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HaentradomásgentealMorocoy Char- lie vadeunextremoaotrodelabarra . Apenassedaabastoparaatenderalos clientesyaúnnolleganlosdosmucha- chosqueloayudan .Recuerdohaberlos vistolanocheanterior ;eranellosquienes atendíanlasmesasdespuésdelasnueve . Peroahora Charlie estásoloysonlos propiosclientesquienesbuscanlasbebi- dasylasllevanasusmesas . Charlie atiendesonrienteytranquilo,conesaefi- cazparsimoniaquesiempreleheconoci- do .Aprovechaunapausaensutrabajo parapreguntarmesiquierootrotragode ron .No,mejorungin and tonic . Yaestá buenoderon ;sivoyabeberunostragos, quieroalgodemigusto .Ensilenciopone trescubosdehieloenunvaso,echamedi- daymediadeBeefeater,tinabotellitade quinayzumodelimón .Luegoagregados cáscarasdelamismafruta . -Ahíestáelsabor-dicesonriente mientrasacudealllamadodelhombreca- noso . -179-

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Ha entrado más gente al Moroco y Char-lie va de un extremo a otro de la barra .Apenas se da abasto para atender a losclientes y aún no llegan los dos mucha-chos que lo ayudan. Recuerdo haberlosvisto la noche anterior ; eran ellos quienesatendían las mesas después de las nueve .Pero ahora Charlie está solo y son lospropios clientes quienes buscan las bebi-das y las llevan a sus mesas . Charlieatiende sonriente y tranquilo, con esa efi-caz parsimonia que siempre le he conoci-do. Aprovecha una pausa en su trabajopara preguntarme si quiero otro trago deron. No, mejor un gin and tonic . Ya estábueno de ron ; si voy a beber unos tragos,quiero algo de mi gusto . En silencio ponetres cubos de hielo en un vaso, echa medi-da y media de Beefeater, tina botellita dequina y zumo de limón . Luego agrega doscáscaras de la misma fruta .

-Ahí está el sabor -dice sonrientemientras acude al llamado del hombre ca-noso .

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DIMAS LIDIO PITTY

Agito el trago y lo pruebo . Sabe igualque los de la noche anterior . Es un magoCharlie . ¿Tendrá algún secreto para pre-parar las bebidas? Un día que estemos dehumor le preguntaré cómo hace . En lamesa que ocupé con Billy, dos hombreshablan del Perú, del viaje que uno de elloshizo a Lima hace poco para traer prendasde oro y venderlas a plazos a las emplea-das públicas y a las maestras . Es un buennegocio, afirma . Ganancia de 100 o máspor ciento en tres meses. Y todo legal . Sinproblemas .

El que habla ocupa el sitio donde yoestuve. Es un hombre grueso y moreno,de mirada vivaz . De pronto él y su com-pañero desaparecen . Billy y yo estamosen la mesa y éste dice : ¿sabes?, pienso quede tanto oír a mi padre hablar de los clá-sicos y recitarlos, concebí la ilusión de serescritor. Porque no había día que no ha-blara de ellos. Lo suyo era un culto faná-tico. Yo jugaba solo o con chicos de lascasas vecinas y siempre proponía juegosdonde intervinieran los personajes que mipadre mencionaba a menudo . Así, DavidCopperfield alternaba con Blancanieves ylos enanos y con Gulliver y los gigantesy una tarde Robinson Crusoe discutió pro-blemas de navegación con uno de los ca-balleros del rey Arturo. Robinson era unvecino y yo era Galahad. Sin embargo,cuando éramos indios y soldados o cow-boys y bandidos o gambusinos de Califor-nia, yo no participaba en las refriegas por-que era Samuel Clemens o Bret Fiarte ytenía que ser testigo y verlo todo para

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ESTACION DE NAVEGANTES

contárselo a los lectores de mis crónicasdel Far West en Nueva York o en la pro-pia Filadelfia . Tenía diez o doce años, nosé, y me parece que ya entonces deseabaser escritor, aunque no se lo decía a nadie ;menos a mi padre, a quien me daba miedohablarle de esas cosas .

Yo lo escuchaba en silencio y tambiénpensaba en mi infancia y en lo que habíahecho a esa edad. A los diez años escu-chaba los relatos de la maestra en las ma-ñanas azules y frescas, con la brisa delvolcán metiéndose en la escuela, con losnaranjos cubiertos de flores blancas, conla vastedad verdi-azul de las llanuras ex-tendida entre los cerros y el mar . Por elcamino próximo pasaban hombres a caba-llo, a veces con vacas, y otros a pie, conel machete colgado del hombro en tinavaina de cuero. La maestra hablaba deBrasil y sus selvas vírgenes y misteriosas,de los glaciares de Alaska, de los mileniosgastados por el agua y el viento para ex-cavar el cañón del Colorado, de las explo-raciones en Africa en la segunda mitaddel siglo diecinueve . El mundo y la histo-ria adquirían en su voz apacible y cálidauna majestad de epopeya que encendía laimaginación de los alumnos. Y de pronto,oyéndola, yo no estaba en el salón de unavieja casa de madera, en un pueblo a milmetros sobre el nivel del mar, un pueblode cultivadores de naranjas y caña de azú-car, de potreros y maizales desperdigadosen la vastedad de los montes, sino a bordode un barco que recorría las costas de Bor-neo o de Australia o guiando un trineo

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DIMAS LIDIO PETTY

en las ásperas soledades de ColumbiaBritánica, Otras veces no estaba en la es-cuela sino con el tío Isidoro, en un río decorrientes veloces, encajonado entre fara-llones altísimos, atento a que picaran lospeces, o bien, a prima noche, quietos y si-lenciosos en la sombra, esperando que lle-garan los conejos a comerse las yucas ylas ahuyamas que les habíamos preparado .

A los doce años había cruzado el Ca-nal y había visto hombres de muchos tiposen las calles de Panamá -chinos, indos-tanos, negros, judíos, franceses, alemanes,filipinos, rusos, árabes y millares de grin-gos- ; había visto la gran ciudad y estabadeslumbrado por lo que veía. Y antes decumplir los trece años (¿o ya los habíacumplido?) Marta me había revelado otradimensión de la vida . Recordaba que a ve-ces dormía conmigo en el cuarto de Lupoy aunque éste me había dicho qué hacíaella, en qué trabajaba por las noches, amí no me importaba : su piel tibia y suolor sólo eran míos. Por más que paga-ran, los demás no podían tener sus ojosde miel en las mañanas claras, cuandodespertaba antes que los vecinos y salíadiscretamente del cuarto y me dejaba allí,abrazado al recuerdo de la noche, sumer-gido en el calor dejado por su cuerpo entrelas sábanas, con mi propio cuerpo impreg-nado del aroma de su carne . No, la Martamía no podía ser de nadie más por muchoque le pagaran . Lo nuestro era otra cosa .

Así, pensé, mientras el profesor Jonesrecitaba los clásicos junto a los rosales desu buena Bette, Jimmy y yo robábamos

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mangos en la huerta del alemán o jugába-mos beisbol o comíamos duros de nancetrepados en un árbol o simplemente sen-tados en una escalera de esa casa antiguay ruidosa, palpitante de vecinos, en laquietud de los atardeceres luminosos . Fila-delfia y Río Abajo eran mundos dema-siado distantes y distintos. Sin embargo,¡cómo eran las cosas! : después de tantosaños, Billy y yo estábamos hablando enel Moroco de lo que habían sido nuestrasvidas en aquel tiempo, ¿Era el destino?No, era el Canal . Sin saberlo nosotros, sinhaberlo siquiera supuesto, la historia noshabía reunido . En la atmósfera violeta delMoroco nuestras palabras y nuestros re-cuerdos eran la prolongación de un mismohecho o de una misma fatalidad. Porqueen el rostro de Billy había algo de fatal,como si sus ojos azules contuvieran o ex-presaran una culpa antigua, y en mí estaba(aunque no se viera) el rencor de unatierra agredida. Pero ni esa culpa ni eserencor afloraban ; se reducían a gestosy simples evocaciones . Así, aun cuandoevitáramos alusiones al asunto (acaso eraninnecesarias) entre ambos se interponíauna franja de agua y cuanto ésta signifi-caba. Por más cerca que estuviéramos, pormás que algunas preocupaciones y gustospudieran aproximarnos, jamás habría unaidentificación completa : siempre nos sepa-raría la vía de agua . Entre nosotros, comouna herida incurable, estaba el Canal, esazanja que había convertido a EstadosUnidos en arao de los mares y a Panamáen vértice de rutas y destinos . Era una

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paradoja : nos separaba y enfrentaba lamisma historia que nos unía .

Había dejado de llover y el aire lava-do entraba cuando alguien abría la puerta .La atmósfera cargada de humo y sudores,caldeada por el calor de los cuerpos, esco-cía los ojos y nos rodeaba como una aguaturbia, y en esa agua viscosa Billy bebíaen silencio, aferrado a su destino o a suculpa, y yo también levantaba mi vasounido a mi rencor . Era un momento des-pués de la lluvia, en Río Abajo, en untiempo que ignorábamos adónde nos lle-varía .

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Cabecera de Agua Grande, 7 de avril de 1965.

mi estimado sobrino

le escribo esta carta para contestarle esacarta tan apresiable que me mandó y ala bezdeseando que al resibir esta se encuentre biende salud les mando muchas saludes rogandoa Dios que Gladis siga vien que no suframás como usted también el día 5 de avril fuia donde Epifania y me mostró la carta quele mandó los 25 balboas los resivió vien y lequerían comprar un pedazo de tierra acá enla montaña y lío le dije que eso es de ellacomo las cosas de las tierras están bastanteestrictas que aih que titular que la questiónde la reforma agraria los terrenos los estáasiendo titular que no es que ella quiere hen-der pero Ilo le digo que esa montaña es deella si ella quiere bender ella sabe que parauni esta bien o si quiere aguardar que ustedle compre o don Nico está viera porque sinotenernos títulos los quitan para repartillosentre las personas que no tienen y los ani-males se terminaron quando papá estaba en-fermo aora no ha¡ y de los muchachos Sipria-no me da pena darle esa contesta a usted peroasí es le contaré lo sigiente llo de Siprianono le puedo contar mucho porque ase másde alío que no los ablamos porque él y la

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mujer que Luis tenía fueron qulpables de quelos ijos de mi ijo quedaran sufriendo sin ma-

dre pero allá riba está Dios que ese arreglatodo pero lla grasias a Dios que ]la las dosniñas encontramos quien las cuide una estáen las Lajas donde una maestra que no tieneniños ¡la está en la esquela y la otra estáen David está donde Lusia está también enla esquela la tienen en quinder y el niñoque lo quida Epifania todos los domingos llole llebo las cosas y ese es el compañero deella y de noche tamvién uno de Panchoque está en la esquela la acompaña peroSipriano ]la está solo se fue el año pasadopara Bugaba disgustado con Epifanía y aoraase poco bino pidiéndole posada le esplicotodo eso pero nunca le dé a saber a Epi-fanía que Ilo le dije eso después le diré por-qué y ella Ila no viene acá porque la agua lequeda más lejos los ofisios que ase aora sonpocos lo que dise usted que me prometiómandar despreocúpese que eso no es nadasi alla problema para mandarlos y el día queresiví su carta ene vi con la señora Beatrila de Jose Montero preguntó por usted medijo que le diera saludes y los ijos tambiénmandan saludes Epifanía si se llebaba biencon Melida pues ¡lo esto¡ más serca que us-ted de Caña Blanca y Ilo me di de quentade la muerte de Metida fue a los tres díaspor aquí no a llobido todavía y estoy espe-rando que llueva para sembrar el mais por-que devo desirle que tumvé monte para se-senta libras en la montaña y el caballo hallose me murió picado de quiebra el mes pasadotambién le diré que el corejidor quería mul-tarme porque no le dava paso para sus ani-males por mi serco de faragua pero el com-padre Flor abló con él y el asunto se areglóquándo vendrá usted por acá lla van a serdos años que no biene

Bueno le contesto su carta con muchocariño pero tiene que perdonar todo lo malo

Se despide de usted su tío

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Isidoro .

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Charlie tiene mucho trabajo y apenas pue-de atenderme . Es una lástima porque hevenido precisamente con el propósito dehablar con él ; siento una casi imperiosanecesidad de contar a alguien algo deBilly, de ese soldado abatido por la vida .En realidad, pienso, su muerte vigorizami apreciación temprana de que él no teníanada en común con los "zonians" . El mis-mo hecho de haberse suicidado parece unaconfirmación . Porque tiene que haber unresto de humanidad y conciencia en unapersona (si no es desesperación o locura)para que se arroje al agua desde el puen-te de las Américas . Hasta ahora ningúnresidente de la Zona lo ha hecho y difícil-mente lo hará alguno en el futuro. ¿Cómovan a renunciar a sus casas refrigeradas,a sus yates, a sus comisariatos libres de im-puestos, a todas sus prerrogativas de con-sentidos del american way of life? Esutópico imaginar siquiera que un individuode ésos vaya a suicidarse . Viéndolos pa-sear por los campos de césped, bajo la

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sombra de los árboles, o sentados en lascafeterías al aire libre de Balboa o enlos salones de diversión de Curundú yDiablo Heigths, uno duda de que en ellospueda haber otra cosa que células y sen-saciones; dan la impresión, cuando pasanen sus convertibles relucientes, de que sonun vegetal más de la vastísima flora tropi-cal. Uno los imagina muertos de apoplejía,de diabetes, devastados por el cáncer ; losve hinchados hasta reventar a causa de lacirrosis o la hidropesía, pero jamás, de esoestá uno convencido, los verá con la yu-gular abierta por su propia mano o con lasien perforada por un balazo . Tales ges-tos definitivos no corresponden a su psi-cología de la satisfacción, del goce primi-tivo y directo (el hot dog y la cervezafría en el calor de las tres, el whisky consoda más tarde, la película de gangsterso la TV por la noche, la partida de pokercon los amigos y luego el sueño compar-tido con la esposa en la recámara de aireacondicionado y sábanas asépticas ; esamisma alcoba donde la mujer trata en vanode que su compañero reaccione, deje deroncar y la haga olvidar el aburrimientoque le produce vigilar a la criada, jugarcon las amigas o ir a las tiendas de Pa-namá en las tardes a comprar adornosorientales para los parientes y amigos deAlabama) . A ellos los mata la vida : lacomodidad, el whisky, las digestiones, lascocacolas y los pasteles : mueren porqueel exceso de grasa hace estallar sus co-razones o porque sus cerebros se licúanen el sopor de las siestas y los coitos apre-

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surados. En su mayoría proceden del Sur,donde los antiguos plantadores se batíana espada o a pistola y violaban a las jó-venes esclavas en la luna de los algodo-nales; provienen de una sangre cruel yviolenta, sí, pero sus intestinos se han vuel-to demasiado gruesos y pesados ; han per-dido brutalidad y vigor, Por eso han sus-tituido la violencia de la esclavitud por laexplotación asalariada y la crueldad dellátigo por la discriminación legal . Acasoel trópico los ha convertido en orugas fla-tulentas, en gordos insectos de aparienciainofensiva que toman cocacola en las ho-ras tórridas y responden con gesto bené-volo al saludo de los trabajadores que pa-san sudorosos y dicen Hello, mister James,hello, mistress Park mientras a lo lejossuena la sirena de un barco y una ráfagade aire marino disipa momentáneamenteel calor de la tarde . Seguramente, comoopinan algunos, sí son el espíritu del viejoSur, pero abotagados por el clima y la gra-sa, ya incapaces de otra cosa que no seavegetar como lombrices en la Zona delCanal .

De ellos le había hablado a Billy y ha-bíamos coincidido en que esa gente erauna vergüenza . Pero la Zona no era el úni-co lugar donde uno podía encontrarla, dijo .También en los propios Estados Unidoshabía tipos así, satisfechos, pudriéndoseen la comodidad . En Nueva York, en Fila-delfia, en cualquier ciudad era fácil en-contrarlos. Claro, no todo el mundo eraasí, aunque había muchos de esa condición .Durante su estancia en Nueva York los

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veía en los restaurantes, rubicundos y ale-gres con su cocacola y su hamburguer, oen el subway, inmersos en la corriente hu-mana, con apariencia de peces enlatados,el periódico bajo el brazo, acaso inquietosporque la esposa aún no ha podido con-seguir ese perrito de aguas que tanto de-sea .

~Si, de acuerdo, esa gente no es elpueblo norteamericano ; eso no tienes quedecírmelo, ya lo sé -dije-, Pero, fíjate,no hay ninguna comparación entre éstosy ésos que dices. Estos son peores. Tú nolos conoces. Son verdaderamente repug-nantes. Para que aunque sea los veas, vi-sita si puedes antes de irte la AmericanLegion . ¿Sabes dónde está?

~No exactamente, pero puedo encon-trarla .

-Bueno, anda y ya verás . No creo quepuedas ver mucho, pero por lo menos ten-drás una idea .

Mejor si vas por la tarde, pensé mien-tras lo veía encender un cigarrillo, a esode las tres y media y cuatro . Pides unacerveza y te sientas en un sitio desde elcual domines todo el local . Verás hombresde distintas edades, la mayoría mayor decincuenta años, con un whisky o una ceraveza delante, algunos con puros, otros conpipas, los más con cigarrillos. En algunosbrazos verás tatuajes escamosos, azules yrojos, y puede que descubras una cicatrizen este rostro o la falta de tres dedos enaquella mano. Si escuchas con atenciónoirás sus voces acompasadas, muchas en-ronquecidas por el humo y el alcohol, te-

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firiéndose a sucesos triviales como el preciode las zanahorias, el kilometraje que dapor galón el nuevo modelo Ford o eseprograma de televisión que presenta a unafamilia de monstruos o ese otro, "extraor-dinario, Jerry, ¿verdad?", protagonizadopor un agente secreto de LISA, invenci-ble y seductor, que hace el amor con seismujeres esplendorosas y desbarata tinaorganización de espionaje enemiga en cadatítulo. También podrás oír cómo algunoshablan de sus achaques y de lo mal quese sienten cuando llueve demasiado ocuando hay excesivo calor . Cerca de allí,a la derecha, queda el Yacht Club de Bal-boa . Verás que algunos de los concurren-tes apenas hablan : sólo beben, fuman, es-cuchan a los otros y miran pensativamentelos botes fondeados cerca del atracaderodel club . Sus miradas mortecinas van deun bote a otro y siguen el lento cabeceode las embarcaciones movidas por las olastranquilas . A veces cierran los ojos por unmomento y suspiran, sin que ellos mismossepan por qué. Otros se sientan todas lastardes en la terraza exterior, donde haymesas con parasoles, a respirar el aire ma-rino y a ver los barcos que entran o salendel Canal. También contemplan, acasoíntimamente orgullosos de la técnica de susingenieros, el puente, el gran arco blancoa ciento cincuenta pies de altura por el cualpasan los automóviles, y el conjunto dela imponente estructura metálica ilumina-da por el sol ; miran cómo los autos ascien-den por un lado y descienden por el otroy se pierden finalmente en la orilla occi-

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dental, entre la vegetación y la luz, a se-senta millas por hora, con la tarde refle-jada en las carrocerías. Debajo del puenteestá el agua azul-gris con pequeñas olaslevantadas por la brisa que vienen a mo-rir cerca de la terraza, en las rocas negrasdonde caracoles y crustáceos caminan tor-pemente sin destino preciso . Pero en lazona cubierta por la sombra del puente elagua no es azul-gris sino verdinegra, ve-getal; es una oscura franja ondulada, detonalidades aceitosas, que une ambas ori-llas. En dirección al mar, la entrada delCanal se ensancha hacia los roquedalesde Farfán, a la derecha, y hacia el terra-plén, a la izquierda, que une la tierra firmecon las islas de Perico, Naos y Flamenco .Más allá están las islas de Taboguilla yOtoque y, en la lejanía occidental, colga-do del cielo o flotando sobre el mar, elcerro Tigre altera la simetría del horizon-te. Los hombres ven este mismo paisajecada día, sin aburrirse, como si la misiónde sus vidas fuera contemplar esa suce-sión de crepúsculos frente a un vaso dewhisky. A veces observan a los buquesde la U.S . Navy amarrados a los mue-lles de Rodman y en la placidez de la tar-de, mientras el sol desaparece detrás decerro Venado, acaso rememoran los añospasados a bordo de un destructor o el es-truendo de los cañones en el Mar de Coraluna tarde también luminosa como ésta ytambién apacible antes de la batalla . Enocasiones van mujeres al lugar y sus risasse mezclan con las voces roncas y cele-bran con grititos y exclamaciones los chis-

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tes de los hombres . Casi siempre son mu-jeres maduras, de piel correosa, voz agriay cuerpo reumático, que beben whisky co-rno un hombre y hablan de naipes y debingo con énfasis autoritario . Alguna pue-de ser viuda y de vez en cuando alude asu difunto esposo, caído en Iwojima o enTarawa o muerto en el Gorgas hospital,víctima de un virus desconocido o de ci-rrosis . Alguna vez, tras de haber bebidovarios whiskies y reído hasta las lágrimas,le dice a alguien con expresión evocativay húmeda la mirada : "Oh, usted me re-cuerda a mi Tony . Tenía la calva comousted y también fumaba pipa, y la usabaen el mismo lado de la boca . Oh, de veras,viéndole a usted, me parece que Tony haresucitado ." El aludido ríe forzadamentey dice : "Oh . . . bien . . . eh . . . ¡Salud!", yen sus ojos uno cree percibir el rechazode esa inoportuna comparación con el di-funto .

Billy exhaló una bocanada de humo ybebió un trago . Chasqueó los labios y as-piró nuevamente el cigarrillo .

-Sería bueno, Billy --recalqué,, se-ría bueno que fueras a la American Legion .Tal vez encuentres -agregué irónico-una imagen anticipada de lo que serásdentro de treinta o cuarenta años, cuandote reúnas a tomar cerveza y a recordar elpasado con viejos compañeros de armas .Verías a los gloriosos veteranos consu-miéndose en las tardes, contemplando losbarcos o el puente o rascándose recuerdosde empolvados combates que nadie másrecuerda, combates que no tuvieron nada

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de extraordinarios o de gloriosos, pero queen sus memorias reblandecidas por el ca-los y el whisky son inmarcesibles .

Billy estaba concentrado en agitar elvaso cuando terminé de hablar . Parecía nohaberme escuchado. Sin embargo, lo quehacía era pensar en mi descripción del clubde veteranos. Tal vez la encontraba exa-gerada o infiel ; acaso para él los vetera-nos, por el solo hecho de serlo, eran me-recedores de alabanza o privilegios ; a lomejor consideraba que todos eran héroes .Yo pensaba en lo que posiblemente estu-viera pensando él mientras agitaba su vaso .

-No -dijo finalmente-, nunca serécomo esos tipos . Aunque no lo creas, nun-ca seré un "glorioso veterano", como dices .

Bebí un trago y él hizo una pausa. Sepasó la lengua por los labios y sus ojossemejaron lanzar destellos celestes, comosi en su interior algo hubiera comenzadoa arder. Luego agregó con voz sin infle-xiones -había advertido que cuando que-ría enfatizar algo su voz fluía con unatonalidad neutra, uniforme, todo lo con-trario del común de la gente, y hablabadespacio como para que el oyente anotaracuanto decía- y mirándome fijamente :

-Mira, para mí la guerra nunca fueuna gran cosa . Incluso cuando el ejércitome llamó dudé en presentarme . Entoncesyo estaba en Nueva York, como te dije, yquería convertirme en escritor . Poco anteshabía leído Sin novedad en el frente yademás había visto la película . Como pue-des suponer, mi ánimo no era el mejor paraingresar a filas . Durante un día o dos es-

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tuve dándole vueltas al asunto y discutícon algunos amigos que me aconsejaronevadirme. Podía irme a Canadá o a Suiza .Podía irme a Argentina . Podía irme a mu-chos sitios para eludir el servicio . Pero nome fui. En verdad, no tenía nada claro. Yuna noche estuve en una fiesta, bebí hastaperder el sentido y al amanecer, todavíacon la cabeza dándome vueltas, me pre-senté en la oficina de reclutamiento . Dosdías después estaba en Illinois y comenzóel entrenamiento, Seis meses más tardeme mandaron al frente. Por todo eso tedigo que la guerra no ha sido nada agra-dable para mí : antes no quería ir, ahoralamento haber estado en ella . Cada vezque pienso en los años pasados allá, mepregunto si no hubiera sido mejor hacercaso a los amigos y haberme marchado alCanadá. Tal vez ya sería un escritor, oaunque no fuera un escritor, no sería loque soy : un pobre diablo que vuelve a ca-sa con una medalla .

Bebió un trago y apagó la colilla en elpiso. Yo lo observaba en tanto pensaba enlo que había dicho y me pareció un hombresumido en la confusión . Sí, probablemente,acepté, Billy no sería nunca un "gloriosoveterano', Podía ser cualquier cosa, me-nos un hombre ufano de sus crímenes .

AUMENTA EL NUMERO DE DE-SERTORES EN LAS FUERZASARMADAS ESTADOUNIDENSES

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DIMAS LIDIO PITTY

PROTESTAS EN NUEVAYORK Y EN SAN FRAN-CISCO CONTRA LA GUE-RRA

PANAMAMARAVILLOSA TIERRA DE SOLPUEDE VISITARLA TODO ELAÑO

Por razones de viaje vendo unautomóvil Ford Galaxie 500 delaño. Llamar al teléfono 52619,Balboa .

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En la ciudad uno es como una planta :aquí crece rodeado de pasto ; allá, entreortigas; en otro lado, circuido por hele-chos. Uno se muda de un barrio a otro yaprende a distinguir los distintos ambien-tes y se adapta a las condiciones de vidaimperantes . Yo había comenzado en RíoAbajo, después había estado en San Feli-pe, luego en Carrasquilla, y cada lugar mehabía enseñado algo .

En Carrasquilla vivía gente de todaclase: obreros, oficinistas, campesinos quetrabajaban como peones en las obras pú-blicas, policías, prostitutas, chulos, maes-tros, buhoneros . Sin embargo, nadie sedaba por enterado de lo que hacían losdemás; sólo en caso de riña era puesta derelieve la particular condición de alguno :chulo de mierda, mantenido, ¿de qué pue-des presumir? ; putona, quemas a tu ma-rido por gusto porque ni siquiera cobras ;qué policía ni qué carajo, si él mismo robóen el supermercado . El resto del tiempocada quien sufría su vida, eso era todo .

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El barrio no estaba totalmente urba-nizado, en algunos lugares había parcelasde monte y una quebrada o zanja de aguasturbias y jabonosas corría de norte a sur ;también había una cantera abandonadadonde tiraban carros viejos y en el centrode la cual los años habían formado unalaguna de hondura desconocida . Allá íba-mos algunos muchachos con Frenchí, unmecánico mal hablado, de habilidad legen-daria, que había perdido facultades por elalcohol . Nos juntábamos, dos, tres, a ve-ces cinco, y lo acompañábamos a buscarhierro viejo para venderlo a un polacotuerto y de piel escamosa, comerciante enchatarra. Después de cobrar, Frenchí sa-caba cuentas, nos daba un dólar a cadatino, él se embolsaba el resto del productode la venta y desaparecía de su casa portres o cuatro días . Cuando regresaba teníala mirada hundida, parecía haber enveje-cido veinte años, mezclaba maldiciones confrases sin sentido que él llamaba filosofíasy estaba sin un centavo. Entonces iba ala bodega y le rogaba a la dueña que lefiara una cerveza para el malestar, paralos temblores, Marieta, no seas malita .

Antes, cuando éramos demasiado chi-cos o aún no teníamos suficiente confianzacon Frenchí como para acompañarlo abuscar hierro, formábamos una horda derapaces que chapoteaba en la quebrada,molestaba a las muchachas que iban a com-prar a la tienda, seguía atentamente losresultados de las carreras de caballos -unmuchacho del barrio era aprendiz de joc-key y subía como la espuma

jugaba

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trompo en la calle sin pavimento, lodosaen invierno, y gritaba obscenidades a lasparejas que rochaban al anochecer en unaloma próxima a la cantera . Entonces ha-bitaban una casa recién construida tresprostitutas apodadas las Cotorras, quienespor las noches, en ocasiones en pleno día,llevaban clientes a su casa . Nosotros ron-dábamos por allí para hacer mandados obuscar en la basura de ellas tapas de cer-veza; éstas las cambiábamos luego en latienda del chino por golosinas y cuponespara la rifa de una casa . Era una manerafácil de conseguir golosinas o sodas por-que en la casa propia ninguno recibía másde un nickel o un dime de vez en cuando .

Un día, mientras buscábamos platillosen la basura de las Cotorras, el mayor delos tres hermanos Thompson -sus edadesiban de los 12 a los 16 años- encontróun condón usado . Parecía un globito llenode agua .

~Ya sé que voy a hacer con esto --di-jo en tanto lo sostenía con dos dedos- .Se lo venderé a Luchita .

~¿Para qué? -preguntó alguien- .¿Qué puede hacer con esa vaina usada?

~Mira cómo eres güevón . . . Pues dár-selo o vendérselo a alguno que se la vayaa coger .

Lo lavó, lo secó al sol y, luego de enro-llarlo y de ponerle una capita de talco paraque pareciera nuevo, se lo llevó a Luchita,la prostituta ya madura y casi enana quevivía sola en una casa de tablas y hoja-lata en las faldas de la loma . A ésa ledecían Luchita y sus clientes eran carreti-

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Meros, peones y menores de edad . La Igua-na compró el condón en diez centavos y ledijo a Thompson que cuando consiguieramás se los llevara .

Comprendimos que los condones po-dían ser un buen negocio y nos propusimoshacer lo mismo que Thompson . Días des-pués revolvíamos la basura y el menor delos Thompson halló otro condón, peroTambor insistió en que él lo había vistoprimero y trató de quitárselo . La discusióndegeneró en golpes, intervino el medianode los Thompson y Tambor, que era másamigo mío que los hermanos, gritó :

-¡Coño! ¡No dejes que me peguen enpandilla estos vergajos!

El mediano sujetaba a Tambor por laespalda para que el otro lo golpeara . Em-pujé al pequeño . En montón no se vale,pendejos, peleen limpio . Le di una patadaal otro y soltó a Tambor, pero entonces,quién sabe de dónde, apareció el mayor yde un solo golpe me dejó boca arriba y sinaire sobre la basura . Me había, además,roto la boca y sangraba como un sapo de-gollado. Ahí terminó la pelea y la disputaporque el condón se había roto en el for-cejeo .

Tambor tenía las manos manchadas desemen y fuimos a lavarnos, él las manosy yo la cara ensangrentada .

-Esos Thompson son unos desgracia-dos-chucha-de-su-madre . Yo vi primero elcondón -masculló mientras se restregababajo el chorro de agua de una llave pú-blica .

~A mí me sacó el aire el cabrón ese

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Termino el gin and tonic y le pido otro aCharlie . Este sigue atareado porque ha en-trado más gente y, aunque ya han llegadosus asistentes, apenas alcanza a despacharlos pedidos. Mientras espero el trago mi-ro los desnudos y recuerdo que Billy dijoalgo de la muchacha reclinada bajo el ár-bol y también recuerdo que al salir tuvela impresión de que ella nos sonreía . Aho-ra, sin embargo, su rostro inerte no expresanada, fuera de la incitación que su posturaencarna . Charlie me da el trago y toma elvasito de ron que conserva junto al espejo .Salud, dice y bebe,

-Ya ves que no podemos conversar~agrega con un gesto de resignación y sealeja .

Enciendo un cigarrillo y vuelvo a verla foto del periódico . El cadáver había sidoextraído del agua con un garfio (a los ca-dáveres siempre los sacan del agua congarfios, En una ocasión un carguero no-ruego embistió a una lancha de cabotajeen la entrada del Canal y murieron los

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nueve ocupantes de la lancha, incluido unchico de trece años, de quien nadie supoqué hacía a bordo, porque evidentementeno era tripulante y en esas embarcacionesno aceptan pasajeros . Una patrulla navalllegó al escenario de la colisión y rescatócon garfios ocho cadáveres ; el noveno, eldel capitán, desapareció, presumiblementedevorado por los tiburones. Eso me locontó Lupo, cuyo remolcador condujo elbarco noruego al muelle de Balboa. Eraimpresionante, decía, ver a la policía navalpescar cadáveres a la luz de los reflecto-res. A veces el garfio no sólo enganchabay rasgaba las ropas, sino también la carne ;luego el muerto era izado y en la luz ama-rillenta era un extraño pez que nadie co-mería) y lo habían depositado sobre lahierba de la orilla, cerca del Yacht Club .(Eso no lo dice el periódico, pero en elfondo de la foto aparece el club .) Des-pués habían buscado en sus bolsillos algunaidentificación . En tanto, la policía mante-nía alejados a los curiosos, y los fotógra-fos sacaban placas desde todos los ángulosy algunos además fotografiaban el puente,desde el cual, era casi seguro, se habíaarrojado el suicida .

Ahora veo claramente a Billy tendidoen la luz del amanecer, sobre la hierba deAmador, rodeado por policías y fotógrafos,su cuerpo amoratado y en partes azulosopor el golpe del agua. De pronto piensoque mientras él yace boca arriba, insensi-ble al calor creciente de la mañana, ajenoa la morbosidad de la gente, mantenida adistancia por la policía, indiferente al pe-

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trolero de la Shell que en ese momentosale del Canal y pasa bajo el puente, ciegoal agua y al cielo azules o tal vez doradospor el alba, yo duermo -sumido en losvapores del alcohol, también indiferentea todo, ajeno a cuanto en ese instanteacontece fuera del sueño- . Y mientras élestá allí y yo duermo, el barco de la Shelldeja atrás el puente y se aleja con lentitudinexorable ~desde cubierta los marinerosven a la gente y a los policías y quizá sepreguntan qué ha pasado- y su sirenasuena más allá de las boyas que marcanel límite del Canal y el sonido se pierdeen la extensión azul y en las colinas ver-des del oeste .

En Balboa la gente desayuna para des-pués irse de pesca, a jugar golf o simple-mentea tomar el sol en la playa de Farfán .En Panamá algunos abordan el auto y sevan a Santa Clara o a Nueva Gorgona apasar el día tomando cerveza y comiendomariscos, o se van a Cerro Azul, dondehay cabañas para los fines de semana ybotes para remar en el lago artificial . Si-multáneamente, en los barrios pobres, enesas casas de madera donde diez o máspersonas comparten la miseria de un solocuarto -por la noche los adultos hacenel amor junto a los niños y junto a los an-cianos de tos profunda desvelados por elcalor, los cuales evocan su juventud oyen-do los suspiros, los quejidos y los murmu-llos de la hija o el hijo en la oscuridadsudorosa-, las familias salen a la luz na-ciente y esperan que las mujeres preparenel café o el té y el pedazo de pan para el

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desayuno. Mientras, los niños juegan enlos patios comunales y las viejas casas sepueblan de ruidos y de radios a todo vo-lumen,

-Junior -grita desde una ventanauna mujer despeinada al hijo que conver-sa con otros chicos-, ven para que vayasa comprar el pan . Pero apúrate -agregairritada-, que tu papá tiene que irse .

Más allá, un anciano achacoso sacauna mecedora de su cuarto y se sienta enel balcón a tomar el sol y a ver el vuelode las moscas que suben de los desagüesdel patio a los cuartos del segundo piso,se paran en las mesas, en los vasos y has-ta en bocas y ojos, si no se las espanta .

Todo esto está allí, es una presenciacotidiana y dolorosa, pero ahora existe enotra dimensión, fuera del sueño o de lamuerte, muy lejos de Billy y de mi. Por-que ambos, él en la muerte, yo en el sue-ño, estamos fuera de la vida, distantes delos ancianos asmáticos o tísicos, de loschiquillos que juegan o riñen en los patioscomunales de Calidonia, El Marañón, San-ta Ana o El Chorrillo, Somos ajenos a lospescadores que vuelven a tierra en susviejos botes de remos, encallecidas las ma-nos por el arpón y las redes, con el rostrocuarteado por el salitre y los vientos delGolfo; esos pescadores que observan conojos enrojecidos las olas doradas y el per-fil claro de la ciudad en el alba y el lomooscuro de los cerros lejanos. Somos indife-rentes a los autobuses que aceleran en lascalles solitarias y dejan detrás el olor dela gasolina quemada ; extraños a esos hora-

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bres que van al mercado y examinan aten-tamente los mariscos y las carnes, discu-ten por el precio de las verduras y final-mente regresan a la casa con una bolsarepleta de comestibles y con una sensaciónde gozo anticipado al pensar en el pescadohorneado o frito que sus esposas, madreso hijas prepararán para el almuerzo .

No vemos a los ricos despertarse pere-zosamente en Bella Vista o el Cangrejo :toman el desayuno en la cama, piden elperiódico y se buscan en la Sección Socialporque anoche asistieron a la fiesta quelos Montoro ofrecieron al capitán Caven-dish, prometido de la hija menor del ma-trimonio, y sería imperdonable que el fo-tógrafo no hubiera captado la eleganciade ella, ahora desmadejada sobre la almo-hada, o la prestancia de él, ahora sin bi-soñé, con sus tres pelos canosos como lom-brices muertas sobre el cráneo . Pero, claro,ahí están, como tenía que ser :

--Fíjate, Mimí, en la mirada de borra-cho del tal Vázquez . ¿Te fijas?

-Sí, papi; tiene cara de idiota. Y mirael gesto de bruja de Estela . ¿Sabes queestá loca por el cantante ese que actúa enel Maxim?

--¿Cómo? Y el marido, ¿qué?-Parece que no le importa . Tú sabes

que él se casó por conveniencia . Además,tiene una querida en San Francisco . Dicenque es una mulata .

-Ah, mira la cara del prometido . Dala impresión de que lo han atrapado .

-No creo eso . Tú sabes que Paty es-

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Ludió en Italia . Bien pudo conseguirse unconde .

-Tal vez. Pero el padre no busca ti-tulos sino dinero .

-Cómo eres. Fíjate qué bien me veode perfil .

No vemos a esas mujeres de piel tersa,húmeda de sueño, salir desnudas de lacama, sus senos saltando como conejos enla luz matinal, darse una ducha, ir a misay luego extraviarse en el ocio dominguero .Ni Billy ni yo podemos ver nada. En elamanecer del domingo ambos, cada unoen su esfera de distinta sombra, cada quienaferrado a su muerte o a su sueño, esta-mos al margen de la vida .

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CRONICA

As¡, universalmente admirado por la proe-za de Suez, Fernando de Lesseps viajó a Pa-namá en 1882, dispuesto a reeditar su triun-fo . El viejo sueño de unir los mayores océa-nos mediante un canal iba a ser realizadopor los franceses . Miles y miles de hombresacudieron de todas partes del mundo a sumarsu fatiga al esfuerzo de Lesseps . Muchoseran técnicos, pero la mayoría era gente sim-ple, apta sólo para manejar el pico y la pala .

Los trabajos comenzaron en la costaatlántica, en medio de fiestas y gran entu-siasmo, pero al cabo de unos cuantos añosmillares de hombres habían sido sepultadosen la selva, víctimas de alimañas o de fie-bres, y las excavaciones se paralizaron cercadel corte Culebra, donde la piedra formida-ble resistía los barrenos y la dinamita, dondepeones venidos de la lejana China amane-cían colgados de los árboles por su largatrenza, su piel aun más pálida en el albatropical .

Entonces, agobiado por las intrigas y laspérdidas, abrumado por el fracaso, Lessepsdesistió y retornó a Europa a morir, entrelas ruinas de la Compañía Francesa del Ca-nal y las lágrimas de los inversionistas y

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contribuyentes. Un grabado lo retrata en susúltimos días, alucinado por las visiones su-perpuestas de una franja de agua en mediode las ardientes arenas de Egipto, con ca-mellos y palmeras en las márgenes, y unazanja inconclusa, llena de víboras y sangre,con cadáveres insepultos en las orillas y ve-getaciones feroces persiguiendo a los hombres,

De ese modo, la gloria de Francia quedóallí, en la intemperie tropical, acosada porlas lluvias y la herrumbre, calcinada por so-les inclementes, pudriéndose junto a los des-pojos de hombres venidos de toda la Tierra .Hundidos en los lodazales de esa selva atrozquedaron la maquinaria y el ingenio de Pa-ris, y también el recuerdo de Gauguin -peóneventual en las excavaciones- quien unanoche fue arrestado en las calles de Panamápor haber orinado en la via pública .

Sí, la vieja y grandiosa Francia quedóallí, empantanada, y su fracaso fue sumer-gido por las aguas cuando, veintidós añosdespués, Wodrow Wilson detonó a controlremoto una carga de TNT y la vía inter-oceánica se abrió a las banderas del inundo .

ANÓNIMO . Fecha confusa .

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Los reclutas llegaron a la base en autobu-ses y, apenas bajados de los vehículos, unsargento gigantesco, de mirada pétrea, ta-tuado en el brazo derecho y con una cica-triz en la mandíbula inferior, les ordenóformar en el patio . La formación tardó encompletarse porque todos se confundían albuscar su sitio por orden de estatura . Elsol caía a plomo sobre el asfalto y peque-ñas gotas de sudor comenzaron a brillaren los rostros de los muchachos . Algunossentían sed y se pasaban la lengua por loslabios mientras la mirada nerviosa perma-necía fija al frente, sin ver nada sino, comoen un trasfondo brumoso, los bosquecillosy las faldas de los promontorios lejanos .

El sargento iba y venía a lo largo dela fila, escrutándola con ojos de pescadoen hielo, sin decir nada, Después de unrato se retiró unos pasos y miró detenida-mente a cada uno durante segundos queparecían eternos, en el transcurso de loscuales el observado ni siquiera parpadea-ba, inmovilizado por la luz helada de esos

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ojos grisáceos. Concluido ese examen in-dividual, los conminó con voz tronante aolvidar sus hábitos civiles y a comprender,a meterse bien en la mollera, que allí sólose atendía la voz de mando . Nada de pre-textos, nada de objeciones, nada de escrú-pulos. En el U.S . Army no había tiemponi sitio para esas cosas . Ellos estaban allípara ser soldados y servir al tío Sam y eltío Sam sólo aceptaba obediencia . Obe-diencia obediencia . La palabra producíaecos en la mañana clara, con pinos y coli-nas a lo lejos, y penetraba incisivamenteen cada quien . Billy sentía que le desollabalas entrañas . La palabra se le antojabatina bola metálica con puntas salientes re-corriéndole los intestinos .

El sargento iba y venía de nuevo a lolargo de la fila mientras hablaba, Uno delos reclutas abandonó distraídamente laposición de firme y el sargento se apro-ximó a él sin dejar de hablar y lo golpeócon la fusta en una pierna . Billy recordabael chaquido de la fusta y la queja entre-cortada del muchacho. La charla duróotros diez minutos, quince a lo sumo, peropara todos fue un tormento prolongado :las palabras y el sol refractado en el asfal-to los sentían como agujas clavadas en elcuerpo. Finalmente dijo que tuvieran siem-pre presente cuanto les había dicho ; así seevitarían dificultades y todo iría bien paratodos, Porque no debían olvidar que ha-bían sido enviados allí para ser soldados,y él los iba a convertir en soldados, lo qui-sieran o no. Que no lo olvidaran. Luegoles ordenó marchar hacia el baño .

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Eran treinta y dos en el grupo, forma-dos en fila doble . El sargento marcaba elpaso con sonidos guturales mientras cru-zaban el patio. Entraron al baño y, toda-vía formados, se desvistieron, Billy recor-daba al chico de nombre Henry que seruborizaba de vergüenza en tanto se des-nudaba en silencio ; recordaba su expre-sión cohibida y medrosa. Su cuerpo delga-do y esbelto parecía de muchacha . Elsargento estaba detrás de ellos, en la en-trada del baño, y les ordenó ponerse deuno en fondo; luego dijo que avanzaranhasta las regaderas y se mantuvieran fir-mes frente a ellas. Después caminó una yotra vez a lo largo de la fila . Billy recor-daba sus pasos pesados y los golpes acom-pasados de la fusta en una de las piernasdel suboficial . Henry estaba a la izquierdade Billy, ¿o era a la derecha?, no, a laizquierda, y a pesar de los años transcu-rridos aún sentía al sargento detenerse de-trás de Henry y golpearle suavemente lasnalgas con la fusta mientras decía : "Túserás mi ordenanza." Recordaba el rostroenrojecido de Henry, su expresión de azo-ro y su voz confusa y delgada al respon-der : "Sí, señor ." Luego el sargento saliódel baño golpeándose una mano con lafusta, tras de haberles ordenado que sebañaran rápidamente .

Después, semanas de entrenamiento .Correr, saltar, escalar muros con sogas,marchas de treinta millas diarias con todoel equipo a cuestas y descansos de diezminutos cada hora, atravesar pantanos conel agua al cuello y conservar seca el arma .

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Henry jadeaba en las carreras de obstácu-los y su cuerpo parecía doblarse bajo elpeso del equipo y temblaba como un ani-mal acorralado cuando le ordenaban arro-jar una granada . Por cualquier motivo elmiedo asomaba en sus ojos transparentes .Era evidente que no había nacido para sol-dado. Lo suyo estaba en otra cosa . Cual-quiera podía darse cuenta de eso . Inclusoun día le había dicho a un compañero quepensaba ser actor cuando volviera a lavida civil .

En la noche, los músculos doloridos,nublada la mente por el cansancio, cadaquien pensaba en su antigua vida -novia,madre, hermanos, paseos en automóvil, ci-ne, bailes- y maldecía al tío Sam en sue-ños. Al día siguiente, el toque de diana losenfrentaba de nuevo con la voz del sar-gento, inflexible y dura con todos, amabley cariñosa con Henry . Sí, Billy no habíapodido olvidar la forma en que el sargen-to trataba a ese muchacho, Había risitasy cuchicheos cuando el suboficial llamabaa Henry a su cuarto y el recluta pasabahoras allí para luego regresar con la mi-rada baja y una expresión de vergüenzaen todo su cuerpo . Billy recordaba esoy los sollozos apagados de Henry mientraslos demás dormían .

Tampoco olvidaba la tarde en que seejercitaban con la bayoneta calada en unacolina boscosa y oyeron un disparo en elflanco derecho . Recordaba los denuestosdel sargento contra el imbécil que había es-tropeado el simulacro de ataque por sor-presa. Lo voy a desollar vivo, decía . Y

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recordaba el rostro exánima de Henry enla luz verdosa del bosque y la manchanegruzca que se extendía incontenible-mente por su pecho . Recordaba las expre-siones estupefactas de los reclutas queveían por vez primera la muerte, y la caradesencajada del sargento, quien miraba elcuerpo agonizante de Henry con gesto desorpresa y tal vez de velado reproche . To-do eso lo recordaba : Henry desangrándosesobre las hojas muertas, los reclutas mi-rándolo en silencio, el sargento diciendo :"Vamos, hay que llevarlo a donde puedarecogerlo la ambulancia", y el viento en-redado entre los pinos . Esa escena se ha-bía grabado para siempre en alguna partede él. Jamás podría olvidarla . Aunque, ha-bía sido algo extraño, en las semanas si-guientes fue disolviéndose en la fatiga delos ejercicios ; pero luego había vuelto arecordarla y estaba seguro de que nuncala olvidaría . Era uno de esos recuerdos queduran hasta la muerte .

Concluido el entrenamiento, fueron en-viados a San Francisco y allí, junto conotros contingentes venidos de distintospuntos del país, embarcados para Indochi-na. Pero lo de allá era otra historia .

Bebió lo que restaba en su vaso y pidióotro trago . Fui al baño y mientras orinabay luego mientras me peinaba pensé en esechico Henry y en su triste fin en esa bos-cosa colina de Illinois . Había algo lamen-tablemente turbio en todo eso .

Cuando volví a la mesa, Billy estabarecostado a la pared con los ojos cerradosy la música del calypso Diana ascendía ca-

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deliciosamente con el humo de su cigarri-llo. Abrió los ojos al sentir que me sen-taba .

-Como te decía, para mí la guerra ytodo lo relacionado con ella no ha sidomuy agradable que digamos .

-Ya veo, Comprendo -dije, aunqueno era eso exactamente lo que hubieraquerido decir, pero en el momento no seme ocurrió ningún otro comentario .-Y hay otras cosas que tampoco tie-

nen nada que ver con lo presentado enesas películas en las cuales un actor derostro aniñado hace de héroe invulnerable .Hay mucha porquería en todo el asunto .Pero, claro, ¿qué puede hacer uno?

Terminó su cigarrillo en silencio y des-pués fue a pedirle a Charlie monedas parala música . Lo vi alejarse hacia el jukeboxy mientras marcaba piezas llegué a la con-clusión de que no me había equivocado :Billy era bien distinto a esos "zonians",hijos de perra que desde hacía medio sigloocupaban el centro del país .

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Carrasquilla queda lejos del mar, no obs-tante, en las vacaciones algunos amigosíbamos -en autobús si había dinero, enbicicleta o a pie casi siempre- a bañarnosen las playas de San Francisco o de Pai-tilla, y pasábamos horas allá, a veces hastael atardecer, cuando el sol muriente poníareflejos dorados en las olas, en las rocas,en los árboles y hasta en los cuerpos ex-haustos, En ocasiones nos acompañabanmuchachas y con ellas, tras de habernoscansado nadando o jugando pelota, bus-cábamos lugares discretos entre la vege-tación o los peñascos para darnos besosy soñar. En el atardecer los labios teníanun sabor salado y era excitante unir lasbocas en una caricia interminable, aban-donarse a la sensación de esa ola, genera-da en la sangre y la carne tibia, que loenvolvía a uno como una agua mansa . Lue-go, con la última luz, cada quien montabaa su amiga en el caballo de la bicicleta ypedaleábamos de regreso, vencida la fati-ga del esfuerzo por el enervante roce de

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unas caderas mórbidas y dulces contranuestros muslos .

En cambio, cuando no iban muchachas,corríamos, nadábamos y boxeábamos hastaextenuarnos. Después nos poníamos a fu-mar y a conversar en los arrecifes . Laescuela, los profesores, las novias, las lec-turas, los carnavales, Rocky Marciano,Willie Mays, Dillinger . . , todo era teniay motivo de atención . Y fue de esa mane-ra, en forma un tanto involuntaria o ca-sual, cómo algunos comenzamos a intere-sarnos en los problemas del país y en lacuestión del Canal . ¿Recordábamos al tipoese que en la última asamblea de estudian-tes en el aula máxima había atacado a losgringos? ¡Qué bárbaro! A lo mejor lo cas-tigaban por eso . ¿No habíamos visto cómoese profesor de inglés que estudió enChicago tomaba nota de cuanto Floyd de-cía? Ese profesor había ido a Chicago conuna beca del USIS y estaba agradecido-agradecido-agradecido . ¿No lo decía siem-pre? ¿Y una noche no lo habían encontra-do bañándose desnudo con un gringo enla playa de Farfán? Sí, posiblemente cas-tigaran a Floyd por lo que había dicho .¡Qué bárbaro! Pero estaba bien, qué ca-rajo, el tipo tenía huevos . Y el mulaticoese de Bocatown, ¿recordábamos? En unaoportunidad le habían impedido, por sernegro, entrar a una refresquería de Balboa .El insistió : su padre trabajaba en la Zo-na, sólo quería un helado, no hacía nadamalo y el policía casi lo golpea . Y la her-mana de "Cuchillo', ¿quién no lo sabía?,había estado una semana en el hospital

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porque unos gringos borrachos la golpea-ron y la violaron cuando iba a tomar elbus por el lado de Pueblo Nuevo . Ade-más, el año anterior todos habíamos leídoLuna verde, esa novela que presenta ladiscriminación racial en la Zona . Y "Per-gamino", el profesor de Historia, nos habíaexplicado las intervenciones norteamerica-nas. Era odioso y triste todo eso, ¿verdad?

Una tarde hablábamos de eso en Pla-ya Chiquita, Paitilla, y alguien recordóel cuadro sinóptico que "Pergamino' ha-bía hecho en el tablero para ilustrarnoslo que él llamaba esa "historia de ver-güenzas' . El grupo lo escuchó en silencio(tenía fama de enérgico y en su clase notoleraba desórdenes), pero apenas si al-guno concedió trascendencia a las iniqui-dades que contaba . ¡Qué importaba el pa-sado! De momento interesaba mucho mássaber si Mickey Mantle había bateado jon-rón contra los Tigres de Detroit o si ManeIcaza montaría a "Don Gabino", el mejortresañero, en el clásico Independencia .Además, esa noche había que ir a ver aAudie Murphy en Regreso del infierno .Era la historia de su participación en laguerra, en la cual había resultado ser elsoldado estadunidense más condecorado .Había que ver, cómo no, a ese chaparritocasi imberbe, de aspecto frágil, abatir conuna Thompson enemigos como moscas .Quién iba a perderse esa película! "Cá-llate ya Pergamino", musitaba cada quienpara si, "lo que dices pasó hace tiempo,déjanos salir, ¿no?, otro día nos siguescontando — .

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No obstante nuestro desinterés o insen-sibilidad, esa voz recia y pausada debiógrabarse en alguna parte de nosotros, por-que esos mismos hechos, que entonces nosdejaban indiferentes, adquirieron con eltiempo otra dimensión, parejamente magnay dolorosa, en nuestra conciencia . Sin em-bargo, esa tarde en Paitilla aún tomába-mos el asunto poco en serio y "Porky",el burlón del grupo, imitó la voz de "Per-gamino" y trazó en la arena un remedo delcuadro del tablero :

SIGLO XIX

1856 --Un año después de haber sidoinaugurado el ferrocarril trans,ístmico, una discusión entre unvendedor de frutas y un estadu-nidense por el pago de una taja-da de sandia (5 centavos de dó-lar) origina una trifulca. En ellaparticipan norteamericanos, pana-meños y latinoamericanos queapoyan a los segundos. El saldoes de 17 muertos y decenas deheridos . Estados Unidos exige algobierno (entonces en Bogotá)indemnizaciones exorbitantes . Fi-nalmente, tras de amenazas deWashington y protestas de Bo-gotá, la Nueva Granada tiene quepagar 412 mil dólares en oro .

Ninguno recuerda bien las otras inter-venciones del siglo xix. "Porky" carraspeainseguro y, al fin, sin saber cómo seguir,

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pregunta : "¿Quién de la clase sabe quéotros incidentes hubo?" Silencio . "Bueno,tendré esto en cuenta a la hora de tomarla lección ." Su imitación es tan buena quetodos reímos, incluido el propio "Porky" .De nuevo serio, prosigue : "Entonces, jó-venes, en este siglo tenemos . . ."

SIGLO XX

1918 -Fuerzas estadunidenses ocupanla provincia de Chiriqui con elpretexto de que durante unas elec-ciones se ha alterado el ordenpublico. La ocupación dura dosaños .

Un camaronero dobla Punta Paitilla concientos de aves siguiéndolo . Todos mira-mos el espectáculo y nos desentendemosde "Porky". En la proa de la embarca-ción, un marinero sin camisa nos grita al-go. Por si acaso, riéndonos, le hacemosseñas obscenas con las manos . "Porky"se enfada : "Jóvenes, ¿es más interesantepara ustedes lo que ocurre fuera del salónque lo que explica el profesor? El que noquiera escuchar, que salga de una vez."

1925 -El presidente panameño Chiaripide a Washington tropas parasofocar un movimiento inquilina-rio que propugna la rebaja de losalquileres en las ciudades de Pa .

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namà y Colón. (Fotos de la épocamuestran soldados con la bayone-ta calada -mirada torva, expre-sión de hiena-, caballos y tiendasde campaña en el parque de SantaAna.)

"Copien el cuadro y estúdienlo . Notanto porque su contenido pueda figuraren el examen, sino porque todos deben co-nocer bien estas cosas ." La voz de "Porky/Pergamino" se pierde junto con el dibu-jo, borrado por la marca . "Porky" nosmira severo y aplaudimos cuando dice :"La clase ha terminado ."

Entonces, en Paitilla, bromeábamos conel recuerdo de "Pergamino" . Pero añosdespués, ya sin bromas ni risas, más biencon una gratitud confusa, yo pensaba enlas enseñanzas de "Pergamino" y en sufinal heroico .

Había muerto a consecuencia de unbalazo recibido durante los enfrentamien-tos entre manifestantes panameños y elejército yanqui, en enero del 64, Cuandoestaba en el hospital, algunos amigos yex alumnos fuimos a visitarlo y nos con-movió verlo sereno, en apariencia indife-rente al dolor y a la muerte que prontolo abatiría. No mostraba enojo por su he-rida, más bien tuvimos la impresión deque íntimamente lo enorgullecía . Ya eraun hombre maduro, usaba anteojos y sehabía dejado un bigote entrecano, pero sumirada seguía siendo juvenil y resuelta .Agradeció mucho nuestra visita y aseguróque pronto regresaría al trabajo . Lo suyo

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no era nada, dijo . Lo más importante es-taba por venir ; había que mantenerse fir-mes y seguir adelante . Lo acontecido eraapenas un incidente en un largo, muy lar-go, proceso . Nos despedimos y tres díasdespués "Pergamino" había muerto en esamisma cama donde lo habíamos visto porúltima vez sus amigos y ex alumnos .

"Pergamino" está muerto y el tiempoha pasado, pero no he olvidado su vozpausada y firme, ni la pasión que ponía alenseñar la Historia, como si viviera y su-friera cada acontecimiento . Y su nombre,Ariosto Prado Soler, es uno de esos quese graban como cicatrices en la vida deuno. Su nombre apareció en los periódicos,junto a los de otros mártires, y al verlome sentí conmovido. El, un humanistaeducado en Europa, ¡había caído al ladode estudiantes y albañiles y gente sencillaen defensa de su país! Entonces comencéa comprender quién había sido " Pergami-no" en realidad . Y luego, cuando cientocincuenta mil personas lo llevaron al ce-menterio y cuando lo exaltaron en los pa-negíricos y cuando la multitud dejó lastumbas cubiertas de flores y de lágrimas,sentí que había desaparecido un hombreadmirable, un maestro y patriota autén-tico, y supe -en ese momento me percatédefinitivamente de ello- que "Pergami-no' había sido mucho más amigo mío delo que él supuso y de lo que yo había po-dido comprender .

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EL IMPERIALISMO NORTEAME-RICANO ES El, MAS FEROZ ENE-MIGO DE LOS PUEBLOS DELMUNDO, AFIRMA MAO

TOKIO, 13 de enero (AP) . China lan-zó hoy una serie de declaraciones ofi-ciales calificando a Estados Unidos de"agresor" y asegurando su apoyo a Pa-namá en la disputa entre ese país yEstados Unidos por la Zona del Canal .

Mao Tse Tung, presidente del Con-sejo de Ministros, dijo que "el pueblochino está firmemente del lado del pue-blo panameño y apoya plenamente sujusta acción al oponerse a los agresoresnorteamericanos y procurar recuperarsu soberanía sobre la Zona del Canal" .

Su declaración, difundida por RadioPekín, añadió : "Los planes agresivosdel imperialismo norteamericano paradominar al mundo entero siguen unalínea continua desde Truman, a travésde Eisenhower y Kennedy, hasta John-son ."

La radio dijo que el presidente LiuShao Chi y el primer ministro ChouEn-la¡ cablegrafiaron un mensaje con-junto al presidente de Panamá, expre-sándole su "más fuerte indignación antelas agresivas atrocidades norteamerica-nas al burlar la soberanía nacional dePanamá y masacrar al pueblo pana-meño" .

Un mensaje similar fue enviado porChu Teh, presidente del Comité Per-manente del Congreso, a Jorge RubénRosas, presidente de la Asamblea Na-cional panameña, añadió la declaración .

Mao afirmó que "el imperialismonorteamericano es el más feroz enemigodel pueblo del mundo'' en Asia, Lati-noamérica y Africa, y que aun amenazaa la Unión Soviética y a los otros paí-ses socialistas .

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Continuó : 'Hallando oposición entodas partes, el imperialismo norteame-ricano se ha colocado en la posición deenemigo del pueblo de todo el mundoy se ha aislado cada vez más .

"Las bombas atómicas y de hidró-geno en manos de los imperialistas nor-teamericanos, nunca podrán amedrentara los pueblos que no están dispuestos aser esclavos."

LA CRISIS CANALERA PO-NE EN PELIGRO LA SEGU-RIDAD DEL MUNDO, AFIR-MAN EN EUROPA

MAS PAISES LATINOAMERICA-NOS APOYAN LA POSICION DE

PANAMA

CIUDADANOS NOR T E -AMERICANOS SE IDENFI-CAN CON PANAMA

MANIFESTACIONES DE SOLIDA-RIDAD CON PANAMA EN VA-RIAS CAPITALES DEL ORBE

LA PRENSA SOVIETICADEPLORA EL TERROR

SANGRIENTO

MOSCÚ, 11 de enero . El san-griento terror ha reforzado cienveces más la decisión del pue-blo panameño de que se le de-vuelva la Zona del Canal, dicehoy el Konsomolskaya Pravda .

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ADVERTENCIAS TURBIAS YAGORERAS EN NUEVA YORK

NUEVA YORK, 16 de enero . T.1 sen-tido común se afirma en Panamá'', dicehoy aquí el Herald Tribune, pero sedebe esperar sorpresas aun en el casode que ambas partes trabajen con buenafe, porque "los comunistas contristas yotros extremistas tratarán de hacer es-tallar nuevas explosiones, con la espe-ranza de destruir la actual tendenciahacia un arreglo" .

Ahora, aquí en El Moroco, pienso enlo que le conté a Billy de esos días . Piensoen "Pergamino" y en otras muertes, Enel 64 recibimos solidaridad de todo el mun-do; fue algo muy hermoso : dentro de laimpotencia y el dolor, nos confortó . Peroen realidad, a pesar de lo ocurrido enton-ces, casi nada ha cambiado ; todo siguesiendo más o menos lamentable . De todaesa vergüenza que es nuestra historia, úni-camente algunos muertos aparecen sinmácula. Pareciera que para nosotros lainmolación y la sangre fuesen la únicaalternativa . Eso o algo parecido le dije aBilly, Y ¿qué respondió él? ¿Qué respon-dió?

¿Y lo que no dije, lo que callé, conte-nido por una vaga prudencia? Porque enun momento me dije que Billy podía sercualquier cosa. Ese descontento suyo bienpodía ser una careta. ¿Cuántos ultrarra-dicales no son agentes de la CIA? Vocife-ran en los cafés, gritan más que nadie enlos mítines y luego, en alguna oficina de

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apariencia inofensiva, acaso dedicada a laventa de souvenirs o a importar ropa deseñoras, dan nombres y pistas, anticipanplanes, delatan acciones . Hay muchos así .Algunos fingen ser periodistas y con esepretexto acuden a las reuniones y aviesa-mente incitan a los estudiantes (todo elmundo conocerá lo que digas, trabajo parauna emisora que tiene intercambio noti-cioso con la agencia tal, habla sin miedohombre, ¿qué piensan hacer ustedes cuan-do venga mister Koll, el secretario de Esta-do, apedrearán la embajada?, habla, hom-bre, habla para que el pueblo sepa quépiensan hacer ustedes y pueda apoyar-los), graban las declaraciones y despuéslas venden nadie sabe dónde . Uno no estáseguro de quién es quién . Es una cloacaesto, llena de ratas y de sapos .

Por eso no le hablé a Billy del modo enque había comenzado a ver la patria comouna herida o un dolor y a sus paisanos co-mo perfectos hijos de puta . El parecía unbuen chico, sí - y tal vez lo fuera-, peropara qué decirle que cuando yo tenía quin-ce años Angelo Moreno me había prestadoalgunos libros y me había explicado cier-tos aspectos del mundo ; que a los dieciséisera dirigente estudiantil y participaba enmanifestaciones patrióticas; que a los die-ciocho soñaba con organizar un movimien-to armado en compañía de otros soñado-res hastiados de ver a nuestro pueblosojuzgado y en la miseria ; que a los veinteya había estado cinco veces preso por untotal de siete meses ; que una noche habíavisto morir destrozado a un amigo mientras

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preparaba un petardo en el garaje de sucasa -tenía diecinueve años, idolatrabaa Sandino y su gran ilusión particular eraser oficial de un buque ballenero- . Todoeso había sido mi vida, pero algunas cosasno son para andarlas contando ; menos siuno no está bien seguro de quién es eloyente .

Y ¿qué es mi vida ahora, después detodo? La mezquina, ínfima satisfacciónde tener un trabajo, de escribir esporádi-camente algunos versos y de contar conuna mujer de vez en cuando. Un blandoconformismo unido a una blanda insatis-facción. Porque estoy solo, aislado, y estonto pensar que en el aislamiento alguienpueda ser revolucionario ; si acaso será unrebelde, un disconforme atrincherado enideas digeridas con entusiasmo en el pa-sado, en biografías heroicas y en citas deLenin . Estoy solo y sufro esa apatía o des-encanto de los ilusos que en la adolescen-cia imaginan la revolución como algo puro,distinto o separado de la vida, del trabajodiario, del dolor de muelas, de las medici-

nas para la madre enferma, de la lechepara el bebé; me embarga ese pesimismoque surge cuando se descubre que la revo-lución no es susceptible de ser realizadapor el deseo de un soñador, sino que esun paciente y laborioso esfuerzo colectivo,un proceso, en fin, resultante de la adiciónde pequeñas acciones, no la hazaña de unexaltado ni el delirio de un joven conun libro húmedo de impaciencia bajo elbrazo. Quizá lo mío sea falta de consisten-cia o debilidad pequeñoburguesa ; pueden

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ser muchas cosas . Uno nunca sabe a cien-cia cierta por qué es lo que es y no lo quequiso llegar a ser . Es una vaina el egoís-mo . Son lindas las palabras, pero si faltala voluntad todo se va al carajo . De todosmodos, uno guarda las apariencias ; aun-que sea para los demás conserva un míni-mo decoro, rehusa aceptar su desilusión osu vergüenza. En verdad, no soy lo quese podría llamar un auténtico revoluciona-rio; soy demasiado dubitativo, débil oegoísta para serlo, pero sí tengo, he adqui-rido, por lo menos, conciencia de algunascosas. Por otro lado, sé que hay verdade-ros, genuinos revolucionarios en este país ;gente que brega sin desmayo para saliradelante, y que saldrá adelante aunquealgunos como yo quedemos rezagados .¡Ah, las dudas, las pendejadas! Callé mu-chas cosas, es cierto, pero de todos modosle conté a Billy lo suficiente -sin precisardetalles, claro- para que no fuera a lle-varse la impresión de que aquí todos te-nemos mentalidad de cipayos o de putas .- Dame otro, Charlie -pido en voz

alta .Charlie sirve a un cliente una copa de

anís y viene a recoger mi vaso vacío .-Por lo que veo, quieres cogerla de

nuevo -dice .-No, no lo creas . Mañana tengo que

trabajar. Es que me hacen falta unos tra-gos. Tú mismo me has dicho que cuandouno está jodido no hay nada mejor queun trago, ¿no? Ahora ando así, apachu-rrado. Fíjate que no he podido dejar de

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pensar en el gringo. Opino que era buenagente, ¿sabes?

--¿Cómo así?--Bueno, tú bien sabes cómo son los

gringos, Este era distinto . No parecía grin-go .

Seca la barra y pone el trago frente amí .

-Ah, ya -asiente- . Sí, a veces pasaque tuno tiene la suerte de encontrarse conuno así .

Un cliente pide una cerveza . Charlieabre la nevera con hielo donde las guarday saca una del fondo. Agito el trago, lopruebo y recorro con la vista la concurren-cia. El local no está lleno, mas como algu-nos hablan en voz alta parece que hubieramucha más gente de la que hay . La nocheanterior, en cambio, hacia la una de la ma-drugada no había un solo puesto desocu-pado. Pero, claro, era sábado . Ese díamucha gente sale a tomar con los amigos .El domingo no hay que trabajar y todo elmundo puede levantarse tarde .

Es el caso, por ejemplo, de los compa-ñeros del ministerio . Rara vez entran auna cantina durante la semana, pero el sá-bado algunos comienzan a beber tempra-no y no llegan a su casa sino el domingoen la tarde. Lo suyo es una compensacióna la rutina y las fatigas de la semana . Enla cantina -con los amigos, la música ylas mujeres- olvidan el sueldo mísero, elhorario inflexible, las montañas de pape-sles que, lentamente, como una niebla ma-léfica, agobian a los empelados y les ab-sorben la salud y los afros . Por unas horas

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son libres, personas, no piezas de un en-granaje sujeto a oficios y numeraciones yórdenes y miradas odiosas del jefe . Pue-den olvidar que deben marcar su tarjetade asistencia, que deben comer de prisay luego subir a un autobús atestado y ca-luroso, en el cual hombres y mujeres su-dan, tosen, empujan y maldicen para poderllegar a tiempo, pues descuentan mediodía de salario por cada tres tardanzas .Durante unas horas pueden reír, quitarsela corbata y externar opiniones sobre bo-xeo, beishol, mujeres, cine, lotería, caba-llos, política, ate ., sin el temor de que eljefe les interrumpa la plática para pregun-tar con su odioso retintín : "Fulano ¿yatiene listo el informe sobre los ingresosdel municipio de Dolega que le pedí ante-ayer?" Es un tiempo fuera del tiempo .Otra vida, No existe la oficina, esa jaulallena de escritorios, archivos y calculado-ras, en la cual jamás entra el sol ; dondelos rostros adquieren un color enfermizopor la luz fluorescente ; donde las hilerasde números son infinitas; donde nadiepuede distraerse un momento porque unguarismo mal escrito trastorna el balancefinal y entonces hay que revisar nueva-mente desde el principio todo ese cúmulode hojas y hojas y columnas y columnas decifras ; donde no es posible pensar en laplaya ni en un río ni en un paseo por elcampo, porque se sabe -es lo más tris-te- que el sueldo no alcanza para pagarla casa, la comida y comprarse una camisa .En cierto modo, la cantina es la aventu-ra, la otra cara de la vida, un sitio en el

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cual es posible sentirse hombre humano porun rato. Hoy domingo, en cambio, sólo tu-ristas, prostitutas, chulos y artistas de lafarándula permanecen en los bares hastala madrugada, o si no, periodistas, noc-támbulos adinerados y gente que puedelevantarse tarde .

Bebo un trago y respondo "no" cuan-do Charlie pregunta si quiero maní sa-lado .

--¿Prefieres salchichitas picantes?-No, ahora no tengo ganas de comer

nada, Charlie . Tal vez más tarde .Uno de los ayudantes pide una botella

de Johnnie Walker para una de las mesas .Mientras Charlie pone vasos, hielo y so-das en una bandeja, veo que el ocupantedel sitio donde estuve anoche se levantay camina hacia el jukebox . Y nuevamenteno es domingo sino sábado y quien vahacia la caja de música no es un desco-nocido sino yo : Billy, en tanto, queda enla mesa, prendido a sus recuerdos y a sumirada de hastío . Entonces, de prontopienso en las curiosidades de la vida :mientras echaba monedas en el jukeboxno imaginaba que hoy estaría recordandoese momento y a Billy -no muerto : amo-ratado por el agua, mordido por los peces,pálido en la claridad del amanecer-- ro-deado por la atmósfera turbia y las vocesebrias del Moroco .