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JOSE CARLOS CAAMANO Dracón, Melanchton y el Coronavirus Resumen: Este ensayo pone en diálogo la teología, la historia y la literatura para pensar lo que nos acontece. Su contenido ofrece una modalidad de construcción literaria como apor te metodológico a la narratividad teológica de la realidad. Palabras clave: Dracón; Suda; Melanchton; Leonardo da Vinci; Coronavirus; Cultura Dracon, Melanchthon and the Covid-19 Abstract: This essay puts into dialogue theology, history and literature to think about what happens to us. Its content, it offers a modality of literary construction as a methodological contribution to the theological narrative of reality. Keywords: Dracon; Suda; Melanchton; Leonardo da Vinci; Covid-19; Culture La Suda, aquella antigua enciclopedia bizantina escrita hacia el siglo décimo, consigna que en el teatro de Égina, bajo capas, vestiduras y distintos tipos de gorros, murió Dracón. El saludo de sus entusiastas seguidores cerró su vida. En efecto, allí vivía el arconte griego, luego de que el descontento popular -debido a la severidad de sus leyes- lo obligara a escapar de Atenas. Ante la extendida arbitrariedad de las leyes, Dracón impuso un código en el cual, se decía, todo se castigaba con la muerte. Hacia el s. Revista Teología • Tomo LVII • N° 131 • Abril 2020: 59-65 59

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JOSE CARLOS CAAMANO

Dracón, Melanchton y el Coronavirus

Resumen:

Este ensayo pone en diálogo la teología, la historia y la literatura para pensar lo que nos acontece. Su contenido ofrece una modalidad de construcción literaria como apor­te metodológico a la narratividad teológica de la realidad.

Palabras cla v e: Dracón; Suda; Melanchton; Leonardo da Vinci; Coronavirus; Cultura

Dracon, Melanchthon and the Covid-19Abstract:

This essay puts into dialogue theology, history and literature to think about what happens to us. Its content, it offers a modality of literary construction as a methodological contribution to the theological narrative of reality.

K eyw ord s: Dracon; Suda; Melanchton; Leonardo da Vinci; Covid-19; Culture

La Suda, aquella antigua enciclopedia bizantina escrita hacia el siglo décimo, consigna que en el teatro de Égina, bajo capas, vestiduras y distintos tipos de gorros, murió Dracón. El saludo de sus entusiastas seguidores cerró su vida.

En efecto, allí vivía el arconte griego, luego de que el descontento popular -debido a la severidad de sus leyes- lo obligara a escapar de Atenas. Ante la extendida arbitrariedad de las leyes, Dracón impuso un código en el cual, se decía, todo se castigaba con la muerte. Hacia el s.

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VII antes de Cristo, los nobles ricos y aristócratas tenían el monopolio de la interpretación de las leyes. Estas, resguardadas en códigos a los que nadie accedía, quedaban en manos de aquellos que las interpreta­ban a su beneficio. Por ello, Dracón publicó las leyes de su código haciéndolas esculpir en piedra, en el ágora, para que todos los ciudada­nos las conocieran y cumplieran. Para no fallar en la aplicación de las penas se dice que unificó el castigo: todo delito era penado con la muer­te. Se cuenta que hasta sentenció a una estatua a ser arrojada al mar luego de que al caerse matara a un hombre. El “se cuenta” siempre es una advertencia de que lo que “se dice” debe ser tomado con pinzas.

La dureza de Dracón lo expulsó de Atenas a Égina donde, vene­rado por sus seguidores, murió víctima del entusiasta afecto.

Pero el valor de Dracón reside para muchos estudiosos en haber dado origen al estado de derecho promoviendo la aplicación de una ley no arbitraria para la Polis Griega. Antes de él las cuestiones eran resueltas, fundamentalmente, a través de la venganza. Esta llevaba a arbitrariedades y sobre todo al triunfo de la posición del poderoso. Luego de él se establece lo que será llamado el código penal.

En realidad, además, no obstante la severidad de las leyes, es posible que no fuera cierto que la muerte fuera la única pena prevista. Ni siquiera que Dracón hubiera hecho todas. Había una serie de cas­tigos que mostrarían una cierta elaboración de la cuestión de la aplica­ción de las penas por parte del Estado. Imposiciones que incluían la muerte, pero también el exilio, a la vez que contemplaban la posibili­dad de condonación de la pena en caso de reconciliación entre los enfrentados.

No muy distante a este tiempo, en el antiguo Israel se habla de año jubilar (por el y o b e l, el cuerno de macho cabrío con el que se lo convocaba), y de tiempo de salvación y reconciliación. Este año de jubileo en el cual cada uno recobraba su propiedad y volvía a su familia hace recordar a aquellas leyes draconianas del retorno del exilio del arrepentido que, además, al no haber perdido su propiedad puede recobrarla.

Con Dracón se da un salto cualitativo: el paso de las aplicaciones de leyes consuetudinarias, aristocráticas, poseídas por las clases privi­

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legiadas, a la ley del Estado, que viene a garantizar también derechos para los plebeyos. Ciertamente era una “exageración”. En el fondo, el uso peyorativo del adjetivo “draconiano” se debe quizá a una interpre­tación desarrollada por quienes perdieron privilegios ejercidos de modo arbitrario. Pues se pueden poseer privilegios en función de ser­vir a los demás de un modo más efectivo.

Draconiano, quizá, podría haber significado “igualador”, volvién­dolo un verdadero elogio. El sentido profundo de esas leyes desmedidas era igualar ante la ley a los de toda condición. Además, estas medidas de Dracón dieron origen a lo que en Occidente se llama el Estado. Un sis­tema que tiene por objetivo limar los desequilibrios que se dan en la convivencia humana generando igualdad a la vez que oportunidades al alcance de todos. De hecho, Solón -uno de los siete sabios de Grecia y sucesor de Dracón- otorgará ciudadanía a los plebeyos.

Una cuarentena significa un mundo que se detiene, y que debe reconocer que para quien no tiene reservas o respaldo, frenarse es sumar­se problemas. Es muy distinta una cuarentena para el pobre que para el que no lo es. Sobran los relatos de la época de la peste negra en los que se da cuenta de las riñas, las trampas y las transgresiones de diversas for­mas para obtener alimento. La solidaridad deberá expresarse en la res­ponsabilidad frente a la transmisión del virus, pero también en la com­prensión de las consecuencias para aquellos que son más frágiles y des­provistos de posibilidades, por vivir al día de su cartoneo y otras empre­sas de sobrevivencia. En fin, medidas draconianas. ¿Qué pasará con las deudas de aquellos que deban bajar sus persianas? Cuando todo vuelva a la normalidad, ¿cómo se reclamarán los pendientes?

Un breve relato de Jorge Luis Borges, de 1935, da cuentas de que cuando murió Melanchton “le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra”. Vale de paso recordar que Felipe Melanchton fue un reformador -fiel amigo de Lutero- a quien su tío, el hebraísta Johannes Reuchlin, le aconsejó que cambiara su apellido Schwartzerdt precisamente por Melanchton para que, como se acostumbraba en los círculos “helenistas” tuviese una sonoridad y etimología de procedencias griega. En efecto, traduce al griego Schwartzerdt, su apellido alemán, que significa “tierra negra”. Fue el hombre que unió el humanismo a la Reforma, por haber sido

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también admirador de Erasmo. Este último resistió hasta el fin de sus días tanto sumarse a la Reforma como aceptar ser cardenal, honor que se le quiso conceder por haberse negado a sumarse a la Reforma. Le interesaba lo auténtico.

Pero el pobre Melanchton de Borges enoja a los ángeles por no hablar de la caridad e insistir con la fe, de modo que aquellos seres sutiles lo abandonan y su casa del más allá comienza a volverse fantas­mal. Aquella cotidianeidad sin amor se volvió fría, oscura y pobre. De vez en cuando interrumpida, narra Borges, por simulacros de esplen­dor que procedían de arreglos que había hecho con un brujo.

El Melanchton histórico, antes del martillo de Wittemberg, creía en el triunfo de la libertad, poseía un optimismo antropológico raro en los círculos luteranos. Intentará, luego de la proclamación de los gran­des principios de Lutero, reconciliar el humanismo con la crítica de la Reforma precisamente a esta perspectiva del mundo.

Posiblemente la conexión entre el Melanchton histórico y el de Borges está en el engañoso pensamiento de que podemos manejar todo. Y que si no lo manejamos podemos hacer su mímesis. Quizá esa recon­ciliación de los dos mundos aparentemente opuestos ha llevado a Borges a mostrar un más allá gris en su relato Un T eó logo en la m uerte.

En todo caso, me interesa rescatar, o quizá forzar, una enseñanza en este texto borgeano: si queremos manejar todo pues entonces todo se vuelve gris y, especialmente, resistiremos a lo cotidiano creando fic­ciones. Una cuarentena es un tiempo excepcional de cotidianeidad, de estar siempre ante los mismos muebles, lugares y personas. De guardar mejor la comida y no desaprovechar las sobras. Aquellos que reencon­tramos luego de la jornada de trabajo y nos dan alegría y reposo, pue­den volverse el más allá del personaje de Borges: un lugar que poco a poco se vuelve pobre, deforme y fantasmal. Todo el día y todos los días se repetirá lo mismo, a menos que dejemos espacio al infinito espacio interior. Puede ensombrecerse lo que era luminoso. A menos que se llene de amor, de juego, de alegría, de creatividad, de reconoci­miento, al fin, de que ha sucedido el hecho de encontrarnos con la evi­dencia de nuestra limitación y que le tenemos miedo a la muerte.

Podemos también permanecer encerrados para seguir en la

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misma. Un aislamiento también puede servir como excusa para con­servar viejas mañas y, aún peor, para el desarrollo de nuevos gérmenes. Virus “intrahospitalarios” que pueden ser también nuevos procesos éticos. ¿Por qué no seguir encerrados en adelante para prevenirnos de un futuro siniestro? ¿Y si fuera mejor vivir aislados? La humanidad sabe de cracks que parecen un fin y en realidad son un fortalecimiento más concentrado de aquello que aparentemente había muerto. La cri­sis del 30 es un ejemplo notable. No fue una pandemia, pero sí un hundimiento económico que arrastró todas las latitudes y permitió reconfigurar, luego de la segunda gran guerra, las lógicas de concentra­ción del capital de un modo más exitoso y sin tanto margen de error... hasta ahora.

También un ejemplo interesante es la gran peste negra. Mató a un tercio de la población europea en los siglos XIV y XV. Esperaría­mos luego de ella una nueva visión de la humanidad con renovadas formas de convivencia. Pero a partir del siglo XV comienza un nuevo movimiento de expansión, sin precedentes por su alcance y sus conse­cuencias para la historia posterior: la unificación peninsular y el impe­rio español. Innumerables ejemplos hay en la humanidad de salir de una crisis a través de una reproducción en mayor magnitud de lo que hubo. Luego de la Revolución Francesa, en 1789, hubo que esperar poco tiempo hasta la expansión del poder de Napoleón, que fue cónsul vitalicio desde el 2 de agosto de 1802 hasta su proclamación como emperador de los franceses el 18 de mayo de 1804, y su corona­ción el 2 de diciembre. Durante poco más de una década, tomó el con­trol de casi toda Europa Occidental y Central mediante una serie de conquistas y alianzas.

Toda crisis es una oportunidad de recrear nuestras pautas de convivencia, pero también para prestar atención y estar alertas. Las propuestas extraordinarias parecen ser nada más que pautas de sensa­tez cotidiana: acompañarnos, estar despiertos a las necesidades de los demás, no invadir los espacios, no amontonarnos ni empujarnos, ser higiénicos, acostarnos medianamente temprano, no estornudar ni toser en la cara de los otros, respetar la casa del otro y su espacio, cui­dar a los mayores y a los niños, descansar mejor. Podemos hacer colas sin empujarnos ni amontonarnos, ni número hay que sacar pues se paran todos en la vereda y preguntan quién es el último quedando

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claro el orden de los turnos. Nadie se abalanza pues si lo hace corre la amenaza de linchamiento. Esta situación me hace acordar a un peque­ño y risueño librito de Leonardo Da Vinci titulado A puntes d e Cocina. Si bien se discute la autoría de ese librito encontrado en el llamado Codex R om anoff, cierto es que el gran genio del Renacimiento fue, de joven, aprendiz de cocina en la taberna Los Tres Caracoles, en el Ponte Vecchio de Florencia, y luego abriría una posada con su amigo Sandro Boticelli llamada Las Tres Ranas d e Sandro y L eonardo. Su gusto culi­nario se deja ver en su magna obra La últim a cena , donde hay servidos, por ejemplo, puré de nabos con rodajas de anguila, huevos cocidos con rebanadas de zanahoria y muslo de pato con flores de calabacín.

Leonardo es invitado por Ludovico Sforza (el moro) a su corte en Milán, donde escribe este librito, en el cual, además del recetario culina­rio, hay algunas normas para sentarse a la mesa. En ellas se deja entrever la barbarie en la que vivían. Vuelve cosas elementales (como no orinar en la mesa, no escupir sobre el plato, ni tocar indecorosamente a los sir­vientes, o no dormir sobre la comida) reglas que deben aprenderse para poder convivir con cierta humanidad. Una de ellas resuena especial para este momento: «No ha de escupir ni hacia delante ni hacia los lados». Hoy también las normas excepcionales, draconianas, que nos proponen dejan en evidencia un mundo acostumbrado al dominio, al ruido y al abuso en un arcoíris de matices. Estamos muy lejos de la cuarentena medieval, y no sólo porque el virus nuestro posee un período de catorce días y no de treinta y nueve como el de la peste bubónica, sino porque abrimos la canilla y tenemos agua potable. Al menos un grupo bastante amplio. Nada más y nada menos... Además de tener farmacias y alma­cenes abiertos con algo más que granos de trigo.

Podemos aprender mucho del momento, pero debe haber una decisión ética de hacerlo. De lo contrario todo volverá fortalecido. También puede retornar la “normalidad” en nuevas formas de poder global que serán más invisibles, poderosas y capaces de anular toda intimidad. Nunca hay que olvidar, en definitivas, que «a río revuelto, ganancia de pescadores».

Hace rato sabemos que las redes son parte de nuestra realidad, pero hoy son casi toda nuestra realidad: en ellas estamos programando las clases, haciendo las compras, entreteniéndonos y desplegando una

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amplia vida social. Su poder es inconmensurable ya que han pasado de ser un medio a ser una auténtica condición de la existencia. Casi una metafísica. La realidad, por un tiempo, será nuestro pequeño universo de convivencia directa, lo que guarda nuestra memoria de los tiempos antiguos de libertad y las redes. De nuevo, como en épocas de Dracón, el Estado será fundamental

Su decisiva intervención, en este momento, regulando nuestra vida -con firmeza y con respeto- hace que nos animemos a una discre­ta esperanza.

J osé C a r lo s C a a m a ñ o - [email protected]

Fa cu lta d de Te o lo g ía -UCA Recibido 20.03.2020/Aprobado 27.03.2020

Bibliografía:

Adler, Ada (Edit) Suidae Lexicón. 5 vols. Leipzig: Teubner, 1928-1938.

Borges, Jorge Luis, C uentos C om pletos, «Un Teólogo en la muerte». Buenos Aires: Debolsillo, 2013, 72-75.

Calvi, Gerolamo, I M anoscritti d i L eonardo da Vinci da l p u n to d e vista cron o lo g ico , s torico e b io grá fico . Bologna: Zanichelli, 1925.

Cid Rodríguez, José María. L eonardo da Vinci. D ibujo y escritura en esp ejo en los m anuscritos. I tin era rio b ib liográ fico ilustrado. Madrid: Caligrama, 2018.

Maurer, Wilhelm. D er J u n g e M elanchthon , zw isch en H umanismus und R eform ation . 2 Bd. Gottingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1996.

• El autor es profesor Ordinario Titular de la Pontificia Universidad Católica Argentina y profe­sor invitado en la Universidad de Buenos Aires.

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