deseando pertenecer: memoria y migraciÓn en la obra …

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DESEANDO PERTENECER: MEMORIA Y MIGRACIÓN EN LA OBRA DE POETAS MAPUCHE Y PUNEÑOS CONTEMPORÁNEOS A Dissertation submitted to the Faculty of the Graduate School of Arts and Sciences of Georgetown University in partial fulfillment of the requirements for the degree of Doctor of Philosophy in Spanish By Andrea L. Echeverria, M.A. Washington, D.C. April 22nd, 2013

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DESEANDO PERTENECER: MEMORIA Y MIGRACIÓN EN LA OBRA DE POETAS

MAPUCHE Y PUNEÑOS CONTEMPORÁNEOS

A Dissertation submitted to the Faculty of the

Graduate School of Arts and Sciences of Georgetown University

in partial fulfillment of the requirements for the degree of

Doctor of Philosophy in Spanish

By

Andrea L. Echeverria, M.A.

Washington, D.C. April 22nd, 2013

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Copyright 2013 by Andrea L. Echeverria All Rights Reserved

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DESEANDO PERTENECER: MEMORIA Y MIGRACIÓN EN LA OBRA DE POETAS

MAPUCHE Y PUNEÑOS CONTEMPORÁNEOS

Andrea L. Echeverria, M.A.

Thesis Advisors: Gwen Kirkpatrick, Ph.D.; Joanne Rappaport, Ph.D.

ABSTRACT

This dissertation examines the interaction of two main themes in the work of contemporary poets of Chile

and Peru: migration and "re-indigenization”. Jaime Huenún and David Aniñir, urban Mapuche poets, and

Gloria Mendoza and Boris Espezúa, poets from Puno, try to overcome their sense of displacement and

marginalization through the remembrance of past Mapuche and Andean communities. My thesis is that

their works express what Antonio Cornejo-Polar has termed a “migrant subject” who seeks to overcome

an identity crisis through a process of "re-indigenization" in an attempt to renew the worldview, tradition,

and memory of these indigenous communities. From a comparative point of view, this research presents

the terms “la memoria mapuche” y “lo andino” as the key concepts that allow us to reflect upon the

process that returns a sense of wholeness and belonging to the work of the poets. They all have in

common the need to recover fundamental traits of their cultural past (ritual, tradition, community) through

their poetry. I also explore the concepts of third space and deterritorialization, inspired by the

theorizations of Homi Bhabha, Gilles Deleuze, and Félix Guattari; the transformation of the Andes into an

intimate sphere according to Estelle Tarica; and utopia and double consciousness, aided by the theories of

Ernst Bloch and W.E.B. Du Bois.

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 iv  

AGRADECIMIENTOS

El apoyo y el aliento de varios profesores, familiares, amigos y colegas hicieron que el

proceso de investigación y escritura fuera fructífero, lleno de momentos de inspiración y de

nuevos conocimientos. En primer lugar, estoy sumamente agradecida con Gwen Kirkpatrick y

Joanne Rappaport, mis mentoras y guías en este proceso. Agradezco a Gwen por su sabia

dirección, su continuo apoyo a lo largo de todo este proyecto y sus infatigables revisiones.

Asimismo, las inquietantes preguntas, los estimulantes comentarios y las correcciones de Joanne

fueron indispensables para la realización de mi estudio.

Doy gracias a los poetas Jaime Huenún y David Aniñir quienes me concedieron

entrevistas en las que pude aprender sobre la memoria mapuche, el pewma, el concepto

“mapurbe”, los rituales huilliche y acercarme a sus experiencias de vida como mapuche-huilliche

en Santiago y Osorno. Agradezco especialmente la generosidad de Boris Espezúa, Gloria

Mendoza, Luis Pacho y Feliciano Padilla quienes me recibieron en Puno y Arequipa con los

brazos abiertos, dispuestos a compartir conmigo su profundo conocimiento sobre la vida en el

Altiplano peruano. Gracias a ellos pude conocer el mito del Pez de Oro, la importancia del lago

Titicaca y sus entornos para los habitantes de Puno y acercarme a la rica tradición literaria

puneña. Agradezco también a Juan Ulises Zevallos-Aguilar su revisión final de mi manuscrito y

sus interesantes comentarios.

Un agradecimiento especial para mi compañero, Daniel Castelblanco, por acompañarme

en todos mis viajes, entrevistar a los poetas conmigo y leer una y otra vez mis capítulos. Le

agradezco además las conversaciones iluminadoras en torno a estas lecturas ya que me ayudaron

a definir y refinar muchas de las ideas desarrolladas en esta tesis. Muchísimas gracias a mi

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 v  

familia, mi padre Luis, mi madre Melinda y mis hermanos, por alentarme cariñosamente en mi

escritura y su incondicional apoyo a lo largo de estos años.

Por último, el Centro de Estudios Latinoamericanos (CLAS) de Georgetown University

me otorgó dos becas de verano indispensables para mi investigación al permitirme viajar a Chile

y Perú para entrevistar a los poetas y obtener textos fundamentales para la realización de este

estudio.

Muchas gracias,

Andrea L. Echeverria

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 vi  

TABLA DE CONTENIDOS

Introducción 1

De la crisis a la reivindicación cultural 1

Continuidades y rupturas: interrogantes fundamentales 5

La poesía migrante 8

Procesos de re-indigenización: “lo andino” y “la memoria mapuche” 13

Convergencias y divergencias de la experiencia de la investigación 16

Primer Capítulo 19

El fenómeno migratorio en Perú 19

Lecturas migrantes: tradición y transformación en Puno 26

Orígenes de la tradición literaria puneña: Churata y el Boletín Titikaka 30

La experiencia migrante en la obra de Boris Espezúa 35

Retratos migrantes en la poesía de Gloria Mendoza 46

Segundo capítulo 62

Reflexiones en torno al concepto de “lo andino”: una mirada desde

la antropología 62

“Lo andino” hoy 69

La utopía en la obra de Gloria Mendoza y Boris Espezúa 74

Los múltiples senderos del agua: la función de la memoria en la poética

de Gloria Mendoza 79

En busca del Pez de Oro: la re-indigenización en la poesía de Boris Espezúa 90

Tercer capítulo 102

Los rostros de la migración mapuche 102

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 vii  

La poesía mapuche actual 109

El ser fracturado: subjetividad y representación de la identidad escindida en

la obra de Jaime Huenún 113

Santiagóniko: sobrevivencia de los mapuche de hormigón en la obra

de David Aniñir 124

Cuarto capítulo 133

Reflexiones en torno al concepto de “La memoria mapuche” 133

Werken de los sueños: la recuperación de la memoria en Mapurbe y Haycuche 144

Sobre cómo revivir la memoria en campamentos y reducciones: conversación ritual

y la importancia de los ancestros en la poesía de Jaime Huenún 157

Conclusiones 170

Glosario 178

Obras citadas 182

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 1  

INTRODUCCIÓN

De la crisis a la reivindicación cultural

En ¿Quiénes somos?, el antropólogo peruano Rodrigo Montoya recoge testimonios de

varios individuos en Puno, Perú, que dicen experimentar una crisis de identidad que sienten vivir

al oscilar entre la identificación con un grupo social mestizo y una sensación vaga de pertenecer

al pueblo quechua o aymara. De este modo, la percepción que tienen de su identidad es

conflictiva porque no en pocas ocasiones sienten que son objeto de menosprecio y humillación

por parte de peruanos que no valoran la cultura viva andina que existe en Puno. A pesar de esto,

muchas veces estas personas se sienten orgullosas de la cultura aymara y quechua ancestral que

ubican en un pasado anterior a la llegada de los españoles. Por ejemplo, Feliciano Padilla,

profesor y autor puneño entrevistado por Montoya, expone que se identifica “con la realidad

cultural mestiza del Perú actual, con preeminencia de los aspectos culturales del Perú antiguo”

(74), del que se siente orgulloso. Asimismo, explica que al redescubrir una identidad andina

negada anteriormente, comienza a surgir una ansia colectiva de sujetos a favor de “lo andino”

que “buscan que lo andino, como la lengua, tecnología andina, plantas comestibles y curativas

andinas, se conserve y recree” (65).

De modo semejante, los testimonios recogidos por la antropóloga chilena Andrea

Aravena en Mapuches en Santiago: memorias de inmigrantes y residentes, confirman una

transformación social similar en los mapuche urbanos en Chile quienes experimentan un

despertar cultural que los impulsa a redescubrir y valorar su cultura después de vivir la

discriminación y el silenciamiento. Es así como señala un entrevistado, “alguien me hizo

despertar, alguien me dijo éste es tu lugar, ésta es tu gente y tú tienes que luchar por ellos. Como

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 2  

una especie de reencuentro con la identidad” (citado en Aravena 85). De modo semejante, una

mujer entrevistada afirma: “Siento que yo recuperé mi identidad. Yo la había perdido, o sea no

perdido sino que la tenía como dormida” (189).

Los testimonios anteriores me llevaron a reflexionar sobre cómo los procesos ocurridos

en estos países han permitido que emerjan inquietudes sociales que por tanto tiempo estuvieron

escondidas bajo un espeso velo de indiferencia y desdén. ¿Qué impulsó a tanta gente a cuestionar

sus identidades con esa fuerza? ¿De qué manera buscan estas personas solventar su crisis

personal de identidad? ¿La idealización del pasado ancestral de sus comunidades les sigue

impidiendo valorar lo que son en el presente? Mis interrogantes acerca de los procesos de

identidad que existen actualmente en Perú y Chile me instigaron a leer los textos de los poetas

escogidos para este estudio con la misma inquietud con que me había aproximado a los

testimonios y descubrir en ellos problemáticas semejantes. De este modo, los poetas

experimentan un proceso similar al de los sujetos de ¿Quienes somos? y Mapuches en Santiago:

un desconcierto frente a la propia identidad seguida por la búsqueda de la revaloración de la

identidad étnica, evolución que forma parte de toda una serie de transformaciones sociales

relacionadas con la emergencia indígena en Latinoamérica.

En años recientes los grupos de intelectuales indígenas asociados a movimientos

culturales indígenas en Latinoamérica han tomado nueva fuerza y adquirido una visibilidad

mayor, principalmente en Bolivia, Guatemala, México y en menor grado, en Perú, Colombia,

Chile y Ecuador. Kay Warren y Jean Jackson indican que en diferentes países de América Latina

existen formas más desarrolladas de activismo indígena, como en Colombia, Guatemala y Brasil,

mientras que en países como Venezuela, Chile, Perú y Argentina los movimientos son

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 3  

relativamente nuevos (6). José Bengoa, historiador y antropólogo chileno, indica que algunas de

las características de esta emergencia indígena son la importancia del reconocimiento como

indígenas por parte del Estado y el pan-indigenismo cultural. Este pan-indigenismo consiste en

varios grupos étnicos de diversos países quienes exponen un discurso marcado por elementos

comunes como el derecho indígena, la autonomía, la educación multicultural, el patrimonio

cultural, entre otros (139). Este fenómeno se manifiesta no sólo en la vida política de los países,

sino que también se hace sentir en la vida literaria de los mismos. Los intelectuales indígenas

escriben libros, participan de conferencias, ganan premios y son reconocidos como agentes

importantes en los ámbitos políticos y culturales dentro y fuera de sus países. De modo

semejante, los poetas del presente estudio son intelectuales mestizos (Boris Espezúa y Gloria

Mendoza) y mestizos indígenas (David Aniñir y Jaime Huenún) que participan en festivales

internacionales de poesía, dictan talleres, están vinculados al ámbito académico y publican libros.

Asimismo, todos estos poetas producen un trabajo estético que reflexiona y cuestiona los límites

de la historia, de la sociedad y los modelos políticos y económicos actuales, sin dejar ver dichos

problemas desde la perspectiva propia de aquél que pertenece a una cultura minoritaria.

Las obras de los poetas estudiados son ejemplos concretos de las múltiples formas en que

se han conformado movimientos poéticos pan-indigenistas y pan-indígenas en países

latinoamericanos, que plantean propuestas literarias semejantes relacionadas con las crisis de

identidades étnicas y con la recuperación de la memoria, de la identidad y de las tradiciones de

los pueblos originarios. Por consiguiente, este trabajo es un aporte al estudio de la forma en que

se ha manifestado esta emergencia cultural de movimientos intelectuales indígenas y mestizos en

Chile y Perú a partir de los años ochenta tanto por el análisis de las agrupaciones de poetas y la

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 4  

creación de comunidades literarias, como por la exposición de ideas que han generado esos

grupos de poetas. Por otra parte, es importante hacer énfasis en el hecho de que en los últimos

años se han abierto espacios de expresión a la denominada literatura indígena, tanto en la crítica

como en la producción literaria. Sin embargo, ¿qué pasa con la literatura mestiza de los que no

pertenecen del todo a un grupo indígena ni se sienten identificados con la cultura dominante? La

situación de los migrantes andinos y mapuche no ha sido muy abordada en estudios de poesía y

mucho menos en forma de estudio comparativo. De esta manera, este trabajo amplía el espectro

tanto del canon occidental como de los estudios indígenas, permitiendo también nuevas lecturas

a la crítica.

Así es como en este estudio exploro la presencia e interacción de dos ejes temáticos en

las obras de poetas contemporáneos de Chile y Perú: la migración y la “re-indigenización” por

medio de la reapropiación de elementos andinos y mapuche. En sus obras, los poetas

seleccionados, Gloria Mendoza y Boris Espezúa, puneños, y Jaime Huenún y David Aniñir,

mapuche urbanos, describen las dificultades que enfrentan en su vida en la ciudad, lo que

intentan superar por medio de la rememoración poética de la experiencia de las comunidades

andinas y mapuche que conocen y valoran profundamente. El primer eje de mi estudio gira en

torno al fenómeno de la migración y sus consecuencias en la poesía de los autores mencionados.

En sus poemarios aparecen una y otra vez temas ligados a la experiencia de la migración, tales

como la discontinuidad de las vivencias del migrante, el desplazamiento y la marginación,

configurándose como contenidos centrales de los textos. Por esta razón, en el primer y tercer

capítulo analizo textos en los que se evidencia un sujeto migrante cuyo problema de identidad se

manifiesta como una crisis. Este sujeto dividido se encuentra atrapado en un vaivén entre dos

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 5  

culturas que chocan entre sí, sintiéndose alejado de la comunidad a la que pertenecían sus

antepasados.

Asimismo, en cada una de las obras estudiadas en las que se evidencia un sujeto migrante,

también se observa la “re-etnificación” identitaria mediante la que los poetas buscan superar su

crisis identitaria. De este modo, en el segundo y cuarto capítulo analizo poemas en los que se

intenta renovar la cosmovisión de las comunidades indígenas, revitalizar las tradiciones

ancestrales y apropiarse de lugares del imaginario de la comunidad donde sobreviven algunos

constituyentes fundamentales de su tradición y memoria. En esos textos hay un remarcado

énfasis en la ceremonia, la mitología tradicional, los territorios de los antepasados y el legado de

los ancestros.

 

Continuidades y rupturas: interrogantes fundamentales

¿Cómo es posible comparar los poetas mapuche y puneños si tienen identidades tan

diferentes? A pesar de que la nación mapuche y los habitantes de Puno no son comparables en

términos de pueblos indígenas, mi objeto de estudio se limita a la producción poética de los

poetas mencionados cuya problemática de la fragmentación y la búsqueda compartida de una

revitalización cultural basada en lo indígena se asemeja bastante. Los textos de estos poetas

mapuche y puneños están atravesados por la experiencia común de la migración, la preocupación

constante por la desintegración de la cultura mapuche y andina, y el interés por recuperar las

tradiciones ancestrales a través de su poesía.

Por esta razón, la primera hipótesis que defiendo es que es posible trazar una continuidad

entre estos dos tipos de poemas tanto en la escritura de Aniñir y Huenún, como de Espezúa y

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 6  

Mendoza. Así, a lo largo de la obra poética el sujeto migrante busca resolver la crisis que

experimenta al vivir en la ciudad –la escisión interior al encontrarse atrapado entre dos culturas–

mediante la recreación de la identidad étnica. Es decir, en estas obras hay un intento de remediar

esta situación de inestabilidad, expresada en los poemas de migración, mediante poemas donde

el sujeto lírico reconstruye tradiciones ancestrales de la comunidad, busca reconectarse con la

memoria ancestral y reivindicar su cultura indígena mediante su recreación diferente a como era

en el pasado. Así se busca reestablecer el equilibrio del presente al recrear un pasado armónico.

En esta memoria creada y reconstruida es donde reside la fuerza de los migrantes para seguir

adelante, donde se encuentra la esperanza para el futuro de su comunidad, al servir de anhelo y

punto de comparación. Es importante mencionar que varios de estos textos no se encuentran

desprovistos de instancias que buscan además recuperar el pasado histórico de la comunidad y

escribir la historia silenciada por la historia oficial (lo que se busca hacer en varios casos al

incluir testimonios, documentos y alusiones a hechos históricos en los poemas, por ejemplo).

Este pasado inventado con el que el sujeto migrante busca reconectarse puede identificarse como

“lo andino” o “la memoria mapuche”, a los que me referiré mas adelante.

En una segunda hipótesis señalo que en Chile y Perú los poetas se relacionan de manera

diferente con “la memoria mapuche” y con “lo andino” a causa de los diferentes procesos

sociales que ocurrieron en cada lugar. A pesar de que hoy en día en Chile se estima que seis de

cada diez mapuche vive en ciudades, concentrándose esta población sobre todo en Santiago

(Saavedra 179), no pocos buscan identificarse enérgicamente con la cultura ancestral,

llamándose a sí mismos “mapuche”. Se asocian a lo indígena y a la experiencia de esta

comunidad decididamente en la temática de sus obras, definiendo su literatura como “mapuche”.

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 7  

En Perú, los poetas puneños que aquí estudio se asocian con “lo andino”, pero no comparten una

identidad indígena. Este hecho se puede explicar por la supresión de la identidad indígena que ha

tomado lugar en este país. Ramón Pajuelo señala que durante el gobierno de Juan Velasco

Alvarado (1968-75) se reemplazó el término “indio” por “campesino”, lo que a la vez explicaría,

en parte, la ausencia de movimientos étnicos comparables a los que emergen en Bolivia y

Ecuador (288). Este proceso de “desindianización” es definido por Marisol de la Cadena como

un proceso complejo mediante el que se reemplaza la creencia fija en una identidad étnica por

una identidad más fluida que puede abarcar diferentes grados de “mestizaje” o “etnicidad

indígena”, dependiendo del grado de educación formal, ocupación o éxito económico del

individuo (6). Por otra parte, Carlos Iván Degregori señala que en Perú las fronteras interétnicas

se fueron difuminando a causa del desarrollo de discursos exclusivamente clasistas por la gran

influencia de la izquierda marxista, y el rechazo de los propios indígenas del término “indio”,

que tenía una fuerte carga peyorativa (309). Según este autor, el desuso del término y su

sustitución por “campesino”, llevaría a la desaparición de la identificación y autoconciencia

étnica.

Una de las consecuencias de la “desindianización” en la sierra peruana es que las

personas se identifican regionalmente o localmente, no por grupo étnico. Los poetas puneños

estudiados hablan o entienden en mayor o menor grado el aymara y quechua, participan de las

fiestas y bailes tradicionales, y buscan reconectarse con “lo andino”, y sin embargo, no se

identifican como “quechuas” o “aymaras”, sino como “puneños”. Esta identificación regional no

quiere decir que esté ausente el factor étnico en los procesos culturales y políticos de Puno. Sin

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 8  

embargo, como indica Degregori, estos procesos presentan contenidos diferentes que no se

expresan en términos de la reinvindicación de la indianidad (19).

De este modo, en esta investigación observo cómo debido a estas diferencias entre los

procesos sociales de cada país y grupos en cuestión, la forma de reapropiación de “lo andino” y

“la memoria mapuche” por parte de los poetas difiere en muchos puntos. Por una parte, los

poetas puneños reconstruyen en sus textos un espacio utópico basado en un pasado andino como

la imagen de que lo que buscan proyectar hacia el futuro. Por otra, los poetas mapuche ponen

más énfasis en los espacios rituales que aseguran la continuidad de sus tradiciones y su historia.

Quizás esta diferencia se debe –entre muchas explicaciones posibles- a que los poetas mapuche

sienten una cercanía con su tradición y las experiencias de su comunidad histórica, que los poetas

de Puno ya no pueden experimentar debido al proceso de “desindianización” que tomó lugar

mucho antes en Perú que en el sur de Chile.

La poesía migrante

Como mencioné anteriormente, en este estudio comparativo de poesía contemporánea

puneña y mapuche intento llenar un vacío en la crítica literaria actual que en los últimos años ha

enfocado su atención en la denominada literatura indígena, ignorando la existencia de una

literatura mestiza que no se identifica del todo con un grupo indígena ni se siente representado

por la cultura dominante urbana. Estas dos tradiciones literarias difieren en muchos aspectos y

sin embargo, confluyen en más de un punto: se encuentran en una posición intermedia entre dos

culturas y han sido influenciadas por la experiencia de la migración.

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 9  

En Reflections on Exile, Edward Said señala que nuestra era es la era del refugiado, de la

persona desplazada, de la inmigración masiva (357). Siempre ha existido el exilio, pero nunca en

la escala que se vive a partir del siglo veinte. Desde 1980 ha habido un incremento en el

desplazamiento masivo de población en muchos lugares del mundo, sobre todo a Australia,

Norte América y Europa, así como entre algunos países de América Latina. En 1990 la

Organización Internacional de Migración (IOM) estimó que había 80 millones de migrantes en el

mundo (Brah 178). En el año 2000 esa cifra casi se duplicó y para el año 2010 se estimó que la

cifra había alcanzado los 214 millones de personas en condición semejante. En el hemisferio sur

la globalización y la pérdida generalizada de perspectivas de desarrollo propio son componentes

esenciales del proceso migratorio actual que afecta de manera especial, aunque no única al

continente latinoamericano.

En América Latina el movimiento migratorio rural hacia las grandes ciudades causa un

drástico cambio en la estructura social de los países. Se abandonan los campos y las ciudades se

llenan de ‘poblaciones callampas’, ‘barriadas’ o ‘pueblos jóvenes’ donde miles de personas

luchan por sobrevivir. Grandes ciudades como Ciudad de México, Buenos Aires, Santiago, São

Paulo, Bogotá, Lima y Guayaquil se llenan de migrantes que dejaron su lugar de origen por

motivos económicos o políticos, o en busca de mejores oportunidades de vida. Asimismo, las

migraciones conducen a una división de la experiencia interna o la subjetividad de los migrantes.

Como explica Said tomando en préstamo un término musical, los exiliados viven en realidades

contrapuntuales. Conscientes al menos de dos dimensiones simultáneas, se desenvuelven en su

nuevo ambiente con la memoria puesta en el espacio habitado anteriormente (366). Para explicar

este fenómeno desde la perspectiva literaria, Antonio Cornejo-Polar en su artículo “Condición

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 10  

migrante” acuña los términos teóricos heterogeneidad y sujeto migrante, para comprender la

literatura escrita por migrantes en la que se comprueba la coexistencia de discursos que no se

pueden integrar. Estos discursos surcan de ida y venida las culturas e historias diversas del

migrante de manera fluida, sin estar desprovistos de una profunda conflictividad en su

descentramiento:

Naturalmente esta trashumancia implica la falta de un eje centrado y fijo, ordenador de variables y

disidencias; al revés, su no-lugar es lo que incita al desparrame de signos ubicuos, sin territorio

establecido, o con varios sobrepuestos, que convocan desde su propia confusión intertextos

desordenados y vacilantes. Dicho sin sutileza: si el sujeto mestizo intenta rearmonizar su

disturbado orden discursivo, sometiéndolo a la urgencia de una identidad tanto mas fuerte cuanto

que se sabe quebradiza, el migrante como que deja que se esparza su lenguaje, contaminándolo o

no, sobre la superficie y en las profundidades de una deriva en cuyas estaciones se arman

intertextos vulnerables y efímeros, desacompasados, porque su figuración primera es la de un

sujeto siempre desplazado. (106)

El migrante tiene la capacidad de desplazarse entre mundos y estratificar sus experiencias de

vida sin fundirlas porque su naturaleza discontinua pone énfasis precisamente en la diversidad de

esos tiempos y de esos espacios (104). Entonces, puedo concluir junto a este autor que la

condición migrante da cuenta de la falta de integración entre la cultura andina quechua-aymara y

la cultura dominante en Perú y que, por lo tanto, es una categoría más eficiente que la de mestizo,

ya que lleva implícita los contenidos de inestabilidad, desplazamiento, multiplicidad, haciendo

referencia, a la vez, a una variedad de espacios socio-culturales (104). Por esta razón, en mi

estudio le doy preferencia a este término por sobre otros términos como mestizo. Además, las

categorías de heterogeneidad y sujeto migrante sirven para referirse a otras situaciones similares

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 11  

–como en el caso de los mapuche urbanos en Chile– quienes comparten esta condición de sujetos

migrantes.

Julio Noriega en Buscando una tradición poética quechua del Perú, afirma que el sujeto

que produce el discurso migrante quechua es un migrante pleno, desarraigado y “utópico que

pretende andinizar la metrópoli limeña, imponiendo la cultura quechua e invadiéndola. Su voz,

fragmentada entre el quechua y el español en mutua contaminación histórica, no es sino el

testimonio de la descomposición actual del mundo andino y el proyecto literario por

recomponerlo en un espacio nacional” (93). Entonces este discurso migrante quechua, a

diferencia del discurso señorial-indigenista, no está escrito en un lenguaje arcaico ni se refiere a

las ruinas incaicas ni fosiliza al indígena (93). Más bien, intenta reconstruir el mundo andino del

que se alejó y, a la vez, busca “andinizar” el espacio urbano del que participa mediante la

función ritual “de explicar y transformar imaginariamente la realidad” (165). Los poetas puneños

y mapuche comparten este deseo de transformar su realidad y de conjurar la memoria de su

cultura mediante la palabra poética, y de modo simultáneo, evitan incluir en su escritura lugares

comunes de representación de la “indigeneidad” de lo mapuche o lo quechua-aymara sin razones

concretas que justifiquen su uso.

El exilio, nota Said, es un estado nomádico y descentrado en el que nunca se está

satisfecho, plácido o seguro (366). Lo mismo podríamos decir del lenguaje del migrante que, al

ser susceptible a múltiples disturbios, da lugar a intersticios o intertextos que develan su estado

alterado, sus contradicciones y confusiones internas. Para analizar estos y otros fenómenos que

emergen en el lenguaje a partir de una situación postcolonial o de subalternidad, son

fundamentales para este estudio algunos conceptos provenientes de los estudios subalternos

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 12  

indios y los estudios postcoloniales como el “tercer espacio”, “el remedo”, “la imitación o

mimicry”, “la traducción”, entre otros, tales como los define Homi Bhabha en The Location of

Culture. De esta forma, en los poemas estudiados en el primer y tercer capítulo de esta tesis, los

sujetos líricos se encuentran en una posición inestable, lo que se evidencia en un ir y venir entre

dos culturas, una cultura hegemónica –chilena y peruana criolla– y la otra, subordinada –

mapuche y quechua-aymara.

La agrupación de poemas seleccionados en los que se observa la turbación del sujeto al

hablar desde los intersticios, y que en lo sucesivo denominaré “poesía migrante”, comparte la

característica de ser una literatura de minorías, de acuerdo con la definición que Gilles Deleuze

y Félix Guattari ofrecen en su libro, Kafka: toward a Minor Literature. En primer lugar, se trata

de una literatura construida por un grupo minoritario (étnico, político, por género o religión) en

un lenguaje dominante, al que se le incorporan elementos de la cultura minoritaria y que tiene un

alto grado de “desterritorialización”. En segundo lugar, es una literatura política, es decir, en ella

la expresión individual se conecta con el ámbito político que la circunscribe. La tercera

característica de esta literatura es su valor colectivo; el escritor habla en nombre de una

comunidad y suple la falta de expresión colectiva de la minoría que representa. Por lo tanto no

existe un solo sujeto poético, sino “collective assemblages of enunciation” (209).

La primera característica definida por Deleuze y Guattari será el punto de partida para

establecer la comparación de la poesía que estudiaré en el primer y tercer capítulo. Los sujetos

poéticos que se vislumbran en esta poesía andina y mapuche viven y escriben en un lenguaje que

no es el propio, un lenguaje desterritorializado. Es en este lenguaje dominante en el que se

insertan elementos lingüísticos propios de la cultura minoritaria. En la poesía migrante el ‘yo’ se

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 13  

encuentra desarraigado, en movimiento, atrapado entre dos culturas, razón por la que se

evidencia en esta poesía un vaivén entre culturas en la forma de un constante movimiento o

fluctuación en donde predominan los leit motiv del “retorno”, el “viaje” y el “abandono”. En

algunos casos puntuales, la estética de los poemas no conserva una coherencia homogénea ni

cronológica, más bien, es fragmentada, antagónica y cíclica. Asimismo, el ‘yo’ que habla en los

poemas muchas veces se vuelve un ‘nosotros’ ya que la experiencia del sujeto poético migrante

es colectiva y representa la experiencia común de toda una comunidad a partir de una conciencia

histórica colectiva.

Procesos de re-indigenización: “lo andino” y “la memoria mapuche”

Como mencioné previamente, los movimientos culturales han adquirido una visibilidad

mayor en varios lugares de América Latina donde se observa un proceso de “re-indigenización”

por medio del cual diversos grupos buscan afirmar una identidad cultural étnica. Los poetas

puneños de raíces quechua-aymara, Espezúa y Mendoza, y los poetas mapuche urbanos, Huenún

y Aniñir, comparten la búsqueda de la revitalización de sus respectivas culturas al reconectarse

con las nociones de “lo andino” y “la memoria mapuche”. De este modo, en el segundo y el

cuarto capítulo de este estudio reflexiono sobre cómo estos poetas visualizan aquello con lo que

buscan vincularse para reestablecer un orden que ven como perdido en el pasado de las

comunidades de mapuche urbanos y migrantes andinos. En sus poemas se observa como esta

estrategia de reivindicación cultural reclama una forma estética en sus obras, manifestándose en

varias ocasiones como un espacio o lugar físico donde se refugia la memoria cultural de sus

pueblos.

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 14  

De este modo, en los poemas se encuentran múltiples estrategias de reintegración del

pasado indígena. Exploraré las formas en que los poetas establecen los vínculos al pasado de la

colectividad indígena y recuperación de su memoria ancestral. Por lo tanto, una parte importante

de este trabajo consistirá en reflexionar sobre qué entienden estos poetas por “lo andino” y “la

memoria mapuche”. Es decir, pensar en cómo visualizan aquello con lo que buscan reconectarse

y reestablecer un orden perdido. El concepto de “lo andino” es una construcción cultural que

tiene una historia atravesada por nociones geográficas, académicas, sociales e históricas

relacionadas con el espacio geográfico de los Andes al que me referiré en detalle en el segundo

capítulo. Mi intención aquí no es abordar el contexto de producción de “lo andino”, sino mas

bien, intentar vislumbrar qué entienden estos poetas por este concepto. El término “andino”

muchas veces se usa –como señala María Elena García en Making Indigenous Citizens– para

referirse a la región de los Andes o a una persona que se identifica con ésta (30). Sin embargo,

los poetas puneños conciben este concepto de tal forma que adquiere nuevos matices, lo que, a su

vez, probablemente encuentra su origen en el “intimismo” del que habla José María Arguedas en

Canto kechwa: "Lo indígena está en lo más íntimo de toda la gente de la sierra de Perú" (13).

Estelle Tarica en The Inner Life of Mestizo Nationalism señala que Arguedas es probablemente el

pensador andino más conocido que consistentemente articuló, a lo largo de su carrera, la

existencia de un tipo de afiliación espiritual interétnico de todas las personas de los Andes

enraizado en esta tierra común (7). Este intimismo, según Tarica, se refiere a una especie de

comunión espiritual entre el individuo y los Andes, un tiempo-espacio que los intelectuales de la

época buscaban relacionar simbólicamente con la nación misma (xiii-xiv). Además, esta autora

indica que este indigenismo intimista del siglo veinte y veintiuno posiciona la interioridad

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 15  

indígena como el aspecto más humano del individuo, lo que vendría a construirse como el

opuesto de la modernización capitalista y el materialismo (16). Así, “lo andino” para estos poetas

se acercaría a la definición de un tiempo-espacio imaginado de lo indígena cuyos orígenes se

encuentran en un pasado incorrupto donde las tradiciones ancestrales quechua-aymara y la

geografía andina se encuentran en todo su esplendor.

Por otra parte, “lo andino” en la poesía puneña no encuentra un equivalente en la poesía

mapuche como “lo mapuche”. Más bien, la noción de lo indígena con el que se reconectan los

poetas mapuche se denomina “la memoria mapuche”. Este hecho se ve claramente cuando Iván

Carrasco en Poesía mapuche intercultural define el proyecto escritural de Elicura Chihuailaf:

“Su proyecto es constituir su escritura como el registro de la memoria histórica y étnica de la

comunidad mapuche, ‘a orillas de la oralidad aún vigente’. Con ella quiere revitalizar, reconstruir

o gestar un modo de ser genuinamente mapuche, porque piensa que la poesía como

manifestación artística no solo resguarda los elementos de la identidad cultural de un pueblo,

sino también el país de la memoria que los genera” (204). “La memoria mapuche” es al igual que

“lo andino”, una noción de tiempo-espacio ligado a una forma de ser auténtico íntimo y espiritual

de lo mapuche. “El tiempo de la memoria está entonces poblado de lo numinoso, de lo sagrado,

de ritos que hacen vivir a los huilliches experiencias que le permiten que el tiempo se ‘cuaje en el

ser’”, advierte Rolf Foerster en Pentukún, “no se trata, por tanto, de una tradición que nada dice,

que dejaría a los huilliches (incluso urbanos y letrados) indiferentes, todo lo contrario . . .

aquellos núcleos densos vividos, como el nguillatún, transforman a la persona en un nuevo sujeto”

(58). El tiempo de la memoria es un tiempo ritual, un espacio donde los mapuche pueden

transformarse y tener un encuentro con el mundo íntegro de la naturaleza, la cosmovisión y los

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 16  

antepasados mapuche. De ahí la importancia fundamental del rito en la poesía mapuche: permite

revivir la memoria.

Convergencias y divergencias de la experiencia de la investigación

Para realizar este estudio, no solo analicé detalladamente los poemarios de los autores

mencionados, también tuve la oportunidad de viajar a Puno y a Santiago donde pude conocer a

los poetas y llevar a cabo una entrevista con cada uno de ellos, lo que me ayudó a entender mejor

su trayectoria poética, su entorno social y cultural y ciertos aspectos de su poesía. Una de las

cosas que pude aprender al hablar con ellos es que estos poetas están tan influenciados por las

tradiciones andinas y mapuche, como por la obra de escritores europeos, peruanos y chilenos.

Entonces, creo que no está de más subrayar el hecho de que los poetas en cuestión se sienten

herederos tanto de una tradición literaria de Perú y Chile como de la tradición quechua-aymara y

mapuche. Además, todos los poetas escriben textos monolingües en español, a pesar de que, por

ejemplo, en el caso de Mendoza, se conozca un segundo y tercer idioma vernáculo. Conocer

estos aspectos de la vida de los poetas enriqueció mi comprensión de las formas en que se

posicionan los poetas, navegando entre dos mundos de forma fluida y situándose en una frontera

cultural compleja y permeable. Analizar los dos grupos de poetas de forma contrapuesta me

ayudó a huir de cualquier impulso de ver sus búsquedas por una subjetividad étnica como una

exploración rígida o estática desprovista de un auto-cuestionamiento propio de sujetos en una

posición fronteriza o subalterna. Los poetas estudiados –principalmente los poetas mapuche- son

concientes de lo difícil que es escapar a las ideas esencialistas que rodean los procesos de re-

indigenización, por eso, desconfían, dudan de sí, y se cuestionan constantemente en sus poemas

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 17  

para no caer en una idea esencialista de lo indígena. Realizar la investigación sobre los grupos de

poetas y sus obras de forma comparativa me ayudó a no perder de vista que la experiencia de

cada poeta que emprende esta búsqueda de re-etnificación es única, particular y diferente a la que

viven otros grupos y otros poetas en una situación semejante.

También comprendí cómo los dos grupos de poetas hablan de la migración de grupos

sociales que han vivido experiencias históricas y procesos sociales muy diferentes en Chile y

Perú. Aniñir y Huenún protestan contra la invisibilidad de los mapuche en la ciudad y contra las

injusticias históricas permanentes que ha sufrido, denunciando una pérdida cultural y lingüística

mapuche y señalando los abusos vividos por su pueblo; Espezúa y Mendoza, a diferencia de los

poetas mapuche, visibilizan la presencia del migrante en la ciudad y las injusticias sociales en la

sociedad peruana, pero no aluden a una situación de violencia histórica concreta (aunque hay

raras excepciones). Por lo tanto, si bien los poetas puneños tocan temas como la desigualdad

social y la pérdida cultural en su escritura, sus poéticas están desprovistas del carácter político de

las obras de los poetas mapuche.

Estas diferencias y semejanzas entre los poetas también se traducen en su escritura en la

forma en que ellos se apropian de la identidad étnica andina y mapuche, lo que desarrollaré en

profundidad en el segundo y cuarto capítulo. Aquí solo me limitaré a señalar que tanto la cultura

andina como la mapuche está continuamente reformulándose, adquiriendo nuevas formas e

intentando actualizarse, como afirma Montoya en La cultura quechua hoy (11). Así, los poetas

mapuche en cuestión –especialmente Aniñir- dan cuenta de la existencia de una nueva identidad

mapuche urbana gestada en los márgenes de Santiago, sin dejar de lado de su proyecto de

escritura elementos asociados a la cultura mapuche rural y tradicional. Aniñir y Huenún

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 18  

cuestionan en mayor o menor grado los espacios tradicionales de lo indígena mapuche al

reubicarlos en los espacios urbanos, acto que busca trascender las limitaciones impuestas por los

estereotipos de lo mapuche y que permite a los mapuche urbanos reformular su identidad étnica

de forma continua y fluida. Por otro lado, los poetas puneños, Espezúa y Mendoza, reactualizan

la cultura andina apropiándose de los estereotipos, mitos e ideas sobre “lo andino” propagadas

por la antropología y el indigenismo que circundan la identidad de las comunidades andinas con

el fin de transformar mediante la utopía el espacio urbano al “andinizarlo” y de modo simultáneo,

reconstruir el espacio andino del que se había alejado el migrante. Entonces, el discurso migrante

de Mendoza y Espezúa no solo refleja la experiencia migratoria y manifiesta la preocupación

constante por la desintegración de la cultura andina, sino además busca que la sociedad peruana

vuelva valorar el mundo quechua-aymara.

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 19  

PRIMER CAPÍTULO

El fenómeno migratorio en Perú

La migración en Perú es un tema que ha sido ampliamente estudiado debido al gran

impacto que ésta ha tenido en la sociedad peruana. En la región andina la migración tiene una

historia ancestral debido a que los desplazamientos de grupos considerables de población fueron

una práctica común impuesta desde mucho antes del estado incaico con fines de planificación

alimentaria, unidad política y estabilidad militar (Mazzotti 24). Los incas tenían la tradición de

enviar grupos llamados mitmaqkuna o mitimaes, a diferentes partes del Tahuantinsuyo con el fin

de conceder unidad a su imperio. Grupos de familias separados de sus comunidades eran

trasladados a otros pueblos conquistados para asegurar las lealtades políticas y prevenir

rebeliones secesionistas, además de facilitar el flujo de la producción agrícola hacia la región de

los collas y otras regiones menos abundantes (24). Durante la época colonial (1498-1810), las

migraciones indígenas reforzadas por el sistema de mit’a, fueron complementadas con la llegada

de grandes grupos de africanos esclavizados a los países andinos provenientes sobre todo de la

zona centrooccidental de África (27). Más tarde, en los siglos XIX y XX, arribaron a Perú grupos

europeos provenientes principalmente de Italia y España y grupos inmigrantes de japoneses y

chinos.

A partir de los años cuarenta del siglo XX es posible observar un cambio masivo en la

distribución de la población peruana, pues fue entonces cuando grandes grupos decidieron

migrar a las ciudades costeras en busca de oportunidades de trabajo, participación en la política

nacional y en las decisiones económicas (Doughty 68). Debido a estos movimientos migratorios

desde los valles andinos del interior hacia las ciudades costeras, las décadas posteriores vieron

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 20  

gran parte de la población de Perú viviendo en la costa recientemente urbanizada. El crecimiento

dramático del departamento de Lima y sus alrededores constituye un evento nacional

principalmente a partir de 1950 con la industria pesquera asentada allí. Nadie imaginaba que los

pequeños pueblos de pescadores iban a rebalsarse de migrantes que venían de los valles

interiores. Esta transformación es la que retrata José María Arguedas en su novela póstuma El

zorro de arriba y el zorro de abajo, que da cuenta de la explosión demográfica de una caleta de

pescadores llamada Chimbote. Como señala Cornejo-Polar, solo es posible explicar esta

explosión por una masiva migración de extranjeros costeños, afroperuanos, mestizos e indígenas

andinos que “prefirieron enfrentarse a la temible amenaza del mar, recién descubierto, que

repetir su inacabable y secular servidumbre” (“Condición migrante” 102). A su vez, el crítico

peruano añade al comentario anterior: “ante tal desgalgamiento Arguedas elaboró una variada

retórica narrativa que finalmente ancló en una intuición primordial: “hervor”, “ebullición”,

“hervidero” son los signos una y otra vez reiterados” (102).

Con la llegada masiva de miles de migrantes a Lima, la década de los 50 dió paso al

inicio de la concentración de grandes contingentes en la ciudad y a un nuevo tipo de

asentamiento urbano denominado “barriada” que “llegará después a ser el estilo dominante de

crecimiento en todas las ciudades del Perú” (Matos Mar 33). En la ciudad emerge entonces una

nueva cultura urbana. En un estudio basado en el barrio popular Cruz de Mayo, los autores

Degregori, Blondet y Lynch señalan que los procesos migratorios han transformado las ciudades

en un lugar complejo y conflictivo donde se lucha por obtener derechos civiles (26). Ya a

mediados de los años 80 como consecuencia de lo ocurrido en las décadas anteriores, las

ciudades tienden a concentrar a más del 65% de la población total del país (45). La población de

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 21  

Lima aumentó desde 533.645 habitantes en 1940 a 2.245.067 habitantes en 1971, y Chimbote,

que era un pequeño pueblo pescador con 9.723 pobladores en 1940, ya era una ciudad de

167.234 habitantes en 1971 (Burga y Flores Galindo 23). Según el Instituto Nacional de

Estadística de Perú (INEI), para 2007 Lima estaba habitada por 8.445.211 personas (INEI:

Instituto Nacional de Estadística e Informática).  La apertura de medios de comunicación entre

Lima y las provincias y la aceleración del crecimiento industrial y comercial de Lima fueron

algunos de los factores que contribuyeron a la migración masiva hacia las ciudades.

A lo que Arguedas llama “hervor” o “ebullición” de las masas, Matos Mar denomina

“desborde popular” y lo caracteriza mediante la composición andina dominante en la nueva

población de las ciudades (78). El sello de “lo andino” se encuentra en la informalidad de las

barriadas, los bazares, las organizaciones gremiales, los clubes, las fiestas y la música popular

conocida como la chicha, los microbuses, el crecimiento inorgánico de los centros urbanos y

todo lo que esto conlleva: la basura, la escasez de agua potable, el deterioro del abastecimiento

de electricidad, entre otros. El nuevo estilo de lo urbano, según lo concibe Matos Mar, surge en

medio de un contexto de crisis y de pugna entre culturas y tradiciones pertenecientes a diferentes

regiones de Perú.

La fórmula “dualismo estructural” (Cotler 230) es una forma recurrente para caracterizar

a la sociedad peruana que se refiere a las fuerzas en pugna de las que habla Matos Mar1. Ésta se

basa en contrastes socio-culturales entre la costa y la sierra y lleva a que se perciba a Perú como

                                                                                                               1  ¿Hasta qué punto pueden observarse en la poesía peruana los rasgos distintivos de esta división interior tan marcada en el país? Jesús Cabel indica que los escritores de las provincias realizan un trabajo aislado, con menos visión histórica e ideológica, lo que les lleva a inventar nuevas tendencias y corrientes poéticas. “Los poetas se han empeñado por delinear imaginativamente nuevos sistemas. Su poesía, si bien en la mayoría de los casos desafortunada, reluce también de una auténtica valía y es ofrecer el testimonio de una realidad ajena a la capitalina” (15). Su valor, según Cabel, reside entonces en la creatividad y la perspectiva renovada que infunden en su creación poética.  

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 22  

una nación no integrada, donde la costa representa el país y la sierra se encuentra en una posición

marginal. Cornejo-Polar reflexiona sobre la visión dicotómica que se da en Perú, Bolivia y

Ecuador, y concluye que ésta es producto de “una malformación histórica que encona las

incontables diferencias que hacen de los países andinos algo así como archipiélagos internos

drásticamente incomunicados” (Escribir en el aire 181). Entonces, se suele concebir a estas

naciones en términos de polos inconciliables como sierra-costa, campo-ciudad, capital-provincia,

tradición-modernidad.

Este dualismo o centralismo, fundamentalmente en el plano económico y político, es uno

de los motivadores del enorme movimiento migratorio en Perú. Las élites dominantes hacen uso

de los recursos y riquezas de las regiones, devolviéndoles a éstas un mínimo en forma de bienes

y servicios. Solo treinta por ciento de la población consumiría aproximadamente setenta y cinco

por ciento de los recursos del país (Doughty 75). A la distribución desigual de recursos, se le

suma la marginación de los círculos de poder políticos y culturales de las regiones que son

virtualmente ignoradas por la capital. Por lo tanto, las políticas públicas y las decisiones

económicas favorecen a la capital muy por sobre las regiones, llevando a la población migrante a

la conclusión de que a pesar de la pobreza de las barriadas es mejor vivir en Lima y otras

ciudades principales que quedarse en las provincias.

Otras razones de igual importancia se han ofrecido para explicar este fenómeno social en

Perú. Al migrar a la ciudad, no solo se busca acceder a mejoras materiales de vida como salud,

empleo, educación, y una participación real en la vida nacional, sino también escapar de unas

condiciones de vida infrahumanas en las provincias (Doughty 81). La novela póstuma de

Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, designa el trato que reciben los serranos como

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 23  

un importante incentivo para migrar a la costa, donde además esperan encontrar trabajo y

mejorar sus condiciones de vida. En el tercer capítulo de la novela se describe el diálogo entre

don Ángel, jefe de planta de la fábrica de harina de pescado, y Diego, un visitante interesado en

conocer la historia de Chimbote, quienes discuten la razón por la que los serranos llegan sin

cesar a las fábricas costeras en busca de trabajo:

Más obreros largamos de las fábricas más llegan de la sierra. Y las barriadas crecen y crecen, y

aparecen plazas de mercado en las barriadas con más moscas que comida . . . Los serranos de las

alturas siguen viniendo a Chimbote, porque solo hace unos diez años aquí se rogaba para tomar

peones, y esa historia, que fue atizada por la llamada “mafia” sigue corriendo en los pueblos, sigue

corriendo y seguirá corriendo . . . Y así fue. La gente “humilde”, como se llaman a sí mismos,

bajó a la sierra a cascadas, porque en la sierra, ¡yo he visto!, los hacendados grandes y chicos se

mean en la boca y en la conciencia de los indios y les sacan el jugo, un pobre juguito reseco; se lo

sacan fácil, a fuerza de pura costumbre no más. ¡Claro! –exclamó, al sentir que la mirada del

visitante se hizo aguda–. Los balean de vez en cuanto y ascienden inmediatamente a los oficiales

que ordenan hacer fuego. Más razón para que la llamarada de Chimbote alumbrara lejos,

salvadoramente. (87)

Este diálogo da cuenta de los abusos perpetuados a lo largo de la historia de Perú “a fuerza de

pura costumbre”, como dice Don Ángel. Lamentablemente, la situación marginal en la que se

encontraban los migrantes en la sierra, no mejora demasiado para muchos en Chimbote,

sobretodo cuando éstos comienzan a llegar en masa. Tampoco se puede dejar de mencionar que

la violencia política causada por Sendero Luminoso principalmente entre los años 1980 y 1992

también impulsó la migración de comunidades campesinas a las ciudades, principalmente en los

departamentos de Ayacucho, Junín, Huancavelica y Lima: “Sendero Luminoso polarizó a una

parte de la población a tal punto que el dilema llegó a ser “con Sendero o sin Sendero” . . . . La

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 24  

sangrienta lucha desatada en pequeños pueblos y comunidades campesinas obligaron a quienes

no quisieron involucrarse en este dilema a emigrar” (Matos Mar 118).

Por otra parte, Carlos Franco ofrece una mirada innovadora sobre este gran movimiento

masivo. Señala que además de las condiciones objetivas que justifican la migración, hay un

escenario subjetivo que hay que tomar en cuenta, un cambio en la percepción de sí mismos de los

sujetos que decidieron migrar. La siguiente cita ilustra este cambio de mentalidad con una

claridad asombrosa:

Uno puede inferir que entre la desconfianza en su capacidad y la confianza en sí mismos se

decidieron por sí mismos; que entre el hábito y el cambio se inclinaron por el cambio; que entre la

seguridad y el riesgo, optaron por el riesgo; que entre el pasado y el futuro eligieron el futuro; que

entre lo conocido y lo desconocido se aventuraron por lo desconocido; que entre la continuidad y

el progreso prefirieron el progreso; que entre permanecer y partir, partieron. Lo cierto es que al

optar por sí mismos, por el futuro, por lo desconocido, por el riesgo, por el cambio, por el progreso,

en definitiva, por partir, cientos de miles y millones de jóvenes comuneros, campesinos y

provincianos en las últimas décadas se autodefinieron como “modernos”, es decir, liberaron su

subjetividad de amarras de la tradición, del pasado, del suelo, de la sangre, de la servidumbre,

convirtiéndose psicológicamente en “hombres libres”. Y al hacerlo, sin ser concientes de ello,

cerraron una época del Perú para abrir otra. (87)

La transición a una “nueva modernidad” en Perú se explica mediante la ruptura de la sociedad

rural, que conllevó cambios profundos en su forma de percibir el espacio y el tiempo. Hasta la

década del 50 existía una sensación generalizada de inmovilismo geográfico que se relacionaba,

a su vez, con la rigidez de las jerarquías sociales. Al poder desplazarse, se modificó esta

percepción del territorio y junto con ello, la noción del tiempo, que pasó de una visión cíclica y

estacional del tiempo, a una concepción pragmática del tiempo que se vuelve una unidad de

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 25  

medida de las actividades que se pueden realizar en un momento determinado. El culto al pasado

da lugar así, al mito del progreso (Franco 88). La relación entre la migración exitosa y el

progreso se puede apreciar en la conclusión de La migración puneña en Huancayo, de Marisol

Condori. Después de estudiar en detalle todos los pormenores relacionados a la migración de

puneños hacia esta ciudad de la sierra, ella concluye: “Los puneños residentes en la ciudad de

Huancayo tuvieron un lento progreso, iniciándose con su decisión de migrar . . . evidenciándose

este progreso en una movilidad social ascendente, con el paso de: campesinos a vendedores

informales a productores y vendedores formales” (150). A lo largo de su estudio, se repite una y

otra vez como los migrantes progresan al poder superar las jerarquías sociales. El progreso social

en la ciudad, la adaptación a las formas urbanas y la “realización profesional” en este nuevo

entorno es visto como algo indudablemente positivo que traerá bienestar a la familia y a las

futuras generaciones.

Es importante señalar que a diferencia de otras migraciones que se dieron en la década de

los 20 y 30, las migraciones que tuvieron lugar a partir de la década del 50 no concluyen

concentrándose exclusivamente en Lima sino que se expanden, como se sabe, no sólo a las

principales capitales de la costa sino también a las de la sierra. Así, a inicios de la década del 50,

migrantes puñenos rurales se dirigen a las ciudades de Puno, Juliaca, Arequipa y Cuzco en busca

de mejores oportunidades laborales debido a una crisis en las comunidades campesinas de la

región. La apropiación de los dominios comunales por los hacendados, las sequías y los

problemas climáticos, el crecimiento demográfico impulsa a estos grupos a salir de sus

comunidades e ir a las ciudades serranas (Condori 41). A partir de 1957, muchos puñenos

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 26  

migraron a Lima para dedicarse a la venta artesanal de tejidos y, a fines de la década del 50 e

inicios del 60, otros partieron a Huancayo con el mismo fin.

Lecturas migrantes: tradición y transformación en Puno

A pesar de no tener un movimiento migratorio tan intenso como el que se registró en

regiones más cercanas a Lima (Doughty 71), el departamento de Puno –ubicado al extremo sur

de Perú- no escapó a la tendencia migratoria nacional descrita que se presenta de los últimos

sesenta años. Este hecho se hace visible en la escritura de varios poetas de la región. Estudiaré la

obra de dos poetas nacidos en pequeños pueblos del departamento de Puno, que migraron por

diversos motivos hacia otras ciudades. Gloria Mendoza creció en varios pueblos de Puno; ya

adulta migró a Ayacucho y años más tarde hacia Arequipa, impulsada por los problemas

políticos de esa región durante los años 80. Por su parte, Boris Espezúa viajó a Lima donde cursó

sus estudios universitarios para luego volver a la ciudad de Puno. Emprender el viaje para luego

regresar al lugar de origen, constituye sin duda para estos poetas parte fundamental de la materia

con que definen su oficio artístico.

La experiencia migrante se expresa, entonces, de maneras diversas a través de la obra

poética de estos autores puneños contemporáneos. En ocasiones la sensibilidad poética surge

como respuesta a la injusticia y desigualdad social que perciben en la ciudad. Mendoza crea

retratos poéticos de migrantes que ella ha reconocido como seres en conflicto, aproblemados e

inquietos en medio de una situación de desplazamiento físico y espiritual; Espezúa observa con

tristeza las condiciones de vida del migrante andino en Lima, viviendo en medio del

hacinamiento, del ruido, de la necesidad de supervivencia y la pobreza extrema. En otros poemas,

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 27  

el sentimiento de desarraigo y marginalidad en la ciudad atestigua su propia condición de sujeto

migrante. Espezúa expone su sentimiento de marginación como migrante en Lima, mientras que

Mendoza intenta irremediablemente encontrar un lugar propio en el mundo, retornando mediante

la poesía al espacio rural. Ambos son poetas mestizos que pertenecen a una clase media que tiene

acceso a la educación superior. No son en ningún caso campesinos monolingües –como una gran

parte de los migrantes puñenos–, sino intelectuales locales y profesores universitarios

hispanohablantes que tuvieron que migrar por motivos políticos, de trabajo o estudio. Sin

embargo, en sus poemas una subjetividad migrante que expresa el sentimiento de desarraigo de

un grupo que comparte la experiencia de migración.

Sin embargo, si los movimientos migratorios afectaron –y afectan– con mayor intensidad

otras regiones de Perú, ¿por qué elegí escritores de Puno para este estudio? Puno sobresale frente

a otras regiones en Perú porque esta región tiene una “particular naturaleza plurilingüe y

multicultural” (Montoya, ¿Quiénes somos? 7), un fuerte carácter rural y campesino (16), y una

rica tradición cultural quechua y aymara. Espezúa y Mendoza son herederos de esta tradición. Si

bien no se reconocen indígenas o campesinos, tienen una relación muy cercana con “lo andino”

que buscan representar en su obra literaria a través de símbolos, rituales, mitologías y espacios

geográficos del Altiplano, entre otros elementos culturales. Esta característica –no obstante- no

significa que su escritura esté desprovista de elementos propios de la tradición literaria

occidental como la experimentación con el lenguaje, la influencia de la vanguardia

latinoamericana, y la evidencia intertextual que pone de manifiesto la influencia de lecturas de

diversa índole.

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 28  

Como mencioné en la “Introducción”, en ¿Quiénes somos? Montoya recoge testimonios

de varios sujetos en Puno que se encuentran en una situación semejante a Espezúa y Mendoza y

que son profesores de la Universidad Nacional del Altiplano o de escuelas de la región. En sus

relatos aparece con insistencia la mención a una “crisis” de identidad que sienten vivir al oscilar

entre la identificación con un grupo social mestizo y una vaga sensación de pertenecer al pueblo

quechua o aymara. Varios ven su identidad como parte de un proceso en el que redescubren y

valoran su parte andina negada anteriormente. En el siguiente testimonio esta crisis de identidad

se percibe claramente:

En suma, mi identidad está en crisis, hago lo posible por encontrarme a mí mismo. Me siento

profundamente peruano, orgulloso de serlo en respuesta a mi educación y formación, dentro de

una combinación racial y cultural que me acerca más a los mestizos . . . Me siento a la vez

quechua y aymara; primero por ser parte de la etnia quechua y segundo, porque, busco y anhelo la

unidad de los peruanos respetando la existencia de sus grupos, con un nacionalismo que respete la

coexistencia de todas las culturas del país en lugar de liquidarlas. El Perú es único y a la vez

pluricultural; es una realidad emergente que requiere su despertar como nación. Y, para ello, el

obstáculo no es el indio, personificado en los hermanos campesinos de hoy, sino la dominación y

la dependencia que nos han creado los mitos de superioridad y la inferioridad para dividir nuestras

fuerzas y quitarnos el Perú. (citado en ¿Quiénes somos? 35)

En los poemarios de Espezúa y Mendoza se observa la búsqueda de la revaloración de lo andino

para solventar esta crisis de identidad. Por ejemplo, Espezúa también critica el centralismo del

gobierno peruano y la opresión que ejercen clases altas y medias de la capital en Perú, que le

niegan el valor a los pueblos andinos: “Porque me parece una completa injusticia que unos

cuantos peruanos excluyan a una mayoría porque tenemos raíces andinas. Entonces, mi obra no

solo poética sino también jurídica es una apuesta por rescatar esos valores y esa toma de

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 29  

conciencia por una igualdad y por una interculturalidad en el caso peruano” ("Entrevista a Boris

Espezúa Salmón" Echeverría). La mayor identificación de estos poetas con sus raíces indígenas

en Puno proviene, entre otras razones, de la fuerte influencia cultural boliviana. Puno a pesar de

estar en la “periferia” peruana, comparte una gran cercanía con la capital de Bolivia al estar en la

ribera opuesta del Titicaca y, por lo tanto, ha sido muy influenciada por los sucesos y corrientes

culturales de este país. A partir de la década de los 30, los intelectuales surperuanos han

gravitado en torno a La Paz (Wise 99), tales como los destacados escritores Gamaliel Churata y

Carlos Oquendo de Amat. Esta influencia cultural boliviana hace que en Puno encuentre su

contraparte el fuerte discurso asimilacionista de Lima, porque como señala Montoya, una de las

premisas del Estado Peruano es lograr la unidad nacional mediante la asimilación y

homogeneización lingüístico-cultural de los grupos etnolingüísticos y nacionalidades que

componen Perú (¿Quienes somos? 11). Por el contrario, en Bolivia a partir de los años 40, se

desarrolló un indigenismo nacionalista que creó un nivel de respeto por los grupos indígenas que

condujo a la mayor participación de organizaciones indígenas en el estado y en la cultura

nacional. En la actualidad, en Bolivia se le da mucha importancia al desarrollo de estas

comunidades y se ha promovido el respeto por su pasado indígena. La preocupación en este país

vecino por estos temas influyó en el desarrollo de los círculos intelectuales indigenistas en el

pasado peruano como es el caso de el Grupo Orkopata, del que es heredero cultural el núcleo de

poetas contemporáneos de raíces indígenas en Puno.

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 30  

Orígenes de la tradición literaria puneña: Churata y el Boletín Titikaka

La tradición poética migrante en Puno encuentra sus orígenes en la efervescencia cultural

en el Perú de los años 30. En esta década comienzan a aparecer una serie de revistas como el

Boletín Titikaka, Amauta, Wamán Puma y Huamanga que evidencian un renovado interés en

torno a “lo andino” y al “problema” indígena. Cynthia Vich afirma que no es arriesgado decir

que después de Amauta, el Boletín Titikaka se puede considerar como la revista indigenista

peruana más importante de la época (14). El Grupo Orkopata de Puno, impulsado por Gamaliel

Churata (Arturo Peralta), publicó el Boletín entre los años 1926 y 1930, el que tuvo una gran

influencia en los escritores de su tiempo así como en los que le siguieron. Algunos integrantes de

Orkopata fueron Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo y Emilio Armaza, todos pertenecientes a

una clase media mestiza y educados con el mismo maestro, José Antonio Encinas en la Escuela

Elemental 881, y luego en el colegio nacional San Carlos. Este grupo compartió un interés por el

poder de gestión de las comunidades indígenas, la educación rural, la reivindicación de los

ideales culturales andinos y criticó la falta de unidad territorial en Perú. En poco tiempo lo que

partió como la publicación de una sola plana doblada para formar cuatro páginas, se convirtió en

una publicación de alcances continentales que incentivaba principalmente la reivindicación de la

cultura autóctona del altiplano (Wise 93). A pesar de ser una revista de una provincia que forma

parte de la “periferia” peruana, su difusión se extendió a diversos países, incluyendo Argentina,

Chile, Venezuela y México, donde fue leída por otros grupos intelectuales en Caracas, Buenos

Aires y Lima, a la vez que se mantenía virtualmente invisible para los mismos puneños que no

pertenecieran al medio intelectual. Su relación con varios centros culturales de importancia fue

posible gracias al canje de esta revista por otras provenientes de ocho países latinoamericanos.

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 31  

De este modo el grupo de jóvenes intelectuales puneños pudieron darse a conocer y al mismo

tiempo, informarse de los sucesos artísticos y políticos del resto del continente.  

En el Boletín se publicaron textos de autoría nacional, dándole prioridad a las obras de los

puneños y a destacados indigenistas contemporáneos, como fragmentos y reseñas de textos

importantes como Tempestad de los Andes de Luis E. Valcárcel y los Siete ensayos de

Mariategui. Los poemas de los integrantes “orkopatas” se publicaban en español, y en quechua y

aymara en el caso de los textos de Inocencio Mamani y Emilio Vásquez. Además, también se

publicaba literatura extranjera de vanguardia, como Mário de Andrade, Jorge Luis Borges,

Xavier Villaurrutia y Manuel Maples, de México, entre muchos otros autores conocidos de la

época. Churata buscó establecer conexiones entre los conceptos de revolución, vanguardia

estética y problema nacional en especial “en torno a reivindicación de lo andino como

componente esencial de la identidad” (Vich 31). El Grupo Orkopata acusa a las clases

dominantes de Perú de forjar una cultura excluyente y antinacional y propone que la unidad del

país podía lograrse mediante la recuperación del pasado. Por ejemplo, uno de sus colaboradores,

José Uriel García retoma las figuras de Pachakutec, el Inca Garcilaso y Tupac Amaru para su

proyecto del “nuevo indio” y uno de sus miembros, Julián Palacios propone una pedagogía

nacional con base en las enseñanzas de Mama Ocllo y Manco Cápac (Zevallos-Aguilar 60). Del

mismo modo, este grupo manifestó un interés por la cultura popular indígena, su historia y sus

costumbres; concebían al aymara y el quechua como lenguas nacionales; y tenían la seguridad de

que ya se estaba construyendo una nueva cultura nacional planteada a partir del mundo indígena.

Sin embargo, Juan Ulises Zevallos-Aguilar señala cómo Orkopata establece sus posiciones de

clase, raza y región, al elaborar discursivamente estos temas, reclamando una posición

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 32  

privilegiada como intelectuales. La conclusión del análisis de este autor es que el indigenismo

del Grupo se convierte en un obstáculo para el desarrollo de formas autónomas de resistencia

indígena de la época al “reciclarse posiciones racistas de origen colonial” y al “representar a los

indígenas sin darles voz” (134).

A pesar de este problema de representación intelectual, el legado de Churata y su

influencia posterior en la tradición poética de Puno es decisiva. Tal como señala Boris Espezúa

en su prólogo a El Pez de Oro, “dos signos distinguen a Gamaliel Churata, el de ser genitor de

una nueva cultura y valoración del hombre americano, y el de proponer una nueva hermenéutica

sobre los orígenes, sobre el lenguaje, y nuestras concepciones de mundo, que desde el alfabeto y

la naturaleza Churata se plantea radicalmente cambiar” (390). Como uno de los primeros

intelectuales en plantear la vuelta a los orígenes ancestrales andinos, Churata propone la

transformación de conceptos sociales y políticos que dejan de lado la memoria de los pueblos

andinos. Por ejemplo, llama a una metamorfosis de la lengua y se opone a la opresión que ha

hecho que el español predomine frente a las lenguas indígenas de América: “no columbramos

que número de siglos requiera el NUEVO NACIMIENTO; mas tenemos entendido que no serán

tantos que hagan cinco milenios –y así fuesen– los que permitan al americano de América

expresarse, y ser, en su idioma lácteo” (Churata 368). El surgimiento de nuevos poetas que

escriben en aymara y español es un hecho que, de acuerdo con este autor, anticiparía dicho

renacimiento cultural. Gracias a Churata –lo dice Feliciano Padilla refiriéndose a la identidad

cultural en el Altiplano– “sentimos que estamos forjando o consolidando nuestra identidad

cultural. Su pensamiento ha sentado las bases más esplendentes de la nacionalidad, tan necesaria

para la unidad y el desarrollo del país” (Contra encantamientos y malos augurios 111).

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 33  

Los poetas contemporáneos de Puno son los continuadores de una tradición literaria

inaugurada por Churata ya que éstos encuentran en el sentimiento andino colectivo el

componente fundamental de su cultura y buscan reconectarse con éste mediante el oficio poético.

Así, en la década de los 60, surge el Grupo Carlos Oquendo de Amat, cuyos integrantes son

Serapio Salinas, Percy Zaga, Gerardo García, José Luis de Ayala, Gloria Mendoza y Omar

Aramayo. No se ha escrito mucho sobre el Grupo Oquendo de Amat. Éste fue un grupo que no

tuvo larga duración debido a conflictos entre sus integrantes. Sin embargo, en los años que

estuvieron reunidos editaron la revista Sur Intenso y tuvieron una marcada influencia cultural en

Puno. Su nombre viene del día en que estos poetas jóvenes le presentaron la obra -entonces no

muy conocida- del poeta vanguardista Carlos Oquendo de Amat a Mario Vargas Llosa, quien

luego escribe sobre él en el discurso que leyó al recibir el premio Rómulo Gallegos de 1967,

ayudando a difundir su obra, Cinco metros de poemas, en el resto del país. Los poetas más

destacados de este grupo, José Luis de Ayala, Gloria Mendoza y Omar Aramayo, se diferencian

de los otros integrantes por el gran interés en hablar desde la altipampa puneña con una base

referencial constante a la naturaleza y la cultura andina. Es importante destacar que con respecto

a este grupo no se puede hablar solamente de su herencia quechua, pues en la provincia de Puno

y los alrededores del Titicaca se cruzan la importante influencia quechua con la aymara. José

Luis Ayala escribe algunos poemarios bilingües en aymara y español, pero todos los demás

escriben únicamente en español.

Más tarde, el grupo Titikaka emerge durante la década del 80 agrupando diversos poetas

y narradores, entre los que figuran Alfredo Herrera, José Velarde y Jorge Flórez Aybar. Lo que

sigue a este grupo, según Feliciano Padilla, es “un vacío generacional que es cubierto por Boris

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 34  

Espezúa y los poetas de los 80. Estos intelectuales son una especie de puente entre la generación

anterior y ‘Los Poetas de Fin de Siglo’”(Antología 38). Este último grupo lo integran Wálter Paz

Quispe, Gabriel Apaza, Edy Sairitupac y Luis Pacho, entre otros.

Paralelamente al desarrollo de las nuevas agrupaciones poéticas en Puno, surgen en la

década del 50 y 60, poetas que son considerados los fundadores de la producción poética

quechua en el mundo andino: Andrés Alencastre y José María Arguedas (Noriega 30). El

primero escribe poesía que forma parte del discurso señorial-indigenista, mientras que la obra

poética del segundo constituye la base de la escritura poética migrante quechua. El discurso

señorial-indígenista surge a finales del siglo XVII en el momento en que las autoridades

eclesiásticas dejaron de crear una literatura en quechua y ésta fue apropiada por las élites

terratenientes de Cuzco con el fin de legitimizar su control político y económico despótico

(Mannheim 71). Mediante esta literatura las élites hacendadas se asociaban al pasado idealizado

de los Incas, mientras negaban cualquier continuidad con el campesinado quechua. Asimismo,

este discurso señorial-indigenista reaparece en Cuzco a mediados del siglo XX. Sus adeptos

siguen siendo hacendados pertenecientes a una élite local y continúan recreando un pasado

incaico fosilizado a través de un quechua arcaico. Por el contrario, el discurso migrante quechua

busca dar cuenta de la existencia de elementos culturales andinos en medio de un espacio urbano

en el que no son valorados. Los escritores de la corriente arguediana, tales como Dida Aguirre,

William Hurtado de Mendoza, José Tamayo Herrera, Eduardo Ninamango, Lily Flores, Isaac

Huamán, Porfirio Meneses y Teodoro Meneses, comparten con Arguedas un antecedente común:

son bilingües en quechua y español, educados y migrantes andinos en la capital (Noriega 149).

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 35  

A pesar de haber diferencias evidentes entre la tradición poética migrante quechua y la

puneña, como su ubicación geográfica en Perú y la escritura en quechua en el caso de los poetas

de la corriente arguediana, no es difícil percibir sus similitudes. Ambas se sitúan con respaldo de

la tradición poética andina frente a la literatura dominante como acto de resistencia y

supervivencia cultural. Así, los poetas puneños –tales como los escritores de la corriente

arguediana- se distancian del discurso señorial-indigenista que enfatiza el pasado incaico

desprovista de cualquier conexión con el presente de las sociedades andinas contemporáneas. Al

contrario, estos poetas insatisfechos con la marginalidad cultural en la que se encuentran los

autores regionales y con el deterioro del mundo andino quechua-aymara, en su escritura vuelven

a su pasado ancestral para reconstruir su mundo. Por lo tanto, Boris Espezúa y Gloria Mendoza

no sólo crean proyectos literarios que visibilizan en el espacio nacional los cambios, las

inquietudes y conflictos de un grupo andino migrante; sino también, intentan recomponer al

mundo andino, su cosmovisión y sus tradiciones mediante su escritura.

La experiencia migrante en la obra de Boris Espezúa

Boris Espezúa Salmón (Perú, 1960) es poeta y docente universitario de Filosofía del

Derecho y de Derecho Constitucional en la Universidad Nacional del Altiplano. Ha articulado

una poética muy particular que incorpora elementos de la filosofía y mitología andinas. Su obra

está compuesta por los poemarios A través del ojo de un hueso (1988), Tránsito de Amautas y

otros poemas (1990), Alba del Pez Herido (1998) y Tiempo de cernícalo (2002) y fue ganador

del Premio Copé Internacional 2009, con el libro Gamaliel y el Oráculo del Agua (2011).

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 36  

Publicó además dos libros sobre derecho peruano contemporáneo: Ética de la justicia: Igualdad

y no discriminación ante La Ley (2003) y La protección de la dignidad humana (2008).

En su primer poemario, A través del ojo de un hueso, Boris Espezúa muestra diferentes

facetas de la capital peruana, sin perder de vista que se trata de un espacio conflictivo en donde

se vive en un estado de enajenación. En varios momentos de la obra Lima se representa como un

espacio descompuesto, vacío y alienante, como en los siguientes versos de “Tarjeta de

identidad”: “De nadie está llena la ciudad / todos anidan su vacío / diferente o indiferente está

usted” (49) o en este fragmento de “Postal de Lima”: “De paso por la ciudad/ encuentro pocas

ganas de detenerme . . . la ciudad se descompone sin miedo” (61). En otros poemas Lima se

presenta como un espacio opresivo donde miles de migrantes sobreviven diariamente como en

“Monólogo al interior de un bus”, donde un sujeto recorre Lima a bordo de dicho vehículo, en

medio de las miserables condiciones de hacinamiento, ruido de motores, música estridente y falta

de aire. Al reflexionar sobre su estado –definido de manera reiterada a lo largo del poema– como

“extraño”, “ajeno”, “fraccionado”, de “angustia” e “impotencia”, el ‘yo’ poético nos da a

conocer aspectos de su incómodo entorno, incluyendo el ruido que debe soportar en sus dos

horas interminables de viaje. Varias palabras comunican la estridencia del bus, lo que se acentúa

por la repetición del sonido alveolar vibrante r y el sonido velar y, creando la sensación de

bullicio constante: “ruido”, “chillando”, “llanto”, “llorón”.

Voy en este bus chillando veinte minutos

más fuerte que un niño vendido en las alturas

haciendo de su llanto el camino de la balsa

de totora

el motor desborda ruido y humo

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 37  

sobre viejos bloques de cemento

viajas a medio respirar extraño a la vida,

a la espera, al apuro

nadie se pertenece a sí mismo

ajenos somos ciudad cariada de tugurios

tras un sueño te burlo

estirando el pan para todo el día

en la piel calzada en la realidad

mis dedos arañan y se quiebran de impotencia

ante un muerto bañado en sangre

huevo medio frito en la vereda

algo tienes de esa verdulera que empuja

su triciclo

los montículos de angustia que lleva

y sus días nublados

vamos retorcidos como fierros de buses

por casas repletas de Barrios Altos

lloran boleros por las ventanas

chamusqueando tus frases de cambio (14)

En este poema existe una separación binaria entre dos culturas y espacios, una dominante que

incluye a Lima / la cultura oficial, y otra subordinada, constituida por la sierra andina / la cultura

real / la ciudad “cariada” de los migrantes. Esta estructura doble se indica desde el comienzo del

poema mediante las realidades que toman lugar simultáneamente: el viaje del sujeto en el ruidoso

bus por Lima ocurre paralelamente al viaje en una balsa de totora de un niño en los Andes que

llora al ser vendido y dejar su pueblo. Los diferentes personajes marginales descritos en el

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 38  

poema– “un niño vendido en las alturas”, “esa verdulera que empuja / su triciclo” y “un muerto

bañado en sangre” en la calle– son observados por el hablante lírico quien se identifica con los

subalternos en cuanto son migrantes como él. El cambio de primera persona (“voy”), a segunda

(“viajas”), y luego, a tercera persona (“vamos”), indica el paso de un reconocimiento del

hablante poético de su propio estado (“voy en este bus”, “viajas a medio respirar extraño a la

vida”), al de los que lo rodean en el bus y fuera de éste, y se reconoce al mirar por las ventanas

del bus, como parte de una colectividad migrante que sufre en la ciudad. Desde este punto de

vista colectivo el ‘nosotros’ contempla su propia situación de marginalidad que se sitúa en los

límites de la “otra” ciudad de Lima, al que no puede acceder, pero que es el lugar en torno al que

se articula su incómoda condición de migrante, como cuando expresa enrevesadamente: “vamos

retorcidos como fierros de buses”. Lo que aquí llama la atención es esta mirada desconcertada

del sujeto que reconoce la pobreza, el desorden y la marginalidad del colectivo migrante y que

por contraste, se opone a un “otro” imaginario en relación al cual se articula el deseo colonial. La

posición privilegiada del “otro”, que se encuentra presente por oposición en el texto, suscita

muchos sentimientos contradictorios en este sujeto que desea por una parte, pertenecer a la

cultura dominante que, por otra, desprecia y rechaza. Desde este lugar de profunda conflictividad

proviene la siguiente reflexión:

soy los límites de tu ser

sobreviviente con mortaja que va sintiéndote

más reconociéndote menos

¿Quién me quitó la tranquilidad?

¿Quién me devuelve mi euritmia?

esta otredad extraviada sin respuestas

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 39  

la digresión de no ser otro, se ríe de mi yo

fraccionado que no me reconozco

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Quién se posee de veras y sale un momento de sí

mismo, zurciendo inseguridades y miedos?

utopía de un grito ahogado

como la unión del Perú oficial y real

no podemos con los alambres pelados

de estas tensiones tenidas en

un salto más, un empujón más (14)

Viviendo entre dos culturas y espacios diferentes, el sujeto subalterno reside en el límite,

en los intersticios culturales, que es a lo que se refiere cuando dice, “soy los límites de tu ser”.

No es el ‘otro’ colonizado ni el ‘sí mismo’ colonizador, sino la perturbadora distancia entremedia

que constituye la figura de otredad colonial “–the white man’s artifice inscribed on the Black

man’s body. It is in relation to this impossible object that the liminal problem of colonial identity

and its vicissitudes emerges” (Bhabha 64). Este es el conflicto que surge en el poema: una parte

del sujeto pertenece a la colectividad migrante al compartir su estado de marginación en la

capital, mientras que la otra parte se identifica con el ‘otro’ (colonizador / criollo / cultura

oficial). El artificio del hombre blanco critica, rechaza, se burla de su otra mitad mestiza: “la

digresión de no ser otro, se ríe de mi yo / fraccionado que no me reconozco”. Este conflicto

forma parte de una problemática mayor: las dos mitades del Perú oficial y real no se unen

(“utopía de un grito ahogado / como la unión del Perú oficial y real”), a pesar de habitar un

mismo espacio.

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 40  

Para remediar esta crisis, el sujeto poético se pregunta, “¿Quién me devuelve mi

euritmia?”, “¿Quién se posee de veras y sale un momento de sí / mismo, zurciendo inseguridades

y miedos?”. Al final, el poema no ofrece solución a esta fragmentación que sobrepasa el nivel

personal para comprometer el nacional. “Monólogo al interior de un bus” termina circularmente

con la imagen del pequeño niño aymara que anteriormente fuera vendido en los Andes, y que

ahora se encuentra entre cartones en una sucia calle de la ciudad: “después de dos horas de viaje

ensardinado / bajo en una esquina adormecido de aliento / barcos de papel me llevan a una isla

de cartón / donde el huérfano niño derrama gotas aymaras” (15). El viaje del niño desde la sierra

a la ciudad –así como a muchos otros migrantes andinos– los ha llevado a esta mísera condición

humana, a vivir en los bordes de una sociedad dominante que los ignora. Asimismo, el poema

“Rotaciones”, refiere a partir de su título el movimiento cíclico que opera en la vida de una mujer

que ha migrado desde la sierra (“secas chacras”, “Imilla”, “cargar leña”) hacia Lima (“arenal de

esteras”, “maternidad limeña”, “cargar sacos de papas”). La circularidad de los poemas de

Espezúa indica la imposibilidad de los migrantes andinos de superar la condición marginal, un

espiral en declive de situaciones que sólo empeoran con el tiempo. En constante movimiento de

un lado para otro, pasando de una actividad económica a otra, la mujer migrante se encuentra

atrapada en la lucha por la sobrevivencia:

De secas chacras al arenal de esteras

de Imilla a la maternidad limeña

de cargar leña a cargar sacos de papa

en la Parada

a callarse, sudar y patear

de aquí para allá

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 41  

con confites y chocolates

en cines, microbuses, procesiones

mojada no con sus ojos sino por rochabuses

sin tener tiempo de saber dónde se va (19)

El constante sonido alveolar s se asemeja a la agilidad de la arena que baja deslizándose del

“arenal”, lo que crea una sensación de descenso en este primer verso, “secas chacras al arenal de

esteras”. La arena se desliza por el arenal, así como la mujer desciende de la sierra hacia la costa.

El descenso no ha cambiado radicalmente la situación marginal en la que se encuentra esta mujer,

simplemente algunas actividades se han reemplazado por otras, la precariedad de su vida perdura

en medio de su incesante actividad. El sonido oclusivo velar k y bilabial p (“cargar”, callarse”,

“confites”, “papa”, “parada”, “procesiones”) crean pequeñas pausas en los versos reproduciendo

el esfuerzo que realiza la mujer en cada una de sus actividades. Hay una ira contenida en esta

mujer, una frustración silenciada tácita en los verbos escogidos para describirla en el verso, “a

callarse, sudar y patear”, que revelan su inconformidad a pesar de la falta absoluta de esperanza

de poder revertir su condición.

En el poema “Ciudades perdidas” Espezúa contrasta el esplendoroso pasado inca, lleno

de vitalidad y fuerza, al estado de miseria en que la población andina se encuentra sumida en las

barriadas de Lima. El ‘yo’ revive en su memoria a aquellos que lucharon por la preservación del

mundo andino como Waman Poma de Ayala y Garcilaso de la Vega, “para que su verdad cante”

y su presencia remonte a los lectores del poema a la vitalidad de la música del mundo andino

antes de la llegada de los españoles: “antes de Waman Poma en mal romance buen castizo /

corrieron las furias de las zampoñas perforando el viento”. Sus figuras también evocan el

momento posterior a la conquista, donde ellos lucharon por preservar la memoria histórica de su

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 42  

gente: “desde aquí te oigo Garcilazo poniéndole cascabeles / a desdenes astillados tragados a

secas / se escuchan tu protestación sobre historias de / idólatras y aborrecidos” (38). Sin embargo,

sus esfuerzos no pudieron evitar la situación contemporánea de los miles de migrantes andinos

que viven en las barriadas que ahora:

bailan chicha para burlar la vida urbana

culebreando en la sangre la angustia cruda

que recorre intestinos y resentimientos

abiertas latas de desencanto

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

y miles de muertos castigados giran pregonando una

aurora

llevando con wawas verdura o tallarines en una Lima

abotagada

donde difícil es secarse la frente y no empuñar

contra el tiempo el intestino grueso

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

la vida es un puñal atravesando espuma de vidrios

en las venas

mientras la ciudad respira incienso y perfume de

malva desde arenales salados a arenales salados

la historia vuelve a transparentarse sin Waman Poma (39)

La visión que ofrece este poema sobre los migrantes andinos es posiblemente la más

lúgubre del poemario; esta “monstruosa Lima” llena de “muertos castigados” es un paraje donde

los cuerpos de los migrantes andinos, desprovistos de sus espíritus, continúan trabajando,

bailando chicha y recorriendo la ciudad. Las múltiples alusiones al cuerpo afectado (“sangre”,

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 43  

“intestinos”, “frente”, intestino grueso”, “venas”) de los zombies que se pudren en la ciudad,

víctimas de la congestión, el “desencanto”, “la angustia” y el hambre, nos indican la

deshumanización del espacio que habitan. Lo que se ha perdido, el espíritu y el alma de “lo

andino”, se encuentra simbólicamente representado en el sonido de las zampoñas, los cascabeles,

en los “Cernícalos, Cóndores y Aguilas”, así como en las figuras de Garcilaso y Waman Poma.

En “Rastros de zorro” la colectividad migrante se encuentra “herida”, “desnutrida”, “cercenada”

y “desdentada” debido a la carencia vital en la ciudad. Quizás una observación sobre la

fragmentación del cuerpo humano en la obra de César Vallejo ayude a entender la función de la

desarticulación corporal en este poema. Michelle Clayton habla de la imposibilidad de Vallejo

para concebir la identidad y el espacio que habita como una unidad, lo que resulta en una poesía

que se enfoca en lo mutable, lo maleable y lo móvil (99). Del mismo modo, la desarticulación del

cuerpo humano en la obra de Espezúa advierte la falta de integración de la identidad del sujeto

lírico que sólo puede concebir el mundo por partes. El cuerpo sufriente de los migrantes se

relaciona de manera parcial con su entorno, no se identifica con nada estable, estando sujeto a

una posible transformación en todo momento. Las condiciones del espacio hostil en que habita

causan el “espíritu pauperizado” de la colectividad migrante:

Deberías irte a otros lares a reclinarte bajo

aleros de tejas

y olvidarte del atomizado hombre de la ciudad

en sus descascarados días has caído cien veces

en tanta turbación que sólo queda llevarla en

llaga en el rostro

quiero ser otro, ¿pero quién, no fiel a mi mismo?

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 44  

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

donde el sobrevivir configura no tu existir sino

tu herida, y toda necesidad de perderse es

herirse por otra herida

avanzando a fojas cero en el tedio que calla hasta

en la escritura

eje de palabras que se atracan en deseos postreros

trenzado de patas zorro de arriba y de abajo

en ángulos del miedo, en la ingle del desesperado,

las caries de la ciudad, el corazón del que está loco

cimentando una alternativa de piel a sien

dejemos que el espíritu pauperizado sacuda su

corazón desnutrido

su hambre cercenado deshaciéndose en mil pedazos

para huir del reducto del sobrevivir (57)

El poema pone énfasis en los límites de esta corporalidad migrante. Las múltiples referencias a

los bordes de este cuerpo (“piel”, “ángulo”, “ingle”, “caries”) se relacionan con la “herida” del

‘yo’ que se debate entre ser “otro” (“que toca tu otro ser”) y ser fiel a sí mismo (“quiero ser otro,

¿pero quién, no fiel a mi mismo?”). El problema fundamental al que se enfrenta el ‘yo’ poético

es que desea ser ‘otro’ para dejar de sobrevivir (“donde el sobrevivir configura no tu existir”,

“huir del reducto del sobrevivir”), pero no quiere traicionarse. El centro o “eje” del ‘yo’ se

encuentra en una posición inestable confundido por sus deseos múltiples y contradictorios,

atrapado entre una posición dominante y una subordinada, como se advierte en los versos: “eje

de palabras que se atracan en deseos postreros / trenzado de patas zorro de arriba y de abajo”. En

la obra póstuma de José María Arguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo, al que alude

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 45  

tanto el título del poema como este último verso, dos zorros mitológicos tomados de la

compilación de los mitos y leyendas Dioses y hombres de Huarochirí, dialogan y comentan una

fiesta andina que toma lugar en la costa. Así, el referente de “abajo” (de la costa) se evoca a

partir de la perspectiva de los de “arriba” (de la sierra), una mirada exclusiva de los migrantes

andinos de la novela que al igual que el ‘yo’ de “Rastros de zorro”, se encuentran en conflicto

oscilando entre estos dos mundos y en busca de una nueva identidad.

Homi Bhabha usa el término “tercer espacio” para referirse al espacio cultural que se abre

a la negociación de diferencias incomensurables, lo que genera una tensión particular (312). En

este espacio surgen nuevas identidades cuya diferencia no es “One or the Other but something

else besides, in-between– . . . an intersticial future, that emerges in-between the claims of the

past and the needs of the present” (313). “Rastros de zorro” se desarrolla en este espacio límite

de trasvasación donde lo “uno” se abre como una herida a lo “otro”. Al aceptar que desea este

lugar de poder del ‘otro’ y se mira desde la otra mirada, surge la posibilidad de que suceda algo

nunca antes visto. En medio de este tercer espacio emerge la afirmación de una identidad

conformada por múltiples elementos. Lo que queda de “uno mismo” después de este

descentramiento radical (“Rastros de zorro”), da paso esperanzadoramente al “hombre nuevo”

andino. En medio del “deterioro general” de este espacio híbrido, se plantará el árbol de la

renaciente identidad:

tú puedes diluir lo híbrido y plantar tu árbol de

identidad.

Puedes poner un geranio en el deterioro general por

ser parte de ella

compréndeme entonces con tus tres fracasos y medio

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 46  

de aciertos

tus quince intis de anhelos

que por estos rastros de zorro el hombre nuevo

saldrá de adentro y saltará

por techos y cielos a través del ojo de un hueso (58)

“Saltar a través del ojo de un hueso” es una construcción metafórica, un orificio mediante el que

se puede observar, en palabras del mismo Espezúa, lo “auténtico, nuestra condición original”

(Espezúa “Boris Espezúa: Premio Copé”). Entonces el primer poemario que lleva el mismo título

A través del ojo de un hueso, es, como afirma el poeta, “una mirada a lo mas recóndito de

nuestro código identitario, de nuestras placas cuaternarias, de cómo este enclave altiplánico nos

perfiló el rostro y el universo que tenemos” (Espezúa “Boris Espezúa: Premio Copé”). Entonces,

el poema “Rastros de zorro” termina con una nota esperanzadora que se basa en el resurgir de

una identidad andina en medio de circunstancias adversas. Detenerse, reconocer lo propio y

valorarlo es la clave del poemario, la respuesta salvadora que revitalizará este “espíritu” andino.

Retratos migrantes en la poesía de Gloria Mendoza

La escritura de Gloria Mendoza se sitúa en un espacio altiplánico ligado a los

movimientos de migración y retorno a la tierra. Así, sus poemas describen y retratan a algunos

migrantes andinos en tercera persona, reflexionando acerca del conflicto interior de estos sujetos

y su problemática relación con el medio urbano. En otros poemas los sentimientos de un ‘yo’

afloran ante la pérdida de un lugar propio y el viaje del campo a la ciudad y viceversa. En estos

se siente el tono nostálgico de la añoranza por un pasado perdido en el que se vivenciaba más

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 47  

profundamente un sentimiento andino conectado con el entorno natural2. En este medio rural y

natural Mendoza se deleita en los recuerdos de su infancia, reflexionando sobre la naturaleza y

reviviendo su cercanía con ella. Gloria Mendoza (Perú, 1948) ha publicado Wilayar (1971), Los

grillos tomaron cumbre (1972), Lugares que tus ojos ignoran (1985), El legendario lobo (1997),

La danza de las balsas (1998), Dulce naranja Dulce luna (2001) y Q’antati deshojando

margaritas (2006). Este estudio se concentra en los tres últimos poemarios ya que son los que

mas atañen a las temáticas de la migración y la reconexión con lo andino.

En poemas como “Un yatiri en la ciudad”, “Las embarcaciones de Epifanía Suaña”, “José

Santos Mamani”, Mendoza retrata a personas con las que comparte una añoranza por un tiempo

y un espacio perdidos entrañablemente ligados a una noción de “andinidad”. En estos poemas-

retratos la autora reconoce la perplejidad y la alienación del migrante desconcertado con el

contraste cultural entre lo que sienten como suyo –la cultura andina mestiza- y la cultura urbana

de la ciudad a donde no se sienten pertenecer.

El apartado “Esta casa no es tu casa” de Dulce naranja Dulce luna, tal como señala el

título, reúne poemas relacionados con la desterritorialización de varios sujetos migrantes. El

poema “Un yatiri en la ciudad”, describe en tercera persona la situación de Ruperto Chupas, un

yatiri aymara. El término yatiri en aymara significa literalmente “el que sabe” (Rösing 538).

Tomás Huanca señala que el yatiri es considerado dentro de su comunidad como sabio y

consejero cuyas características son “el haber sido tocados por el rayo, la habilidad de poder leer

los designios en la coca, y el poder llamar a los espíritus” (53). Este yatiri transhumante y                                                                                                                2 Jesús Cabel señala que los primeros libros de Mendoza nos presentan una poesía que hace una denuncia moderada y llama por una transformación social, superando la compulsión de la nostalgia (182). Si bien encontramos momentos de denuncia social en sus libros posteriores, como en Obituario del lobo, la tendencia hacia la nostalgia se encuentra casi omnipresente en su obra posterior, sobre todo en sus tres últimos poemarios.

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 48  

peregrino viaja por el río visitando diferentes pueblos y comunidades como un medio para ganar

experiencia (62). Llama la atención que Mendoza imagine en este poema una

inconmensurabilidad entre el yatiri y la ciudad cuando generalmente en el mundo él tiene la

función social de intermediario no sólo entre las relaciones sociales de los dioses y el de los

humanos, sino también entre las interacciones rurales y urbanas. Por ejemplo, Huanca señala que

su sistema ritual es un mecanismo integrador, que “permite articular a los migrantes de los

centros urbanos con su origen cultural” (155). Muy por el contrario, lo que caracteriza al yatiri

en este poema son los efectos que el viaje tiene sobre él, su confusión en la ciudad y la nostalgia

que siente por su hogar:

Esta casa no es su casa

su otra casa

está en la ribera de un río lejano

allí aguarda

su taika

y la luna

Ruperto Chupas

ha llegado a sembrar la lumbre

en el sueño de los hombres

preconizante

yatiri aymara

confundido en el movimiento de la ciudad

dónde queda el puerto?

dónde quedó el navegante?

verás historia en naipes?

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 49  

………………………..

Ruperto Chupas

anticipándose a las estrellas

y las olas

convocando a la lluvia

predice la historia de los pueblos

Ruperto Chupas

yatiri aymara

seguirá el curso de las aguas

el silencio alborotado

desde las voces desorbitadas

de las balsas

casas de barro de los achachilas

Ruperto Chupas avizora nuestra vida en coca

este no es tu espacio

ni tu otra casa

ni tu otra lengua

Ruperto Chupas

en vano busca

la imagen dormida de sus ovejas

en copos de nubes (34)

Ruperto Chupas viene de un lugar lejano y rural donde lo aguarda su madre (“taika”). En la

ciudad, lee la coca y adivina el futuro de los que acuden a él (“predice la historia de los pueblos”,

“avizora nuestra vida en coca”), pero las circunstancias no son las mismas y lo perturban. La

confusión y desconcierto del yatiri en la ciudad se introducen en los versos: “confundido en el

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 50  

movimiento de la ciudad/ dónde queda el puerto?/ dónde quedó el navegante?/ verás historia en

naipes?” (34) . El doloroso desarraigo de este sujeto migrante se reafirma en los versos, “este no

es tu espacio/ ni tu otra casa/ ni tu otra lengua” (34). La repetición de “no y “ni” niega cualquier

posibilidad de pertenencia al espacio mediante la lengua o el lugar que habita. Al alternar estas

negaciones con versos en los que se alaba y admira la labor del yatiri, Mendoza contrasta el valor

del yatiri en las comunidades rurales como fuente de conocimiento y sabiduría aymara y el

desconocimiento de estos valores tradicionales aymaras en la ciudad. En una conversación que

sostuve con Gloria Mendoza, ella mencionó que para escribir estos poemas se inspiró en

personas cercanas a ella. Dijo haber conocido a Ruperto Chupas en el mercado San Camilo y que

al pedirle que fuera a curar su casa comprendió: “que era otro ser que extrañaba su casa y que

seguía pijcheando coca y que seguía haciendo todo lo que hacía en su tierra, pero se sentía

forastero” (Mendoza). El yatiri desplazado pierde fuerza al encontrarse atrapado en sus

remembranzas. Los últimos versos enfatizan su añoranza ya que las nubes le hacen recordar su

casa al tomar la forma de ovejas que le recuerdan las que ha dejado en su pueblo. Sin embargo,

los recuerdos son “en vano”, ya que no logran resolver la incertidumbre que le produce estar

lejos de casa ni le alivian la sensación de ser forastero en tierra extraña.

Epifanía Suaña es, como dice Mendoza, otro ser que extrañaba su casa. En honor a esta

muchacha campesina indígena encargada de atenderla en casa de su padre ella escribió “Las

embarcaciones de Epifanía Suaña”:

Mi nombre es Epifanía Suaña

con los años

mi nombre crece en el agua

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 51  

mi nombre

está poblado

de manzanilla

el agua guarda

mi nombre

junto a los helechos

en la límpida orilla de Puerto Puquis

en las pequeñas embarcaciones

que atravesaron mi infancia

el río

serpiente y ave

retiene mi nombre

en el susurro de los eucaliptos

soy Epifanía Suaña

venida de Puerto Puquis

………………………...

el recuerdo wala wala

de madre y niño

esculpidos en piedra

compuerta de Ayabacas

mi nombre gira en la paja brava

mi nombre piedra eterna

en el lago

en los putucos

que cobijaron

mi adolescencia

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 52  

para seguir viviendo

no basta el presente

hoy en la urbe

la lejana brisa

enciende llamas en mis ojos

carajo

soy Epifanía Suaña

venida de Puerto Puquis (67)

Este poema en verso libre tiene imágenes herméticas en relación al agua y al nombre del

‘yo’ poético. Así, la anáfora “mi nombre” se repite una y otra vez en muchos versos (1, 3, 4, 12,

20, 27, 39 y 40) creando un ritmo interno en el poema y subrayando la importancia del “nombre”.

Un par de veces el poema menciona la relación que éste tiene con el “agua”: “mi nombre crece

en el agua”, “el agua/ guarda mi nombre”, “el río/ serpiente y ave/ retiene mi nombre” (67). Por

lo tanto resulta evidente que en este poema el agua es una imagen central. Pero, ¿qué sentido

tiene este elemento que emerge de múltiples maneras en su obra? El epígrafe de este poema,

único en Dulce naranja dulce luna es una clave para entender el sentido del agua no sólo en el

poema anterior, sino también en la obra entera de Mendoza. Ella misma nos ofrece un indicio al

citar las palabras de Yasuki Natoy Naito: “El agua es el espejo de nuestra conciencia” (74). En

este intertexto el agua es un elemento que descubre el inconsciente al manifestar los deseos o las

motivaciones internas del sujeto. Rocío Castro reflexiona sobre los procesos de concientización

de las mujeres a través de la escritura y señala que el agua en este poemario, a modo de espejo,

conduce al sujeto al descubrimiento de su propio ‘yo’ (4). Mendoza, hablando sobre su

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 53  

concepción de la poesía, indica que “escribir poesía es explorar nuestro subterráneo, recorrer

nuestra esperanza, trajinar nuestros abismos, nuestras arterías, nuestro inconsciente; para los

puneños allí está el lago de nuestra infancia. El agua envuelve nuestras palabras. El agua es

espejo de nuestro camino” (Minardi 290). Esta afirmación nos ayuda a descifrar el sentido de

“Las embarcaciones de Epifanía Suaña”. El agua como un espejo refleja los deseos más

profundos del hablante poético. El “nombre” al que constantemente se alude en el poema,

representa la forma en que se define o posiciona Epifanía en el mundo. Así, versos como, “Mi

nombre crece en el agua” (3), indican la búsqueda de identidad que Epifanía realiza en su

inconsciente y cómo vincula su identidad a los recuerdos que guarda de su lugar de origen. De

esta forma, la remembranza de su infancia y su adolescencia vividas en Puerto Puquis conceden

sentido renovado a su vida:

el agua guarda

mi nombre

junto a los helechos

en la límpida orilla de Puerto Puquis

en las pequeñas embarcaciones

que atravesaron mi infancia

…………………………….

mi nombre gira en la paja brava

mi nombre piedra eterna

en el lago

en los putucos

que cobijaron

mi adolescencia . . . . (cursiva mía 67)

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 54  

En una entrevista conducida por Rosa Núñez y Julia Barreda, Mendoza manifiesta cómo

relaciona el agua con los recuerdos de su pasado en el Ande y éstos, a la vez, con una noción de

“andinidad”:

la andinidad que arriba particularmente en mi poesía con un torrente de recuerdos de la infancia en

medio del vientre de la madre tierra, en el corazón húmedo del lago Titikaka, en los ríos que

cruzan la memoria, en los bravos pajonales y doradas retamas, en la imagen de taikas (viejitas) y

achachilas (viejitos) del corazón; allí donde transcurrió mi vida entre altos eucaliptos, huidizas

vicuñas y hermosos ojos de agua en el altiplano; ese aroma a tierra húmeda después de la lluvia en

mis pueblos aymaras y quechuas. (Mendoza “18 preguntas para Gloria Mendoza”)

Sus memorias ligadas a esta noción están asociados a los ríos, al lago Titicaca, a los pozos de

agua y a la lluvia. El agua funciona como un elemento que vuelve conscientes sus sentimientos

más profundos respecto al pasado en donde hubo una íntima comunión con la naturaleza viva. En

“Las embarcaciones de Epifanía Suaña”, el sujeto navega a través de recuerdos de la naturaleza,

por ejemplo, del recuerdo de la formación natural en piedra de Huancané (“el recuerdo wala wala

/ de madre y niño/ esculpidos en piedra” [67]), del lago Titicaca y de los árboles y flores a sus

alrededores (“kantuta”). Hay una identificación tan plena de Epifanía con la naturaleza del Ande

que describe sus mismas manos como “balsas de agua” (67). Sin embargo, ciertos versos parecen

sugerir que esta constante rememoración atrapa a Epifanía y la mantiene inmovilizada en su

pasado: “el agua/ guarda mi nombre”, “el río . . . retiene mi nombre”, “mi nombre piedra eterna/

en el lago” (68). Sin embargo, no existe otra opción en la ciudad que vivir en la memoria porque

para ella, como afirman los últimos versos, “para seguir viviendo/ no basta el presente” (68).

Tristemente el poema no ofrece salida a su situación ni una opción de vida más esperanzadora.

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 55  

Los versos de la penúltima estrofa: “hoy en la urbe/ la lejana brisa/ enciende llamas en mis ojos”

expresan la impotencia que siente Epifanía frente a su irremediable situación de migrante.

Entonces, tanto Epifanía como Ruperto son sujetos nostálgicos que viven con la

frustración de no poder volver al lugar del origen, es decir, a sus pueblos junto al lago Titicaca3.

Ambos comparten el hecho de vivir en una ciudad de la que no se sienten parte. Además de los

“retratos” de migrantes presentes en la obra de Mendoza, hay otro tipo de poema en donde una

voz expresa la nostalgia de un “nosotros” migrante, un grupo desterritorializado que abandona un

lugar o busca un lugar propio sin resultado. Una de las características de la literatura de minorías

es que el sujeto habla por toda una comunidad, supliendo la falta de expresión colectiva (Deleuze

y Guattari, 24). Los poemas “Tierra húmeda”, “Desde el apu Jururo” y “Comunidad de Chumo”

expresan el sentimiento de pérdida colectivo de un espacio y tiempo andino. El primer poema

aparece en el poemario Danza de las balsas y los otros dos, aparecen en ese mismo orden, uno

tras otro, en Dulce naranja dulce luna.

Ya el título del poema “Tierra húmeda” evoca un estado de ánimo melancólico al traer a

la memoria la tierra húmeda del pueblo que abandona el hablante lírico. La tierra húmeda es un

elemento cuya sensación olfativa y visual trae recuerdos nostálgicos del pasado de ese lugar. Son

memorias dulces y tranquilas las que inspira: el brinco de la perra, la trenza, un pozo de tortugas,

el sonido de las zampoñas de los “abuelos” del pueblo. Las imágenes manifiestan serenidad y

plenitud en el pasado:

hemos dejado el pueblo

                                                                                                               3 El lago Titicaca como el lago mas grande de la sierra representaba el mar (Sherbondy 23). La mitología andina señala que la creación del mundo tuvo sus orígenes en este lago. El concepto que el lago es el origen de otras fuentes de agua es importante en la cosmovisión andina. “En el nivel mitológico las relaciones entre un lago y otras fuentes de agua se reviste de una importancia cosmológica: el lago, como una manifestación del mar, es el origen del agua y de la gente” (4). Es el lugar donde Viracocha creó el sol, la luna y las estrellas y los habitantes de los Andes.

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 56  

la perra Laika brinca

en la memoria

la trenza dorada

de Carmen Luz

se cuelga

del recuerdo

de la poza

de las tortugas

y las zampoñas de los achachilas

inundan nuestros ojos para siempre. (56)

Estos recuerdos hacen brotar lágrimas de melancolía en el sujeto lírico, el “nosotros” colectivo se

conmueve ante la pérdida de este pasado ideal. Si en el poema “Tierra húmeda” la colectividad

abandona su pueblo, en “Desde el Apu Jururo”, el hablante lírico migrante avizora un hogar

donde vivir desde las alturas del cerro Jururo4. El poema narra la subida del grupo al cerro donde

cada año al atardecer del Jueves Santo los habitantes de Sicuani –en la provincia de Canchis–

realizan peregrinaciones para ser bendecidos por el apu tutelar. Un apu es una divinidad de

lugares sagrados (Rösing 515) que muchas veces son cerros y montañas. En esta ocasión el

grupo sube en compañía de un yatiri para, desde la cima del cerro sagrado, otear un lugar donde

vivir:

Hemos subido al Jururo

desde allí

auscultamos la ciudad

señalando

                                                                                                               4 La presencia del agua nuevamente se deja sentir en este poema: la tierra llena de agua, la poza, las lágrimas. A modo de espejo el agua refleja las emociones del nosotros lírico, permitiendo que los recuerdos y aquella parte mas profunda de sí se vuelvan perceptibles para el mismo.

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 57  

dónde podrías vivir

no hay respuesta

el aroma verde

de los bosques

nos cobija

en estas altas colinas de Sicuani. . . . (51)

Sin embargo, el silencio de las alturas (“no hay respuesta”) revela que no hay salida para este

estado desarraigado en las inmediaciones de este apu ni en ninguna otra parte. El sujeto migrante

colectivo se encuentra a la deriva buscando un lugar propio, lo que simboliza su desamparo total

en el mundo. No es tanto una falta de casa, sino la pérdida de lo propio lo que aquí se lamenta,

aunque la naturaleza ofrece algún amparo y un consuelo sensorial al desarraigo tan latente en

este poema (“nos cobija”). A este poema le sigue inmediatamente después “Comunidad de

chumo”, el que ofrece una respuesta a la interrogante del poema anterior (“Desde el Apu

Jururo”): “dónde podrías vivir”? El yatiri, poseedor de una sabiduría ancestral aymara, guía a un

grupo a la laguna de Chumo: “Un yatiri / nos conduce / a la laguna de Chumo”. De entre esta

multitud, emerge la individualidad del hablante que busca en medio de un entorno natural, un

buen lugar para que pueda vivir su hijo y finalmente, lo encuentra:

en cada arroyo

en cada árbol

en cada puñado de tierra

busco un lugar para mi hijo

él debería extender las manos

y abrazar este paraíso

y girar

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 58  

junto a la historia de estos pueblos. . . . (54)

El yatiri tiene en esta búsqueda un rol de singular importancia. Él es el que “sabe” y puede

encontrar lo perdido. Hay tres grupos de yatiri, “los que curan”, “los que hacen mal” y “los que

encuentran las cosas que se pierden” (Calestani 64). Por esta razón, él guía al grupo y encuentra

el hogar ideal para el hijo en la comunidad de Chumo –pequeño pueblo rural del distrito de

Sicuani–, en donde aún se encuentra viva la memoria histórica de los pueblos aymaras y donde

aún persiste el estilo de vida de las comunidades tradicionales andinas. Este poema deja abierta

la posibilidad de que en las comunidades rurales se encuentre vivo el “corazón” de lo andino,

que es a lo que se desea volver. Es justamente la pérdida de este “paraíso” andino lo que le

concede el carácter nostálgico a “Tierra húmeda” y “Un yatiri en la ciudad” y “Las

embarcaciones de Epifanía Suaña”, resolviéndose en “Comunidad de Chumo” esta añoranza al

advertir la presencia viva de la historia y de las tradiciones en las comunidades rurales. La

presencia del yatiri en este poema, guía espiritual de la comunidad, señala la importancia del

conocimiento tradicional y ritual para ayudar al migrante andino a encontrar un lugar en el

mundo.

Finalmente, los poemas “Tierra húmeda”, “Desde el Apu Jururo” y “Comunidad de

Chumo” transmiten la añoranza por un pasado perdido donde se vivenciaba más profundamente

un sentimiento andino conectado con el entorno natural; mientras que los poemas “Un yatiri en

la ciudad” y “Las embarcaciones de Epifanía Suaña” retratan a individuos que sienten nostalgia

por un tiempo y un espacio perdidos ligados a una noción de “andinidad”, la que discutiré en el

próximo capítulo.

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 59  

En conclusión, la experiencia migrante se manifiesta de maneras diversas en la obra

poética de estos autores puneños contemporáneos. En algunos poemas, Espezúa se identifica con

la colectividad migrante en la ciudad y de tal manera, denuncia las tristes condiciones de vida del

migrante andino en Lima. En otros poemas, éste manifiesta su sentimiento de marginación como

migrante en Lima. De modo semejante, los retratos y autoretratos de Mendoza reflejan la

perplejidad, la alienación y el sentimiento de desarraigo del migrante, todos efectos del

fenómeno de la migración en Perú. Al dar cuenta de la experiencia migratoria y manifestar

preocupación por la desintegración de la cultura andina, Espezúa y Mendoza se inscriben dentro

de una tradición poética migrante andina, que es, a su vez, heredera de la obra fundacional de

José María Arguedas. De este modo, los poetas comparten con Arguedas el mismo sentimiento

de consternación al presenciar el deterioro del mundo andino quechua-aymara en la ciudad y

busca de alguna forma remediar esta situación. En ese sentido su creación es semejante al de los

poetas quechuas migrantes que vuelven a su pasado ancestral o a lo que Noriega llama “el

mundo andino sacralizado” y lo unen utópicamente con el mundo moderno y occidental (152).

De este modo, en un intento de aunar lo fragmentado, después de denunciar el estado precario de

los migrantes y la difícil existencia de la cultura andina en la ciudad, los poetas vuelven a su

fuente de riqueza cultural, el mundo andino, para resolver su conflicto personal. De tal forma,

Espezúa llama a revitalizar el “espíritu” andino. Y no es casualidad que Arguedas ofrezca una

respuesta semejante a la situación desesperada del pueblo migrante en su poema “A nuestro

padre creador Tupac Amaru”:

Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo,

nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos

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 60  

despreciaba como a excrementos de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que

entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz. (17)

En el poema, transformar el espacio urbano en un lugar donde pueda existir

pacíficamente la cultura andina, donde los miles de migrantes puedan valorar lo propio y vivir su

cultura con orgullo, es lo que les permitirá ser felices. Por lo tanto, el resurgir de una identidad

andina en medio de circunstancias adversas es la clave para resolver la crisis que viven los

migrantes andinos en la ciudad.

En el siguiente capítulo ahondaré en el tema de la recreación de una identidad andina y

las estrategias de “re-indigenización” mediante los que se resuelve el problema identitario que

Espezúa y Mendoza ponen de manifiesto en los poemas ya estudiados. De este modo, relaciono

la creación de la memoria de un lugar ideal andino con la emergencia de una utopia en la poesía

puneña contemporánea. Este espacio andino creado por Espezúa y Mendoza en sus textos tiene

varios rasgos esencialistas que derivan de las ideas sobre “lo andino” propagadas por la

antropología extranjera y el indigenismo nacionalista e intimista: es un espacio íntimo,

primordial, espiritual; un espacio de equilibrio ecológico y profunda conexión entre los seres

humanos y la naturaleza; y un espacio estático, atrapado en una etapa infantil e inocente. Sin

embargo, como observaremos a continuación, la obra de estos poetas no se limita a reproducir

ideas preconcebidas de “lo andino” por inercia o para lograr un efecto estético, sino que hace uso

de estos estereotipos para crear una utopía que le ayuda al sujeto migrante a superar el

sentimiento de desarraigo presente, producido por la migración y la opresión cultural, y

proyectar el renacer cultural quechua-aymara hacia el futuro. Por lo tanto, la creación de este

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 61  

mundo es una estrategia de resistencia cultural que busca impulsar la formación de un futuro

diferente para las comunidades andinas.

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 62  

SEGUNDO CAPÍTULO

Reflexiones en torno al concepto de “lo andino”: una mirada desde la antropología

Al hablar sobre una noción con tantos matices y significados diferentes como “lo andino”

hay que empezar por preguntarse por la más básica de las presuposiciones en torno a este

concepto puesto que existen opiniones encontradas con respecto a su uso y significado. Juan

Ansión, antropólogo peruano, señala que “andino” sólo debe usarse como adjetivo para evitar

interpretaciones ahistóricas y metafísicas de la cultura. Asimismo, Alberto Flores Galindo

propone que es “una antigua cultura que debería ser pensada en términos similares a los que se

utilizan con los griegos, los egipcios o los chinos, pero para ello hace falta que este concepto por

crear se desprenda de toda mitificación” (12). Dejar el plano de las ideas abstractas sobre el

hombre andino y encontrarse con sus luchas, con sus problemas de poder, con los grupos y clases

sociales son formas de desmitificar este concepto, según este autor. Por otra parte, Rodrigo

Montoya afirma que “el concepto de sociedad andina es una invención de los intelectuales” (La

cultura quechua hoy 19), ya que nunca se habló de la identidad andina antes de los años 70.

Según este autor, la ausencia del término “andino” en las descripciones de la mayor parte de los

habitantes de la región de los Andes demostraría que es una creación externa que busca definir y

crear una visión unificadora donde no la hay (60). Entonces, tanto para Flores Galindo como

para Montoya, no existe una visión global de “cultura andina” en los Andes, sino más bien un

conjunto de tradiciones locales y fragmentarias: “la idea de un hombre andino inalterable en el

tiempo y con una totalidad armónica de rasgos comunes expresa, entonces, la historia imaginada

o deseada, pero no la realidad de un mundo demasiado fragmentado” (Flores Galindo 16).

En realidad, el concepto recién comenzó a ser utilizado en 1942 con la publicación del

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 63  

Handbook of South American Indians, cuando empezó a ser objeto de investigación en los

Estados Unidos y Europa (Starn, “The Politics of Anthropology” 18). A partir de este nacimiento

oficial de los “estudios andinos” (Yépez del Castillo 52) los límites geográficos del imperio Inca

conformaron una zona de interés constante para los antropólogos, arqueólogos e historiadores

que se agruparon en torno al estudio de temas como la riqueza de su pasado cultural, los

contrastes geográficos y la gran capacidad de adaptación al medio ambiente de las sociedades

andinas.

Sin embargo, no podemos olvidar que en el Perú de los años 20 ya existía una

preocupación creciente por la situación indígena y el pasado de las sociedades andinas por parte

de escritores indigenistas. Luis Eduardo Valcárcel contrastó la triste situación actual de los

habitantes de los Andes, con el esplendor del pasado ancestral del imperio Inca. En su obra

Tempestad en los Andes, este autor trazó una relación histórica entre el imperio Inca y los

habitantes de los Andes, naturalizando la idea de que por una parte, éstos eran los herederos de

esta grandiosa cultura y que por otra, el imperio Inca era la fuente del espíritu e identidad

nacional de Perú: “mas, cuánta belleza, cuánta verdad, cuánto bien emanan de la vieja cultura,

del milenario espíritu andino. . . . La Raza en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecerá

esplendente, nimbada por sus eternos valores, con paso firme hacia un futuro” (22). En algunos

pasajes de su obra, Valcárcel llama a la redención del “indio”, abriendo la posibilidad de un

mejor futuro para este extenso grupo de personas en una sociedad en la que nadie quería ser

considerado indígena (Yépez del Castillo 43). Por lo demás, como ministro de educación en Perú,

Valcárcel contribuyó a reducir la influencia de proyectos de asimilación cultural del Estado y a

promover proyectos que reafirmaran identidades indígenas, como las campañas de alfabetización

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 64  

del quechua y aymara (de la Cadena 324).

Asimismo, en Andes imaginarios, Mirko Lauer señala que entre los años 1919 y 1940

existe un movimiento cultural creativo (que él denomina “Indigenismo-2”) preocupado por

incorporar lo autóctono andino a los círculos artísticos e intelectuales de la época5. Las

limitaciones que presenta este indigenismo es el carácter vacío de sus representaciones de lo

indígena y su mirada creadora de distancia frente a la cultura andina: “Todo apunta a que en el

indigenismo-2 lo andino funciona como el espacio vacío de la significación dominante, como un

soporte a la vez necesario y prescindible en la representación de la construcción de lo indígena”

(65). Entonces, lo indígena aparece en este momento como una impostación criolla (o mestiza),

como algo no-criollo, no-amazónico, no-étnico específico y no-incaico inserto en un sistema de

oposiciones (opuesta a lo criollo) e desprovisto de heterogeneidad al constituir un solo elemento

y una sola función (70). De ahí que el indigenismo en la historia cultural peruana aparece bajo el

signo de lo vacío y de distancia frente a lo que está presentando. Lauer indica que a pesar de que

el indigenismo-2 fue casi totalmente olvidado por la imaginación pública, es necesario destacar

que allí yace una lección sobre cómo se han aproximado los peruanos a su realidad nacional, y

que el indigenismo-2 es uno de múltiples intentos (desde la Colonia) de incorporar lo

autóctono/no-criollo a lo no-autóctono/criollo (16).

De modo semejante, el Informe de Uchuraccay pone de manifiesto en los años 80 la idea

común en Perú de que los habitantes de la región andina viven en lo que el crítico peruano Juan

Carlos Ubilluz denomina el mito de la “nación cercada”, es decir, un espacio estancado en un

                                                                                                               5 Algunos integrantes de este movimiento son José Sabogal y Alejandro González “Apurimak” (pintura), Enrique López Albújar y Ciro Alegría (narrativa), Emilio Armaza y Alejandro Peralta (poesía), entre otros. A pesar de que Lauer no menciona si considera que Valcárcel forma parte o no del Indigenismo-2, yo creo que no, ya que una de las caracteristicas de este grupo es que rechaza el exotismo del “incaísmo”, mientras que el autor de Tempestad en los Andes no lo hace. El incaísmo es una manera particular de evocación de la antigüedad inca con rasgos exóticos y románticos (99).

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 65  

tiempo arcaico “mágico-religioso” ajeno a las transformaciones de la sociedad moderna (25).

Éste es, según este autor, “una pantalla antropológica que oculta los antagonismos inherentes al

actual proceso de modernización” (30) o una máscara que permite cómodamente pensar al

hombre andino como fuera del tiempo, en vez de reflexionar sobre qué produce su pobreza, qué

políticas del Estado marginan a las masas andinas y qué las mantienen segregadas de un proyecto

nacional peruano. El comité investigador que redactó el Informe, precedido por Mario Vargas

Llosa, investigó el asesinato de ocho periodistas y un guía en Uchuraccay, provincia de Huanta,

Ayacucho, en 1983. El comité llegó a la conclusión que fueron los comuneros quienes dieron

muerte a los periodistas al confundirlos con integrantes de Sendero Luminoso. Mi intención aquí

no es explicar los pormenores del Informe, sino más bien destacar que las descripciones que da

el mismo de las formas de vida “atrasadas” de los habitantes confirman la idea de que éstos

viven en un tiempo distinto a la sociedad moderna. El Informe Final de la Comisión de la Verdad

y de la Reconciliación señala que la distorsión de la vida de los ucharaccainos sigue un

paradigma indigenista, es decir, “un discurso que esencializa las diferencias culturales,

presentando a campesinos como reliquias vivientes de un pasado milenario, subsistente a pesar

de las influencias de la sociedad moderna u occidental” (155). Aunque más tarde retomaré la

idea del indigenismo peruano, es importante mencionar que este paradigma, formulado a partir

de la visión de Valcárcel, del indigenismo (socio-político y cultural) y de los estudios

antropológicos, y perpetuado hasta hoy en día, da cuenta de la forma en que la élite peruana

tiende a imaginar al territorio andino como un espacio arcaico que necesita la imposición de un

proyecto modernizador para poder salir de su atraso.

A partir de este punto volveré a concentrarme en el desarrollo de los estudios

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 66  

antropológicos andinos por la importante influencia que éstas tuvieron en el paradigma

indigenista. En los años 50, los primeros andinistas tendían a ver la vida en los Andes como

arcaica, ineficiente y estática (Starn, “Rethinking the Politics” 15), visión que luego sería

reemplazada por una imagen exótica y romantizada de los Andes en los años 60 y 70. A partir de

los estudios de Murra (1956) que instituyeron el concepto de la verticalidad fundamentado en la

relación entre los pisos ecológicos de la montaña andina, se creó toda una escuela de

investigación que se concentró en estudiar la adaptabilidad de los habitantes de los Andes a su

entorno. El trabajo de Murra influyó en diversos estudios realizados a finales de los años 70 y

durante la década de los 80. Nico van Nierkerk explica que características específicamente

“andinas” fueron surgiendo de manera paulatina en estos estudios, como por ejemplo, la

reciprocidad, el parentesco y el control de recursos a lo largo de estos pisos ecológicos, lo que

contribuyó a edificar la idea de una unidad y orden andino pre-hispánico que había perdurado en

el tiempo. Adicionalmente, otros estudios sobre la cosmovisión, los ritos y la agricultura en los

Andes enfatizaron la naturaleza íntegra y holística de las sociedades andinas (101). Así, algunos

conceptos que emergen de estos estudios, tales como la personificación de las montañas y las

visiones apocalípticas de la historia, han perpetuado la idea de que los habitantes de los Andes se

encuentran fuera del flujo de la historia (Ross 353). Esta fascinación ejercida por el pasado lleva

a imaginar el presente de las sociedades andinas como una extensión de su pasado, lo que explica

por qué los estudios andinos se enfocan en las continuidades de la cultura andina, más que en los

cambios que ha experimentado a lo largo del tiempo a causa del impacto de la colonización

española y del capitalismo.

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 67  

Con la década del 90 empieza un periodo de revaluación de los estudios andinos de las

décadas anteriores. Orin Starn señala que la mayoría de los antropólogos han entendido “lo

andino” como una categoría evidente a pesar de ser un producto del discurso colonial y

postcolonial, y critica a los mismos por no reflexionar sobre las agendas personales, políticas y

teóricas que influencian la forma en que describen su materia de estudio, llevándolos a

reproducir la misma violencia epistémica que ejerce el orientalismo en el Medio Oriente (17).

Según este autor, los estudios andinos tuvieron un grado de complicidad en la propagación de la

imagen esencialista recurrente sobre las sociedades indígenas y campesinas como comunidades

estáticas, remotas y ancestrales que viven fuera del tiempo. Olivia Harris critica el artículo de

Starn, señalando que él se basa en la agenda hegemónica de los antropólogos estadounidenses e

ignora la agenda de estudiosos de otros países (27). Asimismo, M. J. Weismantel también critica

los estudios etnográficos sobre las sociedades de los Andes por reducir sus historias a una cultura

estática y atemporal que tiene poco que ver con la experiencia real de las mismas (861). Además,

en esta década aparecen estudios que cuestionan la tendencia a enfatizar continuidades y

homogeneidades, y que buscan superar la dicotomía simplista andino/occidental que contrastaba

un mundo andino atemporal, colectivo y en armonía con la tierra, con el individualismo y

materialismo de Occidente.

Paulatinamente, las premisas analíticas de la antropología cambiaron y fueron dejando

atrás las visiones estáticas sobre “lo andino”, término que ya no se refiere a una esencia, sino a

una pluralidad de características sujetas a continua transformación (Yépez del Castillo 52). Los

Andes se comienzan a ver como un lugar múltiple, cambiante, y sus habitantes no como la

expresión de rasgos primordiales de un pasado remoto, sino como parte de comunidades que

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 68  

continuamente están recreándose mediante procesos de innovación y recombinación de

elementos diversos. El campo de estudio adquiere una visión más amplia al juntarse, por ejemplo,

la antropología con la investigación histórica. Brooke Larson señala que la etnohistoria se ha

esforzado por estudiar las comunidades rurales locales de los Andes como construcciones

históricas cuya cultura política es dinámica y abierta, conectada con las experiencias históricas

de lucha y sobrevivencia de las comunidades. Esta disciplina impulsa un movimiento revisionista

de la historiografía en los siglos XIX y XX, cambiando la forma en que se veían los procesos del

mercado y la formación de la nación, así como las políticas de identidad étnica y alteridad en

diversos contextos regionales e históricos (19). Asimismo, algunos estudios se enfocan en cómo

las mismas comunidades andinas reelaboran el pasado y la memoria histórica (Abercrombie 11-

25; Rappaport 49), mientras otros han mostrado la identidad étnica como algo que fluctúa y

cambia dependiendo de varios factores. Olivia Harris ha demostrado que las identidades en los

Andes evolucionan en el tiempo como constructos históricos. En la actualidad la categoría de

“indio” en los Andes no se define en base a una categoría fiscal ni de clase como antes, sino mas

bien depende de cómo participan (o no) los sujetos en el mercado6. Dependiendo del género (la

relación de las mujeres con el mercado es más estable) y de su inserción en el mercado, se define

si la persona es indígena o mestizo, distinción que es cada vez más ambigua (Harris 372).

                                                                                                               6  Harris señala que los grupos indígenas han participado desde que los mercados fueron introducidos por primera vez en la economía andina, pero que siempre han estado en una posición de desventaja al participar de ellos. Esta autora indica que en la actualidad el triunfo de la filosofía neoliberal los valores positivos de la riqueza monetaria y la libertad están asociados fuertemente al término “mercado” y libre comercio. Tres amplias categorías de mercado son relevantes en la historia económica de los indígenas de los Andes: la tierra, productos y transportes, y el trabajo. Al analizar esta historia particular Harris concluye que los grupos indígenas de la mayor parte de las regiones andinas han vivido un proceso de empobrecimiento (“a history of wealth turned to poverty”) (375). Esta pobreza no ha sido sólo producto de la extracción colonial y neocolonial de las riquezas naturales, la erosión de la tierra y de sus instituciones, de la desigualdad de participación en el trabajo y el Mercado, sino también producto de los procesos en los que aquellos que pudieron acumular riqueza cambiaron su estatus y pasaron a ser “mestizos”.    

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 69  

Lo andino hoy

No es fácil determinar en las sociedades andinas el límite entre la influencia de la

antropología y las ideas que ya existían mucho antes sobre ellas. ¿Dónde comienza a converger

la influencia extranjera que condiciona la forma en que las comunidades se ven a sí mismas y las

ideas que existían a priori sobre ellas mismas? En The Hold Life Has, Catherine Allen describe

ciertos preceptos que los habitantes de Sonqo, una comunidad rural cercana a Cuzco, sienten que

les concede una pureza cultural andina que ellos mismos asocian a los incas. Hablar quechua, no

escribir, hacer su ropa a telar y comunicarse con sus lugares sagrados mediante el uso de la hoja

de coca son algunos de los elementos que expresan la diferencia cultural de los Runakuna y su

identidad histórica vinculada al imperio incaico. Allen señala que incluso a veces dicen “¡Somos

incas!” con mucho orgullo (219). Por su parte, Flores Galindo señala que los incas habitan la

mentalidad popular como una sociedad equitativa ya que en Perú están convencidos de que en

ésta no existía hambre ni injusticia (18). Esta mentalidad forma parte de la utopía andina,

memoria histórica donde el imperio es una imagen invertida de la lúgubre realidad peruana. Para

este autor peruano, “la utopía andina son los proyectos (en plural) que pretendían enfrentar esta

realidad. Intentos de navegar contra la corriente para doblegar tanto a la dependencia como a la

fragmentación. Buscar una alternativa en el encuentro entre la memoria y lo imaginario: la vuelta

de la sociedad incaica y el regreso del inca. Encontrar en la reedificación del pasado la solución a

los problemas de identidad” (17).

Entonces, parece que la creencia de ser herederos de los incas entre comunidades andinas

como la de Sonqo, no proviene de la adopción de ideas de la antropología. Más bien ésta podría

relacionarse con la memoria andina que reconstruyó paulatinamente el pasado andino,

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 70  

transformándolo en una utopía. Sin embargo, otras sociedades andinas contemporáneas, sí

parecen haber adoptado ideas provenientes de los estudios antropológicos, alterando la manera

en que éstos se ven a sí mismos, así como la forma en que recrean su memoria histórica y

consolidan identidades culturales. Joanne Rappaport en Utopías interculturales observa cómo

intelectuales Nasa leen antropología y lo aplican a su propia realidad cultural y social, no con

fines académicos sino políticos. Ellos resignifican el conocimiento occidental en el marco de la

política identitaria indígena, haciendo énfasis en la importancia de su etnicidad, porque

solamente en este contexto de la política identitaria indígena es donde ellos realizan esas

indagaciones intelectuales (49). Por otra parte, Denise Arnold arguye como la Reforma

Educativa en Bolivia introdujo teorías foráneas al curriculum de educación, aprisionando las

lenguas y culturas andinas dentro de un proyecto pedagógico mayor que imponía los valores de

un conocimiento universal (412). Esta autora propone repensar el enfoque de la enseñanza para

superar la perspectiva hispano-europea actual y proceder hacia una perspectiva más andina e

“intercultural”. La educación intercultural debe insertarse dentro del marco histórico de las

percepciones y usos previos de la población andina, debe reincorporar “la oralidad andina viva”

y los lenguajes semióticos y visuales de los textiles y kipus (429), entre otros elementos. Para

realizar estos cambios hay que “abrir el campo de la investigación para incluir la etnografía de la

escuela y su parte en la sociedad” (426), es decir, también hacer uso de conocimientos

antropológicos para desarrollar este importante proyecto de educación en Bolivia.

A pesar de que la noción de una cultura andina compartida en las zonas rurales de los

Andes se volvió cuestionable hasta el punto de ser abandonada por algunos círculos académicos

que vieron en su paradigma una ficción esencializadora o un mito romántico, la idea arraigada de

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 71  

la continuidad cultural entre el pasado prehispánico y el presente, como bien afirma Weismantel,

hoy constituye parte de la sociedad moderna andina (863). El indigenismo presente encuentra en

la continuidad con el pasado prehispánico una gloriosa herencia que no puede ser olvidada. De

esta manera, algunas comidas, bebidas, flora y fauna nativa, se usan como símbolos que

trasmiten la idea de una conexión entre el pasado y el presente indígena, tales como las papas, la

quinoa, la llama, el cuy y la chicha (Weismantel 863). Otros elementos estereotípicamente

andinos que aún perduran son los rituales, los mitos, las zampoñas y las ruinas incaicas (Zoomers

y Salman 4). Asimismo, para miles de personas hoy, principalmente en Bolivia, el nacionalismo

indígena basado en la imagen de sí como heredera de la cultura prehispánica adquiere cada vez

mayor fuerza, razón por la que el uso de símbolos que comunican este mensaje nacionalista se ha

vuelto cada vez más común. Por ejemplo, las vestiduras tradicionales que lleva el presidente de

Bolivia, Evo Morales, la inserción de la wiphala dentro de los símbolos de la nación, la

celebración del Willkakuti o año nuevo aymara en Tiawanaku el 21 de junio de cada año y la

celebración del día de la Pachamama el 4 de agosto como día nacional, son algunos de los

recursos empleados por el estado boliviano para remarcar la vitalidad de una identidad cultural

que si bien no es indígena en rigor, está asociada a un pasado indígena ancestral.

Es claro que en Perú y Bolivia la evolución de “lo andino” ha sido muy diferente. Si bien

en los dos países hubo una transformación del “indigenismo” que pasando por un “campesinado”

(peasantism), se convirtió en “andinismo” (Zoomers and Salman 8), en cada país estos procesos

tuvieron distintos periplos. En el caso de Bolivia, a partir de los años 40, las elites recurrieron al

indigenismo como base de un nuevo tipo de patriotismo. Este indigenismo nacionalista ha creado

un nivel de respeto por los grupos indígenas que condujo a la mayor participación de

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 72  

organizaciones indígenas en el estado y en la cultura nacional, lo que un siglo antes fuera

inimaginable. El estado boliviano ha promovido este respeto por el pasado indígena de la nación

no sólo mediante el empleo de los símbolos y la celebración de días “oficiales” ya mencionados,

sino también por medio de monumentos, desfiles y libros de historia (Abercrombie 421). Por lo

demás, es fundamental mencionar la contribución, a partir de 1983, del Taller de historia oral

andina (THOA) y la formación de una esfera intelectual de elaboración y expresión de

identidades culturales andinas, mediante la diseminación de publicaciones bilingües en aymara y

español, videos y radionovelas (Stephenson 103). Los integrantes de este grupo, Marcelo

Fernández, Esteban Ticona Alejo, Silvia Rivera Cusicanqui, Carlos Mamani Condori y María

Eugenia Choque Quispe, desean reescribir la historia boliviana y definen sus metas por oposición

a la lógica de la política homogenizante criolla en Bolivia. Como afirma Rita Felski, THOA

busca validar los reclamos indígenas, desafiando las estructuras de autoridad existentes por

medio de la crítica teórica y la actividad política (168). Actualmente, en Bolivia el énfasis que se

le da al componente indígena ha contribuido a la discusión de la situación de los pueblos

indígenas como uno de los temas más relevantes de la política nacional, y ha llevado a

redescubrir la realidad de los pueblos originarios.

Por el contrario, Perú ha tenido una transformación rural acelerada y mucho más radical

que en Bolivia. La población indígena es menor que en su país vecino y con la excepción de

algunos pocos grupos neo-indigenistas en las universidades, no se han formado amplias

organizaciones ni movimientos indígenas en el país (van Niekerk 112). A pesar de los intentos en

el pasado de algunos antropólogos y escritores indigenistas como Arguedas, por integrar y

valorizar al pueblo indígena, nunca se logró hacer que el tema de lo indígena fuera uno de los

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 73  

más relevantes en la discusión política nacional, así como tampoco fue posible formar grupos

políticos que defendieran los intereses de esta mayoría oprimida. Como ha señalado Degregori,

la supresión histórica de la identidad étnica convirtió a los indígenas en un “campesinado” (120).

Esta identidad étnica pasó a segundo plano ya que era asociado a la pobreza y la servidumbre, lo

que no contribuía a garantizar su ciudadanía política. Entonces, resultó difícil defender derechos

indígenas si en apariencia no existían. Adicionalmente, la identidad andina cambió por la

modernización, la migración y por procesos sociales traumáticos como los que provocaron las

acciones de la organización guerrillera Sendero Luminoso.

A pesar de que en las últimas décadas en el altiplano peruano no ha habido movimientos

significantes que reivindiquen los derechos de las personas indígenas, Erick Langer señala que la

temática indígena sigue siendo un asunto relevante en el país, lo que se hace visible, por ejemplo,

en la campaña electoral de Alejandro Toledo en 2001, en la que jugaron un rol importante las

referencias a su herencia indígena (xxi). De manera semejante, se mencionó “la raíz indígena

ayacuchana” de Ollanta Humala en varias ocasiones durante las elecciones presidenciales de

2011. La inclusión del tema indígena como parte de su futura agenda nacional influenciaron su

elección, ya que fue el apoyo del sur del Perú, sobre todo del Departamento de Puno -que está

compuesto por una mayoría indígena- el que contribuyó de forma decisiva a su elección como

presidente7. Sin embargo, van Nieckerk sostiene que en Perú, el interés en “lo andino” se ha

disipado o ha sido incorporado a agendas que giran alrededor de la multiculturalidad o la

                                                                                                               7 Según los resultados de la Oficina Nacional de Procesos Electorales de Perú (ONPE), Ollanta Humala se impuso en 19 distritos electorales en la segunda vuelta presidencial. Según el diario en línea El Comercio, éste “obtuvo sus mayores votos en la zona sur del Perú y fue Puno la región donde se impuso con mayor amplitud (77,946% frente al 22,054% de Fuerza 2011). También ganó en el centro y en la selva” (“Humala obtuvo…”).

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 74  

ciudadanía, mientras que para otros retiene su valor si se refiere a la forma en que las tradiciones

andinas sobreviven y se recrean (113).

La utopía en la obra de Gloria Mendoza y Boris Espezúa

Sin embargo, hay que preguntarse si la esencialización de “lo andino” es más bien una

proyección hacia el futuro que hacen estos autores, una construcción utópica de un mundo que

‘debería ser’ de una cierta manera, en vez de una imagen de una realidad que se percibe en el

presente. Si es así, entonces estos poetas están usando ciertos estereotipos como elementos de

resistencia que muestran la potencialidad de los pueblos andinos, es decir, lo que podrán ser en el

futuro, en vez de lo que son en el presente. Ellos sienten que necesitan un país diferente, razón

por la que buscan acercar el futuro que desean. Como dice Flores Galindo: “necesitamos una

utopía que sustentándose en el pasado esté abierta al futuro” (338). Creo que la estrategia poética

de estos autores no es una mera esencialización cultural basada en la reproducción de una visión

cultural influenciada por un proceso antropológico o el indigenismo intimista. Más bien, pienso

que la invención de la utopía por medio de la poesía es una manifestación de las “recreaciones”

de la cultura andina al que se refiere Montoya (La cultura quechua hoy 11), que está

continuamente reformulándose, adquiriendo nuevas formas e intentando actualizarse.

Thomas More fue el primero en hablar del concepto de utopía en 1516. Hasta el siglo

XVII este concepto se asociaba a una reinstalación del paraíso en la tierra y una construcción de

una sociedad ideal. Luego, con el apogeo del racionalismo, la utopía se comienza a presentar

como el mejoramiento de la sociedad alcanzable mediante el progreso, la innovación y el

desarrollo material (Burga 15). En una conversación entre Ernst Bloch y Theodor Adorno, Bloch

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 75  

describe la transformación del “topos” de la utopía. Ésta deja progresivamente de asociarse con

el espacio y pasa a relacionarse más con el tiempo (3), hasta que finalmente en los siglos XVIII y

XIX la utopía comienza a orientarse hacia el futuro (3). De igual manera, la noción de utopía que

desarrolla Bloch está íntimamente ligada al futuro. Él ve el potencial del futuro como aquello que

rompe y confronta la percepción de ciertas realidades como las únicas realidades (McManus 7).

Asimismo, el sujeto utópico es para Bloch el “yo” que no es aún y que se mantiene abierto,

extendiéndose al futuro: “we are already, as human, what we are not-yet . . . we exist

‘ecstatically’ in the literal sense of standing out ahead of ourselves towards an open future (Gunn

93). Por ende, para Bloch el ser humano está rodeado de posibilidad, no sólo de presencia.

De modo semejante, según Miguel Ángel Huamán, Arguedas entendía la utopía no como

lo que nunca va a ser, sino como lo que ‘todavía no es’ (116). Creo que también los poetas de

Puno estudiados intuyen el potencial creativo de la utopía, e incluso su potencial revolucionario

que, como afirma Fredric Jameson, pueden tener las obras utópicas (76). Por ejemplo, en la obra

de Espezúa, la utopía se manifiesta en la esperanza de un futuro mejor que retornará. Esta

esperanza está implícita en la importancia que le concede al mito del Pez de Oro en su obra

poética y en la incorporación de la noción andina del pachacuti, la inversión del orden del

mundo, al que más tarde me referiré en detalle. Además, el poeta recrea utópicamente un espacio

altiplánico ideal y una sociedad andina plena, heredera cultural de un pasado milenario.

Asimismo, mediante la rememorización poética del espacio andino inmutable, Mendoza crea un

lugar de inocencia infantil, de pureza e integridad, entre otros rasgos que lo convierten en una

utopía.

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 76  

Manuel Burga señala que la utopía andina constituye una de las estructuras estables de

representaciones colectivas en Perú, de la que cada grupo social hace su propia interpretación:

“Los campesinos indígenas la han convertido en inkarrí, los nobles rebeldes en el regreso del

Tahuantinsuyo, los políticos modernos en la prédica de una identidad cada vez más indígena del

Perú” (19). Es muy importante destacar que las obras poéticas estudiadas se manifiesta esta

estructura recurrente de forma distinta a la utopía andina. Según lo conciben Burga y Flores

Galindo, la utopía andina conlleva una transformación radical del orden social, una ruptura que

no está exenta de violencia en el que el indígena rechaza categóricamente al mestizo y al blanco

en tanto que representan el poder dominante y opresivo. La utopía andina, entonces, ofrece al

pueblo la posibilidad de cuestionar la historia y de obtener agencia política. Por contraste, las

poéticas de Espezúa y Mendoza se encuentran exentas de este sentido político ya que se enfocan

principalmente en la recreación idílica del lugares pasados y no en realizar una ruptura con la

sociedad dominante presente. De este modo, en sus obras los poetas construyen una realidad

alternativa que está fuera del tiempo y la historia, es decir, una utopía desprovista de la

radicalidad de la utopía andina. El proceso de pensamiento que lleva a los poetas de Puno a crear

una utopía poética se asemeja más a los procesos de otros grupos de artistas e intelectuales que

también realizan una búsqueda de identidad cultural. Por ejemplo, los intelectuales nasas en

Colombia viven un proceso similar. En su estudio Utopías Interculturales, Rappaport indica que

para los nasas, el entendimiento de la cultura es una proyección hacia el futuro. Un “deber ser”

que proyecta potencialidades culturales en vez de “realidades culturales” presentes. Esta

mentalidad utópica altera la percepción de las nociones esencializadas de cultura8. De esta

                                                                                                               8 Rappaport  advierte que hay que tener cuidado de calificar a estos intelectuales indígenas de esencialistas al describir a la cultura

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 77  

manera, el proyecto autoetnográfico de los nasas revela la existencia de un proyecto utópico de

un “adentro” cultural auténtico al que los intelectuales nasas se esfuerzan por pertenecer. Ellos

intentan superar la brecha que los separa como intelectuales de un ser nasnasa (muy nasa), es

decir, de habitar este “adentro” cultural (57). El “adentro” cultural equivalente para los poetas

puneños en cuestión son las comunidades rurales campesinas en Perú (para Mendoza) o en las

islas del Titicaca (para Espezúa) donde se vive de manera más tradicional, fuera de contacto con

la urbe.

Por otra parte, Susan McManus analiza el movimiento Zapatista a la luz del pensamiento

utópico de Bloch y señala que es un ejemplo contemporáneo de una epistemología de lo posible

(del pensamiento utópico), el que impide la fijación y la reproducción de relaciones de poder (3).

El discurso del Subcomandante Marcos, según Mc Manus, articula la revolución de manera que

se deja abierto a la transformación y a la indefinición; lo que contrasta con formas de

pensamiento legislativas típicamente cerradas, acabadas, contenidas en sí mismas. Ella explica

esta visión de la utopía como disrupción temporal y epistemológica:

Alterity, critique, prefiguration and transformation are vital components to thinking utopia via a

creative epistemology of the possible that is constitutively fictive in its refusal of reified modes of

thought and action. Concrete utopia and comprehending hope is the process of iconoclastic

rebellion, epistemological as well as political, of struggle, within which possible futures are

fabricated. The institutional moment is the closure of politics; the utopian grasping of the future,

the opening. (18)

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     nasa como una “cosa” permanente, monolítica y permanente, ya que si bien existen aproximaciones esencialistas, éstas responden a los requerimientos del Estado, “que exige a los grupos indígenas que se definan de acuerdo a una esencia cultural en sus planes de desarrollo, en sus currículos bilingües y en la codificación de la ley consuetudianaria” (57).  

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 78  

Las obras de los poetas estudiados a continuación también abren espacios que permiten

pensar lo que ellos conciben como el ideal andino como las bases para un futuro posible. Al dejar

atrás premisas fijas y estáticas del Estado excluyente peruano, permiten pensar en nuevas

opciones de empoderamiento cultural y de resignificación identitaria que les será útil para crear

este futuro. En los poemas que estudiaré a continuación de Espezúa y Mendoza encontramos

todos estos componentes vitales mencionados por McManus de la utopía de “lo posible”. De este

modo, en éstos existe la alteridad, los sujetos poéticos se sitúan en una posición alternativa a la

cultura dominante; hay crítica, al señalar la opresión y silenciamiento cultural en el que viven;

hay también transformación, al buscar cambiar la sociedad en la que habitan y finalmente, existe

prefiguración, al imaginarse un futuro en el que se manifiesta la riqueza cultural del mundo

andino.

En los poemas estudiados a continuación existe un espacio utópico (re)creado que los

poetas sitúan fuera del tiempo y del transcurrir de la historia. La ausencia de historia en este

espacio, es decir, su carácter inmutable y estático, hace posible la idealización de la misma. Así,

la relación armónica del hombre con su entorno, la permanencia de los rituales, la inocencia de

los habitantes y la perfección del paisaje natural, son todas manifestaciones del deseo de los

poetas de hacer perdurar ciertos valores y tradiciones del mundo andino, y de afianzar el vínculo

de éste con el pasado milenario de las culturas del Altiplano. Entonces, esta utopía reúne los

rasgos potenciales de un mundo alternativo que reivindicará en el futuro el valor de las

sociedades andinas.

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 79  

Los múltiples senderos del agua: la función de la memoria en la poética de Gloria Mendoza

No es extraño que las primeras palabras de La danza de las balsas aludan al agua del lago

Titicaca. Gloria Mendoza creció en lugares cercanos al lago y en sus poemas retorna a ellos a

través de la memoria, buscando revivir la plenitud de su pasado. Bajo el título “Navegando en el

recuerdo” se congregan los siguientes versos en los que se señala la importancia de la memoria:

Éxtasis de vientos

viaje de mil caminos

modelaron

su piel de ande

dentro de mí

espuma del lago

danza de balsas (31)

Este primer poema subrepticiamente nos da la clave para entender la importancia del

recuerdo en la obra de Mendoza. En el primer capítulo mencioné que en la obra de esta poeta, el

agua simboliza el emerger del inconciente y el reconocimiento de los deseos ocultos de la

persona. El título de este poema, “Navegando en el recuerdo”, presenta el acto de recordar como

un viaje a través de las emociones y las sensaciones que produce este encuentro con el pasado.

Este “viaje de mil caminos” crea en el sujeto del poema un espacio interior que asocia

íntimamente al lago Titicaca y a su entorno andino en los versos: “modelaron / su piel de ande /

dentro de mí”. Gradualmente los recuerdos del lago, los apus, la lluvia, las balsas, el viento,

crean un universo paralelo en el que éste se sume cada vez que visita este tiempo-espacio andino

en la memoria como sucede en “Sueño velado”:

y aún sueño con mi origen

balsera en el Titicaca

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 80  

Juliaca – Huacané –Moho

Puerto Puquis – Chingani

sepárenme un lecho de agua

debo naufragar

escapando del tiempo

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

añoro la tierra a la que no puedo volver. (La danza 37)

No sólo en este poemario sino a lo largo de toda su obra, Mendoza se asoma con

curiosidad a los lugares donde vivió los primeros años de su infancia y su adolescencia (“Juliaca

– Huacané –Moho / Puerto Puquis – Chingani”), asombrándose por los recuerdos que nacen de

este encuentro. Describe con mucha emoción y belleza los lugares y los seres cercanos a ella que

emergen de ese pasado: la pequeña amiga de la infancia que “quedó / peinando / el retorno”, las

enseñanzas de su madre (“mamá Herminia / recitando a Barreto” (60)), la presencia vívida del

padre (“En Huancané / fue enterrado el padre” (101)). Estos recuerdos del espacio altiplánico

forman un lugar andino ideal fuera del tiempo, creación por medio del que el sujeto busca evadir

la nostalgia que causa el paso del tiempo (“escapando del tiempo /… añoro la tierra a la que no

puedo volver”) y, a la vez, intenta superar la sensación de desarraigo en el presente. Recordemos

brevemente una de las múltiples instancias en la obra de Mendoza donde el sujeto lírico migrante

reconoce la imposibilidad de encontrar un hogar:

no hay respuesta

sobre el punto

dónde sería

tu morada. (55)

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 81  

La incertidumbre de estos versos es superada por la rememoración del espacio atemporal, como

por ejemplo en “Floración del ayer”, poema incluido en Dulce naranja dulce luna (2001):

Huancané es el recuerdo

de dulce brisa

de calles empedradas

carnavales andinos

La muchacha

quedó

peinando

el retorno

. . . . . . . . .

para estrecharte

para que no te alejes

del origen. (104)

En la obra de Mendoza la descripción del espacio rural está conectada a la noción de “lo

andino” discutida anteriormente. La elaboración del espacio altiplánico en su escritura se apropia

inconsciente o conscientemente de la mirada antropológica y el indigenismo intimista, que

idealiza la cultura andina. A este espacio se le atribuye el carácter primordial de un centro

cultural o espiritual que existe desde tiempos prehispánicos y que ahora espera ser redescubierto

–tal como la muchacha que espera pacientemente el retorno del sujeto en el poema (“la

muchacha / quedó / peinando /el retorno”)– para que no pierda su conexión (el individuo o la

comunidad) con el lugar de origen espiritual al alejarse de él (“para que no te alejes / del origen”).

El indigenismo intimista de Arguedas supone una conexión espiritual e interétnica entre las

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 82  

personas basado en un lugar común que todos comparten (Tarica 9), y los poemas de Mendoza,

una y otra vez aluden a este lugar de conexión, “centro” u “origen” espacial en el que radica el

alma o “corazón” de los Andes:

hojarascas apuran al viento

y el corazón de los Andes

paloma herida

se instala en el hombre

hemos arribado a la piedra

al origen

al látigo que detuvo al tiempo

en lo alto de Poco Paka. (cursiva mía, Dulce naranja 78)

Asimismo, la escritura indigenista situaba a lo indígena en la raíz o los pies, lo que luego

migró simbólicamente en el cuerpo nacional hacia el corazón, las entrañas o la lengua (Tarica 5).

En varias instancias de su obra, Mendoza se refiere a partes del cuerpo, como las entrañas o el

corazón, para describir el entorno andino, dotándolo de humanidad. Por ejemplo, en los versos,

“papas asadas en la entraña de la tierra” (La balsa 45) y “el lago tendía / su corazón turquesa /

sobre el muelle” (Dulce naranja 102), la tierra y el lago Titicaca son humanizados tras brindarles

una corporeidad específica. De esta manera, enfatiza la unión del hombre andino con la tierra,

donde ambos están vivos e interactúan de manera holística. Por medio de esta forma de

caracterizar la naturaleza de manera íntima, mediante la humanización corporal o indicadores de

su suavidad y dulzura (“paloma herida”, “dulce brisa”), Mendoza recrea el tiempo-espacio cuyos

orígenes se encuentran en un pasado incorrupto donde las tradiciones ancestrales quechua-

aymara y la geografía andina están plenas, llenas de vitalidad. Además, en sus poemas se emplea

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 83  

este lenguaje íntimo para referirse a la parte más íntima del hombre, su centro o núcleo profundo

con el que el hablante lírico se conecta al estar en la naturaleza del Ande, como se observa en el

poema anterior, al subir a lo alto del cerro de Huancané (“en lo alto de Poco Paka”).

La noción de “lo andino” en esta poesía, además de los rasgos de centralidad (“el origen”,

“el corazón”, “las entrañas”), tiene otros atributos como la pureza y la inocencia. Alcida Ramos

señala que ciertos rasgos están asociados a los indígenas desde la llegada de los europeos a

América, entre ellos, la ausencia de malicia, la credulidad, la inocencia y el candor, lo que los

acercaría a la forma occidental con que se percibe a los niños. Esta forma de pensar en los niños

como ingenuos, inocentes, confiados y simples, inspirada por Aristóteles, le brindó la excusa a

los europeos para que pudieran mantener a adultos de otras culturas bajo su tutela, ya que según

ellos, no eran capaces de tomar decisiones racionales y morales (15). Incluso la tentativa

justiciera de Fray Bartolomé de las Casas al probar la humanidad de los indígenas, naturalizó la

idea de que los indígenas eran los más inocentes de todos los seres, noción que también

influenció al indigenismo moderno (Tarica 17). Aún se encuentran indicios de esta inocencia en

la escritura de Mendoza cuando describe la sociedad andina rural y su entorno natural. Por

ejemplo, el poema “Intacto está el río Mukuraya” aparecido en Q’antati deshojando margaritas,

nos habla de un lugar que se ha conservado igual a como era en sus inicios, un espacio de

inocencia y frescura infantil:

A pesar del tiempo

y la muerte

todo está intacto

cóndor en los acechos

intacta está la niñez en los andes

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 84  

Río Mukuraya en la inocencia

de las muchachas

que se prenden frescas cantutas

en la trenzas

y corren alucinadas

por la humeante campiña de girasoles (30)

Lo primero que llama la atención en estos versos es la frescura del espacio andino al no

estar contaminado por la sociedad moderna. El tiempo real ha pasado y sin embargo, los Andes y

sus habitantes (“en la inocencia / de las muchachas”) se conservan en el candor de una infancia

imperturbable ya que la sociedad rural ha logrado sobrevivir siglos íntegra (“intacta está la niñez

en los andes”). La percepción de este espacio como “fuera del tiempo” no es, sin embargo, algo

nuevo. Ya señalé anteriormente como Weismantel criticó los estudios etnográficos de las

sociedades de los Andes por reducir sus historias a una cultura estática y atemporal que tiene

poco que ver con la experiencia real de las mismas (861). En estos versos sobrevive dicha visión

que tiende a ver los Andes como un lugar que se mantiene en una atemporalidad, donde persiste

una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza, como en estos versos de “Naturaleza

viva”:

toda cascada

tiene su encanto

abre la boca

afila

sus colmillos de agua

dispara chorros irreverentes

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 85  

refresca

y riega

la inocencia en los andes. (Q’antati 24)

La naturaleza es un agente, una fuerza viva y humanizada (“abre la boca / afila / sus

colmillos de agua”) que permite que aún en este lugar se viva con espíritu inocente, (“refresca / y

riega / la inocencia en los andes”). Si bien en el poema el poder de lo natural hace posible que

siga existiendo “pureza” en este espacio, en “Júbilo aymara”, el poder del ritual ayuda a que la

comunidad vuelva a su estado integral, que es descrito como un retorno a la niñez:

En las comparsas

de lejanas vacaciones

el tiempo

ha detenido

el vuelo de los cuervos

en una pollera

y un poncho

. . . . . . . . . . .

nuevamente

niños todos

oh maravillosa altiplanía. (Dulce naranja 105)

Se detiene el tiempo en esta celebración colectiva y ritual en medio de la música y el

baile de las comparsas (“el tiempo / ha detenido / el vuelo de los cuervos”). La presencia de los

cuervos, símbolo tradicional de la muerte, indica el inevitable paso del tiempo que se detiene

para dar paso a un tiempo ritual en el que pueden sumirse los habitantes de los Andes, y volver a

un estado primordial y pleno. Los últimos dos versos, “niños todos / oh maravillosa altiplanía”,

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 86  

refuerzan la visión del espacio andino como un espacio de inocencia infantil, carácter

supuestamente heredado de los habitantes prehispánicos de los Andes y que habría perdurado a

lo largo de los siglos.

No obstante, en este punto es necesario preguntarse, ¿por qué elige Mendoza retratar el

espacio andino de una forma que podría considerarse esencialista, al ser permanente y

monolítica? Esta autora busca mostrar la potencialidad del mundo andino mediante la creación

utópica de un mundo atemporal. Por esta razón, el recuerdo de un espacio interior del lago, de los

apus, de la lluvia y los amigos de la infancia, paulatinamente va creando un universo paralelo en

el que el sujeto lírico se sume cada vez que desea visitar este tiempo-espacio andino en su

memoria. El hecho de que Mendoza remarque en sus poemas que este mundo habita sólo en su

memoria, realza el carácter utópico del mismo. Si este mundo utópico solamente existe en sus

recuerdos entonces no existe en la realidad, pero “podría” existir y “debería” existir ya que en la

utopía se potencia toda la riqueza cultural, intelectual y espiritual de las comunidades andinas,

opacadas por la cultura dominante en Perú. Por ende, este mundo creado es un refugio para

revivir con nostalgia la infancia, la inocencia y el sentido del asombro asociadas aquí a las

comunidades rurales. Por medio de un acto de voluntad del ‘yo’ poético, ésta hace perdurar la

cultura viva en su memoria (“plaza mayor / juro eternizarte / intensa” (Dulce naranja 106)), a

veces incluso resistiéndose a alterar en lo más mínimo al mundo interior inventado, como se

observa en el poema “Incansable”. Hasta una pequeña alteración en el recuerdo (o en “el sueño

de poetas”) haría que los mismos constituyentes del espacio entraran “en huelga”, trastocando el

orden:

mi dulce

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 87  

y múltiple infancia

no podría llegar

a cambiarla

qolilita

al intento

se levantarían

en huelga los grillos

en los ventanales

de las abras

que cobijan el sueño de poetas

amo el origen de esa geografía

de inocencia

altivo aymara wala wala. (Q’antati 33)

En estos versos el hablante desea que todo se mantenga igual en su recuerdo de la “geografía de

inocencia”, el espacio intocado e inamovible de su infancia. A pesar de la resistencia al cambio

que se observa en estos poemas, en algunos momentos fugaces en la obra de Mendoza se

vislumbra el peso de una historia atravesada por la violencia que vivió Perú. Por ejemplo, en el

poema “Muchos años después de Accomarca”, irrumpe la violencia en la sierra, antes tranquila y

en perfecta armonía:

Desde el río

un rumor de sombras y batracios

sigilosamente

desembocan

entre secretos caminos

puentecillos de piedra

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 88  

papales a flor de vida

estalla

el silencio desgarrador

perplejas las montañas

contemplan

con sus ojos de ave solemne

que todo lo ve que todo lo sabe

pero debe callar

ni los acertijos de la coca

avizoran

la hecatombe

puntapiés en las puertas

acompasadas por carajos

“¡asamblea!”

asombrados campesinos

son reunidos

en una choza

dos granadas

adentro

la choza es una antorcha

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

nadie los vio

jamás estuvieron en Accomarca (54)

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 89  

El mundo utópico descrito en estas estrofas está lleno de la belleza natural del rumor del

río, los pequeño puentes y los cultivos de papa. Todo está vivo y palpitante, ni los más sabios

apus ni la sagrada hoja de coca (“perplejas las montañas / contemplan”; “ni los acertijos de la

coca / avizoran / la hecatombe”) vaticinan una desgracia. Sin previo aviso, la violencia

interrumpe la armonía y los campesinos mueren en una masacre cruel. Aquí hay una ruptura con

los poemas anteriores. El hecho de enfatizar que ni los apus ni la coca pudieron anticipar la

desgracia, parece indicar una falla en la imagen idealizada del mundo andino. Del mismo modo,

en “Por los baños de Uyurmiri”, el hablante lírico recuerda los hijos de otros campesinos que

desaparecieron en ese lugar: “cuantos jóvenes / habrán desaparecido / en estos páramos” (Dulce

naranja 45). Estos hechos de violencia son tan tremendos que logran penetrar el sueño utópico

en estas oportunidades, causando una escisión del sujeto poético. No obstante, son realmente

muy pocas las instancias en que se desestabiliza este mundo apacible que concentra todo el

potencial de lo que podría ser la utopia futura: modelo ecológico y espacio armónico donde los

seres viven en paz entre ellos y en sintonía con la naturaleza.  

Para concluir, el espacio andino creado por Mendoza tiene varios rasgos esencialistas que

derivan de las ideas sobre “lo andino” propagadas por la antropología y el indigenismo: es un

espacio íntimo, primordial, espiritual; un espacio de equilibrio ecológico y conexión entre los

seres humanos y la naturaleza; y un espacio estático, atrapado en una etapa infantil e inocente.

Sin embargo, la obra de Mendoza no se limita a reproducir ideas preconcebidas de “lo andino”,

sino que hace uso de éstas para crear una utopía, un tiempo-espacio inventado que subyace en la

memoria y que le ayuda al hablante lírico a superar el sentimiento de desarraigo presente,

producido por la migración y la opresión cultural. La creación de este mundo es una estrategia de

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 90  

resistencia cultural que refleja los deseos del hablante lírico y su anhelo de impulsar la formación

de un futuro diferente para las comunidades andinas.

En busca del Pez de Oro: la re-indigenización en la poesía de Boris Espezúa

A lo largo de la obra de Espezúa vemos una profunda transformación. En varios

momentos, A través de un ojo de un hueso, muestra la marginalidad de la cultura andina en la

sociedad neo-liberal peruana del siglo XX; y luego, en otros lugares de esta obra y en poemarios

posteriores, como Tránsito de amautas y otros poemas y Alba del pez, el sujeto lírico incita a

valorar y revitalizar esta cultura. De manera semejante a lo que sucede en los poemarios de

Mendoza, en la obra de Espezúa hay una búsqueda por sobreponerse al desarraigo y la

fragmentación psicológica causados por la migración y una identidad cultural fisurada, lo que

logra recreando en su escritura un espacio atemporal andino que se mantiene idéntico desde

tiempos ancestrales, un refugio utópico a orillas del lago Titicaca. La rememoración poética de

este espacio mitificado permite percibir la continuidad entre el pasado y el presente de la cultura

altiplánica, devolviéndole a la obra de este poeta puneño un sentido de completitud y pertenencia

a un lugar y una cultura. Sin embargo, a diferencia de Mendoza –quien se concentra en la

creación de este espacio como un lugar donde se conserva la inocencia de tiempos pasados–

Espezúa enfatiza la riqueza cultural actual del pueblo altiplánico, heredero de la mitología, la

simbología, los ritos y la tradición literaria y musical de las culturas prehispánicas que habitaron

ese mismo espacio.

Para poder observar esta transformación en la obra de Espezúa, recordemos brevemente

el conflicto identitario en los poemas analizados en el primer capítulo del poemario A través del

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 91  

ojo de un hueso, donde el hablante lírico no pocas veces expresa incertidumbre con respecto a su

identidad cultural, deseando en ocasiones “ser otro” y no un sujeto migrante en una situación

precaria en Lima, como en el verso: “quiero ser otro, ¿pero quién, no fiel a mi mismo?”(57). El

centralismo de Perú, la opresión de la cultura andina y la tentación de negar su identidad son

todas preocupaciones que afectan intensamente a este sujeto, como se puede apreciar también en

los primeros versos de “Tiempo de awquis”: “Puedo vivir todas las patrias sin egoísmo y no ser /

un caracol de arenas que se envuelve a su centro / puedo pelear lo indio y encontrarme Aymara

hasta / el tuétano más nimio” (16)9.

A pesar de ser un país heterogéneo en el que conviven varias culturas -entre ellas la

quechua y la aymara- en Perú prima la cultura “oficial” criolla de la costa limeña, donde se

encuentra el poeta en el centro de poder (“un caracol de arenas que se envuelve a su centro”),

que relega a las demás a una posición de dependencia e inferioridad. La auto-negación cultural

que surge en los sujetos mestizos a causa de su posición subalterna los lleva a querer

“blanquearse” culturalmente y a no querer aceptar su ascendencia aymara. Así, varias unidades

semánticas del texto señalan que la cultura andina se encuentra oprimida, muerta e invisibilizada

(“ceguera”, “dormido”, “entierra”, “clavada”) por esta cultura limeña:

¿Adónde van los muertos?

sólo tu sabes Pez de Oro, de la ceguera del ojo cruel

del átomo dormido

del granito hombre que se entierra

Gamaliel, Gamaliel, Khori-Puma de las púas del junco,

de la ira de los jakes

                                                                                                               9  Los versos citados a continuación son extraídos de una misma antología, Tiempo de Cernícalo (2002), que reúne tres poemarios completos de Espezúa: A través del ojo de un hueso (1989), Tránsito de Amautas (1990) y Alba del Pez (1998).    

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 92  

¡álzanos! contra la edad clavada en el pecho (17)

En estos versos de “Tiempo de Awquis” los animales mitológicos aymara –el Pez de Oro

y el Khori-Puma–, son símbolos de la fuerza y renovación cultural que terminarán con la

tremenda opresión de la cultura andina en este momento histórico (“la edad clavada”). Ambos

animales son figuras de mucha importancia en la obra de Gamaliel Churata, El Pez de Oro

(1957) que algunos llaman la “Biblia” andina por ser un texto que inspiró (y aún inspira) a

múltiples autores andinos. El mito habla del nacimiento de un Pez de Oro como el resultado de

una relación entre un puma y una sirena10. El Khori-Puma se come a la sirena (Khesti-Imilla) y a

su hijo, dejándose ahogar por las aguas del lago. Entonces, el padre puma, arrepentido, forma

una laguna de lágrimas en el que su hijo el Khori-Challwa o Pez de Oro, revive y le recuerda al

Khori-Puma: “Cuitado, Khori-Puma (conminábale el Principe Suchi): si dejas de llover, y no

formas mi laguna; entonces si me ahogaré” (84). El Pez de Oro revive en esta laguna y aunque es

tentado luego por la Aurora para salir de ahí, el Pez resiste y se queda en las aguas del Titicaca.

En una entrevista que sostuve con Espezúa, él explicó la excepcional importancia del símbolo

del Pez de Oro en su obra y la de Churata. De esta forma, me señaló que este símbolo se remite a

un pez real que habita el lago Titicaca llamado “Suchi” que adquirió dimensiones míticas en la

obra de Churata:

El pez tiene todo un componente animista, curativo, esperanzador, ritualista, sagrado. Entonces,

algo de eso ha querido rescatar el propio Gamaliel y yo también continúo con ello. Entonces,

refuerzo el mito del pez de oro […] que está al fondo del lago. ¿Por qué hice esto? Porque

Gamaliel Churata, cuando escribe El Pez de Oro, recrea el devenir de un pueblo, de un mañana

totalmente renovado que surgirá de dentro. Esto simboliza el pez que está durmiendo. Eso es

                                                                                                               10  Bosshard señala que las relaciones entre mamíferos y anfibios parecen indicar en la mitología andina el fin de un mundo viejo y el comienzo de otro, lo que a la vez se corresponden con una serie de iconografías precolombinas (522).  

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 93  

antropogénesis, es un mito y yo hago hablar a este mismo pez mítico . . . Y muchas personas que

estamos enclavados en el Altiplano creemos en los mitos porque de algún modo a través de ello le

damos un sentido y valoración a muchas de nuestras cosas. Esas cosas están vinculadas con los

mitos ancestrales del Altiplano que nos vienen como herencia de las culturas precolombinas. Por

ejemplo, el mito del Pez de Oro y el mito del pachacuti todavía se viven acá y resumen los

cambios cíclicos que tienen que haber. Y en los que se afirma que nosotros vamos a tener a futuro

un mundo renovado y esperanzador. Eso está internalizado en la fe y en las formas de vida del

Altiplano. (“Entrevista a Boris Espezúa Salmón” Echeverría)

Esta explicación sobre el sentido revolucionario del Pez enlaza perfectamente con la

luminosidad con la que está asociada en los textos de Espezúa. Por ejemplo, en el poema “Alba

del Pez”, el Pez de Oro conjura una “nueva luz” y extingue “las sombras” que rodean la cultura

andina: “Es la herida cósmica del Pez de Oro / desbrozo de fuego y totoras perpetuas / la que

habla desde el lago / para conjurar con el tiempo una nueva luz / y extinguir todas las sombras”

(Alba del Pez 73). El pueblo andino se encuentra simbolizado por el Pez, que aunque luminoso,

se encuentra en la oscuridad de la opresión, en el silencio más profundo al fondo del lago, hasta

que llegue el momento de renacer y manifestarse nuevamente al mundo. Como señala Espezúa el

mito del Pez de Oro y el mito de pachacuti dan cuenta de la visión cíclica del tiempo que persiste

en el pueblo aymara. “Pacha” significa “tiempo espacio” y “kuti”, “regreso o vuelta”. Juntas,

según Layme, estas palabras se refieren a un regreso del tiempo o de una revolución (129).

Según Flores Galindo, la noción del pachacuti en la mentalidad andina prehispánica “es una

fuerza telúrica, especie de cataclismo, nuevo tiempo y castigo a la vez” (33). Para muchos la

conquista fue un pachacuti, una inversión cataclísmica de la realidad. Lo que antes era bueno y

superior –el mundo prehispánico– quedó supeditado a un plano inferior, a lo oscuro y al

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 94  

desorden del mundo colonial. Según este autor, la imagen invertida de la realidad colonial fue el

resultado de largos procesos históricos de enfrentamiento entre el pensamiento occidental y el

andino (67). En el poema de Espezúa, el mito del Pez tendría un sentido similar: al salir del

fondo oscuro del lago se reestablecerá el orden perdido y se le devolverá toda la luminosidad del

día al mundo andino. Así, el Pez simboliza la vuelta del equilibrio al mundo por medio de hechos

cataclísmicos o una revolución renovadora.

Este despertar del mundo andino no sólo se conjura en la obra de Espezúa a través de la

figura del Pez, sino también por medio de la exhortación al espíritu del mismo Churata, para que

pueda librar del silencio y la oscuridad en la que se encuentra sumida la jake o jaqi, es decir, la

gente aymara (“la ira de los jakes”). Churata, junto a José María Arguedas y Luis Eduardo

Valcárcel, son algunos de los awquis a los que hace referencia el título del poema “Tiempo de

awquis”. Según Layme, un awqui o awki es un anciano respetable o patriarca (40). En el

contexto de este poema los awquis son los intelectuales indigenistas más renombrados en Perú,

que luchan por el reconocimiento del valor de la cultura andina quechua y aymara. En la

siguiente estrofa, el hablante lírico del poema elige a estos escritores, por sobre otros que

identifica con Lima y la cultura de la costa, tales como Alfredo Bryce Echeñique y Mario Vargas

Llosa:

Puedo dejar a Bryce y Vargas Llosa, pero no

a José María Arguedas, hermano

de diamantes y pedernales y del viento del que

salió de niño

subiendo por donde la luz alumbra ancho y primero

para ser por siempre su ranura de sol

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 95  

corriendo en letras dolidas de inmenso ande

por las pajas más altas escuchando charangos,

zampoñas y quenas

estrujando corazones

junto al mismo viento de Valcárcel y Churata

que nos traga

este entorno que nos envuelve

a quedar solo Paisaje límpido

para gritar

¡somos todavía sustancia viva!

y el gran Wamani venga a saltar sobre rocas

y pampas (17)

Entonces, la escritura de estos autores profundamente ligada al mundo andino (“letra

dolida de inmenso ande”) traerá la esperanza e iluminará simbólicamente las tinieblas en que se

encuentra sumido el pueblo andino subyugado (“la luz alumbra”, “ranura del sol”). Ellos son

guías o héroes culturales quienes a través de su escritura le devuelven la vitalidad a esta cultura.

Y no sólo la literatura, sino también la música (“charangos / zampoñas y quenas”) que es un

símbolo del renacer cultural que se anuncia con fuerza en el verso: “¡somos todavía sustancia

viva!”, con que se responde a la pregunta del verso anterior, “¿Adónde van los muertos?”,

ofreciendo una mirada reivindicadora, indicando que la cultura andina no está muerta, sino que

espera la hora en la que se le restituirá su antiguo valor.

Este poema hace un llamado a revivificar la cultura andina quechua-aymara, cuya riqueza

reside en los elementos culturales propios como los instrumentos musicales, la mitología y la

tradición literaria. Sin embargo, tal como indica el primer verso del poema, “Puedo vivir todas

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 96  

las patrias sin egoísmo”, Espezúa no aboga por una pureza cultural andina que desprecia y se

separa de la cultura occidental. Lo que él quiere es que se valore la cultura aymara y quechua,

como una parte integral del heterogéneo mundo andino:

De tal modo es que nosotros queremos revelar lo que es el mundo andino y recrearlo a través de la

poesía. Eso implica abordar la filosofía, la religiosidad, el ritualismo, el misticismo y todos los

demás componentes que tiene el mundo andino. En este caso, particularmente el mundo aymara.

Sin embargo, debo de decir de que yo no apuesto necesariamente por una causa propiamente pura

o ancestral, porque creo que eso es retrasarnos, regresar a una utopía, como decía Mario Vargas

Llosa. Creo más bien que la apuesta es por una integralidad donde se impongan nuestros amarus

identitarios y por aceptarnos como somos. (“Entrevista a Boris Espezúa Salmón” Echeverría)

El valor del mundo andino no sólo se encuentra en el poema, en su riqueza cultural, sino

también en la naturaleza y el espacio geográfico del Altiplano. Por esta razón, la naturaleza juega

un papel fundamental en “Tiempo de awquis”. El tiempo-espacio exaltado en el poema es “el

inmenso ande”, que es representado como un paisaje natural de pampas, viento, dioses-montaña

y piedras. Una característica fundamental de la cosmovisión quechua-aymara es la relación

estrecha entre las plantas, animales, espacio y los seres humanos. Los lugares son divinidades

que tienen espíritus dueños o guardianes (como los Wamanis) y la tierra o Pachamama tiene un

carácter sagrado. Esta relación sagrada con el entorno nos ayuda a entender la relevancia del

“Paisaje” (lo que ya indica el uso de la mayúscula “P”) en el poema: destaca la continuidad de la

relación armónica y respetuosa del ser andino y su entorno, legado del pasado milenario de este

pueblo. Así, el Wamani, el espíritu de la naturaleza, sigue saltando de lugar en lugar (“y el gran

Wamani venga a saltar sobre rocas / y pampas”), y se mantiene tan vivo como los espíritus

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 97  

(simbolizados por el “viento”) de Arguedas, Churata y Valcárcel (“viento del que salió de niño”,

“viento de Valcárcel y Churata”).

Los siguientes poemas de Espezúa, “Altiplano”, “Amantaní” y “Taquile”, están

desprovistos de densidad histórica, lo que permite construir un espacio idealizado e inmutable en

el tiempo, estático en el espacio y carente de toda malicia. Es decir, podemos pensar en una

subjetividad poética que idealiza “lo andino” a partir de la ausencia de historia. De este modo, el

poema “Altiplano” del poemario Alba del pez, empieza con la descripción minuciosa del espacio

altiplánico. El lago Titicaca, las montañas (Apus), las balsas, las apachetas, las piedras, el barro y

sobre todo, el pueblo, son elementos importantes de este espacio apacible y acogedor:

cruzando el lago hay una bienvenida de totora y pómulos

quemados por sueños incendiados.

Hay un pueblo suspendido en siglos y sus ojos amables

hay una balsa que busca nuevos rumbos

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Cruzando el Altiplano los siglos son segundos y los

minutos años, los cantos de los Apus y del

barro las heridas que agrietan en las Apachetas (112)

Lo que inmediatamente llama la atención del espacio descrito es su carácter estático y atemporal

al encontrarse “suspendido en siglos” que son, a la vez, “segundos y los / minutos años”.

Podríamos pensar que la forma en que Espezúa concibe este lugar –como estático y fuera del

tiempo real– y sus habitantes, es una simple apropiación de los estudios etnográficos de los años

60 y 70 que describen el espacio altiplánico como existente fuera del tiempo y a los campesinos

andinos contemporáneos como nobles herederos de las más puras y antiguas tradiciones (Starn,

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 98  

“Missing the revolution” 64). Sin embargo, el esencialismo que se presenta aquí tiene una

función utópica, es un guía para rescatar elementos del pasado andino, que ayudan a proyectar lo

que espera que sea este lugar en el futuro. Este potencial futuro de los pueblos andinos se

encuentra expresado en el mismo mito del Pez de Oro, ya que éste espera al fondo del lago,

preparándose para salir cuando sea tiempo del nuevo pachacuti.

El poema “Taquile”, cuyo título alude a una isla del lago Titicaca ubicada a 45 kilómetros

de Puno, describe un espacio geográfico específico que se encuentra, según el poema que sigue a

continuación, “en los pañales de la historia” (66), es decir, en un tiempo anterior al resto del

mundo. Esta característica de Taquile permite que el sujeto del poema entre en un tiempo ritual

en el que alcanza una plenitud jamás experimentada, lo que se percibe en la descripción de la

renovada vitalidad de sus rasgos físicos en el baile ritual (“las chispas”, el “rubor”):

Sube a verme ahora bailando a medianoche en esta

isla de rocas huesudas

saltando sin tiempo al compás de claros de luna y

aguas sagradas.

Mira, cómo se detiene en absurdo la realidad mercantil

que traes en tus manos y mira cómo no se detiene

la danza bronca que se desprende de tus pies,

no con tus ojos, sino con las chispas que desciende y

asciende de las escalinatas, mira cómo se

desatan de rubor las castañas de tu ser

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Sube a descifrar el imaginario taquile, sus mitos,

su espumosa simbología,

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 99  

tejida silencio a silencio por hombres y mujeres

que no se perdieron en los agujeros del país

y aún olean en los pañales de la historia,

tras el Jilacata

los Sikuris hacen su ritual nocturno al lago

rompe en sus Sikus la multiplicación convulsa de

ciudades de cristales,

y repalpitan en el viento

un suelo cicatrizado de aires metálicos

y milenarios. (66)

En mi entrevista con Espezúa, éste remarcó la importancia que tiene la ritualidad en la

vida de las provincias y especialmente en Puno. El ritual está presente no sólo en ciertos

momentos específicos del año, como en la Fiesta de la Candelaria en febrero o la celebración de

la Cruz de Mayo, sino también en las practicas rituales de curación de individuos, en los ritos

que anteceden a la construcción de puentes y edificios, en la adoración habitual que se hace “a

zonas del paisaje, como al lago, a la Pachamama, a los cerros, a los animales” (Espezúa

“Entrevista a Boris Espezúa Salmón”). En este poema, el hablante lírico del poema participa en

un ritual de danzas nocturnas con un grupo de Sikuris. Resguardado por el rito, el sujeto puede

acceder a este “otro” tiempo distinto a la “realidad mercantil” del presente peruano afectado por

el neo-liberalismo occidental. Estar en el tiempo ritual le permite “descifrar” el “imaginario

taquile”, su “espumosa simbología” y su mitología (“sus mitos”), que aún se resisten al olvido y

la negación del país del que hacen parte (“los agujeros del país”). Así, los sikuris y sus ritos

nocturnos son testimonio vivo de la existencia de esta comunidad andina, que mantiene su propio

orden social (simbolizado por el “Jilakata”), sus propios ritos y su cosmovisión. Escribir sobre el

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 100  

ritual le permite a Espezúa revivir la reconexión con su comunidad y remarcar la idea de

continuidad cultural entre el pasado prehispánico y el presente al seguir practicando los mismos

rituales (“milenarios”) de antaño.

En “Amantaní”, poema en prosa que lleva el nombre de otra isla cercana a Taquile,

ocurre algo semejante a lo descrito en el poema anterior:

Abro una puntiaguda pupila al orillar con los saludos y las sonrisas de mantos contrafuertes que

nos reciben y se abre una isla mística donde habla el viento. El aire descompone su brisa, la tierra

nos acude con su caligrafía de paisaje limpio. Ahíto de un tiempo suspendido se divide en

minutos: Amantaní . . . La luz atemporal se filtra en peces y ensueños . . . Amantaní trópico

ágrafo. Arco de granito. Equilibrio ecológico. Espiral de creación. Amantaní descondena la

memoria . . . Tu savia insular que contrae el lago milenario como un espejo que descifra las

maravillas del universo”. (113)

El carácter de estas islas representa lo más remoto y atemporal de la cultura andina, un

espacio-tiempo fuera del tiempo que simboliza la otredad más pura (“tiempo suspendido”, “luz

atemporal”). Amantaní es un lugar especial, un refugio utópico donde se conserva intacta la

andinidad que permite al poeta recuperar la memoria de la sociedad altiplánica de antigua pues,

como indican los versos, “Amantaní descondena la memoria”; “Tu savia insular que contrae el

lago milenario como un espejo que descifra las maravillas del universo”. Los secretos guardados

por el lago Titicaca y el mundo altiplánico convergen en esta isla suspendida en el tiempo, en

donde se mantiene una relación armónica con la naturaleza (“Equilibrio ecológico”) y un

carácter espiritual (“isla mística”).

En conclusión, el sujeto encindido de A través del ojo de un hueso, presente en los

poemas analizados en el capítulo anterior, supera la fragmentación y el desarraigo en los poemas

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 101  

analizados en este capítulo, mediante la creación de una nueva sociedad, heredera cultural de un

pasado milenario. Espezúa se refugia en la memoria de este espacio utópico (re)creado que sitúa

fuera del tiempo y del transcurrir de la historia. Esto nos permite pensar en una subjetividad

poética que idealiza “lo andino” a partir de la ausencia de historia. Entonces, con el fin de

asegurar la continuidad de la sociedad andina, el autor retrata lugares específicos del espacio

altiplánico, retrata rituales ancestrales y señala la relación armónica del hombre con su entorno

en este mundo ideal. Así, afirma el vínculo con el pasado milenario de las culturas que habitaban

el Altiplano y proclama la fuerza que éstas tendrán en un futuro próximo. De este modo, el poeta

enfatiza el valor de la cultura andina actual.

Por otra parte, la obra de Mendoza realza ciertas características del espacio utópico como

la inocencia e integridad de sus habitantes, con el fin de validar las formas de vida y las

tradiciones que se mantienen intactas a pesar del paso del tiempo. El carácter atemporal e

inmutable del espacio en sus poemas, retratado como un lugar fuera de la historia, hacen posible

la idealización de los lugares de su infancia: su pueblo, su casa, los cerros, el río. Así, tanto

Espezúa como Mendoza crean espacios andinos utópicos con rasgos que derivan de las ideas

sobre “lo andino” para poder reinventar un mundo alternativo al mundo en el que viven, que

reúna los rasgos potenciales de lo que desearían que fuera éste en el futuro. Entonces, si bien a

veces se cae en lugares comunes de “lo andino” en esta poesía, se entiende que estas referencias

y descripciones forman parte de una estrategia poética mayor que busca reivindicar el valor de

las sociedades altiplánicas en el presente y garantizar su visibilidad en un país que los ignora y

oprime.

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 102  

TERCER CAPÍTULO

Los rostros de la migración mapuche

Mientras que en el primer capítulo estudio temas como la migración, la alienación en la

ciudad y la preocupación frente al deterioro del mundo andino quechua-aymara en la poesía de

los puneños Gloria Mendoza y Boris Espezúa; en este capítulo exploro el fenómeno de la

migración de los mapuche en Chile y las consecuencias personales del destierro, tal como se

manifiesta en los poemas de David Aniñir y Jaime Huenún. Tanto los poetas de Puno como los

poetas mapuche dan cuenta del sentimiento de desarraigo y alienación en la ciudad y le dan voz

en sus poemas a sujetos migrantes que vacilan entre dos mundos, sin nunca poder fundirlas

realmente. Como señala Cornejo-Polar, la naturaleza discontinua del migrante le permite

desplazarse entre dos mundos que no une (“Condición migrante” 104). Por consiguiente, la

escritura de estos autores se puede entender como poesía migrante (siguiendo la definición

expuesta en la “Introducción), escrita por un grupo minoritario en un lenguaje dominante, que, a

su vez, tiene un alto grado de “desterritorialización” y un valor colectivo (en poemas donde el

sujeto se expresa por una colectividad usando la forma de “nosotros”) (Deleuze y Guattari 209).

Por otro lado, los dos grupos de poetas hablan de la migración de grupos sociales que han

vivido experiencias históricas y procesos sociales muy diferentes en Chile y Perú. En el caso de

los poemas de Aniñir y Huenún, éstos protestan contra la invisibilidad de los mapuche en la

ciudad y contra las injusticias históricas permanentes que ha sufrido esta comunidad indígena.

Los poetas no sólo denuncian una pérdida cultural y lingüística mapuche, sino que además

señalan los abusos vividos por su pueblo. Por contraste, Espezúa y Mendoza visibilizan la

presencia del migrante en la ciudad y las injusticias sociales que soporta, pero no hablan de una

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 103  

situación de violencia histórica concreta como la de los poetas mapuche en cuestión. Entonces,

me atrevo a afirmar, que aunque los poetas puneños tocan temas como la desigualdad social y la

pérdida cultural, sus poéticas están desprovistas del carácter político de las obras de los poetas

mapuche.

A continuación voy a contextualizar la historia de la violencia y migración mapuche, para

luego, referirme a la poesía mapuche y a las obras de Huenún y Aniñir. El término “mapuche”,

que significa “gente de la tierra”, abarca a los pueblos originarios que hablan o hablaban

mapudungun o tzé dungun y que actualmente se concentran en la octava, novena, décima y la

región metropolitana en Chile, y principalmente en las provincias de Chubut, Neuquén y Río

Negro en Argentina. Al referirse al pasado de estos pueblos, José Bengoa, historiador chileno,

afirma en Historia del pueblo mapuche que ocupan un vasto territorio a la llegada de los

españoles, gracias a su resistencia a los Incas desde 1460 (14). Este territorio se encontraba en lo

que es ahora el sur de Chile: su frontera norte la delimitaba el río Itata, la que luego se reubica en

el río Bío-Bío; su límite sur era la provincia de Valdivia. Después de Valdivia se encontraban

(así como se encuentran hoy en día) los huilliche o “gente del sur” en las provincias de Valdivia,

Osorno y Llanquihue (15)11. La derrota de los mapuche a manos del ejército chileno en 1881

pone fin a la autonomía del pueblo indígena y marca el comienzo de su inserción en la sociedad

chilena. Tres años más tarde comienza el proceso de radicación, es decir, la instauración de las

reservas indígenas o “reducciones”. En las décadas subsiguientes los grupos mapuche son

trasladados a terrenos limitados, perdiendo entonces su derecho sobre el noventa por ciento de su

                                                                                                               11 Antes de la llegada de los españoles, las pampas argentinas estaban habitadas por grupos indígenas nómades no mapuche denominados “pehuenche”, que luego se mezclaron con los mapuche que se refugiaron en la cordillera como consecuencia de la invasión española (52). Los pehuenche adoptaron la cultura mapuche y su lengua, y jugaron un papel importante en la huída de los españoles ya que conocían los pasos cordilleranos. Alrededor de 1725, los mapuche se establecen en las grandes planicies argentinas en las provincias de Neuquén y Río Negro, y se fueron internando paulatinamente hasta llegar a Buenos Aires (53).

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 104  

territorio (366). Por consiguiente, la recuperación de los territorios mapuche ha sido uno de los

puntos fundamentales de conflicto en los siglos XX y XXI entre el estado chileno y las

comunidades indígenas.

El sistema agrícola de las reducciones, basado en un tipo de producción de baja eficiencia

capitalista que no lograba la generación de excedentes que posibilitara ahorrar o crecer

económicamente, llevó a la producción campesina mapuche a colapsar. Además, debido a la

escasez de tierras por el proceso de usurpación y pérdida de propiedad; la erosión de la tierra y la

tecnología agrícola reducida y precaria, se configuró un escenario lamentable en las reducciones.

En consecuencia, la emigración de los mapuche a la ciudad se convierte en una forma de

disminuir la presión sobre la escasa tierra. Como notan Imilán y Álvarez, “En el caso mapuche,

el arribo de miles de mapuche a la ciudad no es ajeno a la crisis de la economía agraria que

experimenta el país” (26). De acuerdo con lo expuesto, se inicia un deterioro económico

progresivo que impulsa la migración hacia las ciudades, razón por la que en la actualidad la

mayor parte de la población mapuche reside en centros urbanos. Hoy en día se estima que seis de

cada diez mapuches vive en ciudades, concentrándose esta población sobre todo en Santiago

(Saavedra 179). El testimonio de un mapuche migrante, entrevistado por la antropóloga Andrea

Aravena, ejemplifica esta percepción de la imposibilidad de permanecer en el campo, ya que su

sobrevivencia dependería de su decisión de emigrar: “No se puede vivir en el campo . . . porque

en el campo no hay porvenir. Salvo quedarse enterrado ahí en la tierra, en el barro, y de ahí no se

sale. De haberme quedado allá yo ya habría estado muerto” (51).

De este modo, la migración mapuche toma una dimensión masiva en la segunda mitad

del siglo pasado. A partir de 1960 esta migración era un fenómeno visible, pero no hay datos

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 105  

disponibles de esa época que especifiquen cuantos mapuche llegaron a Santiago y otras ciudades

en ese momento (Imilan y Álvarez 28). No obstante, Saavedra señala que mientras que en los

años sesenta la mayor parte de los mapuche eran campesinos (hasta un 89 por ciento), ya en 1992

la mayor parte de la población mapuche (hasta un 60 por ciento) estaba formada por migrantes a

las ciudades (178). Esto nos da una idea de cómo en 35 años la localización de los mapuche se

invirtió y cómo la gran mayoría se encuentra fuera de sus zonas tradicionales. Para el año 2008

habitarían ciento ochenta mil mapuche en Santiago, en su mayoría personas que llegaron a la

ciudad en los últimos cincuenta años (Imilan y Álvarez 24). Esta migración trae muchos cambios

internos en la vida y la constitución de las comunidades mapuche. Sólo un 14% de mapuche

trabajaría como campesinos y comienza una fuerte proletarización del grupo al comenzar a

trabajar como empleados y asalariados en las ciudades (Saavedra 183). En Santiago debido a la

carencia de educación formal muchos hombres se dedican a trabajar de garzones, albañiles, al

oficio de la panadería (Imilan y Álvarez 38), la jardinería, y en el caso de las mujeres, a asesoras

del hogar (Ancán, “Los urbanos” 9).

La atracción que ejerce la ciudad es otro de los factores, según José Ancán, que lleva a

los mapuche a migrar y señala que esta “curiosidad” ante el desafío de la inserción en la ciudad,

podría relacionarse con una antigua tradición de movilidad de la sociedad mapuche

prereduccional, en el que tener éxito en un viaje hacia y desde Argentina era un honor (“Rostros

y voces” 308). No es extraño que cada familia en el sur tuviera al menos un integrante viviendo

en Santiago (o en otra ciudad), algunos de los cuales fueron encandilados por las luces de la

ciudad y su “modernidad”. El poema “Se notó tu ausencia en el Domingo de Ramos” del poeta

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 106  

huilliche Bernardo Colipán, retrata este fenómeno de atracción a la metrópolis de algunos

mapuche:

Nos dices en carta, Carmen, que Santiago

es una gran ciudad, barata y de muchas luces.

Que tienes un personal estéreo y escuchas a Michael

Jackson.

Que usas la minifalda que acá nunca mostraste.

Que tu felicidad es un CD que tocas por las noches

a todo volumen.

Nosotros –tus amigos del barrio– con un parchecurita

sellamos tu vacío. (Arco de interrogaciones 47)

Mientras algunos como Carmen logran adaptarse a la ciudad, tener éxito en sus nuevas vidas

urbanas y establecerse, otros muchos se empobrecen aún más al no lograr obtener un buen

salario y ser víctimas de la discriminación12. En otro poema de Colipán, el hablante poético le

recrimina al migrante su falta de cuidado en la ciudad, el haberse olvidado de su gente en el sur

en su estadía y su vuelta al campo después del fracaso:

Cuando emigraste Arnoldo de San Juan de la Costa

Para hacer tu Servicio Militar en la ciudad (…)

SE TE ADVIRTIÓ QUE TENGAS CUIDADO

Pero ascendiste en las laderas de lo esencial

cambiaste a la Rosita Rupailaf por la Lulú Salomé

titubeaste en los barrancos de lo sustancioso

                                                                                                               12 En Santiago en los años 60 se establecen “barrios mapuche” en comunas como La Pintana, Cerro Navia, Pudahuel y Peñalolen debido al cambio en las políticas estatales de planos masivos de vivienda que permitieron a los asentados mapuche acceder a una residencia estable (Ancán, “Los urbanos” 10 ).

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 107  

Para después caer como terrón de tierra

LUEGO

NO QUEDÓ MAS

QUE JUNTAR TUS PEDAZOS

Nunca se olvidará el día en que volviste al campo

DE TU ROSTRO PÁLIDO RESBALÓ UNA LÁGRIMA DE

ALQUITRÁN (Arco de interrogaciones 45)

Arnoldo retorna a su pueblo destrozado, perdido y humillado luego de la mala experiencia en la

ciudad, su fragmentación como hecho inevitable después del efecto desmoralizante que tuvo la

vida urbana sobre él. Así como Colipán expone el rostro del migrante fracasado, Ancán en el

artículo “Rostros y voces”, también describe el rostro de la marginalidad mapuche que habita en

la ciudad como el que “entra por la puerta lateral a las mansiones de los barrios elegantes, que

está parado en alguna esquina marginal de la periferia citadina, engrosando las filas de barra

brava, rostro que se fuga y enmascara, que se contradice a sí mismo, pero que al mirarse en el

espejo finalmente se reconoce por su “otredad”” (309). Este rostro que se enmascara es el del

mapuche que no pocas veces niega su identidad en la ciudad debido a la discriminación de la que

son víctimas13. Al respecto, señala una mujer mapuche que lidera una organización cuyo objetivo

es que los mapuche urbanos se reconozcan y se sientan orgullosos de su cultura: “…salíamos a

                                                                                                               13 Razón por la cual no les enseñan mapudungun a sus hijos y se cambian los apellidos mapuche (Ancán, “Rostros y voces” 311). Los efectos de esta estrategia de “protección” de parte de los padres migrantes a sus hijos, se acentúan por la educación formal recibida carente de rasgos de etnicidad. Ésta educación, según Ancán, repercute “directamente en el urbano a través de la configuración de una identidad fundada en un conflicto de oposiciones: se es lo que no se es, pero un no ser que es “administrado” por la sociedad dominante” (311).

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 108  

buscar mapuches. Íbamos al cerro Welen, íbamos a la Estación Central y le preguntábamos a los

que creíamos mapuches si eran mapuches, pero la mayoría nos decía que no sabía, que no sabían

lo que era eso” (citado en Aravena 163). La antropóloga Teresa Durán indica que hay un grupo

de mapuche que llega a la ciudad que quiere ser considerados como si fueran chilenos y que

“favorecidos por un mestizaje previo, eliminan todo rasgo de ser mapuche y no contactan jamás

a sus parientes” (708); y otro sector más numeroso que contextualmente niega algunos elementos

básicos de su cultura como la lengua y las formas sociales de expresar la cultura tradicional en

contextos wingkas (708).

Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, según Durán, ha habido una

reelaboración de la identidad mapuche. Los testimonios recogidos por Aravena confirman esta

transformación social, como el del mapuche que asiste a un ritual de una machi y siente un

despertar cultural: “alguien me hizo despertar, alguien me dijo este es tu lugar, esta es tu gente y

tu tienes que luchar por ellos. Como una especie de reencuentro con la identidad” (citado en

Aravena 85); o el de siguiente mujer: “Siento que yo recuperé mi identidad. Yo la había perdido,

o sea no perdido sino que la tenía como dormida” (189). Son muchos los mapuche que se reúnen

en instituciones mapuche tales como Newén, Ad-Mapu y Centros Culturales (Durán 713). Estas

organizaciones en Temuco y Santiago son dirigidas por personas que buscan revitalizar la

identidad étnica mediante la organización de rituales tradicionales como nguillatún y la

elaboración de alternativas educacionales e institucionales que eviten la pérdida o disolución de

la identidad mapuche14. El hecho de que las instituciones que fomentan esta recuperación se

                                                                                                               14 Alejandro Saavedra señala que en el año 1988 existen siete organizaciones mapuche: Ad Mapu, Nehuen Mapu, Lautaro Ñi Ayllarehue, Centros Culturales Mapuche, entre otros. La base de estas organizaciones fueron los Centros Culturales Mapuche, organizados en 1978 (122). Este autor destaca a Ad Mapu como una organización “integracionista” que busca el reconocimiento

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 109  

encuentren exclusivamente en las ciudades, explicaría porqué entre los mapuche entrevistados

por Aravena es recurrente la idea según la cuál esta reivindicación social y cultural sólo sucede

en la ciudad y no en los espacios rurales. Una de estas personas incluso manifiesta que sueña con

volver a su comunidad campesina para enseñarle a la gente la cultura tradicional mapuche que

desconocen: “Parece increíble, pero en el campo la gente no sabe lo que es la cultura. Ellos

trabajan por su desarrollo, hacen alumbrados eléctricos, cosechas, trabajan por la posta, el

agua . . . porque allá ya no se habla de la cultura, de las tradiciones, no se cultivan como acá”

(189).

La poesía mapuche actual

La emergencia de la poesía mapuche bilingüe (en mapudungun y español) a partir de los años 60

forma parte de las reivindicaciones contemporáneas de la cultura e identidad mapuche15. Los

poetas mapuche que alcanzan mayor resonancia en el ámbito nacional chileno son Elicura

Chihuailaf, Leonel Lienlaf, Jaime Huenún, Bernardo Colipán, Lorenzo Aillapán, Graciela

Huinao, Adriana Paredes Pinda, Jaqueline Caniguán, David Aniñir Guilitraro, Paulo Huirimilla,

Roxana Miranda Rupailaf, César Millahueique, María Isabel Lara Millapán, Rayén Kvyen, Febe

Manquepillán y Maribel Mora Curriao, entre otros. Esta poesía se sitúa como una literatura de

una minoría étnica en relación a la cultura dominante chilena que tiende a poner en evidencia las

problemáticas generadas por el contacto intercultural e interétnico, tales como la discriminación,

la desigualdad socioétnica, el etnocidio, la injusticia social, educacional y religiosa, y la                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      y el respeto de los mapuche como etnia, además de su integración a la sociedad chilena como tal. Además, esta organización demanda al Estado la compra directa de tierras, subsidios, mejores servicios de salud y educación bicultural-bilingüe (127). 15 El primer poeta mapuche moderno es Sebastián Queupul Quintremil, quien comienza a escribir poesía bilingüe en la década de los sesenta (Carrasco, “Poesía mapuche etnocultural” 196).  

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 110  

aculturación forzada y unilateral (H. Carrasco y Contreras, Crítica situada 29). Por lo tanto, la

escritura de estos poetas tiene en común la preocupación por la historia y los valores

tradicionales del pueblo mapuche, la presencia de la ritualidad y la puesta en evidencia de la

marginalidad y la fragmentación de las comunidades mapuche. No obstante, diferencias

educacionales, rasgos generacionales, y sus lugares de procedencia distinguen a unos poetas de

otros. Iván Carrasco, crítico y profesor chileno, señala dos tendencias en la poesía etnocultural

mapuche: poesía que tiende hacia lo intracultural, que rechaza lo extranjero, como las obras de

Lienlaf y Chihuailaf; y la que se orienta hacia una interculturalidad más integradora y flexible,

como los textos de Huenún y Colipán (“Poesía mapuche etnocultural” 210).

Por otra parte, James Park realiza una distinción alternativa entre grupos de poetas

mapuche que ayuda a dilucidar las diferencias esbozadas por Carrasco. Él separa los poetas de la

novena Región de la Araucanía, de los de la décima Región de Los Lagos. Los poetas que

menciona del grupo de la novena región (siguiendo la distinción que realiza Park, lo llamaré aquí

en adelante grupo del norte), Aillapán, Chihuailaf y Lara Millapán; son diferentes a los huilliche

de la décima región (grupo que denominaré del sur), Colipán, Miranda Rupailaf, Huirimilla y

Paredes Pinda, principalmente por tener una posición menos reverente frente a las prácticas

tradicionales y frente a la identidad cultural ligada a territorios ancestrales (“Ethnogenesis” 26).

Mientras que los poetas del norte acentúan la continuidad con una tradición ancestral mapuche e

incitan a su recuperación, rechazan la cultura occidental y enfatizan la importancia de la

oralidad; los poetas del sur se muestran –mediante su poesía y sus discursos públicos- como

sujetos fragmentados que viven en una situación de contradicción cultural permanente.

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 111  

Asimismo, estos últimos también tienen una diferencia educativa con respecto a los

mapuche del norte. Los del norte hablan mapudungun, mientras que los del sur desconocen su

lengua ancestral, el tzé dungun (una variante del mapudungun). Esta diferencia lingüística se

relaciona con la historia de los territorios de los mapuche de la novena y décima región.

Mediante el Tratado de Quilín (1641) y luego, en el Tratado de Negrete (1793), el pueblo

mapuche obtuvo reconocimiento como un estado soberano independiente de España (Bengoa,

Historia del pueblo mapuche 34). Estos territorios se encontraban entre el río Bío-Bío (octava

región) y el río Calle-Calle (novena región). La autonomía de estas regiones –que duró hasta

1818- ayudó a que los mapuche conservaran intacta su lengua y ciertas prácticas y nociones

culturales, que en la décima región se perdieron por la aculturación que vivieron las

comunidades que estuvieron en continuo contacto con wingkas o extranjeros.

Por otra parte, Park explica esta diferencia entre grupos de poetas también en términos

generacionales. Mientras los poetas del norte (con excepción de Millapán) fueron víctimas de

discriminación y sufrieron abusos durante la dictadura de Pinochet (1974-1990), los poetas del

sur crecieron en los años de transición a la democracia (1985-1995) y se formaron en la

academia literaria chilena (“Etnogenesis” 19).

Del grupo de poetas del sur, elegí para el presente estudio las obras poéticas de Huenún y

Aniñir porque son las que más se aproximan al concepto de poesía migrante desarrollado en este

trabajo, pues manifiestan la problemática del migrante que se gesta entre dos culturas en

conflicto: exponen el dilema de pertenecer y no pertenecer a la comunidad indígena y a la cultura

urbana dominante. Sus poemas presentan la interioridad de sujetos que experimentan

sentimientos de ambivalencia con respecto a su identidad cultural, lo que hace que su posición

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 112  

sea muy diferente a la de poetas como Chihuailaf y Lienlaf quienes ponen énfasis en la oralidad

de la cultura tradicional mapuche. Por ejemplo, Chihuailaf señala que la literatura mapuche “se

encuentra entre la oralidad y la escritura, va en una y otra dirección sin contraponerse; la segunda

como registro y creación que, a su vez, trata de recrear la oralidad” (Crítica situada 242). Los

poetas Huenún y Aniñir no intentan recrear la oralidad en sus textos, por lo menos, no de forma

escrita16. El no hablar mapudungun y crecer en la ciudad son algunas de las experiencias vitales

de los poetas que los impulsa a emplear otras estrategias para establecer un vínculo con la cultura

tradicional mapuche, sobre todo en el caso de Aniñir, quien adopta una forma más amplia de ver

y recrear la propia identidad étnica en sus poemarios.

Jaime Huenún (Chile, 1967) es un destacado poeta mapuche-huilliche que publicó los

libros de poemas Ceremonias (1999), Puerto Trakl (2001) y Reducciones (2013), y las

antologías La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea (2007) y Los Cantos

Ocultos: poesía indígena latinoamericana (2008). Su obra poética ha recibido numerosos

premios y reconocimientos. Además de su labor poética, Huenún ha organizado diversos

encuentros de poesía, algunos de los cuales han derivado en la publicación de importantes

antologías que reúnen los textos de los más reconocidos poetas indígenas de América latina hoy

en día. Actualmente es profesor universitario y director de las revistas literarias Pewma y

Ulmapu. Por otra parte, David Aniñir (Chile, 1970) publicó su primer libro de poemas bajo el

título Mapurbe venganza a raíz (2005), con un concepto estético cuyas repercusiones sobrepasan

los límites de lo mapuche y transgreden las fronteras de la ciudad. Además, publicó Haykuche

(2008) y algunos de sus poemas en la Antología 20 poetas mapuche contemporáneos (2003) y en

                                                                                                               16  Aniñir recita sus poemas frente a un auditorio con frecuencia, concediéndole importancia a la oralidad de sus textos de esa forma. Muchas veces recita de memoria los textos, actuando e interactuando con el público.  

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 113  

La memoria iluminada (2007). De oficio enfierrador y de vocación poeta, Aniñir es precursor de

la estética “mapurbe”, una visión poética que en su escritura emerge a través de la perspectiva

heterogénea que experimenta el mapuche migrante en el entorno urbano “santiágoniko”, la

“mierdópolis” desde donde toma su venganza verbal. En efecto, el autor de Mapurbe venganza a

raíz propone un discurso antisistémico que actualiza las vivencias del mapuche que habita hoy en

la ciudad de Santiago, a la vez que se resiste a su invisibilización. Recreando elementos de la

oralidad mapuche, Aniñir participa en recitales poéticos haciendo uso de recursos performativos.

A continuación, estudiaré el tema de la migración y sus implicaciones en la obra de los poetas

mapuche mencionados.

El ser fracturado: subjetividad y representación de la identidad escindida en la obra de Jaime

Huenún

En Temuco y Santiago no sólo se dirigen instituciones mapuche que buscan revitalizar la

identidad étnica y se realizan rituales tradicionales como el nguillatún, también en las ciudades

surgen expresiones musicales híbridas como hip-hop, thrash-metal o música new-age mezcladas

con purrún (danzas tradicionales) y ül (canto) algunas veces en mapudungun (Park,

“Ethnogenesis” 37). Asimismo, en las ciudades argentinas Furilofche (Bariloche) y Fiske

Menuko (Gral. Roca), los autodenominados jóvenes mapuche plantean la legitimación de lugares

cotidianos mapuche como la esquina, la garita (caseta) y los recitales de heavy-metal o heavy-

punk, cuestionando, a la vez, la creencia de que los únicos espacios “naturalmente” mapuche son

las ceremonias y las organizaciones (Kropff 121). Es decir, las nuevas generaciones se reúnen en

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 114  

estos espacios estéticos politizados que les permite ampliar las posibilidades de recreación de su

identidad étnica, al no ser éstos los espacios tradicionales de la comunidad.

Es en este espacio urbano donde se impulsa la creación de nuevas poéticas mapuche que

revelan una fuerte presencia de ruptura y desorientación cultural causada por la migración. En las

obras de los poetas Juan Paulo Huirimilla, César Millahueique, Bernardo Colipán, Jaime Huenún,

David Aniñir y Adriana Paredes Pinda, se observa una identidad escindida que de alguna manera

se intenta reconstituir17. Por ejemplo, en el poema “Sanación” de Paredes Pinda, publicado en la

antología 20 poetas mapuche contemporáneos, compilado por Jaime Huenún, la voz poética nos

presenta a una mujer mapuche joven que está enferma física e espiritualmente por haberse

alejado de su comunidad. La condición del “yo” dividido por discordancias y ambivalencias

internas con respecto a la cultura mapuche y la cultura chilena, es caracterizada por medio de

palabras que se reúnen en torno a la isotopía de estar partido entre dos culturas: “sus brazos no

querían mapuche por eso la pena”, “ya no quería ser secuestrada la muchacha / en otro mundo,

pero su corazón estaba partido / en dos”, “Pedimos a la mamita le sobara la partidura / allí donde

moría” (265). El “yo” escindido de la muchacha es causado por su pérdida cultural y su

asimilación de la cultura wingka. Debe ser la machi o shaman mapuche (Bacigalupo 1) quien va

en busca de esa mitad extraviada de su espíritu por medio del machitún, un ritual de sanación que

le devuelve la salud: “volvía espíritu de chiquilla enferma porque la madre fue por él. / “Tuve

                                                                                                               17 Hugo Carrasco en, “Poesía mapuche actual: la identidad escindida. “Viaje al Osario” de Juan Paulo Huirimilla” y en otro artículo que forma parte de Crítica situada. El estado actual del arte y la poesía Mapuche, titulado “Juan Paulo Huirimilla: ¿Correlatos escritos posmodernos?”, estudia en profundidad la problemática de la hibridez en la construcción de la identidad etnocultural y la identidad escindida en la obra de este poeta. Por otra parte, Mabel García ahonda en la temática de la migración y sentimiento de desarraigo cultural que impregnan la obra de Millahueique en su artículo “César Millahueique. Correlatos y transformaciones en la recomposición cultural”, publicado en Crítica situada. El estado actual del arte y la poesía Mapuche.

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 115  

que ir a buscarlo por donde se perdió”” (265)18. La fragmentación dolorosa que experimenta el

sujeto huilliche también se vislumbra en el poema autobiográfico “Libro” de Jaime Huenún19.

Un diálogo conflictivo entre la cultura tradicional huilliche y la chilena toma lugar en este poema

donde el hablante lírico se describe a sí mismo como un sujeto incompleto, partido en mitades

irreconciliables. En el discurso que pronunció al recibir el Premio Pablo Neruda en el 2003, el

poeta se refiere a su doble origen: “Mapuche en castellano, chileno en mapudungun, los linajes

de mi sangre se entrelazan y extravían en las oscuras y torrenciales tierras del sur” (“Jaime

Huenún” 2), y destaca que estos linajes conviven en él –como en sus textos– de forma

discordante y en continuo conflicto:

Quiero por último decir que lo indígena mío emerge como un diálogo conflictivo entre sangres y

culturas diversas, esto es, como un torrente textual híbrido que pretende hacerse cargo tanto de

fragmentos de pulsiones y contradicciones universales contemporáneas, como asimismo de las

potencias del sueño, de la magia, el mito y la tragedia que sostienen la cotidianidad, los

imaginarios y las utopías del pueblo al cual una parte de mi destino y de mi memoria pertenecen.

(“Jaime Huenún” 5)

En “Libro” el “yo” va “leyéndose” incompleto, descifrando las opacas escrituras de su propio ser,

en medio del conflicto de identidad que caracteriza por medio de palabras que se reúnen en torno

a la isotopía de lo defectuoso, lo imperfecto y lo parcial como “mitad”, “débil”, “cuarteada”,

“sietemesino”, “número negativo” y “rotos”, concentrados en el siguiente fragmento:

Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis,

                                                                                                               18 En Shamans of the Foye Tree, Bacigalupo discute en profundidad los roles ambiguos femeninos y masculinos de la machi y su sexualidad alternativa. A pesar de que en el pasado era difícil asignarle un género específico a la figura de la machi, a partir de mediados del siglo XVIII se ha feminizado gradualmente su papel debido a la influencia de estructuras de poder chilenas que divide el ámbito político y público masculino del ámbito femenino, asociado al poder espiritual. En lo sucesivo voy a emplear el género femenino para referirme a esta figura, debido a que es a ese género al que se encuentra vinculado con más frecuencia en la actualidad (135). 19 Este poema no hace parte del poemario Ceremonias, sino que forma parte del discurso que pronunció al recibir el Premio Pablo Neruda del poeta en cuestión.

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 116  

sietemesino feo, sólo

puedo leer tu mitad hijo,

tu mitad hueso y calavera encarnada

tu débil número negativo

hecho de cuarteada eternidad

y carne

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Sólo puedo leerte al lado de Otro,

sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre,

sólo solitario pero nunca solo,

mal ladrón de la blancura de las Páginas. (“Jaime Huenún” 5)

Por lo tanto, el sujeto poético escindido “huenún jaime luis” es doblemente conciente de

su posición frente a un “otro”. Siempre conciente de la presencia de otro, no se concibe a sí

mismo sino es por oposición. El norteamericano W.E.B. Du Bois, reconocido promotor de los

derechos cívicos de afro-americanos, historiador y sociólogo de principios del siglo XX, acuña el

término “doble conciencia” para describir la experiencia del sujeto minoritario afro-americano de

mirarse siempre a través de los ojos de un “otro”:

El negro es una especie de séptimo hijo, nacido con un velo y dotado de una mirada alternativa en

este mundo americano –un mundo que no le concede ninguna autoconciencia, sino que solo lo

deja verse a través de la revelación del otro mundo. Es una sensación peculiar, esta doble

conciencia, esta sensación de estarse siempre mirando a través de los ojos de los otros, midiendo el

alma propia con la cinta de un mundo que mira entretenido con desdén y compasión. Uno siempre

siente la dualidad –un americano, un negro; dos almas, dos pensamientos, dos deseos

irreconciliables; dos ideales en guerra en un cuerpo oscuro, cuya sola fuerza persistente le permite

evitar ser partido a pedazos. (traducción mía, 5)

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 117  

Du Bois sugiere que mediante el “second-sight” o “mirada alternativa” las minorías raciales

pueden tener una perspectiva intelectual privilegiada para el conocimiento del mundo. En

“Libro”, el “yo” poético es conciente de las diversas partes que lo integran, su mitad chilena,

conviviendo íntimamente junto a su mitad huilliche. No obstante, la amplitud de visión que le

concede esta situación particular es opacada en el poema por la imposibilidad del sujeto poético

de “Libro” de conocer la cultura tradicional huilliche en profundidad, al desconocer el tsé

dungun, la lengua de sus antepasados. Irónicamente, como un intelectual viviendo en un mundo

globalizado, puede leer hasta los poemas traducidos al español de Tu Fu, poeta chino de la

dinastía Tang, y sin embargo, no puede leer la “otra mitad” de sí mismo: “Sólo puedo leerte

juntando las letras / de tu vuelo de mosca reventado / al pie de un título de un poema de Tu Fu”

(5). No tiene más opción que aceptar sus limitaciones pues no conoce más que el código de su

“raíz falsa”, la única mitad que el “yo” puede acceder en su totalidad. Su “otra” mitad, el

conocimiento de la tradición huilliche, la “gana” mediante el esfuerzo individual de recordar y

descifrar aquello que ha sido olvidado en el pasado. Esta contradicción trágica no tiene

explicación lógica para el sujeto poético:

Sólo puedo leer tu raíz falsa, huenún

jaime luis, hombre

o duende porfiado o malo de la cabeza,

sólo puedo leer la mitad

del aire que te hace viejo,

la otra mitad la ganas

con el sudor de tus ojos

y aquello

no tiene explicación en mi

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 118  

alfabeto. (“Jaime Huenún” 5)

Sin embargo, la “mirada alternativa” del hablante lírico de “Libro” es aún más compleja

que la del sujeto que describe Du Bois. En este caso no estamos en la presencia de una oposición

interna sólo entre la mirada negra (“indígena”) y la mirada blanca (“español o europeo”), sino

frente a un sujeto escindido de forma múltiple. En él existe una contraposición de su parte

indígena y su parte chilena, que ya de por sí implica una unión previa entre blanco e indígena.

Entonces, en este “diálogo conflictivo entre sangres y culturas diversas” (“Jaime Huenún” 5) el

término “chileno” complica más las cosas. Si bien en Chile el término “mestizo” se usa en

algunos círculos intelectuales y académicos para referirse a una categoría social de análisis, hoy

nadie se reconocería como “mestizo” por lo que se puede entender como una categoría

significativa a la que nadie pertenece, es decir, una categoría invisible. Por ejemplo, la

antropóloga chilena Sonia Montecino usa los términos “mestizo” y “mestizaje” en su libro

Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno, sin antes señalar en el prólogo que en Chile

nadie quiere reconocerse “mestizo” (20). Afirma de este modo, que ahí “hablar de mestizaje es

pronunciarse sobre una mezcla que parece atenuada o borrada por el ejercicio permanente de

“blanqueo” que han adoptado los grupos dirigentes, los intelectuales y los políticos desde muy

antiguo. Nombrar mestizo a nuestro país puede incluso parecer un anacronismo o tal vez, un

romanticismo” (20). En consecuencia, en la actualidad las personas se identifican como

“chilenos”, término que aunque supone la ausencia de lo “indígena”, en realidad implica un

mestizaje de “blanco” e “indígena” (entre otras posibles mezclas) que ha tomado lugar a lo largo

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 119  

de la historia de Chile en la Conquista, la Colonia, la República, los siglos XIX, XX y XXI20. Por

lo tanto, “chileno” es una tercera categoría que significa una partición múltiple previa del sujeto,

el que en el caso del sujeto del poema “Libro” acrecienta aún más su inestabilidad al estar

dividido en múltiples partes. Su condición es entonces, más compleja al ser su “mitad” indígena

inaccesible (no la puede conocer bien por las limitaciones de la lengua) y al ser su “mitad”

chilena inestable y fragmentada desde sus orígenes.

Mientras que en “Libro” razona un “yo” poético intelectual muy próximo al mismo

Huenún, en “Uno (Forrahue)” del poemario Ceremonias, un campesino huilliche cuenta su

visión de la historia de su pueblo. La perspectiva del huilliche urbano intelectual y el del

campesino tienen en común su multiplicidad de conciencia, al estar ambos concientes de la

mirada alternativa del “otro” sobre sí. Sin embargo, el sujeto subalterno de “Uno (Forrahue)”

vive esta experiencia múltiple de forma exacerbada al repetir la historia “oficial” que ha

escuchado sobre su pueblo, apropiándose de este modo de la mirada del “otro” sobre sí.

El título y el epígrafe de “Uno (Forrahue)”, “…alzaban sus manos / ensangrentadas al

cielo…”, ambos extractos del diario “El Progreso” de Osorno, refieren a un hecho histórico

sanguinario: la matanza indígena de 1912 en Forrahue. El poema, sin embargo, no trata de la

masacre ni describe la pérdida de las tierras, sino más bien, habla de las consecuencias que han

dejado en las personas que las han sufrido: la pérdida de su lengua, sus prácticas rituales y

religiosas, y su cosmovisión. Lo que primero llama la atención del monólogo del “yo”

descentrado, heredero de la imposición cultural de la que fueron víctimas sus ancestros, es el

vaivén entre polaridades irreconciliables en su discurso. Este sujeto poético se encuentra

                                                                                                               20 Sonia Montecino analiza el mestizaje a lo largo de la historia de Chile y las “instituciones” sociales que surgen a raíz de los procesos de mestizaje en la sociedad chilena, tales como la barraganía y el amancebamiento (Madres y huachos 46).

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confundido entre opuestos que lo habitan y se instala en una zona de oculta inestabilidad que

Homi Bhabha denomina “tercer espacio” (54), concepto que en este caso se complejiza aún más

por la presencia de la categoría “chileno” que ya de por sí implica que en el sujeto subalterno no

sólo hay tensión interior entre “mapuche” y “español” (oposición dual del tipo “negro” /

“blanco”), sino entre “mapuche” y “chileno” (oposición múltiple entre “mapuche” versus

“español/indígena/etcétera”). De este modo, presenciamos desde el inicio del poema una

estructura asimétrica –que señala la ambigüedad que siente el sujeto poético al contar su

historia– formada por una negación en los primeros versos, “No hablábamos chileno, mi paisano,

/ castellano que lo dicen”, seguidos por una afirmación en el verso que le sigue: “Copihue sí,

blanco y rojo”. Esta asimetría semántica es repetida en los versos que niegan, “No sabíamos de

Virgen ni de Cristo, padrecito, / ni del Dios de la Alturas”, por medio de las que el “yo” le

explica al sacerdote y paisano que no conocía su lengua ni su religión, ignorancia que explicaría

la maldad inherente a su cultura huilliche. Así, el sujeto poético de “Uno (Forrahue)” abandona

su perspectiva y se pone en contra de sí mismo al asumir la posición mental de la cultura

dominante chilena. Al descentrar su punto de vista reconstruye su memoria histórica a través de

la mirada del “otro”. De este modo, actos tan inocentes como sacar panales de los ulmos y

recolectar pinatras (unos hongos comestibles) son reinterpretados desde la oreja del interlocutor

como un robo y mirar bañarse a las hermanas, como un acto lujurioso:

Jugábamos tirándonos estiércol de caballo en los

potreros;

robábamos panales a los ulmos y a los moscos,

y pinatras a los hualles de la pampa;

mirábamos desnudas bañarse a las hermanas

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 121  

con manojos de quillay en el arroyo.

Malo era.

Sí.

Por eso vino envidia y litigio y carabina;

por eso se volvieran lobos los venados y los peces.

Malo era, paisanito, malo era.

Comíamos caliente el crudo corazón de un cordero

en el lepún;

rezábamos huilliche al ramo de laurel

junto a la machi;

matábamos con fuego al que mete huecuve

contra el cuerpo y contra el alma.

¡Brujo diablo, anda vete! Decíamos escupiendo,

y el bosque más espeso

escondía a la lechuza.

Malo era, malo era.

No sabía vivir el natural antes amigo, no

sabía (31)

El carácter negativo de las afirmaciones en el texto se refuerzan mediante los siguientes

versos: “Malo era. / Sí”. Mientras el verso “Malo era”, es una negación que incorpora una

dimensión ética y moral al poema, el siguiente verso “Sí”, es una afirmación de esta misma

negación. El poema contiene un movimiento que afirma, niega y nuevamente afirma. La

enunciación escindida que nace de la boca del sujeto subalterno abre una fisura por el que

vislumbramos diferencias y equívocos culturales (Bhabha 55). Por esto, entre medio del

movimiento contradictorio de afirmaciones y negaciones, se advierten los intersticios, “Malo era”

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 122  

y “No sabía vivir el natural antes amigo, no / sabía”, que ponen de manifiesto los equívocos

culturales. Estos versos conceden una ambigüedad general al texto ya que no dan una razón

concreta que explique por qué era mala la cultura tradicional huilliche. ¿Era mala por qué no era

como la cultura de los “otros”? ¿Por qué no hablaban castellano? ¿Por qué tenían otra religión y

otras costumbres? La ambigüedad de estos versos sugieren de forma irónica que es simplemente

la diferencia cultural lo que hace que la cultura huilliche sea percibida como mala. De este modo,

el “yo” poético de “Uno (Forrahue)” rechaza las costumbres, la lengua y la religión de su pueblo,

pero lo hace de una manera tan ambigua que nos lleva a pensar que este sujeto se sitúa en un

espacio donde coexisten verdades que se contradicen. Por una parte, las vívidas descripciones

que dice dan cuenta de su cercanía con su lengua y sus costumbres. Por ejemplo, el hablante

lírico se refiere al tsé dungun mediante el nombramiento de plantas y flores lo que indica el

carácter positivo que le concede a su lengua original. El tsé dungun es entonces, una lengua

“copihue”, “flor de michay”, “chilco nuevo”; es decir, una lengua natural, hermosa como las

flores, sagrada como el copihue. Por otra parte, la manera en que se refiere a la cultura chilena

como en el verso, “castellano que lo dicen”, revela lo lejano que se siente de ella. Además, los

versos en que se refiere a la cultura huilliche son afirmaciones y en los que habla de la cultura

chilena son negaciones (“No hablábamos chileno, mi paisano”; “No sabíamos de Virgen ni de

Cristo, padrecito”), estructura que reforzaría la relación mencionada de cercanía y lejanía cultural.

Sin embargo, al introducirse una dimensión ética-moral por medio de los versos “Malo era. / Sí”,

las afirmaciones que describen de forma natural las costumbres de la cultura huilliche adquieren

un carácter negativo y las negaciones, un carácter moral positivo, lo que ayuda a generar la

sensación de ambigüedad en el texto.

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 123  

El resultado, entonces, de este vaivén entre polaridades irreconciliables es la ambigüedad

que impregna todo el discurso del hablante lírico de “Uno (Forrahue)”. El “yo”, confundido por

la lucha de culturas y sangres diversas se instala en el tercer espacio, un lugar de inestabilidad

desde el que emerge una verdad ambivalente que posiblemente no coincide con la posición

inicial de la cultura huilliche ni con la chilena. Los versos, “Así era mamita, así, fue: / las

estrellas dejaron de alumbrarnos / la sangre de repente / y tuvimos que ocultarnos como zorros /

en montañas y barrancos” (32), exponen la causa de la masacre de su pueblo, que tuvo que huir a

la cordillera para salvarse. El campesino huilliche explica la desgracia mediante el abandono que

sufrieron los de su comunidad de los dioses o “estrellas” de su cosmovisión, y sin embargo, no se

especifica la catástrofe que los llevó a vivir en lugares inhóspitos21. Las palabras proferidas

desde una instancia subalterna están fuertemente condicionadas por lo que ocurre fuera de la

sentencia, es decir, por lo que quedó fuera de la predicación por no tener palabras para nombrarlo

(Hozven 61). Sin embargo, lo “indecible” no deja de actuar sobre el subalterno. En “Uno

(Forrahue)” la catástrofe es lo indecible, la herida abierta al que se refiere tanto el título del

poema como el epígrafe, “…alzaban sus manos / ensangrentadas al cielo…” (31). Este “fuera de

sentencia” late en cada una de las palabras de este sujeto poético y sin embargo, no pueden ser

enunciadas por él sin reconocer que la culpa de que los huilliche se encuentren degradados es de

los chilenos por despojarlos violentamente de sus tierras.

La misma condición escindida del sujeto del poema no le permite tomar una sola posición

frente a los hechos y de esta ambivalencia surge la imposibilidad de enunciación. El no poder

                                                                                                               21 En el ensayo “Entrada a Chuaracahuín”, Jaime Huenún indica que debido a la Ley de Colonización de 1851 se terminó por “acorralar definitivamente a gran parte de la población huilliche en pequenãs reducciones situadas en la pre-cordillera de los Andes y en la Cordillera de la Costa Osornina” (3). Estos son algunos de los lugares inhóspitos a los que se refiere el texto.

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 124  

decir que el hecho principal que afecta su vida y la de su pueblo es el haber perdido su territorio

a manos del “otro” mediante desalojos sanguinarios como el ocurrido en Forrahue, éste crea

otras explicaciones alternativas como el abandono de sus dioses y la maldad de su cultura. Este

poema ilustra el tipo de pensamiento oscilante propio del que está en una posición de

subalternidad y que lleva a los mapuche que viven fuera de las reducciones a rechazar su

identidad cultural, como ocurrió sobre todo en las primeras décadas del siglo XX (Durán 710).

Este rechazo trae consigo la pérdida del conocimiento de la cosmovisión de su pueblo, sus

costumbres y su lengua. Esa terrible negación de sí mismo (“No sabía vivir el natural antes

amigo, no / sabía”) expone aquel drama identitario del deseo colonial, señalado por Bhabha, en

el que el hombre negro o racializado revela mediante un desliz la piel blanca: “For the strategy of

colonial desire is to stage the drama of identity at the point which the black man slips to reveal

the white skin” (89). El sujeto del poema muestra como es habitado por el “otro” al adoptar su

mirada sobre su propia historia, su pueblo y su identidad cultural.

Santiagóniko: la sobrevivencia de los mapuche de hormigón en la obra de David Aniñir

“Soy el indio de la selva gris”

“Acullá nieva pus”

David Aniñir

Si bien en el poema anterior Jaime Huenún denuncia desde la voz de un campesino

huilliche la pérdida de las prácticas cotidianas, los rituales, el idioma y la cosmovisión mapuche-

huilliche debido a la discriminación cultural de su pueblo, en el poemario Mapurbe venganza a

raíz (2009), David Aniñir presenta a un mapuche urbano despojado de su identidad cultural, su

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 125  

comunidad de origen y su tierra, confundido y atrapado entre influencias culturales discordantes,

como se aprecia en los versos: “Este mapuche envestido de jeans / y poleras de universidades

yanquies / confunden mi habitante / mezcla de norteameraucano / y mapurbe” (“Poesía a lo que

escribo” 28). Esta discordancia cultural se manifiesta también en la palabra fracturada del poeta

que sorprende al lector desprevenido. Como señala Lienlaf en el prólogo de Mapurbe, Aniñir

“construye de su caída el camino del retorno, balbuceando palabras en mapudungun . . .

Mapurbe nos viene, entonces, con palabras fuertes como latigazos, no como plegarias, sino como

sacudida envalentonada” (19). Estos balbuceos forman parte del proceso creativo de neologismos

como “norteameraucano”, “mapurbe” y “mapulandia”, que aunque contienen un sentido

profundamente crítico de la sociedad, le otorgan a la escritura de Aniñir un tono algo ligero y

lúdico. Otras contracciones y rearticulaciones de palabras (“mierdópolis”, “Santiagóniko”) le

conceden un tono oscuro a esta escritura desacomodada, irreverente y paródica (“es escribir los

versos más tristes ‘tonight’”), que no pocas veces imita la forma de hablar propia del

flaitedungun, término acuñado por Aniñir para referirse a la jerga poblacional de Santiago (con

palabras como “pica’o a choro”, “vola’o”, “lanza”)22.

De este modo, Aniñir realiza una crítica explosiva a la situación de desarraigo y vida

marginal de los mapuche en la ciudad al exponer escenarios urbanos cada vez más complejos

donde ya no sólo es la cultura hegemónica chilena a la que se opone su resistencia cultural

                                                                                                               22 “Flaitedungun” es un neologismo acuñado por Aniñir que posiblemente se refiere al vocabulario urbano que emplea un “flaite” mapuche urbano al ser una peculiar síntesis de las palabras “mapudungun” y “flaite”. Éste es un término clasista con que se identifica a los jóvenes urbanos de orígenes socioeconómicos desfavorecidos que puede estar asociado –aunque no necesariamente- al hurto callejero y la drogadicción. Por otra parte, “Norteameraucano” es un neologismo creado por la fusión de las palabras “norteamericano” y “araucano”. Desde la llegada de los españoles hasta el siglo XIX aproximadamente se les llamó a los mapuche “araucanos” porque vivían en un lugar denominado “La Araucanía”, la que ahora se conoce como la novena región de Chile. Asimismo, “Mapulandia” es una unión entre la palabra “mapuche” y “Disneylandia”, un ícono de la sociedad estadounidense. Además, el neologismo “mapurbe” (mapu=lugar) se refiere a la ciudad como lugar que habitan los mapuche. Los neologismos “Mierdópolis” (mierda + polis) y “Santiagóniko” (Santiago + agónico) hacen referencia al malestar profundo de los mapuche en la ciudad, a la que me referiré más adelante al analizar el poema “+Poesía –Policia”.

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 126  

mapuche, sino también al colonialismo capitalista, asociada a la sociedad yanqui y a la

globalización. De este modo, sus poemas acusan al sistema neo-liberal capitalista de irrumpir en

la sociedad chilena e impulsar a los desposeídos mapuche migrantes a una marginación aún

mayor, tal como sucede en el poema “María Juana la Mapunky de La Pintana”, donde retrata la

marginación de una mujer mapuche –desposeída de su tierra- en un barrio popular de Santiago:

“Oscura negrura of Mapulandia street / sí, es triste no tener tierra / loca del barrio La Pintana / el

imperio se apodera de tu cama” (33). Sin dejar de ser mapuche, María Juana la Mapunky se

identifica también con el movimiento Punk, una subcultura urbana que se caracteriza, en pocas

palabras, por ser un grupo anti-sistémico, anárquico, originado a mediados de los años 70 en

Inglaterra y Estados Unidos. Entonces, su identidad “Lolindia” (32), entre “lola” (una mujer

joven chilena) e indígena, se debate entre la atracción que ejercen sobre ella los modelos

culturales extranjeros y la pertenencia a su propia cultura mapuche, lo que revelan los versos: “el

imperio se apodera de tu cama” y “mapuche “girl” de marca no registrada” (33). Esta atracción

se vuelve una amenaza para la persistencia de la identidad cultural mapuche, razón por la que el

sujeto poético alienta a María Juana y a otros mapuche urbanos a resistir la neo-colonización

cultural de su mundo: “Mapurbe; / La libertad no vive en una estatua allá en Nueva York / la

libertad vive en tu interior” (34).

Así, la Mapunky oscila entre su cultura mapuche subordinada a la que pertenece, y a la

otra, dominante, globalizada, extranjera e irremediablemente atractiva, a la que desea pertenecer.

En Location of Culture, Bhabha nos recuerda que sólo al entender la ambivalencia y el

antagonismo del deseo del “otro” es que podemos evitar adoptar la noción del Otro

homogeneizado, estático y estereotípico, para poder captar la duplicidad del sujeto subalterno

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 127  

(75). El valor de los textos de Aniñir es que hacen visible lo que permanecía invisible en la

ciudad: los nuevos rostros urbanos del mapuche que vive procesos semejantes al resto de los

habitantes de la ciudad, que se resiste al estereotipo “indígena” y que está constantemente

transformándose y negociando su identidad. Otro personaje singular en los poemas de Aniñir es

Ciberlautaro. Lautaro fue el líder de la resistencia mapuche contra las fuerzas de Pedro de

Valdivia durante la guerra de Arauco entre 1553 y 1557. En el poema “Lautaro” Aniñir

reactualiza la imagen del héroe, ubicándola en el ciberespacio donde su versión contemporánea

navega, piratea y chatea “pasando piola en la red” (80).   De este modo, la Mapunky y el

Ciberlautaro representan una nueva forma de “ser indígena” en la ciudad, que escapa a la

homogenización debido a la duplicidad de su conciencia al situarse entre dos culturas, dos

formas de ver y vivir la vida que coexisten simultáneamente en él. Es importante señalar que la

fragmentación de los personajes de Aniñir –así como los hablantes líricos en los poemas de

Huenún– sobrepasa la duplicidad. La tensión se produce no sólo entre los términos “mapuche” y

“mapunky”, sino también entre “mapuche” y “chileno”. De este modo, la inestabilidad de estos

sujetos supera la dualidad y se sitúa en el plano de una escisión múltiple.

Así como la conciencia o identidad escindida del sujeto subalterno se representa en el

“entremedio” en el que se posiciona la Mapunky entre más de dos culturas; en otros poemas de

Mapurbe esta brecha se representa mediante la figura metonímica recurrente de la “ausencia” o

“desaparición” del sujeto. Como señala Bhabha, “The performance of the doubleness or splitting

of the subject is enacted in the writing of the poems I have quoted; it is evident in the play on the

metonymic figures of ‘missing’ and ‘invisibleness’ around which their questioning of identity

turns. It is articulated in those iterative instances that simultaneously mark the possibility and

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 128  

impossibility of identity, presence through absence” (75). En su escritura Aniñir cuestiona la

posibilidad de una identidad unificada del sujeto subalterno, señalando su presencia en la ciudad

por medio de un marcador de “ausencia”. Tal como indica Bhabha, la crisis en la representación

de la persona se manifiesta como una “invisibilidad”, un “elipsis” o “ausencia” del sujeto en los

poemas que analiza y advierte que este “vacío de identidad” es el espacio y tiempo entre los

múltiples momentos del ser y sus diferencias inconmensurables (76). En “+Poesía –Policia”, el

“yo” poético se ve a sí mismo como un sujeto agónico encaminado hacia la muerte o hacia la

“desaparición”: “Desde tantos momentos que mi muerte está pendiente / que ya no concilio vida

ni muerte / muero en el asiento trasero de una micro llena / muero al contar mis dientes los pocos

que me quedan / muero las ocho horas regaladas por día” (54). La estrategia de duplicidad (o

multiplicidad en este caso) de este texto consiste en que aunque las imágenes de la ausencia del

sujeto emergen en el presente (“mi muerte”, “muero”), no pueden interpelar la identidad como

presencia. El sujeto se mantiene atrapado en ese entremedio elíptico al no poder afirmar su

identidad como presencia real en la ciudad. Asimismo, el poema “Poetry pewman” muestra un

sujeto que duerme y sueña todo el día en una inercia absoluta, quien sintiéndose “sobremorir” al

morir ya estando muerto afirma: “Por ahora me revuelco en mi ataúd” (67). Su cama es entonces

un ataúd en el que duerme desde donde intenta levantarse para “enfrentar el nuevo día como la

muerte manda / sobremorir” (67); hasta que finalmente decide permanecer en su cama y acabar

de desaparecer, como señalan los versos: “y decidí permanecer en el lecho / alimentando a los

gusanos / y así terminar su obra / con las sobras / de mi muerte” (68).

Por consiguiente, el sujeto agónico o muerto de los poemas de Aniñir se encuentra en una

situación límite, entre la vida y la muerte, en el momento tenso justo antes de desaparecer y

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 129  

volverse invisible. Interpreto esta figura recurrente de “ausencia” ambigua del sujeto al estar

muerto y vivo al mismo tiempo, como una expresión de la ambivalencia en la estructura de

identificación del sujeto que ocurre en el entremedio elíptico entre el uno subalterno y el “otro”

dominante. El yo subalterno de “+Poesía –Policia” no puede negar o trascender la diferencia

entre él y el Otro, y esta condición escindida lo “invisibiliza”. Esta invisibilidad borra la

presencia del “yo” y lo que toma (su) lugar es la instancia subalterna que da rienda suelta a su

venganza al circular sin ser visto (Bhabha 79). En Mapurbe venganza a raíz, el sujeto subalterno

invisible circula por la metrópolis donde toma “venganza” al rebelarse verbalmente ante el orden

institucional, las autoridades, la opresión de la clase obrera, la historia injusta de los mapuche, de

sus padres y de sus antepasados. Entonces, este poemario inicia la posibilidad de la subversión

política del sujeto en crisis que se manifiesta disconforme con el mundo en el que vive. “Hay que

desarreglar este mundo porque a este mundo lo tienen arreglado”, me dijo Aniñir al respecto de

lo que significa esta rebelión de la palabra, una tarde al entrevistarlo.

Esta “invisibilidad” o “desaparición” del sujeto se transfiere a la identidad agónica de la

ciudad de los mapuche urbanos en el poema “Mapurbe”. Este espacio urbano se configura en

torno a la isotopía de la “agonía” de la tierra y sus habitantes por medio de una red de palabras

que ponen de manifiesto la explotación de la tierra (sobre la que está construida la ciudad de

concreto), y que señalan la opresión y marginación de los mapuche, nacidos para trabajar para el

“otro” en “santiagóniko”:

Somos mapuche de hormigón

debajo del asfalto duerme nuestra madre

explotada por un cabrón

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 130  

Nacimos en la mierdópolis por culpa del buitre cantor

Nacimos en panaderías para que nos coma la maldición

Somos hijos de lavanderos, panaderos, feriantes y

ambulantes

somos de los que quedamos en pocas partes

El mercado de la mano de obra

obra nuestras vidas

y nos cobra

. . . . . . . . . .

Somos hijos de los hijos de los hijos

somos los nietos de Lautaro tomando la micro

para servirle a los ricos

somos parientes del sol y del trueno

lloviendo sobre la tierra apuñalada. (75)

En “Mapurbe” la situación de la madre tierra, oprimida y muerta (“debajo del asfalto

duerme nuestra madre”, “tierra apuñalada”), se asemeja a la situación de la colectividad mapuche

por la que habla el “yo” en este poema. Ellos “parientes del sol y del trueno”, es decir,

anteriormente dignos habitantes del mapu ancestral de donde fueron expulsados, ahora

sobreviven agónicamente en la ciudad, como indica el verso: “somos de los que quedamos en

pocas partes”. Ahí, los mapuche o “gente de la tierra”, convertidos burdamente en “mano de obra”

se enfrentan a la dura tarea de subsistir cotidianamente. Los últimos versos con que cierra el

poema, “La lágrima negra del Mapocho / nos acompañó por siempre / en este santiagóniko

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 131  

wekufe maloliente”, contienen una imagen sorprendente que ilustra la injusticia social que viven

los descendientes de los mapuche que inmigraron a Santiago, la ciudad wekufe o endemoniada23.

El río Mapocho trae agua pura de las montañas próximas a la ciudad y mientras más baja más se

acerca a los barrios marginales donde viven los “nietos de Lautaro”, ya sucia, maloliente y

oscura. El “nosotros” mapuche marginal realiza diariamente después de su trabajo una

trayectoria paralela al río, la lágrima negra que baja por Santiago en dirección a las poblaciones,

imagen de la marginación y el sentimiento trágico de este grupo. Asimismo, la colectividad

mapuche en el poema “+Poesía –Policia”, se encuentra sumida en la inercia cotidiana que la

lleva a repetir los mismos gestos y trayectorias sin sentido en la “ciudad agonizante”:

Y en esta ciudad agonizante

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Vamos detrás de nuestro propio trayecto

nos engañamos todos los días

de todas las horas

y de todos los siglos

Circunvalanceamos como hormigas

detrás de un asqueroso pan. (55)

El hastío de la rutina, la lucha por obtener cada día algo que les permita subsistir, la

discriminación y los conflictos entre culturas discordantes, son algunas de las contrariedades

señaladas por Aniñir en su escritura, que le causan al mapuche hoy en día su agonía en la ciudad.

Así, este poeta advierte que cuando se cambia el campo por la ciudad y la naturaleza por el

asfalto, los sentimientos de abandono y soledad se asoman con mayor persistencia en la vida de

                                                                                                               23  El wekufe es un “demonio” o “espíritu del mal”, tal como lo define el mismo Aniñir en el glosario de su libro (95).  

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 132  

los mapuche y la sensación de marginación se vuelve más aguda. Entonces, la ciudad conforma

el escenario gris de los poemas de Aniñir, un entorno agónico, grotesco, agresivo, invasivo.

Desde este lugar oscuro y marginal, es de donde Aniñir empuña su pluma y escribe en contra de

todo obstáculo: “Auspiciado por mí mismo / traído desde el periférico cordón umbilical, / que da

vida a los cabros que escuchan mis poemas, / levanto este universo poético, desde el Mapocho

hacia abajo” (“Poesía a lo que escribo” 27).

Por consiguiente, no es difícil percibir cómo la voz de David Aniñir y Jaime Huenún se

sitúan en lugares diferentes. La del primero es periférica, profundamente irónica y atenta a lo que

acontece en el mundo globalizado; la del segundo, letrada, urbana y rural y con un espeso

trasfondo histórico. Ambas poéticas –muy concientes de sus intertextos y texturas variadas– le

dan voz a sujetos migrantes descentrados y vacilantes que no pueden integrar sus discursos

discontinuos. Seres heterogéneos como la Mapunky, el “yo” poético de “Libro”; el “nosotros”

contradictorio de “Uno (Forrahue)” y la colectividad agónica de “Mapurbe” y “+Poesía -Policía”,

tienen en común la falta de un eje centrado y fijo, además de un sentimiento de desarraigo muy

profundo. Como señala Cornejo-Polar, el migrante tiene la capacidad de desplazarse entre

mundos, estratificando sus experiencias de vida sin fundirlas porque su naturaleza discontinua

pone énfasis precisamente en la diversidad de esos tiempos y de esos espacios (“Condición

migrante” 104). Por sus contenidos de inestabilidad, desplazamiento y multiplicidad, concluyo

que la escritura de estos dos poetas contemporáneos mapuche se puede clasificar como poesía

migrante, siendo éste su rasgo más sobresaliente: la imposibilidad de integrar la cultura mapuche

con la cultura dominante chilena globalizada.

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 133  

CUARTO CAPÍTULO

Reflexiones en torno al concepto de “La memoria mapuche”

“La Araucana está bien, huele bien.

Los araucanos están mal, huelen mal.

Huelen a raza vencida. Y los usurpadores

están ansiosos de olvidar y olvidarse”

“Nosotros los indios”

Pablo Neruda

Michel-Rolph Trouillot se refiere a dos fórmulas que usa la historia “oficial” para

silenciar un pasado que se niega a reconocer: la supresión de hechos y la banalización o

trivialización de los eventos (96). En su análisis del silenciamiento de la Revolución Haitiana,

hecho histórico sin precedentes, explora el uso de estas fórmulas de omisión que en ocasiones

continúan siendo reforzadas por las generaciones contemporáneas y las que le siguen: “The

general silence that Western historiography has produced around the Haitian Revolution

originally stemmed from the incapacity to express the unthinkable, but was ironically reinforced

by the significance of the revolution for its contemporaries and for the generation inmediately

following” (97). Así, Trouillot afirma que el silenciamiento de la Revolución Haitiana es sólo un

capítulo en la narrativa de dominación global que persistirá en la historia de Occidente mientras

ésta no se reescriba de manera que manifieste otras perspectivas (107). La historia de la

ocupación de los territorios mapuche al sur de Chile –denominada en los documentos oficiales

chilenos nada menos que con el título sarcástico de “Pacificación de la Araucanía”– es, sin duda,

otro de esos capítulos. En este periodo, comprendido entre 1861 y 1883, militares chilenos

ocuparon las tierras mapuche entre los ríos Biobio y Toltén y consolidaron la unión del territorio

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 134  

nacional, de acuerdo con la narrativa de la historia oficial. Miles de mapuche fueron masacrados,

otros aprisionados u obligados a vivir en las llamadas “reducciones”, mientras que las tierras

expropiadas fueron entregadas a colonos chilenos y europeos, gente “civilizada” que aportaría al

proyecto de la nación trayendo consigo el desarrollo y la industria (Bengoa, Historia del pueblo

mapuche 172). Por otra parte, la idea ampliamente difundida según la cuál las tierras del sur de

Chile estaban deshabitadas (La memoria olvidada 332) y que aseguraban que la Campaña del sur

se había realizado en ausencia de oposición, son algunos de estos espacios de omisión de la

narrativa oficial que justificaron los hechos violentos y las usurpaciones de las tierras de los

habitantes nativos de la región:

El entonces Coronel Cornelio Saavedra le escribía al Gobierno que esta campaña le había costado

“Mucho mosto, mucha música y poca pólvora…”, frase llena de orgullo y soberbia que ha

quedado en los anales de la historiografía chilena y que hizo creer a muchos autores que la

campaña del Sur había sido “un paseo por el prado”. No son pocos los que se adhirieron a esta

idea levantando teorías que señalan que los mapuches ya estaban “aculturados” en ese momento y

que la ocupación de la Araucanía se realizó sin oposición de ninguna especie. Las pruebas

históricas empíricas desmienten absolutamente esta manera de ver la historia (La memoria

olvidada 335).

La violencia en la frontera no cesó tras la ocupación de las tierras, pues se desató en 1869

una “guerra de exterminio” contra los mapuche de la alta frontera, descrita por Bengoa –uno de

los académicos chilenos que más ha escrito sobre la historia mapuche- como “una de las páginas

más negras de Chile”. A raíz de los actos violentos, en Santiago se creó un clima de horror ante

la barbarie del ejército, como lo atestiguan algunos documentos de la época (Historia del pueblo

mapuche 205). En estos pasajes silenciados de la historia chilena, (la guerra de exterminio y la

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 135  

pacificación de la Araucanía) el olvido juega un papel decisivo. En su estudio sobre siete tipos de

olvido, Paul Connerton clasifica uno de ellos como “supresión represiva” (“repressive erasure”)

y otro como “silencio humillado” (“humiliating silence”). El primero se relaciona con actos

represivos del estado, gobierno u otros organismos de autoridad que eliminan todo recuerdo o

imagen de aquello que desean invisibilizar (60), tal y como ocurrió con las medidas de

usurpación de tierras de los mapuche-huilliche, las masacres patrocinadas por los colonos, la

expropiación de las tierras y las pérdidas de las tierras concedidas por los “Títulos de la Merced”

(Bengoa, Historia de un conflicto 60) 24. En la historia oficial de Chile fueron suprimidos los

actos de violencia de la “guerra de exterminio” y la tragedia del “alzamiento general del año

1881”. Hoy, gran parte de estos hechos se desconocen al haber sido negados por muchos

historiadores en el pasado (Historia del pueblo mapuche 205).

El segundo tipo de olvido, según Connerton, está relacionado con el silenciamiento de un

hecho histórico horroroso (masacre, holocausto) que se vuelve tabú: “such silencings, while they

are a type of repression, can at the same time be a form of survival, and the desire to forget may

be an essential ingredient in that process” (68). Este olvido se manifiesta en las comunidades

indígenas en los efectos que dejaron las medidas represivas del Estado chileno. Por ejemplo, en

el desconocimiento que tienen los mapuche contemporáneos de muchas tradiciones de sus

antepasados, en el olvido de la lengua mapudungun y tzé dungun y en la misma negación de su

identidad mapuche, por la que muchos optan para evitar la discriminación en las ciudades.

Claudia Briones comenta cómo el silencio también se vuelve una forma de sobrevivencia para                                                                                                                24 Los Títulos de la Merced son los títulos de propiedad de tierra que se les entregó a algunos caciques mapuche entre los años 1884 y 1929 (Bengoa, Historia de un conflicto 53). Con esta medida se redujeron las propiedades a las tierras de cultivo alrededor de sus casas y se liquidaron los espacios territoriales de los mapuche. En el año 1927 se emitió una ley que permitió la división de los Títulos, lo que llevó a muchas familias a dividirse, vender sus tierras y efectuar usurpaciones legales. Las consecuencias de esta división se observan entre los años 1927 y 1973, cuando desaparecieron 168 comunidades (59).

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 136  

este grupo étnico en Argentina: “As Mapuches themselves recognize, economic and cultural

stigmatizations have led and continue to lead many Mapuches to silence aspects of their identity,

and avoid comments against their “kultrún face”, their illiteracy or poverty” (“Our Struggle”

111).

Sin embargo, como bien dice Briones, las mismas circunstancias han llevado a otros

mapuche a rebelarse frente a estos estereotipos, desafiándolos mediante confrontaciones políticas

que reafirman valores tradicionales y prácticas mapuche (111). La valoración de la cultura

tradicional también forma parte del proceso de reelaboración de la identidad mapuche en Chile a

partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que se observa más claramente en las ciudades a

manos de mapuche urbanos que despliegan de forma pública el deseo de recuperar sus raíces

(Durán 65). Este deseo por reivindicar su cultura, manifiesto entre los mapuche de ambos lados

de la cordillera, se hace visible de diferentes maneras dependiendo de factores como su

ubicación (rural o urbana), edad de los participantes y visión política. Una de la formas en que se

busca reivindicar la identidad étnica es por medio de la autoidentificación con un pasado lejano

en el que todavía existiría una fuerte identidad étnica colectiva (65). La perspectiva que propone

los valores tradicionales y costumbres de la comunidad como la base de la “verdadera” identidad

mapuche se encuentra ejemplificada en el proyecto escritural de Elicura Chihualaf. Como afirma

Iván Carrasco, Chihuailaf realiza un registro de la memoria histórica y étnica de la comunidad

mapuche para reconstruir o gestar un modo de ser genuinamente mapuche. Para este poeta la

poesía guarda los elementos de la identidad cultural de un pueblo (“Poesía mapuche intercultural”

204). El mismo Chihuailaf afirma en la nota final de su primer poemario, El país de la memoria:

“Nacimos mapuche, moriremos siéndolo y la escritura, hermanos, es una de las más grandes

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 137  

maneras de dignificarnos, de guardar y recuperar (aunque para otros tantos todavía resulte

extraño) para y por nosotros mismos el alma de nuestro pueblo” (77). El proyecto poético de

Chihuailaf, desde su primera obra publicada hasta Sueños de luna azul, se ha enfocado

principalmente en dar cuenta de la vivencia del “ethos cultural tradicional” que es, como explica

García, un camino de carácter ético del mapuche al interior de la cultura tradicional, lo que

metafóricamente el poeta denomina como “el azul oriente” (García, “El ‘pewma’” n/a). El “azul”

es el referente de la plenitud ética mapuche y el centro entorno al cuál se organizan elementos

culturales fundamentales de la poética de Chihuailaf: los ancestros, el sueño o pewma, el fogón,

la oralidad, la comunidad y la naturaleza. De la misma manera, Lienlaf incorpora estos mismos

elementos articuladores del ser mapuche en un discurso basado principalmente en la afirmación

positiva de lo propio que se opone a las fuerzas externas a la cultura chilena-occidental (“El

‘pewma’ n/a”) y, a la vez, en la recuperación del canto tradicional y la transcodificación de la

tradición del canto indígena tradicional (I. Carrasco, “Poesía mapuche intercultural” 207).

No obstante, otros grupos de mapuche más jóvenes, indica Briones, se sienten

constreñidos por la imposición de un tipo de identidad mapuche tradicional, que es fomentado no

sólo por las generaciones anteriores, sino que también por las organizaciones mapuche:

“mapunkies, mapuheavies, and mapurbes understand that the Mapuche identity that most

organizations promote is so one-sided that has become an iron cage” (116). De este modo, ellos

conciben su identidad étnica como una fusión, por ejemplo, de la estética anarco-punk, metalera

o de alguna otra tendencia urbana entremezclada con elementos mapuche, cohesión que forma

parte de un proceso individual y colectivo de reformulación de la identidad étnica. Algunos de

estos grupos se basan en la estética mapurbe –forjada por el poeta David Aniñir- para dar cuenta

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 138  

de lo que es “ser mapuche” para ellos: una identidad móvil, urbana, estética y rebelde ante el

sistema. Entonces, el concepto “mapurbe” agrupa tanto a los mapuche urbanos en Santiago que

asisten a la peña (reunión) de solidaridad con los presos políticos y a los integrantes de la barra

brava del Colo Colo, como a los que se reúnen en un encuentro de poesía o van a un concierto de

rock o metal. Como señala José Ancán, la estética mapurbe ha consolidado en años recientes una

“seña de identidad transmapuche”, que ha legitimado la literatura de “la larga cadena de las

identidades mapuche contemporáneas” (“Los márgenes” 4). De modo semejante, grupos en las

regiones de Chubut y Río Negro en Argentina se han apropiado de las metáforas de Aniñir

(mapurbe, mapunkies y mapuheavy) para recrear su identidad étnica (Briones 116). Esta

recreación de la identidad urbana claramente no está exenta de múltiples críticas –en ninguno de

los dos países- de parte de los que se suscriben a los discursos dominantes mapuche y defienden

la idea de “una” identidad mapuche válida, “genuina” y “pura”. No hay duda de que los

mapuchemas de Aniñir se alejan de la representación de una identidad puramente campesina

rural mapuche asociada primordialmente al entorno natural de los bosques del sur de Chile, a la

comunidad tradicional y el admapu. Como señala María José Barros, investigadora de la

Universidad Católica de Chile, en el marco de la poesía mapuche que busca representar la cultura

desde sus espacios tradicionales, la obra de David Aniñir produce un quiebre ya que reivindica la

identidad cultural de los mapuche desde las calles santiaguinas del siglo XX (44). Sin embargo,

ella también advierte que no hay una negación de estos espacios, sino que más bien “todo este

espesor cultural (valioso e innegable) es incorporado de forma problemática por los mapuches

urbanos, quienes se debaten entre las dinámicas heterogeneizadoras y las dinámicas

homogeneizadoras, la localidad y la globalización, la reterritorialización y la desterritorialización”

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 139  

(44). Al exponer el conflicto generacional e ideológico actual, la poética de Aniñir representa

una de las facetas del problemático proceso de reconstrucción de “la memoria mapuche”, que se

encuentra en medio de un diálogo de perspectivas disímiles que se alejan o se acercan más o

menos de las pautas propuestas por el discurso dominante mapuche.

Desde esta perspectiva crítica e innovadora, Aniñir elabora una concepción de sí mismo

que se resiste a caer en lugares comunes de la reinvención de lo étnico. Es decir, no se limita a

reproducir estereotipos sobre lo mapuche ni a apropiarse de manera simple de elementos del

admapu para hablar de su propio proceso de auto-entendimiento o identificación étnica en su

escritura. Más bien, en poemas que reflexionan y cuestionan la identidad étnica del mapuche en

el contexto urbano, emerge la dimensión cultural de “la memoria mapuche”, la que incorpora de

manera problemática al encontrarse situado en medio de una encrucijada de la atracción que

ejerce la ciudad y la necesidad vital del admapu, y la dificultad de expresión verbal entre las

limitaciones del castellano y la imposibilidad de escribir en mapudungun. El análisis a

continuación muestra cómo Aniñir se apropia de estos lugares de la memoria en su escritura (los

ancestros, el pewma, la vida más allá de la muerte y su rol ritual en la comunidad), y las

paradojas y contradicciones que emergen de la (dis)locación de estos elementos en la ciudad.

En una instancia intermedia en esta serie de posibilidades de recreación de la memoria se

ubican los poetas huilliche, entre quienes se encuentran Bernardo Colipán, Paulo Huirimilla,

Jaime Huenún y Roxana Miranda Rupailaf, agrupación cuyos rasgos generacionales,

educacionales, culturales y geográficos los diferencian de poetas como Chihuailaf y Lienlaf

(Park, “Ethnogenesis” 36). Este grupo de poetas sobresale además por su rechazo a reproducir

estereotipos culturales, por cuestionar la versión oficial de hechos históricos en sus poemas y por

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 140  

incorporar múltiples discursos en sus poemarios (fragmentos de crónicas y recortes de periódicos,

relatos de los mayores, testimonios y prosa poética) que les confieren cierto carácter testimonial.

Rolf Foerster en “La poética mapuche huilliche como procedimiento de rememorización”,

constata que Jaime Huenún y Bernardo Colipán le conceden gran importancia a la memoria en su

escritura (64). Ellos se valen del lenguaje-memoria del otro, como lo hace Colipán en su poema

“De Chilensibus”, al reproducir la crónica de Georges Marcgravius que describe a los huilliche

en 1648:

No capitalizan.

No entienden de propiedad privada.

Dicen que en esta vida somos solo pasajeros.

No tienen riquezas.

“Viven sin ningún cuidado”. (Arco de interrogaciones 104)

Al introducir la cita de Marcgravius en el contexto del poemario, el discurso oficial del

otro dominante se desarticula, lo que permite cuestionar las premisas sobre las que esta visión

etnocentrista está basada. Entonces, recordar la historia a través de fragmentos de documentos y

testimonios –entre otros formatos que Colipán y Huenún incorporan en sus poemarios– resulta

ser de suma importancia para estos poetas huilliche porque nombrar hechos históricos que

forman parte del contexto o marco social de la colectividad les permite acceder a la memoria

colectiva de la sociedad. Maurice Halbwachs señala que la memoria es socialmente construida y

que por lo tanto, depende del grado en que nuestro pensamiento individual se posiciona dentro de

un marco social y participa de la memoria mediante el que logra el acto de remembranza (39).

De este modo, estos poetas reconstruyen una memoria mapuche basada en la reescritura de la

historia, la recuperación del testimonio de las comunidades y la recreación de la identidad étnica

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 141  

y la cosmovisión que acepta la hibridación cultural, sin dejar de lado aquellos elementos

articuladores del ser mapuche (como el azul, el fogón y el sueño) cuya presencia es reiterativa en

la escritura de Chihuailaf y Lienlaf. Prueba de ello es la siguiente afirmación de Colipán sobre la

relación entre la memoria y la poesía mapuche: “El tiempo de la memoria, esa que circula por

debajo de la tierra, arrastrando los susurros de los antepasados y que traen recados desde un

sueño azul es el soporte donde descansa la Poesía Mapuche actual” (Pulotre 12). La memoria es

la base de la creación poética contemporánea mapuche y por eso, a pesar de las diferencias entre

los proyectos de los poetas mapuche mencionados, todos tienen en común la intención de

recuperar la memoria ancestral por medio de la palabra como una forma, por una parte, de

interrumpir el silenciamiento del pasado mapuche, y por otra, de recuperar y reinventar la

identidad mapuche anteriormente olvidada, oculta o suprimida. Para estos poetas es tan

importante reconstruir colectivamente el pasado ancestral y resumir el vínculo con su territorio

ancestral, porque sin este conocimiento del pasado y de su tierra, no pueden recrear su identidad

étnica.

David Aniñir y Jaime Huenún, poetas mapuche que habitan espacios urbanos, recrean

una nueva identidad en sus poemas, sin dejar por eso de reivindicar la identidad mapuche

histórica. No dejan de identificarse con la cultura mapuche citadina y globalizada que permea los

lugares donde residen y, sin embargo, la forma en que se ven a sí mismos no está exenta de la

presencia del conjunto de elementos tomados de la cultura mapuche rural y tradicional,

denominado “la memoria mapuche”. Andrea Aravena, antropóloga de la Universidad de

Concepción, reflexiona sobre el rol de la memoria colectiva en el proceso de reconstrucción

identitaria de los mapuche urbanos, e indica que “la memoria colectiva, inspirada en el pasado,

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 142  

se actualiza en el presente, proyectándose al futuro como la base constitutiva de una nueva

identidad” (“El rol de la memoria colectiva” 94). Aniñir y Huenún retoman algunos hitos

fundacionales de la identidad mapuche y los actualizan para constituir la base de una identidad

étnica urbana. Ambos incorporan aquellos elementos que forman parte del admapu o tradición,

entre los que se encuentran el contacto con la naturaleza y con los ancestros, el elogio de la

libertad que brinda la vida rural, de la vestimenta y las joyas, la abundancia de los alimentos, los

instrumentos musicales, los bailes, las ceremonias, el rehue, la ruka, el fogón y los relatos orales

(92). A pesar de recrear identidades étnicas decididamente urbanas escribiendo poemas en los

que aparece de forma reiterada un “yo” poético que se debate entre opuestos culturales que lo

habitan, estos poetas tienen muchísimo en común con escritores como Chihuailaf y Lienlaf,

quienes proponen una identidad indígena más homogénea.

De acuerdo con lo expuesto en el capítulo anterior, Huenún y Aniñir están elaborando

una concepción de sí mismos desde una perspectiva crítica e innovadora que se resiste a caer en

lugares comunes de la reinvención de lo étnico. Es decir, no se limitan a reproducir estereotipos

mapuche y apropiarse de manera simple de los elementos que pertenecen al admapu para hablar

de su propio proceso de auto-entendimiento o identificación en su escritura. Más bien, en poemas

que reflexionan y cuestionan la identidad étnica del mapuche en el contexto urbano –donde

aparecen sujetos líricos escindidos, fragmentados, atravesados por el ir y venir entre la cultura

mapuche y otra chilena y globalizada– emerge la dimensión cultural de la memoria mapuche,

incorporada de manera problemática y puesta en cuestión por los mismos poetas que se

encuentran en una encrucijada entre dinámicas heterogeneizadoras y homogeneizadoras, entre la

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 143  

atracción que ejerce la ciudad y la necesidad vital del admapu, entre las limitaciones del

castellano y la imposibilidad de escribir en mapudungun.

El análisis de los poemas a continuación muestra la apropiación que realizan Huenún y

Aniñir de estos lugares de la memoria en su escritura (el pewma, los ancestros, entre otros

elementos trascendentales del admapu), en medio del debate problemático de la pertenencia o

exclusión del discurso dominante mapuche. Lo que llama la atención aquí es que el estudio de

los poemas que refieren a la memoria mapuche o elementos constitutivos de ella, indica que

predominan más las semejanzas que las diferencias entre su poética y la de poetas más

tradicionales como Chihuailaf y Lienlaf. Insospechadamente parecida al de estos poetas, los

poemas de Huenún y Aniñir que incorporan elementos de la memoria mapuche se ritualizan y se

apropian de los mismos elementos del admapu que usan los primeros como, por ejemplo, la

importancia de los ancestros, el pewma, la vida más allá de la muerte y su rol ritual en la

comunidad. Esto no quiere decir que no hay diferencias entre las obras de los poetas

mencionados. En poemas de Huenún y Aniñir que hablan de migración, identidad urbana,

oralidad y escritura, y territorio, se diferencian significativamente por su temática y forma de los

de poetas más tradicionales. No obstante, al referirse a la memoria, las distancias entre los

proyectos poéticos de unos y otros se acortan porque Huenún y Aniñir, al igual que Chihuailaf y

Lienlaf, se definen como herederos y guardianes de las tradiciones mapuche ancestrales,

prestándole especial atención al pewma o sueño, portal por el que es posible acceder al mundo

paralelo donde habita la sabiduría de los ancestros. A continuación exploraré las diversas formas

en que los poetas incorporan el conjunto de elementos que forman parte de la memoria de la

comunidad étnica en su escritura.

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 144  

Werken de los sueños: la recuperación de la memoria en Mapurbe y Haycuche

El poemario Mapurbe inicia de forma ritual con “Yeyipun”, fragmento de una rogativa

realizada por la machi al inicio de ciertas celebraciones, como el Wetripantu o Año nuevo

mapuche que se festeja en el solsticio de invierno y coincide con la celebración católica de San

Juan (Bacigalupo 262; Foerster, Introducción 100). En la obra poética de Aniñir, esta rogativa

señala la entrada al espacio ritual al invocar espíritus antiguos y dioses de la naturaleza, lugar

que luego el poeta desacraliza en un intento de expandir la concepción de lo que es “ser mapuche”

en la ciudad. Tal y como me lo manifestó el mismo Aniñir durante una entrevista reciente,

“Yeyipun” es pedir a los espíritus masculinos y femeninos antiguos. Fvcha y kvze son espíritus

antiguos que circulan por el mundo, que explican el origen del mundo mapuche. Es una plegaria,

una oración que hace la machi. Forma parte de la antesala de mi obra donde se pide energía, se

agradece: fuerza, limpieza y trabajo. Se pide a los cerros, a lo que tengas más cerca de la

naturaleza, a la luna, al sol. Es una síntesis porque la rogativa tiene que durar media hora. (Aniñir)

Al estar escrito en mapudungun sin traducción, en “Yeyipun” no sólo se establece una zona de

protección ritual, también se crea un espacio de resistencia cultural mapuche al volver el texto

inaccesible al lector no-mapuche:

Marri- marri wenu kvze

Marri- marri wenu fvcha

Marri-marri newen ñuke mapu

Marri-marri kuifi keche mapuche

Marri marri kvyem wanglen kom newen wenumapu

allkutuain taiñ dugu

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 145  

allkutuaiñ taiñ pvlyv

allkutuaiñ taiñ rakiduam

Memoria pú lonko, Pu machi, Pu weichafe, Pu werken

kom fvcha keche, petu mongeley. (21)

La exclusión lingüística del wingka enfatiza, a su vez, el reclamo de la propia pertenencia

al mundo mapuche que Aniñir desea reafirmar. En todo caso esta exclusión es problemática

puesto que no sólo le niega al wingka la posibilidad de entrar al círculo ritual, sino también a los

mismos mapuche urbanos monolingües que –como Aniñir– no hablan mapudungun. “Yeyipun”

delimita el espacio textual protegido –un refugio ante la amenaza de la invasión cultural- desde

el que el hablante poético puede abrirse y reflexionar sobre su estado disonante en la ciudad, y

sin embargo, lo hace mediante un texto que lo excluye a él y al resto de los mapuche urbanos que

no hablan mapudungun. La rogativa en mapudungun es uno de los discursos mediante los que

Aniñir reclama indigenidad y pertenencia a la comunidad mapuche. Sin embargo, la inclusión de

esta rogativa en mapudungun que le niega a otros mapuche urbanos el acceso a la misma, hace

parte de las paradojas en las que se enmarca la construcción de identidades mapuche urbanas.

Asimismo, Aniñir se apropia del espacio ritual de “Yeyipún” y lo desacraliza al sacarlo de entre

los imaginarios mapuche tradicionales que ubican el nguillatún en medio de la naturaleza del sur

de Chile y situarlo en la ciudad profana, el “santiagóniko wekufe maloliente” (76) del imaginario

“mapurbe”. Esta traslación del ritual a la ciudad permite al autor de Mapurbe cuestionar los

estereotipos asociados a lo mapuche y la autenticidad de lo étnico, lo que a la vez, le permite

asociar los espacios y actos rituales a identidades más fluidas mapuche.

Pablo Cañumil, mapunche de Río Negro, Argentina, reemplaza la categoría étnica

mapuche –que indicaría una posición de pertenencia a este pueblo– por el término mapunche,

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 146  

que según él, refiere a una persona que está en un proceso continuo de identificación con una

subjetividad mapuche (68). Esta búsqueda de los mapunche, la “mapunky” y el “mapuheavy”,

entre otros habitantes de “mapurbe”, por descubrir la subjetividad étnica es compartida por

muchos individuos hoy en día. Eleanor Heartney en Remix: New Modernities in a Post-Indian

World, da cuenta de cómo un grupo de 15 artistas expresan un sentido fluido de identidad como

“post-indígenas” en Norteamérica. Ellos sienten que su identidad está siendo constantemente

reformulada por las circunstancias que los envuelven, razón por la que, a través de sus obras,

cuestionan los estereotipos, mitos y clichés históricos que circundan la identidad de los pueblos

indígenas de Norteamérica (39). Al respecto, una de las artistas, Anna Tsouhlarakis, señala: “The

realm of Native America is full of romanticism and spirituality. Unfortunately most Native

American art is held to that same limitation and therefore has remained stagnant. I question why

those limitations transfer to the gallery setting and why they have maintained there setting for so

long” (citada en Remix 82). De modo semejante, Aniñir cuestiona los espacios tradicionales de lo

indígena mapuche –los rituales y el rol del poeta “indígena”– al reubicarlos en los espacios

urbanos, acto que busca trascender las limitaciones impuestas por los clichés de lo mapuche y

que permite a los mapuche urbanos reformular su identidad étnica de forma continua y fluida.

En “Poesía a lo que escribo” –compuesto a modo de Ars poética para exponer las

motivaciones que le impulsan a la creación literaria- el hablante lírico continúa su reflexión,

iniciada anteriormente por medio de la incorporación del poema “Yeyipún”, sobre el tema

decisivo de su inclusión o pertenencia a la comunidad mapuche. Reafirma su vínculo asegurando

que el oficio de la escritura le fue asignado por sus ancestros. Fue elegido, dice, sin otro medio

de expresión que la ira que siente ante la historia injusta de su pueblo. Sin la lengua mapudungun,

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 147  

sin formación académica superior, habitando fuera de los territorios ancestrales, Aniñir puede y

debe escribir porque éste es un encargo de sus ancestros:

Lo digo, lo escribo y lo repito

este es un encargo de otros tiempos

legado por la naturaleza de la vida

y los designios cósmicos de mis antepasados mapuche

este desusado oficio

sin más herramientas que la ira. (27)

Aquí, el “yo” poético es el elegido para perpetuar la tradición de sus antepasados, una estrategia

que fundamenta la autoridad escritural del poeta, quien se inscribe en una tradición literaria

mapuche reciente y una larga tradición oral mapuche. Sin embargo, en “Poesía a lo que escribo”

existe un profundo conflicto entre la voluntad de apropiarse del arte oral de los ancestros y la

escritura que éste efectúa: “En mis versos canto / en mis líneas hay ritmo y vuelan”; “A veces me

cuesta mentir oral / y escribo” (28). Porque, ¿cómo reanudar la tradición del canto oral mapuche

al escribir poemas en “flaitedungun”? ¿cómo asumir el legado de los espíritus de los antepasados

si no se habla mapudungun y se habita lejos del territorio ancestral? Escindido y atrapado entre

dos culturas (“por el problema de habitarme”), este sujeto se debate entre la imposibilidad de

decir oralmente y escribir a medias lo que, en realidad, le gustaría poder cantar en su lengua

ancestral: “En mis versos se libra lo que no hablo / por un problema de habitarme”, reconoce el

sujeto poético, “en la grafía exacerbo la labia / y su espuma se diluye” (28).

El poeta resuelve esta dicotomía mediante el pewma que le otorga el don de ser el

ngenpin u orador ritual de la comunidad, elegido por los espíritus para proferir palabras llenas de

poder e invocar a los ancestros en un contexto contemporáneo (Bacigalupo 63). Por medio del

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 148  

pewma el mapuche tiene acceso al mundo del “más allá”, lugar de transmisión y traducción entre

las experiencias de humanos y no-humanos, entre el pasado y el presente. Como un canal por

medio del cual se comunican los antepasados y se reescribe poéticamente la memoria, en el

pewma el sujeto poético de “Poesía a lo que escribo” consolida su posición dentro de la tradición

tanto como poeta mapuche, así como guardián de la memoria ancestral:

Al parecer que no soy yo el que escribe

es la poesía quien lo hace por mí,

viene a buscarme envuelta de noche

y sueños,

Cruelmente me sacude el alma

con hermosas incógnitas me despierta

es la poesía que viene hacia mí

balbuceando bellos sarcasmos

de mapuche muertos que quieren reír

y llorar por mí en el verso. (30)

La poesía, la palabra de los espíritus de sus antepasados, busca en el sueño al sujeto lírico, quien

como un “medium” transmite sus pensamientos y emociones en versos. En este sentido, cada

verso se reviste de algo sagrado por ser palabras no sólo del poeta, sino de los ancestros que se

encuentran más allá del espacio de la muerte. Entonces el poeta asume esta función ritual

privilegiada como ngenpin (orador ritual) o werken (mensajero) y adquiere la virtud de conocer

mucho más que el resto de otros integrantes de su comunidad. De esta forma, el poeta supera el

problema de la oposición entre la oralidad –la forma más tradicional de expresión mapuche- y la

escritura –la forma de expresión mestiza y asociada a la cultura occidental–, al reivindicar la

escritura como medio alternativo de transmisión de la palabra sagrada ancestral.

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 149  

Ahora bien, en este primer poemario de Aniñir, el concepto pewma también se refiere a

un espacio alternativo donde el poeta puede escapar por breves instancias de la ciudad

deshumanizada, como en los siguientes versos de “+Poesía –Policía”:

Mejor un pewma a esta ciudad

donde sus cerros enmascaran bulliciosos y gritones volcanes

que algún día llorarán sangre

excremento y lágrimas. (56)

Este refugio de sueños es una dimensión en la que se accede al mundo antiguo anterior a la

irrupción del hombre blanco, lugar donde habitan los ancestros muertos y los niños que aún no

nacen. Según Foerster, los mapuche pueden ir al Wenu Mapu en sueños (133), mundo de los

dioses donde reina el orden y el equilibrio (70). En el poema, “El pewma del mundo trasero”, el

sujeto lírico penetra en este mundo “de arriba” alternativo, en la dimensión de los sueños y los

espíritus donde toda división, duplicidad o escisión del sujeto fragmentado vuelve a unificarse, a

ser “uno”: “ser tú es estar en ti / es quererme a mí mismo pues, tú estás en mí”. En este mundo el

“yo” sobrepasa la diferencia que lo separa del “otro”, lo que resulta en la superación de la

dualidad. Este espacio sagrado y liminal del pewma es también el recinto donde perdura “la

memoria mapuche”, el mundo de los ancestros, que el poeta –como werken– se encarga de

mostrarnos por medio de su escritura:

Somos de un mundo antiguo

donde las revoluciones no eran necesarias

tú te lavabas el rostro en el río de la verdad

y yo rodeaba a nuestros hermanos animales

pues con ellos vivíamos

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 150  

Así era allá

en el lugar donde nuestros cuerpos eran otros

éramos la raza oscura de tantas noches

Así era allá

desnudos de espíritu

desnudos de poesía

desnudos de tristesías

Así era allá

aquí solo soy un traficante de sicotrópicas líneas

soy el werkén de tus pewmas. (42)

Louis Faron en Hawks of the Sun indica que las descripciones de la vida después de la muerte

(“the after-life”) entre los mapuche evocan el cuadro de una versión mejorada de la cultura y

sociedad tal como imaginan que era antes de las reducciones. Una vida rica que se alternaba

entre el trabajo y el descanso, abundante comida y trajes y tejidos tradicionales, y en la que se

seguían las costumbres tradicionales sin influencia chilena (aunque esta autora advierte que gran

parte de lo que se presenta en este cuadro forma parte de la vida de los mapuche en las

reducciones) (58). En un tono sorprendentemente serio y desprovisto de la ironía habitual de

Aniñir, este poema describe las tierras ancestrales del más allá, un espacio que comparte las

características de este pasado mapuche ideal y armónico, donde el ser humano vive en paz y no

se sitúa en una posición superior al resto de los seres vivos que habitan la tierra. Sin embargo, los

últimos versos, “aquí solo soy un traficante de sicotrópicas líneas / soy el werken de tus

pewmas”, introduce un elemento disruptor en el poema al comparar al werken con un traficante,

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 151  

que trafica con versos en vez de drogas. De modo semejante, el poema “Lautaro”, describe a

Ciberlautaro como un “werken elektrónico” (80), un mensajero que viaja por la red y navega por

el sistema del internet25. Una vez más, Aniñir se apropia de un estereotipo de lo indígena –el del

poeta mapuche como “mensajero sagrado”– para luego, cuestionarlo al reubicar esta figura en los

márgenes de la ciudad, donde éste se vuelve un personaje ambiguo, atrapado entre las

asociaciones y contradicciones de lo sagrado y lo profano.

Poetas como Chihualaf y Lienlaf no solo asumen el rol de intermediario entre espíritus y

la comunidad en su poesía, sino también se adjudican el rol ritual de mayor importancia de la

comunidad: el de la machi. James Park señala que en sus poemas éstos toman este rol para poder

comunicarse con sus ancestros y sanar a los mapuche urbanos de la pérdida de sus tradiciones e

historia (“Recuperation through renovation” 31). Así, en el poema “Iniciación” de Chihuailaf –

incluido en el poemario El invierno y su imagen y otros poemas azules- la machi viaja al Wenu

Mapu e intercede por los mapuche enfermos ante sus ancestros por medio del canto ritual:

Estas son las palabras rituales, dicen las machis

Sí, ustedes ya las conocen: Jefes, Ancianos

y Jóvenes de la Tierra de Arriba; ustedes

habitantes del volcán amaneciendo

y machis antiguos que oyen nuestros ruegos

helo ahí el hombre enfermo: respira.

No lo dejen solo

ahora que le hemos traído hierbas medicinales

y, en nuestros cántaros, el agua cristalina. (63)

                                                                                                               25  Lautaro fue el líder de la resistencia mapuche contra las fuerzas de Pedro de Valdivia durante la guerra de Arauco entre 1553 y 1557. En el poema “Lautaro” Aniñir reactualiza la imagen del héroe mapuche, ubicándolo en el ciberespacio donde transformado en Ciberlautaro navega, piratea y chatea “pasando piola en la red” (80).  

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 152  

Al igual que Chihuailaf, Lienlaf emprende un viaje de iniciación y transformación,

apropiándose del rol de machi que mediante el pewma llega a la “tierra de arriba”, como sucede

en el poema “Creación”: “luego me dijo que fuera / hasta el gran fuego de las / estrellas” (Se ha

despertado el ave de mi corazón 83). Aniñir –como Chihuailaf y Lienlaf– reconoce la

importancia fundamental de la reconstitución de la memoria para la identidad mapurbe y se

apropia de elementos propios del admapu como el pewma, la comunicación con los ancestros y

el werken para este propósito. No obstante, al reubicar estos elementos en un contexto urbano,

operan múltiples desacralizaciones motivadas por la contraposición entre el espacio tradicional

de lo mapuche y el espacio urbano en donde las identidades de los mapuche subsisten y se

perpetúan. Por ejemplo, en “Perimontu”, Aniñir desacraliza la figura de la machi al situarla en el

espacio periférico de la “pobla” 26. La ambigüedad de la descripción de esta machi hace que sea

difícil identificarla mediante los parámetros convencionales de la función social de la machi en la

comunidad. En este poema, elementos rituales tradicionales mapuche (“muday”, “rewe”, “foye”)

se alternan con referencias al estilo punk y metal (“harcore”, “punx”, “power metal”),

mezclándose, a la vez, con elementos que se encuentran a medio camino entre lo mapuche y lo

urbano (“yeyipunx”, “Newendy”, “mapunky”, “marichiwaniando”). En medio de su trance,

borrachera, danza-ritual o perimontu (estado visionario), esta versión más “avanzada” (“2.0”) de

la machi “mapurbe” es una amalgama de machi, heroína, punk, metalera, kalku o hechicera

mapuche27:

                                                                                                               26 El poema “Perimontu” no forma parte de Mapurbe. Apareció publicada en la revista virtual Revista Lecturas en febrero del 2011. 27 Según Leonel Lienlaf, el kalku es un individuo de la comunidad que contrariamente a lo que se piensa comunmente, no está ligado a la maldad, a pesar de que se dedica a eso para poder controlar ciertas energías. El verdadero kalku se prepara para ser un guerrero espiritual de la comunidad y su trabajo tiene que ver con la muerte, mientras que el de la machi tiene que ver con la sanación y la vida (“Historias” 6).

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 153  

Una machi en actitud harcore

Una minosa punx atrevida

2.0

Desencadenando su yeyipunx al son del sol

En clave de luna

En llave de estrellas

Con riff de cometas

Una machi en actitud power metal

Con Newendy

Agitando su trance en el mosh

Saltando tierra abajo, al tajo

Tierra adentro, al rojo, al cuajo

Una machi de la pobla

Una hermusa mapunky borracha

Marichiwaniando eufórika

Porque andai puro marichiwaneando

Con su brebaje de acido sulfuriko y muday

En volà de kuymi

Cosmogónica dulcinea de la fabula terráquea

Una machi mapurbe con actitud sorpresiva

Con fibras de kalku por el torrente sanguinolente

Ascendiendo al rewe de alta tensión

Y al tronar de voltajes en noche de lluvia

Con el espiral del Slam al medio del foye

Una Guakolda de la esnaki

Toda Brígida Ella

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 154  

Este poema contrasta, a su vez, con una visión más tradicional de la machi que presentan dos

poemas cortos de otro poemario de Aniñir titulado Haykuche:

Nuestra machi se comunica

con los espíritus del cielo

en el nguillatun pedimos

a las fuerzas de la naturaleza.

En el centro del universo habitan todos los tiempos

la machi guía y defiende nuestro espíritu. 28

El rol tradicional de la machi está clarísimo en este poema: ella es la intermediadora entre la

comunidad y los espíritus del Wenu Mapu, y la guía y defensora del espíritu del conjunto

mapuche. La ambigüedad de la figura de la machi del poema “Perimontu” ha desaparecido y ha

dado paso en los “haycuche” (fusión entre haiku japonés y mapuche) a una sobria reflexión de un

“nosotros” mapuche, sobre un tema (la machi) relacionado con el admapu. Estos poemas cortos

tienen la particularidad de aparecer en el texto junto a una traducción al mapudungun a cargo de

Víctor Cifuentes. La doble codificación de estos textos indica que Aniñir se apropia de su

identidad étnica o se re-indigeniza aquí con mayor fuerza. De este modo, en Haycuche asistimos

a un giro en la forma en que Aniñir percibe su propia identificación étnica y la forma en que se

apropia y renegocia los elementos de la cultura tradicional mapuche.

Haycuche es presentado en el marco de la segunda Bienal de Arte Indígena en Santiago,

lo que enfatiza la pertenencia de Aniñir no sólo al grupo de mapuche urbanos en Santiago, sino

también al grupo indígena colectivo que incluye a todos los mapuche. Por esta razón, en este

                                                                                                               28 Los poemas citados pertenecen a una copia del poemario en formato digital que obtuve mediante correspondencia directa con el poeta.

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 155  

poemario, el sujeto lírico toma la voz de un “nosotros” colectivo en muchos poemas y se sitúa en

un espacio rural idealizado cuyas descripciones se asemejan al Wenu Mapu, lugar ubicado en el

imaginario colectivo del pasado mapuche, en medio de los bosques, volcanes, lagos y piedras del

sur de Chile29:

Somos bosques de piedras

somos montañas ancestrales

emergemos como volcanes.

lemu curra felelley mai

kuifi mawidamu felelley mai

xipay wechun chumgechi degiñ.

Este poemario revela la necesidad de crear una imagen de un grupo colectivo que se identifica

con este pasado ideal. Las tradiciones, las costumbres y el conocimiento de la naturaleza forman

un conjunto de isotopías que se reúnen bajo el concepto de “la memoria mapuche”. Los dos

poemas a continuación, ejemplifican cómo la memoria es imaginada como una dimensión que

concentra el conocimiento ancestral y las enseñanzas fundamentales, lugar que encierra la

potencialidad del renacimiento cultural y las bases del futuro de la comunidad:

Nuestro futuro habita atrás

nuestros antepasados

nos enseñan el sendero con su espíritu caído del cielo.

De la semilla de los ancestros

                                                                                                               29 En varios poemas de Haycuche el hablante lírico parece querer enseñarle al lector wingka aspectos culturales de la comunidad mapuche, no sólo del grupo que habita en la ciudad, sino del conjunto amplio de todos los mapuche contemporáneos. Éste es el caso de los siguientes vesos: “Nuestras leyes tienen que ver con la luna, la lluvia y los astros / nuestra religión tiene que ver con la cordillera, el sol y los ríos / nuestro pensamiento no agoniza en esta existencia”; o “Los espíritus de nuestros antepasados / se comunican a través de los sueños”. En todos estos haycuche existe la constante de una voz que habla por la colectividad mapuche.

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 156  

Nacerá el mundo de los sueños.

No encontramos este lenguaje y contenido más tradicional en todos los poemas de Haycuche. Sin

embargo, en los poemas presentados aquí –carentes de la irreverencia y el sarcasmo habitual del

poeta– se observa un cambio en la forma en que Aniñir se aproxima a la (re)invención de “la

memoria mapuche” y dialoga con la cultura tradicional mapuche.

En conclusión, Aniñir busca reinventar “la memoria mapuche” para demostrar su

permanencia a través del tiempo y concederle validez a su grupo cultural frente al “otro” cultural

dominante. Conciente de los riesgos del paso del tiempo y el olvido que amenaza su frágil

identidad en el presente siglo e instaurado en un “imperio global” que no va dar marcha atrás

(58), el poeta siente la necesidad de escribir la historia para revivirla:

y la aventura de escribir la historia

trae tierra semilla y raíz a mi memoria

con el zumbido del viento

que corre friolento por las tablas de un templo de bosques. (Mapurbe “Corre el tiempo” 58)

Al reflexionar sobre la memoria, Bernardo Colipán, poeta e historiador mapuche señala,

“El tiempo de la memoria, esa que circula por debajo de la tierra, arrastrando los susurros de los

antepasados y que traen recados desde un sueño azul es el soporte donde descansa la Poesía

Mapuche actual” (Pulotre 12). “La memoria mapuche”, el conjunto de saberes tradicionales,

historias y mitos que forman la base del resurgir cultural mapuche, emerge en la poesía mapuche

en ese tiempo ritual oculto en torno al fogón, en los fugaces encuentros con los espíritus de los

ancestros, en el vuelo onírico que emprende el poeta en el pewma.

En la escritura de Aniñir también surge “la memoria mapuche” desde la profundidad del

recuerdo de la colectividad y, sin embargo, al situar ciertos constituyentes fundamentales del

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 157  

admapu (como el pewma, los ritos y el werken) en otros contextos urbanos y espacios marginales,

los resignifica para volverlos más accesibles a los mapuche de la ciudad que desean reconectarse

con su tradición (y también a un público lector no mapuche). Entonces, mientras que en

Haycuche, Aniñir nutre con mayor fuerza la idea de una memoria ancestral ligada al mundo de

los antiguos habitantes del Mapu; en Mapurbe, el poeta expone todos los matices, paradojas y

contradicciones que conlleva la vida marginal de sus “descendientes malheridos” (Mapurbe 63).

Tan pronto como Aniñir instituye los espacios sagrados y rituales a los que pertenecen estos

elementos de la tradición mapuche, los desacraliza al contraponerlos a otros elementos de su

realidad urbana, acción que le permite expandir los límites del espacio tradicional para crear una

nueva forma de “ser mapuche” en un entorno urbano. Por efecto del constante contraste entre los

matices de lo tradicional sagrado del admapu y lo profano de la ciudad, ambos se exacerban

originando un efecto desestabilizador en los poemas.

Sobre cómo revivir la memoria en campamentos y reducciones: la conversación ritual y la

importancia de los ancestros en la poesía de Jaime Huenún

Como señalé anteriormente la reconstitución de “la memoria mapuche” en el contexto del

ritual es un elemento común en la escritura de varios poetas mapuche y huilliche. El poemario de

Jaime Huenún, Ceremonias, es un ejemplo de cómo el poemario entero se vuelve una gran

ceremonia, tornándose cada poema un pequeño ritual que exorciza los males espirituales y los

conflictos que ha experimentado la colectividad huilliche y que conjura la memoria de la

comunidad, reviviendo aquellos hitos históricos, recuerdos, tradiciones y hábitos sociales que los

define como un grupo étnico y que los diferencia de otros.

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 158  

Uno de estos rituales catárticos toma lugar en el poema, “Seis (Campamento Pampa

Schilling)”, donde el “yo” poético expresa su emoción frente a la cruda realidad de su

colectividad huilliche que vive en un campamento extremadamente pobre30. Desde este lugar nos

revela la existencia de una población afectada por la usurpación física de sus territorios y el

deterioro interno de su cultura. El desarraigo de este grupo es tan profundo que se manifiesta en

el plano espiritual de la comunidad: ya no creen en sus propios dioses y carecen de un

sentimiento religioso que antes los vinculaba a la tierra, a los elementos naturales, a sus dioses.

“Aquí, henos aquí, / ya viudos de nuestros dioses”, se lamenta Huenún, “viudos del sol, del agua

/ y de la luna llena” (37). En este estado desmejorado tampoco mantienen comunicación con sus

ancestros por medio del pewma, un “sueño que no es pesadilla y que alumbra los días por venir”,

como explica el mismo poeta (Ceremonias 50). Los huilliche de Pampa Schilling ya no sueñan,

sólo tienen pesadillas que los hace despertarse de noche con temor al sortilegio de los brujos. Así,

desprotegidos y abandonados de sus dioses y antepasados temen el mal que los amenaza en

medio de sueños:

Dormimos, viudos del sueño,

soñamos cosas que arden:

cometas entre las rocas,

aguas donde quema el oro

¡Es arte de brujos! –grito-

¡Escupan esas visiones!. (37)

Como resultado de esta carencia tan profunda en el ámbito espiritual, lo que les resta

hacer como colectividad es resguardarse en el recuerdo, como señalan los siguientes versos:

                                                                                                               30  Hasta el año 2008 en la Región de los Lagos habían 22 campamentos que reunían a 3.500 personas que vivían en pésimas condiciones ("crónicalibre").  

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 159  

“Adentro, / frente al brasero, / quemamos lengua y memoria” (37). De la memoria depende la

renovación y resignificación de los lugares del grupo huilliche de Pampa Schilling; en ella se

concentra la vitalidad de todo aquello que conforma la vida interior de la comunidad. Asimismo,

en la memoria y en los lugares en la que ésta reside, sobreviven los recuerdos que definen a ese

grupo. En la poética mapuche, algunos lugares físicos –el brasero, el fogón o el fuego– se

convierten en una metáfora de esa misma memoria. Como mencioné anteriormente, el fogón es

un componente del admapu que aparece de forma recurrente en la poesía mapuche. Por ejemplo,

en varios poemas de Lionel Lienlaf el fuego se asocia al encuentro del sujeto mapuche con lo

más íntimo de su cultura: “Me adentro / en estos cantos de sueños, / dormitando cerca del fuego”

(Pewma dungu 7). El fogón simboliza ese “adentro” cultural de los cantos y de los sueños, el

espacio más sagrado de la comunicación familiar en el que se transmite la memoria de

generación en generación. De forma similar, en el poema “Konpanpun” el “yo” poético conoce

los saberes secretos que vinculan al ser humano con el mundo sagrado alrededor del fuego:

En antiguas palabras

navega mi corazón

y me abraza

cerca del fuego. (Pewma dungu 8)

Si bien en el pasado de la comunidad siempre fue importante la reunión alrededor del fogón

donde se traspasan los saberes y se relatan las historias que conforman la memoria, ahora, en el

mundo marginal de Campamento Pampa Schilling, es imprescindible mantener vivo este “fuego”

del recuerdo mediante la conversación ritual por medio del cual se rememora el pasado huilliche,

se recuerda a vivos y muertos, y se renuevan mitología e historia. Huenún retoma en sus poemas

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 160  

este símbolo tan fundamental de la tradición mapuche con el fin de subrayar el rol de la memoria

en la persistencia cultural de su comunidad.

Uno de los múltiples discursos que incluye Huenún en su poemario y que le conceden a

éste un carácter testimonial –además del documento histórico de “Ceremonia de la muerte” y el

epígrafe periodístico de “Uno (Forrahue)”- es el texto en prosa. Varios de estos pequeños textos

escritos por él y agrupados bajo el nombre, “Dibujo del monte (Cunco chico)”, narran la forma

en que la machi busca y limpia sus plantas medicinales y describe la ceremonia del nütram en la

ruka. El nütram, explica aquí Huenún, es “la balbuceante conversación [que] espanta los

espectros del espíritu” (48). De modo semejante, en otro de los cortos textos de carácter

testimonial que dispersa a lo largo de Ceremonias, Huenún afirma que el nütram es “una

conversación mapuche que entrelaza retazos de mitos, recetas medicinales e historias de

parientes y vecinos vivos y difuntos” (47). Los nütram son relatos casi testimoniales que narran

sucesos ‘reales’ o cuentan algo que ha ocurrido en la historia, afirma Sonia Montecino, mientras

que los epeu están compuestos por distintos tipos de relatos, unos vinculados a los mitos y otros

a cuentos. Ambos normalmente son contados por los mayores en momentos de congregación de

la familia por las noches junto al fogón (262). En el poema “Fogón” toma lugar la conversación

ritual alrededor del fuego en la que una anciana (papay) narra historias importantes de la

colectividad, como el génesis de su pueblo, la huída de los pehuenche a la montaña y algunas

descripciones de los bosques y del nguillatún:

Menos que el silencio pesa el fuego, papay, tu

gruesa sombra que arde

entre leños mojados;

menos que el silencio a la noche

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 161  

y al sueño,

la luz que se desprende

de pájaros y ríos.

“Hermano sea el fuego”, habla, alumbra

tu boca,

la historia de praderas y montañas

caídas,

la guerra entre dioses, serpientes

de plata,

el paso de los hombres

a relámpago y sangre.

Escuchas el galope de las generaciones,

los nombres enterrados

con cántaros y frutos,

la lágrima, el clamor de lentas caravanas

escapando a los montes de la muerte y la vida.

Escuchas el zarpazo del puma

al venado,

el salto de la trucha en los ríos

azules;

escuchas el canto de aves adivinas

ocultas tras helechos

y chilcos florecidos.

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 162  

Respiras ahora el polvo de los nguillatunes,

la machi degollando al carnero

elegido;

respiras ahora el humo ante el rehue, la hoguera

donde arden los huesos del largo sacrificio. (20)

A lo largo del poema, la anciana revive la memoria mapuche al relatar los epeu y nütram

que comprenden los momentos de mayor importancia para la comunidad. En la segunda estrofa,

ella cuenta el mito o epeu de “Tren Tren y Kai Kai”31. En la tercera estrofa, la narración de la

viejita evoca los antepasados muertos, sus nombres y acciones, y el triste momento de la

invasión española en el que miles de huilliche escaparon a las montañas. En la cuarta estrofa, ella

reconstruye sensorialmente la espléndida fauna y flora de los bosques huilliche antes de la

llegada del hombre blanco y, finalmente, se refiere en la penúltima estrofa a la ceremonia del

nguillatún, donde a través del rito sacrificial de la machi –en el que se queman las ofrendas en el

fuego para las divinidades– se asegura el orden y la paz de la comunidad (Foerster, Introducción

100). “La machi degollando al carnero / elegido”, declama Huenún en su poema, “respiras ahora

el humo ante el rehue, la hoguera / donde arden los huesos del largo sacrificio. Esta puesta en

escena de la narración oral de los nütram y epeu por medio de la escritura, tiene por finalidad

fijar los recuerdos de la comunidad para evitar su desaparición, por una parte, y hacer que tanto

el lector mapuche como el no mapuche tome conciencia de lo valioso de estas costumbres e

                                                                                                               31  El mito cuenta que a una gran serpiente (Kai Kai) que vive en un alto cerro (Tren Tren) la molestaban los humanos pegándole con palos hasta que un día, aburrida de los malos tratos, se llevó a los animales lejos y los convirtió en espíritus protectores o pillanes (Faron 76). En otra versión del mito, Kai Kai intenta ahogar a los humanos con la subida de la marea (diluvio) para castigarlos por sus costumbres disipadas (Foerster, Introducción 162).  

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 163  

historias que corren el riesgo de desaparecer. Este diálogo animado entre la memoria y el olvido

se da a lo largo de todo el poema y se configura en torno a la isotopía de la “luminosidad de la

memoria” versus la “oscuridad del olvido”. Así, las palabras “fogón”, “fuego”, “arde”, “luz”,

“sol”, “alumbra” aparecen en contraposición a “silencio”, “noche”, “sombra” y “sueño”. La

figura metonímica de la memoria como luminosidad indica que así como el fuego no existe sin la

oscuridad, la memoria no puede existir sin el olvido. Los versos finales del poema indican que la

memoria es la unión dual de lo olvidado (lo inconciente) y lo recordado (lo conciente) por la

comunidad: “la memoria / que abraza en silencio la sombra / y la luz” (20). La reconstrucción de

la “memoria mapuche” en la conversación ritual consiste en recordar sólo los momentos de la

comunidad que contribuyen a su fortalecimiento y unificación, dejando fuera de la narración

aquellos relatos que no cumplen esta función.

Connerton identifica diferentes tipos de olvido entre los que se encuentra el olvido que

constituye la nueva formación de una identidad, enfocado en desechar recuerdos que no

contribuyen al manejo de la identidad actual y el propósito en marcha (63). Así, olvidar es parte

de un activo proceso de creación de una nueva identidad en un escenario como el que se presenta

en “Fogón”. Con este fin, la anciana toma aquellos aspectos cuidadosamente seleccionados de la

historia hilándolos en una narración que trae a la luz algunos de los hitos comunitarios, mientras

que deja a otros en el silencio. Calla por esta razón las atrocidades cometidas en contra del

pueblo huilliche, así como la miseria que se vive en las reducciones, los campamentos y la

amargura que supone el olvido del tzé dungun; sólo habla de la fuga de algunos grupos hacia la

cordillera. Al silenciar algunos hechos, se destacan otros que aseguran su duración en el tiempo.

La memoria es entonces, el resultado de un proceso histórico en el que han dejado sus huellas

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 164  

diferentes instancias de olvido y remembranza (Ramos 59). Al final del poema “Fogón”, se

conjura la memoria con una repetición del verso “Hermano sea el fuego”, para que éste realice la

unión tan importante entre estos dos elementos (el olvido y la memoria) y pueda finalmente

perdurar la memoria través del tiempo:

“Hermano sea el fuego”, dices retornando,

el sol ancho del día

reúna a los hermanos;

hermano sea el fuego, papay, la memoria

que abraza en silencio la sombra

y la luz. (20)

En la poesía de Huenún la memoria se presenta con frecuencia dentro de un contexto

ritual (nguillatún, nütram, wetripantu), como en el poema anterior donde emerge la memoria en

el espacio de la conversación ritual del nütram y del epeu. Un fragmento del prólogo de Pulotre:

Testimonios de vida de una comunidad huilliche (1900-1950), de Bernardo Colipán, ayuda a

ejemplificar la relación entre la ritualidad y la memoria para la cosmovisión huilliche. Allí

Colipán señala que para la comunidad de Pulotre el tiempo de la memoria es ritual y circular,

muy distinto al tiempo cotidiano de la vida del huilliche cuando vende sus productos en la Feria

Libre de Rahue y transita las calles de Osorno; mientras que el otro tiempo, el de la memoria,

es el tiempo que se cuaja en el ser. Es el que trae a cuestas cuando regresa a Osorno del Nguillatún

de Punotro (San Juan de la Costa), después de estar danzando por dos noches y tres días en

dirección contraria a las agujas del reloj, pero en sintonía con la vuelta que da la tierra en torno al

sol.

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 165  

El tiempo de la memoria es la transgresión del tiempo cotidiano. En él se encuentra suspendida la

Butahuillimapu (Grandes Tierras del Sur), los dominios mágicos del Latúe, y el tiempo circular

reproduciéndose a sí mismo en cada rogativa. En ese tiempo comienza su camino de regreso, a

“ese lugar” en donde se puede respirar la respiración del río. Ver la soledad, como una rueda

girando, en torno a su propio movimiento. En ese tiempo sorprende a la Divinidad Huilliche

Wenteyao, enviando recados desde la región celeste. (9)

El tiempo de la memoria es entonces, un tiempo ritual donde la comunidad vuelve a

integrarse y reconectarse con sus divinidades y su entorno natural. Se vive este tiempo en la

ceremonia sagrada, como en el mencionado nguillatún de Punotro. El nguillatún es una “petición”

o “ruego” a las divinidades por el clima, por la siembra, por las cosechas, por fortaleza y

vitalidad espiritual (Foerster, “Introducción” 94). En este tiempo sagrado del nguillatún –un acto

colectivo de unidad cósmica (Bacigalupo 71)- los huilliche renuevan de manera holística su

pertenencia a la comunidad y su conexión al cosmos. Es en el espacio del ritual donde surge la

conciencia de la memoria del huilliche al sentir éste su centro, “ese lugar” que lo une al resto de

la comunidad y le permite percibir el cosmos como un todo.

Asimismo se observa en “Reducciones” la unión entre memoria y ritual. En este apartado,

ubicado al final del poemario Ceremonias, un narrador en primera persona cuenta la historia de

su familia paterna con el fin de reconstruir la memoria ancestral de su linaje huilliche, asentado

en los reductos de Quilcahuín. De este modo, revive la celebración del 24 de junio, el Wetripantu

o “año nuevo para las comunidades mapuche de la Frontera; día de San Juan para mis paisanos

huilliche” (57), y recuerda los nombres de sus parientes y las diversas formas en que festejaban

esta fecha tan importante en su territorio ahora reducido. Un tío abuelo de Huenún, Enrique

Aguas Huenún, llama la atención por conservar todo tipo de frutas, verduras y licores en hoyos

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 166  

que le permitían mantener estos productos en buen estado y ofrecerle a sus visitantes productos

fuera de la estación. Otros parientes adivinan el porvenir en los espejos y en las papas, y azotan

cerezos y manzanos para obligarlos a dar frutos (57). Todas estas prácticas antiguas, como se

lamenta el poeta, se han perdido en el tiempo con la muerte de sus parientes: “Pero la rueda de

los tiempos, los soles y las lunas girando sobre vivos y difuntos, ha echado sombras a esas viejas

sabidurías” (58). Luchando contra esta desaparición cultural, en “Reducciones” el hablante lírico

intenta apropiarse de la “memoria resistente” de su comunidad mediante la escritura del mismo

texto en el que graba los apellidos de sus ancestros, rescata el nombre de los sitios que habitaron

sus abuelos y recupera el recuerdo de sus costumbres (casi) olvidadas: “Recuerdo en voz alta los

nombres / de los sitios que habitaron mis abuelos” (58). La importancia de rememorar a los

antepasados mediante sus nombres, señala Hugo Carrasco es, “una de las tareas que se han

impuesto los poetas actuales, a imitación de sus antecesores y coetáneos ülkantufe, [que] es

justamente rescatar los ancestros a través de sus signos verbales más directos, los nombres, y

dignificar la condición de los mapuches históricos relacionando sus nombres actuales con el de

los ancestros míticos” (“Interculturalidad” 55). No obstante, creo que Huenún no sólo dignifica a

los mapuche contemporáneos al recordar los nombres de sus ancestros para crear una

continuidad histórica entre unos y otros, como indica Carrasco. Más bien, me parece que en sus

antepasados, Huenún ve una fuerza cultural a la que puede acceder, un refugio para la memoria

de su pueblo. En su estudio sobre la importancia de la memoria para los mapuche en la

recuperación de su territorio, Ana Ramos menciona que los mapuche tienen una cultura de

relación (relatedness). Es decir, su fuerza descansa sobre las asociaciones, uniones y acuerdos

entre el individuo, su comunidad, los antepasados y la tierra (64). Esta cultura de relación no sólo

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 167  

incluye las relaciones con las personas del presente y el mundo físico como una fuente de saber

histórico, sino también los contextos de transmisión, lo que incluye los portales que emergen en

los sueños, los signos de la naturaleza y los rezos proferidos en las tumbas de sus antepasados

(66). El Wenu Mapu o “mundo de arriba” es un lugar donde se conserva la memoria mapuche –el

recuerdo de las tradiciones, la lengua, la memoria de la comunidad- y al que se accede

principalmente por medio del pewma. En este espacio sagrado, indica Armando Marileo, longko

lafkenche (jefe tradicional de la comunidad de la costa), habitan antepasados que alimentan a los

jóvenes de sabiduría y conocimiento (102). Con el fin de preservar la memoria que le da la

vitalidad para seguir existiendo, Huenún reafirma su asociación con sus ancestros muertos en el

poema “Cinco (Punotro)” como fuente de saber cultural de la cual puede aprender. Aunque

oculta, la memoria sigue viva en el corazón de la colectividad de los antepasados muertos:

Pero nada se oculta en este cielo, hija, nada

y el difunto corazón, podrido y todo,

no olvida bajo tierra:

Francisco Acum, recuérdate –lloraba-,

limpiaplata le llevo a tus heridas.

Anjela Rauque es una loica encinta

que da a luz entre peumos y tineos.

Ya pues, Marinao, no llores muerto,

y vamos a nadar al río Contaco. (35)

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 168  

María Santos, Francisco Acum, Carmen Llaitul y Tránsito Quintul son algunos de los ancestros

que en esa otra dimensión siguen realizando sus actividades tradicionales huilliche,

transmitiéndolas consecuentemente a sus hijos mediante el recuerdo y el sueño: “Todos sueñan

en el monte y la llanura, / y en un hilo del alma de sus hijos” (36). De cierta manera, este mundo

de arriba donde viven los ancestros es el mismo “azul oriente”, nombre que Chihuailaf le

concede al Wenu Mapu en Recado confidencial a los chilenos: “En el epew –relato- del origen

del Pueblo mapuche, nuestros antepasados dicen que el primer Espíritu Mapuche vino desde el

Azul. Pero no de cualquier Azul sino del Azul del Oriente . . . Y que cuando el espíritu –en la

brevedad de su paso por este mundo –abandona al cuerpo, se va hacia el poniente a llamar al

Balsero de la muerte para que lo ayude a cruzar el río de las Lágrimas y llegar así a la isla –el

País- Azul en la que habitan los espíritus de nuestros ancestros” (33). Huenún nunca menciona el

Azul en sus poemas y sin embargo, alude a este mismo lugar donde residen los espíritus

ancestrales.

Para concluir este capítulo me gustaría volver a ese texto de Colipán que resume todo lo

tratado aquí: “El tiempo de la memoria, esa que circula por debajo de la tierra, arrastrando los

susurros de los antepasados y que traen recados desde un sueño azul es el soporte donde

descansa la Poesía Mapuche actual” (Pulotre 12). La memoria emerge en ese tiempo ritual

oculto en torno al fogón, en los fugaces encuentros con los espíritus de los ancestros en el Azul,

en el vuelo onírico que emprende cada poeta en el pewma. En estas experiencias surge desde la

profundidad del recuerdo de la colectividad la memoria mapuche, una aglomeración de saberes

tradicionales, historias y mitos que forman la base de lo que es ser mapuche en la actualidad.

Con el fin de arrancarle la memoria a las manos del olvido, Huenún y Aniñir toman ciertos

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 169  

constituyentes fundamentales del admapu como el pewma, el fogón, los ancestros y los ritos para

resignificarlos en otros contextos urbanos y espacios marginales, volviéndolos más accesible a

los mapuche de la ciudad que desean reconectarse con su tradición, y a un público lector no

mapuche. Estos poetas no pretenden señalar el camino correcto en la reconstitución del ser

mapuche, ni afirmar una identidad étnica exclusiva. Buscan, eso sí, recrear la memoria mapuche

y así, demostrar su permanencia a través del tiempo y concederle validez a su cultura frente al

otro cultural dominante.

Entonces, mientras que en Haycuche, Aniñir –como Huenún en Ceremonias- nutre con

mayor fuerza la idea de una memoria ancestral ligada al mundo de los antiguos habitantes del

Mapu; en Mapurbe, el poeta realiza un quiebre poético al exponer todos los matices, paradojas y

contradicciones que conlleva la vida marginal de sus “descendientes malheridos” (Mapurbe 63).

Tan pronto como Aniñir instituye los espacios sagrados y rituales a los que pertenecen estos

elementos de la tradición mapuche, los desacraliza al contraponerlos a otros elementos de su

realidad urbana, acción que le permite expandir los límites del espacio tradicional para crear una

nueva forma de “ser mapuche” en un entorno urbano. Por efecto del constante contraste entre los

matices de lo tradicional sagrado del admapu y lo profano de la ciudad, ambos se exacerban

originando un efecto desestabilizador en los poemas.

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 170  

CONCLUSIONES

Mi intención al elegir articular el corpus de mi estudio de forma comparativa fue mostrar

como poetas de diferentes lugares vinculan en su escritura su experiencia de migración a su

búsqueda de pertenencia a una comunidad étnica tradicional o ancestral. Por esta razón, los dos

ejes centrales en los que me centré a lo largo de mi investigación fueron la migración y la “re-

indigenización”. Como resultado, estudiar las obras de los poetas y el contexto en que surgieron

en Perú y Chile, me permitió confirmar la relevancia de la temática de la migración en sus obras

y en el desarrollo de grupos literarios que forman parte de las nuevas corrientes poéticas

indigenistas e indígenas en el continente. Asimismo, estudiar comparativamente las formas tan

diferentes que tienen los poetas mapuche y puneños de reconectarse con la idea de “lo andino” y

“la memoria mapuche” me permitió reflexionar sobre la forma mediante la que diversos grupos

reformulan sus identidades en la actualidad.

Entonces, en los dos primeros capítulos de mi investigación me centré en analizar las

obras de los poetas puneños, Gloria Mendoza y Boris Espezúa, y la trayectoria que se observa en

éstas. De este modo, en el primer capítulo investigué cómo en sus poemarios hay una búsqueda

por sobreponerse al desarraigo y la fragmentación psicológica causados por la migración y una

identidad cultural fisurada, lo que logran en los poemas estudiados en el segundo capítulo, al

crear en estos textos un espacio atemporal andino que se mantiene idéntico desde tiempos

ancestrales, un refugio utópico a orillas del lago Titicaca. Por lo tanto, en el primer capítulo

observé como los poetas puneños contemporáneos exploran la temática de la migración y el

desarraigo. En los textos de Espezúa pude comprobar como el sujeto del poema se identifica con

la colectividad migrante en la ciudad, experiencia difícil que lo impulsa a denunciar las tristes

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 171  

condiciones de vida del migrante andino en Lima y su sentimiento de marginación. De modo

semejante, observé como los retratos y autoretratos de Mendoza exponen la alienación y el

desarraigo del sujeto, todos efectos del fenómeno de la migración. Así, tanto la poética de

Mendoza como la de Espezúa se inscriben dentro de una tradición poética migrante andina, que

se muestra preocupada por el deterioro del mundo andino quechua-aymara en la ciudad y busca

de alguna forma remediar esta situación.

En el segundo capítulo propuse una lectura de los textos de los poetas puneños desde la

perspectiva de la utopía como posibilidad futura, la que les permitiría pensar el espacio andino y

su historia de manera alternativa. La rememoración poética de este espacio mitificado les

posibilita a los poetas percibir la continuidad entre el pasado y el presente de la cultura

altiplánica, devolviéndole a su obra un sentido de completitud y pertenencia a un lugar y una

cultura. Por consiguiente, en Alba del pez de Espezúa, el lago Titicaca y las islas Amantaní y

Taquile conservan la memoria de “lo andino” intacta e imperecedera; y en la obra de Mendoza se

reinventa poéticamente el espacio andino altiplánico y crea un lugar de inocencia infantil, de

pureza e integridad.

Asimismo, en el tercer y cuarto capítulo, examiné como en las obras de los poetas

mapuche, Jaime Huenún y David Aniñir, hay una voluntad de reconstruir la historia mapuche,

por una parte, al recordar hechos históricos que marcaron a la comunidad y por otra, al reafirmar

“la memoria mapuche”. Entonces, en el tercer capítulo observé como los poetas denuncian el

silenciamiento y la opresión histórica que ha vivido el pueblo mapuche a partir de su contacto

con los españoles, la miseria de los actuales habitantes de las reducciones y campamentos, y la

invisibilización de los mapuche en Santiago. De este modo, los sujetos de los poemas son

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 172  

víctimas de una historia de violencia perpetuada en contra de la nación mapuche, lo que hace que

sean migrantes de identidad fragmentada y sujetos subalternos descentrados y vacilantes que no

pueden integrar sus discursos discontinuos. Algunos sujetos heterogéneos presentes en los

poemas que estudié son la Mapunky, el Ciberlautaro, el “yo” poético de “Libro”, el “nosotros”

contradictorio de “Uno (Forrahue)” y la colectividad agónica de “Mapurbe” y “+Poesía -Policía”.

Finalmente, en el cuarto capítulo exploré como los poetas mapuche escriben como una

forma de resistencia a desaparecer, asimilar sus propias transformaciones culturales y afirmar su

identidad étnica. “La memoria mapuche” juega un rol fundamental en este proceso ya que reúne

los elementos del admapu o tradición, constituyentes claves para la formulación de la nueva

identidad mapuche en la ciudad. En Ceremonias de Huenún, el encuentro con la memoria se

realiza en instancias sagradas dentro de la comunidad, en las tierras en las que habitaban los

ancestros, en el Wenu Mapu o tierra de arriba y en el fogón, alrededor del que se efectúa la

conversación ritual. De modo semejante, David Aniñir en Mapurbe se apropia de ciertos

constituyentes fundamentales de la tradición mapuche como el pewma o sueño, los ritos y el

mismo rol del poeta mapuche, otorgándoles un nuevo sentido dentro del contexto urbano.

Entonces, tanto para los poetas mapuche como para los poetas de Puno, los espacios de

recreación de la memoria –el lago Titicaca y sus islas, el Wenu Mapu y el fogón, entre otros

espacios rituales– comparten ciertas características. Son espacios en el que toman lugar ritos o

actos sagrados para la comunidad y en los que sobreviven elementos y costumbres de un pasado

ideal de la comunidad quechua-aymara y mapuche. De este modo, las dos poéticas sitúan en un

locus los rasgos fundamentales de una memoria cultural. En el caso de “lo andino”, reconstruyen

la imagen que busca proyectar hacia el futuro a partir del imaginario de un espacio pasado o

Page 180: DESEANDO PERTENECER: MEMORIA Y MIGRACIÓN EN LA OBRA …

   

   

 173  

fuera del tiempo; y en el caso de “la memoria mapuche”, resisten al olvido de sus tradiciones y

su historia mediante la recreación de espacios rituales que aseguran la continuidad de la memoria

del grupo.

A lo largo de mi trabajo me fui dando cuenta de las formas en que los poetas

continuamente reformulan y cuestionan sus identidades, rearticulando sus experiencias en el

mundo como migrantes y volviendo a encontrarse con su tradición y memoria, sin por eso dejar

que ideas más conservadoras sobre lo indígena los limite o los excluya de la comunidad. En el

caso de los poetas mapuche, vimos como Huenún y Aniñir se resisten a estereotipos étnicos

mapuche que limitan su proceso de re-indigenización. El término mapunche, mencionado en el

cuarto capítulo, ayuda a esclarecer el proceso fluido de identidad que vivencian los poetas en

cuestión. A diferencia de mapuche que indica la pertenencia del individuo a un grupo y una

identidad étnica fija, el término mapunche denota una persona que está en un proceso continuo

de identificación con una subjetividad mapuche (68). A pesar de que no es muy descriptivo del

matiz ni de la diferencia que crea entre los dos términos (mapuche y mapunche), creo que esta

noción (mapunche) describe la experiencia de personas quienes –como los poetas estudiados- se

encuentran en un intermedio entre una cultura dominante y una subalterna. Por esta razón, la

experiencia de Huenún y Aniñir se asemeja a la de un grupo de artistas “post-indígenas” de

Norteamérica quienes sienten que su identidad fluida está siendo constantemente reformulada

por las circunstancias que los envuelven (Heartney 39), la que no es en ningún momento “fija” o

predeterminada culturalmente. Vimos en el cuarto capítulo como sobre todo Aniñir es el que

cuestiona con mayor insistencia los espacios tradicionales de lo indígena mapuche –los rituales y

el rol del poeta “indígena”– al reubicarlos en espacios urbanos, acto que permite a los mapuche

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 174  

urbanos reformular su identidad étnica de forma continua y fluida.

Asimismo, hoy podemos hablar de una cultura andina que está en continuo cambio, que

reflexiona sobre sus límites y se transforma a cada paso. Como mencioné en el segundo capítulo,

Montoya habla de una cultura quechua recreada que tiene los rasgos de la reciprocidad, la

competividad y la colectividad (La cultura quechua hoy 11). Zoomers y Salman también señalan

que “lo andino” en vez de desaparecer, está continuamente reformulándose, adoptando una

nueva significancia y nuevos roles (6). De este modo, los poetas Espezúa y Mendoza responden

a los retos de la globalización, la centralización del poder y el multiculturalismo desde una

posición de resistencia que se opone a simplemente reproducir estereotipos de lo andino. Más

bien, toman estos lugares comunes de la andinidad y los transforman en una utopía para así

poder crear la plataforma de la nueva cultura andina que esperan que se desarrolle en el futuro.

Entonces, ni los poetas mapuche ni los poetas puneños pretenden señalar el camino

correcto en la reconstitución del ser mapuche o del ser andino, ni afirmar una identidad étnica o

cultural excluyente o rígida. Buscan, eso sí, recrear “la memoria mapuche” y “lo andino” con una

fuerte base en la cultura tradicional mapuche y quechua-aymara para demostrar la permanencia

de estas culturas a través del tiempo y concederle validez a éstas frente a la cultura occidental,

dominante y opresora. En sus textos los poetas se piensan desde lo propio para poder construir el

futuro de una comunidad que no los excluya por sus diferencias y que no caiga en la

reproducción de discursos de “pureza” indígena, ni de discursos de hibridez y multiculturalismo

que, como indica Silvia Rivera Cusicanqui, neutralizan las demandas indígenas y las luchas por

el cambio (62). Por esta razón, concluyo que ninguno de los poetas estudiados en esta tesis aboga

por una hibridez cultural que integra las culturas, sino más bien, en sus textos ellos defienden y

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 175  

dan cuenta de una heterogeneidad cultural. Los sujetos de los poemas estudiados son

heterogéneos (Cornejo Polar), chi’xi (Rivera Cusicanqui), migrantes (Said; Noriega) y dueños de

una “doble conciencia” (W.E.B Du bois)32. De este modo, puedo afirmar junto con Rivera

Cusicanqui, que “la apuesta india por la modernidad se centra en una noción de ciudadanía que

no busca la homogeneidad sino la diferencia” (71). Entonces, la práctica descolonizadora de los

poetas no persigue la integración de las culturas, sino la coexistencia de elementos diversos al

crear un espacio propio en la sociedad.

Las obras de los poetas estudiados son además ejemplos concretos de la existencia de un

movimiento informal poético pan-indigenista o pan-indígena en diferentes países

latinoamericanos en donde han surgido propuestas literarias que se asemejan en algunos puntos.

Si bien no es un movimiento formal y organizado, puedo afirmar que es la manifestación artística

y literaria que acompaña a ciertas transformaciones políticas que suceden en estos países. En

Chile, hay un reconocimiento de los indígenas por parte del Estado y la presencia de un discurso

que le da importancia al derecho indígena, la autonomía, la educación multicultural y el

patrimonio cultural (Bengoa, La emergencia indígena 139). Si bien en Perú no hay movimientos

indígenas comparables a los de Bolivia, el departamento de Puno tiene una cercanía geográfica

con Bolivia y una conformación campesina quechua y aymara que ha ayudado a que se

desarrolle una tradición poética que identifica al elemento indígena como su constituyente más

importante. Este hecho ha impulsado a los poetas estudiados a prestarle atención a los grupos

andinos migrantes en ciudad y darle importancia a su herencia quechua y aymara.

                                                                                                               32 Todos los términos mencionados han sido explicado en capítulos anteriores, excepto chi’xi que, según Rivera Cusicanqui, es una noción aymara que denota algo que se confunde sin mezclarse del todo y “plantea la co-existencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan o se complementan” (70).

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 176  

Otro tema fundamental que me propuse al comenzar este estudio fue examinar qué hace

diferente la labor poética que realizan estos mapuche urbanos y puneños de lo que hacen otros

intelectuales indígenas de los mismos grupos, y estudiar el porqué es tan diferente a otras formas

de demandas indígenas. Sin perder de rumbo la noción de que éste era principalmente un trabajo

sobre los textos poéticos, fue de gran interés tomar en cuenta otros factores que hacen que esta

poesía sea lo que es y las repercusiones de ésta en los ambientes donde se produce. Por ejemplo,

algunas interrogantes sobre las que reflexioné (o intenté reflexionar) a lo largo de mi

investigación fueron: ¿Son diferentes los vínculos que tienen estos poetas con el activismo

político? ¿manifiestan una intensificación de los mismos problemas que tienen otros intelectuales

indígenas o mestizos? ¿la poesía es un vehículo eficiente para lidiar con estos problemas sociales

e identitarios? Al realizar mi investigación me dí cuenta, para mi sorpresa, que el único poeta

involucrado activamente en la política en su país es Boris Espezúa. Además de haber sido

candidato para la alcaldía de la ciudad de Puno, él es doctor en leyes y ha publicado dos libros

sobre derecho peruano contemporáneo: Ética de la justicia: Igualdad y no discriminación ante

La Ley (2003) y La protección de la dignidad humana (2008). Este último libro me llama la

atención de modo particular porque expone el “Caso de Ilave”, un caso de ajusticiamiento

comunal en Puno que destacó por su violencia en todo del país33. Por lo tanto, Espezúa es el

único poeta que realiza una labor política en su país. Entonces, de forma contraria a lo esperado

y a pesar de la denuncia política que hay en las obras de los poetas mapuche, no puedo afirmar

                                                                                                               33 Después de analizar en detalle el caso, Espezúa determina las causas de estos actos de violencia en Perú: existe un desencuentro histórico entre el pueblo aymara y el resto de los peruanos. De este modo, explica que Perú es un país racialmente fracturado donde la marginalidad que produce el centralismo, la falta de reconocimiento de pluralidad cultural, el confinamiento y la existencia de viejos resentimientos, impulsan al poder local de la nación indígena aymara a afirmar sus derechos negados y olvidados (127). Ante esta situación, Espezúa propone acciones políticas concretas (como la de organizar un modelo sistémico de carácter flexible) para hacer que disminuyan situaciones extremas como las del linchamiento colectivo de Ilave.

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 177  

que éstos sean activistas ni que estén involucrados con acciones políticas relacionados

directamente con los grupos mapuche políticamente activos en Chile. Más bien, a mi parecer su

protesta histórica, su denuncia de la pérdida cultural y lingüística y su demanda por los derechos

de los mapuche de Huenún y Aniñir se circunscriben principalmente al ámbito artístico e

intelectual.

Por último, quiero enfatizar la necesidad de realizar trabajos comparativos que perfilen

las semejanzas y diferencias entre las diversas obras literarias, artísticas y cinematográficas, de

inspiración y temática indígena o mestiza que están surgiendo en América Latina. Parte del valor

de esta tesis es que puede servir como punto de partida para otros estudios comparativos en

donde los ejes centrales del texto sean la migración y la “re-indigenización”, y trabajos

intelectuales que traten de la construcción de identidades en América Latina que superan las

oposiciones duales (blanco/negro), al ser identidades aún más complejas por el mestizaje previo

ocurrido en este espacio (blanco/sujeto heterogéneo). Además, sabemos que en los últimos años,

nuevos espacios de expresión para las literaturas indígenas se han abierto, tanto en la crítica

como en la producción literaria. Sin embargo, poco se ha dicho de la poesía de aquellos que no

pertenecen en su totalidad a un grupo indígena, ni se identifican con la cultura dominante. Por lo

tanto, la situación de los migrantes mapuches y andinos no se ha discutido ampliamente en los

estudios de la poesía y mucho menos en la forma de estudios comparativos. De este modo, mi

tesis abre nuevas vías para estudiar el canon literario latinoamericano como algo dinámico y en

continua evolución, contribuyendo al mismo tiempo a la investigación de los movimientos

indígenas y mestizos intelectuales en Chile y Perú.

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 178  

GLOSARIO

achachilas– viejitos

admapu– tradición

apacheta– sitio a la vera de un camino, generalmente de alta montaña, donde los viajeros  

depositan una piedra en agradecimiento a los apus por una feliz travesía

apu– una divinidad de ciertos lugares sagrados que muchas veces son cerros y montañas

awqui o awki– anciano respetable o patriarca

ayllu– comunidad andina

epeu o epew– relatos, mitos y cuentos

foye– canelo, árbol sagrado mapuche

jake o jaqi– gente aymara

jilakata– autoridad principal del ayllu o de la comunidad

kipu– sistema mnemotécnico de contabilidad mediante cuerdas de lana o algodón y nudos de uno

o varios colores usado por la cultura inca

kalku– shaman mapuche que trabaja con fuerzas del mal y la muerte

kuymi– trance

lafkenche– comunidad mapuche de la costa

longko– jefe tradicional

machi– shaman mapuche, hombre o mujer que tiene la función de curar a los enfermos utilizando

remedios, infusiones, rezos, cantos y danzas.

machitún– ceremonia de sanación mapuche realizado por la machi

mapu– tierra o lugar

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 179  

mapuche– gente de la tierra

mapudungun– lengua de los mapuche

mitmaqkuna o mitimaes –grupos de familias separados de sus comunidades eran trasladados a

otros pueblos conquistados para asegurar las lealtades políticas y prevenir rebeliones

secesionistas, además de facilitar el flujo de la producción agrícola hacia la región de los

collas y otras regiones menos abundantes (24). Este sistema es conocido como el sistema

mit’a.

muday– bebida fermentada a base de trigo, piñon y maíz

newen– fuerza

ngenpin– orador ritual

nguillatún– fiesta anual de rogativas para la protección de las cosechas, los animales

nütram– relatos que narran sucesos ‘reales’ o históricos

pachacuti– una inversión cataclísmica de la realidad donde lo que antes era bueno y superior

quedó supeditado a un plano inferior, a lo oscuro y al desorden. Se espera que una nueva

inversión del mundo devuelva el equilibrio al mundo por medio de hechos cataclísmicos

o una revolución renovadora

pachamama– la madre tierra

papay– anciana

pehuenche– gente de los pehuenes, de pehuén o araucaria imbricta. Se denomina así a los

mapuche que viven en las partes altas de la cordillera y en las provincias argentinas

perimontu– visión, generalmente de mal agüero.

pewma– sueño, visión, espejismo

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 180  

pijcheando– acto de pijchear o mascar la hoja de coca

pillanes– espíritus protectores

purrún– danzas tradicionales mapuche

qolilita–palomita

rehue o rewe– altar formado por un tronco, árbol o conjunto de árboles en torno al cual se realiza

el nguillatun

runakuna– persona perteneciente a una comunidad andina

ruka– casa tradicional mapuche

siku– zampoña

sikuri– músicos y danzantes que bailan y soplan zampoñas o sikus en “tropas” o conjuntos

taikas– viejitas

tsé dungun– lengua huilliche

ülkatún o ül– canto mapuche

wamani– espíritu de la naturaleza

wekufe– demonio o espíritu del mal

Wenu Mapu– “tierra de arriba”, lugar donde habitan los espíritus de los ancestros

werken– mensajero

willkakuti– celebración del solsticio o año nuevo de las comunidades aymaras en Tiawanaku el

21 de junio de cada año

wiphala– bandera

Wetripantu– año nuevo mapuche

wingka– chileno o chilena no mapuche o extranjero

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 181  

yatiri –es considerado dentro de la comunidad aymara como sabio y consejero. El yatiri lee la

hoja de la coca para ver el futuro y puede llamar a los espíritus.

yeyipun– rogativa

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