ekate

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Ekate – Matias Ivan Sanchez Primavera de hace algunos años A principios de la humanidad en medio de acertijos, mariposas, girasoles y escafandras, en este albor de los comienzos en el que ni siquiera el todo y la nada estaban prefijados, circundados y determinados, donde lo imposible y lo posible caminaban por una tenue y transparente línea; en donde solo bastaba cerrar los ojos para que se cumpliera lo deseado, lo prohibido o lo profano. Ella yacía en su sombría montaña arropada de exóticas semillas de almendras, con detalles que dependiendo de la distancia se volvían verdes, negras, azules o blancas, con huecos de raíces en sus manos, con máscaras en sus piernas y con la tentación en el centro mismo de sus senos, según cuenta la leyenda. Solo se sabe con real certeza que posee la compañía de sus viejos libros, llenos de polvo, plagados de extraños secretos, colmado de mundos de palabras. Ese singular lenguaje con lo que hacía pociones, ungüentos y hechizos para aquellos que se atrevieran a surcar los caminos atestados de árboles de siniestras hojas y de escamas secas, de tiempos sin retorno y de perpetua melancolía. Mares de tempestades separaban todas las ciudades hasta su cabaña, una cabaña con adornos oscuros y tétricos, con silencios de jaula y de pozos ciegos, con puentes quebradizos y desbastados, con telas de arañas de olores antiguos y rancios. En uno de esos tantos días en búsqueda del enigma de la quimera y de la alquimia, con un leve movimiento disimulado del danzar de su sombra tocó la bola de cristal que estaba en su atril en medio de la cabaña que no pudiendo flotar por el peso de sus secretos y misterios se desplomó secamente contra el suelo. Cuando la levantaba un acontecimiento de muchos siglos después le reveló en tan magnifica caída.

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Poema de la primera etapa

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Page 1: Ekate

Ekate – Matias Ivan SanchezPrimavera de hace algunos años

A principios de la humanidad en medio de acertijos, mariposas, girasoles y escafandras, en este albor de los comienzos en el que ni siquiera el todo y la nada estaban prefijados, circundados y determinados, donde lo imposible y lo posible caminaban por una tenue y transparente línea; en donde solo bastaba cerrar los ojos para que se cumpliera lo deseado, lo prohibido o lo profano. Ella yacía en su sombría montaña arropada de exóticas semillas de almendras, con detalles que dependiendo de la distancia se volvían verdes, negras, azules o blancas, con huecos de raíces en sus manos, con máscaras en sus piernas y con la tentación en el centro mismo de sus senos, según cuenta la leyenda. Solo se sabe con real certeza que posee la compañía de sus viejos libros, llenos de polvo, plagados de extraños secretos, colmado de mundos de palabras. Ese singular lenguaje con lo que hacía pociones, ungüentos y hechizos para aquellos que se atrevieran a surcar los caminos atestados de árboles de siniestras hojas y de escamas secas, de tiempos sin retorno y de perpetua melancolía. Mares de tempestades separaban todas las ciudades hasta su cabaña, una cabaña con adornos oscuros y tétricos, con silencios de jaula y de pozos ciegos, con puentes quebradizos y desbastados, con telas de arañas de olores antiguos y rancios. En uno de esos tantos días en búsqueda del enigma de la quimera y de la alquimia, con un leve movimiento disimulado del danzar de su sombra tocó la bola de cristal que estaba en su atril en medio de la cabaña que no pudiendo flotar por el peso de sus secretos y misterios se desplomó secamente contra el suelo. Cuando la levantaba un acontecimiento de muchos siglos después le reveló en tan magnifica caída.

Permaneció muda sin reacción alguna por unos instantes, aparentemente por un segundo desorientada en pensamientos, ahogada en cortinas de derrota, en oscuros escalofríos, en espejos rotos. Momentos después celosa y afiebrada por lo que se anunciaba hizo hechizos que la volvieron gigante y blanca, extraordinaria y sublime, delicada y desequilibrante. Junto a sus cómplices de centenares de años atrás que le ayudaron a orquestar antiguos planes, viajó hacia el firmamento y ahí quedó en silencio, observando cómo se formaron los sonidos, las medusas, las hormigas, las flores, las estaciones, el lucero, el dulce tornasol, los vidrios a contra luz y hasta los escritos que en soledad de lágrimas sellaron un “adiós”.

Page 2: Ekate

Ya hace milenios que descansa sensible, jugando a la escondidas con su sombra, siendo la inspiración de miles, algunos que la miraron, otros miles que le escribieron, aquellos centenares que le cantaron, varias decenas que la anhelaron, miles que la soñaron. Fue única por mucho tiempo y por muchos años, aunque nunca se exasperó, siempre hizo la antesala, siempre encubierta y muy disimulada, siempre oculta y expectante a que ese día llegara. Cada momento que se acercaba, cada tronar del relámpago, cada estruendo del mar en la roca, cada vértigo de precipicio, daba a cuentagotas lo que pronto ocurriría. Resolvió que la desplazarías de manera inevitable haciendo trisas su ilusión de ser la única musa del cosmos en el mismo instante que tú ser sin intención alguna lejos de la envoltura de cristal del vientre materno fuera verbo. Al poco tiempo después en contacto con los cuatros elementos y al jugar con ellos como carta astral depositaste en completa inocencia un sonido armonioso y sincero que llevan consigo a cada vaso desierto, a cada lenguaje desorbitado, a cada rincón de sótano vacío, a cada hoja revuelta, a cada fuego disperso, a cada reloj inmóvil, a cada jaula oculta, a cada parte de infinito, a cada palabra que te despierta, algunas de las partes de tus labios,

de tus cabellos,

de tus sombras,

de tus miradas,

de tus miedos,

de tus certezas

de tus muros, de tú mimbre,

de tus aromas,

de tus palmas,

de tus poros,

de tus ecos

de tus vestigios,

de tu amor,

de tu vuelo y de tú luz…

Page 3: Ekate

Ekate – Matias Ivan Sanchez