(ebook - esp) - kurt lange - pirámides, esfinges, faraones

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KURT LANGE PIRMIDES ESFINGES FARAONES Los maravillosos secretos de una gran civilizacin

EDICIONES DESTINO - BARCELONA Libera los Libros

IndiceINTRODUCCIN............................................................................................................................................................ 3 TRAS LAS HUELLAS DEL HOMBRE PRIMITIVO.................................................................................................... 7 HABLAN LAS PIRMIDES...................................................................................................................................... 29 EL ENIGMA DE LA ESFINGE .................................................................................................................................... 53 LOS ANIMALES SAGRADOS.................................................................................................................................. 73 LA TUMBA, APOSENTO DE GALA........................................................................................................................ 90 EL FABULOSO PASADO DEL MARAVILLOSO VALLE DE LOS REYES ................................................... 109 EL SECRETO DE LAS MOMIAS ........................................................................................................................... 130 CONJUROS Y AMULETOS.................................................................................................................................... 148 DE BESTIA A DIOS: EL ESCARABAJO SAGRADO ................................................................................... 168 MARAVILLAS TCNICAS DEL ANTIGUO EGIPTO ........................................................................................... 190 CON LOS FALSIFICADORES DE DIR ABU'N-NAGA ...................................................................................... 210 ROSTROS DE FARAONES ........................................................................................................................................ 227 LAS GRANDES REINAS........................................................................................................................................ 250 CARTAS ETERNAS .................................................................................................................................................... 273 LA TUMBA DE ALEJANDRO MAGNO............................................................................................................. 291 EL TESORO INAGOTABLE...................................................................................................................................... 308 NDICE ALFABTICO DE LOS NOMBRES QUE FIGURAN EN EL MAPA ADJUNTO............................... 324 DIVINIDADES Y ANIMALES SAGRADOS DEL ANTIGUO EGIPTO.............................................................. 326 TABLA CRONOLGICA DE LA HISTORIA DE EGIPTO ....................................................................... 333 BIBLIOGRAFA............................................................................................................................................................ 341 DESCRIPCIN DE LAS FIGURAS ......................................................................................................................... 345

INTRODUCCIN

Ahora hablar mucho ms extensamente de Egipto, porque encierra muchas maravillas, y, mucho ms que las de cualquier otro pas, sus obras desafan toda descripcin. HERDOTO, 11, 25.

NUESTROS abuelos consideraban a Egipto como el pas maravilloso por antonomasia, abundando as en la opinin del padre de la historia. Seguimos nosotros pensando como ellos o hemos cambiado de parecer? Puede Egipto seguir ostentando tal ttulo en este siglo XX que ha sido testigo mimado de tan grandes progresos tcnicos de una especie verdaderamente asombrosa; en un siglo que por ende muestra un sereno escepticismo ante la grandeza de la historia antigua? En este libro se procurar responder adecuadamente a estas preguntas y demostrar que los resultados de las investigaciones realizadas, con tanta tenacidad como xito, por la mayor parte de las naciones civilizadas, en el Valle del Nilo, en modo alguno le han arrebatado esta aureola mgica, y que el asombro y la admiracin ante la obra colosal del Antiguo Egipto no han ido sino en aumento. La antigua concepcin romntica de Egipto ha cedido paso a una imagen ms completa y exacta del pas. Al mismo tiempo que la ciencia se esmeraba en desvanecer el aura legendaria con que la fantasa de la posteridad haba rodeado a Egipto y su obra, destruyendo as las ilusiones firmemente arraigadas desde haca siglos, y nos presentaba a los egipcios de la antigedad como eran en realidad, o sea en un todo semejantes a los dems mortales y slo as se concibe que los egipcios, que dotaban a sus muertos de "moradas eternas", acostumbrasen a saquear tales moradas poco despus de la ceremonia funeraria la arqueologa ha contribuido, no obstante, a inspirarnos mayor admiracin y ms profundo respeto por el genio esttico y moral de aquel gran pueblo. El desciframiento de los jeroglficos, la reconstitucin de la historia del arte y de la cultura de Egipto no han hecho disminuir el encanto, la atraccin y el misterio del pas, sino que, por el contrario, han contribuido a ponerlos ms en evidencia.

No queremos ocultar que en este libro se pretende demostrar, sin lugar a dudas, que la "Historia antigua" es algo extraordinariamente sugestivo y apasionante; algo cuya intensidad deja pequeas las creaciones de la misma imaginacin potica. Precisamente vemos que los mayores genios de la humanidad se han inspirado siempre en los grandes temas de la historia, de modo tal que a sta se debe en gran parte la celebridad de aqullos. Es a partir de la substancia viva de la historia y no de una simple coleccin rida de fechas o de una mera enumeracin de los grandes eventos que debe orientarse su estudio para revivirla en toda su intensidad y con provecho para unos y otros. Quien fuere insensible al dinamismo grandioso que rezuma la historia, jams lograr entusiasmar con ella a los dems. Por regla general el erudito alemn no pretende despertar el entusiasmo del pblico hacia su obra, ante el temor de que con ello pudiere poner en entredicho la facultad soberana de la crtica, puesto que el progreso de la ciencia reposa, precisamente, en la crtica ejercida sin contemplaciones. Raramente coexisten en nosotros un corazn ardiente y una mente fra, esta mezcla tan alabada por Nietzsche, quien para ella acu la intraducible expresin de "Brausewind und Erlser", algo as como "Vehemencia y Serenidad". Los sabios ingleses y los americanos son ms comunicativos, porque estn acostumbrados a la propaganda de sus ideas y saben expresar llanamente sus conceptos sin por ello desmerecer en lo ms mnimo. La excesiva sobriedad acadmica puede ser causa de que el gran pblico viva al margen de la cuestin y no siempre llegue a comprender bien la necesidad de ciertas investigaciones. Entre el sabio y el vulgo cabe tender un puente. No debe menospreciarse el papel importantsimo que desempea entre uno y otro el intermediario cientfico y consciente de su responsabilidad en relacin con aquellos escrpulos que se enfrentan con una especializacin exagerada y unilateral. Los diecisis captulos que siguen son el resultado de un cuarto de siglo de intensas investigaciones sobre el Antiguo Egipto, no slo mentalmente en la quietud del gabinete de trabajo, sino tambin y sobre todo mediante el contacto directo con la realidad prctica de las innumerables antigedades

que pasaron por mis manos. Este libro es el fruto de cuatro inviernos pasados en el Valle del Nilo, en El Cairo, en el Alto y en el Medio Egipto y de la intimidad adquirida en el manejo de los documentos y objetos depositados en muchos museos y en colecciones particulares, aun cuando a veces parezca que tenga como nica finalidad la de distraer al lector. El que leyere se dar pronto cuenta de cmo el estudio continuo realizado por el autor no ha disminuido en l la facultad de asombrarse, lo cual, segn Goethe, es el mximo a que el hombre puede aspirar en este mundo. Es imposible expresar con palabras cuanto debo a los Institutos arqueolgicos, a los tratados especializados, a tantos eruditos amigos diseminados en todo el mundo y a los colaboradores benvolos con cuya ayuda he podido redactar e ilustrar este libro. Sin embargo, no debo dejar de mencionar cun tiles me han sido los libros: Mil aos a orillas del Nilo, de W. Schubart: La poca de las Pirmides, de H. Junker, y Cancionero amoroso del antiguo Egipto, de S. Schott. En principio el arquelogo no busca oro ni suea con desenterrar tesoros. Sus hallazgos, cuando la suerte le sonre, no le enriquecen a l, sino al acervo comn de la vida cultural de la humanidad. Raramente le mima el destino, y cuando le halaga suele costarle muy caro. Casi todos sus objetivos carecen de inters para la gran mayora de sus contemporneos y puede que durante varios lustros, ao tras ao, no haga sino desplazar de un sitio para otro masas ingentes de arena y de escombros, las ms de las veces sin provecho alguno y sin resultado apreciable. Y si un da el milagro esperado se realiza, entonces una gran responsabilidad le abruma y le oprime como las garras de una arpa, e inopinadamente debe enfrentarse con tareas superiores a sus fuerzas, con problemas cuya solucin definitiva exigira el trabajo de toda su vida. He aqu lo que aniquila su resistencia, estas tareas y estos problemas, y no la misteriosa maldicin de los faraones, ni el veneno sutil de los insectos mticos de las tumbas antiguas. El mundo cientfico no acostumbra a dar demasiada importancia a las emociones personales de los investigadores, por profundas y agotadoras que sean. El verdadero arquelogo se siente oprimido, como si temiera que le tomen

por un charlatn cuando de improviso se entera de que sus hallazgos han trascendido al gran pblico. Howard Carter abri la tumba de Tutankamon presa de una emocin "a duras penas contenible", pero que con todo logr dominar. Sanos permitido en estas pginas dar rienda suelta a nuestra emocin ante el milagro que supone el que podamos sorprender al artesano del paleoltico en su propio taller de antao, admirar el servicio de mesa del cortesano de la segunda dinasta egipcia enterrado 2.700 aos antes de Jesucristo, escuchar el susurro de las plegarias de los sacerdotes de las pirmides y poder contemplar cara a cara a tantos faraones famosos. Nada hay tan fantstico como la misma realidad. Se dice que el camino ms corto para llegar a uno mismo da la vuelta a la tierra. Esto debe comprenderse bien. Actualmente puede darse cmodamente la vuelta al mundo y a pesar de ello regresar espiritualmente tan pobre como cuando se emprendi el viaje. El camino ms corto para comprenderse a s mismo pasa a travs del conocimiento de las grandes civilizaciones sumergidas hace siglos, pero todava influyentes, puesto que sobre ellas descansa la nuestra.KURT LANGE

Oberstdorf en Allgu, verano 1952.

TRAS LAS HUELLAS DEL HOMBRE PRIMITIVO EL hombre primitivo tena su taller en las alturas de Tebas, diez mil o quizs incluso cen mil aos antes de que los faraones fuesen llevados con toda solemnidad a sus tumbas erigidas en aquel horno ardiente enclavado en un paisaje rido y petrificado. En los albores de la vida de la humanidad, su sombra erraba por estos lugares y sus pes tropezaban con los guijarros de esta cadena de colinas hoy desiertas. Aqu se acurrucaba para acariciar y pulir con mano diestra, si era necesario, el tosco pedernal que fue la primera arma y la primera herramienta de la horda prehistrica, del primer artesano. Qu aspecto tendra? Cul era su morada, o mejor dicho su guarida? Enterraba ya a sus muertos y dnde? Cuntos siglos transcurrieron desde aquellos tiempos hasta los inicios de la civilizacin egipcia propiamente dicha? Como la historia no puede sacarnos de dudas, forzosamente tenemos que recurrir al gelogo. De todo cuanto produjo y realiz el hombre del paleoltico a orillas del vasto lago que en aquellos tiempos remotos debi de ocupar todo el desierto de Tebaida, solamente las herramientas de piedra nos hablan de sus habilidades, pero lo hacen, eso s, con gran elocuencia. Jams olvidar la emocin que me embarg cuando por primera vez di con algunas de ellas en el curso de mis correras. El mes de enero del Alto Egipcio inundaba el rudo paisaje con el reflejo de aquel incomparable frescor paradisaco, cuyo recuerdo nostlgico queda prendido toda la vida en la mente de quien lo haya experimentado alguna vez. Habamos abandonado Kurna al rayar el alba y estbamos trepando, sin grandes dificultades, por las laderas pedregosas que dominan la cspide de "el Qorn", imponente pirmide natural que seala el lmite del cementerio real. A semejanza de los colores de una deslumbrante bandera desplegada al viento, el amarillo rojizo de las alturas alternaba con el verde de los sembrados de la llanura frtil y con el azul profundo del cielo. No ignoraba que el gran arquelogo Georg Schweinfurth haba logrado reunir una rica coleccin de objetos de la industria paleoltica en el curso de sus investigaciones en las llamadas "terrazas diluviales" y que, luego de cuidadosa clasificacin, los haba distribuido generosamente entre numerosos

museos. Los conservadores de los museos no siempre saban qu cara poner ni qu hacer con tales regalos, ni cmo catalogar aquellos hallazgos toscos y deformes, pues era en verdad difcil imaginar que algn da pudieran haber estado en contacto directo con el hombre o que hubieran tenido algo en comn con l. Sobre todo los "eolitos" groseros, que tenan toda la apariencia de pedruscos desintegrados en un proceso natural a travs de los siglos, parecan suscitar el escepticismo de los profanos. Ms tarde, empero, fueron encontrndose objetos semejantes en otras regiones de Egipto y la ciencia acab por dar la razn al precursor, hasta el punto que en la actualidad las excavaciones de la Tebaida se consideran como clsicas en su gnero, y ya nadie cree que se trate de meros caprichos de la Naturaleza. De modo que consciente de la importancia histrica del terreno que hollaba, iba atentamente de un lado para otro siguiendo aquellas laderas arrugadas, en las que las erosiones y el tiempo han dejado su impronta salvaje, y que como garras peladas de esfinges gigantescas avanzan por entre los sembrados de la llanura, cuando de repente, como herido por el rayo, qued viendo visiones al contemplar ante m el primer testimonio irrecusable de la existencia de la vida humana prehistrica. Se trataba de una verdadera hacha de mano! Consista nicamente en una piedra del tamao de la mano, muy oscura como todas las dems que la rodeaban, y sobre las que pasaron indiferentes, milenio tras milenio, el calor trrido y el fro glacial, la sequa mortal y el roco de gotas pesadas y oleosas; los das y las noches que son como las agujas continuamente en movimiento del fantstico reloj del mundo. No era ms que una simple piedra y sin embargo se trataba nada menos que del monumento ms venerable de la inteligencia humana. Pues, contrariamente a los guijarros y pedruscos que cubran el suelo por doquier, a esta piedra se le haba dado una forma determinada. La voluntad que en tiempos remotos haba desbastado la piedra y la haba transformado en herramienta se reflejaba todava en ella. Su aspecto no poda parecer ms inslito y ms semejante al de su forma annima primitiva pero, sin embargo, era evidente que se haba intentado convertir aquel bloque corriente en un

instrumento de posible utilizacin para golpear, hender, perforar y cortar. La parte redondeada en contacto con la palma de la mano no haba sido trabajada y conservaba todava la basta superficie original. Se adverta, mejor dicho se adivinaba, que las aristas de este tosco slex en forma de almendra haban sido sometidas por ambos lados a una serie de golpes duros y metdicos a fin de darles la forma apropiada, afilando el tajo destinado al ataque hasta transformarlo hbilmente en un gran diente ofensivo, macizo y temible. Podemos fcilmente imaginarnos el orgullo y la satisfaccin de aquel ser primitivo de forma humana, cuyo origen sigue sindonos un enigma, cuando aquel semi-salvaje de las hordas errantes consigui, gracias a su inteligencia todava en ciernes, completar de este modo la accin de sus colmillos y de sus garras. Ahora su cerebro obtuso ya poda continuar desarrollndose dentro del crneo ya que sus mandbulas tenan que trabajar menos, desde el momento en que empu un arma, multiplicando su capacidad de defensa y de ataque contra los animales de rapia y salvajes y asimismo contra los enemigos de su propia especie. Recuerdo que me sent junto a mi hallazgo, como para tomar bien posesin del mismo, y mir pensativo en torno mo. En lo alto, aves de rapia manchaban en su vuelo el azul del cielo, oteando el paisaje a mi alrededor, anhelosas de descubrir alguna presa terrestre con que llenar el buche, y mucho ms por encima de aquellos pajarracos, el sol divino de los faraones desplegaba en abanico sus rayos deslumbrantes a travs del espacio infinito. Sus ardores tostaban literalmente cuanto estaba a su alcance, pero sin abrasarlo, pues una ligera brisa suave y refrescante soplaba sin cesar sobre las alturas desiertas cortadas por los surcos desnudos de los senderos. Y, a lo lejos, entre los cultivos, se vislumbraba la imponente pareja que forman los colosos de Memnn, seoreando majestuosamente hacia oriente. El templo funerario del gran Ramss, con el plono, la hipstila y el santuario marcaba el lmite entre los campos fecundos y habitados y las dunas movedizas, acribilladas de tumbas, del desierto inerte. Pareca orse de vez en cuando el chirrido de los malacates en accin, esparcidos por los campos, o tal vez no era sino el eco lejano de los cantos de

los zagales que tenan por misin excitar a los bueyes al trabajo. El gran ro extenda sus meandros rutilantes por la inmensidad de la Tebaida, por esa llanura feliz y bendita que para los iniciados constituye la verdadera cuna de la especie humana. En la extremidad del Valle de los Reyes empezaron a moverse los primeros puntos de color. A pie, en autocares y otros medios de locomocin, en asnos y a caballo, avanzaban como todos los das, vidas de emocin, las caravanas de turistas que los taimados dragomanes conducan hacia los laberintos subterrneos. Cunto ms precioso y ms lleno de misterio que todas aquellas visiones de oscuras galeras me pareca mi insignificante hallazgo! A partir de entonces empez la prospeccin metdica de aquellos lugares. A mi primer hallazgo se aadieron bien pronto muchos ms, entre ellos un rascador redondeado, con seales evidentes de haber sido retocado en los bordes; un granzn con huellas de golpes en toda su longitud; una raedera basta de forma triangular y, adems, toda una serie de fragmentos de pedernales cuya condicin de productos de la industria humana era ms bien hipottica. Por primera vez me di cuenta de las enormes dificultades con que tropieza el arquelogo para la clasificacin adecuada de sus hallazgos, y de la responsabilidad que le incumbe en su certera interpretacin, puesto que es sta muchas veces lo que les da valor, y de ello depende que luego pasen o no a los dems investigadores para su ulterior estudio definitivo. Ante m tena utensilios y herramientas de forma y de fabricacin totalmente distintas, es decir, que en opinin de los entendidos, debieron de pertenecer a capas y niveles completamente diferentes de la civilizacin humana e incluso a razas heterogneas. El granzn, bastamente labrado en forma de hacha de mano, lindaba con un canto fluvial provisto de una prominencia de percusin bien visible, un ncleo prismtico del que se haban desprendido metdicamente toda una serie de lascas en forma de cuchillas. Y yo me pregunt: Todos estos objetos que yacan en la superficie habran sido enterrados antiguamente en capas cuya sucesin ofreca un sentido cronolgico? Deba clasificarse a tenor de un orden de sucesin lo que se presentaba como una mezcla desordenada y confusa a mi vista? Caba la posibilidad de que las lluvias y la erosin desde tiempo inmemorial hubiesen hermanado todos aquellos objetos, los cuales,

por otra parte, podan muy bien proceder tambin de las alturas y haberse luego acumulado al pie de las colinas como consecuencia lgica de algn desprendimiento del terreno. Tanto en un caso como en otro, quedara por explicar satisfactoriamente la gran abundancia de tales hallazgos en un espacio relativamente reducido. Acaso el hombre prehistrico no tuviera aqu solamente su taller, sino que en este terreno que yo pisaba se haban establecido verdaderas aglomeraciones humanas. Pero en este caso yo me preguntaba: Por qu haban emigrado? De que haban abandonado el pas no puede caber la menor duda, puesto que en estas terrazas diluviales no aparece indicio alguno de trabajo manual desde el paleoltico superior, pasando por el corto mesoltico y todo el verdadero neoltico. O sea que hay un hiatus, un vaco grandioso hasta el amanecer de la civilizacin histrica en este paisaje. Presa de un gran entusiasmo prosegu febrilmente mis investigaciones, y ante el santo temor de pasar por alto algn objeto interesante, no dej sin examinar cuidadosamente ni un slo cascajo cuya apariencia pudiera alentar mis esperanzas. Una especie de delirio se haba apoderado de m, y despus de muchas horas de tensin nerviosa tuve por fin que abandonar la empresa literalmente agotado. Mi visin ya no era certera como antes y en todas partes crea ver huellas de la industria humana, cuando las ms de las veces no era sino el resultado lgico del roce de unas piedras con otras o de la quebradura de los guijarros por el calor. Cuando intentaba conciliar el sueo vea desfilar ante mis ojos todos los detalles de un terreno prdigo en falaces apariencias. Aquel mismo da, ya muy tarde, cuando con mi preciosa carga bajaba con el crepsculo hacia el Valle de las Reinas, el azar me jug una de sus tretas. A la luz incierta del da moribundo distingu claramente a escasa distancia ante m al dios Anubis con cuerpo de hombre y cabeza de chacal, que segn la mitologa egipcia era el guardin de las tumbas y de los embalsamamientos, el mentor de la momias faranicas. Es la nica vez que le vi en carne y hueso en el lugar donde antiguamente ejerciera sus actividades. Con el largo hocico tendido hacia delante al acecho, las orejas levantadas, las piernas esbeltas y flaco el cuerpo se pareca extraordinariamente al signo jeroglfico con que en los grabados arcaicos se designa al juez. Imposible imaginar un mejor eplogo faranico a mis investigaciones prehistricas y todo haca creer que tena ante m la inesperada visin de ese mundo misterioso y subterrneo cuya mxima expresin haban sido las "moradas eternas" de aquella montaa funeraria.

Cuando el gil guardin del averno me divis escurrise rpidamente como una sombra talud abajo, desapareciendo detrs de un montn de escombros, como si lo hubiese tragado la tierra. No logr darle alcance ni descubrir su escondite. Como un espectro se habra reintegrado al averno cuyos secretos l mejor que nadie conoca. Cuando por los alrededores de aquellos montes sepulcrales corri la voz que los nuevos huspedes del campamento de investigaciones arqueolgicas se volvan locos por la adquisicin de objetos prehistricos, sucedi algo extraordinario. Fuimos literalmente anegados en una cantidad ingente de material, como ni en sueos hubiramos podido imaginar que existiera. La procesin que no pareca otra cosa empez por la maana temprano. Cuando consecuentes de nuestra alta misin, siempre codiciosos de nuevos descubrimientos que imaginbamos a la vuelta del camino, llevando todava en nosotros el aroma de la bebida con que habamos refrescado los labios, aparecimos en el umbral de la puerta de nuestra vivienda, bajo un sol radiante que ya deslumbraba pese a la hora maanera, se abalanz sobre nosotros un grupo pintoresco y abigarrado de indgenas bronceados, excitados como si les hubiera picado un escorpin. En medio de una nube de polvo que ola a ajo y exhalaba otras fragancias menos fciles de reconocer, se tendan hacia nosotros manos mugrientas y apergaminadas para ofrecernos pauelos, fardos y cestos llenos de trozos de slex y otros objetos de piedra de todas formas y de todos los colores. En un principio nos consideramos como muy afortunados ante aquella espontnea colaboracin tan eficaz y decidida en pro de nuestros intereses, pero pronto nos dimos cuenta de cun exagerado era pagar sobre el terreno a los batidores aficionados media libra esterlina o egipcia por una cabeza de martillo o por una simple raedera, o un hacha de mano tallada en forma amigdaloide. Entre los objetos ofrecidos los haba algunos en verdad muy bellos y mucho ms interesantes y caractersticos que los que nosotros habamos descubierto. Escogimos los ms perfectos y los pagamos bien, pero no sin regatear un poco siguiendo la tradicin del pas slo para no dar la sensacin de que nos dejbamos tomar el pelo, y con mucho gusto hubiramos regresado a casita para examinar a placer los detalles del tajo y del labrado de las piedras adquiridas. Tal como se presentaba entonces la situacin, ya no vala la pena que siguiramos perdiendo nosotros un tiempo precioso excavando a la intemperie, y nuestra coleccin fue aumentando rpidamente en la misma proporcin que los fondos disminuan. Y vaya si disminuyeron rpidamente!

Lo cierto es que la calidad de las ofertas era una tentacin imposible de resistir. Ninguno de nosotros haba podido soar, ni por asomo, ver juntos tal cantidad de objetos y de tan diferentes tipos. Nos estaba permitido renunciar, por imperativos financieros, a cierta clase de piezas que todava no estaban representadas en nuestra coleccin, y precisamente las ms sensacionales? Y ello a causa del desdeoso Mammn? Las ofertas no cesaban de afluir hasta la saturacin y los visitantes llegaron a convertirse en sitiadores permanentes del campamento. Daba pena ver como algunas piezas rarsimas eran echadas a perder de un modo insensato y absurdo por los mismos que aspiraban a valorarlas, pues al intentar convencernos de su excelencia, los indgenas zarandeaban, gesticulando, los envoltorios y deterioraban el contenido. Ante nuestra puerta se daban cita todos los lugareos duchos en esta clase de negocios, procedentes de todas las aldeas tebanas, de Cheik Abd-el-Kurna, de Dira Abu'n-Naga, de Asasif y de Kurnet Murai, y ms de una vez los competidores estuvieron a punto de llegar a las manos entre ellos. Casi no nos atrevamos a salir de casa porque temamos tener que optar entre contagiarnos la peste o regresar cargados de bichos, que de todo haba en la via del Seor. Si alguno de nosotros consegua romper el cerco, no por ello quedaba a salvo de las asechanzas de aquellos improvisados arquelogos ambulantes. Como por arte de encantamiento, de los lugares ms insospechados surgan de repente, al extremo de unos brazos descarnados, unos puos que ms parecan amenazarnos que ofrecernos los nuevos hallazgos. Aparecan detrs de cualquier montn de escombros o de objetos inverosmiles, en el umbral de alguna tumba olvidada, apoyados en los restos de alguna pared de adobe o por las canteras corrodas por el tiempo. Ancianos momificados, cubiertos de andrajos asquerosos, que de cuclillas al borde del camino parecan sumidos en la ms profunda meditacin y formar parte de aquel paisaje ptreo, al aproximarse nuestro asno volvan de repente a la realidad acuciados por su afn endemoniado de lucro. Verdaderos enjambres de chiquillos nos ensordecan con su gritero al intentar vendernos tambin la mercanca de su propia cosecha. Aquella montaa terrible pareca querer aplastarnos con todo su cargamento de reliquias prehistricas! Finalmente, cuando ya no haba manera de deshacernos de aquella jaura desbocada, tratbamos de ponernos a su misma altura y discutamos las

transacciones encarnizadamente. Los juramentos rabes y los hay sublimes no causaban el menor efecto en nuestros labios, seguramente porque no acertbamos todava a dar con la entonacin apropiada que deba acompaar su gesticulacin inimitable. Pero algo habamos aprendido y ya sabamos ofrecer con desgana aparente unas pocas piastras a cambio de objetos de gran valor. A menudo se nos desgarraba secretamente el corazn cuando, con fingido desinters, rehusbamos la adquisicin de algn objeto de tipo ofensivo y en el fondo desebamos que volviera a presentrsenos pronto la ocasin para poder hacernos, sin perder la cara, con alguna de aquellas maravillosas armas de piedra primitivas. La experiencia nos haba demostrado que para llegar a nuestros fines, en los mercados orientales bastaba casi siempre echar mano de un gesto despectivo y ofrecer con indiferencia un precio irrisorio. Con ello logramos, con gran satisfaccin nuestra y consiguiente alivio de nuestra mermada bolsa, que poco a poco cediera en virulencia aquella fiebre mercantil, hasta el punto que un buen da pudimos declarar categricamente que en lo sucesivo ya no estbamos interesados en comprar ms piedras histricas; "imschi jalla!"... no queramos ninguna ms, ni regalada! Aquello era el desastre para ellos, pero las ofertas cesaron y renaci la calma en el campamento; calma a penas turbada de vez en cuando por algn indgena desorientado que an agitaba tmidamente algn objeto a distancia respetable. Volvi a dominar el paisaje la montona letana de la muchachada suelta por los caminos que convergan a las grandes atracciones monumentales. Por fin, con las primeras horas de la tarde, cuando da gusto tirar las cortinas y tumbarse a descansar un rato, y por las noches, cuando se extinguen todos los rumores de la tierra, pudimos dedicarnos al estudio de nuestros tesoros. Nos di mucho qu pensar desde buen principio el color tan raro de nuestros objetos, que en nada se pareca al del slex. Estaban representados en ellos todos los matices del pardo, desde el oro ocre plido hasta el flameante tierra de siena; del magnfico chocolate subido al negro bituminoso. Una ligersima capa, la ptina del desierto, llamaba inmediatamente la atencin por su brillantez comparable a la de una castaa recin salida del erizo, y que slo dejaba lugar a ciertas manchas claras en donde haba subsistido el revestimiento natural de la piedra. Le cuadra a esta ptina el nombre con que se le conoce de barniz del desierto, pues nicamente aparece en yacimientos situados en terrenos extremadamente sequerosos y carentes de vegetacin, y exclusivamente sobre los objetos que hayan estado expuestos durante

muchsimo tiempo a las influencias atmosfricas. Probablemente su gestacin es muy lenta y no se forma solamente en slex sino tambin en otros tipos de piedras duras. As, por ejemplo, las fantsticas escarpaduras granticas de Asun tienen el mismo tono chocolate subido. Puede atribuirse este fenmeno, como se ha apuntado, a la posibilidad de una accin especial y permanente del roco siempre tan abundante en esta regin? Es muy posible que intervenga alguna reaccin qumica entre el calcreo y el cido silcico. En todo caso se trata de influencias insignificantes que han precisado de siglos y milenios para llegar a producir una transformacin apreciable. Los especialistas no han podido sacar hasta ahora ninguna conclusin capaz de orientar a los profanos, pues, mientras ciertas clases de piedras parecen perder color con el tiempo, con la mayora sucede todo lo contrario. Los enseres que fueron desenterrados en las llanuras de aluvin de Kurna, o sea que no haban quedado expuestos a las inclemencias del tiempo, tienen un aspecto ms claro que los distingue de los encontrados a flor de tierra en las alturas circundantes. Esta hermosa gama de pardos brillantes, del trigueo al musco, que habran causado la admiracin de cualquier pintor, no nos permita poner en tela de juicio la autenticidad de tantas piezas ofrecidas a granel por la poblacin indgena. Cierto que durante algn tiempo no pudimos alejar de nosotros la sospecha de si aquellos objetos que se nos imponan con tanta elocuencia como desenfado, no provenan en realidad de algn lugar inconfesable en donde, con toda suerte de procedimientos artsticos, se amaaban a nuestra intencin. Recordbamos la historia de las falsificaciones clebres, incluso de ciertas "antigedades" introducidas fraudulentamente en campamentos arqueolgicos europeos, y con las cuales habase sorprendido la buena fe de los investigadores. Sera posible nos preguntbamos que en esta tierra clsica del labrado de la piedra hubiera persistido aquella tradicin secular? Pero en estas piedras tenamos la maravillosa ptina como prueba manifiesta, como garanta irrefutable y suficiente de su autenticidad. Los lugares deteriorados por quebraduras, antiguas o recientes, se distinguan por su color ms claro, debido precisamente a la ausencia de la ptina. Estbamos convencidos de que si nuestros proveedores hubieran conocido el secreto para imitar el "barniz del desierto", habran tratado por todos los medios de corregir las imperfecciones de la piedra para unificar su aspecto, en la creencia de que as aumentara su valor ante nuestros ojos. No debe de

resultar nada fcil reproducir esta ptina artificialmente y era de creer que debido a la escasa salida de los objetos, nadie se aventurara a enfrascarse en semejante trabajo tan complicado y tan poco remunerador, incluso para un fellah de nivel de vida bajsimo. Es curioso que los tipos de enseres paleolticos egipcios ms caractersticos coincidan de una manera asombrosa con los europeos. Slo a partir del paleoltico inferior aparecen especialidades propias en el Norte de frica. Ello hace suponer que la civilizacin prehistrica debi de extenderse simultneamente y de una manera homognea por espacios inmensos. Su distintivo, la pieza clsica que caracteriza este nivel de civilizacin, es el hacha de mano, til extraordinariamente interesante y por dems enigmtico. Le precedi el eolito, que fue objeto de discusiones durante tanto tiempo y que conserva traza del esfuerzo manual de los albores de los homnidos. A pesar de sus aristas cortantes, apenas se distingue de los bordes irregulares de los pedazos de slex bruto, pero en realidad estas aristas en forma de tajos constituyen a no dudar el primer invento tcnico de la humanidad aplicado al manejo de la piedra. De los hallazgos realizados en el interior de frica por Leakey y Reck parece desprenderse que de esta arista ofensiva en forma curva, que la inteligencia de los primeros hombres aplic a los cantos rodados del ro, procede el doble filo del hacha de mano clsica. Salido rudo y basto de las orillas del Oldoway, cortado aproximadamente en lava o cuarcita, evolucion luego en todas partes hacia la forma estable que se basta para caracterizar todo un captulo de la historia humana. En el tipo chelense que toma su nombre del yacimiento clsico de la ciudad Chelles situada al este de Pars precedido de un prechelense todava anterior, el hacha de mano es un slex en forma de almendra, groseramente roto por percusin sobre sus dos caras, terminado en punta en una de sus extremidades, redondeada la otra y ligeramente abombado en su parte media. Los retoques dan a las aristas un acabado sinuoso e irregular, mientras que en el cuerpo de la pieza, el extremo ms ancho y redondeado que se adaptaba a la palma de la mano, casi no hay indicio de desbaste alguno, hasta el punto que muchas veces se ha dejado intacto lo que podramos llamar corteza natural y primitiva de la piedra. Este tipo estaba representado por ejemplares muy tpicos en nuestra coleccin. En cambio, era mucho ms rara en Tebas la variante posterior, o sea la achelense originaria del yacimiento francs de Saint-Acheul, arrabal de Amiens, en el Valle del Somme, la cual se caracteriza por su mejor acabado, con aristas rectas y cortantes, y retocado uniforme en toda la superficie hasta

dejarlo en su forma oval armoniosa y definitiva. Nuestros ejemplares, de labrado monofacial, procedan del perodo de transicin y en ellos se echaba de menos la perfeccin de los achelenses franceses, concebidos de tal manera que fuesen al mismo tiempo aptos para cortar y golpear. No debe de extraar que las hachas de mano fuesen objeto de nuestra particular atencin. Con su aspecto sencillo y majestuoso a la vez se diferenciaban y aislaban, como aristcratas de rancio abolengo, de las lascas superficiales musterienses, que ya casi denotan una cierta fase de industrializacin. Y, por encima de todo, el hacha de mano, a pesar de hallarse tan abundantemente representada en todas las colecciones, incluso en las ms modestas, constituye un enigma que supera con mucho el misterio de las esfinges y de las pirmides. Los pedernales trabajados en forma de cua o hacha de mano de tipo exactamente igual y de tamao y labrado anlogos, se han encontrado en todo el Asia, frica y en la mayor parte de Europa. Las tumbas centroafricanas parecen estar literalmente empedradas con ellas, tal es su extraordinaria abundancia, y emergen idnticas de las faldas de los montes chinos; aparecen a flor de tierra en las cavernas prehistricas de Palestina y en los yacimientos antediluvianos de Mesopotamia meridional, as como en diversos lugares de Francia y Blgica. Qu problemas tan arduos plantean a los arquelogos y a los prehistoriadores esta extensin extraordinaria, esta concordancia, estas coincidencias tan remotas! Con razn se pregunta Hans Reck, descubridor del hombre de Oldoway, si "el despertar de la inteligencia humana tom aproximadamente la misma forma de expresin durante el mismo perodo de la historia del mundo, o bien debemos admitir que el comercio y las migraciones antediluvianas fueron la causa de la propagacin, de un continente a otro, de este invento tecnolgico". Todava no ha podido hacerse la luz sobre los enigmas relativos a las culturas antiguas. Todo lo ms que ha podido hacer la ciencia hasta ahora ha sido formularse la pregunta. En relacin con la aparicin espordica e incomprensiblemente abundante de yacimientos de hachas de mano y utensilios anlogos, Reck ofrece, como fruto de su larga experiencia, la ingeniosa explicacin siguiente:

Nos habamos preguntado repetidas veces qu es lo que pudo inducir a los hombres del paleoltico a constituir en las alturas de los cerros de Tebaida verdaderos depsitos de utensilios a prueba de siglos, pues, aun admitiendo que en aquellos lugares ricos en agua y en caza hubieran sentado sus reales durante muchas generaciones tribus enteras de densidad tal vez notable de poblacin, una tan gran cantidad de utensilios nos parece sencillamente anormal. En efecto, el hacha de mano era un instrumento slido que poda servir durante muchsimo tiempo sin necesidad de recambio. Con esta pregunta en el aire, Leakey y Reck, que ya andaban sobre aviso desde que descubrieran una serie de utensilios de cuarcita en el curso de sus excavaciones en el Oldoway, tropezaron con otros yacimientos muy notables situados a proximidad de un taller y de un poblado paleoltico. All yacan cuchillas de bordes finos y simtricos al lado de huesos descomunales de hipoptamo adulto fosilizado, mezclado con una docena de hachas de mano, todo lo cual era prueba evidente de que all se haba celebrado un banquete diluviano. A buen seguro la horda se haba saciado durante das y ms das con la carne del paquidermo. Al arquelogo, siempre a la busca de explicaciones, se le ocurri que tal vez la horda habra tallado rpida y hbilmente sus "cubiertos" aprovechando los abundantes trozos de cuarcita y luego, una vez terminado el festn, los abandonaron junto a los restos de la vctima. Era lgico suponer, en efecto, que el hombre prehistrico, sin bolsillos, no lo olvidemos, no iba a desplazarse cargado continuamente con unos utensilios por dems pesados, cuando le era mucho ms sencillo fabricar otros a medida de sus necesidades en cualquier lado que se encontrase. Solamente esta fabricacin en serie de utensilios explica su extraordinaria abundancia en la mayora de los lugares excavados, abundancia verdaderamente asombrosa las ms de las veces. Para el hombre prehistrico es muy posible que la talla de herramientas de piedra constituyera un pasatiempo general, necesario y por ende natural, y que fuera el origen de todas las artes que con el tiempo llenaran sus ratos de ocio. Porque entonces no tena ms ocupacin que la caza y el amor. Las necesidades primordiales e inmediatas se satisfacen pronto y los das son largos. En la poca actual de peridicos, de correos, de empleos que nos ocupan la mayor parte del da, de lectura, de radio y de cine, estamos bien lejos de poder imaginarnos cun largas y aburridas deban de ser las jornadas de aquellos hombres. El que sienta curiosidad por saber hasta qu punto el neoltico egipcio

perfeccion el arte de labrar el slex, no tiene ms que observar la serie de puntas de flecha y de lanza, de perforadores y de escalplos descubiertos al borde del oasis de Fayum, o alguno de los clebres cuchillos planos de Abusir-el-Melek. Quedara an ms convencido si le fuese dado poder trasladarse a la costa norte de la antigua cuenca martima que ocupaba casi en su totalidad la depresin de Fayum hace milenios, cuyos vestigios, conocidos con el nombre de Birket Karun, invitan todava hoy a los placeres de la caza y de los deportes nuticos. Aqu puede seguirse la pista, que se haba desvanecido en Tebas, de un hombre primitivo que nos parece muy cerca de nosotros en el tiempo, aun cuando desconociera el uso de los metales. Habitaba la regin donde ms tarde se levantara la ciudad de Dime, cuyos templos en ruinas hablan de un esplendor nada comn todava en tiempos de los Ptolomeos, y all se extendan sus poblados y sus terrenos de caza. Podemos imaginrnoslo disfrutando de una cultura material relativamente rica, pues los tarros hallados, sencillos, con algunos adornos y las hachas de piedra con el corte afilado, son buena prueba de un nivel de vida en franca evolucin. La caza y la pesca continuaron ejerciendo durante muchsimo tiempo una gran influencia sobre l, pero el hecho que se dedicara a la cra de bueyes, ovejas y cabras, as como al cultivo de la tierra, segn se desprende de la presencia de hoces de madera provistas de dientes de pedernal, denota una manera de vivir que tenda al sedentarismo. Seton-Karr y la seorita Caton Thompson han hecho mucha luz en sus escritos sobre la manera de vivir de aquella gente. Aqu y all se descubrieron en talleres lticos piezas acabadas y desechos de slex en tan grande abundancia, que no pareca sino que el artesano acababa de ausentarse y que no tardara en regresar. En muchos lugares de la corteza desrtica aparecen puntas de flechas de hechura admirable, algunas bastante sencillas y enmangadas, otras ms complicadas en forma de garfio firmemente sujetas en la hendidura de un palo. Solamente quien hubiere intentado alguna vez convertir trozos de pedernal en pequeas herramientas aprovechables, podr hacer justicia a una habilidad que deba de ser cosa corriente en aquellas edades lejanas. Cmo se las compondra el hombre civilizado del siglo XX para transformar guijarros en utillaje til? Seguramente no sabramos por dnde empezar, y al

hombre moderno no podran servirle de mucho las explicaciones del Dr. Leakey, sabio arquelogo originario de Kenya, quien, basndose en sus propias experiencias, lleg a la conclusin de que ni la piedra ni la madera seca, y s nicamente una rama de rbol recin cortada, flexible y resistente a la vez, es susceptible de poder ser utilizada para tallar adecuadamente la piedra. Esos mismos habitantes de Fayum hicieron gala de una destreza prodigiosa al tallar en pedernal figuras de animales de un parecido sorprendente. Hemos olvidado el arte de la piedra, y ya no comprendemos su lenguaje, este lenguaje que al antiguo egipcio le fue familiar hasta el ocaso de su gran cultura, pues slo dej de comprenderlo cuando perdi la fe en sus dioses. Vi claro por primera vez en la inmensidad del arte ltico egipcio el da que un anticuario de aspecto raro y ya entrado en aos, establecido en la capital provincial de Medinet-el-Fayum puso ante mis ojos atnitos una caja llena de pequeos objetos de piedra, dechados de labrado y de color. Deslumbrado esparc el contenido por el suelo y me apresur a seleccionar las piezas ms preciosas. Ms de una vez he lamentado luego aquella impaciencia ma y mi absurdo atolondramiento. El anticuario no le daba la ms mnima importancia a su tesoro y, sin embargo, aquella coleccin era sin duda el fruto de innumerables expediciones largas y repetidas, como solamente son capaces de emprenderlas y llevarlas a buen trmino los indgenas para los que el tiempo no cuenta: sin prisas, pero de una manera intensa y minuciosa. En cambio, el anticuario cifraba todo su orgullo en unas estatuas pseudofaranicas de madera que algn trujamn griego haba logrado encajarle y de cuya autenticidad no pareca tener la menor duda. Los cementerios ms antiguos descubiertos en el Valle del Nilo, dejando aparte algunas sepulturas caseras de poblados neolticos, pertenecen al perodo pre-dinstico, cuando adems de la piedra ya se trabajaba tambin el cobre. En varias tumbas de aquella poca se han encontrado diversos objetos de este metal rojo y blando. Otro de los enigmas de esas culturas radica en el hecho que no se haya encontrado en parte alguna, que yo sepa, tumbas de los habitantes paleolticos de la Tebaida ni de Fayum, o sea de estos mismos habitantes que a juzgar por los vestigios encontrados, tal profusin de flechas lanzaron contra los animales salvajes de las riberas.

Para el arquelogo moderno, la nocin de la cultura del hacha de mano se relaciona ntimamente con la existencia del hombre del Neanderthal, homo primogenius. Probablemente los crneos de Java y de Pekn pertenecen a los antepasados asiticos del hombre del Neanderthal. No puede descartarse la suposicin que la raza humana sea originaria de Asia, desde donde puede que pasara al frica, cuyo suelo tan rico es en vestigios primitivos, y luego, al elevarse con el tiempo la temperatura, se extendiera por Europa simultneamente con la fauna contempornea. Como representante calificado y artfice de utensilios relativamente muy perfeccionados de percusin y de corte, que junto al pedernal en vas de desaparicin utilizaba ya ciertamente otros materiales, debemos considerar al hombre de Aurignac como al primer homo sapiens. Perteneca a una raza esencialmente distinta y su capacidad es muy superior a la del hombre del Neanderthal (cuyas huellas desaparecen a partir del ltimo perodo glaciar) y tiene un gran parecido fsico con el europeo actual, del que puede pasar por antepasado. Nos es permitido aventurar la suposicin que estas dos razas de habilidades tan distintas son anteriores a los utensilios lticos egipcios? En el curso de unas excavaciones prehistricas en las cercanas de El Cairo se pusieron al descubierto, al lado de edificaciones indgenas, trazas de construcciones rectangulares nrdicas del tipo de casa de Megara.

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A los habitantes de Libia, que segn parece ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo de la cultura egipcia propiamente dicha, se les representa de ojos azules, y una princesa egipcia en el retrato de una tumba de la IV dinasta, tiene zarcos los ojos y el pelo rubio. Mucha luz podran hacer sobre esta cuestin los esqueletos del paleoltico al neoltico superior, pero en suelo egipcio no se ha encontrado ninguno. Podemos hablar de dos civilizaciones egipcias pre-dinsticas que destacan por la abundancia y la originalidad de los vestigios que poseemos de sus poblados y de sus cementerios; la estratigrafa de uno de los yacimientos, por lo menos, parece situarlas inmediatamente despus de una civilizacin ms antigua, la llamada de Badari. Se las conoce con el nombre de primera y segunda civilizacin de Negada por los yacimientos tan notables que las pusieron de manifiesto. La primera de ellas, que se sita principalmente al sur del Alto Egipto y en Nubia, se caracteriza por vasijas de grandes dimensiones, de basalto algo spero, y por su cacharrera pulimentada, roja, a veces ennegrecida directamente al fuego en su totalidad, o solamente en los bordes, todo ello combinado con motivos geomtricos o figurativos pintados en blanco o con piezas aadidas, de materiales diversos. Su parentesco africano salta a la vista. Su arma preferida, la maza plana, en forma de plato, se transform en una verdadera especialidad de eficacia tremebunda. Consista en un disco de granito, perforado en el centro para encajar el mango, y gracias a su peso y a su borde afilado, con muy poco esfuerzo era posible con l machacar crneos, romper huesos y, en una palabra, aniquilar cuanto se le pusiera por delante. Los colmillos de elefante y de hipoptamo constituyeron en todo tiempo una excelente materia para una gran variedad de esculturas. La segunda civilizacin negadiense tena ncleos en Egipto Central, pero se extenda adems de una manera bastante uniforme por todo el pas, y sus utensilios-tipo llegan a confundirse con los de los perodos pre-dinsticos. La pieza fundamental y caracterstica de este perodo es el vaso de arcilla ocre, adornada las ms de las veces con lneas rojo-oscuras en zig-zag, espirales aislados, figuras geomtricas tales como tringulos y cuadrilteros, cuando no con escenas enteras. En los vasos mejor decorados dibuj el artista annimo barcos con la proa y la popa levantadas, sin omitir los aparejos y detalle del velamen, amn de otros adornos, todo ello dominado por sendos

estandartes que deban de simbolizar a la tribu. Adems, libremente repartidos por toda la superficie, aparecen figuras estilizadas de mujeres con los brazos torcidos, alzados en actitud de plegaria, y tambin animales, antlopes y zancudos, de un realismo sorprendente. Las hachas-martillo perforadas y las cabezas de porra piriformes evidencian una cierta especializacin. La micro-escultura parece haber entrado en franca regresin, mientras que la alfarera se halla en su apogeo. Estas civilizaciones nos son ms familiares porque tambin nos han legado sus muertos. Parece increble que el terreno arenoso, seco y salado de sus cementerios haya conservado tan bien estos cadveres de la ms remota antigedad, enterrados entre los aos 5000 y 3000 a. J. C. Perfectamente conocibles, con la piel apergaminada, pero sin el aspecto repugnante peculiar de los cadveres desenterrados, han podido ser trasladados intactos, junto con sus objetos personales, a los museos de todo el mundo. En el caso presente no puede hablarse an de momias, porque los egipcios no conocieron hasta mucho ms tarde el arte de sacar las vsceras de sus muertos, de embalsamarlos para la eternidad. Son ms bien cadveres deshidratados. Por ellos se advierte que se trata de hombres de estatura mediana, de aspecto distinguido y de pelo escaso y liso. En un principio les cubran el cuerpo con pieles o esteras, pero ms tarde aparecen ya envueltos en lienzos de lino. Se les enterraba con las rodillas levantadas, las manos en la barba, recostados casi siempre sobre el lado izquierdo, con la cabeza hacia el Sur y la cara orientada a poniente. La tumba de la primera civilizacin de Negada consiste simplemente en un foso redondo, sin relieve alguno, y no es raro encontrar varios cadveres de personas y de perros en una misma sepultura. Una caracterstica de la segunda civilizacin negadiense es la tumba ms alargada que ya se empieza a cubrir de ladrillos crudos. La utilizacin de estos ladrillos secos y resistentes, de forma cuadrada, fabricados con el fango que arrastraba el Nilo, es un progreso trascendental. Muy a menudo el interior de la tumba aparece dividido en dos compartimentos, uno de los cuales se destina a la conservacin de los donativos funerarios, y el interior se protege de los corrimientos de tierras por medio de esteras extendidas sobre

una especie de emparrillados de madera. Se ha fantaseado mucho sobre la posicin acurrucada de aquellos cadveres. Una cosa parece cierta, y es que nada tiene que ver con la posicin del embrin, y por ende, con la creencia de la resurreccin en el ms all, a partir de la misma posicin de antes de llegar al mundo. Antes bien parece ser la posicin normal e ideal para el durmiente en la noche egipcia, bastante fresca. As agachado y con las rodillas dobladas, se siente menos calor, o menos fro, y esta posicin tiene, adems, la ventaja que la tumba, excavada penosamente en terreno pedregoso, puede ser de dimensiones reducidas. La mano derecha sostiene, generalmente, una especie de paleta para cosmticos y afeites, y a su lado no faltan los botes de perfumes y de blsamo, con sus correspondientes cucharitas, todo a punto para que el difunto, al despertar, pueda proceder sin demora a sus prcticas de aseo habituales. Como, por otra parte, no era tampoco cuestin de olvidar los apetitos terrestres, los vasos de barro contenan comida y bebida en abundancia. Lo que ms sorprende entre los diversos objetos encontrados en las tumbas egipcias para uso del difunto en su nueva vida, es la cacharrera y los maravillosos cuchillos de piedra, de perfeccin jams igualada ms tarde. Las largas hojas de slex, de afilado tajo, cuidadosamente bruidas, tienen a partir del puo o ncleo principal una sinuosidad tan refinada, y tan bien estudiada, que se adapta, encaja, como hecha a medida, entre el pulgar y la palma de la mano derecha, formando as un escalplo ideal para trabajar la piel o quitar las escamas a los pescados. Todava es ms inexplicable la existencia de los grandes cuchillos planos formados por lminas de slex importadas del norte. Salta a la vista que para su cometido corriente estas hojas eran demasiado delgadas, lo que nos induce a creer que su nica finalidad consista en adornar la estancia y realzar el prestigio del difunto en el otro mundo. Toda la superficie del cuchillo presenta las delicadas huellas de martillazos, en oleadas de escamas regulares de gran efecto decorativo. La belleza sobria de los vasos de piedra remata dignamente la suntuosidad de los dems objetos.

En estas tumbas se encuentran reunidos en sus formas ms antiguas, ejemplares perfectamente conservados de jarras, escudillas, tazas, platos, copas, jcaras, tarros, etc., en los que la insuperable nobleza y elegancia de la forma corra parejas con la riqueza y colorido excepcional de la piedra; conjunto de una rara perfeccin muy pocas veces alcanzada posteriormente. La piedra era trada a duras penas desde las serranas del desierto oriental prximo al Mar Rojo. Con pocas excepciones estas vasijas de forma redondeada no ostentan adorno alguno, como no sea unas asas diminutas o la imitacin en alto relieve de bramante enroscado. Bastara para maravillarnos la belleza insinuante de la lnea, que se yergue en forma de panza que a menudo acaba al borde de unos pies afilados de aspecto metlico. Adornan el borde superior y la base franjas de varios colores, incrustaciones de alabastro rodean la vasija y a veces, a los lados, verdaderas guirnaldas purpreas. A la vista de tales objetos de una poca tan remota quin no se convence de que se halla en presencia de verdaderas obras de arte? Pero, cul sera el instrumento utilizado, capaz de labrar la piedra a menudo de una dureza inusitada? Cmo se las compondran para horadar esas tinajas panzudas, cuya superficie interior presenta estras concntricas sucesivas? Conocemos perfectamente el instrumento que sirvi al ahuecamiento de los recipientes de piedra, el cual no era ms que un vstago de madera cuya extremidad superior se recargaba con una piedra, y a cuya parte inferior, ahorquillada, se sujetaba un taladro cnico que forzosamente tena que ser de materia mineral. Podemos descartar el cobre, demasiado blando para hacer mella en el granito, en la diorita y en los esquistos metamrficos puros, pero, por otra parte, ningn otro metal conocido puede ser tomado en consideracin. De modo que slo queda, como hiptesis plausible, que la arena, hmeda usada como esmeril desempeara un papel primordial en este trabajo lento y penoso. Un tipo de vasija de basalto de la primera civilizacin negadiense presenta un pie de hechura diminuta y escasa estabilidad. En todo caso, la base de este recipiente supone la existencia de tableros, o cosa por el estilo, absolutamente horizontales. Ahora bien, cmo imaginarnos algo parecido a mesas planas en las cabaas ligeras de aquellos hombres transhumantes y semi-civilizados acostumbrados a correr continuamente detrs del hipoptamo, que cazaban con arpn, y del len contra el que disparaban sus flechas? Se han observado

ciertas huellas de desgaste alrededor de esas pesadas tinajas de piedra, lo cual induce a suponer que se transportaban pendientes de cuerdas y que eran utilizadas durante varias generaciones. Se balanceaban, tal vez, del flanco de bestias de carga como en nuestros das los vulgares serones del vendedor ambulante de botijos? Lo que no se comprende es cmo iban cargados con recipientes de tanto peso y de tan poca capacidad til, cuando disponan y podan haberse servido de sus hermosos cacharros de barro cocido, mucho ms ligeros. Sea lo que fuere, no puede negarse que si se expusieran en una vitrina, nadie encontrara que esos recipientes pre y protohistricos desmerecen en nuestros hogares modernos. El arquelogo britnico Walter Emery hall en una tumba de la II dinasta, en Sakara, dispuesta en platos y fuentes apropiados, de un arte muy refinado, toda la comida para uso del difunto en el otro mundo compuesta de codornices, pichones, pescado, chuletas, legumbres, tortas y panecillos triangulares. Este hallazgo desconcertante, realizado en 1938, nos conduce ya a la poca protohistrica y a las necrpolis de Menfis, capital del Norte, donde iban a erigirse luego las pirmides de los reyes.

HABLAN LAS PIRMIDES EMPRESAS gigantescas de la humanidad que presuponen la participacin activa de multitudes inverosmiles! Monumentos descomunales que ofuscan tanto ms nuestra imaginacin y deslumbran la fantasa cuanto que su utilidad prctica est en relacin inversa al esfuerzo colosal que exigi su ereccin! Nos referimos a las pirmides del antiguo Egipto y sta es su mejor definicin. Qu secreto ocultan y cul era el significado de aquellas construcciones monumentales, de proporciones rigurosamente matemticas, maravillas del mundo segn el veredicto de la misma antigedad, y que durante cuatro mil quinientos aos, sobre su pedestal hundido en la arena del desierto, entre El Cairo y el oasis de Fayum dominan simblicamente el Valle eterno del Nilo? Tales eran las preguntas que se dirigieron los filsofos de todos los tiempos, con la particularidad que fueron las pocas ms racionalistas las que ms se esforzaron en elucidar el enigma. Qu motivos, bastante poderosos, pudieron impulsar a centenares de millares de personas a consagrar a la ereccin de tan colosales tumbas de sus monarcas una cantidad de energa tan considerable y durante tantos aos? Sin ir ms lejos, solamente el alojamiento y el abastecimiento de tales masas de trabajadores supone una organizacin minuciosa y difcil de imaginar en aquellos tiempos primitivos. Estas masas de campesinos, de pastores, de artesanos que hubieron de aunar su fuerza corporal al servicio de una empresa colosal, debieron de constituir un estado dentro del estado. Incluso si tomamos en consideracin que las crecidas peridicas del Nilo liberaban durante ciertas temporadas a partidas ingentes de labradores, no por esto deja de ser un problema de ardua comprensin para nuestra mentalidad moderna. A esa multitud obrera hubo que organizara, disciplinarla y distribuirla metdicamente de acuerdo con un plan trazado de antemano. Tuvo que contarse forzosamente con un verdadero ejrcito de vigilantes y de capataces y, quien ms quien menos, todo el mundo deba de estar en cierto modo iniciado en la obra arquitectnica que entre todos estaban levantando. Y todo ello era solamente para enterrar un da al monarca difunto en un sencillo atad de piedra dentro de una cmara funeraria de dimensiones relativamente reducidas? Se han avanzado las hiptesis ms diversas. Se llevaba consigo el soberano a la tumba un tesoro tan precioso que haca indispensable nada menos que

toda una montaa de piedra encima para protegerlo? Ahora sabemos que no era ste el caso. As, por ejemplo, aparecen como relativamente modestas las ofrendas en las tumbas monumentales de los altos funcionarios agrupadas alrededor de las pirmides. La exuberante espiritualidad juvenil y pujante en su sencillez creadora de aquellos tiempos, estaba muy lejos de cifrar su orgullo de grandeza en la ostentacin de riquezas terrestres. Entonces era el ansia de gloria del faran tan grande que para satisfacerla era preciso que el dspota cruel exigiera el sacrificio de la energa y de la vida de innumerables vctimas? Sucumbieron poblaciones enteras o millares y millares de prisioneros de guerra indefensos bajo el sol ardiente del desierto y los latigazos de capataces inexorables? Esa era por lo menos la creencia general en la antigedad clsica: "Parece que, en primer lugar, hizo clausurar los templos, y prohibir los sacrificios, y luego sumi a todos los egipcios a prestacin personal." Esto es lo que sobre Keops, el constructor de pirmides, recogi Herdoto de boca de los guas indgenas. Los contemporneos del padre de la historia no podan comprender la impulsin todopoderosa que puede dar a un pueblo la fe religiosa y, en consecuencia, solamente vean en tales maravillosas creaciones el fruto de un capricho tirnico. Esta opinin ha perdurado hasta nuestros das. As, por ejemplo, ante m tengo una revista ilustrada de sas que ofrecen peridicamente al gran pblico su efmera y sensacional racin de imgenes brutales e ingenuas, que de todo hay. He aqu el comentario que acompaa a la impresionante reconstruccin de las etapas sucesivas de la ereccin de las pirmides: "Nilo abajo afluye, en oleadas violentas, la corriente de esclavos, de etopes, de nubios y de egipcios; blancos y negros mezclados, oliendo todos a sudor, a cebollas, a ajo y a aceite rancio. Incesablemente los ltigos de los celadores cruzan las espaldas desnudas de los infelices que componen aquel mar humano, y las ligaduras que los mantienen unidos unos a otros penetran profundamente en la carne viva. Durante diez, veinte, treinta y ms aos, el faran ha inmolado a multitudes inmensas, arruinado la energa de su pueblo e hipotecado el porvenir de sus propios hijos y el de los hijos de sus hijos. Aquello no era vivir, sino vegetar en medio de sangre, de sudor y de lgrimas, y tena como nica finalidad conservar por los siglos de los siglos el

cuerpo de un solo hombre, el del faran..." Nada hay ms cierto que obras tan colosales no pueden llevarse a cabo sin inmensos sacrificios de innumerables vidas humanas. Pero las pirmides no fueron regadas con tanta sangre, ni podan tener un origen tan brbaro. Los mejores conocedores de la historia de aquellos tiempos estn de acuerdo en que el nivel tico prevaleciente en la poca de las pirmides era excepcionalmente elevado. Hermann Junker, cuyos trabajos en la materia hacen autoridad, dice textualmente: "Sorprende or hablar ya entonces de cario familiar, de buen trato a los inferiores, y de lstima para con los pobres y los oprimidos. Los reyes han dejado constancia de decisiones judiciales que son modelos de humanidad y de rectitud. En parte alguna aparecen pruebas que permitan afirmar la existencia de un comercio de esclavos del tipo antiguo, dejando aparte el hecho que la condicin del esclavo de entonces no era, ni con mucho, tan penosa como la del esclavo... moderno, y que aquel ser, del que a distancia nos apiadamos, hubiera quedado muy desagradablemente sorprendido si la liberacin repentina hubiera hecho variar, de la noche a la maana, el curso de su existencia." Por otra parte, no se sabe de ninguna campaa militar que hubiese podido reportar en aquella poca una cantidad tan considerable de prisioneros de guerra, sin contar que las guerras, con todas sus tremendas consecuencias y complicaciones, hubiesen hecho totalmente imposible la realizacin de obras tan gigantescas que a ellas solas exigan el esfuerzo colectivo de la gran mayora de la nacin. Pero an hay ms. Los sillares de piedra de los largos corredores y de las cmaras interiores de las pirmides, y los de los templos de culto, los enormes bloques del revestimiento exterior estn tallados y bruidos con tanta precisin, tan perfectamente encajados unos con otros, que debemos descartar la idea que un trabajo, que un primor de esta ndole, puedan haberlo realizado un ejrcito de peones extenuados y torturados. Con razn haca observar el escritor rabe Abd-el-Latif que hubiera sido imposible introducir un alfiler o un cabello entre los magnficos bloques calcreos de la gran cmara en el interior de la pirmide de Keops. En algunos de los bloques granticos del templo funerario inacabado de

Micerino, quedan todava los burletes salientes que tenan por misin proteger los cantos durante el transporte, y que se retiraban slo cuando se emplazaba el sillar en el sitio que le estaba destinado. Cmo admitir que pudiera imponerse por la violencia tamaa precisin, semejante meticulosidad en el arte de la cantera? No debemos creer, por el contrario, que nos hallamos ante un caso evidente de circunspeccin y de solicitud conscientes? Porque no hay duda que esta obra sin igual pone de manifiesto un afn, una voluntad libre y ambiciosa, an ms, un entusiasmo y un fervor religioso verdaderamente excepcional.

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De modo que para aquel gran pueblo constructor de pirmides, esta colosal empresa debi de tener un carcter ms trascendental. Conoceran acaso, aquellos hombres primitivos, secretos csmicos, astronmicos u otros, e intentaban arbitrar nuevos mtodos arquitectnicos para expresarlos? En tal caso, fcil sera atribuir profundos conocimientos geomtricos a los que proyectaron los gigantescos tringulos con sus millones de sillares de tamao ms que respetable. Como no poda menos de suceder, alrededor de esas maravillosas construcciones empez a proliferar una verdadera mstica de los nmeros, y esta geometra rgida di origen a especulaciones matemticas sin cuento, que terminaron por convertir a los egipcios en mulos de los grandes fsicos y astrnomos modernos, atribuyndoles conocimientos muy por encima de los ms recientes progresos de la ciencia. Nunca falta quien, con la mayor seriedad del mundo, est dispuesto a demostrarlo a base de nmeros y clculos. De bien poco sirvi que los sabios pusieran al gran pblico en guardia contra divagaciones tan descabelladas e insistieran en que los vestigios que poseemos de pocas tan remotas son de una naturaleza totalmente distinta. El excelente especialista Ludwig Borchardt arremeti malhumorado contra este gnero de especulaciones indocumentadas. Los egiptlogos han estudiado detenidamente los documentos de las tumbas sacerdotales que rodean las pirmides, conocen con bastante precisin aquella civilizacin y saben, por consiguiente, que es lo que no puede atriburseles si se quiere ser objetivo. Pero no parece sino que el afn mstico latente en el fondo del alma de los occidentales ms avanzados y ms racionalistas se reanime y cobre nueva vida cuando se trata de los documentos del antiguo Egipto. El mito de la maldicin aciaga de la tumba del faran, el poder germinador inmortal del "trigo de las momias" y el sentido csmico de las dimensiones de las pirmides, llevan trazas de ser inextirpables. De ilusin tambin se vive. Pero ninguna fbula puede prevalecer ante la evidencia ni contra la verdad que pregonan las inscripciones lapidarias de los interiores de las pirmides, pues gracias a ellas podemos reconstruir todo el proceso de las exequias reales y el de las ceremonias rituales inherentes. Conocemos al dedillo todos

los detalles del culto cuyo objetivo final era la resurreccin mgica y la gloriosa transfiguracin del soberano, as como el lugar en el que era conveniente erigir las estatuas del difunto inmortalizado, donde deban quebrarse los recipientes de piedra y haban de colocarse los holocaustos. Todo est tan minuciosamente descrito que nos parece estar oyendo resonar la voz de los sacerdotes de turno llamando solemnemente al difunto con sus invocaciones conmovedoras, apremiantes y enrgicas. Aunque parezca, mentira, las pirmides dejan or su voz a travs de los siglos, y nosotros comprendemos su mensaje, pero es curioso que las que nos hablan no sean las grandiosas y celebrrimas de Gizeh, erigidas durante la poderosa IV dinasta, pues sus muros son poco menos que mudos. Apenas si en una estancia secundaria de la pirmide de Keops, situada encima de la cmara funeraria, aparece una inscripcin con el nombre del constructor: Khnum Khufu. Que el dios Khnum me proteja! En cambio, algunas pirmides posteriores ms modestas y bastante peor conservadas son mucho ms elocuentes y nos revelan su precioso secreto. Lo que en "las hermanas mayores" no eran sino gestos y palabras sueltas, se encuentra literalmente inscrito y conservado a nuestra intencin en las "menores". Las tumbas reales de Sakara, mezquinas si se las compara con las formidables construcciones de Gizeh, las eclipsan, sin embargo, por su irradiacin espiritual. Se trata principalmente de las pirmides de los reyes Unas, Teti, Pepi y Merner, pertenecientes a las dinastas V y VI, que reinaron a mediados del tercer milenio a. J. C. Como siempre, se da el caso que son precisamente los perodos postclsicos los que recurren a la escritura en sus diversas formas para legar a la posteridad el conocimiento de las costumbres y de los ritos santificados por el tiempo. Las generaciones del Imperio Antiguo dirigan respetuosamente la mirada hacia el pasado grandioso de su pueblo, modelo que se les antojaba inimitable y ya perdido en las brumas de la leyenda. El magnfico y vetusto estado autoritario que haba conocido el desarrollo de la organizacin social de la Edad de Piedra, empezaba a resquebrajarse. Se careca ya del aliento necesario para emular aquellas construcciones gigantes que desafiaban al cielo, pero se veneraba el recuerdo de la pasada grandeza y las artes no dejaron de producir maravillas abundantes y exquisitas. Los monumentos funerarios de estos reyes se reparten por el inmenso cementerio desrtico de la antigua capital septentrional. Menfis, "la balanza

de los pases" creada por el faran Menes para mantener bajo su tutela a la poblacin hostil y turbulenta del delta, era la residencia de Ptah, el dios supremo de la creacin y al propio tiempo patrn de las artes. Casi todo lo que sabemos procede de la ms antigua de las pirmides de esta serie, la del rey Unas, la cual hoy no es ms que una loma informe. Las paredes de las cmaras de esta pirmide una de las cuales contiene el enorme sarcfago estn cubiertas de innumerables jeroglficos profundamente grabados y reseguidos con pasta azul. Cuando yo los vi por primera vez, todava en los ojos el resplandor deslumbrante del sol del desierto, despus de echar abajo la capa de yeso que ocultaba la apertura de acceso a la tumba, qued sorprendido e impresionado ante el frescor y la viveza de las inscripciones, pues aqu el tiempo pareca haber perdido su poder destructor. Hubieran podido orse todava en las galeras sombras el paso majestuoso de los sacerdotes de los muertos alejndose y pareca como si hasta m llegase todava el olor del "gran humo sagrado" . Por el techo de vigas de piedra, al que se haba dado la apariencia de cielo nocturno, campeaban sartas de estrellas de cinco puntas, todava con las huellas de su brillante color de antao. Desde su hallazgo el ao 1881, fecha en que se consigui por fin forzar la entrada de la pirmide, estos textos cuentan entre la documentacin ms preciosa que poseemos sobre la primitiva historia de las religiones, pues se trata de las frmulas sagradas ms antiguas. Si tenemos en cuenta que en todas partes el ritual de los difuntos acostumbra a permanecer relativamente invariable durante largusimos perodos de tiempo, podemos muy bien suponer que las frmulas ms viejas se remontan a la poca del rey Djoser, durante la cual aparecieron en el pas las primeras construcciones de piedra dignas de este nombre, y tuvieron efecto los primeros acontecimientos registrados por la historia de la civilizacin humana. Todo abona la suposicin que nos hallamos, pues, ante una herencia todava mucho ms remota, ante los primeros reflejos religiosos de la sensibilidad arcaica, los cuales evidencian, en todo caso, un nivel elevado y complejo de las concepciones religiosas de entonces. Alrededor de un dios universal y todopoderoso se agrupaban en la mitologa egipcia, divididos en familias, numerosas divinidades masculinas y femeninas, as como espritus inferiores. A su lado no faltan toda una serie de seres demonacos de un carcter peculiar, difcilmente definible para nosotros, que eran objeto de culto especial. El difunto persiste bajo formas

diversas, las cuales precisan para su subsistencia de ciertos cuidados especiales de los descendientes o de los servicios del sacerdote adscrito a su persona. No ha podido averiguarse en qu consista exactamente, segn las creencias egipcias, la esencia del yo despus del fallecimiento del individuo. He aqu el Ka, inmortal, pero ligado como fuerza vital individual a la persistencia de la estatua del muerto, o por lo menos al nombre de ste. Tenemos luego a Ba, que corresponde ms o menos a nuestra concepcin del "alma", y al que se representa con alas. Existan tambin el espritu misterioso Akh, el alma transfigurada y otros elementos esenciales de la naturaleza humana, dotados de tendencias personales diversas. Todos ellos estaban representados en las inscripciones lapidaras de las pirmides, junto a las potencias divinas o demonacas con las cuales deban enfrentarse para alcanzar la eternidad. En su tentativa por subyugar los pavores atvicos y el mismo miedo a la muerte, vemos surgir ante nosotros la imagen del hombre eterno, tan parecido a cada uno de nosotros, por encima de todas las diferencias de tiempo, latitudes, razas o costumbres: obstinado y pusilnime, ladino y desamparado, todo de una pieza. Sobre el hombre moderno tiene una ventaja que da a sus plegarias un carcter conmovedor: la violencia primitiva y desbordante de sus sentimientos que no han sido todava ni sometidos ni dominados por ningn proceso de educacin milenaria. Y cuando la riada de sus sentimientos cuaja en visiones grandiosas, recordamos las vehementes invectivas de los hroes de la Ilada y de la Odisea, de los Eddas y de la Cancin de los Nibelungos. Como no poda menos de suceder, la mayora de los conjuros que han llegado hasta nosotros tienen carcter mgico, pues eran pronunciados a la intencin del dios-rey para cuyos restos mortales deban impetrar la resurreccin, la abundancia de todo lo necesario, el feliz viaje al otro mundo, la conquista del ms all, la justificacin de sus actos ante los ojos de la divinidad y la transfiguracin final en el reino celeste de los muertos. Su elocuencia, ardiente y sugestiva, iba encaminada a influir en el destino eterno del difunto. El nmero de tales conjuros excede de 700 y proceden de rituales diversos, de regiones muy apartadas entre s, y se remontan a distintas pocas de la historia del pas. Los hay que ninguna relacin tienen con el muerto, mientras que otros eran destinados a particulares. Algunos pertenecen incluso al ceremonial de la coronacin y no faltan las plegarias recitadas en los templos. Muchas de estas frmulas han sufrido

modificaciones y deformaciones tendenciosas, como consecuencia de las cuales los antiguos patronos de los muertos el dios-sol Re-Atum, creador primordial, el nico ser viviente en el origen de los tiempos y el dios-tierra Geb y la diosa-cielo Nut fueron reemplazados por el nuevo dueo y protector Osiris y su nueva corte divina. El texto tiene a veces una fuerza persuasiva tan grande, incluso para nuestra mentalidad moderna, que al leerlo nos parece estar presenciando el cortejo fnebre y que hasta nosotros llegan el eco de las invocaciones en honor del difunto. Enternece por su simple sinceridad, la adjuracin que haba de despertar al Faran a una vida superior: "Levntate, oh t, rey Unas! Alza la cabeza, rene los huesos, recoge tus miembros y sacude la tierra prendida a tu carne! Recibe el pan que no enmohece y la cerveza que no se avinagra. Para ti hemos trillado la cebada y segado el alforjn. Levntate rey Unas! No debes continuar sin vida!" Ocupan mucho lugar las frmulas que nos describen, con fascinadora insistencia, el viaje celeste del difunto: "De ahora en adelante ya no duerme en la tumba, para que sus huesos no se descompongan. Sus achaques han desaparecido y el rey Unas va camino del cielo. Igual a una nube emprendi el viaje, volando como la garza real. Ha besado el cielo como un halcn. Ha llegado al celo como un enjambre de saltamontes que oscurece el mismo sol. Penetra en las ltimas humaredas de la atmsfera. Vuela como un pjaro y se posa en un asiento vaco en el navo del dios-sol. Rumbo al cielo boga en tu bote y l mismo lo dirige oh dios-sol! Cuando aparezcas en el horizonte, ser l, con el bculo en la mano, el piloto de tu nave, oh dios-sol! Oh dios-sol todopoderoso!, el rey Unas llega a ti, su espritu imperecedero. Recibe a tu hijo para recorrer juntos la ruta celestial, unidos en las tinieblas, y surgid donde os plazca en algn lugar del horizonte. Oh dios-sol todopoderoso! Tu hijo llega a ti, permtele que te alcance. Acgelo, estrchale en tus brazos, pues es tu hijo para toda la eternidad..." Algunas de las frmulas estn sacadas de la ceremonia fnebre propiamente dicha y se refieren a la purificacin de los difuntos y al nuevo uso y al reajuste de los diferentes miembros de su cuerpo:

"Oh rey mo, los servidores de Horus te purifican, te baan y te enjugan, rezan a tu intencin la oracin del camino recto y la de la ascensin. Osiris, t dispones de tu corazn y tambin de tus pies. Tienes tu brazo, Osiris. Tan cierto como Osiris vive, tambin l vivir; del mismo modo que Osiris no ha muerto, tampoco l morir, y as como Osiris no ha sido destruido tampoco lo ser su cuerpo. Uno de los brazos de tu espritu vital est delante de ti, el otro brazo de tu espritu vital est detrs de ti. Uno de los pies de tu espritu vital est delante de ti y el otro pie de tu espritu vital est detrs de ti. Tomas el camino del cielo, subes y te alejas de la tierra .." A veces estremece or mezclado al ritmo de la encantacin un grito autntico de terror que surge frente a la incertidumbre ante las tinieblas, los peligros y las pruebas que en el ms all acechan al alma del difunto: "S propicio a tu hijo, aydale! El rey Unas tiene miedo de avanzar solo en la oscuridad donde nada se distingue. El rey Unas lleva consigo la veracidad que es atributo suyo. El rey Unas jams ser pasto de vuestras llamas, oh dioses! Oh padre mo, mi padre en las tinieblas, mi padre todopoderoso en la oscuridad! Hazme un sitio junto a ti para que, convertido en estrella, yo brille a tu lado como un pequeo lucero y te escolte eternamente..." Porque es interminable la soledad y lgubre el abandono en la larga senda hacia las constelaciones y hasta llegar al barquero celestial, da rienda suelta al profundo recelo que le embarga: "El rey Unas va camino del cielo... con el viento... sobre el viento..." Como un hlito espiritual que se propaga y va disminuyendo hasta desaparecer, nos llega al alma. Pero en las paredes interiores de la pirmide de Unas, mezcladas al ritual consagrado por el uso y la tradicin, aparecen ya una serie de frmulas cuya desmesura hace ya presentir la nueva raza de usurpadores que acabaran por hacer tambalear el trono, y que iban a provocar la primera gran revolucin social que registra la historia. Es la voz inconfundible y potente del hombre prehistrico cuya rudeza y cuyas maneras de vivir primitivas perdurarn por doquier y que terminar por resultar ms fuerte que los remilgados moradores de la residencia, aunque slo fuere por la fuerza inevitable del nmero. El ardor salvaje que brota en algunas de estas frases procede del alma brbara que crea poder asimilar las virtudes y las cualidades ms

destacadas de los vencidos, al propio tiempo que devoraba sus miembros sangrientos y humeantes. La impaciencia y la brutalidad asoman a travs de los versculos, desafiando el equilibrio clsico del conjunto de la composicin. En este estilo impetuoso se reconocen los latidos poderosos del corazn de un caudillo primitivo: "Oh vosotros, dioses del Sur, del Norte, del Este y del Oeste! Honrad al rey Unas, honradle y temedle a la vez! Su diadema que corona la serpiente os abrasar si topis con l. El rey Unas conquista el cielo y hende el bronce. Los mismos dioses tiemblan en su presencia y ante sus propios ojos ocupa su trono celeste. l toma la iniciativa y decide; le ofrecen la eternidad; a su lado colocan la inteligencia. Aclamadle, pues ha conquistado el horizonte!" "El cielo est cargado, de nubes, las estrellas se apagan cuando el trueno retumba y la bveda celestial se estremece, los huesos del dios-tierra se agitan, pero como por ensalmo todo movimiento cesa cuando aparece el rey Unas resplandeciente y poderoso como el dios que vive de sus padres y se nutre de sus madres. El rey Unas est dotado de todas las virtudes y se ha incorporado los espritus. A quien se le cruzare en su camino le despedazar y le devorar los miembros uno despus de otro. Ha convertido en arma contundente y mortfera el espinazo de sus vctimas y arrancado el corazn de los dioses. El rey Unas se alimenta con los pulmones de los dioses que contienen y poseen la verdad. Jams podrn serle arrebatadas sus dignidades porque ha ingerido y asimilado el podero de los dioses!..." El sacrificio de las vctimas se describe luego con un realismo impasible : "El rey Unas es el que se come a los hombres y vive de los dioses, y dispone de innumerables servidores que acatan sus rdenes. Los cazadores de cabezas capturan para l a sus vctimas, la serpiente de cabeza erguida vela para que ninguno se le escape, y el que "est sobre el rojo de sangre" (Heriterut) se los encadena. Khonsu, mata a los seores, los degella y les saca las entraas para el rey Unas. El dios-estrujador los despedaza para el rey Unas y se los cuece al horno para cenar." "Es el propio rey Unas quien se come sus virtudes mgicas y absorbe sus almas transfiguradas. Los ms robustos se los sirven por la maana temprano, los medianos por la tarde y con los pequeos cena. Los ancianos y las ancianas son el combustible con que se alimenta su hogar. Las estrellas del

Norte alumbran el fuego bajo sus calderas con las nalgas de los ms viejos. Los moradores del cielo rinden homenaje al rey Unas cuando arden en el hogar los pies de sus mujeres..." Como vemos, el faran difunto no se merece el cielo, sino que lo conquista, y cuando se traga a los dioses y a los demonios asimila sus facultades mgicas. Pero el que esa teofagia tiene en el fondo un sentido figurado se desprende claramente de las palabras siguientes: "Se ha comido la corona roja, se ha tragado la corona de color de papiro." Con todo, no es esta mitologa potente y brutal lo que caracteriza al conjunto de las inscripciones halladas. Se parece a la erupcin de un volcn ya en vas de extincin, cuyas laderas empiezan ya a ser invadidas por exuberante vegetacin. La autoridad de una tica superior en la que se basan las ideas sobre la vida y el estado, no se pone todava en tela de juicio, y buena prueba de ello es que la misma realeza acepta el principio de un juicio divino de ultratumba ante el que deber comparecer receloso el mismo rey para justificarse con las frmulas que han llegado hasta nosotros inscritas en las paredes de las pirmides. Fascina poder seguir, de generacin en generacin en estos textos de las pirmides, despus de tantos siglos, el desarrollo del progreso de la reflexin en el Antiguo Egipto. Lo que a unos les haba parecido sin duda razonable, era ya chocante e indecente para la generacin ms refinada que les sucedi, y la crudeza original es reemplazada en los textos posteriores por descripciones ms en consonancia con las nuevas ideas, ms dignas, ms cercanas a nuestro punto de vista, pero que por menos espontneas quitan vigor a la redaccin primitiva. Simultneamente a la paulatina evolucin dinstica, vara tambin la situacin y el olimpo egipcio se transforma. Como figuras principales aparecen ahora sucesivamente el dios todopoderoso, cuyos ojos inmensos son el sol y la luna, y al cual se ha asimilado el dioshalcn Horus de la estirpe de los fundadores del imperio; el dios-sol ReAtum y el dios de los muertos y juez supremo Osiris. Una de las ideas que prestan a la religin egipcia su caracterstica especial es el examen al que sobre su conducta terrestre deben someterse los muertos al penetrar en el otro mundo. En el llamado Libro de los Muertos, que se compone de una larga y variada serie de versculos relativos al ms all, poseemos un elemento importantsimo que nos ilustra sobre todo lo relativo a las tumbas de los ltimos tiempos del Imperio Nuevo, el de la hegemona mundial de

Egipto. Figuran dichos versculos en un rollo de papiro, pero podan escribirse directamente sobre el atad, en el catafalco o en las paredes de las cmaras funerarias. Ceida la corona y empuando el cetro y el ltigo, emblemas de su posicin, Osiris, dueo de la eternidad, est sentado como un rey en el trono, detrs del cual se sitan habitualmente sus divinas hermanas Isis y Neftis. Al otro lado, Maat, diosa de la justicia introduca al difunto o a la difunta. En el medio de la escena se halla representada la gran balanza en uno de cuyos platillos se coloca el corazn y en el otro el smbolo de la verdad: una pluma de avestruz. La operacin del pesaje va a cargo de Horus y del guardin de las momias Anubis, que tena el cuerpo de hombre y la cabeza de chacal. Thot que parece provenir de la confusin de dos deidades lunares, un dios ibis y un dios cinocfalo dios de la sabidura y de la escritura, consigna, clamo en mano, el resultado en un rollo de papiro. Frente a este tribunal que se compone de cuarenta y dos jueces, uno por cada uno de los cuarenta y dos nomos de Egipto, el candidato a la eternidad debe hacer examen de conciencia y asegurar que jams se ha hecho reo de toda una serie de delitos contra sus semejantes, contra los dioses, contra s mismo y en detrimento de los bienes del prjimo. La invocacin ritual estaba concebida en estos trminos: "Salve, dios magnfico, seor de ambas verdades! Me eres conocido y conozco asimismo el nombre de las cuarenta y dos divinidades que te rodean y asisten en este tribunal. Hme en tu presencia, pues te traigo la verdad y deseo ahuyentar el pecado." Luego sigue la confesin propiamente dicha: "No he cometido pecado alguno contra los hombres. No he perjudicado a nadie. Jams he atentado contra el trono de la verdad. No he perpetrado ningn delito. Nada he hecho para desagradar a los dioses. No he calumniado a ningn criado ante su dueo. A nadie hice pasar hambre ni nadie ha llorado por mi culpa. No he matado a nadie ni a nadie he inducido al asesinato. Jams hice mal a nadie ni he disminuido la comida destinada a los sacrificios en los templos, ni rob el pan sagrado de los dioses ni las galletas de los bienaventurados. Jams tuve relaciones sexuales prohibidas ni he prostituido mi cuerpo con prcticas abyectas. En ninguna ocasin ment en el peso del grano ni pueda decirse que haya reducido las medidas agrarias."

En una declaracin final el difunto se dirige sucesivamente a cada uno de los cuarenta y dos jueces asistentes al acto, para protestar de que no cometi ninguno de los pecados enumerados. Cuando el juicio le era favorable, Horus tomaba al justo de la mano y lo llevaba ante el trono de Osiris, quien le sealaba un lugar en el reino de ultratumba. En caso contrario, el difunto era aniquilado por un monstruo hbrido, "la devoradora de poniente". Por primera vez en la historia de la humanidad este tribunal de ultratumba pone de manifiesto, en forma inteligible y concreta, la idea que la suerte del muerto depende de su conducta en el mundo de los vivos. Al cabo de mil aos, esta concepcin del otro mundo era ignorada todava por todas las dems civilizaciones. As vemos, por ejemplo, que tanto en Babilonia como entre los hebreos, el mismo lamentable destino aguardaba en el ms all, sin distincin, a buenos y malos. Esta memorable escatologa, cuya influencia fue tan grande en la ulterior concepcin del mundo, no tuvo tiempo de desarrollarse enteramente en la poca de las pirmides, pero a pesar de todo, en el dios-rey de las dinastas V y VI se manifiesta ya una tendencia evidente a justificar su comportamiento sobre la tierra. Al mismo tiempo que en el texto de las frmulas reafirma el faran los privilegios inherentes a su dignidad y al podero que le sobrevive, mezcla ya a sus invocaciones ciertas concesiones veladas a la idea de un tribunal divino ante el cual el mismo soberano deber comparecer si quiere instalarse en alguna estrella circumpolar "eterna". l mismo asegura: "El rey quiere justificar todos sus actos terrenales, y sube al cielo en calidad de custodio de la justicia. Ningn ser viviente, ningn difunto alza el dedo para acusarme. Ningn buey, ninguna oca se levantan para hacerme cargo alguno." En las advertencias y las preguntas del juez de los muertos vibra un acento sobrenatural. "Dinos la verdad, queremos saber lo que es y no nos digas lo que no es, pues dios aborrece la mentira. Eres un difunto puro?". A lo cual responde el rey:

"Lleg de un lugar puro..." Solemne retumba la decisin de la justicia: "Para ti se abren de par en par las puertas del cielo. Se te franquea la entrada en el firmamento. Bscate, pues, un sitio a tu gusto entre las estrellas inmortales." Un grito de jbilo y de triunfo brota del pecho del elegido: "Vosotros, cancerberos de la celestial morada, repetid mi nombre al dios del cielo. Regocijaos conmigo, ensalzad mi esp