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PIlDoo
NACIONAL
DE
TEIlAllJIlA
200>
l>i6tIencs Vakb.
29
de
mayo
1941. Ha Iido
pa.n;IDnado
t i a l
I
con
el
Premio
Anual de
CuentoI
Je*
R, liJper (Fl
.Iendo
dd 1978; Todo puede *
UD
cIa 1982; Y
p i a iCH
de
UD
1992).
Ea
1983,
oboavo el Premio ih i(y de
Literatura
el
Ft.elO
rIOIII lIa
con Lo. rHoll d
0tr0I
de
_Iibr o.
IOD: lduda
novda,
1980),
r...........
PaImata
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uentos es ogidos
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OlNSI: J
EDIT< lR \L
lic Jos RafaelLantigua
Secretario de Estado de Cultura
lic Len Flix Batista
Director Ejecutivo de la Editora Nacional
MIEMBROS
lic
Basilio Belliard
Director General del Libro Lectura
Dra Virtudes Uribe
Presidenta de la Cmara del
libro
Dr
Franklyn
Gutirrez
Comisionado de Cultura en Ultramar
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ig n s
ldez
Premio Nacional de Literatura 5
Cuentos escogidos
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Secretara de Estado de Cultura
EDITOR N CION L
Calle Dr. Delgado Esq. Francia
2da. Planta de
Biblioteca Rep. Dominicana)
Santo Domingo, D.N., Repblica Dominicana
Te . 809) 333-6515, Fax 809) 333-7319
Web: www.cultura.gov.do
Email: [email protected]
Ttulo:
Cuentos
escogidos
Autor:
Digenes
Valdez
Editora Nacional, abril, 2005
Todos
los derechos reservados
para esta edicin
Correccin: El
autor
Diseo de coleccin
logos: Len Flix
Batista
Encargado de edicin:
mado
Alexis
Santana Chalas
Ilustracin de portada:
Evocacin
de
Mesa
Diagrarnacin:
Departamento de
Ediciones
de
la EditoraNacional
Impresin: Editora Bho
Isbn 99934-984-9-1
Impreso
hecho en Repblica Dominicana
rinted and bound in t ominican Republic
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n i e
Presentacin 7
Enigma
Antipolux 7
silencio del caracoL 25
Vsperas de Reyes 35
Cita con Ariadne 43
Los relojes 47
Pandemonium 53
Cuando hay inters y hay amor 59
La paloma desnuda 6
Biografa de u hombre desde un sexto piso 69
Tercera variacin sobre u tema de G P Charlie 73
Las manos de un amigo desconocido
8
Dmitienka 87
claro sendero de los astros 93
Datos sobre el autor 97
5
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resent cin
l Premio Nacional de Literatura fue creado en 1991
esde su primera entrega se sinti como un esperado est-
mulo a l obra de vida de un autor Desde entonces l crea-
cin literaria dominicana camina por un rumbo distinto: el
rumbo de
l
seguridad y del reconocimiento a
l
entrega de
toda una vida a l causa de l literatura e trata de una distin-
cin con l cual los autores galardonados sienten que han
sido colocados en
l
meta de
l
consagracin
Este galardn surgi
como
una iniciativa de l Funda-
cin Corripio Inc y de inmediato fue apoyado
por
el gobier-
no
a travs de la Secretara de Estado de Educacin instancia
que luego cedera esa funcin a
l
Secretara de Estado de
Cultura
l premio se estren con dos glorias de l literatura
dominicana que para entonces se encontraban todava acti-
vas en las letras: Juan Bosch y Joaqun Balaguer A partir de
ese momento los autores reconocidos a lo largo de la exis-
tencia de dicho galardn han sido Manuel del Cabral en 1992
Pedro Mir
en
1993 Manuel Rueda en 1994 Antonio Fernn-
dez Spencer en 1995 Marcia Veloz Maggiolo en 1996 Virgi-
lio Daz Grulln
en
1997
Lupa
Hernndez Rueda en 1998
7
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Mariano Lebrn Savin en 1999 Vctor Villegas en l 2000
Carlos Esteban Deive en l 2001 Hilma Contreras en l 2002
Franklin Domnguez
en
el 2003 YAndrs
L
Mateo en
l
2004.
En
l
ao 2005
l
galardn ha recado
en
Digenes
Valdez decisin con la que todo l pas cultural se ha sentido
plenamente identificado.
Por instrucciones del Presidente de l Repblica doc
tor Leonel Fernndez Reyna l Secretario de Estado de Cul
tura licenciado Jos Rafael Lantigua anunci en
l
acto de
entrega del galardn a Valdez la iniciativa de promover cada
ao nacional e internacionalmente la obra literaria del autor
ganador. e igual forma se dan los pasos desde l cartera de
cultura para difundir l obra del ganador en italiano.
No
po
da esperarse menos pues Lantigua es un intelectual surgido
de las esencias culturales del pas que siempre ha promovido
iniciativas a favor del libro y de los autores dominicanos y
extranjeros.
Y
lo hace desde
l
inicio de su gestin bajo el
entendido de que a l Secretara de Estado de Cultura l toca
jugar un rol ms activo en l Premio Nacional de Literatura.
La labor de impulsar un escritor y su obra no es una
tarea fcil pero es una tarea necesaria.
on
ese propsito es
que se edita l presente antologa Cuentos escogidos una
seleccin hecha
por
l
mismo autor que recoge una muestra
de l cuentstica publicada durante su carrera e incluye una
bio-bibliografa detallada.
on
l misma Digenes Valdez
autor galardonado ha de recorrer provincia
por
provincia
todos los rincones del pas y tambin varias ciudades de Esta
dos Unidos de Amrica Latina y de Europa.
Y
esa labor es
asumida en trminos totales
por
l
Secretara de Estado de
Cultura a travs de la Direccin Nacional de Provincias y del
Sistema Nacional de Talleres Literarios instancias dependien-
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tes de l Subsecretara de Estado de Cultura Area de Creati-
vidad Participacin Popular
e esa manera l Secretara de Estado de Cultura le da
vigencia a
uno
de los postulados principales de la poltica
cultural del gobierno del presidente Leonel Fernndez: l
de
afianzar la identidad dominicana a travs de los valores na-
cionales Al mismo tiempo esa accin fortalece l
literatura
dominicana y la obra de
un
autor importante y de gran signi-
ficacin para
l
historia literaria nacional
como
lo es Dige-
nes Valdez
e
aqu
l
primera piedra de
un
edificio que de-
bemos construir todos los sectores de la vida cultural domi-
nicana Por ser l primer intento esperamos que en los prxi-
mos aos dicha labor pueda encontrar todava mayor afian-
zamiento dentro y fuera del pas
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ElEnigma
Tan
slo hace dos noches que tuviste aquel sueo. Exac-
tamente el viernes. Estabas mirando la televisin cuando de
repente unos pensamientos extraos te obligaron a levantar-
te.
Era
la angustia y el
temor
de siempre.
Te
dirigiste
al comedor
y dejaste a Rita all
como
ab-
sorta delante de aquella pantalla luminosa. Ella apenas
si
se
dio cuenta de tu ausencia. Fue
como si
te llevaras contigo el
aire que respirabas y ella
en
un
esfuerzo intil de su parte
por
retenerte te pregunt:
dndevas?
T
la miras cuando pasas por su lado.
Notas
que
no
desva sus ojos para hablarte.
Que
sus palabras se
confunden
con
las que salen del televisor y
no
sabes si es aquella su voz.
Te dices que no es a ti a quien le habla que ella ahora se
encuentra formando parte de
otra
vida que la absorbe y que
pregunta sin saber a quin:
dnde
vas?
T
sin darte cuenta le respondes:
aya
leer
un poco
al
comedor
La casa es pequea. Casi pobre.
i
quieres leer slo
puedes hacerlo
en tu
dormitorio o
en
el comedor o
en
la
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pequea cocina. Pero has dicho que ibas a leer
al
comedor,
aunque
en
verdad quisieras irte a la cama. Y te vas hacia all
con
el libro entre las manos.
Pero
no
lees, piensas
en
ese
sueo extrao
u
ha
comenzado
como
un
pedazo de vida
cotidiana.
Que
ha empezado contigo y
con
tu mujer sentados
delante del televisor, cuando algo extrao te cruz
por la
mente
y te oblig a salir de la habitacin, dejndola a ella, a Rita,
como
hipnotizada delante del televisor, entonces ella te pre-
gunt
que
adnde
ibas y
t le
respondiste que queras leer
un
poco
porque
aquella pelcula la habas visto ms de una vez.
No
ests seguro de que ella te haya odo,
porque
ni si-
quiera te ha mirado. Fue entonces
cuando
te marchaste
al
comedor
a pensar entre lneas. Todo es tan natural que
no
te
parece
un
sueo. Cada objeto se encuentra
en
su lugar: la
mesa y las sillas
en
el centro de la habitacin, el refrigerador
en
la esquina.
Nada
se encuentra fuera de su sitio. Hasta las
cosas tienen su
propio
color.
No
es
como
en
los otros sueos
en los que los colores, los olores y los ruidos se adivinan; se
intuyen.
hora
no.
hora
parece
todo
tan natural, tan de ver-
dad, que no crees que te encuentras soando. Pero ests dor-
mido y sueas. esde la sala un poliedro de luz, algunos u -
dos vagos y ciertas palabras llegan hasta tus odos.
Yeso
es lo
que te resulta extrao, que escuches as, de manera tan clara
lo que dicen aquellas personas
dentro
del televisor. Has podi-
do
escuchar claramente todas las rdenes: Sbelo
al
auto
Bjalo Ahora disprale .
No
es
como
en
los sueos ante-
riores que de antemano sabes lo que van a decir los otros.
Ahora no. Ahora cada palabra suena distinta. Y t que habas
pensado que aquella pelcula la habas visto ms de una vez,
ahora acabas de descubrir que
no
es cierto. Slo
en
un
sueo
puede suceder que una vieja pelcula parezca nueva y que los
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personajes de siempre sean distintos
hora todo
esto lo es-
ts soando
Es un
sueo horrible
porque
todo
es muy real y
los sueos deben tener algo de fantsticos para que sean sue-
os autnticos
si
no se convierten
en
una pesadilla S este
sueo
no es ms que una pesadilla Todo es tan real tan au-
tntico que
no
te queda ms remedio que admitirlo Sientes
miedo
Son
tantas las noches
en
las que has tenido pesadillas
En
las que has gritado tratando de zafarte de ellas
pero
para
suerte Rita estaba
durmiendo
junto a ti y ella tiene
el
sue-
o
muy ligero
Por
eso cuando te vas a dormir lo haces tran-
quilamente
porque
sabes que ella est ah junto a ti y cuando
comiences a gritar y a pedir ayuda vendr a socorrerte
ho-
ra que ests soando sientes miedo de a poquito; despus
miedo se har ms grande y cuando
ya no
puede crecer ms
sientes la voz de Rita que te llama y te despiertas asustado
para despus volverte a
dormir
hasta
la
maana siguiente
Cuando
te casaste
con
Rita
acostumbrabas
a hablar-
le de tus sueos Le habas contado muchsimos y diferen-
tes
Pero este sueo
es
diferente
a
todos
los anteriores
hora tus
sueos
son
una rutina
y a ella
parece
que ya no
le
interesan
hasta pone
mala cara cuando
comienzas
a
hablarle
por
eso cuando este
sueo
pase no le vas a ha-
blar de
l
posiblemente no encuentres
la
oportunidad
de
hacerlo
Pero
es
tan
extrao
este
sueo que
quisieras po-
der contrselo aunque
le
prometas
no
volver
a
soar
ja-
ms
Tan slo
haca
dos
noches
que
habas
comenzado
a
tener este sueo
cuando
sospechaste que aquellos dos
hombres
te espiaban
que
podan pertenecer
a los que el
presidente
llama
incontrolables
y
ahora
exactamente
el
domingo
ves
como tu sueo contina
y
hasta
casi conclu-
ye
No
quisiste hablarle
de
aquello a Rita
porque
ya ella
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no
quiere escucharte a lo ms te dice: esas imaginaciones
tuyas
van
a volverte loco . Pero ahora hoy
domingo
es-
ts
soando exactamente
lo mismo:
que
te has
ido
al
co-
medor
a leer
dejando
a
tu mujer
mirando
el televisor cuan-
do
en verdad
est
en
la cama
durmiendo
junto
a ti
quin
sabe
s soando que
est
mirando
el televisor
mientras
t
ests leyendo
un
libro en
el
comedor.
Pero
t
no
ests all.
Ahora t
te
encuentras
soando el
sueo
ms
extrao de
tu
vida.
Un
sueo en
el
que
sueas
que no
vas a
despertar
y
nunca
ms.
Abres
el cuello de la camisa la
desabotonas
toda como queriendo buscar un
respiro pero es intil
esto
no
alivia nada.
Es
lo raro
que en
este
sueo
haga
tanto
calor
como en
la realidad. De
repente
el poliedro de luz se
ausenta
y el
parpadeo sonoro
te dice
que
Rita
ha apagado
el televisor. Levantas los
ojos
y la ves acercarse con el vien-
tre
abultado en
donde se
esconde
tu primer
hijo.
Es tan
natural su andar
que
no
parece que camina
en tu
sueo.
Le sonres. Ella te mira y
te
pregunta:
N o tienes sueo?
N o
Rita. Hace demasiado calor y
me vaya
quedar
leyendo
un
rato ms.
y ahora ests
pensando en
esta oscuridad
con
el ruido
del
mar
a
tu
espalda. Y ests pensando
en
pasado.
Es
lo
raro
del
sueo de ahora; que
ests
soando
como piensas:
en
pasado. S porque hace
tiempo
que la
lucha armada
pas
y casi
nadie
recuerda que estuviste
en
Ciudad
Nueva combatiendo
a los yankis y
que en
la espal-
da tienes
una
cicatriz
que
le
ensears
a ese hijo
que
Rita
tiene
en
el
vientre como tu mejor
medalla. S casi nadie lo
recuerda ni siquiera Rita
pero
t
s lo recuerdas. Y
ahora
sientes
miedo
porque recuerdas
todo
esto
y ellos
tambin
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pero cuando tu miedo
se haga ms
grande
Rita te llamar
y te
despertars asustado para volver
a
dormirte tranqui-
lamente
hasta
el da siguiente. Sin
embargo
en
este
sueo
hace
mucho
calor.
No
comprendes
cmo
esa
mujer
tuya
puede dormirse
as y
ponerse
a
soar tranquilamente
que
est
mirando
el televisor si
t
no tienes televisor
mien-
tras
que
con tus
pensamientos
oscuros lees
en
el
come-
dor
y piensas
en no
s cules cosas
con todo
este
calor
que hace que
el aire
arda
al respirarlo. Desde aqu
puedes
verla
dormir y
escuchar
su respiracin exacta. Su respira-
cin sonoramente
igual
como
medida.
Mejor
te vas a
to-
mar un poco
de
aire afuera. Respiras
hondamente
el aire
que
aqu
tambin
sigue escaso y
que dbilmente corre en-
tre los
muros de
los altos edificios. Caminas un poco ha-
cia la
esquina
entre
esta
masa
de pensamientos
amorfos
que
ahora
te
hacen temblar de
espanto.
De sbito
sientes
cmo todo
el
panorama
cambia. Sientes el
golpe
profun-
do en
la
cabeza
y
una
lanza
ardiente
te
corre por toda
la
mdula. La sangre tibia te
baa
la cara y sientes ganas
de
gritar pero no
puedes
es igual
que en
los otros sueos
que
no
puedes
gritar
hasta que
no haces un
esfuerzo enor-
me.
Te
vas
encogiendo
poco
a poco
hasta que un par
de
brazos
te
amparan
y
evitan
que
te
vayas al suelo.
Sbelo al
auto
Sientes
como si
estuvieras flotando. N o es nada raro
para ti
ya
son tantas las veces que has flotado
en
tus sueos
que una vez ms casi no te sorprende. Pero te sorprendes. Es
lo maravilloso de los sueos y ahora s de verdad parece que
sueas.
Todo
sigue cambiando. El panorama las voces la
televisin Rita mismo.
Todo. S
ahora
todo
est tan claro
como
una luna sin noche.
Todo
est completamente oscuro
5
-
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y el auto en
donde
te han subido sigue comindose los kil-
metros de la autopista
jBjalo
Escuchas
la
orden
sientes
cmo
la
puerta se abre
cmo de un empujn sales a
la
plenitud de esta noche sin
luna La sangre ha dejado de fluir
pero
sientes el cuerpo pe-
gajoso con esa baba oscura que se te
ha
adherido como una
nueva piel Todava te duele la cabeza Te ponen de pie y
entonces entre la
penumbra
y el
rumor
de las olas ves el
can de la pistola
Disprale
Ahora
lo comprendes todo Ya ests sintiendo
mucho
miedo Ya es
hora
de que comiences a gritar
con
todas tus
fuerzas para que Rita te despierte de este sueo horrible
y te
vuelvas a dormir tranquilamente hasta el da siguiente Pero
no
vas a gritar aunque sientas
mucho
miedo porque sabes
que es intil porque este sueo es demasiado natural para
que sea
un
sueo y
quieres morir
como
mueren los
hom-
bres
por
eso es que no vas a gritar Porque sabes que Rita no
escuchar tu voz aunque
la
llames
con
todas tus fuerzas En-
tonces te quedas con los ojos fijos en
la
pistola esperando
que escupa su muerte que es
al
mismo tiempo tu muerte sin
querer te has puesto a temblar entonces sientes
la
mano
y
la
voz de Rita que te llama y te despiertas asustado
con
los ojos
fijos en aquella pistola que te apunta directamente a
la
cabeza
y ahora s tienes
la
seguridad de que despus del disparo te
dormirs tranquilamente; para siempre
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nt polux
Imagnate que te llamas Ral Morales, Leopoldo Orriz,
o
si
quieres
Pedro
Prez y que a travs de la herida que se te
abre
en el
pecho, ves que
el
nio te apunta
con
su pistola de
juguete y te grita:
Arriba
las manos
El pensamiento
se te
ha pegado
a la
mente como
una
babosa.
T
lo miras
con
esos
ojos nublados
por
la
muerte.
La sangre
que
se
escapa
a
torrentes
casi te
oscurece
la
vista.
Apenas
adivinas sus facciones, es
como
si
una
nie-
bla
muy
ligera te velara
hasta
las
formas
de
las cosas. Sin
embargo
lo ests mirando
con
tus
ojos ms nuevos.
No
con
los
ojos de
los
veinte que dentro de un rato
ya
no
vern
ms.
Te
ves
nuboso
y
poco
a
poco
vas
adivinando
lo
que
pasa.
Haces un esfuerzo
y crees
que en
aquella
cara
reconoces a
quien
sabe
quin
quizs a Ral Mora-
les, a
Leopoldo
Orriz, o si quieres a Pedro Prez)
en
esos
ojos
que
te
miran
fijamente y
que tan
slo
hace un rato
te
han
gritado:
Arriba
las manos
Pero
t no puedes levantar las manos.
Apenas
tie-
nes fuerzas
para levantar los
ojos
y mirar
su
rostro.
El
-
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te mIra
fijamente
y
lentamente levanta
la pistola
y
con
gran cuidado
apunta
a la
frente
dispara. La bala
se te
incrusta en el cuerpo. Arde.
La
sangre sale en
abundan-
cia
sientes
cmo
tu
cuerpo
se
derrite
y la
respiracin
se
ausenta.
Qu
te parece
si
jugamos a los detectives
a los
ladrones; quieres?
E s t bien respondes.
Lo
miras fijamente
y le
pre
guntas:
- Cmo te llamas?
Pedro
Ral
Leopoldo Como
t quieras; eso qu
importa?
te marchas
con
l
Es
casi de tu misma edad quizs
un ao
mayor. Sus ojos oscuros te miran sin descanso.
E r e s nuevo en
el barrio verdad?
S
Quieres
que seamos amigos?
Ya tienes tu
primer
amigo. Agarras la
mano
que te ofre
ce y la aprietas
con
fruicin.
El
calor de tu
mano
reconoce
en
el calor de la suya
en
su sonrisa y
en
esos ojos oscuros que es
tu
amigo. Y comienza a decirte
cmo
es.
Mira
uno de los dos ser el detective.
No
tiene que seguir hablando. Sabes que el
otro
tendr
que ser el bandido.
Doblan la
esquina a lo lejos divisas tu
casa le sealas
en dnde
vives y escuchas
cuando
te respon
de que casi vive
en
frente.
Entonces
el detective saldr a bus
carte y
cuando
te encuentre gritar:
Arriba
las manos
T levantars las manos. Dejars caer el arma y sers su
prisionero. Te dejars llevar a su cuartel. S; porque
l
tendr
su cuartel que podr estar debajo de algn poste del alum-
8
-
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brado o
en el
tronco de
un
rbol o
en
el muro frontal de tu
casa. El lugar
no
importa lo
importante
es que l tiene su
cuartel
y
que
no
puedes escaparte hasta que
no
vengan los
otros
bandidos a liberarte ah
pero
t eres listo esconders
un arma
en
tus zapatos
en
tu espalda o debajo
de la
camisa
y
cundo
l
se descuide
le
gritars:
rriba
las manos
y
se invertirn los papeles. El
bandido
ser l o lo sers
t. Eso qu importa.
Lo
llevars a tu cuartel o a tu guarida
y
vendrn los de
l
a liberarlo
despus los tuyos
con mucho
sigilo asaltarn su cuartel o su guarida
y
te vers libre
y
de
nuevo
l estar
en
tus
manos y
as se repetir el juego hasta el
infinito hasta que crezcan juntos
se hagan
hombrecitos
te
vas a sentir molesto
cuando
sepas que es el novio de tu her-
mana
Laura o Patricia o como se llame.
No
porque sea el
novio
de
tu hermana sino
porque
l
no
tiene hermanas que
puedan
ser tus novias.
Y a
sabes
la
regla es entregarse y dejar caer
el
arma
porque si no tendr que dispararte
Claro que comprendes.
Si
ves
un
rbol cerca sin que l
lo espere te protegers detrs de l sacars el arma que tienes
oculta
y
le gritars:
rriba
las manos
Y l tendr
que
soltar su arma
porque si no
le dispara-
rs
y
tendr que morirse. Una muerte que se desvanecer cuan-
do
el
juego se reanude
al otro
da.
Pero
tienes
que
respetar las
reglas
no
le disparars
si
deja caer su arma
y
se entrega.
s
esa tu hermana?
le
preguntaste.
El
te
responde
que
s con
un
movimiento de
la
cabeza
al
mismo tiempo
pregunta:
t no tienes hermanos?
-
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Ves cmo sus ojos tristes te miran. Oyes cmo su voz
casi apagada te
responde
que no que no tiene hermanos.
-Quieres
que yo sea tu hermano?
Te
das cuenta de que sus ojos brillan.
Como
si
entre
las
cenizas de sus ojos grises unas candelitas estuviesen escondidas.
D e
veras?
S de veras.
-Claro
que quiero
Entonces no
s
si
fue a ti o a l a quien se le ocurri la
idea.
Ahora
lo recuerdo; la idea fue tuya.
Como en
las pelcu-
las de
la
televisin que habas visto decenas
de
veces
com
praste
una
navaja de afeitar; recuerdas?
tomaste
tu
brazo
herido y hermanaste
su
sangre
con
tu sangre.
Todo
fue mara-
villoso. Claro que ahora lo recuerdas. Qu zurra ms grande
te dio tu madre
pero
te sentiste feliz.
-Ahora somos hermanos.
Lo
seremos hasta la muer-
te.
Nada
ni nadie
puede
separarnos.
Si
uno
muere el
otro
lo
seguir. Lo prometes?
S
lo
prometo.
Pero era mentira.
Quizs
tuviste la culpa.
Te
fuiste a
trabajar a
Nueva York porque
los
tiempos
estaban
duros
y
cuando
regresaste l ya
no
estaba.
Estuviste
preguntando.
Mara
no
supo qu
decirte
de
l.
Apenas
que
era militar y
que
haba estado de puesto
en
algn
pueblito
de la frontera
en
Pedernales
en Toluca
o
en
Paysand. Te miras la cica-
triz en
brazo
sabes
que
l est
haciendo
lo
mismo que
como
t est pensando: es mi
hermano
llevamos la mis-
ma
sangre. Ni la
muerte podr
separarnos. Y tienes la segu-
ridad
de que
ests
en
lo cierto.
De que
l quisiera
estar junto
a ti junto a Mara. Pero esta
noche
t tienes un presenti-
miento
negro si es
que
los
presentimientos
tienen algn
-
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color. No sabras cmo definirlo. Dentro de la amargura de
la
noche que un
da de estos
puede continuar
y hacerse
eterna hay algo dulce.
Con
tu fusil
en
el
hombro
presientes
la
tragedia. Quizs esta
noche
los yankis ataquen a los re
beldes?
Te
preguntas
cmo
te metiste en aquello y
no
lo
sabes. S
no
sabes
responder
a tus propias preguntas. Viste
la gente gritando: revolucin y sin darte
cuenta
te
encon
traste atrapado por la revolucin.
Ahora
te sientes feliz
con
tu
fusil
en
el
hombro
y ciento cincuenta tiros
en
la cartu
chera listo para
defender
esa revolucin que
ahora
s
com
prendes. 11iras
la
luna
cmo
se esconde.
No
sabes
por
qu
te sientes triste. De repente algo te saca de tus pensamien
tos. Es
una
voz;
la
voz de Mara que te llama:
Qu
es lo que pasa Mara?
- Mam
se est muriendo. Tienes que ir a verla
No puedes le respondes que
no
puedes. Que te mata
rn cuando cruces
al
otro
lado pero ella insiste
con
sus llo
ros.
Te
dice que ella quiere verte antes de morir que
no
deja
de llamarte. No puedes resistir ms le dices que irs
yaun
que
no
sabes cmo irs. Pero
cmo
ha
podido
ella llegar
hasta aqu a estas horas?
por
qu no le preguntas? Eso es
te acabo de dar una idea
No
te atreves a preguntarle
pero
ella lo adivina.
uan est de servicio. Le he explicado lo que sucede y
me
ha dejado pasar.
uan -exclamas.
Es como si
un
relmpago iluminara lo
negro de
la
noche.
- Juan -vuelves
a decir-o
Dnde
est l?
te vas
con
ella sin siquiera pedir permiso La tristeza y
la dicha se han juntado
y
te han dejado
como
loco.
Es como
-
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si un
enjambre de grillos luminosos te caminaran
por la
fren-
te.
Te vas con ella. Acaricias de
nuevo
la cicatriz de tu
brazo
izquierdo. horaque sabe
que
ests aqu estars deseando
verle para hablar
de
nuevo.
Nada
habr de separarlos aunque
estn en bandos contrarios porque la sangre de
uno
corre
por las venas del otro. Sabes que l
con
alegra gritar tu nom-
bre
y
t el de l que el calor de su mano ser el
mismo
calor
de la primera vez
cuando
se conocieron
cuando
se hicieron
amigos cuando se hicieron
hermanos
cuando juraron no
separarse ni con la muerte.
Tus
pies deshacen
el
camino lo
seccionan lo rompen
en
pedazos
y
lo construyen de nuevo
hasta que la
voz
de Mara
rompe
tus pensamientos
y
te dice:
qu
estaba.
Quiebras el nudo que tienes
en
la garganta.
Rompes el
hechizo de la
emocin
y gritas su
nombre
una vez otra vez.
Pero nadie te responde. Slo el eco devuelve
voz un
poco
recortada:
uuaaann uuaaannn
La
voz de
Mara te apremia.
Te
dice que la
van
a
encon-
trar muerta. Le pides que aguarde tan slo
un
momento y le
llamas una vez ms
pero
tu
voz
se pierde
en
la noche
redon-
da
de
oscuridad y de silencio. Mara vuelve a pedirte que se
marchen. Quizs tiene miedo. Tal vez presiente algo.
De
se-
guro
que nunca
antes habas
odo
una
voz
tan angustiada.
Empiezan
a caminar. Casi corres. Es cierto te digo que casi
corres. Mara empieza a llorar. T
tambin presientes lo mis-
mo
y
cuando
llegan te encuentras
con
tu presentimiento. El
pulso de tu
madre
ya
no
late
y
sus
manos
estn fras.
No
sabes qu decir y
no
dices nada. Tampoco sabes
cmo
llorar
pero
lloras.
En
la dbil luz que ilumina la habitacin ves las
lgrimas
de
Mara.
Oyes
sus lamentos mientras el
tiempo
-
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pasa sin siquiera darte cuenta. Ya casi amanece. Lo presien-
tes. Quieres marcharte. Tienes que marcharte ; me oyes?
tienes que marcharte .
Y te vas. Te vas
con la pena
enreda-
da
en
los ojos entre los pelos de tu cabeza entre cada maldi-
cin que sale de tu boca.
Arriba
las manos
y
ahora
se
han
invertido los papeles. Ya casi lo tienes
enfrente.
Ahora
ves su rostro; es
l
Quisieras hacerlo
pero
no
te atreves. Sin embargo
no
te queda otro camino me has
odo?; tienes que hacerlo. Bajas los brazos lentamente y le
dices
con
voz suave casi
con
cario:
Juan no me
reconoces?
Entonces
suena
el
disparo. El cuerpo se te derrite y te
vas
al
suelo. La sangre te sale
en
abundancia y
la
respiracin
se ausenta. Sabes que
dentro
de
poco el
sol saldr.
Ese
sol
que
ya
nunca vers ms porque te encontrarn
con
una bala
en
pecho
r
otr
en
l
frente
unque
te
ll mes
l
lor -
les Leopoldo Ortiz o si quieres
Pedro
Prez.
3
-
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silen io del r ol
Estuvimos discutindolo toda
noche
y el partido
decidi
que nos
enganchramos.
Creo que
fue
una
deci-
sin difcil para todos
pero
ms para m, porque me haba
pasado toda mi infancia haciendo micromtines,
tirndo
les piedras a los policas, gritndoles esbirros y gori-
las y
ahora
al
partido
se le
ocurre
que yo fuera uno
de
ellos, qu iban a decir mis amigos y mis compaeros de
escuela? Ya me lo poda imaginar: que me haba vendido y
que en todo caso yo era peor porque tena conciencia y
ellos no
que
yo s saba lo
que
deba saber. Por eso fue
que
grit cuando tomaron la decisin y dije que no
me
iba
a enganchar, que nadie me poda obligar a hacer eso, si yo
no
lo quera.
Todava recuerdo mirada y voz de un compaero:
-Compaero caraja, entienda Qu importa lo que
diga y piense nadie? Para m esta decisin es tan difcil
como
para usted,
el
partido nos ha encomendado una misin y te-
nemos que cumplirla. Ser revolucionario es tarea difcil, me
parece que para usted lo ms importante es que todos sepan
lo que es, que lo admiren por lo que es y
no
por lo que hace.
eest juzgando mal -protest.
25
-
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N o
lo juzgo mal, es que usted
no
parece
comprender
que
la
lucha tambin hay que hacerla con el cerebro.
Estamos de acuerdo, compaero. Pero ha
pensado
en
lo que suceder
si
nos descubren?
sees el riesgo que corremos, por eso debemos ser
cautelosos y trabajar
en
silencio como un caracol. Si nos des-
cubren, entonces ya no \ 'ivirn tranquilos, sabrn
que
sus
defensas ms fuertes
son
vulnerables. Ya
no podrn
confiar
en
nadie.
Volv a negarme. Que fuese otro
en
mi lugar, yo
no
serva para eso.
S
usted sirve Usted se enganch a revolucionario,
usted es
un
soldado y ahora tiene que ponerse el uniforme
si
quiere seguir adelante; si tiene
miedo
pida su baja
Aquella
noche
llor. Saba que
si no
acataba
la orden
tena que dejar el partido, por eso acept
en contra
de mi
voluntad; ahora
no
soy ms que
un
guardia raso.
Los primeros das
me
senta
incmodo con
esa
ropa
amarilla encima, sobre
todo con
esa camisa tan pegada
al
cuer-
po que casi
no me
dejaba respirar. Sin embargo, ahora
ya no
siento nada;
me
doy cuenta
que
ellos
son
casi
como
nosotros
y que yo tambin soy casi
como
ellos.
Al principio tuve que hacer
un
esfuerzo para
no
man-
dar al carajo al sargento. Le ca mal desde el principio
no
estaba ms que: recluta, haga esto, recluta, haga lo otro
Acaso no saba mi nombre?, entonces,
por
qu
me
llamaba
recluta?
Recluta cambie el paso , qu
le
sucede?
Uno, dos,
tres, cuatro, cadeeencia
yo:
Uno
dos, tres, cuatro
6
-
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el sargento:
-Cadeeencia ... Cambie el paso coo.
Es la
ltima
vez que se lo digo recluta
y
otra
vez el sargento Bonifacio
si
sabe que
no me
gusta que
me
digan recluta;
por
qu
no me
llama por mi
nombre?
-Porque usted es
un
recluta carajo por eso
Ah
pero cuando
fuimos
al campo
de tiro ah se
me
acab lo de recluta:
-Recluta agarre el fusil
as
S as est bien. Ahora
quite el
dedo
de ah anj. Apoye bien la culata
contra
su
hom
bro
muy
bien ahora mire hacia all hacia ese carteln que ve
all que se llama blanco. Usted va a tratar de darle
en
el cen
tro cosa que
dudo
porque
en
la cara se le
nota
que
no
naci
para guardia.
Ahora
coloque la mira
un
poco ms arriba del
centro
porque si
lo haces medio a medio del tiro se te va para
abajo.
s
por
la
gravedad mi sargento.
Y a
te dije que
no
naciste para guardia sabes dema-
siado
pero no
te creas
un profesor
por
eso yo te lo iba a
decir slo
que
no me
diste tiempo.
Quin
no
sabe que es
por
la gravedad que
.. .?;
bueno ah tienes diez tiros
apunte
bien y trate de hacer diana.
Saba tan bien como
el
sargento lo que haba que hacer.
Cuando la guerra civil estuve
en
los comandos de Ciudad
Nueva
y
me ensearon todo
eso
pero no
lo dije. Puse
la
mira
como me haba indicado pegu los
codos al
costado y aguant
la
respiracin. El sargento se
qued
mirando y
me
grit:
Por qu haces eso?
Qu
cosa mi sargento?
-Pegar los codos a las costillas.
27
-
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N o
lo s mi sargento. Tal vez porque as estoy ms
cmodo.
Bueno dispare y
no
se
me
haga el sabio.
Le
not en
los ojos y
en
la boca una risita muy mal
disimulada.
En
cambio yo tena el presentimiento de que
me
lo iba a ganar y de que seramos amigos. Aguant
la
respira
cin nuevamente fij la vista
en
ese enemigo circular que
desde lejos
me
lanzaba
un
reto apret
el
gatillo algo
cobr
vida dentro del fusil y el disparo sali
como
un
trueno sil
bante invisible
E se
tiene que haberse ido de cuadrangular
por
enci
ma de la cerca dijo el sargento
en tono
de burla.
y
antes de que terminara da hablar volv a apretar el
gatillo y el mismo sonido el mismo trueno apag su voz.
Yo
no le
miraba le escuchaba slo vea en
la
distancia a aquel
enemigo de ojos concntricos que
me
retaba. Son el ltimo
disparo y el sargento Bonifacio
con
una sonrisa infantil me
dijo:
Bueno Hank
Aaron creo que diste el ltimo jonrn
de la tarde
Y
yo
s
es mi sargento pero
la
prxima vez lo har mejor.
Pero
cuando el
otro
guardia hizo las seales de puntua-
cin e indic que haba
hecho
diana las diez veces
al
sargen
to se
le
borr la estpida sonrisa que tena en
la
boca. Me
mir
como si no
entendiera nada de lo que haba sucedido
y
me
dijo:
Sabes
lo que has hecho?
Y yo
L o
har mejor la prxima vez mi sargento se lo
prometo.
28
-
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Deje de hacerse
el
pendejo.
Ha hecho
diana
con
los
diez tiros
y
yo:
Estoy aprendiendo
pronto
mi sargento.
Quin
lo ha mandado? me pregunta-o El enemigo?
y yo:
u
pronto
lo adivin
Cmo
lo supo?
Entonces
al
mismo tiempo soltamos
la
carcajada. Desde
ese da supe que
el
sargento era mi migo lo que era ms impor
tante para
m
saber que
ya
no me llamara otra vez recluta
Una
noche hace
ya
varios meses lo vi un
poco
triste.
Me habl de su juventud y de sus hijos de su mujer viviendo
all
en un campo
del Cibao. Me habl de muchas otras cosas
de lo
mucho
que deseaba volver a ser civil. Fue esa
noche
cuando supe que
no
llevaba
mucho
tiempo
en la
guardia y
me
sorprendi que fuera sargento fue entonces cuando se le
ilumin la cara y
me
dijo:
Por
qu se enganch? Dgame por qu
se
enganch?
Y o
mismo
no
lo s sargento.
Me haba dado cuenta que
el
sargento era un hombre dife
rente pero an
no
saba
si
poda confiar en
l
Siempre estaba
hacindome preguntas sospechosas. Comprend que haba ve
nido a
m
porque quera saber algo entonces intent desviar la
conversacin y hacer que pensara en otra cosa.
Le
dije:
Saba
usted que su
nombre
quiere decir
hombre
de
buena cara mi sargento. Creo que a usted
le
queda bien lla
marse as.
Por
qu dice eso?
Bueno
lo que quiero decirle es que
uno
lo mira a
usted y cae bien.
Por qu le caigo bien quiere decrmelo?
9
-
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No s lo
que
pensaba el sargento lo cierto es
que
esta-
ba muy raro i
l
sospechaba algo poda
darme
casi por
muerto
Deba
saber lo que tena
dentro
de su cabeza
Dicen
que
la
cara es el reflejo del alma y s que usted
tiene
un
alma buena por eso es que creo que su
nombre
le va
bien sargento Bonifacio
Hablas
muy
bien debiste ser poltico y no guardia
Me sent aterrado
No
s de
dnde
sacaba el sargento
aquellas palabras Cada vez que abra
la
boca
me
dejaba des-
concertado Un sudor fro
comenz
a bajarme por
toda
la
columna vertebral
qu no
se aprende nada
dijo
Siempre se
aprende
algo mi sargento
respond
i t lo dices
debe
ser as
Pero
qu has
aprendido
t?
Viniste aqu sabindolo todo
Nadie
te
ha
enseado nada t
lo sabas Hay tantas cosas raras
en
ti que a veces dudo Ha-
bla dime algo
Qu
quiere que
le
diga mi sargento?
Ya
no me
miraba Tena
la
vista clavada
en
el suelo
a
cara transfigurada como
si
una crisis dolorosa estuviera cam-
bindolo interiormente No era el sargento que haba conoci-
do meses atrs
ahora
casi
me
atreva a decir que tambin
senta miedo Miedo tal vez
de
lo que yo pudiera decirle
D e civil qu pensabas de nosotros? qu somos
para ellos?
Creoque los civiles piensan que
somos
gente que a
veces
no
sabemos lo que hacemos; usted tambin fue civil
no mi sargento?
T ecomprendo
Hay
en
el mundo tanta violencia que
a veces pienso que no est bien hecho
pero
ahora que eres
igual que yo que
ya no
eres civil qu piensas de esto?
-
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A pesar de
todo
hay algo que
me
inspira
un
poco de
confianza. Comprendo lue por ms que quiera
no
voy a
po-
der engailarlo
por mucho
tiempo.
Creo
mi sargento, que esta vida es dura y que
no
debemos complicarla hacindonos preguntas intiles.
N o esperaba que
me
respondieras eso, ni era lo que
quera que dijeras casi
me
susurr .
Quin
te ha dicho que
son preguntas intiles?
l,as palabras del sargento me iban exasperando poco a
poco. No
soportaba y
a ese
hombre
que
me
interrogaba,
l
final
me dominaron
los nervios
y le
grit:
A
dnde quiere llevarme, sargento?, qu es lo que
pretende
de m?, qu es lo que quiere saber?
Solamente
lo que piensas de nosotros.
Y o l
igual que usted
le
dije-, pienso que este
mun
do est mal
hecho
y lucho porque sea ms
humano y
ms
justo, que haya
menos
diferencias, mire a su alrededor,
no
ve
l
imperfeccin
por
todos los lados?
No no l
veo respondi.
Pue s
yo
s
Hasta en nosotros?
S hasta
en
nosotros.
1 0
cierto es que
no
te entiendo, muchacho.
Entonces
le
dije
que un mdico
era
un hombre que
sanaba
evitaba
que
las
gentes
mueran o
sufran que un
abogado utiliza su ciencia
para
defender l que no puede
hacerlo
por s
mismo;
pero que l
yo qu
habamos
aprendido?
El,
con
su mirada patriarcal e inalterable
me
respondi:
T eres quien parece saberlo todo.
Dime
qu
hemos
aprendido
-
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-Aunque tena mis dudas,
en
ese momento
compren
d que el sargento tena una sagacidad y una inteligencia
poco
comn.
-Cree
usted
en
Dios,
mi sargento?
S pero
eso
no
contesta mi pregunta.
-Entonces debe
saber que hay
un mandamiento
que
dice: no matars .
L o s; es el quinto.
Pero an
no me has respondido.
-Cmo
es posible conciliar nuestra profesin
con
ese
mandamiento?
Cmo
es posible
amar al
prjimo
con
el fusil
1
J
en
a mano. amo, como, como....
-Baje la voz coo, baje la voz
Volv entonces a preguntarle, envolviendo las palabras
en un
susurro.
J
- ccomo, como.
T e vaya
decir
algo
recluta, todava
no
he matado a nadie.
Volva a llamarme recluta,
pero
ya
no
me
molestaba.
Lo
mir fijamente a los ojos y
le
dije:
Pe ro
lo har, mi sargento.
Lo
har, y ese da
no
lo va
a olvidar
nunca
N o digas ms pendejadas y cierra
la
boca
si no
quie-
res joderte.
Me dej as, solo, sentado
en
la gramita que hay detrs
del cuartel. N o tena dudas, saba que el sargento me haba
descubierto, tal vez estaba equivocado,
pero
me qued all
esperando, esperando que vinieran a buscarme.
Sin
embargo
nadie vino.
Estaba completamente
seguro
de que
ya no
iba a delatarme. Pasaron varios das sin que lo
viera,
pero
a la semana justa se acerc y me dijo:
-Recluta, he llegado a
la
conclusin
de
que usted es
un
infiltrado
32
-
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32/99
No
esperaba que me dijera estas palabras, por eso me
sorprendi cuando me las dijo as, todas de golpe, sin siquie
ra
tomar
un respiro.
Tiene
razn, mi sargento
le
dije-o Soy
un
inftltrado.
y
qu es lo que buscas?
N o estoy seguro de eso, pero a veces pienso que so-
lamente busco una forma para comprenderlos mejor.
Nada
ms?
pregunt
Pareca incrdulo. Sus ojos fros me miraban fijamente.
y
siquiera poda sentir miedo. De sbito comprend que
el
sargento siempre haba sabido todo.
A s es
le
respond-o Nada ms.
S que mientes, no me hagas tan
tonto
como para no
adivinar lo que buscas.
Ya
no tena nada ms que decir y me qued en silencio.
El lo haba dicho todo.
T
confas
mucho
en m,
no
es cierto?
Una tenue luz comenzaba a nacer dentro de m.
A s
es, mi sargento.
Pe ro
te has equivocado. Ahora mismo te voy a de-
nunciar; no tienes miedo?
N o
mi sargento, no tengo miedo.
Por
qu?
Porque s que no lo har.
Se sonre. Me clava
en el
rostro sus ojos firmes y muy
negros y me pregunta:
Cmo puedes estar tan seguro de eso, recluta?
Yo entonces esbozo una sonrisa y
l
respondo:
Porque ha sido usted quien me ha enseado que el
quinto de los mandamientos dice: no matars , mi sargen
to, no matars .
-
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speras eyes
Yo s que l angustia
no
se puede medir en grados como
l fiebre, y que para su cura lo que ms servira es sentarse en
una barra y embotarse los sentidos con una botella de ron,
pero, y despus qu? Despus viene el despertar, l retoma
de l conciencia, l agudizacin del problema, el caos. Porque
l angustia es una enfermedad me da l gana de llamarla s
que se presenta de improviso, ni siquiera es un sntoma que
advierte, es l enfermedad en s misma.
Hoy temprano en l maana, sal a caminar. Me senta
desorientado. Mis pies obedecan a un impulso extrao, era
como
si caminara dentro de un sueo pesadilla sera mejor
llamarla , de repente me encontr con el calor abrasante de
l
calle,
con
el trfico
hum no
que
igual que yo, pareca que
caminaba sin una meta clara, ramos como abejas sin una
colmena en donde posarse. n un instante imposible de me
dir, record esta calle,
como era antes, cuando tena otro nom-
bre, cuando tena su arboleda central, cuando era casi mi amiga,
no
lo que es ahora. Ahora esta calle es mi enemiga, su trfico
me molesta, me mortifica el nerviosismo de la gente que ca
mina
por
ella, el ruido de los autos, el calor que nace del asfal
to, los colores del semforo, los cristales de las grandes tien-
35
-
7/25/2019 Digenes Valdez - Cuentos escogidos.pdf
34/99
das;
todo
esto
me
mortifica si nada de esto estuviera ah
Pero entre todas estas cosas yo sigo siendo otra cosa soy mi
preocupacin que ahora camina por la calle y mi cansancio.
Ya
no
s qu hacer ni qu pensar; qu puede hacer un
hom-
bre sin trabajo sabiendo que maana es
da de Reyes y que
solamente tiene
en
los bolsillos diez centavos?
Todo
ha cambiado.
uando me
miro y recuerdo cuan-
do
pienso
en
lo que soy
me
doy
cuenta de que
todo
ha
cam-
biado. Quizs sea inevitable que las cosas cambien y
con
las
cosas tambin
tiempo y
con
el tiempo las personas. A
todo
esto le llaman progreso y
no
deba importarme sin embargo
me importa porque sirve para demostrarme lo equivocada
que ha sido vida y
porque
ahora
le
da a la
mente
la
opor-
tunidad de
perder
el tiempo
en
algo de alejarme
un
poco
de
esta angustia que desde el da
en
que
me
retiraron del trabajo
se ha convertido
en
una rutina.
Por
eso
he
salido a vagar
por
las calles a mirar las tiendas a observar los juguetes que
no
puedo comprar
y torturarme
con
la realidad de su existencia.
ntre
la miseria de todos estos ruidos le doy vuelos a la ima-
ginacin
cuando
miro
osito de cuerda los aviones las pe-
lotas. Lo miro
todo
con
ojos diferentes y lo veo
hermoso
y
muy triste.
Sigo caminando.
m ro is os
es
mucho
ruido
con-
vertido
en
msica y el
vmito
sonoro
que lanza hacia las ca-
lles es un rival en contra de mi angustia. Slo tengo una idea
fija entre las cejas y diez centavos en los bolsillos. Me deten-
go
en medio de la acera y a nadie parece que le
importa
este
gesto. Me empujan
como
si fuera una basura que les estorba
el paso quin se va a preocupar de
un hombre como
yo?;
un
pobre
es
un pobre en
cualquier sitio. Siento que
me
duelen
los pies. Presiento que
me
encuentro muy lejos de
m
mismo
6
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y de destino; pero en
dnde
est mi destino? quin po-
dra sealrmelo? La nica solucin sera volver a mi casa
pero es alli en
donde
nace todo el problema. Regresar y ver a
los muchachos
con
la fiebre de la vspera de Reyes mirarlos
recolectar las yerbas para los camellos y tener que ser yo quien
les haga las cartas para Me1chor Gaspar o Baltazar y despus
maana la decepcin las lgrimas la mentira muchas veces
ensayadas; es que se portaron muy mal este ao quizs el
ao que viene
. El ao que viene sera la misma rutina la
misma mentira pero ellos seguiran inconsolables estaran lo
mismo que yo maldiciendo este mundo perfectamente mal
hecho teniendo que sufrir el
no poder
llorar reteniendo el
nudo en la garganta aguantando las ganas de
romper
con mis
puos con estas manos desde hace tiempo ociosas todas
aquellas vidrieras que se burlan de mi pobreza. Es por esto
que desde temprano me arroj a la calle a caminar sin meta
con
la tibia esperanza de encontrar algo que hacer y sin em-
bargo la calle ahora me escupe en pleno rostro su insolencia.
Despus de
todo lo mejor es regresar. No quisiera ha-
cerlo
con
las manos vacas pero
no
me queda ninguna alter-
nativa. Volver a esa casa que ni siquiera es ma.
Ir de nuevo a rumiar el infortunio
con
los mos. Mien-
tras camino me doy cuenta de que soy mucho menos
hom-
bre de lo que era antes.
hora
tan slo soy una mierda que
todos evitan una nada que se deja arrastrar por
la
multitud y
por los ruidos. Las tiendas ya no ejercen ninguna atraccin
sobre mis ojos: es
como si
me hubiesen vencido definitiva-
mente y en contra de mi voluntad me arrastraron a un abis-
mo de impotencia en cuyo fondo estoy esperando para
gri-
tarme todo lo intil que soy para enterarme de
cmo
este
mundo
puede continuar girando sin mi consentimiento. En
7
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tonces despierto advierto
cmo
la noche comienza diminu
ta
cmo
este polvo
opaco
lo va ensuciando todo
cmo
los
letreros luminosos se ren a mi espalda
cmo
me hieren
con
su desprecio. Ya
no
quiero preocuparme
no
soporto
ms
esta piedra fra que ahora tengo
en
el pecho y que casi
me
llega hasta el mismo fondo de los ojos. Ya quisiera estar
en
la
casa. Sentarme
en
la mecedora escuchar la radio y olvidarme
de todo
pero
ahora
no
estoy all ahora estoy
en
esta calle
que mis ojos
conocen
demasiado y que
en
este preciso ins
tante descubro lo mucho que
l
odio.
Alguien detiene mi paso. Busco una palabra para defi
nir su presencia. Se ha detenido sbitamente frente a m.
Lo
miro amoroso su negra piel nunca fue ms hermosa ni sus
ojos grises
como
de color miseria ni sus gestos precisos ni
sus facciones rudas l era
como un hombre
que haba decidi
do
permanecer siendo nio. Su voz infantil casi suplica:
L e
limpiamos los zapatos seor?
N o
mi hijo ledigo-. No tengo dinero.
La voz
me
ha salido profunda
como un
susurro.
T an
slo son diez centavitos seor; mire
cmo
es-
tn sus zapatos seor
Tiene razn estn sucios
pero
tambin est sucia mi
alma sucio mi pensamiento
y
quin va a limpiar toda esta
suciedad que
como
una herencia llevo conmigo. Todava in
siste una vez ms entonces le respondo:
N o importa vamos a dejarlos as.
s
que
no
tengo
dinero comprendes?
No
tengo que decirle nada ms. El debe saber lo que es
no
tener dinero sus harapos
me
lo dicen me lo dice su son
risa triste y el color de sus ojos.
Nos
miramos.
Nos
compren-
demos
mutuamente quizs es
por
eso que
me
dice:
38
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oimporta, seor, de cualquier forma vamos a lim
piarlos, otra vez
me
pagar.
Quiero
negarme,
pero no
me deja. Se aferra a mis zapa
tos sucios y yo le dejo hacer
con
ellos lo que quiera.
Pienso que despus de todo, este
mundo no
est abso
lutamente mal hecho. Sin que lo espersemos se aparece Ivn
ante nuestros ojos. Lo encuentro demasiado pequeo, para
esos casi seis aos que carga encima de los huesos.
ote muevas de ah, Ivn
Ivn ; pienso que as tambin se llama el ms pequeo
de mis hijos. Se lo digo,
pero no
me responde nada.
Es como
si no
me
hubiese escuchado,
como
si el
milagro de hacer que
mis zapatos vuelvan a parecer
como
nuevos, lo absorbiera
demasiado.
t,
cmo
te llamas?
le
pregunto.
Me dice que se llama :Miguel, que Ivn es su
hermano
y
que
pronto
va a tener que aprender el oficio, porque son muy
pobres, que su madre se lo pasa lavando y planchando y
ya
no
quiero que
me
diga una palabra ms. Me mira y
la
voz
frgil se le quiebra
en
la garganta y se hace entonces
un
silen
cio que
me
es difcil destruir.
N o vas a
la
escuela? me atrevo a preguntarle.
o
puedo
ir,
seor
me
responde
tengo que ayu-
dar
con
algo.
Ya
no
quiero hablar, ni
oir
nada ms.
Yo
s que este
mundo es una sola llaga sin necesidad de que alguien
me
lo
diga.
El me comprende
y no sigue hablando.
Es como
entre nosotros
existiera
un pacto
secreto para no
ponernos
ms tristes, entonces, restauramos el silencio que
momen-
tos antes se haba roto.
Pero todo
silencio es frgil, cada
otoo
es gris y miserable, cada palabra una lanza que
me
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hiere y me hace sangrar y la alegra demasiado fugaz para
que piense en ella.
Por
ejemplo all est Ivn
con
una ale
gra dentro de los ojos y
de
la voz cuya brevedad es prede
cible. Se
nos
acerca y
nos
dice:
Miguel
all est el carro de bomberos que
vaya
pe
dirles a los Reyes
Seala la vitrina; Miguel ni siquiera lo mira. Sigue
con
mis zapatos que ahora parecen diferentes
como
si fueran
otros o como si
otro
fuera el dueo de ellos.
Yo
me quedo
esperando a que responda y lo miro fijamente a los ojos. Ahora
Miguel el limpiabotas ahora Miguel el nio ahora Miguel
est triste. Le adivino detrs de la mirada un poquito de llu
via
como
si una llovizna muy fina le mojara
por
dentro se
humedece los labios y
vn vuelve
a decirle- los Reyes no van a venir este
ano.
Le ha hablado sin mirarlo. Sigue acariciando la piel de
mis zapatos. Ahora est ms serio
como
si estuviera pensan
do. Todo transfigurado.
Por
qu no van a venir Miguel? El ao pasado no
vinieron porque estaban enfermos pero t me dijiste que ya
estaban sanos verdad?
Ivn
le
dice
es hora de hablar claro de que te
diga la verdad
pero
tienes que prometerme que
no
te vas a
poner
triste
l le dice que no que no se va a poner triste
pero
ya
est triste; sus ojitos demasiado brillantes las rayas finas de
sus labios lucen demasiado firmes y delatan su tristeza. Ya no
soporto
ms. Los zapatos estn limpios y debera marchar
me pero
no
lo hago es entonces cuando le grito:
N o
puedes hacer eso Miguel
4
-
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Me
pongo
de pie y lo miro amenazante.
Este
mucha
cho
de diez aos quiere quitarle a Ivn el ms bello ideal que
tiene la infancia.
No puedo
permitirlo.
N
o creas en lo que te diga Miguel
le
digo mientras
mis dos manos se posan en su cabeza-o Si los Reyes no vie
nen
este ao es porque a lo mejor siguen enfermos
No se me pudo ocurrir nada ms estpido que decir
pero
ya
estaba dicho. Miguel me mir
con
brevedad y com
prend que nuestro pacto se haba roto que ya el silencio
haba dejado de tener importancia que haba otra tristeza ms
importante que la nuestra entonces mir a Ivn y le dijo con
decisin:
Los Reyes no van a venir este ao. Ivn ya no van a
volver ms
Pero
por
qu?
le
pregunta 1vn llorando.
Por
favor Miguel...
me
atrevo a decirle
pero
no
me
deja terminar
como
si
despus de todo yo
no
existiera.
Porque
los Reyes murieron en la revolucin; los ma
taron los yankis
Igual que a pap?
vuelve
a preguntar y ya su pe
quea garganta no puede sostener la voz. Las lgrimas se le
escapan de los ojos diminutos.
s
es Ivn
le
responde Miguel-. Los mataron pre
cisamente el mismo da que mataron a pap
4
-
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ita o riadne
e sbito lo ves acercarse
como
un blido y en los ojos
se te enciende el raro rojo de los atardeceres un rojo firme y
doloroso un rojo sangrante de tarde
moribund
que anun-
cia la
muerte
inminente del sol y la oscuridad
premonitor
de
la noche presientes que este rojo ocaso de color ardien-
te es un rojo de aurora boreal y t que jams has salido
lejos de la ciudad quizs como
hoy
unos cuantos kilme-
tros a la playa no sabes
cmo
puedes decir que este es un
rojo rojo y hasta
reconocer
que es un rojo boreal
cu ndo
este rojo te duele muy
dentro
de los ojos y de los huesos
un rojo recin llegado sin
estruendo
y sin lluvia sin rayo
luminoso y
con rdor
de
materia que se desintegra nunc
antes estos fotones encendidos haban estado tan cerca y
ahora quisieras no verlos quisieras no mirarlos pero es que
este rojo
im nt do
se te
h
clavado
en
el
fondo
de los ojos
reduciendo las ventanas redondas
por
donde
ellos miran la
tarde que le
hunde
el colmillo
al
horizonte certero
en la -
gular del da y piensas en Ariadne en la cita a las ocho en el
compromiso de llevarla
al
cine a ver aquella pelcula que su-
pone
que es buena porque se llama as
cmo
ella Ariadne; y
casi est acertada en su pronstico
-
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Hoy
en l
maana cuando te llam
por
telfono estu
viste a
punto
de decirle que lo mejor sera ir a
otro
cine, ver
otra pelcula, porque aquella l habas visto,
pero
pensaste
que se te iba a enojar, que te preguntara que
con
quin l
habas ido a ver, que por qu no l invitaste y fue entonces
cuando decidiste volver a verla y le dijiste que iras antes de
las
ocho
a buscarla y y te imaginas mirando l tipo que
h
olvidado l cita con su novia descansando en l arena de un
playa a las 4 p.m. mientras sus ojos se beben el jugo de naran
j de un sol que enciende en su memoria el
nombre
y l figura
de Ariadne, l cita, el compromiso de llevarla l cine y quizs
despus a
tom r un
caf y quin sabe
si
mejor y ms econ
mico tambin, dar una vuelta
por
el malecn y rebasarte to
dava ms de ese aire del
m r
del que y te sientes fatigado.
Pero no irs l malecn, ni l caf, sino directamente
hacia tu casa y de alli a la casa de Ariadne y de l casa de ella
hacia el cine, a ver el tipo aquel que olvida l cita
con
su no
via, y que corre desesperado
por l
autopista que viene de
l
playa en su pequeo Fiat azul muy claro
como
color de cielo
y que de
l
manera ms estpida se encuentra
con l
muerte,
mientras que Ariadne,
en
esta ciudad loca y retorcida como
un laberinto, en esta ciudad horrible y abominable, espera
intilmente, gritando
como
histrica, no
me
vengas
con
ex
cusas, Marcel: l nica que hubiese aceptado es l de tu muer
te y espera con las palabras cien veces ensayadas, mientras
Marcel se desangra entre
l
soledad y
l
oscuridad recin na
cida. Fumas mientras piensas en Marcel y en Ariadne, pien
sas en este sol que
no
acaba de marcharse, en esta oscuridad
tan parecida a l muerte, en este da ave fnix que se va defi
nitivamente sin dejar las cenizas, ni su
humo
ni el fuego que
enciende el cigarrillo, piensas en Marcel muriendo abando-
-
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nado mientras miras veloz el incendio que devora el hori-
zonte el colmillo que se clava invisible
en
las ltimas clarida-
des del da que le abre paso a esta hemorragia de fotones que
apagar la noche su hemoglobina el
humo
que se lleva
l
viento y
l
memoria el mar; la transfusin del rojo hacia
l
azul del mar tus ojos rojos la noche oscura que vendr des-
pus definitivamente antes de que el sol se oculte el otro
amanecer en las antpodas el sueo verdadero lejos de la vi-
gilia los cien kilmetros por hora el Mustang rojo en direc-
cin contraria
tu
Fiat azul
como
color de cielo el Mustang
rojo tu Fiat azul claro el encuentro inminente el volante a la
izquierda el freno el estallido
l
estruendo sin lluvia el rayo
luminoso la herida
en
la cabeza el dolor
en
el pecho el hori-
zonte
rojo la sangre que te corre por los ojos y te enrojece el
ocaso la definitiva noche que vendr despus y Ariadne en
l
ciudad esperando intilmente
al ado
del telfono la noti-
cia
que maana
aparecer
en
los diarios:
que un hombre
llamado Marcel tuvo
un
accidente
en
la autopista y que falle-
ci sin siquiera recibir los primeros auxilios .
45
-
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Los
relojes
Al principio fue el caos y en
todo
era nerviosismo
Las maletas hechas desde el da anterior esperaban arrinco-
nadas que yo
l s tomara que las pusiera dentro de la st tion y
que conmigo l s llevara l aeropuerto Mir l reloj que me
haba regalado yo mismo l da de mi cumpleaos y que toda-
va no acababa de pagar; un Patheque Phillipe por supuesto
y vi hora: las 9 y 20 de
l
maana ra tiempo y de que
tomara las maletas y las sacara de esa intil indiferencia de
esa absurda inamovilidad Pathek Phillip pensen
l
propa-
ganda hay uno entre cien mil relojes ni con una milsima de
segundo se atrasa Y yo no s
si
es cierto esto pero confo en
que todo siguiera como ha sido hasta ahora Casi un ao en
mi
poder
y ni siquiera
un
segundo
l
he corregido Las 9 y 25;
pienso que an es temprano que mi vuelo hacia New York
no sale hasta las once que sern tres horas y tres minutos de
vuelo y que cuando lleguemos en mi Pathek Filip sern las
dos y unos minutos ms Todo est dentro de l st tion ni-
camente falto yo y
no
me hago esperar Parece una maana
hermosa para salir de viaje
l cielo est limpio y despejado Me lo imagino todo;
la propina al maletero l chequeo en el
mostrador
de la
47
-
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compaa el
otro
chequeo
en
inmigracin por si tengo al-
gn impedimento
de salida
pero
tal y como lo preveo todo
funciona a las mil exactitudes: l
st tion
los chequeos mi
Pat Fil y yo. Y tambin las bocinas
por
donde
se escapa
una
voz histrica de mujer que anuncia la salida de mi vue-
lo; favor
abordar
el avin para l puerta de salida
nme
ro
dos
es tan dulce su
voz
que me incita a obedecerla
pero
no
l obedezco s que detrs de esta llamada habr
otras y me
quedo
mirando tranquilamente las bisuteras de
l
zona
franca. All tambin
encuentro
mi
Patheque
Philli-
pe inatrasable uno
entre
diez mil cien
entre
un milln
aristocrtico humilde en su aspecto pero preciso y hermo
so en su contenido: las 10 40. Dejo de mirar los Patheque
Filip los Omega los Rolex y los
Gerard
et Perregaux y me
acerco
l mostrador
de las bebidas
un
par
de litros
de ron
para los amigos y algunos cigarrillos criollos; as est bien
no
deseo nada ms y me retiro. Atravieso la
puerta nmero
dos y ya puedo ir
pensando
en el piloto pidiendo las ins-
trucciones a la torre de control.
Comenzamos
a
movernos
con
una
lentitud de espanto con los cinturones ajustados y
el letrero bilinge que pide a los pasajeros que no fumen y
dejamos all abajo como si estuviesen perdidos unos adio-
ses que
no nos
pertenecen y
cuando
se apaga el letrero
pro
hibitivo enciendo el
primer
cigarrillo del viaje le ofrezco
uno
al hombre que est
sentado
a mi derecha y l lo acepta
sonredo le
pregunto
que si va
en
viaje de negocios y res-
ponde
que
no
que desde hace tiempo vive en New
York
y
que vino a visitar a su familia. Mientras tanto l
aeromoza
hace las explicaciones con la mscara de oxgeno pero
no
l
escucho; est diciendo lo mismo de siempre.
usted va en viajes de negocios?
-me
pregunta.
48
-
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Le respondo que no que mi viaje es de paseo que ni-
camente vaya estarme all un par de semanas busca enton-
ces en el bolsillo de su saco una tarjeta
con
su direccin y su
nombre me
l
entrega y dice:
N odeje usted de visitarme
Yo comprometo mi palabra Me juro a m mismo que
ir a visitar a aquel
hombre
y a su familia Miro el
nombre
y l
direccin de l tarjeta:
Jonathan
Martnez Lawyer phone KI-
692600418 Jerome Avenue 1537 Apt 612 Le doy las gra-
cias y renuevo en mi mente l promesa A l izquierda
una
anciana con mejillas de clavel artificial
con
el rostro ajado y
l
mirada cansada desgrana las cuentas de un rosario Cierra
los ojos y es
como
si durmiera slo sus dedos estn despier-
tos La miro y l sealo a mi nuevo amigo para que l tambin
l vea y me dice en voz muy queda:
ay
mucha gente que se impresiona cuando viaja
y
ya
no
dice
una
palabra ms consulta su reloj y mue-
ve la cabeza faltan casi dos horas para llegar; es entonces
cuando
reparo en
su reloj en su
Patheque
Phillipe inatra-
sable waterproof shockproof automatic presurized an-
timagnetic Swissmade y
pienso
que mi amigo no
debe
ser
un don nadie Miro
entonces
el
mo con
la secreta
inten
cin de que
l lo vea
de
que sepa que
dentro
del avin
su
reloj
no
es el nico y observo que son las 12 y 10
No
podra asegurar que l lo
ha
visto est
demasiado
entrete
nido
tratando de sacarle fuego a su
encendedor
le
ofrezco
l
mo y
me
dice:
-Gracias
Entonces como que recuerda algo y me ofrece
l
cajeti-
lla de sus cigarrillos tomo uno y se l devuelvo Me da las
excusas
por no haberlo hecho antes y yo
l
consiento con
l
-
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mirada,
con
la cabeza y
con
una leve sonrisa que acompaa la
primera bocanada de humo.
Dnde piensa usted hospedarse?
me
pregunta.
Yo
le
respondo que aunque tengo muchos amigos en
New York, me vaya hospedar en el hotel Baltimore y l dice
Oh , como si dijera qu bien . El sobrecargo se nos acer-
ca
con
su mesita movible, interrumpe nuestro silencio y pre-
gunta si
deseamos tomar algo, yo ordeno un whisky a
la
roca
y Jonathan un Tom Collins. Aparte de esto, todo sigue tan
normal como antes. Por casualidad miro a la anciana de me-
jillas falsas, de arrugas saturadas de crema, de labios finos y
firmes, tenuemente rosados
y
cuando abre los ojos, le sonre
al
sobrecargo y le dice
con
la mirada que
no
desea nada, mien-
tras sus labios y sus manos deshacen en silencio un camino
de oraciones.
Pienso que debi ser muy
hermosa cuando
joven, su
nariz gallarda, casi atrevida, me lo dice.
Yana
encuentro
ms que decir y
conservo
mi silencio, dejando que el tiem-
po se filtre entre los pensamientos, permitiendo que los mur-
mullos que vienen de atrs se depositen dentro de mis o-
dos sin que
me
causen ningn efecto. Afuera, imagino unas
nubes
muy lejanas, el mar tambin, demasiado azul para
nuestros sueos. Cierro los ojos.
Dormito pero
mis senti-
dos vigilan. Cuando los abro miro a la anciana y ya
no
veo
el
rosario entre sus manos. Sigue todava sumida en un xta-
sis. Quisiera que ya hubisemos llegado. Miro
otra
vez mi
reloj para saber el
tiempo
que falta para arribar a nuestro
destino y son las
y 20.
Todo parece imposible, tiene marcado unas y 20 que
parecen eternas; qu est pasando? Lo acerco entonces a mi
odo y su corazn an late,
no
se han detenido sus pisadas,
50
-
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mi Patek Phillipe todava camina slo que el tiempo parece
haberse invertido que ha querido darle una ojeada a su pasa-
do; que ira a decir Jonathan si me pregunta la hora y no
acierto a decrsela? Pensar que mi Patheke Phillipe es un
fiasco un engao. Slo pienso en llegar a New York para
llevarlo a reparar.
Jonathan
me mira y me pregunta
si
me pasa
algo y yo le respondo casi sin abrir los labios:
no
s qu le
pasa a mi reloj parece estar caminando hacia atrs; quiere
decirme la hora? l entonces descubre su mueca izquierda
la mira fijamente y me responde:
Sonlas 3 y
15
Hace ms de una hora que debamos haber llegado
Consulto de nuevo mi reloj y veo que est bien que
marca unas 3 y 15 demasiado ntidas para que yo pudiese
haberme equivocado.
N ocomprendo
cmo pudo haber pasado digo por
todo comentario y
Jonathan
replica:
Tome las cosas con calma este es un riesgo que se
corre siempre.
Respiro brevemente. S que
Jonathan
tiene razn. En-
vidio su frialdad ante el peligro.
Observo
otra vez a mi Pathe-
que Phillipe y lo veo como siempre marcando con seguridad
los minutos y los segundos.
hora
son las 3 y 20. Compren-
do que es mi miedo el que lo complica todo. Que es mi mie-
do
el que detiene el tiempo y el que obliga
al
universo a girar
en sentido contrario. La anciana me mira y advierto que el
color se
ha
ausentado de su cara y que ahora luce ms vieja.
Se queda fijamente mirando el reloj que tengo en la mueca
con
un temblor en la voz me dice:
s
un Patheque Phillipe
Mi difunto esposo siem-
pre dese tener
uno
igual; me deja usted tocarlo?
51
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Le extiendo el brazo y ella lo acaricia con ternura; se
le
humedecen los ojos y retira la mano lentamente,
tiempo
que murmura:
Siempre
le
o decir que esos relojes tenan algo de
misterioso. Pudo haberlo comprado, pero su precisin pare-
ca asustarlo.
La anciana calla
y
cierra los ojos
otra
vez, como si qui-
siera
encontrar
el lugar invisible
en
donde se le
ha
escondi-
do
la
tersura de la piel. Me doy cuenta que ella al igual
que
yo tiene el miedo metido hasta la mdula.
n
ese instante se
escucha la
voz
del capitn
cuando
dice que vamos a iniciar
el descenso a pesar
de
la niebla. Una inquietud se apodera
de todos los pasajeros.
scucho
la
voz
que entre el enojo y
el desaliento exclama que ya debamos
haber
llegado, que
este vuelo ha tardado ms que de costumbre, que
van
a ser
las seis de la tarde y la extraa pregunta de la que debe ser
su esposa: ests seguro? . Me sacudo
de espanto cuando
la voz del hombre
responde
con irona: es
un
Pat Filip;
no lo olvides .
Confirmo la hora en mi reloj y reparo que
son
las
y
20, la hora del despegue. A travs de la bruma veo los altos
edificios. Sin que me queden dudas, estamos descendiendo
sobre
la
ciudad de
New
York. Slo
Jonathan
permanece inal-
terable, sonriendo maliciosamente me coloca una mano en el
hombro y me susurra:
o
se mortifique. Ya ver cmo todo se arregla. Deje
de pensar en lo que est sucediendo, puede que los Patheque
Phillipe no sean tan exactos como dicen.
Trato
de comprender intilmente lo que quiere decir-
me. Cierro entonces los ojos y espero.
52
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nclemoniwn
esde
este
penumbroso
rincn
en
donde los ltimos
rayos del sol apenas si me miran lo veo pensativo S que
desde hace tiempo
le
preocupa el problema de muerte Ms
de una vez me ha dicho que morir es demasiado rutinario
que desea una muerte diferente algo as
como
una mezcla de
accidente y suicidio y que a
la
vez se confunda
con
una muer-
te natural una especie de hbrido tridimensional Yo no s
qu ms decirle
st
pensando en esto demasiado Hay que
verlo
cmo
se cuida de no ser atropellado
por un
auto de
que no exista un escape del gas de estar abrigado cuando se
anuncia un cambio en la temperatura Sera horrible para l
morir igual que los dems quiere ser original en
la
muerte ya
que
no
ha
podido
serlo en
la
vida
Mientras habla me parece que de sbito me nacen arru-
gas muy profundas en
la
frente lo miro
con
pena y no
le
digo
nada A lo mejor piensa que esta
pobre
mujer no lo com-
prende que no s que
todo
esto tiene vital importancia para
un hombre
como l Qu habra sido de Scrates sin su ci-
cuta o de Sfocles sin su uva?
s
lo que me dice y me pide
que lo ayude La muerte de Scrates habra sido genial
si
hu-
biese habido en ella el ms mnimo intento de premeditacin
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7/25/2019 Digenes Valdez - Cuentos escogidos.pdf
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pero a l
todo el mundo
lo recuerda ms
por
su muerte que
por las tonteras que predic en las pedregosas calles de Ate-
nas. Lo de Sfocles fue ms lamentable; la gula le cerr el
gaote
al
pobre hombre
y zas ; habra que verlo tratando de
gritar deseando que alguien le diese
un
par de palmetazos en
la espalda que le hiciera expulsar la uva intrusa pero el infe-
liz solo
como
estaba nicamente atin a meterse
un
dedo en
la garganta y
ya
me lo imagino una tos detrs de la otra
como
los peldaos de una escalera y la uva en el centro de la traga-
dera sin querer subir ni bajar mientras al
pobre
Sfocles se le
acababa
todo
el aire que guardaba dentro y
no
le qued otra
alternativa que morir asfixiado.
Pero hoy la cosa es diferente; cada civilizacin engen-
dra sus peligros. Me lo dice a m que soy su mujer y a lo mejor
piensa que
no
le creo
pero todo
sera mejor si
no
leyera tan-
tas cosas.
e
seguir as va a volverse loco y me va a volver
loca a m tambin. Quisiera que salie