Download - Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado
TIEMPO PASADO-
Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión
por Beatriz Sarlo
Siglo velntlun~
editores Argentina
ÍNDICE
l. Tiempo pasado
2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia
3. La retórica testimonial
4. Experiencia y argumentación
5. Posmemoria, reconstrucciones
6. Más allá de la experiencia
Agradecimiento
9
27
59
95
125
159
167
ri··· ~. ..
~y:' .. ,, ' . : ·r ~ • : :
·y:->~¡-.~_:.1,•.;r1)·r,.._.<>rl't¡-_;;»;.~.·"''~»}¡,,.1'<':,.¡J?,1f.. _1:'.'. z.,,r' .• M~,:!~""7&d'!~+:.Jt)~l,óff($~2:,:;ll;~~t~~~~~:i}~~~t~;..J; /;::
1 1
l l
1. Tiempo pasado
El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en compe
tencia, la memoria y la historia, porque la historia no siem
pre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de
una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos
del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad).
Pensar que podría darse un entendimiento fácil entre estas
perspectivas sobre el pasado es un deseo o un lugar común.
Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de
la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el
pasado. Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, in
telectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, ace
chando el presente como el recuerdo que irrumpe en el
momento menos pensado, o como la nube insidiosa que
rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar.
Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión
ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente
por un aclo de la voluntad. El regreso del pasado no es
siempre un momento liberador del recuerdo, sino un adve
nimiento, una captura del presente.
Proponerse no recordar es como proponerse no percibir
un olor, porque el recuerdo, como el olor, asalla, incluso
cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el
BEATRIZ SARLO
10
recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario,
obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El re
cuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontro
lable (en todos los sentidos de esa pala~ra). El pasado, para
decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita
del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de
Bergson, el tiempo prapio del recuerdo es el presente: es de
cir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el
tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo prüpio.
Del pasado puede no hablarse. Una familia, un estado, un
·-··· .... , ·· · d l rohibición· pero sólo de modo gobierno pue en sostener a p , aproximativo o figurado se lo elimina, excepto que se elimi-
nen todos los sujetos que van llevándolo (ese fue el enloque
cido final que ni siquiera logró la matanza nazi de los judíos)·
En condiciones subjetivas y políticas "normales'', el pasado
siempre llega al presente. Esta obstinada invasión de un tiem
po (entonces) sobre otro (ahora) irritó a Nietzsche, que lo de
nunció en su batalla contra el historicismo y contra una "his
toria monumental" represora de los impulsos del presente.
Una "historia crítica", por el contrario, que ')uzga Y con
dena", es la que correspondería a "aquel a quien una nece
sidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere
liberarse de esa carga".1 La denuncia de Nietzsche (que es
cuchó Walter Benjamín) se dirigía contra posiciones de la
t Friedrich Nieuschc, Sobre la utilidad y los pe1juicios de la historia /HLra
la vida, Madrid, Edaf, PP· 56-58.
TIEMPO PASADO ll
historia traducidas en •poder simbólico y en una dirección
sobre el pensamiento. La historia monumental ahogaba el
impulso "ahistórico" de producción de la vida, la fuerza por
la cual el presente arma una relación con el futuro y no con
el pasado. La diatriba nietzscheana contra el historicismo '
articulada en el contexto de sus enemigos contemporáneos,
también hoy puede hacer valer su alerta.
Las últimas décadas dieron la impresión de que el im
perio del pasado se debilitaba frente al "instante" (los luga
res comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones
de "borramiento" repican el duelo o celebran la disolución
del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de
la museificación, del heritage, del pasado-espectáculo, las al
deas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Sa
muel designó como "manía preservacionista";2 el sorpren
den te renacer de la novela histórica, los best-sellers y los
films que visitan desde el siglo XIX hasta Troya, las histo
rias de la vida privada, a veces indiscernibles del costum
brismo, el reciclado de estilos, todo eso que Nietzsche lla
mó, con irritación, la historia de los anticuarios. "Las
sociedades occipentales están viviendo una era de auto-ar
queologizacióni', escribió Charles Maier.3 1
~ Ralph Samuel, Theatres uf Memory, Londres, Verso, 1996 ( 1994),
P· 139. Samud escdbió un librn piouern c11 el cambio de foco de Ja histo-
1ü de circulación pública, es decir, la c¡uc excede el recinto acadélllico.
3 Tite U1ww;terab/e Past; fíistmy, Hulowust, aud Gennan Natiuual fdentity,
C;11nb1·idge (Mass.) y Londres, Harvanl Univcrsity Press, J 088, p. 12'.).
·' "
1 !"
BEATRIZ SARLO
12
Este neohistoricismo deja disconformes a los historiado
res y a los ideólogos, como la historia natural victoriana de
jaba disconformes a los evolucionistas darwinianos. Indica,
sin embargo, que las operaciones con la historia entraron
en el mercado simbólico del capitalismo tardío con tanta
eficacia como cuando fueron objeto privilegiado de las ins
tituciones escolares desde fines del siglo XIX. Cambiaron
los objetos de la historia, de la académica y de la de circula
ción masiva, aunque no siempre en sentidos idénticos. De
un lado, la historia social y cultural desplazó su estudio ha
cia los márgenes de las sociedades modernas, mod!ficando
la noción de sujeto y la jerarquía .de los hechos, destacan
do los pormenores cotidianos articulados en una poética
del detalle y de lo concreto. Del otro, una línea de la histo
ria para el mercado ya no se limita solamente a la narraci.ón
de una gesta que los historiadores habrían ocultado o pasa
do por alto, sino que tam~ién adopta un foco próximo a
los actores y cree descubrir una verdad en la reconstruc-
ción de sus vidas. Estos cambios de perspectiva no podrían haber sucedi-
do sin uria variación en las fuentes: el lugar espectacular de
la historia oral es reconocido por la disciplina académica
que, des.de hace varias décadas, considera completamente
legítimas las fuentes testimoniales orales (y, por momentos,
da la impresión de que las juzga más "reveladoras"). Por su
parte, historias del pasado más reciente, sostenidas casi ex
clusivamente en operaciones de- la memoria, alcanzan una
TIEl'vll'O PASADO 13
circulación extradisciplinaria que se extiende a la esfera pú
blica comunicacional, la política y, a veces, reciben el im
pulso del estado.
Vistas de pasado
Las "vistas de pasado" (según la fórmula de Benveniste) son
construcciones. Precisamente porque el tiempo del pasado
es ineliminable, un perseguidor que esclaviza o libera, su
irrupción en el presente es comprensible en la medida en
que se lo organice mediante los procedimientos de Ja na
rración y, por ellos, de una ideología que ponga de mani
fiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo.
Del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas ve
ces, implicando también el futuro. Se recuerda, se narra 0
se remite al pasado a través de un tipo de relato, de per
sonajes, de relación entre sus acciones voluntarias e invo
luntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos 0 in
conscientes; los personajes articulan grupos que pueden
presentarse como más o menos favorables a la independen
cia respecto de factores externos a su dominio. Estas moda
lidades del discurso implican una concepción de Jo social, y
eventualmente también de la naturak/ZL Introducen una
tonalidad dominante en las "vistas de pasado".
E11 las narraciones históricas ele circulacióu masiva, un
cerrado círculo hennenéurico une la reconstrucción de los
\
\ l
BEATRIZ SARLO TIEMPO PASADO 15
14
hechos con la interpretación de sus sentidos y garantiza vi- ponerlo en evidencia. Si no encuentra respuesta en la esfe-
.. ·-------·····~-·--· - · - · · · l +b.i4:ióu..dt:.l9.;Lgrll1des ra públ" t l h f d siones globales, áqtú~!na:n:).ut:;·en· ~-aH . -~---~----·····-·---·· .. ···-·"· -·- -·~-1~_a.yc :UªL. ª. E.~~a~~·-·~-Y. ~~E~c~_completarnente de historiadores del siglo XIX, ~-ueron las síntesis que hoy se interés. La modalidad no académica (aun~ue ~~a-un histo-·.
consideran a veces imposibles, a veces indeseables y, por lo riador de formación académica quien la practique) escu-
general, conceptualmente erróneas. Si, como dijo ha~e ya cha los sentidos comunes del presente, atiende las creen-
cuarenta aüos Hans-Robert]auss, nadie se propondna es- cías de su público y se orienta en función de ellas. Eso no la
cribir la historia general de una literatura, como fue .el p~o- vuelve lisa y llanamente falsa, sino conectada con el imagi-
yecto de los filólogos e historiadores del XIX, las h1stonas nario social contemporáneo, cuyas presiones recibe y acep-
no académicas, dirigidas a un público formado por no es- ta más como ventaja que como límite.
pecialistas, presuponen siempre una síntesis. . . Esa historia masiva de impacto público recurre a una
Las ~~gÍ~~ del método de la disciplina histórica (mclm- misma fórmula explicativa, un principio teleológico que
das sus luchas de poder académico) supervisan los modos asegura origen y causalidad, aplicable a todos los fragmen-
. , d 1 d por lo menos conside- tos de pas d · d d. de reconstrucc10n e pasa o, o, ' ·a o, m epen ientemente de la pertinencia que
ran que ése es un ideal epistemológico que asegura una demuestre para cada uno de los fragmentos en concreto.
aceptable artesanía de sus productos. La discusión de l.as Un principio organizador. simple ejerce su soberanía sobre
modalidades reconstructivas es explícita, lo cual no qme- acontecimientos que la historia académica considera influi-
re decir que a partir de ella se alcance una historia de dos por principios múltiples. Esta reducción del campo de
. , _ , bl" co Eso más bien .depende de la escritu- las hipótesis sostiene el interés ¡)úblico y produce una 111·r1·_
gran mteres pu i · ra y de temas que no sólo llamen la atención de los espe- dez argumentativa y narrativa de la que carece la historia
cialistas; depende también de que el historiador académico académica. No sólo recurre al relato sino que no puede
no se empecine en probar de modo obtuso su aquicscen- presciudir de él (a diferencia del abandono frecuente y de-
cia a las reglas del método, sino que demuestre que ellas liberado del relato en la historia académica); por lo tanto,
son importantes precisamente porque penniten hacer una impone unidad sobre las discontinuidades, ofreciL:ndo una "línea de ticrnpo" consolidada en sus nudus y desenlaces.
historia mejor. La historia de circulación masiva, en ca1ubio, es sensible
a las estrategias con que el presente vudve funcional el asal
to del pasado y considera que es completame11te legítimo
Sus grandes esquemas explicativos son relativamente in
dept:ndientt·s de Lt materia del pas;tdo sobre la que impo
nen una línea superior de significados. l.a potencú organi-
BE.L\TRIZ SARl.0
16
zadora de estos esquemas se alimenta del "sentido común"
con el que coincide. A este modelo también respondieron · · 1 "d d·f- -·, escolar un panteón de
las "histonas nac1ona es e l usion ·
héroes, un grupo de excluidos y réprobos, una línea de de-
sarrollo unitario que conducía hasta el presente. La quiebra
de la legitimidad de las instituciones escolares en algunos
países, y la incorporación de nuevas perspectivas y nuevos
sujetos, en otros, afectaron también las "historias naciona-
les" de estilo tradicional. Las modalidades no académicas de escritura encaran el
asalto del pasado de modo menos regulado por el oficio Y
el método, en función de necesidades presentes, intelec
tuales, afectivas, morales o políticas. Mucho de lo escrito so
bre las dé~adas de 1960 y 1970 en la Argentina (y también
en otros países de América Latina), en especial,las recons
trucciones basadas en fuentes testimoniales, pertenece a
ese estilo. Son versiones que se sostienen en la esfera públi
ca porque parecen responder plenamente las preguntas so
bre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofre
cer consuelo 0 sostener la acción. Sus principios simples
reduplican modos de percepción de lo social y no plantean
contradicciones con el sentido común de sus lectores, sino
que lo sostienen y se sostienen en él. A diferencia de la hue
na historia académica, no ofrecen un sistema de hipótesis
sino certezas. Estos modos de la historia ~esponden a la inseguridad
perturbadora que causa el pasado en ausencia de un princi-
TlFMl'O PASADO 17
pio explicativo fuerte y con capacidad incluyente. Es cierto
que las modalidades comerciales (porque esa es su circula
ción en las sociedades mediatizadas) despiertan la descon
fianza, la crítica y también la envidia rencorosa de aquellos
profesionales que fundan su práctica solamente en la ruti
na del método. Como la dimensión simbólica de las socie
dades en que vivimos está organizada por el mercado; los
criterios son el éxito y la puesta en línea con el sentido co
mún de los consumidores. En esa competencia, la historia
académica pierde por razones de método, pero también
por sus propias restricciones formales e institucionales, que
la vuelven más preocupada por reglas internas que por la
búsqueda de legitimaciones exteriores que, sin son alcanza
das por un historiador académico, pueden incluso originar
la desconfianza de sus pares. Las historias de circulación
masiva, eu cambio, reconocen en la repercusión pública de
mercado su legitimidad.
El giro subjetivo
Hace y~t décadas, la mirada de muchos historüdores y cien
tíficos sociales inspirados por lo etnográfico se desplazó ha
cia la brujería, la locura, la tiesta, la literatLmt popular, el
campesinado, las estrategias de lo cotidiano, buscando el
detalle excepcional, el rasLro de aquello que se opone a Ja
nonn~tlizació11, y las subjetividade~ que se distinguen por
. ,., .. ,_.~------------------------
BEArlliZ SARLO
18
una anomalía (el loco, el criminal, la ilusa, la posesa, la bru
ja), porque presentan una refutación a las imposiciones del
poder material o simbólico. Pero tambié~ se acentuó el in
terfs por los sujetos. ''normales'', cuando se reconoció que
no sólo seguían itinerarios sociales trazados sino que prota
gonizaban negociaciones, transgresiones y variantes. En un
artículo pionero de imaginativa etnografía social,4
Michel
de Certeau presentó las estrategias inventadas por los obre
ros en la fábrica para actuar en provecho propio, tornando
v~.n~aja de mínimas oportunidades de innovación ni políti
ca ni ideológica sino cultural: usar en casa las herramientas
del patrón o llevarse oculta una pequeña parte del produc
to. Estos actos de rebelión cotidiana, las "tretas del débil"
escribe de Certeau, habían sido invisibles para los letrados
que fijaron la vista en los grandes movimientos colectivos,
cuando no sólo en sus dirigentes, sin descubrir, en los plie
gues culturales de toda práctica, el principio de afirmación
de la identidad, invisible desde la óptica que definía una
"vista del pasado" que privaba de interés a la inventiva su
balterna; y, por tanto, en un círculo vicioso de método, no
podía observarla. Las hipótesis de Michel de Certeau se han fundido de
tal modo con b ideología de las historias ele "nuevos suje-
1 .. F.tiie b penut¡ue", en Alls il<')aiit, !'arí" C~tllirnar<l, l'lkO. [J.a iu
vfn<iúii IÍf lu cotuliww J. Artfs de hurn, México, Universidad lbnuamcrica-
11a, l~~.Hi.]
TIEMPO PASADO 19
t " os que se lo menciona poco como uno de sus innovadores
teóricos (hoy se p· e ·c· :- . . s an mas Citas en el torrente de Homi
Bhabha que en la historia francesa o el materialismo britá
nico). Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos "cazado
res furtivos" que p d i. d · ' ue en i1acer e la necesidad virtud q , ue
modifican sin espectacularidad y con astucia sus condicio
nes de vida, cuyas prácticas son m{1s independientes que lo
que creyeron las teorías de la ideología de la heo-en , . . , b 1oma y de las condiciones materiales, inspiradas en los diferentes
marxismos. En el campo de esos s~jetos hay principios de
rebeld' ·· · · ia y p1 mc1p10s de conservación de la iclenciclad, dos
rasgos que las "políticas de l;,\ identidad" valoran como au-
toconstituyen tes.
Las "historias de la vida cotidia11a" prod "d uo as, en gene-
ral, de modo colectivo y monográfico en el espacio acadé
mico, a veces extienden su público más allá ele ese .ámbito
precisamente por el interés "novel1'sr1·co" d . . . b.. , e sus o ~etos. El
pasado vuelve corno cuadro de costumbres donde se valo-
ran los detalles, las originalidades h excenc·, 1 , ' 1 ion a a norn1a
las curiosi(Ltdes que ya no s~ encuentran en el presente:
Como se tnl'l d ·ct · ¡· . ' ' e v1 a cotH iana, bs m l~eres (especialistas
en esa dimt:11sióu de lu ¡)rivaclo y lo ¡)úbl1.co·) .. ocupan una
porción rde\'all te dd cuadro. Estus sujetos ni;u-oinaks (¡t1 ' · b , L
habrían sido n:btivamente ignorados en 1Jlros modos ele la
nanació11 del pas;1do, pLtllteau lluevas exigellcias dt· mt'.·tu-
do e inclin;l!1 a b escucha sistem·üic1 <le· l<>S ··e¡·... . 1 ' ' · · !Scll!SOS (e
memoria"· ¡-. ·· · .. . . . . · . . ( 1,u 1os, c,u t,1s, consejos, oranoues.
._,~;e:.:.=--__________ _
1
j l ¡ ' i
! 1
1
j
¡ 1
BEATIUZ SARLO
20
Este reordenamiento ideológico y conceptual del pasa
do y sus personajes coincide con la renovación temátic~ Y
metodológica que la sociología de la cultura y los estud10s
culturales realizaron sobre el presente. En The Uses of Lite
rary, el libro pionero de Richard Hoggart, la vida dorné~ti-·- . , de la casa obrera y popular, las vacac10-
ca, la organ1zaoon . . nes, la administración del gasto en condiciones de relativa
escasez, las diversiones familiares esbozan un programa de . no sólo a los estudios cul-
investigaoones futuras que tocan
,_ iurales sino también a las reconstr~cciones del pasado.
Hoggart cumple ese p~:og~~·~ma'en·r957;·antes de que se lo
presente como gran gesto de innovación teórica. En un
movimiento que, en los años cincuenta del siglo XX, po
día ser considerado sospechoso para las ciencias sociales,
Hoggart trabaja con sus recuerdos y sus experiencias de in
fancia y adolesc~ncia, sin considerarse obligado a fundar
teóricamente la introducción de esa dimensión subjetiva.
En el prólogo de la edición francesa,Jean-Claude Passeron
alerta a los lectores que se encontraban frente a una forma
nueva de abordar un objeto que todavía no había termina
do de establecer su legitimidad. En 1970, Passeron todavía
se siente obligado a escribir: "Es verdad que una experien
cia autobiugr:üica no constituye por sí sola un protocolo
(_k observación metódica ... Pero la obra de Hoggart tiene
precisamente la característica, aunque la vivacidad de la
descripción disimule a veces su organización subyacente,
de ordenarse según un plan de observación que tiene 1'l
TIEMPO PASADO 21
rúbrica y los conceptos operativos del inventario etnográfi
co".5 En una palabra: Passeron reconduce a Hoggart a los
marcos disciplinarios, precisamente porque el recurso a la
primera persona y a la experiencia propia podían enton
ces, en aquel lejanísimo 1970, dar la impresión de que los
debilitaba.
La idea de entender el pasado desde su lógica (una uto
pía que ha movido a la historia) se enreda con la certeza
de que ello, en primer lugar, es completamente posible, lo
cual aplana la complejidad de lo que se quiere reconstruir;
y, en segundo lugar, de que se lo alcanza colocándose en
la perspectiva de un sujeto y reconociendo a la subjetivi
dad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca
sos provienen de lo que, desde mediados del siglo XIX, la
literatura experimentó como primera persona del relato y
discurso indirecto libre: modos de subjetivación de lo na
rrado. Tomadas esta~ innovaciones en conjunLo, la actual
tendencia académica y del mercado de bienes simbólicos
que se propone reconstruir la textura de la vida y la ver
dad albergadas en la rememoración de la experiencia, b
revaloracióu de la primera persona como punLo de vista,
la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se
expande subre los estudios del pasado y los estudios cultu-
'• l'resc111~u iú1t tk Jc~m-Claude Passerun a: l{icha1·d l Juggan, La rnL
ture du /m1w1e, l'.irís, Minuit, cul. Le sens co11un1111, J '170. Cuino se s;_ilx,
b coleccili11 cL1 dirigida por Pinrc Bounlieu, lo cu~d 110 dcj~t de ser llll
<lato imponante.
BEATRIZ SARLO
22
- renden tes. Son pasos rales <lel presente, no resultan so1 P. ha condi-
. que se hace explícito, porque y d un programa , 1 e . Contemporaneo a o
. . . l' ·icas que lo sostienen. .. , c10nes ideo og l "giro linguis-
- tenta y ochenta e 11. o' en los anos se .
que se am b e - , has veces como su som ra, s . " o acompanandolo mue
tlCO ,
h a impuesto el giro subjetivo. 1
. , . tual de a socie-
Este reordenamiento ideologico y concep b . ue se concentra so re
dad del pasado y sus personajes, q . .
h l verdad de la subjetividad, sostiene gran
los derec os Y ª , das del se-
d la empresa reconstructiva de las deca
parte e · , áloga en e . ºde con una renovacion an
ta y setenta. omci :::ociología de la cultura y los estudios culturales, donde
l tomar el lugar que, la identidad de los sujetos ha vue to a 6 Se
do por las estructuras. en los años sesenta, fue ocupa
. f hace décadas, me-ha restaurado la razón del sujeto, que ue, . . .
. . " decir discurso que "" lo ía" o "falsa conciencia ' es '
ra ideo g . ulsos o mandatos que el encubría ese depósito oscuro de unp . 1 h ..
. , b En consecuencia, a is-·u· eto necesariamente ignora a. s ~ . . han devuelto la confianza a esa toria oral y el tesumorno , . , f -
narra su vida (privada, publica, a ec · ·a persona que prune1 ara reparar
. l' . , ) para conservar el recuerdo o P uva, po inca ,
una id en ti dad lastimada.
.. , . tallada de esta problemática en el campo de G P~ira una expos1oon de . . (· 1 ... · s <le una completa b1-
. le h sem10Joo·1a ,ll una . . Jos estudios c uliurak> Y l ' •
0 . 1. ;r . . dilemas de la su/J¡eli-
·"·i· . h Fl es l1acw u!O~H!J zw, bl. . .. tÍ'l) , .. :ase: J .eonor ru uc , , r '
iogi '1 • ' . · ·es FCF ')002.
vidad conlem¡1urú11ea, Buenos t\JI . , , ., -
TIEMPO PASADO 23
Recordar y entend~r
Este libro se ocupa del pasado y la memoria de las últimas
décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales
del testimonio, sino frente a sus otros usos públicos. Anali
za la transformación del testimonio en un ícono de la Ver
dad o en el recurso más importante para la reconstrucción
del pasado; discute la primera persona como forma privile
giada frente a discursos de los que la primera persona está
ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la
voz y del cuerpo favorece al testimonio. Lo que me propon
go es examinar las razones de esa confianza.
Durante la dictadura militar algunas cuestiones no po
dían ser pensadas a fondo, se las revisaba con cautela o se
las soslayaba a la espera de que cambiaran las condicio
nes políticas. El mundo se dividía claramente en amigo y
[ enemigo y, bajo una dictadura, es preciso mantener la
, convicción de que la separación es tajante. La crítica de
i la lucha armada, por ejemplo, parecía trágicamente para) dójica cuando'., los militantes eran asesinados. De todos
1
modos, durantf los años de la dictadura, en la Argentina
y en el exilio, s~ reflexionó precisamente sobre ese terna, 1
pero la discusiqn abierta, sin chant<~es morales, sólo em!
. pezó, y con mt~chas dificultades, con la LransiciCm den10-
crática. Han pa~ado veinte años y es, por lo tanto, absurdo 1 '
negarse a pensar sobre cualquier cosa, con las consecuen
cias que pueda tener su examen. El espacio de libertad
_____ ............ _===·.,,·-.;;··;.¡¡;-·;;;;.··,¡,;¡·---... __ .... __________ _
24 BEATRIZ SARLO
intelectual se defiende incluso frente a las mejores m-
tenciones.
La memoria ha sido el deber de la Argentina posterior a
la dictadura militar y lo es en la mayoría de los países de
América Latina. El testimonio hizo posible la condena del
terrorismo de estado; la idea del "nunca más" se sostiene
en que sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que
eso no se repita. Como instrumentojurídico y como modo
de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fue
ron destruidas por los responsables, los actos de memoria
fueron una pieza central de la transición democrátiq1, sos
tenidos a veces por el estado y de forma permanente por
organizaci~nes de la sociedad. Ninguna condena hubiera
sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los
relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido.
Como es evidente, el campo de la memoria es un campo
de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el
recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pa
sar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nues
tra historia. Pero también es ui;i campo de conflictos entre
los que sostenemos que el terrorismo de estado es un ca
pítulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo
sucedido durante la dictadura militar debe ser enser1ado,
difundido, discutido, comenzando por la escuela. Es un
campo de conflictos también para quienes sostenemos que
el "nunca más" no es un cierre que deja atrás el pasado si-
110 una decisión de evitar las repeticiones, recordándolo.
TIEMPO PASADO 25
Desearía que esto quedara claro para que los argumentos
que siguen puedan ser leídos en lo que realmente tratan de plan te ar.
Vivimos una época de fuerte subjetividad y, en ese senti
do, las prerrogativas del testimonio se apoyan en la visibili
dad que "lo .personal" ha adquirido como lugar no simple
mente de intimidad sino de manifestación pública. Esto
sucede no sólo entre quienes fueron víctimas, sino también
Y fundamentalmente en ese territorio de hegemonía sim
bólica que son los medios audiovisuales. Si hace tres 0 cua
tro décadas el yo despertaba sospechas, hoy se le reconocen
privilegios que sería interesante examinar. De eso se trala, y
no de cuestionar el testimonio en primera persona como
instrumento jurídico, como modalidad de escritura o co
mo fuente de la historia, a la que en muchos casos resulta
indispensable, aunque le plantee el problema de cómo ejer
cer la crítica que normalmente ejerce sobre otras fuentes.
Mi argumento aborda la primera persona del testimonio
Y las formas del pasado que resultan cuando el testimonio es
la única fueme (porque no existen otras o porque se lo con
sidera más confiable que otras). No se traca simr.Jlemente
de una cuestión de la forma del discurso, sino de su pro
dt1eción y ele las condiciones culturales y polítiGts que lo
vuelven crcíhle. Se ha dicho muchas vecn: vivimos en Ja
era de la memoria y el temor o la ameuaza de una ··pérdida
de memoria" responde, Ill<ÍS que al borramit~llto ekctivo de
algo que debería ser recordado, a un "terna cultural" que,
J
1 1 l j ,,
)
,¡
;j
26 BEAl'RlZ SAIU.O
en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras milita
res, se entrelaza con la política.
La cuestión del pasado puede ser pensada de muchas
maneras y la simple contraposición de memoria completa y
olvido no es la única posible. Me parece necesario avanzar
críticamente más allá de ella, desoyendo la amenaza de que,
si se examinan los actuales procesos de memoria, se estaría
fortaleciendo la posibilidad de un olvido indeseable. Esto
no es cierto.
Susan Sontag escribió: "Quizá se le asigna demasiado
valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento".
La frase pide precaución frente a una historia en la que el
exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) pue
de conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora
en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, si
no en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre
el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más
importante entender que recordar, ·aunque para entender
sea preciso, también, recordar.
2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia
A los combates por la historia también se los llama ahora
combates por la identidad. En esta permutación del voca
bulario se refleja la primacía de lo subjetivo y el rol que se
le atribuye en la esfera pública. Sujeto y experiencia han
vuelto y, por consiguiente, deben examinarse sus atributos
Y sus pretensiones una vez más. En la inscripción de la ex
periencia se reconoce una verdad (¿originada en el suje
to?) y una fidelidad a lo sucedido (¿sostenida por un nuevo
realismo?). Al respecto, algunas preguntas.
¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de eva
dir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y
la movilidad de lo vivido? ¿Guarda la narración de la expe
riencia algo de la intensidad de lo vivido, ele la Erlebnis? ¿O
simplemente las innumerables veces que ha sido puesta en
discurso ha gast:.iclo toda posibilidad de significación? ¿La
experiencia se disuelve o se cow;erva en el relato? ¿Es posi
ble recordar una experiencia o lo c¡ue se recuerda es súlo el
recuerdo previamente puesto en discu1so, y así sólo hav una
sucesión de relatos e¡ uc no tienen la posi bilitbd de rccupe
r~r nada de lu que pretenden corno objeto? ¿El rebw, e 11
B10\TRIZ SAIU,O 28
lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de aniquilarla
forzándola a responder a una convención? ¿Tiene algún
sentido re-vivir la experiencia o el único sentido está en
comprenderla, lejos de una re-vivencia, incluso contra ella?
¿Cuánto garantiza la primera persona para captar un senti
do de la experiencia? ¿Debe prevalecer la historia sobre el
discurso y renunciarse a aquello que de individual tuvo la
experiencia? Entre un horizonte utópico de narración de
la experiencia y un horizonte utópico de memoria: ¿qué lu-
gar queda para_ un saber del pasado?
La actualidad de estas preguntas viene de lo político. En
1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se
producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes
que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, cam
pos de concentración, desaparición, secuestro) qu1e consi
deramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos
países. Desde antes de las transiciones democráticas, pero
acentuadamente a·partir de ellas, la reconstrucción de esos
actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimen
sión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además
de que fue la ba~e probatoria de juicios y condenas al terro
rismo de esLado en la Argentina (y lo están haciendo posi
ble en Chile), el LesLimonio se ha convertido en un relato
de gran impacto fuera <le la escenajwlicial. Allí donde ope
ra cultural e ideológicamente, se moverán las tentativas de
respuesta a las preguntas del comienzo.
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'ER!ENCL\ 29
Narración de la experiencia
La narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la
voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasa
do. No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay
experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de
la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido
y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. La na
rración inscribe la experiencia en una temporalidad que
no es la de su acontecer (amenazado desde su mismo co
mienzo por el paso del tiempo y lo irrepetible), sino la de
su recuerdo. La narración también funda una lemporali
dad, que en cada repetición y en cada variante volvería a
actualizarse.
El auge del testimonio es, en sí mismo, una refutación de .
lo que, en las primeras décadas del siglo XX, algunos consi
deraron su cierre definitivo. Walter Benjamín, frente a las
consecuencias de la primera guerra mundial, expuso el ago
tamiento del relato a causa del agotamiento de la experien
cia que le daba origen. De las trincheras y los frentes de bata
lla de la guerra, afirmó, los hombres volvieron enmudecidos.
Como es innegable, Benjamín se equivocaba en lo relativo
a la escasez de testimonios, precisamente porque "la guerra
ele l~Jl4-EJ18 marca el comienzo del testimonio de masas".l
1 Anncllt.'. \Yieviurka, L'he du tiwoi11, París, Pion, 19~18, p. 12.
···=-· ·-------------
BF.ATRLZ SARLO
30
Sin embargo, es iilteresante analizar el núcleo teórico del
argumento benjaminiano. El slwch habría liquidado la experiencia transmisible y,
eri consecuencia, hi experiencia en sí misma: lo que se vivió
como shock era demasiado fuerte para "el minúsculo y frágil
cuerpo humano".2 Los hombres mudos no habrían encon
trado una forma para el relato de lo que habían vivido, y el
paisaje de la guerra sólo conservaba del pasado las nubes.
Benjamín seúala con precisión: "las nubes", porque sobre
todo el resto había volado el huracán de un cambio, impre-
. · -~isible cuando las primeras columnas de soldados se enca
minaron hacia los campos de las primeras batallas. El fin de
La monta-ña mágica y de La marcha de Radetzky son variacio
nes sobre la llegada de algo que no se esperaba, una espe
cie de maligna potencia de redención_ inversa, que terminó
con lo anterior, destr{1yéndolo radicalmente, sin posibili
dad de que sus restos se incorporaran a ningún porvenir.
Entonces, los hombres que fueron llevados al teatro donde
esa fuerza desplegó su novedad perdieron la posibilidad de
reconocer su experiencia, porque ella les fue completamen
te ajena; su caócter inesperado (para esos oficiales que
avanzaron en unifo1 me de g;ala hacia el barro de las trin
cheras, para esa caballería que iba a enfrentarse con los tan-
~ W.dtcr lknj.uuin, "El uarradur. Cunsideraciu11D sobre la obra de
Nikubi Leskuv", en Suult' t:I prvgm111a de lajlluwjia júlum )'u/ro,; e11111yu1, Ca-
r;tct;,, Muutc \vib, 1070, p.\~)().
CRÍTICA DEL TESTIMONJO: SUJETO y EXPERJENClA 31
ques después de los desfiles de despedida donde la victoria
parecía asegurada para todo el mundo, para todos los con
t~~dien.tes enemigos) provocó que lo nuevo no pudiera ser
VIVIdo smo físicamente, en los mutilados, los enfrrmos, los
hambrientos y los millones de muertos "Lo que d. - . · , 1ez anos
después, se vertió en el caudal de los libro . el s e guerra, era
una cosa d. · d muy Istmta e la experiencia que pasa boca abo-
ca'', escribió Benjamín.
, En s~ clásico ensayo sobre el narrador, Benjamín expre
so no solo una perspectiva pesimista, sino melancólica, por
que lo que se ha ausentado no es simplemente el relato de
l~ vivido, sino la experiencia misma como suceso compren
sible: lo que sucedió en la gran guerra probaría la relación
inseparable de experiencia y relato por una -., ' pa1te; y tam-
b1en que llamarnos experiencia a lo que pued e ser puesto
en relato, algo vivido que no sólo se pad " ece smo que se
trausmite. Existe experiencia cuando la víctima se c¡mvier
te en testigo. Hija y producto de la modernidad técnica la
primera guerra hizo que los cuerpos y·1 no pt1d" . , • 1era11 co1n-
prendcr, ni orientarse en el mundo donde se 1· 1 ', 1 · 1 ov1.1n. ,,1
guerra anuló la experiencia.
El tono melancólico del argumeutn benjaminiano se ex
liewk hacia atrás. Aunque la guerra le da un car:1cter defi
nitivo al cierre del ciclo de narraciones sostenidas por la ex
periencia, v;trios siglo:, autes, eu la emergencia de la
rnudcn1idad curci¡)ea el ll"l!Ttdur d ·] . . 1 ' < ' l. gesto y <! \'U/, CO!llU
Odiscu o lus l'\';u1gdistas, co11w11zó a pt:rder dumi11io sobre
~ 1
¡! ¡: ¡,
i "
32 BEATRIZ SARLO
su historia. El Quijote es, desde el romanticismo hasta los
formalistas rusos, un texto-insignia, porque la novela mo
derna nace bajo el signo irónico del desencanto. Aunque
no es mencionado, Lukács da la clave interpretativa de la
novela en términos de desgarramiento de un mundo don
de la desinteligencia entre lo vivido y la comprensión de lo
vivido escinde el acto de su narración. Debilitadas las razo
nes trascend~ntes que estaban detrás de la experiencia y el
relato, toda experiencia se vuelve. problemática (es decir,
no encuentra su significado) y todo relato está perseguido
por un momento autorreferencial, metanarrativo, es decir,
no inmediato. La experiencia se ha desconcertado y tam
bién su puesta en discurso: "Ah, ¿a quién pedir ayuda? No
al ángel, ni a los hombres, y los astutos animales ya se han
dado cuenta de que no confiamos ni nos sentimos en casa
en el mundo dt; los significados".3 Benjamín se refiere a un
"enmudecimiento", a partir de que el relato de una expe
riencia significativa se eclipsó, mucho antes del shock de la
guerra y del shock técnico de la modernidad, con el surgi
miento de la novela, que tomó el lugar de las "formas arte
sanales" de transmisión, es decir, aquellas arraigadas en la
inmediatez ele la voz, en un mundo_ donde el peligro rodea-
'.l "'Ach, \Vt:ll vennogen / wir denn ZLI brauchen? Engel uicht, t'vkus
chL'll nidll, / u 11 d die findigen Tit:Te IlltTkeu es schon, / dass wir nid1t
,d1r verb,slich Lll Haus sind / in der gedeutelell vVelt" (l·biner tvla1i:i
Rilke, "Die erste Ekgie"; en adeht111e, s~ilvo indicacióll en coutrariu, lll
da' las traduccio1H"S sou 1nías).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO YEXPEIUENCIA 33
ba a la experiencia (la hacía posible), en lugar de habitar
en su centro. En el momento en que el riesgo de la expe
riencia se interioriza en la subjetividad moderna, el relato
de la experiencia se vuelve tan problemático como la posi
bilidad misma de construir su sentido. Y eso, siglos antes de
Flaubert y La educación sentimental
Cuando la narración se separa del cuerpo, la experien
cia se separa de su sentido. Hay una huella utópica retros
pectiva en estas ideas benjaminianas, porque dependen de
la creencia en una época de plenitud de sentido, cuando el
narrador sabe exactamente lo que dice, y quienes lo escu
chan lo entienden con asombro pero sin distancia, fascina
dos pero nunca desconfiados o irónicos. En ese momento
utópico lo que se vive es lo que se relata, y lo que se relata
es lo que se vive. Naturalmente, no corresponde a ese mo
mento legendario la nostalgia, sino la melancolía que reco
noce su absoluta imposibilidad.
Si se sigue a Benjamín, resulta contradictorio en térmi
nos teóricos y equivocado en términos críticos afirmar la
posibilidad del relato de la experiencia en la modernidad y,
especialmente, en las épocas posteriores al shock de la gran
guerra. ¿Si ésta desgarró la trama de experiencia y discurso,
qué desgarramientos no prodtúo el HolocrnsLO y, después,
los crímenes masivos del siglo XX, el Cubg, las gLterras de
limpieza racial, el terrorismo de estado?
Trab<uando más bien al costado de las hipótesis sobre
experienci~t y relato, lknjamin abri,-i otra línea de reflexión.
1
1 1
34 BEATRIZ SAlU.O
Su filosofía de la historia es una reivindicación de la memo
ria como instancia reconstructiva del pasado. Los llamados
"hechos" de la historia son un "mito epistemológico", que
reifica y anula su posible verdad, encadenándolos en un rela
to dirigido por alguna teleología. En la estela de Nietzsche,
Benjamín denuncia el causalismo; en la estela de Bergson,
reivindica la cualidad psíquica y temporal de los hechos de
memoria. El historiador, seguida esta afirmación en todas
sus consecuencias, no reconstruye los hechos del pasado
(esto equivaldría a someterse a una filosofía de la historia
reiUcante y positivista) ",sino .que. los "recuerda", dándoles
así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay
siempre una deuda impaga.
Benjamín, entonces, hace dos Ínovimientos que se entre
lazan en una contradicción desgarrada. Por un lado, señala
la disolución de la experiencia y del relato que ha perdido
la verdad presencial antes anclada en el cuerpo y la voz. Por
ot,ro lado, critica el positivismo histórico que reificaría aque
llo que en el pasado fue experiencia y, al convertirlo en "he
cho", anularía su relación con la subjetividad. Sin embargo,
si se acepta la disolución de la experiencia ante el shoch, ese
"hecho" reiiicado no podría ser sino lo que es: un resto obje
tivo de temporalidad y subjetividad inertes. Benjamín se re
bela freute a esto, a través del movimiento romántico-mesiá
nico de la redención del pasado por la memoria, que
ut:vu\vcri~1. ~ü pasado b subjetividad: la historia como memo
ria de la historia, es decir, como dimensión temporal snbie-
CIÚTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 35
tiva. Como sea, si la m<:ornoria de la historia posibilitaría una
restauración moral de la experiencia pasada, subsiste el pro
blema de construir experiencia en una época, la moderni
dad, que ha erosionado su posibilidad y que, al hacerlo, tam
bién ha vuelto frágiles las fuerzas del relato.
Esta aporía no se resuelve, porque las condiciones de re
dención de la experiencia pasada están en ruinas. El pensa
miento de Benjamín se mueve entre un extremo y su opues
to, reconociendo, por un lado, las imposibilidades y, por el
otro, el mandato de un acto mesiánico de redención. Po
dría decirse que las aporías de la relación entre historia y
memoria se esbozan ya casi completamente en estos textos.
Hasta aquí Benjamín.
Muerte y resurrección del sujeto
"Lo que hacía familiar al mundo ha desaparecido. El pasa
do y Ja experiencia de los viejos ya no sirven como reie
rencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar
el futuro de las jóvenes generaciones, Se ha roto la conti
nuidad de la experiencia. "4 Jean-Pierrc Le Goff localiza
esta ruptura en los aúos sesenta del siglo XX y la explica
con argurnen tos de innovación tecnolÓL~ ica, cul lltral y mu-
·l Jt:an-Pin1t: 1,,, Cuff, ¡\foi 60, l'luiritagt' i111jJ<H.1ili/e, !\tri,;, La lkn>lll'l'r
' te, 2002 l l !J'.J8], p. '.i·I).
36 BEATRIZ SARLO
ral. Lo que describe como destrucción de la continuidad
entre generaciones no proviene de la "naturaleza" de la
experiencia, sino de la aceleración del tiempo; no provie
ne del shock que dejó enmudecidos a los soldados de la
primera guerra, sino de experien~ias que ya no se entien
den y son mutuamente inconmensurables: los jóvenes per
tenecen a una dimensión del presente donde los saberes y
las creencias de sus padres se revelan inútiles. Allí donde
Benjamin seúaló la imposibilidad del relato, Le Goff (y
antes Margaret Mead) seúaló su carácter intransferible en
tre generaciones diferentes.
Benjamín captó algo propio de la modernidad capitalis
ta en su sentido más específico. Ella habría afectado las sub
jetividades hasta enmudecerlas; en ella, sólo el movimiento
de redención mesiánica podría abrir el horizonte utópico
de una restauración del tiempo histórico por la memoria
que quebraría la corteza reificada de los hechos. Quienes
sostienen, por su parte, la hipótesis de un cambio en la con
tinuidad de las generaciones, seúalan un tipo de incomuni
cabilidad de la experiencia de carácter diferente. Se trata
de la crisis, también moderna, de· Ja autoridad del pasado
sobre el presente. Lo nuevo se impone sobre lo viejo por su
intrínseca cualidad liberadora. Todo esto es bien conocido
cksde las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX:
lo que ellas sostuvieron para el arte desbordó sobre la vida
en las décadas siguientes.
En este corte entre lo nuevo y lo viejo no está la sul~je-
CRlTICA DEL TESTJMONIO: SUJETO Y EXPUZJENCIA 37
tividad en juego, por lo me11os en primer lugar. La crisis
de la idea de subjetividad proviene de otros procesos y po
siciones, de gran expansividad más allá del campo filosófi
co a partir de los aüos sesenta. El estructuralismo triun
fante conquistó territorios desde la antropología hasta la
lingüística, l.a teo1fa literaria y las ciencias sociales. Ese ca
pítulo está escrito y lleva por título "la muerte del suje
to".5 Cuando ese giro del pensamiento contemporáneo
parecía completamente establecido, hace dos décadas, se
produjo en d campo de los estudios de memoria y de me
moria colectiva un movimiento de restauración de la pri
macía de esos sujetos expulsados durante los aíios a~1te
riores. Se abrió un nuevo capítulo, que podría llamarse
"el sujeto resucitado".
Pero antes de celebrar a este sujeto que ha vuelto a la vi
da, conviene repasar los argumentos que decrelaron su
muerte, cuando su experiencia y su representación fueron
cricicadas y declaradas imposibles.
En 1979, Paul de Man publicó un anículo que, sin men
cio11ar la moda de los estudios autobiográficos que domina
ba en Ja actdemia literaria, era una crítica radical a la posil.Ji
li<bd misma de establecer cualquier sistema de equivalencias
sustanciales entre el yo de un rebLO, su amor y la experiencia
•, Con u11;1 pcrspéctiva crítica es, sin c1ub;11go, cxlt.111sli\'iJ el pa1wra
rna proporu<J11;1do P"r Luc Ferry y Abin Rcn;11dt, /.a /"'11.11;,. 68. F1;11i .1u1
l'anldtu11t111ti.111t1' rn11/m1jJu1ai11, París, (;;t1linu1d, 1 ~ltlfl.
[ 1
38 l\EATRJZ SARLO
vi.vida (lriángulo semi.ológico en el que se apoyaba la teoría
ele la autobiografia de Philippe Lejeune, que lo presentaba
como un "pacto de lectura") .6 Frente a la idea <le que existe
un género estable, sostenido por el contrato entre autor y
lector, de Man niega la idea misma de género autobiográfi
co. Lo que las llamadas "autobiog·rafías" producen es "la ilu
sión de una vida como referencia" y, en consecuencia, la
ilusión de que existe algo así corno un sttjeto unificado en el
tiempo. No hay sujeto exterior al texto que pueda sostener
esta ficción de unidad experiencial y temporal.
Las llamadas autobiografías serían indistinguibles de la
ficción en primera persona, una vez que se acepte que es
imposible establecer un pacto referencial que no sea ilu
sorio (es decir: los lectores pueden creerlo, incluso el es
critor puede escribir bajo esa ilusión, pero nada de eso ga
rantiza que ella remita a una relación verificable entre un
yo textual y un yo de la experiencia vivida). Como en la
ficción en primera persona, todo lo que una "autobiogra
fía" puede mostrar es la estructura especular en la que al
guien, que dice llamarse yo, se toma por objeto. Es decir
que ese yo textual pone en escena a un yo ausente, y cu
bre su roscro con esa máscara. De este modo, de Man deii-
,; El anículn d._. l'aul de Man, "r\utoliiography as lk-facement", a¡.M
reció pur priuteu \'t'.Z u1 MLV, Com/1amlive J_iterulure, vuL 9,¡, 11ú111ero '.>,
diciembre dl· l ')7~J- El lilJrn ele l'hilippe Lej<'lllte, l.e Jmde autoúiugmpl11-
1¡u1', l'ue pulilictclo e11 París, por Éditiuns du Seuil, eu 197'.i. [Fl Jmllo au
tubiugnijirn )'u/rus ntwlios, i\bclrid-i\Lílaga, J\frgazul-Fndymion, !9<J.l.]
CRÍTICA DEL TESTIMONJO: SUJETO y EXl'ERIENCJA 39
ne la autobiografía (la autorreferencia del yo) con la figu
ra de la prosopopeya, es decir, el tropo que otorga la pala
bra a un muerto, un ausente, un objeto inanimado, un
animal, un avatar de la naturaleza. Nada queda de la au
tenticidad de una experiencia puesta en relato, ya que la
prosopopeya es un artificio retórico, inscripto en el orden
de los procedimientos y de las formas del discurso, donde
la voz enmascarada puede desempeílar cualquier rol: ga
rante, consejero, fiscal,juez, vengador (enumera de Man).
La voz de la autobiografía es la de un tropo que hace las
veces de sujeto de lo que narra. Pero no podría garantizar
identidad entre sujeto y tropo.
En sus estudios sobre Rousseau (agrupados en Alegorías
de la lectura), de Man afirma que la conciencia de sí no es
una representación sino .la "forma de una representación'',
la figura que indica que una máscara está hablando. Habla
el person<~e (persona, máscara del teatro clásico), que no
puede ser medido en relación con la referencia que su mis
mo discurso propone; ni puede ser juzgado (como no se
juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación
de un estado de "sinceridad". En consecuencia, esa másca
ra no est:1 ligada por ningún pacto referencial; nc1 hay p;_ire
cido que pueda _juzgarse esencial a su discurso ni probarse
a través de él. Lo decisivo es la atribución de voz que se h:t
ce a travé·s de Lt buca de la máscara; no hay ventad sino una
máscara que dice decir su venLtd (de m:iscara: de vl·nga
dor, de víctima, de seductor, de seducido).
40 BEATRIZ SAlU .. O
La crítica de Paul de Man a la autobiografía es posible
mente el punto más alto del deconstruccionismo literario,
que todavía hoy es una línea hegemónica. No puede pasar
se por alto, en la medida en que la reivindicación del testi
monio y de la verdad de la voz se hace sin tomar en cuenta
que, si se quiere avanzar en ese c_amino, es necesaria una
respuesta a esta crítica radical. Es más, casi podría decirse
que muchas veces, en los mismos espacios en que se difun
den las tesis de De Man, se afirman las verdades de la subje
tividad y de sus testimonios autobiográficos.
Poco después, en 1984, Derrida presentó algunas refle
xiones sobre autobiografía que tienen fuertes afinidades
con el texto de Paul de Man.7 En su crítica, las bases filo
sóficas de un testimonio autobiográfico son imposibles.
Derrida niega que se pueda construir un saber sobre la
experiencia, p01'que no sabemos qué es la experiencia. No
hay relato que pueda darle unidad al yo y valor de verdad
a lo empírico (que queda siempre fuera). No sabemos
tampoco por dói1de pasa la línea móvil que separa lo esen
cial de los hechos empíricos entre sí, y un hecho empírico
de algo que no lo es. Lo que en la autobiografía se mani
fiesta como identidad de un sujeto con sus enunciados só
lo está sostenido por la firma. "Un autor, que es una firma
~ Otubiogrnp!tin; L'1:11ság11emrn/ de Nidzsdu; ti la politique du nom prv/He, l';u ís, C;1like, l <JtM. Aparecido al aúo siguiente, con ;1gregados, en ingks
cumo Tite Far o) tite Othn; Nueva York, Schockett Buoks.
CRÍTICA DEI. TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 41
que se declara como narrador-sujeto de su propia narra
ción", escribe Nora Catelli.8
Por lo tanto, el interés de la aurobiografia (Derrida está
leyendo Ecce horno de Nietzsche) reside en los elementos que
presenta como cimiento de una primera persona cuyo úni
co fundamento es, en realidad, el mismo texto. Nietzsche
esuibe: "Vivo de mi propio crédito. Y quizá sea un simple
prejuicio, que yo viva". El yo sólo existe porque hay un con
trato secreto, una cuenta de crédito que se pagará con la
muerte. En la frase de Nietzsche, Derrida encuentra una
clave: lejos del acuerdo por el que los kctores adjudica
rían un crédito ele verdad al texto, éste sólo puede aspirar
a la existencia si el crédito ele su propio autor lo sostiene.
No hay fundamento exterior al círculo firma-texto y nada
en esa dupla está en condiciones de aseverar que se dice
una verdad.
Como de Man, Derrida hace la crítica de la subjetividad
y la crítica de la representación, y señala el modo en que
cualquier relato autobiográfico se despliega buscando per
suadir. Ecce hamo lo deja ver desde sus primeras líneas: la in
tervención autobiográfica es pro domo ma, y por t::so la nece
sidad de su examen retórico. No es necesario suscribir una
epistemología nihilista para traer estas posiciones a una dis
cusión um las concepciones simples ele la vercbd en el tes-
¡;En fl <'sjmcio autobiográjico (Barcelona, Lumen, l<JlJl), C1telli ofrece
una di:1fa11a exposiciún de los e;,critos de Paul de Man sobre el Lema.
42 BEATRIZ SARLO
timonio autopiográfico o con las ideas de que un relato de
posmemoria (como se verá más adelante) es vicario. Para
de Man y Derrida ser vicario no significa nada, ya que antes
de ese vicario no hubo un sujeto que estuviera en condicio
nes de pretender ser sujeto verdadero de su verdadero rela
to. El sujeto que habla es una máscara o una firma.
"Quise darle al lector
la materia prima de la indignación"
La frase es de Primo Levi. Señala, como es habitual en Levi '
el núcleo del problema sin necesid~d de grandes gestos teó
ricos. Su testimonio sobre Auschwitz es una materia a partir
de la cual puede emerger un sentimiento de índole moral.
Las condiciones que hacen posible su testimonio son extre
mas, y por eso mismo las reglas que lo regulan deben limi
tar todas las posibilidades de la exageración. Nunca, dice
Levi, un testimonio verdadero debe abrir la posibilidad de
que un testimonio exagerado tome su lugar. La materia pri
ma de la indignación debe ser restringida. Si esto es un hom
brt: es un testimonio parco y, en vistas a la proliferación de
horrores que toma por objeto, breve.
A Levi no pueden planteársele los mismos problemas ele
la primera persona del modo en que ésta queda sometida a
sospecha cuando se critica la centralidad del sujeto. Por e]
cornr<trio, Levi habla por dos razones. La p1·irnera, exu·atcx-
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 43
tual, psicológica, ética y compartida con casi todos los que sa
len del Lager: simplemente es imposible no hablar. La segun
da tiene que ver con el objeto del testimonio: la verdad del
campo de concentración es la muerte masiva, sistemática, y
de ella sólo hablan los que pudieron escapar a ese destino; el
sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido ele
gido por condiciones también extratextuales. Los que no fue
ron asesinados no pueden hablar plenamente del campo de
concentración; hablan entonces porque otros han muerto y
en su lugar. No conocieron la función última del campo y
por lo tanto sobre ellos no operó su lógica por completo. No
hay pureza en la víctima que está en condiciones de decir
"fui víctima". No hay plenitud de ese sujeto.
"Era típico del Lager volverse culpable en alguna medi
da, yo, por ejemplo, acepté trab~yar en un laboratorio de
lG-Farben." La "regla era ce~er" porque (excepto en las su
blevaciones, cuya cualidad inevitable era suicida) el Lager
no es un espacio de resistencia. Todos, prisioneros y nazis,
perdían parte de su humanidad y el sujeto del testimonio
del campo no está convencido de ser sujeto pleno ele lo que
va a enunciar. Por el contrario, es un sL~jeto herido, no por
que pretenda ocupar vicariamente el lugar de lus muertos,
sino pon¡tte sabe de antemano que ese lugar no le corres
ponde. lblibr;i entonces trasmitiendo un~t '"wateri~t pri
ma", pun¡ue el que debería haber sido el sujeto <.:n prilllLéra
persona dd tcs1i111011io está auseute, es llil mucno del que
nu hay represe11tación vicaria. Los "concknados" ya no pue-
1----
l 1 1
1
44 llEATRIZ SARLO
den hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve
incompleto el testimonio de los "salvados". Agamben lee
acá la problemática de un stueto ausente, una primera per
sona que, cuando surge en el testimonio, siempre está en
reemplazo de otra, pero no porque pueda ser su vicaria, su
representante, sino porque no ha muerto en lugar del que
ha muerto. De modo radical, no puede representar· a los
ausentes y en esta imposibilidad se alimenta la paradoja del
testigo: el que sobrevive a un campo de concentración so
brevive para testificar y toma la primera persona de los que
serían los verdaderos testigos, los muertos.9 Un caso límite,
terrible, de prosopopeya.
El testimonio de los salvados es la "materia prima" de sus
lectores o escuchas que deben hacer algo con eso que se les
comunica y que es, precisamente porque logró ser comuni
cado, sólo Uf?.a v'ersión incompleta. Los que se salvaron "no
pueden sino recordar" (escribe Agamben) y, sin embargo,
no pueden recordar lo decisivo, no pueden testificar sobre
el campo en la medida en que no han sido víctimas totales,
como lo fue el "musulmán" que se entregó y dejó de lucha1~
y se separó de aquellos restos desagregados de sociedad que
quedaban en el campo. Levi los llama "110 vivos", es cl<:cir:
no sLüetos que han perdido la noción de cualquier límite
ético y, para comenzar, han perdido la palabra en vida.
9 Cornen1:irio de Gior.i.;io .-\g:irnl1en a Jos escriws de Primo tevi: l.u
que queda de ,\11sd1witz, Valencia, l'n:Lextos, 2000 ( 1098).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPl'.RJENCIA 45
Como Levi lo comprobó en quienes lo escuchaban y lo
leían, en especial durante los aú.os inmediatamente poste
riores a 1945, todo en el campo resulta increíble. No sólo la
organización sistemática de la muerte; también la disolu
ción de las relaciones y de la idea social del tiempo. Por
eso, del campo de concentración tampoco se puede repre
sentar el aburrimiento de la vida que transcurre. La memo
ria tiende a rescatar los "episodios singulares, clamorosos o
terribles", pero estos episodios sucedían en un tejido total
mente deshecho, que había perdido casi por completo sus
i cualidades sociales. Y, en el otro extremo, también es irre
presentable la intensidad de la experiencia en el campo,
que en muchos aspectos fue una aventura, "el período más 1 interesante de mi vida", dice Levi.10 Una amiga suya, que
fue a Ravenbruck a los diecisiete aú.os, afirmaba después
, que ésa había sido su universidad. Levi escribió: "Crecí en
Auschwitz". Esta intensidad de la experiencia vivida, increí
ble para quien no haya vivido esa experiencia, es también
lo que el testimonio no es capaz de representar.
En suma: no puede representar todo lo que la experien
cia fue para el sujeto, porque se trata de una "materia pri
ma" donde el sujeto testigo es menos importanle que los
efectos morales de su discurso. No es d sLijeto el que se res-
10 F.11 trn·ist;t de tvbrco Vigev;mi '' l'ri11Jo Levi, t·n: Primo Le\'i, Co1wcF
sazioui ~ inte111isti; l 'JúJ-1987, Tmí11, Einaudi, 1 'l'Jí, p. :!'.2G. [L'utrwislus )'
wnve1saciunn, narcelona, Pe11ínsula, 1908.]
----- ·----···' ~=--------------------------------
46 BEATRIZ SARI.O
taura a sí mismo en el testimonio del campo, sino una di
mensión colectiva que, por oposición y por imperativo mo
ral, se desprende de lo que el testimonio transmite.
Esta perspectiva sobre el testimonio es dubitativa y final
mente escéptica en cuanto a su poder de restauración del
sujeto testigo, y podría explicar el destino suicida de algu
nos "escapados'', como Primo Levi, Jean Améry, Bruno
Bettelheim. Aunque Levi sea citado por quienes creen en la
potencia sanadora de la memoria, su propio testimonio es
cautelosamente acompaúado por un escepticismo que im
pide toda teodicea de la memoria como principio de cica
trización de las heridas. Para Levi, su testimonio no repre
senta una epifanía del conocimiento ni tiene un poder de
sanación de la identidad. Es, simplemente, inevitable por
razones psicológicas y morales. La preocupación de Levi,
por lo menos durante los primeros aüos de la posguerra, es
la de ser escuchado y creído. Mientras estaban en los cam
pos, _muchos prisioneros ya desconfiaban de la forma en
que su relato (si ese relato se volvía posible) sería tomado.
Esta dificultad es bien evidente cuando se piensa en tér
minos de verdad. Riccrur, al referirse a los testimonios ori
ginados en la Shoah, dice que establecen un caso límite,
porque es difícil incorporarlos al archivo y suscitan una
verdadera '"crisis del concepto de testimonio ".11 Son una
11 l'~nil Ric~ur, l.a mémoire, 1 'histoire, l'oubli, París, Seuil, :1000, p. 222.
[La 11u·11w1ia, la /ti;lv1ia, el olvido, Madrid, Trolla, 2003.)
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'EKlENCIA 47
excepción sobre la cuoll es complicado (quizás irnpropio)
ejercer el método historiográfico, porque se trata de expe
riencias extraordinarias, que no pueden mensurarse con
otras experiencias. Pero si Ricreur está en lo cierto, su ad
vertencia sobre los testimonios del Holocausto como caso
límite permitiría también pensar hacia adentro de los lími
tes. El testimonio del Holocausto se ha convertido en mo
delo testimonial. De modo que un caso límite transfiere
sus rasgos a casos no límite, incluso a condiciones de testi
monio completamente banales.12 No sólo en el caso del
Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escu
chas contemporáneos acepten su veracidad referencial, po
niendo en primer plano argumentos morales sostenidos
en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre
los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin
embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales
puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben ve
nir desde afuera.
En condiciones judiciales, por ejemplo en el juicio a las
tres juntas de comandantes de la dictadura argentina, los
fiscales se vieron obligados a elegir, entre ciemos, a los tes
tigos cuya palabra facilitaba el ejercicio de las reglas de la
l~ Con esto sucede lo que t;m1!Jién sucede con la pabbra genocidio,
cuyo uso extuH.lidu a los m:1s diversos escenarios ya ha siclo discutido su
ficientemente por 11 ugo Vezzetti en J'a;atlo y jlli:srnli:, l>t1e11us Aires, Si
glo XXI Editores, 200'.:!; y la serie de sus anículos en Punto de Vista, desde
los aiios nove1l[a.
48 BEATRlZ SARLO
prueba. En condiciones no judiciales, el testimonio pide
una consideración donde se mezclan los argumentos de su
verdad, sus legítimas pretensiones dé credibilidad, y su uni
cidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia
con su propia voz, poniéndose como garantía presente de
lo que dice, incluso cuando no se trate de un sujeto que ha
soportado situaciones límite.
Si, como afirma Ricreur en Temps et récit, el testimonio
está en el origen del discurso histórico, la idea de que sobre
un tipo de testimonio sea difícil, cuando no imposible, ejer
cer el método crítico de la historia, pone una res.tricción
que no concierne a sus funciones sociales o judiciales pero
sí a sus u_sos historiográficos. Y si es admisible que un acon
tecimiento de carácter excepcional como el Holocausto re
clame para sí una cualidad inabordable, es posible pen~ar
los testimonios contemporáneos que no surgen de sucesos
comparables con aquellos que volverían intocables los testi
monios del Holocausto. La .crítica ~el sttjeto y su verdad, la
crítica de la verdad de la voz y de su conexión con una ver
dad de la -experiencia que afloraría en el testimonio, inclu
so cuando no se sigan las conclusiones radicales de De Man
y Derrida, es uecesaria excepto que se decida adjudicar al
tt'stimonio un valor referencial general del que se descon
fía cuando otros discursos lo rl'.ivindican para sí. La perple
jidad de Ricu:ur frenll'. a los tt'stimonios del l lolocausto,
que l'.scap~u 1 a las reglas de la crítica, tiene suficientes razo
nes; pero ellas no son suficientes para otros casos. El testi-
CRÍTICA DEI. TESTIMONlO: SUJETO Y EX!'ElUENC!A 49
monio, por su autorrepresentación como verdad de un su
jeto que relata su experiencia, pide no someterse a las re
glas que se aplican a otros discursos ele intención referen
cial, alegando la verdad de la experiencia, cuando no la del
sufrimiento, que es la que precisamente necesita ser exami
nada. Acá hay un problema.
Frente a un problema,
el recurso al optimismo teórico
La actualidad es optimista y ha aceptado la construcción de
la experiencia como relato en primera persona, aun cuan
do desconfíe de que todos los demás relatos puedan remitir
de modo más o menos pleno a su referente. Proliferan las
narraciones llamadas "no ficcionales" (tanto en el periodis
mo como en la etnografía social y la literatura): testimonios,
historias de vida, entrevistas, autobiografías, recuerdos y me
morias, relatos identitarios.13 La dimensión intensamente
subjetiva (un verdadero renacimiento del sttjeto que se ere-
1:1 V;;ase: Leonor Arfud1, fl npaciu biugrájiru ... , cit.; y LL"ln1ur Arfuch
(comp.), ldt'itluladn, 'll)Úus, .1ub¡"clividad~" BLWIJOS Aires, l'ru111eteo Li
bros, ~00'.1. No punk dejar de seíi.alarse d CtLÜ ;, '!' pionero de bs inws
tigacio11cs de Philippe l.ejeune sobre el espacio y el p;1cto ;wtulJiogr;ifi
co, ;tsÍ conH> los estudios de Ceorgt·s Cusdorf y Jt·;rn St;uobinski. Sin
embargo, ta1llo Cusdorf como Starobinski "' a11Licipa11 a Li 111otb cun
ternporánea >" no pe1 tcnccen a e!L1.
l J :! ·~
50 BE.Al'RIZ SARLO
yó muerto en los. ailos sesenta y setenta) caracteriza el pre
sente. Lo mismo sucede en el discurso cinematográfico y
plástico que en el literario y en el mediático. Todos los gé
neros testimoniales parecen capaces de hacer sentido de la
experiencia. Un movimiento de devolución de la palabra,
de conquista de la palabra y de derecho a la palabra se ex
pande reduplicado por una ideología de la "sanación" iden
titaria a través de la memoria social o personal.14 El tono
subjetivo marcó la posmodernidad, como la desconfianza o
la pérdida de la experiencia marcó. los últimos capítulos de
la modernidad cultural. Los derechos de la primera perso
na se presentan, por una parte, como derechos reprimidos
que deben liberarse; y como instrumentos de verdad, por
la offa. Si fueran lo segundo, es claro por qué, desde los lu
gares de autoridad, se desconfiaría de ellos.
Según Benjamín, aquello que fue posible hasta un mo
mento determinado de la historia se volvió imposible, a
causa del carácter irreversible de la intervención capitalista
moderna sobre la subjetividad; pero hoy, incluso citando a
Benjamín, la restauración de un relato significativo de la
experiencia se considera posible, pasando por alto precisa
mente aquello que, para Benjamín, volvía trágica la situa-
11 Ceolln:y Hanmann, crítico litera1io y responsable acadt>mico dd <tr
cliivu del l l"lucat1s10 de la U niversid:.id de Yctle seúab es1a dimensión: ''El
ddie1 de t's<"uch;1r y de restablecer un di;'tlogu con person:.is que fueron
111,uTadas por su expe1iencia de tal modo que la iutegración IO~tl en b vida
culidiana no t:'S sino aparente" (en: \Nieviorka, cit., p. 141).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 51
ción contemporánea. En efecto, la confianza en un healing
identitario producido por la palabra se sustrae de la dimen
sión problemática en que la subjetividad fue focalizada des
de finales del siglo XIX y abandona, por decirlo rápidamen
te, no sólo la perspectiva desde la que se descubre la herida
cultural capitalista, sino todas las epistemologías de la sos
pecha, de Nietzsche a Freud. El sujeto no sólo tiene expe
riencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido
y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los rela
tos de memoria serían una "cura" de la alienación y la cosi
ficación. Si ya no es posible sostener una Verdad, florecen
eu cambio unas verdades subjetivas que aseguran saber
aquello que, hasta hace tres décadas, se consideraba oculto
por la ideología o sumergido en procesos poco accesibles a
la introspección simple. No hay Verdad, pero los sujetos,
paradójicamente, se han vuelto cognoscibles.
A veces resuha sorprendente encontrar en este campo de
ideas la convivencia de un deconstruccionismo filosófico
"blando" junto con un optimismo identitario que, si bien no
restaura la primacía de Aquel Sujeto anterior al siglo XX,
construye St~jetos Múltiples, hábiles como Ulises en las esca
ramuzas para m~ullener lo que son y cambiarlo; recuperar el
pasado y adecuarlo al presente; aceptar lo extr~u~ero corno
una m:1sctra a la que, en el momento 111ismo de aceptarla,
se la ddúnn:t, transforma o parocliza; sostener las contradic
ciones lilwr;ü1duse, al mismo tiempo, del binarislllo simple,
etc. Siguiendo al m(ts brillante de estos teóricos, 1-lullli
-=o==i;..ü ............................................................................. ._ .... ._ ______ __
1
1 ! 1
1
¡--~--
5~ BEATRIZ SAlU.O
Bhabha,15 se relee no sólo escritos inc~mpatibles con estos
principios (como sucede con los usos poscoloniales de
Gramsci), sino que se los presenta enmarcados en un apara
to filosófico de efecto deconstrucúvo que, de ser coherente,
no admitiría ninguna positividad en el discurso identitario.
Como sea, las contradicciones teóricas que admiten al
mismo tiempo la indecibilidad de una Verdad y la verdad
identitaria de los discursos de experiencia plantean proble
mas no sólo a la filosofía sino a la historia. Y eso es lo que
me interesa ah_ora: ¿qué garantiza la memoria y la primera
-· -perso~a como captación de un sentido de la experiencia?
Después de haber sido sometida a crítica radical, la restau
ración de la experiencia como memoria es una cuestión
que debería examinarse. La intensa subjetividad del "tem
peramento" posmoderno marca también este campp de es
tudios. Cuando nadie está dispuesto ~ aceptar la verdad de
una historia (lo que Benjamín denominó los "hechos" reifi
cados), todos parecemos más dispuestos a la creencia en las
verdades de unas historias en plural (el plural: esa inflexión
del paradigma que ha ganado la más alta categoría, lo cual
es afortunado, pero también se propone como solución ver
balista a cualquier cuestión conflictiva).
¡, l lomi l)habha, The Lorntion of Culture, Londres, Romlcdge [l~l lugar
de la rn/twu, l)ueno' Aires, Manantial, 2002); y '"DissemiNation: time, na
rrative, aml the margins of the modern nation'', en llomi Bbablia (ed.),
Natiun ami Narmtiun, Londres, Routle<lge, i 991.
CRÍTICA llEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXL'EIUENC!A 53
La imaginación sale de visita
Apoyada sobre la hipotética continuidad entre experiencia
y relato, se reivindica esta proximidad como sustento de
una representación verdadera. Sin embargo, una línea de
cisiva de la estética del siglo XX sostuvo la necesidad de una
ruptura reflexiva con la inmediatez de las percepciones y
de la experiencia para que éstas puedan ser repn:~entadas.
Bertolt Brecht y los formalistas rusos pensaron que el arte
está en condiciones de iluminar lo que nos rodea de modo
más inmediato a condición de que produzca un corte por
extraúarniento, que desvíe a la percepción de su hábito y la
desarraigue del suelo tradicional del sentido común. La
puesta en cuestión de lo acostumbrado es la condición de
un conocimiento de los objetos más próximos, a los que ig
norarnos precisamente porque permanecen oculws por la
familiaridad que los vela. Esto rige también para el pasado.
"Pensar con una mente abierta", escribe Hannah Arendt,
"significa entrenar a la imaginación para que salga de visita".
La imagen alude a una externida<l de la imaginación res
pecto de su relato. Quien cuenta una hiswria se enfrenta,
ante todo, con una materia que, incluso en el caso de la ex
periencia propia, se ha vuelto, por su familiaridad, incom
prensible o banal. Odilio Alves Agui~u, t·xaminando esta
dimensión del pensamiento arendLiano, afinn~t que, en au
sencia de Lt irnagin~1ción, '"la experiencia pierde s11 clecihili
dad y se pierde eu el torbellino de las vivencias y de los ló-
·~·-~-------------------·
i 1 '1
i 1 : j i 1
'- \
r-
•
l d ,J
; ¡
t I·• ... ~· ~
...
BEAfRIZ SAlU.O
bitos repetidos".16 Es posible dar sentido a este torbellino,
pero sólo a condición de que la imaginación cumpla su tra
bajo de externalización y de distancia. Se trata no sólo de
una cualidad del historiador sino también de quien lo escu
cha: la imaginación "sale de visita" cuando rompe con aque
llo que la constituye en proximidad y se aleja para capturar
reflexivamente la diferencia. La condición dialógica es esta
blecida por una imaginación que, abandonando el propio
territorio, explora posiciones desconocidas donde es posi
ble que smja un sentido de experiencias desordenadas,
contradictorias y, en especial, resistentes a rendirse ante la
idea demasiado simple de que se las conoce porque se las
ha soportado.
Con la franqueza severa que su condición de víctima vol-
vió audible, Primo Levi sostuvo que el campo de concentra
ción no ennoblece a sus víctimas; podría agregarse que tam
poco el horror padecido les permite conocerlo mejor. Para
conocer, la imaginación necesita ese recorrido que la lleva
fuera de sí misma, y la vuelve reflexiva; en su viaje, aprende
que la historia nunca podrá contarse del todo y nunca ten
drá un cierre, porque todas las posiciones no pueden ser re
corridas y tanipoco su acumulación resulta en una totalidad.
El principio de un diálogo sobre la historia descansa en d
lti Odilio Alves Ag,uicir, "Pensamn¡to e Narrac;ao ern l Lumah t\rendt",
lklo Hurizunte, Editorial de la U niversid~td dt· Minas Cera is, '.!00 l (tra
ducido por Ada Sulari, en P1111tu de Vista, 78, abril de 200-1).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 55
reconocimiento de su carácter incompleto (que, por supues
to, no es una falta en la representación de los detalles ni de
los "casos", sino una admisión de la cualidad múltiple de los
procesos). De este modo, la narración así pensada no po
dría sostener una identidad ni una tradición, tampoco dotar
de legitimidad a una práctica. No cumple funciones de for
talecimiento identitario ni de fundación de leyendas nacio
nales. Permite ver, precisamente, lo excluido de las narra
ciones identitarias reivindicadas por un grupo, una minoría,
un sector dominante o una nación. La óptica de esta histo
ria no es lejana sino desplazada de lo familiar: como lo su
giere Benjamin, es la óptica de quien soporta el desplaza
miento del viajero, que abandona el país de origen.
A las narraciones de memoria, los testimonios y los escri
tos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro
de una imaginación que se establezca demasiado firmemen
te "en casa'', y lo reivindique como una de las conquistas de
la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la
violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y
psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad in
telectual igualmente indiscutible. Entonces, si lo que la me
moria busca es recuperar un lugar perdido o Llll tiempo pa
sado, sería ~yena a su movimiento la deriva que la alejaría
de ese celllro utópico.
Esto es lo que VLle !ve a la mt·moria, ele algún modo, irre
futable: el v<Llor de verdad del teslimonio pretende soste
nerse sobre la inmediatez de la experiencia; y su capacidad
.. ----
56 BEATRIZ SARLO
de contribuir a la reparación del daño sufrido (una repara
~ión judicial indispensable en el caso de las dictaduras) la
iocaliza en aquell;:i dimensión redent~ra del pasado que
~enjamin reclamaba como deber mesiánico de una historia i . . .. ~nupos1t1v1sta. .
i Del lado de la historia (si es que pese a todas las heridas,
~por ellas justamente, queremos tener una historia, y escri-·
bo la palabra en singular para evitar que el tributo a un fe
tichismo gramatical de los plurales cierre el problema de
l~ multiplicidad de perspectivas), el derecho de veto recla
i¡iado por J~1 memqri<\ p.lqilJ~a un desafío. En las últimas
décadas la historia se acercó a la memoria y aprendió a in
terrogarla; la expansión de las "historias orales" y de las mi
crnhistorias ~s suficiente para probar que ese tipo de testi-' monios ha obtenido una escucha tanto académica como
mediática. El "deb~r de memoria" que impone el Holocrns
to a la historia europea fue acompañado por la atención
prestada a las memorias de los sobrevivientes y las huellas
dejadas por las víctimas.
Sin embargo, hay que problematizar la extensión de esta
hegemonía moral, sostenida por un deber de resarcimien
to, sobre todo hecho de memoria: "La legítima lucha por
no olvicbr el geuocidio de los judíos erigió un santuario de
b memoria y fuudú una 'nueva religión cívica', según b ex
presió11 de Georges lknsoussan. Extendido por el uso a
otros ol~jetos hi~Lóricos, el 'deber de memoria' induce una
relación afrniva, moral, con el pasado, poco compatible
CRÍTICA üEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'ERlENClA 57
con la puesta en distancia y la búsqueda de imeligibilidad
que son el oficio del historiador. Esta actitud de deferencia '
de respeto congelado frente a algunos episodios dolorosos
del pasado puede hacer menos comprensible, en la esfera
pública, a la investigación que se nutre de nuevas pregun
tas e hipótesis. Del lado de la memoria, me parece descu
brir la ausencia de la posibilidad de discusión y de confron
tación crítica, rasgos que definirían la tendencia a imponer
una visión del pasado".17 En medio siglo, el que va emre el
fin de la segunda guerra y el presente, la memoria ha gana
do un estatuto irrefutable.
Es cierto que la memoria puede ser un impulso moral
de la historia y también una de sus fuentes, pero estos dos
rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscuti
ble que las verdades que es posible construir con y desde
otros discursos. Sobre la memoria no hay que fundar una
epistemología ingenua cuyas pretensiones serían rechaza
das en cualquier otro caso.I8 No hay equivalencia entre el
derecho a recordar y la afirmación de una verdad del re
cuerdo; tampoco el deber de memoria obliga a aceptar esa
equivale11ci<1. !Vbs bien, grandes líneas del pensamiento del
siglo XX se han permitido desconfiar frente a un discurso
17 Didit-r Cuiv;tn"h, l.a llli11wire rnl!a'/we. De la 1;·d1enhe a /'t'll!>1'ig11e111mL,
Croupe de Rechercl1e en l lis1oire l11rnedi;ttc, ec1sLex(IDuuil'-lls"'.!.fr. 18
Escribe Veue11i: "[la rnemnri;¡J tiende :1 1·e1· lus acon1t·ciwi" 11 w,;
desde una pnspcctiva ú11ica, recli;1z;t la ;unbigüedad y 1i;1sla reduce lus
acontecimientos a arq1wcipos fijadus".
.-
58 BEATIUZ SARLO
de la memoria ejercido como construcción de verdad del
sujeto. Y el arte, cuando no busca mimetizarse con los dis
cursos sobre memoria que se elaboran en la academia, LO
mo sucede con algunas de las estéticas de la monumentali
zación y contramonumentalización del Holocausto,19 ha
demostrado que la exploración no está encerrada sólo den
tro de los límites de la memoria, sino que otras operacio
nes, de distanciamiento o de recuperación estética de la di
mensión biográfica, son posibles.
l~ Pienso en el discurso mimético entre crítica de ane y monumentos
y co11tramonurnentos. y¿ase, por ejemplo: James Young, !lt Afrmory's
l~'dge; A)ter-Imar;es in Coutempomry ilrt und Architature, Nueva York y Lon
dres, Yak University Press, 2000. Por el comrario, el análisis de Anch'eas
Huyssen de la obra de Ansdn1 Kiefi:r permite pensar una intervt:nción
es1élict q ut: Lit: ne al ¡x1s;ido como objeto desdt: una perspectiva c¡ue no
rt:produce el discurso del ariist~t sobre su obra (En /msw del Jiituru /'erdi
du; cultura y mellluria en lie111pu:; de glubaliz.aciuu, Buenos Aires, FCE, 2001).
3. La retórica testimonial
A la salida de las dictaduras del sur de América Latina, re
cordar fue una actividad de restauración de lazos sociales y
comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio
lencia de estado. Tomaron la palabra las víctimas y sus re
presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,
en los ·aúos sesenta, los antropólogos o ideólogos que re
presentaron historias como las de Rigoberta Menchú o de
Dornitila; más tarde los periodistas).
Desde mediados de la década de 1980, en la escena euro
pea, especialmente la alemana, se comenzó a escribir un
nuevo capítulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par
te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu
ción final y el papel activo del estado alemún en las políti
cas de reparación y la monumentalización del Holocausto;
por la otra, la gran difusión de los escritos luminosos de
Primo Levi, donde sería dificil hallar ninguna afirmación
del saber del sujeto en el Lagn~ mis tarde, bs lecturas de
( ,. .. · 1\wirnbcn donde tam¡)ocn es posible encontrar .•101 g10 • ci" '
· · · i· d ontimistT el film Slwah ck CLtude Lu1z-una poslllYH ,l r <,
·oiiuso u 11 trat·imiento nuevo dd testimonio rnann, que pi r •
y IT!ltlllciú, al mismo tiempo, a la imagen de lus campos
ti O BEATRIZ SARLO
de concentración, privándose, por un lado, de iconografía
y forzando, por el otro, el discurso ele los sobrevivientes.
La mención de acontecimientos podría seguir.! Todos
acompailaron procesos no siempre sorprendentes desde
el punto. de vista intelectual pero ele gran repercusión en
la esfera pública; el tema se colocó en un lugar muy visi
ble y, en la práctica, prodttjo una nueva esfera de debate.
En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi
cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones
democráticas del sur de América coincidieron con un nue
vo impulso de la producción intelectual y la d.iscusión
ideológica europea.2 Ambos debates se intersectaron de
1 "l\frricioné la creciente importancia del Holocausto como aconteci
miemo fundacional <le la memoria no sólo europea. Esa percepción no
podía darse por descontada. Durante varias décadas, frente a la gigantes
ca confrontación militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo de
los judíos tendió a ser tratado como algo más periférico, un epiaconteci-
111imlu, para decirlo de algún modo. Hoy lo miramos desde otra perspec
tiva. El Holucausto pasó a ocupar el centro de la conflagración, y se ha
convenido en el acontecimienro nuclear negativo del siglo XX. Tene
mos razones. para dudar de que esta perspectiva se correspondiera con
las percepciones históricas de sus contemporáneos". (Dan Diner, "Resti
tution and ~lemory - The 1-!olocaust in Europcan Political Cultures",
New Ca11w11 Ciilit¡ui', numero 90, otoiio de :!003, p. 43.)
~En los últimos úios, por ejemplo, la discusión sob1-e must'O )' 1110nu-
111ento abrió otro capíudo. Vé;1se para el caso argcrnino: Cracicla Silves
tri, "l\leu1orid )' 1nunuJ11<'nto. El ane eu los limites de la representación"
puhlicadu c-11 f'ut1to ifr \'üta, otl, dicinnbrt: clt: :!000, )' reproducido en
l.. .\rfuch (cu1np.), ft!entidrults, sujdos, subji:iividwln, cic. Tamhifa1 los es
wdius de Amli t';1s 1-luysst:n para los casos est;1duttnide11se y alemán.
LA RETÓ!UCA TESTIMONIAL 61
modo inevitable, en esP.ecial porque el Holocausto se ofre
ce como modelo de otros crímenes y eso es aceptado por
quienes están más preocupados por denunciar la enormi
dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos
nacionales específicos.
Los crímenes de las dictaduras fueron exhibidos en un
florecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar
porque los juicios a los responsables (como en el caso argen
tino) demandaron que muchas víctimas dieran su testimo
nio como prueba de lo que habían padecido y de lo que sa
bían que otros padecieron hasta mmir. En sede judicial y en
los medios de comunicación, la indispensable narra~ión
de los hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi
lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y
sus representantes, que atacaron el valor probatorio de la::.
narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal
sas y encubrir los crímenes de la guerrilla. Si se excluye a los
culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pensó t:n someter
a escrminio metodológico el testimonio en primera persona
de las víctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso
aplicar a esos discursos los principios de duda mewdológica
que se expusieron más arriba: las víctimas hablaban por pri
mera vez y lo que decían no sólo les concernía a ellas sino
que se convertía en "materia prima" de Ja indign:1ción y tam
bi{:n en impulso de las transiciones democr{tticas, c¡ue en la
Argentina se hizo b<~o el signo del Nunca má~.
El shuck de la violencia de estado nunca pareció uu obs-
62 BEATRIZ SARLO
táculo para construir y escuchar la narración de la expe
riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte
como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la
que se refería Benjamín, no impidió la proliferación de dis
cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido más
fuerte, un quiebre epoca! (como la gran guerra); sin em
bargo, las transiciones democráticas no enmudecieron por
la enormidad de esa ruptura.· Por el contrario, en cuanto
despuntaron las condiciones de la transición, los discursos
comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa
ra la restauración de una esfera pública de derechos.
La memoria es un bien común, un deber (como se dijo
en el caso europeo) y una necesidad jurídica, moral y polí
tica. Sobre la aceptación de estos rasgos es bien dificil esta
blecer una perspectiva que se proponga examinar crítica
mente la narración de las víctimas. Si el núcleo de su verdad
tiene que quedar fuera de duda, también su discurso debe
ría protegerse del escepticismo y de la crítica. La confianza
en los testimonios de las víctimas es necesaria para la insta
lación de regímenes democráticos y el arraigo de un princi
pio de reparación y justicia. Ahora bien, esos discursos testi
moniales, como sea, son discursos y no deberían quedar
encerrados en una cristalización inabordable. Sobre todo
porque, en paralelo y construyendo sentidos con los testi
monios sobre los crímenes ele las dictaduras, emergen otros
hilos de narraciones que no están protegidas por la misma
intangibilidad ni por el derecho de Jos que han padecido.
1
I· 1
/
LA RETÓRICA TESTIMONV\L 63
Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos
hoy cuánto) el discurso sobre los crímenes, porque denun
cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vínculo
entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio
nes, incluso pronunciadas por las víctimas o sus represen
tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los crí
menes (los tardíos años sesenta y los primeros setenta del
sig-Io XX para el caso argentino), que suelen aparecer en
trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya
porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre
rrogativas y, en la tarea de reconstruir la época clausurada
por las dictaduras, pueden ser sometidas a crítica.
Además, si las narraciones testimoniales son la fuente
principal de saber sobre los crímenes de las dictaduras, los
testimonios de los .militantes, intelectuales, políticos, reli
giosos o sindicales de las décadas anteriores no son la única
fuente de conocimiento; sólo una fetichización de la ver
dad testimonial podría otorgarles un peso superior al de
otros documentos, incluidos los testimonios contemporá
neos a los hechos <le los ar1os sesenta y setenta. Sólo una
confianza ingenua en la primera persona y en el recuerdo
de lo vivido p1·etendería establecer un ordeu presidido por
lo testimonial. Y sólo una c~racterizacióu ingenua <le la ex
periencia reclamaría para dla una verdad m:ts alta. No es
muws positivista (en el sentido en que usú lknjamiu esta
palabra p<1ra caracterizar a lus "ht0 chos") b intangibilidad
de la experiencia vivida eu b narración testimonial (1ue la
64 BEATRIZ SARLO
de un relato hecho a partir de otras fuentes. Y si no somete
mos todas las narraciones sobre los crímenes de las dictadu
ras al escrutinio ideológico, no hay razón moral para pasar
por alto este examen cuando se trata de las narraciones so
bre los aúos que las precedieron o sobre hechos ajenos a
los de la represión, que les fueron contemporáneos.
Una utopía: no olvidar nada
Paul Ricueur se pregunta, en el estudio que dedica a las di
ferencias ya clásicas entre historia y discurso, en qué pre
sente se narra, en qué presente se recuerda, y cuál es el pa
sado que se recupera. El presente de la enunciación es el
"tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-. 1
mento de ponerse a narrar y ese momento queda inscripto
en la narración. Eso implica al narrador en su historia y la
inscribe en una retórica de la persuasión (el discurso perte
nece al modo persuasivo, dice Ricueur). Los relatos testimo
niales son ''discurso" en este sentido porque tienen como
condición un narrador implicado en los hechos, que no
persigue una verdad exterior al momento en que ella se
enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto
de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,
el prese1ne tiene una hegemonía reconocida corno inevita
ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de
una "experiencia fenomenológica" del tiempo presente
lA RETÓRICA TESTlMONlAL 65
de la enunciación.:1 "El presente dirige el pasadu como un
director de orquesta a sus músicos", escribió Italo Svevo. Y,
como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona para
introducirle coherencia.4
Extendiendo las nociones de Ricreur, puede decirse que
la hegemonía del presente sobre el pasado en el discurso es
del orden de la experiencia y está sostenida, en el caso del
testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora
ción del pasado (que Benjamín proponía como la única
perspectiva de una historia que no reificara su objeto) no
es una elección sino una condición para el discurso, que no
escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que
la actualidad pone a la enunciación. Y, más que una libera-
3 Tnnps et réát, París, Seuil, 1983. Se cita de la edición de bolsillo, Pa-.
rís, Points, 1 <J<J l. [Tiempo y narración, México, Siglo XXI, 1983.J Se sabe
que Ricceur n:toma y perfecciona las nociones de historia y discurso,
propuestas por E. llenveniste y H. \Veinrich, preocupándose especial
mente por considerar la capacidad del relato en desdoblarse en dos tem
poralidades, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca
pacidad que constituye su dimensión rei1exiva original, que lo habilita
para exponer una experiencia finiva del tiempo, por una parte; y, por la
otra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.
4 Maurice Halbwachs, 011 Cul/alive lvlemory (editado y traducido por
Lewis Coser), Clticago y Londres, The U 11iversity of Chicagu Press, 109'.!,
p. 18'.1. Armettt: \Nicviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde :m¡.;-ulos "qtte pe1 ti:nece!l a la época en que se reali1;1, a panir de uu interro
gante y ck u11~t expi:ctativa que también le son cunLempuráne;,s, ~1sig1óndo
le lines que depc11de11 de apuestas políricas o ideológicas, que co111ribuyi:n
a crear un;1 u varias 111ernorias colecti\'as <:rráticas L'll su contenido, en su
forma, <'It su fünción y en su finalidad" (L'üe du timuiu, cit., f.l· U).
------------·----~-----------
66 BEATRIZ SARLO
ción de lus "hechos" cosificados, como deseaba Benjamin,
es una atadura, probablernente inevitable, del pasado a la
subjetividad que rememora en el presente.
Las narraciones de la memoria también insinúan otros
problemas. Ricceur señala que es errado confiar en que la
narración pueda colmar la laguna de la explicación/ com-
. prensión: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la
narratividad tanto un obstáculo como un sustituto de la ex
plicación".5 Hay dos tipos de int~ligibilidad: la narrativa y la
explicativa (causal). La primera está sostenida por un efec
to de "cohesión", que proviene de la cohesión atribuida a
una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha
señalado que la memoria recurre preponderantemente o
siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que
dan necesariamente estilizadas y simplificadas".6 Natural
mente, la estilización unifica y traza una línea argumental
fuerte, pero también instala el relato en un horizonte don
de radica la ilusión de evitar la dispersión del sentido.
Desde la perspectiva de la disciplina histórica, en cam
bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un
origen; al renunciar a una teleología simple, la historia re
nuncia, al mismo tiempo, a un úr~ico principio de inteligi
bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la intervención
en la esfera pública, donde los viejos discursos de una histo-
'• !.a 111,'111oi11', /'histoite, /'ouUi, cit., pp. '.107-:WS.
¡; J,w;ado y pr¿;mlt!, cit., p. 10:2.
LA RETÓRICA TESTJMON!AL 67
ria con argumento nítido prevalecen sobre las perspectivas
monogóficas de la historia académica. Precisamente el dis
curso de Ja memoria y las narraciones en primer:.t persona
se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se e~.
capan; no sólo se articulan contra el olvido, tambi~n luchan
por un significado que unifique la interpretación .
En el límite está la utopía de un relato "completo", del
cual no quede nada afuera. La inclinación por el detalle y
la acumulación de precisiones crea la ilusión de que lo con
creto de la experiencia pasada quedó capturado en el dis
curso. Mucho más que la historia, el discurso es concreto y
pormenorizado, a causa ele su anclaje en la experiencia re
cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de
la autodesignación del sujeto que testimonia porque estuvo
allí donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su
presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad .de una
historia personal "hundida en otras historias".7 Por eso es
admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio
es una institución de la sociedad, que tiene que ver con lo
jurídico y con un lazo social de confianza, como lo seilaló
Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra b muerte o la
vejación extrema, establece también una escena para el
dt1clo, fuucbndo así comunidad ;dlí donde fue desrruid~t.K
7 /,11 111f:mui11:. /'/11.1/uiu:, /'uuuh, cit., pp. ~0-1-'.WS.
H Es 11111y i11Lcrcs.111Lc el caso de b Comisión de b Vndc1d \' lfrco11ci
liaciú11 pn11;111;1. Cornu lo sc1-1:tla Christopl1<-r vau Cinhol'<'ll Rt}, la CVR
i i
f 1 i• !
.J
68 llf'..1\TRIZ SAlU.O
El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie
ne la ambición de la autodefensa; quiere persuadir al inter
locutor presente y asegurarse una posición en el futuro;
precisamente por eso también se le atribuye un efecto repa
rador de la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las
apologías del testimonio como "sanación" de identidades
en peligro. En efecto, tanto la adjudicación de un sentido
único a la historia, como la acumulación de detalles, pro
ducen un modo realista-romántico, en el cual el st~eto que
narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo
de que él lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se
cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,
como sucede en el caso de la historia. El primado del deta
lle es un modo realista-románticÓ de fortalecimiento de la
credibilidad del narrador y de la veracidad de su narración.
Por el c01~trario, Ja disciplina histórica se ubica lejos de la
utopía de que su narración puede incluirlo todo. Opera con
elipsis, por razones metodológicas y expositivas. Sobre esta
cuestión, Riccrur estableció una diferencia entre "individual"
"reconoció desde un principio que el testimonio 'es también una forma
de proces;1r un duelo largamente postergado', un 'instrumento terapéu
tico' t'Scncial para la reconciliación, en la medida en que toda transición
üusc.1 reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sino
tdmüién ;1 la lúgic1 política con la lógica del duelo". ("La construn ión
dt: la !"ttt:nle y los túndamt:ntos de la rccom:iliación en el Perú: análisis dd
flljunne jiwil ,k la Comisión de la Verdad v Reconciliación", rnirneo, lkp.
of Spanish <rncl l'ortuguese, New York University, ~005.)
LA RETÓlUCA TESTIMONIAL 69
y "específico" (que recuerda la definición lukacsiana de tipo):
"Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo
ria no tiene como objeto el individuo sino lo específico. La
noción de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co
mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una
intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,
específico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo
posee una suerte de generalidad'".9 Lo específico histórico
es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle
verosímil sino como rasgo significativo; no es una expansión
descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some
tido a su lógica. El principio de la elipsis, enfrentado con la
idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo
específico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es
una de las lógicas de sentido de un relato.
El modo realista-romántico
Cité a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que
frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la
memoria y más en las operaciones intelectuales, compren
der tan to o más e¡ ue recordar, se corresponde con la de
Y Paul Rico:ur, 'J~111/1s d r,irit, ciL, vol. 1: L'iuttigue el le riut ll11lurique,
p. 304. ( Tinupo y uarraáú11: Conjiguraáún del tiempo en el re/a/u !11stóriw, Mé
xico, Siglo XXI, 1983.J
1
1
i l l l
1 j· j
70 BEATIUZ SARLO
Annette Wieviorka, cuando afirma que vivimos" ... una épo
ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi
nión personal ocupan muchas veces el lugar del análisis".lº
Si éste es el tono de la época, importa subrayar la poten
cialidad explicativa de la intriga q~e, para dar alguna inteli
gibilidad no importa cuán problemática a los hechos re
construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es
cierto que la verdad está en el detalle. Sin embargo, si no se
lo somete a crítica, el detalle afecta la intriga por su abun
dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria
mente verdadera. La proliferación del detalle individual
cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta
como si ésta pudiera o debiera representar un todo, algo
completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te
ner que mostrar su necesidad. El detalle, además, fortalece
el tono de verdad íntima del relato: el narrador que recuer
da de ese modo exhaustivo no podría pasar por alto lo im
portan te ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un
pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con
sus propios ojos. En un testimonio los detalles no deben nun
ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de
ellos, incluso de su amontonamiento y repetición.11
lO v\'ieviurk.a, cit., p. l '.26.
11 A.sí lllnciollall los detalles en un relaw tan clásico y verosimilizante
colllo 1~1 11u11 jictiu11 o noveb doculllental de Miguel Bunassu: Fl prnid,,-nlt:
qur 1w ju<, But·nus Aires, Planeta, 1997. Durante 111{1s de seiscientas pági
nas se repi1en las observaciones mínimas: el modo en que Hécwr C~un-
L\ RETÓIUCA TESTIMONlAL 71
Muchos relatos teMimoniales son excesivamente detalla
dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo
sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos
argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em
bargo, hay algunos textos en los que el detalle está contro
lado por la idea de una representación restringida de la si
tuación car~elaria y, en consecuencia, bastante más atenida
a sus condiciones. Pienso en 17ie Little School de la argentina
Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza
con el relato de la captura de Pannoy contado en tercera
persona, de modo que la identificación esté mediada por
un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro, otro
texto en tercera persona vale como una especie de corte en
el movimiento de identificación autobiográfica; la tercera
persona es un compromiso con lo específico de la situación
y no simplemente con lo que elb tiene de individual. La
primera frase es "Aquel mediodía ella tenía puestas las
chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se
quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado
res. En el primer capítulo, la presa-desaparecida recién tras-
pora 1naotiG1 uu bift:, sus miradas a las mujeres, su ropa a1ildada. La ver
dad de lo que c:unpura dice o h:1ce en la eskra política esr:, apoyada en
b creencia que cuns1ruyen t·sus detalles que irnet;:.u1 un "'dispusitivu de
prueb:t". Véase: H. S., "Cuando la política erajovell", i'u11lo de \/i;f11, nú
mero !)8, agustu de l 9~J7. E11 ese anículu umbién se lllLºllCirn1:1 La vul1w
lad de l'vbrtín Caparrús y Eduard<1 Anguit:i (Hnenos Aires, Nurn1:1, 1 <J<J7
y l9~J8).
-'-''e'"==~------------------------------
72 BEATRIZ SARLO
ladada a "la escuelita", por deb;;tjo de las vendas que le im
piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son
Jos pantalones de su marido. Nada más, excepto la resolu
ción de registrarlo todo (mirando de través, hacia el piso,
por la ranura del trapo que le tapa los ojos) .12 Por la repeti
ción de lo insignificante, los detalles en The Little School se
niegan a crear un pleno de representación. Pa1~tnoy los or
dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po
bres, porq uc;: pertenecen a una experiencia mutilada por la
inmovilidad permanente y la oclusión de lo visible. El deta
lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife
ración a lo que ella relata.
Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de
una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los
hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten
que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir
construyéndolo. Esto tiene una dimensión dramática y jurí
dica que habla de la minuciosa destrucción de los rastros rea
lizada por los responsables de las desapaiiciones.
En otros .casos, cuando la historia que se quiere recons
truir no es ::;ólo la de un padre o madre asesinados, cuando
lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-
I~ Alicia Partnoy, The Lillle Schuol; Tales of Disaf!peara11Ce and Survival,
Sau .Francisco, Midnighc Editions, 1986. Llego a este libro gracias a Fran
cinc Masidlo. Sobre Parmoy, véase: Diana Taylor, Disappearing Acts; Spec
taclrs uf Gmder all<l Nutionalis11t in J\rgmtina's "Dírty \·Var', Durham y Lon
dres, Duke University Press, 1997, pp. 162 y ss.
LA RETÓRID\ TESTIMONIAL 73
cunstancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las
pretensiones de la narración exceden la búsqueda <le una
respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se
ejerció la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y
político previo a las intervenciones militares, quedan Lien en
evidencia las de.bilidades de una memoria que recuerda de
masiados detalles no significativos, una memoiia que, como
no podría ser de otro modo, a veces entiende y a veces no
entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momen
to cuando la ilusión de una representación completa produ
ce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des
víos cuyo motivo sólo es que eso aconteció al narrador o a~
sajeto que éste evoca. Y, entonces, la proliferación multiplica
los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razón argu
mentativa o estética que sostenga su trama. Éste es el caso
del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de
su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en
la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subtítulo Una
saga familiares especialmente apropiado a la empresa recons
tructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos
de ambos hermanos, su infancia, la relación con sus padres,
la relación entre sus padres, los conilictos psicológicos de
una familia, las preferencias cotidianas, todo ellu como un
preámbulo que se ju1.ga necesario (como sis<· tratara de una
novela realista) antes de entrar en los aíios setenta; e incluso
en esos aüos, los detalles de la vida familiar, los niii.os, el des
tino de los h~jos de desaparecidos o combatientes, ocupan
--·--=,,,,.~~-----------------------
74 BEATRIZ SAllLO
porciones importantes del relato que, así, se sostiene sobre
una dimensión afectiva de rememoración. Ceüida a la idea
realista de novela, Zuker escribe un capítulo final donde, co
mo en Dick.ens, se sigue el destino d~ los personajes, en algu
nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble
mática de lo que sufrieron en vida, sin que esas aclaraciones
finales tengan una razón compositiva que los vincule a la his
toria central que, de todos modos, ha ido bifurcándose en
un testimonio de la autora sobre la relación con su hermano
y muchas otras cosas.13
Entre detalle individual y relato teleológico hay una rela
ción obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un
sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan
a esa dirección incluso cuando los propios protagonistas se
demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos
menores y manías de los personajes del testimonio termi
nan organizándose en algún tipo de necesidad inscripta
más allá de ellos. El !nodo que denominé realista-románti
co se adapta bien a estas características de la narración tes
timoni<tl que,justamente por estar respaldadas por una sub
jetividad que narra su experiencia, dan la impresión de
colocarla m{1s allá del examen.
La cualidad romántica tiene que ver con dos rasgos. El
primero, pur supuesto, es el centramiento en la primera
l:l Cristin;t Zukn, J:'l trm de la victuiia; 1111a saga jú111ilúu, Buenos Aires,
Suda111ericana, '.200:1.
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 75
persona, o en una tercera persona presentada a través del
discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec-
¡ tiva de una primera persona. El narrador confía en la re
presentación de una subjetividad y, con frecuencia, en su
expresión efusiva y sentimental, que remite a un horizonte
narrativo identificable con la "nota de color" del periodis
mo, algunas formas del non fiction o las malas novelas (soy
1 consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque
mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no
velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).
Además, los textos de inspiración memorialística produci
dos sobre las décadas de 1960 y 1970 se refieren a la juventud
• de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple
, dato demográfico (la mitad de los muertos y desaparecidos
argentinos tenían menos.de veinticinco aüos), sino más bien
de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza
ción revolucionaria se desarrolló b<tjo el signo inaugural e in
minente de la juventud. Las organizaciones de derechos hu
manos desde los aüos de la dictadura argentina hablaron,
especialme11te las Madres y más tarde las Abuelas, de "nues
tros h~jos", fijando en una consigna un argumento poderoso:
sacriiicados en plena juventud precisamente porc¡ ne respon
dían a una imagen de la juventud c¡ue coincide COJl el senti
do cornún: desinterés, ímpetu, idealismo. La cualidad juvenil
se enfatiza cuando los hUos de esos militallles lllttl·rtos u de
saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que
ellos son, en la actualidad, mayores que sus padres en el mu- 1 ¡ ---·----· _____ _....,:.;:;;...-· . ...._ ______________ _,_
76 BEATRIZ SAIU.O
mento en que éstos fueron asesinados. Entre las Madres y los
Hijos, el sujeto de la memoria de estas décadas es la juventud
esencial, congelada en las fotografías y en la muerte.
Es evidente que para las víctimas o los familiares de las
víctimas, armar una historia es un capítulo en la búsqueda
de una verdad que, de todas formas, la reconstrucción en
modo realista-romántico de los hechos no está invariable
mente en condiciones de restaurar. La práctica de esa narra
ción es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi
do del pasado subsista, y la narración no pueda responder a
las preguntas que la generaron, e! recuerdo como proceso
subjetivo abre una exploración que es necesaria al sujeto que
recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten
a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulación
de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-. 1
dría tener una significación general. Reconstruir el pasado
de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a través de testi
monios de fuerte inflexión autobiográfica, implica que el su
jeto que narra (parque narra) se aproxima a una verdad que,
hasta el momento mismo de la narración, no conocía total
mente o sólo conocía en fragmentos escamoteados.
¿Qué fue el presente?
La memoria es siempre anacrónica: "un revelador del pre
sente", escribió Halbwachs. La niemoria no es invariable-
LA RETÓIUCA TESTIMONIAL 77
mente espontánea. En Shuah los aldeanos polacos, a quienes
Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosán
dolos con la cámara, responden sobre una época que se ven
forzados a traer hasta el presente en el que están respon
diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam
pos de concentración, empujados a ir más allá de lo que re
cordarían librados sólo a una rememoración espontánea.
Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca
del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que
han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise
rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las
víctimas; y también obtiene más recuerdos que los "espontá
neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cáma
ra hasta que algunos de ellos le piden que dé por terminada
la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposición de la
memoria. Tanto en los aldeanos como en los sobrevivientes,
aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida más
allá de lo que los sttjetos pensaron que podía serlo y más allá
de sus intereses y voluntades. A.sí, la memoria del Holocaus
to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,
sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,
presionando sobre el recuerdo acostumbrado.
El saber que Lanzmann tiene de los campos empuja la
memoria <k las víctimas o de los testi'.~os para hacerles de
cir m{ts de lo que dirían librados a su espomaneidad. La in
tervención es una forzadura de la memoria espont<Ínt>a de
aquel pasado y de su codificación en una narración conven-
80 BEA.TIUZ SAIU.O
enfatizado en función de una acción política o moral en el
presente, lo que utiliza como dispositivo retórico para argu
mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe
.riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des
pués de un tiempo, con su experiencia, etcétera, etcétera.14
La impureza del testimonio es una fuente inagotable de
vitalidad polémica, pero también requiere que su sesgo no se
olvide frente al impacto de la primera persona que habla por
sí y estampa su nombre corno reaseguro de su verdad. Tanto
como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver
dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si
en el testimonio el anacronismo es más inevitable que en
cualquier otro género de la historia, ello no obliga a aceptar
lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen
te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re
cordar la cualidad anacrónica porque es imposible elimiuarla.
Cuando me refiero al anacronismol5 entiendo el que
Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el
pasado sino que muestra los límites que la distancia pone pa
ra su comprensión. Sin embargo, Di<li-Huberman reconoce,
H FliLabetlt Jdin escribe: "La memoria es una fuente crucül para la
ltistori:1, ;1un ()' especi~1hnnlle) en sus tergiversaciunes, desplazami"ntos
y negaciones, que plantean enig·rnas )'preguntas abienas a la investiga
ciún" (1.os lm&ajus de la 111mwria, Madrid, Siglo XXI de Espaiía EditlH"eS
Siglu ~Xl de :\1ge11ti1u Editores, '.200'.!, p. 75).
I'> Retomo ~tlgunas ideas de llli trabajo l.a pasión y la excepciá11, Buenos
:'\ires, Siglo XX!, '.2003.
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 81
frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una
perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretéri
tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo
entremezcladas, campo arqueológico a descifrar".16 En este.
sentido, el anacronismo nunca podría eliminarse completa
mente y sólo una visión dominada por la generalización abs
tracta podría confiar en aplanar las texturas temporales que
no sólo son las que arman el discurso de la memoria y de la
historia, sino que muestran de qué sustancia temporal hete
rogénea están tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em
bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a
esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-
16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art el anachronis
me des images, París, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran
ciere, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un
tiempo que desborda los ma1·cos de una cronología: "Ese tiempo, que no
es exactamente el pasado, tiene un nombre: es la meuwiia ... que humaniza y
configura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se
condena a una esencial impureza ... La mnnoria es psú¡uica en su proce
so, anacráuica en sus efectos de Ill(Jllt;tje, de reconstrucción o de 'decanta
ción' del tiempo. No puede aceptarse la dimensión memorativa de la his
toi:ia sin aceptar, junto a ella, su anclaje en el inconsciente y su dimensión
anacróHica". La cita de Ranciere pertenece a "Le concept d"machronis
rne et b váitt· de !'historien", L'foactud, número u, l 99ti. En su muy inte
n:sante tr:diajo sol.l!'e la memoria popular del fascismo (Fasciom in Pvpular
Memory; Cambridge University Press, 1987), Lui'a Pas~erini trabaja los
desliz;uuinllos de tic1upo y de interpretación, scúalando l[ll" el testilllo
nio es i11dudible u1 b Illedida en que el ubjew dd historiador ;;ea el de
reconstruir la forma en que una configuración de hechos h:1 impanado
sobre los sujdos contemporáneos a ellos.
·---- :z:::-
¡ i
1
l !
'¡ 1
78 llL\TRlZ SARLO
cional, sobre la que se ejerce la presión de un saber cons
truido en el presente. Los aldeanos o las víctimas también
hablan en el presente e, inevitablemei:ite, saben más de lo
que sabían en el momento de los hechos, aunqt1e también
hayan olvidado o buscado el olvido.
Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na
rraciones testimoniales. También la disciplina histórica está
perseguida p¿r el anacronismo y uno de sus problemas es
precisamente reconocerlo y trazar sus límites. Todo discurrir
sobre el pasado tiene una dimensión anacrónica; cuando
Be1tjamin se inclina por una historia que libere el pasado de
su reificación, ·redimiéndolo en un acto presente de memo
ria, en el impulso mesiánico por el que el presente se haría
cargo de un~ deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,
en el momento en que la historia se plantea construir un pai
saje del pasado diferente del que recorre, con espanto, el án
gel de Klee, está indicando que el presente no sólo opera so
bre la construcción del pasado sino que es su deber hacerlo.
El anacronismo benjaminiano tiene, por una parte, una
dimensión ética y, por la otra, participa de la polémica con
tra el fetichismo documental de la historia científica de co
mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crítica de la cualidad
objetiva atribuicb ~.t la reconstrucción de los hechos, no ago
lad problema ele la doble inscripción temporal de la histo
ria. Lt indicación de Bcnjamin podría también ser leída co
rno una kcción a historiadores: mirar el pasadu con los ojos
ck c¡uienes lo vivieron, para poder captar allí el sufrimiento
LA RETÓRIC·\ TESTIMONIAL 79
y las ruinas. La exhortación sería, en este caso, metodológi
ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sería un instru
mento para disolverlo.
Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar
un problema que, ele todos modos, persistirá. La historia no
puede simplemente cultivar el anacronismo por elección,
porque se trata ele una contingencia que la golpea sin inte
rrupciones y está sostenida por un proceso de enunciación
que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la
disciplina histórica sabe que no debe instalarse cómodamen
te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.
Esto la distingue ele las narraciones testimoniales, donde el
presente de la enunciación es la condición misma ele la re
memoración: es su materia temporal, tanto como el pasado
es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na
rraciones testimoniales están cómodas en el presente por
que es la actualidad (política, social, culmral, biográfica) la
que hace posible su difusión cuando no su emergencia. El
núcleo del testimonio es la memoria; no podría decirse lo
mismo ele la historia (afirmar que es preciso hacer historia
wmo si se recordara sólo abre una hipótesis).
El testimonio puede permitirse la anacronía, ya que se
compone con lo que un SL!jeto se pe1 mitc o puede recordar,
lo que olvida, Ju L\Lle calla intencionalrnente In que uwdili
ca, lo que invenu, lo que transfiere de un tono o género a
otro, lo que sus iustrumentos cultur~tles le permiten captar
del pasado, Ju que sus ideas actuales le indican que debe ser
l
82 BEATRIZ SARJ.O
je c~n elb para alcanzar una reconstrucción inteligible, es
denr: que sepa con qué fibras está construida y, como si se
tratara de la u-ama de i.in tejido, las disponga para mostrar
del mejor modo el diseiio buscado.
Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la
densidad de temporalidades diferentes. Indicaría solamente
un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el
pasado en un imposible "estado puro" Coino al d. . · guna vez i-
JO Althusser, no existe el cráneo de Voltaire niño p . ero para
pensar el pasado, también es insuficiente la tendencia a colo-
car allí las formas presentes de una.subietividad . l J que, sm p an-
tearse una diferencia, cree encontrar el ''cráneo de Voltaire
niño" cuando, en realidad, está dando una forma entera
mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decirlo con un
ejemplo: la idea de derechos humanos no existía en las déca-
e os movmuentos revoluciona-das de 1960 y 1970 dentro el 1 · ·
rios. y si es imposible (e indeseable) extirparla del presente,
tampoco es posible proyectarla intacta hacia el pasado.
La memoria, ra1 corno se ha venido argumentando, so
porta Ia tensión y las tentaciones del anacronismo. Esto suce
de en los testimonios sobre los años sesenta y setenta, tanto
los que provienen de los protagonistas y estún escritos en pii
mera persona, como los producidos P.ºr técnicas etnográfi
cas que utilizan uua tercera persona muy próxima a Ja pri
mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto
libre). Frente a esta tendencia discursiva habría que tener en
cuenla, en primer lug;ir, que el pasado recordado es <lema-
83
LA RETÓRIC\ TESTUv!ONiAL
siado cercano y, por ttso, todavía juega funciones políticas
fuertes en el presente (véanse, si no, las polémicas sobre los
proyectos de un museo de la memoria). Además, quienes re
cuerdan no están retirados de la lucha política contemporá
nea; por el contrario, tienen fuertes y legitimas razones para
participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones
sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es rn:cesario re
currir a la idea de manipulación para afirmar que las memo
rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con
tlictos actuales y pretenden jugar en él. Por último, sobre las
décadas del 60 y 70 existe una masa de material escrito, con
temporáneo a los sucesos -folletos, reportajes, documentos
de reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,
diarios partidarios y no partidarios-, que seguían o anticipa
ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sería
insensato dejar de lado porque, a 1nenudo, dicen mucho más
que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los
vuelven comprensibles ya que les agregan el marco de un es
píritll de época. Saber cómo pensaban los militantes en 1970,
y 110
limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cómo
eran y actuaban, no es una pretensión reificante de la subje
tividad ni un plan para expulsarla de la historia. Significa, so
lame11te, que la "verdad" no re:;ulta del sometimiento a una
perspectiva rnernorialísrica qLte tiene límites ni, nrncho me-
nos, a sus opt~raciones tácticas. Por supllesto, esos línütes afecL:tn, colllO no podría sl'.r
de otra forma, los testirnonios lk quieues resultaron victi-
84 BEATRIZ SARLO
mas de las dictaduras; ese carácter, el de víctimas, interpe
la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.
No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que
den sustraídos del análisis. Son, hasta que otros documen
tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a
los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul
tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el nú
cleo de un saber sobre la represión; tienen además la tex
tura de lo viyido en condiciones extremas, excepcionales.
Por eso, son irreemplazables en la reconstrucción de esos
años. Pero el atentado de las dictaduras contra el car~cter
sagrado de la vida no traslada ese carácter al discurso tes
timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex
periencia es interpretable.
Las ideas y los hechos
¿Cuánto de las ideas que movilizaron los años sesenta y se
tenta queda en los relatos testimoniales?
La pregunta importa porque aquella fue una época fuer
temente ideológica, tanto en la izquierda como en la dere
cha (ninguna de las dos había sido atravesada por el prag
matismo). Éste es un rasgo diferencial, una cualidad que
hace al tono de la época y que se descubre muy rápidamen
te no sólo cuando se leen los textos francamente políticos,
lo cual es obvio, sino cuando se leen también los diarios y
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 85
semanarios de la industria cultural. La televisión no había
implantado una hegemonía completa; la prensa escrita se
guía siendo el principal medio de información; quien, en
una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co
tidianos populares argentinos de ese período quedará pro
bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que
los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re
vista más sensacionalista de fines de los aú.os sesenta, en la
que compartieron página con las noticias policiales y las ve
dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros
años setenta, se consumían más diarios por habitante que
en la actualidad y el noticiero televisivo no había ree~pla
zado todavía al diario popular vespertino que le ofrecía a su
público varias páginas de información sindical, en un mo
mento de radicalización del sindicalismo.
El clima de época no se definía sólo por afinidades prag
máticas o por identificaciones afectivas. Las ideologías, le
jos de declinar, aparecían como sistemas fuertes que or
ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron décadas
ideológicas, donde lo escrito desempeñaba todavía un pa
pel importante en la discusión política por dos razones: por
un lado, se trataba de la práctica de capas medias, escolari
zadas, con direcciones que provL'.nÍan de la universidad o
de encuadramientos sindical-políticos donde la batalla de
las ideas era fundamental; por otro lado, la mayoría de la
militancia y el activismo era joven y reforzaba el carácter
ilustrado de franjas importantes de los movimieutos.
86 BF.ATRlZ SARLO
Se crda que las viejas lealtades políticas tradicionales po
dnan o disolverse o rnodificarse, y que las tradiciones polí
ticas debían ser reivindicadas porque su transformación
ideológica las integraría en nuevos marcos programáticos.
Estas operaciones no podían realizarse sin un fuerte com
poneme letrado en los cuadros de dirección y en los secto
res intermedios, e incluso en la base de. las organizaciones.
El imaginario de la revolución era libresco y esto se mani
festaba en la insistencia sobre la formación teórica de los
militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta
ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu
nos textos fundadores, a los que había que conocer. La po
lítica de esos aiios, con diferencias de periodización según
las naciones del sur de América, giraba tanto ah,ededor de
algún texto sagrado como de la voluntad revolucionaria. O,
más bien, la voluntad revolucionaria tenía algún libro en su
origen, como tenía también a algún país socialista (Cuba,
Vietnam, China). La importancia de la "teoría" (una ver
sión simplificada para usos prácticos), sobre todo en el cam
po marxista, les dio un carácter singularmente doctrinario
a muchas imervenciones políticas y sería un error pensar
que esto sucedía sólo en el espacio universitario o que era
protagonizado exclusivamente por la pequeüa burguesía.
111cluso los popufomos revolucionarios sostenían su acción
t·n u11 imaginario cu 71as fuen ces eran escritas.
Hast~i leer los cientos de púginas de los movimientos nis
ti;mos radicalizados, donde las interpretaciones de las encí-
LA RETÓRICA Tl-:STIMONIAL 87
clicas y de los Evangelios fueron verdaderos tjercicios de se
cularización de la teología, que tuvieron influencia no sólo
sobre las organizaciones políticas si110 también sobre mu
chos obispos de América Latina.17 Cruzándose, mezclándose
y contaminándose con las versiones marxistas, dependentis
tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali
zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo
una masa de textos que, en un extremo, integraba la ''teolo
gía de la liberación" y, en el otro, la teoría de la lucha arma
da, ya que la nueva sociedad estaría precedida por una etapa
de destrucción reparadora. El milenarismo fue profético y a
través de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,
sus legiones se reconocen y organizan. La profecía llega al
presente desde el pasado, auto1izando el cambio que ha sido
anunciado en los textos sagrados. En América Latina, el cris
tianismo revolucionario de los aúos sesenta y setenta marcó
el momento de mayor compacidad y penetración de este dis
curso. Se leyó la Biblia en clave tercermundista y se divulga
ron versiones secularizadas del mens:~e evangélico. Los do-
17 Una auwlugía de Lt'XlOS y un panorama hisLÓrico puedt'.n cncomr;.11,
se en BcatriL S;trlu, J.a h11lal/11 de las idms, Bue u os Aires, Ariel, '.WU l, donde
Carlos Alumir;u10 escribió el capítulo sobre Lts posiciones nacional-popu,
lares. Cbudi;t ( :ihu;m l1a estudiado los debates itlleknuales de t''il<'. perío
do en uu lilJru exceleult'.: l.a pluma y la t;p11d11, liuu1os Aires, Siglo XXI,
~003. !';u a u11;t lwrs1wni\';\ cum1Jarati\'a con el ctsu fr.u1c6s, v('ª''' el ya ci
tado libro <fr Jc·;u1-l'icn<' Le Cuff, que r<"aliza, a prupósitu de 1\byo del ti8
y los aúos siguie111es, u11 estudio cuyo eje es la hisw1i;t de las ideas.
'1
1
88 BEATRIZ SARLO
cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun
do, la revista üistianismo y Revolución, la teología de la libera
ción del cura peruano Gustavo Gutiérrez, prepararon el sue
lo ideológico donde el milenarismo cristiano se encontró
con la radicalización revolucionaria.IS
Las ideas eran defendidas como núcleo constitutivo de la
identidad política, sobre todo en las fracciones marxistas del
movimiento radicalizado. La afirmación de la primacía inte
lectual no debería tomarse como descripción de lo que efec
tivamente sucedía con los sujetos, sino como indicación de
qué debía suceder. Pero esta indicación en sí misma era un
elemento activo de la realidad e incidía en la configuración
de las identidades políticas: la utopía de una teoría revolu
cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba
sobre la práctica cotidiana de los movi.mientos. Esto no con
virtió a todos los militantes en eruditos, pero señaló uh ideal.
En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re
volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba
una identidad histórica fundada en la identificación con un
líder carismático, y se planteaba la oposición entre elites le
tradas y pueblo como una línea divisoria de la historia nacio
nal, tan fuerte como la que oponía la nación al imperialis
mo; por el otro, se difundía esa misma historia en versión
escrita, ensa¡'Ística, que era leída y aprendida por miles dejó-
lH Véase "Estudio preliminar", cap. ll, "Cristianos en el siglo'', en:
Beatriz Sarlo, La balalla de las ideas, cit.
89 LA RETÓIUCA TESTIMONlAL
venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en
la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves
para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori
cista junto con una formación libresca en esa tradición de lu
chas nacionales que los viejos sectores populares no habían
aprendido en los libros pero que los recién llegados al movi
miento debían aprender en ellos. El debate sobre la natura
leza del peronismo fue claramente ideológico y estuvo mar
cado por intervenciones intelectuales y académicas.19
Los caminos de la revolución (las "vías"), las fuerzas so
ciales que se aliaban 0 se oponían en su recorrido (los fren
tes, la dirección, las etapas, las tareas, según el vocabulario
de la época), y el tipo de organización (partido, movimien
to, ejército revolucionario, y sus respectivas células, forma
ciones, jerarquías, comunicación y compartimentación) .
eran también capítulos doctrinarios fundamentales y obje
to de debate no sólo en la prensa partidaria.20
1 d 1 b · d J an Carlos Portan-lY La más alta, seguramente, fue a e tra ;~o e u
tiero y Miguel Murmis, Estudio sobre los orígenes lle'. peroni>1'.t0, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2004 (1971). Véase para una historia de las ideas s~bre
1 · . c·
1-Jos· Altainirano Bay·u el signu de las masas, lluenos Aíres,
e perorusmo. ,1 '
Ariel Historia, 200 l. · . 20 La importancia de una revista como Pasado y l
1
rnmlé, y de '.ª sene
Je obras de las más diversas líneas de la tradición marxista apareo<las en ,, d' · ·<l ·.por José Aricó no t·s 1111
los "Cuadernos de Pasado y Presente , mg1 os • dato solitario ni excepcional del período. Pasado y Prnente represe11t~1 el
nivel intdeclllal más sofisticado, pero funnaba parte de un campo _d~ publicaciones, dentro del cual los fascículos del Centro EdiLOr de Amen-
_______ ,..,._......_ ___ ._,_·=· i:=u;:::::z;;.. ___________________ ....,. ..
90 BEATRIZ SARLO
La emergencia de la guerrilla motivó, en el caso argenti
no, que revistas y semanarios del mercado pusieran esta dis
cusión, de larga tradición en el movimiento comunista y so
cialista, a disposidón de sus lectores. Ese desborde de temas
de la teoría revolucionaria_ hacia la prensa de información
general, que se comprueba cada vez que se examinan perió
dico~ de la época, marca también un proceso de difusión ha
cia capas medias que no necesariamente se incluían en las
organizaciones. Las vanguardias políticas de ese período for
maron parte de un movimiento más amplio de renovación
cultural que acompaüó los procesos de modernización so
cioeconómica de b década del sesenta. Los cambios cultura
les y en las costumbres fueron impulsados por una genera
ción que dejó su marca también en el periodismo, en nuevas
formas de vida y en las vanguardias estéticas.
Todo esto es sabido, Ahora bien, si el período fue esce
nario de un importante giro en las ideas que no se vivió so
lamente en ''estado práctico" sino bajo formas discursivas,
textuales, librescas; si el imaginario político, lejos de confi
gurarse contra lo letrado, recurría a una cultura ilustrada
ca Latina (que se \'cndían en kioscos por decenas de miles) obtenían Ja
llla)'Or difusión rnasi\';1. Lis colecciones del Centro Editor como Siglu-
1111rndu (dirigida porjurge L1fforgue), Ja lfato1ia del sindicalismo (dirigida
pür :\.lbnto l'Li), e i11cl11so l'ull:mica, un:t histotü argenti11a dirigida por
Havdee Corosteg LLi de Turres, con mayo1· incidencia de Jos hiswriadures
profc~ioiuks, funn:tli;111 una l.iiblioteca política popular, que podía cn
cumrarse u1 tod:1 la :\rgullina.
lA RETÓJUCA TESTIMONIAL 91
para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito
revolucionario se sostuvo en una hiswria escrita y en un de
bate que ya había atravesado buena parte del siglo XX, la
pregunta es cuánto del peso y la reverberación de las ideas
ha quedado en las narraciones testimoniales o, más bien,
qué sacrificio de la cara intelectual e ideológica del movi
miento político-social se impone en la narración en pri
mera persona de una subjetividad de la época. ¿Cuánto
subsiste de este tenor ideológico de la vida política en las
narraciones de la subjetividad?2I O, si se quiere, ¿cuál es el
género histórico más afín a la reconstrucción de u11a época
como aquella?
No se trata de discutir los derechos de la expresión de la
subjetividad. Lo que quiero decir es más sencillo: la subjeti
vidad es histórica y si se cree posible volver a captarla en
una narración, es su difercncialidad la que vale. Una utopía
revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusLO si se
la presenta sólo o fundamentalmente como drama posmo
<lerno ele los afectos.
~1 l.a capt;teión del clima ideolúgico e>, u1 cambio, exhaustiva en una
obra muy seusible también a Lt n.:pn·senLaci<'H1 de sensilJilidades revulu
ciouarias, cumo Lt biografía de Roberto Santuclw e l1isturia dd ERI'. de
María Seo~tllL", 'fodo o 1Uula (Buenos Aires, Sudamericana, 1~)91 ). !'no se
trata de una hi.,1uáa, cun fuentes docun1e11L1les el<- LOdu tipo y 110 simpk
mentc de una reconstrucción sobre la IJ:1se de testi1uonios.
92 BEATIUZ SARLO
Contra un mito de la memoria
Paolo Rossi escribe que, después de Rousseau, "el pasado se
rá concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so
bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi
nado se vuelve un problema no sólo para la psicología, sino
también (y se debería decir, sobre todo) para la historiogra
fia ... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y
lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones
del preseme".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un
lado, la narración hace sentido del pasado, pero sólo si, co
mo señaló Arendt, la imaginación viaja, se despega de su in
mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia
(si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali
dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un
mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co
mo una especie de artesanado de resistencia.
De todos modos, si no se practica un escepticismo radical
Y se admite Ja posibilidad de una reconstrucción del pasado,
se abren las vías de la subjetividad rememorame y de una his
toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y
metodológicamente de sus narraciones. Esa historia, como
lo señala Rossi, vive bajo la presión de una memoria (reali
zando, de modo extremo, lo que Benjamín solicitara como
~~ P;wlo Rossi, H/ ptwulo, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, pp. 87-88.
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 93
refutación del positivismo reificante) que reclama las prerro
gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que
la memoria quizá tiene derechos morales, pero no otros. Los
discursos de la memoria tan impregnados de ideologías co
mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina
histórica a un control que tenga lugar en una esfera pública
separada de la subjetividad.
La memoria tiene interés en el presente tanto como la
historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos
años, cuando ya se ha ejercido hasta sus últimas consecuen
cias la crítica de la idea de verdad, las narraciones de me
moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos
acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las
memorias de la represión, la suspensión de esa desconfian
za tuvo causas morales, jurídicas y políticas. Lo importante
no era comprender el mundo de las víctimas, sino lograr la
condena de los culpables.
Pero es dificil que quienes están comprometidos en una
lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina
tos y torturas, se limiten después de dos décadas de transi
ción democrática a establecer el sentido jurídico de su prác
tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron
su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido
sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron el
teITorismo de estado. El Nunw más p;11·ece entonces insufi
ciente y se pide no sólo justicia sino también un reconoci
miento positivo de las acciones de las víctimas.
94 Bl'.'.ATRlZ SARLO
Se entiende el semido moral de esta reivindicación. Pero
como se convierte en una interpretación de la historia (y de
ja de ser sólo un hecho de memoria) cuesta concederle que
se mantenga ajena al principio crítico que se ejerce sobre la
historia. Cuando una narración memórialística compite con
la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub
jetividad que sería su garante (com<;> si pudiéramos volver a
creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo
que sucedió conmigo o de lo que vi que sucedía, de lo que
me enteré que sucedió a mi amigo, a mi hermano"), se colo
ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo
nial, en una especie de limbo interpretativo.
4. Experiencia y ~rgumentación
Existen otras maneras de trabajar la experiencia. Algunos
textos comparten con la literatura y las ciencias sociales las
precauciones frente a una empiria que no haya sido cons
truida como problema; y desconfían de la sinceridad y la ver
dad de la primera persona como producto directo de un re
lato. Recurren a una modalidad argumentativa porque no
creen del todo en que lo vivido se haga simplemente visible,
como si pudiera fluir de una narración que acumula detalles
en el modo realista-romántico. Son textos raros y me referiré
a dos: ''La bemba" de Emilio de Ípola y Poder y desaparición;
los wmpos de wncenlración en Argentina, de Pilar Calveiro.
Presuponen lectores que buscan explicaciones que no
estén sólo sostenidas en la petición de verdad del testimo
nio, ni en el impacto moral de las condiciones que coloca
ron a alguien en la situación de ser testigo o víctima, ni en
la identiiicación. Presuponen autores que no piensan que
la experiencia entrega directameute una intelección de los
elementos que b componen, corno si se tratara de una es
pecie de dolorosa compensación del sufrimiento. Contra la
idea que expuso Arendt, de que sobre cienos hechos extre
mos únicamente es posible una reconstrucción uanaLiva,
¡
.1
: 1 '¡
96 BEATRIZ SARLO
se reservan el lugar, que Arendt también hizo suyo, de bus
car principios explicativos más allá de la experiencia, en la
imaginación sociológica o histórica. Se apartan de una re
construcción sólo narrativa y de la simple noción consolado
ra de que la experiencia por sí produce conocimiento.
Calveiro y de Ípola eligieron procedimientos expositivos
que implican un distanciamiento de los "hechos". En pri
mer lugar, no privilegian la primera persona del relato, ni
le dan un rango especial a la subjetividad del que lo enun
cia; las remisiones teóricas y la perspectiva exterior al mate
rial son tan importantes como las referencias empíricas; la
visualización de la experiencia se sostiene en un momento
analítico, un esquema ideal previo a la narración. En se
gundo lugar, la experiencia es sometida a un control episte
mológico que, por supuesto, no surge de ella sino de las re
glas del arte c¡ue practican la historia y las ciencias sociales.
La perspectiva es fuertemente intelectual y define textos
que buscan un conocimiento. antes que un testimonio. Di
ferentes en casi todos los aspectos, tanto de Ípola como Cal
veiro se separan del discurso memorialístico al aceptar res
tricciones en el uso de la primera persona, de la anécdota,
de la narración con fuerte línea argumental, del sentimen
talismo, la invectiva y los tropos.
Por eso, se trata de textos excepcionales, dicho esto no
simplemente en términos de una calidad intelectual, sino
también porque exigieron autores previamente entrena
dos (Emilio de Ípola) o decididos a entrenarse para su es-
EXPERlENClA Y ARGUMENTACIÓN 97
critura y en relación con las funciones que ésta cumpliría
(Pilar Calveiro) .1 Como si pudieran poner provisoriamente
en suspenso el hecho de haber sido víctimas en términos di
rectos y personales de la represión, ambos escriben con un
saber disciplinario, tratando de atenerse a las condiciones
metodológicas de ese saber. Precisamente por eso, tienen
una distancia exacta respecto de la experiencia de sus pro
pios padecimientos. También por eso no son los textos más
difundidos. De todos modos, el libro de Calveiro fue discuti
do ampliamente, mientras que el artículo de De Ípola está
olvidado, como si se escondiera en otro pliegue del tiempo.
Teoría del rumor carcelario
La primera versión de "La bemba"2 fue escrita en mayo de
HJ78 cuando Emilio de Ípola prácticamente salía de la cár-
I Jeremy l'opkin ("Holocaust Memories, Historias' Memoirs", History
and memory, vol. 15, número 1, primavera-verano de 2003) estudia las
memorias sobre: la persecución judía y el Holocausto escritas por histo
riadores profesionales. Sus observaciones in teres<mtes di!Icilmente se
puedan proyectar sobre el caso de un cientista sucia! como de Ípola por
dos razones: Popkin analiza sólo memorias y <lUtubiografias en el sentido
génerico estricto; y éstas, a diferencia del texto de ··1_;1 bc:mba", fueron
escritas bastante después de los hechos que narran.
~Emilio de Ípol:.i, "La bemL;t" fue incluida en ldwlogia y discuno popu
lista, Bue11os Aires, Folios Ediciones, 1983. Hay una edició11 en Siglo XXI,
Bue11os Aires, 200'.>.
¡ l 1 1 · J
'
98 liE.ATIUZ SARLO
cel, donde estuvo preso casi dos años.3 Fue un desafio; bus
có probar que su autor seguía siendo un cientista social, al
guien que no lubía perdido sus sab.eres y que podía seguir
ejerciéndolos. De Ípola quiso recuperar un pasado universi
tario y emplear sus capacidades, demostrando que la cárcel
no había logrado anular las destrezas adquiridas en un
tiempo anterior a la represión. El texto pone en escena un
drama de la identidad sólo en la medida en que es produc
to de la reapropiación de un capital intelectual cuya utiliza
ción no queda limitada a la defensa de una primera perso
na narrativJ.. De Ípola escribe desde la posición de quien
analiza sus materiales, no del que quiere testimoniar como
víctima o como denunciante.
En la "Inrroducción" al volumen donde se incluye "La
bemba", un texto hiperteórico muy afín a los que de Ípola
escribió en los primeros aúos ochenta, llama la atención
:\ Licenci•tdo en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, en 19611, y
doctor de la Universidad de París, en 1969. E:n 1970, cuando ejercía la do
cencia en la Universidad de Montreal, recibió una invitación de FLACSO,
sede S:mtiago d<: Chile, para incorporarse a su planta de profesores-in
wstigaelores. Aceptú, y en 1971 se trasladó a Chile. Después del golpe de
Pinuchel, FL\CSU inició negociaciones con el gobierno ele c:ll11pora
para crear un;1 SC(.le en Buenos Aires (manteniendo en principio la de
Santi•tgo). I .:t> negociaciones prosperaron, pero fueron in terrurnpidas
poco dnpué" de la r<:nunci:t de Cámpora. FLACSO mantuvo de todos
1110du' la se<k t'll Hunws Aires comu in>titución pri\'ad<t. De Ípola fue
<k,ig11adu •11iunb1 u del Co1niti'· de Dirección y profesor allí. Se instalú
e11 Buenos Ai1 <:s e11 l 'l7•l. Entre 1074 y 107(), viajl> varias veces a Santiago
de Chile, por rcuo11t:s administrativas y de investigación. En esos viajes, a
EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 99
que el estudio sea caracterizado "simplemente como un tes
timonio y también como una suerte de materia prima para
elaboraciones ulteriores (nuestras o de otros)". La condes
cendencia con que, en 1983, de Ípola juzga su artículo
puede explicarse de dos maneras: está, por una parte, la
modestia de un autor que preferiría evitar las objeciones
disciplinarias que su artículo podría evocar en futuros lec
tores (función convencional de una "introducción'', donde
la captatio benevulentia procura anticipar críticas); pero, por
otro lado, también es posible aceptar esa modestia como
propia de un primer momento de los textos sobre b repre
sión y la violencia de estado, cuando todavía no podía sa
berse que el testimonio iba a ser hegemónico, arrinconan
do otras perspectivas sobre los hechos. De Ípola dice que su
texto (como afirma Levi <,le! suyo) es una "materia prima".
Naturalmente, cuando escribe "La bemba" no podía cono-
pedido de los interesados, solía llevar correspondencia a miembros de
organizaciones de izquierda chilenas, en panicular, el MAPU OC, el Par
tido Socialista y el MIR. El 7 ele abril de 1976 a eso de las dos de la mai1a
na fue detenido en su domicilio por un comando del Primer CueqJO del
rjército, trasla<Ltdu a la Superintendencia d<: Segmidad, Üllnrug:idu, wr
turad" (sulim:trino) y fin~d1nente puesto a clispusición del !'EN el I'.:! de
ab1·il. btuvo algo m:ís dt· veime meses en prioión. Salió "por opción", en
el cor1tcxlo del artículo :¿'.)ele la Cunstituci{J11, UH1•!illc1du po1 Lt .lunu
Militar (la !lllrn1:1 1nodificad~t autorizai..Ja a sulicitar la s:dicl:t del l,;lÍs •ti de
tenido, pnu P"' lía dcncgars<: e.-,c pcdidu). Vi~tj,) a P<u ís a lincs ck 1 ~177.
Fn mau.u de 1 'J7H, se i11curporó a b sede mexicau;t dt· FL\C:SO. Rcsidi<·,
en Mh;.ico hasta Jllarzo de 108·!. Desde entonces vive en b .\rgn1tina.
: ¡ 1
100 BEATRIZ SARLO
cer los textos futuros, ni tener una idea de cuál iba a ser el
tono y la retórica con que la literatura testimonial presenta
ría su "materia prima". Sin embargo, la "Introducción" deja
suponer que el texto comenzó a escribirse en la cárcel
"cumpliendo el papel propio de los 'intelectuales' en pri
sión ... esto es, el de constituirse en analistas y comentado
res, más que en productores de bembas". En esta división
entre productor y analista se sostiene todo el trabajo, y tam
bién mi lectura.
En la "Introducción", de Ípola revisa no sólo las nocio
nes de verosimilitud del rumor (bemba) con las que el ar
tículo trabaja explícitamente sino que,juzgando insuficien
te la perspectiva teórica inicial, desarrolla "algo que ... es
apenas insinuado: el proceso de producción-circulación de
las bembas tiene una clara analogía con lo que el psicoaná-. . 1
lisis llama una 'elaboración secundaria'. Del mismo modo
en que el paciente, en la narración de un sueño, tiende a
borrar su aparente absurdidad, llenando sus lagunas y cons
truyendo un relato continuo y coherente, también el traba
jo de las bembas consiste en eliminar progresivamente los
absurdos aparentes ('¡dos mil libertades!') de una pre-ver
sión inicial, para ir dando forma por esa vía a una versión
aceptable: verosímil". La '"Introducción" subraya, en reali
dad, que el artículo no fue lo suficientemente teórico, o
que, dentro del espacio teórico, no acentuó una dimensión
que, en el momento de publicarlo én libro, a de Ípola le
importa particularmente: la psicoanalítica. En suma: la in-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 101
traducción de 1983 vuelve a "La bemba" excusándola como
escrito demasiado atenido a un momento descriptiYo de la
experien~a. De Ípola le exige más. Los lectores, de aquel
entonces y ~e hoy, tienen la impresión contraria: se trata de
un texto fuertemente inspirado en teorías, donde la expe-/
riencia de la cárcel es construida como objeto (teórico, se
hubiera dicho en los ai1os ochenta) que permite el estudio
del rumor y de las condiciones carcelarias que hacen posi
ble su difusión y sustentan su verosimilitud. Lo que de Ípo
la, en 1983, juzga demasiado cercano al testimonio es, com
parado con cualquier testimonio realmente existente, un
sofisticado análisis donde el yo del testigo nunca aparece ni
siquiera como lugar importante de enunciación.
El rumor es un tema característico de la semiología y la
teoi-ía de la comunicación, disciplinas de punta en los años
sesenta y setenta, a las que de Ípola llegaba desde una for
mación filosófica y social. "La bemba", aunque incorpora
otras influencias, se sostiene en dos textos característicos de
la época: Internados de Goffman sobre el sanatorio psiquiátri
co como institución total (y, en conse.cuencia, corno espejo
de la cárcel) y Vigilar y castigar de Foucault (aunque el rumor
sería una fisura del control absoluto). Pero, citados en la bi
bliografía, lns trab;uos sobre semiología e ideología son tam
bién un marco dentro del cual las nociones provenientes del
campo de la comunicación se cruzan con las del marxismo
estructuralista. f'.ste era uno de los núcleos de una nueva se
miología, cun otra vertiente que llegaba de Ja antropología
102 BEATRIZ SAIU.O
estructural ele L.évi-Strauss. Menciono estos nombres y la que
era entonces la Teoría (Althusser don~inaba el espacio mar
xista) no simplemente para reconstruir las fuentes teóricas
de "La bemba", s.ino para seúalar de qué modo responde a
un espíritu de época marxista-estructuralista y semiológico
cuyo denso aparato teórico opera como defensa ante cual
quier versión ingenua y "realista" de la experiencia.
De esa experiencia carcelaria, de Ípola analiza sólo un
aspecto de la dimensión comunicativa de la vida cotidiana.
El .. objeto teórico" (que es producto de una construcción y
no de la experiencia, porque ésta no es un árbol de donde
se puede arrancar un fruto) proviene de un saber anterior
a la cárcel: <le Ípola conocía los estudios semiológicos antes
de caer preso y, por ese motivo, no elige cualquier aspecto
de su experiencia sino precisamente aquel para el que pien
sa que está preparado y que resulta interesante en términos
teóricos. En síntesis, de Ípola tenía lo~ instrumentos analíti
cos para escuchar "científicamente" la bemba. No se encie
rra en su experiencia, sino que la analiza como si fuera la ex
periencia de otro, colocándose en el extremo opuesto del
testimonio, aunque su materia prima sea testimonial.
Lo que nüs llama b atención en su estrategia expositiva,
algo que no se repite en ninguno <le los textos escritos en las
últim;1s décadas, es que reparte la materia <le! artículo colo
cando su experiencia de la círcel en notas al pie de página,
ostensiblemente iuer;.i <lcl cuerpo principal del texto don
de tienen lugar las operaciones sociosemiolúgicas, los análi-
EXl'ERIENCJA Y ARGUMENTACIÓN 103
sis y las hipótesis. La experiencia en nota al pie y letra chica
es una base empírica indispensable, pero se la muestra en
cuerpo me1101:
De Ípola describe aspectos de la producción, circulación
y recepción del rumor carcelario, considerando estos tres
momentos con el esquema analógico de la producción y
circulación de mercancías mediante el cual, a fines de los
sesenta, algunos semiólogos traducían el modelo clásico de
Roman Jakobson. El circuito comunicacional de la bemba
presenta anomalías en el nexo entre producción, circulación
y recepción de los mensajes porque no es una producción
comunicativa en condiciones normales y, en consecuencia,
la ~elació~entre los. ~res mo_mentos est~ d~storsionada por la
escaseziÍe informacion confiable, verosnml, o verdadera, por
las dificultades materiales de la comunicación y por la fuerte
presión <le un tema (el de la libertad o el traslado) que, si
anuncia cambios, puede entorpecer o destruir las condicio
nes mismas ele circulación de los mensajes.
El carácter excepcional del medio donde se produce la
comunicación imprime sobre los mensajes rasgos que no se
atienen al modelo tripartito donde la producción (corno
en la producción de mercancías) define b difusión y recep
ción. De Ípola fuerza (exagera) el carácter analógico dd
modelo comunicacional inspirado en el n,(1<lelo económi
co casi hasta la exageración, corno cuando cita Hl cajJital pa
ra definir el proceso de circulación de la bernba como par
te de su proceso de producción: "En cieno sentidu, cabría
104 BEATRIZ SAIU.O
decir del 'trabajo' de las bembas algo muy semejante a lo \
que Marx (El Capital, vol. 11, p. 135) afirma acerca del trans) . //
pone de mercancías, esto es que dicho trabajo se manifies
ta como 'la cominuación de un proceso de producción den
tro del proceso de circulación y para éste"'. Podría leerse en
esta cita de Marx una perspectiva irónica, si ella no estuvie
ra completamente en sintonía con los esfuerzos realizados
entonces por semiólogos y por marxistas que subrayaban la
subordinación de todo proceso social bajo el capitalismo a
las condiciones definidas por el trabajo asalariado en la pro
ducción de mercancías.
Por su excepcionalidad, la bemba no responde al mode
lo, lo cual, en una coyuntura teórica de modelos fuertes im
plica una forzadura a tener en cuenca. De Ípola analiza con
esos modelos .fue'rtes y, en consecuencia, la bemba le pre
senta problemas a resolver. El rumor carcelario es una ins
tancia .de prueba de las posibilidades de la teoría porque, al
tiempo que es distinto de todos los demás mensajes, se in
tenta describirlo en lo que responde y en lo que se desvía
de sus reglas. Ello precisamente permite descubrir en qué
consiste su excepcionalidad, es decir, la persistencia de la
comunicación en un ámbito de prohibiciones casi comple
tas. Para considerar esa excepciona!idad, de Ípola no toma
el camino del estudio etnogr{lfico de la inventiva de los pre
sos; nada está más lejos de su perspectiva que una recons
trucción que pong·a en el centro a los sujetos. Más bien, en
el centro coloca una estructura de relaciones expuesta con-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 105
ceptualmente. No estudia al··" presos escuchando o difun
diendo rumores, sino las condiciones en que éstos logran
significar algo. Y le interesan particularmente los presu
puestos de la verosimilitud del rumor. Con su análisis no
quiere probar que siempre, en todas las condiciones, una
pequeña sociedad logra un pequeño pero significativo ob
jetivo, sino que la bemba altera las secuencias normales de
la circulación de mensajes de un modo que la teoría se ve
rá obligada a considerar. Se trata del estudio de una excep
ción comunicacional, no simplemente de una experiencia
comunicativa.
De lpola caracteriZa la cárcel como un espacio donde
"en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa". Es
ta indeterminación de lo esperado en términos comunica
tivos es un rasgo impuesto por el poder carcelario para que
los sujetos vivan en un régimen semiológico de escasez. En
cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa p.or dos
motivos: la fragmentación de la información que llega des
de afuera, distorsionada por redes de difusión endebles o
amenazadas, y la escasez de mensajes que pueden producir
se adentro, agravada por un régimen de prohibiciones fuer
tes pero oscilantes, que son t0<lopoder;..'sas y, a la vez, ines
lables. El rumor es la respuesta a la escasez y la inddinición
<le las condiciones comunicativas.
Como respuesta a una prohibición y a una escasc·z, la
bcmba se caracteriza por su "nomadismo". El mensaje no
se estabiliza en ninguna parte ni puede almacenarse en Pin-
~·
1 i ¡ :t ¡ 106 BEATRIZ SARLO
gún registro de memoria. Si no circula, muere. A diferencia
de los mens~~es "normales", la bemba siempre superpone
la producción y la difusión, porque no hay bcmbas guarda
das por los sujetos, como éstos pueden guardar los mensa
jes sustraídos del circuito c9municativo. Fuera de éste, la
l)emba no existe. Y así cbmo n~'puede ser guardada como
contenido de memoria, esta misma imposibilidad garantiza
que los temas de la bemba (pero no los mensajes) puedan
repetirse sin que se agote su interés, a diferencia de lo que
sucede en condiciones "normales", donde la repetición
afecta el interés por desgaste de la novedad informativa.
Naturalmente, el gran tema de la bemba son las liberta
des, los indultos y los traslados. El ámbito carcelario de su
producción define crudamente el elenco de argumentos; y
el carácter de esos argumentos obliga a que, como las bem
Las nunca se realizan, todos los mensajes deban ser olvida
dos para dejar su lugar a nuevos mensajes con los mismos
tem~1s, que serán una vez más olvidados. Sin ese círculo don
de lo nuevo borra lo anterior, desde el inicio el rumor esta
ría marcado por el descrédito. La bemta es, básicamente,
una promesa de futuro que envejece y muere en el día, pa
ra dejar su lugar a otra promesa idéntica, pero fraseada co11
variaciones argumentales obligatorias.
De Ípola se imerroga sobre las condiciones de verosimili
tud y las bases de la creencia y, al hacerlo, procesa en modo
analítico e interpretativo la circulación de rumores t1 ue él
ha experimentado como preso. En su estudio, lo vivido de
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 107
una experiencia se hace presente sólo en una configuración
descriptiva que responde a normas disciplinares. Por ejem
plo, cuando en agosto de 1976 se difundió una bemba de li
beración de. dos mil prisioneros, de Ípola indaga el modo
en que la exageración, el carácter "inmoderado" de ese ru
mor, impidió que fuera creído. En la "Introducción", vuelve
sobre esta regla de la moderación que le parece una clave
para explicar la verosimilitud del rumor. Sin embargo, el re
chazo de una bemba que advierte sobre un traslado masivo
exige una explicación diferente: así como se desconfía de
las bembas demasiado optimistas, no se cree en aquellas de
negatividad exagerada, que excluyen alguna esperanza.
En este rechazo, de Ípola observa algo más importante:
un traslado masivo destruiría las condiciones mismas de
circulación dé cualquier bemba, porque su difusión es po
sible sólo entre gente muy conocida. Por lo tanto, la resis
tencia a aceptar un rumor de traslado proviene de que
amenaza el circuito y las condiciones de producción comu
nicativa. La observación hace pensar que el circuito comuni
cativo se preserva más allá del deseo de los sttjetos 'lue inter
vienen en él. La bemba es el "grado cero" de la resistencia
al proceso de desinformación carcelario. En ese .;ra<lo Cé·
ro, "esas pobres mig<uas de información" deb1~n quedar ins
criptas siempre en la lógica de su proceso de producción y
cirnda1·ió11, porque allí alcanzan también un grado de ve
nJsimilitud c¡ue evita que ~e conviertan en mew•ucs falli
dus, completamente desech~bles en la medida e11 que con-
\¡
l ¡
i 1 .,
!
! . ~- i
108 BEATRIZ SARLO
tradiccn tanto las expectativas de la recepción como las con
diciones en que deben ser producidas y difundidas.
Puesto en sociólogo de la prisión, de Ípola afirma que la
recepció11 de la bemba depende de las categorías de presos
que la escuchan y difunden. La \reencia en el rumor está li-
. gada a las cualidades y destrezas intelectuales de sus recep
tores, que de Ípola define en la estructura de la sociedad
carcelaria, recurriendo a una tipología sociológica organiza
da con incisos que se identifican de (a) hasta (h): miembros
orgánicos de partidos de izquierda o revolucionarios· sindi-. '
calistas de alto nivel, delegados sindicales medios; profesio-
nales e intelectuales de izquierda sin militancia; miembros
del gobierno peronista derrocado; simpatizantes lejanos; y
garrones a los que describe como reveladores de la verdad
del sufrimiento carcelario, en la medida en que ellos no p~e
den, por lo menos al principio, dar razón ni explicarse en
términos políticos lo que lés ha tocado padecer; el garrón
es, para de Ípola, una condensación de la cárcel, y a sus di
ferentes categorías y procedencias les dedica una extensa
nota (digamos que el garrón evoca, sin la misma tragicidad,
la figura del "musulmán" en los testimonios de Primo Levi).
La tipología de la sociedad carcelaria no sólo exhibe su bus
cado e!t:cto de cientificidad, sino que corrobora, como otros
recursos del texto, la distancia que de Ípula quiere mante
ner con d recuerdo de su experiencia. Más que revivirla,
husca imprimir sobre ella las categorÍ;:ts > la retórica exposi
tiva de una cLsciplina que permita pensarla en términos ge-
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 109
nerales, extrayéndola de la esfera de la inmediatez y la sensi
bilidad para ponerla en la esfera intelectual.
La caracterización de las relaciones entre sectores de la
población carcelaria y sus custodios explica de algún modo
por qué de Ípola puede hacer este trabajo sobre la expe
riencia sin someterse a ella. Los carceleros reconocen que el
preso político tiene un saber, generalmente político, que
no pueden extraerle (a diferencia de la información que pue
de extraerse en la tortura), un saber aprendido en los li
bros, que no se pierde y sobre el cual de Ípola funda su
identidad al salir de la prisión. Libre, no se considera un ex
preso de la dictadura, sino un intelectual que estuvo preso.
"La bemba" presenta los fundamentos de este saber en las
fuentes teóricas y sociológicas, citadas con una abundancia
que remite no sólo a su necesidad conceptual sino también
a esa definición identitaria: recuerdan las armas del preso ·
político frente a sus carceleros. , La teoría ilumina la experiencia. El ensayo de De Ipola
se mueve con esta convicción especialmente en sintonía
con el lugar que la teoría tiene en el marxismo estructura
lista, en la antropología estructural, en la semiología, don
de las creencias no son un welo familiar sobre t l que apo
yarse porque nunca están libres de la false lad de . la
ideología, cuya contaminación sólo puede disip; rla una 111-
tervención sostenida en el sabei·. Por eso la expe1 ienci~t per
scrnal no forma parte del 1:uerpo del texto si110 que: está
donde le corresponde, en las notas a fúe de pá rir>a, como
! l
t I .. 1¡ ¡;
' 1
~1 ~--~~J
110 BEATIUZ SAl{l.O
"materia prima" del análisis. El espacio de la página presen
ta gráficamenLe la jerarquía que subordina la experiencia
al saber. Y la primera persona no tiene otro privilegio que
el que gana por la sofisticación de su capacidad analítica.
"La bemba" invierte la relación que caracteriza tanto al tes
timonio como a lo que se escribe sobre él. La experiencia
se mide por la teoría que ~uede explicarla, la experiencia
no se rememora sino que se analiza!,
R ,_
epasando el artículo de Emilio de tpola no resulta ex-
traúo que haya sido olvidado como texto que presenta la
experiencia carcelaria durante la dictadura. Sus cualidades
son singularmente ajenas a la masa testimonial y las histo
rias personales y grupales sobre el perí(Jdo, porque se opo
nen a un modelo de reconstrucción y denuncia que es el
que se ha impuesto en las últimas dos décadas. Marcado
por la teoría <le comienzos de los aiios setenta, singular por
la perspicacia analítica, "La bemba" no puede ser recuper;1-
do por el movimiento de rememoración que coloca en d
centro la subjetividad enfrentada al terrorismo de estado.
El ensayo quiere ser algo m:ts y algo menos que eso; por cx
ccso o defecto quedó invisible.
La experiencia de otros
Publicado en 1998, /'od1~r y dna/)(lrición; lus mm/){)!i de cu11tt'11
lmció11 e11 1\rgentiiw de Pilar Calvciro es la síntesis de una 1t·-
EXPEIUENCIA Y Al{CUMENTACIÓN 111
sis doctoral presentada en México.4 Pilar Calveiro fue pri
sionera desaparecida durante un aüo y medio, en 1977, en
Mansión Seré, la comisaría de Castelar, en la ex casa de
Massera en Panamericana y Thames y en la ESMA.
El libro comienza con una caracterización de la violencia
de estado, parapolicial, parapolítica y guerrillera durante el
gobierno peronista derrocado en 1976. Las hipótesis pre
sentan una clave histórica conocida: la primera interven
ción del ejército en 1930 y las sucesivas alianzas entre parti
dos políticos, elites económico-sociales y fuerzas armadas
demostrarían que los golpes de estado füeron el producto de
sucesivos encuentros de intereses, mutuos impulsos y colu
sión de fracciones. Acá no hay nada que se aparte de una
lectura de la historia que ha dejado atrás !a idP.a de qu<:: exis
te una sociedad inocente, víctima sin responsabilidad de las
intervenciones mililares. El alcance interpretativo dt:-1 libro
también se extiende a su tesis sobre la dictadura de l' )76.
Calveiro afirma que el "campo de concentració:1" (de
tonura y desaparición) es "una creación periférica y mo
dular al mismo tiempo'', hecha posible por la forma del
poder dcntro de las fuerzas armadas, el estilo de la disci
plina, la obediencia y la burocratización implícita en la
rutill;t miliLar. El exceso sería "la verdadera norma de un
poder dcsaparecedor". También sugiere la prc~,cucia d1:
~ l'íbr Ccdvciro, l'odrr y desap11ririú11; lvs campus d1· w11rr11tmci< 11 en A1
grnti1111, Bucllos Ain:s, Colihuc, 19~)8.
I )
1 l
112 BEATIUZ SAIU.O
una matriz concentracionaria en la sociedad argentina,
idea que, al tipificar una reiteración histórica, una espe
cie de constante más allá de las diferencias, es discutible
porque la originalidad del régimen del campo, precisa
mente demostrada por Calveiro, rechaza la hipótesis de
una reiteración con variantes. Si Calveiro tiene razón, el
campo es un invento tan novedoso c~mo la figura del de
saparecido que deriva de su existen~a. Entre represión y
desaparición, entre régimen carcelari~} régimen concen
tracionario hay distinciones que impiden pensar la persis
tencia de una matriz. La descripción analítica de Calveiro
sirve para probar esto.
Frente a las fuerzas armadas, las formaciones guerrille
ras son "casi la condición sine qua non de los movimientos
radicales de la época". Reconocida por muchos no como
una opción equivocada sino como "la máxima expresión de
la política primero, y la política misma más tarde", la gue
rrilla comenzó a "reproducir en su interior, por lo menos
en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar".
Calveiro evalúa diferenciadamente a los Montoneros y el
ERP cuando señala que Roberto Santucho, líder del ERP,
en julio de 1976 poco antes de su muerte, afirmó que la
principal equivocación de esa forrrnción armada fue "no
haberse reple¡;ado" y pasar por alto su aisbrniento del "mo
virnien•o <le masas"; la estrategia montonera, en cani!>io, 111-
zo prevalecer "un;\ lógica revolucit;naria contra todo scnci
<lo de realidad partiendo, como prelllisa incuestionable, de
EXPElllENClA Y ARGUMENTACIÓN 113
la certeza absoluta del triunfo". Por un lado, la guerrilla era
la forma principal de la política revolucionaria en el co
mienzo de la década del setenta y, por eso, no podría ser
evaluada simplemente como un disparo de locura colecti
va; por el otro, las dos principales direcciones guerrilleras
mantuvieron con su práctica una relación que a Calveiro
(ex militante montonera) le parece necesario diferenciar
por razones que se verán enseguida.
Respecto de la guerrilla y sus organizaciones de super
ficie, Calveiro se separa del sentido común elaborado du
rante los primeros años de la dictadura, persistente hasta
hoy, de que a los desaparecidos les tocó ese destino de ma
nera azarosa. Calveiro sostiene, en cambio, que la mayoría
eran militantes o periferia; la represión, desaparición o
tortura de parientes, vecinos y testigos, no forma parte de
la ley general del sistema desaparecedor. Sin embargo, su
inclusión fortalecía la idea de que "cualquiera podía caer",
y así consolidaba el régimen de terror. Al establecer esta
diferencia con el discurso más difundido, Calveiro se in
dependiza de ese sentido común cuya función, durante
los años de la dictadura, todavía hoy necesita ser evaluada,
en la medida en que, al afirm.irse el azar como ley gene
ral, las consecuencias podían ~er tan desmovilizad• >ras co
mo la «cusación de arbitrariedad total que caía s< L1e los
rt·presores. El análisis de Calveiro es más complej >: en la
I11edido en que los cemros de wrtura y m!.lerte Pº' lían ~cr
e,entualmente vistos, como e'> el caso d~l de la ae 011át:i.i-
114 BEATRIZ MIU.o
ca que funcionaba en .un hospital, o las ostensibles ctlllj
das y salidas de una comisaría, esta comprobación de <¡uc
las "histor_ias" sobre la represión encontraban prueb<tl> p.11 .
ciales en los aspectos visibles de la máquina represor;1 1t··
forzaba el terror social.
Estas tesis críticas no son, sin embargo, lo que nüs impu:·
siona del libro de Calveiro. Implican, por supuesto, unjuino
sobre las organizaciones guerrilleras, por una panc, y 1111.i
idea del carácter, a la vez novedoso pero también su~tl·111.11l11
en una historia, de la represión mi(¡;ar. Lo que su libro 11.1t·
como interpretación central no reside en lo sintelizadu lt.1,1.1 \
aquí, sino en su análisis del campo de concentración.
Allí, su experiencia como prisionera habilita el 111.111q•1
de otros testimonios, entre los cuales su experic11ci;1 c~1.1 ,¡.
lenciosamente presente (el lector sabe) y al mismo 1it·111p•,
elidida. Acallando la primera persona para tral>;~;11 ~1>l1 1 e
testimonios <üenos, desde una distancia descrip1iv;1 t' 1111n ·
pretativa, Calveiro se ubica en un lugar excepcion;il n111 c
quienes sufrieron la represión y se propusieron rcpt nrn
tarla. La verdad del texto se independiza de b c:xpt·1 u·111 1.1
directa de quien lo escribe, que averigua e11 1;1 n;¡w111 11
cia <~cna aquello que podría ercer que su propi.1 1·:-.1" ·
ricncia le ha enseúado. Por eso, no ejerce un;1 p;111111d.11
presión moral sobre el lector, que sabe que Cal\1'illl l1w
una prisionera-desaparecida, pero a quien no ~e k l':>..1gc 1111.1
creencia basada en su propia histori;1, sino en bs l1i,1011."
de otros, que ella retoma como fuente y por lo la11111 ~1111w
~ Xl'EIUENCIA y ARGUMENTACIÓN 115
· Calveiro está refiriéndose a te '1 operaciones interpretativa:
hechos excepcionales; no reclama, en cambio, que sean
, 1 ... 0- lo por la carga de sufrimiento humano que (le) aetl OS S
prl)(lujcron, sino por el dispositivo intelectual qu_e los in-
.. , . t xto La lectura es libre porque Calve1ro no se nirp01a a su e · prt'senta como prueba de lo dicho, aunque se s~pa que_ su
\ida es parte de esa prueba. La diferencia es esencial: algmen
d.. u· (aunque eso mismo le ha-iuvcstiga lo que suce io con o os
. 1· l ) Por otra p··rte las hipótesis de Calveiro, por-y;i SUCe( 1( O · "' '
11111. no est(m sostenidas únicamente en su experiencia de
11 ,1111cnto, pueden ser discutidas.
Con el borramiento de la primera persona, la obra de
l :.ilvciro no busca legitimidad ni persuasión en razones bio
~r:dicas, sino intelectuales. Claro está que probablemente
i l libro 110 hubiera sido escrito si no hubieran existido razo
un hiugr:ilicas, pero esta comprobación simple vafe para
111 ut hos libros de temas muy diferentes. La biografía está
1•11 d origen, pero no el modo expositivo, en la retórica ni
1·1 .1p;11 ;1tu de captación moral del lector.
:\,í, lo singularmente original del libro de Calveiro es
l.1 dn i~iún de prescindir de una narración <le la experien
l l.1 ¡inso11al como prueba de su argu.nento. Se trata de
un.1 1¡¡·g~1tiva explícita. Después <le arios de publicación de
""'1i11lll11ios, Calveiro, que posee los mismos matt"riales vi
\ ido, q uc los autores de narraciones en priinera per-;o:ia,
11p1.1 p11r separarse del relato de .rn experiencia, c0n el ob
ll'l 1\"o d1· co11vertir la experiencia conce11tracionaria ar-
l 1
J
1 \'.
116 BEATRIZ SARJ.O
gemina en objeto de hipótesis interpretativas. En esta elec
ción expositiva, las ideas no simulan surgir del suelo mis
mo de lo vivido. Calveiro se propuso ser una cientista so
cial que también fue una desaparecida; por eso se convirtió
en lo que no era antes de sufrir la represión y devino cien
tista social porque fue desaparecida. El libro no prolonga
en el presente su identidad de víctima. En lugar de repa
rar el tejido de su experiencia, se esfuerza por entenderla
en términos que no dependan exclusivamente de lo vivi
do por ella. Por eso la argumentación es más fuerte y ex
tensa que la. narración sobre la que se apoya y de la que
parte .. Desde el punto de ~ista .~oral y polít~co1habla co
mo ciudadana, no como ex m1htante detemd~ y tortura-\
da. Su derecho viene de un universal y no de un~circuns-·. tancia terrible.
Algunos ejemplos son muy evidentes. Calveiro afirma
que los desaparecedores se imaginan dioses, con poder ab
soluto de vida y muerte. Esta conciencia omnipotente de
quienes tuvieron el poder de decisión en el campo explica
la cólera que sentían ante el suicidio o el intento de suici
dio de un prisionero que, por esa vía definitiva, trataba de
escapar a la lógica total en la que se lo había incluido. Al
presentar estas hipótesis, Calveiro no menciona su propio
intento de fuga que fue ir.terpretado como suicidi~ y que
despenó una secuela feroz de represalias. Esto es lo que le
dice aJuan Gelman en un reponaje, cuando ella misma se
coloca en el lugar de quien da un testimonio, lugar que no
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 117
ocupa en su propio libro: "Salto por la ventana de un pri
mer piso alto de la Mansión Seré porque tengo claro que, a
medida que pase el tiempo, voy a estar cada vez en peores
condiciones físicas, que voy a perder la iniciativa. Entonces
me digo que debo reaccionar ya. Había visto que la ventana
del baño no estaba asegurada. Pido que me lleven y como
estaba amamantando a mi hija menor, de 40 días, me da
ban más tiempo para que pudiera sacarme la leche. Entro
al ba1io, abro la ventana y salto. De pie. Me tiraba a dos co
sas: la primera y fundamental, tratar de fugarme y perder
me en Rivadavia ... La segunda: si había guardias afuera me
podían matar y así acababa la historia ... Ellos escuchan el
golpe de mi caída, me alzan y me llevan arriba literalmente
a patadas".5 El libro hace silencio sobre este hecho, sus cir
cunstancias y sus consecuencias; también hace silencio so
bre esa hija de cuarenta días; los lectores nos enteramos
después, en reportajes aparecidos acompañando la edición
argentina de la tesis mexicana.
Calveiro, cuando escribe y arwliza, se refiere al acto suicida
como la decisión que enfurecía a los desaparecedores y que
tenía las consecuencias más crueles, porque significaba un
ejercicio prohibido de la voluntad, pero no menciona su
experiencia, aunque ella puede persistir en una callada re
me1110ración. Como dato personal, ha sido burrada de un
:, Juan Cclman, "En el campo de detención estás en otra d. mensión",
l'ágiua/12, l" de noviembre de 19~8.
'·
,.
118 BEATRIZ SAIU.O
libro que se <tjusta a una argumentación basada en los rela-
tos di: otros, es decir las fuentes qu . C· 1 . . . d . • e .1 veuo puc e anah-
tar como material no autobiográfico (aunque su vida sea
' m )len toman senu-un fondo rcspcno del cual esos chtos ta l . , .
do, como si se d~jera que lo que ella experimentó produce
.algunas de sus condiciones de lectura).
En lugar de su intenco de suicidio, Calveiro escribe: "La
muerte podía parecer como una liberación. De hecho, los
torturadores usaban la expresión 'se nos fue' . d . . para es1g-
ur.mte a tortura. y nar a alguien que se les había muerto d . l
sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas
que estaba vedada para el desaparecido que d . b , . / • escu na en-//
tonces no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Mor~r no era fücil dentro de un campo. Teresa Meschiati, Sus,ma
Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a
vcn:s absurdos pero desesnerados p·1ra 1 r • encontrar a muer-
te: tomar agua podrida, dejar de respirar, intentar suspen
der voluntariamente cuak¡uier funciór1 vi.tal Jl . . e10 no era
tan simple. La nüquina inexorable se había apr . d op1a o ce-
· • , . i:resa es-losamente de la vida y la muerte de c1u· ·1 ltll(>" '/' M
ch iati, Susana Jfor1ros y otro . º s. en esta corta enumeración
Calvciro forma f)arte di: esos otros Stt b' . ' · o .1et1vo no es pro-
bar que el campo fue· tan terrible que ella intentó suici-
darse; no c¡uiere usar su cuerno c b·.. . . r omo .ise test11no111al.
Quiere l~r~)har, de modo más amplio y más intelectual, c¡ue
las condiciones dd e 1 ·· · ampo puc( en conducir al intento de
suicidio en mudws nrisioneros y q11" l i 1 <l r ~ Ol os os esaparccc-
EXl'EIUENCLA Y ARGUMENTACIÓN 119
dores reaccionan ante esé gesto último de libertad con el
ejercicio más extremo de la violencia. Calveiro no se pre-.
senta como testimoniante sino como una mujer, en cuya
vida estuvieron la desaparición y la tortura, y a la que re
cupera corno materia de un análisis que ella misma reali
za. La víctima no busca una identidad simplemente en su
biografía, sino en el dispositivo intelectual con el que ar-
ma su argumento. Ella, Pilar Calveiro, la detenida-desaparecida de la dic-
tadura, no viene a dar su testimonio sino a recibirlo de
otros detenidos-desaparecidos. Este cambio de lugares
(que no seca la solidaridad ni la simpatía, sino que exclu
ye a Calveiro de ese don porque busca ser reconocida en
otro lugar y por otras razone~) se indica claramente en las
fuenti:s testimoniales que el texto menciona y cuya proce-
dencia se aclara en notas. Sin embargo, hay unas pocas y mínimas incripciones au-
tobiogr{1ticas: su propio nombre y su número de prisionera,
4 7, junto al de Lila Pasto riza; una dedicatoria: "A Lila Pasto
riza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resqui
cios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima
capacidad de fuego: la risa y la burla". Su vida esü allí, pero
Calveiro rehúsa citarla como cita los recuerdos de o; ros pri
sioneros. Si una detenida-desapartcida habla de su expe
riencia carcelaria en primera persona, el discurso ~ ~ resiste
a la discusión interprdativa (corno lo señaló Riccur); su
carácter extremo es una especie de blind<~je que lo rodea
.. ' ,,
¡
' !':
:l ¡ ' !
,¡
\l
l20 BEATIUZ SARLO
convirtiéndolo ~n algo que debe ser visto antes que analiza
do. El texto en primera persona ofrece un conocimiento
que, de algún modo, tiene un carácter indiscutible, tanto
por la inm~diatez de la e~periencia como por los principios .
morales que fueron violados.
Calveiro renuncia a esta protección de una autorrefe
rencia empírica. Por supuesto, no podría ocultar (sería no
sólo imposible sino absurdo) que ella fue una detenida-<le
saparecjda, torturada, sobre la que se ejercieron todas las
violencias del terrorismo de estado. Pero; en lugar del yo,
están los testimonios de terceros. Calveiro no toma et lugar
que le pertenece pára escribir su libro porque busca~µª.
interpretación que es más posible si son otras sus fuentes.
Analiza la experiencia y las condiciones que la provocaron;
pero no pone en el centro su experiencia.
Construye una distancia analítica respecto de los hechos.
La dimensión autobiográfica casi ausente cede su lugar a la
dimensión argumentativa: donde debía hablarse en prime-, ' '
ra persona, se habla en tercera. El tiempo pasado no es el
del testimonio y su dimensión autobiográfica, sino el del
análisis de lo que otros narraron y la elaboración de clasifi
caciones y categorías: el tipo de tortura, los pasos de la re
sistencia y los de la delación, la lógica del campo que repro
duce la del pensamiento t0talitario, la vida cotidiana de los
desaparecedores, donde un partido de truco tiene como
sonido de fondo los discursos de Hitler; la coexistencia de
lo legal y lq il~gal; de lo ,completamente secreto y del quie-
1 EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 1 121.
bre del secreto para inducir a un terror generalizado; la ca
tegoría de subversivo que produce en simetría la de desapa~
recido. Una sociedad concentracionaria se diseña con sus
leyes y sus extepciones, con los espacios librados al imrulso
de los desaparecedores y los espacios reglamentados hasta ·
en los detalles más insignificantes.
Calveiro no escribe una "fuente". Por eso es posible
coincidir 0 disentir con lo que afirma, sobre todo en sus
hipótesis más generales. La libertad de la lectura (una li
bertad que es intelectual y moral) vive más segura en este
terreno que en el de la primera persona, justamente por
que la primera persona tiene un derecho y una capacida~ impositiva, de presencia, de los que carece la tercera. A di
ferencia del yo de un testimonio, cuya relación con los he
chos es difícil de poner en duda (debería demostrarse,
por ejemplo, que se trata de las memorias de un estafa
dor) y donde se necesita mucha desconfianza o mala fe
para discut\r sus aseveraciones, Calveiro no se pre sen ta co
mo testim6niante sino con::io analista del testimº.Wº ~e otros. En esta posición puede moverse con la legitimidad
de quien ha expulsado su propio testimonio para incluir
su juicio, no su experiencia, en los términos de una di~ciplina social y de una condena moral y política que pres
cinde del propio sufrimiento para ser justa. Su libro no
proviene de la cárcel y la tortura, sino del exilio e~ Méxi
co, donde investigó e incorporó los instrumento:> mtelec
tuales par~ escribirlo, ubicándose, en primer lugar, en el
r
i\ 1
1: , 1 ;,¡
1 i \! l'
i 1
1
l'
! 1
'1 \¡
l ¡
1
\' \ j. ¡1 i I 1 i 11
I' 1 L
122 BEATRIZ SARLO ·
más académico de los espacios y el m:ts pesadamente esco
lar de los géneros: la tesis de c~octorado, que ordena la ex
clusión del yo sin excepciones.
Lo que Calveiro hace con su experiencia es original res
pecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa,
incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víc
tima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimen
sión autobiográfica porque quiere escribir y entender en tér
minos más amplios que los de la experiencia padecida.
Primo Levi escribió extensamente sobre cómo las con
diciones del Lager afectaban a los "musulmanes", a aque
llos prisioneros que ya no pertenecían al mundo de_ LQ~,Vf::
vos porque habían abandonado toda pulsión de existencia
incluso en sus niveles físicos más elementales. Señaló que
la verdad del Lager estaba en esos hombres nu vivos, más
que en las categorías de prisioneros en las que él mismo
se inscribía. Señaló también que, sobre la verdad final del
Lager, sólo Jos muertos, es decir aquellos cuyo testimonio
no podrá escucharse nunca, tendrían una palabra. Sus es
critos ocupan ese vacío que deja la experiencia intransmi
sible, irrecuperable, de Ja víctima típica. También aquí hay
una reticencia: Levi se ve obligado a hablar en lugar de
quienes no hablan. Calveiro, roc!eada de quienes sobrevi
vieron para hablar y responder así indirectamente a b
idea de Levi, Loma otro camino igualmente complejo: no.
hablar en nombre propio. En esta cesión de la priuwra
persona, c~i1veiro sacri1ica no simplemente, como pudría
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 123
pensarse, la riqueza dctalla1la y concreta de la experien
cia, sino su autoridad imperativa, su carácter, finalmente,
inu·atable.
1
- • I
5. Posmemoria, reconstrucciones
James Young, en el comienzo de At Memory 's Edge, 1 se pre
gunta cómo "recordar" aquellos hechos que no se han ex
perimentado directamente, cómo "recordar" lo que no se
ha vivido. Las comillas, que encierran la palabra recordar,
indican un uso figurado: lo que se "recuerda" es lo vivido,
antes, por otros. "Recordar" se diferencia de recordar por lo
que Young denomina el carácter vicario del "recuerdo".
La doble valencia de "recordar" habilita el deslizamiento
entre recordar lo vivido y "recordar" narraciones o imáge
nes ajenas y más remotás en el tiempo. Es imposible (salvo
en un proceso de identificación subjetiva desacostumbrado
y que nadie juzgaría normal) recordar en términos de expe
riencia hechos que no fueron experimentados por el sujeto.
Esos hechos sólo se "recuerdan" porque forman parte de
un canon de memoria escolar, institucional, política ~ in
cluso familiar (el recuerdo en abismo: "recuerdo que mi
padre recordaba'', "recuerdo que en la escuela enser.aban",
"recuerdo que aquel monumento recordaba").
1 }1mc' Young, Al Me111ory 's ülge; i\jter-luwgn of tlu J/olowu· t i11 Co11-
Lempornry J\rl aud Architecture, cit.
i• , .
126 BF.ATRJZ SARLO
Alertado in.tcrmitentemente por el marco que enmarca
lo recordado, Young seiiala el carácter "vicario" de esta me
moria. Mariai~nc Hirsch llama "posmernoria" a ese tipo de
"recuerdo", dando por inaugurada una categoría cuya ne
cesidad debe probarse.2 A Hirsch le interesa subrayar la es-
. pecifici<lad de la "posmemoria" no para referirse a la me
moria pública, esa forma de la historia transformada en
relato o en monumento, que no designarnos simplemente
con la palabra historia porque queremos subrayar su di
mensión afectiva y moral, en suma: identitaria. Le da al ver
bo "recordar" usos diferentes de los que recibiría en el caso
de la memoria pública; no se trata de recordar como la ac
tividad que prolonga a la Nación o a una cultura específica
del pasado en el presente a través de sus textos, sus mitos,
sus héroes fundadores y sus monumenws; tampoco es el re
cuerdo conmemorativo y cívico de los "lugares de memo
ria". Se trata de una dimensión más específica en términos
de tiempo; más ínlima y subjetiva en términos de textura .
. Como posmemoria se designaría la memoria de la genera
ción siguiente a la que padeció o prot<1gonizó los aconteci
mientos (es decir: la posmemoria sería la "memoria" de los
hijos sobre la 111mwria de sus padres). La idea ha recorrido
basunte camino en los estudios sobre d pasado siglo XX.
Acá me propongo examinarla.
~ Mari;11111c lli1sd1, Family Frnnus; /'lwt11¡;rn¡J/1y, Narrnlive ami Fostm1·
uwry, C1111luidgc (l\lass.) y l.oudres, lbrvard Uuiversity l'rcss, l!l'l7.
l'OSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 127
Hirsch y Young señalan que el rasgo diferencial de la pos
memoria es el carácter ineludiblemente mediado de los "re
cuerdos". Sin embargo, los hechos del pasado, que las ope
raciones de una memoria directa de la experiencia pueden .
reconstruir, son muy pocos y están unidos a las vidas de los
sujetos y de su entorno inmediato. Del resto de los hechos
contemporáneos a los sujetos, éstos se enteran por el discur
so de terceros; ese discurso, a su vez, puede estar sostenido
en la experiencia o resultar de una construcción tan basada
en fuentes, aunque sean fuentes más próximas en el tiem
po, como el clásico de Fustel de Coulanges sobre los ro
manos o del de Burkchardt sobre el Renacimiento. En las
sociedades modernas estas fuentes son crecientemente me
diáticas, desligadas de la escucha directa de una historia con
tada en vivo por su protagonista o por alguien que ha escu
chado a su protagonista. La oralidad inmediata (las historias
del narrador que Benjamín piensa que han dejado de exis
tir) es prácticamente inhallable excepto sobre los hechos de
la m:is estricta cotidianidad. El resto son historias recursivas:
historias de hiswrias recogidas en los medios o distribuidas
por las instituciones. Por eso la mediación de fot0grafias, en
l lirsch, 0 el registro de todo tipo de discursos a partir <le los
t¡ue st: con:;truye la memoria, en Young, no seii<ilan u11 ras
go específico que muestre b neet.:sidad de una nución unno
posmemorÍ<l, hasta ahora inexistente.
Si ¡0 <¡ue se t¡uien: deci.r es que los protagonistas, las víc
timas de los hechos o simplemente sus contem1 .or:meos es-
,·.
¡; :.:¡···¡·.:·,.: .. .:
·~
128 BEATRIZ SARLO
trictos tienen de ellos una experiencia directa (todo Jo di
recto que pueda ser una experiencia), bastaría con deno
minar memoria a la captura en relato o en argumento de
esos hechos del pasado que no exceden la duración de una
vida. Éste es el sentido restringido de memoria. Por exten
sión, esa memoria puede convertirse en un discurso produ
cido en segundo grado, co? fuentes secundarias que no
provienen de la experiencia de quien ejerce esa memoria,
pero sí de la escucha de la voz (o la visión de las imágenes)
de quienes están implicados en ella. Esa es memoria de segun
da generación, recuerdo público o familiar de hechos auspi
ciosos o trágicos. El preftjo "post" indicaría lo habitual: es
lo que viene después de la memoria de quienes vivieron los
hechos y, al establecer con ella esa relación de posteriori
dad, también tien.e conflictos y contradicciones característi
cos del examen.intelectual de un discurso sobre el pasado y
de sus efectos sobre la sensibilidad.
Se dice como novedad algo que pertenece al orden de
lo evidente: si el pasado no fue vivido, su relato no puede si
no provenir de lo conocido a través de mediaciones; e, in
cluso, si fue vivido, las mediaciones forman parte de ese
relato. Obviamente, cuanto más peso tengan en la construc
ción de lo público los medios de comunicación, más influi
rán sobre estas construcciones del pasado: los "hechos me
diáticos" no son la última novedad, como parecen creer
algunos especialistas en comunicación, sino la forma con
que se conocieron, para mencionar ejemplos que tienen
l'OSM EM< >RIA, RI·'.< :ONSTRUCCI< >N ES 129
casi un siglo, la revolución rusa y la primera guerra mun
dial. Diarios, televisión, video, fotografía son medios de un
pasado tan fuerte y persuasivo como el recuerdo de la ex
periencia vivida, y muchas veces se confunden con ella.
Young se extiende en Jos problemas que plantearía el
carácter vicario del recuerdo de un pasado que no se ha vi
vido, como si fuera un rasgo inédito que por primera vez
caracterizara los hechos de una historia reciente. Sin em
bargo, es obvio que toda reconstrucción del pasado es vica
ria e hipermediada, excepto la experiencia que ha tocado
el cuerpo y la sensibilidad de un sujeto.
La palabra "posmemoria", empleada por Hirsch y Young,
en el caso de las víctimas del Holocausto (o de la dictadura
argentina, ya que se Ja ha extendido a estos hechos), descri
be el caso de los hijos que rcco1;struyen las experiencias de
sus padres, sostenidos p0r la memoria de éstos pero no só
lo por ella. La posmemoria, qüe tiene a la memoria en su
centro, sería la reconstrucción mernorialística de la memo
ria <le hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto
que los reconstruye y, por eso, Young la califica como "vica
ria". Pero, incluso si se reconoce la necesidad de la noción
de pusme111oria para describir la forma en que un pasado
ll<' vivido pero muy próximo llega al presente, hay que ad
milir 1a111bi(·n que toda exjwrú11cia del ¡wsado es l:irnr.·a, por
que i.n!)lica sujetos que buscan entender algo coloc~·ndose,
por b imaginación o el cunocirniento, en el lugar de quiv
ncs lo experimentaron rcalmc ote. Toda narración dd pase.-
\\ ¡1 ii !
I; 1
¡1
1
¡ 1 1
130 BEATRIZ SARLO
do es una re-presentación, algo dicho en lugar de un hecho.
Lo vicario no es específico de la posmemoria.
Tampoco la mediación (o "hipermediación'', como es
cribe Young para fonalecer por hipérbole su argumento)
es una cu;ilidad específica. En una cultura caracterizada por
la comunicación masiva a distancia, los discursos de los me
dios operan siempre y son ineliminables. Sólo la extrema
deprivación, el aislamiento completo o la locura se sustrae
a ellos. Por otra parte, la construcción de un pasado a tra
vés de relatos y representaciones que le fueron contempo
ráneos es una modalidad de la historia, no una estrategia
original de la memoria. El historiador recorre los diarios , tamo como el hijo de un secuestrado por la dictadura mira
fotografias. Lo que los distingue no es el carácter "post" de
la aclividad que realizan, sino la implicación subjetiva en
los hechos representados.
Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que dife
rencia la búsc¡ueda de los restos de un padre o una madre
desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de
arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la
justicia en términos generales. Si a la historia que constru
ye ese hijo sobre la desaparición dd padre quiere d:trsck
el nombre de posmemoria, C:·ste s•.TL: aceptable solame11Lc
plH' dos rasgos: la implicación del Sl~jl.'.to en su dimensiúu
psicológica más personal y el carúcter no "profesional'' de
su actividad. ¿Qué, que no prov~~ng~1 del orden de b expe
riencia sul~jetiva y de la for111ació11 disciplinar, lu difrrcn-
P< >SMEMORIA, RE< :ONSTRUCCIONES 13.
cia del historiador o del fiscal? Sólo la memoria del padre;
si el discurso que provoca en el hijo quiere ser llamado
posmemoria, lo será por la trama biográfica y moral de la
trasmisión, por la dimensión subjetiva y moral. No es en
principio necesariamente ni más ni menos fragmentaria,
ni más ni menos vicaria, ni más ni menos mediada que la
reconstrucción realizada por un tercero; pero se diferen
cia de ella porque está atravesada por el interés subjetivo
vivido en términos personales.
¿Qué hace Art Spiegelman sino poner en la escena de
un cómic los avatares específicos de la construcción de una
"historia oral" en la que su subjetividad está implicada, ya
que se trata de su propia familia, pero donde aparecen ade
más muchos de los problemas del historiador?3 ¿Y la chica
arqueóloga, que llega desde Francia a descubrir las condi
cicrnes de la muerte de su padre, cuando describe los pasos
de su investigación no está de alguna manera reduplicando
los métodos de la tesis que ha venido a realizar sobre la lla-
:1 An Spicgelman, Maun, vols. l y'.!, Nueva York, Pantheon Hooks,
198ti. IJ\lrw.ü, Buenos Aires, Emecé, 1999.] A propósito d.· Mauss, An
d1cas l lupsn; .~cüala que su mczcLl de la estética dd có1uic con elemen
tos <¡i1c provienen de la tr;1diciún mtdt:ruista. t:ll una pab ira, b ·'com
plt:ji<Lul de su narración uo es '' "' un pnKe<ii111i1·nto l''t "tico .. sino
qul' pr ovi1·n1· dd deseo de la scg11.1d<i gt:ll<TM·ión de Clll•'" er el 1i,1s;1c'.o
<i<' sus padrt"s, dd que hH 11:a11 y.1 JMl'lt:, lo <¡t1icra11 o no: t:· 1·11 P'·•y1 ·c10
;¡,. ;l( <T< ·1111it'1llo 111im{·tico al Lr;111111a l11s1,-,1 ico y i"'' S<ll1;1l <¡ '" a1111d;1 va
' 1os lll\'dcs de tiempo". (/'ff.\111/ /'111ts; Ur/)(111 l'alim/iwsfa ww tlu· l'u!itin cf
i\ln11ur\', S1;111ford, Stanford Univt·i>ity Press, '.!lJll'.i, p. l'.!7.)
1
132 BEATRIZ SARLO
nura pampeana?4 Si esta implicación fuerte <le la su~jetivi
dad parece sulicientc para denominar a un discurso "pos
memoria ",lo ser:t no por el carácter lacunar de los resulta
dos, ni por .su carácter vicario. Simplemente se habrá
elegido llamar posmernoria al discurso donde queda impli
cada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su
padre, de su madre, o sobre ellos.
El gesto teórico parece entonces más amplio que necesa
rio. No tengo nada en contra de los neologismos creados
por acoplamiento del prefijo "post"; pregunto únicamente
si ellos cubren una necesidad conceptual o siguen tin im
pulso de intlación teórica. La literatura autobiográfica des
de el siglo 'XIX abunda en memorias de la memoria fami
liar. Sarmiento, en Recuerdos de provincia, comienza por la
historia de su familia y la reconstruye (bien arbitrari~mwn"
te, debe admitirse) de fuentes familia1-es y unos pocos do
cumentqs. Hoy esos capítulos ·de su libro recibirían el nom
bre de posmemoria, que suena completamente innecesario
para comprender la relación compleja y conflictiva de Sar
miento con su padre, la esteticidad y vibración moral del
retrato de su madre. y las operaciones de invención-recrea
ción de una familia que, por sus blasones, le permite soste
nerse comü hijo de un lin~ue y no solamente de sus obras.
Victoria Ocampo comienza su autobiogralía con su abuelo,
1 Ma1ü Laura y Silvin;1 en: .Juan Cdman, l\hr;1 La Madi id, NI,,[ Jlam
Jw11/ú11 tlr tlw.1; ltljo.1 de dr~t1JH11nido1, Buenos Aires, Pbnc:ta, 1 '1~17.
l'l)Sl\tEMORl/\, RECONSTRUCCIONES 133
que era amigo de Sarmiento; para entender ese comienzo
es completamente inútil el concepto de "posmemoria" que,
en teoría, debería aplicársele.
El hecho de que estas memorias familiares de Sarmiento
o de Ocampo no fueran traumáticas ¿es lo que las separa de
los relatos de la posmemoria? Si así fuera, se trataría enton
ces de una noción que sólo habilita para referirse a hechos
terribles del pasado (lo cual implicaría definirla por sus con
tenidos). Tiendo a creer, más bien, que la teoría de la pos
memoria no tuvo en cuenta estos avatares clásicos de la
autobiografia, sobre los que se han escrito bibliotecas desde
que el tema fue inaugurado por Gusdorf y Starobins~i y
puesto en la moda crítica por Lejeune, sino que se armó en
el marco de los estudios culturales, específicamente aque
llos que conciernen al Holocausto. La noción fue pensada
en ese espacio disciplinario, y sólo allí podrían afirmarse sus
pretensiones de especificidad, tanto en la cualidad del he
cho rememorado como en el estilo con-memorativo de las
actividades que mantienen su recuerdo.
Sin embargo, los estudios de memoria (desarrollados in-
dustrialmente sobre todos los temas y las identidades en los
últimos aúos) citan la noción de "posmemoria" (sobre todo
tal corno b presenta Hirsch) como si poseyera algl:na espe
(·ilicid~HI heurística más alb de que se u·ate del r·~gistro, en
tér111i11os mcmorialísticos, d~ las experiencias y la vida de
ou us que deben pertenecer a la generación innH"diaLarne11-
te anterior y estar relacionados con el posmemo ·ista por el
¡ 1 "
I·
134 llEATIUZ SARLO
parentesco mús estrecho. Se ha convenido en una novedad
teórica sintonizada con otro auge disciplinario: el de los es
mdios sobre sul~jetividad y las "nuevas" dimensiones biogr<i
fü:as, desplazamiemo que realiza el mismo libro de Hirsch,
donde hay capíntlos en los que asistimos al análisis sesudo
de unas fotos de ella y su madre, tomadas poco antes por
un fotógrafo pcriodíslico que, en opinión de Hirsch, no su
po captar el car{tcter de la relación que la une con su pro
genitora; y también la explicación de cómo construyó
Hirsch el álbum de fotos familiares que regaló a sus padres
para un aniversario importante (para la familia Hirsch, por
supuesto). La inflación teorica de la posmemoria se redu
plica así en un almacén <l~ banalidades personales legiti
madas por los nuevos derechos de la su~jelividad que se
despliegan no sólo en el espacio tr{tgico de los hijos del
Holocausto, sino en el más amable de inmigrantes cen
troeuropeos a los quek~s ha ido bien en América del Norte
y pueden enco1.trar pocos traumas en su pasado que no se
refieran a cómo integrarse en las nuevas costumbres y 1110-
das (por lo menos esa es la versión de Hirsch, que pasa por
el exacto centro de lo que sucedió con su propia familia).
Sin embargo, una observación de Hirsch, hacia el iinal
de su libro/' prese11 ta una rclaciún menos narcisista con las
categorías. Afirma que en el caso de los judíos laicos y urba
nizados, la identidad judía se construye como consecuc1Ki;1
'' l li1 >Ch, cit., p. '..! l·I.
POSMEl\IOIUA, REC< >NSTRUCCIONES 135
de Ja Shoah. En esta dimensión i<lentitaria, la posmemoria
cumple Jas mismas funciones clásicas de la memoria: fun
dar un presente en relación con un pasado. La relación con
ese pasado no es directamente personal, en términos de fa
milia y pertenencia, sino a través de lo público y de la me
moria colectiva producida institucionalmente. En esta di
mensión se mueven los ensayos de Young, que discute sólo
la posmemoria del Holocausto y las estrategias de monu
mentalización (refutadas por las simétricas estrategias de
los contramonumentos). La cuestión es si la cualidad "post" diferencia la memoria
de otras reconstrucciones. Como se vio, los teóricos de la
posmemoria argumentan de dos modos ofreciendo dos razo
nes para la especificidad de la noción. La primera es que se
trata de una memoria vicaria y mediada (éste es el centro del
argumento de Young, que tiende a considerar un rasgo es
pecífico lo que es propio del discurso sobre el pasado); la
segunda es que se trata de una memoria donde están im
plicados dos niveles de sul~jetividad (éste es el .centro del
argumento de Hirsch, que. tiende a acentuar la dimensión
biogr:ifica con valor ickntitario de las operaciones de pos
mcmoria). Ambos coinciden en la fragmentaricdad de l~~ posnwrnoria y consideran que es un rasgo diferencial, como
si todo discurso sobre d pasado no se ddiniera también por
su radical incapacidad para reconstruir un todo.
Abandonado el ideal de una historia que alca11cc la tola-
Jizaciún a travé~ de cierto~ principios generales que le da-
"' ' ~ i :
1 i
¡, 1
! 1
lt
·~
! ' : ' :
¡ 1.
U6 BEATRIZ SARLO
ría1) unidad, cod;1 historia es fragmentaria. Si lo que se quie
re afirmar es que las historias vinculadas con el Holocausto
lo son más todavía, habría que buscar las razones para ad
~nitir que su memoria es más lacunar que otras memorias.
Primo Levi avanza por este camino, porque cree que la ver
<~ad <ld L(Jgt'r está en los muertos que jamás podrán volver
para enunciarla. Pero, fuera de esta convicción ele Levi, se
ría necesario demostrar la incompJetitud de la memoria so
bn:: el Holocausto, un ijCOntecimicnto masivamente rodea
<fo de intcrp1:ctació11: la palabra misma con que se lo
designa es una interpretación con sentido trascendente e
intlexión religiosa. En realidad, el Holocausto no parece
hoy fac1mar, excepto que se piense que su fragmentariedad
pnwienc de <iuc no se ha logrado reconstruir cada uno de
los hccl10~ (pretensión más bien primitiva en términos de
méwdo, aunque represente un valor moral en términos
ck que ettd" U1Ul de las víctimas liene derecho a Ja recons
trucción de su historia, que, en términos personales, es ob-
vi .. lllt.:!lte única). O también que el centro de la máquina
<le mucne, l•ts c;ímaras de gas y los crem·uorios sólo puede
ser rcnmslruido arqueológicamente.
l.•t fragmencaricdad <le tocht memoria es evidente. O se 1plinc decir algo más, o simplcmeute se está adosando a Ja
posni(:moria ac¡udlo que se acepta muy univcrsalmcucc des
de el 111omt·1no en que emraron en uisis las grandes síur.ec
sís Y l;is gr•mdcs lola!ilaciuucs: ludo es fragmentariu desde
lllc<liados del siglo XX.
POSMEMORJA, RE.CONSTIWCCJONES 137
La fragmentariedad proviene, en opinión de Young,6 del
vacío entre el recuerdo y lo que se recuerda. La teoría del
vacuum pasa por alto que ese vacío marca siempre cualquier
experiencia de rememoración, incluso la más banal. Young
se desliza dci:nasi~do fácilmente entre el vacío dejado por
el Holocausto, el vacío de judíos en Alemania y el vacío que
está en el centro de la experiencia del recuerdo. Se arma
así una especie de cadena metonímica de un vacío a otro,
embellecida por todos los prestigios teóricos, a la que po
drían agregarse el vacío constitutivo del sujeto, el vacío de
donde surge el enunciado, el vacío respecto del cual se re
corta dificultosamente el recuerdo, etc., etc. Como es im
posible contradecir la idea de vacío dejada por el Holocaus
to, esa evidencia se traslada, sin mayor examen, a otros
"vacíos". Filosóficamente a la mode, esta cadena es más su
gestiva que sólida.
El "vacío" entre el recuerdo y lo que se recuerda está
ocupado por las operaciones lingüísticas, discursivas, subje
tivas y sociales del relato de la memoria: las tipologías y mo
delos narrativos de la experiencia .. los principios morales,
religiosos, que limitan el campo de lo recordable, d trauma
que obstaculiza la emergen.::ia del recuerdo, los juicio:> ya
realizados que inciden como guías de evaluación. ~:ís <iue
de un vacío se trata de un sistema de desfas:cües y puentes
teóricos, metodológicos e ideológicos. Si alguien quiere lla-
ti Yuung, cit., p. titi.
~
:1 ¡, 1
¡, 1
i ['.
! ;: 1 1
¡ ¡.
i ~ t
.l
i,
j
138 BEATRIZ SA!lLO
mar a ese .sistema un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la
medida en que defina otro espacio (entre el hecho y su me
moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen
las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica
y de evaluación.
La fragmentaricdad del discurso de memoria, más que
una cualidad a sostener como destino de toda obra de re
memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme
moración opera sobre algo que no está presente, para pro
ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no
son específicos al trab<yo de memoria sino a muchos traba
jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral
y la que se apoya en registros fotográficos y cinematográfi
cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese
discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino
un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable
mente lacunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría
de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la
prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no
se trataría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca
sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po
d1ü extcnder sencillamente su dominio y debería demos
tr¡1r qll'· esa extensi{in es descriptivamente adecuada.
Sin embarp:o, como lo prueba uu análisis brillante de
Cl'urgcs Didi-1 luherman, lo irrepresentable dd Holocaus
to t•st~í en la ausencia de aquellos documentos <1ue fuen111
sistt:nütican1t·11te destruidos. No hay i111[1ge11es de un ere-
l'OSMEMORJA, llECONST!lUCCIONES 139
matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra
fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;
"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque
llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta
rio en primer lugar porque hubo una decisión política Y un
espacio concentracionario que se propusieron liquidar t~
da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como
consecuencia, de representación posterior. Los muertos,
como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum
plió por completo el destino concentracionario, son irre
presentables porque la experiencia en la que culmina el La
ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es
posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están
en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la
vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so
bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el
núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar
go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge
nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al
guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;
y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, son
una base para imaginar el Ll<ger, no un ícono fetiche qw
cerraría sus sentidos tratando de representarbs. '
Fuera del Lager, frente a producciones di .cursivas o e~
I I · ¡ / P· rí Ediuous de M: 7 Georges Oidi-Huberman, u111g1'S ma gu uu , <> '
nuit, '.2003, p. ~l. [luuígmes ¡i.:se a todo, Uarcclona, Paid<. , ~O!H.J
~· 1 1. !•
,,1
J
! ~ 1,
138 BEATRIZ SARLO
mar a ese .sislcma un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la
medida en que defina otro espacio ( emre el hecho y su me
moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen
las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica
y de evaluación.
La fragmentariedad del discurso de memoria, más que
una cu<1lidad a sostener como destino de toda obra de re
memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme
moración opera sobre algo que no está presente, para pro
ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no
son específicos al trab<tjo de memoria sino a muchos traba
jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral
y la que se <1poya en registros fotográficos y cinematográfi
cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese
discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino
un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable
mente lacunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría
de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la
prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no
se tr<ttaría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca
sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po
dría extender sencillamente su dominio y debería demos
tr¡1r c¡u 1 • esa extensiún es descriptivarnente adecuada.
Si11 embarp:o, como lo prueba uu análisis brillante de
Cl'orges Didi-1 luherman, lo irrepresentable dd Holocaus
to esl<Í en la ausencia de aquellos documentos que fuen111
~ist~:m~ítican1t·11te destruidos. No hay im[1genes de un ere-
POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 139
matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra
fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;
"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque
llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta
rio en primer lugar porque hubo una decisión política Y un
espacio concentracionario que se propusieron liquidar to.
da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como
consecuencia, de representación posterior. Los muertos,
como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum
plió por completo el destino concentracionario, son irre
presentables porque la experiencia en la que culmina el la
ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es
posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están
en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la
vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so
bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el
núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar
go, Didi-Huberrnan dedica su análisis a esas cuatro imáge
nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al
guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;
y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, SOll
una base para imaginar el L«ger, no un ícono fetiche flllt
cerraría sus sentidos tratando de representarbs. '
Fuera del Lager, frenlc a producciones di .cursivas o e~·
l I . t t I' rí Ediuous de M: 7 Gcorgcs Didi-Hubcrman, mo¡;1'S mugre ou. ;. '
uuit, ~00'.1, P· '.!!. [Iuuígew:s Í":se <I todo, Uarcclona, Paifk, , '.!004.J
,. i 9 F~
,,,
l
140 BEATRIZ SARLO
téticas rontcmporáneas, lejos del impacto que provocó el
didttm de Adorno, respondido, casi de inmediato, por la
poesía de Paul Celan, la teoría del vacío represcntacional
y de la cualidad lacunar de la reconstrucción memorialís
tica hace sistema con otro sentido común contemporáneo
que sostiene que, cuanto más importantes son las pregun7
tas, menos se puede pretender responderlas. No se des
carta simplemente la respuesta que impone una versión
en exclusión de otras, sino que es necesario precaverse de
cualquier respuesta que produciría una clausura indesea
ble. Cuando analiza el proyecto del museo judío de Berlín
de Daniel Libeskind, Young recurre a una fórmula con la
cual cree dejar establecidos los méritos del proyecto por
que habría "respondido al problema dejándolo sin resolu
ción ". 8 La fórmula paradoja! no significa tanto como sus
prett·nsiunes. Yoimg quiere decir que Libeskind no anuló
el problema, no lo volvió invisible a los visitantes del nuevo
edificio; que, al mismo tiempo que encontró una solución
proyectual y la comtruyó, conservó los datos que su propio
proyecto debía resolver. Pero, en lugar de presentar este ar
g11menro sencillo, al recurrir a la parad~ja, Young subraya
la a¡.wrí<t de los lrab<~jos de mem0ria (y de sus 1110numentos
Y l on Lrau.011 umcntos). Subraya lo que denomina la "irreso
luci1'i11 perpelua",~ 1 una fórmula can atractiva como nehulo
s;1. Si se quiere dedr c¡11e una cuestiú11 es1:1 literalmente
"Yo1111g. cit., p. 170.
''lliid.,p.9:!.
POSMEMORl.A, RECONSTRUCCIONES 141
abierta a perpetuidad, esto es una verdad obvia, ya que será
retomada de modo inevitable con nuevos instrumentos teó
ricos y en nuevos contextos significativos. Pero si se quiere
decir que, por definición, un problema está en el presente
abierto a la irresolución, lo que se afirma es, mediante otro
léxico, una noción de vacuum. Young recurre a la teoría del
vacuum, de aquello que no existe sino en su _ausencia, y se
obliga a seguir encadenado a ella sólo porque casi resulta
sacrílego afirmar que los trabajos de la memoria comparten,
con todo recuerdo del pasado, la incompletitud, incluso
cuando ya se han convertido en tópicos clásicos, y precisa
mente se han convertido en tópicos (la Shoah, los desapa
recidos) porque no han permanecido irresueltos.
Los ejemplos traídos del campo artístico que analiza
Young muestran, considerados en su conjunto, que la cues
tión no ha permanecido irresuelta y que hay un canon esté
tico firme (de instalaciones y contramonumentos) que ejer
ce su poder simbólico en el presente, aunque su destino
futuro sea el de ser revocable. Es notable el contraste entre
el discurso de lo "abierto", Jo "fragmentario" y lo "irresuel
to" con que Young acompai1a un conjunto de obras contra
rnonumentales de primera línea internacional, y transcribe
memorias de los artistas en l<ls 'lue las coincidet:cias sobre
lo que debe '1 .. ccrse como p0smem•)ria del Holo :austo son
verdaderamente asombrosas. En sede artística, la pcs111c"
moría tiene un decálogo in.eruacional unificad > y h:~rtc
mcnte creador de consenso.
i \
''. 142 llEATRJZ SARI.O
También Hirsch insiste en el carácter inacabado y frag
mentario que definiría, por su misma naturaleza, a las sub
jetividades que recuerdan y a la memoria que producen.
Agujereados, más evidentes por sus vacíos que por sus ple
nos, los discursos de la posmemoria renuncian a la totaliza
ción no sólo porque ya ninguna totalización es posible sino
porque ellos están destinados esencialmente al fragmento.
Es dificil coincidir con una definición tan totalizante como
taxativa, ya que a todo discurso no autoritario se le atribuyen
estos rasgos después de la crisis y la crítica de las filosofías de
la historia y, en consecuencia, lo que se atribuye como par
ticular de la posinemoria pertenece a un generalizado uni
verso. Si hay diferencias, deben estar en otra parte.
Ejemplos y contraejemplos
Conviene evitar un discurso único sobre la memoria y la
"posmemoria". Caracterizado por lo lacunar, lo mediado,
lo resistente a la totalización y su misma imposibilidad, el
discurso único de la "posmemoria" encuentra siempre lo
que busca y, en consecuencia, resulta monótono en su des
cuido program:ttico de las diferencias entre relatos.
Si se trata del modo en que los hijos procesan la historia
de sus padres allí donde hubo fracturas importantes, no sir
ve identificar sólo una forma invariable. Las diferencias que
se pasan por alto provienen de orígenes sociales, contextos
POSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 143
e imaginarios, incluso de modas teóricas difundidas como
tendencias culturales.
Una rápida observación del caso argentino posterior a
1955 indica que, lejos de apartarse de la totalización, lejos
de adoptar una perspectiva exploratoria e hipotética, le
jos de resistirse a cerrar algunos sentidos del pasado, los jó
venes radicalizados de la generación posterior a la caída del
primer gobierno de Perón, buscaron una historia que les
garantizara sentidos y siguiera una trayectoria definida por
una teleología que conducía de la caída a la redención re
volucionaria, con un protagonista sólido al cual se le atribu
yeron cualidades completamente estables. Armaron un dis
curso que respondía a principios de época tanto en lo
poHtico como en las corrientes ideológicas que prevalecían
en el nacionalismo revoludomlfio y la izquierda.
No fue su condición de hijos, sino su condición de jóve
nes intelectuales o militantes la que definió su relación con
el pasado en el que sus padres habían vivido. En lugar de
una memoria de sus padres, buscaron una memoria históri
ca que atribuyeron al Pueblo o al Proletariado. El 17 de oc
tubre de 1945, la jornada en que, según la tradición, se de
finió el liderazgo de Perón y el protagonismo de las masas
populares, fue el hecho clave: traumático para quienes no
lograran entender su sentido. La desapari.::ión del t:adáver
ck Eva Perón configuró simbólicamente una rtivindicación
del cuerpo que subyugó un vasto imaginario políuco. El
cuerpo robado se convi1·tió en consigna para jóvenes que
¡
'!
1 1:
144 llEATRIZ ~IU,ü
no habían llegado a conocer a Evita. La herida abierta en el
cuerpo político del peronismo debía repararse, incluso por
la venganza.
El discurso histórico con el que se identificaron quienes
llegaban a: la. política en el transcurso de los aüos ses~nta
no fue dubitalivo ni lacunar; tuvo un centro bien estableci
do y una dirección que marcaba origen y futuro. Los hijos
de quienes habían vivido su adultez bajo el peronismo b.us
caron mú interpretación fuerte que unificara los hechos,
en contra de la interpretación que proporcionaban sus pa
dres, si habían sido opositores; o cambiando el sentido que
los había movido, si habían simpatizado con el peronismo.
Estos jóvenes, hijos de la' generación para la que el 17 de
octubre fue un trauma y una fecha fundadora, hablaron
abiertamente del pasado de sus padres, y juzgaron que elfos
habían sido o participantes equivocados o espectadores que
no comprendían los sucesos . .Fueron hijos que corrigieron
puliticamerile el modo en que sus padres vivieron el primer
gobierno peronista; los acusaron de no haberse volcado con
imensidad hacia lo público o de no haber captado la ver<la
dera naturaleza del movimiento de masas.
En lugar de construir, como hijos, una personal versión
horadaoa y mediada del período inmediatamente anterior
que ellos no habían vivido, propusieron un relato compac
to y global de esa historia contemporánea a la juventud u
madurez de sus padres, para que las equivocaciones, las en
soüaciones o las limitaciones ideológicas de las que ellos
POS~EMORIA. l{ECONSTRUCCIONES 145
fueron culpables no se repitieran en el futuro. No hay vacío
en estos discunms, no h~y fragmentariedad.1° Los hijos cri
ticaron las opciones de sus padres y Sf refirieron a ese. pasa
do políüco para superarlo, no porque ellos se sintieran di
rectamente ,a,fcc;tac~os ~iiw porque formaba parte de u11a
dirnensi.ón pública. La memoria debía funcionar corno
"maestra de la política" para que no se repitieran las equi
vocaciones d~ la, gencr.ación anterior, que no fue capaz de
entender su propio presente.
La experiencia de los padres y la llamada "posmemoria"
de los hijos se e11frentar,0n en un escenario de conflicto agu
do. La "posrnemoria" sería, en este caso, una corre(:ción (ie
cidida de la memoria, no una trabajosa reconstrucción tenta
tiva, sino una certeza comp<lcta, que necesitó de esa solidez
porque la historia difundida entre los hijos debía ser un ins
trumento ideológico y cultural de la política en los años. i)e
senta y primera mitad de los setenta. La época pensaba de
ese modo y los jóvenes pensaban dentro de la época.
Treinta aüos más tarde, concluida la dictadura militar,
los hijos de estos jóve~es de los años sesenta, muchos de
ellos militantes desaparecidos y asesinados por el terroris-
·1 ! :l
:1
j 1
10 Un rebto histórico, que tuvo difusión masiva y fuerte poder de
coustrucció11 imaginaria y política, se ~1poyó en obras e intervenciones de
autores contemporáneos al pi 1111er pero11is1no como ¡: 0J0lfo Puiggró"
Jo• ge Abela1·do Ramos, Arturo Jauretche y Juan José lkrnindez Arregu •.
Véase, para sus ante1.:edcn1cs conccptualcs: Carlos Altamirano, /,a era ae '.!
{as masas, cit.; y Beatriz Sarlo, ta batalla de las ideas, Lit. ----- j
r 146
BEATRIZ SARLO
mo de estado, toman, frenre al pasado de sus padres, posi
ciones bien diferentes. Al hacerlo también se atienen a nor
mas epocales, que valoran el despliegue de la subjetividad,
les reconocen plena legitimidad a las inflexiones persona
les y ubican la memoria en relación con una identidad no
meramente pública.
Gobernado por este espíritu de época, un film de Alber
tina Carri, Los rubios, 11 reúne lodos los temas atribuidos a la
posmemoria de una hija sobre sus padres asesinados. A pro
pósito de este film, Martín Kohan escribió: "Los compañe
ros de los padres [de la dir:ectora, Albertina Carri] entre
gan una visión demasiado política de las cosas ('arman todo
políticamente'); el testimo'nio donde se admite que en
aquel tiempo lo político invadía todo sí tiene cabida, pero
se lo admite como quien admite la confesión de una culpa.
La sensación de una demasía política, que es claramente
un signo de estos tiempos, podría llevar a suponer que Los
rubios-a esta altura, vale insistir: la película que una hija de
dos militantes políticos desaparecidos hace a partir de lo
que ha pasado con sus padres- prefiere postergar la dimen
sión más específicamente política de la historia, para recu-
11 Los rubios. Dirección: A!Lcnina Carri; producción: Barry Ellswonh;
asistentes de dirección: Samiago Ciralt y Marcclo Zanelli; fotogra!ía: Ca
talina Fcrn;Jndez; cámara: Canncn Torres; montaje: Alejandra Almirón;
música: Ryuichi Sakamoto, Charly G<u'CÍa y Virus; so11ido: Jésica Suárez;
diseüo de producción: Paula Pelzmajer; intérprecc: Analía Couceyro. Buenos Aires, 2003.
POSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 147
. . , más ligada con lo huma-. ·1 . . una dunens1on perar y pnvi egiar , . 1 de la historia de
. . . con lo mas persona no, con lo coud1ano, , , y aun· así, no obstante,
. Ana Mana Caruso ... Roberto Carn Y tos en los que los
. Los rubios, los momen . es notono que, en - d ·1·tancia rozan o transi-
. . , 1 companeros e mi i testunomos de os • no resultan mu-
. d 1 'semblanza humana• tan el registro e a d lo que dicen".12
. d dos que el resto e cho menos desconsi era e . uestra poco interés por
1 fil n de arn m Ciertamente, e i I . cieron. Porque
adres quienes los cono lo que dicen de sus p d t davía quieren gober-
oráneos de los pa res o esos contemp . . l't" ca· porque no pue-
. . d de su perspectiva po i i • nar las cosas es nen siempre
d ·de ese pasado; o porque po den sino hablar es . , f ·1·· r privada con la mili-
. . , 1 dimension ami ia en comumcacion a . . d. arecidos, las cosas
1 d" ectora-hip de esap tancia, para a ir . , . . t de las ideas políti-
leto interes. Distan e . pierden por comp te ella busca, en pn-
. adres a la muer , casque llevaron a sus P · del padre
. _, n1"1sma en ausencia rse a si mer lugar, reconstrm . , . d citar una frase de
l elícula despues e (como lo aclara a p . . l o la hostilidad, fren-
. ) . L indiferencia, me us Régine Robm · ª · . ·. que el film
, . dres agudiza la distancia te al mundo de sus pa los sobrevivien-
ue se dice de ellos y con mantiene con lo q e . o busca las "ra:w:-. · arn n . . ue dan su test11no1110. tes anugos q . l· traducción de esas
" . . d ·es ni mucho menos a nes de sus pa I , r1·e· busca a sus jJa-. s recu , ·" 01· \os testigos a qu1ene "razones p
. .·. - ·lebrada", en P1111lo di' Vista, núme-, Ml · apanen<.1a u_ 1~ J'vbrtín Kohan, ,a
. 78 ab1 il de 2004, P· 28· 10 )
1 '
• 1
·'
: ¡¡
i
¡, ,, ,, ji , 1 l
;I
148 BEATRIZ SARLO
dres en la abstracción de una vida cot" d., . l iana irrecuperable
por eso no pucd , y e concentrarse e11 los . motivos que 1 . 11 ron a la militancia por . . . os eva-1t1ca y a la muerte c . que encuentra son compañeros de ·1· . ~mo los testigos
l
mi llancia de lo . d as preguntas que busc . . s pa res,
sin r . a contest.lf quedan inevitablemente
espuesta, mcluso cuando los t ..
d
, . estigos evocan . . omesticas y fam T . N _ escen.ts
i iares. o pod1a pasar de otro mo que el film interroga a do, ya personas a las que c 'd rales o · onsi era unilate-
equivocadas. El malentendido es con . O . 1pren~ble tros test11nonios como l d . . ' e e una rnwer q ·
ser filmada y 11 . "d - :.i ue se mega a a s1 o cornpa d de la d" nera e cautiverio de las padres
irectora die l ' en o que ya es sabidü" ue ton (el centro de d · . , · q en el Shera-
. . etencion donde estaban Roberto Ca . su IllUJer, además del d"b . rn y · i UJante Oesterheld) d han en un libro .. to os trabaja-
por encargo" una l . . . • . - . ' ustona ilustrad· d 1 ejercito; pero agrega un dato· ue . - . . a e dre de Albertina C· . . . : Ana Mana Caruso, lama-
arn, cmdo de la h .. · .. quien da testin\onio. La películ· ~p recien nacida de a no tiene nada d . sobre estas d ... f" . que ecir os m ormac10nes. Probabl trata de la vida en 1 emente porque se
. e campo de concentra . -directora le interesa a f d non, y lo que a la . ' m e cuentas no . . _. .
fancia en ot . , es eso sino su u1-ro c.unpo el de . -• sus uos, dond · · - ,
la captura de sus padres. e v1v10 despues de
A ese campo 1 f"l ' e J m lo llama "El cam . " que no se sabe si e ... , . . pito coa un cartel
s u onico o mdica ..
E
"El un simple p·11·· l l. n · campito" . . . ' .1 e 1smo.
transcurre uua escena d . del final Ali' - e conuenzo y las
· i no esta presente el recuerdo de 1 . . . os padres, s1-
149 POSMfMOlliA, RE.CONSTRUCCIONES
no el de la infancia de la directora, y en consecuencia, cuan
do se filma ese campito, lo evocado es la infancia huérfana,
pero rodeada de una familia solícita que le otorga a la en
tonces niña Albertina Carri "la felicidad de ser una malcria
da". Como si hablara desde ese lugar infantil, en off se escu
cha: "Me cuesta entender la elección de mi mamá. Por qué
no se fue del país. Por qué me dejó en el mundo de los vi
vos". Esa voz en off resuena sobre la imagen de la actriz que
representa a la directora, en un gesto de grito desesperado.
La comprensión de los actos paternos, que "le cuesta" a la
actriz, tampoco la alcanza el film, ya que las razones de esos
dos militantes, si no se las busca en la política de una épo-
ca, serán definitivamente mudas. También son anónimos los amigos militantes que ofre-
cen su testimonio en el film: caras y voces a los que el. es
pectador no puede unir con un nombre propio. Sólo en le
tras muy pequeñas, en los agradecimientos finales, esos
nombres aparecen escritos, separados de sus correspon
dientes imágenes, que permanecen como imágenes de des
conocidos aunque mantienen-con la directora y con su do
ble una relación afectiva inocultable. En un film sobre la
identidad, donde la directora elige representarse doble
mente, por sí misma y a través de una actáz que dice su
nombre y dice que representará a la directora, los testigos
permanecen en el anouimato. Por lo que cuentan, nos t·n
tcrarnos de que fueron amigos, parientes o compañeros Je
\os padres de la directora, pero en Los rubids su anonimato
¡
F !
1 -- ~.J
¡ l
l· j
150 BEATRIZ SAIU.O
es un sig-no de- separación e, incluso, <le hostilidad. La ope
ración l\e doble afirmación de la identidad de Albenina
Carri contrasta con el severo despojamiento del nombre de
· otros. ldencidad por sustracción.
E:I film comienza y termina en el campo. En la primera
escena, se oye una voz en off, la de la directora, que da indi
cadoncs sobre cómo estribar para andar a caballo. En la úl
tima imagen, se ve a la.actriz, que recibía esas indicaciones
en la primera imagen, asistida todavía por la directora, pe
ro ya convertida en jinete, como si hubiera tenido lugar un
aprcndi~~tje, no el que la película se propone, sino otro:
un aprendizaje de destrezas "normales", que reemplazaría
la fracasad~l exploración por la memoria.
Las pelucas l1ue usan la directora, la actriz que la repre
senta y tres miembros del equipo de filmación son también
p;\rte de un dispositivo de desplazamiento de un lugar a
otro, de una ideu ti dad (paterna/materna) no encontrada
a una identidad adoptada como personificación y disfraz.
Ant~s de este final con pelucas rubias, el film ha sostenido
su título en varios testimonios de vecino!' que afirman que
la famili<.1 Carri-Caruso y sus hijas eran todos rubios. Las
i111;ígenes de la directora, morocha, y <le la actriz que la re
prcse11 ta. ta111bit'.·11 morocha, ponen <le manifiesto que los
vecinos o traducían la diferencia percibida entre ellos y la
fa111ilia Cani en una dil'erencia tísica y de clase (ser rubio.
en tl Argentina 110 es tan frecuen'.e), o que los Carri, corno
hacían muchos rnilita111es, cambiaron el color de su pelo,
POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 151
para disimular su apariencia. Como sea, toda la familia es
definida por los vecinos como "los rubios". Al ponerse pe
lucas rubias, el equipo de filmadón se ubica en r• lugar de
esa pasada identidad diferente. Y tienen razón en hacerlo
porque, cuando llegan al barrio popular con sus cámaras,
la actriz que representa a Carri dice: "Era muy evidente que
no éramos de ahí. Debía ser parecido a lo que pasó con mis
padres". Frente a los vecinos, la directora y el equipo de la'
película, por razones culturales, por su aparataje técnico de
cámaras, micrófonos y grabadoras de sonido, por sus ropas,
el modelo de sus anteojos y su corte de pelo, por el auto
móvil en el que se desplazan, siguen siendo "rubios" o, co
mo se frasea en el film, "blanco, rubio, extranjero".
Envueltos en esta diferencia han hecho la película, en la
que quizás haya un solo momento de equívoca id.entifica- ·
ción de Albertina Carri con sus padres, cuando en off se es
cucha un de:;eo suyo no cumplido: "Me gustaría filmar a mi
sobrino de seis ailos diciendo que cuando sepa quiénes ma
taron a los papás de su mamá, va a ir a matarlos. Mi herma
na no me deja".
Sin recuerdos
Sentirs~ abandonado, en el caso de los hijos de <l 1 ~sapareci
dos, es inevitable. La tragicidad de lo ~uce<lido toe<) allí don
de no había sttjetos en condiciones de responder ni de
~.J.~." n '· ¡,
(• : :¡~;
l n:
.. ~ . ' 1 j.'
~. 1
'
'·.·.'·
" ~.
1
,j r ~. r.
1
.. ,,.·i
' .
¡, ; ;
; f ,, ¡ j
'!\
'!' '1
152 HEATRIZ SARl.t)
ddcndcrse, llllC no habían elegido un destino que incluía la
muerte con10 posibilidad, que lisa y llanamente no estaban
e11 condiciún de elegir. Treinta arios después, esos hijos de
padres desaparecidos dan ele ese suceso testimonios difc
ren tes. Un sueilo articula el ejercicio de "posmemoria" de
C;.1rri u>~l la búsqueda de una imagen paterna o matc'rna, y
concrc1ame11te de la historia no sólo personal sino política
de esos desaparecidos: "Tengo 18 a1)os, mi papá está desa
parecido, era médico. Hace poco soné con él. Soñé que me
tiraban encima de él y yo le decía: ¡Ay, por favor, llevame
con vos adonde estés, no me importa, sea lo que sea, lleva
me a la ESMA, no me importa, quiero morirme al lado tu
yo! Y él me decía: 'No, no, andá au·ás de esa bandera' y yo
decía no, no, yo no quiero ir atrás de ninguna bandera, por
que esto nq pasa por lo político, quiero estar Cl1ll vos y él
como t¡ue me decía no, tenés que ir atrás de esa bandera y
yo decía no, quiero estar con vos, nada más". t:1
En ese relaLO de un sueilo, la política, como mandato
p<aerno, se contrapone a la fuerza del deseo, igual que en
la irresoluble perplejidad de estas preguntas: "Durante mu
chos aiios pensé que lucharon por un país mejor pero ama
má no la tuve durante 6 ailos y a papá no lo tengo más.
¿Qué valía más la pena? ¿Luchar por un país mejor o for
mar una familia? Todas ésas son contradicciones. No los
I~ Victoria, argenmex, 20 ai1os (/,a lti;tmia es é.1la, docunwntal de .Jorge
lknti), Citado en Gdman y La Madrid, Ni el jú1co /lerdón de dio}, cil., p. 65. ¡
POSMEMORIA, IU:CONSTRUCCIONES 153
juzgo en su accionar; son cosas que a mí me quedan colga
das. Tampoco ellos tienen o tenían la respuesta. No previe
ron hasta dónde iban a llegar los militares. No podían sa·
ber".14 A veces, en el lugar vacío de los desaparecidos, no
hay ni habrá nada, excepto el recuerdo de un sujeto que no
recuerda: "Es dificil darle forma a algo que una no conoce,
que una no sabe, que una no tiene la u..imba para decir aquí
esün. No se le puede poner nombre a algo que no se cono
ce, yo tenía dos años cuando desaparecieron, no me acuer·
do nada de ellos, me acuerdo de mí mirando por la venta·
na, esperando que vuelvan".15
Pero muchos de los testimonios de hijos de desapareci-
dos recopilados por Juan Gelman y Mara La Madrid en El
flaco perdón de dios responden, en cambio, a una búsqueda
de verdad que no excluye la figura pública de los padres y
su compromiso político. El film de Carri es un ejemplo casi
demasiado pleno de la fuerte subjetividad de la posmemcr
ria; los testimonios de El flaco perdón de dios, así como la pe·
lícula de Carmen Guarini sobre HIJOS (la organización
que agrupa a quienes tienen padres desaparecidos), mues
tran la otra cara de una reconstrucción del pasado. Mu( hos
testimonios de El flaco perdón de dios provienen de jóvt nes
que se sienten más próximos al compromi ;o político dt sus
padres o que hacen e>fuerzos por entendt rln en el con ;en-
H Patricia, ibíd., p. 1 S7.
1> Ok!ia, ibíd., p. 49.
)l 1
154 BEATRIZ SARLO
cimiento de que, si lo entienden, podrán captar algo de lo
que sus padres fueron. Ambos, los HIJOS y Albertina Carri
fueron víctimas de acontecimient~s históricos semejantes:
la dictadura inaugurada en 1976 secuestró y asesinó a sus
padres. Ambos estarían en el lugar desde donde se constru-
ye una "posmemdria'', pero en la relación con'ella, sus ope~· ·1 1 •
raciones son diferentes.
Muchos de estos hijos están solos en situación de recons.
truir el pasado: YEllos (la familia) ni se enteraron de que me
reencuentro con ese chico cuyos padres habían desapareci
do junto con los míos. Ellos no se hacen cargo de la historia,
no sé cuáles serán los motivos ".16 Otra historia: María Laura
fue engañada por su abuela, que la crió diciéndole que su
padre la había abandonado, que vivía en Brasil y ya no se
acordaba de ella. Después de varios años, María Laura y su
hermana menor Silvina se fueron a Francia, a vivir con su
madre, re~pecto de quien habían sentido una distancia sos.
tenida ·en visitas a la cárcel, malentendidos, una especie de
repudio. Graduada universitaria en paleontología, años des
pués María Laura regresó a la Argentina y buscó los restos
de su padre desaparecido, los encontró, los enterró en su
pueblo y reconstruyó, tanto como le fue posible, fragmentos
de una historia de militante. Puso ante su abuela las prue
bas del ocultamiento en el que transcurrió su infancia.
María Laura y Silvina no supieron de su padre, ni vivie-
16 Darío, ibíd., p. 94.
POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 155
. ron en un medio donde L1 política y la militancia fµeran
consideradas un compromiso personal que merecía el res-
peto de una rlecci~n política y moral. Su colocación frente
al pasado es reconstructiva e~ un sentido fuerte: recup~-,
rar aquello que el padre fue como persona, no simplemente .
aquel.lo ,que fu~ p:nn,q padre y ~n rel~cipn .~on ~us hijas.~7 . 1 , ..
Entender quiere decir, en este caso como en otros, ponerse
en el lugar del ausente. El descubrimiento de los restos del
padre desaparecido podría convertirse, en el proyecto del
hijo, en la restauración de ese hombre a su lugar políticp.
El hijo llevaría al padre al lugar al que éste perteneció: "No .
sé cómo voy a reaC:cionar si lo encuentro. Lo velaré en el
sindicato. Tenía pasión por el sindicato",18 Por supuesto, lo
que se recupe~ es la muerte y lo que precedió a la muerte;.
no se recibe lo perdido, pe.ro pare~e po~ibl~Uega~ ~ ep.~en- .· ..
der la pérdida.
¿Por dónde pasa el mainstream de los hijos de desapareci
dos: por Carri o por los chicos más modestqs de la película
de Guarini y la recopilación de Gelman y La Madrid, que
no tienen inconvenientes en identificarse con un grupo ver
daderamente existente, establecer lazos nacionales e inter
nacionales, y comportarse, para deci:lo así, como personas
cuyo sufrimiento les ha permitido creer que han logrado
17 Ni el flaco perdón .. ., cit., pp. 19-32. Ta1!1bién en el fihr. Hijos, de C:tr
men Guarini.
18 Fernando, ibíd., p. 123.
,. ','·
1
' ,,¡ ,1
'1
' . ¡
1 ! 1 1
1
1' ,1
,¡
¡ 1
1 1 i
; !¡:
1¡ • 1
1: 1
.f
1
1
156 llEATRIZ SARLO
entender a sus padres y l~s ideas que movieron su militan
cia? El origen social de los desaparecidos puede ser parte
de una clave de estas diferenci.is.
Por un lado, están los hijos de obreros (un treinta por
ciento de los desaparecidos lo fueron): "¿Qué pasó con esos
chicos que el padre era delegado de fábrica y que su mujer
no era la compañera sino la esposa? Es otra realidad social. ..
Esos chicos a lo mejor tienen otra visión que la nuestra so
bre la desaparición. La nuestra es tal vez más intelectual".19
En el otro extremo social y cultural están los hijos que cre
cieron en familias que no repudiaban la militancia y conocie
ron amigos y compañeros que podían hablar de ellos con
un afecto consolidado en la experiencia política común.
Carri es parte de una comunidad que reconoció a sus pa
dres, por eso está en condiciones de tratar a sus represen
tantes, Alcira Argumedo y Lila Pastoriza, con el desgaire un
poco distraído con el que. se escucha a dos tías cuyos cuen
tos ya se han oído muchas veces. Esa desatención no es so
cialmente verosímil, ni existe, en los chicos a quienes, du
rante toda la infancia, les fue negada la historia de sus
padres, a los que los abuelos resentidos con las elecciones
de sus hijos o yernos les robaron hasta las fotografías.
Las historias detalladas <le los desaparecidos circularon
por comunidades ele amigos y familiares, con frecuencia en
el exilio, en grupos intelecn1ales o ctpas medias, que 110
IY Silvia. (Córdoba.), ibíd., p. 136.
l'OSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 157
existieron cuando las v. timas fueron miembros de los sec
tores populares, cuyas familias, en muchos casos, se dedica
ron a olvidar a los desaparecidos. Los hijos de estos militan
tes están desesperados por la historia de sus padres, porque
allí la fractura no fue sólo la de la dictadura, sino la forma
en que esa fractura se agravó por el silencio. Basta recorrer
los testimonios publicados por Gelman y La Madrid para
que estas diferencias salten a los ojos.
No hay entonces una "posmemoria", sino formas de la
memoria que no pueden ser atribuidas directamente a una
división sencilla entre memoria de quienes vivieron los he
chos y memori~ de quienes son sus hijos. Por supuesto que
haber vivido un acontecimiento y reconstruirlo a través de
informaciones no es lo mismo. Pero todo pasado sería abor
dable solamente por un ejercicio de posmemoria, salvo que
se reserve ese término exclusivamente para el relato '(sea
como sea) de la primera generación después de los hechos.
En el caso de los desaparecidos, la posmemoria es tanto
un efecto de discurso como una relación particular con los
materiales de la reconstrucción; con los mismos materiales
se hacen relatos deceptivos y horadados o reconstruccio
ries precarias que, sin embargo, sostienen algunas certe:rns
aunque, de modo inevitable, permanezcan los vacíos Je
aquello que no se sabe. Pero eso, lo que se desconoce, no
es un efecto de la memoria de segunda gene;·a..:ión siJ1o
una consecuencia <lel modo en que la dictadura adminis··
tró el asesinato.
: ¡
6. Más allá de la ex1 eriencia
Los "hechos históricos" serían inobservables (invisibles) si
no estuvieran articulados en algún sistema previo que fija
su sentido no en el pasado sino en el presente. Sólo la cu
riosidad del anticuario o la investigación académica más
obtusa y separada de la sociedad podrían, en hipótesis, sus
pender la articulación valorativa con el presente. La curio
sidad tiene una extensión limitada al grupo de coleccionis
tas. Sobre la investigación, Raymond Aron, que difícilmente
podría ser confundido con un relativista, afirmaba que la
historia tiene valor universal, pero que esta universalidad es
hipotética y "depende de una elección de valores y de una
relación con los valores que no se imponen a todos los hom
bres y que cambian de una época a otra".l La historia argu
menta siempre.
Como se dijo al comienzo, el pasado es inevitable y asal
ta más allá de la voluntad y de la razón. Su fuerza no puede
suprimirse sino por la viole11cia. la ig1.orancia o la destruc
ción simbólica y material. Por eso mismo, esa füe1za intrata
Lle desaifa el acuerdo institucional o académico, aun cuan-
t 1Zaymo11<l Aron, "lntro<luccié>n" ( 1959) a Max Weber, /:'/ polítiw y el
rimtíjiro, Madrid, Alianza, 1967, p. 49.
15?
1
¡ · .. ¡· '
1•
l!
I! ,¡ .. :
)ti() BEATRIZ SAJU.O
do ese acuerdo a veces haya imagin;,tdq una separación me
todológica respecto del sistema de valores que definen el
hori:tonte:; desde donde se reconstruye el pasado. Los rela
tos de circulación extr<\acaqémica se escriben dandq por
supuesto el principio valorativo. Su lugar es la esfera públi-
• ca en ~l st;n~idq 1pás ¡uµpJ\o, y a)lí ~pmpiten.
Los testimonios, las nap-~dones t;n primera persona,
las reconstrucciones etnográficas de la vida cotidiana o la
pol.ítica t;J111l;>ién responden <\las necesidades e inclinaciq~
nes de la esfera pública. Su función es ética, polític,:a, cul
tural p ideológica. Cuando no se trata de autobiografías
c\e e$critore~, en e,l ~estimonio y l~ narración en primer~
persona toman la palabra sujetos hasta ese momento si
lenciosos. También, en una coincidencia epocal significa
ÜV<l, estos ~µjetos cu.en tan, sus historias en lo.s medi9~ d.e
C(Jmunicación.
Hace más de treinta años, una historia militante organi
zaba sus protagonistas alrededor dt; un conjunto de oposi
cicrnes simple:;: nación-imperio, pueblo-oligarquía, para
mencionar dos ejemplos clásicos. For:naban el pueblo los
explotados, los traicionados, los pobres, la gente sencilla,
los que no gobiernan, los que no son letrados. Hoy el elen
co de protagonistas es nuevo o recibe otros nombres: los in
visibles del pasado, las mujeres, los marginales, los sumergi
dos, los subalternos; también los jóvenes, una fracción que
alcanzó su existenda más teaLral, estética y política, en el
Mayo francés, pero que antes les había dado estilo a los pri-
1 J·
MÁS AJ.lÁ DE LA EXPERIENCIA 161
meros años d~ la revolución fUP'\nª• lµego .~J <;:orqob<t7.º Y
a casi todos los movimientos guerrilleros o terroristas de lo&
años sesenta y setenl.il. Los jóvenes como potencia sanadora
de la nación o de la clase, la juventud comq ~tapa de healing,
tema que el arielismo de comienzos del siglo XX Y~ había
presentado fll toda ~érica Latina. Y, bajo las dictaduras •..
de promesa de renovació,n losjóv~Q<!S Bªs"rOJl~ ~e~.~ic;timas (la mitad de los desaparecidos argentinos pertenece a
este grupo). La enumeración coincide curiosamente con nuevos <;:aw-
pos de investigación. Contemporáneo a lo que se llamó en
los se~enta y ochenta el "giro lingüístico" de la historia, o
acompañándolo muchas veces como su sombra, se produjo
el J:riro ~ulljetivo: "Se trata, de algún modo, de una democra
tización dc. \ps aqores µe la historia, que da la palabr~ a lo~ excluidos, a los sin título, a los sin voz. En el contexto de los
años posteriores a 1968, se trató también de un acto políti
co: Mayo del 68 fue una gigantesca toma de la palabra; lo
que vino después debía inscribir este fenómeno en las cien
cias humanas, ciertamente, pero también en los medios-ra
dio o televisión- que comienzan a solicitar más Y más al
hombre de la calle".2 Lo que analizó este libro puede explicarse en este giro
teórico e ideológico, aunque la explicación no agote el po·
tendal cultural de los relatos de memoria. El:os se e.stabk
2 A. Wicviorka, L 'ere du témoin, cit., p. 128.
·' j'
f.i 1 1
~ ' 1
162 BEATRIZ SAllLO
ccn en un "teatro de la memoria" que ha sido diseñado an
tes y donde encuentran un espacio que no depende sólo de
reivindicaciones ideológicas, políticas o identitarias, sino de
una cultura de época que influye tanto sobre las historias
académicas como sobre las que circulan en el mercado.
Traté de marcar algunos de los problemas que la prime
ra persona planteaba a la reconstrucción del pasado más
reciente. La primera persona es indispensable para restituir
aquello que fue borrado por la violencia del terrorismo de
estado; y al mismo tiempo, no pueden pasarse por alto los
interrogantes que se abren cuando ofrece su testimonio de
lo que nunca se sabría de otro modo y también de muchas
otras cosas donde ella, la primera persona, no puede recla
mar la misma autoridad. De todas las materias con las que
puede componerse una historia, los relatos en primera per
sona son los que piden, a la vez, mayor confianza y se pres
tan menos abiertamente a la comparación con otras fuen
tes. La protección de creencia reclamada por quien puede
decir: "hablo porque he padecido lo que cuento en carne
propia", se proyecta sobre otro (o el m~:;mo) sujeto que afir
ma: "digo esto porque me enteré directamente". Lo prime
ro detiene el análisis, por lo menos hasta que mucho tiem
po haya transcurrido; pero lo segundo no tendría motivos
para detenerlo. Como se ve, es una cuestión de límites:
¿dónde está el umbral entre la experiencia del sufrimiento
y otras experiencias de ese mismo sujeto?
Intenté explorar esos límites, sabiendo que no había una
MÁS ALLÁ DE l.A J::XPERIENClA 163
fórmula que indicara cómo trazarlos de modo definitivo y
sabiendo también que debía manejarme con ideas que iban
en direcciones diferentes: el potencial de la primera perso
na para reconstruir la experiencia y las dudas que el recur·
so a la primera persona abre en cuanto se coloca allí donde
parece moverse con más naturalidad: el de la verdad de esa
experiencia. Ya no es posible prescindir de su registro, pero
tampoco se puede dejar de problematizarlo. La idea misma
de verdad es un problema.
Si tuviera que hablar por mí, diría que encontré en la lite
ratura (tan hostil a que se establezcan sobre ella límites de
verdad) las imágenes más precisas del horror del pasado re
ciente y de su textura de ideas y experiencias. En Glosa, Juan
José Saer coloca la política como el motivo aparentemente
secundario, pero móvil subterráneo, de una ficción que
transmite lo más exacto que haya leído sobre la soledad so
cial del militante, el vacío donde se desplaza con el automa
tismo de un desenlace previsto, y su muerte. La pastilla de
veneno que llevaban algunos combatientes guerrilleros, so
bre la que se habla muy poco en los testimonios, es una es
pecie de secreto centro, de seguro camino hacia el domi
nio sobre la propia muerte en la novela d~ Sacr. La pastilla
es un talismán que representa el todo o nada 1le una lucha
y le da a la acción violenta una especie de fulg·1f metafísico
negativo: una Nada segura. Cuando el guerrillero ya no es
tá en condiciones de ele~ir un camino, elige la mu;:;rte. Es
~1.··.:
1 164 llEATRIZ SARLO
el final de quien no tendrá la experiencia de la cárcel ni la
tortura, porque ya ha pasado el momento donde un retor
no es posible.
En Dos veces junio, Martín Kohan exploró la perspectiva
del oficial represor y el soldado raso, para organizar una "fi
guración del horror artísticamente controlada".3 Un rigpr
formal extremo hace posible que la novela comience con
una pregunta ilegible: "¿A partir de qué edad se puede em
pesar (sic) a torturar a un niño?". Sin el control artístico,
esa pregunta inicial impediría construir cualquier historia,
porque la escalada del horror la volvería intransitable, obs
cena. Congelada y al mismo tiempo conservada por la na
rración "artísticamente controlada", la ficción puede repre
sent.ar aquello sobre lo que no existe ningún testimonio en
primera persona: el militar apropiador de chicos, hundido
en lo que Arendt llamó la banalidad del mal; y el soldado
que lo asiste con disciplina inconmovible, ese sujeto del que
t.ampoco hay rastro testimonial: el que supo lo que sucedía
en los chupaderos y lo consideró una normalidad no some
tida a examen (el puuto extremo de quienes pensaron que
mejor em no meterse). Lo que no ha sido dicho.
En el comienzo de Los planetas, Sergio Chejfec escribió:
"Aquella noticia hablaba de restos humanos esparcidos por
una extensa superficie. Hay una palabra que lo describe
3 Miguel Dalmarnni, "La moral de la historia: novelas argcntin<ts so
bre la dictadura", lli!.pamhica, año XXXII, número 96, 2003, p. 38.
MÁS ALl.Á DE LA EXPERIENCIA 165
muy bien: regados. Miembros regados, repartidos, ordena
dos en círculos imaginarios del centro inequívoco, la explo
sión. Hacia cualquier lado que uno fuese, todavía a cientos
de metros podía toparse con rastros, que por otra parte ya
no eran más que señales mudas, apt.as tan sólo para el epí
logo: los cuerpos deshe~hos después de haber sufrido, se
parados en trozos y dispersos". La noticia abre un escenario
de muerte que nunca fue descripto de ese modo. La novela
queda marcada de allí en más por ese paisaje de restos hu
manos dispersos, que se corresponde con la desaparición
del amigo. La potencia de la descripción sostiene algo que
no pudo pasar por la experiencia sino por la imaginación
que trabajó sobre indicios mínimos, suposiciones, los resul
tados del "sueño de la razón" represora. Esas líneas breves
rodean el cráter, la desaparición del amigo, alrededor de la
cual, pero no sobre ella, se extenderá la novela. Es innecesa
rio saber si Chejfec se remite a una dimensión autobiográfi
ca, porque la fuerza de la escena no depende de eso.
Visité Terczin, la ciudad-fort.aleza barroca-campo de con
centración, a causa de Sebald. De la utopía del no saber, de
no volver a encontrar jamás ni recuerdos ni rastros que obli
guen a la memoria de su pasado de niño que escapó de los
nazis y llegó solo a Inglaterra, el personaje de 1~usterlitz pa
sa, con la misma unilateralidad y el mismo carácter absolu
to, a la utopía de la más obsesiva reconstrucción del µasa
do. Sebald muestra entre qué extremos se muev~ cualquier
empresa reconstructiva: dc_sde la pérdida radical de la iden-
.¡ ti
r ¡ 111
1
166 BEATRIZ SAlli.O
tidad a su enajenación en el recuerdo empujado por el de
seo, siempre imposible, de una memoria omnisciente.
La literatura, por supuesto, no disuelve todos los proble
mas planteados, ni puede explicarlos, pero en ella un na
rrador siempre piensa desde afuera de la experiencia, como
si los humanos pudieran apoderarse de la pesadilla y no só
lo padecerla.
Agradecimien.to
En 2003 fui miembro del Wissenschaftskolleg de Berlín,
adonde llegué para escribir una biografía intelectual de los
años sesenta y setenta. Con tiempo para revisar miles de pá
ginas, abandoné ese proyecto. Leí demasiadas autobiogra
fías y testimonios durante varios meses, y me convencí de
que quería examinar críticamente sus condiciones teóricas,
discursivas e históricas. El Wissenschaftskolleg acepta, co
mo una especie de tradición liberal que lo enorgullece, es
tos cambios de programa. A esa comunidad intelectual ber
linesa va mi agradecimiento.
,¡ ! 1