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ISSN: 0185-3716 México e Israel, semejantes y distintos, alejados por la geografía, unidos en la cultura SHULAMIT GOLDSMIT Y BRINDIS DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICADICIEMBRE 2013 516 ISRAEL De Néguev a Atemajac ESPECIA L FIL GUADALAJARA 2013 DEL FO N

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México e Israel,

semejantes y distintos,

alejados por la geografía,

unidos en la cultura

— S H U L A M I T G O L D S M I T Y B R I N D I S

D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � D I C I E M B R E 2 0 1 3

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ISRAELDe Néguev a Atemajac

ESPECIAL FIL GUADALAJARA 2013

D E L F O N

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2 O C T U B R E D E 2 0 1 3

José Carreño Carlón

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Alejandro Cruz Atienza

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martha Cantú,

Adriana Konzevik, Susana López,

Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Andrea García Flores

FO R MACI Ó N

Juana Laura Condado Rosas,

María Antonia Segura Chávez,

Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

H ay tunas allá y acá, pero muy poco más tenemos en común. Ni las raíces de nuestras lenguas, ni algún acontecimiento compartido en las respectivas historias, ni siquiera el sistema de escritura en que cada quien se comunica. El grueso de los habitantes de allá profesa una religión distinta a la que prima por acá. El nivel de desarrollo económico de cada país los coloca en divisiones incompatibles. Nada liga sus

gastronomías o sus tradiciones musicales. Y sin embargo Israel y México se atreven a sentirse naciones hermanas, acaso porque los nexos que hoy las unen son deliberados y no fruto de una fi logenia inevitable. Que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara reciba a los escritores israelíes, a los libros y la cultura de un país que ha domesticado el desierto, es una señal de esta cercanía construida a propósito, con voluntad. Este número de La Gaceta es una hebra más en los lazos que cada vez con más fuerza unena nuestros países.

El Fondo quiere contribuir a esa nueva proximidad con libros, unos nuevos y otros no tanto. Entre los segundos se halla uno sobre esos documentos semidestrozados que arrojan luz sobre el pueblo que habitó en las riberas del mar Muerto hace un par de milenios; el editor Aurelio Major pasa revista al librito que sobre ese tema preparó Edmund Wilson medio siglo ha. Y como en la feria Albert Einstein estará muy presente, hemos invitado a Sergio de Régules a que defi na la “esencia” del modo einsteiniano de hacer ciencia, lo que va acompañado de una relación de obras nuestras sobre el gran físico judío.

Pero el plato fuerte de este banquete es la antología Islas entre nosotros, un amoroso proyecto iniciado por la escritora Esther Seligson para traer a Hispanoamérica un muestrario de narradores del Israel de hoy. Interrumpido por la muerte de la autora de Toda la luz, la antología pudo materializarse gracias al empeño de Ioram Melcer y el tesón —y los recursos, económicos pero sobre todo humanos— del Instituto para la Traducción de la Literatura Hebrea, al que desde aquí agradecemos su diligencia y generosidad. Una reseña de ese libro y textos sobre o de autores incluidos en él permitirán al lector iniciarse en el conocimiento de una literatura con antecedentes milenarios. Cierra la sección israelí un texto acerca de una obra que se ocupa del exilio en América Latina, escrita por un par de académicos vinculados con la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Y como la feria es también ocasión para lanzar una nutrida perdigonada de novedades editoriales, presentamos reseñas de la nueva edición de Palinuro de México, la poesía reunida de David Huerta, una evocación biográfi ca y musical de Shostakóvich a cargo de Carlos Prieto, las conversaciones de Silvia Lemus con una veintena larga de escritores e intelectuales, así como un par de artículos sobre dos de nuestras autoras de libros para niños y jóvenes que estarán en la fil: la estadunidense Tahereh Mafi y la argentina Isol.

Del desierto de Néguev al valle de Atemajac han volado los pajarillos que colocó en nuestra portada el muy talentoso David Polonsky, autor de las ilustraciones de un libro publicado por el Fondo en 2009: Noche sin luna. Nos traen de allá semillas de algo que fl orecerá por acá, como las tunas —como las sabras— que proliferan en nuestras regiones más secas. Tal vez sean duras y espinosas por fuera, pero quien se atreva a conocer su interior verá qué tan dulce es su entraña. En eso sí que nos parecemos.�W

Agua y panY V E S B O N N E F O Y

Edmund Wilson, un intruso en QumránA U R E L I O M A J O R

Einstein style! S E R G I O D E R É G U L E S

Un archipiélago que nos uneS H U L A M I T G O L D S M I T Y B R I N D I S

Hebreo y español: un matrimonio tempestuosoI O R A M M E L C E R

Un centauro en las letras israelíes S I L V I A C H E R E M S .

Escribir desde la diáspora(dentro de Israel)E N T R E V I S T A C O N E T G A R K E R E T

Todo tiene dos caras. Excepto la sombraA N D R E A F U E N T E S S I L V A

Las mujeres en Israel: la verdad ofi cial y la verdad ocultaS A V Y O N L I E B R E C H T

Madame Bovary de Nevé TzedekN U R I T Z A R H I

Desterrar el destierroP A B L O Y A N K E L E V I C H

El fantasma de la medicinaJ E S Ú S R A M Í R E Z - B E R M Ú D E Z

David Huerta: memoria del mediodíaJ O S É M A N U E L M A T E O

Apología de un genio atormentado: Dmitri ShostakóvichA L E J A N D R O P É R E Z S Á E Z

Silvia Lemus o el arte de retratar las razones de una obra y una vidaS A N D R A L I C O N A

CAPITELNOVEDADESD I C I E M B R E D E 2 0 1 3

De pieles, encierros y medianíasJ U A N A I N É S D E H E S A

Isol y la complicidad con los niñosD A N I E L G O L D I N

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EDITORIAL

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,

Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado

de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y

Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto

Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,

Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

I LUS TR ACI O N E S D E P O RTADA Y PÁG I NA 2 : © DAVI D P O LO N S K Y

516Parentesco aposta

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DE NÉGUEV A ATEMAJAC POESÍA

El ganador este año del Premio FIL en Lenguas Romances es un poeta, ensayista y traductor de obra extensa e intereses amplísimos. Lo mismo teoriza sobre la traducción

de versos que atrapa mitos milenarios, lo mismo hurga en la cotidianidad que hace historia literaria. Como celebración por el galardón que le confi rió la feria tapatía ofrecemos aquí

un soneto de su poemario más reciente, L’Heure presente (Mercure de France, 2011)

Agua y panY V E S B O N N E F O Y

V E R S I Ó N D E J O R G E E S Q U I N C A

es poca tela, ¿y desgarrada? el cielo

sobre una landa en que pastores yerran

de noche, sin tener más que el llamado

a espabilar el sueño de las bestias.

Y presiento que pretendió el pintor

que el ángel que repara la injusticia

busque los ojos, en un cuadro incluso,

Agar y el niño que con ella escapa.

Y están aquí, y el ángel a su lado,

justo donde la imagen se deshace.

Lo invisible retoma los colores

del pan milagroso, la jarra de agua.

No queda más del niño que un fulgor

que hace soñar que en él comienza el día.�W

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DE NÉGUEV A ATEMAJAC

DOSSIER

Del desierto de Néguev al valle de Atemajac vienen, como traídas por el firme pico de un ave, las imágenes de

una nación ancestral y nueva: una deslumbrante ojeada a los rollos del mar Muerto, una tesis sobre el estilo einsteiniano de pensar y convencer,

un recorrido por la más reciente prosa israelí, un ensayo sobre el maridaje de nuestras lenguas,

tres imágenes emblemáticas de las féminas en el Israel de hoy, un

análisis del exilio latinoamericano efectuado desde Jerusalén. Ligeros y nutritivos, los caracteres del hebreo

nos alimentan

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

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& el entendido argumentos cobraraProv 1:5

Edmund Wilson viajó al nue-vo estado de Israel en 1954 a fin de escribir un reporta-je sobre el descubrimiento en las cuevas de Qumrán de unos misteriosos rollos ma-nuscritos pertenecientes a una secta antiquísima has-ta entonces desconocida, los esenios. Persuadido de

la trascendencia histórica de aquel hallazgo, propu-so a la revista The New Yorker, de la que era a la sazón su crítico literario más influyente, que patrocinara el viaje. Los rollos eran vistos en ese entonces con sus-picacia, porque si bien los esenios habían sido un fe-nómeno desarrollado en el entorno del judaísmo, no eran propiamente judíos, y para los cristianos obli-gaba a una revisión de determinados presupuestos textuales y arqueológicos aceptados desde hacía casi dos milenios. El 23 de marzo Wilson desembarca en Haifa procedente de Italia y queda impresionado del entusiasta recibimiento que se le prodiga a los futuros colonos recién llegados. Entre conversaciones y entre-vistas con eruditos y arqueólogos, religiosos y escép-ticos, viaja a Jerusalén, se pasea por el barrio jaredí de Mea Shearim, le repele el lamentable estado de la iglesia del Santo Sepulcro, viaja a Transjordania, a Ti-beríades y visita a los casi extintos samaritanos. Ante la austeridad de Jerusalén y bajo un cielo inmenso, deja recogido en el cuarto tomo de sus diarios: “Es in-teresante pensar que las efusiones de color de las na-vidades y las anunciaciones renacentistas, los impo-nentes crucifijos griegos, las agonías y los éxtasis del arte francés e italiano, alemán y bizantino, surgieron todos de leyendas provenientes de estas serenas lomi-tas espolvoreadas de piedras y rebaños bajo tranqui-los cielos luminosos”.

El revuelo internacional suscitado tras la publica-ción por entregas del reportaje dio origen un año más tarde a una versión amplia, Los rollos del mar Muer-to, uno de los libros de Wilson que más ha perdurado en el imaginario colectivo, pues fue el primer, y du-

rante mucho tiempo único, referente para el lector no especializado (la oportuna primera edición espa-ñola del fce es de 1956). No es sólo uno de los gran-des reportajes de un siglo que tuvo muchos y muy destacados, entre ellos, por ejemplo, los del propio crítico sobre la depresión económica de 1929 (The American Earthquake), sino que al presentar histo-ria y erudición en un sagaz marco narrativo desti-nado al amplio público, dio inicio al debate, delimi-tó y sentó las bases de su discusión posterior, y sus ecos llegan hasta el presente, casi sesenta años más tarde. Para uno de sus informantes, en ese entonces profesor de literatura comparada de la Universidad Hebrea de Jerusalén, David Flusser, se trata de “un libro que, desde muchos puntos de vista, fue un hito en la investigación de la historia de las religiones”.

No obstante, los cristianos, detentadores de la Pa-labra, temían el peligro de que hubiera una nueva Palabra, y, por otra parte, para los judíos sólo ellos mismos estaban autorizados a interpretar sus escrituras, y ningún afi-cionado podía aspirar a poseer lo que les correspondía desde hacía siglos. Wilson había supuesto que para los israelíes el in-terés de un gentil en su historia y en la len-gua hebrea era toda una novedad. En una carta a Waldo Frank explica que el acer-camiento (en sentido histórico) a Israel por parte un anglosajón de antecedentes puritanos veterotestamentarios era algo bien distinto del efectuado por un judío rabínico o europeizado. El suyo se basaba en una restitución de la Biblia sin la expe-riencia talmúdica y medieval intermedia: “nunca he visto esta situación puesta de manifiesto, la mayoría de los judíos no la reconoce y la mayoría de los ex puritanos no se dan cuenta de la fuerte presencia del factor hebraico”. Así que el escéptico Wil-son fue tratado por los más intransigentes ya no como un impertinente, sino como un intruso. En cambio, otros eruditos, que a la postre habrían de imponerse con los hechos, pensaban justo lo contrario: se precisaba de la lectura científica de unos

escritos que revelaron un judaísmo desconocido en cuyo entorno Cristo y sus seguidores vivieron, pen-saron y escribieron. A todo ello se añadían las dramá-ticas circunstancias imperantes en la lucha histórica del pueblo judío por sobrevivir y reclamar un hogar nacional.

Edmund Wilson (1895-1972) ha sido considerado, con cansina pero irrefutable insistencia, uno de los grandes críticos literarios, y no sólo en Estados Uni-dos, del siglo xx. Fue integrante distinguido de lo que la sociología de la literatura denomina “intelectua-les de Nueva York”, el conjunto de escritores progre-sistas (o “radicales”), y que abarca dos o tres promo-ciones (baste citar, a guisa de ejemplo, a los críticos Alfred Kazin o Irving Howe y a las escritoras Mary McCarthy o Susan Sontag), protagonistas de la madurez de una generación literaria que coincide y continúa también a la llamada “perdida” de los

años veinte, y preludia una cultura que se estaba gestando: la del nuevo internacio-nalismo estadunidense. Su infancia patri-cia y más o menos solitaria transcurrió en la biblioteca familiar de clásicos e historia-dores. Su formación en la Universidad de Princeton, su alistamiento voluntario en la primera Guerra Mundial, sus iniciales incursiones en el periodismo, la convul-sión que supuso la depresión económica de 1929 y la intensidad del efecto político subsiguiente en el marco de la irradian-te Revolución bolchevique, acendraron su convicción en los años treinta de que la crí-tica literaria ejercida desde el periodismo, en Vanity Fair primero, y después en The New Republic, The New Yorker hasta llegar a The New York Review of Books en los años sesenta, no sólo era un empeño higiénico, sino que debía asimismo, de modo esencial, formar el gusto literario de los lectores.

El procedimiento crítico de Edmund Wilson consistía en la identificación apa-sionada con la obra hasta desentrañar sus mecanismos para posteriormente alejarse y disponer de una distancia objetiva en el contexto de la inferencia histórica. Aunque

Edmund Wilson, un intruso en Qumrán

A U R E L I O M A J O R

RESEÑA

Los rollos del mar Muerto plantean diversos enigmas, unos teológicos, otros muy terrenales. En un libro excepcional sobre esa pieza de interés arqueológico y religioso, el

crítico estadunidense Edmund Wilson se adentra, con prosa elegante y seductora, no sólo en los objetos en sí sino en el mundo y la época en que fueron escritos. Obra de un diletante que se

convertiría en experto, este volumen es una de las joyas de nuestra colección Breviarios

LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO

El descubrimiento

de los manuscritos

bíblicos

E D M U N D

W I L S O N

breviarios

Traducción de E. S.

Speratti y J. J. Blanco

2ª ed., 1977, 351 pp.

978 968 16 0942 9

$68

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Wilson cultivó sobre todo el ensayo, el estudio, pero también el cuento, la novela corta, el teatro y la poe-sía reunidos en casi cuarenta libros, su celebridad se cimentaría en su periodismo literario, de precisión judicial, erudito y concentrado, atento a los hechos, presentado con una de las prosas más elegantes y atractivas de sus contemporáneos, y que le confirió una autoridad casi institucional, de un solo indivi-duo, si se tiene en cuenta que no se sustentó en car-gos públicos ni en sinecuras universitarias que pu-sieran en entredicho su independencia de criterio, como bien corroboró la popularidad de sus reporta-jes sobre los rollos del mar Muerto desde el comien-zo. Al respecto escribió a su editor en Oxford: “el pri-mero de estos ensayos, por cierto, ha demostrado te-ner más éxito —desde el punto de vista de las cartas y de las peticiones de reimpresión— que todo lo que haya escrito con anterioridad”. Y añade socarrona-mente que muchas de aquellas reimpresiones de la revista no pudieron servirse a sus pretendidos desti-natarios en los seminarios y conventos por los anun-cios de bañadores que acompañaban la publicación.

No pretendió que su juicio fuera de ningún modo infalible, y Wilson no descartó los matices, la po-lémica, la revisión propiciada por el intenso inter-cambio con sus colegas, con los “compañeros de viaje” ideológicos, con múltiples escritores, recogi-dos en las más de setenta mil cartas que escribió a mano hasta el día de su muerte. En 1967, justo an-tes de la guerra de los Seis Días, y a los setenta y dos años de edad, Wilson visitó de nuevo Israel a fin de añadir una larga segunda parte, una puesta al día del libro que le había granjeado tanta polémica no-toriedad (en 1977 el fce amplió esta edición vigen-te y muchas veces reimpresa, con un curioso y re-velador intercambio entre Wilson y uno de sus crí-ticos). En carta a uno de sus amigos íntimos, John Dos Passos, refiere que “una de las cosas que más disfruté fue dar mi apoyo moral a las estudiosos seculares que han estado trabajando en los rollos. Están siendo constantemente atacados por la igle-sia católica y el conflicto se ha vuelto emocionan-te. Soy el único ajeno que sabe algo del asunto, y he venido a desempeñar, en relación con los rollos, un papel semejante al de Hemingway con los toros…” Hasta el final de sus días, según testimonio de Ele-na, su última esposa, se pudo ver a Wilson sentado en su escritorio rodeado de Biblias y diccionarios, manteniéndose al tanto de las novedades, desci-frando el Antiguo Testamento y los facsímiles de los fragmentos.

Como crítico literario, y a pesar de lo que podría parecer por su superior capacidad de comprensión de la modernidad, demostrada en El castillo de Axel (su fundamental estudio de 1931 sobre la revolución literaria gestada por Proust, Joyce, Eliot, Stein, Va-léry y otros), no fue un adalid del modernism angloa-mericano, de las vanguardias, sino que más bien se interesó en la continuidad de la tradición; en su inno-vación, no en su ruptura. Sus fundamentos críticos se encuentran en la historiografía francesa e inglesa del xix (la de Taine, de Gibbon, de Michelet) y en la crí-tica francesa, estadunidense y británica decimonóni-ca de De Quincey, Shaw, Poe, Arnold o Sainte-Beuve, por lo que las nuevas teorías que se desarrollaron a partir de la imposición de la obra de Eliot y Joyce en los cenáculos académicos y que dieron origen al New Criticism, al “alambre de espino” de la filología desa-forada, y continuaron con los émulos y secuaces del estructuralismo y el postestructuralismo, le resulta-ban repelentes. Isaiah Berlin recuerda que, antes de presentarlo a sus colegas de Oxford tras la segunda Guerra Mundial, Wilson lanzó “un ataque demole-dor contra la vida universitaria y la academia”, a la que tenía por “asesina de todo lo vivo y real que hay en la literatura y el arte”. Wilson, el intruso, escribió cuando la prensa aún ejercía una profunda influen-cia, la crítica académica no había domesticado la sensibilidad y las clases instruidas compartían valo-res más o menos comunes.

Wilson gozó entonces de una formación clásica, humanista, teñida de positivismo en versión estadu-nidense que pretendía relajar las ataduras y severi-dades religiosas, pero en el contexto del club social. Leía con fluidez a los clásicos latinos y griegos, y su pasión casi “sensual” por otras lenguas lo acercó no sólo al francés, sino al alemán y más tarde célebre-mente al ruso. Pero infancia es destino, y su abuela paterna le había infundido las Escrituras. En A Pie-ce of My Mind recuerda que uno de los momentos decisivos como lector maduro (además del descu-

brimiento de Voltaire, ya frecuentada en profun-didad la obra de Stendhal, Flaubert y France, y la de Pushkin) fue la revelación de la Biblia hebrea en ejemplar recuperado en la casa de su niñez y que su madre le había legado al fallecer. Por razones fami-liares entonces y por pasión histórico intelectual, pues además de la consabida influencia del Antiguo Testamento en el tejido mismo de la lengua inglesa, los primeros colonos de Nueva Inglaterra se habían identificado con los israelitas perseguidos por el faraón-monarca británico hasta tal punto que mu-chos grupos religiosos habían sido acusados de ju-daizantes en aquellos primeros años de las colonias norteamericanas, este aspecto de Estados Unidos le interesaría siempre. Los miles de años de exégesis bíblica judía asimismo podían entenderse como el cimiento de la moderna crítica literaria, considerada como crítica textual con trasfondo moral. La dimen-sión profética que Wilson había advertido en Harriet Beecher Stowe y en Abraham Lincoln, un interés que ya había explorado en Marx y en Freud, aunado a su penetrante análisis de escritores decimonónicos como James Russell Lowell o John Jay Chapman, cuyo filosemitismo era otra máscara del antisemitis-mo, acrecentaron su interés en el judaísmo. En 1952 Wilson, profesor invitado en Princeton, se enfrascó simultáneamente en el aprendizaje del hebreo en el Seminario Teológico de la universidad. Estaba con-vencido de que ni la versión griega ni la versión del rey Jacobo del Antiguo Testamento le hacían justi-cia, trufado como estaba de interpretaciones cristia-nas. Aprendió pronto, y comenzó a indagar con di-versos estudiosos sobre el reciente descubrimiento de los manuscritos en Qumrán. Las ansiosas evasi-vas y los silencios que siguieron a sus preguntas por parte de cristianos y judíos lo impulsaron a empren-der, dos años después, su primer viaje a Israel. “Si uno se asoma al Antiguo Testamento desde el punto de vista judío, como yo lo he hecho —escribe Wilson en sus diarios—, todo parece tan judío y tan parte ín-tima de su tradición que cabe preguntarse cómo los cristianos y los árabes fueron capaces de adaptarlo a sus mentalidades y entornos. Para los judíos estas versiones foráneas de sus libros sagrados deben de parecerles un sacrilegio y un farsa.”

Su atrevimiento imaginativo, su inmensa capaci-dad para compendiar las complejidades de la erudi-ción y desechar pedanterías, su imaginación recons-tructiva y análisis llevaron al célebre arqueólogo Yigael Yadin, uno de los primeros traductores de los manuscritos de Qumrán, a reconocer que: “Los ro-llos del mar Muerto no fueron descubiertos por los arqueólogos, sino por los beduinos, y su importan-cia no se puso en conocimiento del mundo por un arqueólogo tampoco, sino por un estudioso aficiona-do, Edmund Wilson. […] No sólo contribuyó a que los rollos fueran conocidos en el mundo profano, sino también influyó en el modo en el cual algunos inves-tigadores los estudiaron, pues sus escritos eran muy provocadores. Se propuso formular preguntas. Defi-nió los puntos de vista de algunos estudiosos tal vez de un modo más audaz de lo que se hubieran atrevido a hacer ellos mismos.”

Wilson se congratuló de no verse en la obligación de adaptar sus ideas a las fórmulas, por simbólicas o racionalizadas que fueran, de la teología cristiana tradicional, aunque la contemplación del judaísmo después de convivir con el cristianismo lo llevara a sentir al principio una ausencia y a la vez un alivio al deshacerse de aquella mitología, en la cual la figura semihumana del Salvador introduce una dimensión íntima perturbadora. Pero el Dios de los judíos es remoto, no se puede escribir ni pronunciar su nom-bre, carece de intermediarios salvo los profetas y és-tos son meros seres humanos. En la teología judía, al contrario del calvinismo, no preocupa ser uno de los elegidos, no preocupa el infierno. Se vive con Dios en una habitación vacía.�W

Aurelio Major, poeta, traductor y editor, compiló y prologó el amplio volumen de Obra selecta de Edmund Wilson publicado por Lumen en 2008.

EDMUND WILSON, UN INTRUSO EN QUMRÁN

LA HERIDA Y EL ARCObreviarios

Traducción de Marcelo Uribe

1ª ed., 1983, 307 pp.

978 607 16 1471 1

$68

VENTANA A RUSIAbreviarios

Traducción de David Huerta

y Paloma Villegas

1ª ed., 1981, 345 pp.

978 607 16 1502 2

$68

Más allá del mar Muerto: otros libros de Wilson en el Fondo

A demás de Los rollos del mar Muerto, dos títulos más del crítico literario y escritor estadunidense alimentan el

catálogo del Fondo. El primero de ellos, editado originalmente en 1929 y, desde su publicación, fuente de apasionadas lecturas y referencias obligadas, es un conjunto de siete ensayos en los que el también colaborador en The New Yorker examina la relación que establecen los autores y sus obras, viendo en ello un reflejo no sólo de la biografía personal sino del sistema de valores históricos, sociales y culturales que existen en el momento de su gestación. Así, analiza la producción literaria de Charles Dickens, Rudyard Kipling, Giacomo Casanova, Edith Wharton, Ernest Hemingway, James Joyce y Sófocles, arrojando luz sobre todos ellos y sus obras centrales. El segundo título, también compuesto por ensayos literarios, ofrece una ventana privilegiada para asomarse a la literatura rusa; una ruta de acceso que lejos de las interpretaciones académicas que fabricaron una idea rígida, nostálgica y realista de las letras rusas, ofrece la posibilidad de adentrarse en ellas desde la frescura y la valoración de un lector precoz que así como comparte sus primeras impresiones, valora la riqueza y giros idiomáticos que sólo el ruso puede ofrecer a la gran literatura. Y es que Wilson aprendió este idioma a los 40 años y su aproximación a Pushkin, Chéjov y Tolstoi la realiza desde ahí, desde el aparato conceptual y la sensibilidad que su trayectoria como crítico literario le brindan, pero también desde la lectura directa y filtros que el conocimiento de una lengua hace posible. Cabe destacar que ambos volúmenes están traducidos por poetas: por Marcelo Uribe el primero, y por David Huerta y Paloma Villegas el segundo, lo que permite que la prosa original de Wilson brille con la misma lucidez en nuestro idioma.

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DE NÉGUEV A ATEMAJAC

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Albert Einstein es muchos iconos: de la creatividad científi ca, de la independencia intelectual, del difícil equilibrio entre activismo político y

aislamiento académico. También lo es de las aportaciones del pueblo judío al conocimiento del mundo. Presentamos aquí una apretada semblanza de su

“estilo”, tanto el de su forma de pensar como de su relación con el poder, más una relación de obras del Fondo en que es protagonista

Einstein style!S E R G I O D E R É G U L E S

ENSAYO

ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Ernst Mach era un latoso. A fines del siglo xix, cuando ya existía mucha evidencia indirecta de que la materia estaba hecha de átomos y moléculas, él decía: “Sí, pero, ¿los has visto?” Más allá de las ganas de fastidiar, esta pregunta malintencionada era la expresión de una pos-

tura filosófica respecto a la realidad: sólo es real lo que se puede ver o, en general, lo que se puede detec-tar directamente. Lo que no, es pura construcción mental y no cabe en la ciencia.

Esta postura tiene un apellido de alcurnia: se llama positivismo y restringe casi hasta estrangu-larlas las posibilidades del conocimiento porque sólo reconoce el de tipo científico, y éste debe res-tringirse a lo que se puede probar por medio de ex-perimentos. Ernst Mach les negaba la existencia a los átomos y las moléculas porque nadie había dise-ñado ningún experimento al cabo del cual uno pu-diera abrir el puño y mostrar como trofeo un átomo reluciente en la palma de la mano. Mach rechazaba por la misma razón las nociones de espacio y tiem-po absolutos, que estaban implícitas en la física del movimiento, o mecánica, de Isaac Newton.

Por esa época un joven estudiante de física de la Escuela Politécnica de Zúrich llamado Albert Eins-tein leyó la Historia de la mecánica de Mach inci-tado por un compañero de estudios. Muchos años después, en sus Notas autobiográficas, Einstein es-cribió que Mach “ejerció una profunda influencia sobre mí”, pero no tanto por su defensa de lo tan-gible como único objeto de la ciencia, sino por “su escepticismo e independencia incorruptibles” que lo llevaron a poner en duda muchas ideas recibidas.1 A Einstein lo que más le impresionó de Mach fue el estilo.

LAS GARRAS DEL LEÓNEl historiador del arte suizo Heinrich Wölfflin re-lata en Principles of Art History que el pintor ale-mán Ludwig Richter fue con tres amigos a pintar el paisaje cerca de Tívoli, Italia. Los cuatro amigos pactaron fijar lo que veían sin desviarse ni pizca de la realidad. El resultado, por supuesto, fueron cua-tro pinturas “tan distintas unas de otras como las personalidades de los cuatro pintores”, de donde Richter concluyó, dice Wölfflin, “que no existe la visión objetiva, y que la forma y el color se aprehen-den según el temperamento”. 2 Una pintura fi gura-tiva es una representación de la realidad tamiza-da por una forma individual de ver el mundo, o un estilo, ese je ne sais quoi que tienen en común las obras de un mismo artista y que lo distinguen de los demás.

“Por sus garras se conoce al león”, dijo el mate-mático suizo Johann Bernoulli de Isaac Newton cuando éste presentó anónimamente la solución de un desafío que Bernoulli había lanzado a los mate-máticos de Europa, lo que sugiere que también en la ciencia se reconoce el concepto de estilo: New-ton no llega a la solución de la misma manera que Leibniz o que Bernoulli, igual que los cuatro amigos pintores.

Que pueda haber estilo en ciencia sólo es extraño si no se aprecia que, como la pintura o la literatura, la ciencia es un ejercicio de imaginación y creación. Cierto: ésta no es la impresión que queda luego de los cursos escolares, donde se presenta como una colección de verdades absolutas descubiertas por genios iluminados. Si la ciencia ofrece verdades im-pepinables, independientes del temperamento, los gustos y los prejuicios del científi co —y si éste es un iluminado que toma dictado de los dioses—, enton-ces, en efecto, el científi co no necesita creatividad ni imaginación, sólo una buena técnica de taquigra-fía. Pero la ciencia no es así, como muestra Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones cientí-fi cas.3 Kuhn se interesó en la historia de la física y encontró controversias prolongadas entre bandos, escuelas de pensamiento y hasta camarillas que no se resolvieron simplemente porque unos fueran po-

1� Albert Einstein, “Autobiographical Notes”, en Timothy Ferris, ed.,

The World Treasury of Physics, Astronomy and Mathematics, Nueva York,

Little, Brown and Company, 1991.

2� Heinrich Wölffl in, Principles of Art History, Nueva York, Dover, 1950.

3� Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científi cas, México,

fce, 2013. Véase también: Ian Hacking, ed., Revoluciones científi cas, Mé-

xico, fce, 1985.

seedores de la verdad y otros no. Cuando los físicos construyen teorías rivales y las ponen a competir, la victoria se decide no sólo por lógica y razón; tam-bién intervienen los prejuicios, los gustos, las cos-tumbres; en suma, en la visión de Kuhn una teoría física puede ser una representación de la realidad tamizada por una forma individual de ver el mundo. En su construcción incluso caben los criterios pu-ramente estéticos.

ARMONÍAAlbert Einstein era un latoso. Se negaba a mostrar-les la debida deferencia a sus maestros, a quienes se dirigía con un irreverente “Herr Weber” en lugar del más apropiado “Herr Professor”. Su petulancia tuvo consecuencias: Herr Professor Doktor Weber se encargó de que ninguna institución académica le diera empleo y así, al terminar la carrera, el joven Einstein, con novia embarazada y sin posibilidades de ejercer su profesión, se vio reducido a aceptar un trabajo en la ofi cina de patentes de la ciudad de Berna, Suiza. Como sus obligaciones no le quitaban mucho tiempo, Einstein disponía de cierta holgura para pensar en sus cosas.

Cuatro años después, en 1905, sin cobijo de uni-versidad ni instituto de investigación alguno, el joven Einstein irrumpió en el mundo académico como un toro en una cristalería con cuatro artícu-los publicados en la revista Annalen der Physik, tres de los cuales se reconocen hoy como semillas de sendas revoluciones en física. Los artículos guar-dan una insólita relación con Mach, el ídolo de la ju-ventud de Einstein.

En su tesis doctoral, Einstein había añadido una evidencia más a la existencia de los átomos y las mo-léculas con un método para deducir sus dimensio-nes a partir de propiedades fácilmente medibles de los líquidos, pero en el segundo de sus artículos del año 1905 Einstein va más allá. En 1827 el botánico escocés Robert Brown se quedó pasmado al ver al microscopio unos granos de polen suspendidos en agua que se zarandeaban al azar sin causa evidente, como caminantes borrachos. El extraño fenóme-no se conocía como movimiento browniano. En su segundo artículo de 1905 Einstein explica las sacu-didas que observó Brown como manifestación del golpeteo constante que le dan al grano de polen las moléculas individuales del líquido. El movimiento browniano se convierte así en evidencia directa de que existen las moléculas, lo que echa por tierra las razones de Mach para descreer de los componentes más pequeños de las cosas.

En el tercer artículo de 1905, en cambio, Einstein da renovados bríos a otra de las creencias positivis-tas de Mach: que no se pueden defi nir en términos absolutos ni el movimiento de los objetos ni la du-ración de los fenómenos. Revitalizar a Mach no era la intención de Einstein. Su preocupación era más bien reconciliar las dos grandes ramas de la física de la época —la mecánica y la electrodinámica— que se contradecían en el asunto del movimiento abso-luto: la mecánica exigía que no existiera, la electro-dinámica exigía que sí. El joven burócrata de la ofi -cina de patentes encontró el modo de armonizarlas —después de todo, se referían a un mismo universo: era feo que no empataran—, pero para eso Einstein renunció a ciertas ideas recibidas que a nadie se le había ocurrido poner en duda. He aquí algunas de esas ideas para que aprecien ustedes el tamaño de la renuncia.

Es evidentísimo que el tiempo transcurre para todo el mundo a la misma velocidad (un segundo por segundo). La duración de un fenómeno no de-pende de quién la mide, claro. Pues resulta que no es cierto: un vuelo de la Ciudad de México a Guadalajara tendrá cierta duración para los que esperan al avión en tierra y otra menor para los pasajeros. El efecto es diminuto a las velocidades de un avión, pero se puede medir, como verifica-ron en 1971 el físico Joseph Hafele y el astrónomo Richard Keating, dando dos vueltas al mundo en avión con dos relojes atómicos. Hay una simpá-tica foto de los científicos y una sobrecargo en el interior de un Boeing 747 con dos pilas de apara-tos electrónicos erizados de cables —los relojes— ocupando sendos asientos, como cualquier pasa-jero. Tras el vuelo se comprobó que los aparatos se habían atrasado unos cuantos nanosegundos respecto a dos relojes de referencia idénticos que se quedaron en tierra, exactamente lo que predijo Einstein en 1905.

Einstein nos exige creer que con el movimiento también cambian la longitud y la masa de los cuer-pos, otras dos propiedades que el sentido común y la experiencia cotidiana piden a gritos que consi-deremos independientes del punto de vista; y, qui-zá peor aún, la solución armonizadora de Einstein implica que dos fenómenos que ocurren simultá-neamente para un observador suceden a tiempos distintos para otro. Sólo a un físico más interesado en las cualidades estéticas de una teoría que en lo estrictamente experimental y racional se le ocurri-ría renunciar a lo evidente en aras de la armonía de la física.

En el cuarto artículo de 1905 Einstein demuestra que la energía tiene inercia, que es otra manera de decir que E = mc2. Tres años después, cuando el edi-tor de una revista atribuyó este descubrimiento al venerado físico Max Planck, el joven Einstein le es-cribió inmediatamente para que corrigiera el error. En una carta posterior, empero, se disculpó por exaltarse, añadiendo que “las personas a las que les es dado contribuir con algo al progreso de la ciencia no deben dejar que esta clase de asuntos empañen el placer que dan los frutos del trabajo común”.4

UNIDADEl físico y novelista Alan Lightman encuentra mu-chas similitudes en el estilo de hacer ciencia de Isaac Newton, en el siglo xvii, y de Albert Einstein, en el xx, y señala una bonita característica común: tanto Newton como Einstein llevan sus refl exiones a sus últimas consecuencias y extraen conclusio-nes tremendas de los fenómenos más sencillos. Sus ideas trascienden las simples teorías científi cas; “son fi losofías, temas sinfónicos, son formas dis-tintas de estar en el mundo” que integran una vi-sión de la física que da prioridad a “la simplicidad, la elegancia y la belleza matemática”:5 la física como rama de la estética. Esto resuena con unas palabras que escribió el polifacético matemático y escritor británico Jacob Bronowski: “Cuando el poeta y fi -lósofo Samuel Taylor Coleridge trataba de defi nir la belleza, volvía una y otra vez a una profunda re-fl exión: la belleza, decía, es la unidad en la variedad. La ciencia no es otra cosa que la búsqueda de la uni-dad en la variedad de la naturaleza […]. La poesía, la pintura, las artes son la misma búsqueda de unidad en la variedad.”6

Un ejemplo en el caso de Einstein. Desde el siglo xvii se había observado una característica insóli-ta de la propiedad de la materia llamada masa. La masa mide las pocas ganas de cooperar que tienen los cuerpos más pesados cuando uno quiere acele-rarlos: en virtud de su masa es más difícil acelerar un elefante que una cereza. Pero la misma propie-dad aparece en un contexto totalmente distinto, como medida de la fuerza gravitacional que es ca-paz de sentir (y producir) un cuerpo: en virtud de su masa, el elefante pesa más que la cereza. Y en concreto, si Galileo Galilei suelta desde lo alto de la torre de Pisa un elefante y una cereza, la fuerza de gravedad es más intensa sobre el elefante (lo que nos haría esperar que se acelerara más que la cere-za), pero, por el mismo motivo, el elefante se resis-te más a la aceleración. Estos efectos contrarios se anulan y la cereza y el elefante caen con la misma aceleración (al mismo tiempo, pues). Esta extra-ña coincidencia traía a los físicos de cabeza, y has-ta había experimentos encaminados a encontrar diferencias numéricas entre la “masa inercial” y la “masa gravitacional”. Ante la imposibilidad de en-contrar esas diferencias, Einstein se dijo que iner-cia y gravedad debían de ser lo mismo. En otras pa-labras, unifi có los conceptos de inercia y gravedad. Tardó diez años en extraer todas las consecuencias de este “principio de equivalencia”, pero de esta sencilla observación Einstein derivó una nueva teo-ría de la gravitación, llamada teoría general de la re-latividad, que se usa hoy para explorar la estructura a gran escala del universo y la formación de aguje-ros negros.

En un breve artículo publicado en la revista Na-ture en 1921, Einstein explica el desarrollo de la teo-ría de la relatividad y revela un aspecto de su estilo que lo distancia de Mach de una vez por todas: “Mi

4� John Stachel, ed., Einstein’s Miraculous Year, Princeton, Princeton

University Press, 2005.

5� Alan Lightman, “Einstein and Newton: Genius Compared”, en Scien-

tifi c American, vol. 291, núm. 3, septiembre de 2004.

6� J. Bronowski, en H. E. Huntley, The Divine Proportion, Nueva York,

Dover, 1970.

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convicción de que la masa inercial y la masa gravi-tacional son idénticas me inspiró una confi anza ab-soluta en esta interpretación”;7 es decir, el físico es-taba convencido a priori de que tenía razón, aun sin la más mínima prueba experimental.

Unos años después, un eclipse de sol dio ocasión para poner a prueba una de las predicciones de la teoría general de la relatividad. La expedición para observar el eclipse se había planeado con bombos y platillos. Alguien le contó a Einstein que Max Planck no había podido dormir la noche anterior de puras ansias, a lo que Einstein contestó: “Si Planck hubiera entendido bien la teoría, se habría ido a la cama con toda tranquilidad, como yo.” También se cuenta que poco antes, cuando le preguntaron si es-taba nervioso por los posibles resultados de la expe-dición, Einstein dijo: “Si los resultados salen nega-tivos, tanto peor para el buen Dios. Las ecuaciones son correctas.”

¡La cara que hubiera puesto Mach!

PREMONICIÓNMach y Einstein se conocieron en 1911. Einstein tenía 32 años y estaba en la cresta de la ola; Mach te-nía 73, su salud era precaria y pocos se interesaban en él. Un contemporáneo contó que por esa época Mach recibía a sus visitas solicitándoles que le ha-blaran muy fuerte, porque, “además de mis otras características desagradables, soy sordo como una tapia”.

Mucho tiempo después Einstein contó que en esa ocasión le preguntó al anciano físico austriaco si creería en los átomos en caso de encontrarse una propiedad de los gases que sólo se pudiera explicar suponiendo que están hechos de átomos. Para gran satisfacción del joven, Mach admitió que sí, pero en 1921 Einstein supo que, por el contrario, dos años después de su visita a Mach éste había renegado nuevamente no sólo de los átomos, sino de la teoría de la relatividad, en cuya creación Einstein siempre le había concedido un papel importante. Mach, pa-dre de la relatividad malgré lui, murió en 1916, com-pletamente rebasado por la corriente de la física de su tiempo.

En el encuentro de 1911 el joven Einstein no po-día imaginarse que, en sus años de madurez y vejez, él caería en el mismo estado a los ojos de muchos de sus colegas.

EINSTEIN E ISRAELA medida que se encumbraba, Albert Einstein se veía cada vez más solicitado para expresar su opinión y dar su apoyo a causas que superaban los confi nes de la ciencia. Una muy importante fue la creación del Estado de Israel. En los años veinte el rebelde de antaño que despreciaba toda autoridad había tenido que reconocer que su fama lo ponía en una posición de poder y aceptó usarla para contribuir a defender la libertad y los derechos del pueblo judío.

“Descubrí que era judío a la edad de 35 años, cuan-do regresé a Alemania, y el asunto me lo revelaron más los gentiles que los judíos”, escribió Einstein. Parece difícil de creer, en vista de lo que ocurrió des-pués en Alemania, pero durante su infancia y juven-tud el futuro físico no tuvo conciencia de que existía el antisemitismo. Su familia no era ni devota ni tra-dicionalista y el joven Albert nunca se sintió separa-do de otros alemanes por diferencias culturales ni religiosas. En esos años, incluso los judíos más ape-gados a las tradiciones que los Einstein vivían más o menos en paz. Pero en los años previos a la primera Guerra Mundial el antisemitismo empezó a asomar su fea cara. Para 1917, cuando Gran Bretaña se com-prometió a crear un hogar para los judíos en Palesti-na, Einstein ya se sentía obligado por las circunstan-cias a manifestar su adhesión a la causa de “su tribu”, como él decía.8

En los años siguientes Einstein participó de todo corazón en el impulso para crear la Universidad Hebrea de Jerusalén y, con cierto recelo, en el mo-vimiento para crear el Estado de Israel. Al parecer, Einstein hubiera deseado que el judaísmo reivindi-cara el valor universal de sus numerosas aportacio-nes a la cultura antes que convertirse en un país con territorio y bandera. En un texto que refl eja su pos-tura ambivalente a este respecto el físico dice: “Los

7� Einstein, “A Brief Outline of the Development of the Theory of Rela-

tivity”, en Nature, vol. 106, núm. 2677, 17 de febrero de 1921.

8� François des Closets, Ne dites pas à Dieu ce qu’il doit faire, París, Seuil,

2004.

judíos somos, y debemos seguir siendo, depositarios y defensores de ciertos valores espirituales, pero de-bemos darnos cuenta de que estos valores espiritua-les son también, y siempre han sido, la aspiración de toda la humanidad”,9 lo que suena francamente in-genuo cuando se considera que lo escribió en 1936, cuando Hitler ya era canciller de Alemania y Eins-tein había tenido que exiliarse en Estados Unidos. En otro texto de 1938 escribe: “Consideraciones prácticas aparte, mi conciencia de la naturaleza esencial del judaísmo se resiste a la idea de un Es-tado judío con fronteras, ejército y una cierta medi-da de poder secular […]. Temo el daño que se hará al judaísmo si se desarrolla un nacionalismo estrecho en nuestras propias fi las.”10

La historia, empero, lo haría cambiar de opinión y en 1949 Einstein pudo celebrar plenamente la exis-tencia del nuevo país: “Al evaluar el logro [de Israel], no perdamos de vista la causa que lo impulsó: resca-tar a nuestros hermanos en peligro, dispersos por muchas tierras […], crear una comunidad ceñida lo más posible a los ideales éticos de nuestro pueblo.”11

En 1952 murió Chaim Weizmann, presidente de Israel, y el primer ministro David Ben-Gurión le ofreció el puesto al judío más famoso del mundo. Einstein declinó el honor. “Soy verdaderamente un ‘viajero solitario’”, había escrito en un ensayo pu-blicado en 1931, “y nunca he pertenecido de todo co-razón ni a mi país, ni a mi hogar, ni a mis amigos, ni siquiera a mi familia inmediata”.12 Su necesidad de libertad y soledad, que siempre defendió ferozmen-te, le hacía imposible erigirse como representante de nadie, ni siquiera de la nación que había contribuido a formar.

ÚLTIMO ESFUERZOEn los años veinte y treinta del siglo xx Einstein se enfrascó en un intenso debate acerca del signifi cado de la nueva mecánica cuántica, física de lo muy pe-queño que él había contribuido a fundar con uno de sus artículos de 1905. Einstein y algunos otros opi-naban que la teoría cuántica era incompleta y tem-poral, una parada en el camino a una teoría más profunda, pero la mayoría de los físicos se adhirió al bando contrario, según el cual la mecánica cuán-tica era la teoría más completa posible del mundo atómico.

En sus últimos años Einstein se mantuvo al mar-gen de la corriente. Muchos físicos pensaron que, como a Mach, la física de su tiempo lo había rebasa-do, pero el esteta de la ciencia dedicaba sus afanes a fraguar una teoría que describiera al mismo tiempo la fuerza de gravedad y el electromagnetismo: un último esfuerzo de unifi cación y armonización de las leyes de la física al más puro estilo Einstein. El esfuerzo no había culminado cuando Einstein mu-rió, en 1955, pero en lo que dejó, un físico de vista aguazada podría reconocer fácilmente la garra del león.�W

Sergio de Régules, físico, editor y divulgador de la ciencia, colabora habitualmente con las revistas ¿Cómo Ves? y Saber Ver, así como con el diario Milenio. Es autor de varios libro, entre ellos: El sol muerto (Pangea, 1997), Las orejas de Saturno (Paidós, 2003) y Crónicas geométricas (Santillana, 2002).

9� Einstein, Out of My LaterYears, Westport, Greenwood, 1970.

10� Ibidem.

11� Idem.

12� Ibid.

EINSTEIN STYLE!

EINSTEINNotas de lectura

A L F O N S O R E Y E S

centzontle

Prólogo de Carlos Chimal

Notas y revisión de Carlos

Chimal y Gerardo

Herrera Corral

1ª ed., 2009, 103 pp.

978 607 16 0162 9

$65

ALBERT EINSTEIN: NAVEGANTE SOLITARIO

L U I S D E L A P E Ñ A

la ciencia para todos

2ª ed., 1998, 119 pp.

978 968 16 6846 4

$70

UNA FACETA DESCONOCIDA

DE EINSTEINE L I E Z E R B R A U N

la ciencia para todos

2ª ed., 1997, 103 pp.

978 968 16 6858 7

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RELATIVIDAD PARA PRINCIPIANTES

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la ciencia para todos

2ª ed., 2000, 119 pp.

978 968 16 6605 7

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EL UNIVERSO Y EL DOCTOR EINSTEIN

L . B A R N E T T

breviarios

Traducción de Carlos Ímaz

1ª ed., 1957, 104 pp.

978 968 16 0437 0

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Libros sobre Einstein

en el Fondo

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Israel, pueblo antiguo y, a la vez, una de las naciones mas jóvenes en el mundo actual, es, en este año 2013, el país invi-tado de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Con este mo-tivo, el Fondo de Cultura Económica, la casa editorial de mayor presencia en México y en Latinoamérica, se aboca a publicar Islas entre nosotros. Voces de la narrativa contemporánea israelí.

A lo largo de 34 relatos, en esta obra se muestra la diversidad y la riqueza cultural de esta joven-vieja población, procedente de un ancestral tronco que hoy sobrevive por una fe inamovible en un destino común que manifiesta, a través de la literatura, su voluntad de continuidad.

Todas y cada una de las narraciones contenidas en el libro nos muestran la forja de un “ser” nuevo, deci-dido a borrar una imagen de vejación y sumisión, por otra de hombres y mujeres renovados, fuertes, segu-ros, decididos a salvaguardar su tierra y su cultura ante cualquier adversidad.

Las 34 narraciones que aquí se presentan nos dan a conocer la realidad actual de un país más allá de lo difundido comúnmente por los medios de comunica-

ción, enfocados a exhibir los conflictos políticos que se libran dentro, o los bélicos contra sus vecinos pa-lestinos y el resto de los países árabes.

Con esta publicación se busca lograr una cercanía afectiva con seres que, aunque alejados geográfica e históricamente, atraviesan por las mismas proble-máticas a las que se enfrenta nuestra sociedad mexi-cana, y que son, a la vez, semejantes a las de la huma-nidad entera. Ya lo dice Amos Oz: “cuando viajas a un país, visitas sus calles, sus paseos, eso es todo […] cuando conoces su literatura abres la ventana de sus casas, te asomas a sus anhelos más íntimos, descu-bres sus miedos” o, como escribe Ioram Melcer en el prólogo del libro: “la literatura es la mejor manera para conocer a un pueblo”.

Los relatos muestran, a través de 355 páginas, una paleta de mil colores: pisar las doradas, sofocantes y áridas arenas del desierto del Néguev, atravesar por los cuatro puntos cardinales pueblos, aldeas, kibu-tzim y moshavim; modernas ciudades, sus calles, tea-tros, museos, conservatorios, hasta llegar a las ver-des y fértiles tierras de la Galilea.

Sin limitaciones de ideología, de procedencia o cronológicas, esta antología recoge más de una treintena de textos, todos de gran calidad litera-

ria producto de la pluma de creadores israelíes, la mayor parte de ellos aún desconocidos por el lector hispanohablante. Se aprecian tendencias diversas: religiosos y agnósticos, ortodoxos y tradicionalistas; de varias generaciones: casi la mitad nacidos en te-rritorio israelí —un puñado de ellos antes de crearse el Estado en 1948, el resto ya constituida la nación—, otros, provenientes de países de Europa oriental, sobrevivientes o descendientes de la generación del holocausto;; algunos más con raíces árabes o nora-fricanas, asiáticas por adopción, incluso latinoame-ricanas. Sorprende la ausencia de la exquisita prosa de Eli Amir y de Sami Mijael, ambos de origen iraquí.

No hay límite tampoco para la extensión de los relatos: una página y media es todo lo que necesita el joven y exitoso Etgar Keret para, con mirada pe-netrante y humor ácido, adentrarnos en su mundo dislocado: “Mientras me arrastraban al averno pude ver a Katzenstein y al resto de los pasajeros despi-diéndome desde el transbordador que los llevaba al paraíso […]”; o las 17 cuartillas a través de las cuales Ahaon Appelfeld, ya mayor y consagrado, conduce pausadamente al lector “En las márgenes de nuestra ciudad”. La pluma magistral de Amoz Oz requiere de una veintena de páginas para mostrar en “Extraño

Un archipiélago que nos uneS H U L A M I T G O L D S M I T Y B R I N D I S

RESEÑA

Concebida a mediados de la década pasada por Esther Seligson, por fi n sale a la luz la antología de escritores israelíes de hoy; un poema de esa autora, fallecida en 2010, da título

a esta miscelánea de textos, traducidos por un regimiento de autores comandados por Ioram Melcer. Para hacer realidad este sueño fue esencial la participación del Instituto para la

Traducción de la Literatura Hebrea, al que desde aquí agradecemos

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

fuego” que en el enorme espacio desértico es donde se encuentra la tinta negra de la palabra, la que hace posible la escritura. Oz confirma que no habría Li-bro si no estuviera ahí la experiencia del desierto.

De igual manera, atendiendo la diversidad de in-tereses vitales y artísticos, se eligieron con amplitud las temáticas. Vivencias sencillas y cotidianas, las unas; complejas y dolorosas, las otras: de amor y des-amor, de erotismo, de traición…

Nurit Zarhi nos conduce con pinceladas de realis-mo mágico hacia su “Madame Bovary de Nevé Tze-dek” (incluído en este número): “descendió de una barca en el puerto de Jaffa una mujer cuyas piernas, debajo de su vestido oscuro con cuello, carecían de plantas […] esa era una época de entusiasmo meta-físico y debemos entender esa carencia con ese es-píritu, e incorporar esa mujer a la familia de los seres que la cultura insertó entre la imaginación y la biología […] el unicornio. El hijo de la virgen, los ángeles divinos, Mefisto y el monstruo del lago Ness.”

El insight profundo que David Grossman imprime a sus escritos, como en “Días de pareja”, nos revela las infidelidades reales e imaginarias en una unión marital: “Un hombre desnudo, atontado por el placer y el agotamiento, junto a la mujer fantasea-da, junto a los nueve rostros que ahora se funden nuevamente en los plácidos rasgos de su cara […] cuidando de gritar el nombre correcto entre los nueve, entre los noventa, para desplomarse después con la saciedad final dibujada en el rostro”, así como la re-signación al amor tranquilo del matrimo-nio: “Ahora la constante alegría afectuosa en sus ojos, su convencimiento ingenuo, radiante, de que juntos logramos doblegar-lo a él, a mí, a mi buceo interior, al dejarme arrastrar, inerme, por el remolino, hacia los latidos del dolor.”

Presente también el problema actual y vigente del bullying en “Zurcidos invisi-bles”, de Ruth Almog: “pero un murmullo la hizo alzar la vista del libro y vio a sus amigas rodeándola, formando una media luna y entonces, de repente, la vio avan-zando hacia ella […] le pegó una bofetada […] ¿Cómo no te avergüenzas? Eres una ramera […] ¡Déjenla! ¿Qué quieren de ella? […] Cállate miedosa […] Nosotras le ense-ñaremos la lección.”

Las quejas típicas de todo adolescente en “La sal de la tierra”, de Yaron Avitóv: “Al día siguiente pensé todo el camino de regreso a casa cómo hacer para que mi madre dejara de acosarme con la bendita ducha […] Cuando vuelvo (de la playa) me espera mi madre con toalla y jabón y me dice: ‘No te vayas a dormir sin ducharte.’ ”

El vínculo con la tierra y la naturaleza en “Ocaso pueblerino”, de Yitzhak Ben-Ner: “Éste es mi pue-blo natal que tanto amo. Amo el pueblo y su gente y sus campos y sus huertas y el firmamento de verano y de invierno […] Amo el estrecho sendero estrecho que se pierde en la oscuridad de los naranjales […] y los trinos de los pájaros prendidos a las ramas de los árboles.”

La turista despistada que arriba a Londres des-de Israel —podría ser de cualquier otro lugar del mundo— y se paraliza antes las barreras culturales: “Hasta el día de hoy no estoy segura de haber estado en Londres.” Y la mujer que, a través de fugaces aven-turas sexuales, pretende exorcizarse de la amargura y la frigidez de la madre, ambas en “¿Acaso te estoy hablando en chino”, de Savyon Liebrecht.

La brecha generacional, el esfuerzo por mante-ner una normalidad vital, la búsqueda de una identi-dad que evite el divorcio entre el ayer y el hoy —uno, constreñido por la religión y las tradiciones; otro, li-bre, moderno y laico—. Amores fallidos, infidelida-des. En pocas palabras: temas universales.

Por otra parte, se dan en esta antología líneas te-máticas casi constantes, explicables por el contexto sociopolítico que vive la población israelí. Reflejos de su pasado ancestral a través de múltiples citas bí-blicas y referencias a los textos sagrados del judaís-mo; ecos traumáticos del Holocausto; constantes conflictos bélicos en los que se ha visto envuelto el Estado de Israel durante estos primeros 65 años de existencia, que demanda a generaciones, una tras otra, de hombres y mujeres, a servir en las filas ac-

tivas del ejército y posteriormente, en la reserva. En casi la totalidad de los hogares, se llora a uno, dos o más caídos. No es de extrañar, por lo tanto, que el fantasma de la guerra y de la muerte estén presentes en un buen número de las narraciones.

Ante la imposibilidad de reseñar la totalidad de los textos, se hace una mención específica a aquellos relatos que dibujan los problemas específicos de esta nación.

Dea Hadar nos hace escuchar en “cm 18 g” las vo-ces de cadáveres que vienen desde la profundidad de la tierra en el Cementerio Militar. Jóvenes de 19, 20 años, que han dejado de tener nombre propio y son sólo número de parcela y de tumba, hablan de su so-ledad, de sus huesos expuestos a las inclemencias del tiempo: “No es cierto que al pasar de nivel, uno deja de

moverse […] De tanto en tanto nos sorpren-de algún reflejo […] Esta mañana llovió. Es difícil dormir cuando la humedad te cala los huesos al descubierto. Alguna vez estu-ve recubierto de piel […] ahora ya no.”

“Infierno”, de Ioram Melcer, describe las reacciones sensatas o enloquecidas de los perros que sirven al ejército. Y en “El cuento de otro”, de Orly Castel-Bloom, se aborda el peligro y la incógnita de lo des-conocido a través de un grupo de niños in-trigados por conocer lo que existe más allá de las fronteras: “hasta que tocamos, real-mente tocamos, el hierro grueso pintado en blanco y negro y un metro más allá, el cartel que rezaba ‘Deténgase, aquí está la frontera’ y tras él un paisaje exactamente igual al del lado en que estábamos para-dos, pero imposible e inalcanzable.”

Muy significativos resultan los títulos que sobrevivientes del Holocausto dan a sus textos: “Comida”, de Amir Gutfreund, y “Hambre”, de Nava Semel.

Como ya se dijo, sean de alcance local, regional o universal, escritos en prosa clásica o innovadora, con matices dra-máticos o irónicos, la totalidad de los tex-tos participan de un nivel de excelencia literaria.

Mención aparte merece la traducción. Casi una decena de especialistas, prove-nientes de países latinoamericanos, ma-yoritariamente de Argentina, ellos y ellas escritores, poetas, artistas, estudiosos y docentes de las instituciones educativas mas prestigiadas de Israel —Universidad de Tel Aviv, Hebrea de Jerusalén, Haifa—, han logrado con éxito la nada fácil tarea de traducir los textos del hebreo al espa-ñol. Conocedores de ambos idiomas, y de varias lenguas más, llevan a cabo esta la-

bor con puntualidad y pulcritud. Para el lector mexi-cano, sin embargo, son perceptibles algunos térmi-nos localistas.

Una apreciación personal me hace lamentar que aun cuando en esta antología la figura y la problemá-tica de las mujeres están muy presentes —la madre, la esposa, la amante, una hija—, tan sólo una cuar-ta parte de ellos proviene de una pluma femenina. ¿Dónde quedan Amalia Cahana-Carmon y Batya Gur? ¿Qué o quién determinó esta selección? Difícil de explicar. Primero, porque fue una mujer, la escri-tora Esther Seligson, quien inicialmente concibió este proyecto editorial; segundo, porque las muje-res israelíes son parte integral del devenir nacional —sirven, al igual que los varones, en el ejército—; el número de estudiantes universitarias iguala y en ocasiones supera al masculino; un buen número de ellas toman parte activa en la vida política, diplomá-tica y económica del Estado de Israel.

Finalmente, sólo queda felicitar al Fondo de Cul-tura Económica por el gran acierto de publicar Islas entre nosotros, cuyo objetivo primordial es el enten-dimiento y el acercamiento afectivo entre el pueblo mexicano y el israelí, portadores ambos de una his-toria gloriosa y con grandes anhelos hacia el futuro. México e Israel, semejantes y distintos, alejados por la geografía, unidos en la cultura.�W

Shulamit Goldsmit y Brindis, historiadora, es coordinadora del Programa de Cultura Judaica de la Universidad Iberoamericana.

UN ARCHIPIÉLAGO QUE NOS UNE

ISLAS ENTRE NOSOTROS

Voces de la narrativa

contemporánea

israelí

E S T H E R

S E L I G S O N

Y I O R A M

M E L C E R

( C O M P. )

tezontle

Traducción del

Instituto para la

Traducción de

Literatura Hebrea

Prólogo de

Ioram Melcer

Introducción

y revisión de

la traducción

de Angelina

Muñiz-Huberman

Revisión de la

traducción de

Alberto Huberman

1ª ed., 2013, 346 pp.

978 607 16 1655 5

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fondodeculturaeconomica�com

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Hebreo y español: un matrimonio tempestuoso

I O R A M M E L C E R

ENSAYO

Más que alevosía, lo que comete el traductor literario es celestinaje. Y tratándose de lenguas tan ricas y dispares como el español y el hebreo, esa bella alcahuetería se convierte

en una actividad de alto riesgo. En este festivo ensayo, uno de los actores esenciales en la publicación de Islas entre nosotros diserta sobre la naturaleza de las dos lenguas y la

responsabilidad de quien busca equipararlas

I O R A M M E L C E R

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

HEBREO Y ESPAÑOL: UN MATRIMONIO TEMPESTUOSO

Si hay una metáfora sin la cual parece imposible escribir un artículo sobre la traducción literaria, ésta sería la de tra-duttore traditore. Dudo de que más allá de aceptar la expre-sión con la benevolencia resig-nada de un ciudadano que se ve ante el cobrador de impuestos, realmente pensemos que para

traducir hay que ser si no un Judas, por lo menos un Kim Philby. Recurriendo a un mundo tenebroso, hay quien suele argumentar que la profesión de traduc-tor o intérprete es la segunda profesión más antigua del mundo, porque el forastero que llegaba a una ciu-dad desconocida se tenía que servir de un traductor para comprar cierto servicios. O por lo menos para vanagloriarse de sus hazañas en el bar del barrio lue-go de salir de la alcoba alquilada.

Quizás, en el caso de dos lenguas tan grandes como el español y el hebreo, sea mejor servirse de una metáfora un poco más fructífera, por no decir noble y esperanzada: la traducción como una boda, donde el traductor es el casamentero de la historia. Quien ha vivido más de 20 o 30 años, y más si se ha casado, sabe que en temas de pareja y matrimonio se trata de una unión de dos personas que partici-pan de un juego complejo en el cual actúan seme-janzas y diferencias. Y si extendemos la vigencia de la metáfora, podríamos decir que los textos tra-ducidos son los hijos de tal unión. Nunca son per-fectos, nunca son la realización exacta de lo que el casamentero imaginó o prometió, y si hay muchos hijos nacidos de la pareja, nunca habrá dos iguales, aunque siempre podremos notar un cierto je ne sais quoi que los identifica, si no como hermanos, al me-nos como parientes. Última extensión de la metá-fora: que no es bueno casarse con parientes y que , cuanto más diversos sean los dos adn, mejor resul-tado dará la unión.

Habiendo establecido una sólida base metafóri-ca, y sin ninguna pretensión científica en el campo de la genética, que no es aplicable de manera seria cuando de lenguas se trata, podemos afirmar que en nuestro feliz caso, el de la unión entre el hebreo y el español, las partes unidas como marido y mu-jer son muy diferentes entre sí, y no hay ni la más remota sospecha de que sean parientes. Entonces, ¿de qué tipo de unión se trata?

Por un lado el español, documentado desde hace poco más de mil años, y que es la cuarta lengua más hablada en el mundo. Desde Filipinas hasta los An-des; desde Castilla, pasando por Guinea Ecuatorial, hasta California, cientos de millones de seres hu-manos piensan, aman, trabajan, se quejan, cantan y lloran, viven y mueren en español. Lengua de buena familia, la latina, que posee un abolengo muy res-petable: el indo-europeo. Lentamente, se hace su lugar en el mundo, siempre cerca de sus hermanas en Europa, bajo la gran sombra del pater familias: el latín. Sus grandes logros literarios comienzan a aparecer en la Edad Media, y especialmente en los siglos xvi y xvii, cuando será conocida como la “Lengua de Cervantes”.

Por otro lado, el hebreo, lengua escrita desde hace más de 3 mil años, con una trayectoria que no se puede resumir en tres frases. Su historia toca puntos clave como la invención del alfabeto en la zona donde se hablaban variantes del hebreo anti-guo. Luego viene la larga época de creación en he-breo, que culmina en la canonización de 24 libros, el más grande bestseller de todos los tiempos, que no lleva título. En hebreo, los 24 libros se llaman Tanáj, siglas de Torá, Neviím y Ktuvím, es decir: “Ley, Profetas y Escritos”. Basta leer un par de ver-sos para comprender que la canonización del Libro de los Libros refleja una cultura narrativa, poé-tica, filosófica y religiosa altamente desarrollada cuya actividad desemboca en la obra maestra de las obras maestras, dos siglos antes de le era cristiana. Ya en la época de Jesús de Nazareth, el hebreo era una lengua literaria no solamente hecha y derecha, sino sagrada, consagrada y estudiada como tal, pues en la Palestina de los romanos se hablaba un dialec-to local del arameo. Ya por aquellos tiempos, el he-breo pertenecía a una familia bastante extensa: la semítica.

Ambos, el español y el hebreo, vienen, pues, de buenas familias. Y no los une ni el más rebuscado parentesco. Por cierto, el novio y la novia —sírvase el lector decidir quién es quién es esta historia— no

se parecen en nada, y al conocerse han sufrido de una alarmante diferencia de edades. Pero la edad que los separa está lejos de ser el único problema. Las dos lenguas prácticamente no tienen nada en común.

El español es rico en tiempos verbales, en modos y aspectos. Tiempos complejos, formas condiciona-les, subjuntivos, una gran riqueza verbal. Formas de cortesía, circunloquios, adjetivos encadenados, ad-verbios por todos lados, sutilezas morfológicas. Sus frases suelen ser largas y pueden ser floridas. Su sin-taxis le debe mucho al latín. Forma palabras nuevas usando sufijos: sus versiones americanas están ena-moradas de los diminutivos, aumentativos y demás “-ivos”, pero en todas sus variantes demuestra un gran amor por las derivaciones, tanto las nominales como las verbales. Con casi 1,100 páginas, la Nueva gramática de la lengua española de la Real Academia es sin duda una segunda Biblia.

¿Y el hebreo? Pues, como se dice, “anda en otra onda”. Corto, austero, a veces tajante. Una máquina sutil, sofisticada y muy entrenada en formar pala-bras —verbos, sustantivos, adjetivos y adverbios—, todas a partir de “raíces” consonánticas. Gran par-te de los elementos del diccionario del hebreo se de-riva de conjuntos de tres consonantes. Luego, com-binaciones de vocales y algunos prefijos y sufijos lo crean todo. Así es que se ven las conexiones histó-ricas entre las palabras, y así se siguen formando

otras. Las tres consonantes son los elementos bá-sicos de la red neuronal del hebreoparlante. En he-breo, uno puede comprender una palabra descono-cida, y hasta inventada ad hoc, simplemente por su estructura interna y por las tres consonantes que son su fundamento, su huella digital semántica. En cuanto al verbo en hebreo: es rico en formas, pero muy limitado en tiempos. Básicamente existen dos tiempos del verbo: pasado y no-pasado. Es más: el hebreo acepta frases sin verbo, frases nominales. Frases de dos o tres palabras, sin verbo. Y son es-tas frases las que expresan las verdades eternas, los momentos de gran drama. Desde los tiempos de la Biblia hasta el día de hoy.

Tres mil, quizá ya tres mil quinientos años de vida del hebreo, en los que nunca se ha abandonado. No murió. A veces pareciera que ha hibernado, o pa-sado a un plan reservado, como lengua litúrgica, de lectura, de intelectuales, una lengua que quizá no se hablaba tanto como se escribía. Aunque cabe de-cir que cuanto más trazamos los pasos exactos del hebreo y de sus hablantes y escritores, más vemos que siempre fue también una lengua “normal”, en la que se escribían biografías y novelas populares, li-bros de recetas y cancioneros populares, sin olvidar que se traducían obras de todo tipo de decenas de lenguas. Sin embargo, con el hebreo estamos ante un fenómeno que solamente existe en el chino y en el tamil, pues todas ellas son lenguas clásicas, mile-narias, que siguen existiendo con plena conciencia y presencia de miles y miles de textos que son leí-dos continuamente desde antes de lo que se llama “Historia” en Occidente. En el caso del hebreo, se trata de toda una cultura —lingüística, social, reli-giosa, histórica, política, literaria— que se funda en una lengua, que es símbolo de la identidad nacional de los judíos. Esto significa otra dimensión tempo-ral y otro arsenal de imágenes, textos y relaciones simbólicas de todo tipo. El hebreo moderno, la últi-ma fase de los milenios de la existencia del hebreo, está impregnado de expresiones que vienen de sus fases más antiguas: desde la Biblia, pasando por la

época entre dos siglos antes de la era cristiana y dos siglos después de la misma, hasta la Edad Media y la época moderna. Un abanico, o más bien un acor-deón que puede ser extendido o contraído a cada momento, emitiendo notas y acordes, por cada ha-blante o escritor, orador o traductor. Las resonan-cias son siempre múltiples: expresiones idiomáticas de los profetas, dichos de hace 2 mil años, metáfo-ras tomadas de la poesía hebrea medieval en Al-An-dalus, neologismos de los siglos xix, xx y xxi. Tres mil quinientos años que siguen repercutiendo en el habla cotidiana y la literatura.

Tomando en cuenta este panorama, es posible imaginar algunos de los retos a los que se enfrenta un traductor literario del hebreo al español, o vi-ceversa. Las dificultades formales son serias, más que todo en el campo de los verbos. Lo que el espa-ñol expresa con tiempos complejos, condicionales y subjuntivos, el hebreo lo hace con adverbios, o deja que los lectores completen las interrelaciones entre los personajes y los eventos, ayudados por el con-texto. Matices de duda, de incertidumbre, de corte-sía, de distancias sociales y afectivas, de posiciones relativas en el eje del tiempo, todas implícitas en las formas verbales del español, no siempre pueden en-contrar una expresión paralela en hebreo. Muchas veces, las frases largas en español tienen que ser di-vididas al ser traspasadas al hebreo.

Los problemas al traducir del hebreo al español no son menores, pero son diferentes. La cualidad directa y austera de las frases en hebreo puede pa-recer demasiado tajante o terminante para un lec-tor hispanoparlante. El contexto y los adverbios son los que indican si hay que usar un perfecto, o qué tipo de condicional o subjuntivo viene al caso. Es fácil equivocarse ya que en hebreo los matices se esconden en la sintaxis, en el contexto y en los silencios.

Más allá de los temas formales, que abundan da-das las enormes diferencias entre las dos lenguas, al traducir del hebreo al español el traductor se ha de enfrentar con el peso de los 3000 años de hebreo escrito. ¿Hasta qué punto el autor hebreo realmen-te tiene le intención de aludir a la Biblia o a algún escrito canónico de hace 1500 o 2000 años? ¿Esta-rá usando una expresión idiomática antigua, de uso actual, sin otra intención, o es que está resonando un episodio bíblico? Al escoger una palabra, ¿tomó en cuenta los campos semánticos de los diferen-tes tipos de hebreo de antaño, o simplemente usó la palabra? Todo un mundo de acepciones secun-darias, de metáforas y alusiones está presente, y el traductor tiene que descifrar las intenciones del autor. Lo hará según el tipo de texto, se apoyará en la temática, en el estilo general, en efectos prosódi-cos detectables en el texto. No es una labor simple. Los peligros y las dudas abundan. Esto es precisa-mente lo que tuvieron que resolver los traducto-res de la antología que presentamos este año en la fil de Guadalajara, Islas entre nosotros. Voces de la narrativa contemporánea israelí, que se publica bajo el sello del fce, en colaboración con el Instituto para la Traducción de la Literatura Hebrea (itlh). Autores de diferentes generaciones, que tratan te-mas muy variados, usando estilos diversos, que pueden apuntar hacia un estilo escueto sin reso-nancias del canon antiguo, aparecen junto a otros cuya lengua y problemática están estrechamente ligadas a los textos antiguos, medievales o pre-mo-dernos. ¿Y cómo expresarlo todo en español, que no tiene una historia isomorfa o paralela?

Nada simple ni fácil, y no hay fórmulas. Si el tra-ductor es un casamentero que junta la pareja, el buen traductor la apoya a lo largo de su vida matri-monial, conociendo los vaivenes y las peripecias de la relación, manteniéndose atento a lo explícito sin olvidar lo implícito, previendo problemas y creando las condiciones para una solución satisfactoria.

He aquí un ejemplo: “satisfactorio” en español proviene del latín, de “hacer sufi ciente”. En hebreo, “satisfacción” (sipúk) está ligada a “abastecer” (as-paká), pero también tiene que ver con “duda” (safék). Una lección milenaria: entre la duda y la satisfacción, entre “bastar” y “no dar abasto”, se encuentra la vida peligrosa del traductor literario, el casamentero que nunca descansa.�W

Ioram Melcer es escritor y traductor. Su versión de Rayuela en hebreo se publicó en consonancia con el cincuentenario de la publicación de la novela de Julio Cortázar.

Más allá de los temas formales, que abundan dadas las enormes diferencias entre las dos lenguas, al traducir del hebreo al español uno se enfrenta con el peso de los 3000 años de hebreo escrito.

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Un centauro en las letras israelíes

S I L V I A C H E R E M S .

ARTÍCULO

En Islas entre nosotros el lector hallará un ejemplo de las obsesiones y capacidades narrativas de David Grossman, una de las más conocidas voces de la actual literatura israelí. Ésta es la entrada a una entrevista que sostuvo este mismo año con Silvia Cherem y que circula ya en un volumen de conversaciones con

autores del Israel de hoy; agradecemos la oportunidad de compartir con nuestros lectores este agridulce esbozo biográfi co

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Cuando en 1986 David Gross-man (Jerusalem,1 1954) pu-blicó Véase: amor, la vida le cambió para siempre: “el mundo de repente se colap-só en nuestra casa”. En es-casos meses Grossman se convirtió en sensación, fue bombardeado con todo tipo de invitaciones y solicitudes

para ser entrevistado por periodistas de todo el mun-do, se vendieron los derechos para traducirla a más de una treintena de lenguas y la novela —por su intensi-dad lírica y originalidad estilística por la profundidad de sus personajes y la creatividad de su voz— lo arrojó a la cumbre de los grandes. No sólo de las letras israelíes, sino de la literatura universal.

George Steiner calificó la obra de “proeza de la lite-ratura moderna”. Y a Grossman, por ese libro y por los que siguieron —cada tres o cuatro años se reescribe con explosiones narrativas—, se le califica de “leyenda lite-raria contemporánea”. Comparado con Günter Grass, William Faulkner y Gabriel García Márquez, su nom-bre descuella en la lista de candidatos al premio Nobel.

A pesar de tener cuando menos 16 años más que él, Amos Oz y A. B. Yehoshúa, los autores israelíes de ma-yor renombre, lo aceptaron como hermano pródigo y, desde entonces, forman un solidario y apretado nudo como tres tenores que apelan por la paz, tres mosque-teros que gozan de talento y calidad moral para des-envainar su espada contra los gobernantes y, raro en el mundo de los intelectuales donde proliferan celos y envidias, ellos son amigos cercanos y primeros lectores que se critican antes de que sus obras sean publicadas.

“Contar historias me permite organizar al mundo, hacerlo comprensible. Ahí, en la historia que escribo, nunca me siento solo. Estoy realmente en casa. Soy ca-paz de imaginar, no estoy paralizado frente a la vida. Invento personajes y, quizá, lo que estoy haciendo es inventarme a mí mismo”, señaló en entrevista en agos-to de 2013 en Mishkenot Sha’ananim —el primer barrio judío construido afuera de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalem, edificado a mediados del siglo xix en una colina frente al monte Sión—, en la biblioteca contigua al cuarto donde, gracias a la generosidad de una empleada, se refugió a escribir obsesivamente Véa-se: amor.

Cuando escribe, dice, todo cobra sentido. Es cazador alerta que atrapa palabras y gestos. Ideas y significa-dos. La literatura le permite mirar, cada cosa va irra-diando nuevo sentido al todo. Es lente de aumento para entender. Lupa sonora que magnifica. Voz que penetra la piel de los más vulnerables y va descifrando sus pa-sos: “Todo lo que escribo es biográfico, inclusive una nota para el supermercado.”

“¿Quién soy?” es la mirada interior que mueve a los personajes de sus novelas —“¿Quién eres? No lo sé, qui-siera ser todo lo que tu mirada vea en mí”, le responde Yair a Miriam en Tú serás mi cuchillo— y, develar su ser, fue insistencia durante nuestro prolongado encuentro.

Desde niño, de su cerebro brotan chispas. Irradia inteligencia y modestia, integridad en su mirada sere-na. Pelirrojo y retraído, con rostro blanco, pecoso y naif —quizás anacrónico, como el de aquellos estudiantes con cara de niños decentes que proliferaban en las aca-demias rabínicas de los shtetlaj2—, se ha empeñado en ser individuo a contracorriente. Fiel sólo a sí mismo.

De jovencito desconfió de la mística grupal con la que se conformó la identidad colectiva en el naciente Estado de Israel. Especialmente lo atormentó la som-bra del silencio con la que los mayores, enconchados, sentían protegerse de la Bestia Nazi. Fue adolescente incómodo en su piel. De adulto es ateo, solitario y fiel marido. Es amoroso padre. Ideólogo de la izquierda que, desde hace cuando menos un cuarto de siglo, por decencia y justicia, protesta y exige la devolución de los territorios. Es inquieto escritor, un cuentacuentos que, desoyendo las lecciones aprendidas en casa, lleva déca-das de figurar en primera fila.

1� De manera deliberada he decidido poner Jerusalem y no Jerusalén,

forma correcta de escribir el nombre de la ciudad en español, porque así,

con m al fi nal, es como los judíos han aludido a ella desde tiempos remotos.

El nombre de Jerusalem o Yerushalayim tiene originalmente un sentido

teofórico en alusión a Melkitzedek, rey de Shalem, quien dio la bienvenida

a Abraham; pero, desde la época antigua, en la Biblia hebrea y luego en los

escritos de Filón y de Josefo, se le ha asociado con la paz: Yerushalayim,

Ir shalom, ciudad de paz. En hebreo moderno shalom es también saludo y

despedida, evocación de armonía, tranquilidad y concordia.

2� Shtetlaj, plural de shtetl, palabra en ídish con la que se nombraba a

los pequeños poblados, típicamente judíos, en Europa Oriental y Europa

Central, antes del Holocausto.

DEMASIADO TARDEA David Grossman no le gusta hablar de sí mismo. Me-nos desde que Uri “cayó del tiempo”, como se refiere a la muerte de su hijo en agosto de 2006, víctima de la segunda Guerra de Líbano. Cuando Hezbolá comen-zó a lanzar misiles contra zonas pobladas de Israel, Grossman, voz de la paz, no tuvo duda: la guerra era necesaria como legítima respuesta de autodefensa. Du-rante las primeras semanas del conflicto bélico, él mis-mo viajó al norte de Israel para contarles cuentos a ni-ños atrincherados en refugios.

Sin embargo, 29 días después de iniciado el conflicto bélico contra el brazo armado chiita, tiempo suficien-te para constatar que la destrucción de la infraestruc-tura terrorista no necesariamente servía para frenar el ataque de misiles contra la población civil israelí, Grossman, Amos Oz y A. B. Yehoshúa ofrecieron una conferencia de prensa en Tel Aviv, el 10 de agosto, a fin de solicitarle al gobierno de Ehud Olmert que aceptara el cese al fuego que ofreció Líbano, bajo el auspicio de las Naciones Unidas.

Grossman dijo ahí: “Teníamos derecho a emprender la guerra, pero las cosas se han complicado […] Consi-dero que hay otros caminos.” Jamás mencionó que su hijo estaba en el frente. Me aclara: “En ese momento era irrelevante, hubiera sido igual si Uri hubiera estado en casa.”

La guerra, brecha sin salida, había sido la más larga que había padecido Israel desde su independencia: las bajas eran excesivas, el gobierno civil libanés se debili-taba y el ánimo de los terroristas parecía fortalecerse. Olmert, envalentonado, se negaba a ceder. Su gabinete de seguridad había votado, unas horas antes, desoír la propuesta libanesa del primer ministro Fuad Siniora e incursionar por tierra hasta el río Litani.

Los escritores, intentando unificar a la población en un grito de paz, exigían frenar el brazo militar y mos-trarse creativos en el ámbito de la diplomacia. Final-mente lo consiguieron. El cese al fuego se puso en mar-cha la mañana del lunes 14 de agosto, pero para la fami-lia de David Grossman llegó demasiado tarde.

En la madrugada del domingo 13, a las 2:40 am, en las horas finales de la guerra, un grupo de altos oficiales del ejército tocó a su puerta. Un escozor de terror frío lo paralizó. Era el mensaje que tanto había tratado de eva-dir, exorcizando las palabras en un afán de regatearle vida al destino. Al escuchar el timbre, como si hubiera mirado una y mil veces esa escena detrás del telón de la escritura, David le dijo a Mijal, su mujer, como lo escri-bió en La vida entera: “Ya está. Nuestra vida se acabó.”

El sábado 12 de agosto, Uri y sus compañeros, que incursionaban en un tanque blindado en el pueblo de Hirbet K’seif, en el sur de Líbano, fueron el blanco de un misil de Hezbolá cuando pretendían rescatar a los soldados de otro tanque, que también había sido alcanzado. Fueron los últimos soldados en morir an-tes del cese al fuego.

Una suerte infame capaz de estrujar el corazón de cualquiera. “Nosotros, nuestra familia, ya perdimos esta guerra”, dijo Grossman al enterrar a Uri en el ce-menterio del monte Herzl. La muerte de su hijo fue la pena de una nación y, paradójicamente, también tuvo eco solidario en el mundo árabe donde hubo voces que lamentaron la pérdida.

Fue una inconcebible casualidad envuelta en la es-critura de La vida entera, considerada por amplias ma-yorías como la obra maestra de David Grossman al día de hoy —en hebreo Isha borahat mi-bsorah, literalmen-te: “la mujer que huye de las noticias”, en alusión a Ora, un personaje femenino magistralmente labrado, una musa de la vida que se aleja de su casa para evitar ser víctima, para desafiar al destino y proteger a su hijo que está cumpliendo su servicio militar en el frente. Si no está en casa, es el pensamiento mágico detrás de la novela, no habrá quien reciba un mensaje con malas noticias. Si ella va contando la biografía de su hijo, él mantendrá la vida. “Siempre estamos haciendo pactos con dios, con el diablo, con el destino. Ésa era mi espe-ranza”, afirma el escritor.

Grossman comenzó La vida entera en mayo de 2003, medio año antes de que su hijo mayor, Jonatán, termi-nara su servicio militar obligatorio, y medio año antes de que Uri, el hijo de en medio, fuera reclutado como todos los jóvenes en Israel. Ruti, la pequeñita, aún era una niña.

Escribe en el epílogo del libro: “Uri conocía muy bien la trama de la novela y a los personajes. Cada vez que conversábamos por teléfono, y sobre todo cuando llegaba de permiso, preguntaba qué novedades se ha-bían producido en el libro y en la vida de los protagonis-tas (‘¿Qué les has hecho esta semana?’, era la pregunta

que me hacía). La mayor parte de su servicio militar lo cumplió en los territorios ocupados, patrullando, en puestos de vigilancia, tendiendo emboscadas y en los puntos de control de la carretera, y de vez en cuando me hacía partícipe de sus experiencias. En esos momentos yo tenía una corazonada, o mejor dicho, un deseo: que el libro que yo estaba escribiendo lo protegiera…”

Tras los siete días del duelo, David Grossman eligió vivir. La vida no se acabaría. La muerte de su hijo se iría convirtiendo en un recuerdo enorme, en un peso intenso, siempre presente y en ocasiones paralizante. Como un ejercicio catártico volvió al libro que, para entonces, ya estaba listo en su mayor parte. “Comen-cé forzándome a escribir una hora, una hora eterna. Al siguiente día añadía diez minutos más de escritura, así días tras día. Fue muy difícil porque era regresar una y otra vez al sitio que más miedo me daba, pero era el único lugar disponible para mí.”

Lo que cambió de La vida entera, escribió, fue “la caja de resonancia de la realidad en la que fue revisa-da la versión definitiva”. Quizá, exiliado de la realidad por la catástrofe personal, imprimió una mayor dosis de tristeza e impotencia con respecto a la situación política israelí. Padre devoto de sus hijos, padre con el corazón balanceándose entre los muertos, intentó sos-tener su existencia “en el patíbulo de la añoranza”. Re-escribiéndose se aferró a la vida.

En 2011 publicó Más allá del tiempo, su novela más reciente, que le sigue a La vida entera. Otra obra maes-tra, quizás aún más poderosa que la anterior. Con ella intenta cerrar la historia que comenzó con La vida ente-ra, usando las palabras “como anclas para no caer en la locura”, rasgando a través de la escritura el sobre her-mético de la muerte.

En Más allá del tiempo, libro alusivo al duelo, apa-rentemente sin dedicatoria explícita, en cada silen-cio, en cada palabra, en cada pausa y grito poético, es-tán Uri y su muerte “como caramelo envenenado en la boca”. Está también el llanto desgarrado. La necesidad de envolver, con su cuerpo y con el de la mujer del rela-to —Mijal, su mujer, por supuesto— “el vacío de la pleni-tud” de su hijo.

Está el destierro de la sinfonía familiar anterior a su partida: “la casa que antes era yo”. Antes de que “las lenguas de fuego frío” lo devastaran sumiéndolo en el infierno. En este libro yace Grossman, entre grietas y rendijas, como vela extinguida. Recortada la foto de su vida.

Mantuvo un duelo contra las palabras, “masticó cla-vos” para lograr los calificativos precisos, para nom-brar con un lenguaje propio a la muerte. En aquel “eco del no existir”, lloró con impotencia ante el paso del tiempo: “¿Cómo voy a poder / pasar a septiembre / que-dándose él / en agosto?”.

Lo busca, lo nombra: “¿Pero dónde estás, qué eres? / Dime sólo eso, hijo mío,  / simplemente te pre-gunto / ¿dónde estás?  / O como un discípulo ante su maestro  /  (porque así es como me siento ahora  /  en más de una ocasión ante ti),   /  te pido que me ense-ñes,  / como yo un día, no hace tanto tiempo,  / te ense-ñaba / el mundo / y sus secretos,  / y perdóname si mi pregunta / es necia y algo insustancial, pero / tengo que hacértela / porque hace ya cinco años / que me corroe por dentro / como una enfermedad:  / ¿qué es la muer-te, hijo?  / ¿Qué / es / la muerte?…”

Grossman se dejó caer en la red por la que cayó Uri, una red con un agujero, y llegó al abismo donde él, qui-zá, se encuentra. Desmigajado, palpitando en un labe-rinto, en una maraña de la que ansiaba soltarse, tocó un muro. Tocó la muerte con el arma de la poesía, el idioma de su duelo. “El hombre que camina”, como se llama a sí mismo en este libro, estuvo con Uri.

El arte, la escritura, puntualiza Grossman, es el úni-co sitio donde la vida y la falta de vida, la vida y la muer-te conviven: “¿Qué otra cosa puedo hacer?  / No escri-bir, no / vivir, pero por lo menos / el idioma / me queda, por lo menos él es todavía un poco / libre…”. En la escri-tura, lo sabe, no está solo. En su dolorosa travesía poéti-ca lo acompañan sus lectores.�W

Hemos tomado este texto de Israel a cuatro voces. Conversaciones con David Grossman, Amos Oz, A. B. Yehoshúa y Etgar Keret, que se presentará en la FIL de Guadalajara el jueves 5 de diciembre, a las 19:30, en el Pabellón de Israel. Agradecemos a la editorial Khālida el permiso para reproducirlo.

Silvia Cherem S., periodista, escritora y editora, es autora de Una vida por la palabra. Entrevista con Sergio Ramírez ( FCE, 2004) y Trazos y revelaciones. Entrevistas a diez artistas mexicanos ( FCE, 2003).

UN CENTAURO EN LAS LETRAS ISRAELÍES

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Modern Hebrew Literature: Etgar Keret, el autor de cuentos cortos que han dado la vuelta al mundo, ¿cómo se ve a usted mismo dentro de la tradición de la litera-tura hebrea? ¿Como perteneciente o como un invasor?Keret: Bien, me resulta difícil ubicarme a mí mismo dentro de la tradición de la literatura hebrea. Me veo inserto, mucho más naturalmente, en la corriente de la literatura judía de la diáspora. Me siento más cer-cano a escritores como Bashevis Singer, Kafka o Ba-bel que a muchos escritores israelíes. Admiro a mu-chos de ellos, pero en realidad no logro conectarme con esa tradición.

¿Cómo ocurrió eso?Soy hijo de inmigrantes. El sentimiento constante de no pertenecer, de intentar ser algo que no soy en-teramente yo mismo, es algo que he sentido fuerte-mente. Verá, yo crecí en Ramat Gan, que tiene mu-cha población de descendientes de iraquíes. Y allí la idea de ser un sobreviviente del Holocausto era algo por completo abstracto: uno veía fotos el Día de la Memoria por el Holocausto, pero no era habitual to-parse con sobrevivientes por las calles. Ahora bien: yo soy hijo de una familia de sobrevivientes, de modo que siempre me hallaba un poco fuera de lugar. La gente a mi alrededor no veía a mis padres como so-brevivientes del Holocausto: ellos hablaban un he-breo realmente fluido, debido a que habían venido aquí a edad lo suficientemente temprana como para asumir una nueva identidad, pero hacían cosas dis-tintas y sabían acerca de cosas que la gente que nos rodeaba desconocía —en casa tenían libros en ale-mán, de hecho mi padre tenía un ejemplar de Mein Kampf, lo cual era algo que yo no lograba entender, dado que en esa época aún había un boicot sobre los productos alemanes y sin embargo mis padres toda-vía conservaban algunos amigos alemanes—. Uno de

sus mejores amigos incluso había combatido en el ejército alemán durante la segunda Guerra Mundial. No perteneció a las ss o algo así, luchó en el frente africano y luego se arrepintió de ello.

O sea que por un lado mi familia era muy israelí y sabían cómo hacer las cosas a la manera israelí, pero por el otro lado eran muy europeos y estaban muy conectados con Europa. Ésa era la cultura que ama-ban —la música que escuchaban, los libros que leían, los libros que me leían— pero que resultaba extraña a lo que experimentaba fuera de mi casa, cuando iba a la escuela. Y cuando algo así ocurre uno debe elegir, básicamente, entre uno u otro lado: o te vas con la nueva narrativa (la de la sociedad que te ro-dea) o luchas para resguardar algo que posees en tu entorno familiar, en tu interior, pero que no necesi-tas cuando sales al mundo.

¿Cuál fue el motivo por el que sus padres vivían en Ra-mat Gan, en lugar de otros sitios donde vivieran inmi-grantes europeos como ellos?¿Hubo alguna razón en especial?Mis abuelos, los padres de mi padre, llegaron a Ramat Gan, donde tenían una tienda, en Ramat Gan, y mi abuelo fue asesinado en Ramat Gan en los años cincuenta por un vecino que lo acuchilló. Había enloquecido, él también era un sobrevivien-te del Holocausto. Luego de eso, mi padre tuvo que ayudar a mi abuela, de modo que vivió en Ramat Gan y allí se quedó al contraer matrimonio. Mis padres no estaban aislados culturalmente ni nada parecido. Tenían muchos amigos, algunos de ellos europeos y otros no. Pero se trataba casi de una doble identidad: uno sabía cómo hablar y cómo pensar fuera de casa, pero existen otros asuntos que pueden interesarte, interés que la gente que te rodea no necesariamente comparte. La narrativa

israelí o sionista habla a menudo acerca de Europa como el sitio en el que los judíos morían, como ese lugar de peligros constantes, de antisemitismo. Era como una especie de símbolo que resguardaba la necesidad de la existencia de Israel. Pero para mis padres se trataba de algo bastante diferente. Como sobrevivientes del Holocausto, conocieron el lado oscuro de Europa, pero Europa y el pasado europeo tenían influencia en sus vidas. No era un símbolo, era algo muy, muy concreto y me concer-nía directamente.

En cuanto a mí, siempre seré un outsider por mi modo de pensar. Nunca he sido capaz de verme como parte integrante de un grupo. Dondequiera que haya este tipo de grupos, como los niños exploradores, o nahal1o lo que fuera, siempre me expulsaban. Nunca me gustaron los sistemas que implicaban la existen-cia de algún grupo. No me gustaba ir a la escuela. Te-nía muchos amigos pero no me gustaba ir a la escuela e intenté evitarla tanto como pude. Cuando los chi-cos organizaban boicots contra otros niños, nunca me sumé, siempre sentí temor por la multitud.

Las multitudes me dan miedo. Recuerdo cuando teníamos doce o trece años, me reunía con los otros niños y hablábamos de nuestros peores miedos. Un chico tenía miedo de cortarse un ojo con el filo de un papel, otro les temía a las ratas. Yo dije que mi mayor temor era morir lapidado. Esa sensación de ser asesinado por personas que ni siquiera me co-nocen, a las que ni siquiera desagrado, sólo porque todos los demás también lo hacen. Pienso que eso viene de los tiempos bíblicos y que hay algo ahí tan

1� Nahal en un acrónimo de Noar Halutzi Lohem ( juventud pionera com-

batiente). Se trata de un cuadro militar que combina el servicio militar

con el servicio civil en una nueva colonia.

Escribir desde la diáspora(dentro de Israel)

E N T R E V I S T A C O N E T G A R K E R E T

ENTREVISTA

A pesar de su juventud, Etgar Keret es ya un viejo conocido de los hispanohablantes, gracias a la difusión que de su obra han hecho editoriales como Siruela y Sexto Piso; en

el Fondo publicamos dos de sus textos para los lectores de menor edad, ambos sutiles y cautivadores. En esta entrevista, Keret se reconoce como outsider y como parte de la

milenaria diáspora judía aunque viva en Israel

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arquetípico como extraño —“Hola, ¿cómo están to-dos?” “¿A quién lapidaremos hoy?” “No lo sé, este tipo cometió algún delito”—. Pienso que este tipo de perspectiva de outsider enlaza muy bien con el pun-to de vista de los judíos diaspóricos en general. En tanto que judío, uno siempre tiene ese pensamiento en dos niveles: se está dentro del sistema y al mis-mo tiempo fuera de él. Una vez, en un reportaje, dije que me siento como un judío en la diáspora israelí. Sé cómo caminar y cómo hablar del modo en que se debe caminar y hablar, pero siempre hubo en mí algo que piensa desde el afuera, y en ocasiones, para mi gran horror, me he visto a mí mismo formando parte de cosas en las que no me reconocía.

El judío como un outsider en el Estado judío. Eso con-tiene un elemento de extrañeza, ¿no le parece?Bien, se trata de una experiencia muy personal, por-que mucha gente me ve como un escritor muy israelí debido al tipo de lenguaje que utilizo o por las rea-lidades que describo. Pienso que esa identidad judía no se da en los escenarios sino que se desprende de una suerte de moral o filosofía que subyace. Pienso que hay algo en esa sensibilidad judía que torna mi obra más accesible para la gente del exterior. Diga-mos que comparto el tipo de sensibilidad de escrito-res que ellos conocen; si leyeron a Bashevis Singer y leen lo que escribo pueden decir “bien, conozco esta manera de pensar”. Pienso que, para alguien no is-raelí, es más dificultoso, culturalmente hablando, sostener un diálogo con un escritor como S. Izhar, un escritor extraordinario y un producto verdade-ramente made in Israel en un cien por ciento, que re-presenta una experiencia colectiva dirigida específi-camente al público israelí.

Quisiera seguir en este punto por un momento. Por un lado usted es muy israelí, y por otro el giro final de sus historias es judío y no israelí.Sí, algo en mi modo de escribir, en el proceso de tra-tar de entender cómo representar o entender la rea-lidad, cómo deconstruir esta realidad y este tipo de deconstrucción o escritura subversiva, es realmente no israelí. Hay algo muy pragmático en la mentali-dad israelí. Uno debe decir cosas que la gente pueda transformar en cosas prácticas. Una parte esencial del discurso israelí es que, a fin de cuentas, uno quie-re entender qué es lo que debe hacer.

Otro tema es la imagen del escritor. Bashevis Sin-ger o Kafka, por ejemplo, no escriben desde una po-sición de autoridad. Y yo creo que muchos escritores israelíes escriben desde una posición casi profética, como si le estuvieran indicando al lector el cami-no. Por supuesto, la posición más “socrática” —más abierta al diálogo— existe en la tradición judía, dado que muchas veces los judíos no pudieron sostener diálogos desde posiciones de poder. Esto no significa que no tengan cosas para decir, pero muy a menudo —nuevamente — poseen una perspectiva cosmopoli-ta, de outsider.

Pareciera que los autores diaspóricos escriben a me-nudo al “estilo cangrejo”, en forma oblicua, lo cual es lo que usted finalmente intenta hacer con sus cuentos.No se trata de una trayectoria necesariamente cons-ciente. Viene de una posición de ambigüedad. Si ha-blamos acerca de mis padres y de la cultura europea, por ejemplo, existen muchas cosas que adoro de Eu-ropa y muchas otras que odio, estoy adentro y afuera al mismo tiempo, a favor y en contra en forma simul-tánea. Finalmente, crea un movimiento “tipo cangre-

jo”, lateral, porque uno carece de una predisposición especial hacia algo en particular. Uno no dice “ok, esto está bien, esto está mal”. Uno siempre está tratando de entender su propia posición respecto de las cosas.

Usted ha publicado dos libros de novelas gráficas, y ahora hay una incipiente ola de obras similares en Is-rael. ¿Cree ser el responsable?No, no. Pienso que siempre hubo gente interesada en el cómic en Israel. El problema es que carecemos de tradición. Le daré un ejemplo divertido. Cuando se editó mi primera novela gráfica, mi editor me dijo: “Tenemos un problema técnico”, porque en Israel los únicos anaqueles que existían en las librerías para li-bros de gran tamaño eran para libros de cocina. Así que pusieron mi libro con los libros de cocina, porque no había otro espacio. En ese momento había mucha gente que quería escribir cómics pero que no lograban obtener ningún respaldo institucional. Y nadie quiere crear un cómic cuando sabe que al final será expues-to junto a los libros de cocina; nadie los buscará allí y nadie los leerá. Lo que sucedió, entonces, no fue que ahora hayan aparecido más personas creativas dis-puestas a escribir cómics, sino que ahora muchos de ellos logran ser publicados. Creo que editores como Actus Tragicus, muy influyentes en el mercado del cómic, publican mayoritariamente en inglés, incluso el libro de Rutu Modan salió a la venta en cuatro paí-ses antes de aparecer en Israel. Por lo tanto, hay dos cosas: la primera es que en la mayoría de los países la del cómic es una industria de “raros”; y en Estados Unidos o en Francia puedes ser un artista no conven-cional y aun así vender lo suficiente como para que los editores quieran publicarte, en tanto que Israel es un mercado muy pequeño. La segunda es que algunas personas sugieren que la razón por la cual los cómics no forman parte de la tradición literaria israelí viene de los Diez Mandamientos. En la religión cristiana es usual que se cuenten historias mediante imágenes; en las iglesias, por ejemplo. Pero en la religión judía está escrito “No formarás imágenes”. Otros dicen que se da algo muy cínico en la sociedad israelí y que muchos cómics —especialmente aquellos que muestran a ti-pos con calzas y súperpoderes— buscan conectar con una ingenuidad inexistente en Israel.

Pero la idea en sí de una novela gráfica, ¿no es algo infantil?Creo que hay algo infantil en muchas novelas gráfi-cas. Por otro lado, deberíamos diferenciar entre el cómic como medio y el cómic como género. Se pueden hacer muchas cosas con los cómics. Básicamente, co-menzó con una tradición de cosas muy sencillas que se hacían para los periódicos —tiras cómicas— pero se trata de un medio que permite hacer otras cosas. Es como decir que la animación o las películas de animación son infantiles o para niños. La mayoría lo son. Pero cuando uno ve algo como Vals con Bashir, es diferente, y eso tiene que ver con el modo en que se utiliza el medio. Y existen unos pocos libros en este medio que son obras de la mejor y más seria literatu-ra. Chris Ware es una artista maravillosa, por ejem-plo, o fíjese en Persépolis. Cuando uno lee Persépolis le puede gustar o no, pero se trata de algo mucho más cercano a un libro de memorias que a Spiderman.

Usted ha hecho muchas cosas creativas en los últimos años, pero no ha publicado desde La Chaladura de Ni-mrod, en 2002. ¿No escribe más?No, no. Estoy escribiendo. El que aún no haya sacado un nuevo libro tiene que ver con el hecho de que ten-

go un hijo, porque tengo muchos más compromisos económicos y muchas cosas que hacer. Por eso hago las cosas con más lentitud, pero técnicamente la ma-yor parte del trabajo de mi nuevo libro ya está hecho. Lo que sucedió es que durante los últimos años estu-ve involucrado en tres filmes: Wristcutters, The Mea-ning of Life for $9.99 [El sentido de la vida por $9.99] y Jellyfish [Medusa]. Aunque en realidad sólo trabajé en uno de ellos.

De acuerdo con las críticas que hemos leído, los france-ses adoran The Meaning of Life for $9.99. Sí, está siendo un éxito allí. Pero fíjese en $9.99, por ejemplo. Escribí el guion hace nueve años y le llevó mucho tiempo aparecer. No es que haya decidido de-dicarme solo a las películas. Lo que sucedió es que yo trabajaba con libros y películas: los libros eran edita-dos pero las películas no. Y luego se dio al revés. Yo hago todo tipo de cosas, incluso algunas que no hacía antes.

Ser padre…Sí. Y es una gran cosa, estoy muy feliz con eso. Es una de las pocas cosas respecto de la cual no soy ambiguo.

¿Qué piensa de las relaciones entre literatura e inter-net? Por ejemplo, existe una multitud de blogs, lo cual constituye una forma de diálogo. ¿Se trata de algo que despierte su interés?No me gusta escribir nada que no sea ficción. No me gusta escribir cartas, ni tarjetas de cumpleaños y cuando escribo ensayos en general adoptan la for-ma de un cuento. No me gusta hacer declaraciones. Lo que disfruto es contar historias; nunca me inte-resó escribir acerca de mí mismo, obras en las que yo estuviera presente. De modo que nunca me atra-jo escribir blogs. Para mí, escribir genera un tipo de energía que no es accesible automáticamente; cuan-do uso esta energía para algo, no siento que la esté malgastando.

Y la última pregunta: ¿cuál es su opinión acerca de la joven generación de escritores israelíes que están apareciendo?Lo que es extremadamente interesante cuando uno mira a esos autores jóvenes, de mi generación o de la más joven, es que uno ve una enorme variedad, cosa que no se daba habitualmente en la literatura israelí. Algunos de ellos continúan con la tradición, mientras que otros escriben contra ella. De modo que existe una enorme riqueza. Hoy en día hay menos discrimi-nación en esta sociedad, con lo cual ya no resulta un tema tan importante. Por ejemplo, nosotros solíamos hablar de la “literatura femenina” pero hoy la retórica se ha vuelto menos dominante. Existen mujeres es-critoras pero ése no es el punto. O existen escritores descendientes de judíos orientales (mizra´ him) en los que uno puede observar ese sentimiento de discri-minación. Pero se escribe de un modo que supone la existencia de eso en el background, el libro no gira al-rededor de eso.

Por supuesto, hay libros escritos hoy en día que me gustan más y otros que me gustan menos, pero lo que sucede es que se producen todo el tiempo cosas realmente interesantes y eso es lo que importa. �W

Agradecemos al Modern Hebrew Literature, del Instituto para la Traducción de la Literatura Hebrea, el permiso para reproducir esta entrevista.

ESCRIBIR DESDE LA DIÁSPORA (DENTRO DE ISRAEL)

Etgar Keret en el FondoPAPÁ ESCAPÓ CON EL CIRCOlos primerísimos

Ilustraciones de

Rutu Modan

Traducción de

Andrea Fuentes

1ª ed., 2004, 49 pp.

978 968 16 7333 8

$70

NOCHE SIN LUNAlos especiales de

a la orilla del viento

Ilustraciones de

David Polonsky

Traducción de

Roser Lluch I Oms

1ª ed., 2009, 48 pp.

978 968 16 0035 6

$130

D e su veta narrativa para niños y jóvenes, hemos publicado en el Fondo este par de títulos de Etgar Keret

quien, aunque ha afirmado en más de una entrevista que no le gusta escribir para los pequeños, ha demostrado ser un gran maestro de este género. Quizás porque parte del principio de no hacer distinción entre el público adulto y el infantil cuando escribe: “sólo que, cuando lo hago para niños, no incluyo cosas que no significarían nada para ellos”, ha dicho. En el primero de estos títulos, dedicado a los más chicos, el autor plantea el escape de un padre con un circo, como una alegoría de la libertad, y, desde ahí, lanza una serie de

preguntas sobre la idea del regreso, la añoranza y la paternidad. El segundo presenta un encantador cuento que tiene como protagonista a Zohar, una niña que le cuenta a su madre una serie de aventuras que pudieron haber ocurrido o no en la realidad: le dice que la Luna se había ido, que un búho estaba muy enojado por su partida y que había un gato goloso; también le cuenta de los pinos que le daban miedo, de las calles vacías y del policía, pero sobre todo le habla del hombre que quería que la Luna fuera su amiga. Dos joyas de nuestro catálogo que se suman al festejo que este año se realiza en la Feria de Guadalajara a la cultura israelí.

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Ni siquiera puedes imaginarel primer eslabón de la cadena del llavero del que pende

la llave del cofre donde estála llave de la caja fuerte

donde, quizás, te espera la llave del patio más lejano.Amos Oz

Una escritura que va des-plegando con precisión y suavidad las palabras. Una escritura que penetra y cuestiona el significado de las palabras, desmenuzán-dolas siempre hasta sus úl-timas consecuencias. Una escritura que desata con-troversias: sobre las pala-

bras, los paradigmas, las emociones, las reglas, las filiaciones, lo establecido. Su irreverencia es tangi-ble, es dulce, en todo caso resulta melancólica. ¿Para quién escribe Amos Oz?

Amos escribe. Con claridad, acerca de los secre-tos. A menudo escribe sobre el niño que fue, y pue-

de ser que lo haga para otros niños, para otros jóve-nes, para otros adultos; las clasificaciones están en otras manos. ¿Deben o no existir clasificaciones li-terarias? La discusión es compleja. Y vasta. Pero, si bien es difícil definir las fronteras, lo cierto es que dentro de las publicaciones que entre lectores y edi-tores destinan a ese público, existen no una sino nu-merosas muestras de grandes plumas que escapan del lacre e invitan a ser leídas, simplemente, leídas: por los lectores comunes, todos (padres, hijos, histo-riadores, teóricos del arte). Como las obras de Amos Oz; las que navegan en rubros inclasificables pero hablan de la infancia y de la juventud, pero lo hacen, enfatizo, sin “utilizar” la mirada del niño o del joven para describir una situación dramática. Todo lo con-trario, Oz, y ése es justamente su acierto, se adentra en el mundo de la niñez-adolescencia (que es el suyo) a través de la memoria y la imaginación, mezclando, sin que sepamos exactamente dónde, realidad y fic-ción, desentrañando ese universo particular, tejido sí con los hilos de los adultos pero cuya trama y tex-tura son propias y, en realidad, bastante ajenas a su lógica. Y es por ello que nos muestra con tanta agu-

deza cómo ese mundo, sus secretos, puede ser tan inocente como doloroso, y es por eso que al conocer-lo e indagarlo nos turbamos y, sorprendidos, pilla-dos cual perro al dar la vuelta a la esquina, acabamos preguntándonos sobre nuestro otro mundo y las le-yes que en él hemos establecido; las fronteras, juicios y términos que en él, para vivir, hemos inventado. ¿Qué piensan los niños y los jóvenes? Yo qué sé; no voy a robarles su propia lectura. Para nosotros, ahí está, descrito, ese universo: pleno de crueldad, de di-ficultades, de senderos oscuros y rígidos, empapado de las ideas adultas tan firmes como contradictorias sobre el bien y el mal que se cuelan hasta el actuar de los chicos de maneras inimaginadas; y así podemos ver el modo en que, desesperadamente, ellos, los ni-ños, los jóvenes (los otros, nosotros mismos) buscan conciliar sus propios deseos (conversar con una chi-ca, jugar, ser queridos, ser reconocidos, ayudar en los ideales que creen atisbar de sus padres-de la nación-del discurso-del statu quo-cualquiera que éste sea) con sus enormes inseguridades y temores a través de las pocas y limitadas herramientas con las que frecuentemente cuentan. Y cómo se enfrentan en-

Todo tiene dos caras. Excepto la sombra

A N D R E A F U E N T E S S I L V A

RESEÑA

En la abundante obra de Amos Oz hay varios libros sobre la infancia y la adolescencia. En el Fondo hemos publicado tres dentro de la colección A Través del Espejo, dirigida

a los lectores jóvenes pero que sin duda resultarán atractivos a todo aquel que sepa paladear un relato bien construido y revelador. En este ensayo se pasa revista

a ese triángulo de relatos, en los que siempre hay un telón de fondo político

A N D R E A F U E N T E S S I L V A

RESEÑA

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tonces con la brutal realidad que los aparta de todo y, sin explicarles, los censura, los coarta, de una u otra forma; les otorga un sitio, no necesariamente el deseado. A través de la palabra: siempre a partir del impacto, uso y sentido con el cual ellos impreg-nan a las palabras.

Oz forja en su traza literaria ese firmamento, desde distintos ángulos, en los tres títulos publica-dos en la colección A Través del Espejo: La bicicleta de Sumji, Una pantera en el sótano y De repente en lo profundo del bosque. Los tres aparecieron bajo el se-llo del fce; los dos primeros en 2005 y el tercero en 2006, y Oz los escribió, respectivamente, en 1978, 1995 y 2005; la cronología es también un dato re-velador. En La bicicleta de Sumji, éste comienza di-ciendo que todo cambia sin cesar y que él, de 11 años y dos meses, ha cambiado cuatro o cinco veces por completo en el transcurso de un solo día. Todo tie-ne que ver con Esti, la niña que vive cerca de él, a la cual “detesta” tanto como ella a él; con Zémaj, el tío loco y “estraperlista” (él no comprende bien esa pa-labra) a cuyos ojos todas las fiestas —Januká, Purim, Pésag, Lag Baomer, entre otras— son iguales porque en todas hay alguien a quien odiar, y quien le rega-la una bicicleta; con Aldo Castelnuovo, su rico ami-go (el apellido no es casual) quien, a pesar de tener-lo todo, le cambia su bicicleta por un pedazo de tren; con el niño-adulto Goel, quien después de pintar una consigna en un muro (“¡Lárguense a Inglaterra! ¡Sa-quen a Ben-Gurión!”) lo “convence”, tras unas cuan-tas sacudidas, de cambiarle su pedazo de tren por un perro, amenazándolo con divulgar las notas secretas de su cuaderno, dedicadas a Esti y robadas por él y sus compinches; con su padre (“Anda, come y calla”; “¿Tú sabes qué hora es?”); con el padre de Esti, que lo lleva a su casa al encontrarlo solo de noche, y con Esti, que en realidad lo sabe todo de él y que lo ado-ra igual que él a ella. Y es como si a través del reco-rrido que en un sencillo día hace que, efectivamente, todo se transforme, pudiésemos advertir no sólo su experiencia, la que nadie más sabe ni puede ver, sino cómo sus preocupaciones y las del mundo exterior juegan y se tocan en extremos insospechados, entre la búsqueda de la identidad propia y la realidad de un territorio en guerra, entre los discursos de los adul-tos y los miedos propios, y sí, todo en el medio de una Jerusalén que, terminada la Guerra Mundial, está bajo el dominio británico. Este sería el otro corazón de su obra: pareciera que Oz, claramente comprome-tido con el proceso de paz en Medio Oriente y con-sagrado al tema de la creación del Estado de Israel (como de forma magistral aborda en Una historia de amor y oscuridad, escrita en 2002), trazó este primer cuento hace tiempo, revelando ése que sería no sólo un leit motiv como asunto de su escritura sino un leit motiv en su forma de escribir; esto es, jugando a sal-tar de la realidad a la ficción y de regreso, sin tapu-jos, con destreza, con inteligente y suave artimaña, como diciéndonos que la escritura no es más que un reflejo de nosotros mismos, de lo que pensamos, de lo que buscamos. Ese primer cuento que nos descu-bre la compleja misión de ser niño y lidiar con todos los sentimientos y retos de serlo y donde la situación política pareciera un contexto a la historia central, tiene ya las semillas de Una pantera en el sótano: la historia de su infancia-adolescencia. Ese hermoso-peligroso animal encerrado. Pero aquí el contexto político emerge sustancial, y además ha avanzado en el tiempo: la Pérfida Albión está a punto de salir de Jerusalén. Profi, así llamado, es parte de la resisten-cia. Claro que él no redacta panfletos en inglés como su padre, ni tiene un botiquín para atender a los he-ridos como su madre, pero junto con Ben Hur y Chi-ta Reznik ha creado la Organización lom (Libertad o Muerte), desde la cual idean ingeniosas maneras para echar a los británicos, como la creación de una armada y sus tácticas (con botones y sacapuntas) para hundir a la flota enemiga o la construcción de un cohete que amenazara con estallar en el palacio inglés y los obligara a irse fuera, y que así por fin ter-minara lo real: los toques de queda, el miedo. Hasta que Profi es detenido una noche por un oficial inglés, el sargento Dunlop, que en lugar de remitirlo lo re-gresa a casa, y a partir de entonces ambos se encuen-tran en el café Orient Palace donde Profi le enseña hebreo al sargento y el sargento inglés a Profi. Y se hacen amigos. Y aunque Profi asegura (a sí mismo) que todo es para espiar al enemigo y sacarle infor-mación, cuando Ben Hur se entera de sus reunio-nes escribirá bajo su ventana: “¡Profi, vil traidor!” Y, una vez más, la palabra: deglutirla; asumir quién es

el enemigo, aborrecerlo a fondo. Entender por qué es enemigo y no entender cómo el enemigo sonríe, nos ayuda, se interesa por nosotros. Odiarse porque así lo manda la nación, el Estado, la resistencia, la familia, los amigos. Y no ser diferente porque ser diferente im-plica ser un traidor.

Todo tiene dos caras. Excepto la sombra. Dice el narrador. Y que todo tiene una especie de sombra. Tal vez la sombra también tenga sombra. Con esta prosa y su sombra, Oz nombra, evoca y nos devuelve territorios perdidos: abre las puertas a sus recuerdos y nos confiesa, otra vez, que sí, que está escribiendo una novela, un cuento, que una parte es verdad y que la ficción no es más que la amalgama brillante de lo sucedido con lo entendido y lo pensado. Vivir de pie para evidenciar la absurda confusión de los hom-bres entrampados en sus principios, aferrados a sus conceptos. ¿Acaso no somos todos así? Profi parece ser el mismo personaje que Sumji, a quien su padre llama, con ironía, “su excelencia”, “su señoría”, y pa-reciera ser el mismo de Una historia de amor y oscu-ridad, cuyos padres también duermen en una habi-tación que de día es estudio y de noche se transfor-ma en habitación gracias a un sofá cama. Y esto no interesa en tanto nos revela a Oz sino a su forma de trazar y tender la vida desde ese crucial momento de construcción de la identidad. Y aunque aquí se cierra la que yo llamaría una especie de trilogía y en apariencia De repente en lo profundo del bosque está en otro registro (es, digamos, una ficción tal cual, la historia de dos niños, Mati y Maya, que se internan en el bosque para descubrir por qué los animales se han ido del pueblo y quién es el diablo que se los ha llevado), la esencia se comparte: porque en este otro cuento los que huyen son también los diferentes, los que son objeto de burla de los demás, los que no son como todos y al no serlo despiertan la intolerancia (los traidores, los distintos). La incapacidad de per-donar, de comprender al otro, de ajustarse a los pe-queños y artificiales ámbitos que nos fabricamos; el instinto de depredación del hombre, ¿es instinto?, ¿cómo trasciende todo hasta los niños y jóvenes y los adultos en que nos convertimos? El camino es infinito. Pero tiene un principio: para escribirlo, el autor se detiene a mirar su propio interior, una ni-ñez en presente continuo: esa cosmogonía de sensa-ciones, deseos, razonamientos, referentes, temores, inquietudes, historias, juegos; una vivencia única y particular, que no se parece a nada más, con sus propios códigos, muy ajenos al estereotipo (peda-gógico, psicológico, mercantil, histórico y román-tico, entre muchos otros) al que generalmente se le somete y que pocos como Oz saben descifrar, re-membrar, explorar. Amoz Oz, escritor, novelista y periodista israelí, considerado como uno de los más importantes escritores contemporáneos en hebreo, hace de la escritura un avanzar entre los recuerdos y la decadencia y la belleza dolorosa de la humani-dad. Premio Israel de Literatura, Premio Goethe de Literatura, en sus numerosas novelas, cuentos y ensayos, traducidos a decenas de idiomas, arroja secretos que abren aquí y allá nuevos universos de la palabra, de sus orígenes y de las emociones que nombran, para preguntarnos si todas las cosas tie-nen una sola cara o dos.�W

Andrea Fuentes Silva, poeta y hacedora de libros, fue editora de obras para niños y jóvenes en el FCE cuando se gestionó la contratación de estos títulos de Amos Oz.

TODO TIENE DOS CARAS. EXCEPTO LA SOMBRA

Amos Oz en el Fondo

LA BICICLETA DE SUMJIa través del espejo

Traducción

de Miguel Martínez-Lage

1ª ed., 2005, 72 pp.

978 968 16 7572 1

$60

UNA PANTERA EN EL SÓTANO través del espejo

Traducción de Raquel García

Lozano

1ª ed., 2005, 164 pp.

978 968 16 7178 5

$85

DE REPENTE EN LO PROFUNDO a través del espejo

Traducción

de Raquel García Lozano

1ª ed., 2006, 120 pp.

978 968 16 6707 8

$80

LA HISTORIA COMIENZAEnsayos sobre literaturatezontle

Traducción de María Condor

1ª ed., fce-Siruela, 2007, 119 pp.

978 968 16 8474 7

$135

A sí como Umberto Eco habló del lector in fabula y de la importancia que posee la cooperación entre aquél que abre las páginas de un

libro y el texto para darle vida a la fi cción, Oz plantea en esta serie de exquisitos ensayos la relevancia que tienen las primeras líneas de una obra literaria para atrapar y conducir al lector por las vías de su creación. De esta manera, tomando los inicios de grandes piezas de la literatura universal, se inmiscuye en su construcción y desvela el poder de la seducción de las primeras frases, tomando como ejemplos, entre otros, El violín de Rothschild, de Chéjov; Mikdamot, de S. Yizhar; “La nariz”, de Gógol; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez y “Nadie decía nada”, de Raymond Carver.

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

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Tenía alrededor de diez años y ya era corta de vista, por mi mala genética y por la exce-siva lectura, cuando la maes-tra, una mujer, hizo que me sentara en el pupitre más cer-cano al pizarrón.

Israel tenía entonces mi misma edad, un país de diez años, la mayoría de cuyos ha-

bitantes habían inmigrado desde los cuatro extre-mos del planeta, y nuestra maestra parecía creer que su misión más urgente era dotarnos de un sen-tido de pertenencia e identidad nacional. De modo que decidió colgar grandes cartulinas en las pare-des del aula, en las que se leía, en lo alto, la pala-bra Israel, escrita en letras enormes, así como al-gunas fotos recortadas de revistas y álbumes. Una de esas cartulinas colgaba en la pared frente a mi pupitre, de modo que durante muchas horas, de he-cho durante todo el año escolar, pude observar los perfiles de aquellos hombres y mujeres, seculares y religiosos, claros y oscuros: un grupo grande y heterogéneo.

De todas esas fotos, recuerdo a tres mujeres. Probablemente no sea accidental el que atesore-mos un determinado recuerdo y que archivemos otro. Desde el extremo superior de la cartulina, una mujer judía ortodoxa cubierta con una pañoleta me contemplaba con sus suaves ojos; estaba sentada en un cuarto decorado con muebles pesados y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Durante mi vida he visto en álbumes de arte fotos similares, y a veces se refieren a estas imágenes como “La hija del Ra-bino”. Junto a esta foto, una muchacha kibutznik1 me miraba. Estaba de pie, con las piernas abiertas, vestía ropa de trabajo y pesados botines, y empu-ñaba un azadón. Su vecina, la hermosa militar, mi-raba hacia un costado y apuntaba con una ametra-lladora hacia un objetivo que no podíamos ver.

A una distancia de más de cuatro décadas, deseo examinar esas tres figuras mitológicas que esa jo-ven maestra de ese joven país buscaba inculcar en las mentes de sus alumnos, y revelar el destino de esos mitos en el momento en que se dieron contra la rea-lidad. No tengo un conocimiento íntimo de la mujer ortodoxa ni del entorno en el cual vive, pero creo co-nocer muy bien a las otras dos: viví en un kibutz du-

1� Apodo de los que viven o nacen en un kibutz, aldea colectiva o comuna

israelí.

rante un año y he prestado servicio en el ejército. Si pusiéramos las tres fotos, una junto a la otra, tanto las diferencias como las similitudes saltarían de in-mediato a la vista. La primera diferencia es que esta-mos hablando de una mujer religiosa y dos laicas. En Israel, sus estilos de vida son tan distintos que, en ge-neral, ni siquiera entran en contacto cotidianamente. La mujer ortodoxa no suele visitar un hogar secular y no ingerirá ninguna comida en la vajilla o con los cu-biertos de la cocina de una mujer laica. Esta mujer re-ligiosa no mira televisión y no concurre a cines donde exhiben las películas que su congénere secular ve. Es-tas tres mujeres difieren, además, en su visión acerca de cómo criar y educar a los hijos, en el modo de vestir y en el modo en que se relacionan con su vida profesio-nal. En las fotos, las tres visten ropas modestas, abo-tonadas hasta el cuello. Pero mientras que la hija del rabino se viste con femenina modestia, las otras dos son modestamente masculinas. En lugar de la blusa clara con botones perlados, tenemos una camisa mas-culina confeccionada en una tela basta; en la imagen de la militar se han añadido el color del uniforme y el rango castrense, y los delicados zapatos han sido re-emplazados por botas militares.

La segunda diferencia se halla en lo que en la jer-ga teatral se denomina “utilería”. La mujer ortodoxa está sentada con los brazos cruzados sobre el pecho. En contraste con estas amables manos vacías, las manos de la kibutznik sostienen un azadón y las de la militar, una ametralladora.

La tercera diferencia está en los escenarios. La mujer ortodoxa está sentada en un cuarto cerra-do; las otras dos están en “exteriores”, al aire libre. Aquélla conoce su modesto lugar entre la cocina y el dormitorio; éstas han roto las fronteras de lo domés-tico para emerger a la vida pública, que solía ser de dominio masculino: el campo y el ejército.

Aunque, como suele suceder en la vida, lo que se ve no es necesariamente lo mismo que ocurre de-trás del escenario. La realidad ha puesto cabeza abajo esa imagen que nuestra maestra trataba de transmitirnos.

Hoy se está dando un cambio interesante en Is-rael entre las mujeres religiosas. Sin grandes procla-mas, sin protestas feministas, sin ruido ni repicar de campanas, están produciendo una revolución si-lenciosa. Muchas mujeres religiosas han adquiri-do conocimientos de computación dado que sus ta-reas pueden ser realizadas desde el hogar, y muchas de ellas prefieren no trabajar fuera de sus casas. Se han creado instituciones educativas previamente inexistentes en el mundo religioso. Se las han arre-

glado para inmiscuirse en los tribunales religiosos, la única autoridad en Israel que entiende en casos de divorcio (incluso para judíos israelíes laicos). En el pasado esos tribunales eran un territorio exclu-sivamente masculino y subsecuentemente conoci-dos por discriminar a de las mujeres. Hoy en día hay mujeres que ejercen como defensoras y enfrentan a los rabinos jueces. Son, en general, celosas defenso-ras de los derechos de las mujeres que tramitan un divorcio.

Lo que vemos sobre la mujer en el kibutz y en el ejército es también ilusorio. En realidad, son mu-cho menos liberadas de lo que las fotos o el mito sugieren.

Las mujeres israelíes cumplen con el servicio mili-tar obligatorio a la edad de dieciocho años, inmedia-tamente después de finalizar la escuela secundaria. La extensión del servicio cambia cada tanto, pero ronda los dos años. Durante los primeros meses, una chica recibe un entrenamiento básico en el que le es administrada una importante dosis de “militaris-mo” —lineamientos, familiaridad con distintos tipos de armas, largas caminatas, revistas militares a me-dianoche y ejercicios—. En general, cuando este en-trenamiento básico finaliza, se despide para siempre del rifle y en su reemplazo aparecen platos de cocina o equipamiento de oficina. Lo más probable es que se transforme en una secretaria y que prepare el café para su comandante y sus invitados.

Durante un año de mi servicio militar fui la se-cretaria del coronel de una unidad de combate, en el transcurso de la Guerra de los Seis Días. La cantidad de tazas de café que preparé a lo largo de ese año so-brepasa en mucho la de los diez años posteriores.

Para ser justa, debo admitir que las tareas de las mujeres militares han cambiado en las décadas transcurridas desde que presté mi servicio. Las jó-venes militares has sido exitosas en infiltrarse en lo que se solía considerar como santuarios exclusiva-mente masculinos, pero la mayoría de ellas aún sirve el café, como las chicas de mi generación. En algu-nos lugares, la integración de las mujeres se ha dado como un proceso natural, pero en otros debe inter-venir la justicia.

En este contexto, hubo dos casos interesantes que llegaron a los tribunales. Hace cosa de seis años, una mujer militar demandó al Ejército de Defensa de Israel porque no le permitían presentarse al exa-men para un curso de piloto de avión. Su caso reco-rrió todo el escalafón judicial hasta llegar a la Corte Suprema, en la que le dieron la razón. Los jueces or-denaron a la Fuerza Aérea que le�PA S A A L A PÁ G I N A 26

Las mujeres en Israel: la verdad ofi cial y la verdad oculta

S A V Y O N L I E B R E C H T

ENSAYO

Tres imágenes icónicas sobre los roles de la mujer en el naciente Israel le sirven a Liebrecht para refl exionar aquí sobre las transformaciones sociales,

las conquistas de género y las leyendas, positivas y negativas, en torno a la igualdad entre féminas y varones. Ni la ortodoxia religiosa es tan reduccionista como se cree, ni el trabajo comunitario tan liberador, ni el ejército tan igualitario como se creería

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Tampoco entonces, como en otras épocas de entusiasmo metafísico, adjudicaban al cuerpo —y menos aún al de la mujer— gran importan-cia. Es posible que, por esa razón, incluso los estibado-res del puerto no se percata-ron de que ese día descendió de una barca en el puerto de

Jaffa una mujer cuyas piernas, debajo de su vestido oscuro con cuello, carecían de plantas. Como se ha dicho, ésa era una época de entusiasmo metafísico y debemos entender esa carencia con ese espíritu e incorporar a esa mujer a la familia de los seres que la cultura insertó entre la imaginación y la biología: el unicornio, el hijo de la Virgen, los ángeles divinos, Mefisto y el monstruo del lago Ness.

Encontró una casa en la playa de Tel Aviv. Poco tiempo después se le unió el conocido editor de un periódico especializado en asuntos sociales y cul-turales en el que publicaba sus cuentos, que a él le fascinaban. Como era de esperar, según la tradición marina, su destino era ahogarse. Pero antes de que

eso sucediera, la mujer le dio una hija, que era una niña común en todo sentido; por eso, desde que se mantuvo en pie, se le impuso la tarea de atender a su madre, cuya alimentación se limitaba a granos y hierbas que la niña recogía en los jardines de los ve-cinos y en la playa. Con el pretexto de que su madre era su maestra, no asistía a la escuela.

Cuando su padre viajó a ultramar con el objetivo de recaudar fondos entre los judíos de la diáspora para la construcción del país, la niña y su madre se quedaron en la casa de madera, erigida sobre la pla-ya, como si vivieran en una isla, sin que nadie entra-ra ni saliera, fuera de escritores y poetas que colabo-raban con el periódico y solían reunirse allí una vez por semana. La rodeaban como flores que zumbaban alrededor de la delgada figura de la dueña de casa, que era como una avispa negra, oculta en su cama, totalmente cubierta, con el cabello recogido que de-jaba a la vista un rostro oscuro en forma de corazón, y el cuello blanco de su vestido que resaltaba el color de sus ojos que ardían con un fuego azabache, entre malvados y angustiados. También la niña sobrevola-ba alrededor, como una mariposa oscura con un ala dañada, mientras servía té en tazas de latón. Todos

eran hombres, menos una mujer inglesa, que se ha-bía relacionado sentimentalmente con un hombre que la había traído al país y después la abandonó. Ella no había regresado a su patria, a la casa de sus padres, por orgullo, o tal vez por otros motivos.

Debido a la oscuridad, los concurrentes no po-dían observar el mar a través de la ventana, pero el susurrar de las olas entraba en la habitación, subía y bajaba intermitentemente, como si esa pequeña casa fuera una caracola o una oreja en la que el so-nido está destinado a penetrar para ensordecer, des-cubrir algo, cubrir completamente y evitar cualquier significado.

Entretanto, los asistentes hablaban sobre la litera-tura hebrea y sus especificidades, y acerca del hecho de que estuviera imbricada en la vida renovada aquí, en esta tierra. Lisbeth, la poetisa inglesa, que en la co-munidad había recibido el nombre de Elisheva, pro-curaba imponer su voz por sobre el sonido del mar y las intervenciones de los demás; dijo que la literatura necesitaba su propia mentira y, como ella, también la poesía, cuya verdad era también su mentira; es decir, ése era el intento por atrapar el flujo de la nada, el vacío —sobre el que todos sobrevuelan—, el cero sub-

Madame Bovary de Nevé TzedekN U R I T Z A R H I

CUENTO

Como muestra de lo que el lector encontrará en Islas entre nosotros, presentamos en seguida este insólito relato, en el que el personaje de Flaubert

dialoga con una mujer rodeada de misterios, esposa abandonada y centro de una cofradía literaria. No busque el lector una anécdota o una trama audaz: lo que hallará es literatura que refl exiona sobre la propia literatura, sobre sus límites y capacidades

CUENTO

ria. No busque el lector una anécdota o una trama audaque refl exiona sobre la propia literatura, sobre sus límite

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

sistente en las entrañas de las palabras, la existencia anterior al primer día. Los señores sentados alrede-dor de la cama se quejaron seriamente: “Es un peca-do —explicaron— considerar la poesía como una es-pecie de revoloteo sobre el caos. De hecho, estamos inmersos en lo real para intensificarlo y para crear un mundo nuevo, escribir literatura nueva que con-vierta ese cero en uno. Y todo eso con el objetivo de crear un hombre nuevo. Porque, ¿qué es la literatura sino un prisma que refleja la imagen del hombre vie-jo, pero retocada?”

“A la salud del hombre de nuestro tiempo”, dijo uno de los señores alzando su taza de latón vacía, y todos los demás elevaron las suyas y exclamaron: “A la salud del conjunto, que es la salvación del indivi-duo.” Con eso terminó la velada.

“¿Le escribes a Rabinovich?”, le preguntaron las visitas cuando se despedían, uno detrás de otro —Sh. Czaczkes, Sh. Ben Tizón, A. Ziskind, V. Zarhi—, an-tes de salir al sendero de arena. “Envíale saludos de nuestra parte y recuérdale que estamos en guardia.” También Lisbeth, un poco incómoda, envió sus salu-dos para que no pareciera que, por el dolor que le ha-bía causado un hombre, ella abrigaba en su corazón encono hacia todo el género masculino.

La señora de la casa no sentía la necesidad de jus-tificarse acerca de las cartas que no escribía. En lo profundo de su alma creía que todo esposo no era más que el verdugo de su mujer y viceversa. Guarda-ba el recuerdo de un jardín con frambuesas y un fo-llaje salvaje que se extendía en la orilla del río cuyas aguas impulsaban el molino de su padre. Allí solía jugar con sus hermanos antes de que muriera su ma-dre, y después ella comenzó a estudiar en sus libros por las noches lo que él aprendía de día. A pesar de que en esa habitación sólo había una pequeña mesa, una silla y una cama, no faltaba nada. Recién des-pués de su muerte, cuando llegó a esta costa y pisó esta tierra, sintió que las plantas de sus pies habían quedado allí o, tal vez, no las había tenido nunca.

Ahora aminoró el sonido del mar. Bajó la lámpara que hacía sombra sobre el rostro tenso de la niña que dor-mía en la silla, la misma que había nacido al dolor no adquirido de la experiencia, y que, sin embargo, le re-sultaba imposible frenar. Regresó a la mesa, abrió la ventana y miró hacia afuera. El mar estaba absoluta-mente calmo. Cualquier transeúnte no podría saber que ese fragmento de continente oscuro era un mar. Pensó acerca de las palabras de los señores y la mujer. “¿Qué es el ahora? —reflexionó—. ¿Qué es el aquí y qué es el conjunto si las guerras, las epidemias y las desilu-siones estarán siempre incluidas en una única aflic-ción? Porque lo que eres capaz de soportar es el sufri-miento más grande que puedes sentir sobre la faz de la tierra. Y el tiempo, ¿qué es el tiempo si no pequeños eslabones de dolor creados a cada momento?” Sumer-gió la pluma en la tinta y comenzó a escribir.

Pero esa noche, más que en cualquier otra oportu-nidad, quizá por los dichos de las visitas que aún per-manecían suspendidos en la habitación, sintió que los relatos del pasado ya no tenían validez: la peque-ña aldea, el molino de harina de su padre, su abuela rabina y la vaca jaspeada. Estaba claro que debía cui-darse de esa gente y quedarse allí, protegida en la pe-queña casa, vigilar su mundo, que era tan frágil, tan transparente que, por una palabra, la burbuja podría estallar. “No es una continuidad de tiempo —pen-só—, sino de descargas eléctricas que golpean el ce-rebro con una palabra y, por el contrario, basta una palabra muerta para extraer de él la raíz del fuego y convertirlo en un órgano embalsamado.”

Sabía que esos pequeños relatos regresarían a ella, pero no esa noche. Sintió que su materia gris es-taba depositada en su cráneo, huérfana de sí misma, pesada y sin vida, como una piedra o un pez muerto. Abrió la puerta y se sentó en el banco de la terraza.

Una pequeña barca de pescadores, seguramente ára-be, vertía una delgada franja de luz que se filtraba a través de sus pestañas.

—¡Bon soir!Alguien vino del mar y se sentó junto a ella. Era

una mujer, una señora, que se presentó:—Je suis Madame Bovary. La señora de la casa miró a ambos lados con te-

mor. Justamente Madame Bovary, considerada por los miembros de la comunidad y los compañeros del periódico como símbolo de frivolidad y corrupción del sentimiento, ¡justamente ella tenía que apare-cer y sentarse allí en el banco! De hecho, a pesar de

que la señora de la casa sentía por ella un cariño impregnado de desprecio, siempre pensó que, de encontrarla, le daría algunos consejos útiles: ante todo, que los amantes de Madame no habían sido elegidos con sabiduría ni con buen gusto. Hasta creía que, si no hubiera estado poseída por el demo-nio desde su nacimiento, seguramente ella tendría que aprovisionarse de un poco más de imaginación para gozar de sus talentos amatorios y comprender, después de todas sus experiencias, que el hambre verdadera es la que nunca se satisface. Y en ese mo-mento, en que la mujer surgió del mar y estaba sen-tada junto a ella y tenía la oportunidad de decírselo, dudaba sobre el sentido de hablarle.

Madame estaba sentada envuelta en su capa negra, como un monje capuchino, pero la señora de la casa no expresó su opinión inmediatamente, sino que dijo:

—Madame, ¿qué busca en mi casa?Bovary se estremeció por el tono rudo de su voz,

parecido al que se usaba en la comunidad en cons-trucción hacia aquellas mujeres consideradas “ciu-dadanos improductivos”, aquellas que añoraban los coqueteos en las noches en que el siroco las desvela-ba, los salones sombreados, los pianos, el contacto de la seda sobre el muslo blanco y liso, el llanto amargo sin motivo. Pero Madame no respondió, y ni siquie-

ra se quitó la capucha oscura que escondía su rostro. Por un momento se intensificó el rugido del mar y opacó la alocución venenosa:

—¿Qué es esa mitología amorosa en la que usted, en su tontería, creía interpretar el papel de diosa? Como si fuera poco, junto a aquellos zorros de la pequeña existencia, que eran mucho más perspica-ces que usted. ¿Y qué es el instinto? —continuó en voz baja, porque en aquella época no se inclinaban a reconocer esa sustancia—. Y si deseaba usted un teatro dramático, ¿a quién eligió como protagonis-tas? ¿Un farmacéutico aldeano y un empleado ban-cario? ¿Y el final patético que escogió para usted?

—L’amour —dijo Madame y la palabra se agitó, estremeció por un momento la lisa arena de Jaffa y desapareció—. ¿Quién puede imaginarse la vida sin amor? —acompañó sus palabras irguiendo la cabe-za como una heroína sobre el estrado de la guilloti-na—. Mi obligación era enamorarme de uno u otro idiota. ¿Cómo podía dejar eso en manos del escri-tor? ¿Cómo podía darle la confianza para que me asignara un personaje adecuado que pudiera utili-zar todo lo que el escritor atesoró en mí, todos mis talentos, mi fuerza, mi potencial? ¿Y qué si recurrí un poco a mi imaginación para ayudarlo? Después de todo, la heroína también tiene responsabilidad respecto al relato.

El mar bramaba, su sonido era como el del viento entre las espigas. Las dos mujeres se miraron a los ojos. Madame inclinó la cabeza primero y susurró:

—Si quiere saber la verdad, todo eso no dependía de mí. Gustave me manejaba a su antojo.

—Es difícil injuriar a alguien si le permitió usted vivir en su lugar —dijo con voz severa la señora de la casa—, pero dejarlo deshacerse de usted simple-mente porque se le terminó la imaginación, eso ya es exagerado. No tenía usted obligación. Además, como hombre, debía saber que él nunca tomaría partido por usted.

La pequeña barca se veía cerca de la costa, el vien-to balanceaba de tal modo los faros de la cubierta, que era difícil saber en qué dirección se dirigía, si se acercaba o se alejaba.

—¿Qué quería que hiciera? —continuó Madame Bovary—. Todos somos actores declamando la letra que nos es dictada, sea por parte de la naturaleza, de la cultura, de la época que nos tocó vivir o de dios des-de las alturas; llámelo catecismo, justificación, reen-carnación, destino. Como aquella monja del chiste, que confiesa ante el cura que un hombre aparece en sus fantasías eróticas; el confesor le responde burlo-namente: “Señora, usted solamente debe despertarse. El sueño, incluidos sus personajes, son criaturas de su imaginación.”

“Tiene razón —pensó la señora de la casa, sin re-conocerlo en voz alta—, seguramente no podemos despertarnos de nuestro sueño. Los militantes, los eclesiásticos y demás personajes de ese tipo simu-lan y son lo suficientemente insensatos como para creer en eso. El sueño es nuestra verdadera natura-leza. ¿A dónde podríamos escaparnos de él?” Parecía confundida.

Las dos permanecieron en silencio.—Pero el enojo —dijo repentinamente la señora de

la casa a partir de un recuerdo lleno de esperanza—, ¿no es acaso más potente que la fuerza de la imagina-ción? —se dirigió a Bovary con renovada vivacidad—. Debió vengarse de ese hombre gordo impotente que jugó con usted como si usted fuera como él, fingien-do que el fraude estaba en usted y no en su incapaci-dad. Él la condujo a su fin. ¿Por qué no se rebeló?

Madame se puso de pie, su imagen resultó más apagada que la oscuridad.

—Nunca pude —afirmó. Al levantar los bordes de su vestido quedaron al descubierto las piernas ca-rentes de plantas. Y desapareció.

La señora de la casa se quedó sentada un largo rato hasta que el aire oscuro se afinó como el papel pla-teado que alisan los niños con la uña, se transparen-tó y dejó penetrar la blanca luz de la mañana.

“De todos modos —se dijo cuando se puso de pie—, no le permitiré a nadie, ni siquiera al destino, arras-trarme de tal manera, como si careciera de enojo. Persistiré en mi ira, como Joní ha-me’aguel, que gi-raba en torno a sí mismo. Y acerca de la planta del pie, hasta ella se encuentra en nuestra imaginación, debemos cuidarla con amor, pertenezca a quien sea, al escritor o al protagonista del cuento, ya que nadie puede afirmar que la planta con la que pisamos en nuestra imaginación, a diferencia del relato, existe realmente más o menos que la misma narración.”

Entró a la casa, tomó de la mesa el libro que es-taba leyendo, se acostó en la cama, lo apoyó sobre la pizarra que tenía sobre las rodillas y comenzó a traducir las líneas del francés al hebreo: “Ese drama maravilloso, grabado profundamente en el recuerdo de Emma, le resultaba más hermoso que cualquier otra cosa que una persona podría describir en su imaginación.”�W

Traducción de Tamara Rajcyk.

Nurit Zarhi, poeta y narradora israelí, es considerada una de las plumas más representativas de la literatura hebrea contemporánea. Ha sido reconocida con diversas distinciones, entre las que destacan el premio Bialik, el Bernstein y varias menciones dentro de la lista de honor del International Board on Books for Young People (IBBY).

MADAME BOVARY DE NEVÉ TZEDEK

Cuando su padre viajó a ultramar con el objetivo de recaudar fondos entre los judíos de la diáspora para la construcción del país, la niña y su madre se quedaron en la casa de madera, erigida sobre la playa, como si vivieran en una isla, sin que nadie entrara ni saliera, fuera de escritores y poetas que colaboraban con el periódico y solían reunirse allí una vez por semana.

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ISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

Cuando a finales del siglo pa-sado se cerró el último ci-clo de dictaduras militares en América Latina, desde las ciencias sociales y las humanidades comenzó un fructífero y todavía incom-pleto proceso de evaluación de la génesis y consecuen-cias de las políticas crimi-

nales implementadas por las fuerzas armadas. Fue entonces que, entre los dispositivos de exterminio y represión de opositores políticos, se fijó la mirada en el exilio en tanto que fenómeno que atravesó la vida de decenas de miles de latinoamericanos.

En un principio el tema concitó el interés de unas pocas disciplinas. Durante los años del exilio las primeras reflexiones estuvieron concentradas en los espacios de la literatura y el ensayo. Escrito-res desterrados exploraron sus vivencias en narra-ciones de ficción y en obras testimoniales, y así la crítica literaria fue una de las primeras disciplinas en llamar la atención sobre una producción gesta-da en condiciones de exilio. Algo similar ocurrió con la psicología cuando desde la experiencia clí-nica un núcleo de terapeutas dio persistente cuen-ta de patologías en pacientes exiliados. Por último, en el ámbito de la demografía se produjeron tra-bajos pioneros tratando de identificar motivacio-nes políticas entre las razones de abultados flujos emigratorios.

La movilización en favor de la vigencia de dere-chos humanos conculcados por las dictaduras po-tenció el interés por indagar el exilio. El tema co-menzó a ser asediado desde la historia, la sociolo-gía, la antropología, la ciencia política, los estudios sobre relaciones internacionales y sobre la memo-ria colectiva. A comienzos del siglo xxi, el éxodo de latinoamericanos se había constituido en una are-na específica de exploración académica que, desde enfoques interdisciplinarios, ha arrojado luz sobre distintos asuntos de pasados autoritarios y presen-tes democratizadores.

El libro de Mario Sznajder y Luis Roniger es tributario de este proceso de edificación de un nuevo campo de conocimiento, y en buena me-dida constituye la prueba más evidente de su de-finitiva consolidación. En el esfuerzo por seguir las huellas de las políticas y las prácticas del exi-lio en Latinoamérica durante dos siglos, Sznajder y Roniger hacen manifiesta tanto la complejidad del fenómeno como el imprescindible abordaje interdisciplinario.

Estamos frente a un trabajo académico de gran calado que articula un horizonte teórico con una indagación empírica nutrida en una variedad de fon-dos documentales. Se trata de una reconstrucción a escala continental que incorpora exploraciones por países y regiones, que recorre temas y problemas medulares de la reflexión de la ciencia política, que ofrece una dimensión cuantitativa expresada en se-ries y correlaciones estadísticas, que recupera re-sultados de una extensa cantidad de investigaciones académicas, y que utiliza testimonios extraídos de la literatura, del cine y de entrevistas realizadas ex pro-feso. Vista en su conjunto, la obra exhibe los resulta-dos de una investigación sobresaliente.

Los autores parten de la premisa de que en Amé-rica Latina, a diferencia de Estados Unidos y Euro-pa, el exilio ha funcionado como un dispositivo que permite regular sistemas políticos incapaces de gestar formas de participación plural e incluyente. Durante el siglo xix, cuando la participación polí-tica era restringida, el exilio se limitó a las élites; sin embargo, ya entrado el siglo xx, a medida que los sistemas políticos se abrieron a la participación, el exilio se masificó a consecuencia de una conflic-tividad social y política que al no ser procesada de-mocráticamente desembocó en regímenes autori-tarios. Es decir, el libro propone entender el exilio como la más firme muestra de que la ex-clusión política es un rasgo constitutivo del orden político en América Latina.

Es común encontrar en las biogra-fías históricas de dirigentes políticos latinoamericanos unas pocas páginas dedicadas a momentos de exilio; son co-nocidos algunos casos, entre ellos por ejemplo el de Simón Bolívar, José Mar-tí, Víctor Raúl Haya de la Torre y Juan Perón, pero de manera sistemática no se había reparado en la dimensión de un recurso que desterró a generaciones de políticos, intelectuales, líderes sindica-les, estudiantes, militares, trabajadores manuales, artistas, funcionarios públi-cos, profesionales, académicos, y a más de trescientos presidentes latinoameri-canos desde los años de la independen-cia hasta concluida la primera década del siglo xxi.

La recurrencia de esta práctica en la historia latinoamericana planteó el de-safío de encontrar patrones explicativos de un fenómeno complejo en sus orígenes nacionales, en las rutas y países de recep-

ción, en la duración de los exilios, en los retos perso-nales, familiares, ocupacionales y políticos que en-frentaron los desterrados, y en las opciones que abre la posibilidad del retorno. Mario Sznajder y Luis Ro-niger se internaron en las historias de más de vein-te naciones a lo largo de doscientos años y, entre la diversidad de experiencias individuales y colecti-vas rescatadas, lograron identificar los mecanismos de un modelo político que normalizó la expulsión de opositores.

La obra ofrece una puesta al día en una buena cantidad de debates teóricos y metodológicos en torno al exilio, comenzando por la propia definición del fenómeno. A qué se llama y en qué se diferencia el exilio del destierro, la expatriación del asilo, la emigración política del refugio. Se trata de un dispo-sitivo propio de regímenes autoritarios, o por el con-trario las democracias también producen exilios. De qué manera la experiencia individual y colectiva del exilio se proyecta en los procesos de constitución de identidades nacionales y en la misma conformación de los Estados nacionales. La salida compulsiva del país de origen y la imposibilidad retorno, ¿cómo im-pacta en la acción política de grupos y partidos polí-ticos, y cómo se proyecta en el reforzamiento o en la gestación de liderazgos políticos? ¿Qué recursos po-líticos, sociales y culturales han modulado la inte-

racción entre los gobiernos en las socieda-des de expulsión y las de recepción; y en qué momento esa interacción, mediada por los exiliados, pasó a desenvolverse en un espacio público internacional, donde marcos normativos de defensa de los de-rechos humanos, organizaciones oficiales y no gubernamentales así como redes de solidaridad a escala mundial han servido para dar resonancia a las luchas de comu-nidades en el exilio?

Éstas son algunas de las interroga-ciones que guiaron la investigación, y en la búsqueda de respuestas los autores recuperan trayectorias políticas e inte-lectuales de personajes, grupos y comu-nidades exiliadas en contextos naciona-les, regionales y continentales. Los an-tecedentes más lejanos de los usos del destierro son localizados en el periodo colonial de la América española y por-tuguesa. Perturbar la paz pública, cons-pirar y desafiar a la autoridad solían ser castigados con la pena de destierro. La expulsión de los jesuitas a finales del si-glo xviii y sus efectos en la formación

Desterrar el destierroP A B L O Y A N K E L E V I C H

RESEÑA

Dos académicos estrechamente relacionados con la Universidad Hebrea de Jerusalén estudiaron el devastador fenómeno del exilio en los países latinoamericanos. En su trabajo,

minucioso e inevitablemente multidisciplinario, Sznajder y Roniger recorren la historia política de la región para entender los porqués de esta atroz práctica y la función que ha

cumplido la expulsión de opositores

LA POLÍTICA DEL DESTIERRO Y EL EXILIO EN

AMÉRICA LATINA

M A R I O

S Z N A J D E R

Y L U I S

R O N I G E R

política y derecho

Traducción de

Lucía Rayas

1ª ed., 2013, 393 pp.

978 607 16 1476 6

RESEÑA

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DE NÉGUEV A ATEMAJACISRAEL. DE NÉGUEV A ATEMAJAC

de los primeros imaginarios nacionales en los años previos a las independen-cias, abre el recorrido por la naturaleza y el sentido del destierro en la génesis del orden político en América Latina.

Un vasto número de destierros son revisados, desde los próceres de las inde-pendencias hasta las salidas voluntarias o las expulsiones de dirigentes políticos en periodos recientes. A través de los casos de Perú y Bolivia durante la primera mitad del siglo xix, se exploran condiciones y consecuencias de destierros en ám-bitos nacionales en formación, mostrando el entrecruzamiento de identidades comarcales, regionales y continentales. Una vez definidos los contornos de las naciones latinoamericanas se subrayan las formas en que los aprendizajes ocu-rridos durante los exilios discurren en diagnósticos y proyectos políticos. Enton-ces se pasa revista a las reflexiones de letrados como Juan Bautista Alberdi, Do-mingo Sarmiento, Benjamín Vicuña Mackenna, Eugenio María de Hostos y José María Torres Caicedo, entre otros. Se estudia el papel jugado por los principales sitios de exilio, profundizando en los casos de Chile durante el siglo xix, en Mé-xico en el siglo xx y en París en tanto que centro político-cultural que ejerció una sostenida atracción sobre perseguidos latinoamericanos de todos los tiempos. Se examina la receptividad de los países anfitriones y los límites que establecieron sobre la actividad política de los exiliados. Especial motivo de análisis son las co-munidades de exiliados generadas por represión militar desde los años sesenta del siglo pasado. Para ello se revisan los casos de los exiliados de Brasil, Argenti-na, Chile y Uruguay, prestando atención a la manera en que la actividad política de esas comunidades impactó sobre la política de los países de origen. Por otra parte, el libro ofrece un sugerente ejercicio estadístico asentado en una serie que reúne millar y medio de periodos presidenciales desde las independencias hasta comienzos del siglo xxi. A través de un modelo de correlaciones estadísticas se muestra la centralidad que ha tenido el destierro de jefes de Estado en la diná-mica política del continente. La obra cierra con una evaluación de las políticas de retorno y los debates acerca de la posibilidad objetiva y subjetiva de poner fin a la experiencia exiliar. Para ello se analizan transformaciones personales y colectivas generadas durante el destierro estudiando sus repercusiones en el activismo político, y en las percepciones de género y étnicas en contextos de redemocratización.

Hace más de medio siglo, una mujer exiliada del nazismo afirmó que la pri-vación fundamental de los derechos humanos se manifiesta en primer lugar y por sobre todas las cosas en la privación de un lugar en el mundo. Para Hanna Arendt la toma de conciencia del derecho a tener derechos presupone el dere-cho a pertenecer a una comunidad política. Desde esta perspectiva, La políti-ca del destierro y el exilio en América Latina puede valorarse como un trabajo que explica el tenaz esfuerzo por construir, reconstruir y pertenecer a comu-nidades políticas bajo permanentes amenazas de expulsión. En este sentido, el desafío de consolidar órdenes democráticos en América Latina no sería ajeno a la obligación de desterrar de nuestra cultura política la persistente práctica de condenar al destierro a los opositores.�W

Pablo Yankelevich, doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, es investigador en El Colegio de México. Es autor de Ráfagas de un exilio. Argentinos en México, 1974-1983 (FCE, 2010). Recientemente publicó, junto con Luis Roniger y James Green, Exile and the Politics of Exclusion in the Americas (2012).

V I E N E D E PÁ G I N A 2 2�permitiera presentar el examen. Lo aprobó, con lo que fue acep-tada en el curso. Se trataba de la única mujer, el resto eran hombres. Como mu-chos de ellos, no completó el curso, así que no llegó a ser piloto de combate, pero dejó abierto el camino para otras mujeres. El segundo caso sucedió en 2007. Una militar pidió que la corte la eximiera de la obligación de servirle café a su coman-dante, y los jueces se pusieron de su parte.

Pasé el segundo año de mi servicio militar en una base del ejército. El primero estuve en un kibutz. Lo único que deseaba hacer era escribir y el ejército le permi-tía a las militares prestar servicio en los kibutz fronterizos. Se trataba de un am-biente civil, que no requería el uso de uniforme, pero en el que la mujer soldado se comprometía a trabajar ocho horas diarias, junto con el resto de los miembros de la comuna. La mayoría de las militares hacían las tradicionales tareas femeni-nas: la cocina del kibutz, el cuidado de los niños o coser y planchar en el taller de costura comunitario.

Me habían prometido un cuarto exclusivo para mí. Creí que allí encontraría las condiciones necesarias para escribir. De hecho, escribí allí mi primera nove-la. En el kibutz yo era una huésped de dieciocho años que examinaba su nuevo entorno con suma curiosidad. Dos mitos sucumbieron para mí ese año: el de la igualdad entre los miembros del kibutz y el de la igualdad entre hombres y muje-res. Para mi total asombro, descubrí que, por detrás del ideal, el kibutz en reali-dad conservaba la mentalidad de una sociedad tribal. Existía una clara jerarquía con familias más o menos influyentes. Sin embargo, la peor desilusión fue descu-brir el estatus de la mujer dentro de su propia comunidad. Ésa que, de acuerdo a nuestras lecciones de historia, pavimentó los caminos hombro con hombro con sus camaradas masculinos; aquélla que había contemplado durante todo un año sosteniendo el azadón al aire libre, se encontraba nuevamente en los roles tradi-cionales de la mujer: la cocina, la costura y el cuarto de los niños.

Y de este modo fue como aprendí una importante lección acerca del abismo existente entre la verdad oficial y la que existe oculta detrás del mito. La mujer ortodoxa sigue ahora el camino feminista sin conocer su discurso, a veces sin conocer siquiera la palabra “feminismo”. En cuanto a la mujer que es miembro del kibutz y la mujer que es soldado, a pesar de todo, la vestimenta masculina, el uniforme, los rangos, el azadón y el rifle son meros “accesorios”, como decorados que funcionan para cada mujer como un baile de máscaras. Ésta es la realidad de Israel.

¿Cuál es —a menudo me lo preguntan en mis visitas al exterior— el rol de la creatividad en general y de las mujeres en particular en esta realidad? Hasta hace unos veinte años, las mujeres estaban en el margen en la mayoría de las áreas de expresión artística. Dado que Israel ha existido en estado de guerra permanente desde su creación y su existencia es frágil, el mundo masculino fue el centro de la intensidad vital y el corazón de la expresión artística. Durante las primeras cua-tro décadas de la existencia de Israel la mayoría de los artistas en campos como la literatura, la poesía, artes visuales (pintura, escultura), el cine y el teatro eran hombres.

Cuando Israel ingresó en su quinta década, hace unos veinte años, comenzó una revolución silenciosa y hoy —quizás debido a que las mujeres han penetrado las murallas de la ciudadela masculina en demanda de nuevos, originales modos de pensamiento— uno puede encontrar mujeres en el frente de todos los campos artísticos. En literatura, quizá más que en otras áreas, la voz de las escritoras is-raelíes (si cabe generalizar de modo tal) es fresca, clara y decidida. Escriben acer-ca de la vida emocional y sexual de las mujeres con una valentía y a veces una bru-tal franqueza que les resulta poco habitual a los escritores hombres.

El viejo mito de la mujer que cruza fronteras, que en el pasado no tenía lugar en la vida real, hoy se vuelve una realidad a través del arte.�W

Traducción del Instituto para la Traducción de la Literatura Hebrea, a quien agradecemos el trasvase de este texto al español y su valiosa ayuda.

Savyon Liebrecht, escritora israelí de origen alemán, ha merecido distintos premios por sus relatos, entre los que destaca el Alterman de Literatura. Es autora de Apples from the Desert, A Man and a Woman and a Man, A Good Place for the Night y The Women My Father Knew.

DESTERRAR EL DESTIERRO LAS MUJERES EN ISRAEL: LA VERDAD OFICIAL Y LA VERDAD OCULTA

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DOSSIER

Que el amante de la literatura y la medicina busque Palinuro de México, el portentoso

juego narrativo de Fernando del Paso. Que el bebedor de poesía abreve en la poesía reunida de David Huerta. Que el melómano escuche

la vida de Shostakóvich interpretada por Carlos Prieto. Que el adicto a la conversación

escuche a Silvia Lemus. Que los lectores jóvenes conozcan a Tahereh Mafi o a Isol. He ahí nuestro programa de actividades

(¿diremos “de recomendaciones”?)

EL FONDO

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Palinuro de México es un adorable esperpento, un caballero andante que gusta de las aberraciones médicas, que practica un hedonismo cruel y está listo para el sacrifi cio político.

Ése y otros personajes igualmente alterados laten en la exuberante novela de Fernando del Paso, canto de amor al cuerpo y al lenguaje. Con nuestra nueva edición, honramos al maestro

que inventó, como se dice aquí, una descomunal poética de la medicina

El fantasma de la medicinaJ E S Ú S R A M Í R E Z - B E R M Ú D E Z

RESEÑA

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EL FONDO EN LA FIL

Analizar la relación entre Palinuro de México y la me-dicina es un gran placer. Eso pensé al recibir la in-vitación para escribir una nota crítica al respecto. Por supuesto, acepté de in-mediato. Un honor, un pla-cer, un gusto: las palabras no son sinónimas y sin em-

bargo encuentran aquí una caja común de resonan-cia semántica, al menos en mi subjetividad presente y pasada. El enorme volumen lucía imponente hace treinta años, en el librero de mi padre, donde ocupa-ba un lugar distinguido dentro del territorio dedica-do a la narrativa hispanoamericana. Si los alcances literarios de José Trigo y Noticias del imperio eran indiscutibles, nuestra predilección personal siem-pre estuvo junto a Palinuro. Leí el libro en aquellos años como si lo hubiera escrito Cortázar: en una for-ma que no es orden, ni caos, sino todo lo contrario. En aquel tiempo, no podía vincular con mi futuro esa primera frase de la novela, cuando Fernando del Paso escribe que el fantasma de la medicina acompa-ñó siempre a Palinuro, porque entonces no sabía aún que deseaba estudiar medicina.

Curiosamente, fue mi padre quien me impulsó a estudiar la carrera: no era el poderoso mito contem-poráneo de la ciencia médica lo que resultaba atrac-tivo para su imaginación, sino más bien la simbolo-gía del estado oculto del cuerpo: el entendimiento de la materialidad humana como un territorio me-tafórico donde se consuma el drama arquetípico de la experiencia humana, desplegado, a su vez, en una narrativa histórica milenaria que se confunde con la mitología occidental y oriental, y alcanza momentos de tensión literaria en la Edad Media de Paracelso. Ahora recuerdo: esta versión mitológica de la medi-cina fue mencionada en secreto por mi padre, inspi-rado, entre lecturas europeas y orientales, por histo-rias mexicanas contemporáneas. No me refiero a los casos reales de médicos escritores, como Mariano Azuela o Elías Nandino, sino precisamente a la me-dicina como un fantasma en la novela de Fernando del Paso, a la novela como transgresión estética en Farabeuf o la crónica de un instante, de Salvador Eli-zondo, y aun a la medicina como exploración de lo posible en El disparo de Argón, de Juan Villoro. Esas claves literarias conspiraron con la mitología de mi padre para construir una medicina dispuesta a reali-zar una alianza secreta.

Fernando del Paso, un pesimista con sentido del humor (y con una fama secreta, según su propia mo-destia, pues muy poca gente sabe que es famoso), ateo, obsesionado por el lenguaje y la historia, afi-cionado a la astrofísica, la zoología, la arquitectura, ha declarado en forma repetida su amor por la me-dicina. Es bien sabido que antes de estudiar la ca-rrera de economía, deseaba estudiar en la escuela militar de medicina, una de las más prestigiadas de su época, y en ése, como en muchos otros sentidos, Palinuro de México puede concebirse como un labo-ratorio experimental de la personalidad, un taller creativo dispuesto para generar transformaciones del ego, como lo es, en cierta forma, toda narrativa de ficción, y más aún, toda narrativa. Sin embargo, en Palinuro la transformación sucede como una varia-ción experimental del ego, desde la literatura como horizonte de posibilidades hacia el deseo específico de la medicina. Todos sabemos que Palinuro es un estudiante de medicina que denuncia el escándalo del mal durante el movimiento estudiantil de 1968. Pero lejos de la dimensión política del libro, que ha sido motivo de lecturas lúcidas y vigentes, me pare-ce también que el afecto personal del escritor hacia la historia cultural de la medicina, tan cercana a su talento barroco y erudito, es el origen de una inves-tigación fecunda acerca de la relación entre el cuerpo y las palabras. La anatomía, entendida como mani-pulación sistemática del tejido humano, requiere el recurso lingüístico, la infinita variedad de etiquetas lexicales, para generar representaciones estables y formatos adecuados para la comunicación, la ense-ñanza, la investigación. El acto de nombrar, que em-parenta a la literatura con tradiciones tan diversas como la cábala, la astronomía, la geografía y la quí-mica, encuentra en la anatomopatología un caso es-pecial, una articulación flexible y abierta a la crítica entre la epistemología de la visión y el tacto, y la epis-temología del lenguaje. Al abrir algunos cadáveres, como habría dicho Michel Foucault en El nacimiento

de la clínica, los objetos, tejidos, imágenes y aconte-cimientos previamente ocultos deberán nombrarse, y lo harán bajo las reglas de la formación de concep-tos; por ejemplo, con el recurso de la analogía, que emparenta a la poesía con la medicina anatómica. El cíngulo, el tálamo, el hipocampo, la amígdala, son algunas palabras traídas de la neuroanatomía; muestran el sentido figurado que generan, paradó-jicamente, las convenciones materialistas de la me-dicina: cinturones, recámaras, animales marinos y alimentos fungen como modelos para la conceptua-lización, que no se limita a la descripción visual de estructuras sino que ofrece peldaños indispensables para la ideación abstracta.

En el punto de convergencia entre la descripción y la conceptualización anatómica, mediante el re-curso del lenguaje, es donde veo la proliferación des-

mesurada o descomunal de Fernando del Paso y su vértigo de las listas (como diría tal vez Umberto Eco). Al inicio de la novela, en el capítulo titulado “La gran ilusión”, Palinuro revela claves pictóricas de su rela-ción con la historia cultural de la medicina, a través del tío Esteban, otro ego experimental. Dice Palinuro: “Fueron tantas […] Las ilustraciones y las láminas que pasaron por sus manos, desde las danzas de la muer-te de Holbein de Basilea que inspiraron a Saint-Saens y a Glazunof, hasta los Apestados de Jaffa del Barón Gros, pasando por todos los estropeados de El Bos-co, los dentistas de Van Ostade, los poseídos de Van Noort, los barberos cirujanos de Teniers, los pestífe-ros de Poussin, los leprosos de Hans Burgkmair, los ciegos de Brueghel y los tiñosos de Giovanni della Robbia, que el tío Esteban […] llegó a pensar y a actuar como un médico de verdad.” La metamorfosis creati-va del ego se pone de manifiesto en la figura del tío Esteban, quien es capaz de transformarse en médico mediante la asimilación de imágenes, lo cual revela el poder del recurso metafórico para transformar nuestra identidad en una mecánica de juego. El ele-mento autobiográfico (más presente en esta obra que en los otros trabajos narrativos de Fernando del Paso) sublimado mediante la multiplicidad de recursos literarios, es mostrado por el autor en un acto de honestidad intelectual carente de esnobis-mo o pretensión: el juego libre de ideas recuerda aquella frase que hemos escuchado en alguna cin-ta de Almodóvar: uno es más auténtico mientras más se parece a lo que quiere ser. “Yo no participé en el movimiento de 1968, pero para mí fue muy fuerte. Yo no era un estudiante, tenía ya más de 30 años, pero Palinuro sí podía estar ahí y así lo decidió: muere inmolado en el Zó-calo. Lo que yo decidí fue el lugar de su muerte”, ha dicho Fernando del Paso.

El desdoblamiento de identidades, dado por Palinuro y el tío Esteban, per-mite la exploración de aficiones indecen-tes, obscenidades, formas interminables de degradación de las buenas costumbres, pero, a diferencia de la atmósfera escalo-friante conseguida por Elizondo en Fara-beuf, Del Paso fabrica una celebración go-zosa en donde caben por igual las glorias y miserias del cuerpo, como tal vez diría Francisco González Crussí. Cuando habla del amor por la medicina y del asco de Es-tefanía por las secreciones y líquidos cor-

porales, dice Palinuro: “Y tampoco, comiendo o no, se le podía hablar de saliva, materias fecales o líqui-dos cefalorraquídeos, sin que le dieran náuseas. Esto comenzó a suceder desde que el tío Esteban contó la historia de cómo se pelaban los huesos, y en vista de que ocurrió varias veces el tío Esteban, resignado, le dijo que ya no volvería a hablar de medicina —ni de nada que se le pareciera delante de ella—. Y Estefa-nía lloró y le preguntó al tío Esteban por qué la cas-tigaba, que ella quería ser doctora y que cuando fue-ra grande ya no sentiría asco.” La novela construye así parajes de innovación semántica, en un terreno tan difícil para el lenguaje como lo es el léxico de las emociones. Más allá de las emociones básicas descri-tas por Charles Darwin y reificadas una y otra vez por la neurobiología contemporánea, Del Paso ex-plora dimensiones de la experiencia subjetiva donde el contraste entre la fascinación y la vergüenza reve-la paisajes inéditos, pero auténticos.

Mediante la realización de un espíritu lúdico, tan celebrado en Rabelais, Del Paso logra construir una reinterpretación del cuerpo humano, a partir de la tensión dinámica entre el gozo de los sentidos y la descomposición de la materialidad humana. Allí se originan otras enumeraciones, como la que se refiere a una “ampolla de vidrio que emitía vapo-res para preservar mariposas disecadas, 100 hojas de papel con el caduceo de Mercurio como marca de agua […] y dos frascos de farmacia antiguos. Uno decía inf. calumb Conc., y era donde mi amigo te-nía todos sus preservativos usados. El otro frasco decía liq: morph:hyd, tenía una cajita con todas las uñas que se había mordido durante los últimos cinco años y un pomo con todo el esperma de las mas-turbaciones de nuestro amigo Molkas correspondien-tes a un plazo semejante, y que por lo mismo tenía una etiqueta que decía ‘Sementerio’. También encontré […] dos de los tres gigantescos volúmenes de México a través de los siglos, que según me explicó Palinuro, tenían propiedades carminativas, o en otras palabras, servían para la expulsión de gases: para esto bastaba con acostarse bocarriba y ponerse los volúmenes en el estómago…”. Los relatos sobre la flatulencia y otros pormenores del cuerpo se multiplican y combinan, sin transiciones artificiales o convenciones estéticas, con la enumeración de acontecimientos literarios en el terreno amoroso: “Un día la besé en francés. Ella se limitó a bostezar en sueco. Yo la odié un poco en in-glés y le hice un ademán obsceno en italiano. Ella fue al baño y dio un portazo en ruso. Cuando salió, yo le guiñé un ojo en chino y ella me sacó la lengua en sáns-crito. Acabamos haciendo el amor en esperanto.”

Dice Gaston Bachelard, en La poética del espacio, que “la imagen poética nos sitúa en el origen del ser hablante”. La poesía, dice, “pone al lenguaje en esta-do de emergencia”. Me atrevo a decir que, mediante el juego desmesurado, Fernando del Paso ha cons-truido una sorprendente poesía de la medicina, he-redera tal vez de aquellos Sonetos de lo diario, capaz de poner al lenguaje médico en estado de emergencia y de crear pactos en clave secreta o en franca decla-ración pública entre la materialidad recalcitrante del cuerpo humano (origen del dolor, la separación y la pérdida, la secreción fétida o el amor erótico) y la literatura, ese territorio cargado de ecos memorio-sos, reflexiones, monólogos interiores, sensaciones estremecedoras, y de un clima verbal que no puede traducirse a otro medio expresivo, para usar las pala-bras del propio Fernando del Paso: un espacio donde

cada autor reinventa la técnica, donde no hay reglas universales, donde cada libro establece sus reglas del juego. En el caso de Palinuro de México, son reglas del jue-go con el poder de penetración suficiente para conspirar, con otros agentes de la fic-ción, hacia la creación de un reverso vero-símil de los sueños (como dice Palinuro): el camino a la medicina, la vocación que Fernando del Paso realizó en clave na-rrativa, y que puedo aceptar como propia gracias al juego literario que da sentido a la materialidad descompuesta.�W

Jesús Ramírez-Bermúdez, escritor y psiquiatra, es autor de Paramnesia (Random House Mondadori, 2006) y Breve diccionario de las enfermedades del alma (Debate, 2010).�

PALINURODE MÉXICO

F E R N A N D O

D E L P A S O

letras mexicanas

1ª ed., 2013,

xiii+648 pp.

978 607 16 1424 7

EL FANTASMA DE LA MEDICINA

Mediante la realización de un espíritu lúdico, tan celebrado en Rabelais, Del Paso logra construir una reinterpretación del cuerpo humano, a partir de la tensión dinámica entre el gozo de los sentidos y la descomposición de la materialidad humana.

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EL FONDO EN LA FIL

David Huerta: memoria del mediodía

J O S É M A N U E L M A T E O

RESEÑA

No importa que sea mucha la poesía de David Huerta. Los versos que ha escrito a lo largo de

cuatro décadas se extienden por dos anchos volúmenes, apetecibles para la mano que gusta del objeto libro. Lo que importa es la riqueza de formas e imágenes, el mundo personal —erudito

pero sin pedantería, generoso pero sin exceso—, los ecos de esta poética. Aquí se canta, con pasmo, una

loa a este triunfo literario

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EL FONDO EN LA FIL

Diecinueve libros en dos volúmenes que rebasan el millar de páginas: tal vez la poesía escrita por David Huerta entre 1972 y 2011, así reunida, cause la misma impresión sus-citada por Incurable, ese poema que nunca dejará de asombrar por su den-

sidad y extensión; que tampoco dejará de exponer la raíz de la persona y el fantasma que somos, así queden atrás los referentes y las coordenadas teóricas del si-glo xx. Hace falta proyectar una sombra sobre el tema que se desea tratar, decía Forster a propósito de la no-vela, y David, al parecer en un ejercicio semejante, de-cidió que fuera ese libro suyo de 1987 que lanzara su proyección sobre la totalidad de lo escrito. Christo-pher Domínguez Michael había comentando que la primera línea de Incurable marcaba la genealogía con la cual podía “recorrerse la obra de Huerta” y con ello quería señalar la filiación de David con la “imagine-ría” moderna de un Baudelaire pasado por el prisma de Benjamin; imaginería “más propia del novelista que del poeta”, decía. Al otro lado de tal ascendencia general, también cabe decir que La mancha en el es-pejo es la piel de otro título posible, pero no puesto en el primer plano de lo dicho. Aquel verso inaugural pone de manifiesto el envés de la mancha que marca la superficie reflejante. Y porque todo lo que cabe “en la bolsa del día” ocupa las mil páginas que David ha escrito y publicado hasta ahora, el otro título de es-tos dos volúmenes podría ser, precisamente, ése: El mundo. Un orbe donde la luz y sus oscuras proyec-ciones dependen del poeta ocupado en desbrozar la “sinestesia de baratijas” que puebla el discurso filo-sófico, pero también el lenguaje amado, las palabras del desprecio o las maldiciones sedimentadas en el pozo de la conciencia.

No hace falta evocar la narrativa ni los extensos poemas de siglos pasados para encontrar alguna se-mejanza entre Incurable y otros emprendimientos: el Canto general de Neruda fue esa obra que buscó reu-nir en un solo enunciado poético el tiempo entero de América Latina, sin dejar fuera ninguno de sus re-flejos: historia, comidas, prácticas, héroes, villanos, hombres y mujeres sin nombre, todo eso y lo que per-manece fuera de la enumeración se encuentra en la geografía del canto nerudiano, cuya parte final está encabezada por una clara proclamación: “Yo soy”. Allí donde termina Neruda, comienza David Huer-ta, colocando algo más que signos de interrogación en la proclama identitaria, deslizando algo más que dudas e ironía autocomplaciente en la “siesta del si-mulacro” donde naufraga el espejo del mundo. David enumera y describe los mecanismos bajo los cuales se construye con palabras una realidad a modo, una imagen que luego se manifiesta satisfecha de sí y nos convence de su magnitud. La conversación, que su-pone el diálogo o es el otro nombre del coloquio, sólo confirma la ausencia de quienes hablan: “Conversar es dilatar una ausencia y dilatarse”; quien escribe no escapa a ese movimiento: la “pobreza” que vende “el que habla” es retomada por el escribiente para de-corar el escenario de “un baile al que el lenguaje no está invitado”; el que escribe, sencillamente, ador-na la página con su grafismo. “Nos oscurecemos ha-blando”, se afirma también (y antes de los fragmen-tos citados) en el primer capítulo de Incurable, pero no se trata de una resignada convicción; se describe o señala el ser del lenguaje ins-crito en su deber ser comunicativo.

Casi simultáneamente pero en regis-tros diferentes a los del estructuralismo y escuelas posteriores (más despreciadas o reverenciadas que efectivamente leídas), Mijaíl Bajtín hablaba del carácter bifron-te de la palabra y José Revueltas hacía que esa condición del verbo se transformara en intensidad narrativa. La segunda men-ción es menos inmotivada de lo que pare-ce: es muy probable que en la comunidad de voces congregadas en el poema se en-cuentre el autor de Los errores, merced a esa “ceniza moridora” capaz de enfrentar a la segunda persona (ese fantasma del yo) con “la corriente” que lleva “por las ori-llas icónicas”. Y el enunciatario (horrible palabra) llegará a los bordes de la imagen cuando se reconozca en la presencia resi-dual del fuego, en el vestigio de la combus-

tión al que también llamamos muerte: “muriendo, / viste lo que ocurrirá, vidriado desplazamiento hacia el germen fracturado de la inexistencia”, dice David. La referencia más o menos explícita (o coincidente al menos) con el lado moridor que articula la realidad para Revueltas (y que una vez le sirvió para referir-se al método de su escritura), se corresponde con la proposición que pone en el primer plano la incapa-cidad del lenguaje para comunicar y la fantasmática confluencia de quienes dialogan. Señalada en Incu-rable, la aparente aporía también se describe en Los errores: es justo un aparato concebido para hablar del índice de la realidad adversa e irrevocablemente constitutiva del verbo: el teléfono concreta “esta for-ma irremediable de aislamiento, de vacío, de frus-tración” donde los interlocutores quedan “igual a náufragos, separados por un golpe de mar, cuando se cuelga la bocina después de que alguien llamó… vaya a saberse desde qué sitio”; en ese punto los interlo-cutores se vuelven “una abstracción absoluta, sin re-ferencia”, y quedan “como en la nada”. Jacobo Pon-ce, personaje de Revueltas, comprende de pronto “lo aterradoramente anormal que es un teléfono, ese aparato submarino en busca de palabras que nunca terminarán de ser dichas, una máquina del aisla-miento”. No es otra cosa la conversación, la escritura e incluso la poesía, más allá de todo intento lírico o reflexivo que pudiera encerrar la proposición… Y sin embargo, la palabra nos resulta necesaria, con todo y

su nudo ciego.Llegado este punto, uno acepta (tarde)

lo imposible de reseñar la obra publicada por el Fondo de Cultura Económica. Por ello el intento consiste en manifestar nada más la sorpresa de las manos, que sostie-nen al mismo tiempo un trazo de eternidad y la imagen accidentada de la vida. Parafra-seo a David (lo cito sin comillas), pero no encuentro por ahora la manera de expresar mi sorpresa frente a su trabajo: comparecí ante la reunión de su poesía y me recrimi-no por no haber dicho nada en otro tiempo de su integridad y plenitud. Desde luego, nadie esperaba ningún pronunciamiento de mi parte; pero de ahí la necesidad de la manifestación. Si por el árbol atraviesan los sonidos que vienen desde el otro lado del mundo y van a dar, de las raíces invi-sibles, al cielo del silencio (“Gemido de ár-bol”), tal vez en esas líneas escritas para quedarse en los papeles privados puede

empezar a suscitarse el diálogo. Quienes conocen a David mejor que yo, saben que robo palabras de sus Canciones de la vida común; pero según reconocí ya, parafraseo a un poeta como tal vez un par de gene-raciones lo ha hecho en las décadas recientes. Quizá él mismo visita los lugares de su memoria poética para dar otra luz o proyectar sombras distintas en el enunciado de su obra entera. Así, la “manchada gra-vedad” queda signada por las mutaciones que deja “el destructivo rizo del fuego”, calcinación que unas veces da título y otras se incorpora a poemas donde el asunto convoca la eterna contradicción del mi-neral, su “queda dureza” ausente de duración (“Pie-dra”). David escribe (ha escrito) “con una modestia majestuosa, / investida con todos los atributos de la desdicha”, mientras sigue un camino donde “los miserables patrimonios de la hora” se muestran sin la confusión de las “tintas enredadas con silencios” (“Canciones de la vida común”); la suya es una pala-bra traída del “trasmundo”, que no se corresponde necesariamente con el otro lado, sino con el filo de la claridad donde “la mano recoge hilos de sombra”. Su propio lado moridor (su método) es más bien un de-bajo “de oprimida terrenalidad”, cuyo propósito ex-preso consiste en saber “lo que está dentro / de la pa-labra nunca”; o bien, formula su deseo de “conocer” esos testimonios del cuerpo que “extinguen la belle-za / de caminatas que, en otro mundo, no termina-rían” (“Debajo”; “Hablo”).

De Incurable a Canciones de la vida común (no está de más aclarar que sólo he repasado estos li-bros para escribir la presente nota) puede recono-cerse un sistema de pasajes marcados por palabras y metros, por versos y encadenamientos concep-tuales, que no por mostrar su reciedumbre gnoseo-lógica se alejan de la sabiduría poética. Monedas pordioseras, mendrugos estadísticos, cuadernos desgajados, los trapos del rencor, miligramos de es-puma fugitiva, cáscaras de tropiezo… la tristeza nu-merosa de los cajones y los armarios es despejada por David como quien separa por medio del cálculo una incógnita entre las acumulaciones del mundo. Los fantasmas del habla, la muchedumbre de signos y cuerpos, los espectros de la conversación, el ropa-je del silencio, los léxicos formidables y los números estupendos son recordados en la primera década del siglo actual. Mientras la memoria los convoca, tam-bién los “inventa y desfigura”, pues: “Lo que se ci-fra en el reverso de lo dicho / ha sido olvidado y cada proferimiento / lo restituye enteramente, como leve utopía”. Así objeta David el dicho de Quevedo (para quien la significación de utopía se despliega en la fra-se “no hay tal lugar”), mientras en la reunión tercia Gorostiza para señalar que la plata es el “ingenuo rui-señor / de los metales” (“El revés de la trama”). David conversa de verdad con ambos allí, “en el ritmo, en las quebraduras de sintaxis” donde la plata de los la-bios extingue el obligado silencio, que, no obstante, persiste en el reverso del entramado verbal (esa isla de la idea y del canto). Nosotros, de este lado de la página, somos testigos mudos y admirados de ésta y otra conversación fantástica entre el poeta y la reali-dad de una sombra, que le aconseja volver a la memo-ria de ese mediodía preciso, cuando, juntos, hablaron de “cierta serenidad, de ciertas oscuridades”. En su intercambio de respuestas, se disuelve el obstáculo para “sentir con otros sentidos / el ardor de la calle y cada una de sus palabras” (“Una sombra”). Gracias al diálogo de la sombra y el poeta podemos creer en la abundancia matinal y atestiguar la elevación de los elementos “sobre el sudario de un mundo enveje-cido”. Gracias a David, el yo, la identidad, la carne y el sagrado bagazo del cuerpo amado hacen la paz con sus fantasmas. Si no de un modo definitivo, sí entre encadenamientos y murmullos.�W

José Manuel Mateo, ensayista, poeta y editor, es autor de Migrar (Tecolote, 2011), con el que en 2012 ganó el premio Nuevos Horizontes de la Feria del Libro Infantil de Bolonia.

LA MANCHA EN EL ESPEJO

D A V I D

H U E R T A

poesía

1ª ed., 2 t., 2013,

1280 pp.

978 607 16 1514 5

DAVID HUERTA: MEMORIA DEL MEDIODÍA

Y porque todo lo que cabe “en la bolsa del día” ocupa las mil páginas que David ha escrito y publicado hasta ahora, el otro título de estos dos volúmenes podría ser, precisamente, ése: El mundo. Un orbe donde la luz y sus oscuras proyecciones dependen del poeta ocupado en desbrozar la “sinestesia de baratijas” que puebla el discurso fi losófi co, pero también el lenguaje amado, las palabras del desprecio o las maldiciones sedimentadas en el pozo de la conciencia.

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EL FONDO EN LA FIL

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Apología de un genio atormentado:

Dmitri ShostakóvichA L E J A N D R O P É R E Z S Á E Z

RESEÑA

Músico y musicólogo, Carlos Prieto presenta en su libro más reciente el drama vital de uno de los principales compositores rusos, el atribulado

Dmitri Shostakóvich. Aunque fue brevísimo, el contacto personal del autor con este compositor

determinó algunas de las obsesiones del chelista, al punto de que estudió la lengua y se sumergió

en la cultura de ese país extenso y milenario. Escuchemos a Prieto ejecutar su otro instrumento:

la palabra escrita

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EL FONDO EN LA FIL

Una vez más, Carlos Prie-to alterna entre el arco y la pluma para entregar-nos un exquisito relato historiográfico que se convierte en una apo-logía de la atormentada vida de Dmitri Shos-takóvich, para muchos la estrella más luminosa

en el firmamento musical soviético. A muy temprana edad, la música de Shostakóvich

provocó en Prieto el despertar de una pasión que se instaló como un ostinato en su vida, abriendo frente a sí el camino que le llevaría a profundizar en el es-tudio de una cultura y una lengua muy distintas a la propia. Seis décadas después, se entregó a la tarea de aclarar el enigma que gira en torno de la vida y obra de Shostakóvich, compositor que ha sido objeto de las más grandes controversias e injustas acusaciones. Así, bajo su mirada de artista y musicólogo, el maestro Prieto no se centra tanto en la música del compositor como en su persona y su circunstancia: es un viaje al interior del artista detrás de la creación, a la vez que se convierte en una denuncia de las atrocidades cometi-das por el socialismo soviético en contra de la vida, las libertades individuales y las artes.

Es difícil comprender, cuando no se ha vivido en carne propia, hasta qué punto un régimen totalita-rio es capaz de doblegar la voluntad de las personas. También parece fácil juzgar los actos de quienes, por instinto de supervivencia, miedo o esperanza, sim-plemente asumen actitudes y posturas contrarias a su voluntad. Ante los imperativos estéticos de la ideo-logía socialista, los artistas e intelectuales soviéticos se vieron obligados a crear “contra natura”, a contener su expresión artística e incluso a evitar técnicas mo-dernas, consideradas como degeneraciones burguesas ajenas a los fines del “realismo socialista”.1

Bajo este contexto ideológico, la vida de Shostakó-vich se vio marcada por un incesante y dramático contrapunto de alegrías y tristezas, de premios y cas-tigos. Nacido en el declive de la Rusia zarista y testigo de la revolución bolchevique de 1917 a los once años de edad, su vida transcurrió a la par del régimen soviéti-co: de Lenin a Stalin, de Jrushchov a Brézhnev. Tris-temente, no le alcanzó la vida para ver la disolución total de un régimen que, a casi cuatro décadas de la muerte del compositor, sigue manifestando el pródro-mo de aquellos tiempos represivos (baste como ejem-plo el vergonzoso caso de las Pussy Riot).

El genio de Shostakóvich se manifestó con su Pri-mera sinfonía, compuesta a los diecinueve años de edad. “Su éxito fue histórico. De la noche a la maña-na Shostakóvich se convirtió en la estrella ascenden-te del panorama musical soviético”,2 escribe Prieto. Dos años más tarde, por mediación de Bruno Wal-ter, el mundo entero aclamaba el surgimiento de “un talento genuino e incluso rasgos de genialidad”,3 en palabras de Darius Milhaud. El compositor, motiva-do por el reconocimiento nacional e internacional, se entregó a la tarea de buscar un lenguaje musical más moderno, atendiendo a los contenidos ideológi-cos revolucionarios de la joven república soviética. Pero gradualmente, estas directrices ideológicas que afirmaban el control del Estado y el partido sobre la producción artística, se irían convirtiendo en uno de los más cruentos cercos de censura y represión del siglo xx.

Años después, tras la tibia recepción de las dos si-guientes sinfonías de Shostákovich, su ópera satírica La nariz fue condenada por miembros de la Asocia-ción Rusa de Músicos Proletarios, que acusaron al autor de “componer música que los mortales ordi-narios no podían entender […] de ignorar la realidad contemporánea y de ser culpable de ‘escapismo anti-soviético’ y de ‘formalismo’.”4

1� El realismo socialista es una tendencia artística populista que persi-

gue difundir la problemática social a través de las artes. Sustituye al rea-

lismo crítico con un realismo optimista y rechaza toda expresión burgue-

sa, presente y pasada.

2� Carlos Prieto, Dmitri Shotakóvich. Genio y drama, México, fce, Méxi-

co, 2013, p. 29.

3� Ibidem, p. 30.

4� Idem., p. 38. En fi losofía, formalismo se refi ere a la forma esencial de

las cosas, mientras que en las artes se aplica a un estilo de crítica sobre las

técnicas o formas sin tomar en cuenta el contexto. El régimen soviético,

en una aplicación errónea del término, condenaba como formalista a todo

movimiento contrario al concepto socialista del arte, es decir, desviado

de los preceptos del realismo socialista. En música, los términos “moder-

nismo” y “modernismo decadente” se usaron con frecuencia como sinóni-

mos de formalismo.

Las grandes purgas estalinianas des-atadas entre 1936 y 1938 iniciaron en el campo musical con la condena y prohibi-ción de su ópera Lady Macbeth del distri-to de Mzensk, por sus degeneraciones mo-dernistas. A partir de aquí, los disidentes del régimen tenían como opciones: la ad-hesión incondicional a los preceptos del realismo socialista, el terror de los tra-bajos forzados en los Gulag,5 la muerte o, para los músicos reconocidos, verse priva-dos de encargos y conciertos, lo que signi-ficaba renunciar a los ingresos económi-cos para llevar una vida digna. De ahí que tantos artistas y compositores optaran por acatar las directrices del Estado.

La respuesta musical de Shostakóvich a las pretensiones del régimen fue su Quin-ta sinfonía de 1937, obra conservadora, im-pregnada de un optimismo dramático que era a todas luces una burla, un gesto de crí-tica e ironía del compositor, con cuyo tono romántico y final heroico acataba los prin-cipios estéticos de descriptivismo musical a la manera del poema sinfónico, establecidos por el realismo socialista para la música pura y el sinfonis-mo soviético —a diferencia de la ópera, que se puede dotar de un mensaje ideológico explícito—. Mientras que Occidente criticó severamente la Quinta sinfonía

—que no obstante descansa entre las más populares del repertorio sinfónico— considerándola como un retroceso en el lenguaje estético del autor, la URSS celebró de manera entusiasta el retorno de su más grande compositor y éste recobró temporalmente su estabilidad financiera, aunque a un costo muy alto.

La agresión a la URSS perpetrada por el ejército nazi entre 1941 y 1945 trajo un relativo relajamien-to de las persecuciones internas. Por primera y úni-ca vez en el siglo, el pueblo soviético entero se unía para librar una batalla justa. Shostakóvich mismo, atrapado en el largo sitio de Leningrado, contribuyó con su emotiva Séptima sinfonía, transmitida al pue-blo a través de la radio con enormes dificultades. No obstante, la pesadilla resurgió, y en 1948, Zhdánov, el verdugo ideológico de las artes, acusó de “forma-lismo” a Shostakóvich, junto con Prokófiev, Mias-kovsky, Jachaturián, Popov, Kabalevsky y Shebalin, censurando y prohibiendo la ejecución de gran can-tidad de sus obras y condicionando severamente su producción musical en todos los ámbitos.

La muerte de Stalin en 1953 trajo consigo nuevas esperanzas para el pueblo y los artistas soviéticos: Jachaturián escribía un artículo afirmando la exi-

5� Gulag, siglas en ruso para “Dirección General para Campos de Tra-

bajo Correctivos y Colonias”. Se trata del sistema penitenciario soviético

al que iban a parar todo tipo de criminales y, principalmente, los presos

políticos del régimen.

gencia de una mayor libertad en el terreno artístico y alejamiento del burocratismo, el escritor Ehrenburg publicaba El des-hielo y Shostakóvich estrenaba su equi-valente musical con la Décima sinfonía, obra enigmática y contraria a los cáno-nes del realismo socialista, que tuvo una calurosa recepción por parte de la crítica soviética. Un lustro después, la Undécima sinfonía lo hizo merecedor del Premio Le-nin y, contra su voluntad, se vio obligado a formar parte de misiones diplomáticas en el extranjero representando a las polí-ticas culturales de la URSS, pronuncian-do discursos arreglados y completamente ajenos a su forma de pensar. Con una de esas delegaciones oficiales llegó a México en 1959, donde el maestro Carlos Prieto pudo conocerlo.6

Para entonces, con el levantamiento de la prohibición que había pesado sobre mu-chas obras de compositores soviéticos, en-tre ellas la Cuarta sinfonía y Lady Macbeth de Mzensk de Shostakóvich, un hito de es-

peranza se alzaba en el ambiente artístico, inaugu-rando la década de 1960 con intercambios culturales internacionales que permitieron, entre otras cosas, la visita a la URSS de músicos notables como Stravins-ky y Glenn Gould. Pero, aunque ante observadores extranjeros, el iii Congreso General de Compositores Soviéticos de 1962 afirmaba la necesidad de conceder mayor libertad expresiva a los artistas, al año siguien-te Jrushchov retomó la condena del modernismo en el arte, reafirmando la necesidad de ejercer una es-trecha vigilancia de las obras artísticas y un control de las artes. Una vez más se señalaban las degenera-ciones modernistas de los compositores soviéticos, entre ellos, por supuesto, Shostakóvich. Desde enton-ces hasta el día de su muerte en 1975, a los 69 años de edad, este encadenamiento de humillaciones siguie-ron sucediéndose sin tregua para Shostakóvich y sus contemporáneos.

No es fácil encontrar una apología más clara de Shostakóvich que el testimonio de la soprano Gali-na Vishnevskaya, esposa del violonchelista Mstislav Rostropóvich, ambos amigos cercanos del enigmá-tico compositor: “Hacía declaraciones a la prensa […] Firmaba cartas de protesta que nunca leía. No se pre-ocupaba de lo que dijeran de él porque sabía que lle-garía el momento en que la palabrería sería llevada por el viento y sólo quedaría su música. Y su música hablaría más vívidamente que sus palabras. Su úni-ca vida real era el arte y allí no admitía a nadie: era su templo […] Para comprar tiempo y poder componer en paz, echaba un hueso de cuando en cuando a la jauría que lo hostigaba y accedía a poner su firma en cartas y artículos […] Accedía a pronunciar discursos en re-uniones y asambleas que no tenían para él la menor importancia y, habiendo comprado tiempo, volvía con toda prisa a su escritorio para seguir componiendo.”7

Shostakóvich fue una persona sencilla y esforza-da, de carácter alegre y con un gran sentido del hu-mor. No obstante, en la mayoría de sus apariciones públicas, mostraba el rostro de un hombre triste y apesadumbrado. Pero, lo que el régimen jamás pudo reprimir en él fue su fino sentido crítico y aguda iro-nía, que supo filtrar de manera sutil en su obra.

Es así como Carlos Prieto, en un ensayo ameno y ri-guroso, logra el cometido de mostrarnos al ser humano detrás de la obra de arte, a la vez que resuelve el enig-ma en torno a la obra de un hombre íntegro de mente privilegiada, genio incomparable obligado a doblegar su voluntad y poner su creatividad al servicio de un sis-tema ideológico represivo y humillante. Shostakóvich, en un acto de supervivencia o esperanza, supo sortear todas las vicisitudes y adversidades de su circunstancia para consolidar una obra musical única, un legado que se alzará por siempre como un monumento universal a la libertad del espíritu humano.�W

Alejandro Pérez Sáez, músico, compositor y jazzista, fue el coordinador de traducción del Diccionario enciclopédico de la Música ( FCE, 2009).

6� Como simple dato anecdótico, con el antecedente de su Sexta Sinfo-

nía de 1939, en cuyo movimiento fi nal citó el “Cielito lindo” —quizá en un

gesto de solidaridad internacional—, comenta Prieto que tras su visita a

El Tenampa en Garibaldi, Shostakóvich mencionó la idea de escribir una

obra con música de mariachi, proyecto que, sin embargo, nunca llevó a

cabo.

7� DSGD, p. 266.

DMITRI SHOSTAKÓVICH

Genio y drama

C A R L O S

P R I E T O

arte universal

Prólogo de

Jorge Volpi

1ª ed., 2013, 332 pp.

978 607 16 1483 4

$225

APOLOGÍA DE UN GENIO ATORMENTADO: DMITRI SHOSTAKÓVICH

En un ensayo ameno y riguroso, Prieto logra el cometido de mostrarnos al ser humano detrás de la obra de arte, a la vez que resuelve el enigma en torno a la obra de un hombre íntegro de mente privilegiada, genio incomparable obligado a doblegar su voluntad y poner su creatividad al servicio de un sistema ideológico represivo y humillante.

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EL FONDO EN LA FIL

Silvia Lemus se tropezó con el género de la entrevista una tarde al entrar a la oficina del periodista Jacobo Zabludovs-ky, que en aquellos años era el conductor estrella del noticie-ro 24 Horas, ya desaparecido, y quien le dijo: “Lemus, ponte a trabajar, ten listo tu pasapor-te. Mañana te vas a Reikiavik

a entrevistar a Bobby Fischer y a Boris Spasky.” La periodista voló a Islandia y comenzó una carrera internacional en la televisión. Ella misma ha na-rrado alguna vez que aterrizó en un país nebuloso y frío. Sólo tuvo tiempo de instalarse en el hotel y re-gistrarse en la oficina de prensa. Enseguida empezó su cacería de los dos grandes ajedrecistas que com-petían por el campeonato mundial. “Era la guerra fría entre un ciudadano estadunidense y otro sovié-tico. El campeón fue Bobby Fischer.”

Al día siguiente, Lemus pudo entrevistar a Spasky, “un perdedor lleno de encanto y tiernos ojos azules, y pensé al verlo: ‘Ojalá hubiera ganado él.’” Recuerda, además, que la conversación fue fluida y agradable.

Su interlocutor era todo un profesional que elogió el juego de su contrincante.

La historia con Bobby Fischer fue distinta. El aje-drecista sólo había dado entrevistas de televisión a la bbc británica y a la abc norteamericana. Un colega le presentó a Silvia al agente de prensa del ajedrecista, quien la condujo al jugador. El intermediario le ase-guró que éste daría la entrevista, advirtiéndole que el horario de Bobby era extraño: dormía de día al regre-sar de una discoteca a las seis de la mañana y no se le-vantaba sino hasta las cuatro de la tarde. La periodis-ta mexicana pensó que podría hablar con él al día si-guiente, antes de salir a bailar. Esperó en el lobby, lista con su equipo de televisión, pero Fischer pasó de largo sin mirarla, se subió a una limusina y partió. El agente le sonrió y le dijo: “Espéranos, hoy regresará tempra-no.” No fue así.

En esa época del campeonato de ajedrez, las no-ches de Islandia eran largas y las iluminaba un sol precario. “Fischer volvió y yo me fui a dormir. Al día siguiente, la misma historia. Sólo que esperé has-ta las 5:30 de la mañana, cuando regresó Fischer y se apiadó de mí, me ofreció una disculpa y me dijo: ‘Esta tarde, a las cinco, venga a mi suite.’ Lo hice. Su

agente abrió la puerta y me pidió esperar: Bobby iba a comer. Llegó una alta, rubia y bella muchacha is-landesa con una bandeja llena de platillos.” Una hora más tarde el agente la remitió ante la presencia del gran hombre de entonces 24 años y Silvia regresó a México con dos trofeos: Spasky y Fischer.

Zabludovsky apadrinó la carrera de Lemus en te-levisión, que más tarde se consolidaría como entre-vistadora en el Canal 22 con su serie Tratos y Retra-tos, la cual inició transmisiones el 17 de julio de 1993, con una entrevista con Gabriel García Márquez, en Cartagena de Indias, a quien conoció siendo muy jo-ven cuando trabajaba como copywriter en McCann Erickson —una agencia de publicidad— con Jomí García Ascot y Emilio García Riera. Aquella conver-sación versó sobre El amor en los tiempos del cólera y se llevó a cabo, como lo recuerda la entrevistadora, en la placita donde Florentino Ariza le hacía el corte-jo a Fermina Daza.

Anécdotas como ésta también forman parte de Tratos y retratos, publicado este mes por el Fon-do de Cultura Económica. Es un volumen que re-coge 25 entrevistas y que la propia autora define así: “Más que charlas al vuelo son conversaciones

Silvia Lemus o el arte de retratar

las razones de una obra y una vidaS A N D R A L I C O N A

RESEÑA

Lo que fue una serie de conversaciones transmitidas por televisión es hoy un volumen en espera de lectores que quieran conocer a una estimulante ristra de escritores y pensadores del siglo XX. Silvia Lemus es una ducha entrevistadora que ahonda en los porqués de una

vida dedicada al arte o la investigación. Con su buen trato, logra estupendos retratos de estos hombres y mujeres clave

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EL FONDO EN LA FIL

que exploran las razones de una obra artística o los motivos de una postura ante el mundo. El entre-vistado habla de su vida profesional, como quien se para frente al mundo para dejar ver su verdadero rostro, o bien confiesa lo que quizás nadie le había preguntado.”

Una fila de personalidades de los más diversos orígenes artísticos y sociales, desde su propio espo-so Carlos Fuentes (1928-2012) hasta la actriz de cine Jeanne Moreau, con quien se encontró en París, pa-sando por autores como William Styron, Jorge Sem-prún, Günter Grass, Toni Morrison, Susan Sontag y Derek Walcott, entre otros, hasta el ex presidente español Felipe González, conforman este rosario de conversaciones.

A diferencia de algunos periodistas de a pie, que siempre buscan la declaración sobre el tema coyun-tural o que se conforman con la entrevista “ban-quetera”, Lemus conoce muy bien a cada uno de sus entrevistados no sólo porque ha leído sus obras sino, en la mayoría de los casos, porque mantiene una relación de amistad con ellos o de franca cerca-nía porque fueron allegados a su compañero Carlos Fuentes, cuya figura e ideas aparecen o transitan por varias de las charlas bien como referencia, bien a manera de evocación.

Los ejemplos abundan y para muestra sobran los botones. “Arthur Miller nos esperaba en el andén de la estación de trenes de Roxbury, Connecticut. Carlos lo conocía muy bien y le hizo la invitación para que pasáramos un fin de semana en Connecti-cut junto con Inge, su esposa austriaca, y su hija Re-beca. Lo vimos desde la ventanilla del tren. Era in-confundible ese monstruo de la dramaturgia nor-teamericana. Inge nos recibió en su casa con gran afecto. Conocía a Carlos porque años antes le hizo fotografías en una de sus estancias en París, donde ella estuvo en el taller de Cartier-Bresson.”

Y lo mismo cuando se refiere a su encuentro con Susan Sontag. La conoció, narra en este libro, “cuan-do aún no tenía el mechón de canas. Yo llevaba po-cos años de casada y habíamos viajado a Nueva York con mis hijos. Ella estaba en su viejo departamento, también con su hijo: David Rieff.” Sobre Felipe Gon-zález, dice que lo vio por primera vez cuando éste le hizo una invitación a Carlos Fuentes para almorzar en la Moncloa: “Era el año 1990. Almorzamos los cuatro, él, su esposa Carmen, Carlos y yo. Después de la comida hicimos una caminata por los jardines y pudimos ver los árboles bonsái que cultiva. Nos ex-plicó que era una manera de relajarse. También le gusta cocinar y alguna vez intercambiamos recetas. Nunca se olvida del huitlacoche que probó en nuestra casa en México.”

Así, Tratos y retratos se puede ver como un espacio para la revelación de una vida y del esfuerzo necesa-rio para la creación. Cada pregunta o intercambio de ideas, o impresiones sobre un tema determinado, es una oportunidad para que el lector —y el espectador en su momento— sea testigo y cómplice de una vida. Acompañan a cada entrevista un breve texto —una especie de interludio entre las conversaciones, que el lector agradece— donde la autora recrea la cir-cunstancia de cada encuentro —como ya se ha ejem-plificado con anterioridad—, en algunos casos el leit motiv de la charla, o revela los lazos que la unen a su entrevistado, u ofrece detalles —a veces de manera prolija— de cómo conoció al personaje en cuestión y el tipo de relación que guarda con él o ella.

El libro incluye una amena conversa-ción —de las más largas del tomo, junto con la que realizó al escritor de origen in-dio Salman Rushdie—, rara avis en este volumen porque no se trata de un escritor, historiador o intelectual. Lemus habló con la actriz francesa Jeanne Moreau en París. Sin embargo, la periodista recuer-da que fue en Nueva York donde original-mente se encontró con ella por primera vez.

“La reconocieron mis hijos en el ele-vador de un hotel en Nueva York: habían visto algunas de sus películas y durante una sobremesa contaron que la gran ac-triz francesa estaba hospedada allí mismo. Más tarde, me crucé con ella en el lobby y le pregunté si me daría una entrevista para la televisión mexicana. Llevaba un vestido de seda, un peinado que la hacía parecer anó-nima ama de casa y un par de sandalias que no reflejaban el aura de una diva del cine.

Me miró sonriente, hablamos y las dos estuvimos de acuerdo en hacer la entrevista en París. Tiempo des-pués nos dimos cita en la casa editorial Gallimard […] Así, en uno de los salones del número 5 de la Rue Sebastian Botin, hablaría de su familia, su vida ante las cámaras, su vocación de actriz y sus recuerdos de México.”

Más allá de la circunstancia, de los temas sobre cine, la periodista logra de Moreau una de las anéc-dotas más ricas y divertidas de este Tratos y retratos. El pintor mexicano Rufino Tamayo hizo un retrato de Jeanne que sería publicado como portada de la re-vista Time. La actriz se lo cuenta así a Lemus: “Sí, me habían contactado de la revista Time porque la re-dacción había encargado mi retrato a un pintor que había sido muy famoso al inicio del siglo por sus re-tratos de hermosas mujeres y que se llama Jean-Ga-briel Domergue, ese pintor vivía en el sur de Francia y en ese momento tenía yo también mi propiedad en esa región y me dijeron:

”—Bueno, resulta que el señor Gabriel Domergue ha aceptado hacer su retrato y la vamos a poner en contacto con él. Yo me sentía muy honrada y halaga-da, pues en esos retratos las mujeres siempre apare-cían muy hermosas, evanescentes, envueltas en plu-mas y muselinas.

”En ese entonces llevaba yo mi cabello muy largo y tenía un vestido que Pierre Cardin me había dise-ñado especialmente para el retrato y que era abso-lutamente sublime, con crespones color verde agua. Llegué a casa de Gabriel Domergue muy bien arre-glada, con mi cabello largo, mi fleco, mi vestido ver-de, posé, me retiré, él siempre me saludaba y se des-pedía muy amablemente, volví cuatro veces seguidas y jamás osé mirar lo que había en el lienzo, pues él se escondía siempre tras el lienzo mientras pintaba; la cuarta ocasión me dijo:

”—Ya está terminado, he concluido, estoy encan-tado de haberla conocido —se inclinaba hacia atrás

para mirar el lienzo y continuaba—; es-toy muy satisfecho del cuadro. Yo estaba, pues, convencida de que le había gustado mucho el retrato y le dije:

”—¿Sabe?, me encantaría mucho ver el cuadro antes de marcharme.

”Y él respondió:”—Pero por supuesto, venga a verlo,

venga.”Me acerqué y veo en el lienzo una mu-

jer rubia, con el cabello muy corto, rizado, vestida de verde y reconozco en ella a la esposa del pintor. Sólo dije:

”—¡Oh, es verdaderamente formidable!”Me fui, subí a mi auto y pensé para

mí: ‘Pero es que es un loco: este hombre está tan obsesionado con su mujer que me mira durante seis horas, cuatro veces se-guidas, y acaba pintando sólo a su mujer.’ Entonces tomé el teléfono y hablé a Nueva York; me preguntaron:

”—Y bien, ¿está terminado el retrato?”—Sí —contesté.”—¿Y ya lo tiene, quedó bien, qué le pareció?”—Sí, está terminado, quedó magnífico pero ocu-

rre que no soy yo.”Les expliqué que me parecía magnífico de parte

de un artista ser incapaz de darse incluso cuenta de sus obsesiones, pero justamente por eso debía acla-rar que no tenía yo tiempo para estar posando para otros, pues tenía otras cosas por hacer. Y fue en-tonces que ellos tuvieron la idea de que me pintara Tamayo.

”sl: Ah, ¡qué historia!, entonces se hizo un segun-do cuadro.

”jm: Sí, un segundo cuadro, y así fue como conocí al señor Tamayo.

”sl: ¿Y cómo hizo con Tamayo?, ¿usted fue a Mé-xico o vino él a París?

”jm: No, no, yo fui a su casa, posé varias veces, y estuve viendo ese retrato que me pareció magnífico: es como una estatua, se trata de un lienzo que me re-presenta como una estatua.

”sl: Pero sí se le parece.”jm: Sí, aunque me representa sobre todo interior-

mente: eso es lo que importa, la representación inte-rior. Es una especie de fuerza: a veces, cuando ten-go momentos de duda, de debilidad o de fragilidad, pienso en el cuadro de Tamayo y me digo: ‘No, Jean-ne, mira: tú puedes también ser fuerte.’”

Sin duda el tono de las conversaciones varía según el personaje. Las hay absolutamente serias, aunque casi todas mantienen un matiz intimista. Las hay también —las menos— más distantes, ya sea por el tema o la personalidad del entrevistado. Es el caso de la entrevista que Silvia realizó con el escritor nor-teamericano William Styron, a quien también cono-ció cuando ya estaba casada con Fuentes y eran muy amigos. A pesar de frecuentarse durante los veranos que pasaban en Martha’s Vineyard, mismo sitio don-de Styron vivía en esa época, a lo largo de la charla éste se muestra hasta cierto punto parco y un poco malhumorado.

La entrevista más antigua —la que cierra el libro, pues están presentadas de adelante hacia atrás— es precisamente la que sostiene con su esposo Carlos Fuentes, a principios de los años ochenta. Aunque Silvia se esfuerza por mantener su postura de pe-riodista frente al personaje, es casi imposible que la conversación se desarrolle de manera natural, por los guiños de complicidad, por las situaciones que se dan por hecho y porque Fuentes siempre fue un maestro de la oratoria, del diálogo casi para sí mismo.

Al final, como Lemus escribe en la presentación, el arte de la entrevista es un género literario que re-úne todos los aspectos de la escritura: el carácter in-clusivo de la crónica y la trayectoria profesional del entrevistado, así como el ensayo de una manifesta-ción personal de las ideas. También muestra la esce-nografía misma de la conversación y la capacidad de expresión que tiene cada entrevistado ante la cáma-ra y los micrófonos. Ella logra todos estos aspectos a lo largo de las más de 300 páginas que conforman este volumen.�W

Sandra Licona es periodista.

SILVIA LEMUS O EL ARTE DE RETRATAR LAS RAZONES DE UNA OBRA Y DE UNA VIDA

TRATOS Y RETRATOS

S I L V I A

L E M U S

tezontle

1ª ed., 2013, 335 pp.

978 607 16 1691 3

A diferencia de algunos periodistas de a pie, que siempre buscan la declaración sobre el tema coyuntural o que se conforman con la entrevista “banquetera”, Lemus conoce muy bien a cada uno de sus entrevistados no sólo porque ha leído sus obras sino, en la mayoría de los casos, porque mantiene una relación de amistad con ellos o de franca cercanía.

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EL LIBRO SALVAJE

J U A N V I L L O R O

El éxito de este título es implacable: desde su primera edición, hace cinco años, millones de ejemplares han circulado por todo el país, ya sea como parte de nuestra colección 18 para los 18, en algunas de las seis reimpresiones que hemos realizado o mediante la Secretaría de Educación Pública. Así que, para arrancar los fe stejos del 80 aniversario del Fondo, preparamos una nueva versión de este consentido de casa, vestido ahora con tapa dura y cargado con una nueva intervención gráfica de Martínez Meave, llena de color e irremediablemente cautivadora. De esta forma, esperamos llevar a nuevos lectores las aventuras de Juan y Catalina, esa dupla que se enfrenta al rebelde Libro salvaje y que descubre, en sus intrincadas páginas, un secreto que sólo le sería revelado al lector que lo atrapara. Además de este título destinado a los jóvenes lectores, en el Fondo hemos publicado dos obras de Villoro: Tiempo transcurrido. Crónicas imaginarias (1986) y Las golosinas secretas (1995).

los especiales de a la orilla del viento

Ilustraciones de Gabriel Martínez Meave

2ª ed., 2013, 232 pp.

978 607 16 1629 6

$265

ACTA EST FABULA

J O S É K O Z E R

De origen cubano, José Kozer nació en La Habana en 1940 y a los 20 años migró a Estados Unidos, donde se volcó a la escritura e investigación de la literatura luso-brasileña. Poeta, narrador y ensayista, ha publicado media centena de libros, dos de ellos, además de éste que acabamos de lanzar, en el Fondo —Bajo este cien (1983) y Ánima (2002)—. En este nuevo título de poesía, cuyo nombre proviene del clásico proverbio latino con el que se indicaba el final de una comedia, y que también se reconoce como las últimas palabras pronunciadas por el emperador romano César Augusto antes de morir (a las que les sumó un: plaudite —aplaudir—), Kozer presenta poco más de 120 poemas en los que sus sonidos particulares y únicos, sus imágenes acopladas y sincopadas, sus recuerdos, angustias y referencias diversas, transportan al lector de Odesa a los horizontes caribeños, de Nueva York a París. Obra portentosa del ganador del premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2013, a uno no le queda más que decir “plaudite” al cerrar sus páginas.

poesía

1ª ed., 2013, 364 pp.

978 607 16 1641 8

DE LIBERTADES FANTASMAS O DE LA LITERATURA COMO JUEGO

J O S É D E L A C O L I N A

Creador de cuentos memorables, de crónicas, críticas literarias, ensayos y reportajes que no dejan de ser referentes para miles de lectores (y que le valieran, en 2005, el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez que otorga la fil de Guadalajara), De la Colina es un autor audaz, irónico y siembre lúcido que ha estado presente en el escena cultural del país desde su llegada a México con el exilio español hasta nuestros días. En este libro de ensayos, tan serios como divertidos, entrega una variedad de miradas al campo de juego de la literatura en el que autores como Dante, San Juan de la Cruz, Cervantes, Coleridge, Borges e Italo Calvino conviven con personajes míticos del cine, las tiras cómicas y aun de la misma Historia. El juego retórico facilita no sólo el goce de la literatura como “un vicio impune”, sino además una apertura de vistas al reino de las libertades imaginarias o libertades fantasmas, pues quizá, según el autor, no existan otras. Además de este título, en 2004 publicamos Traer a cuento. Narrativa (1959-2003).

letras mexicanas

1ª ed., 2013, 304 pp.

978 607 16 1643 2

E scribió Marcelo Uribe sobre Jaime García Terrés algo que, ajustando los tiempos verbales, puede decirse de él: “Como muchos poetas que incursio-

nan en otros terrenos, su labor estuvo orienta-da siempre por la imaginación poética. Aunque estaba presidida también por la ironía, por la generosidad, por la elegancia, por la tolerancia, era el poeta siempre el que cerraba el círculo.” Y es que el destinatario este año del Reconoci-miento al Mérito Editorial que otorga la fil es, aunque de ello no dé cuenta de inmediato su hoja de vida, un poeta. Importa poco que for-malmente su producción sea magra: quien re-vise con detenimiento lo hecho en las últimas cuatro décadas por el hoy director de Edicio-nes Era comprobará fácilmente que detrás de las traducciones, las publicaciones, los ensa-yos, incluso las gestiones a favor del gremio, está un tejedor de versos.

E n 1987 el Fondo publicó Las delgadas paredes del sueño, un muy breve volu-men con versos largos y melancólicos. Debieron pasar más de dos décadas

para que Uribe diera a las prensas, ahora las de Almadía, otro libro suyo, igualmente escueto: Última función, en el que se reúnen casi setenta poemas, casi todos de pocos versos. En ellos se manifi esta ese ojo que mira con agudeza lo no evidente, que atrapa la anomalía entre tanta cosa común y la revela con economía de recursos.

P ara los que trabajamos en el Fondo, Marcelo es uno de los nuestros, pues en los años setenta y principios de los ochenta tuvo a su cargo la edición

de esta revista, dirigida a la sazón por Jaime García Terrés, quien “decidió confi arme la se-cretaría de redacción de esta Gaceta cuando yo tenía 22 años. Este acto, en buena medida irresponsable de su parte, contribuyó a de-fi nir el camino de mi vida hasta el día de hoy, casi treinta años después. Durante cinco años exactos, hice mes con mes La Gaceta al lado suyo, un privilegio que siempre me acompaña-rá. Fui aprendiz en su taller.” Escrito hace casi una década para un número de aniversario de esta publicación, Uribe volvía a su estrecha relación con ese gran director del Fondo que fue don Jaime, de quien Marcelo preparó una antología de poemas con el propósito de man-tener viva su voz entre los lectores de hoy: De piedra en piedra (cnca, 2006).

T ambién ha traducido para el fce. En 1983 se publicó su estupenda versión de La herida y el arco, libro de ensa-yos de Edmund Wilson (casualmente

mencionado en la página 8 de esta entrega), en la que se logra el frágil milagro de que el texto, erudito y penetrante, cargado de sutilezas, pa-rezca concebido en nuestra lengua. También se ocupó de poner en castellano Sueño del ca-mino maya: el chamanismo ilustrado de Yuca-tán, de Richard Luxton y Pablo Balam, obra que ya no está disponible. Tras dejar el Fon-do, Marcelo emprendió estudios de literatura en la Universidad de Maryland, donde además fue investigador. “Cuando decidí irme de Mé-xico […] García Terrés me reprendió suave-mente. Para él no era el momento, aunque yo estaba seguro de que debía aceptar la oportu-nidad que se me abría”, recordó el editor ho-menajeado en nuestras páginas.

Segunda Era

C A P I T E L

DE DICIEMBRE DE 2013

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D I C I E M B R E D E 2 0 1 3 3 7

LA HISTORIA DE UN PAÍS EN CARICATURASCaricaturas mexicanas de combate (1821-1872)

R A F A E L B A R A J A S D U R Á N ,

E L F I S G Ó N

Antecedida por El país de El Ahuizote. La caricatura mexicana de oposición durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), Posada: mito y mitote. La caricatura política de José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manila y El país de El Llorón de Icamole. Caricatura mexicana de combate y libertad de imprenta durante los gobiernos de Porfirio Díaz y Manuel González (1877-1884), esta nueva obra de El Fisgón se inscribe en la veta historiográfica de este caricaturista que ha recuperado parte importante de la historia gráfica y de la ilustración política en México. En este volumen, originalmente publicado por Conaculta en 2000, son revisados los dibujantes decimonónicos políticamente comprometidos con el bando liberal cuya obra fue publicada en la llamada prensa de combate y, desde ahí, el autor analiza la intensa actividad, tradición, significados e influencias de estos caricaturistas en periodos tan relevantes de la historia nacional como el triunfo de la Independencia, la Intervención francesa, el Segundo Imperio mexicano y el gobierno de Juárez durante la segunda República Restaurada.

tezontle

2ª ed., 2013, 592 pp.

978 607 16 1654 8

UNA INTRODUCCIÓN A OCTAVIO PAZ

A L B E R T O R U Y S Á N C H E Z

Paz fue un autor sumamente prolífico, que escribió miles de páginas en las que la poesía, el ensayo, el pensamiento dieron sus mejores frutos; así lo demuestran sus Obras completas editadas por el Fondo en 15 volúmenes y el premio Nobel de Literatura que le fuera concedido en 1990. En esta pequeña obra, ampliada y revisada por el autor de Los nombres del aire, se ofrece una introducción a la obra de Octavio Paz en la que se fijan sus coordenadas creativas, se explicitan sus búsquedas intelectuales y se cruza su obra con su biografía. Originalmente redactada por invitación de Charles Scribner’s Sons para formar parte de un diccionario de autores publicado en Nueva York, posee un tono conciso y una presición analítica que, lejos de empobrecerla, la hacen ser una pieza maestra para conocer el complejo y vasto mundo literario del también fundador de la revista Vuelta. Paz pensó la poesía como revelación, creación y acción, y Alberto Ruy Sánchez retoma esa idea como guía de su libro, pues la considera clave en la vida y la obra de este autor.

breviarios

1ª ed. aumentada, 2013, 167 pp.

978 607 16 1649 4

DIÁLOGOS DE BIOÉTICANuevos saberes y valores de la vida

J U L I A N A G O N Z Á L E Z V .

Y J O R G E E . L I N A R E S

( C O O R D S . )

Reflexionar la vida y sus valores ha sido una tarea inagotable para científicos y filósofos en los últimos años: los progresos en la biociencia y la biotecnología, así como los agitados cambios sociales, económicos y políticos han dado lugar a nuevos dilemas que hacen necesario ampliar la discusión en torno a la bioética. Como una respuesta a esta necesidad, este libro reúne las reflexiones de 34 académicos de diversas disciplinas, resultado del Seminario de Investigación en Ética y Bioética de la unam. En ellos se sostiene un intenso diálogo con el que se busca, por diferentes vías, responder a esas inquietudes científicas y humanísticas desde la perspectiva de la bioética, además de analizar y descartar diversos tipos de determinism os genéticos, intolerancias y concepciones excluyentes. La obra está dividida en dos grandes partes: la primera comprende los capítulos dedicados a las ciencias de la vida; la segunda, los enfocados a la filosofía y la literatura. Cada uno de ellos, sin embargo, llevan incorporado el diálogo interdisciplinario y, con él, la invitación a borrar las fronteras que separan las ciencias y las humanidades.

filosofía

1ª ed., fce-unam-Facultad de Filosofía y Letras-

Programa Universitario de Bioética, 2013,

663 pp.

978 607 02 4508 4

Y a de regreso en México, Uribe se sumó a las fi las de Ediciones Era, otra ocasión para hacer de apren-diz bajo la tutela de Neus Espresate

y Vicente Rojo (y al lado de Paloma Villegas). No es fácil gestionar un sello con esa prosapia y esa inventiva, pero Marcelo ha sabido apro-vechar las inercias y generar nuevo ímpetu para seguir picando en las piedras literarias de nuestra lengua, de donde no dejan de salir mi-nerales valiosos, y para extender, adaptadas a los tiempos que corren, las ideas políticas que han animado a Era. Convicciones profundas sobre el carácter transformador de la palabra impresa, tanto en lo individual como en lo co-lectivo, subyacen a la creación de esa empresa, que nació aprovechando los tiempos muertos de la Imprenta Madero. En un ensayo sobre la edición independiente, Marcelo sintetizó su credo sobre lo que esa casa editora y muchas otras afi nes a ella han hecho y pretenden ha-cer: “Casi todos los proyectos editoriales en el mundo han surgido como iniciativas indivi-duales de dar a conocer libros, de difundirlos. Es preciso reconocer que la enorme mayoría de estas iniciativas surge de esa necesidad: dar a conocer algo, difundir algo, desde luego como un negocio que se sostenga, pero con un pro-pósito que lo antecede.”

E n Era seguimos encontrando la obra de escritores de vanguardia, no por-que necesariamente sean experimen-tales sino porque representan la pri-

mera línea de la creación literaria, como el efi -cacísimo Eduardo Antonio Parra, Ana García Bergua —ganadora en este 2013 del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz— o el in-novador Martín Solares ahora en su faceta de teórico literario por la vía del garabato. Asimis-mo, en su catálogo encontramos a pensadores que cuestionan los valores aceptados, como el heterodoxo Robert Brenner, autor de La econo-mía de la turbulencia global, o académicos pe-netrantes como Adolfo Gilly. Hay asimismo un perdurable interés por los libros ilustrados, en los que suele intervenir, sea de manera directa o como inspiración, el propio Rojo, tan juvenil y creativo como cuando ideó la editorial.

R eacio a expresarse por escrito, punti-lloso al hacerlo oralmente con una voz dos veces grave, Marcelo Uribe ha sido un activo promotor de mejo-

rías en el mundo del libro en nuestro país, y aunque sabiamente ha escurrido el bulto para encabezar la cámara de los editores no le ha es-catimado tiempo en alguna de las muchas co-misiones y grupos de trabajo con que desde esa organización se enfrentan los líos gremiales. Sin duda él lo negará, pero su modo personal de entender los problemas del libro en nuestro país sentó las bases de lo que sería la ley del li-bro —la exposición de motivos que hizo suyo el Congreso de la Unión tiene su impronta—, aunque también hay que decir que es uno de los más severos críticos de la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, un engendro que no ha producido los efectos benéfi cos que busca-ron sus promotores, ni los catastrófi cos que au-guraban sus detractores. Marcelo sabe que “el mercado del libro no es un mercado de deman-da, sino de oferta, es decir, para que un libro encuentre a su lector hay que acercarlo a él, po-nerlo en su camino. Es el libro el que busca al lector.” Es discutible que ésa sea la naturaleza de todos los libros, pues hay muchos que, sin menoscabo de su calidad, responden prísti-namente a las necesidades del lector, pero no hay duda de que concebir así al mercado libres-co permite abordarlo de un mejor modo.

A mante de la comida tailandesa, me-lómano, negociador feroz en la de-fensa de los derechos de sus autores, conversador que sabe adaptarse al

tipo de persona con que dialoga, Marcelo Uri-be recibe con este reconocimiento su merecido por venir haciendo, primero junto con Neus y ahora por sí mismo, una nueva Era.

tomás granados salinas

NOVEDADES

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DE NÉGUEV A ATEMAJAC

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Es el futuro. El mundo como lo conocemos ha dejado de existir. Una adolescente de 17 años escribe un dia-rio y, gracias a él, nos en-teramos de que está ence-rrada en algo que en todo se asemeja a un campo de concentración —alimento repugnante e indistingui-

ble arrojado de tanto en tanto al interior de la cel-da-habitación, regaderas que sólo se activan unos pocos minutos al día, incesantes gritos desgarra-dores provenientes de los rincones más lejanos—, pero que rápidamente se nos hace saber que es una clínica para enfermos mentales.

En la mejor tradición de la narrativa clásica, la ac-ción de La piel de Juliette, la primera novela de la jo-vencísima autora estadounidense Tahereh Mafi, arranca de verdad cuando un extraño llega al pueblo. O, mejor dicho, a la celda de Juliette Ferrars, la narra-dora y protagonista. Entre su escritura desgarrada y fragmentada, pudorosamente censurada a ratos por medio de tachones que sin embargo permiten atisbar al lector su contenido, se permite adivinar que el ex-traño no lo es tanto. Su nombre, Adam, resulta fami-liar, pero, sobre todo, son sus profundos ojos azules los que llevan a Juliette al pasado y le remueven sen-saciones que vienen desde antes de que estuviera en-cerrada, de cuando todavía era una niña que apenas comenzaba a enviar señales a sus padres y al mundo entero de no ser del todo normal.

Porque Juliette no es normal. En palabras de otros, que ella ha vuelto propias, es “un monstruo”. Algo tiene su toque, nos tardamos en averiguar exac-tamente qué (y, de hecho, nunca se explica del todo) que mata, que es letal. Su pasado guarda una culpa excesiva para alguien tan joven a causa de la muerte,

la destrucción y el aislamiento que ha ido imponien-do a su paso, merced de su extraño y horripilante don. Juliette, al comienzo de la novela, vive una vida mucho más cercana a la muerte que a la existencia prometedora de una adolescente.

Todo eso cambia con la llegada de Adam. Adam, quien pronto, a pesar de los recelos y las dudas, se re-vela como aquel primer Adam, aquel primer hombre de la mitología de Juliette, que trae consigo el cobi-jo, la esperanza en forma de un tatuaje de pájaro que —en una aparente coincidencia que es todo me-nos eso, aunque no termina de resolverse en este volumen y previsiblemente se resolverá en algún momento de la saga— es idéntico al pája-ro que Juliette sueña en sus breves mo-mentos de escape de la opresiva realidad. Adam trae consigo, en fin, la libertad, el amor y la promesa.

Y quizás en esto, en la historia de los dos adolescentes que aprendieron a ver-se y a amarse desde sus terribles infan-cias respectivas —Juliette fue siempre rechazada por unos padres que la perci-bían como anormal y repulsiva, mientras que Adam, en un ejercicio autoral mucho menos imaginativo, únicamente fue vícti-ma del abuso de un padre alcohólico—, es donde reside el tremendo éxito de la no-vela (de las novelas, en plural, pues esta obra, publicada originalmente en 2011 por Harper, es la primera de una trilogía cuyo segundo volumen, esperado con an-sia, apareció en lengua inglesa en febre-ro pasado); si bien el ritmo de la historia es flojo, la trama, inconexa y dispareja, y confía excesivamente en que el lector co-noce y ha consumido suficientes obras de este mismo género como para rellenar

por su cuenta las lagunas que va dejando la autora, quien no se detiene en minucias como explicar cómo funciona esta nueva sociedad distópica, cómo sobre-viven los que sobreviven y cómo adquirieron el po-der quienes lo detentan, la historia de amor entre el soldado fuerte, guapo y confiable y la muchacha que no puede tocar ni ser tocada vuelve a la novela un verdadero festín para la hipersensibilidad román-tica que caracteriza a sus jóvenes lectores. Porque, convenientemente, Mafi, de 25 años y residente en California, plantea que sólo el guapo soldado Adam es capaz (por razones que, al menos en este volu-men, no explica) de tocar a Juliette; el guapo soldado

Adam y el también guapo villano Warner, también muy convenientemente, ambos son capaces de tocarla sin sufrir ningún daño. Muy por el contrario, experimen-tan un placer que se describe con detalle, dando suficientes oportunidades a Mafi para crear escenas de encendido deseo y tórrido romance, del tipo de aquéllas en las cuales son pródigas las novelas perte-necientes a series como Crepúsculo o Los Juegos del Hambre, sin duda, parte muy importante de su éxito entre el público.

También, como en estas sagas, aquí hay un triángulo amoroso. Al romántico y rubio Adam se contrapone el malvado y atormentado Warner, un joven de 19 años que, al igual que Adam, ha crecido obse-sionado con Juliette —aunque, a diferen-cia del recto y decidido soldado, se siente atraído no por la bondad de la mujer in-tocable, sino por su condición letal y su maldad potencial— y que, en cuanto tie-ne oportunidad, la atrae a su lado y busca poseerla, no sólo en términos físicos, aun-que la novela no llega al punto de hacerlo

EL FONDO EN LA FIL

De pieles, encierros y medianíasJ U A N A I N É S D E H E S A

RESEÑA

“Mírame y no me toques”, podría decir la protagonista de esta novela a quien admire su belleza, pues su epidermis es un arma mortal. Ése es uno de los misterios esenciales de la novela de Tahereh Mafi , ambientada en una sociedad por venir, en la que nada es como

lo conocemos hoy. Presentamos aquí una reseña de la obra elegida por la Universidad de Guadalajara para el efi caz programa Cartas al Autor

LA PIEL DE JULIETTE Genio y drama

T A H E R E H

M A F I

a través del espejo

Traducción de Juan

Elías Tovar Cross

1ª ed., 2013, 324 pp.

978 607 16 0981 6

$160

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explícito, sino en términos totales: Warner pretende convertir a Juliette en su arma de destrucción exclu-siva y, sobre todo, volverla su aliada en sus planes de dominación mundial. Para complicar todavía más un escenario que ya de por sí pretende ser complica-do (sin lograrlo del todo), Juliette ama tierna y arre-batadamente a Adam, pero al mismo tiempo sien-te una atracción fulminante por Warner que busca ocultar y reprimir a toda costa.

Como deja bien asentado la reseña de esta novela publicada en su momento por Kirkus Reviews, La piel de Juliette no aporta nada original al género. Muy por el contrario, se echa de ver muy rápidamente que es la primera obra de una autora joven y dueña de más entusiasmo que oficio. Esto es notorio incluso en la aseada traducción de Tovar Cross: la voz de la na-rradora, en su tono urgente y su obsesión por encon-trar imágenes muy novedosas y falsamente evoca-doras —“la quijada me cuelga de las agujetas”, es un ejemplo típico de su afán por adoptar un estilo que busca ser fresco y sólo resulta engorroso—, termina por cansar al lector y, de hecho, sólo las constantes alusiones a su belleza y atractivo físicos permiten justificar que todos los hombres a su alrededor cai-gan rendidos de amor y devoción, pues su persona-lidad no llega a desarrollarse del todo. No es, pues, una obra que traiga nada nuevo a un género que, por lo demás, si nos atenemos únicamente a las cifras de venta, las numerosas traducciones y hasta los planes para hacer películas de la trilogía, parece ser que no lo necesita y que goza de cabal salud.

Sin embargo, algo tiene esta novela que, por lo me-nos para los estudiosos del género, es ampliamente rescatable: el uso del cuerpo como gran metáfora del conflicto adolescente. Dentro del ámbito de la litera-tura juvenil, el tema del cuerpo es de vital importan-cia, pues de algún modo representa la arena donde se dirimen todas las controversias que ocurren en-tre el adolescente y el mundo que lo rodea. Si hemos de creer a la crítica de literatura infantil y juvenil Roberta Trites, el asunto de la literatura para jóve-nes —y, casi, de la adolescencia en su conjunto— es, sobre todo, el poder; el poder que el joven tiene que conquistar, el que se le niega, el que se le impone, el que ejerce de una manera decidida, valiente, incons-ciente o contundente. Y, en ese sentido, la novela de Mafi no se queda atrás: al principio de la novela, Ju-liette vive encerrada de muchas formas y en muchos espacios. Está, sí, encerrada en la celda de la clínica y es presa absoluta de sus remordimientos y sus de-solaciones, de su mente que no encuentra más es-cape que la escritura compulsiva, pero, sobre todo, es presa de su cuerpo, de la piel que le da título a la versión castellana de la obra (el título original es Shatter Me, “hazme añicos”). En un momento vital en el cual ansía el contacto con el otro, tiene que re-primirse, so pena de aniquilar a quien se ponga en su camino. Conforme la novela va avanzando, Juliette toma el control de su propio cuerpo —en una escena, inclusive, es capaz de verse en un espejo por prime-ra vez en años— y no sólo aprende a disfrutar de él a través del contacto con los inmunes Adam y Warner, sino que al terminar recibe un regalo que le permi-tirá liberarse de sus principales miedos y moverse por el mundo sin necesidad de lastimar a nadie con su contacto.

Al terminar la novela, Juliette dice “Estoy lista”, y se entiende que esto da lugar a la próxima entrega de la serie. Con toda probabilidad, el lector acostum-brado a este tipo de narrativa esperará con ilusión, contará los días, hasta que ésta llegue. El lector me-nos fanático, quizá, se dará por bien servido con este primer volumen y no se inquietará demasiado por seguir la suerte de la muchacha intocable y sus com-pañeros de distópica aventura, pero sin duda la ex-periencia de esta primera novela de Mafi dejará algo en todos sus lectores y, sin ser nada extraordinario ni revolucionario para el género, se dejará leer y has-ta abrirá espacios para la reflexión.�W

Juana Inés Dehesa, escritora, editora y especialista en obras para niños y jóvenes, es autora de las novelas Pink Doll y Rebel Doll, así como del libro de reciente publicación Treintona, soltera y fantástica. Manual de supervivencia.

EL FONDO EN LA FIL

DE PIELES, ENCIERROS Y MEDIANÍAS

No es difícil saber dónde ubicar a Isol, la ilustra-dora y autora argentina ganadora del premio As-trid Lindgren: ella habita el rincón de los chicos, en el doble sentido del término: el de los peque-ños y el de los niños; es decir, el de los que no im-

ponen las convenciones, sino que las padecen.¿Cómo saber que no soy un perro, si es de un

perro de quien me siento más cerca? ¿Cómo pue-de ser que alguien bueno haga cosas malas? ¿Por qué te castigan y dicen mentiroso si inventas cosas y luego alaban tu creatividad si cuentas historias estrafalarias?

La vida de los niños está asediada por inquietu-des como éstas, que he entresacado de los libros de esta autora argentina. Preguntas similares nos han agobiado a todos durante la infancia. Luego hemos aprendido a silenciarlas o eludirlas, a (sobre)vivir en la Gran Costumbre, como decía aquel gran crono-pio, también argentino.

Los libros de Isol recuerdan a los adultos las ra-zones por las cuales puede ser considerado verdade-ro lo paradójico. A los niños les habilitan un espacio para que puedan “trabajar” las inquietudes que los develan.

Isol no sólo las escribe. También las trabaja con un recurso estilístico que los niños —que todavía miran los libros y no sólo los leen— comprenden con facilidad y ventaja frente a los adultos. Por ejemplo, al mostrar la discrepancia entre lo que dicen las pa-labras y lo que dicen las imágenes, o los cuerpos di-bujados y sus sombras.

Como acontece con los maestros del álbum, el arte de Isol no está en las imágenes (que son ela-boradamente desprolijas) ni en las palabras (tan cuidadas), sino en la interrelación entre ambas: es decir en la síntesis que hace el lector/observador (alguien que puede leer o escuchar unas palabras al tiempo que observa con detenimiento la página del libro).

Como el niño de “El traje nuevo del emperador”, la autora e ilustradora no vacila en comentar con desparpajo aquello que los demás eluden.

Pero a diferencia de Andersen, que supone que la discrepancia entre lo que los niños perciben y las convenciones que rigen la vida adulta es un proble-ma moral que se puede resolver, Isol reconoce que todas las convenciones (de entrada el propio lengua-je) son por naturaleza confl ictivas y que los confl ic-tos que ellas generan son irresolubles, y, por lo tan-to, que hay que aprender a vivir con ellos sin que nos abrumen. Por esto Isol los convierte en una fuente de gozo, complicidad y refl exión.

Y es justamente eso lo que les dice a los niños: si-gue observando y no te preocupes por no entender. Formula en voz alta todas las preguntas que te ven-ga en gana. Aun si nadie te responde, no estás solo. Alguien te acompaña en tu perplejidad, a ti y a todos los pequeños en este mundo amenazante y absurdo. Nunca lo olvides. Y sobre todo, diviértete.�W

Daniel Goldin, editor, promotor cultural y ensayista, creó y dirigió el proyecto de libros para niños y jóvenes del Fondo. Actualmente está al frente de la Biblioteca José Vansconcelos.

Isol y la complicidad con los niños

D A N I E L G O L D I N

ARTÍCULO

Isol estará presente en la FIL, aunque no nos trae un libro nuevo. Este breve texto del editor que la “descubrió” ofrece

una vía para entender y gozar las obras de esta singular creadora, cuyo punto de vista narrativo tiene el mérito de

ponerse a la altura de los niños que leen—sus libros o el mundo en general—, como destacó el jurado del premio

Astrid Lindgren, uno de los principales en el mundo, que le fue otorgado este año

Page 40: De Néguev a Atemajac - fondodeculturaeconomica.com · deslumbrante ojeada a los rollos del mar Muerto, una tesis sobre el estilo einsteiniano de pensar y convencer, un recorrido