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DE LO HUMANO Y EL LENGUAJE
Por
Mario Montoya Castillo*
Elizabeth Pinilla Duarte**
Adriana Yamile Suárez Reina***
Efraín Monroy Ramírez****
Un hombre se disuelve en su agua corporal como un terrón de sueño.
No es sólido ni líquido y su vapor se esparce y pierde, a la larga,
en actos y palabras. Momentáneamente sólido, momentáneamente erguido,
un hombre es un grumo. Rafael Courtoisie.
Introducción
Cuando las preguntas llegan a “fundamentos últimos”, la capacidad de preguntarse,
de interrogarse pareciera quedar anulada. Abordar hoy la noción de sujeto pareciera
admitir la necesidad de alejarse de la misma, como si se tratara de resistir ante la
fuerza de una verdad que aliena y encierra; ya no se trata de saber qué es el sujeto
sino de cuestionarnos el porqué de la pérdida de éste.
* Licenciado en Filología e Idiomas (EspañolFrancés), Magister en Ciencias del Lenguaje, Especialista en Docencia Universitaria, Especialista en Arte y Folclor, con estudios en de maestría en Literatura Comparada y estudios de maestría en filosofía. Actualmente es Coordinador de la Licenciatura en Educación con Enfasis en Humanidades y lengua Castellana y Profesor investigador de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Email. [email protected] Es investigador principal de la investigación: Pensar una escuela con valor para el siglo XXI.** Licenciada en Lingüística y literatura. Actualmente es profesora en el ciclo de Educación Básica en el Distrito Capital. Email. [email protected] Es investigadora auxiliar de la investigación: Pensar una escuela con valor para el siglo XXI.*** Licenciada en Lingüística y literatura. Actualmente es profesora en el ciclo de Educación Básica en el Distrito Capital. Email. [email protected] Es investigadora auxiliar de la investigación: Pensar una escuela con valor para el siglo XXI.
**** Licenciado en Lingüística y literatura. Actualmente es profesor en el ciclo de Educación Básica en el Distrito Capital. Email. [email protected] Es investigador auxiliar de la investigación: Pensar una escuela con valor para el siglo XXI.
Las objetivaciones que se han dado a través de la historia para determinar lo que debe
ser el sujeto son diversas. Esta es una noción que se ha abordado desde distintos
ángulos pero, finalmente, dichos ángulos encierran una misma finalidad: un cierre
determinante del sujeto sobre sí mismo. Según Kristeva, esa significatividad alude a
lo unario, es decir, estar sometido a la ley de lo primero, donde se le revela al ser
sujeto la verdad: poseer el dominio de sus pensamientos y de sus actos, ser
caracterizado por el supremo poder de su voluntad y su conciencia. Desde esta
supuesta verdad revelada al sujeto, se intenta hacer fracasar la idea antigua del
destino a través del deber ser, de hacer al sujeto irremediablemente cargo de
organizar su convivencia como ser social, lo cual redundará en una acción consciente
de la sociedad sobre sí misma y en la representación de la sociedad en tanto orden
colectivo.
El sujeto es puesto como el vector de la acción. El poder específico de criticar, de
negar, de invalidar, de destruir normas y modelos tiene como correlato el poder de
producir, de establecer otros tipos de modelos, pues se desplazó el centro de
gravedad: del ser hacia la representación del ser. Estar seguro de sí, ser dueño de sí
mismo, responder de sí ante sí mismo, es una exigencia constante del sujeto: éste es
más bien una tarea, una responsabilidad, un deber. Como ejemplos de estas
2
posiciones referenciamos las gestadas desde una óptica racionalista, sustento teórico
del liberalismo y del universalismo, concepciones a partir de las cuales se generaron
también propuestas como el comunitarismo y el contractualismo donde se piensa al
sujeto desde el orden de lo social, es decir, buscando un fin último compartido. En la
primera, se da la concepción liberal que busca fijar límites para el sujeto, tanto en su
esfera pública como en la privada, mediante la idea vana de la igualdad, ya que allí el
sujeto bajo el pretexto de la equidad, va quedando amarrado bajo una constante que
no le permite diferir de otros; así, el sujeto libre, va siendo presa de su propia libertad,
pues se convierte en algo inmóvil, donde cada sujeto “igual” se superpone a otro, de
modo que se va confundiendo con la totalidad; en la segunda, el uso específico de la
razón, en tanto uso, orienta al establecimiento de aquello que pueda ser obligatorio
moralmente hablando, de aquello que sea obligatorio porque no depende de gustos ni
de circunstancias y que sea universal porque lo pueda hacer suyo cualquier ser
racional. Esta construcción del sujeto cimbra la realidad, puesto que es éste, el sujeto,
quien ha de sacar de sí el sentido de la verdad, el valor, la belleza, etc.
Estas tendencias deterministas de positivar un sujeto que maneja y construye su yo, el
sentido de su estar en el mundo, dominándolo, no se han disuelto. Digamos que, en
sentido estricto, la noción de sujeto supone la imposición de un orden, de una
constitución sobre aquello que se funda como realidad. Es desde el sujeto que se
configuran las realidades puesto que es él quien puede conocerlas y dominarlas. Por
3
otro lado, como efecto de la emergencia de lo que llamamos hoy pérdida de
fundamento, han surgido posiciones paralelas que hablan de la pérdida del sujeto. Es
bajo esta óptica que surgen preguntas como: ¿se puede hablar hoy de sujeto, si se han
perdido los fundamentos?, es decir, si el fundamento era lo que le daba sentido a la
realidad y si éste se ha disuelto, el sujeto que debía conocer este sentido y dominarlo
también debe desaparecer puesto que ya no hay fundamento. Resulta muy complejo
pensar en un sujeto que gobierna un sin sentido, puesto que el sujeto es quien conoce
y el sin sentido se presenta como lo desconocido. Sin embargo, esta perspectiva no se
puede ver bajo el espejismo de la causalidad: la pérdida del sujeto no es el efecto de
la pérdida del sentido, ya que el cuestionamiento por el sujeto surge en el mismo
momento en el que éste se emplazaba como fundamento; es decir, el centro de
gravedad potenciado por una teología del cristianismo se desplaza a una ontoteología
–en el sentido de Heidegger en la que el sujeto, o el ente, pasa a posicionarse como
fundamento.
Desde el platonismo y después en el cristianismo el sujeto surge como aquel que es
responsable1 al ejercitarse para y cuidar de su muerte: el sujeto es responsable de su
muerte y debe seguir los designios de un ser superior que es el fundamento, pero que
también se esconde; ya en la modernidad el sujeto sigue siendo aquel que es
responsable pero ahora es él quien detenta el conocimiento y es ahora él quien ve la
luz. Es él quien está presente y es quien debe poseer la verdad. Sin embargo, como
4
nos dice Derrida, esta responsabilidad que se sustenta en el conocimiento pasa a ser
una irresponsabilidad, una herejía2, puesto que la responsabilidad pasaría a ser la
mera aplicación de una técnica. De esta forma, la responsabilidad pasaría a estar sin
fundamento, puesto que una problematización de la persona (de lo que realmente se
tiene que ocupar una responsabilidad práctica) nunca la ha habido. No se conoce qué
es la persona ni de qué debe ser responsable.
Acercándonos un poco a la propuesta ontoteológica de Heidegger, nos encontramos
de nuevo con un serparalamuerte en la que el ser ya no podría ser fundamento
puesto que encuentra la ausencia de éste al sentir la angustia de su nosermás –ahí:
única certeza, único fundamento que termina siendo un nofundamento. Antes la
muerte misma se podía presentar como fundamento puesto que era el medio para
llegar a la eternidad, pero ahora la muerte se presenta como ausencia de fundamento
puesto que ahora se vive la certeza de la finitud. Así pues, el sujeto ya no es tal
cuando se da cuenta de que no puede dominar la realidad o el conjunto de realidades
a las que está expuesto; no conoce el sentido de las palabras que le dicen lo que debe
ser y quién es él –existencia inauténtica en la que no se sabe qué se dice ni de lo que
del ser se dice.
El lenguaje, el trabajo, la vida, son realidades por las que el hombre está en el mundo,
pero no conoce el porqué de las mismas, no conoce su origen, no conoce su
5
extensión. Por consiguiente, tan sólo puede legitimarlas dentro de marcos de
referencia limitados que provean de sentido a su inmersión dentro de ellas. Sin
embargo, este sentido permanece en movimiento, cambia en un discurrir que se
repliega sobre sí mismo en un cuestionamiento que apunta a conocerlas, develarlas,
provocar su forma en un sinnúmero de relatos y de distinciones que sólo vienen a
llenar provisionalmente el vacío en el que el caos es su condición, en el anuncio de
que su historicidad no tiene un tiempo determinable, un origen asible. Es esta
potencia para forjar modos de ver la que viene a alivianar momentáneamente lo que
en Nietzsche encontramos como esa condición trágica del hombre al hallarse solo, sin
máscaras, frente al mundo.
6
Da capo
En efecto, a partir del momento en el que el discurso deja de resbalar por la
pendiente de un pensamiento que se interioriza y, dirigiéndose al ser mismo del
lenguaje, vuelve el pensamiento hacia el afuera...
Foucault
Los discursos se apoderan de nuestros comportamientos subrepticiamente. Discurso
implica, en su consideración tradicional, un discurrir, y ha tomado, dentro de su
evolución significativa, diversos matices como correr, caminar, pensar. Nosotros lo
podemos tomar, por el momento, como un movimiento incesante que nos envuelve.
Discurrir es moverse; sin embargo, en su movimiento mientras se habla, se fijan
fondos que ficcionan realidades, se marcan límites: fijar fondos en el discurso es
forjar terrenos en los que éste pueda asentarse como referencia para después dominar
y constituir sentidos, decidir qué puede ser verdad y qué no lo puede ser.
7
Se puede pensar en el discurrir como movimientos en líneas sin dirección
predeterminada que van conformando redes, tejidos; para ser red, debe haber uniones
y éstas son, a primera vista, puntos o nodos. Un punto es, ante todo, un
detenimiento, una parada, una estación: indicar y determinar es su particularidad.
Aunque es casi imperceptible, indica un final, pero también indica un centro. Sus
motivos de final son numerosos. Cuando se habla de “está en su punto”, se dice “está
hecho”, “está terminado”. Cuando se habla de “punto final” o de “punto aparte”, por
lo general, se ha hecho una determinación, se ha dicho una “última palabra”; cuando
se colocan dos puntos, hay una explicación que ayuda a sostener su determinación, la
justifica. El motivo de centro tiene, como los motivos de final, el objetivo de
establecer “el fondo”, el fundamento, sólo que en el motivo de centro, el punto no se
coloca, ni se menciona, sino que se busca. En todo caso, la finalidad y el centro son
indiscernibles: lo uno constituye el objetivo del otro.
Afortunadamente también existen los tres puntos. Cuando se llega a un punto, se
forja una creencia: se figura un fondo para afianzarse en él, entonces se llega a la
piedra, «Creer es extinguir, es apagar. Creer es provocar la salvación, la lluvia de
esa piedra que es la cosa creíble sobre el fuego de los días...3», pero la piedra
también se transforma, se desmorona, se corroe. Los tres puntos son la corrosión del
punto, son el agua de la piedra. Los tres puntos son la transformación del punto en
8
posibilidad, comienzan a formar la línea; una línea que sufre cortes, interrupciones
que la hacen cambiar su curso alternativamente. Cuando se cree hallar el centro, otras
palabras lo reemplazan, pero él, su ser promesa, permanece reptando bajo ellas;
cuando se cree haber llegado al fin último, nuevas búsquedas lo sustituyen. Y sin
embargo no se sabe qué es lo que más nos desconcierta, si la promesa fallida de un
punto nunca alcanzado, o la corrosión potencial de los tres puntos: la emergencia
cierta de la posibilidad.
Cuando se discurre se crean redes: las redes son tejidos de emergencia en las que se
crean sentidos, representaciones; compuestas de líneas y puntos, las primeras se
asemejan a movimientos con intensidades diversas, que se entrecruzan y se
encuentran, siendo vectores que apuntan hacia fines de orden; es ésta la red del
discurrir. El pensamiento, más allá de su constitución como sistema, como
conocimiento, es esa complejidad que pasa sobre la red, que es como una superficie,
que viaja también con intensidades diversas, pero siempre con una velocidad
inabordable: el pensamiento, a diferencia de las tendencias del discurrir, se mueve sin
un fin determinado; es en el pensamiento donde la línea deja de ser vector y asume
su curvatura.
Una línea, un cruce de líneas, son solamente un despliegue en el espacio un espacio,
sin causa aparente. Claro que para que haya este despliegue se necesita de una
9
fuerza, de un conjunto de fuerzas: la línea es el curso de la fuerza misma.
Multiplicidad de líneas discursivas son las que atraviesan el cuerpo del hombre:
materia que ocupa este espacio. Los puntos son, a primera vista, una suerte de
aglutinación de intensidades de línea, por ello, el movimiento de ésta parece
detenerse, es decir, sufre una especie de desaceleración inevitable.
Coda
A.
¿Es acaso nuestra tarea futura el avanzar hacia un modo de pensamiento, desconocido
hasta el presente en nuestra cultura, que permitiría reflexionar a la vez, sin
discontinuidad y contradicción, el ser del hombre y el ser del lenguaje?
Foucault
El discurso científico define la fuerza como aquello que modifica el estado de
movimiento o de reposo de un cuerpo: la fuerza es un vector, es decir, “una dirección
10
con sentido” y es lo que hace posible el movimiento, pero no todas las fuerzas
producen movimiento ni todos los movimientos necesitan de una fuerza; si un cuerpo
mantiene una velocidad constante, no es necesaria ninguna fuerza. Al hablar de
movimiento, hay que hablar necesariamente de tiempo y espacio, pues esta acción –
del moverse implica que el estado de los cuerpos cambie de lugar de una manera
continuada y sucesiva. Pero, la idea de tiempo concebida desde la óptica del sujeto,
tiende a una abstracción, pues el sujeto sueña que ante su espíritu vigilante el tiempo
puede y debe desplegarse como una carta geográfica, sometiéndose a la coerción del
tiempo presente. No hay más tiempo que el presente, dice el sujeto. En efecto, en las
concepciones del tiempo en el pensamiento clásico, se sigue que la permanencia
estática resultaría siendo un estado ideal puesto que implicaría detenerse en un
tiempo; si no hay fuerzas que produzcan cambio en el movimiento, éste termina
siendo una suerte de “estación incierta”: “estación” porque quedaría atrapado en un
tiempo e “incierta” porque estaría a la espera de una fuerza que produjera un cambio.
Pero, al cambiar las concepciones del tiempo, nos dicen que el presente es lo que no
hay, y dicen algo más: que el presente, el tiempo, nunca es nuestro. «El eterno
retorno no es tanto la negación del tiempo como la negación de la trascendencia. El
tiempo negado aquí es el tiempo como tendencia estática a otra cosa, el avance
hacia un fin que justamente en cuanto no es (nunca) alcanzado, permite ser al tiempo
en sus diversas articulaciones4».
11
Nunca alcanzamos el tiempo, pues no podemos hablar de un presente único, sino de
multiplicidad de instantes. La idea desvirtuada del tiempo como forma lineal donde
se suceden y articulan las razones entre sí, da paso a pensar en el espacio, pues la
línea que determinaba la temporalidad, pretendía encajar dentro de la presencia de sus
puntos, el pensamiento, pero como la característica del pensamiento es el
movimiento, implica, como ya se dijo antes, el cambiar de lugar, para así ser
atravesado por múltiples líneas temporales, líneas interiores al tiempo que destituyen
en él su continuidad, su identidad. Es así que, el tiempo, después de la pérdida del
sujeto, pierde también su carácter hegemónico para dar paso al espacio; un espacio
transformado, pues deja de ser solamente la extensión que ocupa un cuerpo, para
darse paso como instrumento y obstáculo que se intenta superar, como medio para
propiciar extensiones infinitas donde se encuentra la afirmación de la diferencia
(fugas) y no la conservación de la identidad (linealidad). El régimen del sujeto ha
encontrado su propio pivote en la idea del progreso, que constituye por lo mismo su
límite interno, su no más allá. Las nuevas concepciones del tiempo apuntan hacia la
experiencia de ese límite. Límite del sujeto, pero también experiencia límite de todo
proyectar: no hay progreso sino inestable y polémica coexistencia de líneas
temporales y espaciales. Es más bien el entrecruzamiento, el choque de líneas, el que
compone y determina el estar del hombre en el mundo. Líneasfuerza de acción,
líneasfuerza de resistencia. Algunas veces vector; otras, oblicuidad.
12
Ahora bien, retomar esta idea del estar del hombre en el mundo como un espacio
atravesado por un entrecruzamiento inefable y continuo de líneas, de fuerzas, nos
lleva a preguntarnos si todas estas fuerzas están siempre mediadas por los discursos,
si el único movimiento que experimenta el hombre es el del lenguaje. Si hablamos en
este momento de lo humano como una suerte de campo en el que hay un incesante
choque de fuerzas y del que finalmente lo que debe emerger es el pensamiento, ¿qué
puede ser el pensar? Numerosos son los autores que han considerado que el
pensamiento y el lenguaje son indiscernibles, que el pensamiento es lenguaje y por
esto mismo se ha dicho también que el ser del hombre es el lenguaje. Sin embargo, si
el pensamiento es la posibilidad de lo humano, ¿cómo es posible que, siendo el
lenguaje ese organismo que determina, domina y atraviesa al hombre, regulándolo,
normalizándolo, siendo el lenguaje lo que acaece como ley, también éste sea el
pensamiento? Y si el lenguaje no es lo mismo que el pensamiento, entonces ¿cuándo
se distancian, en qué momento surge la diferencia?
Antes que nada, debemos partir de la idea de que el lenguaje no es la herramienta del
hombre para expresarse, ni tampoco es la representación de lo que nombra: son estas
figuraciones las que evoca el hombre para forjar las creencias como las de la
identidad y de la comunicación. Disyuntiva que han abordado tanto la filosofía del
13
lenguaje como la literatura. Propuesta de la cual parte Heidegger para hablarnos del
lenguaje como morada del hombre en la que se revela el ser, pero también de la que
parte Foucault, quien nos dice que el ser del lenguaje no es el mismo que el ser del
hombre (diferencia que abordaremos más tarde).
B.
Nunca, en ninguna lengua, lo pronunciado es lo dicho.
Heidegger
Fuerza implica poder. Fuerza es poder de apropiación, de dominación, unas fuerzas
dominan a otras fuerzas, pero cada una lleva en sí un poder. El discurso es un
movimiento que se define por una pluralidad de fuerzas en el tiempo; los discursos
son fuerzas que atraviesan los cuerpos y las fuerzas en tanto poderes, potencian esos
cuerpos en la medida que los legitiman. De allí las territorializaciones de discurso,
las normatizaciones, la perduración de las instituciones.
Líneas de territorialización que, en tanto representaciones de discursos, pretenden ser
vectores de legitimación o deslegitimación, en todo caso, de regularización, de todos
los cuerpos, de todas las formas que surgen en las hendeduras de un organismo
14
social. El poder de esos discursos se aglomera en puntos estratégicos, se
institucionaliza. Es, al parecer, esta institución del sentido o de la verdad que acaece
como discurso, tradición significativa, la que constituye la morada del hombre y la
que lo anuncia como finito. Ante esto nos preguntamos ¿cómo puede el hombre
escapar de dicha morada, si ésta lo determina desde un tiempo sin origen desde antes
de su nacimiento?
Para Heidegger el hombre no utiliza el habla para expresarse, sino que habla el hablar
del habla, es decir que no es de él de quien precede lo que dice sino que, finalmente,
es el habla quien habla. Pero al hablar el hablar del habla, el habla resulta siendo la
morada del hombre: «...solamente el habla capacita al hombre ser aquel ser viviente
que, en tanto que hombre, es»5. El hombre es en el habla y se deja invadir por ella, se
somete a su advenimiento. El ser es un evento y el ente se despliega en el tiempo,
pero para saber del ser es necesario saber de los mensajes transmitidos, de las cosas
dichas en el tiempo, «mensajes que afectan al ser y que constituyen su sentido [...]
anuncian valores históricos, configuraciones de existencia y formas simbólicas». El
habla es fuerza que se experimenta en el devenir de la historia: se habla con
tradiciones transmitidas, con palabras que ya son y que seguirán anunciando su
existencia.
Sin embargo, para definir el habla, es necesario saber que ésta no es sólo
15
representación o expresión de; más allá de esto, el habla de los hombres es ante todo
una invocación al advenimiento del mundo, es un nombrar que demanda la
proximidad de las cosas. Aunque Heidegger nos está hablando, principalmente, de la
finitud del hombre como su particularidad irremediable, pues al hablar de morada, se
están intuyendo desde ya los límites de la misma, siendo el hombre aquel ser arrojado
a una historia y a un lenguaje ya hechos que lo determinan y constituyen su límite, no
es el hombre quien domina esa historia y ese lenguaje preexistentes a su nacimiento.
«Pero el hablar de los humanos, en tanto que hablar de mortales, no reposa en sí
mismo. El hablar de los mortales reside en la relación al hablar del habla»6.
Al hablar el hablar del habla parecen constituirse sentidos, pero éstos, más que como
representación, acaecen como invocación. Aproxima las cosas, en el nombrar, a una
cercanía, pero ellas permanecen en su mismidad ausente, en su silencio7. El habla
viene a ser el son del silencio en tanto diferencia, pues aunque se invoque a una
proximidad, las cosas permanecen en su lejanía, el hablar del habla viene a ser el
acaecimiento de la diferencia entre la realidad y la cosa.
Ante esto, podemos decir que los objetos, lo que el sujeto debe conocer, se dan en el
discurso y sin embargo la palabra no puede designar lo que es la cosa en sí, no hay
semejanza entre palabra y cosa; es decir, la cosa sale a luz como objeto en el discurso,
pero esto no implica que abandone su ser cosa: “ Las cosas se escapan, en su verdad
16
fundamental, al espacio del cuadro; en vez de no ser más que la constancia que
distribuye sus representaciones de acuerdo con las mismas formas, se enrollan sobre
sí mismas, se dan un volumen propio, se define en un espacio interno que, para
nuestra representación, está en el exterior” [...] “....en aquel que tiene el discurso y,
más profundamente, detenta la palabra, se reúne todo el lenguaje. A esta pregunta
Nietzscheana: ¿quién habla? Responde Mallarmé y no deja de retomar su respuesta
al decir que quien habla, en su soledad, en su frágil vibración, en su nada, es la
palabra misma –no el sentido de la palabra, sino su ser enigmático y precario”8.
El en sí de la cosa no es, en ningún momento, como la cosa en sí kantiana, una
profundidad, una esencia, algo que encierre un sentido oculto: es tan solo su ser en
el mundo, su presencia nunca verdaderamente nombrada, es decir, su ausencia del
lenguaje, su tiempo sin tiempo. ¿Quién podría afirmar que las cosas no están afuera
del discurso, que emergen y se despliegan afuera de todo lenguaje? Y más allá de
esto, ¿dónde queda el sujeto si el objeto se destruye ante la sola conciencia del hablar
del habla, es decir, ante la evidencia de la diferencia que marca entre la cosa y la
palabra que la nombra?
C.
17
Lo sé: todo camino trazado lleva al arsenal de las cosas muertas
Rilke
En el habla, el hombre se ha convertido en intérprete, en ser que valora; por ello,
ésta, al ser la morada del hombre, es el límite del mismo. Se habla, se valora, en un
discurrir, pero lo que no se percibe es el mismo discurrir. El movimiento del lenguaje
es incesante e inabordable; sin embargo, el hombre intenta direccionarlo mediante las
representaciones que construye a partir de él; es decir, mediante la forma que utiliza
para traer las cosas, y su forma de ser, a la conciencia en un movimiento de identidad.
Un valor es un punto, hay una desaceleración; hay ilusiones de punto que quieren
permanecer, que no se quieren mover, hay valores que quieren ser el uno y el todo: el
fundamento primero que encierra una totalidad.
Figuraciones de ordenes las ha habido de diversas formas. Lo cierto es que esos
ordenes siempre se han manifestado como voluntades de verdad, se han convertido en
fundamentos: primero la existencia de un dios, de una palabra que debe seguirse, de
una palabra que representa un infinito, una eternidad alcanzable; después la promesa
del sujeto, su reinado, su progreso. Formas de orden que no son más que la ilusión,
el velo que cubre el desconocimiento desolador de un origen; ordenes que se dan
como formas de saber, que expresan la voluntad de conocer, pero que como tales,
solo son porciones, fragmentos tenues que intentan acercarnos a la esperanza del
18
decir, del nombrar.
La noción de sujeto se instauró como punto de referencia para el conocimiento, es
decir, como ser consciente que conocía y manejaba la realidad, pues ésta se constituía
desde él. Al impugnarse el sujeto el derecho de saber sobre las verdades que debían
regir el mundo, sobre las palabras que debían nombrarlo y sobre lo que éstas debían
significar, se adjudicó también el derecho de dominio sobre el despliegue social. Es
decir, relaciones de poder, de dominio y de resistencia las ha habido desde siempre,
pero la diferencia que se marca cuando aparece el sujeto, es que éste otorgó a la
razón y a la conciencia el poder sobre el mundo. Si el sujeto es quien razona también
es quien debe ostentar la verdad y el dominio sobre el mundo. «El imponerse de la
conciencia como instancia suprema de la personalidad es, fundamentalmente, un
acto de dominio. Esto significa dos cosas: que la conciencia se impone sobre y
contra las otras instancias constitutivas de la personalidad; pero que esta hegemonía
suya expresa, refleja, depende de una estructura del dominio mucho más vasta, que
es el dominio en el sentido más literal de la palabra, el social»9.
Por ello, al instaurarse el sujeto como fundamento, se pretendía seguir sobre la
continuidad de una línea que se llamaba razón, sin preguntarse por el comienzo de la
misma, puesto que la línea misma, es decir, el fundamento, era el origen; ahora, la
línea ha hecho ver su curvatura, la necesidad de replegarse sobre sí misma, de
19
preguntarse para, finalmente encontrar el vacío del supuesto origen. El lenguaje, el
trabajo, la vida misma, circulan y se extienden en una exterioridad de la que el
hombre solo puede percibir su murmullo como cosas, y forja determinaciones,
sentidos en el límite de su acercamiento y su despliegue. El conocimiento de éstas
(las cosas) es tan limitado, que por ello el sujeto se ha destruido; el hombre pende
ahora en el vacío que deja la ausencia de las cosas y de la diferencia que marca el
lenguaje.
D.
...se sabía desde Mallarmé que la palabra es la inexistencia manifiesta
de aquello que designa; ahora se sabe que el ser del lenguaje es la
visible desaparición de aquel que habla....
Foucault
No es tarea del lenguaje representar un mundo que queremos designar, significar;
efecto que emerge como ilusión, pues el lenguaje no es lo que representa al mundo en
un movimiento de semejanza entre la palabra y lo que nombra, sino que la palabra
crea lo que nombra, dentro de un extenso campo de posibilidades. El designar, el
significar, es un espejismo que nos aparta de un circular del lenguaje que se repliega
sobre sí mismo, que no permite un acercamiento de eso que está en el borde, de eso
que llamamos hombre. Antes creíamos tener el punto, el origen y profesábamos
20
fundaciones de verdad en el lenguaje: enunciábamos afirmaciones, positividades que
seguían la continuidad de la línea; ahora es el lenguaje el que se funda, no como
verdad, sino como posibilidad. Posibilidad es el advenimiento de la fuga, es la
inminencia del ser del hombre como búsqueda. Por los intersticios que quedan
oscilando en las redes que crea el lenguaje, por nuestro discurrir constante sobre su
superficie, buscamos nombrar lo no nombrado, buscamos el origen de nuestro ser
determinado.
Desde Heidegger vemos que la palabra, en tanto diferencia, invoca venir a las cosas
con su mundo a concernir al hombre: la palabra se convierte en morada del hombre
porque con ella las cosas le conciernen; sin embargo, las palabras siempre
permanecerán en su diferencia y la palabra también. Los discursos componen las
positividades desde las que se posiciona y se arroja a la cadena histórica que lo
envuelve y en la que pretende reconocerse, pero también es la cadena en la que
comienza su desconocimiento; pues al hablar de positividades –en el sentido de
Foucault, pero también en el de Heidegger se habla de la certeza de una presencia
por la luz que emana del interior del ser que se hace presente. En el proyecto de
conocer lo que es el hombre, él mismo se ha dado cuenta de que siempre lo acompaña
ese otro que no puede conocer, ese otro que sugestivamente no es lenguaje, que no se
puede enunciar porque no se puede pensar; en Heidegger sería el ser que nunca se
hace presente pero que es el contenido de lo ente: el Dasein. Es tal vez por esto
21
mismo por lo que Foucault llama a eso otro lo nohombre, lo que, evidentemente, no
habita el habla. Es ésta la ausencia del hombre en el habla, es ésta la ausencia del
sujeto en nuestra actualidad: ese ser, ese Otro innombrable es lo que nos permite
olvidarnos de él mismo como centro y comenzar siempre de nuevo. Comenzar en el
olvido, con vestigios posibles de una historia que nos envuelve, pero que, en la
medida que nuestra historicidad es diferente a la historicidad de eso mismo que nos
envuelve y que, por tanto desconocemos, siempre podemos comenzar, dispersos,
descentrados, desconocidos y, sugestivamente, innombrables.
Si hablamos de la fuerza como lo que posibilita el movimiento, vemos en ella su ser
vector, una dirección que tiende hacia un punto, dirección que, paradójicamente el
hombre le da. Esta tendencia es lo que constituye el serbúsqueda, pero es en esta
misma donde percibimos una detención, una desaceleración: cuando se cree tener el
conocimiento, cuando se cree tener la respuesta y la verdad en las manos, la búsqueda
se detiene. Sin embargo, como sabemos, de piedras y certezas ya no podemos
congraciarnos. En el mismo momento en el que creemos conocer algo, como con el
paso del agua, este algo se esconde, se escabulle, se aleja. Entonces es esta
desaceleración la que denuncia el límite del hombre en el ser del lenguaje y en las
otras factualidades que determinan el ser del hombre; factualidades que finalmente se
han construido en el darse del lenguaje.
22
Es esta detención la que surge como posibilidad de retornar, de seguir, en un
desandar, las huellas que han determinado el ser del hombre, de llegar, a través de
ellas, al puntoorigen: : “Sin embargo, el hombre no tiene relación con su origen del
mismo modo. En efecto, el hombre solo se descubre ligado a una historicidad ya
hecha: nunca es contemporáneo de este origen que se esboza a través del tiempo de
las cosas sustrayéndose a él. El hombre siempre puede pensar lo que para él es
válido como origen sólo sobre un fondo de algo ya iniciado” [...] “En este sentido, el
nivel original es para el hombre, sin duda, aquello que les está más cercano: esta
superficie que recorre inocentemente, siempre por primera vez y sobre la cual sus
ojos, apenas abiertos descubren figuras tan jóvenes como su mirada –figuras que no
pueden tener edad, como no la tiene él, pero por una razón inversa: no se debe a que
siempre sean tan jóvenes, sino a que pertenecen a un tiempo que no tiene ni las
mismas medidas ni los mismos fundamentos que él”.10 Es entonces la emergencia de
un replegarse; es el no seguir la continuidad de la línea sino asumir su curvatura. Lo
humano es atravesado por diversas líneas, siendo muchas de ellas indefinidas,
oscuras, inasibles. Si las líneas del discurso son fuerzas de dominación, las líneas no
determinables son fuerzas de resistencia: resistencia a ser ordenadas, nombradas,
positivadas.
Partiendo de la consideración de este lado indeterminable del hombre, nos
preguntamos ¿dónde queda todo aquello que no se enuncia, todo aquello a lo que las
23
palabras no alcanzan? Foucault nos habla de la inminencia de un ser nohombre, de
un pensamiento nopensado, de un Otro no abordado. Eso Otro no abordado es lo
que no puede ser nombrado, es lo que no se puede extraer del lenguaje. ¿Qué es
entonces esta condición que somos, si ya no somos el hombre? Si el hombre no es
solo lenguaje, entonces ¿cómo podría definirse su ausencia en el lenguaje? ¿Es
realmente el hombre quien habla el habla, o es un acercamiento de su ser nohombre
quien intenta desbordar el límite? ¿Qué es ese otro nohombre que constituye el ser
del hombre? ¿Habita de alguna forma el habla?
E.
...hay otra luz de luna, que ni el propio sol excluye,
y oscurece en pleno día lo que las cosas fingen ser.
Pessoa
Ahora bien, lo que plantea Foucault cuando se acerca a ese nohombre que acompaña
siempre al ser del hombre, siendo para nosotros este nohombre el nosujeto, puesto
que es él anunciado históricamente quien debe conocer y debe nombrar, nos revela
que el se habla, es lo que en mayor medida nos indica el escabullirse del punto que
tanto anhelamos asir, ya que al reconocer el ‘se habla’, estamos entrando en los
límites del “yo”, de lo nombrado, de la forma de la que el hombre debe tratar de
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superar, tan solo provisoriamente. El Se habla, en términos foucaultianos, revela la
existencia de un afuera. Lo que habita ese afuera es precisamente el pensamiento,
pero también el cuerpo como materialidad que ocupa espacios exteriores, por lo que
el hombre, finalmente, no puede conocer ni dominar. Choque de líneas, juego
impredecible, no presencia de lo que el hombre pretende tener entre sus manos. Sin
embargo, el hecho de que el mismo lenguaje nos dé los elementos para considerar que
no todo puede ser nombrado, que existe algo Otro que se escabulle en una oscuridad
trágica, no quiere decir que, por ello, el ser del hombre solo habite el habla.
Ese pensamiento no pensado, es decir, ese pensamiento que no hace parte de lo
cognoscible, nos acerca un poco a la propuesta de Deleuze que nos habla de un
pensamiento nómada. Más que asentarse en sistemas de conocimiento, el
pensamiento es aquel que viaja a velocidades inalcanzables, inabordables por la
palabra y que ofrece por sí mismo una fuerza de resistencia a ser ordenado, a ser
nombrado. «...el pensamiento, abandonando la interioridad salmodiante de la
conciencia, deviene energía material, sufrimiento de la carne, persecución y
desgarramiento del sujeto mismo»11.
Hablamos de la pérdida de fundamento encauzándolo en lo que llamamos también
pérdida del sentido, siendo ésta, justamente, lo que eso otro nos está anunciando
permanentemente: nos anuncia que las palabras no nos pertenecen, que el ser del
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hombre es lo que no se puede nombrar porque nunca se puede hacer presente, que el
lenguaje se repliega en un afuera al que el hombre no tiene acceso, que entre el ser
del hombre y el ser del lenguaje media algo desconocido y oscuro que invoca la
diferencia y que por esto mismo, siempre seremos desconocidos y extraños frente a
un otro mientras que lo Otro que nos acompaña se manifiesta de alguna forma que no
es lenguaje y que se escabulle apenas se intenta nombrar y encajar dentro de un
sistema de conocimiento; que cuando se nombra, lo que se hace es invocar a una
palabra que se verterá sobre un vacío en el que nunca encontrará a la cosa que intenta
nombrar: la palabra se verterá sobre el vacío de su propio ser. Es la ausencia de
fundamento la que nos advierte de una dispersión del lenguaje, de su desbordamiento
ante nuestro deseo de designar, de su repliegue hacia un afuera que nos señala el
límite. El hombre permanece en ese límite, queriendo traspasarlo, figurándose
órdenes; sin embargo, el orden no es más que una rareza, donde el desorden es lo
ordinario (Serres). Pero de positividades de discurso, de lo conocible, de lo abordable
se quiere componer todo el ser del hombre; hombre como objeto del saber, hombre
como objeto del discurso.
Aunque los discursos también se mueven, pues éstos finalmente son lenguaje y el
lenguaje es el que posibilita la desterritorialización de las territorializaciones de
discurso, debido a su energía inherente y a las fuerzas que lo hacen ser, el hombre se
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vuelve finito al verse limitado por su hablar el habla. Sin embargo, como nos dice
Foucault, «...La finitud del hombre, anunciada en la positividad, se perfila en la
forma paradójica de lo indefinido; indica, más que el rigor del límite, la monotonía
de un cambio que, sin duda, no tiene frontera pero que quizá no tiene esperanza»12.
Se habla del hombre como finito, y esta finitud pretende determinarse desde las
positividades (desde las formas que están en la sociedad para que él se realice en
ellas, pues son éstas las que sustentan la verdad y la luz para estar en un momento
histórico) que experiencia el hombre en su historicidad. Las redes o relaciones que se
han configurado como posibilidades para acceder al conocimiento, al saber del
hombre, nos dicen que está determinado, pero no ya por un fundamento infinito, sino
por su ser finito. Por otra parte, estas configuraciones de saber también han notado
que esa finitud es indefinida y el objetivo es regular esa indeterminación: lo
desconocido y lo que transgrede los órdenes sociales debe encauzarse dentro de algún
conocimiento, dentro de algún sistema discursivo, para poder predicar sobre él y para
normalizarlo. La sombra, lo no pensado, es lo que se pretende normalizar; es de lo
que se debe hablar; la palabra también debe recetar la fórmula mágica para encauzar
dentro del serhombre finito eso que, a primera vista, no es tan fácilmente abordable.
Es entonces que, cuando el hombre se ha convertido en objeto del discurso, surge el
deseo de antropologizar todo lo que emerge como nohombre. Antropomorfizaciones
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principalmente del ser nohombre del hombre. Necesidad de regular eso que se
escapa de las manos, necesidad de nombrarlo para hacerlo positivo, para controlarlo,
para ordenarlo. Es el nombrar las cosas, el forzar su existencia, forzar su ser más acá,
como una ilusión que se despliega, pero que al mismo tiempo aniquila su ser
transversal en el que el pensamiento se replegaría a ese afuera en el que el lenguaje
dejaría de ser discurso y centro, para asumirse como dispersión y posibilidad.
Si en cierta medida el lenguaje circula en una exterioridad, se ha replegado sobre sí
mismo para dejar sólo marcas inexplicables, solo repetibles; si se habla de la
desaparición del sujeto, es porque ya no es él quien enuncia, quien configura el
discurso, ya no hay discurso porque éste se ha dispersado. Y es en esta dispersión en
la que el lenguaje se hace silencio. Ya no hay un sujeto que enuncia, sólo hay
subjetivaciones que descansan en el silencio. Subjetivaciones que también son
fuerza, hechas de lo que se produce en la experiencia, pero también de aquello que
desborda la experiencia: lo Otro. Esto otro es lo que pende en el vacío. Pender es
moverse, oscilar.
El hablar del habla siempre está ahí, como pensamiento del afuera, como la huella
que puede seguirse. Ya no se puede hablar de una diferencia entre objeto y sujeto,
puesto que el sujeto que enunciaba el objeto ha dejado de existir; ahora hablamos de
la disolución de los objetos en el lenguaje, ahora podríamos decir que los objetos no
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son los que conforman la experiencia misma de las subjetivaciones. Más allá de esto,
aunque los objetos se construyan y circulen en el lenguaje, en una exterioridad, las
marcas que deja el lenguaje se abisma en el mismo murmullo de las cosas del que nos
habla Foucault, su murmullo es la promesa de que podamos abordarlas aunque sea en
el silencio. El silencio no es algo negativo, no es una negación de las positividades
que podemos construir a través del lenguaje, el silencio es el límite pero también es la
promesa.
Foucault nos habla de la necesidad de un discurso que aborde también lo inabordable
que acompaña siempre la experiencia del hombre, un discurso que nos hable tanto de
lo que se da como experiencia tangible y de lo nopensado, pero sin llegar a
normatizarlo para encajarlo en las esferas de la conciencia que razona, sino para que
intervenga en el despliegue del hombre en el mundo como ser que piensa, no que
conoce y domina. Sin embargo, ésta es nuestra utopía actual, ya que es esta
imposibilidad de pensar lo nopensado, de nombrar esa sombra incómoda que nos
agita y que también constituye nuestro ser hombre, lo que ha hecho que el sujeto deje
de existir. ¿Cómo descifrar las subjetivaciones que se conforman en los intersticios
de las redes, si lo no pensado no se puede abordar?, ¿cómo hablar de un sujeto que se
desconoce?
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Metodología
El propósito de este ensayo fue el cuestionarnos, precisamente, el porqué de la
imposibilidad de pensar en un sujeto y el plantear la posibilidad de acercarnos a lo
que constituye lo humano, no desde una esfera antropológica, sino desde lo que él
mismo no puede dar cuenta, pero que, sin embargo, nunca deja de estar en su
despliegue como hombre: esto es, el pensamiento. Nuestra propuesta fue trazar una
alternativa ética que tome en cuenta eso otro no dicho, eso otro no pensado o
simplemente abordado siempre con miras a la finalidad de ordenarlo por las
positividades constituyentes de las teorías del sujeto o por lo que suele llamarse, en
términos generales, el conocimiento. Eso Otro es lo que para nosotros podría
constituir la condición más alta de lo humano; es lo que siempre lo acompaña y lo
nutre como fuerza de intensidad para su despliegue en el mundo; no es algo
determinable puesto que su ser mismo es la fugacidad. Esta investigación busca una
espacialidad para esas fugas del pensamiento en la posibilidad que abren los
lenguajes del arte. Estos son, en sí mismos, posibilidad, el espacio siempre abierto
para la multiplicidad.
Esta investigación se ha realizado con base en un enfoque cualitativo, teniendo en
cuenta un análisis documental y un trabajo de campo; en el presente ensayo damos
cuenta de lo primero, es decir, el recorrido por las diferentes perspectivas teóricas,
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que nos permiten una conceptualización amplia para poder abordar el problema de lo
humano y el lenguaje. Este análisis nos permitió una mirada crítica a nuestra misma
propuesta y, al mismo tiempo, nos proporcionó herramientas para desenmarañar el
trabajo de campo. Lo referente a lo analizado en el trabajo de campo, se presentará
en otra oportunidad.
Resultados y conclusiones
Principio de multiplicidad: sólo cuando lo múltiple es tratado
efectivamente como sustantivo, multiplicidad, deja de tener
relación con lo Uno como sujeto o como objeto, como
realidad natural o espiritual, como imagen y mundo...
... Las multiplicidades se definen por el afuera: por la línea
abstracta, línea de fuga o de desterritorialización según la
cual cambian de naturaleza al conectarse con otras.
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Gilles Deleuze y Félix Guattari
Y entonces cabría preguntarse, ¿cuál es la “posibilidad”? En este sentido, partiendo
de lo “nodicho”, habría que indicar que la crítica al sujeto apunta a señalar el
“olvido” del carácter de “producto”. La noción de sujeto, como todas las ficciones
lógicas, surge a partir de una necesidad de crear discursos, (necesidad de seguridad,
de comprensión rápida fundada en signos y sonidos, necesidad de ‘abreviaciones’),
necesidad que se eleva y olvida el proceso generador de las mismas. Este “olvido” es
el que da fuerzas a estas nociones transformadas en fundamentos, y las convierte en
principios determinantes del pensamiento (entendido como aseguramiento del sujeto)
y de la acción (como imperativo del obrar, etc.).
Es desde el cuestionamiento de las formas de “control” racional de los actos
humanos, que se obliga a pensar alternativas de emergencia. Una de estas formas es
la enseñanza, ya que ésta se ha orientado hacia la formación teórica del otro y, en
contraste se ha propagado una docencia normativa, directa y memorística, que induce
a la norma, a la constitución de sujetos que se encierran en líneas limitadas y que se
inscriben en el motivo recurrente de sucesión y razón sin reflexión, obstruyendo la
posibilidad de subvertir los ordenes, de crear rupturas que escapen a aquello que el
lenguaje dice y, sin embargo, contribuyan a construir ese lenguaje. En la actualidad,
no se brindan espacios para el acercamiento hacia la diferencia, ya que poner dentro
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de la enseñanza, este concepto, exige destruir la idea de sujeto en la historia propia
del racionalismo, eje que fundamenta las formas invariables y verticales de sujeción.
Sin embargo, sabemos que el lenguaje en tanto representación es condición necesaria
de los procesos y comportamientos humanos, pues fundamenta, sujeta,
instrumentaliza. Pero, si el lenguaje es simbólico, por tanto nos exponemos al fracaso
cuando pensamos que hay una relación real entre la palabra y su referente o entre las
palabras y las cosas. El lenguaje constituye un mundo; la realidad, otro. De ahí que,
al ser el lenguaje el instrumento validado por la racionalidad para lograr el
conocimiento del mundo, éste también está condenado al fracaso, ya que también
sabemos que en ese continuo evocar y representar, señala, quizá una escisión, una
incisión practicada en el lenguaje mismo, pues esta presunción no podrá llegar nunca
a cumplimiento, ya que como hombres todo se presenta diferido. El lenguaje no
podría ser el lugar desde el cual contemplar. Al contrario: se constituye como la
revolución de la ausencia. Es el inasible remolino donde el tiempo se extravía.
Perdido el centro debido a la conciencia de infinitud y sabiendo que las realidades del
lenguaje nada tienen que ver con la realidad de las cosas, el hombre aparece ahora
descentrado.
En este sentido, consideramos que una de las tareas a tener en cuenta en una ética
después de la caída de los grandes fundamentos consiste en el replanteamiento de los
mismos; quizás sea necesario reconocer el espacio entre la absoluta fundamentación y
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la absoluta desfundamentación y en ese lugar dejar emerger la posibilidad de
reflexión, la acción que responde a miradas múltiples.
Se busca trazar nuevas líneas que posibiliten el pensar, el lenguaje y lo otro no
pensado. Una de estas líneas de emergencia es pues el arte, ya que puede ampliar los
marcos los puntos, inducir al descubrir, proponer alternativas de provisionalidad. En
el arte se da lo imaginario, lo novedoso, la ilusión, allí lo irreal de la vivencia estética
no está en no ser real, sino en ser tanto lo real como lo que aún no es (utopía). El arte
se constituye como vocero que anuncia múltiples advenimientos, pues se encuentra
en el límite, en el paso del decir y lo no dicho.: «Proceso de subjetivación que no es
la instauración de un sujeto dueño de sí mismo, sino que se trata de la constitución
de modos de experiencia, o como decía Nietzsche, de posibilidades vitales»13.
Incluir la dimensión estética en el ámbito escolar posibilita que se experimente desde
otros espacios, otras formas, y además, que poco a poco se valla desanudando la
cadena de razones que por tanto tiempo han atado al ser humano. Al brindar el
espacio de pensar en el arte como posibilidad en la escuela, se abren las puertas a
múltiples caminos que buscan la vitalidad, la producción de formas de existencia,
pero hay que aclarar que una forma de existencia no es la producción de una persona
en particular, en principio es la producción de una forma de estar en el mundo, de una
vida construida desde “nosotros mismos” a partir de esas evidencias de posibilidad
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que nos muestra el arte. Negar nuestra “sujeción a las positividades” para ejercer
sobre nosotros la posibilidad de construirnos de otra forma, es decir, una “estética de
la existencia” que en términos foucaultianos invita a ver en nosotros, aquello que no
podemos ver desde nuestra “conciencia de sí”, aquello que aparece y que nos invita a
reconstruirnos de manera constante.
Menos que un proyecto alternativo, quizá el arte, puede pensarse mejor como una
constelación de paradojas: la apuesta de pensar eso que el pensar, si ha de ser, ha de
someter. No es cuestión, por tanto, de, ahora sí, por fin, “decir lo indecible” aquello
que el lenguaje no puede decir, sino de saber que todo decir se funda sin remedio en
lo indecible, y que si dice algo lo hace gracias a la supresión del silencio. Un saber
cuya existencia depende integralmente de su anclaje y arrancamiento de un fondo
inabarcable de nosaber. Pero las sombras de aquel sometimiento de repente
“emergen”.
El arte, puede convertirse aquí en utopía. Su papel, es precisamente presentar una
alternativa que prescinda de las condiciones históricas “reales”, que finja una
dimensión solamente para proyectar en el futuro la irrupción de las contradicciones
presentes. El arte es como un espejo cóncavo que nos permite apreciar las falacias
sobre las que está constituida nuestra realidad. El arte existe sólo en los juegos que
conducen a la periferia, a poder cuestionar la realidad.
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NOTAS
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1 DERRIDA, Jacques. Dar la muerte. Piados Básica. España, 2000. 2 Abidem. Aquí Derrida se está sustentando en Patočka. Página 343 COURTOISIE, Rafael. Estado Sólido. Poema: Piedra para el templo. En: Colección de Poesía Visor. Madrid: 1996.4 VATTIMO, Gianni. El sujeto y la máscara. Editorial Península,1974. Página 188.5 HEIDEGGER, Martín. De camino al habla. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1990 Página. 11.6.Ibidem. Página 287 Heidegger, Martín. De camino al habla. Pagina 208 FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Planeta Agostini. Siglo XXI editores. España, 1985. Paginas235 y 297, respectivamente.9 VATTIMO, Gianni. El sujeto y la máscara. Editorial Península,1974. Página 203.10 FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Planeta Agostini. Siglo XXI editores. España, 1985 Página 32111 FOUCAULT, Michel. El pensamiento del afuera. PRETEXTOS. Quinta edición. España, 2.000. Página 21.12. FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Planeta Agostini. Siglo XXI editores. España, 1985 Página 305.13 DELEUZE, Gilles. Conversaciones :19721990. Valencia :PreTextos,1995.Página 25.