donde el corazon te lleve-sussana tamaro

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  • 7/29/2019 Donde El Corazon Te Lleve-sussana Tamaro

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    EDITOR: Rogelio Carvajal Dvila

    DONDE EL CORAZN TE LLEVETtulo original: VA OOVE n PORTA L CUORETradujo ELEONORGORGAde la edicin original en italiano@ 1994, Baldini & Castoldi S.R.L.D. R. @1995, EDITORIAL ATLNTIDA, S.A.Azopardo 579, Buenos Aires, ArgentinaD. R. @ 1996, EDITORIAL OCEANO DE MXICO, S.A. de C.~

    Eugenio Sue 59, Colonia Chapultepec PolancoMiguel Hidalgo, Cdigo Postal 11560,Mxico, D.F.~ 5279 9000 ~ 5279 9006~ [email protected] EDICIN / TRIGSIMA REIMPRESINISBN 970-651-641-7Quedan rigurosamenteprohibidas,sin la autorizacinescrita del editor, bajo as sancionesestablecidas n las leyes,la reproduccinparcial o total de esta obra por cualquier medioo procedimiento,comprendidos a reprografay el tratamientoinformtico, y la distribucin de ejemplares e el/a mediantealquilero prstamo blico,TMPRPSO P.N MXICO / PRINTED IN MEXICO

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    OPICINA, 16 DE NOVIEMBRE DE 1992

    T e fuiste hace dos meses y, desde hace dos meses, aparte deuna postal donde me comunicabas que todava estabas viva,no tengo noticias tuyas. Esta maana, en el jardn, me detuvelargo tiempo frente a tu rosa. Aunque todava es otoo avanza-do, se destaca con su color prpura, solitaria y arrogante entreel resto de la vegetacin ya extinguida. Teacuerdas de cuandola plantamos? Tenas diez aos y haca poco habas ledo Elprincipito. Yo te lo haba regalado como premio por haber pasa-do de ao. Quedaste encantada con la historia. De todos lospersonajes, tus preferidos eran la rosa y el zorro; por el contra-rio, no te gustaban el baobab,la serpiente, el aviador, ni tampo-co todos los hombres vacos y presuntuosos que vagaban sen-tados en sus minsculos planetas. Fue as como una maana,mientras desayunbamos, dijiste: "Quiero una rosa". Ante miobjecin en el sentido de que ya tenamos muchas, respondiste:"Quiero una que sea slo ma, quiero cuidar la, quiero hacerlacrecer". Por supuesto, adems de la rosa tambin queras unzorro. Con la astucia de los nios, habas expuesto el deseosimple antes que el casi imposible. Cmo poda negarte el zo-rro despus de haberte concedido la rosa? Discutimos muchosobre este punto y por fin nos pusimos de acuerdo en que fueraun perro.La noche antes de ir a buscarlo no pegaste un ojo. Cadamedia hora golpeabas a mi puerta y decas: "No puedo dor-mir". A las siete de la maana ya habas desayunado, te habasaseado y vestido; me esperabassentada en el silln con el abri-go puesto. A las ocho y media estbamos rente a la entrada dela perrera, todava cerrada. Mientras mirabas a travs de lareja, decas: "Cmo sabr cul es el mo?". Haba una gran

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    16ansiedad en tu voz. Yo te tranquilizaba: "No te preocupes -tedeca-, recuerda cmo el Principito domestic al zorro".Volvimos a la perrera tres das seguidos. Haba all msde doscientos perros y t queras verlos a todos. Te detenasante cada jaula, permanecas inmvil y absorta en medio deuna aparente indiferencia. Mientras tanto, los perros se echa-ban contra la red, ladraban, daban saltos, con las patas tratabande romper la malla. Junto a nosotros estaba a encargada de laperrera. Creyendo que eras una muchachita como las otras,para animarte te mostraba los ejemplares ms hermosos: "Miraese cocker", te deca. O: "Qu te parece aquellassie?". Portoda respuesta emitas una especie de gruido y seguas ade-lante sin escucharla.Encontramos a Buck al tercer da de aquel va crucis.Estaba en uno de los compartimientos traseros, de sos que seusaban para alojar a los perros convalecientes. Al llegar a lareja, en lugar de correr hacia nosotros como todos los dems, sequed sentado en su lugar sin levantar siquiera la cabeza."Aqul -exclamaste, sealndolo con el dedo. Quiero ese pe-rro que est all." Recuerdas a cara aterrada de la mujer? Nolograba entender cmo queras convertirte en la duea de esecuzco horrible. Claro, porque Buck era pequeo, pero dentrode su pequeez encerraba casi todas las razas del mundo. Lacabeza de lobo, las orejas suaves y bajas de perro de caza,las patas esbeltas de un perro pachn, la cola espumosa de unperro lul y el manto negro y reluciente de un doberman.Cuando entramos en la oficina para firmar los papeles, la em-pleada nos cont su historia. Lo haban arrojado desde un autoen movimiento a principios del verano. En la cada se habaherido gravemente y por esemotivo una de sus patas posterio-res colgaba como muerta.Ahora Buck est aqu, a mi lado. Mientras escribo, cadatanto suspira y acerca a punta de la nariz a mi pierna. El hocicoy las orejas ya se han vuelto casi blancos y sobre los ojos, desdehace algn tiempo, se le ha posado ese velo que siempre seposa sobre os ojos de los perros viejos. Me conmuevo al mirar-lo. Es como si aqu alIado estuviera una parte tuya, la parteque ms amo, aquella que, hace tantos aos, entre los doscien-tos huspedes del asilo, supo elegir el ms infeliz y feo.

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    17En estos meses, al vagar en medio de la soledad de lacasa, os aos de incomprensin y malhumor de nuestra rela-cin han desaparecido. Los recuerdos que me rodean son tus

    recuerdos de nia, cachorro vulnerable y confundido. Es a ellaa quien le escribo, no a la persona segura y arrogante de losltimos tiempos. Me lo ha sugerido la rosa. Esta maana, cuan-do pas a su lado, me dijo: "Toma un papel y escrbele unacarta". S que entre nuestros pactos del momento de tu partidaestaba el de no escribimos, y a mi pesar lo respeto. Estas neasjams emprendern el vuelo para reunirse contigo en EstadosUnidos. Si yo ya no estoy cuando vuelvas, estarn ellas espe-rndote. Por qu hablo as? Porque hace menos de un mes,por primera vez en mi vida, estuve mal, grave. Por lo tanto,ahora s que entre todas las cosas posibles se encuentra tam-bin sta: dentro de seis o siete meses tal vez ya no est aqupara abrirte la puerta, para abrazarte. Hace tiempo una amigame deca que en las personas que nunca sufrieron de nada, laenfermedad, cuando llega, se manifiesta de una manera inme-diata y violenta. A m me sucedi justamente eso una maana,mientras regaba la rosa, alguien apag la luz de improviso. Sila mujer del seor Razman no me hubiese visto a travs de lacerca que divide nuestros jardines, casi con seguridad a estashoras seras hurfana. Hurfana? Sedice as cuando muereuna abuela? No estoy muy segura. Quiz a los abuelos se losconsidera tan accesoriosque no hace falta un trmino para es-pecificar su prdida. De los abuelos no se es ni hurfano niviudo. Con toda naturalidad se dejan a un costado del camino,as como, por distraccin, a un lado del camino se abandonanlos paraguas.Cuando despert en el hospital, no me acordaba denada en absoluto. Con los ojos todava cerrados, tena la sensa-cin de que me haban crecido dos bigotes largos y finos, bigo-tes de gato. Apenas los abr me di cuenta de que se trataba dedos tubitos de plstico; salan de mi nariz y corran junto a loslabios. A mi alrededor slo haba unas mquinas extraas.Despus de unos das fui transferida a una habitacin normal,donde ya se encontraban otras dos personas. Mientras estabaall, una tarde vino a verme el seor Razman con la esposa."Todava est viva -me dijo. Gracias a su perro, que ladraba

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    18como loco."Cuando ya haba empezado a levantarme, entr en lahabitacin un joven mdico a quien haba visto otras dos vecesdurante las visitas. Tom una silla y se sent cerca de mi cama."Dado que no hay parientes que puedan ayudarla y decidirpor usted -dijo-, deber hablarle sin intermediarios y confranqueza." Hablaba y, mientras lo haca, ms que escucharlolo miraba. Tena labios delgados y, como t sabes, nunca megustaron las personas con los labios delgados. Segn l, mi es-tado de salud era tan grave que no me permita volver a casa.Me dijo el nombre de dos o tres asilos con asistencia de enfer-meras, a los que habra podido ir a vivir. Por la expresin de micara debe haber entendido algo, ya que en seguida agreg:-No piense en el viejo hospicio, ahora todo es distinto,hay habitaciones luminosas y grandes jardines para pasear.-Doctor -le dije entonces-, conocea los esquimales?-(::laro que los conozco -respondi, mientras se ponade pie.-Porque, mire, yo quiero morir como ellos.y dado que no pareca comprender, agregu:-Prefiero caer de cara contra las calabazasde mi huertoantes que vivir un ao ms clavada en una cama, en una habi-tacin de paredes blancas.En esemomento l ya haba llegado a la puerta. Sonreiacon aire malicioso.-Muchos hablan as -dijo antes de desaparecer-, peroen el ltimo momento todos corren aqu para hacerse cuidar,temblando como hojas.Tres das despus firm un papel ridculo en el cual de-claraba que, en caso de morirme, la responsabilidad sera ma yslo ma. Se lo entregu a una joven enfermera de cabeza pe-quea y dos enormes aros de oro y luego, con mis pocas pose-siones envueltas en una bolsita de plstico, me dirig a la para-da de los taxis.Apenas me vio aparecer tras la verja, Buck comenz acorrer en crculos como loco; luego, para hacer ms notoria sufelicidad, devast dos o tres canteros sin dejar de ladrar. Poruna vez, no tuve el coraje de retarlo. Cuando se me acerc conla nariz sucia de tierra, le dije: "Ves, mi viejo? Estamos otra

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    19vez juntos". Y le rasqu la parte trasera de las orejas.Durante los das siguientes hice poco o nada. Despusde ese ncidente, la parte izquierda del cuerpo ya no respondecomo antes a mis rdenes. La mano, sobre todo, se ha vueltolentsima. Como me da rabia que gane ella, hago de todo parausarla ms que la otra. Me at una cintita roja a la mueca pa-ra recordar que debo usar la izquierda en lugar de la derechacada vez que tengo que tomar una cosa. Mientras el cuerpofunciona no nos damos cuenta del gran enemigo que puedeser; si se cede en la voluntad de enfrentarlo aunque sea por unsolo instante, ya estamos perdidos.En fin, dada mi reducida autonoma, le di una copia delas llaves a la esposa de W alter. Es ella quien pasa todos losdas a verme y me trae lo que necesito.Mientras me paseabaentre la casa y el jardn, pensar enti se haba transformado en algo insistente, en una verdaderaobsesin. Ms de una vez llegu hasta el telfono y levant elauricular con intenciones de mandarte un telegrama. Sin em-bargo, todas las veces, apenas contestaba el conmutador, deci-da no hacerlo. Por la noche, sentada en un silln -ante m elvaco y alrededor el silencio- me preguntaba qu sera mejor.Qu sera mejor para ti, naturalmente, no para m. Para m, porcierto, sera mucho ms hermoso irme contigo alIado. Estoysegura de que, si te hubiera avisado lo de mi enfermedad, ha-bras interrumpido tu estancia en Estados Unidos para apresu-rarte a volver. Y uego? Luego tal vez yo hubiera vivido otrostres, cuatro aos, quiz en silla de ruedas, quiz atontada, y t,por deber, me habras cuidado. Lo habras hecho con dedica-cin, pero, con el tiempo, esa dedicacin se habra convertidoen rabia, en rencor. En rencor porque los aos habran pasa-do y t habras desperdiciado tu juventud; porque mi amor,con un efecto de bumerang, habra limitado tu vida a un calle-jn sin salida. As deca en mi interior la voz que no querallamarte por telfono. Pero apenas decida que ella tena razn,en seguida apareca en mi mente una voz contraria. Qu tehabra pasado, me preguntaba, si en el momento de abrirsela puerta, en vez de encontrarnos a m y a Buck de fiesta, hubie-ras encontrado la casa vaca, deshabitada desde tiempo atrs?Existe acaso algo ms terrible que un regreso imposible de

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    20llevar a cabo? Si te hubiera llegado un telegrama con la noticiade mi desaparicin, no habras pensado en una especie detraicin? En un desaire?Dado que en los ltimos meseshabasestado muy descorts conmigo, yo me marchaba sin avisarte.Eso no habra sido un bumerang sino una vorgine; creo quedebe resultar casi imposible sobrevivir a algo similar. Loque debas decirle a la persona querida queda para siempredentro de ti; ella est bajo tierra y no puedes mirarla a los ojos,abrazarla, decirle lo que an no le habas dicho.Los das pasaban y yo no tomaba ningn tipo de deci-sin. Luego, esta maana, la sugerencia de la rosa. Escrbeleuna carta, un pequeo diario de tus das que siga hacindo-le compaa. Y entonces heme aqu, en la cocina, con un viejocuaderno tuyo delante, mordisqueando un lpiz como un ni-o que tiene dificultades con su tarea. Un testamento? No pro-piamente, ms bien algo que te siga a travs de los aos, algoque puedas leer cada vez que sientas la necesidad de tenermecerca. No temas, mi intencin no es pontificar ni entristecerte;slo deseo charlar un poco con la intimidad que nos una en untiempo y que, en los ltimos aos, hemos perdido. Por habervivido mucho y haber dejado detrs de m a tantas personas,ahora s que los muertos no pesan tanto por su ausencia, sinopor aquello que -entre ellos y nosotros- no fue dicho.Mira, yo me encontr hacindote de madre hace ya mu-chos aos, a la edad en que habitualmente slo se es abuela.Eso tuvo muchas ventajas. Ventajas para ti, porque una abue-la mam es siempre ms atenta y ms buena que una mammam, y ventajas para m porque, en vez de estupidizarmecomo mis coetneasentre una canastay una velada en casa, uiempujada una vez ms, con prepotencia, por el flujo de la vida.Sin embargo, en cierto momento algo se rompi. La culpa noera ni ma ni tuya, sino de las leyes de la naturaleza.La infancia y la vejez se parecen. En ambos casos, pormotivos distintos, uno est ms bien inerme; todava no se es-o ya no se es- partcipe de la vida activa, y esto permitevivir con una sensibilidad sin esquemas,abierta. Es durante laadolescencia cuando comienza a formarse una coraza invisiblealrededor de nuestro cuerpo. Se forma en la adolescencia ysigue engrosando durante toda la edad adulta. El proceso

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    20llevar a cabo? Si te hubiera llegado un telegrama con la noticiade mi desaparicin, no habras pensado en una especie detraicin? En un desaire?Dado que en los ltimos meseshabasestado muy descorts conmigo, yo me marchaba sin avisarte.Eso no habra sido un bumerang sino una vorgine; creo quedebe resultar casi imposible sobrevivir a algo similar. Loque debas decirle a la persona querida queda para siempredentro de ti; ella est bajo tierra y no puedes mirarla a los ojos,abrazarla, decirle lo que an no le habas dicho.Los das pasaban y yo no tomaba ningn tipo de deci-sin. Luego, esta maana, la sugerencia de la rosa. Escrbeleuna carta, un pequeo diario de tus das que siga hacindo-le compaa. Y entonces heme aqu, en la cocina, con un viejocuaderno tuyo delante, mordisqueando un lpiz como un ni-o que tiene dificultades con su tarea. Un testamento? No pro-piamente, ms bien algo que te siga a travs de los aos, algoque puedas leer cada vez que sientas la necesidad de tenermecerca. No temas, mi intencin no es pontificar ni entristecerte;slo deseo charlar un poco con la intimidad que nos una en untiempo y que, en los ltimos aos, hemos perdido. Por habervivido mucho y haber dejado detrs de m a tantas personas,ahora s que los muertos no pesan tanto por su ausencia, sinopor aquello que -entre ellos y nosotros- no fue dicho.Mira, yo me encontr hacindote de madre hace ya mu-chos aos, a la edad en que habitualmente slo se es abuela.Eso tuvo muchas ventajas. Ventajas para ti, porque una abue-la mam es siempre ms atenta y ms buena que una mammam, y ventajas para m porque, en vez de estupidizarmecomo mis coetneasentre una canastay una velada en casa, uiempujada una vez ms, con prepotencia, por el flujo de la vida.Sin embargo, en cierto momento algo se rompi. La culpa noera ni ma ni tuya, sino de las leyes de la naturaleza.La infancia y la vejez se parecen. En ambos casos, pormotivos distintos, uno est ms bien inerme; todava no se es-o ya no se es- partcipe de la vida activa, y esto permitevivir con una sensibilidad sin esquemas,abierta. Es durante laadolescencia cuando comienza a formarse una coraza invisiblealrededor de nuestro cuerpo. Se forma en la adolescencia ysigue engrosando durante toda la edad adulta. El proceso

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    22aeropuerto, y a cada cosa que te recomendaba llevar, respon-das: "Voy a los Estados Unidos, no al desierto". En la puerta,cuando te grit con mi voz odiosamente chillona: "Cudate!",sin ni siquiera darte vuelta me saludaste diciendo: "Cuida aBuck y a la rosa".En el momento, sabes, qued un poco desilusionadapor ese saludo tuyo. Como buena vieja sentimental que soy,me esperabaalgo distinto y ms trivial, algo como un beso o unafrase afectuosa. Apenas por la noche, en que no consegua dor-mirme y vagaba en camisn por la casa vaca, me di cuentade que cuidar a Buck y a la rosa quera decir cuidar la partetuya que sigue viviendo junto a m, tu parte feliz. Y me di cuen-ta de que en la sequedad de aquella orden no haba insensibili-dad sino la tensin extrema de una persona a punto de llorar.Es la coraza de la que hablaba antes. T todava la tienes tanajustada que casi no respiras. Recuerdas o que te deca losltimos tiempos? Las lgrimas que no salen se depositan en elcorazn, con el tiempo lo van recubriendo y paralizando comoel sarro recubre y paraliza los engranajes de una lavadora.Lo s, mis ejemplos sacadosdel universo de la cocina, enlugar de hacerte reir te hacen bufar. Resgnate:cada uno se ns-pira en el mundo que conoce mejor.Ahora debo dejarte. Buck suspira y me mira con ojosimplorantes. Tambin en l se manifiesta la regularidad de lanaturaleza. En todas las estaciones,sabe la hora de la comidacon la precisin de un reloj suizo.

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    18 DE NOVIEMBRE

    Anoche cay una fuerte lluvia. Era tan violenta que msde una vez me despert a causa del ruido que haca al gol-pear contra los postigos. Esta maana, cuando abr los ojosconvencida de que el tiempo todava era malo, goc argo ratodel calor de las frazadas. Cmo cambian las cosascon los aos!A tu edad yo era una especie de lirn; si nadie me molestaba,poda dormir hasta la hora de almorzar. Ahora en cambio,siempre estoy despierta antes del alba. De esemodo los das sehacen largusimos, interminables. Hay crueldad en todo esto,no crees?Por otra parte, las horas de la maana son las msterribles, no hay nada que sirva de distraccin; te quedas ally sabes que tus pensamientos slo pueden volver atrs. Lospensamientos de un viejo no tienen futuro, por lo general sontristes y, si no tristes, melanclicos. Me he preguntado a menu-do acercade esta particularidad de la naturaleza. El otro da, enla televisin, vi un documental que me hizo reflexionar. Se ra-taba de los sueos de los animales. En la escala zoolgica, delos pjaros para abajo, todos los animales suean mucho. Sue-an los herrerillos y las palomas, las ardillas y los conejos, osperros y las vacas echadas en el prado. Suean, pero no to-dos de la misma manera. Los animales que por naturaleza sonobjeto de rapia tienen sueos breves, ms que sueos verda-deros y reales son apariciones. Por el contrario, los rapaces tie-nen sueos complicados y largos. "Para los animales -deca ellocutor- la actividad onrica es un modo de organizar las es-trategias de supervivencia; quien caza debe elaborar manerassiempre nuevas de obtener alimento; quien es cazado -y elalimento lo encuentra por lo general ante s en forma de hier-ba- slo debe pensar en la forma ms veloz de huir ." En con-

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    24clusin, el antlope, al dormir, ve ante s la pradera abierta; encambio, el len, en una continua y variada repeticin de esce-nas, ve todas las cosasque deber hacer para poder comerse alantlope. Debe ser as, me dije entonces, de joven se es carnvo-ro y de viejo, herbvoro. Porque cuando se es viejo, adems dedormir poco, no se tienen sueos o, si se tienen, no queda surecuerdo. De joven y de nio, en cambio se suea ms, y lossueos tienen el poder de determinar el humor del da. Re-cuerdas cmo llorabas al despertarte, los ltimos meses? Es-tabas all sentada, frente a la taza de caf, y las lgrimas tebajaban silenciosas por las mejillas. Entonces yo te preguntabapor qu llorabas y t, desconsolada o rabiosa, decas: "No los". A tu edad hay muchas cosas que deben ponerse en su lu-gar dentro de uno mismo; hay proyectos y, en los proyectos,inseguridades. La parte inconsciente no tiene un orden o unalgica clara; con los residuos del da, exagerados y deformes,mezcla las aspiraciones ms profundas; entre las aspiracionesprofundas ensarta las necesidades del cuerpo. De esa manera,si uno tiene hambre, suea con que se encuentra sentado a lamesa y no logra comer; si tiene fro, que est en el Polo Norte yno tiene abrigo; si hemos sufrido un desaire, nos convertimosen guerreros sedientos de sangre.Qu sueos tienes all, entre los cactus y los cowboys?Me gustara saberlo. Qu tal si de vez en vez aparezco yo enmedio de todo eso, quiz vestida de piel roja? Qu tal si apa-rece Buck como presa de un coyote? Sientesnostalgia? Pien-sas en nosotros?Ayer por la noche, mientras lea sentada en el silln, derepente o en el cuarto un ruido rtmico; al alzar la cabeza dellibro, vi a Buck que, mientras dorma, golpeteaba el piso con lacola. Por la expresin feliz del hocico, estoy segura de que tevea frente a l; tal vez acababasde rgresar y te haca fiestas, orecordaba algn paseo especialmente hermoso que hicieronjuntos. Los perros son muy permeables a los sentimientos hu-manos; con la convivencia desde la noche de los tiempos noshemos vuelto casi iguales. Por eso tantas personas os detestan.Ven demasiadas cosasde ellas mismas reflejadas en su miradatiernamente pusilnime, cosas que preferiran ignorar. Bucksuea a menudo contigo en estos tiempos. Yo no consigo ha-

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    25cerlo, o tal vez lo hago, pero no puedo recordarlo.Cuando era pequea, vivi un tiempo en nuestra casauna hermana de mi padre, viuda desde haca poco. Tenapasin por el espiritismo y, en cuanto mis padres no podanvernos, en los rincones ms oscuros y escondidos me instruaacerca de los poderes extraordinarios de la mente. "Si quierestomar contacto con una persona lejana -me deca- debesapretar su foto en una mano, hacer una cruz compuesta portres travesaos y luego decir que ya ests ah." De esa manera,segn ella, habra podido obtener la comunicacin telepticacon la persona deseada.Esta tarde, antes de ponerme a escribir, hice justamen-te eso. Eran alrededor de las cinco, donde t ests deba serde maana. Me viste? Me sentiste? Yo te descubr en uno deesosbares embaldosados y llenos de luces en los que se comensandwiches de roast beef; te distingu en seguida entre esegen-to multicolor porque llevabas puesto el ltimo chaleco que tehice, el de los ciervos rojos y azules. Sin embargo, la imagenfue tan breve y tan exageradamente similar a las de las pelcu-las para televisin, que no tuve tiempo de ver la expresin detus ojos. Eres eliz? Eso es o que me interesa ms que ningunaotra cosa.Recuerdascuntas discusiones tuvimos para decidir siera justo o no que yo financiara tu larga estada de estudio enel extranjero? T sostenas que era absolutamente necesario,que para crecer y abrir la mente tenas necesidad de irte, dedejar el ambiente asfixiante en el que habas crecido. Acaba-bas de terminar la escuela preparatoria y andabas a ciegas enmedio de la oscuridad ms absoluta con respecto a lo que ha-bras querido cuando fueras mayor. De pequea tenas innu-merables pasiones: queras ser veterinaria, exploradora, mdi-ca de nios pobres. De estos deseosno haba quedado el menorrastro. La apertura inicial que habas manifestado hacia tusiguales, con los aos se fue cerrando; todo aquello que era fi-lantropa, deseo de comunin, en un lapso muy breve se con-virti en cinismo, soledad, concentracin obsesiva en tu des-tino infeliz. Si en la televisin apareca por casualidad algunanoticia particularmente cruda, te burlabas de mis palabrascompasivas diciendo: "A tu edad de qu te asombras? Toda-

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    26va no sabes que la seleccin de las especies es lo que gobiernaal mundo?".Las primeras veces, ese tipo de comentarios me dejabasin aliento, me pareca que tena un monstruo a mi lado; obser-vndote con el rabillo del ojo, me preguntaba de dnde habrassalido, si era eso lo que te haba enseado con mi ejemplo.Nunca te contest, pero intua que la poca del dilogo habaterminado; cualquier cosa dicha por m slo habra producidoun choque. Por un lado tena miedo de mi fragilidad, de la pr-dida intil de las fuerzas; por el otro, intua que la disputaabierta era justo lo que buscabas, que despus de la primerahabra habido otras, cada vez ms, cada vez ms violentas. De-bajo de tus palabras, yo perciba que fermentaba la energa,una energa arrogante, lista para explotar y contenida con es-fuerzo; mi atenuacin de las asperezas, mi fingida indiferenciaante tus ataques, te obligaron a buscar otros caminos.Entonces me amenazaste con irte, con desaparecer demi vida sin dar ms noticias. Acaso esperabas la desesperacin,las splicas humildes de una vieja. Cuando te dije que irte serauna buena idea, comenzaste a vacilar, parecas una serpienteque, una vez alzada la cabeza de golpe, con las fauces abiertasy lista para atacar, al mismo tiempo no ve ante s nada contra locual arrojarse. Entonces empezaste a pactar, a hacer propues-tas; las hiciste variadas e inciertas hasta el da en que, con reno-vada seguridad, frente al caf me anunciaste: "Me voy a Esta-dos Unidos".Acept aquella decisin como las otras, con amable inte-rs. No quera, con mi aprobacin, empujarte a que hicieraselecciones apresuradas que en el fondo no sentas. En las sema-nas siguientes continuaste hablndome de la idea de los Es-tados Unidos. "Si voy un ao all -repetas obsesionada- porlo menos aprendo un idioma y no pierdo tiempo." Te irritabasterriblemente cuando te haca notar que perder tiempo no estan grave. Sin embargo, el colmo de la irritacin lo alcanzasteen el momento en que te dije que la vida no es una carrera sinoun tiro al blanco: no es el ahorro de tiempo lo que cuentasino la capacidad de encontrar un centro. Haba dos tazas so-bre la mesa, que en seguida hiciste volar al barrer las con el bra-zo, y luego rompiste a llorar. "Eres estpida -decas, escon-

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    27diendo el rostro con las manos-, eres estpida. No entiendesque es justo eso lo que quiero?" Durante semanas habamossido como dos soldados que, despus de enterrar una mina enun campo, prestan atencin para no pasar sobre ella. Sabamosdnde estaba,qu era, y caminbamos distantes, fingiendo quelo que deba temerse era otra cosa. Cuando estall y t solloza-bas dicindome no entiendes nada, nunca entenders nada,deb hacer enormes esfuerzos para no dejarte intuir mi des-aliento. Tu madre, el modo en que te concibi, su muerte, detodo eso no te habl jams, y el hecho de que lo callara te lleva creer que no exista, que era poco importante. O acaso o tie-nes en cuenta, pero en lugar de manifestarlo lo guardas en tuinterior, de otro modo no puedo explicarme ciertas miradastuyas, ciertas palabras cargadas de odio. De ella, salvo el vaco,no tienes otros recuerdos: eras todava muy pequea el da enque muri. Yo, en cambio, conservo en mi memoria treinta ytres aos de recuerdos, treinta y tres ms los nueve meses quela llev en mi seno.

    Cmo puedes pensar que la cuestin me deja indife-rente? Si no enfrent antes el tema, por mi parte slo hubo pu-dor y una buena dosis de egosmo. Pudor porque era inevitableque al hablar de ella debiera hablarte de m, de mis culpas ver-daderas o presuntas; egosmo porque esperaba que mi amorfuera tan grande como para compensar la falta del suyo, paraimpedirte que un da sintieras nostalgia y me preguntaras:"Quin era mi madre, por qu muri?".Mientras fuiste pequea, untas ramos felices. Eras unania llena de alegra, pero en tu alegra no haba nada de super-ficial, de frvolo. Era una alegra en la cual siempre estaba alacecho la sombra de la reflexin; de la risa pasabas al silenciocon una facilidad sorprendente. "Qu te pasa, en qu pien-sas?", te preguntaba entonces. Y t, como si hablaras de la me-rienda, me contestabas: "Pienso si el cielo termina o si siguehasta el infinito". Estaba orgullosa de que fueras as; tu sensibi-lidad se pareca a la ma, no me senta grande o distante, sinotiernamente c6mplice. Me forjaba ilusiones, quera engaarmey creer que todo sera siempre as. Pero, por desgracia, no so-mos seres suspendidos en pompas de jabn, errabundos y feli-

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    28ces en el aire; hay un antes y un despus en nuestras vidas, yeste antes y despus pone trampas a nuestros destinos, se posasobre nosotros como una red sobre la presa. Se dice que lasculpas de los padres caen sobre los hijos. Es cierto, muy cierto:las culpas de los padres caen sobre los hijos, las de los abuelossobre los nietos, las de los bisabuelos sobre los bisnietos. Hayverdades que llevan en s mismas un sentido de liberacin yotras que imponen el sentimiento de lo terrible. sta pertenecea la segunda categora. Dnde termina la cadena de las cul-pas? EnCan? Esposible que todo deba remontarse tan lejos?Hay algo detrs de esto? Cierta vez, en un libro hind le queel hado posee todo el poder, mientras que el esfuerzo de volun-tad es slo un pretexto. Despus de haberlo ledo, me sentinvadida por una gran paz interior. Sin embargo, ya al da si-guiente pocas pginas ms adelante, encontr escrito que elhado no es ms que el resultado de las accionespasadas; somosnosotros, con nuestras manos, quienes forjamos nuestro propiodestino. De esa manera volv al punto de partida. Me pregun-t dnde est el cabo de la madeja en todo esto. Cul es el hiloque se desenreda? Esun hilo o una cadena?Sepuede cortar,romper, o nos envuelve para siempre?Mientras tanto, corto yo. Mi cabezaya no es a que solaser; las ideas estn siempre, claro, no ha cambiado el modo depensar sino la capacidad de mantener un esfuerzo prolongado.Ahora estoy cansada, a cabezame da vueltas como cuando dejoven trataba de leer un libro de filosofa. Ser, no ser, inmanen-cia... A las pocas pginas experimentaba el mismo aturdimien-to que se siente al viajar en camin por caminos de montaa.Por el momento te dejo, voy un rato a estupidizarme frente aesa amada odiada cajita que est en la sala.

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    20 DE NOVIEMBRE

    De nuevo aqu, tercer da de nuestro encuentro. O mejor di-cho, cuarto da y tercer encuentro. Ayer estaba an cansada queno pude escribir nada y tampoco leer. Por sentirme inquieta ysin saber qu hacer, estuve vagando todo el da entre la casay el jardn. El aire era bastante suave y en las horas ms clidasme sent en la banca de jardn que est junto a la verja. A mialrededor, el prado y los canteros se hallaban en el ms com-pleto desorden. Al mirarlos, record la pelea por las hojas ca-das. Cundo sucedi? El ao pasado? Hacedos aos?Habatenido una bronquitis que tardaba en irse, todas las hojas yaestaban sobre el pasto, se arremolinaban aqu y all llevadaspor el viento. Cuando me asom a la ventana, me invadi unagran tristeza; el cielo estaba oscuro, afuera haba un gran airede abandono. Fui a buscarte a tu cuarto; estabasechada en lacama con los auriculares pegados a las orejas.Te ped por favorque rastrillaras las hojas. Para hacerme oir deb repetir la frasevarias veces, cada vez en voz ms alta. Te encogiste de hom-bros diciendo: "Y por qu? En la naturaleza nadie las recoge,se quedan all hasta pudrirse y eso estbien". En aquella poca,la naturaleza era tu gran aliada, lograbas ustificar todo con susleyes inquebrantables. En lugar de explicarte que un jardn esuna naturaleza domesticada, una naturalezaperro que cadaao se parece ms a su dueo y que justamente como un perrotiene necesidad de continuas atenciones, me retir a la sala sinagregar otra cosa. Poco despus, pasastedelante de m para ira buscar algo de comer al refrigerador, y viste que estaba lo-rando, pero no le diste importancia. Slo a la hora de la cena,cuando otra vez saliste de repente del cuarto y preguntaste"qu se come?", te diste cuenta de que todava estaba all y

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    30segua llorando. Entonces uiste a la cocinay empezaste traji-nar ante las hornillas. "Qu prefieres? -gritabas de un cuartoal otro. Budn de chocolate o un buuelo?" Habas compren-dido que mi dolor era verdadero y tratabas de mostrarte agra-dable, de darme placer de alguna manera. A la maana si-guiente, apenas abr los postigos, te vi sobre el csped; llovafuerte, tenas puesto el impermeable de hule amarillo y rastri-llabas las hojas. Cuando a eso de las nueve volviste a entrar,hice como que no pasaba nada, saba que lo que ms odiabasera esa parte tuya que te induca a ser buena.Esta maana, mientras miraba desolada los canteros deljardn, pens que de veras debera llamar a alguien para elimi-nar la negligencia en que he cado durante y despus de la en-fermedad. Lo pienso desde que sal del hospital y, sin embar-go, nunca me decido. Con el curso de los aos naci en m ungran afn por ocuparme del jardn; no renunciara por nada delmundo a regar las dalias, a sacar de una rama una hoja muerta.Es extrao, porque de joven me molestaba mucho ocuparmede su cuidado: tener un jardn, ms que un privilegio, me pare-ca un fastidio. En realidad, era suficiente relajar la atencinun da o dos para que en seguida, en ese orden fatigosamenteconseguido, se insertara de nuevo el desorden, y el desordenme disgustaba ms que ninguna otra cosa. No tena un centroen mi interior, y por lo tanto no soportaba ver afuera aque-llo que tena adentro. Tendras que habrmelo recordadocuando te ped que rastrillaras las hojas!

    Hay cosasque se pueden comprender a cierta edad y noantes: entre ellas, la relacin con la casa, con todo lo que estadentro y a su alrededor. A los sesenta,a los setenta aos, com-prendes de repente que el jardn y la casaya no son un jardn yuna casa donde vives por comodidad, o por casualidad o porbelleza, sino que son tu jardn y tu casa, te pertenecen comola valva pertenece al molusco que vive adentro. Formaste lavalva con tus secreciones,en sus volutas est grabada tu histo-ria, la casacaparazn e envuelve, est encima de ti, a tu alrede-dor; quiz ni siquiera la muerte la liberar de tu presencia, delas alegras y de los sufrimientos que experimentaste en su in-terior. Ayer por la noche no tena deseosde leer, de modo que

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    31mir la televisin. Para decir la verdad, ms que mirarla la es-cuch, porque despus de ni siquiera media hora de programa,me adormec. Oa las palabras en fragmentos, un poco comocuando en el tren uno cae en un estado de semivigilia y lasconversaciones de los otros pasajerosnos llegan en forma inter-mitente, privadas de sentido. Transmitan una encuesta perio-dstica sobre las sectasde fines del milenio. Haba distintas en-trevistas a santones verdaderos y simulados, y de su torrentede palabras muchas veces leg a mis odos el trmino karma.Apenas lo escuch,me vino a la mente la cara de mi profesorde filosofa de la preparatoria.

    Era joven y, para aquella poca, muy anticonformista.Al explicar a Schopenhauer nos haba hablado un poco de lasfilosofas orientales y, de paso, nos introdujo en el concepto delkarma. En esa ocasin no prest mucha atencin al tema; lapalabra y lo que expresaba me haban entrado por una oreja ysalido por la otra. Durante muchos aos me qued subyacentela sensacin de que era una especie de ley del talin, algo ascomo el ojo por ojo, diente por diente, o quien la hace, a paga.Me volvi a la memoria slo cuando la directora del jardn denios me llam para hablarme de tus comportamientos extra-os, el karma y lo que con l se vincula. Habas revolucionadoa toda la escuela. De buenas a primeras, durante la hora dedi-cada a l narracin libre, te habas puesto a hablar de tu vidaprecedente. Las maestras, en un primer momento, pensaronen una excentricidad infantil y trataron de minimizar tu histo-ria, de hacerte caer en contradicciones. Pero t no caste, nclu-so dijiste unas palabras en una lengua que nadie conoca.Cuando el hecho se repiti por tercera vez, fui convocada porla directora de la escuela.Por tu bien y el de tu futuro me acon-sejaron hacerte controlar por un psiclogo. "Con el trauma queha tenido -me dijo- es normal que se comporte as, que tra-te de evadir la realidad." Por supuesto, nunca te llev a ningnpsiclogo, me parecas una nia feliz, me inclinaba ms a creerque aquella fantasa tuya no deba atribuirse a un malestar pre-sente sino a un orden distinto de las cosas.Despus de ese epi-sodio, nunca te impuls a hablarme de l, ni tampoco t, poriniciativa propia, sentiste necesidad de hacerlo. Tal vez olvi-daste todo el mismo da en Que o dijiste frente a tus aterradas

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    32maestras.Tengo la sensacin de que en los ltimos aos se hapuesto de moda hablar de estascosas:en una poca eran temaspara unos pocos elegidos, en cambio ahora estn en boca detodos. Hace tiempo, en un diario, le que en Estados Unidoshasta existen grupos de auto conciencia respecto de la reencar-nacin. La gente se rene y habla de las vidas precedentes. Deese modo, el ama de casa dice: "En el siglo XIX, en Nueva Or-lans, yo era una mujer de la calle, por eso ahora no consigoserIe fiel a mi marido", mientras el empleado de la estacin deservicio, racista, encuentra la razn de su odio en el hecho dehaber sido devorado por los bantes durante una expedicinen el siglo XVI. Qu tristes tonteras! Una vez perdidas las ra-ces de la propia cultura, se trata de remendar con las existen-cias pasadas lo gris e incierto del presente. Si el ciclo de cadavida tiene un sentido, creo yo, es por cierto un sentido biendiferente.En la poca de los sucesosdel jardn de nios, me habaconseguido unos libros; para entender e mejor intent saberalgo ms sobre el tema. Justamente en uno de esos ensayosapareca escrito que los nios capaces de recordar con preci-sin su vida anterior son los que murieron en forma precoz yviolenta. Ciertas obsesiones nexplicables a la luz de tus expe-riencias de nia -el gas que sala por los caos, el temor deque todo pudiera explotar de un momento a otro- me impul-saban a elegir este tipo de explicacin. Cuando estabascansadao ansiosa, o durante el abandono del sueo, te asaltaban terro-res irracionales. No era el cuco lo que te asustaba,ni las brujaso los ogros, sino el temor repentino de que en cualquier mo-mento el universo de las cosas uera atravesado por una explo-sin. Las primeras veces, no bien aparecas aterrorizada en micuarto, en medio de la noche, me levantaba y con palabras dul-ces e acompaaba de regreso al tuyo. All, echada en l,acama ysin soltarme la mano, queras que te contara historias que ter-minaran bien. Por miedo a que dijera algo inquietante, primerome describas el argumento con todo detalle y yo no haca msque repetir servilmente tus instrucciones. Repeta el cuentouna, dos, tres veces; cuando me levantaba, convencida de quef-~ h:'lh1:'1~ ('~lm~d{). pn la Duerta me alcanzaba tu voz quejum-

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    33brosa: "Es as? -preguntabas. En verdad termina siempreas?". Entonces yo retroceda, te besaba en la frente, y te de-ca: "No puede terminar de ninguna otra manera, querida, te loluro". Otras noches, por el contrario, aun cuando no me gusta-ba que durmieras conmigo -a los nios no les hace bien dor-mir con los viejos-, no tena coraje para mandarte de nuevo atu cama. En cuanto senta tu presencia junto a la mesa de no-che, sin darme vuelta te tranquilizaba: "Est todo bajo control,no explota nada, vuelve a tu cuarto". Despus inga caer en unsueo inmediato y profundo. Entonces perciba que tu respira-cin leve se inmovilizaba un instante; al cabo de unos segun-dos el borde de la cama cruja dbilmente, con movimientoscautelosos te deslizabas a mi lado y te dormas, exhausta comoun ratoncito que, luego de un gran susto, llega por fin al calorde la guarida. Al amanecer, para hacerte el juego, te tomaba enbrazos, tibia, relajada, y te llevaba de vuelta a tu cuarto paraque terminaras de dormir all. En el momento de despertar, eramuy raro que recordaras algo, casi siempre estabasconvencidade haber pasado la noche en tu cama.Cuando estos ataques de pnico te asaltaban durante elda, te hablaba con dulzura. "No ves que la casa es muy fuer-te? -te deca. Mira qu gruesas son las paredes, cmopuedespensar que van a explotar?" Pero todos mis esfuerzos paratranquilizarte eran intiles. Con ojos extraviados, no dejabas demirar el vaco y de repetir: "Todo puede explotar". Nunca dejde preguntarme qu significaban esos errores tuyos. Qu erala explosin? Poda ser el recuerdo de tu madre, de su fin tr-gico y repentino? Perteneca al vez a aquella vida que coninslita ligereza habas relatado a las maestras del jardn denios? O eran las dos cosas untas, mezcladas en algn lugarinalcanzable de tu memoria? Quin sabe. A pesar de lo que sedice, creo que en la cabeza del hombre todava hay ms som-bras que luz. Sin embargo, en el libro que haba compradoaquella vez se afirmaba que los nios capacesde recordar otrasvidas se encuentran con ms frecuencia en la India y en Orien-te, en los pases donde el concepto mismo es tradicionalmenteaceptado. No me es difcil creerlo. Imagnate si un da yo mehubiera acercado a mi madre y, sin aviso previo, hubiera co-

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    34menzado a hablarle en otro idioma, o que le hubiera dicho:"No te soporto; estaba mucho mejor con mi mam en la otravida". Ten por seguro que no habra esperado ni un da paraencerrarme en un manicomio.Existeuna rendija para liberarse del destino que impo-ne el ambiente de origen, de aquello que tus antepasados tetransmitieron por el camino de la sangre?Vaya uno a saber. Talvez en el sucederseclaustrofbico de las generaciones, en cier-to momento alguien logra entrever un escaln un poco msalto y con todas sus fuerzas trata de llegar a l. Romper uncrculo, hacer que entre otro aire en el cuarto, ste es, creo, elminsculo secreto del ciclo de las vidas. Minsculo pero muyfatigoso, atemorizador debido a su incertidumbre.Mi madre se cas a los diecisis aos, a los diecisiete medio a luz. En realidad, en toda mi infancia nunca le vi hacer unsolo gesto afectuoso. Su casamiento no fue por amor. Nadie lahaba obligado; se oblig a s misma porque, ms que ningunaotra cosa, ella, rica pero juda y adems convertida, ambicio-naba poseer un ttulo nobiliario. A mi padre, mayor que ella,barn y melmano, lo haban seducido sus dotes de cantante.Despus de procrear al heredero que exiga el buen nombre,vivieron entre disgustos y desaires hasta el fin de sus das. Mimadre muri insatisfecha y llena de rencor, sin que jams lahubiera rozado siquiera la duda de que por lo menos algunaculpa era suya. Era el mundo el que, con su crueldad, no lehaba ofrecido mejores opciones. Yo era muy distinta a ella y yaa los siete aos, terminada la dependencia de la primera infan-cia, comenc a no soportarla.Sufr mucho por su causa. A cada momento se ponanerviosa, y siempre y solamente por causas externas. Su pre-sunta "perfeccin" me haca sentir mala, y el precio de miperfidia era la soledad. Al prin.cipio, hasta trat de ser comoella, pero eran tentativas desmaadas que siempre naufraga-ban. Ms me esforzaba, peor me senta. La renuncia de unomismo conduce al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso esbreve. Cuando entend que el amor de mi madre era un hecholigado slo a las apariencias, a cmo deba ser y no a cmo erayo de verdad, en el secreto de mi cuarto y de mi corazn co-menc a odiarla.

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    35Para huir de ese sentimiento, me refugi en un mundoslo mo. Por la noche, en la cama, cubra la luz con un pao ylea libros de aventuras hasta la madrugada. Me gustaba mu-cho fantasear. Durante un tiempo so con hacerme pirata; vi-va en el mar de la China y era una pirata muy particular, por-que robaba no para m, sino para dar todo a los pobres. De lasfantasas de bandidos pasaba a las filantrpicas. Pensaba que,luego de recibirme de mdica, ira al frica a curar a los negri-tos. A los catorce aos le la biografa de Schliemann, y descu-br que jams de los jamases habra podido curar a la gente,porque mi nica pasin verdadera era la arqueologa. De todas

    las infinitas actividades que imagin emprender, creo que slosa era de veras ma.y en efecto, para realizar ese sueo, libr mi primera ynica batalla con mi padre: la de hacer el bachillerato de huma-nidades. l no quera ni oir hablar del tema, deca que no servapara nada, que, si realmente quera estudiar, era mejor queaprendiera idiomas. Sin embargo, al final me sal con la ma. Enel momento de atravesar el portn de la escuela, estaba muysegura de haber vencido. Me engaaba. Cuando, al finalizarlos estudios de preparatoria, le comuniqu mi intencin de ir ala universidad en Roma, su respuesta fue perentoria: "De eso,ni hablar". Y yo, como se acostumbraba entonces, obedec sinchistar. No debe creerse que ganar una batalla significa haberganado la guerra. Es un error de juventud. Ahora, que vuelvoa pensar en ello, creo que, si hubiera seguido luchando, si mehubiese obstinado, al final mi padre habra cedido. Aquel cate-grico rechazo suyo formaba parte del sistema educativo de lapoca. En el fondo, a los jvenes no se los crea capacesde to-mar decisiones propias. Es por eso que, cuando manifestabanun propsito distinto, se trataba de ponerlos a prueba. Dadoque yo haba capitulado ante el primer escollo, para ellos resul-t ms que evidente que no se trataba de una verdadera voca-cin sino de un deseo pasajero.Para mi padre, como para mi madre, los hijos eran, porsobre todas las cosas,un deber mundano. Cuanto ms descui-daban nuestro desarrollo interior, ms trataban con rigidezextrema los aspectos ms banales de la educacin. Deba sen-tarme derecha a la mesa, con los codos pegados al cuerpo. Si,

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    36mientras lo haca, por dentro slo pensaba en la mejor formade matarme, no tena importancia. La apariencia era todo, msall de eso slo existan cosas ncorrectas.

    As crec, con la sensacin de ser algo parecido a unmono que debe ser bien adiestrado, y no un ser humano, unapersona con sus alegras, sus desalientos, su necesidad de seramada. De ese malestar muy pronto naci en m una gran sole-dad, una soledad que con los aos se hizo enorme, una especiede vaco neumtico en el cual me mova con los gestos entos ytorpes de un buzo. La soledad tambin naca de las preguntas,preguntas que me planteaba y no saba responder. Ya a los cua-tro, cinco aos, miraba a mi alrededor y me preguntaba: "Porqu estoy aqu? De dnde vengo yo, de dnde vienen todaslas cosas que veo a mi alrededor, qu hay atrs, siempre estu-vieron aqu aun cuando yo no estaba, estarn para siempre?".Me haca todas las preguntas que se hacen los nios sensiblesal asomarse a la complejidad del mundo. Estaba convencida deque tambin los grandes las hacan y eran capaces de respon-der; por el contrario, luego de dos o tres tentativas con mi ma-dre y la niera, intu que no slo no saban responder, sino queni siquiera se las haban planteado.De esa manera fue creciendo mi sensacin de soledad,comprendes? Estaba obligada a resolver la totalidad de losenigmas slo con mis fuerzas; ms pasaba el tiempo, ms mepreguntaba. acerca de todas las cosas. Y eran preguntas cadavez ms grandes, cada vez ms terribles, el solo pensarlas da-ba miedo.El primer encuentro con la muerte lo tuve alrededor delos seis aos. Mi padre tena un perro de caza, Argos, de tem-peramento manso y afectuoso, y era mi compaero de juegospreferido. Durante tardes enteras le llenaba el hocico de papi-llas de lodo y pasto, o lo obligaba a hacer de cliente de la pelu-quera, y l, sin rebelarse, andaba por el jardn con la cabezallena de horquillas. Sin embargo, un da, justo mientras le pro-baba un nuevo tipo de peinado, me di cuenta de que debajo dela garganta tena algo hinchado. Haca ya algunas semanasqueno tena ganas de correr y saltar como antes; si me iba a unrincn a comer la merienda, ya no se me plantaba delante sus-virando esveranzado.

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    37Una maana, al regresar de la escuela, no lo encontresperndome en el portn. Al principio pens que habra ido aalguna parte con mi padre. Pero cuando vi a pap sentadotranquilamente en el estudio y sin Argos a sus pies, me invadiuna tremenda agitacin. Sal y, gritando a voz en cuello, lo lla-m por todo el jardn; luego entr y explor toda la casa dos otres veces. Ese da, en el momento de darle a mis padres elobligatorio beso de las buenas noches, me arm de coraje y pre-gunt a mi padre:-Dnde est Argos?-Argos -respondi l sin apartar la vista del diario-

    se fue. -Y por qu? -pregunt.-Porque estaba cansado de tus desaires.Falta de delicadeza? Superficialidad? Sadismo?Quhaba en aquella respuesta? En el preciso instante en que oesaspalabras, algo se rompi dentro de m. Comenc a no dor-mir por la noche; de da bastaba una insignificancia para hacer-me estallar en sollozos. Despus de un mes o dos se convoc alpediatra. "La nia est dbil", dijo, y me prescribi aceite dehgado de bacalao. Por qu no dorma, por qu andaba siemprecon la pelotita mordisqueada de Argos, nunca nadie me lo pre-gunt. Atribuyo a eseepisodio mi ingreso en la edad adulta. Alos seis aos? S, as es, a los seis aos. Argos se haba ido por-que yo fui mala, por lo tanto mi comportamiento influa sobrelo que me rodeaba. Influa haciendo desaparecer,destruyendo.Desde aquel momento mis actos jams volvieron a serneutros, con un lmite en s mismos. En mi terror de cometeralguna otra equivocacin, los reduje poco a poco al mnimo,me volv aptica, vacilante. Por las noches apretaba la pelotitaentre las manos y, llorando, deca: " Argos, te lo ruego, vuelve;aunque me equivoqu, te quiero ms que nadie". Cuando mipadre llev a casa otro cachorro, no quise ni mirarlo. Para mera y deba seguir siendo un perfecto extrao.En la educacin de los nios imperaba la hipocresa. Re-cuerdo muy bien cierta vez que, mientras paseaba con mi pa-dre junto a un seto, encontr un petirrojo ya tieso. Sin ningntemor, lo levant y se lo mostr. "Djalo -grit en seguida-,

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    38no ves que duerme?" La muerte, como el amor, era un temaque no se enfrentaba. No habra sido mil veces mejor que mehubieran dicho lo de la muerte de Argos? Mi padre poda ha-berme tomado en brazos para decirme: "Lo mat porque esta-ba enfermo y sufra demasiado. Donde est ahora es muchoms feliz". Por supuesto, yo habra llorado ms, me habra de-sesperado, durante meses y meses habra ido al lugar de susepultura y le habra hablado largamente a travs de la tierra.Luego, poco a poco, habra comenzado a olvidarlo, me habraninteresado otras cosas, habra tenido otras pasiones y Argoshabra cado en el fondo de mis pensamientos como un recuer-do, un hermoso recuerdo de mi infancia. As, en cambio, Argosse convirti en un pequeo muerto que llevo dentro de m.Por eso digo que a los seis aos era grande, porque enlugar de alegra ya tena angustia, y en vez de curiosidad, indi-ferencia. Eran monstruos mi padre y mi madre? No, claro queno, para aquellos tiempos eran personas absolutamente nor-males. Slo cuando ya era vieja mi madre comenz a contarmealgo de su infancia. La suya haba muerto cuando ella todavaera nia; antes de mam haba tenido un varn, abatido poruna pulmona a los tres aos. Ella fue concebida poco despusy tuvo la desventura de nacer mujer, e incluso en la mismafecha en que su hermano haba muerto. Para recordar esta tris-te coincidencia, desde que era una nia de pecho la haban ves-tido con los colores del luto. Sobre su cuna dominaba un granretrato al leo del hermano. Serva para recordarle, cada vezque abra los ojos, que ella era slo un reemplazo, una copiaborrosa de alguien mejor. Comprendes? Cmo culparla en-tonces por su frialdad, por sus elecciones equivocadas, por suestar alejada de todo? Hasta los monos, si se los hace crecer enun laboratorio asptico, sin la compaa de la madre, al pocotiempo entristecen y se dejan morir. Y si nos remontramostodava ms arriba, para ver a su madre o a la madre de sumadre, vaya uno a saber qu otra cosa encontraramos.La infelicidad sigue habitualmente la lnea femenina.Como ciertas anomalas genticas,pasa de madre a hija. En esepasaje,en lugar de aplacarse se hace cada vez ms intensa, msinextirpable y profunda. Para los hombres todo era muy distin-

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    39to, tenan la profesin, la poltica, la guerra; su energa podasalir, expanderse. Nosotras, no. Nosotras, durante generacio-nes y generaciones, recuentamos slo el dormitorio, la cocina,el bao; realizamos miles y miles de pasos, de gestos, llevan-do el mismo rencor, la misma insatisfaccin. Me he vuelto fe-minista? No, no temas, slo trato de ver con lucidez lo que haydetrs.Recuerdascuando en la noche del asueto posterior alquince de agosto bamos al promontorio a contemplar los fue-gos artificiales que tiraban desde el mar? Entre todos ellos,cada tanto haba uno que, a pesar de haber explotado, no logra-ba llegar al cielo. Ah est, cuando pienso en la vida de mi ma-dre, en la de mi abuela, cuando pienso en tantas vidas de per-sonas que conozco, me viene a la mente justo esta imagen:fuegos que estallan en lugar de subir hacia lo alto.

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    En alguna parte le que Manzoni, mientras escriba Losnovios,se levantaba cada maana contento de volver a encontrar a to-dos sus personajes. No puedo decir lo mismo de m. Aunquehayan pasado tantos aos, no me causa ningn placer hablarde mi familia; mi madre qued en mi memoria inmvil y hostilcomo un jenzaro. Esta maana, para tratar de poner un pocode aire entre ella y yo, entre los recuerdos y yo, fui a dar unpaseo por el jardn. Durante la noche haba llovido; hacia elOeste el cielo estaba claro, mientras que detrs de la casa oda-va haba amenazadoras nubes violceas. Antes de que empe-zara otro chaparrn, volv a entrar. Al poco tiempo se vino untemporal; en casa estaba tan oscuro que deb encender las lu-ces.Desenchufel televisor y el refrigerador para que no losdaaran las descargas elctricas, luego tom la linterna, me lapuse en el bolsillo y vine a la cocina para cumplir con nuestroencuentro cotidiano.Sin embargo, no bien me sent, me di cuenta de que to-dava no estaba ista; tal vez en el aire haba demasiada electri-cidad, mis pensamientos iban de aqu para all como chispas.Entonces me levant y, con el impvido Buck atrs, vagu unpoco por la casa sin una meta precisa. Fui al cuarto donde dor-ma con el abuelo, luego al mo de ahora -que en una pocaera de tu madre-, despus al comedor en desuso desde hacetiempo, y por fin a tu habitacin. Al pasar de un lugar a otrorecord el efecto que me hizo la casa a primera vez que entren ella: no me gust para nada. No haba sido yo quien la habaelegido, sino mi marido Augusto, y l haba hecho una eleccinapresurada. Necesitbamos un lugar para vivir y no podamosesperar ms. Por ser bastante grande y tener un jardn, le pare-

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    42ci que llenaba todas nuestras exigencias. Desde el instantemismo en que abrimos la puerta de la verja, me pareci de malgusto, es ms, de psimo gusto; en los colores y en las formasno haba una sola parte que combinase con la otra. Si la mira-bas de un lado, pareca un chalet suizo, desde el otro, con sugran ventanal central y la fachada de techo escalonado, podaser una de esas casas holandesas que dan a los canales. Si lamirabas de lejos, con sus siete chimeneas de distintas formas,llegabas a la conclusin de que el nico lugar donde podaexistir era en un cuento de hadas. Haba sido construida en ladcada del veinte, pero no tena un solo detalle que la pudieseubicar como una casa de aquella poca. El hecho de no poseeruna identidad me inquietaba, invert muchos aos en acostum-brarme a la idea de que era ma, de que la existencia de mifamilia coincida con sus paredes.Justo cuando estaba en tu habitacin, un rayo que cayms cerca que los otros cort la luz. En lugar de encender lalinterna, me recost en la cama. Afuera quedaba el estruendode los chaparrones, los azotes del viento; adentro haba soni-dos diversos, crujidos, pequeas zambullidas, los ruidos de lamadera que se acomoda. Con los ojos cerrados, por un instan-te la casa me pareci un barco, un gran velero que avanzabasobre el prado. La tempestad disminuy slo a la hora delalmuerzo; desde la ventana de tu cuarto vi que dos gruesasramas del nogal se haban cado.Ahora estoy de nuevo enla cocina, en mi lugar de bata-lla; com y lav los pocos platos que haba ensuciado. Buckduerme a mis pies, postrado por las emociones de esta maa-na. Ms pasan los aos, y ms las tormentas 10 hunden en unestado de terror del cual le resulta difcil reponerse.En los libros que compr cuando ibas al jardn de nios,encontr escrito que la eleccin de la familia en la cual uno naceest guiada por el ciclo de la vida. Uno tiene tal padre y talmadre slo porque ese padre y esa madre nos permitirn com-prender alguna cosa ms, nos permitirn dar un pequeo,un pequesimo paso ms adelante. Pero si es as, por qu nosquedamos detenidos durante tantas generaciones?Por qu enlugar de avanzar retrocedemos?Hace poco, en el suplemento cientfico de un diario,

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    43le que quiz la evolucin no funciona como siempre pensamosque funciona. Los cambios, segn las ltimas teoras, no se pro-ducen de manera gradual. La pata ms larga, el pico de estruc-tura distinta para aprovechar otro recurso, no se forman de apoco, milmetro a milmetro, generacin tras generacin. No.Aparecen de improviso: de la madre al hijo todo es distin-to. Como confirmacin de todo ello estn los restos de esque-letos, mandbulas, pezuas, crneos con dientes distintos.Nunca se encontraron las formas intermedias de muchas espe-cies. El abuelo es as y el nieto est all, entre una generacin yotra hubo un salto.Los cambios se acumulan en sordina, poco a poco, y lue-go, en cierto momento explotan. De golpe, una persona rompeel crculo, decide ser distinta. Destino, herencia, educacin,dnde empieza una cosa,dnde termina la otra? Si te detienesa reflexionar aunque sea un instante, te invade casi en seguidael temor provocado por el gran misterio encerrado en todoesto.

    Poco antes de casarme, a hermana de mi padre -la ami-ga de los espritus- le haba hecho hacer mi horscopo a unastrlogo amigo suyo. Un da se me apareci con una hoja en lamano y me dijo: "Aqu tienes, ste es tu futuro". En esa hojahaba un diseo geomtrico, las lneas que unan el signo de unplaneta a otro formaban muchos ngulos. Apenas lo vi, recuer-do haber pensado que all adentro no haba armona ni conti-nuidad sino una sucesin de saltos, de vueltas tan bruscas queparecan cadas. Atrs, el astrlogo haba escrito: "Un caminodifcil, debers armarte de todas las virtudes para cumplirlohasta el final".Qued sumamente impresionada; mi vida, hasta aquelmomento, me haba parecido muy banal. Hubo algunas difi-cultades, s, pero me parecan dificultades insignificantes, msque abismos eran simples arrugamientos de la juventud. Inclu-so cuando llegu a ser adulta, esposay madre, viuda y abuela,nunca me apart de esa aparente normalidad. El nico acon-tecimiento extraordinario, si as puede decirse, fue la trgicadesaparicin de tu madre. Y sin embargo, bien mirado, en elfondo aq'-1el uadro de las estrellas no menta; detrs de la su-perficie slida y lineal, detrs de mi rutina cotidiana de mujer

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    44burguesa, en realidad haba un movimiento continuo hecho depequeas subidas, de rompimientos, de oscuridades inespera-das y precipicios profundsimos. Mientras viva, a menudo seimpona la desesperacin, me senta como esos soldados quemarcan el paso detenidos en el mismo lugar. Cambiaban lostiempos, cambiaban las personas, todo cambiaba a mi alrede-dor y yo tena la impresin de permanecer siempre detenida.La muerte de tu madre asest el golpe de gracia a lamonotona de esa marcha. La idea modesta que alguna vez ha-ba tenido de m, se derrumb en un solo segundo. Si hasta estemomento, me deca, di uno o dos pasos, ahora, de pronto, heretrocedido; he llegado al punto ms bajo de mi camino. En esapoca tem no poder aguantar ms, me pareca que aquella m-nima parte de cosasque haba entendido hasta entonces, se ha-ba borrado de un solo golpe. Por suerte, logr no abandonar-me por mucho tiempo a ese estado depresivo, la vida con susexigencias no dejaba de seguir adelante.La vida eras t: llegaste pequea, indefensa, sin nadiems en el mundo; invadiste esta casa silenciosa y triste con tusrisas repentinas, con tus llantos. Al ver tti cabezota de nena os-cilante entre la mesa y el silln, recuerdo haber pensado que,en fin, no todo haba terminado. La fatalidad, en su imprevisi-ble generosidad, me haba dado otra chanceoLa Fatalidad. Cierta vez, el marido de la seora Morpur-go me dijo que en hebreo esa palabra no existe. Para indicaralgo referido a la casualidad se ven obligados a usar la palabraazar, que es rabe. Resulta curioso, no te parece? Resulta cu-rioso pero tranquilizador: donde hay Dios no hay lugar para lafatalidad, y ni siquiera para el humilde vocablo que la repre-senta. Todo est ordenado, regulado desde lo alto, todo lo quete sucede, te sucede porque tiene un sentido. Siempre sent unagran envidia por quienes abrazan esta visin del mundo sinvacilaciones. En lo que a m atae, con toda mi buena voluntadnunca consegu hacerla ma por ms de dos das consecutivos:frente al horror, frente a la injusticia, siempre retroced; en lu-gar de justificarlos con gratitud, siempre naci dentro de m ungran sentimiento de rebelda.Sin embargo, ahora me dispongo a cumplir un acto enverdad arriesgado, como el de mandarte un beso. Cmo 1o~

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    45odias, eh?Rebotan sobre tu coraza como pelotas de tenis. Perono tiene ninguna importancia, te guste o no te guste, igual temando un beso; no puedes hacer nada porque en este momen-to, transparente y ligero, ya est volando sobre el oceano.Estoy cansada. He reledo lo que escrib hasta aqu con ciertaansiedad. Entendersalgo? Tantas cosasse agolpan en mi ca-beza, que para salir se empujan entre ellas como las seorasfrente a los saldos de una liquidacin. Cuando razono, nuncaconsigo seguir un mtodo, un hilo que se desemede con lgi-ca desde el principio hasta el final. A veces pienso que eso sedebe a no haber ido nunca a la universidad. Le muchos libros,sent curiosidad por muchas cosas,pero siempre con un pensa-miento en los paales, otro en las hornillas, un tercero en lossentimientos. Si un botnico pasea por un prado, elige las flo-res con un orden preciso, sabe lo que le interesa y lo que nole interesa en absoluto; decide, descarta, establece elaciones.PerQsi por el prado pasea un excursionista, las flores son elegi-das de otra forma, una porque es amarilla, la otra por su colorazul, una tercera porque tiene perfume, la cuarta porque estal borde del sendero. Creo que mi relacin con el saber hasido justamente as. Tu madre siempre me lo reprochaba.Cuando discutamos, yo sucumba casi en seguida. "No tienesdialctica -me deca-, como todas las personas burguesas,no sabesdefender lo que piensas en forma seria."As como t ests lena de una inquietud salvaje y caren-te de nombre, as tu madre estaba lena de ideologa. Para ella,el hecho de que yo hablara de cosas menudas en vez de gran-des, era motivo de reproche. Me llamaba reaccionaria y meacusaba de estar enferma de fantasas burguesas. Segn supunto de vista, yo era rica y, por serIo, estaba entregada a losuperfluo, al lujo, era propensa al mal.Por la forma en que me miraba algunas veces, estabasegura de que, de haber habido un tribunal del pueblo y ellahubiera estado a la cabeza,me habra condenado a muerte. Te-na la culpa de vivir en una casacon jardn en lugar de hacerloen una choza o en un departamento de los suburbios. A esaculpa se agregaba el hecho de haber recibido en herencia una

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    46pequea renta que nos permita vivir a ambas. Para no cometerlos errores cometidos por mis padres, me interesaba por lo quedeca o, al menos, me esforzaba por hacerlo. Nunca me bur-l de ella ni le hice comprender lo contraria que era yo a cual-quier idea totalitaria, pero de todos modos deba percibir midesconfianza hacia sus frases hechas.liaria asisti a la universidad de Padua. Habra podidocursar sin ninguna dificultad en la de Trieste, pero era dema-siado intolerante como para seguir viviendo a mi lado. Cadavez que le propona ir a verla, me responda con un silenciocargado de hostilidad. Sus estudios se desarrollaban con mu-cha lentitud; yo no saba con quin comparta la vivienda, nun-ca quiso decrmelo. Conociendo su fragilidad, estaba preocu-pada. Haba sucedido lo del mayo francs, las universidadesocupadas, el movimiento estudiantil. Al escuchar sus poco fre-cuentes relatos por telfono, me daba cuenta de que ya no lo-graba seguirla, estaba siempre enardecida por algo y ese algocambiaba continuamente. Obediente a mi papel de madre, tra-taba de entender a, pero era muy difcil: todo era convulso,huidizo, haba demasiadas ideas nuevas, demasiados concep-tos absolutos. En lugar de hablar con frases propias, liaria in-tercalaba un slogan atrs de otro. Yo tema por su equilibriopsquico: sentirse partcipe de un grupo con el cual compartalas mismas certezas, os mismos dogmas absolutos, acentuabade manera alarmante su tendencia a la arrogancia.En su sexto ao de universidad, preocupada-por un si-lencio ms largo que los otros, tom el tren y fui a verla. Des-de que estaba en Padua no lo haba hecho nunca. En cuantoabri la puerta, qued estupefacta. En lugar de saludarme, meagredi:-Quin te pidi venir? -y sin darme tiempo para res-ponder, agreg: -Tendras que haberme avisado, estaba a pun-to de salir. Esta maana tengo un examen importante.

    Todava tema puesto el camisn, era evidente que se tra-taba de una mentira. Fing no darme cuenta y dije:-Paciencia; si es as, te esperar y luego festejaremosjuntas el resultado.Un rato despus sali de veras, con tal apuro que dejlos libros sobre la mesa.

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    47Al quedarme sola en la casa, hice lo que cualquier ma-dre habra hecho yme puse a curiosear en los cajones;buscabauna seal, algo que me ayudara a entender la direccin quehaba tomado su vida. No era mi intencin espiarla, realizaractos de censura o inquisicin, esascosasnunca formaron par-te de mi carcter. Slo haba una gran ansiedad en m y paraaplacarla tena necesidad de algn punto de contacto. Salvovolantes y folletos de propaganda revolucionaria, a mis manosno lleg otra cosa; no haba ni una carta ni un diario personal.En una pared de su dormitorio haba un cartel con la ins-cripcin: "La familia es tan aireada y estimulante como una

    cmara de gas". A su modo, aquello era un indicio.Ilaria volvi en las primeras horas de la tarde, ostentan-do la misma actirud agitada con la que haba salido.-Cmo te fue en el examen? -le pregunt en el tonoms afecruoso posible.Se encogi de hombros.-Como en todos los dems -dijo, y luego de una pausaagreg: -Has venido para esto, para controlarme?Quera evitar el choque, de modo que en tono tranquiloy amistoso le contest que tena un solo deseo, que hablramosun poco.-Hablar? -repiti incrdula. Y de qu? Derus pasio-nes msticas?-De ti, llaria -dije entonces con lentirud, tratando deencontrar sus ojos.Se acerc a la ventana, con la mirada fija en un sauce unpoco marchito.-No tengo nada que contar. No a ti, al menos. No quieroperder el tiempo en charlas intimistas y pequeoburguesas.Luego traslad la vista del sauce al reloj pulsera y dijo:--Es arde, tengo una reunin importante. Debes rte.No le obedec, me levant, pero en lugar de salir meacerqu a ella.-Qu sucede? le pregunt. Qu e hace sufrir? -sen-ta que su respiracin se haca ms rpida y agregu: -Verte eneste estado me hace doler el corazn. Aunque me rechazascomo madre, yo no te rechazo como hija. Quisiera ayudarte, sino vienes a mi encuentro. no ntJPnoh~(,PTlo

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    48En ese momento el mentn comenz a temblarle, comole pasaba de nia cuando estaba a punto de llorar; arranc susmanos de las mas y se volvi de golpe hacia un rincn. Sucuerpo delgado y contracturado se vea sacudido por profun-dos sollozos. Le acarici el pelo; as como sus manos estabanheladas, su cabeza herva. Se dio vuelta de repente, me abrazcon la cara escondida en mi hombro.-Mam -dijo-, yo...yo...En aquel preciso instante son el telfono.-No contestes-le susurr al odo.-No puedo hacer eso -me respondi, secndose los

    ojos. Cuando levant la bocina, su voz era de nuevo metlica,extraa. De acuerdo con el breve dilogo, entend que debahaber sucedido algo grave. En efecto,en seguidame dijo: "Lolamento, ahora s tienes que irte". Salimos juntas; en la puertase abandon a un abrazo rapidsimo y culpable. "Nadie puedeayudarme", susurr mientras me apretaba. La acompa hastasu bicicleta, atada a un palo no lejos de all. Y a se haba subidocuando, pasando dos dedos por debajo de mi collar, dijo: "Per-las, eh? Son tu salvoconducto. Desde que naciste nunca teatreviste a dar un paso sin ellas!".A tantos aos de distancia, se es el episodio de la vidacon tu madre que con mayor frecuencia regresa a mi mente.Pienso en l a menudo. Cmo es posible, me digo, que de to-das las cosasvividas juntas, en mis recuerdos siempre aparezcaprimero sta?Justo hoy, mientras me lo preguntaba por ensi-ma vez, dentro de m reson un proverbio: "La lengua golpeadonde el diente duele". Te preguntars qu tiene que ver. Stiene que ver, tiene muchsimo que ver. Ese episodio vuelve amenudo entre mis pensamientos porque es el nico en el cualtuve la posibilidad de llevar a cabo un cambio. Tu madre sehaba echado a llorar, me haba abrazado en aquel momento,en su coraza se haba abierto una rendija, una fisura mnima enla que yo habra podido entrar. Una vez adentro, habra podi-do hacer como esos clavos que se ensanchan no bien entran enla pared: poco a poco se dilatan y ganan un poco ms de espa-cio. Me habra transformado en un punto final en su vida. Parahacerlo, tendra que haber sido valiente. Cuando ella me dijo:

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    49"Ahora s tienes que irte", deba haberme quedado. Deberahaber reservado una habitacin en un hotel cercano y habervuelto todos los das a golpear a su puerta, a insistir hasta trans-formar esa rendija en un pasaje. Faltaba muy poco, lo senta.Pero no lo hice; por cobarda, pereza y falso sentido delpudor, obedec su orden. Haba detestado lo invasor de mi ma-dre, quera ser una madre distinta, respetar la libertad de suvida. Detrs de la mscara de la libertad, a menudo se escondela despreocupacin, el deseo de no ger involucrados. Hay unlmite muy sutil pasarlo o no pasarlo es cuestin de un segun-do, de una decisin que se toma o no se toma; te das cuenta desu importancia slo cuando el segundo ha transcurrido. Sloen ese momento te arrepientes, slo entonces comprendesque en aquel momento no deba haber libertad sino intrusin:estabaspresente, tenas conciencia, de esa conciencia deba na-cer la obligacin de actuar. El amor mal conviene a los perezo-sos, para existir en su plenitud a vecesrequiere gestos precisosy fuertes. Lo entiendes? Haba enmascarado mi cobarda y miindolencia con el traje noble de la libertad.La idea del destino es un pensamiento que llega con laedad. Cuando se tienen tus aos, por lo general no se piensa enello, todo lo que sucede se ve como fruto de la propia voluntad.Te sientes como un trabajador que, piedra sobre piedra, cons-truye ante s el camino que deber recorrer. Slo mucho des-pus comprendes que el camino ya est hecho, algn otro lo hatrazado para ti y a ti no te queda ms que avanzar. Es un des-cubrimiento que habitualmente se hace alrededor de los cua-renta aos, entonces comienzas a intuir que las cosas no de-penden slo de ti. Es un momento peligroso, durante el cual noes raro caer en un fatalismo claustrofbico. Para ver el desti-no en toda su realidad, debes dejar pasar todava unos cuantosaos. Al llegar a los sesenta,cuando el camino a tu espalda esms largo que el que tienes frente a ti, ves algo en lo que nuncahabas reparado: la ruta que has recorrido no era derecha sinoque estaba llena de bifurcaciones, a cada paso haba una fle-cha que indicaba una direccin distinta; de all se desprendaun sendero, de all un caminito herboso que se perda en elbosque. Algunas de estas desviaciones las tomaste sin dartecuenta, otras ni siquiera las viste; ignoras hacia dnde te ha-

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    50bran conducido las que dejaste de lado, si a un lugar mejor opeor; no lo sabes,pero igual sientes aoranza. Podas hacer unacosa y no la hiciste, volviste para atrs en lugar de ir hacia ade-lante. El juego de la oca, lo recuerdas? La vida avanza ms omenos de la misma manera.A lo largo de las bifurcaciones de tu camino encuentrasotras vidas; conocerlas o no conocerlas, vivir las a fondo o de-jarlas de lado, depende slo de la eleccin que haces en unsegundo; aunque no lo sepas,entre seguir derecho o desviartea menudo se uega tu existencia y la de quien est a tu lado.

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    22 DE NOVIEMBRE

    Anoche cambi el tiempo, vino el viento del Este y en pocashoras barri con todas las nubes. Antes de ponerme a escribirdi un paseo por el jardn. La tramontana soplaba todava confuerza, se meta por debajo de la ropa. Buck estaba eufrico,quera jugar, con una pia en la boca trotaba a mi lado. Con mispocas fuerzas logr lanzrsela slo una vez, hizo un vuelo bre-vsimo, pero l igual estaba contento. Despus de verificar elestado de salud de tu rosa, fui a saludar al nogal, al cerezo,misrboles preferidos.Recuerdas mo te burlabas de m cuando me veas pa-rada junto a los troncos, acaricindolos? "Qu haces?-medecas. Eso no es el lomo de un caballo." Cuando te haca notarque tocar a un rbol en nada difiere de tocar a cualquier otroser viviente, que incluso es mejor, te encogas de hombros y teibas irritada. Por qu es mejor? Porque si, por ejemplo, rascola cabeza de Buck, cJaro que siento algo clido, vibrante, pe-ro debajo de ese algo siempre hay una sutil agitacin. Es lahora de la comida, demasiado prxima o demasiado lejana, esla nostalgia de ti o slo el recuerdo de un mal sueo. Entien-des? En el perro, como en el hombre, existen demasiados pen-samientos, demasiadas exigencias. Alcanzar la calma y la feli-cidad no depende slo de l.Pero en el rbol todo es distinto. Desde que asoma hastacuando muere, est quieto siempre en el mismo lugar. Con lasraces se encuentra cerca del corazn de la tierra ms que nin-guna otra cosa, con su copa es el ms prximo al cielo. La saviarecorre su interior desde 10 alto hacia abajo, desde abajo ha-cia 10alto. Se expande y se retrae segn la luz del da. Espera lalluvia, espera el sol, espera una estacin y luego la otra, espe-

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    52ra la muerte. Ninguna de las cosas que le permiten vivir de-pende de su voluntad. Existe y basta. Entiendesahora por ques hermoso acariciar os? Por la solidez, por el aliento tan lar-go, tan sosegado, tan profundo. En alguna parte de la Bibliaest escrito que Dios tiene las narices anchas. Aunque es unpoco irreverente, todas las veces que trat de imaginar unaap.ariencia para el Ser Divino, me vino a la mente la forma deuna encina'.En la casa de mi infancia haba una, era tan grande quese necesitaban dos personas para abrazar el tronco. Ya a loscuatro o cinco aos me gustaba ir a su encuentro. Estaba all,senta la humedad de la hierba bajo el trasero, el viento frescoen el pelo y en la cara. Respiraba y saba que haba un ordensuperior de las cosasy que en aquel orden yo estaba compren-dida junto con todo lo que vea. Aunque no conoca la msica,algo me cantaba adentro. No sabra decir te qu tipo de melodaera, no haba un ritomelo preciso ni una cancin. Era ms biencomo si un fuelle soplase con ritmo regular y potente en la zonaprxima a mi corazn, y como si este soplo, al expandirse portodo el cuerpo y la mente, produjera una gran luz, una luz deuna naturaleza doble: la suya, de luz, y la de la msica. Mesenta feliz porque exista, y fuera de esa elicidad no haba otracosa para m.Te podr parecer extrao o excesivo que un nio intuyaalgo similar. Por desgracia, estamos habituados a considerar lainfancia como un periodo de ceguera, de carencia, no comouno en el que hay ms riqueza. Y sin embargo, bastara mirarcon atencin los ojos de un recin nacido para darse cuenta deque es justamente as. Lo hiciste alguna vez? Haz la pruebacuando se te presente la ocasin. Scate os prejuicios de lamente y obsrvalo. Cmo es su mirada? Vaca, nconsciente?O antigua,lejansima, sabia?De una manera natural, los niostienen en s mismos un aliento ms grande; somos nosotros, losadultos, quienes lo hemos perdido y no sabemos aceptarlo. Alos cuatro, a los cinco aos, yo no conoca nada de religin, deDios, de todos esosenredos que hicieron los hombres al hablarde estascosas.Te dir, cuando se trat de elegir si hacerte asistir o no alas horas de religin en la escuela,estuve largo tiempo indecisa

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    53sobre lo que deba hacerse.Por una parte recordaba lo catastr-fico que haba sido mi impacto con los dogmas, por la otra,estaba absolutamente segura de que en la educacin, ademsde la mente, era necesario considerar tambin el espritu. Lasolucin apareci por s sola el da en que muri tu primerhamster. Lo tenas en la mano y me mirabas perpleja.-Dnde est ahora? -me preguntaste.Yo te respond repitiendo la pregunta.-En tu opinin, dnde est ahora?Recuerdas o que me contestaste?

    -Est en dos lugares. Un poco aqu, un poco entre lasnubes.Esa misma tarde lo enterramos con un pequeo funeral.Arrodillada frente al pequeo tmulo, dijiste tu plega-ria: "S feliz, Tony. Un da nos volveremos a ver".Tal vez nunca te lo dije, pero los primeros aos escolareslos curs con las monjas, en el Instituto del Sagrado Corazn.Eso, creme, no fue un dao de poca importancia para mi men-te ya tan danzarina. En la entrada del colegio las hermanas te-nan armado un gran pesebre durante todo el ao. EstabaJessen su choza con el padre, la madre, el buey y el pequeo asno,y alrededor haba montes y despeaderos de cartn piedra,poblados solamente con un rebao de ovejitas. Cada una deellas era una alumna y, de acuerdo con su comportamiento delda, era alejada o aproximada a la choza de Jess.Todas lasmaanas, antes de ir a clase, pasbamos por delante del pese-bre y nos obligaban a mirar nuestra posicin. Del otro lado dela choza haba un precipicio muy profundo, y era all don-de estaban las ms malas, con dos patitas ya suspendidas en elvaco. De los seis a los diez aos viv condicionada por los pa-sos que haca mi corderito. Y no necesito decirte que casi nun-ca se mova del borde del despeadero.

    Dentro de m, con toda voluntad, trataba de respetar losmandatos que me haban enseado. Lo haca por ese naturalsentido de conformismo que tienen los nios, pero no slo poreso estaba de veras convencida de que era preciso ser buena,no mentir, no ser vanidosa. A pesar de todo, siempre estaba apunto de caer. Por qu? Por cosas nsi~ficantes. Cuando, ba-ada en lgrimas, iba con,la madre superiora a preguntar por

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    54la razn de aquel ensimo cambio de lugar, ella me contestaba:"Porque ayer tenas un moo demasiado grande en la cabeza...Porque al salir de la escuela una compaera tuya te oy tara-rear... Porque no te lavaste las manos antes de sentarte a lamesa". Entiendes? Una vez ms mis culpas eran externas,iguales, idnticas a las que me atribua mi madre. Lo que seenseaba no era la coherencia sino el conformismo. Un da, ha-biendo llegado al lmite extremo del precipicio, estall en llantodiciendo: "Pero yo amo a Jess". Entonces, a hermana que es-taba all, sabesqu dijo?: "Ah, adems de desordenada, tam-bin eres mentirosa. Si amaras de veras a Jess, tendras loscuadernos ms ordenados". Y ipafl, de un empujn con el n-dice hizo caer a mi ovejita en el precipicio.Despus de eseepisodio, creo que no dorm durante dosmeses enteros. Apenas cerraba los ojos, bajo la tela del colchnsenta que la espalda se transformaba en llamas y unas voceshorribles reian burlonamente dentro de m mientras decan:"Espera, ya vamos a buscarte". Por supuesto, nunca les contnada de todo eso a mis padres. Al verme nerviosa y con la caraamarillenta, mi madre deca: "Esta chica tiene surmenage", yo,sin chistar, tragaba cucharada ms cucharada de jarabe recons-tituyente.Quin sabe cuntas personas sensibles e inteligentes sehan alejado para siempre de las cuestiones del espritu graciasa episodios como se. Cada vez que escucho a.alguien hablarde lo hermosos que eran los aos escolares y cmo los extra-a, quedo sorprendida. Para m, esa poca fue una de las msfeas de mi vida, ms an, quizs la ms fea, debido a la sensa-cin de impotencia que la dominaba. Durante toda la escuelaprimaria me debat con ferocidad entre la voluntad de perma-necer fiel a lo que senta en mi interior y el deseo de adherirme,por ms que lo intua falso, a lo que crean los otros.Es extrao, pero al revivir ahora las emociones de aque-llos tiempos, tengo la impresin de que mi gran crisis del creci-miento no tuvo lugar, como siempre ocurre, en la adolescencia,sino justamente en esos aos de la infancia. A los doce, a lostrece, a los catorce aos, ya estaba en posesin de una tristeestabilidad. Las grandes preguntas metafsicas se haban aleja-do poco a poco para dejar lugar a fantasas nuevas e inocuas.

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    55Iba a misa los domingos y en las fiestas de guardar junto conmi madre, me arrodillaba con aire compungido para recibir lahostia; sin embargo, mientras lo haca, pensaba en otras cosas;aquella era slo una de las tantas pequeas actuaciones quedeba interpretar para vivir tranquila. Por eso no te inscrib enla hora de educacin religiosa, y nunca me arrepent de no ha-berlo hecho. Cuando, con tu curiosidad infantil, me planteabaspreguntas sobre ese tema, trataba de contestarte en forma di-recta y serena, respetando el misterio que hay en cada uno denosotros. Y cuando dejaste de hacerme preguntas, con discre-cin dej de hablar te de ello. En estas cosasno se puede empu-jar o jalar o tironear, de otro modo sucede o mismo que suce-de con los vendedores ambulantes. Ms hacen a propaganda desu producto, ms se sospechaque all hay una trampa. Contigotrat slo de no apagar lo que ya haba. Por lo dems, esper.No creas, sin embargo, que mi camino haya sido tansimple; aunque a los cuatro aos haba intuido el aliento queenvuelve a las cosas, a los siete lo haba olvidado. En los pri-meros tiempos, es verdad, todava oa la msica; estaba en eltrasfondo, pero estaba. Pareca un torrente en una gargantamontaosa; si me quedaba quieta y atenta, desde el borde delprecipicio lograba percibir su sonido. Luego, el torrente setransform en un radio viejo, en un radio a punto de descom-ponerse. En un momento la meloda explotaba con demasiadafuerza, en el momento siguiente no haba nada.Mis padres no perdan ocasin de reprocharme mi cos-tumbre cantarina. Cierta vez, durante una comida, incluso reci-b una bofetada -mi primera bofetada- porque se me habaescapado un tralal. "En la mesa no se canta", tron mi padre."No se canta si no se es cantante", lo apoy mi madre. Yo llora-ba y repeta entre lgrimas: "Pero a m algo me canta adentro".Cualquier cosa que se alejara del mundo concreto de la mate-ria, para mis padres resultaba incomprensible. Cmo era posi-ble entonces que conservara mi msica? Debera haber tenidocuando menos un destino de santa. Por el contrario, el mo erael cruel destino de la normalidad.Poco a poco la msica desapareci,y con ella el sentidode alegra profunda que me haba acompaado en los primerosaos. La alegra es justamente lo que ms extra. Despus,

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    56claro, tambin fui feliz, pero la felicidad, comparada con la ale-gra, es como una pequea lmpara elctrica frente al sol. Lafelicidad siempre tiene un objeto, se es feliz por algo, es unsentimiento cuya existencia depende del exterior. Pero la ale-gra no tiene un objeto. Te posee sin ninguna razn aparente,en su ser se parece al sol, arde gracias a la combustin de sumismo corazn.En el curso de los aos me abandon de m misma,abandon la parte ms profunda de m para convertirme enotra persona, aquella en la que mis padres esperaban que meconvirtiera. Dej mi personalidad para adquirir un carcter. Elcarcter, ya tendrs ocasin de comprobarlo, es mucho msapreciado que la personalidad.Pero carcter y personalidad, al revs de lo que se cree,no van juntos: es ms, la mayora de las veces el uno excluyecon perentoriedad a la otra. Mi madre, por ejemplo, tena uncarcter fuerte, estaba segura de cada uno de sus actos y nohaba nada, absolutamente nada, que pudiera alterar esa segu-ridad. Yo era todo lo contrario. En la vida cotidiana no habauna sola cosa que me provocase placer. Vacilaba ante cada elec-cin, la postergaba tanto que, al final, quien estaba conmigo,una vez perdida la paciencia decida por m.No creas que haya sido un proceso natural dejar la per-sonalidad para fingir un carcter. Algo en el fondo de m nodejaba de rebelarse, una parte deseabaseguir siendo yo mismamientras la otra, para ser amada, quera adecuarsea las exigen-cias del mundo. Qu dura batalla! Detestaba a mi madre, consu modo de actuar superficial y vaco. La detestaba y, sin em-bargo, lentamente)' en contra de mi voluntad, me estaba vol-viendo como ella. Ese es el chantaje grande y terrible de la edu-cacin, del que es casi imposible huir. Ningn nio puede vivirsin amor. Es por eso que nos adecuamos al modelo pedido,incluso aunque no te guste para nada, incluso aunque no loencuentres justo. El efecto de este mecanismo no desaparececon la edad adulta. No bien eres madre, resurge sin que te descuenta o lo quieras y plasma de nuevo tus actos. Es por esoque yo, cuando naci tu madre, estaba absolutamente segurade que me comportara de manera distinta. Y, en efecto, as lohice, pero esa diversidad estaba en la superficie, era falsa. Para

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    57no imponer un modelo a tu madre, como me haba sido im-puesto a m en anticipacin a los tiempos, siempre la dej enlibertad para elegir; quera que se sintiera aprobada en todossus actos, no haca ms que repetirle: "Somos dos personas dis-tintas, y en la diversidad debemos respetamos".Haba un error en todo esto, un error grave. Y sabescul era? Era mi falta de identidad. Aunque ya era adulta, noestaba segura de nada. No lograba amarme, tenerme estima.Gracias a la sensibilidad sutil y oportunista que caracteriza alos nios, tu madre lo percibi casi en seguida: sinti que yoera dbil, frgil, fcil de dominar. Al pensar en nuestra rela-cin, la imagen que me viene a la mente es la de un rbol y suplanta daina. El rbol es ms viejo, ms alto, est all desdehace tiempo y tiene races ms profundas. La planta asoma asus pies en una sola estacin, ms que races iene raicillas, fila-mentos. Debajo de cada filamento tiene pequeas ventosas ycon ellas trepa por el tronco. Al cabo de un ao o dos, ya esten la parte ms alta de la copa. Mientras su husped va per-diendo las hojas, ella permanece verde. Sigue expandindose,arraigndose, lo cubre en su totalidad; el sol y el agua caen slosobre ella. En este momento, el rbol se secay muere; all que-da nada ms que el tronco como msero sostn de la plantatrepadora.Despus de su trgica desaparicin, durante varios aosno pens ms en ella. A veces me daba cuenta de que la habaolvidado y me acusaba de crueldad. Haba que atenderte a ti,es verdad, pero no creo que fuese se el verdadero motivo, otal vez lo era en parte. La sensacin de derrota era dema-siado grande para poder admitirla. Slo en los ltimos aos,cuando t empezaste a alejarte, a buscar tu camino, el pensa-miento de tu madre me volvi a la mente, comenz a obsesio-narme. Mi mayor remordimiento es no haber tenido nunca elcoraje de enfrentar a, no haberle dicho nunca: "Ests muy equi-vocada, ests haciendo una tontera". Senta que en sus pala-bras haba frmulas publicitarias muy peligrosas, cosas que,por su bien, habra debido romper de inmediato, y, sin embar-go, me abstena de intervenir. La indolencia no tena nada quever con esto.,oTodo quello sobre lo que se discuta era esencial.Lo que me empujaba a actuar -o, mejor dicho, a no actuar-

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