Manuel Azaña en Reims y Verdún Impresiones de un viaje a Francia (1916)
Manuel Azaña en Reims y Verdún Impresiones de un viaje a Francia (1916)
Manuel Azaña en Reims y Verdún Impresiones de un viaje a Francia (1916)
Manuel Azaña en Reims y Verdún Impresiones de un viaje a Francia (1916)
Manuel Azaña en Reims y Verdún
Impresiones de un viaje a Francia (1916)
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Es para mí un honor poder escribir unas palabras en este catálogo en el que presentáis la exposición “Manuel Azaña en Reims y Verdún. Impresiones de un viaje a Francia (1916)”, en honor a uno de los más ilustres alcalaínos de toda la historia, don Manuel Azaña Díaz.
Durante los más de dos años que llevo siendo alcalde de Alcalá de Henares, he tratado de tener la figura de Manuel Azaña como referente en todo momento. Sin ir más lejos, en mi propio discurso de investidura ensalcé su figura y emplacé a los alcalaínos y alcalaínas a tener a Azaña como referente moral y político. Y su busto, su figura, está en mi despacho del Ayuntamiento.
Además, durante estos años hemos conseguido que un espacio público conocido por todos, la rotonda donde está presente su escultura, lleve por fin su nombre. De esta manera, y con este pequeño gesto, desde el Ayuntamiento dimos más dignidad a una figura importante en la historia de Alcalá de Henares y del conjunto de España.
Es innegable que Manuel Azaña forma parte de la terna de personajes históricos que han nacido o habitado en nuestra ciudad. Así, junto a Miguel de Cervantes y el cardenal Cisneros, merece ser estudiado y recordado en la ciudad que le vio nacer y que hoy aún alberga a algunos de sus descendientes.
Es por eso por lo que desde el Ayuntamiento de Alcalá tenemos un compromiso claro con la difusión de su figura que, junto a Cisneros y Cervantes, es de lo mejor que esta ciudad le ha ofrecido al mundo. Como alcalde de esta ciudad, no quiero que el recuerdo de Azaña se desvanezca en las futuras generaciones.
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En esta exposición, que ha contado con el apoyo del Ayuntamiento, de la Universidad de Alcalá, del Foro del Henares, del Ateneo de Madrid y la Fundación Largo Caballero, utilizaréis como base para el estudio varios textos fundamentales de Azaña. Estoy convencido de que la elección es acertada, y de que el estudio será fructífero.
No obstante, su impronta como uno de los mejores oradores de la historia de nuestro país, hace que podamos acercarnos a su pensamiento político a través de varias de sus obras. De sus obras y de su importancia como una de las figuras políticas más relevantes de la historia de España nos regocijamos los alcalaínos, pues es un auténtico privilegio contar con su legado en nuestra ciudad para la posteridad.
Por último, quiero felicitar al Foro del Henares por la organización de estas jornadas, que son completas y atractivas para todos los públicos. Asimismo, me gustaría invitar a alcalaínos, alcalaínas y visitantes, a acercarse a la Sala de Caracciolos para ver esta exposición, que seguro que es del agrado de todos.
Un saludo
Javier Rodríguez PalaciosAlcalde de Alcalá de Henares
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Un año más la Universidad de Alcalá se une y colabora con la iniciativa del Foro del Henares para conmemorar la figura y la obra de Manuel Azaña. Este año de 2017, en que se cumple el quinto centenario de la muerte del cardenal Cisneros, fundador de la Universidad en 1499 e impulsor de las grandes obras de sus primeros tiempos, y en que evocamos también el 40.º aniversario de la reapertura oficial de la Universidad, en 1977, es un buen momento para reflexionar de nuevo sobre Azaña en esta octava edición de las Jornadas organizadas anualmente por el Foro.
Merece la pena esta reflexión azañista en este año de conmemoraciones universitarias por lo que Azaña siempre nos aporta. En este caso se trata de mirar hacia el Azaña amante de Francia y su cultura, con ocasión de la visita que hizo al frente francés en octubre de 1916, en plena I Guerra Mundial. En enero de 1917 pronunció una conferencia sobre esa visita en el Ateneo de Madrid, recogiendo sus impresiones y valiéndose de la ayuda visual de unas fotografías tomadas en Reims y Verdún.
Es paradójico que aquel joven Azaña, de apenas treinta y seis años, reflexionara con tanta clarividencia en el otoño de 1916 y principios de 1917 —hace justamente ahora un siglo—, como hicieron otros intelectuales y artistas de la época, sobre los desastres de la guerra. Esos desastres los vería, y sufriría con gran dolor, solo veinte años después en su propio país, y tendría que enfrentarse a ellos no solo como intelectual, sino desde el puesto de mayor responsabilidad política, como presidente de la República española.
No hay, sin embargo, nada heroico en esta remembranza del conflicto europeo, sino más bien desolación y soledad. Lo dejó escrito un poeta
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inglés, Wilfred Owen, que murió en Francia en 1918, apenas una semana antes de la declaración del Armisticio, en un célebre poema titulado irónicamente con los versos de Horacio Dulce et decorum est pro patria mori. El poema es una negación de ese dictum latino, naturalmente. Y, en la misma línea de pensamiento, nos lo decía también Azaña en la conferencia que pronunció en el Ateneo de Madrid en enero de 1917: “Al salir de Reims con dirección norte y en llegando a las trincheras, se recibe esa impresión […] de la guerra sin marcialidad, sin charangas ni banderines. […] Se circula por el laberinto de zanjas abiertas en la greda escurridiza que constituyen las líneas defensivas y no se ve apenas a nadie”.
Entre las cosas que más le impactan en esa visita está evidentemente la destrucción de las ciudades, de los grandes monumentos y de las obras de arte del pasado. Sus palabras son como puñales crueles que se clavan en nuestra conciencia y nos hacen recordar también, en la Universidad de Alcalá, las que Antonio Machado escribió con ocasión de los bombardeos alemanes e italianos sobre nuestro Patio Trilingüe y Paraninfo en 1938. Son reveladoras, como digo, las palabras de Azaña al respecto, aunque constituyen también (y de ahí su gran interés) un clamor de dignidad ante la barbarie:
Reims es el teatro del dolor, de los sufrimientos inmerecidos, de los horrores innecesarios. […] una catedral mutilada irguiéndose todavía sobre las ruinas de la ciudad. […] A medida que la guerra va desmoronando Reims, la catedral, irremediablemente mutilada, parece mayor, se agranda. Reims mengua materialmente por el procedimiento más eficaz que se conoce para reducir las cosas de tamaño, que es hacerlas polvo. El bombardeo abate calles y barrios y va abriendo entre las casas unos surcos monstruosos, desde los que casi siempre se descubre la catedral. […] Cuando se llega al pie de las torres y se echa sobre ellas la primera mirada, esa primera mirada llena de curiosidad que quiere verlo todo y nada ve, la impresión es de pavor. […] Pero la catedral, a pesar de esto, no parece moribunda; sus heridas y quemaduras prestan al monumento no sé qué temblor, y a sus líneas un movimiento nuevo, como un paroxismo.
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Bienvenidas sean, pues, estas VIII Jornadas sobre “Manuel Azaña y la cultura francesa”, que nos permitirán revivir aquella aterradora visita al frente; en el claustro de nuestro Colegio de Caracciolos podrán contemplarse las fotografías que ilustraron esa conferencia de Azaña en el Ateneo en 1917, y que a buen seguro provocarán nuestra reflexión. Pero también las otras actividades y conferencias programadas nos ayudarán a comprender la estrecha vinculación de Azaña con Francia y la admiración que siempre le suscitaron su cultura y su literatura. No en vano, el Azaña escritor es deudor incuestionable de la literatura francesa, como lo es también, en diversos aspectos, su pensamiento político y sus planteamientos ideológicos.
Fernando GalvánRector de la Universidad de Alcalá
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La Fundación Francisco Largo Caballero se ha sumado, un año más, a la celebración en Alcalá de Henares de las efemérides que conmemoran el fallecimiento en Montauban del presidente de la República, Manuel Azaña. Entre los actos de este 2017, se encuentra la instalación de la exposición “Manuel Azaña en Reims y Verdún. Impresiones de un viaje a Francia (1916)”, origen del presente catálogo. La muestra viene a ser la representación gráfica de la conexión del ideario azañista con la cultura francesa, tomando como nexo el compromiso con el país vecino que el presidente Azaña analizó, desarrolló y consolidó, como consecuencia de la Gran Guerra.
Para la Fundación Francisco Largo Caballero esta es una ocasión especial. Nuestra colaboración, junto al Foro del Henares, la Universidad de Alcalá, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares y el Ateneo de Madrid, nos permite, en primer lugar, dejar constancia del reconocimiento de la labor que los colegas franceses han desarrollado en la investigación y el permanente reconocimiento de la figura del presidente Manuel Azaña. El máximo exponente lo constituye la celebración de las jornadas anuales de estudio y homenaje en Montauban, la ciudad francesa donde falleció el presidente Azaña y que alberga sus restos mortales. La presencia en las jornadas alcalaínas de este año del profesor Jean-Pierre Amalric, que ha dirigido durante varias décadas ese esfuerzo, es para nosotros un motivo de alegría.
Por otra parte, me gustaría resaltar el valor de la exposición “Manuel Azaña en Reims y Verdún. Impresiones de un viaje a Francia (1916)” para el esclarecimiento de la ideología y el pensamiento del intelectual Manuel Azaña. Azaña maduró, a lo largo de décadas, un proyecto político para España deudor de un corpus de valores, una cultura y una gestión administrativa que tenía un claro modelo: la Francia de
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las libertades. Azaña teorizó con profusión sobre esta conexión a lo largo de toda su vida, pero sus primeros análisis hunden sus raíces en los documentos que esta exposición pone ahora a disposición del público.
La Gran Guerra creó el modelo del intelectual comprometido, tal como lo conocemos hoy. Germanófilos, aliadófilos y neutrales se replantearon los principios del siglo XIX y adoptaron, masivamente y por primera vez, una posición política definida. Languidecía la figura del escritor, literato o artista ajeno a la realidad de su país, dedicado a la perfección de su estilo o embarcado en la permanente revolución del arte, para dar paso a una figura influyente en el pensamiento político, respetada y escuchada por los ejecutores de la política real. Stefan Zweig, Bertrand Russell, Thomas Mann, Romain Rolland, Otto Dix, Rainer María Rilke o Henri Barbusse construyeron, a partir de la tragedia de 1914 e independientemente de su posición respecto a los bandos enfrentados, un nuevo relato para Europa que se apartaba del discurso tradicional del liberalismo decimonónico y abordaba la problemática de su presente.
La posición de Azaña en ese emblemático año 1917 responde plenamente a la aparición del intelectual comprometido, en este caso comprometido con lo que podía aportar la cultura francesa, en su sentido más amplio, a la construcción de una cultura europea en la que España debía también encontrar su lugar.
La exposición nos propone un viaje por los lugares que forjaron este compromiso del pensamiento de Azaña con un europeísmo impregnado de los valores democráticos de la cultura francesa. Su visita a los frentes en octubre de 1916, con Reims y Verdún como epicentros bélicos, permitió tomar las imágenes fotográficas de la devastación y la ruina producidas por la guerra. Fue el origen también de varios discursos en el Ateneo de Madrid, en los que Azaña reiteró su compromiso con los valores que estaba defendiendo la República
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francesa y dejó clara su posición favorable al compromiso con los aliados para construir un elevado proyecto: la “causa de Europa”.
Las páginas sobre los frentes de guerra que produjo la transcripción de sus discursos son, en sí mismas, un ejemplo de literatura comprometida: una bellísima factura que da cuerpo a una idea, donde la nación es más que “impulsos de la sangre, apego al suelo natal, a los usos heredados, a las tradiciones locales o nacionales, que es la forma más general y menos valiosa del patriotismo”. Fluye la idea de una patria que es “el equivalente de una cultura en la cual nos hemos formado, a la que nos sentimos incorporados como a la norma superior en que habitualmente se producen las obras de nuestra vida espiritual, y que nos sirve de enlace y comunicación con la vida del mundo entero”.
La conexión con Francia seguiría, en la obra de Azaña, dando sus frutos más allá de la guerra. El concienzudo análisis de la política militar francesa le permitió hallar un modelo al que mirar, a la hora de construir un ejército para la democracia en España. Las estrechas relaciones con nuestro vecino del norte nunca se interrumpieron, ni siquiera en los momentos más críticos de la Guerra Civil.
Estas placas de cristal, estas fotografías, estos discursos del Azaña intelectual comprometido con Francia y con el bando aliado están en el origen de una idea de España y de Europa que el intelectual defendió y que el presidente buscó a través de la acción política. Rescatarlos permite observar de cerca no solo la destrucción y la barbarie de la guerra, sino la invocación, pasado un siglo, a los valores que acercaban y acercan a estos dos países, centrales en Europa: España y Francia. En palabras de Azaña, “dos pueblos llamados a la fraternidad”.
Almudena AsenjoDirectora de la Fundación Francisco Largo Caballero
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Se podría decir sin temor a exagerar que el Ateneo de Madrid fue el hogar intelectual de Manuel Azaña y que, para conocer su vida y obra, es necesario tener en cuenta la actividad desplegada por él en esta institución que, sin duda, fue la principal casa de la cultura madrileña en el primer tercio del siglo XX.
En 1913, con treinta y tres años, Manuel Azaña es elegido secretario del Ateneo, cargo en el que se mantiene hasta su dimisión en 1920. En mayo de 1930 será elegido presidente, responsabilidad que ocupa hasta mayo de 1932.
Desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, Azaña desempeñó un activo papel en el bando aliadófilo intentando en todo momento que España abandonara una neutralidad detrás de la que, como acertadamente ha escrito el profesor Santos Juliá, veía “asomar la oreja de la hipocresía”. Apoyar la causa aliada, a Inglaterra y a Francia, significaba para Azaña sumarse a la corriente civilizadora europea.
En sustitución del presidente del Ateneo, Rafael María de Labra, Manuel Azaña formó parte del comité de escritores que viajó al frente de guerra francés en octubre de 1916, como respuesta a la visita que había hecho a Madrid en el mes de mayo un grupo de intelectuales franceses, entre los que se encontraba el filósofo Henri Bergson, cuya obra conocía tan bien Azaña.
Cuando en esta primera visita vio de cerca la destrucción provocada, quiso dar la voz de alarma y denunciar los bombardeos alemanes sobre algunos símbolos de la arquitectura europea, como la catedral de Reims, al tiempo que hablaba del “esfuerzo francés” para ganar la guerra. El Ateneo de Madrid fue la tribuna desde la que formuló
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su denuncia y la primera conferencia que impartió sobre este tema, en enero de 1917, la acompañó con la proyección de unas placas fotográficas de cristal que había traído de su viaje.
Estas placas, de las que proceden las fotografías que componen este catálogo, son parte importante del patrimonio conservado en el Ateneo de Madrid y fueron descubiertas en un armario situado en el Palomar del Ateneo, lugar en donde se había impartido la conferencia. Se encargaron de su catalogación Manuela Sánchez Quero, Clara Herrera Tejada y María Jesús Martínez Monge.
En esta ocasión, el Ateneo de Madrid se suma a esta iniciativa promovida por el Foro del Henares que, además, cuenta con el afortunado concurso del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, de la Universidad de Alcalá y de la Fundación Francisco Largo Caballero para realizar este catálogo, así como la exposición que se puede ver en el claustro del Colegio de los Caracciolos de la Universidad de Alcalá y que, próximamente, se expondrán en el Ateneo de Madrid.
Es muy probable que en 2018, cuando se conmemora el centenario del armisticio que un 11 de noviembre daba fin a cuatro años de encarnizados enfrentamientos, estas fotografías se exhiban en la ciudad francesa de Montauban, en donde se encuentra enterrado Manuel Azaña y en donde una organización civil, Presénce de Manuel Azaña, presidida por el historiador Jean-Pierre Amalric, organiza anualmente unas jornadas de recuerdo a su vida y obra.
Es muy pertinente en estas circunstancia el recuerdo de aquellas palabras escritas por uno de los compañeros de Manuel Azaña en aquel primer viaje al frente francés, el jurista, historiador, pedagogo e ilustre ateneista, Rafael Altamira: “La única lucha legítima sería la emprendida para acabar con las causas de la guerra”.
César NavarroPresidente del Ateneo de Madrid
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A principios de este año se ha cumplido el centenario de la conferencia que Manuel Azaña, tras su primer viaje al frente francés durante la Primera Guerra Mundial, dio en 1917 en el Ateneo de Madrid sobre la destrucción de Reims y la resistencia de Verdún. Aquella vieja Europa, quebrada entre aliadófilos y germanófilos, asistió en menos de veinte años a una nueva contienda bélica que comienza en España en 1936 y finaliza en 1945. Será precisamente en Reims, ciudad convertida en un símbolo de la destrucción y sede del Cuartel General de la Fuerza Expedicionaria Aliada, en donde se firme la madrugada del 7 de mayo de 1945 la capitulación sin condiciones de Alemania. Con esta firma daban término tres décadas de enfrentamientos entre países europeos y, con la paz, comenzaba la construcción de una Europa que, superando numerosas dificultades y sin haber salido todavía de acuciantes problemas, se ha dotado de un espacio de vida en común gobernado con métodos pacíficos que le permiten superar los conflictos entre las naciones que la componen.
Manuel Azaña fue un convencido defensor de la causa aliada a la que prestó todo su apoyo desde los medios de comunicación y, especialmente, desde la tribuna de la que era su casa intelectual, el Ateneo de Madrid. En las fotografías que componen esta exposición se puede ver la desolación de la guerra, la destrucción en que quedaron los pueblos y ciudades franceses, la devastación sufrida por el patrimonio histórico que no se cansó de denunciar Azaña. Pero también se puede contemplar la resistencia presentada por el ejército francés y los medios puestos para su defensa. No faltan imágenes de escenas cotidianas en los campamentos militares, de los nuevos armamentos empleados con una capacidad mortífera desconocida hasta esos momentos o fotografías de personas que se distinguieron
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por sus comportamientos heroicos, como Jeanne Macherez, la alcaldesa de Soissons.
Nos ha parecido que esta exposición era una buena aportación a un programa que trata de Azaña y la cultura francesa, en el que también tienen cabida a otros temas vinculados a su vida y obra. Es un honor la presencia en estas jornadas de Jean-Pierre Amalric, presidente de la asociación Presénce de Manuel Azaña, que despliega desde Montauban, ciudad en la que falleció Azaña, una inmensa labor para el reconocimiento de su legado. Asimismo, su faceta como traductor, que cuenta con once títulos vertidos del francés al español, será glosada por el investigador Enrique Moral.
Estas Jornadas, que nos ofrecen una nueva oportunidad para acercarnos a la vida y obra de Manuel Azaña, de conocer y conversar sobre una época y sus contradicciones, no habrían sido posibles sin el apoyo decidido y la colaboración del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, la Universidad de Alcalá, la Fundación Largo Caballero y el Ateneo de Madrid que, junto al Foro del Henares, han asumido el compromiso de organizarlas. Vaya a todos ellos nuestro agradecimiento.
María Antonia Hernández GuerraPresidenta del Foro del Henares
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Manuel Azaña, testigo de la destruccióndel patrimonio en la Primera Guerra Mundial
Es posible que Manuel Azaña sea el escritor y político español con un mejor y más directo conocimiento de la devastación causada por la Primera Guerra Mundial, que asoló Europa entre 1914 y 1918. Azaña visitó el frente de guerra en tres ocasiones. La primera, en octubre de 1916, junto a un comité de intelectuales españoles entre los que se encontraban Rafael Altamira, Ramón Menéndez Pidal y Américo Castro. En su calidad de secretario del Ateneo de Madrid, Manuel Azaña formó parte de ese comité que salió de España el domingo 22 de octubre y permaneció en tierras francesas hasta el 6 de noviembre.
Tras este viaje realizó otros dos en 1917. En septiembre visitó el frente italiano en compañía de Américo Castro, Miguel de Unamuno, Santiago Rusiñol y Luis Bello; y en diciembre volvió al frente francés junto a un grupo de escritores y artistas del que formaban parte, entre otros, Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Josep Clará, Santiago Segura y Marius Aguilar. Tras esta última visita escribe en su diario: “La guerra, cuando se ve de cerca, deja de ser un tema literario. No se puede recrear en el recuerdo, y menos en la contemplación. Es trabajo, privaciones, muerte, destrucción”.
Santos Juliá, en su ensayo biográfico Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940), ofrece todos los detalles de estas visitas y las consecuencias que tendrán en su vida y obra. De lo aprendido proceden las conferencias pronunciadas en 1918 que culminan en el ensayo Estudios de política francesa contemporánea. La política militar (1919) sobre el que Azaña cimentará un prestigio que le llevará a dirigir el Ministerio de la Guerra en el primer gobierno de la Segunda República.
Azaña se puso desde el primer momento del lado que representaban Francia y el Reino Unido. De su actividad en defensa de la causa aliada
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tenemos la crónica de su primer viaje, “Nuestra misión en Francia” (Bulletin Hispanique XIX, enero-marzo 1917), y los textos de las dos conferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid, la primera el 25 de enero de 1917, con el título “Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)” y, en mayo de 1917, la segunda titulada “Los motivos de la germanofilia” que, según Juliá, “de todas las conferencias de su vida fue la más pensada, las más densa también y, sobre el papel, la de mayor extensión”. Además disponemos de las notas de su diario correspondientes a los tres viajes realizados: “París, 21-24 de octubre de 1916”, “Milán, 16 de septiembre de 1917” y “Reims, Verdún, Toul, Nancy, diciembre de 1917”.
Alentar el apoyo a la resistencia legítima, al “esfuerzo francés”, y concienciar sobre la gravedad de los daños provocados por los bombardeos alemanes, al tiempo que reclamaba que España abandonase su posición neutral que consideraba perniciosa para los intereses nacionales, fueron los propósitos de sus intervenciones en favor de los aliados.
Al principio de su conferencia sobre Reims y Verdún escribe Azaña: “Si fuera necesario resumir en pocas palabras la impresión que nos causa la Francia de la guerra, habría que forjar una frase en que el dolor y la fuerza apareciesen juntos, más que juntos, fundidos; dolor por los sufrimientos no buscados; fuerza para la restauración total y violenta de la armonía rota”.
Azaña se servirá durante esta primera intervención pública de la proyección de unas placas fotográficas de cristal que había traído consigo tras su visita al frente en octubre de 1916; pero le pidió al público, antes de proyectarlas, que no se detuviera en lo pintoresco de las imágenes sino que buscara tras ellas “el misterio de un gran pueblo que ha hecho por su salvación el sacrificio previo de su vida”.
La mayor parte de estas fotografías fueron realizadas por fotógrafos de agencias de prensa que trabajaban para el ejército francés como la Agencia Rol o la Agencia Meurisse. Al menos tres de ellas se tomaron durante el viaje del comité de intelectuales españoles; en
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una se puede ver al grupo llegando a Verdún y en otras dos a varios miembros de este grupo, entre ellos al propio Azaña, de visita a espacios bombardeados de esta ciudad francesa.
Para Azaña: “Reims es el teatro del dolor, de los sufrimientos inmerecidos, de los horrores innecesarios. Verdún es un centro de energía y, sin paradoja, un foco de creación, porque algo ha nacido allí más duradero que la ciudad en escombros”.
Las imágenes de Reims presentan una ciudad arruinada que se convertirá en un duradero símbolo de la destrucción. Cuando a principios de septiembre de 1914 comiencen a caer las bombas sobre Reims y su catedral, uno de los monumentos góticos más bellos de Europa y antiguo lugar de la coronación de los reyes franceses, se pondrá en marcha en los países aliados una campaña para denunciar la gravedad de estos bombardeos que convertirán al ejército alemán en la representación del vandalismo enemigo.
Las fotografías de Verdún presentan los daños causados en una ciudad que soportó una de las mayores batallas de la guerra, con trescientos días de bombardeos ininterrumpidos que dieron comienzo el 21 de febrero de 1916; una resistencia para la que fue necesario disponer de un armamento mejorado, como una red de galerías subterráneas al servicio del ejército.
Entre las imágenes mostradas por Azaña no faltan las que presentan la penosa vida de las trincheras, de los agotadores movimientos de una actividad militar que se prolongaba indefinidamente y de la organización de la protección civil con fotografías de dos mujeres cuya labor fue considerada heróica: Jeanne Macherez, directora de hospital y a la que se conoció como la alcaldesa de Soissons, y Germaine Malaterre-Sellier, enfermera mayor de la Asociación de Mujeres Francesas, conocida como la dama de blanco de Soissons.
También hay una serie de placas fotográficas sobre una industria militar que experimentó un avance en su capacidad mortífera con la construcción
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de cañones, fusiles y municiones, entre las que destacan los obuses de un peso de siete kilos. Estas fábricas de armamento se vieron obligadas a contratar a mujeres (que quizá sea el primer paso para la incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo), algo parecido sucedió con los ciudadanos franceses procedentes de las colonias cuya fuerza laboral fue imprescindible para la defensa de la metrópoli.
Pero, en lo fundamental, estas fotografías son el testimonio de los desastres provocados por la guerra y los daños causados al patrimonio histórico de Reims y Verdún, y de otras ciudades con catedrales emblemáticas como Arras y Soissons. Contemplar las ruinas y pasear entre los escombros de monumentos que eran el más preciado bien común confirmó en Azaña su opinión sobre el patrimonio histórico que, como fruto de la civilización, debía quedar al margen de cualquier contienda bélica.
Al igual que Azaña, muchos miembros de su generación fueron sensibles a la conservación y protección del patrimonio, principios rectores que aparecen, por vez primera, en la Constitución de la Segunda República (1931) que, en su artículo 45, expresa: “Toda la riqueza artística e histórica del país, sea quien fuere su dueño, constituye tesoro cultural de la Nación y estará bajo la salvaguardia del Estado, que podrá prohibir su exportación y enajenación y decretar las expropiaciones legales que estimare oportunas para su defensa. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica, asegurará su celosa custodia y atenderá a su perfecta conservación. El Estado protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico”.
Azaña mantendrá su defensa del patrimonio histórico por encima de la lucha política en todas las circunstancias, también durante la Guerra Civil española. En su obra La velada en Benicarló, que Azaña concluye en Barcelona en abril de 1937, uno de sus personajes, el escritor Eliseo Morales, afirma “De haber dirigido yo la guerra, habría propuesto algo… No sé… Digamos la inmunidad de lo bello y lo histórico. «Matémonos si queréis, pero salvemos de acuerdo nuestras obras de
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civilizados»”. Ser civilizado, dice Garcés, otro de los personajes y trasunto del propio Azaña, “no consiste en fabricar tractores sino en cultivar los sentimientos y domesticar los impulsos feroces”.
En la larga carta que Manuel Azaña envía a Angel Ossorio el 18 de junio de 1939, que se conoce con el título “Crónica abreviada de quince días”, le confiesa, entre otras cuestiones, su preocupación por el traslado de las obras del Museo del Prado para ponerlas a salvo de los bombardeos de Madrid. Al contarle las gestiones realizadas, cuenta Azaña lo que en el curso de una conversación dijo a Juan Negrín: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquía juntas”.
Parecen suficientes estas dos citas para demostrar el compromiso de Azaña con el patrimonio como bien común; un compromiso cuyo origen estuvo en la destrucción contemplada en las ciudades francesas durante la Primera Guerra Mundial, un periodo en el cual, escribe Azaña en 1919, “el espíritu humano asistía, sobrecogido de horror, a la destrucción de su propia obra”.
Las placas fotográficas empleadas por Azaña se descubrieron, en un golpe de fortuna, en un armario situado en el Palomar del Ateneo de Madrid, lugar en donde se había impartido la conferencia, por las mismas personas que se encargaron de su catalogación: Manuela Sánchez Quero, Clara Herrera Tejada y María Jesús Martínez Monge. A ellas les debemos que hoy se puedan exhibir y que podamos contar con estas imágenes para seguir expresando el dolor por las vidas que se pierden en todo enfrentamiento bélico y denunciar la destrucción del patrimonio histórico que suelen acarrear, una labor de concienciación emprendida por Azaña con su conferencia sobre Reims y Verdún pronunciada hace ahora cien años.
Jesús Cañete OchoaUniversidad de Alcalá / Foro del Henares
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Las citas que acompañan las fotografías proceden de los siguientes textos de Manuel Azaña: “Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”, conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 25 de enero de 1917, y “Nuestra misión en Francia”, artículo publicado en Bulletin Hispanique XIX, enero-marzo de 1917.
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Os ofrezco en esta conferencia algunas impresiones recibidas en un reciente viaje al frente de guerra francés. De todas las dificultades que yo mismo he ido proponiéndome antes de venir a hablaros de este asunto, una sola me queda por vencer: es el recelo de que por deficiencia mía quede reducido el tema a un simple cebo de la curiosidad. Mostrar unas cuantas fotografías de otros tantos lugares famosos y describirlos con todo detalle, puede ofrecer un atractivo suficiente y parecer un goce justificado por su limitación misma a todos los que, sin haber visto la guerra, siguen desde lejos, con la sensibilidad ya un poco embotada, sus peripecias.
(…)
Pasarán ante vuestros ojos los pueblos en ruinas, escenas de guerra, cosas susceptibles de ser descritas y que constituyen el altar donde se cumple y el rito con que se cumple un gran sacrificio; pero no os detengáis en ello, y buscad debajo de lo aparente la fuerza que lo crea y la razón que lo justifica; debajo de la liturgia buscad la fe, porque solo de esa manera podremos acercarnos a contemplar con el recogimiento que conviene este misterio de un gran pueblo que ha hecho por su salvación el sacrificio previo de su vida, y a quien en pago de esa ofrenda todas las demás virtudes necesarias le han sido dadas por añadidura.
(...)
Me limitaré a conduciros a dos lugares característicos que, por azares de la fortuna, resumen a maravilla esa situación moral: son Reims y Verdún. No es forzar la significación de las cosas, al contrario, es el aspecto mismo de las cosas, tal como la acción de los hombres las ha puesto, lo que sugiere esa divergencia significativa. Los dos pueblos están en ruinas, pero la ocasión y la manera como las ruinas se produjeron son tan distintas, que en uno y otro las piedras adquieren un valor conmemorativo de virtudes también diferentes.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
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He aquí Reims: una catedral mutilada irguiéndose todavía sobre las ruinas de la ciudad. Reims está en un valle bastante ancho, y tan triste, que hasta la guerra parece haber huido de él, no dejando en pos de sí más que silencio y soledad. Nosotros lo descubrimos en un día a propósito, lluvioso, de poca luz, y le vimos entre la niebla por la gran masa negruzca de la catedral que domina el caserío y es visible desde muy lejos. Entre la catedral y las colinas donde están los alemanes no hay ni un bosque, ni un altozano, ningún estorbo; es un terreno desnudo, gris, arañado por las líneas blanquecinas de las trincheras que ciñen la ciudad por el norte y el saliente. No parece haber guerra allí, por lo menos la guerra que uno se imagina, con su estruendo y tropas en marcha o acampadas y desfile de cañones y pertrechos y relucir de armas y todos los demás atavíos que Belona solía usar.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Reims. Vista general de las ruinas que rodean la catedral. B.A.M. Sig. 3389.
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Reanudamos la marcha y nos pusimos velozmente en Reims. Unas cuantas personas nos vieron cruzar la barrera; desde aquí hasta la plaza de la catedral, por las calles en ruinas no tropezamos con ser viviente. Cuando, dejados nuevamente los coches, pudimos mirar a nuestro sabor, quedamos pasmados. La catedral parece más alta, ahora que los edificios circundantes están demolidos; en el gran espacio libre que la rodea yergue su cuerpo de mártir, desgarrado, desollado, y ostenta sus llagas abiertas, sin defensa contra las injurias impías. El pueblo de piedra que se alojaba en las torres y en la fachada ha sido víctima del exterminio. No hay estatua que no haya padecido algún suplicio; decapitadas unas, descuartizadas otras, agujereadas todas, no queda de muchas sino un grosero bloque de piedra calcinada. Las columnitas frágiles muestran sus fustes rojizos hechos astillas. La intemperie acaba la obra del fuego y de la artillería; agriétanse las piedras y caen reducidas a polvo. Las dos torres han vertido su llanto de bronce sobre esta desolación. El metal derretido de las campanas ha ido cayendo gota a gota en lágrimas abrasadoras, hasta el suelo. En el interior el estrago es el mismo. Los relieves adosados al muro de la entrada han sido raídos por la metralla; las vidrieras acribilladas. Grandes agujeros abiertos en la techumbre y en los muros dejan pasar el sol y la lluvia. Y así se está la pobre catedral atenazada, como un cuerpo vivo al que todos los días le arrancan un pedazo de carne. Pocas horas antes de nuestra visita los proyectiles alemanes habían llegado hasta la catedral dándole una nueva dentellada.
“Nuestra misión en Francia”.
Reims. Una calle. B.A.M. Sig. 3392.
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El aspecto de la catedral es muy otro. Cuando se llega al pie de las torres y se echa sobre ellas la primera mirada, esa primera mirada llena de curiosidad que quiere verlo todo y nada ve, la impresión es de pavor; se yergue el monumento, al parecer más alto que nunca, en la soledad de la plaza ensanchada por el hundimiento de los edificios circundantes. Todo el frente está calcinado, descortezado; las torres, desmochadas, han perdido las campanas, fundidas por el incendio; toda la escultura ha sido barrida por el huracán de hierro; los santos, los héroes, los reyes de piedra han desaparecido de las hornacinas donde vieron pasar los siglos o muestran sus troncos descabezados, mancos o hechos cribas. De alguno queda solamente un tosco muñón de piedra ennegrecida.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Reims. Pórtico de la catedral, derruido por el bombardeo. B.A.M. Sig. 2406.
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La obra de arte arrasada, tal como está, los miserables despojos de una maravilla que ya no se puede reparar ni rehacer, tienen por sí tal fuerza y valor que todos los demás fastos gloriosos se borran para la emoción y ceden ante el actual, más grande que otro alguno. La metralla, al destrozar la catedral, ha creado un monumento de índole rara, monstruoso por sus mutilaciones, si lo queréis ver como obra de arte, pero de una elocuencia sublime en cuanto sepáis leer en él y extraer de sus piedras la lección de ira y dolor que en ellas está amasada.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Reims. Las estatuas de los reyes de la catedral, mutiladas y destrozadas. B.A.M. Sig. 3394.
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La misma tarde hicimos una escapada a las trincheras. Fuimos hasta una colina que llaman, si no recuerdo mal, la Butte du Tir, y apenas llegados, mientras el comandante del sector nos saludaba, unas piezas del 75 que no pudimos descubrir se pusieron a tirar alegremente, dándonos la bienvenida. Nos sepultamos en el boyau abierto en la tierra gredosa, escurridiza, y de zanja en zanja llegamos a la primera línea. La impresión ingenua de un profano es admirarse de la aparente fragilidad de estas defensas que, gracias a la organización, a la paciencia, a la astucia —sin hablar del valor de sus ocupantes— son impenetrables. Poco a poco fuimos dándonos cuenta de la complicada urdimbre que teníamos a la vista. Jugaron las armas. La artillería hizo fuego de barrage; los fusiles en batería dispararon; lanzáronse bombas, y las ametralladoras, armadas y montadas en un santiamén por unos soldados que surgían de un agujero, desgranaron en el silencio mortecino de la tarde sus rosarios de balas. Nosotros estábamos detrás de la alambrada, a donde habíamos llegado arrastrándonos como lombrices por un tubo empapado de barro viscoso. Acurrucados en un hoyo atisbábamos la línea alemana, queriendo descubrir un movimiento cualquiera, una señal de actividad, percibir una voz, un ruido… ¡Nada! Un silencio de muerte pesaba sobre el campo. A derecha e izquierda la trinchera francesa se alejaba retorciéndose sobre el terreno, mostrando los bordes blancuzcos de sus zanjas. La aldea que descubrimos por la mañana estaba ahora junto a nosotros. Veíamos distintamente sus casas; con los gemelos explorábamos sus calles. ¡Nadie! Esta sensación de soledad y de silencio nos producía una gran angustia; pensábamos en los pobres soldados obligados a vivir meses y meses bajo tierra, como topos, vigilantes como serpientes, enervados por el acecho. Yo no sé qué tenía aquel rincón a donde ningún rumor del mundo vivo llegaba; hubiéramos querido estar allí días enteros. Nuestro guía, el comandante del sector, nos previno contra el exceso de curiosidad.
“Nuestra misión en Francia”.
Región de Laon. Trinchera de primera línea. B.A.M. Sig. 3436.
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La guerra actual exige de los soldados un máximum de rendimiento y los obliga a adiestrarse en las más variadas maneras de valor: unas que nos parecen modernísimas, adecuadas a nuestra complicada técnica industrial, y otras que se creían ya superadas y estaban olvidadas, como esta guerra de trinchera en que los hombres han de desplegar el mismo género de valentía que los guerreros clásicos en los asedios de ciudades sostenidos durante años.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Argonnne. Trinchera con lanzagranadas. B.A.M. Sig. 3448.
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Aisne. Observatorio destruido en una trinchera. B.A.M. Sig. 3446.
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Bois-le-Prêtre. Henri Lebocq, general de la 73.ª División de Infantería, en una trinchera.B.A.M. Sig. 3451.
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En las cunetas, grupos de soldados reposaban, todos fornidos, curtida la piel del rostro, llenos de barro, cubiertos con el capacete que les da no sé qué aspecto de guerreros antiguos. Las columnas de infantería en marcha obstruían el paso, moviéndose pesadamente, chapoteando en el fango. En las lindes de los bosques las barracas de los campamentos parecían agazapadas, escondiéndose de los aeroplanos.
“Nuestra misión en Francia”.
Tropas en su tiempo de avituallamiento. B.A.M. Sig. 3443.
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Todas las formas de lo pintoresco pasan a la vista del viajero. Son columnas de infantería moviéndose pesadamente, chapoteando en el barro los soldados, hombres ya maduros, a quienes el capacete da no sé qué aspecto de guerreros antiguos. Son patrullas de caballería que pasan ligeramente poniendo en el horizonte su elegante línea móvil.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Región de Verdún. Tropas de reserva dirigiéndose al frente. B.A.M. Sig. 3442.
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Verdún es una inmensa ruina. Montañas de escombros bordean el Mosa, obstruyen el trazado de las que fueron calles, que los soldados van poco a poco dejando expeditas. Vense las casas reventadas, mostrando la devastación interior. En los dormitorios, en los comedores, en las cocinas, hay todavía huellas de la vida doméstica, bruscamente interrumpida por la catástrofe; muebles abiertos, armarios llenos de ropa, loza en los vasares y en las repisas de las chimeneas. De los muros de un almacén de juguetes penden todavía las muñecas, los aros, los balones, delicia de la población infantil dispersa. Dos grandes edificios (El Banco de Francia y el Círculo Militar, según creo) muestran una integridad aparente; pero solo conservan el caparazón: dentro es el caos. ¡Qué extraordinaria impresión de fuerza, de tenacidad feroz se recibe delante de estas ruinas! El corazón no se conmueve al contemplarlas, como en Reims; al contrario, parece que se inflama de orgullo. No es este un lugar de tribulación.
“Nuestra misión en Francia”.
Verdún. Casas a orillas del Mosa. B.A.M. Sig. 3401.
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Hicimos un breve recorrido remontando las colinas cubiertas de viñedos que hay al norte de Epernay; cruzamos un bosque ya amarillo y medio desnudo por el otoño. La carretera, muy recta, se alargaba ante nuestra vista perdiéndose hacia lo lejos entre los árboles. Encontramos dos o tres jinetes militares, un camión cargado de heno; fuera de esto, una gran soledad. El día era aún más triste que el camino. Nubes bajas corrían arrastradas por el viento; llovía a ratos. El cielo y el campo tenían el mismo color gris plomizo, desleído. En una revuelta de la carretera hicimos alto y nos apeamos de los coches que fueron a esperarnos más atrás, ocultos entre el follaje para no ofrecer blanco. Las lonas, que tendidas de un árbol a otro tapaban la carretera, hinchábanse bajo el huracán como las velas de un navío. La lluvia nos azotaba el rostro y al avanzar resbalábamos en el barro pegajoso; así nos acercamos al borde de la calzada que corre por la falda de una montaña y hace allí una manera de balcón desde el que se mira un extenso valle. Todo estaba en quietud. A lo lejos las formas suaves y redondeadas de unas colinas cerraban el horizonte. “¡Allí están los alemanes!” nos dijeron. Unas rayas blanquecinas serpenteaban sobre el fondo del valle, ceñían casi a Reims y se alejaban hacia el este; eran las trincheras. De una aldehuela ocupada por los alemanes tenues columnas de humo, que el viento desgarraba, pugnaban por subir. En el centro del paisaje, indecisa entre la niebla, alzándose sobre el caserío de Reims, la masa negra de la catedral mostraba al cielo los muñones de sus torres mutiladas.
“Nuestra misión en Francia”.
Verdún. Manuel Azaña, Américo Castro y Rafael Altamira (segundo, tercero y cuarto por la derecha) escuchan las explicaciones de un miliar francés. B.A.M. Sig. 3403.
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Verdún. Visita del comité de intelectuales españoles. Américo Castro entre dos soldados franceses. B.A.M. Sig. 3404.
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Subimos luego a la ciudad, o más bien al lugar donde estuvo. Verdún es un montón de escombros. No hay una sola casa en pie. Algunas calles han sido desembarazadas por los soldados; el resto es un hacinamiento de piedras amarillas por entre las que surge, de vez en cuando, el esqueleto ennegrecido de un edificio. Hay casas que han sido rajadas de arriba abajo como por un hachazo y muestran la mitad interior de sus viviendas con muebles abiertos y enseres y menaje domésticos, todavía en el lugar de su uso. Esto da la impresión de una catástrofe que instantáneamente hubiese acabado allí con la vida humana. Ninguna fotografía puede dar idea del estado de destrucción en que la ciudad se encuentra, porque en seguida se hacen antiguas, en seguida las ruinas se añaden a las ruinas y los escombros se van pulverizando. Todo ello tiene un aspecto torvo.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Verdún. Ruinas de un barrio a orillas del río Mosa. B.A.M. Sig. 3412.
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Cada una de las calles derrumbadas y los montones de piedras nos hablan en un lenguaje de epopeya. Un alma indomable alienta en ellas. El cañón francés, tronando en las inmediaciones, nos decía su cólera. He aquí por qué los escombros de Verdún, aunque los veíamos a la dulce luz de una tarde de otoño, no tienen el aspecto melancólico de las cosas muertas, sino una belleza torva, amenazadora, como la de un volcán que esparce a lo lejos el estrago con el propio fuego que le consume.
“Nuestra misión en Francia”.
Verdún. Iglesia del Faubourg Pavé. Estatua de Juana de Arco salvada milagrosamente. B.A.M. Sig. 3414.
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La misión española lo contempló desde el fuerte de La Chaume. Percíbese la masa del caserío de Verdún y la silueta de la catedral; el río corre por el fondo hacia la izquierda, en un valle no muy ancho, en el que están tres pueblecitos. A la derecha del Mosa, las colinas donde se levantan los fuertes de San Michel y de Souville; detrás está Vaux y más hacia la izquierda las crestas de Douaumont. Desde nuestro observatorio descubríamos hasta la côte du Poivre, que nos aparecía como al alcance de la mano, bañada de sol, surcada por las líneas blanquecinas de las trincheras que en todas direcciones la recorren. Los pueblecitos del valle se borraban entre la bruma del río. Y aquel campo tan terrible, que ya no puede sorber más sangre, del que durante muchos meses ha estado extrayéndose un tren de muertos cada día, quería aparecer a nuestros ojos como un escenario de égloga: tan dulce era la luz del sol que lo bañaba, tan suave la tarde de otoño, tan esfumados los términos envueltos en una bruma dorada. Si nos hubiéramos dejado ganar por esta serenidad del campo, fácil sería haberle encontrado un sentido irónico para los esfuerzos que allí han hecho los hombres: la naturaleza, insensible a sus enconos, parecía estampar sobre las empresas allí cumplidas un epitafio de olvido y compasión, y sonreír sobre las ruinas y las muertes por desconocer su valor moral; pero cuantos mirábamos esta escena supimos sustraernos a la engañosa sugestión y sólo los valores humanos allí creados nos conmovieron.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Verdún. Vista desde el fuerte de La Chaume. B.A.M. Sig. 3406.
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Cada uno tiene una pequeña cosa que hacer, una misión que cumplir, al parecer insignificante, pero que es, en realidad, el núcleo primero de que se compone ese torrente de activa energía que circula por las trincheras. Me hirió singularmente, a este propósito, el espectáculo de un puesto de observación. Estábamos a unos 300 metros de la trinchera alemana, metidos en una caseta baja hecha de tierra y tablas, cubierta con sacos de arena. Un hombre estaba allí, había un teléfono, una mesa con planos, una campana cuyo tañido sirve para anunciar la llegada de los gases asfixiantes.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Verdún. Puesto de escucha en el río Mosa, a 300 metros de los alemanes. B.A.M. Sig. 3435.
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Fuerte Douaumont. Entrada. B.A.M. Sig. 3420.
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Son convoyes interminables conduciendo hombres y pertrechos. En los pueblos encontrábamos las columnas haciendo etapa; en los valles, a lo largo de la carretera, había campamentos permanentes llenos de tropas; también los había en las lindes de los bosques, solapados bajo las primeras filas de árboles. Era un ir y venir, un tráfago cada vez más denso según nos acercábamos a Verdún.
“Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia)”.
Regimiento pasando por una ciudad del frente. B.A.M. Sig. 3445.
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Soissons. Interior de la catedral. B.A.M. Sig. 3432.
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Arras. Torre del Ayuntamiento. B.A.M. Sig. 3437.
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Arras. El Ayuntamiento. B.A.M. Sig. 3438.
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Arras. Escalera en medio de la ruinas de la plaza de la Vacquerie. B.A.M. Sig. 3409.
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Salonique. Dársena de los hidroaviones. B.A.M. Sig. 3423.
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Fábrica de armas de Saint-Étienne. B.A.M. Sig. 3460.
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Arsenal de Tarbes. Con trabajadores annamitas procedentes de la colonia francesa de Indochina. B.A.M. Sig. 3449.
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Fábrica de municiones y explosivos. Reserva de obuses. B.A.M. Sig. 3417.
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Fábrica de municiones y explosivos. Fabricación de motores. B.A.M. Sig. 3447.
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Fábrica de municiones y explosivos. Fresadora. B.A.M. Sig. 3461.
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Fábrica de municiones y explosivos. Taller. B.A.M. Sig. 3463.
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Este catálogo se publica con motivo de las VIII Jornadas sobre la vida y obra de Manuel Azaña, celebradas en Alcalá de Henares del 9 al 13 de noviembre de 2017 bajo el título “Manuel Azaña y la cultura francesa”. Estas jornadas son promovidas por el Foro del Henares con el apoyo y la colaboración del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, la Universidad de Alcalá, la Fundación Francisco Largo Caballero y el Ateneo de Madrid.
Todas las fotografías proceden de placas de cristal propiedad del Ateneo de Madrid, catalogadas en la Biblioteca del Ateneo de Madrid (B.A.M.) con el número de signatura que figura en el pie de cada una de ellas.
AgradecimientosEsta exposición no habría sido posible sin el apoyo proporcionado por Fernando Fernández Lanza (coordinador general de Extensión Universitaria de la Universidad de Alcalá), Manuela Aroca (investigadora de la Fundación Francisco Largo Caballero), Daniel Pacheco (bibliotecario del Ateneo de Madrid), Manuela Sánchez Quero, Clara Herrera Tejada y María Jesús Martínez Monge (personal del Ateneo de Madrid) y los miembros del Foro del Henares Francisco Barroso, Ángel Humanes, Jacinto Gamo, Rafael García Poveda, José Morilla, Antonio Nieto, Gonzalo Pérez Suárez, Fernando Salas, José Manuel Soria y Juan Carlos Toribio.
CATÁLOGO
DirecciónJesús Cañete Ochoa
Diseño y maquetaciónNatalia Garcés, María Durán eIgnacio Garcés
ImpresiónPunto Verde, S. A.
EditaAyuntamiento de Alcalá de Henares
ISBN978-84-15005-51-3
Depósito legalM-33045-2017
EXPOSICIÓN
ComisarioJesús Cañete Ochoa
Copias digitales y restauraciónNatalia Garcés
Impresión de copiasLa tienda de fotografía
MontajeNatalia Garcés, María Durán eIgnacio Garcés
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