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Dieciséis tesis sobre Anarquismo Carlos Díaz y Félix García 1978

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Dieciséis tesis sobreAnarquismo

Carlos Díaz y Félix García

1978

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Índice general

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20Tesis 1ª: El anarquismo no es una forma de

socialismo utópico . . . . . . . . . . . . 29Tesis 2ª: El anarquismo no es pequeño-burgués 35Tesis 3ª: El anarquismo no es apolítico . . . . 40Tesis 4ª: Anarquismo no es espontaneísmo . 46Tesis 5ª: El anarquismo no es un voluntaris-

mo de raíz fascista . . . . . . . . . . . . 55Tesis 6ª: Anarquismo no es individualismo . 59Tesis 7ª: El anarquismo no es el dadaísmo . . 63Tesis 8ª: El anarquismo no es terrorismo . . . 68Tesis 9ª: El anarquismo no defiende la pro-

piedad privada . . . . . . . . . . . . . . 74Tesis 10ª: El anarquismo no es producto de

lumpemproletarios ni de intelectualesinorgánicos . . . . . . . . . . . . . . . . 76

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Tesis 11ª: El anarquismo es socialismo en li-bertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

Tesis 12ª: El anarquismo es la izquierda delmarxismo . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

Tesis 13ª: El anarquismo es una utopía dia-léctica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98

Tesis 14ª: El anarquismo es la imaginación . 103Tesis 15ª: El anarquismo es disciplina . . . . 105Tesis 16ª: El anarquismo es aporético . . . . . 109Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

I. AUTORES CLÁSICOS . . . . . . . . . 112II. ESTUDIOS SOBRE EL ANARQUISMO116III. HISTORIA DEL MOVIMIENTO

ANARQUISTA . . . . . . . . . 119

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Prólogo

El tiempo pasa rápido; hace apenas dos años que es-cribimos este trabajo, intentando contribuir con él a laaclaración y consolidación del movimiento anarquista,y ya han cambiado algunos datos de forma importante.Lo más interesante, para nosotros, es el resurgimientode la CNT, que si bien está lejos de la fuerza que tu-vo en otros tiempos y también está lejos de la fuerza“numérica” de las otras centrales, vuelve a presentarla batalla en defensa de los puntos que considera fun-damentales y sigue siendo, al menos para nosotros, laúnica esperanza de que se dé una batalla directa, sinconcesiones ni claudicaciones, al nefasto sistema quenos oprime.

Sin embargo, el resurgir de la CNT está resultandoalgo conflictivo, lleno de discusiones internas y enfren-tamientos en busca de una nueva identidad. No dejade ser buen síntoma pues siempre será señal de que elenfermo está vivo y promete hacer grandes cosas des-pués de la discusión; pero no podemos olvidar tampo-co que a veces esas discusiones hacenmás daño que be-neficio, que terminan matando al enfermo, entre otrascosas porque hay mucha gente por ahí interesada enque el enfermo muera, o que se quede tan débil que

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tenga una nula incidencia. Por otra parte, a veces losdebates no son demasiado fecundos porque planteandiscusiones que no tienen sentido, que se enzarzan enaspectos marginales y dejan aspectos fundamentales.En este sentido va nuestro prólogo; deseamos arrojar,dentro de nuestras escasas posibilidades, un poco deluz que enriquezca y centre el debate. Evidentementese nos podrá decir que no somos quiénes para inter-venir en los debates, especialmente porque nos limita-mos a ver los toros desde la barrera, y efectivamente escierto. Sin tratar de explicar ahora por qué los vemosdesde la barrera, por qué no hemos entrado para verlas cosas mejor y colaborar con los demás a construirla CNT, seguimos pensando que podemos echar unamano desde fuera, sin que tampoco se nos deba hacerdemasiado caso.

En primer lugar nos gustaría recordar algo que esobvio para todos. Las discusiones sobre el contenidode la Confederación, sobre su línea de orientación, hansido una constante histórica. No es extraño ni preocu-pante, por tanto, que vuelvan a darse ahora, aunque sílo es más el que se olviden algunas cosas bastante im-portantes que, si ayudaría a avanzar la discusión haciatemas más interesantes. También ha sido una constan-te el hecho de que los debates tiendan a personalizarse,

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reproduciendo liderazgos y protagonismo que nuncadeben producirse, si se pretende ser coherente con losplanteamientos básicos de la CNT. Caer en esta tenta-ción es olvidar puntos fundamentales de la corrientede pensamiento que nos sirve de médula, es olvidar,por ejemplo, a unMalatesta cuando afirmaba que él noera bakuninista por dos motivos fundamentales: pri-mero, porque como anarquista no creía en dogmas yde eso no se libraba ni el pensamiento de Bakunin; se-gundo, y eso nos parece más importe, porque un anar-quista debía rechazar siempre los personalismos, debíadiscutir sólo sobre planteamientos teóricos y prácticosdesvinculándolos de todo tipo de referencia personalque pudiera llevar a la sumisión a un líder.

Sentadas esas bases, podemos pasar ahora a haceralgunas precisiones que nos parecen importantes. Nocabe la menor duda de que el movimiento anarquistano se agota en la lucha sindical, y en eso han estado deacuerdo siempre todos los anarquistas. Pero decir estosería insuficiente si a continuación no dijéramos queel anarquismo debe estar unido al movimiento obrero,aportándole su savia y recibiendo de él una prácticaconcreta de lucha contra el sistema. Lo realmente fe-cundo en la historia ha sido la unión de ambas realida-des. Del mismomodo podemos afirmar que es absurdo

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hablar de un sindicalismo neutro, sin contenido ideo-lógico, en que lo fundamental fuera la defensa directade los intereses de los trabajadores. Siempre que se haafirmado eso se ha terminado creando desde fuera unpartido o algo similar que se encargaría de proporcio-nar al sindicato la línea ideológica y política que estepor sí mismo no podía tener. De ahí a cargarse la for-mación de una central sindical independiente, que nosea mera correa de transmisión de los listos de turno,que se plantee de forma integral la lucha contra la opre-sión y la explotación, que afirme la posibilidad y el de-recho de los trabajadores de ser los protagonistas y losdueños de su propia vida, no hay más que un paso.

Volvemos a decir que lo fecundo ha sido siemprela unión de ambos aspectos, reconociendo al mismotiempo las diferencias. Ni el anarquismo se agota enel sindicato, ni se puede concebir un sindicato integralque no posea una concepción ideológica. No olvide-mos nunca que el sindicato no se plantea exclusiva-mente como asociación de defensa de los intereses delos trabajadores, sino también, y quizás sea lo más in-teresante, como esbozo de la sociedad alternativa porla que luchamos, y para cumplir esa segunda misiónes imprescindible una ideología. Si queremos construiruna sociedad autogestionaria, regida por los propios

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interesados en su funcionamiento; si queremos una so-ciedad en la que no haya poder político ni estado, fuen-tes de nuevas opresiones y explotaciones, si queremosuna sociedad organizada sobre la base de la solidari-dad entre todos los hombres, con una escala de valo-res sustancialmente distinta a la que rige en el sistemacapitalista; si queremos una sociedad federalista, des-centralizada, en la que lo fundamental sea la defensade la dignidad del hombre, de la justicia, de la igualdady, sobre todo, de la libertad; si queremos todo eso, no sepueden reducir las perspectivas de la lucha sindical almero sindicalismo. Por otra parte, de ser así, la CNT enestos momentos perdería el único espacio político quele queda, se confundiría con las demás centrales sindi-cales y perdería a continuación su razón de ser. Si esuna alternativa real y revolucionaria, se debe precisa-mente a que va más allá que las demás centrales, a quese plantea una lucha integral en la que efectivamenteno se quiere hacer la política oficial de los opresoresde turno o de los que esperan turno para oprimir, peroen la que no se renuncia a la auténtica política, comodecimos en una de nuestras tesis; en definitiva, se de-be a que se lucha por la implantación del comunismolibertario, aunque evidentemente este se pueda enten-

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der de diversas formas, como de hecho se ha entendidoa lo largo de la historia.

También resulta un tema difícil el problema de las re-laciones entre los anarquistas, especialmente si se en-cuentran organizados en formaciones, específicas, tipoFAI, y el sindicato. El horror del sindicalismo anarquis-ta al liderazgo, a las vanguardias, ha sido siempre unhorror un tanto patológico, lo que les ha llevado, comoya hemos denunciado en otras ocasiones, a tragarselos líderes en los momentos más inoportunos sin po-sibilidades reales de controlarlos. Creemos que no esnecesario recordar ejemplos históricos que están en lamente de todos. Nos parece bien que existan vanguar-dias, entre otras cosas porque van a existir de todasformas; entre otras cosas porque siempre se ha reco-nocido dentro del pensamiento anarquista que la luchapor una sociedad distinta comienza en unas minoríasmás conscientes que se enfrentan a las barreras opreso-ras y ayudan a los demás a luchar contra esas mismasbarreras; entre otras cosas porque, como decíamos an-tes, el anarquismo no se agota en el sindicato y es jus-to que se formen los grupos de afinidad, la específicaen la que se recoja toda la riqueza del anarquismo. Elproblema de las vanguardias está en otro sitio, está ensu tendencia a convertirse en protagonistas, buscando

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la imposición más que el convencimiento mediante lapalabra y el ejemplo militantes. Recordando la célebrefrase de Peirats, el problema de la vanguardia anarquis-ta, en su momento la FAI, estriba más en dejar de ser lacabeza de la Confederación, convirtiéndose en sus co-jones. La vanguardia está para aclarar, para ayudar aconstruir y a mantener una estrategia sin claudicacio-nes ni concesiones a la galería, para enseñar, para serlos primeros en el momento de la lucha y la defensade los derechos pisoteados por el opresor, y todo ellosin imposiciones, sin protagonismos, recordando quela revolución nunca se hace por decreto, que la liber-tad sólo se enseña mediante la libertad, que hay queconvencer, que no hay salvadores sino que los hom-bres tienen que salvarse por sí mismos, y recordando,en último lugar, que además no hay poseedores de laverdad, iluminados por no se sabe qué espíritu santoque se creen con derecho a decir a los demás lo que tie-nen que hacer. Podríamos hablar mucho más de estetema, siempre de gran interés, pero pensamos que conesto es suficiente.

Hasta aquí no hemos hecho sino recordar cosas quetodo el mundo sabe y que se enmarcan dentro de lamás pura «ortodoxia» anarquista; las recordamos por-que es posible que en algunos momentos se olvide, lo

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que suele llevar a discusiones estériles y mal plantea-das. Sin embargo, queremos decir algo más que nossaca de la «ortodoxia» anarquista o anarcosindicalis-ta, entre otras cosas porque siempre hemos defendidoque eso de la «ortodoxia» anarquista es un engendrototalmente incoherente con una mínima comprensiónde lo que es el anarquismo. Por otra parte se debe tam-bién a que pensamos que la situación es muy distinta ala que existía en el momento de aparición de la CNT yde su máximo esplendor combativo. Si renace sin serconsciente de ello y sin sacar las debidas consecuen-cias prácticas, es posible que renazca muerta y pierdauna gran oportunidad de estar en la primera línea decombate.

Nos extraña, en primer lugar, la fobia contra todo loque huela a marxismo, contra los infiltrados marxisti-zados que provocan el horror de los puros anarcosindi-calistas y les llevan a campañas de desmarxistizaciónemulando a los más célebres protagonistas de las ca-zas de brujas y procesos inquisitoriales que en la vidaha habido. Nos parece muy bien que se sigan denun-ciando los peligros del socialismo autoritario y que serechace de la CNT todo lo que pueda ayudar a con-solidar ese tipo de socialismo. Nosotros nunca hemosestado teóricamente a favor del marxismo-leninismo,

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e incluso hemos sentido una aversión visceral que lalectura de la historia no ha hecho más que confirmar.Sin embargo, hemos pensado siempre que en el mar-xismo hay elementos muy válidos, incluso en el mis-mo Lenin, aunque en este caso más escasos; elemen-tos que enriquecen el pensamiento anarquista, entreotras cosas porque ha habido temas del marxismo queel anarquismo no ha tratado lo suficiente. Después demás de cien años, es imprescindible reconocer que elenfrentamiento entre Marx y Bakunin no fue todo lolimpio que a unos y otros nos gustaría y que, más alláde las diferencias, es posible encontrar puntos comu-nes muy fecundos. Ser antimarxista por principio nosparece irracional, dogmático y estéril, además de pocoanarquista. No olvidemos nunca que el anarquismo seha definido siempre más por sus propuestas construc-tivas que por su anti lo que sea; no olvidemos que lanegación es sólo un primer momento, poco importan-te además, que busca la desaparición de obstáculos ydeja paso al más fecundo de la construcción, de las pro-puestas alternativas, y si pensamos en construir nues-tra actitud ante el marxismo debe ser muy distinta.

Pero es que además, ese antimarxismo dogmáticoplantea otros problemas no menos graves. Por las pe-culiares circunstancias por las que ha pasado este país,

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hay un sector muy importante, aunque numéricamen-te no lo sea tanto, que se ha enfrentado directamentecon el sistema capitalista desde perspectivas no estric-tamente anarquistas, quizás porque la recuperacióndel pensamiento y la práctica anarquista haya tardadomás tiempo que la recuperación del marxismo. Gruposque efectivamente parten del marxismo en sus análi-sis, pero un marxismo nuevo, no autoritario, deslinda-do del leninismo y de todo lo que suponga vanguardiadirigente, dictadura del proletariado, etc. Un marxis-mo cercano al consejismo de los Pannekoek, Korsch,al izquierdismo de la Rosa Luxemburgo, autores queya en su momento buscaron una aproximación entreambas corrientes del socialismo. Adoptar frente a es-tos grupos una postura intransigente es peligroso yperjudicial; ellos también han luchado y luchan dura-mente por una sociedad distinta, no han caído en unreformismo estéril como les ha sucedido a las corrien-tes oficiales de la izquierda. Efectivamente es posibleque se les pueda criticar por la insuficiencia de algu-nas propuestas o simplemente porque no se esté deacuerdo con las mismas. El diálogo y la colaboraciónentre ambos tendrían que ser más positivos; es cier-to que alguno de esos grupos pretende constituirse ennueva vanguardia consciente y en partido dirigista, ha-

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ciendo dentro de la CNT una fea labor de zapa, lo quenunca se podrá consentir. Pero también es cierto queplantean algunas críticas al anarquismo bastante fun-dadas, críticas a las que es necesario prestar atenciónsin echarlas en saco roto, por más que pueda doler yhacer caer algunos mitos. En cualquier caso, ante unenemigo poderoso y muy unido, es totalmente absur-do enfrentarse, renunciar a un diálogo constructivo ya una cooperación militante eficaz, lo que no quieredecir tampoco que esos grupos deban integrarse en laCNT, como dicen algunos cenetistas.

Hemos dejado para el final uno de los puntos quemás nos preocupa, pero también sobre el que necesita-mos mayor reflexión dado lo ambiguo que nos parecetodavía. No cabe la menor duda de que algo está cam-biando en estos momentos, algo de gran importanciaque hasta cierto punto hace inocuos los planteamien-tos tradicionales, especialmente en la izquierda. Desdehace mucho tiempo, desde los años sesenta en occi-dente, desde mayo de 1937, fecha en la que perece de-rrotada la última y más grande revolución de la claseobrera, parece que estamos todos un poco despistados.Hay una profunda crisis de la izquierda (probablemen-te sea más una crisis del leninismo como ideología yformas organizativas que han monopolizado y siguen

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monopolizando la izquierda), de tal forma que no seencuentran las tácticas ni los medios de lucha contrael sistema. Realmente o se sienta uno en la Moncloa ose dedica a practicar la lucha armada; y en medio poco,muy poco. Desde nuestro punto de vista el problemahay que centrarlo en el hecho de que están cambiandolos escenarios de la lucha y los mismos objetivos deesa lucha.

No negamos que el capitalismo, con toda su carga deexplotación de los trabajadores, sigue siendo el enemi-go central, pero seguramente no en el mismo senti-do que hace cien o cincuenta años. Ya no se trata dereivindicar la parte del producto que corresponde altrabajador, de exigir unos medios de vida que vayanmás allá de la mera subsistencia. Quizás se despreciómuy pronto al capitalismo afirmando que sería inca-paz de dar de comer a todos los hombres; a lo mejortermina dándonos de comer, sin dejar de ser por elloigualmente abominable. Con esto no queremos decir,ni mucho menos, que la imagen más perfecta de lo quees y supone el capitalismo no siga siendo la que ofreceen África del Sur, o en otros países del tercer y cuartomundo. Tampoco queremos decir que aquí y ahora nosea importante seguir defendiendo unos niveles de vi-da dignos, dado que en España siguen siendo todavía

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muchos los trabajadores que se las ven y se las deseanpara costear los gastos imprescindibles para poder vi-vir. Todo esto es cierto, todo esto explica y justifica pa-ra nosotros la existencia de una fuerte lucha sindical,pero…

Pero no nos parece que ese sea el peligro central,aquí y ahora. Si quisiéramos obtener unas mejoras eco-nómicas, simplemente unas mejoras económicas, pro-bablemente lo más eficaz fuera sentarnos todos en laMoncloa, llegar a un acuerdo con los empresarios y lospolíticos, averiguar qué parcela nos tocaba del tercermundo para obtener beneficios y repartirnos entre to-dos el pastel; eso sí, sin poner en cuestión nada, ni elorden público, ni los marginados, ni la jerarquizacióny burocratización, ni la degradación del medio ambien-te, ni el rollo de vida que se nos ofrece. La sociedad hacambiado; si el movimiento obrero luchaba por hacerdesaparecer esa sociedad de miseria y explotación tanbien descrita por autores como Dickens, es muy posi-ble que el enemigo principal hoy, la sociedad contrala que debemos luchar, sea la que nos describe Orwellen 1984. Que es un peligro real lo muestra claramentepor ejemplo el enorme parecido entre el Goulag rusoy el Goulag alemán, por hacer referencia solamente alos casos más evidentes, pero desgraciadamente no los

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únicos. Evidentemente, cambiado el enemigo, es nece-sario cambiar las armas y los actores de la lucha.

Y ¿cuáles pueden ser los actuales actores en estosmomentos de crisis? Una cosa es cierta, la necesidadpara la transición de potenciar, construir y desarrollaralternativas que cuestionen radicalmente la ideología,los valores, el orden de la sociedad burguesa, sean enun lado o en otro, pero alternativas que vivan, practi-quen y experimenten desde ahora los deseos y realida-des de comunidad, de cambio sustancial a este orden.En definitiva se trata de recuperar y recrear las basespara una transición a una sociedad de libres e iguales.

Y es en este punto en el que se nos ponen delan-te toda una serie de movimientos sociales que estánluchando duramente contra el sistema. Ahí están lasfeministas, que ya hace mucho tiempo se han dadocuenta de que su liberación tiene unas notas específi-cas que la hacen distinta del resto de la lucha del movi-miento obrero; están los homosexuales, reivindicandono sólo el respeto a una determinada forma de realiza-ción, sino también condenando una sociedad que du-rante mucho tiempo ha identificado placer y pecado(en lo que coinciden los puritanos de derechas y losde izquierdas, más abundantes entre los últimos); es-tán los movimientos ecologistas, dedicados de forma

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preferente en estos momentos contra las centrales nu-cleares, en las que no sólo ven el peligro de la conta-minación, sino, lo que es peor, el peligro de una altatecnología que refuerce el poder de unas minorías yobligue a una mayor centralización y dependencia delas masas; están los presos sociales, los ancianos, losminusválidos físicos y psíquicos y otros más que qui-zás por no tener fuerza no son demasiado escuchados.Sin duda alguna son movimientos que tienen enormescontradicciones, que en algunos casos sirven perfecta-mente a los intereses del bloque dominante. El proble-ma es que esto también se podría decir posiblementecon más motivos, de los movimientos obreros, espe-cialmente de los países del centro del imperialismo; elproblema es también que quizás sean estos movimien-tos los que están marcando por dónde van a ir los pró-ximos años las luchas contra un sistema de opresióny explotación, siempre que esos movimientos encuen-tren una coherencia que hasta ahora les falta.

La responsabilidad en esta misión del movimientoanarquista es enorme por muy diversas razones. Enprimer lugar no cabe la menor duda de que la izquier-da clásica y oficial está mostrando una clara miopíahacia esos temas, cuando no una coincidencia con losdetentadores del poder. Por otra parte el anarquismo

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siempre ha estadomás próximo a los marginados, sien-do ya clásica la negativa a diferenciar los presos comu-nes de los políticos, englobándolos a todos con el tér-mino de sociales, o sus constantes referencias a la laborcultural de formación de un hombre distinto, no sólode una organización distinta de las relaciones de pro-ducción. También es clásico en el anarquismo la luchacontra la opresión, es decir, contra el Estado y el poder,una lucha que va más allá de la lucha contra la explo-tación económica; si lo que hemos dicho hasta ahoraes válido, no cabe la menor duda de que el problemaes la opresión, la defensa de la libertad y la dignidaddel hombre, reivindicaciones hoy en desuso y tradicio-nalmente consideradas como pequeñoburguesas, a ex-cepción del anarquismo, al que también se le tachabade pequeño-burgués. Todo esto, y más que podríamosdecir, nos lleva a depositar grandes esperanzas en elanarquismo como posible elemento aglutinante, siem-pre y cuando no pretenda reducir las luchas al ámbitosindical aunque este sea la CNT, y siempre y cuandono anule la diversidad y especificidad de cada uno deestos movimientos, permaneciendo fieles en este sen-tido al federalismo del que siempre han dado pruebasy a una lucha integral en la que no se separan los dife-rentes campos de enfrentamiento, sino que se intenta

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captarlos en su globalidad. Hay aquí mucho materialpara la reflexión y la colaboración, sin partir de dogma-tismo previos y buscando todos las fuerzas comunesque nos ayuden a dar un paso más hacia esa sociedadsin explotadores ni explotados, sin opresores ni opri-midos, por la que todos luchamos.

Introducción

Pese a la falta de un espacio real de praxis en el quese pueda probar la validez de las teorías, tenemos quereconocer que en los últimos años se ha elevado muyconsiderablemente el nivel de lucha teórica —en Espa-ña y fuera de España— en torno a diversos problemasde la construcción del socialismo. Partidos comunistasy partidos socialistas,1 junto con algunas otras tenden-cias dentro del socialismo, quizá de menor entidad nu-mérica, pero de la misma consistencia teórica, vienenmidiendo sus armas con la atención puesta en un pe-ríodo de transición, y en este fogueo la calidad de ladiscusión alcanza ya cotas muy superiores a las pasa-

1 Cuando queramos aludir a la comunidad indistinta de co-munistas y socialistas, usaremos, como es habitual, la denomina-ción genérica de marxistas.

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das. En el caso de nuestro país, durante casi cuarentaaños se ha ido gestando la fuerza eruptiva de estos vol-canes ideológicos que esperan tiempos mejores paradescargar, con sus tensiones, todo su fuego interior.

No por casualidad, la altura teórica de la polémica seviene dando en un contexto de crisis aguda, una crisisque, sin necesidad de recurrir al tópico, azota el mun-do y fuerza, por su propia naturaleza, a una revisiónde los postulados teóricos y estratégicos a todos losniveles. Las noches oscuras son noches oscuras paratodos, y por más que estos momentos críticos fuercena una revisión profunda de las bases ideológicas, nocabe la menor duda que tal revisión no es sencilla enesos momentos. Dentro de esta búsqueda de nuevas di-rectrices, de replanteamientos de esquemas, quizá yademasiado gastados, sorprende considerablemente elque se mantenga una zona de penumbra a la que nose presta el suficiente interés: el anarquismo. Muy po-cos teóricos se han preguntado con la debida serenidadpor el sentido del anarquismo, abandonado a su propiodestino y desterrado de las discusiones teóricas a losmarcos abiertos de la letra impresa. A los ojos de estosteóricos, el anarquismo es una ocupación menor, unsubrogado que representa ante la ciencia socialista elmismo papel que la parapsicología ante la psicología o

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la alquimia ante la química. A la numerosa abundanciade revistas socialistas serias se le opone la resonantey significativa ausencia de una sola revista anarquista;a la proliferación de citas marxistas para avalar cual-quier afirmación responde la ausencia absoluta de refe-rencias a Bakunin, Kropotkin o demás anarquistas; a laobligada filiación teórica al marxismo, filiación en mu-chos casosmeramente erudita y repetitiva, responde lainexistencia de teóricos anarquistas. Con las excepcio-nes que confirman la regla, y sin lacrimosas añoranzas;tal es la situación. Y sin embargo…

Sin embargo, si consideramos este asunto no des-de las alturas, sino desde la base, preocupa en muchossectores la vuelta al anarquismo. Preocupa en primerlugar a los regímenes de orden, que vuelven a la cargacon sus manidos tópicos que hablan de «terroristas»,«anarquistas», para desprestigiar indirectamente a unmovimiento que nunca han conocido bien y con el queno se atreven a enfrentarse directamente; vale más ca-lumniar, que siempre queda algo. Preocupa también alos regímenes y partidos comunistas que, todavía hoy,expulsan de sus filas a ciertos izquierdistas críticos til-dados sin más de anarquistas o anarquizantes y utili-zando en su contra unos tópicos no menos manidosque los anteriores.

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Por otra parte, el movimiento francés de mayo de1968, pese a su fugacidad y su improvisación, que ne-cesitarían un análisis más detenido, fue suficientemen-te explícito: de repente aparecieron banderas negrasy «pintadas» con más abundancia que en los mejo-res tiempos de los internacionalistas bakuninistas. Esmás, incluso sus principales líderes reconocieron pú-blicamente su filiación anarquista.

Hoy es suficiente con convocar una conferencia so-bre anarquismo para ver la sala repleta de personas,mitad curiosos, mitad cansadas de lo conocido, quesienten un enorme interés por escuchar.

Estos síntomas externos no son los únicos. Casi to-do el sector izquierdista, y hasta parte de la derecha«civilizada» habla ahora de autogestión, de descentra-lización, de federalismo, de todo el poder para la base,de condena de todo tipo de dictadura, etc. La clara pro-cedencia anarquista de estos temas exigiría una aten-ción más explícita a las fuentes, pues lo más triste esque en muchos casos se desconoce la paternidad desemejantes teorías, bien por ignorancia bien por malaintención y por los prejuicios de siempre.

Obligada pregunta es: ¿estos parámetros tiene algoque ver con el anarquismo o pertenecen al mismomar-xismo, unmarxismo purificado y de nuevo cuño? ¿Qué

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hay entonces, si hay algo, de anarquismo en todo es-to? ¿Son realmente anarquistas quienes se acogen a los«slogans» recientes? Y si no lo son, ¿por qué estigmati-zar a sus voceros como anarquistas? ¿Cuál es, en defi-nitiva, la realidad específica del anarquismo? ¿Se tratade una entidad fantasmagórica, de un espectro muertoa cuyo conjuro obedecen los más diversos exorcizadosde una época en decadencia que da culto al diablo?¿Tiene algo que aportar el anarquismo en unos mo-mentos en que el movimiento socialista debe buscarsea sí mismo?

Debemos reconocer que en los últimos años la crí-tica histórica española ha producido aportaciones ex-tremadamente valiosas, destacando nombres como losde Gómez Casas, Álvarez Junco, Elorza, Termes, ClaraLida…2 Esto facilita nuestra tarea y nos obliga a entre-garnos con la misma seriedad a ese eventual presentedel anarquismo, intentando aclarar sus líneas medula-res para desde ahí intentar iluminar a las otras formasde socialismo.

En buenamedida, nuestro propio intento de elucida-ción parece en principio viable porque no nos muevena él incitaciones de partido o grupo alguno. No habla-

2 Cf. Amplia bibliografía al final.

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mos, pues, en nombre de la ortodoxia —si es que algu-na vez pudiera ser compatible la «ortodoxia» con elanarquismo—, sino tan sólo en nombre propio. Tene-mos la ventaja de habernos ocupado durante algunosaños del anarquismo, al que nos une una simpatía me-todológica, como diría Lacroix, al mismo tiempo queuna afinidad personal.

Prueba de nuestra heterodoxia es esta tesis que jus-tifica la obra y que adelantamos aquí: es posible que elanarquismo haya estado soterrado demasiados años yque, oculto en el baúl de los recuerdos, no cumpla ya lamisión histórica para la que fue concebido. De ahí susdesajustes. Pretende remozar el pasado sin más ni más,volver a ponerse las vestimentas de la abuelita, puedeser a lo más el subproducto residual de una efímeramoda, pero no pasará de ser un socorrido parapeto atodo excéntrico exhibicionista o de chivo expiatorio alos detractores: Creemos, pues, que es muy urgente latarea crítica para saber dónde termina el anarquismohistórico y dónde comienza el anarquismo de la histo-ria; qué es modo fecundo y qué es simple moda dentrode él. Eso sí, tenemos la convicción de que alienta enla esencia del anarquismo un soplo de fuerza que noserá erradicado del socialismo, y que se hará más pre-sente cuanto más socialburocráticas sean las formas

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concretas de realización del socialismo. Esmuy posibleque no se pueda ni se deba reconstruir organizacionesanarquistas, pero igualmente nos parece imposible ig-norar toda la aportación del anarquismo al movimien-to socialista.

Para proceder a una exposición ordenada de estatesis, y para iluminarla dentro del marco del socialis-mo y comunismo, es decir, del marxismo en general,procederemos del modo siguiente: Primero analizare-mos los juicios que sobre el anarquismo ha vertido suenemigo histórico, el marxismo. Luego procederemosa rectificar este juicio apasionado. Por fin trataremosde esbozar el sentido del anarquismo dentro del socia-lismo, sirviéndonos para ello igualmente de la capta-ción de su pasado histórico. Tal procedimiento fue enesencia también el de Mounier al enfrentarse con el te-ma.3 Comencemos, pues, sin más rodeos, llevando elanarquismo al tribunal de su victorioso rival históri-co, el marxismo, el cual somete al enemigo a un juiciotan sumarísimo como el que resume un diccionario ofi-cial de filosofía ortodoxa marxista, el «Diccionario deFilosofía», publicado en la RDA (Leipzig, 1969, T. I.,«Anarchismus»). Dice allí:

3 Cf. Mounier, E: Comunismo, anarquía, personalismo. Zero,

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«El anarquismo es un movimiento utópi-co y pequeñoburgués. El ideal del peque-ño burgués es un orden social sin poder es-tatal, donde tal burgués se encuentra inde-pendiente de los lazos sociales y políticos.En contraste con el socialismo científico,rechaza la lucha de clases políticamenteorganizada, así como en general toda or-ganización política, toda disciplina y to-da autoridad, esperando poder alcanzar larealización de la absoluta libertad, la justi-cia, la igualdad y la fraternidad en la socie-dad mediante la abolición de todos los ór-ganos estatales de poder y coacción. Nie-ga el papel dirigente del partido marxistay de la dictadura del proletariado, en lu-gar de lo cual promueve la lucha social in-mediata y la huelga general nacional e in-ternacional para vencer mediante un actode violencia espontáneo y único el ordensocial estatocapitalista e introducir el so-cialismo sin organización ni coacción es-tatal. Se sirve de los métodos terroristas.

Madrid, 1974. Prólogo C. Díaz.

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El suelo nutricio del anarquismo es ori-ginariamente la pequeña producción mer-cantil individual del pequeño propietarioamenazado por el capitalismo e impotenteante las leyes de la competencia. Se opone,por el contrario, a la propiedad grancapi-talista, cuya aniquilación busca. Se oponeal Estado burgués porque éste defiende lagran propiedad privada de los medios deproducción, pero también se opone al Es-tado proletario porque se cree amenaza-do por éste en su propiedad individual. Esagrario y antiprogresivo. Por eso dice Le-nin que el anarquismo es un producto dela desesperación, la mentalidad de intelec-tuales desarraigados o del lumpenproleta-riado».

Hasta aquí el juicio sumarísimo del Diccionariomar-xista a la realidad del anarquismo. Es un juicio llenoa rebosar de prejuicios y de tópicos, de modo que esimposible reconocer lo que se oculta tras tantas mu-

4 Cf. Marx C.: Contra Bakunin, Luigi Mongini, Roma, 1901;Plejanov, Contra el anarquismo, Calden. Buenos Aires, 1969. StalinJ., ¿Anarquismo o socialismo?, Grijalbo. México, 1972.

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tilaciones y deformaciones. Creemos, por otra parte,que no es un caso aislado de crítica malintencionada,sino algo consustancial al juicio crítico marxista.4 Pornuestra parte seguimos firmes en la convicción de queel tratar de desterrar juicios estereotipados, sobre todolos proveniente del marxismo, no es una labor reaccio-naria, una maniobra tendente al desprestigio del mar-xismo, pues ¿cómo iba éste a basar su prestigio sobre lainexactitud de sus propios juicios históricos? Amar ydefender el socialismo debe ser reconocer que es preci-so contribuir a erradicar sus propias malformaciones,labor quirúrgica que a la larga supondrá un serviciomás honesto que cualquier defensa a ultranza. Por esonecesitamos esbozar una crítica a la crítica marxista, almenos en los siguientes puntos que a la vez nos sirvende tesis.

Tesis 1ª: El anarquismo no es unaforma de socialismo utópico

Marx, y de un modo espléndido, nos hizo ver ya enel Manifiesto del Partido Comunista que lo específicodel socialismo utópico era pretender acomodar la mar-cha de la historia a los dictados de su propia imagina-

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ción desatada, pero sin análisis de la estructura social,económica y política de todo Estado. En tal sentido, lasfuturaciones visionarias del Falansterio de Fourier o elpaternalismo de las comunidades saintsimonianas na-da aportaba al cambio real de la sociedad que no lesgustaba. Si aportaban algo era la utopía, el deseo decambio, una necesidad sentida, pero no satisfecha enorden a tal cambio. Desde este punto de vista, los so-cialismos utópicos no ayudarían en nada a la emanci-pación de la clase obrera, sino que servirían más quenada como ideologías encubridoras de los verdaderosproblemas, evitando siempre un compromiso auténti-co con la realidad.

Tal actitud sería, a lo más, propia de la rama anar-quista que acaba en Godwin, como lo fue de todos losmovimientos socialistas anteriores aMarx, pero nuncasería extensible a los anarquistas posteriores. Proud-hon, a pesar de sus grandes contradicciones y de lainsuficiencia de algunos aspectos, sometió a una bri-llante crítica la noción de propiedad, elaboró las basesde lo que posteriormente serían todas las teorías auto-gestionarias e insistió en la organización no centraliza-da de la sociedad. Del mismo modo, Bakunin no sólotrabajó con plena dedicación en la organización de unmovimiento obrero que se enfrentara al capitalismo,

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sino que dotó de coherencia al sistema de pensamien-to anarquista, aportando reflexiones insustituibles entorno a temas tan poco utópicos como las relacionesdel socialismo y la libertad o la formación del hombresocialista integral. Lo mismo se podría decir del tercergran pensador anarquista, Kropotkin, que no sólo sepreocupó, dados sus amplios conocimientos, de fun-damentar el socialismo en una concepción del mun-do acorde con los últimos descubrimientos científicos,sino que ofreció un esquema en el que se unían el cam-po y la fábrica para construir un nuevo orden social.Francamente, decir que estos anarquistas son utópicoses dejarse llevar por viejas enemistades o concedermu-cho a los tópicos sin fundamento.

Como no es éste el lugar adecuado para someter acrítica la afirmación que acabamos de hacer vamos aconceder más al marxismo. Supongamos que ni Proud-hon, ni Bakunin, ni Kropotkin, han analizado científi-camente la realidad, en comparación con el rigor y laprofundidad analítica a que ésta fuera sometida porMarx (no olvidemos tampoco que la superioridad teó-rica de Marx sobre todos sus contemporáneos es indis-cutible). Centremos nuestra atención en el anarquismotal y como se desarrolló en nuestro país. ¿Es que pue-de encerrarse en el mismo saco el falansterio de Fou-

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rier que El proletariado militante, de Anselmo Loren-zo? ¿Cómo podríamos suponer que la CNT, por ejem-plo, no realizó ninguno de esos análisis científicos de larealidad social y económica? ¿Seríamucho pedir el quese revisara la condena de «social-utópico» después dehaber estudiado el nivel organizativo, táctico y estra-tégico de la CNT?

Es igualmente un mito insostenible el afirmar que elanarquismo es una contemplación bucólica de la arca-dia primitiva rural, fiel al dicho de que cualquier tiem-po pasado fuemejor: Sonmuchos los que hanmanteni-do que el anarquismo es incapaz de dar una respuestaconstructiva a la moderna era industrial, limitándosea rechazarla en favor de una vuelta a una organizaciónprimitiva —rural y artesana— de la sociedad. De aquí aafirmar que el anarquismo se opone al progreso de lahumanidad sólo hay un paso. Basta leer a Kropotkin enCampos, fábricas y talleres; es suficiente con recordara los relojeros de Saint-Imier o a las federaciones de in-dustria, o quizá sea mejor acudir a los estudios magis-

5 Cf. Obras como Elorza, A., La utopía anarquista en la Re-pública; Pérez Baró, A. 30 meses de colectivismo en Cataluña; Gas-ton Leval, Comunidades libertarias en España; Abad de Santillán,El organismo económico de la revolución; etc., resuelven definiti-vamente las dudas.

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trales recientemente publicados sobre la organizaciónindustrial de Cataluña bajo la dirección de la CNT,5 pa-ra darse cuenta lo absurdo de seguir manteniendo eseataque tan carente de fundamento. Hace falta inerciamental para seguir repitiendo con Engels el tópico delcarácter agrario del anarquismo. Por otra parte, no esjusto achacar de agrarismo a un movimiento que ape-nas tuvo implantación histórica y que en los efímerosmomentos en que pudo desarrollarse, o fue en momen-tos y zonas aún no industrializadas o en ambientes bé-licos. Al mismo tiempo, varias décadas en las que noha habido una aportación teórica anarquista seria, pordiversos motivos, hacen que, por anacronismos al juz-gar la historia pasada con criterios actuales, se echeen falta una reflexión y aclaración del socialismo liber-tario sobre los actuales problemas planteados por laestructura económica internacional.

Sin perjuicio de que realicemos después una nuevaaproximación teórica al concepto de utopía, valga demomento la afirmación de que el anarquismo es un so-cialismo no-utópico. Tal vez no sea bastante para defi-nirlo como socialismo científico, pues no es lo mismono-utópico que científico. Personalmente dudamos delestatuto de cientificidad del socialismo, sobre todo des-de el momento en que esa cientificidad es mantenida

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como dogma incuestionable; sin negar la existencia deuna ciencia socialista, en tanto que interpretación ra-cional de los hechos, consideramos que es más bien,o por lo menos debiera serlo y debería ser manteni-do, una visión del mundo. Una visión del mundo que,es obvio decirlo, para nosotros es la más adecuada yla única que hoy por hoy puede enfrentarse con éxitoa los problemas que tiene planteados el mundo, perocuyo rigor científico no creemos superior al del capita-lismo, por poner un ejemplo. Desconfiamos del estruc-turalismo al que, si no entendemos mal, le preocupaen exceso la parte científica del socialismo marxista yda demasiado de lado al componente voluntario de larevolución. Esta interpretación nos parece ofrecer unaconcepción mecanicista de la ciencia, en la que se olvi-dan con demasiada facilidad las complejas relacionesdialécticas entre la infraestructura y la superestructu-ra. En consecuencia, creemos que el anarquismo es unsocialismo tal vez no científico, pero, desde luego, noutópico.

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Tesis 2ª: El anarquismo no espequeño-burgués

Como intuyó Marx con su proverbial genio, el idealdel pequeño burgués es encontrar un orden social (nosolamente posible en un contexto liberal) donde en-contrarse independiente de los lazos sociopolíticos ycomunitarios. Este se da cuenta de que el capitalismo,a causa de la necesaria concentración de capital, va encontra de sus propios intereses, de su pequeño negocio,pero desde luego en ningún momento pone en cues-tión el orden social capitalista en sus raíces, ni tieneotras preocupaciones que las puramente individuales.El pequeño burgués es profundamente egoísta, acor-dándose solamente del otro en elmomento en que sien-te ganas de comer. Del mismo modo, le molesta el ca-rácter centralizado y absorbente de la administraciónestatal, pero siempre porque atenta contra sus intere-ses individuales, porque pone trabas al desarrollo de suactividad, haciéndole cumplir con unas obligacionescomunitarias que le resultan gravosas. Desde luego noes éste, ni mucho menos, el caso del anarquismo. Des-de el primer momento se marcó el carácter solidario,federado e interdependiente del socialismo anarquis-

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ta, al mismo tiempo que el cuestionamiento radical yprofundo del orden burgués.

Efectivamente, el anarquismo arremete con granfuerza contra el Estado, al que en buena medida con-sidera la fuente de los mayores males que padece lahumanidad. El Estado es, en su opinión, autoritario,jerárquico y centralizado, por lo que impide el libredesarrollo de los individuos y de las comunidades na-turales; el problema del Estado no es, en ningún ca-so, un problema individual, sino un problema de todala comunidad, cuyo normal desenvolvimiento impide.Del mismo modo arremeten contra la democracia bur-guesa de forma mucho más radical que cualquier otrosocialismo, y aquí nos encontramos nuevamente conunos argumentos que por ninguna parte reflejan esaestrechez de miras y ese egoísmo propio de la pequeñaburguesía. Cuando un Ricardo Mella, o cualquier otroteórico anarquista, ataca la democracia parlamentaria,lo hace porque ésta atenta contra uno de los principiosfundamentales de la liberación de las clases oprimidas:el parlamentarismo, el sufragio universal burgués, bus-can robar al pueblo su soberanía haciendo que delegueen unos políticos profesionales —esto es, desvincula-dos de los problemas del pueblo— su capacidad de de-cisión, su soberanía. Si no hay una organización social

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que conserve todo el poder de decisión para la baseestamos en un sistema expoliador, se llame como sellame.

Por eso proponen una alternativa que supone uncuestionamiento radical de todo el «orden» social bur-gués, en busca de un estado social en el que hayandesaparecido todo tipo de privilegios y explotaciones,en el que ya no existan las clases sociales y en el que,como es lógico, la burguesía, como clase detentadoradel poder económico y político, ya no tendrá posibili-dad de existir. Esa alternativa social se articula sobredos pilares fundamentales: las unidades de producción,que deberán funcionar siempre autogestionariamentey que se federarán siguiendo las pautas ya iniciadaspor los sindicatos en la estampa burguesa, y las comu-nidades cívico-ciudadanas (las comunas). En su pers-pectiva del socialismo integral era totalmente insufi-ciente que se produjese la apropiación de los mediosde producción por parte de los trabajadores en fábri-cas autogestionadas; la actividad laboral tenía que pro-longarse en la actividad cívica, es decir, en todos losproblemas relativos a la administración de las cosascomunes, del ocio y la cultura en los momentos libres:en la autogestión de todos y cada uno de los proble-mas comunales. Establecen la comuna como un grupo

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natural que goza de autonomía e independencia, en laque se practica una democracia desde la base, sin par-lamentarismo ni delegación de poderes en unos repre-sentares; habrá representantes, pero siempre sujetosa inmediata sustitución en cuanto no se responsabili-cen de los intereses de la comunidad, al mismo tiempoque la capacidad de decisión siempre permanecerá enla asamblea de la base. De esta forma intentan tambiénsuperar la vieja disyunción entre el ciudadano políticoy el trabajador; de la separación entre obreros y admi-nistradores surgen los «políticos», que controlen el po-der en perjuicio del pueblo. Todo hombre tenía que sera la vez obrero y administrador. ¿Es éste un modelo depequeñez burguesa?

No, radicalmente, no. Los tiros vienen por otra parte.Al igual que antes, vimos que se aplicó indiscrimina-damente el tópico de socialismo utópico y metafísicoa toda alternativa socialista que no estaba plenamentede acuerdo con el análisis marxista, también el PartidoComunista Ruso, a partir fundamentalmente de 1920,fecha en la que se crean los demás partidos comunis-tas europeos y se consolida la III Internacional, dio enadjetivar como «pequeño burgués» a todo aquel mi-litante que no aceptaba por principio los dictados delPartido. Eso es todo, y de ahí las diatribas contra un

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movimiento libertario que rechazaba cualquier formade dictadura, incluso la dictadura del proletariado, omás aún la dictadura anarquista, la que en gran par-te le costó la persecución tanto en la Rusia del 17 co-mo en la España del 37. Del mismo modo, el anarquis-mo se negó siempre a cualquier pacto político con laburguesía para la obtención de unas libertadas políti-cas (evidentemente unas libertades burguesas), en loque veía una claudicación de las auténticas aspiracio-nes de la clase obrera: la destrucción del orden econó-mico y social existente. En esta opción el anarquismopuede o no estar equivocado, pero vemos con claridad—lo cual es muy importante en un momento en que laclase obrera y los partidos que la «representan» den-tro de los países imperialistas corre el enorme peligrode renunciar a un auténtico contenido revolucionarioanticapitalista, cediendo a los cantos de sirena de laburguesía— vemos, decíamos, que no es posible acusarde pequeños burgueses a unos hombres orgánicamen-te implantados en el movimiento obrero, radicalmentecomprometidos con la construcción de la sociedad so-cialista, y con una mística proletaria superior a la deotros credos políticos.

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Tesis 3ª: El anarquismo no es apolítico

Es muy fácil, y además ocurre con frecuencia, quelas palabras nos enreden en su cepo semántico paraprostituirse en el lenguaje común, teniendo al finaluna pluralidad de significados que hace difícil la com-prensión de lo que se está diciendo. Sin un análisis lin-güístico serio, sin una aclaración del auténtico signifi-cado de las palabras, que en muchos casos es una recu-peración de su sentido original, la mayor parte de lasveces la filosofía acaba, como se ha dicho, en «sistema-tizadora de creencias», y los diálogos no pasan de sermonólogos entre sordos.

¿Qué se entiende por política? Si por «política» en-tendemos, con ese maestro de politicólogos europeosque es Duverger, la técnica de lograr el poder del Esta-do o, en su caso, de desarrollar un contrapoder con elmismo fin, entonces el anarquismo no sólo sería apolí-tico, sino que estaría a cien leguas de la política, comose refleja claramente en sus numerosas diatribas con-tra los políticos y la política. Ahora bien, las razonesque mueven al anarquismo a esta negativa son muydistintas a las que mueven a otros movimientos quetambién han dedicado sus más acerbas críticas contrala política y cuyas consecuencias han sido, son y serán

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deplorables. De entre las muchas razones, nos pareceoportuno destacar dos: en primer lugar no se cree enla necesidad de un Estado, al que se conceptúa comomáquina burocrática al servicio de unos pocos, máqui-na, como veíamos antes, ajena a los intereses del pue-blo y cuyo único fin es la opresión y la autoperpetua-ción, y, en segundo lugar, en tales circunstacias, en lasque el Estado es un aparato creado por la burguesíay para la burguesía, cualquier tipo de participación ocolaboración con el mismo no hace más que facilitarla pervivencia de un Estado al que no se desea y queva en contra de los intereses populares. El anarquismoha sentido siempre una profunda y absoluta aversiónhacia el Estado, tan absoluta que quizá en ciertas oca-siones se le haya atribuido al mismo un papel excesivo,induciendo a pensar posiblemente de una manera su-perficial que, suprimido el Estado, se habría suprimidouno de los mayores obstáculos para la emancipaciónde la humanidad. En buena medida, para bien o paramal, lo que de anárquico alienta hoy en buena partedel socialismo joven es su repulsa a la socialburocraciaestatal o paraestatal.

Ahora bien, si por política se entiende la participa-ción activa de los hombres en los problemas de las uni-dades de producción (el campo y el taller) y en las

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unidades de convivencia social (comunas), entoncesno hay socialismo más político que el socialismo auto-gestionario ácrata, que considera político todo aquelloque se hace en la polis. Por lo demás, cuando se tratade construir un socialismo integral, es decir, el desarro-llo de las facultades intelectuales y morales, así comola supresión de la explotación económica y la revalori-zación del trabajo como factor de realización personal,se está entendiendo la política en su más puro sentido.Basta con leer alguna página de literatura anarquistapara comprobar inmediatamente que sí se busca la rea-lización política del hombre, de donde se deriva la im-portancia que se concede en el socialismo libertario nosólo a la autogestión obrera, sino de una manera espe-cial a las comunas organizadas de abajo arriba, nuncaimpuestas desde un centro decisor del modo en queha de realizarse la sociedad. La autogestión, la federa-ción, no son suficientes si no van impregnadas de esaconcepción socialista total en la que se busca el fin detoda explotación y opresión y la toma del poder por elpueblo.

Incluso, y en contra de postulados anarquistas, esbien sabido que en algún momento histórico los anar-quistas participaron en el poder del Estado con el fin depaliar una situación abstencionista que, pese a su pu-

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rismo, o tal vez gracias a él, podría desencadenar gran-des trastornos para la clase obrera. Es conocida por to-dos la participación indirecta de la CNT en el triunfodel Frente Popular en las elecciones del 36, al igual quela colaboración de importantes militantes anarquistasen el Gobierno de la República en tiempo de guerra. Enaquellos momentos, al maximalismo teórico se opusoun minimalismo práctico, actitud que probablementeestuvo acertada, ya que las circunstancias lo exigían,pero que demostró que, efectivamente, los anarquis-tas ni sabían ni querían hacer este tipo de política a laque antes hacíamos alusión. Basten unas palabras deAbad de Santillán para dejar clara la distinción entreambos conceptos de política, al mismo tiempo que nospermitirán capta alguno de los puntos modulares delanarquismo:

«Ninguna dictadura ha sido jamás creado-ra ni podrá serlo tampoco, sobre todo enpaíses como España, aunque fuese ejerci-da por nosotros. Una revolución debe sus-cita energías y dejar campo libre a todaslas iniciativas fecundas; no debe ser unafuerza de regimentación y de tiranía si

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quiere afirmarse en la senda del progresosocial.Los hombres que detentan un poder cual-quiera tienen propensión natural a abusarde la fuerza de que disponen, y el abusode esa fuerza se emplea siempre en la su-presión de los que no piensan ni sientencomo los que mandan o contra los que tie-nen intereses divergentes.Nosotros hemos quedado dueños de lasituación en Cataluña después de julio;lo podíamos todo y no hemos utilizadolas posibilidades incontrastables que te-níamos más que para hacer obra efecti-va en la guerra y en la construcción revo-lucionaria. No hicimos del poder un ins-trumento de opresión más que contra elenemigo a quien habíamos declarado laguerra. Nadie podrá acusarnos de habersido colaboradores desleales ni de haberutilizado nuestra influencia para oprimiro exterminar a ninguna de las tendenciasque hacían promesas de fe antifascista.

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Habremos cometido más de un error ymás de una equivocación; no hemos teni-do empacho en denunciar nosotros mis-mos lo que hemos reconocido. Pero el ma-yor error de que se nos acusará ha de serel de haber sido leales y sinceros en todanuestra actuación pública, incluso mien-tras se afilaba en las sombras el puñal de latraición de los que se sentaban a nuestrolado. Solamente que en ese error volvería-mos a incurrir mañana».6

La última frase no es una bonita concesión de caraa la galería; es una consecuencia lógica de las raícesanarquistas a las que tendremos ocasión de volver enel tema del socialismo y la libertad. Quizá tengamosque llegar a la misma conclusión que Santillán: el granmal del anarquismo sería el no dejarse nunca someter,el resistirse a entrar por el aro, lo que hace perder efi-cacia, pero en ese mal volverá siempre a caer.

6 Por qué perdimos la guerra. Gregorio del Toro, Madrid,1975, pág. 100.

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Tesis 4ª: Anarquismo no esespontaneísmo

No estaría demás recordar que la palabra «anarquis-mo» está plagada de semantemas peyorativos: desor-den, anomía, irracionalidad, excentricidad, caos, etcé-tera. Fue Proudhon quien, para evitar tal impresión,comenzó escribiendo an-arquismo, con el subsiguien-te guión moderador entre la preposición y el sustan-tivo. Pero tal guioncito no fue respetado, y el mismoProudhon acabó escribiendo la palabra sin guión. Si laanarquía ha venido a ser sinónimo de socialismo liber-tario en la práctica histórica, para el orden estableci-do —y también para el orden que espera su turno paraestablecerse— ha sido sinónimo de las situaciones másconfusas y descontroladas ante las que es necesario ce-rrar filas y adoptar medidas enérgicas.

Anarquismo es, pues, un término negativo y nega-dor, una palabra que nace negando. Ahora bien, ¿quénegaba? ¿Era simplemente una negación? No cabe du-da de que el anarquismo surge en gran parte de unarebeldía visceral, como diría Daniel Guerin,7 de unapasión por la justicia constantemente pisoteada que le

7 Guerin, D.: El anarquismo, Proyección, Buenos Aires, 1968.

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lleva a un repudio en conjunto del mundo «oficial» yde la sociedad tal como se presenta. El anarquismo eneste sentido ha sido siempre radical; nada de pactoscon la burguesía, nada de compromisos, por muy his-tóricos que sean, nada de democracia burguesa. Ahorabien, la negación del orden burgués no supone en mo-do alguno la negación de cualquier tipo de orden, cosaque nunca se ha propuesto en elmovimiento socialista;todo el sistema del anarquismo supone una organiza-ción compleja de la sociedad como veíamos anterior-mente.

No obstante, y a ella volveremos al final de nuestroestudio, se presentan algunas dificultades dentro de laalternativa anarquista. Su insistencia constante en losaspectos destructores y negativos del poder —«Poneda un San Vicente de Paul en el poder, y se convertiráen un Guizet y un Talleyrand», dirá Proudhon— les ha-ce defender la necesidad de una organización realizadade abajo arriba, nunca impuesta desde un centralismoestatal. La revolución tiene que hacerla el pueblo, nolos profesionales revolucionarios ni tampoco el parti-do poseedor en exclusiva de la línea correcta de actua-ción. Entonces nos encontramos con una opción: o seda crédito a un socialismo organizado, pero no diri-gido y centralizado desde arriba; o no se estima sino

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un socialismo centralizado en la entidad de un partidoúnico. Ambas opciones se han dado y se siguen dando,cada una con sus contradicciones inherentes. El anar-quismo defendió la primera, consciente de todos lospeligros del poder, no sin caer en muchas ocasionesen la fácil acusación de autoritarismo dirigida a todoslos movimientos obreros que no compartían su credo.En cualquier caso, nos importa resaltar aquí que estaopción está motivada por una decisión de que todo elpoder sea para el pueblo, sin poner etapas intermediasde muy dudosa eficacia, sin creer en dictaduras de na-die que alarguen indefinidamente, si no es que lo des-truyen definitivamente, un cambio social auténtico.

La acusación de espontaneísmo tiene también otramotivación dentro del pensamiento anarquista: su con-fianza en la espontaneidad de las masas. Esta, a suvez, está vinculada a la afirmación de que la revolu-ción tiene que hacerse de abajo arriba, sin imposicio-nes de ningún tipo. Ahora bien, si es cierto que en algu-nos momentos los teóricos del anarquismo han senti-do una inclinación excesiva hacia ese espontaneísmo,

8 Pío Baroja recoge perfectamente este ambiente de esperan-za en una revolución total compartida por los medios anarquistasespañoles en su novela Aurora Roja, esperanza que no será com-partida ya por el movimiento anarquista posterior.

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confiando en una conflagración final que destruyeratodo el orden existente para instalar uno nuevo,8 no ca-be duda también de que no han depositado una fe ciegaen el hombre y en las virtudes del proletariado, comoclaramente lo expresa Proudhon o el mismo Bakunin.La revolución que no sea hecha por el pueblo no se-rá una revolución, sino un simple cambio de nombresy personas; el pueblo, sin embargo, es en gran parteinerte y, sin llegar a las tesis del marxismo leninismo,también insistirán en la necesidad de una conducciónpor parte de los individuos conscientes.

Esa vanguardia consciente deberá tener cuidado deno convertirse en autoritarios, en nuevos dictadoresdesconectados del pueblo: su misión es actuar comocomadrona de la revolución, difundir entre las masaslas ideas socialistas. De aquí se deriva uno de los aspec-tos fundamentales del anarquismo: su carácter peda-gógico, su insistencia constante en que la revolucióndebe ser integral y cambiar no sólo las relaciones deproducción explotadoras propias del sistema capitalis-ta, sino también educar un hombre nuevo socialistaen el que ya no se den las tendencias explotadoras. Elanarquismo es, en gran medida, una demopedia,9 una

9 C. Díaz.: Demopedia anarquista, «Pensamiento» (Madrid),

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educación del pueblo, al que se dirige para difundir la«idea», como lo hacía un Fermín Salvoechea por loscampos andaluces. La solución que ofrece para estearduo problema va en la misma línea que la que másadelante aportará Rosa Luxemburgo; al igual que ésta,afirmaba que la tensión entre la minoría consciente yla masa inconsciente de su explotación se solucionarácuando se alcance la fusión de la ciencia con la masaobrera, Bakunin dirá:

«Esta contradicción no puede ser resueltamás que de una manera: hace falta que laciencia no siga fuera de la vida de todos,teniendo como representantes a un cuer-po de sabios titulados, y hace falta que ellase fundamente y se extienda en las ma-sas. La ciencia, estando llamada a partirde ahora a representar la conciencia colec-tiva de la sociedad, debe llegar a ser real-mente la propiedad de todo el mundo».10

Repetimos que el problema es difícil, prueba de elloes su vigencia en los momentos actuales que atravie-

vol. 29 (1973).10 Dios y el Estado, Lib. Público, París, s.f., pág. 63.

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sa el socialismo. La solución de Rosa Luxemburgo, aligual que la de Bakunin, tiene el inconveniente de po-ner un plazo muy largo, mientras que mantienen losaspectos esenciales de una auténtica revolución. Es in-teresante, a propósito de este problema, las discusio-nes que se mantuvieron en los años 20 dentro de losmedios de la CNT sobre el papel que debía desempeñarel anarquismo dentro del sindicalismo revolucionario.Estas discusiones desembocarían en la constitución dela FAI, como aglutinación de los grupos anarquistasy con el cometido esencial de promover los objetivosde una concepción socialista libertaria de la sociedaddentro de la CNT. Se concibe el anarquismo como ins-pirador y organizador de la minoría revolucionaria delproletariado, estableciéndose unas relaciones entre losanarquistas y el sindicalismo de vinculación orgánica;tal como es defendido por Abad de Santillán y los gru-pos argentinos en su famosa alternativa de la «traba-zón» —desde luego, el sindicato no será nunca una co-rrea de transmisión, aunque la FAI tenga como misiónvelar por la pureza de los contenidos revolucionariosde los mismos—, que posteriormente será seguida enEspaña.11

11 Ampliamente tratado en Elorza, A. «El anarcosindicalismo

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Por otra parte, dentro del anarquismo ha habidosiempre dos tendencias, manifestadas más claramen-te en el siglo XX. Por un lado estaría una línea máseconomicista, que ofrecería unas alternativas de orga-nización de las relaciones de producción concretas ydefinidas. Esta línea no sería, desde luego, espontaneís-ta, sino quizá bastante rígida en sus esquemas previos,no confiando en ningún momento en un espontaneís-mo revolucionario. Junto a ella, el anarquismo ha te-nido siempre un profundo contenido ético, ofreciendouna comprensión del hombre y la sociedad en la quejugaría un papel fundamental, por encima de la explo-tación económica, la opresión de todo lo que impide elpleno desarrollo del hombre. Es esta corriente la queimpulsa a los redactores del «Productor» a manifes-tarse a favor de la defensa de «todos los oprimidos dela tierra, y principalmente a los que se hallan encarce-lados o perseguidos» (nº 1, 7-XI-1925). Afirmación deindudables resonancias bíblicas, que podría atraer laacusación de ingenuos idealistas sobre ellos por partedel algún ortodoxo del socialismo. Es en virtud de esecomponente ético, centrado en el desarrollo de un so-cialismo integral, lo que hará pensar en algunos casos

español bajo la dictadura».

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en un espontaneísmo, cuando en realidad no es sino laaspiración a la liberación definitiva de la clase obreray del pueblo.

Hay otro aspecto fundamental para comprender es-tas actitudes del anarquismo, al que dedicaremos másadelante una atención especial. Nos referimos a su con-cepción de la dialéctica, que nunca fue hegeliana, da-do que consideraban ésta como una dialéctica cerra-da, defensora de una síntesis final en la que se aca-barían todas las contradicciones; esa síntesis, para elanarquismo, sería un nuevo triunfo del despotismo yla explotación. Hay tesis y antítesis, pero no síntesis;la humanidad se encamina hacia una etapa final, pe-ro ni podemos saber exactamente cómo será ni estápredeterminada necesariamente desde ahora. Por esoprefirieron el molde cientificista-naturalista de la in-ducción tal como se planteaba en su siglo. Es muy po-sible que el fallo de muchos teóricos del anarquismo, ypensamos ahora en un Ricardo Mella, fuera el obsesio-narse con no predeterminar nada, con no imponer so-luciones preestablecidas que pudieran ser germen denuevas dictaduras:

«Sistematizar es labor de ciencia, y siste-matizando nos cerramos a la ciencia: dog-

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matizamos. He aquí la razón de todo cotocercado; he aquí la causa de que las creen-cias quiebren (…).Mas allí donde se alzare un nuevo anda-miaje, donde se abrieren nuevos surcos yse edificaren nuevos muros, comparecedcon vuestros picos y no dejéis piedra so-bre piedra. El pensamiento requiere espa-cio sin límites, el tiempo sin término, lalibertad sin mojones. No puede haber teo-rías acabadas, sistematizaciones comple-tas, filosofías únicas, porque no hay unaverdad absoluta, inmutable; hay verdadesy verdades, adquiridas y por adquirir».12

Es importante tener claro estos dos aspectos, pero,en contra de Mella, no pensamos que sea suficientequedarse en ellos. Efectivamente, no hay verdades ab-solutas, pero sí hay verdades objetivas. Los sistemasno deben ser cerrados, pero sí son necesarios. Las rela-ciones entre la necesidad y la libertad en el desarrollode la historia hay que tratarlas con más rigor y profun-

12 Mella, R.: «La bancarrota de las creencias» en Cuestionessociales, Valencia.

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didad, so pena de padecer, no sin razón, la acusaciónde espontaneístas y retóricos.

Tesis 5ª: El anarquismo no es unvoluntarismo de raíz fascista

Una parte importante del sector estructuralista,marxista y no marxista, cree que el anarquismo se ba-sa en una toma de posición falsa: la importancia conce-dida al sujeto personal, a la voluntad del hombre paratransformar la realidad. Esta raíz voluntarista del anar-quismo, a juicio del estructuralismo, le emparenta conel fascismo. Es difícil entender la coherencia de estatesis y, en todo caso, no vemos más que una simpleanalogía exterior y superficial de la siguiente índole:Hitler medía un metro setenta centímetros y llevababigote y flequillo; luego todo el que reúna esas carac-terísticas es Hitler.

Es cierto que el anarquismo supuso en principio unareacción contra la crítica socialista del individualismoburgués que había conducido a una peligrosa anula-ción del individuo. También es cierto, y ya lo hemosvisto en la tesis anterior y en la primera, que el anar-quismo insiste en el componente voluntarista de la re-

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volución, dado que no confía demasiado en el desenca-denamiento necesario de la misma consecuencia de de-terminadas situaciones objetivas. El papel de los hom-bres en la consecución de una sociedad socialista esmuy importante, por lo que no se debe menospreciaralegremente. Ahora bien, ni el anarquismo fue nuncaindividualista, como sí lo es el sistema burgués, ni tam-poco menospreció las condiciones sociales y su papelen el proceso revolucionario.

Actualmente, la supuesta muerte del hombre predi-cada por el estructuralismo, tras la presunta muerte deDios, defendida por el nihilismo, ha tenido muchos se-guidores: el «nouveau roman», la «crítica literaria»,coinciden en su denostación del sujeto personal. Lalógica axiomática, por su parte, en su calidad de ele-mento principal de la epistemología normativa, al eli-minar todo factor psicológico y limitarse al examen delas condiciones de verdad que fundan el conocimiento,sin explicar su formación, ha llegado a constituir unaespecie de «lógica sin sujeto». El positivismo lógico hahecho también en buena medida abstracción completadel «sujeto» del conocimiento, asimilando las matemá-ticas y la lógica a un puro lenguaje, en el que a vecesse olvida a los interlocutores. A estos factores hay queañadir otros en orden al olvido de lo personal: la ex-

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plosión demográfica de la humanidad superpoblada, lamanipulación de la persona en la sociedad capitalista,etc. Foucault mismo llega a decir que «el autor no esexactamente ni el propietario ni el responsable de sustextos, ni su productor ni su inventor».

Lejos de nuestro ánimo, hacer una crítica fácil al es-tructuralismo, que tanto está aportando a la ciencia.Quisiéramos, por el contrario, tratar de entender la ra-zón de la postura estructuralista y decir con Tuñón deLara lo siguiente:

«Sabemos que los “althusserianos” anate-matizan que se funde la historia sobre elhombre y la admiten sólo fundada sobre“las masas”. Pero esas masas están integra-das por hombres, suponemos, lo mismoque las clases sociales. Si al hacer esa afir-mación pretenden recordad que el hom-bre individualmente considerado no es su-jeto de la historia, sino socialmente consi-derado (relación social, grupo humano, yaen relación de afinidad, ya de oposición),nada cabe objetarlas».13

13 «¿Qué historia?». Algunas cuestiones de historiología, en

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Naturalmente, y en tal sentido, añadimos nosotros,nunca el anarquismo afirmó que la historia fuera he-cha por sujetos aislados: tal afirmación quedaría reser-vada para el modelo espúreo de Stirner. Sobra, pues, elreproche de voluntarismo.

Sin embargo, la crítica del estructuralismo afecta ensu esencia a aquellos modelos humanistas donde elhombre era considerado aisladamente, sin atender aque el individuo no puede ser sino como parte de unproceso histórico y una sociedad, de suerte que, si bienes verdad que el hombre hace la historia, no es menoscierto, en realidad, que es en algún sentido hecho porella. El considerar a la persona como una entidad se-parada, autónoma, independiente, sustancial, es hoyun simple recuerdo, gracias ciertamente también a lacrítica estructuralista. Buscar la libertad del individuofuera de un contexto social no es posible ya. Pero in-sistamos: el anarquismo fue uno de los primeros sis-temas que concibió al hombre en solidaridad y en uncontexto. Valga la célebre frase de Bakunin: «Yo nosoy libre mientras la sociedad que me rodea, hombresy mujeres, no sean igualmente libres…». Por lo demás,ya Proudhon contribuyó a criticar —mediante sus ace-

Sistema (Madrid), nº 9, 1975, pág. 5.

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radas invectivas contra la «filosofía» pura— la viejailusión de la filosofía consistente en creer que la ver-dad de la subjetividad pudiera alcanzarse por simplereflexión sin salir de la cabeza del propio genio pensan-te. Pensamos que la epistemología genética de Piagetcontinúa hoy en la misma línea proudhoniana, en lamedida en que se defiende que para acceder al sujetoes preciso recurrir a la experiencia del mundo exterior(más allá no sólo del sujeto individual, sino tambiéndel sujeto grupal).

Tesis 6ª: Anarquismo no esindividualismo

Como comentábamos en la tesis anterior, es un he-cho que en gran medida el pensamiento anarquista selevantó en defensa del individuo que parecía sofoca-do por el antiindividualismo hegeliano y el posteriorpensamiento socialista que relegaba a la persona a unsegundo lugar. Esta orientación alcanza su gradomáxi-mo en el individualismo exacerbado de Stirner, al que,

14 Es la tesis que se mantiene en Díaz, Carlos, Por y contraStirner, Zero, 1975, donde se realiza un análisis del breviario egoís-ta de este pensador.

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por otra parte, no se debe considerar estrictamente unanarquista, por más que inspirara ideas al anarquis-mo.14

En efecto, la axiología stirneriana está basada sobreel pilar del absoluto culto al propio ego. Y así, cuandoel normal y deseado culto al ego, cuando el desarro-llo sin coerciones de la propia libertad se desmesurade tal suerte que llega incluso a atentar contra el egode los demás mortales, entonces desaparece de escenael apoyo mutuo tal como fuera concebido por Kropot-kin, tanto para la naturaleza como para el hombre, yaparece, descarnada, esta tesis: «Todas las tentativasbasadas en el principio del amor que tienen por obje-to el alivio de las clases miserables han de fracasar».«Es justo para mí. Puede (…) que no sea justo para losdemás; allá ellos: que se defiendan». Así habla Stirner.Solamente queda en pie una tentativa que no conoceráel fracaso si somos suficientemente capaces de impo-ner nuestro propio e insolidario egoísmo: el disfruteindividual e individualista. A partir de este postulado,establece Stirner su crítica del Estado. Pero esta crítica,tan común en el seno del anarquismo, está hecha desdepresupuestos totalmente distintos a los de Stirner. Enéste, el Estado sobra porque coarta mi desarrollo sub-jetivista, no porque también coarte el desarrollo de los

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demás. Mientras el grueso del anarquismo dirigió susandanadas a la línea de flotación del barco estatal pa-ra sustituirle por la Fraternidad, Stirner busca la aboli-ción estatal para instaurar la insolidaridad, el «sálvesequien pueda» cuando el barco hace aguas. Y si en Stir-ner el individualismo aparece con acentos fuertes, noes tampoco en el sentido clásico del anarquismo, don-de la individualidad era una condición necesaria de lasolidaridad, y nunca un fin en sí misma.

Por lo demás, nos parece sustancial y definitivo elpensamiento de Kropotkin para solventar esta acusa-ción de individualismo, aunque también podríamosacudir a los innumerables testimonios proporcionadospor las realizaciones históricas concretas del anarquis-mo español. Kropotkin se alzó en la prestigiosa revistacientíficaTheNineteenth Century contra una interpre-tación deformada de las tesis darwinistas sobre la evo-lución. Se estaba imponiendo en aquellos momentosuna afirmación seudocientífica, pero que servía comojustificación ideológica del capitalismo y del imperia-lismo inglés: la evolución era el triunfo de los más fuer-tes en la lucha por la vida; los débiles debían resignarsea su suerte (entiéndase por débiles, como es lógico, laclase obrera, los irlandeses, los africanos, hindúes, etc.).El defensor de la tesis era T. H. Huxley, en su «Mani-

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fiesto por la lucha de la existencia», tesis que sin dudaha tenido enormes consecuencias políticas que toda-vía seguimos padeciendo. La contestación de Kropot-kin insistía en que la cooperación, el socorro mutuo,la solidaridad entre los miembros de una especie parasuperar los obstáculos de la naturaleza eran facotrestan importantes como la selección natural. Con el finde demostrar su tesis, elaboró una de sus obras másimportantes, de influencia decisiva en el movimientoanarquista, especialmente en el español, El apoyo mu-tuo.15

No queremos negar con todo esto, como decíamosal principio de la tesis, que el anarquismo haya sidouno de los movimientos socialistas que más ha insis-tido en los aspectos individuales; incluso es fácil com-probar que en algunos casos se exacerbó este factor.Pero, desde luego, es imprescindible dejar claro quenunca fue individualista el tronco del anarquismo, yque cualquier intento de emparentar ciertas actitudesmuy de moda, encubridoras de deseos de ser originaly destacar, con el anarquismo es totalmente estéril.

15 El apoyo mutuo. Un factor de la evolución. Introducciónde C. Díaz. Zero, 2ª edición. Madrid, 1978.

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Tesis 7ª: El anarquismo no es eldadaísmo

Empalmamos con el final de la tesis anterior, inician-do otra tesis dirigidamás que nada contra ciertas defor-maciones actuales que se confiesan anarquistas. Hayun anarquismo nuevo, universitario, que se solaza conlas tesis «anarquistas» de Paul Feyerabend.16 Paul Fe-yerabend tiene ahora cincuenta años, y se define comofilósofo anarquista, o, más exactamente, como anar-quista epistemológico, habiendo creado una cierta es-cuela entre lumpenuniversitarios más o menos desqui-ciados. Según nuestro autor, el anarquismo epistemo-lógico se diferencia tanto del escepticismo como delanarquismo políticamente lleno de fe: ¿Y en qué con-siste semejante anarquismo epistemológico, equilibra-do entre la fe y el desfallecimiento? Es una especie dedadaísmo. Según Feyerabend, en efecto, el dadaísta nodebe tener nunca ningún programa científico, debien-do estar incluso contra todo programa, con indepen-dencia de que a veces pueda presentarse como el más

16 Feyerabend, P., Contra el método. Esquema de una teoríaanarquista del conocimiento, Ariel, Madrid, 1974. Cf. También Car-los Díaz, «Paul Feyerabend: en torno a dos trabajos», Teorema (Va-lencia), vol. IV (1974), págs. 587-590.

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grande demoledor, o a veces como su más seguro pun-tal.

Dicho más «epistemológicamente»: para ser un ver-dadero dadaísta hay que ser, en opinión de Feyerabend,un auténtico antidadaísta. Del mismo modo, el mayorplacer del anarquista epistemológico habrá de consis-tir en confundir a los racionalistas, de tal manera quelo aceptado por inamovible hasta entonces aparezcaahora como algo totalmente infundado. El anarquis-ta, pues, debe ser un señor sumamente cachondo, val-ga la expresión, cuya función intelectual consistirá enbuscar las coquillas al señor muy serio, presumiendo,incluso, de ponerlo todo en duda.

No es de extrañar que, en medio de la situación dedescomposición orgánica por la que está pasando laburguesía española, y en concreto la Universidad co-mo una de sus manifestaciones, tal programa haya en-contrado sesudos defensores. Lo que en Feyerabend esal fin y al cabo una tesis científica (forzoso es recono-cer que Feyerabend está bien considerado como filóso-fo de la ciencia, su profesión, y que sus tesis al respectogozan de estimación general entre sus compañeros dededicación), en los inefables universitarios españolesse ha convertido en un ejercicio del más puro y lúdicohippismo. Al grito de «libertad», lo único que se re-

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clama es la defensa de la libertad individual y egoísta,propia de unamentalidad pequeñoburguesa que buscasuperar sus frustraciones e inhibiciones dando riendasuelta a todo lo que hasta ahora venía reprimiendo.

Por lo demás, no hay una sola actitud científica queel anarquista epistemológico desprecie o tenga por ab-solutamente infundada; nada «absurdo» e «inmoral».En este sentido no hay método que no interese; lo úni-co rechazable son las normas generales, las leyes convisos de generalidad, las creencias populares univer-salmente domesticadas, nociones tales, por ejemplo,como las de «verdad», «justicia», «sinceridad», «pro-fundidad», etc. «Un día llegará —dice Feyerabend— enque todo se te vendrá abajo; tal día será el día en que es-tarás dispuesto a ser anarquista». Estilo nietzscheano,nihilizador, próximo al tremendismo. Por supuesto, es-tilo dadaísta. Consecuencia: ni la ciencia, ni los pro-gramas de investigación proporcionan argumentos encontra del anarquismo, si bien tampoco a su favor. Ca-da cual debe comportarse en la ciencia como le plazca,siendo la ciencia una cuestión de pura opción personalque luego se recubre de símbolos y de fórmulas paraocultar la irracional opción del punto de partida. Hayque acabar, en esa medida, con la ciencia: «La cien-

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cia no es nuestra tirana; nosotros no debemos ser sussúbditos».

En nuestra opinión, este «anarquismo epistemológi-co» es más bien una especie de folklore o sarampión.Pretender que éste tiene algo que ver con las luchasque, en torno a una concepción del mundo y en tornoa un pedazo de paz ganado en libertad, fueranmanteni-das por el sector proletario que, a lo largo de la historia,con mayor o menor fortuna y clarividencia, han veni-do acogiéndose bajo la bandera anarquista, pretender,repetimos, que tiene algo que ver con el anarquismoes absurdo. No negamos que Bakunin lanza denues-tos contra la tiranía de los científicos o de la «minoríaconsciente», afirmando una y otra vez que por encimade la ciencia está la vida y las leyes de la naturaleza,que nunca son totalmente conocidas; tampoco preten-demos dejar de lado los problemas que plantea un Ri-cardo Mella con su insistencia en negar toda valideza los sistemas de conocimiento establecidos con carác-ter fijo. Pero, desde luego, el movimiento anarquista, aligual que los demás movimientos obreros, se compro-metió en una lucha dura por conseguir la construcciónde una sociedad sin clases; no es difícil imaginar que es-tas actitudes «nihilistas» actuales eluden un compro-

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miso serio con la historia, refugiándose en una poseinconformista.

Por eso mismo resulta, además, que esa iconoclas-tia feyerabendiana, de suyo crítica, puede acabar porconvertirse en enfermizo síntoma de decadencia cuan-do se erige como principio de demolición, no solamen-te de la ciencia, sino también de principios tales co-mo socialismo, libertad, etc.; principios a los cuales al-guien puede considerar reificados o cosificados, perono menos en vías de desreificación o descosificación.Estos principios no son, desde luego, principios vacíos,y mantener lo contrario tiene unas enormes implica-ciones políticas, como ya vio Hegel en su crítica delcarácter reaccionario del positivismo.

No es menos cierto que tal anarquismo epistémi-co, digámoslo así para utilizar un término psiquiátrico,aparece en tales circunstancias como una especie dejuguetón nihilismo, y hasta en algunos momentos deserio nihilismo, pero incluso en este último caso hayque entender que el nihilismo no sería, en buena ló-gica, anarquista, sino la primera parte de la tarea, ladestructiva, la irónica, quedando aún por realizar elsubsiguiente e imprescindible estado de la edificación,con que un clásico, Proudhon, remataba la bóveda dela tectónica libertaria. Del mismomodo, Bakunin insis-

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tía que la destrucción del orden vigente de cosas no te-nía sentido si en su lugar no se ofrecía una alternativade construcción positiva y liberadora. El destruir pordestruir pudo manifestarse con mayor virulencia enel movimiento anarquista especialmente en momen-tos de situaciones históricas extremas, pero la historiadel anarquismo pone de manifiesto una constante delabor constructiva. Acusar de nihilismo al anarquismoes, como veíamos a propósito de la utopía, acusarle deque nunca transigió en pactos con las fuerzas que, ensu opinión, se oponían a la liberación del proletariado.Desde luego, dudamos que esto sea nihilismo.

Tesis 8ª: El anarquismo no esterrorismo

La denominada «propaganda por la acción» o «pro-paganda por el hecho» de Ravachol, Angiolillo y otrosproviolentos, aún hoy viva en formas presentes delanarquismo, es para nosotros una modalidad desespe-rada del anarquismo, un anarquismo a tumba abiertaque reacciona ante la violencia blanca del poder esta-blecido con una provocación infantil de disconformi-dad. Pero sería un error identificar anarquismo y terro-

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rismo, como lo sería también dar por sentada la equiva-lencia entre anarquismo y populismo ruso vivido porTolstoy y sus discípulos, que se basaba en el pacifismocomo axioma.

Evidentemente, las orientaciones ofrecidas en el Ca-tecismo de un revolucionario, de Netchaev, son unejemplo del culto a la violencia por la violencia, máspropio de mentalidades enfermizas que de auténticosrevolucionarios. Por otra parte, la alianza entre Net-chaev y Bakunin fue breve, entre otros motivos por-que Bakunin no veía con agrado esos extremismos pro-violentos. El grueso del movimiento anarquista se hamanifestado siempre con una postura más matizada,de la que puede servir de ejemplo la cita de Kropotkinque insertamos a continuación, aunque podríamos ele-gir otras muchas:

«Afirmamos que la venganza no constitu-ye un fin en sí misma; a fe que no lo es,pero sí es humana, y todas las revueltashabidas y por haber continuarán ostentan-do ese rasgo. En realidad nosotros, que, alamparo de nuestras casas, nos aislamosde los clamores y de la visión del sufri-miento humano, no podemos erigirnos en

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jueces de los que viven en medio de esteinfierno de pesadumbres… Personalmen-te detesto estas explosiones, pero no pue-do adoptar la actitud de un juez para con-denar a los que son víctimas de la desespe-ración…Una sola cosa es cierta, y es que lavenganza no debe elevarse a la categoríade doctrina. Nadie tiene el derecho de inci-tar a otros a vengarse, pero si el que sienteen su carne todo este infierno comete unacto de desesperación, que le juzguen susiguales, los que con él soportan la cargade los sufrimientos del paria».17

En un libro nuestro18 mantenemos constantementela tesis de que el anarquismo no está ni con el terro-rismo a ultranza ni con el pacifismo a ultranza, inten-tando mostrar que tan diferentes estrategias son me-ros epifenómenos de algo más radical: el apoyo mutuo,tal como fuera concebido por los clásicos de la acra-cia. Tampoco debemos olvidar que la discusión sobre

17 Carta aMrs. Dryhurst, 1893, cit. Por Joll, J.: Los anarquistas,Barcelona, 1968.

18 Díaz, Carlos.: El anarquismo como fenómeno político mo-ral, Ed. Fidel Miró, México, 1975.

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la utilización de la violencia como táctica política noes, ni debería serlo nunca, un problema a resolver teó-ricamente, dada su íntima vinculación con la prácticaconcreta.

Llevado el problema a terreno hispano, ¿sería exactoidentificar la actuación de la CNT con el ejercicio siste-mático de la violencia? Acusaciones como las que haceLichteim19 manteniendo que el anarcosindicalismo es-pañol era incapaz en el momento del combate, perose distinguía masacrando civiles y asesinando a los di-rigentes políticos, demuestran, al menos, insuficienteinformación histórica, por no decir cosas peores. Abadde Santillán, militante destacado de la FAI en aquellosmomentos, es un claro exponente de la actitud oficialde la CNT en contra de la violencia indiscriminada, delos asesinatos por motivos personales, llegando a casti-gar a los propios militantes sorprendidos cometiendoesos crímenes. Violencia la hubo; seguidores del can-to a la fuerza de un Sorel, también, pero nunca a nivelorganizativo, sino a nivel de grupos o individuos des-contextuados del conjunto de la lucha obrera.

19 Lichteim, G.: Breve historia del socialismo, Alianza, Ma-drid, 1975, págs. 267-294. El enfoque que da del anarquismo adole-ce de todos los tópicos mencionados a lo largo de este trabajo.

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De todas formas, para entender mejor el papel de laviolencia dentro del anarquismo, recordemos las líneasfundamentales de su comprensión de lo que debía serla revolución. En primer lugar, mantenía el empleo dedos tácticas generales: la propaganda ideológica y laacción directa, entendida ésta generalmente en el sen-tido de huelga general revolucionaria. Por otra parte,hacer la revolución significa implantar en la sociedadpresente algo de lo que será la sociedad futura; en es-te sentido, desconfiaba radicalmente de todo tipo derevolución que, solapada en un «el fin justifica los me-dios», aplazase para un futuro incierto la construcciónde esa nueva sociedad. Siempre insistieron, a propósi-to de la doctrina de la dictadura del proletariado y delleninismo, que hay medios que imposibilitan alcanzardeterminados fines; en otras palabras, sólo se puedeconseguir en una revolución lo que ya se tiene, aunquesea en germen, antes de la revolución.

Tampoco confía en el mito de la «revolución-panacea» que provocara de la noche a la mañana latransformación de los hombres y de la sociedad. El so-cialismo no se obtiene por decreto, ni tampoco por unacto revolucionario. Es una tarea fundamental la edu-cación del pueblo para que no se quede atrás en la re-volución, para que alcance una auténtica transforma-

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ción de su ser alienado por la sociedad capitalista, pa-ra que renuncie a sus intereses inmediatos puramen-te económicos —lo que en ningún momento debe serinterpretado como una renuncia a las luchas por me-joras económicas, sino como una crítica del exclusi-vismo de esas reivindicaciones–; el anarquismo, comoveíamos antes, es una auténtica demopedia. De ello sededuce que es necesario hacer la revolución de abajoarriba, desde la base que, en definitiva, es la que tie-ne que tomar el poder; como decía Rosa Luxemburgo,«un error de las masas vale más que mil aciertos delos jefes» (léase de los partidos minoritarios con la in-terpretación «correcta» de la historia). La revoluciónes una labor de tiempo, incluso puede ser tarea de va-rias generaciones; lo importante es transformar nues-tras concepciones y las relaciones sociales explotado-ras, haciéndose, en la misma lucha, una idea clara decómo debe ser esa transformación. La revolución, co-mo decía Proudhon, es, en primer lugar, «la elucida-ción misma de las ideas».20 Esto no es obstáculo paraintentar provocar la revolución en las masas mediantelos hechos revolucionarios.

20 Cf. el gran estudio sobre este problema en Mounier, E.:Anarchie es personnalisme, Oeuvres, T. I. Seuil, París, 1961, págs

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Tesis 9ª: El anarquismo no defiende lapropiedad privada

En uno de nuestros trabajos creemos haber resueltola cuestión.21 La frase proudhoniana «La propiedad esun robo» no fue dicha como simple retruécano orato-rio, ni para ahuyentar lo irreconciliable con el priva-tismo de la propiedad. Ciertamente, Proudhon cambióen el curso de su vida de opiniones, lo que al parecernadie reprocha a Marx, pero nunca cambió para des-decirse, al menos en este punto nuclear. El hecho deque Proudhon defendiera la propiedad sentimental, esdecir, aquel tipo de propiedad que no tiene utilidad so-cial, sino única y exclusivamente valor personal y cir-cunstancial, así como también la propiedad de ciertosbienes de consumo o de instrumento de trabajo, na-da tiene que ver con la defensa, que ni él ni ningúnotro anarquista hicieron, de la propiedad privada delos medios de producción. Esto no significa, en cual-quier caso, que algunas afirmaciones de Proudhon odel mismo Kropotkin sobre la pequeña propiedad nodeben ser revisadas e incluso rechazadas.

723 ss (ed. Cast. Zero, Madrid, 1974).21 Proudhon: Propiedad y federación. Selección y prólogo, C.

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Por lo demás, es conocida la diferencia en materiaeconómica entre dos interpretaciones del socialismolibertario, la comunista y la colectivista. Las polémi-cas entre ambos ocuparon mucho tiempo; entre otrossitios, revistió cierta importancia en España; para loscomunistas, la retribución del trabajo estaba basada so-bre la evaluación de la hora de trabajo («a cada uno se-gún su trabajo»); para los colectivistas, entre los queestaban Kropotkin, Malatesta, Cafiero, Reclus y otros,el sistema anterior suponía mantener la condición deasalariado con todas sus consecuencias, por lo que eranecesario organizar la distribución según la norma de«a cada uno según sus necesidades». Aunque la dis-cusión perdiera importancia con el paso de los años,y, por otra parte, la práctica histórica siguiera dentrodel anarcosindicalismo rumbo distintos, lo que nos in-teresa destacar es que ninguno de los dosmovimientosdefendía la propiedad, entendida como la que permiteque unos sean poseedores y otros desposeídos.

Igualmente, es necesario volver a recordar cómo seconsagró la práctica anarquista durante el período re-volucionario de los años 1936-37 en la España republi-cana. Ni la autogestión practicada en la industria cata-

Díaz. Narcea, Madrid, 1972.

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lana ni las colectividades agrarias de Aragón, por nocitar sino los dos núcleos fundamentales, tenían nadaque ver con una defensa de la propiedad privada. Deeso ya hemos hablado anteriormente, y no merece lapena ampliar más detalles.

Tesis 10ª: El anarquismo no es productode lumpemproletarios ni deintelectuales inorgánicos

Cuando Bakunin mandaba en la Internacional, porla fuerza de radicalidad y por la brillantez de su orato-ria, más que por la analítica de sus razonamientos, so-bre todo si la comparamos con unMarx, menos brillan-te y audaz, pero más razonador, buena parte del pro-letariado sureuropeo se afilió a las tesis bakuninistas.Entre ellos pudo colarse algún sector del lumpempro-letariado, ese sector del proletariado fácilmente preva-ricable y en venta al mejor postor, sin conciencia declase. A reforzar esta tesis vendría el hecho de que elanarquismo alcanzó una gran difusión en España e Ita-lia, especialmente entre el campesinado miserable deAndalucía y el sur de la península italiana. También escierto que Bakunin habla en alguna de sus obras, por

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ejemplo en Estatismo y anarquía, de la organizacióndel lumpemproletariado.

Sin embargo, estos hechos no permiten una inter-pretación unilateral. De hecho, no se puede decir quefuera lumpen el proletariado de Cataluña, zona dondeel anarquismo español arraigó con más fuerza y úni-ca en un estado avanzado de industrialización; lo mis-mo cabría decir de los afiliados a la CNT en general ode los internacionalistas de Saint Imier. Por otra parte,las afirmaciones de Bakunin no van en el sentido deuna defensa ciega de las masas, de las que, como diji-mos anteriormente, desconfiaba, considerándolas po-tencialmente contrarrevolucionarias. Lo que Bakuninteme es la potenciación de un socialismo propio delproletariado industrial avanzado, en el que ve el po-sible riesgo de una nueva dictadura. Para el anarquis-mo el condicionamiento de clase, o de situación en lasrelaciones de producción, no era determinante de laconciencia revolucionaria que se tuviera, aunque fueramuy importante. De hecho, consideraban que podíancolaborar en la implantación de la sociedad socialistano sólo los obreros industriales, sino ese lumpemprole-tariado o capas de las clases media, siempre y cuandohubieran adquirido una auténtica opción socialista.

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Tampoco podemos confundir los términos por loque se refiere a los intelectuales. Es posible que mu-cho intelectual endiosado (decir intelectual suele serlo mismo que decir endiosado) pagado de su insusti-tuible valía se haya autoconsiderado irrepetible diose-cillo del Olimpo anárquico. Pero aquí nos encontraría-mos con algo totalmente ajeno al movimiento anar-quista, o al movimiento obrero en general; con esosindividualistas egocéntricos de los que hemos habladoa propósito del «dadaísmo». Lo que es necesario re-cordar es que ningún intelectual anarquista merece laacusación de inorgánico. Unos, como Lorenzo, Mella,Pestaña, o todos los españoles, porque pertenecieronpor nacimiento y por su vida entera a la clase obrera,participando directamente en todas su luchas y com-prometiéndose activamente con ella; otros, como Kro-potkin, Bakunin, porque, a pesar de pertenecer a lasclases no proletarias —príncipe el primero, propietariomedio el segundo—, se comprometieron también acti-vamente en las luchas revolucionarias de su tiempo.

En definitiva, intelectuales que en ningún momentoeludieron su responsabilidad de participar en la cons-trucción del socialismo, y no sólo a un nivel teórico.

No. Si aplicamos al marxismo con el mismo rigor es-te psicoanálisis fácil a que el Diccionario de Filosofía

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de la RDA somete al anarquismo, ¿qué quedaría en piedel marxismo? ¿Se entendería la esencia del gran men-saje de Marx si dijésemos del marxismo que es una po-lítica de campanario puesta a punto por una clique insi-diosa que buscaba tomar el poder? ¿Podríamos sentir-nos autorizados a rechazar elmarxismo por la interpre-tación que de él ofrece Lenin, o, más aún, por el com-portamiento posterior de Stalin, identificando marxis-mo con stalinismo? ¿Entenderíamos siquiera una pala-bra del mensaje marxiano si dijésemos que es esenciala su ortodoxia la amistad del último —y reformista—Engels con los no menos reformistas Kautsky y Liebk-necht?

No. Tampoco. Es lamentable, pero todo este tipo dejuicios ha sido hecho, a su vez, de los marxistas porlos anarquistas. Unos y otros han gastado demasiadasenergías en un tipo lamentable de críticas, a las quenunca daremos nuestra aprobación, vengan de dondevengan y se dirijan contra quien se dirijan. Sería, porel contrario, imprescindible, en orden a la lucidez críti-ca y a la altura de la teoría, erradicar para siempre tanraquíticas interpretaciones del campo actual de discu-sión. En nada benefician a la liberación de los explota-dos, aumentando su división y mermando la posibili-dad de enfrentarse con los enemigos reales.

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Tesis 11ª: El anarquismo es socialismoen libertad

El anarquismo nació —tesis no siempre recordadacon el calor de la polémica— íntimamente vinculadoal socialismo para contribuir a la liberación del prole-tariado. Estuvo luchando codo a codo con el marxis-mo en la Primera Internacional hasta que las discre-pancias fueron mayores que las coincidencias. En estesentido, parece como si un hado adverso fustigase alsocialismo, siempre debilitado por discordias intesti-nas, a la par que su enemigo, el capitalismo, se robus-tece con la unidad que da el dinero. Una fobia ances-tral separó, no siempre de modo racional, anarquismoymarxismo. Forzoso y triste es reconocer que llevadosde esa fobia, buenos militantes de la CNT se pasaroncon armas y bagajes a la CNS, con el solo propósitode luchar contra el marxismo. También es forzoso re-conocer que el Partido Comunista Español gastó casimás energías durante la guerra de 1936-39 en comba-tir contra la CNT-FAI y el POUM que en luchar contrael enemigo real, representado por los nacionales. Sinquerer aventurar interpretaciones arriesgadas, nos pa-

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rece que esa desunión costó un precio muy alto al mo-vimiento obrero de nuestro país.

Esta escisión del bloque socialista está acarreandosu muerte, es decir, la victoria del capitalismo. Por unaparte es precisa la reagrupación general socialista —loque no implica, por supuesto, la reunificación de lasdiversas fracciones dentro de cada partido—, pero porotra parte tal unidad es imposible en la medida en quelas estrategias y las ideologías divergen. La reagrupa-ción o colaboración entre las diversas fuerzas que to-davía hoy mantienen un auténtico programa de cons-trucción socialista de la sociedad parece imprescindi-ble en momentos en que el capitalismo es fuerte y enque muchos grupos han renunciado a unos programassocialistas en favor de un reformismo que, en su opi-nión, vendría exigido por planteamientos tácticos.

Pero veamos cómo el camino de la reconciliación,de las alianzas, no se dio:

En primer lugar, el anarquismo buscó conahínco la abolición de toda autoridad, detodo gobierno, de todo poder. Habría, des-de su punto de vista, dos maneras de ne-gar el humanismo socialista o el socialis-mo integral en la libertad buscado por el

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anarquismo: el centralismo autoritario delPartido (sea Socialista, Comunista o Pa-racomunista) y el centralismo autocráticode los países dominados por el capitalis-mo. Centralismo democrático —¿no hayflagrante contradicción entre el sustanti-vo y el adjetivo?— y centralismo burocrá-tico danse la mano en predicar la libertadpor los caminos de la dictadura.22

Puede ocurrir —y éste es un mal común entre losanarquistas que vamos conociendo, por desgracia—que también el mismo anarquista que se dice antiauto-ritario actúe con tonos subidamente autoritarios. Caeen ese momento en los errores que combate. Hay ejem-plo en la historia que deben servir de escarnecedoravía muerta; el caso del mismoMiguel Bakunin sería un

22 Nos parece sumamente interesante traer aquí las aportacio-nes de J. Camatte (Comunidad y comunismo en Rusia, Zero, Ma-drid, 1975), un libro que quizás pase desapercibido, pero que mere-cería una profunda meditación. El autor insiste en la necesidad derecuperar el tema de la «comunidad» olvidado en una fase de do-minio formal del capitalismo, en el que las pautas de este sistemaempapan todas las alternativas políticas. Es a través de la «comuni-dad» donde pensamos que se debe replantear este tema del socia-lismo en libertad o, dicho en otros términos, el socialismo integral.

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ejemplo de actuación en muchos casos autoritaria, es-pecialmente en el seno de sus organizaciones secretas,por las que sentía una cierta obsesión.

Lo que, fuera de estas inconsecuencias, le resulta in-tolerable al anarquismo es la pretensión de realizaciónde un hombre nuevo por medios dictatoriales: ¿Cómoes posible, critica el anarquismo, dejar para mañana,es decir, para una hipotética segunda fase del marxis-mo, la etapa del comunismo en la libertad, lo que hoy,en medio de la etapa de transición de la dictadura delproletariado no da muestras de querer ser puesto enpráctica? No es fácil llegar a alcanzar lo que nunca seha llevado dentro; los hombres y los grupos políticostienen una capacidad de actuación limitada, resultan-do difícil superar ciertos bloqueos ideológicos con losque se inicia el camino. El hijo natural de Lenin no esel comunismo, sino el stalinismo. De todos es conoci-da la distinción hecha por Lenin en su obra El Estadoy la Revolución entre la fase de destrucción del Estadoburgués y la fase de «extinción» del Estado proleta-rio, o semi-proletario; lo que no vemos tan claro es lacoherencia interna de estas disquisiciones de Lenin, ni

23 Lenin, V. I.: El Estado y la Revolución, Ayuso, Madrid, 1975,passim.

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imaginamos hasta qué punto es consciente de que, da-da su concepción del Estado, rigurosamente marxista,piensa que será posible la «extinción»gradual de eseEstado que sustituya al sistema burgués.23

Por su parte, el marxismo impugnó siempre esta vi-sión anarquista. Para el marxismo, la implantación delpoder obrero exige una toma del poder político porparte del proletariado, y a tal efecto es imposible an-dar pidiendo opinión democrática a todos y cada unode los interesados. Por ello, la misma eficacia exige unametodología encarnada en las directrices de un parti-do —fuerza, capaz de inflingir la derrota al capitalismoe instaurar la victoria final de las clases obreras. La efi-cacia es lo primero, y a ella han de subordinarse todoslos planteamientos maximalistas y puristas libertarios.A juicio del marxismo, el anarquismo es una concep-ción del mundo que se ciñe finalmente a la inercia dela inactividad y que, por su purismo, acaba en francacontrarrevolución. Buena prueba de estos juicios, diceel marxista, es que el anarquismo se ha mostrado in-capaz de realizarse. Y si su reino no es de este mundo,¿con qué fuerza moral puede oficiar su crítica sobreeste mundo?

La crítica del marxismo toca fondo, pero muestraella misma la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Re-

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cordemos el párrafo final de la cita de Santillán: «… enese error volveríamos a incurrir mañana»; el hecho esque el anarquismo prefiere, en nuestra opinión, la de-rrota a ciertas victorias que considera pírricas. Y es quehay algo que dificulta una toma de posición distinta: elconcepto de eficacia. Para el anarquismo, la construc-ción de la sociedad socialista es incompatible con laeficacia que, en definitiva, es una categoría típicamen-te capitalista, bajo cuyomanto pueden introducirse lasmayores aberraciones. La eficacia es necesaria, nadielo duda; no se puede mantener siempre la actitud deeternos perdedores. Sin embargo, la comunidad socia-lista no debe basarse en ella, sino en la solidaridad y laconfianza entre sus componentes.

Una vez más nos encontramos ante problemas cru-ciales que difícilmente pueden soslayarse, aunque tam-bién difícilmente puedan resolverse, especialmente enun plano teórico.

La verdad es que, si prescindimos de la pasión conque los reprochesmutuos están hechos, en nuestra opi-nión, ambos llevan razón. Por eso vuelven a la cargacon nuevos argumentos.

En segundo lugar, según el anarquismo, la eficaciahistórica con que el marxismo se ha conducido hastallegar a su implantación masiva en buena parte de la

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humanidad no es en modo alguno sinónimo de que larevolución está hecha. Antes al contrario, piensan —loque es grave— que hay que hacerla pese a su implanta-ción histórica. No obstante, su radicalismo crítico lespuede inducir a ciertos errores. Nos parece bien que nose admita que esa implantación histórica en diferentespaíses tiene un carácter definitivo o que ha conseguidola liberación plena de los hombres; sin embargo, no ca-be duda de que supone un paso adelante en la marchade la historia de la humanidad y que, en cualquier caso,es un sistema más justo y humano que el actualmentevigente en el mundo capitalista. Las críticas despiada-das contra el comunismo ruso, por ejemplo, serían me-jores si no fueran tan despiadadas y si no le vinierantan bien al capitalismo, que sabe sacar tajada de ellas.

Volviendo a lo anterior, la pregunta de los anarquis-tas es ésta: «¿Para qué hacer una revolución que con-duzca a una nueva dictadura, por muy cambiado quesea su signo?» A lo que el marxismo responde: «¿Porqué se empeña el anarquismo en partir de la rousseau-niana hipótesis de la bondad natural de hombre, sien-do así que el carcelero es necesario hasta en las me-jores familias?» Dejar sueltos a los bandidos, no repri-mir enérgicamente a los que se oponen a la revolución

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proletaria es caer en la reacción, con apariencias de re-volución.

En tercer lugar, existe una discrepancia radical entorno al modo de instaurar la revolución. No es posi-ble el socialismo humanista en la libertad ácrata sinun sistema federal. Decía Proudhon que «el siglo XXabrirá la era de las federaciones». Como los radios ala circunferencia, así los municipios se comportaríanrespecto a la federación, y las federaciones frente a laconfederación, hasta conseguir, en un último estadio,una federaciónmundial de federaciones3. Pero el «cen-tro» en el que convergen todos los radios por igual noes de la misma naturaleza que el de las organizacionescentristas. Es simplemente una asamblea soberana, endonde entran por igual y con idéntico papel los compo-nentes del todo. Tal centro no es permanente ni buro-crático; puede desplazarse y tener su sede en cualquierlugar cada vez. No hay mesa presidencial que esté diri-gida por los inamovibles pontífices de la anarquía: deser así, tal mesa difícilmente podría llamarse anarquía.Los cargos son allí electivos, renovables cada seis me-ses o cada año, e incluso destituibles en el momentoen que no cumplen las decisiones de la base; estos car-gos no implican ningún tipo de atribuciones durantesu ejercicio. No hay, naturalmente, presidente: es inne-

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cesario en una mesa redonda; ni delegados permanen-tes. Es recomendable la rotación representativa, paraevitar la demasiado fácil adscripción al poder por par-te de algunos. Los representantes son, pues, auténticos«éforos», meros supervisores y ejecutores.

Pero quizá más que estas concreciones, que podríanser discutibles en algún momento, y que, por otra par-te, las podemos encontrar analizando, por ejemplo, laestructura organizativa de la CNT, nos interesan laslíneas fundamentales que sirven de hilo conductor ala organización del anarquismo. Para una aportaciónactual tenemos que partir de esas líneas, discutirlas,confrontarlas con otras aportaciones del movimientoobrero, y especialmente con la práctica diaria. Sinteti-zando brevemente, esas ideas básicas serían: repudiode todo político profesional que rápidamente se des-vincula de los problemas de la base y deja de ser suauténtico representante; repudio del sistema burguésde delegación de poder que supone una alienación po-lítica de los hombres, al eludir sus responsabilidadescomunitarias, dejando en manos de otros la capacidadde decisión; afirmación radical de que la capacidad dedecisión sólo corresponde a la base, a las comunidadesnaturales organizadas de abajo arriba (o las asambleasde trabajadores, con un lenguaje más actual); negativa

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a aceptar la eficacia como categoría con validez den-tro del socialismo, de lo que ya hemos hablado ante-riormente; conciencia clara de que, si bien el fin pue-de justificar en determinados casos, o casi siempre, losmedios empleados, hay medios que impiden alcanzarese fin: todos los socialistas aspiran a una misma socie-dad comunista como lugar en el que se haya terminadola explotación del hombre por el hombre; el problemaes que, en opinión de los anarquista, optar por una víacentralista y dictatorial hace que ese fin no llegue nun-ca; respeto enorme a la libertad de cada hombre, al que,si se es riguroso con los planteamientos anarquista, nose le puede obligar a cambiar de actitud.24

Para el anarquismo tal democracia, organizada deabajo arriba, es mejor, pese a sus riesgos: riesgo deque no estén como representantes siempre los mejo-res, riesgos de que la renovación de cargos impliquediscontinuidad. Pero ventajas: evitación del profesio-nalismo en la política con sus lacras; evitación de faltade control, de participación excesivamenteminoritaria

24 Las referencias de los autores anarquistas sobre este temason abundantes. Cf. entre otros, Proudhon: El principio federativo;Bakunin: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En cualquiercaso, para el anarquismo, el federalismo, si no va acompañado deun auténtico socialismo, no sirve para nada.

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en los órganos de control y gestión. Es éste un socia-lismo más difícil, pues supone una alternativa nuevaradicalmente, más propia de adultos y que, sobre todo,no conserva ningún rasgo verticalista de la anterior. Adiferencia del marxismo, piensa el anarquismo, la dic-tadura del capitalismo ha sido sustituida por otra dic-tadura socialburocrática: en el fondo poco o nada hacambiado. La mejoría en el nivel económico, técnico yde bienestar, si no se acompaña de una mejoría radicalen la gestión y la participación, es alargar la meta finalbuscada, o incluso imposibilitarla.

Es fácil suponer que el marxista no se queda silen-cioso ante estas andanadas anarquistas y que se indig-na. «Estos buenos señores (denominación favorita deEngels para los anarquistas) creen que una Adminis-tración compleja puede funcionar cada vez en un sitioy sin representantes fijos». Por tanto, no pueden com-prender nada, ni darse cuenta de que los males que elcentralismo democrático presenta son preferibles a losmales que acarrea el capitalismo, y sobre todo son pre-feribles a la absoluta nada que aporta el anarquismo.De otro lado, la rapidez, comodidad, seguridad y efica-cia propia de una gestión centralista e indiscutida iránen beneficio del proletariado.

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A su vez Bakunin contraatacaba: «En el fondo deesta concepción no hay sino un olímpico desprecio dela capacidad organizativa de las masas. Decir que sinel centralismo viene el caos es conceder en exceso alcentralismo». Hay mucho despotismo ilustrado en elcentralismo democrático, pero también hay problemasprofundos a los que ya hemos hecho alusión en las te-sis sobre el espontaneísmo o el carácter no utópico delanarquismo.

De aquí deriva una cuarta diferencia básica: la con-cepción del hombre y de la gestión política va necesa-riamente implicada con una concepción de la econo-mía, que difiere notablemente en ambas cosmovisio-nes.

A juicio del anarquista, no cabe humanismo socia-lista en la libertad en medio de un concepto eficacis-ta de la economía. Es necesario rotar en la produc-ción, siguiendo el federalismo también en lo laboral. Elanarquismo comprende las dificultades de tal rotación;por ejemplo, que en el momento presente hay millaresde profesiones que requieren especialización cada vezmás alta, y cuyo aprendizaje total exigiría mucho mástiempo que el garantizado por la vida de un hombre.Por eso solamente cabría alternar las funciones labo-rales dentro de una rama y oficio determinado: en la

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recolección de caña un mismo obrero pasaría desde lacorta al molido, de aquí al refinado, luego al blanquea-do y, por fin, al empaquetado. Si el nivel de socialismofuese mayor, entonces también podría pasar de ahí ala administración o la codirección del proceso. Por pa-radoja, algún sistema comunista intenta hoy poner enpráctica esta iniciativa teórica libertaria. Al menos hayun punto donde las divergencias se van superando. Loque el anarquismo deseaba en el fondo de esta aspi-ración era evitar que los obreros menos favorecidosquedasen adscritos a las faenas laborales más desagra-dables, lo cual no dejaría de ser una forma de explo-tación dentro del socialismo. Por otra parte, tambiénhabría que ver aquí el deseo de recuperar una concep-ción del trabajo como medio de realización humana,tema común a todo el pensamiento socialista y crítica,también común, al carácter alienante del trabajo en lasociedad capitalista. Desde este punto de vista, la rota-ción posibilitaría comprender el conjunto del procesode producción y ver en el resultado de esa producción

25 En nuestro folleto Ensayo de Pedagogía utópica (Zero, Ma-drid, 1975), mantenemos la rotación como sistema de organizaciónde la enseñanza, aunque somos conscientes de que muchos nos ta-charán precisamente de utópicos.

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no algo ajeno al trabajador, sino un producto de sutrabajo.25

Sin embargo, el marxismo consideró esta rotaciónlaboral como una futuración más, bella incluso, de larecalentada mente anarquista, que echa en olvido quecada hombre vale especialmente para una produccióno actividad determinada y que la rotación laboral su-pondría desaprovechar esas energías específicas: ¿noquedaría gravemente dañada la producción con esossaltos funambulescos de rotación? Lo importante, aña-de el marxismo, sería dignificar las ocupaciones tradi-cionalmente consideradas inferiores, pero respetandola inevitable adscripción de cada hombre a su traba-jo propio, a fin de competir en la producción con elnivel de eficacia demostrado por el capitalismo. Repe-timos, sin renunciar a las aportaciones válidas de laperspectiva marxista y sin negar que el problema seadifícil, que hay que renunciar de una vez por todas aun excesivo eficacismo económico o a un desarrollo acualquier precio. Ya ni siquiera en el capitalismo occi-dental se cree ciegamente que el crecimiento de PNBsea un síntoma de desarrollo. En cualquier caso, tan do-minados estamos por el «dominio formal del capital»,como diría Camatte, que somos incapaces de conce-bir un enriquecimiento cultural, artístico, humano, no

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mensurable económicamente. Si somos rigurosos, unaalternativa socialista tiene que pasar por un empobre-cimiento real en su primera etapa de la población26 y,desde luego, por una escala de fines muy distinta a laactual.

Nos encontramos, pues, firmes sobre la arena move-diza de dos concepciones del mundo que se obstinanen enconar sus antagonismos. El tiempo no ha cicatri-zado las heridas. Y así, la antigua oposición marxismo-anarquismo es hoy una oposición remozada entre co-munismo y socialismo. Peces Barba, desde su posturasocialista moderada, pide un nuevo «socialismo en lalibertad»,27 frente al socialismo en la dictadura. Estonos lleva a preguntar: ¿Es el socialismo moderado elheredero de las aspiraciones libertarias? Evidentemen-te, por lo menos para nosotros, no; la libertad de la quehabla Peces Barba no es precisamente la libertad delsocialismo anarquista, sino más bien una libertad cer-cana a los moldes burgueses, sobre la que no es el caso

26 Cf. el sorprendente libro de Jaffe, H.: Neoimperialismo por-tugués, Zero,Madrid, 1976, especialmente las conclusiones finales.

27 Sistema (Madrid), nº 9 (1975). Es preciso recordar que losanarquistas deben ser una fuente imprescindible en este tema, yaque ellos reflexionaron más que nadie sobre la libertad. Sorprendeque Peces Barba no cite a ninguno de ellos.

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discutir. Hacia esas libertades formales de la burgue-sía parecen que se inclinan más de un grupo político,no sólo en España, que exigen, como objetivo comu-nista o socialista, la concesión de unas libertades delmás puro liberalismo burgués. De todas formas, nosparece importante que las discusiones teóricas sobreeste punto se mantengan, con el objetivo final y úni-co de conseguir una unión lo más ancha posible entrelas diversas ramas del tronco socialista, aunque, des-de luego, no una unión a cualquier precio, es decir, nouna unión que supusiera una renuncia a contenidos es-pecíficamente socialistas, tema en el que no podemosentrar ahora.

Tesis 12ª: El anarquismo es la izquierdadel marxismo

Hoy día nos encontramos ante un ampliomovimien-to de izquierdas en lucha contra el sistema capitalista ya favor de la liberación del hombre. Dentro de este mo-vimiento, podríamos aventurar que las líneas con másfuerza expansiva, a diversos niveles y desde diferentesperspectivas y zonas geográficas, son el marxismo, elanarquismo y el cristianismo, por más que sea muy di-

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fícil etiquetar con nombres demasiado cargados de his-toria. En el juego mutuo de estas fuerzas de izquierdaestá el futuro de la clase obrera.

El diálogo entre las diversas orientaciones no con-siste, de ninguna manera, en el triunfo del más fuerte—del «aspirante a la totalidad», como se ha dicho—, loque anularía la riqueza de los distintos planteamien-tos. El totalitarismo clásico del Partido Comunista de-bería ir desapareciendo, aunque mucho nos tememosque este totalitarismo desaparezca no a favor de unabúsqueda de las libertades socialista, tal como apuntá-bamos en la tesis anterior, sino a favor de las libertadesformales burguesas, como se desprende de sus reivin-dicaciones reformistas. Por otras parte, hoy día paramuchos la experiencia soviética está lejos de ser unejemplo indiscutible de lo que se espera del hombrenuevo socialista, sin negar, como ya hemos dicho, quesuponga un avance. Sin discutir ahora si la URSS es im-perialista o no lo es, o si en ella se mantiene el modo deproducción capitalista o no, lo que no cabe duda es deque al marxismo-leninismo, en su realización históricaen la Unión Soviética, le está saliendo muchas izquier-das, que siempre han pensado que el socialismo podíatener otras interpretación o que aMarx se le podía leerde otra forma.

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Una de estas izquierdas apareció con fuerza ya antesde la segunda guerra mundial, y estuvo representadapor los Korsch, Pannekoek, Luxemburgo, Bordiga, etc.Todos ellos coinciden en plantearse el tema de la cons-trucción del socialismo de una forma crítica, sin quereraceptar incondicionalmente las interpretaciones, porotra parte de dudosa ortodoxia, que la Unión Soviéticahacía del marxismo, y sin caer nunca en la socialde-mocracia, auténtica capitulación en manos del capita-lismo. Otra de estas izquierdas, más tradicional, puestoque aparece ya en los tiempos de la Primera Internacio-nal, es el anarquismo, tan a la izquierda quizá que sesale del mapa político y, en nuestra opinión, se mueveen el terreno de lo metapolítico. En todo caso, nos pa-rece que el anarquismo puede servir perfectamente detope dialéctico al marxismo; no por paradoja, sino porfuerza de la dialéctica, la unidad de estos socialismospuede estar en la contraposición. Desde luego, el socia-lismo no debe ser mera repetición o copia de modelosy planteamientos caducos, sino creación y adaptaciónconstantes, eso sí, sin renunciar a los postulados bási-cos; en esta tarea, las aportaciones del anarquismo, aligual que las de los autores citados, son imprescindi-bles. Al marxismo debería interesarle esta confronta-ción, a no ser que reniegue de cualquier crítica, limi-

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tándose a estigmatizar: maoísmo, trotskismo, titismo,etc., serían metidos en un mismo saco y arrojados alfondo del mar.

Pero no, el marxismo no es infalible, niMarx un dios.El marxismo tiene que pasar por el fuego purificadorde las tesis anarquistas, entre otras, al menos parcial-mente. Sin ceder un ápice a su clásico realismo político,el marxismo debe abrirse a la autogestión, a la descen-tralización, al federalismo auténtico, al poder popular.Debe revisar continuamente su comisarocracia, su efi-cacismo, su culto a la verticalidad, su burocratismo, sufalta de imaginación, su «tópico de la vanguardia cons-ciente» y la dictadura del partido, etc. A tal efecto, lasmedidas a tomar alcanzan un amplio margen, revisan-do a fondo muchos planteamientos y realizaciones. Elmarxismo, el socialismo, y el anarquismo deben sertambién el fruto de un diálogo, no un monólogo dic-tado.

Tesis 13ª: El anarquismo es una utopíadialéctica

En nuestra opinión, heterodoxa, el reino del anar-quismo no es de este mundo. Esta es su debilidad, pe-

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ro también su fuerza; por eso, como la profecía, puedeestar siempre a la izquierda sin acabar de implantarse.Es algo puro, excesivamente puro; nunca implantado,nunca desgastado; y no olvidemos que el purismo esmás un defecto que una virtud: no se puede interveniren un mundo sucio sin mancharse los pies de barro; laúnica manera de no mancharse es no intervenir nunca—y presumir luego de pureza revolucionaria—, dejan-do a otros esa tarea. La praxis política empuja siemprehacia el pragmatismo y acaba desgastando las aristas.Si Mounier estuvo tan cerca —y lo estuvo más comocristiano— del anarquismo, fue por la terrible proxi-midad del utopismo cristiano y el utopismo anarquis-ta. Para ambas cosmovisiones una política es siempreel producto de descomposición de una mística, razónpor la cual los puros políticos, los que viven del par-lamento, son los adversarios más decepcionantes paralos utópicos.

Los profetas de la política pueden y deben hablar atiempo y a destiempo, sin atender a la oportunidad nia la circunstancia, pues el político se pierde si no sa-be escuchar ciertas verdades con el marchamo de loabsoluto. Pero el profeta deberá cuidar también de de-limitar su terreno, que es el de las exigencias, no el delas soluciones. El oficio es duro: los profetas acaban ge-

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neralmente de forma más violenta que los políticos.28Sin embargo, más duro es aún el oficio de los que bus-can soluciones que conduzcan a las exigencias, que noaparten de lameta final, es decir, los que realizan la teo-ría y la hacen praxis. Quien dice utopía dice profecía,pero quien metamorfosea la utopía y la transforma enabstencionismo no esmás que un charlatán, en ningúncaso un profeta. Una utopía sin aplicación, o, mejoraún, una utopía que no es pensada para su aplicacióny reelaborada durante su aplicación, es una utopía va-cía. De forma rápida, hay tres caracteres de la utopíadialéctica que la diferencian de la utopía evasionista:

1. Si la utopía evasionista pretende ajustar el mun-do a los sueños del espíritu, el utopizar dialéc-tico ha de incluir en su utopía una analítica dela infraestructura socioeconómica en la que seincardina su presencia histórica. Son las exigen-cias mínimas para que la utopía sea transforma-dora del mundo que niega, y realizadora de laalternativa que busca.

28 Cf. Díaz, C.: Mounier ética y política. Cuadernos para elDiálogo, «Los Suplementos», nº 59, Madrid, 1975.

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2. Si la utopía evasionista cree en la armonía mi-crocósmica, en medio de un macrocosmos disar-mónico, es decir, si piensa que se puede dar laarmonía del grupo sin la paz social, o dar solu-ción personal a problemas sociales, cabe decirque la utopía dialéctica considera imposible es-tos narcisismos, como considera imposible el so-cialismo en un solo país.

3. Si la utopía evasionista consideraba compati-ble el Estado de clase con sus microorganizacio-nes, la utopía dialéctica renuncia a todo tipo decooperativismo a favor del socialismo.

El anarquismo, en fin, no es utópico porque pien-se ganar batallas sin haberlas planteado, ni plantear-las sin estrategia. La lucha contra el eficacismo debíaplantearse, aun dentro del nivel utópico, con eficacia.A los análisis de Marx, limitados a una etapa históri-ca determinada, pienso que hemos de superponer lasfuturaciones del anarquismo más intemporales, y porello más presente, y sobre ambas implantar una analíti-ca profunda de la arquitectura humana, de la persona.No se trata de aceptar la infraestructura marxiana yanarquista paramontar sobre ella una amalgama de va-lores abstractos de escaso contenido y poca aplicación,

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sino de fundir ambos en una vinculación intrínseca yoperativa.

La profecía que defendimos para el anarquismo noes la utopía inútil. Es profecía de militancia, de denun-cia, de testimonio. Esto significa —es doloroso, peroasí lo creemos— que jamás se implantará como tal. Enel momento en que el anarquismo desee implantarsese le abre una doble posibilidad: o volver a fracasar,causando la despectiva frase clásica de «flores para losanarquistas», o pasar a la derecha, sujeto como habíade estar al movimiento de redondeamiento que afec-ta a todo aquello que se encarna y constriñe a unosmarcos referenciales espacio-temporales. Y en ese mo-mento le nacería un nuevo anarquismo, esta vez fueradel espacio y del tiempo, al viejo anarquismo. No pode-mos, ciertamente, justificar esta simple hipótesis. Perodespués de una serie analítica de su historia, es éstauna de las lecciones que pueden extraerse. Por nues-tra parte, no con amargura. Lo que causa tristeza, porel contrario, es ver los relojes anarquistas parados enel 1939, sin haber dado de nuevo cuerda a esa preciosamaquinaria, modelo de profecía, aunque esmuy proba-ble que para actualizarlo en la praxis del movimientoobrero debe renunciar a algunas de su posturas maxi-malistas, a un excesivo utopismo y decidirse de una

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vez a mancharse de barro, como decíamos antes, enel imprescindible contacto con las realizaciones prác-ticas.

Tesis 14ª: El anarquismo es laimaginación

Es la imaginación, pero no la «imaginación al po-der», como se vio escrito en las paredes de las calles pa-risienses durante el mayo del año 1968 —movimientorevolucionario cuyas raíces anarquistas deberían serestudiadas, dado que sus máximos dirigentes se de-clararon anarquistas—. La imaginación tiene que estarforzosamente a otro nivel. No negamos que haya ima-ginación en el poder, pero comienza a desdibujarse enel momento en que se instala en él. La imaginación yel poder son malos compañeros de un mismo viaje. Elpoder de la imaginación no tiene nada que ver con laimaginación del poder, ni con un poder imaginario. Laimaginación es tal vez en la medida en que es proyec-tiva, y es proyectiva en la medida en que, a su vez, estásufriendo el poder, pero lejos de él. Esa pasión por elpoder que domina a los grupos es algo consustancial-mente nefasto para el socialismo, y precisamente aque-

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llo que echa por tierra todo intento de unidad, lo que,en definitiva, acaba concediendo el poder al enemigoque encuentra vía libre para su ataque.

Por el contrario, las paredes de París captaron me-jor la relación dialéctica existente entre imaginación ypoder cuando, en una de esas paredes, alguien se en-cargó de recordar este bello proverbio chino: «Cuandoel dedo señala la luna, el imbécil mira el dedo».

De todas formas, no se puede pensar que al defenderla imaginación estamos atacando la razón y cayendoen un nuevo irracionalismo, tan apreciado por las fuer-zas reaccionarias que quieren impedir la auténtica libe-ración de los hombres. Ya Lukács demostró plenamen-te las consecuencias del irracionalismo en la políticay la sociedad. También cualquiera que haya reflexio-nado sobre el problema de la educación comprenderáque es una meta irrenunciable el proporcionar esa ca-pacidad crítica propia de una actitud racional que noda por bueno todo lo que se le propone. La razón siguesiendo la única esperanza del hombre para salir del os-curantismo, para combatir la reacción y para construirunmundomás humano. Lo que no se puede negar tam-poco es que la razón que renuncia a sus aspectos crea-tivos, innovadores, y se limita a ser mera repeticiónsin imaginación proyectiva, como acabamos de decir,

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ya no es razón.Que no se confunda, por tanto, el anar-quismo con ciertas desviaciones contraculturales deltipo de un Goodmann o de tantos otros que pretendenevadirse del mundo con la excusa de ser más revolucio-narios que nadie. Que tampoco se piense que defende-mos un anarquismo convertido en pura retórica, máso menos efectista, pero siempre idealista, inoperante yevasivo.

Tesis 15ª: El anarquismo es disciplina

También aquí es necesario deshacer algunos tópi-cos producidos sin duda por una interpretación infan-til del significado del anarquismo. Disciplina no es, enel vocabulario anarquista, otra cosa que evitación de laarbitrariedad, autodominio, respeto por las reglas deljuego una vez fijadas. En más de una ocasión, repasan-do la historia del movimiento obrero español, hemosvisto a alguna federación de la CNT renunciar a susplanteamientos porque la decisión del Congreso eracontraria.

Pero disciplina no significa entonces aceptación delos dictados emanados de una jerarquía que se atribu-ye, por el hecho de serlo, una autoridad indiscutible, a

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la par que la posesión de la línea correcta de la interpre-tación del movimiento obrero. La disciplina, entendidadesde el anarquismo, se establece en base a unas rela-ciones de común aceptación, y sólo entonces. Es unalógica consecuencia de su axioma de que la organiza-ción hay que hacerla de abajo arriba, nunca imponerladesde las alturas. La unidad, de la que derivaría con-secuentemente la disciplina, no es un punto de parti-da, sino una meta a la que debe aspirar el movimientoobrero y por la que debe luchar.

Hay en el fondo de la actuación de cada hombre unaopción que, con Feyerabend, por esta vez, podríamoscalificar de irracional, o no de totalmente racionaliza-ble. La opción anarquista ha venido canalizándose his-tóricamente por medio de sus realizaciones tempora-les, siendo la CNT, hasta el presente, su localizaciónhistórica más cuajada. Dentro de ella, los militantes semovían disciplinadamente, en un contexto de auto yheteroasentimiento a las reglas del juego.

Este hecho histórico es, en nuestra opinión, algo yaimposible. No se debe buscar la reviviscencia de siglaso anagramas históricos que en su época cumplieronuna función, bien o mal, pero que ahora ya no tienen.Esto no es liquidacionismo, sino realismo dentro de lautopía.

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¿Hay que andar por ahí con las sandalias quitadas yun bastón en lamano profetizando a diestro y siniestroy sermoneando sobre lo bonito que es el anarquismocomo utopía, fuera de todo contexto histórico, fuera detodo cauce orgánico, dando entonces la razón a quie-nes piensan que el anarquismo es cosa de intelectua-les desarraigados? Francamente, no. En lugar de ellohay que escoger moldes de socialismo ya canalizados,lo más próximos al esquema libertario, y actuar desdeellos como motores utópicos, pues un anarquista nose encontrará siempre de acuerdo con aquellas orga-nizaciones que, pese a su socialismo cercano al anar-quismo, no son totalmente anarquistas. Pero al mismotiempo, el anarquista deberá adaptar sus planteamien-tos, a la dinámica propia de la lucha de esos moldes so-cialistas, bregando de esta forma por la construcciónde un tronco unido del socialismo, como antes subra-yábamos.

Es un papel muy modesto, muy pequeño. No es desalvadores, porque quizás los salvadores no sean nece-sarios y porque tampoco interesó nunca ser los prota-gonistas de la lucha. Entrar allí donde no todo el montees orégano es una prueba difícil. Tratar luego de queel monte sea orégano, más difícil. Es muy posible quemuchos o algunos de los movimientos socialistas no se

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avengan a replanteamientos que intenten mantener ypotenciar lo genuinamente socialista. Pero si el monteno se deja llenar de orégano, si su falta de sentido críti-co, si su dogmatismo y su anquilosamiento —o quizássu deseo de alcanzar el poder—, son tan grandes queno sepan encajar la utopía dialéctica correctora, enton-ces no quedará más remedio que abandonar el monte.Pero esto sería lo último, y antes de hacerlo habrían deverse agotados los últimos cartuchos. Si se llega a estatriste realidad, el anarquista —que quizás ya no lo seatanto, especialmente a los ojos de los puristas—, ten-dría que reagruparse, tratar de consolidarse y esperara tiempos mejores en los que —a la vista de los esca-sos resultados socialistas de las otras opciones— fueraposible lanzar una vez más con fuerza sus andanadas.

Es posible que sea una estrategia utópica en el malsentido de la palabra. En cualquier caso lo que nos im-porta es que, por encima de cualquier etiqueta o in-terés de grupo, nos interesa alcanzar una unidad so-cialista sobre las bases de la lucha contra el modo deproducción capitalista y la construcción de la auténti-ca «comunidad» en la que el hombre pueda realizarsecomo tal.

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Tesis 16ª: El anarquismo es aporético

La tesis anterior, que sometía al anarquismo, des-de nuestro punto de vista, a una fuerte prueba de hu-mildad, tiene su lógica continuación es esta última:el anarquismo es una aporía, un constante apuro, unpermanente poner en entredicho lo ya realizado, lavoz que susurra frente a la mala conciencia socialis-ta. Es un papel importante, incluso necesario, siemprey cuando, como decíamos antes, esté integrado den-tro de la lucha de otros movimientos socialistas afines;en caso contrario, podría convertirse en cómoda acti-tud de «intelectuales desarraigados» o eternos discon-formes, lo que no tendría nada que ver con el auténti-co anarquismo. No se trata aquí de considerarlo comouna enfermedad infantil; tampoco como un remediocontra la enfermedad senil. La suya es una función ca-tártica modesta.

Función catártica que tiene sus limitaciones. En sumuy sugerente libro Política y moral, dice Arangutenque el anarquismo está limitado a la edad y a la sa-lud. A medida en que el hombre va entrando en añoscomenzaría a sentir sobre sus huesos la falta de elasti-cidad que antes poseía, a esclerotizarse, a decaer en suciclo vital. No hay en la vejez fuerza de protesta, esa

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rebeldía continua que debería caracterizar al anarquis-mo, inevitable antítesis; con la vejez sería ya imposibleser anarquista, pasándose a la síntesis tranquila: dog-ma, partido, litoral donde descansan las ballenas hastasu dulce muerte final.

Ya hemos hablado de las múltiples limitaciones delanarquismo, pero desde luego nos resistimos a ésta, talvez por falta de la necesaria experiencia de la vejez, talvez también por el testimonio de muchos militantespara los que la edad no supuso esa claudicación o es-clerosis de la que habla Aranguren, en la que quizáshaya mucho de autojustificación ante una vida que de-ja de comprometerse. Del anarquismo nos gustaría lle-gar al final practicando la utopía, pese a la esclerosis,y repetir por encima de uno mismo esto:

«Construire une révolution c’est aus-si briser toutes les chaînes interieures».(«Construir una revolución es rompertambién todas las cadenas interiores»).

O este otro:

«Notre espoir ne peut venir que des sans-espoir». («Nuestra esperanza sólo puedevenir de los sin-esperanza»).

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Los Cohn-Bendit, Dutschke, Rabehl, reconocen yalentamente que el destino del anarquismo está en norealizarse nunca como tal anarquismo, sino en alentaren losmovimientos de izquierda para llevarles siempremás a la izquierda.29 Pensamos que es la conclusiónnecesaria dada su forma de plantear la dialéctica, quesiempre la consideraron abierta y ajena a síntesis tota-lizadora, y también de su forma de mantener la utopíacomo motor del movimiento militante. Tal tesis seríamortalmente heterodoxa para un paleoanarquista y fa-talmente pretenciosa para un marxista. Esta tesis es,llana y simplemente, la nuestra.

Bibliografía

La presente selección bibliográfica no pretende, nimucho menos, agotar la relación de obras existentessobre el tema, sino proporcionar una relación de lasobras fácilmente asequibles al lector español. Para unaconsulta más amplia, puede verse la bibliografía inclui-da en:

Alvarez Junco: La ideología política del anarquismoespañol (1868-1910). Siglo XXI. Madrid, 1976.

29 Como decía RicardoMella: «Más allá del ideal, siempre hay

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Malatesta, E.:Socialismo y anarquía. Ayuso. Madrid,1975 (2ª ed.) Vidas e ideas. Selección y estudio de V. Ri-chards. Tusquets. Barcelona, 1975.La Anarquía. Introducción de E. Laorden. Zero. Ma-drid, 1978.

Mella, R.:Obras completas. T. I: Ideario. Toulouse,1975.La ley del número. Introducción de F. García. Zero, Ma-drid, 1976.Ensayo sobre las pasiones humanas. (Contiene diversos

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trabajos). Tusquets, Barcelona, 1976.Los anarquistas. (Va junto con un trabajo sobre losanarquistas de Lombroso). Júcar. Madrid, 1978.

Peiro, J.: Escrits (1917-1939). Selección e introduc-ción de P. Gabriel. Ediciones 62. Barcelona, 1975.

Pestaña, A.: Lo que aprendí en la vida (2 volúmenes).Zero. Madrid, 1973 (3ª Ed.).Por qué se constituyó el partido sindicalista. Zero. Ma-drid, 1969.Informe de mi estancia en la URSS. Zero. Madrid, 1968.Consideraciones y juicios acerca de la tercera internacio-nal. Zero. Madrid, 1970 (2ª ed.).Trayectoria sindicalista. Prólogo de A. Elorza. Tebas.Madrid, 1974.

Proudhon, P. J.:El principio federativo. Ed. Nacional.Madrid, 1975.¿Qué es la prosperidad? Tusquets. Barcelona, 1975.Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía dela miseria. Júcar, Madrid, 1975.Propiedad y federación. Selección y prólogo de C. Díaz.Narcea. Madrid, 1971.

Reclus, E.:Evolución, revolución y anarquismo. Pro-yección. Buenos Aires, 1973.

Rocker, R.: Nacionalismo y cultura. La Piqueta. Ma-drid, 1977.

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Segui, S.: Artículos madrileños. Cuadernos para eldiálogo. Madrid, 1975.Escrits. Recopilación e introducción de Isidre Molas. Bar-celona, 1974.

Stirner, M.: El único y su propiedad. Mateu. Barcelo-na, 1970.

Urales, F.: La evolución de la filosofía española. Cul-tura Popular. Barcelona, 1968.

Tolstoy, L.: La escuela de Yasnaia Poliana. Júcar. Ma-drid, 1978.

II. ESTUDIOS SOBRE EL ANARQUISMO

Se incluyen aquí los estudios sobre el pensamientoanarquista o sobre la historia general del movimientoanarquista.

Ansart, P.: Sociología de Proudhon. Proyección. Bue-nos Aires, 1971.Marx y el anarquismo. Barral. Barcelona, 1972.

Arblaster, A.: El anarquismo y la nueva izquierda. Ze-ro. Madrid, 1974.

Arvon, H.: El anarquismo. Ed. 62. Barcelona, 1964.Avrich, P.: Los anarquistas rusos. Alianza, Madrid,

1974.Buber, M.: Caminos de utopía. FCE. México, 1950.

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Avila. Edit. Caracas, 1975.Díaz, C.: Por y contra Stirner. Zero. Madrid, 1974.

Memoria anarquista. Mañana. Madrid, 1977.La actualidad del anarquismo. Ibérica de Ed. Barcelona,1978.Las teorías anarquistas. Zero. Madrid, 1977 (2ª ed.).

Furth, R.: Formas y tendencias del anarquismo. Cam-po Abierto. Madrid, 1977.

Guerin, D.:Comunismo y anarquismo. CampoAbier-to. Madrid, 1977. El anarquismo. Campo Abierto. Ma-drid, 1978.Marxismo y socialismo libertario. Proyección. BuenosAires, 1968.Ni Dios ni amo (2 vol.). Campo Abierto. Madrid, 1977.

Horowitz, T. L.: Los anarquistas. Alianza. Madrid,1975.

Hosbawm, E.: Rebeldes primitivos. Ariel. Barcelona,1968.

Joll, J.: Los anarquistas. Grijalbo. México. 1968.Lubac, H.: Proudhon y el cristianismo. Zero. Madrid,

1965.Meltzer-Christie: Anarquismo y lucha de clases. Pro-

yección. Buenos Aires. 1971.

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Mones, Sola, Lázaro: Ferrer Guardia y la pedagogíalibertaria. Icaria. Barcelona, 1977.

Mounier, E.: Comunismo, anarquía, personalismo.Zero. Madrid, 1973.

Nettlau, M.: La anarquía a través de los tiempos. Jú-car. Madrid, 1978.Miguel Bakunin. La Internacional y la Alianza en Espa-ña. La Piqueta. Madrid, 1978.

Saña, H.: El anarquismo de Proudhon a Cohn-Bendit.Índice. Madrid, 1970.

Segarra, A.: Federico Urales y Ricardo Mella, teóricosdel anarquismo español. Anagrama. Madrid, 1977.

Tomasi, T.: Ideología libertaria y educación. CampoAbierto. Madrid, 1978.

Varios: Anarquismo hoy. Proyección. Buenos Aires,1972.Anarquismo y tecnología. Proyección. Buenos Aires,1972.Els anarquistes, educadors del poble. Selección de la «Re-vista Blanca». Prólogo de F. Montseny. Ed. Curiel, Bar-celona, 1977.

Vicent, A.: Socialismo y anarquismo. Narcea.Madrid,1972.

Volin: La revolución desconocida. (2 vol.) CampoAbierto. Madrid, 1977.

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III. HISTORIA DEL MOVIMIENTOANARQUISTA

Se incluyen aquí estudios sobre la historia del mo-vimiento anarquista en España fundamentalmente, se-leccionando aquellos que parecen tener una importan-cia especial.

AIT: I Congreso Obrero Español. Estudio preliminary notas de V. M. Arbeloa. Zero. Madrid, 1972.Actas de los Consejos y Comisión Federal de la RegiónEspañola. Edición preparada por Carlos Seco. Barcelo-na, 1969. Han aparecido sucesivos volúmenes de docu-mentos.

Abad de Santillán, D.: Historia del movimiento obre-ro español (3 vol.). Cajica Méjico, 1970. (El T. I., ed. enZero, Madrid, 1968).

Alvarez Junco, J.: La ideología política del anarquis-mo español (1868-1910). Siglo XXI. Madrid, 1975.

Archinof, P.: Historia del movimiento macknovista.Madrid, 1975.

Balcells, A.: «El arraigo del anarquismo en Catalu-ña». En Revista del Trabajo. nº 34 (Madrid, 1971).

Becarud y Lapouge: Los anarquistas españoles.Anagrama. Barcelona, 1972.

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Berneri, C.: Guerra de clases en España. (1936-37).Tusquets. Barcelona, 1977.

Bricall, J. M.: Política económica de la Generalitat. Pe-nínsula. Barcelona, 1970.

Brenan, G.: El laberinto español. Ruedo Ibérico. París,1968.

Buenacasa, M.: El movimiento obrero español. Júcar.Madrid, 1978.

Calero, A. M.: Movimientos sociales en Andalucía(1820-1936). Siglo XXI. Madrid, 1976.

CNT: Congreso de Constitución de la ConfederaciónNacional del Trabajo. Prólogo de J. Peirats. Notas y re-lación bibliográfica de F. Bonamusa. Anagrama. Barce-lona, 1976. Congreso de Sants. Nova Terra. Barcelona,1975.Congreso Confederal de Zaragoza, 1936. Zero. Madrid,1978.Memoria del Congreso celebrado en Barcelona, Junio-Julio, 1918. CNT. Toulouse, 1957.

Díaz del Moral, J.: Historia de las agitaciones campe-sinas andaluzas. Alianza. Madrid, 1974.

Elorza, A.: La utopía anarquista durante la SegundaRepública Española. Ayuso. Madrid, 1973.«La CNT bajo la dictadura», en Revista del Trabajo, nº39-40, 44-45 y 46 (Madrid, 1972-73).

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García F.: Colectivizaciones obreras y campesinas enla revolución española. Zero. Madrid, 1977.

Gómez Casas, J.: La I Internacional en España. Zero.Madrid, 1974. Historia del anarcosindicalismo español.Zero. Madrid, 1968.Historia de la FAI. Zero. Madrid, 1977.Los anarquistas en el gobierno 1936-38. Bruguera. Bar-celona, 1977.

Gutiérrez, J. M.: Colectividades libertarias en Castilla.Campo Abierto. Madrid, 1977.

Kaplan, T.: Los orígenes sociales del anarquismo espa-ñol. Grijalbo. Madrid, 1977.

Leval, G.: Colectividades libertarias en España.Anatema. Madrid, 1977.

Lida, C.: Anarquismo y revolución en España del s.XIX. Siglo XXI. Madrid, 1972.Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero espa-ñol. Siglo XXI. Madrid, 1973.«Literatura anarquista y anarquismo literario». Revistade Filología Hispánica XIX, nº 2 (Madrid, 1970).«Educación anarquista en la España del ochocientos».Revista de Occidente nº 97 (Madrid).La mano negra. Zero, Madrid, 1972.

Lorenzo, C. M.: Los anarquistas españoles y el poder.Ruedo Ibérico. París, 1972.

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Martí, C.: Orígenes del anarquismo en Barcelona. Tei-de. Barcelona, 1959.

Mera, C.: Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindica-lista. Ruedo Ibérico. París, 1976.

Mintz, F.: La autogestión en la España revolucionaria.La Piqueta. Madrid, 1977.

Nash, M.: Mujeres Libres. Tusquets. Barcelona, 1975.Orwell, G.: Homenaje a Cataluña. Ariel. Barcelona,

1970.Paz, A.: Durruti. Le peuple en armes. Tête des Feui-

lles. París, 1972.Peirats, J.: La CNT en la revolución española (3 vol.)

Ruedo Ibérico. París. Los anarquistas en la revoluciónespañola. Júcar. Madrid, 1976.

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Romero Maura, J.: La Rosa de Fuego. El obrerismo ca-talán 1899-1909. Grijalbo. Barcelona, 1974.

Richards, V.: Enseñanzas de la revolución española.Campo Abierto. Madrid, 1977.

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Termes, J.: Anarquismo y sindicalismo en España: LaI Internacional, (1864-1881)Ariel. Barcelona, 1972. Fede-ralismo, anarcosindicalismo y catalanismo. Anagrama.Barcelona, 1977.

Varios: El movimiento libertario español. Ruedo Ibé-rico. París, 1976.

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Carlos Díaz y Félix GarcíaDieciséis tesis sobre Anarquismo

1978

Recuperado el 6 de junio 2014 desdeelfrefractario.blogspot.com

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