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ÍndicePortadaSinopsisPortadillaDedicatoriaCaer

GraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquinGraceMayaJoaquin

AterrizarMayaJoaquinGrace

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SINOPSIS

Esta no es una historia sobre la adopción aunque los tres protagonistas seanadoptados. Va de identidad, pertenencia y aceptación. Va de emociones que nopermitimos que afloren. Va de sentirse diferente y de estar solo. Pero abrirse cuestademasiado cuando te has esforzado por labrarte una coraza... Y no basta unaterapia porque las emociones no admiten pautas. Quizá la pregunta sea, la delpoeta Pablo Neruda, en El libro de las preguntas: ¿Por qué los árboles esconden ELESPLENDOR DE SUS RAÍCES?

Una montaña rusa emocional. Sonrisas y lágrimas desbocadas. Debería incluirun aviso: abstenerse los espíritus sensibles y los que saben y sienten las relacionesentre hermanos.

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ROBIN BENWAY

ELESPLENDOR

DE LASRAÍCESFAR FROM THE TREE

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Para mi hermano.Gracias por ser mi compañero de puenting.

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Caer

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Grace

Grace no había pensado demasiado en el baile de otoño.Pero sabía que iría. Imaginaba que ella y su mejor amiga, Janie, se

vestirían juntas, se peinarían juntas. Sabía que su madre haría lo posible portomárselo todo con mucha calma y no emocionarse, pero que igualmenteobligaría a su padre a cargar la cámara cara y sofisticada —no el iPhone—, yluego Grace se haría fotos con Max, su novio desde hacía poco más de un año.

Él estaría genial con esmoquin —alquilado, por supuesto, porque ¿paraqué necesitaba Max un esmoquin colgado en el armario?—, y Grace no sabíasi bailarían una canción lenta o solo hablarían con la gente, o qué harían. Elasunto era que no daba nada por sentado. Creía que sucedería y que seríagenial.

Así pensaba Grace sobre todas las cosas en su vida. El baile de otoñoera algo a lo que sabía que asistiría. Ni siquiera se lo cuestionaba.

Y por eso fue tan sorprendente que no pasara la noche del baile de otoñocon un vestido elegante, ni tomando sorbos de la petaca de Max, ni bailandocon Janie mientras se hacían fotos cursis, sino en el ala de maternidad delhospital de Saint Catherine, con los pies metidos en los estribos de la camillade partos en lugar de tacones, dando a luz a su hija.Grace tardó un tiempo en darse cuenta de que estaba embarazada. Solía veresos realities en la televisión por cable y gritarle a la pantalla: «¡¿Cómo novas a saber que estás embarazada?!», mientras los protagonistas representabanlas escenas más inverosímiles. El karma le había jugado una mala pasada,pensó Grace después. Pero su regla siempre había sido irregular, y eso no laayudó. Empezó a experimentar las náuseas matutinas al mismo tiempo que unagripe se había apoderado de la escuela, así que ese fue el segundo aviso. Nofue sino hasta la semana doce (en ese momento no sabía que fuera la semana

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doce) cuando notó que sus tejanos favoritos le apretaban y comenzó asospechar que algo no iba bien. Y no fue sino hasta la semana trece (véase elcomentario anterior sobre la semana doce) que obligó a su novio, Max, aconducir veinte minutos hasta una farmacia donde no pudieran encontrarse aningún conocido, para comprar dos pruebas de embarazo.

Resultó que las pruebas de embarazo salían caras. Tan caras, que Maxtuvo que comprobar el saldo de su cuenta por teléfono mientras estaban en lacola, solo para asegurarse de tener suficiente dinero.

Cuando Grace finalmente tuvo la certeza de lo que había pasado, estabaen el quinto día de su segundo trimestre.

El bebé tenía el tamaño de un melocotón. Grace lo buscó en Google.Después de ese día, Grace supo que no se quedaría con Peach. Sabía quesimplemente no podía hacerlo. Trabajaba media jornada después de la escuelaen una boutique de ropa donde atendía principalmente a mujeres cuarenta añosmayores que ella y que la llamaban «mi vida». No ganaba suficiente dineropara criar a un bebé.

No era que los bebés lloraran, o que olieran mal o que vomitaran ni nadapor el estilo, eso no le parecía tan terrible. Era que te necesitaban. Peachnecesitaría tanto a Grace que ella no la podría ayudar. De noche se sentaba ensu cuarto, se ponía las manos sobre el vientre, ya redondo, y decía: «Lo siento,lo siento, lo siento», a modo de plegaria y de penitencia, porque Grace era laprimera persona a la que Peach necesitaría, y Grace sentía como si laestuviera decepcionando incluso desde antes de nacer.

El abogado de adopciones mandó un voluminoso dossier con posibles familiasinteresadas en adoptar, y cada una parecía más emocionada que la anterior.Grace y su madre las revisaron juntas, como si estuvieran comprando porcatálogo.

Nadie era lo suficientemente bueno para Peach. Ni el padre en potenciaque parecía un hámster, ni la madre que no había cambiado de corte de cabellodesde 1992. Grace descartó a una familia porque tenían un pequeño conapariencia de morder todo lo que se le pusiera por delante, y a otra porque

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nunca habían viajado más al este de Colorado. No importaba que tampoco ellahubiera viajado más allá de Colorado, pero Peach merecía algo mejor.Merecía más. Merecía montañeros, viajeros internacionales, gente que fuerapor todo el mundo en busca de lo mejor, porque eso era Peach. Grace queríaexploradores intrépidos que extrajeran oro... y acabaran enriqueciéndose.

Catalina era originaria de España, y hablaba francés tan bien comoespañol. Trabajaba en una empresa de márqueting en línea, pero también teníaun blog de alimentación y, algún día, quería publicar un libro de cocina.Daniel era diseñador de páginas web y trabajaba en casa. Él sería quien sequedaría con el bebé durante los primeros tres meses, cosa que a Grace lepareció ideal. Tenían una perra labrador llamada Dolly que parecía tancariñosa como tonta.

Grace los eligió a ellos.

Nunca se sintió avergonzada, no con Peach dentro de ella. Eran como unpequeño equipo. Caminaban, dormían y comían juntas, y todo lo que Gracehacía afectaba a Peach. Veían mucha tele en el portátil, y Grace le hablaba delos programas, de Catalina y Daniel, y de que con ellos tendría un buen hogar.

En realidad, Peach era la única persona con la que Grace hablaba. Todossus amigos habían ido desapareciendo. Podía verlo en sus miradas, suincertidumbre sobre qué decir acerca de su vientre en rápida expansión, sualivio de que fuera Grace quien estuviera embarazada y no ellas. Al principio,sus compañeras del equipo de atletismo trataron de mantenerla al día, lehablaban de los partidos y acerca de los otros equipos, pero Grace no lograbalidiar con la manera en que los celos le crecían por dentro de la piel hastahacerla sentir que explotaría. Al cabo de un tiempo se volvió difícil inclusoasentir en silencio, y cuando dejó de responder, ellas dejaron de llamar.

A veces, cuando estaba casi dormida, cuando Peach empujaba contra suscostillas como si fuera un lugar pequeño y seguro para ella, Grace podía sentira su madre de pie en la puerta de su cuarto, mirándola. Fingía no saber queestaba ahí, y después de un rato su madre se marchaba.

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Pero su padre... Él apenas si podía mirar a Grace. Sabía que lo habíadecepcionado y que, aunque todavía la quería, nunca volvería a ser la mismapara él. Debió de haber sentido que le habían cambiado a su hija por un nuevomodelo (¡ahora con bebé dentro!): una Grace 2.0.

Grace lo sabía porque ella sentía lo mismo.

Grace llevaba cuarenta semanas y tres días de embarazo cuando llegó el bailede otoño. Janie no había dejado de pedirle que fuera, diciéndole que podríanir con un grupo de amigas o algo así, lo que probablemente era la cosa mástonta y más tierna que jamás le hubiera dicho. Sus palabras tenían un dejo dedisculpa, como si supiera que estaba diciendo lo incorrecto, pero no pudieraevitarlo. «¡Será divertido!», le escribió a Grace, pero ella no respondió.

Ese año, después de que comenzaran las clases, Grace no había vuelto alinstituto con todos los demás. Estaba demasiado embarazada, demasiadogorda, demasiado agotada. Además, existía el riesgo de dar a luz cualquierdía, en mitad de la clase de Química avanzada, y traumatizar a todos los de laclase del penúltimo año de instituto. No estaba exactamente decepcionada porhaber tomado esa decisión. Cuando llegaron las vacaciones de verano estabacansada de sentirse como un fenómeno de circo, con la gente dejándole tantoespacio en los pasillos que no podía recordar cuál había sido la última vezque alguien la había tocado, ni siquiera por accidente.

Peach nació a las 21.03 de la noche del baile de otoño, justo cuando aMax le estaban colocando la corona de Rey del Baile, porque, reflexionóGrace con amargura, los chicos que dejaban embarazadas a las chicas eranhéroes, y las chicas que se quedaban embarazadas eran zorras. Pero llegóPeach para eclipsar a Max. Fue lo primero que hizo la hija de Grace, y fuegenial. Estaba muy orgullosa. Era como si Peach supiera que era la heredera altrono y hubiera llegado para exigir su corona.

Peach salió de ella como una llama, como si le hubieran prendido fuego.La oxitocina sintética y el ardiente dolor calcinaban la columna, las costillas ylas caderas de Grace y las transformaban en escombros. Su madre le sujetabala mano y le apartaba el cabello de la frente sudada, y no le molestaba que

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Grace la llamara «mami», como si tuviera cuatro años. Peach se retorció y seabrió paso a empujones, como si supiera que Grace era tan solo un recipientepara ella y que sus padres de verdad, Daniel y Catalina, estaban esperandofuera, listos para llevársela a casa, a su vida real.

Peach tenía cosas que hacer, y ya había terminado con Grace.A veces, cuando ya era noche cerrada y Grace se dejaba flotar hacia un

lugar oscuro de su cerebro, pensaba que estaría bien si no hubiera cogido entresus brazos a Peach, si no hubiera sentido su piel y olido su cabecita y vistoque tenía la nariz de Max y el cabello oscuro de ella. Pero la enfermera lehabía preguntado si quería hacerlo, y Grace ignoró la mirada preocupada de sumadre, quien se mordía el labio con inquietud. Extendió los brazos y cogió aPeach, y no sabía de qué otro modo explicarlo más que diciendo que lapequeña encajaba, encajaba en sus brazos como había encajado bajo suscostillas, acurrucada entre ellos de forma suave y segura, y aunque el cuerpode Grace parecía estar hecho de hollín y cenizas, sentía la cabeza como si sela hubieran lavado por primera vez en diez meses.

Peach era perfecta. Grace no lo era.Peach merecía la perfección.

Catalina y Daniel no le pusieron de nombre Peach, por supuesto. Nadieconocía aquel apodo más que Grace. Y Peach. Le pusieron Amelia Marie.Milly como diminutivo.

Siempre dijeron que podría ser una adopción abierta. Querían que fueraasí, en especial Catalina. En privado, Grace pensaba que Catalina se sentía unpoco culpable de que Peach fuera ahora su bebé.

—Podemos organizarnos para que puedas verla —le dijo Catalina unavez, cuando se reunieron en la oficina del consejero de adopción—. Oenviarte fotos. Lo que te haga sentir más cómoda, Grace.

Pero después de que naciera Peach —Milly—, Grace no confiaba en símisma. No podía imaginar verla de nuevo y no quedársela. Justo después de sunacimiento, Grace se sentía volar con el tipo de adrenalina que, imaginaba,solo podrían experimentar los atletas olímpicos, y estaba casi lista para pegar

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un brinco, meterse a Peach bajo el brazo y correr como un delantero hacia laportería contraria para meter un gol. Podría haber corrido un maratón con ella,y lo que la asustaba era saber que no habría podido traerse a Peach de vuelta.

Grace no recordaba haber puesto a Peach —a Milly— en brazos de Daniel yCatalina. Tenía a su hija con ella y un segundo después ya no estaba, se iba condesconocidos, era la hija de otras personas, perdida por siempre para ella.

Pero su cuerpo la recordaba. Había traído a Peach al mundo, la habíallorado al volver a casa del hospital. Cerró la puerta de su cuarto con llave yse retorció rota de dolor, con una de las mantas para bebé de Peach apretadaen el puño mientras enterraba la cara en ella, con sollozos que le oprimían elpecho, el corazón, que aplastaban todo su interior. Ya no quería a su madre asu lado: este no era un dolor que le pudieran atenuar ni ella ni los médicos. Elcuerpo de Grace se retorcía en la cama de una manera en que no lo habíahecho durante el parto, como si estuviera confundido acerca de adónde sehabía ido Peach; los dedos de los pies se le agarrotaban y abría y cerraba lasmanos con desesperación. Grace había tenido a Peach, pero ahora sentía comosi verdaderamente la hubiera abandonado. Estaba flotando a la deriva.

Se quedó en su habitación durante un tiempo. A los diez días dejó decontar.

Después de dos semanas de permanecer en la oscuridad, bajó einterrumpió el desayuno de sus padres. Los dos se la quedaron mirando comosi nunca antes la hubieran visto, y en cierto modo así era. Grace 3.0 (¡ahora sinbebé!) había llegado para quedarse.

Y entonces dijo las palabras que sus padres habían temido oír durante losúltimos dieciséis años, desde que Grace había nacido. No eran «estoyembarazada», ni tampoco «ha habido un accidente».

Grace bajó con el estómago vacío y el cabello desaliñado y les dijo a suspadres:

—Quiero encontrar a mi madre biológica.

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Grace siempre supo que era adoptada. Sus padres nunca se lo ocultaron. Enrealidad, tampoco hablaban de ello. Simplemente era así.

Ahora, en la mesa del desayuno, Grace vio como su madre abría ycerraba inconscientemente la tapa del frasco de crema de cacahuete. Despuésde la tercera vez, el padre de Grace extendió la mano y le quitó el tarro.

—Deberíamos programar una reunión familiar —dijo él, mientras lasmanos de su madre se movían hacia su servilleta de papel.

La última vez que habían tenido una reunión familiar, Grace les habíadicho que estaba embarazada. Tal como iban las cosas, lo más seguro es quesus padres no quisieran volver a tener una reunión familiar.

—Está bien —asintió Grace—. Hoy.—Mañana. —Su madre finalmente había recuperado la voz—. Hoy tengo

una reunión y deberíamos... —le lanzó una mirada a su marido—, deberíamosir a recoger unos documentos para ti. Están en la caja de seguridad.

Siempre hubo un acuerdo tácito entre Grace y sus padres. Le contaríantodo lo que sabían de su familia biológica, pero solo si ella lo preguntaba.Había tenido curiosidad unas cuantas veces —como cuando estudiaron elADN en Biología de primer año de secundaria; o en segundo de primaria,cuando descubrió que Alex Peterson tenía dos mamás y Grace se preguntó siella también podría tener dos mamás—, pero ahora era distinto. Sabía que enalguna parte del mundo había una mujer a la que quizá le había dolido (y quizátodavía le dolía) como a Grace le dolía ahora. Reunirse con ella no ledevolvería a Peach, ni llenaría las grietas que amenazaban con romperla enpedazos, pero serviría de algo.

Grace necesitaba estar vinculada a alguien otra vez.

Sus padres sabían muy poco sobre su madre biológica. A Grace no le parecíaextraño. Había sido una adopción privada, por medio de abogados y juzgados.El nombre de su madre era Melissa Taylor. Los padres de Grace nunca laconocieron. Melissa no había querido conocerlos.

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No había ni una sola foto de Melissa, ni huellas digitales, ni una nota orecuerdo; solo un documento del juzgado con su firma. El nombre era losuficientemente común para que Grace sospechara que podría buscarlo eninternet durante horas sin encontrar nada. Parecía que Melissa no quería que laencontraran.

—Le mandamos una carta por medio del abogado —dijo su madre, y lepasó un sobre delgado—. Justo después de que nacieras, cuando le dijimos loagradecidos que estábamos, pero nos la devolvieron.

No era necesario decirlo. Se podía ver el sello rojo de «Devolver alremitente» que cruzaba el papel blanco.

Y justo cuando empezaba a sentir la desesperanza nueva y distinta(aunque no peor) de que no hubiera una mujer que la quisiera, que ansiaratenerla del mismo modo que ella ansiaba tener a Peach, que se hubieraretorcido de dolor y lamentado lo hecho, que hubiese querido saber cualquiercosa de ella, sus padres mencionaron algo que de inmediato cerró el agujeronegro que amenazaba con engullirla.

—Grace —dijo su padre con suavidad, como si su voz pudiera activaruna bomba y destrozarlos a todos—, tienes hermanos.

Tan pronto como terminó de vomitar en el baño de invitados de la planta baja,Grace fue por un vaso de agua y volvió a la mesa. La mirada de ansiedad en elrostro de su madre la hizo crisparse.

Le presentaron la historia con palabras cuidadosas y obviamenteensayadas: Joaquin era su hermano. Cuando Grace nació, él solo tenía un año,y había ingresado en un hogar de acogida unos cuantos días después de que suspadres se llevaran a Grace a casa.

—Nos preguntaron si queríamos adoptarlo —explicó su madre, e inclusoahora, dieciséis años después, Grace podía ver las líneas de arrepentimientoque Joaquin había trazado en su rostro—. Pero tú acababas de llegar, ynosotros... no estábamos preparados para eso, para dos bebés. Y a tu abuela lehabían diagnosticado...

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Conocía esa parte de la historia. A su abuela, Gloria Grace, la mujer conquien ella compartía el nombre, le habían diagnosticado un cáncer de páncreasen fase 4 un mes antes de que ella naciera, y falleció después del primercumpleaños de Grace. «El mejor y el peor año» era como lo describía sumadre en las raras ocasiones en que hablaba del tema. Ella sabía que no debíahacer demasiadas preguntas.

—Joaquin —dijo Grace, e hizo rodar el nombre por la boca. Se diocuenta de que nunca antes había conocido a un Joaquin, que nunca antes habíapronunciado ese nombre.

—Nos dijeron que lo habían entregado a una familia de acogida quehabía empezado los trámites para quedárselo —le dijo su padre—. Pero es loúnico que sabemos de él. Tratamos de seguirle la pista, pero es un... sistemacomplicado.

Grace asintió mientras digería la historia. Si su vida hubiera sido unapelícula, este hubiese sido el momento en que la música de fondo hubierasonado con más fuerza.

—¿Habéis dicho «hermanos»? ¿En plural?Su madre asintió.—Justo después de que Gloria Grace —nadie la llamaba de ninguna otra

forma— muriera, recibimos una llamada del mismo abogado que nos ayudó aadoptarte. Había otro bebé, una niña, pero no podíamos... —Miró de nuevo asu marido, buscando a alguien que la ayudara a cerrar el vacío entre laspalabras—. No pudimos, Grace —dijo al fin, y le tembló la voz antes deaclararse la garganta—. La adoptó una familia que vive a unos veinte minutosde aquí. Tenemos sus datos. Quedamos en que nos avisaríamos cuando algunade vosotras quisiera contactar con la otra.

Deslizaron por encima de la mesa una dirección de correo electrónico.—Se llama Maya —dijo su padre—. Tiene quince años. Hablamos con

sus padres anoche, y ellos hablaron con ella. Si le quieres mandar un e-mail,está esperando saber de ti.

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Esa noche, Grace se sentó frente al portátil, con el cursor parpadeandomientras intentaba pensar qué escribirle a Maya.

Querida Maya, soy tu hermana y

No. Demasiado familiar.

Hola, Maya: mis padres acaban de hablarme de ti, y ¡guau!

Grace se hubiera abofeteado después de leer esa frase.

Hola, Maya: ¿qué hay? Siempre quise una hermana y ahora tengo una

Grace hubiera querido contratar a un escritor.Finalmente, después de casi treinta minutos de teclear, borrar y volver a

teclear, se le ocurrió algo que parecía razonable:

Hola, Maya:

Me llamo Grace y hace poco he descubierto que tú y yo tenemos la misma madrebiológica. Mis padres me han hablado hoy de ti, y debo admitir que estoy medioimpactada, pero también emocionada. Dijeron que tú ya sabías de mí, así que espero queno te sorprenda demasiado recibir este e-mail. Tampoco sé si tus padres te han habladode Joaquin. Podría ser nuestro hermano. Sería bonito intentar buscarlo juntas, ¿no teparece?

Mis padres me han dicho que vives a media hora de aquí, así que quizá podamosquedar para tomar un café o algo así. Me gustaría conocerte, si estás de acuerdo. Perono hay ninguna presión, sé que esto puede ser superextraño.

Espero saber de ti pronto.GRACE

Lo leyó tres veces y luego clicó «enviar».Ahora solo le quedaba esperar.

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Maya

Cuando Maya era pequeña, su película favorita era la versión de Disney deAlicia en el país de las maravillas. Le encantaba la idea de caer por lamadriguera, de precipitarse en algo inesperado y, por supuesto, que un conejoblanco pudiera llevar un diminuto chaleco y gafas.

Pero su parte preferida, sin duda, era cuando Alicia se volvía demasiadogrande para caber en la casa del conejo blanco. Sus piernas y sus brazossalían por las ventanas rompiendo los cristales, y su cabeza se estrellabacontra el techo mientras la gente gritaba a su alrededor. A Maya le encantabaesa parte. Solía pedir a sus padres que se la pusieran una y otra vez, y reíahasta que le dolía la barriga ante la idea de un techo que se desmontaba yvolvía a montarse.

Ahora, cuando sus padres se peleaban y las paredes de su casa leparecían demasiado pequeñas, y deseaba poder romper las ventanas de cristaly escapar, la idea de una casa que se rompía en pedazos no le parecía tanchistosa.

En realidad, Maya no recordaba a sus padres sin estar peleando. Cuandosu hermana Lauren y ella eran más pequeñas, lo hacían detrás de puertascerradas, para amortiguar los gritos, y a la mañana siguiente bajaban adesayunar esbozando una sonrisa forzada. Sin embargo, con el paso de losaños, las palabras al principio murmuradas se volvieron más fuertes. Luegovinieron los gritos, y, finalmente, los alaridos.

Estos eran lo peor, agudos y estridentes, el tipo de ruido que hacía que tedieran ganas de taparte las orejas y responder también a gritos.

O correr a esconderte.

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Maya y Lauren elegían esto último. Maya era trece meses mayor queLauren, así que se sentía responsable. Se levantaba de un salto a coger elmando y subía el volumen del televisor hasta que era imposible saber quésonaba más fuerte, quién tenía más ganas de ganar la batalla del ruido.«¡¿Puedes bajar la tele?!», había gritado su padre más de una vez, y a ella leparecía muy injusto. Solo habían subido el volumen, porque, para empezar,había demasiado ruido y no podían oír nada.

Maya y Lauren ya tenían quince y catorce años.Las peleas eran más fuertes que nunca.Había peleas todo el tiempo.—¡Siempre estás trabajando! Siempre estás trabajando y no...—¡Por ti! ¡Por las niñas! ¡Por nuestra familia! Cielos, lo quieres todo,

pero cuando trato de dártelo...Maya era suficientemente mayor para saber que muchas de esas palabras

tenían que ver con el vino: una copa antes de cenar, dos o tres durante la cena,y una quinta cuando el padre de Maya se marchaba de viaje de negocios. Mayanunca veía botellas vacías tiradas en el cubo de reciclaje, y las repisas de ladespensa siempre parecían estar repletas de botellas sin abrir, y se preguntabaa quién pretendía engañar su madre: a sus hijas, a su marido o a ella misma.

Por otro lado, habría dejado que su madre se bebiera tres botellas cadanoche si la hubieran mantenido calmada, complaciente. Incluso adormilada.

Pero el vino solo servía para acelerar a sus padres como coches antes deuna carrera, cada uno con el pie en el acelerador antes de que alguien diera laseñal con una bandera y, ¡bruuum!, salieran disparados. Para entonces, Maya yLauren habían aprendido a salir de en medio; subían arriba, a sus habitaciones,o iban a casa de alguna amiga, o incluso decían que estaban en casa de algunaamiga mientras se escondían en el patio trasero hasta poder entrar sin servistas. No era que las peleas de sus padres se pusieran violentas ni nada por elestilo: las palabras podían despedazar con más dureza que un vaso estampadocontra la pared, o doler más que un puñetazo en los dientes.

Era fácil seguir su esquema. Maya estaba bastante segura de que hastapodría escribirles los diálogos. Una vez que comenzaban los gritos, siemprepasaban unos quince minutos antes de que su madre acusara a su padre detener una aventura. Maya no sabía si era cierto o no y, sinceramente, ni

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siquiera le importaba. Que dejara que la tuviera, si eso lo hacía feliz. Mayasospechaba que su madre estaría encantada de la vida si fuera cierto. Como sifinalmente hubiera ganado una carrera que llevaba décadas corriendo.

—¿Te haría daño llegar a casa antes de las ocho de la noche? ¿En serio?¿Te haría daño?

—Ah, bueno, vuélveme a recordar quién quería remodelar la cocina.¿Crees que se paga sola?

Un golpe en la puerta hizo que levantara la vista. Casi esperaba que fueraClaire, aunque sabía que era imposible. Llevaba cinco meses saliendo conClaire, y estar en sus brazos era más seguro y mejor que todos los esconditesde cualquier patio trasero del mundo. Claire significaba seguridad. Claire,pensaba a veces, le daba la sensación de hogar.

Pero era Lauren quien llamaba a la puerta.—Hola —dijo cuando Maya abrió—. ¿Puedo pasar un rato contigo?—Claro —asintió Maya.En algún momento —Maya no estaba segura de cuándo—, sus

conversaciones habían pasado de las carcajadas desenfrenadas a los secretossusurrados, después a las frases breves y luego a las respuestas de solo una odos palabras. La diferencia de trece meses entre las dos las había separadocomo un abismo que no hacía más que crecer con el paso del tiempo.

Maya siempre supo que era adoptada. En una familia de pelirrojos, esehecho era bastante obvio. De noche, cuando era pequeña, para hacer que sedurmiera, su madre le contaba la historia de cómo la habían traído a casadesde el hospital. La había oído miles de veces, claro, pero siempre queríaque volvieran a contársela. Su madre era buena para contar cuentos (en launiversidad había sido locutora de radio), y siempre los dramatizaba y hacíatodo tipo de gestos exagerados sobre el miedo que les daba meter a Maya enel asiento para bebés por primera vez, y de cómo habían compradoprácticamente cada botella de gel para manos que encontraron en elsupermercado.

Pero la parte favorita de Maya siempre era el final. «Y luego —solíadecir su madre, mientras la arropaba y estiraba las mantas sobre ella— vinistea casa con nosotros. Este es tu lugar.»

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Al principio no parecía importante que ella fuera adoptada y Lauren no.Eran hermanas, y eso era todo. Pero luego otros chicos de su edad se lo habíanexplicado.

Esos otros chicos podían ser unos verdaderos cabrones.—Probablemente no te habrían adoptado si Lauren hubiera nacido antes

—le había dicho un día durante el almuerzo Emily Whitmore, la mejor amigade Maya en tercero de primaria—. Lauren es biológica —pronunció la palabracomo si alguien se la hubiera enseñado— y tú no. Así son las cosas,simplemente.

Maya aún podía recordar el rostro de Emily mientras se lo explicaba;todavía recordaba cómo había querido aplastar su puño de ocho años contra lacarita engreída de Emily, razón por la cual probablemente ahora, que estabanen segundo de secundaria, no tenía muchos amigos. Su rostro seguía siendoengreído. Y Maya todavía quería darle un puñetazo.

Sin embargo, Emily tenía razón en una cosa: tres meses después de quelos padres de Maya la llevaran del hospital a casa, su madre había descubiertoque estaba embarazada de Lauren. Durante casi diez años habían intentadotener al menos un bebé, y ahora tendrían dos.

A veces la gente les preguntaba a ella y a Lauren: «¿Cuál de las dos es laadoptada?», y ellas simplemente los miraban con los ojos entornados. Alprincipio no habían entendido la broma, pero Maya la captó mucho antes queLauren. Tenía que hacerlo. Era la única que sobresalía, la única que no erapálida y pecosa y de cabello pelirrojo con tonos ámbar, la única manchacastaño oscuro en cada uno de los retratos de la familia que cubrían lasparedes de la escalera.

A veces, cuando sus padres se peleaban, Maya se imaginaba queincendiaba la casa. Siempre pensaba que le gustaría ver arder esos retratos defamilia de la escalera.

Al cumplir cinco años, Maya ya entendía que era diferente. Cuando letocó ser la Estrella de la Semana en el parvulario, todos los niños lepreguntaron por qué la habían adoptado, dónde estaba su «mami de verdad», sila habían regalado porque era una niña mala. Ninguno de ellos le preguntónada sobre su mascota, la tortuga Scooch, ni sobre su manta favorita, tejidapor su bisabuela Nonie. Después había llorado sin poder explicar por qué.

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Pero quería a sus padres con una desesperación que a veces la asustaba.Maya a veces soñaba con los padres que la habían dado en adopción, y

se despertaba escapando de personas de cabello castaño y sin rostro queextendían los brazos hacia ella mientras ella sudaba por el esfuerzo que leexigía la huida. Sus padres —aparte del vino, las peleas, la sofocantediscusión de las remodelaciones de la cocina y los pagos de la hipoteca—eran buenas personas. Muy buenas personas. Y la amaban profunda ycompletamente. Pero Maya se dio cuenta de que los libros que leían sobrecriar a los hijos tenían que ver con hijos adoptados, y no biológicos. Pasabantanto tiempo tratando de normalizar su vida que Maya a veces sentía que eratodo menos normal.

Hizo un sitio en la cama para Lauren.—¿Qué haces?—Los deberes de Matemáticas —dijo Lauren. Se le daban muy mal las

matemáticas, al menos comparada con su hermana. Solo se llevaban un año,pero Maya iba adelantada tres años en las clases de Matemáticas—. ¿Y tú quéhaces?

Maya hizo un ademán en dirección a su portátil.—Un ensayo.—Oh.En honor a la verdad, Maya realmente estaba escribiendo un ensayo. Solo

que no lo hacía justo en ese momento. Llevaba una semana dedicada a ello y lafecha de entrega había pasado hacía tres días. Pero sabía que su maestra se loperdonaría. Los maestros querían a Maya. Estaban contentos con ella, y alfinal le ponían unas notas excelentes sin siquiera tener que hacer el trabajo. Y,además, ni que el mundo necesitara otro ensayo sobre la importancia de lascaracterizaciones en la Antología de Spoon River.

Lo cierto era que estaba chateando con Claire.Claire había empezado a ir a su escuela en el mes de marzo. Maya

todavía podía recordarla el primer día, caminando por el jardín de enfrente,con la mochila colgada de un hombro y no como la llevaban los demás en elcolegio.

A Maya le gustó de inmediato.

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Le gustaba que siempre, siempre, llevaba el pintauñas descascarillado,pero su pelo nunca tenía las puntas abiertas. Le gustaba que los calcetines deClaire nunca combinaran, y consideraba que llevaba unos zapatos geniales.(Maya codiciaba sus Doc Martens y maldecía el hecho de tener los pies dostallas más grandes que los de su amiga.)

Le gustaba sentir la mano de Claire en la suya, que su piel fuese la cosamás suave y eléctrica que hubiera tocado jamás. Adoraba su risa (eraprofunda, aunque, francamente, sonaba como si estuvieran asesinando a unganso) y su boca, y la manera en que le acariciaba el cabello como si Mayafuera algo dulce y precioso.

Le gustaba la manera en que había pasado toda la vida tratando deentender dónde encajaba, solo para que Claire ocupara su lugar junto a ella,como si hubieran esperado todo ese tiempo para encontrarse.

A los padres de Maya, como no eran dinosaurios anticuados, no lesimportaba que fuera homosexual. Es más, no era solo que no tuvieranproblema con eso. Estaban orgullosos. Su padre incluso pegó una calcomaníadel arcoíris en el coche, cosa que escandalizó un poco al vecindario, hasta queMaya le explicó que llevar una calcomanía del arcoíris en el cochenormalmente significaba que tú eras el gay, y que quizá los vecinos se habíanhecho una idea equivocada.

De todos modos fue un gesto muy tierno. Donaron dinero a la Asociaciónde Padres, Familias y Amigos de Lesbianas y Gays, y ella y su padre corrieronjuntos una carrera de diez kilómetros. Maya tenía todo el apoyo que necesitabaen ese aspecto, y estaba agradecida por ello. Únicamente deseaba que a vecessus padres pusieran atención a su propia relación en lugar de concentrarse enla de ella.

Una puerta se cerró de golpe y Lauren se asustó. No mucho, pero losuficiente para que Maya lo notara.

—¿Ni siquiera te importa ver a tus hijas?—¡Cómo te atreves a decirme algo así!—Ni siquiera le preguntaste a Maya por...Las dos chicas se miraron la una a la otra.—¿Todavía no te ha llegado nada de esa chica? —le preguntó Lauren

después de una pausa.

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Maya negó con la cabeza.—No.La noche anterior, los padres de Maya le habían pedido que se sentara —

la primera vez en meses que Maya los había visto juntos en casa sin queestuvieran como el perro y el gato— y le habían hablado de una chica llamadaGrace. Era medio hermana de Maya, y vivía con sus padres a veinte minutosde su casa. Según parecía, por primera vez en la vida, Grace había preguntadopor su familia biológica. Había un chico también, un supuesto medio hermanollamado Joaquin, pero nadie parecía saber dónde estaba, como si fuera unjuego de llaves que alguien hubiera perdido.

—¿Te parece bien si le damos tu correo electrónico a Grace? —lepreguntó su padre.

Maya se encogió de hombros.—Sí, claro.No le parecía bien, en realidad, pero ya no creía que sus padres tuvieran

la fuerza suficiente para ella. Si apenas podían mantener la calma cuandoestaban juntos..., ¿qué clase de energía les quedaba para ella? No tenía elmenor deseo de echarse a llorar frente a ellos, ni de hacer preguntas, ni demostrarles el menor atisbo de lo que sentía. No podía confiarles suspensamientos, no cuando se comportaban como dos toros encerrados en unatienda de porcelana. Tendría que mantenerse a distancia..., a salvo de ese tipode daños.

La noche anterior se había despertado con una pesadilla horrible: gentealta y de cabello oscuro extendía las manos hacia ella y trataba de sacarla porla ventana de su cuarto. Se despertó jadeando, las manos le temblaban tantoque ni siquiera pudo mandarle un mensaje a Claire. No estaba segura de qué lehabía dado más miedo: que los extraños trataran de llevársela o no estarsegura de querer que sus raptores fracasaran.

No logró volver a dormirse.—Ya conoces a Maya. No te cuenta las cosas, ¡le tienes que preguntar!

¡No es como Lauren! Si pasaras un poco de tiempo con ellas...No era que a Maya le emocionara ser adoptada, pero en momentos como

ese se sentía medio contenta de que sus padres no estuvieran relacionadosbiológicamente con ella. («Qué horrible ser tú, Laur», pensaba a veces,

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cuando las peleas se volvían demasiado ruidosas, demasiado cercanas.) Eramás fácil imaginar un mundo de posibilidades, un mundo en el que literalmentecualquiera pudiera estar relacionado con ella. Pero a veces eso solo hacía queeste pareciera demasiado grande y Maya comenzaba a sentirse a la deriva,como si pudiera irse flotando; entonces cogía la mano de Claire y se aferrabaa ella con ganas, como intentando volver a la tierra.

—¿Crees que se van a divorciar? —le había preguntado Lauren hacíaunas semanas, cuando su padre salió de casa hecho una furia y su madre nisiquiera subió a verlas. Las chicas compartieron cama esa noche, algo que nohabían vuelto a hacer desde pequeñas.

—No seas tonta —le había dicho Maya, pero luego la idea no la dejódormir en toda la noche. Si sus padres se separaban, ¿a cuál de elloselegirían? Tal como había subrayado Emily Whitmore, Lauren era biológica yMaya, no.

Era una idea ridícula, obviamente.Y aun así...Esa noche, después de que todos subieran al segundo piso, después de

que Lauren volviera a su habitación y cerrara la puerta tras ella, y de queMaya le hubiera escrito a Claire mucho más tarde de la hora en la que sesuponía que ya no debía usar el teléfono (mis padres se van a divorciar lol), ynadie viniera a impedir que lo hiciera, Maya se quedó despierta en la cama.

Todo parecía más terrible a las tres de la madrugada. Era un hecho.Su teléfono sonó de repente. Era una notificación de correo, y lo abrió.

Había leído en alguna parte que por cada minuto que pasabas con el teléfonoen la cama perdías una hora de sueño. Siempre había creído que era falso,pero ahora le pareció posible.

«¿Hermana?», decía la línea de asunto del correo.No era de Lauren.Maya lo abrió.

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Joaquin

A Joaquin siempre le habían gustado más las primeras horas de la mañana.Le agradaba el cielo rosado que lentamente se tornaba amarillo y luego

azul en los días despejados. Cuando no era así, le gustaba la neblina que seextendía sobre la ciudad como una manta y se enrollaba sobre las colinas yautopistas, tan espesa que a veces Joaquin creía poder tocarla.

Le gustaba el silencio de esas mañanas, la manera en que podía bajar enmonopatín por la calle sin preocuparse por tener que evitar a los turistaslentos o a algún niño que se separara repentinamente de sus padres. Le gustabacaminar solo, sin nadie alrededor. De esa manera, sentía la soledad como algoelegido por él. Era más fácil que sentirse solo mientras estaba rodeado demucha gente, como ocurría una vez que empezaba a despertar el resto delmundo, antes de que la realidad hiciera acto de presencia y el sol derritiera lacapa de neblina.

Joaquin inclinó el cuerpo hacia la izquierda mientras bajaba muy deprisapor la colina hacia el Centro de las Artes. Las ruedas del monopatín erannuevas, un regalo que su decimoctava pareja de padres adoptivos le regalósimplemente porque sí.

Mark y Linda eran buenas personas; habían sido sus padres durante casidos años, y a Joaquin le gustaban. Linda le había enseñado a conducir en suviejísima camioneta e ignoró la pequeña abolladura que Joaquin le hizo a lapuerta trasera del lado de los pasajeros. Mark lo había llevado a seis partidosde béisbol el verano pasado; se sentaron juntos y miraron el juego en silencio,asintiendo cada vez que el árbitro hacía lo correcto y estaban de acuerdo.

—Qué agradable ver a un padre y su hijo juntos en el béisbol —les habíadicho un señor mayor al final de un partido, y cuando Mark sonrióampliamente y pasó el brazo alrededor de los hombros de Joaquin, él se

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sonrojó tan profundamente que casi creyó tener fiebre.Conocía algunos datos básicos del principio de su vida, pero no

demasiados. Cuando tenía un año, su madre lo había dejado en manos de losservicios sociales. Como alguna vez había visto el acta de nacimiento, sabíaque ella se llamaba Melissa Taylor y que el apellido de su padre eraGutiérrez, pero eso había pasado unos diez trabajadores sociales atrás, y losderechos de maternidad de Melissa se habían extinguido hacía tiempo. No sehabía presentado a ninguna de las visitas cuando él era bebé. A veces, Joaquinse preguntaba si tal vez había sido el peor niño del mundo, pues ni siquiera supropia madre quería ir a verlo.

No sabía nada de su padre biológico, más allá de su apellido y del hechode que solo tenía que mirarse al espejo para saber que su misterioso padre noera blanco.

—Pareces mexicano —le había dicho alguna vez un hermano de acogida,después de que Joaquin le explicara que no sabía de dónde era. Nadie le habíadicho nada que negara tal afirmación, así que eso era todo. Joaquin eramexicano.

En términos de padres y hogares de acogida, le habían tocado buenos ymalos. Estaba la madre que una vez perdió los estribos y golpeó a Joaquin enla nuca con un cepillo de madera, cosa que hizo que se sintiera como si fueseuno de esos personajes de las caricaturas que literalmente veían estrellas; lapareja mayor que, por razones que Joaquin nunca entendió, le ataban la manoizquierda obligándolo a usar la derecha (no funcionó: Joaquin seguía siendozurdo); el padre a quien le gustaba apretarle la nuca haciendo que lasvértebras le rechinaran de un modo que Joaquin no había podido olvidar; lospadres que guardaban la comida de los niños acogidos aparte, en una repisaseparada de la cocina, con los productos de marca blanca alineados justodebajo de la comida de marca para los hijos biológicos.

Pero luego también había estado Juanita, que le acariciaba el cabello y lollamaba «cariño» un invierno en que se puso enfermo del estómago; Evelyn,quien organizaba peleas de globos con agua en el patio de atrás y solíacantarle por las noches una canción sobre tres pollitos que se acurrucabanbajo el ala de su madre y se quedaban dormidos, y Rick, el padre que una vezle compró un juego completo de pinturas al óleo porque pensaba que tenía

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«bastante talento». (Seis meses más tarde, Rick bebió demasiado y acabó apuñetazos con el vecino de al lado. Eso obligó a Joaquin a dejar ese hogar deacogida y también sus pinturas al óleo. Todavía no se había recuperado de lapérdida.)

Mark y Linda eran los padres más recientes, y querían adoptarlo.Se lo habían preguntado la noche anterior, cuando estaba sentado a la

mesa de la cocina colocándole las ruedas nuevas al monopatín. Se sentaronfrente a él, cogidos de la mano, y Joaquin supo de inmediato que iban a pedirleque se fuera. Le había pasado diecisiete veces antes, así que conocía lasseñales. Habría pretextos, disculpas, quizá hasta lágrimas (nunca las suyas),pero siempre terminaba del mismo modo: Joaquin guardaba sus pocaspertenencias en una bolsa de basura y esperaba a que el trabajador social lorecogiera y lo llevara a algún otro lugar. (Una vez, una trabajadora social lehabía llevado una maleta de verdad, pero se le estropeó en la siguiente casa,cuando dos de los otros chicos empezaron a pelearse. Joaquin prefería lasbolsas de basura. Así no tenía nada que perder.)

—Joaquin —comenzó a decir Linda, pero Joaquin la interrumpió. Legustaba Linda, y no quería que uno de sus últimos recuerdos de ella estuvieralleno de pretextos trémulos y palabras de consuelo.

—Vale, vale —dijo—. Lo entiendo, no pasa nada. Solo que... ¿Es por lode la puerta del coche? Porque podría arreglarla. —Joaquin no estaba segurode cómo hacerlo: no era que su trabajo en el Centro de las Artes lo estuvieravolviendo millonario que digamos, y no tenía nociones de cómo arreglar laabolladura de un coche él solo, pero bueno, YouTube estaba para eso, ¿no?

—Espera, ¿qué estás diciendo? —replicó Linda, y Mark acercó su silla ala de Joaquin, lo que hizo que este se echara un poco para atrás—. No tepreocupes por el coche, cariño, no es de eso de lo que queremos hablarte.

Joaquin casi nunca se sentía desorientado. Era bueno prediciendo lo queharía la gente, cómo reaccionaría, y si no lograba predecir su comportamiento,sabía cómo provocarlo. La terapeuta que Mark y Linda le obligaban a visitarlo llamaba un «mecanismo de defensa», y a Joaquin se le ocurrió que esosonaba exactamente a algo que diría alguien que nunca necesitaba un«mecanismo de defensa».

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Pero Linda no estaba siguiendo las líneas del guion que Joaquin ya sesabía de memoria.

Entonces Mark se inclinó un poco hacia delante, puso la mano en elantebrazo de Joaquin y se lo apretó un poco. Eso no lo molestó: sabía queMark nunca le haría daño, y aunque lo intentara, Joaquin era unos ochocentímetros más alto y pesaba quince kilos más que él, así que sería una peleacorta. Por el contrario, no podía evitar sentir que Mark intentabatranquilizarlo.

—Oye —le dijo Mark—. Tu ma..., esto..., Linda y yo queremos hablarcontigo de algo importante: si te parece bien, nos gustaría adoptarte.

Los ojos de Linda brillaban mientras asentía al escuchar las palabras deMark.

—Te queremos tanto, Joaquin... —dijo—. Realmente te sentimos comonuestro hijo; no podemos imaginar que no sea algo permanente.

El zumbido en la cabeza de Joaquin casi lo mareó, y cuando bajó lamirada a las ruedas del monopatín que tenía en las manos se dio cuenta de quesolo había experimentado algo así una vez, cuando Mark y Linda le habíandicho que, si quería, podía llamarlos mamá y papá.

—Solo si tú quieres, claro —insistió Linda, y aunque no veía su cara enese momento, Joaquin pudo notar el temblor en su voz.

—Es tu decisión —agregó Mark desde la isla de la cocina, donde tenía lavista fija sobre el portátil. Pero Joaquin se dio cuenta de que no estabanavegando, sino que se desplazaba hacia arriba y hacia abajo en la mismapágina.

—Está bien —dijo Joaquin, y fingió ignorar sus rostros de decepción esanoche a la hora de la cena cuando la llamó «Linda», como si no hubierapasado nada esa mañana.

Joaquin nunca había llamado mamá o papá a nadie. Usaba los nombrespropios o, en algunos de los hogares más estrictos, señor y señora fulano ozutano. No tenía abuelos, ni tías, ni tíos, ni primos, como algunos otros hijosadoptivos.

Y la verdad era que quería llamar a Linda y a Mark mamá y papá. Teníatantas ganas de hacerlo, que podía sentir que las palabras sin decir lequemaban la garganta. Sería tan fácil decirlo... para hacerlos felices, para

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finalmente ser el chico con una madre y un padre que se quedaban con él.No eran solo palabras. Joaquin sabía que, si decía esas dos palabras, lo

cambiarían. Si alguna vez salían de su boca, tendría que ser capaz de decirlasdurante el resto de su vida, y había aprendido del modo más duro que la gentepodía cambiar, que podían decir una cosa y luego hacer otra. No creía queMark y Linda fueran a hacerle eso, pero tampoco quería tener que descubrirlo.Una vez se había atrevido a llamar «mamá» a su maestra de segundo grado enla clase de Matemáticas, solo para ver cómo se sentía al decirlo, cómo sonabaen sus oídos, pero había sido tanta la vergüenza que le hicieron pasar los otroschicos, que todavía se sonrojaba cuando lo recordaba años después.

Eso había sido solo un error. Llamar a Linda y a Mark mamá y papá apropósito significaría que el corazón de Joaquin se convertiría en algo muchomás frágil, algo imposible de pegar si se quebraba, y no quería que esovolviera a ocurrirle. Todavía no había logrado recoger todos los trozos, yquedaban uno o dos huecos en su corazón que dejaban que el aire frío secolara por ellos.

Ahora Mark y Linda querían adoptarlo, y Joaquin sintió que las ruedasdel monopatín rugían bajo sus pies mientras daba un giro brusco a la derechadespués de pasar la biblioteca. Mark y Linda serían su mamá y su papá, losllamara así o no. Él sabía que no podían tener hijos («¡Estéril como eldesierto!», le había dicho Linda una vez de esa manera superalegre que usabala gente para esconder su peor dolor), y Joaquin se preguntaba si él era suúltima oportunidad de conseguir lo que querían, si era solo un medio paraalcanzar un fin.

Mientras pasaba a toda velocidad frente a la biblioteca, vio que en una delas ventanas había un letrero que decía: «¡Hora del cuento para mami, papi ypara mí!».

Joaquin había superado hacía mucho no tener padres. No era tan tontocomo de pequeño, cuando había intentado ser simpático y divertido como esosniños que veía en las series de televisión, los que tenían esas estúpidas risasenlatadas y padres que solo suspiraban cuando sus hijos hacían alguna idiotezcomo atravesar la pared de la cocina con el coche. A los cinco años, llegó acambiar tantas veces de hogares de acogida que asistió a cinco escuelasdiferentes, lo que significó que logró esquivar la maldición de tener que ser la

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Estrella de la Semana, cuando los chicos hablaban de sus casas, familias ymascotas. Todas esas cosas que, dolorosamente, Joaquin era consciente de notener.

Una vez, en la clase de Lengua, tuvo que escribir un ensayo sobre adóndeiría si pudiera volver atrás en el tiempo. Explicó que le gustaría regresar paraver a los dinosaurios, lo que probablemente fue la mayor mentira que jamáshabía dicho en su vida. En realidad, si Joaquin hubiera podido volver atrás enel tiempo, habría regresado hasta encontrar su versión de doce años, lo habríasacudido hasta que los dientes le hubiesen castañeteado, y le hubiera siseado:«Lo estás jodiendo absolutamente todo». En esa época fue realmente malo,dejándose vencer por una furia que le hervía debajo de la piel. Se revolcaba ygritaba y aullaba hasta que el monstruo se iba, saciado por el momento, ydejaba a Joaquin exprimido y exhausto, más allá del consuelo, más allá delcastigo. Nadie quería a un hijo así, ya lo sabía, y en especial no querían a unoque mojaba la cama casi todas las noches.

Para cuando cumplió los ocho años, ya conocía el juego. Los dientes deleche tan perfectos habían dejado su lugar a otros de conejo y varios huecos;las mejillas regordetas habían adelgazado ante su adolescencia inminente. Yano era un bebé adorable, y seguramente los futuros padres querrían bebés.

Entendía que probablemente no iría nadie a las reuniones de padres yprofesores en su escuela, nadie que escuchara mientras la maestra contaba lobuen artista que era. No habría nadie que le hiciera una foto de pie, bajo ellazo azul de condecoración a su dibujo, en la exposición de arte de la escuela,en cuarto; ni que lo llevara en coche a esa fiesta que había al otro lado de laciudad, en quinto. Algunos de sus padres se habían esforzado, claro, pero nohabía dinero ni tiempo de sobra, y Joaquin comprendió con el tiempo que, sino tenía la esperanza de que alguien lo quisiera, entonces no se sentiría nuncadesilusionado.

Todavía tenía ese lazo azul. Lo guardaba enterrado en el fondo del cajónde los calcetines, con los bordes deshilachados por los dieciocho mesesdurante los que Joaquin durmió con él bajo la almohada.

No había tenido muchos golpes de suerte en la vida, pero sabía que eraafortunado al no tener hermanos. Había visto lo que les hacían a otros niños,con cuántas ganas luchaban por permanecer juntos y lo destrozados que

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quedaban cuando inevitablemente los separaban. Había visto a hermanosmayores intentar con desesperación que los adoptaran familias que soloquerían a las hermanas menores; había visto a hermanas mayores arrancadasde sus hermanos menores porque no había suficiente espacio para tres chicosen un hogar de acogida, y los servicios sociales a veces separaban a loshermanos por género. Para Joaquin ya era de por sí difícil no derrumbarse,mantener a flote el corazón y la mente sobre una marea que lo quería ahogar.Tampoco habría podido mantener a alguien más a flote a su lado. Estabacontento de no tener que hacerlo, de no tener ataduras, aunque a vecessospechaba que, sin eso, podría simplemente irse flotando y nadie sabríasiquiera que se había ido, nadie volvería a buscarlo.

Mark y Linda probablemente lo buscarían, se dijo Joaquin mientrasaparecía a la vista el Centro de las Artes y el sol irrumpía entre las nubes.Pero ya lo había decidido: no lo adoptarían.

A Joaquin ya lo habían adoptado una vez.Y nunca dejaría que volviera a ocurrir.

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Grace

Después de que los padres de Grace se enteraran de que su hija estabaembarazada, se reunieron con los padres de Max.

—Es solo una conversación —había dicho su padre—. Solo queremoshablar de nuestras opciones.

Pero embarazada de catorce semanas, Grace sabía que no había muchasopciones sobre la mesa.

Los padres de Max no querían «hablar de opciones». Estaban todosreunidos en una habitación que casi nunca usaban, porque la tele no estaba ahí,sino en la sala. Sin embargo, allí se sentaron Max y Grace, uno frente al otro,como lo estaban cuando se conocieron frente a la maqueta de las NacionesUnidas. Grace no dejaba de pensar en broma que ella y Max se habían unido yse habían vuelto un solo país, pero nunca lo dijo. No creía que a los padres denadie —y tampoco al propio Max— les hiciera gracia. Y seguramente nisiquiera era tan chistoso.

El padre de Max estaba tan enfadado que temblaba. Aunque fuera sábadopor la tarde, vestía americana y camisa, y nunca le quitó la mano de encimadel hombro a Max, pero no lo hacía a modo de apoyo. Más bien era una formade decir «Te sentarás aquí bajo mis órdenes». Max odiaba a su padre. Siempredecía a sus espaldas que era un cabrón.

—No sé qué le habrá hecho su hija a mi hijo...—No me parece que echar la culpa a nadie sea... —comenzó a decir la

madre de Grace, que ahora también había puesto la mano en el hombro deGrace. Pero estaba tibia, demasiado tibia, y Grace ya se sentía losuficientemente saturada con Peach, que seguía creciendo dentro de ella. Se lasacudió de encima. No quería que nadie la tocara, ni siquiera Max.

En especial Max.

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—Max tiene un futuro —dijo el padre, mientras la madre permanecíasentada en silencio—. Irá a la UCLA. Esto no forma parte de sus planes.

Los padres de Grace no dijeron nada. Ella planeaba solicitar plaza enBerkeley al año siguiente, pero no estaban discutiendo la posibilidad deacudir a hacer un recorrido por el campus. Además, Grace sabía que Maxhabía hecho trampa en su examen de francés avanzado, pero tampocomencionó nada de eso.

—Grace también tiene un futuro —intervino entonces su padre, alzando lavoz por encima de la del padre de Max. Parecían dos jugadores de hockey apunto de empezar una pelea en la pista de hielo—. Y tanto ella como Max sonresponsables...

—No sé qué hizo su hija para meter al mío en esta situación, pero sicreen que me van a sacar algo de dinero... —La voz del padre de Max se fueapagando. Se le estaban dilatando las fosas nasales. Max mostraba ese mismorasgo cuando estaba enfadado. A veces Grace lo llamaba «Puff, el dragónmágico», pero solo en su cabeza, y únicamente cuando estaba muy enfadadacon él.

—Tiene que ver con el bebé —lo interrumpió la madre de Grace—. Ycon Grace y Max.

—No hay un Max y Grace —replicó el padre del chico. La madre, por elcontrario, no decía nada. Era escalofriante. Grace supuso que no se llegaba aconocer a la familia de alguien hasta que su hijo te dejaba embarazada—. Maxestá saliendo con una buena chica.

«Una buena chica.» Las palabras quedaron suspendidas en el airemientras Grace se volvía para mirar a Max, pero este tenía los ojos clavadosen el suelo.

—¿Max? —preguntó ella.Él no se movió para mirarla. Ni tampoco a Peach.Stephanie era la buena chica en cuestión, por supuesto. Grace no tenía la

menor idea de si era una buena persona o no, pero era obvio que para el padrede Max «buena chica» equivalía a «persona cuyo vientre está desocupado porel momento». Así que, si usaban su definición, entonces Stephanie era 99,99por ciento buena. Grace no lo era al cien por cien.

Y así, en resumidas cuentas, fue como terminaron Grace y su novio.

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Max y Grace habían salido durante casi un año, que, si se ponía apensarlo, fue más o menos la misma cantidad de tiempo que después le llevó aGrace dejar crecer a Peach. Pero no podía pensar así en eso, en absoluto. Nopodía pensar en Peach sin sentir un dolor que la perforaba, partiéndola en doscomo lo hizo en esa sala de partos. Grace pensaba que no podía haber nadapeor que esa noche, con su madre, que le apretaba la mano, y las enfermeras,que la exhortaban a que empujara, pero ese dolor sí lo era.

Janie decía que Max era un «chico de película», y estaba en lo cierto:jugaba al fútbol, tenía los dientes blancos y derechos, era amigo de todos...pero más amigo de algunos. Grace no se dio cuenta al principio, pero él legustó solo porque ella le gustaba a él, y ese árbol no era lo suficientementefirme como para sostenerse cuando llegara la tormenta. Eso lo sabía ahora,claro, porque tanto Max como Peach se habían ido y ella tenía las manosvacías, heridas por tratar de aferrarse demasiado a algo que, para empezar,nunca debió haber abrazado.

—Estás inquieta —le dijo su madre.—No estoy inquieta. Tú estás inquieta —respondió ella.—Las dos estáis inquietas —terció su padre—. Tranquilas.—Tienes una pelusa en la... —lo interrumpió su madre, y acercó la mano

a su camisa. Él le dio un manotazo juguetón para alejarla.—Estáis inquietas —repitió.Los tres estaban esperando de pie en un porche de piedra, muy juntos,

aunque había bastante espacio para que Grace hiciera una pirueta sin tocar aninguno de sus padres, probablemente. Tan grande era el porche.

Y no era cualquier porche. Era el porche de Maya. O, más precisamente,el porche de los padres de Maya. Una semana después de que las dosintercambiaran mensajes, los padres de Maya habían invitado a su familia acenar, y ellos habían aceptado porque ¿cómo se podía rechazar esa invitación?

Maya y Grace habían hablado unas cuantas veces, comenzando con larespuesta de Maya al primer correo de Grace: «Bueno, pues ya era hora».Había sido breve y conciso, y Grace empezaba a darse cuenta de que ese era

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el modo usual de responder de Maya. Y tampoco usaba emojis ni caritasfelices hechas de puntos y comas y paréntesis. Grace empezaba a preguntarsesi en realidad su hermana era un robot sin sentido del humor, pero supuso quehasta los robots sabían cómo enviar el emoji del guiño, por ejemplo. Quizáfuera que Maya solo era superseria cuando se trataba de tecnología. O quizáera una de esas personas que coleccionaban máquinas de escribir y añorabantener un teléfono fijo como los que se usaban hacía treinta años.

Grace tenía muchas preguntas para (y sobre) Maya, y no estaba segura decómo plantearlas.

Cuando aparcaron delante de la casa, el padre de Grace soltó un suavesilbido y su madre dijo:

—Ay, Dios mío, ya sabía que tenías que ponerte traje.«Papá odia ponerse traje» es lo que habría dicho Grace si no hubiera

estado ocupada mirando la casa fijamente. Era una especie de mansión depiedra... Solo le faltaba una torre para parecer un edificio salido de unapelícula de Disney.

Y ahí era donde vivía Maya.—Odio ponerme traje —respondió su padre.Los tres estaban sentados todavía en el coche. El aliento de Grace

empañaba el cristal, de tan cerca como estaba de la ventanilla. Bajaron delcoche, y tardaron unos cuantos minutos más hasta llegar al impresionanteporche principal, y cuando su madre tocó el timbre, las campanas chinas dedentro de la casa tocaron la Oda a la alegría.

—¿Acaso nos hemos equivocado y vamos a misa? —susurró Grace.—¿Estás bien? —le preguntó su padre, y se dio la vuelta para mirarla

mientras el timbre seguía sonando.—Sí, perfecto.—¿Segura?—Vuelve a preguntármelo dentro de una hora —susurró Grace justo

cuando de golpe se abrió la puerta y los recibió una sonriente pareja. Los doseran pelirrojos. El hombre llevaba traje.

Grace oyó a su madre maldecir en voz baja detrás de ella.—Bueno, ¡habéis encontrado la casa! —exclamó la mujer—. ¡Pasad,

pasad!

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Era excesiva, como solía decir Janie. (Como probablemente todavíadecía. Grace no había hablado con Janie en... mucho tiempo.)

—¡Un placer conoceros! —dijo la mujer—. Yo soy Diane, él es Bob.Los dos sonreían a Grace como si se la quisieran comer.Grace les devolvió la sonrisa.Siguió a sus padres al interior de la casa, que brillaba y tenía aires de

mausoleo por todo el mármol. Había una escalinata de doble espiral queserpenteaba hasta un rellano en el segundo piso, también de mármol, y a lolargo de la escalera Grace vio un gran muro cubierto de retratos enmarcadoscon elegancia.

No había una sola mota de polvo a la vista.—Qué casa tan bonita —dijo la madre de Grace, quien leía Architectural

Digest como..., bueno, Grace nunca había conocido a nadie que consumieranada tanto como su madre leía esa revista. En fin, estaba impactada. Grace laveía arrancar mentalmente la alfombra de su propia sala, añadir un segundopiso, y hasta posiblemente abandonarlos a Grace y a su padre para venirse avivir a esa casa—. Es simplemente majestuosa.

Grace nunca había oído a su madre usar esa palabra.Su padre empezó a hablar.—Sí, muchas gracias por invitarnos. Grace tenía muchas ganas de venir.Grace las había tenido, en cierto modo, como podría tener ganas de

subirse a una montaña rusa. Solo que no estaba segura de si los cinturones deseguridad eran lo suficientemente buenos para ese viaje, ni cuándo había sidola última vez que hicieron una inspección de seguridad a los raíles.

Por suerte, sus modales entraron en acción, avanzó un paso y le ofreció lamano a Diane.

—Hola, soy Grace —dijo—. Mucho gusto en conocerla.Los ojos de Diane parecieron humedecerse cuando le tendió la mano.—Grace —dijo, y su voz se quebró un poquito—. Es tan tan bonito

conocerte. Sé que Maya también tiene muchas ganas. Creo que le harámuchísimo bien.

«¿Le hará muchísimo bien?» Grace ya veía los problemas a la vuelta dela esquina.

—Eres igualita que ella —dijo Bob—. ¿No te parece raro, Di?

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Grace volvió a sonreír, sin estar segura de qué decir. No tenía ni idea desi era cierto o no. Ella y Maya todavía no se habían enviado fotos y habíatenido miedo de buscarla en las redes sociales. No estaba segura de por qué.

Justo entonces, una chica, también pelirroja, dio la vuelta a la esquina.Grace soltó un profundo suspiro sin darse cuenta. ¿Acaso Maya era pelirroja?¿Era ella? Bob había dicho que eran iguales, pero esa chica y Grace nopodrían haber sido más distintas.

—Ah, esta es nuestra hija Lauren —dijo Diane, extendiendo un brazohacia la chica y estrechándola contra ella—. Es la hermana de Maya.

Lauren sonrió, y Grace le correspondió. Lauren era tan obviamentebiológica que aquello le pareció absurdo. Grace se preguntó cómo era vivir enuna casa donde los otros tres habitantes no se parecían en nada a ti, como siestuvieras en un eterno juego de «Una de estas cosas no es como las otras».

—Pensé que Maya ya estaba bajando —dijo Diane, luego dio un pasohacia la escalera, todavía acompañada de Lauren—. ¡Maya! ¡Ya han llegadoGrace y sus padres!

Al cabo de un momento, Maya apareció en el rellano superior de laescalera. Llevaba puestos unos shorts de mezclilla y una camiseta de tirantesholgada, y se había recogido el cabello en uno de esos moños que Grace habíatratado de hacerse muchas veces sin lograrlo, porque no tenía el cabello losuficientemente largo. Era como si alguien hubiera dejado caer a Maya enmedio de esos tres pelirrojos desconocidos y bien vestidos.

Y en cierto modo, se dio cuenta Grace, así había sido.—Hola —dijo saludándola con la mano—. Soy Grace.—Hola —respondió Maya. Tenía la voz extrañamente inexpresiva, pero

quizá únicamente trataba de hacer como si nada.Una vez que llegó al pie de la escalera, las dos se quedaron mirándose la

una a la otra. Grace podía oír los silenciosos resoplidos de los cuatro padresdetrás de ellas mientras observaban a sus dos hijas conocerse. Maya separecía a Grace, sin duda. Color de ojos, color de cabello, hasta esa extrañanariz que parecía una pista para esquiar. Era un poco más baja que Grace, unaspecas más o menos... En fin..., era como mirarse al espejo.

Y Grace no sintió absolutamente nada.—Hola —volvió a decir—. Lo siento, no sé qué decir.

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Soltó una risita nerviosa, cosa que hizo que se odiara a sí misma, perotodo empezaba a ser muy extraño. ¡Estaban en una casa que parecía el castillode una princesa! Tenía una hermana biológica que la miraba fijamente y ¡queera igualita a ella! ¡Su padre vestía traje!

Maya se quedó mirando a Grace, luego se volvió hacia su padre.—¿Por qué llevas traje?—Porque tenemos invitados —respondió cogiéndola de los hombros y

llevándola hacia la sala.Grace tuvo la sensación de que estaba acostumbrado a alejar a Maya de

las cosas, como una técnica de distracción que la gente usaba con los niños.Reorientación, así la llamaban. Grace lo había leído una vez que se atrevió aabrir un libro sobre padres e hijos en una librería a veinticinco kilómetros dedistancia, donde nadie podía reconocerla.

—¡Vamos para allá! —dijo Diane, y gesticuló hacia los padres de Gracemientras dejaba un brazo alrededor de los hombros de Lauren.

Grace notó que ninguna de las hermanas parecía darse cuenta de queestaba ahí la otra. Como hija única, siempre había estudiado las interaccionesentre los hermanos. Era como mirar uno de esos programas de la tele sobre elmedio ambiente que mostraban especies animales estrafalarias con las que supadre siempre se obsesionaba.

—Después de vosotros —dijo la madre de Grace, y los siguió hasta lasala de estar (también blanca, también perfecta)—. Vamos —le dijo a Grace, yse situó entre ella y su padre.

Este se agachó para susurrarle al oído mientras caminaban.—Si me lo pides —murmuró— traigo el coche y nos largamos de este

lugar.Grace sonrió y trató de darle un manotazo antes de que su madre lo oyera.

La cena fue una agonía.La comida estaba perfecta, por supuesto; tampoco fue que sirvieran

lechecillas ni nada por el estilo. (Grace había probado las mollejas solo unavez, y se dio cuenta de que la peor palabra para describir ese extraño tipo de

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comida era el diminutivo de «leche».)Pero básicamente eran siete desconocidos sentados en un comedor más

elegante que cualquier restaurante en el que Grace hubiera puesto un pie en suvida, y dos de ellos eran parientes y se acababan de conocer veinte minutosantes. Peor aún, la habitación tenía techos altos y parecía que el silencioreverberara a su alrededor, y los tenedores que raspaban contra los platossonaban como si alguien rozara la aguja de un tocadiscos una y otra vez.

—Qué bonito que las dos podáis conoceros —dijo Diane, hablando unpoco más alto de lo necesario.

La madre de Grace le siguió la corriente, como a menudo hacen lasmadres.

—¡Sí, es verdad! —exclamó, y les sonrió a Maya y a Grace—. Y,además, las dos os parecéis tanto... Sé que Grace siempre quiso tener unahermana.

Grace la miró y arqueó ligeramente una ceja. ¿Desde cuándo? Pero luegovio que Maya le lanzaba una mirada y rápidamente cambió la expresión.

—Si te apetece una hermana, ¿puedo hacer una sugerencia? —intervinoMaya, y luego gesticuló hacia Lauren—. Y además incluye un juego decuchillos de cocina, pero llame ya. Las teleoperadoras lo están esperando.

Lauren fulminó a Maya con la mirada, y aunque Bob y Diane se rieron,Grace podía ver que no les faltaban ganas de asesinarla con los ojos. Pero detodos modos se unió a sus risas. No pudo evitarlo. Ahora sabía por qué Mayanunca escribía correos electrónicos ni mensajes de texto como un ser humanonormal: su sentido del humor era demasiado negro.

—Maya y Lauren son las mejores amigas o las peores enemigas —tercióDiane. Levantó su copa y luego la bajó mientras Maya comía un trozo de pollo—. En realidad, descubrimos que yo estaba embarazada de Lauren tres mesesdespués de traer a Maya a casa. Intentamos tener un hijo durante casi diezaños, ¿y luego?: ¡dos milagros en tres meses! No podíamos creerlo.

Grace vio que su padre miraba a Maya y luego a Lauren, y se preguntó siestaba pensando lo mismo que ella: que esas dos estaban a punto de lanzarseuna al cuello de la otra. Diane estaba alucinando, o más bien trataba de evitarque sus hijas echaran a perder la cena.

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—¿Y qué se siente al ser hija única, Grace? —le preguntó Lauren—. ¿Esmaravilloso? Parece maravilloso.

La madre de Maya se aclaró la garganta y dio un largo trago de vino.—Eh... —Grace miró el plato durante un segundo, y luego de nuevo a

Lauren—. Es... ¿tranquilo?Todos los adultos en la mesa se rieron, y Grace sonrió.—No está mal, supongo. No sé... está bien.Maya la miró a ella, pero se dirigió a los padres de ambas.—¿Nos podéis disculpar a Grace y a mí? —preguntó—. Tenemos que

recuperar como quince años de vínculos afectivos.—Claro, por supuesto que sí —dijo su madre—. Pero llévate la comida,

¿no? No comes lo suficiente.—Sabes que esa frase ha salido directamente del manual de Cómo

crearle a tu hija un desorden alimenticio, ¿verdad? —replicó Maya, pero yaestaba empujando la silla para atrás, cogía el plato y gesticulaba hacia Gracepara que la siguiera.

Esta miró a su madre mientras subía por los raíles de la montaña rusa.—Claro, adelante —dijo ella.Grace dejó su plato y subió corriendo por la escalera detrás de Maya,

resbalando un poco en el mármol.La pared llena de retratos que había visto Grace nada más entrar en la

casa era más impactante de cerca, y se dio cuenta de que caminaba máslentamente mientras miraba las fotos. Eran retratos informales y profesionalesdel pasar de los años, desde que Maya y Lauren eran bebés hasta lo queparecía ser la foto más reciente, tomada la última Navidad. Maya destacaba encada foto, la única morena en una familia de pelirrojos, con una sonrisa que,con el pasar de los años, se iba volviendo menos plena.

En el instante en el que entraron en su cuarto, Maya cerró la puerta y soltóun enorme suspiro.

—Ay, Dios mío, lo siento de verdad —se disculpó mientras sedesenredaba el cabello para soltar el moño. Grace se dio cuenta de que teníael pelo mucho más largo que el suyo, y se preguntó si quizá debería dejárselocrecer—. Ah... así está mejor.

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Grace miró la habitación y vio los lazos azules que Maya había ganadopor... algo deportivo, probablemente.

—Tus padres parecen agradables.Maya le lanzó una mirada a través del espejo.—Sabes que esos lazos solo son premios por participar, ¿verdad?—Oh —dijo Grace.Maya se colocó el cabello sobre un hombro y luego volvió a echarlo para

atrás.—Les dije a mis padres como un millón de veces que no hicieran una

cena elegante, que encargáramos simplemente unas pizzas o algo así, que nohicieran que todo pareciera extraño. ¿Y qué es lo que hacen?: consiguen quetodo parezca raro.

—A mí no me parece tan raro.—Mi padre lleva traje, Grace.—Bueno, eso sí es un poquito raro —admitió.El cuarto de Maya, a diferencia del resto de la casa, parecía el resultado

de una explosión en una fábrica de colores. Una pared era color azul oscuro;otra, amarillo pálido, y luego había dos blancas. Tenía pósteres colgados entodas las paredes, principalmente de grupos musicales, además de docenas defotos pegadas con cinta azul brillante.

—¿Las has hecho tú? —preguntó Grace, acercándose para ver una deMaya rodeando a una chica con los brazos y besándole la mejilla mientras lachica sonreía con los ojos cerrados.

Maya le lanzó una mirada.—Sí —le dijo—. Es mi chica, Claire.—Es guapa —dijo Grace—. Se parece a Campanilla.Maya hizo una pausa.—Sabes a qué me refiero cuando digo que es mi chica, ¿verdad? No es,

digamos, simplemente una chica cualquiera y ya. Ni tampoco una amiga y ya.Grace asintió.—Sí, ya lo he entendido. —Sospechaba que Maya la estaba poniendo a

prueba para ver si su recién descubierta pariente era o no una pesadillahomofóbica—. Tu novia. ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?

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—Casi seis meses —respondió Maya, y por primera vez pareció casirelajada y no una rata de laboratorio enjaulada a la espera de ver quésucedería después—. Es increíble. Nos conocimos en la escuela católica.

—¿Eres católica?—Nop. —Maya se echó en la cama, apoyó el pulgar contra el rostro de

Claire y le apretó la nariz—. Solo que es la mejor escuela privada de la zona,así que mis padres nos mandaron a Lauren y a mí ahí de todos modos. Nuestropaso por la escuela es básicamente un pecado tras otro. Es genial.

Grace se sentó en el borde de la cama, con la mirada puesta todavía enlas fotos que había hecho Maya. Había tomas sobreexpuestas de unas rosas,unas manos unidas para rezar, más selfies de Maya y de Claire juntas.

—Entonces, tú y Lauren, ¿qué? ¿Os odiáis la una a la otra?—¿Te refieres a la hija pelirroja de oro?Grace supuso que ya sabía la respuesta.Maya rodó hacia un lado para mirar a Grace al revés.—Así que no tienes hermanos, ¿eh?—No —dijo Grace. El edredón de Maya se notaba suave contra su

pierna, y el tejido desgastado le recordaba todos los días y noches que habíapasado en su propia cama después de lo de Peach, acurrucada entre sábanas ymantas como si pudiera protegerse con ellas.

—¿Por qué estás tan triste? —Maya ladeó la cabeza hacia ella. Desdeese ángulo, tenía cierto parecido a un periquito.

—Eh, solo porque... ha sido difícil crecer como hija única —mintióGrace.

Maya gimió y se echó al otro lado de la cama.—¿No quieres a mi hermana? —le preguntó—. ¿Una promoción de dos

por una?—Es la segunda vez que me la ofreces. ¿Tan terrible es? —repuso Grace.

Se dio cuenta de que, a pesar de la cantidad de fotos colgadas en la pared dela habitación, no había ninguna de su familia.

—No es terrible, solo un incordio —respondió Maya—. Ya sabes, lachica lista de la clase que siempre se sabe las respuestas y la maestra lanombra responsable cada vez que tiene que salir un minuto. —Maya arqueó laespalda para volver a mirar a Grace—. Esa es Lauren.

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—Qué divertido vivir así —dijo Grace.Maya sonrió.—Así que las dos heredamos el gen del sarcasmo. Perfecto. —Luego

suspiró y se sentó de nuevo—. Mis padres en realidad no entienden cuandosoy sarcástica. Les complica las cosas.

—Ah, hablando de heredar —dijo Grace, y Maya se dio la vuelta paramirarla, de repente quieta como un venado—. Bueno, no hablo de dinero ninada por el estilo. Simplemente estoy tratando de encontrar a nuestra madrebiológica.

Maya soltó un enorme suspiro y volvió a desplomarse en la cama.—Uf. Que te lo pases bien.—¿Tú no quieres?Maya se volvió de nuevo para quedar cara a cara con ella. Tenía mucha

energía, y de repente Grace se preguntó si su hermana estaba nerviosa.—Mira —replicó—, sé que aquí estamos en el mismo barco, así que haz

lo que quieras, pero ella nos regaló. Nos abandonó. Como si hubiera dicho:«¡A volar, pajaritos!». ¿Por qué querría encontrar a una mujer que me dio a luzy ni siquiera me quiso?

—Pero ¡eso no lo sabes! —dijo Grace con más intensidad de la que erasu intención. De repente, pareció subir la temperatura de la habitación—. ¿Quétal si era muy joven o estaba asustada? ¿Y si sus padres la obligaron a que nosdiera en adopción?

—Bueno, entonces ¿cómo es que después no se ha preocupado porencontrarnos? —preguntó Maya, y por su tono Grace supo que no esperaba unarespuesta—. Punto final para mí.

—Quizá no nos quiere crear ninguna complicación, o....—Grace, mira, si quieres ir a buscarla, hazlo. Pero no cuentes conmigo.

Solo quiero graduarme, irme a Nueva York con Claire y empezar mi vida. Nome interesa volver atrás, ¿de acuerdo?

En ese momento, Grace supo que Maya estaba enfadada... con su madrebiológica. Y que por eso nunca podría hablarle acerca de Peach.

—Pero estaría bien si pasamos algún tiempo juntas —agregó Maya, yGrace se preguntó qué expresión tendría en el rostro para que Maya hubierasentido la necesidad de agregar esas palabras—. Pareces agradable, tus

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padres me gustan, y, ya sabes, si alguna vez llegara a necesitar un riñón o unatransfusión de sangre, no estaría mal tenerte entre mis contactos. —Sonrió unpoco—. Y viceversa, claro, aunque tiendo a desmayarme cuando hayjeringuillas de por medio.

Grace asintió. ¿Qué podía hacer? ¿Obligar a esta nueva persona aacompañarla en una misión imposible?

—Está bien —le dijo—. Si es lo que quieres...—¿En serio? —Maya levantó la almohada y la abrazó contra su pecho—.

Dios, qué fácil. Lauren se pondría a gimotear y gimotear hasta que finalmentele dijera que sí.

—Bueno, pues es un asunto de hermanas. Dame un poco de tiempo...Estoy segura de que puedo practicar.

—Aunque quizá me interesaría encontrar a nuestro hermano —apuntóMaya.

Grace asintió. No se lo había dicho a nadie —y tampoco tenía planes dehacerlo—, pero tenía pesadillas sobre los nuevos padres de Peach, en las quela daban en adopción y de repente era como si hubiera vuelto a desaparecer,perdida en el sistema que había atrapado a Joaquin. Pero en lugar de decirnada de eso, sacó el teléfono de su bolsillo.

—Hablé con la trabajadora social que lo lleva la semana pasada. Mispadres me ayudaron a buscar sus datos, y ella me dijo que podíamos enviarleun correo electrónico.

—¿Eso dijo? —Maya bajó la almohada y se inclinó hacia delante—.¿Por qué una trabajadora social?

—Porque él estaba, pues... —Grace se retorció un poco, y el edredón yano le parecía tan cómodo—. Porque no lo adoptaron. Es decir, nunca. Estáviviendo con una familia como a una hora de aquí, pero antes de eso estuvo enun montón de casas distintas.

Maya la miró con los ojos muy abiertos, y Grace finalmente le vio elpotencial de hermana pequeña. Podía imaginar a Maya gateando tras ella,incordiándola, tirándole del pelo y cogiéndole la ropa prestada sin su permiso.No le habló a Maya de toda la gente con la que había tenido que hablar porteléfono mientras trataba de seguir un rastro de migas de pan dejado en eltranscurso de diecisiete años, casi todas llevadas por el viento y a Joaquin con

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ellas. No mencionó que algunas de esas personas habían sido groseras, queotras fueron tan amables que a Grace se le había encogido el corazón, que elárbol familiar de Joaquin parecía tener demasiadas ramas y no suficientesraíces, por lo menos el tipo de raíces que podrías necesitar cuando arreciarala tormenta.

—¡Deberíamos mandarle un correo, en serio! —exclamó Maya, y luegole lanzó la almohada a Grace llevada por la emoción—. Pero hazlo tú. Tesalen muy bien esos correos de «¡Hola! ¡Creo que somos parientes!».

—Fue mi materia optativa en el primer año de preparatoria —dijo Grace,y sonrió cuando Maya se rio de su chiste.

Así fue como Grace terminó escribiendo un nuevo correo para unhermano al que nunca había conocido.

Hola, Joaquin:

No me conoces, pero creo que compartimos parte de la familia. Tu trabajadora socialmencionó que te podíamos escribir. Una chica llamada Maya y yo descubrimos hace pocoque somos hermanas biológicas. A las dos nos adoptaron, acabamos de conocernos y,después de investigar un poco, descubrimos que podrías ser nuestro hermano.

¿Te interesaría reunirte con nosotras? Vivimos como a una hora de tu casa, así quepodríamos vernos en cualquier parte que te vaya bien.

Con nuestros mejores deseos,

GRACE & MAYA

—¿«Nuestros mejores deseos»? —exclamó Maya cuando vio el correo—. ¿En serio?

—Es cálido sin ser personal —explicó Grace encogiéndose de hombros.—¿«Cálido sin ser personal»? —repitió Maya—. Vale, pues bueno.—Y ¿qué tal es lo de pertenecer a una familia de pelirrojos? —preguntó

Grace, solo para cambiar de tema.Maya soltó una carcajada con un resoplido.—¿Has visto la exposición de fotos allá fuera? —replicó, y luego cantó

—: «Una de estas cosas no es como las otras...».—¿Tus padres no tienen problema con que seas lesbiana?

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De repente, Grace se sintió extrañamente protectora con ella, como lehabía sucedido con Peach.

—¿Estás bromeando? Prácticamente son famosos por eso. Ya eranmiembros de la Asociación de Padres, Familias y Amigos de Lesbianas yGays casi desde antes de que pudiera terminar de decirles que era lesbiana.No vas a creerlo, pero mi padre quería acompañarme a una marcha del orgullogay.

Grace no pudo evitar reírse, y sintió un extraño alivio de que Maya noestuviera en un hogar horrendo y opresivo.

—Bueno, pues eso está bien, ¿no? —apuntó—. Que te apoyen, quierodecir.

—Sí, desde luego. Solo que... —Maya parecía haberse quedado sinpalabras por primera vez desde que subieron al piso de arriba—. Está bien —dijo finalmente, y Grace decidió no insistir más.

Intercambiaron números de teléfono y escucharon música (de Maya) yhablaron de Claire. Por suerte Grace no quería decirle nada a Maya de Peachni de Max, porque casi ni la dejaba abrir la boca. Cuando finalmente ella y suspadres se fueron, saboreó el relativo silencio de su Toyota Camry (con laexcepción de los frenos chillones).

—¡Muy bien! —dijo su padre después de un minuto, dando una palmada—. ¡Altos y bajos!

Grace soltó un gemido. Sus padres solían hacer eso de los «puntos altos ybajos» por la noche, después del trabajo y la escuela, cuando cada uno deellos tenía que hablar de lo bueno y lo malo que le había ocurrido durante eldía. Ese juego prácticamente se había acabado cuando Grace anunció queestaba embarazada (punto bajo).

—Papá, por favor...—¡Yo empiezo! —declaró él—. Mi punto alto fue verte conocer a Maya,

Grace. Eso fue..., bueno, fue muy importante para mí, como tu padre.—Papá, por favor, ya no puedo llorar más este mes. Estoy agotada.—Bueno, bueno, perfecto. Pero mi punto bajo fue cuando me di cuenta de

que quizá tenga que ponerme un esmoquin cada vez que nos reunamos con sufamilia —suspiró—. Cuando nos sentamos a comer me sentí como un granjero.

Grace le dio una palmada en el hombro desde el asiento de atrás.

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—Te sacrificaste por el equipo, papá.Él le respondió con una caricia en la mano.—Bueno, me toca, me toca —exclamó su madre desde el asiento del

conductor—. Mi punto alto fue oírte hablar y reír con Maya cuando estabaisarriba. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te oímos reír, Gracie.

—Quizá solo sea porque ya no eres tan graciosa como antes —dijoGrace, pero sabía que su madre entendería que bromeaba. No creía que fuera aofenderse.

—Y mi punto bajo fue cuando se me salió el pollo del plato al cortarlo.Me quería morir. —El padre de Grace soltó una carcajada—. ¡En serio, Steve!Toda esa casa parecía un mausoleo...

—¡Eso pensé yo también! —exclamó Grace.—¿Y quién fue la primera en ensuciar el mantel? Yo. — Soltó un gemido

—. Pero Diane fue muy cortés al respecto.—¿Y qué pasa con nuestro mantel? —preguntó Grace—. ¿Por casualidad

tenemos uno?—No desde que tu padre lo quemó por accidente el Día de Acción

Gracias.—Ah, es verdad.Esa fiesta en particular había tenido puntos altos y bajos intensos. Y

ahumados.—Está bien, te toca—dijo su madre, lanzándole una mirada por el espejo

retrovisor.—Bueno, supongo que el punto alto fue conocer a Maya. Y que sea

normal. Quiero decir que al menos no es una asesina ni nada por el estilo.—¿Y el bajo? —preguntó su padre después de un minuto.—Pues, es un poco irritante —respondió Grace. Ni siquiera se había

dado cuenta de que eso fuera cierto hasta que lo dijo—. No dejaba deinterrumpirme, solo hablaba de ella misma, y además es un poco grosera, laverdad.

—Bienvenida al club, cariño —dijo su madre entonces—. De eso vatener una hermana.

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Maya

Joaquin tardó casi una semana en responder al correo.A Maya no le hizo gracia.Finalmente, llegó su respuesta cuando ella estaba en casa. Hacía unos

días que no se movía de allí, desde que la habían castigado por salir aescondidas para ver a Claire una noche en que su padre estaba fuera de laciudad por trabajo y ella pensó que su madre estaba dormida. Pero resultó queno estaba ni dormida ni inconsciente cuando Maya trató de entrar sin hacerruido a las dos de la madrugada. Solo se habían mirado la una a la otra cuandosu madre la apuntó con el dedo y le dijo: «Castigada. Una semana», y luegosubió a su cuarto. Maya sospechaba que, de haber estado saliendo con unchico, el escándalo habría sido mucho mayor, e incluiría gritos y amenazas yalgo sobre encontrarla muerta en alguna cuneta quién sabe dónde y estadísticassobre el embarazo juvenil. Ni que ella fuera tan tonta como para quedarseembarazada.

Decidió que sus padres se sentían mucho menos amenazados por el hechode que saliera con una chica.

Suerte para ella.Abrió el correo de Joaquin.

Hola, Grace y Maya:

Claro, suena bien. ¿Nos vemos el fin de semana que viene? Ese día trabajo en elCentro de las Artes, pero estoy libre después de la una.

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—¿Eso es todo? —dijo Maya tan pronto como Grace se puso al teléfono.Estaba usando el teléfono fijo de sus padres. Parte de su castigo consistía enque le habían quitado el móvil. Se sentía como si estuviera en una película delos ochenta. Era humillante—. ¿Estaría bien vernos? ¿Qué se cree que es, unacita?

—Dios, espero que no —respondió Grace. Sonaba como si estuvierahaciendo algo mientras hablaba, cosa que fastidió a Maya. Solo había visto aGrace una vez y nunca a Joaquin, y ambos ya la estaban irritando. Típico dehermanos.

—Si cree que es una cita, entonces tenemos un problema —agregó Grace—. Oye, ¿por qué me estás llamando en lugar de enviarme un mensaje?

—¿Qué, no puedo llamarte y que hablemos? ¿Tener una conexiónhumana?

—Buena excusa. ¿Te han castigado?—Sip. Mis padres me han quitado el móvil, y solo puedo usar el

ordenador para cosas de la escuela. —Maya soltó un fuerte suspiro mientrassu madre pasaba frente a la cocina, y luego otro más por si acaso—. Miscarceleros me dejan usar el teléfono fijo solamente cinco minutos. El malditoteléfono fijo. Como si estuviera en el videojuego de los años cincuenta o algoasí. Les he dicho que tenía una duda sobre los deberes.

—Entonces ¿cómo te llegó el correo de...? ¿Sabes qué?, olvídalo. Noquiero saberlo. Bueno, ¿quieres conocerlo?

— Sí, claro que quiero conocerlo. —Maya se enroscó el cable delteléfono en un dedo. Curiosamente, poder hacer eso era algo que tranquilizaba.Se le empezó a poner roja la punta del dedo y aflojó un poco el cable, y luegovolvió a enroscarlo—. Pero tienes que conducir —le dijo a Grace—. Me pidodelante.

—Pero si ni siquiera va a haber nadie más en el coche. ¿Por qué tienesque pedir...?

A veces Maya se sentía mal por Grace. Imagínate que te criaran sinhermanos y no entendieras la importancia de gritar «¡Yo primero!» cada vezque pudieras. Hay que ver lo que se estaba perdiendo Grace. Maya sepreguntó cómo se lo hacía para jugar cuando viajaban en coche.

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Esta vez, la madre de Maya entró en la cocina y ella de inmediato puso suexpresión más inocente. (La había practicado frente al espejo. Le eranecesaria cada vez que salía a escondidas.)

—Ah, ¿hablas de una ecuación de segundo grado? —La voz de Maya setransformó de golpe en una imitación dulce y gangosa de sí misma—. Vale, esotiene sentido. Está bien.

Hubo una pausa al otro lado de la línea.—¿Te está dando una apoplejía matemática?La dulce, inocente e ingenua de Grace. Maya tendría que curtirla, sin

duda.La madre de Maya la miró con los ojos muy abiertos y señaló con el dedo

su reloj. «Un minuto», articuló Maya con la boca.—Ya sé, ya sé —dijo Maya, y su madre le lanzó una mirada de

advertencia antes de salir de la cocina.—¿No quieres contarme por qué te castigaron?Maya podía oír a Grace teclear en su ordenador al otro lado de la línea.

¿Cómo se atrevía?—Me escapé la semana pasada para ensayar unos rituales satánicos con

unos chicos a los que conocí en un maizal. —Ahora envolvió con el cable delteléfono todo el puño—. No son ideales para conversar, pero son bastanteagradables una vez que acabas con todos los sacrificios rituales.

Esta vez Grace soltó una carcajada, lo que alegró a Maya. Su familiaestaba tan acostumbrada a su estilo de humor tan estrafalario que habíandejado de notarlo hacía mucho tiempo. Oír la risa de Grace hizo que Maya sesintiera como la comediante que finalmente ha encontrado a su públicoperfecto.

—Bueno, te dejo —se despidió Grace—. Te recogeré el sábado amediodía. No llegues tarde. Suerte con el sacrificio ritual.

Maya sintió una oleada de cariño al oír a Grace decirle que no llegaratarde. Sentía como si llevara toda la vida cuidando a Lauren, acompañándolade un sitio a otro, diciéndole que se diera prisa. Era bonito tener a alguien másque tomara las riendas, aunque esa persona todavía fuera básicamente una totaldesconocida.

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—Les hablaré bien de ti a los niños del maizal —dijo, y colgó antes deque Grace pudiera responder.

No les contó mucho a sus padres sobre lo de ir a conocer a Joaquin,principalmente porque no quería responder preguntas sobre el tema. A suspadres les encantaba discutirlo todo. Eso hacía que se sintiera ansiosa, por lamanera en que esperaban que expresara sus emociones, como si fuera tan fácil.Lauren era buena para eso, podía decir lo que pensaba de manera que la gentelo entendiera, pero para Maya era como describir los colores: los rojos yrosas crepusculares del primer amor, los tormentosos azules que le nublabanla mente cuando se sentía herida o enfadada.

Claire siempre parecía ver la paleta de colores de su cerebro. Habíalogrado leerlos como a través de un prisma para entender cómo se sentía Mayasin que tuviera que decir una sola palabra. La noche en que la pillaronsaliendo a escondidas, se había encontrado con Claire en el parque parafumarse un porro que Claire le había robado a su hermano mayor, Caleb.(También tenían dos hermanos menores, Cassandra y Christian. Sus padres sellamaban Cara y Craig, pero Craig se había largado hacía cinco años, así queél no contaba. Era la primera vez que las aliteraciones le daban ganas devomitar a Maya.)

Habían fumado en silencio durante un rato, una de las actividadesfavoritas de Maya.

Después se habían tendido sobre la hierba húmeda, la cabeza de Mayaapoyada sobre el abdomen de Claire.

—Creo que se están moviendo las estrellas —le dijo a su amiga. Supropia voz le sonó a jarabe, como si pudiera derramarla.

—Nos estamos moviendo nosotros, no las estrellas —le aclaró Claire.Maya notaba la suavidad de su mano en el cabello—. Así funciona el mundo.

—¿Crees que Joaquin querrá conocernos a Grace y a mí?—No lo sé —dijo Claire—. Él es el único que puede responder a eso.—Yo no querría conocerme a mí —repuso—. Me odiaría si fuera él.

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—Me alegra que no seas él, entonces —dijo Claire, y luego se inclinópara besarla, lo que hizo que le brillaran destellos amarillos en los ojos.

Los padres de Maya siempre querían hablar de su adopción, en especialcuando era más pequeña. Ella sospechaba que estaban haciendo mucho trabajode prevención para asegurarse de no haberla traumatizado demasiado. Paraque si algún día enloquecía y masacraba a un montón de gente pudieranlevantar las manos y decir: «Lo intentamos, de verdad que lo hicimos». Habíaacudido a terapeutas, a sesiones grupales con otros chicos adoptados, adiscusiones guiadas de tú a tú con sus padres cuando Lauren iba a casa deotros amigos. «¿Piensas en tu madre biológica?», le preguntaban, y Mayadecía que sí porque pensaba que era la respuesta correcta. Pero la verdad eramucho más profunda: cada uno de los colores en el espectro del arcoíris, yMaya no tenía las palabras para decir lo que sentía.

De modo que no decía nada. Simplemente era más fácil así.

Grace la recogió el sábado justo antes del mediodía. El plan era verse a lasonce y media, pero Maya se había dormido, y cuando finalmente bajó se sintiócomo un tornado malhumorado, un remolino de grises. (Estaba bastante segurade que por ahí había alguna broma sobre Cincuenta sombras, pero estabademasiado cansada para hacerla.)

—Starbucks —le dijo a Grace, con los ojos ya ocultos tras unas Ray-Ban, aunque todavía estaban dentro de la casa.

—Vale —asintió Grace. Estaba bastante segura de haber accedido porquesu propio estado descafeinado la asustaba demasiado como para ponerse adiscutir.

—Entonces ¿tienes novio? —le preguntó Maya, una vez que se sentaronen el coche, con un frappuccino gigante en la mano.

—No —respondió Grace, de modo medio entrecortado. Había algo queoprimía sus palabras, pero Maya no podía descifrar qué era.

—¿Novia, entonces? —insistió—. ¿Has heredado el mismo gen que tuhermanita?

Grace sonrió.

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—No. Ese es todo tuyo.—Bueno, ¿y entonces?—Entonces ¿qué?—¿Has tenido novio? O novia.—Sí. Y no.Maya se preguntó si Grace estaba mintiendo. Parecía el tipo de chica que

esperaría toda la vida para poder perder la virginidad en su noche de bodas,de las que leían artículos de Cosmo sobre «¡Cómo hacerle la mejor mamadade toda su vida!», pero sin decir jamás la palabra «mamada». Y no había elmenor problema con eso —Maya no estaba por la labor de decirle a nadie quédebería hacer con su cuerpo ni nada por el estilo—, pero estar junto a alguientan perfecto solo hacía que quisiera ser más desordenada, sucia, ruidosa.

«Por el amor de Dios —pensó—, hasta cuando conduce tiene la posturaperfecta.»

—Pero ¿no quieres hablar de ese novio? —insistió.—¿Quién ha dicho que no quiera hablar de él?—Bueno, es que me respondes como si fuera una declaración ante un

juez.—Bueno, es que me estás interrogando como si fueras un abogado.—Ay, qué sensible —masculló mientras se subía las gafas por la nariz—.

¿Una ruptura fea?—Se podría decir así. —Volvió a reír—. Definitivamente podrías decirlo

así.Maya asintió con la cabeza.—Sí, también yo tuve una ruptura fea antes de conocer a Claire. Había

una chica, Julia. Uf, era de lo peor. No sé qué pude ver en ella.—Mmm —dijo Grace, que era lo que la madre de Maya normalmente le

decía a su padre cada vez que este hablaba de algo que no le interesaba.—Quiero decir, sí sé lo que le veía —continuó Maya mientras bajaba la

ventanilla—. Solo es que eran las cosas equivocadas, ¿sabes?Grace le lanzó una mirada.—¿Una chica ardiente?—Una chica ardiente —confirmó Maya—. Oye, hablando de eso,

¿puedes poner el aire? Conduces como mi madre.

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—Me parece que no es un cumplido.—Y tendrías razón.Grace suspiró y extendió la mano para poner el aire.—¿Alguna otra petición?—¿Podemos cambiar la emisora? —Maya empezó a apretar botones en el

salpicadero—. No sé si te has dado cuenta, pero no tengo cincuenta y cincoaños. No tengo ganas de escuchar ningún programa cultural, abuelita.

Maya no tenía ni idea de por qué no lograba dejar de hablar. Le gustabaGrace. No tenía el menor problema con ella. No había hecho otra cosa másque llevarla a conocer a su hermano y comprarle un café de Starbucks en elcamino. Pero Maya había hecho lo mismo cuando ella y Grace se conocieronen casa de Maya, con palabras que salían como disparos veloces mientrashablaba y hablaba y se burlaba de Lauren y de sus padres, sin dejar que Gracepudiera decir ni pío. «Por favor, quiero gustarte», era lo que quería decir.«Por favor, sé mi amiga.»

No tenía muchas amigas. Conocía a algunas chicas de la escuela, pero engeneral solo se saludaban en los pasillos, y a veces hablaban antes de quecomenzara la clase y llegara la maestra. Su antigua escuela cubría desdeinfantil hasta octavo grado, y eso era en la época en que ella y Lauren eraninseparables, hasta el punto de vestirse igual cuando eran muy pequeñas. Nohabía necesitado muchos amigos porque tenía a Lauren.

Eso cambió el primer día de noveno grado, cuando de repente iban a dosescuelas distintas, y Maya se sintió fuera de lugar, rodeada de chicas quellevaban desde preescolar yendo a clase juntas.

Y tener una madre que bebía hacía difícil llevarlas a casa después de laescuela, o invitarlas a hacer fiestas junto a la piscina o que se quedaran adormir. Maya no había llevado a una amiga a casa en años. Claire era laexcepción, pero incluso ella rara vez iba por ahí.

Había tomado muchos almuerzos sola esos primeros meses. Oír a lasotras chicas riéndose hacía que el cabello de la nuca se le erizara. «¿Se burlande mí?», se preguntaba.

Resultó que no era la única chica lesbiana de la escuela, y nunca laacosaron ni la molestaron..., pero descubrió que no sabía cómo ser cariñosacon sus amigas. ¿Pensarían que estaba coqueteando con ellas si simplemente

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las abrazaba para saludarlas? ¿Se volvería todo extraño solo por ser comoera? No había importado con Lauren, pero en su nueva escuela Mayadescubrió que se reprimía, que usaba el sarcasmo como una forma de cariñohasta que se volvió una costumbre, hasta que se volvió parte de ella.

—¿Siempre eres así? —dijo Grace, interrumpiendo sus pensamientos—.En serio, ¿lo eres? Porque te juro que, si es así, pararé y te meteré en elmaletero.

Maya simplemente tomó un sorbo de su bebida. Si Grace pensaba que erala primera persona que la amenazaba con meterla en el maletero por ser unamalcriada durante un viaje en coche, no sabía lo que le esperaba.

—¿Que si soy cómo?—Irritante —le soltó Grace.Maya se encogió de hombros y volvió la cabeza hacia la ventana.—Sí.—Quizá deberías tomar menos cafeína.—Simplemente no estás acostumbrada a tener una hermana —replicó

Maya, y luego se echó para atrás en el asiento y puso los pies sobre elsalpicadero.

Grace se los bajó de un manotazo.—¿Has oído lo que has dicho? —dijo—. Te acabas de referir a mí como

tu hermana.Maya fingió un suspiro de felicidad.—Y en un abrir y cerrar de ojos estaremos yendo juntas a Sephora y

hablando de chicos..., bueno, al menos tú lo harás..., y compartiendo ropa.Será como una película.

Volvió a tomar un sorbo. Su bebida estaba adquiriendo la perfectaconsistencia, cuando el azúcar y la cafeína se juntaban en una gloriosa espiralde adrenalina. Otros cinco minutos y Maya podría salir disparada hasta laluna.

—¿Estás hablando en serio? —dijo Grace.—¿Sobre compartir la ropa? No. Solo estaba exagerando. —Sus ojos

pasaron de los zapatos de Grace (chanclas de Target; Maya tenía unas igualespero en azul) a sus tejanos (demasiado grandes, ¿por qué?) y luego a su jersey

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(el color más beige de todos los beige que Maya hubiera visto jamás)—. Perosi alguna vez quieres ir de compras, te puedo ayudar. Ayudé a Lauren. Lecambié la vida.

—Tienes que parar de hablar.—Solo estoy diciendo...—Al maletero —la cortó.Maya levantó las manos.—Está bien, está bien. Me quedaré aquí sentada. Callada. Sin hablar.

Nada. Quizá hasta aprenda algo de ese programa cultural. Ah, espera...—¡Cinco minutos! —exclamó Grace—. ¡Es lo único que pido!—Pero...—Maya, te juro por Dios...Maya señaló por la ventana.—Es nuestra salida.—¿Qué? ¡Ay, mierda! —Grace atravesó de un volantazo los cuatro

carriles, girando para adelantar dos coches y exactamente cero policías. Mayase agarró donde pudo mientras se lanzaban a toda velocidad por la rampa desalida, pero cuando se miró en el espejo lateral, tenía una sonrisa de loca en elrostro.

—¡Ahora sí! —exclamó—. ¡Movimientos aprendidos directamente deFast & Furious!

Grace la miró.—Ya me callo —dijo, y luego fingió poner un candado a sus labios y tirar

la llave.

Como era sábado, la playa estaba llena, y avanzaron a velocidad de tortuga amedida que se acercaban al Centro de las Artes.

—Uf, qué tránsito —empezó a protestar Maya, Grace le lanzó una miraday de inmediato se volvió a callar. Hasta ahora nadie la había encerradorealmente en el maletero, y todavía no conocía lo suficiente los límites deGrace como para llevarla al extremo. Sin duda, el silencio era oro.

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Ya casi era la una cuando aparcaron, y Maya soltó un gemido mientrassalía arrastrándose del coche.

—Ni siquiera hemos tardado una hora y media —dijo Grace mientrasentrecerraba los ojos por el sol. Maya no tenía la menor idea de por qué no secompraba unas gafas de sol.

—Soy joven, todavía estoy creciendo. Espero. —Para Maya, ser baja eraun aspecto bastante sensible. (Bueno, más baja.) Miró alrededor—. Sip.Mucho arte.

—Entonces el hecho de que lo llamen el Centro de las Artes no essimplemente un eufemismo.

—Oye, el sarcasmo es cosa mía —dijo Maya, lanzándose el bolso sobreel hombro mientras Grace le daba un empellón a la puerta y se aseguraba decerrar el coche con llave.

—¿Qué sarcasmo? Solo estoy... —empezó a decir Grace.Maya se bajó las gafas el tiempo suficiente para mirarla.Grace suspiró.—Solo estoy estresada.—Me lo imaginé cuando amenazaste con encerrarme en el maletero —se

burló Maya.—Es... —Grace inspiró profundamente y sacudió los brazos—. En serio,

¿no estás ni un poquito nerviosa de conocerlo?Maya se encogió de hombros y lanzó el vaso vacío de Starbucks a un

contenedor de reciclaje. No estaba segura de qué era lo que sentía, pero eranaranja brillante, como una advertencia.

—En realidad, no. Tal como lo veo, si es extremadamente raro o si es unasesino psicópata o algo así, entonces simplemente le podemos decir: «Ups, losentimos, el laboratorio se equivocó con los resultados del ADN. ¡Adiós!». Yluego bloqueamos sus llamadas y correos. Ay, mira, ¡han hecho una ballenacon envoltorios de chicle! Está genial.

Grace siguió la mirada de Maya para comprobar que, en efecto, alguienhabía construido una ballena con envoltorios de chicle.

—Así que estás lista para dejar plantado a nuestro hermano biológico.¿Ibas a hacer lo mismo conmigo?

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—Bueno, sí, pero solo si resultabas ser una loca que alternaba entreconducir como una abuelita y como un extra de Fast & Furious, y que ademásescuchara una cadena cultural. —El rostro de Grace permaneció igual, y Mayase preguntó si el interés de su hermana por su sentido del humor había sidoalgo casual—. ¡Solo estaba bromeando! —dijo finalmente—. Vamos, ¡quecomience la reunión familiar!

Pagaron la entrada («¿Tienen descuento para amigos y familia?», lepreguntó Maya a la mujer de la taquilla), y luego enfilaron hacia el interior delCentro. Hacía calor y estaba lleno de gente, y tardaron unos minutos enencontrar el mostrador de información.

—Hola —dijo Maya, avanzando furtivamente hasta la ventanilla ycolocándose las gafas en la frente—. ¿Por casualidad conoces a Joaquin?

—Ah, sí —respondió el tipo—. Está en la carpa de cerámica.—Cerámica. Uuuy. Es tan real... —dijo Maya, y luego miró a Grace—.

Debe de parecerse a mí.Grace se movió rápidamente para apartar a Maya de la ventanilla de

información.—¿Y dónde está la carpa de cerámica?El tipo indicó por encima de la cabeza de Grace hacia el centro del

evento.—Seguid la fila de niños —dijo—. Es imposible no verla.—Gracias —repuso Maya—. Eres un sol.—¡Eh, esperad! ¿Sois sus hermanas?Maya se abrió paso a empujones hasta la ventanilla.—Puede ser —respondió—. ¿Qué te ha contado?El hombre sonrió.—Solo dijo que hoy venían sus dos hermanas a verlo.Maya metió la cabeza por la ventanilla.—¡Hola! Soy Maya. Ella es Grace.—Hola —dijo Grace, pero solo después de que Maya le diera un codazo

en el costado.—Soy Gus —se presentó el hombre—. Qué suertudas sois de tener a

Joaquin como hermano. Sí, está trabajando en el puesto de cerámica.

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—¿Dirías que tiene habilidades artísticas? —le preguntó Maya a Gus—.En una escala que va desde lo normal hasta la familia Manson, ¿cómocalificarías su...?

—Muchísimas gracias —la interrumpió Grace, y volvió a empujar aMaya a un lado de la ventana—. Ahora mismo lo iremos a buscar. —Tomó elbrazo de Maya y la alejó unos cuantos metros antes de sacudírsela de encima—. ¿Sabes?, quizá no debas compartir tus preocupaciones de que Joaquin seaun psicópata con gente que acabamos de conocer.

—Como quieras. Gus parece enrollado. Podríamos llevarnos bien con él.—Maya se reajustó las gafas y luego miró alrededor—. Y nunca se sabe, esposible que, en el fondo, el objetivo de conocer a Joaquin sea para quepodamos ser amigas de Gus. Tienes que ver la imagen completa, Grace. Y,ahora, ¿dónde están modelando las macetas?

Finalmente, encontraron la carpa, y Gus no se había equivocado: habíauna enorme fila de chicos que serpenteaba alrededor, y todos ellos mirabanhacia donde dos voluntarios, cada uno con un niño, hacían girar el barro concuidado sobre el torno de cerámica. Una de ellos parecía mayor, casi unaabuela, y el otro voluntario tenía el cabello oscuro y recogido en una cola decaballo corta. Aunque estaba sentado, Maya podía ver que era alto.

Cuando levantó la mirada hacia Maya y Grace, las dos soltaron unpequeño grito ahogado.

Era Joaquin.—Se parece a ti —dijeron las dos al mismo tiempo, y Maya supo que

ninguna de las dos se equivocaba.Los tres se quedaron quietos mirándose durante un largo minuto, mientras

entre ellos se entrecruzaban niños y padres llevando macetas de barro. Joaquindefinitivamente no era blanco como sus hermanas, eso era obvio, pero teníalos ojos de color café de Maya y el cabello oscuro y rizado, y la mandíbulatensa y firme de Grace, y Maya sintió que algo se le apretaba entre lascostillas, como un músculo que nunca antes había usado. Su sensación eraverde, como la hierba, como una semilla que se eleva desde la tierra,creciendo hacia el sol.

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Maya le sonrió y él le devolvió la sonrisa. Tenían los mismos dientesirregulares de delante, con un incisivo ligeramente superpuesto en el otro.Bueno, Joaquin todavía lo conservaba, pero los padres de Maya la habíanhecho pasar por dos años de ortodoncia para corregirlos. Se arrepintió de quela hubieran obligado a hacerlo. Quería parecerse a la gente que compartía susangre. Quería que la gente la parara en la calle y le dijera: «Seguro que soisparientes». Quería pertenecer a ellos, quería que ellos le pertenecieran comonadie más en el mundo.

Grace estaba llorando junto a ella.—¿En serio? —le susurró Maya mientras Joaquin hacía el gesto

internacional de «dadme un minuto y voy para allá»—. ¿De verdadnecesitamos que abras la llave justo ahora?

—Cállate —murmuró Grace mientras se enjugaba los ojos—. Tengo laregla.

—¿Ya se están sincronizando nuestros ciclos? —exclamó Maya, y abriómucho los ojos—. Porque yo voy a empezar mi periodo más o menos mañana,y...

—Hola —dijo alguien. Maya se volvió y levantó mucho la mirada,mientras se hacían añicos sus esperanzas de ser alta al menos en una de susfamilias, para ver a Joaquin justo detrás de ellas.

—Hola, soy Joaq.Lo pronunció como «wok».Maya trató de esconder el hecho de que le temblaba la mano cuando se la

dio. No estaba acostumbrada a tocar a chicos, y se preguntó si siempre teníantan secas las manos. Junto a ella, Grace seguía enjugándose los ojos, y cuandoJoaquin se volvió, ella extendió los brazos y lo abrazó por la cintura.

—¡Hola! —dijo—. ¡Encantada de conocerte!Joaquin parecía un animal que se acababa de dar cuenta de que era la

presa y no el cazador, pero logró esconderlo muy bien.—Hey —dijo, y le acarició el hombro con un gesto incómodo.—¿Por qué no lloraste cuando me conociste a mí? —exclamó Maya,

poniéndose las manos en las caderas y dándose la vuelta de nuevo haciaJoaquin—. No se le escapó ni una lagrimita. Deberías sentirte afortunado.

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—¡Claro que sí! Quiero decir, ¡por supuesto! Claro que sí —repitiómientras seguía dándole palmaditas a Grace en el hombro. Finalmente, Mayase la arrancó de encima.

—Lo estás asustando —susurró—. Contrólate, en serio.—¿Podemos ir a buscar algo de comer? —preguntó Joaquin, y señaló la

salida—. Ya he terminado por hoy, así que puedo ir a almorzar o.... —dejó lapregunta suspendida en el aire, como si no estuviera seguro si era la preguntacorrecta que había que hacer.

—No, sí, genial —dijo Grace—. Vamos.Y Maya miró cómo sus tres sombras se volvían al unísono y se

encaminaban en una misma dirección.

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Joaquin

Joaquin sabía que serían blancas incluso antes de conocerlas.Su trabajadora social, Allison, se había reunido con él, Mark y Linda

para hablar de ese tema hacía algunas semanas. Se sentaron en la isla de lacocina y comieron tortillas de maíz con salsa mientras ella les explicaba lasituación: que Joaquin no tenía una sino dos hermanas, que todos tenían lamisma madre, que a las niñas las habían adoptado al nacer, pero acababan deenterarse de su existencia y buscaban ponerse en contacto.

Fue entonces cuando Joaquin lo supo.No era un ingenuo cuando se trataba de entender cómo funcionaba el

mundo. Sabía que las bebés blancas eran las que ocupaban el primer lugar enla lista de los niños a los que le gustaba adoptar a la mayoría de la gente.También sabía que el coste de la adopción era superior, que la gente pagabacasi diez mil dólares más en honorarios de abogados por tener bebés blancos,así que daba por sentado que los padres adoptivos de estas chicas tenían algode dinero. Bueno, pues mejor para ellas. Joaquin no podía guardarlesresentimiento por eso.

Sus hermanas.Mierda.Joaquin se había quedado muy quieto mientras Mark y Linda asentían y

Allison seguía hablando.«Sí, está bien», dijo cuando Allison le preguntó si Grace y Maya podían

escribirle un correo electrónico, y luego dijo que tenía trabajo, subió a sucuarto, escuchó música y se puso a trabajar con un poco de carboncillo en sunuevo cuaderno de dibujo; no hizo los deberes y definitivamente no pensó en

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que había al menos dos personas en el mundo que estaban relacionadas con él,y que uno de sus mayores temores se había vuelto realidad, no una sino dosveces.

Mark y Linda sabían que no debían presionarlo. Y cuando Joaquinrecibió el correo, lo leyó tres veces antes de archivarlo, luego lo leyó dosveces más y lo guardó de nuevo. No estaba seguro de si debía responder. Siestablecía un vínculo con esas chicas, podría bajarlas del cielo y de superfecta órbita elíptica y provocar un desequilibrio.

—¿Has sabido algo de Grace y Maya? —le preguntó Linda una nochemientras ponían el lavavajillas.

Joaquin se dio cuenta de que ella y Mark habían ensayado esaconversación, pero eso no le molestaba. Le gustaba que practicaran las cosaspor él, que quisieran hacerlo correctamente en su beneficio. Era un bonitogesto. A veces, cuando Mark y Linda hacían eso, se sentía como si fuera elpadre de alguien en alguna presentación de la escuela, como si debiera darlesel visto bueno mientras susurraba: «¡Buen trabajo!», como había visto quehacían otros padres con sus hijos.

—Sí —dijo Joaquin, y luego puso en marcha el triturador de basura.Cuando ya no encontró ninguna excusa para dejarlo encendido durante mástiempo, lo apagó.

Linda todavía seguía allí.—¿Y tú les has escrito? —preguntó Linda.Joaquin la miró.—Está bien, de acuerdo, me has pillado —dijo, luego le dio un golpecito

cariñoso en el hombro con su guante de hule. (Había hecho lo mismo laprimera semana que Joaquin estuvo viviendo con ellos, y casi se le salió elcorazón por la boca)—. Solo es que Mark y yo teníamos curiosidad.

—Parecen agradables —dijo Joaquin mientras le pasaba unas cucharas—. Muy chicas.

—Bueno, a veces las chicas son chicas —replicó Linda—. No tiene nadade malo.

—¿Crees que quieren conocerme?Linda hizo una pausa.

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—Estoy bastante segura de que cuando alguien te manda un correoelectrónico para pedir que os conozcáis, es buena señal.

Joaquin negó con la cabeza.—No, quiero decir, como... conocerme a mí.Linda lo miró y habló, y había gentileza en sus palabras.—Creo que mucha gente quiere conocerte —dijo, y luego le colocó una

mano tibia y enjabonada en el hombro—. Solo que todavía no lo sabes.Así que les contestó.Trató de mantener un tono despreocupado, como si tuviera toneladas de

práctica mandando correos a sus hermanos biológicos para conocerse. Sepreguntó si lo habría logrado, y ellas contestaron al día siguiente (Graceparecía ser la portavoz, así que Joaquin adivinó que era la mayor de las dos) ydijeron que les encantaría conocerlo el sábado en el Centro de las Artes.

Bueno, pues. Fin de la discusión.A Joaquin le costó trabajo dormirse la noche antes. No las había buscado

en las redes sociales, no quería saber quiénes eran hasta que en realidad lasconociera, pero eso dejó su cerebro con demasiado espacio vacío, así quesintió como si flotara en lugar de dormir. A las tres de la madrugada bajó acomer cereales, porque eso era lo que siempre hacía Mark cuando no podíadormir, y fue ahí donde Mark lo encontró quince minutos después.

—¿Todavía quedan? —fue lo único que preguntó, y Joaquin le pasó lacaja—. ¿No puedes dormir?

—Nop. —Joaquin negó con la cabeza mientras empujaba la leche haciaMark.

Cabe decir a su favor que este logró comerse la mitad del tazón antes dehacer otra pregunta.

—¿Estás nervioso por conocer a Grace y a Maya?Dos años atrás, Joaquin habría contestado que no, pero ahora era

diferente.—¿Y si no les gusto? —preguntó, antes de meterse una enorme cucharada

de cereales en la boca.Mark asintió pensativo.

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—Bueno, si no les gustas, entonces será un hecho desafortunado que tusparientes sean idiotas. Lo lamento. Pero a muchos nos pasa. Estás en buenacompañía.

Joaquin trató de esconder su sonrisa llevándose de nuevo la cuchara a laboca, pero Mark se dio cuenta.

—En serio —dijo—. Salir con gente por primera vez es difícil. Peroellas son tus..., bueno, son tus parientes. Todos merecéis conoceros. Al menosreúnete con ellas primero, y luego decide quién le gusta a quién.

Joaquin arrugó la nariz.—No en ese sentido, pervertido. —Mark cogió la caja de cereales otra

vez. Luego lo miró extrañado—. ¿Ya te has acabado la caja?—¡Buenas noches! —dijo Joaquin, puso el tazón en el fregadero y subió

los peldaños de la escalera de dos en dos.

Al día siguiente estuvo tan ocupado en el puesto de cerámica que se olvidó deMaya y Grace durante unos cuantos minutos. Estaba trabajando con Bryson, unniño que se negaba a hacer cualquier cosa que no fueran floreros, que, amedida que avanzaban, se convertían en guardalápices, pero sus padresparecían maravillados con cada uno de ellos. Joaquin se preguntó si tendríanun cuarto entero de la casa dedicado a guardalápices, y justo cuando seimaginaba cómo sería eso, levantó la mirada y vio a dos chicas que lo mirabanfijamente. Una de ellas con los ojos llenos de lágrimas, y la otra, quizá, soloasustada.

Era la primera vez que Joaquin veía a alguien emparentado con él.Eran blancas —en eso tenía razón—, pero la más bajita tenía rizos muy

parecidos a los suyos y una nariz que se inclinaba a la izquierda, como la deél. La más alta intentaba desesperadamente disimular que tenía su mismamandíbula firme. Con solo mirarla, Joaquin se dio cuenta de que guardaba unsecreto. Tenía una postura demasiado rígida. Pues bien por ella. Joaquintambién guardaba secretos. Quizá respetarían su privacidad mutuamente y noandarían por ahí tratando de escarbar en la vida del otro.

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Fue él quien propuso que fueran a comer, y se arrepintió de sus palabrastan pronto como las pronunció. Pero Maya, la más joven y bajita, no parecíaarrepentirse de ninguna de las palabras que le salían de la boca. Y desde luegoque eran muchas.

—Entonces, al principio, estaba completamente alterada —decía Mayamientras caminaban, ella entre Joaquin y Grace, que todavía no había dichomucho más allá de su estallido inicial—. Porque ya tengo una hermana,Lauren. Es como su bebé milagro, la tuvieron justo después de adoptarme, oh,felicidad, y a veces es absurdamente irritante, y yo pensaba: «¿Otra? No estoysegura». Pero luego me hablaron de ti, también. Y entonces dije: «¡No-puede-ser!». Es como una familia instantánea, ¿no? Solo hay que agregar agua. Comoel Nescafé.

Joaquin asintió. Era como oír hablar a un personaje de los dibujosanimados mientras inhalaba helio, y eso que en realidad solo oyó una de cadatres palabras: «bebé», «milagro», «familia instantánea».

—Maya —dijo Grace.—Disculpa, me pongo a hablar cuando estoy nerviosa —respondió. Se

metió las manos en los bolsillos de la sudadera.—No pasa nada —dijo Joaquin, y luego señaló más adelante—. Hay un

puesto de hamburguesas justo pasando esa colina. Las patatas están bastantebien. A menos que alguna de vosotras no coma carne. O patatas fritas.

—Que traigan la vaca —exclamó Maya.—Las patatas están bien —dijo Grace, y le sonrió. Al hacerlo, se le

arrugó la nariz. Joaquin sabía que él hacía lo mismo porque a su novia, Birdie,le encantaba eso de él.

Un momento. Exnovia. Siempre olvidaba esa parte.Cosa que era extraña, porque había sido él quien había terminado con

ella.

Joaquin supo quién era Birdie ciento veintisiete días antes de que ni siquierahablaran. No estaba acostumbrado a conocer a otros chicos de su edad durantetanto tiempo, ya que se mudaba mucho, pero Mark y Linda habían logrado

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inscribirlo en una escuela preparatoria especializada para su segundo año, y elprimer día Birdie apareció en su clase de Matemáticas. Claro, ella sabía quiénera él.

Ese año, justo antes de empezar las vacaciones de Navidad, la asistentedel profesor de Historia de Estados Unidos lo había llamado y le habíaentregado un billete de veinte dólares.

—Oye, Joaquin —le dijo sonriendo. Se llamaba Kirsty y siempre habíasido bastante amable con él. Joaquin tenía una especie de debilidad por lagente que era amable con él. Era su perdición—. Me estaba preguntando sipodría comprar unos tamales a tu familia esta Navidad.

Al principio Joaquin no dijo nada. Mark y Linda eran lo más parecido atener una familia. Mark era judío y no comía carne de cerdo, y Linda acudíauna vez al mes a un círculo de percusiones en la playa durante la luna llena.Ninguno de ellos podría haber hecho tamales, ni aunque hubiera tenido untutorial sacado de YouTube y un asistente de chef a su lado.

Y luego Joaquin se dio cuenta de que Kirsty no sabía que él era adoptado.Pensaba que tenía una gran familia mexicana que preparaba tamales enNochebuena.

No se molestó en corregirla. No se atrevió a decirle la verdad.Al día siguiente, se sentó frente al ordenador, investigando los mejores

lugares de tamales, y en Nochebuena se fue a hacer cola con un montón degente, con el billete de veinte dólares de Kirsty cuidadosamente guardado enel bolsillo de la sudadera. El tipo de la caja le habló en español, y Joaquintuvo que decir «no español», cosa que se había acostumbrado a decir cada vezque alguien lo saludaba así.

—Eres demasiado y no lo suficiente —le había dicho una vez Eva, una desus antiguas hermanas en un hogar de acogida—. Los blancos siempre te veráncomo mexicano, pero ni siquiera hablas español. —Por su tono de voz,quedaba claro que a su modo de ver era una gran mancha negra en su historial.

Joaquin no había podido disentir.Finalmente, llevó los tamales a casa, luego los guardó en el fondo del

congelador, donde sabía que Mark y Linda nunca los verían. Cuando los llevóa la escuela el lunes después de las vacaciones, Kirsty estaba encantada..., yJoaquin la odió, la odió por haberlo obligado a hacerlo.

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Y fue entonces cuando Birdie le habló.—¿Haces tamales? —le preguntó tan pronto como desapareció Kirsty

para irse a la sala de profesores. Joaquin había entrado en esa sala solo unavez, y había sido una decepción terrible.

—No —respondió Joaquin. Ni siquiera se había dado cuenta de queBirdie estuviera detrás de él. Estaba tan callada como un halcón en una rama,observando, y de repente él se sintió como un ratón pequeñísimo—. Solo selos compré.

—Eres muy amable —dijo Birdie, y luego le sonrió—. Feliz Año Nuevo,Joaquin.

Estuvieron juntos los siguientes doscientos sesenta y tres días.Fueron los más felices que Joaquin hubiera vivido jamás.A Birdie le gustaba la gente, sobre todo cuando hacían cosas que les

daban vergüenza, como hablar demasiado cuando estaban nerviosos, o cuandose comportaban con timidez porque no sabían cómo disimularlo. Se reíamucho, pero nunca de forma cruel, y a veces, si no dormía lo suficiente, sevolvía realmente brusca y malhumorada, cosa que hacía que a Joaquin legustara más.

Este no se había dado cuenta de cuánto añoraba que le gustara algo, loque fuera. Se había insensibilizado, según Ana, la terapeuta a la que lollevaron Mark y Linda, para no sentir ningún dolor en el futuro. Pero cuandollegó Birdie, Joaquin se percató de que también había dejado de sentir lafelicidad, que esos pequeños aros de calor que envolvían su columna cuandoella le sonreía lo quemaban y lo hacían sentir bien al mismo tiempo. Comocuando tenía un trozo de hielo en la mano y dejaba que se derritiera sobre supiel. Joaquin no estaba acostumbrado a eso.

Se enamoró de Birdie poco a poco, saltando de piedra en piedra, hastaque llegó sano y salvo a la ribera de sus brazos, y pensó que quizá ahorapodría entender a qué se refería la gente cuando decían que un hogar era unapersona y no un lugar. Birdie era cuatro paredes y un techo, y Joaquin nuncatendría que irse.

Pero Birdie quería cosas, cosas que Joaquin no podía darle. Dijo que semudaría a Nueva York para trabajar en finanzas. Haría un máster enAdministración de Empresas en Wharton. Quería aprender italiano y vivir en

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Roma al menos un año. Le dijo todas estas cosas como si estuviera segura deque ocurrirían, y que él estaría ahí, junto a ella, cuando pasaran. Pero cuandoJoaquin miraba al futuro, casi no podía ver nada.

Una noche fue a cenar a casa de los padres de Birdie. Los dos siempreeran superagradables con él, y Joaquin se dirigía a ellos como «señor y señoraBrown», aunque siempre le decían que los llamara Judy y David. Después dela cena, la señora Brown sacó unos álbumes de fotos, y aunque Birdie noparaba de protestar, «Ay, Dios mío, mamá», era obvio que estaba contenta.

Joaquin vio cada foto de bebé, cada primer día de clase, cada mañana deNavidad, cada Halloween. Birdie sin los dos dientes de arriba, disfrazada deanimadora un año, de científica al siguiente. Birdie, cuya sonrisa nuncaparecía falsa, quien nunca se preguntaba si llegaría alguien a su nivelacadémico, quien nunca despertaba en una casa para luego irse a dormir aotra.

Y Joaquin tenía la espantosa y terrible sensación de que jamás podríadarle ese tipo de vida. No había nadie que pudiera contarle a ella nada de él,nadie que compartiera historias íntimas sobre él y que le encantarían a Birdie,ni que le mostrara sus fotos de bebé. Mark y Linda tenían fotos por toda lacasa, claro, pero no era lo mismo. Birdie quería —no, más bien necesitaba—el mundo entero. Estaba acostumbrada a eso. Esas fotos eran su guía, y Joaquinsupo entonces que él estaba sin timón, que no sabría cómo llevarla por elcamino correcto.

Sabía bien cómo era que te retuvieran.Quería demasiado a Birdie para hacerle eso.Al día siguiente terminó con ella.Fue terrible. Al principio Birdie pensó que bromeaba, luego lloró y gritó,

y Joaquin ni siquiera dijo «Lo lamento», porque sintió que disculparse queríadecir que habías hecho algo malo, y él sabía que no se equivocaba. Habíaintentado abrazarla, pero ella le dio un puñetazo en el brazo. Se sintió malcomo ninguna otra vez en la vida, y cuando llegó a casa, se fue directamente asu habitación y ocultó la cabeza bajo las mantas.

Mark y Linda subieron más tarde, y se sentaron uno a cada lado de sucama, como sujetalibros que evitaran que él se cayera.

—Acaba de llamar Judy Brown —dijo Mark en voz baja—. ¿Estás bien?

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—Sí —dijo Joaquin, sin molestarse en asomar la cabeza. Deseaba que sefueran, porque no había nada peor que que alguien quisiera hablar contigocuando nadie había inventado todavía las palabras que necesitabas oír. Ydespués de un rato lo dejaron solo, lo que de algún modo hizo que se sintieraaún más solo, pero al menos esa sensación era familiar. Reconfortante, casi.

Veía a Birdie en la escuela, por supuesto, pero ella solo lo fulminaba conla mirada cuando se cruzaban en los pasillos, furiosa y con los ojos hinchados.

—Eres un verdadero cabrón, ¿lo sabías? —le dijo la mejor amiga deBirdie, Marjorie, una mañana cuando él estaba guardando algo en su taquilla.

Y cuando Joaquin respondió «Lo sé», ella puso cara de sorpresa y sealejó hecha una furia.

Al día siguiente, fue a verlo su trabajadora social, Allison, y le contó quetenía dos hermanas que querían conocerlo.

Dos ramas vacías donde antes había un pajarito.

—Qué raro es esto, ¿no?Ahora Grace estaba sentada junto a Joaquin, y Maya esperaba en la caja

mientras les preparaban el pedido.—O sea, acabamos de conocernos y ya estamos juntos comiendo

hamburguesas como si fuera lo más normal del mundo.Joaquin irguió un poco más la espalda. La postura de Grace lo estaba

haciendo sentirse desgarbado.—¿No quieres hamburguesa? —le preguntó—. Venden burritos al otro

lado de la calle, o...—No, no, no me refería a eso —repuso. La sonrisa de Grace tenía algo

acerado, como si la hubieran forjado con fuego. Joaquin podía entenderlo.También sabía que no debía preguntar sobre ello.

—Solo quería decir que es extraño, eso es todo —prosiguió ella,mientras Maya volvía con las servilletas bajo el brazo y, en las manos, unmontón de diminutos cuencos de papel rellenos de condimentos—. Sientocomo si debiera saber qué decir, pero no lo consigo.

—Lo sé —asintió Joaquin.

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Maya se dejó caer junto a él con un suspiro y luego se sentó sobre unapierna.

—Yo... hasta lo busqué en Google —continuó él.—¿En serio que lo hiciste? —Maya soltó una risita—. Yo también.Joaquin estaba bastante seguro de que sus búsquedas en Google eran algo

distintas, pero no dijo nada.«¿Cómo es tener hermanas?»«¿Me van a odiar mis hermanas?»«¿Odiaré a mis hermanas?»«¿Qué se siente cuando alguien es tu hermana?»«¿Por qué alguien quiso adoptar a mis hermanas y no a mí?»«¿Cómo hablas con tus hermanas para gustarles?»—Sí, aunque Google resultó bastante inútil en ese sentido —dijo Maya

mientras dejaba condimentos en la mesa frente a ella.—Oye —dijo Joaquin, y señaló los pequeños recipientes—, has traído

mayonesa. De hecho, has traído dos.—Ay, lo sé, es asqueroso —asintió Maya—. Toda mi familia se burla

siempre de mí por eso, pero me encanta poner mayonesa a las patatas. Es raro,porque odio la mayonesa en todo lo demás, pero...

—No, no lo es... A mí también me gusta poner mayonesa a las patatas —dijo Joaquin. Era difícil interrumpir a Maya. Era como si estuviera diciendouna oración sin pausas.

—¡No puede ser! —exclamó Maya.—A mí también —soltó entonces Grace—. Mi favorito. A mis padres les

parece asqueroso.Después de eso hubo un pequeño silencio mientras los tres se miraban y

Maya esbozaba una enorme sonrisa.—¡Estamos creando lazos! —afirmó—. ¡A través de la mayonesa!—Es un comienzo —contestó Joaquin, y Grace se levantó para traer más

mayonesa para todos.Fue más sencillo una vez que llegó la comida y se dedicaron a comer en

lugar de hablar. Joaquin todavía no tenía idea de qué decir, pero era fácilescucharlas mientras hablaban de sus familias y sus escuelas. Él se limitaba aasentir.

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—Uf, tengo que volver a la escuela el lunes —comentó Grace mientrasusaba dos patatas fritas como palillos chinos para coger un trozo de pepinillo.

—¿Estabas de vacaciones o algo así? —preguntó Joaquin. También eramuy bueno en las preguntas abiertas, eso hacía que los demás hablaran deellos mismos y evitaba que él tuviera que decir nada sobre su persona. Suterapeuta decía que era una habilidad para sobrellevar las cosas. Pero Joaquinconsideraba que no era más que una cuestión de amabilidad. Aceptaron susdiferencias de opinión en ese tema.

El rostro de Grace se transformó en un enorme «¡Oh, no!», como si algohubiera logrado atravesar el puente levadizo del castillo, pero luego se ledesarrugó la frente.

—No he podido ir durante más de un mes —dijo—. Mononucleosis.—Qué suerte —dijo Maya—. Mataría por poder estar un mes sin ir a la

escuela.—Sí, supersuertuda —asintió Grace—. Casi como ir a Hawái.Maya puso los ojos en blanco. Joaquin no podía creer lo sencillo que ya

era para ellas. Era como si ya hubieran adquirido un ritmo. ¿Quizá porque eranchicas? O quizá era porque había algo en él que no estaba bien, algo que todospodían ver menos él y...

Su terapeuta decía que eso era pensar negativamente. A Joaquin leparecía que ese término era bastante obvio.

—Bueno, de todos modos, mataría por no ir un mes a la escuela. —Mayase encogió de hombros—. La escuela es lo peor. Lo único que me salva es quemi novia también estudia allí.

Joaquin supo que esa era su entrada.—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? —preguntó. Se dio cuenta de que

Maya estaba lista para meterse en una pelea, pero él no se la iba aproporcionar.

—Alrededor de seis meses —dijo encogiéndose un poco de hombrosmientras se le sonrojaban las mejillas.

—¿Y tus padres están...? —Joaquin movió en círculos lo que le quedabade refresco en el vaso—. Ya sabes, ¿lo llevan bien?

Maya se enderezó un poco más.

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—Ah, sí, están totalmente de acuerdo con eso. Son los padres másenrollados del barrio.

—Una de mis hermanas de acogida favoritas era lesbiana —explicóJoaquin—. Pasamos juntos unos seis meses, pero luego nuestra madre lodescubrió, así que la llevó de vuelta a la agencia.

Maya pareció encogerse en su asiento.—¿Porque era homosexual?Joaquin asintió, de repente consciente de que quizá había elegido la

anécdota equivocada para contarle a Maya.—Pero ella era genial —dijo—. Todavía la echo de menos. Se llamaba

Meeka. Se dejó el iPod, y aún lo escucho a veces. Muy buenas canciones.Quería ser DJ.

Maya asintió, con los ojos muy abiertos.—Oh. Genial.—Cuéntale a Joaquin cómo os conocisteis tú y Claire —dijo Grace, y

Joaquin volvió a su refresco.Vio cómo se le sonrojaban las mejillas mientras hablaba de Claire, la

manera en que se mordía el labio y sonreía casi para sí, aunque el restauranteestuviera repleto de gente y Joaquin y Grace estuvieran sentados ahí mismo.Joaquin se preguntó si él parecía igual de bobo, igual de cursi, cuando hablabade Birdie. «Vaya, te ha pegado fuerte», le había dicho Mark la noche despuésde que él y Birdie tuvieron su primera cita oficial (fueron al cine y luego atomar helado de yogur), y Joaquin se preguntó cómo lo sabía Mark, porque nisiquiera le había dicho nada.

Ahora, mientras miraba a Maya hablar de Claire, entendió a qué serefería su amigo.

Y le dolió tanto que deseó no haber dejado que se derritiera esemaravilloso iceberg.

No fue hasta que terminaron de comer (con las tres guarniciones de mayonesa)que llegó la pregunta. Habían bajado a la playa. Joaquin sabía que erainevitable. Por eso no le contaba a la gente que vivía en hogares de acogida.

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Se dejaban llevar por la curiosidad y hacían que él se sintiera como unexperimento científico.

—¿Y cómo es estar en hogares de acogida? —le preguntó Maya mientrascaminaban. Ella y Grace habían dejado los zapatos junto a los escalones, peroJoaquin llevaba los suyos en la mano. No tenía muchas cosas, y no tenía lacostumbre de dejarlos por ahí para que otra gente se los llevara.

—Maya —gimió Grace.—No está mal —respondió Joaquin, encogiéndose un poco de hombros.

Sabía que eso era lo que querían que dijera, que no era tan malo como siempreparecía en las noticias, que nadie le había pegado ni hecho daño jamás, que éltampoco había golpeado ni lastimado a nadie. La gente siempre parecía querersaber los detalles sórdidos, pensaba Joaquin, hasta que realmente losconocían.

—Me gustan los padres que tengo ahora, Mark y Linda. Son bastanteenrollados.

Al menos esa parte era cierta.Maya levantó los ojos llenos de preocupación.—Me disgusta que no te adoptaran —admitió. Tenía abierta la cámara en

su teléfono y tomaba fotos de vez en cuando mientras caminaban—. ¿Te sabemal que lo diga? Porque es lo que siento.

—No, no, para nada —dijo él, y realmente era así. En realidad, nadie lehabía dicho eso antes—. Casi me adoptaron cuando era bebé. Me asignaron auna familia justo después de que entrara en el sistema, pero antes de que secompletaran los trámites de adopción, ella se quedó embarazada, y soloquerían un niño, así que...

Joaquin volvió a encogerse de hombros. En realidad, no se acordaba delos Russo, pues no era más que un bebé, pero había visto el expediente delcaso.

En cambio, Maya parecía horrorizada.—Pero ¿no eras prácticamente su hijo llegados a ese punto?—Biológico mata a adoptivo —le dijo Joaquin. En un mundo en el que

las reglas no dejaban de cambiar de casa en casa, había una que estaba escritaen piedra. Joaquin todavía podía recordar el hogar de acogida en el que el hijo

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biológico mayor le daba la bienvenida a cada chico nuevo diciendo: «Yodecido si te quedas o te vas». Y tampoco los engañaba. Joaquin solo duró unmes ahí.

Pero Maya no parecía en absoluto reconfortada.—Bueno, eso es... buf.Joaquin no estaba del todo seguro de cuándo había cruzado esa línea

invisible de dar demasiada información, pero por lo visto lo había hecho.—En realidad, esa solo fue una casa. Hubo otras. En general, estuvieron

bien.—Entonces ¿por qué no te adoptaron? Eres muy buen tío.Joaquin tomó la decisión de mentirles. No se consideraba un mentiroso,

pero sabía cuándo no soltar toda la información.—No lo sé —dijo—. Probablemente ya era demasiado mayor. Casi todo

el mundo quiere bebés. O niñas.—Como nosotras —murmuró Grace.—Parece ser que sí —asintió Joaquin—. Pero vosotras estáis bien,

¿verdad? Quiero decir, ¿la gente es buena con vosotras y todo eso?Joaquin no se dio cuenta hasta que lo dijo, pero pensó que, si alguna vez

alguien hubiera hecho daño a cualquiera de esas dos chicas, saberlo lo habríahecho polvo.

—Oh, estamos bien, estamos bien —afirmó Grace, y Maya asintió desdeel otro lado—. Nuestros padres son buena gente.

—Bueno, los míos probablemente se van a divorciar —dijo Mayamientras pateaba un poco de arena mojada—. Pero, aun así, son bastantebuenos. Cuando salí del armario, mi padre hasta le pegó una calcomanía delarcoíris al coche durante unos cuantos días. Todo el barrio pensó que él era elgay, hasta que se lo expliqué.

Joaquin no podía ni imaginarse cómo sería poder columpiarse sabiendoque tenías debajo ese tipo de red que te esperaba por si caías. Volvió a pensaren su hermana adoptiva. Había llorado cuando la echaron de la casa, habíasuplicado que la dejaran quedarse. A nadie le gustaba que los enviaran devuelta a la agencia, claro, y volver a entrar en la ruleta rusa de un hogarcompletamente nuevo. Maya había tenido muchísima suerte, pero Joaquin noiba a decírselo. A veces es mejor no saber lo afortunado que eres.

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—Qué bien —fue todo lo que dijo—. Qué bien.—¿Puedo...? Esto... ¿recuerdas a nuestra madre? —preguntó Grace—. ¿O

no la recuerdas en absoluto?Joaquin dejó de caminar, no por la pregunta, sino porque habían llegado

al final del sendero. Tenían que volver, o escalar un montón de piedras deaspecto resbaladizo. Maya y Grace también se detuvieron, y los tres miraronpor encima del agua un momento. Habían dejado atrás a los turistas y a losbañistas, y el mar estaba muy tranquilo, así que no había muchos surfistas, soloun chico y una chica con sus tablas, muy lejos. La chica se reía de algo, peroJoaquin no podía oír qué decían.

—Más o menos recuerdo a nuestra madre —dijo finalmente—. Sobretodo su presencia. No tanto a ella.

—¿Recuerdas qué aspecto tenía? —preguntó Grace. Sonaba tanesperanzada que Joaquin no la podía decepcionar.

—Tenía el cabello castaño —dijo—. Rizado, como el nuestro. Y sonreíamucho.

Joaquin se lo estaba inventando, pero se imaginaba esas facciones cadavez que pensaba en su madre. Soñaba con ella, con esa mujer que le sonreía.

—¿Alguna vez la viste después de...?—Lo puedes decir —dijo Joaquin—. Después de que me entregara.—Sí —asintió Grace—. Eso.—Nos programaron algunas visitas antes de que perdiera sus derechos.Lo que Joaquin no les contó fue que ella jamás apareció en ninguna de

esas visitas. Joaquin recordaba que se paseaba por un cuarto, buscando a esapersona a quien probablemente no habría reconocido. Su madre adoptiva enesa época había tratado de tranquilizarlo comprándole golosinas de lamáquina expendedora, pero él simplemente se metía bajo la mesa a llorarhasta que ella lo sacaba a rastras y regresaban a casa.

Joaquin todavía odiaba las golosinas. Y las máquinas expendedoras.—Era hermosa —dijo entonces—. Realmente hermosa.

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Para cuando volvieron al Centro de las Artes, donde habían dejado el coche,Joaquin podía sentir la piel quemada de la nariz y la brea de la playa pegada alas plantas de los pies. Tendría que quitársela antes de ir a casa. A Linda leencantaba su caro suelo de parquet y no quería echárselo a perder.

—Pues, yo quería decir algo —soltó Grace de repente, y Maya se volvióa mirarla.

Joaquin ya sabía lo que iba a decir. Lo supo desde el minuto en quemencionó a su madre biológica, y deseaba que no lo hiciera.

—Creo que deberíamos buscar a nuestra madre biológica —dijo. Seretorcía las manos frente a ella mientras lo decía.

Joaquin había leído que había gente que hacía eso, pero nunca había vistoa alguien hacerlo en persona. Parecía doloroso.

Junto a él, Maya estaba callada. Joaquin estaba bastante seguro de que elsilencio no era buena señal. Le parecía estar clavado en el instante que hayentre ver que se dispara una pistola y oír el tiro.

Él tenía razón. Normalmente la tenía.—Es una estupidez —contestó Maya—. ¿Y por qué querríamos

encontrarla? Se libró de nosotros. Entregó a Joaquin a unos desconocidos.—Pero eso fue hace casi dieciocho años —protestó Grace—.

Básicamente tenía mi edad, ¿no? ¿O la edad de Joaquin? ¡Solo era una niña!Quizá quiera saber cómo estamos. Quiero decir... —Hizo una pausa antes deagregar—: Estoy segura de que todavía nos quiere.

Joaquin soltó una carcajada. No lo pudo evitar. Envidiaba la fe que teníaGrace pensando que su madre aún debía de preguntarse por ella.

—Lo lamento —dijo cuando las dos chicas lo miraron—. Es solo que...que no la quiero buscar. Vosotras podéis hacerlo si queréis, pero yo no meapunto.

—Yo tampoco —lo secundó Maya.Parecía como si Grace fuera a echarse a llorar, y Joaquin sintió un

pequeño pozo de pánico que le crecía en el pecho. Luego ella parpadeó y surostro se tensó como si se revistiera de acero.

—Vale —dijo—. No tenéis que hacerlo. Pero yo la buscaré por micuenta.

—Haz lo que creas que tienes que hacer —dijo Maya.

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—Me parece perfecto —contestó Joaquin.—De acuerdo —dijo Grace.El día terminó con una sensación extraña después de eso. No estaban

seguros de si abrazarse, darse la mano o solo despedirse con un ademán, asíque terminó siendo una combinación incómoda de las tres cosas.

Joaquin no era muy bueno abrazando, pero hizo el intento.

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Grace

Tardó un rato en decidir qué ponerse para regresar a clase el lunes por lamañana.

Principalmente porque todo lo que tenía era superancho, de embarazada,o le quedaba demasiado apretado. Su vientre todavía estaba un poco..., bueno,flojo era la única forma real de describirlo. Le hubiera gustado llevarpantalones de pijama, pero estaba bastante segura de que, por más bebés quetuviera, su madre no la dejaría ir a la escuela con pijama de franela a cuadros.

Al final se puso un par de tejanos holgados y una camisa café queencontró en el fondo del armario. El café combinaba con la urticaria de estrésque le empezaba a aparecer en el pecho y el cuello.

Su madre, por supuesto, se dio cuenta.—¿Estás segura de que quieres volver? —dijo con un termo de café y las

llaves del coche en la mano—. Sé que ha sido una semana ocupada, eso deconocer a Maya y a Joaquin y todo eso.

—Voy a volver —respondió ella levantando la mochila, que le parecíademasiado ligera—. Ya no puedo quedarme en casa, y Maya y Joaquin notienen nada que ver en eso.

Grace apenas si podía mencionar sus nombres sin hacer una mueca dedolor. Les había mentido a los dos. No estuvo con Joaquin más que una hora yya le había mentido. Lo peor, que se creyeron lo de la mononucleosis. Fueronsolidarios.

Grace se preguntó si podía renunciar a sus deberes de hermana o sialguien podría simplemente venir a quitárselos, como cuando descubren a laganadora de un concurso de belleza en un escándalo de sexting.

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Su madre puso la radio todo el camino a la escuela, riéndose por algunabroma que hacía el locutor, luego lanzando una mirada hacia Grace para ver sitambién le parecía gracioso. No se lo parecía (el locutor era un nefastomisógino, y nunca lo había considerado simpático), pero le devolvió lasonrisa a su madre, su sonrisa tan cuidadosamente ensayada de «Soy unapersona normal y esta es mi sonrisa normal». Definitivamente, no era lasonrisa de alguien que acabara de tener un bebé hacía solo cuatro semanas.

—Cariño —le dijo su madre cuando llegaron a la escuela—, ¿quieresque entre contigo?

—¿Estás hablando en serio? —preguntó Grace—. No. Por Dios, no.—Pero...—Mamá —la interrumpió Grace—, en algún momento tendré que ir a

clase de nuevo. Solo tienes que dejarme.Grace lo decía en el sentido literal, pero le quedó bastante claro por la

expresión de su madre que se lo había tomado metafóricamente, y Grace pudover que los ojos se le llenaban de lágrimas detrás de las gafas de sol, inclusomientras se acercaba a ella para despedirse con un beso.

—Está bien —murmuró su madre, y luego se aclaró la garganta—. Estábien. Tienes razón. Tu padre me dijo que no llorara hoy, y heme aquí, llorandoa moco tendido. —Se rio sola—. Llámame si me necesitas, ¿de acuerdo?

—Está bien —dijo Grace, aunque sabía que no lo haría. Ella realmenteno conocía la de cosas que le habían dicho los chicos de la escuela cuandoestaba embarazada: «zorra», «bebé», «mami», «ballena»... Y la lista seguía.Grace no se lo contó porque sabía que su madre se lo diría al director, y luegose meterían con ella de forma todavía más brutal, pero también porque sabíaque su madre se sentiría mal por ella.

La lástima no daba fuerzas, y a Grace ya le estaba costando suficientetrabajo no perder la cabeza. No quería que sus padres se desmoronaran conella; por lo menos no al mismo tiempo.

Bajó con cuidado del coche, se colgó la mochila vacía al hombro y sedirigió hacia la clase de Lengua, la primera del día. Sentía como si seestuviera dirigiendo a un pelotón de fusilamiento, o peor, porque sabía que enlugar de morir tendría que seguir viva durante todo el día. Y el siguiente... y elotro.

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Inevitablemente pensó, al ver el primer par de ojos que la mirabanfijamente, que quizá habría sido preferible un pelotón de fusilamiento.

A Grace le habían permitido no hacer todos los trabajos: solo tenía queponerse al día antes de final de curso. Perfecto... pero mientras pasaba junto alos otros estudiantes, podía ver los rotuladores fluorescentes, las fichas detrabajo, todas las cosas que normalmente usaba durante sus desquiciadassesiones de estudio. Su mejor amiga, Janie, solía burlarse de ella por todossus dispositivos de nemotecnia.

—Y ahora veamos —solía decir Janie, imitando a Grace mientrasestudiaban para el examen final de Historia europea—: Napoleón era bajito,lo que me recuerda a un pulpo. Y un pulpo es morado, y ese es el color delsofá de casa, y ese sofá lo compramos en un almacén junto a la tienda depretzels, y los pretzels son alemanes, y los alemanes... —Grace se reía y sereía, apretándose el vientre, entonces todavía plano.

—Grace.Se paró en seco interrumpiendo su recuerdo.—Janie —dijo—. Hola.No la había visto desde que su amiga la había visitado dos días después

del nacimiento de Milly. Grace no recordaba mucho de esa visita, más allá deque vieron Friends en Netflix. Estaba destrozada por el dolor abrumador de lapérdida. Para ser sincera, los detalles eran borrosos.

—Hola —contestó Janie, con la cabeza inclinada hacia un lado.Grace tuvo la clara sensación de haber hecho algo mal, algo que

quebrantaba el código de las amigas, pero no sabía qué era. O, másprecisamente, cuántos quebrantamientos había.

—No me dijiste que volvías a la escuela.Ah. Conque era eso.—Bueno, sí —dijo Grace. Trató de sonreír, pero parecía más bien como

si le estuviera mostrando los dientes a su amiga en señal de advertencia paraque se mantuviera alejada—. En realidad, lo decidí anoche. Me cansé de estaren casa, ¿sabes? —Se encogió de hombros, como si fuera algo completamentenormal tener un bebé y olvidarte de decirle a tu mejor amiga que piensasvolver a la escuela.

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—Oh —exclamó Janie—. Bueno, ¡pues estoy contenta de verte! Tienesbuen aspecto.

—Gracias —dijo Grace, y luego miró a la chica que estaba junto a Janie.Las dos llevaban el bolso colgado del hombro y apoyaban los libros y lascarpetas en la cadera izquierda, mientras que la mochila de Grace le colgabafloja de la espalda. ¿Cuándo se había deshecho Janie de su mochila?

La chica en cuestión era Rachel.—Hola —la saludó—. Soy Grace.—Ya lo sé —contestó de un modo que hizo que Grace se sintiera como si

se acabara de presentar como Rasputín o como Voldemort, un nombre que nohabía que pronunciar.

—Me alegro de verte, Grace —volvió a decir Janie.Grace no pudo evitar pensar que algo ocurría.—Si estás por aquí a la hora del almuerzo, ven con nosotras, ¿de

acuerdo?Le sonrió al decir esto, y luego ella y Rachel se fueron caminando.Grace no había pensado en algo tan lejano como el almuerzo. Ahora

estaba deseando haberlo hecho. Era amiga de Janie desde tercero de primaria,así que nunca se había preocupado por tener con quién comer o dóndesentarse. Pero ahora que lo pensaba, el campus de la escuela de repente lepareció muy grande, demasiado grande, como si fuera interminable. Habíatenido sueños como este antes, en los que paseaba por un lugar extraño y nopodía encontrar la salida.

Mientras Janie y Rachel se alejaban, Grace enganchó los pulgares en lastiras de la mochila, las cuales de repente le dieron la sensación de haberlatraicionado. Los desenganchó y luego siguió caminando hacia la clase deLengua. Por alguna razón, era todavía más difícil ahora que no estabaembarazada. Había pasado su último mes en la escuela jadeando y resoplando(y también haciendo aproximadamente 982.304.239 viajes al baño, ya que aPeach le gustaba usar su vejiga como una cómoda almohada), pero ahorasentía las piernas pesadas, como si no quisieran entrar en la clase de Lengua yestuvieran tratando de advertir a su cerebro que se mantuviera alejada.

Grace se dio cuenta, demasiado tarde, de que debería haberlasescuchado.

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Todos se la quedaron mirando cuando entró en el aula justo antes de quesonara el timbre, pero Grace estaba preparada para eso. Tanto comocualquiera pueda estar preparado para sentir treinta pares de ojos que derepente te clavan la mirada. Le sonrió a la pared detrás de la cabeza de ZachAnderson, solo para que pensaran que le sonreía a alguien, y luego se acercó ala profesora Mendoza, que le puso la mano en el hombro y le dijo:

—Es fantástico que estés aquí de nuevo, Grace. —Y ella se dijo a símisma en silencio: «No llores, no llores», hasta que funcionó y las lágrimas sealejaron lentamente de la orilla de su garganta y volvieron a deslizarse hasta elfondo de su estómago.

Sin embargo, lo único que dijo Grace en voz alta fue «Gracias», y ocupósu asiento. Alguien había tallado la palabra «zorra» en el escritorio, pero noestaba segura de si iba dirigida a ella, a alguna otra chica, o si solo era elproducto de algún estudiante aburrido de segundo año con vocabulariolimitado y demasiado tiempo libre. «Es la clase de Lengua —pensó Grace—.Quizá quien sea que lo haya escrito debería manejar mejor los sinónimos.“Ramera”, quizá, ¿o ”perra”?»

—¿Grace?Levantó la mirada. La profesora le estaba sonriendo como hacen los

curas cuando visitan a los enfermos en el hospital. Con benevolencia, perotambién con el silencioso deseo de tener desinfectante para las manos.

—Estaba diciendo que no hay problema si quieres pasar los próximosdías en la biblioteca haciendo tus trabajos para ponerte un poco al corriente.

—Oh —dijo—. No, no, está bien así.Oyó unas risitas detrás de ella. Le pareció que era Zach. Y Miriam Cuyo-

apellido-no-podía-recordar-nunca. Sabes que la gente lleva un rato riéndose atus espaldas cuando ya puedes identificar la fuente de cada risita.

—Qué lástima que yo no pueda tener un bebé —dijo la voz. Grace teníarazón: era Zach—. Librarme de hacer los trabajos. Genial, oye.

—Agh, eres de lo peor. —Esa era Miriam.Al principio Grace pensó que la estaba defendiendo. Iba a darse la vuelta

para sonreírle cuando realmente se dio cuenta de lo que había dicho Miriam.Dijo: «Eres de lo peor» del modo en que las chicas dicen las cosas cuando

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quieren que los chicos piensen que están bromeando con ellos, como «Eres delo peor, pero de todos modos me gustas lo suficiente para ir contigo, aunqueseas el equivalente emocional de la basura».

Pero, por otro lado, ¿quién era Grace para juzgar? El último chico que lehabía gustado a ella la dejó embarazada, la abandonó y llevó a otra chica albaile de otoño la misma noche en que ella dio a luz.

No podía culpar a Miriam por tomar malas decisiones precisamente.No pudo evitar preguntarse qué le diría Maya a Zach si estuviera en esa

situación. Grace no la conocía desde hacía tanto, pero estaba bastante segurade que su hermana se habría presentado de nuevo en la escuela del modo enque salían corriendo los leones al Coliseo en tiempos de los romanos: losdientes afilados y las garras listas.

Grace canalizó esa energía.—Guau —dijo, y se volvió para mirar a Zach—. No se te escapa nada,

¿verdad? Eres muy observador.Grace estaba segura de que, en lugar de un león, ella era el equivalente

del maullido de un gatito.Zach sonrió con malicia, se quitó la gorra de béisbol y se alisó el cabello

antes de volvérsela a poner.—Como digas, mamaíta —dijo.—Zach, en serio —se rio Miriam.Grace habría dado su reino y su caballo a cambio de coger a Miriam por

los hombros y sacudirla hasta arrancarle la cabeza del cuello.Pero entonces la profesora Mendoza empezó a hablar («Zach, quítate la

gorra, ya conoces las reglas de mi clase»). Grace cogió la pluma y abrió sucuaderno.

«Haz como si nada», se dijo.Eso hizo durante toda la clase de Lengua y también en la segunda clase

(Química avanzada), pero fue en la tercera cuando todo se rompió en pedazos.Si con romperse en pedazos uno se refiere a desmoronarse por completo.

La tercera clase era Historia de Estados Unidos.Y era con Max.

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A juzgar por la expresión de su rostro, Janie no era la única persona queno pensaba que Grace volvería a la escuela. Se estaba riendo con uno de susamigos, Adam, y cuando Grace entró en el aula, se le abrieron tanto los ojosque pareció una caricatura de sí mismo. Si Grace no lo hubiera odiado tanto,habría sido gracioso, pero lo único que sintió fue una perversa emoción porhaberlo pillado por sorpresa. Le gustó la idea de mantenerlo siempre alerta yaparecerse donde menos la esperara, ser un fantasma de carne y huesopersiguiéndolo durante el resto de su vida.

Grace sabía que eso no era posible, pero sintió como si todos en el aulahubieran dejado de hablar cuando entró y sus cabezas oscilaban entre ella yMax. Como si esta clase de repente fuera el nuevo episodio de una telenovela,y la gemela malvada, que todos creían muerta desde hacía mucho, acabara devolver al pueblo como si nada.

Se sentó en su lugar habitual, el cual, desafortunadamente, estaba justofrente a Max. Había elegido ese sitio al principio del curso porque así era másfácil hablar con él. Ahora maldijo a la Grace del pasado por haber tomado unadecisión tan terrible. La Grace del pasado era una perfecta idiota.

Adam estaba soltando risitas y decía: «Oye, oye», en voz baja, comohaces cuando vas a contar un secreto.

—Cállate —murmuró Max. Adam había sido (lo seguía siendo, supusoella) más tonto que un ladrillo; uno de esos tipos que se creía estrella de fútbolamericano, aunque en realidad solo miraba el partido desde el banquillo ychocaba las palmas con los demás cuando hacían el touchdown ganador. AGrace nunca le gustó, y Max lo sabía.

A diferencia de las otras profesoras, el profesor Hill ignoró a Grace ypuso manos a la obra, cosa que ella agradeció. A veces la compasión era peorque ser ignorado.

—Está bien, chavales —dijo en voz alta. El profesor Hill siempre serefería a sus alumnos como «chavales»—. ¡Concentrémonos!

Grace buscó una pluma en su mochila, haciendo un esfuerzo conscientepor ni siquiera mirar a Max. Pero podía ver sus pies, y llevaba zapatosnuevos. Eso la dejó estupefacta. En algún momento en el tiempo entre que ella

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había tenido a su hija, había conocido a sus medios hermanos y había vuelto ala escuela, Max se había comprado unos zapatos nuevos, como si su vidatodavía fuera normal; como si no hubiera cambiado nada.

Y para él no había cambiado. En algún lugar del mundo, otra parejaestaba criando a su hijo biológico. Y él llevaba zapatos nuevos.

Cuando Grace encontró la pluma, sus mejillas se habían puestocoloradas. Era tan fuerte el impulso de rayar los zapatos de Max que nohacerlo le dolía, pero dejó la pluma en el escritorio y miró hacia delante.

—Oye —susurró Adam desde el otro lado del pasillo mientras elprofesor Hill giraba hacia ellos el pizarrón blanco que estaba en la partefrontal del aula—. ¡Psst! ¡Grace!

No se volvió. Sabía que Adam no le preguntaría cómo se encontraba, nile desearía un buen día de regreso a clase ni preguntaría si necesitaba algo.

—¡Grace! Oye, ¿ya se te han quedado secas las tetitas?Alguien —Grace no supo quién— soltó una risita detrás de ella, y por

encima del ruido que le rugía en los oídos oyó a Max que decía: «Vale ya,Adam». Grace hubiera preferido que Max se pusiera como..., bueno, comosalido de Juego de tronos, y le hubiera cortado la cabeza para ensartarla enuna lanza, pero solo volvió a decir: «Vale ya, Adam».

Grace apretó la pluma entre los dedos y se preguntó cuándo se habíavuelto Max tan timorato, con la valentía de un algodón de azúcar. Quizá habíaocurrido mientras hacían cola en Target aquel día y compraban las pruebas deembarazo, o quizá fue cuando su padre habló de la «buena chica» con la queMax estaba saliendo en lugar de Grace. O quizá todo había ocurrido durante elbaile de otoño, cuando Grace estaba expulsando a un bebé de su cuerpo y élbailaba con una corona de plástico en la cabeza.

Esta versión de Max no era el chico con el que Grace había salido, ni conquien se había acostado, ni a quien había amado. Le parecía una locura que, enalgún lugar, hubiera un bebé que fuera mitad él y mitad ella. Y de repente ya nopudo soportar estar en el mismo sitio que él.

—¡Grace! —volvió a murmurar Adam.El profesor Hill todavía estaba de pie frente al pizarrón, escribiendo lo

que por lo visto era todo un soliloquio, así que Grace se volvió a mirar a Max.Hasta su rostro parecía frágil. ¿Cómo pudo haber salido con alguien con esa

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mandíbula tan débil? Peach no la había heredado, gracias al cielo.—¿Le puedes decir a tu amigo que se calle de una jodida vez? —le dijo

Grace a Max. Pudo ver que él lo lamentaba; lo tenía todo escrito sobre su(patético) rostro, y ella se dio de nuevo la vuelta en su asiento, con lasmejillas ardientes como si tuviera fiebre.

Entonces el teléfono de Adam hizo ese ruido. Era el llanto de un bebé, deun bebé recién nacido. Sonaba como Peach, como el primer sonido que Gracela oyó hacer, ese lamento tan desquiciadamente desesperado que anunciaba sullegada al mundo.

Grace no supo qué se movió primero, si su cuerpo o su mano, pero derepente estaba volando sobre el escritorio como si estuviera en una carrera deobstáculos en la clase de gimnasia, con el puño hacia delante para poderimpactar limpiamente en el rostro de Adam. Él hizo un ruido que sonaba comosi le hubieran arrancado el aire de los pulmones, y cuando cayó hacia atrás,atrapado contra el suelo por el escritorio, Grace lo sujetó y volvió agolpearlo. No le había subido tanto la adrenalina desde que nació Peach. Sesentía bien. Hasta sonrió cuando golpeó a Adam por tercera vez.

Finalmente fueron necesarios Max, el profesor Hill y un tipo llamadoJosé (que sí que estaba en el equipo de fútbol) para quitársela de encima aAdam. José le dio la vuelta a Grace y la puso de pie con tanta fuerza que leentrechocaron los dientes, y entonces ella se marchó, dejando atrás la mochila,a Adam, a Max y la clase de Historia de Estados Unidos.

Se tambaleó hacia el baño que había al final del patio, uno que nadieusaba porque estaba cerca del laboratorio de Biología y a veces el olor aformol se filtraba por el sistema de ventilación. Era asqueroso, pero no leimportó. Solo necesitaba un lugar para contener el huracán que tenía en elpecho cuando finalmente saliera de ella como una explosión.

El llanto de Peach le rugía en los oídos mientras soltaba un grito.Se deslizó hacia el suelo bajo el lavabo más alejado de la puerta y se

abrazó las rodillas contra el pecho. El suelo estaba frío, lo que era bueno,porque Grace estaba bastante segura de que tenía la piel en llamas, y ademásle ardía la mano. Resultó que darle un puñetazo en la cara a alguien dolíaendemoniadamente. Apretó los nudillos contra la pared de azulejos y suspiró.

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Fue difícil recobrar el aliento. Igual que lo fue cuando estaba naciendoPeach, como si su cuerpo y su cerebro trabajaran por separado; cerró los ojose intentó respirar. El cuarto estaba fresco y silencioso, y probablemente habíaveinte personas buscándola, pero no le importó.

Solo quería que todo siguiera en silencio.Después de unos minutos, se abrió la puerta y entró un chico. Grace no lo

había visto nunca antes, aunque en realidad no había estado muy presente en laescuela en los últimos meses.

Como fuera, era bastante obvio que no esperaba verla en el suelo.—Ay, lo siento, no sabía que había alguien... —dijo, luego volvió a mirar

la puerta—. Espera, ¿este es el baño de chicas, o...?Grace negó con la cabeza. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba

llorando, pero cuando movió la cabeza tenía las mejillas mojadas y el cabellopegado a ellas.

—¿Estás...? —El chico retrocedió, luego dio un paso hacia delante, unchachachá en cámara lenta—. Mierda, lo lamento, soy tan malo cuando lagente llora... ¿Estás... bien?

—Perfectamente —dijo Grace, y por lo visto en su cabeza era el día delos antónimos, porque, sin duda alguna, «perfectamente» no era la palabrapara describirla en ese momento.

Él siguió de pie junto a la puerta.—No estoy diciendo que seas una mentirosa ni nada por el estilo, pero no

te ves... perfectamente bien.Grace empezó a llorar otra vez.—¿Qué te has hecho en la mano?—Golpeé a Adam Dupane tres veces en la cabeza —respondió. No había

manera de hacer que sonara mejor que eso, así que Grace no se molestó enintentarlo. De cualquier modo, todo el mundo se enteraría. Probablemente yahabía un vídeo en internet. Era muy posible que la expulsaran, comprendió, yla sorprendió comprobar lo bien que sonaba eso.

—Guau. —Los ojos del chico se abrieron más—. Bueno, pues no séquién es Adam Dupane, pero tú pareces una persona agradable, así queprobablemente se lo merecía.

—Es un imbécil —dijo Grace.

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—Un imbécil total —coincidió el chico. No estaba segura de si le estabatomando el pelo o si estaba bromeando con ella, pero a Grace no le importó—. Mmm, creo que necesitas ponerle algo a eso —dijo entonces, y miró lamano hinchada de Grace. Luego dejó la mochila en el suelo, sacó unas toallasde papel de la máquina y las pasó bajo el chorro de agua fría—. Toma. —Selas dio a Grace—. No es hielo, pero te ayudará.

Grace se lo quedó mirando.—¿Quién eres? —preguntó, finalmente. La nariz le empezaba a gotear y

se sentía asquerosa y mocosa... y avergonzada de sentirse asquerosa y mocosa.—Ah, sí, lo siento. Soy Raphael. Raphael Martínez. Pero me puedes

llamar Rafe. No tienes que ser formal ni nada por el estilo. No representoningún peligro, no te preocupes. Bueno, quizá eso ni te preocupe, ya que erestú la que acaba de darle una paliza a alguien. Quizá debería ser yo el queestuviera preocupado. Créeme. Soy un flojucho. —Mojó otra toalla de papelmientras hablaba y luego se la pasó—. La verdad es que me desmayo con solover sangre, en serio. No exagero. Oye, ¿te puedo preguntar algo?

Ese tal Rafe la estaba empezando a marear.—¿Sí?—¿Qué es ese olor tan terrible que hay aquí dentro?—Formol. —Grace no estaba segura de cuándo había dejado de formar

oraciones completas—. Gatos muertos. Al lado.—¿Clase de Anatomía? —aventuró.Ella asintió.—Entendido.Grace hizo una mueca de dolor mientras la mano le latía bajo las toallas

frías. En ese momento le dolía todo —la cabeza, el brazo, la base de lacolumna— y trató de evitar, sin conseguirlo, que se le salieran las lágrimas.

Y Rafe, el héroe del día, le puso el seguro a la puerta del baño y fue asentarse junto a ella. Grace se dio cuenta de que iba con mucho cuidado de notocarla, y por alguna razón eso hizo que se sintiera triste.

—Entonces —dijo a modo de conversación, como si hablaran del tiempo—, Adam es un imbécil.

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—Max ha estado sentado junto a él todo el tiempo y ni siquiera ha hechonada —explicó Grace, y no estaba llorando otra vez, no exactamente. Solotenía mojado el rostro y tenía un nudo de algo terrible en la garganta.

—Lo sé —dijo Rafe con un suspiro—. Qué cabrón.—¡Ni siquiera sabes de quién estoy hablando! —exclamó Grace—. ¿Por

qué estás de acuerdo con lo que digo?—Bueno, estás triste —respondió él, y sonó un poco confundido—.

¿Quieres que discuta contigo? Porque lo haré si eso hace que dejes de llorar.Bueno, de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. Estás muy equivocada. Adames lo máximo.

—No —exclamó Grace—. Solo... solo quiero estar callada, ¿deacuerdo?

—Lo entiendo —asintió el chico—. Lo que quieras.Pero Grace no podía dejar de oír ese llanto de bebé, ese primerísimo

sonido que hizo Peach, un grito de triunfo que de alguna manera prevalecíasobre todo lo demás, incluyendo su corazón, y cuando Grace empezó a llorarotra vez, Rafe inclinó su cuerpo con cuidado hacia ella para que sus hombrosse tocaran.

Se quedó muy muy callado.Grace perdió la noción del tiempo que había estado sentada en el suelo

llorando, pero después de un rato oyó que alguien llamaba a la puerta y decía:—¿Gracie?—Es mi madre —explicó Grace, limpiándose los ojos.—¿Estás en problemas? —le preguntó Rafe—. Si quieres te esconderé en

uno de los cubículos.De repente quiso tanto a su madre que hasta le dolió.—No, déjala entrar —dijo—. Está bien.—Ay, cariño —le dijo su madre cuando la vio—. Vamos a casa.Y ese fue el último día del segundo año de instituto de Grace.

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Maya

Después de conocer a Joaquin, a Maya le costó trabajo dormirse.«Nuestra madre descubrió que era lesbiana, así que la echó.» «Biológico

mata a adoptivo», había dicho.Y sí, Maya sabía que a ella la habían adoptado, no acogido, que la habían

adoptado desde el hospital, que sus padres la habían elegido a ella, la habíanquerido a ella. Eso fue lo que le dijeron siempre, que la eligieron porque eraespecial.

Y, aun así, no era Lauren.Dieron las tres de la madrugada y Maya seguía despierta, mirando cómo

pasaban las luces de los coches de la calle por el techo de su habitación,iluminándola antes de que volviera a quedar todo en la oscuridad. Revisabapáginas de internet en el teléfono. Había hecho el test de «¿A qué casa deHogwarts perteneces?» al menos tres veces, y siempre le salía Hufflepuff,cosa que la enfurecía.

Luego se desplazaba entre los mensajes viejos de Claire, con emojis ynotas que eran tan privadas que Maya lanzaría el móvil al retrete antes depermitir que alguien las leyera. Bajaba hasta donde terminaban los mensajes yesperaba que aparecieran las burbujitas que significaban que Claire le estabaescribiendo un mensaje, que de alguna manera sabía que Maya estaba sola enel mundo y que se sentía más solitaria en medio de la noche que a cualquierotra hora del día.

Pero era evidente que Claire estaba dormida, y era una tontería sentirsemolesta por eso. Claire necesitaba dormir. Maya necesitaba dormir. Podíasentir que la falta de sueño empezaba a desenmarañarle el cerebro, como si ungatito tirara de los hilos de una manta hasta deshacerla. Se había quedado

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dormida en la clase de Historia dos veces esta semana, cosa que, en honor a laverdad, probablemente tenía más que ver con la voz nasal y monótona de lamaestra que con su agotamiento.

O al menos eso se dijo.A la hora del almuerzo, apoyó la cabeza en las piernas de Claire y dejó

que le acariciara el cabello mientras se sentaban en la hierba bajo el sol.Maya pensó que, si a fin de cuentas todos nos teníamos que morir, esta no seríala peor manera de hacerlo, con el sol en el rostro y la cabeza apoyada en laspiernas de alguien a quien amas.

—¿Mmm? —preguntó Claire.—No he dicho nada —respondió Maya con los ojos cerrados. El sol

hacía que el trasluz detrás de los párpados fuera rojo como la sangre, y quepensara en los linajes y las dinastías, en los lugares legítimos y en las familias.

Abrió los ojos y se volvió para hundir el rostro en el muslo de Claire.—No, no has dicho nada —coincidió esta—. Pero estás pensando.—Siempre estoy pensando —afirmó Maya—. Soy muy lista en ese

sentido. Por eso me amas.—Mmm, el jurado todavía no ha tomado la decisión —repuso Claire,

pero luego subió la mano por la espalda de Maya, debajo de la camisa,apretando la palma contra la piel, anclándola a la tierra—. Vuelve, vuelve, dedonde quiera que estés.

No importaba dónde muriera Maya, estaba aquí, ahora.Con eso bastaba.

Encontró la botella de vino unos días después.Había intercambiado mensajes con Grace unas cuantas veces, en general

en respuesta a los comentarios torpes de esta: «¡Hola! ¿Cómo va la escuela?»«Más aburrida que nunca», había respondido Maya, pero luego se arrepintiócuando Grace no respondió durante algunos días.

No intercambiaba mensajes con Joaquin, pero no era porque no quisiera.Solo que Maya no sabía qué decir. Era difícil encontrar las palabras cuando ati te habían adoptado y a tu hermano no, y era bastante claro que te habían

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elegido por cosas que no podías controlar. A veces Maya se decía que era unatontería sentirse culpable, cuando el reloj avanzaba lentamente desde las treshasta las cuatro de la mañana y las luces de los coches seguían iluminando aráfagas el techo de la habitación. Pero luego se imaginaba a Joaquin de bebé,esperando a alguien, a una familia, a una persona, y esa sensación tan terribleirrumpía desde su corazón y ascendía hasta la garganta, ahogándola.

En la parte más oscura de su cerebro, Maya no quería que le sucediera lomismo, y, al igual que Joaquin, no sabía cómo evitar que eso ocurriera.

La clase de Historia europea de Maya estaba preparando unarepresentación de la Revolución Francesa (cosa que a Maya le parecíaextremadamente apropiada, dada la cantidad de personas en esa clase aquienes habría guillotinado con gusto), y como no podía actuar ni aunque suvida dependiera de ello, le habían asignado los vestuarios. «Está chupado»,pensó, y luego subió para hurgar en el armario de su madre.

La botella de vino (botellas, en realidad; una de ellas todavía no estabaabierta, así que Maya decidió que esa no contaba) se hallaba en el fondo delarmario, escondida tras un par de botas viejas que a Maya le pareció quequedarían espectaculares en la persona a la que le tocara hacer el papel deMaría Antonieta. Pero le parecieron muy pesadas cuando las sacó, mucho másde lo que debería pesar cualquier par de botas, y cuando logró tenerlas fueradel armario, salió del interior de una de ellas la botella de merlot.

Maya la miró un largo rato antes de meter la mano en la otra bota y sacaruna botella medio vacía de zinfandel tinto. Era barato —Maya lo sabía por laetiqueta—, lo que por alguna razón la alteró todavía más. Si su madre iba aesconder vino en el armario, podría al menos comprar del bueno, en lugar deesa basura de la tienda de la esquina.

—Hola —dijo alguien, y Maya se volvió tan rápido que casi se le cayó labotella. Lauren estaba de pie en la puerta, mordisqueándose el labio inferior,algo que Maya odiaba—. ¿Qué haces?

—Nada —respondió Maya, que era sin duda la cosa más tonta que podíadecir, teniendo en cuenta que estaba en el cuarto de sus padres, hurgando sinpermiso en el armario de su madre y con una botella de vino medio vacía en lamano.

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—¿Por qué tienes una botella de vino? —preguntó Lauren—. ¿Estásbebiendo?

Solo las separaban trece meses, pero Lauren parecía más pequeña. Mayaera muy consciente de eso, como lo era también de que Grace y Joaquin eranmayores que ella. No importaba que fueran parientes de sangre o no: Mayaestaba a cargo de su hermana. Tenía que protegerla.

—Vete —le dijo—. Vete, Lauren, hablo en serio.—Pero ¿por qué estás...?—Vete —repitió Maya, señalando con la botella de vino (mala idea)

hacia la puerta—. Esto no tiene que ver contigo, por primera vez en tu vida.Maya recordaría la mirada en el rostro de Lauren durante mucho mucho

tiempo después de eso. Las tres de la madrugada se volverían mucho mássolitarias la próxima vez que las viera desde el interior de los párpados.

—¿Es... es de mamá? —quiso saber Lauren.Maya apretó la botella con más fuerza y no dijo nada.—¿La has encontrado en su armario? —insistió Lauren... y luego dejó

caer la bomba—. Porque yo he encontrado una botella en el garaje.Maya se sintió muy tonta, quieta ahí, escuchándola, sosteniendo la

evidencia al mismo tiempo que intentaba esconderla. Lauren terminó:—Estaba en una vieja bolsa de la compra. Creo que se la bebió casi toda

ayer.Las dos hermanas se quedaron de pie una frente a la otra durante largos

segundos, hasta que Lauren finalmente entró en el cuarto.—Hay otra botella abajo, dentro de la vieja olla a presión —dijo.Maya se sentó en la cama porque no estaba segura de si las rodillas la

aguantarían.—¿Cuánto hace que sabes que...?—Un mes, supongo. Quizá más. No lo sé.—¿Por qué no me lo contaste?Lauren se encogió de hombros.—Porque sabía que ibas a conocer a Grace y a Joaquin y..., no sé, no

quería que fuera una carga. Ya tienes muchas cosas en la cabeza.Lauren se sentó junto a ella, ambas con los hombros caídos.—Debiste contármelo —le dijo Maya al cabo de un minuto.

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—¿Por qué? —preguntó Lauren, y no tenía una respuesta para eso.—¿Crees que papá lo sabe? —le preguntó Maya.—No. Papá viaja. No rebusca en las botas de mamá en sus ratos libres.—¿Crees que conduce después de beber? —apuntó.Sacudió la botella que tenía en la mano. Maya no estaba acostumbrada a

hacerle preguntas así a Lauren. Normalmente ella era la hermana que lo sabíatodo, la que estaba a cargo de las cosas, la que inventaba las reglas de losjuegos y decidía quién ganaba o perdía.

—No lo sé —dijo Lauren—. No lo creo. Me recogió ayer en la escuela yparecía estar bien.

«Pero mamá podría beber durante el almuerzo», pensó Maya. Dos vasosde vino con una ensalada y un poco de pan. Sería bastante fácil de esconder.

Todavía sostenía la botella de zinfandel y la colocó con cuidado en elsuelo, como si de repente pudiera romperse y manchar la alfombra con todossus secretos.

—¿La guardamos de nuevo?—Dámela —dijo Lauren, y Maya se la pasó. Cuando la hermana menor

bajó y no volvió, Maya fue tras ella y la encontró de pie en la cocina, con elcorcho en una mano y vaciando la botella en el fregadero.

—¿Qué vas a...? —empezó a decir Maya.—¿Qué puede hacer? —Lauren no la dejó seguir—. ¿Enfadarse con

nosotras por tirarle el vino? No se enfadará. No puede. Porque tendría queadmitir lo que ha estado haciendo.

Maya la miró un largo rato, y luego subió por la segunda botella. Laurenla abrió y la vaciaron, mirando el vino irse por el fregadero como unremolino, hasta que abrieron el grifo y lo enjuagaron todo.

Cuando sus padres, finalmente, les dieron la noticia, en realidad no fue unagran sorpresa. Maya pensó después que era muy parecido a arrancarse unaenorme tirita: sabías que te dolería, pero de todos modos debías hacerlo.

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Estaba haciendo los deberes de Física cuando oyó el golpe en la puerta.Había sido una noche tranquila, demasiado tranquila, y Maya había estadotrabajando en el mismo problema sin conseguir encontrar la solución. Sepreguntó si no era muy retorcido el hecho de que trabajara mejor cuando suspadres se estaban peleando. Si tenía que terminar la preparatoria algún día, lomás probable era que necesitara una explosión nuclear cada noche.

Genial.Cuando dijo «Adelante», sus padres estaban de pie ahí, los dos con

expresión de preocupación en el rostro. Como niños, en cierto modo. Mayanunca los había visto con ese semblante. Lauren venía detrás, y Maya no tuvoque mirar al espejo para saber que su propia expresión era parecida a la de suhermana.

—Queremos hablar con vosotras —dijo su madre, y Lauren pasó junto aellos y se subió a la cama de Maya para sentarse. Esta, quien para variar habíaestado haciendo los deberes en el escritorio, aunque pareciera mentira, selevantó de la silla y se fue a sentar junto a su hermana. De repente sedescubrió deseando que su otra hermana también estuviera allí, y su hermano.Y Claire. Deseaba que hubiera un ejército de personas en pie detrás de ella,con las espadas listas.

En realidad, no vino nadie.—¿Hablamos abajo? —La voz de su madre sonaba un poco sofocada, y

Maya empezó a sentir como si también a ella le estuvieran apretando lagarganta, esa sensación de las tres de la mañana que volvía lentamente—. Nopasa nada —añadió su madre con rapidez—. Pero tenemos que hacer unareunión familiar.

No organizaban una reunión familiar desde que Maya tenía ocho años yLauren siete, y esta la había acusado de asesinar a su pez dorado. (Mayatodavía juraba sobre un montón de Biblias que no había tocado esa cosaasquerosa y llena de escamas. Lauren estaba paranoica y adoraba a sus peces,eso era todo.)

—Tengo trabajo... —empezó a decir Maya. «Un objeto en movimientopermanecerá en movimiento hasta que una fuerza externa actúe sobre él»,decía su libro de texto de Física. Quería que las cosas siguieran como estaban.

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Por más peleas terribles que hubiera, seguía siendo algo familiar. Maya noestaba preparada para que eso cambiara, ni para lo que posiblemente ocuparíasu lugar.

—Maya —dijo su madre—. Por favor.No tuvo que decir más.Abajo, Maya y Lauren se sentaron una junto a la otra en el sofá mientras

sus padres les exponían la situación:—Sabéis que últimamente no nos hemos llevado bien.—Será mucho mejor así.—Ahora tendréis que pasar con papá los fines de semana, solo vosotras y

él.—Vais a ser mucho más felices, niñas.Lauren lloró, claro. Siempre había sido la emotiva (recordemos: reunión

familiar por un pez dorado muerto), a la que tenían que sacar del cine durantelas escenas tristes porque molestaba a los demás con su llanto.

Pero Maya se quedó ahí callada mientras les explicaban que su padre semudaría, que querían mucho a sus dos hijas, que no tenía nada que ver conellas, que no era culpa suya ni de Lauren.

—Por supuesto que no lo es —masculló Maya, porque era la cosa másestúpida que había oído en mucho tiempo—. Nosotras no somos las quellevamos los últimos diez años peleándonos. —«Y escondiendo vino en elarmario», casi añadió, pero se lo pensó dos veces. Lauren todavía estaballorando y Maya no quería hacerle más daño a su hermana.

Su madre pestañeó mientras su padre se aclaraba la garganta.—Eso... es cierto —dijo este finalmente—. Eso es muy cierto.—Vosotras dos os quedaréis conmigo en casa —anunció su madre—.

Pero podréis visitar a papá siempre que queráis.—¿Y si queremos vivir con papá? —preguntó Maya. Ni siquiera estaba

segura de quererlo, pero sintió la abrumadora necesidad de meterse entre losdos, de ver quién la abrazaría más fuerte. Saber si alguno de los dos lucharíapor conservarla después de quince años de intentar tenerla con tantas ganas.

—Eso podemos resolverlo después —dijo él. Su madre no respondió;estaba demasiado ocupada conteniendo las lágrimas y rodeando a Lauren conel brazo. Trató de abrazar también a Maya, pero esta se apartó para dejar un

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espacio entre ellas. No quería que la tocaran.—Trataremos de hacer que esto sea lo más fácil posible para las dos, no

os preocupéis —agregó el padre.Maya soltó una carcajada breve, afilada y amarga. No pudo evitarlo.—Creo que dejamos atrás lo fácil hace mucho —dijo.—Maya —empezó a decir su padre, pero ella levantó la mano.—No. Yo no...De repente se le atravesaron las palabras en la garganta, las paredes

estaban demasiado cercanas, el aire enrarecido. Se sentía como un personajede película que escapa corriendo de una explosión mientras la carretera seconvierte en ceniza gris a pocos pasos de él, mientras lucha por apartarse delabismo que tira de él con fuerza, que lo succiona hacia su interior como unpozo de brea, como un agujero negro que ansía absorber la luz.

—Tengo que irme —dijo, y de repente tenía el teléfono en la mano y salíacorriendo por la puerta delantera, atravesando el césped. Al llegar al final dela calle se dio cuenta de que iba descalza y los pies le dolían, pero no leimportó.

Le mandó un mensaje de texto a Claire:

¿Nos vemos en el parque? Te necesito.

El corazón le latía con fuerza mientras esperaba la respuesta, pero Claireya estaba ahí, tan constante y segura como siempre.

Voy para allá. ¿Todo bien?

Maya no se molestó en responder. Solo corrió. Cuando llegó al parque,sintió algo verde, afilado y punzante en las plantas de los pies. Sus pulmonesardían como si estuvieran llenos de humo que no podía exhalar.

Corrió más rápido. Claire estaba bajando de su coche cuando Maya diola vuelta por la esquina hacia el aparcamiento.

—Hola —dijo Claire, y cuando ella corrió hacia sus brazos, dio unpequeño paso atrás por el impulso de Maya, que las desequilibró a las dos.

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—Oye, hola..., oye, oye —intentó tranquilizarla Claire, y Maya seguíallorando y no pudo decir nada, no porque no supiera qué decir, sino porquehabía mucho que hablar. Podría tener todos los diccionarios del mundo y nosería suficiente para empezar a explicar la oscuridad de ese espacio, el miedode estar sola como Grace, o de no ser deseada, como Joaquin.

Claire la abrazó durante largos minutos en el aparcamiento.—No te vayas —fue lo primero que Maya logró murmurar cuando pudo

volver a hablar.—No me voy a ningún lado —le respondió Claire con un susurro.Su voz era tan suave como una plegaria.

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Joaquin

La primera vez que Joaquin se había reunido con su terapeuta después demudarse con Mark y Linda, no había salido bien.

Se vieron en una oficina, en un rascacielos tan alto que Joaquin podía verel océano a lo lejos. Tan solo eso lo había hecho sentir un poco aturdido, perola oficina en sí era limpia, blanca y moderna. La única nota de color en elcuarto era el de una orquídea morada (en una maceta blanca, por supuesto)sobre el escritorio de su terapeuta, Ana, y a Joaquin todo ese blancoresplandeciente le recordó demasiado las sábanas blancas de una cuna vacía,las cintas de sujeción y las rozaduras en las muñecas, ese adormecimientonarcotizado que lo hacía sentir como si en realidad no estuviera durmiendo enabsoluto. El consultorio estaba tan silencioso que podía oír el silbido del aireacondicionado al ponerse en marcha.

Joaquin logró quedarse ahí dos minutos enteros antes de marcharse, congotas de sudor en la frente y las manos temblorosas.

—No voy a volver allí —les dijo a Linda y a Mark en ese momento, y erala primera vez que les decía algo que no deseaban oír. Se había esforzadomucho en hacerlos felices, en conseguir que lo quisieran, pero no podía volvera poner un pie en ese consultorio.

Se habían sentado con él en el bordillo de la acera mientras recuperabael aliento, y Mark apoyó la mano cuidadosamente sobre el hombro de Joaquin,esperando que su corazón recuperara el ritmo normal poco a poco. Estuvieronsentados con él durante casi veinte minutos, en silencio, a la espera de unaexplicación, y como Joaquin no habló —no fue capaz—, empezaron a hacerpreguntas. A veces le gustaba cuando le preguntaban cosas, a veces no. Enocasiones sentía que les importaba mucho; en otras, que querían saberdemasiado.

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—Se parece mucho al hospital —logró decir Joaquin, finalmente. Esa vezno le habían molestado las preguntas.

—Ah —dijo Linda.—Entendido —asintió Mark.La siguiente semana, él y Ana se reunieron en una cafetería cerca de la

casa de Mark y Linda. (En aquella época, y todavía ahora, Joaquin no pensabaen ella como «mi casa» o ni siquiera «nuestra casa», solo como «su casa».Pero estaba bien, porque de todos modos era una casa muy bonita. No teníaque ser suya para que le gustara vivir allí.)

—¿Está bien aquí? —le preguntó Ana mientras se sentaba para quedarfrente a él—. Me contaron que mi consultorio te parecía demasiadoantiséptico.

—Está bien —respondió Joaquin.—Sabes que la frase «Está bien» es básicamente criptonita para los

oídos de un terapeuta, ¿verdad? —dijo Ana, y luego le hizo una señal alcamarero para pedir una limonada—. Jodido, inseguro, neurótico, emocional...—había recitado mientras contaba con los dedos—. Curso de Introducción a laTerapia.

Joaquin todo eso ya lo sabía, por supuesto. Uno de sus hermanosadoptivos mayores hasta se había hecho un tatuaje que decía «Estoy bien»sobre los omóplatos. Joaquin conocía todo lo que podía significar esa frase.

—Bueno, pues es muy precisa —le dijo a Ana, quien sonrió.Joaquin no había querido volver a verla, aunque era agradable y no se lo

decía a Linda cuando se tomaba tres cocas seguidas. (Se podía rellenar elvaso gratis.) Pero luego se dio cuenta de que Mark y Linda le pagaban a Anade su propio bolsillo, y Joaquin supuso que al menos debía ir. A los padres dehogares de acogida no siempre los entusiasma gastar su propio dinero. Joaquinno quería tentar a la suerte.

Dieciocho meses después, Ana y Joaquin todavía se reunían en lacafetería cada viernes después de clases. Siempre pedían lo mismo (ensaladaCobb y limonada para Ana; hamburguesa vegetariana, patatas fritas y CocaCola para Joaquin) y se sentaban en el mismo reservado al fondo delrestaurante, donde la acústica del lugar hacía que sonara como si hubieramucha más actividad.

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—Entonces —dijo Ana mientras se sentaba en el reservado frente a él elviernes después de haber conocido a Maya y a Grace—. ¿Cómo te fue?

A Joaquin le había costado un poco apreciar el estilo de terapia sinrodeos de Ana. También lo bombardeaba con palabrotas, cosa que le gustaba.La mayoría de los terapeutas lo trataban como si fuera una bomba a punto deestallar, y así era como se había sentido la mayor parte de su vida.

—Bien —dijo Joaquin, y luego sonrió de oreja a oreja cuando ella lofulminó con la mirada—. Solo bromeaba. Fue bonito. —Si «bien» era lapalabra que para Ana se llevaba la medalla de oro, entonces «bonito»definitivamente merecía la de plata—. Son blancas —agregó Joaquin mientrasle arrancaba el papel a la pajita que les había traído el camarero con lasbebidas. Después de ese tiempo, él ya se sabía de memoria lo que iban apedirle; Ana y Joaquin no habían mirado un menú en tres meses.

—Sabías que había esa posibilidad —dijo Ana—. ¿Y qué tal ellas? ¿Tegustaron?

Joaquin esbozó una sonrisa.—Son graciosas. Y ya se llevan muy bien. Y eso hizo que me sintiera

cómodo. Estoy contento de que se gusten.—¿Y tú, les gustaste?Joaquin se encogió de hombros y tomó un sorbo de su refresco.—Supongo que sí. Hemos formado un grupo para escribirnos. El domingo

volveremos a vernos.—Qué bueno —dijo Ana. «Bueno, bonito, bien.» Joaquin se dio cuenta

de que Ana trataba de pavimentar un camino muy rocoso.—Es solo que... —empezó a decir Joaquin, y luego tomó otro sorbo.Ana levantó una ceja.—¿Es solo...? —lo instó a continuar.Joaquin pasó su pulgar por el vaso y dejó una raya en la condensación.—A las dos las adoptaron, ¿sabes? Sus padres pagaron mucho dinero

para tenerlas.Ana asintió.—Probablemente, sí. —Como Joaquin no respondió, agregó—: ¿Eso te

molesta?

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—No me molesta —dijo, y luego dibujó otra raya en el vaso—. Es soloque... a la gente le pagaban por quedarse conmigo, y ni eso bastaba.

Ana lo miró desde el otro lado de la mesa.—¿Y eso cómo te hace sentir?Joaquin se encogió de hombros. Ya no quería hablar de sus hermanas.

Todavía estaba buscando las palabras para describir qué sentía por ellas, ysabía que Ana esperaría hasta que descubriera las correctas.

—Lo he dejado con Birdie. —Cambió de tema. No lo había mencionadoen la última reunión por lo de Maya y Grace. Y también porque no habíaquerido hablar de Birdie. Descubrir a dos nuevas hermanas era realmente útilcuando se trataba de evitar temas difíciles.

Ana pestañeó. Era difícil sorprenderla. Joaquin había visto su rostrosereno muchas veces en el último año y medio. Sorprenderla fue como unextraño tipo de victoria, aunque pírrica.

—Guau —dijo ella después de casi diez segundos completos, durantenueve de los cuales Joaquin se cuestionó la decisión de haber mencionado aBirdie—. ¿Me quieres contar por qué? —La sorpresa había desaparecido y elrostro de Ana había vuelto a su modalidad normal de terapeuta—. Pensaba quete gustaba mucho.

—Así es —asintió Joaquin—. Por eso he terminado con ella.Ana ladeó la cabeza.—¿Sabes?, eso me suena como algo que habría dicho el Joaquin que

conocí hace dieciocho meses.—Soy la misma persona —replicó él. Odiaba cuando Ana trataba de

separar su pasado de su presente. Joaquin sabía que eso era imposible, que lascosas que había hecho, las familias que había tenido, siempre formarían partede él. Esto lo sabía porque había pasado años tratando de dejarlas atrás.

—Me di cuenta de que era una mala idea, eso es todo.—El mes pasado me dijiste que Birdie te hacía más feliz que cualquier

otra persona en tu vida.A veces Joaquin deseaba que Ana no tuviera tan buena memoria.—Lo hace... Lo hacía —se corrigió—. Yo solo... Tiene un montón de

fotos de cuando era bebé.Ana se apoyó de nuevo en el respaldo y tomó su limonada.

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—Y tú no.Joaquin se removió un poco en el asiento y se preguntó dónde estaría la

comida. Se moría de hambre. Siempre estaba hambriento. Mark y Linda solíanbromear sobre lo mucho que comía, así que captó la indirecta y empezó acomer menos. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba haciendo, sehorrorizaron. Nadie volvió a bromear más sobre ello. Siempre había algoextra en la cocina solo para él.

—Joaquin —dijo Ana—. Solo porque no tengas fotos de bebé no quieredecir que no tengas un pasado.

—Eso ya lo sé —repuso Joaquin—. Nos vemos aquí cada semana parahablar de mi pasado. Lo que ocurre es que no quiero eso para Birdie.

Ana esperó un segundo antes de decir:—¿Y qué pasa con lo que quieres para ti?—Eso no importa. Ella es más importante.—Los dos sois importantes, Joaquin. ¿Alguna vez le has contado a Birdie

lo que pasó antes de que te quedaras con Mark y Linda?Joaquin puso los ojos en blanco.—Claro —sonrió con sarcasmo—. Se lo conté todo sobre cómo me

internaron en psiquiatría cuando tenía doce años. A las chicas les encanta esahistoria. En especial a las guapas.

—¿Y qué pasó con...?—Birdie quiere cosas, ¿de acuerdo? —la interrumpió Joaquin. A veces

era muy frustrante hablar con Ana porque se negaba a verlo desde superspectiva. Si alguien era un experto en la vida de Joaquin, debía de ser él,después de todo—. Quiero decir, no cosas, así, sin más, solo una vida... Nuncale podría dar lo que quiere.

—¿Fue ella quien dijo eso? —le replicó Ana—. ¿O lo dijiste tú?Joaquin desvió la mirada. Ambos conocían la respuesta.—¿Qué tal Maya y Grace? —le preguntó Ana—. ¿Les vas a contar lo que

pasó?—Nop —contestó, haciendo sonar con fuerza la «p» final mientras

miraba por la ventana. Pasó junto a ellos una camioneta repleta de chicos, conalgunas tablas de surf que sobresalían por detrás. Joaquin estaba bastante

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seguro de que algunos estudiaban en su escuela. Los envidiaba y a la vez noquería ser ellos.

—¿No crees que lo entenderían? —le preguntó Ana en ese momento, yJoaquin centró su atención en el camarero que estaba colocando la comida enla mesa.

—¡Por supuesto que no lo entenderían! —exclamó tan pronto como elcamarero se fue—. Viven con familias perfectas, tienen vidas perfectas. ¿Quéles voy a decir? ¿Que su hermano mayor, que no se parece nada a ellas, estáloco?

Ana arqueó una ceja. Odiaba esa palabra.—Lo siento —se disculpó Joaquin.—No conozco a ninguna de las dos, pero te puedo decir que sus vidas no

son perfectas —dijo Ana con amabilidad—. Sus problemas podrán no ser losmismos que los tuyos, pero tienen su propia mierda, te lo garantizo.

Joaquin cruzó los brazos sobre el pecho.—¿Estás molesto por el hecho de que a tus hermanas las adoptaran y a ti

no?—¿Deberían tener malas vidas solo porque yo la tuve? Es una estupidez.

Deberían tener buenas familias. Tienen buenas familias. —Hizo una pausaantes de agregar—: Grace..., la mayor de las dos, quiere que busquemos anuestra madre biológica.

—¿Y qué respondiste a eso?—Que gracias, pero no. Maya dijo lo mismo. Bueno, en realidad dijo:

«Entregó a Joaquin a unos desconocidos». —Joaquin trató de imitar laindignación de Maya, la manera en que escupió esas palabras como unamaldición, como si fuera lo peor del mundo no conocer a tu familia—. Graceestá sola en eso.

—¿Dijo por qué quería buscarla?Joaquin se encogió de hombros.—No lo sé. Puede hablar con su propia terapeuta sobre esa mierda.Ana le sonrió, y Joaquin le correspondió.—¿Podemos volver con Birdie un momento? —preguntó Ana.—Claro. Metafóricamente hablando.—Touchée. ¿La extrañas?

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Joaquin echaba en falta absolutamente cada detalle de Birdie. Añoraba elaroma de su piel, la manera en que el cabello le caía sobre el brazo cada vezque apoyaba la cabeza sobre su hombro. Extrañaba sus carcajadas, su rabiacuando decía algo con lo que no estaba de acuerdo.

—Un poco —dijo—. A veces.La extrañaba absolutamente cada minuto del día.—¿Y qué hay con tus hermanas, entonces? —preguntó Ana—.

¿Simplemente las apartarás a un lado cuando llegues a conocerlas mejor?¿Escaparás como lo hiciste con Birdie porque crees que no eres losuficientemente bueno para ellas, ni para nadie?

Joaquin se comió una patata frita y no respondió. Las patatas fritas eranrealmente malas cuando estaban frías, pero estas estaban calientes y crujientes.Se comió otra.

—Porque tengo una noticia para ti —prosiguió Ana—. No puedes apartara tu familia y olvidarte de todo. Siempre estaréis conectados.

Joaquin dibujó un garabato en la mesa con la humedad que había dejadoel vaso.

—¿En serio? —replicó—. Díselo a mi madre.—Joaquin —repuso Ana, y ahora su voz era amable—. Mereces tenerlos

en tu vida. A Mark y a Linda también. Tienes que perdonarte por lo que pasó.—No puedo —dijo antes de poder evitarlo—. No puedo perdonarme

porque ni siquiera sé quién era cuando lo hice. Ni siquiera conozco a esechico. Era un maldito idiota que lo mandó todo al carajo.

Los ojos de Ana estaban un poco tristes mientras lo miraba. Ella sabía laverdad, por supuesto. Había visto los expedientes de hospitalización, losinformes de la policía, la declaración de los Buchanan, la familia de acogidade Joaquin.

—Solo quiero hacer como si nunca hubiera pasado —dijo después de unminuto.

—¿Ah, sí? —preguntó Ana—. ¿Y cómo te va con eso?—Como una mierda —respondió, y luego se rio antes de poder evitarlo

—. Pero esta vez al menos soy el único que está saliendo lastimado.—¿Estás seguro de eso? —insistió Ana.Joaquin miró por la ventana y no respondió.

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Una pesadilla lo despertó más tarde esa noche, con las sábanas y la camisetahúmedas de sudor. La sangre le latía con tanta fuerza bajo la piel que sentíacomo si algo lo estuviera sacudiendo desde fuera.

—Oye, oye. Está bien. —Notaba la mano de Mark tibia sobre su espalda—. No pasa nada, todo va bien, ahora despiértate.

—Estoy bien —logró decir Joaquin. Los colores detrás de sus párpadoseran demasiado brillantes, demasiado afilados, como si pudieran perforarle lapiel.

Linda estaba de pie a su lado, y le pasó un vaso de agua. Siempre parecíamás dulce en mitad de la noche, con el cabello suelto, sin maquillaje.

—Lo siento —dijo Joaquin—. Lo siento. Estoy bien. Siento haberosdespertado.

Mark y Linda se sentaron a su lado en la cama. Joaquin sabía que no lodejarían. Había pasado diecisiete años tratando de lograr que alguien sequedara junto a él, y ahora que ellos lo hacían, solo quería que se fueran.

—¿Quieres contarnos algo? —le preguntó Mark. Al principio, Joaquin nosoportaba que Mark estuviera en su cuarto con él después de haber tenido unapesadilla. Ahora sí, y suponía que eso era lo que Ana llamaría «progreso».

—No... no lo recuerdo —dijo Joaquin, frotándose el rostro con la mano.Necesitaba una camiseta limpia y seca. Necesitaba un cerebro nuevo—. Laangustia me despertó.

Eso no era cierto, por supuesto. Había visto a sus hermanas en el sueño, aMaya y a Grace de pie, a la orilla del mar, llamándolo mientras las olas seestrellaban cada vez con más fuerza contra la arena. Trató de llegar hastaellas, pero tenía los pies pegados al suelo, y solo podía mirar mientras se lasllevaba el mar.

—Estabas llamando a Grace y a Maya a gritos —le dijo Linda consuavidad—. ¿Has soñado con ellas?

Joaquin se encogió de hombros.—No lo sé.

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No tenía que levantar la vista para saber que Mark y Linda estabanintercambiando miradas sobre su cabeza. Si le dieran un dólar por cada vezque hacían eso, podría mudarse de casa y comprarse una propia. Y un coche.

Dos personas más a las que hacía a un lado.—¿Crees que podrás volver a dormir? —le preguntó Mark después de un

minuto de silencio. Su mano seguía firme en la espalda de Joaquin. Legustaban los dos, pero le encantaba la habilidad que tenía Mark de quedarsecallado, de no necesitar siempre una respuesta inmediata. Mark, a veces, sedaba cuenta de que Joaquin podía decir mucho más sin necesidad de hablar.

—Sí, estoy bien —respondió el chico, y tomó un sorbo de agua—.Lamento haberos despertado.

—No lo sientas —dijo Linda—. Mark todavía estaba despierto. Mirandoalguna tontería en internet, seguramente.

Joaquin sonrió, más porque Linda esperaba que lo hiciera que porquerealmente quisiera sonreír.

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Grace

La madre de Adam decidió no denunciar a Grace, lo que fue muy amable de suparte. La escuela tenía una política de tolerancia cero con la violencia, perotambién tenía una política de cero tolerancia al acoso escolar, y como Adamhabía comenzado, la escuela decidió que era técnicamente responsable.(Además, la madre de Adam era madre soltera, y estaba bastante enfadada conél por burlarse de Grace imitando el sonido de un bebé llorando. Era posibleque se hubieran oído algunos gritos provenientes de la oficina del directorpoco después de que llegara a la escuela. Era posible que Grace lo hubieraoído mientras su madre firmaba en la oficina para llevársela a casa.)

Claro, la escuela tampoco estaba encantada con Grace, pero oyó que sumadre les decía algo por teléfono sobre «hormonas» y «bebé» mientras estabade pie justo enfrente de su cuarto, y por lo visto esas eran palabras queaterraban a los administradores de la escuela. Grace también estaba bastantesegura de que era la primera chica embarazada en la historia de la escuela, ytambién sabía que los centros de enseñanza no recibían buenas evaluaciones sitenían tasas altas de embarazo juvenil.

Al final llegaron a un acuerdo. Grace haría el curso en casa el resto delaño y luego volvería para cursar el último año el próximo otoño. Sonabamenos como un acuerdo que como un regalo, sinceramente. Grace habríaestado contenta por no tener que volver a recorrer esos pasillos. Casiesperaba que sus padres la mandaran a uno de esos internados de la Costa Esteque salían en las películas. Podría empezar de nuevo, renunciar a su antiguoser, a cada decisión equivocada que hubiera tomado, y convertirse en otrapersona.

Pero sabía que no podía escapar de su pasado. Ni de Peach. Nuncapodría dejar atrás a Peach.

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Su madre la llamó para que bajara alrededor de las once de la mañana.Estaba bastante segura de que había llegado al límite de su paciencia con lacostumbre de Grace de quedarse bajo las mantas y darse atracones de malatelevisión. El día anterior, la había obligado a cambiar las sábanas y limpiardebajo de la cama, y a abrir la ventana... «Aquí dentro huele a guarida dehobbit.» (La madre de Grace había escrito una tesis sobre Tolkien en launiversidad, así que se refería a muchas cosas como «guaridas de hobbit». Supadre y ella habían aprendido a seguirle la corriente.)

—Ten —le dijo cuando bajó—. Necesito que me hagas el favor de ir adevolver esto.

Le pasó una bolsa de Whisked Away, una tienda de material de cocina.Grace soltó la barandilla, logró detenerse antes de caer por el último

escalón y miró al interior de la bolsa.—¿Qué es?—Algo que hay que devolver.Grace hurgó entre el papel de envolver, ignorándola.—¿Qué son?—Haces muchas preguntas.Grace la ignoró aún más. Era un diminuto huevo frito de cerámica

colocado en una sartén de cerámica igualmente diminuta.—¿Esto es...? ¡Son un salero y un pimentero! —Grace levantó el huevo

—. No estoy segura de si son horribles o geniales.—Son una compra de insomnio —explicó su madre.El insomnio la hacía comprar muchas cosas por internet, cosas que a

menudo devolvía tan pronto como llegaban, una vez que las veía a la fría ydura luz del día. Grace sospechaba que el insomnio también era la razón por laque había logrado leer todos los libros de Tolkien.

—Son horribles —decidió Grace, finalmente—. Papá los odiaría.—Papá ya los odia —gritó su padre desde la cocina.Su madre arqueó una ceja como para decir: «Ya ves con lo que tengo que

lidiar».—Por favor, ve y devuélvelos —dijo, y le pasó un billete de veinte

dólares—. Te puedes comprar uno de esos cafés gigantes y sofisticados o unhelado de yogur o algo así.

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Por suerte para ella, era muy fácil sobornar a Grace. Esta cogió el saleroy el pimentero. Y el dinero. Y las llaves del coche.

Pero al llegar al centro comercial, se dio cuenta de que había cometidoun grave error, uno mucho mayor que el del salero y el pimentero. Era sábado,conocido también por un día sin escuela. El aparcamiento no estaba lleno y noreconoció ninguno de los coches que habitualmente aparcaban en la escuela,pero eso no hizo que se sintiera mejor. Después de todo, la última vez quehabía visto a sus compañeros, le había propinado un puñetazo a uno de ellosen la cara. Y no es que tuviera intención de repetir la experiencia.

Si su madre lo había hecho a propósito solo «para que saliera de casa»,Grace iba a asesinarla.

Se puso las gafas mientras cruzaba el aparcamiento a hurtadillas, luegotomó el camino de atrás para llegar a la tienda en lugar de pasar junto a todasaquellas fuentes con juegos de agua para niños. Grace no creía que pudieralidiar con oírlos gritar chapoteando en el agua, sin pensar en cómo sería Peacha esa edad. El solo hecho de ver a una bebé en la tele la hacía cambiar decanal. Era como si le estuvieran dando puñaladas en el corazón con el másinmenso tipo de amor, y, sin importar de donde viniera, todavía no podía conese dolor.

Whisked Away estaba básicamente vacía cuando Grace finalmente llegó ala tienda. Supuso que curiosear en busca de electrodomésticos no era el idealde la gente para pasar el sábado por la mañana. Se puso en la cola detrás deuna mujer que estaba pagando con un cheque. ¡Con un cheque! Pensó que talvez la señora había aparcado la carreta y los bueyes en doble fila en la puerta.

Entonces, justo cuando llegó su turno de pasar a la caja, Grace vio queentraban algunas personas. No conocía sus nombres, pero las reconoció de laescuela. Eran dos chicas que siempre le habían parecido bastante agradables,pero de repente quiso caerse por un agujero como Alicia, desaparecer en elpaís de las maravillas antes de que alguien pudiera verla, y el corazón leempezó a latir con un ritmo que le pareció como si una pistola disparara alcomienzo de una carrera, una y otra vez, diciéndole que corriera.

No corrió, en realidad, pero dejó la fila e hizo una caminataridículamente veloz hacia el fondo de la tienda, cerca de la sección depromociones, donde hacían las clases de cocina. Ahí atrás estaba desierto,

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además de fresco. Se paró bajo la corriente de una salida de aire y trató derecobrar el aliento.

Qué tontería. Probablemente ni sabían quién era, y aunque lo supieran, ¿aquién le importaba? Ni que la hubieran pillado tratando de asaltar la tiendacon una pistola.

Grace sabía todo esto, por supuesto, pero a su corazón le estaba costandoun poquito más de tiempo llegar a su cerebro.

—¿Te puedo...? Oh. Hola.Grace se dio la vuelta para decirle al vendedor que estaba bien, que no

necesitaba ayuda, que solo estaba mirando, lo que fuera con tal de alejarlo deella, cuando se dio cuenta de quién era: Rafe, el chico del baño con olor aformol.

«Por supuesto que eres tú —pensó Grace—. Por supuesto.»—Ah, hola —dijo Grace—. Hola. Solo estaba... eh... sí. Voy a devolver

unas cosas.—Genial —respondió el chico, pero no se movió. El delantal verde que

llevaba hacía que se le vieran los ojos todavía más de color café, o quizásimplemente era la luz. O el reflejo de la vitrina con la batería de cocina deteflón. Probablemente era eso.

—Sí —volvió a decir Grace. Sonaba superinteligente. Esta era sin dudala mejor conversación de su vida—. ¿Tú, eh... trabajas aquí? —¡Unaconversación como para la medalla de oro, sin duda!

—No, solo es que me gustan los delantales —dijo Rafe. Lo dijo con tantaseriedad que ella parpadeó, mientras se preguntaba si tal vez por error habíacomenzado una conversación con un psicópata que tenía alguna obsesión conhacer cosas al horno. Luego el chico sonrió—. ¡Es una broma! —exclamó—.Disculpa, nadie entiende mi sentido del humor. Estoy bromeando. Trabajoaquí. Pero me gusta el delantal. No se lo digas a nadie.

Grace asintió, tratando de encontrar el modo de escabullirse de laconversación y salir de la tienda lo antes posible.

—Tiene bolsillos —dijo Grace—. Eso siempre se aprecia.—Así es —asintió Rafe, y luego metió la mano en el bolsillo delantero y

lo hizo revolotear un poco—. Espacio para todos mis secretos. Perdón, estoyintentando bromear de nuevo, en caso de que no te hubieras dado cuenta.

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Estaba situado en algún punto entre tímido y encantador. Grace no podíadecidir si le gustaba o si solo le daba pena.

—Esta vez lo he entendido —dijo.—Entonces ¿querías devolver algo? —preguntó, y esta vez Grace tuvo

que anotar un punto a su favor. No podía ser fácil tratar de conversar con unachica a la que había visto por primera vez sentada en el suelo de un bañoporque acababa de golpear a otro chico, todo esto mientras cortaban animalesmuertos en pedacitos en el laboratorio de al lado en nombre de la ciencia.

—Sí —asintió Grace, luego levantó la bolsa—. De mi madre. Tieneinsomnio y compra muchas cosas por internet y luego las devuelve.

—Ah, yo te puedo ayudar con eso. Con la devolución, no con elinsomnio.

Grace miró hacia la parte delantera de la tienda.—¿Podrías, eh..., hacerlo aquí atrás, quizá? —preguntó.Rafe siguió su mirada y luego se volvió hacia ella.—¿Algún cliente horrible por allá o algo así? —preguntó—. ¿Alguien

que apesta?—No, solo es que..., ya sabes, algunas personas de la escuela.—Ah, sí —asintió—. Pasas cinco días seguidos a su lado, llega el fin de

semana y ni siquiera así te puedes deshacer de ellos.—Algo así —dijo Grace, pero él le sonrió de un modo que hizo que se

preguntara si sabía la verdadera razón por la que no quería ir al otro lado dela tienda.

—Me ha gustado verte de nuevo —dijo mientras la dirigía hacia la cajade atrás—. Solo que esta vez sin el olor a formol.

—Traté de advertirte al respecto —le dijo ella—. No quisisteescucharme.

—Sí, esa fue una experiencia interesante en todos los sentidos. —Cogióel paquete sin mirarla—. ¿Qué es esto?

—Salero y pimentero. Ya te lo he dicho, insomnio. Toma decisionesextrañas a las tres de la madrugada.

—No estoy seguro de si son horribles o geniales.—¡Es lo mismo que dije yo! —exclamó Grace—. Mi padre votó por

horribles, así que...

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Le sonó el teléfono en el bolsillo trasero de los pantalones, pero loignoró.

—Entonces... —dijo Rafe mientras empezaba a gestionar la devolución—. ¿A quién más has estado golpeando? Tienes que mantenerte en forma,¿sabes? Una ninja nunca descansa.

—No soy una ninja.Rafe presionó un montón de botones en el teclado.—¿Cómo sabes que no lo eres?—¿No necesitas algún tipo de... certificado? ¿Como una insignia o un

diploma?—No lo sé. Nunca se quedan por aquí lo suficiente para poder

preguntárselo.Grace sonrió.—No le he pegado a nadie desde entonces —admitió—. Fue algo

excepcional.—¿Tus padres te han castigado durante el resto de tu vida?—No —respondió mientras él registraba la devolución y le daba vueltas

al huevecito en la sartén como un experto, como si estuviera cocinándolo deverdad—. Por ahora, mis padres caminan básicamente de puntillas cuandoestán cerca.

—¿Ah, sí? —Levantó la mirada de la caja—. ¿Por qué? ¿También tienenmiedo de que les pegues?

—¿De verdad no te lo ha contado nadie? —preguntó Grace, finalmente—. ¿En serio?

El teléfono volvió a sonar. Lo ignoró de nuevo.—Contarme... ¿qué? —Rafe le pasó el recibo—. Ya está abonado en la

cuenta de tu madre.—Entonces ¿no sabes por qué golpeé a ese chico y...?—Verás, es una de las cosas que apesta de ser nuevo en la escuela. No

tienes amigos que te cuenten todos los chismes.Grace sintió que se le encogía el corazón. Con razón estaba siendo tan

amable con ella. No tenía la menor idea.—Considérate afortunado.

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—Haré algo mejor. Se supone que ahora es mi rato de descanso. ¿Quieresque vayamos a tomar un helado de yogur o de cualquier otra cosa? Me puedesponer al día con todo lo que debería saber. Para que seas mi propio canal dechismes.

Grace no había comido helado de yogur desde antes de Peach, cuando lasimple idea de ese sabor a moras agridulces hacía que le doliera el estómagopor las náuseas. Pero ahora no le parecía tan mala idea.

Por otro lado, salir a tomar un helado de yogur con alguien era otrahistoria. Una historia mala. Una historia que sonaba terrible.

—Mira, tengo que decirte algo —le advirtió a Rafe, y lo miró de frente.Últimamente le costaba mucho trabajo mirar a la gente a los ojos. Casi lehacía sentir como si le pesara la cabeza, como si tuviera que mirar hacia abajoo a otro lado para mantener el equilibro.

—Bueno, esa frase nunca lleva a nada bueno.—Bueno... solo es que realmente no estoy buscando enrollarme ni salir

con nadie en este momento, ¿de acuerdo? No quiero.—Oye, oye, oye. —Rafe levantó las manos y miró hacia todos lados,

como si Grace acabara de amenazarlo con una pistola y le hubiera dicho quevaciara la caja—. ¿Quién ha dicho algo sobre enrollarnos o empezar a salir?Solo dije «yogur». ¡Ni siquiera rima!

Estaba haciendo sonreír a Grace, a pesar de todo. Max también la habíahecho sonreír alguna vez.

—Solo me gusta el helado de yogur, y pensé que también a ti te podríagustar —prosiguió—. Y mi descanso solo dura quince minutos, de todosmodos, así que sería una cita superbreve. No debes salir conmigo..., es obvioque soy terrible para eso.

—Eres muy extraño —dijo Grace al cabo de un minuto.Él se encogió de hombros.—Mis hermanos son mucho mayores que yo. Básicamente soy hijo único.

Paso mucho tiempo hablando solo.—Yo también —dijo Grace, y enseguida se dio cuenta de que ya no era

hija única... básicamente ya no—. Bueno, más o menos. Es una larga historia.Rafe levantó una ceja, pero no la presionó.—¿Helado de yogur?

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—Perfecto —asintió Grace—. Pero yo pago el mío.—Obvio. Trabajo en una tienda de material de cocina; ¿cuánto dinero

crees que gano?

No había cola en la heladería, por suerte. Grace no estaba segura de quédebería hacer si se encontraba a alguien de la escuela. O a Janie. O a Max. Laidea hizo que le corriera un sudor frío por la columna.

Frente a ella, Rafe miraba las coberturas con los ojos entrecerrados.—¿Qué opinas? ¿Trocitos de chocolate?Grace negó con la cabeza.—No, se te quedan entre los dientes.—Sabia, muy sabia.Tomó los cereales y esparció un poco sobre el yogur, y luego unos ositos

de goma. Grace cogió unas semillas de granada y luego unas fresas, y entoncesse dio cuenta de que estaba eligiendo cosas que serían sanas para Peach.Cuando todo se había salido tanto de control, lo único que Grace podía hacerera asegurarse de estar sana, así que había leído bastante sobre losantioxidantes, el omega 3 y el ácido fólico.

Grace dejó las fresas y las cambió por las bolitas de masa para galletas.—¿Sabes que tienen huevo crudo, que podrías pillar salmonela y...?Esta vez Grace miró a Rafe directamente a los ojos, y luego se metió una

bolita de masa en la boca.—Está bien —dijo él—. Sigamos.Cuando llegaron a la caja, Grace le pasó al cajero el dinero que le había

dado su madre.—Espera, ¡pensaba que no era una cita! —exclamó Rafe—. No puedes

pagar.—Cortesía de mi madre —le dijo Grace—. Y de sus insomnios.—Bien —asintió al fin Rafe—. Dile que gracias. De haberlo sabido me

habría puesto más ositos de goma.—¿No te molesta? —Grace cogió el cambio del cajero—. El último

novio que tuve siempre lo pagaba todo.

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Grace se dirigió a un reservado lo más alejado posible de las ventanas dela tienda.

—Qué tipo tan cortés. ¿Va a nuestra escuela?Grace asintió.—¿Y es tu ex?Grace volvió a asentir.—Realmente me está gustando este juego de dígalo con mímica. ¿Primera

palabra, suena a...?Grace sonrió y se sacó la cuchara de la boca.—¿Sabes el tío al que golpeé? Era su mejor amigo.Rafe abrió más los ojos.—Vaya. Eres fría como el hielo.—Se lo merecía. —Grace miró a una madre que pasaba empujando un

cochecito frente a la ventana; llevaba prisa, fuera donde fuera que se dirigía.Rafe empezó a mezclar los trozos de cereal de su yogur, haciendo que los

colores se diluyeran en un remolino de arcoíris.—Entonces ¿me vas a contar por qué golpeaste al mejor amigo de tu

exnovio y por qué tus padres no te han castigado por eso y por qué ya novienes a la escuela?

—¿Cómo sabes que ya no voy a la escuela?El teléfono de Grace volvió a sonar. Un aviso de mensaje.Rafe se encogió de hombros.—Noto esas cosas.—¿De verdad lo quieres saber?Asintió.Grace respiró hondo y volvió a mirar por la ventana. La madre y el

cochecito ya no estaban.—Porque me quedé embarazada y tuve un bebé el mes pasado.Las palabras le salieron rodando de la boca como si hubieran estado

esperando el momento de escapar.Rafe parpadeó.—¿Tienes un bebé?—Tuve un bebé. Una niña. La di en adopción. —Grace tuvo que arrancar

esas palabras de su interior—. Pero está con una familia muy buena.

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Ese dolor de amor lacerante y agudo la apuñaló justo entre las costillas.Rafe asintió para sí. Todavía estaba removiendo el yogur, que ahora tenía

un tono gris rosado.—Guau. Vale. Guau.—El tipo al que golpeé era Adam, el mejor amigo de mi ex, Max, y el

primer día que volví a la escuela, puso en su móvil el sonido del llanto de unbebé. —Grace se encogió de hombros, como si fuera algo que le pasaba a lagente normal todos los días—. Simplemente perdí los estribos.

—¿Cómo se llama?Grace levantó la mirada. Nadie le había preguntado eso. Nadie le había

preguntado sobre Peach desde el día en que nació.—Milly —dijo—. Amelia. Pero yo la llamaba... Peach. En mis

pensamientos así la sigo llamando.—¿La echas de menos?Grace asintió y tomó una cucharada de yogur antes de que Rafe pudiera

ver cómo le temblaba la barbilla.—Todos los días.—¿Y tu ex?—No quería tener nada que ver con ella. Sus padres básicamente dijeron

que era mi problema. Cedió todos los derechos menos de dos segundosdespués de haberse enterado de su existencia.

—¿Este es el mismo que lo pagaba todo cuando salíais? —Cuando Graceasintió, Rafe se reclinó contra el respaldo y soltó un largo suspiro—. Bueno,la caballerosidad ya ha muerto oficialmente. ¿Quién necesita a un tipo que tepuede comprar un helado de yogur, pero no quiere ocuparse de su bebé?

—Tú ni siquiera me has comprado un helado de yogur —subrayó ella.—Bien dicho —admitió—. Ya no puedes contar con nadie.Pero su tono era suave. Grace sabía que no estaba siendo cruel. Se había

vuelto muy buena para notar la diferencia en las voces de la gente; los quedecían: «¡Oh, estás embarazada!», frente a «Oh. Estás embarazada».

Rafe se metió uno de los trozos de masa de galleta de Grace en la boca.—Bueno, pues ahora me parece genial que golpearas a ese tipo. Debiste

golpear también a tu ex.Grace levantó la cuchara de plástico.

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—Bien dicho —contestó, y él chocó su cuchara contra la suya—. Lapróxima vez lo haré, tenlo por seguro.

—Y... bueno, ¿te sientes rara...? Ya sabes, ahora, después de...Grace bajó la cuchara.—¿Siempre le haces preguntas así a la gente que no conoces?Ni sus propios padres le habían hecho esa pregunta. Ahora que lo

pensaba, nadie le había hecho ninguna pregunta de nada. Aunque suponía queera una buena decisión. Rafe básicamente estaba escarbando en la presaHoover, y había muchísima agua al otro lado de esa pared, simplementeesperando para salir.

Pero él se encogió de hombros.—¿Siempre respondes así a las preguntas de la gente que no conoces?Grace había llegado al punto en el que le habría contestado preguntas a la

señora de detrás del mostrador de maquillaje acerca del filtro de pelusa de lasecadora de ropa. Estaba hambrienta de conversación.

—No me siento rara, es solo que todo es distinto. Quiero decir, ya notengo amigos, mis padres andan con pies de plomo cuando están conmigo,nadie me manda mensajes de texto...

—¿En serio? Porque tu teléfono no deja de sonar.—Probablemente solo sea mi madre. O Maya. Es mi... —«Hermana.»

Otra palabra que sentía extraña en su boca—. Es una larga historia.Rafe se quedó con la cuchara a medio camino de la boca.—Mis favoritas.—Es mi hermana biológica. Nos acabamos de conocer. Y a nuestro

hermano, Joaquin.—Tu hermana biológica... Guau. —Rafe comenzó a reírse—. Mira,

Grace, no sé qué estás planeando hacer el próximo año para superar este, perotendrá que ser algo inmenso. Del tipo hacer paracaidismo mientras te devoranlas pirañas. Así de intenso.

—Tendré que posponer esa experiencia para otra ocasión —contestóGrace. El yogur no le estaba sentando bien, aunque ya no estuviera Peach.Empujó su vaso hacia Rafe—. Pero Maya es básicamente la única persona queme manda mensajes.

—Sin amigos, sin mensajes... Tu vida se parece mucho a la mía.

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—Bastante patético.—Sip. —Le mordió la cabeza a un osito de goma, luego suspiró—. Ni

siquiera podemos conseguir una cita. Terrible.Grace sonrió a su pesar.—Bueno —dijo Rafe mirando su teléfono—. Tengo exactamente cuatro

minutos para volver a la tienda y marcar que he vuelto. ¿Quieres acompañarmehasta allí?

Grace fingió que lo pensaba.—Esperaré a que te pongas el delantal, si quieres.—Paso —dijo ella, pero se levantó y lo siguió afuera.Él le abrió la puerta. Max también lo había hecho una vez.Grace esperó hasta volver al coche para mirar el móvil, con las puertas

cerradas y las ventanillas subidas. El coche estaba caliente, el aire demasiadoquieto, los sonidos de la gente del exterior apagados por las ventanillastotalmente cerradas.

Grace se sentía como si casi no pudiera respirar.Era un mensaje de su madre.

Ha llegado algo por correo para ti.

Grace condujo de regreso tan rápido como lo haría un caracol si pudierasacarse el carné de conducir y en realidad no quisiera volver a casa. Sabíaqué la esperaba en el buzón, simplemente lo sabía, tal como había sabidodesde el principio que Peach no era para quedársela.

Cuando llegó a casa, su madre estaba en la cocina. Había un pequeñosobre manila encima de la barra, contrastando con los azulejos blancos. Gracelo miró y luego miró a su madre.

—Es para ti —le dijo esta, y Grace sabía que era perfectamenteconsciente de la dirección del remitente, la dirección de la agencia deadopción. Daniel y Catalina habían prometido poner a Grace al día sobre elprogreso de Peach, cada mes durante el primer año, por medio de correoselectrónicos y fotos, y a Grace no la sorprendió ver la primera actualización.

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Ignoró la mirada de su madre, y entonces cogió el sobre y se lo llevóarriba. Sabía que ella quería que lo abriera en la cocina, quería ver todo loque había en ese sobre, pero Grace tenía miedo de desmoronarse al abrirlo, yquería estar sola por si eso sucedía.

Habían pasado más de treinta días desde que había entregado a Peach aDaniel y Catalina. Treinta días para recuperar a Peach, disputar la adopción,coger a su hija, acunarla de nuevo entre sus brazos. En ese trigésimo día,Grace se había acurrucado en la cama mientras miraba cómo las manecillasdel reloj señalaban la cuenta atrás. Cuando el reloj cambió a las 12.01 a. m.,algo dentro de Grace se marchitó.

Habían pasado treinta días. La adopción era oficial. Peach se había ido.Una vez en su cuarto, Grace despejó un espacio entre todo lo que había

en el suelo —ropa sucia, libros y revistas todavía por leer— y luego se sentócon las piernas cruzadas y abrió el sobre con el pulgar, ignorando el escozordel inevitable corte en el dedo que le hizo el papel.

Salieron disparadas una carta y dos fotos, y Grace atrapó una de ellasantes de que llegara al suelo. Era la foto de un bebé, regordete y no tan rojo yarrugado como lo recordaba ella.

Era Peach, con los ojos serenos y claros mientras miraba a la cámara, yera tan perfecta...

Grace contempló la foto un minuto entero antes de levantar el papel quehabía caído al suelo. Estaba personalizado, con las palabras «Milly Johnson»garabateadas en la parte de arriba. Grace tardó un segundo en darse cuenta dequién era Milly Johnson.

Peach tenía su propio papel de carta. A Grace jamás se le habría ocurridodarle algo así. Se preguntó cuántas otras cosas habría olvidado, tanto grandescomo pequeñas, cosas que ni siquiera habría sabido que Peach necesitabahasta que hubiera sido demasiado tarde.

Y así decía la carta:

Querida Grace,

Sabemos que acordamos enviarte correos electrónicos de manera regular, peropensamos que deberíamos ponernos al día por primera vez con una carta escrita amano para ti. Cualquier otra cosa nos pareció demasiado impersonal.

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Desde lo más profundo de nuestros corazones, no sabemos ni cómo empezar aagradecerte por el hermoso, precioso regalo que nos permitiste traer a nuestrasvidas. Milly ha sido una dicha desde el primer momento en que le pusimos los ojosencima, y nuestro amor por ella se ha vuelto más profundo y vasto a medida quehan pasado los días. ¡Tenemos tantas ganas de ver en quién se convertirá, cómoirá cambiando! Nuestros corazones están llenos hasta arriba, nuestra copa estárebosando, como dice el dicho.

Dentro de ese amor, sin embargo, hay una inmensa gratitud por el amor quetambién le has dado a Milly, y por el sacrificio que has hecho por nuestra familia.Le decimos a Milly todos los días que su madre biológica es valiente y hermosa, yque la quiso de modos que nunca podremos describirle, y siempre querremos queella te conozca, que sepa de ti y de la manera tan altruista con la que la trajiste aeste mundo.

Solo podemos imaginar las emociones tan contradictorias que puedes habertenido en los últimos treinta días, pero, por favor, debes saber que cuidamos yamamos a Milly más que a cualquier otra cosa en el universo, que es nuestrapequeña, pero que alguna vez fue tuya, también, y que nunca olvidaremos lafelicidad que nos ha proporcionado tu regalo.

Con nuestros mejores deseos y profundo agradecimiento para ti y tu familia,

DANIEL, CATALINA y AMELIA (MILLY)

Grace volvió a leerla, y luego otra vez. Sentía que cada palabra se legrababa dolorosamente en el corazón. Levantó la segunda foto y le dio lavuelta. Detrás tenía escrito con cuidadosa letra cursiva «Amelia Johnson,cuatro semanas de edad». Delante, Peach llevaba puesto un conjunto marinero,incluso con un diminuto sombrero y unos zapatitos náuticos. Grace levantó lasdos fotos y con cuidado se las metió bajo la camisa, apretándolas contra suvientre, donde una vez estuvo Peach.

Sabía que era ridículo, que solo eran fotos, que Peach nunca más estaríaanclada a Grace del modo en que una vez lo estuvo, pero de todos modos tratóde sentirlo de nuevo, trató de recordar la presión de su pie diminuto contra lascostillas, la manera en que tamborileaba con los puños a las tres de lamadrugada.

Pero a fin de cuentas solo eran fotos, y Grace finalmente las sacó y lascolocó en un cajón, sintiéndose ridícula. Quería mirarlas para siempre yquería no volver a verlas nunca más. Dobló la carta y la metió en el fondo del

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cajón de los jerséis, justo donde estaba su favorito, el que había usado cuandoestaba embarazada, de un tejido suave y reconfortante.

Grace sabía que no podía volver atrás, pero mientras estaba allí, en sucuarto desordenado, con una mano en el vientre como para mantener a Peachen su interior, también se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo seguiradelante.

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Maya

El padre de Maya se trasladó el domingo por la mañana.Al principio había prometido que no se mudaría durante un tiempo, que

todavía estaban en la fase inicial de «planear la separación», lo que a Maya lesonó como si sus padres fueran a extraer algo del subsuelo en lugar dedivorciarse.

Pero luego encontró un apartamento a muy buen precio en un barrio a diezminutos de allí, firmó los papeles y llegó a casa una noche con un montón decajas de cartón desmontadas bajo el brazo. Luego desapareció arriba sin decirnada.

El apartamento era de dos habitaciones, así que Maya adivinó que estabafuera de discusión el tema de si ella y Lauren tendrían habitaciones separadas.

—¿Te dejan tener perros en el edificio? —le preguntó una noche,apoyada contra el marco de la puerta mientras él colocaba libros en una cajamedio abierta. Maya siempre había querido un perro, pero su madre decía quese les caía el pelo y babeaban y vomitaban en la alfombra. «También Lauren lohacía, pero os la quedasteis», había dicho Maya más de una vez, pero ahora labroma había dejado de ser divertida y ella había dejado de pedir un perro.

—Nada de mascotas, desafortunadamente —dijo su padre—. ¿Un pezdorado, quizá?

—Los peces dorados no tienen mucho futuro en esta casa —subrayóMaya, luego miró mientras su padre se ponía de puntillas para alcanzar loslibros de la repisa más alta. Cuando era pequeña creía que él era el hombremás alto del mundo. Ahora, cuando se despertaba en mitad de la noche,siempre pensaba que al menos su padre estaba en casa, que siempre podríaasustar a cualquier ladrón, oso o monstruo.

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No estaba acostumbrada a verlo ahora tan pequeño, cogiendo el libro delextremo más lejano de la repisa con las puntas de los dedos. Eso hizo que loodiara de repente, que lo odiara por irse tan rápido, tan pronto, como si nopudiera aguantar más las ganas de alejarse de todas ellas.

Se preguntó si él sabía que en ese momento había una botella desauvignon blanc a temperatura ambiente en uno de los cajones de la cómoda.Se preguntó si debería decírselo. ¿Aun así se mudaría? ¿Se las llevaría, aLauren y a ella, con él? ¿Quién vigilaría a su madre, si eso pasaba?

El día que se fue, Maya tenía planes para reunirse con Grace y Joaquin.Habían acordado encontrarse cada domingo: ese era su plan. Maya no podíaevitar preguntarse cuánto tiempo pasaría antes de que alguno de ellos nopudiera acudir, hasta que alguno tuviera algo mejor que hacer, otra gente con laque estar. Se preguntó cuándo perdería fuerza la novedad de tener hermanos. Yluego se alejarían tan fácilmente como se habían juntado.

Apostaba a que Grace sería la primera en dejarlos. Esa chica se mostrabanerviosa todo el tiempo. Típico de una hija única, pensó Maya. Estabaacostumbrada a tenerlo todo para ella, a no tener que compartir. Luego sesintió terrible por pensar eso de alguien que había sido tan amable con ella.

Maya no estaba segura de por qué, pero podía sentir que empezaba atejerse una espiral de oscuridad alrededor de la gente a la que amaba. Laurenla ponía nerviosa, claro, pero ahora se había formado una nueva arista, comoel borde de un sobre que te resulta difícil de abrir y que te corta los dedoscada vez más profundamente. Su madre... Maya apenas si podía mencionarlasin pensar en todas las botellas que en la actualidad había en su casa, tanto lasevidentes como las escondidas, todas ellas con contenidos que ibandisminuyendo a paso constante y veloz. Su padre... era débil por marcharse,por obligar a Maya y a Lauren a pagar por sus problemas.

Lo peor, sin embargo, era Claire. Maya la amaba con todo su corazón,amaba cada célula de su cuerpo como si fuera un rompecabezas hecho solopara que ella lo montara, pero comenzaba a sentir como si también pudierarecolocar todas esas piezas fácilmente, golpear con el puño sobre la imagen ylanzarlo todo al viento, sin dejar nada más que las esquirlas de quien habíasido Claire para ella.

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Maya nunca se había dado cuenta de cuánto poder existía en amar aalguien. Al principio pensaba que era una fuente de fortaleza, pero ahora seestaba dando cuenta de que, en las manos equivocadas, en el día equivocado,ese poder era lo suficientemente fuerte como para destruir la propia cosa quelo había construido. Maya miraba a Claire y quería decir: «Corre, escapamientras puedas», pero en lugar de eso calló, y sintió que esa hiedra oscura searremolinaba alrededor de ella, le atrapaba las piernas, la mantenía en elmismo lugar mientras todos los demás parecían alejarse cada vez más.

Cuando su padre se fue, Maya pensó que lloraría.No lo hizo.Pero Lauren sí, con enormes sollozos, como cuando era pequeña y se

enfurecía porque Maya no quería jugar con ella. Lauren era la bebé, despuésde todo. Estaba acostumbrada a salirse con la suya.

Pero su padre llenó el coche con su ropa, con sus cajas y sus libros, yluego se acercó y abrazó a Lauren con fuerza, susurrándole algo en el cabelloantes de soltarla y estrechar a Maya. Pero las hiedras la mantuvieron firme, lamantuvieron callada e inmóvil mientras su padre le susurraba en el cabello:

—Te quiero mucho —dijo—. Nos veremos pronto. Te llamaré por lanoche. Te quiero, te quiero.

Maya sintió que asentía contra su pecho, luego se echó hacia atrás. Todoparecía tan forzado, tan cursi. Casi se preguntaba si tenía el papel estelar deuna película, o si estaba en un sueño, o incluso si soñaba que era laprotagonista. Detrás de ella podía sentir la presencia de su madre de pie en elporche, que miraba la escena con la bata de baño bien ceñida contra el cuerpo.Maya sabía que había bebido por la manera en que hacía una mueca bajo la luzdel sol, el modo en que sus hombros parecían apretarse contra la bata.

Se preguntó si el sauvignon blanc seguiría en su cómoda, o si ya habríadesaparecido del todo.

El padre de Maya trató de seguir abrazándola, pero ella simplementesiguió dando pasos hacia atrás, hasta que sus pies chocaron contra el escalóndelantero del porche. Junto a ella, Lauren se limpiaba la cara con la manga de

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la sudadera, y lo único que podía pensar Maya era: «Asco».—Cuida a tu hermana —le dijo su padre, y entonces vio que también le

temblaba la barbilla.Había visto a su padre llorar antes, claro, pero había sido durante alguna

película o con anuncios de la tele realmente tristes, no en la vida real. Sepreguntó si había llorado la primera vez que vio a Maya, o a Lauren o inclusoa su madre. Probablemente no en el caso de esta última. Eso sería muy muyraro: salir con un tipo que había llorado la primera vez que te vio. Maya teníala esperanza de que su madre fuera más sensata que eso.

—My —dijo Lauren, sacándola de su ensimismamiento.—¿Qué?Lauren señaló a su padre, que les estaba pasando un paquete para las dos.—Oh —exclamó Maya, y luego lo cogió.—Podéis abrirlo después de que me vaya —dijo—. Solo quiero que os

acordéis de mí, eso es todo.—No te estás muriendo —dijo Maya. Su intención era que sonara

chistoso, para calmar los ánimos, pero sus palabras sonaron punzantes, comosi no morirse fuera una acusación en lugar de algo bueno—. Solo te estásmudando. Incluso podríamos cenar contigo esta noche.

Esperó a que él dijera: «Vale, cenad conmigo esta noche».No lo hizo.En vez de eso, se despidió de ellas con un beso más; su mejilla sin

rasurar resultaba rasposa contra la de Maya, y luego se subió al coche y se fue.Lauren se despidió con la mano, pero Maya no. Una estela de tonos azulespasó flotando por su mente mientras el coche doblaba la esquina, alejándose yluego desapareciendo, igual que él.

—Chicas —empezó a decir su madre, pero Maya simplemente pasó juntoa ella y volvió a entrar. No quería que le soltara un discurso, ni ahora ni nunca.

—Pues eso es lo que hay —dijo Maya mientras Joaquin y Grace se sentabanfrente a ella en el café—. Mis padres se van a divorciar.

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Había practicado decir esa frase en la ducha aquella misma mañana. Alprincipio le había costado trabajo encontrar las palabras, pero al cerrar elagua caliente, el agua fría se las arrancó por el impacto. Cuando terminó lafrase, le castañeteaban los dientes y tenía los labios azules.

—Guau —dijo Joaquin, pero no parecía tan sorprendido. Maya pensóque, objetivamente, su medio hermano era un tipo bastante guapo, pero susojos no paraban quietos y vagaban constantemente de un lugar a otro. En ciertomodo le recordaba a los gatos que seguían un punto láser en el suelo eintentaban atraparlo para siempre entre sus patas, pero eso no se lo dijo. Noestaba segura de que le hiciera gracia.

—¿En serio? —exclamó Grace, y parecía bastante desconcertada. Nohabía dejado de mordisquear la pajita de su café helado, que ya estabamanchada de su brillo rosa para labios y la parte de arriba empezaba adeshilacharse—. ¿Cuándo te lo dijeron?

—La semana pasada —admitió Maya—. Mi padre se ha mudado estamañana.

Se encogió de hombros y luego tomó un trozo de la galleta quesupuestamente iban a compartir, pero de la que Maya ya se había comido lamayor parte.

—Sí, ha encontrado un apartamento a unos diez minutos, o eso dijo.Supongo que estaba bastante ansioso por irse.

También había ensayado esas palabras en voz alta, pero el agua helada nohabía logrado sacárselas. Incluso ahora le dolían al brotar.

—¿Tu madre está muy enfadada? —preguntó Joaquin, al mismo tiempoque Grace decía:

—¿Eso afecta a la adopción en algún sentido?—¿Qué? —exclamó Maya con un alarido—. ¿Por qué habría de afectar a

la adopción? Joder, ¡tengo quince años! ¡Nada puede cambiar eso!—Solo quería decir... —Grace tenía los ojos muy abiertos por la

sensación de culpa, no por inocencia—. En fin, eso no la invalida, ¿verdad?Tus padres se pueden divorciar y en lo que a ti se refiere no cambia nada, ¿no?

Maya levantó los ojos al cielo.—Joaquin, ayúdame con esto —dijo apuntando hacia Grace—. Dile que

no afecta a la adopción.

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Joaquin miró a una hermana y luego a la otra.—No afecta a la adopción —afirmó—. Al menos, no lo creo. Pero no soy

exactamente la persona más adecuada a quien preguntarle.Tanto Maya como Grace desviaron las miradas. A veces era demasiado

fácil olvidar que Joaquin no había vivido siempre con Mark y Linda. Elloshabían llevado a Joaquin al café esa tarde. Les dijeron que tenían que hacerunas compras por ahí cerca, pero Maya estaba un noventa y nueve por cientosegura de que solo querían echarles un vistazo a ella y a Grace con suspropios ojos.

Aun así, habían sido realmente agradables. Mark era alto, mucho más delo que Maya hubiera imaginado que lo era su padre cuando era pequeña. Leshabía estrechado la mano a las dos chicas y sonreía como se esperaría que lohiciera el orgulloso padre de alguien. Linda le pareció cálida y cariñosa, yapretó un poquito el brazo de Joaquin justo antes de dejarlos solos a los tres.

—Quédate todo el tiempo que quieras —le había dicho, y Joaquinasintió. Eran como todos los padres. Joaquin parecía su hijo.

Ahora estaba haciendo metódicamente tiras cuadradas y rectas con suservilleta. Maya se preguntó si era la única hermana que había logradoescapar de esos hábitos asquerosos. «Me he salvado de esta», pensó mientrasGrace volvía a meterse la pajita en la boca y seguía masticándola hastadestrozarla.

—Lo lamento —le dijo Grace, y lo cierto es que parecía estararrepentida—. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien, eso es todo.

—Estoy bien —afirmó Maya, y vio que Joaquin levantaba la mirada yarqueaba una ceja—. Lo estoy, de verdad —les aseguró—. Se peleaban comolocos. Será muy agradable tener una noche en que la gente no se grite tanto quelas paredes tiemblen. Seguramente hasta podré volver a dormir.

Grace asintió, pero no parecía convencida, y Maya le lanzó una mirada aJoaquin, desesperada por cambiar de tema.

—¿Y tú cómo estás? —le preguntó—. ¿Alguna novedad?—Mark y Linda quieren adoptarme —dijo Joaquin.Maya se atragantó con la galleta.—¿Qué? —exclamó Grace, y se volvió a arrancar la pajita de la boca—.

¿Estás hablando en serio? Joaquin, ¡es genial!

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Pero él se encogió de hombros.—Sí. Son geniales. Son buena gente.—Son encantadores —afirmó Maya, y se inclinó un poco hacia delante.

Por alguna razón le dieron ganas de envolver a Joaquin con una manta.Siempre parecía como si tuviera frío, encorvado. Se preguntó cómo debía dehaber sido Joaquin antes de estar con Mark y Linda, y rápidamente se diocuenta de que no quería saberlo.

—En serio, Joaq, son encantadores de verdad —volvió a decir Maya.—A ti te gustan, ¿no? —agregó Grace—. Quiero decir, ¿son buenos

contigo y todo eso?Ella lo miraba como si el destino del mundo entero dependiera de su

respuesta.—Sí... sí, son geniales —les aseguró Joaquin—. Solo que..., bueno,

todavía estoy tratando de procesarlo.—Diecisiete años son muchos para esperar una familia —dijo Maya,

tratando de sonar alentadora, como sonaba Claire siempre que Maya se sentíadecaída o desgarrada, y la boca de Joaquin se arqueó hacia arriba con unasonrisa que no lo hacía parecer ni feliz ni triste.

—Lo son —coincidió, y luego se rio—. Es mucho tiempo, joder.—¿Así que tienes que hacer todo el papeleo? —preguntó Grace—.

¿Podemos ir a la ceremonia?—Grace, para —le dijo Maya.—Perdón.—No sé si voy a decir que sí —admitió Joaquin —. Me lo pidieron hace

un mes, pero la decisión es mía.Grace y Maya intercambiaron miradas.—¿Por qué... no dirías que sí? —se atrevió a preguntar Maya—. Acabas

de decir que son geniales.Joaquin se deslizó en su asiento, abrió la boca, la cerró y la volvió a

abrir.—No estoy seguro —dijo—. Es que hay muchas cosas por resolver.Maya se preguntó si todos los pensamientos que Joaquin estaba

guardando saldrían de él como las golosinas de una piñata si ella lozarandeaba. Era una imagen tentadora.

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Grace fue la primera en hablar.—¿Por qué no ibas a querer que te adoptaran? —preguntó—. Puedes

decir lo que pienses de todo esto. No estoy juzgándote, solo tengo curiosidad.Parecía como si Joaquin quisiera que un coche atravesara la ventana de

la cafetería y pusiera fin a toda la conversación.—Es que es difícil de explicar —dijo—. Es muy largo. Hay mucho que

decir.Maya vio que Grace iba a abrir la boca, así que le dio un pellizco

diminuto, como solía pellizcar a Lauren cuando eran niñas.—¡Ay! —aulló Grace.—Me ha resbalado la mano —dijo Maya.—¡Y qué más! ¡Me has pellizcado!Maya se encogió de hombros.—Estás agobiando a Joaquin. Déjalo en paz de una vez.—Oh —exclamó Grace—. Lo lamento.Pero todavía estaba mordiéndose el labio, y Maya sabía que iba a decir

algo más... algo igual de... fastidioso.—Todavía creo que deberíamos conocer a nuestra madre biológica —

dijo entonces.«Ahí está», pensó Maya con cansancio.—Jolín. No —replicó—. Definitivamente, no. Deja de mencionarlo... Es

absurdo.—No es absurdo —le rebatió Grace—. Es totalmente razonable.Maya miró a Joaquin, quien tenía el aspecto de preferir estar atrapado en

un coche averiado en la carretera que entre ellas dos.—Por favor, apóyame en esto —dijo.Joaquin miró a Grace mientas apuntaba con la cabeza hacia Maya.—Tiene razón.—Gracias —suspiró Maya, y se volvió a sentar en su lugar y cogió su

bebida.—No —protestó Grace, y ahora parecía molesta—. Dime por qué no

quieres, Joaquin. No me digas que es solo porque lo ha dicho Maya. No esjusto. Es tu madre también.

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—No, no lo es —murmuró Joaquin—. Dejó de ser mi madre hace muchotiempo.

Maya levantó una ceja hacia Grace como para decir: «¿Lo ves?».—Si tú quieres hacerlo, Grace, hazlo —la instó Joaquin—. Yo no voy a

detenerte. Realmente, no me importa. Simplemente es que no quiero estarinvolucrado. No quiero saber nada de ella. Sé cuándo no me quieren, ¿sabes?

—Grace, ¿por qué mejor no nos cuentas algo sobre lo que te ha ocurridoesta semana? —sugirió Maya—. Mis padres se están divorciando, los deJoaquin quieren adoptarlo, así que más vale que tengas una buena historia. Yno digas que quieres encontrar a tu madre biológica o te voy a pellizcar conmás fuerza esta vez.

El semblante de Grace pasó de molesto a pensativo antes de quefinalmente dijera:

—Le di un puñetazo a un chico en la escuela y ahora tengo que estudiaren casa hasta final de año.

Si Grace le hubiera dicho que la habían arrestado por tener un criaderode elefantes en su patio trasero, Maya se habría sorprendido menos.

—¿Que hiciste qué? —preguntó Maya antes de que pudiera evitarlo—.No, no creo que hicieras algo así. No lo creo. Tampoco Joaquin te cree.

—Yo la creo —repuso Joaquin con suavidad, y luego señaló la manoderecha de Grace. Tenía el pulgar amoratado, como notó Maya de repente, yuno de los dedos tenía un corte cubierto de costras—. No metiste el pulgar enel puño. Bien.

Grace se encogió de hombros.—Todo sucedió muy rápido.—¿De verdad le diste un puñetazo a un chico? —Maya habría deseado

haber sabido eso antes de haberla pellizcado—. ¿Qué quiere decir meter elpulgar? ¿Qué pasa, es que Grace ya es una boxeadora clandestina?

Grace se rio de un modo que no pareció gracioso en absoluto, luego sepasó una mano por la frente.

—Para nada clandestina.—Cuando golpeas a alguien, tienes que poner el pulgar bajo los dos

primeros nudillos. Mira, así. —Joaquin levantó la mano para mostrárselo aMaya—. Puedes golpear mejor y hacer que el impacto sea mayor sin hacerte

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daño.—No habrá una segunda vez —insistió Grace, pero Maya asintió junto a

ella, contenta con esta nueva y jugosa información.A Maya la impresionaba que Joaquin supiera todo eso. Se preguntó si así

hubiera sido crecer con él, un hermano mayor que la protegiera, que laenseñara a protegerse, alguien que cargara con el peso de todo, quedescubriera las botellas de vino vacías debajo de la cama y en la nevera.Maya había encontrado otra en una cubeta de artículos de limpieza debajo dellavabo. No se lo había dicho a Lauren.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó Maya—. ¿Te tocó?Si ese era el caso, Maya no estaba segura de si podría evitar buscar al

chico y atizarle un puñetazo de parte de Grace. También recordaría la cuestiónesa del pulgar.

—Él... —Grace parecía tan incómoda como Joaquin hacía un rato. Seretorcía en el asiento y se mordía el labio inferior—. Dijo unas cosas bastantehorribles sobre mi familia, eso es todo. No podía dejar que se saliera con lasuya.

—La familia es importante —afirmó Joaquin.Maya asintió. Pero se preguntó cuán importante podía ser cuando la suya

simplemente parecía romperse en pedacitos.

Esa noche se metió en la cama, con un agobiante silencio que resonaba portoda la casa. Lauren ya se había ido a dormir. Habían estado viendo la tele lasdos mientras su madre estaba arriba hablando por teléfono. Maya podía oír suvoz, pero no lo que decía, así que era difícil saber si arrastraba las palabras ono. Lauren se había echado junto a ella en el sofá y no discutió cuando Mayacambió el canal, de un programa de bodas a una película cursi, una comediaromántica que tanto ella como Lauren ya habían visto al menos cincuentaveces.

También le envió un mensaje a Claire, pero esta no respondió, y ahorasentía que esa hiedra oscura empezaba a enroscarse alrededor de su teléfono,casi como si mantuviera alejada la respuesta de Claire. Sabía que había un

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millón de buenas razones por las que Claire podría no estar respondiendo —tenía que hacer los deberes, la habían castigado, su teléfono estaba sin batería,había ido al cine con su abuela... lo que fuera—, pero Maya siguiócomprobando el móvil de todos modos, sintiéndose cada vez más enojadaporque su mensaje, que decía «Papá se ha mudado hoy», no recibía respuesta.

Cuando, finalmente, se acostó, Maya estaba agotada. Qué bonito, pensó,poder quedarse dormida sin los sonidos amortiguados de las peleas, perodespués de una hora de dar vueltas, se dio cuenta de que el silencio erademasiado fuerte, demasiado absorbente. Ahora Maya podía oírlo casi todo,incluyendo cada ruido diminuto que sonaba como si alguien estuvieraallanando la casa. Era absurdo, por supuesto. Básicamente vivían en el barriomás seguro (algunas personas —como Maya, por ejemplo— podrían decir «elmás aburrido») de Estados Unidos. En realidad, nadie se metería en su casa.Pero Maya nunca antes se había preocupado en serio por alguna amenazapotencial. Su padre siempre había estado ahí para protegerla. Incluso cuandose marchaba en viaje de negocios, Maya sabía que él volvería si fueranecesario.

¿Y ahora?Nunca pensó que el silencio pudiera sonar tan aterrador.Después de un rato, cayó en un sueño inquieto, y la despertó el sonido de

la llegada de un mensaje. Era Claire.

¡Lo siento mucho! He ido a acamparcon mi familia. Acabamos de volver a lacivilización. ¿Estás bien?

Maya había olvidado que se iba de acampada, y se sintió como una tontapor haberse molestado tanto por la ausencia de Claire. Mantuvo el pulgarsobre el teclado durante un largo rato. Sentía que no había suficientes letras enel alfabeto para todo lo que tenía que decir, para todas las palabras quequerían salir a borbotones de ella:

«¿Dónde estabas?»«Te necesitaba.»«Te necesito.»«Tengo miedo de cuánto te necesito.»

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En lugar de eso contestó:

Estoy bien. Ya me voy a dormir.Hablamos mañana.

Luego encontró una canción en el móvil que no escuchaba desde hacíaaños, una que había oído incluso antes de conocer a Claire. Se quedó dormidacon la canción puesta, llenando el silencio de su habitación, el hueco repentinoque parecía estar creciendo constantemente, escarbando un camino hasta sucorazón.

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Joaquin

—¿Y cómo estaban Maya y Grace? —le preguntó Mark desde el asiento dedelante. A Linda no le gustaba conducir en carretera, a menos que fueraindispensable. Decía que la ponía nerviosa. Joaquin pensó que cuando Lindase sentaba al volante en carretera, todos en el coche se ponían nerviosos.

—Están bien —dijo Joaquin, luego agregó—: Los padres de Maya se vana divorciar. —Porque sabía que decir solo «Están bien» no sería suficiente, nocon Mark y Linda. Esperaban más de él.

—Pues eso no suena bien —dijo ella mientras se daba la vuelta en elasiento. Joaquin no sabía cómo podía hacer eso. Él siempre acababa mareadocuando miraba hacia atrás con el coche en marcha.

—Solo quería decir que no les falta una extremidad ni nada por el estilo.—Tus estándares para «bien» son bastante bajos —se rio Mark mientras

cambiaba de carril.—Y Grace le dio un puñetazo a un tipo —dijo Joaquin.—¿Estás seguro de que no quieres reconsiderar esa afirmación de

«bien»? —preguntó Linda, justo en el momento en que Mark decía:—¿Grace le dio un puñetazo a un tipo? ¡Pero si parece el equivalente

humano de un gatito!Joaquin no tenía la menor idea de lo que quiso decir con eso, pero

decidió no preguntar. A veces el cerebro de Mark funcionaba de modosextraños y creativos.

—Creo que alguien de la escuela dijo algo malo sobre su familia, así quele dio una buena paliza.

Pero más tarde, esa noche, una vez en su cuarto, Joaquin se arrepintió delo que había dicho. No de lo de Grace, sino la parte en la que dijo que leshabía explicado a sus hermanas cómo asestar un buen golpe. Quizá ahora

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Linda y Mark pensarían que era violento. Quizá se preguntarían por qué, paraempezar, era capaz de lanzar un puñetazo.

En realidad, Joaquin nunca había estado mezclado en una pelea apuñetazos. Pero había vivido con una familia cuando tenía diez años: doshermanas adoptadas, una hermana biológica mayor y él. La madre erasecretaria ejecutiva en Long Beach, y el padre era boxeador aficionado. Alprincipio, Joaquin se había preocupado por las posibles repercusiones detener a un luchador en la familia, pero el padre había sido realmenteagradable. Hasta le enseñó cómo golpear el saco de boxeo que tenía colgadoen el garaje, el cual, de todos modos, estaba demasiado repleto de cosas comopara aparcar el coche dentro.

—Así —le explicó a Joaquin una tarde, colocándole el pulgar concuidado alrededor de su manita hasta que quedó como un puño perfecto ysólido—. Y ahora dale al saco. Dale con fuerza.

Joaquin había lanzado un puñetazo con fuerza. Sospechaba que al padresimplemente le gustaba tener a un hijo con quien hacer cosas (por lo visto, alas chicas no les interesaba golpear el saco en el polvoriento garaje). Aquelhogar era bastante bueno, es más, fue uno de los mejores, pero luego uno delos trabajadores sociales había decidido que tenían demasiados niños para losmetros cuadrados de la casa, y como Joaquin había sido el último en llegar,fue el primero en salir.

Fue entonces cuando acabó con los Buchanan.Joaquin había aprendido mucho en sus diecisiete años. Una de las cosas

que tenía el hecho de cambiar de familia a menudo era que había aprendido aadaptarse, a cambiar de color como un camaleón para mezclarse con suentorno. Siempre esperaba que, si hacía las cosas correctas y decía las cosascorrectas, nadie se daría cuenta de que era adoptado. Todos —los vecinos, lagente de la escuela, el empleado que embolsaba los productos en el súper—pensarían que era uno de los chicos biológicos, tan permanente como lasangre, alguien que nunca podría ser cambiado por otro, canjeado, enviado aotro lado.

Así que en una familia había aprendido a boxear. También sabía cómohacer unas galletas enormes con trozos de chocolate. Lo aprendió cuandovivió con una familia cuyo padre era el chef pastelero de un restaurante

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elegante de Los Ángeles. Otra madre le enseñó caligrafía, y luego tuvo unhermano mayor que estaba supermetido en la música punk y solía recibir aJoaquin en la puerta con un álbum en mano, diciendo: «Espera a oír esto». AJoaquin le había encantado el trato que le dispensaba, pero la música no tanto.Le alteraba los nervios.

No lo molestaba tener que adaptarse así. Sentía como si saltara de piedraen piedra, aprendiera los secretos del oficio por el camino y subiera de nivelmientras iba hacia la batalla final. Observaba a las familias para ver sirezaban una oración de gracias antes de cenar, si se colocaban las servilletassobre las piernas y no ponían los codos sobre la mesa. Lo que hicieran ellos,Joaquin lo hacía.

Era cuando la gente suponía que no sabía las cosas cuando se molestaba.Todavía recordaba a una madre de acogida, una mujer mayor que olía deforma empalagosa, como si hubiera pulverizado unos pétalos de rosa y loshubiera esparcido sobre su ropa. Se agachó frente a Joaquin cuando llegó a sucasa, le sonrió con sus dientes amarillentos y le preguntó:

—¿Sabes lo que es el té helado, dulzura?Joaquin supo de inmediato que le había preguntado eso porque le parecía

mexicano. Ya conocía ese tono de voz, ese modo lento de hablar para el casode que no entendiera el inglés (como si hablar más lentamente fuera, de algunamanera, más efectivo), las suposiciones que latían detrás de la pregunta de quenunca antes hubiera experimentado algo tan básico como el té helado demierda. Cuando asintió y dijo «Sí», ella pareció estar casi desilusionada,como si alguien más hubiera clavado su bandera en Joaquin antes de que ellahubiese tenido la oportunidad de hacerlo.

Desde ese día, Joaquin odiaba el té helado.

Esa noche, a la hora de la cena, Mark y Linda no dejaban de lanzarse miradasel uno al otro. A Joaquin le parecía estar viendo un partido de tenis.

Finalmente, ya no pudo soportarlo.

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—¿Qué? —dijo, clavando el tenedor en un trozo de brócoli. (En casa deMark y Linda, Joaquin se había acostumbrado a comer verduras en cadacomida. El brócoli y las espinacas estaban bien; las coles de Bruselas eran lamuerte, aunque las cocinaran con mantequilla.)

—¿Qué de qué? —respondió Mark, más bien porque esa era la rutina quetenían.

—No dejáis de miraros el uno al otro —dijo, y gesticuló hacia ellos conel tenedor—. Algo os traéis entre manos.

Mark y Linda se miraron de nuevo.—¿Lo veis? —insistió Joaquin.Linda sonrió.—Solo queríamos hablar contigo de lo que te comentamos el mes pasado.Joaquin bajó el tenedor y recolocó la servilleta en las piernas.—Oh —dijo.Mark se aclaró la garganta. Joaquin se dio cuenta de que estaba nervioso.

Mark tenía todo tipo de maneras de delatarse, pero esta era una de lasclásicas.

—Solo queríamos saber si habías tenido tiempo de pensarlo. Sabemosque ha sido un mes muy ocupado para ti, con eso de encontrarte con Maya yGrace y empezar a conocerlas.

—Pero... —intervino Linda rápidamente— no tenemos ningún problemacon esperar si necesitas más tiempo para pensarlo. No te queremos presionaren nada, cariño.

Joaquin lo había pensado tanto que no creía que hubiera manera posiblede tener nuevos pensamientos al respecto.

—Todavía lo estoy pensando —dijo—. No os preocupéis.Mark volvió a aclararse la garganta. Linda trató de no parecer

esperanzada, pero no tuvo mucho éxito en esconder la expresión que revoloteópor su semblante.

Joaquin pensó en Grace, que defendía a su familia, en los padres deMaya, que se divorciaban, y su padre, que había abandonado la casa.

—Tengo una pregunta —dijo.Mark y Linda se irguieron al mismo tiempo como conejos nerviosos y

aguzaron el oído.

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—Por supuesto —dijo Mark—. Nos imaginábamos que las tendrías.Sabes que siempre estamos aquí para contestar preguntas si lo necesitas.

—Y siempre te diremos la verdad —añadió Linda. Sabía que eraimportante para él.

—Está bien —comenzó Joaquin lentamente, y se reclinó contra elrespaldo de la silla—. Entonces, si dijera que no quiero que me adoptéis,¿tendría que irme?

El semblante de Linda pareció marchitarse, mientras que Mark parecíauno de esos globos de helio que una vez le dieron a Joaquin en una fiesta decumpleaños cuando tenía siete años. Le encantó llevárselo a casa y quedarsecon él, pero al día siguiente estaba arrugado y desinflado, casi hasta tocaba elsuelo. Ver a Mark así hizo que Joaquin se sintiera tan mal como aquella vez enque se despertó y vio el globo flácido.

—No os preocupéis, no estoy diciendo que no —agregó rápidamente—.Pero solo quería saber si... Bueno, solo quería saberlo. —Ahora era Joaquinquien se aclaraba la garganta.

—Joaquin —dijo Linda, y su voz sonaba tan suave como cada vez que éltenía una pesadilla, como si fuera una barrera de protección entre él ycualquier cosa mala que pudiera suceder—. No importa lo que decidas, noimporta lo que suceda más adelante, siempre habrá un lugar para ti en nuestrohogar.

Joaquin asintió y trató de ignorar la tensión que sintió que se le instalabaen la garganta.

—¿Lo has discutido con tu terapeuta? —quiso saber Mark.Joaquin asintió.No lo había hecho. Sabía que Ana estaría al cien por cien a favor de la

adopción, pero no quería que ella lo influenciara. Joaquin se había dadocuenta desde el principio de que tenía que poner en orden las cosas en sucabeza antes de mencionárselas a Ana. Si no, ella conseguía dar la vuelta a suspensamientos hasta que él ya no estaba seguro de cómo se sentía.

—Le dije que necesito pensarlo por mi cuenta durante un tiempo —prefirió decir Joaquin, y lo consideró como una media verdad y, por lo tanto,no era realmente una mentira—. Pero solo quiero saber qué sucedería si dijeraque no; eso es todo.

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Mark guardó silencio unos segundos antes de preguntar:—¿Tienes miedo de lo que pasará si dices que sí?Algo que había aprendido Joaquin sobre adaptarse era que te podías

acomodar tanto en una familia que sus formas de delatarse se volvían tambiéntus formas de delatarte, y entonces podían saber qué cosas podían asustarteantes de que tú siquiera fueras consciente de ellas.

—Quiero decir que sea lo que sea será un cambio, ¿no? —dijo Joaquin, yluego empezó a levantarse—. ¿Me podéis disculpar?

—Joaquin —dijo Linda, y él se paró a medio levantarse—. No nos damiedo adoptarte, si eso es lo que te preocupa. Mark y yo te queremos. Teconocemos. Confiamos en ti. Totalmente.

Se preguntó si Linda estaba pensando en los Buchanan, en los informesdel hospital, las radiografías del brazo roto de Joaquin.

—No tengo miedo —dijo, y luego se aclaró la garganta. «Maldita sea.»—No pasa nada si lo tienes... —empezó a decir Mark, justo cuando Linda

lo interrumpía para decir:—De verdad te queremos.—Lo sé —les dijo Joaquin a los dos—. Eso lo sé.Sí, lo sabía. Era eso lo que le había sorprendido tanto.

Joaquin vio a Birdie en la escuela a la mañana siguiente.A decir verdad, tenía posibilidades de verla en la escuela todos los días.

Después de terminar con ella, Joaquin había insinuado que quizá deberíaasistir a otra escuela, pero Mark y Linda rechazaron esa idea de inmediato.Como alternativa, había cambiado de rutina, bajaba por distintos pasillos,tomaba la ruta larga a la clase de Lengua en lugar del atajo por el área verde,en donde antes solía coger la mano de Birdie para darle un beso de despedida.«Gutiérrez», decía el subdirector a veces si los veía besándose, y fulminaba aJoaquin con la mirada como advertencia.

—¿Por qué nunca dice mi apellido? —le había respondido una vezBirdie.

Después de eso, el subdirector no volvió a molestarlos.

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Joaquin pensaba que se había vuelto bastante bueno para evitarla, peroesa mañana, durante el descanso para almorzar, pasó por la parte de atrás delgimnasio, tratando de llegar temprano a Cálculo para no ver a Birdie mientrasella se dirigía a su clase de Civismo avanzado. (Casi deseaba haberle puestoun dispositivo de rastreo para saber dónde estaba en cada momento. Lohubiera deseado de no haberse dado cuenta inmediatamente de que eso sonabasuperperverso.)

Esa mañana, por lo visto, Birdie llegaba a clase con tiempo de sobra, osalía tarde de donde fuera que hubiera estado antes, porque Joaquin rodeó elgimnasio justo al mismo tiempo que ella. No chocaron —eso habría sidodemasiado perfecto, demasiado adorable—, pero los dos se detuvieron tanpronto como se vieron.

—Hola —dijo Birdie.—Hey —dijo Joaquin, metiendo las manos en los bolsillos de la

sudadera y bajando la mirada hacia sus zapatos. Mirar a Birdie era demasiadodifícil. Ella todavía tenía cara de querer asesinarlo, cosa que lo poníanervioso. Pero no podía culparla. A veces quería suicidarse por haberle hechoalgo tan terrible.

Birdie no se movió, y Joaquin empezó a caminar para evitarla y seguiradelante.

—Espera, Joaq, no —dijo la chica, y puso la mano sobre su brazo. Susmanos estaban siempre frías; podía sentir el frío a través de la manga de lasudadera.

Joaquin se quedó helado cuando ella lo tocó, pero Birdie no lo soltó. Laprimerísima vez que lo había besado, él entró en pánico por lo suave que eraBirdie, lo caliente que sentía su boca, y no entendía cómo alguien con lasmanos tan frías podía tener un corazón tan cálido.

—Tengo que... —empezó a decir, pero no había nada que tuviera quehacer.

—Espera —insistió ella—. Es solo que... te echo tanto de menos, Joaq.De verdad... —Su voz empezó a apagarse, y cuando Joaquin se atrevió alevantar la mirada, vio que ella lloraba.

En casi diez meses de salir con ella, Joaquin nunca la había visto llorar,ni siquiera una vez.

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—También yo te echo de menos —dijo.—¿Me puedes decir por qué, por favor? —preguntó ella mientras luchaba

por recuperar el control de su semblante—. Por favor... nunca nos hemosmentido. No quiero que ahora esto termine con una mentira.

Joaquin volvió a bajar la mirada. Odiaba la sensación de que todas laspalabras que quería decir se enredaran en un enorme ovillo del que nadalograba escapar. Las frases se le quedaban en el pecho, presionándole lospulmones, sacándole el aire.

—No te mentí —fue lo único que dijo finalmente. Tenía tantas ganas detocarla, de tomarla entre sus brazos, de hacer que dejara de llorar. Él sabía loque era llorar solo, después de todo. No quería eso para Birdie.

—Entonces ¿por qué? No dejo de darle vueltas una y otra vez en lacabeza, ¡y no entiendo por qué! —Ahora se estaba enfadando. Joaquin habíavisto a Birdie enojada muchas veces. Rara vez acababa bien para la personacon la que se enfrentaba—. ¡Porque creo que me mentiste! —gritó—. Creo quementiste y dijiste que querías que termináramos, pero también creo que solotenías miedo, ¡y te fuiste corriendo porque eso era más fácil que esperar a quevolvieran a dejarte!

Joaquin no dejaba de mirarse los zapatos y permitía que las palabras deBirdie se estrellaran contra su pecho. Nada lo podía atravesar, ni siquieraBirdie, quien siempre parecía capaz de utilizar las palabras que a él le costabatrabajo encontrar.

—¿De eso se trata? —quiso saber ella, y dio un paso para acercarse—.Tengo razón, ¿no es así? Te largaste porque te dio miedo.

—No es... —empezó a decir él, dando un paso hacia atrás.—¡No me importa si tienes miedo! —exclamó ella, y ahora estaba

llorando de nuevo. Joaquin esperaba que ninguno de los amigos de Birdie seenterara de eso. Lo asesinarían en el pasillo después de la escuela, sin hacerpreguntas.

—¡Puedes tener miedo! —Birdie seguía gritando—. ¿No lo entiendes?Eso es lo que pasa cuando amas a alguien: ¡uno es valiente cuando el otro nopuede serlo! Puedo ser valiente... ¡por ti, por los dos!

—No puedes —replicó Joaquin, riéndose un poquito. Pero no eragracioso. Nada de eso era mínimamente gracioso.

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—¡Sí puedo! —Birdie cerró el espacio entre los dos, le sacó las manosde los bolsillos y las sostuvo entre las suyas. Estaba helada—. Puedes confiaren mí. ¿Acaso no lo sabes?

Joaquin asintió. Trató de soltarse de las manos de ella. Pero ella no losoltó, y él se alejó otro paso.

Birdie pareció esperanzada por primera vez en su conversación.—Entonces ¿qué es? ¿Qué pasa, Joaquin?Las palabras de repente salieron a trompicones de los pulmones de

Joaquin y lo hicieron sentirse más ligero, más libre.—No confío en mí mismo —dijo—. Y no hay manera de que puedas

arreglar eso, Birdie. Así que déjame en paz.Ella todavía estaba llorando cuando finalmente Joaquin le soltó las

manos y se alejó caminando.

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Grace

Durante varios días después de encontrarse con Maya y Joaquin, Grace estuvohecha polvo.

Se sentía con el alma en vilo, desvelada y sobrecafeinada. A cada ratosoñaba con Peach, con su pequeño conjunto de marinerita, que se ibanavegando en un barco, llorando tan fuerte como el día en que había nacido, yGrace no lograba llegar hasta ella, no podía alcanzarla, no podía coger enbrazos a su bebé.

Se despertaba jadeando, con los brazos extendidos, con el llanto dePeach todavía reverberando en sus oídos.

Grace sabía de qué se trataba, por supuesto. Estaba convencida de haberelegido a los padres equivocados para Peach, que Daniel y Catalina no sequedarían juntos para siempre y que se divorciarían, igual que lo habían hecholos padres de Maya. Todavía se sentía mal por preguntarle a Maya si despuésde eso la adopción sería válida o no. Había sido una soberana estupidez hacerese comentario, Grace lo sabía, pero en aquel momento no lo pudo evitar. Laidea de haber elegido a los padres equivocados para Peach le provocaba unpánico que la desgarraba cada vez que estaba sola..., cada vez que su menteestaba en silencio. «Lo hiciste mal —le decía una voz, y Grace sentía unescalofrío—. Tenías que hacer una sola cosa como madre de Peach y lojodiste todo, total y absolutamente.»

Antes de Peach, Grace no había pensado mucho en su madre biológica,pero ahora esta mujer desconocida no dejaba de dominar su mente. Sepreguntó si su madre alguna vez se había preocupado por ella, o por Maya, opor Joaquin. Debía de haberlo hecho, ¿no? Aunque Maya y Joaquin noestuvieran de acuerdo con ella, Grace sabía más que ellos. Ella lo habíavivido. No era posible que entendieran lo que sentía Grace.

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Quería preguntar a su madre al respecto, o incluso a su padre. Siemprehabían tenido el acuerdo de que, si Grace quería saber algo, lo único quenecesitaba era preguntar, pero eso le ponía toda la presión y toda laresponsabilidad a ella. Había preguntas que ni siquiera sabía cómo formular, ya veces sentía que, si sus padres realmente querían que ella supiera cosas,simplemente se las dirían. ¿Por qué tenía que ser ella la que preguntara? ¿Noeran ellos los padres? ¿No era ella la hija?

Pero ahora, en cierto sentido, ella era la madre. Y Grace todavía no habíaencontrado la manera de compensar las diferencias entre los dos espacios.

Pero una cosa sí que sabía: quedarse en casa con sus padres empezaba aenloquecerla lentamente.

Grace sabía que estaban tratando de mantenerla ocupada, de ayudar a queno se sintiera completamente excluida por los amigos que ya nunca lallamaban. Sospechaba que simplemente no sabían qué decirle, y, la verdad,ella no habría sabido qué contestarles. Pero después de todo eran sus padres.Eran aburridos y además tenían trabajos de verdad. Grace se encontraba solaen casa por las mañanas, viendo programas de entrevistas con el libro deHistoria sin abrir frente a ella. En especial, le gustaban todos los programasde juicios. Los problemas de esa gente siempre parecían mucho peores, peromás fáciles de solucionar, que los propios.

Cuando sus padres estaban en casa, trataban de mantenerla ocupada. «Venconmigo a yoga», le sugirió su madre una mañana, y Grace se dio la vuelta enla cama y se volvió a tapar la cabeza con las mantas. «¿Quieres aprender ajugar al golf?», le había preguntado su padre un día, y Grace ni siquierarespondió a su pregunta porque le pareció absurda. Después la obligó aayudarlo a lavar los coches, y Grace deseó haberle dicho que sí a lo del golf.

Una de las razones por las que Grace había dado a Peach en adopción eraporque no había querido que su vida se detuviera («Eres tan joven», le habíandicho sus padres una y otra vez), pero nadie le había comentado que su vidapodría detenerse de todos modos, que quedaría atrapada en el ámbar de suembarazo, de Peach, mientras que el resto del mundo seguiría cambiando a sualrededor.

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Una tarde en que su madre estaba trabajando en casa, Grace asomó la cabezaal estudio.

—Oye —dijo—, ¿me puedes prestar el coche?—¿Puedo preguntarte por qué? —dijo su madre sin levantar la mirada del

ordenador.Grace pensó rápidamente.—Me ha llamado Janie. Quiere saber si podemos vernos en la plaza.Su madre levantó la mirada del portátil.Quince minutos después, Grace estaba conduciendo en dirección al

centro comercial con todas las ventanillas bajadas para poder volver a sentirel aire fresco. Su madre no le había hecho muchas preguntas después de esamentira y Grace no se había molestado en explicar más que lo básico. Nadietenía que saber que no había hablado con Janie desde aquel terrible día en laescuela, que Janie no le había mandado ni un mensaje de texto desde queGrace le había dado un puñetazo en la cara al amigo de Max. Pero no podíaestar enojada con ella por eso. No se había comportado con ella como unabuena amiga. Había dejado de llamarla y de mandarle mensajes. Habíaignorado sus llamadas y mensajes porque no sabía cómo explicarle cómo sesentía, cómo explicarle la crudeza de ese nuevo mundo. Si la situación hubierasido al revés, quizá tampoco Janie la habría llamado o le habría escrito. Graceno podía saberlo. Solo sabía quién era ahora: una chica que ya no teníaamigos.

Pero tenía a Rafe.—¡Hola! —dijo este cuando la vio paseando por la fila de utensilios de

Whisked Away—. Déjame que adivine: tu madre ha vuelto a tener insomnio yha comprado el cacharro para cocinar el salmón en el microondas.

—Espero que no —dijo Grace arrugando la nariz.—Ah, menos mal, porque no funciona. No quería decir nada —añadió

mientras le sonreía—. Trabajo aquí. No debería hablar mal de nuestrosincreíbles utensilios y materiales, pero ese es malísimo. Tu microondas no serecuperaría nunca de los daños.

Grace se rio al oírlo.—Bueno, pues la cuestión es que no tenemos microondas. Mis padres no

confían en ellos.

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Rafe abrió mucho los ojos, luego fue hacia ella y le puso las manosdelicadamente en los hombros.

—Grace —dijo quedamente—, ¿es una llamada de auxilio? Soloparpadea si necesitas que responda.

Volvió a reírse.—¿Tienes hambre?—Sí —asintió Rafe, quitándole las manos de los hombros y llevándose

su calidez—. Me muero de hambre. Tuve que hacer una prueba a la hora delalmuerzo. ¿Tú ya has comido? Por favor, dime que tus padres creen al menosque es conveniente almorzar. Si no, es posible que tenga que llamar a losServicios de Protección de Menores.

Esta vez Grace se rio un poco menos. No era tan gracioso ahora queconocía a Joaquin.

—Comamos algo —dijo Grace—. Pero solo tengo dinero suficiente paramí.

—Así convences a cualquiera —contestó Rafe, y luego empezó a quitarseel delantal—. Dame un par de minutos.

Acabaron yendo a un lugar de sándwiches un poco más allá de la tienda.Grace trataba de mantener cortas las distancias. Lo último que necesitaba eraver a algún conocido de la escuela.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Grace mientras se disponían a comersus sándwiches.

—No, no puedes comerte ninguno de mis Doritos —contestó Rafe—.Cómprate los tuyos, si quieres.

Grace arrugó la nariz. Nunca podría volver a comer Doritos, no despuésde lo que había leído sobre los conservantes y los colorantes cuando estabaembarazada de Peach.

—No quiero tus Doritos —dijo—. Guárdate ese simulacro de queso parati.

—En realidad no es queso, a menos que lo escriban con «z» —replicóRafe—. Pero ese es otro tema.

—¿Tus padres están divorciados?—Sip —dijo, antes de meterse una tortilla de maíz en la boca. La masticó

—. ¿Todavía no he empezado a mutar?

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Grace le lanzó un trozo de lechuga y Rafe la atrapó antes de que cayeraen la mesa.

—Reflejos de experto —dijo—. Solo para que lo sepas.—¿Tus padres? —insistió Grace.—Sí. Se separaron cuando yo tenía cinco años. Estoy seguro de que el

mundo gira solo porque se divorciaron. Si no, lo más seguro es que sus peleashabrían hecho que el planeta implosionara.

La idea de unos padres que se pelearan era desconocida para Grace. Lossuyos siempre habían discutido detrás de puertas cerradas, y habían limado lasasperezas de cualquier batalla para cuando salía el sol al día siguiente. Nisiquiera los había oído gritarse jamás.

—¿Y tú qué tal? —preguntó Rafe.—No, todavía están casados.—Felicidades.—Pero Maya, sus...—¿Es tu hermana?Grace hizo una pausa.—¿Tu medio hermana? —se corrigió Rafe.—No, es mi hermana de verdad —repuso Grace, y se sorprendió por la

furia de su propia voz—. Maya no es «medio» nada.—Lo siento —se disculpó Rafe, y realmente parecía lamentarlo—. Fue

una cabronada decir eso. Prosigue con tu historia de infortunio.Grace puso los ojos en blanco.—Olvídalo.—No, espera. Mierda —exclamó, y luego dejó las tortillas de maíz—.

De verdad lo lamento. Me estabas diciendo algo serio y he metido la pata.Empecemos de nuevo, ¿de acuerdo? —Fingió apretar un botón para rebobinar—. Yyyyyy ¡volvemos!

Grace tuvo que ponerle buena nota por el esfuerzo.—Vale —dijo—. Pues los padres de Maya...—Los padres de tu hermana verdadera, auténtica, real cien por cien, sí,

adelante.—... se están divorciando.—Pues es un asco. ¿Está triste?

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—Es difícil saberlo con ella —contestó Grace, y cogió un trozo demanzana—. Casi siempre hace como si no pasara nada.

—Eso no parece demasiado sano —dijo Rafe—. Probablemente estásuperalterada por dentro. Deberías hablar con ella.

—Todavía estoy tratando de descubrir cómo hablar con ella. Y conJoaquin también. Los dos son..., bueno, son distintos.

—Bueno, bienvenida al club, así es esto de tener hermanos —dijo Rafe—. Aunque no lo creas, mi padre tuvo dos hijos mucho antes de conocer a mimadre, así que mi hermano y mi hermana tienen veintitantos años, los dos. Escomo tener cuatro papás. No recomiendo la experiencia, por cierto.

—Pero ¿crees...? —Grace trató de elegir las palabras con el mayorcuidado posible—. ¿Crees que..., bueno, cuando tus padres se divorciaron, esote...? ¿Tú...?

—¿Si me jodió por completo? —preguntó Rafe—. ¿Es lo que quieressaber?

—Sí —asintió Grace con un suspiro de alivio—. Eso, exactamente.—Pues por tu bien espero que no, ya que eres la que me ha invitado a

comer. —Rafe extendió la mano y le robó un trozo de manzana—. Relájate,solo estoy tratando de contrarrestar los Doritos.

—No creo que así funcione la ciencia —dijo Grace.—Como digas, Bill Nye. —Rafe se metió el trozo de manzana en la boca

y empezó a masticar—. Y para responder a tu pregunta: no, no me jodió. Hizoque las cosas fueran más difíciles, claro, y todavía me toca celebrar dosNavidades, dos cumpleaños, todo lo bueno, pero no estoy jodido.

—Pero ¿crees que podrías haber tenido una experiencia... mejor?Rafe la observó con cuidado.—¿Por qué pienso que quieres que diga lo que quieres oír?—Porque quizá eso quiero —admitió ella, y luego se dio cuenta de que

había masticado tanto la parte de arriba de la pajita del refresco que habíaquedado separada por la mitad.

—Espera, no, déjame ver si puedo seguir tu razonamiento —dijo Rafereclinándose en la silla—. Doy clases de Psicología avanzada en la escuela,así que no te preocupes, estás en buenas manos.

—Perfecto —repuso Grace—. Mi cerebro se está sintiendo superseguro.

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Rafe echó sus preocupaciones a un lado con un ademán y se la quedómirando durante casi treinta segundos. Grace no se había dado cuenta de lolargos que realmente eran treinta segundos.

—Te preocupa que los padres adoptivos que escogiste para Peach puedansepararse —dijo Rafe finalmente—. Por eso estás haciendo todas estaspreguntas. No estás preocupada por Maya, estás preocupada por el bebé.Dios, de verdad que voy a sacar un diez en este examen. Me voy a lucir.

Con solo oír el nombre pronunciado por Rafe, los ojos se le llenaron delágrimas.

—Sí, es eso —asintió, y le tembló la voz.Pero de mostrarse tan triunfante sobre su futuro examen, Rafe pasó a

parecer completamente horrorizado.—Ay, mierda —exclamó—. Te he hecho llorar. Lo siento, lo siento, lo

siento. ¡Mierda, esto no está bien!—No pasa nada, tranquilo —dijo Grace con un gesto amable, pero Rafe

ya había salido de su lado del reservado y se dirigía al de ella—. No pasanada, solo es que... nadie había dicho ese nombre nunca antes. Soy la únicaque la llama Peach.

Cogió una de las servilletas para enjugarse las lágrimas. Probablementepor eso le resultaba difícil mantenerse en contacto con sus amigas. No queríaque presenciaran esos dramas tan frecuentes.

Rafe ya estaba sentado a su lado, su muslo pegado contra el de ella.Ningún chico había estado tan cerca de Grace desde la noche en que ella yMax se acostaron y le habían dado vida a Peach, pero no se apartó de él.

—Sé que ya te lo he dicho antes —dijo Rafe suavemente—, pero soy undesastre cuando lloran las chicas. Soy horrible. De verdad que voy a echaresto a perder, así que ¿crees que podrás parar de llorar antes de que arruinenuestra hermosa amistad?

Grace se estaba riendo incluso mientras se seguía enjugando las lágrimas.—No, no pasa nada, solo que me ha conmovido —dijo—. Es todo. Estoy

bien, en serio.Rafe pareció dudar, pero lo dejó correr y le pasó una servilleta nueva.—¿Te sientes mejor?Grace asintió.

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—Es que, como madre, prácticamente solo tenía que hacer una cosa,¿sabes? Tenía que elegir a sus padres, y pensaba que había hecho un trabajogenial, pero... ¿y si no lo hice? ¿Y si dentro de quince años Daniel y Catalinase separan y le arruinan la vida?

—Pero ¿por qué habrían de arruinarle la vida? —dijo Rafe—. Mispadres se separaron... y no me arruinaron la vida.

—No quiero que nada sea difícil para Peach —admitió Grace—. Soloquiero tener la certeza de que hice lo correcto para ella.

—Lo hiciste —le aseguró Rafe—. Sabes que lo hiciste. Y nadie tiene unavida fácil, Grace. Yo no, y definitivamente tú tampoco. Quiero decir, tuviste unbebé a los dieciséis años, ¿no? Sin embargo, tu vida no se ha acabado.

—No tengo amigos —replicó Grace, y empezó a llorar otra vez—. Nadieme envía mensajes, ni me llama ni pasa por casa a saludarme. Ya no salgo acorrer con Janie...

—¿Salías a correr?Grace asintió.—En el equipo de la escuela. Pero ahora paso todo el día con mis

padres, y se comportan como si fuera a romperme si me dicen algoequivocado...

—Bueno, a decir verdad, me pareció que estabas a punto de romperteporque te dije algo equivocado.

—... y tuve que encontrar unos padres para mi bebé y lo hice todo mal, ¡yMax fue el maldito rey del baile!

La gente se volvía para mirarla por encima del hombro.—Está bien —oyó que decía Rafe —. Son las lentes de contacto. Son lo

peor, ¿verdad? —Luego se inclinó para taparle la vista a la gente.—Mira —dijo—. ¿Sabes qué es lo que no le importa a nadie el día

después del baile de otoño? Quién fue el rey del baile. Quiero decir quecualquiera que se presente como «el rey del baile» después del baile de otoñoes que es un soberano imbécil, así que no te preocupes por eso. —Luego hizouna pausa—. Max era el padre, ¿verdad?

Grace asintió y cogió otra servilleta.—Vale, así que ese es un problema que ya hemos solucionado. En cuanto

a la bebé...

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—Puedes llamarla Peach..., no pasa nada.Rafe dudó.—En cuanto a ella, no tendrá una vida fácil. Mientras viva correctamente,

se enfrentará a momentos difíciles. Y cualquiera que se haya preocupado porel tipo de padres que tiene probablemente le eligió unos bastante buenos. Yahora, en cuanto a los amigos: me tienes a mí, ¿no? Bueno, estamos comiendojuntos. Estoy bastante seguro de que eso es lo que hacen los amigos. Y la únicarazón por la que no te mando mensajes ni te llamo es porque no tengo tunúmero. —Rafe arqueó una ceja—. Tienes teléfono, ¿verdad? Tus padres no teestán obligando a comunicarte mediante palomas mensajeras, ¿o sí? Porquepodría ser por eso que nadie te llama.

Grace sonrió, y miró su sándwich mordisqueado sobre la mesa.—Sí, tengo móvil.—Pues genial, entonces. Dame tu número y te mandaré un mensaje y tú

me lo contestarás. Aquí te pillo, aquí te mato. Metafóricamente hablando,quiero decir.

Grace lo observó.—¿Hablas mucho cuando te pones nervioso?—Hablo por los codos cuando estoy nervioso. —Rafe le sonrió de oreja

a oreja—. ¿Qué es lo que me ha delatado?—Digamos que ha sido una corazonada. Y es solo que... no sé si quiero

salir con alguien ahora, eso es todo.Rafe fingió retroceder horrorizado.—Está bien. Sinceramente, Grace, ¿por qué sigues insistiendo en que

estoy tratando de salir contigo? Eso es acoso sexual. Y en mi lugar de trabajo,además.

Grace soltó unas risitas. No se acordaba de la última vez que lo habíahecho.

—¿Mensajes platónicos? —dijo—. ¿Solo eso?Rafe levantó una mano.—Te doy mi palabra de boy scout —declaró—. Aunque nunca lo fui.

Pero, aun así, puedes confiar en mí. Tienes que dejar de acosarme en eltrabajo, o voy a tener que enviar una queja a Recursos Humanos y luego vas aahogarte en trámites burocráticos.

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Grace extendió la mano para que le diera el móvil. Luego introdujo sunúmero.

—¿Acaso tienen Recursos Humanos en Whisked Away? —preguntó.—¿No te encantaría saberlo? —dijo Rafe, y volvió a coger su móvil—.

¿Ya has acabado de llorar? ¿Ya te he curado?—En descanso, soldado —dijo Grace, y Rafe le alborotó el cabello antes

de regresar a su propio lado del reservado.

Grace volvió a casa una hora después, con la otra mitad de su sándwichmetido en una bolsa de papel.

—¿Eres tú? —preguntó su madre desde el estudio.—¡No! —gritó Grace—. ¡Es un asesino en serie!—¿Le puedes decir a ese tipo que se asegure de que he apagado la

cafetera, por favor?—¿Cómo sabes que es un hombre?—¡Es lo más probable!Grace revisó la cafetera.—¡Todo bien!Trató de escabullirse al pasar frente a la puerta de su madre, pero ella la

detuvo.—Espera —dijo, y Grace dio medio paso atrás—. ¿Has estado llorando?—Oh, no, no —respondió Grace mientras se dirigía hacia la escalera—.

Las lentes de contacto. Son lo peor, ¿verdad?

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Maya

No era la intención de Maya terminar con Claire.Solo... sucedió.Maya no podía dejar de sentirse enfadada con ella por no haberle

contestado los mensajes la noche en que su padre se había ido de casa. Sabíaque era una tontería, claro, pero, aun así, flotaba alrededor de ella como unacazadora que no se podía quitar con solo encoger los hombros.

No ayudó que Claire no pareciera entender por qué Maya estaba tanalterada.

—Te lo dije —afirmó Claire al día siguiente durante el almuerzo. Estavez, Maya no tenía la cabeza en el regazo de Claire; estaba sentada frente aella y tenían los almuerzos distribuidos entre las dos como un muro, como unabarrera hecha de cortezas de pan y cáscaras de naranja—. Estaba deacampada, no tenía el móvil, yo...

—¿Quién no lleva consigo el móvil? —preguntó Maya, exasperada—.¡El mío está prácticamente injertado en mi mano! ¿Cómo puedes no llevar elteléfono encima?

—Está bien, entonces digamos que sí lo tenía —replicó Claire,incorporándose un poco—. Estoy acampando con mi familia, no hay cobertura,y me mandas un mensaje diciendo que tu padre se ha marchado de casa. ¿Quése supone que debo hacer?

Maya sintió que el sol le estallaba tras los ojos.—No lo sé —respondió, consciente de cuánto se parecía a Lauren justo

en ese momento, con la voz chillona—. Quizá pudiste haber escrito. Pero soloestoy lanzando ideas al aire.

—Entonces ¿qué? No podía hablar contigo, no podía venir. Maya, tupadre no se había muerto, solo se había mudado a diez minutos de tu casa.

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Maya empezó a recoger sus cosas.—No, espera. My, no. —Claire extendió la mano y la agarró por la

muñeca—. Lo siento, no era mi intención decir eso.—Fue totalmente tu intención —replicó Maya, deteniéndose con la bolsa

en la mano.—Solo quería decir... —Claire suspiró profundamente—. Mira, sabes

que mi padre no está con nosotros. Al menos el tuyo sí, ¿de acuerdo? Lopuedes ver todos los días si quieres. Podrías mandarle un mensaje en estemomento y posiblemente te contestaría en menos de treinta segundos.

Todo eso era cierto. Maya siempre estaba contenta y algo avergonzadapor la rapidez con la que su padre le respondía los mensajes. La vida de Mayase había vuelto considerablemente más complicada después de que éldescubriera el teclado para poner emojis. Sabía que no tenía mucho margenpara quejarse, que de todos modos tenía una situación mucho mejor que la dela mayoría de los chicos de su edad. ¡Bastaba con ver a Joaquin! Ni siquieratenía padres.

Pero eso no hacía que se sintiera mejor.—Solo es porque todo esto es nuevo —prosiguió Claire, mientras seguía

sosteniendo la muñeca de Maya, de pie sobre la hierba—. Y lamento no haberestado ahí ese día. Si pudiera haber acudido habría llegado en un segundo. Lojuro. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo? —repitió al ver que Maya no respondía—.Odio pelearme contigo. Prefiero que nos besemos. Es mucho más divertido.

Se dibujó una ligera sonrisa en la boca de Maya.—Es mucho más divertido —asintió—. Pero todavía estoy enfadada.Claire empezó a tirar de ella otra vez hacia la hierba, y Maya se dejó

caer de rodillas. Su bolso cayó con un golpe seco y pesado a su lado.—¿Quieres que nos demos unos besos de reconciliación? —dijo Claire,

y sonrió contra la boca de Maya—. Me han dicho que es bastante sexi.Maya volvió a sonreír, y sus dientes golpearon contra la boca de Claire.—¿Porque no hay nada más sexi que besuquearse detrás del gimnasio de

la escuela? —dijo mientras pasaba los brazos alrededor del cuello de Claire.—Descubrámoslo —contestó ella, y se tendieron sobre la hierba.

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La ruptura tuvo lugar cinco días después.Al mirar atrás, Maya se dio cuenta de que en realidad no había sido culpa

de ninguna de las dos. Era sábado, y deberían haber estado pasando el ratojuntas, pero Claire tenía que cuidar a su hermano pequeño y Maya estabaagobiada con los deberes de Física. Su sesión de besos sobre la hierba de laescuela había sido bastante buena, pero no resolvió nada. Maya no podíaevitar pensar en ella como en las tiritas de Hello Kitty que ella y Laurensiempre usaban cuando eran pequeñas: superadorables, pero no tan buenas sise trataba de curar heridas de cierta consideración.

Cuando, finalmente, pudieron verse esa tarde, Maya estaba de mal humorpor los deberes y Claire estaba cansadísima de cuidar a su hermano pequeño.Se suponía que irían al cine, pero las entradas de la película que querían verestaban agotadas y no lograban ponerse de acuerdo en qué otra cosa podíanhacer.

—¿Qué tal esa? —sugirió Maya mientras señalaba una película de lacartelera.

—Parece muy tonta —dijo Claire, entornando los ojos para ver mejor.—Es solo un título. ¿Por qué dices que parece tonta?—Parece tonta.Maya suspiró.—Está bien. ¿Qué tal...?—Nada de extraterrestres.—¿Cómo sabes siquiera que hay...?—Dice «extraterrestres» en el título, literalmente.—¿Y si solo es una metáfora?Claire arqueó una ceja.—Está bien —dijo Maya—. Vamos a tomar un café y dejamos el cine

para otro día. Ahí no hay extraterrestres.Pero Claire estaba molesta por no haber podido ver la película, y hacía

un calor que se volvía incómodo después de más de cinco minutos de estarsentadas bajo el sol, y el padre de Maya les había mandado mensajes a ella y aLauren diciéndoles que su viaje de negocios a Nueva Orleans se habíaprolongado dos días, y que si podían cenar el martes por la noche en vez deldomingo. Las quería y de verdad lo sentía muchísimo.

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—No me extraña —dijo Maya, y se volvió a meter el teléfono en elbolsillo sin contestarle. Que Lauren se encargara de ello. ¿Qué sentido teníatener una hermana menor si no la podías obligar a hacer el trabajo sucio,después de todo?

Claire la observó mientras sorbía su bebida. «Hay demasiada cremabatida en esa taza», pensó Maya, luego se preguntó cuándo habían comenzadoa molestarle ese tipo de cosas de Claire.

—¿Qué es lo que no te extraña? —preguntó Claire, hablando con la pajitaen la boca—. ¿Quién era?

—Mi padre —dijo Maya—. Está de viaje de negocios en Nueva Orleansy ha tenido que retrasar la vuelta. No puede cenar conmigo ni con Lauren hastael martes.

—Oh. Pues tampoco es tan grave.Maya le lanzó una mirada a Claire. Podía sentir que el sol le estaba

quemando los hombros desnudos. No se había puesto protector solar porque sesuponía que iban a ir al cine.

—Anda, dilo.—¿Decir qué?—Lo que en realidad estás pensando.Claire hizo una pausa antes de contestar.—Bueno, digo que al menos verás a tu padre el próximo martes, ¿no?

Solo son un par de días. Quizá puedas pasar más tiempo con él el próximo finde semana.

Era una respuesta perfectamente razonable, Maya lo sabía, y eraexactamente el tipo de respuesta que la enfurecía. Claire era demasiadomesurada, demasiado razonable, demasiado «Claire». Hasta su malditonombre sonaba tranquilizador. Maya quería tener al lado a alguien queestuviera tan enfadado como ella, alguien que estuviera a su nivel para nosentirse tan sola en la cima del volcán, con la lava ardiente que brotaba portodos lados dentro de ella.

—¿Por qué tienes que hacer esto? —dijo Maya. Se había terminado subebida hacía mucho. Por si fuera poco, Claire era una bebedora lenta.

—¿Hacer qué?

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—Ser tan calmada, joder —le soltó Maya. Estaban sentadas junto a lafuente, y Maya descendió de un brinco, demasiado agitada como para quedarsequieta—. ¿Por qué siempre tienes que ser como mi madre?

—¿Tu madre? —exclamó Claire, y empezó a reírse—. ¿Crees que soycomo tu madre? Eso es bastante retorcido, My.

—¿Por qué simplemente no puedo estar enfadada? —prosiguió Maya—.Echo de menos a mi padre, ¿de acuerdo? Echo. De. Menos. A. Mi. Padre. Ylamento que tú ya no puedas ver al tuyo, pero ¡solo porque mi situación seamejor que la tuya no significa que eso no me haga sentir mal!

Claire enderezó la espalda e hizo que Maya pensara en una cobra que seyergue para atacar.

—¿Porque tu situación es mejor que la mía? —dijo lentamente.—Eso no es lo que...—Sí, sí lo es. Es exactamente lo que has dicho. —Claire bajó del borde

de la fuente también de un brinco, de modo que quedaron frente a frente—.Mira, Maya, no trates de adjudicarme tus problemas. Has tenido un par demeses difíciles, lo sé: tu padre se fue de casa, Grace y Joaquin y todo eso...

—Creo que te refieres a que encontré no a uno sino a dos hermanosbiológicos —respondió Maya—, no a «todo eso».

—Y sé que estás preocupada por tu madre...—¡No menciones a mi madre! —Ahora Maya estaba gritando. Deseaba

tener algo para lanzar, algo que rebotara en los edificios con la fuerza quesentía que se le empezaba a acumular detrás del corazón—. ¡No la involucresen esto!

—Pero ¡no puedo, My! ¡Ese es el problema! Estás enojada con toda esaotra gente, pero no se lo puedes decir, ¡y la pagas conmigo!

—Uy, ¡lo siento! No me había dado cuenta de que te habías convertido enmi terapeuta en lugar de mi novia. Vaya sorpresa. ¿Aceptas seguro médico? —En realidad, Maya no sabía mucho de terapeutas ni de seguros, pero habíaoído a sus padres hablar de eso. Su madre siempre había dicho que la terapiade pareja era demasiado cara porque no la cubría el seguro, pero su padre sehabía ofrecido a pagarla de todos modos. No había funcionado.

—¡Maya! —gritó Claire—. Dios, ¡qué irritante eres a veces! ¡Tecomportas como una niña pequeña!

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—¡Y tú te comportas como una sabelotodo! —gritó Maya—. No sabesnada de mi familia. ¡Así que no te metas!

—¡No sé nada porque no me cuentas nada! —protestó Claire—. Estássiempre soltando miguitas de pan y luego esperas que yo las siga hasta dondeestás, pero no dejas las suficientes.

Maya parpadeó.—Qué metáfora tan terrible.—¿Sí?, pues ¿qué tal esta?: me dejas fuera porque no quieres que sepa

demasiado de ti. Crees que si descubro demasiado sobre tu familia te dejaré.Maya empezó a reír.—Eres terrible —dijo—. Te lo he contado todo de mi padre. Todo.

¡Todo!—¿Y cuánto me has contado de tu madre? —repuso Claire, y Maya

desvió la mirada—. Exactamente, My.—Es privado —dijo Maya—. Tiene que ver con ella, no conmigo.—Tonterías. Tiene que ver con todos. Solo que no te das cuenta. ¿Y a

quién le importa si es privado? Soy tu novia. Me puedes contar esas cosas.—Bueno, entonces, si crees que no te cuento lo suficiente, quizá ya no

debería ser tu novia.Claire también había estado a punto de gritarle algo, pero las palabras de

Maya la detuvieron. Y a Maya también.—¿Quieres terminar conmigo? —preguntó Claire con voz baja y

tranquila.—Bueno, parece más bien que tú quieres terminar conmigo.No era así como le sonaba a Maya. ¿Quién era esa desconocida que

hablaba todo el rato en su nombre? Quienquiera que fuera, lo estaba jodiendotodo de manera colosal.

—¿Esto es lo que haces? —dijo Claire, y ahora su voz era afilada—.¿Solo joder, y joder, y joder? —Dio un paso hacia Maya y le tocó el hombro—. ¿Volverte cada vez más y más cruel, hasta que me obligas a terminarcontigo porque tú no tienes las agallas para hacerlo?

Maya no tenía respuesta para eso. Solo se la quedó mirando. Habíaaprendido ese truco hacía mucho: el arte de quedarse callada y dejar que laotra persona cave su propia fosa. Solo que nunca había pensado que lo usaría

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con Claire.—¿En serio no vas a decir nada? —insistió esta—. ¿Parece que estamos

terminando y simplemente te quedas callada?Maya se encogió de hombros. A veces Lauren le hacía eso cuando

discutían, y su indiferencia sacaba a Maya completamente de quicio.—Dios mío —exclamó Claire, y empezó a reírse—. Qué infantil eres,

joder. —Retrocedió y luego caminó en círculos alrededor de ella—. ¿Sabesqué? Olvídalo. Si quieres terminar, me lo vas a tener que decir tú a mí. Yo note lo diré.

Era un reto, Maya lo sabía, y estaba tan enfadada, y tan frustrada, y tanfuriosa consigo misma que mordió el anzuelo.

—Estoy terminando contigo —le dijo, luego observó mientras Claireparecía marchitarse frente a sus ojos.

—¿Hablas en serio? —susurró —. Maldita sea, Maya. ¿Por qué tienesque incendiar la casa con toda la gente dentro?

Maya no tenía la menor idea de qué estaba hablando. Estaba demasiadoocupada tratando de mantenerse en silencio, con los ojos secos. Podría llorarcuando llegara a casa, pero de ninguna manera se rompería en pedazos frente aClaire.

No le daría esa satisfacción.—¿Sabes qué? —dijo esta—. Espabílate para volver a casa. Yo me voy.—Perfecto —replicó Maya. Su casa solo estaba a unos cinco kilómetros.

Habría regresado haciendo piruetas sobre la grava antes de volverse a meteren el coche con ella.

Claire soltó otra carcajada, corta, afilada y amarga, y luego giró sobresus talones. Justo antes de dar la vuelta a la esquina, lanzó el vaso de cafévacío en la papelera con tanta fuerza que Maya casi se imaginó que rebotaría,pero se quedó ahí.

Claire fue la que siguió moviéndose.

Maya tenía razón. El sol le había producido una severa quemadura en la piel.

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Tenía los hombros de color rojo brillante y la nariz de un interesante tonorosa.

—Hola, Rudolph —le dijo Lauren esa tarde, cuando vio a Mayaexaminando su rostro en el espejo del baño.

—Cállate. ¿Tenemos aloe?Lauren entró en el baño y cogió el botiquín.—Toma —dijo—. También hay una crema Noxzema en el baño de

nuestros padres..., digo, de mamá.—La Noxzema es asquerosa —dijo Maya, ignorando la equivocación de

Lauren.—¿Por qué estás tan quemada? —le preguntó su hermana, y se sentó en la

taza del excusado.—He volado demasiado cerca del sol —contestó Maya mientras trataba

de extender la sustancia pegajosa sobre la nariz sin que le goteara por el restode la cara.

—¿Qué?—Nada. Salí a dar una vuelta y me olvidé de ponerme protector. ¿Has

recibido el mensaje de papá?Lauren asintió, con los codos apoyados en las rodillas.—¿Por qué estás perdiendo el tiempo en el baño conmigo?—Porque no hay nada que ver en la tele.Maya le lanzó una mirada por el espejo.—¿Dónde está mamá?Lauren volvió a encogerse de hombros.—Laur —dijo Maya.—Está dormida —respondió Lauren en voz baja.Maya suspiró. Dormida a las cinco y media de la tarde. Más bien

inconsciente. Fantástico. También estaba «dormida» el día anterior cuandoMaya volvió de la escuela. Había más botellas vacías de lo normal estasemana, y tanto Maya como Lauren habían comenzado a reciclarlas sinponerse de acuerdo. Su madre debía de haberse dado cuenta, ¿no?

—¿Qué quieres para cenar? —le preguntó Maya.—Pizza.—Qué aburrida es la pizza.

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—Me preguntaste qué quería. Y el restaurante griego no sirve comida adomicilio.

Maya suspiró. Ya había tenido una pelea desastrosa ese día. No estabapreparada para otra.

—Vamos —le dijo a Lauren—. Acerquémonos caminando al griego.Mamá puede dormir hasta que se le pase. Podemos traerle algo.

—No vas a invitar a Claire, ¿o sí?Maya se quedó congelada.—¿Por qué? —preguntó, y la voz le sonó entrecortada.Pero Lauren no pareció darse cuenta.—Porque entonces vais a estar como tortolitas, acarameladas la una con

la otra, y me voy a tener que quedar ahí mirando... como un bicho raro.La herida en el corazón de Maya se abrió un poco más.—Nada de tortolitas —dijo—. Claire va a pasar la noche con su familia.En realidad, era una mentira.Lauren fue a buscar sus zapatos mientras Maya entraba de puntillas en la

habitación de sus padres..., de su madre. El cuarto parecía incluso más grandeahora que su padre no estaba allí; la cama, más vacía. Su madre estabaacurrucada en el extremo más lejano del colchón, respirando profunda yacompasadamente, y Maya la observó durante un minuto antes de acomodarlela manta encima de los hombros.

Luego fue al buró y abrió el cajón de arriba, y encontró el fajo de billetesde veinte dólares que sabía que estaría ahí. Cogió dos, y luego contó losdemás. Suponiendo que su madre planeara dormirse a la hora de la cena elresto de la semana, ella y Lauren podrían salir a comer al menos cuatro vecesmás. Cinco, si Maya cedía a la idea de la pizza.

En el restaurante griego, ella y Lauren se sentaron una al lado de la otraen la barra mirando por las ventanas, comiendo pita, tzatziki y kebabs. Deternera para Maya, de pollo para Lauren. Ninguna de las dos quería considerarel cordero. Simplemente les parecía demasiado cruel comerse uno. Maya sepreguntó si algún día sería así con Grace y con Joaquin, lo de quedarsesentados uno junto al otro, satisfechos con saber que, sin importar qué lespasara a tus padres o a tu novia, tus hermanos todavía estarían ahí, como unsujetalibros que te mantiene de pie cuando sientes que te vas a caer.

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Cuando llegaron a casa, todavía estaba oscura. Maya encendió las lucesmientras se dirigía hacia la cocina, y luego guardó en el refrigerador elsouvlaki de pollo que había comprado para su madre.

—¿Mamá? —gritó. Por lo menos el coche seguía en la entrada. Su madreno era tan tonta.

—¡Mamá! —volvió a gritar—. ¡Despierta! ¡Te hemos traído la cena! —En secreto, esperaba que la idea de la comida griega le provocara náuseas.Luego se preguntó cuándo se había vuelto una persona tan cruel—. ¡Mamá!

Arriba solo había silencio, y luego oyó a Lauren gritar:—¡Mamá!Maya subió a toda velocidad por las escaleras y entonces se dio cuenta

de que el grito había salido de la cocina.—¡Mamá! —siguió gritando Lauren, y Maya siguió el sonido de su voz

por el pasillo hasta el baño de sus padres. Lauren estaba en el suelo junto a sumadre. Esta estaba desplomada como un pajarito caído del nido; le salíasangre de la cabeza, que se extendía sobre el suelo de mármol, helado bajo lospies descalzos de Maya.

—¡La acabo de encontrar aquí! —exclamó Lauren—. ¡Tenemos quellamar a papá!

Maya cogió el teléfono que su hermana todavía tenía en la mano.—¡Tenemos que llamar al 911! —dijo—. Dios, Lauren, ¿qué podría hacer

papá desde Nueva Orleans?Tuvo que marcar el número tres veces, de tanto como le temblaba la

mano.A sus pies, su madre profería unos leves gemidos. Lauren apretaba una

toalla contra su cabeza y trataba de limpiar la sangre. La operadora del 911prometió quedarse al teléfono con ella hasta que los paramédicos llegaran, yMaya puso el altavoz y lo colocó junto al lavabo.

—¿Maya? —gimió su madre.—Aquí estoy —dijo, pero no se agachó. No quería acercarse demasiado

a ella. No quería hacerle daño. En vez de eso, buscó en su bolsillo trasero elteléfono y empezó a llamar a Claire, actuando por inercia antes de recordarcon un escalofrío que ella era la última persona con la que Claire querríahablar en ese momento—. Mierda —susurró.

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Lauren acariciaba el cabello de su madre y sostenía la toalla bajo su sien,y Maya se obligó a pensar con claridad, a no llorar, a entender el problema.

Entonces llamó a alguien más. Al principio temió que no contestara, perode repente sonó una voz al cuarto timbrazo.

—¿Hola? ¿Maya?—¿Grace? —dijo, y luego empezó a llorar.

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Joaquin

Joaquin estaba bastante acostumbrado a recibir mensajes de Grace. «Hola,¿cómo te ha ido el día?», le llegaba a veces después de la escuela, o «¿Hasvisto la nueva película?», el fin de semana pasado. No estaba seguro de si eraporque sentía una curiosidad genuina, o si solo trataba de establecer unarelación con él, pero de cualquier manera era agradable. Normalmente lemandaba una respuesta bastante general «Bien, y tú ¿qué tal?», o «Nop, no lahe visto», porque no siempre sabía qué decir. Grace era prácticamente unadesconocida, después de todo. Pariente de sangre o no, solo la había visto dosveces No era exactamente la «situación más cálida y tierna». (Una vez Joaquintuvo una hermana menor que solía decir eso todo el tiempo. La frase se lehabía quedado grabada, aunque pensaba que lo hacía parecer un idiota.)

Todo eso cambió el domingo.Comenzó —¿cómo no?— con un mensaje de Grace, y Joaquin se dio la

vuelta en la cama y se frotó los ojos para despejarse y leerlo.

Oye, sé que habíamos quedado para tomar uncafé hoy, pero ¿podrías venir a casa de Maya?

«Qué raro», pensó, y percibió que ese mensaje era muy distinto.

Sí, claro. ¿Por qué?

Larga historia. ¿Puedes ahora?

Joaquin lo pensó un minuto, luego se dio la vuelta de nuevo sobre sucostado, cerrando un ojo para poder ver la pantalla.

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De acuerdo. ¿Nos vemos a las diez?

Genial. Gracias, Joaq.

Se quedó en la cama un par de minutos más, luego se dirigió a laescalera.

—Oye, Linda —gritó.—¿Sí?—¿Me podéis prestar el coche?Linda se acercó al pie de la escalera.—Mark y yo estábamos pensando en ir de tiendas mientras te reunías con

Maya y con Grace.—Grace me acaba de mandar un mensaje —dijo, y levantó el teléfono—.

Quiere que nos veamos en casa de Maya. —Luego hizo una pausa antes deagregar—: Creo que algo no va bien.

Una hora después, Joaquin metió el coche de Mark en el amplísimo garaje deMaya. El de Grace ya estaba aparcado allí; Joaquin sospechaba que tambiénpodrían haber aparcado un camión de dieciséis ruedas y todavía sobraríaespacio para jugar a baloncesto.

—Mierda —dijo suavemente para sí mientras miraba la casa a través delparabrisas. Había sospechado que su hermana menor tenía dinero, y al mirarlas altas puertas delanteras, las elevadas ventanas que enmarcaban el frente dela casa y la buganvilla que trepaba por un lado de la pared de ladrillos, se diocuenta de que tenía razón.

Grace abrió la puerta antes de que Joaquin pudiera usar la enorme aldabade latón en forma de trofeo.

—Hola —dijo ella.Tenía un aspecto terrible.—Te ves...—Me veo horrible, lo sé. —Grace retrocedió y con un ademán lo invitó a

pasar—. Ni siquiera vivo aquí, pero te invito a pasar de todos modos.Bienvenido a casa de Maya.

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Joaquin avanzó sobre los suelos de mármol. Había un montón de zapatosa un lado, así que se quitó las deportivas con ayuda de los dedos del pie,contento de haberse puesto al menos calcetines limpios.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó—. ¿Dónde está Maya?Grace señaló hacia atrás con un pulgar por encima del hombro.—Está fuera con Lauren. Su hermana —agregó, cuando Joaquin levantó

una ceja al no reconocer el nombre—. Es la que nació justo después de queadoptaran a Maya.

—Ah, sí, es verdad —dijo, pero sus ojos ya habían viajado hasta lagigantesca escalinata y la enorme cantidad de retratos familiares que forrabanla pared junto a ella. Era como ver una línea de tiempo de la vida de Maya:desde las fotos de cuando era una bebé hasta las fotos de la escuela, con sufondo de bosque falso. Había fotografías de vacaciones, retratos espontáneos yotros de posados, y Joaquin podía encontrar a Maya en cada uno en cuestiónde segundos. Era la morena bajita en un mar de pelirrojos altos, y por primeravez Joaquin se sintió casi contento de no tener una tonelada de fotos de cuandoera pequeño. No necesitaba el recordatorio constante de que era distinto detodos los demás.

Grace se puso a su lado, siguiendo su mirada.—Lo sé —dijo al cabo de un minuto—. Imagínate tener que pasar frente a

eso cada día. También a mí me desconcertó la primera vez que lo vi.—¿Crees que se habrán dado cuenta de lo raro que es? —le preguntó

Joaquin, y cruzó los brazos sobre el pecho mientras se inclinaba para mirarmás de cerca unas fotos de bebé, una de Lauren acomodada en el regazo deuna Maya un poco mayor, que no parecía encantada. Joaquin se dio cuenta deque todavía ponía esa misma expresión cuando algo la molestaba.

Grace se encogió de hombros.—No lo sé. Quizá solo querían que ella pensara que era uno de ellos, sin

que importara su aspecto.Joaquin resopló al tiempo que esbozaba una sonrisa antes de poder

evitarlo. Esa fue una de las primeras cosas que le dijo la señora Buchanancuando se mudó a su casa.

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«Nosotros no vemos el color de la piel —le había dicho al agacharsepara colocar una mano en el hombro huesudo de Joaquin, y con una sonrisa tanamplia que permitía verle hasta las muelas del juicio—. Todos somos igualespor dentro.»

Eso le había parecido bastante gracioso. El resto de la gente parecíapoder ver el color de la piel bastante bien.

—Créeme —le dijo Grace—. Maya sabe que no se parece a ellos.Bueno, pues ese es el menor de sus problemas justo ahora. —Grace suspiró—.Vamos, están por la piscina.

«Por supuesto que hay una piscina», pensó Joaquin mientras la seguía.Maya y una chica pelirroja que supuso que era Lauren estaban sentadas unafrente a la otra junto a la piscina. Lauren se había sentado bajo una sombrilla,pero Maya se había recostado sobre el cemento, con las gafas cubriéndole elrostro y los pies en el agua. Se levantó cuando los oyó acercarse.

—Hola —dijo, saludando a Joaquin con la mano—. Bienvenido al másreciente episodio de The Real Housewives.

Joaquin observó a Grace, que se estaba masajeando las sienes.—¿Cómo? —preguntó.—Nada —dijo Maya—. Gracias por venir. ¿Quieres meter los pies en el

agua?Tenía ganas de hacerlo. Allí hacía calor, mucho más del que hacía en casa

de Mark y Linda junto a la playa. Pero primero se acercó y le ofreció la manoa Lauren.

—Hola —le dijo—. Soy Joaquin.—Ay, lo siento —dijo Maya, levantándose otra vez—. Ella es mi

hermana, Lauren. Lauren, él es mi... es Joaquin. Ninguno de vosotros soisparientes.

—Hola —lo saludó Lauren dándole la mano. Joaquin recordó que sololas separaba un año, pero Lauren parecía más joven, más frágil. Era evidenteque también había estado llorando. Joaquin se preguntó si era por eso queMaya llevaba puestas unas gafas de sol tan grandes.

—Espera un momento... —dijo Maya—. ¿O sí lo sois?—No —dijo Grace, sentándose en una tumbona frente a Lauren, bajo la

sombra.

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—No, pero... —La voz de Maya se fue apagando mientras pensabanuevamente—. Hay alguna propiedad matemática en juego aquí, ¿no? ¿Comola propiedad transitiva, quizá? ¿El hermano de mi hermana es mi hermano?

—Creo que no funciona así —dijo Joaquin mientras se quitaba loscalcetines.

—Las matemáticas no son biología —agregó Lauren—. Aunque me vamal en las dos.

Maya ondeó la mano en el aire.—Felicidades por tus dos nuevos amigos, Lauren —dijo—. Y no digas

que te va mal en matemáticas y ciencias. Es todo un estereotipo cuando lodicen las chicas. Aunque sea cierto, solo mienten.

Soltó un suspiro pesado, como si el hecho de que Lauren mintiera sobresu inteligencia fuera el mayor de sus problemas.

Joaquin volvió a mirar a Grace. Ella simplemente sacudió la cabeza.—Está bien —dijo Joaquin, se dejó caer junto a Maya y metió lentamente

los pies en la piscina.Maya volvió a hacerle un gesto con la mano sin levantar la mirada.—¿Cómo está el agua?—Bien —respondió—. Azul.Ella se levantó las gafas para mirarlo.—Es lo mismo que digo siempre —afirmó, abriendo sus grandes ojos de

color café—. ¿Tú también sientes los colores?Joaquin no tenía la menor idea de qué hablaba.—¿Me queréis decir por qué estoy sentado en tu patio trasero en vez de

estar en nuestro café de siempre?—Porque esto está mucho mejor —dijo Maya, luego extendió la mano y

le dio una palmadita en el brazo. Nadie lo había tocado así desde que él yBirdie se habían peleado—. Solo relájate. Disfruta del azul.

Joaquin no necesitaba que lo convencieran.—¡Oye, My! —dijo Lauren después de unos minutos—. ¿Me puedo ir en

bici a casa de Melanie?—¿Por qué me lo preguntas? —contestó Maya. Ahora se había cubierto

los ojos con el brazo—. No soy mamá. Gracias a Dios —añadió en voz baja.Lauren hizo una pausa.

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—Entonces ¿es un sí?—Sí.Y Maya se impulsó para levantarse y fue hacia Lauren para abrazarla. Se

estrecharon con fuerza, más tiempo del que Maya jamás hubiera abrazado aJoaquin o a Grace, y luego se soltaron. Lauren, que medía un poco más queMaya, le acarició el cabello a su hermana antes de volverse para irse.

—Regresaré antes de las tres —dijo.—Más te vale —contestó Maya—, o te atropello con un camión. No es

una metáfora.—Ni siquiera tienes permiso de conducir. —Lauren no parecía sentirse

muy amenazada.—Lo sé. Y por eso es peor. Piensa en todo el daño que puedo hacer.Extendió la mano y le dio un apretón a Lauren en el brazo antes de

soltarla y dirigirse de nuevo a la piscina.Joaquin se sentía como si hubiera entrado en el teatro a la mitad de la

obra. No tenía la menor idea de lo que estaba pasando. Estuvo tentado dellevar a Grace dentro de la casa para preguntarle, pero ella leía algo en sumóvil, y las gafas le empujaban el cabello hacia atrás mientras fruncía el ceñoante la pantalla.

Pues bueno. Al menos la piscina estaba bien.Tan pronto como Lauren se alejó pedaleando, Maya entró en la casa.

Unos minutos después volvió con algo apretado en la palma de la mano.—Quiero a Lauren y todo eso —dijo con un suspiro mientras se volvía a

sentar junto a Joaquin—, pero no puedo hacer esto delante de ella.—¿Eso es...? Ay, mierda —exclamó Joaquin, mirando el porro y el

encendedor en la mano de Maya—. ¿Se supone que fumas hierba?—Mi glaucoma —dijo Maya mientras se ponía el porro en los labios—.

Relájate, no pasa nada. Mis padres no tienen la menor idea.—Ay, Dios mío, ¿es hierba? —preguntó Grace, y se reacomodó en la

tumbona.—Ding, ding, ding —dijo Maya dándose un golpecito en la nariz

quemada—. ¿Quieres un poco?Grace vaciló, y luego se fue a sentar al otro lado de Maya.

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—¿Y tú? —le preguntó Maya a Joaquin mientras lo encendía—.¿Quieres? ¿Domingo de diversión?

—No, gracias —repuso—. Tengo que conducir.—Me parece bien —dijo Maya mientras Grace se acomodaba junto a

ella, metiendo los pies descalzos en el agua—. Pero me toca primero porquees mío.

—¿Qué pasa, que tienes doce años? —dijo Joaquin—. ¿Y de dónde hassacado esto?

—De mi novia... Perdón, mi exnovia, Claire.Joaquin y Grace intercambiaron miradas sobre la cabeza de Maya, y

Joaquin tuvo una imagen de Mark y Linda haciendo lo mismo con él.—¿Habéis terminado? —preguntó Grace mientras Maya daba una calada.—Sí, señora —dijo Maya con voz ronca, y aguantó el humo antes de

pasarle el porro a Grace.Grace lo cogió y lo sostuvo entre los dedos unos segundos.—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que fumé. —Tenía una

sonrisa extraña en el rostro, y Joaquin no estaba seguro de si era de alegría ode tristeza—. Bueno, que sea lo que tenga que ser.

—Así me gusta —dijo Joaquin, y se alegró cuando sus dos hermanas lesonrieron—. Entonces ¿alguien me va a decir por qué estamos aquí? —preguntó—. ¿O tengo que adivinarlo?

—Oooh, ¡adivina, adivina! —exclamó Maya.—Maya, ya vale —dijo Grace, y le volvió a pasar el porro—. Guau, está

fuerte.—Sí, Claire no juega con estas cosas.—¿Estamos aquí porque has terminado con Claire? —preguntó Joaquin.

Si lo iban a obligar a buscar la información, lo haría. Había hecho preguntasmás difíciles antes—. ¿Es eso?

En lo personal, lo único que él hubiera querido hacer después de terminarcon Birdie era morirse. No se podía imaginar que alguien hiciera una fiesta deautocompasión por una ruptura. Quizá las chicas eran distintas en ese sentido,reunidas como pingüinos en vez de quedarse bajo una colcha viendo Netflixtodo el día.

Maya soltó una carcajada breve y aguda.

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—¿Sabes qué? Hasta olvidé por un minuto que Claire y yo habíamosterminado. Así de horrible fue ayer.

Joaquin esperó más explicaciones. Como nadie decía nada, suspiró.—Entonces ¿qué más pasó ayer?Maya volvió a quitarle el porro a Grace.—Díselo tú—dijo, señalando hacia Joaquin—. Apuesto a que cuentas la

historia muchísimo mejor.—¿Qué demonios pasó ayer? —insistió—. ¿Y por qué no está aquí

alguno de vuestros padres? —Joaquin siempre se había imaginado a lospadres de Maya y de Grace siguiéndolas como patitos, cuidándolas,extendiendo una red eterna para que nunca se cayeran, para que nunca sehicieran daño—. ¿Los habéis echado o algo así?

Maya soltó una risita, luego una carcajada, pero Grace parecía sombría, yJoaquin sospechó que había dicho una genialidad o lo más inconveniente.

Cuando Maya empezó a llorar, se dio cuenta de que era lo segundo.—¡Mierda! —exclamó justo cuando Grace se acercó a ella para rodearla

con el brazo. Maya todavía tenía el porro en los labios, y el humo se elevabaen una línea delgada y suave hasta ondularse en lo alto. Cuando Grace semovió, su brazo la desbarató—. Mierda, Maya —se disculpó Joaquin—. Losiento. Solo estaba bromeando.

—Tranquilo, no pasa nada —dijo, pero todavía seguía hipando. ParaJoaquin era nuevo tener hermanos, pero estaba bastante seguro de que hacerque tu hermana pequeña llorara estaba en lo más alto de la lista de cosas queno debes hacer nunca.

—Díselo —le aconsejó Grace, con la boca apretada contra el cabello deMaya.

Esta inspiró profundamente, luego le dio otra calada al porro.—Pues —empezó con voz ronca por la combinación de lágrimas y humo

—, quizá ya lo sabías, pero mi madre es una alcohólica empedernida.Joaquin sintió que se le enderezaba la columna como la línea de humo

que ascendía frente a él. Alguna vez le había tocado pasar algún tiempo con unpadre alcohólico, y había sido un desastre. Pensó que tendría que hacer algopara evitar que Maya saliera lastimada.

A juzgar por el semblante de Grace, ella pensaba lo mismo.

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—En fin, no está sobrellevando muy bien el divorcio —prosiguió Maya.Su entonación ascendía al final de las frases, como si se estuviera preguntandosi las cosas que decía realmente eran así. Eso Joaquin podía entenderlo—. Yha estado bebiendo mucho esta semana, incluso para ella. Y luego, anoche,Lauren y yo —Maya señaló en la dirección en que se había marchado Lauren— salimos a cenar, y cuando volvimos, mamá estaba... estaba tendida en elsuelo. Se cayó y se golpeó la cabeza. Había mucha sangre. Probablementetodavía haya mucha. Quizá tengamos que contratar a alguien para que lalimpie. Parece la escena de un crimen. ¿No ves esos programas en la tele, losde asesinos, donde hacen reconstrucciones de la escena del crimen?

—My. —Grace extendió la mano y la puso en la rodilla de Maya—. Loentendemos.

Ella asintió.—En fin. Se tuvo que quedar en el hospital a pasar la noche porque tenía

una conmoción.—¿Dónde está tu padre? —preguntó Joaquin—. ¿Está con ella?—Nop. Está en Nueva Orleans. Bueno, lo más seguro es que ya esté

volando a casa desde allí. Los padres de Grace lo llamaron anoche.—¿Y él está al corriente de...? Bueno...—¿Lo de la bebida? —preguntó Maya, y Joaquin asintió—. Supongo que

ya lo sabe. Creo que no sospechaba lo grave que era. Pero ahora lo sabe.—Maya me llamó anoche —intervino Grace—, y nosotros, mis padres y

yo, quiero decir, fuimos al hospital.—Lauren y yo nos fuimos en la ambulancia con ella —explicó Maya—.

Muchas sirenas, muchas luces. Uno podría pensar que hay mucho ruido dentrode la ambulancia, pero no. Las películas nos engañan.

Joaquin observó a Maya llevar el porro otra vez hasta su boca y luegobajarlo sin fumar. Le parecía estar mirando a un niño pequeño conduciendo uncoche, con las piernas demasiado cortas para alcanzar los pedales y los ojosdemasiado bajos para poder ver por encima del volante.

—Y ¿cuándo va a volver a casa? —preguntó.—No lo hará —respondió Maya con la voz entrecortada—. De momento

todavía no. Va a ir a rehabilitación. Mi padre ha encontrado un lugar en PalmSprings y la va a llevar ahí esta noche, tan pronto como la den de alta. Ah, y sí,

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mi novia y yo terminamos ayer. Así que tengo eso a mi favor. Probablementedebería envolver a Lauren en plástico de burbujas o algo así, porque toda lagente está cayendo como moscas a mi alrededor. —Señaló a Grace y a Joaquincon la mano que sostenía el porro—. Definitivamente, mirad a los dos ladosantes de cruzar la calle, chicos. Traigo mala suerte.

—No traes mala suerte —respondió Joaquin, y las dos chicas lo miraron,sorprendidas—. No digas cosas así. Solo están pasando cosas jodidas a tualrededor. No es culpa tuya.

Maya de repente pareció muy acongojada. Joaquin había leído esapalabra en un libro alguna vez y no la había olvidado. Le hacía pensar en loshuérfanos de Dickens, viudas ancianas, cachorros abandonados bajo la lluvia.

—No, estoy bastante segura de que soy yo —dijo limpiándose los ojosnuevamente—. De hecho, estoy al cien por cien segura de que la ruptura conClaire fue culpa mía. Fui yo quien la apartó de mi lado.

—Y... ¿es definitivo? —preguntó Joaquin—. ¿Te puedes disculpar?—Nop —respondió Maya.—Eso no es cierto —le rebatió Grace.Maya empezó a llorar otra vez.Él se acercó hasta que pudo poner su brazo alrededor de la cintura de su

hermana pequeña. Sabía lo que era llorar solo. Te hacía sentir fatal, como sifueras la única persona viva en el mundo. No quería eso para Maya.

—¿Y si no se queda en rehabilitación? —sollozó ella—. ¿Y si cree queestá bien y vuelve a casa y luego se vuelve a golpear la cabeza?

—Se va a quedar —la tranquilizó Grace—. Tu padre la obligará aquedarse.

—Podría no hacerlo —dijo Joaquin, e ignoró la mirada inquisitiva que lelanzó Grace—. Quiero decir que podría no hacerlo, ¿no?

—La nube de tormenta para el sol de Grace —resopló Maya—. Formáisun buen equipo.

Joaquin no había pensado nunca antes en que tenía a alguien en su equipo,no desde Birdie. Se preguntó si Maya tenía razón.

—Mira —dijo—. No puedes controlar lo que hace tu madre. Pero puedescontrolar lo que haces tú.

Maya se limpió los ojos con el brazo antes de mirarlo.

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—¿Acaso... acaso vas a terapia, Joaq?Este se sobresaltó un poco.—Yo... Sí, sí voy a terapia. Mark y Linda lo pagan.—He estado tratando de mantenerla sobria..., bueno, menos borracha, en

cualquier caso —dijo Maya—. Tiene vino escondido por toda la casa. Laureny yo estábamos tratando de controlarlo.

—¿Tu padre lo sabe? —preguntó Grace—. Quizá se lo deberías decir.—¿Cómo podría no saberlo? —repuso Maya—. Y si lo sabe, es obvio

que no le importa. La verdad es que simplemente nos dejó aquí con ella.Encontró un lugar adonde ir y se mudó la semana pasada. Se va a venir a vivircon nosotras mientras no regrese mi madre, pero... sí, lo sabe. —Lanzó elporro a la piscina, donde se apagó rápidamente y luego se quedó flotando—.Todo está muy jodidamente jodido. Mi madre es una borracha y mi exnovia meodia.

—Bueno, también mi exnovia me odia —admitió Joaquin, y sus doshermanas se volvieron hacia él. Tenían los ojos muy abiertos—. Si te sirve deconsuelo.

—¿Tenías novia? —preguntó Grace.—¿Por qué lo dejasteis? —quiso saber Maya.—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?—¿Cómo se llamaba?—¿Terminaste tú con ella o ella contigo?—Yo terminé con ella —dijo Joaquin —. Y se llama Elizabeth, pero

todos la llaman Birdie.—Birdie. —Maya no parecía impresionada—. ¿Es muy cursi? ¿Compra

cosas en Etsy?Joaquin no tenía la menor idea de lo que era Etsy.—Era el nombre de su abuela —explicó—. ¿A qué te refieres con cursi?—A nada —dijo Grace—. ¿Por qué terminaste con ella?Joaquin soltó una risita, luego observó mientras el porro empezaba a

hundirse hasta el fondo de la piscina.—Es una tontería.—No, no lo es —dijo Maya. Joaquin nunca la había oído hablar en un

tono tan suave—. Es obvio que todavía te gusta.

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—¿Cómo lo sabes? —le preguntó.—Te estás sonrojando —dijeron las dos chicas a la vez, y Joaquin se dio

cuenta de que tenían razón.«Maldición.»—Bueno —empezó—. Como estamos todos de confesiones personales...,

terminé con Birdie porque creo que no soy lo suficientemente bueno para ella.—¿Eso te dijo? —contestó Grace con un gesto de asombro.—Le voy a dar un golpe en su estúpida cara de pájaro —gruñó Maya.—No, no, no lo hizo... —Joaquin levantó las manos—. Fue cosa mía.

Tiene muchos sueños y metas y cosas así. Y yo debería poder tenerlos paraseguir a su lado.

Joaquin se las quedó mirando mientras los rostros de las chicas pasabande la furia a la perplejidad.

—Espera —dijo Maya tras unos cuantos segundos de silencio—. ¿Fuistetú el que pensó que no eras suficientemente bueno para ella?

—Ay, Joaquin —suspiró Grace.Joaquin se estaba acostumbrando a la manera en que la gente parecía

decepcionarse con él todo el tiempo.—No lo entendéis —dijo—. Vosotras dos habéis crecido con familias.

Probablemente has crecido en esta casa desde que naciste, ¿verdad, Maya?¿Verdad? —volvió a decir cuando ella no respondió y asintió renuentemente—. Pues, bueno, es lo mismo con Birdie. ¿Esa pared repleta de fotos en laescalera? Ella tiene lo mismo. Y yo no lo tengo. No tengo nada así. Es como...—Joaquin trató de recordar lo que una vez le dijo Ana—. No hay cimientospara la casa. Y necesitas cimientos si quieres construir algo que perdure. —No era exactamente lo que había dicho Ana, pero así lo había entendidoJoaquin.

Maya lo miró.—¿Estás bromeando? —dijo—. Mis cimientos prácticamente se están

desmoronando en este momento. Mi madre irá a rehabilitación, mis padres sevan a divorciar. Solo porque no tengas una familia perfecta de televisión noquiere decir que no seas una buena persona, Joaquin.

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Fue entonces cuando supo que nunca les contaría a Grace y a Maya lo quehabía pasado realmente: por qué había dejado a los Buchanan, por qué no erauna buena persona. Solo se limitó a decir:

—Es difícil de explicar. No lo entenderíais. Birdie... tenía muchas fotosde cuando era bebé.

Grace se enderezó, su boca se había convertido en una línea dura.—No tienes ninguna foto de bebé —dijo en voz baja.De repente parecía muy triste, y Joaquin quería quitarle esa tristeza.

Estaba cansado de hacer que la gente que lo rodeaba estuviera triste cuando loúnico que quería era mantenerla a salvo.

—No. Y también tienes que comprar las fotos de la escuela, esas quehacen cada año. —Joaquin se encogió de hombros—. Birdie tenía tantasfotos... Alguien se las había guardado. Las vi y pensé... —La voz de Joaquinse fue apagando al recordar cómo al ver las fotos se le había formado un nudoen el estómago—. Nunca seríamos iguales. Siempre tendría más que yo. Ysiempre necesitaría más que yo. Necesita a alguien que entienda las cosascomo ella las entiende.

—Joaquin. —Maya le puso una mano en el brazo—. Creo que eres unidiota.

Grace se tapó los ojos con la mano.—Maya —suspiró.Ella dejó la mano en el brazo de Joaquin.—No, lo digo en serio —afirmó, y Joaquin no sabía si estaba supertriste

o superfumada, pero la sinceridad de su rostro lo hizo sonreír un poco—.¿Viste esas fotos en la escalera cuando entraste? ¿De verdad las viste?

Joaquin asintió.—Llaman la atención.Los ojos de Maya se estaban volviendo a llenar de lágrimas.

Definitivamente estaba fumada.—Mis padres leen muchos libros sobre adopción y chicos adoptados, y

cómo aceptar y amar a tu hijo adoptado, pero nunca los he visto leer un sololibro sobre su hija biológica, ¿sabes? No leen libros sobre Lauren. Solo sobremí. Porque soy diferente.

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»De modo que te estoy diciendo que quizá no deberías terminar conBirdie solo porque crees que no le puedes dar todo lo que crees que ellanecesita. Quizá ni siquiera sea eso lo que quiere de ti. Quizá solo te quiere ati. Las fotos son el pasado, eso es todo lo que son. Quizá tú seas su futuro.

Joaquin podía percibir esa misma sensación temblorosa que habíasentido cuando terminó con Birdie, mientras veía cómo se le desencajaba elrostro, consciente de que, como había dicho Maya antes sobre su propiaruptura, era culpa suya al cien por cien.

—Puede ser—dijo después de un breve tiempo—. ¿Y qué hay de ti yClaire, entonces?

Maya puso los ojos en blanco.—Buen cambio de tema.—No, hablo en serio —insistió Joaquin—. Deberías llamarla.—Probablemente, ha borrado mi número de teléfono.—Probablemente, no. ¿Crees que yo debería volver con Birdie? Pues

entonces yo creo que tú deberías volver con Claire.—Han pasado menos de veinticuatro horas —señaló Grace—. Al menos

deberías contarle lo que pasó anoche.El labio inferior de Maya temblaba ligeramente.—Dijo que la estoy apartando a un lado y que no le cuento las cosas

porque pienso que si lo hago me abandonará.Joaquin dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta que estaba

aguantando.—Jodeeer —dijo, apretando las manos contra los ojos y riéndose para

sus adentros—. ¿Hemos heredado la misma disfuncionalidad o algo así?Maya también se estaba riendo, aun medio llorosa.—¿Por qué no hablas tú con Claire y yo hablo con Birdie? —dijo—.

Probablemente tendríamos mejor suerte.Joaquin sonrió. Sabía que nunca volvería a llamar a Birdie, pero era

bonito pensarlo en cualquier caso. A veces la gente se rompía en demasiadostrozos y nunca podrías volver a pegarla para que quedara como antes. Birdienunca volvería a tener un lugar en su vida como lo había tenido, y si lointentaba y fracasaba lo haría sentir peor.

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—¿Y tú qué, Gracie? —preguntó Maya—. ¿Por qué terminaste con tunovio? Ya que estamos haciendo terapia de grupo, confiesa.

Grace tenía la mirada perdida, de un modo que Joaquin reconocía enalgunos chicos huérfanos, los que habían cambiado de hogar tantas veces queestaban sin timón, a la deriva en la tormenta. Pero ella parpadeó y la miradadesapareció.

—Es una larga historia —dijo, luego se puso de pie—. Tengo hambre.¿Tienes algo de comer?

Maya y Joaquin la observaron alejarse. Luego, Maya sacó los pies delagua y la siguió.

—Vamos, Joaquin —dijo—. Quizá podamos dibujar bigotes a las fotosfamiliares.

Joaquin se rio con la idea. Qué lujo poder hacer eso.—Ahora voy —dijo, mientras ellas desaparecían en el interior de la

casa.Entonces cogió la red para sacar hojas y la pasó por el fondo de la

piscina, atrapando el porro antes de lanzarlo sobre el seto y seguir a laschicas.

—Mark, Linda —dijo Joaquin—, ¿tenéis un minuto?Los dos levantaron la mirada.—Claro —dijo él. Tenía las manos metidas en el agua jabonosa del

fregadero y enjuagaba los últimos platos mientras Linda echaba la basura en labolsa para que Joaquin la sacara antes de que pasaran los servicios derecogida—. ¿Qué pasa?

Joaquin se apoyó en el marco de la puerta y le dio unos golpecitos comopara darse suerte.

—Solo quería hablar con vosotros sobre... esto... el tema de la adopción.Observó mientras Mark apretaba la mandíbula y los ojos de Linda se

llenaban de esperanza.

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—Bueno... estaba pensando sobre eso y... en fin, no sé, quizá nodeberíamos hacerlo. —La luz de los ojos de Linda desapareció tan rápido queJoaquin podría haber jurado que alguien había apagado de un soplido la llamaque ardía detrás—. No es que no... Me gusta mucho, muchísimo, vivir aquí.

—También a nosotros nos gusta muchísimo que vivas aquí, Joaquin —dijo Linda—. Eso nunca cambiará, ¿sabes?

Joaquin lo sabía. Su cerebro lo sabía al cien por cien. Era al resto de élal que le costaba trabajo ponerlo todo en orden.

—Solo es que... creo que las cosas están muy bien justo ahora. Y quequizá no deberíamos meternos en eso. —Su voz había empezado a hacer lamisma entonación que la de Maya ese día por la mañana, haciendo quepareciera más una pregunta que una afirmación.

Linda se mordía el labio inferior, pero Mark solo asintió.—Lo que tú creas que es mejor —dijo—. Queremos que te sientas

cómodo aquí. Lo que tú quieras es lo que queremos nosotros también.Joaquin sintió que se aliviaba el peso de su corazón. Hasta sonrió un

poco.—Genial —dijo—. Genial. Gracias. De verdad lo aprecio. No estoy

mintiendo.—No eres un mentiroso, Joaquin —afirmó Linda con la voz tensa—.

Nunca hemos pensado eso.—Genial —repitió Joaquin, porque no sabía qué más decir—. Entonces

voy a sacar la basura. ¿Eso es todo?Casi había logrado escaparse por la puerta de atrás cuando la voz de

Mark lo detuvo.—¿Joaq? —dijo, y Joaquin se volvió para ver a Mark de pie junto a

Linda, un brazo alrededor de los hombros de ella, los nudillos blancos.—¿Sí?—Los Buchanan. Joaquin, nosotros nunca... nosotros nunca haríamos lo

que ellos hicieron. Eso lo sabes, ¿verdad? Te queremos. Eres nuestro, noimporta lo que ocurra.

Joaquin se obligó a asentir.—Sí, por supuesto —dijo—. Vuelvo ahora mismo.

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Se quedó junto a los contenedores de basura un minuto más de lonecesario, tratando de controlar los latidos de su corazón. «Tú controlas loque haces», le había dicho a Maya unas horas antes, y sabía que tenía razón.Quería demasiado a Mark y a Linda para dejar que lo adoptaran, así que, si ladecisión era suya, Joaquin la tomaría.

Era, se repitió mientras volvía a casa, lo correcto.

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Grace

—Así que aquí —decía Rafe con un tono de voz lo suficientemente alto paraque sus compañeros de trabajo lo oyeran— tenemos nuestro mejor surtido demultirralladores. Rallan y además cortan en cubos. Y por allá... ¿Ya se hanido?

Grace se asomó por la esquina.—Eh... sí. Despejado.—¡Buf! —Los hombros de Rafe se hundieron visiblemente—. Fingir

trabajar es mucho más agotador que trabajar de verdad.—Gracioso, ¿no? —dijo Grace mientras le daba una palmadita a uno de

los guantes de cocina en forma de gallina—. Qué adorables.—Para algunas personas —contestó Rafe, y luego se quitó el delantal—.

Gracias por venir a verme después del trabajo, por cierto.—Gracias por escribirme —dijo Grace—. Fue muy bonito tener una

razón para desempolvar el teléfono.—Bueno, bueno, ya sé que tu madre te manda mensajes todo el tiempo —

dijo Rafe con un guiño. Era una de las pocas personas que Grace habíaconocido que de verdad guiñaba en vez de hacer algo que pareciera unpestañeo a medias. Eso le gustaba de él.

—¿Adónde quieres ir a comer? Al mismo reservado oscuro en el lugar delos sándwiches a la vuelta de la esquina, supongo.

Grace asintió. No la avergonzaba Rafe, por supuesto. Solo estabaavergonzada de sí misma.

—Pues qué bien, porque los sándwiches preparados el día anterior sabenmucho mejor cuando te los comes en la semioscuridad. —Rafe dobló eldelantal, luego señaló hacia la puerta de empleados—. Déjame que marque misalida, y luego la noche es nuestra. —Arqueó las cejas de modo sugerente y

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Grace lo golpeó en el hombro como respuesta—. Me gustan las mujeres contoques de violencia —dijo él, y luego se apartó antes de que de verdadpudiera darle un golpe.

—Resulta que la madre de Maya es alcohólica —dijo Grace mientrascaminaban y se colocaba entre Rafe y la pared, solo para evitar que alguienpudiera verla de refilón.

—Guau —dijo Rafe—. ¿Te lo ha contado ella?—Su madre se cayó y se dio un golpe en la cabeza, así que Maya me

llamó. Mis padres y yo acabamos en la sala de emergencias acompañándolas.—Grace podía ver el rostro pálido de Maya, los ojos completamente abiertospor la conmoción, la manera en que se había aferrado al brazo de Laurenincluso después de que llegaran Grace y sus padres—. Su madre se fue alcentro de rehabilitación al día siguiente. Fue tremendo.

—Sin duda —asintió Rafe—. Así que déjame adivinar: ¿ahora estáspreocupada por que los padres de Peach se vayan a divorciar y que además sevuelvan alcohólicos?

Estaba bromeando, y Grace golpeó la cadera contra la suya sin pensarlo.—No —lo riñó. Pensó de nuevo en la carta, en la foto de Peach con un

traje de marinerita—. De hecho, me enviaron una carta la semana pasada. Séque Peach está en buenas manos.

Rafe arqueó una ceja. Grace nunca había conocido a nadie cuyas cejasfueran tan expresivas. Se preguntó si quizá solo era un tic.

—¿De verdad? —preguntó—. ¿Como una carta de agradecimiento?—Más o menos. Me decían cuánto apreciaban lo que les había dado, lo

mucho que querían a Peach. También mandaron una foto. Llevaba un traje demarinerita.

—Es muy bonito por su parte.—Sí, me aseguraron que mandarían cartas y fotos durante el primer año.

—Grace podía notar la tranquilidad de su propia voz—. Eso me hizo pensaren buscar a mi madre, quizá. Nuestra madre.

—¿Maya y Joaquin también quieren buscarla? —preguntó.—No, no, para nada —respondió Grace—. Básicamente dijeron que ella

los había abandonado, y que por qué tendrían que salir a buscarla. Enespecial, Joaquin, con todo lo de los hogares de acogida y eso.

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Rafe permanecía en el mismo lugar, sin quitarle los ojos de encima.—¿Te dijeron eso? —le preguntó boquiabierto—. ¿A pesar de saber lo

de Peach?Grace deseó de repente no haber mencionado el tema.—Bueno..., en realidad no saben lo de Peach. Todavía no se lo he

contado. Y puede que nunca lo haga.Rafe cerró los ojos, se frotó el rostro con la mano y soltó una especie de

gemido grave.—Está bien —dijo abriendo los ojos otra vez. Cogió el brazo de Grace e

hizo que se diera la vuelta—. Olvida los sándwiches. Esta conversaciónnecesita patatas fritas de verdad.

—No es tan serio —dijo Grace, pero de todos modos dejó que la llevara.—Créeme —replicó Rafe—. Lo es.—Y, entonces ¿cuánto tiempo crees que podrás esconderles tu hija

biológica, a quien, por cierto, le pusiste un apodo de fruta, a tus hermanosbiológicos?

Grace puso los ojos en blanco y luego hundió la patata frita en suguarnición de mayonesa.

—Eso es asqueroso, por cierto —dijo Rafe, señalando con la patata quetenía en la mano lo que estaba haciendo Grace—. La mayonesa... es elcondimento del diablo.

—Más para mí, entonces —replicó. Se la comió y le hizo un guiño aRafe. No era tan buena guiñando como él, pero fue un buen intento—. A Mayay a Joaquin también les gusta, para que lo sepas.

—Debe de ser un gen recesivo —contestó Rafe, luego acercó la botellade kétchup a su plato.

—Me gusta el nombre de Peach —dijo Grace, intentando desviar laconversación.

—Estás ignorando mi pregunta —subrayó él.—A todos les gustan los melocotones —prosiguió Grace—. Y a ella le

pasará lo mismo.Rafe abrió la boca y luego la volvió a cerrar.—No hay modo de discutir ese punto sin insultar a tu hija biológica, así

que no lo intentaré. Buena jugada, por cierto.

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Grace se encogió de hombros.—Entonces ¿no se lo vas a contar?—¿Crees que es mala idea?—Creo que es una pésima idea. Los secretos siempre se descubren.—Pero ni siquiera les afecta.—Es su sobrina.—Ya no. Tiene una nueva familia.—Está bien, olvídate de Peach, entonces. ¿Y tú qué? Podrían darte su

apoyo, y tú ni siquiera se lo has contado.Grace se rio y le pidió a la camarera que le trajera más mayonesa.—Asqueroso —dijo Rafe en voz baja.—Bueno, ya que creen que nuestra madre es prácticamente un demonio

por habernos dado a todos en adopción, creo que preferiré no pedirles suopinión sobre por qué hice lo mismo con Peach.

—Perdón, ¿cómo es que la llamaste Peach? —preguntó Rafe.—Era así de grande cuando descubrí que estaba embarazada. Cuando

estás en estado siempre describen el tamaño del bebé en el útero en relacióncon la comida. Alubia, limón, melocotón, naranja... En su caso fue melocotón.

Él asintió pensativamente.—Creo que, si se lo cuentas a Maya y a Joaquin, lo entenderán. Ninguno

de vosotros sabe por qué vuestra madre...—Madre biológica —lo cortó Grace.—¿Qué?—Mi madre biológica. Ya tengo una madre. Que probablemente está en

casa preguntándose por qué no respondo a sus mensajes.—Entiendo. Ninguno de vosotros sabe por qué vuestra madre biológica

hizo lo que hizo, pero Maya y Joaquin probablemente entenderían por qué lohiciste tú. Deberías contárselo.

—Quizá esto no les incumba.—Bueno, si sigues esa lógica, entonces nadie le contaría a nadie nada en

absoluto.—Y si tú te quedaras embarazado, ¿se lo contarías a tu hermana?Rafe hizo una sonrisita burlona.

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—Si yo me quedara embarazado, me costaría bastante trabajo mantenerloen secreto ante cualquiera, sobre todo ante mi hermana.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo Grace, lanzándole una mirada.—Ya lo sé, ya lo sé, solo bromeaba. Pero sí, se lo contaría a mi hermana.

Se lo contaría todo. No puedes simplemente suponer cómo reaccionarán y yaestá. No es justo para ellos.

Grace lo miró por encima de sus bandejas compartidas de patatas fritas yhamburguesas.

—Los acabo de conocer, ¿sabes? No quiero que me odien antes de quetengan siquiera la oportunidad de conocerme bien.

—¿Crees que te van a conocer si no saben una de las cosas másimportantes que te han pasado?

Grace no tenía una respuesta para eso.—Y, entonces ¿se lo cuentas todo a tu hermana? —replicó como

respuesta—. ¿En serio?Grace trató de imaginarse tener a alguien así en su vida.—Todo —afirmó Rafe, robándole algunas patatas fritas y apartando las

manos antes de que Grace le pudiera dar un manotazo—. Como una hija única—dijo—. Ni siquiera estás dispuesta a compartir.

Grace sonrió a su pesar.—¿Y ella no te juzga ni nada por el estilo?—¿Estás bromeando? A veces me juzga hasta la tortura. Pero, aun así, es

mi hermana. Siempre habla conmigo, aunque piense que me estoy portandocomo un tonto. Quizá sea por eso que habla tanto tiempo conmigo, ahora que lopienso.

—Creo que eres la única persona a la que le he contado lo de Peach, porcierto —declaró Grace—. Todos los demás o ya lo sabían o me vieron cuandoestaba embarazada.

—¿Y acaso te juzgué? —preguntó Rafe con voz inocente—. No, señora,no lo hice.

—Todos los demás lo hicieron.—Grace. —El tono de broma desapareció de la voz de Rafe y volvió a

dejar las patatas fritas en la bandeja—. No se lo tienes que contar a nadie sino quieres. Pero sería una lástima tener a toda esa gente dispuesta a apoyarte y

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que tú no dejaras que lo hicieran.—Pero ¿y si no están dispuestos?Rafe le sonrió.—¿Y si lo están?

Cuando Grace llegó a casa esa noche lo primero que hizo fue sentarse frente alordenador. El cabello todavía le olía a las patatas fritas del restaurante y se lorecogió en una cola mientras abría el buscador.

Esperó casi un minuto completo antes de teclear su primera búsqueda.Melissa Taylor.Era demasiado amplio, por supuesto, y le aparecieron más de un millón

de entradas, ninguna de las cuales era su Melissa Taylor; Grace lo supo deinmediato. Probó con Melissa Taylor madre biológica, pero incluso eso erademasiado amplio, demasiado vasto, y de repente Grace se volvió a sentircomo Alicia en Alicia en el país de las maravillas, cuando se volviódemasiado pequeña y cayó dentro de una botella que fue llevada hasta el mar,arrastrada por una corriente que no podía controlar, demasiado pequeña paraver más allá de las olas frente a ella, demasiado insignificante para marcar ladiferencia.

Apagó el ordenador y se reclinó en la silla.—¡Grace! —la llamó su padre desde abajo—. ¿Puedes bajar, por favor?Había algo inquietante en su tono. No era tan amenazador como lo fue

cuando les contó que estaba embarazada, pero estaba bastante segura de quenunca volvería a sonarle tan mal. Cualquier cosa sería mejor después de eso.

—¿Sí? —respondió.—¡Abajo! —casi gritó su madre.Dos padres. Era en momentos como este cuando Grace deseaba haber

crecido con un hermano o una hermana, alguien que equilibrara un poco labalanza. Parecía mucho más fácil meterte en problemas cuando podías señalara otros y decir: «Pues espera a ver lo que han hecho ellos». A Grace lepareció que sería agradable no ser siempre la única persona en la casa que semetía en problemas.

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Bajó y asomó la cabeza en la cocina.—¿Sí?—Tenemos que hablar —dijo su madre—. Me ha llamado Elaine, la

vecina, y me ha dicho que te vio con un chico en el centro comercial.Grace frunció el ceño.—No sabía que Elaine, la vecina, estuviera al frente de un estado

policial.El padre de Grace levantó una ceja. (No pudo evitar pensar que Rafe era

mucho mejor alzando las cejas, pero decidió que sería más convenienteguardarse esa información.)

—Era Rafe —dijo—. Trabaja en Whisked Away.Su madre cruzó los brazos sobre el pecho.—¿Estás saliendo con él?—No —dijo —. Solo somos amigos.Sus padres intercambiaron una mirada, y de nuevo deseó tener un

cómplice. Hasta un perro le habría bastado para ello.—Creemos que no deberías salir con nadie en este momento —le dijo su

padre—. Necesitas tiempo para concentrarte en ti misma.—Pues me parece bien, porque no estoy saliendo con nadie —replicó—.

Como os he dicho, Rafe es mi amigo.—Grace —insistió él—. Tienes que entendernos. Solo queremos

protegerte. Has pasado por un par de meses difíciles y...Grace podía sentir cómo la rabia le subía por la espalda, obligándola a

erguirse más.—No, espera. Déjame adivinar. ¡Elaine la vecina os ha llamado porque

está preocupada por que esté zorreando por toda la ciudad otra vez! —Elrostro se le encendió y el pulso se le aceleró—. ¿No es verdad?

—Modera tu lenguaje —le dijo su madre.—Bueno, ¡hablemos de lo que Elaine y todos los demás están diciendo!

—estalló Grace—. ¡Me quedé embarazada, tuve un bebé, y ahora ya no puedoni mirar a un chico sin que todos piensen que voy a parir a tres renacuajosmás!

—Grace —volvió a decir su padre—. Solo estamos preocupados por ti.Nosotros...

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—Porque, si mal no recuerdo —prosiguió Grace, ignorando a su padre—, el chiste de sacrificar a P... a Milly fue para poder vivir mi vida, ¿no escierto? «Ay, Grace, ¡tienes toda la vida por delante!» ¿Cuántas veces he oídosalir eso de vuestras bocas? Y ahora todos me recuerdan que tuve un bebé, queno puedo ir a la escuela, que no puedo tener un amigo...

—Puedes tener amigos... —intentó interrumpirla su madre, pero Grace nose detuvo. Sentía como si alguien hubiera destapado una válvula de vapor ensu cabeza.

—Está bien, entonces digamos que no es mi amigo —dijo Grace—.Digamos que Rafe es un chico que me gusta. ¿No me toca salir con alguien?¿No me toca volver a besar a un chico? ¿He perdido mi gran oportunidad deenamorarme y crear una familia porque cometí un error?

—Grace —dijo su madre, y notó el temblor en su voz—. Tú no...—¡Pues bueno! —gritó Grace—. Porque si no puedo seguir adelante y

que alguien me guste y que pueda hacer amigos y, Dios me libre, que mevuelva a enamorar, entonces ¡no entiendo por qué entregué a mi bebé! ¡Amenos que solo fuera porque os convenía a vosotros!

Ni siquiera se dio cuenta de que estaba llorando hasta que trató deapartarse el cabello del rostro y notó que tenía las mejillas mojadas. Suspadres parecían estar conmocionados, afligidos. Grace sospechaba quehabrían parecido menos horrorizados si les hubiera dado una bofetada.

—Creo que tenemos que reunirnos con un terapeuta —manifestó su padretras quince segundos de silencio casi total.

La respiración de Grace era lo único que se oía en el cuarto. Se sentíasalvaje, feroz, como se sintió cuando Peach se abrió paso a la fuerza para salirde ella. De repente lo notó: estaba viva.

—Perfecto —dijo—. Concertad una cita. Porque tengo mucho que decir yestoy cansada de no decirlo. Y —agregó— le podéis decir a Elaine, la vecina,que lo que yo haga no es su maldito problema. Bueno, eso es lo que le habríaisdicho el año pasado, ¿no es así?

Grace no se molestó en esperar una respuesta. Dio la vuelta y volvió asubir corriendo, se encerró en el baño y abrió el grifo a tope. Esperó hastaestar segura de que nadie pudiera oírla antes de ponerse a llorar.

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Maya

Maya trataba de pensar en alguna palabra que describiera cómo era volver atener a su padre a tiempo completo en casa mientras su madre estaba en elcentro de rehabilitación. Trató de inventarse algo, pero al final del día solotenía una palabra:

Rarísimo.Era rarísimo ver a su padre prepararles el desayuno por la mañana,

demasiado viscoso a la vista, aunque tanto Maya como Lauren se lo comían apesar de todo. Al final del día, todos estaban demasiado cansados para decidirqué cenar, de modo que había cajas de pizza en la mesita de centro mientraslos tres, recostados en el sofá, mordisqueaban la cena al tiempo que veíanrepeticiones de House Hunters.

Su madre había ido al centro de rehabilitación directamente al salir delhospital, con la cabeza vendada y las manos temblorosas. A Maya le parecióuna niña asustada, con sus ojos grandes y sus huesos pequeños. La abrazó paradespedirse y no pudo decidir si quería que volviera pronto o que se alejarapara siempre.

La terapeuta del hospital dijo que era mejor que no volviera a casamientras estuviera en rehabilitación, que ver su casa podría hacer que derepente decidiera no volver más, concluir que podría simplemente bebermenos en casa y no necesitar ningún tipo de terapia. «De acuerdo», habíadicho Maya cuando le sugirió eso la terapeuta. Esto fue después de que Gracey Joaquin fueran a su casa la mañana después del accidente, cuando los tres sesentaron juntos, metieron los pies en el agua y fumaron un porro que, Maya sedio cuenta después, era una de las pocas cosas que le quedaban de Claire.

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El centro de rehabilitación era un lugar que, según los folletos, era lo másparecido a unas vacaciones en un spa. Pero su padre les aseguró que era unlugar maravilloso que le daría a su madre la ayuda que necesitaba. ¿No lesparecía genial? Maya y Lauren estaban sentadas una junto a la otra en el sofádel vestíbulo del hospital y asintieron. ¿Qué más podían hacer?

Su padre se había horrorizado cuando le contaron lo de las botellas devino escondidas por toda la casa, las vacías metidas en el fondo delcontenedor de reciclaje del patio trasero. Se había sentado entre Lauren yMaya en el sofá de la sala mientras esta se lo explicaba todo con una vozmonótona que ni siquiera se parecía a la suya.

—¿Hace cuánto que está pasando esto? —preguntó.—Bastante —respondió Lauren, finalmente, y él soltó un suspiro largo y

profundo antes de hundir la cabeza entre las manos.Maya no sabía si debía consolarlo, así que no hizo nada.—Está bien —dijo a continuación—. Haremos unos cuantos cambios por

aquí.Y ahora los tres estaban recolocando cosas en la casa, que de repente les

parecía demasiado grande. Maya nunca se había dado cuenta de cuántoespacio ocupaba su madre. Una tarde, se descubrió subiendo automáticamentela escalera para echarle un ojo a la reserva más reciente de botellas de vino, yal abrir el armario se dio cuenta de que ese ya no era un problema.

Su padre quería que Maya y Lauren empezaran a ir a terapia también.—¿Por qué? —le había preguntado Maya—. Nosotras no somos las que

tienen el problema con la bebida.En privado, pensaba que era otro resultado más del egoísmo de su madre:

ella era la que tenía el problema con la bebida, ¿así que por qué Maya habríade perder una hora a la semana haciendo terapia?

—Papá está muy raro —le dijo Lauren una noche. Estaban haciendo losdeberes en la habitación de Maya. Lauren estaba echada en el suelo mientrasque Maya estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama. Ninguna de lasdos pensó en usar el escritorio, y aunque hubieran querido, la ropa de Mayaestaba por todos lados.

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—Papá está raro porque tiene miedo de que terminemos perjudicadasemocionalmente y de manera irreparable —contestó Maya, con la pluma entrelos dientes mientras pasaba del libro de texto de Física al de Laboratorio—.Además, en general, los padres son raros.

—¿Tú irás a terapia? —le preguntó Lauren. Desde el suelo sonaba muylejana.

—Claro que no —le aseguró Maya—. Mamá es la que tiene el problema.Puede usar su precioso tiempo para arreglarlo.

Lauren se quedó callada otro largo minuto antes de decir:—¿Y por qué ahora siempre estás en casa?—¿Qué? —Maya cerró el libro de texto y volvió al de prácticas. ¿Por

qué no podían meter toda la información en un libro en vez de obligarte a usaral menos tres para cada clase?

—¿Dónde está Claire?Maya ignoró el dolor sordo que le subía disparado por la columna cada

vez que alguien mencionaba a Claire.—Hemos terminado.—¿Qué? —Lauren parecía escandalizada—. ¿Por qué? Pensaba que

estabais totalmente enamoradas la una de la otra.—Lo estábamos. Historia antigua. El amor es fugaz, las cosas cambian...

etcétera.—¿Por qué?—Porque nos peleamos y las dos nos dijimos cosas crueles. —Maya

omitió la parte en la que había sido ella la que había dicho cosas crueles yClaire la que dijo la verdad.

—Pues qué tontería —dijo Lauren—. Las dos os veíais superadorablesjuntas.

—Sí, Grace y Joaquin ya me han dicho que estoy siendo una idiota. Nome lo tienes que recordar tú también, Lauren, ¿vale?

Hubo una pausa antes de que Lauren dijera:—¿Grace y Joaquin? ¿Se lo contaste?—Por supuesto que se lo conté. Cuando vinieron el otro día, después de

que te fueras a casa de tu amiga.—Pues yo pensé que solo estuvisteis hablando de mamá.

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—Hablamos de muchas cosas. Por ejemplo, del hecho de que Gracepiensa que deberíamos buscar a nuestra madre biológica.

Maya había tratado de esquivar la conversación sobre Claire, de lo malque se sentía incluso al pronunciar su nombre, con los grises y negros máspálidos que su mente pudiera imaginar jamás, las asfixiantes columnas dehumo que quedaban después de un espectáculo de fuegos artificiales. Pero ajuzgar por el silencio de Lauren, había llevado la conversación por el caminoequivocado.

—¿Qué? ¿Ahora vas a abandonar a tu familia?—¿Cómo? —Maya levantó la mirada del libro—. ¿De qué estás

hablando?—¿Mamá se va al centro de rehabilitación y decides cambiarla por un

nuevo modelo? ¿Eso es lo que estás haciendo con Grace? Somos demasiadamolestia, así que decides encontrar algo mejor.

—Lauren, ¿qué demonios estás...?—Olvídalo. —Se levantó y recogió su ordenador y sus libros con tanta

prisa que uno de sus cuadernos cayó al suelo. Maya intentó recogérselo, peroLauren dio un paso y la bloqueó con la espalda.

—Déjalo —dijo.—Estás en mi cuarto —subrayó Maya—. Con gusto te dejaría sola, pero

tú eres la que tiene que irse, no yo.Lauren siempre había sido así desde bebé, explosiva, con berrinches

atronadores cuando no conseguía lo que quería. «Es ese gen pelirrojo»,explicaban sus padres mientras la sacaban arrastrando de restaurantes, cines,librerías, dejando a Maya, la única que no era como los demás, con unasonrisa en el rostro al ser la destinataria imprevista del doble de palomitas,helado y libros.

Pero cuando Lauren salió hecha una furia, Maya se dio cuenta de que nohabía dejado nada atrás, y que lo que solía experimentar como una victoria,ahora le parecía una pérdida triste y hueca.

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Ya era jueves cuando, finalmente, Claire se cruzó con Maya en el camino a laclase de Historia.

—Eh, déjame pasar —le dijo Maya—. Vas a hacer que llegue tarde.Eso no era lo que había planeado decirle, por supuesto. Maya había

pensado en mil cosas distintas: pedirle disculpas, confesiones, lágrimas y meaculpa, explicaciones detalladas de lo estúpida que podía llegar a ser, de loterca que era.

Pero entonces vio a Claire y el dolor se desbordó, adueñándose de todaslas cosas inteligentes que quería decir, con una furia celosa alimentada por laenvidia.

—¿Cómo es que no me dijiste que tu madre estaba en rehabilitación?Maya se quedó inmóvil. Se suponía que nadie debía saber eso. ¿Lo

sabían todos? ¿Estaban todos en la escuela mirándola, juzgándola?—¿Cómo...? ¿Cómo lo...?Claire levantó su móvil. Era más alta que Maya, pero por primera vez

sentía su altura intimidante.—Porque Lauren me escribió, por eso. Tu hermana pequeña es la que me

lo tuvo que contar.Maya sintió una sensación nerviosa revoloteando en su estómago.—No es asunto tuyo.—Tonterías.Maya trató de pasar a su lado y seguir adelante, pero Claire le bloqueó el

camino.—Tú y yo vamos a hablar. Ahora mismo.—Tengo clase.—Ah, ¿y de repente eres la estudiante perfecta que nunca falta? Buen

intento. Vamos.Maya siguió a Claire más allá del gimnasio y del teatro al que todos

conocían como «el Teatrito», aunque era el único en el campus y deconsiderable tamaño. Finalmente, se detuvieron en la zona de hierba que Mayasiempre había considerado que les pertenecía. Parecía extraño que el céspedtodavía se mostrara tan verde y abundante, aunque ellas hubieran terminado.

—Está bien —dijo Claire.

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La segunda campana ya había sonado y la escuela parecía extrañamentevacía, como si fueran las únicas personas que quedaran en el campus.

«Si este fuera un show de televisión —pensó Maya—, ahora empezaría lainvasión zombi.»

—Dilo.—¿Que diga qué? —preguntó Maya, evitando deliberadamente mirar a

Claire—. Ya lo sabes todo.—Sé un hecho básico, eso es todo. —El rostro de Claire se suavizó de

repente y puso las manos en los hombros de Maya—. My —dijo, y su voz eratan suave que a Maya le dolió más que si estuviera gritando—. ¿Qué hapasado? Lauren me escribió que estaba en el hospital. Que tuvisteis que irhasta allí en ambulancia.

Maya se mordió ligeramente el labio inferior, mirando a todos ladosmenos a Claire.

—Se golpeó la cabeza al caer. Tuvo una conmoción. Y luego mi padre lallevó al centro de rehabilitación de Palm Springs y se vino a vivir connosotras.

—¿Por qué no me contaste nada de esto? —Las manos de Claire leapartaron el cabello que le caía sobre los hombros, y Maya no estaba segurade si quería dar un paso para acercarse más a Claire o irse corriendo sin miraratrás. Se sentía tan expuesta... y ni siquiera eran sus secretos. ¡Eran los de sumadre, por Dios!

—Porque habíamos terminado —dijo Maya, haciendo un esfuerzo porponer el mejor tono de obviedad en su voz.

Claire suspiró de la misma manera en que lo hacían los padresdecepcionados.

—Maya, ¿en serio? ¿Crees que todo tiene que acabar? Nos peleamos, sí,¿y eso significa que esto tiene que terminar?

Maya empezó a pensar en Joaquin y en Birdie, en que Joaquin habíadicho que él y Maya tenían la misma disfuncionalidad. Por más que ellahubiera pensado en su familia biológica, solo se había preguntado si separecían o no, si se reían de la misma manera, o tenían pulgares dearticulaciones dobles. Nunca pensó que compartieran las mismas estúpidashistorias de separaciones.

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—No quiero hablar de esto —dijo Maya, e intentó volver a esquivar aClaire—. Hablo en serio. Tengo que ir a clase.

—Lauren también me dijo que ibas a buscar a tu madre biológica.—¿Que dijo qué? —Maya se había alejado un paso, pero se volvió

rápidamente, roja como una herida que se abre y manda la sangre directamenteal cielo—. Mira —dijo—. Dejemos clara una cosa: no necesito que tú y mihermanita estéis chismorreando sobre mí, ¿de acuerdo? Si quieres saber algo,me lo puedes preguntar a...

—¡No, no puedo, Maya! —le gritó Claire—. ¡Ese es el problema! ¡Todote lo guardas! No me contaste lo de tu madre, nunca me has contado queencontraste a tus hermanos, ¿y ahora quieres encontrar a tu madre biológica yni siquiera lo mencionas, ni una sola vez?

—¡Si quisiera hablar sobre ello, lo haría!—¡No te creo! Creo que has estado guardando los secretos de tu madre, y

ahora son sus secretos los que te están empezando a arruinar la vida a ti.Maya estaba temblando literalmente con la fuerza de su enfado. Pero ¿era

enfado? ¿Así se sentía uno cuando estaba de verdad enfadado, o era algo másintenso, más complicado? ¿Así era sentirse expuesta, que todos suspensamientos privados fueran exhibidos frente a la única persona para quienquería ser perfecta?

—Deja de mandarte mensajes con mi hermana —dijo Maya con losdientes tan apretados que la mandíbula le dolió—. ¡Lo digo en serio!

Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia su clase.—¡Maya! —gritó Claire detrás de ella, pero Maya abrazó su mochila con

más fuerza y empezó a correr. La alivió que le dolieran los pulmones y elpecho le ardiera. Quería que el dolor fuera acorde con la manera en que sesentía.

Quería que le doliera.

El siguiente domingo, cuando Maya se encontró con Grace y Joaquin, los tresestaban de mal humor.

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Una mirada a la pajita de Grace básicamente le dijo a Maya que noestaba bien. Maya no tenía idea de cómo podía beber con eso sin cortarse laboca.

—¿Has pensado en beber directamente de la taza? —le preguntó Maya enalgún momento.

Grace la fulminó con la mirada y luego miró por encima de su hombro.Estaban en un Starbucks en un centro comercial al aire libre cerca de casa deGrace, sentados en la terraza, y parecía como si esta esperara que unfrancotirador la derribara. Maya se ponía muy nerviosa con solo mirarla.

—Dios, Grace —le dijo de repente—, nadie te persigue.Grace soltó una carcajada que hizo que Maya se preguntara si su hermana

tenía vínculos con la mafia.Joaquin tenía cara de pocos amigos, los ojos pesados. No es que fuera la

persona más habladora, claro, pero Maya estaba acostumbrada a un poco más,en especial después del fin de semana pasado, cuando hablaron de cosasrealmente importantes.

—Mi madre ya está en rehabilitación —dijo después de un minuto desilencio total.

—Qué bien —dijo Grace.—Muy bien —coincidió Joaquin.—Y mi padre se ha venido a vivir con nosotras —continuó Maya.—Me alegro —dijo Joaquin.—Será bueno para ti y tu hermana —agregó Grace.Maya entornó los ojos.—Y mi hermana, ¿sabéis?, por fin van a hacerle la operación para

quitarle esos cuernos de la frente.—Genial —comentó Grace, lanzando una mirada por encima del hombro

de Joaquin.—Espera, ¿cómo dices? —preguntó Joaquin—. ¿Van a operar a tu

hermana?—Vaya —suspiró Maya—. Parecéis zombis, ¿lo sabéis? Os estáis

portando superraro.—Lo siento —dijo Grace—. Es que... de verdad que odio esta plaza, eso

es todo.

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—Y yo en realidad soy un zombi —contestó Joaquin—. Bueno, yaconocéis mi secreto. Me siento mucho más ligero. —Respiró profundamente ysoltó un largo suspiro, haciendo que tanto Grace como Maya se rieran a pesarsuyo.

—Mira que eres raro —dijo Maya.Joaquin se señaló con un dedo.—Ya te lo he dicho: zombi.—Eso explica el olor a carne podrida —contestó Maya, y luego se

agachó cuando Joaquin le lanzó una servilleta.Grace se había quedado quieta junto a ellos.—El zombi definitivamente te va a devorar a ti primero —le dijo Maya,

y le dio un codazo.—Cállate —susurró Grace en respuesta, mirando por encima del hombro

de Joaquin, y este se dio la vuelta para ver qué había captado su atención.Dos chicos entraban en ese momento en el Starbucks y por lo visto

conocían a Grace. Cuchicheaban entre ellos y luego uno le dijo algo al otro ylos dos estallaron en carcajadas mientras hacían chocar los puños.

—¿Sabes quiénes son esos idiotas? —preguntó Maya. Por su parte, notenía paciencia con los tipos que se ponían la gorra de béisbol al revés yhablaban siempre de «ligar con chicas», aunque Maya estaba bastante segurade que no habían tocado a ninguna.

—Creo que deberíamos irnos —dijo Grace.—Espera un momento, Grace —dijo Joaquin, irguiéndose un poco—.

¿Estás temblando?—Hola, Grace.Ahora los chicos estaban de pie junto a su mesa. Casi no había nadie en

la terraza, solo unas cuantas personas mayores que tomaban té en el rincón másalejado. Los dos hablaron en voz muy alta.

—¿Novio nuevo? —preguntó uno de ellos. Era alto y flaco, y hacía queMaya estuviera muy contenta de haber nacido lesbiana.

—Lárgate, Adam, ¿de acuerdo?—¿Qué tal? ¿Estáis pasando el rato? —Adam tenía todo el aspecto del

gato que atrapó al canario.

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—Te mueves bastante rápido —dijo el otro tipo—. Tú y Max acabáis determinar, ¿no?

—Grace —dijo Maya muy lentamente—. Vámonos, ¿de acuerdo?Frente a ellos, Joaquin estaba sentado muy recto. Maya nunca antes lo

había visto tan alerta, y eso no hizo que se sintiera mucho mejor.—¿Ya le has contado a tu chico nuevo lo que estabas haciendo el año

pasado? —dijo Adam, y su sonrisa le recordó a Maya la del gato de Cheshire:demasiado grande para ser sincera, una luna creciente con excesivo filo en losbordes—. ¿Todos tus grandes... cambios?

Grace empezó a levantarse, empujando la silla contra la mesa de atrás.Pero por lo visto eso solo hizo que los chicos se rieran, y antes de que Maya oJoaquin pudieran hacer algo, Adam se inclinó hacia delante y dijo:

—¿Sabe lo zorra que eres? ¿O eso es lo que más le gusta de ti?Maya iba a hacer algo, a decir algo, lo que fuera para liberar la presión

que sentía que le estallaba en el pecho, cuando de repente Joaquin ya se habíalevantado, y lo hizo tan rápido que nadie lo vio venir. Con un movimientouniforme, estampó a Adam contra la pared, con el antebrazo apretado contra supecho. Adam tenía los ojos muy abiertos y parecía asustado, como un pezfuera del agua.

—Escucha, idiota, es mi hermana —murmuró Joaquin, y ahora Maya sepuso al lado de Grace, cogiéndola del brazo—. ¿Lo has entendido, imbécil?¿Te parece bien hablarle así a mi hermana?

Adam no dijo nada. Maya sintió que la presión del pecho se le ibadirectamente al corazón, estallando con un amor repentino y feroz por él.

—Joaquin... —empezó a decir Grace, pero la voz pareció habérseleapagado en la garganta.

—N-no —murmuró Adam. La gorra se le había inclinado sobre la cara yahora solo parecía un niñato—. No. Lo siento, ¿de acuerdo? Ni siquiera sabíaque tenía un hermano.

—Si le vuelves a hablar, o si se te ocurre volver a mirarla —Joaquinapretó el brazo con más fuerza sobre el pecho de Adam y lo deslizó haciaarriba, hacia su garganta—, te las vas a tener que ver conmigo. ¿Te ha quedadoclaro?

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Adam asintió nerviosamente, con las pupilas dilatadas. Junto a él, suamigo estaba en silencio, sin mover un dedo.

Y Grace también.—Y ahora lárgate —le ordenó Joaquin, y Maya pensó que era más bien

un gruñido, el de un oso que ataca—. Si te vuelvo a ver, tú y yo tendremosproblemas.

Adam volvió a asentir, y Joaquin apretó una última vez antes de que sumirada se clavara sobre la del chico, para luego soltarlo. Él y su amigo seescabulleron mientras Joaquin parecía derrumbarse, su tono desafiante loestaba abandonando y lo hacía parecer vulnerable.

—Joaquin —dijo Grace. Ahora jadeaba. Como él.—Joaquin —repitió Maya al no recibir respuesta.—Lo... lo siento —dijo él con la respiración entrecortada, y de repente

abandonó a toda prisa la terraza y bajó corriendo por la calle. Se alejaba deellas a toda velocidad, tratando de escapar.

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Joaquin

Sintió que iba a vomitar.No estaba seguro de lo que había ocurrido. Primero estaba con Maya y

con Grace, pensando en Mark y Linda, y luego esa comadreja de mierda sehabía acercado a Grace y había hecho que se estremeciera, la había llamadozorra, y Joaquin sintió que se deslizaba dentro de ese espacio candente quehabía pasado años tratando de evitar.

Mentiría si dijera que no se sintió bien al notar el pulso de ese chico quelatía rápidamente contra su brazo, sus respiraciones cortas, los ojoscompletamente abiertos. Era algo poderoso tener el destino de alguien en tusmanos, literalmente, y Joaquin no había experimentado ese tipo de poder enmucho tiempo.

Pero el problema con el poder es que tenerlo no siempre te hace unabuena persona. A veces te convierte en el malo.

Corrió hasta que llegó al límite del parque que rodeaba la plaza, uno quenormalmente solo usaban los niños muy pequeños y sus padres vigilantes, y nofue hasta que se detuvo que se dio cuenta de que sus hermanas lo seguían decerca.

—¡Joaquin! —gritaban, corriendo tras él—. ¡Joaquin, espera!Él se dio la vuelta. El pecho le palpitaba mientras trataba de recobrar el

aliento. No había corrido así desde hacía mucho tiempo. Se sentía como sipudiera seguir corriendo para siempre.

—Por favor... marchaos, ¿de acuerdo? —les dijo a sus hermanas,extendiendo el brazo para que no se le acercaran—. Lo siento, he echado aperder nuestro día.

—Estás temblando —dijo Grace. También ella temblaba. Maya era laúnica que parecía firme, con los ojos salvajes y vivos—. Deberías sentarte.

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—Estoy bien —respondió Joaquin—. Me he alterado un poco, eso estodo. Lo siento.

Grace negó con la cabeza.—Yo no —dijo—. Se lo merecía.—Joaquin —ahora era Maya la que se acercaba a él—, al menos vamos a

sentarnos, ¿vale? No pareces estar muy bien.Él estuvo de acuerdo.—Vale —asintió.—Bien —dijo Maya, y le tendió la mano—. Vamos a sentarnos. Es genial

sentarse. A todo el mundo le gusta hacerlo, incluso a la gente activa. ¿Corresen competición o algo así? Porque ibas a toda velocidad por el aparcamiento.Creo que hasta adelantaste a un Tesla en algún momento.

En alguna parte del fondo de su cerebro, donde estaba todo borroso,Joaquin recordó que Maya les había dicho que hablaba mucho cuando estabanerviosa. Él la había puesto nerviosa, lo sabía, y eso lo hizo sentirse peor.

Para cuando los tres se sentaron en un banco, Joaquin, con una hermana acada lado, ya empezaba a recuperar un poco el aliento. Pero Grace todavíaparecía bastante temblorosa, y él observó que tenía los puños apretados sobreel regazo.

—Está bien —empezó Maya tan pronto como se sentaron—. ¿Quédemonios ha sido eso?

—Llamó zorra a Grace —respondió Joaquin. Apenas podía levantar lavoz por encima de un murmullo—. No debió hacerlo.

—No, no me refería a eso —dijo Maya—. Me refiero a la carrera por elaparcamiento, Joaq. Corrías como un conejo asustado.

Esa no era exactamente la imagen que tenía Joaquin de sí mismo, peroquizá Maya tenía razón. Después de todo, nunca se había visto correr.

Como él no dijo nada, Grace relajó las manos y cogió una de las deJoaquin.

—Joaquin —dijo en voz baja—. ¿Qué ha pasado?Él le envolvió los dedos con los suyos, y le apretó la mano hasta que

sintió que podía volver a hablar. Grace estaba bien, se repitió. Nadie habíasalido herido. No le había hecho daño a nadie.

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Maya se mantenía muy cerca de él al otro lado, con la mano sobre suhombro.

—No pasa nada, Joaq —dijo en voz baja—. Todo está bien. Solo respiraprofundamente.

Él asintió, intentando controlar los latidos de su corazón, y trató devolver a meter al tigre en la jaula.

—Cuando tenía doce años... —dijo antes de poder evitarlo, y luego nopudo continuar. Solo había contado esta historia una vez antes, a Ana, Mark yLinda, pero eso había sido en el salón de Mark y Linda, donde estaba rodeadode gente que, bueno, le importaba que lo quisieran, y la luz del sol se colabaen la estancia haciendo bailar las partículas de polvo entre sus rayos.

El sol se colaba ahora entre los árboles del parque, y Maya y Graceesperaron a que Joaquin volviera a hablar.

—Cuando tenía doce años —dijo, retomando la palabra— me adoptó unafamilia. Los Buchanan. —Simplemente decir su nombre hacía que le amargarala boca; se detuvo y esperó hasta que pudo hablar otra vez—. Se convirtieronen mis padres de acogida cuando tenía diez años, y decidieron que me queríanadoptar.

—¿Tú querías que te adoptaran? —preguntó Grace cuando él hizo unapausa. Jamás habría pensado que la mano de su hermana pudiera ser tan fuerte,pero lo estaba sujetando con firmeza, no lo dejaría ir.

—Pensaba que sí —respondió—. Tenían otros dos chicos a los que yahabían adoptado, y también una hija mayor y un, eh, un bebé. —Joaquintodavía la podía ver, con las piernas torcidas y los rizos oscuros que colgabancomo un halo alrededor de su cabeza. Tan solo pensar en ella hacía que sesintiera enfermo.

—¿Eran buenos contigo? —preguntó Maya.—Estaban bien —dijo—. No sé si eran buenos. Pero no eran «no

buenos». A veces con eso basta. Tenía mi propia habitación, mi propia cama.Fuimos de compras y me dejaron escoger las sábanas. Fue algo importantepara mí.

Joaquin todavía sentía que el corazón le latía con fuerza, y volvió arespirar profundamente, la mano de Maya tibia sobre su hombro.

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—Vivir con ellos estaba bien, los chicos eran agradables y todo eso.Tenían un bebé —Joaquin apenas se atrevía a decir su nombre—, Natalie. Yoestaba... pensaba que era en serio, ¿sabéis? Pensaba que esa era mi familia.

—¿Qué pasó? —preguntó Grace, y Joaquin pudo oír un miedo másprofundo en su voz, distinto de cuando Adam la había llamado zorra.

Joaquin se mordió el interior de la mejilla, esperando a poder volver ahablar.

—Empecé..., no sé, empecé a tener berrinches. Los llamaban crisis.Simplemente me desmayaba del enfado. Sentía como si la piel me estuvieraestallando. Como si no pudiera respirar. Y cuanto más se acercaba laadopción, más empeoraba todo. Provoqué peleas con todos menos conNatalie, y ni siquiera lograba explicar por qué. Pero los Buchanan, de todosmodos, llevaron a cabo la adopción.

Joaquin se preguntaba si se habían arrepentido, si se sentaban por lasnoches y rememoraban la vez en que tomaron la terrible decisión de llevar aJoaquin a su casa.

—Pero sabía que algo iba mal —dijo—. Ni siquiera los podía llamar«mamá» y «papá». Dos años después y aún seguía llamándolos por susnombres. Parecía como...

—¿Como qué? —preguntó Grace con voz dulce.Joaquin se soltó un poco, apoyándose contra las dos chicas. Notó que

eran lo suficientemente fuertes para sostenerlo.—Pensaba que una vez que llegara la adopción ya no habría nada qué

hacer —dijo—. Sería inapelable. Pensaba que, si alguna vez volvía nuestramadre, si en realidad finalmente volvía, y aparecía en la casa y veía que yotenía una nueva madre, un nuevo padre, que... ella pensaría que la habíareemplazado. Es una tontería, lo sé, es tan jodidamente estúpido. Fui tanidiota...

—No, no —dijo Maya, apoyándose contra él—. No es una tontería, no esuna tontería en absoluto. Eras un niño, ¿no? No te tocaba a ti descifrar todoeso.

Joaquin se rio un poco.—Bueno, en realidad todavía no os he contado la parte mala.Las chicas se quedaron calladas, esperando que volviera a hablar.

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—Entonces, un día, más o menos seis meses después de que hubieratenido lugar la adopción, Natalie tenía casi dos años, y era un sábado por latarde, y yo estaba teniendo una crisis épica. —Joaquin intentó no recordar eltacto de la moqueta contra la espalda, la manera en que el cabello se leenredaba en ella mientras se revolcaba, aullando por algo, por alguien, quesiempre estaba fuera de su alcance—. Nadie podía ni tocarme. No dejaba quenadie se acercara. Luego, el padre, el señor Buchanan, trató de levantarme yponerme de pie. Intentar calmarme. Y entonces empecé a lanzar todas lascosas que tenía a mi alcance. Estábamos en su oficina y había una grapadorasobre el escritorio...

Joaquin hizo una pausa. Todavía podía sentir el metal frío de lagrapadora en su mano, lo pesada que le pareció cuando la levantó. Le volvíana temblar las manos, y Grace apretó los dedos un poco más entre los suyos.

—¿Qué pasó? —susurró.—La lancé —dijo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, descendían

por su garganta y lo quemaban todo—. La lancé —dijo de nuevo, aclarándosela garganta—. Se la lancé a él, pero salió por la puerta, y Natalie... Nataliepasaba por delante justo en ese momento.

Joaquin hundió la cabeza entre los hombros, cerró los ojos, enfermo devergüenza.

—Le dio en la cabeza —se señaló la sien—. Justo ahí, y simplemente sedesplomó. Y el señor Buchanan soltó algo como un rugido, como un león, y meempujó hacia atrás estrellándome contra la librería. Se me rompió el brazo. —Joaquin todavía recordaba el sonido del hueso al quebrarse, un dolor candenteque reemplazaba a otro, pero nada tan doloroso como el sonido de Nataliecayendo al suelo.

Joaquin estaba llorando. Ni siquiera había llorado cuando les contó lahistoria a Mark y Linda y a Ana. Ellos sí que habían llorado, pero Joaquinpermaneció impasible, como si le hubiera pasado a otra persona.

—Nunca le hubiera hecho daño —sollozó—. Yo quería a Natalie. Noquería hacerle daño. No quería hacerle daño a nadie.

Grace lo estaba abrazando, el brazo de Maya también rodeaba sushombros. Joaquin se puso la mano en la frente y apoyó los codos en lasrodillas.

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—¿Qué pasó después de eso? —preguntó Grace.—Sala de emergencias —dijo—. Me volvieron a meter en el programa

de adopciones esa misma noche.—¿Pueden hacer eso? —preguntó Maya. Joaquin estaba bastante seguro

de que ella también estaba llorando.—La gente lo hace todo el tiempo —afirmó—. Alegaron que era un

peligro para los demás niños. Y si te pones violento en alguna casa, te metenen un psiquiátrico durante unos cuantos días. Después de eso tuve que ir a unhogar de acogida en Pomona. Tenía «necesidades especiales», dijeron. Ya erademasiado mayor, demasiado violento. —Pensó en las palabras de su hermanade acogida, Eva—. Demasiado y no lo suficiente. Creo que la gente me teníamiedo.

Grace se aclaró la garganta antes de volver a hablar.—¿Y Natalie...?—No le pasó nada, por suerte —dijo Joaquin—. Le pregunté cómo

estaba a la trabajadora social tan pronto como llegó al hospital. Fue unacontusión, pero... —Joaquin no pudo completar la frase.

—Pero ¿te rompiste el brazo?—Fue una fractura limpia —dijo Joaquin, como si eso mejorara en algo

la historia—. A los Buchanan no les permitieron acoger ni adoptar a nadie mása causa de lo ocurrido.

—Bien —exclamó Maya.—Después de eso fui de hogar de acogida en hogar de acogida —

continuó Joaquin—. No me podía quedar con cualquier familia. Tenían quetener un entrenamiento especial para controlar a chicos como yo. También lespagan más, por los riesgos y la ocupación adicional.

—¿Y Mark y Linda lo tienen? —preguntó Grace.—Hicieron los cursos después de conocerme —dijo Joaquin—. Cuando

tenía quince años, casi dieciséis, acudieron a una especie de «día de lasadopciones» en uno de los hogares de acogida. Me dijeron que les gusté. —Joaquin todavía no los creía del todo, pero era agradable pensarlo, de todosmodos.

—Creo que de verdad te quieren, Joaquin —murmuró Maya.

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—¿Por eso no quieres que te adopten? —preguntó Grace—. ¿Porquetienes miedo de que te devuelvan como lo hicieron los Buchanan?

Joaquin se secó las lágrimas y le lanzó una mirada.—No me molesta que vuelvan a adoptarme —dijo—. Solo que los quiero

demasiado para arriesgarme a hacerles daño, para hacerle daño a quien sea deesa manera. Con una vez fue suficiente.

Las dos parecieron acurrucarse contra él.—Ay, Joaquin —suspiró Maya.—No —la interrumpió antes de que empezara a decirle cómo debería

sentirse—. No lo entendéis. Ya me visteis con ese imbécil. Simplemente mebrotó..., es como si no lo pudiera contener. Podría haberle hecho mucho daño.

—Pero no lo hiciste —terció Grace—. No lo hiciste. Me estabasdefendiendo. Dijo algo terrible que sabía que iba a herirme, y tú medefendiste. No es lo mismo. Y... —prosiguió antes de que él pudiera replicarle— ¿recuerdas que te dije que le había dado un puñetazo a un chico en laescuela?

Joaquin esperó a que ella prosiguiera, y como no lo hizo, lo comprendió.—¿Fue él?Grace asintió, tenía el rostro serio.—Guau. Eso está bien. —Joaquin sintió que se liberaba de un gran peso

por querer asesinar a Adam.—Entonces, ¡ese tipo es más idiota de lo que pensaba! —dijo Maya—.

¿Y a mí cuándo me toca darle una paliza?Joaquin sonrió, y Maya lo abrazó, apretando el rostro contra el brazo de

su hermano.—No eres una mala persona —susurró—. No lo eres.—Le tiré una grapadora de metal a un bebé —contestó. Pensaba que al

decirlo en voz alta podría aminorar la gravedad de lo que había hecho, comoarrancarse una tirita, pero fue completamente lo contrario: las palabrasparecieron desgarrarle la boca mientras las decía.

—Lanzaste una grapadora porque estabas asustado —lo corrigió Grace—. Por casualidad, la pequeña estaba allí. Fue un accidente. No debieroncastigarte.

—Eras solo un niño —agregó Maya.

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Joaquin tuvo que cerrar los ojos al oír eso. Sintió como si se hubieracaído al agua y sus hermanas fueran lo único que lo mantenía a flote.

Sus hermanas. Mierda.—¿Está bien que haya dicho eso? —preguntó Joaquin, lanzándole una

mirada a Grace.Ella frunció el ceño.—¿Decir qué?—Ya sabes. Llamarte «mi hermana».Las comisuras de la boca de Grace temblaron mientras empezaba a

sonreír.—Pues claro —afirmó—. Es lo que soy, ¿no es así?Al otro lado, Maya acomodó la cabeza sobre su hombro.—Yo también —dijo en voz baja.Cuando pudo volver a hablar, Joaquin se limpió los ojos con la manga de

la camisa. Si Linda hubiera estado allí, probablemente le habría dado unpaquete de clínex.

—Entonces... soy un monstruo —dijo. Estaba tratando de mantener untono desenfadado, tratando de salir a flote después de casi ahogarse en lamarea, pero lo sintió forzado. Ni siquiera él se creía su propio tono de voz.

—Creo que cualquiera que haya pasado por tanto dolor debe de tener uncorazón bastante grande. —La voz de Grace sonaba suave—. Y no importa loque ocurra: Maya y yo nunca te devolveremos.

—Nop —la secundó Maya—. Ha sido una compra sin posibilidad dedevolución, sin vuelta atrás.

Joaquin sonrió un poco.—Pero ¿y si...?—¡Nop! —lo cortó Grace—. Ya has oído a Maya.—Pero quizá...—¡No! —exclamaron las dos chicas al mismo tiempo, y Joaquin soltó

una carcajada, clara y nítida en el aire que se enfriaba, un sonido quereverberó hasta sus oídos y colmó su espíritu.

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Grace

Grace movía la pierna nerviosamente en la sala de espera de la consulta delterapeuta. Había un rompecabezas a medio terminar en la mesa que estabafrente a ella, pero no tenía el menor interés en juntar el resto de las piezas.Solo quería acabar con eso y largarse de allí.

Su madre se inclinó hacia ella y, con suavidad, le apretó la rodilla.Entonces Grace empezó a mover la otra pierna.Había estado temiendo esta cita durante toda la semana. Sabía que tendría

que hablar de Peach, de su madre biológica, de sus hermanos..., prácticamentede todo lo que había ocurrido en su vida en los últimos meses, iba aconvertirse en el blanco de un desconocido, y lo único que quería era dar lavuelta y regresar a casa, a la seguridad de su habitación y de su soledad. Suúnico consuelo era que al menos sus padres parecían sentirse tan incómodoscomo ella.

Grace deseaba que Rafe estuviera ahí, a su lado. Al menos él la hacíareír.

Cuando entraron en la consulta, Grace pensó que no le costaría nadavomitar. «¿Cómo es que Joaquin hace esto cada semana?», se preguntó; luegopensó en la última vez que lo había visto y volvió a sentirse triste otra vez.Después de que se lo hubiera contado todo a ella y a Maya, Grace se sentó alvolante para volver a casa, y tuvo que detener el coche a medio camino parallorar. Más que nada, deseaba haber conocido a Joaquin en aquella época,deseaba haberlo conocido toda la vida para que todo hubiera sido más fácil.Volvió a pensar en Alicia, metida en una botella y viajando en la tormenta através del océano.

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El nombre del terapeuta era Michael, y parecía bastante agradable.Llevaba la corbata anudada al estilo Windsor; era un nudo perfecto, de los queGrace solo había visto fotos en internet, y eso hizo que confiara en él un pocomás.

Solo un poco.—Bueno, Grace —dijo Michael tan pronto como se sentaron—, tus

padres me contaron algunas cosas sobre ti cuando me llamaron por primeravez para concertar esta cita. Parece que has tenido un año bastante intenso.

Grace arqueó una ceja.—Expulsé a un bebé de mi cuerpo, si es lo que me está preguntando.La madre de Grace se tapó los ojos con la mano y soltó un gemido.—¿Qué? —exclamó Grace, molesta—. Tú estabas ahí, mamá.

Prácticamente eso fue lo que pasó.Como punto a su favor, Michael pareció bastante imperturbable. A Grace

le gusto todavía un poco más.—Y tus padres mencionaron que diste en adopción al bebé, ¿correcto?Grace asintió.—A Daniel y Catalina, sí. Son muy buenos padres.—¿Y estás de acuerdo con esa decisión?Grace se encogió de hombros.—Bueno, ya está hecho, ¿no? Ya no podría pedir que me la devolvieran,

aunque quisiera.—O sea, ¿te gustaría que te la devolvieran?—Eso no... —Grace inspiró profundamente y se obligó a mantener las

manos en el regazo—. Extraño mucho a Pe... a Milly. Por supuesto que la echode menos. La llevé en mi interior durante casi diez meses. Pero está en unhogar mucho mejor, una familia más adecuada para ella. Hice lo correcto. Mispadres están de acuerdo.

—Tu madre también mencionó que desde hace poco te estás viendo conun chico, y que cuando trataron de discutir eso contigo, te alteraste un poco.

—Trató de arrancarle el techo a la casa —aclaró el padre de Grace,aunque a modo de broma.

A ella no le hizo ninguna gracia.

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—Me enfadé—dijo, lanzándole una mirada a su padre— porque Elaine,la vecina, les llamó para contarles que me había visto almorzando con unchico, como si eso fuera un maldito crimen o algo por el estilo.

—Grace —intervino su madre—, no estábamos enfadados. Lo que ocurrees que estamos preocupados por ti. Te ves tan... No eres la de siempre, cariño.

—¡Por supuesto que no soy la de siempre! —exclamó Grace—. ¡Tuve unbebé y lo entregué en adopción! ¡Ni siquiera me reconozco! Os comportáiscomo si fuera a regresar a la escuela preparatoria e ir a las fiestas y a losbailes de otoño y de fin de curso, pero nada de eso ha pasado ni pasará. ¡Nisiquiera puedo salir a la calle sin que la gente susurre sobre mí y me diga quesoy una zorra! Queréis tener de nuevo a una hija que ya no existe.

—Cariño, sabemos cuánto daño te hizo Max... —empezó su padre, peroGrace se dio la vuelta en el asiento con la mano levantada.

—No digas su nombre —dijo—. Ni siquiera lo menciones. Lo odio.—Es que no queremos que vuelvan a hacerte daño —intervino su madre

—. Solo creemos que necesitas más tiempo para recuperarte del todo.—¡No lo entendéis! —casi gritó Grace—. ¡No voy a recuperarme! No

dejáis de comportaros como si fuera a estallar en cualquier momento, y comosi fuera a olvidar lo de mi bebé si no habláis de ello durante el tiemposuficiente. —Las palabras se le atropellaron en la garganta y casi las tuvo queescupir para sacarlas—. ¡Y que todo irá bien! ¡Eso es lo que hacéis siempre!Fingir que algo no ha pasado, y luego, con el tiempo, ¡es como si nadierecordara que efectivamente sucedió! ¡Habéis hecho lo mismo conmigo!

El silencio después del estallido se hizo especialmente denso.—¿A qué te refieres, Grace? —preguntó Michael.Grace casi había olvidado que el terapeuta estaba en la consulta. Se

preguntó si se estaba arrepintiendo de haber accedido a reunirse con ellos.—Es como... —Trató de encontrar las palabras que resumieran sus

sentimientos—... como cuando dijisteis que, si alguna vez quería saberdetalles de mi adopción, lo único que tenía que hacer era preguntároslo. Pero¿por qué era responsabilidad mía? ¿Por qué tenía que ser yo la quepreguntara? ¿Por qué no podíais ser vosotros los que me lo contarais?

La madre de Grace tenía los ojos llenos de lágrimas.—Simplemente no queríamos darte demasiada información.

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—¡No! —exclamó Grace—. Pensabais que si sabía algo de mi madrebiológica trataría de encontrarla, y eso os aterrorizaba.

—¿Por qué tienes escondidas esas fotos de Milly? —preguntó su madrede pronto.

—¿Qué? —dijo Grace—. ¿Cómo las has encontrado?—Las vi en el cajón de tu escritorio —dijo—. Estaba guardando unos

bolígrafos tuyos que encontré en mi coche y las vi. —Los ojos de su madreestaban más vidriosos, y añadió—: ¿Por qué nos las estabas escondiendo? Séque echas de menos a tu hija, Gracie, pero nosotros echamos de menos anuestra nieta y a nuestra hija. Solo quisiéramos que hablaras con nosotros.

El padre de Grace asentía.Grace sintió que las lágrimas se le deslizaban por las mejillas, y se las

quitó rápidamente de un manotazo.—¿Por qué siempre es responsabilidad mía hablar con vosotros? —

preguntó—. ¿Por qué no podéis vosotros hablar conmigo?—Porque no queremos que estés triste —dijo su padre, su tono era

exactamente tan triste como no quería que se sintiera Grace—. No deseábamosque sintieras que no te queríamos, y vimos cómo estabas cuando regresaste delhospital después de dar a luz. No queríamos ser responsables de nada que tevolviera a hacer sentir mal. —Le lanzó una mirada a su esposa antes de añadir—: Hemos cometido muchos errores, creo. Pero te queremos más que a nada.Y te juro, Grace, que estamos tratando de mejorarlo, pero no sabemos cómo.

Ella intentó desesperadamente no pensar en el hospital, en ese viaje acasa en el que sintió como si le arrancaran algo del cuerpo a medida que sealejaba de Peach.

—Quiero encontrar a mi madre biológica —dijo—. Que sepa que estoybien. Y quiero que no os preocupe.

—No lo hará —le aseguró su madre—. Estaremos bien. Cuenta connosotros para lo que necesites, Gracie. Siempre estaremos ahí contigo, noimporta lo que pase.

Grace recordó la fuerza con la que ella le había apretado la mano durantelas contracciones, que nunca se había apartado de su lado, el modo en que supadre había visto Netflix con ella durante horas sin decir una sola palabra.Cuanto más mayores eran, más humanos parecían sus padres, y esa era una de

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las cosas que más miedo le daba en el mundo. Echaba de menos cuando erapequeña, cuando eran los dioses todopoderosos de su mundo, pero, al mismotiempo, verlos como humanos hacía que fuera más fácil verse a sí misma deesa manera.

—Grace, ¿has hablado con otras chicas que hayan pasado por la mismasituación? —preguntó Michael—. ¿Un grupo de apoyo, quizá?

Ella negó con la cabeza. Hablar con desconocidos sobre Peach le parecíaalgo imposible, casi como una traición.

—Hay muchas chicas que están en las mismas circunstancias que tú —dijo Michael, pero su tono era amable—. ¿Es algo que quizá podamosexplorar, al menos?

Grace asintió.—Creo que vamos a progresar mucho trabajando juntos —dijo Michael

con una gran sonrisa.Grace se reclinó en su asiento y cerró los ojos.El progreso, pensó, sonaba agotador.

—Bueno, déjame ver si lo he entendido bien —dijo Rafe—. ¿Elaine, lavecina, les contó chismes a tus padres sobre mí?

—Y sobre mí —asintió Grace, sorbiendo lo que quedaba de la lechemalteada.

—Esa vecina tuya necesita ocupar el tiempo en algo —contestó Rafe.Rafe le había escrito esa tarde después de la cita con el terapeuta.

¿Tienes deportivas?

¿Qué?

Vamos a correr. ¿Nos vemos en treintaminutos detrás del parque?

Grace había empezado a escribir para decirle que no, pero luego leyó loque había escrito y lo borró.

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OK

Rafe era el tipo de compañero de deporte que le gustaba: callado. A ellatodavía le iban bien las zapatillas, y aunque no estaba en las mejorescondiciones para subir corriendo a toda velocidad por la colina, la punzada enel costado y el silbido de los pulmones hizo que se sintiera como antes, comosi todavía tuviera una cosa que seguía igual incluso después de tantos cambios.El día era fresco, el aire de otoño finalmente parecía de otoño, y no como elde un verano extralargo, y cuando ella y Rafe lograron llegar a la cima de lacolina, Grace se volvió hacia él y sonrió.

—No ha estado mal —dijo.—Mátame —jadeó Rafe en respuesta. Se había doblado por la cintura y

tenía las manos apoyadas en las rodillas.Grace se limitó a reír.Después se sentaron uno junto al otro en el capó del coche de Rafe.

Grace se sentía más limpia y más pesada a la vez, como alguien que hubiesehecho la mitad de su trabajo, pero se hubiese reservado lo peor para el final.

Pero sentarse junto a Rafe en el aparcamiento hacía que al menos todo lepareciera un poco menos pesado.

—Sabes por qué la vecina llamó a tus padres, ¿verdad? —preguntó Rafe,y su voz tenía un filo que Grace nunca antes le había oído.

—¿Porque cree que me dejarán embarazada todos los chicos al norte delecuador?

Rafe esbozó una ligera sonrisa.—Ja. Quizá. Pero vamos, Grace, eres una chica blanca y yo soy

mexicano. Saca tus conclusiones.—¿Eso crees?—No estoy al cien por cien seguro, pero sí tengo la certeza en un noventa

y nueve por ciento.—Sabes que no me importa esa mierda, ¿verdad? —le dijo Grace—. Al

carajo con Elaine, la vecina, si ese es su problema.Rafe no podía ocultar la sonrisa que se le dibujaba en los labios.—Si no te importa, preferiría no irme a ningún lado con Elaine, la vecina.

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—¡Cállate! —Grace soltó una risita. No tenía idea de por qué siempre sereía con él. No lograba decidir si era algo bueno o malo—. ¡Ya sabes a quéme refiero!

—Sí, y tú ya sabes a qué me refiero yo —respondió Rafe—. No tepreocupes, no es que esté enfadado contigo por eso. Pero a veces no ves esascosas del mismo modo que yo.

Grace asintió.—Creo que deberíamos poner un letrero de «Se vende» en casa de Elaine

—dijo.Ahora le tocó a Rafe reírse.—Adelante —dijo—. Yo te apoyaré.—No me tientes. —Grace apoyó los pies en el borde del parachoques del

coche. Estaban sentados en el lado del aparcamiento que quedaba junto a laplaza, desde donde había una sorprendente vista de la ciudad. Desde eseángulo casi parecía un pueblo grande. Casi.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Dime —dijo Rafe.—¿Te acuerdas de mi hermano Joaquin, del que ya te he hablado? Es

mitad mexicano, pero creció en distintas casas con distintas familias. Creesque... Bueno quiero decir que creo que es difícil para él. —Grace ni siquieraestaba segura de lo que quería decir ni de cómo decirlo.

—¿Me estás pidiendo que te dé mi opinión como mexicano? Ya sabes queeso es muy racista, ¿verdad?

Grace aguantó la respiración antes de contestar.—No sé cómo hacer algunas de estas preguntas —admitió—. Pero

Joaquin es mi hermano, tiene problemas y no sé cómo ayudarlo.Se quedaron callados un segundo. Rafe sacudió lo que quedaba de la

leche malteada. Grace nunca antes lo había visto tan contemplativo.—Algunas personas creen que eres menos mexicano si no hablas español,

y a otras no les importa. Pero luego está la religión: ¿a qué Iglesia va tufamilia? ¿Cómo celebráis la Navidad? ¿Cuáles son los orígenes de tu familia?¿Eres de primera o de segunda generación? ¿Qué tradiciones tenéis? Hay unmontón de cosas, y a veces se vuelve difícil.

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»Es como con Elaine, la vecina. Probablemente supuso cosas de mí, peropor lo menos puedo ir a casa y hablar con mi hermano sobre el tema y reírnosun rato por lo tonta que es. Estoy orgulloso de lo que soy, y no quisiera serotra persona, y cuando la gente se comporta como si fuese idiota, puedo acudira mi familia para que me apoyen. Si tu hermano no tiene nada de eso, entoncesdebe de ser difícil.

Grace lo escuchó, luego se acercó a él hasta que las piernas de los dosquedaron una junto a la otra. Después de todo, había sido un día muy largo yquería sentirse menos sola en el mundo. Rafe no se apartó.

—¿Crees que podrías hablar con Joaq? —preguntó.Rafe mostró una sonrisa burlona.—¿Qué? ¿Enseñarlo a ser mexicano?—¿Qué? ¡No! No, yo nunca...Rafe le sonrió.—Relájate. Estoy bromeando. Y sí, claro, dame su teléfono y le mandaré

un mensaje. Quizá podamos hacer algo juntos. Además, me gustaría estrecharlela mano después de que casi le pegó a ese cabrón por llamarte zorra. —La vozde Rafe volvía a sonar oscura—. Idiota.

—Adam es definitivamente un idiota —coincidió Grace—. Y gracias.—De nada. Pero, ya sabes, es probable que Joaquin necesite menos gente

que le hable y más gente que lo escuche. —Rafe le dio un golpecito en elhombro—. Y tú eres bastante buena escuchando, Grace.

Ella asintió, sin estar segura de que eso fuera completamente cierto, perodeseó que así fuera.

—Y ahora tengo que pedirte un favor —dijo Rafe, aclarándose lagarganta—. Y es importante.

—Lo que sea.—¿Puedes, por favor, dejar de masticar la pajita de la bebida? —Rafe le

quitó el vaso de leche malteada e inspeccionó la parte de arriba de la pajita—.¡Mira esto! ¿Cómo es posible que no te estés desangrando en este momento?

—¡Devuélvemela! —exclamó Grace, pero no paró de reír mientrasintentaba recuperar su bebida—. ¡Es que tengo dientes nerviosos, eso es todo!

—¡Dientes nerviosos! —repitió Rafe—. ¿Y eso qué demonios se suponeque significa?

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—¡Cállate! —respondió ella sin dejar de reírse, y cuando hizo otrointento de quitarle el vaso, cayó encima de él.

Entonces los dos dejaron de reír.Grace sabía lo que se suponía que debía hacer de acuerdo con lo que

había visto en la tele. Sabía lo que quería hacer: besarlo. Y sabía que no podíahacerlo, todavía no.

—Lo siento —susurró—. Yo...—Lo sé —respondió Rafe, y le apartó el cabello del rostro de un modo

en que Max nunca lo había hecho—. No pasa nada.—Necesito que sepas que no se trata de ti —dijo Grace—. Quiero decir,

no es que no quiera. No es que seas feo...Rafe sonrió de oreja a oreja.—Eso es lo que siempre quise que una chica me dijera. Gracias por

hacer que ese sueño se vuelva realidad.—Ya sabes a qué me refiero.—Sí, lo sé —asintió. Con los brazos todavía alrededor de ella, la

estrechó con suavidad—. ¿Te quieres levantar?—Todavía no —respondió Grace.—De acuerdo —dijo él, y luego le rodeó los hombros más cómodamente

con el brazo—. Tenemos todo el tiempo del mundo.No, no lo tenían. Pero, de todos modos, Grace decidió creer a Rafe

mientras se sentaban juntos, esperando en la orilla del mundo.

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Maya

Casi una semana después, Maya todavía quería romperle la cara a aquel chico,Adam.

Y tampoco estaba demasiado contenta con Lauren.Se había negado a hablarle desde el día en que Claire le dijo que Lauren

le había contado lo ocurrido a su madre. Lauren le había suplicado, llorado,rogado y, finalmente, hasta gritado, pero Maya rehusaba abrirle la puerta de lahabitación, se negaba a mirarla, a reconocerla de alguna manera.

—¿Cuánto tiempo piensas aplicar tu venganza a tu hermana? —lepreguntó su padre, finalmente—. Solo tienes una, ¿sabes?

—Esa ya no es una afirmación verdadera —replicó Maya con sutileza—.¿Puedo volver a mis deberes, por favor?

La situación no era fácil en su casa. No era solo que la madre de Maya yano estuviera ahí, sino que su alcoholismo parecía permanecer sobre ella,suspendido como una nube, y siempre le recordaba a Maya que había invertidotiempo en resolver un problema que ni siquiera podía solucionar. Laurenparecía compensarlo viendo la televisión durante horas. Veía al mismo tiempoprogramas de amas de casa y de bricolaje y concursos de canto, que poníancada vez que Maya bajaba por un bocadillo. Algunos de los programasparecían interesantes, pero se sentía traicionada por Lauren, despedazada porel hecho de que su hermana hubiera hablado con su exnovia a sus espaldas.Había pasado tanto tiempo con la idea de que los secretos nunca dejaban sucasa, que no sabía cómo lidiar con ello cuando alguno se escapaba; le hubieragustado hacer que las paredes estuvieran más cerca, más apretadas, que laabrazaran de tal modo que nadie más pudiera entrar.

La tensión finalmente estalló una noche durante la cena.

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Maya apenas sabía lo que estaba haciendo. Sospechaba que era mala ideadecirlo así, y no estaba segura de querer seguir con ese plan. Pero aquel día sehabía sentido pequeña y mezquina, con ganas de golpear, de atacar.

—Pues Grace, Joaquin y yo estamos pensando que deberíamos buscar anuestra madre biológica —dijo.

Lauren de inmediato se atragantó con un trozo de ensalada y su padre letuvo que dar unos golpes en la espalda.

—¿Eso pensáis? —preguntó él, una vez que lograron oírse por encima dela tos de Lauren.

Los ojos de Lauren estaban rojos y llorosos, y se cubría la boca con laservilleta mientras fulminaba a Maya con la mirada. Ella fingió no verla.

—Creo que sí —dijo, y arrancó con indiferencia un trozo de pan. Supadre había mejorado improvisando las cenas. No habían comido pizza encasi una semana—. Ya sabes, solo para conocerla. Conocer nuestra historia.

—Ya tienes una historia —dijo Lauren—. Está aquí, con nosotros.—Quizá tenga más de una historia —le rebatió Maya.—Chicas, vamos —medió su padre—. My, ¿estás segura de querer hacer

esto en este momento?—Sí, ¿por qué no? No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, ¿no?El lugar en la mesa donde normalmente se sentaba su madre parecía más

vacío que otros días.—Pero es que... han sido un par de meses realmente intensos. Tu madre,

encontrar a Grace y a Joaquin. Quizá quieras esperar a que se asienten lascosas un poco antes de emprender una nueva aventura.

—¿Una aventura? —Maya lo fulminó con la mirada—. ¿Eso es lo quecrees que es?

—Cariño, no, lo siento. Eso no es lo que yo... Elegí mal las palabras, ¿deacuerdo? Pero creo que quizá tú, mamá y yo deberíamos discutirlo.

Maya se rio. No lo pudo evitar. Se rio durante todo un minuto antes depoder controlarse nuevamente.

—Pues ¿sabes qué, papá? Me encantaría hablar con mamá de esto. Enserio, no hay nada que me gustaría más en este momento que hablar con ella,pero no puedo, porque no puede hablar con nadie. Además, es el Día de la

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Familia, ¿no? El día en que todos vamos al centro de rehabilitación y fingimosque todo va de maravilla.

Lauren estaba sentada en silencio junto a ella, y Maya no pudo evitarpreguntarse si compartía su opinión.

—No vamos a fingir que todo está bien... —repuso su padre.—¿En serio? Porque esta familia es verdaderamente buena haciendo eso.Su padre respiró profundamente y se apartó de la mesa con un empujón.—Necesito un momento, chicas —dijo, y luego se levantó y salió del

comedor.—¿Cuál es tu maldito problema? —murmuró Lauren tan pronto como

estuvieron solas—. ¿Crees que papá no se siente lo suficientemente mal eneste momento?

—¿Ah, en serio? ¿Eso crees? ¿Por qué no le mandas un mensaje a Clairecontándoselo? Estoy segura de que a tu nueva mejor amiga le encantará hablarcontigo.

—Por Dios. ¿Puedes dejar de pensar en ti, My? Le escribí porque estabapreocupada por ti. Estás bien con Claire. Hasta me gustas cuando estás conella. —Lauren ya se estaba levantando de la mesa—. ¿Puedes dejar decomportarte como si toda esta familia intentara acorralarte? Tú no eres laúnica que tuvo que buscar botellas de vino en el armario de mamá, ¿sabes? Nofuiste tú la que la encontró desangrándose en el suelo. Pero eres la que sepermite un berrinche cada vez que alguien dice algo que no te gusta. Pues quélástima. Sé que te gusta pensar que tienes toda una familia nueva con la que tepuedes escapar, pero aún tienes una familia aquí.

—¿Ah, sí, Laur? —replicó Maya, que también se había puesto de pie—.Dime algo. Cuando mamá y papá dijeron que se iban a divorciar, ¿tú tepreocupaste por si todavía te seguirían queriendo?

—¿De qué estás hablando? —gritó Lauren.—¿Alguna vez has tenido que mirar las fotos de la escalera y pensar:

«¿Me odiarán por arruinar su familia perfecta? ¿Soy yo la razón de todo esto?¿Yo y mi existencia de bicho raro?»? Déjame adivinarlo: la respuesta a todoeso es no. Así que no trates de hacerme sentir mal por tratar de encontrar milugar en este mundo, ¿de acuerdo? ¡Porque tú nunca te has tenido quepreocupar por el tuyo!

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Ahora Lauren estaba llorando de esa manera terrible en que siempre lohacía, pero Maya ya le había dado la espalda y subía corriendo las escaleras.

Pero no podía alejarse lo suficiente. No de ella misma. No habíasuficientes escalones en el mundo para eso.

Maya no logró conciliar el sueño esa noche.Lo único que veía cuando cerraba los ojos era la expresión de Grace

cuando Adam la llamó zorra, la expresión de Joaquin mientras describía cómoNatalie caía al suelo, la expresión de Lauren cuando Maya había mencionadolas fotos de la escalera. Todos hacían que sintiera el estómago vacío, como sifuera un hueco que no se pudiera llenar jamás, por más buenos pensamientosque tuviera para reemplazar a los antiguos.

A las dos de la madrugada, se dio por vencida y bajó a la cocina.Lauren estaba ahí, separando unas galletas Oreo con furia para rasparles

el relleno de crema y meterlo en un tazón. Maya se detuvo cuando la vio, listapara darse la vuelta, pero Lauren también la había visto.

Durante unos segundos ninguna de las dos se movió.—No podía dormir —dijo Lauren por fin.—Yo tampoco —respondió Maya. No se había dado cuenta de lo cansada

que parecía Lauren últimamente, pero supuso que este sería un mal momentopara mencionarlo—. Te dejo sola.

—Solo iba a tirar esta crema —dijo Lauren.Maya hizo una pausa, luego se dio la vuelta y se sentó en la barra de la

cocina, frente a Lauren.—Quiero decir que tú eres el bicho raro que no quiere comer chocolate

—agregó Lauren mientras raspaba otra galleta dentro del tazón.—Tú eres el bicho raro que sí come chocolate —dijo Maya con un tono

malhumorado. Después de todo, eran las dos de la madrugada—. Sabe a tierradulce.

Lauren se burló y empujó el tazón hacia ella. Se sentaron en silenciodurante un minuto, una frente a la otra, hasta que Lauren decidió hablar:

—¿De verdad odias esas fotos de la escalera?

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—No las odio —dijo Maya—. Solo odio que sea tan evidente que no meparezco a vosotros.

—¿De verdad me odias porque me parezco a mamá y a papá y tú no?—¿Por qué habría de odiarte a ti por eso? No es culpa tuya. Tú no

pediste nacer.—Sabes que nunca elegirían a una de nosotras y a la otra no, ¿verdad? —

Aunque estaba sentada frente a Maya, la voz de Lauren sonaba muy lejana—.No es una competición, My. Nos quieren a las dos.

Maya suspiró.—No estoy molesta por que me adoptaran. Quiero a mamá y a papá y

todo eso, pero es que a veces tengo preguntas que solo los desconocidospueden responder.

—¿Como Grace y Joaquin?Maya se encogió de hombros.—Siento que entienden a qué me refiero cuando digo cosas así.Los ojos de Lauren se llenaron de lágrimas.—Laur, por favor —suspiró Maya—. ¿En serio? ¿Por qué estás llorando?Lauren se enjugó las lágrimas, pero eso no ayudó mucho.—Porque amabas mucho a Claire, y la hiciste a un lado tan pronto como

tuvisteis una pequeña pelea...—No fue pequeña.—... y ahora tienes a ese otro hermano y a esa otra hermana, y mamá no

está, y... ¡no te quiero perder a ti también! Eres mi hermana mayor. No meimporta de dónde vengas y el aspecto que tengas. Eres mía, ¿sabes? No tengo anadie más que a ti.

—Laur —dijo Maya en voz baja—, no me vas a perder como hermana.—¡No me has dirigido la palabra en una semana! —sollozó Lauren—. Ni

siquiera me has mirado. ¡Ha sido como toda una repetición de lo que le hicistea Claire!

Maya suspiró, luego bajó de su taburete de un brinco y pasó un brazoalrededor de los hombros de su hermana.

—Yo no... no... Vale, está bien. No voy a dejar a nuestra familia, ¿deacuerdo? No lo haré —insistió, y Lauren lloró con más ganas—. No me quieroir. Pero me ha gustado conocer a Grace y a Joaquin. Ni siquiera estoy segura

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de si quiero conocer a mi madre biológica o no, pero eso no significa que note quiera.

—Sería más fácil creerte si dejaras de ignorarme —sollozó Lauren.—Está bien. Lo siento. Solo estaba enfadada porque le escribiste a

Claire. Sentí que...—Que había roto las reglas. Lo sé. ¿Me prometes que vas a decirme si

decides buscar a tu madre biológica?—Por supuesto.—¿Y dejarás de ignorarme?—¿Dejarás de escribirle a mi exnovia dándole información sobre mi

vida?—¡Solo fue una vez! Pero sí, lo haré.—Está bien.—Te quiero —susurró Lauren—, hasta cuando te comportas como una

salvaje.—Y yo te quiero, hasta cuando me llamas salvaje.No era la mejor de las disculpas, pero a las dos de la madrugada, con el

mundo dando vueltas más rápido de lo que cualquiera de ellas pudieracontrolar, parecía que podía ser el inicio de algo nuevo y prometedor.

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Joaquin

El fin de semana de Joaquin no había comenzado de la mejor manera.El viernes, justo cuando iba a salir de la escuela para dirigirse a casa, la

consejera académica lo llamó desde su oficina.—¿Joaquin? —dijo—. ¿Puedo hablar contigo un momento?Joaquin miró alrededor solo para asegurarse de que no hubiera otro

Joaquin detrás de él. No tenía la menor idea de que la consejera académicasupiera quién era. Generalmente, se dedicaba a atender a los chicos que hacíansolicitudes para las universidades. Joaquin había visto la oleada desolicitudes desde lejos; todos se preparaban para abandonar sus casas yempezar la siguiente fase de sus vidas.

Pensó que era irónico que todos se esforzaran tanto para irse de casa,cuando él lo único que quería era quedarse en una.

—He visto esto —empezó la consejera cuando entró finalmente en suoficina, ignorando todos los pósteres motivacionales que le decían que ¡podíahacerlo!—. Y, por supuesto, pensé en ti. ¡Creo que te podría servir! —le dijocon una sonrisa.

Joaquin bajó la mirada al papel que le estaba dando. Lo había impreso deinternet, y la fecha indicaba que el artículo databa de hacía casi cinco años.«Consejos para salir gradualmente de los servicios sociales» decía en letranegrita como titular, y, luego, más abajo: «Lo que necesitas saber para ser unadulto con éxito... ¡y más que eso!». Junto al titular había una imagen de uncohete.

—Ha pensado en mí —dijo Joaquin, intentando no reírse, o llorar o loque sea que fuera esa reacción que burbujeaba dentro de su pecho y le oprimíalos pulmones.

—Así es —asintió ella.

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—Pues se lo agradezco —contestó él.Joaquin sabía muy bien que cumpliría dieciocho años al cabo de tres

meses. No necesitaba que la consejera se lo recordara. También sabía quehabía servicios que podía utilizar hasta cumplir los veintiuno: subsidios parael alquiler y la comida, posibles becas para la universidad, asistencia laboralpara conseguir trabajo... Pero Joaquin había pasado la vida entera,literalmente, en el sistema, donde le prometían cosas que siempre estabanfuera de su alcance, y no quería pasar los siguientes tres años persiguiendo unconejo blanco por la madriguera. Siempre había supuesto que simplemente sealistaría en el ejército, pero al pensar que tendría que dejar la casa de Mark yLinda, el estómago le daba un vuelco.

Nada más salir de la oficina de la consejera, echó el artículo a lapapelera.

Cuando se reunió con Ana en la cafetería habitual, alguien ya se habíasentado en su reservado de siempre y había niños que corrían por todas partes,y a Joaquin le habría gustado quitarse la piel de tan apretada como la sentía.

—Les dije a Mark y a Linda que no quería hacer lo de la adopción —ledijo tan pronto como el camarero les trajo las bebidas—. Ya está, ya mepuedes regañar durante el resto de la hora.

Ana abrió mucho los ojos, pero solo empezó a quitar la envoltura depapel a su pajita.

—No te voy a regañar —dijo con una voz que no sonaba firme enabsoluto—. Y si de verdad es lo que quieres, entonces ¿por qué deberíamolestarme? De hecho, te felicitaría por hacer lo que realmente quieres.

—¿Pero...? —preguntó Joaquin.—Pero —prosiguió ella— no creo que eso sea realmente lo que quieres.

Más bien crees que eso es lo que Mark y Linda quieren. Creo que tienes miedode decepcionarlos y miedo de que te decepcionen, así que prefieres cerrartodas las opciones antes que aprovechar la oportunidad y salir lastimado.

—No me preocupa salir lastimado —insistió Joaquin—. Me preocupaque ellos salgan lastimados. No sé cómo voy a reaccionar, así que yo...

—¿Te irás? —apuntó Ana.

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Joaquin cogió la pajita de la bebida y la golpeó sobre la mesa hasta quela envoltura quedó arrugada por completo. Tenía ganas de provocar una peleacon ella y no sabía por qué.

—¿Quieres saber lo que hice el fin de semana pasado? —añadió.—Claro —asintió Ana, suave como la palma de la mano, como siempre.—Vi a Grace y a Maya. Quedamos para tomar un café, y mientras

estábamos ahí, un tipo al que Grace conocía se acercó y empezó a insultarla.—Joaquin hundió la pajita en la bebida con más fuerza de la necesaria.

Esta vez Ana pareció sorprendida.—¿Por qué? —preguntó.—No lo sé. Supongo que no tuve la oportunidad de preguntárselo antes

de estrellar a ese tipo contra la pared. —Joaquin todavía podía sentir el latidodel corazón de Adam contra el antebrazo, lo bien que se había sentido alasustarlo tanto como él había asustado a Grace—. No llegamos a pelear. Solole dije que dejara en paz a mi hermana, y él y su amigo se fueron corriendo.

Ana le dio un sorbo a su limonada.—¿Usaste la palabra «hermana»?Joaquin asintió.—¿Y luego qué hiciste?—Yo... —Debajo de la mesa, Joaquin empezó a balancear la pierna, una

costumbre nerviosa que nunca había podido quitarse—. Salí corriendo.—¿Adónde fuiste?—Al aparcamiento.—¿Y Grace y Maya?—Me siguieron hasta al parque junto a la plaza. Yo estaba... Me

temblaban las manos. No podía controlarlo.—Joaquin —Ana hablaba demasiado bajo para el ruido de la cafetería,

pero Joaquin la oyó con toda claridad—, ¿tuviste miedo de lo que hubieraspodido hacer?

Joaquin asintió. Había querido contarle la historia a Ana para que sediera cuenta de que él estaba más allá de la salvación, que para ella seríamejor comer ensaladas y tomar limonada con algún chico que en realidadtuviera solución, pero sus ojos eran tan comprensivos, estaban tan tristes, quetuvo ganas de llorar.

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—Se... se lo conté.Ana frunció el ceño un poco.—¿Has contado qué a quiénes?—A Grace y a Maya. Lo de Natalie.Ana extendió la mano, la puso sobre la suya y no dijo nada.—Ellas dijeron... —Joaquin se mordió el labio y parpadeó—. Dijeron

que no era más que un niño, ¿sabes? Que no fue culpa mía.—¿Y las creíste?Joaquin negó con la cabeza mientras el labio inferior empezaba a

temblarle.—¿Y hubieras querido hacerlo?Esta vez asintió, y Ana le apretó la mano y se levantó.—Ven —dijo—. Vamos a dar un paseo.Anduvieron hasta que Joaquin sintió que podía respirar de nuevo.—Estoy muy orgullosa de ti, ¿sabes? —dijo Ana mientras recorrían la

calle principal—. Es un paso enorme en tu relación con Grace y con Maya. Laúltima vez que hablamos de ellas dijiste que nunca se lo contarías.

Joaquin se encogió de hombros.—Simplemente pasó. No lo planeé.—¿Le hiciste daño al tipo que insultó a Grace?—No, simplemente lo amenacé y se fue corriendo. Pero me sentí tan... —

Joaquin levantó las manos frente a él, apretando algo imaginario—. Fue lamirada de Grace lo que me empujó, ¿sabes? Cuando él le dijo eso, parecía tantriste...

—¿Y eso te puso triste también?—No, hizo que me enfadara.Ana dibujó en su rostro una gran sonrisa.—El enfado es una...—... emoción muy válida —acabó Joaquin imitando su entonación. La

había oído decir esa frase al menos un millón de veces—. Lo sé, lo sé. Peroeso no impide que me sienta mal.

—¿Y cómo te sentiste al ver que tus hermanas no se enfadaban contigopor haberle hecho daño a Natalie?

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Joaquin no sabía si existía una palabra que expresara esa emoción. Noera felicidad, ni alivio, ni desconcierto. Tampoco era confusión ni lástima deque fueran tan ingenuas como para confiar en él. Ninguna era la correcta.

—En uno de los hogares, cuando tenía seis años —dijo—, a todos nosregalaron bicis por Navidad. Incluso a los que no éramos biológicos, así quefue superimportante. Pero la mía era de dos ruedas y yo no sabía ir en bici, asíque el papá de la casa le puso ruedecitas. Y yo subía y bajaba por la calle, ycada vez que pensaba que me iba a caer de lado, las ruedecitas lo evitaban.

Ana había dejado de andar y levantó la mirada hacia Joaquin. Él no sabíasi eso era algo bueno o malo.

—Y, finalmente, aprendí a montar en bici, pero no dejaba que le quitaranlas ruedecitas, porque me gustaba esa sensación, ¿sabes? Siempre evitabanque me cayera. Y así me sentí con Grace y Maya. Como si me estuvieracayendo, pero no. Ahí estaban ellas para evitarlo.

Y luego Joaquin observó mientras —para su absoluto horror— unalágrima se deslizaba por la mejilla de Ana.

—Ay, mierda —exclamó antes de poder evitarlo. Joaquin no estabaseguro de qué pasaba cuando hacías llorar a tu terapeuta, pero probablementeno era nada bueno.

—Lo siento mucho. Lo siento...—No, no es... Yo lo siento, Joaquin. —Se levantó las gafas lo suficiente

para secarse las lágrimas, riendo al mismo tiempo—. Solo que estoy super...superorgullosa de ti, eso es todo.

Joaquin la miró con suspicacia.—De verdad que estoy bien —dijo, y luego volvió a colocarse las gafas

—. Ahora quiero que pienses en algo.—Está bien —asintió Joaquin. Se habría ofrecido para entrenar focas

para el circo si eso hubiera ayudado a que Ana dejara de llorar.—Sé que todavía no lo crees, y sé que quizá nunca lo creerás, pero

también Mark y Linda son como esas ruedecitas. Eso que has descrito es loque hacen los padres. Te cogen antes de que te caigas. Eso es lo que significala familia.

Joaquin pensó en Mark y en Linda sentados junto a él en la cama despuésde una pesadilla, salvándolo de la oscuridad.

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—Está bien —dijo. Esperaba algún día tener las palabras para decirles atodos cómo se sentía por dentro, pero por ahora tendría que bastar un «estábien».

—Está bien —coincidió Ana—. Me muero de hambre. ¿Te gusta elhelado de yogur?

—Está bien —volvió a decir Joaquin, luego sonrió de oreja a oreja yesquivó a Ana antes de que le pudiera dar un golpe en el hombro.

Había un coche desconocido en la entrada cuando Joaquin dio la vuelta haciala calle de Mark y Linda. Dejó de patinar de inmediato y empujó con el pie laparte trasera del monopatín para poder levantarlo por las ruedas de delante.

No era el coche de su trabajadora social, pero ¿quizá se había compradouno nuevo? O quizá le habían asignado una nueva trabajadora social. Fueracomo fuese, sabía que ese coche estaba ahí para llevárselo. Con el pasar delos años había visto muchos coches desconocidos en entradas conocidas,todos con asientos traseros lo suficientemente grandes para que cupiera unchico y una bolsa de basura llena de las cosas que lograra llevarse.

Joaquin no estaba sorprendido. No esperaba que Mark y Linda sequedaran con él, no después de haberle ofrecido la oportunidad de seradoptado y haberla rechazado. ¿Quién querría tener en casa a un chico taningrato? Después de todo, Joaquin había tenido comida, dinero y ropa graciasa ellos durante casi tres años. En su lugar, también él habría buscado unrendimiento de su inversión.

Tomó nota de acordarse de llevarse el lazo azul de la feria de arte decuarto grado. Siempre era lo primero que guardaba en su equipaje.

—¡Ostras! —gritó Linda cuando Joaquin entró por la puerta de atrás, yeste se quedó paralizado, con el monopatín todavía en la mano—. ¡Mark! Ay,por Dios.

—¿Disculpa? —dijo Joaquin.—No, tú no, cariño. No, no, entra. ¡Es que pensábamos que volverías a

casa más tarde! ¡Ay, por Dios!

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Joaquin se quedó en la entrada. Linda tenía un enorme lazo rojo en lasmanos y las gafas sobre la cabeza, y se asomaba por los escalones del sótano.

—Mark, ¡ya está en casa! ¡Te lo dije! —Luego se volvió de nuevo haciaJoaquin—. Cariño, entra, entra, no pasa nada. ¿Tú estás bien? —Hizo un gestopara que se acercara.

Mark subió trotando por la escalera, ligeramente sin aliento.—¿Qué haces aquí tan pronto? —le preguntó a Joaquin, pero estaba

sonriendo—. Linda quería hacer una gran presentación. Hasta consiguió unlazo especial y todo.

Linda suspiró exasperada.Joaquin todavía estaba en la puerta.—¿Qué? —dijo finalmente. ¿Se suponía que debía guardar el lazo en la

bolsa de basura con sus cosas?—. ¿Es una fiesta sorpresa de despedida?Tanto Linda como Mark se quedaron paralizados.—¿Una qué? —preguntó Mark.—Pues hay un coche —dijo Joaquin, señalando con el pulgar por encima

del hombro—. En la entrada.El semblante de Linda estaba pasando rápidamente del nerviosismo al

horror.—¿Crees que nos vamos a deshacer de ti?Si este era un juego de adivinanzas, Joaquin definitivamente lo tenía

perdido.Mark y Linda se miraron el uno al otro, y luego ella fue hacia Joaquin y lo

llevó dentro de la casa. La puerta mosquitera se cerró tras él.—Joaquin —dijo—, ese coche es para ti.Él se quedó mudo.—¿Qué?Linda le puso las manos en los hombros para que no se moviera.—Siéntate, Joaq —dijo Mark, y acercó una silla.Joaquin casi se desplomó sobre el asiento y el corazón le empezó a latir a

toda velocidad. Le parecía que todo aquello era un truco, como un elaboradoengaño para humillarlo y avergonzarlo, y, sin embargo, no creía que Mark yLinda le hicieran algo así.

—Habéis comprado un coche. ¿Para mí? —preguntó.

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—Sí —asintió Linda, luego depositó el enorme lazo en su regazo—. Sesuponía que tenías que llegar a casa dentro de quince minutos. Le íbamos aponer un lazo como en los anuncios.

—Teníamos la esperanza de hacer un vídeo viral en YouTube —bromeóMark, sentándose frente a él—. Nos acabas de costar millones de dólares enpublicidad.

Joaquin, desconcertado, acarició el lazo.Lo sentía suave en sus manos.—Íbamos a esperar hasta que cumplieras dieciocho años —explicó

Linda, la mano todavía firme en su hombro—. Pero ahora que Grace y Mayahan entrado en nuestras vidas, queremos que puedas verlas cuando quieras. Nodeberías depender de nosotros para que te llevemos.

—Creemos que es muy importante que veas a tus hermanas —agregóMark. Su tono era tranquilo, como si le hablara a un animal asustado—. ¿Estásbien, Joaq? Parece que acabas de ver un fantasma.

Joaquin asintió.—Estoy bien —dijo— Solo que no... Pensaba que era la trabajadora

social.—Oh, Joaquin —exclamó Linda, acariciándole la nuca. No era una mujer

grande, pero sus manos siempre parecían fuertes—. No vamos a dejar que tevayas a ningún lado.

—¿Lo quieres ver? —preguntó Mark, levantándose—. Tiene calentadorde asientos.

Joaquin sonrió al oír eso.—Sí —dijo—. Vamos.Era un coche de segunda mano, de color gris plateado, y tenía una

pequeña mancha en el asiento del copiloto, que Linda suponía que era de lápizde labios.

Joaquin pensó que era el coche más perfecto que hubiera visto nunca.—Estamos pensando en ayudarte con el impuesto de circulación y el

seguro, al menos durante el primer año, y luego, con tu trabajo en el Centro delas Artes puedes pagar la gasolina —dijo Mark después de mostrarle aJoaquin el gato hidráulico, la manta de lana y el botiquín de primeros auxiliosen el maletero.

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Joaquin apretó las llaves contra la palma de la mano, con tanta fuerza quepensó que le perforarían la piel, que lo atravesarían por completo hasta elhueso.

—Vale—dijo. No tenía la menor idea de cuánto costaba la gasolina, perotenía dinero ahorrado.

—Y si alguna vez mandas mensajes y conduces al mismo tiempo, nuncavolverás a conducir ningún coche durante el resto de tu vida —le advirtióLinda—. Al menos mientras yo viva.

—Entendido —dijo Joaquin—. ¿Todavía le quieres poner el lazo?—¡Sí! —exclamó Linda.—No, tienes que subirte al coche e ir a dar una vuelta —dijo Mark,

tratando de frenar a Linda—. Podemos ponerle el lazo a otra cosa. Como algato del vecino.

—¡Mark! —protestó Linda.Mark odiaba al gato del vecino porque se orinaba en su huerto. Joaquin

había oído unas historias épicas sobre el dichoso gato en los dos años quellevaba en esa casa.

—Ve, vamos —lo instó Mark, abriendo la puerta del lado del conductor—. Da una vuelta. No vas a querer quedarte con tus pa... con nosotros. —Markse aclaró la garganta—. Ve a ser un adolescente durante un rato.

Joaquin no estaba seguro de cómo hacer eso, pero lo intentaría. Por ellos.—¡Ponte el cinturón! —dijo Linda—. ¡Revisa los retrovisores! ¡Los

laterales también! Son importantes. ¡No olvides el punto ciego!Mark fingió hacerle una llave para que se callara y se la llevó

arrastrando del coche.—Vete —le dijo a Joaquin—. Quizá entretanto le pondré el lazo a Linda.—¡Te he oído! —dijo ella con la voz amortiguada contra la camisa de su

esposo.Joaquin se puso el cinturón, revisó los retrovisores (los laterales

también) y con cuidado salió marcha atrás hacia la calle. Había conducidoantes los coches de Mark y de Linda, pero esto era increíblemente distinto.

Después de varios minutos, Joaquin aparcó el coche junto a la acera.Las manos le temblaban demasiado para coger el volante.

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Grace

Fue idea de Grace reunirse en casa de Maya dos semanas después.No tuvo que insistir mucho para convencer a Maya y a Joaquin. Después

del incidente de Adam, estaba bastante segura de que ninguno de ellosvolvería pronto a la plaza.

—¿Te han regalado un coche? —exclamó Maya, irrumpiendo en lospensamientos de Grace—. ¿Estás hablando en serio, Joaquin? ¿Y nos locuentas ahora?

Joaquin se sentía confundido y avergonzado a la vez por toda la situación.—Sí —dijo—. Al principio pensé que me iban a echar. Creí que el coche

era de la trabajadora social.Grace sitió que el corazón se le caía hasta los pies. Esperaba que Peach

nunca se sintiera así, que nunca se encontrara tan perdida como a vecesparecía estarlo Joaquin. Esperaba que Peach nunca se sintiera sorprendida porla amabilidad de otra gente.

Esperaba, esperaba, esperaba.—¿Crees que Mark y Linda me adoptarían a mí? —medio bromeó Maya.Estaba sentada con los pies en la piscina otra vez. Grace agradecía que

Maya nunca hubiera sugerido que se bañaran. Todavía estaba tratando deentender su cuerpo después de haber tenido un bebé, y un traje de baño noestaba entre sus prioridades. Ni siquiera estaba en su lista. Había intentadobuscar respuestas en Google, pero todo era para mujeres adultas, madres deverdad. No decía mucho sobre lo que podías hacer con las estrías delembarazo cuando tenías dieciséis años, y nada sobre tratar de hacer que tucuerpo volviera a sentirse como tuyo cuando alguien más se había instalado enél durante nueve meses y ni siquiera habías acabado el instituto.

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—Probablemente —respondió Joaquin. También tenía los pies en el agua,pero estaba al otro lado de la piscina, sentado a la sombra—. Tienen unahabitación extra.

—Genial. —Maya se ajustó un poco las gafas.—Pero les dije que no quiero hacer lo de la adopción.Grace vio que la cabeza de Maya se volvía hacia Joaquin casi tan rápido

como la suya.—¿Qué? —exclamó Grace—. ¿Por qué? Ellos...—Bueno me pareció que sería mala idea. Ya sabéis. Por lo que ocurrió la

vez pasada y todo eso. —Joaquin se encogió levemente de hombros—. Lascosas están bien tal como están. No quiero echarlo a perder.

—Joaquin... —empezó a decir Grace.—¿Podéis, por favor, dejar de decir mi nombre como si no me lo

supiera? —la interrumpió—. Por favor, ¿podemos hablar de otra cosa?—Buena idea —afirmó Maya, sacando las piernas del agua y poniéndose

de pie—. Hablemos de comida. Específicamente, de queso y galletas. Másespecíficamente aún, de queso y galletas en mi boca.

Joaquin se levantó y la siguió, con Grace un paso atrás. La calefacciónestaba funcionando, pero Grace sintió un poco de frío. Cuando estabaembarazada, le parecía que en todas partes hacía calor, pero ahora siempretenía frío.

Había pasado la última semana sentada frente al ordenador, pasando debuscar a Melissa Taylor a buscar grupos de apoyo para madres adolescentes.Michael, el terapeuta, le había dado una lista de sugerencias, pero cuando lasinvestigó le parecieron demasiado forzadas, demasiado falsas: un montón dedesconocidos que le sonreían a la cámara. Grace no podía imaginarse sentadajunto a ellos y hablando de Peach.

La investigación de Melissa Taylor era aún más deprimente. Incluso conayuda de sus padres no consiguió avanzar demasiado. Toda la información delcentro de adopción era confidencial o ya no era válida, y Grace empezaba asentirse como se había sentido el día que Peach se fue con sus padresadoptivos, como si perdiera algo que nunca podría volver a tener.

—¿Grace?Levantó la cabeza de golpe.

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—¿Qué?Maya señaló hacia ella con una caja de galletas Ritz en la mano.—¿Quieres una, mujer del espacio?—Claro —dijo, y se sentó en un taburete en la barra de la cocina.

Joaquin abrió la nevera en busca de algo, y Grace cogió las galletas de Maya yempezó a colocarlas en un plato.

—¿Nuevo collar? —le preguntó Maya mientras sacaba la tabla demadera—. ¿Dónde lo has comprado?

La mano de Grace voló de inmediato a su cuello. Había comprado unacadena lo suficientemente larga para esconderla bajo la camisa, pero por lovisto se había salido.

Había encontrado unos pequeños dijes, una diminuta «M» y un minúsculomelocotón de oro, y cogió el dinero que había ahorrado de su antiguo trabajopara pagarlo. Grace se preguntó si era una tontería comprar esas cosas, perocuando se puso el collar y se miró en el espejo, le gustó.

—Ah, solo es un viejo collar de mi abuela —dijo, y se lo volvió a meteren la camisa—. Mi madre encontró un montón de cosas de ella.

—¿Y de qué es la «M»?Grace sacudió la cabeza.—Ni idea. Supongo que también mi abuela tenía sus secretos.El melocotón golpeó contra su corazón antes de quedar quieto contra su

piel.Justo en ese momento vibró su teléfono, y Grace miró quién era.

Oye, ¿vas a estar la próxima semana?He encontrado unas pajitas quenecesitan que las destripen.

Era Rafe, por supuesto, y Grace trató de contener las mariposas quesintió en el estómago al ver que era él.

—¿Quién es? —preguntó Joaquin.—Sí, Grace, ¿quién es? —lo secundó Maya—. Pareces un poco...—Te estás sonrojando —dijo Joaquin.—No digas tonterías —protestó Grace—. Solo es un amigo.Los ojos de Maya se iluminaron.

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—Bueno, es evidente que no es solo un amigo —dijo—. Nadie dice«Solo es un amigo» cuando solo es un amigo. Joaquin, ¿tengo razón o no?

Joaquin puso tres trozos de queso en la barra.—Tiene razón.—¿La tiene? —preguntó Grace—. ¿La tiene, en serio?—No tengo la menor idea. Solo es que me da miedo decir que no estoy

de acuerdo con ella.—Es tu hermana pequeña —repuso Grace—. Tú tienes más antigüedad.Maya se emocionó un poco cuando el móvil de Grace volvió a vibrar.—Uy, ¿es él? ¿Es él? ¿Cómo se llama?—¿Qué te importa?—¡Déjame ver!—No —exclamó Grace—. Ay, por Dios, vete. Pensaba que querías queso

y galletas.—¡Puedo comer queso y galletas y además ayudarte a hablar con un

chico! ¡Soy superbuena haciendo varias cosas a la vez!—¡Lárgate! —dijo Grace, y cogió una caja de galletas sin abrir para

defenderse—. Ay, ¡no seas pesada!—¡Quítale el móvil, Joaquin! —gritó Maya, persiguiendo a una Grace

risueña alrededor de la barra.—Ni lo sueñes —replicó Joaquin mientras cortaba con calma unos trozos

de queso—. Una vez toqué el móvil de una antigua hermana. Grave error.—¡Escucha lo que dice! —gritó Grace—. ¡Maya!—¡Victoria! —exclamó esta mientras Grace sentía que el teléfono se le

resbalaba de la mano.—Si le escribes, te voy a matar.—Ja, no lo vas a hacer.—Te voy a cortar en pedazos.—Puedo vivir con eso. —Maya empezó a leer el mensaje, casi sin

aliento—. «Querida Grace —leyó—. Ya ha pasado otro mes y Milly estácambiando tanto, tan rápidamente...»

Grace sintió que todo el aire se escapaba de su cuerpo.—«Sigue siendo la luz preciosa de nuestras vidas, y pensamos en ti todos

los días, por supuesto.»

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—Para, por favor —dijo Grace, pero no logró que su voz sonara másfuerte que un susurro.

Maya se quedó paralizada y su rostro pasó del júbilo a la confusión.—Hay una foto de un bebé —dijo—. Grace, ¿qué es...?Grace se obligó a avanzar, y le arrebató el teléfono tan rápido que cayó

estruendosamente al suelo.—Cállate —le ordenó—. Te dije que lo dejaras, Maya.Junto a ella, Joaquin se había quedado quieto, con el cuchillo de queso

todavía en la mano, observándolas.El silencio era increíblemente incómodo.—¿Quién es Milly? —preguntó Maya, finalmente—. ¿Es tu bebé, Grace?Grace cerró los ojos, rezando para que fuera un sueño, para que el tiempo

volviera atrás y pudiera despertar en la cama hacía un año y que todo hubieravuelto a la normalidad.

—Cállate —susurró.—¿Tuviste un bebé? —volvió a preguntar Maya, parecía genuinamente

confundida—. Grace, contéstame.—¡No es asunto tuyo! —le gritó Grace, agachándose para recoger el

teléfono.—¿Tuviste un bebé y no nos lo habías contado? —replicó Maya—. ¿De

verdad? Yo te hablé de mi madre y de su alcoholismo, y Joaquin te contó lodel accidente de Natalie, ¿y tú nos has estado escondiendo esto?

—¿Por qué tendría que habéroslo contado? —respondió Grace—. ¿Paraque me dijerais que la abandoné, como nos abandonó a nosotros nuestramadre? ¿O para que me llamarais zorra, como hizo Adam?

El rostro de Joaquin se volvió solemne.—Mierda —dijo suavemente—. ¿De eso se trataba?—No la abandoné, ¿de acuerdo? —exclamó Grace—. Encontré una

familia realmente buena para ella. ¡Y Peach es perfecta, y la quieren y es feliz!¡Será muy feliz y tendrá todo lo que yo no le habría podido dar! ¿Alguna vezpensaste en eso cuando estabas ocupada odiando a nuestra madre, Maya? ¿Quequizá lo hizo porque nos quería?

Maya parecía atónita.—Grace —dijo.

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Grace estaba haciendo un esfuerzo para no llorar.—No quería que vosotros me odiarais, o que dijerais todas esas cosas

que dicen todos sobre mí. Porque la quiero mucho y nunca... nunca laabandonaría. No fue eso lo que hice. Lo juro por Dios, no la abandoné, perome siento tan... —Grace estaba tratando de tomar aire y el collar se moviósobre su pecho, provocándole un dolor físico—. Es justo como si hubiera unhueco donde ella solía estar y ahora no lo puedo llenar, y sigo intentándolo,pero voy dando vueltas por ahí con ese vacío en mi interior, y ella no está... noestá...

Joaquin fue el primero en rodearla con sus brazos, y luego Maya se lesunió, con las lágrimas de Grace que le mojaban el hombro mientras seabrazaban los tres con fuerza.

—Vale, vale —le decía Maya una y otra vez, y notaba la mano de Joaquinfuerte y suave a la vez contra su cabello, y Grace presionó el rostro contra losdos y, en silencio, poco a poco, perdió la consciencia.

Cuando despertó, estaba en una habitación que no reconoció. Y luego vio laspolaroids alineadas en un costado de la pared, y las cortinas rosa que alguienhabía cerrado. Había estado una vez en este cuarto, parecía que hacía meses.Era el de Maya, y estaba en su cama, con la colcha extendida sobre ella.Alguien le había quitado los zapatos, y Grace bajó la mirada para verlosordenadamente alineados uno junto al otro en el suelo.

—Hola —dijo Maya suavemente, y Grace se dio la vuelta para verlaacurrucada al otro lado de la cama—. ¿Te encuentras mejor?

Grace se frotó los ojos mientras trataba de levantarse. Los sentíahinchados y tenía la boca seca. Recordó que Maya y Joaquin la habíanacompañado por la escalera, todavía llorando, y a Maya diciéndole «Sssh,duerme», mientras Joaquin la cubría con la colcha.

Grace se sentía conmovida.—Un poco —respondió Grace—. ¿Dónde está Joaq?—Está abajo. —Maya señaló hacia la puerta medio abierta—. Toma, te

he traído un trapo húmedo.

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Grace lo cogió, agradecida, y lo presionó contra sus ojos hinchados y susmejillas.

—Gracias.—De nada. —Maya pasó los dedos con cuidado entre el cabello de su

hermana, deshaciendo algunos nudos—. Grace, lamento haberte cogido elteléfono. Pensé que era un chico que te escribía. Yo no...

—No pasa nada —respondió ella—. Sé que no era tu intención. Debícontároslo hace mucho. Tú y Joaq fuisteis valientes, y yo no.

—Creo que eres muy valiente—dijo Maya, sin dejar de pasarle los dedospor el pelo—. ¿Fue tu primera vez?

Grace asintió.—¿Lo amabas?—Pensaba que sí. Pero ahora creo que quizá solo amaba estar enamorada

de él.Maya asintió.—¿Y él no quiso quedarse con la niña?—Sus padres fueron los que no quisieron. Firmó para renunciar a todos

sus derechos.—Ay, chicos —suspiró Maya—. ¿Sabes?, nada de eso habría pasado si

hubieras sido lesbiana como tu adorable hermanita.Grace sonrió un poco.—Cállate.—Hablo en serio —dijo Maya, pero Grace podía percibir por el tono de

su voz que no era así—. Al menos dime que el sexo fue bueno. Si te quedasteembarazada y tuviste un bebé, el sexo debió de volverte loca.

—Estuvo bien —respondió Grace.Maya arrugó la nariz.—«Bien» probablemente sea la peor palabra para describir el sexo —

dijo.Grace nunca había estado tan contenta como al ver a Joaquin entrar a la

habitación.—Hola —dijo—. Estás despierta. —Tenía tres botellas de agua y las

repartió entre ellos—. ¿Cómo te encuentras?—Hecha una mierda —admitió Grace.

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Maya se acurrucó más cerca de ella, acomodándose contra el costado deGrace mientras Joaquin se sentaba en el borde de la cama al otro lado.

—Siento mucho no haberte dado la confianza suficiente para habérnoslocontado —murmuró Maya—. Lo lamento tanto, Grace. Los dos lo lamentamos.No lo sabíamos.

—No pasa nada —susurró Grace, luego tomó un trago de agua. Estababuena, tan fría y pura que casi era suficiente para limpiar todo lo demás.

—Debí habéroslo contado antes. —Desvió la mirada hacia Joaquin—.No quería que pensaras que la abandoné como nuestra madre nos abandonó anosotros.

Joaquin la miró como si tuviera tres cabezas.—Jamás habría pensado eso —dijo—. Ni en un millón de años.—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Maya.—Claro. —Grace tomó otro sorbo de agua.—¿Se llama Milly? —Maya parecía una niña muy muy pequeña—. Es lo

que decía el mensaje.Grace asintió y buscó bajo la camisa hasta encontrar el collar. Luego lo

sacó.—Le pusieron Amelia. Milly es el diminutivo. Pero yo solía llamarla

Peach mientras estuve embarazada. —Pasó el pulgar entre los dijes,separándolos un poco—. No era de mi abuela. Lo compré por internet.

Maya extendió la mano y tomó la cadena.—Es bonito —dijo—. Ella también es muy bonita. Se parecía a ti en esa

foto.—¿Dónde está el padre? —preguntó Joaquin—. ¿Es Adam?—Por Dios, no —exclamó Grace, incorporándose un poco más—. Es

Max, mi novio en aquella época. —Grace cerró los ojos brevemente al sentirla puñalada de dolor, y Joaquin tendió la mano hacia su brazo mientras Mayafrotaba la barbilla contra su hombro.

—Idiota —murmuró Maya.—Él se lo pierde —dijo Joaquin.—Lo necesitaba, ¿sabéis? —Grace giró los dijes una y otra vez,

enredándose la cadena alrededor del cuello—. Lo necesitaba y no estaba ahí.Lo coronaron rey del baile la noche en que Peach nació. Ni siquiera estaba

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conmigo en la habitación del hospital.Maya murmuró algo que no sonaba como un cumplido.—¿Qué?—Nada. ¿La puedes ver? Quiero decir, si los padres te están mandando

actualizaciones...—Acordamos hacer dos visitas al año, pero no sé si seré capaz —dijo

Grace—. No sé si seré capaz de volver a verla. No sé si eso sería bueno paraella.

—Pero ¿qué hay de lo que es bueno para ti? —preguntó Joaquin. Todavíatenía la mano en el brazo de Grace, como si temiera que de repente le brotaranalas y escapara volando del cuarto.

Grace se encogió de hombros.—Ya no tiene que ver conmigo.—Por eso quieres encontrar a nuestra madre —dijo Maya suavemente—.

Por eso la mencionas una y otra vez.Grace se mordió el labio para no volver a llorar. Notó que Maya y

Joaquin intercambiaban miradas por encima de su cabeza. Cuando hacían eso,la hacían sentirse pequeña; a la vez le gustaba y lo odiaba.

—Lo he intentado —admitió—. Pero sin éxito. Devolvieron las cartasque mis padres habían enviado por medio del abogado, el número de teléfonoque tienen no responde. Es una fantasma.

Maya se incorporó.—No. No lo es.—¿Cómo? —exclamó Joaquin—. ¿De qué estás hablando?Maya los miró, y luego bajó de la cama.—Vamos —dijo—. Seguidme.—Maya —titubeó Grace, y el sonido de su propia voz la asustó—. ¿Qué

estás haciendo?—Vamos —fue lo único que repitió Maya—. Antes de que Lauren y mi

padre vuelvan a casa.Joaquin ayudó a Grace a bajar de la cama, luego dejó el brazo alrededor

de sus hombros. Siguieron a Maya a lo que parecía ser un despacho. Gracenunca la había visto mostrarse tan solemne, y eso la asustó.

—Maya —volvió a decir.

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Ella los hizo pasar, luego cerró la puerta con llave antes de dirigirse alarchivador.

—Cuando éramos pequeñas —dijo—, Lauren y yo solíamos jugar a losdetectives. Nos escondíamos por toda la casa y hacíamos como que estábamosbuscando pistas, ya sabéis, tonterías. Pero una vez encontramos esto. —Abrióel archivador y sacó una pequeña caja negra con un candado de combinación.

Grace sintió que el corazón se le subía del pecho a la garganta.—Sabía que tenía que ver conmigo —dijo Maya, y la dejó sobre el

escritorio—. Así que una noche, cuando todos estaban dormidos, bajé ybusqué la combinación hasta que se abrió.

Estaba haciendo girar las ruedecitas del candado como si lo hubierahecho antes un millón de veces. Grace se dijo que con toda probabilidad debíade ser así.

—Vamos allá —dijo cuando el cierre se abrió de golpe. Metió la manoen el interior y sacó una pequeña pila de documentos que extendió encima delescritorio con la superficie de granito.

Grace se preguntó por qué siempre todo en casa de Maya parecía tan frío.Los tres se acercaron más, juntando las cabezas, y examinaron los

documentos. Grace vio la partida de nacimiento de Maya, los nombres de suspadres escritos cuidadosamente a máquina, y un pequeño par de huellas debebé. Había algún tipo de documentación que parecía oficial, y luego Mayacogió un sobre con un sello rojo que decía «Devolver al remitente».

—Toma —dijo, y se lo pasó a Grace.Las manos le temblaban mientras lo cogía. Al principio no entendía por

qué era tan importante, y luego lo comprendió.La dirección.—¿Tus padres le enviaron una carta a su casa? —exclamó con un grito

ahogado. Le temblaban tanto las manos que tuvo que pasárselo a Joaquin.Maya asintió.—¿Cómo...? ¿Cuándo encontraste esto? ¿Y cómo consiguieron la

dirección?—Tenía diez años —dijo Maya—. Y no lo sé. Ni siquiera saben que la

encontré.—¿Le escribiste? ¿Le...?

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Grace se obligó a callarse. Junto a ella, Joaquin parecía afligido, y ledaba vueltas y vueltas al sobre, como si buscara otra pista, como si tambiénjugara a los detectives.

—No —respondió Maya—. Solo la volví a guardar. Solía sacar el sobrede vez en cuando y mirarlo, pero simplemente no pude abrirlo. Supongo —agregó tras una pausa— que quizá os estaba esperando a vosotros.

Grace extendió la mano y la puso sobre la de Joaquin para calmar sustemblores.

—Joaq —dijo ella—, ¿quieres hacerlo?—Bueno, tú...—No, yo no, tú. ¿Tú quieres hacer esto? No pasa nada si no quieres.—Por supuesto, Joaquin —dijo Maya—. Tienes... Sabemos... ¡Coño, no

sé qué decir!—No, sí quiero —dijo Joaquin—. Quiero... Me gustaría que me viera. —

Su voz le recordó el sonido del océano a Grace, la arena retrocediendo denuevo hacia el mar—. Es más fácil con vosotras dos.

—Vale —manifestó Grace—. ¿Estás seguro?Joaquin asintió.—Estoy seguro.—Entonces, yo también estoy segura—dijo Maya.—Yo conduciré —dijo Joaquin—. ¿El próximo fin de semana?—Sí —contestó Maya.Grace nunca había pensado que fuera tan agradable volver a respirar.

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Maya

Maya era realmente buena guardando secretos.Seguramente era porque lo había practicado mucho. Nunca había hablado

a nadie acerca del sobre en la pequeña caja fuerte, al menos hasta queaparecieron Joaquin y Grace, y no le dijo a nadie que conducirían tres horaspara ver si su madre biológica aún vivía en la dirección que figuraba en elsobre. El secreto empezaba a hacerla sentir como si algo empujara debajo desu piel, desesperado por salir.

Y eso la hizo pensar, por supuesto, en Grace.Aunque ya le había pedido una disculpa, le mandó mensajes al menos una

vez al día desde entonces, disculpándose una y otra vez por haberle cogido elteléfono.

¿Ya te he dicho cuánto lo siento?Porque lo siento mucho.

My, no pasa nada.

Te invitaré a un helado de yogurla próxima vez que nos veamos.

En realidad, odio el helado de yogur.

¡Agh! ¡¡¡Soy un desastrepara pedir disculpas!!!

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Maya todavía tenía preguntas, por supuesto. Quería saber cuándo habíanacido el bebé (no la podía llamar Peach por más que lo intentaba), si le habíadolido tanto como todos decían que dolía, si Grace había tenido miedo antes ydespués. Se preguntaba si Grace se sentiría mal toda la vida, si esa expresiónque tenía en el semblante cuando se lo había contado por primera vez jamásdesaparecería del todo.

A las tres de la madrugada, cuando el insomnio de siempre volvíalentamente, Maya se preguntó si su madre, la que estaba en rehabilitación, laechaba tanto de menos como Grace echaba de menos a su bebé.

Había visto fotos del centro de rehabilitación en internet. Parecía estarbien, aunque era un poco sencillo. Anunciaba soleado, palmeras yrecuperación, pero a Maya le pareció que detrás de todos esos beneficios eraun lugar solitario. Odiaba pensar que su madre se sentía sola, o asustada, otriste, y al mismo tiempo estaba muy enfadada con ella. Para empezar, eraculpa suya que estuviera en rehabilitación. Si realmente quería tanto a Maya ya Lauren como decía, habría dejado de beber mucho tiempo atrás. Habríacambiado por ellas.

Pero, por otro lado, Maya sabía que el problema era mucho más grande ycomplicado que eso, y la asustaba no saber cómo resolverlo.

El miércoles por la noche, durante la cena (comida hecha en casanuevamente; su padre estaba mejorando de verdad), el padre de Maya seaclaró la garganta y dijo:

—Mamá puede recibir visitas este fin de semana.El tenedor de Maya se quedó congelado de camino a su boca, la salsa

goteaba de los espaguetis y caía de nuevo en el plato.—Este sábado es el Día de la Familia en el centro —dijo. Nunca decía

«centro de recuperación para adictos» ni «centro de rehabilitación». Siempreera el centro, como si su madre hubiera pasado las dos semanas en algúnYMCA haciendo ejercicios aeróbicos en el agua—. Sé que le gustaría que lasdos estuvierais ahí —prosiguió—. Yo voy a ir, y me gustaría que vosotrastambién vinierais, pero es decisión vuestra.

—Yo voy. Por supuesto —declaró Lauren.

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A Maya no la sorprendió. Lauren siempre había tenido debilidad por sumadre. La semana anterior, Maya la había visto de pie frente al armario de suspadres, oliendo una de las camisas de su madre. Maya se escabulló antes deque Lauren pudiera verla, pero la imagen de su hermana hizo que se sintierarara y triste durante el resto del día.

Deseaba no haberla visto tan vulnerable. Le daban ganas de meterla en susudadera y esconderla del resto del mundo.

—¿Y tú, Maya? —preguntó su padre—. Sin presión, por supuesto.Ella arqueó una ceja.—¿En serio? ¿Sin presión?Él se encogió de hombros y apuñaló (no había mejor palabra para lo que

hacía, pensó Maya mientras observaba su tenedor) su ensalada.—Ninguna presión —repitió—. Si quieres venir, nos encantaría que lo

hicieras. Pero si todavía necesitas más tiempo, lo entiendo. Y mamá loentenderá también. —Sus ojos eran amables mientras miraba a Maya, luegoextendió la mano y acarició la de ella—. Sé que es duro, cariño.

Maya asintió. «Papá —pensó—, no tienes ni idea.»

No tenía intención de ir al centro de rehabilitación de su madre, y menoscuando tenía planes con Grace y Joaquin que posiblemente cambiarían su vida.

Maya tampoco tenía intención de contar a su padre nada de esos planes.Sabía que se los echaría por tierra de inmediato, o insistiría en acompañarla oen enviar una carta antes de acudir a la casa, y a Maya no le interesaba ningunade esas opciones.

No tenía ni idea de si Grace o Joaquin se lo contarían a sus padres o... loque sea que fueran Mark y Linda. Maya podía entender por qué Joaquin sehabía negado a la adopción. La historia de Natalie había sido aterradora, perola idea de que a Joaquin lo hubieran echado de su hogar y lo hubieraninternado, era casi insoportable. Hasta le dolían los dientes cuando lopensaba, así que trataba de no pensar en ello con tanta frecuencia.

Lauren llamó a su puerta esa noche después de la cena, luego entró sinesperar a que Maya respondiera.

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—¿En serio no vas a venir este fin de semana? —dijo con los brazoscruzados sobre el pecho.

—Mmm, ¿y por qué llamas a la puerta si de todos modos vas a entrar? —respondió Maya mientras doblaba otra camisa del montón de ropa limpia—.¿Cómo sabes que no estoy bailando desnuda aquí dentro?

—No lo estás haciendo, así que es irrelevante.—¿Palabra nueva para el examen?Lauren la ignoró.—¿De verdad me vas a obligar a ir sola con papá este fin de semana?Maya tenía tantas, tantas ganas de contárselo... Sabía que Lauren se sentía

excluida, que estaba preocupada por las dos nuevas personas en la vida deMaya, pero no podía contarle nada acerca del sobre, la dirección, el próximoviaje. Estaba por lo menos al noventa por ciento segura de que Lauren se locontaría a su padre, y aunque no lo hiciera, Maya nunca le habría pedido queguardara un secreto tan grande.

Así que se limitó a decir:—Sip. Viaje con papá, ¡qué divertido! Quizá te compre un slushie del 7-

Eleven.—Los slurpees son del 7-Eleven —la corrigió Lauren—. ¡No los

slushies!—De verdad, a veces te molestas por las cosas más extrañas, Laur.—Bueno, está bien, ¿qué tal esto, entonces?: estoy molesta porque mi

hermana mayor no irá conmigo a ver a nuestra madre por primera vez desdeque la encontramos desangrándose en el suelo.

Maya suspiró y dejó la camisa.—Solo necesito más tiempo, ¿vale? Tú ve a verla, si quieres; yo todavía

no estoy preparada.—¿Estás enfadada con ella?—Sí —afirmó Maya—. Estoy enfadada por elegir el vino antes que a

nosotras. Estoy enfadada porque se emborrachó, se cayó y dejó que laencontraras así. Estoy enfadada porque nos dejó aquí, solas, respondiendotodas las preguntas de los demás. Estamos recogiendo su desastre, Lauren,literalmente. Así que sí, estoy enfadada.

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Maya cogió otra camisa y empezó a doblarla con mucha más energía dela necesaria.

Lauren se quedó junto a la puerta, mirándola.—Bueno, ¿no te gustaría decírselo?Maya quería decirle y hacerle un millón de cosas a su madre. Quería

gritarle, sacudirla, ignorarla para siempre, hundirse en su regazo y llorar.—Le diré lo que quiera decirle cuando quiera decírselo —contestó Maya

—. Y no antes.—Papá dice que tenemos que empezar a ir a una terapia familiar.Maya arqueó una ceja, pero no levantó la mirada.—¿Ahora se da cuenta? Porque yo se lo pude haber dicho hace cinco

años.—My —dijo Lauren, y esta vez alzó la mirada—. No me obligues a ir

sola. Por favor.—No vas a ir sola. Vas a ir con papá, ¿recuerdas? ¡Slurpees!—Sabes a qué me refiero. Por favor, Maya. Prometiste que no me

dejarías.Maya fue hacia ella y le puso las manos sobre los hombros.—Laur —dijo—. Juro que no te estoy dejando atrás. Solo que estamos en

distintos caminos en este momento. Al final se encontrarán, ¿de acuerdo? Loprometo —añadió cuando Lauren puso cara de no estar muy convencida—.Veré a mamá cuando esté lista. Pero si tú lo estás, deberías ir ahora.

Lauren dejó escapar un suspiro apesadumbrado.—Perfecto —dijo, luego salió del cuarto haciendo aspavientos—.

Traicióname, ¡perfecto!—¡Ya vale! —replicó Maya—. ¡Qué magnífica conversación, Laur!La única respuesta de Lauren fue un sonoro portazo.

El viernes por la noche, Maya creyó que estallaría.El problema que conllevaba guardar secretos, empezó a darse cuenta de

ello, era que se volvían demasiado pesados para cargarlos ella sola. Cuandoeran pequeñas, Lauren siempre había sido su guardadora de secretos, pero

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esos tiempos habían pasado.Solo había una persona a la que quería contárselo todo, se dio cuenta de

ello el viernes por la noche, después de que todos se hubieran ido a dormir yla casa estuviera más silenciosamente ensordecedora y vacía de lo que parecíadurante el día. Solo una persona lo entendería de verdad.

Cogió su teléfono y le escribió a Claire.

¿Estás despierta?

La espera fue agónica, y Maya se dio la vuelta mientras la luz azul delteléfono iluminaba todo el cuarto. Cerró los ojos un momento, obligándose adormir de nuevo, convencida de que Claire no le contestaría jamás.

Su teléfono vibró.Maya casi se cayó de la cama tratando de cogerlo.

¿En serio me estás escribiendo a estas horas?

Mañana voy a conocer a mi madre biológica.

Maya aguantó la respiración y esperó.

Guau.

Lo sé. ¿Nos podemos ver? Por favor.

¿Por qué debería ir a verte, My?

Maya dudó un momento, luego tecleó:

Porque tengo miedo. Y lo siento.

Estaré en el parque en 20 min.

Maya se lanzó fuera de la cama y se vistió.Cuando llegó al último rellano de la escalera chocó con Lauren.—¿Adónde vas? —le preguntó.—¿Qué haces despierta?

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—Estoy comiendo helado. ¿Adónde vas?—¿Te has levantado para comer helado y no me has despertado? Eso

duele.—¿Adónde vas?Las dos susurraban con ferocidad, intentando no despertar a su padre.

Maya estaba bastante segura de que, si las circunstancias no fueran tanfunestas, aquello hubiera parecido un sketch cómico.

—¿Estás saliendo a escondidas?Maya asintió.—No se lo digas a papá, ¿de acuerdo? Vuelvo en una hora.—¿Te vas a ver con alguien?—Voy a ver... a alguien.A Lauren se le iluminó el rostro.—¿Vas a ver a Claire?—¡Sssh! —Maya prácticamente cayó encima de su hermana, tratando de

mantenerla callada—. Contigo no hay manera de hacer las cosas a escondidas,¿sabes?

—Solo tú pensarías que esto es ofensivo —replicó Lauren, pero nosonaba muy molesta. Hasta estaba sonriendo—. En fin, ¿vais a volver Claire ytú?

—Cúbreme si se despierta papá, ¿de acuerdo?—¿Y cómo te cubro?Maya estaba bastante segura de que esa noche asesinaría a su hermana.—¡Lauren! —exclamó con un susurro—. Cállate y vuelve a la cama, ¿de

acuerdo? Te mandaré un mensaje cuando vuelva.—Está bien, está bien, perfecto. —Lauren parecía totalmente llena de

júbilo—. Solo discúlpate por lo que sea que hayas hecho y vuelve, ¿vale?Llevas semanas paseándote con cara de deprimida, y ella también.

Maya no tenía idea de si era cierto, pero no podía perder el tiempodiscutiendo con Lauren.

—Buenas noches —dijo—. Y también para de comer helado. Deja unpoco para mí.

Lauren le lanzó un simulacro de saludo militar y luego subió la escaleramientras Maya se escabullía por la puerta.

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Para cuando llegó al parque, todo era de un color rojo que pulsaba detrásde sus ojos, cada estallido de color estaba en sincronía perfecta con el latidode su corazón. Maya no estaba segura de si era amor, miedo o simpleestupidez, pero los colores se aceleraron cuando vio a Claire esperándola enel aparcamiento.

Claire tenía las manos metidas en los bolsillos de la sudadera, con lacapucha tapándole la cabeza, de modo que Maya solo podía verle el rostro.Pensó que era uno de los rostros más hermosos que hubiera visto.

—Hola —dijo Maya tan pronto como se acercó lo suficiente.—Hola —contestó Claire. Sonaba indiferente, fría, todo azules y

violetas, el contrario del cálido fulgor de las brasas que ardían dentro deMaya.

—Hola —dijo Maya otra vez. De repente se sintió tan sin palabras comola primera vez que vio a Claire, sin saber qué decir, y eso la incomodó—.Yo... bueno. Solo quería contar algo sobre mi madre biológica.

Claire señaló hacia uno de los bancos de pícnic.—¿Te quieres sentar?Maya asintió y la siguió.—Bueno —dijo Claire—. Pues habla.Maya deseó haberlo planeado un poco. No sabía qué decir ni cómo

decirlo.Así que se lo contó todo a Claire.Le contó lo de Grace y su bebé, lo de Joaquin y Natalie y la adopción

fallida. Le habló de Lauren y de su pelea, de lo de su madre desangrándose enel suelo, con una herida en la cabeza, que su padre había vuelto en avión yhabía llorado en el hospital cuando vio a sus hijas. Le contó lo de la cajafuerte y el sobre y la dirección, del viaje que tenían planeado al día siguiente yde que no asistiría al Día de la Familia en el centro. Le contó a Claire todo loque le vino a la cabeza, y al final se sintió exprimida y exhausta.

—Buf —resopló Claire cuando Maya terminó—. Y ahora, My, ¿cómo tesientes con todo esto?

Maya parpadeó.—¿Qué?

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—¿Cómo te sientes? —Claire la observó—. ¿No lo entiendes? Cada vezque te asustas o sientes todas esas cosas, echas a correr.

—Yo...—Me hiciste a un lado. —No había manera de ignorar el temblor en la

voz de Claire cuando lo dijo—. No puedes seguir abriendo y cerrando estapuerta, primero sin decirme nada y luego mandándome mensajes a medianoche. Mierda, Maya, ¡me rompiste el corazón!

De repente se sintió muy pequeña sentada en la oscuridad.—No era mi intención hacerlo —dijo. Y de repente pensó en Joaquin.

¿Por qué? Él decía que no quería que lo adoptaran las dos personas que loquerían más que a nada en el mundo, y...—. Oh, no —susurró—. Yo lo estoyhaciendo también.

—¿Haciendo qué? —preguntó Claire, pero Maya empezó a llorar.—Lo estoy haciendo también —sollozó—. Lo siento tanto... No quería

que lo supieras. Lo de mi madre, nada de eso. Me asusté y... entré en pánico.Yo... ¡Yo no quiero estar sola!

—My, My, cálmate. —Las manos de Claire se posaron suaves sobre surostro—. No estás sola. Mucha gente te quiere y le importas... ¿De qué estáshablando?

—¡Lo siento tanto! —volvió a decir Maya—. Lo siento tanto, Claire. Teecho mucho de menos y te hice daño. Pensé que solo me estaba haciendo dañoa mí misma, pero a ti también te lo hice, y lo siento tanto...

—Está bien —susurró Claire—. Te perdono, está bien. —Pero ahora ellatambién estaba llorando, y cuando se acercó para besar a Maya, probó la salblanca candente de sus lágrimas que se mezclaban—. Está bien —volvió asusurrar Claire—. Pero no vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Maya. Después volvió a besar a Claire antesde envolverla en sus brazos—. No quiero que nos volvamos a separar.

—Entonces no lo hagamos —murmuró Claire contra su cabello—. Te lodije la última vez, no me iré a ningún lado.

Era más de lo que se merecía, lo sabía, pero lo tomaría de todos modos.

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Joaquin

Joaquin no les contó a Mark y a Linda que irían a buscar a su madre biológica.Sin embargo, quería hacerlo. Quería contárselo a alguien —a quien fuera

—, pero no sabía cómo. Ana lo habría obligado a hablar de sus sentimientos.Su trabajadora social, Allison, probablemente habría dicho algo sobre lasreglas o los documentos. Birdie..., pero Birdie ya no era una opción. Joaquinestaba bastante seguro de que Mark y Linda lo habrían escuchado, pero nosabría cómo mirar a dos personas que lo querían adoptar mientras les decíaque iba a buscar a su madre biológica. Y después de que le hubieran regaladoun coche.

De ninguna manera.Joaquin decidió callárselo.Y ese resultó ser un error muy grave.

Esa semana en la escuela, Joaquin había dado la vuelta en una esquina por elpasillo para ir a la clase de Lengua y se había topado de frente con Birdie ycon Colin Maller.

Se estaban besando, y el largo brazo de Birdie envolvía el cuello deColin de la misma manera como solía envolver el de Joaquin. Si pensabademasiado en ello, casi podía sentir la tibieza de su piel, el calor de su boca,su aroma a jabón y champú.

Joaquin pensaba que nunca le dolería nada tanto como cuando se rompióel brazo, pero podría haberse roto los dos brazos y ambas piernas y de todosmodos habría sido una gota en el océano comparado con lo que sintió cuandovio a Birdie en brazos de Colin.

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Trastabilló, sin importarle si faltaba a clase de Lengua, o a lo quequedaba de escuela, ni siquiera lo que le quedara de vida. Tenía que salir deahí, y casi había traspasado la puerta cuando alguien lo llamó.

Era la amiga de Birdie, Marjorie.—Joaquin, ¡espera! —gritó, persiguiéndolo, y Joaquin se detuvo con la

mano en la puerta, el pecho hinchado como cuando empujó a Adam contra lapared, con la adrenalina inundándole todo el cuerpo y abrumándole lossentidos.

—Espera —volvió a decir Marjorie, aunque Joaquin no se había movido—. Joaquin, solo quiere darte celos. Ni siquiera le gusta.

Joaquin soltó una carcajada. No lo pudo evitar.—Pues parece que le gusta mucho —dijo, pasándose una mano por el

cabello—. Felicita a la feliz pareja de mi parte.Y luego se alejó, sin escuchar los ruegos de Marjorie, y echó a correr,

dejando atrás la escuela.

El sábado por la mañana Joaquin estaba hecho un desastre. En apariencia seveía bastante bien. Se dio un baño, y se lavó el pelo, y se puso la camisa quele había regalado Birdie cuando comenzaban a salir, porque según ellaquedaba de maravilla con sus ojos. Joaquin tenía los ojos de color caféoscuro, así que no estaba demasiado seguro de cómo una camisa de botones ycuadros azules podría hacer que sus ojos «brincaran» (palabra de Birdie, nosuya), pero ella era buena con este tipo de cosas, así que confiaba en suopinión.

Joaquin se preguntó si su madre tendría los ojos como los suyos. Sitodavía veía a su padre. Si querría ver a Joaquin y a sus hermanas, o hablarcon ellas, o si Joaquin solo sería un recuerdo de la peor época de su vida.¿Pensaría que se había esforzado demasiado al vestirse bien por ella? Laúltima vez que acudió a verla, se había puesto su camiseta favorita deSpiderman (Spiderman tampoco tenía padres, como Joaquin), pero ella nuncase presentó, así que quizá no importaba si se ponía su mejor camisa o no.

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Se miró al espejo, se acomodó el cuello de la camisa y se preguntó si erael idiota más grande del planeta por intentar encontrar a la mujer que lo habíaabandonado con tanta facilidad.

Mark y Linda estaban en la cocina, desayunando y leyendo el periódico.Joaquin sospechaba que la suya era la única casa de la calle que todavíarecibía el periódico cada día.

—Vaya, qué elegante te has puesto para un sábado —dijo Mark cuandoJoaquin apareció—. ¿Es el Día de Ropa Formal en el Centro de las Artes?

Cualquier otro día, Joaquin podría haber seguido el tono de broma deMark sin problema. Pero este no era cualquier otro día.

—¿Por qué? —dijo Joaquin—. ¿Es demasiado?—No, no, tienes un aspecto genial —dijo Mark—. Es solo que nunca te

vistes tan elegante, eso es todo.Las cosas con Linda y Mark habían sido un poco «raras» desde que le

regalaron el coche. O más bien, las cosas con Joaquin habían sido raras desdeque le dieron el coche. Solo lo había cogido dos veces en la última semana,una para ir al trabajo y otra vez que Linda lo mandó a la tienda, pero, apartede eso, estaba siempre en la entrada, como un enorme recordatorio metálicode todas las cosas que Joaquin nunca podría pagarles a sus padres de hogaresde acogida.

Cuanto más le daban, más grande le parecía el mundo, y Joaquinnecesitaba una valla, un borde, algo que evitara que se cayera de la faz de laTierra. Todos tenían un punto de inflexión, después de todo, y a Joaquin loponía nervioso el hecho de haber pasado casi tres años con Mark y Linda yque todavía no hubiera podido encontrar el suyo. Había pensado que rechazarla adopción haría que lo volvieran a meter en el programa de adopciones, y yasabía cómo terminaba ese cuento de hadas, pero entonces Mark y Linda lecompraron el coche.

Joaquin se sentía como si fuera el protagonista de un videojuego, pasandode un nivel al siguiente, lanzándose de liana en liana en busca de algún tesoroque siempre parecía estar justo fuera de su alcance. Algunos chicos nollegaban tan lejos: se les acababan las vidas, o las oportunidades, o laesperanza. Pero Joaquin había jugado lo suficiente para saber que, por cada

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nivel que lograba pasar, por cada hilo de esperanza que le tendían Mark yLinda, había algo más grande, más amenazador incluso, que lo esperaba alfinal. Sabía que nunca lograría llegar al tesoro sin matar antes al dragón.

Así que empezó a rechazarlos. Al principio, ignoró a Linda la primeravez que le pidió que hiciera algo, o fingió que no la había oído cuando los dossabían que sí. Le dijo a Mark que le ayudaría a cortar el césped del jardín elmiércoles por la tarde, pero después prefirió quedarse arriba escuchandomúsica. El viernes por la noche, las cosas estaban tensas en la cena, y Joaquindesapareció en su cuarto sin lavar los platos.

—¿Le quieres echar una mano a Linda? —le había sugerido Mark.—No —respondió Joaquin, y no dijeron nada, situación que lo puso

incluso más nervioso, fuera de control, mientras se tambaleaba justo en elborde y se preparaba para la caída.

El sábado por la mañana, sin embargo, con el estómago lleno demariposas, Joaquin estaba listo para una pelea.

—Oye, Joaq —dijo Linda, levantando la mirada del periódico—. ¿Tepuedes sentar? Mark y yo queremos hablar contigo.

Joaquin sintió que ponía los ojos en blanco antes de poder evitarlo, peroMark sacó una silla y dio unas palmaditas en el asiento, así que se sentó.

—¿Qué?—Has estado... Bueno, sinceramente, Joaquin, estás siendo un poco

grosero —empezó Linda—. Conmigo y con Mark. Acaso... ¿te hemos hechoalgo? ¿Hemos dicho algo que te sentara mal? Nos gustaría que hablaras connosotros.

—¿Por qué siempre pensáis que se trata de vosotros? —respondióJoaquin—. ¿Por qué siempre creéis que es algo que habéis hecho? ¿Por qué nopuede tratarse de mí?

Mark se encogió de hombros y alejó la silla de la mesa empujándose conlos pies.

—Está bien, hablemos de ti, entonces. ¿Por qué estás siendo tan grosero?Le habría dolido mucho menos a Joaquin si no hubiese sabido que tenían

razón.—¿Te gustó el coche? —preguntó Linda—. ¿O crees que fue demasiado?

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Joaquin se encogió un poco de hombros y cruzó los brazos sobre elpecho. Solo pensar en el coche hacía que el estómago se le revolviera y quelas mariposas volaran en todas direcciones.

—En realidad no me importa —dijo—. Quiero decir, ni siquiera os lopedí. Fuisteis vosotros los que decidisteis comprármelo.

Mark se dio la vuelta en la silla para mirarlo a los ojos. Joaquin deseabaque Mark lo golpeara, lo empujara, lo echara de casa. Cualquier cosa menosla mirada de empatía garabateada en su rostro.

—Joaq —dijo Mark—, lo estamos intentando, pero hemos deencontrarnos en un punto intermedio. —Como Joaquin no respondió, añadió—: Habla con nosotros, por favor. ¿Qué te pasa?

Intentó colocar la mano en el brazo de Joaquin, y él, pensando que habíallegado el momento, por instinto se echó hacia atrás. Todos se quedaronparalizados cuando hizo eso. Hasta pareció que el reloj de pared había dejadode hacer tictac, sus manecillas atrapadas en el tiempo.

—Joaquin —dijo Linda en voz baja.—Sabes que nunca te haría daño —dijo Mark, su mano aún estaba

congelada en el aire—. Eso lo sabes, ¿verdad, Joaquin?Este soltó una carcajada.—¿Crees que esa es la única manera de hacerle daño a alguien? ¿En

serio?—Joaquin...Pensó que, si oía a alguien decir su nombre una vez más, la cabeza le

estallaría en mil pedazos.—Solo os pido que paréis, ¿de acuerdo? —exclamó, poniéndose de pie

—. Que paréis con... ¡con todo! El coche, la ropa, el monopatín... ¡Parad, porfavor!

Mark y Linda también se habían levantado, formando un triángulo entrelos tres. Mark parecía confundido, pero Linda estaba asustada.

—Siempre decís que no me vais a hacer daño —prosiguió Joaquin, y elpulso le aumentaba con salvajismo bajo la piel—. Pero no lo entendéis, ¿o sí?¡Golpear a alguien es la forma más fácil de lastimarlo! ¡Pero podríaislastimarme mucho más de otras maneras!

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—¡No te queremos hacer daño en absoluto! —insistió Linda—. Solo tequeremos ayudar, queremos estar ahí para apoyarte. ¡Queremos que lo tengastodo, Joaq! ¡Queremos lo mejor para ti!

—¿Ah, sí? ¿Creéis que no me doy cuenta de cómo nos mira la gentecuando salimos? —Joaquin sintió que se le oprimía el pecho al pensarlo—.Estas dos personas blancas que han rescatado al pobre moreno.

—Sabes que no nos importa lo que piense la gente —dijo Mark en vozbaja.

—Claro, por supuesto que no, porque a ti te ven como si fueras un héroe.A mí me ven como si... como si... —Joaquin forzó las palabras—. Como sifuera basura.

—No digas eso —lo riñó Linda con tono severo. Joaquin vio que teníalos puños apretados—. No eres basura, Joaquin. Nunca digas eso.

—Sí, es fácil para ti decirlo —replicó él en tono burlón—. ¿Creéis quesolo con adoptarme eso desaparecerá? ¿Que me podéis enseñar lo quesignifica ser mexicano? ¿Que me podéis enseñar a hablar español? ¿Que mepodéis decir de dónde soy?

—No —dijo Mark, y su tono parecía estar en algún punto entre la tristezay la furia—. No podemos hacer nada de eso. Pero ¡podemos ayudarte aencontrar a gente que sí puede! ¡No estamos aquí para quitarte nada!

Todo lo que decían era lo correcto, pero la situación se había vueltotensa. Joaquin sentía que se movía hacia el abismo sin barreras que pudieranevitar que se cayera.

Ante eso, decidió dar un salto mortal.—¿Así que creéis que yo puedo compensar el hecho de que no podáis

tener bebés? —dijo.Linda y Mark se quedaron como congelados, abatidos. Y Joaquin sintió

que si le daban un golpe se resquebrajaría de arriba abajo. Mark avanzó haciaél, y de repente Joaquin echó a correr, sus pies eran más veloces que sucerebro.

Salió a toda prisa de la casa, Mark y Linda corrían detrás de él. Llegó alcoche, y antes de haber recorrido media calle se dio cuenta de que no habíacogido el móvil.

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—¡Joder! —exclamó, luego vio los rostros de Mark y de Linda, levantóel puño y lo estrelló contra el salpicadero.

Mark y Linda ya nunca lo volverían a dejar entrar en su casa. Joaquintampoco lo hubiera querido, no después de lo que había dicho.

El dragón había ganado, y Joaquin era solo un montón de huesos rotos yceniza en el terreno quemado, sin tiempo y sin vidas.

Fin del juego.

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Grace

Grace nunca les había ocultado un secreto tan grande a sus padres durantetanto tiempo. Incluso cuando descubrió que estaba embarazada, se lo contócuando aún no habían pasado veinticuatro horas. Pero ¿y si les hablaba sobresu próximo viaje, de cómo planeaba simplemente llegar a la puerta de unadesconocida, llamar, y tal vez conocer a su madre biológica? Grace tenía unaimaginación bastante activa, pero ni ella era capaz de imaginar todas lasmaneras en que sus padres podrían negarse a ello.

Así que prefirió contárselo a Rafe.—Espera, espera, déjame que lo entienda —dijo él. Estaban sentados en

lo que Grace había llegado a considerar su reservado, al fondo del restauranteque estaba cerca de la tienda de artículos de cocina—. ¿Simplemente piensasllegar a la puerta de una desconocida, llamar y decir: «Hola, mamá»?

—Bueno, no exactamente así —respondió Grace—. Tal como lodescribes, parece como si fuéramos a su casa a lanzar huevos o algo parecido.

—Grace. —Rafe bajó el tenedor y la miró—. Oye, sin ofender, pero nocreo que esta sea tu mejor idea.

—No es mi idea, es nuestra idea —replicó Grace—. Mía, de Joaquin yde Maya. Los tres vamos a ir juntos.

Rafe no pareció convencido.—¿Y qué vais a hacer si no está en casa?—Dejar una nota.—¿Dejar una nota? —repitió Rafe—. «Hola, han pasado a saludarte tus

tres hijos biológicos. Pero, bueno, fue una pena que no estuvieras.»Grace levantó los ojos al cielo. No se suponía que esa conversación

tuviera que salir así.

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—¿Sabes?, si quisiera que alguien me hiciera ver todas las maneras enque esto podría salir mal, se lo contaría a mis padres.

—¿Ni siquiera se lo has dicho a tus padres? —Rafe apoyó la cabezasobre la mesa y dio unos golpecitos con la frente en el borde—. Grace, Grace,Grace. Esto no está bien, lo mires como lo mires.

—¡Al menos podrías mostrar un poco de apoyo! —exclamó Grace—.Esto da mucho miedo, ¿sabes? Se supone que eres mi amigo.

—Sí, bueno, a veces tu amigo tiene que decirte la verdad —repuso él—.Por lo menos deberías contárselo a tus padres.

—No lo entenderían.—Grace, tuviste un bebé y parece que pasaron por esa experiencia

perfectamente bien. Creo que no les estás dando el crédito que se merecen.—Si se lo cuento, me darán un millón de razones por las que creen que es

una mala idea.Rafe arqueó la ceja en un gesto que expresaba un sencillo «te lo dije».—Olvídalo —dijo Grace, y apartó el plato. Casi no había probado el

sándwich ni las patatas fritas. Solo de pensar en lo que podría suceder elsábado, sentía náuseas de un modo que no había experimentado ni durante elembarazo.

—Está bien, pero ¿puedo hacer una sola pregunta? —dijo Rafe.—Si digo que no, ¿la vas a hacer de todos modos?—Sip.—Perfecto, pues hazla.Rafe se inclinó hacia delante y extendió la mano sobre la mesa en

dirección a Grace.—¿Y si tu madre biológica no quiere que la encuentren?Grace se apoyó en el respaldo y sintió el cuero frío contra las piernas.—Quiero decir que devolvió todas las cartas, tiene el teléfono

desconectado, nunca ha tratado de encontraros a ninguno de vosotros, nisiquiera a Joaquin. ¿Y si simplemente no quiere que la encontréis?

Grace jugueteó con una servilleta.—No lo sé —reconoció—. No lo sé. Pero solo quiero que sepa que estoy

bien. ¿Es egoísta eso?—No lo creo —dijo Rafe.

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—¿Es una tontería hacerlo?—Tal vez. En realidad, no estoy seguro.—¿Tú qué harías?Rafe lo pensó un minuto, luego acercó la mano hasta el otro lado de la

mesa para que se tocaran las puntas de sus dedos.—No lo sé —admitió—. Pero quizá de esta manera, salga como salga,

tendrás una respuesta.Grace levantó la mano para ponerla encima de la de Rafe.—Les conté a Joaquin y a Maya lo de Peach.Los ojos de Rafe se abrieron de un modo casi cómico.—¿En serio? —preguntó—. ¿Por qué? ¿Cómo?—Maya vio un correo electrónico que me habían enviado sus padres

adoptivos. Estaba jugando con mi teléfono y lo vio, y la verdad es que fuedifícil esconderlo después de eso.

—Ya. ¿Y cómo te sientes?Grace estaba bien. Se sentía más ligera después de ese día, como si la

densa nube que se cernía sobre ella finalmente se hubiera convertido en lluvia.—Quieren que vaya a verla.—¿Joaq y Maya?—No. Los padres de Peach. Quieren que vaya a verla cuando cumpla seis

meses. En principio, antes de la adopción, habíamos acordado hacer dosvisitas al año.

Rafe esperó a que prosiguiera, y giró la mano para apretar la palmacontra la suya.

—No sé si podré hacerlo.— No tienes que hacerlo, si no quieres.—Pero ¿y si ella me quiere conocer? No ahora, pero en el futuro.—¿Quieres decir, como tú quieres conocer a tu madre biológica?Grace asintió.—No quiero que se sienta insegura, ¿sabes? No quiero que tenga

preguntas sin respuesta como yo.Rafe se encogió de hombros.—Entonces ve a verla. Sea como sea, será difícil, pero siempre has

hecho lo correcto por ella. No dejes de hacerlo ahora.

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Grace permaneció en silencio. No estaba segura de poder hablar.—¿Quieres seguir hablando de esto? —preguntó Rafe.Ella negó con la cabeza.—¿Quieres hablar de esa devolución que tienes ahí? —Señaló hacia el

paquete que había junto a Grace, un pedido por correo de la tienda deartículos de cocina.

Esta vez ella sonrió y las lágrimas desaparecieron.—Este es increíble —declaró.—Las compras de insomnio de tu madre son geniales —coincidió Rafe

—. Veamos.Grace abrió el paquete.—Creo que es un pimentero —dijo, levantando un pequeño gnomo de

jardín—. Le tuerces el sombrero y le sale pimienta de la barba.Rafe se cubrió la boca con la mano.—Guau —dijo después de un minuto.—¿Crees que deberíamos ponerle nombre? —preguntó Grace.—No —replicó él, y luego se levantó del reservado—. Probablemente

sea mejor que no le cojamos demasiado afecto. Vamos... Si llegamos antes detiempo te podrás poner mi delantal.

—¡Uy, qué bueno! —exclamó ella poniendo los ojos en blanco, y le cogióla mano cuando él se la tendió.

El sábado por la mañana, la despertó un mensaje de Rafe.

Buena suerte hoy. Si quieres, llámame después.

Grace lo miró un largo rato antes de contestar.

Ok.

Luego fue al baño y vomitó.

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Sus padres se habían ido a pasar el día en alguna exposición dejardinería. Le habían dejado la cena descongelándose en la barra de la cocina,y al ver el tupper sobre la mesa algo le estremeció el corazón del modo másdoloroso. Le habían perdonado mucho este último año. Esperaba que tambiénpudieran perdonarle esto.

Maya llegó en bici justo cuando Grace terminaba de vestirse. Se habíaprobado al menos diez conjuntos distintos. Quería sentirse guapa, pero noexagerada. Quería parecer informal, pero tampoco demasiado, como sinormalmente pasara el fin de semana llamando a las puertas de desconocidos ypreguntándoles si eran su madre.

Las palabras de Rafe reverberaron en su interior, pero Grace las apartó aun lado. Fuera una mala idea o no, iba a suceder.

—Dios mío, creo que voy a vomitar —dijo Maya mientras metía la bicien el garaje de Grace.

—Yo ya lo he hecho —admitió Grace—. Dos veces.—¿En serio? ¿Estás embarazada otra vez?—Ja. No.Maya le dedicó una amplia sonrisa, pero pronto se le desvaneció del

rostro.—No sé... ¿Es una mala idea? ¿Somos unos idiotas?—No lo sé, y probablemente.—Dios, de verdad, voy a vomitar.—Por favor deja de decir eso —contestó Grace—. ¿Tengo buen aspecto?—Tienes un aspecto increíble. Pareces muy... tú. ¿Y yo qué tal?—Estás genial. Espera, ¿a qué te refieres con muy... yo?Maya sonrió.—Muy limpia.—¡Y eso qué quiere decir! —gritó Grace, y a punto estuvo de darse la

vuelta para volver a subir corriendo por la escalera y cambiarse de vestidopor enésima vez, cuando el coche de Joaquin se detuvo en la entrada.

Incluso antes de que bajara del coche, Grace se dio cuenta de que algoiba mal. La manera en que aparcó ya fue síntoma de algo, con un movimientoveloz que terminó con un brusco frenazo.

—Hey —dijo Maya junto a ella.

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—No voy a ir —fue lo primero que dijo Joaquin cuando bajó del coche.—¡Ja! —exclamó Maya—. Buen intento. ¿Alguien más quiere hacer pipí

antes de salir a la carretera?—No, hablo en serio —dijo—. Llevaos el coche, si queréis, no me

importa. Pero yo no voy.Grace sintió como si se hubiera perdido el segundo acto de una obra de

tres.—Espera, ¿de qué estás hablando? —preguntó—. ¿Qué ha pasado? ¿Por

qué estás así?Joaquin caminaba de un lado a otro delante del coche.—No puedo ir. No voy.—Pero ¿por qué?—¡Porque no! —respondió—. ¡Siempre lo echo todo a perder, joder! —

Se pasó la mano por el cabello, que se quedó tal como estaba, como si no lohubiera tocado—. Soy lo peor que podría haberos pasado. A cualquiera de lasdos. ¿No lo entendéis?

Maya se cruzó de brazos y miró a Joaquin.—¿Ya has acabado? —dijo—. Porque deberíamos salir.—Ya os lo he dicho. Id sin mí.—Nop —respondió Maya—. Este es un asunto de todos o de nadie. —

Cogió su bolsa y se dirigió al coche, luego se dio la vuelta al ver que Joaquinno la seguía—. Vamos, Grace —dijo.

Grace se quedó donde estaba.—Joaq, ¿qué ha pasado? —volvió a preguntar—. Estás temblando.—Yo... no puedo volver a casa de Mark y Linda.—¿Qué? ¿Por qué?—Nos hemos peleado. Lo he echado todo a perder. Prácticamente lo he

arruinado todo. Lo he reducido a cenizas. —Joaquin se estaba carcajeandosolo, pero Grace pensó que sonaba más como un sollozo—. No me volverán adejar entrar.

—¿Eso te han dicho? —preguntó Maya desde la puerta del copiloto.—No tuvieron que hacerlo.—Bueno, pues no iremos sin ti —decidió Grace—. Vamos... lo podemos

discutir en el coche.

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—¡No! —gritó Joaquin—. ¿No me estáis oyendo? No quiero arruinaresto también. No con vosotras.

—¿Puedes abrir las puertas, por favor? —ordenó Maya enérgicamente.Joaquin la ignoró.—Toma —dijo, lanzándole las llaves a Grace—. Mándame un mensaje

cuando volváis. —Luego le cambió el rostro—. Me he dejado el móvil en sucasa. Mierda.

Grace sintió como si estuviera corriendo para que un tornado no laalcanzara.

—Joaquin —dijo, luego dio un paso y puso la mano en su hombro—. Sino quieres conocer a nuestra madre, perfecto. No hay problema. Pero si no vasporque crees que lo echarás todo a perder, entonces no es tan perfecto. Ytampoco es cierto.

Joaquin sacudió la cabeza.—Mira, vosotras dos sois mis hermanas, ¿no? Sois mi familia. No puedo

haceros daño.—¡Por el amor de Dios, joder! —gritó Maya, y los dos se dieron la

vuelta para verla de pie, todavía junto al coche, con las manos en las caderas.—¡Eso es exactamente lo que es la familia, Joaquin! —le gritó Maya—.

¡Significa que no importa adónde vayas, no importa lo lejos que huyas,seguirás formando parte de mí y de Grace, y nosotras seguiremos formandoparte de ti también! ¡Míranos! Hemos tardado quince años en encontrarnos,pero ¡a pesar de todo lo hemos hecho! Y a veces, en las familias, nos hacemosdaño unos a otros. Pero cuando eso termina, nos ponemos las vendas yseguimos adelante. Juntos. Así que podrás largarte y pensar que eres algúntipo de lobo solitario, pero ¡no lo eres! Ahora nos tienes, te guste o no, ynosotras te tenemos a ti. ¡Así que sube al maldito coche y vámonos!

Grace miró a Joaquin.Joaquin miró a Maya.Y luego se subió al maldito coche.—Gracias —suspiró Maya, luego miró a Grace—. Ah, sí, y una cosa

más.—¿Qué cosa? —preguntó Grace levantando la mochila.—¡Yo me siento delante!

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Pasaron la mayor parte del viaje en silencio, Grace echada en el asiento deatrás y Maya acurrucada contra la ventanilla del lado del copiloto mientrasJoaquin conducía. Maya se entretenía tomando fotos del paisaje de vez encuando. Joaquin agarraba con fuerza el volante, pero Grace podía ver la caídatriste de sus hombros y de su cuello, la manera en que casi parecía bajar lacabeza. En cierto momento, Maya apartó la mirada de la ventanilla.

—¿Quieres hablar del tema? —le preguntó.—Nop —respondió él.—Está bien —asintió ella, y apoyó la mejilla contra el cristal una vez

más.Durante un rato escucharon la radio, canciones pop que Grace odiaba,

pero de las que parecía conocer la letra. A medida que se iban acercando aldesierto, la emisora perdió cobertura hasta dejar un ruido crepitante, y Joaquinfinalmente la apagó. Pasaron los dinosaurios gigantes en uno de los paradores,y luego siguieron por lo que parecía ser un mar de molinos de viento. A Gracela hicieron pensar en don Quijote de la Mancha. Se preguntó si ella, Maya yJoaquin estarían siguiendo la misma ridícula búsqueda que don Quijote,corriendo a toda velocidad hacia algo que era distinto de lo que imaginaban,destinados a la desilusión, a la humillación, al fracaso.

Su teléfono vibró en el asiento trasero y le lanzó una mirada. Era Rafe.

¿Cómo va todo?

Va.

¿Tienes miedo?

Pánico.

Va a salir bien. Todo sale bien al final.

No estaba segura de si eso era cierto, pero estaba contenta de que almenos alguien lo pensara.

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Cuando llegaron, a Grace le sudaban las manos. Maya ya no estabarecostada contra la ventanilla, sino erguida como una liebre, con las gafassobre la frente.

—Ahí está —dijo señalando una casa pequeña.Joaquin aparcó al otro lado de la calle y se quedaron ahí en silencio; los

tres respiraban al unísono, mirando la casa. Parecía recién pintada, con lasmolduras de color blanco brillante contra el gris azulado, y había una macetade geranios cerca de la puerta principal. Un sedán azul oscuro estaba aparcadoen la entrada.

—Es bonita —dijo Grace al cabo de un minuto.—Sí —asintió Joaquin. Se había quedado completamente quieto, sin

siquiera encogerse cuando Grace le puso la mano en el hombro y bajó delcoche.

—Espera, espera, espera —dijo Maya—. Todavía no. Solo... acordemosque, pase lo que pase aquí, estamos los tres juntos, ¿de acuerdo?

La mandíbula de Joaquin se apretaba y se relajaba, pero asintió.—De acuerdo —respondió Grace.Maya observó de nuevo a través del parabrisas, luego respiró

profundamente.—Está bien —dijo—. Hagámoslo.Grace se preguntaba qué aspecto debían de tener los tres mientras subían

los escalones del frente de la casa hacia la puerta de entrada, juntos como unabandada de patos asustados. Su corazón latía tan fuerte que incluso le dolía.Tenía más miedo ahora que cuando les dijo a sus padres que estabaembarazada, que cuando el médico le dijo que era hora de empujar, quecuando Peach descansó por primera vez en brazos de sus nuevos padres.

Grace se preguntó si Melissa estaría en casa.Se preguntó si aún viviría en esa casa.¿Y si nadie abría la puerta?¿Y si sí lo hacía?—Llama tú, Grace —susurró Maya. Joaquin estaba detrás de ellas, casi

utilizándolas como un escudo, y Grace se tranquilizó y asió la aldaba de latónoxidado en forma de león. Casi parecía gruñirles, como si fueran intrusos.

Grace esperaba que eso no fuera una mala señal.

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El golpe pareció retumbar por toda la calle, y al cabo de un minuto unamujer abrió la puerta. Llevaba puesta una bata de enfermera y tenía el cabellooscuro y rizado, recogido en una cola de caballo, y al verlos sonrió.

—¿Revistas o galletas? —preguntó.—¿Qu...? Disculpe, ¿qué? —tartamudeó Grace.Podía sentir que Maya temblaba a su lado con los ojos muy abiertos,

mientras observaba a la mujer con la nariz de Joaquin y los ojos de Maya.—¡Ay, lo siento! —La mujer se apoyó contra la puerta—. Es que la

escuela siempre envía a los chicos a vender cosas para recaudar fondos. A míme parece mejor darles un cheque, y se lo dije, pero ya sabéis, a la gente legustan esas cosas. —Sonrió más abiertamente y Grace pensó que tenía unatisbo de Peach—. Espero que sean galletas, porque tengo una tonelada derevistas que no he leído.

—No estamos, eh... —Grace se dio cuenta de que quizá debería haberlopracticado—. ¿Usted es Melissa Taylor?

La sonrisa desapareció del rostro de la mujer como si Grace se lahubiera quitado a bofetadas.

—No —dijo—. Melissa falleció hace mucho tiempo. Soy su hermanaJessica.

Grace ni siquiera se dio cuenta de que se había tambaleado hasta queJoaquin dio un paso para sostenerla. Balbuceó en busca de algo que decir; sucabeza era un ajetreo estruendoso, sentía dolor y conmoción, y de pronto lamujer soltó un gemido repentino y se tapó la boca con una mano.

—Dios mío —murmuró y se puso a llorar—. Sois sus hijos. Sois loshijos de Melissa. —Y para entonces ya había avanzado hacia ellos y los habíarodeado a los tres entre sus brazos.

Fue entonces cuando Grace también empezó a llorar.

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Maya

El interior de la casa de Jessica estaba tan ordenado como el exterior.Maya estaba sentada entre Grace y Joaquin a la mesa de la cocina

mientras Jessica revoloteaba alrededor de ellos, sacando refrescos de lanevera y colocándolos sobre servilletas de papel.

—Habríamos llamado —dijo Grace, su voz todavía era pesada y ásperade tanto llorar—. Pero no teníamos el teléfono.

—Oh, ya, claro —respondió Jessica. Estaba sonriendo, aunque todavíatenía rastros de lágrimas en las mejillas y restos de rímel bajo los ojos. Cadatanto, Maya descubría a Joaquin en sus rasgos, luego a Grace, luego a ellamisma. Era como mirarse en un espejo de la Casa de las Risas, su imagen quecambiaba constantemente, y Maya estaba fascinada.

—Me deshice del teléfono hace unos cuantos años —agregó Jessicacuando se sentó frente a ellos—. No tenía sentido cuando uso el móvil paratodo. Están todo el tiempo llamándome y ofreciéndome una ganga si contratouna línea fija, pero les pregunto que por qué... —Jessica de repente se detuvoy sonrió avergonzada—. Lo siento. Empiezo a hablar sin parar cuando estoynerviosa.

—Yo también —le dijo Maya.Joaquin permanecía muy muy callado, sentado junto a Maya, y ella se dio

cuenta de que seguía cada uno de los movimientos de Jessica.—Bueno —dijo Jessica, ofreciéndoles una sonrisa llorosa—. Apuesto a

que tenéis algunas preguntas para mí.—¿Cómo murió? —susurró Maya. Sentía como si hubiera perdido y

ganado algo muy importante a la vez. Melissa ya no estaba, pero Jessicaseguía allí. Se había cerrado una puerta, pero se había abierto otra.

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Jessica asintió mientras desviaba la mirada hacia su vaso, intacto, deagua.

—Fue un accidente —murmuró—. Tenía veintiún años, estaba cruzandola calle, y la atropelló un camionero que se saltó el semáforo en rojo. Dijo queno la había visto. Murió al instante, dicen. No sufrió. Eso fue lo que nosdijeron.

—¿Conociste a nuestro padre? —preguntó Grace.—Quizá debería empezar por el principio —dijo Jessica, mirándolos de

uno en uno mientras de sus ojos empezaban a brotar lágrimas otra vez—. Ay,lo siento tanto —susurró—. Es que no he visto el rostro de Melissa desde hacemucho tiempo, y ahora estoy viendo tres versiones de ella, y es tan... —Titubeó en busca de las palabras—. Los tres sois muy guapos. Sois idénticos aella.

Maya sintió que la mano de Grace presionaba contra la suya, y envolviócon los dedos los de su hermana y apretó con fuerza. Tenía miedo de empezara llorar si no se aferraba a algo, y Maya quería recordar cada palabra de esaconversación. Quería respirar cada recuerdo de su madre hasta que la llenaranpor completo, la hicieran volar por un cielo de tonos rosas, entibiado por laluz que se desvanecía.

—¿Tienes...? —empezó a decir Joaquin, luego se aclaró la garganta—.¿Tienes fotos? De Melissa.

Jessica negó con la cabeza, y el labio inferior le tembló.—Vuestro abuelo, nuestro padre, la repudió cuando quedó embarazada de

ti, Joaquin. Ella tenía diecisiete años, y nuestros padres estaban fuera de sí. Laecharon. Nuestro padre... Creo que simplemente se le rompió el corazón.Quemó todas sus fotos.

Maya pensó en su propio hogar, en sus padres, su habitación, las fotos enla escalera. No podía imaginarse sin ellos, sin otro lugar adonde ir.

Joaquin se inclinó hacia delante, y Maya levantó la mano y se la puso enel brazo, anclándolo a ella y a Grace.

—¿Conociste a mi padre? —preguntó.Jessica asintió, y se le iluminaron los ojos.

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—Tienes que saber que tus padres se querían con locura. Eran novios ensecundaria, y estaban completamente enamorados el uno del otro. Era un pocoextraño, de hecho. —Jessica soltó una carcajada mientras se enjugaba los ojos—. Solía planear su boda en el cuarto de estudios. Él era tan bueno con ella...Simplemente la adoraba.

»Pero luego lo deportaron, y en ese momento Melissa no sabía que estabaembarazada. Yo la oía llorar en la cama cada noche, y luego empezó a vomitar.Al principio las dos pensamos que era de tristeza, pero entonces, pues...

Joaquin asintió, con la mandíbula apretada, los hombros levantados hastalas orejas.

—Entiendo —dijo—. ¿Recuerdas su nombre?Jessica lo miró.—¿No lo sabías? El nombre de tu padre era Joaquin. Melissa te llamó

como él.—Oh —dijo Maya suavemente, apretándole el hombro. No podía

imaginarse lo que significaba esto para él, pero a su lado, Joaquin estabaquieto, inmóvil.

—¿Él, eh..., tenía familia?Jessica asintió.—Sí, sus padres y una hermana pequeña. Adoraban a Melissa..., siempre

estaba en su casa. Los deportaron a todos, simplemente un día desaparecieron.—Maya vio que Jessica trataba de no llorar otra vez—. Tu madre... Ellasolo... Eso la destrozó.

Maya observó cómo la mandíbula de Joaquin empezaba a tensarse y arelajarse. Trató de no pensar en lo que habría sido su vida con esa otra familiaque lo protegiera bajo sus alas.

—¿Qué pasó cuando tu padre echó a Melissa? —preguntó Grace.—Pues conoció a otro chico en el restaurante donde trabajaba de

camarera, y entonces se quedó embarazada de ti, Grace. Yo solo tenía catorceaños entonces, pero solía ir al restaurante y me daba refrescos gratis.Acordaron dar al bebé, a ti, quiero decir, en adopción. Creo que él solo sequedó porque tus padres adoptivos pagaban el alquiler, los servicios, todo

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eso, mientras Melissa estaba embarazada. Y luego, cuando Grace se fue, lascosas empeoraron, y aparecieron los de servicios sociales. No era un lugarseguro para ti, Joaquin.

Jessica bajó la mirada a la mesa, y su dedo resiguió un patrón invisible.—¿Fue entonces cuando me dio en adopción? —preguntó Joaquin—.

¿Después de eso?Jessica asintió.—Trató de poner su vida en orden, intentó recuperarte, pero luego

conoció al padre de Maya, que... bueno.... —Esta sospechó que Jessica estabaomitiendo algunos detalles importantes para evitarles el dolor—. Y luego sequedó embarazada de ti, y todo se derrumbó otra vez. No pudo quedarse conninguno de vosotros. No consiguió poner orden en su propia vida. Creo queperderos la destrozó.

Jessica se secó los ojos, y Maya pensó en Melissa, dolorida y sinesperanza. Junto a ella, Grace lloraba en silencio, y Maya le apretó más fuertela mano.

—¿Te adoptaron? —le preguntó Jessica a Joaquin. Tenía los ojos llenosde esperanza—. ¿Fue una buena familia?

Joaquin se removió en la silla.—Eh... no. Hubo una familia, pero tuvieron un bebé justo antes de que

pasara el periodo de prueba de adopción, y solo querían un hijo, así que...Terminé en el sistema otra vez durante un tiempo.

Maya observó cómo se le ensombrecía el rostro a Jessica.—¿Durante cuánto tiempo?—Toda la vida.—Pero ahora está con una familia muy buena —intervino Maya mientras

Jessica se echaba a llorar nuevamente—. Están locos por él. De verdad que loquieren mucho. ¡Hasta le han comprado un coche! —Maya no estaba segura decon quién hablaba en ese momento, si con Jessica o con Joaquin, pero sabíaque los dos necesitaban oírlo—. Mark y Linda son personas realmente buenas.

—Estoy bien —dijo Joaquin en un tono tranquilo—. De verdad. Estoybien.

Jessica se levantó y volvió con una caja de pañuelos de papel.

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—Esto es para todos, aunque es posible que yo use la mayor parte —dijo—. No puedo creer que todos estéis aquí. Ella tenía tantas ganas de conoceros,a los tres. Sé que quería que tus padres se quedaran con Maya, Grace, pero nopudieron.

—No, mi abuela había muerto de cáncer justo antes de que naciera Maya—dijo Grace—. Pero me ayudaron a encontrarla a ella y a Joaquin después deque... —La voz de Grace se quebró unos segundos—. Tuve un bebé hace unpar de meses. También la di en adopción.

Hubo un momento de silencio mientras Jessica la observaba.—Pero mis padres son maravillosos —dijo Grace de inmediato—. Me

han apoyado mucho, nada que ver con lo que le pasó a Melissa. Tengo muchasuerte. Tengo unos padres geniales. Me quieren mucho.

—Ay, gracias a Dios —suspiró Jessica.—Y tengo una buena relación con los padres adoptivos de mi bebé —

dijo Grace—. Me mandan fotos. —Cogió el teléfono, buscó hasta llegar a lafoto que Maya había visto la semana anterior y la levantó para que Jessica laviera.

—Es preciosa —dijo Jessica, y Maya vio que Grace sonreía radiante,con el orgullo brillando a través de ella como un sol.

—¿Conociste a mi padre? —preguntó Maya—. ¿Lo conociste?—No, nunca lo conocí. Creo que después de perder tanto a Grace como a

Joaquin, Melissa estaba totalmente sola, ¿sabes? No podía venir a casa,nuestros padres no querían hablar con ella ni por teléfono. Creo que realmenteestaba sola, y conocía a hombres que le prometían el mundo entero, pero nuncacumplían sus promesas.

»Pero siempre hablaba de ti como “el bebé” —continuó Jessica—. Yrecordaba todos vuestros cumpleaños. —Las lágrimas acudieron de nuevo asus ojos—. Sé que puede no parecerlo, en especial para ti, Joaquin —susurró—. Pero os amaba. Os quería mucho. No os puedo decir lo que significaríapara ella veros a los tres sentados juntos, así.

—¿Y qué hay de tus padres? —le preguntó Joaquin, y Maya ya lo conocíalo suficiente como para notar el temblor en sus palabras—. ¿Todavía viven?

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—No, fallecieron hace algunos años. De un paro cardiaco y un derramecerebral, uno un año y el otro al siguiente. Creo que nuestro padre nunca seperdonó a sí mismo tras la muerte de Melissa. Creo que se arrepintió demuchas de las decisiones que tomó. Devolvía todas las cartas que mandabanvuestros padres para ella.

Maya buscó en el bolsillo de su pantalón, sacó el sobre de la caja fuerte ylo deslizó hacia Jessica.

—¿Como esta? —preguntó.Jessica sonrió con tristeza.—Sí, como esa.—¿Y no hay nadie más? —quiso saber Grace—. ¿No tienes otras

hermanas o hermanos?—Solo yo —dijo Jessica, sonriendo con tristeza.Maya sintió que empezaba a derramar lágrimas.—¿Estás sola? —le preguntó.—Ay, cariño, por favor, no —dijo Jessica, y le acercó la caja de

pañuelos—. No estoy sola. Tengo novio, y tengo amigos maravillosos. Heredéesta casa cuando murieron nuestros padres y la remodelé un poco. Así que noestoy sola. Por favor, no te sientas triste por mí.

Grace también estaba llorando, y Maya empujó la caja de pañuelos haciaella.

—Y además... —añadió Jessica, y los labios le temblaron un poco— ...soy tía. He pensado en vosotros tres cada día. No sabía cómo encontraros,pero nunca os olvidé.

Ahora, hasta Joaquin tenía lágrimas en las mejillas, y Maya volvió aempujar la caja de pañuelos en su dirección.

—Tener una tía nueva sería muy bonito —dijo Maya—. Nos vendría muybien.

Jessica se levantó, y luego se acercó a ellos para acariciar cada uno desus rostros. Se detuvo en el de Joaquin un poco más de tiempo.

—Te amaba —le volvió a susurrar—. Amaba a tu padre y te amaba a tilocamente. Sé que puede que no lo parezca, pero así fue. Te lo juro, Joaquin.Tu madre quería el mundo para ti.

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Joaquin levantó las manos para sujetar las muñecas de Jessica, y luegoella pasó los pulgares bajo sus ojos y lo besó en la frente.

—¡Ay! —exclamó de repente—. ¡Dios mío, no puedo creer que lo hayaolvidado! Ahora mismo regreso.

Salió del cuarto y los dejó a los tres lacrimosos y mareados.—Llevas el nombre de tu padre —le susurró Maya a Joaquin—. ¿No te

parece una locura?Él asintió con la cabeza, luego se secó los ojos con la manga de la

camisa.—¿Estás bien? —le preguntó Maya.—Creo que sí —dijo, y luego se aclaró la garganta—. Solo que... todo

esto es demasiado.Junto a ellos, Grace asintió. Todavía miraba la foto de Peach en la

pantalla de su móvil.—Bueno—dijo Jessica cuando volvió a reunirse con ellos—. No puedo

creer que tardara tanto en pensar en esto, pero esto es para ti, Joaquin. —Ledio una llave y él la cogió—. Es de una caja de seguridad. Melissa la contratócuando naciste, y después de que ella muriera, seguí pagando el alquiler.Siempre insistió en que era para ti, Joaquin. Nunca la he abierto, no sé qué haydentro. Pensé que era asunto tuyo, no mío.

Joaquin miró fijamente la palma de su mano, luego devolvió la mirada aJessica.

—¿Melissa hizo esto? —preguntó.—Sí. Para ti. Solo dijo que era para ti.Maya sintió que se le erizaba la piel.—Bueno —dijo Jessica—. ¿Tenéis hambre? ¿Queréis hablar un rato, o

comer un poco?Maya no estaba segura de poder comer nada, pero cuando vio la

expresión en el rostro de Jessica, contestó por los tres.—Me encanta hablar y comer —dijo.Y su hermano y su hermana asintieron.

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Joaquin

Grace cogió el coche para ir al banco porque Joaquin no se atrevía a conducir.Las manos le temblaban demasiado.Había estado bien en casa de Jessica, recorrió los mismos cuartos donde

su madre cenaba, veía la tele, dormía..., y se había sentado en ellos. Sesentaron en el patio trasero, comieron sándwiches y patatas fritas, y Jessicaera muy agradable. Su risa era igual que la de Grace, aguda y alegre, y teníalos mismos pequeños hoyuelos de Maya. Un par de veces, ella extendió lamano y cogió la suya, y si Joaquin se esforzaba, casi sentía como si estuvieracogiendo la mano de su madre, como si ella estuviera observándolo desdealguna parte del universo.

Salieron de casa de Jessica con abrazos y promesas de mantenerse encontacto, y ella les acarició el rostro a los tres mientras se subían al coche deJoaquin, con su teléfono apuntado en un trozo de papel y guardado en elbolsillo de Joaquin al lado de la llave misteriosa.

—Si queréis que volvamos ya a casa... —apuntó Joaquin mientras Graceempezaba a sacar el coche de donde estaba aparcado.

—De ninguna manera —dijo Maya desde el asiento de atrás. (Esta vez nohabía discutido quién se sentaba delante, lo que hizo que Joaquin se sintieraincluso más raro)—. Vamos a ir a ese banco.

Joaquin no discutió.Viajaron en silencio, luego bajaron del coche y caminaron en fila india

hasta el banco, con Joaquin a la cabeza de la tropa.—Hola —le dijo a la cajera—. Yo, eh..., hay una caja de seguridad a mi

nombre aquí. Les ha llamado Jessica Taylor para decirles...—Nombre, por favor.Tragó saliva con fuerza y dijo el nombre de su padre, dijo su nombre.

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—Joaquin Gutiérrez.La mujer lo buscó en el ordenador.—¿Tiene la llave?Joaquin la sacó del bolsillo y trató de ignorar su mano temblorosa.—Sí, aquí está.La mujer lo guio por el pasillo, pero él se detuvo y llamó con un gesto a

Grace y a Maya, quienes se habían sentado en el área de espera.—Los tres juntos, pase lo que pase, ¿de acuerdo?Se levantaron y lo siguieron por el pasillo. Joaquin tendió las manos

hacia atrás y cogió las de ellas.El cuarto era pequeño, no como en las películas, cuando la gente entraba

en salas enormes, recubiertas de mármol, para retirar o revisar los contenidosde sus cajas de seguridad. La luz parpadeaba un poco, pero a Joaquin no lemolestó. Él y la cajera giraron sus llaves al mismo tiempo y la pequeña puertase abrió para dejar a la vista la caja. Era larga y delgada, de unos veintecentímetros de ancho.

—Pueden abrirla ahí dentro —dijo, indicándoles un cuarto aún máspequeño, y luego cerró la puerta detrás de ellos, dejándolos solos con la cajasobre la mesa.

Joaquin respiró profundamente dos veces seguidas.—¿Alguna apuesta sobre lo que hay aquí dentro?—Dinero —dijo Maya.—Acciones de Apple —sugirió Grace, siguiendo la broma.—Una valiosa colección de sellos.—Un poni.Joaquin se empezó a reír a pesar suyo.—Qué cosas tan extrañas —dijo—. Bueno, pues a ver qué sale.Levantó la tapa.Al principio pensó que solo era un montón de tarjetas postales, fotos de

gente a la que no conocía en lugares de los que nunca había oído hablar. Yluego Grace ahogó un grito cuando los ojos de Joaquin se quedaron clavadosen una fotografía de una mujer que llevaba en brazos a un bebé risueño de

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cabello rizado. También ella reía, y tenían los mismos ojos, y Joaquin se diocuenta de que era una foto suya con su madre, y que toda la caja estaba llenade ellas.

Las lágrimas empezaron a brotar antes de que pudiera evitarlo, sus manosbuscaban entre las fotos, dándoles la vuelta. Había una suya de recién nacidoen el hospital, rojo y arrugado como una pasa, y sentado en un parque dejuegos, sonriéndole a la cámara.

Joaquin sintió que las emociones surgían en él una y otra vez con cadanueva fotografía, cada una de las cuales le traía angustia y dicha. Su madre eraigualita que Grace y Maya, con los ojos resplandecientes y alegres, y no fuehasta que se dio cuenta de que sus propias lágrimas caían sobre las fotos queintentó limpiarse la cara. Junto a él, Grace lloraba contra el hombro de Maya,y esta tenía la frente apoyada en el hombro de Joaquin; él extendió los brazos yacercó a sus hermanas, con sus pasados dispersos sobre la mesa como unainvitación a algo más, algo mejor, algo verdadero.

—Mira —susurró Maya mientras cogía una foto—. Mira.Joaquin tomó la foto y la levantó. Su madre lo llevaba sentado sobre la

cadera y miraba hacia la cámara, con un evidente bulto en la barriga.—Es Grace —dijo él sonriendo.Grace se inclinó para mirarla.—Guau —respondió.Joaquin empezó a examinar las fotos nuevamente, mirando al bebé en

cada una de ellas, mirándose a sí mismo. Era fácil perdonar a un bebé con unaspecto como ese, con los ojos muy abiertos y las mejillas rojas comomanzanas. Joaquin tenía que seguir recordándose que se trataba de él, quealguien lo había querido lo suficiente alguna vez para guardar sus fotos durantecasi dieciocho años. No estaban en una pared ni en un álbum, pero las habíamantenido a salvo.

Alguien pensó que merecía la pena salvarlas.Pero había una en la que no aparecía ningún bebé, una foto profesional

tomada en lo que parecía ser un baile, y se dio cuenta de que estaba viendouna foto de sus padres en el baile de graduación. Los dos tenían la misma

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altura, vestían ropa formal de aspecto sencillo, pero los ojos de su padreestaban fijos en su madre, mirándola con aquella adoración que había descritoJessica. En la parte de atrás, alguien había escrito: «Melissa ama a Joaquin».

Joaquin sintió que algo se le quebraba dentro del pecho, y al mismotiempo, otra herida comenzaba a cerrarse de nuevo. Sintió que se estabarompiendo en pedazos y volviéndose a juntar al mismo tiempo, y se hundió enuna silla mientras sus hermanas se sentaban a su lado; los tres revisando ensilencio su pasado.

Era el regalo más grande que le hubieran podido hacer.Cuando, finalmente, se marcharon, era ya la hora de cerrar, y tuvieron que

pedir una bolsa de papel a la cajera para llevarse todas las fotos.—¿Quiere seguir conservando la caja de seguridad? —le preguntó a

Joaquin.—No —respondió él—. Tengo todo lo que necesito.Grace también condujo de vuelta a casa, y Joaquin se acurrucó en el

asiento del copiloto con la bolsa de fotos entre los dos. Un par de veces seasomó a su interior solo para asegurarse de que todavía estuvieran ahí.

Cada vez se encontraba con la mirada de su versión más joven.—Buenos días —murmuró Maya, inclinándose desde el asiento de atrás y

apoyando la cabeza en el hombro de Grace, con el brazo extendido paraabrazar a Joaquin. Grace murmuró una respuesta. El sol del atardecer y elviento acariciaban el cabello de las chicas, de modo que se arremolinabacomo una llama oscura alrededor de sus rostros, y a Joaquin le parecieron muyhermosas, como su madre.

Levantó la mano para coger la muñeca de Maya; su piel y su sangre eranla misma, y volvieron conduciendo a casa, los tres juntos como habíanprometido.

Pero cuando salieron de la autopista, Joaquin empezó a preocuparse. Sentíacomo si la pelea con Mark y Linda hubiera ocurrido hacía ya un millón deaños, no esa misma mañana, y no estaba seguro de lo que haría. ¿Lo dejaríanentrar en casa para recoger sus cosas? ¿O es que ya eran de ellos? Joaquin no

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las había pagado, después de todo. No tenía ningún derecho sobre ellas, enrealidad. Quizá debería buscar un teléfono y llamar a Allison y decirle quenecesitaba una nueva reubicación. Quizá podría quedarse en casa de Grace ode Maya, solo una noche o dos, hasta saber adónde iría.

Estaba tan ocupado pensándolo que ni siquiera se dio cuenta de que Marky Linda estaban de pie en la entrada de la casa de Grace, con su cocheaparcado enfrente y los rostros llenos de preocupación.

—¿Qué...? —exclamó cuando los vio—. Pero ¿qué...? ¿Qué hacen aquí?Maya ni siquiera se molestó en aparentar arrepentimiento.—Llamamos a tu teléfono —dijo—. Cuando fuiste al baño en casa de

Jessica. Ellos contestaron y les dijimos que estabas con nosotras. Estaban muypreocupados por ti.

Joaquin estaba tan atónito que no podía ni bajar del coche. Había tenidoque marcharse de muchas casas muchas veces, pero nadie lo había ido abuscar jamás. Ni siquiera su madre de verdad.

Se quedó tanto tiempo en el coche que Mark tuvo que acercarse y abrir lapuerta.

—Oye —dijo—. Hemos sabido que habéis tenido una aventura.Joaquin pensaba que había llorado lo suficiente para toda una vida, pero

fue demasiado ver a Mark de pie ahí, junto al coche.—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho, Mark.Pero entonces él extendió la mano hacia el interior del coche y le

desabrochó el cinturón de seguridad y tiró de Joaquin para ayudarlo a salir,Linda se acercó y los abrazó a los dos mientras Mark le decía: «No pasa nada,todo está bien, no estamos enfadados», y Joaquin se aferraba con tantas ganasa ellos que le dolían los brazos, y pensó que así era como debíaexperimentarse el perdón, con el dolor y las heridas y el alivio hechos unnudo, apretándole tanto el corazón que sintió que le estallaría.

—Papá —susurró—. Mamá.Los padres de Joaquin lo estrecharon con más fuerza.Y nunca lo soltaron.

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Aterrizar

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Maya

El interior del centro de rehabilitación está fresco cuando Maya se escondedel sol de finales de febrero en Palm Springs. Siente que los ojos se le relajanuna vez que entra, el brillante cielo azul ya no se le cae encima y el vestíbuloestá tan silencioso que puede oír sus propios pasos mientras camina hasta larecepción.

—Soy Maya —dice—. Vengo a ver a mi madre, Diane.El padre de Maya la dejó delante de la puerta después de que ella le

asegurara muchas veces que no necesitaba que la acompañara, y se fueconduciendo a un Starbucks cercano para esperarla. «Mándame un mensaje sime necesitas —le dijo al menos quince veces—. Puedo estar allí en cincominutos.»

Lauren se quedó en casa. Ya había ido a visitar a su madre en tresocasiones, pero Maya no había estado preparada para acompañarla. Todavíano sabe si realmente lo está, incluso después de meses de terapia familiar, y deterapia individual y charlas con Claire y Joaquin y Grace... Pero es su madre.No hay manera de evitarla para siempre.

El hombre que atiende la recepción lleva a Maya por un pasillo conazulejos de linóleo hasta lo que parece ser una sala de juegos. Hay un billar yun futbolín, además de varios sillones y algo revelador: un montón de cajas depañuelos de papel.

Diane está sentada en una silla en el rincón más alejado del cuarto, y elrostro se le ilumina cuando ve a Maya. «Ha aumentado de peso», piensa Mayacon un sobresalto. Tiene las mejillas un poco más llenas y el cabello se le vemás oscuro y largo. Parece saludable. Y hacía mucho tiempo que su madre notenía ese aspecto.

—Cariño —la saluda.

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Se levanta y extiende los brazos hacia ella, pero Maya retrocede. Todavíano está preparada para un abrazo. Han pasado tres meses, pero aún sigueenfadada, está resentida. Su terapeuta le dijo que tardaría un tiempo, y Mayadecidió creerle.

—¡Estás tan alta! —exclama Diane, y toma las manos de Maya entre lassuyas—. ¿Has crecido? Te veo tan mayor, Mysie.

—Mamá, ¿en serio? Parece que hayan pasado años desde que me viste laúltima vez.

Pero el rostro de su madre no cambia.—No puedo creer que ya casi tengas dieciséis años.—Pues créelo —dice Maya, sonrojada.—Lauren me ha contado algunas cosas —dice su madre—. ¿Tú y Claire

habéis vuelto?Maya asiente.—Hace ya dos meses. De verdad la quiero, mamá.—Pues me parece maravilloso, mi amor. Estoy tan contenta por ti. Y por

Claire también, por supuesto.—¿Te quieres sentar? —le pregunta Maya—. Hay como mil sillones aquí

dentro.Eligen uno cerca del fondo de la sala y se sientan una junto a la otra. El

silencio es incómodo, y las dos lo saben. Ha pasado mucho tiempo desde laúltima vez que hablaron, incluso antes de la rehabilitación.

—Así que quiero que sepas... —empieza a decir su madre.—Deberías saber que... —comienza Maya, y ambas se ríen—. Tú

primero —le dice—. Adelante.—Está bien. Bueno, pues solo quería que supieras... —La voz de su

madre se quiebra un poco, y baja la mirada un instante a su regazo antes demirar a Maya directamente a los ojos—. Quiero que sepas que lamentomuchísimo todas las cosas que os he hecho pasar a ti y a la familia. Tú yLauren guardabais mis secretos, y quiero que sepáis que ya no volverá a serasí. He hecho mucho trabajo aquí, he cambiado muchas cosas, y estoy listapara volver a casa y que todo vaya bien.

Maya asiente mientras los ojos se le llenan de lágrimas. Está bastantesegura de que no hay una familia en el mundo que llore tanto como la suya.

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—Lo sé —dice—. Lo sé, todo está bien.—No, cariño, no lo está. —Su madre se inclina y coloca las manos en los

hombros de Maya—. No todo está bien, pero papá y yo vamos a tratar demejorar las cosas. Quiero que tú y Lauren tengáis lo que os merecéis. Noquiero que —le vuelve a temblar la voz—, no quiero que cuando miréis alpasado me recordéis como he sido estos últimos tiempos. Quiero que estéisorgullosas de mí.

Maya vuelve a asentir, demasiado abrumada para hablar.—Yo estoy orgullosa de ti, mamá —dice finalmente—. Has trabajado

tanto... de verdad que sí.—Bueno, vale, ya es suficiente —dice, y se ríe mientras se seca las

mejillas con las manos—. ¿Qué me ibas a decir tú?Maya da un suspiro y calma sus nervios. Lo quiere hacer bien porque no

habrá una segunda oportunidad de decirlo.—No he hablado con papá de esto —dice Maya—. Ni tampoco con

Lauren. Quería decírtelo primero a ti. Hace dos meses fui con Joaquin y conGrace a visitar a nuestra madre biológica.

El color desaparece del rostro de su madre mientras levanta la mano paracubrirse la boca.

Maya continúa de todos modos.—Hace mucho tiempo encontré un sobre en tu caja fuerte, así que fuimos

a la dirección que figuraba en él —explicó—. Y ella, Melissa..., murió hacemucho tiempo, en un accidente de coche.

—Ay, cariño. —Su madre le aprieta las manos con tanta fuerza que elanillo de casada se le clava en la piel—. Ay, cariño, no...

—No, no, no pasa nada —dice Maya rápidamente—. No estoy... Quierodecir, sí, estoy triste por eso, pero tenía una hermana, Jessica, y es un encanto.Y hay fotos. Y yo solo... —Maya se da cuenta de que le tiemblan los labios.Eso la incomoda. Le hace sentir que todo, incluso su cuerpo, está fuera decontrol—. Bueno, te lo quería contar a ti primero —dice, y ahora también letiembla la voz—. Porque eres mi madre, ¿de acuerdo? Lo eres. Tú eres mimadre. Y quiero a Melissa porque me tuvo, pero a ti te quiero porque me

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criaste, y quiero que sepas que, aunque todavía estoy superenfadada contigo,puedes equivocarte un millón de veces y de todos modos te querré, pase lo quepase. Tal como tú me quieres a mí, pase lo que pase. ¿Verdad?

Su madre llora en silencio y se le desbordan ríos de lágrimas por elrostro mientras asiente.

—Sí, cariño —dice.—Así que... ¿cuándo volverás a casa? —pregunta Maya, apretándole la

mano con fuerza, como si de pronto pudiera empezar a levitar e irse flotando.—Pronto —responde ella con un susurro—. Volveré a casa pronto, te lo

prometo.—A casa con nosotros —murmura Maya, y luego sonríe un poco—.

Adonde perteneces.

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Joaquin

La fiesta de adopción termina por ser una mezcla de fiesta de adopción y fiestade dieciocho años.

A Joaquin no le molesta en absoluto.Esa mañana en el juzgado, solo estaban ellos tres más un fotógrafo al que

Linda contrató para todo el día. Joaquin llevaba puesto un traje nuevo que lohacía sentirse como un adulto y una corbata que combinaba con la de Mark.Linda llevaba un vestido de los mismos colores que las corbatas, y los tres semiraron en el espejo antes de salir de casa.

—Parecemos —afirmó Joaquin— unos perfectos bobos.Mark soltó una carcajada.—Lo siento por ti —dijo—, porque dentro de una hora vas a estar

emparentado con nosotros. Y ya no hay vuelta atrás.A Joaquin eso le pareció bastante bien.Linda lloró durante la breve ceremonia, y a Mark se le saltaron las

lágrimas, pero después juró que era la alergia. Joaquin estuvo todo el tiempopreguntándose si aquello ocurriría de verdad, si no caería un rayo sobre eljuzgado; pero el cielo estaba azul y nada salió mal, y al cabo de un momento eljuez acabó diciendo: «Felicidades, jovencito», y el fotógrafo les hizo fotosjuntos, y a Joaquin le dolió la cara el resto del día porque no paraba desonreír.

Al atardecer, el patio trasero está bastante lleno y la fiesta en su apogeo.Mark y Joaquin habían colgado luces en todos los árboles (y solo necesitarondos tiritas en el proceso), así que el patio parecía casi mágico. Lasbuganvillas y las campanitas, ya florecidas, junto con el jazmín, hacían quetodo oliese muy bien. Joaquin y Linda habían plantado todas esas flores hacíaun mes. (Solo necesitaron una tirita después de ese trabajo.)

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Mark y Linda están ahí, por supuesto, bailando al son de los mariachisque tocan en un rincón del jardín. Sus vecinos de al lado también han acudido,más que nada porque Mark y Linda temían que llamaran a la policía por todoel escándalo, pero parecen estar pasándolo de maravilla. Están hablando conlos padres de Bryson-el-creador-de-portalápices-del-Centro-de-las-Artes,mientras este se queda de pie demasiado cerca de la sección de metales,mirándolos con fascinación. Joaquin espera que no le den sin querer un golpecon una trompeta.

En una esquina, Joaquin observa a Maya y a Claire, que no paran dehablar, con las cabezas juntas, mientras Lauren y su padre examinan condetenimiento el asado que acaba de sacar Linda. Parece que Claire y Mayaestán teniendo una conversación seria, pero entonces el rostro de Maya esbozauna sonrisa, y se parece tanto a Melissa en ese momento que Joaquin sienteuna oleada de orgullo.

Jessica —conocida ahora como Jess— también ha acudido, acompañadade su novio. Joaquin no sabe bien a qué se dedica él, algo relacionado connúmeros y matemáticas y el dinero de otra gente, pero parece agradable, asíque Joaquin decide que da la talla para estar con Jess. Ella lleva el cabellorecogido y está hablando con Linda mientras Mark sigue bailando ¿swing?,¿salsa? —Joaquin no tiene la menor idea de qué está haciendo— junto a ellos.

Grace está cerca de la mesa de bebidas y sus padres hablan con losvecinos de la casa de al lado, y tiene la mano entrelazada con la de Rafe, queestá de pie a su lado. Joaquin y Rafe han estado charlando un buen rato, yJoaquin le ha dado el visto bueno para estar con Grace. No mucha gente lotiene, pero Rafe es uno de los que, según Joaquin, dan la talla para estar conella. Van a salir a patinar los dos la próxima semana.

También está el doctor Álvarez, el profesor de Joaquin de la clase deIntroducción a la sociología, que está cursando en el centro de estudiossuperiores de la zona. Cree que es posible que quiera ser terapeuta, como Ana,o quizá trabajador social, como Allison. Todavía no está seguro, pero le gustatener opciones. Ya le interesa pensar en esas cosas. También piensa en lafamilia de su padre, en dónde podrían estar, si les gustaría conocerlo. Seimagina a sus abuelos y a su otra tía, a un padre que nunca tuvo la oportunidadde conocer. Piensa en que hace un año apenas tenía una familia, y ahora tiene

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tres: Maya, Grace y Jess; Mark y Linda, y una familia al otro lado de lafrontera, perdida pero no desaparecida. Tres ramas de su árbol familiar que nose romperán, ni se desplomarán, ni lo dejarán caer.

Ha hablado mucho con el doctor Álvarez después de las clases sobredónde podría estar la familia de su padre, y Mark y Linda, por su parte, hanestado tratando de organizarle la montaña de papeleo para ver si hay manerade rastrearla. «Es como buscar una aguja en un pajar», dijo Mark en algúnmomento mientras consultaban el ordenador, pero a Joaquin no le parecía uninconveniente insalvable. Ahora sabe que si buscas algo lo suficiente, con eltiempo, lo acabas encontrando.

También está siguiendo clases de español en el centro de estudios. Eso nole va tan bien como quisiera, pero lo está intentando. Ya es algo, al menos.

Ana está de pie bajo el árbol, hablando con su marido y con Gus, delCentro de las Artes, y Joaquin trata de pasar discretamente para ir a por másrefrescos, pero logran envolverlo en una conversación sobre la universidad ysu cumpleaños y el viaje de descenso en rápidos al que Mark y Linda lollevaron el mes pasado. Joaquin todavía tiene fotos guardadas en el móvil deese viaje, y se las muestra, en especial aquella en la que sale Linda gritandoaterrorizada. Mark planea ampliarla e imprimirla en tela para el cumpleañosde Linda. Joaquin cree que ella podría convertirse en madre soltera si esosucede.

Finalmente consigue ir por unas bebidas, pero oye voces en la escalera yse asoma por la esquina para ver a Grace y a Maya sentadas juntas. Maya hapasado el brazo alrededor de los hombros de Grace, quien tiene los ojosllenos de lágrimas.

—No pasa nada—le dice Maya a Joaquin—. Solo está un poco sensible.Grace asiente y señala la foto enmarcada de Joaquin y de Melissa que

ahora cuelga en la escalera. Linda y Mark la hicieron enmarcar junto con otrasvarias de la caja de seguridad, y ahora Joaquin se ve en ellas cada vez quesube y baja la escalera, o pasa junto a la nevera o sale por la puerta de lacalle.

—Es que es una foto maravillosa —dice Grace entre lágrimas, y Joaquinse apoya en la barandilla junto a ellas.

—Lo es —coincide.

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—Está un poco alterada por lo de mañana —le explica Maya, mientrasGrace se limpia los ojos con el borde de la manga.

—¡Anda, es verdad! —exclama Joaquin—. ¿Estás preparada? ¿Necesitasapoyo?

Grace se ríe y niega con la cabeza.—No, estaré bien. Lo tengo que hacer sola. Y después he quedado con

Rafe.—¿Ya estáis saliendo juntos, o qué? —le pregunta Maya—. Claire y yo

hemos hecho una apuesta.—¿Apostáis dinero con mi vida amorosa? —refunfuña Grace.—¿Vida amorosa? ¡Yuju! —Maya levanta los puños y los agita

triunfalmente en el aire—. ¡Claire me debe veinte dólares!Joaquin sonríe y trata de evitar llevarse un golpe por accidente de los

puños victoriosos de Maya, mientras Grace protesta y se cubre el rostro conlas manos.

—En eso estamos —dice.Pero el baile triunfal de Maya termina tan pronto como comienza, y hasta

Grace levanta la mirada, sorprendida y seria. Joaquin se da la vuelta para vera Birdie ahí de pie, junto con su hermano pequeño y sus padres. Parece tannerviosa como Joaquin.

—Hola —dice—. Nos han invitado a la fiesta. Espero que no hayaproblema.

Al principio Joaquin no puede decir nada.—¿Q-quién...? —logra tartamudear.—Hola —dice Grace, y se levanta—. Yo soy Grace, y ella es Maya.—Hola —responde Birdie, pero todavía está mirando a Joaquin.—¿Vosotras...? —empieza Joaquin dirigiéndose a sus hermanas, pero

ellas ya están acompañando a los padres y al hermano de Birdie al patio.—Por aquí, por favor —dice Maya—. ¿Habéis visto las luces de los

árboles? Preciosas. ¡Parece un jardín de hadas!La casa parece incluso más silenciosa con la fiesta a todo volumen, y

Joaquin se levanta y mira a Birdie.—Hola —dice finalmente.

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—Hola —repite ella, y le da un regalo—. Esto es para ti. Felizcumpleaños y feliz adopción.

—Gracias —dice Joaquin—. ¿Puedo...?Está tan nervioso como el día que conoció a Birdie en la escuela. Es

como si hubiera sucedido hace millones de años, en otra vida, y a otrapersona.

—Sí, claro —asiente Birdie, y Joaquin retira con cuidado el lazo y elpapel de envoltorio para revelar un póster enmarcado. En la parte de arribadice «En este día» con letras enormes.

—Es algo que encontré en internet —dice Birdie—. Es una lista de todaslas cosas que eran populares en tu cumpleaños, como los libros más vendidos,las canciones más escuchadas, las películas más importantes. Me hizo pensaren ti cuando lo vi, así que... —Se le apaga la voz. Tiene las manosentrelazadas frente a ella.

—Me encanta —dice, y realmente es así—. Gracias, Bird.—De nada —responde ella, y luego titubea antes de decir—: Parece una

fiesta fantástica.—¡Joaquin! —grita alguien desde fuera—. Vamos a hacernos una foto de

grupo. Te esperamos.Joaquin mira a Birdie, y ella le devuelve la mirada.—Lo siento —dice él.—Me hiciste mucho daño, Joaquin —susurra ella—. En serio.—Lo sé —dice Joaquin —. Lo lamento tanto, Bird.—Cada vez que pienso que no estás en mi vida me siento fatal, ¿sabes?

Es como si faltara una pieza fundamental. —Birdie se está estrujando lasmanos. Joaquin se pregunta si estarán frías como siempre; quiere cogérselas—. No sé dónde encajas de nuevo en mi vida, si eres mi amigo o mi novio oqué, pero lo que sí sé es que encajas en ella.

Joaquin asiente.—De acuerdo —dice, porque está de acuerdo. Todo irá bien—.

¿Podemos hablar? ¿Mañana, quizá?—¡Joaquin! —grita Mark desde fuera—. ¡Vamos, foto de grupo!Los dos se vuelven hacia la puerta de atrás.—Ve, ve —dice Birdie—. Es tu fiesta... Podemos hablar después.

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Joaquin le tiende la mano.—Vamos —le dice.Ella sonríe cuando cogidos de la mano se encaminan hacia el jardín. El

fotógrafo coloca a todo el grupo, incluyendo a los mariachis, y Joaquin ocupasu puesto entre Birdie, sus hermanas, su tía y sus padres, y piensa en Melissa.

Espera que ella pueda verlo, porque él ya la ve. La ve todos los días.Espera poder llenarla de orgullo.—¡Muy bien! ¡Contaré hasta tres! —grita el fotógrafo—. Uno, dos...—¡Tres! —gritan todos.Joaquin piensa que esta será una foto que merecerá la pena guardar.

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Grace

Grace llega al aparcamiento dos minutos antes de la hora.Su teléfono suena. Es Rafe.

¡¿¡¿¡¿Apostasteis veinte dólares?!?!?!

Sí.

Quiero mi parte.

Se lo diré a Maya.

¿Ya has llegado?

Acabo de aparcar.

OK. Llámame después, si quieres.

OK. Te quiero.

Yo también te quiero.

Grace baja del coche y se guarda el teléfono en el bolsillo de atrás. Nosabe si está asustada, o nerviosa, o simplemente aterrada, pero no hay vueltaatrás. Se reunió con su grupo de apoyo para madres biológicas unos días antes,y con voz firme les habló sobre la próxima reunión. Pensaba que nunca podríahablar de Peach con desconocidos, pero las chicas del grupo lo entendieron.

Al principio, sus padres se habían quedado sin palabras al saber quehabía ido en busca de Melissa sin habérselo contado.

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—¡Dijimos que te ayudaríamos! —exclamaron al día siguiente, despuésde que Joaquin volviera a casa con Mark y Linda, y Maya desaparecieracaminando por la calle, negándose a que alguien la llevara.

Pero luego hablaron, y Grace bajó la guardia a causa del agotamiento, elalivio y la gratitud. Había cogido una foto de Melissa de la colección deJoaquin, y cuando la colocó en la mesa entre ella y sus padres, su enfado sedisipó y se quedaron mirando la foto en silencio.

Después de eso empezaron a hablar.Los padres de Grace le contaron cómo había sido llevarla a casa de

recién nacida y la preocupación de que Melissa se la pudiera llevar de nuevo.—En aquella época había que esperar noventa días antes de que la

adopción fuera oficial —dijo su madre, y Grace se dio cuenta de que la pajitade su té helado estaba completamente machacada—. No queríamos perderte,sobre todo después de haberte tenido con nosotros.

Grace lo entendió. Sabe cómo es eso de perder algo y ganar otra cosatotalmente distinta. Sabe con cuántas ganas se aferrará a las personas quetiene, al hermano y la hermana que llenan un vacío en su vida. El lugar queocupaba Peach todavía sigue ahí, abierto y vacío, como esperándola, pero haynuevas cosas en su corazón que la llenan, que la hacen sentir completa, comono se sentía antes.

Todas las noches le manda un pequeño agradecimiento a Melissa porelegir a esas dos personas para que fueran sus padres.

Grace no ha visto a Max desde hace meses, y tampoco ha sabido muchode él. Todavía le pone de muy mal humor pensar en él, pero en general loúnico que le inspira es tristeza. Ha pensado en lo que le diría. A veces seimagina soltándole discursos épicos sobre que «algún día ella podría venir abuscarte, y entonces tú se lo tendrás que explicar todo, así que ahórrate tusdisculpas porque yo no las necesito, pero ¡es posible que tú sí vayas anecesitarlas!». A veces llora, y a veces se enfada, pero en general se sientecómoda de haberse librado de Max, de seguir adelante, de haber pasado a otracosa.

Se sienta en el aparcamiento, mirando los árboles del parque que tienedelante. Su teléfono vuelve a sonar y baja la mirada al mensaje de texto deMaya, dice

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¡Buena suerte!

Ha añadido dos emojis de un pulgar levantado.El mensaje de Joaquin ha llegado inmediatamente después.

Sí, ¡buena suerte! Llámanos enseguida.

Grace les contesta a los dos

Lo haré.

Las manos le tiemblan un poco y hacen que sea difícil pulsar las teclascorrectas. Les responde con tres corazones y luego se baja del coche. Tienelas palmas sudadas, y se las seca rápidamente en los tejanos antes de dirigirsecon las rodillas temblorosas hacia el parque. Hace un día precioso. Grace nocree haber visto nunca un cielo tan azul.

El parque es enorme, pero en el extremo más alejado ve a Daniel y aCatalina. Esta la ve primero y la llama con la mano. Tan pronto como Grace seacerca lo suficiente, Catalina trota hacia ella y la envuelve en un abrazoenorme.

—¡Grace! —dice—. ¡Qué bien que hayas venido! —Grace la abrazatambién, y se siente agradecida de que Peach tenga a alguien que la abrace asítodos los días—. Estás preciosa.

—Gracias. —Grace sonríe—. Lo siento, es que estoy muy nerviosa.La sonrisa de Catalina es cálida y firme.—Claro —dice—, pero no hay por qué estarlo.Grace inhala profundamente y suelta el aire poco a poco mientras asiente.

Daniel está agachado en el suelo a unos cuantos pasos, balbuceando algunacosa; se da la vuelta y se levanta cuando la oye acercarse.

Le ve primero el cabello, los rizos de color castaño oscuro recogidos enla nuca, el sol que brilla entre los árboles y danza sobre sus pequeñoshombros. Lleva puesto un vestido diminuto a cuadros azules y unas mallas,además de un pequeño jersey blanco. Desde ese ángulo, Grace ve en ella losojos de Maya, la nariz y la mandíbula de Joaquin, el cabello de Melissa.

Se arma de valor y, por fin, encuentra su voz.

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—¿Milly? —dice.Peach levanta la mirada.Ve a Grace.Y sonríe.

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Agradecimientos

Como siempre, dirijo mi inmensa gratitud a mi familia, que me animó duranteel proceso de escribir este libro. Gracias por ser tan solidarios. Os debo uncafé.

Gracias a mi agente, Lisa Grubka, quien discutió cada capítulo del libroconmigo, incluyendo los que estaban mal. A veces, su fe en que yo terminaríaesta historia algún día era la luz al final de un túnel muy oscuro, y le estaréeternamente agradecida por todas las veces que leyó mis páginas, me hizocorrecciones y respondió mis correos electrónicos desesperados. Gracias porser mi cómplice en los últimos diez años.

Se me ocurrieron las primeras ideas para esta novela mientras estabasentada en el aparcamiento de un Costco, y de inmediato redacté un correomuy disperso para mi editora, Kristen Pettit. Ella me respondió: «Me estáencantando la dirección que estás tomando. Me. Está. Encantando». Nuncaimaginamos que tardaríamos otro año antes de que esa idea al azar seconvirtiera en una historia coherente, pero Kristen estuvo ahí a cada paso,incluyendo cuando perdí el hilo por completo y tuve que volver a empezar decero. Gracias por cubrirme la espalda, por dejarme tomar mi tiempo y porllamarme el fin de semana antes de Navidad solo para ver cómo estaba. Tedebo mucho más que un café.

Gracias al equipo de Harper, incluyendo a Elizabeth Lynch, Jen Klonsky,Kate Jackson, Sarah Kaufman, Gina Rizzo, Renée Cafiero, Kristen Eckhardt,Bess Braswell y Claire Caterer, por coger mis palabras y transformarlas en unlibro físico y verdadero. Gracias también a Philip Pascuzzo y Pepco Studiopor la bonita portada.

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Este libro no existiría de no ser por las personas que me dejaron hablarcon ellas de mis personajes y de sus historias. Me incluyeron amablemente ensus vidas y discutieron sobre sus familias, trabajos y experiencias conmigo, yme siento honrada y agradecida por su generosidad: Noemi Aguirre; la doctoraLinda Álvarez; David H. Baum; Marie Coolman; Roy, Trevor y JacobFirestone; Jessica Hieger; Kate Lamb, y Kim Trujillo. Gracias también a laspersonas que prefirieron no ser mencionadas aquí: su gentileza no pasadesapercibida. Cualquier error o imprecisión en este libro es mío y solo mío.

Tengo la suerte de formar parte de un generoso, talentoso y divertidísimogrupo de escritores de literatura juvenil aquí, en Los Ángeles. Es posible quetodavía estuviera trabajando en el primer borrador de no ser por nuestrascharlas de escritura en grupo, así que gracias por eso. Gracias también aBrandy Colbert, Ally Condie, Jordanna Fraiberg, Gretchen McNeil y AmySpalding por leer borradores, ofrecer ideas y ayudarme con la investigación, ya Morgan Matson por la ocurrencia de la tienda llamada Whisked Away.Todos vosotros sois encantadores.

Escribí aproximadamente dos terceras partes de este libro sentada en labarra del Dinosaur Coffee de Los Ángeles, así que gracias al personal porproveerme de excelentes cafés y de una oficina improvisada durante gran partedel año, y por no juzgarme por haberme puesto a llorar en la trastienda aquellavez.

Un agradecimiento extraespecial para mi madre, quien nunca perdió la feen este libro y en mí, cuando yo ya no podía. Me apoyó durante cada una delas versiones de esta historia, me escuchó divagar sobre ellas durante horas(¡disculpa por echarte a perder el final!), y no dudó ni una sola vez de que laterminaría. Y, por último, gracias a Joaquin, Grace y Maya. Pasé más tiempocon ellos que con cualquiera de mis otros personajes, y aunque podrán serficticios, sus luchas y sus triunfos son muy reales para mí. Estoy infinitamenteagradecida de que me eligieran para contar su historia, y espero que les estéyendo bien donde sea que estén.

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El esplendor de las raícesRobin Benway

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, nisu transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, porgrabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechosmencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes delCódigo Penal)

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Título original: Far from the Tree© del texto: Robin Benway, 2017Traductor: Sonia Verjovsky Paul

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Primera edición en libro electrónico (epub): octubre de 2018

ISBN: 978-84-08-19996-0 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.www.newcomlab.com

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