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Tarteso y las colonizaciones Jos Manuel Roldn Hervs
Con la presencia de colonizadores fenicios en las costas meridionales de la Pennsula se
considera tradicionalmente concluida la Prehistoria y comienza un perodo de transicin que lleva
a las sociedades peninsulares a la Historia propiamente dicha. Se trata de un proceso lento cuya
caracterstica esencial es la modificacin de los sistemas de organizacin simples de las
comunidades indgenas por sociedades complejas y articuladas basadas en la divisin en clases y
en la creacin y desarrollo de instituciones de carcter estatal. Este proceso es inseparable de
los estmulos proporcionados por la llegada de colonizadores del Mediterrneo oriental, de los que
los fenicios son los primeros en el tiempo. Y por ello se justifica que el anlisis de la Protohistoria
hispana comience con la consideracin del papel que representan los fenicios en la pennsula
Ibrica.
1. Los fenicios en la Pennsula
No es posible determinar las causas y el desarrollo de la expansin ultramarina ni
establecer precisiones sobre la cronologa de los viajes fenicios hacia el sur de la pennsula
Ibrica por falta de testimonios fidedignos. Aunque la tradicin literaria remonta la fundacin de
Gadir (Cdiz) a finales del siglo XII a.C., slo hay pruebas arqueolgicas de la actividad fenicia a
partir del 800 a.C. No obstante, se han tratado de acercar ambas fechas con la suposicin de
empresas espordicas de exploracin anteriores a la cronologa que cuenta con confirmacin
arqueolgica. Se acepta as la existencia de una fase precolonial, en la que las navegaciones de
tanteo habran precedido al establecimiento de asentamientos permanentes.
Si la fuentes histricas referentes a los comienzos de la empresa comercial fenicia no
pueden verificarse, existen testimonios de su existencia en Creta ya en el siglo XI y un siglo
despus en el Mediterrneo central, en Cerdea. Fue probablemente este el camino que trajo a
los fenicios a la Pennsula siguiendo rutas que ya se practicaban durante el bronce Final y que
unan el Mediterrneo central con las costas atlnticas a travs del estrecho de Gibraltar y de las
costas meridionales peninsulares. La rentabilidad de los intercambios con comunidades dotadas
de importantes recursos fue el estmulo que atrajo a navegantes mediterrneos de distinto origen
hacia las costas del extremo Occidente. Y de estos recursos, destacaban los metales y, en
concreto, la plata, el oro y el estao, abundantes en zonas concretas de la pennsula Ibrica.
Si, como parece seguro, fue Cdiz el establecimiento ms antiguo, hay que suponer
desempe un papel activo en la organizacin de la posterior empresa colonial, que se extendi
en una primera fase, a partir del siglo IX, por las costas de Cdiz, Mlaga, Granada y Almera,
para desbordar desde mediados del siglo VII este horizonte hacia el litoral levantino y en sentido
opuesto, por el Atlntico, hasta la desembocadura del Mondego.
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As pues, tras una fase de exploraciones, de duracin imprecisa, navegantes tirios
erigieron un santuario a Melqart en la punta de la pennsula por donde se extiende la actual Cdiz
(isla de Sancti Petri), que dara origen a la colonia. Su posicin, frente a la desembocadura del
Guadalete, dominaba la ensenada de acceso al valle del Guadalquivir, artera por donde flua el
rico trfico de metales del rea tartsica y, en general, de la Baja Andaluca. Muy cerca, en el
estuario del Guadalete, el asentamiento del Castillo de Doa Blanca, se convirti en el primer
punto de contacto con la poblacin indgena.
La arqueologa documenta un buen nmero de asentamientos fenicios, escalonados a lo
largo del litoral mediterrneo andaluz entre el Estrecho y Almera. La mayor parte se fecha en los
siglos VIII-VII y son los principales, de oeste a este, el Cerro del Prado, en la baha de Algeciras;
la colina del Villar, en la desembocadura del Guadalhorce; la propia Mlaga; Toscanos, a orillas
del ro Vlez; Morro de Mezquitilla y Chorreras sobre el Algarrobo; Almucar, en el estuario de
los ros Seco y Verde, y Adra, la ms oriental. Slo de estas dos ltimas, adems de Mlaga
(Malaka), conocemos sus antiguos nombres, Sexi y Abdera, respectivamente.
Pero, paralelamente a la fundacin de estos ncleos permanentes o incluso en ocasiones
en fechas anteriores, los fenicios exploraron otros espacios, que conocemos ms deficientemente.
As, los fenicios accedieron al litoral atlntico de Portugal, donde establecieron colonias al menos
desde la mitad del siglo VII, que irradiaron sobre el mundo indgena circundante los rasgos
orientalizantes de su cultura. Desde emporios o puntos de contacto concretos, como Tavira,
Lagos o el estuario del Tajo, los fenicios captaban los recursos del interior: estao, oro, cobre,
plomo y pieles.
Pero tambin en las costas levantinas peninsulares son numerosos los hallazgos fenicios,
de Murcia al golfo de Lyon. Durante el siglo VII, los fenicios se establecieron tambin en Ibiza.
As lo prueban ncleos como Sa Caleta en los que se buscaba, adems de enclaves estratgicos
en las rutas de navegacin con Levante y la costa noroeste mediterrnea (Catalua y sur de
Francia), recursos de suelo y subsuelo.
Arqueologa fenicia
Las localizaciones de los establecimientos fenicios parecen ajustarse a un patrn
fcilmente identificable: emplazamientos en la lnea costera distinguidos por su posicin aislada,
en cabos, bahas, pennsulas o islas, con fondeaderos resguardados, abundancia de agua
potable, tierras de cultivo y accesibilidad de comunicacin con el interior. El ejemplo mejor
conocido es la colonia de Toscanos, levantada a mediados del siglo VIII en una isla sobre la
desembocadura del ro Vlez.
Cada poblado contaba con su correspondiente necrpolis, separada del ncleo de
poblacin. Conocemos relativamente bien cuatro de ellas: la de Toscanos, situada en las laderas
del Cerro del Mar; la correspondiente al ncleo de Morro de Mezquitilla, en Trayamar; la de Lagos,
a poca distancia de Chorreras, y la del Cerro de San Cristbal, en Almucar. Es frecuente, en
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todos los cementerios, depositar en las sepulturas ofrendas funerarias: jarros de engobe rojo,
platos, lucernas y pebeteros, nforas y objetos personales como amuletos, fbulas y joyas.
Es la cermica el elemento ms abundante de la presencia fenicia. Destaca en especial
la de barniz rojo, con formas-gua como platos, lucernas de uno o dos picos y jarras de boca de
seta o trilobuladas.
Los objetos metlicos son en su mayora de bronce y no falta la orfebrera en plata y oro
en forma de colgantes, anillos, pendientes y collares. Por ltimo, hay que mencionar los hallazgos
de pasta vtrea, algunas piezas de marfil y los caractersticos huevos de avestruz, utilizados en los
ritos funerarios.
Aspectos econmicos
Fue el abastecimiento de materias primas, y en especial de metales -plata, hierro, oro y
estao-, el mvil inicial de la colonizacin fenicia en en la Pennsula y, ms concretamente, en
Andaluca occidental.
El acceso hacia las riquezas del interior se vio favorecido por los cursos fluviales y, en
especial, el Guadalquivir. En la depresin del valle se asentaban buen nmero de poblados,
concentrados en la vertiente oriental del Aljarafe, como El Carambolo, Cerro de las Cabezas y
Cerro Macareno, que mantuvieron intensas relaciones con los colonizadores. Siguiendo el curso
del Guadalquivir, aguas arriba, desde Carmona y Setefilla, se abra la ruta hacia la Alta Andaluca
con los centros mineros de la zona de Castulo (Linares, Jan), tambin abiertos al comercio
fenicio, lo mismo que el interior occidental de Extremadura, donde es evidente la influencia fenicia
desde finales del siglo VIII.
Los enclaves costeros de Mlaga, Granada y Almera obtenan, por su parte, metal que,
en algunos casos, se elaboraba en los propios centros fenicios, como prueban las escorias de
hierro de Morro de Mezquitilla y Toscanos. Desde la costa, el comercio fenicio extendi sus redes
por el sureste peninsular. En poblados indgenas como Los Saladares de Orihuela o la Pea
Negra de Crevillente se atestigua cermica fenicia ya en el siglo VIII.
Si el comercio fue el sector ms dinmico de la economa fenicia, se desarroll
paralelamente en el mbito colonial un floreciente artesanado. Abundante en especial fue la
elaboracin del bronce, pero tambin el oro y la plata, trabajados en los talleres de Cdiz.
La instalacin de los colonizadores en establecimientos permanentes no slo les oblig a
la produccin de bienes alimenticios, sino tambin impuls la explotacin de otros recursos, como
las industrias de salazn y, en general, los recursos procedentes del mar. Precisamente del mar
proceda la materia prima de una de las industrias fenicias ms apreciadas: los tejidos teidos de
prpura. Los abundantes restos de moluscos -en especial de mrex- en los establecimientos
fenicios muestran la existencia de talleres dedicados a la produccin de prpura, sin duda,
conexionados con una industria textil que permita ofrecer un codiciado artculo de exportacin.
Tambin el marfil constituy un objeto de la artesana fenicia, que con objetos de bronce y joyas,
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perfumes, telas tintadas, marfiles y artculos alimenticios -salazones, vino y aceite-, junto a los
contenedores de cermica necesarios para su almacenamiento y transporte, constituyeron los
principales artculos del comercio fenicio en Occidente. Fueron las elites indgenas los principales
receptores de estos productos, que obtenan de los fenicios a cambio de metales, excedentes
agropecuarios y quizs esclavos.
Aunque menos evidente, tambin se deduce una actividad agraria destinada en un
principio al autoabastecimiento, unidas a faenas pesqueras. En el desarrollo de las colonias
fenicias de Occidente se produjo al parecer hacia mediados del siglo VII un aumento demogrfico,
debido, sobre todo, a un desplazamiento de poblacin campesina que en el mbito rural
peninsular reanudara sus tradicionales actividades agrcolas. Es muy importante sealar la
presencia de colonizadores agrcolas no ya en las colonias antiguas o nuevas sino en el interior
del territorio, integrados en comunidades autctonas o establecidos en ncleos de explotacin
agrcola en reas no ocupadas por indgenas.
La crisis del siglo VI y la reorganizacin del espacio colonial
En el poblamiento fenicio peninsular se produjo en el siglo VI un complejo proceso de
cambio, que ha sido etiquetado como crisis y del que no es posible determinar con seguridad ni
su alcance ni sus caractersticas. Su ms evidente consecuencia fue una importante
reordenacin del poblamiento. Muchas pequeas factoras se abandonaron y la poblacin se
concentr en los grandes centros urbanos -Gadir, Malaka, Sexi, Abera o Baria (Villaricos)-, que
experimentaron un importante crecimiento. Paralelamente a esta concentracin del hbitat fenicio
peninsular se detecta tambin una reorganizacin del poblamiento en el interior del territorio. Es
constatable la desaparicin de los pequeos ncleos indgenas y la concentracin de la poblacin
en grandes ciudades, los oppida, que desarrollan nuevos modos de organizacin poltica en torno
a nuevos grupos aristocrticos con una reestructuracin de las actividades econmicas y de las
relaciones sociales de produccin. Se trata, como veremos, del proceso de transformacin que
lleva del mundo tartsico al turdetano.
El impacto colonial en las poblaciones indgenas
Como consecuencia de los contactos directos o indirectos con la poblacin autctona, se
produjo un proceso de aculturacin que, desarrollado a lo largo del tiempo, signific la aceptacin
por parte de los indgenas de rasgos culturales orientales, que afectaron no slo a los aspectos
ecnomicos o puramente materiales sino tambin a los sociales y espirituales. As, las
poblaciones sobre las que extendieron su influencia desarrollaron un conjunto de rasgos
culturales que se conocen como orientalizantes.
Gracias al comercio y a la colonizacin fenicia, distintas poblaciones peninsulares
quedaron interconectadas en el marco de redes de comunicacin y comercio suprarregionales.
Las aristocracias indgenas aprovecharon su posicin social para acumular riquezas y consolidar
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con ellas sus posiciones polticas, favoreci la aparicin de nuevas relaciones de dependencia,
que afectaron a la estructura poltica, social y econmica de las regiones del interior, dando lugar
al nacimiento de la ciudad, bajo nuevos modos de organizacin y articulacin del territorio.
La imitacin de las tcnicas de metalistera y orfebrera, motivos de decoracin e
iconografas, que los artesanos fenicios utilizaban en la elaboracin de objetos de prestigio
dirigidos a las aristocracias indgenas, fomentaron el desarrollo de una produccin autctona de
alta calidad, como reflejan los tesoros de El Carambolo (Sevilla), el Cortijo de vora o La Aliseda
(Cceres). Pero tambin la introduccin de otras tcnicas como el uso del torno contribuyeron a
una sustancial mejora de las condiciones de vida de las poblaciones indgenas.
El impacto cultural fenicio tambin alcanz al mbito de las creencias. De las divinidades
fenicias destacaban Melqart y su pareja femenina, Astart. Otros dioses presentes en el espacio
colonial eran Baal Hamn, Baal Safn, Bes y Resef. Una mencin especial merecen los
santuarios y lugares sagrados, entre los que el templo de Melqart en Cdiz ocupa un lugar
especial por el gran prestigio del que estuvo rodeado incluso hasta poca imperial romana.
Adems llama la atencin la proliferacin de espacios sagrados fenicios en el interior, como los
de Carmona, Coria, El Carambolo y Castulo.
2. Tarteso y el Orientalizante
El problema de Tarteso
Tarteso ha sido uno de los tpicos ms manoseados de nuestra Historia. De la mano de
fuentes literarias antiguas, arbitrariamente interpretadas, se le otorg el carcter no slo de
primera cultura urbana peninsular sino de fabuloso Eldorado del extremo Occidente
mediterrneo. El paciente estudio de los restos materiales de sus poblados y necrpolis permite
trazar hoy un cuadro quizs an borroso pero ms ajustado al contexto histrico en que sus
manifestaciones se desarrollan.
La primera discusin, todava abierta, se centra en el origen de la cultura tartsica. No
podr nunca comprenderse satisfactoriamente el alcance y el significado de la formacin tartsica
en su fase de culminacin u orientalizante sin atender previamente al horizonte cultural previo a
la llegada de los colonizadores orientales. Y este se encuentra en las comunidades locales del
Bronce Final del suroeste peninsular. Recordemos cmo a partir de mediados del siglo XIII a.C. la
incorporacin a redes comerciales de larga distancia hizo del Suroeste una zona privilegiada por
su abundancia de recursos minerales. No obstante, slo es a partir del Bronce Final, muy
avanzado el siglo X, cuando puede establecerse con ciertas garantas una continuidad
demogrfica y cultural en el rea tartsica.
Llama la atencin en primer lugar una mayor densidad demogrfica, con la ocupacin de
nuevas zonas que conformarn la geografa tartsica: el Bajo Guadalquivir, la Tierra Llana
onubense, las campia gaditana y cordobesa y la costa, en especial, en derredor de la
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desembocadura del Guadalquivir, abierta en una extensa baha, y a lo largo de los esteros que
forma el tramo final del ro.
Sociedad y economa
Son muy endebles los datos con que contamos para intentar caracterizar las estructuras
socio-econmicas del Bronce Final del Suroeste: apenas conocemos las necrpolis y los poblados
no estn an suficientemente excavados. Parece prudente suponer que se trata de comunidades
aldeanas no demasiado complejas, en las que, no obstante, ya existe una cierta especializacin
entre poblados dedicados a las actividades relacionadas con la minera y la metalurgia y otros
dedicados al aprovechamiento agropecuario. La pobreza de las aldeas de chozas, la cermica a
mano, el carcter simple del utillaje, la falta de diferenciacin funcional del espacio o la restrigida
actividad metalrgica, que abogan por una organizacin familiar del trabajo y, en consecuencia,
estn en contra de una acusada especializacin productiva. Se tratara, pues, verosmilmente de
pequeas sociedades aldeanas poco desarrolladas y organizadas, estructuradas en base a
vnculos de parentesco.
El Orientalizante
El segundo gran problema que hoy ocupa a la investigacin sobre Tarteso es el del
alcance de la influencia de la colonizacin fenicia sobre la poblacin autctona, ligado al tema de
la aculturacin. Sin duda, Tarteso no se comprende sin el contexto colonial, al que se subordina
durante el llamado Orientalizante.
Es evidente que fue la demanda de metales y, esencialmente, la plata, por parte de los
colonizadores orientales el agente responsable del fuerte incremento que experimenta la
produccin minero-metalrgica de Tarteso. Aunque fue Huelva el centro de la minera tartsica, la
bsqueda, extraccin, produccin y comercio de minerales -adems de la plata, cobre, plomo,
hierro y oro- configuraron una extensa zona que, partiendo del extremo occidental de la provincia
de Sevilla, atravesaba Huelva de este a oeste, y se introduca profundamente en Portugal. Las
zonas mineras ms importantes se localizaban en Ro Tinto, donde se han excavado los
poblados mineros de Cerro Salomn y Quebrantahuesos, y en Aznalcllar, con los
establecimientos de Tejada la Vieja y San Bartolom de Almonte. Hay que mencionar la
existencia de poblados fortificados, que servan de proteccin a los focos mineros, como es el
caso de Tejada la Vieja, probablemente un centro de almacenamiento y redistribucin de la
minera procedente de la zona de Aznalcllar.
Pero con ser la metalurgia el aspecto ms llamativo de la economa tartsica, no hay que
olvidar la importancia del sector agropecuario. Una buena parte de los hbitats indgenas eligen
lugares estratgicos favorables a la explotacin agrcola o a actividades ganaderas, como las
riberas del Guadalquivir o la regin de Los Alcores.
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Los intercambios
El sistema econmico, que la demanda fenicia orientaba hacia la produccin, necesitaba
de redes y agentes comerciales. Estamos pasablemente bien informados sobre el objeto de este
comercio: adems de plata y otros metales, los indgenas podan ofrecer a los colonizadores
productos agrcolas, carnes, pieles, lana y, quizs, esclavos. A cambio de estas materias primas y
excedentes agropecuarios, reciban manufacturas y artculos de lujo, fabricados en las metrpolis
levantinas o en las colonias occidentales -en especial, Cdiz-, pero tambin obtenidos de otras
zonas, como Grecia, Chipre o Egipto, mediante un comercio intermediario: joyas y telas de
calidad, perfumes, cermicas finas, marfil, vinos y aceite.
Se nos escapan, en cambio, los mecanismos concretos de articulacin del sistema
econmico. La clave del problema se encuentra en la falta de datos para conocer el
funcionamiento de la sociedad indgena. Slo con ayuda de las necrpolis -la principal fuente de
informacin-, podemos intentar un acercamiento a los caracteres de esta sociedad, que puede
calificarse de jerarquizada.
La principal caracterstica de las necrpolis tartsicas es su diversidad: la incineracin se
alterna con la inhumacin. A partir del siglo VIII a.C. , es decir, desde que se detecta la presencia
fenicia, adems de los enterramientos de carcter familiar caractersticos del Bronce Final, sin
apenas diferencias de rango o prestigio, surgen las cmaras individuales funerarias de
mampostera, rematadas en tmulos de diferentes tamaos y alturas. Pero la novedad esencial
est en los ajuares depositados en las tumbas, en ocasiones de extraordinaria riqueza, que tratan
de manifestar la categora social del difunto.
Un ejemplo elocuente es la necrpolis de La Joya, en Huelva. Pero tambin decenas de
necrpolis en la costa y el interior -La Cruz del Negro, en Carmona, o Las Cumbres, junto al
poblado del Castillo de Doa Blanca, por citar slo dos ejemplos relevantes- manifiestan estas
desigualdades.
La diferencia en los ajuares y el exceso de materiales ricos, de una vulgar ostentacin son
claros indicios de una manifiesta desigualdad social. Podemos suponer, antes de la llegada de los
primeros colonos orientales, una estratificacin de la sociedad indgena, dentro an de un sistema
familiar o de clanes, que comienza a disolverse con las nuevas posibilidades abiertas por el
comercio. La aportacin colonial vino a subrayar las tendencias, ya presentes en la sociedad
indgena, de desigualdad social, fomentando la formacin de una aristocracia, en cuyas manos se
encuentra, si no la propiedad, el control de los medios de produccin -explotaciones mineras y
recursos agrcolas y ganaderos-, que pone al servicio de una acumulacin de riqueza, cuya
manifestacin ostentosa es el ndice visible de su prestigio y poder.
Sus fuentes de riqueza
La incidencia del factor comercial, con ser relevante, slo afecta parcialmente al conjunto
de la economa tartsica, cuyo peso fundamental contina residiendo en la agricultura. Pero
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aunque parece asegurada la existencia de una aristocracia, no es posible dibujar sus
caractersticas. Por debajo de los grupos dominantes, el resto de la poblacin constitua una
masa poco articulada en proceso de estratificacin. No sabemos si tena acceso a los medios de
riqueza y, al menos por la documentacin de que disponemos, se desconoca el fenmeno de la
esclavitud.
En el estado actual de los conocimientos, puede afirmarse que en el perodo considerado
como orientalizante se haban superado el sistema de organizacin tribal, aunque sin llegar an
al urbanismo pleno, previo al concepto de Estado. En estas condiciones pierden su valor los
textos literarios griegos que suponen un reino centralizado, extendido sobre un amplio territorio y
dirigido por reyes de carcter hereditario, que habran gobernado, con una codificacin escrita,
sobre una poblacin articulada en grupos sociales con un alto grado de civilizacin. Si las
dinastas mticas slo puede considerarse como smbolo de los diferentes estadios evolutivos de
cualquier sociedad -ganadera, agricultura y civilizacin, representados respectivamente por
Gerin, Grgoris y Habis-, tampoco a la que protagoniza Argantonio puede otorgrsele mucha
ms verosimilitud.
Frente a la existencia de un poder centralizado de tipo monrquico, fundamentado en
estructuras de tipo estatal, a lo sumo slo puede suponerse alguna forma de concentracin de
poder personal. Habra ms bien que hablar de jefaturas complejas: una sociedad gobernada
por prncipes o seores, representantes de los grupos elitistas de carcter aristocrtico, que
garantizan la centralizacin del poder en territorios en los que comienzan a ejercer un incipiente
control poltico.
Las ciudades
A la ausencia de un reino, corresponde la ausencia de una capitalidad. Tras los
infructuosos intentos de localizacin en el Coto de Doana o en Mesas de Asta (Jerez), la
investigacin arqueolgica ha difuminado el inters por hallar la supuesta capital para
concentrarse en los muchos yacimientos que la geografa tartsica proporciona. Buen nmero de
establecimientos turdetanos, posteriormente convertidos en ciudades romanas, como Hispalis
(Sevilla), Hasta Regia (Jerez), Carmo (Carmona), Urso (Osuna), Onoba (Huelva) o Corduba
(Crdoba) podran haber sido grandes ncleos de poblacin y centros de poder poltico y
econmico tartsicos. Pero la ciudad de Tarteso no pasa de ser una entelequia, imaginada en el
oriente griego, para definir un espacio geogrfico donde durante un tiempo era posible cerrar
pinges negocios.
Arqueologa tartsica: los restos materiales
Es en los objetos materiales donde el complejo mundo tartsico se refleja ms
plsticamente. En especial, la gran cantidad de ofrendas funerarias -cermicas y objetos de
bronce, oro, plata y marfil- proporciona amplia informacin sobre las tcnicas y los gustos
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artsticos. Ms dificultades presenta decidir sobre la procedencia de los artesanos, el carcter del
trabajo y el propio emplazamiento de los talleres. Si los objetos -y, sobre todo, la joyera- fueron
producidos por los fenicios occidentales en talleres propios o por artesanos locales siguiendo las
instrucciones de los especialistas fenicios, no es fcil decidirlo. En todo caso, est claro que las
muestras materiales del orientalizante se caracterizan por su alto nivel tecnolgico y por la
utilizacin en la decoracin de motivos de inspiracin oriental.
Por lo que respecta a la cermica, el empleo del torno y la purificacin de los barros por
sedimentacin coinciden con los primeros contactos fenicios. Los antiguos estilos de cermica a
mano originarios del Bronce Final no desaparecieron pero hubieron de competir con las
variedades a torno, que copiaron las caractersticas cermicas de barniz rojo fenicias, aunque con
distintos acabados de impronta indgena.
Llaman la atencin las tcnicas de trabajo del laminado de metal, utilizadas en la
elaboracin de muy distintos objetos, entre los que habra que destacar las numerosas jarras de
bronce decoradas con motivos orientales -animales fantsticos, palmetas y flores de loto-,
grandes fuentes y pebeteros para quemar perfumes othymiateria.
Pero es la joyera en oro y plata y la artesana de marfil las que ms claramente
muestran el impacto del mundo oriental. Tanto las tcnicas -empleo de la filigrana, granulacin y
aleaciones de oro- como la eleccin de diseos, smbolos e iconografa son orientales. As lo
manifiestan tesoros como los de El Carambolo y el Acebuchal en Sevilla, la Aliseda (Cceres) o
Cortijo de vora (Cdiz).
El colapso del mundo tartsico
Son muchos los problemas sin resolver. La bien trabada historia de una Tarteso
articulada en una monarqua centralizada, enriquecida con el comercio exterior y capaz de
desarrollar la primera civilizacin urbana de Europa, ha cedido a una casi total deshistorizacin,
donde apenas si quedan unas cuantas piezas sueltas de un puzzle, incapaces de transmitir una
imagen coherente.
Y esta deseperanzadora impresin an la subraya la oscuridad en la que se sumerge el
mundo tartsico hasta difuminarse y desaparecer. Frente a los finales dramticos que propone la
historia tradicional ofrecen m s verosimilitud los motivos que apuntan a factores internos de
ndole socio-econmica. A partir de mediados del siglo VI la economa tartsica acus una
recesin importante. La produccin minero-metalrgica haba sido uno de los principales soportes
de la economa tartsica. Y precisamente en este sector la arqueologa pone de manifiesto una
crisis, de la que parecen suficientes indicios el descenso de las labores de extraccin de Ro
Tinto, con sus correspondientes efectos en los centros redistribuidores de mineral, y el prctico
cese de las importaciones de cermica griega en Huelva. La recesin en este sector pudo estar
causada por dificultades tecnolgicas para seguir explotando las minas a mayor profundidad, una
vez agotadas las vetas superficiales, o por simples cambios en la orientacin de la demanda
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exterior de metales, que habran frenado la demanda y, en consecuencia, la produccin, sobre
todo, de plata.
Por las mismas fechas -ltimos decenios del siglo VI a.C.- se produce en las colonias
fenicias occidentales una reorganizacin de los patrones de asentamiento -desaparicin de
pequeas factorias y paralela concentracin de la poblacin en grandes centros urbanos-,
acompaada de una reorientacin en las actividades econmicas, ms atentas a la explotacin
de los recursos marinos que al comercio minero.
Si, como parece, las aristocracias indgenas orientalizantes fundamentaban su poder y
prestigio en la relacin comercial con los fenicios basada en el trfico de metales, la crisis del
sector y la reorientacin econmica fenicia en la Pennsula hacia otras actividades no podran
dejar de afectar a los fundamentos de su posicin preeminente. Frente a un sector minero
hiperdesarrollado como consecuencia de los intercambios coloniales, renace la tradicional
economa agropecuaria, donde esa aristocracia orientalizante en decadencia termina
desapareciendo en el marco de una reestructuracin de la economa, que repercute, ciertamente
de forma an no suficientemente clara, en las relaciones sociales. La llamada fase orientalizante
de Tarteso o, mejor an, la propia Tarteso, como denominacin de una etapa de la evolucin de
las culturas indgenas del Suroeste, llega a su ocaso, mientras se inicia sin solucin de
continuidad una nueva etapa, la turdetana, que slo termina con la incorporacin de la regin al
mundo romano.
3. Griegos
Los foceos y el comercio con Tarteso
A partir de la primera mitad del siglo VIII a.C. comienza la colonizacin griega en el
Mediterrneo, que tiene como destino la costa tirrena italiana, donde se fund la primera colonia
conocida en Occidente en Pithecusa, en la isla de Ischia, a la que seguira poco despus Cumas.
Las desfavorables condiciones polticas y socio-econmicas en buen nmero de comunidades
griegas -conflictos entre ciudades, tensiones sociales entre aristocracia y pueblo, escasez y
pobreza de las tierras de cultivo y mal reparto social de la riqueza, entre otras causas-,
desencadenaron el inicio de un intenso proceso colonizador, que durante los siguientes dos siglos
salpicara de ciudades griegas amplios territorios costeros del Mediterrneo y Mar Negro.
Aunque la pennsula Ibrica slo mucho ms tarde entrara en este proceso de
colonizacin, tradiciones antiguas griegas convirtieron sus tierras en destino de fantsticos viajes
de hroes legendarios. Tal es el caso de Herakles, Ulises, Anfloco o Teucro, que, establecidos
en diversos lugares de Iberia, habran dado sus nombres a pueblos y ciudades.
En este ambiente de informaciones legendarias habra que incluir tambin el relato de
Estrabn sobre la fundacin de Rhode, en el golfo de Rosas, por colonos rodios, en fechas
anteriores a la primera Olmpiada (776 a.C.).
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Pero es slo a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C. cuando comienza a detectarse
arqueolgicamente en suelo peninsular la presencia de objetos griegos, aunque no como
consecuencia de una actividad directa de comerciantes helenos. Hacia mediados del siglo VII se
sita la referencia histrica ms antigua sobre una presencia griega en la Pennsula, no exenta
an de ciertos ribetes semilegendarios. La noticia coresponde a Herdoto, que narra la aventura
de Coleo de Samos, cuya nave, desviada de su rumbo a Egipto por un fuerte viento del Este, fue
empujada ms all del Estrecho de Gibraltar hasta la lejana Tarteso, de donde regres cargada
de plata. El reflejo de las transacciones comerciales que atestigua Herdoto entre los foceos se
manifiesta en la abundante cermica griega que llega a la Pennsula desde fines del siglo VII a. C.
y que no cesa de aumentar durante la primera mitad del VI.
La rentabilidad del comercio con el suroeste peninsular no fue obstculo para que la
oligarqua focea tratara de diversificar riesgos extendiendo tambin sus intereses por el
Mediterrneo central, el Adritico y el golfo de Lyon con centros de desigual importancia que
unan los nudos de una importante red costera, cuyos intereses se extendan por todo el
Mediterrneo; entre ellos destacaban Alala en Crcega, Massala (Marsella) en el golfo de Len,
y Emporion en la costa catalana.
Pero en el Suroeste, las relaciones griegas no pasaron de una fase comercial precolonial,
que no evolucion, como en otros puntos del Mediterrneo, hacia la fundacin de nuevas
ciudades. Por lo que respecta al comercio con Tarteso, ya se ha mencionado a Huelva como
centro neurlgico, aunque tambin llegaba a otros puntos costeros y, probablemente a travs de
los propios indgenas o comerciantes fenicios y en cantidades limitadas, al interior. Las relaciones
de intercambio con los jefes locales comenzaran con la arcaica frmula aristocrtica del
intercambio de dones, como sugiere la presencia de objetos de lujo, bronces y cermica. A
cambio de la plata, principal producto solicitado por los griegos, puede suponerse que los griegos
podan ofrecer aceite y vino, como sugieren las nforas halladas en Huelva, y manufacturas
variadas como cermicas de lujo, tejidos y bronces.
Durante la primera mitad del siglo VI, la actividad comercial focea mantuvo con Tarteso los
rasgos aristocrticos que denuncia la exquisita calidad de las cermicas, pero a su lado, se
detectan recipientes de peor calidad, que aumentan en nmero con el paso de los aos y que
denuncian la existencia de un comercio ms estandarizado de objetos de masa.
No obstante, a partir del 546 a.C., fecha de la conquista de Focea por los persas, tambin
el comercio foceo experimenta una occidentalizacin. Frente a los productos procedentes de
Jonia se intensifican los manufacturados en el Mediterrneo central o en las colonias foceas de
Occidente, sobre todo, Marsella. Disminuye la calidad y el volumen de los productos importados,
que terminan por desaparecer del sur peninsular durante el ltimo cuarto del siglo VI,
precisamente en la poca que ve el ocaso de la formacin tartsica.
Por unas u otras razones, la falta de rentabilidad del mercado tartsico dej de interesar a
los comerciantes griegos y fenicios, que desplazaron sus actividades al levante peninsular. A
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partir del siglo V, la comercializacin de los productos griegos en la antigua Tartside, donde
ahora surge la cultura turdetana, se encuentra en manos de Cdiz, incluida en los nuevos
circuitos econmicos y comerciales controlados por Cartago.
La colonizacin en las costas levantinas
Hacia la misma poca en que se iniciaban las relaciones comerciales con el sur tartsico,
los foceos comenzaron a frecuentar otra ruta que, a travs del Mediterrneo central, alcanzaba la
costa tirrena y las riberas del golfo de Lyon. En torno al 600 a.C. se fecha la fundacin de
Massala (Marsella), llamada a convertirse en la colonia focea ms importante de Occidente. Por
la misma poca, se instala en la costa gerundense una pequea factora, un emporion, como
base de apoyo para el comercio con el levante peninsular. Ser el origen de la ms importante
colonia griega en suelo peninsular, Emporion (Ampurias). Un poco ms tarde, hacia el 560, surge
Alala, en la isla de Crcega.
No es muy diferente el carcter del comercio en el levante peninsular con el que se ha
descrito a propsito de Tarteso. Tambin en Levante, desde el ltimo tercio del siglo VII al
menos, se documenta una actividad comercial tanto fenicia como griega, en principio limitada al
mbito costero.
El primero de ellos es la cambiante situacin poltica en Anatolia. La conquista de Asia
Menor por Ciro (547/6), obligara a los griegos de la costa oriental egea a entrar en el mbito de
dominio persa. La mayor parte de las ciudades jonias aceptaron el yugo, pero la poblacin de
Focea prefiri huir en masa para buscar nuevos asentamientos. Un buen nmero de exiliados
opt por instalarse en la isla de Crcega, en la ciudad no mucho antes fundada de Alala. Pero
los recursos de la ciudad resultaron insuficientes ante el incremento masivo de poblacin
ocasionado por la reciente llegada de huidos de Focea, que trat de paliarse con el viejo recurso
de la piratera. Esta actividad termin convirtindose en un peligro para la estabilidad de los
intercambios en una zona tan crucial, en la que confluan los intereses tambin de pnicos y
etruscos. No es extrao que se llegara a una coalicin de los perjudicados, etruscos y
cartagineses, que hacia el ao 540, en la primera batalla naval que se recuerda en Occidente,
trat de expulsar a los refugiados de Alala.
Pero tambin, por la misma poca, se estaban produciendo decisivos cambios en el sur
peninsular, cuyos ms evidentes resultados seran el ocaso de Tarteso y un redimensionamiento
econmico y ocupacional de las factoras fenicias de la costa meridional. La retraccin del trfico
griego en la zona de Huelva se corresponde con un incremento de la actividad comercial en la
costa levantina y, en especial, en la zona del Bajo Segura, puerta de acceso hacia los distritos
mineros de la alta Andaluca.
Un tercer factor a tener en cuenta es la creciente presencia de cartagineses en suelo
peninsular a partir de la segunda mitad del siglo VI.
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As y como consecuencia de todos estos factores, la ciudad de Ampurias se convertir
dese finales del siglo VI en el centro de la actividad econmica griega, con una extensin de sus
intereses no slo a las zonas costeras sino tambin al interior de la Pennsula.
La colonia de Ampurias
Como se ha dicho, a comienzos del siglo VI a.C. se instal una pequea factora de foceos
en un islote de la costa del Ampurdn. Se sabe muy poco de la vida de este emporion en sus
primeros aos, dependiente de los centros foceos del Mediterrneo oriental e inserto en una red
de intercambios que desde el Oriente griego a travs del Mediterrneo central se dirigan hasta el
golfo de Lyon, donde Massala se levantaba como el gran centro redistribuidor de la zona.
No obstante, a mediados de siglo VI la colonia haba crecido hasta el punto de resultar
insuficiente el estrecho marco insular de su primitiva ubicacin. El islote, en su papel de
palaipolis o ciudad vieja, qued reservado a los lugares sagrados y la poblacin, seguramente
aumentada con la presencia de inmigrantes huidos de la invasin persa, se traslad a tierra firme,
a la autntica ciudad o nepolis.
El colapso de Tarteso y la interrupcin de relaciones con el Oriente griego dieron un fuerte
impulso al comercio emporitano, que se convirti en heredero de los intereses foceos en Iberia,
con producciones propias y participacin en los trficos regionales. Ampurias se incluy as en las
rutas comerciales de Occidente en competencia con los massaliotas, que extendan sus trficos
por la Galia meridional, y los fenicios occidentales y pnicos, que desde Ibiza haban estimulado
una amplia red comercial, en la que participa la colonia gerundense desde finales del siglo V.
Desde las ltimas dcadas del siglo VI, el comercio de Ampurias se va desvinculando
lentamente de Marsella y se vuelca definitivamente hacia las regiones ibricas, extendindose
progresivamente hacia el sur por las desembocaduras de los ros Llobregat y Ebro y, ms all, por
la costa levantina, hasta territorio contestano.
Aunque el comercio con el mundo indgena ibrico durante el siglo IV no ceso de
aumentar, hubo de tener en cuenta la creciente competencia de los pnicos, ltimos responsables
de la comercializacin de los productos indgenas.
Desde mediados del siglo V, el comercio ampuritano comenz a servirse de moneda
propia. Las acuaciones de poco peso y a imitacin de las massaliotas, evolucionan con piezas
de mayor peso y patrones que las acercan al mundo pnico. Pero slo desde mediados del siglo
III se constatan los caractersticos tipos con el Pegaso, objeto de imitacin por los iberos.
A lo largo de la segunda mitad del siglo IV, no obstante, disminuye progresivamente la
llegada de cermicas ticas a Ampurias, que se sustituyen por cermicas de produccin
occidental y locales, con un radio de distribucin ms restringido. En competencia con otros
centros, Ampurias, aunque sigue centralizando gran parte del comercio griego en la Pennsula,
termina por caer en la rbita de Marsella.
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No sabemos cuando surgi, apenas a 17 km al norte de Ampurias, en la misma baha, la
ciudad de Rhode, Rosas, la otra nica fundacin griega peninsular que cuenta con testimonios
arqueolgicos. En el transcurso del siglo V Rhode se dio los elementos constitutivos
caractersticos de una polis, incluida la acuacin de moneda propia, y estableci sus propios
circuitos comerciales, aunque todava se nos escapa su verdadero papel y su relacin con la
vecina Emporion. Es probable que a lo largo del siglo III, acabara cayendo en la rbita
emporitana, para desaparecer en los disturbios de la II Guerra Pnica.
Griegos e indgenas
Ampurias, junto con la vecina Rosas, nico centro urbano de poblamiento griego en la
Pennsula, ejerci un indiscutible influjo cultural que transmiti al mundo indgena a lo largo del
proceso de iberizacin. En primer lugar, sobre el propio mundo circundante.
La presencia focea en el territorio circundante se constata con suficiente claridad en el
yacimiento de Ullastret (Illa dEn Reixach), un poblado indgena, modlicamente excavado, que,
desde mediados del siglo VI, manifiesta el influjo cultural procedente de la vecina Ampruias. La
presencia de cermica tica de lujo, la estructura urbanstica, las tcnicas constructivas e incluso
la cultura mueble muestran de forma bien patente la intesidad de esta influencia, as como el
avance del proceso de iberizacin, inseparable del impacto cultural griego.
Este impacto se manifiesta no slo en el vecino hinterland, sino en el amplio espacio por
el que se extiende el mundo ibrico. Los griegos se convirtieron en referente cultural de las
comunidades indegnas con las que directa o indirectamente entraron en contacto y modelaron o
influenciaron un buen nmero de mbitos de la cultura ibrica. El ms inmediato, el de las artes
plsticas. La escultura, sobre todo, la zoomorfa en piedra, con variados tipos de animales
fantsticos, se remonta al perodo orientalizante. Pero la presencia griega se tradujo en la
adopcin por parte de la escultura ibrica de prototipos formales y estilsticos de caracter heleno,
aunque modificados y reinterpretados en diferentes grados por los artistas indgenas, con
personalidad propia.
Tambin se debe a directa influencia griega el desarrollo de uno de los sitemas alfabticos
de escritura con que cuenta el mundo ibrico, el llamado greco-ibrico, limitado a territorio
contestano, que se extiende por las regiones alicantina y murciana.
Desde la segunda mitad del siglo IV y probablemente en relacin con el reparto de
influencias que parece mostrar el tratado del 348 a.C. entre Roma y Cartago, al que nos
referiremos ms adelante, cesan incluso las relaciones indirectas del mundo ibrico con el griego.
A partir de entonces los comerciantes pnicos asumen un decisivo papel en la distribucin incluso
de los productos griegos y las regiones levantinas, como antes el sur peninsular, se integran
progresivamente en la red comercial liderada por Cartago.
4. Pnicos
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La ciudad de Cartago y su entorno
Cartago, como Gadir, fue fundada por fenicios de Tiro, segn la tradicin, en el 814/813
a.C. Su privilegiado emplazamiento en el golfo de Tnez serva a intereses estratgicos, a medio
camino entre el Levante mediterrneo y el extremo Occidente, pero al mismo tiempo incrustado
en el meollo del comercio africano. Durante los dos primeros siglos de su existencia, la colonia
tiria apenas ha dejado rastros arqueolgicos que permitan reconstruir su ms antigua historia. El
testimonio de las necrpolis indica que durante el siglo VII el asentamiento experiment un
notable crecimiento, entre otros factores, por la inmigracin de nuevos contingentes fenicios
procedentes de Oriente, escapados del sofocante imperialismo asirio. Fue en este perodo cuando
Cartago adquiri una personalidad propia, culminando el proceso de gestacin urbana: al tiempo
que defina su territorio, dominado por un ncleo urbano provisto de sistemas defensivos,
converta a la poblacin que lo habitaba, producto de un fecundo mestizaje y socialmente
estratificada, en una comunidad cvica consciente de un destino comn.
El dinamismo de su origen fenicio pero tambin las dificultades territoriales de expansin
en un entorno hostil dominado por las tribus autctonas libias, incentivaron la apertura de Cartago
a las empresas martimas. Desde comienzos del siglo VII se constata un aumento de las
importaciones chipriotas, griegas y etruscas, aunque apenas sabemos de la actividad cartaginesa
en el exterior, si exceptuamos la noticia de Diodoro de Sicilia sobre la fundacin de una colonia
en Ibiza en el ao 654 a.C.
Las limitaciones geogrficas que hemos de suponer en la fase ms antigua del comercio
pnico, fueron reducindose con el tiempo y Cartago, adems de intensificar sus relaciones con el
Levante mediterrneo, pudo extender sus empresas mercantiles por los emporios norteafricanos
de la Sirte y por los mercados del mar Tirreno.
Durante el siglo VI a.C., Cartago no pone las bases de un imperio martimo, pero s es
cierto que se integra con griegos, etruscos y fenicios en el juego de las relaciones polticas y
econmicas del Mediterrneo occidental. No obstante, y desde finales de siglo, un conjunto de
circunstancias contribuirn a que Cartago pase a ocupar una posicin hegemnica en el mundo
fenicio-pnico de Occidente.
Los establecimientos fenicios de la costa mediterrnea occidental a ambos lados del
Estrecho presentan un hiato entre finales del siglo VI y comienzos del siguiente. Esta constatacin
no puede utilizarse para defender la existencia de un bloqueo martimo cartagins en Occidente,
pero es lcito preguntarse sobre el papel que habra que atribuir a la colonia norteafricana en este
panorama.
Tradicionalmente el papel hegemnico de Cartago en Occidente se ha puesto en relacin
con la decadencia de Tiro y su posterior cada en manos babilonias, probable desencadenante
de una crisis, que habra significado la decadencia de una gran parte de los establecimientos
fenicios de Occidente. Hoy sabemos que esta crisis no tuvo existencia real, pero es cierto que al
socaire de esta retraccin del comercio fenicio occidental y aprovechando las experiencias de
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comercio ultramarino iniciadas un siglo antes, Cartago tuvo la oportunidad de intervenir ms
activamente en el trfico mediterrneo. De este modo, desde mediados del siglo VI, Cartago
pudo imponerse sobre las otras colonias fenicias de Occidente, aparentemente sin violencia ni
enfrentamientos abiertos, y plant las bases de un imperio comercial como principal agente
redistribuidor de metales, en competencia o circunstancial alianza con las otras potencias
martimas de la zona, etruscos y griegos.
Con esta expansin Cartago alcanz un puesto preeminente en el Mediterrneo, que le
permiti desarrollar una presencia activa para garantizar el acceso a los puestos de comercio.
Esta ascendencia se materializ en una estrategia diplomtica de tratados y alianzas con otros
establecimientos fenicios, en principio, en pie de igualdad, pero, con el tiempo, desiguales por el
creciente predominio martimo de la ciudad norteafricana. As se fueron creando las condiciones
para una efectiva supremaca, fundamentada en garantizar frente a otras potencias la proteccin
de sus aliados y, con ello, una reorientacin de sus relaciones exteriores.
Los tratados con Roma
La estrategia expuesta queda bien manifiesta en los tratados comerciales firmados por
Cartago con un nuevo factor de poder surgido en el Mediterrneo occidental y destinado a
convertirse en enemigo irreconciliable de los pnicos: la repblica romana.
En los aos finales del siglo VI, de acuerdo con Polibio, cartagineses y romanos firmaron
un primer tratado, que por parte romana buscaba alejar del Lacio cualquier influjo extranjero y por
parte pnica, proteger sus intereses comerciales, cerrando a los romanos los territorios situados al
oeste del Kaln Akroterion, identificado probablemente con el Cabo Bon, en la costa
norteafricana. Frente a la suposicin de que el tratado pretenda cerrar tanto a los romanos como
a sus aliados el Estrecho de Gibraltar, parece que la prohibicin de navegar se diriga solamente a
obtener un bloqueo de la costa norteafricana. La razn de la prohibicin estara en el deseo de
los cartagineses de proteger los emporios y el trfico con la Sirte, restringiendo la navegacin
hacia esas regiones. Por parte etrusca se expresara la preocupacin por mantener a los
cartagineses alejados del Lacio, en un tiempo en que el control de los etruscos sobre el territorio
se estaba resquebrajando por momentos.
Las reas de influencia pnicas
A lo largo del siglo V, las relaciones internacionales en el Mediterrneo occidental sufrieron
trascendentales cambios, de los que el ms sobresaliente fue la decadencia etrusca y la creciente
influencia de Roma, que fue destacndose poco a poco como un estado digno de ser tenido en
cuenta en el sector septentrional de este mbito. Sin embargo, no hubo conflictos de intereses ya
que los diferentes radios de accin de Roma y Cartago permitan una delimitacin de la esfera de
influencias sin interferencias peligrosas. De hecho estamos muy mal informados sobre la nueva
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situacin, pero, por fortuna, el aspecto que nos interesa queda iluminado por un documento de
mediados del siglo IV, el segundo tratado romano-cartagins, del 348 a.C.
El tratado, transmitido tambin por Polibio, vena a delimitar las respectivas reas de
intereses de ambas potencias bajo una base de entendimiento y amistad. En el primer prrafo
textualmente se convena: Habr amistad entre los romanos y los aliados de los romanos con los
cartagineses, tirios, uticenses y sus aliados; ms all del Kaln Akroterion y de Mastia de Tarsis
los romanos no podrn hacer presas, ni comerciar, ni fundar ciudades.
Mastia de Tarsis se ha identificado con la capital de los mastienos o massienos, con un
calificativo lo suficientemente oscuro para que, en ocasiones, se piense en dos localidades
distintas, Mastia y Tarsis. Tradicionalmente, aunque sin bases ciertas, se ha localizado en algn
lugar de la zona de Cartagena, al sur del cabo de Palos. En cualquier caso, el tratado favoreca,
sobre todo, los intereses cartagineses y los delimitaba con mayor precisin. Frente al primero, en
donde slo se haca alusin al Cabo Bon, en este segundo la frontera de trfico de los romanos
estaba determinada por dos puntos: el mencionado Cabo Bon y Mastia .
No obstante esta prohibicin, las excavaciones en poblados ibricos del sureste y levante
peninsular muestran un aumento de las importanciones griegas durante la primera mitad del siglo
IV. No se tratara, pues, de prohibir el comercio en el sureste y sur peninsulares. Mientras
Cartago, a finales del siglo VI, no se encontraba en condiciones de influir en las relaciones de los
puertos de comercio con los que trataba, si atendemos a las clusulas del primer tratado, a
mediados del IV, convertida en potencia martima, extiende sus relaciones comerciales en
Occidente mediante una serie de acuerdos bilaterales que la convierten en portavoz de sus
socios y aliados; puede as imponer sus intereses en las relaciones internacionales desde una
posicin de ventaja.
Entre los aliados romanos, aunque no explcitamente, se encontraban, sobre todo, los
griegos de Massalia (Marsella) y de las dems colonias del Mediterrneo occidental. No sabemos
cmo, en el transcurso del siglo IV, Massalia y, con ella, otras colonias griegas de su esfera de
influencia buscaron en la naciente potencia romana un conveniente apoyo internacional. Si las
clusulas del tratado imponan restricciones al comercio griego al sur del Cabo de Palos, les
quedaba abierta la extensa zona del levante hispnico, por donde se extendan los principales
intereses griegos en la Pennsula, con Emporion y Rhode (Ampurias) como centros ms
importantes. El tratado, pues, secundariamente, autorizaba el desarrollo del comercio e industria
griegos en Iberia sin estorbos por parte cartaginesa.
Por lo que respecta a la pennsula Ibrica, una separacin entre cultura fenicia y
cartaginesa es en gran medida arbitraria y por ello, en ocasiones, se prefiere hablar de zona o
crculo del Estrecho y considerar la cultura semtica como un todo. En cualquier caso, en los
ltimos aos se ha iniciado una profunda revisin sobre el carcter de la presencia cartaginesa en
la Pennsula, cuyos testimonios no son fciles de interpretar.
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Los cartagineses en Ibiza
Segn Diodoro, como ya se ha mencionado, fueron los cartagineses los primeros en
fundar una colonia en Ibiza hacia el 654 a.C. Hoy se est de acuerdo en que la fundacin se
debe a comerciantes fenicios del sur peninsular, seguramente procedentes de Cdiz, que se
sirvieron de la isla como punto estratgico en su expansin comercial. Hasta mediados del siglo
VI, Ebussus no pas de ser una modesta factora, pero a partir de esta fecha la poblacin
experimenta un sensible crecimiento, como muestra la necrpolis de Puig des Molins, cuyos
materiales, lo mismo que los de la vecina Sa Caleta, tienen una clara impronta pnica. Santuarios
como los de Illa Plana, Puig den Valls y Es Cuieram, con centenares de figurillas de terracota de
la diosa Tanit, mscaras grotescas de barro y amuletos de pasta de vidrio coloreada, refrendan
esta impresin. La isla se convirti en parte importante de la estrategia comercial de Cartago y las
intensas relaciones con la ciudad norteafricana, que incluyen el establecimiento de nuevos
colonos, fueron modelando la Ibiza cartaginesa.
A lo largo del siglo V, al tiempo que se colonizaba toda la isla, el centro urbano de Ibiza
se convirti en una comunidad prspera, con una extensa red comercial que enviaba sus
productos -lana y tejidos tintados, aceite, vino, salazones y garum- a Marsella, Emporion y
muchos otros puertos del Mediterrneo. Desde Ibiza se establecieron contactos con la poblacin
talaytica de la vecina Mallorca, que permitieron la instalacin de puestos comerciales. Uno de
ellos en Illot Na Guardis, con restos de escorias de hierro, sugieren la introduccin de este metal
por los pnicos en las islas. Esta prosperidad, basada en un comercio de largo alcance, queda
plsticamente documentada por restos de naufragios como los pecios de Tagomago o Sec, que
confirman la diversidad de procedencia de las mercancas que llegaban a la isla.
Los establecimientos pnicos del sur peninsular: el Crculo del Estrecho
En la Pennsula, los yacimientos son ms parcos en noticias y, por ello, ms difcil sealar
influencias norteafricanas, que adems vienen a imponerse sobre zonas de fuerte arraigo fenicio.
No obstante, a partir del siglo VI, se detectan en algunos de los establecimientos fenicios, como
Villaricos (Baria), Almucar (Sexi), Mlaga (Malaka) o el entorno de Cdiz, ciertas novedades en
los usos funerarios -incremento de las inhumaciones y enterramientos en hipogeos y cistas de
piedra- , as como cantidades importantes de cermica cartaginesa y de productos artesanales
caractersticos como los huevos de avestruz decorados, las mscaras y figurillas de terracota y
los menudos objetos de pasta vtrea, claramente distintos de las manufacturas fenicias de
Occidente. Ello probara la presencia de poblacin cartaginesa en las viejas factoras fenicias y su
papel como elemento impulsor de las transformaciones que se operan en estos centros.
Como se ha mencionado repetidamente, durante la primera mitad del siglo VI a.C. se
advierte un cambio en el patrn de asentamiento colonial fenicio. Mientras muchas pequeas
factoras se abandonaron al hacerse superfluas las funciones para las que haban sido creadas,
algunos centros experimentaron un sensible crecimiento demogrfico. Se produjo as un proceso
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de constitucin de ciudades-estado como mbito de nuevas frmulas de relacin social, poltica y
econmica. Las ciudades se dotaron de prctica jurdica para defender los intereses de las
oligarquas ciudadanas y para regular las relaciones entre los ciudadanos, pero tambin para
garantizar el acceso y la proteccin de las prcticas comerciales a larga distancia, mediante
tratados suscritos de ciudad a ciudad.
La reorganizacin poltica y econmica del Crculo del Estrecho signific, pues, el
crecimiento de establecimientos como Gadir, Malaka, Sexi o Abdera, que adquirieron la fisonoma
de autnticas ciudades.
De todos modos, no es hasta finales del siglo V o comienzos del IV cuando las
importaciones cartaginesas comienzan a llegar a la Pennsula, con una fuerte concentracin en el
Sureste y Levante, as como en los asentamientos ibricos de la costa catalana.
Desde mediados del siglo IV y como consecuencia de una hbil poltica de acuerdos
bilaterales con otras ciudades fenicias de Occidente, suscritos en pie de igualdad, pero en la
prctica desiguales, Cartago se erige en defensora de sus intereses comerciales pudiendo as
extender de forma pacfica una hegemona ms econmica que poltica, que se expresa
claramente en la difusin de sus acuaciones de plata, con metal obtenido en la Pennsula.
Precisamente la concentracin de importaciones en torno a Castulo y Cartagena durante el siglo
IV seala tanto el inters como la presencia activa cartaginesa en las principales regiones
argentferas peninsulares.
Gracias a la tutela de Cartago, que queda bien expresada en el tratado de Cartago con
Roma del ao 348 a.C., las ciudades fenicias del sur peninsular pudieron prosperar ejerciendo sus
tradicionales actividades econmicas: al lado de componentes esenciales como la agricultura y la
ganadera, se intensific la pesca y las industrias especializadas destinadas a la conserva de
pescado y derivados. Estas actividades estaban dirigidas fundamentalmente al comercio a larga
distancia, con intercambios que tambin incluan sal y plata, el estao procedente del noroeste
peninsular y productos griegos, como vino, perfumes y cermica. Los circuitos comerciales de
estas ciudades -en especial de Gadir- alcanzaban desde las costas marroques y argelinas al
levante hispano, las Baleares, el mbito del Tirreno y Grecia; por el interior de la Pennsula, a los
pueblos ibricos del Guadalquivir y de la Alta Andaluca.
Cartagineses e indgenas
El carcter de la influencia ejercida por Cartago en la Pennsula antes de la accin militar
brquida ha sido objeto de discusin. Por supuesto, hace mucho que se abandon la absurda
teora que haca a Cartago directa responsable de la destruccin de Trateso. Pero el testimonio
de Polibio, al hacer hincapi sobre la intencin de Amlcar de restablecer el imperio de Cartago
en Iberia, podran crear falsas premisas sobre la extensin efectiva de este dominio para la
poca anterior a la Primera Guerra Pnica. La arqueologa ha demostrado que no puede hablarse
de un imperio territorial, ni de un mbito de dominio o epikrateia cartaginesa como la de la costa
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occidental de Sicilia, sino slo de colonias que comerciaban con los indgenas. La presencia
cartaginesa se fundament en su hegemona martima, que le permita enviar grupos de colonos a
las ciudades fenicias de la costa peninsular como representantes de sus intereses y con el objeto
de concluir tratados bilaterales con las comunidades autctonas en cuyos territorios se
encontraban los recursos que solicitaban los pnicos. Eran las propias elites indgenas las que se
encargaban de movilizar la mano de obra necesaria, mientras los cartagineses, adems de las
mercancas de prestigio que solicitaban, pudieron introducir ciertos elementos tcnicos.
Este parece ser el caso de una serie de pequeos recintos fortificados, dispersos por la
alta Andaluca, fechados entre los siglos V Y III a.C., cuya semejanza con la arquitectura militar
pnica les ha proporcionado el nombre de torres de Anbal. Descartado su uso directo por los
pnicos como elemento de un sistema de soberana sobre territorio indgena impuesto por la
fuerza de las armas, se interpretan ms bien como ejemplo del acercamiento entre las
aristocracias locales y los cartagineses de la costa, en el marco de pactos, alianzas e
intercambios, que incluyen la ayuda tcnica necesaria para dotar a los territorios gobernados por
estas elites de atalayas y sistemas de defensa.
El interior peninsular, a partir de mediados del siglo V, desarrolla una cultura autnoma en
la que, si bien aparecen productos de importacin pnicos y griegos que prueban su contacto con
ambos mundos, es evidente su independencia poltica, social y cultural de ellos. Exista un control
por parte de Cartago de las aguas del sur de la Pennsula y los tratados con Roma reafirmaban
como zona de influencia cartaginesa estas costas meridionales, pero ello hay que entenderlo ms
como mbito de intereses comerciales, con factoras enclavadas en distintos puntos a lo largo de
la costa atlntica y mediterrnea, que como imperio territorial, ni siquiera en la franja costera. Ello
no impide que dichas factoras fueran muy numerosas y que el largo trasiego durante varios siglos
diera a muchas ciudades de la costa, sobre todo mediterrnea, una impronta cultural pnica,
como demuestra el nombre de libiophoenikes y blastophoenikes, con los que las fuentes griegas
y romanas nombran a los habitantes de la zona, y el uso de alfabetos pnicos en sus acuaciones
monetarias.
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Los pueblos prerromanos Jos Manuel Roldn Hervs
En la segunda mitad del I milenio a.C. y como consecuencia de muy diversos factores, se
cumple el proceso de transformacin paulatino del sustrato indgena de la Edad del Bronce en las
etnias y culturas de los pueblos prerromanos. En principio, podran distinguirse varias amplias
regiones culturales, coincidentes con reas geogrficas concretas y asociables en parte a
grandes agrupaciones tnicas. El sur y levante, donde predominantemente ejercen su influencia
estmulos mediterrneos, es el marco geogrfico de los pueblos ibricos; las regiones del interior
y el oeste, desde el Sistema Ibrico al Atlntico, acogen a las etnias clticas o indoeuropeas; el
norte, aislado por las barreras montaosas que separan el mar Cantbrico de la Meseta,
conforma el rea cntabro-pirenaica.
1. Los iberos
El proceso de iberizacin
El origen de la cultura ibrica es inseparable del impacto que sobre las poblaciones
indgenas ejerci el fenmeno colonizador procedente del Mediterrneo oriental. Abarca, por
tanto, la Baja Andaluca y la costa levantina hasta el SE. de Francia, aunque penetra hacia la
Meseta por el sur de la Mancha y por el valle del Ebro hasta Zaragoza. En todo este amplio
espacio el resultado final de este impacto es una cultura con rasgos bsicos comunes y una gran
fuerza de expansin. Pero los substratos culturales diferentes sobre los que se desarrolla y la
distinta intensidad de las influencias exteriores explican las variaciones internas que manifiesta y,
en consecuencia, los numerosos grupos regionales en los que se escinde, cuyos rasgos
culturales comunes van de la mano con otros claramente diferenciados.
Las fuentes antiguas distinguan entre los iberos diferentes pueblos con una etnonimia
precisa, aunque ignoramos los fundamentos de estas distinciones. De ello se deduce, por un lado,
la percepcin de fundamentos comunes -lengua, sociedad, cultura material...-, pero tambin
diferencias suficientemente acusadas para fundamentar individualizaciones precisas. En esta
condiciones, el trmino no supone una unidad tnica, sino cultural, consecuencia del desarrollo
de un proceso de iberizacin, que afect en grados y pocas distintos a un conjunto de pueblos
del sur y oriente de la Pennsula.
El proceso de iberizacin puede considerarse como fruto de las influencias griegas
focenses sobre el precedente sustrato orientalizante de origen tartsico y fenicio colonial, que
tienen su epicentro en el sureste peninsular. En consecuencia, la cultura ibrica habra que
definirla como una evolucin del sustrato indgena orientalizante del sureste peninsular por
influencia de la colonizacin focense.
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Del Sureste, la cultura ibrica se extendi por el norte hasta el Medioda francs y por el
oeste hasta la Alta Andaluca y el sureste de la Meseta para penetrar en Andaluca occidental,
donde impregn a las poblaciones herederas de la cultura tartsica.
Podra fecharse hacia 600 a.C. el inicio de la cultura ibrica en Andaluca oriental, Sureste
y Levante, mientras en Andaluca occidental se asiste todava al desarrollo de la fase tarda del
Orientalizante tartsico. A lo largo del siglo V a.C. se produce el desarrollo de la cultura ibrica,
caracterizado por la generalizacin de grandes poblados, los oppida, de carcter protourbano,
asociados a necrpolis de incineracin, que en la zona turdetana no son sino herederos de los
poblados tartsicos y de sus correspondientes necrpolis. El siglo IV asiste al auge de la cultura
turdetano-ibrica, que desarrolla plenamente sus rasgos caractersticos con una evidente
uniformidad. A esta etapa pondr fin la expansin pnica en tierras ibricas y la subsiguiente
confrontacin pnico-romana en la Segunda Guerra Pnica, cuyo desenlace significa el inicio de
la incorporacin del mundo ibrico al romano. Se trata de la etapa final de la cultura ibrica, cuyos
rasgos se van diluyendo en un creciente proceso de romanizacin, prcticamente cumplido hacia
el cambio de era.
Los pueblos ibricos
Durante el perodo ibrico se conoce como Turdetania el rea geogrfica de Andaluca
occidental, donde precedentemente se haba desarrollado la cultura tartsica. En este se
produjo a partir del siglo V a.C., la penetracin de elementos procedentes sobre todo de la Alta
Andaluca, que contribuyeron a uniformar los rasgos culturales de impronta ibrica de los
turdetanos, consolidando un modelo de hbitat concentrado que tiene en el oppidum su principal
frmula de asentamiento. Se trata de grandes ncleos de poblacin, de 10 a 20 Ha de superficie
en su mayora, aunque excepcionalmente, como son los casos de Hasta Regia (Jerez), Carmo
(Carmona) o Corduba (Crdoba), de hasta 50 Ha, fortificados y levantados en lugares de fcil
defensa. Adems de los citados, ncleos importantes eran tambin Onuba (Huelva), Acinipo
(Ronda la Vieja), Hispalis (Sevilla), Ilipa (Alcal del Ro), Nabrissa (Nebrija), Urso (Osuna), Tucci
(Martos) o Illiturgis (Menjbar), adems de otros de nombre antiguo desconocido como los
yacimientos de Tejada la Vieja, Castillo de Doa Blanca, Cerro Macareno o Setefilla.
La Alta Andaluca haba experimentado desde muy temprano las influencias
orientalizantes. Sobre un sustrato cultural orientalizante, a lo largo del siglo V se inici un
proceso de iberizacin, con la presencia de crecientes influjos focenses procedentes de la costa
mediterrnea del Sureste. En las fuentes greco-romanas la regin albergaba a los oretanos,
cuya vitalidad se muestra en una expansin poltica y cultural, que se extiende por la vecina
Turdetania, aunque tampoco falt una penetracin de gentes clticas, que parece mostrar, por
ejemplo, el nombre de su ciudad epnima Oretun Germanorum (Cerro de las Cabezas,
Valdepeas).
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Todava bajo influencia tartsica se fueron constituyendo en Oretania durante el siglo VI
estructuras urbanas, que daran lugar a grandes oppida, como Ipolca/Obulco (Porcuna) o Castulo
(Linares).
Los oretanos lindaban hacia el oriente y el sur con los bastetanos, cuyos confines son
difciles de delimitar, no en pequea medida por las imprecisiones de las fuentes literarias, que
mencionan junto a ellos, unas veces como idnticos y otras como pueblo distinto en su frontera
occidental, a los bstulos, en un doblete que recuerda al de turdetanos-trdulos. La ciudad
epnima de la Bastetania era Basti (Baza, Granada), cuya necrpolis proporcion una de las
esculturas ms emblemticas del arte ibrico, la famosa Dama. Se extendan por las hoyas
granadinas, parte de la margen izquierda del Alto Guadalquivir y cuenca del Almanzora, entre los
oretanos, al norte, los turdetanos, al oeste, los contestanos, al este, y los asentamientos pnicos
y mestizos de la costa meridional, a cuya poblacin las fuentes dan el nombre de libio-fenicios y
bstulo-fenicios La regin contaba con numerosos centros ubicados en puntos estratgicos de
control de los nudos de comunicacin, como la propia Basti, Acci (Guadix), Tugia (Toya), Ilurco
(Pinos Puente) o Iliberri (Granada).
La expansin hacia el Sureste de los bastetanos, difumin la identidad de los mastienos,
un pueblo que desaparece muy pronto de las fuentes escritas y que tena en Mastia (Cartagena)
su ciudad epnima. Debieron extenderse por la costa suroriental, en la vecindad de los
bastetanos, con los que sin duda compartan muchos elementos comunes.
El rea ms meridional del levante ibrico corresponde a la Contestania, extendida entre
el Jcar y el Segura hasta el interior de la provincia de Albacete. Los ncleos de poblacin
contestanos, entre los que se cuentan La Alcudia de Elche, Saitabi (Jtiva), La Albufereta de
Alicante o La Escuera y el vecino El Oral (San Fulgencio, Alicante), son menos extensos que los
del medioda peninsular y relativamente dispersos. Ocupan lugares fcilmente defensibles, tanto
en la costa como en el interior, y estn dotados de fortificaciones.
Al norte de la Contestania, los edetanos, extendidos por la llanura costera desde el Jcar
hasta el Mijares y por el interior hasta las sierras del borde oriental de la Meseta, cuentan con
abundantes yacimientos, entre los que destacan los poblados de La Bastida (Mojente, Valencia) y
Liria y las necrpolis de La Monravana o el Corral de Saus.
Al norte de la Edetania, el nordeste ibrico, en el que se incluye Catalua, la zona oriental
de la cuenca del Cinca, el Bajo Aragn, el norte del Pas Valenciano y el medioda francs, se
inicia desde el Bronce Final un proceso de fijacin al territorio, relacionado con el cultivo de una
agricultura intensiva, que recibe a partir de mediados del siglo VII a.C. los aportes de colonos
fenicios y griegos.
Es en la evolucin de estas sociedades donde se encuentra el origen del proceso de
iberizacin, que conduce al surgimiento del mundo ibrico a lo largo del siglo VI en las regiones
costeras, desde donde se generaliza en el curso de los siglos V y IV a.C. por el interior y que se
manifiesta en una organizacin territorial en pequeos oppida. Ejemplos de este hbitat son los
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poblados de Ullastret, inmediato a la colonia griega de Ampurias, Ausa (Vic), Cesse (Tarragona),
el Castellet de Banyoles de Tivissa (Tarragona) o Alorda Park (Calafell).
La escasa jerarquizacin del territorio explica la atomizacin tribal del nordeste ibrico
que transmiten las fuentes antiguas y que slo de forma aproximada es posible identificar
geogrficamente con cierta precisin. Al norte de los edetanos se extendan los ilergavones,
ocupando la costa y la zona del Maestrazgo hsata la desembocaduras del Ebro, donde limitaban
con los cessetanos, extendidos por el campo de Tarragona y el Peneds, con su centro principal
en la ciudad epnima de Cesse, convertida por los romanos en Tarraco (Tarragona). Layetanos y
lacetanos habitaban las comarcas del Maresme, Valls y la Segarra, mientras los indicetes
poblaban el Ampurdn. Al norte de ellos se extendan los sordones por la costa y los ausetanos
en el interior, en torno a Vic. Ms all en la Catalua interior y piranaica una serie de pueblos -
bergistanos de Berga, ceretanos de la Cerdaa y Alto Segre, andosinos de Andorra y
airenosios del valle de Arn- con una economa pastoril y rasgos muy conservadores, iniciaron
una tarda iberizacin cultural, ahogada por la presencia romana.
La iberizacin se extiende tambin desde la costa para ascender por el valle del Ebro
donde conforma un rico y complicado mosaico etno-cultural. Desde la desembocadura del
Gllego en el Ebro hasta la frontera catalano-aragonesa se extendan ilergetes y sedetanos, los
primeros en torno a Ilerda (Lrida), su ciudad epnima, y el bajo Urgel -cuencas del Segre y el
Cinca-, y los segundos en los valles del Martn y Guadalalope, con Salduvia (Zaragoza) como uno
de sus centros principales.
La cultura ibrica
La diversidad de los pueblos que se incluyen en la cultura ibrica no impiden intentar aislar
los elementos comunes que la caracterizan como tal y la diferencian de las vecinas. En primer
lugar, un rea lingstica ibrica marcada por una escritura prelatina especfica. Pero tambin la
temprana asimilacin de la moneda o la aceptacin de innovaciones tcnicas, sistemas
constructivos y elementos culturales procedentes de reas litorales e interiores, que terminan
diferenciando a los pueblos del rea ibrica de los poblaciones de su entorno inmediato.
-Estructuras econmicas
La informacin de la que disponemos no permite conocer suficientemente las estructuras
econmicas de los pueblos ibricos.
Como otras sociedades antiguas, el sistema econmico ibrico se basaba en la
agricultura. Por los restos materiales podemos suponer el predominio de una agricultura de
secano, con instrumental de hierro propiedad de los agricultores, de los que destaca el arado
como innovacin esencial. Los cultivos fundamentales correspondan a la trada mediterrnea -
cereal, vid y olivo- y se completaban con leguminosas, frutos y una elemental horticultura.
Complemento de esta agricultura y, en ocasiones, elemento preponderante en zonas concretas
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era la ganadera, que proporcionaba fuerza de trabajo, medios de transporte, alimentos y materias
primas. Caza, pesca y marisqueo en las zonas martimas y apicultura completaban las
actividades de una agricultura, a juzgar por los restos materiales, con un fuerte carcter familiar.
El trabajo artesanal en las sociedades ibricas, aunque objeto de especialistas, tambin
tena carcter individual o familiar. Especial relevancia dentro del mbito domstico tenan las
actividades ligadas al tejido, la cordelera y la espartera. Piezas de telar -fusayolas y contrapesos-
son elementos materiales comunes en un buen nmero de viviendas ibricas. La abundancia de
hornos y de productos cermicos informan detalladamente sobre la alfarera, con objetos
comunes y refinados, consumidos en la comarca u objeto de exportacin.
En ciertas regiones -Alta Andaluca, Sureste- la produccin minera continu siendo, como
en poca anteriores, un pilar irrenunciable de la economa. El mineral proporcionaba la materia
prima para una actividad metalrgica de gran trascendencia econmica. Hierro sobre todo, pero
tambin plomo, cobre y metales preciosos, se trabajaban en todas las reas ibricas, incluso en
aquellas faltas o escasas de fuentes mineras.
Aun en economas de tendencia a la autosuficiencia como las ibricas, el comercio
constitua una actividad importante. En lneas generales podemos suponer un comercio local,
territorial, interterritorial y exterior, canalizado por vas terrestres, fluviales y martimas, que
testimonian ciertos restos materiales, sobre todo, cermicas. Aparte su incidencia econmica, el
comercio de largo alcance -interterritorial y exterior- fue un vehculo imprescindible no slo en la
propia conformacin de la cultura ibrica sino en la iberizacin , esto es, en su expansin por
otros territorios peninsulares.
En un momento tardo, a partir de finales del siglo III a.C., los iberos acuaron moneda
propia en plata y bronce, a imitacin de la griega que precedentemente haba circulado por su
territorio. Su empleo como instrumento bsico de intercambio tard mucho en arraigar entre los
iberos; adems, en su mayor parte, fue de circulacin reducida, limitada al entorno y rea de
influencia de la localidad emisora.
-Las sociedades ibricas
Puede aceptarse que las sociedades ibricas presentaran una diversificacin social y
econmica variable, con unos rasgos muy semejantes al de otras muchas sociedades antiguas:
grupos sociales altos, ligados a la propiedad de las tierras, ganados y fuentes de recursos,
probablemente con fuertes componentes guerreros; grupos intermedios de artesanos y
propietarios de tierra y grupos inferiores constituidos por pequeos propietarios y jornaleros,
pero sin que pueda postularse la existencia de masas enteras de dependientes comunitarios; por
ltimo y como en otras muchas sociedades antiguas de cierta entidad, esclavos, que no
suponen, no obstante, la existencia de un sistema esclavista en el estricto sentido del trmino.
A juzgar por los textos literarios antiguos, entre los iberos estaba ampliamente extendida la
monarqua como forma de gobierno. Los monarcas -trmino que slo puede aceptarse en un
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significado muy amplio- reinaban sobre dominios territoriales de fronteras no bien definidas, que
podan agrupar una o varias unidades de poblamiento. En ciertos casos, el control poltico no
lleg a personalizarse, por lo que esas comunidades continuaron regidas colectivamente por los
miembros del consejo aristocrtico.
El desconocimiento de la lengua ibrica, hasta el momento imposible de adscribir a ningn
grupo lingstico conocido, impide la interpretacin de los abundantes textos con los que
contamos, conservados en diversos materiales como inscripciones, cermicas, plomos,
monedas.... El complejo fenmeno de la iberizacin explica la existencia de numerosas variantes
de escritura. Se pueden diferenciar tres grandes reas: levantina, meridional y del Suroeste.
-Religin
De los testimonios arqueolgicos parece deducirse tanto una fuerte religiosidad como un
sustrato religioso bastante similar entre los pueblos que se incluyen en la cultura ibrica. Si la
estatuaria, mayor y menor, nos ofrece posiblemente representaciones de divinidades masculinas
y femeninas, as como de sus servidores o sacerdotes, los santuarios, las necrpolis y
monumentos funerarios y las escenas de contenido sacro de las cermicas descorren el velo de
las ceremonias y ritos con los que los iberos trataban de comunicarse y congraciarse con las
potencias que dirigan su vida y el curso de los acontecimientos.
La identificacin de los dioses ibricos es todava problemtica.Un puesto relevante
parece tener un dios de la guerra y, sobre todo, las divinidades femeninas, de las que destaca la
versin ibrica de la Gran Madre, la diosa de la fecundidad y del mundo de ultratumba, extendida
por todo el Mediterrneo, de la que es un ejemplo la Dama de Baza. Al lado de los dioses,
debemos suponer otros seres sobrehumanos, en su mayora ligados al mundo del ms all, como
los genios alados o la rica iconografa animal, con figuras de monstruos -esfinges, grifos, bichas
y otros seres mixtos- y representaciones de jabales, serpientes, crvidos, toros y caballos.
El ritual funerario ms extendido era el de la cremacin. Con los restos, se enterraban sus
adornos personales y recipientes con alimentos. Estos ajuares varan mucho de unas necrpolis a
otras e incluso dentro de un mismo cementerio y descubren las diferencias de posicin y de
riqueza en el seno de las sociedades ibricas.
Si no tenemos noticias concretas sobre la posible existencia de un sacerdocio entre los
iberos, al menos conocemos un cierto nmero de santuarios, cuyas estructuras y preferencias de
ubicacin difieren sensiblemente en las distintas reas. En la Alta Andaluca se prefieren las
cuevas y lugares escarpados, como el Castellar de Santisteban, con estructuras muradas
concntricas de carcter minumental, o el Collado de los Jardines, asociado a un manantial y
probablemente a un bosque sagrado. Los santuarios del Sureste, aunque tambin en lugares
elevados, no son de tipo rupestre. Los ms conocidos son el Cerro de los Santos, que ha
proporcionado un gran nmero de esculturas, la Serreta de Alcoy y el Cigarralejo, en Murcia.
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- Arte
Como la propia cultura, tampoco el arte ibrico es unitario y, aunque con una personalidad
original, revela su dependencia de modelos y corrientes estilsticas de origen oriental, fenicio o
griego. Su naturaleza es de carcter funerario o religioso y sus realizaciones tenan como
destinatarios a las clases dirigentes, en cuyas tumbas o monumentos funerarios han aparecido.
Llama la atencin la escasez de manifestaciones arquitectnicas. Ejemplo de arquitectura
religiosa es el templo del Cerro de los Santos. Ms abundantes son los de carcter funerario,
como el monumento turriforme de Pozo Moro, decorado con estatuas y relieves o la cmara
sepulcral de Toya Peal de Becerro, Jan).
Gracias a la abundancia de ejemplares, estamos en condiciones de precisar tanto la
calidad artstica como el proceso de fabricacin y la funcionalidad de la ms importante
manifestacin artstica ibrica, la escultura. Conocemos en territorio ibrico ejemplares de gran
escultura en piedra de bulto redondo, que representan figuras humanas o de animales. Destacan
entre las primeras las conocidas damas, como las de Elche, Baza o del Cerro de los Santos.
Personalidad propia tienen las excelentes estatuas de guerreros y grifos alados, procedentes del
heroon o mausoleo de Porcuna.
Pequeas figurillas de bronce, con representaciones humanas masculinas y femeninas, de
pie, en actitud oferente, o a caballo con armas o sin ellas, se dispersan por una amplia rea
geogrfica desde Andaluca ocidental al Pas Valenciano. Se trata de producciones en serie cuyos
destinatarios eran los fieles que acudan a los santuarios para depositarlos luego en los lugares
sagrados.
Aunque menos abundante que las esculturas exentas, conocemos tambin relieves
figurados en piedra, de las que sobresalen los de Pozo Moro y los famosos de Osuna.
La produccin cermica ibrica es muy variada y en ella se expresa con