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lo miraba fijo a los ojos, esos ojos sin fondo, esos ojos negros, vacíos, como agujeros que no tienen fin. Lo miraba y eso era todo, nada más hacía falta, pues ya todo estaba dicho, ya todo estaba escrito y así iba a suceder, nada podría impedirlo. No pude apartarle la mirada ni un segundo, su mirada suplicaba, pedía, imploraba, quería decir tantas cosas que no alcanzó a decir ninguna, y entonces como si fuera un suspiro del viento, exhaló por última vez y cerró los ojos para siempre. Me quedé allí, sentado junto a su cama, y ahora la habitación me parecía más obscura, mientras su alma vagaba por algún rincón del mundo despidiéndose, pude recordar aquel verano en que le conocí, y como fotos guardadas, los recuerdos comenzaron a inundar mi mente, así como las lágrimas inundaban mis ojos, para apresurarse cada una al precipicio y tirarse de éste en un viaje interminable hasta la comisura de mis labios, desapareciendo entre ellos para siempre. Recordaba que aquel verano mamá y papá habían viajado en un viaje de reconciliación, aunque ellos me habían dicho otra cosa que hoy no recuerdo, yo sabía muy bien que si este viaje no funcionaba iban a separarse. Así que debí quedarme en casa con mi abuela Berta. Mi abuela era una mujer muy comprensiva para su edad, venía de una generación de mujeres muy maltratada por la sociedad, y aún así conservaba su espíritu feminista. Era una mujer enjunta, de mediana estatura, encorvada por los años y el esfuerzo, su pelo blanco siempre iba adornado de unos rulos que hacían parecer que tuviera más pelo del que en realidad tenía. Estaba a punto de cumplir los 81, y parecía de 50, siempre bien conservada, mi abuela se arreglaba hasta para ir a hacer las compras. Aquel verano ella iba a descubrir antes que nadie lo que estaba sucediendo conmigo, aquello que todos pensaban que eran nervios por la situación de mis padres. Mis padres viajaron un 3 de Enero, ese día había amanecido luminoso, el sol estaba radiante mostraba su luminosidad y su fuerza sobre las espaldas y las cabezas de los transeúntes, los autos abandonaban la ciudad, repletos de familias y equipaje, para partir hacia distintos destinos donde hubiera mar y playa. Las calles de cemento ardían bajo las plantas de mis pies,

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lo miraba fijo a los ojos, esos ojos sin fondo, esos ojos negros, vacíos, como agujeros que no tienen fin. Lo miraba y eso era todo, nada más hacía falta, pues ya todo estaba dicho, ya todo estaba escrito y así iba a suceder, nada podría impedirlo. No pude apartarle la mirada ni un segundo, su mirada suplicaba, pedía, imploraba, quería decir tantas cosas que no alcanzó a decir ninguna, y entonces como si fuera un suspiro del viento, exhaló por última vez y cerró los ojos para siempre.Me quedé allí, sentado junto a su cama, y ahora la habitación me parecía más obscura, mientras su alma vagaba por algún rincón del mundo despidiéndose, pude recordar aquel verano en que le conocí, y como fotos guardadas, los recuerdos comenzaron a inundar mi mente, así como las lágrimas inundaban mis ojos, para apresurarse cada una al precipicio y tirarse de éste en un viaje interminable hasta la comisura de mis labios, desapareciendo entre ellos para siempre.Recordaba que aquel verano mamá y papá habían viajado en un viaje de reconciliación, aunque ellos me habían dicho otra cosa que hoy no recuerdo, yo sabía muy bien que si este viaje no funcionaba iban a separarse. Así que debí quedarme en casa con mi abuela Berta. Mi abuela era una mujer muy comprensiva para su edad, venía de una generación de mujeres muy maltratada por la sociedad, y aún así conservaba su espíritu feminista. Era una mujer enjunta, de mediana estatura, encorvada por los años y el esfuerzo, su pelo blanco siempre iba adornado de unos rulos que hacían parecer que tuviera más pelo del que en realidad tenía. Estaba a punto de cumplir los 81, y parecía de 50, siempre bien conservada, mi abuela se arreglaba hasta para ir a hacer las compras.Aquel verano ella iba a descubrir antes que nadie lo que estaba sucediendo conmigo, aquello que todos pensaban que eran nervios por la situación de mis padres. Mis padres viajaron un 3 de Enero, ese día había amanecido luminoso, el sol estaba radiante mostraba su luminosidad y su fuerza sobre las espaldas y las cabezas de los transeúntes, los autos abandonaban la ciudad, repletos de familias y equipaje, para partir hacia distintos destinos donde hubiera mar y playa. Las calles de cemento ardían bajo las plantas de mis pies, puesto que me gustaba estar descalzo en el verano, así no sentía tanto el calor. Fui hasta la panadería a comprar una docena de faturas, mis viejos estaban prontos a levantarse yo quería tomar unos mates con ellos antes de que fueran, en el fondo yo creo que sabía lo que habría de ocurrir y por eso quería estar con ellos por última vez, así que apure el paso, en el camino me encontré con Camilo, me dijo que su primo vendría para las vacaciones a su casa y que se quedaría todo el verano, que me avisaba así nos juntábamos para recibirle, por supuesto que le dije que si, solo yo conocía mis intenciones ocultas en aquella hospitalidad. Benicio, el primo de Camilo, era una persona encantadora, ya había venido un verano, cuando teníamos 12, y con el descubrí lo que significaba estar enamorado.Una vez que compre las faturas corrí a casa a preparar el mate, amargo para papá y dulce para mamá. Ellos ya estaban levantados por supuesto, los nervios del viaje no los habían dejado dormir, eran dos personas muy ansiosas, además de fatalistas, siempre era una tortura para ellos irse y dejarme a mi, pero yo los había convencido de que estaba todo bien, que habría de quedarme con la abuela y eso no me importaba. El sueño demacraba sus caras, mi mamá tenia ojeras del tamaño de bolsas de supermercado que le llegaban hasta el mentón mas o menos, y mi papá había amanecido con el ceño fruncido. Charlamos un rato, momento en el cual aprovecharon para darme las indicaciones: a que hora debía volver si salía, que dejara a mi abuela teléfono y dirección de donde iba, que cuidado con esto y cuidado con aquello y demás. Cuando terminamos mi papá fue a poner en marcha el auto y mientras estaba allí afuera, mi mamá se me acercó y me tendió la mano diciendo: “tomá

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hijo, cualquier cosa no llamás acá” guarde ese papel en el bolsillo trasero del pantalón los abracé y les grité, mientras se iban: “tráiganme algo”Mi vida comenzaba a ser nueva, sin saberlo me preparaba para un vuelco muy grande, hoy lo pienso y no se si estaba preparado para semejante golpe, pero se que todo pasa por algo y en un momento determinado.Saqué del bolsillo el papel que me había dado mamá, allí estaba la dirección de donde se hospedarían, habitación y número telefónico del hotel. SE habían ido por un mes al interior del país, así que ya era libre. Mi abuela vendría todas las tardes a ver como estaba todo, y yo ya conocía el sistema, ella llegaba, y yo me quedaba haciéndole un poco de compañía y después era como si no hubiese venido.Dos días después puso los pies sobre el barrio Benicio. Mis ansias eran tantas que no podía controlarme y actuaba con torpeza. La última vez que lo había visto, éramos unos niños, el soñaba con el momento que tuviera que afeitarse los bigotes y yo reía cada vez que lo mencionaba. Las tardes habían iluminado aquel recuerdo, pues siempre era una costumbre juntarnos para contemplar como se escondía el sol. El ocaso era su momento del día favorito ya desde aquel entonces.