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EL CLUB DE LA SEÑORA SANDOVAL Introducción: Este cuento no pretende ser una apología del tabaquismo ni una negación de sus indudables efectos tóxicos y adictivos, ni del lógico derecho a disfrutar de ambientes libres de humo. La única intención de este cuento es lúdica, es un relato que juega con los aspectos fetichistas que para algunos tiene el acto de fumar. Hacía tres meses que Susana había empezado a trabajar en la delegación provincial de la Consejería de Numismática y Colombofilia, era su primera plaza fija como funcionaria pues, aunque hacía año y medio que había sacado la oposición, antes solo había conseguido trabajar de interina en un par de pueblos, dos destinos breves que apenas le habían servido para establecer contacto con sus funciones. Susana era una rubita algo tímida, a sus veintiséis años estaba contenta de tener ya un trabajo fijo y el horizonte económico resuelto, pero aun sentía que otras parcelas de su vida más personales estaban sin resolver y ahora quería cultivar sus relaciones personales y otros aspectos de su vida que había descuidado durante los años de dedicado estudio. De momento las cosas no le habían ido del todo bien en lo personal en la delegación. Como suele pasar en los centros de trabajo, más si cabe en los de la Administración pública, en la delegación provincial de la Consejería de Numismática y Colombofilia había una maraña de relaciones personales, de amistades y enemistades, de grupos enfrentados, que no era fácil de comprender para un recién llegado, 1

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Cuento fetichista sobre mujeres fumadoras.

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EL CLUB DE LA SEÑORASANDOVAL

Introducción:

Este cuento no pretende ser una apología del tabaquismo ni una negación de sus indudablesefectos tóxicos y adictivos, ni del lógico derecho a disfrutar de ambientes libres de humo. La únicaintención de este cuento es lúdica, es un relato que juega con los aspectos fetichistas que paraalgunos tiene el acto de fumar.

Hacía tres meses que Susana había empezado a trabajar en ladelegación provincial de la Consejería de Numismática yColombofilia, era su primera plaza fija como funcionaria pues,aunque hacía año y medio que había sacado la oposición, antessolo había conseguido trabajar de interina en un par de pueblos,dos destinos breves que apenas le habían servido para establecercontacto con sus funciones. Susana era una rubita algo tímida, asus veintiséis años estaba contenta de tener ya un trabajo fijo y elhorizonte económico resuelto, pero aun sentía que otras parcelasde su vida más personales estaban sin resolver y ahora queríacultivar sus relaciones personales y otros aspectos de su vida quehabía descuidado durante los años de dedicado estudio. Demomento las cosas no le habían ido del todo bien en lo personal enla delegación. Como suele pasar en los centros de trabajo, más sicabe en los de la Administración pública, en la delegación provincialde la Consejería de Numismática y Colombofilia había una marañade relaciones personales, de amistades y enemistades, de gruposenfrentados, que no era fácil de comprender para un recién llegado,

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por lo que era difícil conseguir relacionarse de manera satisfactoriaen aquel ambiente laboral algo viciado. Así Susana había captadoactitudes hostiles hacia ella en un par de compañeras, Silda(diminutivo de Casilda) y Matilde. Silda era un poco jefecilla de unapandilla de la oficina por lo que Susana no tenía claro quienespodían compartir la actitud hostil de Silda, no tenía claro quieneseran del clan de Silda y quienes no, por lo que no sabía con quienpodía tratar de relacionarse sin esperar rechazos hostiles. Matildeera una treintañera con poca personalidad que parecía unaprolongación de Silda, aunque era menos astuta que ella ymostraba su hostilidad más abiertamente.

A Susana le inquietaba mucho el no saber quienes compartíanesa hostilidad hacia ella, esto hacía que Susana estuviera másretraída en la oficina. La única vía de escape de este aislamientohabía sido la señora Sandoval. Susana se alegraba de que la mesade trabajo que le había tocado estuviera al lado de la de CeliaSandoval, una cuarentona elegante y de buen ver, de carácterjovial, desenvuelta y algo excéntrica. Celia parecía jugar por libreen la pequeña estructura social de la oficina, no parecía militantede ninguna de las facciones de funcionarios de la delegación y serelacionaba con todo el mundo despreocupadamente. Por otra parteCelia era fumadora y tenía cierto ascendiente en el grupo de losfumadores. Las fumadoras de la oficina solían salir a fumar juntasal gran balcón, que durante muchos años apenas había sido usadohasta que tras la prohibición de fumar en el trabajo se le encontróesa nueva utilidad. La señora Sandoval había sugerido poner unassillas de plástico de jardín y algunas plantas para hacer másagradables las salidas al balcón. Al principio muchos fumadores sehabían tomado el tener que salir al balcón para fumar como unaespecie de castigo humillante, pero con sus sugerencias dedecoración y el talante festivo de Celia al salir a fumar al balcón,aquellas salidas se habían convertido más bien en un momentoalegre y los fumadores empezaron a sentir que el salir a fumar albalcón era más un privilegio lúdico que una servidumbre, unaocasión para hacer una pausa en el trabajo y disfrutar de un ratode charla y tabaco.

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Susana empezó a bajar con la señora Sandoval en la hora delcafé a una cafetería cercana, en realidad un viejo bar de puebloque, al crecer la ciudad, se había quedado como un fosil viviente enmedio del cambiante extrarradio urbano, junto al edificio oficialdonde se habían instalado pocos años antes las dependencias de laDelegación Provincial de la Consejería de Numismática yColombofilia, pasando a ser un punto de reunión de funcionarios.Durante esos cafés en el café-bar “Munchen”, bajo el patrocinio deCelia Sandoval, Susana empezó a hacer amistad con más gente dela oficina. En el grupo con el que la señora Sandoval bajaba atomar café, la gran mayoría eran fumadoras, cuando no todas. Laprimera vez que habían bajado juntas a la cafetería la señoraSandoval había ofrecido un cigarrillo a Susana, quien rechazó lainvitación.

-¿No fumas? – le preguntó la señora Sandoval a su nuevaamiga.

- No, nunca lo he hecho.-¿Nunca lo has probado?- le preguntó Celia Sandoval

extrañada.- No, no creo que vaya conmigo – contestó Susana

diplomáticamente, sin decir que el fumar le parecía un vicioabsurdo para evitar molestar a su amiga.

La señora Sandoval se encendió un cigarrillo con impecableestilo y exhaló satisfecha un chorro de humo.

-Me parece que fumar te gustaría- dijo Celia.-Puede ser, ja ja, pero prefiero no hacerlo.

Un lunes que a Susana le estaba resultando especialmentepesado, la señora Sandoval se cogió un cigarrillo y se levantó de sumesa para ir a fumar. La señora Sandoval se fijó en el aspectoabatido de Susana, que llevaba horas con la nariz metida entrepapeles.

-Susana, se te ve agobiada- dijo la señora Sandoval.-Estoy cansada, ya sabes, los lunes.-Chica, tómatelo con calma ¿Porqué no me acompañas al

balcón, tomas un poco el aire y te relajas?

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- Vale- aceptó Susana tras dudar unos segundos.

Susana y Celia Sandoval cruzaron la oficina hacia el balcón.Como era habitual en ella, de camino al balcón la señora Sandovalsostenía su cigarrillo como si ya estuviera fumando. Al verla pasar“casi-fumando”, siempre había alguien más que se le uníaacudiendo al balcón a fumar.

Susana empezó a acudir al balcón de los fumadores de vez encuando, como una forma de relajarse un rato charlando. Era laúnica no fumadora que acudía al balcón, por lo que algunascompañera le dieron amistosamente el título de “fumadorahonoraria”. A parte de eso seguía yendo todos los días a tomar cafécon Celia y compañía. En una ocasión, en la cafetería, se juntaronSusana, la señora Sandoval y otras tres fumadoras.

-Hoy somos todas fumadoras- dijo Rosa tras encender uncigarrillo.

-Todas no- dijo Susana.-Bah, tu eres prácticamente fumadora- dijo Tecla, otra de las

compañeras de oficina.-Que va. Ni lo he probado.-¿Nunca has probado el tabaco? – preguntó Rosa incrédula.-No, nunca me ha llamado la atención- contestó Susana.-Ooooh, siendo nuestra “fumadora honoraria” al menos

deberías probarlo- dijo Salomé.

Tecla y Rosa asintieron apoyando la tesis de Salomé. La señoraSandoval no decía nada, solo contemplaba la escena con atenciónmientras fumaba. Susana se sintió en un compromiso, ante loscomentarios de las amigas fumadoras del trabajo no quería decirnada que pudiera sonar como una crítica al tabaquismo, por temora que sus compañeras se sintieran juzgadas, pero no siendofumadora tampoco quería dar la razón a Salomé, así que no dijonada.

-Venga chicas, no seáis chinches con Susana – intervino laseñora Sandoval- ¿Qué importancia tiene que no haya fumadonunca?

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-Mujer, ninguna. Pero es llamativo que ni lo haya probado- dijoTecla.

-Siempre estás entre fumadoras ¿Eso no te da curiosidad porver como es fumar?- Le dijo Salomé a Susana. Dio una calada a sucigarrillo con cierta afectación siendo seguida por Tecla y Rosa

Celia Sandoval, hasta entonces silenciosa, echó un chorro dehumo y abrió su paquete de cigarrillos y se lo acercó a Susana.

-Susana, las chicas no se van a quedar tranquilas hasta quehayas probado el tabaco- le dijo con tono solidario- ¿Qué tal sifumas uno?

Susana pensó que quizá esa fuera la manera más sencilla dehacer que las compañeras se olvidaran del tema. Aquel día estabaacompañada solo de fumadoras, así que no se arriesgaba acensuras si fumaba un cigarrillo y en cambio demostraría a susamigas fumadoras que no pensaba mal de ellas por fumar nipensaba que fumar fuera algo tremendo. Así que estiró la mano ycogió un cigarrillo de la señora Sandoval.

- ¿Me das fuego? – preguntó a Celia Sandoval con naturalidad,mientras sujetaba cerca de su boca el cigarrillo entre los dedosíndice y anular, con cierta inseguridad en el gesto.

- Te doy yo- se adelantó Tecla acercándole el encendedor yencendiendo la llama.

Susana se llevó el cigarrillo a los labios y, sin dejar de sujetarloentre los dedos, acercó su extremo a la llamita hasta tocarla.

-Sorbe por el cigarrillo sin mucha fuerza un par de segundos- lesusurró la señora Sandoval para que su inexperta amigaencendiera bien el cigarrillo a la primera.

Susana así lo hizo, tras lo cual separó el cigarrillo de la llama ysus labios del cigarrillo. No muy segura de haberlo encendido bien,miró el extremo del cigarrillo y vio que estaba encendido. Vio pasaruna voluta de humo por delante de sus ojos y no estuvo muysegura de que hubiera salido de su boca, así que sopló un poquito yse sorprendió de ver una nube de humo que salía de entre suslabios. Apenas había notado el sabor del humo.

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Celia le sonrió con afecto y las otras compañeras con una mezclade complicidad y diversión. Queriendo estar segura de que estabafumando, Susana dio otra calada, notando de nuevo el sabor delhumo, que esta vez ya supo identificar. Echó el humo trassaborearlo.

-¿Qué tal? – le preguntó Salomé.-No es como esperaba, imaginaba que tendría un sabor másfuerte.-Te sabrá a rayos ¿no? La primera vez que se fuma nunca gusta.-Es un sabor extraño, pero no es malo- dijo Susana antes de darotra chupada a su cigarrillo.

A Susana no se le ocurría con que comparar el sabor delcigarrillo. Sabía ahumado, claro, pero a parte de eso no se leocurría a que se parecía, era un sabor distinto y algo huidizo.

Las cinco compañeras siguieron fumando y la señora Sandovalno dejó de observar a Susana. Notaba que aquello era algo nuevopara Susana pero no observó gestos de desagrado excepto un parde veces en que el humo le entró en un ojo.

-Susi, no estás tragando el humo- dijo Tecla, que estabaconvencida de que fumar sin inhalar el humo no era fumar.-Ni falta que le hace. Si no está acostumbrada a hacerlo solo leharía daño- intervino la señora Sandoval.

Acabados los cigarrillos y los cafés, volvieron a sus puestos detrabajo. Susana se sorprendió de que, habiendo sido el sabor delcigarrillo al fumarlo mucho más tenue de lo que esperaba, le dejaraun sabor de boca residual tan intenso.

Los días siguieron su curso normal. Tomando Susana otros caféscon Tecla, Rosa y Salomé comentaron estas a alguna otracompañera que Susana había fumado un cigarrillo, a modo decuriosidad divertida. Susana ni lo desmintió ni lo confirmó, por loque las que escucharon no estuvieron seguros de si era cierto.

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Cuando alguien le ofrecía un cigarrillo Susana rechazaba lainvitación.

Con el paso del tiempo Susana se había ido haciendo una red derelaciones en la oficina y ya sabía exactamente quienes eran delbando de Silda y Matilde. Se relacionó con normalidad con losmiembros de ese grupo menos comprometidos con Silda yprescindió de tratar con los seguidores de Silda más beligerantes.Sin embargo en ocasiones notaba miradas abiertamente hostiles deMatilde, y otras más sutiles de Silda, así como algún comentarioambiguo, que prefirió dejar pasar, para evitar males mayores.

Sin embargo, en una ocasión, oyó que Matilde estabacomentando a otras compañeras como una inepta le había pasadouna documentación con grandes defectos. Por algunas miradasSusana se dio cuenta de que Matilde se estaba refiriendo a ella.Dudó si hacer algo. Hasta ahora, ante ese tipo de actitudes, habíahecho como que no se daba cuenta, pensando que era mejordejarse pisar un poco que arriesgarse a ponerse en el punto demira de una porción de la plantilla cuando apenas había aterrizadoen la delegación provincial, pero ahora ya sabía quien era quien enla oficina y que alianzas había, tenía su propia red de amistades yya sentía que su posición en la oficina era más segura, por lo quepensó que ya no debía admitir ciertos desprecios porque searriesgaba a que se acostumbraran a hacérselos. Se dirigió aMatilde.

- Matilde ¿De quien estás hablando?

Matilde la miró primero con desdén y luego con ira ynerviosismo, al darse cuenta de que la pregunta de Susana era tandirecta que no le daba opción a una respuesta elusiva, so pena dequedar como una cobardita delante de las compañeras con las queestaba hablando.

- Pues me refería a ti- contestó finalmente con miradadesafiante y con la piel algo enrojecida- Al dossier que mepasaste del fondo de promoción colombófila de la UE lefaltaban documentos. Ya deberías haber aprendido a juntarbien los expedientes en el tiempo que llevas aquí.

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Susana hizo caso omiso de ese último juicio de valor.- ¿Y no aparecieron esos documentos?- preguntó a Matilde

como si tal cosa.- Si… los tenía Hilaria. Se los tuve que ir a pedir yo- gruñó

Matilde.- ¿Qué documentos eran?- La certificación de instalación colombófila y la factura de

consumibles.- Vale, para otra vez ya lo se- dijo con cordialidad- Si vuelve a

pasar algo así te agradeceré que me lo digas personalmente-añadió más seria- Creo que será más práctico que el que loandes comentando por ahí.

Susana se dio la vuelta y se volvió a su puesto de trabajo,dejando a Matilde con los dientes apretados.

- Mira que aires se da la mosquita muerta- dijo Matildeenfadada.

- Matilde- dijo una de las compañeras que había estadopresente y que solía ir al trabajo compartiendo coche conRosa- Tus expedientes tampoco están siempre impecables, asíque no des tanta importancia a que una compañera tenga unfallo.

Sorprendida de que alguien saliera en defensa de la nueva,Matilde se cayó.

Susana se sintió satisfecha de no haber dejado a Matildevapulearla tranquilamente, pero, aunque no lo exteriorizaba, elincidente le había dejado mal cuerpo. Enterada del episodio, alhacer una pausa para ir a fumar al balcón la señora Sandoval invitóa Susana a acompañarla, aceptando esta la invitación.

La señora Sandoval pensó que, estando algo alterada, a Susanale podía apetecer reconfortarse con un cigarrillo.

- ¿Un pitillo?- No, gracias- rehusó Susana.

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En algunas ocasiones en que Susana acompañaba a la señoraSandoval al balcón, al encender la señora Sandoval un cigarrillo, lasleyes de Murphy entraban en acción y alguna compañera seasomaba al balcón para avisar a la señora Sandoval de que habíauna llamada para ella. No pudiendo entrar en la oficina con elcigarrillo encendido, Celia Sandoval se lo entregaba a Susana paraque se lo sostuviera mientras ella despachaba la llamada lo másrápidamente posible para volver de inmediato al balcón y recuperarsu cigarrillo.

- ¿Ya has empezado a fumar?- le preguntó un compañero aSusana al salir a fumar al balcón y encontrársela con uncigarrillo.

- No, solo le estoy guardando el pitillo a Celia, que tuvo queentrar un momento.

En una ocasión en que Susana se quedó en el largo balcón con elcigarrillo de Celia, compartiendo el balcón solo con dos compañerosque estaban muy abstraídos en su conversación, Susana miró elcigarrillo humeante y pensó: “¿Y si le diera una chupada? Pararecordar como sabe”. Pensó que era un acto insignificante y que,con el balcón medio vacío, no se arriesgaba a que le hicieranningún comentario, así que sin dejar de mirar alrededor se llevó elcigarrillo a los labios, dio una calada y tras saborear el humo loexpulsó con un rápido soplido. Enseguida llegó la señora Sandoval yle devolvió el cigarrillo.

La señora Sandoval no supo nada de esa calada clandestina perocuando veía a Susana con un cigarrillo, la imagen le resultaba dealguna manera adecuada, le parecía algo natural. Cuando Susanahabía probado a fumar en la cafetería, la señora Sandoval no habíaobservado que a Susana le resultara complicado fumar, pese a queel primer cigarrillo suele resultar desagradable para la mayoría dela gente. Celia Sandoval intuía que a Susana le podía gustar fumary que podía hacer una buena fumadora.

En otra salida al balcón de los fumadores, volvió a ocurrir que laseñora Sandoval tuvo que irse a atender una llamada dejándole su

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cigarrillo a Susana. Al acabar la conversación telefónica a la señoraSandoval se le ocurrió una idea, cogió otro cigarrillo y salió albalcón por una puerta bastante separada de donde había quedadoSusana, encendiéndose el cigarrillo de inmediato antes de ir areunirse con Susana. Susana vio con sorpresa que la señoraSandoval se había encendido un nuevo cigarrillo.

- Ay, me había olvidado de que ya tenía un cigarrillo encendido-mintió la señora Sandoval mirando el cigarrillo encendido quetenía Susana.

- ¿Qué hago con este? – preguntó Susana- ¿Lo tiro?- Sería una lástima desperdiciarlo ¿Por qué no te lo fumas?- ¿Fumarlo?- Si – contestó la señora Sandoval con aire casual.- Bueno- dijo Susana tras dudar un poco- para que tirarlo.Se llevó el cigarrillo a los labios y en su boca percibió un sabor

que ya no le era desconocido. Se fumó el cigarrillo charlando con laseñora Sandoval y otros dos compañeros que salieron al balcón.

Después de aquello, en alguna ocasión se dejó invitar a fumar uncigarrillo. No en el balcón de la oficina, donde todo lo más dio unacalada al cigarrillo que dejaba bajo su custodia algún compañeroque tenía que regresar al interior de la oficina, sino en la cafetería,donde a veces, tomando café con compañeras fumadoras, parecíanatural fumar un cigarrillo. Susana no tragaba el humo y algunafumadora se lo hizo notar, por lo que probó a inhalar el humo hastasus pulmones causándose tosidos y un mareo. La señora Sandovalle dijo que no le hacía falta inhalar el humo, que solo saboreándoloen la boca ya entraba una buena cantidad de nicotina en la sangreque ya le resultaba suficiente, y que el tragar el humo soloresultaba imprescindible para quien se había acostumbrado a ello.Susana volvió a probar a tragar el humo y esta vez no tosió, perotras el consejo de la señora Sandoval decidió que no le valía la penaesforzarse en tragar el humo.

En una ocasión aceptó un Ducados de un compañero.

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- ¿Qué tal te sabe?- le preguntó Rosa tras ver a Susana dar unpar de caladas al Ducados.- Bien, es distinto a los otros pero sabe rico.-Uf, yo no soporto el tabaco negro – dijo Rosa.

Al ver que Susana era capaz de apreciar el sabor a tabaco sintrucos de un cigarrillo negro, se convenció de que Susana podíarealmente disfrutar fumando.

-¿Un pitillo?- le ofreció en otro encuentro cafetero a Susanauna compañera que ya la había visto fumar alguna vez.

Susana miró con interés los cigarrillos que le tendía lacompañera.

-No gracias- contestó finalmente, con un matiz de sacrificio enel tono de su voz.

-Creía que le habías cogido gusto a fumar- le dijo la señoraSandoval sacando a su vez sus cigarrillos.

-El tabaco es rico- reconoció Susana para satisfacción de laseñora Sandoval – Pero no quiero convertirlo en una costumbre.

Un día, al acudir a tomar café, se cruzaron con su compañeroEusebio, que ya volvía del café-bar “Munchen”.

-¿Sabéis que van a cerrar el “Munchen”?-¿En serio? ¿Qué pasó? – preguntó Susana.-Se jubila el dueño y, como vive en el piso de arriba, no lo

traspasa, va a usar el local para “no se que”, un salón para casa oalgo así.

En el bar el dueño del “Munchen” les confirmó la noticia y losfuncionarios le mostraron su pesadumbre por ello, mostrándose eldueño del bar condolido como si fuera el anfitrión en un funeral. Elcierre del “Munchen” se convirtió en una pequeña crisis en laplantilla de la Delegación Provincial de la Consejería deNumismática y Colombofilia y en el resto de las oficinas de laadministración autonómica que convivían en aquel viejo cuartel

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reconvertido a edificio burocrático. El cierre del “Munchen” era eltema protagonista en todos los corrillos porque era el único sitioque había en los alrededores al que poder ir a tomar café en lasagrada media hora de descanso. El sitio en que estaban ubicados,en el extrarradio de la ciudad, era ideal para un cuartel, peroreconvertido el edificio en sede burocrática, quedaba algo separadode la ciudad. La ubicación suponía una ventaja para aparcar confacilidad pero que era una desventaja en aspectos como la hora delcafé.

-No os preocupéis- dijo un mando intermedio tras oír a ungrupo de funcionarios lamentar el cierre del “Munchen”- ya estamosencargando varias máquinas expendedoras de café quedistribuiremos por el edificio.

- Eso puede valer para simplemente tomarse un café- dijo unoficinista- ¿Pero que a donde iremos a fumar los fumadores? No sepuede fumar dentro del edificio.

-Bueno, seguís teniendo el balcón. Y podéis salir al portal-dándose cuenta de que la respuesta no era del todo satisfactoria,ante los gestos de contrariedad de los fumadores presentes que,con el “Munchen”, perdían el único lugar en el que fumar cómodosy a resguardo de los elementos, el mando intermedio añadió amodo de broma, encogiéndose los hombros- O quizá sea un buenmomento para dejar de fumar.

En las reuniones de los fumadores siempre se hablaba de esetema. Salir a fumar al balcón no estaba mal, pero no era lo ideal,sobre todo cuando hacía mal tiempo. Pero en su búsqueda dealternativas siempre chocaban con el hecho de que estabaabsolutamente prohibido fumar en lugares de trabajo y que en losalrededores del edificio no había ninguna cafetería.

-Esa puñetera ley anti-tabaco no nos da opciones- refunfuñóTecla.

-Eso no es tan así- matizó la señora Sandoval.-Pero Celia, el único sitio donde la ley deja fumar, aparte de en

casa, es en cafeterías, y por aquí no hay ninguna.-Hay otros sitios donde deja fumar, en los clubes de

fumadores.-¿Y que es eso? Nunca vi ninguno- intervino Salomé.-La ley no lo aclara mucho, pero supongo que sería como un

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local social en el que sus socios pueden fumar. La ley también diceque dentro se puede hacer publicidad de tabaco.

-No nos iría mal un sitio de esos- dijo otra fumadora.

Todas pensaban que lo del club de fumadores era unahipótesis de laboratorio, pero la señora Sandoval pensó que eraviable y así se lo comentó a Susana poco después. Tras escuchar ala señora Sandoval, a Susana tampoco le pareció una ideadescabellada y al viernes siguiente, la señora Sandoval empezó amoverse un poco. Susana, que pasaba por un período algo inactivoen su vida privada al estar su novio trabajando en las Islas Toribias,se ofreció a ayudar a su amiga Celia.

La señora Sandoval intentó averiguar si se podría alquilar uncaserón vacío que estaba pegado al viejo cuartel. Supo que era unaantigua residencia oficial del mando del cuartel y que era propiedadde la administración. Al preguntar si se podía alquilar le dijeron quequizá si, pero que la administración desde hacía años estabapensando si instalar algún servicio público en él y que elprocedimiento para determinar si se lo podían alquilar a unparticular podía ser largo. En vista de ello, la señora Sandoval, alver un letrero de “Se alquila”, optó por alquilar una vivienda rural aunos doscientos metros de la Delegación Provincial. La casa llevabadesocupada algo más de un año, tras la muerte de la anciana viudaque en ella vivía. El hijo que la había heredado vivía en otraprovincia y, no queriendo deshacerse de la casa por motivossentimentales y por pensar que no le iban a ofrecer un buenprecio, decidió ponerla en alquiler. Ya habían pasado unos mesesdesde que se había puesto la casa en oferta de alquiler antes deque la señora Sandoval se fijara en ella, así que el precio delalquiler fue bastante asequible.

La señora Sandoval fundó una sociedad laboral, pidió uncrédito y una subvención de restauración de casas antiguas.Concertó citas con responsables de empresas tabaqueras paraexponerles su idea y, con labia, consiguió ciertas aportacioneseconómicas condicionadas a la posterior realización de contratos depublicidad y actos de promoción en su club. Tiró alguna pared,

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levantó algún tabique de pladur, dio un repaso de pintura, repusosuelos y actualizó la instalación eléctrica. En el viejo salón de lacasa, situada donde décadas atrás había estado situado el establo,dejó al descubierto la piedra de la que estaban hechos los muros ylo amuebló con muebles de estilo rústico. Otra dependencia laamuebló con muebles baratos de Ikea. Contrató el suministro de unpar de máquinas de café, otras tantas de refrescos y, por supuesto,dos máquinas de tabaco. La señora Sandoval pensó que no bastabacon una máquina de tabaco porque no quería limitarse a ofrecer lastípicas marcas más comerciales, sino que entendía que en un clubde fumadores debía ofrecerse una mayor variedad de marcas. Hizosocias trabajadoras de la sociedad laboral a Evangelina y a Trini, unpar de chicas a las que conocía y que estaban en el paro,consiguiendo por ello unas subvenciones de fondos comunitariospara la promoción del empleo. Compró un par de ordenadores yalgún equipamiento de oficina, consiguiendo también financiarlo enparte con subvenciones.

Tras toda aquella actividad, la señora Sandoval y Susana,contemplaron el resultado de su esfuerzo.

-No ha quedado mal ¿verdad socia?- dijo la señora Sandoval aSusana que, siendo ya muy amiga de la señora Sandoval yhabiéndose visto envuelta en las gestiones y tareas que habíadesarrollado Celia para crear el club, finalmente había tomado unaparticipación de la sociedad.

- Si, está bonito y cómodo ¿Cuándo abrimos?-El miércoles de la semana que viene.

Para hacer una sociedad laboral hacen falta por lo menos tressocios, porque ningún socio puede tener más de un tercio de lasacciones. La señora Sandoval quería mantener el control del club defumadores pero, por las condiciones de la subvención a unasociedad laboral, Evangelina y Trini también debían ser socias. Poreso, para evitar que Evangelina y Trini tuvieran participacionessociales tan grandes como la suya, se reservó un tercio de lasacciones, atribuyó sendos veinte por cientos a Trini y Evangelina, y

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distribuyó el resto de las acciones entre algunos compañeros de laoficina, en especial Susana a la que insistió de que tomara un diezpor ciento del accionariado.

Asunción era una vieja amiga de Susana que residía en otraciudad. Hacía tiempo que no veía a Susana y, estando pocos díasen la ciudad, no quiso dejar de ver a Susana lo antes posible, por loque insistió en reunirse con ella a la salida de su trabajo, para noposponer más el encuentro. Aquel día a Susana le había tocadotrabajar por la tarde para cubrir un turno en la ventanilla deregistro de los documentos, por lo que Asunción se presentó en sutrabajo a las siete de la tarde. Tras besos y abrazos, salieron a lacalle.

-Me muero por un café y un cigarrillo- dijo Asunción, fumadoradesde los dieciocho años, buscando con la vista alguna cafeteríainfructuosamente - ¿A dónde podemos ir?

-El único sitio al que podemos ir es al Club Camagüey-contestó Susana.

Dirigieron hacia allá sus pies y Asunción se sorprendió al ver elrótulo del local.

-¿Club de fumadores? Nunca había visto uno.-Lo hizo gente de la delegación para tener un sitio para fumar.

Bueno, lo hicimos, que de hecho soy socia de la sociedadpropietaria.

-¿Entonces ahora fumas?-No, es solo que soy amiga de la que desarrollo la idea y

acabé metida en esto.

Entraron en el club y Asunción percibió olor a humo de tabacomezclado con el de velas aromáticas. Trini las recibió en elmostrador de la entrada.

-Hola Susana- dijo Trini.-Hola Trini. Mi amiga Asunción no es socia ¿Le haces un

carnet?-Ahora mismo.

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Trini tecleó en el ordenador del mostrador, pidiendo algunosdatos a Asunción.

-Perdona Susana, pero no se si quiero hacerme socia ¿Hayalguna cuota o algo?

-No, tranquila, es una formalidad. Como es un club, quienes lousan tienen que ser socios, así que quien entra se apunta con unnombre y una dirección, le damos un número de socio, leimprimimos un carnet y listo, puede entrar como en una cafetería.

Tras rellenar los datos de la ficha de Asunción y sacarle unafoto, Trini imprimió un carnet provisional de papel y se lo dio aAsunción. Las dos amigas se encaminaron a la que habíanempezado a llamar Sala Sueca, que era la sala amueblada conmuebles de Ikea. Sobre algunas mesas y repisas, al igual que en elmostrador de la entrada, había bandejitas con cigarrillos, una ideade la señora Sandoval, que para ello escogía marcas de cigarrillosque no fueran las típicas marcas más vendidas y comerciales comoMarlboro, Lucky, LM o Chesterfield, tratando de estimular a losfumadores a que fueran más abiertos a la hora de fumarseleccionando marcas con bajo contenido en nicotina, cigarrillosnegros o cigarrillos de formatos especiales. Así era fácil encontrarsemarcas como Ducados blanco, Rex, Ducados Internacional, Westplata, Gauloises amarillos, Fine 120, Fortuna plata, MS Club Slim,More, Partagás, Pall Mall Los Ángeles, R1 Slim Line o Davidof,libremente disponibles. Asunción había visto folletos publicitarios detabaco en el recibidor y, por los pasillos, también vio cartelespublicitarios enmarcados que mostraban gente alegre, guapa ysana fumando.

-¿Pero no estaba prohibida la publicidad de tabaco?- preguntóAsunción extrañada.

-Si- dijo Susana – pero la ley de prevención del tabaquismohace la excepción de los clubes de fumadores, así que aquí sepuede hacer toda la publicidad de tabaco que se quiera, eso nosayuda a financiar el club.

En las paredes de la Sala Sueca había retratos de Greta Garbo,Ingrid Bergman, Anita Ekberg y otros personajes suecos fumando.Susana saludó a algunos socios que se encontró por allí y, tras

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ocupar una mesa, pidió a Asunción que la acompañara a la máquinade café.

-El café no es barato pero pensamos que era mejor eso quecobrar una cuota de socios. Además es un café rico- comentóSusana.

Las dos amigas volvieron a la mesa. Se les acercó una chicaque habían enviado de una empresa tabaquera como promotora delos cigarrillos Austin. Amablemente les preguntó si querían probarlos cigarrillos que promocionaba pero ambas rehusaron lainvitación. Asunción encendió su primer cigarrillo y charlaronanimadamente, poniéndose al día de novedades propias y deamigas comunes. Al salir, Trini ya tenía preparado el carnetdefinitivo de Asunción, en formato plastificado, entregándoselo a sudueña.

El club de fumadores había tenido buena acogida entre losfuncionarios fumadores, que tras semanas de tener que fumar alaire libre estuvieron encantados de tener un lugar cómodo en elque fumar. Solían acudir a la hora del café y con cierta frecuencia alfinal de la jornada, sobre todo quienes se quedaban por la tarde acubrir algún turno vespertino. A Susana, metida en el papel desocia copropietaria del local, se le ocurrió que podían aumentar laasistencia de los socios y con ello los ingresos del club ofreciendocomidas.

-Me parece demasiado complicado, sería muy caro montar unacocina- objetó la señora Sandoval.

-No hace falta- le explicó Susana- podemos contratar unservicio de cátering que traigan la comida y lo demás.

Así lo hicieron. Hicieron una web del club de fumadores dondeincluyeron una sección donde los socios podían escoger entre lasopciones de menú que ofrecía el catering cada día y solicitar al clubque les apuntara para comer ese día allí. Según la gente que sehubiera apuntado, Trini o Evangelina hacían un pedido a la empresa

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de catering que llevaba la comida en una furgoneta a la horaconvenida y la servía en el Salón Rústico, lo cual daba lugar aagradables sobremesas con cigarrillos y cigarros.

La señora Sandoval no había pensado en puros cuando habíatenido la idea de hacer un club de fumadores, pero Agustín, uno delos compañeros de la oficina, que había tomado una participaciónaccionarial del 4%, era aficionado a los puros y con granentusiasmo hizo proselitismo del cigarro puro en el club y atrajo aotros fumadores de puros al club. En realidad, los primeros sociosdel club que no eran funcionarios de la delegación fueronfumadores de puros contactados por Agustín. Pronto se conformóun grupo de fumadores de puros entre los socios del club, lo cualno era del todo del agrado de la señora Sandoval.

-No tengo nada contra los fumadores de puros, mi marido loes y mi hijo también fuma algún puro de vez en cuando- explicabaa Susana la señora Sandoval una tarde en el despacho del club-pero imaginaba que los socios serían fumadores de cigarrillos. Encuanto hay alguna persona fumando puros el ambiente ya es defumar puros, condiciona mucho el ambiente.

-Si, algunos fumadores de cigarrillos se quejaron de los puros,pero al menos llegaron al acuerdo de no fumar puros en la SalaSueca, así que a los que les moleste el humo de los cigarrospueden ir allí.

-Algo es algo, pero creo que deberíamos acelerar todo loposible el arreglar la segunda planta para que hubiera alguna salaespecial para fumar puros.

-Creo que en dos meses podremos permitirnos encargar laSala Clásica y la Sala Art Deco.

- A ver si nos cuadran las cuentas- deseó la señora Sandoval-¿Vamos con la gente?

-Vamos.

Las dos amigas y socias abandonaron el despacho y sejuntaron con la gente que estaba en el club, como amablesanfitrionas. Acabaron tomando asiento en unas butacas con unascompañeras del trabajo. Se sirvieron té y todas menos Susanaencendieron cigarrillos. La señora Sandoval vió como Susanamiraba a las compañeras fumar, con una mirada que no eraindiferente y pensó que quizá le apeteciera un cigarrillo.

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-¿Quieres un pitillo? – le ofreció a Susana.- Vale.

Tomó un cigarrillo y dejó que la señora Sandoval le dierafuego.

Susana iba con frecuencia al club, por una parte porque susamigas fumadoras iban allí a tomar café, por otra porque comosocia copropietaria a veces acudía a hacer algún papeleo en eldespacho y otras muchas veces simplemente a hacer unseguimiento de la marcha del club y a ejercer un poco deanfitriona. Antes de que existiera el club ya había fumado algúncigarrillo, así que, en un ambiente tan fumador como el del club,era natural que de vez en cuando aceptara algún cigarrillo, que lamayoría de las veces le ofrecía Celia Sandoval.

Las invitaciones de la señora Sandoval cada vez le resultabanmás agradables a Susana. Un día se encontraron en una callecomercial y se pararon a charlar. La señora Sandoval sacó suslujosos cigarrillos y ofreció uno a Susana, que no pudo evitar unasonrisa de oreja a oreja. La señora Sandoval dio fuego a Susana yesta encendió el cigarrillo succionando el humo golosamente y,aunque no solía hacerlo, inhaló el humo sintiendo que inundaba suspulmones impetuosamente, tras lo que echó el humo inclinandoelegantemente la cabeza mientras sentía como la nicotinaalcanzaba su sistema nervioso violenta pero deliciosamente. Sintiócon fuerza el efecto estimulante de la nicotina y un poco de mareo.Tras esa primera calada inhalada siguió fumando a su manerahabitual, saboreando contenta el humo.

La señora Sandoval también encendió su cigarrillo con elcuidado estilo que la caracterizaba, mientras observaba a Susana.

-En fin chica, parece que disfrutas ese pitillo.

Susana sonrió e hizo una mueca de niña que ha sido pillada en

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falta.

-La verdad es que si. Últimamente me están gustando mucholos cigarrillos.

-Siempre me pareció que te podía gustar fumar ¿Qué es lo quete gusta del tabaco?

Susana había dado una calada al cigarrillo y terminó de echarel humo lentamente con mirada embelesada antes de contestar.

- Sabe muy rico y cuando fumo el aroma es estupendo. Nuncame molestó el humo de tabaco pero ahora es distinto. Pero noes solo eso. Me siento bien cuando fumo, como más animada,es una sensación muy agradable. No imaginaba que el tabacome fuera a gustar tanto.

- Yo lo había intuido, tengo cierta capacidad de intuir a quien lepuede gustar realmente fumar.

- Pero a todo el mundo le gusta fumar si se acostumbra ahacerlo ¿no? – preguntó Susana a su amiga Celia Sandoval.

- No del todo. Solo hasta cierto punto. Desde luego, si se fumanlos suficientes pitillos, todo el mundo se engancha al tabaco yentonces le “gustará” fumar porque es la manera de aliviar elmono y ese alivio resulta placentero. Eso le pasa a muchagente a la que en realidad incluso les disgusta el sabor deltabaco pero logran acostumbrarse al sabor del humo, hastacogerle algún gusto o al menos llegar a soportarlo.Seguramente la mayoría de los fumadores están en esasituación.

Susana asintió llevándose el cigarrillo a los labiospensativamente. La señora Sandoval hizo una pausa en suexplicación y también dio una calada a su cigarrillo. El humoexpulsado por ambas amigas se juntó en el aire mientras CeliaSandoval continuaba su explicación.

- También hay fumadores que disfrutan del efecto estimulantede la nicotina o que aprecian el sabor del tabaco, lo que loslleva a fumar de una manera más lúdica. Este tipo defumadores disfrutadores están más dispuestos a probardiferentes clases de tabaco que los que solo fuman por calmar

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su ansia. Para algunos de estos fumadores disfrutadores, granparte del placer radica en el aspecto social del fumar.

- Creo que yo encajaría en esa categoría de los “fumadoresdisfrutadores” – comentó Susana- Me encanta el sabor yfumar me tonifica. También me gusta el ritual de fumar entreamigas.

- No, no creo que seas ese tipo de fumadora. Yo si lo soy peroestoy convencida de que tu estás en otra categoría- objetóCelia causando la sorpresa de Susana antes de continuar-Cuando te veo fumar, últimamente no es solo que te veadisfrutar como cualquier fumador disfrutador sino que se teve… como si florecieras. Da la impresión de que el fumar esalgo natural en ti, que la nicotina encaja como una llave en tusistema nervioso haciéndote sentir bien, y que para ti el sabores rico y desprovisto de matices desagradables o sucios. Eresuna fumadora superior.

Susana hizo un gesto de extrañeza cuando oyó mencionar laexistencia de matices desagradables en el sabor del tabaco.

- Pero no soy fumadora. Ni superior ni de otro tipo- dijoSusana.

- Bueno claro, quiero decir cuando fumas, no que seasfumadora-fumadora, al menos de momento- por fumadora merefiero a solo cuando estás fumando. Aunque de todasmaneras me parece que últimamente ya se te puedeconsiderar fumadora ocasional ¿no te parece?

- Quizá si- aceptó Susana sonriendo tras el humo de sucigarrillo.

- Si te gusta fumar creo que no pasa nada porque fumes unpitillo de vez en cuando. El estatus de fumador ocasional es loideal, disfrutas fumando y evitas los aspectos más negativos.Yo ya no puedo ser una fumadora ocasional pero me parece loideal. Creo que ya podrás considerarte fumadora ocasionalcuando, sin fumar a diario, no esperes a que te ofrezcan uncigarrillo para fumar.

Susana pensó en silencio un rato.

- Las fumadoras “profesionales” me dais envidia- dijo finalmenteSusana- He visto que para vosotras fumar no es solo un hábito

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o un vicio, es una manera de vivir. Fumar es algo tanenraizado en vuestra rutina diaria que es parte de vosotras yafecta a la manera en que os relacionáis y como vivís. Es unpoco como una ritualización de la vida que resulta atractiva,sobre todo me lo parece ahora que conozco el placer quesupone fumar.

- Oh, no te hace falta fumar a diario para disfrutar del tabaco.Ser fumadora ocasional está muy bien.

- Pero me gusta mucho fumar, y la idea de hacerlo a diario esapetecible.

- En todo caso es tu elección – dijo la señora Sandoval-¿Entonces estás pensando en ser fumadora?

- No se, no creo- dijo Susana tras dudarlo- podía estar bienpero no creo que vaya conmigo, no me pega fumar.

La señora Sandoval se sorprendió un poco, pero pensó que sedaba cuenta de cuales eran los motivos de Susana.

- ¿Por qué crees que no te pega? ¿Por qué eres una personadulce?

Susana miró a Celia algo molesta, pensando que su amiga habíasido demasiado atrevida al hacer ese comentario.

- No me mires así- dijo Celia Sandoval- no te he dicho nada feo,ser dulce no tiene nada de malo y tu eres una mujer dulce yencantadora, es una de las razones por las que a mi y a tantagente nos caes tan bien. Solo los imbéciles creen que serdulce equivale a ser tonta o débil. Tú eres una chica dulce ytambién inteligente y fuerte.

Susana pareció aceptar a regañadientes su dulzura.

- En todo caso se hace raro que alguien como yo fume- insistióSusana.

- La gente jovencita suele empezar a fumar para parecer másduro e irreverente, pero en realidad eso no tiene que ver confumar. Puedes fumar y seguir siendo una mujer dulce yencantadora- añadió la señora Sandoval en tono chistoso,haciendo que Susana se relajara- En todo caso no tienes que

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fumar a diario, fíjate en Olalla y Verónica – explicó refiriéndosea dos compañeras que fumaban un cigarrillo de vez encuando- creo que es la mejor opción.

- Aun no se si fumaré poco o nada. Ya veré – dijo Susana dandouna última calada al cigarrillo antes de deshacerse de él- Perosi decido fumar quizá sea algo demasiado bueno como para nohacerlo a diario.

- En todo caso, te recomendaría que fumes poco.

Al día siguiente, cuando Susana entró en el club Camagüey,antes de que nadie le ofreciera un cigarrillo, cogió un Pall Mallangelino de los que había en una bandejita sobre una mesa y se loencendió con un pesado encendedor de sobremesa.

Una tarde, la señora Sandoval estaba en la recepción del clubde fumadores charlando con Evangelina cuando entraron doscolegialas con el uniforme de un colegio de monjas cercano.Tratando de parecer seguras de si mismas pero aun asípercibiéndoseles cierto nerviosismo, se dirigieron al mostrador derecepción.

-Queríamos hacernos socias- dijo una de ellas.-Disculpa hija- intervino la señora Sandoval al ver sus

uniformes de colegiala- pero para hacerse socio del club hay queser mayor de edad.

-Nosotras somos mayores de edad- dijo la otra chica.-¿Nos podéis enseñar vuestros carnets de identidad?

Como si ya esperaran eso, ambas chicas sacaron sus carnetsinmediatamente y los pusieron sobre la mesa ante Evangelina.

- Pues si, tú tienes dieciocho años desde hace varios meses-confirmó Evangelina dirigiéndose a una de ellas, que por lafecha de nacimiento debía ser repetidora- y tú… has cumplidolos 18 ayer mismo.

Evangelina y Celia Sandoval sonrieron divertidas.

- Parece que no has querido esperar mucho para apuntarte alclub- le dijo cariñosamente la señora Sandoval a Lidia, la

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menor de ambas.- Es un alivio tener por fin los dieciocho y poder fumar

tranquilamente, nos pareció que este podía ser un buen sitiopara venir a relajarse al salir de clase.

- Aun sois demasiado jóvenes, pero en fin, si queréis fumar aquíseréis bienvenidas.

Al cabo de un rato llegó Susana, que se encontró a la señoraSandoval en el Salón Rústico en compañía de Agustín y un socio delclub.

- ¿Visteis a esas colegialas? – les dijo una sorprendida Susana.- Si, acaban de hacerse socias- le informó la señora Sandoval.- Parece que ya tenemos un nuevo perfil de socio a añadir a losanteriores- comentó Agustín.

Susana se sentó con ellos uniéndose a la charla. Agustín sacóunos puritos y vaciló cuando iba a coger uno.

- Susana, últimamente fumas algo ¿Te apetece uno de estos?

Susana miró los puritos con interés. Le parecía una idea algo locafumar un cigarrito y quizá fueran demasiado fuertes, pero se lopensó mejor y decidió satisfacer su curiosidad.

- Si, gracias.- Al fumar cigarros no se traga el humo. Como no sueles hacerlo

seguramente te gusten- dijo Agustín mientras ambos seinclinaban hacia delante en sus butacas para hacer la entregadel purito.

Susana dejó que le dieran fuego y necesitó dos intentos para queel cigarrito quedara bien encendido. Saboreó el humo concuriosidad bajo la mirada curiosa de la señora Sandoval y losdemás. Le pareció un humo sorprendentemente intenso, pero elsabor le resultó interesante.

- Sabe rico- confirmó a los contertulios contenta.Siguieron charlando, pero al poco rato el grupo se disgregó portener uno que partir y otro que atender una llamada al móvil.

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- Voy a conocer a las colegialas- le comentó Susana a la señoraSandoval.

Susana se dirigió a la Sala Sueca, donde estaban las colegialascharlando, fumando y hojeando revistas. Iba fumando su puritocuando se unió a las colegialas, sorprendida de la duración delcigarro.

- Hola, me llamo Susana. Os habéis hecho socias hoy ¿no?- Yo soy Deborah- dijo una de ellas, de pelo castaño con

mechas, vestida de Bershka y algo desmañada, que fumabaun Lucky de la cajetilla que había dejado sobre la mesa.

- Yo me llamo Lidia- dijo la otra, morenita de menor estatura ymirada más vivaz, fumando un Fortuna plata que había cogidoallí mismo.

Percibiendo que la recibían amistosamente, Susana tomó asientojunto a ellas.

- Nunca habíamos tenido socias tan jóvenes ¿Hace mucho quefumáis?

- No, solo hace cuatro meses- contestó Lidia- hace cinco mesesnunca había probado un cigarrillo, pero me encanta.

- Yo empecé a los trece- reconoció Deborah no sin ciertoorgullo. Un día una prima mía me dio un cigarro pensando queme iba a caer de culo, pero al poco ya le estaba sacandocigarros a mi madre. Ya no lo puedo dejar ni aunque mematen. Además no quiero engordar.

- Yo empecé por lo típico. Al salir de noche siempre hay genteque fuma y a veces te ofrecen. Un día lo probé y me gustó,pero no fumo tanto.

- ¿No?- preguntó Susana.- Hay días que tres, si salgo puedo llegar a cinco pero hay días

que ninguno. No me gusta fumar a escondidas.- Yo si que fumo mucho- intervino Deborah- por lo menos

quince cada día, si no me pongo rayadísima, ja ja ¿VerdadLidia?

- Si, te pones muy pesada- confirmó Lidia- ¿Y tu que edadtenías cuando empezaste?- preguntó a Susana.

- Yo no fumo- contestó Susana provocando una expresión de

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incredulidad en las chicas que miraron al purito entre susdedos- Bueno, en los últimos meses fumo a veces, pero nosoy una auténtica fumadora.

Las chicas no parecieron muy convencidas.

- ¿Sabe bien eso?- preguntó Lidia señalando el cigarrito deSusana y rompiendo así el silencio que se había producido.

- La verdad es que si, es la primera vez que fumo uno de estospero sabe rico ¿Quieres probarlo?

- Gracias- dijo Lidia cogiendo el purito y dando una calada.

Mientras echaba el humo Deborah ponía cara de asco.

- No se como fumáis eso. Una vez en una boda di una calada aun Farias y casi me ahogo. Prefiero el tabaco- dijo refiriéndosea los cigarrillos y dando una chupada al suyo.

- Te ahogas si te tragas el humo- le explicó Lidia a su amiga-con los puros no se traga.

- No soy capaz de fumar sin tragar el humo. Si no tragas elhumo no fumas ni nada- afirmó Deborah.

- ¿Os dejan fumar en casa?- preguntó Susana cambiando detema.

- Mis padres saben que fumo pero se hacen como que nosaben- dijo Deborah- Como fumara delante de ellos mecastigarían sin salir, ya me lo han dicho, así que paro poco encasa. Menos mal que hay este club. Desde hace tiempo queríavenirme pero no quería apuntarme sola.

- Desde que empecé a fumar me estuvo insistiendo para quecuando cumpliera los dieciocho nos apuntáramos las dos- dijoLidia divertida.

- ¿Y tus padres también saben que fumas?- le preguntó Susanaa Lidia.

- Aun no, pero se lo diré pronto.

Tras Lidia y Deborah se apuntaron algunas pocas colegialas, conalgún chico también. Pero no fueron un grupo muy importante. Encambio supuso un mayor aporte de gente un instituto de formaciónprofesional que había no muy lejos, porque mientras que hay pocos

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alumnos de bachillerato que hayan cumplido los dieciocho, casitodos los alumnos de Ciclos Formativos superiores lo han hecho.También empezaron a ir muchos empleados de una panaderíaindustrial cercana, en su mayoría mujeres. Esos nuevos aportes desocios reforzaron la asistencia de socios por las tardes, mientrasque el ambiente de las mañanas seguía firmemente dominadas porlos funcionarios.

A la señora Sandoval no le gustaba del todo que fuera gentetan joven como Lidia y Deborah al club de fumadores, porquepensaba que era bueno esperar al menos a los veinte para poderfumar con sensatez. Tampoco le gustó mucho que a las bandejitasde cigarrillos gratuitos Agustín añadiera otras con puritos. CeliaSandoval era decididamente partidaria de los cigarrillos y al ver queAgustín estaba consiguiendo que la gente se animara a fumarpuritos y puros de vez en cuando, se sintió un poco decepcionada.Pero aceptó ambas cosas con deportividad incluso confraternizandocon los adolescentes. Eso no le costó ningún trabajo en relación conlos varones jóvenes, porque siempre le habían encantado losjovencitos, pero decidió que no intentaría nada serio con ningunode los jovencitos para evitar habladurías. Le gustaba llevar esosaffaires con la mayor discreción.

Hubo otras incorporaciones de socios significativas. Aldesaparecido café-bar “Munchen” acudían todas las tardes cuatrovejetes jubilados a jugar una partida de cartas o dominó,fumándose un cigarro o un cigarrillo y tomándose un vaso de vino.Por el aire rural de los jubilados era fácil darse cuenta que vivían enunas casas campesinas que formaban una aldeita allí cerca, unresiduo del pasado agrícola de la zona, que ya se había convertidoen arrabal de la ciudad. Tras el cierre del “Munchen” los viejosdesaparecieron, hasta que un día aparecieron los cuatro,acompañados por la nieta de uno de ellos que empujaba la silla deruedas de su abuelo, aparecieron a la puerta del Club Camagüey.

-Buenos días- preguntó la nieta en recepción- Esto es unacafetería ¿no?-No exactamente- contestó Trini- es un club de fumadores,

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pero es como una cafetería. Para entrar hay que apuntarsecomo socio, pero es gratis.- Oh- dijo la joven decepcionada al escuchar que no era unacafetería y que había que hacerse socio para entrar- Es quedesde que cerró el bar que había aquí cerca mi abuelo y susamigos no tienen donde reunirse, y pensé que podrían venirseaquí para jugar la partida.-Si no son fumadores quizá no se encuentren muy a gustoaquí- apuntó Trini.-En realidad si que son fumadores- dijo la joven comoreconociendo una falta.- ¡Entonces estarán a sus anchas!- dijo Trini contenta- Que sehagan socios y se vengan aquí a echar la partida.-¿No será muy complicado hacerse socio? ¿Hay que pagaralgo?- Tranquila, es gratis y les apuntamos en un momento.-Yo tengo que acompañar a mi abuelo ¿Tengo que hacermesocia también?-Si, son las normas- dijo Trini excusándose con una sonrisa.

La joven explicó a los ancianos la situación y a todos lespareció bien apuntarse como socios. Dieron sus nombres para laficha de socios y Trini empezó a fotografiar a los vejetes para suscarnets con el fondo de un mural con un paisaje campestre,mientras la joven se fijaba en un tablón de anuncios tras elmostrador de la recepción en el que había muchas fotos tamañocarnet de socias posando cigarrillo en ristre con aire divertido.

- Últimamente a las socias les gusta fotografiarse con uncigarrillo para el carnet- comentó Trini al ver donde miraba lajoven- resulta divertido ¿Quieres que te saque la fotofumando?

- En realidad no fumo- confesó Paloma, que así se llamaba lajoven, aunque las fotos le habían parecido graciosas.

- Para el caso eso no importa mucho, solemos usar un cigarrillode atrezo- explicó Trini echando mano de un cigarrillo deimitación en plástico como los que venden como broma encarnaval.

Paloma aceptó la idea. Con la broma de hacer ver que estabafumando no le costó trabajo sonreír mientras posaba para la foto.

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-Palomita, no sabía que fumaras- bromeó su abuelo.-Soy una mujer llena de misterios abuelo- dijo la nieta con gestochistoso.

Paloma empezó a llevar a su abuelo al club habitualmente parajugar la partida la mayoría de las tardes. Los viejos habían escogidoel salón rústico como lugar de sus partidas pese a que ya se habíainaugurado el salón clásico de la segunda planta, en parte porqueles gustaba y en parte por que era difícil para ellos acceder a laplanta superior. Solían fumar un Farias, un purito Reig o uncigarrillo negro. Les fastidió un poco que en el club no se sirvieranbebidas, por lo que en vez de tomarse un vaso de vino tuvieron quepasar a tomar café, refrescos o agua mineral de las máquinas debebidas, aunque de vez en cuando llevaban una botella de vino.Con la presencia de los viejos el salón rústico adoptaba un aire deauténtico bar de pueblo que resultaba chocante para algunosvisitantes que no se esperaban un ambiente tan intergeneracionalen el club, pero en todo caso, para quienes ese ambiente no era desu agrado, había otras salas con otros ambientes. Paloma quedabacomentando la partida junto a su abuelo, o se sentaba a leer o, sifaltaba alguno de los jugadores, cubría su hueco en la partida.Pronto Paloma empezó a conversar con otros socios del club y enespecial con Susana.

La señora Sandoval recibió una llamada de teléfono.-Hola Celia, soy Agustín.Agustín se había ido de viaje a las Islas Canarias y tenía el

proyecto de, en el curso de sus vacaciones, acercarse por unafábrica de puros de La Palma para hacer un pedido de purospersonalizados, con una vitola alusiva al “Club Camagüey”. En lafábrica se había encontrado con una sorpresa.

-Me dicen que pueden hacer pedidos de cigarrillospersonalizados, según las características que pida el cliente.Pensé que te podía interesar- le explicó Agustín a la señoraSandoval.-Mmm, pues si que puede ser interesante ¿A que características

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se refieren?-No se, quizá solo el diseño del paquete o quizá sea lacomposición del cigarrillo ¿Les pedimos algo?-¿Vas a volver a verlos?- preguntó a su vez la señora Sandoval.-Si, mañana.-Déjame pensarlo un poco. Te llamo en un par de horas. Elnúmero desde el que me llamas es el de tu móvil ¿no?-Si.-Pues te llamo.

La señora Sandoval meditó un poco su decisión. Le agradaba laidea de que el club de fumadores tuviera una marca propia queofrecer a sus socios. Podían ofrecerse algunos en bandejitas decigarrillos gratuitos y también venderse en las máquinasexpendedoras del club. Por otra parte a la señora Sandoval legustaba ofrecer a los socios del club cigarrillos distintos a los demás éxito comercial para que el fumar no se hiciera rutinario.Además la señora Sandoval recordó que, cuando volvía a fumar trasuno de los períodos de abstinencia que seguían a sus visitas albalneario, prefería fumar cigarrillos con no más de 0,4 miligramosde nicotina, para no saturar sus sistema nervioso que, tras la curade desintoxicación en el balneario, se volvía muy sensible a lanicotina. Por ese motivo abandonaba los Dunhill Internacionalazules y los cambiaba por Gauloises rubios amarillos y otras marcascon nivel 0,4, hasta que el deseo de fumar de nuevo sus ricosDunhill le llevaba a cigarrillos más fuertes, pues no había ningunavariedad de Dunhill Internacional con un nivel de nicotina tan bajo.Pensó que estaría bien si en la fábrica canaria pudieran hacer unoscigarrillos parecidos a los Dunhill Internacional pero con 0,4miligramos de nicotina y 10 centímetros de largo. Cuando llamó aAgustín le pidió que preguntara si les era posible hacer un cigarrilloasí.

A última hora de la mañana entregaron una gran caja de cartónen la recepción del “Club Camagüey” y por la tarde acudieronAgustín, Susana y la señora Sandoval. La caja era el pedido decigarrillos personalizados que habían encargado a una empresa deLa Palma y la abrieron con expectación. La señora Sandoval extrajo

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una cajetilla.

-“Sandoval Internacional”- leyó Susana en el paquete decigarrillos divertida.

La señora Sandoval le hizo una mirada de reproche a Agustín porla elección del nombre. Hubiera preferido que simplemente llevarael nombre del club.

-Venga Celia, abre la cajetilla.

La señora Sandoval así lo hizo y extrajo un cigarrillo algo largo,con filtro naranja, un leve anillo dorado en el borde del filtro y elnombre del cigarrillo impreso.

-Me dijeron que no les fue posible hacer un cigarrillo de 100milímetros con solo 0,4 miligramos de nicotina, así que lo dejamosen 90 milímetros.

-Bueno, aun así es más largo que uno normal y se ve elegante-dijo la señora Sandoval sosteniendo el cigarrillo entre las puntas desus dedos índice y medio, y mirando que efecto hacía como si sehubiera puesto un anillo.

-Aseguran que utilizaron una selección de tabacos de primeracalidad y de aromas muy semejantes a los de Dunhill Internacionaly que el resultado es muy parecido y de muy alta calidad.

-Vamos a verlo- dijo la señora Sandoval, cogiendo un mechero yencendiendo su cigarrillo- No está mal- dijo aun algo dubitativa trassoltar una primera nube de humo.

Llena de curiosidad por conocer el resultado de aquelexperimento, Susana también se cogió un cigarrillo y Agustín, pesea ser fumador de puros, la siguió. Agustín dio fuego a Susana antesde encender su cigarrillo y ambos cataron el humo paladeándolocon atención.

La señora Sandoval parecía imitar a Susana y a Agustín al fumarsin tragar el humo. Para Susana era su forma habitual de fumar ytambién lo era para Agustín, ya que era fumador de puros, pero laseñora Sandoval fumaba ese cigarrillo sin inhalar el humo en suspulmones tratando de evitar confundir el sabor del humo con elefecto de la nicotina. Le parecía que así podría ser más objetiva en

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la cata, sin que el bajo nivel de nicotina, demasiado bajo para ellacuando llevaba semanas fumando cigarrillos más fuertes, lepredispusiera en contra al valorar el sabor.

-Si, realmente son buenos. No saben exactamente como misDunhill pero son cigarrillos de calidad- dijo finalmente la señoraSandoval a modo de veredicto, antes de dar una nueva calada y,esta vez si, inhalarla profundamente.

Tras soltar un gran chorro de humo Susana mostró su acuerdo.

-Realmente están muy ricos.

Los fines de semana, Susana solía reunirse con un grupo debuenas amigas.. Entre las más habituales en sus reuniones ningunafumaba, por lo que Susana había mantenido su nuevoentretenimiento fuera del ámbito de las reuniones de su pandilla.

Un sábado por la tarde Susana fue al cine con varias de susamigas y luego se fueron a cenar a un mesón de tapas. Cuandotras haber comido les trajeron unos cafés e infusiones, a Susana leapeteció fumar. Ninguna de sus amigas presentes fumaba pero,viendo que estaban en un ambiente con fumadores pensó que eraun buen momento para desvelar su secreto. Se disculpó antes delevantarse de la mesa, se dirigió a la máquina de tabaco y compróuna cajetilla de Nobel. Al volver a la mesa sus amigas la mirabansorprendida.

-¿Vas a fumar?- le preguntó Angelines.-Si- contestó Susana mientras desenvolvía el paquete y lo abría-

Últimamente he fumado un poco.-Ay Susana ¿No estás ya mayorcita para empezar con estas

cosas?- le regañó su amiga Rosario.

Susana extrajo un cigarrillo, sosteniéndolo con la mano alzadamiró a su alrededor exploratoriamente antes de decir- Lo probéhace unos pocos meses y me gustó, me encanta fumar pero no lohago todos los días, por lo menos de momento.

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Sin acabar de decir eso se levantó de su asiento y se dirigió auna mesa cercana, donde había una chica de veinte años fumando.

-Perdona ¿Me das fuego?

Susana encendió su cigarrillo y volvió a su mesa echando humo.

-“Cosas veredes”- dijo su amiga Irene. - ¿Gerardo ya conoce tu nueva afición?- preguntó Rosario

refiriéndose al novio de Susana, aun en las Islas Toribias.

Negó con la cabeza mientras daba otra buena calada quesaboreo con satisfacción evidente.

- Pues va a alucinar- dijo Rosario.- Tampoco tiene por que enterarse- comentó Angelines.- No se lo voy a ocultar. Fumo poco pero me fastidiaría

escondérselo a Gerardo.

Al llegar al club una tarde Susana se encontró con Lidia y unacompañera de colegio de esta. Se puso a charlar con ellas pero,aunque ambas colegialas estaban fumando, Susana no se animó aunirse a ellas encendiendo un cigarrillo. Cuando ambas chicas sefueron Susana se encontró con que Paloma ya había llegado al clubcon su abuelo Narciso y sus compañeros de juego. Paloma estabasentada cercana a la mesa de juego leyendo una revista con ciertadesgana, por lo que Susana se fue a charlar con ella, echando unvistazo de vez en cuando a las incidencias del juego. Los jugadoresfumaban farias y ducados, y a Susana pronto se le contagiaron lasganas de fumar. Dejó un momento a Paloma y en un santiamén fuea recepción a que Evangelina le pasara una cajetilla de “SandovalInternacional” y volvió en un santiamén a reunirse con Paloma.Acostumbrada a que en el club todo el mundo fuma, sin pensárseloofreció un cigarrillo a Paloma. Ante la cara de extrañeza de estaSusana se acordó de que Paloma no fumaba.

- Ah si, tú no fumas- balbuceó Susana disponiéndose a retirar

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su invitación, pero pensando que el gesto podía parecerdescortés, finalmente no retiró la cajetilla tendida- pero,bueno, si te apetece uno no te cortes.

Paloma dudó. En otras circunstancias hubiera rechazado elcigarrillo automáticamente pero, acostumbrada al ambiente tantabaquista del club, en el que fumar parecía lo normal, y ante laespontaneidad de la invitación de Susana, le pareció que lo naturalera aceptar la invitación.

- Gracias- contestó finalmente, cogiendo un cigarrillo,llevándoselo a los labios con cierta torpeza y dejando queSusana le diera fuego.

El abuelo de Paloma miraba a su nieta con sorpresa.

- No vayas a regañar a tu nieta por fumar- le dijo Florencio, sucompañero de partidas.

- No, claro que no ¿Como la voy a regañar si yo fumo? Palomitaya es una mujer y puede fumar si le apetece. Es que nunca lahabía visto fumar.

- No te preocupes abuelo que yo no fumo, es solo un capricho-se explicó Paloma.

Siguieron jugando y fumando. Paloma y Susana hablaron ensusurros tratando de que los ancianos no les oyeran para así poderhablar más a sus anchas.

- ¿Nunca habías fumado?- le preguntó Susana a Paloma viendoque fumaba con un estilo algo torpe.

- Si, a los quince tenía una amiga repetidora que fumaba y legustaba que la gente fumara. Durante un tiempo alguna vezfumé con ella, pero luego dejé de hacerlo. No le veía sentido afumar. No te ofendas.

- No, te entiendo. Hasta hace pocos meses fumar me parecíaabsurdo, en realidad ni lo había probado. Pero en mi caso, trasprobarlo, en seguida me gustó, aunque no fumo a diario.

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Susana dio una calada a su cigarrillo y Paloma la siguió. El humoexhalado por ambas se juntó en el aire sobre sus cabezas.

No pasó mucho tiempo antes de que en otra partida de dominóen la que participaba Paloma, en vista del precedente, Florencio leofreció socarronamente a la veinteañera un purito Reig, quejuguetonamente aceptó. Susana se pasó por el salón rústico paraver a su amiga y sonrió divertida al verla fumando un puritomientras jugaba al dominó. Se sentó cerca de ella para charlar unpoco.

- Perdona- le dijo Paloma a Susana al cabo de un rato- ¿Mesustituyes en el juego mientras voy al baño?

- Claro- contestó Susana.

Paloma le entregó el purito para que se lo guardara mientras ibaal baño.

- Tendré que fumar para que no se apague el purito ¿no?- dijoSusana mientras Paloma se alejaba.

- Tu misma- le contestó Paloma divertida.

Los tres viejos fumadores de dominó celebraron que Susana seles uniera en el juego y en el fumar. Aquello marcó un precedente,desde entonces los ancianos ofrecían tabaco a Paloma y Susana siparticipaban del juego. Paloma no siempre aceptaba pero empezó aver el tabaco como un detalle que acompañaba las partidas al queno había que dar mucha importancia, por lo que con ciertafrecuencia aceptaba un purito o un cigarrillo negro de los ancianos.

En una ocasión Susana se encontró con Paloma, su abuelo y otroanciano, todos con aire contrariado. Le explicaron que faltaban dosde los jugadores y Paloma no bastaba para sustituirlos a ambos.Paloma miró de forma interrogativa a Susana y esta comprendió.

- Ya que les faltan jugadores ¿Me puedo unir a la partida?-

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preguntó Susana provocando una sonrisa agradecida dePaloma.

- ¡Por supuesto que no señorita!- contesto Frutos, compañerodel abuelo de Paloma, adelantándose a este.

- Será un placer jugar con una mocita tan linda- confirmóNarciso.

Narciso les ofreció a las chicas unos Farias. Les intimidaba unpoco el tamaño de aquellos tabacos pero finalmente, asustadas ydivertidas, aceptaron los puros y se fumaron un buen trecho deellos, de manera que para ambas los cigarros puros dejaron de sertabú.

Agustín pasó en una ocasión por el salón rústico y se sorprendióal ver a Susana fumando un farias. En esa ocasión ni ella ni Palomaparticipaban en la partida, pero al ofrecerle uno de los jugadores unpuro Susana lo aceptó con la curiosidad que le había suscitado susanteriores experiencias con Farias y puritos.

- ¿Te atreves con un puro?- preguntó Agustín a Susana.- No se si lo acabaré, pero sabe bien.- ¿Qué marca es?- Farias.

Agustín arrugó un poco la nariz.

- ¿No te gustan los farias?- le preguntó Susana.- Los farias no son precisamente los puros de mayor calidad.

Son un poco como el “fast food” de los puros, el puro de bajocoste.

- No lo encuentro malo- dijo Susana tras soltar una bocanadade humo.

- Otro día recuérdame que te invite a un cigarro, seguro que tepuedo dar alguno que te guste más.

Paloma no fumaba siempre que los viejos le ofrecían pero, apesar de sus experiencias adolescentes en las cuales le habíaparecido un vicio decadente y pesimista, encontró que fumar tenía

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su gracia y decidió que no pasaba nada por fumar de vez en cuandoen el club de fumadores. Alguna vez en que no participaba en lapartida, abandonaba el salón rústico y reuniéndose con Susana enotra parte fumaba con ella un purito o un cigarrillo. En una de esascharlas fumando con Susana se les unió la señora Sandoval, queestaba encantada de ver como el club había dado ocasión a queotra no fumadora se animara a fumar ocasionalmente.

- Es la forma ideal de disfrutar del tabaco. Una chicasuficientemente madura como tu puede fumar de vez encuando sin llegar a fumar a diario, disfrutar del tabaco sinenviciarse. Por suerte ya hay alguna socia más que ha hecholo mismo, como Flora y Almudena, compañeras nuestras de ladelegación.

- No se si al final ese será mi caso. Últimamente estoy fumandomás a menudo- confesó Susana antes de llevarse su cigarrilloa los labios.

- Mmm, me parece que si. Asintió la señora Sandoval- ¿Ya estásfumando a diario?

- Casi. Es que me gusta demasiado. Me resulta difícil no darmeel gusto cuando es tan fácil encender un cigarrillo.

- Susana es una “fumadora superior”, tiene un gusto por eltabaco mucho mayor que el normal.

- Si que me lo parece- asintió Paloma- cuando conocí a Susanano me pareció que le pegara fumar, pero al verla fumar pareceque es algo que le va mucho. Se la ve muy a gusto fumando yal verla parece que fumar es una maravilla.

- Si, las autoridades deberían prohibirle fumar delante de losniños- dijo Celia Sandoval bromeando y causando una sonrisapícara en Susana- Pero poca gente disfruta tanto al fumarcomo Susana.

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