ah, sí! Lo había olvidado porcompleto. Es verdad, tuve que llevarte a laResidencia Oficial, colina arriba, en la carreta.¿Ya te encuentras bien?

—Sí. Muchas gracias.—Veo que has salido escaldado, ¿eh?—Pues sí.Sonriendo con sorna, el guardián cambió

de posición los pies que tenía apoyados en elasa.

—Escarmentar es bueno. Te vuelvesprudente. Y entonces ya no te haces daño nuncamás. Un buen leñador tiene una sola cicatriz, ni

Page 730: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una más, ni una menos. Una sola, ¿entiendes?Asentí.—Pero ir a la central eléctrica no entraña

peligro. Está justo a la entrada del bosque ysólo hay un camino. No tiene pérdida. Tampocote encontrarás a los habitantes del bosque. Elpeligro está en lo más profundo del bosque ycerca de la muralla. Si no te acercas, no tepasará nada. Pero ten en cuenta lo que voy adecirte: no te alejes, bajo ningún concepto, delcamino, y no vayas más allá de la centraleléctrica. Si lo haces, tal vez te veas metido enserios problemas.

—¿El encargado de la central eléctrica esun habitante del bosque?

—No, él no. No se parece a los delbosque ni a los que habitan en la ciudad. No esni una cosa ni otra. No puede entrar en elbosque ni volver a la ciudad. Es inofensivo,pero también carece de agallas.

—¿Cómo son los habitantes del bosque?

Page 731: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El guardián dobló el cuello y me clavó lamirada, en silencio.

—Creo que ya te lo dije al principio. Túeres libre de preguntar y yo soy libre deresponder.

Asentí.—Y a eso no quiero contestar, y punto —

zanjó—. Por cierto, hace tiempo que dices quequieres ver a tu sombra, ¿verdad? Pues ya hallegado el momento. Con el invierno, susfuerzas han menguado un poco y no tengoinconveniente en que os veáis.

—¿Se encuentra mal?—¡No, qué va! Si está como una rosa.

Cada día la saco unas horas a hacer ejercicio ytiene un hambre canina. Sólo que, en invierno,los días son más cortos, hace frío, y eso a lassombras no les sienta bien. Nadie tiene laculpa. Es muy normal, lo más natural delmundo. No es culpa mía ni tuya. En fin, comovas a verla, podrás hablar de todo esto con ella.

Page 732: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El guardián cogió un manojo de llaves quecolgaba de la pared, se lo metió en el bolsillode la chaqueta y, bostezando, se ató loscordones de las recias botas de cuero. Parecíanmuy pesadas y las suelas estaban provistas declavos de hierro para andar por la nieve.

Las sombras vivían en una especie de zonaneutral entre la ciudad y el mundo exterior.Como yo no podía salir del recinto, ni lasombra podía entrar, la Plaza de las Sombrasera el único sitio donde las personas que habíanperdido su sombra podían encontrarse con lassombras que habían perdido a su persona. Laplaza se hallaba detrás de la cabaña delguardián. De plaza sólo tenía el nombre, y nisiquiera era amplia. Era apenas mayor que eljardín de una casa, y estaba rodeada por unaimponente reja de hierro.

El guardián sacó el manojo de llaves delbolsillo, abrió la puerta de hierro, me hizopasar y luego entró él. La plaza formaba un

Page 733: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuadrado perfecto y aprovechaba la muralla querodeaba la ciudad como pared de fondo. En unrincón se alzaba un viejo olmo y, debajo, habíaun banco sencillo. El olmo tenía los colorestan apagados que no se sabía si estaba vivo omuerto.

En un recoveco de la muralla, habíanconstruido de manera provisional, con viejosladrillos y cascotes, una cabaña. No teníacristales en las ventanas y sólo contaba con untablón de madera a modo de puerta. Como nose veía chimenea alguna, deduje que en elladebía de hacer frío.

—Tu sombra vive allí —me dijo elguardián—. Es más confortable de lo queparece. Hay agua corriente y retrete. Tambiéntiene un sótano donde no hay corrientes deaire. No es un hotel, pero protege de la lluvia ydel viento. ¿Quieres entrar?

—No, prefiero quedarme aquí —contesté.El olor nauseabundo de la cabaña del guardián

Page 734: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

me había dado dolor de cabeza. Aunque hicierafrío, prefería respirar un poco de aire fresco.

—De acuerdo —dijo, y entró solo en lacabaña.

Me subí el cuello del abrigo, me senté enel banco situado bajo el olmo y me dispuse aesperar a mi sombra removiendo la tierra conel tacón del zapato. El suelo estaba duro,cubierto con algunas placas de hielo. Sólo alpie de la muralla, en las partes umbrías,quedaba nieve.

Al poco, salió el guardián acompañado demi sombra. El guardián cruzó la plaza azancadas, haciendo crujir el suelo helado bajolas suelas claveteadas, y mi sombra lo siguió,caminando despacio. No parecía encontrarsetan bien como había dicho el guardián. Se laveía más demacrada, y los ojos y la barbaresaltaban de un modo extraordinario.

—Bueno, os dejaré solos —dijo elguardián—. Supongo que tendréis mucho de

Page 735: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que hablar, así que charlad tranquilamente. Perono prolonguéis mucho la cháchara: si porcasualidad volvierais a juntaros, tardaría muchoen despegaros de nuevo. Y no serviría de nada.No representaría más que una molestia paraambos. ¿Comprendido?

Hice un gesto de asentimiento. Elguardián tenía razón. Aunque nos juntáramos,nos separaría otra vez. Y tendríamos queempezar desde el principio.

Mi sombra y yo lo seguimos con la miradamientras cerraba la verja con llave y se dirigía asu cabaña. El crujido de sus suelas claveteadasal morder el suelo fue alejándose poco a poco,y cuando finalmente la pesada puerta de maderase cerró a sus espaldas, la sombra se sentó a milado. Al igual que yo, empezó a escarbar en elsuelo con el tacón del zapato. Llevaba un toscoy delgado jersey de punto, unos pantalones detrabajo y las viejas botas que le había dado yo.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Page 736: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Cómo voy a estarlo? —replicó—.Hace demasiado frío, la comida es espantosa.

—Me ha dicho que haces ejercicio todoslos días.

—¿Ejercicio? —se quejó—. ¿A eso lollama hacer ejercicio? Todos los días mearrastra fuera de la cabaña y me obliga a que loayude a quemar las bestias. Cargamos loscadáveres en la carreta, los sacamos al otrolado del portal, los llevamos al manzanar, losrociamos de aceite y los quemamos. Antes dequemarlos, el guardián los degüella con elhacha. Ya has visto la magnífica colección decuchillos que tiene. Ese tipo, lo mires como lomires, no está bien de la chaveta. Si tuviera laoportunidad, iría por el mundo dando hachazosa todo lo que se le pusiera por delante.

—¿El también es un hombre de la ciudad?—No. Sólo es un empleado. Disfruta

quemando las bestias. A las personas de laciudad, eso ni se les pasa por la cabeza. Desde

Page 737: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que ha empezado el invierno, ha quemado amuchísimas bestias. Esta mañana han muertotres. Ahora iremos a quemarlas.

Al igual que yo, mi sombra siguióescarbando en el suelo helado con el tacón delzapato. El suelo estaba duro como una piedra.Un pájaro de invierno lanzó un agudo grito yalzó el vuelo desde la rama de un árbol.

—Encontré el mapa —dijo la sombra—.Estaba mucho mejor dibujado de lo queesperaba y las explicaciones eran muy buenas.Pero lo recibí demasiado tarde.

—Estuve enfermo dije.—Sí, ya me enteré. Pero, una vez llegó el

invierno, fue demasiado tarde. De haberlotenido antes, las cosas hubiesen avanzado sincontratiempos y hubiese podido hacer planes.

—¿Planes?—Para huir de aquí. Es obvio, ¿no? ¿Qué

otros planes podría hacer? Supongo que nocreerías que quería el mapa para divertirme,

Page 738: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

¿no?Negué con la cabeza y añadí:—Pensaba que podrías decirme qué

significa esta ciudad extraña. Después de todo,tú te quedaste con la mayor parte de misrecuerdos.

—Sí, ¿y qué? Tengo la mayoría de tusrecuerdos, cierto. Pero yo solo no puedoutilizarlos con provecho. Para lograrlo,tendríamos que volver a juntarnos los dos. Yeso, en la práctica, es imposible: entonces nopodríamos volver a vernos jamás y seríaimposible trazar ningún plan. Así que, demomento, estoy pensando solo. Sobre elsentido de esta ciudad.

—¿Has comprendido algo?—Algo. Pero todavía no puedo hablarte de

eso. Si no contrasto algunos detalles, mefaltarán ánimos, fuerza de convicción. Dame unpoco de tiempo. Me da la impresión de que, sipienso un poco más, veré las cosas más claras.

Page 739: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero quizá para entonces sea demasiado tarde.En invierno mi cuerpo se va debilitando más ymás; de seguir así, no me extrañaría que,aunque ultimara mis planes de evasión,careciera de fuerzas para llevarlos a cabo. Poreso quería el mapa antes de que llegara elinvierno.

Alcé los ojos hacia el olmo, encima de micabeza. A través de las gruesas ramas se veíanpequeños fragmentos de nubes oscuras.

—Pero huir de aquí es imposible —repliqué—. Ya has visto el mapa, ¿no? No haysalida. Esto es el fin del mundo. No se puedevolver atrás ni se puede seguir adelante.

—Tal vez sea el fin del mundo, pero estoyseguro de que se puede escapar de aquí. Lo sécon certeza. Está escrito en el cielo. Que hayuna salida. Los pájaros sobrevuelan la muralla,¿no es cierto? Y esos pájaros, ¿adónde van?Pues al mundo exterior. Al otro lado de lamuralla existe otro mundo, sin duda alguna.

Page 740: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Precisamente por eso la muralla rodea laciudad: para evitar que la gente salga. Si en elexterior no hubiese nada, ¿para qué cercar laciudad con un muro? Seguro que hay una salidaen alguna parte.

—Quizá tengas razón.—Y yo encontraré esa salida. Y huiré de

aquí contigo. No quiero morir en un lugar tanmiserable. —Tras pronunciar estas palabras,enmudeció y volvió a escarbar el suelo—. Creoque ya te había dicho que esta ciudad era unlugar antinatural y fundado en un error —dijo lasombra—. Pues sigo pensando lo mismo. Esantinatural y, encima, errónea. El problema estáen que la ciudad se levanta sobre lo antinaturaly lo erróneo. Y como todo es antinatural ydistorsionado, todas las piezas encajan a laperfección. Y forman un todo redondo. Comoesto. —En el suelo dibujó un círculo con eltacón—. Es un círculo cerrado. Por eso,cuando llevas mucho tiempo aquí dándole

Page 741: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vueltas a las cosas, empiezas a convencerte deque ellos están en lo cierto y de que tú estásequivocado. Porque ellos parecen demasiadocoherentes. ¿Entiendes?

—Perfectamente. A veces tengo la mismasensación. La de que, comparado con la ciudad,no soy más que un ser insignificante, lleno decontradicciones.

—Sin embargo, eso es falso —insistió lasombra trazando unos dibujos indescifrables allado del círculo—. Nosotros tenemos razón yellos están equivocados. Nosotros somosnaturales y ellos no. Debes creerlo, creerlomientras te queden fuerzas. Si no lo crees, laciudad te acabará absorbiendo antes de que tedes cuenta, y entonces ya será demasiado tarde.

—Pero lo correcto y erróneo es, al fin yal cabo, algo relativo. Además, a mí me hanarrebatado la memoria, que es lo que deberíadarme la medida para distinguir ambas cosas.

La sombra asintió.

Page 742: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Comprendo que te sientas confuso.Pero piensa en lo que voy a decirte. ¿Crees queexiste el movimiento continuo?

—No. Por principio, no puede existir.—Pues esto es lo mismo. Esta ciudad es

segura y lo contiene todo, algo de por sí tanimposible como el movimiento continuo. Porprincipio, una ciudad perfecta no existe. Peroésta lo es. Vamos, que hay algún truco enalguna parte. Como esos mecanismos queaparentemente se hallan en movimientocontinuo pero que, en realidad, se valen de unafuerza exterior oculta.

—¿Y tú has descubierto de qué se trata?—Todavía no. Como te he dicho, tengo

una hipótesis, pero aún debo contrastar losdetalles. Y para eso necesito tiempo.

—¿Y no vas a explicarme tu hipótesis?Quizá pueda ayudarte a corroborarla.

La sombra se sacó las manos de losbolsillos y, tras echar sobre ellas su aliento

Page 743: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cálido, se frotó las rodillas.—No, no puedes. A mí me duele el

cuerpo, pero a ti te duele el corazón. Y loprimero que tienes que hacer es curarte. Si no,tú y yo jamás conseguiremos huir de aquí. Yopensaré cómo salir, pero tú esfuérzate porencontrar el modo de salvarte a ti mismo. Esoes prioritario.

—Sí, me siento confuso, tienes razón —dije posando la mirada en el círculo dibujadoen el suelo—. No sé hacia dónde encaminarme.Ni siquiera sé qué tipo de persona era antes.¿Qué fuerza puede poseer un corazón que haperdido de vista su propio yo? Y, encima, enuna ciudad fuerte, con un peculiar sistema devalores. Ha llegado el invierno y a partir deahora me sentiré cada vez más inseguro de mipropio corazón.

—No, no es cierto —dijo la sombra—.No te has perdido de vista a ti mismo.Simplemente, alguien te ha escamoteado la

Page 744: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

memoria, y eso te ha sumido en un grandesconcierto. Pero tú no estás equivocado, enabsoluto. Aunque pierda los recuerdos, elcorazón sabe muy bien hacia dóndeencaminarse. Te lo aseguro: el corazón tienesus propios principios de conducta. Que son elyo. Tienes que creer en tu propia fuerza. Si no,una fuerza exterior te arrastrará hacia un lugarabsurdo e incomprensible.

—Lucharé —prometí.La sombra asintió y permaneció unos

instantes contemplando el cielo encapotado.Después cerró los ojos, como si se sumiera ensus reflexiones.

—Cuando me siento perdido, siempremiro a los pájaros —dijo entonces—. Almirarlos, comprendo que no estoy equivocado.Ellos nada tienen que ver con la perfección dela ciudad. Ni con la muralla, ni con la puerta, nicon el cuerno. Absolutamente nada que ver.Haz como yo. Mira los pájaros.

Page 745: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Desde la puerta de la reja me llegó la vozdel guardián, que me llamaba.

La entrevista había llegado a su fin.—No aparezcas por aquí durante un

tiempo —me susurró mi sombra al oído en elmomento de separarnos—. Si te necesito, yame las ingeniaré para ponerme en contactocontigo. El guardián es muy desconfiado y, sinos viéramos con demasiada frecuencia,sospecharía que tramamos algo y se pondríaalerta. Y eso dificultaría enormemente milabor. Si te lo pregunta, finge que la charla noha ido demasiado bien, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¿Qué? ¿Cómo ha ido? —me preguntó elguardián cuando volví a su cabaña—. Habrásido divertido veros después de tanto tiempo,¿no?

—Pues no lo sé —dije, negando con lacabeza.

Page 746: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Ya, claro. Normal —dijo el guardiáncon aire satisfecho.

Page 747: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

25. Comida. Fábrica de formas.Trampa

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Trepar por la cuerda era mucho máscómodo que subir por la escalera. Tenía, sinexcepción, un fuerte nudo cada treintacentímetros y su grosor la hacía muymanejable. Agarré la cuerda con ambas manos yfui ascendiendo, nudo a nudo, oscilando unpoco de delante hacia atrás al tomar impulso.Parecía una secuencia de una película detrapecistas. Claro que las cuerdas de lostrapecistas no tienen nudos. Si los tuvieran, losespectadores no se los tomarían tan en serio.

De vez en cuando miraba hacia lo alto,

Page 748: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero como ella dirigía el chorro de luz de lalinterna hacia mí, el resplandor me cegaba y meimpedía calcular la distancia. Me dije que lajoven, preocupada, debía de observaratentamente mi ascenso. El dolor de la heridadel vientre me punzaba al compás de los latidosdel corazón. La cabeza, a consecuencia delgolpe que me había dado al caer, seguíadoliéndome. Ni un dolor ni el otro meimpedían trepar por la cuerda, pero memortificaban.

Cuanto más me aproximaba a la cima, másme sumergía, yo y cuanto me rodeaba, en elintenso resplandor de su linterna. La amabilidadde la joven era innecesaria. Yo ya me habíaacostumbrado a subir a oscuras. La luz meaturdía y varias veces me hizo resbalar.Distorsionaba las diferencias entre los puntosde luz y los de sombra. Las partes iluminadascobraban un relieve inusitado y las que no loestaban se veían exageradamente hundidas.

Page 749: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Además, la luz me deslumbraba. El cuerpohumano se acostumbra enseguida al medio quelo acoge, sea cual sea éste. No me extrañabaque los tinieblos, que llevaban tanto tiempoviviendo en el subsuelo, hubiesen adaptadotodas sus funciones biológicas a la oscuridad.

Tras subir sesenta o setenta nudos, alcancépor fin lo que parecía ser la cima. Apoyé lasmanos en el borde de la roca y me aupé haciaarriba como hacen los nadadores para salir dela piscina. Tardé bastante, pues apenas podíamover los brazos, agotados tras la largaescalada. Me sentía como si hubiera nadadouno o dos kilómetros a crol. Ella me ayudó asubir, agarrándome por el cinturón.

—Nos hemos librado por los pelos —dijo—. Si mi abuelo llega a tardar cuatro o cincominutos más, ya estaríamos muertos.

—¡Estupendo! —dije con sorna mientrasme dejaba caer sobre una roca plana y aspirabaprofundas bocanadas de aire—. ¿Hasta dónde

Page 750: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ha llegado el agua?Ella dejó la linterna en el suelo y tiró

lentamente de la cuerda. Cuando hubo subidoalrededor de una treintena de nudos, me lapasó. La cuerda estaba empapada. El agua habíaalcanzado una considerable altura. Tal comodecía, si el profesor hubiera tardado cuatro ocinco minutos más en arrojarnos la cuerda, lashabríamos pasado moradas.

—Por cierto, ¿has encontrado a tu abuelo?—pregunté.

—Sí, claro —dijo—. Está dentro, en elaltar, allá al fondo. Pero se ha hecho unesguince en el tobillo. Dice que, al huir, metióel pie en un agujero.

—¿Y con un esguince ha podido llegarhasta aquí?

—Por supuesto. Mi abuelo es muy fuerte.Nos viene de familia.

—Eso parece —dije. Yo me tenía por unapersona fuerte, pero ante ellos quedaba a la

Page 751: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

altura del betún.—¡Vamos! Mi abuelo nos está esperando.

Dice que tiene muchas cosas que contarte.—Y yo también a él.Me cargué de nuevo la mochila a la

espalda y la seguí hasta el altar. Lo que llamaba«altar» era sólo un agujero redondo abierto enla pared rocosa. Dentro había una ampliaestancia que una lámpara de butano, colocadaen un entrante de la pared, iluminaba con unatenue luz amarillenta que se difundía por elinterior de la cueva. Las irregularidades de laroca creaban multitud de sombras de extrañasformas. El profesor estaba sentado junto a lalámpara, con una manta sobre las rodillas. Lamitad de su rostro permanecía hundida en lassombras. Por efecto de la luz, sus ojos se veíanmuy hundidos, pero lo cierto era que parecía lapersonificación de la salud.

—De buena os habéis librado, ¿eh? —dijoel profesor, contento—. Yo ya sabía que se iba

Page 752: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a inundar todo, claro. Pero pensaba quellegaríais antes, así que no le di importancia.

—Es que me perdí en la ciudad, abuelo —dijo la nieta—. Me encontré con él con casi undía de retraso.

—Bueno, bueno. ¡Qué más da! —dijo elprofesor. Os haya costado llegar o no, ahora yano cambia nada.

—¿Y qué diablos es lo que no cambia? —le pregunté.

—Bueno, bueno. Los temas complicadosdejémoslos para luego. ¡Va! Siéntese aquí.Primero, vamos a sacarle esa sanguijuela quetiene en el cuello. Si se la deja ahí, le quedarácicatriz.

Me senté algo apartado del profesor. Lanieta tomó asiento a mi lado, sacó una caja decerillas del bolsillo, prendió una y,quemándola, hizo que la enorme sanguijuelaque tenía en la nuca se desprendiera. Llena arebosar de la sangre que me había succionado,

Page 753: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la sanguijuela se había hinchado hasta adquirirel tamaño del corcho de una botella de vino. Alabrasarse, soltó un húmedo «shhh». Lasanguijuela permaneció unos instantesretorciéndose en el suelo hasta que la joven laaplastó de un pisotón con su zapatilla de tenis.En la piel me quedó un escozor como el queproduce una quemadura. Al doblarenérgicamente la cabeza hacia la izquierda, medaba la impresión de que la piel se me iba arasgar como si fuese un tomate demasiadomaduro. Como siguiera llevando aquel tipo devida, antes de una semana mi cuerpo pareceríaun catálogo de heridas y contusiones. Y yo lorepartiría a todo el mundo, editado conilustraciones a todo color, igual que lasfotografías de pie de atleta en los carteles a laentrada de las farmacias. Incisión abdominal,chichón en la cabeza, cardenal producido porsucción de sanguijuela..., quizá también deberíaañadir impotencia. Así el conjunto sería aún

Page 754: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

más aterrador.—¿No habrá traído, por casualidad, algo

de comer? —me preguntó el anciano—. Conlas prisas, no pude coger provisiones y, desdeayer, no he comido más que chocolate.

Abrí la mochila, saqué algunas latas deconserva, pan y la cantimplora, y se lo entreguétodo al profesor junto con un abrelatas.Primero, bebió agua con ansia y, después, fueestudiando las latas, una por una, con sumaatención, como si estuviese comprobando elaño de unos vinos. Abrió una lata de melocotóny otra de carne.

—¿Ustedes no van a comer? —nospreguntó.

Yo le respondí que no. En aquel lugar, y enaquellos momentos, no me apetecía comernada.

El profesor partió un pedazo de pan, pusoencima un grueso trozo de carne y lo devorócon apetito. Luego se comió varios trozos de

Page 755: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

melocotón, se llevó la lata a los labios y sebebió el jugo. Mientras tanto, yo saqué labotella de whisky de la mochila y eché unostragos.

Gracias al whisky, el dolor de las diversaspartes magulladas de mi cuerpo se hizo másllevadero. No es que se hubiese calmado, perocomo el alcohol me embotaba los sentidos, medaba la impresión de que el dolor se convertíaen un ser independiente que no tenía relacióndirecta conmigo.

—¡Uf! Debo darle las gracias —me dijo elprofesor—. Siempre traigo provisiones parados o tres días, pero esta vez me olvidé dereponer las existencias. Me avergüenzo de midescuido. Cuando uno se acostumbra a la vidafácil, baja la guardia. Es una buena lección.«Prepara tu paraguas un día de sol para tenerloa punto un día de lluvia.» Antes la gente decíacosas muy sensatas —añadió, y soltó una desus peculiares carcajadas.

Page 756: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Veo que ya ha terminado de comer —dije—. Creo que es el momento de abordar lacuestión principal. Cuéntemelo todo por orden,empezando por el principio: ¿qué diablos seproponía hacer? ¿Qué ha hecho? ¿Quéconsecuencias acarreará? ¿Qué debo haceryo?... Todo.

—Pero es que son cuestiones científicas,cosas muy técnicas —contestó, dubitativo.

—Entonces simplifíqueme las partestécnicas y explíquemelo de manera que yopueda entenderlo. Es suficiente con que locomprenda en líneas generales y sepa quémedidas tendré que tomar.

—Si se lo explico todo, se enfadaráconmigo. Y lo cierto es que...

—No me enfadaré —prometí. Total, aesas alturas, ¿qué sacaría con enfadarme?

—En primer lugar, debo pedirle perdón —empezó—. Aunque fuera en aras de la ciencia,le mentí y lo utilicé, y, a consecuencia de ello,

Page 757: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ahora se encuentra usted en un callejón sinsalida. Soy muy consciente de mis actos.Créame, no son sólo palabras. Le pidodisculpas de todo corazón. No obstante, deseoque comprenda que mi investigación revestíauna gran importancia, tenía un valor sinprecedentes. Los científicos, cuando tenemosun filón ante nuestros ojos, tendemos aolvidarnos del resto. Por eso la ciencia sigueadelante sin pausa. Además, si me permite darun paso más, diría que en esa pureza radica,justamente, el progreso científico... Eeeh..., ¿haleído usted a Platón?

—Muy poco —dije—, Pero cíñase a lospuntos esenciales, por favor. La pureza de losobjetivos de la investigación científica me haquedado muy clara.

—Le ruego que me disculpe. Sólo queríadecirle que la pureza de la ciencia puede hacerdaño a mucha gente. Aunque, ciertamente,sucede lo mismo con todos los fenómenos

Page 758: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

naturales puros. Los volcanes en erupciónsepultan ciudades, las inundaciones se cobranvidas humanas, los terremotos sacuden yarrasan la superficie de la Tierra...

Y no obstante, ¿se puede afirmar que losfenómenos naturales son malos? Porque...

—Abuelo —terció la joven—, tal vezdeberías abreviar un poco, apenas tenemostiempo...

—Sí, sí. Tienes razón —dijo el profesor,cogiendo la mano de su nieta y dándole unosgolpecitos afectuosos—. Por cierto..., ¿pordónde empiezo? Explicar las cosas de formalineal, siguiendo un orden, no se me da muybien. ¿Cómo podría decirlo? ¿Qué...?

—Usted me entregó unos valoresnuméricos y me pidió que hiciera un shuffling.¿Qué eran esos valores? ¿Para qué quería elshuffling?

—Para que usted lo entienda, tendría queremontarme a tres años atrás.

Page 759: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Hágalo, por favor —le insté.—En aquella época yo trabajaba en los

laboratorios del Sistema. No era uninvestigador de plantilla, sino un especialistaauxiliar. Dirigía un equipo de cuatro o cincomiembros, y disponíamos de unas instalacionessoberbias, sin límite de gastos. A mí el dinerono me interesa y mi carácter es incompatiblecon trabajar a las órdenes de otros. Sinembargo, el Sistema me proporcionaba unmaterial experimental al que no hubiera podidoacceder por ningún otro medio y, por encimade todo, me permitía poner en práctica losfrutos de mi investigación. Y esto tenía, paramí, un atractivo irresistible.

«Entonces el Sistema se hallaba en unasituación crítica. Los se— mióticos habíandescifrado la práctica totalidad de sistemas decodificación de datos que el Sistema habíacreado para proteger la información. Cuantomás complicaba el Sistema las fórmulas, más

Page 760: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sofisticados eran los procedimientos dedescodificación que usaban los semióticos.

Y así sucesivamente. Era como dosvecinos que compiten en la altura de las vallas.Uno levanta una valla alta y el otro, para noquedarse atrás, la construye más alta todavía;hasta que las vallas son tan altas que dejan deser funcionales. Pero el Sistema no podíaretirarse de la competición. Ya se sabe, si unose retira, pierde. Y el vencido pierde toda razónde ser. Por este motivo, el Sistema decidiódesarrollar un método de codificación de datosbasado en un principio completamente distintoque no pudiera descifrarse con facilidad. Y mepropusieron dirigir el equipo encargado dodesarrollarlo.

»Fue una sabia decisión que me eligieran amí. Porque yo, en aquella época, y tambiénahora, por supuesto, era el científico máscompetente y ambicioso que existía en elcampo de la fisiología cerebral. Como no

Page 761: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

presentaba trabajos de investigación, niimpartía conferencias en congresos científicosni hacía otras estupideces por el estilo, elmundo académico me ignoraba, pero enconocimientos sobre el cerebro nadie mesuperaba. Y el Sistema lo sabía. Por eso vieronen mí a la persona idónea. Deseaban un cambiode concepción radical, drástico, desde la base;un método alejado de la dificultad ysofisticación de los sistemas anteriores. Unalabor que no puede acometer un hombre deciencia que trabaja de la mañana a la noche enel laboratorio de una universidad y que estáobligado a publicar tesis inútiles y a ircontando el dinero que gana. Un científicoverdaderamente original debe ser libre.

—Sin embargo, usted, al entrar en elSistema, renunció a su libertad, ¿no es así? —ledije.

—En efecto —admitió—. Tiene razón.Soy muy consciente de esto. No me arrepiento,

Page 762: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero sé bien lo que hice. No pretendodisculparme con ello, pero yo deseaba contodas mis fuerzas poder aplicar mis teorías. Enaquella época, ya había concebido y elaboradouna teoría, pero no había tenido ocasión decontrastarla con la realidad. Éste es el principalproblema con el que se topa la fisiologíacerebral: no puede experimentarse conanimales, como sucede con otras ramas de lafisiología. Porque el cerebro de un simio, porejemplo, no posee funciones complejasequiparables al subconsciente o a la memoriadel ser humano.

—Es decir —dije—, que nos utilizó comocobayas humanas.

—Bueno, bueno, no se precipite en susconclusiones. Deje primero que le expliquemis ideas. Hay una teoría general sobre lasclaves. Y es que no existe ninguna clave que nopueda ser descifrada. Es cierto, sin excepción.Porque todas las claves se basan en un

Page 763: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

principio u otro. Y este principio, porcomplejo y elaborado que sea, estácondicionado en última instancia por el límitemedio del entendimiento humano. Y en cuantodescubres el principio, descifras la clave. Unade las claves más fiables es la llamada book-to-book system. En ésta, los dos individuos que seenvían mensajes en clave poseen dosejemplares de la misma edición de un libro ydescifran los mensajes basándose en laspalabras de determinada línea de determinadonúmero de página. Pero tiene un punto débil yes que, como usted podrá inferir, en cuanto seidentifica el libro, se descubre la clave.Además, es necesario llevar siempre el libroconsigo, lo que entraña un gran peligro.

«Entonces se me ocurrió. Sólo podíahaber una clave perfecta. Aquella que procesarael mensaje en un sistema que nadie pudieracomprender. Es decir, que codificara lainformación a través de una caja negra perfecta

Page 764: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y que la descodificara utilizando la misma cajanegra utilizada al procesarla. Ni siquiera eldueño de la caja conocería el contenido ni elprincipio en que ésta se fundamenta. Podríaservirse de ella, pero ignoraría en quéconsistía. Y al no saber nada, nadie podríaarrancarle información por la fuerza. ¿Qué leparece? Es perfecto, ¿no cree?

—En resumen, que esa caja negra es elsubconsciente de un ser humano, ¿verdad?

—Exacto. Pero permítame que añada algo.Todos los seres humanos actúan basándose ensus propios principios. No hay dos individuosiguales. Es, por decirlo así, una cuestión deidentidad. ¿Y qué es la identidad? Simplemente,el sistema de pensamiento original que resultade la suma de recuerdos de experienciaspasadas. Simplificando, a eso se le puedellamar «corazón», o también «mente». Ningúnindividuo tiene el corazón o la mente iguales alde otro. Sin embargo, el ser humano apenas

Page 765: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

conoce su propio sistema de pensamiento. Niusted ni yo lo conocemos. La parte queconocemos, o que creemos conocer, a duraspenas va de la quinceava a la veinteava parte deltotal. No es más que la punta del iceberg. Paraque lo entienda, permítame que le formule unapregunta. ¿Es usted una persona audaz oapocada?

—No lo sé —respondí con franqueza—.Unas veces soy audaz, otras apocado. No puedodefinirme con una palabra.

—Algo similar ocurre con el pensamientode una persona. No puede definirse con unapalabra. Según las circunstancias y el objetoante el que reaccione, usted oscilaráinstintivamente, de manera casi instantánea,entre la audacia y la cobardía. Porque su menteestá dotada de este sofisticado programa. Sinembargo, usted apenas conoce los detalles o elcontenido de este programa. Porque no tieneninguna necesidad de conocerlo. Aunque no lo

Page 766: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

conozca, usted puede funcionar comoindividuo. Eso es la caja negra. Es decir que, ennuestra mente, se esconde un enormecementerio de imágenes que el hombre jamásha explorado. Exceptuando el macrocosmos, esla última tena incógnita que le queda a laespecie humana.

»No, la expresión "cementerio deimágenes" no es correcta. Porque no es undepósito de recuerdos muertos. Sería másexacto hablar de "fábrica de formas". Allí seseleccionan innumerables retazos de memoriay de conocimientos; los fragmentos resultantesde esta selección se combinan entre sí de unmodo complejo hasta formar una línea; a su vezestas líneas se combinan de modo complejohasta formar un haz, y la suma de estos hacesconstituye un sistema. Y esto es, precisamente,una fábrica. Un lugar de producción. Usted esel jefe de la fábrica, pero no puede visitarla. Aligual que le ocurre a Alicia en el País de las

Page 767: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Maravillas, para introducirse en ella necesitaráun brebaje especial. Sin duda Lewis Carrollescribió una obra notable.

—Entonces, ¿nuestros patrones deconducta se configuran según las instruccionesprocedentes de esa fábrica de formas?

—Exacto. En resumen...—Espere —lo interrumpí—. Permítame

hacerle una pregunta.—Adelante, adelante.—Comprendo lo que dice. Pero creo que

estos patrones de conducta no acaban defuncionar en actos insignificantes de la vidareal. Por ejemplo, cuando me levanto por lamañana, con el pan tomaré leche, café o tésegún el humor que tenga.

—Estoy de acuerdo —dijo el profesorasintiendo con énfasis—. También hay quetomar en consideración que el subconscientede un individuo se halla en perpetuo cambio.Para establecer una similitud, es como una

Page 768: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

edición revisada diaria de la enciclopedia. Parafijar el sistema de pensamiento del ser humanoes necesario superar dos problemas.

—¿Problemas? —me sorprendí—.¿Dónde está el problema? ¿No son accioneshumanas normales y corrientes?

—Bueno, bueno —dijo el profesor entono conciliador—. Si seguimos por ahí,entraremos en el campo de la teología.Toparemos con el determinismo y temassimilares, y acabaremos debatiendo sobre silos actos de los individuos están previamentedeterminados por la voluntad divina o si sonfruto del libre albedrío. A partir de la edadmoderna, la ciencia ha avanzandofundamentándose en la espontaneidadfisiológica del hombre. No obstante, nadiepuede explicar qué entiende por voluntad.Nadie ha desentrañado el secreto de la fábricade formas que existe en nuestra mente. Freud yJung, entre otros, publicaron diversas teorías,

Page 769: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pero, en definitiva, se limitaron a inventarconceptos útiles para poder abordar el tema.Un instrumento práctico, no lo niego, pero esono implica que fundamentaran la espontaneidaddel ser humano. En mi opinión, no hicieronmás que dar a la psicología los colores de lafilosofía escolástica.

En este punto, el profesor volvió acarcajearse. Su nieta y yo esperamospacientemente a que acabara de reír.

—Soy un hombre más bien pragmáticoprosiguió el profesor—. Citando el antiguoimperativo: «Dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios». Al fin y al cabo, lametafísica no es más que una chácharasemiótica. Antes de tomar estos derroteros,hay montones de cosas por hacer en camposbien acotados. Como, por ejemplo, el asunto dela caja negra. La caja negra se puede dejar talcomo está. Y también se puede usar. Sólo que...—dijo alzando el índice— deben resolverse los

Page 770: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dos problemas de los que quería hablarle. Unode ellos es la casualidad inherente al plano delos actos superficiales, y el otro, el cambio quese produce en la caja negra conforme elindividuo va adquiriendo nuevas experiencias.Ni uno ni otro son problemas fáciles deresolver, se lo aseguro. Porque, tal como hadicho usted antes, son actos humanosperfectamente normales. El hombre, mientrasvive, tiene experiencias diversas y éstas,minuto a minuto, segundo a segundo, vanacumulándose en el interior de su mente.Interrumpir este proceso implica la muerte delindividuo.

«Llegados a este punto, me planteé unahipótesis. ¿Qué sucedería si, en un momentoconcreto, se fijara la caja negra que poseyeraun individuo en ese instante? Después podríacambiar tanto como quisiera. La caja negracontinuaría inalterada, idéntica a como era enel instante en que fue fijada, y, en el caso de

Page 771: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

requerirla, respondería bajo su formaprimigenia. Vamos, una especie de congelacióndel instante.

—Un momento, por favor. Eso implicaríaque un único individuo poseería dos sistemasde pensamiento distintos, ¿no es así?

—Exacto, exacto —dijo el anciano—. Esusted muy inteligente. Responde a misexpectativas. Sí, tiene razón. El sistema depensamiento A está en conservaciónpermanente. Y, en la otra fase, va cambiando deforma continua a A', A", A'", etcétera. Como siusted tuviera un reloj parado en el bolsilloderecho y otro que funcionara en el izquierdo.Según sus necesidades, podría coger uno uotro. Con esto, uno de los dos temasconflictivos quedaba zanjado.

»E1 segundo problema se resolveríasiguiendo el mismo principio. Bastaba consuprimir la posibilidad de seleccionar el nivelsuperficial del sistema de pensamiento A. ¿Me

Page 772: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

comprende?Le dije que no.—Se trata de raspar la capa superficial,

como hace el dentista con el esmalte dental. Ydejar solamente el factor central necesario, elnúcleo de la conciencia. Así se elimina ladivergencia. Y el sistema de pensamientosuperficial eliminado se congela y se arrojadentro de un pozo: «¡plass!». Este es elarquetipo del sistema shuffling. Ésta es, más omenos, la teoría que había esbozado antes deentrar en el Sistema.

—Está hablando de operacionesquirúrgicas cerebrales, ¿verdad?

—De momento, es necesario operar —dijo el profesor—. Si se producen avances enla investigación, quizá deje de serlo en elfuturo. Tal vez pueda utilizarse la hipnosis, oalgo similar, para crear el mismo estado. Peroen la fase en que nos encontramos, esimposible. Sólo se consigue descargando

Page 773: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estímulos eléctricos en el cerebro. En otraspalabras, se trata de cambiar de forma artificialel curso de los circuitos cerebrales. No es unaintervención excepcional. De hecho, no difieremucho de las operaciones cerebrales que se lespractica hoy en día a las personas epilépticas.De este modo, se compensan las descargaseléctricas producidas por una irritación en elcerebro... ¿Puedo omitir los detalles técnicos?

—Omítalos, por favor. Me basta con saberlo esencial.

—En suma, se trata de establecer unaconexión con el curso de las ondas cerebrales.Una bifurcación. Al lado, se implanta unelectrodo y una pequeña pila. Y como reaccióna determinada señal, la conexión cambia.

—¿Eso significa que me han metido en lacabeza una pila y un electrodo?

—Por supuesto.—¡Estamos apañados! —dije.—No es tan peligroso ni tan extraño

Page 774: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como usted cree. No son más grandes que unajudía roja, y el mundo está lleno de personasque van por ahí con cosas de ese tamañoimplantadas en su cuerpo. Debo añadir que elcircuito del sistema original de pensamiento,es decir, el del reloj detenido, es un circuitocerrado. Al entrar en él, usted no puedereconocer en absoluto el curso de sus propiospensamientos. O sea que, mientras tanto, ustedno sabe lo que piensa o hace. De no ser así,existiría el peligro de que fuera cambiando supropio sistema de pensamiento.

—También está el problema de lairradiación del núcleo puro de la conciencia ala que le han raspado la superficie, ¿verdad?Después de que me operaran, un miembro de sugrupo me comentó que esta irradiación podíaafectar brutalmente al cerebro.

—Es cierto. Sin embargo, nada concretose sabe sobre eso. Sólo podemos conjeturar.No se ha experimentado nada, sólo se ha dicho

Page 775: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que podía ocurrir.»Antes ha hablado usted de cobayas

humanas y, lo reconozco, hemosexperimentado con seres humanos. Pero sepaque no podíamos permitir bajo ningúnconcepto que un material tan precioso comoustedes, los calculadores, corriera el menorriesgo. El Sistema eligió a diez hombres, ynosotros les practicamos la intervenciónquirúrgica y observamos los resultados.

—¿Qué tipo de personas buscaban?—A nosotros no nos lo dijeron. Las

únicas condiciones eran que fueran diezjóvenes que gozaran de buena salud, sinantecedentes de enfermedades mentales y conun coeficiente intelectual de más de cientoveinte. Nosotros ignorábamos en qué lugareslos buscaban y cómo los traían. Los resultadosfueron regulares. De diez personas, a siete lesfuncionó la conexión. A las otras tres no lesfuncionó, y el sistema de pensamiento o bien

Page 776: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

les quedó unidireccional, de uno u otro lado,bien se les confundió. Pero con sieteobtuvimos un resultado positivo.

—¿Y qué pasó con los que se lesconfundió?

—Los devolvimos a su estado original,claro está. No sufrieron daños. Mientrasentrenábamos a los siete restantes, detectamosun par de problemas. Uno era de caráctertécnico, y el otro tenía su origen en losindividuos sometidos a examen. El primero sederivaba de la ambigüedad de la señal paracambiar la conexión. Al principio, habíamoselegido como señal un número de cinco cifras,pero, por alguna razón, algunos sujetoscambiaban la conexión al oler zumo de uvanatural. Lo descubrimos cuando les sirvieronzumo de uva en el almuerzo.

A mi lado, la joven gorda soltó una risita,pero a mí no me hizo ninguna gracia. Porqueyo, después del shuffling, había empezado a

Page 777: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

experimentar molestias por culpa de algunosolores. Sin ir más lejos, al oler su agua decolonia con fragancia a melón, oía resonarunos millos dentro de mi cabeza. Si cada vezque olía algo, cambiaba mi conexión, aquellopodía ser horroroso.

—Lo solucionamos intercalando unasondas sonoras específicas entre los dígitos.Nos vimos obligados a hacerlo porque ciertotipo de olores producían reaccionessemejantes a las originadas por la señal dearranque. El otro problema era que, en el casode algunos sujetos, aunque la conexióncambiara correctamente, no se ponía en marchael sistema de pensamiento original. Tras largasinvestigaciones, descubrimos que el sistema depensamiento de los individuos en cuestióntenía un problema de origen. Su núcleo de laconciencia era inestable y poco denso. Eranhombres sanos e inteligentes, pero su identidadmental estaba poco desarrollada y estructurada.

Page 778: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Otros mostraban una patente falta de dominio:poseían una marcada identidad, pero suindisciplina obstaculizaba el uso de su núcleode la conciencia. En resumen, que descubrimosque la operación no bastaba para acceder alshuffling, sino que se precisaban otrosrequisitos suplementarios.

»En fin, que quedaron tres. En los trescasos, la conexión cambiaba con la señal ydesempeñaban su tarea de manera eficaz yestable sirviéndose del sistema de pensamientooriginal congelado. Tras someterlos a repetidaspruebas durante un mes, nos dieron luz verde.

—Y después recibimos el tratamientoshuffling, ¿no es cierto?

—Exacto. Antes de eso, para estudiar esacuestión y tras múltiples entrevistas a casiquinientos candidatos, seleccionamos aveintiséis hombres físicamente sanos y sinantecedentes de enfermedades mentales,poseedores de una personalidad original, y

Page 779: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

capaces, además, de controlar sus propiosactos y sentimientos. Una labor ingente. Haymuchas cosas que no se detectan sólo conexámenes y entrevistas. El Sistema elaboró undetalladísimo informe de cada uno de losveintiséis individuos. Su procedencia,trayectoria escolar, familia, vida sexual,hábitos en la comida y la bebida... Todo. Losestudiaron a fondo. Por eso le conozco a ustedtan bien como a mí mismo.

—Hay algo que no entiendo —dije—.Según he oído, nuestro núcleo de laconciencia, es decir, la caja negra, estáguardada en la biblioteca del Sistema. ¿Cómolo consiguió?

—Calcamos íntegramente sus sistemas depensamiento. Al acabar la reproducción,decidimos guardarla en el banco central dedatos. Lo hicimos por seguridad. Por si austedes les sucedía algo.

—¿Y esa reproducción es exacta?

Page 780: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No, claro que no. Pero dado que la zonasuperficial está cortada con eficacia, y calcaresta parte es bastante fácil, la reproducción seacerca bastante a la realidad. Para ser exactos,esta reproducción está hecha con un hologramay tres tipos de coordenadas planas. Con losordenadores convencionales habría sidoimposible realizar esta tarea, pero losordenadores de última generación poseenbastantes funciones del tipo de la fábrica deformas y son capaces de adecuarse a lasestructuras complejas de la conciencia. Endefinitiva, presenta los mismos problemas quetrazar un plano, pero no creo que merezca lapena extenderse sobre ello. Dicho de un modosencillo, el método del calcado consiste en losiguiente: primero se introducen en elordenador muchos patrones de descargaseléctricas procedentes de su conciencia. Cadauno de los patrones está ligeramentedesplazado, debido a que los chips del interior

Page 781: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de las líneas han sufrido una reorganización, aligual que las líneas de los haces. Entre loselementos reorganizados, algunos debencuantificarse y otros no. Es el ordenador quienlos discrimina. Los elementos sin valor soneliminados y los demás quedan grabados comopatrón básico. Este proceso se repite millonesde veces. Es como ir superponiendo láminas deplástico. Después, una vez que se hacomprobado que la diferencia ya no aparece, seguarda el patrón como caja negra.

—¿Está usted hablando de reproducir elcerebro?

—No, en absoluto. Reproducir el cerebroes imposible. Sólo me limité a fijar su sistemade conciencia a nivel fenomenal. Dentro de unatemporalidad estable. Porque nada podemoshacer ante la ductilidad que muestra el cerebrodurante el paso del tiempo. Pero yo di un pasomás, ¿sabe? Logré reproducir la caja negra enimágenes. —Su mirada se posó en su nieta y

Page 782: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

luego en mí—. Sí, transformé en imágenes elnúcleo de la conciencia. Nadie lo habíaconseguido hasta entonces. Porque eraimposible. Pero yo lo hice posible. ¿Cómocree que lo logré?

—Pues no lo sé.—Le mostré un objeto al individuo

examinado, analicé la reacción eléctrica queproducía esta visión en su cerebro, la pasé acifras y, luego, a puntos. Al principio, sóloobtuve un gráfico muy esquemático, pero amedida que fui corrigiéndolo y añadiéndoledetalles, logré que en la pantalla del ordenadorapareciera la misma imagen que él habíavisualizado. Es más complicado de lo quepuede parecer y requiere mucho tiempo yesfuerzo, pero, simplificando, vendría a seralgo así. Conforme se va repitiendo, una y otravez, el ordenador va asimilando el modelo yaprende a reproducir automáticamente lasimágenes a partir de las reacciones eléctricas

Page 783: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

del cerebro. Los ordenadores son una joya.Mientras se les den instrucciones coherentes,trabajan con coherencia.

»A continuación, una vez que el ordenadorha asimilado el modelo, se le introduce la cajanegra. Y entonces se obra el prodigio: apareceuna representación figurativa del núcleo de laconciencia. Las imágenes son extremadamenteconfusas y fragmentarias, claro está, y notienen sentido por sí mismas. Hay quemontarlas, como si fuera una película. Secortan unos elementos, se pegan otros, seeliminan algunas cosas, se combinan otras. Yse transforman en una historia con sentido.

—¿En una historia?—No es tan extraordinario como parece

—dijo el profesor—. Un buen músico plasmasu pensamiento y su conciencia en la música,un pintor en los colores y las formas. Y unescritor los refleja en una historia. Pues bien,esto sigue la misma lógica. Como se trata de

Page 784: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una conversión, no es un calco exacto, pero sírepresenta a grandes rasgos el estado de laconciencia. De todos modos, por preciso quesea el calco, contemplando una sucesión deimágenes confusas no se obtiene una visiónglobal de la conciencia. Además, poco importaeso, pues esta visualización no tiene utilidadpráctica alguna. En realidad, la hice comohobby.

—¿Como hobby?—Yo, antes..., bueno, antes de la guerra...,

fui ayudante de montaje cinematográfico. Poreso soy tan bueno montando. De hecho, estetrabajo consiste en ordenar el caos. En fin, queme encerré en mi laboratorio y trabajé solo, sinpedir la colaboración de mi equipo. Nadie sabíaa qué me dedicaba. Y los datos de lavisualización que recopilé me los llevésecretamente a casa. Eran mi patrimonio.

—¿Convirtió en imágenes la concienciade veintiséis personas?

Page 785: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, la de todas ellas. Les fui poniendonombre, y ese nombre se convirtió en el títulode la caja negra. A la suya la llamé «El fin delmundo».

—«El fin del mundo», sí. Siempre me hadesconcertado muchísimo que se llamara deesta forma.

—Luego hablaremos de eso —dijo elprofesor—. En fin, que nadie se enteró de quehabía convertido en imágenes la conciencia delos veintiséis individuos. Tampoco yo se loconté a nadie. Porque deseaba proseguir lainvestigación al margen del Sistema. Habíacoronado con éxito el proyecto encomendado,había concluido los experimentos necesarioscon material humano. Estaba harto de investigarpara otros. Quería volver a trabajar a misanchas, tocando un poco esto, un poco lo demás allá, según me viniera en gana. No soy deesos científicos que se enfrascan en una únicainvestigación. Va más con mi carácter abordar

Page 786: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

varios estudios paralelos. Por allá craneología,por aquí acústica, y, de modo simultáneo,estudios del cerebro. Y esto es imposiblecuando trabajas para terceros. Por eso, encuanto concluí esta etapa de la investigación ledije al Sistema que ya había terminado mitrabajo, que sólo faltaba algún detalle técnico yque había llegado el momento de irme. Pero nome dejaron. Porque yo sabía demasiado sobreel proyecto. Pensaban que si me unía a lossemióticos, los planes del shuffling quedaríanen agua de borrajas. Para ellos, o eres amigo oeres enemigo. Me pidieron que esperara tresmeses. Y que, mientras tanto, prosiguiera misinvestigaciones particulares en su laboratorio.Que no tendría que trabajar y que me daríanprimas extraordinarias. Que tardarían tresmeses en completar un estricto programa parasalvaguardar el secreto y que me quedara hastaentonces. Yo soy un hombre libre denacimiento y me desagradó enormemente

Page 787: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

verme atado de ese modo, pero el trato era muyventajoso. De modo que decidí quedarme tresmeses más haciendo lo que me viniese en gana.

»Pero estar ocioso no trae nada bueno.Tenía mucho tiempo libre y se me ocurrióinstalar en el cerebro de los sujetos (es decir,en el de usted) un circuito más en la conexión.Un tercer circuito de pensamiento. Y en estecircuito 3 incorporé el núcleo de la concienciaque yo había montado.

—¿Y por qué hizo eso?—Por un lado, porque quería ver qué

efectos producía en los sujetos. Queríacomprobar cómo funcionaba, dentro de susmentes, una conciencia manipulada por otroindividuo. En toda la historia de la humanidadno existe un ejemplo tan claro. También lohice, aunque era un móvil secundario, por otromotivo: ya que el Sistema me trataba como a unobjeto de su propiedad, yo también queríautilizarlos a ellos como se me antojara. Quería

Page 788: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

crear al menos una función sin que ellos losupieran.

—¿Y sólo por eso nos embutió en lacabeza un montón de circuitos tan complejoscomo las líneas ferroviarias?

—No, por favor. Cuando le oigo hablarasí, me avergüenzo de mí mismo. Meavergüenzo de veras. Quizá usted no lo sepa,pero la curiosidad científica es muy difícil dereprimir. Por supuesto, los experimentos conseres humanos realizados por los científicosque colaboraban con los nazis en los campos deconcentración me parecen odiosos yrepugnantes. Pero en mi fuero interno me digo:«Puestos a hacerlos, ¿por qué no los llevaron acabo de un modo más hábil y eficaz?». En elfondo, todos los científicos queexperimentamos con seres humanos pensamosdel mismo modo. Además, yo no puse enpeligro la vida de nadie. Donde había dos, añadíun tercero. Sólo eso. Un pequeño cambio del

Page 789: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

curso del circuito no representaba carga algunapara el cerebro. Se trataba sólo de formulardiferentes palabras utilizando las mismasletras.

—Aun así, lo cierto es que,exceptuándome a mí, todas las personas querecibieron el tratamiento shuffling murieron.¿A qué se debió?

—Ni siquiera yo sé la respuesta —contestó el profesor—. Sí, tiene usted razón.De los veintiséis calculadores que recibieronel tratamiento para el shuffling, murieronveinticinco. Todos murieron en idénticascircunstancias. Se acostaron, se durmieron y, ala mañana siguiente, los encontraron muertos.

—Entonces —dije—, es posible que a míme suceda lo mismo mañana, ¿no le parece?

—No es tan simple —dijo el profesorrevolviéndose, incómodo, bajo la manta—. Susmuertes se fueron produciendo en el curso deseis meses. Y ocurrió en un lapso que va desde

Page 790: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un año y dos meses a un año y ocho mesesdespués de concluir los experimentos. Y sólousted, tres años y tres meses más tarde, sigueefectuando el shuffling sin problemas. Laúnica explicación posible es que usted debe deposeer alguna cualidad especial que los otrosno tenían.

—¿Especial? ¿A qué se refiere?—Bueno... Por cierto, después del

tratamiento shuffling, ¿notó usted algúnsíntoma extraño? ¿Sufrió alucinacionesauditivas, visiones, lipotimias o algo parecido?

—No, nada —dije—. Ni tengo visiones nialucinaciones auditivas. Sólo que me da laimpresión de que me he vuelto terriblementesensible a determinados olores. En general, alos olores de las frutas.

—Eso les sucedía a todos. El olor aciertas frutas produce un efecto en la conexión.Ignoro por qué, pero es así. Pero eso no le haprovocado alucinaciones auditivas, visiones ni

Page 791: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

desmayos, ¿verdad?—No —respondí.—Hum... —El anciano reflexionó unos

instantes—, ¿Y aparte de eso?—Verá, lo he notado por primera vez hace

un rato, pero me ha dado la sensación de quelos recuerdos ocultos iban a volver. Hasta hoyno habían sido más que retazos de memoria yno le había dado importancia, pero, hace unrato, el recuerdo era muy nítido y se haprolongado bastante tiempo. Sé la causa. Lo hadesencadenado el ruido del agua. Pero no hasido una visión. Era un recuerdo real, estoyseguro.

—No, no es cierto —negócategóricamente el profesor—. Tal vez usted lohaya percibido como auténtico, pero era unpuente artificial creado por usted. Es decir que,entre su propia identidad y la conciencia que yomonté y le implanté, ha surgido unadivergencia, lógica y natural. Y usted está

Page 792: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

intentando tender un puente sobre estacontradicción para legitimar su propiaexistencia.

—No lo entiendo. Hasta ahora nunca mehabía sucedido. ¿Por qué ahora ha empezado derepente?

—Porque yo le he cambiado la conexión yhe liberado el tercer circuito —dijo elprofesor—. Pero procedamos por orden. Si no,a mí me costará explicárselo, y a usted,entenderlo.

Saqué la botella de whisky y tomé untrago. Tenía la sensación de que la historia quese disponía a contarme iba a ser másespeluznante de lo que había imaginado.

—Tras fallecer las ocho primeraspersonas, el Sistema me llamó para queinvestigara las causas de esas muertes. Paraserle franco, hubiera preferido desvincularmede aquel asunto, pero aquella técnica la habíadesarrollado yo y se trataba de un asunto de

Page 793: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vida o muerte, de modo que no pudemantenerme al margen. Decidí acudir yaveriguar qué pasaba. Ellos me explicaron lascircunstancias de la muerte de los calculadoresy me mostraron el resultado de la autopsiacerebral. Tal como le he dicho, los ocho habíanfallecido en circunstancias idénticas, todos porcausas desconocidas. No tenían lesiones ni enel cuerpo ni en el cerebro, todos habían dejadode respirar mientras dormían pacíficamente.Parecía una muerte por eutanasia. En su rostrono se apreciaban signos de agonía.

—¿No descubrió la causa de la muerte?—No. Pero sí he desarrollado algunas

hipótesis, claro está. Como los ochocalculadores murieron uno tras otro después derecibir el tratamiento shuffling, podíadescartarse que se tratara de una casualidad.Por lo tanto, era preciso tomar medidas. Es eldeber del científico. Y yo me planteé losiguiente: una posibilidad era que las

Page 794: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

conexiones instaladas en el cerebro sehubiesen aflojado o quemado, o que hubiesendesaparecido. Como resultado de ello, susistema mental se habría colapsado y lasfunciones cerebrales habrían sido incapaces desoportar su energía. Otra posibilidad era que elproblema no residiese en la conexión, sino enel propio hecho de liberar, siquiera por unbreve lapso de tiempo, el núcleo de laconciencia. Tal vez el cerebro humano seaincapaz de soportarlo,— tras pronunciar estaspalabras, todavía con la manta subida hasta labarbilla, hizo una pausa—. Eso deduje. Carezcode pruebas, pero, considerando lascircunstancias anteriores y posteriores a loshechos, lo más probable es que la causa de sumuerte se deba a una u otra posibilidad, o a lasuma de ambas.

—¿Y la autopsia cerebral no aclaró nada?—El cerebro no es como una tostadora o

una lavadora. No hay cables ni interruptores a la

Page 795: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vista. Se trataba sólo del cambio del curso deuna descarga eléctrica invisible; por lo tanto,tras la muerte era imposible extraer laconexión y estudiarla. En un cerebro vivopueden detectarse anomalías, pero no en unomuerto. Si hubiera habido una lesión o untumor, los habríamos detectado, claro está.Pero no los había. El cerebro estaba totalmentelimpio.

«Entonces hice comparecer en milaboratorio a diez de los supervivientes yvolvimos a examinarlos. Les tomamos lasondas cerebrales, analizamos el cambio desistema de pensamiento, comprobamos si laconexión funcionaba bien. Los sometimos alargas entrevistas y les preguntamos si habíannotado alguna anomalía física o si sufríanalucinaciones auditivas o visiones. Pero nodescubrimos ningún problema relevante. Todosestaban bien de salud, ejecutaban el shufflingsin contratiempos. Concluimos que las

Page 796: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

personas fallecidas debían de tener algúndefecto congénito incompatible con laoperación shuffling. Aún no sabíamos de quédefecto se trataba, pero era algo que podríamosresolver antes de emprender la segundageneración de tratamiento shuffling.

«Estábamos equivocados. Al messiguiente murieron cinco calculadores más,entre ellos tres de los sujetos que habíansufrido el exhaustivo examen posterior. Se noshabían muerto, sin más, unas personas sobre lasque acabábamos de determinar, tras unaspruebas exhaustivas, que no tenían problemaalguno. Fue un duro golpe para nosotros. Lamitad de los veintiséis sujetos sometidos aexamen ya había muerto por causasdesconocidas. El problema se hallaba en la raízmisma del proyecto. En resumen, que elcerebro se había mostrado incapaz de valersede dos sistemas de pensamiento alternativos. Atenor de los hechos, le propuse al Sistema

Page 797: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

suspender el programa. Extraer la conexión delcerebro de los supervivientes y cancelar lasoperaciones shuffling. De otro modo, podíanacabar muriendo todos. Pero el Sistema dijoque era imposible. Y rechazó mi propuesta.

—¿Por qué?—Porque el sistema shuffling funcionaba

con gran eficacia y porque en esos momentosno podían congelar el programa. Si lo hubieranhecho, el funcionamiento del Sistema sehubiese paralizado. Además, adujeron que notenían por qué morir necesariamente todos loscalculadores, y que si había supervivientes,éstos podrían servir para futurasinvestigaciones. Entonces me desentendí delasunto.

—Y sólo sobreviví yo.—Exacto.Apoyé la parte posterior de la cabeza en la

pared rocosa y me froté con la palma de lamano las mejillas sin afeitar mientras

Page 798: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

contemplaba distraídamente el techo. Nolograba recordar la última vez que me habíaafeitado. Debía de tener una pinta espantosa.

—¿Y cómo es que yo no he muerto?—Es sólo una hipótesis —dijo el profesor

—, y ya sé que voy sumando una hipótesis aotra. Pero me lo dice mi sexto sentido, no creoque esté muy lejos de la realidad. Y es queusted, antes de que le implantáramos nada, yaposeía un sistema de pensamiento compuesto.De forma inconsciente, por supuesto. Sinsaberlo, usted hacía un doble uso de su propiaidentidad. Como el símil que le puesto antes, elde llevar un reloj en el bolsillo derecho delpantalón y otro en el izquierdo. Usted ya teníala conexión establecida desde el principio ypor ello es psicológicamente inmune a ella.

—Esta hipótesis, ¿se funda en algo real?—Sí. Hace unos dos o tres meses revisé

todas las cajas negras, los sistemas depensamiento de los veintiséis calculadores

Page 799: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trasladados a imágenes. Y descubrí algo. Suimagen es la más coherente, no tiene fallos, esla más lógica. Dicho en una palabra, esperfecta. Tanto que podría utilizarse, tal cual,en una novela o en una película. Pero no sucedelo mismo con las imágenes de los veinticincoindividuos restantes. Los fragmentos que lasconforman son confusos, faltos de cohesión.Por más que me esforcé al montarlas, noconseguí darles lógica ni armonía. Parecen unasucesión de sueños deshilvanados. Pero la suyaes completamente distinta. La diferencia es tangrande como la que hay entre el dibujo de unpintor profesional y el de un niño.

»He reflexionado mucho sobre cuálespueden ser las razones, y creo que sólo hay unaconclusión posible. Y es que usted ya la habíaordenado previamente. Por eso el conjunto deimágenes se estructura con tanta nitidez.Recurriendo de nuevo a un símil, es como siusted hubiese bajado a la "fábrica de formas" y

Page 800: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hubiera construido imágenes con sus propiasmanos. Sin saberlo ni usted mismo.

—¡Asombroso! ¿Y por qué ha ocurridoasí?

—Podría deberse a varios factores —dijoel profesor—. Experiencias durante la infancia,entorno familiar, objetivación excesiva del ego,sentimiento de culpa... En todo caso, ustedtiene una marcada tendencia a protegerse a símismo, ¿me equivoco?

—Es posible —dije—. ¿Y qué diablos va apasar ahora?

—No hay ningún problema. Si no ocurrenada, usted seguirá como ahora hasta que semuera de viejo —aseguró—. Sin embargo,siendo realistas, es improbable que no sucedanada. Le guste o no, usted es la clave que puededecidir el resultado de esta absurda guerra de lainformación. Dentro de poco, el Sistemapondrá en marcha el proyecto de segundageneración tomándolo a usted como muestra.

Page 801: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Lo someterán a meticulosos análisis, lotoquetearán de arriba abajo. No puedo decirleen qué consistirá exactamente, pero seguro queno será agradable. Quizá peque de ingenuo,pero eso lo puede adivinar cualquiera. Por esoquiero ayudarlo.

—¡Oh, no! —exclamé, abatido—. ¿No va aparticipar en ese proyecto?

—Como le he dicho una y otra vez, venderel fruto de mis estudios a otros no va conmigo.Además, no quiero participar en algo que puedaimplicar la muerte de seres humanos. Haymuchos factores que me han hecho reflexionar.Me construí un laboratorio subterráneo parahuir de la gente. Porque el Sistema no es elúnico que quiere utilizarme, también hanaparecido los semióticos. Y estasmacroorganizaciones no me gustan. Sólo mirana su provecho.

—¿Y por qué se valió de artimañas paracontactar conmigo? ¿Por qué me engañó para

Page 802: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que acudiera a su despacho y luego me pidióque efectuara unos cálculos?

—Quería confirmar mi hipótesis antes deque el Sistema o los semióticos lo atraparan ylo estudiaran a usted exhaustivamente. Porque,si la confirmara, usted podría librarse de pasarun mal rato. Entre los datos que le di habíaoculta una señal para cambiar al tercer sistemade pensamiento. Es decir, que después de pasaral segundo sistema de pensamiento, cambiaríaun punto más y procesaría los datos en eltercer sistema de pensamiento.

—Ese tercer sistema de pensamiento es elque usted visualizó y montó, ¿verdad?

—Exactamente —asintió el profesor.—¿Y de qué manera iba a confirmar eso

su hipótesis?—Mediante las divergencias —dijo el

profesor—. Usted, sin ser consciente de ello,ha acabado comprendiendo a la perfección elnúcleo de su conciencia. Por eso utiliza sin

Page 803: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

problemas el segundo sistema de pensamiento.Pero el tercer circuito comprende la parte queyo monté y, por lo tanto, lo normal es que surjauna divergencia entre las dos, y que estadivergencia provoque alguna reacción por suparte. Pues bien, yo quería cuantificarla. Y, atenor de los datos de esta cuantificación, habríapodido formarme una idea un poco másconcreta sobre el poder de lo que ustedesconde en el fondo de su conciencia, sobre sucontenido y sobre las causas.

—¿Habría podido, dice?—Sí. Habría podido. Pero todo se ha ido

al traste. Los semióticos, junto con lostinieblos, han destrozado mi laboratorio. Se hanllevado todos los datos. Después de que sefueran, volví al despacho y lo comprobé. Allíno queda nada de valor. En estas condiciones,me es imposible cuantificar la divergencia.Esos tipos se han llevado incluso las cajasnegras visualizadas.

Page 804: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Qué relación tiene todo eso con el findel mundo? —pregunté.

—A decir verdad, el mundo de ahora va aacabarse. Es en su interior donde el mundo va allegar a su fin.

—No lo entiendo.—Se trata del núcleo de su conciencia. El

fin del mundo es, ni más ni menos, lo quedescribe su conciencia. No sé por qué ustedoculta eso en el fondo de su conciencia, peroes así. En el interior de su conciencia el mundoha llegado a su fin. O, formulado a la inversa, suconciencia está viviendo en el fin del mundo. Yen aquel mundo han desaparecido la mayoría delas cosas que es lógico que existan en éste. Allíno existe el tiempo, ni la dimensión espacial, nila vida, ni la muerte. Tampoco, en el sentidoestricto de estas palabras, los valores o el ego.Allí, unas bestias controlan el ego de laspersonas.

—¿Unas bestias?

Page 805: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Unicornios —dijo el profesor—. Enesa ciudad hay unicornios.

—¿Y esos unicornios tienen algo que vercon el cráneo que usted me dio?

—Aquel cráneo es una reproducción.Magnífica, ¿verdad? Me basé en las imágenesque visualicé de su conciencia, pero me costólo mío. No tiene ningún sentido en particular.Sólo que, como me interesa la craneología, seme ocurrió hacerlo. Se lo regalo.

—Espere un momento —dije—. A ver silo he entendido bien: en el fondo de miconciencia existe el mundo del que usted mehabla. Usted lo montó, dándole una forma másclara, y me lo ha implantado en la cabeza bajola forma de un tercer circuito, el llamadocircuito 3. A continuación, ha enviadodeterminada señal, ha puesto en marcha estecircuito en mi conciencia y me ha hechoejecutar un shuffling. ¿Hasta aquí es correcto?

—Sí, es correcto.

Page 806: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Y, al acabar el shuffling, este circuito 3ha quedado automáticamente cerrado y miconciencia ha vuelto al circuito 1.

—No, eso no es correcto —dijo elprofesor rascándose la nuca—. Si las cosashubieran ido así, sería muy simple. Pero no loson. El circuito 3 no posee la función debloqueo automático.

—Entonces, ¿mi circuito 3 continúaabierto?

—¡Ejem!... Pues sí.—Pero yo ahora estoy pensando y

actuando sirviéndome del circuito 1...—Eso es posible porque el circuito 2

tiene una llave de paso. Mire, le haré unesquema del dispositivo —dijo.

Entonces se sacó un bloc y un bolígrafodel bolsillo, hizo un dibujo y me lo entregó.

—Éste es el estado normal de suconciencia. La conexión A está conectada con

Page 807: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la entrada 1, y la B, con la entrada 2. Sinembargo, ahora está así. —Y el profesor hizootro dibujo en el papel.

—¿Comprende? Mientras la conexión Bsigue conectada al circuito 3, la conexión A,gracias al sistema de cambio automático, estácomunicada con el circuito 1. Por esa razón,usted puede pensar y actuar sirviéndose delprimer circuito. Pero eso es provisional. Anteso después, acabará conduciendo la conexión Bhasta el circuito 2. Porque el circuito 3, enrealidad, no le pertenece. Si lo deja tal comoestá, la energía surgida de esta divergenciafundirá la conexión B, usted se quedaráconectado permanentemente al circuito 3, ladescarga eléctrica de éste va a atraer laconexión A hacia el puntoy, en consecuencia,acabará fundiendo también esta conexión. Poreso, antes de que las cosas llegaran a estepunto, yo tenía que calcular la energía de

Page 808: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

divergencia y devolverlo a usted a su estadooriginal.

—¿Tenía? —pregunté.—Sí. Porque ahora ya no puedo hacer

nada. Como ya le he dicho, aquellos locos mehan destrozado el laboratorio y se han llevadola documentación más importante. Así pues,sintiéndolo mucho, me va a ser imposibleayudarlo.

—A ver —dije—, ¿me está diciendo quevoy a quedarme atrapado para siempre en elcircuito 3 sin posibilidad alguna de escapar?

—Eso mismo. Deberá usted vivir en el findel mundo. Lo siento en el alma.

—¿¡Que lo siente en el alma!? —exclamé,atónito—. Esto no se soluciona pidiendodisculpas. Usted tal vez se quede tan anchodiciendo que lo siente, pero ¿¡qué diablos pasaconmigo!? Usted empezó todo esto. ¡No esninguna broma! ¡Jamás había oído algo tanatroz!

Page 809: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pero es que yo no imaginaba, ni ensueños, que los semióticos pudieranconfabularse con los tinieblos. Han debido deenterarse de que yo había empezado a haceralgo y me han atacado para hacerse con elsecreto del shuffling. Y probablemente, enestos momentos, el Sistema ya lo sepa todo.Para ellos, nosotros dos somos un arma dedoble filo. ¿Me sigue? El Sistema debe depensar que usted y yo juntos hemos empezado atramar algo a sus espaldas. Y deduzco que estoes precisamente lo que los semióticospretendían que pensara. Lo han orquestado todopara que el Sistema lo creyera, calculando queel Sistema nos liquidaría para salvaguardar susecreto. El Sistema pensaría que lo hemostraicionado y, aunque nuestra muerte supusierael fin del sistema shuffling, acabaría connosotros. Ante todo, nosotros dos somos laclave de este proyecto, y si cayésemos juntosen manos de los semióticos, las consecuencias

Page 810: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

serían terribles. Por lo que respecta a lossemióticos, si el Sistema nos liquidara, elproyecto shuffling quedaría cancelado, y si nosfuéramos huyendo del Sistema, tampocotendrían nada que objetar. En resumen, que enninguno de los dos casos tenían nada queperder.

—¡Oh, no! —exclamé.Los sujetos que habían venido a mi casa,

que me habían destrozado el apartamento y queme habían rajado el vientre eran, a todas luces,semióticos. Habían montado aquella farsa parallamar la atención del Sistema sobre mí. Y yohabía caído en la trampa.

—Estoy perdido. Con el Sistema y lossemióticos pisándome los talones, si me quedode brazos cruzados mi existencia sedesvanecerá de la faz de la Tierra.

—No, su existencia no acabará.Simplemente entrará en un mundo distinto.

—Es lo mismo —dije—. ¿Sabe?,

Page 811: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

comprendo perfectamente que soy un ser taninsignificante que tiene que mirarse con lupa.Siempre ha sido así. Incluso cuando miro lafotografía de graduación de la escuela mecuesta encontrar mi propia cara. No tengofamilia, así que mi desaparición no perjudicaráa nadie. Y como tampoco tengo amigos, nadiellorará mi muerte. Eso lo tengo muy claro.Pese a todo, y por extraño que pueda parecer,estoy la mar de satisfecho con mi vida en estemundo. No sé por qué. Tal vez sea porque, alestar dividido en dos, nos vamos animando eluno al otro y puedo llevar una vida divertida. Nolo sé. En todo caso, me siento cómodo en estemundo. Detesto a mucha gente y mucha genteme detesta a mí, pero también hay personas queme gustan, y las que me gustan, me gustanmucho. Y no tiene nada que ver con que mecorrespondan. Yo vivo así. No quiero ir aninguna parte. No necesito la inmortalidad.Envejecer es duro, pero no soy el único que

Page 812: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

envejece. Le ocurre a todo el mundo. Noquiero ni unicornios ni tapias.

—No es una tapia. Es una muralla —rectificó el profesor.

—Me importa un rábano. No necesito nitapias ni murallas —dije—. ¿Puedo enfadarmeun poco? No suele sucederme, pero me hanentrado ganas de enfadarme.

—Me parece que, en estas circunstancias,es inevitable —dijo el profesor rascándose ellóbulo de la oreja.

—Usted es el único responsable de todoesto. Yo no tengo la culpa de nada. Usted lo haempezado todo, lo ha llevado adelante, me hainvolucrado. Ha introducido los circuitos quele ha dado la gana en la cabeza de algunaspersonas, me ha hecho ejecutar ¡legalmente unshuffling, me ha obligado a traicionar alSistema, ha lanzado a los semióticos en mipersecución, me ha arrastrado a un subterráneoabsurdo y ahora pretende acabar con mi mundo.

Page 813: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

¡Jamás he visto algo tan espantoso! ¿No leparece? Al menos, déjeme como estaba.

—Hum... —gruñó.—Tiene razón, abuelo —intervino la joven

gorda—. Vives tan absorto en tus cosas que note das cuenta de las molestias que ocasionas.Con aquella investigación de la aleta caudalocurrió lo mismo, ¿recuerdas? Tienes quehacer algo.

—Lo hice pensando en su bien, pero lasituación empeoró más y más —se lamentó elanciano—. Hasta que se me fue de las manos.Yo ya no puedo hacer nada y usted tampoco. Larueda gira cada vez más rápido y nadie puededetenerla.

—¡Oh, no! —repetí.—Pero usted —añadió él—, en aquel

mundo, podrá recuperar lo que ha perdido enéste. Lo que ha perdido y lo que continúaperdiendo.

—¿Lo que he perdido?

Page 814: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí —dijo el profesor—. Todo lo que haperdido. Todo está allí.

Page 815: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

26. La central eléctrica

El FIN DEL MUNDO

Cuando acabé de leer los sueños, le dijeque pensaba ir a la central eléctrica, y su rostrose ensombreció.

—Está en el interior del bosque —dijoella apagando las ascuas de carbónincandescente en el cubo de arena.

—Justo a la entrada —precisé—. Elguardián me ha dicho que no corro ningúnriesgo.

—Nadie sabe lo que piensa el guardián.Por más que diga que está a la entrada, elbosque es un lugar peligroso.

—De todos modos, voy a ir. Quieroencontrar un instrumento musical, a toda costa.

Page 816: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando acabó de sacar todo el carbón,abrió el cajón de abajo y vació la ceniza blancaque se acumulaba en su interior. Sacudió lacabeza repetidas veces.

—Te acompañaré —decidió.—¿Por qué? No te gusta acercarte al

bosque, ¿verdad? No te sientas obligada a ir.—No puedes ir solo. Todavía no eres

consciente de los peligros del bosque.

Bajo un cielo nublado, nos dirigimos haciael este a lo largo del río. Era una mañana tantibia que parecía que hubiese llegado laprimavera.

No soplaba el viento e incluso elmurmullo del agua había perdido su fríaclaridad habitual y había adquirido un timbreopaco. A los diez o quince minutos de marcha,me quité los guantes y me desenrollé labufanda del cuello.

—Parece primavera comenté.

Page 817: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Es verdad. Pero este calorcillo sólodurará un día. Siempre pasa lo mismo. Luegovuelve enseguida el invierno.

Caminamos por la orilla sur del río, endirección al este. Tras dejar atrás las últimascasas diseminadas, encontramos campos decultivo al lado derecho del camino, al tiempoque el pavimento de piedras redondas seconvertía en un estrecho sendero lodoso. Enlos surcos de los campos, la blanca nievehelada trazaba infinidad de líneas similares aarañazos. En cambio, en la ribera izquierda delrío se erguían sauces cuyas ramas colgabanlacias sobre la superficie del agua. Pequeñospájaros se posaban en las frágiles ramas y, trashacerlas oscilar varias veces, como siintentaran mantener el equilibrio sobre ellas,desistían y volaban a otro árbol. El sol emitíauna luz pálida y dulce; alcé repetidas veces lacabeza y dejé que me acariciara su tranquilatibieza. Ella tenía la mano derecha en el

Page 818: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bolsillo de su abrigo y la izquierda en elbolsillo del mío. Yo, en la mano izquierda,llevaba una pequeña maleta, y con la derechaasía su mano en el interior de mi bolsillo. En lamaleta llevaba el almuerzo y un obsequio parael encargado de la central eléctrica.

«Cuando llegue la primavera todo serámás fácil», pensé, con mi mano asida a sumano tibia. Si mi corazón lograba superar elinvierno, si el cuerpo de mi sombra lograbasuperar el invierno, yo recuperaría mi corazónbajo una forma más exacta. Tal como habíadicho la sombra, era preciso que venciera alinvierno.

Caminamos lentamente junto al ríomientras nuestros ojos se deslizaban por elpaisaje. Apenas hablábamos, no porque notuviésemos nada que decir, sino porque nosentíamos la necesidad de formularlo enpalabras. La blanca nieve helada en los largossurcos, los pájaros que sostenían en el pico los

Page 819: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

frutos rojos de los árboles, las verdurasinvernales de hojas gruesas y rígidas, lospequeños remansos de agua transparente que lacorriente formaba a trechos, la silueta de lasierra coronada de nieve: mirábamos una cosatras otra como si nos cerciorásemos de suexistencia. Todo lo que se reflejaba en nuestraspupilas absorbía con avidez aquella tibiezaefímera que había llegado de repente, y su calorse infiltraba hasta lo más recóndito de nuestroscuerpos. Ni siquiera las nubes que cubrían elcielo destilaban la sensación opresiva desiempre y parecían rodear nuestro pequeñomundo con manos suaves y tibias.

Vimos también algunas bestias quevagaban por la hierba seca en busca de comida.Su pelaje, de un pálido color dorado, había idoganando en blancura. Su pelo era mucho máslargo que en otoño, y también más espeso,pero, a pesar de ello, se apreciaba que habíanenflaquecido mucho. Los huesos de sus lomos

Page 820: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sobresalían de forma ostensible, como losmuelles de un viejo sofá, y la carne de losbelfos colgaba fláccida. Sus ojos habíanperdido el brillo, las articulaciones de suscuatro extremidades eran prominentes comobolas. Lo único que no había cambiado era elblanco cuerno que les nacía en la frente. Elcuerno seguía apuntando al cielo, recto yorgulloso como siempre.

Reunidas en grupitos de tres o cuatro, lasbestias se desplazaban a lo largo de los surcosde los campos, yendo de un pequeño arbusto aotro. Pero, en los árboles, apenas quedabanfrutos o tiernas hojas verdes comestibles. Enlas ramas de los árboles altos aún quedabaalgún fruto, pero las bestias no alcanzaban hastaallí y permanecían al pie de los árbolesbuscando en vano frutos caídos o alzaban losojos mirando con tristeza los pájaros que losestaban picoteando.

—¿Cómo es que las bestias no tocan los

Page 821: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

frutos de los campos? —le pregunté.—Porque es así. Aunque no conozco el

motivo —dijo—. Las bestias no tocan lo quepuede alimentar al hombre. Si les damos algo,se lo comen, pero, si no se lo ofrecemosnosotros, jamás lo tocan.

En la ribera del río, unas bestias, con laspatas delanteras dobladas, se inclinaban sobreun remanso para beber agua. Cuando pasamosjunto a ellas, siguieron bebiendo sin alzarsiquiera la cabeza. Los blancos cuernos sereflejaban en la superficie del río con tantanitidez que parecía que un montón de huesosblancos hubiesen caído en el fondo de lasaguas.

Tal como me había explicado el guardián,tras andar unos treinta minutos por la orilla delrío y dejar atrás el Puente del Este,encontramos un pequeño sendero que torcía ala derecha, hacia el sur. Era tan angosto que, de

Page 822: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no haber estado alertas, lo hubiéramos pasadopor alto. Ya no se veían campos, sólo un pradode altos y espesos hierbajos resecos que seextendía a ambos lados del camino. El prado seextendía entre los campos de cultivo y elBosque del Este.

Poco a poco, el terreno empezó aascender, mientras la hierba raleaba. La cuestase acentuó hasta tornarse una montaña rocosa.Sin embargo, por más que la llame de estemodo, no era una montaña abrupta, sino queestaba escalonada. La roca era de una areniscarelativamente blanda y los escalones tenían lasaristas redondeadas por el uso. Tras ascenderun buen trecho, alcanzamos la cima. La alturadebía de ser un poco inferior a la de la Colinadel Oeste donde yo vivía.

A diferencia del lado norte, la ladera surde la colina formaba un suave declive. El pradode hierba seca se prolongaba un poco más ydespués se extendía, amplio como el mar, el

Page 823: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

negro Bosque del Este.Nos sentamos para recobrar el aliento y

permanecimos unos instantes contemplando elpaisaje. Desde allí, la ciudad ofrecía un aspectomuy distinto al que yo estaba acostumbrado aver. El río trazaba una sorprendente línea recta,sin formar un solo meandro: parecía que elcauce se hubiera excavado artificialmente. Alnorte del río se extendía la ciénaga, y a laderecha de la ciénaga, el Bosque del Este, que,desde el sur, tras superar el río se adentrabacomo una avanzadilla en dirección norte.Divisamos también los campos de cultivo, aeste lado del río, que acabábamos de dejaratrás. En toda esa zona no había una sola casa, yel Puente del Este estaba desierto, envuelto enuna atmósfera de soledad. Aguzando la vista, sevislumbraba el barrio obrero y la torre delreloj, pero, por alguna razón, ambos parecíanespectros incorpóreos llegados de un lugarremoto.

Page 824: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tras un pequeño descanso, emprendimosel descenso de la colina en dirección al bosquedel este. A la entrada del bosque había unestanque tan poco profundo que se veía elfondo y, en el centro, emergían las enormesraíces, del color de los huesos, de un árbolmuerto. Sobre las raíces descansaban dospájaros blancos que se nos quedaron mirandofijamente. La nieve estaba endurecida y, alpisarla, nuestros zapatos no dejaban improntaen ella. El largo invierno había transformadopor completo el aspecto del bosque. No se oíanlos trinos de los pájaros, no se veían insectos.Sólo los enormes árboles seguían absorbiendola fuerza vital de las profundidades de la tierra,alzándose hacia el cielo cubierto de oscurosnubarrones.

Cuando avanzábamos por el camino delbosque, nos llegó un extraño ruido. Se parecíaal aullido del viento cuando atraviesa el bosque,pero no soplaba una sola ráfaga de aire y,

Page 825: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

además, el aullido era más monótono.Progresivamente, el sonido fue ganando enpotencia y nitidez, pero seguíamos sin saberqué lo producía. Ella tampoco había ido nunca ala central eléctrica.

Vimos un grueso roble y, detrás, unaexplanada desierta. Al fondo se alzaba eledificio de lo que parecía ser la centraleléctrica. De hecho, ningún distintivo indicabaque lo fuera. Tenía el aspecto de un enormealmacén. No se veían instalaciones, ningúncable de alta tensión. El extraño aullido delviento parecía proceder del interior de aqueledificio de ladrillo. En la fachada había unasólida puerta de hierro de dos hojas y, en laparte superior, unos ventanucos alineados. Elcamino moría en la explanada.

—Debe de ser la central eléctrica —dije.La puerta de la fachada debía de estar

cerrada con llave, ya que ni siquiera uniendonuestras fuerzas logramos moverla un ápice.

Page 826: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Decidimos rodear el edificio. La centraleléctrica era más larga que ancha y, en la partesuperior de todas sus paredes, había la mismahilera de ventanucos que en la fachada. De estasventanas surgía el sonido. Pero no habíaninguna otra puerta. Sólo las chatas y anodinasparedes de ladrillo. Estas presentaban ciertasimilitud con la muralla que rodeaba la ciudad,pero de cerca se apreciaba que los ladrillos deeste edificio eran toscos y de una calidad muydistinta a la de los que formaban la muralla.Eran rugosos al tacto y muchos estabandescantillados.

En la parte trasera, colindante al edificio,había una casita, también de ladrillo. Era delmismo tamaño que la cabaña del guardián ytenía una ventana y una puerta normales. En laventana, un saco de cereales vacío hacía lasveces de cortina, y del tejado se alzaba unachimenea ennegrecida por el hollín. Allí, almenos, se percibía el olor de la vida humana.

Page 827: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Di tres golpes en la puerta de madera, hasta tresveces, pero nadie respondió. La puerta estabacerrada con llave.

—Mira, allá hay una entrada —me dijoella tomándome de la mano.

Al volverme en la dirección que meindicaba distinguí, en una esquina de la partetrasera del edificio, una puerta de hierro abiertahacia fuera.

Delante de la puerta, el aullido del vientoera casi ensordecedor. El interior estabamucho más oscuro de lo que esperaba y, antesde que mis ojos se acostumbraran a laoscuridad, no conseguí ver nada a pesar deponerme la mano sobre los ojos a modo devisera. No había ninguna lámpara —era extrañoque en una central eléctrica no hubiese nisiquiera una lámpara— y la débil luz quepenetraba por los altos ventanucos no llegabamás allá del techo. Ante mis ojos, sólo elaullido del viento danzaba por el interior del

Page 828: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

edificio desierto.Supuse que, aunque llamara, nadie me

respondería; por lo tanto, todavía en el umbral,me quité las gafas oscuras y esperé a que misojos se acostumbraran a la oscuridad, ella sequedó a mis espaldas.

Daba la impresión de que prefería noacercarse demasiado al edificio. El ruido delviento y la oscuridad la amedrentaban.

Como solía estar siempre en la penumbra,enseguida vislumbré la figura de un hombreplantado en el centro. Un hombre de cortaestatura y delgado. Ante él se erguía, rectahasta el techo, una gruesa columna cilíndrica dehierro de unos tres o cuatro metros dediámetro, en la que el hombre mantenía losojos clavados. Aparte de la columna, no habíanada parecido a una instalación, a una máquina:el edificio estaba tan vacío como la pista de unpicadero cubierto. El suelo estaba pavimentadocon los mismos ladrillos que las paredes.

Page 829: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Semejaba un horno gigantesco.Penetré solo en el edificio, dejándola a

ella en la puerta. Cuando hube recorrido lamitad de la distancia que me separaba de lacolumna, el hombre se percató de mipresencia. Sin cambiar de posición, sólo con lacabeza vuelta hacia mí, se quedó mirandofijamente cómo me aproximaba. Era joven,posiblemente unos años menor que yo. Era laantítesis del guardián. Tenía los brazos, laspiernas y los hombros muy delgados, y la tezpálida. De piel lisa, barbilampiño, elnacimiento del pelo había retrocedido hastadejar al descubierto una frente ancha. Sus ropasestaban limpias y cuidadas.

—¡Buenos días! —le dije.Todavía con la boca firmemente cerrada,

me miró y se inclinó levemente a modo desaludo.

—¿Le interrumpo? —le pregunté. Debidoal aullido del viento, me veía obligado a hablar

Page 830: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a gritos.El hombre sacudió la cabeza indicando

que no le molestaba y me señaló una ventanillaacristalada, del tamaño de una postal, que habíaen la columna. Con ese ademán parecíadecirme que atisbara dentro. Al mirar conatención, me di cuenta de que la ventanilla decristal formaba parte de una puerta que se abríaen la columna. La puerta estaba firmementefijada con pernos. Al otro lado del cristal, unaespecie de ventilador gigantesco instaladoparalelamente al suelo giraba con violentaenergía. Parecía un motor de miles de caballosde vapor rotando sobre un eje.Presumiblemente, la potencia del viento quepenetraba por un sitio u otro hacía girar confuerza las aspas del ventilador y éste producíaelectricidad. O al menos eso supuse yo.

—¡Vaya vendaval! —dije.El hombre asintió, dándome la razón.

Después me tomó por el brazo y me condujo

Page 831: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hacia la entrada. Yo le pasaba media cabeza.Nos dirigimos hacia la puerta, el uno al lado delotro, como un par de buenos amigos. En laentrada, ella esperaba de pie. El joven seinclinó levemente ante ella de la misma maneraque había hecho conmigo.

—Buenos días —lo saludó ella.—Buenos días —repuso el hombre.Nos condujo a un lugar adonde apenas

llegaba el aullido del viento. Detrás de lacabaña se extendía un campo roturado quelindaba con el bosque. Nos sentamos en unostocones alineados uno junto al otro.

—Lo siento, pero digamos que no tengoun chorro de voz —dijo el joven encargado entono de disculpa—. Supongo que vienenustedes de la ciudad, ¿no es así?

Contestamos afirmativamente.—Como pueden ver —siguió—, la fuerza

del viento es lo que produce la electricidadpara la ciudad. Por aquí abundan enormes

Page 832: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

agujeros y utilizamos el viento que brota de suinterior. —Enmudeció unos instantes con lavista clavada en el campo, a sus pies—. Elviento se alza una vez cada tres días. En elsubsuelo de la zona hay muchas grutas por lasque circulan el viento y el agua. Y yo meencargo del mantenimiento de lasinstalaciones. Los días en que no sopla elviento, engraso la maquinaria; también trato deevitar que los interruptores se congelen. Y laelectricidad que se produce aquí llega a laciudad a través de cables subterráneos.

Tras pronunciar estas palabras, barrió loscampos con la mirada. Alrededor de loscampos de cultivo se alzaba, alto como unamuralla, el bosque. La tierra negruzca de loscampos estaba cuidadosamente labrada, perotodavía no había dado su fruto.

—En mis ratos libres voy roturando pocoa poco el bosque y ensanchando el campo.Claro que yo solo poco puedo hacer. Sorteo

Page 833: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los árboles grandes y escojo los terrenos másaccesibles. Pero está muy bien hacer algo contus propias manos. Cuando llegue la primavera,podré cosechar verduras. ¿Han venido con fineseducativos?

—Más o menos —dije.—Los habitantes de la ciudad no suelen

aparecer por aquí —comentó—. Nadie entra enel bosque. Aparte del repartidor, por supuesto.Viene una vez por semana a traerme comida yartículos de uso diario.

—¿Y usted vive siempre solo aquí? —lepregunté.

—Sí, desde hace bastante tiempo. Sólopor el sonido que producen, conozco el estadode cada uno de los engranajes de la central. Escomo si me pasara los días hablando con lasmáquinas. Cuando llevas mucho tiempohaciéndolo, aprendes. Si las máquinas se hallanen buen estado, me siento en paz conmigomismo. También conozco los sonidos del

Page 834: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bosque. El bosque emite sonidos diversos. Escomo si estuviera vivo.

—¿Y no es muy duro vivir solo en elbosque?

—¿Es duro? ¿No es duro? Esa disyuntivano la comprendo —dijo—. El bosque está aquíy yo vivo en él, esto es lo único que cuenta.Alguien tiene que permanecer aquí al cuidadode las máquinas. Además, yo vivo a la entradadel bosque. No conozco la espesura.

—¿Hay otras personas que vivan en elbosque aparte de usted? —preguntó ella.

El encargado reflexionó unos instantes,pero enseguida afirmó con pequeñosmovimientos de cabeza:

—Conozco a algunas. Los que viven en elcampo se dedican a extraer carbón, a roturar elbosque para cultivar algo. Pero he visto a muypocos y apenas he hablado con ellos. A mí nome aceptan. Ellos viven en el bosque y yo vivoaquí solo. En el interior del bosque debe de

Page 835: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

haber más, pero yo nunca me adentro en elbosque y ellos casi nunca se acercan hasta laentrada.

—¿Ha visto alguna vez a una mujer? —quiso saber ella—. ¿Una mujer de unos treintay uno o treinta y dos años?

El encargado sacudió la cabeza.—No, jamás he visto a una mujer. Sólo

hombres.La miré, pero ella no dijo nada más.

Page 836: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

27. Palillo enciclopédico.Inmortalidad. Clips

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

—¡Oh, no! —dije—. ¿Seguro que no sepuede hacer nada? ¿Y en qué estado meencuentro ahora, según sus cálculos?

—¿Se refiere al estado de su cerebro? —dijo el profesor.

—Claro —repuse. ¿A qué estado iba areferirme, si no?—. ¿Hasta qué punto hadegenerado mi cerebro?

—Según mis cálculos, hace ya unas seishoras que se le ha fundido la conexión B. Tengaen cuenta que se trata de un tecnicismo, no esque su cerebro se esté fundiendo ni nada por el

Page 837: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estilo. Vamos, que...—Que se ha fijado el circuito 3 y que ha

muerto el circuito 2.—En efecto. Por lo tanto, tal como le he

dicho, su cerebro ya ha empezado a tender lospuentes de ajuste. En resumen, que ya hainiciado la producción de recuerdos. Si mepermite usar una metáfora, a fin de hacer frentea los cambios formales que se estánproduciendo en la fábrica de formas de susubconsciente, se ha accionado un conductoque une los niveles superficiales de suconciencia con la fábrica de formas encuestión.

—Lo que significa —proseguí— que laconexión A no funciona como es debido, ¿noes así? Es decir, que hay una fuga deinformación desde los circuitos delsubconsciente.

—No exactamente —rectificó el profesor—. El conducto ya existía desde el principio.

Page 838: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Por más que se diversifiquen los circuitos depensamiento, este conducto no se puede cortar.En resumen, que su conciencia superficial, esdecir, el circuito 1, se alimenta delsubconsciente de su conciencia superficial, esdecir, del circuito 2. Este conducto es la raízdel árbol, y su tierra. Sin ellos, el cerebrohumano no funcionaría. Por eso le dejamoseste conducto. Para mantenerlo en el mínimonivel de normalidad, en un grado en que no seproduzcan filtraciones innecesarias ni reflujosde conciencia. Sin embargo, la descarga deenergía producida por la conexión B al fundirseha supuesto un impacto anormal en esteconducto. Y su cerebro, sorprendido, hainiciado la labor de reajuste.

—¿Eso significa que la producciónrenovada de recuerdos va a seguir a un ritmoacelerado?

—Eso es. Expresándolo de una manerasimple, se trata de una especie de paramnesia.

Page 839: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ambas se basan en un principio muy similar.Esto proseguirá durante un tiempo. Y, pocodespués, usted emprenderá unareestructuración del mundo basada en nuevosrecuerdos.

—¿Una reestructuración del mundo?—Sí. Ahora usted está realizando los

preparativos para trasladarse a otro mundo. Poreso el mundo que está viendo en el presentecambia poco a poco, adecuándose a esta nuevarealidad. El conocimiento es así. El mundocambia según nuestra percepción. Existe, sinduda alguna, aquí y de esta forma, pero desde elpunto de vista fenoménico, el mundo no es sinouna posibilidad entre un número infinito deposibilidades. Para ser más preciso, el mundocambia según dé uno un paso hacia la derecha ohacia la izquierda. Por lo tanto, el mundo semodifica a medida que cambian los recuerdos.

—Eso me parece un sofisma —dije—. Esdemasiado conceptual. Usted no tiene en

Page 840: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuenta la temporalidad. El problema que le veoes que su razonamiento cae en una paradojatemporal.

—En cierto sentido, su caso es unaparadoja temporal de gran alcance —dijo elprofesor—. Porque usted está creando unmundo paralelo a partir de la creación derecuerdos.

—Entonces, ¿este mundo que heempezado a experimentar se está alejandolentamente de mi mundo original?

—Eso ni puedo afirmarlo yo ni puededemostrarlo nadie. Sólo digo que no se puedeexcluir esa posibilidad. No me refiero a unmundo paralelo total, como los que aparecenen las novelas de ciencia ficción, claro está.No: se trata de un problema cognitivo, de laforma que adopta el mundo en función de lapercepción que se tiene de él a través delconocimiento. Y yo creo que ese mundocambia si se lo conoce bajo diferentes

Page 841: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aspectos.—Y después del cambio, ¿la conexión A

se transformará, aparecerá un mundo distinto yyo viviré en él? ¿Y no puedo hacer nada paraevitar este cambio? ¿Debo quedarme esperandocon los brazos cruzados?

—Me temo que sí.—¿Y hasta cuándo durará ese mundo?—Para siempre —dijo el profesor.—No lo entiendo. ¿Cómo puede durar

para siempre? El cuerpo tiene sus límites. Ysi el cuerpo muere, también muere el cerebro.Y si el cerebro muere, se acaba la conciencia,¿no es así?

—No. En el pensamiento, el tiempo noexiste. Ahí radica su diferencia con los sueños.En el pensamiento es posible abarcarlo todo enun solo instante. También se puedeexperimentar la eternidad. De la misma formaque es posible crear un circuito cerrado e irdando una vuelta tras otra. El pensamiento es

Page 842: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

así. No se puede interrumpir, como ocurre conlos sueños. En eso se parece al palilloenciclopédico.

—¿Al palillo enciclopédico?—El palillo enciclopédico es un juego

teórico inventado por un científico de no sédónde. Se basa en una teoría según la cual sepuede grabar toda una enciclopedia en unmondadientes. ¿Sabe cómo?

—Pues no.—Es muy sencillo. La información, es

decir, el contenido de la enciclopedia, se pasapor entero a cifras. Se van pasando todas lasletras a cifras de dos dígitos. La A se convierteen 01, la B en 02 y así sucesivamente. El 00 esun espacio en blanco; los puntos y las comastambién se pasan a cifras. Delante de cadaalineación se pone una coma decimal. De todoello, resulta una ristra de decimales de unalongitud exorbitante. Por ejemplo:0,1732000631... A continuación se hace una

Page 843: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

marca en el punto del palillo que corresponde aesta cifra determinada. Por ejemplo, al0,50000... le corresponderá un punto situadohacia la mitad del mondadientes; al 0,3333...,un punto situado a un tercio de la punta. ¿Loentiende?

—Sí.—De esta forma, cualquier información,

por extensa que sea, queda reducida a unamarca en un mondadientes. Esto, por supuesto,sólo funciona a nivel teórico, no se puedellevar a la práctica. Con la tecnología de la quedisponemos hoy en día es imposible trazarmarcas tan precisas. Pero ha captado la idea,¿verdad? El tiempo es la longitud delmondadientes. La cantidad de informacióncomprendida en él no guarda relación algunacon su longitud. Puede ser tan extensa comodesee, incluso puede acercarse al infinito. Sison fracciones periódicas, pueden sucedersehasta el infinito. No acaban, ¿comprende? El

Page 844: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

problema está en el software. No tienerelación alguna con el hardware. Puede ser unmondadientes, un madero de doscientos metrosde longitud o la línea del Ecuador: eso c arecede importancia. Aunque sucuerpo muera y suconciencia se extinga por completo, supensamiento, captado en el instante anterior,seguirá fraccionándose eternamente. Recuerdela vieja paradoja de la flecha que vuela. Aquellode: «Una flecha que está en el aire estádetenida», es decir, que una flecha lanzada alaire en realidad está en reposo. Pues bien, lamuerte del cuerpo físico es la flecha en el aire.Vuela en línea recta apuntando a su cerebro.Nadie puede escapar a eso. Un día u otro, todaslas personas mueren y su cuerpo desaparece. Eltiempo hace avanzar la flecha hacia delante. Sinembargo, tal como he dicho, el pensamientopuede seguir fraccionando y fraccionando eltiempo hasta el infinito. La flecha jamás daráen el blanco.

Page 845: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Es decir —dije—, que es posiblealcanzar la inmortalidad.

—Exacto. En el pensamiento, el serhumano es inmortal. Para ser precisos, no llegaa ser inmortal, pero está muy cerca de unainmortalidad ilimitada. La vida eterna.

—Ése era el auténtico objetivo de suinvestigación, ¿verdad?

—No, no es cierto —dijo el profesor—.Al principio, ni siquiera yo me había dadocuenta de eso. Sin embargo, en el curso de lainvestigación, me topé con ello y lo estudié,movido por la curiosidad. Y lo descubrí: el serhumano no llega a la inmortalidad a través de laexpansión del tiempo, sólo puede alcanzarlafraccionándolo.

—¿Y entonces decidió arrastrarme a míhacia el interior del mundo de la inmortalidad?

—Fue un accidente, no un actopremeditado. Créame, no le miento. Nopretendía ponerlo en esta situación. Sin

Page 846: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

embargo, ahora no tenemos elección. Y sólohay un modo de escapar al mundo de lainmortalidad.

—¿Y en qué consiste?—En morir ahora mismo —dijo el

profesor, expeditivo—. En morir antes de quese haga operativa la conexión A. Entonces, noquedaría nada.

Un profundo silencio se extendió por elinterior de la caverna. El profesor carraspeó, lajoven gorda suspiró, yo tomé un trago dewhisky. Nadie pronunció una palabra.

—Y... ¿cómo sería ese mundo, ese mundoinmortal? —quise saber.

—Como le he dicho —contestó elprofesor—, es un mundo lleno de paz. Usted loha construido, es su propio mundo. Y, en él,podrá ser finalmente usted mismo. Lo contieney lo comprende todo y, al mismo tiempo, notiene nada. ¿Se lo imagina?

—No.

Page 847: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sin embargo, lo ha construido su propiosubconsciente. Y eso no todo el mundo puedehacerlo, se lo aseguro. Hay personas quetendrían que vagar eternamente por un mundoincoherente y caótico. Pero usted no, usted esla persona idónea para la inmortalidad.

—¿Y cuándo pasará a ese mundo? —preguntó la nieta.

El profesor consultó su reloj de pulsera.Yo hice lo mismo con el mío. Eran las seis yveinticinco de la mañana. Ya había amanecido.Ya habrían repartido la edición matinal de losperiódicos.

—Dentro de veintinueve horas y treinta ycinco minutos —calculó el profesor—. Con unmargen de error de unos cuarenta y cincominutos. He programado que suceda amediodía para que sea más fácil decomprender. Mañana a mediodía.

Sacudí la cabeza. ¿Había dicho «para quesea más fácil de comprender»? Tomé otro

Page 848: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

trago de whisky. Pero por más que bebiera, elalcohol no causaba efecto alguno en mi cuerpo.Ni siquiera notaba el sabor del whisky. Tenía laextraña impresión de que mi estómago se habíavuelto de piedra.

—¿Qué vas a hacer ahora? —me preguntóla joven posando la mano sobre mi rodilla.

—No lo sé —dije—. Ante todo, salir a lasuperficie. Odio la idea de quedarme aquíesperando a que las cosas sigan su curso.Quiero salir, estar en ese mundo donde ya haamanecido. Luego ya pensaré qué haré.

—¿Le basta con lo que le he explicado?—preguntó el profesor.

—Sí, gracias —contesté.—¿Está usted enfadado?—Un poco —dije—, Pero me enfade o

no, las cosas no van a cambiar. Además, todo estan estrambótico que no he tenido tiempo dedigerirlo. Tal vez, más adelante, me enfademucho más. Aunque para entonces ya habré

Page 849: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

muerto y no estaré en este mundo.—La verdad es que no pretendía darle una

explicación tan detallada —dijo el profesor—.Porque si usted no se hubiera enterado de todoesto, el asunto habría terminado sin que ustedfuese consciente de ello. Psicológicamentehablando, hubiera sido lo más fácil. Sinembargo, usted no va a morir. Sólo que suconciencia desaparecerá para la eternidad.

—Lo que es lo mismo —repuse—. Detodas formas, prefiero haberme enterado de lasituación. Se trata de mi vida. No quiero queme apaguen el interruptor sin que me dé cuenta.En lo posible, quiero ser dueño de mis actos.Enséñeme la salida.

—¿La salida?—El modo de salir a la superficie.—Tardará en llegar y, además, tendrá que

pasar junto a la guarida de los tinieblos. ¿No leimporta?

—No. A estas alturas, ya no le temo a

Page 850: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nada.—De acuerdo —dijo el profesor—. Al

bajar esta montaña, encontrará el agua; ahoraestá en calma y podrá nadar sin problemas.Usted tiene que dirigirse hacia el sud-sudoeste.Le indicaré el rumbo con la luz de la linterna.Nade en línea recta hacia allí y, más adelante,verá en la pared rocosa, por encima de lasuperficie del agua, una pequeña gruta.Introdúzcase en ella e irá a parar a las cloacas.Las cloacas conducen, en línea recta, a las víasdel metro.

—¿Del metro?—Sí, en efecto. Entre las estaciones

Gaienmae y Aoyama Itchóme de la línea Ginzadel metro.

—¿Cómo es posible eso?—Porque los tinieblos querían controlar

las vías. Durante el día quizá no, pero al llegarla noche campan por sus respetos por todo eltrazado del metro. Las obras del ferrocarril

Page 851: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

metropolitano de Tokio han ampliadoenormemente su campo de acción. Les haproporcionado un acceso. A veces inclusocapturan a algún trabajador de mantenimientode las vías y lo devoran.

—¿Y cómo es que todo esto no sale a laluz?

—Si se hiciera público, las consecuenciasserían terribles. Imagínese: ¿quién querríatrabajar en el metro?, ¿quién se atrevería a subira los vagones? Las autoridades están alcorriente, por supuesto, y doblan el grosor delos muros, y tapan los agujeros, e iluminan lostúneles y las vías del metro, y los vigilan, peroesto no basta para detener a los tinieblos. Enuna noche podrían abrirse paso a través de losmuros o cortar los cables eléctricos adentelladas.

—Si la salida se encuentra entreGaienmae y Aoyama Itchóme, ¿dónde diablosestamos ahora?

Page 852: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pues yo diría que debajo de la avenidaOmotesandó, hacia el Meiji-jingü,[12] no lo séexactamente. A partir de ahí, sólo hay uncamino. Se tarda bastante en llegar porque esun pasadizo muy estrecho y da muchas vueltas yrodeos, pero no tiene pérdida. Primero debedirigirse hacia Sendagaya. Tenga en cuenta quela guarida de los tinieblos está un poco antes dellegar al Estadio Nacional. Allí el caminotuerce a la derecha. Vaya hacia el Estadio deBéisbol Jingü y, una vez pasado el Museo dePintura, saldrá a la línea Ginza, en la avenidaAoyama. Se tarda unas dos horas en alcanzar lasalida. ¿Ha entendido más o menos lasindicaciones?

—Sí.—La zona donde se encuentra la guarida

de los tinieblos, crúcela lo más rápido quepueda. No se entretenga. Y tenga muchocuidado con el metro. Hay cables de altatensión y los trenes circulan

Page 853: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ininterrumpidamente. Piense que será horapunta. Sería una pena recorrer todo el trayectopara acabar arrollado por el metro.

—Tendré cuidado —dije—. Por cierto,¿qué va a hacer usted?

—Me he torcido un pie y, además, sisaliera lo único que conseguiría sería tener alSistema y a los semióticos detrás, pisándomelos talones. De momento permaneceréescondido. Aquí no se acercará nadie. Porfortuna, usted me ha traído comida. Yo soymuy frugal y con esto tengo para tres o cuatrodías —dijo, y añadió—: Salga usted primero.No se preocupe por mí.

—¿Y qué hacemos con los dispositivospara ahuyentar a los tinieblos? Para alcanzar lasalida se necesitan dos aparatos y usted sequedaría sin ninguno a mano.

—Vaya con mi nieta —dijo el profesor—,Y ella, una vez lo haya dejado a usted allá,volverá a por mí.

Page 854: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Buena idea —aprobó la nieta.—Y si a ella le sucediera algo, si por

ejemplo la atraparan, ¿qué sería de usted?—No me atraparán —dijo ella.—No se preocupe —dijo el profesor—.

Pese a ser tan joven, sabe muy bien lo que hayque hacer. Puede confiar en ella. Por mi parte,cuento con algunos recursos. En caso deemergencia, con una pila seca, agua y unosminúsculos pedacitos de metal, puedoimprovisar algo para ahuyentar a los tinieblos.El principio es muy simple y, aunque no es taneficaz como el dispositivo, bastará paramantenerlos a raya. He ido sembrando todo elcamino hasta aquí de trocitos de metal,¿recuerda? Pues bien, los tinieblos los odian.Claro que el efecto sólo dura unos veinteminutos.

—¿Se refiere a los clips? —pregunté.—Exacto. Los clips son ideales. Son

baratos, abultan poco, se iman— tan enseguida

Page 855: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y se pueden llevar al cuello, como un collar. Sí,los clips son estupendos.

Saqué un puñado de clips del bolsillo demi anorak y se lo entregué al profesor.

—¿Le basta con éstos?—¡Caramba, caramba! —se sorprendió—.

Me serán de gran ayuda. Lo cierto es que heido dejando caer demasiados clips por elcamino y me temía que no me alcanzaran. Esusted una persona muy detallista, ¿sabe? Leestoy muy agradecido. Es muy poco frecuenteencontrar a una persona tan inteligente.

—Abuelo, tenemos que irnos —dijo lanieta—. Disponemos de muy poco tiempo.

—Tened cuidado —dijo el profesor—.Los tinieblos son muy astutos.

—No te preocupes. Volveré sana y salva—dijo la nieta posando suavemente los labiosen la frente de su abuelo.

—Y respecto a usted, a tenor de losresultados, debo reconocer que he procedido

Page 856: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de un modo injustificable —dijo el profesordirigiéndose a mí—. Si me fuera posible, mecambiaría por usted. Ya he disfrutado bastantede la vida y no tengo nada de lo quearrepentirme. Para usted, sin embargo, es unpoco demasiado pronto. Además, ha sido todotan repentino que ni siquiera ha tenido tiempode prepararse psicológicamente. Seguro quetodavía le quedan un montón de cosas por haceren este mundo, ¿no es cierto?

Asentí en silencio.—Sin embargo, no debe tener miedo —

prosiguió el profesor—. No hay por qué temernada, ¿comprende? No se trata de la muerte. Esla vida eterna. Y en ella usted podrá ser,finalmente, usted mismo. Comparado conaquél, este mundo no es más que un falsoespejismo, no lo olvide.

—¡Venga, vamos! —dijo la jovencogiéndome del brazo.

Page 857: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

28. El instrumento musical

EL FIN DEL MUNDO

El joven encargado de la central eléctricanos invitó a visitar su ca— baña. Al entrar,comprobó el fuego, se dirigió a la cocina conuna tetera de agua caliente y preparó unainfusión. El frío del bosque nos había caladohasta el tuétano de los huesos y la taza de técaliente nos reconfortó. Mientras lasaboreábamos, el aullido del viento no cesó unsolo instante.

—Esta hierba se encuentra en el bosque—dijo el encargado—. Durante el verano lapongo a secar a la sombra. Así me alcanza paratodo el invierno. Es nutritiva, caldea el cuerpo.

—Deliciosa —dijo ella.

Page 858: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Era aromática y su dulzor no empalagaba.—¿Cómo se llama esa hierba? —pregunté

yo.—No sé tanto —repuso el joven—. Crece

en el bosque, y huele tan bien que un día decidíprobarla en infusión. Es una planta verde depoca altura que florece en julio. En esa época,cojo las hojas más pequeñas y las pongo asecar. A las bestias les encanta comerse lasflores de la planta.

—¿Las bestias llegan hasta aquí? —measombré.

—Sí, hasta principios de otoño. En cuantose aproxima el invierno dejan de acercarse albosque. Pero cuando hace buen tiempo vienenen pequeños grupos y juegan conmigo. Y yocomparto mi comida con ellas. Pero eninvierno, no. Aunque sepan que yo podría darlesde comer, no se acercan al bosque. De modoque, en invierno, estoy completamente solo.

—Si le apetece, podemos comer los tres

Page 859: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

juntos —dijo ella—. Hemos traídoemparedados y fruta de sobra. ¿Le gustaríacompartirlos con nosotros?

—Se lo agradezco —dijo el encargado.Hace mucho tiempo que no como nadapreparado por otros. Yo tengo un guiso de setasdel bosque. ¿Les apetecería probarlo?

—Con mucho gusto —dije.Los tres comimos los emparedados que

había hecho ella, después dimos cuenta delguiso de setas, y de postre mordisqueamos lafruta. Durante el almuerzo, nadie habló apenas.El aullido del viento, que penetraba en laestancia como una corriente de aguatransparente, llenaba el silencio. El tintineo decuchillos, tenedores y platos se mezclaba conel ulular del viento creando una resonancia detimbres irreales.

—¿Usted no sale nunca del bosque? —inquirí.

—Nunca —dijo sacudiendo lentamente la

Page 860: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cabeza—. Así está establecido. Debo cuidarmede la central eléctrica. Tal vez algún día vengaalguien a sustituirme. No sé cuándo será, perosi ese día llega, entonces podré salir del bosquey volver a la ciudad. Hasta ese momento no meestá permitido salir. No puedo alejarme ni unpaso del bosque, porque tengo que esperar aque se alce el viento una vez cada tres días.

Asentí y me bebí el resto de la infusión.Posiblemente, el sonido del viento seprolongaría dos horas, tal vez dos horas ymedia más. Al escucharlo en silencio, te dabala sensación de que te iba atrayendo poco apoco hacia sí. Imaginé lo triste que debía de serescuchar en soledad el aullido del viento en ladesierta central eléctrica del bosque.

—Por cierto, ustedes no han venidoúnicamente a visitar la central eléctrica confines educativos, ¿verdad? —preguntó el jovenencarga— do—. Es que, tal como les he dichoantes, los habitantes de la ciudad rara vez

Page 861: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aparecen por aquí.—Estamos buscando un instrumento

musical —dije—. Nos han dicho que aquíaveriguaríamos dónde encontrar uno.

Él movió afirmativamente la cabeza variasveces y por unos instantes contempló sutenedor y su cuchillo, depositados el uno sobreel otro en el plato.

—Es cierto, aquí hay algunosinstrumentos musicales. Son muy viejos, perosi encuentran alguno utilizable, se lo puedenllevar. Al fin y al cabo, yo no sé tocarlos. Melimito a ponerlos en fila y a contemplarlos.¿Quieren verlos?

—Si nos lo permite... —dije.Se levantó arrastrando la silla, y yo lo

imité.—Síganme. Los tengo de adorno en mi

habitación —dijo.—Yo me quedo aquí para recoger la mesa

y preparar el café —dijo ella.

Page 862: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El encargado abrió la puerta que conducíaal dormitorio, encendió la luz y me invitó apasar.

—Ahí están —dijo.Recostados contra la pared del dormitorio

se— alineaban diversos instrumentosmusicales. Eran todos tan viejos que podíancalificarse de antigüedades y, en su mayorparte, eran instrumentos de cuerda.Mandolinas, guitarras, violonchelos, un arpapequeña... La mayoría de las cuerdas estabancubiertas de un óxido rojizo, rotas o del todoinexistentes. La verdad, en aquel lugar noparecía fácil encontrar otras parareemplazarlas.

Entre ellos había un instrumento musicalque yo jamás había visto. Era de madera, deforma parecida a una tabla de la colada, con unahilera de protuberancias de metal que parecíanuñas. Lo tomé en mis manos e intentéarrancarle algún sonido, sin conseguirlo.

Page 863: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

También había varios tambores pequeños,puestos en fila. Contaban con los palilloscorrespondientes, pero parecía imposible tocaralgo con ellos. Había también un instrumentode viento grande que recordaba un fagot, perotampoco parecía utilizable.

Sentado en una pequeña cama de madera,el encargado miraba cómo probaba uninstrumento tras otro. Tanto la colcha como laalmohada estaban muy limpias, la cama bienhecha.

—¿Hay alguno utilizable? —me preguntó.—Pues no lo sé —respondí—. ¡Son todos

tan viejos!El se levantó de la cama, se dirigió hacia

la puerta, la cerró y volvió a sentarse. Como eldormitorio no tenía ventanas, con la puertacerrada el aullido del viento sonabaamortiguado.

—¿No le parece extraño que coleccioneesos objetos? —me preguntó el encargado—.

Page 864: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

A ningún habitante de la ciudad le interesan lascosas. Todos poseen los utensilios necesariospara la vida diaria, por supuesto. Ollas,cuchillos, sábanas, ropa. Pero les basta coneso, con las cosas útiles; nadie desea más. Yo,en cambio, no soy así. Esas cosas me interesanmucho, ni yo sé por qué. Pero me fascinan lascosas con una forma complicada, las cosasbonitas. —Había apoyado una mano sobre laalmohada y mantenía la otra en el bolsillo delpantalón—, Y, ¿sabe? —prosiguió—, si le soysincero, también me gusta esta centraleléctrica: el ventilador, los diferentescontadores y transformadores... Quizá yosiempre haya tenido esta tendencia, este gustopor las cosas, y por eso decidieron enviarmeaquí. O quizá la he adquirido después de que meenviaran aquí, a fuerza de vivir solo. Llevo tantotiempo en la central eléctrica que he olvidadopor completo mi vida anterior. A veces me dala impresión de que jamás podré regresar a la

Page 865: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ciudad. Porque mientras tenga esta inclinación,la ciudad no me aceptará.

Tomé en la mano un violín que sóloconservaba dos cuerdas y lo punteé con losdedos. Sonó un seco staccato.

—¿Cómo ha logrado reunir todos estosinstrumentos?

—Proceden de diversos lugares —me dijo—. Pedí a quien me suministra las provisionesque me los fuera trayendo. A veces aparecíaalgún viejo instrumento olvidado en el fondode los armarios de las casas o en los graneros.Como no sirven para nada, la mayoría acababanconvertidos en leña, pero aún quedabanalgunos. Y cuando encontraba uno, él me lotraía. Todos los instrumentos tienen una formamuy bonita. Yo no sé tocarlos, ni se meocurriría intentarlo, pero al contemplarlospuedo apreciar su belleza. Pese a sercomplejos, no tienen un solo detalle superfluo.Suelo sentarme aquí y quedarme absorto

Page 866: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mirándolos. Me basta con eso. ¿Le pareceextraño?

—Los instrumentos musicales son muyhermosos —dije—. No, no me parece extraño.

Mis ojos se posaron en un acordeón quedescansaba en el suelo, entre un violonchelo yun tambor, y lo cogí. Era un modelo muyantiguo y, en vez de teclado, tenía botones enlas cajas. El fuelle estaba rígido, con algunasrajas, pero a simple vista se apreciaba que nohabía fugas de aire. Deslicé ambas manos bajolas correas y lo plegué y extendí varias veces.El fuelle tenía que accionarse con unosmovimientos más amplios de lo que esperaba,pero si las teclas funcionaban, le arrancaríaalgún sonido. De hecho, mientras retenga elaire, el acordeón es un instrumento que no seestropea con facilidad y, aunque se produzcaalguna fuga, es relativamente fácil de arreglar.

—¿Puedo tocar? —le pregunté.—Por supuesto, ¡adelante! Está hecho

Page 867: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

para eso —me animó el joven.Mientras plegaba y extendía el fuelle a

derecha e izquierda, fui pulsando los botonespor orden, desde abajo. Algunas teclas emitíanun sonido muy débil, pero reproducían la escalamusical. Volví a accionar las teclas, de arribaabajo.

—¡Qué sonido más peculiar! —exclamóel joven, profundamente interesado—. Escomo si los sonidos cambiaran de color.

—Al pulsar estos botones, se producennotas, sonidos de distinta frecuencia —le dije—. Todos son diferentes. Y, según sufrecuencia, los sonidos combinan, o no, unoscon otros.

—No entiendo eso de combinar o nocombinar. ¿Qué significa combinar? ¿Quieredecir necesitarse mutuamente?

—Más o menos —dije. Intenté tocar unacorde. No lo logré del todo, pero el resultadono fue disonante. No obstante, no lograba

Page 868: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

recordar ninguna canción. Sólo algunosacordes.

—¿Esos sonidos combinan?Le dije que sí.—Yo no lo sé —dijo—. A mí sólo me

parecen resonancias extrañas. Es la primera vezque oigo esos sonidos. No sé qué decir. Sondistintos del rumor del viento, y de los trinosde los pájaros. —Tras pronunciar estaspalabras, posó ambas manos sobre las rodillas ycontempló alternativamente mi rostro y elacordeón—. Sea como sea, le regalo eseinstrumento. Quédeselo. Una cosa así es mejorque la conserve alguien que sepa utilizarla. Notiene sentido que la guarde yo —dijo y, actoseguido, aguzó el oído al aullido del viento—.Voy a mirar cómo están las máquinas. Tengoque inspeccionarlas cada treinta minutos,comprobar si el ventilador gira bien, si lostransformadores funcionan sin problemas... ¿Leimportaría esperarme en esa habitación?

Page 869: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando el joven salió, volví a la estanciaque hacía las veces de comedor y sala de estar,y me tomé el café que ella había preparado.

—¿Eso es un instrumento musical? —mepreguntó.

—Sí —dije—. Pero los hay de muchasclases y cada uno produce un sonido diferente,¿sabes?

—Parece un fuelle, ¿verdad?—Bueno, el principio es el mismo.—¿Puedo tocarlo?—Claro que sí —dije y le tendí el

acordeón.Ella lo cogió cuidadosamente con ambas

manos, como si se tratara de la frágil cría dealgún animal, y lo contempló de hito en hito.

—¡Qué cosa tan extraña! —dijo sonriendocon desasosiego—. Pero ¡qué suerte! Hasconseguido un instrumento musical. ¿Estáscontento?

—Al menos ha merecido la pena llegar

Page 870: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hasta aquí.—Este hombre no ha podido desprenderse

del todo de su sombra, ¿sabes? No le quedamucha, pero aún tiene un trocito —dijo ella envoz baja—. Por eso está en el bosque. No tienevalor suficiente para adentrarse en él, perotampoco puede volver a la ciudad. ¡Pobre! Meda mucha pena.

—¿Crees que tu madre está en el interiordel bosque?

—Tal vez sí, tal vez no —dijo ella—. Nolo sé. Sólo se me ha ocurrido de pronto.

El joven regresó a la cabaña siete u ochominutos después. Le di las gracias por elinstrumento, abrí la maleta y deposité sobre lamesa los obsequios que le había traído. Unpequeño reloj despertador de viaje, un juego deajedrez y un encendedor. Los había encontradoen las maletas del archivo.

—Acéptelo como muestra de

Page 871: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

agradecimiento por el instrumento musical, selo ruego —dije.

Al principio, el joven los rehusócategóricamente, pero acabó por aceptarlos.Examinó el reloj despertador, examinó elencendedor y, luego, examinó una a una laspiezas del ajedrez.

—¿Sabe jugar? —le pregunté.—No se preocupe. No me hace falta —

dijo—. Son lo suficientemente hermosas comopara que me baste con mirarlas y, además, yadescubriré por mí mismo cómo se usan.Tiempo, a mí, me sobra.

Le dije que ya era hora de emprender elregreso.

—¿Ya se van? —dijo con tristeza.—Tenemos que volver a la ciudad antes de

que oscurezca, y me gustaría descabezar unsueño antes de ir a trabajar —dije.

—Claro, comprendo —dijo el joven—.Los acompaño hasta la puerta. Me gustaría

Page 872: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

acompañarlos hasta las lindes del bosque, perodebo trabajar y no puedo alejarme de aquí.

Los tres nos despedimos en el exterior dela cabaña.

—Vuelvan otro día. Y déjenme escucharcómo suena el instrumento —pidió—. Siempreserán bienvenidos.

—Gracias —dije.A medida que nos alejamos de la central

eléctrica, el aullido del viento fue perdiendointensidad, y, cuando nos aproximamos a loslímites del bosque, ya se había extinguido porcompleto.

Page 873: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

29. Lago. Masaomi Kondó. Pantis

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

A fin de que no se mojara mientrasnadábamos, la joven gorda y yo redujimosnuestro equipaje tanto como pudimos, loenvolvimos en una camisa de repuesto y nos loenrollamos en lo alto de la cabeza. Sin dudaofrecíamos una pinta extremadamente ridícula,pero no nos sobraba tiempo ni para reír. Comohabíamos dejado atrás las provisiones, elwhisky y otros objetos superfluos, no abultabademasiado. Yo sólo llevaba la linterna, unjersey, los zapatos, la cartera, la navaja y eldispositivo para ahuyentar a los tinieblos. Yella, algo por el estilo.

Page 874: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Tened cuidado —dijo el profesor. En lapenumbra, se me antojó mucho más viejo quela primera vez que lo vi. Tenía la piel ajada, loscabellos resecos como un vegetal plantado enun lugar equivocado y el rostro salpicado demanchas marrones. Visto así, parecía sólo unviejo cansado. Realmente, el destino de todoslos hombres, sean científicos eminentes o no,es envejecer y morir.

—Adiós —dije.Bajé por la cuerda, a través de la

oscuridad, hasta alcanzar la superficie del agua.Yo descendí primero y, cuando llegué abajo, lehice señales con la luz de la linterna ydescendió ella. Meterse en el agua envuelto enaquella oscuridad era terrorífico y no meapetecía en absoluto, pero, evidentemente, notenía elección. Aparte de estar fría como elhielo, el agua no parecía presentar ningúnproblema. Era agua normal y corriente. Noocultaba nada bajo su superficie y su peso

Page 875: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

específico era el acostumbrado. En losalrededores reinaba la calma y el silenciopropios del fondo de un pozo. Ni en el aire, nien el agua, ni en las sombras se movía nada.Sólo nuestro chapoteo, ampliado hasta laexageración, resonaba en medio de laoscuridad. Parecía el sonido producido por ungigantesco animal acuático devorando a supresa. Tras meterme en el agua, me di cuenta deque había olvidado por completo pedirle alprofesor que me tratara el dolor de la herida.

—Aquel pez de las uñas no estará nadandopor aquí, ¿verdad? —dije volviéndome haciadonde suponía que estaba ella.

—Claro que no —dijo—. Bueno, no creo.Eso debe de ser una leyenda.

Pese a todo, no logré ahuyentar de micabeza la idea de que aquel pez enormeemergería de repente del fondo de las aguas yme arrancaría la pierna de una dentellada. Ya sesabe, la oscuridad alimenta todo tipo de

Page 876: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

temores.—¿Tampoco hay sanguijuelas?—Pues no lo sé. Diría que no —respondió

ella.Enlazados por la cuerda, rodeamos la

«torre» braceando lentamente para que no senos mojara el equipaje y al instante vimos la luzque proyectaba la linterna del profesor. El hazde luz taladraba la oscuridad en línea recta,como un faro que emitiera una luz oblicua,tiñen— do a trechos el agua de color amarillopálido.

—Tenemos que seguir todo recto en estadirección —comentó ella. Es decir, quedebíamos avanzar superponiendo la luz denuestras linternas al resplandor que se reflejabaen la superficie del agua.

Yo nadaba delante; ella iba detrás. Elchapoteo de mis manos batiendo el agua sealternaba con el chapoteo de sus manosbatiendo el agua. De vez en cuando dejábamos

Page 877: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de nadar, nos volvíamos hacia atrás,comprobábamos la dirección, rectificábamosel rumbo.

—Procura que no se te mojen las cosas —me dijo ella mientras braceaba—. Si eldispositivo se moja, no servirá para nada.

—Tranquila —dije.Sin embargo, lo cierto era que requería un

gran esfuerzo evitar que se mojara el equipaje.Como todo estaba envuelto en la densaoscuridad, ni siquiera sabía dónde se hallaba lasuperficie del agua. A veces no sabía ni dóndetenía las manos. Mientras nadaba, me acordé deOrfeo, obligado a cruzar la laguna Estigia parallegar al reino de los muertos. En el mundoexisten incontables religiones y mitos, pero,acerca de la muerte, a todos los hombres senos ocurre prácticamente lo mismo. Orfeocruzó el río de las tinieblas en barca. Y yoestaba atravesándolo a nado con un paqueteenrollado en la cabeza. En este sentido, los

Page 878: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

griegos de la Antigüedad eran mucho máslistos que yo. Empezaba a preocuparme laherida, pero no ganaba nada con darle vueltas.Debido posiblemente a la tensión nerviosa,apenas me dolía, y aunque se hubiesen soltadolos puntos, me dije que de una herida como ésano había muerto nadie.

—¿De verdad estás tan enfadado con miabuelo? —me preguntó. A causa de laoscuridad y de las extrañas resonancias, nologré adivinar en qué dirección ni a quédistancia se encontraba la joven.

—No lo sé. Ni siquiera yo lo sé —grité,volviéndome hacia donde supuse que ellaestaba. Incluso el eco de mi propia voz mellegó desde una dirección extraña—. Mientrasescuchaba a tu abuelo, he acabado por pensarque me daba lo mismo.

—¿Que te daba lo mismo?—Mi vida no vale gran cosa y mi cerebro

tampoco.

Page 879: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Pero tú antes has dicho que estabassatisfecho con tu vida.

—Era un decir —repuse—. Todos losejércitos necesitan una bandera.

La joven caviló unos minutos sobre elsentido de mis palabras. Mientras tanto,seguimos nadando sin hablar. Un silenciodenso y profundo como la muerte se adueñódel lago subterráneo. «¿Dónde estará el pez?»,me pregunté. Empezaba a convencerme de queaquel siniestro pez con uñas existía realmente.¿Permanecería dormido en las profundidadesdel lago? ¿Estaría nadando por alguna otragruta? ¿O habría olfateado nuestra presencia y,en aquellos instantes, se dirigía a nuestroencuentro? Al imaginar el instante en que elpez con uñas me apresaba la pierna, un temblorsacudió mi cuerpo de arriba abajo. Por más quetuviera que morir o desaparecer dentro depoco, quería librarme de ser devorado por unpez en aquel lugar miserable. Si tenía que

Page 880: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

morir, prefería hacerlo bajo la familiar luz delsol. A pesar de tener los brazos pesados yexhaustos por el agua helada, seguí braceandocon desesperación.

—Pero tú eres muy buena persona —dijola joven. En el timbre de su voz no se apreciabani una gota de cansancio. Su tono era tandespreocupado como si estuviera en la bañera.

—Hay pocos que piensen lo mismo —dije.

—Pero yo lo pienso.Mientras nadaba, me di la vuelta. La luz de

la linterna del profesor había quedado muyatrás, pero mis manos todavía no habían llegadoa tocar la ansiada pared rocosa. «¿Por quéestará tan lejos?», me pregunté, hastiado. Si elprofesor sabía a qué distancia se encontraba,nada le habría costado decírmelo. Así mehabría mentalizado. ¿Y qué estaría haciendoaquel pez? ¿Aún no habría descubierto mipresencia?

Page 881: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No pretendo defender a mi abuelo dijola joven—, pero él no tiene mala intención. Loque ocurre es que se apasiona por algo y pierdede vista todo lo que le rodea. Lo mismo le pasócon eso. Empezó de buena fe. Con el propósitode dilucidar tu secreto y salvarte antes de queel Sistema te toqueteara de cualquier modo.Siendo como es, seguro que se avergüenza dehaber colaborado con el Sistema paraexperimentar con seres humanos. Eso fue unaequivocación.

Seguí nadando en silencio. A aquellasalturas, de poco me iba a servir quereconociera que se había equivocado.

—Así que perdónalo, ¿eh? —continuó.—Que lo perdone o no, eso carece de

importancia —repuse—, Pero ¿por qué dejó elproyecto a medias? Si tan responsable sesentía, tendría que haber proseguido susinvestigaciones dentro del Sistema y habertratado de evitar que sacrificaran a más

Page 882: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

personas, ¿no te parece? Por más que diga quedetesta trabajar en grandes organizaciones, porculpa de su línea de investigación un montón depersonas fueron muriendo, una tras otra.

—Mi abuelo dejó de confiar en el Sistema—explicó la joven—. Mi abuelo dice que elSistema de los calculadores y la Factoría de losse— mióticos son como las manos derecha eizquierda de una misma persona.

—¿Cómo dices?—Que lo que hace el Sistema y lo que

hace la Factoría, técnicamente hablando, escasi lo mismo.

—Técnicamente hablando, sí. Peronosotros protegemos la información y lossemióticos la roban. El objetivo es muydistinto.

—Pero ¿y si una misma persona dirigierael Sistema y la Factoría? Entonces, resultaríaque mientras la mano izquierda roba una cosa,la derecha la protege.

Page 883: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Reflexioné sobre sus palabras mientrasseguía nadando despacio en la oscuridad.Aunque costara creerla, aquella idea no sepodía descartar de un plumazo. Yo trabajabapara el Sistema, pero si me hubiesenpreguntado cómo estaba estructurada laorganización no habría sabido qué contestar.Porque era un organismo gigantesco y porqueel secretismo regía en lo relativo a lainformación interna. Nosotros noslimitábamos a recibir directrices y aejecutarlas una tras otra. Nosotros, los últimosmonos, no teníamos la menor idea de lo quesucedía en las alturas.

—Pues si tienes razón, el negocio podríareportar unas ganancias exorbitantes —dije—.Obligándolos a competir, podrían subir losprecios tanto como quisieran. Y, asegurándosede que las dos fuerzas fuesen iguales, no cabríatemer un hundimiento de los precios.

—Mi abuelo se dio cuenta de eso

Page 884: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mientras investigaba para el Sistema. Al fin y alcabo, el Sistema no es más que una empresaprivada con conexiones estatales. Y a lasempresas privadas les mueve el ánimo de lucro.Su único objetivo es obtener beneficios. Decara al público, el Sistema enarbola la banderade la protección de los derechos de propiedadde la información, pero eso no son más quepalabras. Mi abuelo comprendió que suinvestigación acarrearía gravísimasconsecuencias. Que si las técnicas demanipulación libre y arbitraria del cerebroseguían avanzando a aquel ritmo, la sociedad yla existencia del hombre llegarían a unasituación insostenible. Era necesario deteneresa vorágine, frenarla. Pero ni el Sistema ni laFactoría pensaban hacerlo. Por eso mi abuelose retiró del proyecto. Era horrible sacrificarosa ti y a los demás calculadores, pero lainvestigación no podía proseguir. Porque elnúmero de víctimas habría sido mucho mayor.

Page 885: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sólo por curiosidad: tú estabas al tantode todo, ¿verdad? —le pregunté.

—Sí —confesó tras titubear unossegundos.

—¿Y por qué no me lo contaste tododesde el principio? Me habrías ahorrado venirhasta este sitio absurdo, no habría perdidotontamente el tiempo...

—Porque tú querías ver a mi abuelo y queél te lo explicara todo con detalle —adujo ella—. Además, si te lo hubiera contado yo, seguroque no me habrías creído.

—Quizá no —dije. Realmente, lo deltercer circuito y la inmortalidad no es algo queuno se crea de buenas a primeras.

Tras nadar un poco más, mis manostoparon de repente con algo duro. Absorto enmis reflexiones, al principio no adiviné de quése trataba, pero tras unos instantes dedesconcierto comprendí que era la paredrocosa. Habíamos logrado cruzar el lago

Page 886: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

submarino.—¡Hemos llegado! —dije.Ella me alcanzó y tocó la pared. Al

volverme, vi brillar la luz del profesor,diminuta, entre las tinieblas, como una estrella.Siguiendo la línea de esa luz, nos desplazamosunos diez metros hacia la derecha.

—Debe de estar por aquí —dijo la joven—. Tenemos que encontrar una abertura a unoscincuenta centímetros sobre la superficie delagua.

—¿Crees que habrá quedado sumergida?—No. El agua alcanza siempre la misma

altura. No sé por qué, pero es así. Cincocentímetros arriba o abajo.

Con grandes precauciones para que no sedeshiciera el equipaje, saqué la linterna deentre los objetos envueltos en la camisa quellevaba enrollada en la cabeza, me apoyé conuna mano en un hueco de la pared y, tratando demantener el equilibrio, iluminé unos cincuenta

Page 887: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

centímetros más arriba. La amarillenta luz de lalinterna bañó la pared rocosa. Mis ojostardaron bastante en acostumbrarse a la luz.

—No se ve ningún agujero por ningunaparte —dije.

—Ve un poco más hacia la derecha —dijola joven.

Dirigiendo el haz de luz hacia arriba, mefui desplazando a lo largo de la pared. Pero nologré descubrir ningún agujero.

—¿Seguro que está hacia la derecha? —dudé. Ahora que había dejado de nadar y mehallaba inmóvil dentro del lago, notaba cómo elagua helada me calaba hasta el tuétano de loshuesos. Tenía todas las articulaciones rígidas,como congeladas, ni siquiera lograba abrir bienla boca al hablar.

—Seguro. Ve un poco más hacia laderecha.

Tiritando, me desplacé un poco más haciala derecha. Pronto, mi mano izquierda, que se

Page 888: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

iba deslizando por la superficie de la paredrocosa, palpó un extraño objeto. Algo redondoy abombado como un escudo, del tamaño de unelepé. Al pasar los dedos por encima, descubríque la superficie estaba esculpida. Lo iluminépara examinarlo con detenimiento.

—Es un relieve —dijo ella.Asentí, incapaz de pronunciar palabra. El

relieve era idéntico al que habíamos visto alpenetrar en el santuario. Dos siniestros pecescon uñas que rodeaban el mundo enlazados porla cabeza y la cola. Como si fuera la lunahundiéndose en el mar, dos terceras partes delredondo relieve estaban sobre el agua y latercera parte se encontraba sumergida en ella.Aquel relieve estaba tan finamente esculpidocomo el anterior. Sin duda había sido arduorealizar tan minucioso trabajo en un lugardonde a duras penas se podía apoyar los pies.

—Aquí está la salida —dijo ella—. Debede haber el mismo relieve a la entrada que a la

Page 889: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

salida. Mira hacia arriba.Fui deslizando el haz de luz de la linterna

por la superficie de la pared rocosa. Vislumbréalgo, hundido en la sombra creada por una rocaque sobresalía, aunque no distinguí con claridadde qué se trataba. Le entregué la linterna y medispuse a subir.

Por fortuna, sobre el relieve habíaentrantes donde apoyar las manos. Haciendoacopio de todas mis fuerzas, de mi cuerpoyerto de frío y apuntalé los pies sobre elrelieve. Después alargué la mano derecha, meagarré al canto de la roca que sobresalía, toméimpulso y me asomé por encima de la roca.Efectivamente, allí estaba la entrada de unacaverna. Percibí entonces una débil corrientede aire. El aire era gélido, mohoso,desagradable, pero, en cualquier caso, allí habíaun túnel. Hinqué ambos codos en el salienterocoso, apoyé los pies en unos agujeros y meicé sobre la roca.

Page 890: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Aquí está el agujero! —grité haciaabajo mientras notaba una punzada de dolor enla herida.

Ella se sintió aliviada.Cogí la linterna, agarré de la mano a la

joven y la ayudé a subir. Nos sentamos juntosen la entrada de la caverna y permanecimosunos instantes allí, tiritando. Mi camisa y mispantalones, completamente empapados, estabantan helados como si los acabara de sacar delcongelador. Me sentía como si hubiese estadonadando dentro de un enorme vaso de whisky.

Desatamos el lío de ropa que llevábamosenrollado en la cabeza y nos pusimos unacamisa seca. Yo le cedí mi jersey. Tiramos lascamisas y las chaquetas mojadas. Como nollevábamos de repuesto pantalones ni ropainterior, éstos seguían mojados, pero tuvimosque aguantarnos.

Mientras ella comprobaba el dispositivopara ahuyentar a los tinie— blos, yo hice

Page 891: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

señales luminosas en dirección a la «torre»para informar al profesor de que habíamosllegado sanos y salvos. En correspondencia, lapequeña luz amarilla que flotaba en las tinieblasparpadeó dos o tres veces antes de apagarse. Aldesaparecer la luz, el mundo volvió a lacompleta oscuridad primigenia. A ese mundode la nada donde era imposible medir ladistancia, el grosor y la profundidad.

—¡Vamos! —dijo ella.Encendí la luz de mi reloj de pulsera y

miré la hora. Eran las siete y diez de la mañana.La hora en que todas las cadenas de televisiónemitían los informativos matutinos. Mientrasdaba cuenta del desayuno, la gente de lasuperficie estaría embutiéndose en sus cabezassomnolientas el parte meteorológico, losanuncios de analgésicos y la información sobrela exportación de automóviles a EstadosUnidos. Nadie sabía que yo me había pasado lanoche vagando por un laberinto subterráneo.

Page 892: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Nadie sabía que había nadado en agua helada,que las sanguijuelas me habían chupado lasangre, que el dolor de la herida memartirizaba. Nadie sabía que mi mundo realacabaría dentro de veintiocho horas y cuarentay dos minutos. Porque eso no lo habían dado enlas noticias de la televisión.

Aquel pasadizo era mucho más angostoque los que habíamos atravesado hasta entoncesy nos veíamos obligados a avanzar agachados,casi a rastras. Además, era tan tortuoso comounas vísceras: subía y bajaba, torcía a derecha ya izquierda. Unas veces teníamos quedescender por una pared vertical apoyando lospies en los entrantes de la roca y, luego,teníamos que trepar de nuevo. Otras veces, elcamino describía complicados tirabuzones,parecidos a los raíles de una montaña rusa. Esonos obligaba a avanzar con extrema lentitud.Seguro que ese pasadizo no lo habían excavado

Page 893: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los tinieblos, sino que debía de ser producto dela erosión. Por más malvados que fuesen, noera verosímil que hubieran construido unpasadizo tan complicado y dificultoso comoaquél.

A los treinta minutos, sustituimos undispositivo por otro y, tras andar diez minutos,vimos que el estrecho y tortuoso pasadizodesembocaba de pronto en una amplia cavernade techo alto. Estaba desierta y oscura como elvestíbulo de un viejo edificio, y olía a moho. Elpasadizo acababa ahí, pues se bifurcaba aderecha e izquierda, como una T, y percibimosuna débil corriente de aire que circulaba dederecha a izquierda. Ella iluminóalternativamente el ramal derecho y elizquierdo. Ambos se hundían en línea recta enlas negras tinieblas.

—¿Hacia dónde tenemos que ir? —pregunté.

—Hacia la derecha —dijo ella—. Esa es

Page 894: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la dirección correcta y, además, el aire vienede allí. Ya lo ha dicho mi abuelo, ¿no? Aquíestá Sendagaya y, girando a la derecha, se llegaal Estadio de Béisbol Jingü.

Me representé mentalmente el paisajeexterior. Si ella tenía razón, arriba debían dehallarse los dos ramen-ya,[13] los que estánuno junto al otro, así como la librería Kawade yel Víctor Studio. Mi peluquería también seencontraba por allí. Ya hacía diez años que lafrecuentaba.

—¿Sabes que mi peluquería cae por aquícerca? —le dije.

—¿Ah, sí? —repuso ella sin mostrar elmenor interés.

Me dije que no sería mala idea ir acortarme el pelo antes del fin del mundo. Total,veinticuatro horas no daban para mucho. Paratomar un baño, ponerme ropa limpia, ir a lapeluquería y poca cosa más.

—¡Cuidado! —me advirtió—. Nos

Page 895: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

acercamos a la guarida de los tinieblos. Seoyen voces y huele mal. ¡Pégate a mí! ¡No tealejes!

Agucé el oído y olisqueé el aire, pero nodescubrí el menor indicio sonoro u olfativo.Me pareció oír una onda sonora extraña, algoasí como un «jiuru-jiuru».

—¿Sabrán que estamos acercándonos?—Por supuesto —dijo—. Este es el reino

de los tinieblos. No hay nada que no sepan.Además, deben de estar muy enfadados. Hemosatravesado su santuario y nos aproximamos a suguarida. Si nos atrapan, nos harán pasar un malrato. Así que no te separes de mí, ¿vale? A lamínima que te alejes, surgirá un brazo de laoscuridad, te agarrará y te arrastrará vete asaber dónde.

Acortamos la cuerda que nos unía hastadejarla en unos cincuenta centímetros.

—¡Cuidado! ¡Allí no hay pared! —chillócon voz aguda, dirigiendo el haz de luz a la

Page 896: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

izquierda. Tal como decía, la pared de laizquierda había desaparecido y, en su lugar, seabría un vacío de negras y densas tinieblas. Elhaz de luz de la linterna lo atravesó, como unaflecha, hasta que la punta desapareció absorbidapor unas tinieblas aún más densas. Las tinieblasestaban llenas de vida, respiraban, bullían. Eransiniestras, espesas y turbias como la gelatina.

—¿Lo oyes? —me preguntó.—Lo oigo.La voz de los tinieblos llegaba ahora con

toda claridad a mis oídos. Para ser precisos,más que una voz, parecía un zumbido. Unzumbido como de alas de incontables insectosque hendía la oscuridad y se clavaba en misoídos, punzante como una broca. El rumorreverberaba con violencia en las paredesrocosas y, deformado en extraños ecos, meperforaba los tímpanos. Hubiese queridoarrojar la linterna, ponerme en cuclillas ytaparme los oídos. Me daba la sensación de que

Page 897: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todos mis nervios sufrían el desgaste de la limadel odio.

Aquel odio era distinto a cualquier otroque hubiese experimentado con anterioridad. Elodio de los tinieblos nos azotaba como unaviolenta ráfaga de viento que brotase de la bocadel infierno con la intención de hacernos trizas.Aquella oscuridad, negra como la condensaciónde todas las sombras del subsuelo, y el Huir deltiempo, deformado y embrutecido en un mundoque había perdido la luz y los ojos,conformaban una masa gigantesca que gravitabasobre nosotros. Hasta aquel instante, yo habíaignorado que el odio pudiera pesar tanto.

—¡No te pares! —me gritó al oído.Su voz era seca, pero no temblaba. Al oír

su grito, me di cuenta de que me habíadetenido. Ella tiró con ímpetu de la cuerda queenlazaba nuestras cinturas.

—¡No puedes pararte! Si te paras, estásacabado. Te arrastrarán hacia las tinieblas.

Page 898: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Pero mis pies no se movían. El odio delos tinieblos los mantenía firmemente clavadosal suelo. Me daba la sensación de que el tiempoiba retrocediendo en busca de recuerdos delhorror de tiempos remotos. Yo ya no podía ir aninguna parte.

Surgiendo de la oscuridad, la mano de lajoven me golpeó con fuerza la mejilla. Labofetada fue tan brutal que, por unos instantes,me ensordeció.

—¡A la derecha! —oí que gritaba—, ¡A laderecha! ¿¡Me oyes!? Adelanta el pie derecho.¡El derecho! ¡Imbécil!

Tembloroso, logré al fin mover el piederecho. En sus voces percibí un ligero tinte dedecepción.

—¡El izquierdo! —gritó, y yo adelanté elpie izquierdo—. ¡Estupendo! ¡Sigue así! Avanzadespacio, un paso tras otro. ¿Estás bien?

Le dije que sí, pero lo cierto era que nisiquiera tenía la seguridad de haberle

Page 899: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

contestado. Sólo sabía que, tal como decía ella,los tinieblos pretendían arrastrarnos hacia lasespesas tinieblas. Intentaban infiltrar el terroren nuestros oídos, detener nuestros pasos ydespués conducirnos despacio hacia susdominios.

Cuando conseguí mover los pies, sentí elimpulso de echar a correr. Quería escapar loantes posible de aquel lugar aterrador.

Pero ella, como si me leyese elpensamiento, alargó la mano y me rodeó lamuñeca con dedos de hierro.

—Ilumina el suelo. Pega la espalda a lapared y ve avanzando de lado, paso a paso. ¿Mehas entendido?

—Sí —dije.—Y no se te ocurra dirigir la luz hacia

arriba.—¿Por qué?—Porque los tinieblos están ahí, justo

sobre nuestras cabezas —me susurró—, Y tú

Page 900: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no puedes mirarlos. Porque, si los vieras, ya nopodrías dar un paso más.

Dirigiendo el haz de luz hacia el suelopara ver dónde pisábamos, fuimos avanzando delado, paso a paso. De vez en cuando el airegélido que nos azotaba las mejillas nos traía unrepugnante olor a pescado podrido: cada vezque ocurría eso, sentía que me faltaba elaliento. Me daba la impresión de queestábamos en las entrañas de un pez gigantescomedio destripado y con las vísceras infestadasde gusanos. La voz de los tinieblos seguíaoyéndose. Era un sonido tan desagradablecomo aquel que se arranca a la fuerza de algode lo que no debe proceder sonido alguno. Mistímpanos estaban endurecidos, oleadas desaliva de olor agrio me llenaban una y otra vezla boca.

A pesar de todo, mis pies avanzabanmecánicamente. Tenía todos los nerviosconcentrados en mover alternativamente los

Page 901: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pies derecho e izquierdo. De vez en cuando,ella me decía algo, pero sus palabras nollegaban bien a mis oídos. Me dije que,mientras viviera, no podría borrar sus voces demi memoria. Que éstas volverían a asaltarmealgún día desde la profunda oscuridad. Y que,algún día, sin falta, sentiría cómo sus manosviscosas agarraban mis tobillos con fuerza.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desdeque había penetrado en aquel mundo depesadilla? Ya no lo sabía. El dispositivo paraahuyentar a los tinieblos que ella llevaba en lamano seguía con la luz azul encendida: nollevábamos mucho tiempo allí, pero yo habríajurado que habían pasado dos o tres horas.

Sin embargo, de pronto la corriente deaire pareció cambiar. El olor a podrido seatenuó, la presión de mis oídos fue bajandocomo la marea, los ecos también se alteraron.En cuanto nos dimos cuenta, las voces de lostinieblos ya sonaban lejanas como el ronco

Page 902: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

rumor del oleaje. Habíamos superado lo peor.Cuando ella enfocó la linterna hacia arriba, elhaz de luz volvió a iluminar la pared de roca.Recostados en ella, exhalamos un hondosuspiro y nos enjugamos con el dorso de lamano el rostro anegado en sudor helado.

Durante un buen rato ni ella ni yopronunciamos palabra. La voz de los tinieblosse apagó finalmente en la lejanía, la quietudvolvió a adueñarse de los alrededores. Sólo seoían unas gotas de agua golpeando el suelo conuna resonancia hueca.

—¿Qué es lo que odian tanto? —lepregunté.

—El mundo de la luz y a las personas queviven en él —dijo.

—Entonces es asombroso que se hayanaliado con los semióticos. Por más beneficiosque les pueda reportar.

Ella no me respondió a eso. A cambio, measió otra vez la muñeca con fuerza.

Page 903: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Sabes en qué pienso en estosmomentos?

—No —dije.—Pues en que sería fantástico poder

acompañarte al mundo al que vas a ir dentro depoco.

—¿Y dejar éste?—Pues sí —dijo ella—. Este mundo es un

aburrimiento. Seguro que sería mucho másdivertido vivir dentro de tu conciencia.

Sacudí la cabeza sin decir nada. Yo noquería vivir dentro de mi conciencia. Yo noquería vivir dentro de la conciencia de nadie.

—Bueno, sea como sea, hemos de seguirandando —dijo ella—. No podemosentretenernos. Tenemos que encontrar elalcantarillado. ¿Qué hora es?

Pulsé un botón de mi reloj de pulsera eiluminé la esfera. Todavía me temblaban unpoco los dedos. Tardaría algún tiempo endominar por completo el temblor.

Page 904: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Las ocho y veinte —dije.—Voy a cambiar de aparato —dijo, apretó

el interruptor del otro dispositivo, lo puso enmarcha, dejó que fuera recargándose la pila delque acabábamos de utilizar y se lo introdujocon descuido entre la camisa y la falda. Hacíauna hora que habíamos penetrado en la gruta.Según las indicaciones del profesor, en breveencontraríamos un camino que giraba a laizquierda, en dirección a la avenida arbolada delMuseo de Pintura. Al llegar allí, tendríamos lasvías del metro a dos pasos. El metro era almenos una prolongación de la civilización de lasuperficie de la Tierra. Cuando llegáramos allí,ya habríamos logrado escapar del reino de lostinieblos.

Tras avanzar un poco, vimos que, tal comoesperábamos, el camino torcía a la izquierdaformando un ángulo recto. Ya debíamos dehaber llegado a la avenida de ginkgos.Estábamos a principios de otoño y los árboles

Page 905: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aún conservarían las hojas verdes. Evoqué latibia luz del sol, el olor del césped verde, elviento de principios de otoño. Deseabapermanecer horas y horas acostado allí,contemplando el cielo. Iría a la peluquería acortarme el pelo y, de paso, me acercaría alparque de Gaien, me tendería en el césped ycontemplaría el cielo. Y bebería cerveza fríahasta hartarme. Antes de que el mundo llegara asu fin.

—¿Crees que hará buen tiempo fuera? —le pregunté a la joven, que avanzaba a buenritmo.

—Pues no lo sé. Ni idea. ¿Cómo voy asaberlo? —dijo.

—¿No miraste el parte meteorológico?—No. Me pasé todo el día buscando tu

casa.Intenté recordar si había estrellas en el

cielo cuando salí de casa la noche anterior,pero fue en vano. Lo único que recordaba era a

Page 906: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la joven pareja del Skyline que escuchaba aDuran Duran por la radio del coche. De lasestrellas no me acordaba. Pensándolo bien,hacía meses que ni las veía. Aunque se hubiesenborrado todas del firmamento tres meses atrás,no me habría dado cuenta. Lo único que habíamirado, y lo único que recordaba, eran losbrazaletes de plata en la muñeca de la chica, lospalos de polo tirados en la maceta del ficus:únicamente cosas así. Al pensarlo, tuve lasensación de que llevaba una vidainsatisfactoria, poco adecuada para mí. Depronto, se me ocurrió que podría haber nacidoen el campo, en Yugoslavia, y ser un cabreroque contemplase la Osa Mayor todas lasnoches. El coche Skyline, Duran Duran, losbrazaletes de plata, el shuffling, mi traje detweed de color azul marino: todo parecía unlejano sueño que perteneciera a un pasadoremoto. Igual que una máquina compresorareduce un coche a una lámina de metal,

Page 907: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

diversos recuerdos de distinto tipo habíanquedado extrañamente aplastados. Entrelazadoslos unos con los otros, todos mis recuerdoshabían quedado reducidos al grosor de unatarjeta de crédito. Vista de cara, ofrecía unasensación poco natural, pero, de perfil, no eramás que una delgada línea de pobre significado.Allí estaba comprendida toda mi vida, cierto,aunque no era más que una tarjeta de plástico.Mientras no la introdujeras en la ranura de unamáquina diseñada ex profeso para leerla, nolograrías encontrarle el sentido.

Me dije que mi primer circuito debía deestar debilitándose. Por eso mis recuerdosreales iban cobrando a mis ojos un aspecto tanplano, tan ajeno. Mi conciencia sin duda sealejaba progresivamente de mí. Mi tarjeta deidentidad sería cada vez más fina, hasta tener elgrosor de una hoja de papel, y luegodesaparecería por completo.

Mientras avanzaba como un autómata

Page 908: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

detrás de ella, volví a pensar en la pareja quecirculaba en el Skyline. Ni yo comprendía porqué estaba tan obsesionado con ellos, pero locierto era que no tenía otra cosa en que pensar.¿Qué estarían haciendo en estos momentos, alas ocho y media de la mañana? No tenía ni lamás remota idea. Quizá aún estuvieranprofundamente dormidos en su cama. O quizáse encontrasen en el tren, camino de susrespectivos trabajos. ¿Cuál de las dosposibilidades? Percibía cierta desconexiónentre el mundo real y mi imaginación. Si yofuera el guionista de un serial televisivo,seguro que habría logrado escribir la tramaadecuada. Una mujer va a estudiar a Francia y secasa con un francés, pero al poco tiempo elmarido sufre un accidente de tráfico y queda enestado vegetativo. Harta de la vida que lleva,ella abandona a su marido, regresa a Tokio yentra a trabajar en la embajada belga, o tal vezen la suiza. Los brazaletes de plata son un

Page 909: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

recuerdo de su boda. Aquí hay un flashback, laplaya de Niza en invierno. Ella lleva siemprelos brazaletes. Incluso cuando se baña o cuandohace el amor. El hombre es un superviviente delos sucesos del paraninfo Yasuda [14] y siemprelleva gafas de sol, como el protagonista deCeniza y diamantes. Es un director estrella dela televisión, pero suele tener pesadillas acausa de los gases lacrimógenos. Su esposa sesuicidó cinco años atrás cortándose las venas.Aquí hay otro flashback. Por lo visto, en esteserial hay muchos flashbacks. Cada vez que vecómo tintinean los brazaletes en la muñecaizquierda de la mujer, él recuerda la muñecaensangrentada, con las venas abiertas, de suesposa muerta y le pide que se ponga losbrazaletes en la muñeca derecha.

«Ni hablar», le dice ella. «Yo sólo llevolos brazaletes en la muñeca izquierda.»

También podría salir un pianista parecidoal de Casablanca. Un pianista alcohólico. Con

Page 910: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

su eterno vaso de ginebra con unas gotitas delimón sobre el piano. Es amigo de ambos,conoce sus respectivos secretos. Es un pianistade jazz de gran talento; lástima que el alcohollo lleve por mal camino.

Al llegar a este punto, como era de prever,aquello me pareció una sarta de estupideces ylo dejé correr. Esa trama nada tenía que ver conla realidad. Pero, en cuanto me preguntaba quéera la realidad, se apoderaba de mí una granconfusión. La realidad era tan pesada como unacaja grande de cartón llena a rebosar de arena, yera incoherente. Hacía un montón de mesesque yo ni siquiera contemplaba las estrellas.

—¡Ya no puedo soportarlo más! —dije.—¿El qué? —preguntó ella.—La oscuridad, la peste a moho, los

tinieblos, todo. Los pantalones mojados, laherida del vientre, todo. Ni siquiera sé quétiempo hace fuera. ¿En qué día de la semanaestamos?

Page 911: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Ya falta poco —dijo—. Se acabaráenseguida.

—Me siento muy confuso —dije—. Nologro recordar las cosas de fuera. Piense lo quepiense, mis ideas toman siempre derroterosmuy extraños.

—¿En qué estabas pensando?—En Masaomi Kondó, Ryóko Nakano y

Tsutomu Yamazaki. [15]-Déjalo estar —dijo ella—. No pienses en nada. Dentro de poco tesacaré de aquí.

Así pues, decidí no pensar en nada. Peroentonces empecé a obsesionarme con mispantalones mojados que se me pegaban,gélidos, a las piernas. Por su culpa, tenía elcuerpo helado y el dolor sordo de la heridavolvía a martirizarme. Sin embargo, a pesar delfrío, sorprendentemente no tenía ganas deorinar. ¿Cuándo había orinado por última vez?Repasé todos mis recuerdos de maneraordenada, luego los puse patas arriba, pero fue

Page 912: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inútil. No conseguí recordarlo.No había orinado al menos desde que me

hallaba en el subterráneo. ¿Y antes? Antes habíaconducido el coche. Había comido unahamburguesa, había visto a la pareja delSkyline. ¿Y antes? Antes había dormido. Lajoven gorda había irrumpido en mi casa y mehabía despertado. ¿Había orinado entonces?Diría que no. Ella me había sacado de la cama yme había arrastrado a la calle. Ni siquiera habíatenido tiempo de orinar. ¿Y antes? Antes norecordaba bien qué había hecho. ¡Ah, sí! Habíaido al médico. O eso creía. El médico me habíacosido la herida. ¿Qué médico era? Ni idea.Pero era un médico, eso seguro. Un médicocon bata blanca me había cosido un poco másarriba del vello púbico. ¿Había orinado antes odespués de aquello?

Ni idea.Me parecía que no. De haberlo hecho,

recordaría el dolor de la herida en el momento

Page 913: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de orinar. Que no me acordara significaba queno había orinado. No cabía duda. Por lo tanto,llevaba mucho tiempo sin orinar. ¿Cuántashoras?

Al pensar en el tiempo, mi mente cayó enun estado de confusión semejante al de ungallinero al alba. ¿Doce horas? ¿Veintiochohoras? ¿Treinta y dos horas? ¿Adónde diablosse había esfumado mi orina? Mientras, habíabebido cerveza, había bebido un refresco decola, había bebido whisky. ¿Adonde había ido aparar todo aquel líquido?

No. Quizá había sido anteayer cuando mehabían rajado el vientre y había ido al hospital.En cambio, me daba la impresión de que lavíspera había sido un día totalmente distinto.Pero al preguntarme qué tipo de día había sidola víspera, fui incapaz de responder. La vísperano era más que una confusa masa de tiempo.Tenía la forma de una enorme cebolla hinchadade agua. ¿Qué contenía? ¿Dónde debía pulsar

Page 914: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

para que saliera qué? En mi cabeza no había unasola cosa clara.

Diversos hechos se aproximaban y sealejaban como los caballitos de madera deltiovivo. ¿Cuándo diablos me habían rajado labarriga aquel par? ¿Había sido antes o despuésde haber estado sentado en la cafetería delsupermercado al amanecer? ¿Cuándo habíaorinado yo? ¿Y por qué me preocupaba tanto laorina?

—¡Aquí están! —exclamó volviéndosehacia atrás. Me agarró el codo con fuerza—.Las cloacas. La salida.

Ahuyenté de mi mente el problema de laorina y contemplé el círculo que su linternaproyectaba en la pared. Iluminaba un agujerocuadrado, parecido a un colector de basuras,del tamaño justo para que un hombre pudieraintroducirse en él.

—Pero eso no son las cloacas —dije.—Las cloacas están al fondo. Éste es el

Page 915: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

túnel que conduce a ellas. Ya verás, huele aalcantarilla.

Acerqué la nariz al agujero y olisqueé. Enefecto, se percibía el familiar olor a cloaca.Después de dar vueltas y más vueltas por aquellaberinto, ese olor me parecía íntimo yfamiliar. Noté que del interior del túnel surgíauna corriente de aire. Instantes después, elsuelo tembló y por el agujero nos llegó elruido de un tren circulando por la vía. Trasprolongarse unos diez o quince segundos, elruido disminuyó gradualmente, como un grifodel agua que fuera cerrándose despacio, hastadesvanecerse. Estaba claro. Aquello era lasalida.

—¡Por fin hemos llegado! —dijo elladándome un beso en la nuca—, ¿Cómo tesientes?

—No me preguntes eso —dije—. Estoyaturdido.

Ella se metió de cabeza en el agujero.

Page 916: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando su trasero blando hubo desaparecido,yo la seguí. El estrecho túnel se prolongaba enlínea recta. Mi linterna alumbraba sólo sutrasero y sus pantorrillas. Éstas me hacíanpensar en una blanca y lisa verdura china. Lafalda, empapada, se le adhería a los muslos.

—¡Eh! ¿Estás ahí?—¡Claro! —grité.—Hay un zapato en el suelo.—¿Qué tipo de zapato?—Un zapato de hombre, de piel, de color

negro. Sólo uno.Lo vi enseguida. El zapato era viejo y tenía

el tacón desgastado. En la punta tenía adheridoun lodo blanco y duro.

—¿Cómo es que hay aquí un zapato?—No lo sé. Quizá se le haya caído a un

hombre capturado por los tinieblos.—Podría ser —dije.Como ya no había nada en particular que

mirar, seguí hacia delante contemplando el

Page 917: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dobladillo de su falda. De vez en cuando, lafalda se le subía hasta la zona superior de losmuslos mostrando una franja de piel blanca ysuave, sin manchas de barro. Justo a la alturadonde, antaño, iban las tiras que unían lasmedias al corsé o a la faja. Antes, entre la partesuperior de las medias y la faja o el corsé,quedaba al descubierto una franja de piel. Perodesde la aparición de los pantis, eso era aguapasada.

Su piel blanca me trajo recuerdos delpasado. Jimi Hendrix, Cream, los Beatles, OtisRedding: toda aquella época. Silbé las primerasnotas de I Go to Pieces, de Peter and Gordon.Una gran canción. Dulce y desgarradora.Mucho mejor que Duran Duran. «Aunque talvez piense así porque me estoy haciendoviejo», reflexioné. «En realidad, han pasado yaveinte años desde que estaba de moda. Y haceveinte años, ¿quién podía imaginar queaparecerían los pantis?»

Page 918: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Por qué silbas? —gritó ella.—No lo sé. Porque tengo ganas —

respondí.—¿Y qué silbas?Le dije el título.—No conozco esa canción.—Ya. Es que estaba de moda antes de que

tú nacieras.—¿De qué va?—De cómo el cuerpo se disgrega en mil

pedazos y desaparece.—¿Y por qué silbas eso?Tras reflexionar unos instantes, decidí que

no había ningún motivo en especial. Me habíavenido a la cabeza de repente, nada más.

—No lo sé —contesté.Mientras pensaba en otras canciones,

llegamos finalmente al alcantarillado. Dehecho, aunque hable de alcantarillado, sólo setrataba de un grueso tubo de cemento. De unmetro y medio de diámetro, de unos dos

Page 919: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

centímetros de agua discurriendo por el fondo.En la línea del agua crecía un musgo viscoso.Desde más allá llegaba, una y otra vez, el ruidode los metros al pasar. Ahora era tan nítido quecasi se podía calificar de estrépito, e incluso sevislumbraba una tenue luz amarillenta.

—¿Cómo es que las cloacas conducen almetro? —pregunté.

—Para ser exactos, no son las cloacas —dijo ella—. Este tubo sólo recoge el agua de unmanantial subterráneo y la lleva a las cunetasdel metro. Pero como resulta que se filtranaguas residuales, el agua está sucia. ¿Qué horaes?

—Las nueve y cincuenta y tres minutos —le dije.

Ella se sacó de la cinturilla de la falda eldispositivo para ahuyentar a los tinieblos,apretó el interruptor y lo sustituyó por el quehabíamos estado utilizando hasta entonces.

—¡Venga, ánimo! Ya falta poco. Pero aún

Page 920: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no podemos bajar la guardia, ¿eh? No olvidesque los tinieblos dominan todo el recinto delmetro. Ya has visto el zapato, ¿no?

—Sí, ya lo he visto.—¿Se te han puesto los pelos de punta?—Pues sí, la verdad.Avanzamos por el tubo de cemento

siguiendo el curso del agua. El chapoteo de lassuelas de goma de nuestros zapatos resonaba enlos alrededores como una lengua quechasqueara: un ruido sofocado por el estrépitode los trenes que se acercaban y pasaban delargo. Era la primera vez en mi vida que elestruendo del metro al pasar me producía tantaalegría. Era bullicioso y vivaz como la vidamisma, repleto de brillante luz. Dentro, habíadiversos tipos de personas que se dirigían alugares distintos mientras leían el periódico uhojeaban una revista. Recordé los carteles atodo color que colgaban en el interior de losvagones, el plano del metro sobre las puertas.

Page 921: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

En el plano, la línea Ginza siempre figura decolor amarillo. No sé por qué, pero siempre esasí. Por eso, cada vez que pienso en esta líneame viene a la mente el color amarillo.

No tardamos mucho en alcanzar la salida.La boca estaba cerrada con barrotes de hierro,pero había un boquete que permitía justo elpaso de un hombre. Habían arrancado un grantrozo de cemento de la base, faltaba alguno delos barrotes. Allí se adivinaba la mano de lostinieblos, pero esta vez, para variar, les estabaagradecido. Porque si los barrotes hubiesenestado bien encajados, no habríamos podidoacceder al mundo exterior a pesar de tenerloante nuestros ojos.

Al otro lado, se veían semáforos y unaespecie de cajas de madera cuadradas queservían para guardar zapatos. Ennegrecidascolumnas de cemento se alzaban entre un raíl yotro, sucediéndose a intervalos regulares,como estacas. Las lámparas de las columnas

Page 922: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

difundían una luz mortecina que a mí mepareció cegadora. Al haber permanecido tantotiempo en el subsuelo, faltos de luz, los ojos sehabían habituado por completo a la oscuridad.

—Esperemos aquí un poco, hasta que losojos se acostumbren a la claridad —dijo ella—.Bastarán diez o quince minutos. Luegoseguiremos. Más allá, tendremos que esperarotra vez a que se acostumbren a una luz máspotente. Si no, nos quedaríamos ciegos. Y contantos trenes como circulan, tenemos que vermuy bien, ¿comprendes?

—Sí —dije.Me cogió del brazo, me hizo sentar en un

fragmento de cemento seco y tomó asiento ami lado. Luego me asió el brazo derecho conambas manos, un poco por encima del codo, yse apoyó en mí.

Oímos el estruendo de un metro que seacercaba, inclinamos la cabeza hacia el suelo ycerramos los ojos con fuerza. Más allá de

Page 923: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nuestros párpados, una luz amarilla fulguróunos instantes y fue apagándose junto con elruido del tren, un estrépito que taladraba losoídos. Cegados, mis ojos vertieron gruesoslagrimones. Me enjugué con la manga de lacamisa los que me corrían por las mejillas.

—No pasa nada. Enseguida teacostumbrarás —dijo ella. De sus ojos habíanbrotado dos regueros de lágrimas que sedeslizaban por sus mejillas—. Tres o cuatrotrenes más y ya estará. Entonces ya se noshabrán acostumbrado los ojos y podremosacercarnos a la estación. Una vez allí, yaestaremos a salvo de los tinieblos, y podremossubir a la superficie.

—Recuerdo que me sucedió lo mismo enel pasado —dije.

—¿Que caminaste por los túneles delmetro?

—No, mujer. Hablo de la luz. De habervertido lágrimas por culpa de una luz

Page 924: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

demasiado brillante.—Ya. Eso le ha pasado a todo el mundo.—No, no es eso. Eran unos ojos

especiales, y la luz también era especial. Hacíamucho frío. Mis ojos, igual que ahora, llevabanmucho tiempo acostumbrados a la penumbra yno soportaban la luz. Eran unos ojos muysingulares.

—¿Te acuerdas de algo más?—No, sólo de eso. No recuerdo nada más.—Seguro que tu memoria discurre ahora

hacia atrás —dijo.Con ella recostada en mí, yo percibía la

redondez de su pecho en mi brazo. Aquélla erala única parte caliente de todo mi cuerpo,helado por culpa de los pantalones mojados.

—Ahora saldremos al exterior. ¿Hasdecidido ya adonde irás, qué harás, a quiénverás...? En fin, todo eso —preguntó echandouna ojeada a su reloj de pulsera—. Te quedanveinticinco horas y cincuenta minutos.

Page 925: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Volveré a casa y me tomaré un baño.Me pondré ropa limpia. Luego es posible quevaya a la peluquería.

—Aún te sobrará tiempo.—Lo que haga luego ya lo decidiré

después —dije.—¿Puedo ir contigo a tu casa? —me

preguntó—. Yo también quiero bañarme ycambiarme de ropa.

—Claro.Pasaron dos metros en dirección a

Aoyama Itchóme, de modo que inclinamos lacabeza hacia el suelo y cerramos los ojos. Laluz seguía cegándonos, pero ya no derramamoslágrimas.

—No te ha crecido tanto el pelo comopara ir a la peluquería —me dijo ellailuminándome la cabeza—. Además, seguroque te sienta mejor largo.

—Ya estoy harto del pelo largo.—De todos modos, no te ha crecido tanto

Page 926: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como para ir a cortártelo. ¿Cuándo fuiste porúltima vez a la peluquería?

—No lo sé —dije. No tenía la menor idea.Ni siquiera recordaba cuándo había orinado porúltima vez. De modo que lo sucedido semanasatrás era como la prehistoria.

—¿Tienes en tu casa algo de mi talla?—Pues no sé. Creo que no.—Es igual. Ya me las apañaré —dijo—,

¿Utilizarás la cama?—¿La cama?—Quiero decir si llamarás a alguna chica

para acostarte con ella.—No, no había pensado en eso —dije—.

No, no lo creo.—Entonces, ¿podré dormir en ella? Antes

de volver con mi abuelo me gustaría dormir unrato.

—No es que me importe. Pero no mesorprendería que por mi casa aparecieran lossemióticos o los del Sistema. Como

Page 927: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

últimamente estoy tan solicitado, ya ni siquieracierro la puerta con llave.

—Eso no me preocupa —dijo ella.Pensé que tal vez, realmente, no le

preocupara. A cada uno nos preocupan cosasdistintas.

Se acercó el tercer metro procedente deShibuya, que pasó delante mismo de nosotros.Cerré los ojos y, mentalmente, empecé acontar despacio. Cuando llegué al númerocatorce, acababa de pasar la cola del tren.Apenas me dolían ya los ojos. Habíamossuperado la primera etapa para salir a lasuperficie. Ya no había peligro de que lostinieblos nos atrapasen y nos colgaran en elinterior de un pozo, ni tampoco de que nosdevorara aquel pez gigantesco.

—Adelante —dijo ella apartando la manode mi brazo y poniéndose en pie—. Ya vasiendo hora de salir.

Asentí, me levanté y descendí a la vía tras

Page 928: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ella. Y empezamos a caminar en dirección aAoyama Itchóme.

Page 929: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

30. El agujero

EL FIN DEL MUNDO

Cuando me desperté por la mañana, measaltó la impresión de que los sucesos delbosque habían acaecido en sueños. Sinembargo, no lo había soñado. Sobre la mesa,acurrucado como un animalito indefenso,descansaba el viejo acordeón. Todo pertenecíaa la realidad. El ventilador que giraba movidopor el viento procedente del subsuelo; elencargado de la central eléctrica, aquel jovende expresión desdichada; la colección deinstrumentos musicales...

Por otra parte, un ruido insólitamenteirreal resonaba sin cesar dentro de mi cabeza.Era como si me martillearan el cerebro. El

Page 930: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ruido proseguía sin pausa y, también sin pausa,algo plano se me iba clavando en el cráneo. Noes que me doliera la cabeza. Mi cabeza sehallaba en perfecto estado. Sólo que era irreal.

Desde la cama barrí con la mirada lahabitación, pero nada parecía haber cambiado.El techo, las cuatro paredes, el sueloligeramente combado, la ventana, las cortinas:todo permanecía igual. Estaba la mesa y, sobrela mesa, el acordeón. En la pared, colgaban miabrigo y mi bufanda. Y por el bolsillo delabrigo asomaban los guantes.

Comprobé entonces si me respondíantodos los músculos. Las distintas partes de micuerpo se movían con normalidad. No habíanada anómalo en ninguna parte.

No obstante, aquel sonido plano seguíaresonando dentro de mi cráneo. Era irregular,coral. Una mezcla de varios sonidoshomogéneos. Intenté averiguar de dóndeprocedía, pero, por más que agucé el oído, no

Page 931: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

logré descubrir de qué dirección venía. Debíade nacer en mi cabeza.

Para acabar de cerciorarme, salté de lacama y miré por la ventana. Entonces,finalmente, descubrí el origen del sonido. En eldescampado de debajo de la ventana, tresancianos excavaban con palas un gran agujero.El ruido lo producían las palas al clavarse en latierra helada y endurecida. En el aire, muyseco, el sonido cobraba una cadencia extraña:eso era lo que me había desconcertado. Losacontecimientos de los últimos días me habíanalterado algo los nervios.

El reloj marcaba casi las diez. Era laprimera vez que dormía hasta tan tarde. ¿Porqué no me habría despertado el coronel?Excepto cuando tenía fiebre, me habíadespertado todos los días a las nueve, trayendola bandeja del desayuno para nosotros dos.

Esperé hasta las diez y media, pero elcoronel no aparecía. Resignado, bajé a la

Page 932: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cocina, cogí pan y algo de beber, volví a micuarto y desayuné solo. Quizá porque estabaacostumbrado a tomarlo en compañía, eldesayuno me pareció insípido. Me comí sólo lamitad del pan y dejé el resto para las bestias.Luego, mientras la estufa caldeaba lahabitación, me quedé sentado en la cama,inmóvil, envuelto en mi abrigo.

El idílico buen tiempo del día anterior sehabía esfumado durante la noche y el opresivoaire frío de siempre invadía la habitación.Apenas soplaba viento, pero el paisaje habíarecuperado los colores invernales, y nubeshinchadas de nieve cubrían el cielo bajo yasfixiante que se extendía de la Sierra delNorte a los páramos del sur.

En el descampado situado bajo mi ventana,los cuatro ancianos seguían cavando el agujero.

¿Cuatro?Antes, cuando había mirado por la ventana,

eran sólo tres. Tres ancianos excavando un

Page 933: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

agujero con palas. Pero ahora eran cuatro.Supuse que se había incorporado un cuartoanciano. No era extraño. En la ResidenciaOficial había tantos ancianos que casi eraimposible contarlos. Los cuatro ancianos sehabían dividido el trozo de tierra y cada unocavaba a sus pies en silencio. De vez en cuando,una caprichosa ráfaga de viento hacía restallarlos faldones de sus delgadas chaquetas, peroellos, indiferentes al frío, seguían hincando sinparar las palas en la tierra con las mejillasenrojecidas. Uno incluso sudaba y se habíaquitado la chaqueta. Y la chaqueta, colgada de larama de un árbol como una muda vacía,ondeaba al viento.

Cuando la habitación se caldeó, me sentéen una silla, tomé el acordeón y extendí yplegué lentamente el fuelle. Al contemplarloen mi cuarto, me di cuenta de que elinstrumento había sido elaborado con muchamás minuciosidad de lo que había supuesto al

Page 934: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

verlo por primera vez en el bosque. Losbotones y el fuelle habían adquirido una suciapátina, pero la pintura de la madera no tenía unsolo desconchón y el primoroso arabescodibujado en el borde seguía intacto. Más que uninstrumento musical, cabía hablar de una obrade arte. En todo caso, el fuelle estaba algoendurecido y sus movimientos eran un pocorígidos. Probablemente llevaba largo tiempoabandonado sin que nadie lo tocara. E ignorabaqué clase de persona lo había tocado antes opor qué conductos había llegado hasta elencargado de la central eléctrica. Todopermanecía envuelto en el misterio.

El acordeón era una delicada joya, no sólodesde el punto de vista decorativo, sinotambién como instrumento musical. En primerlugar, era pequeño. Plegado, cabía en elbolsillo del abrigo. Sin embargo, su tamaño noiba en detrimento de la calidad musical, y alacordeón no le faltaba ninguna pieza.

Page 935: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Lo extendí y plegué repetidas veces y, yafamiliarizado con el movimiento del fuelle, fuipulsando, por orden, los botones de la cajaderecha mientras apretaba la llave de losacordes de la izquierda. Tras haberle arrancadovarias notas, paré y apliqué el oído a lossonidos de los alrededores.

Los ancianos seguían cavando en el solar.Las cuatro palas se hincaban en la tierra a unritmo irregular y desacompasado que penetrabaen mi habitación con nitidez sorprendente. Devez en cuando el viento azotaba mi ventana.Fuera, se veía la pendiente de la colina, cubiertaa trechos de restos de nieve. No sabía si lamúsica del acordeón llegaba a los oídos de losancianos. Me dije que no era probable. Elsonido era débil y el viento soplaba endirección contraria.

Hacía mucho tiempo que no tocaba elacordeón y, además, estaba acostumbrado a unteclado moderno, de modo que me costó

Page 936: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

bastante familiarizarme con un mecanismo tanantiguo y con aquella disposición de losbotones. En consonancia con su tamaño, elacordeón tenía unos botones diminutos y muypróximos entre sí, lo que lo hacía idóneo paraun niño o una mujer. Sin embargo,lógicamente, a un adulto de manos grandes lehabría resultado bastante difícil tocarlo.

A pesar de ello, al cabo de una hora o doshabía logrado arrancarle algunos acordes. Contodo, no me vino a la cabeza ninguna melodía.Por más que, una y otra vez, pulsé los botonesintentando acordarme de alguna canción, sóloconseguí una sucesión de notas musicales sinla menor melodía. De vez en cuando, algunasnotas tocadas al azar me llevaban a creer queestaba a punto de recordar algo, pero estosdestellos de memoria desaparecían deinmediato, absorbidos por el aire.

Me daba la impresión de que miincapacidad para recordar una melodía se debía

Page 937: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

al ruido de las palas de los ancianos. No erasólo eso, por supuesto, pero ciertamente elruido me desconcentraba. El golpeteo de suspalas resonaba en mis oídos con excesivanitidez, tanto que había empezado a parecermeque el agujero lo estaban haciendo en micráneo. Cuanto más cavaban, más grande era elvacío que se abría en mi cabeza.

A mediodía, de repente el viento cobróímpetu y empezó a mezclarse con la nieve. Laventisca golpeaba con un ruido seco loscristales de las ventanas. Los pequeños yblancos copos de una nieve dura como el hielose esparcían azarosamente por el alféizar de laventana para, al poco, ser arrastrados por elviento. Aquel polvo de nieve no llegaría acuajar, pero sin duda enseguida daría paso agrandes copos de nieve blanda cargados dehumedad. Es el orden habitual. La tierra notardaría en cubrirse de nuevo de una blanca capade nieve. La nieve dura presagia una gran

Page 938: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nevada.Pero los ancianos seguían excavando sin

preocuparse de la nieve. Parecía que supierande antemano que iba a nevar. Ninguno alzó lavista al cielo, ninguno abandonó la tarea,ninguno dijo nada. Incluso la chaqueta colgadade la rama siguió en el mismo sitio, azotada porla ventisca.

El número de ancianos había aumentado aseis. Los dos últimos manejaban un pico y unacarretilla. El anciano del pico había saltadodentro del agujero y rompía la tierra helada; elde la carretilla cogía a paletadas la tierraapilada junto al agujero, la cargaba en lacarretilla, la transportaba hasta la pendiente y laechaba abajo. El agujero les llegaba ya a lacintura. Ni siquiera el fuerte viento sofocaba elestrépito de las palas y del pico.

Renuncié a seguir buscando melodías,dejé el acordeón sobre la mesa y fui hasta laventana para contemplar por unos instantes

Page 939: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cómo trabajaban. Nadie parecía dirigir la labor.Todos trabajaban por igual, nadie daba órdenesni indicaciones. El anciano que sostenía el picorompía la tierra con gran eficacia, otros cuatrola sacaban a paletadas del agujero y el último,con la carretilla, la transportaba en silenciohasta la pendiente.

Mientras observaba el agujero, empezarona intrigarme varias cosas. Una era que elagujero parecía demasiado grande para echar enél la basura; otra, que iba a nevar de unmomento a otro. Los ancianos debían de cavarese agujero con algún propósito que se meescapaba.

Pero si la nieve se amontonaba dentro delagujero, a la mañana siguiente estaríacompletamente tapado. A los ancianos leshubiese bastado con echar simplemente unaojeada a las nubes cargadas de nieve parasaberlo. La Sierra del Norte ya aparecíacubierta de nieve hasta media ladera.

Page 940: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tras reflexionar unos instantes, concluíque no encontraba ningún sentido a su trabajo.Volví junto a la estufa y me quedécontemplando el carbón convertido en rojasascuas. «Quizá ya no pueda volver a acordarmede ninguna canción», me dije. «Es igual quetenga un instrumento musical o que no lo tenga.Aunque encadene sonidos, no serán más queuna serie de notas sin sentido.» El acordeónque descansaba sobre la mesa era sólo unobjeto hermoso. De pronto creí comprender ala perfección lo que me había dicho elencargado de la central eléctrica. No hacía faltaarrancarle notas o saber tocarlo. Era tan bonitoque bastaba con mirarlo. Cerré los ojos y mequedé escuchando cómo la ventisca azotaba laventana.

Al llegar la hora del almuerzo, losancianos por fin dejaron de trabajar y volvierona la Residencia Oficial. Arrojaron al suelo

Page 941: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

palas y pico y allí se quedaron.Sentado en una silla junto a la ventana, yo

contemplaba el agujero desierto cuando mivecino, el coronel, llamó a la puerta. Llevaba elgrueso abrigo de siempre y una gorra de trabajocon visera calada hasta las cejas. En el abrigo yen la gorra llevaba adheridas diminutas motasdel polvo de nieve.

—Parece que esta noche va a nevar de lolindo, ¿eh? —dijo—. ¿Traigo la comida?

—Se lo ruego —dije.Unos diez minutos más tarde regresó con

una olla y la depositó sobre la estufa. Después,igual que los crustáceos que, al llegar laestación, van desprendiéndose de suscaparazones, fue quitándose con cuidado lagorra, el abrigo y los guantes. Por último, sepasó los dedos por el pelo blanco alborotado,se sentó en una silla y suspiró.

—Siento no haber podido venir adesayunar —dijo—. He estado tan ocupado

Page 942: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

desde primera hora de la mañana que aún no hetenido ni tiempo para comer.

—¿Usted no estaba cavando el agujero?—¿El agujero? ¡Ah, ese agujero! No, ésa

no es tarea mía. No es que me disguste cavar latierra, pero no —dijo soltando una risita—. Yohe estado trabajando en la ciudad.

Cuando la olla estuvo caliente, distribuyóla comida en dos platos y los depositó sobre lamesa. Era un estofado de verduras con fideos.Se lo comió con apetito, soplando para que seenfriara.

—¿Y para qué es ese agujero? —lepregunté al coronel.

—Para nada —contestó llevándose lacuchara a la boca—. Lo han cavado por cavarlo.En este sentido, es un agujero puro.

—No lo entiendo.—Es muy simple. Les apetecía hacerlo.

Es su única finalidad.Mastiqué el pan mientras reflexionaba

Page 943: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sobre el agujero puro.—De vez en cuando cavan un agujero —

contó el anciano—. Puede que, en el fondo, sealo mismo que mi pasión por el ajedrez. Notiene sentido, no lleva a ninguna parte. Pero esono importa. Nadie necesita que tenga unsentido, nadie desea llegar a ninguna parte.Nosotros, aquí, abrimos un agujero puro trasotro. Actos sin finalidad, esfuerzos sinprogreso, pasos que no conducen a ningunaparte, ¿no te parece maravilloso? Nadie resultaherido, nadie hiere. Nadie adelanta, nadie esadelantado. Sin victoria, sin derrota.

—Creo que le entiendo.El anciano, tras asentir varias veces,

inclinó el plato y se tomó el último bocado deestofado.

—Quizá a ti algunas cosas de la ciudad sete antojen poco normales. Pero, para nosotros,son del todo naturales. Naturales, puras ypacíficas. Estoy seguro de que tú también lo

Page 944: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

entenderás algún día. Espero que así sea. Yo,durante mucho tiempo, fui militar y no mearrepiento de ello. Mi vida ha sido dichosa, a sumodo. La humareda de los cañones, el olor dela sangre, el destello de las bayonetas, el toquede carga: aún hoy los recuerdo a veces. Sinembargo, soy incapaz de recordar lo que nosempujaba a la lucha: el honor, el patriotismo, lacombatividad, el odio, esas cosas. Tú ahoraquizá temas perder tu corazón. Yo también lotemía. No tienes por qué avergonzarte de ello.—Se interrumpió y por unos instantes buscólas palabras con la mirada perdida—, Perocuando pierdas tu corazón, tu alma se llenará depaz. De una paz tan profunda como jamás lahayas experimentado. Recuerda mis palabras.

Asentí en silencio.—Por cierto, en la ciudad he oído hablar

de tu sombra —dijo el coronel rebañando conpan los restos de estofado—. Dicen que susalud ha empeorado. Vomita casi todo lo que

Page 945: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

come y lleva tres días sin levantarse de la cama,en el sótano. Tal vez no dure mucho. Si no esdemasiada molestia, ¿por qué no le haces unavisita? Por lo visto, tiene ganas de verte.

—Pues... —dije, fingiendo que vacilaba—no me importaría ir, pero no sé si el guardiánlo permitirá.

—Claro que te lo permitirá. Cuando lassombras se están muriendo su dueño tienederecho a verlas. Eso está establecido con tododetalle. En esta ciudad, la muerte de la sombraes una ceremonia solemne y, por más guardiánque sea, no puede prohibírtelo. Es más, notiene ningún motivo para impedírtelo.

—Entonces iré ahora mismo —decidí trasuna breve pausa.

—Haces bien —dijo el anciano dándomeunas palmaditas en la espalda—. Ve antes deque nieve, es decir, antes del atardecer. Dehecho, la sombra es lo que más cerca está delser humano. Acompañarla en sus últimos

Page 946: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

momentos te dejará buen sabor de boca.Ayúdala a morir bien. Tal vez sea duro, pero espor ti.

—Lo sé.Me puse el abrigo y me enrollé la bufanda

al cuello.

Page 947: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

31. Control de billetes. Pólice.Detergentes

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

No había mucha distancia desde la salidadel colector hasta la estación de AoyamaItchóme. Avanzamos por las vías y, cuandoveíamos que se aproximaba un tren, corríamosa escondernos detrás de una columna yesperábamos a que pasara. Nosotrosdistinguíamos claramente el interior de losvagones, pero los pasajeros no nos veían. En elmetro, la gente no contempla el paisaje por lasventanillas. Lee el periódico o mira a lasmusarañas. El metro no es más que un prácticomedio de transporte para desplazarse por la

Page 948: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

gran ciudad. Nadie sube al metro con elcorazón palpitante de alegría.

No había muchos pasajeros. Pocos iban depie. Aunque hubiese pasado la hora punta, porlo que yo recordaba, a las diez de la mañanapasadas, el metro de la línea Ginza habríatenido que estar más lleno.

—¿Qué día de la semana es hoy? —lepregunté a la joven.

—No lo sé. Ni siquiera he pensado en ello—dijo.

—Para ser un día de entre semana, va muypoca gente en el metro —dije volviendo lacabeza—. Tal vez sea domingo.

—¿Y qué pasaría si fuese domingo?—Pues nada. Que sería domingo y ya está.Andar por las vías era más cómodo de lo

que imaginaba. Eran anchas, nada interceptabael paso, no había semáforos, coches, colectaspúblicas ni borrachos. Los fluorescentesvertían en el suelo la cantidad de luz justa y la

Page 949: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

atmósfera, gracias al aire acondicionado, erarespirable. Imposible encontrarle pegas, sobretodo comparado con la mohosa y pestilenteatmósfera del subterráneo.

Primero, dejamos pasar un tren endirección a Ginza y, después, otro que sedirigía a Shibuya. Acto seguido nos acercamosa la estación de Aoyama Itchóme y, ocultos trasuna columna, espiamos el andén. Si unempleado de la estación nos pillaba corriendopor las vías, se armaría la gorda. No se meocurría una sola razón mínimamente plausibleque darle. Descubrimos una escalerilla alprincipio del andén. Saltar la barrera no parecíadifícil. El problema era evitar que nosdescubrieran.

Nos agazapamos detrás de una columnaesperando a que llegara un tren en dirección aGinza y se detuviera en el andén, se abrieran laspuertas y se apearan los pasajeros, subieranotros pasajeros y se cerraran las puertas.

Page 950: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Vimos cómo un interventor salía al andén ycómo, tras controlar cómo subía y bajaba elpasaje, cerraba la puerta y daba la señal dearranque. Cuando el tren desapareció en la bocadel túnel, el empleado desapareció también. Enel andén opuesto tampoco se veía a ningúnempleado del metro.

—¡Vamos! —dije—. No corras, caminacomo si no pasara nada. Si corremos, la gentesospechará de nosotros.

—¡De acuerdo! —repuso ella.Salimos de detrás de la columna, nos

dirigimos a paso rápido hacia el principio delandén y, con suma indiferencia, como sihiciéramos lo mismo todos los días, subimosla escalerilla y saltamos la barrera. Algunospasajeros se nos quedaron mirando con cara deasombro. Como si se preguntaran, extrañados:«¿Y quiénes son esos dos?». Era evidente queno éramos empleados del metro. Cubiertos debarro de los pies a la cabeza, con el pantalón y

Page 951: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la falda empapados, los cabellos desgreñados,los ojos llorosos por culpa de la luzdeslumbrante: con aquella pinta no era fácilque nos confundieran con empleados delmetro. Por otra parte, ¿a quién se le ocurríacaminar por las vías con el objeto dedivertirse?

Sin darles tiempo a que llegaran aconclusión alguna, cruzamos el andén a todaprisa y nos dirigimos a la garita del encargado.Al llegar, nos dimos cuenta de que no teníamosbillete.

—Decimos que lo hemos perdido,pagamos el importe y listos —pro— puso ella.

Le dije al joven empleado que habíamosperdido los billetes.

—¿Los han buscado bien? —dijo él—.Tienen muchos bolsillos. Compruébenlo denuevo.

Ante la garita, fingimos registrar nuestrasropas de arriba abajo. Mientras, el empleado

Page 952: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

nos miraba de hito en hito, con desconfianza.Le dije que no los encontrábamos.—¿Dónde han cogido el metro?Le dije que en Shibuya.—¿Y cuánto han pagado desde Shibuya

hasta aquí?Le dije que lo había olvidado.—Creo que unos ciento veinte o ciento

cuarenta yenes.—¿No lo recuerda?—Estaba pensando en otras cosas —dije.—¿Seguro que han subido en Shibuya? —

preguntó el empleado.—Pues claro. Éste es el andén del metro

que viene de Shibuya. ¿De dónde cree quevenimos, si no? —argumenté.

—Se puede pasar del otro andén a éste. Lalínea Ginza es muy larga, ¿sabe usted? Podríanhaber ido de Tsudanuma a Nihonbashi por lalínea Tózai, haber hecho transbordo y, luego,haber venido hasta aquí.

Page 953: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿De Tsudanuma?—Es un ejemplo —dijo el empleado.—¿Y cuánto vale, entonces, desde

Tsudanuma? Le pago el importe desde allá, ¿leparece bien?

—¿Viene usted de Tsudanuma?—No —dije—. No he estado allí en mi

vida.—Entonces, ¿por qué está dispuesto a

pagarlo?—Porque usted acaba de decírmelo.—Era sólo un ejemplo, ya se lo he dicho.Llegó el siguiente metro, se apearon una

veintena de pasajeros, pasaron ante la garita ysiguieron adelante. Miré cómo se alejaban. Nohabía ni uno que hubiese perdido el billete.Reemprendimos las negociaciones.

—¿Y desde dónde tengo que pagarle paraque se dé por satisfecho?

—Desde la estación donde han cogido eltren —contestó.

Page 954: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Pero si ya le he dicho que era Shibuya!—Pero no se acuerda del importe del

billete.—Esas cosas se olvidan —dije—, ¿Se

acuerda usted de lo que cuesta un café en unMcDonald's?

—Nunca tomo café en un McDonald's —replicó el hombre—. Es tirar el dinero.

—Es sólo un ejemplo —dije—. Merefería a que el precio de las cosas pequeñas seolvida enseguida.

—Sea como sea, todas las personas quepierden el billete declaran el precio mínimo.Todas vienen aquí y dicen que vienen deShibuya. ludas igual.

Ya le he dicho que le pago el billete desdedonde sea. ¿Desde dónde quiere que se lopague?

—Eso no soy yo quien debe decirlo, ¿nole parece?

Me daba pereza prolongar más aquella

Page 955: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

discusión estéril, así que le dejé mil yenes ynos marchamos por las buenas. A nuestrasespaldas, oímos la voz del interventor que nosllamaba, pero fingimos no oírla. Me fastidiabaperder el tiempo discutiendo por uno o dosbilletes cuando el mundo estaba a punto deacabar. Además, pensándolo bien, yo apenascogía el metro.

En la superficie, estaba lloviendo. Gotasdiminutas como puntas de aguja empapaban elsuelo y los árboles. Debía de haber llovido todala noche. La visión de la lluvia ensombreció miespíritu. Aquél era un día precioso para mí. Miúltimo día. No quería que lloviera. Me bastabacon que hiciese buen tiempo durante un día odos. Después, ya podía diluviar durante un messeguido, como en la novela de J.G. Ballard, queyo no iba a enterarme. Quería tenderme en elcésped bañado por la esplendorosa luz del sol ytomar cerveza fría mientras escuchaba música.No pedía más que eso.

Page 956: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

A pesar de mis deseos, nada indicaba quefuera a parar de llover. Un estrato de nubes decolor turbio, que hacía pensar en varias capasde papel de celofán superpuestas, cubría elcielo por entero y dejaba caer una lluvia fina eincesante. Hubiese querido comprar elperiódico y consultar el pronósticometeorológico, pero para ello habría tenidoque acercarme otra vez a la garita delinterventor y no deseaba enzarzarme de nuevoen aquella interminable discusión sobre losbilletes. Renuncié a comprar el periódico. Eldía empezaba sin pena ni gloria. Ni siquieraestaba seguro de que fuese domingo.

Todo el mundo iba con el paraguasabierto. Nosotros éramos los únicos que nollevábamos. Nos refugiamos bajo el alero de unedificio y durante un largo rato contemplamosla calle con mirada perdida, como si se tratarade las ruinas de la Acrópolis. Una hileramulticolor de coches iba y venía por el cruce.

Page 957: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me costaba lo indecible imaginar que bajonuestros pies se extendía el mundo misteriosode los tinieblos.

—¡Qué bien que llueva! —exclamó lajoven.

—¿Por qué?—Porque si hiciese buen tiempo, el sol

nos habría deslumhrado y no hubiésemospodido salir enseguida a la superficie.

—Ya.—¿Qué vas a hacer?—Primero, tomar algo caliente. Después,

volver a casa y bañarme.Entramos en el supermercado más

cercano y, en la cafetería, junto a la puerta,pedimos dos potajes de maíz y un emparedadode huevos con jamón. Al principio, la chica dela barra se quedó pasmada al ver nuestrolamentable aspecto, pero luego nos tomó notadel pedido con tono netamente profesional.

—Dos potajes de maíz y un emparedado

Page 958: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de huevos con jamón —confirmó.—Exacto —dije. Luego le pregunté—:

¿Qué día de la semana es hoy?—Domingo —dijo.—¡Mira! —dijo la joven gorda—. Has

acertado.Mientras esperábamos a que nos sirvieran

los potajes y el emparedado, decidí matar eltiempo leyendo un Sport Nippon que encontréen el asiento contiguo. No creía que la lecturade un periódico deportivo pudiera servirme dealgo, pero era mejor leer aquello que nada. Enel periódico figuraba la fecha «domingo, 2 deoctubre». En los diarios deportivos no haypronóstico meteorológico, pero las páginas delas carreras de caballos contenían una detalladainformación sobre el tiempo. La lluvia cesaríaal atardecer, pero esto no afectaría a la últimacarrera, que sería muy dura. Eso decía. En elEstadio de Béisbol Jingü, el Yakult habíaperdido frente al Chünichi por 6 a 2. Nadie

Page 959: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sabía que justo debajo del estadio seencontraba la gran guarida de los tinieblos.

La joven me dijo que quería leer la últimapágina, así que la separé y se la di. El artículoque quería leer llevaba el siguiente titular:¿INGERIR SEMEN EMBELLECE LA PIEL?Debajo, había un comentario sobre un librotitulado: Yo, que fui encerrada en una jaula yviolada. Me costaba imaginar cómo se podíaviolar a una mujer metida en una jaula. Seguroque habría algún modo eficaz para conseguirlo.Pero debía de ser muy pesado. Yo no seríacapaz.

—Oye, ¿a ti te gustan que se traguen tusemen? —me preguntó la joven.

—A mí tanto me da —respondí.—Pues aquí lo pone. Dice: «Por lo

general, a los hombres les gusta que, cuandouna mujer les hace una felación, se trague elsemen. De este modo el hombre ve confirmadoque es aceptado por la mujer. Es un rito y una

Page 960: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

confirmación».—No sé —dije.—¿Se han tragado alguna vez el tuyo?—No me acuerdo. Me parece que no.—¡Mmm! —soltó, y continuó leyendo el

artículo.Miré los resultados de los bateadores de

la Liga Central y de la Liga del Pacífico.Nos sirvieron el potaje y el emparedado.

Nos tomamos el potaje, nos partimos elemparedado. Sabía a tostadas, a jamón, a clara yyema de huevo. Me limpié las migas de pan y layema de huevo de las comisuras de los labioscon la servilleta de papel y suspiré. Lancé unsuspiro tan profundo que parecía comprenderen uno todos los suspiros de mi cuerpo.Suspiros tan profundos como aquél se exhalanpocas veces en la vida.

Salimos del establecimiento y buscamosun taxi. Con nuestro sucio aspecto, nos costómucho que se detuviera uno. El conductor era

Page 961: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un joven con el pelo largo que escuchabamúsica de Pólice por un gran radiocaseteestéreo que llevaba en el asiento del copiloto.Tras decirle la dirección, me hundí en elrespaldo del asiento.

—¡Vaya! ¿Cómo es que estáis tan sucios?—nos preguntó el taxista echándonos unvistazo por el retrovisor.

—Es que hemos hecho una lucha cuerpo acuerpo bajo la lluvia —respondió la joven.

—¿Ah, sí? ¡Qué fuerte! —repuso elconductor—. Tenéis una facha espantosa. Y tú,en el cuello, tienes un chupetón enorme.

—Ya lo sé —dije.—Pero a mí eso me da igual —dijo el

conductor.—¿Por qué?—Yo sólo cojo a gente joven que tiene

pinta de que le guste el rock. Que vaya limpia osucia me da igual. Lo que quiero es escuchar lamúsica. ¿Os gusta Pólice?

Page 962: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No está mal —contestédiplomáticamente.

—En la empresa me dicen que no pongaesta música. Que ponga los programas demúsica pop de la radio. ¡Eso ni en broma!Matchi, Seiko Matsuda...[16] ¡Puaf! Esaschorradas no las escucho ni loco. Pólice es lomejor. Puedo estar escuchándolo el día enterosin hartarme. Y el reggae también mola. ¿Quéos parece a vosotros?

—No está mal —dije.Cuando se acabó la cinta de Pólice, el

conductor puso una grabación de Bob Marleyen concierto. La guantera del taxi estabaatiborrada de cintas. Exhausto, muerto de frío,adormilado, con el cuerpo hecho cisco, no meencontraba en el mejor momento para disfrutarde la música, pero era agradable ir en el taxi.Me quedé contemplando con mirada vaga cómoel joven conducía moviendo los hombros alritmo del reggae.

Page 963: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando detuvo el taxi frente a miapartamento, pagué el importe de la carrera, meapeé y le di mil yenes de propina diciéndole:

—Cómprate alguna cinta.—¡Gracias! ¡Hasta pronto!—Hasta pronto —dije.—Oye, ¿no crees que dentro de diez años,

o de quince, la mayoría de taxis pondránmúsica rock? Ojalá, ¿verdad?

—Ojalá —dije.Pero yo no creía que eso fuera a suceder.

Hacía más de diez años que Jim Morrisonhabía muerto, pero aún no había visto un solotaxi que pusiera música de The Doors. En elmundo hay cosas que cambian y cosas que nocambian. Y las cosas que no cambian, pase eltiempo que pase, no cambian jamás. La músicade los taxis es una de ellas. Las radios de lostaxis siempre sintonizan programas de músicapop, tertulias de mal gusto o retransmisionesde partidos de béisbol. Por los altavoces de los

Page 964: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

grandes almacenes suena invariablemente laorquesta de Raymond Lefevre; en lascervecerías, las polcas; en los barrioscomerciales a finales de año, las cancionesnavideñas de The Ventures.

Subimos en ascensor. La puerta de mi pisoseguía desgoznada, pero alguien la habíaencajado en el marco de tal forma que, aprimera vista, parecía cerrada. No sabía quiénlo había hecho, pero seguro que habíanecesitado mucho tiempo y mucha fuerza. Yyo, igual que un hombre de Cromañón abriendola losa de la entrada de su cueva, desplacé lapuerta de acero y dejé pasar a la joven. Un vezdentro, volví a desplazarla de modo que no seviera el interior del piso y puse la cadena paramitigar el temor.

Mi piso estaba completamente limpio yordenado. Tanto que, por un instante, llegué adudar de que aquel par me lo hubieradestrozado. Los muebles que debían estar

Page 965: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

volcados habían vuelto todos a su posiciónoriginal, habían recogido los alimentosesparcidos por el suelo, los fragmentos debotellas o vajilla habían desaparecido, loslibros y discos habían vuelto a sus estanterías,la ropa volvía a estar colgada en el armario. Lacocina, el baño y el dormitorio estaban limpioscomo una patena y en el suelo no se veía unamota de polvo.

Sin embargo, al mirar con atención, sedescubrían rastros de la catástrofe. El tubo derayos catódicos del televisor continuaba roto,con la enorme boca abierta como si fuera eltúnel del tiempo, y el frigorífico no funcionabay estaba completamente vacío. Habían tiradotoda la ropa rasgada, y la poca que se habíasalvado cabía en una maleta pequeña. De lavajilla, se habían librado sólo unos cuantosplatos y vasos. El reloj de la pared estabaparado y no había un solo aparato eléctrico quefuncionara satisfactoriamente. Alguien había

Page 966: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

separado lo inservible y lo había tirado a labasura. Gracias a ese alguien, mi dormitorioestaba limpio y despejado. Sin ningún objetosuperfluo, se veía grande y espacioso comonunca. Debían de faltar algunas cosas, pero nose me ocurría qué podía necesitar yo enaquellos momentos.

Fui al baño, examiné el calentador de gasy, tras comprobar que no estaba estropeado,llené la bañera de agua. Aún quedaba jabón, y vimi maquinilla de afeitar, mi cepillo de dientes,toallas y champú, y la ducha tambiénfuncionaba. El albornoz estaba en buenascondiciones. También debían de haberdesaparecido un montón de cosas del baño,pero era incapaz de recordar una sola. Mientrasse llenaba la bañera y yo examinaba lahabitación, la chica gorda permaneció tendidaen la cama leyendo Los chuanes de Balzac.

—Oye, ¿sabes que en Francia tambiénhabía nutrias? —dijo.

Page 967: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí, claro.—¿Crees que todavía quedan?—No lo sé —respondí—. Yo de esas

cosas no sé.Sentado en una silla de la cocina, me

pregunté quién diablos habría limpiado miapartamento. Quién, y con qué objeto, habíainvertido tanto esfuerzo en ordenar cada uno delos rincones de mi piso. Quizá hubieran sidoaquel par de semióticos o, tal vez, los delSistema. Me costaba imaginar qué criteriosseguía esa gente para pensar o actuar. Sinembargo, le estaba agradecido a la personamisteriosa que me había limpiado el piso. Eramucho más agradable regresar a un piso limpio.

Cuando la bañera estuvo llena, invité a lajoven a que se bañara primero. Ella introdujoun punto en el libro y se desnudó en la cocina.Se desnudó con tanta naturalidad que yo mequedé sentado en la cama contemplando,abstraído, su cuerpo desnudo. Tenía un cuerpo

Page 968: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

curioso, adulto e infantil a la vez. Era como siun cuerpo normal hubiese sido recubierto poruna gruesa capa de carne blanca y suave, comosi lo hubiesen untado uniformemente congelatina. Era una gordura tan bien distribuidaque, de no fijarte bien, acababas olvidando queestaba gorda. Los brazos, los muslos, el cuello,la zona alrededor del vientre, todo estabamaravillosamente hinchado, su piel era lisacomo la de una ballena. En relación al volumende su cuerpo, sus senos no eran muy grandes ytenían una bonita forma; el trasero también eraempinado.

—No tengo mal tipo, ¿verdad? —me dijo,mirándome desde la cocina.

—No lo tienes —respondí.—Me ha costado mucho engordar. Tengo

que comer muchísimo, montones de pasteles,cosas grasas —dijo.

Asentí en silencio.Mientras ella se bañaba, me quité los

Page 969: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pantalones mojados y la camisa, me puse algode ropa de la que había quedado, me tendí en lacama y reflexioné sobre qué haría acontinuación. Mi reloj señalaba casi las once ymedia. Me quedaban poco más de veinticuatrohoras. Tenía que pensar bien qué iba a hacer.No podía perder las últimas horas de mi vida decualquier modo.

Fuera, empezó a llover de nuevo. Unalluvia tan fina y silenciosa que apenas sereflejaba en mis pupilas. Si no hubiera visto lasgotas de agua que caían del sobradillo de laventana, ni siquiera habría sabido que llovía. Devez en cuando se oía cómo un coche que pasababajo la ventana alzaba salpicaduras de la finacapa de agua que cubría la calzada. También seoían las voces de unos niños llamando aalguien. En el baño, la joven cantaba unacanción cuya melodía yo no acababa deidentificar. Quizá se la había inventado.

Tendido en la cama, me entró un sueño

Page 970: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

irresistible, pero no podía dormir. Si medormía, se me acabaría el tiempo sin haberpodido hacer nada más.

Sin embargo, puestos a decidir qué ibahacer en vez de dormir, no se me ocurríaabsolutamente nada. Quité el reborde de gomade la pantalla de la lamparilla de noche queestaba junto a la cama, jugueteé con él un rato ylo devolví a su sitio. Fuera como fuese, nopodía permanecer en aquella habitación. Noganaría nada quedándome allí inmóvil. Si salía,tal vez se me ocurriera algo. El qué ya locavilaría cuando estuviese fuera.

Pensándolo bien, eso de que a uno lequedaran sólo veinticuatro horas de vida eraalgo muy extraño. Sin duda tenía montones decosas que hacer, pero en realidad no se meocurría ninguna. Volví a sacar el reborde degoma de la pantalla de la lámpara y me loenrollé en el dedo. Entonces me acordé deaquel cartel turístico de Frankfurt que colgaba

Page 971: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de la pared del supermercado. En el cartel habíaun río, un puente colgando sobre el río, unoscisnes surcando la superficie del agua. Aquellaciudad no parecía estar nada mal. Me dio laimpresión de que no sería una mala idea ir aFrankfurt y acabar allí mi vida. Pero eraimposible llegar a Frankfurt en veinticuatrohoras y, aunque fuese posible, quedabadescartado pasarme diez horas embutido en elasiento de un avión ante platos de mala comida.Además, nadie me aseguraba que, una vez allí,no pensase que el paisaje del cartel era mejorque el paisaje real. Prefería que mi vida noacabara con un sentimiento de decepción. Totalque, de mis planes, tenía que excluir los viajes.Desplazarse llevaba tiempo y, además, en lamayoría de los casos, la realidad no es tandivertida como uno espera.

En definitiva, que lo único que se meocurría era tomar una buena comida junto aalguna chica, beber algo. Aparte de eso, no me

Page 972: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

apetecía hacer nada. Hojeé mi agenda, busquéel número de la biblioteca, lo marqué y pedíque avisaran a la encargada de consultas.

—¿Diga? —dijo la chica encargada deconsultas.

—Gracias por los libros del unicornio —dije.

—Gracias a ti por la comida —dijo ella.—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?

—la invité.—¿Cenar? —repitió—. Esta noche tengo

una reunión de estudios.—¿Una reunión de estudios? —repetí.—Sí, sobre la contaminación de los ríos.

Sobre la extinción de los peces debido a losdetergentes, ya sabes, ese tipo de cosas.Estamos investigando sobre ello. Y esta nochetengo que exponer yo.

—Parece una investigación muy útil —dije.

—Sí, lo es. Por eso —añadió—, si no te

Page 973: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

importa, podríamos dejarlo para mañana.Mañana es lunes, la biblioteca está cerrada ytendré tiempo libre.

—Mañana a mediodía ya no estaré aquí.Por teléfono no puedo darte detalles, peroestaré lejos durante un tiempo.

—¿Te vas lejos? ¿De viaje? —preguntóella.

—Más o menos.—Perdona. Espera un momento —dijo.La chica parecía estar hablando con

alguien que le había ido a hacer una consulta. Através del teléfono, me llegaba el ambiente dela biblioteca en domingo. Una niña gritaba y supadre la reprendía dulcemente. También se oíacómo alguien pulsaba las teclas del ordenador.Parecía que el mundo funcionaba connormalidad. La gente iba a buscar libros a labiblioteca, los empleados del metro perseguíana los pasajeros deshonestos, los caballos decarreras galopaban bajo la lluvia.

Page 974: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sobre construcción de viviendas —seoyó que decía— hay tres tomos en el número 5de la estantería F. Mire usted allí.

Luego se oyó cómo su interlocutorcomentaba algo al respecto.

—Perdona, ¿eh? —me dijo, de nuevo alteléfono—. Vale. De acuerdo. Me saltaré lareunión. Seguro que protestan, pero ¡en fin!...

—Lo siento.—No pasa nada. De todos modos, en los

ríos de por aquí ya no queda ningún pez.Aunque la exposición se retrase una semana, nopasará nada.

—Visto así, tienes razón —repuse.—¿Cenamos en tu casa?—No, mi piso está inutilizable. La nevera

no funciona, no me queda casi nada de comer.No se puede cocinar.

—Ya lo sé —dijo ella.—¿Ya lo sabes?—Sí. Pero está como los chorros del oro,

Page 975: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

¿no?—¿Lo has limpiado tú?—Claro. ¿He hecho mal? Esta mañana

pasaba por allí y he subido a traerte otro libro.Me he encontrado la puerta abierta, arrancadade los goznes, y todo patas arriba. De modo queme he puesto a limpiar. He llegado un pocotarde al trabajo, pero es un modo deagradecerte la invitación del otro día. ¿Te hamolestado?

—¡En absoluto! —contesté—, Alcontrario. Me has hecho un gran favor.

—Entonces, ¿qué te parece si quedamos alas seis y diez delante de la biblioteca? Es quelos domingos cerramos a las seis.

—De acuerdo —dije—. Muchas gracias.—De nada —dijo ella. Y se cortó la

comunicación.Mientras yo estaba buscando alguna ropa

para ir a cenar, la joven gorda salió del baño. Lepasé una toalla y un albornoz. Con la toalla y el

Page 976: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

albornoz en la mano, se quedó unos instantesde pie, desnuda, ante mí. El pelo mojado se leadhería a las mejillas y el extremo de susorejas puntiagudas asomaba entre losmechones. En los lóbulos lucía aún lospendientes de oro.

—¿Te bañas con los pendientes puestos?—le pregunté.

—Sí, claro. Ya te lo dije, ¿no? No se caenmientras me baño. ¿Te gustan?

—Sí —dije.

Su ropa interior, su falda y su blusaestaban tendidas en el baño. Un sujetador rosa,unas bragas rosa, una falda rosa y una blusa rosapálido. Sólo de ver aquellas prendas allí, sentíun dolor punzante en las sienes. A mí nunca mehabía gustado que tendieran las bragas o lasmedias en mi cuarto de baño. Si mepreguntaran por qué, no sabría qué responder,pero era así.

Page 977: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Me lavé el pelo y el cuerpo deprisa, mecepillé los dientes, me afeité. Después salí delcuarto de baño, me sequé con la toalla y mepuse unos calzoncillos y unos pantalones. Apesar de la sucesión de acciones estrambóticasque había realizado últimamente, el dolor delcorte era mucho más soportable que el díaanterior. Tanto que, hasta el instante demeterme en el baño, ni siquiera me habíaacordado de la herida. La joven gorda se habíasentado sobre la cama y estaba leyendo aBalzac mientras se secaba el pelo con elsecador. La lluvia todavía no mostraba indiciosde cesar. La visión de la ropa interior tendidaen el baño, la chica sentada en la cama leyendomientras se secaba el pelo y la lluvia cayendoen el exterior me transportó a mi vidamatrimonial, varios años atrás.

—¿Quieres el secador? —me preguntó.—No —contesté. Aquel secador lo había

dejado mi mujer al marcharse de casa. Yo

Page 978: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

llevaba el pelo corto y no lo necesitaba.Tomé asiento a su lado, apoyé la cabeza en

el cabezal y cerré los ojos. Al cerrarlos, vicómo diversos colores surgían y desaparecíanen la oscuridad. Pensándolo bien, llevaba variosdías sin dormir apenas. Cada vez que lo habíaintentado, había aparecido alguien y me habíadespertado sin miramientos. Al cerrar los ojos,sentí cómo el sueño iba arrastrándome hacia elmundo de las sombras profundas. Exactamenteigual que los tinieblos, el sueño alargaba elbrazo y se disponía a atraerme hacia sí.

Abrí los ojos, me froté el rostro conambas manos. Tras lavarme la cara y afeitarmedespués de muchas horas de no hacerlo, notabael cutis seco y rígido como la piel de untambor. Parecía que pasara las manos sobre unrostro ajeno. Notaba una quemazón en la zonadonde las sanguijuelas me habían succionado lasangre. Al parecer, aquellos dos bichos mehabían chupado una gran cantidad de sangre.

Page 979: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Oye —dijo la joven depositando ellibro a su lado—, ¿de verdad no te apetece quese traguen tu semen?

—Ahora no —dije.—¿No tienes ganas?—No.—¿Y tampoco quieres acostarte conmigo?—Ahora no.—¿Acaso no te gusto porque estoy gorda?—No es eso. Tienes un cuerpo muy

bonito.—Entonces, ¿por qué no quieres acostarte

conmigo?—No lo sé —contesté—. No sé por qué,

pero me da la sensación de que no debo hacerloen estos momentos.

—¿Es por razones morales? ¿Va en contrade tu ética vital?

—Mi ética vital —repetí. Esas palabrasdespertaban en mí extrañas resonancias.Reflexioné unos instantes con los ojos

Page 980: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

clavados en el techo—. No, no es eso —dije—.Es algo diferente, de otra naturaleza. Tiene quever con el instinto, con la intuición... O quizácon el reflujo de mi memoria. No puedoexplicártelo bien. Ahora tengo unas ganas locasde acostarme contigo, ¿sabes? Pero ese algome retiene. Me dice que ahora no es elmomento.

Con el codo hincado en la almohada, ellame clavó la mirada.

—¿No me mientes?—Sobre estas cosas yo no miento.—¿De verdad lo piensas?—Lo siento así.—¿Puedes darme alguna prueba?—¿Una prueba? —me sorprendí.—Algo que pueda convencerme de que

tienes ganas de acostarte conmigo.—Tengo una erección —dije.—Enséñamela —dijo.Tras dudar unos instantes, decidí bajarme

Page 981: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los pantalones y mostrársela. Estaba demasiadocansado para seguir discutiendo y, total, dentrode poco ya no estaría en este mundo. No creíaque enseñarle un pene sano y erecto a unajoven de diecisiete años pudiera originar ungrave problema social.

—Hum... —musitó mirando el peneerecto—. ¿Puedo tocarlo?

—No —dije—, ¿Con eso quedademostrado?

—Pues sí. Vale.Me subí los pantalones y guardé el pene

en su interior. Se oyó cómo un enorme camiónde transporte pasaba lentamente por debajo dela ventana.

—¿Cuándo volverás junto a tu abuelo?—En cuanto haya dormido un poco y se

me haya secado la ropa. Antes del atardecer seretirará el agua y entonces volveré desde elmetro.

—Con este tiempo, la ropa no se te secará

Page 982: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

antes de mañana por la mañana.—¿Ah, no? ¿Qué puedo hacer entonces?—Aquí cerca hay una lavandería de

autoservicio. Puedes ir a secarla allí.—Es que no tengo ropa para salir a la

calle.Me devané los sesos, pero no se me

ocurrió nada. La única solución era que fuerayo a la lavandería a secar la ropa. Me dirigí alcuarto de baño y embutí su ropa mojada en unabolsa de plástico de Lufthansa. Luego, de entrela ropa que me quedaba, elegí unos chinos decolor verde oliva y una camisa azul con botonesen el cuello. Como calzado, cogí unosmocasines de color marrón. De este modo,sentado en una cutre silla de plástico de lalavandería, perdí tontamente una parte delprecioso tiempo que me quedaba. Mi relojseñalaba las doce y diecisiete minutos.

Page 983: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

32. La sombra se encamina haciala muerte

EL FIN DEL MUNDO

Cuando abrí la puerta de la cabaña delguardián, éste se encontraba junto a la puertatrasera, cortando leña.

—Hoy va a caer una buena nevada, ¿eh? —comentó con el hacha en la mano—. Estamañana han muerto cuatro bestias. Y mañanamorirán muchas más. Este invierno esexcepcionalmente frío.

Me quité los guantes, me acerqué a laestufa y me calenté la punta de los dedos. Elguardián hizo un haz de leña menuda, lo arrojóal cuarto que le servía de almacén, cerró lapuerta y volvió a colgar el hacha en la pared.

Page 984: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Luego, vino a mi lado y se calentó los dedos,igual que yo.

—Parece que, en lo sucesivo, tendré quequemar los cadáveres de las bestias yo solo.Gracias a su ayuda, hasta ahora ha sido muycómodo, pero ¡en fin!, ¡qué le vamos a hacer!De hecho, éste es mi trabajo.

—¿La sombra está muy mal, entonces?—No está bien —dijo el guardián

negando con la cabeza—. No está nada bien.Hace tres días que no se levanta. La cuido tanbien como puedo, pero cuando a uno le llega suhora, no hay nada que hacer, ¿verdad?

—¿Puedo verla?—Claro. Pero no estés más de media

hora. Es que, dentro de media hora, tengo que ira quemar las bestias.

Asentí.El guardián cogió un manojo de llaves de

la pared y abrió la verja de hierro que conducíaa la plaza de las sombras. Luego la cruzó

Page 985: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

delante de mí, a paso rápido, abrió la puerta dela cabaña de la sombra y me hizo pasar. Elinterior de la cabaña estaba vacío, sin muebles;el suelo era de frío ladrillo. Por los resquiciosde la ventana entraba un gélido viento invernal yhacía muchísimo frío. Recordaba una cámarade hielo.

—No es culpa mía —se disculpó elguardián—. Yo no he encerrado a tu sombrapor gusto. Está establecido que las sombrasvivan aquí dentro. Son las reglas y yo tengo quecumplirlas. Y tu sombra ha tenido suerte. Enocasiones han estado encerradas aquí dos o tressombras a la vez.

De nada serviría lo que yo hubiese podidodecir, de modo que asentí en silencio. Me dijeque jamás hubiera debido abandonar a misombra en un lugar semejante.

—Tu sombra está ahí abajo —me dijo—.Ve. Abajo no hace tanto frío. Sólo que huele unpoco.

Page 986: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El guardián se dirigió a un rincón delcuarto y abrió una puerta corredera ennegrecidapor la humedad. Detrás no había escalera, sólouna sencilla escalerilla sujeta a la pared. Elguardián bajó primero y luego, con un gesto dela mano, me indicó que lo siguiera. Me sacudíla nieve adherida al abrigo y fui tras él.

En el sótano, un intenso hedor aexcrementos penetró en mi nariz. No habíaventana y el aire estaba estancado, sin salidaposible. El sótano tenía el tamaño de untrastero y la cama ocupaba una tercera parte delcuartucho. Mi sombra, enflaquecida enextremo, yacía sobre la cama, vuelta hacia lapuerta. Debajo de la cama asomaba un orinal deloza. Había una vieja mesa medio rota y,encima, ardía una vieja vela: ésa era la única luzy toda la calefacción del cuarto. El suelo era detierra batida, y el aire, tan frío que calaba hastalos huesos. La sombra, con la manta subidahasta las orejas, alzó hacia mí unos ojos

Page 987: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

inmóviles y faltos de vida. Tal como me habíadicho el anciano, no parecía que fuera a durarmucho.

—Me voy —dijo el guardián como si nopudiera soportar más aquel hedor—. Hablad losdos. Hablad de lo que queráis. A tu sombra yano le quedan fuerzas para pegarse a ti.

Cuando el guardián desapareció, lasombra, tras aguardar unos instantes, me hizouna señal con la mano para que me acercara a lacabecera de la cama.

—¿Te importaría subir y comprobar si elguardián está escuchando detrás de la puerta?—me pidió en voz baja.

Asentí, subí la escalerilla sin hacer ruido,abrí la puerta, miré hacia fuera y, trascomprobar que no había nadie en la planta baja,regresé al sótano.

—No hay nadie —le aseguré.—Tengo algo que decirte —dijo la

sombra—. No estoy tan mal como parece.

Page 988: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Hago comedia para engañar al guardián. Escierto que estoy mucho más débil que antes,pero lo de vomitar y no levantarme de la camaes puro teatro. Aún puedo levantarme y andarsin problemas.

—¿Lo haces para escapar?—¡Pues claro! Si no fuera por eso, no me

tomaría tantas molestias, te lo aseguro. Así heganado tres días. Pero ahora tengo que escaparpronto. Porque dentro de otros tres días quizáya no pueda levantarme de verdad. El aire deeste sótano tiene un efecto pernicioso para elcuerpo. Es frío como el hielo, penetra en loshuesos. Por cierto, ¿qué tiempo hace fuera?

—Nieva —dije con las manos aún en losbolsillos—, Y al llegar la noche empeorará. Elfrío va a ser mucho más intenso.

—Si nieva, morirán muchas bestias —dijola sombra—. Y si mueren muchas bestias, elguardián tendrá más trabajo. Nosotrospodremos escapar mientras él está en el

Page 989: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

manzanar quemando a las bestias. Tú cogerás elmanojo de llaves, abrirás la verja de hierro yhuiremos los dos.

—¿Por la Puerta del Oeste?—No, por esa puerta es imposible. Está

cerrada, muy vigilada, y aunque lo lográsemos,el guardián nos atraparía enseguida. Por lamuralla es imposible. La muralla sólo puedensobrevolarla los pájaros.

—¿Por dónde huiremos entonces?—Eso déjamelo a mí. He madurado el

plan hasta el último detalle. He ido reuniendomucha información sobre la ciudad, ¿sabes? Tumapa casi lo he desgastado de tanto mirarlo yel guardián me ha contado un montón de cosas.Como pensaba que ya no podría huir, ha tenidola amabilidad de explicarme muchas cosas.Todo gracias a ti, que conseguiste que elhombre bajara la guardia. En fin, que alprincipio tardé más tiempo del que pensaba,pero ahora los planes van viento en popa. Tal

Page 990: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como ha dicho el guardián, a mí ya no mequedan fuerzas para pegarme a ti, pero, si logroescapar, me recuperaré y, entonces, podremosvolver a ser uno. Yo me libraré de morir aquí ytú recuperarás los recuerdos y volverás a ser elque eras originariamente.

Me quedé mirando fijamente la llama de lavela, sin decir nada.

—¿Qué diablos te pasa? —preguntó lasombra.

—El que era originariamente... ¿Y cómodebía de ser yo?

—¡Eh! ¡Alto ahí! ¿No me digas que estásdudando? —se estremeció la sombra.

Sí, estoy dudando. Realmente estoydudando —reconocí—. Ante todo, no recuerdomi yo de antes. ¿Valdrá la pena volver a aquelmundo? ¿Valdrá la pena volver a ser yo mismo?

La sombra se dispuso a decir algo, pero lafrené levantando la mano.

—Espera un momento. Déjame acabar. He

Page 991: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

olvidado por completo quién era antes, peroahora empiezo a sentir apego por esta ciudad.Me siento atraído por la chica que he conocidoen la biblioteca, el coronel también es buenapersona. Me gusta contemplar a las bestias. Elinvierno es muy duro, pero en las demásestaciones el paisaje es muy hermoso. Aquínadie hiere a los demás, nadie lucha. La vida essencilla pero satisfactoria, y hay igualdad entrelos seres humanos. Nadie habla mal delprójimo, nadie pretende arrebatar nada a nadie.Se trabaja, pero todo el mundo disfrutahaciéndolo. Además, se trabaja por el placer detrabajar, es un trabajo puro: nadie se veobligado a trabajar, nadie trabaja a desgana.Nadie envidia a nadie. Nadie se queja, nadiesufre.

—No existe el dinero, la fortuna ni lajerarquía. No hay pleitos ni hospitales —añadióla sombra—. No existe la vejez ni el temor a lamuerte. ¿Cierto?

Page 992: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Asentí.—¿Qué te parece? —le interpelé—, ¿Qué

motivos podría encontrar yo para abandonar laciudad?

—Lo que dices —repuso la sombrasacando la mano de debajo de la manta yfrotándose los labios resecos— parece tenersu lógica. Si existe realmente este mundo, aquíhas hallado la auténtica utopía. No tengo nadaque oponer. Haz lo que te parezca. Yo meresignaré y moriré aquí. Pero estás pasando poralto varias cosas. Y son cosas muy importantes.—La sombra empezó a toser. Esperé ensilencio a que remitiera el acceso de tos—. Laúltima vez que nos vimos, te dije que estaciudad es antinatural y errónea. A fuerza de serantinatural y errónea, es completa. Tú acabas dehablar de su perfección y completitud. Por esoyo voy a hablarte ahora de su antinaturalidad ydel error en que se funda. Escúchame bien. Enprimer lugar, la proposición principal es que,

Page 993: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en este mundo, la perfección no existe. Ya te lodije. Es como una máquina de movimientocontinuo, que, por principio, no puede existir.La entropía siempre aumenta. ¿Cómo diablos laelimina esta ciudad? Es cierto que aquí lagente, a excepción del guardián, no hiere a losdemás, no siente odio, no alberga deseos.Todos están satisfechos, viven en paz. ¿Y a quécrees que se debe? Pues a que no poseencorazón.

—Eso ya lo sé —dije.—La perfección de esta ciudad se

fundamenta en la pérdida del corazón. Medianteesta pérdida, quedan enmarcados en un tiempoque va expandiendo la existencia de cada uno deellos hasta la eternidad. Por eso nadieenvejece, nadie muere. Primero, se arranca deun tirón la sombra, la madre del yo, y se esperaa que muera. Con la muerte de la sombra, seelimina el escollo principal. Después, serásuficiente con vaciar las pequeñas burbujas que

Page 994: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

brotan del corazón, día tras día.—¿Vaciar?—Luego te hablaré de eso. Primero,

hablemos del corazón. Me has dicho que enesta ciudad no hay luchas, odio ni deseos. Eso,en sí mismo, es maravilloso. Tanto que, situviera fuerzas, aplaudiría. Pero piensa que elhecho de que no existan luchas, odio ni deseossignifica que tampoco existen las cosasopuestas. Es decir, la alegría, la paz de espíritu,el amor. Porque es de la desesperanza, deldesengaño y de la tristeza de donde nace laalegría y, sin ellas, ésta no podría existir. Esimposible encontrar una paz de espíritu sindesesperación. Ésta es la «naturalidad» a la queme refería. Y luego está el amor, por supuesto.Lo mismo sucede con la chica de la bibliotecade la que hablas. Tú tal vez la quieras, pero tussentimientos no conducen a ninguna parte.Porque ella no tiene corazón. Y un ser humanosin corazón no es más que un fantasma andante.

Page 995: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Dime, ¿qué sentido tiene conseguir algo así?¿Deseas para ti esta vida eterna? ¿Quieresconvertirte, también tú, en un fantasma similar?Si yo muero aquí, tú pasarás a ser uno de ellosy ya jamás podrás abandonar la ciudad.

Un silencio opresivo y gélido cayó sobreel sótano. La sombra volvió a toser variasveces.

—Pero es que yo no puedo dejarla aquí.Sea ella lo que sea, yo la amo, la necesito. Unono puede engañar a su corazón. Y si yo ahorahuyo, seguro que más tarde me arrepentiré.Piensa que, una vez salga de aquí, ya no podrévolver.

—¡Uf! —dijo la sombra sentándose en ellecho y recostándose en la pared—. Cuesta losuyo convencerte. Nos conocemos desde hacetiempo y ya sé lo tozudo que eres, perovenirme con discusiones tan retorcidas en unasituación límite como ésta pasa de castañooscuro. ¿Qué diablos quieres hacer? Si estás

Page 996: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pensando en huir los tres juntos, tú, esa chica yyo, olvídalo. Una persona sin sombra no puedevivir fuera de la ciudad.

—Eso ya lo sé —dije—. Lo que queríadecir es que huyeras tú solo. Yo te ayudaré.

—En fin, está claro que aún no loentiendes —dijo la sombra todavía con lacabeza recostada en la pared—. Si yo huyerasolo y tú te quedaras, te encontrarías en unasituación desesperada. Esto el guardián me loha explicado muy bien. Las sombras, todas lassombras, deben morir aquí. Las sombras quehan salido de aquí tienen que volver a la ciudada morir. Las sombras que no mueren aquí,aunque mueran, dejan tras de sí una muerteimperfecta. Es decir, que tú tendrías que vivireternamente con corazón. Y, además, dentrodel bosque. Porque allí viven las personas cuyasombra no ha tenido una muerte válida. Túserías expulsado de la ciudad y tendrías quevagar eternamente por el bosque, perdido en tus

Page 997: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pensamientos. Y ya conoces el bosque,¿verdad?

Asentí.—Sin embargo, a ella no podrías llevártela

al bosque —prosiguió la sombra—. Porque ellaes un ser «perfecto». Es decir, que no tienecorazón. Y las personas perfectas viven en laciudad. No pueden vivir en el bosque. Vamos,que te quedarías completamente solo.¿Comprendes por qué no tiene ningún sentidoquedarse aquí?

—¿Y adonde va a parar el corazón de lagente?

—¡Pero si tú eres el lector de sueños! —exclamó la sombra con estupor—. ¿Cómopuedes ignorarlo?

—La verdad, no lo sé.—Te lo explicaré. Los corazones son

transportados al exterior por las bestias. A esose le llama «vaciar». Las bestias absorben elcorazón de las personas, lo recogen y lo llevan

Page 998: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

al mundo de fuera. Y cuando llega el inviernomueren, una tras otra, con todos los egosacumulados en su interior. No las mata el fríodel invierno ni la falta de alimentos. Las matael opresivo peso de los egos de la ciudad. Y, alllegar la primavera, nacen las crías. Nacentantas crías como bestias han muerto. Y a suvez, al crecer, estas crías cargarán con el egoexpulsado de los seres humanos y morirán.Este es el precio de la perfección. ¿Quésentido tiene una perfección como ésta? Unaperfección que se perpetúa a sí mismahaciendo cargar al más débil, al más impotente,con todo.

Yo contemplaba la punta de mis zapatossin decir nada.

—Cuando las bestias mueren, el guardiánlas decapita —prosiguió la sombra—. Porqueen el interior de los cráneos están hondamentegrabados los egos de las personas. Los cráneosse limpian y se entierran durante un año y,

Page 999: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuando sus fuerzas se han aplacado, se colocanen un estante de la biblioteca. Después, graciasa la labor del lector de sueños, se esfuman enel aire. El lector de sueños (es decir, tú) es unapersona recién llegada a la ciudad a la quetodavía no se le ha muerto la sombra. Los egosleídos por el lector de sueños son absorbidospor el aire y desaparecen no se sabe dónde. Esoson los «viejos sueños». En resumen, que túcumples la función de una especie de toma detierra. ¿Entiendes a lo que me refiero?

—Sí —dije.—Cuando la sombra muere, el lector de

sueños deja de serlo y se integra en la ciudad.De esta forma, la ciudad va girandoeternamente alrededor del círculo de laperfección. Se obliga a los seres imperfectos acargar con la parte imperfecta, se vivesorbiendo sólo la parte decantada del líquido.¿Crees que esto es correcto? ¿Es éste unmundo real? ¿Deben ser así las cosas? Intenta

Page 1000: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

considerarlo todo desde el punto de vista deldébil, del imperfecto. Desde el punto de vistade las bestias, de las sombras y de loshabitantes del bosque.

Permanecí con la vista clavada en la llamade la vela hasta que me dolieron los ojos.Entonces me quité las gafas y me enjugué laslágrimas con el dorso de la mano.

—Vendré mañana a las tres —dije—.Tienes razón. Este no es el lugar donde deboestar.

Page 1001: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

33. Colada en día lluvioso. Cochede alquiler. Bob Dylan

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Como era un domingo lluvioso, las cuatrosecadoras de la lavandería de autoservicioestaban ocupadas. De cada uno de los tiradorescolgaba una bolsa de plástico de colores o unabolsa de la compra. Había tres mujeres. Un amade casa, que calculé que tenía entre treinta ycinco y cuarenta años, y dos chicas queparecían huéspedes de la residencia paraestudiantes universitarias que había en elbarrio. El ama de casa, sentada en una silla deplástico con los brazos cruzados, se limitaba amirar fijamente cómo giraba el bombo de la

Page 1002: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

secadora igual que si estuviera viendo latelevisión. Las dos chicas, la una junto a la otra,hojeaban un ejemplar de la revista JJ. Cuandoentré, me observaron durante un rato condisimulo, pero luego volvieron a dirigir la vistaa su colada y a su revista.

Me senté en una silla con la bolsa deLufthansa sobre las rodillas, esperando a quellegara mi turno. El hecho de que las dosestudiantes no llevaran ningún paquete indicabaque su colada ya debía de estar dentro de lasecadora. Por lo tanto, en cuanto quedara libreuna de las cuatro máquinas, me tocaría a mí.Con cierto alivio, me dije que no tardaríademasiado. La simple idea de permaneceralrededor de una hora mirando cómo la ropadaba vueltas me deprimía. Me quedaban yamenos de veinticuatro horas.

Allí sentado, me relajé y mi mirada seperdió en algún punto del espacio. En lalavandería flotaba un olor peculiar, mezcla del

Page 1003: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

olor característico de la ropa al secarse juntocon el del detergente. A mi lado, las dos chicashablaban sobre dibujos de jerséis. Ninguna delas dos era particularmente guapa, pero ya sesabe que las chicas sofisticadas no se pasan latarde del domingo leyendo revistas en lalavandería.

Contrariamente a lo que había supuesto,las secadoras tardaban mucho en detenerse.Sobre las lavanderías corren máximas y una deellas reza así: «La secadora que esperas tardamedia vida en detenerse». Aunque parezca quela ropa está completamente seca, el tamborsigue dando vueltas y más vueltas.

A los quince minutos, ninguna secadora sehabía detenido. Mientras tanto, una mujerjoven, esbelta y bien vestida entró con una granbolsa de papel en la mano, se dirigió hacia unalavadora, arrojó en su interior una brazada depañales de bebé, abrió una bolsita dedetergente, lo espolvoreó sobre la ropa, cerró

Page 1004: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la tapa e introdujo una moneda en la máquina.Me apetecía cerrar los ojos y echar una

cabezada, pero me lo impidió el temor a que,durante mi sueño, dejara de girar un tambor yalguien aprovechara el momento para meter suropa antes que yo. Porque eso representaríaotra pérdida de tiempo.

Me arrepentía de no haber traído unarevista. Leyendo, me habría espabilado y,además, el tiempo habría transcurrido másdeprisa. Aunque no estaba seguro de que, enaquellos instantes, conseguir que el tiempopasara volando fuera lo correcto. Más bienhabría debido intentar que el tiempo pasara lomás lentamente posible. Con todo, ¿quésentido tendría un tiempo que transcurrieradespacio en una lavandería? ¿No representabaaquello aumentar la pérdida de tiempo?

Al pensar en el tiempo, me dolió lacabeza. La existencia del tiempo es algodemasiado conceptual. Sin embargo, nosotros

Page 1005: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vamos incluyendo una sustancia tras otra dentrode esa temporalidad hasta que dejamos de sabersi las cosas que se derivan de ella son atributosdel tiempo o atributos de la sustancia.

Dejé de pensar en el tiempo y empecé adar vueltas a la idea de lo que podía hacer alsalir de la lavandería. Lo primero, comprarmealgo de ropa. Ropa elegante. Como no habíatiempo para que me ajustaran el bajo de lospantalones, descarté el traje de tweed por elque había suspirado cuando estuve en elsubterráneo. Era una lástima, pero tendría queresignarme. En fin, me conformaría conaquellos pantalones chinos y me compraría unblazer, una camisa y una corbata. Y unimpermeable. Con aquello ya podría entrar encualquier restaurante. Para comprarlo todonecesitaría alrededor de una hora y media.Posiblemente, antes de las tres ya habríaterminado mis compras. Desde entonces hastala hora de la cita, a las seis y diez, quedaba un

Page 1006: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vacío de tres horas.Intenté reflexionar sobre el modo en que

emplearía esas tres horas, pero no se meocurrió nada interesante, El sueño y elcansancio me impedían pensar con claridad.Además, me lo imposibilitaban en lo másprofundo de mi cabeza, allá donde mis manosno podían llegar.

Mientras intentaba desembrollar poco apoco mis ideas, se detuvo el tambor de laprimera secadora de la derecha. Trascerciorarme de que no era una ilusión, miré ami alrededor. El ama de casa y las estudiantesle echaron una ojeada rápida, pero ninguna deellas se levantó de la silla. Entonces yo,siguiendo una norma de la lavandería, abrí lapuerta de la secadora, saqué la ropa tibia quehabía en el fondo del tambor, la metí en labolsa de la compra que colgaba del tirador, abrími bolsa de Lufthansa y metí la ropa en lasecadora. Cerré la puerta, introduje una moneda

Page 1007: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y, tras comprobar que el tambor empezaba agirar, volví a mi asiento. El reloj señalaba lasdoce y cincuenta minutos.

El ama de casa y las estudiantes espiabancada uno de mis movimientos. Echaban unaojeada al tambor donde había metido la coladay luego dirigían otra, a hurtadillas, a mi rostro.Yo también alcé los ojos y miré hacia eltambor donde estaba mi ropa. El problemaradicaba, primero, en que había metido pocasprendas y, segundo, en que todas eran ropa ylencería femeninas y, encima, de color rosa.Llamaban mucho la atención. Fastidiado,colgué la bolsa de Lufthansa en el tirador de lasecadora y decidí pasar en alguna otra parte losveinte minutos que faltaban para que la ropa sesecara.

La fina lluvia seguía cayendo exactamenteigual que por la mañana, como si con ellopretendiera sugerirle algo al mundo. Abrí elparaguas y di vueltas por el barrio. Tras cruzar

Page 1008: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la tranquila zona residencial, se salía a una calledonde se sucedían las tiendas. Había unapeluquería, una panadería, una tienda de surf —no tenía la menor idea de por qué habría unatienda de surf en Setagaya—, un estanco, unapastelería occidental, una tienda de alquiler devídeos, una lavandería. En la puerta de lalavandería había un letrero donde ponía: «10%DE DESCUENTO IOS DÍAS DE LLUVIA».Por más vueltas que le di, no entendí por quéresultaba más barato lavar la ropa en los díaslluviosos. En la lavandería estaba el dueño, unhombre calvo con cara de pocos amigos,planchando una camisa. Del techo colgaban,como gruesas lianas, varios cables eléctricos.Era una lavandería de los antiguos tiempos,donde el dueño planchaba las camisas. Sin más,sentí un ramalazo de simpatía por aquelhombre. Quizá en lavanderías como aquélla nocosían el ticket de identificación con una grapaen el puño. Yo odiaba tanto aquello que jamás

Page 1009: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

llevaba las camisas a la tintorería.Fuera, a la entrada de la tienda, había una

especie de banqueta, y encima de ésta sealineaban varias macetas. Me las quedécontemplando unos instantes, pero no conocíael nombre de ninguna de las flores. ¿Cómo esque no sabía ni uno? Ni siquiera yo me loexplicaba. Eran, a todas luces, plantas normalesy corrientes, y me dio la impresión de quecualquier persona habría sabido cómo sellamaban todas sin excepción. Las gotas deagua que caían del tejado golpeaban la tierranegra del interior de las macetas. Mientrastenía la vista clavada en ellas, me asaltó ladesesperación. Había vivido treinta y cincoaños en este mundo y ni siquiera sabía cómo sellamaban las flores más comunes.

Una sola lavandería me había hechodescubrir muchas cosas. Una de ellas era miignorancia acerca del nombre de las flores, otraque los días de lluvia la lavandería era más

Page 1010: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

barata. Aunque pasaba por esa calle casi adiario, ni siquiera me había dado cuenta de queallí había una banqueta.

Vi un caracol que se deslizaba por lasuperficie de la banqueta, lo cual fue un nuevodescubrimiento. Hasta ese instante había estadoconvencido de que los caracoles sólo aparecíandurante la época de las lluvias. Claro que,pensándolo bien, si sólo salían en la época delas lluvias, ¿dónde se metían y qué hacían en lasdemás estaciones del año?

Cogí ese caracol que había salido enoctubre y lo puse en una de las plantas, encimade una hoja verde. El caracol permaneció unosinstantes temblando sobre la hoja, pero prontose estabilizó, en una posición inclinada, y miróa su alrededor.

Retrocedí sobre mis pasos hasta elestanco y compré una cajetilla de Lark largo yun encendedor. Hacía cinco años que habíadejado de fumar, pero no iba a hacerme ningún

Page 1011: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

daño fumarme un paquete la víspera del fin delmundo. Bajo el mismo alero del estanco, mepuse un cigarrillo entre los labios y le prendífuego con el encendedor. El roce en mis labiosdel primer cigarrillo que fumaba después detanto tiempo me pareció más extraño de lo quehabía imaginado. Aspiré lentamente, exhalédespacio una bocanada de humo. Las yemas demis dedos estaban entumecidas, mi menteconfusa.

Después fui hasta la pastelería occidentaly compré cuatro pastelillos. Los cuatro teníanun largo nombre francés: tan pronto como melos metieron en la caja, me olvidé de susnombres. El francés lo había perdido porcompleto en cuanto salí de la universidad. Ladependienta de la pastelería era una chica altacomo un pino, tremendamente torpe haciendolazos. Nunca he visto a una chica alta que tengabuenas manos. Claro que no sé si esta teoría esválida para el mundo entero. Tal vez se limite a

Page 1012: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los encuentros que me ha deparado el destino.Al lado estaba la tienda de alquiler de

vídeos de la que era cliente. Los dueños teníanla misma edad que yo, y ella era muy guapa. Enla pantalla del televisor de veintisiete pulgadascolocado a la entrada de la tienda ponían Elluchador, de Walter Hill. Es la película en queCharles Bronson hace de boxeador bareknuckle y James Coburn interpreta el papel desu mánager. Entré en la tienda, me senté en elsofá y me quedé mirando algunas escenas de lapelícula para matar el tiempo.

Detrás del mostrador del fondo, la dueñaparecía aburrida, así que le ofrecí un pastelillo.Ella eligió una tartaleta de pera, yo una moussede queso. Mientras me comía mi mousse,contemplé la escena en la que Charles Bronsonpelea con el hombretón calvo. La mayoría delos espectadores estaban convencidos de queganaría el hombretón, pero yo había visto lapelícula años atrás y estaba seguro de que iba a

Page 1013: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ganar Charles Bronson. Cuando me acabé elpastelillo de mousse de limón, encendí uncigarrillo, me fumé medio y, tras comprobarque Charles Bronson dejaba K.O. a suadversario, me levanté del sofá.

—Quédate un rato más —me pidió ladueña.

Le dije que me habría gustado quedarme,pero que tenía la ropa en la secadora de lalavandería. Al echar un vistazo a mi reloj, vi queera ya la una y veinte minutos. La secadoradebía de haberse detenido hacía rato.

—¡Oh, no! —exclamé.—No te preocupes. Seguro que alguien te

ha sacado la ropa de la secadora y te la hametido en la bolsa. A nadie le interesa robartetu ropa interior.

—Es verdad —dije con voz desfallecida.—La semana que viene llegan tres

películas antiguas de Hitchcock.

Page 1014: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Salí de la tienda de alquiler de vídeos yvolví a la lavandería por el mismo camino. Porfortuna, el local estaba vacío y la ropa que habíametido en la secadora yacía en el fondo deltambor esperando pacientemente mi regreso.De las cuatro secadoras, sólo una estaba enmarcha. Embutí la ropa en la bolsa y volví a miapartamento.

La joven gorda estaba durmiendo en lacama. Dormía tan profundamente que alprincipio pensé que estaba muerta, pero alacercar el oído percibí la ligera respiración delsueño. Saqué la ropa seca de la bolsa, ladeposité sobre la almohada y dejé la caja depastelillos en la mesilla, al lado de la lámpara.Me habría encantado deslizarme entre lassábanas, a su lado, y dormir, pero no podía.

Fui a la cocina, me bebí un vaso de agua,me acordé de pronto de orinar y oriné; luegome senté en una silla y eché un vistazo a mialrededor. En la cocina se alineaban los grifos,

Page 1015: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el calentador de gas, el extractor de aire, elhorno de gas, ollas y cazuelas de diversostamaños, la tetera, el refrigerador, la tostadora,la alacena, el juego de cuchillos, una latagrande de té Brooke Bond, la olla eléctrica, lacafetera. Lo que, en una palabra, se denominaba«cocina» se componía, en realidad, de aparatosy objetos de diferentes tipos. Al contemplar denuevo mi cocina con calma, percibí la quietud,compleja y extraña, propia del orden queconformaba el mundo.

Cuando me había mudado a aquel piso, miesposa aún estaba conmigo. Ya habíantranscurrido ocho años desde que me mudé, yyo solía sentarme en aquella mesa por lasnoches a leer. Como mi mujer tenía un sueñomuy apacible, a veces me asustaba pensandoque podía estar muerta. Yo, a mi manera, y porimperfecto que fuese como ser humano, laamaba.

Sí, pensé, ya hacía ocho años que vivía en

Page 1016: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aquel piso. Ocho años atrás, vivía allí con mimujer y mi gato. La primera en marcharse fuemi esposa, luego se fue el gato. Y ahora memarcharía yo. Utilizando como cenicero unavieja taza de café que se había quedado sinplato, fumé un pitillo y volví a beber agua. ¿Porqué había permanecido ocho años en un lugarcomo aquél? A mí mismo me parecía extraño.No me gustaba especialmente vivir allí, elalquiler no era barato. El sol de la tarde le dabade lleno, el portero era antipático. Mi vida nohabía sido más feliz desde que me habíamudado allí. El descenso de la población habíasido demasiado drástico.

Pero, fuera como fuese, todas las cosas yaestaban anunciando el fin.

La vida eterna, pensé. La inmortalidad.El profesor me había dicho que me

encaminaba hacia el mundo de la inmortalidad.Que el fin del mundo no era la muerte, sino unatransformación, que allí podría ser yo mismo,

Page 1017: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que podría recuperar todas las cosas que habíaperdido en el pasado, las que estaba perdiendoahora.

Tal vez fuera así. No, seguro que sería así.Aquel anciano lo sabía todo. Y si él decía queaquel mundo era el mundo de la inmortalidad,podías apostar a que era el mundo de lainmortalidad. No obstante, ni una sola de laspalabras del profesor lograban despertar ecoalguno en mi corazón. Eran demasiadoabstractas, demasiado ambiguas. Tenía lasensación de que, ya en aquellos instantes, yoera suficientemente yo mismo, y el modo enque un ser inmortal debía contemplar su propiainmortalidad trascendía ampliamente losestrechos límites de mi imaginación. Y a todoesto debían sumársele los unicornios y lamuralla. Me daba la impresión de que El magode Oz era más realista.

«¿Y qué he perdido yo?», me pregunté,rascándome la cabeza. Sin duda alguna, había

Page 1018: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

perdido muchas cosas. Si las hubiera apuntadotodas en una libreta, posiblemente habríallenado un cuaderno entero de la universidad.Había sufrido mucho la pérdida de alguna deellas a pesar de que, en el momento en que lasperdí, creí que no importaba demasiado, perocon otras me había sucedido lo contrario.Había ido perdiendo diversas cosas, diversaspersonas, diversos sentimientos. En el bolsillode un abrigo que simbolizara mi existencia, sehabría abierto un agujero fatal que ningún hiloni aguja podrían coser. En este sentido, sialguien hubiera abierto la ventana de mi piso, sehubiese asomado dentro y me hubiese gritado:«¡Tu vida es un completo cero!», yo no habríatenido ningún argumento en contra queesgrimir.

Sin embargo, si hubiera podido volveratrás, me daba la sensación de que habríareproducido una vida idéntica a la que habíallevado. Porque ésta —esta vida llena de

Page 1019: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pérdidas— era yo. Era el único camino quetenía yo de ser yo mismo. Por más personasque me hubiesen abandonado a mí, por máspersonas a las que hubiese abandonado yo, pormás bellos sentimientos, magníficas cualidadesy sueños que hubiese perdido, yo únicamentepodía ser yo.

En el pasado, cuando era más joven, creíaque podía llegar a ser algo distinto de mímismo. Incluso creía que podía abrir un bar enCasablanca y conocer a Ingrid Bergman. Otambién, de manera más realista —y dejando delado si realmente era más realista o no—, creíaque podía llevar una vida provechosa más deacuerdo con mi propia personalidad. Paraconseguirlo, incluso me había impuesto unadisciplina. Había leído The Greening ofAmerica, había visto tres veces Easy Rider.Pero, a pesar de ello, siempre acababavolviendo al mismo sitio, como una barca conel timón curvado. Era mi yo. Mi yo no iba a

Page 1020: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ninguna parte. Mi yo estaba aquí, esperando aque yo volviera.

¿Tenía que llamar a esto desesperanza?No lo sabía. Tal vez fuese desesperanza.

Turguéniev quizá lo llamaría desencanto.Dostoievski, tal vez infierno. SomersetMaugham tal vez lo llamase realidad. Pero lollamaran como lo llamasen, eso era yo.

No podía imaginar el mundo de lainmortalidad. Quizá allí podría recuperar lascosas que había perdido y crear un nuevo yo.Quizá habría quien me aplaudiera, quien mefelicitase. Y quizá yo fuera feliz, y consiguieseuna vida provechosa más acorde con mipersonalidad. De todas formas, sería otro yo,un yo que no tendría nada que ver conmigo. Miyo de ahora contenía mi propio ego. Era unhecho histórico, algo que nadie podía cambiar.

Tras reflexionar un rato sobre ello, lleguéa la conclusión de que lo más razonable erapensar que moriría pasadas poco más de

Page 1021: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

veintidós horas. La idea de que iba atrasladarme al mundo de la inmortalidad merecordaba Las enseñanzas de don Juan, y meinquietaba.

Yo iba a morir, concluí arbitrariamente.Pensar así casaba mejor con mi manera de ser.Esa idea me produjo cierto alivio.

Apagué el cigarrillo, me dirigí aldormitorio y, tras contemplar por unosinstantes el rostro de la joven dormida,comprobé si llevaba todo lo necesario en elbolsillo de los pantalones. Claro que,pensándolo bien, pocas cosas necesitaba. ¿Quéme hacía falta, aparte de la cartera y de latarjeta de crédito? La llave de mi piso ya noservía, la licencia de calculador tampoco. Laagenda no iba a usarla nunca más y, como habíaabandonado mi coche, tampoco necesitaba lasllaves. Ni la navaja. La calderilla de nadaserviría. Vacié encima de la mesa todo eldinero suelto que llevaba en los bolsillos.

Page 1022: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Primero me dirigí a Ginza en tren, mecompré una camisa, una corbata y un blazer enPaul Stuart y pagué la cuenta con la AmericanExpress. Me planté ante el espejo con la ropapuesta: no ofrecía una mala imagen. Mepreocupaba un poco que la raya de lospantalones chinos color verde oliva empezara aborrarse, pero no todo puede ser perfecto. Lacombinación del blazer de franela azul marinocon la camisa de color naranja oscuro me dabaun aire de joven y prometedor ejecutivo de unaempresa de publicidad. Al menos nadie habríadicho que hacía un rato me arrastraba por unsubterráneo y que dentro de veintidós horasdesaparecería de este mundo.

Al mirar mi silueta erguida en el espejo,me di cuenta de que la manga izquierda delblazer era aproximadamente un centímetro ymedio más corta que la derecha. Para serprecisos, no es que la manga fuese más corta,sino que mi brazo izquierdo era más largo. No

Page 1023: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

entendía qué había pasado. Soy diestro y norecordaba haber sometido el brazo izquierdo aningún esfuerzo en particular. El dependienteme dijo que podrían arreglarme la manga en unpar de días, pero yo decliné su ofrecimiento.

—¿Juega usted al béisbol? —me preguntódevolviéndome el resguardo de la compra,efectuada con la tarjeta de crédito.

Le contesté que no.—Es que la mayoría de los deportes

deforman el cuerpo —añadió el dependiente—.Para que la ropa nos siente bien, hay que evitarexcederse en el deporte y comer y beber conmoderación.

Le di las gracias y salí de la tienda. Elmundo estaba lleno de máximas. Descubríacosas nuevas, literalmente, a cada paso quedaba.

Aún llovía, pero ya estaba harto decompras. Así pues, tras renunciar a buscar unimpermeable, entré en una cervecería y pedí

Page 1024: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una cerveza a presión y ostras vivas. En lacervecería, por una razón u otra, sonaba unasinfonía de Bruckner. No sabía qué número era,pero lo cierto es que nadie sabe los númerosde las sinfonías de Bruckner. En todo caso, erala primera vez que escuchaba música deBruckner en una cervecería.

Había dos mesas ocupadas, aparte de lamía. En una había una pareja joven; en la otra,un anciano de escasa estatura con sombrero. Elanciano, sin descubrirse, se tomaba su cervezaa pequeños sorbos, y la pareja joven hablaba envoz baja sin tocar apenas la cerveza. Elambiente habitual de una cervecería una tardelluviosa de domingo.

Mientras escuchaba la música deBruckner, exprimí limón sobre las cincoostras, me las fui comiendo en el sentido de lasagujas del reloj y me acabé una jarra de tamañomediano de cerveza. Las agujas del enormereloj de la cervecería marcaban las tres menos

Page 1025: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cinco minutos. Bajo la esfera había dos leones,frente a frente, rodeando el muelle real delreloj con sus cuerpos retorcidos. Los dos eranmachos y tenían la cola doblada como si fuerael gancho de una percha. Pronto acabó la largasinfonía de Bruckner y la sustituyó el Bolerode Ravel. Una curiosa combinación.

Tras pedir una segunda cerveza, fui allavabo y oriné otra vez. Por más tiempo quetranscurría, el chorro de orina no cesaba. Ni yomismo entendía por qué brotaba tanto líquido,pero como no tenía nada urgente que hacer,continué orinando con calma. Creo que lamicción se prolongó alrededor de dos minutos.Mientras, a mis espaldas, sonaba el Bolero deRavel. Lo de orinar escuchando el Bolero deRavel fue algo chocante. Acabé teniendo lasensación de que el chorro de orina seguiríamanando por toda la eternidad.

Al concluir aquella larga micción, mesentí un hombre nuevo. Me lavé las manos y,

Page 1026: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tras mirar mi rostro reflejado en un espejodeformado, volví a la mesa y tomé unos tragosde cerveza. Me apetecía fumar, pero caí en lacuenta de que me había olvidado la cajetilla deLark en la cocina de casa, así que llamé alcamarero, le pedí un paquete de Seven Star yuna caja de cerillas.

Parecía que las horas se hubiesen detenidoen aquella cervecería desierta, pero la verdadera que el tiempo proseguía lentamente sucurso. Los leones habían recorrido cada unociento ochenta grados, las agujas habíanavanzado hasta señalar las tres y diez. Con uncodo hincado en la mesa, seguí bebiendocerveza y me fumé un Seven Star con los ojosclavados en el reloj. Contemplar las agujas delreloj era la manera más absurda de pasar eltiempo, pero no se me ocurría nada mejor quehacer. La mayoría de las acciones humanas sebasan en el presupuesto de que después vas aseguir viviendo, y si te quitan esta premisa,

Page 1027: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

apenas te queda nada. Me saqué la cartera delbolsillo y examiné todo lo que llevaba en suinterior. Cinco billetes de diez mil yenes,varios billetes de mil. En otro compartimentollevaba veinte billetes de diez mil sujetos conun clip. Aparte de dinero en efectivo, llevabalas tarjetas American Express y Visa. Y dostarjetas para poder sacar dinero del banco. Partíestas dos últimas en cuatro trozos y los tiré enel cenicero. Ya no podría utilizarlas más.Idéntica suerte corrieron dos carnés, el desocio de la piscina cubierta y el de la tienda dealquiler de vídeos, y los puntos que me daban alcomprar café en grano. Me guardé el permisode conducir y tiré dos tarjetas de visita viejas.El cenicero quedó lleno de restos de mi vida.Al final, sólo conservé el dinero en efectivo,las tarjetas de crédito y el permiso de conducir.

Cuando las agujas del reloj alcanzaron lastres y media, me levanté del asiento, pagué lacuenta y salí. Mientras me acababa la cerveza,

Page 1028: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

había cesado casi por completo de llover, demodo que dejé el paraguas en el paragüero. Noera mal presagio. El tiempo mejoraba y yosentía cómo mi cuerpo se aligeraba cada vezmás.

Al dejar el paraguas atrás, me sentírenacer. De pronto me entraron ganas detrasladarme a otro sitio. Lo ideal sería un lugarlleno de gente. Tras permanecer un ratocontemplando la hilera de pantallas detelevisión del edificio de Sony junto a un grupode turistas árabes, bajé a la estación de metro ycompré un billete hasta Shinjuku, por la líneaMarunouchi. Debí de quedarme dormido nadamás sentarme, porque me desperté de golpe enShinjuku.

Al pasar por la garita de revisión debilletes, me acordé de repente de que el cráneoy los datos del shuffling seguían en la consignade la estación. Ya no los necesitaba, y tampocollevaba el resguardo, pero como no tenía nada

Page 1029: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mejor que hacer, decidí ir a recogerlos. Subí laescalera, me dirigí a la ventanilla de la consignay dije que había perdido el resguardo.

—¿Lo ha buscado bien? —me preguntó elencargado.

Le dije que sí.—¿De qué objeto se trata?—De una bolsa de deporte azul de la

marca Nike.—¿Podría dibujarme esa marca?Cogí el bloc y el lápiz que me tendía,

dibujé el bumerán aplastado del logotipo deNike y escribí la palabra NIKE encima. Trasdirigirme una mirada suspicaz, el encargado fuepasando entre las estanterías con el bloc en lamano hasta que encontró mi bolsa y me la trajo.

—¿Es ésta? —Sí.—¿Tiene algún documento donde consten

su nombre y su dirección?Cuando le entregué el permiso de

conducir, el encargado confrontó los datos con

Page 1030: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los que figuraban en la tarjeta que colgaba de labolsa. Luego arrancó la tarjeta, la depositósobre el mostrador junto con un bolígrafo y medijo:

—Su firma, por favor.Estampé mi firma en la tarjeta, cogí la

bolsa y le di las gracias al encargado.Había triunfado en mi propósito de retirar

el equipaje, pero lo cierto era que la bolsa dedeporte Nike no estaba en consonancia con miaspecto. No podía ir a cenar con una chicaacarreando aquella bolsa. Se me ocurriócomprar otra, pero para que cupiera un cráneode aquel tamaño habría necesitado una maletade viaje grande o una bolsa para bolos, comolas que llevan los asiduos de las boleras. Lamaleta sería demasiado pesada, y, antes quecargar con una bolsa para bolos, preferíaquedarme con la bolsa Nike.

Tras considerar diversas posibilidades,llegué a la conclusión de que lo más razonable

Page 1031: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

era alquilar un coche y arrojar la bolsa en elasiento trasero. Así me ahorraba las molestiasde andar con la bolsa en la mano y no tenía porqué preocuparme de si ésta conjuntaba con miropa o no. Lo ideal sería un elegante cocheeuropeo. No es que los coches europeos megusten en particular, pero me dio la impresiónde que, siendo un día tan especial en mi vida, elcoche tenía que estar en consonancia. Hastaese momento, yo sólo había conducido unVolkswagen que estaba para el desguace y mipequeño coche japonés.

Entré en una cafetería, pedí las páginasamarillas, marqué con bolígrafo los teléfonosde cuatro agencias de alquiler de cochessituadas cerca de la estación de Shinjuku y fuillamando a una tras otra. En ninguna teníancoches europeos. Siendo domingo, y en aquellaestación del año, apenas les quedaban coches;además, no alquilaban coches extranjeros. Endos de las cuatro agencias, ya no les quedaba

Page 1032: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ningún turismo. En otra, sólo les quedaba unCivic. Y, en la última de ellas, un Carina 1800GT Twin Cam Turbo y un Mark II. La mujer dela agencia me dijo que ambos coches erannuevos y contaban con equipo estéreo. Comome daba pereza seguir llamando, decidí alquilarel Carina 1800 GT Twin Cam Turbo. Total, medaba lo mismo. A mí jamás me habíaninteresado gran cosa los coches. Ni siquierasabía cómo eran el Carina 1800 GT Twin CamTurbo o el Mark II.

Luego, fui a una tienda de discos y compréalgunas cintas de casete. Grandes éxitos, deJohnny Mathis; Noche transfigurada, deSchónberg, dirigida por Zubin Mehta; StormySunday, de Kenny Burrell; The Popular, deDuke Ellington; los Conciertos deBrandemhurgo, con Trevor Pinnock, y uncasete de Bob Dylan que contenía Like ARolling Stone. Una selección de lo másvariopinta, pero no quedaba otra solución: a

Page 1033: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

saber qué música me apetecería escucharcuando subiera al Carina 1800 GT Twin CamTurbo. Una vez que me sentara en el coche, talvez me apeteciera escuchar James Taylor. Oquizá valses vieneses. O Pólice, o Duran Duran.O tal vez no me apeteciese escuchar nada. Yoeso no lo sabía.

Metí las seis cintas en la bolsa, fui a laagencia de alquiler de automóviles, pedí queme enseñaran el coche, entregué el permiso deconducir y firmé los documentos. Comparadocon el de mi coche, el asiento del conductordel Carina 1800 GT Twin Cam Turbo parecía elsillón de mandos de una lanzadera espacial. Siuna persona acostumbrada a ir en un Carina1800 GT Twin Cam Turbo condujera mi coche,posiblemente se sentiría como en un sitialprehistórico esculpido sobre en el suelo.Introduje la cinta de Bob Dylan en la pletina y,mientras escuchaba Watching the River Flow,fui probando uno a uno, tomándome mi tiempo,

Page 1034: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

todos los mandos del salpicadero. Si meequivocaba de mando mientras conducía, lasconsecuencias podían ser terribles.

Mientras, con el coche detenido,toqueteaba todos los mandos, la simpáticajoven que me había atendido salió de la oficina,se colocó a un lado del coche y me preguntó sipodía ayudarme. Su sonrisa era tan limpia yagradable como la de un buen anuncio de latelevisión. Tenía los dientes blancos, la línea dela mandíbula bien dibujada y un color de lápizde labios bonito.

Le dije que no tenía ningún problema enparticular, que sólo estaba probándolo todopara después no tener ningún percance.

—De acuerdo —dijo la joven y volvió asonreír.

Su sonrisa me llevó a recordar a unacompañera de clase de cuando iba al instituto.Una chica inteligente, de carácter franco yabierto. Según había oído, se había casado con

Page 1035: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

uno de los líderes del movimientorevolucionario que había conocido en launiversidad y había tenido dos hijos, pero sehabía marchado de casa, abandonando a sushijos, y nadie sabía dónde se encontraba. Lasonrisa de la empleada de la agencia merecordó a la de mi compañera de instituto.¿Quién habría podido prever que aquellajovencita de diecisiete años, a quien legustaban J.D. Salinger y George Harrison,tendría, unos años después, dos hijos con unode los líderes del movimiento revolucionario yluego desaparecería sin dejar rastro?

—¡Ojalá todos los clientes fueran tanprecavidos como usted! —comentó la joven—.Los paneles digitales de los últimos modelosson difíciles de manejar si no se estáacostumbrado.

Asentí. Vamos, que yo no era el úniconovato.

—¿Dónde tengo que pulsar para sacar la

Page 1036: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

raíz cuadrada de 185? —pregunté.—Para eso tendrá que esperar a que salga

el nuevo modelo —dijo ella, sonriendo—. ¿EsBob Dylan?

—Sí —dije. Bob Dylan estaba cantandoPositively Fourth Street. Aunque hubiesenpasado veinte años, una buena canción seguíasiendo una buena canción.

—A Bob Dylan enseguida se le reconoce—dijo ella.

—¿Porque es peor con la armónica queStevie Wonder?

Ella se rió. Me gustó que se riera. Todavíaera capaz de hacer reír a una mujer.

—No, no es por eso. Es que tiene una vozmuy especial —dijo ella—. Su voz recuerda aun niño de pie delante de la ventana, mirandocómo llueve.

—Es una descripción muy acertada —dije.Y lo era. Yo había leído varios libros sobre BobDylan, pero jamás había encontrado una

Page 1037: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

descripción tan exacta. Concisa, llena deprecisión. Cuando se lo dije, se ruborizó unpoco.

—No sé. Simplemente, eso es lo quesiento.

—Es muy difícil expresar en palabras loque uno siente —dije—. Todos sentimos unmontón de cosas, pocas personas son capacesde transmitirlo bien con palabras.

—Me gustaría escribir una novela —dijo.—Seguro que sería una buena novela.—Muchas gracias —dijo.—Es raro que una chica tan joven como tú

escuche a Bob Dylan.—Me gusta la música antigua. Bob Dylan,

los Beatles, The Doors, The Birds, JimiHendrix...

—Algún día me gustaría hablar un ratocontigo —dije.

Ella ladeó ligeramente la cabeza,sonriendo. Una chica guapa conoce trescientas

Page 1038: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

formas distintas de responder a eso. Y puedeutilizar cualquiera de ellas con un hombredivorciado, fatigado, de treinta y cinco años. Ledi las gracias y arranqué. Dylan cantabaMemphis Blues Again. El encuentro conaquella joven me había puesto de muy buenhumor. Había sido una suerte elegir el Carina1800 GT Twin Cam Turbo.

El reloj digital del panel marcaba lascuatro y cuarenta y dos minutos. El cielo de laciudad se encaminaba hacia el atardecer sinhaber recuperado la luz del sol. Yo circulaba abaja velocidad por unas calles llenas de cochesque se dirigían a sus casas. Sólo por ser undomingo lluvioso, ya habría sido normal quehubiese un atasco, pero, como además unpequeño coche deportivo verde se habíaempotrado contra un camión de ocho toneladascargado de bloques de cemento, el tráficoestaba totalmente paralizado. El deportivoverde semejaba una caja de cartón vacía sobre

Page 1039: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la que inadvertidamente se hubiese sentadoalguien. Varios policías con impermeables decolor negro rodeaban el coche, y la grúa estabaenganchando una cadena en la parte trasera delvehículo.

Tardé bastante en dejar atrás el lugar delaccidente, pero aún faltaba mucho tiempo parala hora de la cita, de modo que seguíescuchando tranquilamente a Bob Dylanmientras me fumaba un cigarrillo. Traté deimaginar cómo debía de ser estar casada con unlíder de un movimiento revolucionario. ¿Sepodría considerar el movimientorevolucionario una profesión? No erapropiamente una profesión, claro está. Sinembargo, si la política se considera unaprofesión, la revolución debería considerarseuna derivación de ésta. Pero yo estas cosas nolas tenía muy claras.

¿Hablaba el marido, al volver a casa, delprogreso de la revolución mientras se tomaba

Page 1040: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

una cerveza?Bob Dylan había empezado a cantar Like a

Rolling Stone, así que dejé de pensar en larevolución y empecé a silbar al ritmo de lamúsica. Todos nos íbamos haciendo viejos. Eraalgo tan innegable como la lluvia.

Page 1041: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

34. Los cráneos

EL FIN DEL MUNDO

Vi volar a unos pájaros. Los pájarossobrevolaron, a ras de tierra, la blanca y heladapendiente de la Colina del Oeste ydesaparecieron de mi campo visual.

Mientras me calentaba los pies y lasmanos delante de la estufa, me tomé el téhumeante que me había preparado el coronel.

—¿También hoy irás a leer sueños? A estepaso, se acumulará mucha nieve y serápeligroso subir y bajar la colina. ¿No puedesfaltar un día al trabajo? —dijo el anciano.

—Precisamente hoy no puedo faltar —dije.

El anciano salió de la habitación

Page 1042: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

sacudiendo la cabeza y no tardó en regresartrayéndome unas botas para la nieve que habíaencontrado en alguna parte.

—Póntelas. Con estas botas no resbalarás.Me las probé, eran exactamente de mi

número. Un buen presagio.Cuando llegó la hora, me enrollé la

bufanda al cuello y me puse los guantes y lagorra que me había dejado el anciano. Luego,plegué el acordeón y me lo metí en el bolsillodel abrigo. Me gustaba tanto que no queríasepararme de él un solo instante.

—Ten cuidado —me previno el anciano—. Ahora estás en un momento decisivo. Si tesucediera algo, el daño sería irreparable.

—Ya lo sé —dije.

Tal como había supuesto, una buenacantidad de nieve había ido rellenado elagujero. A su alrededor ya no había ningúnanciano, y también habían guardado todas las

Page 1043: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

herramientas. A ese ritmo, seguro que a lamañana siguiente el agujero estaría totalmentecubierto por la nieve. Me detuve delante ypermanecí largo tiempo contemplando cómo lanieve caía en su interior. Después me aparté delagujero y descendí la colina.

Nevaba tanto que no se veía unos metrosmás allá. Me quité las gafas y me las metí en elbolsillo, me subí la bufanda hasta justo debajode los ojos y proseguí el descenso. Bajo mispies, los clavos de las botas hacían un ruidoagradable; de vez en cuando, se oía el grito dealgún pájaro en el bosque. ¿Cómo debían desentirse los pájaros durante la nevada? No losabía. ¿Y las bestias? ¿Qué sentirían, quépensarían envueltas en la nieve que caía sincesar?

Llegué a la biblioteca una hora antes de lohabitual, pero ella ya me estaba esperando, laestufa encendida caldeaba la habitación.

Page 1044: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Sacudió la nieve que se me había posado en elabrigo y me sacó el hielo de entre los clavos delas botas.

Aunque había estado allí el día anterior, lavisión de la biblioteca despertó en mí unanostalgia indescriptible. La amarillenta luz dela lámpara que se reflejaba en los cristalesesmerilados, la íntima tibieza que brotaba de laestufa, el aroma a café que se alzaba desde elpico de la cafetera, los recuerdos de viejostiempos de silencio infiltrados en cada rincónde la habitación, los gestos tranquilos ycomedidos de ella: tenía la sensación de haberperdido todo eso mucho tiempo atrás. Merelajé, dejé que mi cuerpo se hundiera en elaire. Pensé que estaba a punto de perder parasiempre aquel mundo tranquilo.

—¿Quieres comer ahora o prefieresdejarlo para después?

—No quiero comer. No tengo hambre —contesté.

Page 1045: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—De acuerdo. Cuando tengas apetito, seacuando sea, me lo dices. ¿Te apetece un café?

—Sí, gracias.Me quité los guantes, los colgué en el

ornamento metálico de la estufa para que sesecaran, y mientras me calentaba los dedos delas manos, uno a uno, como si los desanudara,me quedé mirando cómo ella cogía la cafeterade encima de la estufa y llenaba las tazas decafé. Me pasó una taza a mí y luego se sentósola ante la mesa y empezó a tomarse el café.

—¡Qué nevada tan espantosa! No se ve ados palmos —comenté.

—Sí, nevará unos cuantos días seguidos.Hasta que todas las nubes gruesas que estáninmóviles en el cielo hayan descargado.

Me bebí la mitad del café caliente y, conla taza en la mano, tomé asiento frente a ella.Dejé la taza sobre la mesa y contemplé ensilencio su rostro. Mientras la miraba, meinvadió una tristeza tan grande que me absorbió

Page 1046: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

por completo.—Cuando cese de nevar, seguro que habrá

más nieve acumulada de la que tú hayas vistojamás —dijo ella.

—Pero tal vez yo no pueda verla.Ella alzó los ojos de su taza y me miró.—¿Por qué? La nieve puede verla

cualquiera.—Hoy, en vez de leer viejos sueños,

preferiría hablar —dije—. Tenemos que hablarde algo muy importante. Yo tengo muchascosas que decirte y quiero que tú me digasotras. ¿Te importa?

Sin saber adónde quería ir yo a parar, ellacruzó los dedos sobre la mesa y me dirigió unamirada vaga.

—Mi sombra está a punto de morir —dije—. Como ya sabes, este invierno es muy crudoy no creo que aguante mucho más. Es cuestiónde tiempo. Cuando mi sombra muera, yoperderé mi corazón para siempre. Así que ahora

Page 1047: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

estoy en un momento crucial. Tengo quedecidir muchas cosas. Sobre mí mismo, enrelación a ti, sobre todas las cosas. Apenastengo tiempo para pensar, pero aunquedispusiera de todo el tiempo del mundo,llegaría a la misma conclusión. De hecho, ya hellegado a una conclusión. —Mientras me bebíael café, en mi fuero interno traté de asegurarmede que no había sacado una conclusión errónea.No, no me había equivocado. Sin embargo,eligiera el camino que eligiese, perderíadefinitivamente muchas cosas—. Es posibleque mañana por la tarde deje la ciudad —dije—. No sé por dónde me iré ni cómo. Misombra me dirá la manera de salir. Los dossaldremos juntos de la ciudad, volveremos alviejo mundo de donde procedemos y viviremosallí. Yo arrastraré mi sombra, como solía hacerantes, iré envejeciendo entre preocupaciones ysufrimientos y moriré. Creo que ese mundo esmás adecuado para mí. Viviré dominado por mi

Page 1048: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

corazón, arrastrado por él. Pero esto túposiblemente no lo puedas entender.

Ella me miraba fijamente a la cara, pero,en realidad, más que observarme a mí, parecíaque tuviera los ojos clavados en el espaciodonde estaba mi rostro.

—¿No te gusta esta ciudad?—Tú, al principio, me dijiste que si había

venido en busca de paz, esta ciudad me gustaría.Y, realmente, aprecio su paz y su quietud. Y séque si yo perdiera mi corazón, esta paz y estaquietud serían completas. En esta ciudad, nohay nada que haga sufrir a nadie. Quizá mearrepienta toda mi vida de haberla abandonado.A pesar de ello, no puedo quedarme aquí.Porque mi corazón no permite que me quedeaquí si con ello he de sacrificar a mi sombra y alas bestias. Por más paz que pudiera alcanzar sime quedara aquí, a mi corazón no puedomentirle, aunque fuera a extinguirse dentro depoco. Aún hay otro problema. Una vez que has

Page 1049: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

perdido una cosa, aunque esa cosa deje deexistir, la sigues perdiendo eternamente. ¿Loentiendes?

Ella permaneció largo rato en silencio,observándose los dedos de las manos. El vaporque se alzaba de las tazas de café habíadesaparecido. Todo estaba inmóvil en laestancia.

—¿Y ya no volverás jamás a la ciudad?Asentí.—Cuando salga de aquí, ya nunca podré

volver. Eso está muy claro. Aunque tratara deregresar, la puerta de la ciudad no se abriría.

—¿Y no te importa?—Perderte a ti va a ser muy duro. Pero yo

te amo y lo importante es la pureza de estesentimiento. No quiero tenerte a costa detransformar mi amor en algo antinatural. Seríamil veces peor que perderte conservando micorazón.

El silencio volvió a adueñarse de la sala de

Page 1050: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tal manera que el carbón resonabadesmesuradamente al estallar. Al lado de laestufa estaban colgados mi abrigo, mi bufanda,mi gorra y mis guantes. Todo me lo había dadola ciudad. Eran prendas sencillas, pero ya mehabía habituado a ellas.

—También había pensado en dejar que misombra huyera sin mí y en quedarme aquí yosolo —le dije—, Pero si lo hiciera, meexpulsarían al bosque y no podría verte más.Porque tú no puedes vivir en el bosque. Losúnicos que pueden estar allí son las personascuya sombra no ha sido eliminada porcompleto, las personas que todavía conservanun corazón dentro de sus cuerpos. Yo tengocorazón, tú no lo tienes. Por eso tú no puedesni siquiera necesitarme.

Ella sacudió la cabeza con calma.—Es verdad, yo no tengo corazón. Mi

madre sí tenía, pero yo no. Y como ellaconservó su corazón, fue expulsada al bosque.

Page 1051: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

No te lo he contado, pero aún recuerdo cuandola echaron. A veces incluso lo pienso. Piensoque si yo tuviera corazón, habría vivido siemprejunto a mi madre en el bosque. Si yo tuvieracorazón, también podría necesitarte a ti.

—Pero eso representaría la expulsión albosque. A pesar de ello, ¿piensas que tegustaría tener corazón?

Ella clavó la vista en sus dedos enlazadossobre la mesa y, luego, los abrió.

—Recuerdo que mi madre decía que, sitienes corazón, vayas a donde vayas, no puedesperder nada. ¿Es eso cierto?

—No lo sé —dije—. No sé si es verdad ono. Tu madre lo creía así. El asunto es si tú locrees o no.

—Creo que sí puedo creerlo —dijo ellaclavando sus ojos en los míos.

—¿¡Lo crees!? —pregunté sorprendido—.¿¡Crees que puedes creerlo!?

—Quizá —dijo ella.

Page 1052: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Piénsalo bien. Es muy importante.Creer en algo, sea lo que sea, es un acto muyclaro del corazón. ¿Entiendes? Imagina quecrees en algo. Cabe la posibilidad de que tedefrauden. Y si te defraudan, te sientesdecepcionado. Y sentir decepción es parte delo que el corazón es. ¿Tienes acaso corazón?

Ella sacudió la cabeza.—No lo sé. Yo sólo me acordaba de mi

madre. No iba más allá. Sólo he pensado quetal vez podía creer en lo que ella me dijo.

—Es posible que en tu interior quede algovinculado al corazón, algo que conduzca a él.Pero está firmemente cerrado y no semanifiesta. Por eso a la muralla se le ha pasadopor alto.

—Si en mi interior hubiera un corazón,¿significaría entonces que me ha ocurridocomo a mi madre y que mi sombra no ha sidoeliminada por completo?

—No, no lo creo. Tu sombra murió aquí y

Page 1053: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

fue enterrada en el manzanar. Estádocumentado. Pero creo que, gracias a losrecuerdos de tu madre, han permanecido en tuinterior reminiscencias o fragmentos dememoria y que son éstos los que te sacuden. Yseguro que, si vas repasándolos, te conducirána alguna parte.

En la estancia reinaba una quietudantinatural. Parecía que todos los sonidoshubiesen sido absorbidos por la nieve quedanzaba fuera. Sentí cómo la muralla nosescuchaba a hurtadillas, conteniendo el aliento.Todo estaba demasiado tranquilo.

—Hablemos de los viejos sueños —dije—, ¿Es cierto que las bestias absorben vuestroscorazones, que nacen, día tras día, y que éstosse convierten en viejos sueños?

—Sí. Cuando la sombra muere, las bestiasasumen nuestro corazón, lo absorben.

—Entonces, a través de los cráneos, yopodría ir descifrando tu corazón, ¿no es así?

Page 1054: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No, eso no es posible. Mi corazón noha sido absorbido como un todo. Mi corazón,reducido a fragmentos, ha sido absorbido pordiferentes bestias y esos fragmentos se hanmezclado, de manera indisoluble, con losfragmentos del corazón de otras personas. Túno podrías distinguir qué pensamiento osentimiento es mío y cuál es de otra persona.Durante todo este tiempo te has dedicado a leerviejos sueños, pero no has podido discernir quésueños eran míos, ¿verdad? Los viejos sueñosson así. Nadie sabría distinguir a quiénpertenecen. El caos desaparece en forma decaos.

Comprendí muy bien lo que me decía.Leía viejos sueños todos los días, pero jamáshabía sido capaz de comprender un solofragmento de ellos. Ahora me quedaban sóloveintiuna horas. En esas veintiuna horas teníaque conseguir llegar a su corazón. Era extraño.Estaba en la ciudad de la inmortalidad y, sin

Page 1055: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

embargo, todas mis elecciones quedabanlimitadas a un tiempo de veintiuna horas. Cerrélos ojos, respiré hondo varias veces seguidas.Tenía que concentrar todas mis fuerzas para darcon el hilo que desembrollara la situación.

—Vamos al almacén —dije.—¿Al almacén?—Vayamos al almacén y miremos los

cráneos. Tal vez así se nos ocurra la manera.La tomé de la mano, nos levantamos,

pasamos al otro lado del mostrador y abrimosla puerta que conducía al almacén. Cuando ellale dio al interruptor, una luz mortecina iluminólos incontables cráneos alineados en losestantes. Cubiertos por una gruesa capa depolvo, su blancura descolorida destacaba en lapenumbra. Abrían las bocas en el mismoángulo, clavaban sus negras cuencas en elvacío, frente a ellos. El gélido silencio que sedesprendía de los cráneos, convertido en unaniebla transparente, colgaba sobre el almacén.

Page 1056: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Nos recostamos en la pared y nos quedamoscontemplando las hileras de cráneos. El airefrío me penetraba la piel y me hacía tiritar.

—¿De verdad crees que podrás leer micorazón? —preguntó ella mirándome.

—Creo que podré leer tu corazón —dijeyo con calma.

—¿Y cómo?—Todavía no lo sé —dije—. Pero lo

lograré. Estoy convencido de ello. Seguro quehay un modo de conseguirlo. Y voy adescubrirlo.

—¿Eres capaz de separar una de las gotasde lluvia que caen en el río de otra?

—Escúchame bien. El corazón no escomo una gota de lluvia. No es algo que caigadel cielo, no es una cosa que pueda confundirsecon otra. Si eres capaz de creerme, créeme. Loencontraré. Aquí está todo, nada está aquí. Y séque puedo encontrar lo que busco.

—Encuentra mi corazón —dijo ella tras

Page 1057: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

un corto silencio.

Page 1058: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

35. Cortaúñas. Salsa demantequilla. Jarrón de metal

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

Detuve el coche frente a la biblioteca a lascinco y veinte minutos. Como aún faltaba unrato para la hora de la cita, me apeé del coche ydi una vuelta por las calles lavadas por la lluvia.Para matar el tiempo, entré en una cafetería yme tomé un café mientras veía un partido degolf, y jugué a un videojuego en un salónrecreativo. El juego consistía en ir abatiendo acañonazos una unidad de tanques que atravesabaun río para atacar mi posición. Al principio, yollevaba ventaja, pero, a medida que el juegoavanzaba, el número de tanques enemigos fue

Page 1059: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

multiplicándose como una manada delemmings hasta que, finalmente, arrasaron miposición. En aquel instante, una luz blancaincandescente como una explosión atómicallenó la pantalla. Y aparecieron las letrasGAME OVER — INSERT COIN. Siguiendo lasinstrucciones, introduje otra moneda de cienyenes en la ranura. Entonces sonó unamusiquilla y mi posición reapareció, intacta, enla pantalla. Era un combate destinado a laderrota. Si yo no perdiera, el juego jamásacabaría, y un juego que no tiene fin carece desentido. El salón recreativo tendríadificultades, y yo también. Poco después, miposición fue arrasada de nuevo y la luzincandescente volvió a inundar la pantalla. Yaparecieron las letras GAME OVER —INSERT COIN.

Al lado del salón recreativo había unaferretería. En el escaparate, había expuestosdiversos utensilios de forma muy vistosa. Junto

Page 1060: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a un juego de llaves inglesas y destornilladores,se veían un martillo y un destornilladoreléctricos. También había un juego portátil deherramientas de fabricación alemana en unestuche de piel. El estuche era tan pequeñocomo un monedero, pero contenía,apretadamente dispuestos, desde un cúterpequeño hasta un martillo y un electroscopio.A su lado había un juego de treinta escoplos.Como jamás se me había pasado por la cabezaque pudiera existir tal variedad de cuchillas deescoplo, me quedé boquiabierto al ver aqueljuego de treinta escoplos. Cada una de lastreinta hojas era ligeramente distinta a lasdemás y, entre ellas, algunas tenían una formatan extraña que no podía imaginar para quéservirían. En contraste con el bullicio del salónrecreativo, la ferretería estaba silenciosa comola parte oculta de un iceberg. Tras el mostradordel sombrío fondo de la tienda, había sentadoun hombre de mediana edad, de pelo ralo, con

Page 1061: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

gafas, desmontando algo con un destornillador.Obedeciendo a un impulso, entré en la

tienda y empecé a buscar un cortaúñas.Descubrí los cortaúñas al lado de los artículospara afeitado, cuidadosamente alineados comoun muestrario de insectos. Había uno de formatan insólita que no logré adivinar cómo seutilizaba. Me decidí por éste y lo llevé almostrador. Era un trozo plano de aceroinoxidable de unos cinco centímetros de largo:no tenía ni idea de dónde tenía que apretar nicómo manipularlo para cortarme las uñas.

Cuando llegué ante el mostrador, el dueñodejó el destornillador y la batidora que estabadesmontando y me mostró cómo funcionaba.

—Mire, fíjese bien. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! Yya tiene un cortaúñas.

—Ya veo —dije. Efectivamente, se habíaconvertido en un cortaúñas magnífico. Lodevolvió a su forma original y me lo tendió.Imité sus gestos y lo convertí de nuevo en un

Page 1062: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cortaúñas.—Es un artículo de primera calidad —dijo

como si me revelara un secreto—. Es de lacasa Henkel, le durará toda la vida. Es muypráctico para ir de viaje. No se oxida, la hoja esfuerte. Incluso podría cortarle las uñas al perro.

Me costó dos mil ochocientos yenes. Ibametido en un pequeño estuche negro de piel.Tras devolverme el cambio, el dueño siguiódesmontando la batidora. Había un montón detornillos, clasificados por tamaños, en unospulcros platitos de color blanco. Allícolocados, los tornillos negros parecíanrealmente felices.

Tras comprar el cortaúñas, volví al cochey la esperé escuchando los Conciertos deBrandemburgo. Di vueltas a la idea de por quélos tornillos parecían tan felices dentro de losplatitos. Quizá fuese porque habían dejado deformar parte de la batidora y habían recobradosu independencia como tornillos. O quizá fuese

Page 1063: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

porque consideraban que, con aquellos platitosblancos, les había tocado en suerte un lugarmagnífico. En todo caso, era muy agradablecontemplar la felicidad ajena.

Me saqué el cortaúñas del bolsillo de lachaqueta, lo desplegué, me corté la puntita deuna uña para probarlo, lo devolví a su posiciónoriginal y lo guardé dentro del estuche. Alcortar, producía una sensación agradable. Lasferreterías se parecen a acuarios desiertos.

Al aproximarse las seis, la hora de cierrede la biblioteca, salió mucha gente delvestíbulo, en su mayoría estudiantes debachillerato que debían de haber estadoestudiando en la sala de lectura. De la mano decasi todos ellos colgaba una bolsa de deportede plástico igual que la mía. Pensándolo bien,los estudiantes de bachillerato tienen un no séqué de artificial. A todos les sobra o les faltaalgo. Claro que es muy posible que ellos meencuentren mucho menos natural a mí. Así es

Page 1064: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

el mundo. La gente le llama a esto conflictogeneracional.

Mezclados con los estudiantes, salíanalgunos ancianos. Los ancianos suelen pasar latarde del domingo en la sala de prensa leyendorevistas o cuatro periódicos distintos.Acumulan conocimientos como los elefantes yvuelven a sus casas, donde les aguarda la cena.Los ancianos no ofrecían una impresión tanartificial como los estudiantes.

Cuando se hubieron ido todos, sonó unasirena en algún lugar. Eran las seis de la tarde.Al oír la sirena, noté el estómago vacío porprimera vez en días. Pensándolo bien, desde lamañana sólo había comido medio emparedadode huevos con jamón, un pastelillo y unasostras, y la víspera apenas había comido nada.La sensación de hambre es como un enormeagujero. Como aquellos hondos y oscurosagujeros que había visto en el subterráneo,donde no se oía nada cuando arrojabas una

Page 1065: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

piedra en su interior. Abatí el asiento y mequedé pensando en comida con los ojosclavados en el techo bajo del coche. Por miimaginación fue desfilando todo tipo de platos.Incluso pensé en los tornillos depositados enlos platitos blancos. Recubiertos con salsabechamel y acompañados de berros, seguro queno estaban mal.

La chica de consultas salió de labiblioteca a las seis y cuarto.

—¿Es tuyo el coche? —preguntó.—No, es alquilado —dije—, ¿No me va?—No mucho. No sé, pero me da la

impresión de que es para gente más joven.—Es el único que quedaba en la agencia.

No lo he cogido por gusto. La verdad es que meda igual uno que otro.

—Hum... —musitó, dando una vueltaalrededor del coche como si lo estuvieratasando. Subió por el lado opuesto y se sentó.Y examinó detenidamente el interior, abrió el

Page 1066: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cenicero, atisbo dentro de la guantera.—Son los Conciertos de Brandemburgo,

¿verdad?—¿Te gustan?—Muchísimo. Siempre los estoy

escuchando. Creo que la mejor versión es la deKarl Richter. Esta grabación es bastante nueva,¿verdad? ¿De quién es?

—De Trevor Pinnock.—¿Te gusta Pinnock?—No especialmente —dije—. He

comprado el primero que he visto. Pero no estámal.

—¿Has oído la versión de los Conciertosde Brandemburgo dirigidos por Pau Casals?

—No.—Pues tienes que escucharla. No es muy

ortodoxa, pero es fabulosa.—La escucharé —prometí, pero ignoraba

si dispondría de tiempo. Sólo me quedabandieciocho horas y, además, tenía que dormir un

Page 1067: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

poco. Por más que mi vida se acabase, no podíapasarme toda la noche en vela.

—¿Qué te apetece comer? —le pregunté.—¿Qué te parece comida italiana?—Muy bien.—Podríamos ir a un sitio que conozco —

dijo—. Está bastante cerca y los ingredientesson fresquísimos.

—Tengo hambre. Tanta hambre —añadí—que me comería unos tornillos.

—Yo también. Oye, ¡qué camisa tanbonita!

—Gracias —dije.El restaurante quedaba a quince minutos

en coche. Tras avanzar lentamente por eltortuoso camino de una zona residencialesquivando personas y bicicletas, de pronto, amedia cuesta, vi el restaurante italiano. Setrataba de una casa de madera blanca de tipooccidental convertida en restaurante, y el cartelera pequeño. A cualquiera se le pasaría por alto

Page 1068: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que allí había un restaurante. Alrededor habíacasas rodeadas de altas tapias, de las quesobresalían unos cipreses del Himalaya y unospinos que perfilaban sus negras siluetas en elcielo del crepúsculo.

—Nunca habría adivinado que hubiese unrestaurante por aquí —dije mientras entraba enel aparcamiento del restaurante.

No era muy grande: tenía sólo tres mesasy cuatro asientos en la barra. Un camarero condelantal nos condujo a la mesa del fondo.Desde la ventana que había junto a la mesa seveían las ramas de un ciruelo.

—¿Te parece bien tomar vino? —dijo ella.—Elígelo tú —contesté. De vinos no

entiendo tanto como de cerveza.Mientras ella conferenciaba sobre vinos

con el camarero, yo contemplé el ciruelo deljardín. Me producía una extraña sensaciónencontrar un ciruelo en el jardín de unrestaurante italiano, pero, después de todo, tal

Page 1069: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vez no fuese tan extraño. Quizá en Italiatambién hubiese ciruelos. En Francia habíanutrias. Tras decidir el vino, abrimos la carta ydeliberamos sobre nuestra estrategiagastronómica. Tardamos bastante en elegir.Como entremeses, pedimos para picar ensaladade gambas con salsa de fresas, ostras vivas,mousse de hígado a la italiana, calamares en sutinta, berenjenas fritas al queso y wakasagimarinado; de pasta, yo elegí tagliatellecaseros, y ella, espaguetis con albahaca.

—Aparte de eso, ¿nos partimos losmacarrones aliñados con salsa de pescado? —dijo ella.

—Muy bien —dije.—¿Qué pescado nos recomiendas hoy? —

le preguntó al camarero.—Hay una lubina muy fresca —dijo el

camarero—. ¿Qué les parecería cocida al vaporcon almendras?

—Yo la probaré —dijo ella.

Page 1070: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Yo también —dije—. Y, además,ensalada de espinacas y risotto conchampiñones.

—Y yo verdura y risotto con tomate —dijo ella.

—El risotto es muy abundante —dijo elcamarero, preocupado.

—No se preocupe. Yo apenas he comidodesde ayer por la mañana y ella tiene dilatacióngástrica —dije.

—Parezco un agujero negro —agregóella.

—Tomo nota del risotto —dijo elcamarero.

—Y, de postre, un sorbete de uva, unsoufflé de limón y, luego, un café espresso —dijo ella.

—Y yo, lo mismo —dije.Cuando el camarero se fue, tras tomarse

su tiempo para anotar aplicadamente el pedido,ella me miró sonriente.

Page 1071: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No habrás pedido tanta comida paraacompañarme, ¿verdad?

—No. Estoy hambriento, de verdad —dije—. Hace tiempo que no tenía tanta hambre.

—Perfecto —dijo ella—. Yo no me fío delas personas que comen poco. Me da laimpresión de que luego se llenan el estómagoen otra parte. ¿Qué opinas?

—No lo sé —dije. No lo sabía.—«No lo sé» es tu expresión favorita,

¿verdad?—Quizá.—Y «quizá» es otra de ellas.Me había quedado sin palabras, de modo

que asentí en silencio.—¿Y por qué? ¿Por qué todas tus ideas

son tan ambiguas?«No lo sé», «quizá», murmuraba para mis

adentros cuando el camarero se acercó, abrió labotella de vino y nos lo sirvióceremoniosamente en las copas con ademanes

Page 1072: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que recordaban los de un médico, adjunto alPalacio Imperial, especialista en coaptación yen trance de tratar una luxación del príncipeheredero.

—«No es culpa mía» es la expresiónfavorita del protagonista de El extranjero,¿verdad? ¿Cómo se llamaba? A ver...

—Meursault —dije.—Eso es. Meursault —repitió ella—. Leí

la novela en el instituto. Pero los estudiantesde ahora ya no leen El extranjero. Hicimos unaencuesta en la biblioteca. ¿Cómo se llamabaese escritor que te gustaba?

—Turguéniev.—Eso. Turguéniev no es un gran escritor.

Además, está pasado de moda.—Quizá —dije—. Pero a mí me gusta.

También me gustan Flaubert y Thomas Hardy.—¿No lees nunca a autores

contemporáneos?—Sí. Leo a Somerset Maugham de vez en

Page 1073: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cuando.—No creo que haya mucha gente que

considere a Somerset Maugham un novelistacontemporáneo, pero en fin... —dijo ellainclinando la copa de vino—. Viene a ser lomismo que no encontrar los discos de BennyGoodman en los jukebox.

—Pero es un autor interesante. He leídoEl filo de la navaja tres veces. No es una grannovela, pero se puede leer. Mejor eso que locontrario.

—Hum... —musitó ella—. Por cierto, estacamisa de color naranja te sienta muy bien.

—Muchas gracias —dije—. Tu vestidotampoco está mal.

—Gracias —dijo. Era un vestido deterciopelo azul marino con un pequeño cuellode encaje blanco. Alrededor del cuello llevabados finos collares de plata.

—Después de que me llamaras, fui a casaa cambiarme de ropa. Es muy práctico vivir

Page 1074: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cerca del lugar de trabajo.—Ya veo —dije. Ya veía.En algún momento, nos habían traído los

entremeses, de modo que durante un ratocomimos en silencio. Era una comida ligera,nada sofisticada, sin presunciones. Losingredientes eran muy frescos. Las ostrasestaban firmemente cerradas y olían mucho amar, como si acabasen de salir de él.

—¿Ya has solucionado el asunto de losunicornios? —me preguntó mientrasdesprendía una ostra de su concha con eltenedor.

—Más o menos —dije, y me limpié conla servilleta la tinta de los calamares de lacomisura de los labios—. De momento, ya estáarreglado.

—¿Y dónde estaba el unicornio?—Pues aquí —dije señalándome la frente

con la punta del dedo—. El unicornio vivedentro de mi cabeza. De hecho, hay una manada

Page 1075: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

entera.—¿Lo dices en un sentido simbólico?—No. De simbólico tiene muy poco.

Viven dentro de mi cabeza de verdad. Hay unapersona que lo ha descubierto.

—¡Qué interesante! Quiero escucharlo.¡Cuéntamelo!

—No es tan interesante, no creas —dije, yle pasé el plato de berenjenas. Ella, a cambio,me pasó el de wakasagi.

—Es igual. Tengo ganas de que me locuentes. Muchas ganas.

—En lo más profundo de la conciencia,todos tenemos una especie de núcleo,inaccesible para nosotros mismos. En mi caso,es una ciudad. La cruza un río y está rodeadapor una alta muralla de ladrillo. Los habitantesde la ciudad no pueden vivir fuera. Sólo puedensalir los unicornios. Los unicornios absorben,como si fueran papel secante, los egos de loshabitantes de la ciudad y los conducen al otro

Page 1076: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lado de la muralla. Por eso en la ciudad no hayegos. Y yo vivo en esa ciudad. Esto es todo. Yono la he visto con mis propios ojos, así que nopuedo contarte nada más.

—Es una historia muy original —dijo ella.Después de explicárselo, caí en la cuenta

de que el anciano no me había hablado deningún río. Al parecer, aquel mundo ibaatrayéndome poco a poco hacia sí.

—Pero yo no lo he inventadoconscientemente —dije.

—Aunque sea de modo inconsciente, esobra tuya, ¿no?

—Eso parece —dije.—Ese wakasagi no está mal, ¿verdad?—No está mal, no.—Pero eso que cuentas se parece a

aquella historia de los unicornios de Rusia quete leí, ¿recuerdas? —dijo cortando unaberenjena por la mitad con el cuchillo—. Losunicornios de Ucrania también vivían en un

Page 1077: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lugar parecido.—Pues sí, se parece —dije.—Quizá haya alguna relación.—¡Ah, sí! —dije, metiéndome la mano en

el bolsillo—. Te he traído un regalo.—¡Me encantan los regalos! —exclamó

ella.Me saqué el cortaúñas del bolsillo y se lo

di. Ella lo sacó del estuche y se lo quedómirando con extrañeza.

—¿Qué es esto?—Déjamelo —dije, y tomé el cortaúñas

de sus manos—. Fíjate bien. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!—¿Un cortaúñas?—Exacto. Es muy práctico para ir de

viaje. Si quieres dejarlo como estaba, tienesque hacer lo mismo pero al revés. Mira.

Volví a dejar el cortaúñas convertido enun trozo de acero y se lo devolví. Ella lo montóy volvió a dejarlo en su forma original.

—Es muy curioso. Muchas gracias —dijo

Page 1078: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—. ¿Tienes la costumbre de regalarlescortaúñas a las chicas?

—No, es la primera vez. Es que, hace unrato, he visto una ferretería y me han entradoganas de comprar algo. Y un juego de escoplosera demasiado grande, la verdad.

—El cortaúñas es perfecto. Gracias. Ycomo los cortaúñas nunca sabes adonde hanido a parar, lo llevaré siempre dentro delbolsillo interior del bolso.

Metió el cortaúñas en el estuche y loguardó en el bolso.

Nos retiraron los platitos de losentremeses y trajeron la pasta. Aquella violentasensación de hambre aún no se había aplacado.Los seis platos de los entremeses habíandesaparecido sin dejar rastro en el vacío que seabría en mi cuerpo. En un tiempo relativamentebreve, me eché al estómago una cantidadconsiderable de tagliatelle, y luego me comímedia ración de macarrones aliñados con salsa

Page 1079: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

de pescado. Al acabar, me dio la sensación deque empezaba a vislumbrar una tenue luz en laoscuridad.

Después esperamos a que nos trajeran lalubina bebiendo vino.

—Dime una cosa. Para dejar tu casa enaquel estado, ¿utilizaron alguna máquinaespecial? —preguntó sin apartar los labios delborde de la copa. Su voz vibró en su interioradquiriendo un timbre sordo—. ¿O lo hicieronvarias personas juntas?

—Nada de máquinas. Bastó una solapersona.

—Debía de ser muy fuerte.—Como una roca.—¿Un conocido tuyo?—No, era la primera vez que lo veía.—Pues el piso estaba hecho un desastre.

Parecía que hubiesen jugado un partido derugby.

—Ya, ya.

Page 1080: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Tenía algo que ver con el asunto delunicornio?

—Por lo visto, sí.—¿Y ya está solucionado todo?—No. Al menos en lo que respecta a

ellos, no.—¿Y para ti, sí?—Pues sí y no —contesté—. Como no

tengo elección, podría decirse que ya estáresuelto, pero como no soy yo quien ha tomadolas decisiones, podría decirse que no lo está.Sea como sea, en todo este asunto nadie hatenido en cuenta mi opinión. Imagínate a un serhumano jugando un partido de waterpolo con unequipo de focas. Pues igual.

—¿Y por eso mañana te vas lejos?—Más o menos.—Seguro que estás metido en algún lío.

¿Verdad que sí?—Es un lío tan grande que ni yo acabo de

entenderlo. El mundo se ha ido complicando

Page 1081: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

más y más: la energía nuclear, la división delsocialismo, el avance de la informática, lainseminación artificial, los satélites espías, losórganos artificiales, las lobotomías... Inclusolos salpicaderos de los coches han cambiadotanto que no hay quien los entienda. Lo que mesucede a mí, para decirlo brevemente, es queme he visto mezclado en la guerra de lainformación. Vamos, que soy un eslabón hastaque los ordenadores empiecen a tener supropio yo. Un recurso provisional.

—¿Crees que los ordenadores poseeránalgún día su propio yo?

—Es posible —dije—. De ser así, ellosmismos podrían codificar los datos y efectuarlos cálculos. Y nadie podría robárselos.

El camarero vino y nos puso la lubina y elrisotto delante.

—Confieso que me cuesta un pocoentender todo eso —dijo ella mientras cortabala lubina con el cuchillo del pescado—. La

Page 1082: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

biblioteca es un lugar muy tranquilo, ¿sabes?Está lleno de libros, la gente viene a leerlos, yya está. La información está abierta a todo elmundo, nadie se pelea.

—¡Ojalá yo trabajara en una biblioteca! —dije. Sí, en efecto. Debía haberme dedicado aeso.

Comimos la lubina, rebañamos el platodel risotto. Por fin empezaba a vislumbrarse elfondo del agujero del hambre.

—La lubina estaba deliciosa —comentóella con aire satisfecho.

—Conozco un truco para preparar unabuena salsa de mantequilla —dije—. Cortasfino un poco de ajo de ascalonia, lo mezclascon mantequilla de buena calidad y lo dorastodo con mucho cuidado. Si no vas concuidado, no tiene buen sabor.

—¿Te gusta cocinar?—La cocina apenas ha evolucionado desde

el siglo XIX. Al menos en lo que respecta a la

Page 1083: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

buena comida. La frescura de los ingredientes,el tiempo y la dedicación, el sabor y la estética,esas cosas no evolucionan jamás.

—Aquí hacen un soufflé de limónbuenísimo —dijo—, ¿Te cabe en el estómago?

—Por supuesto —dije. Soufflés, podríacomerme cinco.

Ella se tomó el sorbete de uva, el soufflé yse bebió el espresso. Tenía razón: el souffléera delicioso. Todos los postres deberían sersiempre tan buenos como aquél. El espressoera tan denso que podías cogerlo en la palma dela mano, y el gusto era redondo.

Cuando acabamos de arrojarlo todo dentrode nuestros respectivos agujeros, el cocinerose acercó a saludarnos. Le dijimos queestábamos muy satisfechos por la magníficacomida.

—Merece la pena cocinar para personascon tan buen apetito —dijo—. Ni siquiera enItalia hay muchas personas que coman tanto

Page 1084: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

como ustedes.—Muchas gracias —dije.Cuando regresó a la cocina, llamamos al

camarero y le pedimos dos espressos más.—Eres la primera persona que conozco

que es capaz de comer tanto como yo yquedarse tan tranquilo.

—Aún podría comer más —dije.—En casa tengo pizza congelada y una

botella de Chivas Regal.—No está mal —dije.

Efectivamente, su casa estaba muy cerca

de la biblioteca. Era una casita prefabricada,pero independiente. Tenía recibidor e inclusoun jardincito donde apenas cabía una personaacostada. El jardincito no podía tener grandesesperanzas de ver alguna vez el sol, pero en unrincón había plantada una azalea. La casaincluso contaba con una segunda planta.

—La compré cuando estaba casada —dijo

Page 1085: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—. Devolví el préstamo con el dinero delseguro de vida de mi marido. La compramoscon la intención de tener niños. Para unapersona sola es demasiado grande.

—Sí, supongo que sí —dije mirando a mialrededor desde el sofá del cuarto de estar.

Ella sacó una pizza del congelador, lametió en el horno y, después, trajo la botella deChivas Regal, vasos y hielo a la mesita delcuarto de estar. Encendí el estéreo y fuiponiendo varios casetes. Elegí a mi gustocintas de Jackie McLean, Miles Davis, WyntonKelly, música de ese estilo. Mientras se hacíala pizza, escuché Bags' Groove y The Surreywith a Fringe on Top y bebí whisky. Ella abrióuna botella de vino para ella.

—¿Te gusta el jazz antiguo? —inquirió.—En la época del instituto, me pasaba el

día escuchando este tipo de jazz en los cafés.—¿No escuchas música moderna?—Escucho de todo: Pólice, Duran

Page 1086: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Duran... Oigo la que todo el mundo me dejaescuchar.

—Pero tú apenas los pones, ¿verdad?—Es que no tengo necesidad —dije.—Mi marido, que murió, siempre estaba

escuchando esos discos antiguos.—Se parecía a mí.—Sí, un poco sí. Lo mataron de un golpe

en un autobús. Con un jarrón de metal.—¿Por qué?—Le llamó la atención, recriminándolo, a

un joven que estaba echándose laca para el pelodentro del autobús y éste lo golpeó con unjarrón de metal.

—¿Y por qué ese joven llevaba consigo unjarrón de metal?

—No lo sé —dijo—. Ni idea.Yo tampoco tenía ni idea.—Sea como sea, morir golpeado en un

autobús es una muerte horrible, ¿no crees?—Sí, es verdad. Pobre —me compadecí.

Page 1087: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando estuvo lista la pizza, nos comimosmedia cada uno. Luego bebimos sentados en elsofá, el uno al lado del otro.

—¿Quieres ver el cráneo del unicornio?—pregunté.

—¡Oh, sí! —dijo—. ¿En serio tienes uno?—Es una reproducción. No es auténtico.—No importa. Quiero verlo.Fui hasta el coche, que estaba aparcado

fuera. Cogí la bolsa de deportes del asientotrasero y regresé. Era una noche de principiosde octubre, plácida y agradable. Las nubesempezaban a abrirse y por los resquicios seveía una luna casi llena. Era de esperar que aldía siguiente hiciera buen tiempo. Volví al sofáde la sala de estar, abrí la cremallera de labolsa, saqué el cráneo envuelto en la toalla y selo pasé. Ella dejó el vaso y examinó el cráneocon suma atención.

—Está muy logrado.—Lo ha hecho un especialista en cráneos

Page 1088: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—dije tomando un sorbo de whisky.—Parece de verdad.Detuve la cinta, saqué las tenazas de la

bolsa y le di un golpecito. Se alzó el mismosonido seco que antes.

—¿Qué haces?—Cada cabeza tiene su propia resonancia

—dijo—. A partir de ésta, el especialista encráneos puede leer diversos recuerdos.

—¡Qué historia más fantástica! —dijo. Yle dio un golpecito con las tenazas—, A mí nome parece una imitación.

—Es que la ha hecho un tipo bastantemaniático, ¿sabes?

—Mi marido tenía la cabeza fracturada.Seguro que no habría sonado bien.

—No lo sé —dije.Ella dejó el cráneo sobre la mesa, cogió

el vaso y tomó un sorbo de vino. Sentados en elsofá, tocándonos con los hombros, inclinamoslos vasos y contemplamos el cráneo del

Page 1089: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

animal. El cráneo, desprovisto de carne,parecía que nos sonriera y que se dispusiera atomar una honda bocanada de aire.

—Pon algo de música —dijo ella.De entre la montaña de cintas elegí una

que me gustó, la metí en la pletina, apreté elbotón y volví al sofá.

—¿Te va bien aquí? ¿O prefieres ir arriba,a la cama? —preguntó.

—Prefiero aquí —dije.Por el altavoz sonaba I'll Be Home, de Pat

Boone. Me dio la sensación de que el tiempofluía en la dirección contraria, pero eso yahabía dejado de importarme. Podía correr en ladirección que quisiera. Ella echó las cortinasde encaje que daban al jardín, apagó la luz de lahabitación. Y se desnudó a la luz de la luna. Sequitó los collares, el reloj de pulsera conforma de brazalete, el vestido de terciopelo. Yotambién me quité el reloj de pulsera y lo arrojéal otro lado del respaldo del sofá. Luego me

Page 1090: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

quité la americana, me aflojé la corbata y apuréde un trago el whisky que quedaba en el fondodel vaso.

En el momento en que ella se quitaba lospantis, haciéndolos un ovillo, la música cambióa Georgia on My Mind, de Ray Charles. Cerrélos ojos, puse los dos pies sobre la mesa y, dela misma forma que el hielo da vueltas en unvaso de whisky, hice girar el tiempo en elinterior de mi cabeza. Parecía que todo hubieraocurrido ya antes. La ropa que se había quitadoella, la música de fondo y las frases quehabíamos intercambiado eran un poco distintas.Pero esta diferencia nada cambiaba. Por másvueltas que dábamos, íbamos a parar siempre almismo sitio. Era como ir montado en uncaballo de tiovivo. Un empate eterno. Nadieadelantaba a nadie, nadie era adelantado pornadie. Siempre volvíamos, indefectiblemente,al mismo lugar.

—Parece que todo haya ocurrido ya hace

Page 1091: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tiempo —dije con los ojos cerrados.—Claro —dijo ella. Me tomó el vaso de

la mano y fue desabrochándome despacio losbotones de la camisa.

—¿Y cómo lo sabes?—Porque lo sé —dijo. Y besó mi pecho

desnudo. Su pelo largo caía sobre mi vientre—.Todo ha ocurrido ya en el pasado. Noslimitamos a dar vueltas, una y otra vez. ¿No escierto?

Todavía con los ojos cerrados, saboreécon mis labios el roce de sus labios, el tacto desu pelo. Pensé en la lubina, pensé en elcortaúñas, pensé en el caracol de la banquetade la lavandería. El mundo estaba lleno deenseñanzas.

Con los ojos cerrados, la abracé condulzura y le pasé la mano por la espalda paradesabrocharle el sujetador. No había ningúncorchete.

—Está delante —me dijo.

Page 1092: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

El mundo, no cabía duda, evolucionaba.

Tras hacer el amor tres veces, nosduchamos y, envueltos juntos en una mantasobre el sofá, escuchamos un disco de BingCrosby. Me sentía de maravilla. Mi erecciónhabía sido tan perfecta como la pirámide deGizé, su pelo desprendía un fantástico olor asuavizante y el sofá y los cojines, pese a ser unpoco duros, no estaban mal. Pertenecían a unaépoca en que las cosas se construían sólidas yolían a sol de tiempos pretéritos. En el pasado,había existido un tiempo magnífico en el que sefabricaban sofás como aquél como la cosa másnatural del mundo.

—Es un buen sofá —dije.—Pues pensaba comprar otro. Este está

ya viejo y cochambroso.—A mí me gusta éste.—Vale. De acuerdo —dijo.Acompañando a la voz de Bing Crosby,

Page 1093: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

canté Danny Boy.—¿Te gusta esta canción?—Sí, mucho —dije—. En primaria gané el

primer premio de un concurso de armónicatocando esta melodía. Me dieron una docena delápices. Hace tiempo, era muy bueno con laarmónica.

Se rió.—¡Qué extraña es la vida!—Sí, es extraña —dije.Ella volvió a poner Danny Boy y yo volví

a cantarla siguiendo la música. La segunda vezque la canté, me entristecí.

—¿Me escribirás cuando te vayas? —mepreguntó.

—Te escribiré —respondí—. Si puedoechar las cartas al correo, claro.

Nos partimos, mitad y mitad, el vino quequedaba en la botella y nos lo bebimos.

—¿Qué hora es? —pregunté.—Medianoche —respondió.

Page 1094: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas
Page 1095: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

36. El acordeón

EL FIN DEL MUNDO

—Lo sientes, ¿no es cierto? —dijo—.Sientes que podrás leer mi corazón, ¿verdad?

—Sí, lo siento con mucha fuerza. Tucorazón está al alcance de mi mano, lo sé. Perono lo veo. Sin embargo, estoy convencido deque la manera de lograrlo ya me ha sidomostrada, que está ante mis ojos.

—Si tú lo sientes así, seguro que tienesrazón.

—Pero no consigo descubrirla.Nos sentamos en el suelo del almacén,

recostados en la pared, y alzamos la vista hacialos cráneos. Inmóviles, los cráneos estabanvueltos hacia mí, pero no pronunciaban palabra.

Page 1096: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Eso que sientes con tanta intensidad,¿no podría haber sucedido hace relativamentepoco? —dijo—. Intenta acordarte de todo loque ha ocurrido a tu alrededor desde que tusombra empezó a debilitarse. Quizá ahí seesconda la clave. La clave que nos conduzca ami corazón.

Sobre el suelo helado, entorné los ojos yagucé el oído en un intento de percibir los ecosdel silencio que emitían los cráneos.

—Esta mañana, los ancianos han excavadoun agujero delante de mi habitación. No sé quépretendían enterrar, pero era muy grande. Meha despertado el ruido de las palas. Me ha dadola sensación de que me horadaban el cráneo.Pero la nieve ha cubierto el agujero.

—¿Y aparte de eso?—Los dos fuimos a la central eléctrica,

¿te acuerdas? Vi al encargado y hablé con élsobre el bosque. Me enseñó las máquinas de lacentral que están sobre el agujero del viento. El

Page 1097: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aullido del viento es odioso, parece que sopledesde el fondo de los infiernos. El encargadoera joven, de carácter apacible, delgado.

—¿Y luego?—Me dio un acordeón, un pequeño

acordeón plegable. Es viejo, pero suena bien.Sentada en el suelo, ella reflexionaba. En

el almacén la temperatura descendía minuto aminuto.

—Quizá sea el acordeón —dijo ella—. Sí.Seguro que ahí está el secreto.

—¿El acordeón?—Tiene lógica, ¿no crees? El acordeón

está ligado con la música, la música está ligadacon mi madre, mi madre está ligada a losfragmentos de mi corazón.

—Seguro que es eso —dije—. Sí, todocobraría sentido. Quizá sea ésa la clave. Sinembargo, falta un eslabón fundamental de lacadena. Y es que yo no recuerdo ningunacanción.

Page 1098: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No hace falta que sea una canción.¿Puedes dejarme escuchar un poco cómosuena?

—Claro.Salí del almacén, saqué el acordeón del

bolsillo del abrigo, que estaba al lado de laestufa, volví junto a ella con el acordeón y mesenté. Deslicé ambas manos bajo las correas delas cajas e intenté tocar algunos acordes.

—¡Qué sonido tan bonito! —dijo ella—,¿Es igual que el sonido del viento?

—Es el sonido del viento. Voy creandovientos con diferentes sonidos y los combino.

Ella cerró los ojos y se quedó inmóvil,escuchando los acordes.

Toqué, por orden, todos los acordes quelogré recordar. Tanteando suavemente con losdedos de la mano derecha, fui pulsando laescala musical. No salió ninguna melodía, peroera igual. Bastaba con que le dejase oír elsonido del acordeón como si fuese el del

Page 1099: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

viento. Decidí no buscar nada más. Bastaba conque confiase mi corazón al viento, como unpájaro.

Me dije que jamás podría abandonar micorazón. Por más pesado, por más triste quefuera en unas ocasiones, en otras surcaba elviento igual que un pájaro y alcanzaba a ver elinfinito. Incluso podía sumergir mi corazóndentro de los ecos de aquel pequeñoinstrumento.

Me dio la sensación de que el viento quesoplaba en el exterior del edificio llegaba a misoídos. El viento invernal danzaba sobre laciudad. Se arremolinaba alrededor de la altatorre del reloj, cruzaba bajo los puentes,agitaba las ramas de los sauces que bordeabanel río. Azotaba las ramas de los árboles delbosque, barría la pradera, hacía crujir los posteseléctricos del área industrial, golpeaba lapuerta de la muralla. Bajo su soplo, las bestiasse helaban y las personas contenían el aliento

Page 1100: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en el interior de sus casas. Con los ojoscerrados, evoqué diversas imágenes de laciudad. Las isletas del río, una de las atalayassituadas al oeste, la central eléctrica delbosque, el rincón soleado de delante de laResidencia Oficial en que se sentaban losancianos. Las bestias inclinadas para beber aguaen los remansos del río; el viento meciendo laverde hierba que en verano crecía en losescalones de piedra del canal. Recordé, hastaen sus menores detalles, el lago situado haciael sur, adonde habíamos ido juntos ella y yo.Me acordé de los pequeños campos de cultivo,detrás de la central eléctrica, y de la praderadonde se hallaban los antiguos barracones, y delas ruinas y del viejo pozo que quedaban dondeel Bosque del Este lindaba con la muralla.

Pensé en las personas a las que habíaconocido en la ciudad. Mi vecino el coronel,los ancianos que vivían en la ResidenciaOficial, el encargado de la central eléctrica, el

Page 1101: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

guardián de la Puerta del Oeste... En aquelinstante, todos ellos debían de estar en susrespectivas habitaciones escuchando el rugidode la ventisca que azotaba la ciudad.

Estaba a punto de perder para siempretodos y cada uno de estos paisajes, a todas ycada una de estas personas. Y luego, porsupuesto, estaba ella. Pero yo recordaríasiempre, como si acabara de verlos la víspera,aquel mundo y a las personas que lo habitaban.Ellos no tenían ninguna culpa de que la ciudadfuese antinatural y se asentara en algo erróneo,ni de que sus habitantes hubiesen perdido elcorazón. Incluso tal vez recordase al guardiáncon nostalgia. Porque él sólo era un eslabónmás de la férrea cadena en que consistía laciudad. Algo había creado la poderosa muralla,y las personas sólo habían sido absorbidas porella. Sentí que era capaz de amar todos lospaisajes y a todas las personas de la ciudad. Nopodía quedarme allí. Pero los amaba.

Page 1102: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

En aquel instante, algo golpeó levementemi corazón. Uno de los acordes insistía enpermanecer en mi interior, como si me pidieraalgo. Abrí los ojos, decidí tocarlo de nuevo.Con la mano derecha busqué los sonidos que lecorrespondían. Al cabo de un largo rato, di alfin con las cuatro primeras notas de unamelodía. Aquellas cuatro notas fueron bajandodespacio del cielo, danzando en el aire comotibios rayos del sol, hasta posarse en micorazón. Aquellas cuatro notas me necesitabana mí y yo las necesitaba a ellas.

Pulsando las claves del teclado, toquéaquellas cuatro notas muchas veces. Noté querequerían unas cuantas notas más y un acordedistinto. Busqué un nuevo acorde. Lo halléenseguida. Aún iba a costarme un pocoencontrar la melodía, pero las cuatro primerasnotas me condujeron a las cinco siguientes. Aéstas las sucedieron un nuevo acorde y otrastres notas.

Page 1103: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Aquello era una canción. No una cancióncompleta, pero sí la primera estrofa de unacanción. Repetí, una vez tras otra, los tresacordes y las doce notas. Debía de ser unacanción que conocía.

Danny Boy.Cerré los ojos, proseguí. En cuanto hube

recordado el título de la canción, la melodía ylos acordes empezaron a fluir espontáneamentea través de las puntas de mis dedos. Toqué lamelodía una vez tras otra. Percibía con todaclaridad cómo la música se iba infiltrando enmi corazón y aligeraba la tensión y la rigidez decada rincón de mi cuerpo. Al oír música porprimera vez después de tanto tiempo, me dicuenta de cuánto la había necesitado. Hacíatanto que la había perdido que incluso habíadejado de añorarla. La música tornó leves micorazón y mis músculos helados por el fríoinvernal y confirió a mis ojos una cálida ynostálgica luz.

Page 1104: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

En aquella música creí percibir el alientode la ciudad. Yo estaba dentro de la ciudad, laciudad estaba dentro de mí. La ciudad respirabay temblaba al compás del temblor de micuerpo. La muralla se movía, serpenteaba. Sentíla muralla como si fuera mi propia piel.

Tras repetir muchas veces aquellamelodía, aparté las manos del instrumento, lodejé en el suelo, me recosté en la pared y cerrélos ojos. Aún podía notar el temblor de micuerpo. Todo lo que había allí era yo. Lamuralla, la puerta, las bestias, el bosque, el río,el agujero por donde surgía el fuerte viento, ellago: todo era yo. Todo estaba en mi interior.Probablemente, incluso el frío invierno era yo.

Aun después de que hubiera dejado elacordeón, ella continuó con los ojos cerrados,aferrada con ambas manos a mi brazo. De susojos brotaban lágrimas. Apoyé una mano en suhombro, posé los labios sobre sus ojos. Laslágrimas les conferían una humedad cálida y

Page 1105: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

suave. Una luz tenue y dulce iluminó susmejillas haciendo brillar sus lágrimas. No setrataba, sin embargo, de la luz mortecina de lalámpara que colgaba del techo. Era una luz másblanca, más cálida, como la de las estrellas.

Me levanté y apagué la lámpara. Descubríde dónde venía la luz.

Eran los cráneos, que brillaban. Lahabitación estaba iluminada como si fueramediodía. Era una luz suave como un rayo desol de primavera, serena como el claro de luna.La vieja luz dormida en el interior de losincontables cráneos alineados sobre losestantes ahora estaba despertando. Las hilerasde cráneos brillaban en silencio como el marcentelleante de la mañana, fragmentado en milpuntos de luz. Sin embargo, aquella luz nocegaba mis ojos. Aquella luz me llenaba de paz,infundía en mi corazón el calor que habíantraído consigo los viejos recuerdos. Podíasentir que mis ojos estaban curados. Ya nada

Page 1106: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

podía lastimarlos.Era una visión maravillosa. La luz se

esparcía por todas partes. Los cráneosdespedían la luz del prometido silencio comouna joya divisada en el fondo de unas aguascristalinas. Tomé un cráneo en la mano, deslicésuavemente las puntas de los dedos por lasuperficie. En él, descubrí su corazón. Sucorazón estaba allí. Lo sentía, pequeño, en lasyemas de mis dedos. Cada uno de los puntitosde luz no poseía más que una tibieza y unaclaridad muy suaves, pero eran una tibieza y unaclaridad que nadie le podía arrebatar.

—Tu corazón está ahí —le dije—. Lo queresalta y brilla es tu corazón.

Ella esbozó un gesto de asentimiento yclavó en mí sus ojos anegados en lágrimas.

—Podré leer tu corazón. Y podré reunirloen un todo. Tu corazón ya no será un trozo decorazón perdido y fragmentado en mil pedazos.Está aquí y nadie podrá arrebatártelo. —Volví a

Page 1107: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

posar los labios sobre sus párpados—. Déjameaquí, solo —dije—. Quiero leer tu corazónantes de que llegue la mañana. Despuésdormiré un poco.

Ella volvió a asentir, echó una miradacircular a las hileras de cráneos que brillaban ysalió del almacén. Cuando la puerta se cerró,me recosté en la pared y, durante una eternidad,contemplé los numerosos puntos de luz quebrillaban sobre los cráneos. Aquella luz eranlos viejos sueños que ella había tenido y, almismo tiempo, eran mis propios viejos sueños.Lo había descubierto finalmente tras recorrerun largo camino por aquella ciudad amurallada.

Cogí un cráneo, posé ambas manos sobreél, cerré suavemente los ojos.

Page 1108: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

37. Luz. Introspección. Limpieza

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

No sabía cuántas horas había dormido.Alguien me zarandeaba. Lo primero que sentífue el olor del sofá. Luego, irritación hacia lapersona que me estaba despertando. Todo elmundo, como una plaga de langostas en otoño,pretendía arrancarme de mi fecundo sueño.

A pesar de ello, algo en mi interior meurgía a despertar. Como si me dijera: «Notienes tiempo de dormir». Ese algo de miinterior me estaba golpeando la cabeza con ungran jarrón de metal.

—¡Despierta, por favor! —dijo ella.Me incorporé sobre el sofá y abrí los

Page 1109: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ojos. Estaba envuelto en un albornoz de colornaranja. Ella llevaba una camiseta blanca dehombre y estaba encima de mí, sacudiéndomelos hombros. Cubierta sólo con una camiseta yunas braguitas blancas, su cuerpo delgado mehizo pensar en un niño pequeño y frágil. Uncuerpo susceptible de ser reducido a polvo ybarrido por una fuerte ráfaga de viento.¿Adónde diablos había ido a parar toda aquellacomida italiana que habíamos devorado? ¿Ydónde había dejado mi reloj de pulsera? Todoestaba oscuro. Si mis ojos no me engañaban,todavía no había amanecido.

—¡Mira! ¡Allí, encima de la mesa! —medijo ella.

La obedecí. Sobre la mesa había unaespecie de pequeño árbol de Navidad. Pero nopodía ser un árbol de Navidad: era demasiadopequeño y, además, estábamos sólo aprincipios de octubre. No, no podía ser.Cerrándome con ambas manos las solapas del

Page 1110: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

albornoz, miré fijamente el objeto que habíasobre la mesa. Era el cráneo que yo habíadejado allí. No, quizá ella lo había depositadoen la mesa. No recordaba quién de los dos lohabía puesto allí. No importaba. En todo caso,lo que brillaba sobre la mesa como un árbol deNavidad era el cráneo del unicornio que habíatraído yo. Un halo de luz envolvía la calavera.

Cada uno de los puntitos luminosos eradiminuto, y su luz no era muy potente. Pero lospequeños puntos de luz flotaban por encima delcráneo como incontables estrellas. Era una luzblanca, tenue y dulce. Cada puntito estabarodeado a su vez de un halo de luz distinta, másdifusa, y sus contornos aparecían vagamentevelados. Por eso, más que brillar en lasuperficie del cráneo, la luz flotaba porencima. Sentados juntos en el sofá,permanecimos largo tiempo en silencio conlos ojos clavados en aquel mar de pequeñasluces. Ella me aferraba un brazo con ambas

Page 1111: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

manos, yo seguía con las dos manos en lassolapas del albornoz. Eran altas horas de lanoche, no se oía ningún ruido en losalrededores.

—¿Qué es eso? ¿Es algún artificio?Sacudí la cabeza. Había pasado una noche

en casa con el cráneo y no había emitido luz. Sise debiera a algún tipo de pintura o de musgofosforescente, no brillaría y dejaría de brillar asu capricho. Cuando estuviera oscuro, brillaría.Además, antes de que nos durmiésemos, nobrillaba. No se trataba de ningún artificio. Eraalgo especial, no creado por manos humanas.Ninguna fuerza artificial habría podido produciruna luz tan dulce y serena.

Me desprendí con suavidad de las manosque me aferraban el brazo derecho, alargué lamano hacia el cráneo, lo alcé en silencio y lodeposité sobre mis rodillas.

—¿No te da miedo? —me preguntó ellaen voz baja.

Page 1112: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No —dije. No me daba miedo. Aquellodebía de tener alguna relación conmigo. Ynadie se teme a sí mismo.

Al cubrir el cráneo con las palmas de lasmanos sentí el calor tibio de un débil rescoldo.Incluso mis dedos estaban envueltos en un halode pálida luz. Cerré los ojos, dejé que mis diezdedos se empaparan en aquella tibieza suave ysentí que una multitud de viejos recuerdosemergían en mi corazón como nubes lejanas.

—No parece una reproducción —comentó ella—. Seguro que es un cráneoauténtico, que viene de tiempos remotostrayendo recuerdos lejanos...

Asentí en silencio. Pero ¿qué podía saberyo? Fuera lo que fuese aquello, lo cierto eraque emanaba luz y que esa luz estaba en mismanos. Sólo sabía que la luz me estabadiciendo algo. Lo intuía. Posiblemente, se meestaba mostrando algún camino. Pero podíaestar relacionado tanto con el nuevo mundo al

Page 1113: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

que me acercaba como con el viejo mundo queme disponía a abandonar. Eso yo no era capazde discernirlo.

Abrí los ojos y contemplé de nuevo la luzque teñía mis dedos de blanco. No podía captarel significado de la luz, pero sí percibíaclaramente que estaba desprovista de malicia yhostilidad. Asentada en mi mano, parecíasatisfecha de encontrarse allí. Seguí con lapunta del dedo la línea de luz que flotaba en elaire. «No hay por qué tener miedo», pensé. Nohabía ninguna razón para temerme a mí mismo.

Volví a depositar el cráneo sobre la mesa,le toqué la mejilla a ella con la punta de aqueldedo.

—Está caliente —constató.—Es que la luz está caliente —dije.—¿Crees que yo también podría tocarla?—Claro.Ella permaneció un rato con las manos

posadas sobre el cráneo y los ojos cerrados.

Page 1114: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Como era de esperar, sus dedos también secubrieron de un velo de luz blanca.

—He sentido algo —dijo—. No sé qué es,pero es algo que sentí hace tiempo en algúnsitio. El aire, la luz, el sonido, todo eso. Perono sabría explicarlo.

—Yo tampoco —dije—. Tengo sed.—¿Quieres cerveza? ¿O agua?—Mejor cerveza —dije.Mientras ella sacaba cerveza de la nevera y

la traía a la sala de estar junto con dos vasos,recogí el reloj de pulsera de detrás del sofá ymiré la hora. Eran las cuatro y dieciséisminutos. Poco más de una hora después,amanecería. Cogí el teléfono y marqué elnúmero de mi piso. No había llamado nunca ami casa, así que me costó un poco recordar elnúmero. Nadie descolgó. Dejé que el timbresonara quince veces, colgué, volví a marcar elnúmero y esperé de nuevo hasta eldecimoquinto timbrazo. El resultado fue el

Page 1115: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mismo. No había nadie.¿Habría regresado la joven gorda al

subterráneo, donde la esperaba su abuelo? ¿Ohabrían aparecido de nuevo los semióticos olos del Sistema y la habrían capturado? Me dijeque, de todas maneras, ella sabía muy bien loque hacía. Era diez veces más capaz que yo deafrontar cualquier situación, por peligrosa quefuera. Y, además, tenía la mitad de años que yo,lo cual no carecía de importancia. Al colgar,sentí un poco de nostalgia pensando que novolvería a verla. Era una sensación parecida a laque produce ver cómo van sacando todos lossofás y las lámparas de araña de un hotel queen breve será clausurado. Las ventanas se vancerrando una tras otra, se descuelgan lascortinas.

Bebimos cerveza mientrascontemplábamos la luz blanca que emitía elcráneo.

—¿Crees que eres tú quien hace brillar la

Page 1116: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

luz? —preguntó.—No lo sé —dije—, pero esa impresión

me da. Claro que también es posible que no yque brille en respuesta a otra cosa.

Me serví el resto de cerveza en el vaso yla apuré lentamente. El mundo de antes delamanecer era silencioso y desierto como elcorazón de un bosque. Sobre la alfombraestaban esparcidas mis ropas y las suyas. Miblazer, mi camisa, mi corbata, mis pantalones,su vestido, sus medias, su combinación. Me diola sensación de que aquel amasijo de ropatirada por el suelo era la materialización de lostreinta y cinco años de mi vida.

—¿Qué estás mirando? —me preguntó.—La ropa.—¿Y por qué la miras?—Porque hasta hace poco era una parte de

mí. Y tu ropa era una parte de ti. Pero ahora yano. Parece una ropa distinta de unas personasdistintas. No parece mi ropa.

Page 1117: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Eso quizá te pasa porque has hecho elamor —dijo ella—. Después de hacer el amor,las personas tienden a la introspección.

—No, no es eso —dije con el vaso vacíoen la mano—. No estoy introspectivo. Sólo esque me llaman la atención las cosas pequeñasque componen el mundo. Los caracoles, lasgotas de lluvia que caen del tejado, elescaparate de una ferretería, esa clase de cosas.

—¿Recojo la ropa?—No, ya está bien como está. Así me

siento más tranquilo. No hace falta que larecojas.

—Háblame de los caracoles.—He visto un caracol delante de la

lavandería —dije—. No sabía que hubieracaracoles en otoño.

—Hay caracoles todo el año.—Sí, ya lo he visto.—¿Sabías que en Europa los caracoles

tienen un sentido mítico? —dijo ella—. La

Page 1118: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

concha significa el mundo de las tinieblas, y elhecho de que el caracol asome de la conchasignifica que ha salido la luz del sol. Por esolas personas, cuando ven un caracol, tienen elgesto instintivo de golpear la concha para queel caracol salga. ¿Lo has hecho alguna vez?

—No —dije—. Sabes muchas cosas.—Trabajando en una biblioteca se

aprenden un montón de cosas.Cogí la cajetilla de Seven Star de encima

de la mesa y encendí un cigarrillo con lascerillas que me habían dado en la cervecería.Entonces volví a mirar la ropa esparcida por elsuelo. Una manga de mi camisa descansabasobre sus medias azul pálido. Su vestido deterciopelo estaba doblado por la mitad, como sise retorciera, y la fina combinación estaba a sulado como una bandera arriada. Sus collares ysu reloj estaban dispersos sobre el sofá, y elbolso negro de piel descansaba sobre una mesade café que había en un rincón de la habitación.

Page 1119: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Su ropa tirada por el suelo parecía másella que ella misma. O quizá era que mi ropaparecía más yo que yo mismo.

—¿Por qué empezaste a trabajar en unabiblioteca? —quise saber.

—Porque me gustan las bibliotecas. Sontranquilas, están llenas de libros, rebosanconocimientos. No me apetecía trabajar ni enun banco ni en una empresa comercial, ytampoco quería ser profesora.

Exhalé el humo del cigarrillo hacia eltecho, contemplé su trayectoria.

—¿Quieres saber más cosas sobre mí? —me preguntó—. ¿Dónde nací, cómo era dejovencita, a qué universidad fui, cuándo perdí lavirginidad, qué color me gusta, estas cosas?

—No —contesté—. Ahora no. Quierosaberlo poco a poco.

—Yo también quiero conocerte poco apoco.

—Nací cerca del mar —dije—. Cuando

Page 1120: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

me acercaba a la playa por la mañana, despuésde un tifón, en la orilla había todo tipo deobjetos arrojados por las olas. Uno encontrabalas cosas más sorprendentes. Desde botellas,geta[17], sombreros, estuches de gafas, y hastamesas y sillas. No tengo ni idea de cómollegaban hasta la playa. Pero a mí me encantabair a buscarlos y esperaba ilusionado a quellegara un tifón. Seguro que los habían tirado enalguna playa y que las olas los habían arrastradohasta allí. —Apagué el cigarrillo en el ceniceroy dejé el vaso vacío sobre la mesa—. Todosaquellos objetos arrojados por las olas estabanasombrosamente limpios. Eran sólo trastosinútiles, pero estaban limpísimos. No había niuno solo que estuviera tan sucio que no sepudiera tocar. El mar es algo muy especial.Cuando pienso en aquella época, siempre meacuerdo de esa basura varada en la playa. Mivida siempre ha consistido en esto. En recogerbasura, ir limpiándola a mi modo e ir

Page 1121: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

arrojándola a otra parte. Pero es una basurainútil. Y se pudre allí donde está. Nada más.

—Pero para hacer eso se necesita estilo.Para limpiarla, quiero decir.

—¿Y qué necesidad hay de tener un estiloasí? También un caracol tiene estilo. Lo únicoque hago yo es ir de una playa a otra. Recuerdomuchas cosas que han sucedido en mi vida,pero sólo las recuerdo. Ninguna de ellas tienenada que ver con el hombre que soy ahora.Simplemente las recuerdo. Son cosas limpias,pero sin utilidad alguna.

Ella posó una mano en mi hombro, selevantó del sofá y fue a la cocina. Sacó delrefrigerador una botella de vino, llenó unacopa, la puso sobre una bandeja junto con otracerveza y la trajo a la mesa.

—Estas horas de oscuridad antes delamanecer me encantan —dijo—. Porque sonlimpias y no sirven para nada, supongo.

—Pero se terminan enseguida. Amanece y

Page 1122: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

viene el repartidor de periódicos, el de laleche, empiezan a circular los trenes.

Ella se deslizó a mi lado, se subió la mantahasta el pecho y tomó un sorbo de vino. Yo meserví la cerveza y, con el vaso en la mano,contemplé el cráneo, encima de la mesa, queaún no había perdido su resplandor. Arrojaba supálida luz sobre la botella de cerveza, elcenicero y las cerillas. Ella posó la cabeza enmi hombro.

—Antes te he estado mirando mientrasvenías de la cocina —dije.

—¿Y qué te parece?—Pues que tienes unas piernas muy

bonitas.—¿Te gustan?—Mucho.Ella dejó la copa sobre la mesa y me dio

un beso justo debajo de la oreja.—¿Sabes? —dijo—. Me encantan los

cumplidos.

Page 1123: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Cuando amaneció y poco a poco fue

haciéndose de día, la luz del cráneo, comolavada por el sol, fue perdiendo lentamente subrillo y el cráneo volvió a ser un montón dehuesos blancos anodinos. Abrazados en el sofá,contemplamos cómo la luz de la mañana ibaarrebatando las sombras al mundo que había alotro lado de las cortinas. Su cálido alientohumedecía mi hombro, sus senos eranpequeños y suaves.

Cuando acabó de beberse el vino, sedurmió plácidamente, como plegándose a aquelpequeño espacio de tiempo. La luz del sol teñíalos tejados de las casas vecinas, los pájarosvenían al jardín y se marchaban. La voz de unlocutor daba las noticias, alguien ponía enmarcha el motor de su coche. Yo ya no teníasueño. No recordaba cuántas horas habíadormido, pero el sopor había desaparecido porcompleto y tenía ya la cabeza despejada de los

Page 1124: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

efectos del alcohol. Aparté con suavidad sucabeza de mi hombro, me levanté del sofá, fui ala cocina, bebí varios vasos de agua y me fuméun cigarrillo. Luego cerré la puerta queseparaba la cocina del cuarto de estar, encendíel radiocasete de encima de la mesa y sintonicéa bajo volumen una emisora de FM. Meapetecía escuchar una melodía de Bob Dylan,pero, desgraciadamente, no pusieron ninguna.En cambio, pusieron Autumn Leaves, de RogerWilliams. Era otoño.

Su cocina se parecía mucho a la mía.Había un fregadero, un extractor, una neveracon congelador, un calentador de gas. Eltamaño, la funcionalidad y el número decacharros eran casi los mismos. La únicadiferencia era que allí no había un horno de gassino un microondas. También había unacafetera eléctrica. Se veía un juego decuchillos de cocina distribuidos según su uso,pero afilados de manera desigual. Hay pocas

Page 1125: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mujeres que sepan afilar bien los cuchillos.Todos los cuencos para cocinar eran de pírex,muy prácticos para el microondas, y lassartenes estaban cuidadosamente untadas deaceite. El recogedor de basura que había debajodel fregadero estaba limpio.

Ni yo mismo sé por qué me interesantanto las cocinas ajenas. No pretendoescudriñar los detalles de la vida cotidiana delos otros, pero reconozco que las cocinas mellaman la atención de un modo muy natural.Acabó Autumn Leaves, de Roger Williams, yle siguió Autumn in New York, por la FrankChacksfield Orchestra. Envuelto en la luz deuna mañana de otoño, contemplédistraídamente las cazuelas, los cuencos y losbotes de especias alineados en los estantes. Lacocina es un mundo en sí mismo. Ya lo decíaWilliam Shakespeare. El mundo es una cocina.

Al acabar la melodía, una locutoracomentó: «¡Ya estamos en otoño!». Luego

Page 1126: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

habló del olor del primer jersey que te ponesen otoño. Dijo que en una novela de JohnUpdike hay una buena descripción de este olor.La siguiente melodía fue Early Autumn, deWoody Herman. El reloj de cocina de encimade la mesa señalaba las siete y veinticincominutos. Las siete y veinticinco minutos de lamañana del 3 de octubre. Lunes. El cielo estabatan claro y parecía tan profundo como sihubiesen escarbado su fondo con un cuchilloafilado. No parecía un mal día para dejar estemundo.

Puse agua a calentar y escaldé unostomates que había en el frigorífico, y piqué ajoy unas verduras que encontré para preparar unasalsa de tomate; luego añadí unas salchichas ydejé que se cociera todo a fuego lento.Mientras tanto, corté pimiento y pepino entrozos pequeños, preparé una ensalada, hicecafé en la cafetera, rocié con unas gotas deagua una barra de pan, la envolví en papel de

Page 1127: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

aluminio y la tosté en el horno. Cuando lacomida estuvo lista, la desperté, y recogí elvaso, la copa y la botella de cerveza vacía deencima de la mesa del comedor.

—¡Qué bien huele! —dijo ella.—¿Puedo vestirme ya? —pregunté.No me visto nunca antes de que lo haga la

mujer. Creo que da mala suerte. En la sociedadcivilizada quizá se considere educación.

—Claro, adelante —dijo, quitándose lacamiseta. La luz de la mañana creaba suavessombras en sus pechos y en su vientre, y hacíabrillar el vello de su piel. Ella permaneció unosinstantes así, contemplando su cuerpo desnudo.

—No está mal, ¿verdad?—No, no está nada mal —dije.—No tengo grasa, tampoco arrugas en la

barriga, y la piel todavía está tersa. Demomento, claro —dijo ella, apoyando las dosmanos en el sofá y volviéndose hacia mí—,Pero, un día, todo esto desaparecerá de

Page 1128: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

repente, ¿no te parece? Se acabará, como unhilo que se corta, sin posibilidad de volveratrás. Es triste.

—Comamos —dije.Ella fue a la habitación contigua, se pasó

una sudadera amarilla por la cabeza y seenfundó unos viejos vaqueros descoloridos. Yome puse los pantalones chinos y la camisa. Ynos sentamos frente a frente en la mesa de lacocina; comimos el pan, las salchichas y laensalada, y tomamos café.

—¿Tú te acostumbras tan rápido a lascocinas de todas las casas? —me preguntó.

—En esencia, todas las cocinas soniguales —dije—. En ellas se cocina y se come.No hay gran diferencia entre una y otra.

—¿No te hartas a veces de vivir solo?—No lo sé. Es que nunca he pensado en

ello. Viví cinco años con mi mujer, pero ahorani siquiera recuerdo qué tipo de vida llevaba.Me da la sensación de haber vivido siempre

Page 1129: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

solo.—¿Nunca has pensado en casarte otra vez?—Me da lo mismo —dije—. Es igual una

cosa que otra. Es como una perrera con unaentrada y una salida. No importa por dónde seentra y por dónde se sale.

Ella se rió y se enjugó con una servilletade papel la salsa de tomate de las comisuras delos labios.

—Es la primera vez que oigo a alguiencomparar el matrimonio con una perrera.

Cuando terminamos de desayunar, calentéel café que quedaba y serví una taza para cadauno.

—La salsa de tomate estaba muy buena —dijo.

—Con laurel y orégano habría estado aúnmejor —dije—, Y dejándola diez minutos másen el fuego, también.

—De todas formas, estaba buena. Hacíatiempo que no tomaba un desayuno tan bien

Page 1130: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

preparado —dijo—. ¿Qué vas a hacer ahora?Miré el reloj. Eran las ocho y media.—A las nueve podemos salir —dije—. Ir a

algún parque y tomar el sol mientras nosbebemos una cerveza. Y a las diez y media, teacompaño en coche a donde tú quieras y mevoy. ¿Qué harás luego?

—Volveré a casa, haré la colada ylimpiaré, y después, sola, me sumergiré en losrecuerdos del sexo de esta noche. No está mal,¿verdad?

—No está mal —dije. No estaba mal.—Oye, no creas que me acuesto

enseguida con cualquiera —añadió ella.—Ya lo sé.Mientras yo lavaba los platos, ella se

duchó cantando. Lavé la cazuela y los platoscon un jabón hecho de grasa de origen vegetalque apenas hacía espuma, los sequé con untrapo y los dejé sobre la mesa. Me lavé lasmanos, tomé prestado un cepillo de dientes que

Page 1131: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

encontré en la cocina y me cepillé los dientes.Luego fui al cuarto de baño y le pregunté sitenía alguna maquinilla de afeitar.

—Mira en el estante de arriba a laderecha. Creo que allí está la que usaba mimarido.

Efectivamente, en el estante había espumade afeitar de Gillette, con aroma a lima-limón,y una elegante maquinilla. El envase de espumaestaba medio vacío y en la boca delpulverizador había adherida espuma blanca, yaseca. Morir significa marcharse dejando unenvase de espuma de afeitar a medias.

—¿La has encontrado? —me preguntó.—Sí —dije.Volví a la cocina con la maquinilla, la

espuma de afeitar y una toalla limpia, calentéagua y me afeité. Al terminar, lavécuidadosamente la maquinilla y la funda. Lospelos de mi barba y los pelos de la barba delhombre muerto se mezclarían en la tubería del

Page 1132: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

lavabo y se hundirían en el fondo.Mientras ella se vestía, me senté en el

sofá de la sala de estar y leí la edición matutinadel periódico. Un taxista había tenido un ataqueal corazón mientras conducía el taxi, se habíaempotrado contra la viga del puente de unviaducto y había muerto; los pasajeros, unamujer de treinta y dos años y una niña decuatro, estaban gravemente heridos. En elalmuerzo del consejo municipal de no sé dóndehabían servido ostras fritas en mal estado yhabían muerto dos personas. El ministro deAsuntos Exteriores había declarado quelamentaba las medidas adoptadas por EstadosUnidos frente a los altos tipos de interés; unencuentro de banqueros estadounidenses habíaanalizado la cuestión del interés de los créditosconcedidos a Centroamérica y Sudamérica; elministro de Hacienda peruano había criticado lainjerencia de Estados Unidos en la economíasudamericana; el ministro de Asuntos

Page 1133: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Exteriores de la República Federal deAlemania exigía la rectificación deldesequilibrio de la balanza comercial conJapón. Siria censuraba a Israel, Israel censurabaa Siria. Había una consulta sobre el caso de unjoven de dieciocho años que había agredido asu padre. No parecía que hubiera nada escritoque pudiera serme de utilidad en las últimashoras de mi vida.

Ella estaba frente al espejo con unospantalones de algodón beige, una camisa acuadros de color marrón, cepillándose el pelo.Yo me puse la corbata y el blazer.

—¿Qué vas a hacer con el cráneo delunicornio? —preguntó ella.

—Te lo regalo. ¿Dónde quieres ponerlo?—¿Qué te parece encima del televisor?Cogí el cráneo, que ya había perdido su

luz, fui a un rincón de la sala de estar y lo puseencima del televisor.

—¿Qué te parece?

Page 1134: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—No está mal —opiné.—¿Crees que volverá a brillar?—Seguro que sí —dije. La abracé de

nuevo y grabé su calor en mi mente.

Page 1135: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

38. La huida

EL FIN DEL MUNDO

Con el alba, la luz de los cráneos se veló yempezó a languidecer. Cuando la luz gris de lamañana, que penetraba por un pequeño tragaluzsituado cerca del techo del almacén, empezó ailuminar débilmente las paredes de alrededor,los puntos de luz perdieron poco a poco subrillo y, junto con el recuerdo de las densastinieblas, se fueron yendo, uno tras otro, aalgún otro lugar.

Hasta que desapareció la última luz, yoseguí deslizando los dedos sobre los cráneos,imbuyéndome de su calor. No sabía a quéproporción del total alcanzarían las luces quehabía conseguido leer durante la noche. Debía

Page 1136: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

leer demasiados cráneos y disponía de muypoco tiempo. Pero decidí no pensar en eltiempo y fui escudriñando con los dedos,atentamente, con sumo cuidado, un cráneo trasotro. Percibía con claridad cómo, bajo lasyemas de mis dedos, iba perfilándose segundoa segundo la existencia de su corazón. Sentíaque era suficiente con aquello. No importaba elnúmero o la proporción. Por más esfuerzosque uno haga, jamás podrá descifrar todo loque se oculta en los recovecos del corazónhumano. Lo cierto era que allí estaba sucorazón y que yo lo percibía. ¿Podía pedirmás?

Tras devolver el último cráneo a suestante, me senté en el suelo y me recosté en lapared. A través de la alta claraboya no se veía elcielo ni, por tanto, se sabía qué tiempo hacíafuera. Por la luz, sólo adivinaba que el cieloestaba encapotado. Unas pálidas sombrasflotaban en silencio por el almacén, como una

Page 1137: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

corriente de suave líquido, y los cráneos sehabían sumido ya en aquel profundo sueño quehabía vuelto a visitarles. También yo cerré losojos y dejé reposar mi mente en el aire frío delamanecer. Al llevarme la mano a la mejilla, medi cuenta de que los dedos todavía conservabanla tibieza de la luz.

Permanecí sentado en aquel rincón,inmóvil, hasta que mi espíritu, envuelto en elsilencio y el aire frío, se serenó. El tiempocarecía de uniformidad y coherencia. Lapalidez de la luz que penetraba por la ventana nocambiaba, las sombras seguían clavadas en elmismo lugar. Sentía cómo su corazón, que sehabía infiltrado en mi interior, recorría micuerpo, fundiéndose con mi propia esencia,penetrando en toda mi carne. Seguro quetodavía tardaría mucho en poder darle a sucorazón una forma más clara y definida. Y talvez me costara más aún transmitírselo a ella,infiltrarlo en su cuerpo. Sin embargo, por más

Page 1138: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tiempo que tardara, aunque no llegase a poseeruna forma perfecta, yo podría ofrecerle uncorazón. Y ella, por sus propios medios, seríacapaz de darle una forma más perfecta. Estabaconvencido de ello.

Me levanté y salí del almacén. Ella estabasola, sentada a una mesa de la sala de lectura,esperándome. La luz borrosa desdibujaba loscontornos de su cuerpo. La noche había sidomuy larga, tanto para ella como para mí. Alverme, se levantó sin decir nada y puso lacafetera sobre la estufa. Mientras se calentabael café, me lavé las manos en el fregadero delfondo, me las sequé con una toalla y toméasiento delante de la estufa para entrar en calor.

—¿Estás cansado? —me preguntó.Asentí. Me sentía pesado como un pedazo

de barro, a duras penas podía levantar la mano.Había permanecido muchas horas seguidasleyendo viejos sueños. Sin embargo, elcansancio no había penetrado en mi corazón.

Page 1139: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tal como me había dicho ella el primer día enque me dediqué a leer sueños, por máscansados que nos sintamos, no debemos dejarque el cansancio se adueñe de nuestro corazón.

—¿Por qué no te has ido a casa a dormir?—le dije—. No era necesario que te quedarasaquí.

Ella llenó una taza de café y me la pasó.—Mientras tú estés aquí, yo también

estaré.—¿Está establecido así?—Lo he establecido yo —dijo sonriendo

—. Además, estás leyendo mi corazón. Nopuedo irme dejándolo aquí, ¿no?

Asentí y tomé un sorbo de café. Las agujasdel reloj de pared marcaban las ocho y quinceminutos.

—¿Quieres que te prepare el desayuno?—No —dije.—Pero si no has comido nada desde ayer.—No tengo hambre. Lo que sí necesito es

Page 1140: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dormir. ¿Me despiertas a las dos y media?Mientras, me gustaría que te sentaras a mi ladoy velaras mi sueño. ¿Querrías hacer eso pormí?

—Si es eso lo que quieres... —dijo ellaaún con la sonrisa en los labios.

—Sí, es lo que más deseo en el mundo.Trajo un par de mantas del fondo de la

estancia y me envolvió en ellas. Como siempre,su pelo rozó mi mejilla. Al cerrar los ojos,escuché cómo, junto a mi oído, iban estallandolos trozos de carbón. Sus dedos descansabansobre mi hombro.

—¿Hasta cuándo se prolongará elinvierno? —le pregunté.

—No lo sé. Nadie sabe cuándo acaba.Pero no creo que dure mucho más. Tal vez seaésta la última gran nevada.

Alargué la mano y posé las yemas de losdedos en su mejilla. Ella cerró los ojos y, porunos instantes, saboreó aquel calor tibio.

Page 1141: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¿Ese es el calor de mi luz?—¿Qué sensación te da?—Es como la luz de primavera —dijo ella.—Lograré transmitirte tu corazón —dije

—. Quizá tarde tiempo en conseguirlo. Pero, sitú crees en ello, algún día lograrétransmitírtelo. Sin duda alguna.

—Ya lo sé —dijo. Y posó suavemente lapalma de la mano sobre mis ojos—. Duerme.

Me despertó a las dos y media en punto.Me levanté de la silla y, mientras yo me poníael abrigo, la bufanda, los guantes y la gorra, ellatomó café sola, sin decir nada. Como habíaestado colgado junto a la estufa, el abrigomojado por la nieve se había secado y estabacaliente.

—¿Quieres guardarme el acordeón? —ledije.

Ella asintió. Tomó el acordeón de encimade la mesa, lo mantuvo sobre las palmas de sus

Page 1142: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

manos unos instantes, como si lo sopesara, yvolvió a dejarlo donde estaba.

—No te preocupes. Cuidaré de él —dijoella, asintiendo.

Cuando salí, apenas nevaba y no soplabaviento. La intensa nevada que se habíaprolongado durante toda la noche parecía habercesado unas horas antes, pero el cielo seguíacubierto por unas nubes plomizas queanunciaban otra intensa nevada. Aquello no eramás que una tregua.

Cuando me disponía a cruzar el Puente delOeste, vi cómo, al otro lado de la muralla,empezaba a elevarse la humareda gris desiempre. Al principio fue una columna de humoblanco que se alzaba de manera interrumpida,como si titubeara, pero pronto se convirtió enuna humareda densa y oscura producto de lacombustión de grandes cantidades de carne. Elguardián estaba en el manzanar. Corrí a su caba

Page 1143: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

— ña dejando sobre la capa de nieve,acumulada justo hasta debajo de mis rodillas,unas pisadas tan claras que hasta a mí measombraron. Reinaba un silencio sepulcral,como si la nieve absorbiera todos los sonidos.No hacía viento, no cantaba ningún pájaro. Enlos alrededores sólo se oía, amplificado de unaforma extraña, cómo los clavos de mis botashollaban la nieve reciente.

La cabaña del guardián estaba desierta yen su interior flotaba aquel ácido olor habitual.La estufa estaba apagada, pero aún quedaban losrescoldos de poco antes. Sobre la mesa habíaesparcidos platos sucios y pipas; en la pared sealineaban las destrales y hachas de hojascentelleantes. Al barrer el interior de la cabañacon la mirada, tuve la impresión de que, de unmomento a otro, el guardián iba a acercarse pordetrás, sin hacer ruido, y a poner su manaza enmi espalda. Sentí cómo la hilera de cuchillos,la tetera, las pipas, todo lo que había allí, me

Page 1144: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

reprochaban, sin palabras, mi traición.Evitando aquella hilera de tétricos

cuchillos, alargué la mano, agarré velozmenteel manojo de llaves que colgaba de la pared y,con él en la palma de la mano, salí por la puertatrasera y fui hasta la entrada de la plaza de lassombras. Sobre la inmaculada capa de nieve quese extendía en la plaza de las sombras no seveía ninguna pisada, sólo el negro olmoirguiéndose en el centro. Por un instante tuve lasensación de que se trataba de un lugar sagradoque nadie debía profanar con sus pisadas. Todoestaba envuelto en un silencio lleno deequilibrio, todo estaba inmerso en un dulcesueño. El viento había trazado bellos dibujossobre la nieve, las ramas del olmo, cargadasaquí y allá de blanca nieve helada, reposabansus brazos curvos en el aire. Nada se movía.Apenas nevaba. Únicamente se alzaba de vez encuando, como si se acordara de repente, unsoplo de viento con un pequeño suspiro. Me

Page 1145: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

dio la sensación de que aquel lugar jamásolvidaría que yo había hollado con mis pies subreve y apacible sueño.

Sin embargo, no tenía tiempo paratitubeos. Ya no podía retroceder. Cogí elmanojo de llaves y, con las manos entumecidas,intenté introducir una tras otra las cuatro llavesen la cerradura. Ninguna encajaba. Noté cómoun sudor frío cubría mis axilas. Intenté recordarel momento en que el guardián había abierto lapuerta. Había cuatro llaves, no cabía duda. Yolas había contado. Una de las cuatro tenía queencajar en la cerradura.

Me metí las llaves en el bolsillo y, trasfrotarme las manos con fuerza para calentarlas,volví a probarlas. La tercera se introdujo hastael fondo de la cerradura y giró con un secochasquido. El nítido y agudo sonido metálicoresonó en la plaza desierta. Con la llave en lacerradura, eché una ojeada a mi alrededor, perono se acercaba nadie. No se oían ni voces ni

Page 1146: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

pasos. Entreabrí la pesada puerta de metal,deslicé mi cuerpo al otro lado y volví a cerrarla puerta intentando no hacer ruido.

La nieve acumulada en la plaza era blandacomo la espuma y absorbía por completo elsonido de mis pisadas. El crujido del suelo bajomis pies recordaba un animal gigantesco quemasticara cuidadosamente la presa que habíacapturado. Avancé por la plaza dejando a misespaldas dos líneas rectas de pisadas, y paséjunto al banco, donde se acumulaba, alta, lanieve. Las ramas del olmo me observabandesde lo alto con aire amenazante. En algunaparte se oyó el agudo grito de un pájaro.

El aire del interior de la cabaña era gélido,más frío aún que el del exterior. Abrí la puertacorrediza, bajé al sótano por la escalerilla.

Mi sombra me estaba esperando, sentadaen la cama del sótano.

—Pensaba que ya no vendrías —dijoexhalando un aliento blanco.

Page 1147: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Te lo prometí. Y yo cumplo mispromesas —dije—, ¡Venga! Salgamosenseguida. Aquí dentro apesta.

—No puedo subir la escalerilla —dijo lasombra suspirando—. Antes lo he intentado,pero en vano. Por lo visto, estoy mucho másdébil de lo que imaginaba. Es irónico, ¿verdad?Fingí que estaba débil y no me di cuenta de queme estaba quedando sin fuerzas. Sobre todoesta noche, el frío me ha calado hasta loshuesos.

—Ya te arrastraré yo hasta arriba.La sombra sacudió la cabeza.—Aunque me arrastres, luego no podré

seguirte. Ya no puedo correr. No conseguiréescapar. Me parece que es el fin.

—Tú empezaste. No te pongas pusilánimeahora —dije—. Te cargaré sobre mis espaldas.Sea como sea, saldremos de aquí ysobrevivirás.

La sombra me miró con los ojos hundidos

Page 1148: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

en las cuencas.—Si tú lo dices, lo intentaré —replicó—.

Pero será muy duro para ti andar por la nievellevándome a la espalda.

Asentí.—Desde el principio sabía que no iba a

ser fácil.

Arrastré a mi sombra, exhausta, hasta loalto de la escalerilla y luego dejé que seapoyara en mi hombro para cruzar la plaza. Lafría muralla negra que se alzaba a la izquierdaobservaba desde las alturas, muda, nuestrassiluetas y las huellas de nuestros pasos. Lasramas del olmo dejaron caer al suelo, como sino pudieran soportar más su peso, unosbloques de nieve y se quedaron oscilando.

—Apenas tengo sensibilidad en las piernas—dijo la sombra—. Mientras he estado encama, he querido hacer ejercicio para nodebilitarme más, pero no he podido. Ese cuarto

Page 1149: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

es demasiado pequeño.Salí de la plaza arrastrando a mi sombra,

entré en la cabaña del guardián y, por si acaso,colgué de nuevo las llaves en la pared. Con unpoco de suerte, el guardián tardaría un rato endarse cuenta de que habíamos huido.

—¿Adonde tenemos que ir ahora? —lepregunté a la sombra que tiritaba delante de laestufa que ya había perdido todo su calor.

—Al lago, al sur —dijo la sombra.—¿Al lago, al sur? —repetí en un acto

reflejo—. ¿Y qué diablos hay en el lago?—Pues está el lago. Nos zambulliremos

en él y saldremos de aquí. Con este frío, tal vezcojamos un resfriado, pero en la situación en laque nos encontramos no creo que tengamoselección.

—Pero en el fondo del lago hay unacorriente fortísima. Si nos lanzamos al agua,nos absorberá hasta el fondo y moriremosenseguida.

Page 1150: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Tiritando, la sombra tosió varias veces.—No, no es cierto. He llegado a la

conclusión de que es la única salida posible.He considerado todas las posibilidades, una poruna. La salida está en el lago, seguro. No puedehaber otra. Es lógico que dudes, pero confía enmí, te lo ruego. Piensa que yo arriesgo la únicavida que tengo. No cometería ninguna locura.Ya te explicaré los detalles por el camino. Elguardián volverá dentro de una hora, a lo sumodentro de una hora y media, y en cuanto regresees muy probable que se dé cuenta de que hemosescapado y se lance en nuestra persecución. Nopodemos permanecer aquí más tiempo.

En el exterior de la cabaña del guardián nohabía un alma. Sólo se veían dos tipos dehuellas: las que había dejado yo cuando medirigía a la cabaña, y las que había dejado elguardián al salir de la cabaña en dirección a lapuerta de la muralla. También había surcosdejados por las ruedas de la carreta. Me cargué

Page 1151: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

a mi sombra a la espalda. Al adelgazar, se habíavuelto más liviana, pero no sería fácil superarla colina llevándola a cuestas. Sin la sombra, yome había acostumbrado a una vida más cómoda.Lo cierto es que no sabía si lograría soportar supeso.

—El lago está bastante lejos. Tenemosque atravesar la Colina del Oeste, rodear laColina del Sur y tomar un camino que pasaentre la maleza.

—¿Crees que podrás? —dudó.—Llegados a este punto —contesté—, no

nos queda más remedio, ¿no te parece?Tomé hacia el sur por el camino cubierto

de nieve. Todavía se veían claramente laspisadas que yo había dejado a la ida, y me dio laimpresión de que me cruzaba con mi yo delpasado. Aparte de mis pisadas, sólo se veían laspequeñas huellas de las bestias. Al volvermehacia atrás, vi que al otro lado de la murallaseguía elevándose la gruesa y recta columna de

Page 1152: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

humo gris. La columna parecía una macabratorre gris cuyas alturas iban siendo absorbidaspor las nubes. A juzgar por su grosor, elguardián debía de estar quemando numerososcadáveres. La gran nevada caída durante lanoche debía de haber matado más bestias queen otras ocasiones. Como el guardiánnecesitaría mucho tiempo para incinerar tantoscuerpos, tardaría un buen rato en lanzarse ennuestra persecución. Sentí que, mediante suplácida muerte, las bestias nos ayudaban aalcanzar nuestro objetivo.

Sin embargo, la espesa capa de nieve medificultaba el avance. La nieve helada se habíaapelmazado entre los clavos de las botas, y lospies me pesaban mucho, y me resbalaba cadados por tres. Me arrepentí de no haber buscadounas raquetas o unos esquís para andar. En unlugar donde nevaba tanto, seguro que en algunaparte había utensilios de este tipo para la nieve.Probablemente el guardián tenía alguno en el

Page 1153: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

almacén de su cabaña, donde guardaba todaclase de herramientas. Pero era demasiadotarde para retroceder hasta allí. Había llegado alPuente del Oeste y, si volvía atrás, perdería untiempo precioso. A medida que avanzaba mesentía cada vez más acalorado, la frenteempezó a cubrírseme de sudor.

—Con estas pisadas, salta a la vista adondenos dirigimos —dijo la sombra mirando haciaatrás.

Mientras andaba bajo la nieve, imaginé alguardián pisándonos los talones. Sin dudacorrería a través de la nieve veloz como undiablo. Era mil veces más fuerte que yo y nollevaría a nadie cargado a la espalda. Además,seguro que iría equipado de forma adecuadapara andar cómodamente por la nieve.

Tenía que ganar el mayor tiempo posibleantes de que el guardián regresase a la cabaña.Si no, todo estaría perdido.

Pensé en ella, que me esperaba delante de

Page 1154: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

la estufa de la biblioteca. Sobre la mesadescansaba el acordeón, la estufa ardía al rojovivo, se alzaba vapor de la cafetera. Recordé elroce de su pelo en mi mejilla, recordé el tactode sus dedos sobre mi hombro. Yo no podíadejar morir allí a mi sombra. Si el guardián nosatrapaba, mi sombra sería confinada de nuevo alsótano y moriría. Avancé y avancé, desplegandotodas mis fuerzas. De vez en cuando me volvíahacia atrás para comprobar si la columna dehumo gris seguía alzándose al otro lado de lamuralla.

A medio camino, me crucé con muchasbestias. Vagaban buscando inútilmente en lanieve algún pobre alimento que llevarse a laboca. Se quedaban contemplando, con sus ojosde un profundo color azul, cómo yo pasaba porsu lado, exhalando nubes de aliento blanco, conla sombra a la espalda. Las bestias parecíancomprender, de principio a fin, el sentido deaquel acto.

Page 1155: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Al pie de la Colina del Oeste, me quedésin aliento. El peso de la sombra había hechomella en mi resistencia y los pies empezaban atrabárseme en la nieve. Pensándolo bien, en losúltimos tiempos yo no había hecho, en rigor,ningún tipo de ejercicio. Mi aliento blanco fuevolviéndose cada vez más denso, la nieve quehabía empezado a caer de nuevo me nublaba lavista.

—¿Estás bien? —me preguntó mi sombra,a mi espalda—. ¿Quieres descansar un poco?

—Lo siento, pero sí, necesito descansarcinco minutos. En cinco minutos me repondré.

—De acuerdo. No te preocupes. Que yono pueda correr es culpa mía. Descansa tantocomo quieras. Me da la impresión de quetienes que cargar con todo.

—También es por mi bien —dije—, ¿noes así?

—Sí, estoy convencido de ello —dijo lasombra.

Page 1156: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Descargué a mi sombra, me acuclillé en lanieve y suspiré. Estaba tan acalorado que nisiquiera notaba la frialdad de la nieve. Tenía laspiernas agarrotadas, duras como piedras, desdela ingle hasta la punta de las uñas.

—Pero a veces dudo, ¿sabes? —agregó—.Pienso que si me hubiera muertotranquilamente sin decirte nada, tú, a tu modo,podrías haber vivido aquí feliz, sinsufrimientos.

—Tal vez.—Y yo te lo he impedido.—Pero yo tenía que saber todo eso —

dije.La sombra asintió. Levantó la cabeza y

miró la columna de humo gris que se alzaba enel manzanar.

—El guardián todavía tardará bastante enquemar todas las bestias —dijo—. Además,dentro de poco llegaremos a la cima. Luegorodearemos la Colina del Sur y, una vez allí,

Page 1157: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

podremos respirar tranquilos. El guardián ya nonos alcanzará. —Tras pronunciar estas palabras,cogió un puñado de nieve y dejó que se fueradeslizando entre sus dedos—, Al principio, esode que la ciudad debía tener por fuerza unasalida oculta no fue más que una intuición.Pero después lo vi claro. Porque esta ciudad esperfecta. Y la perfección incluye siempre todaslas posibilidades. En ese sentido, esto nisiquiera es una ciudad. Es algo más fluctuante ymás global. Se metamorfosea sin cesar,mostrándonos todas las posibilidades, y asíconserva su perfección. En resumen, que no esen absoluto un mundo inmutable, fijado parasiempre. Al contrario, halla su completitud enel movimiento. Por eso, si tú deseas una salida,tiene que haber una salida, ¿me entiendes?

—Perfectamente —dije—. Ayer locomprendí. Éste es un mundo de posibilidades.Aquí está todo, nada está aquí.

Sentada en la nieve, la sombra se me

Page 1158: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

quedó mirando con fijeza. Luego asintió variasveces en silencio. La nieve caía cada vez másintensamente. Por lo visto, se aproximaba unanueva tormenta de nieve.

—Partiendo de la base de que había unasalida, procedí a buscarla por eliminación —siguió—. Lo primero que descarté fue laPuerta del Oeste. Aun suponiendo quepudiéramos escapar por allí, el guardián nosatraparía en un santiamén. Conoce toda esazona como la palma de su mano. Además, lapuerta es lo primero que se le ocurriría acualquiera que quisiera huir. La salida no podíaestar en un lugar tan obvio. Por supuesto,descarté la muralla. Y también la Puerta delEste: está cegada, y en la entrada del río a laciudad hay gruesos barrotes. Imposible escaparpor allí. Lo único que queda es el lago, al sur.Podemos huir de la ciudad llevados por lacorriente del río.

—¿Estás seguro?

Page 1159: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Sí. Me lo dice el corazón. Todas lasdemás salidas están selladas, cerradas a cal ycanto. El lago es el único lugar que sigueintacto. No lo rodea cerca alguna. ¿No teparece extraño? Ellos se han valido del miedopara cercarlo. Si logramos superar ese miedo,venceremos a la ciudad.

—¿Cuándo te diste cuenta de eso?—La primera vez que vi el río. Sólo fue

una vez, pero un día el guardián me ordenó quelo acompañara hasta cerca del Puente delOeste. Al ver el río, lo supe. Percibí que el ríocarecía de maldad alguna. Que el agua, además,exhalaba vida. Y que si nos abandonáramos a sucorriente, seguro que saldríamos de la ciudad ypodríamos volver al lugar en que vivíamosantes, bajo nuestra forma original. ¿Crees en loque te estoy diciendo?

—Puedo creerlo —dije—. Puedo creer enlo que estás diciendo. Es posible que el río nosconduzca hasta allí, al mundo que dejamos

Page 1160: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

atrás. Poco a poco he ido acordándome dealgunas cosas de aquel mundo. Del aire, delsonido, de la luz, de esas cosas. La música meha traído estos recuerdos.

—No sé si es un mundo maravilloso o no—añadió la sombra—. Pero al menos es elmundo en el que debemos vivir. Habrá cosasbuenas y cosas malas. Y otras que no son nibuenas ni malas. Tú naciste allí y allí morirás.Cuando tú mueras, yo también desapareceré. Eslo más natural.

—Creo que tienes razón —dije.Volvimos a contemplar la ciudad, a

nuestros pies. La torre del reloj, el puente, ytambién la Puerta del Oeste y el humo, todoquedaba oculto por una violenta ventisca. Sólose divisaba una enorme columna de nieve quecaía del cielo como si fuera una catarata.

—Si te parece bien, podríamos seguir —dijo la sombra—. Nevando así, es posible queel guardián haya dejado de quemar a las bestias

Page 1161: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

y haya regresado antes.Asentí, me puse en pie y sacudí la nieve

que se me había acumulado en la visera de lagorra.

Page 1162: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

39. Palomitas de maíz. Lord Jim.Desaparición

EL DESPIADADO PAÍS DE LASMARAVILLAS

A medio camino del parque, pasé por unabodega y compré unas latas de cerveza. Cuandole pregunté qué marca prefería, me respondióque, mientras tuviera espuma y supiese acerveza, le daba lo mismo. Yo opinaba, más omenos, igual que ella. El cielo estaba azul, sinmácula, como si acabaran de crearlo aquellamisma mañana, y estábamos a principios deoctubre. Con que la cerveza tuviera espuma ysupiese a cerveza, era suficiente.

Sin embargo, como me sobraba dinero,compré un pack de seis cervezas de

Page 1163: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

importación. Las latas doradas de Miller HighLife relucían como bañadas por el sol deotoño. También la música de Duke Ellingtoncasaba a la perfección con aquella mañanadespejada de octubre. Claro que tal vez lamúsica de Duke Ellington también cuadraracon una Nochevieja en una base del Polo Sur.

Mientras conducía silbé al compás delfantástico solo de trombón de Lawrence Brownen Do Nothing till You Hear from Me. Losiguió el solo de Johnny Hodges enSophisticated Lady.

Detuve el coche junto al parque de Hibiya,nos tumbamos en la hierba y bebimos cerveza.Puesto que era lunes por la mañana, el parqueestaba desierto como la cubierta de unportaaviones después de despegar todos losaparatos. Sólo había una bandada de palomasque daban vueltas por el césped como sihicieran ejercicios de calentamiento.

—No hay ni una nube —comenté.

Page 1164: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Allí se ve una —dijo ella señalando unpoco por encima del auditorio de Hibiya.

Efectivamente, había una sola nube en elcielo. Una nube blanca que parecía un trozo dealgodón prendido en el extremo de una rama dealcanforero.

—Es muy poquita cosa —dije—. Casi nose la puede considerar una nube.

Poniéndose una mano a modo de visera,ella se quedó mirando fijamente la nube.

—Sí, tienes razón. Es muy pequeña —dijo.

Permanecimos lago tiempo en silencio,contemplando la nube, y luego abrimos lasegunda lata de cerveza.

—¿Por qué te divorciaste? —mepreguntó.

—Porque, cuando íbamos en el tren,nunca me dejaba sentar junto a la ventanilla —dije.

—Es broma, supongo.

Page 1165: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—Esto sale en una novela de J.D. Salinger.La leí cuando iba al instituto.

—¿Qué pasó? Ahora en serio.—Es muy simple. Ella se fue un verano,

hace cinco o seis años, y ya no volvió.—¿Y no habéis vuelto a veros?—No —dije llenándome la boca de

cerveza y bebiéndomela poco a poco—. Nohabía ninguna razón para que nos viéramos.

—¿La vida de casados no iba bien?—Iba muy bien —dije contemplando la

lata de cerveza que sostenía en la mano—. Peroeso no tiene mucho que ver con el fondo de lacuestión. Dormíamos en la misma cama, pero,al cerrar los ojos, estábamos solos. ¿Entiendeslo que quiero decir?

—Creo que sí.—No se puede generalizar al hablar de la

gente. En lo que respecta a la visión de lascosas, hay dos tipos de personas: las que tienenuna visión global y las que tienen una visión

Page 1166: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

limitada. Yo soy más bien una persona quetiene una visión limitada de la vida. No tienemucho sentido justificar o explicar estalimitación. Tiene que trazarse una línea enalgún sitio, se traza y punto. Pero no todo elmundo lo ve de la misma manera.

—Pero incluso las personas que lo ven asíse esfuerzan en traspasar los límites de esalínea, ¿no crees?

—Quizá. Pero yo no. No veo por qué todoel mundo tiene que escuchar la música enestéreo. No por escuchar el violín desde ellado izquierdo y el contrabajo desde el derechovas a profundizar más en el sentido de lamúsica. No deja de ser un medio mássofisticado de evocar algo.

—Eres un poco terco, ¿no?—Ella me decía lo mismo.—¿Tu mujer?—Sí —dije—. Decía que tenía las cosas

tan claras que me faltaba flexibilidad. ¿Otra

Page 1167: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cerveza?—Sí, gracias.Arranqué la anilla de la tercera cerveza

Miller High Life y se la pasé.—¿Qué piensas sobre tu vida? —preguntó.

Sin tocar la cerveza, miraba fijamente elagujero en la parte superior de la lata.

—¿Has leído Los hermanos Karamazov?—le pregunté.

—Sí. Una vez. Hace mucho tiempo.—Tendrías que volver a leerlo. En ese

libro hay un montón de cosas interesantes.Hacia el final, Aliosha le dice a un jovenestudiante que se llama Kolia Krasotkin:«Escuche, Kolia, con todo, usted será unhombre muy desgraciado en la vida. Enconjunto, de todos modos, bendecirá usted lavida».[18] —Me acabé la tercera cerveza y, trasunos segundos de vacilación, abrí la cuarta—.Aliosha sabía un montón de cosas. Pero cuandolo leí me planteó muchas dudas. Me preguntaba

Page 1168: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cómo podía alguien bendecir una vidadesgraciada.

—¿Y por eso limitas tu vida?—Puede ser —dije—. Tendría que haber

sido yo, en vez de tu marido, quien murieragolpeado con un jarrón de hierro en el autobús.Me da la impresión de que esa muerte me vamucho más a mí. Imágenes directas yfragmentarias que se acaban de golpe. No haytiempo para pensar en nada.

Tendido en el césped, alcé la cabeza ymiré hacia el punto donde antes estaba la nube.Se había ocultado tras las hojas del alcanforero.

—Oye, ¿crees que podré entrar dentro detu visión limitada? —preguntó ella.

—Todo el mundo puede entrar y todo elmundo puede salir —contesté—. Es una de lasventajas de la visión limitada. Al entrar, telimpias bien los pies, y, al marcharte, cierras lapuerta y te vas. Sólo eso. Es lo que hace todo elmundo.

Page 1169: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Ella se levantó riendo y se sacudió con lamano las briznas de hierba de los pantalones dealgodón.

—Me voy. Ya es la hora, ¿no?Miré el reloj. Las diez y veintidós

minutos.—Te acompaño a casa —dije.—No hace falta —dijo—. Iré de compras

a unos grandes almacenes de por aquí y volveréa casa sola en tren. Es mejor así.

—Entonces nos despedimos aquí. Yo mequedaré un rato más. Se está muy bien.

—Gracias por el cortaúñas.—De nada —dije.—¿Me llamarás cuando vuelvas?—Iré a la biblioteca —dije—. Me gusta

ver a la gente trabajando.—Adiós —dijo.

Me quedé mirando fijamente, igual que

Joseph Cotten en El tercer hombre, cómo ella

Page 1170: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

se alejaba por el recto camino del parque.Cuando su silueta desapareció tras unosárboles, empecé a observar las palomas. Habíasutiles diferencias entre la manera de andar deuna paloma y la de otra. Poco después llegó unamujer muy bien vestida acompañada de unaniña y, en cuanto éstas empezaron a esparcirpalomitas de maíz, todas las palomas que habíaa mi alrededor alzaron el vuelo y se dirigieronhacia ellas. La niña debía de tener unos tres ocuatro años y, como hacen todos los niños aesta edad, se acercaba a las palomas con losbrazos abiertos intentando coger una. Peroellas, claro está, no se dejaban atrapar. Laspalomas también tienen su humilde modo devida. La madre bien vestida me echó una ojeadarápida, pero no volvió a mirar hacia mí. Unapersona que está tumbada en el parque un lunespor la mañana con varias latas de cerveza vacíasa su lado no es una persona decente.

Con los ojos cerrados, intenté recordar

Page 1171: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

los nombres de los tres hermanos Karamazov.Mitia, Iván, Aliosha, y, después, elhermanastro, Smerdiakov. ¿Cuántas personashabría en este mundo, capaces de decir losnombres de todos los hermanos Karamazov?

Al mantener la vista clavada en el cielo,me sentí como un pequeño bote flotando en elamplio mar. Sin viento, sin olas, sólo flotabaallí, inmóvil. Un bote que flota en el océanoposee algo muy especial. Lo dijo JosephConrad. En el pasaje del naufragio de Lord Jim.

El cielo era profundo y relucía clarocomo los firmes conceptos de las personas queno albergan dudas. A veces, cuando lo mirodesde el suelo, siento que el cielo es la síntesisde la existencia entera. Igual que el mar. Almirar el mar durante muchos días seguidos,acabas sintiendo que únicamente existe el mar.Joseph Conrad pensaba igual que yo. Apartadode la ficción que representa el barco y arrojadoal amplio océano, un pequeño bote posee,

Page 1172: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

efectivamente, algo muy especial, y nadiepuede ser insensible a esta singularidad.

Tumbado en el césped, me bebí la últimalata, me fumé un cigarrillo y ahuyenté de micabeza las reflexiones literarias. Tenía quevolver a la realidad. Me quedaba poco más deuna hora.

Me levanté, cogí las latas vacías entre losbrazos, las llevé al cubo de basura y las tiré. Ysaqué las tarjetas de crédito de la cartera y lasquemé dentro del cenicero. La madre bienvestida volvió a echarme una mirada rápida. Laspersonas decentes no queman tarjetas decrédito los lunes por la mañana en los parques.Quemé primero la American Express, luego laVisa. Las tarjetas de crédito ardían en elcenicero con pinta de encontrarse muy a gusto.Se me ocurrió que podía quemar también lacorbata Paul Stuart, pero cambié de idea.Llamaría demasiado la atención y, además, notenía ninguna necesidad de quemar la corbata.

Page 1173: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Después compré diez bolsas de palomitasde maíz en un quiosco, esparcí nueve de ellaspor el suelo, para las palomas, y la otra me lacomí sentado en un banco. Se agolparon tantaspalomas como para un documental sobre laRevolución de Octubre y se comieron laspalomitas. Yo me comí las mías al mismotiempo que ellas. Hacía mucho que no lasprobaba y lo cierto era que estaban bastantebuenas.

La madre bien vestida y la niñacontemplaban ahora la fuente. La madre debíade tener la misma edad que yo. Mientras lamiraba, me acordé de mi antigua compañera declase, la que se había casado con elrevolucionario, había tenido dos hijos y habíadesaparecido. Ella ya no podía llevar a sus hijosal parque. Ignoraba, por supuesto, qué pensaríaella al respecto, pero a mí me dio la sensaciónde que el hecho de desaparecer ambos, ella yyo, de nuestras respectivas vidas diarias era un

Page 1174: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

punto que teníamos en común. Pero quizá —era muy posible— ella negara compartir esealgo conmigo. Hacía ya casi veinte años que nonos veíamos y durante estos veinte años habíansucedido muchísimas cosas. Habíamos vividocircunstancias diferentes, pensábamos demodo distinto. Además, respecto al hecho deabandonar la vida, ella la había dejado porpropia voluntad, y yo no. A mí sólo me habíanarrancado las sábanas mientras dormía.

Me dio la sensación de que ella mecensuraría por eso. «¿Y qué diablos hasdecidido tú?», me diría. Y tendría razón. Yo nohabía elegido absolutamente nada. La únicadecisión que había tomado, si podía llamarseasí, era perdonar al profesor y no acostarmecon su nieta. Pero ¿de qué me había servido?¿Se basaría ella en algo de esta índole parajuzgar el papel que había desempeñado yorespecto a mi propia desaparición?

No lo sabía. Nos separaba un largo

Page 1175: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

periodo de tiempo: casi veinte años. Loscriterios en los que podía basarse ella paravalorar o no valorar las cosas estaban más alláde los límites de mi imaginación.

Dentro de los límites de mi imaginaciónya no quedaba casi nada. Sólo veía las palomas,la fuente, el césped, la madre y la hija. Sinembargo, mientras mantenía la vista fija enestas imágenes, sentí, por primera vez en variosdías, que no quería abandonar este mundo. Nome importaba a qué mundo iría a continuación.Aun suponiendo que, a lo largo de mis treinta ycinco años de vida, hubiese consumido elnoventa y tres por ciento del fulgor de estemundo, no me importaba. Quería seguircontemplando eternamente el devenir de lascosas, y conservar con amor el siete por cientorestante. No sabía por qué, pero me parecía queaquélla era una responsabilidad que me habíasido encomendada. Era verdad que, a partir decierto momento, mi vida y el modo de vivirla

Page 1176: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

se habían torcido. Había tenido mis razones.Aunque los demás no lo entendieran, no habíapodido actuar de otro modo.

Sin embargo, no quería desaparecerdejando atrás mi vida torcida. Tenía laobligación de velar por ella hasta el final. Deotro modo, perdería todo sentido de la equidadconmigo mismo. No podía irme dejando mivida en aquella situación.

Aunque nadie lamentara mi pérdida,aunque no dejase un vacío en el corazón denadie, aunque casi nadie se diera cuenta de queyo había desaparecido, no quería: mi existenciaera asunto mío. Ciertamente, había perdidomuchas cosas en el curso de mi vida. Tantasque, aparte de mí mismo, ya casi no mequedaba nada por perder. Sin embargo, en miinterior permanecía vivo el reflejo de lo quehabía perdido, y aquello era lo que habíaconformado mi ser a lo largo de mi vida.

No quería abandonar este mundo. Al

Page 1177: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cerrar los ojos, pude percibir claramente cómose tambaleaba mi corazón. Fue una sacudida tangrande y profunda, más allá de la tristeza y dela soledad, que removió mi ser desde loscimientos. Aquel vaivén no cesaba. Hinqué loscodos en el respaldo del banco para soportar susacudida. Nadie me ayudó. Nadie podíasocorrerme. Del mismo modo que yo no podíaayudar a nadie.

Hubiese querido deshacerme en lágrimas,pero no podía llorar. Era demasiado mayor parahacerlo, había tenido demasiadas experienciasen mi vida. En este mundo existe un tipo detristeza que no te permite verter lágrimas. Esuna de esas cosas que no puedes explicar anadie y, aunque pudieras, nadie tecomprendería. Y esa tristeza, sin cambiar deforma, va acumulándose en silencio en tucorazón como la nieve durante una noche sinviento.

Cuando era más joven, había intentado

Page 1178: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alguna vez traducirla en palabras. Pero por másque me había esforzado en buscar las palabrasadecuadas, no había conseguido comunicárselaa nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejadode intentarlo. De modo que había bloqueado laspalabras, había bloqueado mi corazón. Latristeza, cuando es tan profunda, ni siquierapermite metamorfosearse en lágrimas.

Me apetecía fumarme un cigarrillo, perono quedaba ninguno en la cajetilla. En misbolsillos sólo había cerillas. Y sólo mequedaban tres. Las fui prendiendo y arrojandoal suelo, una después de otra.

Cuando volví a cerrar los ojos, el vaivén yahabía desaparecido. En el interior de mi cabezasólo flotaba, como si fuera polvo, un apaciblesilencio. Me quedé largo rato, solo,contemplando aquel polvo. Permanecíasuspendido en el aire, inmóvil, sin descender.Fruncí levemente los labios y soplé, perosiguió sin moverse. No habría podido barrerlo

Page 1179: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ni el más violento de los vendavales.Pensé entonces en la chica de la

biblioteca, que acababa de irse. Pensé en suvestido de terciopelo, en sus medias y en sucombinación, amontonados sobre la alfombra.¿Descansarían todavía en el suelo, aún porrecoger, como si fueran parte de ella misma?¿La había tratado yo con equidad, había sidojusto con ella? «No, no es eso», me dije.¿Quién deseaba equidad? Nadie. Yo era elúnico que la necesitaba. Pero ¿qué sentidopodía tener una vida desprovista de equidad?Igual que la quería a ella, yo quería su ropa y sulencería tiradas por el suelo. ¿Era aquélla unade las formas que daba yo a la equidad?

La equidad es uno de los conceptos quesólo son válidos en un mundo extremadamentelimitado. Pero este concepto se extiende atodas las manifestaciones de la vida. Desde loscaracoles y los mostradores de las ferreteríashasta la vida matrimonial. Lo abarca todo.

Page 1180: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Aunque nadie me lo pidiera, aquello era loúnico que yo podía dar.

En este sentido, la equidad se parece alamor. Lo que uno está dispuesto a dar y lo quete piden son dos cosas distintas. Por eso,precisamente, muchas cosas habían pasado delargo ante mis ojos o, tal vez, por el interior demi corazón.

Quizá debía arrepentirme de mi vida. Seríaotra forma de equidad. Pero yo no podíaarrepentirme de nada. Aunque todo hubierapasado de largo, como el viento, dejándome amí atrás, porque ahí estaban también mispropias esperanzas y deseos. Y sólo habíaquedado aquel polvo blanco que flotaba en elinterior de mi cabeza.

Fui a comprar tabaco y cerillas al quioscodel parque y, de paso, volví a llamar a casadesde una cabina telefónica. No creía quecontestara nadie, pero no me pareció mala idea

Page 1181: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

llamar a mi casa cuando mi vida estaba a puntode llegar a su fin. Imaginaba con toda claridadcómo el timbre resonaría en mi piso.

Sin embargo, en contra de misexpectativas, al tercer timbrazo alguiendescolgó el auricular. Y dijo: «Diga». Era lajoven gorda del traje rosa.

—¿Aún estás ahí? —pregunté asombrado.—¡Qué dices! —repuso—. Ya me he ido

una vez y he vuelto. No tengo tanto tiempo queperder. He regresado porque quería saber cómocontinuaba el libro.

—¿El de Balzac?—Sí. Es un libro fascinante. Sientes en él

la fuerza del destino.—¿Ya has sacado a tu abuelo del

subterráneo?—Claro. Ha sido muy fácil. El agua ya se

había retirado y era la segunda vez que recorríael mismo camino. Hasta compré dos billetes demetro antes de ir para allá. Mi abuelo está

Page 1182: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

perfectamente. Te envía saludos.Se lo agradecí y le pregunté:—¿Y qué hace ahora?—Se ha ido a Finlandia. Dice que, si se

quedara en Japón, tendría demasiadosproblemas y no podría investigar en paz, así queva a montar un laboratorio en Finlandia. Por lovisto, es un buen lugar, muy tranquilo. Inclusohay renos.

—¿Y tú vas a ir?—Yo he decidido quedarme aquí y vivir en

tu piso.—¿En mi piso?—Sí. Me gusta mucho. Pondré una puerta,

y te compraré una nevera y un vídeo. Alguien telos ha destrozado. Oye, ¿te importa que pongala colcha, las sábanas y las cortinas de colorrosa?

—No, no me importa.—Y puedo suscribirme al periódico,

¿verdad? Es que quiero consultar la

Page 1183: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

programación de la tele.—Adelante —dije—. Pero es peligroso

que te quedes ahí. Podrían aparecer lossemióticos o los del Sistema.

—¡Bah! Esos no me dan ningún miedo —dijo—. Os quieren a vosotros, a ti y a miabuelo. Yo no tengo nada que ver. Además,hace un rato han venido un par de bichos raros.Un hombre grandote y otro pequeño. Y los heechado del apartamento.

—¿Cómo?—Le he disparado al grandote un tiro a la

oreja. Seguro que le he reventado un tímpano.—Si has disparado dentro del piso, habrás

montado una buena, ¿no?—En absoluto —dijo—. Por un disparo

no pasa nada: todo el mundo piensa que se hareventado el neumático de un coche. Si fueranmás tiros, entonces sí habría problema. Peroyo tengo muy buena puntería y con uno mebasta.

Page 1184: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

—¡Vaya!—Oye, cuando pierdas la conciencia, me

gustaría congelarte. ¿Qué opinas?—Haz lo que quieras. Tampoco me voy a

enterar... —dije—. Ahora me voy al muelle deHarumi, así que tendrás que ir a recogerme allí.Estaré en un Carina 1800 GT Twin Cam Turbode color blanco. Soy incapaz de explicartecómo es el coche, pero dentro estará sonandouna cinta de Bob Dylan.

—¿Bob Dylan?... No lo conozco. ¿Y cómoes?

—Su voz recuerda a un niño... —empecé adecir, pero me dio pereza proseguir y lo dejécorrer—. Es un cantante que tiene la voz ronca.

—¿Sabes? Congelándote, si el abuelodescubre un nuevo método, quizá pueda dejartecomo estabas. No te hagas demasiadasilusiones, pero existe esta posibilidad.

—Si pierdo la conciencia, no podréhacerme ilusiones —puntualicé—. ¿Y vas a ser

Page 1185: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

tú quien me congele?—Tranquilo, no te preocupes. Soy

buenísima congelando. He hecho experimentoscon animales y he congelado ya un montón degatos y perros vivos. A ti te congelaré muy bieny te esconderé en un lugar donde nadie podráencontrarte —dijo—. Oye, si todo va bien,cuando recobres la conciencia, ¿te acostarásconmigo?

—Por supuesto —dije—. Si tú todavíatienes ganas de acostarte conmigo, claro.

—¿Seguro que lo harás?—Siempre que la técnica lo permita —

dije—. Porque no sé dentro de cuántos años vaa ser eso.

—En todo caso, yo ya no tendré diecisieteaños —añadió.

—Las personas van cumpliendo años.Incluso las congeladas.

—En fin... Que te vaya bien —dijo.—Y a ti también —dije—. Después de

Page 1186: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

hablar contigo, me siento un poco mejor.—¿Por lo que te he dicho de que existe la

posibilidad de que puedas volver a este mundo?Piensa que todavía no es seguro que...

—No, no es por eso. Me alegro de queexista esta posibilidad, por supuesto. Pero merefería a otra cosa. Quería decir que estoycontento de haber podido hablar contigo. Deoír tu voz, de saber lo que estás haciendo ahora.

—¿Quieres que hable más?—No, ya es suficiente. Es que tengo poco

tiempo, ¿sabes?—Oye —dijo la joven gorda—, no tengas

miedo, ¿eh? Aunque te perdieras eternamente,piensa que yo me acordaré de ti mientras viva.De mi corazón no desaparecerás nunca. No loolvides, ¿eh?

—No lo olvidaré —dije. Y colgué.A las once, fui a orinar a un lavabo

cercano y salí del parque. Puse en marcha elmotor y conduje en dirección al puerto

Page 1187: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

mientras le daba vueltas a la idea de lacongelación. La avenida Ginza estaba llena dehombres con traje y corbata. Mientras esperabaante el semáforo, miré bien por si descubría ala chica de la biblioteca haciendo sus compraspor allí, pero, por desgracia, no la vi. Lo únicoque se reflejó en mis pupilas fue la imagen degente desconocida.

Al llegar al puerto, detuve el coche junto aun almacén desierto y, mientras fumaba, puse lacinta de Bob Dylan y la programé para que, alacabar, se repitiera automáticamente. Abatí elasiento hacia atrás, puse las piernas sobre elvolante y respiré con calma. Me apetecíatomarme otra cerveza, pero ya no me quedaban.Me las había bebido todas con ella en el parque.El sol penetraba por el parabrisas y me envolvíaen su luz. Al cerrar los ojos, sentí cómo la luzme calentaba los párpados. La luz del sol, trasseguir un largo trayecto, había llegado a estehumilde planeta y había dedicado una pequeña

Page 1188: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

parte de su fuerza a calentar mis párpados. Alpensarlo, me sentí extrañamente conmovido.La providencia del universo no olvidaba mispárpados. En aquel instante entendí un poco lossentimientos de Aliosha Karamazov.Probablemente, a una vida limitada se le otorgauna bendición limitada.

De pasada, bendije, a mi manera, alprofesor, a su nieta y a la chica de la biblioteca.Ignoraba si tenía el poder de ir dispensandobendiciones al prójimo, pero como no tardaríaen desaparecer, nadie podría exigirmeresponsabilidades. Añadí a mi lista debendiciones al taxista al que le gustaba Pólice yel reggae. Nos había llevado en su taxi cuandoestábamos cubiertos de barro de pies a cabeza.No había ningún motivo para dejarlo fuera.Probablemente en esos momentos llevara aalguna parte, mientras escuchaba música rock,a algunos pasajeros jóvenes.

Frente a mí se veía el mar. También se

Page 1189: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

veía un viejo buque de carga con la línea deflotación por encima del agua tras desembarcartodas las mercancías. Las gaviotas descansaban,aquí y allá, como manchas blancas. Bob Dylancantaba Blowing in the Wind. Mientrasescuchaba la canción, pensé en los caracoles,en el cortaúñas, en la lubina en salsa demantequilla, en la espuma de afeitar. El mundote ofrece muchas enseñanzas bajo diferentesformas.

El sol de otoño brillaba sobre el marfragmentado en mil destellos que se mecían alvaivén de las olas. Parecía que alguien hubiesehecho añicos un espejo gigantesco. Lo habíaroto en fragmentos tan minúsculos que nadiepodría volver a recomponerlo jamás. Nisiquiera los ejércitos de ningún rey.

La canción de Bob Dylan me recordó a lachica de la agencia de coches de alquiler. Sí,también tenía que bendecirla a ella. Me habíacausado muy buena impresión. No había razón

Page 1190: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

alguna para excluirla de la lista.Evoqué su figura. Llevaba un blazer de un

verde que recordaba el césped de un campo debéisbol a principios de la temporada, una blusablanca y una corbata de lazo negra. Debía de serel uniforme de la agencia. De no ser así, nadiese hubiera puesto un blazer de color verde y sehubiera anudado un lazo negro al cuello. Y ellaescuchaba a Bob Dylan y pensaba en la lluvia.

Yo también pensé en la lluvia. La lluviaque me vino a la cabeza era tan fina que no sesabía si caía o no. Pero llovía. Mojaba loscaracoles, mojaba las cercas, mojaba las vacas.Nadie podía detener la lluvia. Nadie podíaescapar. La lluvia caía siempre de maneraequitativa.

Pronto, esa lluvia se convirtió en unacortina opaca de colores indefinidos quecubrió mi conciencia.

Me fue invadiendo el sueño.«Así podré recuperar todas las cosas que

Page 1191: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

he perdido», pensé. Aunque las hubiera perdidouna vez, no habían desaparecido en absoluto.Cerré los ojos y me abandoné a aquel sueñoprofundo. Bob Dylan seguía cantando A HardRain's A-Gonna Fall.

Page 1192: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

40. Pájaro

EL FIN DEL MUNDO

Cuando, a duras penas, conseguimos llegaral lago situado al sur, la nieve caía con tantaintensidad que cortaba la respiración. Parecíaque el cielo, quebrado en mil pedazos, sederrumbara sobre la tierra. La nieve se vertíasobre el lago y era absorbida, sin el menorruido, por aquellas aguas de un azul tanprofundo que resultaban siniestras. En lasuperficie de la tierra teñida uniformemente deblanco, sólo se abría, como una pupilagigantesca, el redondo agujero del lago.

Petrificados bajo la nieve, permanecimoslargo tiempo en silencio con los ojos clavadosen aquella escena. El terrorífico rugido del

Page 1193: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

agua resonaba en los alrededores, igual que lavez anterior, pero la nieve lo amortiguaba hastahacerlo parecer un lejano retumbo de la tierra.Alcé los ojos a un cielo demasiado bajo paraser calificado de tal y dirigí la mirada a lamuralla, que flotaba vagamente, negra, al otrolado de la violenta nevada. La muralla ya noparecía estar hablándome a mí. El «fin delmundo» era un nombre que casaba a laperfección con aquel paisaje desolado y gélido.

La nieve se fue acumulando deprisa en mishombros y en la visera de mi gorra. Las pisadasque habíamos dejado sobre la nieve ya debíande haberse borrado por completo. Dirigí unamirada a la sombra, que estaba de pie, un pocoalejada de mí. La sombra miraba fijamente lasuperficie del lago con los ojos entornadosmientras, con la mano, se sacudía de vez encuando la nieve.

—Esta es la salida. Seguro —dijo—. Laciudad ya no podrá volver a aprisionarnos.

Page 1194: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Seremos libres como los pájaros. —La sombralevantó el rostro al cielo, cerró los ojos y dejóque la nieve cayera sobre él como unabendición—. Hace buen tiempo. El cielo estádespejado, el aire es tibio —dijo y se echó areír. La sombra parecía estar recobrando lasfuerzas, como si la hubiesen liberado de suscadenas. Cojeando ligeramente, se acercó porsí misma a donde me encontraba yo—. Puedosentirlo —dijo—. Al otro lado del lago está elmundo exterior. Dime, ¿aún te da miedoarrojarte al agua?

Negué con la cabeza.La sombra se puso en cuclillas y se desató

los cordones de los zapatos.—Si nos quedamos aquí de pie, nos vamos

a congelar. Es mejor que nos zambullamos enel agua. Quitémonos los zapatos y atémonoscon los cinturones. Si nos separamos y nosperdemos al salir, todo se irá al traste.

Me quité la gorra que me había prestado el

Page 1195: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

coronel, sacudí la nieve que se había acumuladosobre ella y, manteniéndola en mis manos, lacontemplé. Era una gorra de combate detiempos pasados. La tela se veía rozada enalgunas partes, descolorida y blanquecina.Probablemente el coronel la había llevado concariño durante decenas de años. Volví a sacudirla nieve de la gorra con suavidad y me la puse.

—Yo me quedo aquí —dije.La sombra me dirigió una mirada vaga, con

los ojos desenfocados.—Me lo he pensado bien —expliqué—.

Perdóname, pero he reflexionado mucho sobreello. Sé perfectamente lo que representaquedarme aquí solo. Sé que tienes razón y que,tal como dices, lo más lógico sería quevolviésemos juntos al mundo del que venimos.Aquélla es mi auténtica realidad y soyconsciente de que, huyendo de ella, hago unamala elección. Pero no puedo abandonar estelugar.

Page 1196: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

La sombra, con las manos metidas en losbolsillos, sacudió la cabeza varias veces,lentamente.

—¿Y por qué no? El otro día meprometiste que huiríamos de la ciudad. Por esolo planeé todo, y por eso me has traído acuestas hasta aquí, ¿no es cierto? ¿Qué te hahecho cambiar de opinión? ¿La mujer?

—Ella también cuenta, claro —dije—.Pero no es sólo eso. Es que he hecho undescubrimiento. Y por eso he decididoquedarme.

La sombra suspiró. Una vez más, alzó elrostro al cielo.

—Has encontrado su corazón, ¿verdad?Has decidido vivir con ella en el bosque ypretendes alejarme a mí.

—Ya te lo he dicho antes. No es sólo eso—dije—. He descubierto qué es lo que creóesta ciudad. Por eso tengo la obligación depermanecer aquí, es mi responsabilidad.

Page 1197: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

¿Quieres saber qué es lo que creó esta ciudad?—No, no quiero saberlo —dijo la sombra

—. Porque ya lo sé. Lo he sabido desde elprincipio. Esta ciudad la has creado tú. Tú lohas creado todo. La muralla, el río, el bosque,la biblioteca, la puerta, el invierno. Todo,absolutamente todo. Este lago también, la nievetambién. Lo sabía perfectamente.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes?—Porque si te lo hubiera dicho, habrías

querido quedarte, como, efectivamente,pretendes hacer. Y yo quería sacarte de aquí, atoda costa. Porque el mundo en el que tú debesvivir está fuera. —Se sentó en la nieve y negóvarias veces con la cabeza—. Y ahora que lohas descubierto, ya no querrás escucharme,¿verdad?

—He contraído una responsabilidad —dije—. No puedo abandonar un mundo y a unaspersonas que yo mismo he creado a mi antojo.Lo siento por ti. Lo siento en el corazón y,

Page 1198: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

además, va a ser muy duro separarme de ti.Pero tengo que asumir la responsabilidad demis actos. Éste es mi mundo. La muralla es lamuralla que me cerca a mí mismo, el río es elrío que fluye por el interior de mi cuerpo, elhumo es el humo que se alza cuando yo mismoardo.

La sombra se puso en pie y clavó la miradaen la tranquila superficie del lago. Inmóvil en lanieve que caía sin cesar, la sombra daba laimpresión de que iba perdiendo poco a pocoprofundidad, como si recuperara su forma planahabitual. Enmudecimos durante largo rato. Elblanco aliento que exhalaban nuestras bocasflotaba en el aire y, luego, desaparecía.

—Ya me he dado cuenta de que no puedodetenerte —dijo la sombra—, Pero la vida enel bosque es mucho más dura de lo queimaginas. El bosque es completamente distintode la ciudad. Para sobrevivir, se ha de trabajarduramente, el invierno es largo y crudo. Una

Page 1199: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

vez que entres, ya no podrás salir. Tendrás quepermanecer en él eternamente.

—Soy consciente de ello.—Pero no vas a cambiar de parecer.—No —dije—. Pero no te olvidaré.

Dentro del bosque iré recordando poco a pocomi antiguo mundo. Supongo que hay montonesde cosas que debo recordar. Muchas personas,muchos lugares, muchas luces, muchascanciones.

La sombra entrecruzó los dedos de lasmanos ante el pecho y se los frotó repetidasveces. La nieve que se posaba sobre su cuerpocreaba extraños claroscuros que se alargaban ycontraían lentamente. Mientras se frotaba lasmanos, mantenía la cabeza ligeramenteinclinada, como si aguzara el oído paraescuchar el ruido que producía al frotárselas.

—Tengo que irme ya —dijo la sombra—.No me hago a la idea de que no volvamos avernos jamás. Ahora debería despedirme, pero

Page 1200: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

no sé qué decirte. Por más que las busco, no seme ocurren las palabras apropiadas.

Volví a quitarme la gorra, sacudí la nieve,me la puse de nuevo.

—Espero que seas feliz —me deseó—.Me gustabas, y no te digo esto porque yo sea tusombra, ¿sabes?

—Gracias —dije.

Después de que el lago hubiera absorbidopor completo el cuerpo de mi sombra,permanecí largo rato contemplando lasuperficie del agua. No había quedado una solaonda. El agua era azul como los ojos de lasbestias, y silenciosa. Al perder mi sombra, mesentí abandonado en los confines del universo.Ya no podía ir a ninguna parte, ya no tenía adonde regresar. Aquello era el fin del mundo yel fin del mundo no conducía a ningún lugar.Allí, el mundo acababa, se detenía en silencio.

Di la espalda al lago, eché a andar hacia la

Page 1201: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Colina del Oeste. Al otro lado estaba la ciudad,por allí discurría el río y, en el interior de labiblioteca, me esperaban ella y el acordeón.

Entre la ventisca, vi un pájaro blanco quevolaba en dirección al sur. El pájaro sobrevolóla muralla y desapareció en el cielo, hacia elsur, envuelto en la nieve. Detrás, sólo quedó elcrujido de la nieve bajo mis pies.

~Fin~

This file was created

with BookDesigner program

[email protected]

Page 1202: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

22/01/2011

notes

Page 1203: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Notas a pie de página

[1] La palabra «corazón», en japonés,tiene un significado más amplio que encastellano; abarca ámbitos del conocimiento,los sentimientos y la voluntad, de maneraque incluye conceptos como pensamiento,mente, alma y espíritu. (N. de la T.)

[2] Ciruelas secas encurtidas en sal. (N. dela T.)

[3] Pasta de soja frita. (N. de la T.)[4] Es un tipo de aburaage; consiste en

tofu cortado grueso y frito. (N. de la T.)[5] Sopa de miso (pasta de soja

fermentada). Se diluye miso en el caldo y se lepueden añadir verduras, tofu, algas o marisco.(N. de la T.)

[6] Un tipo de alga. (N. de la T.)[7] Fideos chinos. (N. de la T.)[8] Empanadillas de origen chino (N. de la

T.)

Page 1204: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

[9] Tuvieron lugar en 1964 (N. de la T.)[10] En japonés, buruwaakaa. Instrumento

de entrenamiento de resistencia, diseñado porGert F. Koelbel, que se puso a la venta porprimera vez en 1960. (N. de la T.)

[11] Se refiere a la películaestadounidense Easy Rider (1969)(N: de la T.)

[12] Santuario sionista (N. de la T.)[13] Establecimientos donde se sirven

fideos chinos con caldo. (N. de la T.)[14] Se refiere a los incidentes ocurridos

los días 18 y 19 de enero de 1969, cuando lapolicía penetró en el campus de la Universidadde Tokio (Todai), ocupado por la asamblea deestudiantes del movimiento estudiantil, paradesalojarlo. (N. de la T.)

[15] Famosos actores (y actriz, en el casode Ryóko Nakano) de películas, serialestelevisivos, teatro y publicidad. (N. de la T.)

[16] Matchi (llamado en realidadMasahiko Kondó) es un famoso actor y

Page 1205: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

cantante japonés. La cantante Seiko Matsuda esuna estrella del pop, del J-pop (pop japonés) ytambién actriz. (N. dte la T.)

[17] Sandalias con la suela de madera. (N.de la T.)

[18] Fiódor Dostoievski, Los hermanosKaramazov, Ediciones Cátedra, Madrid, 1997.Traducción de Augusto Vidal. (N. de la T.)

Page 1206: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Table of ContentsHaruki Murakami El fin del mundo y un

despiadado país de las maravillas1. Ascensor. Silencio. Obesidad2. Las bestias doradas3. Impermeable. Tinieblos. Lavado4. La biblioteca5. Cálculos. Evolución. Deseo sexual6. La sombra7. Cráneo. Lauren Bacall. Biblioteca8. El coronel9. Apetito. Conmoción. Leningrado10. La muralla11. Ropa. Sandía. Caos12. El mapa del fin del mundo13. Frankfurt. Puerta. Organización

independiente14. El bosque15. Whisky. Tortura. Turguéniev16. La llegada del invierno

Page 1207: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

17. Fin del mundo. Charlie Parker. Bomba derelojería

18. La lectura de sueños19. Hamburguesas. Skyline. Plazo límite20. La muerte de las bestias21. Brazaletes. Ben Johnson. Diablo22. La humareda gris23. Agujeros. Sanguijuelas. Torre24. La plaza de las sombras25. Comida. Fábrica de formas. Trampa26. La central eléctrica27. Palillo enciclopédico. Inmortalidad. Clips28. El instrumento musical29. Lago. Masaomi Kondó. Pantis30. El agujero31. Control de billetes. Pólice. Detergentes32. La sombra se encamina hacia la muerte33. Colada en día lluvioso. Coche de alquiler.

Bob Dylan34. Los cráneos35. Cortaúñas. Salsa de mantequilla. Jarrón de

Page 1208: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

metal36. El acordeón37. Luz. Introspección. Limpieza38. La huida39. Palomitas de maíz. Lord Jim. Desaparición40. PájaroNotas a pie de página

Page 1209: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

Table of ContentsHaruki Murakami El fin del mundo y un

despiadado país de las maravillas1. Ascensor. Silencio. Obesidad2. Las bestias doradas3. Impermeable. Tinieblos. Lavado4. La biblioteca5. Cálculos. Evolución. Deseo sexual6. La sombra7. Cráneo. Lauren Bacall. Biblioteca8. El coronel9. Apetito. Conmoción. Leningrado10. La muralla11. Ropa. Sandía. Caos12. El mapa del fin del mundo13. Frankfurt. Puerta. Organización

independiente14. El bosque15. Whisky. Tortura. Turguéniev

Page 1210: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

16. La llegada del invierno17. Fin del mundo. Charlie Parker. Bomba de

relojería18. La lectura de sueños19. Hamburguesas. Skyline. Plazo límite20. La muerte de las bestias21. Brazaletes. Ben Johnson. Diablo22. La humareda gris23. Agujeros. Sanguijuelas. Torre24. La plaza de las sombras25. Comida. Fábrica de formas. Trampa26. La central eléctrica27. Palillo enciclopédico. Inmortalidad. Clips28. El instrumento musical29. Lago. Masaomi Kondó. Pantis30. El agujero31. Control de billetes. Pólice. Detergentes32. La sombra se encamina hacia la muerte33. Colada en día lluvioso. Coche de alquiler.

Bob Dylan34. Los cráneos

Page 1211: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

35. Cortaúñas. Salsa de mantequilla. Jarrón demetal

36. El acordeón37. Luz. Introspección. Limpieza38. La huida39. Palomitas de maíz. Lord Jim. Desaparición40. PájaroNotas a pie de página

Page 1212: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

ÍndiceHaruki Murakami El fin delmundo y un despiadado país delas maravillas

3

1. Ascensor. Silencio. Obesidad 42. Las bestias doradas 343. Impermeable. Tinieblos.Lavado 49

4. La biblioteca 985. Cálculos. Evolución. Deseosexual 117

6. La sombra 1547. Cráneo. Lauren Bacall.Biblioteca 182

8. El coronel 230

Page 1213: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

9. Apetito. Conmoción.Leningrado

245

10. La muralla 29411. Ropa. Sandía. Caos 30512. El mapa del fin del mundo 31813. Frankfurt. Puerta.Organización independiente 338

14. El bosque 40215. Whisky. Tortura. Turguéniev 42516. La llegada del invierno 46817. Fin del mundo. CharlieParker. Bomba de relojería 489

18. La lectura de sueños 51019. Hamburguesas. Skyline. Plazolímite 521

20. La muerte de las bestias 559

Page 1214: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

21. Brazaletes. Ben Johnson.Diablo

572

22. La humareda gris 64923. Agujeros. Sanguijuelas. Torre 67124. La plaza de las sombras 72525. Comida. Fábrica de formas.Trampa 747

26. La central eléctrica 81527. Palillo enciclopédico.Inmortalidad. Clips 836

28. El instrumento musical 85729. Lago. Masaomi Kondó. Pantis 87330. El agujero 92931. Control de billetes. Pólice.Detergentes 947

32. La sombra se encamina haciala muerte 983

Page 1215: El Fin Del Mundo Y Un Despiadado País De Las Maravillas

33. Colada en día lluvioso. Cochede alquiler. Bob Dylan 1001

34. Los cráneos 104135. Cortaúñas. Salsa demantequilla. Jarrón de metal 1058

36. El acordeón 109537. Luz. Introspección. Limpieza 110838. La huida 113539. Palomitas de maíz. Lord Jim.Desaparición 1162

40. Pájaro 1192Notas a pie de página 1203