eco: lo grotesco

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Lo feo, lo cómico, lo obsceno Se preguntaba Montaigne (Ensayos, III, V): «¿Qué le ha hecho al hombre el acto sexual, tan natural, necesario y legítimo, para no atreverse a hablar de él sin vergüenza y para excluirlo de las conversaciones serias y ordenadas? Pronunciamos con osadía "matar" "robar" "traicionar"y en cambio, ¿por qué nos referimos a lo otro siempre entre dientes?». En efecto, el ser humano siempre se ha encontrado incómodo (al menos en la sociedad occidental) ante todo lo que se refiere a los excrementos y al sexo. Nos producen repugnancia y, por tanto, consideramos feos los excrementos (los de los demás, incluidos los animales, mucho más que los nuestros), y en el Malestar en la cultura Freud observaba que «los órganos genitales en sí mismos, cuya visión siempre es excitante, nunca son considerados bellos». Esta incomodidad se ha expresado a través del pudor, o sea, del instinto o el deber de abstenerse de exhibir y referirse a ciertas partes del cuerpo y a ciertas actividades. Naturalmente, el sentido del pudor ha ido variando según las culturas y los períodos históricos: ha habido épocas, como en la antigua Grecia o en el Renacimiento, en que la representación de los genitales no parecía repugnante sino que más bien contribuía a poner en evidencia la belleza de un cuerpo, y existen culturas en las que se exhiben públicamente los mismos atributos sin ninguna vergüenza. En cambio, en las culturas en que domina un fuerte sentido del pudor se manifiesta el gusto por su violación a través de lo opuesto al pudor, que es la obscenidad. Se pueden manifestar comportamientos obscenos por rabia o por ganas de provocar, pero muchas veces el lenguaje o el comportamiento obsceno simplemente hacen reír, basta pensar en cómo les gusta a los niños explicar o escuchar chistes sobre los excrementos. Desde la más remota antigüedad, en el culto al falo se han unido las características de la obscenidad, de una cierta fealdad y de una inevitable comicidad. Es representativa de ello una divinidad menor como Príapo (que aparece en el mundo griego y latino en la época helenística), dotada de un órgano genital enorme. Hijo de Afrodita, era protector de la fertilidad y sus imágenes, generalmente construidas en madera de higuera, se colocaban en los campos y en los huertos para proteger las cosechas y como espantapájaros; se creía que el dios podía alejar a los ladrones sodomizándolos. Sin duda era obsceno, se le consideraba ridículo a causa de aquel miembro exorbitante (de ahí que aún hoy el priapismo sea una enfermedad) y no se le consideraba bello,sino que más bien merecía el calificativo de amorphos, feo (aischron), porque no poseía la forma correcta. En un bajorrelieve de Aquileia de la época de Trajano (conocido también por Freud,que lo menciona en una carta de 1898) aparece representado en el momento en que Afrodita, disgustada por la complexión de aquel hijo mal nacido, lo rechaza. En definitiva, no era un dios feliz: se le calificaba también de «monolítico», porque se tallaba en un único bloque de madera y se izaba en el campo, sin posibilidad de moverse, sin la capacidad de metamorfosis propia de muchos otros personajes mitológicos, oprimido por su soledad y por la incapacidad,a pesar de sus hipertrofiadas posibilidades, de seducir a una ninfa. Véase el tono de compasión con que lo trata Horacio en las Sátiras. Y, sin embargo, era una divinidad básicamente divertida y simpática, y así la representan varios poetas, de Teócrito a las Priapeas (una antología anónima probablemente del siglo i d.C, de tono burlesco e impúdico) y a la Antología Palatina. Príapo simboliza pues el estrecho parentesco que ha existido siempre entre fealdad, obscenidad y comicidad (como puede verse asimismo por los fragmentos de Aristófanes y de la Vida de Esopo).

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Notas sobre Lo Grotesco, tomadas del texto de Umberto Eco: La Historia de la Fealdad

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Page 1: Eco: Lo Grotesco

Lo feo, lo cómico, lo obsceno

Se preguntaba Montaigne (Ensayos, III, V): «¿Qué le ha hecho al hombre el acto sexual, tan natural, necesario y legítimo, para no atreverse a hablar de él sin vergüenza y para excluirlo de las conversaciones serias y ordenadas? Pronunciamos con osadía "matar" "robar" "traicionar"y en cambio, ¿por qué nos referimos a lo otro siempre entre dientes?». En efecto, el ser humano siempre se ha encontrado incómodo (al menos en la sociedad occidental) ante todo lo que se refiere a los excrementos y al sexo. Nos producen repugnancia y, por tanto, consideramos feos los excrementos (los de los demás, incluidos los animales, mucho más que los nuestros), y en el Malestar en la cultura Freud observaba que «los órganos genitales en sí mismos, cuya visión siempre es excitante, nunca son considerados bellos». Esta incomodidad se ha expresado a través del pudor, o sea, del instinto o el deber de abstenerse de exhibir y referirse a ciertas partes del cuerpo y a ciertas actividades. Naturalmente, el sentido del pudor ha ido variando según las culturas y los períodos históricos: ha habido épocas, como en la antigua Grecia o en el Renacimiento, en que la representación de los genitales no parecía repugnante sino que más bien contribuía a poner en evidencia la belleza de un cuerpo, y existen culturas en las que se exhiben públicamente los mismos atributos sin ninguna vergüenza. En cambio, en las culturas en que domina un fuerte sentido del pudor se manifiesta el gusto por su violación a través de lo opuesto al pudor, que es la obscenidad. Se pueden manifestar comportamientos obscenos por rabia o por ganas de provocar, pero muchas veces el lenguaje o el comportamiento obsceno simplemente hacen reír, basta pensar en cómo les gusta a los niños explicar o escuchar chistes sobre los excrementos.

Desde la más remota antigüedad, en el culto al falo se han unido las características de la obscenidad, de una cierta fealdad y de una inevitable comicidad. Es representativa de ello una divinidad menor como Príapo (que aparece en el mundo griego y latino en la época helenística), dotada de un órgano genital enorme. Hijo de Afrodita, era protector de la fertilidad y sus imágenes, generalmente construidas en madera de higuera, se colocaban en los campos y en los huertos para proteger las cosechas y como espantapájaros; se creía que el dios podía alejar a los ladrones sodomizándolos. Sin duda era obsceno, se le consideraba ridículo a causa de aquel miembro exorbitante (de ahí que aún hoy el priapismo sea una enfermedad) y no se le consideraba bello,sino que más bien merecía el calificativo de amorphos, feo (aischron), porque no poseía la forma correcta. En un bajorrelieve de Aquileia de la época de Trajano (conocido también por Freud,que lo menciona en una carta de 1898) aparece representado en el momento en que Afrodita, disgustada por la complexión de aquel hijo mal nacido, lo rechaza. En definitiva, no era un dios feliz: se le calificaba también de «monolítico», porque se tallaba en un único bloque de madera y se izaba en el campo, sin posibilidad de moverse, sin la capacidad de metamorfosis propia de muchos otros personajes mitológicos, oprimido por su soledad y por la incapacidad,a pesar de sus hipertrofiadas posibilidades, de seducir a una ninfa. Véase el tono de compasión con que lo trata Horacio en las Sátiras. Y, sin embargo, era una divinidad básicamente divertida y simpática, y así la representan varios poetas, de Teócrito a las Priapeas (una antología anónima probablemente del siglo i d.C, de tono burlesco e impúdico) y a la Antología Palatina. Príapo simboliza pues el estrecho parentesco que ha existido siempre entre fealdad, obscenidad y comicidad (como puede verse asimismo por los fragmentos de Aristófanes y de la Vida de Esopo).

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Lamento de PríapoHoracio (siglo i a.C.) Sátiras, I, 8Un día, un tronco de higuera era yo, inútil leño, cuando el carpintero, incierto de si haría un escaño o un Príapo, prefirió que fuera un dios. Dios, de allí, yo; de cacos y aves el magno espanto; pues a los cacos mi diestra reprime y desde mi obscena ingle un rojo palo extendido; mas a las importunas volantes, la caña en mi vértice fija, aterra, y les veda congregarse en los nuevos jardines. Aquí, antes, los cadáveres de angostas celdas echados, el consiervo pactaba traer por precio en vil arca. (...) Ahora es lícito habitar en las Esquilias salubres, y en el terraplén soleado pasear, donde ha poco los tristes contemplaban un campo, por albos huesos deforme; mientras a mí no tanto los cacos y habituadas las fieras a vejar este lugar, me son cuita y trabajo, cuanto las que con encantos y venenos trastornan los humanos ánimos; a estas de ningún modo perderlas ni estorbarles puedo, en cuanto la vaga luna su honroso rostro sacó fuera, que huesos cojan y hierbas dañinas.

PriapeaPriapea 6, 10, 24Aunque soy, como ves, un Príapo leñoso,hoz de madera y polla de madera,te tomaré igualmente y te tendré;y esa cosa, tal cual, sin engaño,te clavaré, más tiesa que una cetra,hasta tocarte la séptima costilla.

Muchacha estupidilla, ¿de qué ríes? No me esculpió Praxiteles o Escopas, ni me alisó la mano del gran Fidias; sino de áspera madera me talló un villanoy exclamó: «¡Sí, tú serás Príapo!-. ¿Y tú me miras y te echas a reír? ¡Te parece sin duda placentera la columna que surge de mi ingle!

Aquí, a mí guardián de un huerto fértil el artíficeencargó que cuidara de este lugar confiado.Seas castigado, oh ladrón, aunque indignado digas:«¿Tendré que pagar esto por poca verdura?».«¡Sí, en efecto!-

PriapeoTeócrito (siglos m-iv) Epigramas, 4Cabrero, ve al lugar donde crecen las encinas, y allí encontrarás una estatua de higuera, con su corteza, esculpida recientemente, con tres piernas y sin orejas, pero con el miembro vital, capaz de cumplir con los trabajos de Cipris. Hay a su alrededor un recinto sagrado, y un arroyo perenne, que sale de las rocas, se adorna por doquier de laureles y mirtos y de cipreses olorosos. Una vid cargada de racimos la rodea con una guirnalda; los mirlos primaverales dejan oír allí los sones variados de sus voces sonoras, y los cantarines ruiseñores responden con el dulce gorjeo de sus gargantas. Siéntate allí, y al encantador Príapo suplica que cese en mí el deseo de Dafnis, y le ofreceré en sacrificio un hermoso cabrito. Si rehúsa, obtenga yo a Dafnis, y le sacrificaré tres víctimas: una becerra, un cabrón velludo y un cordero destetado. ¡Pero mejor será que el Dios me escuche!

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Pobre SócratesAristófanesLas nubes, (423 a.C.) 153 ss.Discípulo: Pues ¿qué dirías si conocieses otra idea genial de Sócrates...? Querefonte de Esfeto le planteó la siguiente disyuntiva: ¿los mosquitos zumban por la boca o por el trasero?... Sostenía que el intestino del mosquito es angosto y que por causa de su delgadez el aire lo atraviesa con fuerza derecho hacia el trasero y que después, cual concavidad anexa a la angostura, el culo resuena por la violencia del soplido. Estrepsíades: ¡De modo que el culo de los mosquitos es una trompeta! (...) Discípulo: Mientras escrutaba las trayectorias de la luna y sus revoluciones, observando el cielo boquiabierto, en plena noche, el lagarto se le cagó encima desde el tejado.Estrepsíades: Me ha hecho gracia lo del lagarto cagándose en Sócrates.

Cagar el juicioRomanzo di Esopo (siglos I-II) ¿Podrías explicarme por qué, cuando cagamos, miramos a menudo nuestros excrementos?» Esopo explicó: «Hubo antiguamente el hijo de un rey que,a causare una vida de lujos y molicie, se pasaba mucho tiempo sentado cagando. En cierta ocasión, tanto tiempo se pasó que, perdida la memoria de sus propios actos, cagó también el juicio. A partir de aquel día, los hombres cagan en cuclillas, cuidando de no cagar también el juicio. Pero tú no te preocupes: ¡nunca podrías cagar el juicio que no tienes!-.

Contra la risaRegla de san Benito (siglos v-vi) No pronunciar palabras ociosas o ridículas; y no complacerse en la risa excesiva y desmedida.

San Basilio, Pequeñas reglas (siglo iv) El Señor se hizo cargo de todas las pasiones corporales inseparables de la naturaleza humana (...) Sin embargo, como atestiguan los relatos evangélicos (...) jamás cedió a la risa. Al contrario, llamó infelices a quienes se dejan dominar por la risa.

Regla de los cuatro padres (siglo v) Si se descubre a alguien riendo o haciendo bromas... ordenamos que ese hombre (...) durante dos semanas sea reprimido con el látigo de la humildad.

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2. Sátiras contra el rústico y fiestas carnavalescas

Se ha hablado de formas de arte que expresan la armonía perdida (de la que surgen lo sublime o lo trágico, que provocan ansiedad y tensión), la armonía poseída (de la que surgen lo bello y lo gracioso, que provocan serenidad) o bien la armonía perdida y fracasada, que da lugar a lo cómico como pérdida y disminución, o también como mecanización de los comportamientos normales. De modo que podemos reírnos de la persona presuntuosa y arrogante que resbala con una piel de plátano, de los movimientos rígidos de la marioneta,y podemos reírnos con distintas variantes de frustración de las expectativas, con la animalización de los rasgos humanos, con la ineptitud de un chapucero o con muchos juegos de palabras. Estas y otras formas de comicidad juegan con la deformación, perojio necesariamente con la obscenidad. En cambio, comicidad y^obscenidad van de la mano cuando nos reímos a espaldas de alguien a quien despreciamos (piénsese en la «tomadura de pelo» lúbrica o en los chistes sobre cornudos) o en el acto liberador realizado contra algo o alguien que nos oprime. En este caso lo cómico-obsceno, cuando el opresor es objeto de risa, representa también una especie de rebelión compensatoria.Estas formas de rebelión (aunque autorizadas y, por tanto, interpretadas como desahogo de tensiones incontrolables por otros medios) las hallamos en las Saturnales romanaren las que se permitía a los esclavos ocupar el lugar de sus amos, y en los triunfos, en los que se autorizaba a los veteranos gritar al caudillo homenajeado frases sumamente lascivas, incluso con alusiones ofensivas. El primer mundo cristiano, en cambio, no se mostró indulgente con la risa, que se consideraba una licencia casi diabólica. Según una tradición derivada de un evangelio apócrifo, la Epístola de Léntulo, Cristo nunca se rió, y la discusión sobre la risa de Jesús duró siglos. No obstante, esos documentos contra la risa no nos deben hacer olvidar que otros padres y doctores de la Iglesia defendieron el derecho a una santa alegría y que desde los primeros siglos medievales circulaban textos jocosos como la Coena Cypriani (una parodia fantasmagórica que gozaba de gran éxito en el mundo monástico, y en la que aparecían en escena personajes bíblicos en situación indudablemente irreverente) o los Joca monachorum. Había además momentos dedicados explícitamente a la licencia jocosa, como la risa pascual, que permitía hacer chistes durante las celebraciones de la Resurrección incluso en la iglesia y en el transcurso de los sermones.La Edad Media era una época llena de contradicciones, en la que las manifestaciones públicas de piedad y de rigorismo iban acompañadas de generosas concesiones al pecado, como nos muestra buena parte de la narrativa de la época, y existían lugares donde se toleraba la prostitución (incluso pueblos-gineceos llamados columbario, que eran frecuentados por los feudatarios). No debemos olvidar el erotismo de la poesía cortés o los cantos de los goliardos, que también eran clérigos. Además, el sentido del pudor era sin duda distinto del que tenemos hoy en día, sobre todo entre los pobres, que vivían en familia de forma promiscua, dormían todos en la misma habitación o incluso en el mismo camastro, y hacían sus necesidades corporales en el campo sin preocuparse demasiado de la intimidad. La obscenidad (y la magnificación de lo deforme y de lo grotesco) aparece en las sátiras contra el rústico y en las fiestas carnavalescas precisamente en relación con la vida de los humildes. Se trata de dos fenómenos bastante distintos. Disponemos de una enorme cantidad de textos, desde los fabliaux franceses a la novelística italiana y a los Cuentos de Canterbury de Chaucer, en los que el rústico es presentado como un tonto, dispuesto a estafar a su señor, sucio y maloliente (en un cuento, al pasar un burrero por delante de la tienda de un perfumista resulta tan trastornado por los aromas que de ella salen que se desmaya y no vuelve en sí hasta que le dan a oler estiércol), y a veces como un príapo, desfigurado por desagradables atributos genitales.Sin embargo, no se trataba de ejemplos de comicidad popular, sino más bien de manifestaciones del desprecio y de la desconfianza que el mundo feudal y el eclesiástico sentían hacia los campesinos. Las deformidades del rústico eran celebradas con sadismo, y la gente se divertía o costa de y no con los rústicos.

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Los habitantes de las ciudades eran, en cambio, protagonistas de la parodia grotesca en los carnavales y en otras manifestaciones de tipo carnavalesco, como la fiesta del asno y los charivari, procesiones con ocasión de las nuevas nupcias de un viudo, caracterizadas por increpaciones, gestos obscenos, disfraces,y en las que se producía un enorme estruendo con calderos, cacerolas y otros utensilios de cocina. En el carnaval dominaban las representaciones grotescas del cuerpo (de ahí las máscaras), las parodias de las cosas sagradas y una licencia total de lenguaje, incluido el blasfemo. Como triunfo de todo aquello que durante el resto del año se consideraba desagradable o estaba prohibido, estas fiestas representaban un paréntesis concedido o tolerado solo en algunas ocasiones concretas. Durante el resto del año se celebraban las fiestas religiosas oficiales, en las que se reafirmaba el orden tradicional y el respeto a las jerarquías, mientras que en los carnavales se permitía subvertir el orden social y las jerarquías (se elegían incluso los reyes o los obispos de la fiesta),y emergían los rasgos bufonescos y «vergonzosos» de la vida popular. El pueblo se vengaba alegremente del poder feudal y eclesiástico y, mediante parodias de los diablos y del mundo infernal, pretendía reaccionar al miedo a la muerte-y-al más allá, al terror a las epidemias y a las desgracias que habían dominado duijante todo el año. De modo que podría decirse, paradójicamente, que seriedad y tristeza eran prerrogativas de quien practicaba un sagrado optimismo (hay que sufrir pero luego nos aguarda la vida eterna), mientras que la risa era la medicina del que vivía con pesimismo una vida miserable y difícil. Entre estas manifestaciones estaban también las fiestas de los locos,y es evidente que la figura del loco (que puede estar dotado, no obstante, de una inesperada sabiduría) se caracterizaba por una mueca de enajenación, que muy pronto se transformó en máscara bufonesca. En estas ocasiones asumían una función de farsa incluso los excrementos que, durante la elección burlesca de un falso obispo, se utilizaban en la iglesia en vez del incienso, mientras que en los charivari se arrojaban sobre la multitud. Así se redimía en cierto modo la fealdad, tal vez porque además el protagonista del carnaval, hambriento y dominado por las enfermedades, no era más hermoso que la máscara que encarnaba y, por consiguiente, mediante un acto de desafío, lo deforme se aceptaba e imponía como modelo.

Un marido engorrosoEl escroto negro (siglos XII-XIV) Señor, en vuestra presencia quiero exponer delante de todos la razón por la que he pedido audiencia. Hace ya siete años que me casé con un rústico, al que nunca conocí plenamente hasta ayer noche, cuando descubrí por primera vez el motivo por el que no puedo seguir asu lado ni permanecer en su compañía. Mi testimonio es verdadero: mi marido tiene una polla más negra que el hierro y un escroto más negro que el hábito de un monje o de un sacerdote; y es peludo como un oso, y además nunca vieja bolsa de usurero estuvo tan hinchada como su escroto. Os he dicho la verdad de la mejor manera que he sabido.

El pedo del rústicoRutebeuf (siglo XIII) Que no quiera jamás Jesucristo que el rústico halle hospitalidad junto al hijo de Santa María (...) Estos no pueden alcanzar el Paraíso con dinero u otra cosa, y del Infierno están también privados, que los diablos están con ellos disgustados (...) Un día un rústico cayó enfermo, y en el Infierno estaban todos preparados para recibir su alma. Os lo digo con toda certeza. Un diablo llegó junto a él para llevárselo, como era su derecho, y enseguida le cuelga del culo un saco de cuero, porque creía firmemente que por allí se escapaba el alma. Pero aquella noche el rústico, para sanar, se había tomado una poción, ya que había comido tanto cerdo con ajo y tanto caldo graso y espeso que la barriga no estaba blanda, sino tensa como la cuerda de una cítara. No hay duda deque va a morir, pero si consigue hacer un pedo, sanará. Con este objeto se

fatiga mucho, y se dedica a ello con todas sus fuerzas, y tanto se ingenia y se empeña, tanto se vuelve y se revuelve, que suelta un pedo con gran estruendo, llena el saco y el otro lo ata, que el diablo a modo de penitencia le había pisoteado la barriga; y con razón se dice en el proverbio que «el mucho apretar hace cagar-. El diablo echa a andar y alcanza la puerta

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con el pedo encerrado dentro del saco. Arroja el saco al Infierno y el pedo se escapa de golpe. Todos los diablos, furiosos e irritados, empiezan a maldecir el alma del rústico. Al día siguiente se reúnen y llegan a un acuerdo: que nunca se lleve un alma salida de rústico, porque apesta sin duda. Gracias a este acuerdo el rústico no entra ni en el Infierno ni en el Paraíso: habéis comprendido bien la razón.

El boyeroChrétien de Troyes El caballero del león (c. 1180) Un rústico que parecía un moro, deforme y horrendo en desmesura, criatura tan fea que no hay palabras para describirla, estaba sentado sobre un tronco con una gran maza en la mano. Me acerqué y vi que tenía la cabeza más grande que la de un rocín o de cualquier otro animal, cabellos enmarañados y frente calva, orejas peludas que colgaban más de dos palmos y grandes como las de un elefante, cejas enormes, cara aplastada, ojos de mochuelo, nariz de gato, boca cortada como la de un lobo, dientes de jabalí puntiagudos y amarillentos, barba roja, bigotes retorcidos, el mentón unido al pecho, la espalda larga, torcida y gibosa. Estaba apoyado sobre la maza y llevaba un traje muy extraño; no estaba hecho ni de lino ni de lana, sino que llevaba atadas al cuello dos pieles recién arrancadas de toro o de buey.

Las flatulenclasKarl Rosenkranz Estética de lo feo, III (1853) En todas las circunstancias, las flatulencias son una cosa desagradable. Afirman contra la voluntad del hombre algo involuntario, a menudo lo sorprenden con su sobresalto en el lugar inapropiado, con un rápido movimiento se escapan inadvertidas, tienen la propiedad de un geniecillo que, sin aviso previo y sans gene, pone en un compromiso. Por eso los cómicos las han utilizado siempre en lo grotesco y en lo burlesco, al menos para alusiones. (...) Puesto que los hombres, sean cuales sean las condiciones de edad, de educación, de riqueza y de clase que nos distinguen, coincidimos todos en esta involuntaria bajeza de nuestra naturaleza, es raro que las alusiones a ese respecto no cumplan su objetivo de hacer reír al público: por esto, la comicidad baja prefiere las groserías, las porquerías y necedades que a ello hacen referencia.

El príncipe de los TontosGringore (siglos xv-xvi) Tontos lunáticos, tontos atolondrados, tontos sabios; tontos de ciudad, tontos de castillo, de pueblo; tontos aturdidos, tontos simplones, tontos sutiles; tontos amorosos, tontos solitarios, tontos salvajes; tontos viejos, nuevos y tontos de todas las edades; tontos bárbaros, tontos forasteros, tontos gentiles; tontos razonables, tontos perversos, tontostestarudos (...), tontas damas y tontas damiselas; tontas viejas y tontas jóvenes, nuevas; todas las tontas aman al varón; tontas atrevidas, cobardes, feas, bellas; tontas llamativas, tontas dulces, rebeldes; tontas que quieren tener su prebenda, tontas que trotan por el sendero; tontas pelirrojas, delgadas, pálidas y gordas; el martes de Carnaval el Príncipe os entretendrá en Le Halles.

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3. La liberación renacentista

Todos estos fenómenos sufren una especie de vuelco en la época renacentista. El cambio más evidente se produce con el Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, que comienza a aparecer en 1532. En él no solo se reconsidera y plagia con extraordinaria originalidad la antigua cultura popular en sus formas más licenciosas, sino que lo obsceno rabelaisiano ya no aparece (o no solamente) como característica plebeya: se convierte más bien en lenguaje y comportamiento de una corte real. Y aún más. La ostentación de la chocarrería (con resultados cómicos no superados) ya no se practica en el reducto de la fiesta carnavalesca apenas tolerada: se traslada a la literatura culta, se exhibe oficialmente, se convierte en sátira del mundo de los sabios y de los hábitos eclesiásticos, asume una función filosófica. Ya no se trata de una parentética revuelta anárquica popular sino que se convierte en una auténtica revolución cultural. En una sociedad que defiende ya el predominio de lo humano y de lo terrenal sobre lo divino, lo obsceno se convierte en orgullosa afirmación de los derechos del cuerpo, y en este sentido Rabelais ha sido analizado espléndidamente por Bakhtin. Los gigantes Gargantúa y su hijo Pantagruel según los criterios medievales son deformes porque son desproporcionados, pero su deformidad se vuelve gloriosa. Ya no son los temibles gigantes que se rebelan contra Júpiter, inexorablemente condenados por la mitología clásica, ni los monstruosos habitantes de la India de las leyendas medievales: con su incontinente y «enorme» tamaño se convierten en los héroes de los nuevos tiempos. A comienzos del siglo XVII, también se da un vuelco a la sátira del rústico con el Bertoldo de Giulio Cesare Croce (1606). Con este personaje, tremendamente feo y tosco aún, el rústico pasa de tonto a astuto, y hace suya la leyenda de Esopo,que cultivaba la sabiduría y la astucia en un cuerpo deforme. Ni siquiera hace falta esperar al Bertoldo, porque ya en 1553 encontramos, por ejemplo, una Historia di Campriano Contadino, en la que el ingenioso campesino, que había escondido sus monedas en el trasero de su burra, engaña a los necios mercaderes haciéndoles creer que la burra defeca dinero y se la vende muy cara.Mientras tanto también el loco pasa de comparsa carnavalesca a símbolo filosófico: distintos tipos de locos navegando por el país de Jauja se habían convertido ya cada uno en caricatura de un vicio diferente en la Nave de los locos de Sebastian Brant (1494), y la propia Locura interviene para fustigar las costumbres de su época en el Elogio que de ella hace Erasmo de Rotterdam (1509). Contemporáneo de Rabelais era Pieter Bruegel el Viejo, gracias al cual el mundo de los campesinos, con sus fiestas, su grosería y sus deformidades penetra en la gran pintura. Como en las sátiras de los rústicos, la pintura de Bruegel representa al pueblo pero no está destinada al pueblo. Según observó Hauser en su Historia social del arte, los que quieren representar su propia vida son los grupos sociales satisfechos de su condición, no los que todavía están oprimidos y desearían una vida distinta. El arte de Bruegel iba destinado a la ciudad y no al campo. Aunque no por esto se le puede negar a Bruegel una atención fiel a las costumbres campesinas; su representación del rústico no es feroz y burlona como la de las sátiras medievales. La atención a lo feo va a adoptar en esta época rasgos realistas, como sucederá en la pintura del siglo XVII; de 1635 es Della bruttezza de Antonio Rocco, que afirma en tono polémico que quiere tratar de cosas feas porque las que siempre son dulces y graciosas acaban provocando náuseas. En un primer momento Rocco se divierte enunciando paradojas moralistas y antifeministas, demostrando cómo en las mujeres la fealdad es «custodia de la honestidad, remedio de la lujuria, ocasión de equidad y de justicia» y que, por tanto, solo las mujeres feas no provocan deseo y sufrimiento en los amantes ni son lascivas como las hermosas. Rocco hace asimismo un elogio de los desastres naturales, ocasión de^nueva generación, y define como principio de todo bien las cosas que a nosotros nos resultan desagradables, como los partos, el menstruo, el esperma, las purgas. Es que con el Renacimiento lo obsceno entra en una nueva fase. No solo en las representaciones de cuerpos humanos los atributos sexuales ya no se contemplan como motivo de escándalo y se convierten en elemento de su belleza, sino que con autores como Aretino la exaltación de

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actos antes innombrables (que la decencia prohíbe aún hoy reproducir) penetra en las cortes, incluida la pontificia, y ya no se entiende como algo desagradable sino como una arrogante e impúdica invitación al goce. El arte de las clases cultas se arroga públicamente el mismo derecho que antes se concedía casi a escondidas a la chusma plebeya; la diferencia es que lo practica con gracia y sin violencia, y borra la distinción entre lo decible y lo indecible. Al pretender representar «bellamente» no solo lo feo inocente sino también lo considerado tabú, separa lo obsceno de lo feo. La obscenidad se convierte en motivo de delicado entretenimiento en la literatura licenciosa de los siglos xvn y xvm, pese a que en un autor «maldito» como Sade recupera todos los rasgos más repugnantes. Una vez más, la decencia impide reproducir toda la descripción del presidente de Courval que aparece en Los 120 días de Sodoma. Courval es un vicioso que se convierte en un ser horrendo, apestoso y desagradable debido a actos de repugnante lujuria, descritos sin ahorrar detalle al lector. Con Saderah superar los límites entre lo decible y lo indecible, se va más allá del ejercicio normal de las funciones corporales: en su pretensión liberadora, lo obsceno excede de la medida, tiende a la enormidad, a lo insostenible. Como tal adquirirá un papel dominante en gran parte de la literatura de finales del siglo xix y en las vanguardias del siglo xx, precisamente para destruir los tabúes de los bien pensantes y aceptar a la vez todos los aspectos de la corporalidad. No obstante, lo que antes era considerado obscenamente feo se trata en el siglo xix sin ningún tipo de vacilación en el arte y en la literatura realista, empeñada en mostrar todos los aspectos de la vida cotidiana. En cualquier caso, como prueba de la relatividad del concepto de pudor, muchas obras que hoy se leen incluso en la escuela, como Madame Bovary de Flaubert y el Ulises de Joyce, o las novelas de Lawrence o de Miller, en el momento de su aparición fueron motivo de escándalo y a veces hasta se prohibió su difusión.

El pedo de PantagruelFrancois RabelaisGargantúa y Pantagruel, II, 27 (1532) En cuanto soltó un pedo, la tierra tembló nueve leguas a la redonda, y el aire corrompido engendró a más de cincuenta y tres mil hombrecillos, todos enanos y contrahechos; y de una ventosidad posterior engendró el mismo número demujercillas, como las que podéis ver en las ferias, que no crecen nunca si no es hacia abajo, como una cola de vaca, o en grosor, como los rábanos del Limousin. -¿A qué se debe que vuestros pedos sean tan prolíficos? Por Dios, he aquí buenos cabos de hombres y buenas mechas de mujeres: hay que casarlos unos con otros, y quién sabe si nacerán tábanos.

Cómo Panurgo se ensució de mierdaFrancois RabelaisGargantúa y Pantagruel, IV, 67 (1532). Fray Juan al acercarse percibía un olorcillo, que era distinto al de la pólvora de cañón. Por lo que hizo que Panurgo se adelantase y vio que su camisa estaba completamente impregnada de mierda reciente. El poder de retención del nervio que encoge el músculo llamado esfínter (o sea, el agujero del culo) se había aflojado por el gran miedo que había experimentado en sus fantásticas visiones, además del estruendo de los cañonazos, que es más terrible en la bodega que sobre el puente. Porque uno de los síntomas y accidentes del miedo es que provoca la apertura del candadito del recinto donde a su debido tiempo está contenida la materia fecal.

Algunas buenas costumbres de PanurgoFrancois Rabelais Gargantúa y Pantagruel, II, 16 En cuanto a los rectores de la universidad y teólogos los perseguía de otras maneras; cuando encontraba a alguno por la calle, nunca dejaba de jugarle una mala pasada: ya sea poniéndole un boñigo en el sombrero o atándole a la espalda colas de papel o tiras de trapo, o cualquier otra broma pesada. Un día en que todos los teólogos debían reunirse en la Sorbona para examinar los artículos de la fe, elaboró una pasta a la borbonesa con muchos ajos, galbanum, assa fétida, castoreum y boñigos aún calientes, la diluyó en pus de una llaga ulcerosa, y por la mañana bien tempranito pringó y untó

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teologalmente todo el anfiteatro de la Sorbona, de modo que ni el mismo diablo hubiera podido resistir.

La invención del limpiaculosFrancois RabelaisGargantúa y Pantagntel, I, 13 (1532) -Después de largas y curiosas experiencias -respondió Gargantúa-, he inventado un medio para limpiarme el culo, el más noble, el más excelente, el más pertinente que nunca se ha visto. -¿Cuál? —dijo Grandgousier. -El que ahora mismo os describiré, -respondió Gargantúa—. En cierta ocasión, me limpié con la máscara de terciopelo de una damisela, y me pareció que iba bien, ya que la suavidad de la seda me proporcionaba un gran placer en el fundamento; en otra ocasión, con un capuchón de la misma, y con idéntico resultado; otra vez, con una bufanda; otra vez con un gorrito de raso carmesí (...) Curé aquel daño limpiándome con el bonete de un paje, bien emplumado a la suiza. Después, cagando detrás de un cercado, encontré un gato marceño, intenté limpiarme con él pero sus garras me ulceraron todo el periné. De lo cual curé al día siguiente, limpiándome con los guantes de mi madre, bien perfumados con benjuí. Luego, me limpié con salvia, con hinojo, con aneto, con mejorana, con rosas, con hojas de calabaza, de acelgas, de col, de vid, de malva, de verbena (que es como el carmín del culo), de lechuga, y con hojas de espinacas —¡todo esto me fue muy bien para los callos!- pero me entró la cagalera de los lombardos, de la que me curé limpiándome con la bragueta. Después me limpié con las sábanas, con la colcha, con las cortinas, con una almohada, con una alfombrilla, con un mantel, una toalla, una servilleta, un pañuelo, un peinador. Y en todo hallé mayor placer que un sarnoso cuando le rascan la espalda. —Bien -dijo Grandgousier-, ¿qué limpiaculos te pareció mejor? (...) -En conclusión, afirmo y mantengo que no hay limpiaculos mejor que un ganso bien plumado; siempre que se tenga la precaución de sostenerle

la cabeza entre las piernas. Y podéis creerme por mi honor. Porque sentiréis en el agujero del culo una voluptuosidad mirífica: tanto por la suavidad de su plumoncillo como por el templado calor natural del ganso (...) Y no creáis que la beatitud de los héroes y semidioses, que están en los Campos Elíseos, esté en su asfódelo, o en la ambrosía o en el néctar, como cuentan estas viejecitas. Consiste, en mi opinión, en el hecho de que siempre se limpian el culo con un ganso, y esta es también la opinión de nuestro maestro Juan Scoto.

La boca y la narizM. BakhtinLa cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, V (1965) Entre todos los rasgos del rostro humano, solo la boca y la nariz, y esta última como sustituta del falp, tienen un papel de primer orden en las imágenes grotescas del cuerpo. La forma de la cabeza, las orejas e incluso la nariz adquieren un carácter grotesco únicamente cuando se transforman en formas de animales o de cosas. Los ojos no tienen ninguna importancia en la imagen grotesca del rostro. Expresan tan solo la vida puramente individual, es decir, interior, del hombre, que a efectos de lo grotesco no tiene ninguna importancia. Lo grotesco únicamente tiene que ver con los ojos en blanco (...) del mismo modo que se interesa en todo lo que resalta, sobresale y aflora del cuerpo, todo lo que intenta escapar de los límites del cuerpo. En lo grotesco, adquieren un especial significado todas las excrecencias y las ramificaciones, todo lo que prolonga el cuerpo y lo une a los otros cuerpos o al mundo no corpóreo. Puede decirse además que los ojos en blanco interesan a lo grotesco porque son testimonio de una tensión puramente corpórea. (...) Un rostro grotesco se reduce, en sustancia, a una boca abierta de par en par y todo lo demás solo sirve de marco para esta boca, para este abismo corpóreo que se abre y engulle.

BertoldoGiulio Cesare Croce Divertidas historias de las agudezas y astucias de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, 1 (1606)En la época en que Alboíno, rey de los longobardos, se había apoderado de casi toda Italia, (...) llegó a ella un rústico, de nombre Bertoldo, que era un hombre deforme y de feísimo aspecto; pero la belleza que no poseía la suplía con la vivacidad del ingenio: era muy agudo y rápido en las respuestas, y además de la agudeza de ingenio, era también astuto, malicioso y socarrón por naturaleza. Y su aspecto era tal como aquí se describe (...) era pequeño de cuerpo, su cabeza era grande y redonda como una pelota, la frente fruncida y arrugada, los ojos rojos como de fuego, las cejas largas y ásperas como cerdas de puerco, las orejas asnales, la boca grande y un poco torcida, con el labio inferior colgando como el del caballo, la barba espesa bajo el mentón y caída como la del macho cabrío, la nariz curvada hacia abajo, con enormes orificios; los dientes salidos como el jabalí, con tres o cuatro bultos en la garganta, los cuales, mientras hablaba, parecían ollas hirviendo; tenía las piernas caprinas, como un sátiro, los pies largos y anchos y todo el cuerpo peludo; sus calzas eran de un gris ordinario, y zurcidas en las rodillas, los zapatos altos y adornados con bastos remiendos. En resumen, era todo lo contrario de Narciso.

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Retrato de FalstaffWilliam Shakespeare Enrique IV, II, 4 (1598-1600) Hay un diablo que te hechiza bajo la figura de un hombre gordo, un hombre tonel, que es tu compañero. ¿Por qué conversas con ese baúl de bufonadas, esa arca cerrada de bestialidades, ese fardo hinchado de hipocresía, esa enorme bombarda de Canarias, portamantas de tripas, ese buey asado de Manningtree, con el budín en el vientre; ese Vicio venerable, esa Iniquidad de cabellos grises, ese rufián paternal, esa vanidad entrada en años? ¿Para qué sirve sino para saborear el canarias y tragarlo? ¿En dónde tiene la limpieza y la pulcritud, salvo cuando trincha un capón y se lo come? ¿En qué es hábil sino en el engaño? ¿En qué es astuto sino en las bellaquerías? ¿En qué es bellaco sino en todas las cosas? ¿En qué es el hombre digno sino en nada?

La buena fealdad de la naturalezaAntonio RoccoDella bruttezza (1635)Feísimas son en la Naturaleza lascorrupciones, las muertes, la escasez, lapobreza, etc. Entiéndanse de estas las otras; y aunque, si bien miráis, son estas y las semejantes la mejor cosa del mundo. Las corrupciones, que son privaciones, dan principio a toda generación, a todo ser sublunar, de ellos está llena la filosofía peripatética; ahora bien, si los principios son malos, los principiados serán peores; y si estos son buenos, óptimos serán los principios, a uno de los cuales Aristóteles llama turpe, appetit enim, ut turpe, etc... De generatione animalium, refiere no obstante él que no hay cosa más fea y repugnante que la generación de los animales, y especialmente del hombre. Quien viese aquellas impuras mixturas de sangres negras, de semen inmundo, de menstruos sucios, de esperma pútrido, sería presa de las mayores náuseas. Y la mayor parte de los hechos más importantes son de esta sórdida condición. Considerad los partos, las purgas, las excreciones, etc., y veréis que es muy cierto cuanto digo, y sin embargo estos son los principios de todo bien, absolutamente importantes, y necesarios; así pues, ¿hasta qué punto es buena la fealdad de la Naturaleza?

El Presidente de CourvalMarqués de SadeLos 120 días de Sodoma, Introducción (1785)Asombrosamente consumido por la vida disipada, su aspecto no difería mucho del de un esqueleto. Era alto, flaco, seco, de ojos azules apagados, boca lívida y malsana, mentón prominente y nariz larga. Velludo como un sátiro, de espalda recta y nalgas muelles y colgantes que parecían más bien un par de paños sucios ondeando en la parte superior de los muslos, cuya piel, a causa de los azotes, estaba tan dura y encallecida que habrías podido cogerla con las manos y pellizcarla sin que lo notara. (...)Igualmente mugriento en cuanto al resto de su persona, el Presidente, que además tenía gustos como mínimo nauseabundos en cuanto a su aspecto, se había convertido en una figura cuya proximidad notablemente maloliente no podría inducir a nadie al placer (...) Pocos mortales habían tenido una conducta tan libre y disipada como ladel Presidente; pero, acabado ya del todo y chocheante, lo único que conservaba era la depravación y un impúdico derroche de libertinaje. Se requerían más de tres horas de excesos, y de los excesos más inmundos, para conseguir inspirarle una reacción erótica. (...)Curval estaba hasta tal punto inmerso en el fango del vicio y del libertinaje que le resultaba prácticamente imposible pensar o hablar de otra cosa. De su boca salían sin cesar las más terroríficas expresiones, igual que su corazón albergaba los más viles propósitos, y las mezclaba con las blasfemias y otras imprecaciones que nacían de aquel sincero horror, sentimiento que compartía con sus compañeros, que le inspiraba todo lo que oliera a religión. El trastorno mental, agravado aún más por el casi continuo estado de intoxicación en que le gustaba mantenerse, le había proporcionado en pocos años un aire de imbecilidad y de postración del que, según declaraba, nacían sus más adoradas delicias.

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4. La caricatura

Una de las formas de lo cómico es sin duda la caricatura. En realidad, la idea de caricatura es moderna, y algunos sitúan su comienzo en algunos retratos grotescos de Leonardo. Pero Leonardo lo que hacía era «inventar» tipos más que elegir objetivos reconocibles, del mismo modo que en épocas anteriores existían representaciones de seres ya deformes por definición, como silenos, diablos o villanos. La caricatura moderna, en cambio, nace como instrumento polémico frente a una persona real o a lo sumo frente a una categoría social reconocible, y exagera un aspecto del cuerpo (por lo general, el rostro) para burlarse o denunciar un defecto moral a través de un defecto físico. En este sentido, la caricatura nunca embellece el propio objeto, sino que lo afea, enfatizando uno de sus rasgos hasta la deformidad. De ahí que moralistas como Hans Sedlmayr (en El arte descentrado) hayan hablado de una forma de degradación que arrebata al hombre su equilibrio y su dignidad. Es evidente que ha habido caricaturas dirigidas a humillar y a hacer aborrecible el objetivo (véanse en el capítulo Vil las distintas técnicas de demonización del enemigo político, religioso o racial), pero a menudo la caricatura, al poner el énfasis en algunas características del sujeto, pretende lograr también un conocimiento más profundo de su carácter. Y no siempre va destinada a denunciar una fealdad «interior» sino a destacar características físicas e intelectuales o comportamientos que hacen amable y simpático al caricaturizado. Así, mientras las feroces caricaturas de Daumier o de Grosz denuncian la bajeza moral de personajes y tipos de su época, las caricaturas de pensadores o artistas realizadas por Tullio Pericoli son auténticos retratos de gran penetración psicológica, que muchas veces se convierten en una celebración.Por esto Rosenkranz consideraba la caricatura una especie de redención estética de lo feo, en la medida en que no se limita a poner en evidencia una desproporción ni enfatiza todos los elementos anómalos que encuentra (en ese caso, como ocurre con los gigantes o pigmeos de Swift, no se trataría de una caricatura sino de una descripción de una forma diferente): la buena caricatura introduce la exageración «como un factor dinámico que implica a su totalidad», y hace que el elemento de desorganización formal se vuelva «orgánico». Dicho en otras palabras, se trata de una «hermosa» representación que hace un uso armónico de la deformación.

La armonía en la caricaturaKarl Rosenkranz Estética de lo feo, III (1853) (Lo feo) cambia lo sublime en vulgar, lo placentero en repugnante, lo bello absoluto en caricatura, en la que la dignidad se convierte en énfasis, la fascinación en coquetería. La caricatura es, pues, la forma extrema de lo feo pero precisamente por esto, por su reflejo determinado en la imagen positiva que distorsiona, deriva en comicidad. Hasta ahora hemos visto siempre el punto en que lo feo puede volverse ridículo. Lo informal y lo incorrecto, lo vulgar y lo repugnante destruyéndose pueden producir una realidad aparentemente imposible, y con ello lo cómico. Todas estas determinaciones entran a formar parte de la caricatura, que también se vuelve informal e incorrecta, vulgar y repugnante, según todos los grados de estos conceptos. Es inagotable en su capacidad de transformarlos y relacionarlos de forma camaleónica. Pueden existir grandezas mezquinas, fuerzas débiles, majestad brutal, nulidad sublime, gracia torpe, vulgaridad delicada, necedad sensata, plenitud vacía y otras mil contradicciones (...). La caricatura consiste en exagerar un momento de una forma hasta la deformidad. Sin embargo, todavía hay que limitar esta definición (...) Para explicar la caricatura es preciso añadir al concepto de exageración otro concepto, el de desproporción entre un momento de la forma y su totalidad, por tanto de la negación de la unidad que deberíasubsistir según el concepto de la forma. Es decir, si toda la forma aumentara o disminuyera en la misma proporción en todas sus partes, las proporciones se mantendrían iguales y, por tanto -como ocurre con las figuras de Swift-, no se originaría nada propiamente feo. Ahora bien, si una parte se sale de la unidad de tal modo que niega la relación normal, y si esta última se mantiene en las otras partes, se produce un distanciamiento y un desorden del todo, que es feo. La desproporción nos obliga a sobreentender continuamente la forma proporcionada. Una nariz pronunciada, por ejemplo, puede ser de una gran belleza. Pero si se vuelve demasiado grande, el resto de la cara desaparece y se produce una desproporción. Involuntariamente comparamos su tamaño con el de las otras partes del rostro y concluimos que no debería ser tan grande. El exceso de tamaño caricaturiza no solo la nariz, sino también el rostro del que forma parte (...) Aunque también en este caso hay que hacer de nuevo una precisión. Esto es, la simple desproporción podría tener como consecuencia tan solo una simple fealdad,

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que aún no podría considerarse de ningún modo caricatura (. . .) La exageración que desfigura la forma ha de actuar como un factor dinámico que implica la totalidad. Su desorganización ha de volverse orgánica. Este concepto es el secreto de la producción de la caricatura. En su falta de armonía, a través del exceso desagradable de un punto del todo, resurge de nuevo cierta armonía.

Contra la caricaturaHans Sedlmayr El arte descentrado, V (1948) Las caricaturas han existido siempre, desde los tiempos más antiguos. Las conocemos desde la época tardía de la cultura helenística. En ellas se acentúa lo que es físicamente feo. En la época barroca existen caricaturas personales y privadas, como por ejemplo en los Carracci, en Mitelli y Ghezzi e incluso en Bernini, Como justamente ha observado Baudelaire, las llamadas caricaturas de Leonardo da Vinci no son verdaderas caricaturas. En la Edad Media existe el cuadro político infamante, que es una ejecución capital in effigie. Hasta finales del siglo XVIII no aparece —en Inglaterra antes que en otras partes-la caricatura como género, y solo en el siglo xrx, con Daumier, se convierte en el tema central de la creación de un gran artista. De modo que lo que constituye un signo importante no es el simple nacimiento de la caricatura, sino su elevación a la categoría de fuerza artística superior y significativa. A partir de 1830, aparece la revista La Caricatura, con intenciones políticas: -Una noche de Walpurgis, un pandemónium, una comedia satánica regocijante, a veces loca a veces horripilante». Se alude con ello a los bajos fondos de los que surge la caricatura. Por su naturaleza, la caricatura es una deformación del carácter humano y, en los casos extremos, una introducción del elemento infernal (que no es otro que el conjunto de imágenes opuestas a las humanas) en el elemento humano. La deformación puede realizarse en varios sentidos: el hombre resulta desfigurado, por ejemplo, con una máscara (...) No obstante, por lo general el procedimiento inconsciente de la deformación utiliza dos métodos que pueden considerarse uno positivo y el otro negativo. Este último priva al hombre de su equilibrio, de su forma y de su dignidad; lo presenta feo, informe, mezquino y ridículo. El hombre,

la cima de la creación, es envilecido y rebajado, pero conserva su carácter humano. (...). A comienzos del siglo xx (...) junto a una nueva caricatura despiadada que denigra interiormente al hombre, la imagen del hombre desfigurado que subyuga al artista de forma irresistible se mostrará sin máscara en las imágenes humanas del arte moderno, en esas imágenes que al hombre ingenuo le parecen espantosas caricaturas y que realmente se engendran en las oscuras profundidades del abismo.