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De poblachón a posmociudad: la Vitoria revolucionada Antonio Rivera

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Cuando en 1957 daba sus primeros pasos la Institución “Sancho el Sabio”, comenzaban a ocuparse los dos millones de metros cuadrados dispuestos entre los pueblos de Gamarra y Betoño para acomodar de manera organizada una nueva y definitiva industrialización. Aquélla iba a transformar la capital alavesa hasta hacerle pasar de ser el poblachón provinciano de entonces a la urbe postmoderna de hoy. Todo eso, en medio siglo escaso.

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Cuando en 1957 daba sus primeros pasos la Institución “Sancho elSabio”, comenzaban a ocuparse los dos millones de metros cua-drados dispuestos entre los pueblos de Gamarra y Betoño para

acomodar de manera organizada una nueva y definitiva industrialización.Aquélla iba a transformar la capital alavesa hasta hacerle pasar de ser elpoblachón provinciano de entonces a la urbe postmoderna de hoy. Todoeso, en medio siglo escaso.

El contraste de las imágenes coloristas de nuestro presente, con esospulcros y gélidos barrios de tiralíneas, y el de aquéllas en blanco y negro,donde se agolpaban isocarros, algún animal de tiro, un despistado guardiade tráfico, viandantes, algún cura, muchas bicicletas, obreros de ida yvuelta al trabajo, y hasta algún automóvil, todo ello por el novedoso bordedel eterno Casco Antiguo, parece deberse solo a la distancia natural deltiempo. Sin embargo, hay razones y causas que explican por qué se trans-formó aquel poblachón de los años cincuenta en unas proporcionesincomparables a las de cualquier otra localidad de nuestro entorno.

Por aquel entonces, allá por el 56 ó el 57, estábamos en el momen-to inminente de la gran revolución. La vieja ciudad tenía ya sus talleres yhasta algunas fábricas de cierta entidad y trayectoria. Ajuria y Aranzábalhabían prosperado en la guerra y en la posguerra, eran marcas de refe-rencia nacional y contaban con plantillas de centenares de obreros. Otras“clásicas”, como éstas, procedentes del XIX o de las primeras décadas del

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XX, seguían teniendo su importancia: la naipera de Fournier, la cartuche-ra de Orbea, Industrias de Mendoza, la Azucarera local, la PanificadoraVitoriana, la Vitoriana de Electricidad… De menor tamaño eran ya meta-lúrgicas como Sierras Alavesas, Gamarra, la fundición de Echauri oArmentia y Corres, y las también históricas de otros gremios, como lafábrica de Aranegui, la de Lascaray o la pirotecnia de Lecea. Vitoria noera una ciudad industrial, pero sí un núcleo industrioso que todavía sedebatía acerca de la oportunidad de cambiarse por aquélla, de verse inun-dada por grandes factorías y obligarse a ser distinta en todo, como veíaestaba pasando ya en el norte de la provincia. Efectivamente, siguiendo unestímulo paralizado provisionalmente por la guerra, los capitales de laplutocracia vizcaína (Oriol, Smith, Horn, Urigüen, Delclaux, Aresti,Olaso…) habían revolucionado la fisonomía de Llodio, una localidad depoco más de tres mil habitantes en 1940 que eran ya siete mil en 1960 yque siguió duplicando sus efectivos en las dos décadas posteriores. Losvitorianos hablaban de esa vecina mutación; también de la llegada masi-va de inmigrantes de lejos, de lo que suponía todo ello, de sus pros y con-tras, de sus posibles prevenciones. Algo habían visto ya cuando vinieronmuchos del lejano sur para construir durante años, entre finales de loscuarenta y finales de los cincuenta, los embalses del Zadorra. Pero en sumayoría fueron instalados en miserables barracones a pie de obra y solollegaban a la ciudad para hacer sus compras. Eso sí, “al contado”.

Lo cierto es que no habían resuelto esta duda existencial de si lesconvenía o no crecer cuando los vitorianos se vieron lentamente invadi-dos, casi sin quererlo, por empresarios, trabajadores y empresas de media-no tamaño que llegaban del norte para instalarse aquí. Porque el “agostoposbélico” tuvo lugar en esos territorios: la guerra terminó antes en elNorte que en su competidora industrial Cataluña; la especialización side-rometalúrgica vizcaína proporcionaba los bienes de equipo para la recons-trucción de las infraestructuras del país tras la contienda; la política deautarquía exigía nutrirse precisamente de esas producciones locales yhasta cuando a comienzos de los cincuenta se abrieron las exportaciones,éstas fueron sobre todo de los productos metalúrgicos que fabricabaGuipúzcoa. Añádasele a todo esto la particular implicación que tuvieronlos grandes industriales vascos con el bando de los vencedores, recom-

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1. Gamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial de Vitoria. Imagen del Portal deBetoño en la década de 1950. Fototeca Caja Vital Kutxa. 2. Cuando la Institución Sancho el Sabio empezó a andar, en Vitoria todavía era posible ver algúnanimal de tiro. Año 1945. Fototeca Caja Vital Kutxa

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pensada de sobra con las posteriores decisiones del Estado. La conse-cuencia fue un desarrollo industrial en Vizcaya y Guipúzcoa muy impor-tante ya en las décadas de los cuarenta y los cincuenta –todavía antes deldesarrollismo-, que se desparramó alcanzando a Álava cuando fue inca-paz de contenerlo allí la falta de suelo barato para su adecuada ubicación.

Efectivamente, la única, o la más destacada “materia prima” quetenían Álava y Vitoria era el espacio disponible: una gran superficie deterreno de ocupación agrícola, con un único punto urbanizado, situadoestratégicamente en el cruce tradicional de las dos grandes rutas que unenEuropa con la Meseta y el Cantábrico con el Mediterráneo, y dotada deabundancia de agua para la industria en cuanto se empezaron a construirlos embalses del Zadorra –a instancias, precisamente, de Altos Hornos deVizcaya. A estos factores de oportunidad se le podrían añadir otros comola existencia de una mano de obra relativamente cualificada y formada enlos dos centros de formación profesional creados en los años cuarenta (lasEscuelas Diocesanas y Jesús Obrero), la existencia ya de una “economíaindustriosa” que había disciplinado a los vitorianos en sus reglas desdehacía décadas (tiempo, regularidad, ahorro, cumplimiento…) y la conti-nuidad de un régimen de Concierto económico –junto a la importancia delas instituciones propias: forales, locales y de ahorro- que permitía ciertacapacidad de maniobra en la a veces determinante ventaja fiscal. Demanera que Álava apareció a la vista de sus vecinos norteños como unespacio de oportunidad; algo que, por otro lado, no era nuevo. Vizcaya –osus capitales- ya había renovado su presencia en Álava con sus importan-tes inversiones en el valle de Ayala, en la década de los treinta y luego enlos cuarenta y en los cincuenta y en los sesenta (Aceros de Llodio,Lipmesa, Jez, Tubacex, Vidrieras de Álava…). En el caso vitoriano, ladescomunal obra e inversión vizcaínas en los embalses de Urrúnaga yUllívarri-Gamboa –todavía poco estudiadas y conocidas- constituyó laacumulación de recursos e infraestructuras necesaria para el “salto ade-lante” inmediato. Por su parte, los guipuzcoanos, que se recuperaron delos desastres de la guerra un poco más tarde que los vizcaínos, se espe-cializaron definitivamente en el pequeño y mediano metal (máquinaherramienta, metalurgia ligera), y vieron cómo para comienzos de los cin-

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3. Cantinas escolares, promovidas por la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria. Año 1956.Fototeca Caja Vital Kutxa. 4. Aparecieron nuevas infraestructuras y servicios. Garaje La Unión, en la calle Fueros. ArchivoMunicipal Vitoria-Gasteiz.

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cuenta sus valles ya nos les permitían crecer más. La reacción lógica fuedesplazarse.

Y lo hicieron a Vitoria, como ya había hecho el cartuchero de losOrbea eibarreses en los años veinte. Fue ahora el caso de los Areitio oña-tiarras en 1947, de las fábricas de bicicletas de los eibarreses Iriondo yBéistegui poco después, y sobre todo de Ignacio Emparanza y de JuanArregui Garay, procedentes de Oñate y Arechavaleta, respectivamente,que montaron la importante factoría de Esmaltaciones San Ignacio, en1951. Casi a la vez, Arregui, al frente de sus hermanos, puso en marchaForjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica que se establecía alnorte de la ciudad, en lo que sería el futuro espacio industrial. Luego cre-aría más firmas (Arregui, Forte Hispania…). Finalmente, Imosa(Industrias del Motor) comenzó a fabricar en 1954 furgonetas DKW enunos terrenos más allá de Ali, junto a la Azucarera.

De manera que antes de que el capitalismo internacional invitara ala España franquista a salir del túnel de subdesarrollo, autarquía y colap-so en que estaba metida, antes de aquel Plan de Estabilización de 1959,Vitoria y Álava ya habían inaugurado su particular desarrollismo. Lanueva riqueza que se desparramaba por el territorio propio, gracias a laestrechez y carestía del de los vecinos, hubo de ser ordenada para así pro-piciar nuevas llegadas de empresas y para consolidar un motor que per-mitiera un desarrollo más autónomo. Vitoria –y Álava- resolvía por fin suapuesta por una industrialización que le iba a transformar como nuncahabía conocido desde los años de su carta puebla de 1181.

1. Industrialización, inmigración, urbanización y cambio decostumbres

Las condiciones propicias en un momento dado propician ventajasque, si no se ordenan y aprovechan, se agotan cuando se tuerce la coyun-tura. Por el contrario, decisiones y voluntades expresas, junto con el acier-to en ellas, asientan bienestares de más larga continuidad. El 9 de enerode 1956, el alcalde Gonzalo Lacalle Leloup propuso a su consistorio unaMoción “sobre designación de zonas industriales”. Fue la primera grandecisión de los poderes públicos locales para apostar por una industriali-

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zación sin retorno. Antes había habido iniciativas para no perder del todoel tren: la Diputación, en 1946, aprobó otra moción –que un año despuéselevó a Decreto- para eximir de impuestos por un tiempo a las empresasque se instalaran en el territorio; en octubre de 1954 se celebró el granConsejo Económico-Sindical que sirvió para que los intereses económi-cos (y las “fuerzas vivas”) debatieran y reflexionaran sobre la dirección aseguir. Incluso poco después del Consejo tuvo lugar la ExposiciónSindical de la Economía Alavesa, donde empresas y gremios exhibieronsu recién estrenada potencialidad. Pero todo esto seguía reteniendo unaroma de otro tiempo, un pulso de “economía industriosa”.

La Moción de Lacalle Leloup era algo diferente; de ahí que se hayatomado como hito casi fundacional de la inmediata realidad industrial.Básicamente se trataba con ella de definir uno o varios espacios destina-dos a las industrias, de hacerlo bajo la batuta del Ayuntamiento y de evi-tar movimientos especulativos privados. El municipio adquiría el sueloexpropiado y construía las infraestructuras para su uso industrial median-te el concurso financiero de su Caja Municipal. De esa manera estaba encondiciones de ser interlocutor ante las empresas que se dirigían a él paraubicarse en la ciudad, imponía hasta lo posible las condiciones para ello yevitaba la interferencia de intereses privados. El procedimiento se puso aprueba cuando la firma francesa de construcción de vehículos Citröenpulsó al Ayuntamiento para instalarse aquí. Éste dispuso para ello unespacio entre los núcleos rurales de Gamarra y Betoño, al norte de la ciu-dad, donde ya se había ubicado Forjas. La operación no prosperó. Sinembargo, facilitó la elección a que invitaba la Moción municipal yGamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial. A partir deél se replicó el procedimiento en los demás: su ampliación hasta Arriaga,Olárizu-Uritiasolo, Ali-Gobeo, más tarde Júndiz.

La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio en quese introducía Vitoria. Hasta entonces, el suelo residencial convivía comopodía con el productivo, conforme a las pautas tradicionales de mezcla detodo tipo de usos. Es cierto que las factorías más grandes -Ajuria,Aranzábal, Orbea, Sierras Alavesas, la de hebillas, la de naipes…- ocupa-ban los bordes de la ciudad, pero muchos pequeños y medianos talleres serepartían por su interior (por ejemplo, la carpintería de Aguirre o la fun-

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dición de Echauri seguían en el Casco Viejo). La inicial llegada de nuevasempresas, en los años cuarenta y cincuenta, por la novedad y por sus gran-des dimensiones, obligó a éstas a ubicarse en las afueras (Olárizu, Campode los Palacios, carretera de Madrid, Ali-Azucarera). Las que ahora veníano se interesaban por ello eran de mayor entidad, por lo que los nuevospolígonos industriales trataban de ordenar el espacio y de proporcionar lasinfraestructuras necesarias para la nueva y gran industria. La ciudadindustrial moderna se caracterizaba por disociar los usos residencial yproductivo, lo que hacía aparecer dos novedades asociadas: las distanciasinteriores y la dependencia del transporte.

De la mano del polígono industrial llegó el barrio obrero, otro nuevoconcepto que alteraba también la tradición anterior vitoriana. Desde sufundación en 1181, el espacio urbano local se había limitado a poco másque el Casco Antiguo, el Ensanche decimonónico y la ocupación desor-denada de los bordes de ese plano. Solo a comienzos de los años treintaapareció el primer barrio identificable, el de San Cristóbal, y la erecciónen ese lugar de la “quinta parroquia”, más allá de las “cuatro torres” desiempre, venía a confirmarlo. Se atisbaban otros posibles en torno aJudizmendi, por Aldave, junto a la estación del Vasco-Navarro, hacia Ali–el barrio “aristócrata” del Prado era otra cosa-, pero todavía solo sepuede hablar de San Cristóbal, donde de nuevo se mezclaban viviendas,talleres y fábricas, y servicios: la fábrica de hebillas abrió paso a otrasaños después y el del Campo Los Palacios-Olárizu fue un “polígonoindustrial” antes de que pudiera dársele con rigor ese nombre. Allí se ubi-caron en los cuarenta y cincuenta Esmaltaciones, las fábricas de bicicle-tas, la naipera de Fournier y otras importantes, que renovaron el originalSan Cristóbal, con el añadido posterior de Adurza, hasta hacer de él en esacontinuidad el primer barrio de identidad obrera de Vitoria.

Pero en términos urbanísticos, un barrio obrero era una cosa dife-rente. No era solo, como el de Adurza, un sitio donde vivían básicamenteobreros; también en lo viejo vivían básicamente obreros y no era un barrioobrero. Se trataba de una concepción de ciudad distinta, que entendía queiba a tener en lo inmediato un volumen de trabajadores desusado y al quenecesitaba ubicar en espacios concretos, con las infraestructuras y servi-cios que creyera precisos o estuviera en condiciones de ofrecer. Igual que

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5, 6 y 7. En medio siglo escaso, lacapital alavesa ha pasado de ser elpoblachón provinciano de entonces ala urbe postmoderna de hoy. Años1950, 1957 y 1978 Fototeca Caja VitalKutxa.

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se preparaba (y propiciaba) la llegada de las fábricas creando polígonosindustriales, se preparaba la llegada de los trabajadores creando barriosobreros. Detrás había complejas y contradictorias concepciones de cómodebían vivir y ser tratados éstos, pero lo inmediato es que se asumía quela ciudad ya no iba a ser la tradicional mesocrática Vitoria, de pocos ricosy pocos pobres, y muchos indeterminados en el medio. Se auguraba queahora iba a haber muchos trabajadores empleados en muchas y grandesfábricas. El escenario urbano, por tanto, se veía radicalmente transforma-do.

Pero, antes que del espacio, hay que hablar de las personas que ibana forzar su cambio. Hay dos guarismos que son muy fáciles de retener yque expresan rápidamente la gran revolución que vivió Vitoria: en elpoblachón de 1950 habitaban poco más de 50.000 personas; en la ciudadindustrial que era ya en 1975 éstas eran casi 175.000. Los casi diez milobreros más o menos industriales que había en 1950 se habían multipli-cado por cuatro veinticinco años después. El desmesurado y aceleradocrecimiento poblacional se justificó básicamente por la llegada de pobla-ción foránea, por la inmigración que atrajo la industria durante una vein-tena ininterrumpida de años, entre mediados de los cincuenta y mediadosde los setenta. ¿De dónde procedía aquella gente? En las cuestiones inmi-gratorias, antes y ahora, el exotismo de la diferencia nubla la vista y lapercepción real de los hechos. Lógicamente, la mayoría de los “nuevosvitorianos” venía de cerca: en 1958, cuatro de cada diez inmigrados aVitoria procedía del resto de Álava, y todavía eran dos en 1975. Eran elbloque mayoritario. La industrialización de las ciudades “vació” los cam-pos, que se habían mantenido durante años en un precario subempleo quedaba para sobrevivir, pero no para aspirar a una vida mejor. Luego, facto-res como la mecanización de las tareas agrícolas –un aspecto en el queÁlava fue puntera- expulsaron todavía más brazos, y otros coyunturalescomo la desaparición de pueblos por la construcción de los embalses o defuturas infraestructuras redujo todavía más esa población. Los habitantesde Álava, sin contar Vitoria, eran los mismos en 1950 que en 1975; y, sidescontamos también Llodio, un cuarto menos. El segundo bloque deinmigrantes lo proporcionaba por sí sola la provincia de Burgos, siemprepor encima del 10% del total. La Rioja también tuvo una aportación ini-

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8. La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo al transporte, que pasó a invadir ya disputar la calle con el peatón. Fototeca Caja Vital Kutxa. 9. Se iba a iniciar una concepción de ciudad distinta. En la imagen los terrenos de Zurbitu en marzode 1957, donde se construyeron después la calle y el polideportivo de Landázuri. Fototeca CajaVital Kutxa.

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cial importante. Eran territorios de tradicional inmigración a Vitoria,antes incluso de su industrialización, que, sin embargo, no se han consi-derado en su importancia por su fácil integración en la ciudad. A conti-nuación venían las otras tres provincias vasconavarras, en proporcionessimilares siempre, muchos de ellos llegados junto con sus desplazadasfábricas y, en la mayoría de los casos, con oficios, empleo y un statussocial superior al resto de trabajadores. Por último encontramos a esa“inmigración del sur”. Los más de ellos venían de la submesesta norte, dela región castellanoleonesa. Pero eran más visibles los acentos más meri-dionales, de andaluces y extremeños, además de los gallegos. En los ini-cios de la industrialización, cuando sentó plaza el popular y combatidotérmino “coreano”, sumaban un porcentaje escaso: ni siquiera un 7% dela inmigración entre esas tres últimas regiones. Después, algunas provin-cias como Cáceres, sobre todo, Palencia, Zamora, Salamanca, León,Orense, Granada o Jaén, en 1975, ya suponían cifras de cierta entidad,siempre sin alterar la norma de que cuanto más cerca fueran más.

Eran, entonces, inmigrantes –luego nuevos, diferentes o extraños,según las miradas- y, además, todos trabajadores y sobre todo de la indus-tria. El sector secundario alavés se colocó en torno al 60% de la poblaciónactiva, en una provincia que hasta casi mediados del siglo XX tenía a laagricultura como primer sector productivo y, por supuesto, de ocupación.La llegada constante de esos contingentes de trabajadores inmigrantes,muchos de ellos ajenos al País Vasco, preocupó a la siempre sensible ypreventiva “Vitoria moral”: la ciudad podía aceptar ya la inevitable indus-trialización, pero era consciente de que ésta traía consigo factores de peli-gro y disolución social si no se actuaba pronto. El que primero se advir-tió fue el más evidente: el de la promiscuidad y precariedad que provoca-ba la falta de viviendas para tanto recién llegado. Éstos encontraron en elCasco Viejo su primer acomodo, en casas viejas y relativamente baratasdonde vivían hacinadas varias familias o en régimen de pupilaje los varo-nes solteros. Todavía no habían acumulado recursos ni tenían crédito paraacceder a la compra de un piso (y el alquiler había sido radicalmente dis-minuido por mor de disposiciones legales). En 1964 aquel Casco Antiguollegó a su extremo de ocupación: 18.000 habitantes, uno de cada cincovitorianos. Por su parte, la amenaza del chabolismo no llegó a hacerse rea-

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10. En la Vitoria de los años cincuenta se agolpaban isocarros, un despistado guardia de tráfico...Fototeca Caja Vital Kutxa. 11. Aparecieron los ensanches de los años cincuenta, a un lado y a otro de la colina. La calleSancho el Sabio en 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa.

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lidad más allá de algunos casos localizados y breves. Pero las solucionesparciales al problema de la vivienda se mostraban incapaces: los “altan-ches” de los cuarenta demoraban los inevitables ensanches en superficie,obras de iniciativa nacionalsindicalista tardaban años en verse terminadas(las de la calle Ramiro de Maeztu)… Por fin se decidió aquí también elAyuntamiento a ponerse al frente. Constituyó una empresa municipal(Vimuvisa), en 1959 –ya con el nuevo alcalde, Ibarra Landete-, y con laguía que suponía el pronto desbordado PGOU de 1956 acometió la expan-sión de la ciudad. En ésta convivieron al menos tres tipos de soluciones.La primera en el tiempo fue la de los ensanches de los años cincuenta, aun lado y otro de la colina: el de La Coronación, al oeste (con su apéndi-ce de “más clase” en las traseras de la Diputación, hasta la plaza deLovaina), y el de Los Herrán, al este (con su paralelo de clase media enLas Desamparadas). La segunda iniciativa la constituyeron los barrios deextrarradio, alejados de la ciudad. Era una solución “de emergencia”,paternalista, ultrabarata, promovida por entidades benéficas y eclesiásti-cas, que dio lugar a dos poblados, Abechuco y Errekaleor, que pretendíanreproducir en algún caso la fisonomía de los pueblos nuevos de Andalucíay Extremadura. Pero a finales de los cincuenta, también, surgióZaramaga, el auténtico barrio obrero vitoriano, que luego se replicó convariaciones en Arana, zonas nuevas de Adurza, y años más tarde enTxagorritxu, El Pilar, Aranbizkarra, Santa Lucía, Sansomendi, etcétera.Eran barrios de manzanas abiertas y bloques aislados, con diseño integra-do de infraestructuras y servicios, y ligados a la ciudad central por susbordes. Hasta cierto punto también autosuficientes, lo que generó con-ciencias particularistas de barrio en algunos casos -aunque la centralidadfuncional de la Vitoria del Ensanche sea en las cuestiones representativastodavía abrumadora: socialización, fiesta, acontecimientos singulares…-,y siempre tratando de acercar el domicilio a la fábrica: los obreros deZaramaga se trataba de que trabajaran en el polígono de Arriaga-Gamarra-Betoño, como los de San Cristóbal-Adurza lo hacían en el deCampo Los Palacios-Olárizu-Uritiasolo o luego los de El Pilar enMichelin o los de Lakua-Arriaga en la Mercedes (Benz). De esta manera,el dibujo de la ciudad quedó fijado para el tiempo en que duró esta pri-mera gran industrialización. Solo se añadió el trazado de la Avenida deGasteiz (entonces del Generalísimo o del pintor Díaz de Olano), en 1961,

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12. Jardín de Amárica, en la actual Plaza del mismo nombre. Año 1964. Fototeca Caja Vital Kutxa. 13. La calle Siervas de Jesús, en el novedoso borde del eterno Casco Antiguo. Año 1968. FototecaCaja Vital Kutxa.

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que trabajosa, lenta y con dudoso éxito trató de proporcionar otro CBD(centro urbano de negocios) alternativo al del Ensanche.

Pero, hasta ahora, la visión del cambio de la ciudad resulta un tantoestructural. No es ésa la intención: solo es una manera de organizar elmaterial explicativo. Lo importante es que esos cambios en lo socioeco-nómico dieron lugar a otra ciudad y provincia que se movían por pautas ypercepciones bien diferentes. El trabajo siguió siendo referencia impor-tante. Los nuevos obreros industriales iniciaron un proceso de mejora ensus perspectivas vitales que no ha encontrado límite hasta el presente, másallá de los “baches” críticos de cada década (el 75, el 78-79, el 81 y el 93;ahora el 2009). (En ese sentido, lo que caracteriza la Vitoria (y Álava) queconocemos es que lleva viviendo medio siglo en un desarrollo y expan-sión continuos, algo históricamente complicado y que explica muchoscomportamientos del presente (envejecimiento, temor al cambio, conser-vadurismo) y muchos problemas de futuro (sostenibilidad urbana, encare-cimiento del nivel de servicios)). Pero ese enriquecimiento de todos, desi-gual pero de todos, el que se constata cuando aquellos obreros que habíanpasado por el Casco Viejo y luego comprado su casa en Zaramaga oArana, se desplazaron en los ochenta a Aranbizkarra, Gazalbide oTxagorritxu, se hizo a costa de instituir el trabajo como actividad esencial.A las ocho ó diez horas reglamentarias, de lunes a sábado, se les sumabanotras más “extras” o pluriempleos paralelos. Las mujeres, que aportaroncomo trabajadoras fabriles mucho más de lo que hasta ahora habíamosapreciado en los estudios, se ocupaban también de manera invisible, ade-más de en las faenas del hogar, en trabajos a domicilio (engarce de bal-dosines o cremalleras, lavado de ropa de las fábricas, “coger puntos a lasmedias”, trabajos de modistería) o en atender un extendido pupilaje deobreros solteros. El trabajo articuló las relaciones sociales. No solo coin-cidían en el barrio obrero trabajadores de la misma fábrica, sino que éstasorganizaban parte de su escaso tiempo libre en torneos deportivos (la ligade fútbol de empresas), clubes sociales (el posterior de Michelin, de1971), economatos laborales…

Homo fáber, humanidad laboriosa, y homo ludens, humanidad fes-tiva. Además de trabajadora, la que arrancó en los sesenta era una socie-dad joven y muy dinámica, que ocupaba la calle en cuanto podía. El

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deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principalesde una cultura masiva de evasión. El fútbol y el Deportivo Alavés contri-buyeron a crear señas de identidad local para una población nueva que lle-gaba de muchos sitios distintos. El baloncesto fue más tardío y social-mente de más rango (se jugaba en los colegios “de pago”): el Vasconia(luego Baskonia) se creó en 1959 y hasta 1972 no llegó a la PrimeraDivisión, aunque antes estuvo ahí el Vitoria. El frontón y la pelota, elciclismo (el KAS y la Vuelta) o el boxeo siguieron captando mucha aten-ción. El cine, por su parte, para una población que se veía forzada al aho-rro –el pago de la vivienda obligó a muchos sacrificios-, fue la soluciónde ocio más socorrida: en la Vitoria de 1964 había una butaca por cadadiez habitantes (en las salas Vesa, Amaya, Samaniego, Gasteiz; luegoIradier). Los bares no abandonaron su popularidad, pero el concepto“cafetería”, más moderno, empezó a hacerse presente sobre todo en elEnsanche; el Casco Viejo seguía concentrando en los años sesenta una decada tres tabernas. Los bailes seguían celebrándose en La Florida, hastaque los años sesenta y setenta abrieron paso a los “guateques” domicilia-rios y a las discotecas y “boites” (Pigalle, Escorial, La Kokett…). En elsegundo semestre de 1960 llegó la televisión, cargada hasta un lustro des-pués con un impuesto de lujo. Tardó bastante más en hacerse cotidiana enlas casas y todavía durante mucho tiempo siguió perteneciendo a la socia-bilidad comunitaria de la gente popular: aquellas tardes de domingo en losbares, con la única cadena en blanco y negro, ellos sin perderle ojo alcuero, ellas en la brisca y los niños jugando en unas inofensivas aceras.Finalmente, el universo del descanso tuvo en Vitoria un hito extraordina-rio con la apertura de las piscinas de Gamarra, en 1959. Donde iban abañarse en el Zadorra los jóvenes de otros tiempos, se abrió un enormeparque de diez hectáreas, con piscinas, campos de deportes y áreas deesparcimiento que hizo las delicias de las familias locales y fue la envidiade los vecinos del norte: “Gamarra estaba llena de bilbaínos”. En 1960 seabrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la SociedadEstadio de la Caja Provincial, más de clase media que la popular y casigratuita Gamarra. La posterior cultura de los centros cívicos tuvo allá supreámbulo.

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La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo altransporte, que pasó a invadir y a disputar la calle con el peatón. Un tran-vía conectaba en 1964 las nuevas zonas industriales y, luego, nueve líne-as de autobús cruzaron la ciudad. El automóvil privado no despegó hastala segunda mitad de los sesenta, aunque triplicó su número en la siguien-te década. Antes, el obrero seguía yendo al trabajo andando, en bicicletao en los autobuses de la empresa. Las comunicaciones interurbanas y per-sonales se hicieron cotidianas. El autobús le ganó la partida al tren (alMadrid-Irún y al Vasco-Navarro): trasladaba gentes por la provincia, entreVitoria y las localidades de la región, y seguía trayendo nuevos inmigran-tes. La discutida construcción de la Estación, en 1950, resultó no ser ocio-sa. El teléfono también empezó a extenderse: había casi doce mil a media-dos de los sesenta, pero le costó otro decenio llegar a las casas del común.La movilidad y hasta la individuación de los desplazamientos, aquello quesorprendió en la segunda mitad del XIX a Ildefonso Cerdá en laBarcelona del Ensanche que diseñó, tardó un siglo en ser norma enVitoria; el tiempo que distanciaba entonces, no ahora, dos procesos desi-guales de modernización.

2. Del desarrollismo a la democracia

La industrialización cambió por completo el escenario vitoriano yalavés. Los factores de desarrollo que hemos expuesto siguieron operan-do todavía a mayor escala en los años sesenta y posteriores. Después deaquellas medianas empresas venidas a la ciudad llegaron otras más(Miguel Carrera, Cegasa, Bombas Ugo, Grupos Diferenciales, Llama-Gabilondo, Pferd-Rüggeberg (Caballito), Inovac Rima…), y alguna detamaño superlativo, como Michelin, que comenzó a producir ruedas en1966, siendo mucho tiempo la primera en plantilla –llegó a 3.800 emple-ados- y en tamaño (ocupaba 400.000 metros cuadrados, en Arriaga).Luego, Imosa, convertida en Mevosa en 1972, llegaría a tener 4.000 obre-ros. En el lustro 1970-1974 se alcanzó, con casi seiscientas, el tope de ins-talación de empresas, y por entonces se desarrolló un Plan de polígonosindustriales en la provincia para mitigar la evidente macrocefalia vitoria-na y para que casi toda la industria no se concentrara aquí.

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14. El Vasconia (luego Baskonia) se creó en 1959, pero hasta 1972 no llegó a la Primera División.Fototeca Caja Vital Kutxa. 15. El fútbol y el Deportivo Alavés contribuyeron a crear señas de identidad local para unapoblación nueva que llegaba de muchos sitios distintos. Año 1985. Fototeca Caja Vital Kutxa.

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El desarrollismo llegó a Álava (y a la mayor parte de España) en elmarco político de una interminable dictadura. A veces el relato socioeco-nómico de esa transformación obvia o difumina ese determinante escena-rio. Las autoridades locales franquistas fueron locales, de aquí –el farma-céutico riojano Lorenzo de Cura, casi eterno presidente de la Diputación,los importantes alcaldes Lacalle e Ibarra, el vasquista Aranegui…-, y tanfranquistas como todas las demás del país. La vida oficial del partidoúnico FET y de las JONS no fue monocorde y estuvo marcada por los pul-sos de poder en su interior. Frente a ella, la oposición al régimen fue deescasa entidad, aunque en parte de los años cincuenta y sesenta, de lamano del socialista Antonio Amat, Vitoria fuese “la capital de la clandes-tinidad”. Pero, entre medias, la nueva generación de vitorianos ajena altiempo de la guerra, con el paraguas de una iglesia de inquietudes socia-les y preocupada por sus “nuevos pobres”, los inmigrantes, tejió una redde relaciones alternativa a aquella oficialidad. La que se ha llamado contino la “Vitoria moral” ofreció un espacio para la vida social al margen dela dictadura, sin tener por ello que jugársela como hacían los opositores alrégimen. Al final, el recambio de la dictadura se produjo aquí con el con-curso de elementos que procedían de las estructuras secundarias de éste(Delegación de Trabajo, Consejo de Empresarios, OrganizaciónSindical…), de otros de aquella “Vitoria moral” y de unos pocos del anti-franquismo menos frontal. En las primeras elecciones libres alAyuntamiento gasteiztarra, en 1979, los primeros puestos de las tres listasmás votadas (nacionalistas, reformistas de la UCD y socialistas) los ocu-paban candidatos que ya habían sido concejales durante el franquismo porlos tercios familiar o de empresa: José Ángel Cuerda, Mª Jesús Aguirre,Alfredo Marco Tabar, José Vidal Sucunza, Merche Villacián, Pepe (Pérez)Valderrama. Al contrario, la “nueva Vitoria” proletaria e inmigrante queprotagonizó los hechos criminales y luctuosos del 3 de marzo de 1976 noparticipó ni fue invitada a esa reforma del régimen político. Su dramáticaemergencia a la realidad, después de años de ocultamiento social en laciudad, no hizo de aquella mayoría de trabajadores industriales un prota-gonista colectivo de primer orden cuando se jugó la partida de la transi-ción a la democracia. La ciudad había alterado casi por completo su com-posición demográfica, consecuencia de una intensa inmigración, pero fuela “Vitoria de siempre”, reclutada en proporciones diferentes en los tres

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16. Finalmente, el universo del ocio tuvo en Vitoria un hito extraordinario con la apertura de laspiscinas de Gamarra, en 1959. Fototeca Caja Vital Kutxa. 17. En 1960 se abrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la Sociedad Estadio de laCaja Provincial de Álava. Fototeca Caja Vital Kutxa.

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campos sociopolíticos descritos, la que prosperó en el nuevo proceso his-tórico. La débil oposición antifranquista local propició que la alternativareformista saliera de los propios márgenes (interno o externo) del régimenanterior. En síntesis, con otros nombres y con otro procedimiento, la“Vitoria de siempre” seguía mandando.

Uno de aquellos concejales fue José Ángel Cuerda, que en veinteaños al frente del Ayuntamiento vitoriano, hasta 1999, dibujó la nuevaVitoria, todavía dominante. Su resultado fue una urbe de casi un cuarto demillón de habitantes -236.525 en 2009-, ordenada y amable, limpia yorganizada, verde, con un alto nivel de servicios públicos y preocupadapor la protección social de sus habitantes más desfavorecidos. Una expe-riencia demasiado perfecta que, con el tiempo, ha mostrado su talón deAquiles: su sostenibilidad. Vitoria se ha convertido en un club demasiadocaro para los nuevos ciudadanos (jóvenes y recién llegados): la captaciónde recursos mediante la venta de suelo público encareció extraordinaria-mente la vivienda y ha llegado a agotar esa fuente de financiación. Todoello después de que en el último decenio del siglo XX la ciudad definiti-vamente estallara y extendiera su plano hasta lo inaudito, con barriosenormes como Salburua y Zabalgana. La abundante oferta de vivienda deprotección oficial no ha logrado resolver del todo el problema que supo-ne su carestía. De otra parte, el urbanismo abierto y verde –14,2 metroscuadrados de césped por habitante, cien kilómetros de carril-bici, AnilloVerde, 130.000 árboles- resulta extraordinariamente costoso en su mante-nimiento. Añádasele a ello la apuesta por ese alto nivel de servicios públi-cos –por ejemplo, una docena de centros cívicos- y de protección social(422 euros por habitante en Álava, cubiertos en un 80% por fondos públi-cos). La presente crisis económica pondrá a prueba tanto la capacidad yeficacia de los gestores públicos como las posibilidades de sostenimientode ese modelo de ciudad tan “escandinavo”.

A la vez, el urbanismo contemporáneo, desde aquellos barriosabiertos de los sesenta, influidos por la funcionalista Carta de Atenas,creó un modelo de ciudad “frío”. No hay más que ver las interminablesalineaciones o la anchura de calles de algunos barrios de entonces y, sobretodo, de ahora (Lakua), para concluir que el tipo de sociabilidad que pro-pician no es precisamente el de alta densidad e intensidad. Quizás por eso,

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18 y 19. El deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principales de una culturamasiva de evasión. Fototeca Caja Vital Kutxa.

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por lo abierto de la red social, la paralela de centros cívicos -de frenéticay popular actividad: 17.000 personas los usan cada día; uno de cada dosvitorianos es socio de los servicios deportivo-culturales delAyuntamiento- ha tratado de cubrir esos huecos. Una sociabilidad, enton-ces, “a la europea”, más de centro social al que se acude por interesesdiferentes y convergentes de cada individuo ciudadano que por la coinci-dencia informal en la calle que caracteriza modelos más mediterráneos o,simplemente, producto de cierta cercanía y hasta promiscuidad urbanísti-ca. Ese escenario –unido a la “novedad” de procedencia de la mayoría desu población- ha conformado un ciudadano muy peculiar, consciente desus derechos, exigente con su administración, poco dado a exaltacionescolectivas, frío también de carácter. Vitoria –y Álava por extensión- se hahecho a sí misma recientemente, sin señas de identidad potentes e inequí-vocas, y sus ciudadanos organizan su vida en torno a elementos o refe-rencias más de parte, de pequeño grupo, que generales y colectivas. Lasuma de todas ellas va dando una identidad común donde la alta calidadde vida aparece como identificación prioritaria. Una ciudad y una ciuda-danía, entonces, postmoderna, en forma y fondo, y rematada en esa ten-dencia por la nueva inmigración extraeuropea (Colombia, Marruecos,Argelia, Ecuador, Brasil) que, desde 1998, ha seguido incrementando yhaciendo aun más complejo y diverso el censo poblacional local: el 9,3%del mismo no ha nacido en el país.

Los tiempos recientes han traído también otra idea y realidad deintegración de Vitoria y Álava en las geografías de su entorno. Todavía sediscute acerca del esquivo status de “Capital de Euskadi” y de lo que ellosupone, pero lo evidente es que Vitoria es, desde la Ley de Sedes de mayode 1980, la ciudad donde se ubican la mayor parte de las instituciones dela Comunidad Autónoma Vasca (Parlamento, Gobierno, Presidencia delgobierno, Ararteko, administración de Osakidetza, academia de laErtzaintza, Tribunal de Cuentas Públicas…). Ello contribuyó, en sus ini-cios, a terciarizar la economía local, respaldando un proceso que la ciu-dad ya llevaba avanzado después de casi un cuarto de siglo de industria-lización continuada. La economía de las chimeneas hubo de compartir suprimacía con la de los servicios, en una progresión postindustrial clásicaque aquí se reforzaba con un aporte económico y hasta demográfico –una

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20. La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio que se introducía en Vitoria hacialos años 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa. 21. Forjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica, se estableció al norte de la ciudad.Fototeca Caja Vital Kutxa.

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nueva inmigración privilegiada del Norte- derivado de la nueva adminis-tración regional. La misma instalación de una gran superficie comercialurbana donde se ubicó durante años la factoría de Forjas Alavesas repro-duce a otro nivel el cambio socioeconómico y cultural que en sitios comoBaracaldo se ha sintetizado así: “de Altos Hornos a Ikea”. Todo ello hacontribuido a desdibujar sin definir alternativamente los ritmos locales,que siguen siendo aparentemente industriales –de seis a dos y de dos adiez-, aunque la mayoría de la población ya no se rija por ellos.

Y en esa transformación reciente, Vitoria ha recuperado ciertocarácter de ciudad culta que tuvo en los gloriosos años sesenta y setentadel siglo XIX. En esta ocasión el cambio tiene que ver con el asenta-miento de uno de los varios campus de la universidad pública vasca, ini-cialmente inclinado hacia las letras pero finalmente heterogéneo en suoferta de estudios. El resultado de esa presencia es diverso. De una parte–y no solo por el campus alavés-, la ciudadanía vitoriana destaca por susaltos porcentajes de formación universitaria –un 16% del total-, aunqueello no vaya parejo de otras expresiones de esa cualificación (el conoci-miento y uso de idiomas modernos es bajo; los empleos altamente cuali-ficados fuera de la industria son pocos). Por su parte, la universidad comoinstitución y los universitarios como colectivo social le han ido ganandola partida a una cultura local atrincherada en conocimientos eruditos deradio limitado y en algunas instituciones localistas. Con todo, la culturauniversitaria –el reconocimiento del saber, las claves en que reposa laautoridad científica- no ha tenido el tiempo suficiente como para penetrarprofundamente en la población y en las élites tradicionales del lugar,como recientemente ha demostrado el soterrado debate en torno al “des-cubrimiento” de unos hallazgos arqueológicos en la ciudad romana deIruña. Solo el peso de una estructura relativamente potente ha permitidoir calando en una sociedad, como la vitoriana y alavesa (y también lavasca), de valores demasiados industriales, pragmáticos y economicistas.En ese sentido, la capacidad de renovación y adaptación a esa nueva rea-lidad por parte de la Fundación “Sancho el Sabio”, sin perder por ello suidiosincrasia original, resulta encomiable.

Al cabo de medio siglo de su creación, la nueva ubicación de“Sancho el Sabio” en el cementerio del Convento de Betoño aparece

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22 y 23. Fundación Sancho el Sabio y KREA (en la imagen) demuestran que la cultura y la investi-gación están donde están los espíritus cultos y sanamente curiosos. Año 2006. Fototeca Caja VitalKutxa.

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como una metáfora de los vaivenes de la capital alavesa. En 1905 se ins-talaron las Carmelitas en este lugar alejado de la ciudad, igual que otrasmuchas órdenes que arribaron en el eje de aquellos dos siglos hasta hacerde Vitoria la ciudad levítica que fue hasta que las chimeneas y luego lasgrúas le dieron otro bien distinto sesgo. Las primeras modernas chimene-as, como se ha explicado, se levantaron precisamente en torno a ese con-vento, y el de Betoño fue el polígono industrial por excelencia. El vecino“Garaje Alas” fue el centro neurálgico de la actividad y luego de la pro-testa de aquella nueva clase obrera industrial vitoriana. Después, polígo-nos más modernos dejaron al de Betoño en el borde de la obsolescencia,y zonas residenciales de cierta ventajosa condición se instalaron por allísin recato, entre las cercanas balsas de Salburua y los activos pequeños ymedianos talleres. Algunos proyectos para hacer de Betoño un polígonode las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no pros-peraron: se intentó aplicar aquí la fórmula del distrito de la innovación“22@Barcelona” o instalar una sucursal informática de la Universidad deDeusto. Pero, al final, la cultura y la investigación ganan espacios hastahace poco impensables y afirman que su lugar no está ni cerca ni lejos dela vieja y minúscula “ciudad del centro”. “Sancho el Sabio” –y enseguidaKREA- demuestra así que la cultura y la investigación están donde estánlos espíritus cultos y sanamente curiosos. ¡Que tenga una larga y fructífe-ra vida en ese moderno camposanto!

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