el ciervo perseguido

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1 El ciervo perseguido Apuntes sobre la vida y la obra de Roque Dalton Luis Alvarenga

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En este libro se ofrece un primer esbozo a la vida y obra de Roque Dalton, el poeta salvadoreño más influyente de la segunda mitad del siglo XX.

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El ciervo perseguido

Apuntes sobre la vida y la obra de Roque Dalton

Luis Alvarenga

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Este libro está dedicado a la Mara Salarrué

In Memoriam: Álvaro Menéndez Leal

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Y si todo aquello en que él creyó ha fracasado, ese fracaso

es el único sol que nos alumbra y nos engendra.

CINTIO VITIER

Roque Dalton tiene 22 años, es delgado, de mediana estatura, ágil, nervioso, de músculos casi elásticos que vibran y se encrespan continuamente bajo las descargas de su corazón de poeta. Alberto Ordóñez Argüello dice que tiene aire de ciervo perseguido. El símil es perfecto desde el punto de vista de la apariencia física; pero conviene agregar que las piernas espirituales que sostienen a Roque Dalton son más ágiles y más resistentes que las que nunca soñara poseer ningún ciervo, de montaña o de estepa.

RAFAEL PAZ PAREDES

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AGRADECIMIENTOS

Escribir este trabajo sobre uno de los poetas salvadoreños más complejos de la historia hubiera sido

quimérico, si me hubiera librado a mis esfuerzos solitarios. En la tarea de reunir documentación o de

buscar fuentes, me acompañaron distintas personas durante los años en que este texto fue concebido. A

Elaine Freedman y a Francisco Andrés Escobar les agradezco por algo medular para meterse a escribir

un libro: palabras de aliento cuando la duda y la desazón asaltan. A Elaine, también, agradezco su

cariño, su paciencia y sus consejos prácticos. Los valiosos testimonios de Álvaro Menéndez Leal y

Ricardo Castrorrivas me dejan corto a la hora de agradecerles. Ana Alicia Hernández, quien dirigió

durante un período significativo la Hemeroteca de la Universidad de El Salvador, me ayudó a ubicar los

textos de Roque publicados en Casa de las Américas y en otras revistas. También hizo otro tanto Luis

Melgar Brizuela, verdadero especialista en Roque, cuya extensa bibliografía puso a mi disposición.

Ernesto Flores, Gloria Anaya, Vladimir Baiza, Álvaro Darío Lara, Silvia Castellanos de López y Carlos

Cotto, me proporcionaron textos preciosos de sus bibliotecas personales. Irene Becker, de Casa de las

Américas, ayudó a facilitarme fotocopias de ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha, así como de

otros trabajos daltonianos. Debo a Ricardo Roque Baldovinos, no solamente el acceso a ciertos textos

del poeta, sino también recomendaciones y críticas valiosas para este trabajo. También quiero señalar

que conté con una brújula de primer orden: la nómina bibliográfica que Rafael Lara Martínez incluye a

su antología En la humedad del secreto, pieza esencial en los estudios sobre la obra daltoniana. Fue Carlos

Cañas-Dinarte quien me ayudó a desengavetar este texto.

Hay alguien, en especial, a quien me resulta ya imposible agradecerle personalmente: Álvaro Menéndez

Leal. Su generosidad me ayudó para escribir este trabajo. Su muerte, que nos dolió a quienes fuimos sus

amigos, impide que lo visite a su casa para enseñarle estas páginas y esperar sus juicios, agudos y

certeros.

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PRÓLOGO

Yo entré en contacto con la obra de Roque cuando todavía estudiaba en el Externado San José. Tenía quince años y no

tenía la más mínima idea sobre la literatura salvadoreña. Un amigo mío, que ahora es músico, Carlos Romero Cárcamo,

me empezó a hablar de un poeta, cuyo apellido yo pronunciaba defectuosamente: Daltón. Me decía que era un poeta

revolucionario y me preguntó si lo había leído. «No» —le respondí. En una respuesta que, quizá, inconscientemente,

quiso emular a la respuesta que Diego Rivera le dio a Dalton cuando éste le dijo que no había leído nada sobre

marxismo, Carlos me dijo: «No seas tonto. Tenés que leerlo».

Lo primero que hizo mi amigo fue prestarme un libro de cubierta amarilla, en cuya portada aparecía un cuadro con un

hombre desnudo, cavilando en una mesa que parecía estar suspendida del aire. Al reverso del libro, estaba una fotografía

del autor, narigón, con una barba insuficiente. Vestía una camisa a cuadros y hablaba ante un micrófono. Era Roque

Dalton y el libro tenía un título intrigante: Taberna y otros lugares.

Lezama Lima decía que «sólo lo difícil es estimulante». No había entendido gran cosa del libro, salvo aquellos poemas de

lenguaje y referencias más directas, que están en la primera parte. El poema Taberna, un texto ambicioso y abarcador,

había sobrepasado lo limitado de mi visión de mundo de aquel entonces. Pero, en vez de rehuir el reto que esas palabras

me planteaban, quise saber todo lo de ese autor y leer cuanta cosa suya cayera en mis manos. Así, fui a la biblioteca

colegial y me encontré, para mi asombro, que tenían un ejemplar de una novela suya: Pobrecito poeta que era yo.

Ocupo esa expresión, «para mi asombro», porque Dalton —fue una de las primeras cosas que supe— era un autor

prohibido en El Salvador que estaba viendo mi adolescencia. No figuraba en los ansiados programas de Literatura de

último año de Bachillerato. Mucho menos en los libros de textos. La única excepción notoria fue el texto para Bachillerato

de Luis Melgar Brizuela. Los maestros más atrevidos y más progresistas apenas mencionaban fugazmente a Dalton. Los

parientes y los amigos de mente estrecha me advertían contra los textos de «ese comunista».

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No avancé mayor cosa en la lectura de Pobrecito poeta... El texto que abre el libro, el cual reproduce una conversación

entre amigos y que sirve como «Prólogo y teoría general» me parecía como una criatura barroca que, cada segundo, se

agrandaba barrocándose más, hurtándome el preciso significado de «lo que se quiso decir». Pero así crecía mi fascinación.

Me refrescaba salteándome páginas y leyendo la nómina de apodos incluida en uno de los capítulos posteriores.

Simpatizaba con alguien capaz de llevar a la literatura lo que hacíamos todos los días en el colegio jesuita que él también

frecuentó.

Devolví el libro a la biblioteca, fascinado y confundido tras releer el Prólogo seiscientas veces, y de enterarme de cosas

importantes sobre Roque, gracias a la nota de Julio Cortázar que los editores —es decir, Ítalo López Vallecillos y sus

compañeros de EDUCA— situaron como epílogo de la novela. Con mi amigo Carlos, íbamos a peregrinar a un lugar

que se hizo venerable. Era el pasillo de la segunda planta del desaparecido edificio del colegio, el cual tenía una vista de la

capilla —que debió inspirarse en el palacio de la Ópera de Australia—. En cada pasillo, estaban colgados los cuadros de

las promociones de bachilleres. El sueño íntimo de todos nosotros era que nuestra foto llegara a estar en esos pasillos, sueño

que, para mi amigo y para mí, jamás llegó a cumplirse. Pero eso no es importante. Lo que quiero decir es que en ese

pasillo estaba el cuadro de la promoción de 1951. Ahí estaba Roque, con su saco de bachiller y su bigote ralo.

Seguí leyendo a Roque y creo que esa lectura me fue beneficiosa. En primer lugar, para acercarme a la literatura. En

segundo lugar, porque el poeta me posibilitó acercarme a otras lecturas: Cortázar, Faulkner, Joyce, Eliot, Pound, los

grandes poetas griegos del siglo XX, José Lezama Lima, entre otras. Me di cuenta que Roque era un escritor de vetas

inexploradas y que no había que aspirar a escribir como él, sino aprender su lección esencial: la honestidad como regla de

oro del escritor. Creo que en esto último radica su influencia en la gente de mi generación que compartía inquietudes

políticas similares.

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Este libro comenzó a gestarse hacia 1997, cuando comencé a buscar en distintas revistas algunos de los ensayos que Roque

Dalton publicara en vida. Pensaba vagamente en publicar una selección antológica de los mismos, pero desistí al saber que

los familiares del poeta preparaban una publicación amplia de esos textos. Antes de eso, Luis Melgar Brizuela había

preparado, en vano y a petición mía, un hermoso prólogo para el volumen proyectado.

Los folios con reproducciones de ensayos, reseñas bibliográficas, comentarios, entrevistas a amigos de Dalton, etc., que yo

había reunido, me ayudaron a advertir una cosa: Había, dispersos, abundantes y valiosos datos sobre la vida del autor

salvadoreño. Caí en la cuenta de la enorme dispersión de anécdotas o comentarios acerca de Roque, frente a la virtual

inexistencia de una biografía del quizás más influyente poeta nacional de la segunda mitad del siglo anterior. Podían

hallarse notas biográficas, con datos comunes y con otros discrepantes entre sí (como aquellas en las que su nacimiento se

sitúa en 1933, o una en la que se afirma que estuvo exiliado a principios de los años cincuenta y otra más, en la cual se

asevera que el poeta salvadoreño conoció a Régis Debray en Santiago de Chile en 1973), pero nunca algo que se asomara

a una investigación biográfica.

Este libro no es, ni pretende ser, «la» biografía de Roque Dalton. Para ello, tendría que contarse con el acceso a fuentes

vivas y bibliográficas fuera y dentro del país, que están mucho más allá de mis posibilidades actuales. Este trabajo es algo

más modesto: es un intento de sistematizar críticamente la información biográfica dispersa. En ese intento, pretendo

reivindicar algo caro a la visión poética del autor de Los hongos: los vasos comunicantes entre vida y poesía, entre ética y

politica, entre literatura y militancia, entre humanismo y poética, que hacen de Dalton un autor de suma complejidad.

Para ello, me valgo de una aproximación analítica a la obra poética y a la virtualmente desconocida producción ensayística

del escritor salvadoreño.

Este texto ha sufrido muchas modificaciones. La versión original, con la que obtuve un premio literario —uno de los

jurados fue el investigador Carlos Cañas Dinarte—, tenía otro nombre, inclusive. De esa versión queda, quizá, un

esqueleto esencial. Las modificaciones posteriores pretenden darle más precisión a los datos y atemperar el lenguaje. Creo

haberlo logrado y así no defraudar a quienes me tendieron la mano al ofrecerme sus críticas.

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Escribir sobre Roque Dalton fue una experiencia fascinante. Cada nuevo texto, cada nuevo dato me provocaba la alegría

de uno de esos arqueólogos bisoños, que creen, al haberse encontrado con un minúsculo fragmento de obsidiana, haber

hallado también el hilo de Ariadna de una civilización perdida. Creo, sin embargo, aportar datos que, para quienes han

frecuentado la obra de Dalton, pueden resultar novedosos. Pretendo, pues, presentar una visión panorámica, una toma

general, para decirlo en el lenguaje del cine, sobre la vida y obra de este poeta. Una síntesis, pero también una propuesta de

interpretación sobre lo que esta bios y este logos poéticos implican para nuestra cultura.

Estos apuntes pueden servir para que, en el futuro, alguien asuma, con rigor y con pasión, la tarea de escribir la biografía

de Roque Dalton.

L.A.

Enero de 2002

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Los años de Roque Dalton

Los poetas de la Generación Comprometida (Dalton, Armijo, López Vallecillos, Chávez Velasco,

Canales, Cea, etcétera) nacen a lo largo de la tercera década del siglo XX. El gran hecho histórico de los

años treinta es la rebelión indígena-campesina que ahogó en sangre el general Maximiliano Hernández

Martínez. «Un país es otro país después que le matan 30 mil hombres en un par de semanas», dice Roberto Armijo

en un diálogo contenido en la novela Pobrecito poeta que era yo..., de Dalton. Efectivamente, esta es la gran

herida nacional.

La matanza inicia un nuevo ciclo en la vida política de El Salvador: los gobiernos militares. Hasta el

momento, el ejército no había pasado de ser un instrumento de represión al servicio de las clases

dominantes. Ahora, sin perder su esencia represora, el aparato militar daba un salto de calidad: pasaba a

administrar el Estado. Los regímenes militares se mantendrían hasta la década de los ochenta, con la

apertura de la situación de guerra y los cambios hacia gobiernos civiles.

En los años posteriores a 1932, El Salvador vivía el estupor de pasar a una dictadura abierta, que había

proscrito toda oposición. Es una época de forzado silencio. La única voz cantante es la del caudillo. Las

demás voces están acalladas, o deben hablar con demasiada cautela. Quienes se enfrentaron de alguna

manera al status quo están fuera de juego: Alberto Masferrer, escritor y humanista, muere en Guatemala,

tras sentirse inútil para evitar la gran tragedia nacional. Pedro Geoffroy Rivas se exilia en México, no sin

antes haber sido buscado por la policía, debido a su amistad con dirigentes del entonces recién fundado

Partido Comunista. Los que quedan adentro deben mantener una actitud de resistencia «pasiva», como

sostiene Miguel Huezo Mixco. En otras palabras, no enfrentarse abiertamente a la dictadura, pero

tampoco venderse a ella y decir lo que se tiene que decir sin ser demasiado obvio. Sin cultivar un

heroísmo de espectáculo, estéril e imprudente para las condiciones del momento, Salarrué y otros,

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como Alberto Guerra Trigueros, fueron espíritus críticos.

Un nuevo hito se suscitaría en la década siguiente. En 1939, estalla la II Guerra Mundial. Por afinidad

política, Martínez apoya a los países del Eje nazi-fascista. Pero, por inteligencia política, les declara la

guerra cuando advierte que la balanza se inclina a favor de los Aliados, no sin antes haber reconocido la

«legitimidad» del gobierno de Franco.

El hecho de que El Salvador se alineara en la causa de los Aliados abrió espacios para la difusión de

ideas democráticas y antifascistas. De hecho, el antifascismo cobró fuerzas en el país y en América

Latina. Se empezó a conspirar contra el régimen y a organizar grupos antidictatoriales. La más

importante promoción de poetas de los años cuarenta se autodenominó «Grupo de Escritores

Antifascistas». Dicho grupo estaba integrado por la ensayista Matilde Elena López, el poeta Oswaldo

Escobar Velado y otros. Este grupo es importante, por cuanto constituye el precedente histórico

inmediato de la Generación Comprometida. Lo es por haber tenido una preocupación política como

elemento definitorio.

Cuando cae Martínez en 1944, se inicia una nueva transición. Los militares jugarán con la apertura

democrática para salvaguardarse. Los gobiernos de la década siguiente —en la que surge la Generación

Comprometida— juegan precisamente con esto. Por ejemplo, el coronel Óscar Osorio instaura una

política de apertura institucional, pero sin abandonar su carácter opresor. El régimen da una apertura

relativa a la oposición y crea un aparato gubernamental en el que nacen instituciones dedicadas al

fomento y la difusión del arte.

A Osorio le sucede en el cargo José María Lemus, quien entra en el mando con un discurso de apertura

política, que le vale para ganar buena imagen en desmedro de su predecesor. Permite que regresen al

país los exiliados políticos, lo cual da una señal positiva a los sectores democráticos. Muchos

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intelectuales cayeron en la trampa: escritores honestos como Luis Gallegos Valdés y Salarrué se

adhirieron a su candidatura presidencial. Después, cuando el mandatario instaura medidas represivas, se

pone de manifiesto la verdadera índole de su régimen. Fue en ese tiempo cuando Roque estuvo

encarcelado y a un paso de ser ejecutado. El movimiento que derrocó a Lemus le salvó prácticamente la

vida.

En los años sesenta reina la inestabilidad política. Se suceden juntas civiles, juntas cívico-militares y,

nuevamente, otro coronel llega a la presidencia: Julio Adalberto Rivera. El triunfo de la revolución

cubana en 1959 preocupó a la clase dominante. Siguiendo la línea de la política exterior de los Estados

Unidos, los regímenes militares alternarán las reformas y las medidas de la Alianza para el Progreso, con

la represión a los movimientos democráticos.

Proscrita por razones obvias desde el tiempo de Martínez, comienza a resurgir la organización

campesina, junto a los cuerpos paramilitares. La clase dominante vacila entre la necesidad imperiosa de

saltar a la industrialización para modernizarse y su aferramiento al monocultivo del café. No se define

por ninguna opción. Más bien, en el país subsisten elementos modernizadores (niveles de

industrialización considerables, etc.), con prácticas y mentalidades cuasi coloniales.

El quinquenio comprendido entre 1967 y 1972 se caracteriza por el nacimiento y posterior colapso del

proyecto del Marcado Común Centroamericano; por la guerra contra Honduras; el robo de unas

elecciones que pudieron haber democratizado el país y el cierre de la Universidad Nacional. Todo este

período transcurre para Dalton en el exilio.

Los tres últimos años de la vida del poeta coinciden con la época de nacimiento de las primeras

organizaciones armadas. El Partido Comunista, que no acertó a lanzarse a la lucha guerrillera, se

desmembra. Roque Dalton, militante de ese partido, se separa del mismo. De la crisis del PCS y de la

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radicalización política de distintos sectores sociales, surgen organizaciones como las FPL y el ERP, al

que se uniría Dalton hasta su muerte.

En pocas palabras, los cuarenta años de vida de Dalton coinciden con un ciclo dentro de la izquierda

salvadoreña, ciclo al que el poeta contribuyó de manera importante. En este período se pasa de la

derrota del movimiento revolucionario en 1932, hasta la articulación de una izquierda de nuevo tipo: las

organizaciones político-militares que, años después, formarían el FMLN. Tan importante fue la

participación del escritor en esta transición histórica, que su propia muerte marca a las organizaciones

armadas. De hecho, el crimen contra Dalton dejó manifiestas ciertas tendencias en la izquierda

salvadoreña: el pragmatismo político en desmedro de una praxis liberadora fundamentada en la

preocupación ética y en el humanismo.

Primera parte: Esbozo biográfico

Orígenes y leyenda de Dalton

Existe en los archivos de la Universidad de Arizona una fotografía de finales del siglo XIX. Los sepias

de la foto le dan un aire mágico a lo que es, a todas luces, un retrato de familia: el padre, barbado, de

elegante porte y entrado en años, se llama Winnall Agustín Dalton. El retrato tiene la fecha 4 de

octubre de 1878. El señor Dalton, puede afirmarse sin temor, era descendiente de los inmigrantes

irlandeses que llegaron a asentarse a los Estados Unidos. Dalton, es, pues, un apellido irlandés. O tal

vez no tanto: D’alton es la corrupción francesa, a su vez, del apellido Von Alton, de origen austríaco.

El Winnal Antonio Dalton que aparece en el retrato de familia quizás es antepasado del padre

de Roque Dalton. Así lo hace suponer la coincidencia de nombres y el hecho de que un personaje de

una pieza de teatro del poeta salvadoreño, llamado Winnal Dalton, se mueva «en el extenso espacio que

media entre Arizona y El Salvador...», según señala Ileana Azor. Arizona, el Sur de los Estados Unidos.

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Es precisamente ese el territorio de los Hermanos Dalton.

The Dalton brothers (I)

«Se ofrecen 55,000 dólares de recompensa a quien capture a los que participaron en el asalto a mano

armada de un tren», decían las octavillas que circulaban por los pueblos del Oeste de Estados Unidos.

Efectivamente, los miles de dólares que estaban dentro del tren que recorría los estados de Texas,

Missouri y Kansas habían desaparecido. Y eso a pesar de que a bordo se encontraba un destacamento

de policías de ferrocarriles. Era de noche. Faltaba mucho para que el tren llegara a su destino. El

maquinista paró, atendiendo a las señas que le daba el operador de una pequeña estación ferroviaria.

Todos estaban extrañados, puesto que no había motivo aparente para estacionarse. Pero, en poco

tiempo, todo tuvo su explicación. Los bandidos que ahora entraban en el tren habían forzado al

operador a parar la máquina. El botín fue tomado de inmediato. Cuando los forajidos se aprestaban a

llevarse los sacos llenos de dinero, se encontraron con los policías de a bordo. Pero el encuentro no

duró mucho. Los policías, comandados por el jefe de detectives J. J. Kinney y el capitán J. H. La Fore,

fueron repelidos a balazos por los pistoleros. Éstos ya se habían escabullido por el pueblo cercano.

Casualmente, en la farmacia que quedaba cerca de la estación, se encontraban los doctores Youngblood

y W. L. Goff, quienes fueron heridos para que no vieran por dónde habían huido los asaltantes. Eso

pasaba en 1892. Luego, los pistoleros se habían vuelto una especie de iconos de la cultura popular:

libros de aventuras, cómics, y hasta una película con Clint Eastwood —más conocido como Harry El

Sucio—. Esos tipos que inspiraban respeto y que hacían que se meara el más macho en sus pantalones,

eran conocidos en el viejo Oeste como Los Hermanos Dalton.

Los tales hermanos Dalton no fueron bandidos desde siempre. Alguna vez, estuvieron del lado de la

«ley». Bob, por ejemplo, fue marshall de la Corte Federal de Kansas. Frank -el hermano mayor- murió a

tiros en una escaramuza con la pandilla Smith-Dixon, mientras servía como comisario para la Corte

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Federal de Fort Smith. Emmett Dalton era un pacífico vaquero. Era, hasta que conoció a un par de

sujetos llamados Bill Doolin y William St. Power, que no andaban en buenos pasos. Sobre todo, porque

se hacían llamar con los nombres de Bill Powers y Tom Evans, que no eran sus nombres de pila

precisamente. Emmett comenzó a trabajar con el dúo en el rancho Bar X Bar. Poco tiempo andaría con

ellos en la pandilla a la que pertenecían.

Ya en su vida de bandido, Emmett conoció a sujetos como Charlie Pierce, Charlie Bryant, George

Newcomb y a un Richard Broadwell, conocido como Texas Jack o como John Moore, según el lugar

donde estuviera-. El señor Broadwell le había pedido -años antes- la mano a una chica de familia tan

rica como la propia. La chica aceptó, pero le propuso que vendiera su rancho y el de ella. El bueno de

Míster Broadwell lo hizo. La chica, presto como un conejo, se esfumó. Y se llevó el dinero consigo, y

obligó a que Míster Broadwell trabajara de peón de rancho.

A Bob Dalton le dio también por servir a la justicia. Era jefe de la policía de Osage. Quizás la plata que

tardaba tanto tiempo en llegar no le alcanzaba, no hay documentos que así lo prueben. Talvez fue por

afición, por el deleite de lo singular, por afinidades electivas, que Bob empezó a vender whisky. A su

hermano Grat lo degradaron de su puesto de oficial de policía por mala conducta.

Los tres hermanos, Bob, Grat y Emmett decidieron hacerle frente a la crisis económica de una manera

más eficiente que la que receta ante tales situaciones el Banco Mundial: tomaban prestados -es un decir-

caballos ajenos en el poblado de Claremore y los llevaban a pasear a Kansas, donde los vendían por

buen precio. Pero los polizontes se dieron cuenta y los persiguieron. Emmett y Bob lo olieron rápido y

pudieron darse el viro para California. Al pobre Bob lo encarcelaron, pero lo tuvieron que soltar pues

no había mayor evidencia. Bob salió a California para unirse a sus hermanos.

Los tres hermanos se encontraron con el hermano Bill. Para celebrar el fraterno reencuentro, los chicos

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asaltaron el tren del Pacífico Sur en el pueblito californiano de Alila. Era el 6 de febrero de 1891. La Ley

arrestó a Grat y Bill, pero no pudo atrapar a Emmett y Bob, quienes se escondieron en los territorios

indígenas. Estos dos hermanitos se encontraron con viejos amigos, con los que asaltaron otro tren. En

el asalto se hicieron de 1,745 dólares (que valían mucho por esa época).

Sería largo contar todas las hazañas de estos hermanos. Saltémonos el tiempo y lleguemos a Coffeyville.

El cinco de octubre de 1892, los Dalton en pleno llegaron también a ese pueblo, con la sana intención

de asaltar el Primer Banco Nacional y el Banco Nacional Condon. Los pueblerinos ya los conocían,

dieron la alarma, se armaron y se batieron a tiros con nuestros héroes. En la refriega murió casi toda la

pandilla, menos Emmett -quien fue encarcelado, condenado a cadena perpetua, indultado y muerto

anciano y olvidado en California-. Tampoco murió Bob, quien no estaba en la escaramuza, pero que

más tarde formaría su propia pandilla, con amigos de sus difuntos hermanos. De ellos decía Roque

Dalton ser descendiente.

2. Donde la tierra es buena con el árbol

El poeta nació el 14 de mayo de 1935, en casa del señor Raúl Méndez, bajo el nombre de Roque

Antonio. Su madre se llamaba María García y se desempeñaba como enfermera. Dalton mantuvo una

relación muy estrecha con doña María, según lo atestigua gente que lo conoció.

Roque pasó sus primeros años en la casa materna, que era también una tienda: La Royal, situada

en la esquina de la 2a. Avenida Norte y la Calle 5 de Noviembre. Muerta doña María, la madre de

Roque, la Royal sufrió varias transformaciones: Fue un comedor, luego una cervecería; otra vez volvió a

ser comedor y, últimamente, se ha transformado en un lugar de compra y venta de objetos metálicos. Se

hablaba de la idea de transformar la antigua casa del poeta en un centro cultural, pero nada ha cambiado

todavía.

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El poeta aparece inscrito como Roque Antonio García, debido a que su padre no quiso

reconocerlo de primera intención. Su primer recuerdo del padre, consignado en el libro Taberna, lo

describe como un extraño señor que irrumpe en la paz de su casa, y que hace sentir azorado

terriblemente al bebé que era Roque, como «un gusano de seda asustado por su primera ojeada al

mundo», de quien se le dice que es su padre y que, tras dejar unos billetes, se esfuma en un automóvil.

En ese mismo libro, lo recuerda a la par de un vaso de leche francamente estremecedor. Winnall, dice

Roque, es un tanto su héroe, porque «le habría ganado a Humphrey Bogart cuanta pelea se le hubiera

ocurrido, aun con una mano atada, ojos vendados, piernas en un costal. Aquel fue el mejor vaso de

leche que tomé en mi vida. Y creo que también por eso os amo, pueblo mío, historia, peligros, etc.»

Un primo de doña María, Santiago Díaz Medrano, le enseñó a leer. Este sería un gran

descubrimiento para Roque: La pasión por la palabra escrita. Desde ese momento, se quedaría

maravillado por la palabra, las palabras escritas en la calle, en los libros, en las casas y en los cuerpos. El

mundo convertido en una amplísima Cueva de Altamira, cuyos dibujos guardan palabras inquietantes,

palabras que harán que el que las lea no vuelva a ser el mismo de antes.

El señor Winnall inscribió a su hijo en el kindergarten de las Hermanas Gonzalbo —Mariíta y

Merceditas—, Santa Teresita del Niño Jesús. El ensayista Ricardo Roque Baldovinos describe el

ambiente del lugar: «(Las hermanas Gonzalbo) eran nacidas en España, pero habían venido de niñas al

país, tenían una identidad española muy fuerte aunque hablaban con acento salvadoreño. Ya eran

bastante mayores cuando yo estuve allí. Mis recuerdos del lugar son mixtos. Era un colegio muy

pequeño instalado en una hermosa casa antigua del centro de San Salvador. El ambiente era muy

acogedor y familiar. Estas dos señoras eran muy cariñosas y se sabían el nombre de todos los niños.

Pero, por otro lado, había una atmósfera de extremismo católico asfixiante, donde el miedo y, sobre

todo, la idea de culpa, de pecado original, eran reforzados a cada instante».

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Roque recibió ahí la primera comunión. Eran los inicios de quien se autodescribiría como un «católico

feroz» en esos años. El kindergarten era para los hijos de ricos. Así comenzó a sentir en carne viva las

diferencias de clase. Él lo recuerda en Los hongos: « “Gente de pueblo” —me dijo Roberto en el

primer día de clases en la sección/ Infantilito, y me empujó duro, de manera que le caí encima a Berta

Rivas, la cual a su vez me empujó/ contra Roberto, de tal manera que no tuve más remedio que

comenzar a llorar,/ dando patadas a todo el que se me acercara,/ incluidas la niña Mariíta y la niña

Merceditas Gonzalbo, propietarias/ y directoras de aquella inolvidable institución».

Después, estudió en el colegio Bautista. En 1946, Roque comenzó a estudiar en el Externado

San José, de la Compañía de Jesús. La formación jesuita es un elemento clave en la vida de Dalton. Es

una presencia insoslayable en sus poemas, ya sea como un sustrato cultural, como una referencia

autobiográfica, o como un elemento satírico. Quizás por eso se entendió muy bien con los libros de

otro ex alumno jesuita, un irlandés llamado James Joyce.

El Externado aún era un coto cerrado para quien no perteneciera a las clases dominantes del

país. «Había vivido» —escribió Eraclio Zepeda— «la diferencia evidente entre sus compañeros de

estudios, que pagaba Mr. Dalton, y sus compañeros del barrio donde habitaba la Niña María, su madre,

enfermera de oficio para sostenerse». Roque lo dice a su modo, en un poema que es una larga carta a su

confesor durante los años del Externado: «En el barrio de los golfos fui/ el hijo del millonario

norteamericano y en el Colegio/ para los hijos de los millonarios (el Externado de San José en la

época/ cuando apenas comenzaban a ingresar por excepción/ los superdotados de la clase media) fui/

el rapaz escapado por no sé qué puerta falsa del barrio de los golfos». Ya desde los años del

kindergarten de las Hermanas Gonzalbo, Roque comenzó a cultivar la amistad de un condiscípulo del

colegio jesuita: Antonio Alas, a quien le dedica hermosas páginas en sus Textos y poemas muy

personales. Con Alas -conocido como AA- Roque compartió, no sólo la primera comunión y la

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circunstancia de ser «hijo natural», sino también los primeros atisbos de la irreverencia: «A.A. y yo

hicimos una versión patana del Himno del Externado de San José (...) y un proyecto de hoja suelta, que

no llegó a imprimirse, en el cual felicitábamos gozosamente al pueblo salvadoreño en ocasión de

haberse incendiado la Catedral Metropolitana, con todo y que -desgraciadamente, decíamos- se salvó el

señor arzobispo». Ignoramos más cosas sobre Antonio Alas. No sabemos quién fue, qué ocurrió

después para que no volviera a verse con Roque después de la época del Externado.

Roque, desde sus primeros años, ya había empezado a encontrarse con la poesía. María Leticia

Solano, autora de una preciosa entrevista con la madre de Dalton, asegura que desde muy joven, él

escribía cosas como esta:

Aquí la tierra es buena como el árbol y presta sus arterias para que corra el agua Aquí el sol es ardiente y enfermante y ha sido adorado. Aquí el hombre se ve tallado a golpes dolorosos, desde niño..

Hay que decir que esto no pasó desapercibido para los jesuitas. Uno de los sacerdotes, el padre

Alfonso María Landarech —autor de textos sobre literatura— comenzó, de alguna manera, a insuflarle

ánimos al muchacho flaco y narizón que era Roque. Landarech —apodado por su estatura como

«Tapón» por sus alumnos— «insistía en convencer a todo el mundo, de que su querida oveja negra era

el poeta lírico más importante de la historia de la literatura nacional» -escribe Dalton. «Esto le ganó el

odio de Hugo Lindo y de otros poetas católicos de El Salvador, le ganó mi convencimiento en el

sentido de que críticamente no pasaba de ser un sentimental y él ganó las simpatías de algunas de mis

borracheras mejores», añade. Roque estimó a Landarech al punto de no olvidarse de enviarle cartas aun

durante su exilio cubano, según afirma Álvaro Menéndez Leal.

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En las aulas jesuitas, Roque conocería a un sacerdote que sería conocido años después, tras

haber abandonado su orden y convertirse en un ideólogo de derechas: Francisco Peccorini. En Los

hongos, el poeta asegura haberse confesado con él tras haberse dado un tiro en una pierna, a la edad de

quince años, como producto de una decepción amorosa. Años locos. Años de trifulcas en los

encuentros de baloncesto intercolegial (sobre todo con la barra del Liceo Salvadoreño, con el que el

Externado tuvo una rivalidad deportiva de décadas). En esas trifulcas, Roque fue herido de guerra: un

ladrillazo en plena boca durante un partido de baloncesto contra el Liceo, cuando era el jefe de barra

del Externado; otro ladrillazo, en la nariz, por discutir un penalty con un jugador costarricense; una

pedrada en el ojo derecho durante la representación de la toma de Okinawa, propinada por su

inquietante condiscípulo Quique Soler: vida plena y maltratada del poeta.

Ese tipo de episodios pasa, muchas veces, por simples aventuras graciosas del poeta, como otra

forma suya de practicar el humor y la irreverencia. De ahí que se haya presentado hasta la saciedad la

imagen de Dalton humorista. Creo que hay algo más allá. Existe en su poesía una constante —ya no

digamos en su novela—: integrar al poema vivencias, sucedidos propios, de todo tipo: humorísticos,

amorosos, políticos, etcétera. Es la constatación de que para Dalton no hay deslinde entre la vida y el

poema. Es más: El autor de Los testimonios hace de su vida un poema y de la poesía una forma de vivir.

Así pasó el tiempo, hasta que Roque se graduó de Bachiller, en 1952. No sabría cuánto habría

de cambiar su vida a partir de este momento. Para la mala memoria, una anécdota rescatada por

Claribel Alegría: Roque fue comisionado, en virtud de su sobresaliente rendimiento académico, para dar

el discurso de su promoción de bachilleres. El poeta aprovechó la ocasión para atacar la doble moral de

los curas de su colegio: su servilismo ante los hijos de ricos y su actitud discriminatoria contra los

muchachos pobres o «hijos naturales» —es decir, fuera de matrimonio—.

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20

Vengo desde la URSS amaneciendo

Cuando era niño, Roque pensaba en ser médico. En la adolescencia cambió de opinión, y

decidió estudiar Leyes. Winnall Dalton lo envió hacia Santiago de Chile. Ahí estudiaría en la

Universidad Católica, continuando su formación académica en manos de los religiosos, y en cosa de

cinco o seis años, sería un flamante abogado, un profesional de éxito. Esa era la idea. La realidad sería

otra.

Sale en marzo de 1953 hacia el país sudamericano. Su madre lo acompaña hasta Panamá, en esa

su primera salida al exterior —la primera de muchas salidas—. Se quedaron cuatro días. Roque estaba

nervioso al llegar a la aduana panameña: Creyó haber perdido su certificado de vacunación, del que

nunca se había desprendido, y por poco vuelve a ser vacunado por los controladores sanitarios de la

aduana. Madre e hijo se hospedan en el hotel Colombia. Salen a conocer la ciudad, total, hay tiempo

mientras sale el vuelo para Santiago. Panamá es calurosa: «La sed es aquí una institución para todas las

nacionalidades», dice el poeta. «Mi madre desea tomar un refresco y yo le indico el primer restaurant.

Entramos sin notar su nombre: Happyland. Y no era solamente un restaurant, era un cabaret. En el

momento que mi madre (católica, severa, hija de mi abuelita) y yo (reciente bachiller del Externado, de

comunión semanal) comenzábamos a sorber nuestras rotundas coca-colas, apareció cerca de nosotros

en un pequeño escenario, una bailarina que al compás de un vals vienés procedió -¡horror!- a

desnudarse. Ni más ni menos: el tal Happyland era un cabaret donde se hacía incluso el “strip-tease”. Ya

en la calle yo le decía a mi mamá que no era cuestión de ponerse a dudar de la honorabilidad de la gente

y que quizá se trataba de una costumbre local debida al calor. Nada. Después sería mejor preguntar

antes de entrar a lugar alguno». Creo que no hay que dejarse engañar por el retrato de joven timorato

que Dalton nos ofrece de sí mismo («reciente bachiller del Externado, de comunión semanal»). El

episodio de Happyland parece ser una de sus bromas perpetrada en contra de su madre. Además, hay en

todo el texto una burla implícita hacia sí mismo: acentúa sus rasgos provincianos, conservadores, frente

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21

a la formidable experiencia que el viaje le ofrece. Solamente los lúcidos y los verdaderos antisolemnes

pueden reírse de sí mismos.

En esas líneas, escritas por Roque para la revista que dirigía Oswaldo Escobar Velado, Gallo

Gris, un año después, diría de esas tierras: «Panamá es un pedazo de América, con los mismos

problemas, los mismos dolores de cabeza y las mismas esperanzas de todos los países. Engaña un poco

con sus luces, su inglés deformado, su fama de puerto de los siete pecados y su canal ajeno, pero con

amor, con ojos limpios de prejuicios y de sombras, se descubre en ella el mismo corazón altivo que se

dejó uno en El Salvador y que puede redescubrir en Buenos Aires, La Paz o Caracas». Escribiría

también un poema («El dolor de Panamá/ de entre sus muslos se escapa....»). Recordaría también los

lugares sórdidos en su Poema de amor («El Calzoncito, La Gruta Azul, Happyland») y el sufrimiento de los

salvadoreños que trabajaban en la construcción del Canal (según Matilde Elena López, había una

manera de clasificar a los trabajadores con fines de acceder a las mercancías del Comisariato, único

mercado habilitado en la zona: los estadounidenses —«gold roll»- y el resto -«silver roll»—.)

Por fin, se despide de su madre. Según lo apunta en su crónica de viaje, casi llora al saber que le

cobrarían por exceso de equipaje, pero una pareja de misioneros norteamericanos le ayuda a salir del

problema. La pareja se quedó en Lima. A Roque le faltaban aún horas de vuelo hacia Santiago. La vida

es un misterio: «Y cuando el generoso matrimonio se quedó en el aeropuerto de Lima, ¡quién me iba a

decir que un día vería la foto de aquel muchacho rubio y dulce, en la revista Life junto a la noticia de su

muerte, crudelísima, a manos de los indios aucas!», recuerda.

Roque llegó directamente a la Universidad Católica de Chile, «precisamente recomendado a los

curas jesuitas, con una recomendación de que me siguiera guiando por el camino que considerara

correcto», tal como lo afirma en declaraciones vertidas en Radio Habana Cuba. Se entrevista con el

decano de la facultad de Teología. Este le recomienda que, en vez de ingresar a la Universidad Católica,

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lo haga en la Universidad de Chile, es decir, la universidad estatal. El cura se lo recomienda, en tanto

cree que «salirse de la sotana» puede caerle bien al muchacho salvadoreño, porque tendrá la

oportunidad de conocer distintas corrientes de pensamiento y de ampliar más su mundo.

Dicho y hecho, Roque se mete al universo de la Universidad de Chile. Entra en contacto con

gente de diversa ideología: comunistas, socialistas, socialcristianos... Dalton, quien todavía era católico,

se identifica con estos últimos. Empieza a colaborar en una revista universitaria. Una de sus primeras

tareas es entrevistar a un enorme muralista mexicano, voluminoso él como individuo, pero también

como creador: Diego Rivera, quien está de visita en Chile, para participar en un Congreso de Cultura.

«Entonces yo llegué, simplemente para cumplir con mi deber de hacerle una entrevista, pero ahí hallé al

hombre en uno de sus malos momentos; empezó a responderme cortésmente las preguntas hasta no sé

por qué se le ocurrió preguntarme mi filiación política, entonces le dije que era social-cristiano.

Entonces él me preguntó, con aquella cosa exuberante que tenía, que cuántos años tenía yo. Yo le dije

que dieciocho años, entonces me preguntó si yo había leído marxismo, entonces yo le dije que no,

entonces me dijo que tenía yo dieciocho años de ser un imbécil, y entonces me echó». El susto y la

indignación se transformarían en curiosidad. Curiosidad por conocer el movimiento muralista

mexicano, al cual Rivera pertenecía, y curiosidad por conocer el marxismo.

Regresa a El Salvador tras once meses de vivir en Chile. Las lecturas de marxismo, le permiten

darse cuenta que en su país había una realidad de opresión. Dalton lo confiesa: «No sabía que en El

Salvador hubiera problemas así. Cuando llegué con esos elementales instrumentos y pude captar de

repente aquella situación me sentí tan aterrado y tan responsable de un montón de cosas, tan lleno de

ganas de decirle a la gente que yo había sido ciego durante mucho tiempo (...) De repente me di cuenta

de que yo tenía necesidad, real urgencia de decir un montón de cosas acerca de mi país, de los hombres,

de lo que yo pensaba. Y el instrumento que hallé a mano, es posible que haya otros más importantes

para cumplir esta función, pero el que a mí me pareció justo y correcto fue la palabra escrita bellamente,

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que entiendo es la poesía, y desde entonces yo soy lo que espero seguir siendo hasta morir: un poeta

revolucionario que tiene verdadera conciencia de los problemas de su tiempo». Más adelante, Roque

afirmaría que si bien no era capaz de vivir sin hacer literatura, mucho menos era capaz de escribir

estando al margen de la actividad revolucionaria. Para Roque, entonces, la literatura toma un carácter

central. Siguiendo, quizá sin proponérselo, los consejos de Rilke, Dalton cae en la cuenta de lo

fundamental que es para su vida la poesía. Pero este caer en la cuenta pasa por algo mayor: la poesía

debe estar enraizada en un sentido ético. No es concebible la poesía si se es farsante. Para Roque

tampoco es concebible hacer literatura si su vida, como individuo, no está comprometida vitalmente

con los anhelos de libertad de las mayorías. Eso no indica, necesariamente, que sus textos tengan que

referenciar directamente este compromiso político. Es un compromiso político porque pasa por la

acción transformadora, revolucionaria, del individuo-poeta dentro de la polis, dentro de la ciudad, en el

sentido lato. El compromiso político, como lo dijera en una entrevista hecha por Mario Benedetti en

1969, no se resuelve en el ámbito del tratamiento formal que un autor tenga hacia su trabajo, sino a

través de sus acciones políticas concretas. En el momento al que estamos haciendo referencia, quizás,

Roque apenas lo intuye. Es un planteamiento que habría de ir madurando con el tiempo.

En 1954 gobernaba el país el coronel Óscar Osorio. Su período se caracterizó por una apertura

democrática relativa, pero siempre conservando su esencia dictatorial. El gobierno fundó nuevas

instituciones culturales y se dio paso a publicaciones de arte y literatura como Ars, Cultura, etc.

Aprovechando la apertura, el poeta guatemalteco Otto-René Castillo se refugió en el país. Huía de los

sucesos que culminaron en el derrocamiento del presidente Juan Jacobo Árbenz y en la destrucción de

la revolución democrática guatemalteca. Castillo pertenecía al Partido Guatemalteco del Trabajo

(comunista). Su idea era esperar las condiciones propicias para volver a su país. Desempeñó

innumerables oficios para sobrevivir en San Salvador. También publicó poesía y se vinculó al grupo de

jóvenes escritores que estudiaban en la Universidad Nacional. Entre ellos estaba Dalton, Manlio

Argueta, José Roberto Cea, Roberto Armijo, Tirso Canales, entre otros. Todos ellos integraron, en

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24

1956, el Círculo Literario Universitario, que, junto a otros escritores de la época, constituyó el núcleo de

la Generación Comprometida. Estos escritores eran un poco mayores que los del Círculo. Me refiero,

por citar algunos, a Waldo Chávez, Irma Lanzas, Álvaro Menéndez Leal e Ítalo López Vallecillos,

padre, por cierto de la denominación de «Comprometida» que identifica a ese grupo de escritores.

Su entrada en la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU –en mayo del 54- le permitió conocer a

Jorge Arias Gómez, quien después se convertiría en un prestigiado historiador. Arias Gómez refiere que

conoció a Roque en una reunión celebrada en la Facultad de Derecho, que perseguía “la recuperación

del campo perdido por la izquierda en el movimiento estudiantil universitario. Para lograrla, era

necesario crear un órgano aglutinante en la UES, integrado por la izquierda dispersa en las facultades

existentes”. En la reunión, pidió la palabra Roque , quien a Arias Gómez le evocó a Marcel Marceau, y

era “un muchacho delgado, de estatura salvadoreña promedio (1.67 mts.), con saco de fina pana color

camello, pantalón café y corbata y camisa que hacían juego armonioso en el conjunto”. Dalton se

convirtió en un fervoroso activista estudiantil. Recuerda que “Roque fue rápidamente conocido por la

defensa, muy vivaz y convincente, de la declaración de principios y programa de AEU. Su primera

oportunidad para darse a conocer como articulista, fue cuando AEU logró llevarlo a la plana de

redacción de Opinión Estudiantil no a dedo, sino en comicios estudiantiles realmente democráticos”.

Roque ya había comenzado a tomar una actitud de compromiso intelectual. En 1955 colabora

con el periódico El independiente, dirigido por Jorge Pinto hijo. Ante el idílico panorama que quería

vender la propaganda de Osorio a la opinión pública, El independiente se constituyó en un periódico

sumamente crítico. «Está la patria necesitada de una voz robusta y valiente que esparza por los ámbitos

del territorio nacional el tesoro de la verdad, desprovista de la ruda broza de los convencionalismos, y

que libre la batalla por el triunfo de los ideales democráticos, por desgracia olvidados tanto por las

esferas superiores como en algunos estratos del pueblo salvadoreño», escribía Pinto en el primer

editorial del periódico. A este ideario se sumó Dalton. Aún no era militante de izquierda. Poco a poco

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iría derivando hacia esa opción.

En 1955 escribió con Otto René Castillo el poemario Dos puños por la tierra, del cual existe una versión

mecanografiada. El libro es un canto a dos dirigentes indígenas: El salvadoreño Aquino —protagonista

de una revuelta en 1833, que hizo temblar al gobierno salvadoreño— y el guatemalteco Atanasio Tzul.

La parte que Roque escribió se incorporaría al libro La ventana en el rostro.

Desgastado el gobierno de Osorio, le sucedería el teniente coronel José María Lemus. El

militar, muy astuto, intentó provocar falsas expectativas entre la oposición. Permitió respetar el derecho

de organización, llamó a los exiliados a retornar al país y prometió mayor apertura política. Muchos de

estos exiliados, según Dalton, habían sido cooptados por el gobierno de turno: «Los exiliados

salvadoreños "comunistas" que regresaron por el permiso del Gobierno de Lemus bien pronto

mostraron su verdadera cara: desde los que rápidamente se deterioraron en el contacto con la realidad

nacional hasta los que simplemente se evidenciaron como definitivamente separados de las filas de la

revolución. Los libros que gentes de esa generación en fuga publicaron para explicar "la iconoclastia de

los jóvenes" (como el deplorable, eclesiásticamente primitivo "Patria y Juventud" del Dr. Julio Fausto

Fernández, ex Secretario General del Partido Comunista que "escogió la libertad") cayeron en el frío

ridículo de la indiferencia. Había que comenzar, con humildad pero con rabia, de cero1».

Fue en ese marco que surgió el ya mencionado Círculo Literario Universitario, que, en palabras de

Roque «hizo las veces de un organismo universitario de difusión cultural, pero que tuvo la función

primordial de nuclear, de organizar, a los creadores jóvenes universitarios2». Los miembros del Círculo

organizaban lecturas de poesía, publicaban en los periódicos, ganaban certámenes literarios... en fin,

comenzaron a abrirse espacio en el panorama literario de la época. Uno de sus principales canales de

expresión era la página mensual que tenían en Sábados de Diario Latino, cedida generosamente por el

1 Cfr. Otto René Castillo. Informe de una injusticia, p. 18

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26

escritor nicaragüense Juan Felipe Toruño, encargado de la sección literaria del periódico. La página fue

solicitada a Toruño por Roberto Armijo y sirvió para que los miembros del Círculo publicaran poesía,

ensayos y crítica literaria.

Dalton se da a conocer por sus triunfos en certámenes de poesía en el ámbito universitario. Con Mía

junto a los pájaros gana el Primer Premio Centroamericano de Poesía convocado por la Universidad.

José María Lemus había dado a conocer, en muy poco tiempo, la esencia dictatorial de su

régimen. Se convirtió en el blanco de las críticas de la oposición. Irreverentes, los poetas empiezan a

cuestionarlo todo: al gobierno, las interpretaciones de la historia, la cultura nacional.

Roque, Cea y otros miembros del Círculo crearon un periódico satírico: La jodarria, órgano viril al

servicio del mal humor. En sus páginas fustigaban la corrupción del gobierno de quien habían apodado

«Chema Coyoles (Me agarras)» Lemus. También se ríen de la esposa del Coronel, Coralia Párraga, de los

militares y del clero conservador de la época.

Los escritores echan un ojo crítico a las interpretaciones de la historia patria, construida a base

de dogmas, de figuras intocables y de demonios igualmente intocables. Los dogmas: La independencia

nacional, la democracia de la república salvadoreña, los símbolos patrios. Las figuras intocables: los

próceres de 1821. Los demonios: Anastasio Aquino, Farabundo Martí... Dalton escribe: «A la figura

indígena de Aquino se ha pretendido alejarla de su exacta ubicación histórica con la ayuda de la

falsedad... Se teme, en suma, a la verdad y así, se ha formado el mítico encubridor y excluyente de un

Aquino descentrado social y criminal, mal en sí y por sí de tal manera, que con su desaparecimiento

físico se esfumó el problema que representaba». En esas mismas líneas se pronuncia por la necesidad de

una revolución democrática burguesa en el país, basada en la reforma agraria para superar el retraso

2 Ibid, p. 16

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histórico nacional. Es interesante notar que Dalton comienza a escribir sobre temas políticos, aún sin

militar en el PCS.

La participación política de los intelectuales en este contexto de dictadura militar sirve para

comprender mucho del ethos de la Generación Comprometida (o de algunos de sus destacados

miembros) y, en particular, para ver cómo se va configurando en Dalton la preocupación ética. En una

conferencia sobre Oswaldo Escobar Velado, Manlio Argueta contrastaba aquélla época con la realidad

salvadoreña de ahora. Ahora, la política partidaria (y la delincuencia) acapara la atención de la prensa. La

vida pública, afirmó, se ha partidizado extraordinariamente. El arte no tiene sino un espacio marginal en

los medios de comunicación. Pero, asegura Manlio, en los cincuenta los poetas eran noticia. No existían

partidos políticos: el partido único era el de los militares. Por lo tanto, los poetas desempeñaron una

labor de crítica social. En un país donde no había espacio para la divergencia política, esto ocupaba la

atención de los diarios, pero también de la policía.

Los ídolos de la cultura oficial se tambalean en sus pedestales. Álvaro Menéndez Leal escribe

en El Diario de Hoy en contra de Alberto Masferrer. A cambio, recibe insultos y amenazas de la

reacción. Roque cuestiona seriamente la actitud de Antonio Gamero, poeta de la Generación del 44. Le

increpa el hecho de que, pese a haber hecho «versos de absoluta intención social» y de haber «tomado

como elementos principales para su obra, el dolor del pueblo, la ignominia de las clases altas y el

empuje esperanzado de las clases populares», Gamero «no hace coincidir lo que escribe en sus versos

con su manera de vivir en lo político y en lo social».

Si los ataques de los «Comprometidos» fueron duros, también fueron duras las respuestas. Luis

Gallegos Valdés escribió en La Prensa Gráfica: «Al leer los escritos de nuestros jóvenes, advertimos con

frecuencia, en casi todos ellos, una velada amargura, un inconfesado fracaso prematuro que no pueden

ocultar». Y, haciendo alusión al poemario de Ítalo López Vallecillos, Biografía de un hombre triste,

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añade: «Son casi todos «hombres tristes», hombres ateridos, pero sin biografía, como pretende uno de

ellos... Se dirá que los jóvenes que ahora tratan de abrirse paso, que ya se lo están abriendo, vienen de

un dolor: del dolor del pueblo, dolor que ellos no hacen sino manifestar. Yo no creo que sean ellos fiel

expresión del alma popular y que estén identificados con los problemas de nuestro pueblo».

La obra de Dalton comienza a conocerse en el país. Es en mayo de 1956 cuando Dalton ha

publicado su cuento: La espera, en la revista Letras en Cuzcatlán, órgano de la estatal Dirección de Bellas

Artes, dirigida por Luis Gallegos Valdés. El citado cuento es un monólogo que esboza —muy

rudimentariamente— el diario incluido en Pobrecito poeta, en tanto su personaje es un poeta que ha

vivido en el exterior y se siente frustrado al volver al país. Una frase curiosa: «Hasta siento enormes

ganas de inventar palabras: gallino, galla, bueya, vaco, americanato, roquedaltonizar», que semeja los

ejercicios formales de Mario Arenales en la novela. El primero de diciembre de ese mismo año, Jorge

Arias Gómez, presenta a Roque, Castillo, Ricardo Bogrand y Liliam Jiménez durante un acto de la

Asociación Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas. En esa ocasión, Arias Gómez califica a Roque como

un autor que «sintoniza los problemas sociales con rapidez inusitada. Día a día le he visto renovarse, no

para quedar vacío día a día, sino para cimentar mejor sus experiencias, erigiendo su personalidad sobre

bases firmes. Abiertos sus sentidos al ambiente que le rodea y al mundo, Roque Dalton García ha

llegado a la comprobación de que Dios no puede ni debe pelearse con los ideales populares y que, por

lo tanto, el ser religioso no le impide creer en un mundo diferente, medido con las dimensiones de su

sueño». Llama la atención esa última relación.

El poeta es descrito así por Rafael Paz Paredes: «Roque Dalton tiene 22 años, es delgado, de

mediana estatura, ágil, nervioso, de músculos casi elásticos que vibran y se encrespan continuamente

bajo las descargas de su corazón de poeta. Alberto Ordóñez Argüello dice que tiene aire de ciervo

perseguido. El símil es perfecto desde el punto de vista de la apariencia física; pero conviene agregar

que las piernas espirituales que sostienen a Roque Dalton son más ágiles y más resistentes que las que

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nunca soñara poseer ningún ciervo, de montaña o de estepa. Roque escribe poesía, cuentos y crítica

literaria. Distribuye el tiempo entre sus estudios universitarios y su indeclinable vocación de escritor que

lo lleva de un lado a otro de la ciudad, con juvenil y generoso entusiasmo, siempre en busca de alguna

alta tarea que cumplir». Paz Paredes habla de un poemario desconocido en la bibliografía daltoniana:

Geografía de mi voz, del que cita algunos versos de Voy a tus luchas. («Estoy sintiendo más la

imprescindible/ obligación de amarte,/ con cada calle oscura,/ con el cansancio alegre/ de subir tus

montañas,/ con cada mitín público,/ con cada niño pobre,/ con cada lágrima olvidada y sola»).

En 1957 Roque tiene la oportunidad de conocer de primera mano la experiencia de una

revolución triunfante: Viaja a la Unión Soviética, junto a un grupo de estudiantes salvadoreños, para

asistir al Sexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Amistad. Sus

compañeros en el viaje fueron Roberto Castellanos Calvo, José Domingo Mira, Enrique Ramírez y

Tomás Guerra Rivas. Según asegura Roque, tuvieron conocimiento del festival por medio de los

boletines de la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD) y de la Unión Internacional de

Estudiantes (UIE). Estos encuentros, tal cual afirma el poeta salvadoreño, se empezaron a celebrar

desde 1947, en países socialistas, debido a que «éstos han sido los únicos que han garantizado esa falta

de discriminación indispensable para la concurrencia. Un país que, por motivos particulares, no deje

penetrar en su territorio a socialistas, comunistas, sacerdotes católicos o personas de color, no podrá ser

en ningún momento, sede de un Festival de este tipo». El último evento internacional de la FMJD,

hasta donde yo tengo entendido, fue un festival de juventudes celebrado en Pyongyang, Corea del

Norte, en 1989. A él asistió una delegación de jóvenes militantes del FMLN. Después del colapso del

campo socialista europeo, ha sido Cuba la que ha retomado la celebración de estos encuentros.

Los muchachos salvadoreños cumplieron toda suerte de proezas para poder viajar hacia Moscú. En una

crónica escrita para Gallo Gris, dice Roque: «Nos entusiasmamos con la idea de concurrir al Festival de

Moscú y averiguamos precios de pasajes, estancia, documento, etc., logrado lo cual consideramos tener

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las posibilidades de conseguir el dinero necesario. José Domingo Mira vendió su hermosa biblioteca de

casi mil volúmenes. Enrique Ramírez vendió un solar en el que cultivaba plátanos. Roberto Castellanos

echó mano a sus ahorros y yo hice un préstamo complementario que aún no he logrado cubrir del todo.

Tomás Guerra Rivas consiguió el dinero con su familia en cantidad estrictamente limitada para el

pasaje: se embarcó en Panamá con tres dólares en el bolsillo». Todo ello, como afirma el poeta, con la

intención de conocer la realidad de los países socialistas, a sabiendas de que «estábamos exponiéndonos

a sufrir calumnias y malas interpretaciones y sabíamos claramente también que, a pesar de estar

actuando de una manera absolutamente honesta, normal y acorde con la ley, cabía esperar a nuestro

regreso de la URSS, inclusive muchas contrariedades graves en nuestros trabajos, en nuestros estudios,

en nuestras relaciones, en nuestra vida corriente, en fin. Incluso algunos de nosotros hacíamos el viaje

por sobre la oposición de nuestras familias».

El viaje fue largo y accidentado. El seis de junio de 1957, parte del grupo salió hacia Costa Rica,

mientras que el resto de la delegación se dirigió a Panamá, ciudad donde tomaron el barco italiano

Américo Vespucci, que los dejó en Génova, tras sucesivas escalas en ciudades del Caribe, las Islas

Canarias, España y Francia. El cuatro de julio, los salvadoreños salieron de Génova hacia Viena,

pasando por algunas ciudades italianas. En la capital austríaca, pudieron contactarse con un Comité

Preparatorio del Festival, gracias al cual se les facilitó la entrada a los países socialistas. La primera

escala fue en Checoslovaquia, donde fueron recibidos por una delegación de la Juventud Comunista.

Tuvieron que cambiar de trenes en varias ciudades. En uno de esos cambios, tuvieron un percance:

«nos equivocamos, como inditos dundos, de máquina, y en vez de tomar el tren especial para delegados

al Festival, nos vamos en uno del servicio regular que aunque lleva idéntica ruta va atestado de

pasajeros que, demás está decirlo, no hablan nuestro idioma y no tienen ninguna obligación de

atendernos». No obstante, los pasajeros los acogen cálidamente, tras saber que se dirigían al Festival. En

la última estación en territorio checoslovaco, se unen al viaje las delegaciones de Hungría, Vietnam y la

UNESCO, así como el elenco del Ballet de Bellas Artes de México.

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El día 21 de julio arriban a la URSS, en la estación de Chop. Una bienvenida apoteósica. Los periodistas

interrogan a los salvadoreños. Más tarde, atraviesan territorio ucranio. El 23 de julio llegan a Moscú.

Roque dirige unas palabras de agradecimiento a la juventud soviética por el trato recibido. Su discurso

fue transmitido en onda corta hacia América Latina por Radio Moscú. Los delegados de El Salvador

participan en las actividades del festival, que incluyen una impresionante agenda de actos culturales,

concentraciones políticos, seminarios científicos, encuentros de jóvenes cristianos, reuniones de grupos

antibelicistas, etcétera. Roque y sus amigos participaron en seminarios de economía, derecho y

literatura, y concedieron entrevistas a la radio y prensa soviética. Conocieron distintas facetas de la vida

soviética.

Concluido el Festival, los acompañantes de Dalton partieron a Praga por invitación de la Juventud

Comunista de Checoslovaquia. Mientras, Roque fue invitado por la Unión de Escritores de la URSS a

recorrer el país junto a jóvenes escritores latinoamericanos y a autores reconocidos como Miguel Ángel

Asturias y Graham Greene, «el mejor novelista católico de la actualidad».

La significación de ese viaje es para Roque trascendental en su vida de militante: «En ese año,

por primera vez desde 1932, han viajado jóvenes salvadoreños a la URSS, que a su regreso han

planteado en voz alta sus experiencias. ¿Se insistía aún en que el poeta es una conducta3? Sí, y se pasó a

delitmitar la forma organizativa de esa conducta. Cuando Otto René Castillo regresa a Guatemala, los

principales poetas y escritores jóvenes de El Salvador aceptaban que la máxima encarnación de la

conducta moral revolucionaria del poeta y la más alta forma de cumplir el compromiso con su pueblo

consistía en ingresar y militar en el Partido Comunista. Otto René Castillo había invertido un gran

3 Esto tiene que ver con la frase que acuñó Miguel Ángel Asturias: «el poeta es una conducta moral». Asturias era, en un primer momento para Roque, un ejemplo a seguir, dada la condición de militante revolucionario del escritor guatemalteco. Sin embargo, a ojos del poeta salvadoreño —como ocurriera años después con Geoffroy Rivas— el hombre-ejemplo caería después de su pedestal, al aceptar cargos diplomáticos con una de las dictaduras de Guatemala.

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esfuerzo en colaborar para lograr esa aceptación4».

Roque conoció a un anciano turco y a dos jóvenes latinoamericanos: Un argentino y un nicaragüense.

El anciano turco era el poeta Nazim Hikmet, desterrado en Peredélkino. Los latinoamericanos

impactaron también a Dalton. Del primero, llamado Juan Gelman, escuchó un soneto «dedicado a la

lucha por la paz», recitado en el parque Ermitage. Ese poema fue para Dalton un chispazo revelador del

poder de la nueva poesía latinoamericana56, que estaba representada en ese entonces con autores como

el propio Gelman, Ernesto Cardenal o Roberto Fernández Retamar.

El nicaragüense al que nuestro poeta conoció se hacía llamar Pablo Cáceres, por razones de

clandestinaje. Estudiaba Derecho en ese entonces y militaba en el PC de su país. Más tarde, fundaría el

Frente Sandinista de Liberación Nacional y pasaría a la historia con su nombre de nacimiento: Carlos

Fonseca. «Desde el principio hicimos muy buena amistad ya que a ambos nos atraían las discusiones

políticas de tono y duración ilimitados, compartíamos el odio a la solemnidad y a la adustez, y creíamos

en una Centroamérica unida al nivel popular». Todavía Dalton era, según sus palabras «un estudiante

católico "en busca de la verdad"».

La verdad, o mejor, su verdad vital, vendría después de ese viaje esclarecedor. Trasciende su condición

de «marxista independiente» y pasa a la militancia política de lleno. El Partido Comunista de El Salvador

necesitaba de nuevos bríos en ese momento. Para Schafik Handal, quien fuera máximo dirigente del

PCS, muchos militantes comunistas renegaban del 32: «La mayoría de los nuevos comunistas sostenían

que la insurrección (de 1932) había sido un tremendo error, que jamás debió tomarse las armas.

4 Op. cit., p. 19. 5 Cfr. la reseña sobre el poemario Gotán, de Juan Gelman, publicada en Casa de las Américas, año IV, número 25, junio-agosto de 1964, p. 102. Describe esa revelación en los siguientes términos: «El soneto, que sirvió de ejemplo a Miguel Ángel Asturias para convencernos de que los grandes problemas de la humanidad son perfectamente traducibles al idioma de los hombres sencillos, era en efecto una demostración per se de que la excesiva solemnidad, los aspavientos, las actitudes declamatorias y las leves truculencias, que durante tanto tiempo agobiaron a la poesía latinoamericana, comenzaban a ser eliminadas por una acción sistemática de la “nueva generación”». 6 Cfr. Solidaridad con Carlos Fonseca Amador, en Casa, noviembre-diciembre de 1979, año XX, número 117.

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Alegaban que eso fue el resultado de la ignorancia de aquellos comunistas primeros, que no conocían la

teoría marxista, que no podían hacer análisis científicos y agregaban otros argumentos parecidos».

Tanto fue el impacto de este tipo de pensamiento, que había una tendencia a negar al PC. Continúa

Handal: «Durante muchos años fue prohibido aceptar que el Partido existía, según el criterio de que si

el Partido luchaba sería destruido. Que primero debía fortalecerse y después luchar. Claro, aquello era

una falacia, ¿cómo se iba a fortalecer sin luchar? Los comunistas luchaban individualmente, sin aceptar

su pertenencia al Partido. Muchos de ellos tenían renombre, pero negaban que eran comunistas».

Roque sería integraría una nueva generación de militantes revolucionarios, que rompen con lo que

Handal denunciaba: el negar al PC y deslegitimar la insurrección de 1932. De hecho, Roque hizo mucho

para sacar a la luz pública la tragedia de 1932.

De su memorable viaje por la URSS, también permanecería la poesía. De esos días viene este poema,

que forma parte del libro Vengo desde la URSS amaneciendo:

EN KIEV (UCRANIA.)7 Desde aquí, (Dniéper, sol, flores, Clavdia.) recuerdo los dolores de mi patria y mi pueblo. Lejana flor, aparcelada, ajena, El Salvador atado por las sombras, el aire que te besa 7 Fragmentos del poema del mismo título, que formaría parte del volumen citado. En Kiev es el único texto que, hasta donde he podido constatar, se conservaría de Vengo de la URSS amaneciendo, gracias a que Álvaro Menéndez Leal lo conservó. El resto del libro sigue obrando su misterioso poder: el del poema que nunca se leyó.

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sólo lágrimas de tus surcos recoge, sólo llanto de tu estirpe pipil va desprendiendo. Todo te lo negaron, patria pobre; te lo negaron todo, pobre pueblo; ¿dónde tu canto exacto, tu danza distribuida entre las flores? ¿dónde tu espada libre, libertaria, tu fusil popular, tu limpio escudo?

Clavdia vuelve a aparecer en Un libro rojo para Lenin. Una impresión muy reveladora fue la que le

produjo la vista del Mausoleo de Lenin. En el libro citado, afirma que uno de sus pensamientos fue:

«¡Hay que dinamitar el mausoleo, para que Lenin salga de entre las gruesas paredes de mármol, a

recorrer de nuevo el mundo, cogido de la mano con el fantasma del comunismo!». Y eso que Dalton

aún no era militante del PCS. Desde aquí viene una actitud antisolemne hacia las visiones almidonadas

de la revolución. En reiteradas ocasiones, se nota un descontento hacia el socialismo soviético. Dice

Álvaro Menéndez Leal que Roque le dijo: «Vos sabés lo que yo amo a la revolución soviética. Pues

bien: por la revolución soviética yo no daría mi vida, pero por la cubana, sí». En Pobrecito poeta que era

yo..., uno de los personajes fustiga a los teóricos soviéticos pues «me dejan con toda la sed, con la idea

de que una dureza tal de pensamiento y de lenguaje no va conmigo». Es en Cuba donde encontraría un

socialismo vivo, innovador, fresco. De eso hablaremos más adelante.

Su regreso al país sería muy accidentado. Fue detenido o interrogado en Lisboa, Barcelona,

Caracas, Panamá y otras ciudades, antes de ingresar a El Salvador. En ese mismo año, es cuando el

poeta se vincula al Partido Comunista de El Salvador. El PC había resistido estoicamente los años del

martinato. En 1944, fue una de las fuerzas que provocó la caída del dictador teósofo, del hombre que

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creía en el poder curativo de las «aguas azules» —en realidad, eran botellas azules de agua— y que era

más grave matar a una hormiga que a un hombre, porque, total, este todavía tiene la oportunidad de

reencarnar. Tal como lo escribe en Pobrecito poeta que era yo..., Dalton ingresa al PCS, gracias a su amistad

con Otto René Castillo. El poeta guatemalteco sería para Roque un ejemplo de militante revolucionario:

«En 1957 (Castillo) estuvo de acuerdo con que no bastaba ser un marxista individual para ser

revolucionario: había que comprometerse organizadamente, ingresar al Partido8». Otto René sería, más

tarde, uno de los intelectuales que propugnara activamente por la necesidad de la lucha armada.

Vivía aún en la casa materna: «La noche de primera reunión de célula llovía/ mi manera de chorrear fue

muy aplaudida por cuatro/ o cinco personajes del dominio de Goya/ todo el mundo ahí parecía

levemente aburrido/ talvez de la persecución y hasta de la tortura diariamente soñada/... Cuando

salimos no llovía más/ mi madre me riñó por llegar tarde a casa». Poesía y política iban, para estos

poetas, de la mano, como escribiera Roque: «de la reunión del Partido se iba a la cervecería y en

ocasiones al revés, surgieron los grandes amores efímeros, las trágicas pasiones que repetirían hasta el

cansancio Los versos del Capitán». Los poetas asisten, con los pintores, diplomáticos y políticos de la

época, a las tertulias en la casona de la poetisa hondureña Clementina Suárez, conocida como El

Rancho del Artista, tertulias que retrata jocosamente en un capítulo de su novela Pobrecito poeta que era

yo...

El núcleo de la Generación Comprometida que se inició con el Círculo Literario Universitario

(Cea, Dalton, Armijo, Canales, etc.) tiene dos guías, dos poetas mayores que son para ellos un ejemplo,

una actitud a seguir: Oswaldo Escobar Velado y Pedro Geoffroy Rivas. El primero es visto como el

poeta de la gesta antidictatorial de 1944 y el segundo tiene la imagen del exiliado del 32. Cuando

Geoffroy Rivas vuelve a El Salvador en 1957, los jóvenes poetas entran en contacto con él. Recuerda

8 Informe de una injusticia, p. 26. Las cursivas son mías.

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Geoffroy: «...cuando yo regresé el 57, precisamente en casa de Oswaldo Escobar Velado, conocí a la

generación de poetas jóvenes, al grupo que encabezaba Roque Dalton, entre ellos estaban: Armijo,

Ricardo Bográn, la mujer de Oswaldo (sic) Chávez Velasco, la Irma Lanzas que ya estaba para casarse

con él, y varios otros, no recuerdo nombres. Ellos seguían mucho a Escobar Velado y en una ocasión,

nos reunimos y nos pusimos a comparar lo que habíamos escrito y hallamos cierta línea que partía de

mi forma de escribir y de mi manera de pensar. Pasaba por Oswaldo (Escobar Velado) y llegaba a

Roque Dalton. Hicimos una grabación de poemas de los tres, diciendo un poema cada uno y quedó

bastante bien. El que más se acercó a mí fue Roque Dalton, que para mí era el mejor de los poetas de

ese grupo...». Geoffroy Rivas aún vivía en México, país en el que se radicó desde 1936. Para este

tiempo, ya Roque se ha casado con Aída Cañas y ha tenido dos de sus tres hijos: Roque Antonio, quien

moriría en combate en los años ochenta y Juan José, actualmente, un reconocido periodista. En 1960,

nacería el tercero: el cineasta Jorge Dalton.

Son tiempos de poesía y militancia. Según Tirso Canales, Dalton también perteneció a la asociación

juvenil «5 de Noviembre», denominada así en honor a la fecha del primer grito de independencia de

España. El ambiente es intenso políticamente. Sale a la luz un testimonio revelador: El libro Secuestro y

capucha, del entonces dirigente sindical Cayetano Carpio, que relata sus penurias en las cárceles

salvadoreñas. Este libro es el punto de toque del testimonio salvadoreño. Surgen partidos de oposición

como el Partido Revolucionario Abril y Mayo, PRAM, influenciado por el PCS. Continúa Canales: «La

"revolución salvadoreña" que estaba a la vuelta de la esquina, "ya se sentía". El gran acontecimiento se

aproximaba y debíamos estar abiertos a la alegría. En las excursiones de la 5 de Noviembre, mientras

marchaban los buses repletos de entusiasmo, se cantaban una tras otra, las canciones de la lucha

antifascista en España, las de la resistencia italiana; se charlaba acerca de la majestuosidad que revistió el

Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (...). Se narraban las heroicas hazañas del Ejército

Rojo, vencedor del nazifascismo durante la Segunda Guerra Mundial, etc. El mundo nuevo, en fin,

estaba a nuestra vista».

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Roque cultivó el periodismo desde entonces. Ya en 1955 colaboraba con el periódico El

independiente, dirigido por el periodista Jorge Pinto. Escribía ocasionalmente para el periódico del

PRAM, Abril y Mayo, con otros intelectuales vinculados al PCS u a otras organizaciones

revolucionarias, como José Rodríguez Ruiz, Roberto Armijo, Raúl Castellanos Figueroa (destinatario

del poema Arte poética), Roberto Carías Delgado (a quien le dedica el poema El desierto), Canales y

Argueta. Dalton también laboró en publicaciones universitarias como Opinión Estudiantil, órgano de la

Asociación General de Estudiantes Universitarios, AGEUS. Asimismo, se desempeñó como director de

la revista estudiantil de la Facultad de Derecho, Ciencias Jurídicas y Sociales. En los años sesenta, el

poeta colaboraría con Vida Universitaria, publicación dirigida por López Vallecillos —a la sazón, director

de la Editorial Universitaria—.

Una gran amistad (conversación con Álvaro Menéndez Leal)

Un día de 1954, Roque asiste a la Facultad de Humanidades —que en ese momento estaba ubicada en

frente del Hotel Ritz del Centro de San Salvador— a una lectura de obras dramáticas de Álvaro

Menéndez Leal. «Yo leí un texto, una de las piezas del libro llamado Teatro inútil, que es muy surrealista»,

recuerda Álvaro. «En una de las pieza que leí, yo dije mucha mala palabra, haciendo un juego entre cuca

y puta, y el personaje era una puta vestida de monja. Era constantemente ese juego y Roque estaba ahí

en el auditorio. Él me dijo que fue la primera vez que había oído decir malas palabras en el Paraninfo de

la Universidad... Más tarde nos hicimos amigos». Efectivamente, fue una amistad que fue creciendo con

el tiempo. Oigamos lo que Álvaro recordó de su relación con el poeta:

Con Roque tuvimos una amistad especial, por su tipo de carácter. Él era jodedor, bromista, parrandero

y jugador —como Juan Charrasqueado—, y yo también: bromista, parrandero y jugador. Pero, al

mismo tiempo, éramos serios en nuestras cosas, y con una gran consciencia de loo que significa ser

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escritor. Él tuvo definitivamente una gran consciencia. No la perdió.

Siempre se mantuvo la afinidad con Roque. Una vez viajamos a Chile. Otra vez, yo le estaba enseñando

a manejar un carro. Son cosas que sólo tienes con un amigo. En aquella época, yo era millonario, pues

tenía el montón de noticieros de televisión: eran mi negocio, había 120 gentes trabajando conmigo.

Entonces, yo coleccionaba también carros. Una colección bellísima. Y en uno de ellos, enseñé a Roque

a manejar. Pero no aprendió nunca, porque nunca tuvimos constancia. Íbamos a comer frecuentemente

juntos. Me gustaba llevarlo a lugares todos caros y elegantes, sólo por el contraste. No, no se burlaba de

esa elegancia. Aquél tenía esa vertiente... Siendo él un poeta, estaba capacitado, en realidad, para todo.

Igual estuvimos presos, hemos pasado hambre, todo con igual gozo. Aquél se burla de la cárcel en que

estuvo, del hambre que tuvo, de la persecución que tuvo. Esto es la esencia de uno: la capacidad

integral. La composición del poeta es tan gigantesca, tan integral, que no hay problema... ¿El exilio? Lo

pasamos muertos de la risa. Claro, es cierto que más cornadas da el hambre, pero son cosas que uno las

goza también como poeta, como experiencias de escritor.

Así que, con Roque, que no iba a lugares caros con frecuencia, le daba su dosis semanal: Íbamos al sitio

más elegante en aquel entonces, el Siete mares, que fue un restaurante finísimo, y el Hotel El Salvador.

Era lo más highlife. Ahí tomábamos con Roque los mejores vinos y comíamos las mejores cosas, y él

iba bien vestido. En Chile, también fuimos a los mejores hoteles: al Hotel Carrera, que es muy elegante.

La descripción que hace Roque de mi apartamento en Pobrecito poeta que era yo... es bastante justa. Lo

del tío de Izalco, Tata Higinio, que llega a verme, es completamente ficción.

Roque trabajó conmigo, en Teleperiódico, durante cinco años. También trabajaba ahí Armando López

Muñoz. Es natural que en algún momento hubiera fricciones, como las que hubo entre ellos dos. Se dio

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un problema, que era marginal para Roque, pero en el que éste participó efectivamente. Y llegó a nivel

de violencia, para ponerlo en claro. Roque y un amigo suyo le pegaron a López Muñoz brutalmente, lo

llevaron afuera de la ciudad y lo dejaron tirado en la calle, como consecuencia de unos celos del amigo

de Roque.

Otra vez, Roque llegó muy borracho a trabajar. Y yo no tolero la indisciplina en el trabajo. Y menos en

un trabajo como el de la televisión, que, a la hora de salir, hay que salir. Roque era redactor. A las siete

de la noche, le digo: «Dame el material, porque ya es el cierre». De los cuatro programas diarios, dos

eran en la noche, y dos a mediodía. Y tenía que correr desde el Edificio Central. Por eso, tenía un

carrito de carreras, y había arreglado con el Director de la Policía de Tránsito, para poder pasarme los

semáforos en rojo. Yo había estudiado todas estas cosas, para poder llegar en quince minutos desde el

Edificio Central: al terminar el programa, volar hacia donde está hoy la YSU y Canal 4. Era un buen

trayecto. Yo lo había estudiado, incluyendo los semáforos y la policía de tránsito, para poder llegar

cuando la música estaba en el aire. Yo llegaba a sentarme frente a la cámara. Era un tiempo

terriblemente limitado.

Cuando le pido a Roque que me diera el material, para que lo organizara, me responde: «No te lo doy».

Y yo tenía que salir al programa, y él empezó a pelearse con el jefe de redacción, con este y con el otro,

y se puso loco. Estaba borracho, loco. Aquél perdió el sentido completamente. Yo no lo conocía así.

Habíamos estado en el plan de emborracharnos juntos muchas veces. Lo había visto borracho y loco,

pero no al nivel de arriesgar la situación de trabajo, especialmente en una situación política, como la que

estábamos viviendo en aquel momento. Ya no podía emborracharse uno. Ya era de cuidarse muchísimo

en todo. Porque, además, muchas de las capturas de gente de izquierda se daban por la borrachera.

Como a cierto escritor al que le golpearon la cabeza con una llave Stilson, pero no por político, sino

porque andaba con la mujer de otro. Ese escritor se iba a parrandear, y después tomaba un taxi. Luego,

no quería pagarle la cuenta al taxista, y llegaba la policía. La policía no lo capturaba por razones

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políticas: lo capturaba por desórdenes en la vía pública. Eso mismo pasó con Chávez Velasco en Costa

Rica: lo capturaron por dar serenata.

Yo estaba muy enojado. Llamé a López Muñoz y le dije: «Por favor, redacta una nota que diga que el

señor Roque Dalton ha dejado de trabajar aquí, a partir de esta fecha». «Vaya, pues, está bien», me

contestó, y se fue a su oficina. El Roque sí compartía la oficina conmigo. Él, con su maquinita de

escribir, yo, con mi escritorio, porque teníamos una mayor cercanía, bromeábamos, nos preguntábamos

qué nos parecía esto y lo otro. Pero los otros estaban en sus oficinas.

A los cinco minutos, regresa López Muñoz, y me dice: «Mirá, yo no pude escribir la nota». «Entonces

—le dije— no escribas esa nota. Escríbete otra, que diga que a partir de esta fecha el señor Roque

Dalton y el señor Armando López Muñoz han dejado de trabajar aquí». «Vaya, pues», me dijo. Y así

fue. Así terminó, y yo les dije que regresaran al día siguiente por sus salarios, porque estaba

encachimbado.

Al otro día, Roque vino para pedirme disculpas. Volvió a trabajar en el Teleperiódico, así como López

Muñoz, hasta que fue la represión de Lemus.

Mi recuerdo de Roque es vital. No lo concibo muerto. Lo sueño con alguna frecuencia al Roque y me

imagino que lo voy a encontrar en alguna calle, en alguna cantina, jodiendo: «¡Hey, Álvaro, venite! ¡Al

fin llegaste, pelón!». Mi recuerdo es vital: el apetito de vida que es maravilloso y absolutamente

necesario para poder escribir.

Hay que vivir, y Roque vivía, como yo, con un placer por todo. No concibo su muerte, ni la de Rafael

Hasbún, asesinado por la CIA, según la versión más creíble. Cuando el gobierno español me condecoró

una vez y no se podía mencionar el nombre de Roque, en mi discurso, que salió en la televisión, dije:

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«Mis dos grandes amigos, mis dos grandes hermanos, Roque Dalton y Manuel Hasbún, muertos, uno al

norte y otro al sur...»

Los últimos días del Coronel Lemus

Los años comprendidos entre 1958 y 1960 son para Roque una especie de montaña rusa.

Publica su primer plaquette de poesía, titulado Mía junto a los pájaros, bajo los auspicios de la colección

Papeles de poesía, dirigida por Ítalo López Vallecillos. Es reconocido ya como un joven escritor

sobresaliente. En 1958 gana el II lugar de los Juegos Florales de San Salvador, con Doce poemas,

presentado bajo el seudónimo de «El que se anuncia». El primer lugar lo obtuvo Oswaldo Escobar

Velado y el jurado estuvo integrado por José Jorge Laínez, Abelardo García García y Luis Gallegos

Valdez.

Incursiona también en el teatro universitario, que dirigía para ese entonces André Moreau. Esa

incursión es efímera: participa en la puesta en escena de La alondra, pieza basada en la vida de Juana de

Arco, escrita por Jean Anouilh, y eso es todo. Esa incursión escénica no cuajaría en una auténtica

carrera dramática: la pieza teatral que escribió años más tarde, Caminando y cantando, deja mucho que

desear. Faltaría conocer Animales de la tierra del sol. En todo caso, lo de La alondra no pasa más que

de la anécdota, anécdota compartida por cierto con Roberto Armijo, Manlio Argueta y Miguel Ángel

Parada -quien sería Rector de la Universidad de El Salvador en los ochenta-.

Su militancia política también adquiere una dimensión sobresaliente. Del estupor por la derrota

del 32, los revolucionarios salvadoreños se plantean la necesidad de organizarse para la lucha por la

democracia. En palabras de Schafik Handal, el movimiento revolucionario empieza a tomar nuevos

bríos, gracias a factores tanto internacionales como locales: «En los años 60 se produce un gran flujo

del movimiento de masas revolucionario, promovido desde 1958 por la ola latinoamericana tumbadora

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de dictaduras: derrocamiento en 1958 de Pérez Jiménez, en Venezuela; grandes luchas en Colombia

contra Rojas Pinilla y, un poco antes, las repercusiones de la nacionalización del Canal de Suez, por

Nasser. Eran acontecimientos conmovedores. Vino luego la revolución cubana y toda América Latina

se estremeció por uno de sus más vigorosos flujos revolucionarios».

Continúa Handal: «El nuevo despertar y las crecientes luchas democráticas contra la dictadura militar en

El Salvador, que se agudizaron en diciembre de 1955, recibieron una poderosa inspiración del ejemplo

de la revolución cubana y desembocaron, desde el 20 de agosto de 1960, en un verdadero alzamiento

popular no armado, durante varias semanas en San Salvador y Santa Ana -principalmente-, lo cual forzó

de nuevo el fenómeno del entendimiento entre civiles demócratas y sectores militares, derrumbando al

Coronel José María Lemus el 26 de octubre. Ya entonces el Partido tenía una dirección estable, bastante

claridad de su camino, de su rumbo, y tuvo una participación muy destacada en ese movimiento

insurreccional». Handal sería nombrado secretario general del PC en 1959.

Roque estuvo encarcelado dos veces en el país durante esos tres años. Dos veces también, se

fugó de la cárcel. Ambas tuvieron que ver con su participación en el movimiento antidictatorial que

dirigía el Partido Comunista. También estuvo preso en Guatemala. Roque tenía ya esa aureola de poeta

y de hombre político reconocido. La primera ocurrió en 1959. Se da una protesta callejera en contra del

gobierno de Lemus, el 14 de diciembre. A la noche siguiente, la Policía Nacional lo apresa en su casa.

En primera plana del Diario Latino se destaca la noticia de su captura («en caso de escándalo», como

describe la prensa a la proteta antigubernamental) y se informa que Aída Cañas interpuso un recurso de

exhibición personal ante la Corte Suprema de Justicia. El texto es revelador del seguimiento policial en

contra del poeta: «Teniendo entendido que sobre mi esposo no penden causas criminales de ninguna

naturaleza, me ha extrañado mucho su captura lo mismo que la estrecha vigilancia a que ha sido

sometido por parte de la policía nacional, así como de agentes de investigaciones desde hace algun

tiempo, tal como lo puede atestiguar mi vecindario...». Nueve personas más también fueron apresadas

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por la policía, ocho de las cuales salieron en libertad unos días después. Quedaban presos Roque y el

obrero Carlos Alberto Hidalgo, quienes se declararon en huelga de hambre para presionar por su

libertad. El proceso se ventiló en el Juzgado Quinto de lo Penal. El juez del caso contra Roque fue

Joaquín Rivera Romero. Actuó como secretario Fidencio Argueta. Los abogados defensores de Roque

fueron Salvador Valencia, Elías Herrera Rubio y Napoleón Rodríguez Ruiz. El juez, dice la prensa, dejó

en libertad a Dalton. Esto ocurre el 7 de enero de 1960. En la cárcel, Roque había visto que muchos

presos no tenían quien los defendiera. Por eso, cuando sale en libertad, se ofrece a defender a algunos

de ellos. De resultas de esto, la Asociación de Estudiantes de Derecho de la Universidad de El

Salvador abre un listado para «los estudiantes universitarios que humanitariamente quieran defender a

ciento dieciséis reos de la Penitenciaría Central que no tienen defensores y que por falta de recursos

económicos no han logrado su libertad. Entre esos reos hay unos que no han podido pagar fianzas de

cinco y diez colones; otros que se hallan en el período de obtener su libertad condicional; unos más que

tienen cuatro y cinco meses que no saben cómo van sus causas porque no han sido llamados de los

juzgados y otros que se encuentran padeciendo enfermedades graves como artritis, senositis, etc... El

Br. Roque Dalton García, que estuvo detenido varios días en ese penal por sucesos conocidos por el

público, es quien ha dado la voz de auxilio a la AED. El propio Br. Dalton G., por cuenta propia, ya

inició gestiones a favor de varios detenidos. Pero la mayoría de los reos aún queda sin defensores»,

según El Diario de Hoy del 18 de enero de 1960.

La segunda, estuvo precedida de un arresto en Guatemala. Dalton y Roberto Armijo viajaron a

Guatemala, a fines de marzo de 1960, atendiendo una invitación de los estudiantes de derecho de la

Universidad de San Carlos. Tan pronto como salían del avión en el Aeropuerto de Guatemala, se les

capturó, «y se cree que su detención se debe a razones de orden político», conjeturaba el Diario Latino.

Se les mandó de regreso a los pocos días. De alguna manera, el joven litigante que era a la sazón Roque,

era una presencia problemática para el gobierno, lo mismo que buena parte de sus compañeros de la

Generación Comprometida.

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Varios sectores civiles, entre ellos, la Asociación General de Estudiantes Universitarios

Salvadoreños, AGEUS, integran el Frente Nacional de Orientación Cívica, FNOC, que exige al

gobierno de Lemus la democratización del sistema electoral, el cual estaba al servicio del continuismo

del PRUD. El descontento civil es cada vez más patente. El gobierno de Lemus responde, en primer

lugar, llevando a cabo elecciones viciadas y alguna que otra concesión -como el salario mínimo para los

campesinos- que deja intacto el sistema autoritario.

Las fuerzas de oposición se unen para organizar protestas callejeras contra el gobierno. La

respuesta es la represión y la captura de opositores.

En 1960 regresa Geoffroy Rivas al país, esta vez para quedarse del todo. Hay que recordar que el autor

de Vida, pasión y muerte del antihombre tenía una aureola de poeta rebelde alrededor suyo, gracias a su

autoexilio en México por los sucesos del año 32 y a su gran poesía social. Tenía reputación de

comunista, aunque jamás había militado en el PCS -hay que decir, por otro lado, que perteneció en

algún tiempo a las filas del PC mexicano, del que se separó por su carácter anárquico-. Esa aureola de la

que hablo se derrumbó cuando Geoffroy Rivas apareció dando declaraciones por televisión en contra

del PCS. El poeta santaneco tomaba distancia pública del partido de izquierda más antiguo del país y

pasaba al campo de la «oficialidad», a ojos de sus detractores. Esto pesó mucho en Dalton y otros

poetas, dado el respeto sentido por Geoffroy. En una polémica con el «poeta salvaje», Antonio

Gamero, Roque había puesto como ejemplo a seguir la actitud política de Geoffroy Rivas, en contraste

con el servilismo hacia el sistema que le achacaba a Gamero. Me parece justo transcribir la versión de

Geoffroy Rivas sobre el asunto de las declaraciones televisivas: «Cuando me vine para El Salvador del

todo, por el año 60, quise incorporarme inmediatamente, pero me costó tres años la incorporación, y

claro, a mí nadie me daba trabajo porque era comunista. En el gobierno; ¡Dios guarde!, no podía

trabajar porque era comunista; tenía muchos amigos ahí pero amistad nada más y los comunistas me

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decían reaccionario. Así pues todo ese tiempo y en el año 62 al fin me aburrí y le pedí tiempo a una

televisora: hice 7 programas, explicando mi situación, cuál era mi verdadera posición. Hicieron un

escándalo del diablo y de ahí que los comunistas de aquí que al principio como le digo, me acogieron

amistosamente, porque como amigo, fui muy amigo de ellos también, porque yo aquí no había militado

nunca, pero ya caundo hice los programas, se me echaron encima, me los voltearon y me atacaban y me

injuriaban y me calumniaban». A Roque, asegura Geoffroy, «los del partido me lo echaron encima por

las declaraciones que yo hice en la televisión y entonces fue uno de los que más me ultrajaron, pero yo

lo sigo apreciando como poeta». El episodio de Geoffroy es tema de uno de los diálogos de Pobrecito

poeta que era yo. Vale recordar que el título de la novela es uno de los versos de Vida, pasión y muerte

del antihombre.

Arrecia la escalada de la represión oficial. El campus universitario es ocupado por las fuerzas

militares el 2 de septiembre. Los soldados apalean al rector Napoleón Rodríguez Ruiz y a otros

miembros de las autoridades universitarias. Matan a un estudiante y hieren a varios más. La universidad

no tiene más remedio que cerrarse y muchos de sus miembros, que huir del país o meterse en el

clandestinaje.

Para Roque hay una nueva visita a la cárcel. Es capturado el 13 de octubre de 1960 por la policía del

Coronel Lemus. La captura se dio en la Hacienda San Antonio, departamento de La Paz, según el parte

policial. Dalton fue capturado en presencia de su esposa. También capturaron a cuatro trabajadores, a

los cuales se les acusó de ser «guardaespaldas» de Roque. Según cuenta en Pobrecito poeta que era yo...,

estuvo prácticamente desaparecido los primeros días. Su madre y su esposa no conocían su paradero.

Incluso, su madre llegó a recibir anónimos donde se aseguraba que Dalton había sido asesinado.

Álvaro Menéndez Leal recuerda que en esos días, Roque era uno de los redactores del Teleperiódico

impreso, que el mismo Álvaro había fundado a la par del Teleperiódico, primer noticiero televisivo del

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país. También trabajaba en el diario «toda la plana mayor del PC: Tomás Guerra, Arias Gómez...»,

afirma Menéndez Leal. Asimismo, el poeta Armando López Muñoz —el «Mario» de Pobrecito

poeta...— era otro colega de trabajo de los anteriores. Entre otras cosas, Roque era el autor de Columna

vertebral, que calzaba bajo el seudónimo de «Rayos X». Desde ahí, Dalton ejerció una crítica mordaz y

satírica hacia el ambiente cultural imperante. Sobre los comentarios del escritor cubano Enrique

Labrador Ruiz acerca de Viento del pueblo, de Miguel Hernández, afirma: «Porque Viento del pueblo

es un extraordinario libro de poemas y no una obra de Teatro, como dice el respetabilísimo escritor

cubano, aficionado, por lo que se ve, a hablar de personas y obras que desconoce como el que más.

Claro que si esto lo hubiera hecho un salvadoreño, ya le habrían excomulgado del escribir. Pero es un

extranjero... que nos siga engañando con otros artículos». También hace una antología de la mala

poesía, cosa que se cristaliza en Historias prohibidas del Pulgarcito. Un ejemplo: Transcribe el texto

Minuto de espanto —incluido en el libro mencionado— de José Eulalio Candray, a quien describe en

estos términos: «pensanauta trashumante, panida por excelencia de San Juan Tepezontes. Es

imperdonable en jóvenes poetas como Roberto Cea, Tirso Canales, Julio Enrique Ávila y Roberto

Armijo, el desconocimiento de esta cumbre de la poesía criolla, digna del más profundo estudio crítico.

Su poema “Minuto de Espanto”, por ejemplo, basta para colocarlo a la par de poetas tan maravillosos

como el Mariscal Rommell, Chepón Deras o el Dr. Manuel de Jesús Lara».

El gobierno militar había impuesto la censura a todos los medios de prensa. Una vez,

Teleperiódico transmitió en vivo una manifestación que estaba siendo reprimida por los cuerpos de

seguridad, algo inusitado para aquel tiempo. Tal como lo dice la novela de Roque, el régimen de Lemus

destinó un censor para el periódico, esto es, un agente de la inteligencia policiaca, para controlarlo

desde adentro. «Un día», recuerda Álvaro, «me puse un esparadrapo en la boca y mi editorial fue gestos

y sonidos guturales... El noticiero se radicalizó mucho y fue entrando en una gran crisis, con grandes

peligros para cada uno de nosotros. El Roque se escondió, yo empecé a huir, porque después del

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editorial ese, ya no me puede acercar al Teleperiódico, porque ahí sí me hubieran capturado, torturado y

matado».

La presión que hicieron los familiares y amigos de Roque fue grande, que el gobierno tuvo que

reconocer públicamente que lo tenía capturado. El Departamento de Relaciones Públicas de Casa

Presidencial publicó un comunicado Severo mentís a los profesionales de la calumnia y la mentira:

Roque Dalton García capturado, donde daba su versión de los hechos.

La declaración de ofendido de Dalton9, prestada ante la Fiscalía General de la República, es

interesante para darnos cuenta de la bajeza del régimen lemusiano. Dalton, su esposa Aída, y los

trabajadores que lo acompañaban durante la captura, fueron obligados a «posar en grupo con los libros

que le habían decomisado». Esa foto acompaña el citado comunicado de Casa Presidencial, con el que

el régimen intentó lavarse las manos ante la opinión pública. Fueron incomunicados y obligados a posar

con armas «que nunca han sido de propiedad del que depone». Los policías hacían presión sobre

Roque, amenazando con maltratar a su esposa e hijos. La casa de la madre de Roque fue custodiada por

la policía. La señora García y Aída Cañas recibían anónimos diciendo que Dalton guardaba prisión en

una celda especial del penal de Santa Ana, cosa falsa. Llegaban también a sus manos notas asegurando

que al poeta le habían cortado las orejas en el cuartel de policía.

También surgieron las acusaciones fantásticas: el teniente de policía acusaba a Dalton de viajar a

Santiago de Chile para sabotear la Conferencia de Cancilleres que se celebró en 1959. Lo cierto es que

Dalton viajó a cubrir periodísticamente esa conferencia con Álvaro Menéndez Leal. Las amenazas a

muerte fueron reiteradas. El jefe de policía, general Manzanares, intentó, incluso, obligar a Roque a

firmar «un documento haciendo constar que apoyaba al capitalismo y a la Iglesia Católica».

9 Publicada en la revista Guayampopo, San Salvador, julio-agosto de 1997.

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Y a todo esto, una acusación infame: el gobierno llegó a culpar a Roque y Álvaro de la muerte

del poeta López Muñoz, acaecida trágicamente en un bar de San Salvador. «Alguien le metió un

picahielo en el Bar El Paraíso, que quedaba por La Praviana y la Lotería Nacional. Se fue caminando

desde ahí hasta el Teatro de Cámara, sangrando, y ahí cayó. Él creyó que, por que andaba sangrando

poco, podía llegar a casa, y murió ahí. El gobierno trató de dar la versión de que Roque y yo lo

habíamos asesinado». Sin embargo, Menéndez Leal se encargó de denunciar al régimen ante la Sociedad

Interamericana de Prensa.

Dalton, acusado por los delitos de rebelión y sedición ante los Tribunales Militares, estaba

prácticamente condenado a muerte. Pero el movimiento de lucha contra Lemus cobró tal fuerza que

hizo caer al régimen. «La lucha contra el poder dictatorial de Lemus -miembro de la Academia, por otra

parte-, llenó las cárceles de El Salvador de jóvenes universitarios. Entre ellos Roque Dalton, condenado

a muerte sin haberse enterado... hasta después de su liberación. Es memorable la foto que detuvo el

instante de esa liberación en hombros del pueblo. El poeta rescataría después, del archivo policíaco en

derrota, las fotos de frente y de perfil que le tomaron para ficharlo. Ahora, aquella torpeza policíaca es

ficha literaria», escribe Eraclio Zepeda.

Sus hermanos de promoción literaria sintieron esa captura como propia. Roberto Cea dedicó los

siguientes versos, publicados en la revista El gallo gris:

ODA LIBRE DESDE LA CALLE A UN POETA JOVEN EN LA CÁRCEL

(a Roque Dalton)

Valiente la policía

Orden de los coroneles

OSWALDO ESCOBAR VELADO

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¡Diminutos insectos se arrastraron

para quebrar tu libertad de hombre!

¡Insectos diminutos en camisa, sombrero y pantalón!

¡Y estás preso, compañero!

¡Y tu canto está libre!

¡Con nosotros, aquí

en el centro total del espinazo!

¡Cómo duele tu ausencia en la mesa

de todos los muchachos!

Porque estás preso, compañero

a mitad de la lucha, al inicio del canto

hay que gritarlo en la calle, en el parque

en el café para que el mundo sepa

que en una celda,

llevadopor el odio

hay un hombre encerrado. -¡Hay un poeta preso!-

¡Hermanos de la calle, hay un poeta preso!

¡Campesinos, hay un poeta preso!

¡Carpinteros, hay un poeta preso!

¡Presidiarios, hay un poeta preso con vosotros!

¡Un poeta que es canto para el vecino pobre!

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Que quiere para el niño una alegría honda,

sin viernes de cuaresma;

una alegría virgen para Domingos Rojos.

¡Está un hermano preso, camaradas del mundo!

¡Y el tiempo se detiene

en una celda estrecha!

¡Mientras mi grito enciende su protesta!

«Detengan un poeta»

-gritaron los chacales,

desde entonces las bocas que gritaron -«Detengan un poeta»

se pusieron muy negras con esa orden negra,

más negras que mil sotanas negras.

¡Pero estás preso, Roque Dalton!

Y conocí la justicia, la libertad en que vivimos

y vi los barrios rotos.

¿Y nosotros, donde estamos nosotros?

¿Dónde están esos cantos, compañeros?

Y cuando me pregunten dónde está la justicia

diré que es prostituta

y que a cada juez le anuda la corbata.

Pero estás preso, Roque Dalton

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51

a mitad de la lucha, cuando el canto se inicia,

cuando todo comienza para este pueblo nuestro

al que le cantaremos kilómetros de canto

y alegrías inmensas le daremos

¡mientras tengamos voz!

Enero 1° de 1960. S.S.

Es interesante ver cómo Dalton vive una vida cargada de hechos insólitos. Él se encarga de cultivar esa

forma de vivir. No hay que extrañarse, pues, que el celebre reporte que escribiera el coronel

Manzanares sobre Dalton se convierta en material poético -está referenciado en El turno del ofendido-,

o que sus horas tediosas en los juzgados se tornen en episodio novelesco. El nombre de Roque Dalton

era prohibido en El Salvador, como me lo dijo una vez Silvia Castellanos, la viuda de Ítalo López

Vallecillos. Era notoria su fama de perseguido político. En una «Nota a la segunda edición», incluida en

los manuscritos de El turno del ofendido, se afirma lo siguiente:

Nacida de un hombre joven, “hecho a la fatiga de las cárceles”, de vida intensa y contradictoria, la poesía de Dalton ha dado lugar a las más variadas opiniones y se ha visto perseguida de cerca por iras y alabanzas simultáneas, por la flor del escándalo. El Arzobispado de San Salvador (ciudad natal del autor) declaró que la obra de Dalton es «un leso atentado contra lo más sagrado de nuestra civilización», además de “un esperpento”. El excelente poeta y crítico cubano Roberto Fernández Retamar asegura que «un día se hablará de Dalton como hoy se habla, por ejemplo, de Neruda». El Director General de Policía de El Salvador, General Manzanares, calificó al autor de El turno... como «una verdadera amenaza», en cambio Miguel Ángel Asturias lo considera como uno de los tres mejores poetas jóvenes de Centroamérica.

Esto es una constante en Dalton: los elementos de la vida diaria -de ese tipo de vida diaria que Dalton

deliberadamente crea- son elementos poéticos: la poesía está hecha más que de palabras. Para Dalton, la

poesía debe estar vinculada estrechamente con la verdad. Pero, la verdad de Dalton es la verdad de la

imaginación revolucionaria, eso que el Che resumía diciendo: Seamos realistas, pidamos lo imposible. Y

por esa verdad -más rica que el pedestre pragmatismo que hoy nos aconsejan neoliberales y

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desencantados- hay que ser fiel, aún a riesgo de perder todo, hasta el amor del mundo: «pero por la

verdad todos los lutos/ todos los charcos hasta ahogarse/ pero por la verdad todas las huellas/ aun las

manchadoras las del lodo/ pero por la verdad/ la muerte/ pero por la verdad». Pero esto no implica

una actitud de gravedad: la gravedad, lo solemne, es parte de la muerte. Y el poeta es Xochipilli, el rey

de las flores y del canto, de la alegría que es llegar al poema. El poema, no visto ya como una entelequia

a la que solamente los iluminados por la imposible pureza de las formas podrán rozar, sino como una

verdad aquí y ahora. De ahí, la insistencia en el reírse de todo y de todos, hasta de sí mismo, que tuvo

Dalton.

El viajero de sí mismo

Los viajes, como los artistas, nacen, no se hacen. Contribuyen a ellos un millar de distintas circunstancias, muy pocas de las cuales han sido deseadas o determinadas por la voluntad... a pesar de lo que podamos pensar al respecto. Surgen en forma espontánea de las exigencias de nuestra naturaleza, y los mejores nos conducen, no sólo hacia afuera, hacia el espacio, sino también hacia adentro. Los viajes pueden ser una de las formas más compensatorias de la introspección...

LAWRENCE DURRELL

Queda dicho el impacto que causó a los jóvenes revolucionarios el triunfo de la Revolución

cubana en enero de 1959. La entrada de los «barbudos» a La Habana revitalizó al movimiento

democrático latinoamericano: lo llenó de una fuente de inspiración, de una iconografía y de una poética,

pero también lo obligó a plantearse nuevos retos.

En 1959, como decíamos anteriormente, viajó con Menéndez Leal a cubrir la Quinta Reunión

de Consulta de cancilleres de la OEA. Ese fue, digamos, su primer encuentro directo con la Revolución

cubana. La delegación de la isla estaba integrada por el canciller Raúl Roa; el jefe de las Fuerzas

Armadas Revolucionarias, Raúl Castro y el Ministro de Cultura, Armando Hart. En la reunión, se

hicieron patentes las posiciones encontradas entre el gobierno de Cuba y aquellos gobiernos que

secundaban las posiciones norteamericanas. Dice el hijo del fallecido canciller, Raúl Roa Kouri: «La

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nueva diplomacia cubana, que inauguró Roa en los debates de la OEA y la ONU, nada tenía que ver, en

efecto, con los perifollos y ademanes versallescos: llamaba al imperialismo por su nombre y denunciaba

sin ambages las tropelías del "avieso vecino". No rehuía calificativos ni dicterios —por otra parte

castizos— cuando era menester, y su palabra, vital expresión de legítima cubanía, era a la vez culta y

urticante10». Para Roque, esa fue la oportunidad de presenciar «la conjura de la OEA contra el joven

estado cubano». La conjura se cristalizaría, efectivamente, con la expulsión de Cuba del organismo

interamericano, bajo presión de los Estados Unidos.

Después de cubrir la reunión de la OEA, Dalton volvería a El Salvador, a su trabajo en Teleperiódico, a

sus labores partidarias y literarias, y se darían los hechos ya citados: su encarcelamiento y posterior

liberación. Salió expulsado del país por uno de los tres Directorios Cívicos-Militares que se sucedieron

en 1961 a la caída del depuesto Lemus. Era el 16 de febrero, y gracias a la gestión del embajador

mexicano en San Salvador, Emilio Calderón Puig, pudo radicarse en México.

En el país azteca publica La ventana en el rostro, bajo el sello de Ediciones de Andrea, editorial

encabezada por Pedro Frank de Andrea y fundada por Juan José Arreola. Los manuscritos de La

ventana proceden de su primera juventud. Algunos, como queda ya dicho, habían sido dados a conocer

de forma dispersa. Roque viajó a México con un tipógrafo del periódico opositor El Independiente que

luego llegaría a ser un entrañable poeta: Ricardo Castrorrivas. El jovencito que era Castrorrivas era

secretario personal de Dalton. Secretario personal en este caso implicaba mecanografiar los originales

de los poemarios para darlos a la imprenta. Pero también, dado el carácter horizontal de ambos,

compartir juergas, confesiones, añoranzas y encrucijadas. Castrorrivas es fiel testigo de este primer

peregrinaje del poeta salvadoreño.

La ventana... está prologada por Mauricio de la Selva, escritor salvadoreño de la Generación

10 Cfr. Semblanza de Raúl Roa, en Casa, N° 208, julio-septiembre de 1997.

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Comprometida, que estudiaba Antropología en aquel país. De la Selva señala en su prólogo que aunque

Dalton «es un buen poeta a pesar de sus retorcimientos en las construcciones sintácticas», aún no ha

roto con la omnipresente influencia nerudiana. Empero, De la Selva recuerda que Roque, en opinión de

una voz prestigiada como la de Miguel Ángel Asturias «es uno de los tres mejores poetas jóvenes con

que cuentan actualmente los seis países integrantes de Centro América». Su poesía, como lo señala el

prologuista, va más allá de la sola influencia del gran chileno: ya asoman climas joyceanos —climas que

tendrían su clímax en Los hongos— y vallejianos que lo salvarían de convertirse en otro pequeño Neruda.

En poemas como Oíd, se vislumbra una de las recurrencias claves: el poeta visto como un paria,

mancillado brutalmente, como el Cristo en su Gólgota. Es el embrión de las cicatrices, las desgarraduras

del escritor, los lanzazos propinados por el centurión romano en el costado. Es también la visión

premonitoria de la traición, del beso de Judas que lo llevaría a su muerte injusta:

Oíd, oíd, duros amigos que despreciaron mi ternura de prolongado niño

Los «duros amigos» representan la «razón pragmática» que desprecia a la razón de la poesía. Veamos

por qué. La razón de la poesía, como la razón utópica, escapa a las conveniencias. Es, sobre todas las

cosas, la inconveniencia encarnada. La poesía no conviene a los sistemas inflexibles:

Una sociedad como la nuestra —escribe Octavio Paz—, que cuenta entre sus víctimas a sus mejores poetas; una sociedad que sólo quiere conservarse y durar; una sociedad, en fin, para la que la conservación y el ahorro son las únicas leyes y que prefiere renunciar a la vida antes que exponerse al cambio, tiene que condenar a la poesía, ese despilfarro vital, cuando no puede domesticarla con toda clase de hipócritas alabanzas. Y la condena, no en nombre de la vida, que es aventura y cambio, sino en nombre de la máscara de la vida: en nombre del instinto de conservación (...) En nuestra época la poesía no puede vivir dentro de lo que la sociedad capitalista considera sus ideales: las vidas de Shelley, Rimbaud, Baudelaire o Bécquer son pruebas que ahorran todo razonamiento. Si hasta fines del siglo pasado Mallarmé pudo crear su poesía fuera de la sociedad, ahora toda actividad poética, si lo es de verdad, tendrá que ir en contra de ella.11

11 Poesía de soledad y poesía de comunión, en Las peras del olmo, Editorial Origen-Seix Barral, colección Obras Maestras del Siglo XX, N° 39, México, 1984, pp. 88-89.

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Pero el pragmatismo no está sólo del lado de allá: los duros amigos lo son precisamente porque están

dentro de las filas revolucionarias, o por lo menos, dentro de quienes dicen actuar en nombre de la

revolución: Dalton es asesinado precisamente por sus «compañeros» de organización, que lo matan

para conservar el poder, ya que se sienten asediados por los cuestionamientos del poeta.

La predestinación martirial de Dalton es la encarnación de la radicalidad del poema. El poema subvierte

el orden del discurso racional. Exige también el derrocamiento de la lógica que sostiene a este discurso.

Pero el poema no es el simple (¿simple?) acto de su escritura: es un sacerdocio —en el mejor sentido de

la palabra—. Al novicio le es exigido profesar una serie de renuncias. Quitando de la vista lo antinatural

(y a veces falso) de ciertas de estas renuncias, esto tiene un sentido maravilloso: al aspirante a sacerdote

se le exige renunciar a lo que puede distraerle de su misión espiritual. Renunciar es concentrarse en la

misión encomendada en el reino de este mundo. Renunciar para no dispersar las fuerzas en lo que

puede ser tenido por secundario.

La poesía exige un sacerdocio muy particular. Al poeta no se le pide renunciar a este mundo: es más, el

poeta debe impregnarse de lo terrenal, pero también de lo espiritual y hasta de lo demoníaco, con tal

que esta humedad de vivencias alimente su verbo y que este pueda dar testimonio del hombre, de su

miseria y de su divinidad.

Aventura y cambio: tal el designio vital de Dalton. Aventura y cambio fue lo que le trajo su año de

residencia en México. Comenzó a estudiar Antropología en la universidad estatal, la UNAM. El

conocimiento académico se transforma en experiencia poética: Así nacería más adelante el poemario

Los testimonios, y en especial aquella parte dedicada a la re-creación de temas prehispánicos. Según el

autor, algunos de los poemas parten de documentos históricos, otros, «como El Brujo Juan Cunjamá o

{El}Príncipe de Bruces, están basados en grabaciones hechas por antropólogos del Instituto Nacional

Indigenista de México entre brujos de Chiapas y Yucatán. El pozo del júbilo «es una recreación del estado

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de ánimo en que se cae bajo el estímulo del peyotl, la tuna sagrada y alucinógena de los indígenas

mexicanos, según una nota que antecede una selección de Los testimonios, publicada en la revista de la

Universidad de El Salvador. La relación de alucinógenos, estado de gracia y literatura no es un tema

nuevo: Ya Michaux y Aldous Huxley habían hechos experimentaciones directas en ese sentido. No

estoy diciendo que Dalton haya probado necesariamente el peyote: lo que me parece es que continúa de

alguna manera una tradición en la poesía moderna. Pero si para Michaux y Huxley la experiencia del

peyote no era otra cosa que buscar un referente cultural más genuino, más natural, que el de la Europa

occidental, en Dalton la referencia poética —llamémosle así, por no incurrir en especulaciones— del

alucinógeno es parte de una tentativa mayor: encontrar un yo profundo. Pero se trata de algo más: es un

viaje a la semilla, un viaje a los orígenes propios, a las raíces telúricas que van más allá de los apellidos

paterno y materno. La referencia, pues, del peyote, se inscribe en la recuperación de la atmósfera

originaria americana, que en un mestizo como Roque Dalton no es otra cosa que un viaje al centro de sí

mismo. Al centro, o mejor, a uno de los centros: está también su innegable raíz europea.

Conoce, según recuerda Eraclio Zepeda, a poetas como León Felipe -exiliado del franquismo- y al

mítico Salomón de la Selva -el novio de Claudia Lars, el poeta soldado-. Vive en casa de este último,

según el poeta chiapaneco, «a donde una noche memorable llega acompañado de todos los perros

vagabundos del barrio: los ha invitado a protegerse del frío en la sala de Salomón, quien odia a los

perros12»

.

Cuba en el corazón

A Cuba llegaría a conocerla en 1961, para el segundo aniversario del triunfo de la Revolución. Después

12 Cfr. el prólogo de Zepeda a Taberna y otros lugares, UCA Editores, 1989.

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de esa breve estadía, viaja de nuevo en 1962, con el objetivo de asistir a la Conferencia de los Pueblos.

Termina viviendo en La Habana durante un año. Año muy intenso, año de trabajar en las instituciones

cubanas, año de conocer a fondo la experiencia de la revolución. Trabaja en Radio Habana, en Casa de

las Américas y en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. Traba amistad con Eraclio

Zepeda y con el intelectual guatemalteco Manuel Galich.

Fayad Jamís trabajaba en el periódico Hoy, cuando le fue encomendado entrevistar al poeta

salvadoreño. «Desde ahí nos hicimos amigos. Él se iba y volvía, participábamos en las polémicas

culturales que hubo en Cuba, las comentábamos y comentábamos también la poesía». Además de amigo

de Roque, Fayad también sería su editor. Jamís dirigía una colección de poesía bajo el sello editorial La

Tertulia. En él publica El mar, en 1962. Para dar una idea de la importancia de las obras publicadas en

La Tertulia, hay que señalar que «se publicaron poemas de Neruda, Asturias, Hikmet, Elvio Romero» y

Eraclio Zepeda13

.

Roque escribe mucho, pronuncia conferencias y su actividad literaria se diversifica

enormemente.«Como poeta, fue en Cuba donde adquirí conciencia de lo que significa escribir en serio,

de ser (para emplear una palabra ya vieja) un escritor profesional, alguien que escoge la literatura como

oficio. No sé si ello aconteció porque era simplemente un nivel de desarrollo o porque aquí se dieron

las condiciones de libertad (material y espiritual) imprescindibles para poder expresar toda una gama de

problemas que nunca hubiera podido encarar en mi país», confiesa a Mario Benedetti en entrevista ya

célebre. Con Galich y Zepeda dicta conferencias sobre los mitos mesoamericanos. Junto a Roberto

Fernández Retamar, Fayad Jamís y al escritor peruano Juan Larco, participa en un homenaje al poeta

César Vallejo. Su intervención de esa noche de 1963 se transforma en el libro que lleva el nombre del

autor de Los heraldos negros. «Esta primera larga estancia en Cuba (...) fue para Roque Dalton una viva

13 Ibídem.

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academia. Aprendió e inventó muy diferentes áreas del interés humano. Es sin duda el hombre más

vital que yo haya conocido: gran poeta y excelente centro delantero en el fútbol, serio estudioso de

materias militares y excelente bailarín de mambos, cuidadoso investigador de historia y bebedor de

trago largo y risa pronta en los sitios más inauditos de La Habana; comentarista de muy serios asuntos

en la radio y dueño de la más amplia colección de cuentos para reír que yo recuerde», escribe Zepeda.

Se integra de cuerpo y alma a la vida cubana. Comparte su destino con los de abajo: «Cuando fuimos a

la zafra se relacionaba no sólo con el grupito nuestro» -recuerda Rolando Sánchez, trabajador de Casa

de las Américas en testimonio reproducido en el volumen Valoración múltiple de Roque Dalton- «sino con

todos. Cuando terminaba el trabajo conversaba, hacía muchos chistes y luego se iba a leer, a estudiar».

Como lo dice Ricardo Castrorrivas, quien lo acompañó en esa primera residencia en la isla, el poeta

salvadoreño recibió adiestramiento militar como parte de la estrategia que el PCS había concebido para

ese tiempo. La idea era tener un contingente de militantes aptos para entrar en la lucha armada. El

Frente Unido de Acción Revolucionaria, FUAR, era el instrumento partidario para tal fin.

En tal sentido, Roque y Castrorrivas estuvieron destacados en tareas militares en 1961 —en el marco

de la «lucha contra bandidos», es decir, el combate contra los ex guardias batistianos financiados por la

CIA— y durante la llamada Crisis de Octubre, 1962. Se trató de una crisis en el ámbito de las

relaciones entre la URSS y los Estados Unidos, debido a que los soviéticos habían emplazado unos

misiles en la isla caribeña. La crisis se resolvió con la decisión del Primer Ministro soviético, Nikita

Khruschev, de retirar el armamento de Cuba, para disgusto de muchos en la isla.

Roque seguía escribiendo, infatigable. Su poemario El turno del ofendido14 gana una mención en el

14 Algunas de las apreciaciones de Pablo Armando Fernández sobre el autor de El turno del ofendido son las siguientes: «Roque Dalton tiene prisa en desbaratarlo todo, en reconstruirlo todo, y ha elegido una sola arma —desnuda, filosa, dura—: la palabra. Y su reverso abrigado, romo y frágil. Así se lo planta a uno enfrente, desarmado. (...) Los poetas de este tiempo con como él. No pueden ser de otro modo. “Iracundos”, “vapuleados”, “inconformes”, “rebeldes”,

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certamen latinoamericano de poesía de Casa de las Américas, que ya a estas alturas era un punto de

referencia obligado para los interesados en la literatura de nuestra América. Conoce a los poetas

cubanos Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández y Heberto Padilla —

faltaba mucho para el tristemente célebre caso que le dio notoriedad a este último—. Es amigo de

escritores ya mayores como Félix Pita Rodríguez. Conoce al pintor mexicano Carlos Jurado -personaje

de Taberna y de otro poema-, al nicaragüense Lisandro Chávez Alfaro —conocido cuentista— y a una

muchacha llamada Margarita Dalton. A Padilla y a Pablo Armando los volvería a ver cuando estos

ocupaban cargos diplomáticos en embajadas cubanas en Europa.

En 1963, se vuelve a encontrar con Nazim Hikmet, quien llega a Cuba con una salud bastante delicada.

Dalton y sus amigos cubanos lo llegan a visitar. «Era un hombre de una diafanidad conmovedora; se

advertían en sus versos su rectitud, la hondura de sus convicciones, su probada vocación de sacrificio,

su amor por el pueblo. Pasábamos horas escuchándolo en su habitación del entonces llamado Hotel

ICAP. Estaba penetrado por muchas de las concepciones del dogmatismo estalinista, pero a él

podíamos escucharle cualquier despropósito -que hubiéramos rechazado en un funcionario de cultura-,

porque era un gran poeta», recuerda el novelista cubano Lisandro Otero.

Habla Castrorrivas

Roque siempre estaba tomando apuntes. Una vez, estábamos en un campamento en Pinar del Río. A

mí me tocaba hacer guardia en la madrugada. En aquel tiempo había gente armada en esa zona: los

contras, sobre todo, en Escambray y en la Sierra de los Órganos. Había amenaza de que esa gente, los

bandidos, nos pudiera matar. Por fuerza, teníamos que quedarnos a cuidar el campamento.

“combativos”, “desobedientes”, poetas deslenguados que hacen de la palabra un puño o saliva. (...) Roque Dalton, entre todos, es capaz con su grande insolencia de alumbrar el génesis de lo creado y también es capaz de profetizar su hora apocalíptica. El turno del ofendido corresponde a esta actitud, a este modo». Cfr. «Nota a la primera edición» en la versión manuscrita de El turno del ofendido.

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Yo me acuerdo que estaba con el fusil haciendo posta. De repente, oí un ruido.

—¡Alto! ¿Quién vive?—grité.

Nada. Siguió el ruidito. Volví a preguntar:

—¡Alto! ¿Quién va?

Como no decían nada, pensé: «Antes que me mate este hijueputa, lo mato yo». ¡Pau!, disparé. Fue un

desvergue. Tras la denotación, comenzó el combate, todos se fueron a sus puestos. No siguió más el

ruido, pero ya no durmió nadie, esperando el ataque. Cuando llegó la madrugada, fuimos a ver qué

pasó. Lo que había era un cadáver: el de un marrano de esos de raza, gigantesco, el gran cuchón de esos

cheles, rosados. Como ni él me dio la clave, ni yo sé hablar en porcino, lo maté. Era un semental, nada

menos. El Roque eso lo dice en la obra. Cómo no andaría tan metido en su obra, que lo menciona en

algún momento: alguien mató un cerdo.

Había otro muchacho que era de Ahuachapán, que era tan flaco, el pobre, que le decíamos: «Vos

parecés zancudo», y así le pusieron de apodo, porque se encabronó mucho. Cada vez que le decían

«Zancudo», él se venía dispuesto a darse verga. Era peligroso decirle el apodo. Mejor le decíamos

«¡Zinn!» Eso sale en la novela: «¿A quién le decíamos Zinn de apodo». La literatura de Roque era pura

vida, era vida propia. Cuando yo leí eso, me acordé del muchacho. Son las cosas que él apuntaba

constantemente. Agarraba su papelito, apuntaba babosaditas y después las integraba en su obra. Era

literatura pura.

Cuando terminó El turno del ofendido, me dijo: «Vamos a enseñárselo a un poeta que es embajador de

Chile». Vivíamos en La Habana. El señor se llamaba Antonio de Undurraga, quizás es dueño de los

famosos vinos, porque era un embajador de carrera, burguesón, él. Roque le llevó el libro. El viejo,

escritor de la generación de Neruda, empezó a hojear el libro. Al leer los versos atrevidos de El turno,

desaprobó el libro. Entonces, Roque lo recibió y se limitó a darle las gracias y a decirle a Undurraga que

era uno de los poetas latinoamericanos de mayor valía y que él confiaba en su juicio. «Vámonos», me

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dijo.

Cuando estábamos afuera, estaba enojado. «Que coma mierda este viejo cerote, no es poeta», dijo. Si le

hace caso a Antonio de Undurraga, no hubiera publicado el libro. Mejor se lo llevó a otros que estaban

en la jugada: Retamar y René Depestre, que eran grandes aleros.

El mejor amigo de Roque era Eraclio —Laco— Zepeda. Con él compartían una amante: una bailarina

del Tropicana, una diosa de fuego. O mejor: ella los tenía de amantes a ellos. Se llamaba Asela y era una

pantera morena. Era tremenda esa mujer. Ella les enseñó todas las maravillas del sexo.

Pero antes de eso, habíamos estado en México. Yo conocí a Roque cuando trabajaba en El Independiente.

Cuando el periódico fracasa, todos se van, en el año 60. A la caída de Lemus, hubo una apertura

democrática —tres meses duró el gusto, con una junta en la que estuvo Chema Méndez—. Esa

apertura fue suficiente para que fuera una delegación de salvadoreños a Cuba, se restablecieron

relaciones diplomáticas con la isla, había una embajada cubana y vuelos directos de San Salvador a La

Habana.

Cuando cayó el gobierno democrático, todos los que habíamos ido a Cuba figurábamos como los más

buscados de la Policía. En el año 61, empezó el clandestinaje y los viajes al exterior. Roque ya había

salido exiliado. A mí me tocó viajar y me pusieron un contacto en México, a una hora y en un lugar

determinados. Yo no sabía que el que iba a ser mi contacto era este loco de Roque. Él andaba

vendiendo La ventana en el rostro, y yo me entusiasmé en ayudarle. Nunca me imaginé la significación que

iba a tener este libro.

Yo le comenté a Roque que me habían capturado en Nueva York y que sabía que me iban a esperar en

San Salvador. Él me recomendó que lo cambiara: «No llegués a Ilopango, sino que te vas a Toncontín

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(Honduras) y ahí te vas por tierra», me dijo. «La cosa es que no te agarren en el aeropuerto».

Al sólo llegar a San Salvador, sin ver a nadie siquiera, me dijeron que me tenía que regresar a Cuba.

Cuando llego a México, después de tener líos en Guatemala, me dediqué a estudiar mucho, sin saber

que, una noche, en la montaña, iba a llegar un pequeño jeep del cual se bajó alguien que yo sí conocía:

Era Roque. Ahí lo volví a ver. Siempre andaba con sus libros.

Yo empezaba a escribir y le enseñaba mis versos. «Seguí escribiendo», me decía. Entonces escribía sin

ton ni son y ni siquiera me imaginaba que llegaría a ser el Castrorrivas que soy. Y lo soy, gracias a ese

loco. Todo era libros con él. Cuando íbamos a la ciudad, todo era de bibliotecas, museos, conferencias,

ballet, ciclos de cine. Yo, que no sabía nada, siempre le hacía preguntas sobre cine, sobre arte y él

siempre me explicaba las cosas.

Roque decía que su familia le había dejado unas fincas en herencia. Sin embargo, con las bullas de la

persecución, le hicieron la marufa a él y lo desheredaron. Eso me lo decía él. Aunque yo no sé si es

cierto, porque él inventaba bastantes cosas. Por ejemplo, lo de un hijueputa llamado Oolge, que quién

sabe qué putas será.

Contrario a lo que muchos chismosos andan diciendo, Roque no era ningún alcohólico

consuetudinario. Roque se ponía bien a verga, pero al día siguiente ya no seguía. No era zumbero, pero

sí se ponía sus grandes vergas, como todo ciudadano.

Los contactos de Roque en Cuba no eran otros que Retamar y muchachas como la Tatita —a la que le

dedica El mar— y la Asela y no sé quiénes más. El muchacho era práctico. Trabajaba, aunque también

andaba en otras cosas. Nosotros éramos como boy scouts armados, pero en serio, porque estábamos en

peligro de morir.

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Yo le ayudé a pasar a máquina sus poemas, porque yo era el que podía hacerlo. Era el único que podía

reparar la maquinita de escribir. No fue por ninguna cosa especial que lo hice. Cuando vine de regreso a

El Salvador, escribí un gran cachimbo de poemas sobre mis viajes, los metí en una valija y en una época

de represión, fui a dejarle la valija con mis papeles a una tía mía. Cuando pasó el peligro y fui a

reclamarle mis cosas, mi tía me dijo que abrió la valija, vio todo lo que había, le dio miedo y quemó

todo... ¡menos la valija!

Escribir para mí era una necesidad. Llegó un momento en que tuve escritos cincuenta y cinco poemas.

Roque los leyó y seleccionó sólo cinco. «Estos así dejalos». Esos fueron los primeros poemas que

publiqué en mi vida, en El Independiente.

El que era nuestro contacto partidario en México fue el que era esposo de Mercedes Durand, Mauricio

De La Selva. A aquel le decía Roque «Gorgo».

—Que coma mierda Gorgo —se quejaba Roque—. Quiere que sólo pase encerrado y que no salga ni a

tomarme una cerveza. Que coma mierda. Venite, vamos a buscar una cerveza —me decía.

El Gorgo lo regañaba por esas salidas. En 1961, Roque escribió un poema que se llama Muerto en la calle.

Un camarada murió atropellado, en un accidente. El Gorgo me dijo que no había sido así, que lo habían

tirado de un carro. Y cuando no hay escuadrones de la muerte, un carro te mata, y en ese tráfico de

México, ¿quién dice nada, pues? Por eso Gorgo nos cuidaba bastante.

A Roque lo echaron muchas veces del Partido. La primera vez fue defender a un burgués que era amigo

suyo. Era deshonor para un comunista defender a un oligarca, pero Roque lo hizo por amistad. El caso

era que el muchacho mató a otro hijo de millonarios. Eso no le gustó a los ortodoxos del partido y lo

sancionaron. Otra vez fue por sus amoríos con la hija de uno de los altos dirigentes del Partido. En el

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poema Cine, que se lo dedica a Mauricio De La Selva, habla de «mi amada perdida bañándose desnuda

en los Chorros de Colón afilando las uñas de mis deseos», esa sílfide, esa divina, es esa muchacha. Lo

echaron a la mierda o lo suspendieron por eso, no sé. La cosa es que tuvo muchos problemas de

disciplina. Eso no tiene nada que ver con su literatura. Si vamos a valorar a Roque, digamos cómo era,

como puro guanaco, con sus defectos y sus cualidades de salvadoreño: gustador de las conchas negras,

de la cerveza, de las pupusas, un guanaco de veras.

Yo iba a estudiar a Cuba, porque había que ir a preparar los cuadros del Partido. Se puso grave la

situación en Cuba y se vio la necesidad de adiestrar a la gente para la lucha armada. Esa era una tesis,

creo que del Che, que ante la posibilidad de una invasión a Cuba, la única forma de defenderla era

creando frentes armados de liberación alrededor del mundo y así dispersar los esfuerzos de aniquilación

de la revolución cubana.

Roque ya estaba en La Habana cuando yo llego. Nos juntamos en la montaña y me di cuenta que

andábamos en lo mismo. Estábamos en la misma columna. Era todo tatarata, nunca había agarrado un

fusil. No podía ni cargar una mochila, ni caminar, ni nada. Jamás había visto un arma. Era chistoso

verlo caminar en la montaña en la noche.

Una vez hicimos un simulacro de emboscada y él tenía que hacer el contacto y avisar, y todo. Pero se

oía como desde cien metros aquel gran ruidazo cuando él avanzaba, quebrando ramas, crac, crac, crac.

Cómo iba a haber emboscada, con esa gran regazón. Nos reíamos, que aquel era bien tatarata. Luego,

todos tuvieron su especialización. Para regresar al país, tuvimos que dispersarnos por el mundo. Cubana

de Aviación te dejaba en Europa y de ahí cada uno tenía que ver cómo le hacía para ir a su país de

vuelta.

Para la Crisis de Octubre estábamos preparados para cualquier cosa. Estábamos infiltrados para pasar

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por cercos militares. En plena crisis, el pueblo cubano vivía como si nada. Los únicos preocupados eran

los que estaban militarmente armados. Los demás, andaban jodiendo, bailando, en el cine. Y estábamos

tan entrenados que yo me le lograba meter a la posta. Me les zampaba y me escapaba a ver cine. Había

cine húngaro, checoslovaco, soviético, de todo el mundo. Había tres tandas de cine y yo me las tiraba

todas. Sabía que al regreso tenía que pasarme a rastras, media hora, una hora, la zona de seguridad, para

volver al campamento, pero lo hacía.

Cuando regresamos a El Salvador, nos enteramos que nos habían traicionado. El contacto de nosotros

en La Habana se había robado las fotos, los pasaportes y, creo, que hasta las fichas dentales. Los llevó a

Miami. Salimos nosotros en una revista a doble página. La revista la vio Rafael Mendoza cuando estaba

en una barbería, quitándose el pelo. Y le dijo al barbero: «No, ya no me siga cortando», y corrió a

avisarme. La revista tenía un encabezado que decía: Conjura internacional castrista. Ahí estaba todo el

grupo de nosotros, con sus seudónimos y su currículum. Denunciados. El Mendoza estaba afligido. A

mí me habían mandado cartas con amenazas, a la casa de mi mamá.

En esos momentos, en el 64, me contacto con Roque y él me cita a la casa de su mamá, a La Royal. La

onda del Partido era que las cosas no estaban maduras para la lucha armada y que «había que ganarse la

calle». Roque fue a sacar unas Regias del refrigerador de su mamá.

—A mí me han amenazado a muerte —le dije—. ¿Cómo vamos a ganarnos la calle?

En eso de «ganarse la calle», Roque se fue a chupar a La Praviana y ahí fue donde lo capturaron.

Cuentan que cuando estuvo preso en Cojutepeque y lo estaban interrogando, llamaron al tipo que fue

nuestro contacto en La Habana. Éste entró en la sala donde tenían a Roque y al verlo, le dijo:

—Hola, Antonio. ¿Qué tal, compañero Antonio?

Ese era el pseudónimo de Roque: Antonio García, que era su verdadero nombre.

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Después, ocurrió lo de su fuga espectacular de la cárcel de Cojutepeque. Alguien me dijo que Roque se

inventó todo eso y que lo cierto fue que Geoffroy Rivas intervino para liberarlo y sacarlo a escondidas

por Guatemala. Es necesario esclarecer eso.

A partir de ahí, le perdí la pista. A veces me escribía. En uno de los cateos que hacía la Policía aquí en

Cuscatancingo, perdí una carta que me mandó desde Praga, donde me cuenta que está escribiendo un

libro sobre «un personaje revolucionario salvadoreño», que era Miguel Mármol. Eran los años en que el

viejito andaba en Praga. De ahí, no volví a saber de Roque, hasta que en el 75, en La Crónica, donde el

ERP salía diciendo que lo habían matado por ser agente de la CIA. «No» —le decía yo a Mendoza—.

«Esto no puede ser. ¡No y no! Roque no puede ser de la CIA. Esto es una mentira. Yo no lo creo hasta

que lo diga Radio Habana Cuba». Así, les mandé una carta a los cubanos. Como ellos lo dijeron

después, lo creí.

Era inconcebible para mí que lo mataran. ¿Cómo era posible que no se dieran cuenta del talento que

había ahí? Hoy, con los años, sé que esa era la misión: matar ese talento.

The Dalton Brothers (II)

Al parecer, ya a esta altura, el viejo Winnall ya era «leyenda del corazón», para siempre. Le sobrevivían

sus hijos Roque, Margarita y, se dice, un muchacho que se volvería soldado de su país natal, los Estados

Unidos, y moriría en un lugar llamado Viet Nam. Margarita estudiaba en aquellos días en la Universidad

de La Habana. Había nacido en México en 1943.

En ese instante fue el deslumbre y la maravilla de Roque. «Me emociona verla seguir la pista de las

civilizaciones sagradas, descubrir el gran girasol de las plazas invadidas por el pueblo, decir no-tiene-

nada-de-malo refiriéndose a lo del crimen omitido tan a tiempo por alguien, en algún lugar del mundo»,

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escribió el poeta. Dedica Los testimonios, su gran libro de México y La Habana a sus tres hijos y a

«Margarita, por el amor que no conocía y que con ella aprendí».

Era bella: cuenta la leyenda que la mitad de La Habana estaba enamorada de ella. Dice José Agustín

Goytisolo: «...me contaron de una media hermana bellísima que tenía, de la que andaba enamorado

todo el mundo y de la que no se sabía por entonces si estaba de monja en Ávila o de hippie en

Fermentera». Lo siento por el afán mitómano de Goytisolo: Margarita estudiaba Antropología («las

civilizaciones sagradas») y, además no era ni monja ni hippie: era (sigue siendo) escritora.

En 1967 ganó un concurso de novela juvenil en México, con su Larga Sinfonía en D y Había una vez,

cuyo tema, como puede predecirse por las letras iniciales de la primera parte del título, es el LSD. Tiene

una dedicatoria intrigante: «...Para ti de pupilas dilatadas siempre llegando a tiempo»; y una

recomendación: «Ante todo este libro debe leerse con los ojos abiertos». También ha traducido al

español a Adrienne Rich y escrito artículos investigativos sobre el esclavismo en el Caribe.

«Para mí fueron sorprendentes dos cosas sobre Margarita» —afirma Ricardo Castrorrivas—. «Primero,

que fuera comunista la bicha. Estaba bien joven cuando Roque la encontró: dieciocho años. Segundo:

La mamá de Margarita era de una de las familias ricas de El Salvador, y Winnall, el papá de Roque, se la

consiguió, la embarazó. Se ha de haber armado un escándalo en la familia de la mamá de Margarita, que

ésta se tuvo que ir a parir a México. Ahí fue donde nació Margarita. Quizá la desheredaron. Pero el

viejo sí la reconoció».

La salamandra de Pablo Armando

Nos prestan el teléfono y llamamos a la casa de Pablo Armando Fernández. Quién es, pregunta. Le

explicamos que traemos una carta para él, de Roberto Cea. Se le oye desconfiado. Quedamos en írsela a

entregar a su casa, que queda en Miramar. El mapa nos ayuda a bordear la ciudad y a llegar a pie hasta

un barrio de casas antiguas y flamboyanes y perros blancos y gente en bicicleta. La casa de Pablo

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Armando tiene un jardín. El jardín es un ritual para el caminante que entrará a la casa. Es como si las

flores se encargaran de explicarle que acaba de dejar la calle y que está por ingresar a donde será

bienvenido. Atiende el hijo del poeta, que comparte su mismo nombre. A su llamado, el padre nos abre

la puerta del jardín. La casa tiene hermosa columnas y se puede creer que toda la frescura de la ciudad

está aquí. Tiene cuadros, un cuadro de alguien que creo pudiera ser Mendive: sus criaturas en forma de

pez, su universo amniótico. Nos hace entrar y se demuestra como si fuéramos antiguos conocidos, no

como el hombre que acaba de hacer pasar a unos desconocidos a su casa. Explica que la reticencia que

nos manifestó telefónicamente se debía a que varias veces le han llamado para decirle que tienen cartas

de sus amigos salvadoreños, pero que, a la hora de las definiciones, la silla destinada para el portador de

la carta queda vacía para toda la eternidad y su ron evaporado por los fantasmas de las cosas que

sencillamente no se dan. Pregunta por Cea y Manlio. Se sorprendió al saber que Armijo ya había

partido.

Pablo Armando parece un león. O un viejo príncipe griego. O un patriarca hebreo. O simplemente, el

nuevo amigo que nos pide que le ayudemos a cambiar la lámpara del techo, que se asombra del sudor

que corre como rocío por nuestra sien, mientras estamos encima del escritorio sosteniendo la lámpara,

y del hecho de que, solamente al pisar de nuevo la tierra firme, le confesemos nuestro pavor a las

alturas.

Más tarde, pasamos a tomar un café en la salita de la casa. Nos enseña un curioso animalillo. Es una

salamandra de bronce, que cabe fácilmente en la plama de la mano, como todos los grandes secretos.

La salamandra conduce a la época en que Pablo Armando vivió en Londres. Trabajaba en la Embajada

de su país. Una vez, recibió la visita de Roque Dalton. Fueron a caminar y a buscar unos tragos.

Llegaron a un bar. «Roque y yo nos parecíamos en algo: en ser bastante promiscuos en nuestro trato

con la gente». Es decir, en no tener ningún problema en entrar en plática con gente desconocida. Como

el sujeto que encontraron en el bar, con quien compartieron whiskies hasta que cerraron el local. El

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nuevo amigo los llevó a su casa. Era una mansión. La salamandra de bronce estaba en una mesa. Fue

Roque quien la descubrió. La conversación instalaba su curso en la noche. Distraído, Roque acariciaba

la barriguita de bronce, le hacía cosquillas, la hacía reír con sus muecas, tal como hacía reír al hijo de

Pablo Armando, cuando era pequeño. «¿Te gusta?» —preguntó el anfitrión—. «Tómala. Es tuya».

Horas después, se despidieron. Ni Roque, ni Pablo Armando volverían a ver al dueño de la mansión

donde estaba un pequeño reptil de bronce.

Años después, Roque volvió a visitar a Pablo Armando. Llegaba a despedirse. Roque no volvería más.

Como aquel desconocido encontrado en un bar londinense, el poeta salvadoreño se internaría en la

noche de los tiempos. Y su último regalo fue la salamandra que ahora Pablo Armando deposita en

nuestras manos, para que la acariciemos y busquemos cerrar un círculo en las estrellas. Un círculo: el

orden perfecto. El orden que el poema restituye al universo.

De regreso a la cárcel natal

1964. Vuelta a El Salvador. Es capturado por la policía. La amenaza y el soborno se ponen en juego. El

poeta es llevado a la mansión de lujo de un coronel. La captura no es un asunto de represión rutinaria:

agentes de la CIA intervienen en algunos de los interrogatorios. Como los juegos de ablandamiento no

surten efecto, el poeta es enviado al penal de Cojutepeque. Esta captura, que culmina con el escape

fantástico de Roque -merced a un derrumbe en la pared de su celda- es relatada fielmente en la última

parte de Pobrecito poeta que era yo... He calificado de «fantástico» su escape. Probablemente eso era lo

que Roque escuchaba ya cuando salió en libertad hacia Cuba. Era el poeta hecho leyenda. Pero, fiel a sí

mismo, decía: «A mí me molesta un poco el papel del eterno fugado de la cárcel: ya lo arrastro como un

peso muerto». Antes de llegar a Cuba, fue «entregado a los cuerpos de seguridad guatemaltecos y

arrojado finalmente por los agentes de estos al Río Suchiate, después de atravesar el cual pude llegar a

Tapachula, ya en territorio mexicano». México no resulta, de primera intención, un lugar acogedor para

el poeta perseguido: «Habiendo pedido asilo a las autoridades migratorias de México fui sometido a un

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minucioso interrogatorio. Estaba yo sin calcetines (se habían quedado en el cuartel de la policía

guatemalteca), con los zapatos y los tobillos fangosos, la pierna derecha del pantalón rasgada hasta más

arriba de la rodilla por la zarza selvática que debía atravesar entre el Suchiate y la carretera más próxima,

sin un centavo en el bolsillo, sin documentos y con casi dos días sin probar un bocado15». En el

interrogatorio se le pregunta por el veterano dirigente comunista, sobreviviente de 1932, Miguel

Mármol. Antes de su captura, empieza a escribir las primeras páginas de Pobrecito poeta que era yo...,

que habría de concluir nueve años más tarde en La Habana. Este es el último exilio del poeta, que

concluiría con su regreso definitivo al país.

En Casa de las Américas, una monografía suya, México, encomendada originalmente a Zepeda. Así se

inicia la colección Nuestros Países en Casa de las Américas. Habría de continuarla, al año siguiente,

escribiendo una monografía similar titulada El Salvador. También sale a la luz Los testimonios. Es

nombrado miembro del Consejo de Colaboración (que hacía las veces de comité de redacción) de la

revista Casa, dirigida por Fernández Retamar. Retamar y la fundadora de la institución cubana, Haydée

Santamaría invitan también a los escritores Sebastián Salazar Bondy y Jorge Zalamea.

La experiencia de Cuba y de los movimientos de liberación en países como Viet Nam originan una

fuerte polémica entre las organizaciones de izquierda latinoamericanas acerca de la lucha armada. Surge

una división entre un modo tradicional de militancia revolucionaria -donde los partidos comunistas

juegan solamente con las posibilidades de la legalidad capitalista, en espera de que surjan las condiciones

óptimas para la toma del poder- y una nueva concepción, que afirma que el poder debe tomarse aquí y

ahora. Dalton se define abiertamente a favor de esta corriente. Para nadie es un secreto de que el poeta

salvadoreño es partidario de la lucha armada. En 1966 asiste a un congreso de la recién formada

Organización Latinoamericana de Solidaridad, OLAS, que reunía a organizaciones de izquierda con esa

misma inquietud. Ahí conoce al caricaturista mexicano Rius, quien todavía militaba en el Partido

15 Cfr. Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador, pp. 25-26.

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Comunista de su país.

Praga o los recuerdos del futuro

Viaja a Checoslovaquia en 1965. Aún no ha roto con el PCS, puesto que es delegado por este para

representarlo ante el Consejo de Redacción de la Revista Internacional (Problemas de la paz y el socialismo),

órgano de difusión de los partidos comunistas en el ámbito mundial. Más adelante, su esposa y sus tres

hijos se instalarían en el departamento de Roque en Praga, situado, según Eraclio Zepeda, en el número

6 de Rijnove Revoluce Namesti 13. Encuentro con amigos como Salvador Bueno u Oswaldo Barreto; y

la travesura, el robar la placa de la vieja embajada salvadoreña en Praga. Arias Gómez lo visita en Praga

y recuerda que la situación económica de Dalton era un tanto difícil. “Su status en Revista Internacional

era el de colaborador del PCS ante el Consejo de Redacción, con derecho a voz pero sin voto. El salario

estaba en correspondencia a su status, lo cual significaba que era sustancialmente menor al de los

representantes plenos. Esta situación repercutía en su economía familiar aunque no llegara a niveles de

precariedad, pero que le producía cierto malestar y descontento. Cuando regresé a El Salvador, planteé

a la Comisión Política que a Roque se le diera el cargo de representante. Se trató el punto pero no hubo

acuerdo favorable”, recuerda el historiador.

De los días en Praga data la golpiza de origen desconocido que padeció el poeta y que lo tuvo

hospitalizado durante algún tiempo. Estuvo Roque internado en el Státni sanatorium i Praza, de Praga.

Dice Arias Gómez que la paliza fue producto de un asalto a la salida de una vinatería: “Fue,

precisamente, el día de pago en que, ya cobrado su sueldo, del trabajo se fue a una vinárna (vinatería) de

tercera clase, situada a unas dos cuadras de su hogar, en una calle de poco tránsito además de oscura. La

clientela de la vinárna, era principalmente de gitanos. Roque tomó dos copas de vino y, al pagar, los

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parroquianos se dieron cuenta de que tenía dinero. Salió del lugar, pero no había caminado ni

veinticinco metros, cuando fue derribado a puñetazos. De inmediato, perdió el conocimiento. Su dinero

le fue robado, aunque lo peor fue la conmoción cerebral y las fracturas sufridas”. El incidente fue

confuso y se llegó a conjeturar también que fue una represalia política.

Vive la vida estable del funcionario de la Revolución. Pero está consciente de que esta vida es

transitoria, apenas una parte de su metamorfosis en combatiente revolucionario. Si acaso el poeta gozó

alguna vez de un horizonte de tranquilidad, lo asaltaba una presencia turbadora. Un fantasma que

recorre los segundos de Roque Dalton: el fantasma del país lejano: «...deberemos salir de estos lugares

lo más pronto posible, so pena de ponernos a tener hijos rubios con Zdenas y Janas, y engordar a

fuerza de grandes filetes y algodonosos melocotones y fresas con crema, hasta olvidar que alguien está

muriendo mal en nuestra vieja casa y preguntado por nosotros con perentoriedad».

El socialismo checo no es lo mismo que vio en Cuba. Hay que recordar que Checoslovaquia -como

todos los países del Este europeo- pasan al campo socialista en virtud del triunfo del Ejército Rojo

sobre los nazis y la consiguiente influencia soviética sobre esa parte del Viejo Continente. Ya sabemos

la génesis del proceso de Cuba. Las comparaciones están de sobra. Habría que concluir cuál sería el

panorama espiritual de la Praga que vio Roque: «era una mescolanza de misticismo, religiosidad,

anticomunismo, snobismo, nihilismo...». Tales los orígenes del poema Taberna.

El fantasma se transforma en los recuerdos del futuro. Conoce a Regis Debray, quien vivía en Praga,

con su esposa Elizabeth Burgos, quienes se hospedaban en casa de Osvaldo Barreto. El encuentro

resulta violento. Debray increpa a Dalton y a un grupo de amigos por ir a una fiesta en honor a Louis

Aragon: «¿Insisten, pues, en asistir a esos actos íntimos de la gran burguesía del Partido, de la gran

putería intelectual de Francia, sentada con sus grandes nalgas en el pináculo del mundo, verbosa,

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didáctica, insoportable?16». Debray tenía fama de ser «el francés que más sabe sobre las guerrillas de

América Latina». Dos años más tarde, en 1967, caería preso en Bolivia, después de integrar el grupo

militar que acompañaba al Che Guevara. Su esposa ganaría celebridad con el libro testimonial de

Rigoberta Menchú.

En su novela Las palabras perdidas, el escritor cubano Jesús Díaz recuerda cómo él y el poeta Luis

Rogelio Nogueras se hicieron amigos de Dalton. Según el relato de Díaz, el poeta salvadoreño y

Nogueras coincidieron en un encuentro literario de países socialistas, celebrado en un castillo de Praga.

Nogueras fue conocido en Cuba por su sobrenombre cariñoso, Wichy El Rojo. Al parecer, Roque lo

bautizó de esa forma, por el color de su cabello.«Lo había llamado Rojo porque lo era de un modo más

bien escandaloso y era, además, el único joven presente en aquel Castillo donde, de creerle a Rude

Pravo, se clausuraba ese día el histórico Encuentro en el que participaba un representante de Cuba,

paraíso tropical al que se iba a mudar en dos meses, razón de más para que, siguiendo su conocida

vocación de San Bernardo de los latinoamericanos perdidos en las nieves de Praga, viniera a rescatarlo».

Según la novela de Díaz, una escala en la gira que ese «San Bernardo de los latinoamericanos perdidos»

le dio a Nogueras por Praga fue la taberna U Fleku. «El caso era que cuando fue a mear a U Fleku

volvió a ver el poema que Roque le había dado en la mañana, inscrito en letras grandísimas, así, como

una consigna en el muro, agregó poniéndose de pie y creando una pared en el aire con las manos, como

un mimo». El poema es Después de la bomba atómica, incluido en Taberna.

Conoce, en un lujoso restaurante, a un anciano salvadoreño que está quedándose en Praga: Miguel

Mármol. De las conversaciones con el legendario luchador comunista queda un libro «que vale más que

los secuestros de los millonarios», a decir de Roberto Armijo. Pero también queda algo mágico y

lacerante: «un reclamo de mi propio pasado y una especie de premonición con un oculto significado

16 Cfr. La noche que conocí a Régis.

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político17». Quizás otra premonición similar sería la muerte en combate del Che: «para nosotros, el

comandante Guevara era la encarnación de lo más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa

actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la humanidad». Sobre la

tumba del héroe, un juramento: «Su desaparición física es un hecho irreparable para el cual no debemos

escatimar lágrimas de hombres y revolucionarios; la actitud fundamental a que nos obliga su actual

inmortalidad histórica es la de hacernos verdaderamente dignos de su ejemplar revolucionario. Ser

dignos de la vida y de la muerte del gran combatiente revolucionario, comandante Ernesto Guevara.

Ésta es la consigna que debe unir a los revolucionarios latinoamericanos en el duro combate contra el

enemigo común de la humanidad: el imperialismo norteamericano», escribiría en la nota que enviara

para la agencia noticiosa Prensa Latina. El juramento se cumpliría con creces.

Cuando el Ejército soviético invade Checoslovaquia, Roque está en México. Es agosto de 1968.

Recuerda Carlos Monsiváis que también por esos días se estaba gestando el movimiento estudiantil que

organizó memorables protestas democráticas que fueron ahogadas en sangre por el gobierno mexicano:

«Entre los estudiantes casi no se observan reacciones, así no se percibe el mínimo apoyo a los tanques

rusos, salvo el del Partido Popular Socialista y su humanista dirigente Vicente Lombardo Toledano. En

los días del aplastamiento de la Primavera de Praga coincido en la casa de Vicente Rojo con el escritor

salvadoreño Roque Dalton, que ha vivido por largo tiempo en Checoslovaquia. Le indigna la

prepotencia soviética y está seguro que de producirse la intervención armada, la condenará Fidel Castro.

A los dos días, Castro emite su larguísima apología de la operación soviética a la que elogia sin medida:

"Hay que salvar al país socialista". Veo a Roque, que comenta lacónico: "Extraordinaria argumentación

la de Fidel"18».

17 Cfr. Miguel Mármol, p. 27. 18 Cfr. el artículo de Monsiváis, Pido la palabra, compañero. El movimiento en su clímax, revista Etcétera.

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Despedida en Cuba

Cuba es un estado de espíritu, por lo que uno puede ser cubano sin haber nacido aquí. En ese sentido yo me siento cubano.

JOSÉ SARAMAGO

Dos patrias tengo yo: Cuba y la mía ROQUE DALTON

El poeta regresa a Cuba. A mediados del 68, solicita su separación del PCS. Publica una selección de

cuentos de Salarrué en Casa de las Américas. En El Salvador, la Editorial de la Universidad —dirigida

por Ítalo López Vallecillos—, publica una antología de sus poemas. Termina de darle forma a Taberna y

otros lugares, cuyo proyecto de título fue originalmente Poemas problemas. En 1969, este libro gana el

Premio de Poesía de Casa de las Américas. Los jurados son René Depestre, Antonio Cisneros, Roberto

Fernández Retamar, Efraín Huerta y José Agustín Goytisolo. Este último presentó un retrato de

Dalton-para-turistas que irritó sumamente al poeta: «...ese poeta disparatado, medio niño burlón y

medio guerrillero decimonónico de un film de Glauber Rocha, del extraordinario conversador y, al

decir de las mujeres, gran hombre para la cama que es Roque Dalton19».

Para muchos autores, Taberna constituye el mejor libro de Dalton. En realidad, su mérito reside en que

es el testimonio de la radicalidad del poeta y del militante. Atestigua su toma de posición en la polémica

con los partidos comunistas tradicionales y los nuevos movimientos revolucionarios latinoamericanos,

pero también demuestra que el tema de la revolución puede ser también tratado con suma altura

poética, lección para conservadores de izquierda y de derecha. Es un libro revolucionario no sólo por

sus temas, sino también por su voluntad de juego y de experimentación. Revoluciona el poema:

demuestra que se puede hacer el poema con muchas más formas que las del verso. Revoluciona

también el lenguaje, o más aún, nuestra concepción conservadora del lenguaje: «Uno de los crímenes

19 Cfr. Noticia sobre Roque Dalton, prólogo a Los pequeños infiernos, publicado por Llibres de Sinera, Barcelona, 1970.

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más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en

convencer a las grandes masas populares de que las palabras son solamente elementos significantes».

Declara que «si he perdido el tiempo en declarar estas cosas porque luego se compruebe que nadie las

ha entendido verdaderamente ha sido en la forma que lo hicieron Jesucristo o Lenin». Nadie ha

reparado en esto último: ¿por qué Lenin y Jesucristo? Lenin es para Roque la encarnación del

revolucionario auténtico, enfrentado a los «escribas, fariseos y maestros de la ley», es decir, a los falsos

revolucionarios encerrados en dogmas y alejados de la realidad. Por algo llama a Fidel «primer leninista

latinoamericano». Jesús libra una batalla contra quienes entienden la Palabra de Dios como una serie de

frases que hay que repetir para tranquilidad de la conciencia. Olvidaron los fariseos que la Palabra es

acción: Una palabra hizo que se separaran las tinieblas de la luz, según el mito hebreo de la creación.

Las preocupaciones de Dalton son mucho más serias que las que podía transmitir el candoroso prólogo

de Goytisolo. Según Claribel Alegría, sus inexplicables ausencias de Cuba tenían una sola razón: el

poeta estaba recibiendo adiestramiento militar20 («la última vez fue en Cuba/ fue cuando bajaba una

ladera bajo la lluvia/ con un hierro M-52 entre manos21»)

.

Alegría explica que Roque había intentado unirse a las recién formadas Fuerzas Populares de

Liberación, FPL, pero que su dirigente máximo -el ex secretario general del PCS, el mítico Cayetano

Carpio- le había dicho que su lugar en las filas revolucionarias era como poeta y escritor marxista en vez

del de soldado. Dalton intentó lo mismo con los guerrilleros del Ejército Guatemalteco de los Pobres,

EGP, e incluso llegó a entrenarse militarmente, pero tampoco pudo ser, porque el proyecto estaba

demasiado incipiente aún22. Así que continuó trabajando arduamente con Casa de las Américas y con

otras instituciones cubanas. Escribe y publica el ensayo ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la

20 Cfr. Roque Dalton: Poet and Revolutionary, publicado en la página de Internet de la editorial norteamericana Curbstone. 21 Cfr. el poema No, no siempre fui tan feo, en Un libro levemente odioso. 22Ibid.

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derecha, que sirve para exponer sus posiciones sobre las tesis de Regis Debray del foquismo guerrillero

y para hacer patente y público su distanciamiento de los partidos comunistas tradicionales. Concluye al

fin Pobrecito poeta que era yo...

Se instala con su familia en una casa situada en el barrio de El Vedado, cerca de la sede de Casa de las

Américas. Jesús Díaz recuerda esa casa: El baño, decorado con un afiche «en el que Roque aparecía

retratado con aires de bandido sobre la clásica leyenda del Oeste: Wanted! Reward, $5,000. County Sheriff»

y con la placa del Consulado General de El Salvador en Praga, presidiendo el retrete; el traje de

Supermán y la colección de tiras cómicas de los hermanos Dalton, pero, sobre todo, Roque como

magnífico anfitrión, contador de chistes y cantador de canciones malas. Años más tarde, se divorciaría

de Aída Cañas.

Roque tuvo una intensa vida intelectual en Cuba. En un conversatorio con intelectuales

latinoamericanos, plantea el dilema, decisivo para su vida: «¿debo darle importancia al trabajo de

terminar mi importantísima novela o debo aceptar esta tarea peligrosa que me plantea el Partido, la

guerrilla, el Frente, y en ejecución de la cual puedo perder, no mi precioso tiempo de dos meses sino

todo el tiempo que se supone me quedaba?, ¿debo hacer sonetos o dedicarme a estudiar la rebeliones

campesinas?, ¿mi próxima novela será un prontuario de mis prácticas sexuales -reales o imaginadas- o

una trabajada sátira que demuestre gozosamente los mecanismos de la penetración imperialista en mi

país? Es decir, no queremos decir que un escritor es bueno para la revolución únicamente si sube a la

montaña o mata al Director General de Policía, pero creemos que un buen escritor en una guerrilla está

más cerca de todo lo que significa la lucha por el futuro». Esta afirmación podría parecer extrema, pero

hay que analizarla cuidadosamente. En efecto, es extrema, porque Roque está ante una situación límite:

quedarse a vivir para siempre como revolucionario exiliado -lo cual tenía todo derecho de hacer- o

comprometerse activamente con la lucha armada. Nótese: habla que un buen escritor en la guerrilla está

más cerca de lo que significa la lucha por el futuro. Por consiguiente, procura ser mejor escritor:

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Trabaja en sus libros como poseído, a sabiendas de que está a punto de dar un paso definitivo. De este

último período provienen Un libro rojo para Lenin —cuyo génesis, según Arqueles Morales, fueron unos

poemas destinados a una publicación que la revista Casa realizó para conmemorar el centenario del

revolucionario ruso— y las Historias prohibidas del Pulgarcito, ambos libros que experimentan con la

técnica del collage. Ambos pretenden -quizás más Un libro rojo- ser libros inconclusos, vivos, como la

revolución. Libros para el lector activo, como deseaba Cortázar.

Participa en una discusión con escritores cubanos y latinoamericanos sobre el papel del intelectual en

un proceso revolucionario. La conversación, que después tomó la forma de un libro, El intelectual y la

sociedad, permite ver las posiciones de Dalton acerca de este problema, que había tomado palpitante

actualidad en Cuba en virtud del llamado «Caso Padilla».

En conversación con el novelista Manuel Vásquez Montalbán, el pensador cubano Jorge Luis Acanda,

es claro en decir que en la época que se da el «caso Padilla», la misma del fracaso de la Zafra de los Diez

Millones, impera «un pensamiento más conservador y (...) una conducción cultural no exenta de

contradicciones fuertes23». Señala el entrevistado que «Se convocó el I Congreso Nacional del Sindicato

de Trabajadores en la Educación, la Cultura y el Deporte, donde prosperó la plataforma ideológica más

conservadora, es decir, más ortodoxa, más decidida a una monolectura del marxismo. Empezaba lo que

Ambrosio Fornet ha llamado "el quinquenio gris"». Este pensamiento rígido no se impone del todo:

instituciones como el ICAIC y Casa de las Américas constituyen, para Acanda, notables excepciones.

Según escribió en 1971 Julio Miranda, el citado Congreso «parece anunciar un viraje de la política

cultural cubana, en el cual la literatura aparece subsumida dentro de la función educativa en sentido

amplio —y, al mismo tiempo, dentro de las funciones propagandísticas y defensivas—, con lo que se le

amputan determinadas facetas y se privilegian absolutamente otras». De tal manera que la literatura se

23 Cfr. el libro de Manuel Vázquez Montalbán, Y Dios entró en La Habana, p. 376 y ss.

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79

pondría en función de —cita de Miranda— «la necesidad de mantener la unidad monolítica ideológica

de nuestro pueblo». y de constituirse en «un instrumento contra la penetración del enemigo».

Un aserto bastante lapidario es el siguiente, según cita Miranda: «Resultan condenables e inadmisibles

aquellas tendencias que se basan en un criterio de libertinaje con la finalidad de enmascarar el veneno

contrarevolucionario de obras que conspiran contra la ideología revolucionaria (...) no es permisible que

por medio de la “calidad artística” reconocidos homosexuales ganen influencia que incida en la

formación de nuestra juventud».

El Congreso es el marco en el que se da el affaire Padilla. El poeta, nacido en 1932 y muerto en el exilio

el año 2001, había llamado la atención pública gracias a sus polémicas con Lisandro Otero y a las

declaraciones en las que elogió la calidad de la novela Tres tristes tigres, cuyo autor, Guillermo Cabrera

Infante, había dejado Cuba y se había convertido en un enemigo del gobierno revolucionario. La

novela, según Padilla, «se leía en Cuba en forma clandestina». Sin embargo, el detonante fue la

publicación del libro Fuera del juego, ganador del premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba,

UNEAC, el cual fue otorgado por un jurado compuesto por Jozé Z. Tallet, J. M. Cohen y José Lezama

Lima. El contenido del poemario, crítico con la revolución, fue objetado por la dirección de la

UNEAC, que publicó el libro —en cumplimiento de las bases del certamen—, pero con un prólogo en

el que ponía de manifiesto su desacuerdo con el trabajo de Padilla. En el prólogo, según Miranda, se

califica al poeta como « “ideológicamente contrario a la Revolución”, “reaccionario” e incluso

“fascista”». Este hecho se vio seguido del encarcelamiento y marginación de Padilla. Otro libro suyo,

En el jardín pastan los héroes, que toma su título de un verso de Roque, fue censurado. El poeta y su

familia, años después, salieron exiliados hacia los Estados Unidos.

El asunto de Padilla provocó reacciones entre los intelectuales. Hubo quienes condenaron abiertamente

el contenido del libro y aprobando, de alguna manera, las medidas represivas en contra del poeta. Cabe

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80

decir que la actitud de Dalton fue bastante abierta: «Roque Dalton dijo que no creía que ese libro fuera

contrarrevolucionario: constituía un catálogo de las opiniones de la pequeña burguesía simpatizante de

las revoluciones, dudas y rechazos», escribe Lisandro Otero. El poeta salvadoreño, sin embargo,

«estimó que el momento era inoportuno para plantear ese tipo de problemas cuando en América Latina

se discutía sobre el método más adecuado para la liberación nacional».

Haciendo una retrospectiva sobre el affaire Padilla, muchas de las personalidades más destacadas de la

cultura cubana, que trabajan dentro de la isla y que mantienen posiciones políticas de izquierda, no han

podido menos que lamentarse ante lo ocurrido. Roberto Fernández Retamar, director de Casa, afirmó,

en entrevista con Jaime Sarusky, publicada en el número 200 de esa revista: «En cuanto al “caso

Padilla”, casi todo me parece lamentable. Nos costó amarguras innecesarias. Ejemplo suficiente de ellas

lo dio el magnífico Julio Cortázar. En el número 145-146 de Casa, que le dedicamos a su muerte,

publicamos sus cartas a nosotros, peleadoras, honradas, bellas. A todos los que nos consideramos de

buena voluntad, deben ayudarnos a ser mejores. Ahora bien, hubo gentes que, a diferencia de Julio,

aprovecharon una u otra coyuntura para desvincularse de cualquier proyecto renovador,

inevitablemente imperfecto, y hasta para pasarse con armas y bagajes a los opresores, dentro de la gran

onda derechista que recomenzó a finales de los 60, cuando tantas cosas infaustas ocurrieron (...) A pesar

de lo cual no renunciaremos a lo que pueda haber de valioso en sus obras».

En el debate sobre la actitud del escritor revolucionario, Dalton tuvo mucho que decir. El poeta

salvadoreño afirma claramente en aquella época -y eso no ha sido visto por quienes lo acusan de

sectario, o por quienes ven en Dalton un portavoz de la ortodoxia guerrillera- que la participación en la

lucha político-militar no es un requisito sine qua non para que un intelectual esté del lado de la

Revolución. Lo que sí deja claro es que la lucha armada -en las condiciones latinoamericanas concretas

en que él pronuncia esa afirmación- es el camino para ser participantes directos de la lucha por la

justicia.

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81

Dalton está decidido a integrarse a la lucha armada en El Salvador. Decide renunciar al Comité de

Colaboración de Casa de las Américas y así se lo comunica a Roberto Fernández Retamar en carta

fechada el 20 de julio de 197024:

Estimado Roberto: Por este medio te reitero mi decisión en el sentido de renunciar a mi calidad de miembro del Consejo de Colaboración de la revista Casa. Quiero que sepas mi agradecimiento por haberme permitido colaborar en la labor que ha hecho de nuestra Revista una de las más importantes de América Latina y de la Revolución Latinoamericana. Quiero asimismo insistir en mi fraternidad para ti, nunca desmentida, y en el deseo de que ambos, desde el nivel de nuestras particulares posibilidades, sigamos trabajando en la vida de la Revolución, inclusive uno en el nombre del otro. Con el mismo abrazo: Roque

En 1971 conversa sobre marxismo y cristianismo con Ernesto Cardenal en una importante entrevista.

A Cardenal lo había conocido un año antes, cuando ambos fueron miembros del jurado de poesía que

otorgó el premio Casa de las Américas al uruguayo Carlos María Gutiérrez. Según Roque, un pariente

de Cardenal fue maestro suyo en el Externado. En su libro de viaje En Cuba, Ernesto Cardenal

consigna la siguiente aseveración de Roque: «Los partidos comunistas de América Latina son lo más

corrompido que te podés imaginar. Te hablo con conocimiento de causa, porque soy miembro

militante del Partido Comunista de mi país. Pero yo entré al Partido Comunista Salvadoreño porque

creo que las personas decentes deben entrar a estos partidos y no dejarlos sólo a los cabrones».

Se contacta al fin con el núcleo fundador del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP. El mismo año

en que EDUCA publica Miguel Mármol, 1972, viaja a Hanoi. Desde la capital norcoreana escribe a Julio

Cortázar y a Margaret Randall. Denuncia, en artículo publicado en la revista uruguaya Marcha, la

participación directa del Departamento de Estado y de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos

en una intervención militar destinada a evitar a toda costa que la oposición —ganadora legítima de las

24 Publicada en el número 200 de la revista Casa de las Américas, julio-septiembre de 19885, bajo el título Dos textos y la Casa (con una carta de Roque Dalton).

Page 82: El ciervo perseguido

82

elecciones del año mencionado— tomara el poder25. Viaja a Santiago de Chile en 1973, invitado por el

gobierno de Salvador Allende. Ahí se encuentra de nuevo a Régis Debray. Envía su última colaboración

a la revista Casa, donde denuncia la represión militar del gobierno del coronel Molina contra la

Universidad de El Salvador y contra figuras de la oposición política.

A ese país incendiado y herido volvería sus pasos el día de Nochebuena—¿los oscuros simbolismos?—

de 1973

.

Por la puerta del fuego

Dalton cambia totalmente de identidad: Su nombre será ahora Julio Delfos Marín. También de rostro:

la nariz ganchuda y el rostro «entre pipil y florentino», como lo definió alguna vez Manuel Galich, se

convertiría en una cara distinta. Se dice que Dalton llegó a practicarse una cirugía plástica. En todo

caso, cambió su apariencia externa, tan inequívoca. Así puede lograr la maravilla de la invisibilidad: ver

sin, realmente, ser visto. Asume tareas de asesor a la dirección del incipiente ERP. No deja, por ello, la

poesía: escribe los textos que integrarán los Poemas clandestinos, publicados póstumamente.

Poemas clandestinos parece, para algunos, la constatación de que, en la supuesta pugna entre el Roque-

poeta y el Roque-guerrillero venció este último. Ya demostramos cómo en el pensamiento de Dalton la

poesía y la acción revolucionaria están unidas en virtud de la concepción de eticidad del poeta: Poesía:

perdóname por demostrarte que no estás hecha sólo de palabras. Esto podría no parecer suficiente,

dado que los poemas de esta etapa clandestina están más signados por urgencias políticas coyunturales y

no son de la misma elaboración formal alcanzada en libros anteriores. En efecto, son muchas veces

25 La CIA en El Salvador, publicado en Marcha, N° 1590, 28 de abril de 1972. Roque firma el artículo «por los

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panfletos. Pero al panfleto no debe temérsele, no debe mirársele como una nueva encarnación de Satán

en la literatura. Me parece que Dalton está muy consciente de esto y que estos textos provienen de una

opción lúcida y no por el dócil arrastrarse por la corriente de la lucha política -como algunos parecen

sugerir-. Creo que Dalton en esta etapa responde como lo intuía Seféris:

Los que han preferido, como artistas y no como militantes políticos ... elegir el campo de la lucha social. Los mejores de entre ellos hicieron esta elección, según creo, con plena conciencia de lo que hacían. Claramente afirmaron: «Hoy estamos en guerra y todo debe someterse a las órdenes de nuestro jefe. Mañana, cuando hayamos acabado la guerra, hablaremos del Arte»26.

Aunque definitivamente, Dalton elige el campo de la lucha social primordialmente como poeta (el

centro de su eticidad revolucionaria). Su militancia política es consecuencia de su ser poético (y no al

revés: yo llegué a la revolución por medio de la poesía, dice en la dedicatoria del libro Taberna). Entre el

que pretende hacer poesía creyendo que sus acciones le darán calidad poética a sus escritos y el poeta

raigal que hace que la poesía irrumpa en sus actos hay una gran distancia. Más adelante volveremos

sobre este punto, que considero capital para entender la obra daltoniana.

Una constante en la vida de Roque es la de entrar en contradicción con espíritus conservadores. No es

esta la excepción: su visión política provoca roces con la dirigencia del ERP. Se empieza a gestar entre

sus miembros una conjura para aniquilar al poeta, en quien empiezan a ver un enemigo en la lucha del

poder de la organización. Tenía que ser así: la mentalidad absolutista es paranoica, mientras que la

mentalidad revolucionaria es abierta.

En 1974 termina de escribir un grupo de textos que se conocería más tarde bajo el título de Poemas

clandestinos. El prólogo del libro da testimonio de una radicalización del pensamiento de Dalton. Hay

que recordar que los poemas se escriben cuando se están construyendo las organizaciones político-

salvadoreños en el exterior». 26 Cfr. el ensayo de Giórgos Seféris, El arte y el tiempo, publicado en el volumen El sentimiento de eternidad, p. 160, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

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militares. El clima es de una paulatina y cada vez más acelerada exacerbación de las contradicciones

sociales. «El poeta para la burguesía sólo puede ser: sirviente, payaso o enemigo», declaran los «autores»

-en verdad, Roque Dalton- de los Poemas clandestinos. Se agudiza la represión política. No era

necesario ser guerrillero para ser considerado enemigo del gobierno: con sólo ser estudiante, maestro,

catequista, uno pasaba al campo de los sospechosos. Por eso, no es extraño que Roque tomase una

actitud que hoy nos parecería extrema: «el poeta enemigo, no puede ni pensar en realizar su tarea, de

naturaleza tan compleja y requerida de tanto rigor, sin una confianza invencible y lúcida en la clase

obrera y sin una participación directa en su combate». Roque muere antes de que el conflicto adquiriera

una dimensión total.

Se sabe que la muerte de Roque ocurrió el 10 de mayo de 1975, junto a un compañero conocido con el

seudónimo de Pancho. Sin embargo, sus asesinos aún no han dicho toda la verdad. Es más, sobre el

hecho han circulado una serie de mentiras y verdades a medias propaladas convenientemente, que se

han venido modificando según las coyunturas. No se conoce todavía cuáles fueron las circunstancias en

que ocurrieron estos crímenes. Sus autores todavía no han aclarado la verdad, ni tampoco han dado

muestras de querer reparar, aunque sea simbólicamente, el error y el horror. El hecho de no revelar con

certeza dónde fue el lugar de la muerte y las circunstancias que la rodearon indica cuál es su grado de

contrición.

A Roque se le acusa de encabezar una «tendencia pragmática y pequeño burguesa» en el seno del ERP.

La Resistencia Nacional desmintió esto, al afirmar que afirmaciones de ese tipo obedecían a la

concepción caudillista reinante en el ERP, en vez de darse cuenta que las concepciones de la RN fueron

producto, según lo expresan, de un trabajo de discusión colectivo. Se enfrenta la dirigencia militarista

del ERP con el sector que se conocerá como Resistencia Nacional. La supuesta lucha ideológica va,

poco a poco, tomando carácter de una auténtica razzia contra los oponentes de la línea militarista:

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campañas de desprestigio de los adversarios, vigilancia policiaca entre «compañeros»... Va tomando

cuerpo la idea de resolver el problema por las armas.

El primer paso es ordenar la captura de él y de Pancho. Esto se hace efectivo el 13 de abril de 1975. La

dirección del ERP entra en consejo de guerra al día siguiente. Los dirigentes del ERP está de acuerdo

en asesinar a ambos: a Dalton «por instigar a Pancho a adoptar una conducta "en rebeldía" y por

complotador contra el Estado Mayor». Pancho fue condenado por oponerse abiertamente a la

ejecución: «Pancho, quien era un excelente jefe militar, dijo: "Yo soy fiel a Roque". Rivas Mira le tuvo

miedo, porque era un hombre recto, querido y admirado por nosotros, y además, excelente jefe militar,

por eso ordenó también su muerte27». El 20 de abril se da a conocer la verdadera identidad de Roque,

quien es acusado de ser un agente de Cuba infiltrado en el ERP. Conforme pasan los días, Roque pasa a

ser acusado de trabajar para la CIA. Más tarde, cuando el crimen ha sido ampliamente condenado, estos

mismos dirigentes afirmarán que la ejecución fue decidida exclusivamente por un caudillo militarista del

ERP, Alejandro Rivas Mira, quien se convierte en el chivo expiatorio del momento.

Siguiendo la cronología de los hechos recabada por Arias Gómez, el primero de mayo se separa la

Resistencia Nacional del ERP. Dalton y Pancho siguen presos. El 8 de mayo, la dirigencia del ERP

decide «asesinar sin ninguna consideración a los miembros de la Resistencia Nacional. En esta fecha, se

prepararon tres atentados criminales, todos los cuales a pesar de la saña con que son impulsados,

resultan fallidos...». Esto precipita el asesinato de Pancho y Roque, que tiene lugar el diez de mayo,

cuatro días antes de que Dalton cumpliese cuarenta años.

Del asesinato circulan versiones confusas en el país. Muchos creen que es falso que Roque ha muerto.

Circula por la Universidad un comunicado del ERP, dando su versión sobre los crímenes. Vale la pena

reproducir algunas líneas de dicho documento, citadas por Arias Gómez: «La ejecución de Dalton

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desencadenó una rabiosa campaña de parte de la "intelectualidad" pequeño burguesa que poco a poco

se iba convirtiendo en un trabajo tendiente a convertir a Dalton en una bandera política, tras la cual se

colocaron las más rastreras y oscuras posiciones de la intelectualidad pequeño burguesa inconsecuente,

que se considera la cabeza pensante, dirigente, crítica y rectora de los procesos revolucionarios

latinoamericanos. Estos señores, elaborando sus juicios, sus ensayos y sus poemas, desde la comodidad

de sus exilios parásitos; desde la banalidad de su vida existencialista o desde posiciones academicistas,

han visto en Dalton la posibilidad no sólo de justificarse a sí mismos como la intelectualidad pequeño

burguesa que se considera padre y madre de la izquierda revolucionaria. Convirtiendo a Dalton en un

"revolucionario" de "grandes cualidades", faltando a la verdad sobre su papel en el proceso

revolucionario salvadoreño y sublimando su efímera militancia; piensan colocarse ellos como sector a

través de la bandera de Dalton, poeta y escritor, ya que es esto lo que vuvelve importante su muerte y lo

convierte en el héroe cuando la verdad es que fue víctima y hechor de su propia muerte».

Añade el artículo de Arias Gómez: «Después, se trae a cuento la muerte de humildes hombres y

mujeres del pueblo que dejaran al ERP "valiosísimos aportes que van muchísimo más allá de los meros

aportes teoricistas de los intelectuales. Pero ellos no eran poetas, ni escritores, ni pasaron 10 años

haciendo turismo revolucionario, sirviendo entre las burocracias del revisionismo internacional, ni

fueron a congresos y concursos a lucir sus habilidades ideomáticas izquierdizantes" (sic). En el

documento del ERP, no es necesario rebuscar juicios contra Dalton como los citados, porque se

tropieza con ellos a cada paso. Sólo quiero destacar que rezuman un espeso odio patológico. He aquí

uno más: "La ejecución de Dalton fue un error político-ideológico, ningún pequeño burgués aventurero

merece ser muerto sólo por el hecho de serlo" (sic)».28

El asesinato de Dalton y Pancho estuvo precedido de un «juicio» en el que Eduardo Sancho -después

jefe máximo de la Resistencia Nacional- actuó como defensor del poeta.

27 Comunicado de la Resistencia Nacional, citado en el artículo de Jorge Arias Gómez, Joaquín Villalobos: cambios en su

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87

La muerte de Dalton trajo, como queda señalado, un conato de vendetta en contra de la Resistencia

Nacional. La vendetta no llegó a ser, en parte, quizás, a la mediación que interpuso Cayetano Carpio -el

legendario panificador que llegó a ser Secretario General del PCS y era en ese momento alto dirigente

de las FPL-.

Pero volvamos a Roque. Quiero transcribir el testimonio de Vicente Valdez, publicado en la revista

Pensamiento Propio, que ilustra mucho la manera en que se manejó internamente la muerte de Dalton:

«Un poco después, fui convocado a una reunión de lo que se llamó la "Dirección Ampliada".

Estuvimos reunidos cerca de veinte personas, representantes de todas las células del país, en una casa

pequeña, con un radio en la misma emisora por todo el día. Se discutió la situación del país, René

(Joaquín Villalobos) rindió un informe sobre el tema, el cual fue complementado por un análisis de

Sebastián Urquilla (Alejandro Rivas Mira), una figura bastante carismática, con mucha capacidad teórica

y una pinta de comunista de almanaque, impresionante para cualquier aspirante a revolucionario. (...)

»Ante la figura del "gran líder" se llevó a cabo la discusión. Primeramente, los hechos. Dalton llegaba al

país, por medio de un convenio con los cubanos, donde ellos darían apoyo a la organización con varias

condiciones y una de ellas era que se le incorporara como asesor a la Dirección. La acusación de agente

de la CIA se basaba en hechos tan vagos como que, en La Habana, él visitara la casa del embajador de

México, que después resultara ser de la CIA, o que, en una ocasión, realizando una misión en México,

desapareció por una semana. Cuando regresó, dijo que había sido perseguido, contando todo un guión

cinematográfico, con persecución de autos y escapes por los tejados. Por esos días había terminado su

última novela, una especie de memorias mezcladas con ficción, aún sin nombre y que el editor bautizara

como Pobrecito poeta que era yo. Esa obra le sirvió a Sebastián para confirmar la acusación, con el

imagen política pero no en la historia, publicado en Co Latino, martes 16 de febrero de 1999.

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monólogo final "La luz", donde cuenta que lo capturaron y lo interrogó la CIA. De allí completó su

hipótesis, que él vino al país con las mejores intenciones pero que, en ese viaje a México, en que, como

él mismo había contado, lo habían perseguido, lo que en realidad habría ocurrido era que fue capturado

y reconectado.

»La discusión terminó con una joya de maquiavelismo de parte de Sebastián, argumentando que dicaha

acusación nunca la íbamos a demostrar plenamente, porque nunca tendríamos en nuestras manos algo

como un carnet de la CIA a nombre de Roque Dalton, así que siempre íbamos a encontrar gente que

cuestionaría la acción. El asunto era que, puesto que lo habíamos hecho, dirían "¿y si no era?", pero si

era de verdad y nos hubiera destruido, entonces, éstos mismos dirían "¿por qué fueron tontos y se

dejaron? Lo hubieran matado".

30 de mayo. La madre de Dalton declara públicamente que desconoce la suerte de Dalton. La familia de

Roque duda de la autenticidad de la noticia de su muerte. Creen que está en Vietnam del Norte. Tienen

que pasar muchos meses para que la terrible verdad se conozca. Un comunicado de Casa de las

Américas confirma efectivamente la muerte de Roque.

Quiero reproducir aquí una de las joyas del periodismo nacional. Es la nota de un matutino salvadoreño

que confirma la muerte del poeta. Está fechado el 18 de septiembre. Y dice:

«Maoístas Asesinaron al Poeta Roque Dalton en El Salvador

»El diez de mayo del año en curso ocurrió el asesinato del poeta Roque Dalton García, y su panegírico

lo hizo el 14 de septiembre, La Casa de las Américas, de La Habana, Cuba.

»La información fue proporcionada por personas que escucharon la radioemisora cubana "Radio

28 Ibid., Co-Latino, miércoles 17 de febrero de 1999.

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Habana", que difunde con equipo soviético con antena direccional a distintas partes de la tierra. Todos

los programas son de información y propaganda política comunista, particularmente soviética, dijeron

las fuentes.

»El asesinato de Roque Dalton tuvo lugar en territorio salvadoreño, explicó "Radio Habana", y los

autores del "ajusticiamiento" -o asesinato, según los comunistas de La Habana-, fueron grupos

maoístas, un tanto descontrolados, desarraigados de la línea castrista, según la emisión radiofónica

habanera.

»Dalton, miembro de una célula

»De acuerdo a la radioemisión, dijeron los informantes, Dalton se encontraba aquí procedente de La

Habana, en donde tuvo un cargo en La Casa de las Américas, algo así como una Dirección de

Publicaciones o Editorial del Ministerio de Cultura, pero con alcances más extensos.

»Dalton ingresó con instrucciones de La Habana a la célula salvadoreña, pero aquí lo encontraron muy

moderado, "revisionista", "vendido al imperialismo", "al servicio de la CIA", etc., según los

informantes.

»La transmisión de Radio Habana en que se hizo la oración fúnebre del poeta Roque Dalton, fue a

partir de las ocho de la mañana, hora salvadoreña.

»Los habaneros elogiaron la labor de indoctrinamiento comunista de Dalton, su adhesión incondicional

al gobierno Castrista, su vida entregada por completo a aquel régimen, cosa que le valió el cargo que

desempeñó en La Casa de las Américas.

»Radio Habana leyó poemas de Dalton, su participación en la lucha política nacional de 1960, y se

lamentaron de su muerte, la que consideran una irreparable pérdida para la expansión cubano

comunista.

»Los informantes enfatizaron que los asesinos de Dalton son maoístas o cheguevaristas, quienes

encontraron al poeta fuera de su línea y como traidor, cosa inexplicable, concluyeron». Meses después,

se daría a conocer la muerte de Pancho, de quien poco se conoce, y que es tan merecedor de una

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reparación histórica como Dalton.

El ERP es condenado por los escritores del país. Después vendrían las «autocríticas» y las

reivindicaciones post-mortem del poeta. En ningún momento los responsables han dado una relación

fehaciente de los hechos. Ni siquiera se sabe dónde quedaron los restos de él y de Pancho. Las

aproximaciones a lo que sucedió se han dado por otras fuentes. Por ejemplo, una investigación de la

Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador, ONUSAL, determinó que Dalton

habría sido ejecutado en el Playón, una zona volcánica donde también fueron asesinadas muchas

personas por parte de grupos paramilitares de la derecha. Según esa versión, los cadáveres de Pancho y

de Roque apenas sí fueron cubiertos, pero no lo suficiente como para impedir que los animales los

devoraran. Por otro lado, la familia Dalton asegura que el crimen tuvo lugar en una casa del Barrio

Santa Anita, en el centro de San Salvador. Más tarde, dicen, los asesinos habrían ido a arrojar los dos

cuerpos con los resultados que ya sabemos.

Si todo lo anterior no fuera lo suficientemente espantoso, Jorge Arias Gómez da cuenta de una versión

de los hechos según la cual «a ambos (a Roque y a Pancho) se les hizo tomar somníferos y dormidos

fueron asesinados». El historiador se pregunta, no con menos horror del que leer esto nos produce:

«Esta versión me deja la duda, en el sentido de que ¿serían somníferos o veneno?». Este sí que es un

capítulo más de la Historia Universal de la Infamia, que va volviéndose más sórdido a medida que pasa

el tiempo y el silencio de los responsables.

¿Por qué, a pesar del paso del tiempo, las muertes de Roque y Pancho aún siguen manejándose con un

alto grado de misterio? Quizá se teme lo que el esclarecimiento de estas muertes puedan decirnos o

explicarnos. Mas no conviene especular. En todo caso, las conveniencias políticas, inmediatas o no, no

deberían de primar sobre el afán de establecer la verdad histórica. Un país al que se le oculta la verdad

de su pasado, será incapaz de asumir con responsabilidad su presente, y por ende, de soñar con su

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futuro.

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Segunda parte: (Po)ética

Una tarea de importancia capital para El Salvador sería escribir una Historia de las ideas. Como en

muchos países de América Latina, nuestro país carece de una tradición filosófica arraigada, sistemática,

sobre todo si buscamos autores que hayan legado sistemas de pensamiento, como en la tradición

occidental. Las condiciones materiales, las vicisitudes económicas y políticas que han tenido que

enfrentar las instituciones académicas y una tradición cultural autoritaria han sido algunos de los frenos

de esa actividad filosófica. En vez de sistemas filosóficos, hemos tenido indagaciones sobre la realidad

que han venido, en buena parte, de intelectuales cuya actividad central no ha sido la filosofía —al

menos explícitamente—. La historia de nuestras ideas sociales, filosóficas y políticas se ha nutrido en

alguna medida de la literatura. Cito dos ejemplos tan disímiles como cercanos: Alberto Masferrer y

Roque Dalton. Cercanos, porque ambos ocuparon su posición intelectual para cuestionar al mismo

sistema social. Disímiles, porque difirieron sensiblemente en su manera de proponer soluciones al

drama nacional y porque tanto su visión de mundo como su concepción del trabajo intelectual tienen

diferencias muy hondas. Ambas intuiciones de mundo están unidas, empero, por un acendrado

humanismo. Pero si algo tienen en común, Masferrer y Dalton, es que son autores de los que se habla

mucho, pero se lee poco. La visión ideologizada ha suplantado una lectura crítica de sus textos, y por

ello no hemos sido capaces de apreciar la complejidad de su obra intelectual. Dejo para otra ocasión

una propuesta para la lectura de la obra de Masferrer. En estas líneas, quiero proponer algunos

acercamientos al pensamiento de Roque Dalton.

En términos generales, considero que la tentativa de Dalton es hacer coincidir el talante poético con la

praxis política y la preocupación ética, es decir —para ocupar una expresión acuñada por Rafael Lara

Martínez—: la formulación de una (po)ética. He aquí algunas ideas al respecto.

1. Poesía, no estás sólo hecha de palabras: En busca de un lenguaje emancipador

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93

En Dalton se percibe claramente una preocupación ética: el perseguir el bien de las mayorías a través de

la acción política. Esta preocupación -quizás hasta obsesión- es el pilar que, a su juicio, legitima el hacer

poético. Se proclama convencido que él, en lo personal, no podría escribir poesía lejos del ámbito de la

política revolucionaria. Puede decirse que concibe a la literatura como algo que tendrá legitimidad en la

sola medida que contribuya a un proyecto de liberación nacional. En esto no parece ser muy diferente

de sus propios epígonos o de los cultores del realismo socialista. ¿Qué lo salva, pues, poéticamente

hablando? Que Roque es un auténtico poeta. Un poeta verdadero que dimensiona su poesía en una

forma instrumental o pragmáticamente ética.

Esto no es tan simple como parece, porque la impresión que daría es que para Roque solamente el

panfleto político tendría validez poética. No. Es algo más: el ideal —de raigambre acaso romántica—

de hacer de la vida un gran poema. Por eso, hasta el concepto de belleza pasa también por un tamiz

ético. En alguna ocasión, Dalton declaró que las cosas bellas son monstruosas piadosamente hablando.

Se refiere, evidentemente, a la belleza superficial que constituye la estética de la burguesía salvadoreña.

Claro, eso tendría mucha tela que cortar, porque la belleza tiene un sentido en sí misma. Además, toda

obra de arte y todo hecho cultural supone un hecho de violencia -fáctica o simbólica- que los vuelve

monstruosos. La belleza es monstruosa en tanto se trata de una imposición humana contra el mundo.

Este se presenta, a primera vista, como una enorme y anárquica reunión de hechos, seres, estímulos y

cosas que nos aterra. Es necesario violentarlo para que podamos asimilarlo. El comprenderlo bajo

ciertos parámetros de orden o de simetría ya es un hecho de violencia. El ideal de belleza -inevitable

producto humano- es también una orden de violencia por trastocar lo que nos parece amorfo,

asimétrico. En ese sentido, la cultura es la primera gran consagración de la violencia, contra el medio y

contra el individuo.

¿Cómo puede hacerse de la vida un poema?, se pregunta Roque. Las respuestas son muchas, porque la

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94

mera pregunta implica el elemento vida, un elemento abarcante. En el poema en prosa Con palabras,

incluido en el volumen Taberna y otros lugares, aparecen algunos interesantes atisbos sobre los que ya

López Vallecillos llama la atención. Por ejemplo, la urgencia de un lenguaje emancipador. Roque habla

de palabras muertas, palabras que han perdido su vitalidad y que ya no nos dicen nada. Aparentemente

estaría la vieja cuestión de las palabras trilladas, etcétera, pero también hay algo muy interesante: la

comprensión de que el lenguaje expresa una visión de mundo. Y también que el lenguaje tiene mucho

que ver en la formación de ésta. Si la visión de mundo enajenada cambia por una visión de mundo

liberadora, ello será en buena medida porque las palabras también han sufrido una modificación. Y

viceversa. Exhorta Roque a que dialoguemos con las palabras: esto no es otra cosa que un llamado a

elaborar una teoría y una praxis que libere también al lenguaje de su opresión.

La «belleza», que representa un orden acatado y un sistema de convencionalismos, se enfrenta al

concepto de lo monstruoso. Lo monstruoso lo es por cuanto representa una transgresión a ese sistema

de valores "oficial". Como bien lo ha dicho Cortázar, en realidad lo monstruoso está proponiendo un

orden distinto, y por eso se explica el encono con que el sistema lo ataca. El monstruo es el diferente, el

descarriado, el «más apto para ser odiado», el que pone en tela de juicio los valores imperantes.

Antonio Gramsci sostenía que «sólo la verdad es revolucionaria». Para el poeta salvadoreño, la

búsqueda de la verdad —a través de la poesía, del debate intelectual o de la praxis política— es central.

Dalton es incapaz de disociar la búsqueda estética de la función ética, que es la búsqueda de la verdad

liberadora. «Por eso fui llamado el escrutador, el más apto para ser odiado», dice en Las cicatrices. El

escrutador es el buscador y el interrogador de la realidad, que rechaza la belleza convencional, rompe

con ella, y busca la verdadera belleza, la que traiga la plenitud humana.

Propongo que en este recorrido por las ideas de Roque nos detengamos en algunos momentos de su

obra poética. Más adelante, haré alguna referencia también a sus ensayos dispersos.

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2 . La formación de la (po)ética

2.1. De la ventana al rostro

El primer poemario publicado de Dalton, La ventana en el rostro, es la historia de un tránsito vital, la

historia de un punto de inflexión en la vida del poeta. El poema inicial, Estudio con algo de tedio, recrea

fuertemente la soledad del joven poeta. El libro es muy joyceano a ratos: este poema es un retrato del

artista adolescente. De la soledad del adolescente se transita al himno liberador colectivo con que se cierra

el volumen. Lo interesante es ese tránsito, en el cual se notan las incertidumbres del poeta: su relación

con la muerte y la soledad.

En Muertos, existen tres grandes momentos: El de la referencia de su muerte, su experiencia directa y la

ruptura culminatoria. El joven poeta ha escrito, hasta ahora «de los muertos/ sin saber de sus rudas

zarabandas nocturnas...». No es sino el tomar conciencia sobre la predestinación para la muerte, lo que

hace cambiar la visión ingenua: «llegué hasta sus territorios terribles / con el cabello roto y el hambre

vocinglera». Lo que encuentra es demasiado terrible para asimilarlo, pero lo peor llega al conocer a un

enigmático personaje: Oolge, quien «Golpeaba a los demás y a mi miedo / con más crueldad que un

niño, / como si desde el principio del tiempo / hubiese recibido sin quererlo / la espantosa

encomienda de vengar a Dios». Oolge, sin embargo, lo deja escapar, «porque era evidente en mi

temblor de manos / el odio por la vida». Ese odio por la vida resulta sospechoso. Por eso no es

admitido entre los muertos. Odio por la vida: dolor vital, la ansiedad de la frustrada vocación de

suicidio del poeta adolescente. Éste sueña con suicidarse, porque está enfrentado ante la soledad mayor.

Pero no llega al reino de los muertos. Y si llega, sólo es para ser desterrado de éste: el artista

adolescente, novio de la muerte, es un monstruo por ser solitario. Por eso, el terrible Oolge lo deja

libre, con una vida por delante que no es sino una condena: Padecer, es decir, vivir.

El poeta aparenta ser jovial. Su dolor de vida es engañoso, «capaz de inventaros un pájaro, / un cubo de

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madera / de esos donde los niños / le adivinan un alma musical al alfabeto». Tras la apariencia amable,

el dolor de quien se siente expulsado de la vida «esconde su violento cuchillo / su desatado tigre que

me rompió las venas desde antes de nacer / y que trazó los días / de lluvia y de ceniza que mantengo.»

Si bien el dolor vital del poeta es inmenso, también lo es su ludismo: «Y creo / que de no ser por este

corazón, / por este palpitante planeta musical, / ya me habría marchado a tratar de morir. / Con todo,

/ no querría olvidarme de la risa». Paradoja del poeta que se cree destinado para la muerte y que, al

mismo tiempo, es un poeta vital. La paradoja es aparente: asumir la muerte lúcidamente es fundar la

verdadera vida.

Existe en este libro un clima de enajenación de la vida exterior (encarnada en la severidad del colegio

jesuita, en los juzgados, en las gentes que «nos transcurren/ lanzando arroz a las palomas». Dice el

poeta: «Voy / por la calle ancha, llena de gente idéntica / y de aire encadenado a un nuevo calor». Se ve

a la gente «pasar (...) como un río que ama», y se constata que el solitario más radical es «el hombre más

desgraciado y peligroso de esta época». Y, sin embargo, el poeta ama a esa humanidad sumergida en lo

cotidiano: «amo a las gentes sin pedir permiso / y odio al suicida que yo quería ser». Trasciende, pues, la

enajenación de los demás y busca llegar hacia la vida plena.

Otro elemento interesante de La ventana en el rostro es la constante introspección que se expresa, a veces,

en un constante interrogar del poeta a su corazón, a su cuerpo. Surgen las preguntas tremendas, que

sólo pueden hacerse en medio de crisis existenciales y éticas profundas: «¿Quedarse más acá de la

palabra?». Preguntas que más adelante constituirían preocupaciones centrales en la vida del autor.

El texto joyceano por excelencia comienza así:

Usufructuándome con cánones expulsatorios de la última mariposa de mis venas me dijeron desde detrás de sus anteojos canas barrigas y respetables apellidos: en cuanto no eres más que un hombre proyectado un libre albedrío de barro para la humildad

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he aquí tu cauce: por hoy la escuela plena de rosarios la santa misa diaria los pantalones cortos el latín el fútbol el preocuparse obligatoria y verbalmente por el prójimo (...) Estas palabras recuerdan mucho la atmósfera del Portrait of an Artist as a Young Man, los ambientes

escolares y sociales en los que se mueve el estudiante Stephen Dedalus. De alguna manera, este texto de

La ventana prefigura ese gran poema llamado Los hongos, formidable exploración de sus ideas y

obsesiones religiosas.

Toda esta etapa del libro es una enumeración de incertidumbres. El punto de inflexión lo constituye el

poema Mientras tanto. A partir de aquí, las dudas del poeta adolescente se disipan. La certeza la da la

hazaña colectiva (la memoria de Anastasio Aquino, como encarnación de la resistencia de un pueblo),

que se convierte en asumido reto personal (los Poemas de la última cárcel). Entre un momento y otro, la

esperanza vital del hijo por venir y la salvación íntima que sólo puede dar el eros.

El poema final se llama Me voy. Es la culminación del tránsito de la ventana (la mirada azorada del

artista adolescente al mundo) al rostro (la autenticidad de la vida, recuperada en la historia y en la

asunción de los retos individuales). Es un auténtico himno a la vida trascendente, en virtud de la lucha

social y de la profunda conversión del individuo. Conversión: concepto religioso: tránsito de la

apariencia a la recuperación del sentido perdido.

2.2. Poemas en la codiciada lengua del códice

Como bien lo señala Luis Melgar Brizuela, los libros Todo el códice, de José Roberto Cea; Los nietos del

jaguar, de Pedro Geoffroy Rivas; Homenaje a los indios americanos, escritor por Ernesto Cardenal; el

poemario de Pablo Antonio Cuadra, El jaguar y la luna y Los testimonios, de Roque Dalton, pertenecen a la

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«estirpe de los cantos mayores a la Madre Tierra29». Si tomamos las obras de autores salvadoreños,

vemos posiciones distintas sobre el abordaje poético de los temas indígenas. En Geoffroy rivas

encontramos al poeta que descubrió en sus estudios antropológicos una veta preciada para la poesía. El

tratamiento de lo indígena en Dalton se da desde los ojos de un poeta cuya tradición lírica es occidental,

europea. Recrea los mitos mayances y nahuatls desde la perspectiva de un poeta occidental

contemporáneo. Para Roberto Cea, la atmósfera indígena sirve para que él se explique a sí mismo y para

que articule su mundo poético. En Cea, lo indígena no sólo es evocación y recuperación del pasado,

como en Geoffroy, o el asombro ante el descubrimiento de una parte de las propias raíces, tal como

sucede en Dalton. En el poemario de Roberto Cea salta, a cada instante lo indígena, para hablar desde

el presente y para el futuro.

Por razones de exilio, Los testimonios fue escrito en México. Los estudios antropológicos que lo ponen en

contacto con las culturas indígenas, le proporcionan uno de los muchos caminos que transitará en su

búsqueda poética, como en el proyecto de vertebrar una propuesta de identidad cultural nacional. Es

interesante el hecho de que el libro se haya escrito a partir de su vida en México. Ese país constituye

una ruta del origen —la otra es España—. Recorrer esa ruta es necesaria para nosotros, pueblos que

compartimos raíces comunes— para reconocernos en profundidad.

Se abre el libro con la voz del poeta, quien declara: «No soy sólo el que habla». En verdad, el autor

habla desde lo que ya ocurrió y pide:

No querráis pues saber mi nombre. Todo lo que nos borre tiempo debe ser mutilado. Que el testimonio puro presida y no haya entre nosotros sino la sed que surge ante la yacencia aparente del manantial.

Es decir: Soy lo que se está diciendo. Los grandes mitos cobran sentido solamente cuando se están

29 Cfr. el estudio preliminar de Melgar Brizuela al poemario Todo el códice, volumen 27 de la Biblioteca Básica de

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relatando en el espacio ritual. El relato es la forma de incorporar al mito en nuestro tiempo presente,

como lo ha dicho Mircea Eliade. Cuando cuento el mito, yo mismo me vuelvo fabuloso, mágico. El

mito: testimonio puro del pasado mágico que nos dio origen.

En México, el espacio mágico, donde la urbe moderna convive con el mito y «su hueso roto de

vergüenza / a pocos metros de la Alameda Central». Descubrir esto en toda su riqueza, requiera para el

poeta una ceremonia iniciática. El encuentro con el ahogado en aguas pútridas lo lleva a un ascenso,

culminado el cual, el Testigo —el relator del mito— «será otro rey muerto por las calles»—. Se opera,

pues, una transformación por medio del contacto con la muerte. Quien experimenta tal mudanza es, a

partir de entonces, un nuevo vasallo de los dioses secretos.

Estilísticamente, El pozo del júbilo me recuerda mucho al Geoffroy Rivas de Versos. Inspirado en

referencias sobre un viaje alucinado en peyote, este poema nos recuerda el papel mágico de los estados

místicos dentro de ciertas culturas. El conocimiento que se adquiere en el estado alucinado —en el

estado sobrenatural, como diría Alfonso Kijadurías, o en la iluminación mística, como dirían los

cristianos—, es ancho y doloroso: «todo lo sé me duelo de saberlo». Conocer es padecer.

La zona de la llama y El otro mundo revelan que México es todos los Méxicos posibles, superpuestos uno

encima del otro y formando un calidoscopio: Tenochtitlán, la Nueva España, el México de la

revolución. Los poemas incluidos bajos los acápites Recreaciones libres sobre temas nahuatls y mayances y La

raíz en el humo, comparten mucho con Cuenta de la peregrinación. Tienen muchos puntos en común: la

recreación de la mitología, el relato de las migraciones por Mesoamérica. El poema de Geoffroy tiene

más logros en mi opinión.

Las otras partes del libro, Del origen... y Claroscuro del año integran poemas en verso como pequeñas

Literatura Salvadoreña, Dirección de Publicaciones, CONCULTURA, 1999.

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prosas. Con gran maestría, Dalton recupera leyendas salvadoreñas y las coloca a la par de personajes

históricos (Pedro de Alvarado) y de apuntes personales (Infancia y Perdono al caballo salvaje domado por mi

padre), así como el poema El cine, una secuencia casi onírica que haría las delicias de un Luis Buñuel.

Claroscuro del año es la parte más «daltoniana» de este libro. Encontramos al roque que se mueve como

pez en el agua entre los pasajes de su exilio, su zona amorosa llena de júbilo y mordacidad y las

fabulaciones (¿o serán, más bien, mitificaciones, en el sentido verdadero de la palabra mito?) acerca de

sus amigos y de su hermana Margarita. Surgen, a borbotones, pasajes de su primer viaje a la URSS y

Europa central, que tan decisivo fuera para el poeta.

2.3. El ofendido toma la palabra

Hay dos poemarios que preparan el terreno para Taberna y otros lugares, la opera magna de Dalton: El

turno del ofendido y Los pequeños infiernos. Antes de ello, está esa hermosa exaltación lírica llamada

El mar, construida en cosmopolita y amorosa atmósfera. Hay en estos dos libros un hilo conductor: la

lejanía como condición necesaria para el surgimiento del poema.

La lejanía del país es la gran ofensa. Es este el turno del débil: «En el caso de los golpes no me hagáis

esperar. Comprendo vuestra envidia, pero todo ha sido dispuesto así en discusiones muy antiguas. El

dueño de la flaqueza es el encargado de escupir. Y vosotros sois fuertes, fuertes...», dice en uno de los

poemas. El país se nos ha alejado también por la falsedad: «Creo que nos han engañado

suficientemente.». Pero es terrible la verdad, porque adquirirla implica dolor y la responsabilidad del

odiar al prójimo: «Ahora poseo la llave del jeroglífico/ pues me la dio el dolor entre risas de ebrio/

entre escupitajos de carcelero y miradas de perro/ furioso sin piedad (...) Ahora mismo voy a quitar

algunos de los últimos velos./ De las heridas/ me haré cargo yo».

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Hay otra lejanía -no sólo en ambos libros, sino en toda la obra de Dalton-, la esencial a la condición de

la poesía. El poema logra reintegrarnos el instante fugaz con todas sus maravillas. Pero para eso es

necesario que ese instante ya sea inalcanzable. Las palabras del poemas son el ritual de recuperación

poética de ese instante. En estos dos libros, confluyen la lejanía del país -¿acaso su poesía, sus ensayos y

su actividad política no corresponden al anhelo de recuperar al lejano El Salvador, a ese que no se sabe

si es un país verdadero, o es tan sólo un invento?- y la lejanía amorosa. Las palabras del poema, que nos

fueron dichas en el supremo instante, son nuestra sed. Intentamos decirlas, recuperarlas de su

precariedad e instaurarlas entre nosotros. Pero el poeta no cree en cualquier abolición de la lejanía. Esta

debe acercarnos a la verdad, en vez de perpetuar lo falso: «No puedes pasarte la vida volviendo,/ sobre

todo a la porquería que tienes por país,/ al desastre en que te han convertido la casa de tus padres,/

sólo por el afán de saludar o traernos palabras de consuelo».

Otra clave en estos dos libros es la posesión de la verdad. Quien la adquiere -el poeta-, a costa de

indecibles suplicios, se vuelve un monstruo a ojos de los demás hombres. Se le repudia, como al

personaje de Las cicatrices, porque se sabe que lo que el poeta tiene que decir -la verdad- es doloroso y

corroe la vida, o el espejismo de vida que tenemos.

El secreto de la verdad -secreto del poema- es monstruoso porque nos vuelve más solitarios:

«Andaríamos mejor sin estas sombras. Con ellas hay un nombre que no podré enseñaros. Se incendiaría

la negrura quemándoos, quemándonos en dura solución de silencio. Y debo confesar/ que ello es alto

obstáculo, muro perseverante,/ clima enemigo en la misma fundación de la caminata.» Pero la soledad

en sí misma no es una salida: Es la asunción de la condición de «aptos para ser odiados», de las

cicatrices, lo que el poeta se impone para que esta verdad sea trascendente. Es ese «intentarlo todo»,

para que el amor de los hermanos sea propicio y salvífico. Si esto último recuerda el discurso cristiano,

no es antojadizo. Es la idea de salvación por el martirio la que está implícita aquí. La condición poética

es una condición martirial: la del que padece por la trascendencia de la verdad.

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El poema Arte poética, incluido en El turno del ofendido, es interesante desde el punto de vista de la

poética daltoniana. Existe la angustia del individuo, dice el poema, pero están también «los demás

hombres» y su esperanza colectiva: «se embriagan como Dios anchamente/ establecen sus puños contra

la desesperanza/ sus fuegos vengadores contra el crimen/ su amor de interminables raíces/ contra la

atroz guadaña del odio/.» Se plantea, entonces, una interrogante:

La angustia existe sí.

Como la desesperanza

el crimen

o el odio.

¿Para quién deberá ser la voz del poeta?

El autor no da la respuesta. Es este el dilema de mucha literatura «progresista», que se plantea el tener

sentido únicamente si es en función de una colectividad, o de un proceso de transformación social.

Pero la voz del poeta, si es grande, abarca esto y lo rebasa. Es importante que la voz del poeta vaya

«hacia la persona/ hacia todo el pueblo/ hacia el universo», como dice Silvio Rodríguez. En verdad,

Dalton conoce que la grandeza de la literatura reside en eso: en su universalidad, entendida esta como

en poder decir algo aquí y ahora, pero también en otros lugares y en otros tiempos.

El poema que más amo de Dalton está en Los pequeños infiernos, y se llama El hijo pródigo. Dedicado

a los poetas cubanos Heberto Padilla (antes, por supuesto, del affaire Padilla) y Pablo Armando

Fernández, tiene citas de Saint-John Perse y Henri Michaux, que dejan sentada una durrelliana relación

de «odio-creativo» con el país. Está dividido en dieciocho estancias. Cada una de ellas es un combate

que el poeta entabla contra un entorno atroz, en el que solamente cabe ser, o cínico, o perseguido. «De

ahí surge la terrible situación de tener que rendir culto a la verdad, de profesar su religión», explica el

Page 103: El ciervo perseguido

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poeta. La verdad es rebeldía ante ese trono en el que «únicamente cabe la mentira». Pero, ¡cuán lejos

está el poeta de creer que verdad y rebeldía son, por sí mismas, infalibles: «Porque conocemos las

escaramuzas de toda gran verdad al caer -extraviados sus anhelos de altura- en el centro del

hormiguero». Deja sentada una actitud crítica que explica mucho:

«Incluso te digo que te cuides de tu rebeldía./ Ella es el mejor corazón,/ pero también es capaz de

segregar podredumbre.».

Una actitud semejante implica una enemistad a muerte con el entorno, y por lo tanto, se impone una

ruptura:

El tiempo de dormir las joyas con canciones de países lejanos,

el tiempo de lavar la piel con esencias

por las que hubo de morir una tribu de viejos hábiles,

el tiempo de escoger a las mujeres en los primeros meses del año

por su olor y los hoyuelos de las rodillas,

el tiempo de las mentiras de gala para solaz de los rebaños,

el tiempo de la prebenda secreta y los pactos sin castigo,

el tiempo de los asnos gordos, -ah lapso de jolgorio!-

declina.

Es entonces el tiempo de reconocer nuestro verdadero ser:

¿Cuál será nuestro rostro?

No somos hijos de la bella-Reina-de-Mayo

nuestra madre castiga sus viejos pechos contra las piedras del río

y aúlla y hiede mostrando su lengua que alcanza hasta los ojos

(desorbitados.

Page 104: El ciervo perseguido

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¿Cuál será nuestra heredad?

No somos dueños del lecho en que despierta el maíz

nuestra tierra es de piedra y lodo donde no germinan los jóvenes (cadáveres

hacienda de las culebras cerosas que silban

en medio de todas las tormentas que nos empujan al mar.

El poeta que se siente predestinado para el sacrificio -¿verdad, Luis Melgar Brizuela?-, también dice:

¿Cuál será nuestro destino?

No somos aspirantes a la vecindad del sol

nos basta cultivarnos para el agrado de los sacerdotes sacrificadores

sabemos que cada una de nuestras venas espera sus cuchillos

y hablamos con satisfacción de la túnica que llevaremos el último día.

La rebeldía empieza con la autenticidad: El silencio ante la gritería dominante: «Por eso es gran crimen

llevar el índice a los labios, bajar los ojos, palidecer ante una dulce mirada que sólo quería tener un

lugarcito en el recuerdo»; el ser grande en el país para enanos que nos han querido hacer creer que es

este:

Parados frente a mi casa poderosa dirán:

«Qué quiere decir este anciano que sólo conserva juventud

para gozar de las frutales mozas que insolenta el invierno?

Bien extraños son sus signos.

Y lo peor es que sólo advertimos su sabor a perturbación.

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Creemos sin embargo que ha cometido atentado

contra la misma necesidad de los dioses,

contra la omisión del temor en que quedamos

(...)

Pero a mi casa no entrarán sus tropeles.

¿Es esto hacer votos a la soledad?

No temáis por mí y perdonad que me retire por un momento.

Voy a reírme de vosotros.

La risa en Dalton, como ya se ha dicho, es elemento de rebeldía. Pero también de autenticidad, en un

medio donde se premia la estupidez disfrazada de solemnidad. La actitud del poeta es esta: «Inminencia

de lo peor. Qué risa de nuevo, qué risa!». El reír en medio de la miseria espiritual. El reír, como

producto de asumir la verdad de lo ridículo del entorno: «También esta caída se puede aprovechar. Lo

principal no es ser como los peces ciegos que portan los mejores colores. Lo principal no es llamar vino

al vino envenenado. Holguemos, cándidos. Digamos hurra en la congregación de los desnudos!

Hossana en este valle de saliva!». Quien se tome en serio al entorno opresivo está condenado por

cobardía: «Y los demás, lleven sus gestos agrios al cementerio de las hojas, sus caras de uña del siglo!».

Propone una actitud crítica para el país, pero también lanza sus dardos en otra dirección:

Porque,

debeís acaso aceptar que la tierra prometida

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también es un enorme mar de estiércol,

que el tiempo prometido transcurrirá

en un enorme mar de estiércol?

Ante la resignación que implica cierto pesimismo, está la confianza en la rebeldía:

Pero es que ha pasado la edad de las grandes hazañas?

Vuestros brazos han caído también en la trampa de las lamentaciones?

Es que podríais deponder vuestra raza de cataclismos

por las insinuaciones de una confusión, a lo más, digna del sonrojo?

Sabedlo:

no servís para renegados,

no tenéis el lúgubre, torvo valor de los traidores.

Cualquier señal de asco en torno vuestro os mataría pronto,

después de algunos balbuceos.

Debemos estar más allá de la esperanza para empezar a ser otros, más auténticos, más nosotros. En el

terreno de las luchas sociales y en el de la rebelión poética, es esta la actitud de Roque:

No advertís lo aburrida que puede ser la esperanza?

Lo que importa es tomar una decisión:

la del asesino, la del que se atreve al fin a ser él mismo,

la del salvador o la del héroe.

No puedes pasarte la vida volviendo,

sobre todo a la porquería que tienes por país,

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al desastre en que te han convertido la casa de tus padres,

sólo por el afán de saludar o traernos palabras de consuelo.

Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo..

Constata el poeta que ganar la autenticidad es empezar, al fin, a ser jóvenes. La juventud es vista como

época de creación: Son los primeros siete días del Dios hebreo. Al octavo día, Yavé envejeció

irremisiblemente, al inventar las normas. Pero antes, esa semana fue de juvenil embriaguez y belleza e

inventó todo, hasta aquello que lo niega. El poema concluye con esta bella admonición:

Mientras tanto no nos limitemos a esperar. Hemos dicho cosas demasiado graves para quedarnos impávidos en la súplica de un veredicto. No estamos solos.

Hay que decir que Los pequeños infiernos aún no ha sido publicado como libro autónomo, respetando

la estructura que originalmente Dalton quiso darle. La única edición de ese libro, impresa en España

por Libres de la Sinyera -que tenía por consejo editorial a José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez

Montalbán y Pere Gimferrer- no es exactamente Los pequeños infiernos. Se trata más bien de una

antología con ese nombre, que recoge poemas de El turno del ofendido, Los pequeños infiernos y

Taberna y otros lugares. El editor —Goytisolo— no deja constancia de lo anterior. Como ya se ha

dicho antes, el prólogo es bastante caricaturesco en cuanto a su visión de Dalton, y no deja de rezumar

cierta prepotencia eurocéntrica. Según Luis Suardíaz, Roque no estuvo de acuerdo con esta publicación,

pues el libro «aparecía disminuido, desperdigado y sobre todo precedido de una introducción nada bien

intencionada (...) Se dolía de la interpretación aparentemente coloquial, y sin embargo cargada de

irónico desprecio, en la que el autor de la recopilación revelara a los cultos lectores de la editorial

catalana la existencia de un simpático maromero de la poesía ejemplar capturado en las selvas

gastronómicas, en los bosques peligrosísimos de los centros nocturnos, metido hasta los tuétanos en las

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extrañas luchas de los latinoamericanos30». Se hace patente la responsabilidad de publicar la edición

íntegra del libro. ¡Qué situación esta, la de que en nuestro país no podamos conocer siquiera de manera

fiel los textos de nuestros escritores mayores!

2.4. Taberna: El lugar incógnito

Galardonado con el Premio Casa de las Américas en 1969, el libro Taberna y otros lugares ocupa

indiscutiblemente un sitio preferencial dentro de la crítica de la obra de Dalton. No es para menos: en

Taberna confluyen los más variados registros culturales con una serie de técnicas literarias, que

constituyen, en el caso daltoniano, una auténtica ruptura: un hasta aquí. Rompe -como expresamente lo

declara el poeta en entrevista con Mario Benedetti- con la concepción poética de la cual Pablo Neruda

es el máximo cultivador: la poesía como canto al universo. Propugna Dalton, entonces, una poesía de

ideas. Rompe con la concepción poética limitada sólo al ámbito de lo emotivo y se embarga en una

ambiciosa empresa poética que quiere aprehender, desde su ser poético, la complejidad del ser humano

y de la realidad que está transcurriendo. No quiere decir ello que se dé el clásico equívoco expresado en

una anécdota que Roberto narraba sobre Mallarmé. Éste último -relataba Armijo- conversaba con el

pintor Edgar Degas, quien le hablaba con suma elocuencia de las brillantes ideas que tenía y que darían

pie para grandes poemas. «Mi querido Degas» -respondió Mallarmé- «usted puede tener buenas ideas,

pero el poema no se hace sólo con ideas». Distingamos en el hacer poético dos elementos: la esfera de

las ideas del autor (su Weltanschauung) y el ámbito de lo propiamente poético. En el buen poeta, lo

raigal -incluso en su personalidad, en su quehacer diario- es la actitud poética. Sus ideas sobre el mundo,

sobre su sociedad y sobre los seres humanos pueden explicar su producción poética, pero no lo

suficientemente. El discurso científico y filosófico pueden explicar mucho, pero hay una vasta zona

ante la cual enmudecen, sus categorías resultan insuficientes para dar cuenta de ella. Esa vasta zona, la

de la poesía, nutre en el poeta su ser-en-el-mundo y también su comprensión del mismo. Para Dalton,

30 Ver Una urgencia sin reposo en los huesos, de Luis Suardíaz, incluido en el volumen Valoración múltiple de Roque

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su condición de poeta es radical (está en la raíz de su ser-en-el-mundo). Sus ideas se nutren de esa

condición y, en su caso, se tornan elementos poéticos. Pasa lo mismo con su experiencia personal:

Dalton habla de sí mismo desde el primero hasta el último libro, pero su tono es más que anecdótico: el

testimonio individual se torna una experiencia poetizable, y, en virtud de su actividad y de su ser raigal,

una experiencia poética. Mientras las ideas (lo ideológico) estuvo subordinado al orden poético, Dalton

escribió grandes poemas -incluso aquellos de clara y nunca desmentida intención política: La segura

mano de Dios y muchos de El turno del ofendido-. Cuando ocurre que el poeta trata de subordinar el

poema a la idea política, vemos ahí algo que no cuajó poéticamente, como muchos de sus Poemas

clandestinos -no todos, pero sí un número significativo-.

En Taberna y otros lugares hay una manera poética de inteligir la realidad. Para ello, se vale del poema

en verso y del poema en prosa, y hecha mano a muy variados recursos (y discursos) expresivos. Al igual

que Pessoa, hay voces de otros que hablan por su medio. La angustia doble del sobreviviente de la

cárcel y del exiliado que no encuentra el hilo de Ariadna conviven dialécticamente con la voz de un

contador de desternillantes historias. Especial mención tiene el poema en prosa Con palabras. Deja ahí

sentado un punto de vista sobre el lenguaje, que rebasa lo limitado de la comprensión científica sobre el

mismo («uno de los crímenes más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha

consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son

elementos significantes»). Sin decirlo abiertamente, se sitúa también más allá del discurso esotérico (en

el que las palabras son mágicas: lo son, pero también son algo más): las palabras tienen poder sobre

nosotros: «¿Por qué suena mal una palabra libre de significados tabú si no es por algo intrínseco a ella

misma, a su corporeidad, a su ser, que es independiente de su función más común, la cual, por otra

parte, no tiene necesariamente que ser la única, ni siquiera la principal?». En virtud de ese poder, las

palabras pueden ser liberadoras o no: «Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las

palabras excepciones del materialismo dialéctico: de ahí la muerte de Babel, de ahí el naufragio-entre-

témpanos de la Internacional, de ahí la prosa soviética contemporánea. Si se le hubiera hecho frente al

Dalton.

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110

problema con apasionamiento y coraje, otra y magnífica sería la situación. Habría bastado con

comenzar a conocer verdaderamente las palabras, a organizarlas para el porvenir, a discutir con ellas

sobre la libertad y, sobre todo, a separarlas de las cuasi-palabras, las anti-palabras, las palabras

degeneradas». Son, entre otras cosas -y esto lo intuye Dalton- las palabras hacedoras, destructoras y

portadoras de visiones de mundo. Tienen una función ética y cognoscitiva: «y si he perdido el tiempo

en declarar estas cosas es porque luego se compruebe que nadie las ha entendido verdaderamente, ha

sido en la forma que lo hicieron Jesucristo o Lenin, aceptar lo cual, por lo menos, me hará dormir

tranquilamente esta noche».

La aprehensión poética de la realidad se expresa en el poema Taberna. La reelaboración de los discursos

e intelecciones sobre la realidad socialista y su ordenamiento se hace bajo la visión poética del autor

acerca de esas ideas. Es como que si Dalton metabolizara poéticamente lo escuchado en la taberna U

Fleku. De ser una «encuesta sociológica furtiva», esto pasó a constituirse en una realidad poética.

2.5. Poemas clandestinos: historia de otra poética

El último libro escrito por Roque, Poemas clandestinos ha sido relegado a priori como el libro de menos

calidad de Roque. Es cierto, hasta algún punto: no tiene la belleza de Los testimonios o la complejidad de

Taberna. Pero no por ello deja de ser un libro importante: lo es puesto que representa para Roque la

resolución de su pugna por hacer de la vida un poema.

La eticidad del poeta es un motivo que salta desde la primera página. La «Declaración de principios»

que hace las veces de prólogo sirve para dejar en claro una posición moral: El poeta tendrá legitimidad

por cuanto sus acciones estén comprometidas con la revolución social. Las opciones a escoger, para

Roque, son ser sirviente, payaso o enemigo. En verdad, se reducirían a dos: ser o no instrumentos de la

dominación capitalista. Para redondear el punto y volver sobre lo planteado: el hacer poético tendrá

Page 111: El ciervo perseguido

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razón de ser si contribuye al proyecto liberador. Tal el planteamiento de Dalton en esta época, que es

una radicalización de sus ideas al respecto. Antes, daría la impresión de que es viable ser un poeta

honesto, una «buena persona» que no asume participación directa en la lucha social. Ahora eso no

basta.

Si el deber-ser del poeta se ha radicalizado, también el deber-ser de la poesía deberá sufrir una

radicalización. «Poeticus eficacciae»: el poema tiene un sentido pragmático: su eficacia se prueba al

subvertir el orden burgués.

En Poemas clandestinos hay una -sin duda que hay otras muchas- idea fundamental: la tentativa

expresada por el autor de poner a la poesía en «donde le corresponde»:

Ahora estás en tu lugar:

no eres ya la alternativa espléndida

que me apartaba de mi propio lugar.

Dalton no le concede autonomía a la creación poética. Para el Dalton clandestino, la poesía debe estar

sujeta a la praxis del autor. Aunque no del todo: Es también un elemento que puede ayudar a la

transformación ética del poeta:

Hoy también puedes mejorarme

ayudarme a servir

en esta larga y dura lucha del pueblo

Y aprovecha también para dejar sentados los deberes del revolucionario:

Descubrir,

descifrar,

Page 112: El ciervo perseguido

112

articular,

poner en marcha:

viejos oficios de los libertadores y los mártires

que ahora son nuestras obligaciones

y que andan por allí contándonos los pasos:

del desayuno al sueño,

del sigilo en sigilo,

de acción en acción,

de vida en vida.

Destronado aparentemente Dios, las obligaciones morales lo suplen como omnipresencia. Pero al

contrario de Dios, esta omnipresencia del deber revolucionario es libremente elegida por el poeta.

Vuelve Dalton sobre la estética. Contra el valor intrínseco de la belleza, identifica, nuevamente, la

belleza en lo que sirve para la liberación:

Y sigue siendo bella

compañera poesía

entre las bellas armas reales que brillan bajo el sol

entre mis manos o sobre mi espalda.

Como el autor es un revolucionario —tomado este término en el sentido de «buscador de la verdad

profunda», desarrollando la frase de Gramsci que citábamos mucho antes—, el poema deberá serlo

también. El poema es visto, ya no como la redondez perfecta, sino como una obra abierta, algo que te

deja al final con las preguntas para buscar la verdad. Este concepto de obra abierta no es nuevo en

Roque: sólo vale recordar Los hongos, y, guardando más afinidad con la obra que comentamos, Un

libro rojo para Lenin. El poema Recuerdos y preguntas finaliza precisamente con un cuestionamiento

Page 113: El ciervo perseguido

113

ético:

Oh noche de luces falsas,

oropeles hechos de oscuridad:

¿Hacia dónde debo huir

que no sea mi propia alma,

el alma que quería ser bandera en el retorno (...)?

3. Aproximaciones a la obra ensayística de Roque Dalton

3.1. Valoraciones generales

Como muchos de los escritores de su generación, Roque es conocido como poeta alrededor del año

1956. Surge, en las aulas de la Universidad de El Salvador, un grupo de jóvenes poetas que, entre otras

actividades, mantienen una página mensual en Diario Latino, gracias a la buena voluntad de Juan Felipe

Toruño. Esta página —la del Círculo Literario Universitario— no se reduce a la publicación de los

primeros versos del grupo. Es también un espacio para la polémica y en ella destaca mucho la labor de

Roque.

Toda generación literaria se define por una serie de afinidades que confluyen y dan identidad a un

grupo de escritores: las fechas de nacimiento, las primeras publicaciones, pero, sobre todo, un ideario

estético e ideológico en común. A la generación de Dalton la une la idea del compromiso del escritor,

visto, en primer lugar, como la responsabilidad de escribir bien y, además, como una eticidad social y

política. Sobre este último punto, es interesante la polémica que sostuvo Dalton con Antonio Gamero -

poeta de la generación anterior a la suya-. En el artículo Un concepto sobre poesía, publicado en 1956,

Roque recrimina a Gamero la falta de coherencia entre su vida y su obra. Afirma Roque:

Page 114: El ciervo perseguido

114

Antonio Gamero no hace coincidir en la actualidad lo que escribe en sus versos con su manera de vivir

en lo político y en lo social. Representa, con su manera de entregarse a la causa de un grupo divorciado

de los más caros intereses del pueblo, la decadencia de un poeta que ha llegado al grado de bufón

trágico, fabricante de discursos para coroneles y de editoriales políticos para la prensa oficial.

Al margen de la valoración que tengamos sobre Gamero, estas palabras son útiles para enterarnos de

que la batalla de ideas que libra Roque se caracteriza desde un principio por los cuestionamientos de

fondo. La de Dalton es una batalla en contra de la falsedad, pero también en contra de lo que él llamaría

en una entrevista hecha en Cuba «la papanatería revolucionaria y no revolucionaria». Es indudable que

su prolongada residencia en países como Checoslovaquia, Chile, México y Cuba le ayudó a ponerse en

contacto con nuevas ideas y a nutrir sus planteamientos. Una buena parte de sus artículos y ensayos fue

publicada precisamente en Cuba, en revistas como Casa de las Américas. Lejos de ser Roque un poeta

sumiso a una ortodoxia política o a un dirigismo cultural partidario, encontramos que él está

constantemente haciendo cuestionamientos severos a la cultura dominante, a la poesía y a los escritores

-revolucionarios o no- y a los actores políticos -tanto dentro como fuera del partido en el que militó-.

Así, por ejemplo, Dalton está convencido de que «el comunista que trata de hacer la revolución con un

mal poema objetivamente hace contrarrevolución». Es decir, la literatura revolucionaria no puede, a sus

ojos, darse el lujo de la mediocridad. Para Dalton, un poeta, pero sobre todo, un poeta revolucionario,

debe ser culto y conocedor de su oficio. A este respecto afirma en Poesía y militancia en América

Latina, trabajo publicado por Casa de las Américas en 1963: «Hay que desterrar esa concepción falsa,

mecánica y dañina según la cual el poeta comprometido con su pueblo y con su tiempo es un individuo

iracundo o excesivamente dolido que se pasa la vida diciendo, sin más ni más, que la burguesía es

asquerosa, que lo más bello del mundo es una asamblea sindical y que el socialismo es un jardín de

rosas dóciles bajo un sol especialmente tierno». ¡Cuántas malas páginas en nombre de la Revolución

pudimos haber evitado en El Salvador si este y otros planteamientos se hubieran conocido y discutido a

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115

fondo en el pasado! En otras palabras, Dalton está diciendo que la opción política del autor por sí sola

no es garantía de la buena calidad de su obra. Ello no deja de lado el hecho de que Dalton busca su

sentido ético dentro de una opción de izquierda.

Roque exige, además, del escritor, una actitud de apertura ante la realidad. Por ejemplo, en su ensayo

sobre César Vallejo alaba la posición estética del poeta peruano, en tanto la considera «abierta a todas

las corrientes de avanzada de su tiempo», cosa que le permitió, a su juicio, captar «el espíritu de su

época con un método realista y revolucionario, es decir, un método basado en su actitud humanista».

Dicho de otra manera: para que la obra gane en profundidad, el escritor deberá abrir sus poros a las

tendencias culturales, estéticas y de pensamiento de su época.

La obra en prosa de Dalton también incluye el comentario bibliográfico y los escritos políticos.

Entre los primeros, podemos encontrar reseñas sobre libros de Julio Cortázar, Claribel Alegría,

Haroldo Conti, Lisandro Chávez Alfaro, Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís, entre otros

autores.

Para aproximarnos a la obra ensayística de Roque, podemos partir de una división cronológica en dos

etapas: En la primera, figurarían sus escritos de juventud (contenidos principalmente en Sábados de

Diario Latino y en otras publicaciones de la década de los cincuenta), y en la otra, los ensayos de

madurez, escritos y publicados en México, Cuba y otros países. En los trabajos de esta etapa, Dalton

aborda con mayor hondura los temas que le preocuparon intelectualmente desde sus tiempos de

estudiante de Derecho: las relaciones entre literatura y ética, por un lado; por el otro: los problemas

políticos latinoamericanos —y, en concreto, el problema de la lucha armada.

3.2. Los escritos juveniles

Lo que encontramos en esta etapa (alrededor de 1956, hasta 1960, año en que Dalton es capturado y

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116

parte al exilio), son artículos que aún no tienen el aliento de un ensayo, pero que sí dejan explícitas las

grandes preocupaciones intelectuales de su autor. Su prosa, aún primeriza, no deja de ser, a ratos,

retórica. Vemos ahí el lenguaje del joven estudiante de Leyes, deudor todavía de la exuberancia de

Neruda.

El autor firmaba sus trabajos como «Roque Dalton García». Como ya se ha dicho, están publicados en

la página sabatina del Círculo Literario Universitario. Cea, Armijo y otros compañeros de generación

también escriben en esas páginas. Esos jóvenes escritores, preocupados por la literatura y el

compromiso político, introductores de formas poéticas novedosas, fueron atacados por intelectuales

conservadores, quienes les imputaron el ser poco menos que rebeldes sin causa, incendiarios que

pretendían innovar la literatura desconociendo la tradición. Es interesante la defensa de los poetas

jóvenes que hace Roque, en el artículo Explicamos, publicado el 28 de enero de 1956, en Diario Latino.

Está ahí implícita la concepción de literatura que evolucionará en Dalton: El compromiso político del

escritor no está reñido con el conocimiento riguroso de la literatura. Solamente los irresponsables

pueden plantear lo contrario. Es imposible renovar la literatura si no se cuenta con el acervo heredado

por la tradición. Roque lo expresa así, en palabras aún no exentas de la retórica lírica del poeta

nerudiano:

Salimos a ver la vida salvadoreña sin pretender erigirnos en caudillos de un nuevo movimiento artístico

en este dulce pezón de América, sin presentar poses de dómines y mucho menos en volver las espaldas

a nuestros valores que juzgamos en sus respectivas épocas y aportaciones, creemos pueden ser los

elementos básicos en la creación de un espíritu auténticamente salvadoreño con enlaces universales para

poder cumplir con las exigencias humanas de la época. enfáticamente manifestamos que no negamos

los valores anteriores, sino los que hayan vuelto fríamente las espaldas al pueblo.

Venimos a levantar un monumento espiritual a aquellos valores que han permanecido fieles a su

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117

vocación y por sobre mil vicisitudes han levantado la fe y mantenido la esperanza, aún en momentos en

que todo parecía perdido para los destinos del hombre.

La actitud intelectual es importante para Roque. Por eso, encomiará de Rómulo Gallegos el haber

«renunciado públicamente a un grado honorífico que le otorgara cierta institución cultural, con motivo

del otorgamiento de un honor similar por la misma institución, a un hombre que, basado en la fuerza

de las armas, llegó al solio presidencial de una República latinoamericana, bella y luminosa, para

acrecentar el dolor y la vergüenza de estos pueblos sufridos». Se refiere al Doctorado Honoris Causa

que el autor de Doña Bárbara rechazó ante una universidad estadounidense.

Se expresa también en similares términos sobre el poeta estadounidense Langston Hughes, quien fue un

destacado militante a favor de los derechos de la población afroamericana. De este escritor, Dalton

destacará su «ejemplo que invita a la preocupación por que la verdad resplandezca, en cada garganta, en

cada pluma, por encima de la adversidad y los intereses que luchan dantescamente en su contra. Un

ejemplo, que nos dé la sed de justicia que toda juventud precisa, para cumplir con la estatura espiritual

que le reclama su momento histórico». No resulta peregrina la idea de que Dalton está, en esa etapa,

buscando referentes concretos para sustentar sus posiciones éticas y artísticas. Las opciones

individuales del escritor, en las que estas posiciones se ponen a prueba, resultan cruciales para el poeta

salvadoreño. Sólo así se explica la dureza con la que se distanció de Asturias. «Pienso en un escritor a

quien conocí cuando era relativamente honesto, aunque ya bastante viejo: Miguel Ángel Asturias. Ya

que a esta altura no podría conseguir ni la juventud ni la absoluta honestidad, quisiera aconsejarle que

renuncie a la embajada de Guatemala en París. Quizá así podría conservar por lo menos un poco del

decoro que Sartre otorgó al premio más municipal de la tierra», declaró, en 1969, a Mario Benedetti.

Como se ha dicho anteriormente, Roque entró en polémica con Antonio Gamero, cuestionándole su

colaboración intelectual con los regímenes dictatoriales del país. A la actitud de Gamero, Roque opuso

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118

el ejemplo de Geoffroy Rivas. El hecho de personalizar el problema fue criticado por otros articulistas

que dieron su opinión sobre la polémica: Luis Mejía Vides, Danilo Velado, Federico Siles. «Con el afán

de dejar limpios de todo mal entendido mi posición y mi pensamiento en el caso planteado, niego

rotundamente que la personalización haya sido un error en el momento en que, hasta ahora, la he

usado», escribió en Punto final de Roque Dalton, publicado en diciembre de 1956. En un escrito

anterior, dirigido a Luis Mejía Vides, señala: «Dice Ud. que no hay punto de comparación entre Pedro

Geoffroy Rivas y Antonio Gamero, porque aquel gozó de un ambiente de comodidad material,

absolutamente opuesto al del “Poeta Salvaje” que ha vivido siempre al borde de la miseria y sin

oportunidades para cultivarse mejor. Si aceptamos esto, ¿querrá decir que sólo las personas con medios

económicos suficientes para vivir con cierta comodidad podrán ser poetas del pueblo inclaudicables,

poetas revolucionarios persistentemente veraces, conductas ceñidas por completo a la ruta que el

mundo actual exige? Es evidente que no (...) ¿Es posible justificar a quien por razones de hambre

traiciona la carencia de pan de su clase?». Más adelante: «La lucha por permanecer vertical, por

permanecer limpio, por permanecer poeta, en fin, tiene que ser dura».

Destaca también en esta etapa su reseña sobre la investigación de Jorge Arias Gómez, Anastasio

Aquino: su recuerdo, valoración y presencia, que ganara un certamen estudiantil en 1956. Dalton

destaca la falta de rigor de los investigadores de Aquino que precedieron a Arias Gómez. Una falta de

rigor sumada a una deliberada distorsión del protagonista principal de la revuelta indígena de 1833. «A

la figura indígena de Aquino, se ha pretendido alejarla de su exacta ubicación histórica con la ayuda de

la falsedad: deformándola a más no poder; creando, en su derredor, hechos no acaecidos que le

perjudican ante los ojos modernos; haciéndole aparecer, en fin, en la forma que más interesa a ciertos

sectores humanos minoritarios, para evitar que, conociéndose popularmente la estatura ejemplar del

gran tayte nonualco, se comience a investigar sobre el medio que lo determinó, sobre las causas que, a

su vez, formaron ese medio, sobre las fuerzas y más concretamente, sobre las instituciones y grupos

humanos que tuvieron influencia en el estado de cosas de aquel entonces que, de uno u otro modo, se

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119

mantiene hasta ahora». En opinión de Dalton, el ensayo de Arias Gómez pone en claro las dimensiones

históricas del movimiento que encabezó Aquino, pero también va más allá: propone un modelo de país

en el que ya no se reproduzcan las causas que provocaron la insurrección nonualca. Una «revolución

democrático-burguesa, basada en «una reforma agraria que saque a las masas campesinas de ese estado

de indefensión social y legal, con la participación del «capital progresista de nuestro país. La revolución

será «democrática, por su forma de gobierno; burguesa, por su contenido económico».

Vemos aquí también un planteamiento que se reitera en la obra daltoniana: la urgencia de fundamentar

históricamente la identidad nacional. Pero no se trata de cualquier identidad, ni de cualquier concepto

de nacionalidad, sino de una identidad nacional liberadora, articulada por lo que los autores marxistas

han dado en llamar «la tradición de lucha de los pueblos». Según este planteamiento, las luchas del

presente no surgen de la nada: se entrelazan con los diferentes momentos de resistencia de los sectores

populares a lo largo de la historia. De esta manera, el proyecto revolucionario salvadoreño estaría

imbricado con las luchas de Aquino, pero también con la insurrección del 32 y con los alzamientos

populares de la gesta independentista. Esta idea puede encontrarse en los poemas dedicados al propio

Anastasio Aquino, de La ventana en el rostro y en Ultraizquierdistas, de Poemas clandestinos. Es, a su

vez, el eje central del libro-collage Las historias prohibidas del Pulgarcito. Esta idea se reitera en el

prólogo que hace a la obra del antropólogo mexicano Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos. En

este texto, Dalton cae en el error de análisis de muchos intelectuales de izquierda: concebir que la época

prehispánica fue armoniosa y que las desigualdades sociales fueron algo que los europeos introdujeron a

estas tierras. En este sentido, afirma que el documento de León-Portilla pone «las cartas sobre la mesa

de nuestra más profunda identidad de seres por naturaleza no-violentos que fuimos violentados hasta la

misma esencia por el transcurrir de una historia común, presidida por una relación de vencedores a

vencidos, de explotadores a explotados». Es importante, sin embargo, cómo en el prólogo el poeta

salvadoreño urge por rescatar «la historia de lucha», de resistencia antimperialista de nuestros países.

También hace un importante señalamiento: los movimientos revolucionarios deben abandonar los

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120

enfoques eurocéntricos y partir de las propias realidades: «Durante demasiado tiempo los

revolucionarios latinoamericanos hemos cometido la insensatez de preguntarle exclusivamente a

Europa por la Revolución latinoamericana (...) Es hora ya de abandonar esa parcialidad absurda que nos

impusiera la cristalización del pensamiento marxista a nivel mundial y que propiciemos el encuentro de

Marx, Klautsevits y Lenin, con la experiencia de la lucha frente al conquistador español, de las guerras

de independencia, las memorias de Pancho Villa y Obregón, los estudios sobre Sandino, la experiencia

cubana y los aportes del Che Guevara y Fidel Castro. Un aporte en este terreno, por mínimo que sea, es

la divulgación de esta dramática rendición de cuentas de los derrotados nahoas y mayas de México».

Dadas las circunstancias políticas del país, la publicación de los trabajos de Roque en la prensa masiva y

en los órganos de difusión estudiantiles se vio interrumpida. En 1960, comienza para Roque una etapa

de exilios, pero también de toma de contacto con otras culturas, especialmente, con la cubana. Este

contacto fue decisivo para la maduración intelectual de nuestro poeta.

3.3. Los ensayos de madurez

3.3.1. Ensayos sobre literatura

Aquí destacan el prólogo a una selección de cuentos de Salarrué, publicado el año 1968, en Casa de las

Américas y la conferencia sobre César Vallejo (1963), que la misma editorial recogiera en forma de

libro. Este último libro, titulado con el nombre del poeta peruano, está dedicado a Ximena, la misma

mujer a la que Roque también escribe varios poemas amorosos.

Sin embargo, hay una serie de ensayos donde Dalton explicita su concepción acerca de las relaciones

entre literatura y política, así como su concepción ética sobre el trabajo del escritor. Me refiero a «Poesía

y militancia en América Latina» (Revista Casa de las Américas, 1963), «El Boom, la ideología y la

política» (El Caimán Barbudo, 1969) y «Literatura e intelectualidad: Dos concepciones» (Casa de las

Américas, 1969).

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121

En el prólogo a los Cuentos de Salarrué, Dalton hace un intento de acercamiento crítico a la obra del

autor de «El Señor de la Burbuja». En su opinión, Salarrué, en el volumen «Cuentos de Barro» «logra,

como ningún otro escritor salvadoreño anterior, testimoniar los perfiles de eso que se llama el alma

nacional, de un alma nacional —permítasenos el manejo de estos términos— que había sido

definitivamente moldeada, por lo menos para lo que tocaba a la primera mitad de este siglo, por la

brutalización, el horror, el postergamiento de la mayoría». Hablar de «alma nacional» es un rasgo del

pensamiento hegeliano: Hegel hablaba de Volksgeist, de espíritu nacional. No es rara esa aparición del

pensador alemán: los marxistas le deben mucho al autor de la «Fenomenología del espíritu». Apunta

más adelante Dalton: «Aunque el alma nacional ya se ha transformado —pues existe,

extrapoéticamente, el cambio social— y ahora sus mejores connotaciones obedecen a la perspectiva de

la Revolución, los elementos suyos que Salarrué nos sintetizara quedan aún en el fondo de la amalgama

son también carne de la Historia. Para bien y para mal». Otro rasgo hegeliano: la preeminencia de la

Historia.

Dejando de lado la imprecisión que comete Roque al afirmar que Salarrué fue «diplomático de carrera»,

Dalton halla en el cuentista sonsonateco a un autor que logra fundamentar la identidad nacional, pero

también destaca al primer cuentista de importancia en El Salvador, el que marca un «hasta aquí», a partir

del cual «Salarrué estará presente en el centro de la batalla generacional que los jóvenes cuentistas

salvadoreños comienzan a dar, arremetiendo contra el costumbrismo, el uso del lenguaje “pintoresco”

en la literatura popular y a favor, entre otras cosas, del planteamiento claro y primordial de a

explotación y su gran solución histórica: la revolución socialista». Quien sobresale, a juicio de Dalton,

entre los cuentistas que «empiezan a disparar contra su obra» es Álvaro Menéndez Leal, «inmerso en la

corriente borgiana y bioycasariana del cuento breve y maravilloso». Álvaro sería, pues, «la antítesis más

evidente del localismo y la tierna ingenuidad de Salarrué». Anota también que la obra de otros

coetáneos suyos (Rodríguez Ruiz, Armijo, Cea, Argueta) «parece ser (literatura revolucionaria) en la

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intencionalidad política». El juicio implícito es que no la de estos autores no sería revolucionaria en

términos estéticos. Es el cuestionamiento que le dirigiría a los autores del volumen colectivo «De aquí

en adelante» (Cea, Armijo, Quijada Urías, Argueta y Canales): el de no revolucionar también las formas

poéticas y el de enclasar la literatura revolucionaria en el simple expediente de la denuncia: «Yo creo que

toda poesía es en algún sentido política y precisamente por ello es que cargarle la mano lesiona

mortalmente el poema. Y no sólo eso: como resulta que existe la dialéctica, la buena intención se vuelve

su contrario con el leve fallo. El comunista que trata de hacer la revolución con un mal poema

objetivamente hace contrarrevolución».

Al reseñar la novela del nicaragüense Lisandro Chávez Alfaro, titulada Trágame tierra, Roque apunta la

misma idea: «la novela es una incitación al reconocimiento, un espejo en el brocal del pozo, antes que

una llamada a la acción». Esto, para Dalton, constituye un mérito, por cuanto Chávez Alfaro ha

entendido la especificidad de la literatura y la de la acción política: «...estamos convencidos de que la

incitación directa a la acción política es una tarea que entre nosotros se cumple por otras vías y, en todo

caso, por medio de otra literatura (la más inmediata a la acción: el ensayo político, el panfleto, el

discurso, la convocatoria concreta); y que por tanto consideramos que a la literatura genérica se le

impone una labor de esclarecimiento, profundización o simple planteamiento de los problemas de

fondo, de los problemas que están en la base de la situación cuyas alternativas serán resueltas por la

lucha revolucionaria». Encomia, por tanto, al autor por eludir «toda concesión a ese facilismo inútil que

tanto tiempo ha hecho perder a muchos de nuestros bien intencionados escritores», sin desvirtuar, por

ello, el carácter político de Trágame tierra.

En el volumen dedicado a Vallejo, Dalton reivindica al poeta peruano frente a la indiferencia y los

malos entendidos de la crítica. Rescata a un Vallejo revolucionario, distinto a las visiones predominantes

sobre su personalidad y su obra: «Algunos críticos nos han presentado al autor de Trilce como un

creador extraño a este mundo, como un poeta formado de oscuras telas metafísicas e incluso

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123

cabalísticas, a cuya toral comprensión no se puede arribar sino por medio de laberínticos caminos

sicologísticos o puramente místicos». También discrepa con Mariátegui cuando éste afirma que la nota

fundamental en Vallejo es la nota indígena. En opinión de Roque, tanto su ascendencia (la circunstancia

de ser nieto de sacerdotes españoles), como su formación cultural hacen de Vallejo un escritor mestizo,

en virtud de lo cual puede expresar la nota fundamental de la cultura latinoamericana.

Fuera de ser un «comunista a pesar suyo», Vallejo sería, a ojos de Roque un revolucionario que actúa

con conocimiento de causa —su compromiso con la República española sería la prueba—. «Por eso es

que Vallejo podrá interpretar con voz propia al pobre y maravilloso hombre de la primera mitad del

siglo veinte: el hombre roto por el capitalismo», apunta.

Es importante señalar que Roque destaca en Vallejo su honestidad política y estética, el no hacer

«concesiones en nombre del “facilismo” negativo» y el no haberse dedicado «a la fácil literatura

populista, tan efímera y tan inútil». Otras características importantes del escritor peruano sería su actitud

crítica hacia su generación, así como «su constante adhesión a las raíces nacionales», en tanto que

«punto de partida hacia lo universal» y no como «nacionalismo limitativo». En el poeta sudamericano,

Dalton encomia «su culto a la libertad creadora», su insobornable actitud en pro de —citando palabras

de Vallejo— la «hasta ahora desconocida obligación sacratísima de hombre y de artista: la de ser libre»,

cosa de «extraordinaria importancia para los jóvenes escritores y muy especialmente para los jóvenes

escritores revolucionarios».

No hay, pues, un dogmático en Roque Dalton: ser revolucionario implica ser más libre. Como lo

expresa en «Poesía y militancia en América Latina», el poeta revolucionario deberá, a la par de ahondar

en la realidad nacional para transformarla revolucionariamente, «ser fundamentalmente fiel con la

poesía, con la belleza. Dentro del caudal de lo bello debe sumergir el contenido que su actitud ante la

vida y los hombres le imponga como gran responsabilidad de convivencia. Y aquí no caben los

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subterfugios ni la inversión de los términos. El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea

una obra bella. Mientras haga otra cosa será todo lo que se quiera menos un poeta».

En sus líneas sobre el Boom, Dalton polemiza con las interpretaciones simplistas sobre ese fenómeno

literario: las de quienes lo reducen a un simple caso de penetración ideológica del imperialismo y de

aquellos que lo conciben solamente como un problema de mercado. «El hecho no es sin embargo

principalmente económico», afirma. El fenómeno es más complejo y, en su opinión, la crítica marxista

no habría dado todo de sí para abordarlo en toda la complejidad de sus diversos aspectos.

Es suficientemente lúcido para advertir que, para el sistema capitalista, el libro es una mercancía como

cualquier otra y, como tal, es promovida por las empresas libreras. El capitalismo, advierte, es capaz de

valerse del impacto social que provocan obras de contenido progresista o revolucionario, tratando de

«asimilar sus efectos y aprovechar estas muestras de cultura humanística y para ello dispone de un gran

caudal de medios». «Querido poeta —advierte en “Literatura e intelectualidad”—: el valor de cambio

tiene cara de hereje: el capitalismo que permite inclusive a más de algún Partido Comunista ser la-

oposición-de-su-majestad y que ha llegado a convertir en medio para lucrar hasta la simbología ligada

con el comandante Ernesto Guevara y su heroica muerte, tiene un poder digestivo que no se cura con

el hecho de extender la receta».

De tal manera que hay que desconfiar, según Roque, de las formas de enajenación que el capitalismo

ofrece al escritor: el fortalecimiento del espíritu sectario, en virtud del cual los artistas se sienten en un

mundo aparte del de su sociedad, la «creencia en la supuesta autonomía de la intelectualidad» y el creer

que la industria editorial es «una plataforma de medios» al servicio del creador.

La solución no es, sin embargo, exigirle a los escritores cosas absurdas como que «dinamiten las

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empresas editoriales, se nieguen a publicar, distribuyan sus derechos de autor entre los mendigos y los

hospitales. No, no se trata de elevar cualquier consigna que se parezca al “muérase de hambre”.» Para

Roque reside en algo más hondo: en mantener una actitud honesta y en asumir una opción ética a favor

de las mayorías.

Contra todo sectarismo, contra toda visión simplista de las cosas, Dalton afirmará que «para ser un

escritor progresista o incluso revolucionario en el sentido tradicional, el calificativo de pequeño burgués

no tendría necesariamente una peyoratividad objetiva». Tras rescatar los méritos aún no comprendidos

de la novela Paradiso, de José Lezama Lima —cosa muy especial, porque en Cuba, la publicación de esta

novela estuvo rodeada de polémica—, Dalton recordará que «lo importante es comprender que en un

país subdesarrollado el gran escritor o el buen escritor escribe necesariamente para el futuro, y que el

resultado de su obra sobre sus contemporáneos está limitado por múltiples factores inscritos en la

realidad, independientes de la voluntad de nadie». Por tanto, una revolución profunda implicará que en

nuestras sociedades tengamos una visión de mundo liberada, apta para comprender y superar los

grandes logros estéticos de la literatura universal.

3.3.2. Los ensayos políticos

Con los ensayos políticos de Roque enfrentamos la misma dificultad que con el resto de su

obra en prosa: la dispersión y la falta de accesibilidad a muchas de las publicaciones en El Salvador. Es

posible, sin embargo, formarnos una idea escueta de sus escritos políticos. En primer lugar, destacan

escritos coyunturales. Algunos ejemplos son: Combatiendo por la libertad de América Latina ha muerto nuestro

Comandante Ernesto Guevara; Solidaridad con Carlos Fonseca Amador —escrito cuando el fundador del Frente

Sandinista se encontraba guardando prisión en Costa Rica—; La CIA en El Salvador —publicado en

1972, en el semanario uruguayo Marcha, y que denuncia la intromisión de la inteligencia norteamericana

en el golpe de estado del general Fidel Sánchez Hernández y el último trabajo que Roque publicara en

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Casa de las Américas: El Salvador: Represión fascista contra el pueblo y la cultura nacional, en 1973, en el que

se habla de las medidas dictatoriales del gobierno salvadoreño: represión generalizada, cierre e

intervención militar de la Universidad Nacional, así como la persecución y exilio de los intelectuales y

políticos opositores.

En el texto, Dalton afirma que el gobierno de Molina, que cometió el atropello contra la UES,

instaló autoridades ultraderechistas, expulsando a los funcionarios anteriores y promoviendo una

campaña anticomunista a través de los medios de comunicación, a cuyo frente sitúa a su colega de

generación, Waldo Chávez Velasco. Añade: «Se ha iniciado una feroz persecución contra los

intelectuales que trabajaban en diversas dependencias universitarias (editorial, biblioteca, Departamento

de Extensión Universitaria). Entre ellos han estado o están presos, perseguidos o en la clandestinidad,

cuando no “desaparecidos”, los poetas y escritores Eduardo Sancho, Manlio Argueta, José R. Cea, José

Rodríguez Ruiz (vicerrector de la Universidad) y otros. Como en las mejores épocas del hitlerismo, se

han elevado las llamas de las piras de publicaciones», entre ellas, Miguel Mármol.

Tenemos, en segundo lugar, dos libros de temas políticos: La Monografía de El Salvador y

¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha. También habría que incluir la Monografía sobre México. Sin

embargo, la falta de acceso a este libro impide referenciarlo en estas páginas.

El Salvador (Monografía) se elaboró con los libros que, sobre nuestro país, encontró el autor en

las más importantes bibliotecas de La Habana: la Biblioteca Nacional José Martí, la de la Universidad de

La Habana, la de Casa de las Américas y la del Museo Montané. En sus páginas, compendia la historia

salvadoreña vista a través de las categorías de análisis marxistas y caracteriza la sociedad salvadoreña de

su época. En el capítulo XI, La revolución salvadoreña, da un espaldarazo a la plataforma política del

Frente Único de Acción Revolucionaria, FUAR, instrumento legal del PCS. Hay que recordar que, desde

el FUAR, algunos elementos del PCS comenzaron a recibir preparación militar, con miras a establecer

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la lucha armada en el país. Fue, sin embargo, la decisión de la cúpula partidaria —en la que Cayetano

Carpio fungía como Secretario General— la que hizo que la preparación militar se quedara

precisamente sólo en eso: en preparación militar, y nada más.

En el ensayo ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha, Dalton comenta los planteamientos

de Régis Debray sobre la lucha armada en América Latina. La importancia coyuntural de ¿Revolución en la

revolución? y la crítica de derecha, radica en que en este libro Dalton da sus opiniones sobre el tema de la

lucha armada, que ocupa el centro del debate de la izquierda de su tiempo. En este texto se hacen

explícitas sus diferencias con el «pensamiento oficial» de los partidos comunistas. La «crítica de

derecha» es la crítica de los PC pro-moscovitas hacia la lucha armada. La línea oficial de los PC era la de

librar la lucha en el terreno legal, léase elecciones. La ruptura de Dalton con el PCS tuvo mucho que ver

con esas «posiciones de derecha» en el seno de la izquierda latinoamericana.

¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha no solamente es un texto válido en términos documentales.

También permite rastrear ciertas claves del pensamiento político de Dalton que merecen un tratamiento

más riguroso. Una primera lectura de este texto permite ver que el escritor salvadoreño está

propugnando por un pensamiento marxista que se defina por su antidogmatismo. En uno de los

párrafos, incita a la izquierda a una discusión abierta, sin concesiones, sobre los problemas políticos de

Latinoamérica:

Es decir, vemos la labor de superación revolucionaria de ¿Revolución en la revolución?

como una tarea conjunta, a nivel latinoamericano, de la cual se eliminen la actitud

de «perros-contra-gatos», la defensa de la intocabilidad eclesiástica de ciertos temas,

de ciertas fijaciones supuestamente históricas y de ciertos supuestos «derechos

adquiridos». Creemos que el movimiento revolucionario de América Latina tiene ya

los medios —nivel cultural, nivel de madurez política, etc.— para tomar a su cargo,

Page 128: El ciervo perseguido

128

conciente y responsablemente, tareas como ésta.

Se podría creer que Dalton, al optar por la lucha armada y al cuestionar la inacción de la izquierda

tradicional, estaría renunciando al debate intelectual por inclinarse a un activismo febril, irreflexivo.

Nada más falso. Sobre el debate en derredor de la lucha armada, considera que es factible:

Siempre y cuando se ataque, desde el punto de partida, por lo menos dos

posiciones igualmente suicidas: la de los que dicen que no hay ningún problema que

discutir, que ya todas las respuestas están dadas desde hace tiempo y que toda

incitación a la discusión es afán de contrabando ideológico izquierdizante; y la de

los que dicen que hay que sacrificar toda inquietud teórica en aras de la «acción

pura».

Como se ve, Dalton critica tanto a la izquierda divorciada de la acción revolucionaria, pero también a

aquellos «revolucionarios» que desdeñan la labor teórica. Entiende que entre teoría y práctica

revolucionaria no hay separación. Enuncia que entre ambas debe haber una interrelación mutua, un

nutrirse mutuo. Sin quererlo, advirtió un mal que ha aquejado a la izquierda armada salvadoreña: ese

desdén al trabajo teórico y una actitud anti-intelectual. Las voces críticas, desde dentro, como la suya,

han sido acalladas; las aportaciones intelectuales procedentes fuera de sus filas, condenadas a la

indiferencia.

A riesgo de parecer exhaustivo, me parece que hay que detenerse en ¿Revolución en la revolución? y la crítica

de derecha, dado que, en la actualidad, este libro es prácticamente inaccesible al público salvadoreño y,

quizá, latinoamericana. Aparte de la edición de 1963, no conozco ninguna publicación posterior. El

texto está estructurado en dos grandes apartados, escritos en diferentes épocas y luego reunidos en el

libro. El primer apartado se titula Respuesta a dos críticas de derecha a ¿Revolución en la revolución? de Regis

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129

Debray, mientras que el segundo es un Balance a ¿Revolución en la revolución? Ambas partes se

escribieron inicialmente en 1968, y estaban destinadas a la «discusión en un seno de un pequeño grupo

de compañeros revolucionarios latinoamericanos». En la Introducción, Roque advierte que «los textos

indican una paulatina evolución de nuestro pensamiento, marcado en su punto de partida por evidentes

rasgos conservadores». El curso del debate de la izquierda latinoamericana modifica muchos puntos de

vista del autor. «Nuestra visión sobre los partidos comunistas del continente que se desprende de la

primera parte del libro era excesivamente optimista» —señala—. «La realidad demuestra que en el seno

del movimiento comunista latinoamericano se ha fortalecido el oportunismo de derecha». Sin embargo,

no es este libro un florilegio para la obra de Debray: En él, Roque señala críticamente las deficiencias

que hay en los planteamientos del pensador francés, preso en esos momentos en las cárceles bolivianas.

Es precisamente la derrota de las guerrillas del Che en Bolivia el elemento del cual se valen los Partidos

Comunistas para fortalecer sus tesis contrarias a la lucha armada. Dalton saldrá, pues, en reivindicación

de la necesidad de construir movimientos guerrilleros, aún a contrapelo de la línea oficial del PCS, en el

cual todavía militaba.

La primera parte del escrito, Respuesta a dos críticas de derecha a ¿Revolución en la Revolución? de Régis

Debray, se dedica a refutar las objeciones de voceros de los PC de Argentina y Venezuela al texto del

escritor francés. Los textos que critica son No puede haber una revolución en la Revolución, del CC del Partido

Comunista Argentino, publicado en Buenos Aires en julio de 1967 y Guerrillas y partidos comunistas, de

Pompeyo Márquez, integrante del PC venezolano, trabajo publicado en forma mimeografiada en junio

de ese mismo año.

El texto del PCA hace gala de los lugares comunes del discurso oficial de los PC latinoamericanos de

este tiempo. Cubre de injurias y ataques personales a Debray y afirma que el solo título de su libro

«traduce el designio revisionista». A los autores de No puede haber una revolución en la Revolución, les parece

Page 130: El ciervo perseguido

130

escandaloso que en el texto de Debray «se habla de revisar a Marx, Engels y Lenin (por ejemplo,

específicamente, revisar Materialismo y empiriocriticismo)», a la par de que «se alimenta la ilusión pequeño-

burguesa de un “socialismo de tipo nacional”», contra el planteamiento oficial de «socialismo en un solo

país». En el texto Materialismo y empíricriticismo, Lenin arremete contra algunos filósofos idealistas,

particularmente contra Hume. Ahí plantea la tesis de que la percepción es «reflejo de la realidad», así

como la idea de que la historia de la filosofía podría verse como un enfrentamiento entre «materialistas»

(que tendrían una visión revolucionaria, al concebir la materia como fuente de toda realidad) contra

«idealistas» (a los que se les acusa de conservadores, cuando no de reaccionarios, al plantear que es la

idea la que prevalece sobre lo real). Por lo demás, Lenin nunca pretendió ser filósofo, y el libro citado se

inscribe en el contexto del debate político ideológico previo a la revolución de 1917. El error del

materialismo dialéctico fue elevar esos plantemientos del fundador del Estado soviético a verdades

filosóficas incuestionables, de tal manera que la «teoría del reflejo» permeó desde la filosofía hasta la

estética y la psicología producidas en la URSS. Otro lastre significativo —y que dañó severamente al

marxismo latinoamericano— fue esa descalificación contra la filosofía idealista. Se olvida el gran aporte

de autores como Descartes, Kant, Leibniz y otros a la epistemología. Hume y Descartes, entre otras

cosas, sirvieron para ayudar a introducir en el pensamiento occidental la crítica hacia los alcances del

conocimiento. Hegel, por su parte, dejó una huella innegable en la filosofía marxista. El propio Lenin

decía que era imposible entender El Capital, de Karl Marx, sin haber comprendido a Hegel. En suma, y

por simple rigor científico, la sugerencia de revisar Materialismo y empiriocriticismo que hizo Debray, resulta

pertinente.

El documento de los comunistas argentinos parte del supuesto de que la clase obrera tiene un papel

histórico de vanguardia en y por sí mismo. También intenta reducir la postura de Debray a una simple

pugna generacional —entre los viejos cuadros partidarios y los jóvenes guerrilleros—.

Dalton desenmascara los sofismas sobre los cuales está constituida la refutación del PCA a ¿Revolución en

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131

la revolución?. No es extraño que esta misma sofistería es la que sigue imperando en el pretendido debate

político de la izquierda, lo que reduce el debate al ejercicio gratuito de la dialéctica, mientras que los

problemas de fondo siguen intactos. Las falacias en la contraargumentación del PCA son las siguientes,

para Roque: Posesión exclusiva de la verdad absoluta; verdades políticas que, una vez fijadas por una

figura de autoridad, se tornan inamovibles; «la utilidad del adjetivo condenatorio previo» al cualquier

argumento del contrario; la reducción al absurdo de los argumentos de éste y, quizá lo más importante,

«la postergación del análisis de la realidad concreta que ilustre la verdad práctica de las tesis y los

conceptos, y su sustitución por la contraposición de fórmulas y tesis entre sí, exclusivamente».

Una cuestión más de fondo en los señalamientos del PCA es el problema de conducir la guerra

revolucionario desde el campo. Los Partidos Comunistas promoscovitas suscribían unánimemente el

supuesto de que la clase obrera era la vanguardia de la revolución y que, por tanto, esta debía

conducirse desde las ciudades. El planteamiento debrayano parte de una concepción a la que no era

ajena la experiencia de las revoluciones triunfantes en el Tercer Mundo: la lucha guerrillera debe partir

del campo. El argumento esgrimido por el PCA toma como parámetro universal el de la revolución

rusa: se trató de un movimiento urbano en el que, efectivamente, la clase obrera tuvo un papel

protagónico, mientras que el campesinado —por su especial configuración cultural y de clase— fue un

tanto más conservador (De ahí que el problema de la relación con los campesinos «pequeño burgueses»

haya sido especialmente agudo; de ahí también el que Stalin haya pretendido resolverlo por la violencia,

empleando la colectivización forzada y la represión).

¿Está la clase obrera en condiciones de ser la vanguardia del movimiento revolucionario, tal como lo

sostenía la línea oficial de los PC? A la luz de la comprobación de los hechos, es lo que Dalton intenta

dilucidar. En su opinión, la actividad política del proletariado latinoamericano se circunscribe en ese

momento histórico a la organización de huelgas económicas y reivindicativas —«economicistas», para

decirlo en las categorías de análisis leninistas— y, en menor escala, huelgas políticas. También, señala

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132

Roque, la clase obrera latinoamericana se suma a movimientos democráticos antidictatoriales

(verbigracia, la experiencia de varios países centroamericanos, Venezuela, República Dominicana,

Ecuador, Perú, entre otros), pero su protagonismo ha sido muy limitado. «La eficacia de esa

participación ha sido notable en el transcurso de la lucha concreta, pero, salvo alguna excepción

temporal y más o menos efímera, no se ha reflejado en los cambios políticos o sociales que supone el

derrocamiento de la dictadura dada» —apunta el autor—. «LA CLASE OBRERA LATINOAMERICANA NO

HA TENIDO HASTA HOY LOS INSTRUMENTOS NECESARIOS PARA CAPITALIZAR PARA SÍ LA PARTE QUE

LE HABRÍA CORRESPONDIDO EN ESAS COYUNTURAS31». Todo ello, pues, sin negar el heroísmo de los

trabajadores. Porque más que una cuestión de heroísmo, lo que contaría en la discusión era si el papel

de vanguardia que se le daba por descontado a la clase obrera se correspondía con la realidad.

El segundo texto analizado en este capítulo es Guerrillas y Partidos Comunistas, de Pompeyo Márquez. El

punto medular de los ataques del comunista venezolano contra Debray es la disyuntiva

partido/guerrilla. En opinión de Márquez, Debray estaría proponiendo formar el Partido revolucionario

a partir de la guerrilla.

Una imputación muy grave en Guerrillas y Partidos Comunistas es que los entonces nuevos movimientos

guerrilleros habrían elevado el caso cubano a dogma y estarían calcando la estrategia revolucionaria del

movimiento que lideraron Castro, Guevara y Cienfuegos.«Estamos en desacuerdo con lo que pretenda

vaticinar que en todos los países latinoamericanos tendrá que ser OBLIGATORIAMENTE como en Cuba,

que en todos tendrá lugar un Moncada, un «Granma», una sierra y los partidos comunistas «formados»

a la manera cubana», acusa Márquez.

Para el dirigente venezolano, en Cuba, el Partido Comunista evolucionó de sus posiciones vacilantes y

se sumó al movimiento que dirigía Fidel Castro. Aduce lo siguiente: «La guerrilla no fue germen de

31 Todas las mayúsculas incluidas en este apartado sobre ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha son de

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133

ningún partido comunista. Ni el Partido surge en el Moncada ni tiene 14 años. El Partido existía y ese

Partido evoluciona después de la toma del poder hasta llegar a lo que es hoy». Márquez es de la opinión

que es el PC, dada su vinculación con la clase obrera y los sectores populares, la que puede gestar un

movimiento insurgente victorioso. Pone como ejemplo de lo anterior el caso vietnamita: la guerrilla que

derrocó al ejército norteamericano había surgido de las filas del Partido Comunista. Por tanto, los PC

latinoamericanos estarían en capacidad de crear movimientos que logren las transformaciones

revolucionarias en sus sociedades.

Dalton plantea que es falso que todo PC esté en condiciones de crear un movimiento revolucionario

victorioso, a la par que insiste en analizar las experiencias concretas. Buena parte de los PC

latinoamericanos —cita los casos de los partidos hondureño, costarricense, mexicano y boliviano—

tenían posiciones conservadoras, siendo el caso más grave el PC de Bolivia, dada «su desdichada

participación en los hechos de la gesta heroica del Che Guevara, en oportunidad de la cual, peleando

por la dirección del movimiento y negando el apoyo a la guerrilla que podría haber sido el inicio del

primer Viet Nam latinoamericano, cayó (arrastrado por su Dirección) en posiciones chovinistas y

mezquinas que, por decir lo menos, demostraron que dicho partido ha rehusado en la práctica asimilar

críticamente las señales y los hechos de una nueva época como es la de la lucha actual que se desarrolla

y se desarrollará en Latinoamérica».

El caso del PC salvadoreño resulta, a ojos de Roque, «bastante peculiar». A nivel de análisis, el partido

en el que en ese momento militaba el poeta estaba convencido sobre la necesidad de la lucha armada,

aunque «tal convencimiento no ha sido respaldado ni siquiera con una práctica preparatoria A NIVEL

SUFICIENTE y ha tenido que sufrir en varias oportunidades los embates de las tendencias conservadoras

(mayoritarias en los aparatos de dirección) que le niegan incluso, en algunos casos concretos, validez de

línea a ser mantenida como definitoria de la estrategia partidaria en toda la etapa presente». Recordemos

Dalton.

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134

el caso del FUAR, el movimiento que estaba destinado a conducir la lucha armada en El Salvador: se

redujo a un grupo de militantes que recibió preparación militar, pero que no llegó a más.

La evolución del PC cubano no es tan simple como la señalaría Márquez. El poeta salvadoreño aduce

que el PSP (el PC existente en la época del Moncada) tuvo otra evolución. «LA REVOLUCIÓN CUBANA

CONSTRUYÓ SU ORGANIZACIÓN POLÍTICA CON LAS DISTINTAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS

NUCLEADAS EN DERREDOR DEL PODER REAL: EL EJÉRCITO REBELDE SURGIDO DE LA GUERRILLA,

DIRIGIDO POR UNA PERSONALIDAD QUE UNIFICABA EN TORNO A SÍ A TODO EL PUEBLO DE CUBA:

FIDEL CASTRO. La organización política de la Revolución cubana, cuyas etapas fueron la ORI, el

PURSC y finalmente el actual Partido Comunista de Cuba, ESTÁ INCLUSO TODAVÍA EN PROCESO DE

ORGANIZACIÓN. Aceptar lo que dice Pompeyo Márquez, o sea que el PC cubano actual no es sino el

viejo PSP que evolucionó luego de la toma del poder, es cegarse ante los hechos históricos», refuta.

El autor refuta también la argumentación de Pompeyo Márquez acerca del PC vietnamita. A su juicio,

éste tiene una historia muy particular. Surgido en la lucha de resistencia anticolonial, el PCV se

desarrolló dentro de una tradición de lucha armada. «Es paradójico para nosotros manejar el dato de

que en los meses finales de 1931 y los primeros de 1932, la represión del enemigo de clase dejó al

Partido de Viet Nam prácticamente en las mismas condiciones de desmantelamiento que al Partido

Comunista de El Salvador. (...) La diferenciación comienza entonces. Los comunistas salvadoreños

abandonaron sus bases en el campo y fueron a trabajar con los minúsculos grupos del artesanado

urbano, aislándose cada vez de las masas fundamentales», mientras que sus pares vietnamitas

reorganizaron al PC en las cárceles y en el campo.

Otra diferencia fundamental que aduce Roque es que los PC latinoamericanos nacieron como

seccionales de la Internacional Comunista que dirigía Stalin, lo que dificultó su conversión «en partidos

nacionales» y que, más bien, se sumaran al planteamiento soviético de construcción del socialismo en

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un solo país. Carentes, pues, de un horizonte analítico arraigado en las realidades concretas de sus

países, estos partidos habrían sido víctimas del dogma y la ortodoxia, en opinión del autor. En cambio,

los vietnamitas sí discreparon de la línea oficial de la Internacional Comunista, en el sentido que

aquellos reclamaban «el derecho a partir de las realidades del propio país para hacer la revolución».

En conclusión, el asunto no es liquidar a los PC existentes por el simple prurito de hacerlo. Ninguna

posición maniquea —antiguerrilla o antipartido— es viable para Roque. Añade: «Nosotros creemos que

necesitamos nuevos partidos comunistas, nuevas vanguardias marxistas leninistas». El caso es que, en su

opinión, buena parte de la dirección política de los PC no tienen en ese momento histórico ni voluntad,

ni condiciones de asumir la tarea de la lucha revolucionaria. El lastre del stalinismo pesa aún demasiado.

En el tiempo en que escribe las refutaciones a las «críticas de derecha» del PCA y de Pompeyo Márquez,

Roque cifra algunas esperanzas en la posibilidad de que algunos PC den el viraje hacia la lucha armada.

En este sentido, hace una división de los Partidos Comunistas latinoamericanos según sus posiciones

políticas hacia la lucha guerrillera. De esta manera, habría, pues, Partidos «de derecha» (el PCA y sus

homólogos de Brasil, Costa Rica, Nicaragua —el PSN, que se opuso a la lucha armada y que, cuando

triunfó el sandinismo, pasó a la oposición—, Honduras, Perú y Paraguay); Partidos de «centro-derecha»

(en los cuales incluye al PCS —aunque años después, celebraría un congreso en el que daría el famoso

viraje hacia la lucha armada— y a los partidos de México, Chile y Panamá); Partidos de «centro»:

Colombia y Bolivia y Partidos «de izquierda»: Uruguay, República Dominicana, Guatemala y Haití. Al

hacer una retrospectiva de este planteamiento, Dalton manifiesta que la división se le aparece «casi

folklórica, confusionista» y que la realidad es más complicada. La pregunta que deja latente es: «¿Son los

partidos llamados comunistas de América Latina, en la mayoría de los casos, auténticos partidos

comunistas?» Aquí Dalton se hermana mucho en lo que Cayetano Carpio plantea al renunciar a la

dirigencia del PCS y formar las FPL: La necesidad de formar el verdadero Partido Comunista, el verdadero

Partido marxista-leninista. Esa es la idea que anima a Dalton a unirse al núcleo fundacional del ERP. En

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136

Poemas clandestinos, uno de sus heterónimos dice, al referirse a la religión de los cristianos

revolucionarios: «En esta religión militan hombres que son/ (como los verdaderos comunistas)/ la sal

de la tierra». Cabe suponer que ese fue uno de los elementos que abonó al conflicto partidario que

acabó con su vida. Recuérdese que muchos de los integrantes de esa organización no venían,

precisamente, de una formación marxista-leninista. Había disidentes de la democracia cristiana

radicalizados, así como elementos de otras afiliaciones políticas. No estoy diciendo de ninguna forma

que los métodos sangrientos de dirimir las disputas políticas sean privilegio de estos elementos. La

otrora izquierda armada tiene historias oscuras, lo cual es lógico, sabiendo que se dieron en un tiempo

de guerra. Únicamente afirmo esto: Roque siguió siendo el militante comunista que fue desde los

veintidós años. En tal sentido, su proyecto político es de raigambre marxista leninista. A la luz de sus

concepciones sobre la literatura, que hemos ido examinando, podemos intuir que no se trata, pues, de

un proyecto autoritario, sino que parte de una superación de las taras stalinianas y busca afincarse en las

características históricas y culturales de El Salvador. Supongo que el caso de Cuba le interesó por

cuanto le parecía un proyecto revolucionario novedoso, no un calco del modelo soviético. Es

interesante su apreciación histórica del contexto mundial en el que se está dando la eclosión de la lucha

armada en América Latina. Según él, la «agudeza» de la fase crítica del movimiento revolucionario

latinoamericano, se da en un contexto de debilitamiento de las posiciones revolucionarias en el ámbito

mundial, junto a «una intensa ofensiva contrarrevolucionaria del imperialismo y la reacción

internacional». Como parte del debilitamiento citado se encontraría «la crisis en el seno del movimiento

comunista internacional, la división del campo socialista, la marcha hacia el capitalismo de

determinados países socialistas, el fracaso de ciertos métodos dogmáticos de construcción socialista que han dado lugar

a hechos tan graves como el de Checoslovaquia» (las cursivas son mías). Esos «hechos graves» no son más que

el aplastamiento militar de la oposición democrática en Checoslovaquia, con el espectáculo dantesco de

los tanques soviéticos entrando en Praga.

En la segunda parte del libro, Balance de ¿Revolución en la revolución?, Dalton destaca cuáles son, a su juicio,

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137

los elementos positivos y cuáles las carencias del trabajo de Régis Debray. Entre los primeros, destaca el

hecho de que el ensayo del escritor francés puso en evidencia el vacío teórico en el movimiento

revolucionario latinoamericano, lo cual se refleja en la ausencia de «una teoría valedera de la

organización revolucionaria para la etapa armada de la lucha de los pueblos de América Latina, BASADA

EN LA ESTRUCTURA DE CLASES PROPIA DE NUESTROS PAÍSES, QUE PERMITA FORMULAR LAS LÍNEAS

DE MASAS DE LA MISMA DENTRO DEL MARCO DE UN PROBLEMA NACIONAL CORRECTAMENTE

PLANTEADO Y RESUELTO», así como la carencia de «una línea político-militar clara, que cubra una gran

parte de las posibilidades del desarrollo de la lucha armada antimperialista».

Otro logro de ¿Revolución en la revolución? lo consistiría el hecho de haber «contribuido, con su impacto

internacional, a subrayar la particularidad de condiciones con que América Latina participa en el

desarrollo de la revolución de liberación nacional del mundo subdesarrollado y la nueva importancia

política y revolucionaria adquirida por nuestro continente en los últimos años a nivel mundial».

Además, el trabajo ensayístico de Debray sería, en opinión de Dalton, una sistematización de las

experiencias que Cuba «ofrece a la revolución latinoamericana», lo cual aportaría elementos de juicio

para confirmar que el proceso cubano «no fue una excepción histórica».

El cuarto elemento que Dalton destaca del libro es que su autor permite revalorar el papel

revolucionario de la pequeña burguesía latinoamericana. En este sentido, Dalton afirmará que la

izquierda tiende a ver a la pequeña burguesía latinoamericana como si fuera su homóloga europea.

Roque reivindica el hecho de que la primera, al estar formada por capas de estudiantes, intelectuales,

artistas, tiene un espíritu crítico que no caracteriza a la pequeña burguesía de los países capitalistas de

Europa, de pensamiento más conservador. Los pequeño burgueses latinoamericanos, dice Dalton, han

contribuido a transmitir el pensamiento marxista a aquellos sectores de la población que no pueden

acceder a la educación universitaria. Para esto, cita a Debray: «La dificultad reside en que el campesino y el

obrero de que hablamos no tiene derecho a la palabra; en primer lugar porque no se les ha dado ese derecho, y luego porque

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no tienen posiblemente nada que decir, porque no sienten ninguna necesidad de liberarse, al no saberse explotados y

humillados. Es una perogrullada reconocer que la conciencia de ser pueblo y de ser un pueblo es dada a éste por el

intelectual: el notario Babeuf, el abogado Robespierre, el disfrutador Danton, el hombre de negocios Engels, el profesor

Marx, para no citar más que el ejemplo de Europa».

Por otra parte, Dalton destaca en ¿Revolución en la revolución? el papel importante que Debray, en base a

los casos de Vietnam y China, atribuye al campesinado como fuerza decisiva en la lucha armada.

Además, el texto del escritor francés insistiría en algo importante: en la urgencia de apegarse a las

realidades concretas como punto de partida de los proyectos revolucionarios, en vez de recurrir al

expediente de las verdades fijadas para siempre.

Más adelante, se destacan las críticas hacia los trotskistas latinoamericanos, a los cuales Debray acusa de

infiltrar organizaciones políticas ya existentes, para captar elementos y emplear los esquemas de lucha

política de Trotsky (células de empresa y sindicatos proletarios), independientemente del contexto

concreto. «...El trotskismo, llegado a su último punto de degeneración es una metafísica medioeval, está

sujeto a las monotonías de su función —escribe Régis Debray—. En el espacio, dondequiera igual: los

mismos análisis de coyuntura sirven en el Perú y en Bélgica. En el tiempo, inalterable: el trotskismo no

tiene nada que aprender de la historia, tiene ya la clave de ésta: la guerra permanente de los trabajadores,

indefectiblemente socialistas —por esencia— hasta en su actividad sindical, contra el formalismo

perverso de las burocracias stalinistas: Prometeo luchando sin cesar contra un Zeus de mil cabezas para

robarle y mantener vivo el fuego de la liberación».

Un último aporte de ¿Revolución en la revolución? es, desde el punto de vista de Roque, el que el autor

subraya la importancia de los factores subjetivos, «LA APELACIÓN A LOS ESTÍMULOS DE LA MORAL

REVOLUCIONARIA, EL NO OLVIDO DESDE LOS MOMENTOS DE INICIAR LA LUCHA DE LOS GRANDES

FINES HUMANOS DE LA REVOLUCIÓN Y LA UTILIZACIÓN DE LOS MISMOS PARA ELEVAR LA

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CAPACIDAD COMBATIVA DE LOS REVOLUCIONARIOS ANTIMPERIALISTAS». Este elemento también es

capital en el pensamiento político de Dalton: El marxismo como proyecto humanista. Recuérdese que

en el movimiento izquierdista se había caído muchas veces en el reduccionismo económico, esto es:

afirmar que todo hecho humano tiene, en el fondo, una motivación económica y sólo puede explicarse

como reflejo de una superestructura económica determinada. Ese error de análisis desfiguró el

pensamiento de Marx. Se llegó, incluso, a contraponer al «joven Marx» —cuyos escritos, como los

Manuscritos de 1844 manifiestan una preocupación por el ser humano— al Marx maduro, el de El

Capital. Perdieron de vista, en definitiva, que un proyecto de liberación está incompleto si no procura la

realización del ser humano en la complejidad de sus aspectos. De ahí que, si bien las sociedades

socialistas de Europa del Este garantizaban condiciones materiales de subsistencia a las personas,

fallaron al desdeñar la subjetividad y la realización de las personas en tanto que individuos y no

solamente como integrantes de una colectividad. No es gratuito, pues, que Dalton haya sido muy crítico

con el modelo soviético, que no haya estado de acuerdo con la invasión a Checoslovaquia, que tampoco

haya considerado prudente el manejo del conflicto de Heberto Padilla.

Lo que Roque considera como «debilidades» del texto de Debray son, sumariamente las siguientes: «(a)

Un manejo a partes confuso y a partes débil de las relaciones entre guerrilla y masa». Dalton insistió en

que la naciente guerrilla se vinculara a los movimientos políticos «de masas», en vez de convertirse en

un aparato militarista. «(b) La absolutización (...) de la crítica (...) con respecto a problemas particulares

y métodos del trabajo guerrillero(...); (c) Incorrecto enfoque sobre la importancia de la experiencia

internacional, lo cual hace que Debray cometa serios errores de apreciación con respecto a tales

experiencias, sobre todo la del Viet Nam» y «(d) El planteamiento insuficiente del problema nacional

latinoamericano en la dirección que actualmente interesa para el desarrollo concreto de la revolución».

No abundaré en las críticas al documento de Debray, porque creo que las preocupaciones que recoge

están planteadas de sobra en las páginas anteriores.

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Finalmente, existe un texto atribuido a Dalton, que dataría de sus últimos años en El Salvador:

Un manuscrito intitulado «Algunos aspectos de la guerra psicológica entre la burguesía y el proletariado», fechado

en la capital salvadoreña, el mes de noviembre de 1974. Al parecer, el trabajo de Roque habría circulado

en algunos núcleos partidarios del naciente ERP —esto es, aquellos que se desgajaron de éste para

luego conformar la RN—. Sin embargo, no hay, aparte del nombre del autor en la carátula, algún

elemento de juicio que confirme que el texto fue escrito, efectivamente, por Roque. Sin embargo,

parece plausible la idea de que Dalton elaboró ensayos y análisis políticos durante su última etapa de

clandestinidad en el país.

En el escrito mencionado, Dalton —o quien quiera que haya sido el autor— analiza el problema de la

guerra psicológica a través de los medios de comunicación masivos, en el contexto de la lucha de clases

en El Salvador. No es un trabajo meramente ideológico: En él hay una base teórica que abarca tanto la

crítica de Marx a Hegel, como a Mac Luhan, Gailbraith, Marcuse, Mattelart y Assmann. Un punto

importante es el tema del proceso de internacionalización del capitalismo, cosa que se ve expresada a

plenitud en la actualidad. Dice el autor: «La ideología dominante en la actualidad ya no se refiere a

países, como en el siglo pasado, ya no parte de los intereses contradictorios de varios países

imperialistas en pugna: ahora existe como un sistema organizado de los países capitalistas que

trascienden sus contradicciones mutuas y que incluso incorpora los nacionalismos a su fortalecimiento

conjunto».

Un acápite interesante es el titulado La apropiación del marxismo por la burguesía. La idea central es

que las clases dominantes han desarrollado una capacidad de asimilación del pensamiento marxista, para

desnaturalizarlo y utilizarlo como medio de dominación del proletariado. «Se trata de una actividad —

dice el autor— similar a la que efectúa un hombre al vacunarse (inmunizarse) con sustancias tóxicas a

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su organismo o de quien arrebata una pistola a su dueño para dispararle con ella». En Poemas

clandestinos hay un texto titulado Un obrero piensa sobre el famoso caso del Externado. En él se habla

de la polémica que generó el colegio jesuita Externado de San José —donde estudió Roque— por

estudiar elementos de marxismo en sus clases. Para el protagonista del poema, lo único que el hecho

significa es que la burguesía se está apropiando del marxismo para vacunarse preventivamente: «El

Externado de San José/ incluyó en su programa de sociología/ algunos aspectos del marxismo/ (como

“vacuna saludable” y no como “portador de la enfermedad”) (....) «Entre tanto barullo y tantas cosas/

es bien difícil atinar con completa seguridad,/ pero yo me pregunto/ ¿no será este caso también un

síntoma/ de que la burguesía quiere robarle al proletariado/ hasta el mismo marxismo?». Es la misma

metáfora.

Hay otra referencia que conecta este texto con Poemas clandestinos. En el apartado Las técnicas psicológicas, se

pone como ejemplo de la utilización del cuerpo femenino como mercancía: «el desodorante íntimo con

sabor a limón». Un poema de Vilma Flores —Para un mejor amor— utiliza esa misma frase: «saber que el

desodorante mágico con sabor a limón/ y jabón que acaricia voluptuosamente su piel».

Hay elementos que me parecen típicamente daltonianos: la unión de dos sustantivos con un guión, para

expresar un nuevo concepto: «idea-maniobra»; expresiones como las siguientes: «si te esfuerzas, si

trabajas como todo el mundo, si no te apartas de las normas del sistema, un día (en el futuro) podrás

tener un Ford como el que tiene don Rafael Meza Ayau, podrás beber el mismo tipo de whisky que

consume don Rafael Guirola»; «el comunismo es malo porque coarta la libertad de mascar chiclets

Adams o usar cosméticos Revlon(...) todo ello propiciado para cada quien por un sistema que ha puesto

al primer hombre en la luna, que ha perfeccionado los proyectiles teledirigidos, las miras infrarrojas, el

napalm, los aviones espías que detectan guerrilleros de la estratósfera»; «los espías rusos que “escogían

la libertad”». Hay también ataques personales muy a lo Dalton, por ejemplo, en contra del ex Ministro

de Educación Walter Béneke.

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La tesis —o una de las tesis— es que la guerra psicológica se libra a distintos niveles: desde la

propaganda anticomunista más burda —vgr., Selecciones del Reader’s Digest—, hasta la publicidad —que

exalta los valores del individualismo y ayuda a establecer relaciones de enajenación—. Y todo ello

estaría fuertemente vinculado con una estrategia global: La guerra de contrainsurgencia, para aniquilar a

los movimientos de liberación nacional.

4. Lo que falta

Lo anterior ha intentado ser un recorrido muy sucinto sobre el pensamiento de Dalton. Ello nos lleva a

la conclusión de que es necesario sacar sus textos dispersos de los anaqueles de las hemerotecas y

llevarlos al público lector. Esta tarea implicaría ordenar sus ensayos literarios, sus reseñas bibliográficas

y sus escritos políticos. Aunque ya existe, gracias a la labor de Rafael Lara Martínez, una nómina

bibliográfica muy extensa y detallada de Roque —que incluye textos escritos y publicados en América

Latina—, aún falta por conocer cuáles fueron los trabajos publicados durante su residencia en

Checoslovaquia y otros lugares, por ejemplo.

Recordemos que, merced al desconocimiento, hemos tenido en el país una imagen distorsionada de

Roque. Cierta izquierda lo ha presentado como un emblema partidario, prevaleciendo la difusión de su

obra menos lograda estéticamente. En este caso, lo que existe es una visión utilitaria de la poesía, que

justifica las tentaciones dirigistas y que ha servido, también, para darle carta de legitimidad a la pésima

literatura, falsamente «comprometida». Este sesgo ideologizado ha servido para cometer uno de los

mayores descaros: los mismos que, en distintos momentos de la intensa vida militante del poeta, lo

acusaron de ser pequeño burgués, cuando no de enemigo de clase, años después, también convirtieron

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143

a Roque en una bandera partidaria, lista para blandirse en momentos de controversia, útil para

adjudicarse la «verdad histórica» cuando ello convenía.

Por otra parte, hay quienes intentan hacer ver a Dalton como una suerte de individuo esquizofrénico,

en cuyo interior el poeta y el militante eran enemigos a muerte. En tal sentido, lo que habría que hacer

es —siguiendo esta línea de interpretación— depurar la poesía de la política. Pero semejante asepsia

solamente puede lograrse mutilando la obra daltoniana. ¿Cómo tendría que operar ese bisturí crítico, en

una obra donde literatura y política están en continuo comercio? Por otro lado, si se sigue ese criterio,

también se corre el riesgo de negarle apriorísticamente cualquier mérito a la obra ensayística de Roque,

no solamente a sus escritos políticos, sino también a aquellos trabajos en los que madura su posición

ante el problema de los vínculos entre literatura y acción política. El trasfondo es, pues, negar al

revolucionario. Utilitarismo partidario, asepsia literaria: ambas visiones intentan presentar al Roque que

les conviene.

Con ello no estoy negando de ninguna manera el hecho de que la personalidad de Roque era muy

compleja, y como ocurre en esos casos, estaba llena de contradicciones interiores. Una de estas

contradicciones sería la que acertadamente ha señalado Luis Melgar Brizuela: La tensión entre

marxismo y cristianismo que hay en Dalton. Admitir esto es muy diferente a hacer pasar a Dalton como

un escritor esquizofrénico. Pero, para quitar toda duda al respecto, recordemos sus propias palabras:

Alguien definió al poeta como una persona que no vive normalmente si se le impide escribir. La construcción de este concepto es similar a la de un sentimiento que desde hace ya mucho tiempo siento arraigado en mí: el de la imposibilidad de ejercer la labor creadora fuera de las filas de la revolución. Si la revolución, o sea, la lucha de mi pueblo, mi partido, mi teoría revolucionaria, son los pilares fundamentales en que quiero basar mi vida y si considero la vida en toda su intensidad como el gran origen y el gran contenido de la poesía, ¿qué sentido tiene pensar en la creación cuando se abandonan los deberes de hombre y de militante?

Las manipulaciones políticas de la imagen del poeta, tanto de izquierda como de derecha,

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coinciden en presentárnoslo como un Dalton rígido, preparado quizá para habitar el mausoleo de las

ideas y de la poesía. Parafraseando a Roque, hay decir que «cualquiera puede hacer de los libros del

joven Dalton un liviano puré de berenjenas, lo difícil es conservarlos como son, es decir, como

alarmantes hormigueros». La publicación y discusión de la obra ensayística de Dalton posibilitará que

conozcamos mejor su pensamiento, un pensamiento que sigue sintiéndose vivo y actual.

Casi un epílogo

Se ha dicho que los pueblos de lengua española, tienen, a falta de una filosofía —según los cánones

occidentales- a la literatura como un modo de llegar a dar esa vista filosófica de la realidad. Cintio Vitier

reafirma esta frase al referirse a lo que él llama sustancia española de la poesía. Dice —y es algo

reconfortante- que «...la poesía, en efecto, tal como la hemos descrito sumariamente, implica o puede

dar de sí una filosofía y una ética». Lo central de esta afirmación es ese puede, esa potencialidad de

constituirse en pregunta e indagación por el mundo, pero también de encarnarse en los actos

cotidianos. No toda poesía tiene esta condición, y eso es independiente de su calidad estética.

Esta potencialidad viene dada, como ya se ha dicho, por los siguientes elementos:

a) Indagación por la verdad (conocimiento poético de la realidad y asimilación poética de la misma -

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incluyendo las ideas, de las cuales su instrumental de alquimista convierte, en casos afortunados, en

elementos poéticos-).

b) Una manera de concebir nuestro ser-en-el-mundo. La conducta del poeta debe estar libre de

enajenaciones, es decir, de todo lo que le impide ser plenamente ella misma. En este sentido, Dalton

comprende que las palabras pueden convertirse en un elemento liberador, toda vez y cuando

comprendamos que son portadoras de visiones de mundo, entre otras cosas.

c) La gran poesía aspira a la universalidad, entendida esta como el hecho de ser significante «para la

persona, para todo el pueblo, para el universo». En consecuencia, para Dalton, la filosofía y la ética que

se desprenden de la poesía sólo cobrarán sentido en la medida que contribuyan a la liberación de las

mayorías. Si las mayorías son las anónimas y grandes artífices de las palabras, el proyecto liberador de

Dalton busca, en un acto de justicia poética, contribuir a la liberación de las mismas.

Se dice que la tan ansiada valoración crítica de la obra de Dalton tiene que ceñirse única y estrictamente

a lo literario. Probablemente sea verdad, pero es su poesía de una complejidad tal que rebasa la esfera

de lo literario (entendido en un sentido quizás bastante reducido: lo literario es lo vital en todo gran

escritor, es su vida misma, es la virtud y la maldad que anima sus actos y omisiones).

Dalton parece sectario porque insiste en el papel del compromiso político del escritor. Pero se olvidan

muchos que esto lo asume poéticamente, es decir, haciendo que esa condición de hombre político se

someta a su condición de poeta. Una cita de Cortázar se me viene natural para explicar lo anterior

mejor y de manera más hermosa. Dice el novelista argentino, en Imagen de John Keats, acerca de lo que

llamó «poética del camaleón»: «Cierto es que la experiencia humana no basta para hacer un poeta; pero

lo engrandece cuando se da juntamente con la aptitud lírica, cuando el poeta sabe la especial forma de

relación en que debe articularlas. Tocamos aquí la raíz del malentendido romántico, en especial el

romanticismo a lo Espronceda y Lamartine; creer que la aptitud poética debe someterse a la experiencia

personal (experiencia del sentimiento y las pasiones), en vez de ser ésta quien, enriquecida y purificada,

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catalizada por una visión poética del mundo (visión que sólo puede tener el poeta) actúe como estímulo

del don poético, lo proyecte fuera de la persona y lo rescate en el balbuceo del verso. El trabajo del

poeta será entendido por el romántico como una mezcla de anécdota (aportación de la experiencia en el

orden sentimental) y materia verbal «ad hoc», resolviéndose en verso de once o de catorce».

La experiencia individual y su vida política nutrieron sin duda su visión poética. Su vida y su obra no

son otra cosa que una formidable experiencia poética.

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1975: 30 de mayo

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1960. 8 de enero, 18 de enero

1975: 29 y 30 de mayo, 4 de junio y 18 de septiembre

La Prensa Gráfica:

1956: 1 de julio, 30 de septiembre, 7 de octubre y 9 de diciembre.

1957: 28 de abril

1959: 21 de diciembre