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LOS SÍMBOLOS DEL RÉGIMEN NOCTURNO EN LA OBRA POÉTICA DE ALEJANDRA PIZARNIK DANIEL JIMENEZ CARDONA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN LICENCIATURA EN ESPAÑOL Y LITERATURA PEREIRA 2013

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LOS SÍMBOLOS DEL RÉGIMEN NOCTURNO EN LA OBRA POÉTICA DE

ALEJANDRA PIZARNIK

DANIEL JIMENEZ CARDONA

UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

LICENCIATURA EN ESPAÑOL Y LITERATURA

PEREIRA

2013

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LOS SÍMBOLOS DEL RÉGIMEN NOCTURNO EN LA OBRA POÉTICA DE

ALEJANDRA PIZARNIK

DANIEL JIMENEZ CARDONA

Monografía presentada como requisito parcial

para optar al título de

Licenciado en Español y Literatura

Dirigido por

Mg. JULIÁN GIRALDO NARANJO

UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

LICENCIATURA EN ESPAÑOL Y LITERATURA

PEREIRA

2013

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A Luz María Cardona

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AGRADECIMIENTOS

Haber llegado hasta aquí no es un mérito individual. Hay muchos a quienes

agradecer y, aunque no los mencione a todos, es un hecho que nadie, por

autosuficiente que sea, se gradúa gracias únicamente a su propio esfuerzo.

Agradezco en primer lugar a mi familia toda, sin cuyo apoyo todos estos años no

hubiera podido superar las dificultades que se me presentaron en el camino.

Ustedes han sido el soporte para que yo no renuncie a mis sueños.

A la Universidad Tecnológica de Pereira, mi alma mater: vaya a donde vaya, esta

institución ha dejado una impronta imborrable en mí.

A los profesores de la Escuela de Español y Comunicación Audiovisual, quienes me

han orientado siempre en mis búsquedas.

A la profesora Paola Andrea Gómez Gallego, quien me mostró el lado humano de

la academia.

A mis compañeros, y no me refiero solamente los de mi carrera, quienes me

enseñaron que la universidad era más que academia y me recordaron para siempre

su propósito social.

Finalmente quiero agradecer de manera especial a la Doctora Cruz Elena Henao,

quien me ayudó a conocerme a mí mismo y, en esa medida, a disfrutar más de la

vida y de la literatura, de lo cual da testimonio este trabajo.

¡Gracias totales!

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TABLA DE CONTENIDO

Introducción……………………………………………………………………………….6

El contexto vanguardista de la literatura hispanoamericana y la obra poética de

Alejandra Pizarnik………………………………………………………………………..9

Una poética experimental……………………………………………………………...30

Los símbolos del régimen nocturno en cuatro poemas de Alejandra Pizarnik…...51

Alejandra Pizarnik en el aula: una propuesta para la educación media…………..90

Conclusiones…………………………………………………………………………….96

Bibliografía……………………………………………………………………………….99

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INTRODUCCIÓN

Diversos pueden ser los motivos para realizar un trabajo grado específico. ¿Pero

por qué hoy en día hacer una monografía sobre texto poético? ¿Por qué no algo

más práctico, como una sistematización de una experiencia pedagógica, que le

servirá de manera casi inmediata al futuro docente, o un análisis del discurso de un

determinado funcionario público, lo cual le permitirá ubicarse en el plano político

actual? Ciertamente a los ojos de una mayoría imbuida de los principios utilitaristas

de la modernidad tardía –si es que de eso se puede hablar en Colombia–,

semejantes propósitos podrían parecer más «productivos» y prácticos que ocuparse

durante varios semestres de la obra poética de una escritora muerta hace más de

40 años en un país del Cono Sur.

Quizás quienes hemos decidido dedicarnos a la poesía, ya sea desde su

interpretación o escribiendo versos, lo hacemos precisamente porque nos damos

cuenta de que esa aceleración en que viven los herederos de la modernidad no ha

resultado realmente útil ni productiva más allá de la inmediatez. La poesía es

portadora de unas posibilidades de reflexión que el hombre contemporáneo ha

echado en el cajón del olvido por causa de sus intereses cortoplacistas. Y con esta

falta de reflexión el caos ha inundado todos los ámbitos de la existencia humana e

incluso del mundo natural, que sufre la voracidad explotadora de los seres humanos.

Ahora bien, con respecto a la elección de la poesía de Alejandra Pizarnik sobre otros

poetas, el motivo ha sido más concreto: desde que el autor del presente trabajo leyó

sus primeros versos quedó fascinado con la plasticidad de la autora para pintar las

situaciones humanas más difíciles, envolviendo a sus lectores en una suerte de

vértigo del que es aún más difícil escapar. Porque en la poesía de Alejandra

asistimos a una especie de acto teatral en el que caminamos con ella sobre una

cuerda floja sin malla de protección por debajo. De modo que quien se adentre en

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este trabajo, pero más aún en la poesía de Pizarnik, debe saber que lo hace a su

propio riesgo.

En lo que concierne al método de interpretación, hemos elegido el de la

hermenéutica simbólica. Hubiéramos podido escoger, es cierto, cualquiera de los

tantos otros que circulan en los medios literarios, desde el psicoanálisis hasta la

filología, pasando por la sociocrítica, pero en razón a la riqueza cromática y

sensorial de los poemas aquí interpretados, hemos considerado más conveniente

un modelo que diera cuenta de la complejidad simbólica de las obras de arte, en

particular de aquellas que se presentan rupturistas y transgresoras con el discurso

previo, como es el caso de Pizarnik.

En este sentido, en el primer capítulo hemos puesto en contexto al lector,

especialmente en relación con las vanguardias hispanoamericanas. La razón para

hacerlo estriba en que la ruptura formal de la obra de Pizarnik no se explica per se,

sino que tiene unos antecedentes que son los que le permiten avanzar en la

conquista de cimas poéticas cada vez más altas. Esta contextualización incluye

corrientes como el surrealismo, de quien ella tan abundantemente bebió, al igual

que la discusión sobre la naturaleza de las vanguardias mismas y su presencia en

distintos países de Latinoamérica.

En el segundo capítulo hemos elaborado una aproximación más formal a los textos

de nuestra autora, prestando especial atención al carácter experimental de su

poética. En otros autores es fácilmente identificable un estilo personal con unos

rasgos constantes, pero en el caso de Pizarnik la mayor constante es la

experimentación con las distintas formas de hacer poesía, llegando incluso a

mezclar elementos de los diferentes géneros literarios, como podrá constatar el

lector.

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El tercer capítulo se centra en lo que anuncia el título de la monografía: la teoría de

los símbolos del régimen nocturno de Gilbert Durand aplicada una serie de poemas

escogidos para su estudio, sobre la base de que la teoría durandiana puede prestar

un gran servicio en la ampliación de los horizontes interpretativos de la obra poética

de Alejandra Pizarnik. Esto se ha hecho respetando al máximo el texto de los

poemas, sin tratar de imponerles nada que no proceda de ellos mismos, partiendo

de la premisa de que todo modelo de interpretación debe servir para ampliar la

escucha de la obra que se esté leyendo y no la obra para justificar el modelo. No se

ha olvidado, por ende, la necesaria dosis de diálogo entre la teoría y la obra poética

que se interpreta.

Recuerde, pues, el lector, que la reflexión poética es necesaria hoy más que nunca,

si es que nos queremos salvar de las consecuencias inexorables del caos que

sembraron nuestros ancestros y que hemos sembrado nosotros mismos. Recuerde

también que en ninguna otra esfera de la actividad humana encontrará que se le

revele tanto de sí mismo como en la literatura y, más específicamente, en la poesía.

Por lo demás, tiramos la botella al mar; decimos, como Julio César, con respecto a

una batalla que bien puede trocarse en este caso por la de la interrogante existencial

latente a lo largo de la obra poética que aquí sometemos a interpretación: alea jacta

est.

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EL CONTEXTO VANGUARDISTA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA Y

LA OBRA POÉTICA DE ALEJANDRA PIZARNIK

La nueva generación no será efectivamente nueva

sino en la medida en que sepa ser, al fin, adulta, creadora.

José Carlos Mariátegui

Para comprender de manera cabal una poesía tan rupturista como la de Alejandra

Pizarnik, es indispensable conocer el contexto histórico-literario que le precedió y

que marcó las décadas posteriores, en las que le correspondió vivir. Su obra, en

efecto, se produce en medio de la turbulencia tanto histórica como literaria del siglo

XX. En medio del torrente de vanguardias que arrecia durante este período, la

poetisa argentina, al modo del surrealismo, queda ubicada «en una línea de

tradición poética moderna que promueve la aporía de buscar una palabra poética

“pura” utilizando el código convencional de la lengua.» (Depetris, 2008).

Como en el caso de otros autores de la época, la suya fue una búsqueda poética

intensa, a través de la cual realizó un viaje al interior de sí misma. Un viaje difícil y

peligroso, porque cuando se viaja al interior de sí mismo se ignora lo que se va a

encontrar. Se sospecha, mas no se sabe. No en vano escribe sobre dicha dificultad:

«Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome»

(Poema Nº 13 en Árbol de Diana, 1962). En tales versos podemos constatar el

descenso y la escisión del ser de los que ya nos hablaban los filósofos del

existencialismo y que tan profunda y terriblemente estará presente en su poesía. No

de otra manera se explica que escribiera buscando «pulsar los espejos», como

interrogando a su propia imagen para hallar respuestas sobre su identidad y sobre

lo que ocurrió en un pasado primigenio con su existencia.

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Esta contextualización también se justifica por el hecho de que la autora es, como

la mayoría de los escritores vanguardistas, absolutamente experimental en sus

escritos, constantemente cercanos al surrealismo, y permite una lectura

enriquecedora en la que hay muchas puertas de entrada para el lector. En palabras

de ella misma, en otro de sus poemas, «las palabras son claves, son llaves»

(Revelaciones, en Los trabajos y las noches, 1965). La cuestión consiste, entonces,

en aprender a conocer esas claves para entrar por las puertas que conducen al

mundo de «la pequeña olvidada» (Op. cit., Poema Nº 4).

Las vanguardias

Uno de los problemas de escribir sobre las vanguardias reside en el hecho de que

no se puede decir que haya poca producción bibliográfica sobre ellas. Dicha

producción es, en realidad, avasallante, como lo confirma Jorge Schwartz en la

introducción a su obra Las vanguardias latinoamericanas (2002). A esto hay que

añadir el fenómeno multiforme que se presentó, pues no hubo vanguardias

solamente en poesía, sino también en prosa y, aparte de la literatura, en campos

como la pintura y la música, las cuales se vieron frecuentemente influidas unas por

otras, como ocurre en el caso de Xul Solar, quien, a pesar de ser más conocido por

su obra pictórica, fue también escritor.

A la poetisa argentina le ocurre algo similar: antes de dedicarse de lleno a la

literatura tomó clases de pintura y al menos uno de sus libros, Extracción de la

piedra de locura (1968), tiene antecedentes en pintores de siglos anteriores (ver

imagen en página siguiente). Ahora bien, teniendo en cuenta que diversos autores

(Schwartz y otros) fechan el período de las vanguardias latinoamericanas entre

inicios de los años 20 y fines de los 30 y que Pizarnik vivió apenas entre 1936 y

1972, año de su suicidio, cabría preguntarse: ¿qué tanto le tocó, en términos

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Extracción de la piedra de la locura. El Bosco. h. 1490. Museo del Prado, Madrid,

España.

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históricos, de los movimientos de vanguardia y qué tanto tomó prestado de sus

valores estéticos?

Recordemos que ella publicó su primer poemario en 1955 (La tierra más ajena);

esto la ubicaría en el período del boom de escritores latinoamericanos, entre

quienes podemos contar a Carlos Fuentes, Julio Cortázar (amigo de Alejandra),

Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, entre otros. Pero es que el boom es

impensable sin las vanguardias. ¿Quién podría siquiera intuir el surgimiento de

obras al mismo tiempo tan llenas de imaginación y de preocupación social como

Cien años de soledad o La región más transparente sin la ruptura formal y política

llevada a cabo por los vanguardistas en las décadas previas? Bien ilustra la

situación el siguiente texto de Alfredo Bosi:

Ahora vuelvo la atención hacia otro vector de la parábola: el que parte de

la ostensible ruptura con el pasado y agrede al convencionalismo

académico, llamado “realismo” o “copia servil”. Ahí se desnuda la médula

de todos los movimientos de vanguardia formal. La apología del “espíritu

nuevo”, del “espíritu moderno” es lo que aproxima a futuristas y ultraístas,

a creacionistas y dadaístas, a desvairistas y estridentistas. (Citado por

Schwartz en 2002).

También Bosi habla de las vanguardias en América Latina como de una «operación

de renovado contacto con la cultura europea durante el primer cuarto del siglo XX»

(Ibídem). Alejandra Pizarnik, como muchos otros escritores antes que ella y en

particular los vanguardistas, viajará a París y permanecerá por algún tiempo allí,

con el fin de estar en contacto con las corrientes artísticas de la época. Y no

olvidemos que uno de sus autores favoritos es el francés Antonin Artaud, a quien

por cierto tradujo.

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No todo se explica por la influencia del ambiente literario, claro está. Si algo

caracteriza a la obra de Pizarnik es precisamente el hecho de ser tan original en su

manera de afrontar la ruptura sintáctica en el uso de la lengua. Por otro lado, no hay

evidencias de que la autora argentina haya suscrito los presupuestos políticos de

muchas de las vanguardias; más bien lo contrario, como se evidencia en la actitud

apolítica de sus textos. Podría entonces afirmarse que ella tomó de dichas

vanguardias sus elementos estéticos y los fusionó con su propia búsqueda de una

palabra poética pura, sin adherirse a ninguno de sus idearios revolucionarios o

socializantes.

Cabe anotar que las vanguardias, especialmente el surrealismo, andaban en busca

de una identidad propia. En otras palabras, buscaban que las naciones y los

individuos se encontraran a sí mismos. Tal vez sea así como puede entenderse la

aventura del grupo formado en torno a Breton para conseguir la emancipación de la

humanidad a través de la liberación del inconsciente. Y es esta búsqueda identitaria

la que se puede rastrear en los escritos de Alejandra Pizarnik.

Libertad formal y autoexamen

Uno de los planteamientos de los estudiosos de las vanguardias es que quienes les

dieron origen practicaban la libertad formal y el autoexamen antropológico. En las

páginas preliminares al estudio de Schwartz se resume el problema de la siguiente

manera: «el impulso ético terminó coincidiendo con la investigación de un lenguaje

donde la verdad y la belleza ajustaron su paso». Es así como encontramos textos

de una profunda abstracción en los cuales se trata de mostrar las preocupaciones

íntimas del inconsciente. La pintura de Dalí en la que un reloj se derrite podría ser

considerada como una expresión visual de este problema.

Es necesario recalcar que con el advenimiento de las vanguardias se registraron

muchísimos cambios en todas las artes y que el plano del contenido, tanto en la

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literatura como en las demás, sufrió un impacto decisivo. Este impacto provino de

dos fuentes diferentes: una fue el campo de las transformaciones político-filosóficas

posteriores a la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia la otra estuvo constituida

por diversas corrientes filosóficas propiamente dichas, con raíces en planteamientos

de pensadores del siglo XIX. Entre ellos es posible mencionar, en un primer

momento, a Søren Aabye Kierkegaard, en segunda instancia a Friedrich Wilhelm

Nietzsche y, por último, a filósofos como Edmund Gustav Albrecht Husserl, Martin

Heidegger y Hans-Georg Gadamer.

La relación con el surrealismo, por otro lado, no es gratuita. Carlos Luis Torres

Gutiérrez, escritor y profesor de literatura de la Universidad Pedagógica Nacional,

en un artículo sobre Alejandra Pizarnik, señala que sus textos «son muestra de que

no sólo tuvo interés en el surrealismo, sino que se convirtió en una de sus

seguidoras más sobresalientes» (2006). Valga la pena reiterar, no obstante, que

más allá de las relaciones e influencias que recibió del círculo de André Breton, la

autora desarrolló siempre una obra tremendamente experimental, con un estilo e

identidad propios que rayan en lo inclasificable.

Su obra, en síntesis, «es una de las propuestas más rupturistas y de mayor

influencia en la poesía contemporánea, sobre todo en la escrita en lengua española

por mujeres»1. Y es que nuestra autora es una de quienes más frontalmente rompe

con el orden estético establecido, puesto que, en palabras de Torres Gutiérrez al

referirse a Extracción de la piedra de locura, «este libro es la puerta a su último

intento literario: ya no sólo el desgarramiento de su contenido, sino, además, la

fractura sintáctica. El idioma se le ha convertido también en una jaula de la que debe

salir: lo transgrede, a costa de todo, hasta del sentido» (Ibídem). O, en palabras de

ella misma: «Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no

1 Centro Virtual Cervantes. Monográfico sobre Pizarnik. http://cvc.cervantes.es/actcult/pizarnik/. Recuperado el 28 de abril de 2013.

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guarecen, yo hablo» (Fragmentos para dominar el silencio. En Extracción de la

piedra de locura, 1968).

Otros aspectos de las vanguardias

Para completar el cuadro contextual de la obra poética de Alejandra Pizarnik, vale

la pena explorar algunos aspectos adicionales referidos al fenómeno vanguardista.

Por un lado, la poesía hispanoamericana del siglo XX se vio atravesada por las

distintas y múltiples vanguardias procedentes de Europa y desarrolladas en la

propia Hispanoamérica, que rompieron los paradigmas literarios vigentes hasta

entonces y condujeron a una verdadera explosión en la producción literaria, dando

lugar a infinidad de revistas y manifiestos. Fue de capital importancia la influencia

del surrealismo francés, liderado por André Breton. Por otro lado, como bien lo

señala Schwartz, «la crítica latinoamericana aún nos debe el mapa de las sendas,

algunas sinuosas e insospechables, que el surrealismo recorrió en la historia de

nuestra poesía a lo largo de los años treinta y cuarenta» (Op. cit.).

Este último apunte es de mucha importancia. Hasta el texto crítico de Schwartz,

pocos autores se han ocupado con seriedad del fenómeno de las vanguardias. Se

ha hablado mucho de ellas, pero no se ha hecho un balance crítico sustancial sobre

las mismas. Cuando mucho, se ha tratado de los manifiestos y ensayos propuestos

por los autores vanguardistas. De los textos poéticos, como en el caso de Girondo

y Huidobro, no existen muchos comentarios críticos.

En Colombia en particular se ha trabajado con poca profundidad el tema de las

vanguardias. Casi siempre, incluso en la formación universitaria, se hace referencia

a los nadaístas únicamente, como si nuestro país hubiera pasado por una especie

de periodo de autismo literario, solamente interrumpido por Gonzalo Arango y la

gran obra de García Márquez. Este vacío investigativo ha implicado que se estudien

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poco obras como las de Alejandra Pizarnik. Hasta el momento no hay, por ejemplo,

ningún trabajo de grado sobre esta autora en la Universidad Tecnológica de Pereira.

¿Vanguardia o vanguardias?

Otro punto a esclarecer es el del uso del término mismo de vanguardia. Es

interesante saber que dicho vocablo estaba, hasta mediados del siglo XIX,

restringido al campo de lo militar. La idea era que había varias formaciones en un

ejército que se enfrentaba con otro a campo abierto: la primera, que entraba al

choque frontal, se denominaba precisamente «vanguardia»; luego venía un sector

intermedio que servía para el grueso de la batalla; y en tercer lugar estaba la

«retaguardia», es decir, quienes estaban de últimos en el cuerpo de soldados y

oficiales que entraban a la lucha.

Con el advenimiento de las ideas de Marx, Engels y, más tarde, Lenin, se produjo

un enorme cambio en el imaginario de los pueblos europeos. El léxico que

acabamos de describir dejó de ser exclusivo de la milicia, para convertirse en una

forma de agitación de la clase obrera en su pelea por el poder contra la aristocracia,

la burguesía y las clases dominantes en general, pasando a tener un tinte político.

Casi inmediatamente (y por lo que se refiere a Schwartz este cambio se da justo a

finales del XIX), los artistas de izquierda, incluidos los escritores, comienzan a

apropiarse del término vanguardia para expresar su apoyo a las luchas populares

que se están dando en Europa en aquél momento.

En Latinoamérica se da un fenómeno similar. Los intelectuales que habían vivido en

Europa, principalmente en París, comenzaron a importar las corrientes artísticas

que allí estaban en auge. Pero observemos el plural: eran corrientes, no una sola

corriente. Esto es clave para comprender el fenómeno vanguardista, tanto a éste

como al otro lado del océano. No hubo solamente una corriente de vanguardia, sino

muchas vanguardias. Es la famosa explosión de los ismos.

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En Europa, por ejemplo, se presentaron formas como el futurismo, el expresionismo

alemán, el ultraísmo, el dadaísmo y el surrealismo, entre otras. De la misma manera,

en Latinoamérica no se puede hablar de una única corriente vanguardista. Una cosa

es el estridentismo mexicano y otra muy distinta lo ocurrido en Brasil después de la

Semana del 22; o la avanzada de José Carlos Mariátegui en Perú en comparación

con lo ocurrido en Argentina alrededor de Martín Fierro, donde Oliverio Girondo

publicará su célebre manifiesto en 1924.

Hubo, pues, muchas tendencias y matices que no son perceptibles a primera vista

en las obras de los escritores latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX. Es

necesario un examen más detenido y juicioso, que dé cuenta de todos aquellos

aspectos que hasta ahora no han sido abordados. Por ejemplo, no es claro en la

formación universitaria actual con respecto a qué rompieron los escritores de las

vanguardias. Es claro que hubo una ruptura profunda, consecuencia quizás de los

avances de la modernidad y de los cambios políticos que se iban presentando en el

mundo. Pero debería haber una cabal comprensión de la actitud de los artistas que

adherían a los diferentes movimientos de vanguardia. Ellos rompían con el pasado

porque lo conocían. Todos, desde los precursores del verso libre como Walt

Whitman hasta autores posteriores pero influidos de algún modo por las

vanguardias, como Pablo Neruda, conocían las formas clásicas de hacer poesía.

Sabían cómo elaborar un soneto en versos endecasílabos que terminaran

principalmente en palabras graves.

Lo anterior se hace evidente en textos como El nuevo soneto a Helena, del mismo

Neruda. En este poema se presentan dos cuartetos y dos tercetos, como en la forma

clásica del soneto, pero el autor procede por medio de la asonancia en vez de la

consonancia, de manera que no hay rimas entre los versos y no hay una métrica

definida. Pero aquí la ausencia de dichos elementos es intencionada, no producto

del desconocimiento de los clásicos, tal como ocurre hoy en día, cuando al leer a

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poetas como Girondo, Huidobro o Pizarnik los jóvenes de grado 11º o universitarios

corren a copiar sus formas sin comprender los presupuestos teóricos que

fundamentaban las rupturas.

Adicionalmente, es importante, para efectos de tener una historia literaria coherente,

conocer la trayectoria completa de los escritores de las vanguardias. Porque si bien

hubo poetas que continuaron con la ruptura hasta la muerte, hubo otros, como Jorge

Luis Borges, quienes luego renegaron de sus años vanguardistas. Recordemos que

este autor argentino es quien trae el ultraísmo de España e incluso publica en revista

Martín Fierro, órgano de los intelectuales de avanzada de Buenos Aires. Más tarde,

Borges hablará de sus tiempos ultraístas como de una especie de error juvenil.

Se puede decir, por cierto, que él hizo un recorrido literario e ideológico contrario al

de muchos artistas de su época. Mientras la mayoría abandonaba las formas

literarias clásicas y decimonónicas en favor de una escritura cada vez más

vanguardista, el autor argentino trabajó inicialmente influido por las vanguardias

para terminar escribiendo sonetos con los cánones estéticos del siglo XVI, aunque

eso sí muy diferenciados en cuanto ritmo, temas y musicalidad se refiere. Es

frecuente inclusive encontrar en él poemas en verso blanco, que muchos lectores

incautos toman por textos en verso libre.

Otro de los temas que vale la pena explorar en el estudio de las vanguardias es la

forma en que los escritores difundían sus ideas. A menudo convergían en alianzas

con pintores para ilustrar sus revistas, que, aunque por lo general de efímera

existencia, eran muy contundentes en su contenido político y reforzaban sus

propuestas estéticas con la ayuda de imágenes. Este es todo un campo que aún

está por explorar: el de las relaciones semióticas entre imagen y palabra en las

revistas y demás publicaciones de los autores vanguardistas.

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No solamente fueron dichas revistas las depositarias del pensamiento vanguardista,

sino que en ocasiones los artistas recurrieron a la gran prensa escrita para divulgar

sus manifiestos, los cuales eran de un contenido vigoroso y revolucionario y, sobre

todo, muy firme en la defensa de lo que ellos consideraban eran los intereses de la

clase trabajadora.

Este punto, no obstante, merece una aclaración. Como dijimos anteriormente, el

término vanguardia procedía originalmente del campo militar y adquirió más tarde

un tinte político a partir de las reivindicaciones obreras y campesinas, tanto de

europeos como de latinoamericanos. Pues bien, no siempre las vanguardias

políticas fueron a la par con las vanguardias artísticas. Se dio con mucha frecuencia

el caso de que ciertos prejuicios ideológicos ahogaran la expresión artística, incluso

si esta buscaba la liberación de la humanidad.

¿Cómo explicar esta contrariedad? Para hacerlo, debemos remontarnos al conflicto

entre dos corrientes de izquierda que hubo en Europa en el siglo XIX: el socialismo

(primero utópico y luego científico) por un lado y el anarquismo, por otro. Los

socialistas, seguidores inicialmente de Saint-Simon (1760-1825) y más tarde de la

corriente marxista-leninista, veían al arte como íntimamente relacionado con la vida

cotidiana y por lo tanto le daban un peso enorme a los valores sociales y colectivos

en general; preconizaban el «arte comprometido». Los anarquistas, seguidores en

principio de Charles Fourier, se apegaban al lema ars gratia artis (el arte por el arte)

y pensaban más en las posibilidades liberadoras de los deseos e intenciones más

profundos del artista. Hubo entre ellos autores de la talla de Oscar Wilde.

En el siglo XX, el antagonismo entre ambas tendencias vanguardistas creció

sobremanera luego de la Revolución de Octubre en 1917. Ante el aparente triunfo

de la clase obrera, muchos intelectuales occidentales volvieron la mirada a Rusia y

quisieron traer a tierras europeas y latinoamericanas lo que había ocurrido en ese

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país a través de la literatura y del arte en general, sin tener en cuenta las condiciones

políticas y sociales específicas que había en este hemisferio.

El problema radicó en que, si bien en la URSS los artistas gozaron de cierta libertad

en los primeros años, después de la muerte de Lenin el estalinismo instauró una

serie de cánones estéticos que en su conjunto se conocerían como Realismo

socialista, el cual demandaba, desde el Comité Central del PCUS (Partido

Comunista de la Unión Soviética), que todas las obras de arte, incluyendo las

literarias, fueran lo más cercanas a la realidad posible, aunque para ello fuera

necesario sacrificar la imaginación. Al respecto vale la pena recordar una cita que

Schwartz hace de Picasso, quien por cierto era comunista: «Yo trato de no

aconsejar a los rusos sobre economía. ¿Por qué ellos deben decirme cómo pintar?»

(Ibídem).

Pero las palabras de Picasso fueron desoídas. En todas partes se calificó a quienes

no seguían los cánones estalinistas como artistas «decadentes». La lista incluía a

autores tan críticos del totalitarismo como Kafka o Sartre y a artistas tan

renovadores como los surrealistas, quienes, en palabras de Schwartz, apuntaban

«hacia la utopía de la transformación del hombre a través de la liberación de las

fuerzas del inconsciente» (Ibíd.). No en vano este y otros investigadores señalan al

realismo socialista como responsable de haber asfixiado muchas de las corrientes

vanguardistas del siglo XX, en particular aquellas surgidas en el seno del bloque

soviético.

Quienquiera que tenga la razón en todo este debate, una cosa queda clara: las

vanguardias «se distinguieron no sólo por las diferencias formales y por las reglas

de la composición, sino por su toma de posición ante las cuestiones sociales»

(Ibíd.). Además, a pesar de la diversidad de criterios frente al problema señalado,

hay dos características comunes a todas las vanguardias: la búsqueda cada vez

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más urgente de originalidad y la actitud crítica en relación con las sociedades en

que les correspondió vivir.

El problema de la originalidad

Tengamos en cuenta que, antes de las vanguardias, la cuestión de la originalidad

no era precisamente un gran problema. Los románticos, por ejemplo, lo zanjaban

dándole un nuevo tratamiento a temas ya trabajados en la tradición clásica, como

es el caso del inglés Shelley, quien en su obra Prometheus Unbound le da una

nueva mirada al mito griego; o escogiendo otros aparentemente descriptivos, como

el de los paisajes en la literatura realista, para darles una profundidad simbólica

mucho mayor, como en el caso de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë o de

María, del colombiano Jorge Isaacs.

Pero con las vanguardias el problema se torna verdaderamente dramático. Al querer

crear algo totalmente nuevo, sin ataduras al pasado, rompen con toda tradición y

buscan partir de cero en la historia de la humanidad, como en el caso del chileno

Vicente Huidobro, quien dice:

Sólo para nosotros

Viven todas las cosas bajo el Sol

El Poeta es un pequeño Dios

Estos versos son una refutación directa y temeraria al pasaje bíblico del libro de

Eclesiastés, que reza:

¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho?

Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.

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De hecho, sobre Huidobro apunta Schwartz que siendo «poeta inaugural de las

vanguardias en América Latina, seguirá hasta el fin de una vida muy agitada fiel a

las ideas del poeta como redentor de la humanidad y de la poesía como fuerza

renovadora» (Ibíd.).

Este anhelo de originalidad tendrá expresión en la búsqueda de nuevos lenguajes.

Es por eso que alguien como Xul Solar, por ejemplo, buscará la fundación de una

panlengua, similar al esperanto en aspiraciones y estructura (pues mezcla

elementos léxicos y sintácticos de varios idiomas), de igual manera que el peruano

Francisco Chukiwanka recurrirá a una grafía que refleje los cambios fonéticos

introducidos en la pronunciación del castellano por los indígenas de su país.

Llegados a este punto, hay que fijarse cuidadosamente de qué modo se usa el

término originalidad. Para algunos vanguardistas, como los seguidores del

movimiento Dadá o los futuristas, «original» será sinónimo de «nuevo». Ello explica

que corrientes como la de Marinetti buscaran inspiración en la maquinaria aportada

por la tecnología más reciente, incluyendo al automóvil y al tranvía. Así ocurre con

Oliverio Girondo, quien en 1922 titulará un poemario Veinte poemas para ser leídos

en el tranvía.

Otra forma interesante en que se expresó esta búsqueda de un nuevo lenguaje

fueron las formas tipográficas a las cuales recurrieron los poetas. Inspirados por los

caligramas de Apollinaire, sus obras alcanzaron un grado de abstracción nunca

antes visto. También Alejandra Pizarnik, un par de décadas más tarde, hará algo

similar: escribirá sus poemas sobre un lienzo, como si se tratara de pinturas. En

esto el movimiento dadá hará un aporte muy importante, el cual se puede comprobar

echando una mirada a las portadas de algunas de sus revistas.

El caso de los surrealistas será un poco diferente. Dado que buscan inspiración en

los materiales proporcionados por el inconsciente, recurrirán no sólo a la ruptura

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sintáctica y al verso libre, sino también a los elementos más insólitos aportados por

los sueños. Es esto lo que hará de cuadros como los de Dalí a un tiempo tan

atractivos y tan extraños para el observador de su tiempo. Los efectos de este tipo

de inspiración se pueden rastrear hasta los escritores del boom en Latinoamérica;

son muy claros en relatos como Una flor amarilla y La noche boca arriba, de Julio

Cortázar.

Por su parte, la actitud crítica hacia la sociedad es, si se quiere, la otra cara de la

moneda. No se concibe al artista de las vanguardias sin las preocupaciones sociales

y políticas que lo caracterizaron. La causa de esta preocupación puede encontrarse

quizás en los efectos colaterales del progreso científico y técnico traído por la

modernidad. La presencia cada vez mayor de la máquina en la vida cotidiana y en

la producción a escala industrial no dejaría al mundo indemne. El campo se ve cada

vez más despoblado en favor de la fundación de las grandes urbes, que en

Latinoamérica corresponden a ciudades como São Paulo, Rio de Janeiro, Ciudad

de México y Buenos Aires.

El drama vivido por los recién llegados a estas ciudades, quienes no encuentran en

ellas un empleo estable o son explotados brutalmente y no tienen ya tierra a dónde

regresar, será retratado fielmente en las obras literarias del momento. Toda una

estética se desarrollará alrededor del problema obrero y campesino. Vale la pena

recordar, al respecto, el cuento El alma de la máquina (1907), de Baldomero Lillo,

en el que ya se prefiguran muchos de los elementos que darán origen a dicha

estética.

El problema en este punto radicará, no obstante, en la forma de mostrar en las obras

el destierro y la explotación. Como ya lo habíamos anotado, hubo grandes conflictos

estético-ideológicos entre quienes profesaban el realismo socialista quienes se

oponían a una única forma de representación de los problemas de las clases

populares. De modo que habrá quienes defiendan una representación tendiente a

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lo uniforme de las luchas y problemas de los distintos sectores sociales, sobre la

base de que dichos problemas tienen un origen común, mientras que habrá otros

que busquen darle un rostro más personal al drama de los pueblos.

Esta tensión no resuelta es la que hará que en décadas posteriores grandes

escritores como Gabriel García Márquez sean criticados por comunistas y

socialistas. En entrevista con el entonces periodista de izquierda Plinio Apuleyo

Mendoza (El olor de la guayaba, 1982), el escritor colombiano les da una respuesta

que, aunque un poco extensa, vale la pena reproducir:

Quiero que el mundo sea socialista, y creo que tarde o temprano lo será.

Pero tengo muchas reservas sobre lo que entre nosotros se dio en llamar

literatura comprometida, o más exactamente la novela social, que es el

punto culminante de esta literatura, porque me parece que su visión

limitada del mundo y de la vida no ha servido, políticamente hablando, de

nada. Lejos de apresurar un proceso de toma de conciencia, lo demora.

Los latinoamericanos esperan de una novela algo más que la revelación

de opresiones e injusticias que conocen de sobra. Muchos amigos

militantes que se sienten con frecuencia obligados a dictar normas a los

escritores sobre lo que se debe o no se debe escribir, asumen, quizás sin

darse cuenta, una posición reaccionaria en la medida en que están

imponiéndole restricciones a la libertad de creación. Pienso que una

novela de amor es tan válida como cualquier otra. En realidad, el deber

de un escritor, y el deber revolucionario, si se quiere, es el de escribir

bien.

Esta respuesta, por supuesto, es muy posterior al período de las vanguardias, pero

sirve al lector actual para vislumbrar el tenor de las discusiones que se produjeron

tanto antes como durante y después de dicho período.

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No obstante, cabe aclarar, para equilibrar las cosas, que en el ambiente en que

crecieron los intelectuales de izquierda durante la primera mitad del siglo XX debió

de haberles parecido que no había mayor margen de acción, pues mientras en

Europa se producían las dos Grandes Guerras, en Latinoamérica se había desatado

la furia dictatorial de las clases dominantes, que buscaba asfixiar cualquier

expresión política o social diferente a la de los cánones establecidos. Es, pues, a

causa de ello, que muchos artistas sentían que no les quedaba éticamente otra

opción que la de ser explícitos en sus obras de denuncia, aunque tal actitud

implicara sacrificar parte de la calidad o creatividad de la obra en sí.

Balance crítico

En este momento de la discusión, es necesario hacer un balance crítico del legado

de las vanguardias. Una de las reflexiones que pueden hacerse es que,

definitivamente, no hay solución de continuidad entre los diferentes períodos de la

historia de la literatura. En otras palabras, es imposible delimitar con nitidez las

etapas que se suceden entre un movimiento artístico y otro. Los escritores

vanguardistas pretendieron, a la manera en que reza el verso de Octavio Paz,

“acabar con todo”; desligarse completamente del pasado, reinventar el mundo, partir

de cero; ser tan modernos como fuera posible. Después Jorge Luis Borges, quizás

el escritor más genial que haya tenido la literatura en lengua castellana en el siglo

XX diría, haciendo el análisis de su propia trayectoria estética, que «Ser moderno

es ser contemporáneo, ser actual; todos fatalmente lo somos»2.

Dicho eso, debe quedar claro que el legado de los vanguardistas es enorme. No

sólo por la renovación de los criterios estéticos dominantes per se, sino porque

mediante dicha renovación contribuyeron a sentar las bases para un mundo

diferente. Sin las acciones artísticas y políticas de los escritores de vanguardias es

2 Escrito en 1969 en el prólogo para una edición de Luna de enfrente, publicada originalmente en 1925.

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difícil pensar en fenómeno como el Mayo Francés, por poner solamente un ejemplo.

Los vanguardistas supieron cumplir en gran medida el papel que les corresponde a

los intelectuales como conciencia crítica de la sociedad, consiguiendo despertar las

mentes de quienes podían realizar cambios en ella.

En Latinoamérica específicamente, la actividad de los grupos vanguardistas abrió

puertas que antes estaban vedadas para los artistas y escritores en general. En

Argentina, la actividad de Martín Fierro, como bien lo señala Schwartz, logró

transformar el mundo editorial y darle al escritor un estatus profesional, en tiempos

en que los propios autores debían costear la impresión y difusión de sus obras. En

Brasil la Semana del 22 hizo que se enriquecieran la literatura y el arte hasta

entonces asfixiadas por las formas retóricas lusitanas. En Perú lograron recuperar

las raíces indígenas que se hallaban perdidas hacía tiempo a causa del racismo

heredado de la era colonial española. En México los estridentistas, junto con los

muralistas en pintura, consiguieron acercar el arte a las clases populares de una

manera sin precedentes en todo el continente. Este no es un logro pequeño, ya que

a lo largo de la historia el arte se ha visto predominantemente restringido en su

acceso a las élites de cada país.

Las corrientes de vanguardia, además, lograron oxigenar un panorama que había

comenzado a caducar hacía bastante tiempo. Formas como el soneto, que aún

pueden tener vigencia e manos de grandes maestros como Borges, habían llegado

a casi a su límite expresivo, solamente renovado por los modernistas como Rubén

Darío o José Asunción Silva en Colombia. Al mirar el mundo con ojos nuevos fueron

capaces de hacer respirable una atmósfera que se tornaba densa y pesada;

pudieron presenciar la creación de cosas nuevas debajo del sol.

Los vanguardistas garantizaron un lugar para el arte en medio de la barbarie del

mundo moderno. En un mundo como el occidental, donde el progreso cultural ha

decrecido conforme han avanzado la ciencia y la técnica, reservaron para la historia

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algo de humanidad. ¿Quién hubiera podido denunciar de mejor manera el

bombardeo a Guernica que Picasso con su cuadro homónimo? ¿O quién habría

reflexionado profundamente sobre los horrores de la I Guerra Mundial de no haber

sido por el expresionismo alemán? Del mismo modo, ¿quién puede concebir la

construcción de identidad e independencia de las letras hispanoamericanas sin

movimientos como el creacionismo? ¿O quién puede imaginar una oposición a los

regímenes dictatoriales latinoamericanos sin la fuerza expresiva de los escritores

de la primera mitad del siglo XX? Y en últimas, ¿cómo podría concebirse el boom

de los grandes autores de América Latina sino fuera a través de la construcción

sobre la base de lo hecho por los autores de las décadas del 20 y del 30?

Los escritores vanguardistas fueron, en síntesis, hombres que, errores aparte,

respondieron al llamado que sintieron la historia les hacía de ser parte de los

sucesos de su tiempo, en lugar de quedarse a mirar desde una torre de marfil cuanto

les acontecía a sus pueblos. No cabe duda de que sin las vanguardias el mundo

occidental sería irreconocible para nosotros. Y, al mismo tiempo, era en cierto modo

imposible que actuaran de modo diferente, teniendo en cuenta las características

de la época en que vivieron.

Influencia sobre Pizarnik

Partimos de la tesis de que ningún autor u obra literaria surge ex nihilo. Todo tiene

una génesis, unos antecedentes históricos y artísticos sobre la base de los cuales

se construye. Así como el lector cuando se encuentra ante una obra llega con una

experiencia vital y de lectura que determinan la apropiación e interpretación de la

misma, los escritores no inventan de la nada, sino que a su turno han llegado a unas

conclusiones sobre el arte y sobre la vida en general que son las que les permiten

producir sus textos.

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Sobre la base de lo anterior es que cobra sentido la reflexión hecha acerca de las

vanguardias latinoamericanas, pues de otra manera una obra tan rupturista como la

de Alejandra Pizarnik, ya de por sí compleja, se tornaría oscura e incomprensible.

Es menester, pues, dar cuenta de los elementos estéticos que rodearon su época

para hacer una hermenéutica plausible de su obra.

Lo primero que salta a la vista en una lectura detenida de la obra de Alejandra es

que ella se halla ajena, al menos en un plano explícito, a los grandes problemas

políticos y sociales de su tiempo. Ni el socialismo, ni el anarquismo, ni las luchas

obreras, ni las dictaduras latinoamericanas del siglo XX son motivo de preocupación

en sus poemas. En este aspecto su escritura se distingue claramente de la de los

autores vanguardistas.

Una segunda mirada, sin embargo, deja advertir claramente una fragmentación del

discurso poético, una ruptura sintáctica plenamente intencionada. En muchos de

sus poemas se puede intuir la influencia del método de la escritura automática,

propio de los surrealistas, quienes, como hemos dicho previamente, buscaban la

emancipación de la humanidad a través de la liberación de las fuerzas del

inconsciente.

He ahí una de las claves para llegar a una interpretación enriquecedora de la poetisa

argentina: el recurso a lo onírico, a las imágenes poéticas llenas de colores como el

lila para connotar ese problema existencial que tanto la acosaba («¿Para qué tanta

vida?», se pregunta en su poema Noche). La turbulencia que sufrían los demás

externamente, representada en las luchas obreras y conflictos como la Guerra Fría,

era en ella una multitud de conflictos internos a punto de estallar y que clamaban

por una salida desde lo más profundo de su ser a través del poema.

De modo que Pizarnik, aunque no hereda directamente las preocupaciones sociales

y políticas de los escritores de las vanguardias y del boom, es en sí misma sujeto

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de esa historia moderna que asfixia al individuo y lo pone en crisis permanente, en

una angustia existencial sin salida, expresada muy bien en su poema Nº 13:

«explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome»

(1962). En conclusión, es la suya una poesía que aunque no tiene por tema los

mismos asuntos que preocuparon a los vanguardistas, sí hace uso de sus formas

poéticas, como el verso libre y la fragmentación del discurso, para dar cuenta de su

propio desasosiego. Es un ejemplo de lucha por liberarse a través de la expresión

de las fuerzas más poderosas de su ser más profundo: el inconsciente.

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UNA POÉTICA EXPERIMENTAL

Nosce te ipsum.

Traducción latina de una inscripción

en el templo de Apolo en Delfos, Grecia.

Hay libros que dejan al lector en un cierto estado de mutismo, de estupor, libros

cuyos autores parecen haberlo dicho todo ya. Entonces, tanto poetas como

académicos nos preguntamos qué puede decirse sobre la creación literaria de un

autor en particular. ¿Qué hay en aquellas obras que nosotros podamos describir

aparte de lo que las obras mismas dicen en un lenguaje poético? ¿No se supone

que la obra de arte se sustenta por sí sola y lo que tiene para comunicar se lo da al

espectador o lector de manera íntima en la relación inexpresable que hay entre ella

y quien le presta sus cinco sentidos?

Con respecto a este problema, que bien puede convertirse en acalorada polémica,

cabría traer a colación unas palabras de Shakespeare, que aunque se han repetido

en muchas ocasiones, en pocas se han comprendido: «el resto es silencio». Ahora

bien, siendo el británico el genio que era, es difícil imaginarlo pensando que nada

podría escribirse después de su muerte. Tenemos infinidad de novelas, dramas,

tragedias, ensayos, cuentos y poemas escritos, no sólo en inglés sino en todas las

lenguas del mundo, después su fallecimiento y algunos, por supuesto, pueden

considerarse verdaderamente grandes. ¿A qué hace referencia entonces el silencio

mencionado por Shakespeare? Quizás a esto tan sencillo pero tan profundo que

aprenden los estudiantes de literatura en los primeros semestres: que los temas son

siempre los mismos y que lo que distingue a una obra de otra es el tratamiento que

se le da a esos temas.

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Eso es exactamente lo que ocurre, por ejemplo, al comparar el tratamiento del tema

del amor en la Antigüedad grecolatina con el que se le da en la actualidad. Antes,

los seres humanos proyectaban todos sus deseos, cualidades y defectos en los

dioses que creaban con su intelecto; hoy los medios masivos presentan ciertos

personajes para que la audiencia, inadvertidamente, los vaya convirtiendo en ídolos.

Las historias entonces cambian de nombre y los dioses ya no viven en el Olimpo,

pero en los relatos del presente siguen apareciendo los matices que se daban en el

mundo clásico sobre el amor y otros temas. La madre que pierde a su hija

(Perséfone) en manos de un ser malvado (Hades); el Supremo caprichoso que tiene

en sus manos destruir o preservar el mundo (Zeus); la idea del eterno retorno; la

infructuosa búsqueda de la felicidad; el carácter magnánimo de unos gobernantes

y la tiranía de otros (Antígona)… la lista podría seguir ad infinitum.

Hasta donde sabemos, los temas tratados por los escritores en toda lengua y en

todo lugar siguen siendo los mismos. El amor, las mujeres, la muerte, la bondad, la

maldad, la eternidad, el Infierno, el Paraíso, la guerra, la paz y otros más. En

términos de contenidos, no hay nada que podamos añadir. En este sentido, quedan

firmes las palabras del Eclesiastés: «nada hay nuevo debajo del sol».

Forma y substancia

¿Cómo se expresa el problema mencionado arriba en el plano artístico? Mediante

la relación que cada artista establece entre forma y substancia o contenido.

Siguiendo a Octavio Paz (1972), podemos afirmar que la unidad de la poesía no

puede ser asida sino a través del trato desnudo con el poema:

Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía

erguida. Sólo en el poema la poesía se aísla y revela plenamente. Es

lícito preguntar al poema por el ser de la poesía si deja de concebirse a

éste como una forma capaz de llenarse con cualquier contenido. El

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poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía

y el hombre. Poema es un organismo verbal que contiene, suscita o emite

poesía. Forma y substancia son lo mismo. (subrayado nuestro).

Usualmente separamos forma de contenido. Pensamos en la forma como el

tratamiento de un tema y en el contenido o substancia como la materia misma objeto

de dicho tratamiento. Es en concordancia con este distinción que se puede

comprender lo que decimos al afirmar que los temas son siempre los mismos y que

es el tratamiento, que puede variar, lo que hace diferente a una obra de arte de otra;

consideramos forma y substancia como entidades separadas. Sin embargo, con

estas palabras Octavio Paz (quien por cierto escribió una especie de presentación

para el libro Árbol de Diana de Pizarnik), nos recuerda que esta separación es en

gran medida artificial y que no es válido insistir demasiado en ella, so pena de

extraviar el sentido del poema. Y es que el mundo del hombre puede soportar la

ambigüedad, el embrollo e incluso la locura, pero no la carencia de sentido, dado

que «el silencio mismo está poblado de signos» (Op. cit.) y, como lo atestiguamos

en el caso de Alejandra Pizarnik, «el poema es vía de acceso al tiempo puro,

inmersión en las aguas originales de la existencia» (Ibídem) en las cuales

desemboca todo significado.

Algunos de estos signos, probablemente los más importantes, son las palabras.

Estamos hechos de palabras. No podemos escapar del lenguaje. Quizás por eso

muchos intérpretes han coincidido en que el suicidio de Alejandra es su último acto

poético. Pues el lenguaje es una condición de la existencia del hombre y no un

objeto, un organismo o un sistema convencional de signos que podamos aceptar o

desechar. Esta realidad encuentra su síntesis en el hecho de que el poema es una

totalidad viviente, hecha de elementos irreemplazables. Pero hay que llamar la

atención sobre una situación indiscutible: el poeta no se sirve de las palabras, sino

que, al contrario, es su servidor. Y al servirlas, las devuelve a su plena naturaleza,

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las hace recobrar su ser. Por ello se puede decir que gracias a la poesía el lenguaje

reconquista su estado original.

Podemos constatar lo anterior en este verso de Pizarnik:

Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.3

Aquí observamos la condensación poética, de la cual derivarán luego el poema en

prosa y los «pequeños artefactos poéticos». Pero, además, comenzamos a

encontrar una suerte de experimentalismo, como se ve en su poema Yo soy:

mis alas?

dos pétalos podridos

mi razón?

copitas de vino agrio

mi vida?

vacío bien pensado

mi cuerpo?

un tajo en la silla

mi vaivén?

un gong infantil

mi rostro?

un cero disimulado

3 Mendiga voz, Los trabajos y las noches, 1965).

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mis ojos?

ah! trozos de infinito4

Observemos la ausencia total de signos de interrogación y de mayúsculas iniciales,

además de la falta del punto. Se trata de ausencias totalmente deliberadas, que

muestran un poema entre las fronteras de la razón y la imaginación; parece

encontrar alegría únicamente en lo que ven sus ojos, lo cual explicaría, entre otras

cosas, su documentada afición a la pintura. Estamos de estilo (o inteligencia)

eminentemente «visual», lo cual se confirma por su actitud de escribir los poemas

sobre lienzos, como si fueran pinturas.

A continuación el lector podría preguntarse si esta experimentación posee algún

sentido concreto. Sin entrar en especulaciones, vale la pena recordar lo que decía

Sartre (1950) –un autor a quien Pizarnik conocía muy bien– en la siguiente frase:

«Todo escrito posee un sentido, aunque ese sentido diste mucho del que el autor

soñó dar a su trabajo». No sabemos, y quizás nunca nadie lo sepa, el significado o

sentido exactos que Pizarnik quiso darle a su obra. Pero, como también lo dijo otro

filósofo –Nietzsche–, tenemos interpretaciones. Claro está, estas interpretaciones,

si es que quieren hacer justicia a los autores, no pueden ser caprichosas.

Trataremos, pues, de evitar el riesgo de caer en tales distorsiones, teniendo en

cuenta, con Sartre, que el escritor tiene una situación en su época, que cada palabra

suya repercute y que igual ocurre con cada silencio.

Este asunto del silencio podría bien dar lugar para otra monografía sobre Alejandra

Pizarnik, especialmente si se tiene en cuenta la brevedad de la mayoría de sus

composiciones más importantes. Su situación, de una oscuridad y angustia

existenciales inenarrables, la llevan a construir una obra cada vez más densa, en la

4 La tierra más ajena, 1955.

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que se vuelve más y más importante lo que no se dice frente a lo que está explícito

en el texto. En virtud de este silencio y de esta densidad, queda la sensación, tal y

como habíamos dicho al principio, de que ya todo está dicho, de que no queda nada

por escribir. Y, sin embargo, se siguen escribiendo poemas; la poesía sigue

haciendo presencia, de tal manera que ella es el más patente de los milagros.

Estructura

Al echar una mirada a cualquier poema de la actualidad, sea de un autor colombiano

o de cualquier otro país de Latinoamérica, queda una pregunta en el ambiente: ¿qué

distingue al artista de un productor de objetos cualquiera? Usualmente, sobre todo

en el campo de la escritura, hemos tendido a echar mano de la forma literaria para

trazar la línea que separa, digamos, a quien escribe un artículo de opinión o un

ensayo sobre historia de las ideas de quien se dedica a escribir versos, cuentos o

novelas. Esta opción, no obstante, presupone la estabilidad casi sempiterna de las

formas poéticas: soneto, décima, octava, canción, poema épico, etc. ¿Pero qué

pasa cuando el canon de las formas estéticas ha sido violentamente sacudido, como

lo vimos en el capítulo anterior? ¿Sobre la base de qué factor inmutable se pueden

establecer tipologías textuales o, en nuestro caso, poéticas?

Jean Cohen, en un excelente trabajo que lleva por título Estructura del lenguaje

poético (1984), hace un interesante análisis de las tipologías del verso: plantea el

conflicto rima vs. verso libre y verso vs. prosa; llega a una definición del «verso como

antifrase», en el sentido de que la musicalidad y el ritmo propios de la poesía rayan

en el agramaticalismo frente a los rasgos propios de la prosa tradicional. Éste se

acentúa en el verso libre, lo cual constatamos en la obra de Pizarnik, si bien debe

tenerse en cuenta que en ella conviven dos características formalmente opuestas:

un cierto paralelismo fono-semántico presente en sus poemas en prosa y una

ruptura sintáctica permanente en sus poemas en verso libre.

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En consonancia con lo planteado por Cohen, en cuya obra se encuentran con mayor

profundidad los conceptos aquí aludidos, nos gustaría añadir algunas reflexiones.

Como lo atestiguamos en la obra de Pizarnik, encontrar un ritmo y una forma propios

quizás sea el reto más grande al que se enfrenta un poeta. Los temas, ya lo

sabemos, siempre están a la mano. Son la forma y el ritmo los que distinguen a un

conjunto de palabras de otro y les otorgan la categoría de obra de arte. Los temas

religiosos, por ejemplo, siempre han estado presentes en toda región habitada por

el género humano. Pero una cosa es la reflexión razonada que en Occidente hemos

dado en llamar teología y otra muy diferente los versos del Paraíso perdido de John

Milton. Y tanto en la India como en Mesoamérica los pueblos nativos han producido

grandes poemas rituales. El principio arostotélico según el cual a uno se le debe dar

el calificativo de historiador y a otro el de poeta, a pesar de que ambos escriban con

determinada métrica, sigue en pie.

Todo poeta enfrenta esa misma dificultad de hallar una voz propia, la cual también

han enfrentado sus predecesores. Es una prueba que, sin duda alguna, Alejandra

Pizarnik supera con éxito. Esa voz, eso que llamamos estilo, no se consigue sin

esfuerzo. Y son la forma y el ritmo los que revelan de modo tangible esa voz. Porque

siendo los temas siempre los mismos –el amor, la muerte, la soledad el apego a la

tierra de la que se procede, etc. –, es su tratamiento lo que determina si lo

consignado en el papel es arte o no. De otra manera, es decir, sin una voz

claramente definida a partir de unos rasgos específicos, el creador desaparece en

el mar del sinsentido o en los lares de otras disciplinas de la actividad humana.

El problema radica en el tipo de esfuerzo que el poeta lleva a cabo para encontrar

su propia voz. Durante siglos, para asegurar un cierto sentido de musicalidad, los

seres humanos ensayaron distintos tipos de métrica o medida en los distintos

idiomas. Los versos griegos y latinos, la octava, la décima y el endecasílabo son

testimonios de ese perdurable experimento con la lengua que de algún modo

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buscaba explotar las potencialidades del verbo, distinguiendo los discursos planos

y monótonos de otros organizados creativamente.

Esta suerte de alquimia, como a muchos les gusta llamarla, es lo que se encuentra

en la base de todas las escuelas y corrientes literarias. Porque debemos recordar

que aún quien proclama abiertamente que no posee ninguna estética determinada,

profesará una en secreto. No era otra cosa lo que implicaba la fidelidad al principio

ars gratia artis, practicado, como hemos dicho antes, por escritores de la talla de

Oscar Wilde. La diferencia era que la propuesta estética subyacente a la obra no se

le imponía al artista de manera externa, sino que procedía de su mundo interior.

Ahora bien, en relación con lo previamente enunciado, hay un fenómeno que es

necesario someter a interpretación en la poesía contemporánea: la pérdida de la

noción del ritmo y la forma en el poema. Es algo que, de manera opuesta a lo que

ocurre con muchos poetas contemporáneos, no le pasa a Alejandra Pizarnik. Ella,

por ejemplo, publicó poemarios muy lejanos de sus imitadores actuales, quienes no

aportan elementos que permitan distinguir los discursos de sus autores de otros, no

poéticos, no relacionados con la escritura creativa.

Para que un escrito alcance el estatus de poema, según se cree en ciertos círculos

literarios actuales, basta con que quien escribe dé a sus líneas una fragmentación

lo suficientemente excesiva y luego las llame versos. El resultado, en la mayoría de

los casos, es un texto farragoso, lleno de ideas superfluas y lo suficientemente vago

como para asemejarse a un mediocre anuncio publicitario o a uno de los horóscopos

de los diarios.

Esto no quiere decir que haya que retroceder cinco o seis siglos a los estilos de

Góngora, Garcilaso y Quevedo, pero sí significa que es necesario comprender su

legado. En primer lugar, la introducción del verso endecasílabo en la lengua

castellana y de su forma poética más acabada, el soneto, no surgió porque sí, como

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pretenden algunos. Lejos de ser una forma poética de reglas arbitrarias, fue

adoptado y enriquecido en vista del anquilosamiento al que se había visto sometida

la poesía española durante cientos de años. Significaban, pues, una renovación del

lenguaje poético y no su puesta en una jaula.

En segundo lugar, hay que reconocer que los más bellos poemas en verso libre e

incluso los más bellos pasajes de prosa poética han sido escritos por conocedores

de la tradición poética occidental. Si Walt Whitman escribe con la libertad que lo

hace en Hojas de hierba es porque conoce a antecesores suyos de la talla de

Shakespeare. Para no ir muy lejos, los poemas en prosa de William Ospina están

precedidos en términos cronológicos por una interesante aproximación a la métrica

clásica, consignada en una antología suya disponible en las bibliotecas públicas. Y

más cerca aún, Héctor Escobar, poeta pereirano quien prefiere por excelencia el

soneto, ha sido leído y traducido a diferentes idiomas. De modo que quien se quiera

hacer respaldar por las vanguardias y las tendencias poéticas actuales para

justificar la ausencia de ritmo musicalidad de su propio trabajo, debe saber que

aquellos que rompieron con las formas clásicas pudieron hacerlo precisamente

porque las conocían.

Lo anterior no niega, sino más bien confirma, la validez del otro tipo de esfuerzo

posible: la búsqueda de un ritmo propio en la jungla interior. Fue éste el que llevó a

cabo nuestra autora. Pero como todo buen naturalista sabe, para captar el sonido,

la música de la jungla, es necesario pasar muchos días y noches en vela,

observando y escuchando para lograr sus registros más fidedignos y no traicionar

su belleza natural. Ocurre igual con quien opta por el verso libre: debe escucharse

a sí mismo, a su propio pensamiento, a su propia conciencia durante mucho tiempo

para extraer de sí las notas musicales que le darán tono, ritmo y forma a su poesía,

pues esta, ante todo, no es más que la búsqueda de sí mismo. La métrica o el verso

libre son simplemente métodos de amplificación para escuchar ese ritmo, esa voz.

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Quizás parte de la responsabilidad en la crisis de lectores que afecta a la literatura

actual les compete a muchos poetas contemporáneos, en la medida en que

contribuyen a alimentar un imaginario colectivo en el que cualquiera, sin preparación

ni bagaje de lectura alguno, puede producir una obra de arte. Lo único claro es que

la pregunta fundamental subyacente a todos los intentos estéticos parece, aún hoy,

difícil de responder: ¿qué es lo que distingue al artista de un productor de objetos

cualquiera?

Poética

No pretendemos aquí resolver la disputa, que por cierto lleva ya varios siglos y la

cual no han podido aclarar todas las huestes de escritores, críticos y académicos

que a ella se han dedicado. Sí es nuestra intención, en cambio, meditar sobre las

palabras de otro creador que pueden echar luz sobre la obra de Pizarnik. Dice

Octavio Paz (Op. cit.) sobre la poesía: «No hay colores ni sones en sí (…) Y todas

las obras desembocan en la significación; lo que el hombre roza, se tiñe de

intencionalidad: es un ir hacia…»

Algunos poemas de Alejandra pueden servir para ilustrar este punto. Leamos, por

ejemplo, la primera estrofa de su poema La enamorada:

esta lúgubre manía de vivir

este recóndita humorada de vivir

te arrastra alejandra no lo niegues.5

La palabra «lúgubre», en este caso, contribuye evidentemente a crear una

atmósfera de oscuridad, de tinieblas sobre tinieblas entre las que la poesía de

Pizarnik siempre se mueve. Pero quedarse en esa descripción sería caer en el lugar

5 La última inocencia, 1956.

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común de la «poeta maldita» que ha hecho carrera entre muchos de sus lectores a

causa de la desesperación expresada en sus poemas y de su posterior suicidio, que

contribuyó a magnificar la leyenda que ya en vida se había comenzado a gestar

sobre su vida y obra. Hay que ir más allá y encontrar entre líneas lo que podríamos

llamar la poética de Pizarnik.

Observemos, para empezar, que además de la anáfora, recurrente a lo largo de su

obra, Alejandra nos ofrece un cuadro de escisión del ser que quizás ningún otro

poeta latinoamericano antes de ella nos había pintado. Porque a la «lúgubre manía

de vivir», en la que se expresa de manera afirmativa todo lo que de negativo tiene

la existencia –la expresión «manía» de por sí es bastante fuerte–, la acompaña, en

el tercer verso, una especie de desdoblamiento: «te arrastra alejandra no lo

niegues». Este sencillo procedimiento de usar la segunda persona del singular nos

muestra cómo ella se ha desgarrado de sí misma, en una separación tan

irremediable como plena de locura.

Cabe anotar que no es frecuente en la poesía en lengua castellana encontrar este

tipo de recurso retórico. Incluso podría decirse que es un aporte relativamente nuevo

a la poesía en nuestra geografía, toda vez que salir de sí y observar el propio estado

emocional no es tarea fácil. Además, en este poema hay una especie de

recriminación a sí misma. Para Alejandra vivir no es, según este poema, ningún

motivo de alegría en sí mismo, mucho menos algo que valga la pena tomar con

seriedad. O es una «manía» o una «humorada», una especie de absurda puesta en

escena tragicómica, pero sin ningún valor real. Sin embargo, se recrimina a sí

misma por el hecho de «arrastrarse» en ese vivir. Si habláramos en términos de

arquetipos, habría que hacer referencia a que son ciertos animales, especialmente

los que andan entre toda clase de inmundicia, los que se arrastran, como los

gusanos e insectos, y no los seres humanos. La vida es, pues, para ella, nada más

que un tapiz de suciedad en el que se mueve y de ahí la recriminación.

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41

La anterior interpretación se ve favorecida por lo consignado en otros poemas, como

en el caso de Voy cayendo, que en un par de fragmentos dice:

el vino es el elixir que pulveriza los

pestilentes deseos de

mi cuerpo que

aletea gimiendo frente a tu efigie de

sombra amodorrada

y luego:

mi garganta es un archipiélago maldito

mi sien la tapa de un pozo inmundo6

Se ve claramente cómo el uso de los vocablos «pestilentes», «maldito» e

«inmundo» se encuentran asociados a su cuerpo o a partes de él. Llama mucho la

atención, además, que se refiera a la sien como «la tapa de un pozo inmundo», con

lo cual indica que la repugnancia no sólo está referida a la vida del cuerpo, sino

también a la de la mente, al campo de las ideas. Esto confirma que el problema de

Alejandra no es sólo con la vida material, sino también con la espiritual; para ella,

en últimas, la existencia misma es una maldición.

Consideración aparte merece el verso «mi garganta es un archipiélago maldito».

Sin querer, de nuevo, entrar en especulaciones, podríamos asociar la garganta al

lugar obligado de paso para las palabras, encontrándonos entonces con algo

terriblemente aterrador: para Alejandra Pizarnik ni siquiera las palabras, que

constituyen su trabajo su manera de enfrentar el mundo, son dignas de rescate.

Podríamos arriesgar incluso que los ejercicios conversacional y literario son para

6 Un signo en tu sombra, 1955.

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ella inútiles y ni siquiera sirven como escudo para protegerse del carácter insidioso

de la existencia.

Metáfora del vaso vacío

Es interesante notar cómo una de las formas (o arquetipos) a través de las cuales

Pizarnik construye su poética es mediante la asociación de sensaciones de

insuficiencia y soledad con elementos de la vida cotidiana. Uno de ellos es el vaso;

leemos en su poema Moradas:

En la mano crispada de un muerto,

en la memoria de un loco,

en la tristeza de un niño,

en la mano que busca el vaso,

en el vaso inalcanzable,

en la sed de siempre.7

Salta a la vista el hecho de que estos versos hacen referencia al lugar de habitación

del espíritu de la poetisa. Pero miremos más de cerca: se afirma que el vaso es

buscado, inalcanzable y se le asocia con una sed permanente. Es imposible dejar

de pensar, al leer estos versos, en los escritos de los místicos españoles como San

Juan de la Cruz o Santa Teresa, particularmente por el tipo de sed que se describe

en esta atmósfera. Por supuesto, la analogía no es ni puede ser perfecta porque, a

diferencia de estos, Alejandra no anda en busca de saciar una sed de Dios, sino

más bien quiere mostrar cómo la angustia su propia insuficiencia para sentirse

satisfecha consigo misma y cómo, haga lo que haga, siempre se sentirá incompleta.

7 Los trabajos y las noches, 1965.

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Consideremos, además, que el vaso sirve por lo general como receptáculo de un

líquido –agua o un refresco– que calma la sed. Pero no solamente el vaso es aquí

inalcanzable, sino que la sed permanece. Esto se entiende mejor a la luz de otro

poema, el número 3 del libro Árbol de Diana:

sólo la sed

el silencio

ningún encuentro

cuídate de mí amor mío

cuídate de la silenciosa en el desierto

de la viajera con el vaso vacío

y de la sombra de su sombra

Ahora la sed es sinónimo de silencio; un silencio que representa una ausencia

permanente de palabras que sacien, que defiendan ante la precariedad de la

existencia, esa en la que no hay «ningún encuentro» y que por lo tanto remite a

una soledad insondable. Además, hay aquí una advertencia al amado, en la que

Alejandra se describe –intuimos– a sí misma como la «viajera con el vaso vacío».

Pareciera, así, que el vaso vacío simboliza una búsqueda infructuosa, en la que

quien busca siempre mira nuevamente el vaso, esperando que esta vez sí haya

agua para satisfacerlo, para darle fuerzas que le permitan seguir adelante. Se podría

agregar que ese vaso vacío refiere al cansancio constante del existir, en el cual no

se halla ningún reposo porque el camino no lleva a ninguna parte y no hay ninguna

bebida que reponga las energías. Se trata también de vivir en la noche, sin

esperanza alguna de amanecer; no en vano hay también un aviso al amado para

que se cuide «de la viajera (…) / y de la sombra de su sombra».

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No obstante, no siempre es posible encontrar una interpretación racional de esta

metáfora. Tomemos, por ejemplo, un fragmento de su poema Fiesta:

Los que llegan no me encuentran.

Los que espero no existen.

Y he bebido licores furiosos

para transmutar los rostros

en un ángel, en vasos vacíos.8

Otra vez el desamparo y el desencuentro. Otra vez la imagen de un «ser ahí», un

«ser arrojado en el mundo», como diría Martin Heidegger. Eso en los primeros dos

versos citados, pero ¿cómo interpretar los últimos tres? Podríamos arriesgar una

aproximación sobre los “licores furiosos” y decir que representan lecturas o

influencias perturbadoras por las que ha pasado la autora, pero ¿qué significa

«transmutar los rostros / en un ángel, en vasos vacíos»? Si hemos dicho que esos

vasos vacíos vienen a representar una sed existencial, por llamarla de alguna

manera, ¿podríamos decir también que en estos versos Alejandra Pizarnik busca,

en un impulso autodestructivo, traer a su vida lo etéreo e inasible –un ángel–, las

promesas de un porvenir carente de voluntad, poder y contenido?

Estamos ante una metáfora de tipo apocalíptico, en el sentido de que se nos

presenta de manera supremamente críptica y de que se presta a múltiples

interpretaciones, muchas de las cuales resultarán válidas desde la lectura del texto

mismo, mientras que otras serán consecuencia de una intención de la autora

argentina de crear imágenes poderosas en términos sonoros y difíciles de capturar

tanto por la semántica como por la hermenéutica. Se confirma entonces, por medio

de la experiencia en el trato desnudo con el poema, que algunos pasajes literarios

8 Op. cit.

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no son susceptibles de comprensión racional y que han de ser leídos más con la

intuición y el espíritu que con el cerebro. Tal conclusión puede ayudarnos a estudiar

con mucha claridad y precisión textos que ofrecen sumas dificultades de

interpretación por su carácter rupturista y agramatical, como los que hacen parte del

acervo religioso y poético de distintos grupos y culturas. Dicho de otra manera, en

ocasiones la lectura meramente estructural, apegada a las disciplinas formales de

la lingüística, en lugar de enriquecer la lectura de las obras, la empobrece.

El silencio y la muerte

Dentro del conjunto de imágenes poéticas utilizadas por Pizarnik para transmitirnos

su idea quebradiza y oscura de lo que la existencia humana significaba para ella,

están por supuesto la noche, el silencio y la muerte. Es verdad que a lo largo de los

años posteriores a su suicidio se ha abusado de estas imágenes se ha caído en

muchos lugares comunes sobre su significado, pero ello no obsta para que cualquier

investigación sobre la poética de la autora deba abordarlas, eso sí con la

ponderación que demandan los principios básicos de la hermenéutica y de la crítica

textual, entre los cuales está escuchar lo que los textos mismos quieren decirnos, a

la luz de la tradición de comentario que sobre ellos se ha realizado, en lugar de

imponerles lecturas basadas en prejuicios.

Uno de los poemas que contiene este conjunto de imágenes es Linterna sorda9:

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los

párpados del muerto.

9 En el siguiente capítulo profundizaremos en la lectura de este poema en particular. Lo que aquí se presenta es un esbozo interpretativo.

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Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra

yo escribo la noche.10

Lo más llamativo a primera vista es, claro está, el título mismo. Normalmente

podríamos pensar, asociando al aparato con la luz, en una «linterna ciega». Mas

aquí, por una especie de sinestesia, se nos presenta «sorda», en una metáfora

similar a la del vaso vacío. Ahora no solamente tenemos un vaso que nunca saciará

la sed, sino también un instrumento que jamás proporcionará luz. El individuo

entonces queda no solamente sin ningún tipo de fuerzas o energía, sino también a

oscuras, entre tinieblas. No podría ser mejor entonces la descripción hecha por

Pizarnik al hablar de una «noche densa» en la que quienes soplan son «los

ausentes», es decir, mensajeros invisibles que le dan a la noche «el color de los

párpados del muerto».

En cuanto a las dos últimas líneas de este poema en prosa, es en cierta manera

terrible pensar en alguien que no solamente tiene su residencia fijada en la noche,

sino que además la hace. Podría ser de noche y, mentalmente, haber amanecido

para la autora, pero ella, al contrario de huir de esa noche, busca hacerla cada vez

más profunda, como si no fuera suficiente la locura bajo cuyo dominio se halla. Al

decir que toda la noche escribe y que palabra por palabra escribe la noche, hace de

la literatura lo contrario de lo que la mayoría buscan en ella. Porque la mayoría

busca luz, una forma de enfrentarse a –o de soportar– la realidad; Alejandra, en

cambio, quiere sumergirse por completo en esa noche, de modo que, en vez de

conjurar a sus demonios mediante la escritura, parece convocarlos. Y lo más

importante: no es una hora en el reloj no es una hora en el reloj ni la ausencia de

luz física la responsable, sino que son las palabras mismas las que hacen la noche:

Alejandra ha encontrado mediante la alquimia del verbo la piedra filosofal de la

literatura.

10 Extracción de la piedra de locura, 1968.

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Otro poema en el que se hacen presentes este y otros temas similares es Hija del

viento. Aquí llaman la atención las dos últimas estrofas:

Tú lloras debajo de tu llanto,

tú abres el cofre de tus deseos

y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad

que las palabras se suicidan11

El primer verso es estremecedor. No se trata de un simple llanto exterior o

circunstancial. La tristeza se ha tornado en profunda amargura y de ahí la expresión

de la autora. Los siguientes versos, aunque parecen un giro positivo, no hacen más

que reforzar el sentimiento mencionado, porque aunque esta persona es «más rica

que la noche», la tragedia sigue su curso inexorable y entonces «hace tanta soledad

/ que las palabras se suicidan». Si bien esto puede verse perfectamente como un

anuncio del suicidio de Pizarnik, la muerte de la que realmente deberíamos

ocuparnos es la del lenguaje. En efecto, ¿quién había pensado antes que las

palabras podrían «suicidarse»?

Meditemos un poco en el asunto. Como muchos autores lo han señalado (entre ellos

Octavio Paz), el lenguaje es el ser mismo del hombre en cuanto tal. O, como lo

decía Heidegger, «el lenguaje es la casa del ser». Luego, las palabras de este

poema nos remiten a una fractura interna en nuestra humanidad, es decir, en lo que

creíamos que era la esencia del hombre. Hasta Alejandra Pizarnik, pensábamos

que el ser humano era esencialmente el mismo, que lo único que cambiaba eran

sus estados emocionales. Pero Alejandra, mediante la poesía, nos recuerda algo

11 Las aventuras perdidas, 1958.

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que ciertos filósofos ya habían dicho antes: el ser humano no es, sino que subsiste,

o lo que es lo mismo, no está hecho de esencia sino de substancia. He aquí una

clave para comprender una poesía tan experimental como la de Pizarnik: las

palabras, que constituyen la substancia del hombre, pueden cambiar e incluso

suicidarse porque el hombre, a quien sirven de refugio, no es esencia, o sea, no es

eternamente, sino que apenas subsiste; es contingente, susceptible de cambios.

En el mismo sentido, la soledad de la que se habla en el poema podría

comprenderse como un silencio existencial (o substancial) que desgarra al ser

humano desde sus mismas entrañas. Podríamos ver aquí una suerte de

extrañamiento del individuo frente al mundo en que vive, un extrañamiento que le

arrincona y le lleva a efectuar una huida permanente del ambiente en el que vive,

respira y se desenvuelve, hasta que, no pudiendo soportar más la angustia (esa de

la que hablaría Kierkegaard), toma la aterradora decisión de dar término a su

estancia en el mundo.

Finalmente, quisiéramos añadir un breve comentario de uno de los poemas que más

intensamente trata los temas que hemos venido desarrollando. Se trata de

Silencios:

La muerte siempre al lado.

Escucho su decir.

Sólo me oigo.12

Esta es quizás una de las piezas más densas de toda la obra poética de Alejandra

Pizarnik. Hay en ella desplegada una capacidad de síntesis como pocas veces

aparece en la poesía hispanoamericana. Muchos han intentado elaborar poemas

similares, y si bien lo logran en el plano estrictamente estructural, es decir, con

12 Los trabajos y las noches.

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pocos versos y puntuación mínima, les es difícil alcanzar la concisión que alcanza

Alejandra en este poema. La mayoría de esos intentos tienen que ver más con el

haikú japonés o incluso con el cuento corto o el aforismo que con la síntesis poética

pizarnikiana.

En el primer verso damos con un planteamiento de toda la poética de la autora en

términos de temas. La muerte está siempre junto a ella y su obra; su presencia es

ineludible. Suena casi como a una aceptación tácita de la inexorabilidad del deceso.

La angustia cede y la autora encuentra fuerzas para preguntarse cómo se presenta

el fenómeno de la muerte en su vida cotidiana. La respuesta es tajante: «siempre al

lado», con ella durante toda la noche de su vida. Cualquier esperanza, si era que

quedaba alguna, se esfuma y da lugar a la única certeza en medio del mundo de

incertidumbres de Pizarnik: la antítesis de la vida.

El segundo verso es un paso fundamental hacia la introspección que dominará gran

parte de la obra de la autora, introspección que terminará por explotar en el poema

en prosa. Pero aún no ha llegado ese momento. Por ahora, ella probablemente se

pregunta qué puede hacer frente a la muerte, ya que es una idea de la cual no puede

o no quiere deshacerse. La respuesta no es menos estremecedora que otros versos

cuya interpretación ya hemos propuesto: escucharla. Si es lo único realmente

inevitable, la única certeza que arropa al ser humano en su paso por el mundo y

contra la cual no hay absolutamente nada que se pueda hacer, al menos habrá que

escucharla. Escuchar «su decir», pues lo que sea que tenga para anunciarnos es

de carácter esencial para la comprensión de nuestra fugaz existencia, si así le

podemos llamar.

Es así como llegamos al tercer verso, que ya no es estremecedor, ni siquiera

desconcertante, sino macabro, por cuanto proporciona una no-respuesta a la actitud

de escucha que había adoptado la poetisa. Si al escuchar a la muerte que está

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siempre al lado no se oye más que a sí misma, arribamos a la terrible conclusión de

que ella misma es la voz y artífice de su muerte.

Obvio, dirá el lector, teniendo a la vista el hecho de que Alejandra Pizarnik se

suicidó; no tan obvio, diremos nosotros, toda vez que la argentina pensó y escribió

estos versos al menos siete años antes de su muerte. Más aún, por encima de lo

que pueda significar este poema en el contexto de la tormentosa vida y muerte de

la poetisa, en él se encuentra todo un planteamiento relativo a la humanidad en

general y a cada individuo en particular, a saber, que yo soy el arquitecto, dentro de

las circunstancias que me proporciona la vida, de mi propio final. No es el producto

de ningún agente externo, sino de mí mismo. Hallamos pues, a través de un caso

particular, una posibilidad de generalización ontológica.

Experimentación, poema y lengua

Hemos podido constatar lo planteado en el primer capítulo de este trabajo y que se

deduce de la interpretación hecha de algunos poemas en éste: la poética de

Alejandra Pizarnik es eminentemente experimental. No solamente experimentó con

las formas, explotando el verso libre al máximo y jugando con la puntuación y la

disposición tipográfica de los poemas, sino que además empleó una infinidad de

metáforas que enriquecieron muchísimo, no sólo su poesía, sino también la poesía

hispanoamericana que habría de llegarnos después. Porque todos los experimentos

actuales, vistos a la luz de lo que logró Pizarnik con su obra, se muestran deudores

de ella.

No pretendemos, por supuesto, haber agotado el tema. De seguro se requieren

muchas más investigaciones, más minuciosas y mucho más extensas, para

comprender el legado de esta gran creadora argentina. Ya hay, de hecho, varias

tesis doctorales dedicadas a la obra de Alejandra Pizarnik (aunque pocos de estos

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trabajos están en Colombia), lo cual de por sí es un muy buen augurio del futuro de

la investigación en el campo de la poesía hispanoamericana.

Sirva para cerrar este capítulo señalar la importancia de las relaciones entre la

experimentación con la gramática y la creación de poemas. Es, en cierto modo,

gracias a dicha experimentación que la poesía avanza en la conquista de cimas

cada vez más altas. El uso de formas alternativas al puntuar un poema e incluso de

metáforas inusuales, consigue correr, de cuando en cuando, las fronteras de la

creación literaria, como puede observarse, por ejemplo, en el poema en prosa. Y

pasa algo semejante con la lengua: de no ser por la experimentación agreste que la

poesía realiza con ella, la belleza del mundo que nos rodea se haría cada vez más

inasible, hasta desaparecer del todo. Y preguntémonos: sin belleza, ¿en qué mundo

valdría la pena vivir?

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LOS SÍMBOLOS DEL RÉGIMEN NOCTURNO EN CUATRO POEMAS DE

ALEJANDRA PIZARNIK

Puesto que hades no existe, seguramente estás allá,

último hotel, último sueño,

pasajera obstinada de la ausencia.

Sin equipajes ni papeles,

Dando por óbolo un cuaderno

o un lápiz de color.

- Acéptalos barquero: nadie pagó más caro

el ingreso a los Grandes Transparentes,

al jardín donde Alicia la esperaba.

Julio Cortázar

Alejandra13

El símbolo14

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el símbolo es una «figura

retórica o forma artística, sobre todo en el superrealismo, y que consiste en utilizar

la asociación o asociaciones subliminales de las palabras o signos para producir

emociones conscientes». En este sentido, ha de considerarse que la naturaleza de

la poesía, género del que nos ocupamos aquí, es esencialmente simbólica, puesto

que, sin que necesariamente haga descripciones explícitas, como sí puede ocurrir

13 Publicado en la revista Desquicio, otoño de 1972, París. 14 En éste apartado seguimos en líneas generales la exposición que hace Luis Garagalza de las teorías de Gilbert Durand en su libro La interpretación de los símbolos.

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en la ficción, se ocupa de aludir sentidos, de llegar a la conciencia del lector

mediante un discurso sugerente.

Hay, por supuesto, muchas formas de sugerir y aludir en literatura. De entre las que

menciona el estudioso Gilbert Durand15, quizás quien más se ha ocupado del

problema de lo simbólico en años recientes, destaca la alegoría. Esta se trata de un

proceso en el que una idea conocida previamente y al margen de dicho proceso, se

ejemplifica o traduce en una figura. Los mejores ejemplos de la alegoría los tenemos

en la pintura, como es el caso de la Extracción de la piedra de locura, a la que nos

referimos en el primer capítulo de esta monografía. En este cuadro podemos percibir

cómo una superstición previamente conocida por el Bosco –esto es, él no la

inventa– se convierte en una serie de referentes visuales sarcásticos hacia la Iglesia

y la ignorancia de su tiempo.

No obstante, no es la alegoría la forma más rica de alusión y sugerencia de sentidos.

De acuerdo con Durand, y creemos que esta es la hipótesis de trabajo más fructífera

para estudiar la obra de Alejandra Pizarnik, es el símbolo el que mayor poder de

significación encierra. El símbolo es de por sí figura y, en cuanto tal, fuente de ideas.

Ideas no en un sentido conceptual, sino en el de una evocación trascendente. Aquí

vale la pena establecer la diferencia entre significado y sentido: el primero es más

estático y propio de las señales y los signos unívocos; su relación es más directa

con el concepto y con la idea en tanto que productos del ejercicio de la racionalidad.

El sentido se encuentra más en el mundo de la figuración, enmarcada a su vez en

la facultad de la imaginación simbólica.

Es importante anotar que este sentido no es simplemente derivado de lo que

conocemos como el significado recto de las palabras. Dicho de otro modo, no es el

sentido figurado el que depende de una significación estricta original, sino al

15 Cfr. Estructuras antropológicas del imaginario.

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contrario, los significados estrictamente racionales son consecuencia de un análisis

cronológica y ontológicamente posterior a la contemplación del núcleo primordial de

sentidos ubicados en los imaginarios colectivos. Así, la imaginación deja de ser «la

loca de la casa» y se convierte en fuente de sabiduría. Si pudiéramos ponerlo en

términos clásicos, ocurre una inversión de roles mediante la cual deja de ser una

Pandora y se transfigura en una Atenea.

El símbolo es, en este orden de ideas, epifanía, mediación de verdad. Recordemos

que una epifanía es, etimológicamente, una manifestación o aparición (DRAE). En

términos estéticos esto es perfectamente posible, dado que, así como en la mayoría

de experiencias religiosas lo divino se comunica con lo humano mediante

apariciones y visiones, lo simbólico «manifiesta» las verdades más profundas del

inconsciente; como en la epifanía, donde lo divino se da a conocer pero lo hace de

manera velada, el símbolo nunca se deja ver por completo. En cuanto se muestra,

siempre podemos hacer nuevas interpretaciones sobre él; en cuanto se oculta, nos

enseña que toda interpretación tiene límites. Comprender esto es la clave para

desarrollar una sana hermenéutica literaria. En últimas, todo ello quiere decir que

siempre hay lugar para una «transignificación» que se aleja del patrón racionalista

sin caer en el sinsentido; imaginación creadora da lugar a la libre inspiración del

hermeneuta, quien tiene la capacidad de mostrarnos el poder de trascendencia de

los textos.

Teniendo en cuenta, pues, la ambigüedad y la oscuridad del símbolo y la dialéctica

esbozada entre lo que se muestra y lo que se oculta, como la silueta de alguien en

la penumbra, vale la pena resaltar que el símbolo no queda «explicado de una vez

por todas, como sucede con una fórmula matemática; se parece más a una partitura

musical o a una obre de teatro, las cuales no existen sino en las sucesivas

interpretaciones» (Garagalza, 1990). Tal cosa implica la conocida inagotabilidad del

arte. Este y sus temas, en cierto modo, no tienen fin y mucho menos la poesía; la

clave de la trascendencia en una obra de arte (cualidad ésta sin la cual toda obra

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es en extremo pobre) se encuentra en el símbolo como una especie de Hermes,

portador de la esencia divina, mensajero de la trascendencia misma.

Otro aspecto que es necesario sopesar en una exploración de lo simbólico como

materia prima de toda obra estética, es lo que Durand llama la pregnancia, esto es,

la consistencia propia y el poder de resonancia del símbolo. Éste es tan fuerte

precisamente en virtud de su capacidad para condensar la experiencia

antropológica, que a su vez se presenta en la obra literaria en clave de grises o de

colores con muchos matices, no simplemente blanco o negro. Hay una cierta

ambigüedad que enriquece la obra. El intérprete debe implicarse con esta

ambigüedad a la hora de estudiarla, so pena de interpretarla sólo de manera

superficial y encumbrarla o rebajarla cuando no corresponde. Es por eso que una

interpretación de la obra de Pizarnik hecha únicamente desde el psicoanálisis de su

suicidio, sin tener en cuenta la riqueza simbólica de su poética particular, resulta tan

inconveniente.

Junto a la ambigüedad hay que considerar la no linealidad del símbolo. En la teoría

de durandiana el símbolo, en tanto que manifestación de unos arquetipos comunes

a la humanidad en todo lugar y en todas las épocas, no es una figura severamente

limitada por el espacio y el tiempo. No es una figura plana y unívoca, sino, como lo

decíamos atrás, poseedora de un poder de resonancia y evocación enorme. Aquí

nos sirve mucho la metáfora de la constelación: así como encontramos en el espacio

exterior estrellas que no podemos separar de otras para analizarlas, debemos

considerar que en la obra de arte generalmente los símbolos están interrelacionados

y hacen referencia unos a otros. Hay lo que el profesor Garagalza señala como «una

imbricación pluridimensional de unas imágenes con otras» (Ibíd.).

Ahora bien, el poder de evocación (connotaciones) del que venimos hablando

encuentra su origen en la ya aludida primacía del símbolo sobre el concepto. Aquí

cobra mayor importancia aún lo que Durand llama la función simbólica. En palabras

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de Garagalza, «desde el mismo momento en que una “cosa” (objetividad), entra en

relación con el hombre, queda revestida de un sentido figurado, convirtiéndose en

un símbolo» (Ibíd.). Podemos ejemplificar esto por medio de la metáfora el vaso

vacío en Pizarnik: un objeto cotidiano, común y corriente, como un recipiente para

beber, por su relación con la potencia creadora de la poetisa, se ve preñado de

sentido como símbolo de la ansiedad, la angustia y la propia insuficiencia. Ha dejado

de ser un simple objeto, como le podría parecer a un lector desprevenido quien

piensa que la escritora exagera, y se ha convertido en objeto de evocación, motivo

de connotaciones que de no ser por la actividad poética permanecerían ocultas.

Otros aspectos

De entre las posibles interpretaciones y enfoques sobre el valor del símbolo, una de

las que rechaza Durand es la freudiana. En su manera de comprender la función

simbólica como un mecanismo de represión y eufemización negativa de sucesos de

la infancia relacionados con el desarrollo sexual, esa corriente demuestra un

simplismo fundamental a la hora de abordar lo simbólico. La denuncia de este

simplismo es válida porque es evidente que la función fantástica desborda los

mecanismos de represión. Hay un enriquecimiento vital del trayecto antropológico

a través de los símbolos que el psicoanálisis freudiano deja de lado. Más aún, olvida

que es dentro del mundo imaginario que el individuo disfruta de soberanía y libertad

auténticas.

Adicionalmente, es aquí, «en esta realidad idéntica y universal de lo imaginario,

donde todo conocimiento, incluido el racional objetivo, asienta sus raíces» (Ibíd.).

Esta apreciación es todavía más pertinente en relación con el conocimiento poético,

el cual es superior, por más profundo, que los demás; en su lenguaje que alude y

sugiere se revela como una herencia de la Divinidad, como quiera que esta se

entienda, ya intuida en todas las culturas y que ha dado lugar a los cantos rituales

y poemas sagrados que mayor asombro han producido a través de la historia. Un

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conocimiento poético que nos acerca verdaderamente a lo real, que «es visto por

nuestro autor como algo relativo al hombre y al conocimiento» (Ibíd.). El valor de lo

real, de este modo, está profundamente compenetrado con la experiencia, en lugar

de ser algo que acontece externamente al hombre.

Régimen diurno, régimen nocturno

Como veremos, Gilbert Durand establece dos conjuntos o regímenes de símbolos.

El primero, relacionado con el héroe, el cumplimiento de las leyes, el combate del

mal y la eufemización como forma de combatir a la muerte, el ascenso y la luz, entre

otros aspectos, pertenece a la llamada serie agonística y constituye el régimen

diurno; la serie ilínxica, que tiene que ver con las metáforas del descenso, la

oscuridad y la compenetración con la muerte, forma el régimen nocturno. En

síntesis, los juegos ilínxicos y simuladores y el libertarismo en la educación sexual,

sobredeterminan el régimen nocturno de la imagen, mientras que las reglas lúdicas,

los juegos agonísticos, la represión y la coerción social conforman el régimen diurno.

Esta interpretación del mundo simbólico no es importante solamente desde el punto

de vista puramente estético, sino que comprende toda una forma de vida y una

manera de ver el mundo. En este sentido, vale la pena recordar que el abismo entre

la común naturaleza humana y la particularidad de las manifestaciones culturales

específicas es salvada por Durand con la noción de “trayecto antropológico”, que

consigue instaurar en el plano teórico una dialéctica entre los reflejos dominantes

(biológicos) y los sintemas culturales, los cuales se encuentran interrelacionados

mediante una clasificación triple hecha por Durand: los esquemas, los arquetipos y

los símbolos. Como esquemas tenemos, de manera general, el ascencional, por un

lado, y el del descenso, por otro; los arquetipos sirven como punto de contacto entre

lo imaginario y lo racional; el símbolo viene a ser como una ilustración específica,

una actualización si se quiere, de los esquemas y arquetipos.

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¿Qué papel cumple la imaginación simbólica en este contexto? Principalmente, el

del dinamismo que tiende a equilibrar los polos opuestos; establecer acuerdo entre

las tendencias contrapuestas. La imaginación funciona como la fuerza vital «que

pugna contra la brutal constatación racional de la inevitabilidad de la muerte».

Cumple, pues, un papel de eufemización frente a la temporalidad y la muerte. «Por

el hecho de desear e imaginar la muerte como un reposo, como un sueño, por eso

mismo se la eufemiza y se la destruye» (Ibíd.). En Alejandra Pizarnik es más que

notorio este último deseo, debido a la repetición constante del deseo de muerte. No

por nada se pregunta en uno de sus poemas, «¡Tanta vida Señor! / ¿Para qué tanta

vida?» (Noche, en La última inocencia).

Los anteriores elementos redundan en el equilibrio antropológico de la especie.

¿Cómo se logra? Mediante el rescate de dos conceptos olvidados hasta ahora por

la racionalidad occidental. Tenemos, en primer lugar, y sin inmiscuirnos en disputas

teológicas, el de teofanía: «Tanto el régimen diurno de la imaginación como el

nocturno organizan los símbolos en series que siempre reconducen hacia una

trascendencia infinita que se erige como valor supremo» (Garagalza, op. cit.) En

segundo lugar, tenemos la homeostasis. Ésta demanda reconocer que, detrás de la

vida biológica, que implica irremediablemente la muerte, la imaginación proyecta

una «vida del espíritu», de tal manera que se rompen los límites de la temporalidad

y la aventura humana puede encontrar un sentido en el hecho de perdurar más allá

de la desaparición física del cuerpo.

Es interesante notar que en todo este discurso, Durand toma elementos del

psicoanálisis para apoyar sus postulados, debido quizás al carácter esencialmente

simbólico de los sueños, que constantemente remiten a lo inconsciente y por tanto

pueden decir mucho más de la compleja condición humana que la fría racionalidad

instrumental de la que somos herederos desde la modernidad. Lo diferente del

psicoanálisis en que se apoya este autor es que no cae en la mirada únicamente

sexualizante que tenía la corriente freudiana, sino que se acerca más a las ideas

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del alemán Carl Gustav Jung. En este orden de ideas, Durand presenta los dos

regímenes como las dos expresiones de los símbolos de la libido, interpretada en

su «unidad ambigua» que abarca tanto al instinto o pulsión de vida (eros) como a la

de muerte (thanatos).

Derivamos así en un esquematismo trascendental: hay polos antagónicos, en

tensión dialéctica, pero no hay lugar a una cosmovisión maniquea, porque entre

ambos polos se introduce un tercer término que rompe la simetría perfecta,

introduciendo un factor de heterogeneidad. Surge entonces un esquema tripartito:

al tiempo que el régimen diurno es totalmente homogeneizante, en el régimen

nocturno se dan dos estructuras: las místicas y las sintéticas.

ESTRUCTURA DEL RÉGIMEN DIURNO

Como lo señala Luis Garagalza, «El propio Platón sabía que la fuerza para la

ascensión se conseguía en la oscuridad de la caverna.» (Ibíd.). Dicho de otra

manera, incluso en lo diurno encontramos pistas para lo nocturno. Tal vez el símbolo

que mejor nos sirva para ilustrar esta situación es el taijitu, representación circular

del yin y el yang en la que lo luminoso y lo oscuro se interpenetran. Porque en el

régimen diurno las tinieblas se eufemizan en noche serena; se abren las puertas al

régimen nocturno de la imagen. La negación de la temporalidad establecida por el

régimen diurno se prolonga ahora en una «negación de la negación».

ESTRUCTURAS DEL RÉGIMEN NOCTURNO

Como dijimos arriba, el régimen nocturno se subdivide en estructuras místicas y

estructuras sintéticas. En las primeras se presenta una inversión eufemizante de las

valoraciones dominantes en el régimen diurno; en las segundas se ve una búsqueda

de lo que hay de intemporal en la fluidez del tiempo, una imperiosa necesidad de

conciliar el deseo de eternidad con las intuiciones del devenir. Aquí «la noche no es

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más que propedéutica necesaria del día, una indudable promesa de la aurora»

(Ibíd.). Una muestra de esto se podrá ver en la segunda parte de nuestro análisis

del poema Linterna sorda, ya comenzado en el capítulo anterior.

Cabe agregar que en las místicas hay una voluntad de unión, un gusto por la secreta

intimidad. El «descenso» se presenta como placer. Ocurre una transmutación de

los valores, una transfiguración del sentido de las cosas y de los seres, pero que no

escapa a lo ineludible de su destino. La muerte se vuelve «retorno al hogar, símbolo

del reposo primordial.» (Ibíd.). En lo que respecta a las sintéticas o diseminatorias,

se ensartan con el Tiempo para vencerlo. Buscan reconciliar la antinomia

subyacente al devenir, en medio de, simultáneamente, la angustia frente a la

ausencia (de ejemplo podría servir el poema Nemo, de Pizarnik), y la esperanza en

una victoria sobre el tiempo. El primer grupo de estructuras se encuentra

ejemplificado por el denario y la rueda como referencia al retorno, al «poder de

rotación infinita de los ritmos temporales». El segundo se identifica por el bastón y

el árbol: interés por la maduración, papel genético y progresista del devenir. En todo

caso, no hay que olvidar que «Ambos grupos coinciden, sin embargo, por estar

centrados sobre la coincidentia oppositorum, sobre la tendencia a armonizar las

condiciones más flagrantes de un todo coherente» (Op. cit.).

Para concluir con este apartado, diremos que las estructuras místicas se presentan

de las siguientes formas:

a) Redoblamiento (reduplicación): perseveración en la presentación de un símbolo

de manera repetitiva. Dos o más imágenes quedan asociadas (se confunden) en

virtud de una homología. Hay una especie de resistencia a adoptar

representaciones diferentes a las primitivas, en lo cual se puede notar una cierta

fidelidad al sosiego que lo primitivo en general proporciona. Un ejemplo puede ser

el poema de Alejandra Pizarnik Sólo un nombre: «alejandra alejandra / debajo estoy

yo / alejandra» (La última inocencia).

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b) Viscosidad: en esta se ligan o conectan figuras y objetos que se hallan lógica y

usualmente separados. Se procede por la sutilización de lo negativo mediante la

negación misma (doble negación); el eufemismo se lleva a la antífrasis. Podemos

poner como ejemplo, de Pizarnik, el poema Figuras y silencios: «Manos crispadas

me confinan al exilio. / Ayúdame a no pedir ayuda. / Me quieren anochecer, me van

a morir. / Ayúdame a no pedir ayuda.» (Extracción de la piedra de locura).

c) Realismo sensorial: se rescata aquí la vivacidad, el cariz «coloreado e íntimo de

las cosas, [el] movimiento vital» (Garagalza, op. cit.). Ya no se trata de que la

intuición describa las cosas, sino de que las penetre reanimándolas. Un ejemplo en

Pizarnik de la apelación a los sentidos del lector como manera de conseguir su

solidaridad (mas no su compasión) es el poema Inminencia: «Y el muelle gris y las

casas rojas Y no es aún la soledad Y los ojos ven un cuadrado negro con un círculo

de música lila en su centro Y el jardín de las delicias sólo existe fuera de los jardines

Y la soledad es no poder decirla Y el muelle gris y las casas rojas.» (Extracción de

la piedra de locura).

d) Miniaturización (gulliverización): insistencia en el detalle como representativo

del conjunto.

Ejercicio hermenéutico

En los capítulos precedentes hemos intentado una aproximación más o menos

prudente a la poesía de Alejandra Pizarnik. Esta prudencia era necesaria, toda vez

que cuando se inicia un trabajo sobre una autora ya fallecida y conocida por tantos,

al menos en Latinoamérica, hay que resguardarse de las trampas de los lugares

comunes. Por esa misma causa decidimos, en primer lugar, ofrecer un contexto

histórico-artístico para situar adecuadamente la obra de la autora argentina, de

modo que sus rupturas con el orden estético previo se hagan un poco más

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comprensibles y, en segundo lugar, apuntar a la delineación de un perfil

específicamente literario, al que llamamos «una poética experimental».

En lo que resta de esta monografía, vamos a ensayar y explorar las posibilidades

interpretativas de un enfoque en particular: el hermenéutico. Vale la pena aclarar

que no pensamos en modo alguno que sea el único enfoque posible, ni siquiera el

único apropiado; hubiera sido plausible también partir de lo presentado en el primer

capítulo y hacer un estudio sociocrítico o psicoanalítico; o profundizar en el tema del

segundo capítulo y llegar a análisis y conclusiones de carácter filológico. En

realidad, como toda gran obra, la de Pizarnik permite ser examinada por medio de

distintos métodos sin que uno entre en contradicción con el otro, lo cual no hace

sino mostrar su riqueza estética. Pero siendo obviamente imposible emplear todos

los modelos de interpretación en el mismo trabajo, hemos decidido limitarnos a

explorar algunos de los existentes y, en este capítulo en particular, el que mejor

conocemos.

Ahora bien, hay distintas maneras de hacer hermenéutica, dirá con razón el lector.

¿Cuál, entonces, hemos de utilizar? Además hay que tener en cuenta que una es

la hermenéutica de la literatura sagrada, otra la de los textos filosóficos y otra muy

diferente la de los textos literarios como el que tenemos entre manos. En efecto. No

obstante, hay algunos puntos en común que quisiéramos destacar.

El punto de partida es el texto, que habla por sí mismo. De manera análoga a como,

en palabras de Heidegger, “el habla habla”, la obra de arte y en este caso el texto

literario, habla de sí y por sí mismo. Esto quiere decir que quien quiera acercarse a

dicha obra debe hacerlo con la mente abierta y, despojándose de sus prejuicios,

“escuchar” al texto. Por esta razón, al menos en un primer momento, el camino

hermenéutico para la interpretación de los textos trata, en cuanto sea posible, de

hacer a un lado los modelos preconcebidos al momento de acercarse a la obra.

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Dichos modelos, cualquiera sea su apellido, si se aplican de antemano, solamente

pueden generar una especie de contaminación en la lectura.

Lo anterior no implica que haya que desechar todos los modelos a priori. Más bien,

significa un rechazo de la petitio principii presentada por muchos comentaristas

cuando proceden a interpretar. En otras palabras, antes que utilizar un modelo

predeterminado para comprender una obra, es necesario prestar atención a lo que

ella dice por sí misma sobre cómo debe ser interpretada. De esta manera,

encontraremos el método o modelo adecuado para una lectura juiciosa de la obra.

Este es un principio válido tanto para la literatura como para la filosofía y la teología.

Un ejemplo de lo expresado es este trabajo de grado. El autor, antes que nada, ha

tenido que sentarse a leer con paciencia las obras sobre las cuales pretendía hacer

un trabajo interpretativo y, solamente después de escucharlas, ha determinado cuál

podría ser el camino más fructífero a seguir para el comentario respectivo.

Observemos que hay una palabra clave: paciencia; ningún método servirá a menos

que el lector tenga la paciencia –e incluso la tenacidad– suficiente para llevar a

cabo el trabajo mencionado, por corto que sea.

Otro punto a destacar es el planteamiento de una tradición de comentario. De

nuevo, esto es válido para cualquier disciplina: puesto que yo no soy el primer

hombre en leer X o Y obra, pintura, película o maravilla arquitectónica, es menester

que consulte lo que otros han dicho y escrito sobre ella, como hemos hecho en el

caso de las teorías de Durand en las páginas previas. Esto tiene dos objetivos muy

sencillos, cuyo seguimiento ayuda a enriquecer mucho el trabajo hermenéutico: el

primero es evitar los lugares comunes, ya mencionados arriba y que empobrecen

en gran manera la labor crítica de cualquier lector. El segundo es librarnos de los

errores frecuentes en la comprensión de la obra, de los cuales no tendremos noticia

a menos que nos sumerjamos en ese legado interpretativo que han dejado nuestros

antecesores.

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Una muestra de esto puede darse en el caso particular de la literatura sagrada. Los

libros sagrados suelen estar llenos de sueños, visiones, símbolos y eventos

aparentemente contradictorios y se tornan incomprensibles para quienes, influidos

por la necesidad posmoderna del consumo y el placer inmediatos, no están

dispuestos a dedicarles tiempo. Aquí la tradición de comentario se vuelve

fundamental, pues se puede incurrir en fallas graves de interpretación o incluso

tergiversación de los significados al no conocer o tener bases por lo menos del

idioma original y el contexto histórico, social y cultural en el que se escribieron los

textos. No es casualidad que los musulmanes, por ejemplo, nunca consideren

auténticamente Corán a ninguna de las muchas traducciones que existen en

diversas lenguas y reserven ese título solamente para el que se encuentra en árabe.

Ni que, en el caso de la Biblia, el apóstol Pedro haya dicho: Pero, ante todo, tened

presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia

(2 Pedro 2:20).

Verdaderamente, si se quiere, siguiendo lo planteado por Gadamer en varios

pasajes de su Verdad y método II, la hermenéutica no es sólo un camino para la

interpretación de textos y obras de arte en general, sino para la conducción de sí

mismo ante la realidad. La complejidad de ésta demanda que escuchemos cada

una de sus esferas o aspectos particulares, de modo que apliquemos a cada uno el

método o modelo que corresponde, en lugar de andar lanzando juicios carentes de

fundamento. El hombre y la mujer de hoy, en una época en la que el relativismo

absoluto ha pretendido destruir toda esperanza y sentido de trascendencia, necesita

conectarse de nuevo con su entorno, superar la alienación a la que ha sido

sometido. Un buen medio para hacerlo, filosóficamente hablando, puede ser la

hermenéutica.

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Especificación del régimen nocturno

Uno de los mayores exponentes del camino hermenéutico en tiempos recientes ha

sido el francés Gilbert Durand, en la corriente de la mitocrítica. Discípulo de Gaston

Bachelard, ha recibido no solamente su influencia, sino también, como en su

momento lo señalamos, la del psicoanalista alemán Carl Gustav Jung. Éste último

contribuyó muchísimo a los estudios literarios y artísticos en general al plantear la

necesidad conceptual de unos arquetipos que, en el conjunto de la producción de

la imaginación creadora de la humanidad, podría decirse que conforman el

inconsciente colectivo. Esto es lo que desarrolla magistralmente Durand en su obra

Estructuras antropológicas del imaginario: introducción a la arquetipología general

(2004).

La cuestión de los símbolos y arquetipos ha sido largamente discutida, no solamente

en el campo de las artes, sino también a partir del surgimiento del psicoanálisis con

Freud y sus seguidores. Pero a algunos, entre ellos a Jung, les parecía que las

explicaciones freudianas, referidas casi exclusivamente a aspectos de la

sexualidad, eran insuficientes para dar cuenta de las ricas posibilidades de los

sueños y la imaginación en general. Terminan pues planteando una interpretación

alternativa de la libido y de las distintas pulsiones y recogiendo sistemáticamente el

gran acervo simbólico de que disponemos los seres humanos. Uno de quienes

realiza esta paciente labor es Durand, producto de lo cual pudo escribir la obra ya

citada.

La manera de trabajar de Durand es, como lo hemos dicho previamente, agrupar

los arquetipos en dos grandes conjuntos o regímenes, uno diurno y otro nocturno.

No se trata de una agrupación maniquea, ni significa tampoco que no pueda haber

grises o términos medios, pues la experiencia estética del hombre, especialmente

después del convulsionado siglo XX, demuestra que clasificarlo todo simplemente

en términos del bien y el mal es harto problemático. No obstante, es conveniente

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decir que a lo largo de la historia los distintos pueblos que conforman la gran familia

humana, por razones de índole sociológica, cultural o simplemente religiosa, han

tendido a producir y contemplar en su imaginario y en la naturaleza dos grandes

grupos de cosas y fenómenos: los que traen algo bueno, luminosos, que transmiten

alegría y una suerte de paz interior (muy distinta de la “mermelada sagrada” de la

que habla Estanislao Zuleta en Elogio de la dificultad), entre otras emociones

asociadas, por un lado; los que se relacionan con la oscuridad, la tragedia, el

sufrimiento y la incertidumbre generalizada, en unos casos, y la certidumbre de la

condena, por otro.

Por todos los rasgos de la obra de Alejandra Pizarnik mostrados hasta el momento,

podemos decir que ciertamente hay una serie de imágenes y símbolos en ella que

pueden catalogarse como del régimen nocturno. Evidentemente, es difícil leer la

poesía de la autora argentina sin caer en ocasiones en una especie de abatimiento

solidario con ella y, en otras, darse cuenta del abismo que le espera a toda

existencia individual. Hay, entonces, pasajes muy oscuros, no tanto porque sea

labor ardua desentrañar sus significados, como en efecto ocurre algunas veces,

sino porque el contenido es, digamos, demasiado difícil de «digerir». Es lo que

trataremos de demostrar en el comentario de los cuatro poemas siguientes.

La jaula

Afuera hay sol.

No es más que un sol

pero los hombres lo miran

y después cantan.

Yo no sé del sol.

Yo sé la melodía del ángel

y el sermón caliente

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del último viento.

Sé gritar hasta el alba

cuando la muerte se posa desnuda

en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.

Yo agito pañuelos en la noche

y barcos sedientos de realidad

bailan conmigo.

Yo oculto clavos

para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.

Yo me visto de cenizas.

Así da inicio Pizarnik a su tercer libro de poemas, Las aventuras perdidas (1958).

Clave para entender esta pieza en el conjunto del libro es el epígrafe de Georg Trakl:

«Sobre negros peñascos / se precipita, embriagada de muerte / la ardiente

enamorada del viento.» En tales versos se encuentra ya, a manera de semilla, el

espíritu trágico que ha de animar las composiciones que vienen. Se trata, en cierto

modo, de una declaración estética de la artista en relación con la decisión de ir hasta

el fondo, tanto en la poesía como en la existencia en general, sin importar las

consecuencias.

Ya sobre el poema en sí, vale la pena, en primer lugar, valorar brevemente el título.

Hay cierta paradoja planteada en él, porque se trata del que da inicio a un libro de

«aventuras», pero comienza con un poema escrito desde una jaula. Llama la

atención también el hecho de que el sitio de encierro de nuestra poetisa no sea

llamado, por ejemplo, «cárcel» o «celda». Parece ser, más bien y en consonancia

con el resto de su obra, una metáfora relacionada con la (im)posibilidad de volar,

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una alusión a la libertad de que gozan los pájaros. Esto parece confirmarse si

volvemos al epígrafe de Trakl, donde se menciona a una «ardiente enamorada del

viento». Pues a las aves no se las encierra en celdas ni en cárceles, sino en

«jaulas».

Es, pues, desde tal espacio que la autora nos habla. Todo lo que viene a

continuación, si queremos entenderlo cabalmente, debemos verlo a través de los

ojos de un pájaro enjaulado.

El primer verso, «Afuera hay sol», es muy interesante desde el punto de vista de lo

que Bachelard llamó La poética del espacio. Tengamos en cuenta que no estamos

ante una escritora que haya sufrido las penalidades de la cárcel, como un Miguel

Hernández o un Nazim Hikmet. Pizarnik no manifestó nunca una inclinación activa

por la política. Aún así, es capaz de transmitir a sus lectores la sensación de

encarcelamiento propia del preso. Establece, en este primer verso, una distinción

fundamental en su experiencia poética: un «aquí» y un «allá»; un «adentro» y un

«afuera». En cierta manera, esto implica que ella misma es su propia cárcel, una

cárcel eminentemente psicológica, por supuesto; es afuera que hay sol, dentro de

ella hay tinieblas. Se comprende entonces que en los siguientes versos muestre

algo de extrañeza de que los hombres –entiéndase la humanidad– celebren ese sol.

Es una luminaria ajena, completamente distinta y distante de lo que ella es.

En concordancia con lo anterior, en la segunda estrofa empieza diciendo «Yo no

sé del sol.» No, no sabe del sol; su mundo interior está constituido bajo otra lógica,

una muy distinta de la luz y el calor irradiados por aquel astro. Aquí, en la jaula de

la poetisa, hay frío y noche constantemente. Hasta podría decirse que es siempre

una noche fría, excepto por los chispazos que llegan desde fuera. Pero es así,

desde fuera: nada de la lógica diurna se puede esperar acá adentro. Es de tal

modo que encuentran sentido los tres últimos versos de esta estrofa: «Sé gritar

hasta el alba / cuando la muerte se posa desnuda / en mi sombra.» Ya de por sí el

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grito es una nota de desesperación, pero observemos que al alba, cuando cesa el

grito, no viene precisamente una suerte de tranquilidad, ni la luz que normalmente

llega con ella, sino la muerte a posarse en su sombra. Hay, si se quiere, una doble

negación de la luz, tinieblas sobre tinieblas. Pero no solamente eso, sino que la

muerte, que siempre trae consigo oscuridad y sombras, encuentra sombras al

penetrar en la jaula desde la que canta sus versos nuestro pájaro.

Es aquí donde entra a jugar la tristeza. Hasta este punto habíamos visto en el

poema una dificultad para respirar en medio del encierro y las tinieblas que

implican la metáfora de la jaula. Ahora nos encontramos con el llanto. No se

preocupen nuestros lectores, no se trata de la sensiblería ni de la autocompasión

baratas que se ven en casi todos los malos poetas. Alejandra llora, pero no de

cualquier manera, sino debajo de su nombre. Si pensamos, como se hace en la

mayoría de culturas en todo el mundo, que el nombre es símbolo de la identidad

completa de una persona, tanto de la que le han tratado de transmitir los padres

como de aquella que su sociedad le ha querido imponer y de la que esa persona

ha querido construir para sí, no podremos menos que espantarnos con este verso.

De este modo, en el culmen de la desesperanza, Pizarnik recurre a una serie de

imágenes que tienen que ver con la navegación marítima. «Yo agito pañuelos en

la noche», escribe, y con ello nos hace recordar las bienvenidas y despedidas en

los puertos. Nos imaginamos, quizá, pañuelos blancos, pero, debido a la

oscuridad, no podemos saber de qué color son. Se hace así imposible conjeturar

si se trata de una bienvenida a la paz interna, lo cual se podría deducir de unos

inocentes pañuelos blancos. Lo que sí nos cuenta Alejandra es lo que ocurre en

ese momento: barcos sedientos de realidad bailan con ella. Ha hecho su entrada

al poema la herencia surrealista de la poetisa.

Es difícil imaginarnos en la cotidianidad a un barco «sediento» de algo, mucho

menos de realidad. Pero no sólo avista barcos que están sedientos, sino que esos

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barcos «bailan» con ella. Podemos conjeturar que se trata de naves en busca de

su rumbo, en busca de una dosis de realidad que le dé sentido a su viaje. ¿Cuál

realidad? Probablemente aquella que está afuera de la jaula. No olvidemos el

hecho sencillo pero importante de que cualquier persona que ha pasado mucho

tiempo encerrada, voluntariamente o no, empieza a experimentar una especie de

alienación, un extrañamiento del mundo que le hace pensar que todo lo que vive

adentro es, precisamente, irreal.

En cuanto al baile con los barcos, no podemos pasar por alto el movimiento que le

imprime al poema, cual si se tratara de una creación plástica de las que tanto le

gustaban a la autora. Pareciera, en este punto, que estuviéramos frente a La noche

estrellada de van Gogh. Por otro lado, el baile siempre ha significado una especie

de acto de comunión con quien se baila, de suerte que los barcos sedientos de

realidad son una metáfora de la sed de la propia Alejandra, quien se ve a sí misma

como navegando a través de interminables aguas –aún estando dentro de una

jaula–, las aguas de su existencia, tratando de encontrar lo real, lo auténtico que

la vida no le ha proporcionado.

Cuando creíamos que lo peor y más extraño habían pasado, el poema nos sigue

sorprendiendo; la estrofa termina diciéndonos que la poetisa oculta clavos para

escarnecer a sus sueños enfermos. Particularmente nebuloso es este fragmento.

Es posible que la autora se refiera al hecho de que, incluso en la noche

permanente que relata, es imposible descansar, dormir un poco para recuperar

energías que le permitan continuar su búsqueda, su viaje. Quizás a eso se refiere

con los «sueños enfermos». Sea como sea, estos versos sugieren una forma de

dolor extrema que, sumada al agotamiento por la situación descrita a lo largo del

poema, produce una angustia ciertamente inusual hasta en los poetas más

sufridos.

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Termina esta composición de manera lapidaria: «Afuera hay sol / Yo me visto de

cenizas.» En la primera parte resume su reacción frente a la presencia de ese sol

fuera de ella y al hecho de que, incomprensiblemente, los hombres lo celebren. La

segunda parte recuerda ciertas tradiciones judías con respecto a la ceniza. En

ocasiones se utiliza como símbolo de la transitoriedad de la vida humana; según

el Génesis, Abraham le dice a Dios «soy polvo y ceniza». Pero la mayoría de las

veces se usa como símbolo de dolor y penitencia. Así ocurre en el caso de Tamar,

la joven que fue violada en el relato de 2 Samuel. Evidentemente, este, el dolor,

es el caso que Alejandra Pizarnik nos quiere ilustrar. Afuera hay sol, cierto, pero

ella está encerrada en una jaula de tinieblas, noche y tristeza; no hay nada que

celebrar y así lo expresa: mientras los demás comen y beben, celebrando sin

cesar, el único baile que ella tiene es con barcos imaginarios en busca de una

dosis de realidad. Irreal y triste es como todo se ha tornado para ella. Solamente

queda una cosa por hacer: manifestar el dolor y el llanto interior mediante el acto

externo de vestirse con un elemento cuya potente simbología le ha heredado su

pueblo para poder, al menos, dar a conocer su tragedia.

Duración

De aquí partió en la negra noche

y su cuerpo hubo de morar en este cuarto

en donde sollozos, pasos peligrosos

de quien no viene, pero hay su presencia

amarrada a este lecho en donde sollozos

porque un rostro llama,

engarzado en lo oscuro,

piedra preciosa.

Este poema pertenece al libro Los trabajos y las noches (1965). Ya desde el título

mismo disponemos de una referencia, a modo de contradicción, al mundo griego,

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en relación con la obra de Hesíodo titulada Los trabajos y los días. Contrapone

Pizarnik la noche al día, conservando el vocablo «trabajos», con lo cual quizás

indica lo pesarosa que ha de ser la labor constante de la poetisa; Hesíodo ha

hablado del esfuerzo del hombre en el campo, pero con ello se refiere a lo que se

puede hacer a la luz del sol, mientras que la argentina remite a una forma de

trabajo que resulta aún más penosa por hacerse a oscuras. Podríamos hallar

implícita en esta obra la idea de que la alquimia verbal no resulta tan encantadora

como algunos pensarían, sino que se trata más bien de un atrevimiento del

individuo, quien se lanza a crear pequeños artefactos poéticos en medio de la

noche, cuando no puede ver los materiales con los que trabaja ni qué riesgos

espirituales corre al utilizarlos.

Tal interpretación puede encontrar respaldo en el primer verso: «De aquí partió en

la negra noche». Como habíamos dicho al tratar otro aspecto del trabajo de

Pizarnik, observamos que aquí hay tinieblas sobre tinieblas. En efecto, la autora,

dándole un giro positivo al uso del pleonasmo, adjudica a la noche el adjetivo de

«negra», descripción en la cual se distingue de muchos otros poetas, quienes han

hablado de la noche como «azul» o simplemente «estrellada», expresiones en las

cuales hay una visión de ella como un momento de fecundidad y serenidad.

No hay tal cosa en la noche que nos presenta Alejandra. Se sitúa en el «aquí»

para decir que «partió». ¿Quién? El resto del poema no nos lo dice, pero sí nos da

pistas sobre el impacto que, quienquiera que haya sido, tuvo sobre ella. Porque a

continuación se nos dice que «su cuerpo hubo de morar en este cuarto». Nótese

que, en medio del ambiente un poco evanescente de la poesía de Pizarnik, lo

primero que se menciona de ese alguien que partió no es meramente su espíritu,

ni una mera abstracción, sino su cuerpo. Esta alusión da para pensar en la cálida

cercanía que alguna vez debió tener con aquél (o aquella) de quien hablan estos

versos. Despierta, además, mucho interés en el lector la expresión «morar en este

cuarto». De nuevo, no estamos ante una simple abstracción, sino frente a alguien

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a quien se le describe como capaz de habitar algo, alguien capaz de suscitar en la

poetisa una cierta melancolía irremediable.

Lo anterior es importante, porque sugiere una pequeña variación en la estética de

la poesía pizarnikiana. Sugiere que no se atuvo de manera estricta a todos y cada

uno de los postulados surrealistas, sino que hizo una apropiación de los mismos,

pues ese cuerpo y esa capacidad del mismo de habitar un espacio concreto nos

sitúan un poco lejos de los seres imaginarios e incluso fantasmagóricos que

estábamos acostumbrados a ver en los surrealistas y en buena parte de la obra

de nuestra autora, seres muchas veces incorpóreos y situados, más que en alguna

parte, en un no-lugar.

Ahora bien, ¿cómo es el cuarto donde habitó ese alguien? Se nos dice «en donde

sollozos, pasos peligrosos / de quien no viene». Aquí parece que el cuarto mismo

ha adquirido vida; parece como si hablara de la persona que lo habitó y pudiera

manifestar tanto dolor como ella. Nos advierte, además, del peligro que alberga,

un peligro que posiblemente haga referencia a la secreta angustia que nos

envuelve en los lugares donde estuvieron quienes amamos y que ya han partido.

Pero téngase en cuenta también que ese peligro procede «de quien no viene»;

entramos de regreso al campo de lo surreal con matices de irracionalidad, dado

que el temor justificado y racional normalmente se asocia con un peligro real e

inminente. En este caso, por el contrario, estas sensaciones las produce un

ausente, quien, se podría conjeturar, no tiene poder alguno para dañarnos. Esto,

sin embargo, constituye una de las paradojas de las relaciones humanas, pues al

contrario de los peligros que nos acechan en el mundo material o natural, el riesgo

de daño no existe debido a la inminencia de un ataque físico, sino por la

desprotección y orfandad que sentimos a causa del abandono.

Siguiendo con los símbolos y metáforas nocturnas, el poema mismo nos da pistas

de porqué las piezas encajan de ese modo y no de otro. Al hablar de ese que no

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viene, Pizarnik escribe: «pero hay su presencia / amarrada a este lecho en donde

sollozos». Consideremos la evolución del poema en la descripción de este

ausente: primero, «partió»; luego «su cuerpo hubo de morar» en un cuarto;

después se menciona el miedo irracional a los «pasos peligrosos / de quien no

viene». Ahora «hay su presencia / amarrada a este lecho». Si quisiéramos codificar

las expresiones señaladas, haríamos bien en ubicarlas en una especie de

contrapunto: ausencia-presencia-ausencia-presencia.

Efectivamente, a pesar de que su cuerpo ya no está en el cuarto desde el que

probablemente escribe Alejandra, su presencia se ha arraigado en el lecho

compartido. Este sitio, que en otras circunstancias bien podría constituirse en un

símbolo de régimen diurno a causa de todas las dichas que en él comúnmente se

celebran, se ha convertido en un símbolo nocturno, toda vez que representa la

comunión rota de quienes sobre él han reposado con anterioridad. Esta

interpretación encuentra apoyo en la matización del lecho por parte de la poetisa

como un lugar «en donde sollozos», reiteración de la expresión adjetiva aplicada

antes al cuarto como una generalidad; tórnase el lugar de reposo de manera

inexorable en el punto donde se concentran todas las desdichas referidas en el

poema.

¿Cómo se explica que esa presencia esté amarrada al lecho? ¿Cómo queda fijada

allí, dentro de la lógica de nuestras mentes? Nuevamente, el poema nos sugiere

una respuesta, esta vez en tres partes, de las cuales la primera es «porque un

rostro llama». Verdaderamente, el rostro del amado o amada que se ha ido ejerce

una poderosa atracción sobre nosotros aún mucho tiempo después de la ruptura

o el deceso. En este sentido, y a otro nivel afectivo, no es tan ficticia, como pudiera

lucir a primera vista, la aparición a Hamlet del espectro de su padre. Es que el

recuerdo de los seres queridos posee una fuerza magnética incomparable, tanto

que en su nombre se escriben volúmenes enteros y se fundan y destruyen

naciones. Pensemos qué sería, por ejemplo, de Dante sin Beatriz; tal vez no

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tendríamos la Divina Comedia. O que sería de los americanos sin Bolívar;

posiblemente los herederos de la Gran Colombia viviríamos en países distintos de

lo que ahora son. Pero, de la misma manera, es la aparición de este espectro la

que pone en marcha la tragedia en Dinamarca.

Así, este rostro que llama a Pizarnik la consolida en la angustia. La segunda parte

de nuestra respuesta dice que este rostro está «engarzado en lo oscuro». Es decir,

se trata de una llamada que surge, no ya de la vitalidad y la luz que pudo haber

llenado alguna vez aquel cuarto, sino de alguien que invita a pasar al otro lado de

la luz, desde el límite en el que habita la penumbra. Es una invitación que

presupone cierta fascinación por lo ignoto en aquel a quien se llama, cierta

predisposición en el gusto por lo oculto y un deseo irrefrenable de volver a

encontrarse con quien es objeto de nuestra nostalgia.

Chapolas negras atraídas irresistiblemente hacia el foco de luz, a pesar saber que

nuestro encuentro con él puede resultar mortal, este rostro que llama engarzado

en lo oscuro brilla desde allí como una «piedra preciosa». Esta es la tercera parte

de la respuesta a nuestra interrogante inicial por la manera en que aquella

presencia queda amarrada al lecho. La piedra preciosa brilla con luz propia en

medio de las tinieblas de donde es arrancada por el minero. El minero es en este

caso la poetisa, sólo que ahora no es ella quien descubre la piedra, sino que, a la

inversa, es ésta quien descubre a aquella –la poetisa– deseándola y la reclama

para sí, de tal modo que, al fijar los ojos en el rostro que llama, quien mira sella su

destino, como lo sellaron todos quienes miraron a Medusa.

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Linterna sorda16

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los

párpados del muerto.

Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra

yo escribo la noche.

Como ya lo insinuamos en el capítulo anterior de esta monografía, en el título de

este poema tenemos uno de los mejores ejemplos de sinestesia que,

deliberadamente, aplicaba Alejandra Pizarnik en su trabajo. Es un ejemplo muy

particular, porque los poemas de sinestesia, generalmente, tienen que ver con

notas musicales o con colores, como el poema Vocales de Arthur Rimbaud.

Nuestra autora nos invita a ir un poco más allá; nos lleva a imaginarnos, no una

linterna que no puede iluminar o, asimilándola con un ojo, «ver», sino una que no

oye. Como si el poema fuera normalmente una herramienta para echar luz sobre

la realidad, para «escucharla», sentir su latido, notar su sonido, en esta ocasión

ocurre lo contrario y el poema es zozobra pura, toda vez que incomunica al cuerpo

y al ser en sí del mundo exterior.

Cuando examinamos las frases de este poema en prosa nos damos cuenta por

qué. Recurriendo a una imagen a la que hemos aludido previamente en este

trabajo, les atribuye acciones a «los ausentes». La primera línea sugiere una

noche fría, glacial, con absolutamente nada que la redima; el recuerdo, o mejor, la

memoria de los ausentes se hace sentir a través del viento. La amargura se instala

en el ambiente donde se encuentra la poetisa y hace que la noche sea «densa»,

impenetrable ella misma pero que todo lo penetra, como la fría niebla se adhiere a

la piel en una travesía por un monte muy alto. Parece prefigurar este pasaje al

16 Procedemos a echar luz sobre otros aspectos de este poema, cuya interpretación ya esbozamos en el capítulo anterior.

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escenario helado en que la Condesa Báthory condena a la muerte a una de las

muchachas en la obra de la que Pizarnik se ocupará años después.

A continuación procede a precisar la descripción de esta noche que es en sí mismo

todo el poema. A esta noche se le asigna un color, el de «los párpados del muerto».

Señal ésta, de nuevo, de que no hay redención posible para nadie en el lugar

espiritual en que se encuentra la autora. Todo ha muerto; Alejandra camina por

ese lugar como quien va por un territorio desolado después de una guerra o un

desastre natural.

Pero cuando las cosas parecen haber terminado para siempre, sucede algo

maravilloso en el poema, pues Alejandra logra hacerse ella misma productora de

esa noche. Sí, en un principio la noche es como algo que le pasa a ella, pero luego

toma las riendas y dice «Toda la noche hago la noche». Ahora no es simplemente

algo que le pasa, sino algo que ella decide. Como si pensara que, ya que es

inevitable atravesar el lúgubre momento, lo mejor es apoderarse de él y tomar el

mando, en lugar de ser una simple espectadora.

Ahora bien, ¿cómo se apropia uno de ese momento? Es aquí donde encontramos

una pieza de teoría estética fundamental en la obra de Pizarnik. Ella hace suya la

noche escribiéndola y por eso la expresión completa, hasta este punto, es «Toda

la noche hago la noche. Toda la noche escribo.» En este fragmento encontramos

la aplicación de aquel principio enunciado por Vicente Huidobro y que fue tan

importante para las vanguardias: «No cantes a la rosa, hazla florecer en el

poema.» Haya conocido la autora argentina o no el manifiesto del creacionismo,

lo cierto es que logró que un símbolo tan recurrente en la poesía universal, como

lo es la noche, no fuera solamente un tópico para la construcción de algún

entramado verbal, sino que hizo anochecer en el poema y, lo que es más, hizo a

la noche surgir de él.

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La composición termina con una declaración que no podemos pasar por alto:

«Palabra por palabra yo escribo la noche.» Como quien va tejiendo un hermoso

vestido puntada a puntada, Alejandra nos enseña cómo se procede, cuál es el

método para poner en práctica lo que hemos visto en el párrafo anterior. Aún en

medio de la ansiedad que la perturba, es capaz de darse cuenta de que, cada vez

que escribe conscientemente, haciéndose poseedora de la realidad que la rodea,

con cada paso que da, con cada palabra que escribe, va haciendo la noche.

En suma, en esta segunda parte del poema hemos asistido, desde hace más de

cuarenta años, a la reconciliación, mediante la poesía, de algo que la filosofía

occidental aún lucha por reconciliar: al sujeto con el objeto. Alejandra, el sujeto, se

ha hecho una con el objeto, la noche. Ha logrado extraer la piedra de locura.

Lazo mortal

Palabras emitidas por un pensamiento a modo de tabla del náufrago.

Hacer el amor adentro de nuestro abrazo significó una luz negra: la

oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente apagada

pero de algún modo más viva que mil soles. El color del mausoleo infantil,

el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje

habitación. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El

ritmo de los cuerpos cavaba un espacio de luz adentro de la luz.

El último poema que estudiaremos pertenece a la segunda parte del libro El

infierno musical, publicado en 1971, es decir, el último poemario suyo que sale a

la luz antes de su suicidio un año más tarde mediante la ingestión de cincuenta

pastillas de Seconal. Puede considerarse, por tanto, como una especie de

testamento estético y simbólico de la autora.

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En cuanto al suicidio de Pizarnik, es un tema del que ya se han ocupado infinidad

de autores, por lo cual remitimos al lector a la bibliografía en caso de que quiera

profundizar en el mismo, ya que la mayoría de estudios, de una u otra manera, lo

tratan. Queremos, no obstante, llamar la atención sobre el hecho común y corriente

de que cuando muere una persona se suele preguntar por sus últimas palabras.

Tal es la importancia que le damos al lenguaje y no creemos que las últimas

palabras poéticas de Pizarnik sean menos pertinentes.

Es que los suyos son versos que nos hablan de una cierta crueldad poética,

autodestructiva, que es poco frecuente encontrar incluso en los escritores suicidas

más violentos. Baudelaire es un clásico ejemplo de autor cruel en su literatura,

pero no se suicidó. Tampoco lo hicieron Rimbaud ni Lautréamont. Desde el punto

de vista de la relación vida-literatura y literatura-filosofía, es, por consiguiente,

mucho lo que nos pueden decir los versos de Pizarnik, aún si no tratamos el tema

del suicidio directamente.

Reflexionemos, en primer lugar, sobre el título del libro. Si bien en todos sus

poemarios Alejandra juega con lo oscuro, con los símbolos del mal en ocasiones,

con la crueldad, con lo nebuloso e irredimible, es en este último –aparte de que se

considere el mejor o no– donde aparecen más acusados los signos de la

desesperanza que ha acompañado toda su poesía. Con este título ella se adentra

en el lugar de donde no se regresa; cruza la línea de no retorno.

En este orden de ideas podríamos preguntarnos «¿cómo sería un infierno

musical?» Hasta ahora hemos tenido muestras del gusto de Pizarnik por la pintura

en algunos de sus poemas, de modo que no es extraño que hallemos en ellos un

diálogo con las demás manifestaciones del arte. Pero hay que reconocer este título

en particular está bastante más cargado de significado que los demás. Y ello se

debe en gran parte a que en el imaginario de la literatura occidental no se había

pensado antes en el infierno como un lugar donde pudiera haber algún tipo de

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música, ni siquiera de la más ruidosa y distorsionada, como algunos de los ritmos

que suenan en las emisoras hoy en día.

Se puede pensar, no obstante, en los gritos de los condenados. El título de marras,

de alguna manera, reconduce el camino de la poetisa de los pasos del puro

surrealismo a los de una forma de expresionismo. Y ya que hemos hablado de la

afición de Pizarnik por la pintura, podemos vincular esto con un cuadro tan

expresivo como El grito, de Munch, quien precisamente pertenecía a esta última

escuela.

Es en este contexto que mejor podemos entender Lazo mortal. Comienza el

poema con una especie de presentación de lo que va a venir enseguida: «Palabras

emitidas por un pensamiento a modo de tabla del náufrago.» La propuesta,

entonces, es de la palabra poética como una tabla de salvación del pensamiento.

Pensemos bien en el asunto: no se trata ya de simplemente tener el lenguaje

articulado como medio de expresión verbal de lo que pasa por la mente, sino de

salvar el pensamiento mismo en su forma más pura. Esto último, la pureza del

pensamiento, la recuperación de su estado original, sólo es posible mediante la

poesía.

A continuación ocurre algo que es ciertamente bello y que solamente puede hacer

también la literatura: la luz producida por el acto de amor es negra y, no obstante,

hace que la oscuridad brille. Luz negra, de nuevo doble negación de lo luminoso,

pero en este caso con un resultado positivo. Quizás esto se deba a la forma en

que los amantes hicieron el amor: dentro de su abrazo, lo cual da pie para pensar

que no se trató del acto mecánico y, paradójicamente, solitario que muchos

ejecutan tiempo después de haberse conocido. La expresión «adentro de nuestro

abrazo» implica mucho más que la mera penetración y el contacto físico piel contra

piel; se trata de un nivel de intimidad tan profunda que, en medio de la oscuridad,

al menos por un momento, resulta en luz.

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¿De qué clase de luz nos habla la poetisa? En primer lugar de «la luz

reencontrada». Ello alude, claro está, a una recuperación de lo perdido, pero,

específicamente, de aquello que estaba perdido en la memoria. Se trata de uno de

esos momentos en que los poetas recuerdan algo y no quieren que se les escape

su carácter sublime, de modo que recurren a las palabras para fijar el episodio.

Comprendemos así mejor la referencia a una «tabla del náufrago» en relación con

el pensamiento.

Es una luz, además, «doblemente apagada pero de algún modo más viva que mil

soles.» Es inevitable traer a colación esa luz que se ve en las discotecas y bares

de las ciudades. Luz que en realidad alumbra poco o nada de lo que usualmente

necesitamos ver, pero que al mismo tiempo ilumina otras cosas, que

probablemente no son vitales en el mundo físico, que no consideramos necesarias

en la cotidianidad, mas vienen a ser fundamentales para nuestra realidad interior.

Por eso la comparación con el sol; el astro del poema irradia lo que solamente se

puede ver con los ojos del espíritu.

No obstante, no todo en el poema está tan lleno de esta luz. Ciertamente, ¿qué

puede haber más triste y desesperanzador que un mausoleo infantil? Siendo los

niños la flor de la vida, no puede haber nada más macabro que hablar de un

cementerio poblado de ellos, puesto que se trata de estrellas que nunca llegarán

a brillar, estrellas que por ende solamente podrán despedir luz negra. Así se

entiende que «el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje

habitación».

Las tinieblas continúan, pero ahora de un modo menos tormentoso, si se quiere.

En los dos últimos versos vemos cómo se rescata lo musical al hablar del «ritmo

de los cuerpos». Este ritmo impide que se sienta la perturbación producida por los

cuervos; cuando los amantes se compenetran en tal grado de intimidad, al punto

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de producir esa luz «doblemente apagada», hacen que incluso los mensajeros

más insidiosos pasen desapercibidos, como puede en efecto ser la simbología de

los cuervos en este contexto. Ese vuelo de los cuervos, ese nefasto viajar de

aquellos que nunca traen buenas noticias, puede ser ignorado exitosamente si los

amantes logran compenetrarse. Y acaso la razón por la que podemos ignorarlo

sea porque nos hemos elevado a mayores alturas, porque volamos más alto que

ellos.

Posiblemente a lo anterior se refiera la última frase del poema. Cavar un espacio

de luz adentro de la luz puede aludir al encuentro de una auténtica fuente lumínica,

a donde las aves de mal augurio no pueden llegar ni sus predicciones realizarse.

Es entonces cuando todo es posible; entonces hay éxtasis puro.

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Foto por Sara Facio. En http://www.elortiba.org/pizarnik.html. Recuperado el 5 de

mayo de 2013

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PAVANA DEL HOY PARA UNA INFANTA DIFUNTA QUE AMO Y LLORO

Olga Orozco

A Alejandra Pizarnik

Pequeña centinela,

caes una vez más por la ranura de la noche

sin más armas que los ojos abiertos y el terror

contra los invasores insolubles en el papel en blanco.

Ellos eran legión.

Legión encarnizada era su nombre

y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,

arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.

El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.

El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.

El que pisa la raya no encuentra su lugar.

Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;

noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo

oscuro,

y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la

muerte:

esa perversa tentación,

ese ángel adorable con hocico de cerdo.

¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio

nacimiento?

¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?

Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín

donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.

Flor cruel, flor vampira,

más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro

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y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el

umbral.

Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,

abismos hacia adentro.

Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.

Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;

te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;

amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;

te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;

te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,

como lazos en manos del estrangulador.

¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,

y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la

palabra!

Y de pronto no hay más.

Se rompieron los frascos.

Se astillaron las luces y los lápices.

Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro

laberinto.

Todas las puertas son para salir.

Ya todo es el revés de los espejos.

Pequeña pasajera,

sola con tu alcancía de visiones

y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:

sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,

sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en

busca de otra,

o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,

o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.

Pero otra vez te digo,

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ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un

manto:

en el fondo de todo jardín hay un jardín.

Ahí está tu jardín,

Talita cumi.

Tomado de http://www.elortiba.org/pizarnik.html. Recuperado el 5 de mayo de

2013.

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AQUÍ ALEJANDRA

Julio Cortázar

Bicho aquí,

aquí contra esto,

pegada a las palabras

te reclamo.

Ya es la noche, vení,

no hay nadie en casa

Salvo que ya están todas

como vos, como ves,

intercesoras,

llueve en la rue de l'Eperon

y Janis Joplin.

Alejandra, mi bicho,

vení a estas líneas, a este papel de arroz

dale abad a la zorra,

a este fieltro que juega con tu pelo

(Amabas, esas cosas nimias

aboli bibelot d'inanité sonore

las gomas y los sobres

una papelería de juguete

el estuche de lápices

los cuadernos rayados)

Vení, quedate.

tomá este trago, llueve,

te mojarás en la rue Dauphine,

no hay nadie en los cafés repletos,

no te miento, no hay nadie.

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Ya sé, es difícil,

es tan difícil encontrarse

este vaso es difícil,

este fósforo.

y no te gusta verme en lo que es mío,

en mi ropa en mis libros

y no te gusta esta predilección

por Gerry Mulligan,

quisieras insultarme sin que duela

decir cómo estás vivo, cómo

se puede estar cuando no hay nada

más que la niebla de los cigarrillos,

como vivís, de qué manera

abrís los ojos cada día

No puede ser, decís, no puede ser.

Bicho, de acuerdo,

vaya si sé pero es así, Alejandra,

acurrúcate aquí, bebé conmigo,

mirá, las he llamado,

vendrán seguro las intercesoras,

el party para vos, la fiesta entera,

Erszebet,

Karen Blixen

ya van cayendo, saben

que es nuestra noche, con el pelo mojado

suben los cuatro pisos, y las viejas

de los departamentos las espían Leonora Carrington, mirala,

Unica Zorn con un murciélago

Clarice Lispector, agua viva,

burbujas deslizándose desnudas

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frotándose a la luz, Remedios Varo

con un reloj de arena donde se agita un láser

y la chica uruguaya que fue buena con vos

sin que jamás supieras

su verdadero nombre,

qué rejunta, qué húmedo ajedrez,

qué maison close de telarañas, de Thelonious,

que larga hermosa puede ser la noche

con vos y Joni Mitchell

con vos y Hélène Martin

con las intercesoras

animula el tabaco

vagula Anaïs Nin

blandula vodka tónic

No te vayas, ausente, no te vayas,

jugaremos, verás, ya verás, ya están llegando

con Ezra Pound y marihuana

con los sobres de sopa y un pescado

que sobrenadará olvidado, eso es seguro,

en un palangana con esponjas

entre supositorios y jamás contestados telegramas.

Olga es un árbol de humo, cómo fuma

esa morocha herida de petreles,

y Natalia Ginzburg, que desteje

el ramo de gladiolos que no trajo.

¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch,

Max Roach, Silvina Ocampo,

alguien en la cocina hace café

su culebra contando

dos terrones un beso

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Léo Ferré

No pienses más en las ventanas

el detrás el afuera

Llueve en Rangoon ---

Y qué.

Aquí los juegos. El murmullo

(Consonantes de pájaro

vocales de heliotropo)

Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera

y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.

Tomado de http://www.lainsignia.org/2001/mayo/cul_019.htm. Recuperado el 5 de

mayo de 2013.

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ALEJANDRA PIZARNIK EN EL AULA: UNA PROPUESTA PARA LA

EDUCACIÓN MEDIA

A través del presente trabajo hemos podido reflexionar sobre la manera en que,

acercarse a la obra de Alejandra Pizarnik, es en cierto modo asomarse al abismo.

Se trata de un abismo existencial en el que muchos jóvenes, especialmente los que

cursan la educación media (10º y 11º), piensan que se encuentran solos; que ellos

son tal vez los primeros en albergar sentimientos de soledad e insatisfacción con la

vida; que son los únicos en pasar por una de experiencia de alienación de la

realidad.

Si para algo sirve la experiencia de lectura de los grandes poetas, no obstante, es

precisamente para darnos cuenta de que no estamos solos en nuestro trato con el

mundo. En ocasiones puede que nos veamos a nosotros mismos, en términos

heideggerianos, como ser ahí, ser arrojado en el mundo, sin otra salida que dejarnos

atrapar por una sensación de angustia permanente. Pero la experiencia literaria nos

demuestra otra cosa: hay una gran cantidad de nuestros semejantes que han

recorrido ese mismo camino y si bien no todos en última instancia han resultado

afortunados al sortearlo, sus palabras pueden ayudarnos a comprender lo que nos

ocurre, lo cual de por sí es ya un gran consuelo.

En este sentido, sostenemos que la experiencia poética en particular debe constituir

una de las áreas básicas en la formación de nuevos ciudadanos, toda vez que la

educación no debe limitarse a la acumulación de conocimientos o referentes

meramente especulativos, sino avanzar hacia la construcción de herramientas

teóricas y prácticas que les sirvan para relacionarse con su entorno en un mundo

cuya realidad, entre otras cosas, es en gran parte discursiva.

Es así como proponemos una aproximación a la obra poética de Alejandra Pizarnik

desde un punto de vista no esotérico, sino ligado a la realidad misma de los

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estudiantes, pues es a partir de la cotidianidad que se halla la trascendencia. Esto

tiene un valor agregado, si se nos permite la expresión, el cual es aprender a valorar

la literatura latinoamericana como parte de lo propio y conseguir, desde ahí, el

reconocimiento de nuestro lugar en el mundo. Esto servirá, además, para la

construcción de una identidad relacionada con el entramado de relaciones en que

se vive, algo muy necesario en el actual mundo globalizado, donde el desarraigo es

la norma y la desubicación frente a otros seres humanos la mayor tragedia.

Por último, valga decir que si se plantea el estudio de la poesía no es en ningún

modo a causa de un desprecio hacia los demás géneros literarios, sino más bien

porque ella puede aportar elementos de juicio para la autoevaluación y

reconstrucción del propio legado cultural, dado que Alejandra Pizarnik, al haber

escrito en español, puede ayudar a disipar la idea errada de que los grandes temas

de la humanidad literaria han sido tratados solamente por autores –sin negar su

valor– de otras latitudes y lenguas.

Partiendo de lo anterior, proponemos en esta última parte de nuestra monografía el

siguiente plan de aula, diseñado para llevar al salón de clases, de una forma

reflexiva y coherente, el estudio de la poesía de Alejandra Pizarnik. Señalamos el

grado 10º como grupo de trabajo, puesto que consideramos que los jóvenes de

dicho curso se encuentran en la edad apropiada para comenzar a pensar de la

manera compleja en la que la autora argentina los invita a hacerlo.

PLAN DE CLASES

Área: Humanidades

Grado: 10º

Asignatura: Español y literatura.

Saber: Poesía y vida cotidiana.

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Estándares

LITERATURA: Determino en las obras literarias latinoamericanas elementos

textuales que dan cuenta de sus características estéticas, históricas y sociológicas,

cuando sea pertinente.

conocimiento que he alcanzado acerca del funcionamiento de la lengua en

situaciones de comunicación y el uso de las estrategias de producción textual.

Logros

que en la poesía de Alejandra Pizarnik

se han dado del problema existencial y cómo este está presente en la cotidianidad.

dichas expresiones poéticas aportan a la

formación de la identidad cultural latinoamericana.

Indicadores de logro

la autora argentina y los ubica dentro de su contexto histórico

correspondiente, como expresión estética y social de un momento dado en la

literatura latinoamericana postvanguardista.

relación poesía-

vida.

propuestas.

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1ª Sesión

Fase inicial: se propone un diálogo con los estudiantes acerca de su percepción

de problemas como el existencialismo, el desarraigo, el surrealismo y qué

entienden por «vida hecha poesía». A partir de estas inquietudes se da paso a una

conversación que interese poco a poco a los estudiantes en el tema a tratar, a

partir de sus propias percepciones y cotidianidad. Luego de que se alcance una

noción aproximada de la complejidad del problema existencial se propone la

poesía como espacio de exploración de dicho problema. Se puede poner como

ejemplo la lectura en voz alta por parte del profesor de poemas de autores

colombianos que retomen temáticas existenciales, como el Relato de Sergio

Stepansky de León de Greiff o La hora de tinieblas de Rafael Pombo, entre otros.

Fase intermedia: a partir de lo planteado en la sección anterior, se realiza por parte

del profesor una exposición acerca de algunos poemas de Pizarnik, especialmente

de sus primeros libros, enfatizando el contexto cultural y literario en el que se

produjeron. Se sugieren los siguientes:

La última inocencia.

Las aventuras perdidas.

Árbol de Diana.

Fase final: se invita a los estudiantes a llevar a cabo la lectura, individual y

extraclase, de otros poemas de la autora. Se sugiere que los estudiantes busquen

información sobre ella y sus demás obras.

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2ª Sesión.

Fase inicial: se inicia con un breve diálogo sobre las consultas y lecturas realizadas,

las cuales servirán de sustrato para la realización de un taller escrito en la siguiente

fase.

Fase intermedia: se propone un taller grupal para ser desarrollado al interior

del aula.

Fase final y evaluación: se propone como ejercicio final la lectura de los textos

desarrollados por los estudiantes a partir del taller escrito. Se busca en esta fase

retomar la conversación planteada en la fase inicial de la primera sesión, con los

nuevos elementos aportados por las lecturas de las obras poéticas. Se evalúa, de

manera conjunta, la realización del taller y la participación en la exposición final.

TALLER

Para ser realizado por parejas o grupos de a tres. Antes de iniciar el taller se indica

que es necesario la lectura del siguiente grupo de poemas al interior de cada grupo:

-La enamorada, de La última inocencia.

-La jaula, de Las aventuras perdidas.

-13, de Árbol de Diana.

-Cold in Hand Blues, de El infierno musical

-Los de lo oculto, de El infierno musical.

1) Lean atentamente las siguientes expresiones. Cada uno marque las que

considere que mejor se ajustan a su percepción de los poemas. Después

discutan dentro del grupo por qué creen que su interpretación es correcta.

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Pequeños artefactos poéticos, muerte, autodestrucción, basta de hacer fila para

morir, hago el amor con la poesía, mis palabras son extrañas y vienen de lejos,

suicidio, prosa poética, poema en prosa, ocultarme en el lenguaje.

2) De los poemas leídos, ¿cuál creen que corresponde más a las percepciones

aludidas por los diferentes miembros del grupo? ¿Por qué? Argumente y cite versos

que respaldan la elección.

3) ¿Qué entienden ustedes por «infierno musical»?

4) Considerando el fenómeno de las vanguardias literarias latinoamericanas, ¿qué

tanta influencia de ellas creen que hay en la obra poética de Alejandra Pizarnik?

¿Podrían relacionar los poemas adjuntos a este taller con otras lecturas que

recuerden?

5) Elaboren un informe escrito donde consignen las reflexiones grupales

desarrolladas a partir de la discusión de los puntos anteriores.

6) Construyan, de manera individual y extraclase, un texto en relación con los

aspectos que a su juicio son más preocupantes de su existencia cotidiana. ¿Cuáles

creen que podrían ser materia prima para la elaboración de poemas?

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CONCLUSIONES

Para el autor de esta monografía ha sido toda una aventura –y no solamente

simbólica– poder penetrar más a fondo en la poética de una de las herederas del

surrealismo más prolíficas del siglo XX. Dicha aventura comenzó como un interés

puramente poético, en el sentido más denso de la palabra, antes que un interés

académico. La posibilidad de estudiar a esta autora argentina tan

sorprendentemente cercana al abismo desde el punto de vista de la hermenéutica

simbólica ha deparado, no obstante, descubrimientos muy agradables.

El primero de esos descubrimientos, a nivel muy personal, es que la calidad de los

escritores latinoamericanos no solamente no tiene nada que envidiarle a la de los

de EE.UU. o Europa sino que –y esto es arriesgado decirlo– en la gran mayoría

de casos los supera. Esto se ve confirmado por el estudio de los escritores

argentinos contemporáneos a Pizarnik. Por ejemplo, ¿qué tienen que envidiarle un

Borges o un Cortázar a un Hesse o un Brecht?

El segundo descubrimiento es el enorme impacto que las vanguardias artísticas

tuvieron en la literatura latinoamericana. Esto viene a confirmar, además, la

hermandad entre las distintas manifestaciones del arte. Cuando apareció la

fotografía muchos pensaron que ese era el fin de la pintura, pero lo que acaeció

fue el empuje de corrientes cada vez más abstraccionistas o la presencia del

surrealismo con un Dalí o con los dadaístas. Lo mismo ocurrió con la llegada del

cine con respecto a la fotografía y con la televisión con respecto a la radio: se

pensó que era el fin del fin, pero lo único que ocurrió fue que hubo nuevas

perspectivas sobre la forma de hacer arte. Estas nuevas perspectivas, aunadas a

los procesos de la historia literaria occidental, contribuyeron a forjar nuevas

estéticas narrativas y poéticas, como lo pudimos constatar en el primer capítulo.

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Esta influencia vanguardista, además, penetró mucho en la poesía de Alejandra

Pizarnik, en particular la vertiente surrealista. Sus postulados experimentalistas,

cuyo corolario es la técnica del cadáver exquisito, se pueden notar en la mayoría

de poemas de nuestra autora, en la cual están presentes con mucha fuerza las

huellas de la escritura automática. Este experimentalismo puede verse como su

arte poética, como lo atestiguan estos versos:

Ahora

La muchacha halla la máscara del infinito

y rompe el muro de la poesía.17

Romper el muro de la poesía, eso fue lo que buscó Alejandra Pizarnik a lo largo

de su obra poética, desde los «pequeños artefactos poéticos» hasta los poemas

en prosa y textos como La bucanera de Pernambuco dan fe de que lo consiguió.

Otra confirmación interesante es la fecundidad del paradigma hermenéutico, en

especial del relacionado con la teoría de Gilbert Durand, para la interpretación de

las obras literarias. Esta fecundidad se explica, como quedó consignado en la

monografía, por la disposición de quienes realizan el trabajo hermenéutico a

escuchar lo que tiene que decir la obra antes de proceder a asignarle determinados

valores simbólicos. El autor de este trabajo, antes de optar por la hermenéutica

simbólica, pensó en diferentes enfoques posibles, entre ellos el psicoanálisis y la

sociocrítica, pero los descartó por no adecuarse a la compleja realidad de la

poetisa cuyo trabajo se iba a abordar.

En este mismo sentido, esperamos haber superado, al menos en parte, el lugar

común en el que frecuentemente caen quienes investigan la obra de un poeta que

ha muerto por suicidio, al querer averiguar a toda costa las causas de esa decisión

17 Salvación, en La última inocencia.

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fatal. En nuestra opinión, cuando tal cosa se hace se abandona la literatura y se

penetra en el campo específico de la psicología clínica o de la sociología, pero no

en el del arte. Y quienes nos dedicamos a la literatura generalmente tenemos la

firme convicción de que si alguna actividad nos puede decir cosas profundas sobre

la condición humana, ella es la actividad literaria, por ser más rica y abierta a las

posibilidades de la polisemia y la polifonía.

Finalmente, consideramos que este trabajo monográfico demuestra cuán posible

es que se realicen otros, sobre autores latinoamericanos o colombianos, desde la

enriquecedora óptica de la hermenéutica. Este es un enfoque que, aplicado con

pertinencia, puede revitalizar la crítica literaria, tan necesaria en nuestro país para

promover una lectura compleja de la narrativa y la poesía y, al mismo tiempo, dar

lugar a la superación de los modelos exclusivamente deconstruccionistas de la

literatura, que, en su justo afán por reivindicar el papel del lector en la construcción

del significado, han caído en excesos como el de pensar, más o menos, que no

importa de ninguna manera el sentido que el autor le haya querido dar a su obra,

puesto que este no se haya, según ellos, más que en la mente de quien lee.

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